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1.

Introducción

El presente tema tiene como objeto el estudio de la filosofía analítica, y para ello
se centra en la figura de dos de sus primeros exponentes, el inglés Bertrand Russell y el
austríaco Ludwig Wittgenstein. La nacionalidad de estos dos autores nos remite además
a los centros donde este tipo de filosofía más se asentó: las universidades de
Oxford y Cambridge y el llamado Círculo de Viena. Sin embargo, hay que partir ya
desde un comienzo de la idea de que entre estos dos polos hay grandes diferencias.
Mencionaremos estas más adelante, aunque aquí podemos adelantar que a grandes
trazos coinciden con la distinción tradicional que se suele hacer entre la filosofía de un
primer Wittgenstein y la de un segundo Wittgenstein. Pero más allá de las diferencias,
hay algo común a todas estas filosofías, a saber, el principio de que los problemas
filosóficos son en su raíz problemas lingüísticos, y que su solución es posible a partir de
un análisis de la manera en que operamos con el lenguaje y, en muchos casos, una
regulación de esta. La filosofía analítica es, por ello, principalmente una filosofía del
lenguaje.

Para la elaboración de este tema me he valido de diversas fuentes, principalmente


la Historia de la filosofía, tomo octavo, de Copleston, la Historia del pensamiento
filosófico y científico, tomo tercero, de Reale y Antiseri, y la Historia de la filosofía,
tomo tercero de Abbagnano. Otras obras interesantes sobre la filosofía analítica podrían
ser Modos de significar de Alfonso García Suárez o El positivismo lógico de Ayer. Del
propio Russell podemos mencionar Principios de matemática, Principia mathematica,
Sobre la denotación o La filosofía del atomismo lógico, mientras que de Wittgenstein
son referencias obligatorias el Tractatus logico-philosophicus y las Investigaciones
filosóficas.

2. Bertrand Russell

2.1. La matemática en el siglo XIX

El trabajo de Russell se encuadra casi al final del largo desarrollo teórico que tuvo
lugar en las matemáticas y la lógica durante el siglo XIX. Merece la pena, por tanto,
antes de adentrarnos en la filosofía de aquel, comentar dos líneas de trabajo que le
venían precediendo. Por un lado, la búsqueda de un mayor rigor en los conceptos que
utilizaban los matemáticos llevó a sucesivas reducciones de campos de estudio más
amplios a campos más fundamentales. Así, en primer lugar Cauchy redujo los conceptos
del análisis infinitesimal al estudio de los números reales. Posteriormente, Weierstrass,
Cantor y Dedekind llevaron a cabo la aritmetización del análisis, es decir, la reducción
del sistema de los números reales al sistema de los números naturales. El punto
culminante se halla en la obra de Peano, quien propuso una axiomatización de la
aritmética, y por tanto de toda la matemática, a partir de cinco axiomas. De este modo,
parecía que el número natural podía ser el fundamento último de la matemática. Pero
algunos investigadores quisieron buscar algo aún más profundo. Gottlob Frege trató de
relacionar la aritmética con la lógica, reduciendo el concepto de número natural a una
combinación de conceptos meramente lógicos, e iniciando así la tendencia logicista que
más tarde asumirá Russell. Cantor, por su parte, llevó a cabo una reducción de la
aritmética a la teoría de conjuntos.

Por otro lado, el álgebra también se desarrolló enormemente. Lo que


especialmente nos interesa aquí es el desarrollo de la lógica simbólica gracias a Boole.
Gracias también a las aportaciones de Jevons, Schröder, Peirce o Frege, esta permitía
tratar la lógica tradicional, con sus proposiciones, silogismos y demás, mediante un
tratamiento calculístico, es decir, matemático, transformando en el proceso la lógica
misma.

