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El Principio Democrático

Capítulo VI

EL PRINCIPIO DEMOCRÁTICO

1. Qué es la democracia

En procura de ilustrar sobre el contenido de este principio capital de ordenación del Es -


tado contemporáneo, bien puede acudirse a la célebre definición que proclamó el presi-
dente Lincoln en su discurso de Gettisburg, cuando dijo que “La democracia es el gobierno
del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”.

Por supuesto que no se trata de una definición exacta que pueda satisfacer las exigen-
cias académicas, pero de todas maneras apunta hacia lo esencial, que es el gobierno po-
pular, entendido en el sentido de los clásicos, vale decir, como forma política distinta del
aristocrático y el monárquico1.

Como observa Carl J. Friedrich, la democracia puede tomarse como forma política y
como forma de vida. Lo mismo señala Alf Ross2.

Desde el primer punto de vista, se la concibe como un método de selección de los go-
bernantes. En la medida que el autogobierno del pueblo es prácticamente imposible, sal-
vo en comunidades simples, con ella se busca que las sociedades decidan no sólo acerca
de quiénes son los llamados a gobernarlas, sino de la orientación que deban ellos darles,

1 . BOBBIO, NORBERTO, “La Teoría de las Formas de Gobierno en la Historia del Pensamiento Político”,
FCE, México, 1987, cap. III.
2 . FRIEDRICH, CARL J., “La Democracía como Forma Política y Forma de Vida”, Tecnos, Madrid; ROSS,
ALF, “¿Por Qué Democracia?”, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1989, p. 83 y s.s.

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de modo que quienes ejerzan el poder político obren en representación de todos y no


como si dicho poder perteneciera a los gobernantes o a determinados sectores de la co-
munidad.

La cuestión de la titularidad del poder político es una de las más importantes dentro de
cualquier régimen y puede resolverse acudiendo bien sea a la fuerza, a la herencia, a la
suerte o a la elección. Esta última puede ser aristocrática, si se la reserva a grupos de
electores relativamente reducidos, o democrática, si el colectivo electoral es amplio y, ade-
más, obra periódicamente, con sujeción a reglas claras y confiables.

La experiencia histórica, por ejemplo, en el caso de la República de Weimar que se ins-


tauró en Alemania en 1919 y colapsó en 1933 con el advenimiento del nazismo, precisa-
mente por la vía del voto popular, enseña que la democracia como forma política de selec-
ción de los gobernantes es insuficiente si a la vez no configura una forma de vida comuni-
taria.

Es así como ha llegado a considerase que el concepto de gobierno popular implica,


además de la participación más o menos amplia del pueblo en la selección de sus gober-
nantes, su actuación en los procesos de decisión política y la configuración de una socie-
dad igualitaria, libre de privilegios de casta, clase, raza, religión, sexo u otros diferentes
del mérito personal.

Pero esta ampliación del concepto de democracia dificulta su utilidad práctica y genera
discusiones interminables acerca de cuándo en realidad un régimen es democrático o no
lo es.

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A la hora de la verdad, la palabra democracia suscita resonancias emocionales que no


permiten comprender con claridad los fenómenos políticos que con ella se trata de identifi-
car.

La etimología no ayuda mucho, por cuanto, según lo apuntado, en ninguna sociedad


compleja es viable que el pueblo se gobierne a sí mismo. Por consiguiente, el concepto
necesariamente tendrá que ser relativo, lo cual conduce a que en el uso común campeen
tres concepciones que pueden o no coincidir en la práctica, a saber: la democracia como
régimen en que el pueblo elige sus gobernantes; la democracia como régimen en que los
gobernantes actúan de acuerdo con el querer de sus gobernados; y la democracia como
régimen en que los gobernantes actúan de acuerdo con las necesidades del pueblo.

La primera se ajusta al concepto restringido de democracia como forma política, pero


en la medida que no siempre los gobernantes elegidos popularmente sirven los intereses o
las necesidades de sus electores, se considera que es necesario ampliar la noción, involu-
crando estos dos últimos aspectos.

Ahora bien, entre los mismos no siempre hay concordancia teórica ni práctica. La no-
ción de democracia como régimen que sirve los intereses del pueblo tal como éste los ma-
nifieste, es decir, según la voluntad de la mayoría, tiende a desembocar en el populismo,
que satisface necesidades aparentes o inmediatas de las clases populares, a menudo en
contra de sus necesidades objetivas. Ello ha dado pie para que los partidos comunistas
planteen que la verdadera democracia sólo se da cuando los gobernantes se aplican a re-
solver las necesidades reales de las colectividades, que no coinciden necesariamente con
lo que ellas consideran en su momento dado que debe ser objeto de la acción guberna-
mental.

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Pero, ¿qué es lo que realmente necesita el pueblo? ¿Cómo establecer, dentro del cúmu-
lo de necesidades que experimentan las masas, las reales y las aparentes? ¿Cuáles son los
criterios que deben adoptarse para establecer jerarquías u órdenes de precedencia en la
satisfacción de las necesidades colectivas?

Los partidos comunistas suelen considerar que son sus dirigentes, que integran la van-
guardia de las clases populares, quienes saben mejor que nadie cuáles son esas necesida-
des objetivas que se van manifestando en el curso de la historia. Con todo, para llegar a
esta conclusión tienen que hacer no pocos malabarismos ideológicos. 3

A primera vista, el más indicado para saber qué es lo que necesita es el propio menes -
teroso. Por consiguiente, la mejor manera de identificar las necesidades colectivas consis-
te en permitirles a los que las experimentan la manifestación de las mismas, que es a lo
que propenden las instituciones de la democracia concebida como forma política, tales
como los partidos y el sufragio, entre otras.

Por consiguiente, sin la democracia electoral no puede haber, simple y llanamente ha-
blando, verdadera democracia. Pero ésta entraña una aspiración ideal que sólo puede lo-
grarse en la medida que los gobernantes actúen en procura del beneficio de las comunida-
des, y éstas a su vez participen activamente en la solución de los problemas públicos.

2. Panorama histórico

Los apologistas de la vida salvaje suelen insistir en que las hordas primitivas eran de-
mocracias perfectas en las que se daba total coincidencia entre el sujeto activo y el sujeto
pasivo del poder social, tesis que es harto discutible, por cuanto sobre los tiempos prehis-

3 Marleau-Ponty, Maurice, “Humanismo y Terror”, Editorial La Pléyade, Bs. Aires, 1968, p.129 y s.s ;
“Las Aventuras de la Dialéctica”, id., 1974, p. 60 y ss.

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tóricos sólo podemos abrigar conjeturas y no tenemos posibilidad de formular generaliza-


ciones contundentes.

La verdad sea dicha, la democracia ha jugado un papel marginal a lo largo de la histo-


ria. Aunque pueden rastrearse antecedentes suyos en la Antigüedad griega y romana, así
como en la China y la India4, por muchos siglos se consideró que apenas era viable para
comunidades pequeñas, como el Estado ciudad y los grupos locales que la experimentaron
en la Edad Media, o aisladas, como Suiza, mas no para grandes Estados que tuvieran que
resolver conflictos regionales, étnicos o religiosos en su interior, o afrontar severas ame -
nazas externas.

En realidad, las democracias antiguas no solían pasar de ser unas aristocracias de base
relativamente amplia, pues rara vez las clases inferiores, a menudo sometidas a la esclavi-
tud, tuvieron verdadero acceso a la libertad política. No obstante ello, la democracia ate-
niense y la de la república romana jugaron un gran papel como paradigmas inspiradores
del pensamiento occidental, según puede verse, por ejemplo, en las constantes referen-
cias que a ellas hace Rousseau.

La democracia local fue de gran importancia en la Edad Media, aunque se manifestó de


distintas maneras. 5 Para nosotros es interesante el caso de la península ibérica, en donde
los reinos cristianos en lucha contra los moros tuvieron que pactar a menudo con las fuer -
zas sociales dispuestas a colaborar en la reconquista las condiciones de su participación,
sin perjuicio del reconocimiento de la preeminencia del príncipe, sobre la base de admitir
la fragmentación del poder con arreglo a la técnica de privilegios, exenciones e inmunida-

4 . PARKINSON, C.N., “L´Evolution de la Pensée Politique”, Gallimard, Paris, 1965, t. II., cap. XIII;
REQUEJO COLL, FERRAN, “Las Democracias: Democracia Antigua, Democracia Liberal y Estado de Bienestar”,
Ariel, Barcelona, 1990, primera parte.

5 Tenenti, Alberto, “La Formación del Mundo Moderno”, Editorial Crítica, Barcelona, 1989, p. 28 y ss.;
p. 141.

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des a favor de las comunidades locales, según enseña Luciano Parejo Alfonso 6. De ahí lo
que éste señala como una progresiva consolidación de la actuación conjunta de los habi-
tantes en la resolución de los asuntos de interés común, mediante su reunión en asamblea
vecinal o concejo.

Estas instituciones de democracia local alcanzaron su apogeo en los siglos XII y XIII,
para luego entrar en decadencia; pero a pesar de que en la época del descubrimiento de
América prácticamente habían caducado en Castilla, dice Ots Capdequí que “cobraron
savia joven en un mundo de características sociales y económicas tan distintas, y jugaron
un papel importantísimo en la vida pública de las nuevos territorios descubiertos” 7. Aun-
que a decir verdad no duró mucho este periodo de florecimiento del municipio colonial his-
panoamericano8, de ese trasplante resultó el cabildo abierto, al que concurrían todos los
vecinos del lugar y tuvo efectividad considerable en los momentos iniciales de la coloniza -
ción y en los años precursores de la Independencia 9. Esta figura resucitó entre nosotros
con la Constitución Política de 1991 (artículo 103).

Sobre el particular, observa Tenenti que la fundación de Veracruz, por ejemplo, la hicie-
ron los seguidores de Cortés por su propia iniciativa, contrariando la voluntad de su supe-
rior, el Adelantado de Cuba y constituyéndose motu propio en comunidad autónoma, eli-
giéndolo como su dirigente, en ejercicio de lo que consideraban como sus derechos comu-
nales.10

6 . PAREJO ALFONSO, LUCIANO, “Derecho Básico de la Administración Local”, Ariel, Barcelona, 1988,
p. 19 y s.s.
7 . OTS CAPDEQUÍ, J.M., “ El Estado Español en las Indias”, FCE, Méjico, 1957, p. 68.
8 . OTS CAPDEQUÍ, op. cit, p. 69.
9 . OTS CAPDEQUÍ, op. cit, p. 69.

10 Tenenti, Alberto, op. cit.. p. 279

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La democracia moderna se originó en la independencia norteamericana, si bien son in-


discutibles sus antecedentes ingleses y, en general, medievales. Pero la Revolución Ingle-
sa no instauró un auténtico régimen democrático, dado que el pueblo llano carecía de re -
presentación parlamentaria. Fueron los Estados Unidos el primer país extenso y poblado
que estableció un sistema de gobierno electivo y una sociedad aparentemente igualitaria
que le sirviesen de soporte comunitario, aunque discriminaba todavía a los esclavos y a las
mujeres.

Ahí se hizo patente por primera vez la democracia como forma política y como forma
de vida en una colectividad de gran envergadura.

