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1.

Introducción

En este tema trataremos el increíble desarrollo de la ciencia durante el siglo XIX.


Durante estos años, se asistió a una expansión sin precedentes de los conocimientos
científicos, así como al establecimiento de muchas disciplinas nuevas. No obstante,
dada la tremenda variedad de campos del saber que podríamos abordar, nos centraremos
solo en tres: la matemática, la física y la biología. Las dos primeras pasan por momentos
revolucionarios tras siglos, como en la física, o milenios, como en la matemática, de
estabilización, mientras que la biología se funda en su aspecto moderno con la teoría de
la evolución y la selección natural. Esta última teoría representa mejor que cualquier
otra los efectos que este desarrollo científico tuvo sobre la cosmovisión general de la
época, al sustituir la inveterada creencia en la creación divina y la centralidad de la
especie humana en el mundo, por la asimilación de esta al resto de animales del mundo
y la ausencia de un designio especial divino. A partir de ahora, el ser humano ya no
puede considerarse legítimamente el centro del mundo.

Por otro lado, estos desarrollos tienen su contrapartida ideológica con el


positivismo, el cual, en la figura de Comte, expresará a la perfección la nueva
importancia que se da a la ciencia y a la tecnología en la nueva sociedad industrial y las
esperanzas que se ponen en ellas para el progreso social.

En la elaboración de este tema me he valido de diversas fuentes, entre las que se


puede destacar la Historia del pensamiento filosófico y científico, tomo tercero, de Reale
y Antiseri, la Historia de la filosofía, tomo noveno, de Copleston y los tres tomos sobre
la historia del siglo XIX de Hobsbawn, La era de la revolución, La era del capital y La
era del imperio. Del propio Comte, puede ser útil el Curso de filosofía positiva y para
los avances en las ciencias, se puede consultar la Historia de la ciencia de Solís y
Sellés.

2. El positivismo

El positivismo es una corriente compleja de pensamiento que dominó gran parte


de la cultura europea en sus manifestaciones filosóficas, políticas, pedagógicas,
historiográficas y literarias en un periodo que cubre aproximadamente desde 1840 hasta
llegar casi al inicio de la primera guerra mundial. Es por tanto un producto de esta época
caracterizada por grandes transformaciones sociales y económicas, tales como el
desarrollo de la industria y de la técnica, la multiplicación de las grandes ciudades y de
la población, el crecimiento del comercio o el desarrollo de la medicina, así como
marcada por una relativamente extendida y próspera paz en casi todo el continente
europeo. Es este ambiente de estabilidad política y prosperidad material el que el
positivismo expresa y favorece, dando voz a una idea muy extendida por entonces: la de
un progreso humano y social imposible de detener que se basaría, principalmente, en el
desarrollo de la ciencia y de la técnica.

La nueva cosmovisión es expresada por tanto por el positivismo. En primer lugar,


esta filosofía se caracteriza por reivindicar el primado y la necesidad de la ciencia para
el conocimiento. Solo conocemos aquello que nos permiten conocer las ciencias y su
método es el único método válido de conocimiento. El propio término «positivismo»,
que Comte utilizaba para describir su nueva filosofía, manifiesta muy bien esta idea al
incidir en que solo lo positivo, esto es, los hechos sensibles y verificables que se dan en
el mundo real, son válido para fundamentar el conocimiento. En segundo lugar, el
método de la ciencia, basado en el descubrimiento de leyes causales, se aplica no solo a
la naturaleza, sino también a la sociedad. Es así que surge la sociología como disciplina
científica. En tercer lugar, se exalta la ciencia como el único medio para solucionar
todos los problemas humanos y sociales, y se confía acríticamente en el desarrollo sin
obstáculos de esta. Y, por eso, en cuarto lugar, el positivismo critica duramente las
concepciones idealistas y espiritualistas de la realidad y, en general, todas las posiciones
que ellos identificaban con un pensamiento metafísico.

