Está en la página 1de 16

P Á G I N A S D E A N I M A C I Ó N A L A L E C T U R A

Nº102 ABRIL DE 2020

La tragedia de la vida es que nos


hacemos viejos demasiado pronto
y sabios demasiado tarde.
B E N JA M I N F R A N K L I N
(1706-1790)
Para leer: Benjamin Franklin, Autobiografía,
Berbera editores, México, 2014.

FOTO: Weegeer.
FOTO: Claude Cahun.

E
l pianista se sienta, tose por
prejuicio y se concentra un
instante. Las luces en racimo
DR. J. ALFONSO ESPARZA ORTIZ que alumbran la sala declinan
Rector
lentamente hasta detenerse en
MTRA. GUADALUPE GRAJALES Y PORRAS
un resplandor mortecino de
Secretaria General
brasa, al tiempo que una frase musical
MTRO. JOSÉ CARLOS BERNAL SUÁREZ
Vicerrector de Extensión y Difusión de la Cultura comienza a subir en el silencio, a desen-
volverse, clara, estrecha y juiciosamente
caprichosa. 

“Mozart, tal vez” –piensa Brígida. Como


de costumbre se ha olvidado de pedir el
programa. “Mozart, tal vez, o Scarlatti...”
Director: Hugo Diego*.
¡Sabía tan poca música! Y no era porque
Diseño: Adriana Diego Rdz.
Diseño Original: Armando Hatzacorsian.
no tuviese oído ni afición. De niña fue ella
quien reclamó lecciones de piano; nadie
Administración y distribución: Dirección de
Comunicación Institucional. necesitó imponérselas, como a sus hermanas. Sus hermanas, sin embargo, tocaban ahora correctamente y

Concepto: El taller de la bicicleta. descifraban a primera vista, en tanto que ella... Ella había abandonado los estudios al año de iniciarlos. La
razón de su inconsecuencia era tan sencilla como vergonzosa: jamás había conseguido aprender la llave de
Dirección: 4 Sur 303,
Centro Histórico, Puebla, C.P. 72000. Fa, jamás. “No comprendo, no me alcanza la memoria más que para la llave de Sol”. ¡La indignación de
Tel: (01 222) 2295500 ext. 5270 su padre! “¡A cualquiera le doy esta carga de un infeliz viudo con varias hijas que educar! ¡Pobre Carmen!

Correo electrónico: leerenbicicleta@msn.com


Seguramente habría sufrido por Brígida. Es retardada esta criatura”.

*Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades


“Alfonso Vélez Pliego” Brígida era la menor de seis niñas, todas diferentes de carácter. Cuando el padre llegaba por fin a su sexta
hija, lo hacía tan perplejo y agotado por las cinco primeras que prefería simplificarse el día declarándola re-
LEER EN BICICLETA, Año 10, No. 102, abril de 2020, es tardada. “No voy a luchar más, es inútil. Déjenla. Si no quiere estudiar, que no estudie. Si le gusta pasarse en
una publicación mensual, editada por la Benemérita Uni-
versidad Autónoma de Puebla, con domicilio en 4 Sur No. la cocina, oyendo cuentos de ánimas, allá ella. Si le gustan las muñecas a los dieciséis años, que juegue”. Y
104, Colonia Centro, C.P. 72000, Puebla, Pue, y distribuida
a través de la Dirección de Comunicación Institucional, con Brígida había conservado sus muñecas y permanecido totalmente ignorante. ¡Qué agradable es ser ignoran-
domicilio en calle 4 sur No. 303, Colonia Centro Histórico,
C.P. 72000, Puebla, Pue., Tel. (222) 2295500, Ext. 5270 y
te! ¡No saber exactamente quién fue Mozart; desconocer sus orígenes, sus influencias, las particularidades
5289, página electrónica: http://www.leerenbicicleta.com, de su técnica! Dejarse solamente llevar por él de la mano, como ahora. Y Mozart la lleva, en efecto. La lleva
correo electrónico: leerenbicicleta@msn.com Editor respon-
sable: Hugo Diego Blanco, correo electrónico: hugodiego@ por un puente suspendido sobre un agua cristalina que corre en un lecho de arena rosada. Ella está vestida
msn.com. Reserva de derechos al uso exclusivo 04 2014-
021310065900-102, ISSN: (en trámite), ambos otorgados de blanco, con un quitasol de encaje, complicado y fino como una telaraña, abierto sobre el hombro. 
por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Con Núme-
ro de Certificado de Licitud de Título y Contenido: 16594,
otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y –Estás cada día más joven, Brígida. Ayer encontré a tu marido, a tu exmarido, quiero decir. Tiene todo el pelo
Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa
por Industria Publi-Center S.A. de C.V. Dirección: Calle Tie- blanco. Pero ella no contesta, no se detiene, sigue cruzando el puente que Mozart le ha tendido hacia el jar-
rra No. 13354. Col. San Alfonso, Puebla. Pue. C.P. 72499.
Teléfono: 2 85 71 04. Correo: publicenter0312@gmail.com.
dín de sus años juveniles. Altos surtidores en los que el agua canta. Sus dieciocho años, sus trenzas castañas
Este número se terminó de imprimir en abril de 2020 con un que desatadas le llegaban hasta los tobillos, su tez dorada, sus ojos oscuros tan abiertos y como interrogantes.
tiraje de 10 mil ejemplares. Ejemplar Gratuito.
Una pequeña boca de labios carnosos, una sonrisa dulce y el cuerpo más liviano y gracioso del mundo. ¿En
Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente
reflejan la postura del editor de la publicación. qué pensaba, sentada al borde de la fuente? En nada. “Es tan tonta como linda” decían. Pero a ella nunca le
importó ser tonta ni “planchar” en los bailes. Una a una iban pidiendo en matrimonio a sus hermanas. A ella

NADIE
Queda estrictamente prohibida la reproducción total o par-
cial de los contenidos e imágenes de la publicación sin pre- no la pedía nadie. […]
via autorización de la Benemérita Universidad Autónoma de
Puebla.

www.leerenbicicleta.com

PROHIBIDA SU VENTA

M A R Í A L U I S A B O M B A L  
(1910-1980)
Para leer: María Luisa Bombal, La Amortajada, UNAM, México, 2004.
FOTO: Brigitte Lacombe.

