Está en la página 1de 205

LOS ALEMANES

EN CHILE
(1816-1945)

Colección
H1ST0-HACHETTE
LOS ALEMANES EN CHILE
© 1985 Inscripción N” 62.298
EDICIONES PEDAGOGICAS CHILENAS S A.
LIBRERIA FRANCESA
SANTA MAGDALENA 187, SANTIAGO
Derechos exclusivos reservados para todos los países

Esta 5a edición se terminó de imprimir


en julio de 1989 en los Talleres Gráficos
de Editorial Universitaria

Código HCH 002


Dirección: Jaime Cordero EPC
Título original: Les Allemands au Chili (Compendio, 1985)

Traducción: Luis Enrique Jara


(Depto. de Lingüística, Facultad de Filosofía,
Humanidades y Educación,
Universidad de Chile)

Diagramación y cubierta: Soledad Canobra y Sergio Fontana

IMPRESO EN CHILE / PRINTED IN CHILE


JEAN-PIERRE BLANCPAIN

LOS ALEMANES
EN CHILE
(1816-1945)

Colección
H1ST0-HACHETTE

HACHETTE
INDICE

PROLOGO 9
PREFACIO 19
Capítulo 1. PROMOCION Y DESAJUSTES DEL CHILE
INDEPENDIENTE 25
Una República modelo. 25
Un territorio inconcluso. 26
Distorsiones económicas y sociales. 29
Inmigración imaginaria y proyectos
de colonización de 1820 a 1850. 30
Notas. 36
Capítulo 11. PRECURSORES Y PROMOTORES DE LA
INMIGRACION ALEMANA EN CHILE 37
Imagen alemana de Chile, antes de
1848. 37
La gesta de Bernhard Eunom
Philippi. 39
“Don Guillermo” Frick, el más
chileno de los alemanes. 47
De Ried a Simón y Kindermann;
proyectos de colonización privada. 49
Karl Anwandter y el "grano de
mostaza" de la inmigración alemana
en Chile. 55
La ley de 1845 y las misiones de
reclutamiento en Alemania: de
Philippi a Pérez Rosales. 56
Valor y alcance de una historiografía
personalizada. 61
Notas. 63

Capítulo 111. CARACTERISTICAS ORIGINALES DE LA


PRIMERA OLA MIGRATORIA ALEMANA
(1848-1858) 65
Los germano-americanos y las fases
de la migración alemana. 66
Motivos de la partida: rechazo e ideal
comunes. 69
Origen geográfico y estructura social
de los contingentes migratorios. 73
1. Una emigración panalemana. 73
2. La distribución socio-profesional. 75
3. Una emigración familiar y joven.
4. Recursos con que se cuenta al
llegar. 78
El país por valorizar: el Sur chileno
antes de la llegada de los alemanes. 80
Decepción y error iniciales: la
colonización de Valdivia. 81
Notas. 87

Capítulo IV. PIONEROS Y CAMPESINOS DE


LLANQUIHUE 897

Llegada e instalación. 90
Dificultades que superar:
convivencia, medición de tierras,
roturación.
Primer balance. 93
Las ayudas, las quejas y la
administración.
Endogamia y desarrollo
demográfico. 100
Estabilidad geográfica y social. 102
-La agricultura y la ganadería. 103
Crónica familiar. 106
Notas. ____ _ 111
Capítulo V. LA NUEVA EDAD DE ORO DE VALDIVIA
y osorno (1870-1920) 113
La influencia alógena y los jalones de
una provincia “alemana'. 1 1^
Del taller a la fábrica. 117
Las tres grandes ramas industriales. 118
Esplendor y ocaso de los “alemanes
de Valdivia**. 120
La ciudad alemana... y la otra. 123
Notas. 126
Capítulo VI. LOS COLONOS ALEMANES DE LA
FRONTERA DESPUES DE 1880 129
Fases y métodos de la conquista de la
Frontera. 12S>
La inmigración europea
plurinacional (1880-1914). 135
Etapas y estructuras de ios refuerzos
germánicos. 138
Núcleos e impactos de la
colonización alemana en La Frontera
y en Chiloé. 140
Notas. 144
Capítulo Vil. RELACIONES Y COOPERACION ENTRE
CHILE Y ALEMANIA HASTA 1914 147
Relaciones comerciales y
diplomáticas. 147
La pedagogía alemana y el
‘embrujamiento’. 1 50
Los instructores alemanes y la
reestructuración del Ejército. 161
Capuchinos de Baviera y Misión de
Steyl. 169
Notas. 175
Capítulo VIII. EL PLANO ESPIRITUAL: IDENTIDAD
NACIONAL YTRADICIONCULTURAL179

Las relaciones con losnacionales. 180


Los parámetros del germanismo en
Chile. 189
1. La lengua 189
2. La escuela. 191
3. El credo. 193
4. Las sociedades. 195
Una sensibilidad original. 197
Notas. 202

ORIENTACION BIBLIOGRAFICA 205


LA PRESENCIA
GERMANA EN CHILE
VISTA POR UN
HISTORIADOR FRANCES

Con bascante frecuencia reitero en mis clases a los jóvenes


aprendices de historiadores acerca de los peligros de caer —du­
rante su labor— en la tentación de crear mitos, en la inconve­
niencia de dejarse llevar por el vértigo de la adjetivación, en
oposición al verdadero conocimiento del pasado y a una reconsti­
tución auténtica, lo que es nuestra responsabilidad como tra­
bajadores científicos, no confundidos con fórmulas temporal­
mente limitadas.
Al decir conocimiento^ como lo expresa Henri-Irénée Marrou,
entendemos por tal "el conocimiento válido, verdadero; la
historia se opone así a lo que podría haber sido, a toda presenta­
ción falsa o falsificada, irreal, del pasado, a la utopía, a la
historia imaginaria... a la novela histórica, al mito, a las tradi­
ciones o a las leyendas pedagógicas —ese pasado en aleluyas que
el orgullo de los grandes Estados modernos inculca, desde la

9
escuela primaria, en las almas inocentes de sus futuros ciudada­
nos" Y yo añadiría también —de mi propia cosecha— muchos
otros que no son grandes, probablemente por esa misma razón.
Los nacionalismos estrechos y de poco valor tienden a esa
historia en aleluya, que excluye la genuina comprensión del
pasado, al propio tiempo que la reemplaza por manejos utilita­
rios, bien lejanos del espíritu de la ciencia.
Formado en las tradiciones y en los progresos y avances de la
escuela histórica francesa. Jean-Pierre Blancpain nos entregó
primero —en el tradicional estilo académico de su medio— el
“hermano mayor" de este libro2. La gruesa y voluminosa tesis de
Doctorado de Estado para la Universidad francesa —escrita en
gran parte en Vitacura o junto al Pacífico— vio la luz de la
imprenta en su idioma original en 1974, pero no en París, sino a
orillas del Rin, gracias al entusiasmo y colaboración de Johann
Hellwege y de Gúnter Kahle, Director este último de la
Iherische und Lateinamerikanische Abteilung de la Universidad de
Colonia, cuna formativa de una numerosa generación de ameri­
canistas alemanes, moldeada por ese sabio maestro que fue
Richard Konetzke. De esta manera, el largo y continuado
esfuerzo del investigador francés adquirió la figura física de libro
gracias a la cooperación germánica.
Es necesario explicar que se trata de un volumen impresio­
nante de casi mil doscientas páginas, en cuyas diversas etapas
prestó su ayuda con maravillosa paciencia y eficiencia. Annelise,
la esposa del autor. Ella es alemana, aunque semeja una francesa
y es capaz de imitar con pleno éxito el acento de las gentes de
nuestra Vega Central.
Pues bien, este corpulento libro en idioma francés ha segui­
do, por razones bien naturales a su calado, casi incógnito para los
descendientes chilenos de aquellos alemanes que ayudaron a
forjar una parte de nuestro territorio en el siglo pasado. Su
lógico ínteres por el tema aparecía defraudado hasta el momen­

10
to. Y para ¡os estudiosos nacionales, conocido sólo de nombte,
de manera poco menos que legendaria. Los ejemplares existentes
en el país, poquísimos, entre ellos el mío, siempre amenazados
por la codicia y la curiosidad ajenas. Es un libro que, más que
tenerlo, hay que defenderlo.
Jean-Pierre Blancpain ha estado consciente de que este her­
mano mayor" de Los Alemanes en Chile tornaba casi inútiles y, en
cierto modo, perdidos, los afanes de tantos años de duro trabajo
por la circunstancia de que permanecía desconocido frente a un
público que anhelaba —con mucha legitimidad— disponer de
él y ponerlo ante sus ojos. Así, pluma y tijeras en mano, lo
reescribió, adaptó y condensó, para obsequiarnos ahora con este
compendio bien meditado de su obra.
Pero, la obra grande en que está basada ésta, el tema, la
dimensión del trabajo, el enfoque y el equilibrio intelectual
indispensables para su realización, representaban arduos obstá­
culos. Los fuertes movimientos migratorios del siglo xix son de
suyo complejos. El historiador precisa comprenderlos desde su
lugar de origen, estudiarlos en las fuentes germinales, seguirlos
en su ruta, y finalmente, observarlos en ios sitios de estableci­
miento. El medio ambiente de inserción también resulta decisi­
vo en sus posibilidades de adaptarse a la nueva realidad. Estas y
muchas otras facetas de la faena del historiador, con cuya men­
ción no deseamos fatigar, aplica Blancpain en su cuidadosa
construcción. Proporciona una pequeña idea de sus desvelos el
hecho de que en el libro original un largo espacio, exactamente
280 páginas, bajo el rubro Sources, Eludes el Documento está
dedicado a presentar el inventario minucioso de una extensísima
bibliografía atingenre al germanismo chileno, que fue consulta­
da, manejada, ordenada y dividida en aspectos temáticos cohe­
rentes. Resaltan allí, de manera particular, las fuentes primarias
que son el fundamento esencial del libro.
Además de las muchas colecciones documentales de los archi­

11
vos estatales chilenos escrutados, el autor tuvo la destreza y la
suerte de obtener el acceso a numerosos archivos familiares
privados, conservados con esmero y cariño por los descendien­
tes de los primeros colonos. Piezas preciosas para el historiador,
gracias a las cuales disponemos de una visión medita y antes
ignorada de la población alemana en nuestro territorio, dentro
de un análisis extraordinariamente cuidadoso y prudente, poli­
facético y adecuado a la multiplicidad de los requerimientos
actuales de la ciencia histórica.
El estudioso que desee profundizar en alguna materia de la
enorme diversidad temática contenida en este compendio, debe­
rá remitirse en forma obligada al gran libro que esta detrás de él.
En los limites reducidos que debe tener una presentación breve
para un libro breve, no cabe tratar de asumir pormenores ni
explicaciones de lo que corresponde por derecho exclusivo al
creador de la obra. Ello excusa y justifica dejar a los demás
adentrarse por sí mismos en la lectura de un texto que les
deparará muchas sorpresas y muchas satisfacciones para el mejor
conocimiento de una parte tan especifica de nuestro pasado.
Sin embargo, algunos comentarios aislados pueden manifes­
tarse lícitos. Uno, a título de ejemplo, de orden cuantitativo. La
proporción de emigrantes alemanes recibida por Chile, con
respecto al resto de América, aparece muy reducida comparati­
vamente, pues de los aproximados diez millones que cruzaron el
océano entre 1820 y 19 14, no más de 30.000 arribaron al país.
La primera fase de la colonización, la oleada de los llegados entre
1846 y 1875, destacaron por su gran calidad y dotes individua­
les, tanto culturales como económicas, elementos que contri­
buyen a facilitar la comprensión de sus éxitos y de la posición
preponderante adquirida en las zonas de Valdivia y Llanquihue.
Recalca Blancpain que el sistema del asentamiento de los colo­
nos en torno al lago Llanquihue, chacras o predios agrícolas
perpendiculares al lago, de 5 cuadras de frente por 20 de fondo,

12
escapa a los hábitos tradicionales hispanoamericanos a la vez que
contrasta con ellos. Nos remite, así, a una ‘ colonización fami­
liar, de una valorización original que deja de lado la estructura
latifundista ibérica ”. Eran gentes, como la mayor parte de las
que tienen el coraje de abandonar el terruño, esforzadas y de
trabajo, dispuestas a luchar por una vida mejor que la que
habían dejado atrás. Estaban obligados a imponerse sobre una
naturaleza dura y salvaje, a desbrozar bosques fríos y pantano­
sos, azotados por lluvias constantes y torrenciales. No eran las
tierras suaves y acogedoras (como ellos podían imaginarlas a la
distancia) de la zona mediterránea, alabadas por Goethe en su
clásico poema “Mignon":

"Kennst du das l^ind. wo die Zttronen blühn.


Im dunkeln Laub die Goidorangen gluhn,
Ein sanjter Wind vom blauen Himmel weht.
Die Myrte sti/l und hoch der Lorbeer steht"\

No, no eran las tierras del limonero, del naranjo, del mirto ni
del laurel. Por el contrario, aunque no en sus habituales versos
sino en excepcional prosa, Neruda —otro gran poeta, surgido
de estas heladas selvas australes— nos comunica imágenes de
turbadora dureza y de impresionante potencia de gestación casi
telúrica:
"Soy también un poeta natural de aquellos bosques sombríos, que
recuerdo ahora con empapada fuerza. Yo he comenzado a escribir por un
impulso vegetal y mi primer contacto con lo grandioso de la existencia
han sido mis sueños con el musgo, mis largos desvelos sobre el humus".
” Una gruesa capa de humus de más de un metro de espesor cubre todos
los bosques de mi territorio natal. En aquella región fría y lluviosa, las
hojas de los viejos árboles han ido cayendo en un inmemorial otoño. Los
árboles también, los viejos troncos del pellín, del ¡urna, del ciprés, del
"Drymis Wtnterey". los gigantes de la altura caen sobre la humedad de

13
la vieja tierra silenciosa de donde brota la única voz vegetal de la selva,
la oración de las enredaderas inmensas y mojadas» los tentáculos del
helécho boreal”.

Este nerudiano universo vegetal conformó la vida, ¡as luchas, el


ambiente y hasta la arquitectura de los nuevos recién llegados.
Pero, y Blancpain no lo olvida, a los emigrados no los recibía
un país vacío. Sin el concurso de los braceros nacionales, que los
secundaron en el desbrozamiento de las tierras nuevas, en las
cuales se precisaba transformar los bosques seculares en campos
de cultivo, sin esos migrantes internos, de Chiloé y otros
lugares, la implantación alemana no hubiera sido posible. Re­
cuerda, en este aspecto, que el promedio máximo de colonizado­
res en las provincias consideradas “alemanas’ no sobrepasó nun­
ca el 5,5% de la población total. Y añade sabiamente: "Esto se
olvida con demasiada frecuencia’. También subraya que las
relaciones establecidas eran “de dominación, de patrones a obre­
ros, pero caracterizadas, en primer término, por la distancia
social y cultural entre extranjeros bien preparados y chilenos
analfabetos y sin especializaron, pertenecientes a las categorías
más desfavorecidas del país”.
Estos colonizadores mas recientes, a una distancia de casi
cuatro centurias de los mitimaes incaicos de fines del siglo xv y
comienzos del xvi, que habrían cambiado las costumbres (y que
introdujeron hasta los quechuismos propios del habla diana
actual chilena) en la zona central, aparecen a un trecho sideral de
esa influencia. Es lo mismo con respecto a la acción de los
conquistadores españoles, realizada con el estilo señorial y con
las jerarquías que caracterizaron a la mentalidad “Antiguo Régi­
men", que había creado a la peculiar sociedad hispano-mdígena
que encontraron ellos a mediados del ochocientos. Tres implan­
taciones diferentes, que serían dignas de un trabajo compara­
tivo.

14
Enere tanca temática sugerente, grata todavía a los que en
pleno agitado siglo xx respetamos la fuerza creadora del espíri­
tu, surgen como actores principales de esta colonización, algu­
nos nombres, algunos personajes que seria injusto omitir, tanto
como sería injusto dejar en el silencio el respetuoso y vivificante
epitafio que sus contemporáneos inscribieron en la tumba de ese
poeta medieval de la alegría de la existencia:

Señor Walter ron der X/ogelueide.


aquel que te olvide,
¡que pena me da!

Entre estas figuras imprescindibles está Wilhelm Frick, don


Guillermo", como le decían, "el mas chileno de los alema­
nes , que declaraba que la asimilación es un imperativo. El
colono debe llegar a ser sangre, carne y hueso de la nación
chilena".
Con esta sinceridad llegó "don Guillermo" a compartir nues­
tra tierra y la perspectiva de nuestras estrellas.
Blancpain anota que, como elementos motores de la migra­
ción la "miseria material y moral van... de la mano”. A los
miembros de esa primera oleada en éxodo, su propia patria Ies
negaba el preciado don de la libertad. Para ellos, mas que el
suelo, la patria era la libertad Y decidieron buscarla y construir­
la bajo la Cruz del Sur. Karl Anwandter es otro de los personajes
que sobresalen en la colonización alemana, él adquiere el valor
de símbolo de lo colectivo de una época y, en esa medida, no
podríamos evitar mencionarlo. Nuestro autor lo define como
”un demócrata ardiente". Después de 1848, la situación en
Alemania se hizo insostenible para él y para muchos de los que,
como él, simpatizaban con la causa de la libertad. Le dicen
"Parta a preparar el camino, busque un asilo para los partidarios
del Derecho, de la Verdad y de la Humanidad...". Vicente

15
Pérez Rosales deja constancia circunstanciada en sus Recuerdos del
Pasado del cuestionario que le presentaron, a dos días de su
llegada a Valdivia, Anwandter y sus compañeros. De los 18
puntos de su demanda, los tres primeros se referían a sus
derechos ciudadanos, demostración plena de evidencia de sus
anhelos y prioridades. Sus preguntas eran sencillas y claras.
¿Cómo el inmigrado se transformaba en ciudadano chileno?; ¿al
cabo de cuánto tiempo?; ¿tendría el derecho de voto en las
elecciones? De ello, Pérez Rosales reconoce gustosamente que
nada encarece más a los ojos del hombre la importancia de vivir
a la sombra del libre régimen republicano”5. Estos buscadores
de un nuevo destino querían, en suma, construir y vivir en una
sociedad libre, que les permitiera ejercitar sus derechos, iiíhe^
rentes al ser humano en cualquier época, ayer y hoy. Importante
herencia, importante enseñanza. Esas fueron sus banderas, de
una a otra latitud.
No deben ser olvidadas ni sepultadas.

w
Desearía que me sea perdonado un comentario muy personal.
Es la primera vez, en más de treinta años de oficio de
historiador, que me tomo la licencia de presentar un libro que
no es fruto de mi trabajo. Nunca pertenecí a la profesión de los
prologuistas.
Varios motivos se han conjugado para que me atreviese a
emprender semejante empresa.
Jean-Pierre Blancpain me alude, en la edición de 1974, como
uno de los que le ayudaron a conocer nuestro país. Fue una grata
tarea y primeros efectos de una amistad que comenzó por la
época en que nos conocimos. Portaba además, un mensaje de
Pierre Chaunu, ya motivo suficiente para mí. Después, en
diversos años siguientes, los Blancpain me han mostrado y

16
hecho conocer mucho más de sus propios y respectivos países,
Francia y Alemania. Soy yo quien les debe agradecimiento.
Además, por mi parte, en el período de formación adquirí
una profunda deuda de gratitud con la escuela histórica de los
Annales. Disfruté en la Ecole Pratique des Hautes Etudes,
VIéme Section (hoy Ecole des Hautes Etudes en Sciences Socia­
les) de las enseñanzas y de los horizontes de Fernand Braudel y de
otros maestros. Ellos me revelaron mucho del mundo de la
Historia.
Igualmente, universidades francesas y alemanas me han
proporcionado el contacto con las juventudes de los dos países
una y otra vez, y al mismo tiempo, la vastedad de sus bibliotecas
y, aún mejor, tantos buenos amigos.
¿Cómo evitar, pues, que brotaran estas líneas?
Todavía, un argumento más íntimo, que tiene que ver con
una porción de mis raíces. Herencia del lado materno, herencia
—para un chileno típico— de un viertel germano, combinado
con otro cuarto de una abuela nórdica, de la que sólo conocí sus
ojos claros y tristes en viejas fotografías de familia. Es una de las
maneras de ser de nuestra América mestiza.

111
Finalmente, para terminar, ahí está el libro, que habla mucho
más por sí mismo.
Nada de Historia en aleluya. Por el contrario, conocimiento
histórico.
Intentando unir al poeta de antes con los hombres de después
ep su amor a la vida y a los atributos y derechos del hombre,
quisiéramos resumir nuestro espíritu en una fórmula simbólica:
Señor Frick, señor Amvandter,
aquel que los olvide,
¡qué pena me da! alvaro jara
Santiago, fin de mayo de 1985.
17
NOTAS

1. Marrou, H.l. 1968. El conocimiento histórico, Barcelona: Editorial Labor,


pág. 28.
2. Blancpain, Jean-Pierre. 1974. Les Allemandi au Chih (1816-1945 h
Bóhlau Verlag Kóln Wien.
3. Traducción española de este conocido poema puede verse en J.W.
Goethe, Obras Literarias, M. Aguilar, Editor, Madrid, 1944-45, 2 vols.
Esta figura en el t. i, pág. 348. La versión alemana es gentileza de Karin
Eggers.
4. Neruda, Pablo. 1955. Viajes, Santiago: Editorial N ase i mentó, págs.
57-58.
5. Pérez Rosales, Vicente. 1930. Recuerdos del Pasado (1814-1860), San­
tiago: Empresa Zig-Zag, 2 vols. Cita, t. II, págs. 111-112.

18
PREFACIO

I EL TEMA, bastante manido, del aporte alemán al

S progreso de Chile parece clásico, ello se debe sin duda a


que la mayoría de los que lo han tratado sólo se han
limitado a dar vueltas en redondo, como compiladores acuciosos
empeñados en seguir venerando una edad de oro. No hay asocia­
ción germano-chilena que no se haya complacido en la conme­
moración de sus orígenes, en el recuerdo de los primeros tiem­
pos, siempre heroicos, en la evocación de grandes antepasa­
dos”, guías de la inmigración, cuya personalidad ennoblece a lo
colectivo y ayuda a definir los “centros” del germanismo en
Chile. En buenas cuentas, estas repeticiones y estas pirotecnias
informan más sobre las intenciones de los oficiantes que sobre su
objetivo.
Vistas, demasiado a menudo, como un epifenómeno de la
historia nacional, la inmigración, la colonización y la “coopera­

19
ción" alemanas, alabadas o vituperadas, han servido esencial­
mente, por otra parte, de argumento para apuntalar juicios de
valor europeos o imperialistas y, a veces también, nativistas o
socializantes, pero siempre egocéntricos, desprovistos, en con­
secuencia, de la perspectiva y de la altura de miras necesarias
para una apreciación imparcial e interpretaciones serenas.
El tema seduce de inmediato, sin embargo. Los alemanes
llegan tarde a América Latina y particularmente a Chile. Son los
últimos, pues como dice Poeppig ya en 1827, el mundo está
repartido. Para ellos, Chile es un puerto, y el lugar que les está
reservado es modesto, geográficamente circunscrito, explorado
apenas y, lo que es más, difícil de ocupar. Ahora bien, difícil­
mente un puñado de hombres hará tanto, y en tan poco tiempo,
como los alemanes en Valdivia y en Llanquihue, después de
1848. En todos los campos sus "índices de logros' son asombro­
sos. ¿Cómo, entonces, no sentirse tentado a reencontrarlos, a
seguirlos, gracias al legado de memorias fieles, desde la época de
los precursores y de la Alemania agitada de los años previos al
48, hasta la "gesta pionera", cuando esos constructores de
tierras" excepcionales entran brusca y definitivamente en la
historia de Chile, confiriéndole una dimensión europea nueva?
Hay, sin embargo, dos problemas fundamentales que es nece­
sario tener siempre presentes: el manejo de una documentación
considerable y varia, chilena y alemana, oficial y privada, accesi­
ble o celosamente guardada y, por otra parte, la inserción del
tema en el doble contexto de la historia de Chile y de la del
mundo occidental y de las migraciones intercontinentales del
siglo pasado. Así toda indagación sólo puede ser llevada en un
vaivén constante entre dos países, dos sociedades, dos culturas,
cuidando siempre, para apreciar mejor, de permanecer en la
intersección de esos dos universos de pensamiento. Es a los
teóricos y a los paladines de la inmigración a quienes conviene
ceder la palabra en primer término, luego a los guías y a los

20
migrantes mismos, toda gente letrada que ha dejado por escrito
sus impresiones, con tanto mayor interés cuanto que la migra­
ción representaba para ellos el momento crucial y la aventura de
toda una vida.
Hay que recurrir, pues, al tesoro cultural de la germanidad
americana para retrazar los antecedentes de la colonización,
analizar los caracteres originales del aporte migratorio y de su
desarrollo demográfico, recordar, asimismo, las decepciones al
llegar, las trabas que hubo que vencer, el paisaje que se debió
modificar, y hacer, finalmente, el balance de los resultados
materiales obtenidos.
Pero el punto de vista chileno también es importante; él ha
condicionado por igual la instalación y los logros de los recién
llegados, las modalidades de su inserción en la comunidad
nacional, su aculturación progresiva eventual o el mantenimien­
to de una identidad ajena al medio.
Para comenzar, ¿cómo vieron y acogieron a los recién llega­
dos los chilenos de cepa? ¿Con qué clase de nacionales tuvieron
que habérselas? ¿Qué política oficial se siguió en materia de
colonización? ¿Cómo estaban organizados y articulados los ser­
vicios? ¿Cuál fue el análisis que los funcionarios locales —inten­
dentes y gobernadores— realizaron, ya fuera para el Ministro
del Interior o para el Supremo Gobierno?
Estas y otras preguntas se plantean de inmediato, en cuanto a
la diferencia radical de dos conglomerados humanos y al contac­
to de sus culturas, todo lo cual no puede ser tratado a fondo en el
ámbito de una simple presentación*.

•Ver nuestro trabajo en francés Les AUemands au Chtlt 1816-1845. Colonia,


Bohlau Verlag. 1974, lo mismo que otras publicaciones nuestras concernien­
tes a ios problemas de la inmigración europea en Chile (Cf. orientación
bibliográfica).

21
Con posterioridad a 1880, reaparece, entre Chile y la Alema­
nia unificada, un vínculo privilegiado, de naturaleza entera­
mente distinta, a pesar de que ya anuncia los problemas inheren­
tes a las diversas formas de cooperación de hoy. Es el que dice
relación con la enseñanza, con el ejército y con las misiones
religiosas,en todo lo cual el Imperio Alemán ocupa, hasta 1914,
un lugar de preeminencia. También en esto hemos creído conve­
niente no limitarnos sólo a una simple mención o a un catálogo
de medidas más o menos eficaces, sino, por el contrario, inten­
tar, sin prejuicios, un balance de lo que fue este concurso, en tres
sectores decisivos, ligados a la evolución, al florecimiento y a la
promoción de la más antigua nación del "cono sur".
Ya se la considerara ejemplar o execrable, esta cooperación
nunca dejó indiferentes a los chilenos. Esto lleva a reflexionar
sobre las pretensiones mesiánicas o imperialistas europeas, como
también sobre ciertas ilusiones en relación con la adopción
precipitada de instituciones y de sistemas foráneos.
¿Qué justificación dar a este libro? Habría sido injusto y
paradójico privar al público chileno de la reflexión —de un
europeo, es cierto, pero que procura ser imparcial—, sobre una
comunidad de otra raza que, aún hoy, corre el riesgo de seguir
incomprendida de la mayoría.
Esta reflexión proviene de una investigación directa y vivida,
tanto como de un apego profundo y durable del autor, a Chile, a
su tierra y a su gente.
Por su existencia misma, por la persistencia de su lengua, de
sus costumbres y de su idiosincrasia, los germano-chilenos son
un testimonio de las afinidades espirituales entre Chile y Euro­
pa. En tanto comunidad original, dueña de sus iniciativas, de
sus movimientos y de sus opiniones, ellos son como un home­
naje al espíritu libertario de los chilenos, tradición hostil a toda
asimilación apresurada, autoritaria o empobrecedora.
Ojalá que este ensayo arroje nuevas luces sobre los capítulos

22
más originales y controvertidos de la historia republicana de
Chile, una historia que, de Philippi a Claude Gay, no ha cesado
de seducir, de entusiasmar y de cautivar a los extranjeros inteli­
gentes.

JEAN-PIERRE BLANCPA1N

23
CAPITULO I

PROMOCION
Y DESAJUSTES
DEL CHILE
INDEPENDIENTE

A) UNA REPUBLICA MODELO

AY CONSENSO, en general, en considerar al Chile

H del siglo xix como una feliz excepción' en America


Latina, según la expresión de Alberdi. El historiador
Tulio Halperin califica al tiempo de Portales de éxito mayor en
la Hispanoamérica republicana’ 1 y Francisco A. Encina se refie­
re a él como a un ”milagro sociológico . Atibado por viajeros
extranjeros, apreciado por los exiliados que se refugian en él,
servido por una administración publica provincial cuya calidad
no se pone en dudas, ¿no es, acaso, el Chile posterior a 1830, la
única república del continente que garantiza las libertades esen­
ciales, que respeta las reglas constitucionales libremente con­
sentidas, que es como una asombrosa réplica ultramarina de la
Europa progresista? En medio de las Américas inestables y

25
fraccionadas, él emerge como la única comunidad iberoamerica­
na de hombres libres, simultáneamente receptiva a las ideas
positivistas y europeas y sensible al sueño jeffersoniano de la
felicidad.
Fieles a sus compromisos, sus presidentes se esfuerzan por
salvaguardar el honor en el exterior y por mantener el orden
interno. De este modo, no es de extrañar que, hacia 1850, Chile
aparezca como un oasis de paz y un asilo contra la opresión.
Paladín de la inmigración europea que quiere eliminar distan­
cias para amarrar definitivamente Chile a Europa, Vicente Pérez
Rosales escribe proféticamente en 1854: “La palabra ' extranje­
ro” en cuanto a sus efectos sobre el hombre en particular es, en sí
misma, inmoral. Debe desaparecer del diccionario. La palabra
extranjero ha sido suprimida en Chile... Hermano es y chileno si
a Chile se acogió"2.
No hay falsedad en esta representación aun cuando, como lo
recuerda Gonzalo Vial, empezarán a acumularse muchos proble­
mas económicos y sociales cuya solución se verá siempre poster­
gada.
En lo inmediato, en tiempos de Bulnes y de Montt, los males
tradicionales que preocupan son el atraso y lo inacabado del
territorio. Si Chile siente la necesidad de recuperar su tiempo y
de eliminar su atraso —un atraso que es el de roda Iberoamérica
respecto al tiempo aún europeo del mundo—, ello se debe,
sobre todo, a que su "intelligentsia" dirigente está consciente de
los obstáculos que hay que salvar, mientras que en los países
vecinos rudos caudtllos aún se empeñan en alzar al campo contra
la capital o en guerrear entre sí, de una provincia a otra.

B) UN TERRITORIO INCONCLUSO

Como en otras latitudes de América lo inacabado del territorio


es, sin duda, la insuficiencia más notoria, teniendo en cuenta

26
sobre todo, el “uti possidetis” de 1810 ó 1818. En lugar del
Chile colonial que se extendía de un océano al otro y que
abarcaba, más allá de los ríos Quino y Diamante, la mayor parte
del cono sur, él se reduce a un rincón exiguo de ese dominio
global. El Chile verdadero está apretado entre los Andes y el
mar, limitado al norte por el desierto y, al sur, por la selva
ocupada, hasta 1880, por la Araucanía indómita. La soberanía
del Director Supremo O’Higgins, se limita al Núcleo Central,
más o menos el tercio del Chile actual, isla agrícola útil de unos
30 a 40.000 km2, y cuya ocupación remonta a la época de la
conquista. Muchos viajeros extranjeros, de Lips a Caldcleugh,
confirman esta delimitación geográfica que se mantiene no
obstante la frecuencia de los contactos y la multiplicidad de los
intercambios con los araucanos.
Más allá de la Frontera, al otro lado del Toltén y antes de la
región ingrata de los canales y las islas, existe otro Chile,
oceánico y selvático, poblado por pacíficos huilliches los que,
aprovechándose de las luchas por la independencia, vuelven a
tomar posesión de los Llanos de Osorno, repoblados, no hacía
mucho por Ambrosio O'Higgins, en 1780. Toda esta región de
los volcanes y de los lagos—Riñihue, Raneo, Puyehue, Rupan-
co, Llanquihue— está cubierta por una majestuosa selva primi­
tiva que, alrededor de los años 1830 ó 1840, causa el asombro de
los pocos extranjeros que se aventuran en ella.
En la cartografía de ese Sur dormido que acaba de reunir
Gabriel Guarda\ se puede seguir el inventario y la pacífica
reconquista emprendida por el Chile republicano adolescente.
De 1845 a 1875, la colonización alemana, siguiendo de cerca
esta reexploración sistemática, va a abordarlo, a penetrarlo, a
transformarlo—desde los esteros valdivianos hasta las orillas del
Llanquihue—, incorporándolo definitivamente a la continui­
dad territorial nacional. Pero aún hacia 1840, no son más que
tierras de monte, recobradas por la selva, cortadas por

27
ciénagas, borradas de la memoria”, al decir de un intendente de
Valdivia*.
En este Chile austral abandonado, subsisten sin embargo,
dos puntos de apoyo, dos bastiones del antiguo poderío ibérico
sobre "la mar océano”, desde la desembocadura de Magallanes:
la ciudad de Valdivia, cuya importancia colonial es recordada
por Gabriel Guarda y la isla de Chiloé, dependencia exterior
languidecente, ambas realistas recalcitrantes, que se unieron
tardíamente a la República; Valdiviaen 1820 y Ch11 oé, seis años
mas-tarde. Finalmente, mas lejos aún, allí donde nada existe,
salvo el recuerdo de Sarmiento de Gamboa, las tierras magallá-
nicas esperan la reocupación, la que les llegará con el viaje de la
goleta Ancud, en 1843, y la fundación del Fuerte Bulnes. La
dimensión del país será asi considerada realmente, y una especie
de conciencia geográfica del Estado permitirá poner atajo a las
pretensiones foráneas.
Desde Europa, el Chile republicano naciente se ve como un
enclave; pero en comparación con una Argentina aun virgen y
deshabitada, es un enclave poblado, una provincia hispanoame­
ricana plena: 586.000 almas, según el censo de 18 13, mas de un
millón, en 1835 —sin contar los araucanos—, cerca de dos
millones, al promediar el siglo. Por su demografía, él ya ofrece
una resistencia cierta al aventurerismo armado, a la violencia
anarquizante y a los intentos de levantamiento, que sólo logran
afectarlo en 185 1 y 1859, en tanto que ellos paralizan el impulso
de los países vecinos.
Esta precocidad en la toma de conciencia de lo nacional,
unida a lo inacabado del territorio, favorece el papel de avanzada
de una eventual inmigración europea. Esta depositará su con­
fianza en un país estable, organizado y con estructura políticas
sólidas, al mismo tiempo que ejercerá su acción en su parte
virtual y sinuosa que el tiempo colonial moriente apenas si había
tocado. El extranjero tendrá su lugar en Chile, y a él le corres-

28
pondera el honor y el beneficio* de llevar a cabo la unidad
territorial del país, para que éste pueda establecer sus fronteras a
la mayor brevedad, en pos de su seguridad y de su prosperidad.
C) DISTORSIONES ECONOMICAS Y SOCIALES

Territorio inconcluso, como lo son igualmente su economía y su


sociedad. El Chile del siglo xix, a la vez Estado de Derecho y
República de élites, está dominado, a partir de Portales, por una
aristocracia de negociantes y terratenientes y regido, desde el
siglo xvin, por el sistema del inquilinaje y su complemento, el
peonaje y la errancia. Hacia 1850 se ve afectado por una relativa
presión demográfica que, a pesar de los discursos modernistas de
los hacendados y de la presentación del maquinismo anglo-sajón,
no acarrea ningún proceso serio de modernización. Los progre-
sos representados por el telégrafo, el ferrocarril, la instrucción-
pública, las industrias extractivas y ios intercambios, deben
ponerse al haber del capitalismo extranjero y de gobiernos
imbuidos de la religión positivista del progreso indefinido. Pero
el Chile "profundo”, entiéndase mayoritariamente rural J apenas
si evoluciona. Según datos de la Sociedad Nacional oe^Agricul-
tura la producción es. a fines de siglo, * dgfadente y pobre^)
eliminada a partir de 1870, de los mercadoTTlel Pacifico~yde
Europa, servidos por las exportaciones masivas de los países
nuevos.
Ansiosos de hallar oidos en una conciencia colectiva nutrida
de valores occidentales, a pesar de la pobreza de la mayoría, los
más eminentes espíritus chilenos se dolerán tempranamente de
la "indolencia criolla", considerada como la única responsable de
los retrasos que se denuncian. Pondrán sus esperanzas, a partir
de 1830, en la venida de "brazos calificad^, artesanos, especia­
listas, jefes de obra, dispuestos a comunicar su saber y sus
procedimientos a un país víctima de la rúcela española. Ilustra­
dos, pero prudentes, ellos ponen en guardia sin embargo contra-

29
la admisión masiva e incontrolada de inmigrantes indiscrimina­
dos que pueden poner en peligro el orden político y económico
del que son garantes y beneficiarios. La selección extranjera que
ellos preconizan tendrá por ímsio^el hacer frvánzar a la mejor
parte” del pueblo chileno.
Asi pues, colonización y educación, son una doble y difícil
misión de voluntarios que se querrá excepcionales y que habrá
que ir a buscar a Europa. Entusiasta y exigente, este discurso
aristocrático de promoción de un país mal conocido tardara
todavía mucho en hacerse oír.

D) INMIGRACION IMAGINARIA
Y PROYECTOS DE COLONIZACION
DE 1820 A 1850

La inmigración alemana —la primera en data de las oleadas


migratorias europeas hacia este país y la mas importante tam­
bién por sus efectos inmediatos— fue el resultado de una
conjunción de esfuerzos y de circunstancias. El espíritu de
aventuras que se supone característico de los alemanes se incor­
pora a los sucesivos proyectos oficiales chilenos, de 1810a 1848.
Conviene aquí recordar brevemente las disposiciones de estos.
En la primera parte del siglo xix. la idea del aporte de
inmigrantes europeos surge repetidamente en las declaraciones
de propósitos de los Proceres. Ya en 1811. José Miguel Carrera
había encargado a su representante en Londres, José Antonio
Pinto, que reclutara colonos irlandeses para defender lo que se
llamara después la Patria Vieja, expuesta al regreso afrentoso de
España. Consolidada la emancipación, sus sucesores multiplica­
ran proyectos y leyes de inmigración, en 1824, 1825. 1838,
1842. Recurrir a Londres es, pues, la cosa mas natural. ¿Acaso
no fue con la ayuda inglesa que Chile se liberó? Ademas, ¿no fue
Cochrane quien tomó Valdivia?