Ahora bien, el positivismo, por ser más una expresión del ambiente en el que se
desarrollaba que una escuela de pensamiento al uso, se modula de diferentes maneras en
cada uno de los autores que se califican de positivistas. Así, si bien su representante más
ilustre, y el que aquí vamos a tratar principalmente, es Auguste Comte, también se
suelen vincular a esta corriente autores como John Stuart Mill o Herbert Spencer.

3. Auguste Comte
Comte fue el iniciador del positivismo en Francia, el padre de la sociología y el
más famoso representante del positivismo. El punto principal de su doctrina se expresa
en la famosa ley de los tres estadios, que estructura tanto su labor científica como sus
intentos de reforma social. Según esta ley, la humanidad, al igual que el alma de los
individuos humanos, atraviesa tres estadios: el teológico, el metafísico y, finalmente, el
positivo. Cada rama del saber y cada una de nuestras concepciones pasa necesariamente
por estas tres fases en su desarrollo teórico.

En el estadio teológico, el espíritu humano, dirigiendo sus investigaciones hacia la


naturaleza íntima de los seres y hacia las causas primeras y finales, esto es, hacia los
conocimientos absolutos, se representa los fenómenos como productos de la acción
directa de agentes sobrenaturales, más o menos numerosos. La intervención de estos
explicaría todas las anomalías del universo. Por eso, este estadio alcanza su más alto
desarrollo cuando sustituye la influencia de muchas divinidades independientes por la
acción de un ser único, como sucede en el monoteísmo. Posteriormente, este primer
estadio se modifica en el estadio metafísico. En este, los agentes sobrenaturales son
sustituidos por fuerzas abstractas que serían inherentes a los diversos entes del mundo y
capaces de engendrar todos los fenómenos observados, asignando cada uno a una
entidad determinada. Al igual que antes, el momento de máximo desarrollo se da
cuando la multiplicidad de las fuerzas es sustituida por una sola entidad, la naturaleza.
Finalmente, en el estadio positivo el espíritu humano, reconociendo la imposibilidad de
alcanzar nociones absolutas, renuncia a buscar el origen y el destino del universo y a
conocer las causas íntimas de los fenómenos y se aplica solo a descubrir sus leyes
mediante el razonamiento y la observación.

En la actualidad nos encontramos, por tanto, en el estadio positivo, y nadie emplea


los métodos teológicos y metafísicos salvo en el terreno de los fenómenos sociales. Para
que se configure de una vez por todas la filosofía positiva es necesario someter a la
sociedad a una indagación científica rigurosa. Esta ciencia, la sociología, permite al
igual que el resto de las ciencias descubrir las leyes que gobiernan los fenómenos, de tal
modo que podamos intervenir en el mundo para modificarlo en nuestro beneficio. En
concreto, para Comte, la sociología o física social nos serviría como una base para la
reorganización social en un tiempo de importantes crisis sociales y políticas.

A este respecto, conviene señalar que la idea que tiene Comte de las ciencias no es
meramente la de que estas nos son útiles para lograr el dominio sobre la naturaleza o de
que su carácter práctico sea el más importante, sino que Comte considera el carácter
puramente teórico de la ciencia el principal, sobre el que después se edificarían sus
aplicaciones prácticas. Tampoco es un empirista radical, pues incide en que la ciencia
consta esencialmente de leyes, y no en datos de hecho. Estos últimos solo tienen como
resultado la simple erudición, no el conocimiento científico.

Volvamos ahora a la cuestión de la sociología o física social. ¿En qué consiste esta
ciencia según Comte? Como dijimos, para él, si queremos solucionar la crisis de la
sociedad, es preciso descubrir sus leyes, lo cual podemos hacer mediante el
razonamiento y la observación. Esta ciencia se dividiría en dos ramas: la estática social
y la dinámica social. La estática social estudia las condiciones de existencia que son
comunes a todas las sociedades en todas las épocas, a saber: la sociabilidad fundamental
del ser humano, la familia y la división del trabajo. Su ley fundamental es la conexión
que existe entre los diversos aspectos de la vida social: por ejemplo, una constitución
política no es independiente de los factores económicos o culturales. Por su parte, la
dinámica social consiste en el estudio de las leyes de desarrollo de la sociedad. Su ley
fundamental es la de los tres estadios. Los dos campos de la sociología estudian así el
orden y el progreso de la sociedad.