NT IR
R A
SA ST
OS
PA
C V E
omo una bandada de cuervos posados en las ramas del árbol del ahorcado, así las amigas de Angustias estaban sentadas, vestidas de negro,
en su cuarto aquellos días. Angustias era el único ser que se conservaba asido desesperadamente a la sociedad, en la casa nuestra.
Las amigas eran las mismas que habían valsado a los compases del piano de la abuelita. Las que los años y los vaivenes habían alejado y que
ahora volvían aleteando al enterarse de aquella púdica y bella muerte de Angustias para la vida de este mundo. Habían llegado de diferentes
rincones de Barcelona y estaban en una edad tan extraña de su cuerpo como la adolescencia. Pocas conservaban un aspecto normal. Hin-
chadas o flacas, las facciones les solían quedar pequeñas o grandes según las ocasiones, como si fueran postizas. Yo me divertía mirándolas.
Algunas estaban encanecidas y eso les daba una nobleza de que las otras carecían.
Todas recordaban los tiempos viejos de la casa.
—Tu padre, ¡qué gran señor!, con su barba corrida...
—Tus hermanas, ¡qué traviesas eran!... Señor, Señor, lo que ha cambiado tu casa.
—¡Lo que han cambiado los tiempos!
—Sí, los tiempos...
(Y se miraban azoradas.)
—¿Te acuerdas, Angustias, de aquel traje verde que llevabas el día que cumpliste veinte años? La verdad es que nos reunimos aquella tarde una caterva de buenas
mozas... ¿Y aquel pretendiente tuyo, aquel Jerónimo Sanz, por el que estabas tan loca? ¿Qué se hizo de él?
Alguien pisa el pie de la charlatana, que se calla asustada. Pasan unos segundos angustiosos y luego todas rompen a hablar a la vez.
(La verdad es que eran como pájaros envejecidos y oscuros, con las pechugas palpitantes de haber volado mucho en un trozo de cielo muy pequeño.)
—Yo no sé, chica —decía Gloria—, por qué Angustias no se ha marchado con don Jerónimo, ni por qué se mete a monja, si ella no sirve para rezar...
Gloria estaba tumbada en su cama, por donde gateaba el niño, y se esforzaba en pensar, quizá por primera vez en su vida.
—¿Por qué crees que no sirve Angustias para rezar? —le pregunté, admirada—. Ya sabes cuánto le gusta ir a la iglesia.
—Porque la comparo con tu abuelita, que sí que es buena rezadora, y veo la diferencia... Mamá se queda toda traspasada como si le vinieran músicas del cielo a
los oídos. Por las noches habla con Dios y con la Virgen. Dice que Dios es capaz de bendecir todos los sufrimientos y que por eso Dios me bendice a mí, aunque
yo no rezo tanto como debiera... ¡Y qué buena es! Nunca ha salido de su casa y, sin embargo, entiende todas las locuras y las perdona. A Angustias no le da Dios
ninguna calidad de comprensión, y cuando reza en la iglesia no oye músicas del cielo, sino que mira a los lados para ver quién ha entrado en el templo con
mangas cortas y sin medias... Yo creo que en el fondo el rezo le importa tan poco como a mí, que no sirvo para rezar... Pero la verdad —concluía—, ¡qué bien
que se marche!... La otra noche me pegó Juan por su culpa. Por su culpa nada más...
—¿Adonde ibas, Gloria?
—¡Ay, chica! A nada malo. A ver a mi hermana, ya ves tú... Ya sé que no me crees, pero a eso iba y te lo puedo jurar. Es que Juan no me deja ir, y de día me vigila.
Pero no me mires así, no me mires así, Andrea, que me da muchas ganas de reír esa cara que pones.
—¡Bah! —dijo Román—. Me alegro de que se vaya Angustias, porque ahora es un trozo viviente del pasado que estorba la marcha de las cosas... De mis cosas.
Que nos molesta a todos, que nos recuerda a todos que no somos seres maduros, redondos, parados, como ella; sino aguas ciegas que vamos golpeando, como
podemos, la tierra para salir a algo inesperado...

CA R M E N L A F O R E T
(1921-2004)
Tomado del libro de Carmen Laforet, Nada,
Editorial Destinolibro, Barcelona, 1979.
E
staba de pie al lado del escritorio, colocado junto a la ventana, don-
de las condiciones de luz eran las mejores, el punto más favorable
de la habitación, y sin duda el más acogedor. Pero yo llevaba meses
sin sentarme allí. Había un solo libro en la mesa. […] Tenía las hojas
amarillentas, una capa fina de polvo tapizaba la parte superior, y la
cubierta de piel marrón se notaba seca y crujiente al contacto con
los dedos. De repente reconocí la obra, la había comprado en la capital en mis
tiempos de estudiante, en la época en que sacrificaba con gusto la comida del
mediodía durante una semana a cambio de un nuevo libro. […] Estaba escrito
por François Huber, editado en Edimburgo en 1806, hacía casi 45 años, y su tí-
tulo era New Observations on  the Natural History of Bees. Era un libro sobre
las abejas, sobre la colmena, el superorganismo en el que cada individuo, cada
pequeño insecto, estaba sometido al gran todo. ¿Por qué había sacado Edmund
partes a su alrededor se encontraba la vida misma. Pájaros cantando, ar-
ese libro? ¿Por qué justo ese? Cogí las gafas, tuve que limpiarles el polvo con
dillas parloteando, el viento moviéndose por entre los árboles y las abe-
la camisa, luego me senté. Sentir el respaldo de la silla del escritorio fue como
jas zumbando. Esto último atrajo su atención, sobre todo. Inició poco a
encontrarme con un viejo amigo. Las tapas ofrecieron resistencia cuando abrí
poco su labor científica, lo que sería el fundamento de esa obra que yo
el libro. Pasé con cuidado la hoja de la portada y empecé a leer. Conocía la
tenía en las manos. Bien asistido por su fiel aprendiz y tocayo, François
historia de François Huber desde mis tiempos de estudiante, pero nunca había
Burnen, comenzó a cartografiar las distintas fases de la vida de la abeja
profundizado de verdad en sus teorías. Nació en 1750, en el seno de una familia
melífera. El primer gran descubrimiento hecho por ambos tenía que ver
acomodada suiza. Su padre se había encargado de enriquecer a los suyos, y, a
con la propia fecundación. Hasta entonces nadie sabía cómo se queda-
diferencia de él, el pequeño François no tuvo que trabajar nunca, pero la familia
ba preñada la reina, porque nadie había visto nunca cómo ocurría. […]
albergaba grandes esperanzas de que se dedicara a profundas actividades inte-
Pero Huber y Burnen entendieron lo esencial: la fecundación no tenía
lectuales […]. Tendría que crear algo, algo que pusiera su nombre y el de la fami-
lugar allí dentro, sino fuera. Las reinas recién nacidas abandonaban la
lia en boca de todo el mundo […]. François se empleó a fondo para hacer feliz
colmena, se alejaban volando, y allí, en esos vuelos, ocurría. La reina
a su padre. Era un niño inteligente y ya de pequeño leía obras de gran peso. Se
volvía llena del esperma de los zánganos, pero también cubierta de sus
pasaba las noches en vela, escondido tras una pila de voluminosos libros, leía
órganos sexuales, que se habían desprendido durante el acto. Huber
hasta que los ojos le escocían y le lloraban, hasta que le dolían. Al final fue más
no encontró nunca la respuesta a cómo la naturaleza podía exigir un
de lo que pudo soportar, la presión pudo con él y sus ojos no aguantaron más.
sacrificio tan demencial a los zánganos. El que la naturaleza exigía en
Porque los libros no le condujeron a la iluminación, lo llevaron a la oscuridad. A
realidad, el mayor sacrificio de todos, la muerte…
los quince años ya estaba casi ciego. Le enviaron al campo con la orden de des-
cansar y no esforzarse, solo se le permitiría participar en sencillas labores agrí-
colas, eso era todo. Pero el joven François no podía descansar, […] y su mente
estaba hecha de tal manera que no veía la ceguera como un impedimento, sino
como una posibilidad, porque lo que ya no podía ver, lo podía oír, y por todas