Los revolucionarios franceses de 1789 hicieron suyas las aspiraciones democráticas, in-
cluso de modo excesivo, como en el caso de los jacobinos; pero la democracia misma tar-
dó casi un siglo más para consolidarse en el país galo. Sólo con la Ley Fundamental de
1875 vino a establecerse un régimen democrático duradero en Francia, que ha resistido
hasta el presente, salvedad hecha del régimen del mariscal Pétain entre 1940 y 1944.

La democracia inglesa se desarrolló paulatinamente a lo largo del siglo XIX y a princi-


pios del XX, sobre todo a partir de las reformas electorales de 1832.

La Revolución de 1848 promovió el establecimiento de instituciones representativas en


diversos países europeos, pero generalmente dentro del ámbito de las monarquías, que
cedieron sus pretensiones de soberanía absoluta para tornarse constitucionales. Particu-
larmente en Francia, dio lugar a que se estableciera el sufragio universal, que reemplazó
el censitario que limitaba el derecho de votar a quienes tuvieran cierto patrimonio o cier -
tas rentas, lo que les daba la posibilidad de inscribirse en el censo electoral.

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La Revolución de 1917 en Rusia aspiraba a generalizar la democracia, extendiéndola a


todos los ámbitos de la vida colectiva. Pero el leninismo y, después, el estalinismo, frus -
traron ese sueño, que terminó convirtiéndose en una pesadilla totalitaria. De todas mane-
ras, de ahí surgió otra concepción de la democracia, radicalmente opuesta a la occidental.

Nuevos impulsos beneficiaron a la democracia, pero en distintos sentidos, después de


las dos conflagraciones mundiales, sobre todo con el proceso de descolonización que tuvo
lugar en Asia, África, Oceanía y las Antillas con posterioridad a 1945.

Casi todos los Estados en el mundo de hoy se consideran democráticos. Pero esa clasi -
ficación puede discutirse en muchos casos, como cuando se habla de las democracias ili-
berales, que se fundan en mecanismos electivos pero instauran gobiernos autoritarios
poco respetuosos del imperio de la ley y los derechos fundamentales. De hecho, aproxi-
madamente la tercera parte de los Estados se ajustan a los cánones democráticos; otra
tercera parte ubica en una franja de claroscuro; y la tercera parte final difícilmente podría
encasillarse dentro de esta categoría política, pues la integran regímenes totalitarios, dic-
tatoriales y monárquicos.

Es importante señalar que el pensamiento democrático y el liberal no siempre coinci-


den. Puede haber, según diremos después, democracias liberales y democracias totalita-
rias. Las iliberales oscilan entre ambos extremos. Por otra parte, el liberalismo tiende a
ser aristocrático, como se ve en Locke, Voltaire y Montesquieu. Su vinculación con la de -
mocracia se condiciona a que ésta sea respetuosa de las minorías 11, tema que no era gra-
to a los ojos de Rousseau, el principal ideólogo de la democracia moderna.

11Dalberg-Acton. J.E. (Lord Acton), “Ensayos sobre la Libertad y el Poder”, Instituto de Estudios Políti-
cos, Madrid, 1959, p.100

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La democracia, en fin, es un sistema reciente, diríase que joven; por lo tanto, no se ha


consolidado y se halla en vía de experimentación. Es susceptible, como veremos al final
de este capítulo, de muchas transformaciones.

3. Fundamentos ideológicos de la democracia

La idea básica que se formula en sustento del sistema democrático consiste en que las
decisiones gubernamentales deben consultar las necesidades de la población y las deman-
das de actuación que formulen los distintos sectores de la opinión, partiendo de la base de
que toda colectividad necesita que se la gobierne, vale decir, requiere orientación, direc-
ción, coordinación, estímulo y, en últimas, autoridad.

Ahora bien, según vimos atrás, la participación de la comunidad en la selección de los


gobernantes crea condiciones que hacen más factible que éstos consulten las exigencias
políticas del pueblo.

Desde este punto de vista, la democracia surge de la esencia misma del Estado, el cual
está puesto al servicio del hombre y, obviamente, ese servicio será más efectivo si los in-
teresados participan en su orientación a través de la selección de los gobernantes y la
toma de decisiones que los beneficien.

Desde luego, siempre habrá el peligro de que la selección sea equivocada y conduzca
entonces a un mal gobierno. Esta es una imperfección en que suelen apoyarse los enemi-
gos de la democracia, quienes sostienen que el pueblo es incapaz de elegir a los mejores
gobernantes, porque su ignorancia, su veleidad o sus pasiones suelen conducirlo a eleccio-
nes desafortunadas. Empero, ¿cuál otro sistema puede garantizar la perfección de los go-
bernantes? Por eso, Churchill decía que “La democracia es el peor de los gobiernos, ex-
ceptuados los demás”.

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El mismo razonamiento vale frente a la tesis de que lo importante es que el gobierno


capte las necesidades de la comunidad y las satisfaga de la manera más apropiada, lo
cual, sin duda, no siempre se logra a través del sistema electoral. Pero, entonces, ¿cuál
es la mejor manera de expresar y recoger esas inquietudes, para luego traducirlas en acti-
vidades estatales?

No lo es ciertamente la intuición del gobernante, por fina que sea o por compenetrado
con el pueblo que él se encuentre, ni la exaltación popular en despliegues multitudinarios
o reuniones de agitación política en donde se obra al impulso de la emoción y no es posi-
ble presentar opiniones divergentes o matizadas.

Tampoco es posible deducir el querer comunitario de una concepción ideológica, como


lo pretenden los totalitarismos. La mejor manera de conocer ese querer consiste en per-
mitirle que se manifieste libre y reflexivamente, sin coerciones ni distorsiones. Con todas
sus imperfecciones, es el sistema electoral el que más se acerca a ese ideal.

Un argumento que suele esgrimirse en apoyo de la democracia sostiene que ésta es


consecuencia de la autonomía personal. Según ello, cada persona sólo puede resultar
obligada por su propio compromiso y, por lo tanto, una comunidad sólo estaría legitimada
para vincular a sus miembros por el consentimiento de éstos, así fuese el tácito que resul -
taría del solo hecho de habitar el territorio 12.

Esta es una versión individualista de la democracia que no es muy consistente ética ni


lógicamente. En efecto, está sujeta a la discusión sobre el carácter autónomo o heteróno -
mo del deber moral y, más concretamente, del vínculo político. Sin ahondar en detalles,
hay que observar que, si bien la moralidad más elevada exige la libertad subjetiva, su
fuente no radica en la voluntad individual, sino en la concordancia de ésta con la regla de

12 . ROUSSEAU, J.J., “Contrato Social”, Espasa, Madrid, 1988, p. 137.

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conducta superior que aquélla postula y, en últimas, tal como lo pensaban los clásicos, en
su conformidad con el orden cósmico.

Hay qué insistir en que la comunidad no surge a partir de individuos aislados que deci-
den, por ciertos motivos y para determinados propósitos, sacrificar en todo o en parte sus
libertades naturales y darle cuerpo a aquélla, sino que el hombre, como animal político
que es, inexorablemente está integrado desde el nacimiento hasta la muerte en todos so-
ciales de los que depende su existencia. La sociedad no es producto de la razón ni de la
voluntad, sino un dato radical de la vida humana.

Para explicar cómo la mayoría obliga a aceptar sus decisiones a la minoría hay que en-
trar en el reino de las ficciones, suponiendo ya una aceptación tácita del voto mayoritario
por parte de cada miembro de la comunidad; ora, como enseñaba Rousseau, que cuando
a uno lo derrotan es porque se había equivocado acerca de su verdadera y mejor volun-
tad13.

De esta manera, la argumentación se vincula con un concepto difuso y poco sólido, el


de voluntad general, que según Rousseau es la de todos y cada uno, razón por la cual es
soberana. El sufragio vendría a ser entonces el modo de manifestación de dicha voluntad,
acerca de cuya naturaleza hay no pocas controversias metafísicas, dado que puede consi-
derársela bien como una entidad real, ora como la resultante de las voluntades individua -
les. En el primer caso, se estaría en presencia de una sustancia espiritual de existencia
muy discutible; en el segundo, quedaría por resolver el problema de por qué la mayoría
puede imponerse sobre la minoría, tema sobre el cual Rousseau hace acrobacias mentales
dignas de mejor causa, según acabamos de observarlo.

13 . ROUSSEAU, op. cit., loc. cit.

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Rousseau se inclinaba por la primera opción, según el siguiente texto: “Hay, con fre-
cuencia, bastante diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general. Ésta no tie-
ne en cuenta sino el interés común. La otra se refiere al interés privado y no es sino una
suma de voluntades particulares. Pero quitad de estas mismas voluntades el más y el me-
nos que se destruyen mutuamente, y queda como suma de las diferencias la voluntad ge-
neral”14. Antes, había escrito que el pacto social “produce inmediatamente, en vez de la
persona particular de cada contratante, un cuerpo moral y colectivo”15.

La insistencia en la voluntad general procede de la necesidad de que ella legitime la ac -


ción pública, de modo que vincule a toda la comunidad, que bajo ese supuesto manifesta-
ría un querer unitario. Éste, sin embargo, no pasa de ser una ilusión, pues lo que las so-
ciedades exhiben es la diversidad de opiniones, rara vez la unidad. Debe entonces dese-
charse la idea de que la soberanía es atributo del pueblo como sujeto de una unidad de
reflexión, decisión y acción, que no es otra cosa que un mito político. La soberanía, de te-
ner algún sentido, reside más bien en el conjunto, vale decir, en el sistema institucional,
según lo vimos atrás.

A pesar de las dificultades racionales de esta argumentación, hay que destacar que
desde el punto de vista sociológico tiene aspectos válidos, puesto que en último término
un gobierno poco puede hacer si no cuenta con el querer mayoritario de sus súbditos.
Pero, como diremos después, la sola mayoría no hace la fuerza de los gobiernos, pues és-
tos viven del consenso.

Hay argumentos adicionales en pro de la democracia que la vinculan con la igualdad,


de la que se desprende el derecho de todos a participar en la formación de la voluntad po -

14 . ROUSSEAU, op.cit., p. 60-1.


15 . ROUSSEAU, op.cit., p. 48-9.

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lítica. Este es un argumento muy socorrido en el pensamiento norteamericano actual 16.


El principio de ciudadanía igual para todos brinda oportunidad no sólo para escrutar con
amplitud los estados de opinión, sino para corregir las distorsiones del sistema político,
económico y social. La difusión del sufragio universal ha traído consigo la necesidad de
que los gobernantes atiendan las demandas populares si quieren sostenerse en el poder.
Pero en otras épocas sonaba aterrador que el ignorante pudiese tener en las mesas de vo-
tación el mismo peso que el letrado. La experiencia demostró que ello no tenía por qué
resultar catastrófico.

No faltan quienes, por último, consideran que la democracia es un sistema racional. La


argumentación que sirve de apoyo de este planteamiento viene a ser como una síntesis de
lo que venimos exponiendo, que señala que la democracia atiende mejor las necesidades
colectivas, sin desmedro de la libertad y la igualdad, Pero este modo de ver las cosas pre-
supone, por una parte, la racionalidad del ciudadano y, por otra, la infalibilidad de la ma-
yoría. Como afirma Alexander Demandt, “Pertenece a la esencia de la democracia que la
voluntad del pueblo sea inviolable, que la madurez del ciudadano sea indiscutible”, premi-
sas ambas poco contundentes17.