La sociología está además en el vértice de la jerarquía de las ciencias. Esta


jerarquía expresaría tanto el grado de generalidad de cada ciencia, de modo que cuanto
más arriba está menos general es, como de su complejidad, que sigue el sentido inverso.
Así, a la base estarían la matemática y, sobre ella, la astronomía, la física, la química, la
biología y la sociología. Como queda claro hay notables ausencias en esta jerarquía,
pero Comte las explica del siguiente modo. En primer lugar, la metafísica y la teología
no son ciencias positivas. En segundo lugar, la moral quedaría integrada en la
sociología. En tercer lugar, la psicología quedaría reducida en parte a la biología y en
parte a la sociología. En cuarto lugar, la filosofía sería identificada con la metodología
de las ciencias: sería la encargada de determinar el espíritu de cada ciencia, descubrir
sus relaciones y resumir sus principios específicos en una cantidad mínima de principios
comunes. Y en quinto lugar, la matemática tampoco estaría en la lista porque, más que
ocupar el primer lugar de la jerarquía, ella sería la base misma de todas las ciencias.

Este ordenamiento de las ciencias sería al mismo tiempo un orden lógico,


histórico y pedagógico. Lógico porque seguiría un orden de complejidad de los objetos,
pues la sociología tiene como objeto uno más complejo. Histórico porque cada ciencia
ha progresado hasta el estado positivo en este mismo orden: la astronomía con
Copérnico, Kepler y Newton; la física con Huygens, Pascal y Newton; la química con
Lavoisier; y la biología con Bichat. Y pedagógico porque habría que enseñar las
ciencias en el mismo orden en que se ha producido su génesis. Por último, cabe añadir
que esta jerarquía no implica, para Comte, que las ciencias más complejas puedan
reducirse a las más simples. Aun cuando cada ciencia suponga las ciencias anteriores,
cada una de ellas goza de autonomía y es irreductible.

4. La ciencia en el siglo XIX

Podemos pasar ahora a estudiar los avances y transformaciones que experimentó


la ciencia durante el siglo XIX. Este ha sido calificado muchas veces como «el siglo de
la ciencia» y no es para menos dada la explosión de descubrimientos y de nuevas
disciplinas que vieron la luz durante estos años. Además, por medio de la técnica y la
nueva industria, la ciencia explicitaba mucho más su presencia en la sociedad. El
progreso de esta parecía estar necesariamente vinculado al de aquella.

Sin embargo, antes de entrar a ver la evolución en cada una de las disciplinas
conviene repasar someramente las transformaciones de la ciencia en su conjunto.
Podemos señalar, por ejemplo, la importancia que tuvieron las nuevas instituciones
científicas en el desarrollo de aquella. La Revolución Francesa transformó la instrucción
científica y técnica, primero en Francia, con la Escuela Politécnica y la Escuela Normal
Superior, así como el renacimiento de la Real Academia y la institución del Museo de
Historia Natural, y posteriormente expandió su modelo, especialmente el de la
formación técnica, por toda Europa. También la fundación de la Universidad de Berlín
en 1810 conformó un modelo para la educación superior por todo el mundo. La
sucesión de nuevas instituciones tuvo su contrapartida literaria en los periódicos y
revistas científicas, que ven su apogeo a principios de siglo. La otra gran revolución, la
Revolución Industrial, tuvo también un papel muy importante en el desarrollo de la
ciencia: muchos de los avances, como los de la química, la termodinámica o la geología,
deben mucho a las nuevas industrias. Además, es durante este época, en virtud de la
expansión de las comunicaciones, cuando vemos cada vez más científicos de primer
orden que no provienen de unos pocos países occidentales.
5. Las matemáticas