PEQUEÑOS
INSECTOS

MAJA LUNDE
(1975- )
Tomado del libro de Maja Lunde, Historia de las abejas,
Editorial Siruela, Madrid, 2016.
EL
MO AR
TE
DE
VI
L
a profesora bailó seis L
MI
o siete gozosos y veloces
segundos para ella misma y des-
pués marcó la coreografía un poco más

EN
lento para nosotras, que debíamos memorizar-
la y repetirla. Volvió a darle al play y se puso la primera
delante del espejo para que la siguiéramos. Para mí es fácil seguirla si va

TO
despacio. Ejecuto los movimientos con un segundo o menos de retardo, tiempo
que necesito para imitarla de reojo y recordar lo que viene después, pero los ejecuto
intensa y redondamente, y eso me satisface y me hace sentir una buena bailarina. Soy una
buena bailarina. Pero esta vez la profesora tenía más ganas de bailar que de enseñar a bailar y yo no
podía seguirla. Contó cinco-seis-siete-ocho y arrancó, melena al viento por ella misma provocado, nombrando
por encima de la música y sin detenerse los pasos que iba haciendo. Bisagras retráctiles que se activan, planchas de
poliuretano que limpia y silenciosamente se deslizan del reverso de la cara a su anverso y se sellan. Ya no bailo, sino que bal-
buceo de mala gana. Hago unos pasos a medias, me salto otros, imito a las compañeras aventajadas a ver si puedo reengancharme
y finalmente me paro mientras las demás bailan, me apoyo en la pared y las miro. Parece que les estoy prestando una gran atención para
aprenderme bien la coreografía, pero nada más lejos. No estoy deconstruyendo en series de movimientos el ovillo desmadejado que es la
danza, no estoy agarrando el extremo del ovillo para no perderme en el laberinto de direcciones que es la danza. Lo que estoy es jugueteando
con el ovillo como una gatita, fijándome en la calidad de los cuerpos y de la ropa de mis compañeras. Entre las siete u ocho alumnas hay
un alumno. Es un hombre, pero ante todo es un macho, un demostrador constante de su hombredad en un grupo formado por mujeres. Va
vestido con descoloridos colorines, mal afeitado, con el pelo largo y la apelación a la comunidad y a la cultura siempre a punto. O sea, un
fascista. Fascista y macho son para mí sinónimos. Baila muy trabajosamente, está hecho de madera. Esto último no es en absoluto censurable,
como tampoco deben serlo mis compuertas, de las cuales se percataron todas las mujeres y me dejaron tranquila. Sin embargo, el macho
hizo como que no las vio, y cuando terminó la coreografía de la que yo me había salido, se me acercó para indicarme en lo que me ha-
bía equivocado y se ofreció a corregirme. Además del cuerpo, tiene el cerebro de madera, y esto último sí que es censurable. Sí sí,
ya ya, le respondí sin moverme del sitio. Si tienes dudas pregúntame cuando quieras, concluyó sonriente. Madre mía de mi
vida, menos mal que las compuertas estaban cerradas y que la machedad llegaba amortiguada por mi total carencia
de interés hacia el entorno. Este es un claro ejemplo de cuando las compuertas son un escaparate detrás del
cual yo estoy en intocable exposición. No es que antes de ayer no pudiera seguir la coreografía, es
que no quería seguirla, es que no me daba la gana de bailar coordinadamente con siete desco-
nocidas y un macho, no me daba la gana de masturbar los sueños de coreógrafa de la
bailarina que ha terminado de profesora
en un centro cívico municipal y no me
daba la gana de fingir el nivel de una
compañía profesional de danza cuando
en realidad somos un grupo de nenas en
una guardería para adultos, y esto de
tener la voluntad de no hacer algo la
gente no lo entiende.
FOTO: Lynn Lane.

CRISTINA MORALES
(1985- )
Tomado del libro de Cristina Morales, Lectura fácil,
Editorial Anagrama, Barcelona, 2018.
FOTO: Brigitte Lacombe.

CORTAR SIN
TIJERAS  
L
o mejor para dejar a un novio es que ese día te despiertes guapa. Hoy es exactamente uno de esos días. He quedado con
Hugo en el bar en el que alguna vez fantaseamos que eran otros los que rompían. No ha sido algo deliberado. Es domin-
go y está todo cerrado. Solo resulta que hoy esos otros somos nosotros. En términos cuantitativos, siempre llora menos
el que deja. Así que es posible que esa sea yo. Todo lo que voy a decir suena convincente: Universidad. Otros amigos.
Necesito mi espacio. Estoy empezando a descubrir quién soy. Estoy muy liada, hago una carrera muy difícil, todo el
mundo lo dice. Ojalá nos hubiéramos conocido en cinco o diez años. Somos tan jóvenes. Tengo que buscarme
un trabajo porque quiero tener más dinero. Quiero tener más dinero. Sé que eso no te incumbe, pero creo que debes
saberlo. Además, siento que lo nuestro es algo circunscrito al instituto. «Circunscrito» me parece una palabra bastante
precisa. Espero que la entienda. De repente, todo ha cambiado. Lo siento. Cuando se rompe hay que decir lo siento
por haber conducido al otro a una inversión fallida. Buscamos amores rentables. Yo también lo haré. Diré lo siento
y perdóname y si a los treinta aún nos queremos, nos casamos, ¿vale? El bar está regentado por una pareja de chi-
nos de unos cuarenta años. Se llaman Xian y Ming y me caen bien. Los domingos por la tarde el bar está medio
vacío, me apetece que seamos su distracción. Lo único que podrán reprocharnos es nuestra absoluta falta de ori-
ginalidad. Voy a ser igual que toda la gente dejando a otra gente. Se lo explico más a menos así a Hugo y me dice:

—Pero ¿estás con otro?

—Que no.

—¿Seguro?

La idea de que yo esté con otro parece lo verdaderamente importante. Pase lo que pase, voy a negarlo.

—¿Y si nos damos un tiempo?

—¿Tiempo?

No esperaba esa propuesta, y entonces a él se le ponen los ojos como vidriosos. Va a llorar. Va a llorar. Por Dios, que no llore. Temo el llanto adulto desde
que soy adulta y lloro.

—Dejemos pasar un tiempo, ni que sea el verano. Llevamos tres años. Piénsatelo bien, por favor, por favor, por favor —me suplica.

—Bueno, vale.

—Corto rápido, accedo rápido.