30
No falcan buenas razones aparentes para preferir a los irlande­
ses. De O Higgins a Mackenna, hubo numerosos irlandeses en
el último período colohial, como asimismo en el de la Ilustra­
ción y en el de las luchas por la Independencia. Se piensa además
que ellos se amoldarán, mejor que otros, a un sistema económico
dependiente de Inglaterra. Finalmente, el campesino irlandés
conoce la hambruna y la opresión. Duro para el trabajo y católico
ferviente, hallará en el sur de Chile, el clima, los lagos y el
verdor de su isla. La Gran Isla de Chiloé /no es acaso como una
Irlanda de las antípodas, en donde se dan en abundancia todas
las variedades de papas silvestres descritas por Darwin, quien
estuvo en la isla en 1834? ¿Sus habitantes, como los de la verde
Erin, no cultivan también el lino y el centeno? ¿No son,
igualmente, criadores de cerdos, pescadores y emigrantes? Des­
de 1825, un proyecto habla de instalar 500 familias irlandesas
en la Araucanía; en 1848, el inglés Dow propone 10.000,
comprometiéndose a protegerlas de los indios, pero sin precisar
su ubicación. La Sociedad Nacional de Agricultura es más
realista cuando afirma que esos colonos "no pueden razonable­
mente instalarse entre Bío-Bío y Toltén, ya que ese territorio
aún no está sometido", y que hay que buscar más allá, "en la
región situada al sur de Valdivia, donde las tierras vírgenes son
extensísimas"6.
Pero aún hay otros obstáculos e incertidumbres que dificul­
tan la realización de esos proyectos. Hasta 1850, Chile no goza
en Europa de una reputación muy favorable. Se le asimila a sus
vecinos, por simple evocación de una persistente leyenda negra
anti-hispánica. Agréguese a eso la distancia —¿no es el fin del
mundo?—, el Cabo de Hornos, los araucanos y la falta de una
descripción pormenorizada, ya que Humboldt no-se detuvo allí.
Por otra parte, ¿serán las propias colonias proyectadas quienes
deberán asegurar su supervivencia y su protección contra las
incursiones mapuches? Los teóricos de la colonización, Duval o

31
Vicente Pérez Rosa les. nombrado en 1H57 "Agentt de Colonización de Chile en
Europa"
Leroy-Beaulieu, en Francia, Marcial González, en Chile , esti­
man indispensable realizar trabajos previos de acceso y de des­
broce, en tanto que los proyectos estatales sólo hablan de entre­
gas, de reembolsos, de derechos de arrendamiento a largo plazo
que gravarían la instalación de los colonos. De este largo período
de vacilaciones y de buenos deseos, sólo es de citar una disposi­
ción: el lugar de instalación de los futuros asentamientos. Se
piensa en el Chile de la región de Valdivia, más allá de la
Frontera, y cuya colonización favorecerá al mismo tiempo el
cerco y la no expansión de la ■barbarie". Desde esta época se
advierten ya, sin embargo, los temores de un enquistamiento
alógeno y, por consiguiente, la necesidad de una mezcla inme­
diata entre chilenos y extranjeros.
A partir de los años 50, luego que el fracaso de las revolucio­
nes de 1848 en Europa hubo aumentado el flujo migratorio
hacia las Américas, los alemanes ya se encuentran instalados en
Valdivia. Un poco tardíamente, e impelido por la necesidad,
todo patricio chileno aparece entonces prohijando un proyecto.
Futuro protector de la Colonia de Llanquihue, Vicente Pérez
Rosales sueña, en 1854“, con tener su propia sociedad de
emigración. Su tío, Javier Rosales, por veinte años ministro de
Chile en Francia y "el más parisino de los chilenos", comenta los
infructuosos intentos de su gobierno9, y Ramón Irarrázaval,
embajador en Lima, predica la importación de coolíes chinos.
Para pasar del dicho al hecho, el mismo Pérez Rosales,
nombrado en 1857 Agente de colonización de Chile en Euro­
pa" con asiento en Hamburgo, escribe su "Ensayo sobre Chile",
un Chile ordenado, bucólico y prometedor, ai que sólo falta un
toque europeo final. Dos años antes. Vicuña Mackenna había
publicado —en francés también, ya que esta lengua le era tan
familiar como a Pérez— un Chih considere sous le rapport de son
agriculture et de l'tmmigration européenne cuya-retófica romántica
debería haber seducido a los vacilante®. Un eden. dice, est>era

33
aquí al intrépido. Clima saludable, inexistencia de rivalidades
paralizantes, administración pública comprensiva, libertad de
iniciativa, espacio ilimitado: el colonizador, al igual que el
amante de una naturaleza intacta no podrían menos que sentirse
felices allí:
"Inmensas regiones aún inexploradas, de una fertilidad ina­
gotable de las que los habitantes futuros cosecharán los eternos
frutos. Aquí es donde los hijos de Europa que se dirijan a
Occidente detendrán su peregrinar para formar sus hogares. En
este Chile, solemne por sus bosques seculares, sonriente, por sus
praderas de eterno verdor..."10.
A estos arranques líricos, el colono alemán había respondido
ya con su presencia, pero el autor aún no lo había visto. Diez
años más tarde, reincide con un informe sobre la inmigración
extranjera11 en el que mezcla la observación con las mismas
utopías. Este documento contiene, sin embargo, muchas ense-’
ñanzas sobre algunos tenaces prejuicios aristocráticos. Sigue
predicando la formación de comunidades aldeanas nuevas en las
que extranjeros "sobrios, trabajadores y amanees de su hogar"
estarían codo a codo con los nacionales promoviendo una refor­
ma sin revolución y el progreso inteligente de un pueblo prisio­
nero de estructuras coloniales aún. Pero, ¿a qué nacionalidades
apelar? Si el piamontés es, de los italianos, el único aceptable; si
el suizo es de desear, por su experiencia en migraciones y el
vasco, por su honradez a toda prueba —no obstante su obstina­
ción en regresar una vez que ha hecho fortuna—, el irlandés
parece demasiado turbulento, el español, incapaz de olvidar que
antaño fue el amo de América, y el francés, demasiado superfi­
cial e inconstante, "ave de paso que carece de espíritu religioso y
que derrocha en palabrerío lo mejor de sus fuerzas". Del inglés
puede admirarse su sentido de justicia y su espíritu tolerante, así
como su apego a las instituciones liberales, pero sólo es un buen
colono en su medio, en un mundo anglo-sajon y desdeña siem­

34
pre el país que explota. Si codas las nacionalidades pueden
resultar convenientes, es el alemán quien, según Vicuña, es el
mejor colono y 'también el menos peligroso para la debilidad de
Chile”, por venir de un país dividido, incapaz de recurrir a los
cañones para venir en ayuda de sus nacionales.
Por su carácter, por sus costumbres, por su propensión a la
vida comunitaria, la “raza alemana” es la más apta para mezclar­
se con la chilena, para inculcarle los ejemplos más saludables.
Los "brazos alemanes" son los mejores y el colono de origen
germánico puede, desde ya, disfrutar de las primicias de su
esfuerzo, en este Chile austral que le recuerda su país de origen.
Aunque aún no ha ido al lugar mismo a observar a los
alemanes en su trabajo, Vicuña no escatima elogios para ellos en
la segunda parte de su informe. ¿Cómo iba a imaginar que cinco
años más tarde, con la unificación alemana, bajo la égida de
Prusia, la imagen del alemán de ultramar iba a cambiar radical­
mente y que, luego de 1880, gracias a la celebración pangermá-
nica, ella sería la cristalización de la obsesión de un Estado
dentro del Estado, y del peligro de una raza diferente que
permanecería obstinadamente aparte?
Pero, por ahora, la intelligentsia chilena aún ignora los
primeros pasos tímidos de una aventura asombrosa. Hay que
partir de Alemania para esclarecer lo que fueron la época de los
precursores y los antecedentes laboriosos y personalizados de
esta migración.

35
NOTAS
DEL CAPITULO i

1. in Histotre contemporaine de !'Amengüe latine, París, 1972, p. 126.


2. in Memoria sobre Emigración. Inmigración y Colonización, Santiago, 1854,
p. 20.
3- cf. Cartografía de la Colonización alemana 1846-1872. Ed. Universidad
Católica de Chile, Santiago, 1982.
4. Archivo Nacional de Chile. Min. del Interior, Valdivia. Voi. 328, 1854-
1855, p. 175.
5. cf. Historia de Valdivia. 7552-/952. Santiago, 1952. Un Río y una
Ciudad de Plata, Itinerario histórico de Valdivia. Valdivia, 1965.
6. Informe del 24 de marzo, 1842, in PEREZ canto, Breves Noticias de la
Colonización i de la Inmigración en Chile. Santiago, 1848.
7. cf. J. duval, Histoire de l’émigration européenne. asiatique et afncame au
XlXe stecle; ses causes, ses effets. París, 1862; p. leroy-beaulieu, De la
colomsation chez les peuples modemes. París, 1847; m. González, La Europa
y la América. La Emigración europea en sus relaciones con el engrandecimiento de
las Repúblicas americanas. Santiago, 1848.
9. in Apuntes sobre Inmigración i Colonización. París, 1853.
10. Le Chih consideré sous le rapport de son agnculture et de I émigration européenne.
París, 1855, p. 127.
11. in Bases del Informe presentado al Supremo Gobierno sobre la Inmigración
extranjera por la Comisión especial nombrada con ese objeto. Santiago, 1865.

36
CAPITULO ¡I

PRECURSORES
Y PROMOTORES DE
LA INMIGRACION
ALEMANA EN CHILE

A) IMAGEN ALEMANA
DEL CHILE ANTERIOR A 1848

NTES DE 1830, año en que se multiplican los "tours

A du monde”, muchos alemanes ya habían visto Chile o


habían hecho escala en Ancud, Concepción, Valparaí­
so o Copiapó. El escritor Chamisso que llegó en el "Rurik”, en
plena guerra de emancipación, en 1816, fue uno de los prime­
ros. Tuvo tiempo, sin embargo, para leer y apreciar el compen­
dio del abate Molina. Pero el mejor observador de los albores de
Chile fue, sin duda, Eduard Poeppig. Su "Viaje"1, recientemen­
te reeditado y traducido, es un testimonio de gran valor sobre la
sociedad chilena de la época. Sabio modesto, eclipsado por la
gloria de Humboldt, queda impresionado por el movimiento de
Valparaíso; evoca, con precisión y brillo, una sociedad urbana en

37
contacto con Europa, y analiza minuciosamente el mundo rural
chileno, inmóvil y replegado, que tiene como base el inquilinaje
y donde reina el vagabundeo y el bandolerismo ocasional.
Los relatos científicos se acompañan de relatos de aventuras,
imágenes populares y exóticas, cuyos autores rivalizan con las
avalanchas fantasiosas de los autores franceses —Cyrille Laplace,
Gustave Aimard y su “Araucan”, Paulin Niboyet o Jacques
Arago, cuyos “Deux océans” son recorridos y cantados ¡por un
ciego! Por el contrario, los “Viajes a América del Sur” del barón
de Bibra, llegan inteligentemente al público popular alemán y
hacen juego, en cuanto a la temperada América del Sur, con las
"imágenes” que Karl Postl da sobre la secesión tejana y la guerra
de una gran nación.
¿Habrá que ver, en el origen de las vocaciones migratorias
hacia Chile, a los geógrafos alemanes que, en esa época vieron o
evocaron fielmente a este país, Guts-Muths, Ritter, Andrew,
Wappáus? No, por cierto. La inmigración alemana es la resul­
tante de una larga paciencia, de esfuerzos combinados o diver­
gentes, siempre puestos en tela de juicio. En la Alemania de
entonces, Chile es apenas un país lejano, de clima riguroso,
poblado por indios antropófagos, víctima de continuas revolu­
ciones y sometido al yugo de una negra intolerancia.
De 1830 a 1848, el tiempo de las exploraciones y de los
riesgos, pródigo en intrepidez, en visionarios, en soñadores y en
impulsos fallidos, constituye la deslumbrante prehistoria de la
colonización. Pero es, ante todo, la historia de una idea, de un
deseo, del proyecto a la eclosión, de la formulación a la
realización2. No hay que confundir precursores y pioneros; a
cada cual debe darse lo suyo, aun cuando esos antecedentes de la
colonización, a fuerza de veneración, sufran más tarde enojosas
deformaciones.

38
B) LA ‘GESTA” DE BERNHARD EUNOM PH1L1PPI

Sin Bernhard Eunom Philippi^cs muy probable que jamás


hubiere habido colonización alemana en Chile. El representa el
impulso generoso de un romanticismo tardío, la hazaña realiza­
da en un país lejano en que el sueño se realiza y resarce de todos
ios sacrificaos. "Hice de la colonización alemana el objetivo
supremo de mi vida”, dice en 1852. Discípulos o rivales adheri­
rán al proyecto, lo precisarán y lo enriquecerán hasta la leyenda;
pero el padre de la colonización, el visionario, es él, sin lugar a
dudas. Los Recuerdos del Pasado, de Vicente Pérez Rosales, son un
testimonio valioso de ello. Sin este ardiente abogado de la
colonización alemana en Llanquihue, la empresa no hubiera
llegado lejos y Santiago no la habría apoyado. Es a Philippi,
pues, a quien corresponde el mérito de haber redescubierto el
Sur y de haber dado el impulso inicial a la colonización.
Su vida es una novela y sus biógrafos forman legión: panger-
manistas o nacional-socialistas en su mayoría, proclives a exaltar
la raza, el terruño y la sangre, que hicieron de él un nuevo
Sigfrido, ornado de una nobleza natural, héroe nórdico de drama
wagneriano que surge del combate cubierto de gloria5. Es el
guía, el hombre providencial, el jefe carismático de una obra
alemana que ilumina los confines del mundo...
Pero, ¿quién es, en verdad? Un aventurero, a no dudarlo;
pero en el sentido noble de la palabra; casi un autodidacta,
impulsivo y generoso, dotado de cualidades físicas excepcionales
y de una naturaleza de vencedor. Es de temperamento impulsi­
vo, irreflexivo; pero tiene talentos múltiples. A su sentido
práctico innegable une un don de simpatía que explica su arte,
para algunos, diabólico, de la persuasión. Su valor, su energía y
la excelencia de sus cualidades humanas lo llevaron a no conocer
el miedo y explican su éxito ante los navegantes extranjeros y
ante las autoridades chilenas.

39
B.E. Phthppi en uniforme de Sargento Mayor de ingenieros. Cuadro de R.
Monvoisin. Biblioteca Nacional.
Nacido en Berlín, en 1811, es el hermano menor de Rudolf
Amandos Philippi, geógrafo y naturalista, chileno de corazón y
de adopción, quien le sobrevivirá cerca de medio siglo. La
familia tiene pretensiones de nobleza; pero el padre, inestable,
violento y veleidoso, es poco menos que un patán que, de vuelta
de Waterloo, constituye la desesperación de su esposa, con sus
calaveradas. Eunom, —así lo llamaban, según su hermano—,
se parece a él: el mismo carácter azaroso, la misma inestabilidad,
la misma indiferencia por el estudio, el mismo espíritu indepen­
diente. El matrimonio desavenido concuerda, sin embargo, en
enviar a los dos hermanos a Suiza, al colegio Pestalozzi, de
Yverdon. Pero mientras que Rudolf Amandus estudia plantas o
se pasa los días en la biblioteca del colegio, el hermano menor,
luego de un fracaso escolar, elige la vida activa, se hace marinero
de cubierta y después, piloto en Danzig, San Petersburgo,
Nueva York, Veracruz. A los veinte años, el 21 de enero de
1831» acompañando al Dr. Meyen quien hace colecciones en
ciencias naturales, llega a Chile, por primera vez, a bordo del
"Prinzess Luise”, que va rumbo a la Polinesia. A su regreso.
Philippi ya está haciendo labor de geógrafo, dibujando y descri­
biendo archipiélagos, volcanes y atolones, con una precisión
notable. Es, sin duda, su primer escrito.
Seis años más tarde, está de nuevo en Chile, con otro natura­
lista, Segeth, con el que se asocia luego, poniendo así fin a su
carrera en la marina prusiana. Juntos recorren Chile central,
después Perú; se quedan algún tiempo en Tarma, antes de
separarse, ya que Eunom no soporta la insolente autoridad del
"sabio” que lo explota. Siguiendo los consejos de su médico,
vuelve a Chile para curarse de una fiebre maligna y, a la aventura
sin objeto, sucede ahora la pasión de toda una vida.
En Chiloé compra un viejo barco, llega hasta el archipiélago
de Chonos, explora el Corcovado y hace, de Chiloé Grande y del
archipiélago de Calbuco, un inventario que envía a su hermano

41
Carta del Intendente de Ancud. D. Espiñeira en que solicita prestar todo tipo
de ayuda a Don Bernardo Phthppi durante su permanencia en esa región.
para que lo presente a la Sociedad de Geografía de Berlín. Én el
curso de uña tercera estada en el Sur, en 1841, emprende el
reconocimiento de la región valdiviana inexplorada, informan­
do a la Sociedad de Berlín, sobre la ubicación de los grandes
lagos subandinos, el trazado de sus desagües y las confusiones de
la toponimia indígena. Otra comunicación, febrero de 1842,
sobre el lago Llanquihue—Purahila, Huenauca oQuetrupepata
para los indígenas— constituye el testimonio más antiguo sobre
este lago, redescubierto por Philippi, y que diez años más tarde
habría de convertirse en el centro de la colonización alemana en
Chile.
Mientras tanto, Philippi toma contacto con las autoridades
locales, para obtener apoyo y proseguir sus trabajos. De Domin­
go Espiñeira, intendente de Chiloé, obtiene peones y víveres
para explorar las riberas del lago, partiendo del Golfo de Relon-
caví, diez años antes que Pérez Rosales. Al año siguiente entrega
un relato tan detallado como entusiasta de esta exploración
fascinante.
Realiza luego un nuevo viaje ida y vuelta Ancud-Osorno,
por el antiguo "camino real de tiempos de Ercillay, para probar
que había llegado a los Llanos, le trae de allá un queso al
gobernador de Calbuco. Nuevo viaje de Maullín a Osorno, en
marzo de 1842; nuevas estadas junto al lago, en febrero de 1843
y en 1845, todo lo cual se traduce, al año siguiente, en el primer
mapa valedero de la región.
La idea de una ventajosa inmigración alemana es, pues, tan
antigua como el descubrimiento. En 1841, Philippi dirige al
gobierno chileno, por intermedio de José Ignacio García, inten­
dente de Valdivia, el primer proyecto en tal sentido. Habrá
otros cuya aceptación no irá más allá de las palabras. Pero ha
logrado lo esencial: después de los funcionarios chilenos, inclina
en su favor a los medios científicos alemanes, convence a los
geógrafos Andrew, Ritter, Gersting y, sobre todo, a Wappáus

43
quien da a conocer sus proyectos en Alemania y publica, en
1846, su primer testimonio de propaganda sobre este país:
"líber die Voriha le welche das südltche Chile für deutsche Áusuande-
rer hiele!" ("Sobre las ventajas que el Chile austral ofrece a
emigrantes alemanes"), como apéndice de su propio trabajo
sobre "La emigración y la colonización alemanas".
Esta fiebre de exploración y de colonización, Philippi la
comunica a todos, en el terreno mismo, ya se trate de compatrio­
tas de Valparaíso o de funcionarios chilenos. Gracias a él,
Salvador Sanfuentes, el poeta intendente de Valdivia, decide la
exploración sistemática de tierra adentro. Ambos se hallan a
orillas del Raneo, en enero de 1846, y regresan a Valdivia, de
noche, por el Bueno, en la lancha que Philippi conduce con
destreza, en medio de torbellinos y de troncos de árboles.
Algunos años después Muñoz Gamero y luego Vidal Gormaz
completarán el trabajo que comenzó Philippi. No se peca enton­
ces si se dice que, a partir de 1846, Philippi se hizo acreedor al
reconocimiento chileno.
En mayo de 1843 tiene lugar un acontecimiento singular
que, al menos en apariencia, desvía a Philippi del objetivo que
se había fijado. Este alejamiento de la "misión" sella, de hecho,
la unión del héroe con su patria adoptiva. Pero es quizás su sed
de acción lo que explica su decisión de unirse a la expedición
que, con el "Ancud", parte a tomar posesión de la ruta magallá-
nica abandonada luego del desastre de 1583. En- esta época,
Philippi ya es chileno, nombrado Sargento mayor de Ingenieros,
por su amigo, el presidente Bulnes.
La historia de lo que pasó con la expedición es sabida1; pero,
¿cuál fue el papel que jugó Philippi en la incorporación definiti­
va a Chile, de ese patrimonio olvidado, de ese "país del Diablo"
o "de la Desolación", como se le denomina en los mapas de la
época? El acta solemne del 2 1 de septiembre califica a Eunom de
"naturalista prusiano voluntario", pero, ¿qué más hay? Philippi

44
tenía por misión hacer una relación completa del estrecho; pero
hizo mucho más. El navio francés "Phaéton" que estaba al ancla
en Puerto Hambre cuando llegó el ‘ Ancud", no se hallaba allí,
ciertamente para apoderarse del lugar; pero ¿cómo se habría
impedido que un barco de guerra europeo se quedara ahí?
Habiéndose quebrado la barra del "Ancud" en las cercanías del
istmo de Taitao, Philippi fue quien salvó la expedición, una
primera vez, regresando solo y a pie a Chiloé para traer las piezas
de repuesto para reparar el navio. En Puerto Hambre, él era el
único que hablaba francés, para hacer que el comandante Mais-
sin aceptara un "oficio de protesta" del gobierno chileno. Fue
además, el único que pudo convencer a los franceses de que
continuaran su ruta, luego de que ayudaron a reparar las cocinas
del "Ancud". ¿Qué caso habrían podido hacer éstos, en efecto,
de las órdenes desatinadas de un viejo inglés —Williams— al
servicio de una potencia insignificante entonces? Lo seguro es
que, luego de la construcción del Fuerte Bulnes y del regreso de
la expedición, Philippi será nombrado, por Bulnes, "Jefe y
director de la colonia de Magallanes", el 17 de enero de 1844.
Hay que ver en esto una muestra de confianza: la República
necesitaba un hombre intrépido, de una lealtad a toda prueba.
Pero, para Philippi, Magallanes sólo fue una tregua. Lo que
cuenta son sus proyectos de colonización en Valdivia y Llan-
quihue.
En el proyecto, llamado de Maullín, que Philippi presenta al
gobierno chileno en 1844, se prevé la creación de una "zona de
colonización alemana" a partir de las orillas del Llanquihue.
Si bien el proyecto fue rechazado, la idea siguió vigente y
Pérez Rodales podrá jactarse de haberla sacado adelante.
En el principio está, pues, la obstinación de un hombre, la
idea de una inmigración alemana que Philippi hace adoptar a sus
amigos chilenos Espiñeira, intendente de Chiloé, y Sanfuentes,
de Valdivia. Este precisa el papel de los futuros colonos extranje-

45
Ernesto y Guillermo Frick. Dos pioneros de la inmigración alemana a
Valdivia.
ros y recomienda calurosamente a Philippi, para medir los
terrenos fiscales disponibles, fijar prioridades y reclutar pione­
ros en Alemania, según criterios adecuados. Todos los sucesores
de Sanfuentes, los intendentes Del Solar, García Reyes, Del
Río, se felicitarán de esta iniciativa; pero, como él, todos se
darán cuenta de inmediato, del problema de asimilación de los
que van llegando, de las relaciones entre las dos comunidades
nacional e inmigrada; en buenas cuentas, de los riesgos de
segregación y enquistamiento de una minoría extranjera, en la
parte más alejada y más atrasada del país.
Muchos informes de intendentes o de gobernadores insisten,
de 1846 a 1870, en este temor de una rivalidad abierta entre "las
dos razas".
Pero, por el momento, la idea de inmigración se precisa, se
enriquece y se expande, por cuanto otros alemanes de Chile la
empiezan a hacer suya. Es a ellos, en efecto, a quienes se dirige
Philippi en 1845, para volver a impulsar, sobre bases privadas,
"la realización de un sueño”.
C) "DON GUILLERMO” FRICK,
EL MAS CHILENO DE LOS ALEMANES

Entre los sostenedores y precursores de la inmigración alemana a


Chile está Wilhelm Frick, “Don Guillermo”, un caso aislado, el
más chileno de los alemanes. Berlinés, como Philippi, jurista,
músico, paisajista, políglota, desembarca en Chile, en 1840,
impulsado, según su biógrafo**, por el famoso mal de lejanía, tan
fácilmente atribuido a los alemanes.
Se instala en Valdivia, donde comercia en madera. Se casa
con una chilena, pero este matrimonio no fue un éxito, según
revela su correspondencia. Pero, ¡qué más da! Enamorado del
país, hace venir a su medio hermano Ernst, en 1842 y, en su
calidad de agrimensor y jefe de ingeniería agrícola en la provin­
cia, le toca defender los derechos del Estado contra las pretensio­

47
nes de ios latifundistas absentistas. Rehace el censo y la delimi­
tación de las tierras fiscales en Cudico, Pampa de Negrón, La
Unión, Río Bueno, sobre el Cruces, y alrededor de Valdivia,
sirviendo así la causa de la inmigración oficial. Si bien es
regionalista, piensa en grande, obsesionado por la creación de
un ferrocarril transandino interoceánico. Mucho antes de la
construcción del Canal de Panamá, es partidario del auge de la
provincia gracias a las ventajas que reportaría una apertura hacia
la pampa argentina. Rector del liceo fiscal de Valdivia, hasta
1890, es el Néstor respetado de la “colonia” alemana, patriarca
de espíritu enciclopédico, ligado a todos los responsables chile­
nos de cepa, por una estimación mutua y profunda. Es, por
sobre todo, el representante de una inmigración voluntariamen­
te desgermanizada, para que tenga éxito; el impulsor de una
fusión deliberada, de una aculturación inmediata que él no
considera regresiva, sin duda porque él, tanto por su matrimo­
nio como por su propia inclinación, tuvo la suerte de codearse
con la intelligentsia chilena: fue amigo de Pérez Rosales, de
Sanfuentes, de todos los intendentes sucesivos de Valdivia. Su
íntima convicción la expresó con fuerza y en múltiples oportuni­
dades:
"... La asimilación es un imperativo. El colono dehe llegar a ser
sangre, carne y hueso de la nación chilena. Pero esto lo beneficiará a
él lo mismo que al país que lo acoge. Indios y españoles dejaban aquí
sus orígenes. El extranjero es, respecto de la lengua y las costumbres
locales, al mismo tiempo, chileno. Todo lo incita a serlo, incluso la
claridad y la belleza del idioma nacional, tan fácil de aprender y de
,
pronunciar. .. ”6 .

El “Diario” de su hermano Ernst, llevado de 1876 a 1891, no da


muestras de la misma amplitud de criterio. Por el contrario, da
cuenta de medio siglo de la vida interna de la comunidad
alógena.

48
Lo que hay de cierto en esto es que si Don Guillermo va más
allá que Philippi al imaginar la suerte a largo plazo de los que
van llegando y las modalidades de su integración en la comuni­
dad nacional, él se opone radicalmente a la "colonización” tal
como la imaginan otros, como los nacionalistas alemanes que
representa Aquinas Ried.

D) DE RIED A SIMON Y KINDERMANN:


PROYECTOS DE COLONIZACION PRIVADA

En 1845, Philippi recurrió a las casas comerciales alemanas de


Valparaíso, en el intento de promover una colonización privada.
Logró interesar en sus proyectos a Franz Kindermann, contador
de Huth, Grüning y Cía., desde 1836, y a Ferdinand Flindt,
gerente de Canciani e hijos, cónsul honorario de Prusia.
Todo partió con la adquisición, por Flindt y Philippi, de un
terreno de mil cuadras cuadradas en Santo Tomás, a lo largo del
río Bueno. Philippi encargó a su hermano Rudolf Amandus,
aún residente en Cassel, Alemania, que reclutara campesinos y
artesanos alemanes para instalarlos en ese predio. Con ellos, más
Kindermann y su suegro, Johan Renous, empieza a esbozarse la
colonización privada, fuente inmediata de abusos y sinsabores
de toda clase. Para procurar que su empresa alce el vuelo,
Philippi se vale de sus relaciones con los geógrafos alemanes.
Wappáus difunde su llamado en una serie de folletos, como
"Deutsche Auswanderung undColonisatton" ("Emigración y coloni­
zación alemanas"), llamando a la constitución de "colonias li­
bres” en Brasil y en Chile, embriones de una Australia alemana
en el nuevo mundo. En países aislados, pero de clima favorable a
los europeos, se formarían colonias sin bandera, ligadas afectiva­
mente a la madre patria sin estarle sometidas, y donde los
nacionales alemanes conservarían su identidad, su Volkstum.
Para comprender bien tales perspectivas, hay que considerar-

49
Ried « un patriota alemán que ve en la inmigración alemana hacia Chile una
prolongación de la madre patria.
las como inseparables del gran impulso unitario de una Alema­
nia aun políticamente dividida. Este anhelo hacia la unidad de
un pueblo culmina en 1848, si bien, con posterioridad a 1880,
se le interpretara y se le utilizara de manera distinta.
Médico del ejército británico, designado por siete anos en el
presidio australiano de las islas Norfolk, el Dr. Aquí ñas Ried
llega a Valparaíso en 1844, y allí se queda. Se casa con (acuñada
de Flindt y se convierte en el campeón de la colonización
nacional alemana en Chile. En "Deutsche Auswanderung nach
Chile" ( 'Emigración alemana a Chile"), publicado en 1847 y
difundido en Alemania al año siguiente, él desarrolla la idea de
una colonización alemana cerrada, autónoma, que haría del sur
de Chile una simple tierra de asilo, para pioneros que deben
seguir siendo alemanes. "Emigrar, dice, es saber sufrir y sopor­
tar mil males, aprender a privarse de todo. Que aquel que no se
sienta a la altura renuncie y se quede en casa... Que aquellos que
se nos unan traigan consigo sus modestos bienes, sus corazones
alemanes, sus manos alemanas; nada les faltará...".
Luego de 1870, esta manifestación de nacionalismo alemán
causará inquietud en Chile. Para mu< hos, la preservación cultu­
ral y el mantenimiento de una endogamia facilitada por el
aislamiento geográfico son la señal de un insoslayable peligro
para la unidad nacional.
Los acontecimientos europeos de 1848 hacen posible que la
idea de la colonización siga fortaleciéndose. Para el pintor
errante, Karl Alexander Simón, Chile es una Icaria, sede imagi­
naria de un hogar de libertad. "Si no puedes liberar al pueblo del
tirano, priva al tirano de su pueblo", dice a los proletarios de su
país'. Bajo el signo de la libertad, de la democracia y de la
abundancia, "tribus" gemánicas, Kolonisationsstamnte^ de unas
mil familias organizadas en falansterios remontan los ríos en que
desaguan los grandes lagos subandinos y toman posesión, pacífi­
camente, del Chile austral. Imaginaciones, ciertamente;

51
proyecto utópico como el que más, pero centrado en una
vanguardia extranjera expansiva e irresistible. Y ello aun si, en
1860, lo que inquieta, en el fondo, es más la idea democrática
que la de un ‘sueño alemán”, puesto que esos germano-
americanos imaginarios son ciudadanos leales con el país elegi­
do; se integran a él sin reticencias, están prestos a defenderlo con
las armas, aprecian en lo que vale la libertad que les ha otorgado.
Nada quedará del quimérico Simón, salvo un puñado de
dibujos, de esbozos y de cuadros de la vida chilota, legados a
Pérez Rosales quien los imitará y, en ocasiones, los firmará...
En una carta al pintor visionario que le había pedido consejo,
Eduard Poeppig constata y concluye con sentido de realidad:
”E1 mundo ya está repartido y, como dijo el poeta, ya es
demasiado tarde. Nosotros, los alemanes, hemos sido los últi­
mos en llegar "K. Plantea tres condiciones indispensables para el
éxito parcial de la empresa: que las autoridades alemanas se
encarguen de la inmigración, que agentes especializados partan
como adelantados para discutir con los funcionarios acerca de los
trabajos preparatorios y de la instalación de los colonos y,
finalmente, que la colonización sea oficial, racional y llevada a
cabo honestamente. Sabias palabras, pero inútiles, luego que,
después de Simón Kindermann y Renous, tratan de hacer de la
colonización un negocio privado en que se mezclan las operacio­
nes más embrolladas y las ambiciones más voraces.
El 25 de agosto de 1846, llegan al puerro de Corral, y a bordo
del Catalina. 34 personas reclutadas en Alemania por Flindt y
Philippi. Kindermann y Renous, por su lado, “compran” en
1847, a los caciques indígenas de los Llanos de Osorno, median­
te engaño y con la complicidad de los notarios regionales,
enormes extensiones —más de 15.000 km2— por cuenta de la
Sociedad de inmigración de Stuttgart, fundada a iniciativa del
primero. Las numerosas sociedades alemanas de ese tipo, co­
menzando por la de Berlín, se muestran, por el contrario.

52
desconfiadas y reticentes frente a tales proyectos. Honesto, pero
débil e ingenuo, Franz Kindermann, víctima de la duplicidad
de su suegro Renous, se verá arruinado y perseguido, en 1850,
por el Estado chileno, por compra fraudulenta. Ebner, Kaysery
Lechler, miembros del directorio de la Sociedad de Stuttgart y
encargados de tomar posesión del dominio adquirido en su
nombre por Kindermann, llegan a su vez a Corral, a la cabeza de
unas treinta personas, a bordo del Helena. Frick les pone al tanto
de la ruina de la empresa lo que para ellos es como si les hubiera
caído un rayo9.
Pero Chile es un punto de término; y el despertar de ese sueño
supone, para todos, la necesaria adaptación. Kindermann segui­
rá empeñado en encontrar comanditarios por toda América.
Acusará a Sanfuentes y a Philippi de ser los causantes de su
ruina, lo que sin duda es falso. Pero, a lo que parece, su caída no
dejó de tener consecuencias para lo que sería la inmigración.
Con su legítima reacción contra la especulación, el Estado
chileno había creído sanear la situación y moralizar la coloniza­
ción; pero, de hecho, desde el principio la retardó, la desalentó y
la modificó, sin lugar a dudas. A una inmigración de burgueses
acomodados atraídos por los ofrecimientos tentadores de Renous
y de Kindermann, sucede una corriente irregular y difícil de
campesinos y artesanos. Lo que es más, esta corriente sólo se
establecerá gracias a las misiones oficiales que se les encargará
por fin, en Alemania, a Philippi y, luego, a Pérez Rosales.
Resultado de ello es que, en 1850. los primeros inmigrantes
alemanes se hallan en Valdivia; llegaron después de los del
Helena, el 29 de junio de ese año, en el Hermann, ‘ Mayflower" de
la inmigración alemana en Chile. Estos no están ni desprovistos
ni desilusionados ni desamparados. Tienen, además, un guía
que es un creyente : Karl Anwandter, ex diputado del Landtag
de Prusia, futura conciencia de Valdivia y uno de los pocos
que respondieron al llamado democrático de Simón y que se

53
Karl Anuandter y su familia a su llegada a Chile en 1851.
embarcaron en Hamburgo, con sus amigos, al cabo de una
minuciosa preparación, con pleno conocimiento de causa.

E) KARL ANWANDTER, Y EL GRANO


DE, MOSTAZA DE LA INMIGRACION ALEMANA

Farmacéutico, cervecero y burgomaestre de Kalau, en Prusia,


Karl Anwandter fue elegido para el Landtag de Berlín, en 1847.
Demócrata por convicción, pietista, es un hombre empecinado e
intransigente que pone, como lo dirá él mismo, “su conciencia
por encima de toda otra consideración”. No tiene apuros econó­
micos, pero el fracaso de la democracia alemana en 1848 lo
paraliza, y después de haber leído a Simón y a Kindermann y
hablado con ellos, anuncia su partida para Chile en los diarios
berlineses del 25 de mayo de 1850, invitando a los demócratas á
que lo sigan. Gracias a él, los alemanes que llegan a Valdivia no
son ni escapados ni exiliados, sino hombres libres que partieron
por convicción, a sabiendas, hacia un país del que Poeppig
escribió que era "bueno, republicano aunque aristocrático”.
El cuestionario que presenta Anwandter en el momento de
desembarcar, a Pérez Rosales, que ha venido a darle la bienveni­
da a nombre del gobierno chileno, es bien conocido, aunque con
mucha frecuencia se le haya suavizado; traduce las peticiones
populares alemanas, de 1848. Tres preguntas dicen relación con
la naturalización, cinco con la libertad de conciencia y de culto,
siete con la tierra y con la vida social11. Preocupación democráti­
ca, por cierto; pero también obsesión de protestantes muy
próximos a los Freigememcten y a los Lichtfreúnete que se instalan en
países de tradición hispánica. Por su laicización progresiva
—estamos en tiempos de Manuel Montt y luego de Santa
María—, por su ideal de libertad individual y su vocación de
refugio para los exiliados, vinieran de donde vinieren, Chile
podía dar tranquilidad a quienes llegaban. La respuesta de

55
Anwandter a Pérez Rosales es una afirmación solemne de fideli­
dad y de gratitud hacia el país que brinda acogida:

. honrados chilenos y laboriosos como el que más lo fuere. Unidos


a las jilas de nuestros nuevos compatriotas defenderemos nuestro país
adoptivo contra toda opresión extranjera, con la decisión y la
firmeza del hombre que defiende a su patria, a su familia y a sus
intereses".

Antes que él y con él, como una de esas “tribus' caras a Simón
—cuyo ideal democrático los anima sin duda—, como el ‘“grano
de mostaza” de la inmigración alemana en Chile, llegan los
primeros, los más instruidos, los mejores, según Vicuña Mac-
kenna: un centenar de inmigrantes venidos de 1847 a 1850, en
los veleros Cóndor, Victoria, Middleron, Helene, Steinwár-
derm, Sankt Pauli. Suficiente como para señalar a la inmigra­
ción alemana en Valdivia lindando con lo inteligente y lo
excepcional.

F) LA LEY DE 1845
Y LAS MISIONES DE RECLUTAMIENTO,
DE PHILIPPI A PEREZ ROSALES

El grueso de la inmigración alemana en Chile, hasta 1875, no


está formado por burgueses sino por artesanos y, principalmen­
te, por campesinos que se instalan en el interior, en Llanquihue.
Esta vez, su venida es preparada y organizada por el Estado
chileno quien promulga, en 1845, una ley de colonización
decisiva. Ella regula la instalación de los colonos, autoriza el
establecimiento de colonias nacionales y extranjeras, al norte de
Copiapó y al sur del Bío-Bío, por consiguiente en Valdivia y en
las tierras del interior. Se enumeran las facilidades en materia de
transporte concedidas a los postulantes eventuales, las de exen­

56
ción de impuestos, las de obtención de la nacionalidad chilena.
Algunos terratenientes dan por descontado, con la llegada de los
extranjeros, el derrumbe del costo de la mano de obra nacional,
ya bastante bajo sin embargo. Otros, como Manuel A. Tocor-
nal, creen en el triunfo de las ideas socialistas en Europa y se
dicen dispuestos a aceptar a artesanos y campesinos de ideas
contrarias. Finalmente, para los partidarios de la unidad de fe y
de la preservación de las "buenas costumbres", conservadores
clericales contrarios a la libertad de culto, aceptar a inmigrantes
protestantes es, como lo proclama Ignacio Domeyko, introducir
un nefasto espíritu de cuerpo, sembrar la discordia, encender la
guerra entre razas '12.
Esta ley de 1845 pudo haber quedado como un deseo piado­
so, como una nueva medida sin efecto, si se tiene en cuenta la
ignorancia que había en Europa respecto a Chile o la pobre
reputación de éste, producto de la leyenda negra antihispánica
alimentada en los países alemanes por la Aufkldrung. Se necesita­
rá, una vez más, de toda la energía de Bernhard Eunom Philippi
para que ella sea seguida de resultados.
El 27 de julio de 1848, su amigo Sanfuentes obtiene que el
presidente Bulnes (de quien era edecán) lo nombre agente de
colonización en Alemania. En cuanto llega allí, Philippi hace
imprimir, en un millar de ejemplares, las instrucciones de que
es portador, precisando, en nueve puntos, las ventajas prometi­
das a los colonos que vayan a instalarse en Llanquihue (art. 2, 3 y
4), las obligaciones a que estarán sujetos (art. 5), las modalida­
des de su instalación (art. 8). El artículo 7 precisa que Philippi
"dirigirá los primeros pasos de la colonia". A estas instrucciones
agrega el mapa del sur que él mismo había hecho en 1846;
luego, en 1851, hace tres nuevas ediciones enriquecidas con sus
"Nachríchten über die Provinz Valdivia...” donde muestra que
en Chile lo que sobra es trabajo.
De regreso, a fines de 1851, Philippi dirige al Ministerio de

57
r-s<*<uu.
Lol rtr 1. 44. Ife I. 21 o4tt iwao/lg Vorgra Valia*.

Scliein

wirr zwanznr
5000
Per Inbabrr dirao Lkailrr terhrlari bal n*l»c4<r ruarCapital•>wn|rfirag tan B'MMrMBiirfrr laalf UaHrainl HFnW
dea. ««a drr (kM-Usctan ÍÑr Mi luidle AtottaataMg uud IuImImUoB la Mallfttrt, afear Vrrakifeog de» Berra
SigBMBd Bcoedicl. Baa^uirC XI SMIgart, xu MgiMif'Udru Aafekra «aa I 173.004 na 24 D Fu»*, wwlbef dure! CrarTBhrftdam*

w grn
k«4B OoxWuMtaai IF.Juaid J.grnaimlr rbrirllMhaniOOOl arfeo fefen*. jcdrraorí 35 laulrife, grfertigt mM — admarh «rinrr Wabi
tu*a LAudeCiiAfefeil im iwaml» Oargaa Neulasd an dea* *ao drr GrxUxbin Uitflxte rr« arfe ora vial i« sOdainrribaxuKbea
FtibUalCfek. fe derPratiax talXitla, aw Biabara» bck*r*aa, I Aadrfri tvuiplri leu awelMMaltiaaM<4rH<MM»«<a4 «ar|ra, —
ond atrd, fe> Fatl Kiw Fwdrfuiig nukl Jurrb 5rlb*ife->iUaahiur 4r» ifen (arantirim Lcaudrigralfeami rrfewfeu t»l. »rtae Bcfrirdlgaag

coiunir-iana.
mi efeer drr durcb uMru augrmglra Zahlauc»pUn brxluuiMb u aw4lf Xrrle»Mugru, drri Monalr aa«b drr tell/agrura Zlcbui^ und rarbr-
feltlrck drr plaruuAMMr“ Afexipatiaai ■ Bcfagana, grgru Bacigalr dirao I aadrr • fefe-tae», bri drr G<>< llnbalU -1atar daferr baar,
okur de o grriagslra Abxug. la ími rntiaamlwgrn MABoartm ■rbat XUaa «ari íiainXioica rrbaltra.

StüUfurl. dea «rrCrrafer /SI».

L.S. Gcscllschaft íur nationalc Auswaiidcruiig un<l Culonfeatioii L.S.


VaraUad
C«ateaU« C.MW.IK

Titulo dt propiedad emitido por la Sociedad de Emigración y Colonización de Stuttgart en 1849.


Relaciones Exteriores un informe detallado de los resultados
obtenidos, a pesar de las dificultades que hubo que vencer. Ellas
fueron numerosa en efecto: pobreza de los medios financieros de
que dispuso para vencer la ignorancia, las reticencias y los
competidores, indiferencia general y trabas puestas por los
agentes diplomáticos chilenos en Europa a su propia misión;
contrapropaganda de las empresas privadas de colonización, en
especial de Kindermann y de los cónsules alemanes en Chile,
etc. Agregúese la intervención permanente de Domeyko, colega
y amigo de Rudolf Amandus Philippi, en razón de su educación
alemana, pero polaco "fanáticamente' católico, lo cual obligó a
Eunom a precisar que los colonos alemanes de Valdivia serían
obligatoriamente católicos. Siendo el país de reclutamiento
mayontariamente protestante, esto sólo podía restringir aún
más el número de candidatos.
Pero Philippi llevará a cabo su misión con escrupulosa honra­
dez, haciéndose sólo acreedor al reproche de ingenuidad, al
preferir a un estafador católico —el famoso Orto von Muschgay
del que habla Pérez Rosales en sus Recuerdos—, en vez de colonos
de calidad, pero protestantes. A su regreso le espera una decep­
ción: la dirección de la colonia ha sido confiada, desde hace un
año, a Pérez Rosales y a él lo envían a Magallanes como goberna­
dor. ¿Exilio? ¿Honor? ¿O, simple pago de Chile' Después de la
famosa revuelta de Cambiaso, se trataba de apaciguar a los
fueguinos. Mediante esta designación, el gobierno chileno mos­
traba, en todo caso, que otorgaba plena confianza a Philippi.
Pero no había de volver. En las soledades magallánicas, sin duda
en octubre de 1852, pagando por otro, debía terminar en
sacrificio una vida consagrada por entero a la amistad germano-
chilena y a la valorización de un país al que le había dado todo.
De 1850 a 1854, llegan a orillas del Llanquihue algunos
centenares de familias alemanas; pero la corriente, ya de por sí
escasa, parece haberse agotado. Se hace necesaria una nueva

59
Parte de una carta del Gobierno de Chile dirigida a Don Bernardo Philippi.
En ella se instruye a Philippi para que traiga colonos desde Alemania.
misión de reclutamiento confiada, esta vez. a Perez Rosales en
persona. Lo hacen acreedor a esta designación su habilidad, su
don de gentes —,acaso no lo llaman el culebrón?— y su conoci­
miento de Europa. Pero al llegar a Alemania sufre una decep­
ción. Su "Ensayosobre Chile' no lo salva de ser victima, según sus
palabras, de "la virulencia antichilena gratuita de numerosas
publicaciones alemanas, de la reacción provocada por el esclavi-
zamiento y por la tragedia de la inmigración alemana en Perú y.
en fin, de la confusión obstinada y miope que se hace entre Chile
y las peores dictaduras del continente. Para la mayoría de las
sociedades de emigración, la América latina del lado atlántico
—Uruguay y Argentina sobre todo— es preferible a Chile, por
el clima y por el espacio que se ofrece, lo que no deja de tener
relación con las ambiciones geopolíticas inevitablemente ali­
mentadas por los campeones de una Nueva Alemania ulrraatlan-
tica.