Durante el siglo XIX, las matemáticas entraron en un universo completamente


nuevo, más allá del de los griegos, todavía dominado por la aritmética y la geometría
plana, y el del siglo XVIII, en el que dominaba el análisis. Es además durante este siglo
que las matemáticas se vuelven cada vez más abstractas. Muchos avances son
demasiado técnicos como para incluirlos aquí, pero podemos mencionar algunos. A
principios del siglo, Gauss puso las bases para la moderna teoría de números, además de
su revolucionario trabajo con funciones de variables complejas, la convergencia de
series o su demostración del teorema fundamental del álgebra. Hamilton trató la teoría
de vectores y Cauchy y Galois la teoría de grupos. También Galois organizó de forma
brillante la teoría de las ecuaciones algebraicas. Boole estableció a mediados de siglo
los fundamentos de la moderna lógica, por medio del conocido como álgebra de Boole
y, hacia finales de siglo, Cantor estableció los fundamentos de la teoría de conjuntos y
de un tratamiento riguroso del infinito.

No obstante, aquí vamos a centrarnos en dos líneas particulares de investigación.


Por un lado, durante este siglo se sentaron las bases para el problema de los
fundamentos de las matemáticas, que continuaría hasta el siglo pasado. Los
matemáticos del XIX se caracterizaban por una notable exigencia de rigor, tanto para la
explicación de los conceptos como para la deducción de las teorías. Así, en primer lugar
Cauchy redujo los conceptos fundamentales del análisis infinitesimal al estudio de los
números reales. En la segunda fase, la teoría de los números reales se reconducía a la
teoría de los números reales, de la que se ocupaba la aritmética, razón por la cual se
llama a este proceso el de «aritmetización del análisis». Weierstrass, Cantor y Dedekind
producen aportaciones muy importantes en este sentido. Posteriormente, Peano elaboró
una axiomatización de la aritmética y ya hacia finales de siglo y principios del XX se
sientan las bases de la lógica matemática, con Frege, Brouwer, Hilbert o Russell.

Por otro lado, es durante este siglo que se produce una de las mayores
revoluciones de la historia de la matemática. La geometría, que desde la Antigüedad
había sido el paradigma de ciencia demostrativa, tal y como había expuesto
canónicamente Euclides en sus Elementos, había sido la más permanente de las
certidumbres intelectuales. Ahora bien, para lograr sus demostraciones geométricas
Euclides había incluido cinco postulados que aparentemente habrían de ser evidentes.
Sin embargo, el quinto y último de estos, el conocido como «el postulado de las
paralelas» había despertado la sospecha a lo largo de los siglos de numerosos
pensadores que no podían aceptar como evidente la intuición, resumidamente, de que,
para una recta cualquiera y un punto cualquiera situado en el plano pero fuera de esa
recta, solo hay otra recta que sea paralela a ella y pase por ese punto. Es mérito de los
matemáticos Bolyai y Lobachevski el haber descrito, de forma independiente, la
primera geometría no euclidiana, es decir, una que no se basara en el postulado de las
paralelas. En esta geometría, que se llamó «hiperbólica», cabe pensar que hay una
infinidad de rectas paralelas a la primera que pasen, al mismo tiempo, por el punto. El
desarrollo de un sistema geométrico así modificado dio origen a una nueva geometría en
sentido estricto, coherente, compleja y llena de interesantísimos teoremas. Años
después, la segunda geometría no euclidiana, llamada «elíptica», vio la luz de manos de
Riemann, y en esta no hay ni siquiera una recta que sea paralela a la primera y que pase
por el punto. Estas fueron solo las primeras de una serie de muchas otras construidas por
sus sucesores, que sirvieron para acabar con el dogma de la verdad absoluta de la
geometría euclidiana, a la vez que asestaba un golpe definitivo al papel que se había
dado hasta entonces a la intuición en las matemáticas. También este descubrimiento
cambió la idea que se tenía de los axiomas: estos pasaron de ser principios verdaderos e
indudables a ser meros puntos de partida de la demostración, ni verdaderos ni falsos.