Además, como lo veremos en seguida, la democracia se impone más por consideracio -


nes prácticas que por especulaciones teóricas.

4. Democracia y sociedad

Como sucede con toda fórmula política, la democracia sólo puede consolidarse y desa-
rrollarse si cuenta con un adecuado marco social. Esta consideración ha dado lugar para

16 . ACKERMAN, BRUCE, “El Futuro de la Revolución Liberal”, Ariel, Barcelona, 1992, p. 16-26 y s.s.
17 . DEMANDT, ALEXANDEIR, “Los Grandes Procesos”, Crítica, Barcelona, 1993, p. 25.

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que se discuta sobre las condiciones que deben reunirse en una comunidad que aspire a
ser democrática, a saber:

a) Cultura democrática

La forma de vida democrática es supuesto y resultado a la vez de la democracia políti -


ca. Ésta ha debido evolucionar en el seno de sociedades que carecían muchas veces de
experiencia en la participación colectiva en la selección de los gobernantes y la discusión
de los problemas públicos. Pero en la medida que no fuesen refractarias a ello, pudieron
adaptarse paulatinamente al espíritu de confrontación de intereses y puntos de vista que
implican las reglas de juego democráticas, así como a la aceptación de las imposiciones
mayoritarias y los ciclos que las mismas determinan.

Esos valores y actitudes favorables a los procesos que entraña el régimen democrático
son indispensables para que éste pueda funcionar normalmente.

b) Consenso de valores

Aunque se supone que la democracia es un régimen de libre discusión entre distintas


opiniones políticas que aspiran a ganar el favor mayoritario, la experiencia histórica ense-
ña que las mayorías sólo podrán imponerse sosegadamente si no representan peligro para
intereses fundamentales de las minorías ni tratan de someterlas a todo trance.

De ahí que si hay excesivas diferencias de opinión e intereses entre las mayorías y las
minorías, éstas probablemente tenderán a rechazar los dictados de aquéllas.

Significa lo anterior que la democracia sólo es viable cuando se establecen reglas de


juego que los actores significativos del proceso político consideren aceptables, tanto en su
formulación como en su aplicación.

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Sin ese acuerdo sobre lo fundamental, como decía Álvaro Gómez Hurtado, el imperio
de las mayorías estará siempre en tela de juicio.

Las democracias norteamericana y británica, por ejemplo, funcionan sin perturbaciones


porque ninguno de los grandes partidos que las conforman ve comprometida su existencia
por el triunfo de su contradictor. En cambio, cuando un partido dominante se convierte
en amenaza real o imaginaria para sus opositores, o cuando los sectores más importantes
dentro de la sociedad se consideran recíprocamente incompatibles, la democracia entra
inevitablemente en crisis. Así sucedió con la república española en 1936 o en Chile en
1973.

c) Apertura de las elites

Recuerda Raymond Aron que en toda sociedad se presenta el fenómeno de elites diri-
gentes y masas dirigidas, pues en ninguna parte el pueblo se gobierna a sí mismo. Sin
embargo, puede haber elites cerradas y abiertas. Estas últimas son las que hacen posible
el régimen democrático18.

Ahora bien, la apreciación de la estrechez o la apertura de los cuerpos dirigentes es


cuestión de grado. La tendencia al cierre conviene a la aristocracia; la apertura favorece,
en cambio, a la democracia.

La elite es abierta cuando cualquier persona, en principio, puede acceder a ella, porque
no median requisitos de cuna, raza, casta y otros similares para ocupar las altas posicio-
nes jerárquicas en la comunidad. Los ejércitos modernos, por ejemplo, se comandan por
elites relativamente abiertas. Lo mismo sucede en la Iglesia, en los partidos políticos y,
con menos intensidad, en las empresas.

18 . ARON, RAYMOND, “Democracia y Totalitarismo”, Seix Barral, Barcelona, 1968, p. 111 y s.s.

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El sistema electoral democrático será entonces de mera fachada cuando las elites, por
derecho o de hecho, dificultan su renovación debido a su estructura cerrada.

d) La sociedad igualitaria

De lo anterior se sigue que una democracia no funciona cuando la sociedad esté riguro-
samente jerarquizada o estratificada, ni cuando las distancias entre las clases superiores y
las inferiores sean excesivas.

Los marxistas llevan esta consideración al extremo, afirmando que la democracia sólo
es posible en una sociedad sin clases; pero la experiencia histórica demostró que en los
regímenes comunistas se introdujeron nuevas desigualdades, habiéndose creado elites po-
líticas, militares y científicas relativamente cerradas que desnaturalizaron las aspiraciones
igualitarias de la ideología marxista-leninista. A esas elites se las conoció en la URSS con
el nombre de Nomenklatura. Ellas integraron la nueva clase que denunció Milovan Djilas
en un libro famoso que lleva precisamente ese título.

El concepto occidental admite la inevitabilidad del fenómeno de las clases sociales, pero
considera que el crecimiento de las clases medias genera condiciones adecuadas para el
régimen democrático moderado que se ha impuesto en Estados Unidos, Europa occidental
y Japón. Este régimen sería entonces precisamente la expresión política de las sociedades
en que predominan dichas clases.

e) La masificación

La democracia contemporánea es producto de fenómenos propios de los tiempos que


corren, como la integración de grandes comunidades y la incorporación de las masas a la
vida política.

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Las monarquías tradicionales reinaban a menudo sobre colectividades de base rural


más o menos heterogénea, que no siempre se comunicaban entre ellas y sólo tenían en
común el vínculo dinástico. La formación de las nacionalidades cohesionó muchas de esas
colectividades, generando en ellas la idea de la unidad política. Este fenómeno se intensi-
ficó con la consolidación del proletariado urbano, hijo de la industrialización de la econo-
mía y el crecimiento de las ciudades.

El fenómeno de las masas es, pues, reciente. Ahora bien, cuando ellas adquieren con-
ciencia de sí mismas, de sus necesidades y de su poder, desde luego que se hacen pre -
sentes en la vida pública, convirtiéndose en sujetos activos de la misma.

La primera gran manifestación de las masas en la política moderna se dio en la Revolu -


ción Francesa, que si bien comenzó por la aristocracia, rápidamente se transformó en un
movimiento que incorporó progresivamente a la burguesía, el pueblo de las ciudades y la
gente de los campos19.

La historia política y social de los dos últimos siglos se caracteriza en muy buena medi-
da por la presencia de las masas en el escenario público, apoyando o demandando accio-
nes estatales en su beneficio y con diferentes orientaciones, pues a ellas se debe tanto el
énfasis en lo social que terminó adoptando el Estado liberal, como el auge de los sistemas
totalitarios.

A la luz de estos hechos, cabe afirmar que la democracia es un régimen inevitable en el


mundo de hoy, pues ella traduce las aspiraciones a la identidad política y el autogobierno
de las masas, todo lo utópicas que se considere que puedan ser esas aspiraciones.

19 . LEFEVBRE, HENRI., “La Revolución Francesa”, Gaia, Barcelona, 1992 .

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f) Opinión pública20

Miradas las cosas desde una perspectiva realista, la democracia moderna bien podría
definirse como el régimen que se integra y actúa siguiendo las oscilaciones de la opinión
pública, que, parafraseando a Montaigne, cabe catalogar como “una cosa vaga, vana y on-
dulante”. Ignoramos, en efecto, cómo surgen y se desarrollan los estados de opinión,
pero no podemos negar su influencia en la vida política en los tiempos actuales. Sus con-
tornos y modos de acción son difusos, pero no por ello menos eficaces.

Se advierte ahí una interacción de dirigentes, medios y masas, y es en esta estructura


donde reside de hecho el poder político en las sociedades contemporáneas, pues el ideal
en ellas radica en que los gobiernos registren los movimientos de esos estados de opinión.
No otro es el sentido tanto de las elecciones periódicas como de los cambios gubernamen-
tales que se verifican para satisfacer las exigencias de la opinión pública, en la que cristali-
zan las constelaciones de fuerzas políticas que apoyan o se oponen a los gobiernos, lle-
gando incluso a derribarlos.

Ahora bien, difícilmente podría identificarse esa opinión pública con la voluntad general
que, según el pensamiento ya citado de Rousseau, sería resultante de la confluencia de
las voluntades individuales de sujetos libres y soberanos que, después de deliberar sobre
lo más conveniente para todos, concurrirían a decidir con fuerza vinculante a través de un
proceso racional. La opinión pública muestra muchas facetas emocionales e irreflexivas,
motivo por el cual la política moderna prescinde a menudo del discurso lógico y utiliza
otras técnicas de manipulación de las conciencias, tales como las imágenes, los lemas y,
en últimas, las metáforas21.

20 . SARTORI, GIOVANNI, “¿Qué es la democracia?”, Altamin Ediciones, Bogotá, 1994, p, 55 y s.s.


21 . GONZÁLEZ GARCÍA, JOSÉ M., “Metáforas del Poder”, Alianza Editorial, Madrid, 1998, p. 11 y s.s.

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El Principio Democrático

5. Formas de democracia.

Los regímenes democráticos se pueden clasificar de muchas maneras.

Los marxistas y, en general, los socialistas, suelen diferenciar las democracias formales
y las reales. Aquéllas serían de fachada, pues como, según ellos, no sirven eficazmente
los intereses del pueblo y limitan su participación a unos procesos electorales más o me-
nos sesgados, en el fondo serían verdaderos regímenes oligárquicos. Las democracias
reales serían las que verdaderamente incorporasen el pueblo al ejercicio del poder, tanto
en la selección de sus gobernantes como en la toma de decisiones políticas. Pero en la
medida que el pueblo es una entelequia; que no existe una verdadera unidad popular,
sino pluralidad de intereses dentro de la colectividad; y que nunca serán posibles la igual-
dad y la participación plena y razonable de todos en la vida política, esta categoría de las
democracias reales estará condenada a la irrealidad.

Más importante es la distinción entre democracias liberales y democracias populares.


Aquéllas son pluralistas, tolerantes y, en general, respetuosas de los valores del liberalis-
mo, sin perjuicio de adoptar instituciones intervencionistas en lo económico y lo social, tal
como sucede en los Estados Unidos, Europa y el Japón. Las segundas siguen los cánones
del marxismo y están hoy en retirada, aunque se mantienen en China, Vietnam, Cambo-
dia, Corea del Norte y Cuba.

Las democracias populares son, en rigor, variantes de la democracia totalitaria, que lle-
va al extremo el concepto rousseauniano de una voluntad general que goza de autoridad
para imponerse soberanamente, sin límites ni matices, pues es una e infalible.

- 189 -
Lecciones de Teoría Constitucional

En el fondo, el nazismo era una modalidad de este tipo de democracia, pues todos sus
excesos pretendieron justificarse en los derechos sagrados del pueblo alemán. El fascis-
mo por su parte, se fundaba en la identificación del Estado con la nación italiana.