G) VALOR Y ALCANCE
DE UNA HISTORIOGRAFIA PERSONALIZADA

Si la personalidad de los pioneros de la emigración alemana hacia


Chile —Bernhard Eunom Philippi, Sanfuentes, Perez Rosales—
hubiera sido el único factor decisivo de la importancia de la
corriente migratoria hacia el país, el Chile austral se habría
convertido en pocos años, en otro Rio Grande do Sul. Pero había
demasiados obstáculos: distancia, costo de viaje, temor que éste
suscitaba, ignorancia en Europa acerca de Chile o reticencias
absurdas, criterio selectivo y falta de determinación en los
responsables gubernamentales, mayor atractivo de las pampas
atlánticas o de Norteamérica. Los que llegan a Chile son, por
eso, poco numerosos, pero en cambio serán de calidad excep­
cional.
El que insistamos en lo arduo del reclutamiento y en la

61
prehistoria personal izada de la colonización austral no carece de
sentido. Aquí no se dan falsos gauchos como en Uruguay,
enrolados o voluntarios miserables y analfabetos como en
Brasil, a partir de 1820, o miserables que, por centenares, son
reducidos a la esclavitud, como en Perú. En Chile, la inmigra­
ción alemana posee sus proceres , modelos y ejemplos. Los
grandes antepasados como Anwandter conducen a hombres
libres a los que np arredran las dificultades y que escogieron
libremente un país que les garantizaba su desarrollo personal y
colectivo. La calidad excepcional de los colonos esta en función
de la de los reclutantes. En Chile, nadie sera víctima de merca­
deres de hombres.
El sistema agrario vigente era parecido, por supuesto, al de
América del Sur, pero reservaba al pionero europeo un sitial
aparte. Como compensación del viaje, de la selección y del
riesgo, el sur chileno ofrecía otras posibilidades que eran garan­
tizadas por los heraldos de la inmigración. En 1850, se ofrecía
un vasto campo de expansión a una colonización extranjera,
familiar, igualitaria e inteligente. La libertad individual, cara a
los europeos desilusionados, podría desarrollarse en un país
preocupado, más que otros, de desprenderse del molde colonial,
de modernizarse sin convulsiones, de vencer la distancia, la
inercia y los prejuicios.
Pero, de momento, el recién llegado, si es burgués, tropieza
con pretensiones incomprensibles y, si es campesino, sumido en
un medio virgen, tiene que vérselas con el muro de la selva, con
los riesgos de la soledad, con los mil peligros de un trasplante
brusco. Es un salto hacia lo desconocido, tanto más meritorio
cuanto que los que se arriesgan a darlo, estadísticamente, no son
mas que un puñado.

62
NOTAS
DEL CAPITULO II

1. Reise m Chile. Perú und dem Amazonasstrome u ahrcnd der Jahre 1827-12,
Leipzig. 1835-36. Trad. Un testigo en la Alborada de Chile. < keu.fr.
Santiago, 1960
2. Cf. g. fittbogen, ’Von Philippi bis Anwandter. die Entwicklung des
gedankens der deutschen Einwanderung in Sud-Chile. Ibero-
Amerikamsches Archa, Berlin-Bonn. 1936, x, N” 3, pp 217-286.
3. Cf. K. bauer, "BE. Philippi s deucsche Sendung". Deutsche Monatshefte
für Chile. N° 15, fase. 9/10, sepe. occ. 1934 pp 300-303
4. Cf. El Araucano. N" 691, 10. 11.1843; o. barros arana, “La fundación
de una colonia chilena en el Estrecho de Magallanes en 184 3", Revista
de Chile", t. cvm, 1901. pp. 956-969; El Ferrocarril, N" 12 764,
26. 12.1899; Idem. Un decenio de la historia de Chile 1841-1851, t.
xiv, pp. 358-365. n. ANRIQUE, La goleta Ancud toma posesión del
Estrecho de Magallanes", Revista de Chile, t. < vm. 1901, pp 807-877,
93 1-955; El Magallanes. 17.09. 1843. 26.94. 1844; "Es gcschah vor 100
Jahren". Condor, Año 6, 16 y 23.09. 194 3; a. braun mfnfndfz, Fuerte
Bulnes. Historia de la ocupación del Estrecho de Magallanes por el gobierno de
Chile en 1843, B Aires, 1943; E. greve, "Los primeros años de la colonia
del Estrecho de Magallanes, su lección parad futuro , Revista Chilena de
Historia y Geografía, vol. 82. 1934; a. fagai.di , Magallanes. el País del
porvenir, Valparaíso, 1901; L. bonacic. doric . Resumen histórico del Estre­
cho y la Colonia de Magallanes, 1937-39;f hfid, BE. Philippi und die
deucsche Besiedlung Sudchilcs", Hunden Jahre deutsche Siedlung in der
Provinz Llanc/uihue. Condor, Santiago, 28 I I 1952. pp. 18-20, g.
SCHwarzenberg, "Oberstleurnant B E Philippi. Sein Leben und sem
Wirken". Geschuhthche Monatsblatter. N*‘ I. Nov 1916, fase. 5, pp
37-52; b. valdes, "La ocupación del Estrecho de Magallanes a la luz de
los documentos franceses". Revista Chilena de Historia y Geografía, vol.
116, 1950, pp. 142-I74;j.p. bi an< rain, B E Philippi et les premiers
colons allemands au Chili", Bulleítn de la Faculte des Lettres de Strasbaurg,
46. abril 1968. N" 7. pp 692-718
5. E. greve, Don Guillermo Fnck y Eltze. 1813-/905, Santiago. 1940;
también en Revista Chilena de Historia y Geografía, t ixxxvin. vol.
96, pp 29-93.

63
6. El Araucano, N° 225, 12.12.1849; El Mercurio. N° 228, 27.06.1863.

7. k.a. simón, Die Ansuanderung der Demokraten und Proletaner unddeutsch-


nattonale Kolomsation des südamarikanischen Freistaats Chile, Stuttgart,
1848; Bayreuth, 1850, p. 2.
8. Carta del 1 1.05. 1847, en nuestro poder.
9. K. BAUER, Das Geuissen der Stadt. Geschichte der deutschen Schule zu
Valdivia, Concepción, 1924, p. 23; h. kunz, Chile und die deutschen
Kolomen, Leipzig, 1890. p. 561; Idem, Die Kolonisation ¡n Valdivia,
Hamburgo, 1891, p 4.
10. Cf. título del libro de k. bauer.

I 1. Df. j. UÑOLO, Das Deutschtum ¡n Chile. Der Kampf um das Deutschtum, N°


13, Munich. 1900, p. 54; k. bauer. Das Geu issen der Stadt, op. cit.. p.
48. Texto original en Archivo Nacional de Chile. Ministerio del Interior.
Intendencia de Valdivia, 1848, 1853, t. vi. informe del 20. I 1. 1850, pp.
190-192.
12. i. domeyko, Memoria sobre la colonización en Chile, Santiago, 1850, p II;
Archivo Nacional. Memorias Ministeriales, N“ 6. 1850.

64
CAPITULO III

CARACTERISTICAS
ORIGINALES DE LA
PRIMERA OLEADA
MIGRATORIA
ALEMANA (1848-1875)

ESPUES DE LOS TRATADOS de Westfalia, cada

D estado alemán tenía su propia política de emigración


en la que se daban estas cuatro actitudes, ya fuera
simultánea o sucesivamente: la prohibición, el estímulo, el
control reglamentado o la abstención voluntaria1.
Las experiencias catastróficas sufridas por los inmigrantes
alemanes en Costa Rica, Guatemala, en Texas y particularmente
en el Perú, contribuyeron a desalentar las partidas y a desacredi­
tar a América. De 1850 a 1860, uno tras otro, todos los estados
alemanes van a modificar su legislación en la materia. Algunos
llegan a reglamentar la emigración al punto de paralizarla, como
en Prusia, con el decreto de Von Heydt, de 1868, que multipli­
ca dificultades y trámites para ir a Brasil. Años más tarde, con
posterioridad a 1880, el Imperio Alemán intentará eliminar la
corriente migratoria o bien, utilizarla con fines expansionistas,

65
para el éxito de su Weltpolitik (“política mundial”). No es otro el
objetivo de la ley Delbriick de 1913, que pretende negar la
nacionalidad “accidental” e introducir, por el contrario, el prin­
cipio de obediencia y fidelidad perpetua, con efecto retroactivo.
Hasta 1870, Chile apenas si se ve afectado por estas medidas,
a pesar de la mala fama que le significa, muy injustamente, el
calvario que debe soportar un millar de campesinos suabos en
Perú, de 1850 a 1853. Es justamente la época en que se inicia la
colonización de Valdivia y de Llanquihue2. Dentro de las gran­
des migraciones del siglo 19, los que parten a Chile representan
apenas un puñado, una gota de ese "río de sangre” que transfor­
ma y vivifica a las Américas.

A. LOS GERMANO-AMERICANOS
Y LAS FASES DE LA EMIGRACION A CHILE

Por lo menos diez millones de germano-hablantes pasaron del


Viejo Mundo al Nuevo, entre 1820 y 1914; de ellos, tres eran
originarios de países Habsburgo o del Imperio ruso. El geógrafo
Ratzel estima que los alemanes que se dirigieron a Estados
Unidos fueron 50.000, en 1848, tres veces más numerosos en
1850 y cinco veces más, en 1854, año de la mayor afluencia.
Para Brasil, las entradas se estiman en 250.000, para todo el
período, habiendo ya 20.000 antes de 1880. Argentina, por su
parte, recibió a más de 100.000. Según el Handbuch des Deutsch-
tums im Áusland (“Manual sobre la germanidad en el extranje­
ro”), en 1903 habría habido 1 1 millones de germano-
americanos que aún sabían el alemán; de ellos, 9 millones en
Estados Unidos, 700.000 en Brasil, 200.000 en Canadá,
150.000 en Argentina y 30.000 en Chile.
Sólo la colonia de Llanquihue habría recibido, de 1848 a
1874, entre 4.250 y 8.000 inmigrantes, cifras extremas; en

66
tanto que Valdivia y alrededores habría retenido a no más de
mil.
Saber cuántos son los germano-hablantes siempre ha sido más
fácil, por curioso que parezca, gracias a las fuentes de la propia
comunidad. El censo minucioso, completo y secreto llevado a
cabo por el Deutsch-Chilenischer Bund("Liga chileno-alemana") en
1916-17, comprende 25.322 personas, de Arica a Punta Arenas,
partiendo de los Ortsgruppen ("Grupos locales") de la asociación.
Las evaluaciones posteriores pueden pecar de insuficiencia
(20.000 según Christoph Martin, en 1921) o de exceso (50.000,
para Gotschlich y Schmidt, en la misma época). Rohrbach y
Wilhelm Mann coinciden, en 1926-27, en la cifra de 15.000
germano-chilenos y en la de 8.000 alemanes inmigrados instala­
dos en el país. Puede pensarse, de acuerdo con Grandjot y
Schmidt', que los 30 a 40.000 germano-hablantes actuales de
Chile tienen tras sí a tres generaciones "chilenas” y, muchos, a
cinco; que, después de un siglo, su número casi no ha cambiado.
La erosión progresiva pero ineluctable de la lengua alemana tiene
aquí una compensación en refuerzos migratorios difusos y conti­
nuos, en un elevado nivel de educación, gracias a las escuelas
alemanas, y en la vitalidad asombrosa de las asociaciones de habla
alemana que el liberalismo educativo del Estado chileno hace
posibles.
Igualmente claras son las fases de la inmigración alemana en
Chile. La primera, de gran calidad por la instrucción, el ánimo
emprendedor y el sentido de solidaridad de sus integrantes, va
de 1846 a 1875, y se circunscribe únicamente a Valdivia y
Llanquihue. Con su "gesta pionera" confieren al germanismo
local sus rasgos originales, sus referencias y sus lugares de
prestigio lo que, en cierto sentido, son sus cartas de nobleza. Son
ellos los que dan realce al Sur replegado y separado del Chile
central histórico por la Frontera araucana, y marcan el paisaje
con un sello germánico original e indeleble.

67
Uk Ovil- MflIürMkiNn

Pasaporte de Emigrante Sajón para venir a Chile.


La segunda fase, en que predominan proletarios urbanos y
rurales de las marcas orientales de Alemania, va de 1882 a 1914.
Forma parte de la inmigración plurinacional llamada por el
Estado chileno para colonizar la Araucanía sometida, por fin, y
para sacudir el sopor de Chiloé. No obstante la fusión exigida en
un primer momento, se asiste a un reagrupamiento alemán en
"colonias" secundarias, cuyo fin es vencer obstáculos e imponer­
se al medio.
La inmigración reciente, posterior a 1918, es difícil de
apreciar. Como la mayoría de los países americanos, Chile se
cierra poco a poco, de modo que las llegadas no provienen de una
elección sino de una fuga que va aparejadada con una inserción
urbana que ya no es integración verdadera.
En resumen, lo que sorprende es la debilidad cuantitativa de
la corriente migratoria alemana hacia Chile y el peso específico
que este aporte tuvo en la completación y en el desarrollo de
Chile. “En Chile, los alemanes no se cuentan, se pesan”, se dice
justamente. En 1914, no son la primera colonia de origen
extranjero, en cuanto a número; pero por su solidaridad, a pesar
de la diversidad de orígenes, de antigüedad y de condiciones,
por sus realizaciones, por su peso y su influencia local y nacional,
no se compara a ninguna otra.

B MOTIVOS DE LA PARTIDA:
RECHAZO E IDEAL COMUNES

Para la memoria de las “colonias" alemanas de Chile, la época de


la emigración es una Conquista pacífica, un desafío a la razón de
los números, una epopeya que tiene el valor de un breviario.
Objeto de una referencia permanente, esta época justificará
el culto de los “grandes antepasados". En estas condiciones,
destacar el rol de las revoluciones de 1848 como causa primera
de la migración, resulta enteramente legítimo. Es larga la lista

69
de notables desengañados que llevan tras sí, como Anwandter, a
una parentela vacilante o a conciudadanos decididos. A muchos
no les queda siquiera la elección, ya que la emigración era el
resultado de una expulsión. Tal fue el caso de Buschmann
burgomaestre de Friedrichsroda, en Turingia; de los compañe­
ros de Rudolf Amandus Philippi, Cari Ochsenius, Eduard Mi-
11er y Max Wenger, que lo acompañan en el Bonito, en 185 1; de
Franz Fonck, médico, condiscípulo de Cari Schurz en la Univer­
sidad de Bonn y quien, al llegar, se pondrá al servicio de los
colonos de Llanquihue. Permutas, condenas, revocaciones a que
se sometió a los funcionarios opositores en Hesse, los llevan a
emigrar. Son las ciudades del Electorado - Hanau, Fulda, Mán­
den, Marburg, Rothenburgo sobre el Fulda, arruinadas por la
ocupación de los prusianos, de los bávaros y de los austríacos, las
que proveen una buena parte de la emigración alemana hacia
Chile. Ahí vienen las familias Buschmann, Manns, Exss,
Kunstmann, Geisse, Günther, y los tres hermanos Schwarzen-
berg, miembros protestatarios de los estados de Hesse, puestos
en prisión, condenados en consejo de guerra y finalmente expul­
sados. Con Anwandter y sus seguidores, es no sólo una élite
burguesa la que se refugia en Chile, sino toda una representación
de la sociedad prusiana, originaria de Kalau, Vetschau, Guben,
Kottbus y Francfort del Oder.
Abundan los testimonios concordantes, piadosamente reco­
gidos, acerca de la falta de añoranza por haber cambiado una
patria ingrata por un país libre y fértil. Heinrich Geisse, escri­
bano forense en Rothenburgo, lleva a toda su familia en el
Victoria, en 1852. Su testamento, hecho en Osorno, el 5 de
febrero de 1859, resume el vuelco y el sentido de una vida.

"Mi partida de Alemania sólo tuvo una causa y apuntó sólo a un


objetivo: fundar para ustedes, para su madre y para los años que me
quedan por vivir, un asilo lejos de todos los afanes materiales y de la

70
vanidad de los cambios políticos. Quería traerles la paz y devolver a
nuestra familia el sentido del esfuerzo y la ambición; en otras
palabras, volver a darle un futuro'1.

Pero sería un error disociar la emigración política de los impera­


tivos materiales, aun cuando la memoria germano-chilena se ha
complacido en evocar preferentemente la primera, para enno­
blecer, de alguna manera, el tiempo dé los comienzos, de los
pioneros y de los sufrimientos. Si la emigración de las "concien­
cias” existió de hecho, la de los artesanos y campesinos tuvo
como causas mayores las crisis económicas y los acontecimientos
políticos.
Afectados con dureza, Brandeburgo, Hesse, Suabia, Lusacia
y Bohemia suministraron, hasta 1875, los contingentes más
importantes. En la actividad textil, la brutal introducción del
telar mecánico había provocado la ruina de las aldeas sajonas. En
Brandeburgo, alrededor de Stendal y de Buckow, según afirma
Fritz Gaedicke, la miseria se había hecho insostenible; en Brau-
nau, Bohemia, la crisis económica que sucedió a la epidemia de
cólera que afectara primero a Sadowa, terminó por despoblar
toda la región. Las crisis europeas de 1847-51, 1857 y 1873-75
tienen como efecto correspondiente en Chile, como en otras
panes de América, a las tres pulsaciones mayores de la emigra­
ción alemana de los primeros tiempos.
Miseria material y moral van pues de la mano. El factor
común a todos los que llegan es la ambición. El artesano se
siente próximo al burgués, rechaza al proletariado y aspira a
establecerse por su cuenta. Hay innumerables testimonios al
respecto y, una vez más, concordantes. Johann Jakob Keller,
artesano de Esslingen, llegado en el Hermes» afirma:
"Partí para Chile porque quería seguir siendo mi propio amo.
Aquí tengo trabajo y el fruto de él me corresponde. No tengo

71
Casa de colono en V aldivia, calle Caupolicán.
que hacerlo bajo la dependencia, bajo las órdenes o por cuenta de
otro...".
En su diario, Sophie von Bischoffshausen echa pestes contra
los criados que, habiendo venido con su familia política, sólo
sueñan con independencia, libre iniciativa y éxito material. Un
molinero de hablar bíblico, Albert Stróbel, se declara aliviado
por no formar parte ya, de la “caterva de lacayos de los prín­
cipes”.
Para la Valdivia adormecida, la llegada de los alemanes será
como una levadura. De este atraso, ellos derivarán su propia
suerte, como si su lugar les hubiera estado reservado.

C. ORIGEN GEOGRAFICO Y ESTRUCTURA SOCIAL


DE LOS CONTINGENTES MIGRATORIOS
1. Una emigración panalema na.

En 1875, cuando la migración hacia el Chile austral llega a su


término, Karl Martin, médico de Llanquihue, registra 4.256
súbditos de ascendencia alemana, de Valdivia a Puerto Montt.
El total general para Chile es de 8.600 personas, habida cuenta
de industriales, artesanos, comerciantes y empleados de casas de
importación y de consignación, instalados principalmente en
Valparaíso.
Conocemos domicilio de partida, edad, profesión y nivel de
instrucción de más de 4.500 llegados, instalados definitivamen­
te en Chile. El saldo está muy próximo al número de entradas,
contrariamente a lo ocurrido en las grandes migraciones de fin
de siglo. Las listas provenientes de los veleros que unían Ham-
burgo con Valdivia, han sido repetidamente reproducidas y
precisadas por compiladores incansables, si bien poco dados a
comentarios esclarecedores.
p—-------ti
Los primeros emigrantes, de 1848 a 1860, salieron de Hesse
y de Brandeburgo. Los suabos vinieron en dos tiempos: noviem­

73
bre 1850 a diciembre 1852, y luego, de 1855 a 185 7.\ Artesanos
y campesinos de Alta Lusacia se embarcan en el Susanna en dos
grupos: noviembre 1850 y noviembre 1852. En 1856 y 1857
llegan, entremezclados, gentes de Hesse, Suabia, Brandeburgp
y Silesia. Finalmente, de enero 1862 a febrero 1864, llegan
contingentes católicos, en particular de Westfalia. La reanuda­
ción, con posterioridad a 1870, viene de los Sudetes: unas cien
familias del “Braunauerlándchen” (“El terruño de Braunau "), en
los confines de Bohemia y Silesia.
La emigración es, pues, panalemana, pero sin relación con las
densidades de población. Por el contrario, ella está ligada a
localidades precisas y modestas cuyos nombres aparecen repeti­
damente en las listas. En cada contingente aparecen los mismos
pueblos, los mismos burgos y aun los mismos dominios. De
Rothenburgo sobre -el-Fulda vienen más de 200 emigrantes en
18 veleros; el grueso de la emigración de Hesse proviene de
cinco o seis localidades de Cassel; de cuatro localidades del
Neckar, vienen todos los suabos; nada más que del dominio de
Buckow, ocho familias totalizan unos cincuenta emigrantes; los
450 de Silesia son originarios de cinco localidades. Los Ziller-
thaler (provenientes del Ziller) de Alta Silesia llegan en tres
transportes en 1856-57; es su segunda migración, en menos de
un siglo. Hijos de protestantes tiroleses, habían abandonado su
país para ir, en 1837, a Erdmannsdorf, Silesia, instalados allí
por Federico m. Después de 1850, la miseria empujará a unos
hacia Estados Unidos, a otros a Australia, a los menos hacia
Chile; sólo seis familias en total, pero provistas de numerosa
prole. En el cementerio de Llanquihue, en la tumba de Teresa
Klocker, de soltera Hechenleitner, un epitafio en cuarteta resu­
me el destino del grupo4. También gentes de los Sudetes, de
Westfalia y originarios de los Falkengebirge abandonaron los
mismos pueblos. De enero 1862 a marzo 1864, los de Westfalia
abandonaron unos diez pueblos de las inmediaciones de Soest y

74
de Münster. De febrero 1872 a agosto 1875, los austríacos de
Braunau, unos cuatrocientos, abordaron en Wandrahm, el San
Francisco, el Ceres y el Etienne y luego los vapores Luxor y Kosmos,
para desembarcar en Puerto Montt y dirigirse a su Mittelpunkt de
Nueva Braunau, a alguna distancia del lago Llanquihue cuyas
riberas ya estaban todas ocupadas.

2. La distribución socio-profesional.

Los que llegan son, en su mayoría, desbrozadores en potencia; en


primer lugar, por origen geográfico. Vienen de las regiones
montañosas y boscosas de los territorios alemanes, regiones
frontera, también, de la germanidad —Silesia o el cuadrilátero
de Bohemia— forjadoras de pioneros. Los bosques de Valdivia y
de Llanquihue les sorprenderán por su majestad y exuberancia.
En sus impresiones primeras se mezclarán la admiración y el
espanto; pero pronto se familiarizarán con ellos y la hazaña de su
desbroce no les parecerá sobrehumana.
Los emigrantes provienen de categorías socio-profesionales
muy diversas. Profesiones liberales, comerciantes, ingenieros,
funcionarios, artesanos y administradores de tierras están vasta­
mente representados en los primeros embarques; se instalarán de
preferencia en Valdivia y Osorno. Los que vienen luego, entre
1835-55, son agricultores de oficio, campesinos bastante alti­
vos, a veces; también vienen tejedores, leñadores, carpinteros,
torneros, curtidores, talabarteros, ya que algunos burgueses,
por propia iniciativa, han tenido la precaución de aprender
algunos oficios manuales. “Hay que partir armado”, dice juicio­
samente Gideon Schwarzenberg quien, siendo administrador
comercial, aprendió carpintería de obra y herrería, mientras que
uno de sus hermanos, químico, se hizo tonelero. En esto puede
apreciarse lo que los separa de cierta tradición hispánica, menos-
preciadora del trabajo práctico.

75
Estufa de loza traída de Silesia en 1856 por la familia Wittwer.
La instrucción general y el nivel cultural establecen diferen­
cias entre los recién llegados; pero, como lo constata Pérez
Rosales, casi no hay analfabetos. Ahora, si tal sociedad es capaz
de imponerse y de permanecer unida, a pesar del reducido
número del aporte inicial, es porque ella es representativa de
todas las categorías sociales, porque constituye una microsocie-
dad viva, autónoma y reproductiva. Emparentados en muchos
casos, viniendo de los mismos lugares, unidos espiritualmente
por el trasplante, los colonos conservarán el sentido de la solida­
ridad y de la tradición. Hay una unidad dentro de la diversidad
que hará más fácil la vida autárquica a que se ven condenadas las
primeras generaciones "chilenas”, por la existencia de la Fronte­
ra, la lejanía de los centros vitales del país y lo escaso de los
intercambios comerciales con el exterior. Sin embargo, en el
seno de esta sociedad, a pesar de la división del trabajo, el
patrimonio se transmite intacto.
3- Una emigración familiar y joven.

Hay otra característica notable: se trata de una emigración


familiar y joven. Los hombres solos partieron adelante; pero,
desde 1850, una vez que el país fue descubierto, conocido y
apreciado, familias enteras no vacilan más. El campesino nunca
intentará la aventura solo y los solteros, bastante escasos, anun­
cian ya una familia o bien están listos para casarse no bien llegan.
Pérez Rosales lo dice en forma lapidaria: el soltero no es un
colono. He aquí algunos ejemplos de familias numerosas que
sueñan con una tierra que no tenga otros límites que las fuerzas
de sus roturadores. Los Zillerthaler del Iserbrook en 1860, tienen
en promedio seis hijos por pareja; los de Silesia y los bohemios,
todavía más. Las familias de Michael Hitschfeld, de Antón
Rainau, de Heinrich Wittwer tienen nueve y, en Chile, muchas
familias doblarán el número de hijos, fuerza de trabajo indispen­
sable para el desbroce. A bordo del San Francisco, del Ceres y del

77
Etienne, de 1873 a 1875, se cuentan ¡ 10 Matzner, 15 Hofmann,
17 Teuber, 19 Hausdorf, 20 Weisser, 21 Opitz y otros tantos
Hitschfeld! El promedio de edad de los jefes de familia —según
nuestros cálculos5— es inferior a 38 años y los primeros colonos
de Nueva Braunau tienen, con frecuencia, menos de 30.

4. Recursos con que se cuenta al llegar.

Otro punto importante es el que se refiere a los recursos de los


inmigrantes. La lectura de archivos familiares e informes de
intendentes y gobernadores nos da una idea de ellos. Salvo el
caso de los burgueses que llegan con la totalidad de sus bienes,
inclusive bibliotecas y colecciones, es raro que los inmigrantes
traigan consigo su mobiliario; pero, más raro todavía es que
lleguen con las manos vacías. La administración se encargará de
trasladar, desde el barco hasta la hijuela de instalación, una
cantidad de bultos y carga, propiedad de los futuros colonos. La
mayoría posee ropa blanca, utensilios de casa, a veces, asientos,
inclusive un escritorio y hasta la vieja estufa de loza tan aprecia­
da en Europa central. En los muros de la casa que pronto alzarán
con sus manos, colgarán los retratos de la familia en sus marcos
ovalados, a veces el retrato del emperador, y luego el árbol
genealógico que muy pronto se hace frondoso por la abundancia
de la prole.
Hay, por cierto, familias pobres, como las de los dominios de
Brandeburgo, las de Silesia y los Zillerthaler; pero otras tienen
dinero, un pequeño capital que se esforzarán en aumentar. 100
thaler bastan para comprar un terreno adicional a 3 ó 5 pesos la
cuadra, en Valdivia, 10 a 12, en los Llanos de Osorno. Al
subsidio otorgado por el gobierno, ellos agregarán sus propias
economías para comprar ganado y materiales o para pagar a un
peón que les ayudará en las angustias del comienzo y en "el
combate por una pobre vida". Una estadística parcial de 1856,

78
que incluye a 590 familias de Llanquihue, habla de un aporte
global de 165.000 pesos, o sea, entre 200 y 1.200 pesos por
familia. Esta última cifra corresponde al sueldo anual de un
empleado público chileno. Representar a los colonos como a
pobres diablos descalzos, con un atado al hombro, como se ha
hecho en el frontis de la escuela alemana de Osorno, es remitirse
a la representación corriente del inmigrante proletario que pisa
suelo en el Nuevo Mundo. Para los alemanes que llegaron a
Chile es históricamente un error y, para la comunidad, algo
rayano en la afrenta.
En cuanto a los burgueses, son gente acomodada; los archivos
notariales de Valdivia lo prueban. Ellos dan cuenta de la ampli­
tud de las adquisiciones, de los préstamos, dé las transacciones
de toda clase. Constantin Mohr compra tres potreros en más de
2.500 pesos y presta otros 10.000 a algunos compatriotas; Karl
Hoffmann adquiere, a su llegada, una casa y una destilería que
paga al contado en 5.100 pesos. Karl Anwandter no vino a
Valdivia a buscar fortuna, la traía consigo y, en tres años,
otorgará préstamos a 27 inmigrados, por más de 10.000 pesos.
Los testamentos y los registros hipotecarios de Valdivia dan una
idea muy clara acerca de esta fortuna burguesa: Eduard Winkler
y Johann Fehlandt legan, cada uno, más de 30.000 pesos a hijos
o a ahijados6. Otros indicios: las cotizaciones de las asociaciones
de inmigrados y, por ejemplo, sus contribuciones voluntarias al
fondo de guerra prusiano en 1870: ¡Más de 70.000 pesos!
El colono aporta, sobre todo, sus métodos, su experiencia, su
fuerza de trabajo; el burgués, su riqueza, su saber, sus capacida­
des de ahorro y de organización. En 100 ó 120 días, entre mar y
cielo, sin escala de Hamburgo a Corral, ha habido tiempo de
conocerse y de estimarse (“Estos pocos meses me han servido más
que todo el resto de mi existencia para conocer a los hombres”,
escribe Adolf Schwarzenberg), de imaginar la “Tierra Prometi­
da" después del susto (eso dicen los diarios de viaje) del Cabo de

79
Hornos; pero también —pues el viaje es una preparación— de
hacer proyectos, de tomar resoluciones... y, antes que nada, de
aprender español. Esta es una prudente actitud que permitirá a
la mayoría sobreponerse a las decepciones de la llegada. El Chile
de Pérez Rosales pertenecía al futuro. En lo inmediato, el de
Ried era el único cierto.

D. EL PAIS POR VALORIZAR:


EL SUR CHILENO ANTES DE LA LLEGADA
DE LOS ALEMANES

¿Cómo es, hacia 1850, el país que los alemanes van a descubrir?
Confín del mundo, lluvioso y frío, Valdivia es, antes que nada,
“la ciudad en que llueve trece meses al año”. Las precipitaciones
fluctúan, en efecto, entre dos y tres metros cincuenta; en el
interior, un poco menos; pero mucho más, al pie de la Gran
Cordillera o a orillas del mar.
Los efectos catastróficos de una independencia mal aceptada
se hacen sentir en la región, aún a mediados de siglo. Gabriel
Guarda ha dicho con razón que los éxitos inmediatos de la
colonización alemana hicieron olvidar el proceso anterior y el
esplendor colonial de la ciudad. Habría que agregar, además,
que de 1810 a 1850, la era republicana sufre un lento deterioro.
Intendentes y asambleas provinciales deploran a menudo la
ruina, el marasmo económico, el despoblamiento, la muerte
cultural y la ignorancia generalizada de la región7. Según el
intendente Astorga, toda la provincia de Valdivia, del Toltén al
Canal de Chacao, sólo tiene 29.000 almas en 1854, el departa­
mento del mismo nombre, 9.000; el de La Unión, 8.500, o sea,
apenas el 2% de la población de Chile. Según opinión de un
funcionario, el departamento de Valdivia es "el más miserable
que se pueda imaginar”.
Los presupuestos urbanos son ínfimos; aun en la ciudad de

80
Valdivia o en Osorno, lo recaudado no alcanza para un sueldo
anual de intendente. La economía ha debido volver al trueque,
en forma de pagas, pues se carece de circulante; éste, o es
simplemente desconocido o bien está atesorado. Dentro de este
mundo descentrado e inmóvil, hay islotes de desmonte, unos
cuantos terrenos de cultivo en que se emplean técnicas arcaicas
que sorprenderán a los primeros campesinos alemanes.
El recurso básico es la selva, la más notable asociación de
árboles de follaje perenne que cubre, por entonces, a la América
templada. En esa época, recién empieza a ser considerada, y su
explotación por temporeros chilotes, en las orillas del Relonca-
ví, constituye la base de un comercio incipiente con Valparaíso.
La asombrosa variedad del vocabulario maderero local corres­
ponde a la gran variedad de especies. Los troncos de alerce,
imputrescibles, son enterrados; para los chilotes, desenterrarlos
es ir a las minas. De la selva se sacan vigas, viguetas, tijerales,
cuartones, umbrales, postes, tablas, tablones, pilares. Las dis­
tancias recorridas por los portadores de tablas no se miden en
leguas o millas sino en descansos o pausas impuestas por el cambio
de hombro de la carga. Así, la jornada se divide en doce
descansos y, cada uno de ellos, en catatanes, los cuartos de hora
chilotes.
Es en las lindes de esta América casi intacta, en las viejas
fortificaciones de Corral que protegían Valdivia, donde atracan,
de 1850 a 1853, los veleros que vienen directamente desde
Hamburgo.
E. DECEPCION Y ERROR INICIALES:
LA COLONIZACION DE VALDIVIA.

Noviembre de 1850. El desmoronamiento del sueño de Kinder-


mann y dp sus acólitos deja en Valdivia a 150 inmigrados. De
ellos, los primeros son acogidos por familias valdivianas y el
resto, desalentados, son instalados en las casamatas de Corral.

81
¿Qué hacer, cuando siguen llegando, todos los meses, más
veleros cargados de inmigrantes? Pérez Rosales halla aquí su
"primera oportunidad". Enviado primero a Valdivia por el
ministro Varas, es designado luego Agente de Colonización de
la provincia, para recibir a los colonos impresionados por la
majestad del paisaje, pero desilusionados por lo deteriorado del
lugar. A él 1c corresponderá instalarlos y llevarlos, según su
buen parecer, adonde pueda. Dos versiones nos han quedado
acerca de los primeros pasos de estos recién llegados: La oficial,
elogia el recibimiento generoso de los valdivianos y la otra,
objeto de una vieja requisitoria del "Agente", denuncia el egoís­
mo de las viejas familias locales, prontas a embaucar a los que
van llegando, para venderles caro tierras pobres, llenas de agua o
inexistentes. No insistiremos aquí en esta querella de la que nos
hemos ocupado extensamente no hace mucho”.
No cabe duda de que los primeros alemanes apreciaron la
hospitalidad valdiviana: Gabriel Guarda alude al ingreso de los
adalides de la colonización en las mejores familias de la ciudad.
Algunos espíritus generosos —Pérez Rosales cita al ex coronel
francés Viel— ayudaron a los primeros en llegar, ofreciéndoles
terrenos a bajo precio: 48 hijuelas en la isla Teja y después en las
otras (del Rey, las Culebras, Santo Domingo) y también a lo
largo de los esteros, de Amargos a San Carlos, de Cutipai a
Niebla, después de las mensuras de Frick y de su compatriota
Reuter.
Pero quedaba aún más por hacer. El intendente García Reyes
escribe, con razón, en 1868, que "las tierras fiscales vendidas no
hace mucho a los alemanes son reducidas, diseminadas y aisla­
das, en toda la extensión del departamento" y que "el costo de la
roturación basta para explicar por qué todas estas tierras están
baldías y abandonadas”9. Algunas de estas tierras están también
más lejos, esto es, a lo largo de los ríos Cruces y Calle Calle
donde se hallan los grandes potreros de Lacuche, Huilchamán,

82
Coyinhue y Tres Cruces, y también hacia el lado de las antiguas
misiones, en primer término Arique bautizada "Nueva Suabia”
y donde se instalan, en 1852, veinte familias de artesanos de
Stuttgart.
La historia de esto ha sido contada muchas veces. Pero la
verdadera solución se encontraba remontando al río Futa —del
cual nos ha quedado un itinerario ilustrado que Sofía von Esch-
wege hizo para sus padres—, hacia el lado de los Llanos de
Osorno, por Tres Bocas, los Ulinos y Catamutún. Se ocupan 70
cuadras en Cudico, luego 450 en el ex dominio de Bellavista, en
el lugar llamado Pampa de Negrón10 y 300 más, en la antigua
misión de Coyunco, próxima a Osorno, de las que ya están
cultivadas unas sesenta. Franz Geisse se dará a la tarea de hacer
los planos de todo esto, a partir de julio de 1851.
Si Valdivia presentaba la ventaja de una colonización facilita­
da por la red fluvial de primer orden del Cruces y del Calle Calle,
otro es el caso de la fertilidad de tierras que muchas veces sólo
existían en la imaginación. El catastro de 1875 señala allí 9.000
km2 de selva, otro tanto de tierras accidentadas y estériles,
1.500 de pantanos y sólo 4.000 cultivables. Por otra parte, los
primeros que llegaron, aun cuando se agruparan en sociedades
de colonización (Nueva Suabia o Haebler-Hórnickel), estaban
mal preparados para enfrentarse a la selva o para vivir en potre­
ros. Sólo son desbrozadores por necesidad, no por vocación
tardía. A lo único a que aspiran es a ejercer su oficio original, lo
más pronto posible. Tal oficio habría de reportarles prontas
ganancias, si juzgamos por las Memorias de Rudolf Amandus
Philippi11 o por las confesiones de los propios interesados, como
Friedrich Uthemann, Cari Seidler, Wilhelm Manns o Justus
Geisse quien pronto montó la primera tienda surtida de Osorno,
la Tienda de los Geisse o "de los Gaisas”.
El Io de mayo de 1851 Uthemann escribe a su madre:

83
Constantin Mohr y su familia, 1849.
“Un trabajador se gana bien el sustento si es carpintero, herrero,
mueblista, sastre, zapatero. Asimismo el industrial llegado de
Alemania con dinero y materiales... Roturar la selva es un trabajo
muy penoso. No se puede contar con un enriquecimiento rápido de
esta manera. Por eso pensé: quédate con tu oficio y solicité un empleo
de viajante en la casa de Mohr y Frick. Obtuve de ellos un crédito de
2.000 pesos y acabo de instalarme por mi cuenta. Mi cifra diaria
de negocios es de 30 thaler. Esto ya es mucho más que en Ale­
mania".

Cari Seidler le hace eco:

Los que se quedaron en Valdivia ganaron más con menos


esfuerzo. De modo que hice como ellos. Aquí, quien tiene mejor
porvenir es el artesano, pues la agricultura requiere de un esfuerzo
enorme que no tiene la compensación debida. Es del comercio de
donde se saca mayor provecho, a condición que se venda de todo'.

Handwerk hat einen goldenen Poden (“El trabajo manual tiene un


fondo de dro”) es un antiguo adagio alemán que muchos citan
con agrado y cuya veracidad rodos comprueban.
De 1859 a 1864, 25 familias de artesanos de Hesse hacen
prosperar al pueblo de La Unión. Otros regresan a Valdivia que,
en 1852, tiene 13 familias alemanas y, por lo menos 200, en
1865. En 1882, el 56% de los “alemanes de Valdivia” viven de
la industria, contra 2% de los nacionales. La ciudad había
encontrado su destino.
“Fermento, transfusión, inyecciones reanimadoras", son ca­
lificativos que se dan gustosamente al impulso que significó
para Osorno, la llegada de los "hombres rubios". El "Padre
Aubel" y sus amigos Ide, Ruch y Hollstein, todos de Rothen-
burgo, abandonaron Bellavista y fueron los primeros en llegar a
Osorno. Otros siguieron e hicieron de la calle Mackenna, una

85
Rothenburgerstrasse: Schüler, Hott, Hübner, Kutscher, Mohr,
Klix\ entre ellos, y después, la flor y nata de la burguesía
germano-chilena de la ciudad, con Johann Fuchslocher, Frie-
drich Hubenthal, Gideon Schwarzenberg, Eduard Buschmann,
los Wiederhold, Kraushaar, Stolzenbach, Matthei, Hübner y
Karl Herbeck, primer maestro del instituto alemán local, abier­
to ya en 1854. En las inmediaciones del conglomerado que
renace están los pocos agricultores de vocación, los Keim, los
Schwalm y los Schilling, adquirentes de centenares de cuadras
de fácil valoración. Estos alemanes de Osorno eligieron la mejor
parte. De este modo, escapan a la prueba iniciática que sufren en
los primeros tiempos, sus compatriotas instalados a orillas del
Llanquihue.

86
NOTAS
DEL CAPITULO ¡II

1. Ver r. le conté, “La politique de FAllemagnc en matiére d'émigra-


tion". Revue de Droit public, París, 1920, t. xxxvm, pp. 445-483; j.p.
blancpain, "Identité nationalc et tradición culturelle. Le Germanisme
en Amérique latine", Recherches germamques, Estrasburgo, NQ 12, 1982,
pp. 188-220.
2. Cf. e. mayer, “Zwischen Alb und Fildern, Hungcr in der Heimat,
Ski ave re i in der Fremde", Heimatbeilage der Niirttnger Zeitung, N° 293,
1959; G. petresen, Über das Deutschtum in Perú, Lima, 1963; J.P.
blancpain, Les Allemands au Chili” 1974. Colonia i, v, pp. 169-173;
Idem, ’ldentité nationaleet tradición culturelle", op. cit., pp. 197-199.
3. Dr. c. GRANDJOT, E. schmidt, Die betden Heimatsprachen der Chilenen
deutscher Abstammung. (El bilingüismo), Sanciago, 1960.
4. "Ais Kind in Tirolen’s Bergesluft, AisJungfrau in Schlesiens Blücendufc
Uncer Kindern und Enkeln am Stillen Sec Fand Sie Ruh am Rande
Llanquihue**.
5. Cf. Les Allemands au Chili, op, cit., cuadros pp. 306-309.
6. Archivo Nacional. Notarial de Valdivia, N° 32, 1870, pp. 213^244;
Ibídem, N° 34, 1872, p. 256.
7. Ver Les Allemands au Chili, op. cit., i, n, pp. 44-69.
8. In Les Allemands au Chili, n, pp. 235-247.
9. Archivo Nacional. Ministerio del Interior, Intendencia de Valdivia, 1866-68,
vol. 502, informe del 04-02-1868.
10. Ver la reciente puntualización de g. wunder, "Bellavista und Osorno.
Die Hessen in Südchile. Ein Beitrag zur Auswanderungsgeschichtc**,
Sonderdruck aus Hessisches Jabrbuch Landesgeschichte, Vol. 32, Marbug,
1982.
11. r.a. philippi, “Die Provinz Valdivia und die deutschen Ansiedlungen
daselbst und im Territorium von Llanquihue", Petermanns Mittheilungen,
1860, pp. 130-131.