Nos pasamos la tarde rememorando en voz alta, sobre todo él, nuestros picos románticos como si fuéramos un recopilatorio de éxitos de una gasolinera y estuviéramos llenos de polvo.
Hasta nos reímos. Él me hace eso que se llaman bromas internas, que solo tienen sentido en el relato colectivo que formamos como pareja. Cómo vamos a dejarlo. Cómo vamos a
dejarlo si nos queremos. Si nos queremos tanto tanto. Cada uno paga su parte y al cabo de una hora y media nos despedimos dándonos un beso largo en la boca, como si no hubié-
ramos quedado en un bar para dejarlo hace una hora. Él coge el metro porque vive dos paradas más allá de mi barrio.

De camino a casa, me digo: «Cobarde, procrastinadora».

A N N A PA C H E C O
(1991- )
Tomado del libro de Anna Pacheco, Listas, guapas,
limpias, Editorial Caballo de Troya, Madrid, 2019.
SORPRESA
Y PENA
A
ristóteles percibe el odio como un fuerte deseo de aniquilación de un ob-
jeto que es incurable por el tiempo. La cuestión es cómo se puede odiar,
permaneciendo ocultos nosotros bajo los árboles de una plazoleta, una
injusticia que cae implacable los días y los días hasta el punto de un cruce
de caminos ocupado en limitarlo. Lo que en verdad nos mueve es un do-
lor profundo acorde con el desengaño, frustración, angustia, incluso. Du-
rante nuestros paseos por los distritos del Sanatorio miramos al cielo en busca de pasado o
futuro, y cada uno, a su personal modo, expresa, sin decirlo, la decepción y desilusión co-
rrespondiente al ver como se incumplen las reglas establecidas de libertad y respeto al otro
propias de una vida en democracia. Dos grandes palabras: libertad y democracia, secuestradas
hoy por los mandamases del desastre y coreadas por ellos de modo tan malicioso que produ-
ce dolor siquiera recordarlas. Sin duda, nuestro estado anímico se surte de un sentimiento de
insatisfacción, suma de sorpresa y pena, al que se agrega una actitud de enfado hacia aquellas
personas que nos perjudican por una cosa u otra […]. La decepción, si perdura, es desenca-
denante de desdicha y más tarde de depresión psíquica. Tormenta de estrés psicológico, no
lo negamos. Basta con darse una vuelta por las galerías, la plazoleta, el atril, y comprobar el
aire indigno de lo que allí se mueve. Finalmente, estamos en un Sanatorio. Vivimos enfermos.
Hay quien grita por nada. Los más callan como muertos. Otros convertimos en protesta activa
nuestras palabras en el atril. Esperanzados, contamos las semanas que quedan para liberar
la ciudad. Asumimos el papel del loco activo, pero nunca violento. Tal vez solo aspiramos a
lo bello. Y en la práctica nos dejamos el alma en grandes o pequeñas guerras. ¡Este mundo da
miedo! […]

Corrompidos. Inmorales. Ladrones. Delincuentes. Insultar mentalmente no es delito. 

¿En qué quedamos? Solo me siento capaz de soportar lo real y escuchar el consejo: vete, vete,
vete, todo el santo día. Y no hacer nada más. Volverme loca. El estado de demencia está pla-
gado de vacío. La locura es contagiosa. Lo saben y callan los sanitarios que trabajan en hospi-
tales psiquiátricos. Lo certifica Héctor recién llegado esta noche de Colombia: Ustedes habrán
notado que cuando un caballo orina, todos los otros caballos se ponen a orinar; habrán visto
que, si la vecina bosteza, uno bosteza también; que en los programas de humor ponen risas
enlatadas para que uno se ría igual; y que basta un loco en la casa para que a otros miembros
FOTO: Madame d’Ora.
de la familia empiecen a aflojárseles los tornillos. Algo parecido ocurre con los países. Reímos
con ganas. Reír nos santifica.

Alguna que otra vez, también soñamos: Yo, que era capaz de ver amor en lo más oculto de una
sonrisa perversa he renunciado a tener un amante. En horas de letargo consigo soñar, según
qué días, el recuerdo fortuito de un hombre que vendrá. Abrazados, quietos y a la vez en mo-
vimiento físico. Piel que se tensa y se relaja. Acariciando su cara. Besuqueándonos. Al servicio
del amor. Mi vida es tuya. Tu vida es mía. Recuperar ya tarde las frases rotas del amor y dar con
ellas una pirueta a la existencia. Pero este ejercicio natural de reinventar los sueños también
me está negado tal si una venda de ceguera emocional hubiera comprimido el sentimiento.
Vivimos, quiero decir: agonizamos, como si no pasara nada, ni nada peor puede suceder has-
ta que de pronto ocurre.

Vivimos, quiero decir: sufrimos …

  N U R I A A M AT
(1950-)
Tomado del libro de Nuria Amat, El sanatorio,
EdLibros, Barcelona, 2016.
VUELVE A TUS DIO
OSES PROFUNDOS
Vuelve a tus dioses profundos;

están intactos,

están al fondo con sus llamas esperando;

ningún soplo del tiempo los apaga.

Los silenciosos dioses prácticos

ocultos en la porosidad de las cosas.

Has rodado en el mundo más que ningún guijarro;

perdiste tu nombre, tu ciudad,

asido a visiones fragmentarias;

de tantas horas, ¿qué retienes?

La música de ser es disonante

pero la vida continúa

y ciertos acordes prevalecen.

La tierra es redonda por deseo

de tanto gravitar;

la tierra redondeará todas las cosas

cada una a su término.

De tantos viajes por el mar,

de tantas noches al pie de tu lámpara,

sólo estas voces te circundan;

descifra en ellas el eco de tus dioses;

están intactos,

están cruzando mudos con sus ojos de peces

al fondo de tu sangre.

E U G E N I O M O N T E J O 
(1938-2008)
Para leer: Eugenio Montejo, Geometría de las horas: una
lección antológica, Universidad Veracruzana, 2010.
CON MI
BICICLETA