Algunos movimientos autoritarios, inspirados en el fascismo, promovieron el concepto


de democracia orgánica que, a diferencia de la totalitaria, tomaba en consideración los lla-
mados grupos intermedios de la sociedad, concebida no como un colectivo denso y mono-
corde, sino como un conjunto armónico de comunidades a las que debía reconocérseles su
derecho de participar como tales en la vida política. De ese modo, a la familia, los sindica-
tos, los gremios económicos, las asociaciones profesionales, etc., se les permitía enviar re-
presentantes a los cuerpos colegiados. Pero la asociación de esta fórmula con el fascismo
terminó desacreditándola. 22

Arend Liphart ha desarrollado una importante clasificación que diferencia la democracia


mayoritaria y la democracia de consenso.

La primera, cuyo modelo se encuentra en el Reino Unido, aplica estrictamente el princi -


pio mayoritario, habida consideración de que se cuenta con partidos fuertes y adhesión de
los mismos a unas reglas de juego claras, confiables y estables. Este modelo consta de
nueve elementos interrelacionados, a saber: 1- Concentración del poder ejecutivo: gabine-
te de un solo partido y estricta mayoria; 2- Fusión de poderes y dominio del gabinete; 3-
Bicameralismo asimétrico; 4- Bipartidismo; 5- Sistema de partidos unidemensional; 6- Sis-
tema electoral de mayoría relativa; 7- Gobierno unitario y centralizado; 8- Constitución no
escrita y soberanía parlamentaria; 9- Democracia exclusivamente representativa.

La segunda se presenta en países con sociedades segmentadas o plurales en las que,


sobre todo por consideraciones étnicas, lingüísticas, religiosas o de otro género, la regla

22 Mazower, Mark, “La Europa Negra”, Ediciones Barcelona, 2001, capítulo 1.

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El Principio Democrático

de la mayoría podría traducirse en una dictadura de la misma. Por consiguiente, en tales


casos -v.gr., Bélgica y Suiza- debe atenuarse el rigor de dicho principio, lo que se logra
con soluciones como las siguientes: 1- Participación en el poder ejecutivo: grandes coali-
ciones; 2- Separación formal e informal de poderes; 3- Bicameralismo equilibrado y repre-
sentación de la minoría; 4- Sistemas pluripartidistas; 5- Sistema de partidos multidimen -
sional; 6- Representación proporcional; 7- Descentralización y federalismo territorial y no
territorial; y 8- Constitución escrita y voto de la minoría 23.

El sistema del Frente Nacional, que rigió entre nosotros desde 1957 hasta 1974, intro -
dujo una democracia de consenso que exigía el acuerdo de los partidos históricos para
que la tarea gubernamental fuera viable. De ese modo, logró superarse el esquema de
“odios heredados” que, según Miguel Antonio Caro, estaba en la raíz de nuestras confron -
taciones partidistas.

Otra clasificación de interés distingue la democracia representativa, la participativa y la


directa, aunque esta última es excepcional.

La primera es la más difundida, y se basa en el principio de la representación, en virtud


del cual los gobernantes obran en nombre de las comunidades; pero la segunda, que pro-
mueve la participación de ellas en las decisiones públicas, ha cobrado notable importancia
en los últimos años. La tercera consiste en el autogobierno popular.

Volviendo a lo dicho antes, amén de la democracia política, que centra su interés en el


modo de selección de los gobernantes, puede hablarse además de una democracia econó-
mica, que redistribuya la riqueza entre las masas, y una social, que elimine o reduzca las
desigualdades, no sólo de derecho sino de hecho. Tales fueron las aspiraciones del socia-
lismo, tanto en su versión comunista como en la socialdemocrática. Pero la ruina del sis-

23 . LIPHART, AREND, “Las Democracias Contemporáneas”, Ariel, Barcelona, 1998, caps.1 y 2.

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Lecciones de Teoría Constitucional

tema soviético y la crisis del Estado de bienestar muestran lo difícil que resulta mantener
tasas adecuadas de crecimiento económico al mismo tiempo que sistemas generosos de
distribución de la propiedad y el producto social.

6. Democracia y libertad política

En un libro tan importante que ganó el Premio Nacional de Ensayo en los Estados Uni -
dos en 1991, Orlando Patterson ha señalado que la idea de libertad debe estructurarse en
torno de tres conceptos que concurren a configurarla como categoría social, a saber: la li-
bertad personal, la libertad cívica y la libertad soberana. La primera se refiere a la auto-
nomía individual, vale decir, la ausencia de coerción externa para el obrar; la segunda toca
con la participación en la vida pública, esto es, la ciudadanía; y la tercera es el poder de
dominar a otros, que termina predicándose bien de los titulares de órganos públicos, ya
del Estado mismo24.

A la luz de este concepto, la ciudadanía, que es el estatuto que comprende los dere-
chos y deberes políticos, es uno de los aspectos de la libertad, que puede o no ser coinci -
dente con los otros. De ahí, la posibilidad de que un sistema relativamente generoso de
libertades personales coexista con libertades políticas restringidas, como muchas veces ha
sucedido a lo largo de la historia; o que la propaganda castrista proclame lo de “Cuba, te-
rritorio libre de América”, en el sentido de la independencia respecto de potencias extran-
jeras, y al mismo tiempo el gobierno de ese país restrinja severamente las libertades polí-
ticas y personales.

Pues bien, ya desde la Atenas clásica se ha considerado que la democracia supone que
la ciudadanía se extienda a amplios sectores de la colectividad, aunque sus fundadores
griegos la negaban a las mujeres y a los esclavos, esto es, a la mayoría de la población,
24 . PATTERSON, ORLANDO, “La Libertad: La Libertad en la Construcción de la Cultura Occidental”, Ed.
Andrés Bello, Santiago, 1993, p. 25 y ss.

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El Principio Democrático

así como a los extranjeros. Esta última restricción se mantiene todavía en muchos países,
lo mismo que las obvias por consideraciones de edad, uso de razón, moralidad o ejercicio
de la milicia.

En el siglo XX, la constante ha sido la ampliación de la ciudadanía a las grandes masas,


a través de la difusión del sufragio universal. Pero hoy se considera que aquélla implica
otros derechos de participación política, como constituir partidos, movimientos y agrupa-
ciones políticas; formar parte de ellos y difundir sus ideas y programas; participar en la re-
vocatoria del mandato y otros actos de democracia participativa; ejercer acciones públicas
en defensa del orden jurídico; o acceder al desempeño de funciones o cargos públicos
(vid. artículo 40 Constitución Política).

Íntimamente ligados a los derechos políticos, están los derechos a la libertad de con-
ciencia y la libertad de expresión, cuyos orígenes históricos se vinculan en parte con el
tema religioso, pero también con el político.

En efecto, la lucha contra la monarquía absoluta y en pro de la constitucional o la repú-


blica se produjo en buena medida para superar la represión que aquélla utilizaba frecuen-
temente por medio de la censura, la privación de la libertad de los opositores, la confisca-
ción de sus bienes o el destierro. Es por ello que las Declaraciones de Derechos liberales
hacen hincapié en la garantía de las libertades de conciencia y expresión, así como en la
prohibición de la censura, la confiscación y el destierro. Las mismas consideraciones me-
dian para justificar el tratamiento favorable para los delitos políticos, tema que debería
examinarse hoy desde otra óptica, teniendo en cuenta que de dicho tratamiento buscan
beneficiarse muchas veces los terroristas que pretenden imponer por la fuerza regímenes
antidemocráticos o formas de democracia totalitaria.

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Lecciones de Teoría Constitucional

En los tiempos que corren, el tema de la libertad política se vincula especialmente con
la posibilidad económica de adelantar campañas electorales, el acceso a los medios masi-
vos de comunicación social, las restricciones a los grandes aportantes a las finanzas de
partidos y movimientos, así como, en general, la posibilidad real de que los ciudadanos
dispongan de información suficiente para deliberar sobre la cosa pública y tomar las deci-
siones que les corresponden.

7. El principio representativo

La democracia directa, en la que el pueblo entra a deliberar y decidir por sí mismo


acerca de los asuntos de gobierno, es prácticamente imposible. Sólo en comunidades pe-
queñas y para cuestiones muy generales cabe la deliberación comunitaria; por eso, en
principio la democracia se traduce usualmente en la selección de representantes que go-
biernan en ejercicio de un poder que no les pertenece por naturaleza y es, por consiguien -
te, susceptible de limitaciones.

La teoría jurídico- política de la representación ha tenido dos interpretaciones diferen-


tes:

a) El mandato imperativo. Dice Duverger que es la transcripción exacta del manda-


to civil. El mandatario no puede, en consecuencia, actuar más que de acuerdo con la vo-
luntad del mandante; el elegido está ligado por la instrucción del elector sin poder apartar-
se de ellas; su mandato es imperativo. Por otra parte, tal mandato puede ser revocado
por los electores, si éstos pierden su confianza en él (v.gr., el recall de los funcionarios
“elegidos” en los Estados Unidos y la pérdida de la condición de diputado en la vieja
URSS). En el conjunto, esta teoría se inspira en la doctrina de la soberanía fraccionada;
por medio de la elección cada ciudadano delega en su elegido los poderes soberanos de
que es titular.

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El Principio Democrático

b) El mandato representativo. Se aleja mucho de la teoría del mandato civil. No se


trata de un mandato individual dado por cada elector a cada elegido; se tata por el contra-
rio de un mandato colectivo, dado por la nación entera al conjunto de los elegidos. Cada
elegido es una fracción de la representación nacional; no representa a sus electores en
particular, sino a toda la nación en general. Esta teoría se adecua con la doctrina de la
soberanía nacional; si la soberanía pertenece a la nación, tan sólo ella podrá delegarla 25.

Nuestra Constitución Política, acorde con la consagración que hace de la soberanía del
pueblo (artículo 3), señala que los miembros de los cuerpos colegiados de elección directa
representan al mismo y deberán actuar consultando la justicia y el bien común (artículo
133), lo que la aproxima a la doctrina del mandato representativo.

Pero esta última disposición establece que “El elegido es responsable políticamente
ante la sociedad y frente a sus electores del cumplimiento de las obligaciones de su inves -
tidura”. De ese modo, se acerca al mandato imperativo.

Este rige francamente para los casos de gobernadores y alcaldes, que se obligan por
los programas que presentan al inscribirse como candidatos, en virtud del voto programá-
tico (artículo 259 Constitución Política; Ley 131/94)

Dentro de la misma tónica se inscribe la revocatoria del mandato de los mismos (artícu-
los 40, 103 y 259 Constitución Política; Ley 134/94).

Ahora bien, en estas elaboraciones teóricas se nota el ambiente de ideologismo en que


se ha agitado este tema. Puede decirse que la discusión sobre si la soberanía reside en
cada ciudadano o si éstos en conjunto forman un nuevo ente, la nación, es de orden ideo-
lógico, esto es, metafísico en el sentido peyorativo de la expresión.

25 . DUVERGER, MAURICE, “Instituciones Políticas y Derecho Constitucional”, Ariel, Barcelona, 1990, p.