6. La física

Por cuanto a la física, a principios del siglo XIX la mecánica heredada de Galileo
y Newton todavía tenía una primacía indiscutible. Esta, basada en la ley de gravitación
universal y en las tres leyes de la dinámica, había conducido a una noción rígidamente
determinista del mundo físico. Por eso, la tarea que las investigaciones físicas se
pusieron, casi hasta finales del XIX, consistía en una profundización de la mecánica,
utilizando sus leyes para la explicación de todos los fenómenos naturales. Este
programa mecanicista se lleva a cabo plenamente en la acústica, que logra sus
sistematización en este siglo de la mano de Rayleigh.
También en el campo de la naciente termodinámica se lleva a cabo este programa,
aun a pesar de sus dificultades. En efecto, un primer problema ya había sido planteado
por Fourier cuando había señalado que el calor siempre se propaga según una dirección
preponderante, algo que contradeciría la mecánica clásica, según la cual no hay
direcciones privilegiadas. Posteriormente, se establecieron las primeras dos leyes de la
termodinámica de la mano de Joule, Clausius, Carnot y Kelvin. La segunda de estas
leyes enunciaba que en cualquier transformación en que esté implicado el calor, siempre
se pierde una parte de energía, lo cual implica que el desorden del universo, o su
entropía, crece con cada transformación de forma irreversible. Mas esto volvía a
contradecir la mecánica de Newton según la cual los fenómenos son reversibles. Pero la
contradicción era solo aparente como mostraron Gibbs, Boltzmann o Maxwell, quienes
con base en métodos estadísticos mostraron la validez de estos principios en términos
mecánicos.

Sin embargo, menos fructífera es su aplicación en la óptica. De hecho, hasta


finales de siglo se vivirá una polémica en torno a dos teorías contrarias para explicar la
naturaleza de la luz: la teoría corpuscular, según la cual esta es un haz de corpúsculos,
teoría que parecen confirmar los experimentos sobre la refracción, y la teoría
ondulatoria, según la cual es una onda que atraviesa una sustancia particular, el éter, que
se apoya también en los experimentos de Young.

Por otro lado, serán los estudios en torno a la naturaleza de la electricidad los que
causen mayores problemas al paradigma clásico y que, de hecho, pregonarán la que será
su superación en el siglo XX. Con la invención de la pila gracias a Volta a principios del
siglo XIX comienza la electrodinámica, es decir, el estudio de los movimientos de las
corrientes eléctricas y Ohm establece las dos leyes de la corriente eléctrica. Sin
embargo, lo revolucionario llega cuando Oersted, Ampère y Faraday establezcan la
relación entre los campos eléctrico y magnético y posteriormente Maxwell exponga la
teoría clásica del campo electromagnético y sus ecuaciones. La teoría de Maxwell
suponía la primera gran síntesis teórica de la física con posterioridad a Newton. Pero
también chocaba de bruces con esta pues, al afirmar que la luz y las ondas
electromagnéticas eran vibraciones de un medio, el éter, esto excluía que dos cargas
pudieran influirse directamente a distancia, como sucedía en la teoría de la gravitación
de Newton. Aunque no era solo eso, pues la contradicción entre las dos teorías se hacía
patente en muchos otros aspectos, como la disparidad de sus sistemas de referencia.
Todos los intentos de salvar ambas teorías fracasaron y parecía que solo podía
solucionarse buscando una alternativa a la mecánica de Newton. Esta alternativa, sin
embargo, solo fue posible con Einstein.

7. La biología

La biología por su parte fue testigo del que quizá sea el mayor avance científico
del siglo: la teoría de la evolución. Ya a principios de siglo Lamarck propuso una teoría
según la cual las costumbres, el modo de vida y todas las demás circunstancias habían
ido constituyendo a lo largo del tiempo la forma del cuerpo y de cada una de las partes
de los animales. Serían los estímulos del ambiente, en definitiva, los que causan la
evolución de las especies. No obstante, la teoría de Lamarck no tuvo muchos éxito.