A
la edad de ocho años, montado en la vieja Steyr-Waffenrad de mi tutor, quien en esa época había sido llamado a filas en Polonia y estaba a punto
de marchar sobre Rusia con el ejército alemán, di mi primera vuelta bajo nuestro piso del Mercado de las Palomas en Traunstein, en el despoblado
de un mediodía provinciano consciente de su importancia. Habiéndole cogido el gusto a aquella disciplina para mí totalmente nueva, pronto salí
pedaleando del Mercado de las Palomas por la Schaumburgerstrasse hasta la Plaza Mayor, para, después de dar dos o tres vueltas a la iglesia parro-
quial, tomar la decisión audaz y, como se vería sólo unas horas más tarde, funesta de visitar con mi bicicleta, que, según creía, dominaba ya de una
forma absolutamente perfecta, a mi tía Fanny, que vivía cerca de Salzburgo, distante casi treinta y seis kilómetros, en medio de un jardín de flores
cuidado con mucho amor pequeñoburgués y que los domingos hacía unos filetes empanados muy apreciados, la cual me pareció el objetivo más apropiado para mi
primera excursión, y en cuya casa pensaba hincharme de comer y de dormir, después de una fase, desde luego no demasiado breve, de admiración sin reservas por mi
proeza. Yo había admirado a la clase elegida de los ciclistas desde los primeros instantes conscientes de mis ávidos ojos, y ahora pertenecía a ella. Nadie me había en-
señado aquel arte, inútilmente admirado por tanto tiempo; sin pedir permiso a nadie, había sacado empujando del vestíbulo la preciosa SteyrWaffenrad de mi tutor,
no sin conciencia dolorosa de mi culpa, y, sin pensar en el cómo, había puesto el pie en el pedal y me había ido. Como no me caí, en esos primeros momentos en
la bicicleta me sentí ya triunfador. Hubiera sido totalmente contrario a mi carácter volver a bajarme después de dar unas cuantas vueltas; lo mismo que en todo,
llevé hasta el último extremo aquella empresa ya comenzada. Sin haber dicho palabra a nadie responsable al respecto, dejé la Plaza Mayor desde la altura
airosa de mi Waffenrad y del placer que me proporcionaba, para dirigir finalmente mis ruedas hacia la llamada Pradera y luego, en plena Naturaleza, en
dirección Salzburgo. Aunque era aún demasiado pequeño para sentarme realmente en el sillín -como todos los demás principiantes demasiado peque-
ños, tenía que llegar con el pie al pedal por debajo de la barra-, aumenté mi velocidad a ojos vistas, y el hecho de ir continuamente cuesta abajo fue
un placer suplementario. ¡Si los míos supieran lo que, mediante una decisión que nada hacía prever, había logrado ya, pensaba, si me pudieran
ver y al mismo tiempo, como es natural, porque no tendrían más remedio, admirar! Me imaginaba su altísimo, incluso superaltísimo grado de
estupefacción. No dudaba un segundo de que mis capacidades pudieran borrar mi delito y hasta crimen. ¡Quién, salvo yo, podía conseguir
montar en bicicleta por primerísima vez y largarse, y por si fuera poco con la más alta pretensión, la de llegar a Salzburgo! ¡Tendrían que
comprender que siempre, a pesar de los mayores obstáculos y resistencias, me salía con la mía y resultaba vencedor! Deseaba sobre
todo, mientras pedaleaba y me adentraba ya en los barrancos situados bajo la Surberg, que mi abuelo, al que quería más que a
nada en el mundo, me pudiera ver en la bicicleta. Como ellos no estaban allí y no sabían absolutamente nada de mi aventura, ya
muy avanzada, tenía que realizar mi empresa sin testigos. Cuando estamos en las alturas, deseamos más que nada tener algún
observador que nos admire, pero me faltaba ese observador que me admirase. Me contenté con mi propia observación y mi
propia admiración. Cuanto más fuertemente me soplaba la velocidad en el rostro, tanto más me acercaba a mi objetivo,
la tía Fanny, y tanto más radicalmente aumentaba la distancia que me separaba del lugar de mi prodigiosa acción.
Cuando, en los tramos rectos, cerraba un instante los ojos, saboreaba la felicidad del triunfador. En secreto, estaba
de acuerdo con mi abuelo: ese día había hecho el mayor descubrimiento de mi vida hasta entonces, había dado
un nuevo giro a mi existencia, posiblemente el giro decisivo de la locomoción mecánica sobre ruedas. Así era,
pues, como el ciclista se enfrenta con el mundo: ¡desde arriba! Avanza a gran velocidad, sin tocar con los
pies el suelo, es un ciclista, lo que equivale casi a: soy el dueño del mundo.

THOMAS BERNHARD
(1931-1989)
Tomado del libro de Thomas Bernhard, Un niño,
Editorial Anagrama, Barcelona, 1996.
E
n la clase éramos seis chicos y una única chica,
Dimitra. Siete. «Buen número –dijo la Señori-
ta–, Dios creó el mundo en siete días.» Así pues,
estábamos nosotros siete y la Señorita en la gru-
ta. Era angosta, oscura, húmeda y estaba repleta
de chinches y otros bichos. Nos sentamos, apre-
tujados los unos contra los otros. Estaba muy cerca de Dimitra. La Señorita se plantó
ante nosotros a la entrada de la gruta, la luz del exterior caía sobre ella y parecía uno de esos
adustos ángeles de la iglesia del pueblo. Las bombas seguían cayendo. Oíamos explosiones, el
estruendo de los aviones y la sirena alemana. El campanero aprovechó la ocasión para hacer sonar
la alarma. Le encantaba hacerlo, también antes de la guerra, cuando en verano se desataban incendios

EL ASEDIO DE TROYA
fortuitos en el valle. Se podría decir que su vida cobraba sentido, si bien ensordecía como consecuencia. La
Señorita parecía tranquila y aguardó hasta que el agitado parloteo se apagó.

–Mirad, esto puede ir para rato. Yo no tengo ningún problema. Ya desde que estudiaba en la universidad soñaba con esto. Con
tener una clase entera para mí sola. Aquí no hay nada que hacer, nada que ver. Estamos solos: vosotros y yo.

Dimitra tenía razón. Era una bruja. Los ojos se acostumbraron a la oscuridad, podíamos vernos los unos a los otros y podíamos, sobre
todo, ver a la Señorita, allí donde estaba, ante nosotros, con su vestido negro de manga corta, moviendo sus hermosos brazos pálidos como
gaviotas.

–Cuando tenía vuestra edad e iba al instituto vino un día un señor mayor a la escuela y nos leyó en voz alta fragmentos de la Ilíada, de la que
quizás hayáis oído hablar. Trata sobre la guerra entre Troya, una ciudad a la otra orilla del mar Egeo, y los griegos o aqueos, como se los llamaba
entonces. Aquel hombre que nos visitó era un recitador profesional, un rapsoda. Iba por las escuelas hablando de Homero, el autor de la Ilíada y
la Odisea, y leía algunos pasajes en voz alta. Igual que, según parece, Homero, que era ciego. Iba de una ciudad a otra declamando sus poemas
y la gente acudía en masa a escucharlo. Y yo pensé que podría hacer lo mismo. Os voy a contar la Ilíada de memoria mientras estemos aquí.

Tampoco es que tengamos mucho más que hacer. Era cierto. No teníamos mucho más que hacer en la gruta más allá de tratar de prote-
gernos de las chinches y otros bichos.

–¿Esa guerra cuándo fue? –preguntó Dimitra.

–Hace mucho. Hace más de tres mil años –respondió la Señorita. Dimitra suspiró.