2.2. La obra lógica de Russell

La obra lógica de Russell, expuesta primeramente en Principios de matemáticas y


Principia mathematica, escrita esta última junto con Whitehead, es su mayor
contribución al pensamiento contemporáneo. Antes de nada, conviene dejar claras
algunas notas acerca del planteamiento de Russell. Por una parte, y como ya se dijo,
Russell es un logicista. Esto quiere decir que cree que la matemática es reducible en sus
fundamentos a la lógica y por tanto que esta tiene prioridad sobre aquella. De hecho,
incluso tiende a identificar ambas ciencias. Por otra parte, Russell es un realista, lo cual
quiere decir que consideraba las entidades matemático-lógicas como reales en el mundo.
Así, el número dos no sería algo meramente mental, sino una entidad determinada que,
además, se puede pensar. Esta característica de su pensamiento tendrá importancia más
adelante, por ejemplo en su teoría de las descripciones. En ambos planteamientos,
Russell se halla de acuerdo con Frege.

2.3. La paradoja de Russell

En Principios de matemáticas, escrito en 1900, Russell trata su propuesta de


reducir la aritmética a la lógica. Sin embargo, aquí lo que nos interesa es que es en este
escrito donde primero se plantea la llamada antinomia o paradoja de Russell. Esta tiene
como objeto la lógica de clases, el instrumento que este utilizaba en su intento de
reducción. Por ejemplo, el número doce se definía, no como una u otra colección o clase
de doce cosas, como podrían ser los doce apóstoles o los doce signos del zodíaco, sino
como la clase de lo que todas estas clases tienen en común. Así, se ve que la antinomia
afectaría a la raíz de su intento de reducción de las matemáticas a la lógica. ¿En qué
consiste esta antinomia o paradoja? En primer lugar, observa Russell, una clase puede
tenerse a sí misma como un elemento de su extensión: por ejemplo, la clase de los
conceptos, como es ella misma un concepto, es un elemento de su propia extensión.
Pensemos, entonces, en la clase de todas las clases que no se contienen a sí mismas
como elemento. ¿Esta clase se contendría a sí misma o no? En el caso de que sí lo
hiciese, contendría una clase (a saber, ella misma) que se contiene a sí misma, algo que
no podría por su propia definición. Y en el caso de que no lo hiciese, ella sería una clase
que no se contendría a sí misma y por tanto debería incluirse en esa clase, es decir, en
ella, por lo que volveríamos al otro caso.

Se produce así una paradoja, la cual Russell inmediatamente comunica a Frege.


Russell señala que esta, al igual que otras discutidas en la lógica antigua y medieval,
como la del embustero, tiene la característica de ser autorreferencial. Esto significa que
cuando se considera una totalidad, la totalidad misma está incluida en ella misma. Se
pueden entonces evitar las paradojas tomando como regla que cada vez que se habla de
la totalidad de una colección no hay que considerarla a ella misma como elemento de tal
totalidad. Esto lo expone Russell en su teoría de los tipos, que es su solución a la
paradoja. Según aquella, se deben distinguir los conceptos de tipo cero, que son los
nombres propios, los de tipo uno, que son las propiedades de individuos, los de tipo dos,
que son propiedades de propiedades, etc. Entonces, un concepto nunca puede hacer de
predicado en una proposición cuyo sujeto sea de tipo igual o mayor que el concepto
mismo. Por ejemplo, en «X es mortal», X se puede sustituir por sujetos como Sócrates o
Platón, pero no por algo como «la clase de los hombres», término que sería un concepto
de tipo mayor que el predicado «ser mortal». Por tanto, la idea de una clase que es
miembro de sí misma carece de sentido.

Con esto, Russell ya no admite que las clases sean cosas y en Principia
mathematica, escrita junto con Whitehead y publicada a partir de 1910, avanza hacia
una «abolición de las clases», alejándose de su posición realista extrema. Las clases ya
no son tan reales como los individuos, sino que más bien son convenciones simbólicas o
lingüísticas. Y la diferencia entre los tipos de los conceptos se interpreta
lingüísticamente: depende de las reglas sintácticas a las que estén sujetos. Los términos
de una proposición no tienen inmediatamente existencia como mantenía antes, sino que
contribuyen de una forma u otra a la verdad o falsedad de la proposición en su conjunto.
Es así como se entiende la importancia creciente que tendrá para Russell, y por
extensión, para la filosofía analítica, el análisis del lenguaje. Son sus teorías del lenguaje
las que nos interesarán ahora.