118-9

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Lecciones de Teoría Constitucional

Para decirlo en términos de Pareto 26, estas doctrinas son derivaciones urdidas en torno
de residuos, o sea, problemas reales que se presentan en las sociedades y que se trata de
explicar mediante aquéllas, buscando producir ciertos efectos políticos. Los residuos en
este caso tienen que ver con unos hechos simples, como que ninguna sociedad compleja
se gobierna a sí misma; que todas necesitan que se las gobierne; que lo preferible es que
el gobierno cuente con respaldo colectivo; que, además, tenga cierta estabilidad y goce de
un conveniente margen de maniobra. Las derivaciones buscan reforzar bien sea el poder
del electorado, ya el de los elegidos, para todo lo cual se echa mano de fórmulas jurídicas
pensadas para las relaciones civiles y poco viables para las políticas.

El constitucionalismo moderno es más realista en el análisis de este asunto. Reconoce


la necesidad de que unos pocos gobiernen, que en su selección participe la comunidad de
la manera más amplia que sea posible y que el gobierno de los así elegidos tenga cierta
estabilidad que les permita desarrollar sus cometidos de manera razonable. Pero hoy en
día no se sostiene la representación en la forma absoluta que la concebían los constitucio-
nalistas clásicos, pues ella no traduce exactamente todos los matices de la sociedad, ni és-
ta alcanza a ejercer un control completo y eficaz sobre los gobernantes.

Conviene agregar que el tema de la representación sigue siendo uno de los más delica-
dos en la práctica constitucional. Muchas reformas que se han introducido últimamente
en los sistemas electorales, la organización de partidos y movimientos políticos, la finan-
ciación de campañas, el acceso a los medios de comunicación social, la redistribución de
circunscripciones, etc., tienen precisamente el cometido, no siempre exitoso, de hacer más
transparente y matizada esa representación.

26 . BURNHAM, JAMES, “Los Maquiavelistas”, Emecé, Buenos Aires, 1953, parte VI.

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El Principio Democrático

En buena medida, el tema central de la democracia y, en general, de la política, 27 resi-


de precisamente en la representación. Hay que partir del hecho de que las comunidades
modernas no sólo son amplias, pues comprenden millones y hasta centenares de millones
de individuos, sino complejas, pues se descomponen en otras comunidades muy variadas,
a menudo antagónicas o por lo menos con intereses y necesidades diferentes. Destilar de
todo ello unas ideas, unos programas y unas líneas de acción colectiva que encarnen en
las actitudes, los propósitos, las decisiones y los comportamientos de unos elegidos, resul-
ta, por supuesto, algo bien difícil de lograr, lo mismo que conciliar las exigencias del go-
bierno popular con la necesidad que toda colectividad tiene que se le gobierne y que los
gobernantes tengan cierta estabilidad.

De ahí que sea prudente renunciar al trato dogmático de estas cuestiones, reconocien-
do que no existe un querer popular, sino muchas aspiraciones que deben decantarse me-
diante reglas de juego que favorezcan el diálogo democrático, y que por encima de éste,
como presupuesto suyo, debe admitirse la necesidad de que haya autoridad.

Enseñar que los elegidos representan a la comunidad entera no deja de ser pues una
ficción ideológica. Es más sensato reconocer que cada uno representa a ciertos sectores y
entre todos, si hay mecanismos que favorezcan la apertura, contribuyen a lograr el con-
senso que se requiere para que el régimen funcione ordenadamente.

8. Los partidos políticos

Dice Duverger que los partidos políticos son grupos organizados que actúan en el mar -
co de la sociedad global y tienen por objetivo directo la conquista del poder o la participa-
ción en su ejercicio28.

27 Voegelin, Eric, “Nueva Ciencia de la Política”, Rialp, Madrid, 1968, p. 53


28 . DUVERGER, MAURICE, “Sociología Política”, Ariel, Barcelona, 1968, p. 305 y s.s.

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Lecciones de Teoría Constitucional

La organización distingue a los partidos de otros grupos, como las coaliciones, que ca-
recen de órganos propios, aunque también actúan en la esfera política. El objetivo propio
de los partidos los diferencia de los grupos de presión, que pretenden influir sobre el po-
der político, pero sin suplantarlo o dominarlo.

La existencia de varios partidos es una nota característica de la democracia moderna, la


cual tiene como supuesto la natural disparidad de opiniones sobre los asuntos públicos y
la tendencia a institucionalizar el disentimiento. De ahí que la democracia occidental sea
pluralista, porque reconoce como legítima y conveniente la existencia de grupos que sos-
tienen intereses, aspiraciones, conceptos y valores divergentes.

El origen de los partidos modernos se remonta al siglo XVII, época en que los parla-
mentarios ingleses se dividieron entre el grupo Tory, que sostenía a la realeza , y el Whig,
que favorecía los poderes del parlamento. Pero “el término partido se empleó por primera
vez en 1529 en la dieta de Spira, para referirse al grupo de los príncipes que se pasaban
del catolicismo al luteranismo y de las ciudades que abrazaban la doctrina protestante de
Zwinglio”, según dice Pintacuda29

En nuestro país, los partidos se fueron formando desde la independencia y se configu-


raron nítidamente en 1848 con la nota que publicó Ezequiel Rojas el 16 de julio para pro -
poner un programa liberal para la candidatura de José Hilario López y la “Declaratoria Polí-
tica” que en “La Civilización” del 4 de octubre dieron a conocer José Eusebio Caro y Ma-
riano Ospina Rodríguez.

Los partidos políticos cumplen funciones fundamentales dentro del sistema político, ta-
les como seleccionar programas de gobierno, preparar personal para el ejercicio del poder
y movilizar a las masas.

29 Pintacuda, Ennio, “Breve Curso de Política”, Editorial Sal Térrae, Santander, 1944. p. 142.

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El Principio Democrático

La importancia de estas funciones hace que la institución del partido político no sólo se
conserve, sino se refuerce aun en los sistemas totalitarios, los cuales pretenden encuadrar
a toda la población dentro de partidos únicos. Era el caso de la URSS y las democracias
populares, con el partido comunista, y fue lo que sucedió en Alemania y en Italia, con los
partidos nazi y fascista respectivamente.

Hay que destacar la tercera de dichas funciones, pues la acción política tiende natural-
mente hacia la organización, con miras a lograr los apoyos que requiere para llevar a cabo
sus cometidos y superar los obstáculos que se le enfrentan. La democracia no puede fun-
cionar sin el respaldo popular y éste necesita consolidarse, sobre todo mediante la acción
de los partidos.

La organización interna de los partidos es muy variada, y va desde los comités parla-
mentarios hasta los grandes partidos de masas, como los socialistas y los comunistas.

Robert Pelloux ofrece una interesante clasificación que distingue los partidos- clientelas,
que se agrupan en torno de sujetos o familias de quienes se espera a la vez una protec-
ción personal y la satisfacción de intereses generales o particulares; los partidos de ideas,
que se organizan en torno de ideas para lo que se procura ganar adhesiones, profundizar
la educación política y llevarlas a la practica desde el gobierno; y los partidos de clase,
que obedecen, como su nombre indica, a intereses clasistas. 30

En la democracia liberal, los sistemas de partidos son bipartidistas, como en EE.UU. o,


en principio, Inglaterra, y multipartidistas, como en Alemania, Francia, España o Italia. Se
discute sobre la conveniencia de uno u otro sistema. Evidentemente, el multipartidismo
permite manifestar más exactamente los matices de la opinión, pero a riesgo de debilitar
el poder, como sucedió en la IV República francesa. El bipartidismo, en cambio, lo refuer-

30 Pelloux, Robert, “La Citoyen devant l´Etat”, PUF, París, 1966, p. 105 y s.s.

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Lecciones de Teoría Constitucional

za; pero hace menos nítida la representación y puede generar confrontaciones radicales,
como sucedió entre nosotros desde 1930 hasta 1957 y a lo largo del siglo XIX a partir de
la Independencia.

Llama la atención que las Constituciones tradicionales poco se hubieran ocupado del fe-
nómeno de los partidos, los cuáles alteran el funcionamiento de las instituciones, como
cabe apreciarlo en los sistemas presidencialistas y en los parlamentarios, así como en los
distintos sistemas electorales, tal como lo han demostrado los estudios de Duverger 31. Sin
embargo, en la actualidad se nota la tendencia a expedir reglamentaciones legales de los
partidos, sea para que en su organización y funcionamiento internos se adapten a las exi-
gencias democráticas, ya para regular la financiación de sus operaciones, especialmente
de las campañas electorales, tema éste sobre el que cada vez hay más discusiones, pues
toca con la corrupción, la manipulación de la opinión pública, los compromisos de los ele-
gidos con ciertos sectores sociales y, en últimas, la libertad efectiva para elegir y ser elegi -
do32.

Nuestra Constitución Política se hace eco de las más recientes tendencias, con disposi-
ciones especiales sobre partidos y movimientos políticos que parten de la base del dere -
cho fundamental de fundarlos, organizarlos y desarrollarlos, así como de afiliarse a ellos o
retirarse (artículos 40-3 y 107 Constitución Política), si bien los somete a régimen especial
previsto en ley estatutaria (Ley 130/94) Los partidos legalmente reconocidos como perso-
nas jurídicas tienen derecho a la financiación estatal de sus campañas (artículo 109 id.) y
a utilizar los medios de comunicación social del Estado (artículo 111 id.)

31 . DUVERGER, MAURICE, “Los Partidos Políticos”, FCE, México, varias ediciones; “Introducción a la
Política”, Ariel, Barcelona, 1997.

32 García- Pelayo, Manuel, “El Estado de Partidos”, Alianza, Madrid, 1986.

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El Principio Democrático

La experiencia colombiana enseña que si no hay democracia en el interior de los parti -


dos, tampoco la habrá en el funcionamiento del Estado. Aquí se ve con claridad lo que so-
ciólogos como Roberto Michels y Gaetano Mosca señalaron hace años, a saber: que quie-
nes ocupan los puestos decisivos dentro de las organizaciones, las controlan a éstas y a
sus adherentes33. De hecho, los dirigentes, activistas y clientelas de nuestros partidos for-
man una clase política, en el sentido que a la expresión le asigna Gaetano Mosca, centra-
da en la afirmación y la preservación de sus propios intereses.

9. El sistema electoral

Las instituciones democráticas convergen hacia el sistema electoral, a través del cual,
en último término, se manifiestan las preferencias de los distintos sectores de la opinión.

El procedimiento electoral ha sido objeto de muchísimas críticas por parte de quienes


observan las limitaciones evidentes de que adolece, pues permite expresar muy pocas op-
ciones y cada cierto tiempo; supone una organización partidista costosa; está sujeto a
presiones y manipuleos de distinto orden, etc. Por ese motivo, el marxismo vulgar sostiene
que en las democracias burguesas el pueblo vota engañado o presionado por las clases
dominantes y no está en capacidad de expresar sus propias y verdaderas preferencias.
De ahí, las frecuentes imprecaciones contra la “farsa electoral”.

Es evidente que todo sistema electoral es imperfecto y puede ser mejorado indefinida -
mente. Así mismo, siempre habrá posibilidades de distorsionarlo. Pero no existe otro que
dé mejores garantías de acierto en la captación de los matices que componen la voluntad
popular, tal como lo dijimos atrás.

33 . BURNHAM, JAMES, op.cit, partes III y V.