–Qué divertido… La Señorita no se lo tomó a mal. No sonaba especialmente divertido. Pero tampoco es
que tuviéramos mucho más que hacer en la gruta y la Señorita dio comienzo a la historia:
Sobre los campamentos de los aqueos lucía el sol, pero no sobre sus corazones. Ante ellos se
erguían las murallas de Troya, elevadas, imponentes y bellas. Hacía casi diez años que las
FOTO: https://vsamerica.com/schulmuseum/

habían asaltado. Numerosos hombres buenos de ambos bandos habían perecido en


arduas batallas. Pero la batalla decisiva estaba por llegar. Los troyanos
luchaban por sus vidas. Los aqueos, por su honor y por su gloria. Qui-
zás no pesaran igual. El ejército estaba extenuado, los hombres echa-
ban de menos a sus familias, sus hogares y sus tierras. Puede que la
morriña no sea una enfermedad, pero debilita a los hombres
como si lo fuera. Los hombres adelgazaban, los ojos se
les hundían aún más en las cuencas, y también las
mejillas. Se les caían los dientes, la boca les des-
aparecía tras el bigote, su aliento bastaría
para resucitar serpientes muertas, pa-
decían de estreñimiento crónico
o de lo contrario, el pelo en-
ralecía.

THEODOR KALLIFATIDES
(1938- )
Tomado del libro de Theodor Kallifatides, El asedio de Troya,
Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2020.
DESCUBRIENDO
SU INEPTITUD

G
rita un niño al nacer y pasa su primera infancia llo-

rando. Tan pronto se le mueve o halaga para aca-


las de él. Será mejor educado por un padre con juicio y de limi-
llarle como se le amenaza o castiga para imponerle
tados alcances que por el más hábil maestro del mundo, pues el
silencio. O hacemos lo que le place o exigimos de
celo suplirá mejor al talento que el talento al celo.
él lo que queremos; o nos sujetamos a sus antojos o

lo sujetamos a los nuestros; o ha de dictar leyes o ha


Mas los quehaceres, los asuntos, los deberes… ¡Ah, las obliga-
de obedecerlas. De esta forma son sus primeras ideas las del dominio y las de
ciones! Sin duda que la obligación de padre es la última. No
servidumbre. Ya manda antes de saber hablar, y obedece antes de poder obrar;
nos extrañe que un hombre cuya mujer ha desdeñado la cría del
se le castiga sin que pueda conocer sus yerros, o antes de que sea capaz de
fruto de su unión, desdeñe educarle. No hay pintura que sea más
cometerlos. De esta manera, es como se infiltran en su joven corazón y con ra-
encantadora que la de la familia, pero un sólo rasgo mal traza-
pidez las pasiones que se achacan a la naturaleza, y, después de haberle criado
do desfigura todos los demás. Si a la madre le falta salud para
malo, se lamentan de su mala crianza.
amamantar a su hijo, al padre le sobrarán quehaceres para ser

preceptor.
Así, un niño que ha estado seis o siete años en manos de mujeres, mártir de los

caprichos de ellas y de los suyos, luego que le han obligado a aprender esto y lo
Alejados y dispersos los hijos en pensiones, en conventos, en
otro, después de haber recargado su memoria con palabras que no puede com-
colegios, pondrán en otra parte el cariño de la casa paterna o
prender, o con cosas que no le sirven para nada; luego de haber ahogado su ín-
volverán a ella con el hábito de no sentir afecto por nada. Los
dole natural con las pasiones que han sido sembradas en él, ponen en manos de
hermanos y las hermanas casi no llegan a conocerse. Cuando es-
un preceptor a este ser ficticio que acaba de desarrollar los gérmenes artificiales
tén todos reunidos ceremoniosamente, podrán ser muy corteses
que ya están desarrollados, y le instruye en todo, menos en conocerse, menos
entre sí, mas su trato será como entre extraños. Falta la intimidad
en dar frutos propios y en saber vivir y labrar su felicidad. Por último, este niño
entre los parientes, de tal modo que la sociedad familiar no pro-
esclavo y tirano a la vez, lleno de ciencia y carente de razón, flaco de cuerpo
duce el dulzor de la vida, y recurre, para suplirlo, a las malas cos-
y de espíritu por igual, es puesto en contacto con el mundo, descubriendo su
tumbres. ¿Qué hombre es tan estúpido que no sepa ver la cadena
ineptitud, su soberbia y todos sus vicios, lo que hace que se compadezca la mi-
de todo esto? …
seria y la perversidad humana. Es una equivocación, porque éste es el hombre

de nuestros desvaríos, pero muy distinto al de la naturaleza.

Si queréis que él guarde su forma original, conservadla desde el momento que

viene al mundo. Tan pronto como nazca amparadle y no le soltéis hasta que sea

hombre, o nunca lograréis nada. Así como la verdadera nodriza es la madre, el

verdadero preceptor es el padre. Que ambos se pongan de acuerdo en el orden

de sus funciones como en su sistema, y que pase el niño de las manos de ella a

JEAN-JACQUES ROUSSEAU
(1712-1778)
Tomado del libro de Jean-Jacques Rousseau, Emilio o
De la Educación, Editorial Porrúa, México, 2006.
V
eamos: Si alguien volviese la vista a su alrededor desde lo alto de una excelsa atalaya, como los poetas le
atribuyen hacer a Júpiter, vería cuántas calamidades afligen la vida humana, cuán mísero y cuán sórdido es su
nacimiento, cuán trabajosa la crianza, a cuántos sinsabores está expuesta la infancia, a cuántos sudores sujeta
la juventud, cuán molesta es la vejez, cuán dura la inexorabilidad de la muerte, cuán perniciosas son las legio-
nes de enfermedades, cuántos peligros están inminentes, cuánto desplacer se infiltra en la vida, cuán teñido de
hiel está todo, para no recordar los males que los hombres se infieren entre sí, como, por ejemplo, la miseria,
la cárcel, la deshonra, la vergüenza, los tormentos, las insidias, la traición, los insultos, los pleitos y los fraudes. […]

LOS
No me es propio explicar ahora por qué razón los hombres han me-
recido tales cosas o cual fue el dios encolerizado que les hizo nacer
en el seno de estas miserias. […] Creo que ya os dais cuenta de lo que
ocurriría si de modo general los hombres fuesen sensatos, es decir, FOTO: Michal Maku.
que haría falta otra arcilla y otro Prometeo alfarero. Pero yo, en parte
por ignorancia, en parte por irreflexión, algunas veces por olvido de
los males, ora por la esperanza de bienes, ora derramando un poco de
la miel del placer, voy acorriendo a tan grandes males, de suerte que
nadie se complace en dejar la vida aunque se le haya acabado el hilo
de las Parcas y espera que sea la misma vida la que se deje a él; lo que
menos causa debía ser de que le correspondiese vivir, es lo que más
ansias le da de ello. ¡Tan lejos están de que les afecte ningún tedio de
la vida!