87
CAPITULO IV

PIONEROS
Y CAMPESINOS
DE LLANQUIHUE

LANQUIHUE ES, ante todo, segunda oportunidad pa­

L ra Pérez Rosales y, para la historiografía germano-


chilena, saga de los tiempos heroicos, himno a la unión
orgánica de los pioneros, pretexto para estribillos spenglerianos
acerca de un arrebato colectivo visto como el equivalente de la
gesta individual de Philippi. Ocasión propicia por cierto, para
que el nacismo vaya aún más lejos y vea en esta colonización, el
fruto de las virtudes alemanas, la patentización de la alianza
sangre y suelo, una “creación fáustica" del turbulento espíritu
nacional. Por el’contrario, y para ciertos espíritus nacionalistas o
proclives al marxismo, esta instalación es como un quiste, por su
perpetuación autárquica y endogámica; ella representa el riesgo
de una minoría nacional maniobrable desde el exterior, en
momentos de excepción.
Estas apreciaciones contrastantes tienen, todas, su parte de

89
verdad. Pero su pretensión conceptual izante no toma en cuenta
la perspectiva espacio-temporal de un grupo particular compro­
metido en un proceso autónomo. Si bien es cierto que esta lucha
por la supervivencia en Llanquihue es la epopeya colectiva de
“héroes del trabajo”1 extranjeros cuyas armas son el hacha y el
Libro, no es menos cierto que Chile no se halla ausente. A los
recién llegados se les hace un regalo doble e inestimable: la
libertad y la tierra; gracias a él, ellos se realizan. Georg Schwar-
zenberg se referirá a esto en términos muy juiciosos2. Es preferi­
ble, pues, atenerse al desarrollo de los primeros años, decisivos
para la colectividad germano-chilena en su conjunto.

A. LLEGADA E INSTALACION

Nombrado, en 1850r.director de la futura colonia, Pérez Rosa­


les recibe, el 8 de diciembre, instrucciones precisas de Varas,
para que instale y organice la futura colonia a orillas del lago
Llanquihue. Salvo algunas estadas breves, no se quedará allí más
que un verano, de noviembre 1853 a marzo 1854; pero sin él
—y esto hay que decirlo— no hay éxito posrbte. Los inmigran­
tes no esperaron que él estuviera allí, sin embargo, para llegar
hasta el lago. Vienen desde Osorno, por el Rahue, luego de
Melipulli —donde atracan los veleros desde noviembre 1852—,
y se instalan en chacras apenas esbozadas o en pantanos, al
Norte y al Sur del lago. Pero si Pérez Rosales no es el Guía de los
colonos, de hecho, es mucho más. Es “Papá Rosales”, el amigo y
protector de los colonos desorientados, el defensor de la colonia
contra algunas familias valdivianas y contra el pesimismo o la
denigración sistemáticos de ciertos funcionarios públicos. Espí­
ritus sombríos como Barth o Villanueva consideran aún en
1870, que el emplazamiento de la colonia es un error económi­
co, y que ésta es una “empresa desgraciada, dispendiosa y nefasta
para el interés de los mismos pioneros". Sin embargo, gentes de

90
Hesse, suabos, silesios, sajones comienzan a llegar a Melipulli, a
partir de 1853, y también por la ribera sur del gran lago. A
ambos lados de la pista bautizada cornos Weg se conforman los
primeros loteos. Unos cincuenta son adjudicados a los suabos. A
partir de marzo, sajones y silesios ocupan la ribera oeste, de
Puerto Rosales a Punta Larga: 70 familias no tardan en afincarse
ahí, y con ellas se inicia la colonización.
Uno de los primeros “actos” es la fundación de Puerto Montt,
solemne y formal, según el antiguo ritual español, mediante
decreto del 12 de febrero de 1853, aniversario de la de Santiago,
por Pedro de Valdivia. La ceremonia es presidida por Pérez
Rosales. Sensible a la teatralidad del gesto —y preocupado sin
duda de su propia gloria—, él ambiciona quizás dejar su nombre
a este agrandamiento tardío de una República que está desper­
tando. La verdad, hay que admitirlo, es menos grandiosa que el
relato de los Recuerdes, si ha de creerse el testimonio de los
inmigrados. Decher y Geisse hicieron los planos de la ciudad
con calles, manzanas y sitios; Adolf Schott pone la primera
piedra, mientras que un canónigo, venido expresamente de
Ancud, dice misa ante una mayoría de protestantes instalados
entre tocones y bajo un techo que ellos llaman “el cuartel”. Ante
los chilenos atónitos, alrededor de mil empiezan a cantar Hier
liegt vor Deiner Majestal im Staub die Sünderschar (“Aquí está ante
tu majestad en el polvo la muchedumbre de pecadores”), mien­
tras Friedrich Lincke los acompaña en organillo. Pérez toma la
palabra, pero los auditores, que no comprenden, responden con
bromas acerca de lo incómodo de la situación. Sigue un baile en
la playa, iniciado por el gobernador de Calbuco. Pero lo que, al
parecer, causa una impresión deplorable entre los colonos, es el
estado de la tripulación del navio de guerra Janequeo...
¡Qué importa! Luego del desembarco, sólo se quedan en
Puerto Montt algunas familias. En 1860, la ciudad alcanza, sin

91
embargo, a las 150 casas, con 600 habitantes y, en 1870, 135
familias alemanas tienen allí su morada permanente.
A pesar de la arritmia de las llegadas—2 familias en 1858, 3,
en 1859, contra 110, en 1866, y otras 42 el año siguiente —el
lago se puebla poco a poco. En Quilanto-Octay se instalan los
westfalenses católicos, en 1863-4. Ultimos en llegar, con poste­
rioridad a 1870, los bohemios tendrán que acomodarse más
atrás, en Nueva Braunau, fundada el 15 de abril de 1875.
De Puerto Montt a Osorno, hay 1.570 alemanes en 1861 y,
en 1864, sólo en el territorio de Llanquihue, viven 262 familias
que agrupan a 1.500 personas.
Algunas familias que R. A. Philippi visita en 1857, prefirie­
ron, en vez del lago, las orillas del Reloncaví, Piedra Azul,
Piedra Blanca, Ilque, Quellaipe; otras, las de los ríos Chamiza y
Coihuín, siguiendo hacia el lago Chapo. Son muy pocas las que
se quedan en esas tierras pobres y pantanosas; otras llegan al
Llanquihue, aún antes de 1870. Finalmente, 30 colonos de una
línea pantanosa al N.O. del lago que se habían instalado detrás de
las chacras ribereñas —adoptando una distribución en forma de
estrella como anticipándose a la creación de una ciudad que
nunca vio la luz—, emigraron, hacia 1880, al N.E. a Río
Blanco, último sector de colonización a los pies del volcán
Osorno; esto, antes de que se produjera la emigración de otros
grupos a distancias mayores, por división de los ya existentes.
En 1888, otras 38 familias se instalan en Locotoro, en la
prolongación de las líneas Solar y Santa María de Nueva Brau­
nau; algunas más, en 1896, a lo largo del Maullín, en Paraguay
Grande (reservado con anterioridad a los de Braunau), en Las
Quemas del Salto y en El Gato.

92
B. DIFICULTADES QUE SUPERAR:
CONVIVENCIA, MEDICION DE TIERRAS,
ROTURACION. PRIMER BALANCE

Esta ha sido una colonización cerrada, aislada; pero los alemanes


no están solos. Una migración cercana y masiva.de chilenos los
acompaña en su instalación. En ningún momento, los germano-
chilenos constituirán más del 5r3%de la población total de las
provincias consideradas ‘ alemanas” debido al origen de sus
propietarios. Esto se olvida con demasiada frecuencia. En efec­
to, ya no existe aquel tiempo, no lejano sin embargo, en que
Bernhard Eunom Philippi y Pérez Rosales deploraban la falta de
interés de los chilotes por la Tierra Firme, y su negativa a llegar
más allá de las playas del Seno de Reloncaví y del Archipiélago
de Calbuco.
Según un informe del intendente*, de las 13.023 personas
censadas en 1864 en el ex Territorio de colonización, 90% son
nacionales “nacidos en otras provincias del país”. Desde muy
temprano entonces, las familias alemanas no constituyera úñ
enclave geográfico, sino un poblamiento entremezclado, de tipo
"báltico”, según Hettner, ya que el nacional —"ibero-chileno”,
para el colono— viene a ayudar y a servir al extranjero para
participar con él. y bajo su dirección, en la valorización del país.
Las relaciones que se establecen son, entonces, de domina­
ción, de patrones a obreros, pero caracterizadas, en primer
término, por la distancia social y cultural entre extranjeros bien
preparados^ chilenos analfabetos y sin especialización, pertene­
cientes a las categorías más desfavorecidas del país, según lo
subrayan Pérez Rosales y sus sucesores. Esta distancia, sobre la
que hablaremos más adelante, basta para explicar los prejuicios
recíprocos, las tensiones periódicas, una frontera psicológica
más que una segregación efectiva, pero que una retrospectiva
honesta no podría dejar de mencionar.

93
La administración de la colonia se va estableciendo poco a
poco, mediante decretos orgánicos de 1853-54, 1857-58,
1864-68. La ley del 11 de octubre de 1861, erige al territorio en
provincia, incrementado con los departamentos de Osorno y
Carelmapu, correspondiente, este último, a la parte continental
de Chiloé. Confirmado por la “recapitulación general” del 13 de
octubre de 1863, un decreto que databa de dos meses antes,
precisaba los límites de la nueva provincia y de sus tres departa­
mentos, ya que el de Llanquihue estaba subdividido en tres:
Melipulli, Llanquihue y Cancura, 15 distritos en total.
Los trabajos de agrimensura van a durar años. Ellos fueron
confiados, primero a Franz Geisse, por largo tiempo intendente
interino, quien se desplazará a caballo, brújula en mano, diri­
giendo a los peones que marcan los árboles que servirán de
referencia. Por su parte, Josef Decher, agrimensor de oficio,
recorrió, delimitó y puso en el catastro, en líneas de plano, todas
las riberas norte, sur y oeste del lago, de 1853 a 1855. A las ocho
secciones catastrales con planos reguladores al 1/20.000, se
suman las de Río Bueno, Línea Pantanosa y Nueva Braunau,
debidas a los trabajos de Ferdinand Hess, concluidos en 1875:
en total más de 35.000 ha, 340 hijuelas, en su mayoría chacras
perpendiculares al lago, con 5 cuadras de frente y 20 de fondo,
para hacer más fáciles las comunicaciones entre los beneficiarios.
Como se ve, es una colonización familiar, de una valorización
original que deja de lado la estructura latifundista ibérica. La
topografía o la vegetación característica de las playas sirvieron
para designar secciones y lugares: Playa Maitén, Maqui, Qui-
lanto, Frutillar, Totoral. Puerto Montt y Puerto Rosales fueron
los únicos que recordaban a los promotores nacionales de la
empresa.
A veces los colonos son instalados al azar, al corresponderles
en suerte loteos más o menos grandes, según la importancia
numérica de las familias. Los Zillerthaler, en Los Bajos; los

94
suabos, de El Arrayán a Puerto Varas; los de Lusacia, en Desagüe
y Quebrada Honda; los de Hesse, en Frutillar y Punta Larga; los
de Westfalia, en las líneas Vieja y Nueva de la 7a sección. Pero
muy luego,sm embargo^ una vez cerrado el círculo, "el comba­
te" hace imperiosa la amalgama. Matices regionales, de costum­
bres, lingüísticos o de temperamento, tan característicos de la
Alemania rural, terminan por borrarse. Sólo queda como "línea
de demarcación cultural" el credo religioso. EjouChile, como en
Brasil, católicos y protestantes, a pesar del aislamiento y de la
solidaridad propia de la vida pionera, no tendrán ni la misma
jerarquía de valores ni las mismas reglas de comportamiento ni
las mismas reacciones psicológicas. Vista desde afuera, sin em­
bargo, se trata de un microsociedad campesina unida que se
esfuerza .por superar las dificultades más pesadas, para alcanzar
una existencia soportable, con el concurso inmediato de los
nacionales, que no son sus competidores.
Schwarzenberg interpreta así este trasplante:
"Prusianos, sajones, siles ios y súdeles habían antaño desbrozado las
fronteras de Alemania: no poseían nada, fuera del conocimiento
común y piadosamente transmitido de la colonización, así como un
apego innato a la tierra. La costumbre y las leyes no escritas fueron
los únicos guías de la primera generación. La instalación no fue la
adaptación a una sociedad extranjera y nueva, sino la imposición al
medio natural gracias a la fuerza corporal, a la energía de carácter,
en el sentido obligado de la solidaridad"4.

El que llegaba pensaba en la tierra; pero primero habrá que


conquistarla. Si la exuberancia del paisaje lo maravilla, ante la
selva y los pantanos se siente invadido más bien por un senti­
miento de angustia. Aquí el único valle es un valle de lágrimas
como lo prueban muchas confesiones5 que se muestran unáni­
mes acerca del sentimiento inicial de aplastamiento como, lue­
go, acerca de la alegría de saborear las primicias del esfuerzo.

95
Luego de ocupar su chacra, el colono emprende su trabajo con
el hacha y la hoz. Cerca una diez cuadras cuadradas; en el área
limpiada amontona quilas, epífitos y ramas que luego arden en
medio de un humo acre y sofocante. Sólo quedan los troncos
ennegrecidos y fantasmales que terminarían por caracterizar a
esas regiones. Después del roce, las siembras tienen lugar en
marzo, retardadas a menudo por veranos lluviosos, de 1852 a
1855. Por otra parte, en 1857, 1864, 1869, la abundancia de
las precipitaciones pudre las cosechas, transformando la instala­
ción en un calvario. Pérez Rosales, Franz Geisse y sus sucesores,
en especial el intendente Del Río, mencionan repetidamente “la
miseria aflictiva” de ciertos colonos, al mismo tiempo que se
esfuerzan por reanimar "las energías desfallecientes”. Los prime­
ros balances, en 1854-55, corresponden a algunas fanegas de
trigo, de cebada, de avena y de papas arrancadas a esta tierra
liviana de trumao, pobre en fósforo y en cal, y abonada por el
ganado.
Conforme a las obligaciones que se les había puesto, en dos o
tres años los colonos ya han hecho producir dos o tres cuadras.
Pasando por alto la etapa de la choza o de la cabaña Facbwerk,
propia de sus congéneres germano-brasileños, ellos construye­
ron, para comenzar, una casa elemental, de roble o de laurel, con
techo de paja o de alerce. Como no hay un estilo local, las
construcciones corresponden a los estilos de las regiones de
origen. La casa suaba tiene una entrada (Ohrn), una cocina, una
pieza de estar (Stube) y un dormitorio común.
Uno de los obstáculos mayores es el de las vías de comunica­
ción. Para la construcción del camino de Octay a Osorno, 70
km, la administración fija un presupuesto de 18.250 pesos, que
eleva luego a 35.000. Se necesitarán 25.000, para realizar los
trabajos en esos 21 km, de Puerto Montt a Puerto Varas, que 50
a 60 carretas recorren diariamente, en 1870, por un camino
difícil. Colonos y peones chilotes debieron trabajar sin parar,

96
para abrir a lo largo del lago, un camino de tres varas de ancho
“intransitable en invierno y en que jamás penetra el sol”6.
Piénsese igualmente, en todo lo inmediato que quedaba por
hacer: abrir fajas en la selva, eliminar tocones, cavar zanjas,
tender puentes en los ríos —hasta 1870, el Maullín se pasa sólo
en barca—, poner enmaderamientos o planchados en los pasos
de ñadis pantanosos, planchados construidos y perfeccionados
por los propios colonos. Para cada 100 metros de planchado se
necesitan 20 peones con varias yuntas de bueyes, trabajando
durante cuatro días. De Octay a Osorno, se necesitaron 16
puentes y 19 planchados, de 25 a 275 metros cada uno, los que,
en promedio, costaron cuatro veces más caro que el camino
corriente.

C. LAS AYUDAS, LAS QUEJAS


Y LA ADMINISTRACION

Acerca de la tutela administrativa pueden hacerse dos observa­


ciones opuestas, pero indiscutibles. La ayuda oficial existió: fue
apreciable y reconocida por todos. Para 1856 se la estima en
80.000 pesos, y en 152.000, para el período 1852-1875, según
los cálculos más minuciosos . Los colonos gozaron de franqui­
cias y de exenciones ligadas a su condición; recibieron asignacio­
nes, en dinero y en especies, por un promedio de 400 pesos por
familia, según un documento preciso de 1877. Las asignaciones
otorgadas a los de Braunau llegaban sólo a los 200 ó 225 pesos.
En principio, estas asignaciones eran reembolsables, yaque sólo
80 colonos fueron considerados insolventes por el intendente
Prieto, en 1883. Tres años más tarde, la Cámara de Diputados
aprobará una moción del diputado Balbontín, sobre la condona­
ción de la deuda, estimada aún en 40.000 pesos.
Con frecuencia, los colonos habían denunciado la ligereza de
la administración; pero una lectura atenta de los archivos del

Q7
RudolfA. Philtppi, nonagenario. Hermano de Bemhart Eunom. Hombre de
ciencia y promotor de la colonización alemana. Fuejunto a Wilbelm Frick. “el
más chileno de los alemanes".
Ministerio del Interior muestra que les había concedido con
frecuencia subsidios extraordinarios y que la autoridad tutelar
nunca permaneció insensible a los infortunios individuales.
Las quejas de los colonos —lo prueba una moción enviada por
SO^rcllos, en mayo de 1858 al Ministro del Interior, por
intermedio de R.A. Philippi—decían relación, sobre todo, con
la modalidad puntillosa, tramitadora y antieconómica de la
ayuda concedida. Para cobrarla, había que ir mensualmente, eg
persona, a la intendencia de Puerto Montt. perder a veces
semanas de viaje a pie, por unos pocos pesos 3>Fi nal mente, la
seguridad de los colonos estaba mal protegida en un país mal
controlado y en el que la riqueza traída o creada por extranjeros
suscitaba la codicia de una población local errante y miserable,
acostumbrada a vivir a salto de mata y de rapiña. No debe
olvidarse que una élite campesina se encuentra aquí bruscamen­
te en contacto con los menos evolucionados de los chilenos. A las
quejas de los interesados contra la multiplicidad de los delitos
—robos, riñas, embriaguez, vagancia de animales—, los inten­
dentes responden, a menudo, con una confesión de impotencia.
Si los informes de policía mencionan múltiples multas impues­
tos a los infractores, también los colonos son castigados, pero
por un solo motivo: ‘Injuria grave (u ofensa) al subdelegado”.
Está en germen una miseria nacional tanto más manifiesta en
la medida que la holgura de los colonos aumenta poco a poco.
Con calma y lucidez, los intendentes sucesivos empiezan a ver en
ello motivo de inquietud. Informes de abril 1855, junio 1857,
febrero 1858, noviembre 1860, abril y noviembre 1869 hacen
notar este peligro y piden, insistentemente, que se tomen
medidas para evitar "el enfrentamiento de razas”. Hallándose en
minoría, los colonos sacan fuerza de su cohesión, de su situación
de propietarios, de su riqueza adquirida, lo mismo que de una
expansión demográfica sorprendente.

99
D. ENDOGAMIA Y DESARROLLO DEMOGRAFICO

Además de las sumas genealógicas irremplazables —los Fami-


lienarchive de Ingeborg Schwarzenberg de Schmalz—, registros
de las comunidades protestantes y libros de disidentes, las parro­
quias católicas del Sur permiten seguir el impulso demográfico
de los pioneros. El culto genealógico se basa en la fecundidad de
la etnia y revela sorprendentes coeficientes de crecimiento en la
mayoría de las familias instaladas en el lago o en las cercanías.
Tal es el caso de los Held, Klocker, Winkler, Werner, Nan-
ning, Gaedicke, Kinzel, Stange, Hechenleitner, Niklischeck,
Raddatz, Rehbein, cuyo desarrollo puede ser seguido sin dis­
continuidad y con precisión, desde la instalación hasta 1940.
Estas fuentes ponen también de manifiesto la extraordinaria
conservación de la endogamia, con la frecuencia de matrimonios
consanguíneos, hasta relaciones incestuosas, cuando se unen
primos hermanos salidos de los mismos abuelos; los hermanos
Jakob y Veit Klocker se habían casado con dos hermanas He­
chenleitner; Franz, hijo de Jakob, se unirá en Chile a Victoria,
hija de Veit8.
,__ En el mantenimiento de la tradición y de los usos alemanes,
^Frol de la mujeres [determinante] Es ella quien da al niño su
religión, en caso de matrimonio interconfesional. Se la ve_com-
partir los rudos trabajos de los hombres: el desmonte y la roza.
Hila, cose, remienda, lava la lana y teje, al modo ¿hilóte, esos
tejidos toscos pero firmes, abrigadores e impermeables, que
vestirán a la familia.
El hombre solo no lo está por mucho tiempo, y el soltero
termina siendo "absorbido” por el grupo. El período normal de
viudez siempre es acortado, de modo que la madre y sus hijos
tampoco quedan solos por mucho tiempo.
Este imperativo familiar tiene como corolario el de las fami­
lias numerosas, normales en regiones de colonización donde la

100
extensión del patrimonio territorial; está, al menos durante las
dos primeras generaciones, en función del número de los que lo
Chacen producir, Hemos confeccionado, para cada una de las
"secciones" de colonización, cuadros de recapitulación muy
ilustrativos9. En El Volcán, la primera generación “chilena"
tiene más de seis hijos por familia; en La Fábrica y Frutillar,
cerca de nueve. Algunas parejas dan prueba de una asombrosa
fecundidad: once hijos, tienen Julius Willer y Luise Grothe, de
Totoral, entre 1880 y 1897; otros once, Julius Held y Rosine
Schónherr, de 1862 a 1885; doce, en veinte años, tienen Justus
Schmidt y Ana Wetzel, de Frutillar; Eduard Winkler y Emilie
Raddatz tendrán trece, de 1873 a 1897; Christian Nannig y
Ana Scheel, de Frutillar, quince, antes de 1892; Hubert Neu-
mann y Ana Gebauer, de Totoral, ¡diecisiete!, de 1884 a 1909.
El matrimonio Gottlieb Werner-Johanna Dóring, establecido
en El Desagüe en 1852, tendrá once hijos antes de 1873, 92
nietos en 1912, 245 descendientes en 1939, fecha en la cual aún
no se habían casado 13 miembros de la generación precedente.
En la descendencia de Martin Gaedicke y de Sophie Noack,
establecidos en Quilanto en 1856, se cuentan 28 nietos, 90
bisnietos en 1905; Jakob Raddatz, llegado en 1860, tiene ya,
por igual fecha, 120, y su hermano Gottfried, otros tantos. Y así
podrían multiplicarse los ejemplos de casos de linajes prolíficos.
No son raros los casos de verdaderos contratos interfamilia­
res. Ferdinand Winkler y Anna Raddatz tuvieron diez hijos en
Chile; de ellos, seis se casarán entre 1890 y 1903, con primos,
en diversos grados, Hechenleitner. De los nueve hijos de Johann
Schwabe, dos se casarán con hermanas Schóbitz, otro hijo y dos
hijas, se casarán con miembros de la familia Vyhmeister. En el
caso de los Kahler y de los Kinzel, conviene hablar de fusión
familiar, y ello, en cada generación. Igual cosa sucede con los
Klein y los Stange, de Chamiza, que, a partir de los primeros
tiempos, celebraron cinco matrimonios entre las dos familias.

101
E. ESTABILIDAD GEOGRAFICA Y SOCIAL

Las chacras primitivas, cuna de las familias en la nueva patria,


pasaron indivisas al mayor o al más dotado de los hijos. Las listas
de propietarios sucesivos confirman que el lote adjudicado y
valorizado es, para la familia, una adquisición definitiva, trans­
mitida de padres a hijos, en la mayoría de los casos.
Contrariamente a lo que puede observarse en Rio Grande do
Sul, nadie abandonó deliberadamente su chacra, una vez que
ésta estuvo desbrozada, la casa construida, la tierra explotada.
Hasta fines de siglo, se repartieron entre las generaciones que
iban surgiendo, las hijuelas agrandadas o las tierras colindantes.
Hacia 1890, comienza, a partir de la “colonia" primitiva y por
parte de la descendencia enriquecida, la adquisición de inmen­
sos potreros que bordeaban los otros lagos o a lo largo de la
Cordillera de la Costa. Así se diseminan, cual enjambres, los
Held, Horning, Kortmann, Kusch, Wetzel, Hoffman, Nan-
nig, Hechenleitner, en Purranque, Río Bueno y más allá de
Coihueco, hacia el lago Rupanco y aun más lejos, en el departa­
mento de Carelmapu y en el valle del Maullín. El avance
poblador precede al del ferrocarril cuyas dos ramas, a partir de
Corte Alto y hasta Los Muermos y Puerto Montt, enmarcan las
tierras de la colonización, en 1911. La ola colonizadora se
despliega y llega, por el Norte, al gran latifundio osornino, el de
los fundos ganaderos de los Keim, Amthauer, Matthei,
Schwalm, Schilling, Momberg.
Hasta 1920, por lo menos, la migración es un deslizamiento
local, progresivo y periférico, en un medio temperado húmedo,
sin comparación alguna con la colonización teuto-brasileña,
buscadora de nuevos frentes y consumidora de espacio, en razón
del rápido agotamiento de suelos tropicales sometidos a técnicas
de devastación.
El resultado es, aquí, una sociedad estable y homogénea, la

102
constitución de un conjunto de pequeñas y medianas propieda­
des, completamente original de Chile. En 1916, de 1.600
propietarios que explotan personalmente sus predios en Llan­
quihue, unos quince poseen entre 100 y 1.000 hectáreas l(). El
obrero agrícola de origen alemán_esaquí unacategona inexis­
tente, do mismo que el nacional dueño de un centenar de
hectáreas.Al observar a este pionero convertido de nuevo en el
campesino que era en Alemania, un geógrafo alemán escribe en
1920, a propósito de la extensión de su dominio: “¿Seiscientos
Morgen? (Morgen = 25 Ar, Ar= 100 m2). Un Rittergut (domi­
nio señorial), pero que aquí había tenido uno mismo que arrancar
a la selva”.

F. LA AGRICULTURA Y LA GANADERIA

Después de 1880, el colono vuelve a hacerse campesino. Por


supuesto, el desbroce no se logra fácilmente. La selva, atacada
por la ruma que reemplaza a la quema anárquica, se regenera con
las lluvias, y arbustos de lingue y chilco vuelven a crecer junto a
las variedades uliginosas de tierras bajas. Hay que extirpar las
cruciferas yuyo y vallico. Pero la sierra ha reemplazado al hacha y
en lugar de los bueyes, máquinas alemanas Herkules arrancan las
cepas. Cipreses, avellanos y robles tienen buena venta y los
aserraderos se multiplican para efectuar, en lo sucesivo, una
explotación racional de la selva.
Bosquecillos de mañíos y de robles adornan un paisaje de
pradera y de parque. Por necesidad primero y luego por pruden­
cia y tradición, la autarquía y la modernización —la contradic­
ción es sólo aparente— caracterizan a la agricultura de los
colonos, llegado el tiempo de la rotación trienal de cultivos. Los
pabellones de explotación son diseminados en un campo en el
que también se plantan manzanos; hangares y bodegas de granos
están separados de la casa habitación, cuyas ventanas están llenas

103
de flores. Detrás, el huerto; más allá, los sembradíos—cereales
y papas— y, finalmente, los potreros y la selva. El ganado-vive
en una semi-libertad en las praderas bordeadas de quilas que.le
sirven de alimento y de abrigo.
El campesino del lago es también un artesano que sabe hacer
de todo y que no cuenta más que consigo mismo y con sus
vecinos. Todos los observadores se manifiestan sorprendidos,
hasta 1940, por la sobrevivencia de una tradición probada.
Explotaciones de Nueva Braunau cuentan con corriente eléctri­
ca, forja, lana, alimentación y bebida propias. "El granjero, dice
uno de ellos, en 1933, es rey en su dominio. No depende de
nadie. Se diría que estas gentes poseen muchos bienes, pero
apenas si tienen dinero en efectivo y, en la mayoría de los casos,
no se hallará bajo su techo ni una sola moneda. Su vida es
sencilla, modesta y patriarcal"11.
El progreso de la carretera y del ferrocarril que sigue a la
apertura de la Frontera que, hasta entonces, bloqueaba al Chile
austral, acarrea, entre tanto, el del maquinismo, de los abonos,
de los cultivos industriales» al igual que una orientación hacia
una ganadería de selección. Una modernización al estilo de las
grandes propiedades osorninas, sólo se ve limitada por la modes­
tia del tren de cultivo y por lo módico de los ingresos en dinero.
En 1910, aserraderos, molinos, lecherías, talleres e industrias
agroalimenticias enriquecen a Llanquihue. En una especie de
autorretrato, en el que asoma un legítimo orgullo, Fritz Gaedic-
ke esboza así al "campesino del lago":

"Aquí, el agricultor es un apasionado del progreso. Aún no envía a


sus hijos a una escuela agrícola para que éstos no lo miren todo desde
arriba y se crean Oekonom (ingeniero agrónomo) antes de conocer lo
que es una pala, una horqueta o lo que es tener callos en las manos;
pero hoy, por todas partes, hay máquinas que reemplazan ventajosa­
mente el trabajo del hombre"12.

104
Llevando vida holgada aunque ganando poco, en un primer
momento el colono pidió préstamos a sus compatriotas más
ricos, los de Osorno. Poco a poco accede al crédito gracias a las
cajas hipotecarias que florecieron en Chile, después de 1865,
debido a la integración del país al circuito monetario. Su banco
es el Banco ck Llanquihue que preside, en 1910, Fernando
Schwerter. El Banco de Osorno y La Unión, fundado en 1910 por
germano-chilenos, fue el primer banco chileno que se fijó como
meta el auge económico del Sur. El trigo, tierno o duro, siempre
fue cultivado aquí, a pesar de los inviernos lluviosos y de la
pobreza de los suelos forestales, enriquecidos con los abonos de
hueso fabricados ahí mismo y, luego, con la harina Thomas,
importada de Alemania. Hacia 1900, el trigo cubre decenas de
hectáreas en las grandes propiedades de los Llanos y en las del
lago; entre ocho y diez como promedio, tratándose de chacras de
unas cien. De 1890 a 1902A el trigo se vendió a buen precio a las
destilerías locales cuyo posterior cierre obligó a transformar los
trigales en praderas. En 1908 se hizo sentir un repunte en
respuesta a la escasez cerealera nacional. Hacia 1920, el rendi­
miento fluctúa alrededor de 20 quintales por hectárea, el doble
del de las provincias centrales, tenidas por cerealeras.
El centeno es una exclusividad germano-chilena. La cebada,
a su vez, alcanza niveles apreciables, debido al aumento extraor­
dinario de producción de las malterías de Valdivia, entre 1872 y
1893. El cultivo principal aquí es la papa: de Valdivia, Llan­
quihue y Chiloé sale, en 1909, la mitad de la producción
nacional. En cuanto al lino, introducido en Chile en 1852,
goza, ya en 1910, de una excelente reputación en el mercado de
Hamburgo.
Sin embargo, la verdadera vocación de la región es la ganade­
ría. Se crían porcinos y particularmente bovinos de mucho
mejor rendimiento quedos cultivos. Las manadas de bueyes ñatos
o lagartos descritos por Philippi en 1850, son substituidas por

105
importantes rebaños destinados a la producción de carne y de
leche, no obstante la competencia argentina y el altísimo costo
de los transportes. De 1870 a 1909, la masa de ganado bovino
de Valdivia y Llanquihue pasa de 60.000 cabezas a más de
300.000. Llanquihue exporta en 1909, 2.350 quintales de
mantequilla y provee, en 1926, el 75% de la producción nacio­
nal. El Sur es también el país de la apicultura, ya conocida desde
1850, pero cuyo desarrollo es contemporáneo de la instalación
de los colonos alemanes. Hay 30.700 colmenas en Llanquihue
en 1870, y la exportación de miel llega en ciertos años a 12.000
quintales.

G. CRONICA FAMILIAR

El esfuerzo y el trabajo se organizan siguiendo el curso de los días


y de las estaciones. De octubre a marzo, la atención se concentra
en juntar el ganado, marcarlo y organizar la ordeña; de mayo a
septiembre, es la época de las siembras; en febrero, es la siega y,
a continuación, la saca de papas y también la cosecha de manza­
nas para hacer chicha. La esquila, es en octubre, y la recogida de
miel, de noviembre a enero. A la granjera le corresponde preo­
cuparse de las provisiones para el invierno: cerdo ahumado,
tocino, salchichas, chucrut, alternado según la tradición alema­
na, con capas de hinojo, laurel y ají. Es igualmente ella quien
prepara el ñachi indígena, con chalote, ají, cebollas, perejil y
sangre de cordero aún tibia. Ella es quien hace pan de centeno,
los sábados; mantequilla, dos veces por semana y, con alguna
frecuencia, esos Kuchen, tan estimados, que la palabra se hará
chilena.
La imagen tradicional de los hogares es la de la dicha fami­
liar, ya que la casa es un oasis de paz, según la costumbre
alemana, centro de vida y sociedad de base, lo mismo que en
todos los pueblos comunitarios. Ella es la que permite describir

106
y.comprender el carácter de quienes la habitan y su existencia
cotidiana. Jamás lujosa, pero siempre confortable, es mantenida
en un orden irreprochable. En ella uno se siente a gusto y resulta
tanto más “gemútlich” (agradable, acogedora, simpática...)
cuanto que los inviernos lluviosos son allí interminables. La
decoración es, por supuesto, alemana: en los muros pueden verse
árboles genealógicos y retratos de familia, adagios y refranes con
aire de mandamientos, que glorifican el trabajo y alaban a Dios,
calendarios religiosos y repisas cargadas de revistas, de almana­
ques y novelas populares que equivalen a otros tantos ‘puentes
con la vieja patria ”. Cocina y comedor son uno solo; el salón,
recubierto de maderas claras donde todo es orden y limpieza,
sólo se abre para las visitas y para las reuniones dominicales. Hay
flores en las ventanas y, en el aire, olor a jabón, a leche y a miel.
Festividades y costumbres alemanas se perpetúan. Ellas reú­
nen a la familia y aglutinan a toda la comunidad. La Navidad y
el tiempo pascual siguen rigiéndose por antiguos ritos. No bien
se han trazado los caminos y se ha dado cima a las tareas
urgentes, se intercambian visitas entre familias relacionadas por
el trabajo, la vecindad o el parentesco; ello es una buena ocasión
para comunicarse noticias de Alemania, para entregarse a diver­
siones y para entonar un Volkslied (canción popular), antes de
ponerse a bailar desenfadadamente. Jamás se pasan por alto
santos o cumpleaños, los que reúnen a los de casa y a toda la
parentela, más los amigos, alrededor de un asado regado con
chicha y cerveza, el que es seguido de deliciosos Kuchen.
Algunas ceremonias revisten una solemnidad particular; en
primer lugar, el matrimonio, que siempre es algo más que un
vínculo personal o secundario entre dos familias amigas: él es la
señal de promoción de un nuevo colono que entra con pleno
derecho en la comunidad que crece. Asociando la fecundidad de
la tierra con la que se desea para la pareja, se regala a los jóvenes
desposados una yunta de bueyes tirando una cuna13. Los funera-

107
Cementerio Anwandter en la Isla Teja. Valdivia.
les expresan la cohesión y la solidaridad del grupo; si el difunto
pertenece al saldo, cada vez más reducido, de los pioneros que
conocieron el “cuartel”, al ‘Papá Rosales" y "el combate por una
pobre vida”, se celebra una reunión solemne, en la que su elogio
fúnebre, pronunciado por un orador, a menudo el maestro de
escuela que se ha especializado en el género, es escuchado por
todos, en medio del mayor recogimiento. Viviendo, por necesi­
dad, con la mirada en el futuro, los colonos conservan, sin
embargo, el respeto por los desaparecidos, mostrando así su
delicadeza de sentimientos y su fidelidad a un ideal. Los cemen­
terios —Pérez Rosales lo dice en sus Recuerdos— no son necrópo­
lis de mal gusto, lúgubres o desesperanzadoras, sino bosques
sagrados, jardines, parques “en donde tiembla el ciprés”.
En un ambiente de-colonización, da tradición permanece
intacta, porque se transmite directamente de abuelo a nieto;
pero la madre na renuncia a su papel. De ella recibe el niño,
juntamente con los rudimentos de una instrucción general y
religiosa, las virtudes llamadas germánicas, del esfuerzo, de la
probidad y de la puntualidad, a las que la comunidad declara, en
todo momento, conceder el máximo de importancia.
Estas formas divida son manifestaciones de una cultura, ya
que tratan de sobrepasar las circunstancias, de reducir el rol del
determinismo y de obtenerlo todo, mediante la educación, 1 a
voluntad y un cuidado prodigado sin cesa&.
Pero también puede pensarse en un modo de vida y de pensar
conservador y provechoso basado en el trabajo, la familia y la
propiedad, que exalta un sistema de valores intangible—puesto
que ha sido probado—, conforme a las aspiraciones y a las
experiencias de los antiguos. Andando el tiempo, y junto con el
progreso general del país, aparecerá el riesgo de cierto bloqueo
cultural que hará más delicada la necesaria adaptación al mundo
moderno, evolutivo y sin enclaves.
El impulso industrial de Valdivia y de Osorno, segundo
109
elemento del díptico germano-chileno, presenta otro ejemplo
de mutación brusca de un país dormido. Tal como lo escribe, en
efecto, Gabriel Guarda, en un caso como éste, el paso de las
tinieblas a la luz es más brutal aún.

110
NOTAS
DEL CAPITULO IV

1. Título del libro de kurt bauer, Helden derArbeit, ein Buch vom deutschen
Seebauer Chiles, Stuttgart, 1929.
2. Notas inéditas.
3. Archivo Nacional, Ministerio del Interior, Intendencia de Llanquihue, 1859-
1964, vol. 403, informe del 07.06.1864.
4. Notas inéditas.
5. Entre otras, las obras de Bárbara Aichele, Marta Schóbitz, Elisabeth
Siebald, Anna Rittner, Wilhelm Püschel, Karl Wilhem, Franz Herrgut,
Heinrich Gerlach, Martin y Fritz Gaedicke. La mayoría de estos testimo­
nios ha sido publicada en órganos de prensa de habla alemana en Chile o
gracias a la señora Ingeborg Schwarzenberg de Schmalz. Ver también a.
hoerll, Die deutsche Kolonisation in Chile, Deutsche Arbeit in Chile, 1910,
Vol. i pp. 1-59.

6. El Araucano. 31.03.1855.
7. Sesiones del Congreso, Cámara de Senadores, 19.10 y 02.11.1877,
30.08.1892. Ministerio de Relaciones Exteriores, 1883-1884, vol. 20,
informe del 20.06.1883. Para el período 1852-1875, cf. b. gotsc-
huch, "Die Besitzritel oder die Besitz —und Grundeigentumsfrage in
Süd-Chile”, Bundeskalender, 1917, pp. 54-58.
8. Cf. w. klocker, Stammbaum von Jakob und Veit Klocker, Corte Alto,
1932.
9. Cf. Les Allemands au Chili, op cit. n, m, pp. 306-312.
10. Cf. Deutschen-chilenischer Bund, Zahlung der in Chile ansassigen Deuts­
chen und Deutschstammigen, 1916-17, inédito.
11. w. naumann , "Neu Braunau in Chile", Schlesier Übersee, Breslau, 1939,
11, p. 4.
12. F. gaedicke, Die deutsche Kolonie am See Llanquihue, Valparaíso, 1910,
p. 36.
13. G. schwarzenberg, Notas inéditas.

111
CAPITULO V

LA NUEVA EDAD DE
ORO DE VALDIVIA Y
DE OSORNO
(1870-1920)

A INMIGRACION ALEMANA a Valdivia y Osorno es


un sacudón. Saca bruscamente al Sur de su letargo, al
. punto de echar a un lado una historia colonial brillante1.
No hay que olvidar, sin embargo, los tres decenios de perturba­
ciones, de anarquía y de apatía económica, de 1820 a 1850.
Cuando llegan los alemanes, "hay tanto musgo en los cerebros
como en los árboles”, como dice un intendente. En un espacio
marginal, abandonado o descuidado, en que el hombre se ha
hecho escaso o inútilmente presente, los conglomerados reviven
por la fecundidad de una oleada y de un orden europeos.
En 1900, las ciudades del Chile austral aún son modestas;
pero, por lo mismo, su prosperidad industrial resulta más
sorprendente. Ella se basa en la explotación y en la transforma­
ción de los recursos locales, gracias a la iniciativa y a la habilidad
de los inmigrados. El tiempo provinciano está roto y el Sur es,

113
simultáneamente, incorporado a la vida nacional y unido direc­
tamente a Europa.