- 201 -
Lecciones de Teoría Constitucional

Hay una gran variedad de sistemas electorales, así como diferencias en la importancia
que se concede a la elección en cada régimen político. En las democracias occidentales,
según lo expuesto, la elección es una de las instituciones fundamentales.

Es importante destacar que los sistemas electorales parten de la base de la configura-


ción de un cuerpo electoral, integrado por los ciudadanos y constitutivo de un órgano que
cumple funciones precisas dentro del Estado. De ahí, el concepto según el cual el sufra-
gio, más que un derecho, es una función pública, concepto del que matiza nuestra Consti-
tución Política al afirmar el voto es a la vez un derecho y un deber (artículo 258).

La doctrina de la soberanía popular tiende a radicar en dicho cuerpo la titularidad prác -


tica del poder soberano, por lo cual se ha dicho que aquél, considerado globalmente, no
se somete a límite material alguno ni a procedimientos necesariamente prefijados. Puede
decirse que este es un dogma del Derecho público colombiano, que hizo posibles el plebis-
cito de 1957 y la elección de la asamblea constituyente en 1990 . Ese dogma parte de la
base, desde luego razonable, de que en momentos de anormalidad institucional o de es-
clerosis de los mecanismos regulares es prudente explorar el parecer de la comunidad.
Pero deja de lado el problema de que dicha exploración requiere unas reglas de juego
acerca de quienes integran la comunidad; cómo, cuándo y dónde manifiestan sus decisio-
nes; y cuáles pueden ser los temas y los alcances de las mismas. De ese modo, el sobe-
rano no es el colectivo cuyo parecer se solicita, sino quien fije las reglas para que el mis-
mo se manifieste.

Veremos enseguida las características del sufragio democrático y la organización básica


del sistema electoral.

I. El sufragio

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El Principio Democrático

El sufragio democrático se caracteriza por las siguientes notas: es universal, directo,


igual, secreto, con libertad para la presentación de candidaturas y periódico34.

a) Universal, es decir, que el cuerpo electoral está compuesto de todos los ciudadanos,
sin discriminación de grupos sociales específicos, que cumplen con determinadas condicio-
nes (edad, residencia, etc.); este sistema se opone al de sufragio restringido, es decir, a
aquel en que el derecho electoral se limita a unos grupos sociales, sea que éstos estén no-
minalmente enumerados, sea que tal exclusividad derive de las condiciones exigidas. Típi-
co en este aspecto era el sufragio censitario, es decir, basado en la fortuna, bien tomando
como referencia cierta cuantía tributaria, ya otro signo cualquiera de propiedad.

b) Directo, cuando los electores designan de modo inmediato a los representantes. Se


opone al sufragio indirecto, en el que el cuerpo electoral primario designa a los compromi-
sarios, que a través de uno o varios grados eligen a su vez a los representantes definiti-
vos. Conviene tener en cuenta que los partidarios de la democracia orgánica prefieren el
voto indirecto, a través de las distintas agrupaciones económicas, culturales, regionales,
etc., en que se enmarcan los individuos, pues sostienen que el voto directo conduce a que
se sufrague por desconocidos que posiblemente no tengan vinculaciones con los electores
ni se sientan responsables frente a ellos; además, arguyen que el voto individual descono-
ce la realidad del fenómeno comunitario y parte del supuesto de que los individuos actúan
aisladamente. Estas críticas al voto directo tienen evidentemente mucho de razonable; sin
embargo, recordemos que el pensamiento liberal mira con desconfianza al sistema orgáni-
co, no sólo por motivos históricos, ya que se liga a tendencias políticas de derecha que en
cierto modo han querido volver al gremialismo medieval, sino también porque considera
que puede degenerar en el afianzamiento de pequeñas oligarquías que dominen a los gru -
pos intermedios.
34 . GARCÍA PELAYO, MANUEL, “Derecho Constitucional Comparado,” Revista de Occidente, Madrid,
1959, p. 183.

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Lecciones de Teoría Constitucional

c) Igual, es decir, “un elector, un voto”, que se opone a los diversos tipos de sufragio
reforzado, o sea, a aquellos sistemas en que ciertas categorías de electores tienen más de
un voto.

d) Secreto, cuyo significado no necesita mayor aclaración.

e) Con libertad para la presentación de candidaturas , en oposición a aquellos sistemas


en que dicha presentación es monopolio de un partido, como sucedía, por ejemplo, en la
URSS para la elección del Soviet Supremo, pues a los electores se les presentaba una lista
única, la del “bloque de los comunistas y de los sin partido”, preparada por diferentes or-
ganizaciones que tenían el derecho de presentar candidatos: el partido, los sindicatos, las
cooperativas, las organizaciones juveniles, las sociedades culturales, etc. Antes del esta-
blecimiento definitivo de la lista única, tenía lugar una serie de asambleas electorales pre-
paratorias, nivel en que se podía introducir una cierta democracia en las elecciones soviéti-
cas35.

f) Periódico, a fin de que puedan registrarse oportunamente los cambios que se produ-
cen en la opinión. La duración de los periodos es variable, pero puede decirse que nor-
malmente oscila entre los 4 a los 7 años, a fin de darle al gobierno suficiente estabilidad.

Se ha discutido en los últimos tiempos sobre si conviene establecer el sufragio obligato-


rio o, más bien, otorgar estímulos para que los ciudadanos cumplan con su máximo deber
cívico. Los argumentos en pro de lo uno o de lo otro se mueven, como en general en es -
tos temas, alrededor de consideraciones éticas y prácticas sobre las que no se ha dicho to -
davía la última palabra. Pero el énfasis en el asunto pone de presente un problema deli-
cado para las democracias contemporáneas, que es la abstención electoral, a veces tan
abultada que se ha llegado a pensar en la conveniencia de reconocerle al voto en blanco

35 . DUVERGER, MAURICE, “Instituciones Políticas y Derecho Constitucional”, ed. cit, .p. 425

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El Principio Democrático

efectos en las decisiones; por ejemplo, obligando a repetir una elección en que aquél haya
sido mayoritario, o dándole importancia para el cómputo del cuociente.

El parágrafo 1 del artículo 258 de la Constitución Política le asigna al voto en blanco


considerable importancia. Dice, en efecto.

“Deberá repetirse por una sola vez la votación para elegir miembro de una corporación
pública, gobernador, alcalde o la primera vuelta en las elecciones presidenciales, cuando
los votos en blanco constituyan mayoría absoluta en relación con los votos válidos. Tratán -
dose de elecciones unipersonales no podrán presentarse los mismos candidatos, mientras
que en las de corporaciones públicas no se podrán presentar a las nuevas elecciones las
listas que no hayan alcanzado el umbral”.

A despecho de la disposición del artículo 95-5 de la Constitución Política, que señala


como deber fundamental “Participar en la vida política, cívica y comunitaria del país” y del
artículo 259 id. que afirma que “El voto es un derecho y un deber ciudadano”, la Corte
Constitucional, con una interpretación retorcida del artículo 378 id., elevó al rango de de -
recho constitucional la abstención en los referendos reformatorios de la Constitución.
Como éstos requieren el voto afirmativo de más de la mitad de los sufragantes, y que el
número de los mismos exceda de la cuarta parte del total de los ciudadanos que integren
el censo electoral, la Corte afirma que hay derecho de predicar la abstención y practicarla
para no alcanzar el umbral, por parte de quienes no están de acuerdo con la reforma pro-
puesta. De ese modo, se le reconoce rango fundamental a un derecho abusivo, el de di-
solver el quórum.36

II. La organización del sufragio

36 Corte Constitucional, sent. C. 551/03

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Lecciones de Teoría Constitucional

Indica García Pelayo37 que la organización del sufragio comprende dos problemas:

a) La agrupación de electores en colegios, que se puede verificar con arreglo a los dos
sistemas siguientes:

- Sistema de distritos uninominales: el país se divide en distritos de escasa exten-


sión territorial, a los que se asigna un solo representante y en donde el elector tiene un
solo voto para designar a ese único candidato (escrutinio uninominal). Este sistema tiene
la ventaja de que acerca el elegido al elector, pues aquél necesita contar con la confianza
de éste; pero se presta a la manipulación a través de la creación o el mantenimiento de
circunscripciones artificiales o de relativa importancia frente a otras a las que se concede
igual representación. Además, dificulta la gobernabilidad, al debilitar la mediación del par-
tido político por la cercanía que establece ente el elector y el elegido. Así ocurrió bajo la
III República en Francia, según lo observa Pelloux. 38

- Sistema de distritos plurinominales: el país se divide en circunscripciones territo-


riales amplias o bien todo él forma un solo colegio electoral, y el elector tiene normalmen-
te derecho a votar todos los representantes asignados al distrito, es decir, a votar la totali -
dad de “la lista” (escrutinio de lista). Este sistema es más matizado que el anterior, pero
puede tener el inconveniente de alejar al elector del elegido, pues por la lista se vota en
bloque. Para corregir este defecto, se han ideado distintas soluciones, como darle al vo-
tante la posibilidad de señalar sus preferencias dentro de la lista que elija. Así lo autorizan
los incisos 3 y 4 del artículo 263A de la Constitución Política.

Es importante señalar que la determinación de las circunscripciones es uno de los asun -


tos más delicados en el manejo del régimen electoral, pues de ese modo se establece la

37 . GARCÍA PELAYO, MANUEL, op. cit., p. 185.

38 Pelloux, R., op.cit., p. 47

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El Principio Democrático

representación territorial e, indirectamente, la de los distintos matices políticos de la opi-


nión pública. Por ejemplo, el sistema británico sufrió en el pasado graves distorsiones por
el mantenimiento de circunscripciones rurales cuya población era sensiblemente inferior a
la de las circunscripciones urbanas. Ello generaba desequilibrios entre la representación
que se les concedía a los distritos rurales, de tendencia conservadora, y la que merecían
los urbanos, a menudo de mayorías obreras.

En nuestro régimen, hay una sola circunscripción nacional para las elecciones de sena-
dores (artículo 171 Constitución Política), amén de una circunscripción especial por comu-
nidades indígenas (id.); la elección de representantes a la Cámara de hace a través de
circunscripciones territoriales (departamentos y distrito capital de Bogotá) y especiales
(grupos étnicos, minorías políticas y colombianos resientes en el exterior), tal como lo dis-
ponen el artículo 176 Constitución Política y la Ley 649/01. Cada departamento forma una
circunscripción para la elección de diputados a las Asambleas Departamentales (artículo
299 Constitución Política). Lo propio se dispone para la elección de Concejos en los muni -
cipios (artículo 312id.). En fin, en las comunas y corregimientos municipales eligen juntas
administradoras locales (artículo 318 id.)

b) El sistema de representación, que puede ser mayoritario o minoritario

En el mayoritario se elige como representantes a los candidatos que han obtenido ma-
yor número de votos. Este sistema, único posible en los distritos uninominales, encierra
dos desventajas capitales: 1) que los grupos minoritarios queden sin representación o, al
menos, con una representación inferior a su importancia en la totalidad del país; 2) que,
por consiguiente, no sea expresión de la estructura política nacional.