Es beneficio especial mío que podáis ver por doquier a viejos de nes-
tórea senectud en los que ya no sobrevive ni la figura humana, balbu-
cientes, chochos, desdentados, canosos, calvos, o, para describirlos
mejor, con palabras aristofánicas, «sucios, encorvados, miserables,
calvos, llenos de arrugas, sin dientes», pero que se deleitan con la vida
y aun aspiran a rejuvenecerse, de suerte que uno se tiñe las canas,
el otro disimula la calva con una cabellera postiza, el de más allá se
vale de los dientes que acaso adquirió de un cerdo y aquél se pere-
ce por alguna muchacha y supera en tonterías amatorias a cualquier
adolescente, pues es frecuente, y casi se aplaude como cosa meritoria
que cuando están ya con un pie en la tumba y no viven sino para dar
motivo a un ágape funerario, se casen con alguna jovencita, sin dote,
que tendrá que ser disfrutada por otros.

Pero mucho más divertido, si se pone atención en ello, es ver a ancia-


nas que hace mucho que tienen edad de haberse muerto y aun ponen
cara de estado y de haber retornado de los infiernos, que tienen siem-
pre en la boca aquella frase de que «es bueno ver la luz del día»; llegan
a entrar en celo según suelen decir los griegos, como machos cabríos,
y compran a buen precio a algún Faón; se  embadurnan asiduamente
el rostro con afeites; no se separan del espejo; se depilan el bosque del

DEFECTUOSOS
bajo pubis; exhiben los pechos blandos y marchitos; solicitan la vo-
luptuosidad con trémulo gañido, y acostumbran a beber, a mezclarse
en los grupos de las muchachas y a escribir billetes amorosos. Todos
se ríen de estas cosas teniéndolas por estultísimas, como lo son, pero
ellas están contentas de sí mismas y entretenidas, mientras, con vivos placeres; la vida les resulta una pura miel. […]

Querría yo que quienes consideren ridículas estas cosas mediten si no es mejor conseguir una vida dulce gracias a tal estulticia
que ir buscando, como dicen, un árbol de donde ahorcarse, pues, aunque por el vulgo estas cosas sean tenidas por deshonrosas
infamias, ello no importa a mis estultos, puesto que dicho mal, o no lo sienten o, si lo sienten, lo desprecian con facilidad.

E R A S M O D E R O T T E R DA M
(1467-1536)
Tomado del libro de Erasmo de Rotterdam,
Elogio de la locura, Espasa Libros, Barcelona, 1999.
N
o puedo señalar ningún acon- no es una palabra que me guste usar aquí dentro. Es muy deslum-
tecimiento concreto que pro- brante, la felicidad. Deberías saber que aprecio mucho las sutilezas
vocase mi decisión de hibernar. de la experiencia humana. Por supuesto, estar bien descansado es
Al principio, solo quería unos un requisito previo. ¿Sabes lo que significa dicha? ¿D-I-C-H-A? […]
sedantes para acallar mis pensa-
mientos y mis juicios, ya que el No puedo culpar a la doctora Tuttle por sus horribles consejos. Al
aluvión constante me ponía difícil no odiar todo y a fin y al cabo, yo elegí ser su paciente. Me daba todo lo que le pedía
todos. y la apreciaba por eso. Estoy segura de que había otros como ella
por ahí, pero la facilidad con la que la había encontrado y el alivio
Creía que la vida sería más llevadera si el cerebro tarda- inmediato que me proporcionaron sus recetas me hizo sentir que
ba más en condenar el mundo a mi alrededor. Comencé había descubierto una chamana farmacéutica, una maga, una he-
a atenderme con la doctora Tuttle en enero de 2000. Em- chicera, una sabia. A veces me preguntaba si la doctora Tuttle era
pezó de manera muy inocente: estaba asolada por la pena, siquiera real. […]
la ansiedad, el deseo de escaparme de la prisión que eran mi
mente y mi cuerpo. La doctora Tuttle me confirmó que no era Al principio, buscaba en internet cualquier pastilla nueva que me
nada raro. No era buena médica. Encontré su nombre en la guía daba para intentar saber cuánto era probable que durmiese un día
telefónica. […] concreto, pero leer cosas sobre los medicamentos les quitaba la
magia. Hacía que el sueño pareciera trivial, otra función mecánica
—Creo que tengo insomnio. Es mi principal problema. cualquiera del cuerpo, como estornudar o cagar o flexionar una
articulación. Los «efectos secundarios y advertencias» de internet
—Seguramente eres adicta a la cafeína, ¿tengo razón? resultaban desalentadores y la ansiedad que me daban amplificaba
mis pensamientos, que era justo lo contrario de lo que esperaba de
—No lo sé. las pastillas. Así que rellenaba las recetas de cosas como naproxe-
no, Maxifenfén, Valdignorar y Silencior y los añadía a la mezcla
—Será mejor que la sigas tomando. Si la dejases ahora, te volverías loca. de vez en cuando, pero por lo general tomaba somníferos en dosis
Los insomnes verdaderos sufren alucinaciones y ausencias y tienen poca altas y los completaba con una pastilla de Seconal o Nembutal
memoria. La vida puede llegar a ser muy confusa. ¿Encaja esto contigo? cuando estaba irritable, con Valium o Librium cuando sospechaba
que estaba triste y con Placidyl o hidrato de cloral o meprobamato
—A veces siento que estoy muerta —le dije—, y odio a todo el mundo. cuando sospechaba que me sentía sola. En pocas semanas, había
¿Eso cuenta? […] acumulado un catálogo impresionante de psicofármacos. Cada
etiqueta llevaba el símbolo del ojo somnoliento, la calavera y los
Garabateó un rato en su recetario. huesos cruzados. «No lo tome si está embarazada»; «Tomar con
alimentos o leche»; «Conservar en lugar seco»; «Puede provocar
—Dicha —dijo la doctora Tuttle—. Me gusta más que alegría. Felicidad somnolencia»; «Puede provocar mareos»; «No tomar aspirina»;
«No triturar»; «No masticar». Cualquier persona normal se
habría preocupado por cómo le afectarían los medica-
mentos a la salud. Yo no era tan ingenua como para
ignorar los peligros potenciales. A mi padre se lo
había comido vivo el cáncer. Vi a mi madre en el
hospital llena de tubos, clínicamente muerta. Per-
dí a una amiga de la infancia por un fallo hepático
después de que se tomase un paracetamol de pro-
pina con el Frenadol en el instituto. La vida era frágil
y efímera y había que tener cuidado, claro, pero me
arriesgaría a morir si con eso podía dormir todo el día y
convertirme en una persona totalmente nueva.

FOTO: Masahisa Fukase.