A LA INFLUENCIA ALOGENA
Y LOS JALONES DE UNA PROVINCIA “ALEMANA”

Como en Llanquihue, y aquí aún más, sin duda, el poblamiento


germánico se parece al de los países bálticos anterior a 1940.
Debido al clima y a los hombres, algunos viajeros la ven como
una especie de Ostseeprovinz (provincia del mar báltico). De un
total de 23.430 habitantes, en 1865, la provincia de Valdivia
tiene apenas 910 extranjeros, de los cuales 768 son alemanes, o
sea, uno por cada 25 nacionales» a los que hay que agregar 68
nacionalizados. Pasado 1875, los cálculos oficiales no informan
más sobre los “alemanes de Valdivia”, transformados, en su
mayoría y, por propia voluntad, en ciudadanos de Chile. Pero la
provinciana está marcada coja el sello germánico, antes de su
“gran época alemana”, de 1885 a 1909.
Con el correr de los años, se reduce la proporción de germa­
no-hablantes, aun cuando su número crece de manera regular,
según las estimaciones de sus asociaciones o las de algunos
viajeros alemanes de paso. En La Unión, hay un 40% de alema­
nes en 1865,peroen 1909, sólo 6 y 7% son germano-hablantes.
Según Gerstaecker, un tercio de los valdivianos habla alemán,
en 1862, proporción casi constante de 1890 a 1912, fecha en la
cual Reichs y Chiledeutsche (Alemanes nativos y germano-
chilenos) son. alrededor de 7.000, para una población de
20.000, según Benignus2. Siempre en 1912, habría 450 ha­
blantes de alemán, sobre 4.000 habitantes en La Unión; 300,
sobre 1.500, en Río Bueno; 1.200, sobre 6.000, en Osorno.
Finalmente, la revista general del Deutsch-Chilenischer Bund(So­
ciedad Chileno-alemana), de 1916, indica, para Valdivia,
3.902 germano-hablantes, 4.950, para el conjunto de la pro­

114
vincia y 2.345, para la de Osorno, protestantes entre un 75 y un
80%. En 1938, Fittbogen asigna a las tres provincias del Sur
Chico solamente 13.000 hablantes de alemán, para cerca de
400.000 habitantes.
Ahora bien, la actividad industrial es inversamente propor­
cional al número. En 1865, los 670 alemanes del departamento
de Valdivia ejercen 237 oficios artesanales diferentes, en tanto
que los 1 1.000 nacionales están todos registrados como agricul­
tores, empleados domésticos o gañanes. Diez años más tarde, de
732 inmigrantes aún no nacionalizados, por 30.525 habitantes,
387 hombres declaran ejercer un oficio artesanal o industrial,
estando representados todos, o casi todos, los oficios\
El auge de la industria estuvo primero en función de la
exploración y de la apropiación del medio valdiviano, aparente­
mente ingrato, tanto como de la riqueza y de las aptitudes de los
que iban llegando. Por 40.000 pesos se habría podido comprar
la provincia entera”, escribe Koerner, yerno de Anwandter. De
hecho, luego de las incertidumbres iniciales, se establecen los
jalones de una influencia completa, en Corral, Los Ulmos,
Quinchilca-Los Lagos, Paillaco, San José de la Mariquina, Lan-
co y Toltén. Los “Diarios” de los llegados (Keller, Kayser,
Koerner, Landbeck, Anwandter) informan sobre esta toma de
posesión por puntos de anclaje y de fijación, impuestos por las
ventajas naturales, los vestigios de la historia colonial, el pro­
greso de las armas o de las comunicaciones. Gracias al peculio
que se ha traído de Alemania o que se ha amasado como artesano
en Valdivia, se adquiere un fundo cerca de algún fuerte, de una
misión, de la confluencia de un río, de algún lugar de trasbordo
o de una estación ferroviaria. Basta ver los dominios de los Exss,
de los Manns, de los Berckhoff, Rademacher, Weiss, Horn,
Haverbeck, entre el Cruces y el Calle-Calle, posesiones rurales
cuyo auge será esencialmente industrial. En 1880, la lista de los
propietarios de tierras del departamento se confunde con la de

115
lob industriales de la ciudad. En 1903, de 34 fundos, 32
pertenecen a germano-chilenos. Aunque están en minoría, “son
los amos en todas partes”, según constatación del viajero ruso
Jonin, en 1895.
En los Llanos de Osorno, el progreso de los inmigrados es
más fácil y más rápido todavía. 97 familias de origen germánico
ya habían “despertado”, en 1854, a la capital del departamento,
el mismo lugar donde, en 1906, Georg Schwarzenberg, entre
500 germano-chilenos que ejercen una actividad, no encuentra
ni criados ni mozos, sino 27 propietarios de tierras, algunos
funcionarios y miembros de profesionales liberales, unos cien
comerciantes y el resto, compuesto de artesanos y de industria­
les: 24 carpinteros, 16 herreros, 10 cerveceros, curtidores,
boticarios, talabarteros, cerrajeros, relojeros, hoteleros, carpin­
teros de obra, sastres, etc.4 Ya en 1895 esta pequeña burguesía
controlaba el conjunto del departamento, al punto que los
pequeños propietarios nacionales protestan contra este predomi­
nio "extranjero”. Las pertenencias Hube, Stolzenbach,
Schwalm, Hoffmann, Mohr, Schilling, Buschmann, abarcan
miles de hectáreas. En 1920, los Fuchslocher "reinan” sobre más
de 10.000 hectáreas; Nicolás Fuchslocher, sobre 25.000; Carlos
Hoffmann que recibe a huéspedes de campanillas con gran
pompa —entre ellos el presidente Arturo Alessandri— llega a
poseer, por su parte, no menos de 48.000, con 40.000 cabezas
de ganado. Más de cincuenta de esos fundos germano-chilenos
de la provincia tienen un valor estimado de más de 100.000
pesos, unos treinta, más de 300.000 y algunos, inclusive, se
acercan al millón o lo sobrepasan5. Ya en 1910, Benígnus
constataba: "Aquí, todos los alemanes son ricos. Osorno es una
“Hochburg” del Deutschtum (Capital de la germanidad), digna
rival de Valdivia”.

116
B. DEL TALLER A LA FABRICA

“Si Chile hubiese tenido una decena de Valdivias, otro habría


sido su crecimiento”, exclama Carlos Keller, en 1931. La afir­
mación no deja de tener sus segundas intenciones; pero su
pertinencia queda demostrada por las actividades industriales
que la ciudad tenía unos decenios antes. En su Viaje a Valdivia,
en 1900, José Alfonso escribe lleno de admiración, acerca de una
localidad, antaño marginal, convertida en el modelo de las
ciudades de provincia.

“Ej una ciudad de progreso. Deja estupefacto al vtajero. En Valdi­


via , éste no se encuentra ya en Chile, tan distinto es aquí el
espectáculo de lo que está acostumbrado a ver en las otras ciudades de
la República.,,"6.

Por la misma época, Espejo, Prendez, Espinoza, Pérez Canto,


Ovalle, hacen observaciones semejantes, sin hablar, por supues­
to, de los turiferarios conscientes o no, del pangermanismo y del
“trabajo alemán” de ultramar: Unold, Ernst, Hoerll, Fándrich,
Lincke, Kunz, Maier, entre otros. Benjamín Subercaseaux dirá
en 1941: “Los alemanes crearon aquí todo lo que es indispensa­
ble para la vida de un alemán”; pero ¿acaso en lo inmediato, el
inmigrado habría podido hacer otra cosa en semejante medio?
No todos los talleres de artesanos de 1860 estaban converti­
dos en fábricas, treinta años más tarde. Pero, más que en
cualquier otra parte, la inteligencia en la fabricación de cosas
borra aquí el desdén tradicional hispánico por el trabajo manual.
En 1860, Hermann Schülcke hace venir de Alemania a los
primeros obreros curtidores para la fábrica que monta en la isla
Teja. En 1890, entre tantas industrias florecientes, se destacan,
en primer lugar, las de la madera, cuyo reino ha sido siempre
Valdivia. Más de un centenar de aserraderos a vapor surten, en la

117
ciudad, a decenas de mueblistas, de carpinteros, de torneros, de
astilleros navales, de tiendas de materiales y de empresas de
construcción. Las mejores maderas locales —lingue, mañío.
luma, ulmo, coigüe, pino Oregón (introducido en 1868) y
álamo (aclimatado por los Agustinos)— sirven para fabricar
estructuras de casas, carretas, herramientas y objetos diversos,
aun cuando ya ciertas especies (alerce, roble) comienzan a esca­
sear.
Kunz estableció una larga lista de talleres subsidiarios carac­
terísticos de una vida urbana evolucionada: forjadores de cobre y
fundidores de latón, cerrajería y repujado artístico, tapiceros y
vidrieros, impresores, encuadernadores, relojeros, grabadores.
Ciertos establecimientos empleaban a decenas de obreros, com
era el caso de las empresas de montaje de casas y de las de
revestimiento (Voss, Ahrens, Bráuning, Bulling y Lauer), de
los astilleros navales (Oettinger, Prochelle y Scheihing), de las
fábricas de ladrillos (Friedrich, Geywitz, Kónig, Wester-
mayer). Fue la transformación de los productos locales —aserra­
deros, molinos, cecinas, cervecerías, destilerías, curtiembres—
lo que constituyó la vía esencial del progreso industrial; conocí
mientos técnicos y medios financieros garantizaron, al comien­
zo, para algunos, una fortuna que no tardaría en llegar.

C. LAS TRES GRANDES RAMAS INDUSTRIALES

La cerveza, el alcohol y el cuero constituyeron, según anota Ota


Búrger, los tres pilares de la industrialización de Valdivia. Con
los adelantos en el arte de la fermentación en frío y de la
pasteurización, la cervecería alcanza en Chile un notable impul­
so, de Valparaíso a Talca y Concepción, en gran medida gracias a
la iniciativa de los inmigrados alemanes. En Valdivia, esta
industria está ligada a la ilustre familia Anwandter. El tronco de
la familia y sus hijos habían ido de puerta en puerta, en 1855,

118
vendiendo a sus compatriotas su producción, en cajas de doce
botellas. En 1874, se constituye la Sociedad Anwandter Herma-
nos, con un capital de 50.000 pesos; la producción de los
establecimientos de la isla Teja llega, en 1890, a los 85.000 hl,
95.000 en 1895, 120.000 en 1900, con una capacidad aumen­
tada a los 200.000. La empresa está én su cúspide; la cebada
viene de las provincias centrales del país, el lúpulo es importado
de Baviera. Hangares, cámaras de fermentación, maquinaria y
frigoríficos se suceden a lo largo del Calle-Calle, empleando a
más de 700 personas, sin contar otras 550 en los depósitos de
Concepción, Talca, Santiago y Valparaíso. Los Anwandter, al
hacer escuela, se hicieron también de competidores: en Valdivia,
Conrad Hafer, Theodor Eimbecke, Julius Roepke; en Osorno,
Fuchslocher, Eberhardt, Hube; en Puerto Montt, seis compa­
triotas que totalizan una producción de 100.000 hl de los que,
20.000, corresponden a las sociedades Stange y Trautmann.
El período de prosperidad de las destilerías se ubica entre
1890 y 1902. Las dos firmas más importantes fueron las de
Albert Thater y de los hermanos Schueler. En 1900, los estable­
cimientos Thater producen 20.000 hl de aguardiente; los de
Schueler, originario de Rothenburgo, más de 7.000. De Valdi­
via a Puerto Montt, diez usinas del mismo tipo fabrican, por lo
menos, otro tanto. Está lejano el tiempo en que Roestel y
Friedrich Hubenthal, junto con su equipaje desembarcado en
Corral, traían todo un material de destilación para construir el
primer alambique...
La curtiembre representa el mejor ejemplo de esta utilización
inmediata y racional de los recursos y de las ventajas del medio:
agua, ganadería, baratura de los terrenos para construir, bajo
costo de la mano de obra local, presencia, entre los inmigrados,
de numerosos maestros y compañeros curtidores; 104, según
una estadística precisa de 1865. Es de notar, finalmente, la
calidad de las cortezas que contienen ranino en la selva valdivia-
119
na: peumo, tingue y ulmo permiten un aprovisionamiento
regular en materia prima de calidad. Hay un único inconvenien­
te, sin embargo: la ausencia de salida en el mercado local y la
estrechez del mercado nacional de la curtiembre en el que ya se
han hecho presentes especialistas vasco-franceses. Pero, a partir
de 1880, el “cuero de Valdivia”, grueso y elaborado, goza de una
reputación sin igual en el mercado de Hamburgo. Hcrmann
Schülcke, en sociedad con Eduard Prochelle, monta en 1860, el
primer establecimiento moderno del ramo el que, en 1882, se
transforma en la Compañía Industrial de Valdivia, luego que
Mathilde, Frieda y Karl Gustav Prochelle adquirieron la mayo­
ría de las acciones.
En 1876, Valdivia posee 14 curtiembres, 18 en 1888, 50 en
1894, cada una de las cuales trata 2.000 cueros al año; en su
conjunto, ellas proveen los dos tercios de las exportaciones de la
provincia. En 1898, según Hoerll y Bauer, 17 empresas produ­
cen 90.00Q cueros, con un monto de exportación que llega a los
tres millones de pesos . Los Prochelle trabajan 10.000 cueros en
129 pozos; Rudloff, cuya curtiembre ocupa a 25 obreros, produ­
ce 11.000 cueros, de los que los dos tercios son finos, de
renombre mundial. El soldado chileno, vencedor en la guerra
del Pacífico, en 1884, lleva zapatos Rudloff. En 1925, las
fábricas de calzado del hijo, Ludwig, emplean a 90 obreros y
producen 2.000 pares diarios, que se venden de Arica a Punta
Arenas.

D. ESPLENDOR Y OCASO
DE LOS “ALEMANES DE VALDIVIA”

De un sinnúmero de artesanos se desprendió, en 1890, una élite


emprendedora de grandes industriales cuyos nombres son un
símbolo de la prosperidad general: Fehlandt, Schüler, Schülcke,
Prochelle, Thater, Hoffmann, Haverbeck, Fehrenberg, Pau-

120
senberger, Rudloff y Anwandter. Compran fundos, prestan a
interés —*10 a 12% anual—, muestran un agudo sentido de los
negocios, ya que la solidaridad entre inmigrados no excluye la
rudeza de la competencia. No hay aquí fortuna que no se apoye
en un conjunto de actividades relacionadas agrícolas, comercia­
les e industriales. La de los Anwandter —figura en la lista de las
59 familias chilenas más ricas establecidas por El Mercurio, el 26
de abril de 1882— se avalúa, en 1912, en 15 millones de pesos
(o de francos-oro). Hermann Kunstmann, antiguo participante
del movimiento del 48 en Dresden, muere en 1909, dejando 75
nietos a quienes lega sus curtiembres, sus aserraderos, sus nu­
merosos comercios y sus fundos, más de 8.000 ha, estimados en
125.000 pesos, por el rol de 1902. La cifra de negocios de
Albert Thater es de varios millones, al terminar el siglo. Los
hermanos Schüler poseen curtiembres, destilerías, jabonerías,
mataderos, fábricas de muebles, campos de engorda para el
ganado y de explotación forestal que ocupan, en su conjunto, a
250 familias. Otros ya citados, Haverbeck, Prochelle,
Scheihing, Dettinger, Rudloff, Pausenberger, Ehrenfeld, de­
muestran la misrn¿i habilidad para emprender, invertir, dirigir y
enriquecerse.
Estas inversiones y estas fortunas locales —que equivalen, en
1908, a 18 millones de marcos— pueden parecer modestas si se
las compara con los capitales alemanes de la explotación del
salitre, en el Norte Grande, —cinco mil millones, entre doce
firmas, según Wagemann—; pero se olvida muy a menudo que
aquí se trata de inversiones nacionales, superiores en cuatro
millones, por lo menos, a las de las oficinas salitreras chilenas de
Iquique y Antofagasta.
“Todos los alemanes son ricos”. En Valdivia, aun los más
modestos, quisieron enriquecerse durante el paso de un siglo al
otro. Todos se empeñaron en sacar partido de esta libertad de
iniciativa, de movimiento y de desarrollo que Karl Anwandter y

121
sus compañeros habían venido a buscar aquí. En su “diario”,
Ernst Frick, que no es más que rector del liceo de Valdivia, da
pruebas, también, de aptitudes indiscutibles en el arte de hacer
fructificar sus haberes. En 1875 logró "sacar” 27.000 pesos de
unas viejas acciones de ferrocarril depositadas en Berlín y se
formó, en Chile, un capital de 12.380 pesos. Su sueldo anual de
profesor es de 1.250 pesos; diversas colocaciones le reportan 270
y 2.500, una fábrica de cola que, según confiesa, es “mucho más
interesante que la enseñanza”. Si bien vive con holgura, econo­
miza por lo menos 1.500; pero sólo lamenta dos cosas: “las
utilidades muy irregulares de la cola”, entre 205 y 375 pesos
mensuales, y el honor que le corresponde periódicamente de ser
elegido presidente de muchas asociaciones que, según él, ”no
reportan nada”8.
El desarrollo del intercambio provincial y exterior es la
expresión más clara del crecimiento de Valdivia. En 1850, el
comercio de este puerto mayor con el extranjero es nulo y, con
los otros puertos chilenos, es de menos de 200.000 pesos anua­
les, contra 480.000, apenas diez años más tarde9.
En 1890, existen en Valdivia unas veinte firmas comerciales
y una compañía marítima que posee unos treinta vapores, entre
ellos, algunos de cabotaje que unen la ciudad con el resto del
país y la ponen en comunicación directa con Concepción, Cons­
titución y Valparaíso. La psnc, la Hapag y la Kosm)s hacen
escala regularmente. Algunas cifras de 1886 resumen este auge
comercial: cerca de seis millones de pesos por cabotaje,
578.000, en importaciones del extranjero, contra dos millones
en exportaciones; cuatro años más tarde, las entradas de aduana
sobrepasan los 230.000 pesos10.
El ocaso de esta prosperidad no se debe sólo a problemas
específicos, como carencia de mano de obra local calificada,
ausentismo laboral, aumento continuo de salarios o disminu­
ción de la cantidad de árboles, sino a una "coyuntura caótica”,

122
según Albert Hoerll, que se desencadena en 1897» y cuyo
control escapa a los interesados. La política inflacionista produ­
cida por las continuas emisiones de papel moneda, luego de la
guerra del Pacífico y de la caída de Balmaceda, une sus efectos
negativos a la nueva legislación aduanera alemana que dobla las
tarifas para el cuero, en 1902. El peso chileno cae a nueve
peniques, en 1908, provocando un estallido de precios, en tanto
que los Estados Unidos favorecen a sus propias curtiembres,
suprimiendo los derechos a la importación de cueros en bruto.
El alza de las tarifas de flete de la Kosmos basta para matar, una a
una, a las curtiembres de Valdivia. Sólo ocho subsisten en 1907;
cinco años más tarde, no queda ni una sola.
La ruina repentina de las destilerías se debe a una medida
brutal: el impuesto adicional a los alcoholes de grano, aplicado
por ley de 19 de enero de 1902, para poner atajo a los estragos
del alcoholismo, ¡con el apoyo de los vitivinicultores del Chile
Central! La protesta de los destiladores, inmediata y solemne,
quedó sin efecto”. No habiendo hecho nunca misterio de su
desdén por la politiquería nacional, los industriales valdivianos
sólo tuvieron en el Congreso unos pocos defensores, frente a los
representantes de la oligarquía, terratenientes decididos a salva­
guardar sus privilegios.

E. LA CIUDAD ALEMANA... Y LA OTRA

En 1909, fecha del gran incendio de Valdivia que culmina una


serie de cataclismos que comprenden sismos, maremotos, inun­
daciones e incendios ya difícilmente dominados, los inmigran­
tes habían hecho de su ciudad un verdadero museo germánico,
una exposición para extranjeros, cuya concepción, instalaciones
y decoración nos han sido restituidas por un expeno, Gabriel
Guarda: madera y piedra laja aislante, galerías vidriadas que, al
mismo tiempo que agrandan los lugares de estar, permiten la

123
Bomberos alemanes de Valdivia (Caricatura de E. Frick).
integración del espacio exterior, balcones-terraza y terrazas que
dan al río, buhardillas, triples ventanas y torrecillas decorativas
que emergen de la cumbre de los techos12.
Los interiores, signos de un arte de vivir importado, proce­
den, durante largo tiempo, del viejo Biedermeier: armarios para
vajilla, canapés, cortinajes, escritorios-tocador, secreteres, co­
fres, camas con dosel, peinadores, mesitas, alfombras. La ropa
burguesa, por su parte, tardará bastante en adquirir cierta
sobriedad. Pero las bellas moradas y los “pequeños palacios" de
los inmigrados, las tiendas elegantes, las fiestas y las sociedades
de la “colonia” alemana no logran ocultar a la otra ciudad,
popular, nacional y miserable, réplica de los conventillos habi­
tuales en los conglomerados de la época. Hacia 1900, visitantes
nacionales y extranjeros no escatiman los juicios adversos sobre
esta separación entre dos clases, dos sociedades, dos mundos.
¿Quiere decir esto, acaso, que en Valdivia, donde los germano-
chilenos, según se afirma hasta hoy, son más abiertos, más
tolerantes y más cultos que en otras partes, existe una segrega­
ción total entre inmigrantes y chilenos de nacimiento? La dife­
rencia social y étnica no es negable, por cierto; pero las dos
sociedades tienden no obstante a juntarse y a armonizar desde
arriba. No hay mejor prueba de estos acercamientos que los
diarios íntimos de los interesados. En el de "Don Guillermo"
Frick se suceden las veladas de piano, donde los Del Solar, los
Asen jo, los Jiménez y los Albarracín, las recepciones en la
Intendencia, en el consulado de Alemania y en el Deutscher Verein
(Sociedad alemana), las cenas, los bailes y los conciertos donde
los Fuchslocher, los Ribbeck, los Hoffmann y los Anwandter.
Las relaciones entre las dos poblaciones requieren entonces de
una mirada más detenida.

125
NOTAS
DEL CAPITULO V

1. cf. G. guarda, Historia de Valdivia, Valdivia, 1952, pp. 288-313, 315;


j.p. blancplain, "La tradición campesina alemana...”, op. cit. p. 82.
2. Dr. s. benignos, "Von deutscher Arbeit in Süd-Chile", Süd-undMittela-
merika, 1910, N° 13, p. 251; N° 14, pp. 269. 272. Otros cálculos son
suministrados por hoerll, lincke, unold, kunz, ivens, para el perío­
do 1890-1914 y, con una extrema precisión, por el censo secreto del
Deutsch-Chilenischer Bund, en 1916-17.
3. Quinto Censo General, 1875, pp. 70, 81-83.
4. g. schwarzenberg, Záhlung der Deutschsprechenden ir, Osorno im Jahre
1906, pp. 5-6. De más de 1.100 germano-hablantes, 660 tienen entonces
menos de 25 años, 334, entre 25 y 50, 29, más de 55 años. Cf. Zahlung
überlebender alter Einuanderer, p. 2.
5. Seg ún e . espi noza , Geografía descriptiva de la República de Chile, Sant iago,
1903, pp. 483-488;;. valenzuela, Album de la Zona Austral, 1920, p.
106;j. mansoulet, Zona austral de Chile, Concepción, 1917; para 1934,
georg schwarzenberg in c. PEiXEGRiNi-j. aprile, El Progreso alemán
en América, Chile, t. i, pp. 366-445. Ver nuestros cuadros en Les
Allemands au Chili, op. cit., pp. 393-395.
6. Un viaje a Valdivia. La Civilización alemana en Chile, Biblioteca de la
Revista de Chile, Santiago, 1900, p. 16.
7. a. hoerll, Die deutsche Kolonisation in Chile, Deutsche Arbeit tn Chile, t. i,
1910, p. 7; k. bauer, DasGewissenderStadt, op. cit., p. 104; igualmen­
te F. holtenkamp, Auszug aus der Geschichte der Kolonisation Amerikas,
s.d.,p. 9. Ver también sobre estas actividades, con posterioridad a 1880,
los testimonios de prendez, alfonso, espinoza, perez canto, fá-
DRICH, ESPEJÓ, OVALLE, LARA, LLOYD, GOTSCHL1CH, UNOLD, ERNST,
lincke, kunz, maier, etc. La lista de estas curtiembres entre 1880 y
1895 in Les Allemands... op. cit., pp. 415-416.
8. E. frick, Tagebuch 1876-1891, anotación del 30 del mayo de 1876.
9. Estadística comercial, de 1850 a 1860.
10. h. kunz, Die Kolonisation in Valdivia, Hamburgo, 1891, p. 38.

126
11. Cf. FRANCK, HESS, FEHRENBERG, GROB, SCHMIDT, KNUST, MANNS, MOM-
berg. Ley de Alcoholes y su reforma, Osorno, 1903; Solicitudes presentadas a
SE el Presidente de la República, Valparaíso, 1904.
12. Cf. G. guarda, Construcción tradicional de madera en el Sur de Chile, Anales
del Instituto de Arte americano. Buenos Aires, 1970.

127
CAPITULO VI

LOS COLONOS
ALEMANES
DE LA “FRONTERA”,
DESPUES DE 1880

A. FASES Y METODOS
DE LA CONQUISTA DE LA FRONTERA

EFUGIO al que afluyen traficantes, desertores y fugi­

R tivos deseosos de escapar a las leyes de la República (6


a 8.000, en 1854, según el intendente Rascuñan),
marco de una sociedad turbia y mal controlada en la que impe­
ran la inseguridad y el bandolerismo —Mario Góngora lo ha
mostrado—, la Frontera chilena, del Bío-Bío al Toltén, repre­
senta para la autoridad central, ya desde la Conquista, una zona
en que su autoridad es débil; para quienes la habitan es, por el
contrario, un espacio de libertad.
“Españoles” e indígenas se mezclan; huasos atraídos por la
aventura, inquilinos, peones, campesinos pobres y gañanes
obligados a huir de las regiones vecinas víctimas de la erosión de

129
los suelos, se instalan cada vez en mayor número al abrigo de las
torres y de los fuertes del ‘‘límite” de la Araucanía. En 1854, son
14.000 los que reclaman en el “Territorio de los araucanos
libres” que la “línea” divisoria sea trasladada del Bío-Bío al
Malleco.
Araucanos indómitos todavía quedan, al parecer, unos 100 a
150.000, entre costinos, abajinos y arribanos. Constituyen una
sociedad primitiva y pronta a la rebelión, a pesar de las hecatom­
bes del tiempo de la Conquista, de la intensidad del mestizaje y
de la pérdida de estructura propia, por la multiplicidad de los
contactos con el tipo de vida “español”. Parece que el tiempo
colonial no fue suficiente como para hacerle franquear con
determinación el “ umbral de compatibilidad” entre culturas.
Pero, junto a capitanes de amigos, a intermediarios, a intérpretes y
a encargados de agrupar gente al servicio de las autoridades
chilenas, existen, hacia 1850, "mestizos culturales”, en particu­
lar caciques que abandonan poco a poco sus costumbres, llevan
uniformes chilenos, aceptan a los misioneros, sin que pueda
decirse, por otra parte, que eso los prestigia ante sus subordi­
nados.
La ocupación metódica y resuelta de ese enclave anacrónico
que interrumpe la continuidad sur del territorio y dificulta su
valorización, fue decidida por Manuel Montt y Antonio Varas,
al amparo de las controversias que agitaban a la intelligentsia
nacional, acerca de la "civilización” y de la "reducción” de los
araucanos. A un cierto indigenismo conservador que predica
siempre la "conversión progresiva” de los indígenas, militares
como Cornelio Saavedra o Pedro Godoy oponen las ventajas de
un plan racional, el necesario recurrir a las armas y “el valor de la
autoridad para imponerse al hombre", sin atentar contra “las
antiguas preocupaciones, las susceptibilidades y los intereses
inmediatos ligados a las costumbres bárbaras”1. Otros, no se
enredan en precauciones oratorias para hablar como Barros Ara­

130
na, Andrés Bello, Domeyko o Sanfuentes —de razas inferio­
res”, de "dolorosa historia de tres siglos”, de “amenaza perma­
nente” y de “triste experiencia de evangelización de bárbaros”.
De 1861 a 1868, Saavedra, quien, por otra parte, será
desautorizado y deberá dar explicaciones ante el Senado, traslada
el “límite", del Bío-Bío al Malleco. La penetración final tiene
lugar de 1871 a 1882, en plena guerra del Pacífico, precipitada
por el empleo de nuevas armas, bajo la presión de la Sociedad
Nacional de Agricultura y de los grandes hacendados ávidos de
tierras vírgenes a escaso precio, y motivada también, por el
temor a un recrudecimiento intervencionista europeo en Améri­
ca. Ella se lleva a cabo cuando, por su parte, mediante la "guerra
del desierto”, el presidente argentino Roca expulsa finalmente a
los indios bravos, de la Pampa húmeda a la Patagonia estéril.
Iniciada hacia 1860, la toma de posesión del ex-dominio
araucano por los chilenos se hace al abrigo de los fuertes y de
poblaciones improvisadas y, luego, mediante el avance a lo largo
de ejes de penetración —vías fluviales, caminos y ferrocarriles—
hasta la dispersión intercalar final. La ocupación de suelos,
espontánea e ilegal, se realiza aquí en cierto desorden. La atrac­
ción demográfica que ejerce la Frontera puede verse en las
comparaciones interprovinciales de crecimiento de un censo a
otro2. En cuanto a la legislación sobre tenencia de tierras, ella es
muy anterior a la ocupación; pero, hasta 1866, no existe, para
las nuevas regiones, un reglamento de propiedad conforme a las
disposiciones del Código Civil de 1857. Las leyes y decretos de
colonización del último tercio del siglo informan más bien sobre
sus propias pretensiones y sobre el derecho del más fuerte en la
práctica cotidiana. Cuerpos legislativos\ informes a menudo
pertinentes de intendentes y gobernadores, análisis retrospecti­
vos de la colonización4, todo confirma el divorcio entre la ley y
su aplicación. Aventureros, hacendados, tinterillos y funciona­
rios subalternos venales —jueces de distrito y subdelegados—

131
Franz Fonck y Karl Martin, hacia 1905. Médicos en Llanquihue.
unieron sus esfuerzos sólo para despojar a los indígenas. La
ingeniosidad que emplearon para ello merecería páginas de
análisis ejemplarizado^. Contentémonos con señalar que esta
apropiación anárquica y brutal va a dar nacimiento finalmente, a
tres nuevos dominios: en primer término, las reducciones, rea-
grupamientos de indígenas en regiones desfavorecidas, ghettos
económicos o núcleos de “colonización mixta” que quedarán
bajo control de los grandes terratenientes, a pesar de la existen­
cia de una “Comisión Radicadora de Indígenas". De otra pane,
están las zonas llamadas de "colonización nacional", reservadas
por lotes de 40 a 50 hectáreas, ya sea a veteranos, ya sea a
campesinos pobres de los departamentos limítrofes —Rere,
Yumbel, Concepción—, ya sea, finalmente, a proletarios ins­
critos en registros abiertos en las grandes ciudades del centro. El
fracaso es inmediato: Incapaz de transformarse en pionero o,
simplemente, en palo blanco de un terrateniente, el impetrante
se apresura a vender su chacra tan pronto recibe los adelantos
gubernamentales en aperos, en semillas y en metálico6. Esto
lleva, por parte del Estado, a una especulación en gran escala.
Cederá a tiburones de la tierra, mediante subastas amañadas con
frecuencia, un territorio inmenso: más de 910.000 hectáreas
entre Temuco y Victoria, sólo en el período mayo 1881 a
diciembre 1894.
Pero, al parecer, fueron los intentos infructuosos de coloniza­
ción nacional en Lebu, Cañete y Angol, los que decidieron, en
1877, a los sucesores de Montt a llamar a nuevos inmigrantes
europeos. Apoyados en los resultados obtenidos en Llanquihue,
y haciendo eco al positivismo oficial, muchos responsables si­
guen creyendo que el europeo es el único capaz de aceptar el
desafío del mundo virgen, de sacudir la "indolencia nacional" y
de transformar, junto con integrarse a ella, una sociedad inmó­
vil cuyo retardo resalta cada vez más.
Inmigrantes; pero, ¿cuáles? En Llanquihue, desde 1855, el

133
intendente Del Río insiste a menudo en "la separación de razas";
Adriazola, el intendente de Valdivia, reclama en 1873, "brazos
capacitados" para las curtiembres de la ciudad, con una sola
condición: que no sean alemanes . Por fin, Nicolás Vega, ex
agente de reclutamiento en Europa, tachará de “malos ejem­
plos" y de "hechos perniciosos", en 1882, a Valdivia y a Llan­
quihue, afirmando que "la chilenización es el fin esencial de la
colonización" y que hay que cuidar de no crear una colonización
uninacional cerrada, "una tercera provincia alemana” cuyos ha­
bitantes conservarían "su nacionalidad eternamente extran-
jera .
Los alemanes, por su parte, tacharán de falsos esos diagnósti­
cos insensibles a las virtudes pioneras de sus padres, tanto como
a los obstáculos que vencer. Una empresa de colonización sólo
podría triunfar, afirman Otto Biirger, Siegfried Benignus y
Albert Hoerll, gracias a la unión de los participantes, asegurada
por su origen, su lengua y sus formas espontáneas de asociación.
Lo único que cuenta a sus ojos es la nacionalidad económica y el
estatus jurídico de los que llegan. Una amalgama plurinacional
y artificial no es más que un sinsentido económico, dictado por
un nacionalismo elemental y que lleva a un rápido fracaso.
Franz Fonck, primer médico de la colonia de Llanquihue, de
1854 a 1869 y propagandista en Alemania, junto con Pérez
Rosales, de la emigración alemana a Chile, habla con ironía, en
1895, de "Macedonia", de "mezcla babilonia", de Mischung y de
Mischmaschprinzip9 responsable de la deserción general de las
familias establecidas, diez años antes, en la Araucanía, por
cuenta del gobierno...
Pero en 1880, aún sigue vigente la creencia ingenua en las
"inyecciones de energía", en las virtudes del ejemplo y en la
panacea del "trabajo europeo", ya que la "desviación” alemana
puede ser corregida por la asociación internacional. Por otro
lado, se hace necesario un esfuerzo serio para captar una parte del

134
flujo migratorio que crece desmesuradamente en provecho de las
Américas en su conjunto.

B. LA INMIGRACION EUROPEA
PLURINACIONAL (1880-1914) .

La “Agencia General de Colonización de Chile en Europa”,


abierta en París el 10 de octubre de 1882, va a funcionar por
"temporadas” durante 22 años, a pesar de frecuentes interrup­
ciones por los motivos más diversos —cólera, guerra civil de
1881, prohibición de los gobiernos europeos y, lo que es más
frecuente, falta de fondos. En total, gastará dos millones de
pesos en la difusión de carteles publicitarios y folletos oficiales,
en una decena de países y lenguas, para realzar las ventajas
ofrecidas a los candidatos, por el gobierno chileno.
Hemos comentado repetidamente estas difíciles campañas.y
sus resultados decepcionantes10. Ellos lo fueron a tal punto, que
algunos directores de la Agencia se refirieron personalmente,
como Francisco de Borja Echeverría, en 1883, a “gente de la
peor especie" y a "selección negativa”. De 1882 a 1914, el
número total de inmigrantes europeos en Chile no sobrepasó en
modo alguno los 65.000, o sea, apenas el de un año "flojo” en
Argentina. Hasta 1887 y de acuerdo a nuestros propios
cómputos11 la suma definitiva no iría más allá de los 35.000,
con pulsaciones netas en 1884-85, —alrededor de 3.000 corres­
pondientes a los futuros colonos de Araucanía— y en 1889-91
—más de 22.000, para los migrantes franceses, españoles e
italianos calificados apresuradamente de industriales. En su
mayoría son jóvenes: los nueve décimos no llegan a los 50 años y
un tercio, son niños. Todos o casi todos se dicen agricultores,
hasta 1889; pero, según los agentes de inmigración chilenos,
apenas 50% lo son. Españoles e italianos, 16.000 en total,
desviados de la corriente continua hacia Argentina son, en su

135
mayoría, cesantes y citadinos. En 1892, Isidoro Errázuriz que
sigue confiando, sin embargo, en el éxito de la colonización, no
ve en ellos, en Victoria, más que a proscritos, aventureros y
gente que ignora todo lo relativo al trabajo de la tierra. En
cuanto a los inmigrantes europeos de Chiloé, en 1895, a quienes
esperaban condiciones mucho más duras, no son más que una
síntesis del lumpen europeo, desecho de las grandes ciudades,
salidos de asilos y prisiones, tropa de inadaptados, de los que el
agente de colonización Weber nos ha dejado un retrato
impresionante12.
En lo relativo a instrucción, son viajeros sin equipaje: Hay
numerosos analfabetos y una mayoría de adultos con escasos
rudimentos. De los que llegan en 1892, por lo menos uno de
cada cinco no sabe firmar. En cuanto a los recursos que traen
consigo, no alcanzan a llegar, en 1889-91, a los 350.000 pesos,
para más de 20.000 inmigrantes.
En Traiguén, Victoria y Temuco que, por lo pintoresco, el
movimiento y la confrontación de razas recuerdan al Oeste
norteamericano1', ellos no logran imponerse, dentro de su
trabajo, en la especulación febril habitual en las regiones nue­
vas. La infraestructura administrativa está mejor provista que
antaño, en Llanquihue; cuenta con un Inspector General, Mar­
tin Drouilly, una Comisión topográfica, Agentes de Coloniza­
ción y Comisiones encargadas de distribuir las tierras y de hacer,
en las colonias, los trabajos preparatorios indispensables. Si los
obstáculos que salvar y las calamidades que hay que vencer son
sin cuenta (atrasos en la confección de catastros, demoras adua­
neras, aprovisionamiento insuficiente, robos, agresiones, epide­
mias, etc...), el fracaso evidente de esos colonos europeos se
aprecia, sobre todo, en el rápido decrecimiento de las familias
fundadoras que permanecieron ligadas a la tierra, según infor­
mes sucesivos de la Inspección General: 1.467 familias, con
7.061 personas, en 1890; 1.094 en 1895, con 5.310 trabajando
136
65.620 ha. y sólo 709, en 1897, o sea, menos de 4.000
personas14. A pesar del optimismo administrativo, el número
de deserciones es tal, que, en 1897, se pone fin a la inmigración
oficial.
No faltan, por cierto, razones para explicar este proceso regre­
sivo. Coyunturales, en primer término, con la crisis, la inflación,
la restricción del crédito, el alza de las tarifas ferroviarias y la
baja del precio del trigo en 1893-94. Pero también las hay
estructurales y específicas. Su exposición constituye un catálo­
go de los errores en materia de colonización: la inexperiencia de
los llegados, el mito desastroso de las asociaciones entre colonos
extranjeros y trabajadores chilenos, la inseguridad persistente, a
pesar de las hazañas punitivas de Trizano y de los gendarmes de
la Frontera15, finalmente la amalgama y la mezcla de nacionali­
dades hostiles entre sí y desiguales en preparación. Tomás
Guevara es bastante severo a este respecto cuando afirma que “si
la diversidad étnica puede condicionar el éxito de las empresas
de inmigración, no ocurre lo mismo con las distintas fases de la
colonización"16. Como americanos proclives a no tomar en
consideración los prejuicios mutuos entre europeos, los chilenos
defensores y promotores de la colonización europea se expondrán
a algunas decepciones. En ciertas zonas, entre Quino, Quillén y
Quecheregua, por ejemplo, donde los colonos europeos visita­
dos por Errázuriz eran numerosos en 1884-85, algunos años más
tarde, sólo un panorama de desolación se presenta al pastor suizo
Grin, quien encuentra a sus compatriotas sumidos en una mise­
ria desgarradora17. Algunos, sin embargo, van a “surgir". ¿Cuá­
les y por qué? Su instalación sólo podrá producirse a costa de
agrupamientos secundarios que toman como base a las naciona­
lidades de origen, para el indispensable codo a codo. “Colonias"
italianas en Capitán Pastene o Lumaco; francesas en Traiguén;
suizas en el mismo lugar y también en Victoria, Ercilla y
Lautaro, van a implantarse poco a poco, muchas veces al precio
137
de una endogamia persistente o gracias a una solidaridad entre
nacionalidades de una misma cultura. Las colonias alemanas
figuran entre las más sólidas. Ellas son fruto, como en Humán,
de una decisión de la administración chilena; de una elección
inicial deliberada, como Contulmo, en el lago Lanalhue, el
"Llanquihue” de la Frontera, o de un reagrupamiento secunda­
rio, en grandes concesiones, después de 1900. Ellas reanudan,
no sin dificultad, una tradición que, por su instalación, sus
trabajos y su tipo de vida hace pensar, salvadas las diferencias, en
la “gesta" campesina de Llanquihue. Pero, antes que nada,
conviene analizar la estructura de esos esfuerzos alemanes.

C. ETAPAS Y ESTRUCTURAS
DE LOS REFUERZOS ALEMANES

La intensificación del movimiento marítimo entre Europa y el


Pacífico, después de 1870, multiplica los riesgos de omisión en
el recuento de los inmigrantes que, en lo sucesivo, pueden elegir
entre la psnc, la Kosmos o la Hapag, para dirigirse en grupos
oficiales o separadamente a los países que los acogerán. Los
archivos hamburgueses18 permiten establecer, sin embargo,
lista satisfactorias de alemanes, las que contienen el origen
geográfico de los que parten y su estado civil. Para el período
1877-1903, la suma global de entradas definitivas a Chile gira
alrededor de las 5.000 personas, a las que hay que agregar 3.500
austríacos, alemanes del Volga y 2.500 suizos de habla
alemana19. Los futuros colonos alemanes muestran dos puntos
altos en este aporte numéricamente débil, pero continuo: 1884,
con 600 entradas seguras y 1896, con 445 llegados, destinados a
Chiloé. Conocemos la distribución profesional de los relevos de
1884-86, 1895-96, 1906, 1909 y 1912. Ella no es muy vasta.
Los candidatos de 1883, reclutados por la "Agencia de Coloniza­
ción de Chile en Europa”, vienen encabezados por un misionero.

138
Oskar Barchwitz-Krauser, curioso pastor y profeta que se pre­
senta como guía de una nueva comunidad evangélica apartada
del mundo, pero bajo la protección de las armas y de las leyes de
Chile20. Vuelve a Alemania y predica en el bosque de Grüne-
wald (en Berlín): otras 43 familias de obreros agrícolas se embar­
can, en febrero de 1884, en Hamburgo, con destino Valparaíso,
vía Liverpool. Conocemos el punto de partida de esas 833
personas21: los grandes dominios de Klein y Hohenlübbichow,
Bellinchen y Kónigsberg, en la provincia de Neumark, entre el
Warthe y el Oder. "Robustos y atléticos", según dice la crónica,
impresionan a los chilenos, conocen la tierra, pero son pobres,
muy pobres. Su única riqueza son sus esperanzas. Isidoro Errá­
zuriz lo confirma. Los que parten de Kiel, en 1896, y que
desembarcan directamente en Ancud, se les parecen; pero entre
ellos hay muchos artesanos de los que, algunos, lograrán sobre­
vivir, en las peores condiciones, en Quetalmahue, Chacao,
Huillinco, Mechaico22.
Después de 1901, las sociedades privadas de colonización,
autorizadas para adquirir inmensos dominios en la parte inex­
plorada de la cordillera, tendrán como únicas obligaciones, el
efectuar los trabajos preparatorios para toda instalación y el
proceder al reclutamiento de colonos en el exterior. Se entrega­
rán así enormes concesiones, a veces en litigiosa tierra de nadie,
a especuladores sin escrúpulos, como los alemanes Hoffmann,
en el valle del Bodudahue, y Freudenburg, entre el río Palena y
el lago San Martín: ¡Más de 25.000 hectáreas! El ex agente de
colonización de Chiloé, el danés Weber, retendrá también, en
1903, una opción personal sobre el río Puelo, y cuya exploración
sólo vendrá a terminarse en 1941. Ninguno de los trabajos
previstos será emprendido, y de las familias prometidas y anun­
ciadas nunca se verá aparecer ni siquiera a la primera.
Fue en otras concesiones previstas por las leyes y reglamentos
de 1898 a 1901, que pretendían dar nuevo impulso a la pequeña
139
colonización, donde se instalaron muchos extranjeros recién
llegados; boers en Gorbea, italianos en Capitán Pastene y Luma-
co, alemanes —antiguos seguidores del viejo Barchwitz-
Krauser— en Pitrufquén, Freire, Loncoche, Lastarria y, sobre
todo, en tres dominios muy alejados entre sí: Pucón-Quilaco,
donde la Sociedad Comercial y Ganadera de Lanín instaló a 39
familias, de 1905 a 1909; en Rupanco, con Alfred Tatlock,
representante de las sociedades Valdivia y Rupanco, que reclutó
en Buenos Aires 23 familias de ascendencia alemana; y, final­
mente, en Huefel-Comuy, en el Toltén medio, donde \a. Sociedad
Ganadera e Industrial de Valdivia reunió, de 1906 a 1913, a 32
familias, en las que conviven, dice la crónica23, “militantes de la
alianza luterana, baptistas, pentecostales y ovejas negras" que
defeccionarán muy pronto. “Lo que se encontró en Comuy,
refiere un testigo, desafía toda descripción”.
No olvidemos, finalmente que, en Punta Arenas, donde 300
alemanes están ya instalados, desde antes de 1914, los tripulan­
tes de los barcos de la Kosmos y de la Roland, adquirentes de
vastas extensiones2 ‘ e inmovilizados por la guerra, van a procu­
rarse medios de subsistencia, en el lugar mismo. Chilenos
provisionales y por obligación, muchos de estos marinos echarán
raíces en la parte más inhóspita del país. ¿Acaso uno de sus
precursores y compatriotas más intrépidos no les había dado el
ejemplo, por amor a Chile, tres cuartos de siglo antes?