El sistema mayoritario puede ser puro y simple o a dos vueltas. El primero le da el


triunfo a quien obtenga la simple mayoría; el segundo exige la mayoría absoluta. Este sis-

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Lecciones de Teoría Constitucional

tema es el que rige entre nosotros para la elección presidencial (artículo 190 Constitución
Política)

En el minoritario, cuya finalidad es asegurar una representación para las minorías, se


han ideado muchos sistemas. Los más importantes se basan en el cuociente electoral,
que consiste en dividir el número de votos por la cantidad de puestos a proveer; de ahí
surge el cuociente, que aplicado a los votos de cada lista, dará el número de puestos que
le corresponden. Este sistema da lugar, sin embargo, al problema de cómo adjudicar los
puestos sobrantes cuando hay residuos, para lo cual hay diversas soluciones 39. Se presta,
además, a manipulaciones, jugándoles a los residuos. De ahí, la iniciativa de establecer
promedios que castiguen los resultados de quienes obtengan bajos niveles de votación y
mejoren las posibilidades de quienes logren mayor caudal electoral.

Así lo disponen los artículo 263 y 263A de la Constitución Política, que introdujeron,
además del voto preferente, la cifra repartidora y el umbral.

Mediante la cifra repartidora se aspira a garantizar la equitativa representación de parti-


dos, movimientos políticos y grupos significativos de ciudadanos. Para tal efecto, las curu-
les de las corporaciones publicas sólo se adjudicarán a las listas que superen un mínimo
de votos, que no podrá ser inferior al 2% de los sufragados para Senado o al 50% del
movimiento electoral, en el caso de las demás corporaciones, es decir, las que superen el
umbral.

La cifra repartidora, resulta de dividir sucesivamente por uno, dos, tres o más números
de votos de cada lista, ordenando los resultados en forma decreciente hasta que se obten-
ga un número total de resultados igual al de curules por proveer. De ese modo, cada lista
39 . DUVERGER, MAURICE, op. cit., p. 107.

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El Principio Democrático

obtendrá tantas curules como veces esté contenida la cifra repartidora en el total de sus
votos (artículos 263A Constitución Política).

10. La democracia participativa

En la llamada democracia semidirecta o participativa se modifican las formas clásicas de


la democracia representativa para aproximarla a la democracia directa, por cuanto la ciu-
dadanía entra a tomar decisiones sobre asuntos de gobierno y no se limita a la selección
de sus representantes.

Sin duda, esta forma política se acerca al ideal democrático de otorgar una mayor parti -
cipación a la comunidad, pero no deja de sufrir objeciones de distinta índole, por motivos
técnicos (dificultad de que el electorado decida sobre asuntos complejos) o políticos (la
tendencia a la demagogia y a hacer uso de sus instituciones con fines de prestigio o de
poder que no se ligan necesariamente con las decisiones a tomar, etc.)40.

Se ha discutido, además, acerca de su eficacia, señalándose al respecto que muchas de


las figuras de la democracia participativa suelen convertirse en letra muerta. No obstante
ello, la posibilidad de que sea la comunidad la que decida sobre determinadas líneas de
acción política o la solución de conflictos políticos importantes contribuye a legitimar las
instituciones y facilitar la solución de situaciones difíciles.

La doctrina distingue las siguientes instituciones de la democracia semidirecta: el refe-


rendo, el plebiscito, la iniciativa, el veto, la revocación, la consulta popular y el cabildo
abierto.

a) El referendo. Con el referendo, el electorado adquiere el poder de aprobar o re-


chazar un proyecto de norma jurídica, así como derogar o no una norma ya vigente (Ley

40 . XIFRA HERAS, JORGE, “Curso de Derecho Constitucional”, Bosch, Barcelona, 1957, t.I., p. 389 y ss.,

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Lecciones de Teoría Constitucional

134/94, artículo 3) Las modalidades del referendo son muchas: puede ser constituyente o
legislativo; puede ser facultativo y obligatorio; puede ser popular (si es convocado por el
pueblo), gubernativo, parlamentario o estatal (según el órgano que lo convoque) 41.

La Ley 134 de 1994 distingue el referendo nacional, regional, departamental, distrital,


municipal o local. Además, el derogatorio y el aprobatorio; pero aquél entra en la catego-
ría del veto que veremos más adelante. La convocatoria supone el respaldo del 10% del
censo electoral, o el 5% si es para un referendo constituyente.

b) El plebiscito. Hay muchas discusiones sobre la definición del plebiscito. En térmi-


nos generales, el plebiscito constituye un pronunciamiento del electorado sobre una deci-
sión política; v.gr., una cesión territorial, la consulta de un acto importante, la solución de
un conflicto entre órganos estatales, etc. Sin embargo, la doctrina no se ha puesto de
acuerdo acerca de su distinción con el referendo y es frecuente que se utilicen las dos pa -
labras sin mayor precisión.

La Ley 134 de 1994 lo define como “El pronunciamiento del pueblo convocado por el
presidente de la República, mediante el cual apoya una determinada decisión del ejecuti-
vo”.

c) La iniciativa popular. El electorado, o parte de él, puede elevar peticiones que


obliguen a discutir e incluso adoptar determinadas medidas. Así sucedía en la República
de Weimar, que admitía la iniciativa surgida de la décima parte del electorado; o, como
ocurre en la Italia de hoy, 500.000 electores pueden obligar al parlamento a discutir un
proyecto de articulado, originado en la iniciativa popular. En Colombia, la Ley 134 de
1994 la contempla con amplitud en todos los niveles territoriales. Se requiere el respaldo

41 . XIFRA HERAS, J., op. cit., t.I., p. 395 y s.s.

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El Principio Democrático

de por lo menos el 5% de la ciudadanos inscritos en el censo electoral correspondiente, o


el 30% de los concejales o diputados del país.

d) La revocación. Consiste en el poder de revocar el mandato de un funcionario ele-


gido a instancias del electorado; así el recall en ciertos estados norteamericanos y la revo-
cación que admiten algunos cantones suizos. En nuestro país se la contempla respecto de
gobernadores y alcaldes.

e) El veto. Tiene por objeto derogar una medida tomada por órganos representativos.
En Italia, por ejemplo, 500.000 electores o 5 consejos regionales pueden solicitar un pro-
nunciamiento del electorado sobre una ley (salvo excepciones); la derogatoria se produce
si a favor de ella se pronuncia el electorado con la participación de la mayoría de quienes
tienen derecho a ello. Nuestro Derecho público contempla esta figura como una modali-
dad de referendo, según lo dijimos atrás.

f) La consulta popular. En el derecho colombiano se la define como el procedimiento


mediante el cual se demanda del electorado la respuesta a una pregunta formulada por
las autoridades ejecutivas (Ley 134/94, artículo 8). En el fondo, es una modalidad de ple-
biscito.

g) El cabildo abierto. Es una vieja institución española que permite la reunión públi-
ca de los cuerpos colegiados locales con la gente del común para discutir asuntos colecti-
vos. La Ley 134 de 1994 lo define como “La reunión de los concejos distritales, municipa -
les o de las juntas administradores locales, en la cual los habitantes pueden participar di-
rectamente con el fin de discutir asuntos de interés para la comunidad”.

A las figuras que dejamos así reseñadas, debemos agregar las distintas modalidades de
participación comunitaria en la función administrativa; por ejemplo, en materia de servi-
cios públicos, ordenamiento urbano y gestión ambiental.

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Lecciones de Teoría Constitucional

11. Límites de la democracia

¿Puede extenderse la democracia a todos los sectores de la vida social?

Hasta ahora, los mecanismos democráticos de selección de los titulares del poder políti-
co se han generalizado para los cuerpos colegiados de representación popular en los dis -
tintos niveles territoriales, así como para las altas autoridades políticas.

No es frecuente, en cambio, que las autoridades judiciales, las militares, las contraloras
y las de rango administrativo inferior, especialmente si son de carácter técnico, se elijan
por voto popular. Ello indica que la democracia es viable para trazar las grandes orienta-
ciones del gobierno e incluso, excepcionalmente, para la toma de decisiones específicas,
pero resulta poco indicada para la marcha de los asuntos corrientes de la administración
estatal, que requieren autoridades estables y a menudo técnicas.

También representa un límite político de la democracia el establecimiento de requisitos


de elegibilidad. Mientras el derecho político de elegir se reconoce con bastante amplitud,
gracias a la extensión de la ciudadanía que se ha presentado en los últimos tiempos, el
derecho político de ser elegido se somete a restricciones por edad, residencia, prepara-
ción, experiencia y moralidad, pues se considera que las responsabilidades de gobierno no
son para todo el mundo. Con todo, esas restricciones deben ser razonables y ya no se ad-
mite que se las establezca por consideraciones de clase o casta, sexo, religión posición
económica y otras similares.

La selección de los titulares de cargos públicos obedece a procedimientos muy varia-


dos, aun en las democracias. En el campo ejecutivo, se distingue entre los funcionarios
de libre nombramiento y remoción, que ocupan cargos políticos, y los de carrera, que in-
gresan por concurso. Éste tiende a instaurarse también en el orden judicial, salvedad he-
cha de las altas corporaciones, en las que opera entre nosotros una cooptación limitada a

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El Principio Democrático

las listas que prepara el Consejo Superior de la Judicatura, organismo de carácter mixto
integrado por elecciones de las altas Cortes y del Congreso. La Corte Constitucional se eli-
ge por el Senado, de ternas propuestas por el Gobierno, la Corte Suprema de Justicia y el
Consejo de Estado.

Se ha discutido sobre las ventajas y desventajas de la democracia económica, que ni si-


quiera en los regímenes comunistas se puso en práctica, pues en ellos siempre hubo un rí-
gido control estatal de la economía, y de la democracia social, tendiente ésta a la instaura-
ción de la sociedad igualitaria.

No obstante los progresos logrados en este último campo, hay sectores de la organiza -
ción política, económica y social en que todavía quedan ingredientes aristocráticos, ya no
tanto por el origen social de los titulares de los cargos principales, sino por sus méritos aca-
démicos, científicos, técnicos y otros similares.

12. La democracia moderada

Hay dos temas de reflexión que conviene mencionar en esta oportunidad. El primero
se refiere al ejercicio activo de la ciudadanía; el segundo, a las ventajas que pueden deri-
varse del encauzamiento de los procesos democráticos, a fin de asegurar que ellos sean
reflexivos y conciliar, por otra parte, el espíritu de innovación con el de preservación.

Bruce Ackerman ha propuesto una interesante teoría dualista de la democracia consti-


tucional, que distingue dos fases en el comportamiento ciudadano, una de política normal
y otra de política constitucional. La primera se distingue por actitudes de apatía, ignoran-
cia y egoísmo que llevan a los ciudadanos a replegarse en sus órbitas privadas, dejando el
cuidado de lo público en manos de los políticos y demás sectores influyentes dentro de las
comunidades. La segunda se caracteriza, en cambio, por juicios populares reflexivos acer-

- 213 -
Lecciones de Teoría Constitucional

ca de los derechos de los ciudadanos y los intereses permanentes de la comunidad, en los


que se manifiesta la calidad de “fundadores” de parte de aquéllos. Es esta segunda fase
la promotora de los grandes cambios constitucionales, tanto regulares como informales 42.

Esta tesis ilustra sobre el hecho de que la dinámica de la democracia no sigue una línea
de evolución constante y ascendente, sino que sus modificaciones son muchas veces sal-
tuarias.