NACIDA PARA HIBERNAR


O T T E S S A M O S H F E G H   
(1981- )
Tomado del libro de Ottessa Moshfegh, Mi año de descanso
y relajación, Editorial Alfaguara, Madrid, 2019.
INTERNET
INTERNET ME
ME
VUELVE
VUELVE TRISTE
TRISTE
l igual que ocurrió con la transición de la Web 1.0 a la Web 2.0, el internet social fue solidificándose poco a poco y, de repente, lo ocupaba
todo. Podría decirse que el punto de inflexión tuvo lugar alrededor de 2012. La gente estaba perdiendo el interés por internet y empezó a
articular una nueva serie de necedades. Facebook se había hecho tedioso, trivial y agotador. Instagram daba la impresión de ser mejor, pero
no tardó en revelarse como un circo de tres pistas basado en la felicidad, la fama y el éxito. Twitter, a pesar de todas sus promesas discursivas,
era donde todo el mundo tuiteaba quejándose de compañías aéreas y echando pestes sobre artículos escritos por otros para provocar que
la gente echase pestes... El sueño de un yo mejor y más auténtico gracias a internet parecía esfumarse. Allí donde antes habíamos sido
libres para ser nosotros mismos online, ahora nos sentíamos encadenados a nosotros mismos online, lo cual provocaba que fuésemos
autoconscientes. Las plataformas que habían prometido conexión empezaron a inducir la enajenación a nivel masivo. La promesa de
libertad que había supuesto internet empezaba a entenderse como algo cuyo mayor potencial residía en el reino del uso incorrecto.
A pesar de que nos hemos vuelto cada vez más tristes y desagradables en internet, el espejismo de un posible yo mejorado en
la red ha seguido resultándonos atractivo. En tanto que medio de comunicación, internet se determina por un incentivo con
rendimiento incorporado. En la vida real puedes limitarte a vivir tu vida y resultar visible para unas cuantas personas. Pero en
internet no puedes simplemente ir por ahí para resultar visible: para que te vean tienes que actuar. Si lo que deseas es estar
presente en internet, tienes que comunicarte. Debido a que las plataformas centrales de internet están construidas en torno
a perfiles personales, puede dar la impresión —en primera instancia a nivel mecánico y más adelante como una especie de
instinto codificado— que el principal propósito de dicha comunicación es lograr que quedes bien. Los mecanismos de recompensa online
desean con todas sus fuerzas sustituir a los que no están en la red y después dejarlos atrás. Por eso todo el mundo intenta parecer tan estupendo
y cosmopolita en Instagram; por eso todo el mundo parece tan engreído y triunfante en Facebook; por eso en Twitter hacer una declaración
política virtuosa ha llegado a convertirse, para mucha gente, en un beneficio político en sí. […]

Pero en los últimos tiempos me he estado preguntando por qué todo se ha vuelto tan íntimamente terrible y cuál es el motivo exacto para que
continuemos siguiéndole la corriente a todo. ¿Qué circunstancias provocaron que una enorme cantidad de gente empezásemos a pasar la
mayor parte de nuestro escaso tiempo libre en un entorno abiertamente tortuoso? ¿Cómo es posible que internet se haya convertido en algo
tan malo, tan restringido, tan ineludiblemente personal y tan determinante a nivel político? ¿Y por qué todas estas preguntas remiten a la mis-
ma cuestión? Tengo que admitir que no estoy segura de que esta indagación resulte siquiera productiva. Internet nos recuerda todos los días
que no resulta en absoluto reconfortante ser consciente de problemas que no tienes esperanzas razonables de resolver. Y lo que es aún más
importante, internet es lo que es. Se ha convertido en el órgano central de la vida contemporánea. Ha reseteado los cerebros de sus usuarios
devolviéndonos a un estado primitivo de hiperactividad y distracción al tiempo que nos sobrecarga con muchos más impulsos sensoriales
de los que eran posibles en épocas anteriores. Ha construido un ecosistema que funciona a base de concentrar la atención y de monetizar
el yo. Incluso aunque evites totalmente internet, […] vives en el mundo que ha creado internet, un mundo en el que el individualismo se ha
convertido en el último recurso natural del capitalismo, un mundo cuyas normas las dictan plataformas centralizadas que se han establecido
de forma deliberada como entidades a las que resulta prácticamente imposible regular o controlar.
FOTO: Brigitte Lacombe.

J I A T O L E N T I N O   
(1988- )
Tomado del libro de Jia Tolentino, Falso espejo, reflexiones sobre
el autoengaño, Editorial Temas de hoy, Madrid, 2020.
A
dopta la postura más

¿CÓMO LEER?
cómoda: sentado,
tumbado, aovillado,
acostado. Acosta-
do de espaldas, de
lado, boca abajo. En
un sillón, en el sofá, en la mecedora, en
la tumbona, en el puf. En la hamaca, si
tienes una hamaca. Sobre la cama, natu-
ralmente, o dentro de la cama. También
puedes ponerte cabeza abajo, en postura
de yoga. Con el libro invertido, claro. La
verdad, no se logra encontrar la postura
ideal para leer. Antaño se leía de pie, ante
un atril. Se estaba acostumbrado a perma-
necer en pie. Se descansaba así cuando
se estaba cansado de montar a caballo. A
caballo a nadie se le ocurría nunca leer; y
sin embargo ahora la idea de leer en el ar-
zón, el libro colocado sobre las crines del
caballo, acaso colgado de las orejas del
caballo mediante una guarnición espe-
cial, te parece atractiva. Con los pies en
los estribos se debería de estar muy cómo-
do para leer; tener los pies en alto es la
primera condición para disfrutar de la lec-
tura. Bueno, ¿a qué esperas? Extiende las
piernas, alarga también los pies sobre un
cojín, sobre dos cojines, sobre los brazos
del sofá, sobre las orejas del sillón, sobre
la mesita de té, sobre el escritorio, sobre
el piano, sobre el globo terráqueo. Quí-
tate los zapatos, primero. Si quieres tener
los pies en alto; si no, vuelve a ponértelos.
Y ahora no te quedes ahí con los zapatos
en una mano y el libro en la otra. Regula
la luz de modo que no te fatigue la vista.
Hazlo ahora, porque en cuanto te hayas
sumido en la lectura ya no habrá forma
de moverte. Haz de modo que la página
no quede en sombra, un adensarse de le-
tras negras sobre un fondo gris, uniformes
como un tropel de ratones; pero ten cui-
dado de que no le caiga encima una luz
demasiado fuerte que se refleje sobre la
cruda blancura del papel royendo las som-
bras de los caracteres como en un medio-
día del sur. Trata de prever ahora todo lo
que pueda evitarte interrumpir la lectura.
Los cigarrillos al alcance de la mano, si fu-
mas, el cenicero. ¿Qué falta aún? ¿Tienes
que hacer pis? Bueno, tú sabrás. 

[…] Eres alguien que por principio no


espera ya nada de nada. Hay muchos,
más jóvenes que tú o menos jóvenes, que
viven a la espera de experiencias extraor-
dinarias; en los libros, las personas, los
viajes, los acontecimientos, en lo que el
FOTO: Stefano Bidini. mañana te reserva. Tú no. Tú sabes que lo
mejor que cabe esperar es evitar lo peor.
I TA L O C A LV I N O Ésta es la conclusión a la que has llega-

(1923-1985) do, tanto en la vida personal como en las

Tomado del libro de Italo Calvino, Si una noche de cuestiones generales y hasta en las mun-

invierno un viajero, Editorial Siruela, Madrid, 2007. diales. ¿Y con los libros? …

También podría gustarte