2.4. La teoría de las descripciones

Russell desarrolla por primera vez su teoría de las descripciones en su artículo


Sobre la denotación de 1905. Hace notar que podemos pensar proposiciones cuyos
sujetos parezcan no referirse a realidades de ningún tipo. Por ejemplo, cuando decimos
«La montaña de oro es muy alta», estamos utilizando a una supuesta montaña de oro
como el sujeto de la proposición, aun cuando esta claramente no existe. Pero estamos
diciendo algo inteligible acerca de ella, por lo que parecería que debe denotar algo. Lo
mismo pasa con proposiciones como «El rey de Francia es calvo». Si admitiéramos que
tales sujetos se refieren a algo realmente existente, tendríamos un universo
superpoblado de entes de todo tipo. Esta era la posición de Meinong, al igual que la del
primer Russell. Sin embargo, ahora Russell argumenta que estos sujetos, que aparentan
ser algo aun cuando no admitamos su existencia, no son, desde un punto de vista lógico
o sintáctico, nombres sino descripciones. Las descripciones son, según este punto de
vista, símbolos incompletos y, a diferencia de los nombres, no pueden denotar nada.
Esto se puede hacer patente al formalizar tales proposiciones. En «La montaña de oro es
alta», la formalización es del tipo «Existe un X, tal que si X es una montaña y es de oro,
entonces X es alta». Aquí se desvanece entonces la entidad «montaña de oro», y ya no
podemos preguntarnos si existe o no existe. Pero para Russell no solo deben
interpretarse como descripciones términos de este tipo que están por algo inexistente,
sino también otros como, por ejemplo, «el autor de Waverley». Sabemos que este es
Walter Scott, alguien que existió de verdad, pero este no puede ser el significado de «el
autor de Waverley», pues entonces sería tautológico decir que el autor de tal obra es
Scott, y es evidente que no lo es. Pero tampoco puede tener un significado distinto, pues
entonces esa identificación sería falsa. La solución es que «el autor de Waverley» es una
descripción y, por tanto, no denota a nadie.

Además de eliminar la necesidad de admitir, como quería Meinong, la existencia


de entidades correspondientes a todos los símbolos empleados en el lenguaje, la teoría
de la denotación también hace inútil el uso de la intensión o connotación en el análisis
de las proposiciones. Un ejemplo de este último tipo de planteamiento sería el de Frege,
quien en su famoso triángulo distinguía la referencia o significado del sentido, siendo
así que un mismo sujeto podría ser connotado por sentidos diversos.

2.5. La teoría del conocimiento

Posteriormente, el interés filosófico de Russell se desplaza desde la lógica


matemática hacia la teoría del conocimiento y la psicología. Con el mismo espíritu con
el que se había desprendido de entidades superfluas como las entidades matemáticas,
que se reducían a conceptos lógicos, o de entidades del tipo «la montaña de oro», ahora
atiende a entidades del mundo físico. De lo que se trata es de encontrar un vocabulario
mínimo, indispensable, para las proposiciones sobre el mundo físico. Esto significa que
si descubrimos que una entidad cualquiera es en realidad inferida a partir de otras
determinadas entidades empíricas, debemos suponer a aquella como una construcción
lógica a partir de estas. Y siendo así, por el principio de la navaja de Ockham, no
necesitamos suponer la existencia de aquella. Russell entonces expone que los objetos
físicos pueden definirse como funciones de los datos sensibles que recibe un sujeto
particular. Ahora bien, se puede hacer notar que si nos quedamos en los datos sensibles
percibidos efectivamente por un sujeto, nos vemos abocados al solipsismo y a un
conocimiento parcial de la realidad. Estos y otros problemas, aun cuando Russell
intentara esquivarlos en este momento, lo llevaron a abandonar esta teoría.