Fue solo con Darwin y la publicación en 1859 de El origen de las especies y El


origen del hombre en 1871 que la teoría de la evolución llegó para quedarse. A partir de
su viaje en el Beagle durante los años treinta y su expedición a las islas Galápagos,
Darwin empezó a recoger numerosísimos casos de variación de especies animales y de
plantas, tanto en el ámbito doméstico como en su estado natural. La teoría de Malthus
sobre la población le fue de mucha ayuda para la elaboración de su propia teoría de la
selección natural y así siguió trabajando durante años. Cuando en 1858 Wallace, otro
naturalista, le envió un ensayo que proponía una teoría semejante a la suya, Darwin se
decidió a publicar su propia obra. A partir de multitud de pruebas provenientes de la
crianza de animales, de testimonios fósiles, de la distribución geográfica de las especies,
de la afinidad entre las especies y de la embriología, Darwin propuso en El origen de
las especies que estas se originan a través de una selección que efectúa el medio
ambiente de entre las más idóneas de las variaciones hereditarias existentes. El libro
tuvo un éxito rotundo, de igual forma que el que tuvo El origen del hombre que
vinculaba explícitamente y ofrecía pruebas de este mismo proceso en el caso de la
especie humana. Al mismo tiempo, y como era de esperar, sus tesis provocaron una
polémica feroz, pues Darwin conmocionaba las ideas más antiguas acerca del ser
humano y nos pasaba a emparentar con los monos y el resto de animales.
Pero, la biología también tuvo éxitos más allá de Darwin. Así Virchow será el
encargado de desarrollar la teoría de la célula, factor decisivo para esta ciencia, y
Mendel descubrirá las leyes de la herencia, a pesar de que su labor quedó en la
oscuridad hasta el nacimiento de la genética a principios del siglo XX.

8. Otros avances en la ciencia

Por último, podemos mencionar, aunque no entremos en detalle en su exposición,


otros avances que tuvieron lugar en el siglo XIX en el seno de otras muchas disciplinas,
así como incluso la fundación de algunas de ellas. En química podemos citar a Dalton,
responsable de la primera teoría atómica moderna, así como a Mendeleiev, quien
elaboró la primera tabla periódica, Wöhler, quien abrió el campo de la química orgánica,
o Kekulé, quien describió la primera estructura molecular, la del benceno. En geología,
Lyell sentó las bases de la geología moderna con su defensa del uniformismo y del
gradualismo en la formación de la Tierra, frente al catastrofismo, y en la bacteriología,
Pasteur fue el responsable de refutar definitivamente la doctrina de la generación
espontánea y desarrollar, junto a Koch, la teoría de los gérmenes como causa de las
enfermedades, así como crear las primeras vacunas y la técnica de la pasteurización.
Nacerá también la medicina experimental de Bernard, y en las ciencias sociales y
humanas, se desarrollarán la sociología de la mano de Comte y Durkheim; la
historiografía con Mommsen, Michelet, von Ranke o Marx, la economía con Ricardo,
Stuart Mill y la escuela marginalista; la psicología con Weber, Fechner, Helmholtz,
Wundt y James; y la lingüística con Bopp, Grimm y los neogramáticos.

9. Conclusión

La época revolucionaria del siglo XIX tendrá su continuación en el todavía más


revolucionario siglo XX. El progreso de las ciencias será imparable, y con ellas también
el de la industria. Sin embargo, la cosmovisión que expresaba el positivismo cada vez
tendrá menos vigor. Pues el siglo XX es también el siglo de las guerras mundiales y de
los genocidios, así como de Chernóbil y las bombas atómicas. La confianza ciega en
que el progreso de la ciencia iba a conducirnos necesariamente a una era de mayor
bienestar social parecía ahora infundada. También la idea de que la humanidad ya había
superado completamente formas de pensamiento no científicas obviaba el hecho de que
estas están intrínsecamente unidas a la propia ciencia y la filosofía. El programa del
positivismo lógico de mediados de siglo, que de algún modo es heredero del antiguo
positivismo y su visión de la ciencia, se desinflará a lo largo de la segunda mitad del
siglo XX, y dará lugar a unos nuevos estudios sobre la ciencia más críticos con el
antiguo paradigma.

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