Otro hecho que conviene destacar consiste en que la politización de las sociedades se
da de vez en cuando, lo cual representa una ventaja para la estabilidad y el progreso. Un
denodado espíritu ciudadano conduce, por lo general, a reforzar el espíritu de partido, que
ahonda las divisiones y altera la tranquilidad pública. Buena muestra de ello dio Atenas,
que perdió su independencia por esa causa. De ahí que Bolívar aseverara que “Las elec-
ciones frecuentes son el azote de las repúblicas”.

El segundo tema que nos interesa aquí toca con el radicalismo y la moderación. Los
espíritus radicales aspiran a grandes cambios; cuanto más ostentosos y destructivos, me-
jores; quisieran, por consiguiente, que las mayorías tuviesen el menor freno posible para
imponer sus puntos de vista según su talante. Los moderados, en cambio, desconfían del
principio mayoritario; para ellos, la democracia no es el gobierno de las mayorías, sino del
consenso; saben, por la experiencia histórica, que aquéllas son fugaces y tienden a la des-
mesura, mientras que el segundo gana más adhesiones y se inclina a conservarse, por lo
menos mientras se mantengan las circunstancias que lo hayan hecho posible.

Este debate proyecta su importancia en torno de la reforma constitucional. Los radica-


les prefieren facilitarla mediante la flexibilidad. Los moderados, que gustan de una demo -
cracia amortiguada, postulan la rigidez, que obliga a discutir sosegadamente los cambios y
darles tiempo suficiente para que las sociedades los asimilen.
42 . ACKERMAN, BRUCE, “La Política del Diálogo Liberal”, Gedisa, Barcelona, 1999, p. 12 y s.s.

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El Principio Democrático

Un interesante alegato a favor del radicalismo se encuentra en el libro varias veces cita-
do de Daniel Lazare, “Una Democracia Encerrada en Sí Misma: El Sistema Político y Cons -
titucional de los Estados Unidos en los Inicios del Siglo XXI” 43. También milita dentro de
esta corriente, Chantal Mouffe44

13. El porvenir de la democracia45

La difusión de la democracia multipartidista en los últimos años hace pensar, a primera


vista, en un futuro promisorio para esta forma política. Tal como se indicó atrás, la demo-
cracia unipartidista, las dictaduras, los regímenes militares y las monarquías absolutas son
formas excepcionales y en buena medida transitorias o, como las últimas, en vía de extin -
ción.

No obstante, muchos analistas abrigan temores acerca de la evolución que puede sufrir
la democracia en los años venideros, por la apatía de las comunidades, la esclerosis de sus
instituciones y los riesgos de la crisis económica.

Los bajos porcentajes de participación electoral en muchos países son inquietantes e


indicativos, cuando no de falta de adhesión, por lo menos sí de desinterés de amplios sec-
tores comunitarios en la gestión de la cosa pública. De hecho, los grupos marginados
tienden a apartarse de las elecciones, dejándolas en manos de las clases medias que se
interesan sobre todo en su propia seguridad, esto es, en la preservación de las ventajas
que han obtenido en las últimas décadas, según apreciación ya citada que hace Eugenio
Trías en diálogo con Rafael Argullol46 y que corrobora Jorge Verstrynge, refiriéndose a Ju-

43 . LAZARE, DANIEL, “Una Democracia Encerrada en Sí Misma: El Sistema Político y Constitucional de


los Estados Unidos en los Inicios del Siglo XXI”, El Áncora Editores, Santa Fe de Bogotá, 1999.
44 Mouffe, Chantal, “El Retorno de lo Político”, Paidós, Barcelona, 1999.
45 . BOBBIO, NORBERTO, “El Futuro de la Democracia”, FCE, Santa Fe de Bogotá, 1994.
46 . ARGULLOL, RAFAEL y TRÍAS, EUGENIO, “El Cansancio de Occidente”, Ed. Destino, 1992, pp. 48 y 42.

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Lecciones de Teoría Constitucional

les Monnerot, cuando pone de relieve la creciente correlación entre el pago de impuestos
y la emisión del voto, que explica que la clase que integra a los que se ocupan de la políti -
ca se recluta casi exclusivamente entre los pagadores de tributos 47.

De esa manera, las democracias corren el peligro de inclinarse hacia políticas de man-
tenimiento de privilegios que de hecho amparan a ciertos sectores productivos influyentes,
a las clientelas de los partidos políticos y a los sindicatos, especialmente los públicos, en
detrimento de la masa de contribuyentes, consumidores, desempleados y subempleados o
integrantes de los sectores informales.

El funcionamiento del sistema termina así afectando la buena marcha de las econo-
mías. Y cuando los recursos son insuficientes para atender las demandas de empleo, sala-
rios, prestaciones sociales, bienes de consumo a precios asequibles y, en general, bienes-
tar de las comunidades, se generan motivos de insatisfacción en el seno de éstas, que al -
teran la estabilidad del régimen político.

Como observa Jorge Verstrynge, cuando los ciudadanos encuentran que cada vez sirve
de menos votar, por la falta de alternativas reales en las elecciones, se van generando
comportamientos agresivos que en una primera fase conducen hacia la abstención y luego
a la baja de militancia; después, al voto de castigo a favor de la oposición; y más tarde, al
voto “antisistema”, fase en la que cree que están entrando no sólo los electores españo -
les, sino los europeos en general48.

Se agrega a lo anterior, la dificultad para atender las exigencias de los pueblos de los
países en desarrollo, que no siempre son conciliables con un sano manejo económico. De

47 . VERSTRYNGE, JORGE, “Los Nuevos Bárbaros”, Grijalbo, Barcelona, 1997, p. 108.


48 . VERSTRYNGE, JORGE, op. cit., p. 34.

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El Principio Democrático

ahí, los conflictos tan agudos que muchas veces se presentan en dichos países, impidien-
do el funcionamiento normal de las instituciones democráticas.

Para éstas, el gran reto reside en captar oportuna y exactamente las demandas de los
distintos sectores comunitarios; resolverlas mediante fórmulas que atiendan el bien común
y consulten las exigencias de la técnica, aplicándolas con eficacia y eficiencia. Bien se ve,
por consiguiente, que sus tareas son enormemente complejas. Puede advertirse que a lo
largo de todo ese proceso la acción pública va sufriendo distorsiones entre lo que se aspi -
ra a resolver y lo que efectivamente se resuelve. No pocas de esas distorsiones conducen
a que los beneficiarios de dicha acción sean otros, a menudo por la vía de la corrupción o
de los mecanismos del clientelismo político.

En el caso colombiano, las comunidades manifiestan muchas veces una excesiva estre-
chez de miras, que las hace preocuparse de su entorno inmediato a expensas del interés
global; lo que va acompañado de una falta generalizada de respeto por el derecho ajeno,
por la regla legal y por la autoridad encargada de aplicarla, así como de una desmesurada
propensión hacia el empleo de la violencia. El “paro cívico” es para muchos una institución
intocable, que le da vacaciones a la legalidad y marca, por así decirlo, hitos en las historias
locales.

Es importante llamar la atención, sin embargo, acerca de la regulación de la protesta


popular, tema sobre el cual Amartya Sen, galardonado con el Premio Nobel de Economía,
ha hecho importantes planteamientos. Según su punto de vista, esa protesta popular ha
sido útil en países en vía de desarrollo, como India, para proteger a las comunidades
contra los abusos de los gobiernos.

Otras inquietudes versan sobre la ligereza de los dirigentes y la falta de contenido de


las campañas políticas, pues unos y otras se preocupan más por la imagen y los lemas,

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Lecciones de Teoría Constitucional

que por una auténtica dirección de las comunidades y la satisfacción de sus verdaderos in -
tereses. No obstante, éstos siempre terminan manifestándose efectivamente y, si los go-
bernantes no los atienden, las comunidades tarde o temprano decidirán su relevo. El pro -
blema radica en que este proceso no siempre se adelanta sosegadamente y de acuerdo
con las reglas de juego establecidas, sino que puede producirse de modo abrupto e inclu -
so con violencia.

La Constitución de 1991 pretendió remediar estas situaciones, introduciendo figuras de


democracia participativa, voto programático y revocatoria del mandato en las entidades
territoriales; un nuevo régimen de servicios públicos domiciliarios; apertura política hacia
los movimientos distintos de los partidos tradicionales; acciones de tutela y cumplimiento,
etc. Pero sus resultados hasta el momento han sido precarios, pues la crisis de legitimi-
dad del sistema aún persiste y, por consiguiente, los conflictos sociales se han incrementa-
do.

Todo da a entender que, siguiendo una reflexión que hace Lampedusa en “El Gatopar-
do,” oportunamente traída a cuento por Belisario Betancur, la Constitución de 1991 pro -
movió el cambio para que todo siguiera igual.

Desde otro punto de vista, señalemos que el culto por la imagen no es exclusivo de las
democracias. También las dictaduras, las monarquías absolutas, los regímenes uniparti-
distas y, en general, tanto los modelos autoritarios como los totalitarios, destacan en ex-
ceso la imagen de los gobernantes. El culto de la personalidad en los regímenes comunis-
tas, así como la exaltación de los caudillos en el fascismo y el nazismo o las excentricida -
des de los dictadores tropicales, son buena muestra de ello.

Pero la democracia está mejor provista que esos regímenes para defenderse de los ex-
cesos de la publicidad, dado que los dirigentes en ella siempre estarán sujetos al escruti -

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El Principio Democrático

nio público. Algunos se quejan de los excesos de este último, pues consideran que dificul-
ta el surgimiento de líderes de grandes dimensiones como los que se conocieron en el pa -
sado. ¿Facilitarían, en efecto, los medios de comunicación de hoy el ascenso de un
Roosevelt, un De Gaulle o un Churchill?49

En cuanto a su tendencia a nivelar por lo bajo la calidad de los dirigentes, respecto de


la cual también ella puede generar sus propios anticuerpos, hay que observar que ningún
sistema garantiza que los mejores sean quienes gobiernen. La degradación de los regíme-
nes políticos es una ley de la vida social, según lo vieron Platón y Aristóteles; pero cual-
quiera de aquéllos puede suscitar el impulso hacia lo alto de que depende la existencia de
una civilización. Como bien solía recordarlo Borges, citando un texto del Evangelio, “El Es -
píritu sopla donde quiere”, y es ese soplo lo que hace posible que se manifiesten los mejo-
res y que las comunidades los sigan, conjunción que por supuesto no se presenta todos
los días.

¿Hacia dónde soplan hoy los vientos de la democracia?

En general, la literatura política actual se muestra pesimista sobre las perspectivas de la


democracia tal como se ha practicado en la última mitad del siglo XX y lo que va corrido
del siglo XXI. Ese pesimismo se liga con las incertidumbres que oscurecen el panorama
económico. Para decirlo en pocas palabras, se trata de las grandes dificultades que pade-
cen las economías actuales para mantener el nivel de vida de las clases medias que han
sido el soporte del sistema50.

49 . GERGEN, KENNETH J., “El Yo Saturado: Dilemas de Identidad en el Mundo Contemporáneo”, Paidós,
Barcelona, 1997, p. 255 y s.s.
50 . MINC, ALAIN, “La Borrachera Democrática”, Temas de Hoy, Madrid, 1995.

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