2.6. El atomismo lógico

Mucho más importante para la historia de la filosofía es el desarrollo, a partir de


ideas surgidas de su encuentro con Wittgenstein, de la filosofía del atomismo lógico.
Esta teoría, como expresa su nombre, pretende llegar a los últimos constituyentes de la
realidad, practicando el mismo método reductivo que siempre ha utilizado Russell. Solo
que estos constituyentes últimos serían átomos lógicos, no físicos. La idea es la
siguiente. Una proposición es verdadera o falsa por su relación con el hecho del que
trata, y es ese hecho el que la hace verdadera o falsa. En la forma lógica de tal
proposición, que no tiene por qué coincidir con su forma gramatical, las palabras se
corresponderían una por una con los componentes del hecho correspondiente, a
excepción de palabras como «o», «no», etc. De este modo habría una identidad de
estructura entre el hecho afirmado o negado y su representación simbólica en la
proposición. Los hechos se componen entonces de hechos atómicos, que se deben
corresponder con proposiciones atómicas. El hecho atómico más simple es el que
consiste en la posesión de una cualidad por un particular, como expresaría la
proposición atómica «Esto es blanco». A partir de estas, se pueden construir
proposiciones complejas o moleculares, por medio de partículas como «y», «o», etc.
Aunque no podamos exponer todo el desarrollo de esta teoría por parte de Russell,
podemos mencionar el análisis de las proposiciones existenciales que hace. La
proposición «Hay hombres en Cantón» no puede referirse a individuos reales, pues la
mayoría de nosotros no conocemos directamente a nadie de allí. Por eso, la existencia
que esta expresa es una propiedad de una función proposicional. Lo que estamos
diciendo entonces es que hay por lo menos un X para el cual es cierto decir que X es un
hombre y está en Cantón. Por tanto, los hechos existenciales son distintos de los hechos
atómicos.

3. Ludwig Wittgenstein
Wittgenstein solo publicó en vida un libro, el famoso Tractatus logico-
philosophicus. Este se convirtió pronto en una obra de referencia para el naciente
movimiento del empirismo lógico, articulado en torno al Círculo de Viena. También es
expresión de la influencia que su amigo y colega Russell tuvo sobre él, al igual que,
como vimos, expone el equivalente del atomismo lógico de Wittgenstein. No obstante,
aun cuando este no publicara más obras, su pensamiento siguió evolucionando, hasta el
punto de que hoy en día es normal la distinción entre un primer Wittgenstein, cuya
expresión sería el Tractatus, y un segundo Wittgenstein. A esta segunda fase, le
correspondería otra gran obra, las Investigaciones filosóficas, compuestas a partir de los
numerosos cuadernos y otros manuscritos que el filósofo dejó a su muerte. Y de igual
manera, también esta obra se convirtió en la referencia indiscutible de una corriente de
pensadores, en este caso, los llamados filósofos analíticos.

3.1. El Tractatus logico-philosophicus

El Tractatus se publicó en 1921. La filosofía que expone se fundamenta en dos


términos: el mundo, que es la totalidad de los hechos, y el lenguaje, que es la totalidad
de las proposiciones expresivas de hechos. Y su tesis fundamental es que el lenguaje es
la representación lógica del mundo.