D NUCLEOS E IMPACTOS
DE LA COLONIZACION ALEMANA
EN LA FRONTERA Y EN CHILOE

Inspeccionando las colonias extranjeras de la Frontera, Isidoro


Errázuriz evoca en 1892 “una obra de progreso que dará los
mismos frutos que en Valdivia y Llanquihue, por los mismos
métodos y en los mismos plazos breves”. Por su parte, el pastor

140
Grin se contenta con enufnerar imposiciones capaces de desalen­
tar a los espíritus más firmes. Un estudio cuidadosamente
realizado, que tiene como fuentes a los archivos de la Inspección
General de Tierras y Colonización, a los de la Oficina de Mensu­
ra de Tierras y al habitual fondo de las memorias de los inmigra­
dos, muestra el mismo proceso y también los mismos resulta­
dos: una prosperidad que no está exenta de inquietud, de
egoísmo y de desgarramientos internos.
Tal es el caso de Humán. El intendente Urrutia destaca, en
1872, el “trabajo paciente” de 60 colonos, el que suscita una
afluencia de demandas de admisión; pero destaca asimismo, "sus
tendencias egoístas, su propensión a disimular sus actividades y
conocimientos, a comunicarlos, a contrapelo, a los nacionales y
sólo si la necesidad los pone en contacto con ellos"25. En el
interior, brotan afinidades electivas y antipatías insuperables,
camarillas en las que cada cual se encierra, en medio de la dureza
y la desconfianza. Un pastor afirma26 que el dinero y la avaricia
son los que regulan los comportamientos. Según parece, la
colonia vuelve a soldarse y a germanizarse desde el exterior, con
la llegada de un maestro de escuela, en 1889.
Contulmo es la Dornróschenkolonie, la “Bella durmiente del
bosque”, un Llanquihue evangélico de 50 familias en un estuche
romántico, pero aislado de todo, en plena cordillera de la costa y
adonde el ferrocarril sólo llegará en 1935. Hasta 1914, un
pastor la visita una vez al año, a caballo y con pistola al cinto27.
En cuanto a Huefel-Comuy, último rebrote, en 1909, y
después de Quilaco, de la gesta pionera alemana en Chile, la
condición de sus 40 familias, cada una de las cuales dispone de
30 a 60 hectáreas, sigue siendo muy precaria, diez años más
tarde. Después de los sustos iniciales, de los sinsabores debidos a
la inexperiencia, de las riñas con los indígenas, de los robos de
animales —¿cómo hacer respetar la ley en un lugar tan aparta­
do? Los colonos van a caballo hasta Pitrufquén y, a veces hasta

141
Temuco, a ofrecer mantequilla, tocino y queso hecho por ellos
mismos28. Para poder subsistir, los más pobres venden, aún en
1930, objetos de lana y de madera, en los mercados de la región.
Sin embargo, desde 1910, existe una escuela cuyo primer maes­
tro es un suboficial bávaro. La escuela y la Iglesia —pues una
capilla de la Evangelische Missionsgemetnde ("Comunidad misional
evangélica”) sirve aquí de centro de reunión— intensificaron y
ritmaron la vida cotidiana. Sin ellas, no se comprendería la
estabilidad de la colonia y la obstinación de sus miembros.
¿Qué decir, finalmente de los infelices lanzados, en 1897, en
el cenagal de Chiloé, junto con escoceses, flamencos y escandi­
navos? A la llegada, se produce un vértigo, una angustia y, para
algunos, la fuga, ante esos esbozos de colonias donde se malgas­
tan las energías de los que llegan y los recursos del Estado: más
de 2.000 pesos por inmigrante, cuando los tres cuartos de los
llegados abandonarán la Isla Grande a toda prisa. A pesar de la
discordia, de la viva oposición de los chilotes y del "antagonismo
de razas” denunciados por los administradores nacionales29, los
sobrevivientes —127 familias en 1900, contra 297, tres años
antes— se replegarán, de preferencia, en Huillinco y Ancud. La
renuncia, al cabo de 10 ó 15 años de esfuerzos, no necesita
comentarios. Lo pobre de los balances llevados a cabo por las
oficinas de colonización permite adivinar la desesperación de los
más resueltos. En 1912, apenas quedan en las cuatro colonias,
33 familias alemanas que agrupan a 217 miembros, de 528
“sobrevivientes”. Algunos, transformados en artesanos o en
comerciantes, han llegado a Ancud; otros, que han seguido
como agricultores, han atravesado el estrecho y buscado su
oportunidad en El Gato, o a lo largo del Maullín, pero también
en Quilaco y aun en Huefel-Comuy: 40 familias en total. Desde
1897, los mejores obreros fueron atraídos de inmediato por
Valdivia, entonces en plena prosperidad. Que ella representaba
la mejor vía, lo muestran 5.000 chilotes que, en cinco años, de

142
1895 a 1900, siguen el mismo camino. En Chiloé, el triunfo
sobre la selva, la transformación del pantano en pastizales y de la
choza en quinta florida, siguió siendo un sueño. En cuanto a lo
que debió ser producción de colza, achicoria y lúpulo, fabrica­
ción de mantequilla y proceso de maduración del queso, sin
hablar ya de las colonias de pescadores, se llega al caso de que,
alrededor de mil hectáreas producen, en 1912, cebada y papas
para alimentar apenas a unas diez familias50. En 1891, el
presidente Jorge Montt había creído que la colonización europea
podría sacar del marasmo al archipiélago, superar su aislamiento
y comunicar su saber a un viejo pueblo tradicionalista que veía
en la ida hacia el Norte o hacia Argentina, el único remedio a su
postración. La prueba de aguante y el calvario de obstinación
individual terminaron muy pronto por echar por tierra esa
esperanza.
Dos impactos posteriores, Peñaflor, en 1929 y La Serena, en
1952, no agregan nada a la colonización alemana en Chile51.
Sólo nos recuerdan que "los alemanes son gente que hacen algo
partiendo de nada” y que, impelidos por el azar o la necesidad
aun saben, mejor que otros, drenar pantanos o "convertir las
dunas en huertos”.

143
NOTAS
DEL CAPITULO VI

1. in T. Guevara, Historia de la Civilización de la Araucanía, Santiago, 1902,


t. ni, p. 290.
2. Lo hemos mostrado repetidamente en Les Allemands au Chili, op. cit. n,
v, pp. 457-59; Conquéte et Frontiére en Amérique latine. Le Chili et les
Araucans, 1983, pp. 136-138; “Les campagnes chiliennes au XIXc
siécle", Cahiers des Amértques latines, París, N° 15, pp. 76-80; "Le Chili
républicain et la fin de la Frontiére”, La Revue Historique, París, t. cclxii,
pp. 95-96.
3. anguita. Leyes promulgadas en Chile desde 1810 hasta 1913, Santiago,
1913; briones, Glosario de Colonización, 1902; torrealba, Tierras
fiscales i de indígenas. 1823-1871, Santiago, 1927; b. zenteno, Recopila­
ción de leyes i decretos de Colonización, 1800-1896.
4. T. Guevara, Historia de la Colonización..., op. cit.; n. palacios, Raza
Chilena, Santiago, 1904; m. poblete. El problema de la producción agrícola
y la política agraria nacional, Santiago, 1918; a. matthei, Política agraria
chilena. Padre Las Casas, 1935, etc.
5. Métodos denunciados por todos los autores, Torrealba, Guevara, Pala­
cios, etc. El más feroz fue, sin duda, Otto Bürger, Achí Lehr-und
Wanderjahre in Chile, Leipzig, 1909, quien, por razones personales, ataca
tanto a las autoridades chilenas, como a los "incendiarios y asesinos”.
Igual comprobación e igual denuncia, a fines de siglo, por parte de
muchos autores nacionales comoSantivan. Valdés Canje, Samuel A. Lillo.

6. Cf. Archivo Nacional. Ministerio de Relaciones Exteriores, vol. 151 (363)


informe del 4.05.1872. La misma constatación amarga de t. Guevara,
Historia de la Civilización..., op. cit., p. 491. El "pequeño propietario
siempre fue incapaz de rebelarse. De semejante medio no habría podido
surgir ningún Lincoln, ningún Juárez", escribe g. mac bride, Chile,
Land and Society, Nueva York, 1936, p. 254.
7. Cf. Memorias Ministeriales. Ministerio de Relaciones Exteriores, 1873, N° 2
N° 42, 5.07.1873, pp. 20-22.
8. N. vega, La inmigración europea a Chile 1882-1895, pp. 21, 61, 159,
162.

144
9. F. fonck, "Dr. Aquinas Ried, Lebensbild cines Deutschen in Chile”
Südamcnkanische Rundschau, N° 3» N° 4, 1895, p. 42. La idea es
compartida por la mayoría de los autores alemanes o germano-chilenos:
Benignus, Hoerll, Bürger, Keller. Matthei, etc.
10. cf. Les Allemands au Chili, op. cit., n, v, pp. 475-480; Coquéte et
Frontiére... op. cit., pp. 151-155; "Le Chili républicain et la fin de la
Frontiére", pp. 106-108; "Intelligentsia Nationale et immigration curo-
péenne au Chili de l'lndépendance á 1914”, Jahrbuch für Geschtchte von
Staat, VC¡rtschaft und Gesellschaft iMteinamenkas, Colon la, 1981, Voi. 18,
pp. 268-273.

11. Ver Les Allemands au Chili... op. cit., cuadro p. 481. Ver también Oficina
Central de Estadística de la República, i, ¡x.
12. a. weber, Chiloé. Su estado actual. Su Colonización. Su porvenir, Santiago,
1903, en particular pp. 159-162.
13. cf. 1. errazuriz, Tres razas, Valparaíso. 1892; F. grin, Nos compatnotes
au Chili, Lausana, 1887; G. verniory, Diez años en Araucanta. 1889-
1899. Ver también la excelente retrospectiva de f. hartwig, "Lands-
chaftswandel und Wirtschaftswand in der chilenischen Frontera”, Mittei-
lungen d. Bundesforschungsanstalt für Forst-und Holzwtrtschaft, Hamburgo,
N°6l, 1966.
14. Según t. Guevara, Historia de la Colonización, op. cit., p. 482.

15. Evocados por verniory, grin, Guevara, bürger, palacios, mac


BRIDE.

16. Historia de la Colonización..., op. cit., p. 485.


17. Nos Compatnotes au Chili, op. cit., p. 158.

18. Schiffsnummer 37 a 137, para 1876-1902. Ver k.w. kluber, Passagier


listen. Chile, Perú, Uruguay ab 1876 bis 1888', 1. schwarzenberg de
schmalz, "Die Besiedlung der Frontera, Auswandercrliste des Staatsar-
chiv Hamburg aus den Jahren 1884-85”, Mttteilungen der Arbeitsgemems-
chaft für Famihengcschichte. 1884-1887, Berlín, N° 50, 1967; Idem,
Hamburger Ausuandererlisten nach Chile 1895-1896.
19. Ver nuestro análisis en Les Allemands au Chili, op. cit., pp. 484-490.
20. Cf. Dr. a. meyer, Geschichte der Kolonie Contulmo nach Berichten von
Paul Franow, Wallo Hanisch, Paul Kortwich, und Gotthold Tzcha-
bran", Deutsche Arbeit in Chile, 1910, Vol. 1, pp. 68-69.
21. p. ende, "Die Márkischen Kolonien in der Frontera", Deutsche Arbeit in

145
Chile, 1910, Vol. i, p. 61; G. hartwig, "Landschaftswandel und
Wirtschaftswand", op. cit., p. 49.
22. Ver principalmente a. weber, Chiloé, op. cit., p. 160-161; g. schwar­
zenberg, a. mutizabal, Monografía Geográfica e histórica del Archipiélago
de Chiloé, Santiago, 1926, p. 231.
23- Cf. a. bück, Kronik iiber die Einwanderung deutscher Kolonisten nach Huefel-
Comuy im Jahre 1912, ais geschichtlicher Beitrag zar Wtederkehr des 50-
jáhrigen Jahrestag der Ankunft in Chile, 1962.
24. a. pfütze, Beitrag zur Geschichte des Deutschtums in Magallanes 1907-
1937. Punta Arenas, 1937; n. KRZIWan, "Die Tátigkeit der Deutschen
im Magallansgcbiet", Deutsche Arbeit in Chile, 1910, Vol. n, pp. 89-102.
Ver también los trabajos de braun m.» matthei, poblete, steffen.
kaerger y las Memorias de la Inspección General de Tierras y Colonización.
1903-1910.
25. Informe de 28.04.1873, Ministerio de Relaciones Exteriores, Intendencia de
Arauco, 1873, vol. 155.
26. o. brien, "Deutsch-Evangelisch in Chile, Beitrage zur Geschichte des
Chiledeutschtums”, Deutsch-Evangelisch in Chile, N° 32, julio 1837. fase
7, p. 104.
27. o. brien, Deutsch-Evangelisch, op. cit., fase. 8, p. 122.
28. Testimonio del colono Jakob Pfeiffer. Ver Memoria del Administrador de
Pitrufquén, Inspección General de Tierras y Colonización. 1911, pp. 250-
251.
29. a. weber, Chiloé, op. cit., pp. 174-175; Inspección General de Tierras y
Colonización, 1899, pp. 45-46.
30. Según o. bürger. Achí Lehr-und Wanderjahre in Chile, op. cit., p. 39;
Inspección General, año 1912, pp. 65, 468-469.
31. Ver bierung, Die Siedlungskatastrophe von Peñaflor, 1934; j.p. blanc-
pain, las Allemands au Chili, op. cit., pp. 553-557.
32. c. werthal, "Vicl Stein gabs und wenig Brot. Wégweiser fúr Vertrie-
bene" Francfort, Der Weg, Buenos Aires, 1954, p. 396.

146
CAPITULO VII

RELACIONES Y
COOPERACION
ENTRE CHILE
Y ALEMANIA
HASTA 1914

A. RELACIONES COMERCIALES
Y DIPLOMATICAS

N LAS RELACIONES con las potencias, Chile siempre

E procuró mantener un equilibrio, esforzándose por pre­


servar, a través de las luchas de influencia, el difícil
camino de su independencia.
Sus relaciones con Alemania nunca fueron fuente de conflic­
to. Divididos como estaban, hasta 1870, los Estados alemanes
ofrecían a Chile sólo la ventaja de sus inmigrantes; después de
esa fecha, el Reich actúa como feliz contrapeso a la dominación
económica británica y, luego, á las ambiciones panamericanas
de Estados Unidos. ‘
A partir de 1830, Bremén, Hámburgo, Francfort, Prusia,
Baviera, Sajonia, siguen el ejemplo francés y holandés y acredi-

147
can en Valparaíso, "agentes de comercio" que, a mediados de
siglo, se transforman en cónsules, luego que las directivas de la
Santa Alianza no son más respetadas1.
Los cónsules alemanes tienen aquí un triple papel: comercial,
científico y protector teórico de los ciudadanos alemanes.
tratado de comercio de 1861 concreta las relaciones de Chile y
los países alemanes, en tanto que los representantes alemanes se
comprometen de buen grado, en empresas de colonización pri-
vada, a veces inciertas, mal dirigidas o deshonestas, de las que
un mal ejemplo está dado por la de Renous y Kindermann.
La debilidad de la Alemania no unificada se hace evidente en
ocasión del bombardeo de Valparaíso, el 31 de marzo de 1866,
por la escuadra española de Méndez. Los cónsules alemanes de
Valparaíso se ven obligados a solicitar la protección inglesa y,
luego, la del comodoro norteamericano Rodgers, a quien piden
que tome bajo su protección "sus vidas y sus bienes’’2, después
de haberse dirigido, en vano, al propio almirante español3.
Con posterioridad a 1870, la diplomacia alemana va a hacer
respetar el prestigio súbito del país que representa, defendiendo
con vigor, a comerciantes, intermediarios o inmigrantes de
allende el Rhin, al mismo tiempo que se presenta como libera­
dora, frente a las hegemonías europeas tradicionales. En la
guerra del Pacífico, el Reich, a diferencia de Francia, exhibe una
neutralidad hábil y benevolente para con el futuro vencedor.
Defiende simultáneamente sus intereses comerciales y los de las
oficinas salitreras de capital alemán. De entonces data "la amis­
tad chileno-alemana", tan celebrada a veces, y la penetración
económica alemana en Chile, ya que el intercambio comercial
entre ambos países sube, de alrededor de siete millones de
libras, a veintidós, entre 1880 y 1890\ Los hamburgueses
Georg Hilliger, Hermann Fólsch, Henry Sloman, a la cabeza de
unas doce oficinas, rivalizan con el imperio North, de Tarapacá.
Ya en 1890, Alemania es el segundo proveedor y el segundo

148
cliente de Chile, puesto que su agricultura es, en 1900, la
primera consumidora europea de nitrato chileno.
En Chile, los alemanes venden de todo, y decenas de firmas
alemanas se hallan sólidamente implantadas, en 1914, en Iqui-
que, Antofagasta, Valparaíso y Concepción. Una vez ganados
los mercados, vienen las inversiones. De cuatro mil millones de
marcos colocados en América latina en 1908, más de la décima
parte lo está en Chile, de manera directa o en las empresas del
Estado: electricidad, minas, transportes, equipamiento urbano,
actividades de todo tipo, comerciales, industriales y bancarias5,
que asombran e inquietan a los observadores extranjeros. "Los
alemanes están reemplazando aquí a los ingleses”, escribe un
periodista francés, a fines de siglo. "Si la invasión continúa con
la misma intensidad, Valparaíso será pronto otro gran Valdivia.
Para quien ha viajado, el verdadero vencido de 1870, en el
terreno comercial, es Inglaterra...6.
Como en el Sur, considerado germánico por la colonización,
asociaciones y actividades sociales de la "colonia" alemana dan
prueba, en Valparaíso, después de 1880, de una vitalidad indis­
cutible. En 1916, los germano-hablantes son cerca de 1.500, en
Valparaíso, y más de 2.000, en Santiago. El Deutscher Verein de
Valparaíso, el primero de Chile, data de 1838 y, en 1914, se
halla ramificado en una veintena de asociaciones. Más que sus
ex-compatriotas implantados en el Sur, estos alemanes de Chile,
vueltos hacia el exterior, constituyen, a través de sus sociedades,
una especie de vanguardia del Imperio, siempre pronta a servir
los intereses oficiales o privados, recomendados por las asocia­
ciones pangermanistas de la metrópoli.
Pero el realismo se impone, ya que el prestigio de que gozan
los alemanes se debe al éxito de la colonización del Sur. Una
buena parte de la intelligentsia nacional es francamente germa-
nófila cuando, en 1914, estalla el conflicto europeo. Chile,
como se sabe, observará una estricta neutralidad hasta 19187.
149
Para comprender cal acritud, no hay que referirse sólo a la
colonización alemana o a la influencia comercial del Reich, sino
que se debe tomar en cuenta una impregnación más profunda,
en tres sectores clave de la vida nacional: la enseñanza, el ejército
y las misiones en Araucanía.
Por muy rápida que sea, una revisión de la contribución
alemana al incremento territorial, económico y cultural de Chi­
le, no puede dejar de mencionar formas distintas al aporte
migratorio, para explicar la valorización de regiones alejadas del
centro. Ella son tres, y tienen que ver con una "cooperación”
avant la lettre, cuyas circunstancias y aspectos es conveniente
recordar: la mutación del ejército, comenzada en 1885; la evan-
gelización de los araucanos, sometidos por fin, emprendida diez
años más tarde, por los capuchinos de Baviera, y, finalmente, la
enseñanza nacional cuyo “tinte" alemán desde 1880 equivale,
para sus adversarios, a un verdadero "embrujamiento”.

B. LA PEDAGOGIA ALEMANA
Y EL “EMBRUJAMIENTO”

La enseñanza chilena siempre ha acogido favorablemente, cuan­


do no fervorosamente —de manera sucesiva y, a veces, contra­
dictoria—, a experiencias y colaboraciones extranjeras. Uno de
los denominadores comunes de la mentalidad nacional es esta
apertura de principio y esta curiosidad hacia el exterior que,
hasta nuestros días, hace a Chile tan próximo a Europa, debido a
innegables afinidades intelectuales o sentimentales. Resultado
de ello es la aplicación de diversas orientaciones pedagógicas
—prudentes o precipitadas—, según sean las corrientes de
pensamiento dominantes o dictadas por la evolución política.
La segunda parte del siglo xix, particularmente a partir de
1880, marca para Chile el comienzo de una auténtica toma de
conciencia nacional que culminará en 1920, al amparo de una

150
profunda transformación económica y social, en el reconoci­
miento de la soberanía popular y en el otorgamiento del sufragio
universal. El rol que la educación y las reformas que la afectan
han jugado en este proceso, a partir de 1880, no ha sido de los
menores. “El campo de la instrucción pública es un punto
cardinal, dice el discurso-programa de Balmaceda, en 1886; el
liberalismo chileno debe dar pruebas de su discernimiento, de la
excelencia de su doctrina y de su afán positivo por los intereses
de la masa".
El presupuesto de la instrucción pública se duplica en los
cinco años de esta presidencia interrumpida; el número de
maestros aumenta en 50%; la universidad se dota de un Institu­
to Pedagógico, para formar profesores de enseñanza secundaria y
el país se cubre de una red de escuelas normales, semilleros de
maestros indispensables para los 370 establecimientos de ense­
ñanza primaria abiertos de 1886 a 1891.
En el ciclo secundario, la enseñanza moderna, llamada con­
céntrica, substituye al viejo lancasterianismo degenerado, adop­
tado apresuradamente en 1821, para solucionar lo más urgente,
y corregido por los esfuerzos meritorios, pero insuficientes, del
Instituto Nacional.
La Universidad, heredera a pesar suyo de una larga tradición
colonial inapta para adaptarse verdaderamente a lo moderno, se
había limitado, hasta entonces, a la formación continua de
juristas: 71% de su dotación, en 1858, y más-del 50% todavía,
treinta años más tarde. Ella caracterizaba bien a una sociedad
receptiva que adquiría, pasivamente, nomenclaturas sabias y
abstrusas que se limitaba a reproducir, incapaz de inventar. Los
grandes esquemas pedagógicos eran napoleónicos; pero la ense­
ñanza seguía aún enredada en la rutina.
Es en medicina donde se manifiesta precozmente la influen­
cia alemana y la penetración científica. A partir de 1870, los
médicos alemanes comienzan a introducir modificaciones al uso

151
según el cual las familias se perpetúan aquí en las cátedras, a
pesar de la enseñanza asociada de médicos extranjeros, ingleses o
franceses: Cox, Blest, Lafargue, Pretor, Petit, Thevenot. El
éxito de maestro brillantes como Herzl, Segeth, Schónlein,
Hermann Schneider, Robert Móricke, sin olvidar a Rudolf
Amandus Philippi, orienta, por medio siglo, la medicina chile­
na hacia la alemana. En 1890, 23 profesores enseñan en la
Facultad de Medicina de Chile, todos formados en Europa, la
mayoría en Alemania. En el hospital alemán de Valparaíso,
abierto el 1° de abril de 1875, trabajan, diez años más tarde,
unos quince médicos alemanes8, mientras que, de 1886 a 1889,
unos treinta médicos o estudiantes nacionales reciben autoriza­
ción para ir a perfeccionarse a Alemania9.
"Gobernar es educar”, proclama Valentín Letelier, propicia-
dor de la filosofía positivista del Estado docente, de la instruc­
ción popular y de la cultura científica. La generación intelectual
de 1880, formada sin embargo en la escuela positivista francesa,
escucha con arrobamiento la lección pedagógica que le entrega
Letelier, ex secretario de la legación chilena en Berlín, cuyo
titular, el Ministro Guillermo Matta, era admirador de Bis-
marck. Ella da como adquisición definitiva y de valor universal,
las experiencias de Froebel, Ziller y Herbart. ¿Acaso no fue el
maestro de escuela alemán, se dice, el que ganó la guerra de
1870? Por su parte, José Antonio Vergara, Ministro de Instruc­
ción Pública de Santa María, elogia, en su Memoria de 1883, las
virtudes del adiestramiento intelectual alemán y encarga a José
Abelardo Núñez, Director de Enseñanza primaria, que estudie
su adopción y su adaptación en Chile.
Cinco años más tarde, en sus "Estudios sobre la educación
moderna”, Núñez hace el elogio de la escuela normal prusiana,
en contraposición con el sistema francés, aún burgués e igualita­
rio, que se limita a confiar en la sola cultura e iniciativa del
maestro.
152
En octubre de 1883lo» Núñez recibe autorización para enviar
a perfeccionarse a Alemania a cierto número de alumnos-
maestros chilenos; esto coincide con la llegada a Chile del
primer contingente de profesores alemanes que vienen a dirigir
las escuelas normales del país. Isidoro Errázuriz, por corto
tiempo Ministro de Instrucción Pública, y antiguo estudiante
de Gotinga, no oculta, en 1890, su profunda satisfacción.
Escribe al Ministro de Chile en Berlín, Gana:

“Los maestros alemanes, tanto en la instrucción primaria como en la


secundaria, han producido una verdadera revolución, por lo moder­
no de su sistema pedagógico. No podemos más que felicitarnos por
ello"".

Abierto en 1889, el Instituto Pedagógico", destinado a los


futuros profesores de liceo, es el resultado de las recomendacio­
nes de Claudio Matte y de Letelier, cuyas persuasivas comunica­
ciones sobre la excelencia de las escuelas berlinesas habían con­
vencido a Balmaceda y a Bañados Espinoza. Desde 1890, seis
profesores alemanes —Schneider, Hanssen, Steffen, v. Lilien-
thai, Beutell y Johow—están laborando, sobre el terreno, en las
Secciones de Letras y Ciencias. La selección de estudiantes es
severa, tanto como la disciplina impuesta por los maestros
extranjeros. Los tres primeros rectores del curso experimental
promovido a “Liceo de Aplicación" por Pedro Montt, serán
alemanes: Heinrich Schneider, Rudolf Lenz, Wilhelm Mann.
La enseñanza concéntrica que están encargados de organizar
recluta a otros compatriotas y se inspira en escuelas privadas
alemanas, cuyo financiamiento entusiasma a los responsables
nacionales. Generalizado en 1893 con la llegada de nuevos
contingentes de pedagogos extranjeros repartidos en los liceos
de la República, el sistema impuesto suscita oposiciones y
críticas, sin embargo. Algunos lo consideran pretencioso, ago-

153
Retrato de Rodolfo Lenz realizado por el Dr. Rodolfo Oroz. Lenz (1863-
1938) se destacó por su incansable labor como docente e investigador. Entre sus
El español en Chile,
trabajos más importantes cabe señalar: el Diccionario
etimológico y La oración y sus partes.
biador, inadaptado a la falta de medios de enseñanza, suscepti­
ble, sobre todo, de entregar la educación nacional a extranjeros
irresponsables, imbuidos de su superioridad, ignorantes de las
realidades y de la psicología nacionales.
Así pues, desde 1880, “los alemanes están en todas partes”,
recuerda Raúl Silva Castro, ya que se había ofrecido contratos
chilenos, desde hacía dos años, a 180 maestros alemanes. En su
mayoría son profesores de Gymnasium prusianos o silesianos,
ayudantes también y Privatdozenten en Institutos de investiga­
ción, como Hanssen, Johow, Mann, Lenz, Beutell. Algunos,
como Heinrich Schneider, tienen ya una experiencia internacio­
nal; otros, especialmente geólogos, geógrafos o naturalistas
como Steffen, Reiche, Pólmann, Krüger, Wieghardt, encon­
trarán una segunda patria, a través de la exploración de la
cordillera12. Tienen un vasto campo de acción: de la astronomía
a los estudios araucanos, de las matemáticas a la lingüística, de
la piscicultura a la reforestación. El Museo Nacional, el Jardín
Botánico, la Escuela de Horticultura son, entre 1890 y 1910,
un dominio reservado a los alemanes y en el que Frick, Land-
beck, Póhlmann, Darapsky, Reiche, Bürger, Rahmer, Albert,
Hauck, Alert, Móhler, Zickenheimer preservan la fauna y la
flora nacionales, contando con la amistad tutelar de Rudolf
Amandus Philippi y trabajando bajo su autoridad, tan benévola
como indiscutida.
La contribución femenina es igualmente capital para la crea­
ción de liceos y escuelas normales de niñas, ya que la mayoría de
los establecimientos de este tipo contaban con una directora y
con profesoras venidas, de igual modo, del otro lado del Rhin.
Con Teresa Adametz, Isabel Borgward, Clara Stockebrandt,
Margarita Johow, María Jenschke, María Dubreck, Wilhemine
von Kalschbach o Teresa Knickenberg, directoras de estableci­
miento, por lo menos 25 profesoras en total han hecho una o
varias estadas en Chile, antes de 1914. Reclutados por contrato,

155
LOS ELEMENTOS INDIOS DEL CASTELLANO DE CHILE
estudio lingüístico i etnológico

PRIMERA PARTE

DICCIONARIO ETIMOLOJICO
DR IAS

VOCES CHILENAS DERIVADAS SE LENGUAS INDIGENAS AMERICANAS


POR KL

l>r. Rodolfo kenz

SANTIAGO DE CHILE
IMPRENTA CERVANTES
BANDERA $O

1905-1910

Facsímil del Diccionario etimológico.


con tácita renovación de un año para otro, los profesores alema­
nes entraron de lleno en la educación nacional, pudiendo ser
jefes de establecimiento, inspectores o consejeros ministeriales.
El Estado chileno mostraba así, hacia ellos, una entera confian­
za, a pesar de sus reclamos permanentes, motivados por la
desigualdad de los contratos ofrecidos y por la devaluación del
peso-billete, después de 1890. Puestos al mismo nivel que sus
colegas chilenos, en materia de retribución, veían desvanecerse,
de ese modo, la esperanza de una pedagogía turística, agradable
y lucrativa. Sin embargo, gracias a los mejores de ellos por su
saber, su competencia y su buena disposición para con el país
que los acoge, el conocimiento que se tenía del Chile natural y
humano ha progresado mucho sin duda. No se podría desesti­
mar, por otro lado, ciertas miradas certeras y penetrantes echa­
das a la realidad chilena de fin de siglo. El geógrafo Hans
Steffen, el naturalista Karl Reiche, el asombroso políglota Ru-
dolf Lenz se mostraron dignos émulos de Gay, Domeyko, Fonck
y Philippi, en la observación de la naturaleza y de la sociedad
chilenas. Obras rigurosas, sabias, a menudo entusiastas, dan
testimonio de ello. Albert Meyer, Albert Hoerll y Johannes
Unold quisieron ser los primeros en volver a trazar la trayectoria
de la colonización alemana en Valdivia y Llanquihue y hacer su
inventario. Otros, por fin, como Albert Malsch y Otto Bürger
sobre todo13, minoritarios, pero dados a extremos en el sarcasmo
y la malevolencia, las emprenderán, por decepción personal o
como consecuencia de una no-renovación de contrato, contra la
sociabilidad o la sociedad chilena toda.
A la inversa, los maestros alemanes fueron objeto de una
difamación sistemática, en cuanto a la pesadez de su autoridad, a
su pedantería y pretensión, a su evidente desprecio por los
nacionales o a su propia codicia en remuneraciones. Erudito, de
verba y saber deslumbrantes, Eduardo de la Barra aparece, en El
Embrujamiento alemán, como el cabecilla de esos acusadores de

157
una empresa estimada tanto más nefasta y destructora cuanto
que ella es alentada oficialmente. Tiranos crueles con sus subor­
dinados considerados inferiores, los nuevos maestros no se dan
por satisfechos, afirma Eduardo de la Barra, “hasta no haber
abatido, en su rabia tudesca, energía y caracteres”. En esta
diatriba, injusta por lo feroz y excesiva, los retratos de los
inculpados son ejecuciones: todos son juzgados incapaces, inúti­
les y onerosos para el erario. Con igual violencia, pero con mayor
discernimiento, Valdés Canje pretende, en 1910, que "los
maestros alemanes no han hecho más que hermosear los vicios de
la instrucción existente, alimentando en sus alumnos la cobardía
y la sumisión propias de los pueblos gobernados con mano de
hierro”14.
Pero los más lúcidos y los más honestos de los docentes
extranjeros —Steffen, Beutell o Wilhelm Mann— han reflexio­
nado también sobre su acción, sobre la inadaptación de su propia
enseñanza y sobre la dificultad de llevar a cabo una pedagogía
fructífera.
¿Estimuladores de un despertar de conciencias? ¿Aplastado-
res de la personalidad? Los maestros alemanes no merecen ni este
exceso de honor ni esta indignidad. Sirvieron en establecimien­
tos públicos, se dirigieron a alumnos chilenos en español; la
probidad intelectual, lo mismo que la conciencia profesional de
la mayoría, difícilmente podrían ser negadas. Por otra parte,
fueron víctimas de la devaluación de la moneda nacional a tal
punto, que las remuneraciones que se les entregaba eran, con
frecuencia, inferiores en la mitad, después de 1908, a sus
salarios en Alemania15. Hay que admitir, no obstante, que muy
pocos de ellos estaban preparados para respetar valores naciona­
les reconocidos; por el contrario, todos propendían a imponer
sus métodos, ajenos a las reacciones de espíritus jóvenes brutal­
mente sometidos a una disciplina y a modos de ver a los que no
estaban habituados. Era fatal, entonces, que la clase alemana se
158
hiciera pronto irreconocible y, a veces, insoportable; que el afán
de perfección se mudara en formalismo, la investigación en
compilación, la reflexión metodológica en discurso gratuito, sin
aplicación real.
Es igualmente cieno que muchos docentes extranjeros prefi­
rieron muy luego la investigación personal a costa del Estado, en
lugar de la tarea ingrata de formar discípulos locales. Johow lo
dice sin rodeos. Pero si la escuela chilena no fue verdaderamente
hija de la pedagogía alemana, si los alemanes no han sido
realmente reconocidos como formadores y guías de la intelli-
gentsia nacional y si la influencia francesa y las afinidades
espirituales que la habían hecho posible no fueron suplantadas
por los homenajes protocolares rendidos ritualmente a la “vieja
cultura alemana", los maestros alemanes hicieron dar a la ense­
ñanza chilena un salto hacia el modernismo, mediante la inicia­
ción a la investigación, la promoción de las escuelas normales y
la de disciplinas hasta entonces descuidadas: ciencias físicas,
biología, botánica, música, trabajos manuales, educación física.
Muchos elevaron el nivel de los estudios, ensancharon el hori­
zonte universitario y permitieron finalmente, a los chilenos,
poder comparar sistemas extranjeros para sacar lo mejor de cada
uno de ellos. El mismo Eduardo de la Barra en su célebre
panfleto, rinde homenaje a aquellos alemanes que supieron
respetar a sus alumnos, al punto de no abandonarlos más. No ha
mucho, protector y guía de sus compatriotas campesinos en
Valdivia, y, luego, verdadero símbolo de la ciencia alemana
admirada y triunfante (de 1890 a 1914, el alemán es la lengua
del Nobel de ciencia, Alemania publica tantos libros como
Francia, Gran Bretaña y Estados Unidos juntos, 32.000 al año)
Rudolf Amandus Philippi se ha hecho acreedor al reconocimien­
to de Chile, por su sabiduría, su modestia y su grandeza de
alma. ¿Hay, en efecto, texto más hermoso que su respuesta al
homenaje solemne que le rinde, el 1 1 de septiembre de 1898,

159
Koemer inició sus servicios en el ejército como asimilado al grado de Teniente-
coronel en la Escuela Militar. Fue profesor de la Academia de Guerra y tuvo a
su cargo la reorganización del ejército después del 91.
cuando ya tiene 90 años, el conjunto de sus discípulos y colabo­
radores nacionales?

