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Proverbio Africano 

    Había una vez un rey que vivía en un palacio enorme,


con muchos siervos y muchas habitaciones. Un día llegó
un pobre ciego y pidió hablar con el rey. Llevado ante el
monarca el pobre ciego extendió la mano y dijo: -¡Una
limosna, señor! El rey se conmovió y mandó que le dieran
una buena cantidad de maíz. El ciego dio las gracias con
estas palabras: -El bien que haces, a ti mismo te lo haces.
A los pocos días; el ciego se volvió a presentar a las
puertas del palacio. El rey mandó que le dieran otra ración
de maíz y el ciego dio las gracias diciendo: -El bien que
haces, a ti mismo te lo haces. El ciego volvió a la semana
siguiente con su eterna cantinela. La cosa empezó a
fastidiar al rey y decidió quitárselo de en medio de una vez.
Cuando el pobre volvió a pedir, el rey ordenó a un siervo
que le dieran harina con veneno. El mendigo dio las
gracias como siempre sin saber que le habían dado un
alimento mortal. 
Por el camino el ciego se encontró con un batallón de soldados al
mando del hijo del rey. Estaban cansados, con sed y con hambre.
El príncipe paró al ciego y le preguntó: -¿No tendrás, por
casualidad, algo para comer? Tengo más hambre que un león. El
mendigo respondió: -Tu padre me acaba de dar un poco de harina.
Tómala, si lo deseas. El príncipe le dijo: -Es mejor que nada. Un
día te recompensaré por esto. Tomó la harina y mandó a un
soldado preparar el fuego y cocer un pan. Cuando estuvo a punto,
el hijo del rey se lo comió todo. A los pocos minutos se sintió mal.
Se llevó las manos al estómago y, sin decir ni siquiera "socorro",
cayó al suelo. Los soldados al ver esto salieron en busca del
ciego. Lo prendieron y después de darle una paliza lo llevaron ante
el rey. El soberano no quiso ver al hombre que decía había
matado a su hijo y ordenó al jefe de la guardia: -Que le corten en
seguida la cabeza. Cuando llevaban al ciego a la plaza pública
donde iba a ser ejecutado, llegó un mensaje del rey con una
contraorden: -Pongan al ciego en libertad. La gente asombrada por
lo que había ocurrido, mandó a los ancianos ante el rey para que
les diera una explicación de aquel cambio tan repentino. El rey
respondió: -Yo soy el culpable de todo. Ahora quiero que
construyan una casa para el cielo y que en la casa esté grabada
esta inscripción: "EL BIEN 0 EL MAL QUE HACES, A TI MISMO
TE LO HACES"
PIENSA: 
- ¿Cuántas veces hemos deseado el mal a otros? 

- ¿Esta semana hemos ofrecido nuestra ayuda al prójimo con verdadero amor? 

- ¿En cuántas oportunidades hemos ayudado de mala gana en lugar de hacerlo con
amor?

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