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La esquina

Papá estacionaba mi silla de ruedas en la esquina del bingo y entraba. Este era
el sitio más grande de la ciudad. Mas que la iglesia, más que el colegio.
Ocupaba casi media manzana. Tenía dos accesos, uno por Avellaneda donde
podía ver la plaza con sus inalcanzables juegos, otro por Primera Junta, que
me significaba un real misterio. Eso me hacía imaginar que allí la gente era
dividida en dos, buenos de malos, enanos de altos, amargados de graciosos…
de acuerdo a quien veía salir, inventaba un ser opuesto cruzando el otro lado.
Así lograba anestesiar mis largas estadías y sus consecuencias. ¡Mi juego
favorito!
Las veces que papá ganaba, tomábamos un helado de cucurucho camino a
casa. Las que no, comíamos arroz o papas hervidas toda la semana.
Mamá lo mataba si se enteraba donde estábamos. Aunque hacia rato que no
volaban cosas por casa, había que evitar las crisis. Ya no teníamos platos
sanos.
Todo era muy tranquilo, pero en la esquina pasaban cosas. Por empezar yo
nunca sabia con qué me iba a encontrar. Había empezado a sumar en la
mochila distintos objetos a medida que transcurría el tiempo, en función de
evitar algunas. Por ejemplo, un día nevó, papá tardó más de seis horas en salir,
y yo terminé internado con neumonía. Me perdí el helado, y la cara de mamá
cuando él le dijo que me hizo mal el aire que entraba por la ventanilla rota del
colectivo rumbo a la casa de la abuela. La campera es fija en la mochila.
Otra cosa mas que tuve que sumar fue un repelente. Las hormigas se me
subieron tras los rastros de confites, y ¡chau! Descubrimos que era alérgico y
que mis piernas no me pueden llevar a mí, pero si pueden cargar una
comunidad completa de insectos.
La historia de la pinza es un poco mas audaz, pero la dejo para otro día.
Algunas personas me soltaban moneditas cuando pasaban. Al principio eso me
hacía enojar, pero después comencé a poner mi carita de pena penosa y logré
juntar para comprarme unos cuadernos.
Hasta hice varios amigos allí. Si bien por ese barrio nos conocíamos todos, a la
gente le daban mas ganas de hablarme cuando me veían ahí solo, que en el
colegio o el almacén. Juana me empujaba hasta la sombra cuando el sol
castigaba y Mario me leía sus columnas antes de publicarlas. Era un buen
escritor, transformaba en grandes historias a los sucesos simples. Claro, nunca
pasaban eventos muy interesantes. Él se encargaba de darle magia a un acto
político o suspenso a alguna carrera de bicicletas, aunque siempre ganara el
mismo.
Me emocionaba la idea de ser como Mario. Por eso me mantenía atento a lo
que ocurría e imaginaba historias para pasar el tiempo.

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Una tarde de esas, mientras conversábamos los tres, vimos cruzar la calle a un
sujeto misterioso que jamás habíamos visto. Tenia la ropa demasiado grande,
camisa a cuadros y un sombrero tipo cowboy. Nos miramos sorprendidos. El
tipo llevaba las manos en los bolsillos y la vista hacia abajo escondiendo su
rostro. Cruzó Primera Junta con un pasito más que apurado.
Nos regaló horas de historias. Yo sugerí que era un viajero del tiempo y que su
máquina tenía la forma de un toro mecánico. Juana dijo que era un hombre
lobo aguardando la implacable luna. Nos reímos mucho esa tarde. Fue genial,
mas que el super helado de crema del cielo y banana que compró papá al salir.
Al día siguiente mientras Juana me enseñaba a hacer un origami, Mario paso
apresurado y molesto.
-Ayer por perder el tiempo con ustedes, me perdí la primicia de un robo.
Entraron por el fondo y se llevaron los ahorros del panadero de la esquina. El
estaba ahí, atendiendo... Fue un instante digno de un experto.
Mario se marcho levantando su brazo al aire y resoplando. Julia corrió hasta
alcanzarlo. Pero yo tenía esa silla vieja que sin ayuda no me llevaba a ningún
lado. Tratando de moverla me caí lastimando mi codo. Papá me pegó en la
cabeza cuando me vio tirado.
Increíblemente no fuimos al bingo al día siguiente. Me llevaron de sorpresa por
una silla nueva. No era ni mi cumpleaños, ni navidad. Lloré de la emoción. Las
ruedas eran enormes, con una franja roja que prometía volar y tenía el asiento
acolchonado como si guardara gatitos.
Tomamos helados los tres juntos. Mamá tenia la sonrisa mas grande que la
cara.
Días después pude presumir mi nueva adquisición a los chicos. Esa tarde
mientras charlábamos el extraño polizón pasó por la vereda de enfrente
nuevamente como empujado por el viento.
¿Quién será? ¿Qué hace aquí?
Decidimos seguirlo, claro, ahora yo también tenía como.
El tipo dobló en la esquina, miró hacia atrás y al percatarse de nosotros echó a
correr. Los chicos apretaron el tranco, pero pronto lo perdieron entre los
puestos de la plaza. Si el viejo no me veía al salir del bingo, podía ganarme
otro coscorrón. Volví a mi parada.
Una mañana temprano, la lluvia se escurría bajo la puerta amenazando
comerse los viejos muebles. Supe que estaríamos en casa todo el día. Papá
había ido a una nueva entrevista de trabajo, según dijo y mama repasaba el
pasillo con la mirada perdida. Sentado junto a la ventana lo veo pasar. Si, al
misterioso extraño. Caminaba bajo la lluvia con el mismo atuendo de siempre y
sin paraguas. Las gotas repiqueteaban en su sombrero, al que imaginé como
un estanque lleno de ranas. Tenía una bolsa sobre la espalda que parecía

