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Cap. 6-Teoría Constitucional JVM
Cap. 6-Teoría Constitucional JVM
Capítulo VI
EL PRINCIPIO DEMOCRÁTICO
1. Qué es la democracia
Por supuesto que no se trata de una definición exacta que pueda satisfacer las exigen-
cias académicas, pero de todas maneras apunta hacia lo esencial, que es el gobierno po-
pular, entendido en el sentido de los clásicos, vale decir, como forma política distinta del
aristocrático y el monárquico1.
Como observa Carl J. Friedrich, la democracia puede tomarse como forma política y
como forma de vida. Lo mismo señala Alf Ross2.
Desde el primer punto de vista, se la concibe como un método de selección de los go-
bernantes. En la medida que el autogobierno del pueblo es prácticamente imposible, sal-
vo en comunidades simples, con ella se busca que las sociedades decidan no sólo acerca
de quiénes son los llamados a gobernarlas, sino de la orientación que deban ellos darles,
1 . BOBBIO, NORBERTO, “La Teoría de las Formas de Gobierno en la Historia del Pensamiento Político”,
FCE, México, 1987, cap. III.
2 . FRIEDRICH, CARL J., “La Democracía como Forma Política y Forma de Vida”, Tecnos, Madrid; ROSS,
ALF, “¿Por Qué Democracia?”, Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, 1989, p. 83 y s.s.
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La cuestión de la titularidad del poder político es una de las más importantes dentro de
cualquier régimen y puede resolverse acudiendo bien sea a la fuerza, a la herencia, a la
suerte o a la elección. Esta última puede ser aristocrática, si se la reserva a grupos de
electores relativamente reducidos, o democrática, si el colectivo electoral es amplio y, ade-
más, obra periódicamente, con sujeción a reglas claras y confiables.
Pero esta ampliación del concepto de democracia dificulta su utilidad práctica y genera
discusiones interminables acerca de cuándo en realidad un régimen es democrático o no
lo es.
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Ahora bien, entre los mismos no siempre hay concordancia teórica ni práctica. La no-
ción de democracia como régimen que sirve los intereses del pueblo tal como éste los ma-
nifieste, es decir, según la voluntad de la mayoría, tiende a desembocar en el populismo,
que satisface necesidades aparentes o inmediatas de las clases populares, a menudo en
contra de sus necesidades objetivas. Ello ha dado pie para que los partidos comunistas
planteen que la verdadera democracia sólo se da cuando los gobernantes se aplican a re-
solver las necesidades reales de las colectividades, que no coinciden necesariamente con
lo que ellas consideran en su momento dado que debe ser objeto de la acción guberna-
mental.
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Pero, ¿qué es lo que realmente necesita el pueblo? ¿Cómo establecer, dentro del cúmu-
lo de necesidades que experimentan las masas, las reales y las aparentes? ¿Cuáles son los
criterios que deben adoptarse para establecer jerarquías u órdenes de precedencia en la
satisfacción de las necesidades colectivas?
Los partidos comunistas suelen considerar que son sus dirigentes, que integran la van-
guardia de las clases populares, quienes saben mejor que nadie cuáles son esas necesida-
des objetivas que se van manifestando en el curso de la historia. Con todo, para llegar a
esta conclusión tienen que hacer no pocos malabarismos ideológicos. 3
A primera vista, el más indicado para saber qué es lo que necesita es el propio menes -
teroso. Por consiguiente, la mejor manera de identificar las necesidades colectivas consis-
te en permitirles a los que las experimentan la manifestación de las mismas, que es a lo
que propenden las instituciones de la democracia concebida como forma política, tales
como los partidos y el sufragio, entre otras.
Por consiguiente, sin la democracia electoral no puede haber, simple y llanamente ha-
blando, verdadera democracia. Pero ésta entraña una aspiración ideal que sólo puede lo-
grarse en la medida que los gobernantes actúen en procura del beneficio de las comunida-
des, y éstas a su vez participen activamente en la solución de los problemas públicos.
2. Panorama histórico
Los apologistas de la vida salvaje suelen insistir en que las hordas primitivas eran de-
mocracias perfectas en las que se daba total coincidencia entre el sujeto activo y el sujeto
pasivo del poder social, tesis que es harto discutible, por cuanto sobre los tiempos prehis-
3 Marleau-Ponty, Maurice, “Humanismo y Terror”, Editorial La Pléyade, Bs. Aires, 1968, p.129 y s.s ;
“Las Aventuras de la Dialéctica”, id., 1974, p. 60 y ss.