En primer lugar, el mundo es, como dijimos, la totalidad de los hechos, y más
exactamente, de los hechos atómicos o estados de cosas. Estos son aquellos hechos que
acaecen independientemente unos de otros. Los hechos complejos son compuestos de
hechos atómicos. A su vez, un hecho atómico o estado de cosas se compone de objetos
simples, que son la sustancia del mundo. Wittgenstein llama, además, forma de los
objetos al conjunto de los modos determinados en que pueden estos combinarse en la
estructura de los hechos atómicos; por ejemplo, el espacio, el tiempo o el color. Por otro
lado, los objetos, en su forma de nombres, también son los elementos constitutivos del
lenguaje. Este se compone de proposiciones, las cuales son la representación de un
hecho. La proposición atómica es la entidad lingüística más pequeña de la cual se puede
predicar la verdad o la falsedad. El hecho atómico es aquello que convierte a una
proposición en verdadera o falsa. Ahora bien, la representación que realizan las
proposiciones no es, por ejemplo, metafórica o pictórica, sino formal, lógica. Es decir, la
proposición representa una determinada configuración posible de los objetos que
componen el hecho. Esta es entonces la conexión que se establece entre el mundo y el
lenguaje: este último expresa la misma forma o estructura de aquel. De esta forma, una
proposición tiene sentido si representa un hecho posible, es decir, si las palabras que
utiliza se combinan de la misma forma en la que podrían combinarse los objetos.

El mundo se puede describir completamente por medio de todas las proposiciones


elementales, es decir, las proposiciones con sentido atómicas, más la indicación de
cuáles son verdaderas y cuáles falsas. Esto es la totalidad de la ciencia natural. Con
respecto a los demás elementos que la ciencia utiliza, como las leyes o las hipótesis,
Wittgenstein adopta la posición de Hume. De una proposición elemental no se puede
inferir otra porque cada una concierne a un hecho atómico y estos son independientes
unos de otros. No hay un nexo causal entre distintos hechos atómicos, es solo
superstición. Y de igual manera, no existen leyes naturales, solo regularidades, basadas
en el azar y la probabilidad. Además, las teorías que tratan de describir la realidad no
son más que descripciones arbitrarias: bien podría haberse escogido otra teoría distinta
válida, por lo que, por ejemplo, la teoría de la gravitación de Newton nada nos dice
acerca del mundo.

Además de las proposiciones elementales, Wittgenstein también trata las


tautologías y las contradicciones. Las primeras son proposiciones que expresan la
posibilidad general o esencial de los hechos, pero que son verdaderas
independientemente de los propios hechos. Son siempre necesariamente verdaderas
porque, en realidad, no son representaciones del mundo, no representan ninguna
situación posible, no dicen nada, se limitan a expresar modos posibles de conexión entre
las proposiciones y los signos lingüísticos. Pertenecen exclusivamente, por ello, al
campo de la lógica y de la matemática. Lo mismo sucede con las contradicciones, las
cuales representan la imposibilidad de los hechos, y por tanto, siempre son
necesariamente falsas.

Además, Wittgenstein afirma que hay proposiciones que, a diferencia de las


anteriores, son no sentidos. La mayor parte de las proposiciones filosóficas son de este
tipo, y se explican porque no se comprende la lógica del lenguaje. Ni las proposiciones
elementales ni las tautológicas permiten ninguna generalización filosófica, ninguna
visión del mundo en su totalidad. El único fin positivo que Wittgenstein reconoce a la
filosofía es el de ser una crítica del lenguaje, una clarificación lógica del pensamiento.
La filosofía es, por tanto, no una doctrina, sino una actividad, que tiene como objeto la
clarificación de nuestras ideas.

Por todo esto, concluye Wittgenstein, los límites del lenguaje son los límites del
mundo y los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo, es decir, de lo que
puedo captar, pensar y expresar. No obstante, este límite no pertenece al mundo y es,
por tanto, inexpresable él mismo. De hecho, el propio mundo, si se considera como algo
más que la totalidad de los hechos, es algo místico. Y sucede lo mismo con muchos de
los grandes problemas filosóficos, como la vida, la muerte o la moral, pues ninguno de
estos conceptos refiere hechos del mundo. Son, más bien, lo inexpresable, lo cual no
quiere decir que no existan. Lo inexpresable, dice Wittgenstein, se muestra, es lo
místico. La única actitud válida ante ello es el silencio. De ahí, el famoso lema de que
de lo que no se puede hablar, se ha de callar. Con esto, desaparecen y se resuelven los
problemas de la filosofía.