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pesada por como lo arqueaba. Hasta creí sentir la angustia que movía sus
oprimidos pasos. Mis dormilonas piernas me lo explicaron.
El paraguas también es un objeto fijo en mi mochila. Recordé el día que la
lluvia arrastró mi silla hasta volcarla en una alcantarilla. De costado con la cara
apoyada al suelo planee siempre tener uno.
Los tres amigos nos obsesionamos con el extraño. Algunas veces lográbamos
verlo. Siempre apresurado y esquivo. A lo mejor corría apurado para llegar a su
trabajo o para abrazar a su familia después de haberla extrañado todo el día…
a lo mejor evitaba catástrofes mundiales, como la huida del sol o un tornado de
arañas…
Yo empecé a escribir cuentos, haciéndolo personaje de aventuras increíbles.
Éste ya tenia una voz en mi cabeza, respuestas cargadas de consejos útiles,
habilidades únicas con sus manos. Rescataba damas de perversos y resolvía
los misterios de un pueblo ni tan pobre y ni tan aburrido como el nuestro. A
veces duendes nos atacaban con flechas envenenadas, otras solo
conversábamos de lo fabuloso que era estar juntos. Éramos amigos
inseparables en las historias. Ambos a caballo compitiendo por quien tenia mas
alas en el sombrero.
Juana hacia dibujos a carbonilla con su silueta. Los mejores cuentos tenían
ilustraciones tan divertidas como originales. Era increíble verme así, de pie, con
esas líneas a los lados que te hacen parecer como si corrieras rapidísimo.
-Dibújame andando en bici! No, no. Ruedas no. ¡Mejor volando! ¡Con el caballo
también! ¿O…? Le pedía mientras ella hacia bailar su milagrosa mano.
En cambio, Mario… ¡uff! él estaba convencido de que el forastero era el
culpable de los robos que venían aconteciendo. Se empeñaba en anticiparse,
habló con la policía y hasta previno a los vecinos con una descripción de ese
rostro que no conocíamos, pero que el aseguraba huesudo y siniestro.
-Crees que porque parece pobre tiene que ser ladrón - le dije enojado.
-Creo que es demasiado misterioso y escurridizo. He preguntado y aquí nadie
lo conoce.
La noche que mamá me contó que habían robado en la relojería, yo cabalgué
junto a mi compañero ensombrerado para encontrar al intrépido avariento que
intentaba robarles el tiempo a los desempleados. Tenían mucho, pero era de
ellos. Rompimos sus brazos de agujas en una épica pelea y festejamos en un
fogón junto al río.
Desde que escribía el tiempo pasaba mágico, silenciando las bocinas de los
apurados y hasta el ruido de mis tripas. Mamá estaba tan orgullosa que solicitó
un espacio en el diario, una columna para mí. Podría contagiar mi esperanza a
más personas. Mostrarles una realidad en la que los duendes existen y los
gatos hablan. Donde los héroes nos cuidan, sin importar lo sucia que tengamos
la cara.

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¡Apúrate papá, apúrate! ¡Necesito ir a la esquina pronto!
Papá, papá... ¡Por favor! - Mientras lo muevo de su pesado sueño, veo como
escapa de su mochila rota mi más perseguido sombrero junto a la camisa a
cuadros y unos relojes viejos.
Siguen pasando cosas. Yo sigo escribiendo mucho, aunque mis cuentos
cambiaron. Se sumó a mis historias un personaje nuevo, una especie de villano
que resurge a diario. Imposible de atrapar. Astuto y escurridizo. El destruyó a
mi amado héroe y me obliga a ser cómplice de sus robos y engaños. Sufro en
silencio, temo sus oscuras decisiones, sus secretos. Pero no me queda otra
que esperar en la esquina, frente al bingo vacío, aunque el helado ya no me
guste, aunque el juego ya no divierta, aunque mis amigos no sepan lo que
sumé a la mochila.

Claudia M.-

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