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Memorias de un Cuento:
 

Era una mañana de diciembre de 1999, un domingo. Hacía mi último año de estudios
para el sacerdocio salesiano, en La Vega, Caracas. Llegaron al seminario una señora
(Sorangel) y dos niños (Johandry y José). Venían buscando a alguien que les ayudara a
pensar en un regalo que pudieran darle a una hermanita del colegio donde estudiaban
los dos niños, los cuales formaban parte con esta hermanita de la Infancia Misionera.
Ellos querían darle un presente a la hermana como gesto de gratitud porque ella había
conseguido para todos los niños del colegio un pequeño regalo. Se notaba como la
querían.

Realmente no sabía que recomendarles. De pronto se me ocurrió una idea: hacer un


cuento par dedicárselo a la hermanita Mariana. Un cuento hecho por ellos mismos. Me
estaba metiendo en un problema serio por estar inventando, pues iba a tener que
ayudarles para empezar. Nos sentamos, y con el aporte de cada uno, hasta de José, el
más pequeño, de 5 añitos, esto fue lo que salió. Que lo disfruten:

“Mariana, un corazón caído del cielo.”


“Un día, estando Dios trabajando en el cielo, dejó caer en la tierra un corazón. Para no
golpearse tan fuerte permitió que los frondosos árboles de un bosque sostuvieran su
caída.

Unos niños que jugaban por aquel lugar lo encontraron encima de las hojas caídas de
los árboles. Decidieron llevarlo a la casa de uno de los niños para curarle los rasguños
que se hizo al caer; y mientras lo arrullaban con canciones se fue rompiendo el corazón
para convertirse en una bella obra de arte.

Quiso acompañar a los niños en sus juegos y de su lado inferior surgieron las piernas.
El corazón siguió reventándose y se formaron sus pulmones, sus órganos y su tronco.
Quiso también tener manos como la de los niños para poderles abrazar y una boca para
preguntarles quienes eran y darse también a conocer a ellos.

Lentamente, por el lado superior del corazón fue apareciendo su cabeza, sus cabellos
claros, sus ojos azules, su nariz perfilada, su boca muy pequeña y su tez muy blanca.

Los niños, maravillados por lo que estaban viendo, le preguntaron quien era, a lo que el
corazón les respondió diciendo: “No sé. Yo no tengo nombre.” Los niños se ocuparon
rápidamente de esa tarea y salieron muchos nombres como estos: “corazón caído del
cielo”, “ “pedacito de Dios”, “corazón de Dios”, “pedacito de cielo”, entre otros. Como
no lograban ponerse de acuerdo, al final, terminaron por ponerle el nombre de la niñita
que encontró el corazón en el bosque, llamada Mariana.

El corazón, que había tomado cuerpo de mujer, notó que todavía era muy diferente a
los niños que le rodeaban, ya que quería sentir y amar como ellos. Los niños la
abrazaron y en ese momento sus pequeños cuerpos se encogieron, se transformaron y
formaron un nuevo corazón; el que Mariana quería tener para amar y querer.

Lo tomó en sus manos y al elevarlo recordó como había caído ella del cielo cuando era
un corazón. Después de una breve plegaria, desde lo alto del firmamento unas gotas de
sangre cayeron sobre el corazón. Mariana quiso abrazar con su pecho el corazón y
éste se abrió para recibirlo hasta que quedó incrustado dentro de su cuerpo.

Desde aquel día algo extraño le pasaba a Mariana; no dejaba en ningún momento de
pensar en sus niños. Posiblemente era porque los llevaba a todos en su corazón y en su
sangre. En un rato de silencio pensó en Dios y le preguntó qué significaba todo eso que
le había pasado; le preguntó qué era lo que El quería de ella. Dios le pidió que se
hiciera misionera de todos los niños del mundo, que los llevara a todos en su corazón.

Le hizo Dios la promesa a Mariana de que después que pasaran los años, cuando
hubiera cumplido la misión que le había confiado, El bajaría a recoger de la tierra,
entre los árboles de la existencia, el corazón que El había dejado caer del cielo.

Lo último que le dijo a Mariana fue que ella no subiría sola al cielo, pues en su corazón
iba a llevar siempre a todos los niños del bosque.”

P. Héctor Pernía, sdb.

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