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L. Wittgenstein y B. Russell. La Corriente Analítica en La Filosofía
L. Wittgenstein y B. Russell. La Corriente Analítica en La Filosofía
Introducción
El presente tema tiene como objeto el estudio de la filosofía analítica, y para ello
se centra en la figura de dos de sus primeros exponentes, el inglés Bertrand Russell y el
austríaco Ludwig Wittgenstein. La nacionalidad de estos dos autores nos remite además
a los centros donde este tipo de filosofía más se asentó: las universidades de
Oxford y Cambridge y el llamado Círculo de Viena. Sin embargo, hay que partir ya
desde un comienzo de la idea de que entre estos dos polos hay grandes diferencias.
Mencionaremos estas más adelante, aunque aquí podemos adelantar que a grandes
trazos coinciden con la distinción tradicional que se suele hacer entre la filosofía de un
primer Wittgenstein y la de un segundo Wittgenstein. Pero más allá de las diferencias,
hay algo común a todas estas filosofías, a saber, el principio de que los problemas
filosóficos son en su raíz problemas lingüísticos, y que su solución es posible a partir de
un análisis de la manera en que operamos con el lenguaje y, en muchos casos, una
regulación de esta. La filosofía analítica es, por ello, principalmente una filosofía del
lenguaje.
2. Bertrand Russell
El trabajo de Russell se encuadra casi al final del largo desarrollo teórico que tuvo
lugar en las matemáticas y la lógica durante el siglo XIX. Merece la pena, por tanto,
antes de adentrarnos en la filosofía de aquel, comentar dos líneas de trabajo que le
venían precediendo. Por un lado, la búsqueda de un mayor rigor en los conceptos que
utilizaban los matemáticos llevó a sucesivas reducciones de campos de estudio más
amplios a campos más fundamentales. Así, en primer lugar Cauchy redujo los conceptos
del análisis infinitesimal al estudio de los números reales. Posteriormente, Weierstrass,
Cantor y Dedekind llevaron a cabo la aritmetización del análisis, es decir, la reducción
del sistema de los números reales al sistema de los números naturales. El punto
culminante se halla en la obra de Peano, quien propuso una axiomatización de la
aritmética, y por tanto de toda la matemática, a partir de cinco axiomas. De este modo,
parecía que el número natural podía ser el fundamento último de la matemática. Pero
algunos investigadores quisieron buscar algo aún más profundo. Gottlob Frege trató de
relacionar la aritmética con la lógica, reduciendo el concepto de número natural a una
combinación de conceptos meramente lógicos, e iniciando así la tendencia logicista que
más tarde asumirá Russell. Cantor, por su parte, llevó a cabo una reducción de la
aritmética a la teoría de conjuntos.
Con esto, Russell ya no admite que las clases sean cosas y en Principia
mathematica, escrita junto con Whitehead y publicada a partir de 1910, avanza hacia
una «abolición de las clases», alejándose de su posición realista extrema. Las clases ya
no son tan reales como los individuos, sino que más bien son convenciones simbólicas o
lingüísticas. Y la diferencia entre los tipos de los conceptos se interpreta
lingüísticamente: depende de las reglas sintácticas a las que estén sujetos. Los términos
de una proposición no tienen inmediatamente existencia como mantenía antes, sino que
contribuyen de una forma u otra a la verdad o falsedad de la proposición en su conjunto.
Es así como se entiende la importancia creciente que tendrá para Russell, y por
extensión, para la filosofía analítica, el análisis del lenguaje. Son sus teorías del lenguaje
las que nos interesarán ahora.
3. Ludwig Wittgenstein
Wittgenstein solo publicó en vida un libro, el famoso Tractatus logico-
philosophicus. Este se convirtió pronto en una obra de referencia para el naciente
movimiento del empirismo lógico, articulado en torno al Círculo de Viena. También es
expresión de la influencia que su amigo y colega Russell tuvo sobre él, al igual que,
como vimos, expone el equivalente del atomismo lógico de Wittgenstein. No obstante,
aun cuando este no publicara más obras, su pensamiento siguió evolucionando, hasta el
punto de que hoy en día es normal la distinción entre un primer Wittgenstein, cuya
expresión sería el Tractatus, y un segundo Wittgenstein. A esta segunda fase, le
correspondería otra gran obra, las Investigaciones filosóficas, compuestas a partir de los
numerosos cuadernos y otros manuscritos que el filósofo dejó a su muerte. Y de igual
manera, también esta obra se convirtió en la referencia indiscutible de una corriente de
pensadores, en este caso, los llamados filósofos analíticos.
En primer lugar, el mundo es, como dijimos, la totalidad de los hechos, y más
exactamente, de los hechos atómicos o estados de cosas. Estos son aquellos hechos que
acaecen independientemente unos de otros. Los hechos complejos son compuestos de
hechos atómicos. A su vez, un hecho atómico o estado de cosas se compone de objetos
simples, que son la sustancia del mundo. Wittgenstein llama, además, forma de los
objetos al conjunto de los modos determinados en que pueden estos combinarse en la
estructura de los hechos atómicos; por ejemplo, el espacio, el tiempo o el color. Por otro
lado, los objetos, en su forma de nombres, también son los elementos constitutivos del
lenguaje. Este se compone de proposiciones, las cuales son la representación de un
hecho. La proposición atómica es la entidad lingüística más pequeña de la cual se puede
predicar la verdad o la falsedad. El hecho atómico es aquello que convierte a una
proposición en verdadera o falsa. Ahora bien, la representación que realizan las
proposiciones no es, por ejemplo, metafórica o pictórica, sino formal, lógica. Es decir, la
proposición representa una determinada configuración posible de los objetos que
componen el hecho. Esta es entonces la conexión que se establece entre el mundo y el
lenguaje: este último expresa la misma forma o estructura de aquel. De esta forma, una
proposición tiene sentido si representa un hecho posible, es decir, si las palabras que
utiliza se combinan de la misma forma en la que podrían combinarse los objetos.
Por todo esto, concluye Wittgenstein, los límites del lenguaje son los límites del
mundo y los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo, es decir, de lo que
puedo captar, pensar y expresar. No obstante, este límite no pertenece al mundo y es,
por tanto, inexpresable él mismo. De hecho, el propio mundo, si se considera como algo
más que la totalidad de los hechos, es algo místico. Y sucede lo mismo con muchos de
los grandes problemas filosóficos, como la vida, la muerte o la moral, pues ninguno de
estos conceptos refiere hechos del mundo. Son, más bien, lo inexpresable, lo cual no
quiere decir que no existan. Lo inexpresable, dice Wittgenstein, se muestra, es lo
místico. La única actitud válida ante ello es el silencio. De ahí, el famoso lema de que
de lo que no se puede hablar, se ha de callar. Con esto, desaparecen y se resuelven los
problemas de la filosofía.
4. Conclusión