B. LOS INSTRUCTORES ALEMANES


Y LA REESTRUCTURACION DEL EJERCITO

En la reforma del ejército por instructores alemanes casi no había


riesgos de incomprensión mutua. Su resultado no podía ser otro
que la rehabilitación de una institución valerosa, pero que
permanecía profundamente marcada por la herencia colonial y el
estilo napoleónico.
Al término de la Guerra del Pacífico, el ejército chileno
presenta insuficiencias notorias, reconocidas, por lo demás, por
sus jefes, en cuanto a número, instrucción, estrategia, moral y
disciplina. Admirado, en medio de la victoria, el soldado sigue
siendo "un huaso con fusil”, temido y despreciado en tiempos de
paz; el oficial, con frecuencia un ex sargento primero, no goza
de ningún prestigio entre la aristocracia. Finalmente, la valía
del alto comandante, demostrada en Tarapacá y en las playas del
Perú, deriva de una perpetua invención en medio de la exalta­
ción del combate, y no de la maestría estratégica ni del conoci­
miento aplicado de principios de escuela. Moralmente útil para
alejar a sus miembros de las tabernas, según Gonzalo Bulnes, la
Guardia Nacional, cuya dotación va reduciéndose —55.000
hombres en 1869, 22.000 en 1875, 6.700, apenas, tres años
más tarde—, demuestra su valor en caso de peligro. Especie de
Guardia móvil, con un adiestramiento deportivo e irregular, en
caso necesario adquiere rápidamente el reflejo militar. Es a su
valentía que Chile debe, en gran medida, su victoria sobre los
Aliados en la Guerra del Pacífico.
Con un aspecto exterior más bien francés, con una apostura
marcial y disciplinada con ocasión de las Paradas y revistas, el
infante sobresale en ejercicios en orden cerrado; pero, en el

161
Primera Parada Militar en 1896. De der. a izq. 1. Ministro de Guerra don Luis Barros Borgoño, 2.
Presidente de la República Almirante Jorge Montt Alvarez, J. Director de la Escuela Militar TCL
Vicente del Solar, 4. Instructor de Cadetes CAP. Gunther von Belowy 5. Jefe del Estado Mayor General
del Ejército GRAL. Emilio Koemer Henze.
combate, su táctica sigue dependiendo de principios napoleóni­
cos y elementales. Desconoce la instrucción de tiro, el servicio
de campaña, los reconocimientos con caballería.
El armamento se modifica sin embargo, luego de 1870,
gracias a los fusiles Comblains, Grass y Chassepot, con los que se
dota a la Infantería, la carabina Spencer entregada a la caballería
y los cañones Krupp o Grieve, comprados a partir de 1866 y
probados con éxito en Chorrillos y Miraflores, en 1884,6.
Es tanto al aguante del ' roto”, brutal y versátil, abominado
por la imaginería popular peruana, como al celo de sus jefes, más
la superioridad numérica de los chilenos, que se deben las
victorias sobre Perú y Bolivia. El conflicto no deja de poner de
manifiesto, no obstante, lagunas e insuficiencias en la prepara­
ción de los vencedores.
El cambio en el ejército chileno sigue las observaciones del
capitán Alberto de la Cruz, en la Revista Militar, 1885» corrobo­
radas por las de los coroneles Del Canto y Ortiz, concernientes al
conflicto franco-prusiano; pero el principal artesano de la imita­
ción prusiana fue el mayor Boonen Rivera, en ese entonces
agregado militar en Madrid. Fue él quien, de regreso en Chile,
tradujo y difundió la guía táctica y defensiva alemana, insistien­
do en la necesidad de reformas en lo tocante al dominio de
estrategias y a la tecnicidad nueva de la guerra, al servicio en
campaña, a la utilización del terreno. En su estudio titulado
Organización de un Estado Mayor permanente en el Ejército hace el
elogio del Gran Estado Mayor alemán y lo presenta como
modelo a los reformadores chilenos. El enviado de Chile en
Berlín, Guillermo Marta, recluta en 1885, al primero y más
prestigioso de los instructores alemanes, el capitán Emil Koer-
ner. Joven oficial ya provisto de una brillante hoja de servicios
—estuvo en Wórth, Sedán, Bazeilles—, se había hecho notar
del generalísimo Moltke, quien, después de 1871, le da misio­
nes de confianza en Francia, Italia, España, Rusia. Salido con

163
tercera antigüedad de la Academia de Guerra prusiana, en
1873, después de Hindenburg y Meckel —quien partirá a
Japón—, Emil Koerner ocupa, en 1885, la cátedra de historia
militar, táctica y balística, en la escuela de artillería de Charlot-
tenburgo17. Fue el ministro de guerra alemán, Bronsart von
Schellendorf, cuyo hijo vendrá también a Chile, quien recomen­
dó a Marte a "este jefe de aspecto arrogante a quien el Rey
Sargento hubiera enrolado con orgullo", al decir del general
Sáez, en sus Memorias18.
Mediante contrato del 17 de agosto de 1885, por una dura­
ción de cinco años, renovable automáticamente, Koerner es
nombrado profesor de artillería, de infantería, de cartografía, de
táctica y de historia militar, en la Escuela Militar de Santiago.
Esto significa que es el porvenir de la institución el que se le
confía. El gobierno se reserva, por lo demás, el derecho de
incorporarlo al ejército nacional, si lo estima necesario, con el
grado de teniente coronel.
De hecho, desde el comienzo, el rol de Koerner va a sobrepa­
sar la simple misión de un instructor.
Apenas tiene tiempo, entre 1886 y 1890, de aquilatar su
misión, de echar las bases de una Academia de Guerra y de hacer
el inventario, junto a sus compatriotas Schenck, Betzhold y
Janukovsky, de los obstáculos que hay que salvar, de las resis­
tencias que vencer, cuando estalla el gran conflicto de 1891.
Cualesquiera que puedan haber sido las razones y las interpreta­
ciones —contrarrevolución proimperialista o división de los
clanes dirigentes—, el papel de Koerner en la victoria del
Congreso no ofrece ninguna duda. Es él, "el infatigable teutón",
dirá Caviedes19, quien, en Iquique, toma las riendas de un
ejército heterogéneo y desorientado, sin experiencia, inferior en
número frente a los Gubernamentales, atrincherados en el Chile
Central; lo organiza, lo instruye, lo prepara en dos meses;
prepara un plan de campaña y lo ejecuta con mano maestra, en

164
Quintero, Concón y Placilla. Su informe inmediato a Guillermo
ii20, dejado de lado por Encina, constituye un testimonio bri­
llante de la obediencia pasiva y del culto al soberano, propios de
la historia militar prusiana; es, al mismo tiempo, un documento
único —precioso, por lo tanto—, sobre el conflicto, una oca­
sión, para el autor, de ponderar “hechos de guerra realizados
según las viejas y grandes tradiciones prusianas, en las orillas
lejanas del Océano Pacífico”.
Esta opción política ha sido vivamente criticada a veces;
algunos no han visto en él más que un "aventurero irresponsa­
ble” cuya actitud contrastaba con la neutralidad observada por
los otros instructores o por sus compatriotas universitarios,
mientras que los colonos alemanes del Sur permanecían, por
principio, fieles al gobierno legal. Lo que no ofrece dudas, es
que Koerner estaba ligado, por su mujer, a los intereses mineros
y económicos alemanes deseosos de ver triunfar al Congreso, y
que su actitud estaba conforme con la de los representantes del
Reich, cuyo enviado en Santiago, Gutschmid, era el centro, en
1891, de las intrigas antibalmacedistas en Santiago21.
Pero, más allá de este episodio, el ejército chileno va a
experimentar, durante treinta años, la instrucción y el mando de
una oficialidad alemana.
Cinco grupos de instructores van a sucederse en Chile, los
últimos, en 1927-30. Las permanencias individuales varían, en
principio, de dos a cinco años, pero muchos de estos oficiales
harán en Chile, toda o parte de su carrera, antes de 1914, entre
ellos von Bischoffshausen, Kellermeister v. der Lund, v. Har-
trott o Herrmann. De regreso en Alemania, Lothes, Haenlein y
Rogalla v. Biberstein, caerán en el frente francés. Finalmente,
no son escasos los que, en 1895 o en 1906, se apegarán definiti­
vamente a Chile, al punto de venir a retomar filas en el ejército
nacional, después de la Gran Guerra. Entre estos oficiales así

165
"identificados con ei país" se hallan los coroneles Deinert, v.
Gróbing, Bertling, Pabsc y el general Hans v. Kiesling22.
El aporte decisivo ocurre en julio de 1895. El gobierno
chileno habría deseado el concurso de 300 instructores. Llegan
37 ese año, provistos de recomendaciones del Kaiser, en perso­
na. Recién egresados de las escuelas militares, esos jóvenes
oficiales son la flor y nata de la nobleza prusiana. Todos o casi
todos son hijos de generales y su carrera se halla inscrita en los
álbumes nacionales.
El contingente de 1906-1912 es diferente. Formado por
oficiales superiores de Estado Mayor —Hacnlein, Lothes,
Mohrs, v. Hartrott, v. Kiesling—, está destinado a la reorgani­
zación del Alto Mando. Unos veinte más vendrán o regresarán a
Chile, después de 1918; pero a partir de 1910, todos los
engranajes del ejército chileno, del Estado Mayor a las armas
técnicas y logísticas, son mantenidos o reformados por especia­
listas alemanes.
Estos instructores extranjeros fueron recibidos con frialdad y,
a menudo, con antipatía23. Algunos oficiales chilenos empanta­
nados en su rutina y celosos de su autoridad, no estaban prontos
a aceptar de buen grado el trastorno de la vida militar. Si los
alemanes se quejan del estado de los cuarteles, de la alimenta­
ción execrable, de la promiscuidad con la tropa, las dificultades
esenciales a que se ven enfrentados son, sin embargo, otras:
mediocridad del nivel intelectual, pobreza de los* medios de
instrucción y dificultad para comunicarse, ya que sus nuevos
compañeros no saben alemán y, ellos mismos, aún no dominan
el español. La escasez de distracciones obliga a los llegados a
hacer del cuartel el marco de la vida social, para lo cual dotan,
especialmente a los "casinos”, del confon necesario: billar,
piano, biblioteca, comedor de oficiales y sala de deportes. Muy
pronto empieza a operar el sentido de camaradería entre oficia­
les. Los alemanes que enseñan en las escuelas y comandan
166
también la tropa, suscitan el respeto de sus iguales y de sus
alumnos a quienes hallan atentos, receptivos, aptos para progre­
sos sorprendentes.
A partir de 1896 se establece una corriente inversa: oficiales
chilenos, 130 en total, van a formarse a Alemania. Muchos
de ellos —Barros, Walker, Ahumada, Blanche, Díaz,
Charpin24— pasarán varios años en los regimientos de allende el
Rhin. Admirarán la tenida del soldado alemán, la vida de
cuartel, la excelencia de la instrucción y de la disciplina, la
consideración, en fin, de que puede gozar, en Europa, un
ejército con tradición. Muy bien considerados, a su vez, ellos
son los únicos practicantes extranjeros admitidos con pleno
derecho en la Guardia Imperial.
Este proceso bilateral desemboca, en 1906, en una transfor­
mación radical de las estructuras, de la organización y de la
moral del ejército. Ningún ejército latinoamericano habrá expe­
rimentado en tan poco tiempo una metamorfosis tan marcada,
como la que hizo de la institución militar chilena la primera del
continente, por su disciplina, su eficacia y su prestigio.
El resultado de ello son, en primer término, nuevas escuelas y
una enseñanza militar renovada. Calificar de inhumano o de
“bárbaro” el sistema prusiano aplicado a los reclutas chilenos es
un contrasentido flagrante. "Martirio físico”, dice Sáez25, pero él
completa la formación profesional, la aptitud para el mando y,
para lo mejor de los suboficiales formados por el mayor Her­
mano en su Escuela de Clases, la seguridad de acceder, sólo por
mérito, a la Escuela Militar y, por consiguiente, al grado de
oficial. Para la tropa, el “drill” prusiano es factor de humaniza­
ción, debido a la abolición de los castigos corporales, reemplaza­
dos por penas proporcionales a las faltas; significa también una
instrucción educativa de base, gracias a lecciones de orden, de
puntualidad, de limpieza, de temperancia y de respeto hacia los
que tienen grado. Ya al final del primer mes de servicio, el 80%

167
de los analfabetos sabe leer y escribir; en 1911, según Koerner,
6.112 reclutas de 7.540, o sea el 81%, aprendieron los rudi­
mentos. En el otro extremo de la jerarquía, en la Academia de
Guerra, nuevas materias son agregadas a los programas de 1891:
organización de ejército, táctica en tres ramas (según los estu­
dios de Meckel y de Letow-Vorbeck, cuyo hijo es, por esa época,
instructor en Chile). La instrucción de combate de infantería,
basada en el análisis de Saint-Privar y de Sedán, es hecha por
Kellermeister v. der Lund. En la Escuela Militar, una pléyade
de instructores brillantes —Below, v. Wüllfen, Rogalla v.
Bieberstein, Drenthal, Eckdhal, y luego v. Hartrott, Deinert,
Mohs, Bertling, v. Kiesling— ponen énfasis en la preparación
profesional de los futuros oficiales a quienes se enseña el alemán
como primera lengua extranjera.
Los agregados militares extranjeros se inquietan por esta
influencia alemana, y llegan inclusive a protestar, como los
franceses y los norteamericanos, contra el papel decisivo de v.
Hartrott en la designación de los agregados militares de Chile en
Europa26.
Esta mutación del ejército chileno, entre los años 1901-
1906, es igualmente exterior: uniformes, cantos, presentación.
Ciertos jóvenes oficiales de regreso de su perfeccionamiento en
Alemania, llegan inclusive a desear la identificación completa a
sus modelos.
Con sabiduría y por razones presupuestarias, Chile no se
permitirá ir tan lejos. El Congreso autorizará, en los primeros
años de este siglo, la incorporación de sólo una fracción limitada
del contingente: 21%, o sea, de 7 a 8.000 reclutas cada año. En
1910, el ejército de tierra cuenta con 661 oficiales y 13.552
suboficiales y hombres de tropa, en tanto que, según los instruc­
tores alemanes, debería haber contado, para una eficacia máxi­
ma, con 35.000 hombres.
En esta transformación podrán destacarse, desde luego, algu-

168
ñas imperfecciones: reglamento alemán mal aplicado, con una
letra que predomina sobre el espíritu, Inspección más bien
decorativa de las diferentes armas, unidades incompletas o es­
queléticas, prurito de nuevas reformas, ejercicios de moviliza­
ción mal conducidos, intromisión política que viene, sobre todo
después de 1920, a falsear las reglas de promoción, etc. “Una
sociedad enferma, escribe muy justamente Sáez, no podía en­
gendrar una institución militar vigorosa”. Pero ¡cuánto camino
recorrido en treinta años! Prusianos de América latina”, se dice
de los soldados de Chile, haciendo alusión, en primer lugar, a la
disciplina, a la organización y a la presentación. Pero hay que
mirar más lejos. Habiendo sabido asimilar y hacer propios los
logros extranjeros, la institución, no obstante sus imperfeccio­
nes, se ha colocado en primerísima fila en América latina. Ella
instruirá, a su vez, a los ejércitos de Ecuador y Colombia.
Queda en pie, sin embargo, que ella no podía permanecer
ajena e impávida ante las contradicciones, las derivas y los
desgarramientos de la vida nacional que, de todos modos, y a
pesar suyo, la afectaban de lleno, con ocasión de las crisis.

C. CAPUCHINOS DE BAVIERA Y MISION STEYL


Un análisis de la influencia alemana en Chile, en la conjunción
de los siglos 19 y 20, no podría ser completo, si descuidara el
papel desempeñado por la Alemania religiosa, en los dos extre­
mos de la sociedad chilena: la educación de las élites, por los
curas de Steyl y la evangelización de los mapuches, por los
capuchinos de Baviera.
Estos son los primeros. Vuelven a seguir en 1885 el itinerario
de los jesuítas del tiempo colonial, entre los que destacó el Padre
Havestadt27, araucanista que unió la habilidad a la convicción,
el acercamiento objetivo a las realidades araucanas a los sorpren­
dentes caminos de la gracia, prefiriendo los riesgos de las trans­

169
ferencias y transposiciones a la certidumbre del rechazo y del
fracaso final.
Entre 1767 y 1848, se había producido un largo período en
que, desaparecidos los ímpetus iniciales, las órdenes se habían
relajado y los araucanos, envalentonados, habían opuesto una
feroz resistencia, tanto a la tutela política como a la evangeliza-
ción.
Es el presidente Bulnes quien reanuda la tarea misionaría, en
pleno siglo xix, preocupado por apresurar la pacificación de los
araucanos. En enero de 1848, se había firmado un acuerdo de
seis puntos, entre el Estado chileno y la Congregación romana
para la Propagación de la Fe, por el cual se estipulaba el envío a
la Araucanía de Capuchinos italianos encargados de dar nuevo
impulso a las misiones de Pelchuquín, Purulón, Boroa, Queule,
Bajo Imperial, Toltén, para reanudar la conquista de almas. No
obstante haber contado con curas admirables2” y con estadísticas
reconfortantes29, los capuchinos italianos eran apenas un puña­
do en 1895, ancianos e irreemplazables, por añadidura. Algunas
misiones, “afectadas de desolación’’50, no tenían quién las sirvie­
ra, en circunstancias que, no hacía mucho, habían tenido entre
10 ó 12 mil indígenas cristianizados. El Prefecto de Araucanía,
Alejo de Barletta, rindiéndose entonces a los consejos del Padre
Bernardo d’Andermatt, aboga por un llamado a los capuchinos
de Baviera.
En 1901, el padre Bucardo María de Roettingen es nombra­
do prefecto apostólico de Araucanía. Lo será durante 25 años. En
1925, lo sucederá el padre Guido Beck de Ramberga, quien será
designado obispo de Mastaure, 1928. Mientras tanto, la prefec­
tura ha sido elevada al rango de vicaría apostólica.
En 1901, hay 16 misiones; 8 más en 1920, en la sola
provincia de Cautín; tres más aún, en 1935. En 1912, el
personal de religiosos que atendía unas veinte misiones alcanza­
ba a los treinta, más de una veintena de auxiliares y más de un

170
centenar de hermanas de la Santa Cruz de Menzingensen
1928, los padres son alrededor de 40, las hermanas, más de
801,2. Pocos obreros, entonces, pero obreros de calidad, por su
saber y su entusiasmo, a imagen de los primeros, como Anselme
de Cumin, Félix de Augusta y Tadeo de Wissent.
A juzgar por los balances apostólicos de 1960, la cosecha fue
notable en los dos primeros decenios. Hasta esa fecha se habían
celebrado 40.000 matrimonios y más de 300.000 bautizos".
En el plano educativo, la progresión es igualmente brillante:
seis escuelas de misión, en 1906; 106 en 1935, con 7.180
alumnos de los que 2.000 están agrupados en 24 internados.
Desde 1895, el total de alumnos sobrepasa los 120.000'4.
Monseñor Beck abre un seminario en 1935, forma catequistas,
desarrolla la imprenta de Padre Las Casas, la que multiplica las
publicaciones pedagógicas y edificantes. Pero lo que más cuen­
ta, es la voluntad de salvamento inteligente y de ayuda a los
mapuches. Bien sostenida desde el exterior, a través de la
Sociedad protectora de indígenas de Isabel Correa de Irarrázaval y,
sobre todo, por las donaciones de asociaciones católicas de
Baviera, la intervención de los padres alemanes no se resume en
una cura de almas y en una acción religiosa. De la lectura de sus
predecesores araucanistas—Rosales, Martínez, Ascazubi y Car­
vallo, Haenke, Lagos, Pamplona—, los padres Félix de Augus­
ta, Jerónimo de Amberga, Siegfried de Fraunhaensl y el obispo
Beck de Ramberga sacan la convicción de la eminente dignidad
del indio, viendo en la mayoría de sus “vicios", entre ellos el
alcoholismo'5, el fruto de la tutela y de la trapacería españolas,
la mejor arma del conquistador de antaño.
Detrás del éxito de las misiones aparece la preocupación
fundamental por la defensa de los intereses materiales del indí­
gena —o lo que queda de él. Grandes figuras, como el padre
Sigisfred, prestigiaron este apostolado de nuevo cuño. Nada tan
ilustrativo al respecto como su propia profesión de fe'6, refuta­

171
ción audaz de los puntos de vista hispanizantes y tradicionales,
según los cuales, Chile se introducirá en la dinámica de las
sociedades humanas sólo por intermedio del Verbo imperial de
España... Por lo mismo, los capuchinos bávaros consagraron su
esfuerzo y los recursos de su caridad, al desarrollo completo del
indígena.
La misión de Steyl abrió en Chile, en 1900, un campo
misional de naturaleza muy diferente, ya que, en efecto, estaba
consagrado a la educación de la élite. Los primeros misioneros
del Verbo Divino llegan de Argentina a Valdivia, para ayudar a
los colonos alemanes de origen, de confesión católica, que se
hallaban entonces en pleno desconcierto. Pero, muy pronto, van
a crear un liceo alemán en Copiapó, a petición del obispo de esa
ciudad. Unos diez padres y otros tantos hermanos van a demos­
trar su excelencia pedagógica, en un medio fuertemente descris­
tianizado. Integrándose plenamente al sistema escolar chileno,
ellos modernizan su enseñanza, orientándola hacia las ciencias, y
hacen de sus escuelas un semillero para las escuelas superiores de
la región. De 40 alumnos en 1902, se pasa a 140, dos años más
tarde; a 370, en 1910, para una modesta población de 10.000
almas. El presidente Montt visita el colegio dos veces, en 1906 y
1910, y lo cita como ejemplo.
Igual auge en La Serena donde, bajo la dirección del padre
Grüter, el ex seminario conciliar se transforma, en 1928, en un
liceo para 400 alumnos, al que se agrega una escuela normal37.
Monseñor Angel Jara es su rector hasta 1917, y después de
1926, lo fue el futuro cardenal Caro.
Después de haber intentado luchar contra la indiferencia
popular, participando en tareas pastorales en las parroquias de
una provincia descristianizada y desprovista de sacerdotes, los
Padres de Steyl limitarán sus actividades a la educación de la
burguesía. Adquieren definitivamente derecho de ciudadanía
en la capital, en 1911, al abrir en ella un liceo alemán que gana

172
rápido prestigio. En efecto, aquí el éxito es inmediato: 150
alumnos en 1912, 240 al año siguiente, 600, en 1922. Del
antiguo convento de Agustinas que las Clarisas acaban de dejar,
el Verbo Divino hace un establecimiento elegante, en el barrio
residencial de la época38. Se produce un acuerdo inmediato entre
el deseo de la intelligentsia católica y la dedicación de una
notable pléyade de educadores, entre los que había sabios,
historiadores como el padre Lüdemann, lingüistas como el
padre Horsthemke, biólogos como los padres Drathen, Lim-
berg, Seipelt. De todos ellos, el más célebre fue ciertamente el
padre Gusinde, explorador, etnólogo, y observador de la organi­
zación social, del género de vida y de las creencias de los pueblos
aborígenes —yaganes, alacalufes, onas—, confinados en las
soledades ingratas de "cono sur". Ninguno de esos pueblos
inmóviles o en agonía escapó a su mirada aguda, en la que había
• z • • • AQ
una simpatía intuitiva .
La prueba de 1939-1945 afectará dolorosamente al Verbo
Divino en Chile. Su cuerpo de profesores, escaso y entrado en
años, se ve privado de los refuerzos necesarios. Su vetusto
edificio corre el riesgo de ser abandonado por una clientela
burguesa que emigra hacia el Barrio Alto. El gran colegio de la
calle Errázuriz, fundado en 1950, es el testimonio de un renaci­
miento basado en una sabia previsión.
Conscientes, sin embargo, de la evolución social del país, los
Padres de Steyl no quisieron encerrarse en un ghetto oligárquico.
De nuevo se volvieron a la acción pastoral en un medio popular,
escogiendo, como en sus comienzos en tierra chilena, el Sur,
donde se habían establecido tantos compatriotas católicos de
Westfalia. El padre Dcgenhardt funda, de 1911 a 1916, dos
escuelas en Osorno, confiadas a las hermanas de Mallinckrodt,
funda un diario, El Osorno, y extiende, con sus sucesores, el
cuidado pastoral a las comunas circundantes Corte Alto, Fresia,
Entrelagos. Finalmente, en 1930, el Verbo Divino recibe el

173
colegio jesuíta Germania, de Puerto Montt, que les es confiado
por el obispo Aguilar. Pero la prosperidad del Germania vendrá
de su desgermanización. Los Padres de Steyl que aquí se mues­
tran más preocupados que otros por poner fin a la hipoteca
germánica, estrecha y conservadora, mantenida por las escuelas
“alemanas”, se verán expuestos a las críticas virulentas que les
dirige el ambiente germánico.
Con sentido clarividente del porvenir y gran firmeza de alma,
uno de los responsables de la orden constata:

"La escuela católica pierde pronto su carácter alemán. La


evolución es ineluctable y sería estúpido hablar de un engaño
a su propia cultura. Aquí, como en otras partes, nuestra
escuela no puede tener éxito sino mediante una constante
adaptación y una simbiosis de culturas’10.

De la educación de la élite, al apostolado popular, la Misión


Steyl ha pasado, hoy día, a la formación profesional, con su
"escuela industrial" de San Miguel. Pero, por sobre todo, ella
marcó a la élite de Chile, al querer ser a su modo, el nexo entre
Europa y el Nuevo Mundo.
En ellos, eliminar la distancia —muy europea— entre maes­
tros y alumnos no era un impedimento para inculcar el hábito
del trabajo regular y metódico. Este empeño en hacerse chilenos
ha dado sus frutos: la asociación de ex alumnos del Verbo
Divino, verdadero catálogo de personalidades nacionales, lo
prueba.

174
NOTAS
DEL CAPITULO Vil

1. Cf. R. hernandez. Valparaíso en 1827, Santiago, 1927; a. wilckens,


Hundert Jabee deutscher Handel und deutsche Kolonie in Valparaíso 1822-
1922, Hamburgo, 1922; O. v. waldheim, “Die ersten deutschcn
Konsularischen Beziehungen zu Chile, insbesondere zu Valparaíso**,
Jahrb. von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamenkas, Colonia,
1927, Vol. iv, pp. 604-628.
2. Bombardement de Valparaíso, destruelton d’une ville sans difense, Documentos
oficiales y opinión de la prensa francesa, París, 1866, p. 16.
3. Por intermedio del encargado de negocios de Prusia Levenhagen, cf..
Archivo Nacional, Relaciones Exteriores, 1859-70, vol. 102. (179), corres­
pondencia del 28.031966.
4. Citado por H. Ramírez, Historia del Imperialismo en Chile, Santiago, 1960,
p. 168.
5. Acerca de esta penetración, ver nuestro análisis in Les Allemandsau Cbili,
op. cit., ni, iv, pp. 808-818.
6. c. de cordemoy, Au Cbili, París, 1899, p. 23.
7. Sobre el 'clan germanófilo” y la actitud contraria de la aristocracia
afrancesada, mayoritariamente favorable a la "Entente", ver les Allemands
au Cbili, op. cit., pp. 853-861.
8. r. burmeister, “Diedeutschen Krankenháuser in Chile", DeutscheArbeit
in Chile, 1910, Bd i, pp. 325-326.
9. Cf. Archivo Nacional, Justicia, Culto e Instrucción Pública, Comisiones en
Europa, 1886-89, vol. 613, N« 43-47, 55, 57, 59-60.
10. Ibídem, 1888-95, vol. 721.
11. Ibídem, 1890-91, vol. 811.
12. Cf. Cuadro del "reclutamiento científico de julio 1889 a enero 1890”. in
Les Allemands au Cbili, op. cit., pp. 672-73, según Archivo Nacional,
Justicia e Instrucción Pública, Contratos en Europa, 1884-89, vol. 518;
Contratos de Profesores, 1888-95; ver también Dr. F. johow, "Deutscher
Anteil am naturwissenschaftlichen Unterricht in Chile”, Deutsche Arbeit
in Chile, 1910, vol. I, pp. 246-267; h. springe, "Deutscher Anteil am
mathematischen Unterricht in Chile”, Ibídem, pp. 167-170; w. zie-

175
GLF.R, "Deutscher Einfluss im Physikunterricht", ibídcm, pp. 268-273,
etc.
13. En Achí Lehr-und Wanderjahre m Chile, Leipzig, 1909 y Chile, ais Landda
Verheissung und Erfüllung für deutsche Ausuanderer, Leipzig, 1920.
14. Dr. j. valdes canje (Alejandro Venegas), Sinceridad, Chile Intimo,
Santiago, 1910, p. 74.
15. Confirmado por j. de cordemoy, Au Chili, París, 1899, p. 119.
16. Archivo Nacional. Memoria de Guerra, 1884, p. xxxm.
17. H. kunz, Der Bürgerkrieg in Chile, Leipzig, 1892, pp. 56-60.
18. Gral. c. saez, Recuerdos de un soldado, Santiago, 1933, t. 1, El Ejército y la
República, p. 23.
19- Eloi t. caviedes. Las Ultimas Operaciones del Ejército Constitucional, Valpa­
raíso, 1892, p. 18.
20. Inmediatsbericht an den deutschen Kaiser Wilhelm den n.
21. Ver h. kunz, Der Bürgerkrieg in Chile, op. cit., capítulo xxv.
22. Ver Gral. f.j. diaz, Cuarenta años de Instrucción militar alemana en Chile,
Santiago, 1926; Album Histórico y Gráfico de la Escuela de Aplicación de
Caballería. 1927-28; Reseña Histórica de la Academia de Guerra. 1886-
1936\ "El sistema militar alemán en Chile”, El Mercurio, 28.03.1937;
Historia del Ejército de Chile, t. vii. Reorganización del Ejército e influencia
alemana, 1982, Anexo v, pp. 390-418.
23. Cf. Militar Wochenblatt, 1895, N° 57.

24. Ver Gral. a. lara e. Los oficiales alemanes en Chile... Los oficiales chilenos en
el Ejército alemán. Monografía de la Escuela Militar de Chile. Album histórico
1814-1928. Santiago, 1929.
25. Cf. Gral. c. saez, Recuerdos..., op. cit., t. i, pp. 21-22.

26. Historia del Ejército de Chile, t. vil, op. cit., p. 336.


27. Autor del extraordinario Chilidugu, res chtlensis, en araucano, con subtítu­
los en latín, adornado con mapas, ilustraciones e itinerarios seguidos por
el Padre.
28. Según el Padre Leonhardt, Die deutschen Kolonien in Suden von Chile,
Caritas. Friburgo, 1912-13, p. 38.
29. In i. de pamplona, Historia de las Misiones de los PP Capuchinos en Chile y
Argentina, 1849-1911, Santiago, 1911, p. 41; Fray l. olivares, Provin­
cia Franciscana de Chile, Santiago, 1961, pp. 390-400.

176
30. Cf. Memone medite delle Misstom det FF. Cappuccmi nelCile, Roma» 1890..
31. Según el Altóttinger Missionskalender de 1913.
32. H. STEGMANN, Los Padres alemanes y su influencia cultural en Chile, Memo­
ria de Prueba. Santiago, 1929. p. 50.
33. Ver lemunantü, Araucanía misional. Padre las Casas, s.d. p. 358.
34. P. Burchard M. de roettingen, "Deutsche Missionáre unter der Arau-
kanern", Deutsche Arbeit in Chile, 1910. Vol. ti, pp. 26-35; Msr. beck
von ramberg, Die Misston der bayenschen Kapuziner unter den Indianem in
Chile, Altótting 1929, pp. 58-63; P.S. de fraunhaensl, El Vicariato
apostólico de la Araucanía, Santiago. 1936, p. 19.
35. Ver J. de amberga, Estado intelectual, moral y económico del Araucano,
Temuco, 1928, p. 13.
36. Cf. Crónica medita de 40 años de los Capuchinos bávaros en la Araucanía.
37. Cf. B. rohmann , Die Kulturarbeit der Paires der Gesellschaft des Góttlichen
m Chile, Santiago. 1967, pp. 22-27.
38. Ver 75 Jahre im Dienste des Góttl. Wartes, Gedenkbldtter zum 75-jahngen
jubtlaum des Steyler Missionsverlag 1875-1950, pp. 110-116; La Congrega­
ción del Verbo Divino, 1875-1950, Bodas de Oro en Chile, 1900-1950’, El
Liceo Alemán de Santiago en el xv aniversario de su fundación. 1920-
1935, pp. 10-25.
39. Ha consignado sus observaciones chilenas en Urmenschen in Feuerland y
Die Feuerland Indianer, 3 vol. Viena, 1931-32.
40. roettingen, Die Kulturarbeit der Paires..., op. cit., p. 66.

177
CAPITULO VIII.

EL PLANO
ESPIRITUAL:
IDENTIFICACION
NACIONAL
Y TRADICION
CULTURAL

<< o IN MEMORIA no somos nada ”, dice el historiador


francés Pierre Chaunu; y la de los descendientes de
alemanes de 1848, en Chile, biológica y cultural, es
prodigiosa. Fue ella la que contribuyó, en efecto, a hacer desig­
nar siempre, con el nombre de “alemanes de Chile" o “de
Valdivia", a los descendientes de inmigrados que, enraizados
entre los lagos y volcanes del Sur de la República, llevan ya hoy,
cuatro o cinco generaciones "americanas”.
Visto desde afuera, el caso no deja de asombrar. ¿Podría ser
que los inmigrados de origen germánico se hubiesen resistido,
más que otros, a la asimilación franca y deliberada; que se
hubiesen empeñado en no tomar en cuenta las promesas y
proclamas de Wilhelm Frick o de Karl Anwandter, antepasados
prestigiosos que habían optado libremente por Chile? ¿Acaso
Vicuña Mackenna, en su informe de 18651, no había hecho del

179
alemán el colono europeo ideal y recomendable? ¿Habrá que
ver, en el mantenimiento de la endogamia, de las "colonias” y de
las sociedades alemanas el fruto de una especie de irreductibili-
dad natural, un sentimiento presuntuoso de superioridad nativa
o la simple fidelidad obstinada al culto de los antepasados y a una
herencia cultural que desafía al tiempo, insensible a las adapta­
ciones? ¿No es el signo de una nacionalidad “eternamente ex­
tranjera”, como lo dirá Nicolás Vega, apoyada primero por el
pangermanismo y luego por la ideología nazi?
Una historia auténtica debe ser "comprensiva”, orientada
hacia el estudio in vive de situaciones particulares que caracteri­
zan lo extraño de los encuentros, la singularidad de los contac­
tos, la distancia, natural o mantenida, entre culturas; y no,
interpretada a través de los códigos, los prejuicios y el prisma de
las mentalidades y de las preocupaciones de hoy.

A. LAS RELACIONES CON LOS NACIONALES

Es preciso ver que, en primer término, los "alemanes de Valdi­


via”, los que primero llegaron a Chile y van a orientar todo el
comportamiento colectivo, son "portadores de cultura”; que, en
1848, penetran en los espacios vacíos del Chile extremo e
inconcluso. Ellos no eligieron unirse al pueblo chileno, sino que
encontraron, en este fin del mundo, un refugio, una "Pequeña
Europa" en formación, cuyas instituciones liberales parecían
garantizarles esta "libertad de movimiento” y de iniciativa cara a
Anwandter y que Alemania les había negado.
No saben nada de sus "nuevos compatriotas", ignoran Santia­
go, se detienen en Valdivia. Sólo cuentan con ellos mismos y con
la tolerancia de la administración para hacer de esta nueva patria,
si no un Edén o una Tierra Prometida, por lo menos un asilo, un
espacio de libertad y, de ser posible, una cooperación en felici­

180
dad. En Deutsche Auswanderung nach Chile, en 1847, Ried lo dice
expresamente. Al partir o durante el camino, por tres meses,
entre mar y cielo, de Hamburgo a Valdivia, no se plantearon la
cuestión de las relaciones con los “hijos del país". Los chilenos
que les han descrito, a veces, son de Santiago. Su excusa es,
pues, su ignorancia natural de un medio idealizado. La distancia
social y cultural entre esta élite europea y los tnás involucionados
de los chilenos explica la inmediata "separación de razas" que
será motivo de tantos informes detallados dirigidos al gobierno
central por la administración de tutela de Valdivia y Llan­
quihue. De parte de los recién llegados, confrontados a la
somnolencia de Valdivia o al muro de la selva, la conservación de
la memoria y la preocupación por transmitir la experiencia
adquiridajendrán como corolario una especie de obsesión de
decadencia, lo que se traducirá en un replegarse instintivo sobre
sí, que cristalizará en no pocos prejuicios.
Este problema de las relaciones interétnicas, se planteó desde
el desembarco o la instalación. Artesanos y colonos apenas si lo
han mencionado, salvo entre ellos o a la parentela que quedó en
Alemania. Es, sobre todo, en la correspondencia de intendentes
y gobernadores donde aparece en toda su gravedad.
En Valdivia, el choque entre inmigrados y "valdivianos" fue
rudo. Entiéndase por valdivianos a las viejas familias del lugar
que acogen a los extranjeros y que procuran sacar provecho de
su instalación. No se trata aquí de condescendencia unilateral,
sino de reciprocidad en el menosprecio y en la desconfianza
basada en la ignorajociamutua. Una historia serena, desapasio­
nada, limitada a la acogida calurosa dispensada por algunas
familias valdivianas a los primeros alemanes, casi siempre solte­
ros—Frick, Dolí, Lagreze, Renous, Kindermann o los Philip­
pi—, pudo hacer creer en la inmediata armonía y fusión
étnicas2. Sería una imagen engañosa, que haría tomar a la

181
vanguardia por la tropa y, a los precursores, por la microsocie-
dad que, en los años siguientes, se estableció con Anwandter.
A no dudarlo, la llegada de extranjeros que parecían gente de
fortuna, hizo suponer a las viejas familias lugareñas ganancias
fáciles y substanciales, gracias a la venta de tierras sin gran valor,
mal exploradas, inaptas para la colonización, pero en las cuales
los recién llegados habían creído, en un primer instante, poder
establecerse. De esta querella de 1850-52, entre los "valdivia­
nos” y el Agente de Colonización Pérez Rosales, defensor a la vez
de los intereses del Estado y de los primeros pasos de la coloniza­
ción, hemos hablado detenidamente en otro lugar3. Pero algo
acerca de lo cual no cabe duda, es que la vieja aristocracia
empobrecida por decadencia económica debida a las secuelas de
las guerras de independencia, había hecho confirmar su propie­
dad legítima de vastas extensiones, con el solo fin de sacarles el
mejor provecho. Pérez Rosales tiene razón. El procedimiento de
los "valdivianos” no causó ninguna sorpresa y sería absurdo
negarlo. "No hubo ningún valdiviano, desde el gobernador al
último de los peones, que no fuera entonces poseedor ilegal,
pero con títulos de propiedad, de una parte de la propiedad
fiscal”, dice, divertido, Rudolf Amandus Philippi1.
¡Cuántas fricciones inmediatas, desconfianzas y susceptibili­
dades mutuas debidas a la vieja vanidad nobiliaria! Por un lado,
una aristocracia tanto más altiva cuanto que se ve disminuida en
un régimen republicano; por otro, artesanos que no se cuidan de
decir lo que piensan contra el desprecio hispánico por el trabajo
manual. Véase cómo el Semanario de Valparaíso, en 1866, saca
los agravios a plena luz. El orgullo valdiviano rehúsa a los
inmigrantes "el derecho de tratar de igual a igual con las gentes
más cultas de la sociedad urbana”; los otros, junto con alegar su
respeto a las autoridades, las emprenden contra los caballeros
"cuya distinción no es más que incapacidad, pereza, hostilidad a
toda forma de trabajo considerado como una deshonra plebeya”.

182
Afirman que no pueden estar de acuerdo "con tales individuos' y
declaran verlos siempre "como inferiores al más pobre de los
alemanes que, él sí, se gana la vida trabajando’’5.
Este primer "despertar" de Valdivia ha sido, pues, el de las
pasiones, ya que el mal aristocrático —sin remedio— se agrava
con el contacto del trabajo europeo. Replegado en sí mismo,
provinciano, sin perspectivas, el valdivianismo recupera, en esta
ocasión, su vigor de antaño; se yergue contra un gobierno
llamado “progresista", un ministro—Varas— favorable al esta­
blecimiento de extranjeros, y contra un “agente" —Pérez Rosa­
les— considerado igualmente responsable de maniobras expo­
liadoras.
¿Quiere decir esto que a las aparentes buenas disposiciones de
los más humildes, considerados "amables, inofensivos y sin
animosidad" por Schott, Gerstaecker o Teichelmann, los llega­
dos respondieron con un comportamiento generoso y compren­
sivo? Por cierro que no. Se califica a Valdivia de "hoyo horrible",
se ridiculiza cruelmente su miseria, algunos se burlan del aspec­
to harapiento del soldado chileno: actitud tal vez más preñada de
consecuencias desagradables que el encuentro tumultuoso con la
aristocracia del lugar. Philippi lo recordará en sus Memorias:
"La envidia corroía a los valdivianos; pero los alemanes, por
su parte, hicieron sentir con frecuencia a las gentes de aquí, la
poca consideración que experimentaban hacia ella. Se burlaban
de buena gana del aspecto del soldado. Con gran- parte de la
población, las relaciones se hicieron pronto tensas y las autorida­
des de Santiago fueron informadas de ello. Esa fue una de las
causas de que se detuviera la inmigración. Lo sé de fuente
absolutamente segura ”.
Hay más. ciertos alemanes abusaron de la fama de trabajo y
honradez de que gozaba el conjunto:
“Tuve en Chile la experiencia de que la honradez proverbial
de los alemanes desaparece pronto, ante el espíritu de lucro.

183
Conocí gentes aparentemente muy honorables que usaron esa
fama para engañar a muchos chilenos...”6.
Ante la menor dificultad, el presuntuoso se rebela con brus­
quedad. Acusa al país, culpa a sus habitantes, se indigna por no
disfrutar de una comodidad inmediata. ‘Porque es más instrui­
do y más competente que el chileno, sigue escribiendo
Philippi7, el alemán siente naturalmente un orgullo fuera de
lugar (Hochmut), al imaginarse que su ventaja le da derecho,
sin iniciación, a todos los puestos de mando”.
Muchos otros testimonios confirman esta distancia y estos
antagonismos continuados entre germano-hablantes acomoda­
dos y la masa proletaria chilena. Tomando como sinónimos
ejemplo y explotación, Hugo Kunz afirma así, que “los esfuer­
zos no tienen aquí ninguna eficacia, ninguna influencia sobre el
chileno, a pesar de cuarenta años de ejemplo alemán”8. Georg
Schwarzenberg cuenta, por su parte, que en Osorno subsistía la
oposición radical, hacia 1890, entre jóvenes chilenos y jóvenes
germano-chilenos, ilustrada por verdaderas batallas campales a
la salida de la escuela9.
Pero el tiempo apacigua estas querellas. Las dos comunidades
terminarán por acostumbrarse una a la otra; la chilena de origen,
con la seguridad que le da su número y una tradición de
tolerancia, y aceptando una dependencia en las -relaciones. de
trabajo, y la otra, apreciando, en lo que valedla libertad de
iniciativa, de conciencia y de desarrollo prometida y asegurada
por “la nueva patria”. Es por arriba, según parece, y ello en
Osorno y sobre todo en Valdivia, donde las relaciones se teñirán
de urbanidad y donde los germano-chilenos llegarán a su admi­
sión definitiva. Sin negar la conservación de la tradición germá­
nica a través de varias generaciones “americanas”, puede afir­
marse que, en Valdivia, se trató más de distancia de “clases” que
de “razas”. “Uno siente aquí, escribe en 1924 un maestro de
escuela alemán10, junto con la comprensión hacia el extranjero,

184
esa amplitud de espíritu que ha sido tan determinante en el
crecimiento de la colonia”.
Aún hoy día, como se sabe, los “alemanes de Valdivia"
simbolizan en Chile la inteligencia liberal unida a una alta
eficiencia técnica venida a fecundar la parte más desheredada de
la República; pero ellos simbolizan también a un grupo de
inmigrados, más aptos que los otros, para el diálogo enriquece-
dor de las culturas...
EnJJanquihue, las cosas ocurrieronxie_modQdistinto. Entre
campesinos trasplantados súbitamente, frente al muro de la
selva primitiva, y los chilotes o huilliches venidos a ponerse a su
serviciovnada de especulaciones intelectuales sobre apertura de
espíritu y esfuerzos de comprensión, para -poder apreciar y
favorecer la inmediata armonía de relaciones. Asombrarse o
indignarse por ello, sería dar pruebas de falta de psicología
histórica y elemental. Diez veces más numerosos que los ex­
tranjeros, ya lo hemos visto, los nacionales son atraídos en poco
tiempo, por la actividad y la riqueza aparente dejos que van
llegando. Ayudan al desbroce, efectúan el roce, se instalan,
a permanencia, en los límites de la hijuela atribuida al colono
extranjero. Este acepta la ayuda ofrecida, pero desconfía de
contactos más acentuados. La barrera lingüística y la distancia
técnica y cultural separan a una élite campesina europea de los
chilenos más atrasados, habituados, por siglos, a vivir al día de
trabajos ocasionales, y rebeldes, por supuesto, a todo control.
Andando el tiempo, las relaciones que se establecen son,
esencialmente, de patrón a obrero. Entre ellos, la familiaridad
no existe. Muchos testimonios alemanes insisten en estos prime­
ros contactos que fueron cristalizando los prejuicios. Así, en
1910, Fritz Gaedicke comenta:
“En nuestra juventud, hace medio siglo, aquí sólo había
indios y mestizos de Río Bueno, con quienes se podía difícil­
mente compartir una vida social. El granjero del lago tiene

185
Fritz Gaedicke "campesino" de Llanquihue.
buenas relaciones con sus trabajadores, pero jamás se le ocurriría
invitarlos a su mesa, a causa de la distancia social y cultural que
los separa...’”.
Junto con la superv i vencía*. la pr i mera preocupación -de-los
inmigrados fue la seguridad. Entre la mano de obra.nacional
que venia a ofrecer sus servicios, había no pocos que no eran del
codo recomendables: gentes 'de la^yar -especie* vagabundos,
bQrrachosT^jugadores, delincuentes que huían de la justicia”,
anota Pérez Rosales, en 185312. La_joseguridad —o el senti­
miento de inseguridad— propia a todas las regiones en vías de
colonización fue el horizonte cotidiano de los llegados, tanto en
Llanquihue, en 1850, como en la Frontera, treinta años más
tarde. Robo de ganado, riñas, desórdenes, agresiones, destruc­
ciones, de que son víctimas, les hacen ver de manera negativa a
sus "nuevos compatriotas” y tomar, a veces, la excepción por la
norma. Hay pocos delitos graves —ataques a mano armada,
incendios o asesinatos—, pero ellos aumentan el miedo, falsean
la realidad, engendran odios instintivos, fuera de razón, cuyo
recuerdo se hará permanente. Conscientes de la situación, clari­
videntes y preocupados del mantenimiento del orden que garan­
tiza la prosperidad general, intendentes y gobernadores recla­
marán, con frecuencia, refuerzos de policía que el poder central
tarda en enviarles13. La justicia no es expeditiva sino en los casos
de hechos de sangre y bajo la presión de los colonos, cjue ofrecen
una recompensa, exigen un castigo o participan ellos mismos en
la persecución de los asesinos14. En estos asuntos, se ve al
intendente expresar sus temores en cuanto a los conflictos inter­
étnicos que podrían surgir de una situación tensa, y sus dudas
sobre el porvenir de la empresa de colonización, en su
conjunto1*’. Lo peor aquí, sin duda, es queden lo tocante a
asuntos de menor cuantía, hay una justicia,tramitadora, punti-
llosa, pero incapaz y deshonesta, reconocida como tal por los
intendentes y denunciada frecuentemente por los colonos. A

187
algunos que se quejan de un subdelegado venal y cómplice de
exacciones, Pérez Rosales responde con una confesión de impo­
tencia.
Ligados al país de adopción, sin abrigar ideas de regreso al de
origen, pero manteniendo con él vínculos sentimentales o fami­
liares, los colonos, poco numerosos, forman un bloque. El azar,
el trasplante, el aislamiento geográfico —la fe también, como
veremos— soldaron las energías, aunaron los caracteres, acen­
tuaron la cohesión del grupo. Asegurada la supervivencia, do­
minado el espacio, avisorada la holgura material, se produce una
floración de asociaciones para asegurar la transmisión de un
patrimonio común y evitar el riesgo, cierto o supuesto, de una
decadencia social y cultural. Reforzada por el recuerdo, piadosa­
mente mantenido, de las angustias de la instalación, la visión
idealizada e intemporal de un modo de vida y de pensamiento
alemán, va a imponerse por sí sola a los hijos y descendientes de
inmigrados. Procurando siempre hallar una identidad, preocu­
pado de fidelidad y de certidumbres, el colono adoptará una
actitud estrictamente conservadora, cultivando en toda ocasión,
la herencia alemana, con toda independencia, aun cuando sin
tener clara conciencia, de sudeuda para con un país tolerante y
liberal que le deja entera libertad en materia de desarrollo. A la
inversa de otras legislaciones, la chilena tendrá siempre aversión
al uso de medios conformistas o coercitivos para apresurar la
asimilación de extranjeros venidos aquí con pleno consenti­
miento. Gracias a esta filosofía liberal de la patria de adopción, a
la protección de sus instituciones, aún en 1910 podrá decirse de
los germano-chilenos: Coelum non animum mutant qui trans niare
currunt (“Aquellos que cruzan el mar cambian el cielo, no el
alma”)16.
Algunos, como Fritz Gaedicke, conservarán intacto el “sen­
tido interior” alemán, con todo lo que representa de ideales, de
valores, pero también, de ineluctable esclerosis y de desgarra­
188
miento, con el sentimiento, trágico a veces, de un callejón sin
salida, de un deslizamiento de por vida, de una conciliación
siempre diferida17.