3.2. Las Investigaciones filosóficas

En el prólogo al Tractatus, Wittgenstein escribió que la verdad de las ideas del


libro era definitiva y pensaba haber resuelto, en lo esencial, los problemas de la
filosofía. Por eso, Wittgenstein dejó de hablar. Pero su silencio no fue para siempre.
Casi una década más tarde, había vuelto a la filosofía, empujado por el desarrollo de una
nueva perspectiva teórica para la interpretación del lenguaje, que se aleja de las
soluciones del Tractatus.

Las Investigaciones filosóficas comienzan con una crítica al esquema


interpretativo tradicional que considera el lenguaje como un conjunto de nombres que
denominan o designan objetos. En realidad, dice Wittgenstein, el juego lingüístico de la
denominación no es en absoluto primario. Más allá de denominar o colocar sobre una
cosa una etiqueta con su nombre, con nuestras proposiciones hacemos muchas más
cosas, es decir, hay innumerables juegos lingüísticos. Esta multiplicidad de juegos no es
algo fijo, sino que continuamente aparecen nuevos juegos mientras que otros son
olvidados. Por ejemplo, son juegos lingüísticos mandar, describir un objeto, relatar,
conjeturar, inventar un cuento, recitar, cantar, contar un chiste, resolver un problema
matemático, traducir, preguntar, saludar o maldecir. La heterogeneidad de los juegos es
tal que ni siquiera se puede reducirlos a un concepto común, sino que sus relaciones
solo pueden caracterizarse como parecidos de familia: de igual forma que los miembros
de una familia se parecen según diversos rasgos, como la altura, el color de los ojos, etc.

El lenguaje es pues una actividad o una forma de vida. Wittgenstein rechaza


entonces el modelo reduccionista propio del atomismo lógico que veía aquel con la
única función de designar las objetos del mundo. Y tampoco la filosofía puede tener
como fin rectificar o reglamentar el lenguaje y llevarlo a una forma supuestamente
perfecta. Solo puede describir los diversos juegos del lenguaje. Frente a los problemas
tradicionales de la filosofía, lo que se ha de hacer es trasladar las palabras de su uso
metafísico a su empleo diario, eliminando así los sinsentidos que habían aparecido.
También dice que los conceptos del tipo «proposición», «palabra», «verdad», etc. no
son supraconceptos que establezcan una unidad formal y rígida consigo mismos, sino
que se han de utilizar como se utilizan palabras de uso cotidiano como «mesa» o
«lámpara». El rigor de la lógica parece disolverse. Lo que queda entonces es el uso en el
que consiste más íntimamente el significado de las palabras. Y ese uso posee
determinadas reglas, las cuales se aprenden a través del entrenamiento y son públicas.

4. Conclusión

Con esto damos fin al estudio de la filosofía de Russell y Wittgenstein. Su obra,


especialmente la de este segundo, funcionará como una referencia indiscutible para la
naciente corriente analítica. De esta no tenemos espacio aquí para decir mucho. Pero
podemos distinguir entre los filósofos neopositivistas o empiristas lógicos del Círculo
de Viena, como Schlick, Carnap, Neurath y compañía, y los filósofos del lenguaje de
Oxford y Cambridge, con los que más se suele relacionar el término de «filosofía
analítica». Mientras que los primeros tenían como campo de estudio el lenguaje de la
ciencia y trataban de fundamentar los enunciados de esta de forma rigurosa en la
experiencia, los segundos se dedicaron más ampliamente a los problemas de todo tipo
de lenguajes, incluidos el moral, excluido por los anteriores. Y muchos, influidos por el
segundo Wittgenstein, dedicaron su atención al rico universo del lenguaje cotidiano.
Destacan aquí Austin, Strawson, Ryle, Ramsey, Ayer o Toulmin.

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