B. LOS PARAMETROS DEL GERMANISMO EN CHILE

La escuela, la Iglesia, las sociedades, la vida política local, son


otros tantos modos de expresión privilegiada y complementaria
de los germano-chilenos, que nos permiten precisar un compor-
tamientooriginal. _
Pero, entre el alógeno que es el germano-chileno y el medio
humano nacional, hay una demarcación que, en primer térmi­
no, es lingüística. Donünio-y-ustrde la lengua alemana condi­
cionan la pertenencia al .grupo. Como en la Europa central de
época de las poblaciones imbricadas, ése es el elemento previo a
todo conocimiento y reconocimiento de sus miembros.

1. La lengua.

Pareciera que todo está subordinado a ella. Entre estos descen­


dientes de alemanes instalados en el fin del mundo, ella es, no
sólo prenda de comunicación y solidaridad, sino que estructura
el pensamiento, afina los sentimientos, permite la expresión de
una sola voz. Fondo último de la memoria cultural, ella envuel­
ve y sobrepasa a la memoria biológica. Frágil y mortal, ya que se
halla separada de su área de origen, ella será, por lo mismo,
tanto más hablada, cuidada, honrada. “Es a la Iglesia evangélica
a quien van mis preferencias, escribe un colono en 1854, prime­
ramente, porque, en ella, el servicio se celebra en mi lengua”.
Gaedicke proclama que ella es “el conservatorio de nuestros usos
y la fortaleza de nuestras costumbres” y que, quienquiera que no
la habla “se excluye de la comunidad y pierde toda esperanza de
volver a entrar en ella”. "Aí/Z unserer Muttersprache steht undfallí
unser Deutschtum” (“Con nuestra lengua materna aumenta o

189
disminuye nuestra germanidad”)18, dice además, Jakob Jungín-
ger, maestro de escuela alemán de Frutillar, durante más de
cuarenta años.
Por otra parte, ¿cómo realizan el recuento de sus integrantes
las asociaciones de origen germánico? Primero que nada, según
el criterio lingüístico. El censo secreto del Deutsch-Chilenischer
Bund de 1916-17 distingue, en efecto, tres categorías: “los
lingüísticamente fieles” (Dem Deutschtum treu), "los que pueden
ser recuperados” (X/telleicht zurückzugewtnnen} y los irrecupera­
bles” (Dem Deutschtum verloren).
En un siglo, de 1850 a 1950, el número de germano-
hablantes no ha variado, según parece, llegando a fijarse entre
25 y 30.000l9, lo que es una prueba de la admirable vitalidad de
la lengua. Por otro lado, a pesar de la existencia de arcaísmos, de
regionalismos persistentes y de neologismos inevitables calca­
dos del español o por simple derivación semántica, el Hoch-
deutsch (“alemán culto”) hablado en Chile sigue siendo de una
asombrosa pureza20. El bilingüismo “verdadero”, según
Grandjot y Schmidt21, no ha sido un signo de retroceso del
alemán cuyo uso privado y escolar ha resistido muy bien, final­
mente, al empleo oficial del español. Mezclados con nacionales
que muy pronto fueron diez veces más numerosos que ellos22,
los germano-chilenos supieron aceptar el desafío lingüístico que
les imponían las cifras. Pero, una vez más, ¿no habría que
atribuir aquí, en buena medida, esta sorprendente conservación
a la actitud de las autoridades que, a la inversa de otros países
(Brasil, por ejemplo), jamás entrabaron el desarrollo de las
“escuelas alemanas”, ni hicieron presión sobre los descendientes
de inmigrados para que se incorporaran a la enseñanza pública?
Otras dos razones, además, nos han parecido determinantes para
el mantenimiento de las posiciones de la lengua alemana en
Chile23: en primer lugar, la instrucción de los primeros migran­
tes, representativos de diversos medios socioprofesionales y que
190
constituían una verdadera microsociedad y, luego, los vínculos
económicos, comerciales, culturales y, aun, familiares, mante­
nidos con la antigua metrópoli. De 1870 a 1940, no es infre­
cuente el Viaje nach driiben ( “Viaje al otro lado"), para reanudar
lazos con Alemania, proseguir estudios, casarse, reclutar mano
de obra, ver a los familiares24. Hasse presenta, en 1920, a los
“alemanes de Valdivia" como un "modelo lingüístico" de ul­
tramar.

2. La escuela.

La instrucción de Los-hijos preocupó, desde el principiaba los


recién llegados. No se podia correr el riesgo de generaciones
numerosaspero incultas y abandonadas. Ahora bien, si en 1860,
sólo el 9% de los niños chilenos franquea el umbral de una
escuela, y si, más del 80% son aún analfabetos, las provincias
del Sur, donde se instalan los inmigrantes, están aún en peores
condiciones. El verdadero impacto lo constituye el encuentro de
la Realschule (“Enseñanza de educación práctica ") y de la ignorancia,
que obliga a los inmigrados, como lo dice Karl Anwandter a
Vicuña Mackenna, en una carta de 1867, a fundar, ellos mis­
mos, sus propias escuelas y “a asumir su mantenimiento a costa
de sacrificios considerables".
Así pues, es la necesidad la que ha dado origen a la escuela
alemana; los progresos realizados luego por la enseñanza nacio­
nal no pusieron en tela de juicio una instrucción dada en esa
lengua, ya que ninguna ley se ha opuesto jamás a ello.
Después de la escuela itinerante, ocasional e improvisada de
los primeros tiempos, se distinguen tres etapas en esta enseñan­
za, evocadas con frecuencia en los Sonderhefte y Festschriften
("fascículos especiales y escritos en homenaje a alguien”) de las
sociedades, por la pluma vivaz de los directores de escuela,
guardianes de la tradición y defensores de una pedagogía basada

191
en la realidad de la provincia: 1, abundancia de iniciativas
locales: construcción sólida, reclutamiento de maestros, confec­
ción de programas, dotación de material, búsqueda de medios
de vida, donaciones y derechos de escolaridad; 2, subvenciones
de Estados chileno y del Reich; 3, contribuciones de las socieda­
des que perfeccionan a los docentes, publican métodos y proveen
a las bibliotecas de los establecimientos25.
De 1880 a 1914, ya está constituida la red de “escuelas
alemanas”, que llega a unas treinta. Después de 1920, se esboza
un procedimiento original, mediante la fórmula “partir de
América, para ir hacia lo que es alemán"26. La escuela alemana se
apega, desde entonces, a la formación de los niños en el patrimo­
nio binacional y al logro de una síntesis armoniosa de esas dos
culturas tan disímiles27. La crónica de esta escuela28 no está
exenta, por cierto, de oposiciones y de desgarramientos, de
reorientaciones bruscas, debidas a las pretensiones de los pasto­
res o de las órdenes católicas, y al difícil equilibrio que había que
mantener entre el punto de vista nacional y la visión alemana
estricta de las realidades. Pero, en esto también, la actitud
liberal de la administración chilena no fue ajena a la buena salud
y al prestigio de las “escuelas alemanas” de la República. El
objetivo que les asigna Ivens, en 1890, concita, según parece, el
asentimiento general: “Hacer, de los niños, los mejores ciuda­
danos de su nueva patria, conservando intactas, al mismo tiem­
po, la lengua, las costumbres y las creencias de sus padres,
unidas al recuerdo del país de origen, por cuyo honor se vela”.
Hoy día, luego de cuatro o cinco generaciones “americanas”,
el recuerdo del país de origen se ha desdibujado. La dimensión
psicológica de la “escuela alemana” es diferente y se plantean
cuestiones más inmediatas que la de la conservación de una
tradición. Las Deutsche Schulen toman parte, junto a los otros
establecimientos chileno-extranjeros, en el enriquecimiento de
la nacionalidad chilena, facilitando la asimilación de experien-

192
cías y de culturas extranjeras, lejos de toda visión nacionalista
estrecha. Los historiadores de la educación se empeñarán, no
obstante, en descubrir las huellas que aún subsisten de un
modelo extranjero que los grandes teóricos nacionales de antaño
—Matíe, Letelier, Núñez— admiraban tanto, y al que habían
concedido su entera confianza, para promover el ejercicio de la
responsabilidad, la dignidad del trabajo manual y el acceso a las
formas superiores del saber.

3. El credo.
Riqueza, instrucción y oficio no siempre bastaron para diferen­
ciar a los recién llegados, unidos por la lengua, el origen, una
ambición y un modo de vida. El credo interviene como "línea de
demarcación cultural", en el seno mismo de la comunidad, sin
que los nacionales lleguen a sospechar la acritud de las luchas
que agitan a la sociedad, aparentemente cerrada, de la "colonia"
alemana.
En Chile, al igual que en toda Hispanoamérica, los protes­
tantes aparecen como los más aislados. Habiendo elegido países
cuyo régimen religioso muchos temen, reclaman garantías y
precisiones sobre este punto. Esto puede verse en Anwandter y
sus compañeros. En el cuestionario sobrecargado que dirigen a
las autoridades chilenas, la religión ocupa el lugar esencial. En
este sentido, tampoco hay país más tranquilizador que Chile. La
fascinación inmediata y durable de sus élites por el positivismo,
la apertura precoz que mostraban entre las grandes corrientes de
la civilización europea, y la laicización progresiva del Estado,
hacían de él, en la América latina de entonces, un país aparte,
que acogía a todos los disidentes, como también a todos los que
volvían la espalda a las Iglesias. Ahora bien, los protestantes
alemanes son de inclinación pietista, hijos de Herrnhut (“Socie­
dad de orientación pietista”), desobedientes a los Pfaffen (“Cu­

193
ras , despectivo). Se atienen sólo a la Palabra de Dios, como lo
proclama un artesano de Cassel que desembarca en 1850. La
Biblia es su morada, su jardín, su mesa. Y no es una casa de
agrado, un texto olvidado, un río inmenso de aguas que se
pierden. En su vida —¡cuántos testimonios hay de ello!—, ella
está omnipresente. Es ella quien los alimenta, los instruye, los
eleva y los dignifica.
Andando el tiempo, la ayuda y la influencia de las organiza­
ciones religiosas de Alemania terminan por imponerse29. Se
erigen parroquias dotadas de pastores que vienen a reunir a los
fieles, a combatir desviaciones, a asegurar, con regularidad, el
cuidado de las almas. Sin embargo, el viejo espíritu de los
Anwandter no desaparecerá de Valdivia. Allí, la Iglesia nunca
absorberá a la escuela, por lo que, a los “alemanes de Valdivia” se
les considera, hasta hoy, de una excepcional independencia de
espíritu y de juicio, lo que, sin duda, ha contribuido a su mejor
integración a la sociedad chilena.
En cuanto a los católicosT originarios de Westfalia, TiroLo
Silesia, eran doblemente minoritarios. Lo eran entre sus compa­
triotas de origen y en medio de correligionarios criollos que aún
no contaban con párrocos ni con lugares de culto. No obstante
ello, su contribución al catolicismo local ha sido notable, en
materia de cánticos, de catcquesis, de liturgia y de difusión de la
“buena prensa” alemana. En general, ellos se nacionalizaron más
luego que los protestantes, expuestos como estaban a perder el
uso habitual de su lengua, a través de un contacto obligado con
la jerarquía y con los fieles nacionales.
Religión y política se interfieren, ocasionalmente. Ocurrió,
por ejemplo, en Llanquihue, entre 1890 y 1914, que el celo
apostólico de los jesuítas de Westfalia provocó una aguda rivali­
dad entre inmigrados de las dos confesiones, manifestada en un
diluvio de anatemas recíprocos, de acusaciones de lesa-
germanismo, lo cual, con ocasión de las consultas electorales,

194
llevó a graves enfrentamientos —riñas, apedreamientos de cor­
tejos, incendios de templos y de iglesias, agresiones y asesina­
tos— cuyo balance debió hacerse por ambos bandos. Al amparo
del radicalismo oficial chileno, el antipapismo de principio de
los protestantes constituye una respuesta a los "ataques negros"
de los jesuitas de Puerto Montt, cuyos representantes más
ardientes galvanizan las energías, distinguiendo siempre, entre
la paz de Cristo y la de los cementeriosS().

4. LAS SOCIEDADES

Más allá de las rivalidades y divisiones de carácter confesional, el


deseo de unión, de asociación y de seguridad ha sido, ciertamen­
te, una de las características mayores de la “colonia" alemana en
Chile. "Cuando dos alemanes desembarcan aquí, dice Fritz
Gaedicke, lo primero que hacen es fundar tres asociaciones".
Verane lingüísticos, corporativos, deportivos, culturales, carita­
tivos o recreativos, escindidos, ramificados o diversificados en
cualquier circunstancia, son exponente, aquí, de una verdadera
invención alemana en América y en Chile. Desde la llegada,
surgen asociaciones de canto, de tiro, de bolos, de baile, de
remo, de gimnasia o de amigos de la naturaleza, tanto por
instinto, como por necesidad. Fundado en agosto de 1862, el
Deutscher Verein de Osorno declara darse como objetivo "el
perfeccionamiento intelectual y la diversión" de sus miembros.
En 1925, en Valdivia, con cuatro a cinco mil germano-
hablantes, se cuentan 18 asociaciones, desde el antiguo Verein,
nacido en 1853» y en el que aún tienen participación no pocos
veteranos, hasta el Tabeaverein, sociedad femenina de benefi­
cencia y conversación. El "Diario’’ de Ernst Frick nos ofrece
páginas deslumbrantes sobre las actividades de Deutscher Verein y
sobre sus reuniones informales de las que están proscritas la
nostalgia, la inquietud y la jerarquía31. En pueblos como Fruti­

195
llar, Chamiza, Nueva Braunau, un maestro de escuela venido de
Alemania se desempeñará, durante medio siglo, como botica­
rio, músico, poeta, cronista, orador de banquetes, histrión y
organizador de festividades, tanto como de excursiones al bos­
que. No hay que olvidar, entre estas asociaciones resucitadas en
el curso de infatigables compilaciones —Festschriften oSonderhef-
te— a las que, originalmente, tenían por finalidad suplir las
carencias administrativas propias de todas las regiones de colo­
nización. Las asociaciones educativas, hospitalarias o de ayuda
mutua respondían a una necesidad insoslayable. Agréguese ade­
más la de bomberos, habitual en todas las “colonias” de origen
extranjero, en los países latinoamericanos. Aquí, el Freiwillige
Feuerwehr (“cuerpo voluntario de bomberos") de Valdivia'2 o de
Osorno, cuyos miembros estaban dispensados de servicio mili­
tar, representaban, ante las autoridades locales, a la inmigración
masculina en su totalidad, jerarquizada y uniformada. Sin ser
policía, en zonas que no contaban con ese servicio, ellos contri­
buían, con su presencia, al mantenimiento de la paz civil y del
orden social en períodos de tensión o agitación.
En un análisis reciente53, Gonzalo Vial compara las "colo­
nias” extranjeras de Chile con grupos autónomos que tienen sus
propias leyes, su espíritu de cuerpo y la pretensión de creerse
modelos en el arte de regir a todo el país. "Su patrimonio
cultural, dice, es visto como un tesoro; reconforta y confiere
dignidad y orgullo en.un mundo nuevo, extraño, infravalorado
y al que se desprecia, llegado el caso”. La observación da que
pensar, pero si se les aplica a los germano-chilenos, puede resul­
tar incompleta. En primer lugar, porque la creación de asocia­
ciones, a la llegada de los inmigrantes, era una necesidad para
sobrevivir e imponerse al medio; luego, porque en ninguna
parte de Europa, la vida asociativa ha tenido un desarrollo tan
grande como en Alemania, de modo que aquí, los inmigrados
no hicieron más que seguir una tradición. Finalmente, ¿cómo

196
no ver que, al crear esas asociaciones, los inmigrados sólo
aprovechaban la libertad que les concedía el país anfitrión, sin
contravenir sus leyes y participando plenamente, al mismo
tiempo, en la vida económica nacional?
Lo que no ofrece dudas, por el contrario, es que la participa­
ción de los inmigrados en la vida política de Chile, favoreció
durante largo tiempo al ambiente provinciano “entre los lagos y
los volcanes”, en perjuicio de las grandes corrientes nacionales.
Sólo les interesa la defensa de sus intereses inmediatos; por
consiguiente, la participación activa en elecciones municipales y
en la gestión comunal. Hasta la primera guerra mundial, mu­
chos consejos municipales del Sur —particularmente Puerto
Varas— redactaban sus actas de sesiones en alemán. Los parla­
mentarios de origen alemán son tardíos: el primero, el diputado
Víctor Koerner, sólo fue elegido en 1888, y el primer senador
germano-chileno, Julio Buschmann, sólo en 1924. Nunca se
insistirá lo suficiente en el papel que tuvo la Frontera Araucana
(que no desaparece hasta 1880) en la formación y en la conserva­
ción de la “Pequeña Alemania” del Sur. Que una o dos genera­
ciones hayan vivido, de este modo, separadas geográficamente
de Santiago, no deja de ser importante en la conservación de la
endogamia alemana y de los caracteres originales de la etnia.

Q UNA SENSIBILIDAD ORIGINAL

Al finalizar este vistazo a los “alemanes de Chile", se plantean


aún muchas preguntas que merecían amplios desarrollos. Una
de ellas, sin embargo, no puede eludirse: ¿Los germano-
chilenos, a menudo incomprendidos por los chilenos de cepa,
para quienes su endogamia en un medio rural resultaba insopor­
table, constituyeron, en verdad, una minoría nacional? Ciertas
apariencias inducirían a creerlo: aislamiento geográfico por im­
plantación en un medio excéntrico y alejado del Chile central

197
hasta 1880, endogamia prolongada y prácticas culturales genéti­
camente aislantes también, con un mantenimiento fervoroso de
la lengua y de los usos germánicos, un sentido de sobrestimación
del grupo, un vigor excepcional de la vida asociativa, un apego,
por principio, a los destinos de Alemania y de su cultura. Tales
son algunos de los rasgos más salientes de una sensibilidad
mantenida, a toda costa, en el curso de las generaciones. Pero
hay que considerar también que esos alógenos, esas gentes de
otra raza, nunca desearon ser objeto de un trato especial por
parte de Chile, ni emitieron reivindicaciones autonomistas pro­
pias de auténticas minorías. La adhesión franca y deliberada de
un Anwandter a la patria de adopción jamás fue puesta en duda.
En toda ocasión, su impulso fue espontáneo en favor de la causa
nacional, como ocurrió en 1866 contra España.
Que cierto nativismo o, en el lado opuesto, ciertos viajeros
alemanes, agentes pangermanistas o, después, hitlerianos, los
hayan tomado, al contrario, por simples alemanes trasplanta­
dos, constituye una referencia suficiente. Es a ellos a quienes hay
que interrogar sobre su propia identidad. No se sienten ex­
tranjeros en Chile, su país; la "colonia” que se obstinan en crear
es, antes que nada, “una comunidad lingüística y cultural”
Wilhelm Mann hacía notar, ya en 1927, que si ellos se empeña­
ban en seguir los pasos de sus antepasados, era por fidelidad
interior, por "celos personales”, tanto como por "consideración
objetiva de su propio patrimonio cultural”35.
Si se desconoce su historia es imposible comprenderlos. A una
sociedad chilena, en la Frontera y Valdivia, caracterizada, en
pleno siglo xix, por la vagancia, el bandolerismo, la falta de
iniciativa y la ineptitud para el empleo del lenguaje de la
civilización moderna —Mario Góngora lo ha mostrado magis­
tralmente— los inmigrados alemanes han aportado la capacidad
técnica, la noción del trabajo aplicado, utilitario y remunerado,
el sentido de la acumulación de capital, la negativa a exaltar lo
198
efímero, lo suntuario y lo ostentatorio. No es casualidad si el
indígena araucano y el colono alemán del Llanquihue son mira­
dos a veces como representantes de los dos extremos de la
mentalidad nacional*6. De Valdivia y de Llanquihue, marcados
con el sello de lo germánico, ¿no se dice acaso, con alguna razón:
No es Chile; o bien. es otro Chile? Llevemos este análisis más lejos. Si
el germanismo se ha mantenido así en Chile, al punto de
resultar, para muchos nacionales, un insoportable anacronis­
mo, lo debe a las condiciones históricas, esto es, a su origen
rural: vida autárquica obligadamente endogámica de los prime­
ros tiempos, en un “Territorio de Colonización” administrativa­
mente delimitado, existencia de una escuela de colonos, edifica­
ción espontánea de una microsociedad pionera en que figuran
todos los escalones sociales, fidelidad al legado de memorias sin
falla, y propensión a no tener más que su pasado como fuente de
los principios de una ética conservadora y petrificada. Agregúe­
se a ello la no-intervención del Estado chileno en este espacio de
libertad que los colonos estructuraron así a su antojo y en su
provecho, gracias a un adelanto técnico, social y cultural inne­
gable. Eso basta para la perpetuación de una conciencia particu­
lar, más allá de todas las reformas y de todas las transformaciones
necesarias, impuestas “ desde el exterior”. La conservación de la
lengua alemana y de sus caracteres originarios se manifiesta con
mayor fuerza cuando la inmigración remonta en el tiempo y
cuando las generaciones americanas son numerosas, hecho que,
seguramente, no responde a las reglas generalmente admitidas
en materia de asimilación lingüística y cultural. Inversamente,
el hijo de inmigrante instalado en una ciudad, pronto no tendrá
de alemán más que el nombre, como aquellos quiets inmigrants de
Norteamérica, amalgamados por la vitalidad mayoritaria y ple­
gándose al ideal de una sociedad ya constituida.
Pero, más allá de la delicada problemática de la integración,
la necesaria conformidad a imperativos y exigencias del medio al

199
que se llega, el juego de las interpretaciones, de las adopciones y
de los rechazos, los mecanismos que rigen las fidelidades ances­
trales y los comportamientos, las relaciones interétnicas y la
perpetuación de las mentalidades, en consecuencia, todo aque­
llo que conforma el interés esencial de los “alemanes de Chile”,
constituye, ciertamente, una ilustración de los problemas de
nuestro tiempo: la complejidad morfológica y la enriquecedora
emulación de las culturas.
Atento a enriquecerse con experiencias extranjeras, el Chile
contemporáneo aparece, de este modo, gracias a la inmigración
alemana, como un laboratorio esencial.
¿Qué quiere decir todo esto? Las cosas hay que mirarlas desde
más arriba. Si la relación entre toda sociedad y su pasado es
fundamental para su identidad, el fenómeno de la inmigración
alemana a Chile constituye, sin duda, el campo en que tuvieron
una aplicación ejemplar las preocupaciones históricas que hoy
parecen sacudir a la mayoría de las sociedades que se encaminan
a cambios radicales.
Memoria e historia, términos en torno a los cuales se articula
toda la problemática del pasado, eran confundidos en las socie­
dades inmóviles o con cambios imperceptibles. Ahora se diso­
cian o se excluyen mutuamente en nuestras sociedades evoluti­
vas en que la reflexión se distancia cada vez más de la vida
cotidiana. Al decir de Hegel, Minerva emprende el vuelo sólo al
caer la noche; de igual modo, la historia se despliega y florece
una vez que la memoria se ha esfumado.
Tal parece ser la regla. Ahora bien, en esta perspectiva
metodológica, la inmigración alemana en Chile resulta ser, una
vez más, algo excepcional. Los germano-chilenos mantienen un
contacto permanente, veneran a sus antepasados, cultivan sus
recuerdos. Celebrar una fecha, conmemorar un acontecimiento,
inaugurar un monumento, son lazos concretos y simbólicos a la
vez, que les ayudan a no disociar memoria e historia. De este

200
modo, ellos resultan más aptos que cualquier otro para llevar a
cabo la función reservada a la historia: no sólo restituir lo vivido
sino, además, recomponer lo pasado. Ellos nos ofrecef^-finel-
mente, más allá de la transmisión de un saber, la ocasión de
entrar, de lleno, en el campo más vasto de la historia moderna,
aquella que sobrepasa los particularismos nacionales, que se
adentra en el diálogo o en la fusión de las culturas, que interpre­
ta los sincretismos a escala de los continentes.

201
NOTAS
DEL CAPITULO VIII

1. Basa del informepresentado al Supremo Gobiemo sobre la inmigración extranjera


por la Comisión especial nombrada con ese objeto, Santiago, 1865, pp. 25-32,
42-44, 97-120.
2. Ver los ejemplos limitados dados por g. guarda, Historia de Valdivia,
Santiago, 1952, p. 315.
3. Les Allemands au Cbili, op. cit., u, i, pp. 235-247.
4. Archivo Nacional, Ministerio del Interior, Col, Llanquihue, 1857-59, vol.
389, informe del 8.05.1858; igual observación de perez rosales,
Recuerdos del pasado, capítulo xix.
5. El Semanario de Valdivia', 11.08.1866. Ver también r.a. philippi, "Val­
divia en 1852”, Revista de Chile, mayo-junio 1901, N° 73-75.
6. Mane Lebensbescbreibung, inéd. p. 381 y 428.
7. "Die Provinz Valdivia und die deutschen Ansiedelungen daselbst und im
Territorium von Llanquihue", Petermanns Mittheilungen, 1860, p. 126,
nota 1.
8. Die Kolonisation in Valdivia, Hamburgo, 1891, p. 49.
9. Historia de la antigua y heroica Osorno, xx inéd., s.d., p. 49.
10. k. bauer, Das Genissen der Stadt. Geschicht der deutschen Schule zu Valdi­
via, Concepción, 1924, p. 56; Johann unold, Das Deutschtum in Chile,
Munich, 1910, p. 41 y Otto borger, Achí Lehr-und Wanderjahre, op.
cit., pp. 115-117, habían hecho ya comentarios similares.
11. Die deutsche Kolonte am See Llanquihue, Valparaíso, 1910, p. 40.
12. Archivo Nacional, Mm. del Int., Col. Llanquihue, 1853-56, vol. 308,
informe del 1.12.1853. Igual análisis in Min. del Int., Intendencia de
Valdivia, vol. 328, informe del 11.08.1854.
13. Archivo Nacional, Mm. del Int., Intendencia de Llanquihue, 1857-59, vol.
389, informe del 8.05.1858, Ibídem, 1869-72, vol. 567, cartas del
13.04.y del 19.11.1869.
14. Caso de las familias Westermeyer en Chamiza, en 1865; Schmidt en
Playa Maitén, en 1857; del tirolés Mantl en Valdivia, en 1866. El club
alemán nombra una comisión investigadora y ofrece una recompensa por
la captura de los asesinos.

202
15. Así en largos informes decallados dirigidos al Ministro del Interior el
11.07.1857. 12.02.1858, 17.11.1860.
16. Como epígrafe del libro de a. hoerll, Deutsche Arbeit in Chile.
17. Cf. c. keller, “Das Deutsch-Chilentum ", Deutsche Monatshefte für Chile,
5, N° 9. sept. 1925, pp. 257-262.
18. Deutsche Zettung für Chile, 21.10.1915.
19. Según los anuarios de j. ivens en 1888-89, k. Martin en 1902 y w.
bernhardi en 1921. Los 544 formularios del recuento del Deutsch-
Chilenischer Bund (Zdhlung der in Chile ansassigen Deutschen und Deutsch-
stdmmigen) de 1916-1917, censan y examinan a 23.522 personas.
20. Como lo constatan gerstaecker en 1864, hasse en 1920, plüschow en
1926.
21. Die betden Hetmatsprachen der Chdenen deutscher Abstammung. Ergebnisse
einer statistischen Umfrage, Santiago, 1960.
22. Según los diversos autores alemanes, benignus en 1910, UNCKEen 1912,
Karl Martin en 1923 o fittbogen en 1938, la proporción de los
germano-hablantes de las provincias del Sur consideradas “alemanas" no
sobrepasó nunca el 5,5% de la población total.

23. Para más detalles, verj.p. blancpain, “Identité nationale et tradition


culturelle. Le germanisme en Amérique latine”, Recherches germantques,
Estrasburgo, N° 12, 1982, pp. 187-220.
24. Damos ejemplos en Les Allemands au Chili, op. cit., pp. 573-575.
25. Ver w. drascher, "Hundert Jahre deutschsprachige Schulen in Chile ”,
DiedeutscheSchule im Ausland, Sonderteilder (Jberseerundschau, N° 4, 1953.
26. k. bauer, Helden der Arbeit, Stuttgart, 1929, p. 155.

27. Ver los manuales escolares en uso, particularmente los de bitzkat,


D1EFENBACH, ERBRATH y HELLMANN, GOESELE, JAHNEL, KRAUTMACHER
y v. plate que tienen por título Mtine Heimat, Chile Heimatland. In unsertr
Heimat Chile, etc.
28. En especial, la de Valdivia por k. bauer, Das Gewtssen der Stadt, Segó.
1924.
29. Principalmente, la "Sociedad evangélica de Barmen", el “Gustav Adolf
Verein" y el “Deutscher Kirchenausschus" de Berlín.
30. A los testimonios protestantes reunidos por ivens, unold, Otto bürger
y Fritz gaedicke se opone la pólvora de un jesuita intransigente, el Padre

203
leonhardt, Die deutschen Kolonien im Suden von Chile, Das Auswanderer-
problem, Friburgo i. Brisgau. R.F.A.
31. “Emst Frick's Tagebuch 1876-1891”, Geschichtliche Monatsbldtter, Aus
dem Nachiass von G. Schwarzenberg H.
32. h. kunz, Die Kolonisation in Valdivia, op. cit., pp. 20-22.
33. Historia de Chile, 1891-1973, Santiago, 1981, vol. i, t. 1, pp. 727-728.
34. C.v. plate, “Der Chilene deutscher Abstammung”, Der deutsche Lehrer
im Ausland, N° 8, 1961, n. 12.
35. w. mann, Volk und Kultur Lateinamerikas, Hamburgo, 1927, p. 93.
36. p. huneeus. Nuestra mentalidad económica, Santiago, 1980, p. 208.

204
ORIENTACION BIBLIOGRAFICA

Nos limitamos aquí a citar algunas fuentes documentales bási­


cas —oficiales o privadas— así como una selección de obras
fundamentales concernientes a la inmigración y a la coloniza­
ción alemanas en Chile.
Quien quiera saber más y disponer de una bibliografía
exhaustiva podrá recurrir a nuestro trabajo Les Allemands au
Chili, 1816-1945, que registra más de 1.400 títulos, pp.
898-1.024.

I. ARCHIVO NACIONAL DE CHILE


a. Ministerio del Interior
Intendencia de Valdivia, t. i a v¡, 1810-1866, vol. 502 a 754,
1859-1863.
Colonia de Llanquihue, vol. 300-403, 1853-1863.
Intendencia de Llanquihue, vol. 567, 1869-1872.
Intendencia de Valdivia, Llanquihue, Chiloé, 1873-1888.
b. Ministerio de Relaciones Exteriores
(Unos treinta volúmenes, 1873-1928)
—Correspondencia diplomática 1836-1938
—Colonización de la Frontera y Chiloé (Inspección General de
Tierras y Colonización 1887-1913; Oficina de Mensura de
Tierras, 1907-1914)
c. Protocolos Notariales de Osorno y Valdivia, 1829-1866
d. Judicial de Valdivia, 30 legajos de 1850 a 1855
e. Ministerio de Justicia, Culto e Instrucción Pública, 1884-1923
f. Pondo “Varios”, 1824-1860 (cuyo vol. 277 es enteramente de mano
de B.E. Philippi)
g. Biblioteca Americana deJ.T. Medina. Manuscritos
h. Memorias ministeriales, (RR.EE., Guerra, Interior), 1882-1898

205
i. Sesiones del Congreso Nacional, en particular 1828, 1861, 1868,
1882, 1895, etc.

II. ARCHIVOS Y COLECCIONES PRIVADAS


a. Archivo Philippi, 48 piezas y documentos
b. Colección Geisse-Schwarzenberg, 41 piezas y documentos, en su mayor
parte originales que emanan de los precursores y pioneros de la
colonización (Poeppig, Ried, Renous, Kindermann, Anwandter,
Haebler, Hubenthal, F. Geisse, Uthemann, etc...).
c. Deutsch-chilenisches Familienarchiv de la señora Ingeborg Schwarzen­
berg de Schmalz, 13 vol. dact., del que algunas piezas han sido
publicadas bajo el título "Geschichtliche Monatsblátter", Quellen-
sammlung und Beitráge zur Geschichte der Deutschen Einwande-
rung nach Chile. Aus dem Nachlass von Georg Schwarzenberg
Herbeck 1863-1884". Entre los últimos, "Reiseerlebnissedes Karl
Seidler 1850-1875" fase, xv; “Ernst Frick’s Tagebuch, 1876-
1891”, fase. xvi.

III. FUENTES ESTADISTICAS Y ANUARIOS

bernhardi, w. Deutsche Adressbuch für Chile, Concepción, 1921.


deutsch-chilenischer bund - Zahlung der in Chile ansassigen
Deutschen und Deutschstdmmigen, 1916-1917, inéd. (544 formula­
rios manuscritos que tratan 25.322 personas).
ivens, ).Jahr-u. Adressbuch der deutschen Colonien in Chile, Leipzig, 1.
1888-89, 2. 1890, 3. 1891-1892.
martin, dr. c. “Allerlei Statistisches über die Deutschen in Chile",
Bundeskalender d.D.C.B. 1922.
Martin, dr. k. Landeskunde von Chile, Hamburgo, 1923.
petersen, k.; scheel, o.; ruth, P.H.; schwalm, h. Handwórterbuch
des Grenz-u. Auslanddeutscbtums, Breslau, 1933-36.

206
IV. ALGUNOS ESTUDIOS FUNDAMENTALES
alfonso, j.a. Un viaje a Valdivia, la civilización alemana en Chile,
Santiago, 1900.
anwandter, K. Afe/#e Übersiedlung nach der Provinz Valdivia in Chile,
ein Beitrag zur Kenntnis dieses Landes, Rudolstadt, 1852.
bauer, o.k. Das Geuissen der Stadt. Geschichte der deutschen Schule zu
Valdivia, Concepción, 1924.
Helden der Arbeit, ein Buch vom deutschen Seebauer Chiles, Stuttgart,
1929.
Um Heimat und Volk, Valparaíso, 1934.
blancpain, j.p. ’B.E. Philippi et les premiers colons allemands au
Chili ”, Bull. de la Faculté des Lettres, Estraburgo, 46, N° 7, 1968.
“La tradición campesina alemana en Chile ”, Bol. de la Academia
Chilena de la Historia, N° 81, 1969.
Les Allemands au Chili, 1816-1945, Colonia, Bóhlau Verlag,
1974.
----- “Intelligentsia nationale et immigration européenne au Chili, de
Tlndépendance a 1914'”, Rev. ¿FHistoire modeme et Contémporame t.
xxvii, París, 1980.
“Identité nationale et tradition culturelle: le germanisme en
Amérique latine”, Recherches germaniques, N° 12, Estrasburgo,
1982.
bürckle, v., Bernardo Philippi oder die Begegnung mit der wilden Erde,
Heilbronn, 1938.

fittbogen, dr. G. “Von Philippi bis Anwandter, die Entwicklung des


Gedankens der deutschen Einwanderung in Sud-Chile”, Ibero-
Amerikanisches Archiv, Berlín y Bonn, N° 3. 1936.
gaedicke, f. Die deutschen Kolonien am See Llanquihue, Valparaíso,
1910.
gerstaecker, f. Achtzehn Monate in Süd-Amerika und dessen deutschen
Kolonien, Leipzig, 1863-64.

207
grandjot, c.; schmidt, e. Die betden Heimatsprachen der Chilenen
deutscher Abstammung, Santiago, 1960.
guarda, g. Historia de Valdivia, 1552-1952, Santiago, 1952.
held, e.; schuenemann, H.; plate, c.v. 100JahredeutscheStedlung in
der Provinz Llanquihue, Santiago, Condor, 1952.
hoerll, a. Die deutsche Kolonisation in Chile. Deutsche Arbeit in Chile,
1910.
kunz, h. Chile und die deutschen Kolonien, Leipzig, 1890.
Die Kolonisation in Valdivia, Hamburgo, 1891.
leonhardt, pater k. Die deutschen Kolonien im Suden von Chile, Caritas,
Friburga 1912-1913-
maeser, r. Zwischen See und Vulkan. Leben und Arbeit Chiledeutscher
Bauern, Berlín, 1939.
mann, dr. w. Das Deutschtum in Lateinamerika, Berlín, 1927.
ovalle, c., Por el Sur de Chile, Civilización desconocida, Santiago, 1912.
perez canto, dr. j., Breves noticias sobre la Colonización i la Inmigración,
Santiago, 1888.
Las Industrias de Valdivia, Santiago, 1894.
perez rosales, v., Memoria sobre Emigración, Inmigración y Colonización,
Santiago, 1854.
La Colonia de Llanquihue, Santiago, 1870.
Essai sur le Chili, Hamburgo, 1854.
Recuerdos del Pasado, Santiago, 3 ed., 1886.

philippi, b. e. , Uber die Vorteile, welche das südlichefür deutsche Auswande-


rer darbietet, Gotinga, 1846.
Nachrichten über die Provinz Valdivia, besonders für solche die dorthin
auswandern wollen,Cassel, abril 1851. (Neue Nachrichten...,
Neueste Nachrichten..., ibídem, dic. 1851).
simón, k.a., Die Ausuanderung der Demokraten und Proletarier und
deutch-nationale Kolonisation des südamerikanischen Frei-Staates Chile,
Stuttgart y Bayreuth, 1848.
simón, k.a.; bromme, t., Auswanderung unddeutschnationale Kolonisa-

208
tton in Südamerika, mit besonderer Berücksichtigung des Fretstaates Chile,
Breslau y Bayreuth, 1849-1850.
unold, j., Das Deutschtum in Chile. (Der Kampf um das Deutschtum,
N° 13) Munich, 1900.
villarino, j., Estudios sobre Colonización o Inmigración europea en Chile,
Santiago, 1867.
wilckens, a., Hundert Jahre deutscher Handel und deutsche Kolome in
Valparaíso, 1822-1922. Hamburgo, 1922.

V. PUBLICACIONES PERIODICAS

(Ver nuestro estudio in Les Allemands au Chtli, pp. 1.038-1.050).


—Petermanns Mitteilungen, Gotha, Sobre el Sur chileno, numerosos
artículos de R.A. Philippi (1860) y K. Martin (1880 y 1901).
—Publicaciones del Deutsch-Chilenischer Bund, Bundeskalender, 1920-
1923; Mitteilungen des Deutsch-Chilenischen Bundes, 1918-1924:
Deutsche Monatshefte für Chile, 1924-1936; Bundes Jahrbuch, etc...
—Diarios germano-chilenos: Deutsche Nachrtchten, Valparaíso, 1870-
\9\2, DerSonntag, \928-\93S\ Westküsten Beobachter' 1933-1934;
Der Chtledeutsche, 1937-1938; Condor, desde el 15.06.1938.
Otros diarios y periódicos: El Llanquihue, desde 1885, Die Post,
1896-1898; Valdivias Deutsche Zeitung, 1886-1912; Die Welt,
1924-1937; Die Warte, 1934-1938, etc.

VI. CARTOGRAFIA
Ver nuestro estudio in Les Allemands au Chili, pp. 1050-1057.
Una historia de la cartografía del Sur, con excelentes reproduccio­
nes, acaba de ser publicada por la Editorial de la Universidad
Católica de Chile. Ella constituye la mejor ilustración de nuestro
trabajo.
—guarda, g. o.s.b. Cartografía de la Colonización alemana 1846-
1872, Santiago, 1982.

209
;Qué justificación dar a este libro? Habría sido
injusto y paradójico privar al público chileno de la
reflexión —de un europeo, es cierto, pero que pro­
cura ser imparcial—, sobre una comunidad de otra
raza que, aún hoy, corre el riesgo de seguir incom­
prendida de la mayoría.
Esta reflexión proviene de una investigación di­
recta y vivida, tanto como de un apego profundo y
durable del autor, a Chile, a su tierra y a su gente.
Por su existencia misma, por la persistencia de su
lengua, de sus costumbres y de su idiosincrasia, los
germano-chilenos son un testimonio de las afinida­
des espirituales entre Chile y Europa. En tanto co­
munidad original, dueña de sus iniciativas, de sus
movimientos y de sus opiniones, ellos son como un
homenaje al espíritu libertario de los chilenos, tradi­
ción hostil a roda asimilación apresurada, autoritaria
o empobrecedora.
Ojalá que este ensayo arroje nuevas luces sobre ios
capítulos más originales y controvertidos de la histo-^
ria republicana de Chile, una historia que, de Philip-
pi a Claude Gay, no ha cesado de seducir, de entusias­
mar y de cautivar a los extranjeros inteligentes

JF.AN-PIERRE BLANCPAIN

También podría gustarte