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En realidad, las democracias antiguas no solían pasar de ser unas aristocracias de base
relativamente amplia, pues rara vez las clases inferiores, a menudo sometidas a la esclavi-
tud, tuvieron verdadero acceso a la libertad política. No obstante ello, la democracia ate-
niense y la de la república romana jugaron un gran papel como paradigmas inspiradores
del pensamiento occidental, según puede verse, por ejemplo, en las constantes referen-
cias que a ellas hace Rousseau.
4 . PARKINSON, C.N., “L´Evolution de la Pensée Politique”, Gallimard, Paris, 1965, t. II., cap. XIII;
REQUEJO COLL, FERRAN, “Las Democracias: Democracia Antigua, Democracia Liberal y Estado de Bienestar”,
Ariel, Barcelona, 1990, primera parte.
5 Tenenti, Alberto, “La Formación del Mundo Moderno”, Editorial Crítica, Barcelona, 1989, p. 28 y ss.;
p. 141.
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des a favor de las comunidades locales, según enseña Luciano Parejo Alfonso 6. De ahí lo
que éste señala como una progresiva consolidación de la actuación conjunta de los habi-
tantes en la resolución de los asuntos de interés común, mediante su reunión en asamblea
vecinal o concejo.
Estas instituciones de democracia local alcanzaron su apogeo en los siglos XII y XIII,
para luego entrar en decadencia; pero a pesar de que en la época del descubrimiento de
América prácticamente habían caducado en Castilla, dice Ots Capdequí que “cobraron
savia joven en un mundo de características sociales y económicas tan distintas, y jugaron
un papel importantísimo en la vida pública de las nuevos territorios descubiertos” 7. Aun-
que a decir verdad no duró mucho este periodo de florecimiento del municipio colonial his-
panoamericano8, de ese trasplante resultó el cabildo abierto, al que concurrían todos los
vecinos del lugar y tuvo efectividad considerable en los momentos iniciales de la coloniza -
ción y en los años precursores de la Independencia 9. Esta figura resucitó entre nosotros
con la Constitución Política de 1991 (artículo 103).
Sobre el particular, observa Tenenti que la fundación de Veracruz, por ejemplo, la hicie-
ron los seguidores de Cortés por su propia iniciativa, contrariando la voluntad de su supe-
rior, el Adelantado de Cuba y constituyéndose motu propio en comunidad autónoma, eli-
giéndolo como su dirigente, en ejercicio de lo que consideraban como sus derechos comu-
nales.10
6 . PAREJO ALFONSO, LUCIANO, “Derecho Básico de la Administración Local”, Ariel, Barcelona, 1988,
p. 19 y s.s.
7 . OTS CAPDEQUÍ, J.M., “ El Estado Español en las Indias”, FCE, Méjico, 1957, p. 68.
8 . OTS CAPDEQUÍ, op. cit, p. 69.
9 . OTS CAPDEQUÍ, op. cit, p. 69.
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Ahí se hizo patente por primera vez la democracia como forma política y como forma
de vida en una colectividad de gran envergadura.
Los revolucionarios franceses de 1789 hicieron suyas las aspiraciones democráticas, in-
cluso de modo excesivo, como en el caso de los jacobinos; pero la democracia misma tar-
dó casi un siglo más para consolidarse en el país galo. Sólo con la Ley Fundamental de
1875 vino a establecerse un régimen democrático duradero en Francia, que ha resistido
hasta el presente, salvedad hecha del régimen del mariscal Pétain entre 1940 y 1944.
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Casi todos los Estados en el mundo de hoy se consideran democráticos. Pero esa clasi -
ficación puede discutirse en muchos casos, como cuando se habla de las democracias ili-
berales, que se fundan en mecanismos electivos pero instauran gobiernos autoritarios
poco respetuosos del imperio de la ley y los derechos fundamentales. De hecho, aproxi-
madamente la tercera parte de los Estados se ajustan a los cánones democráticos; otra
tercera parte ubica en una franja de claroscuro; y la tercera parte final difícilmente podría
encasillarse dentro de esta categoría política, pues la integran regímenes totalitarios, dic-
tatoriales y monárquicos.
11Dalberg-Acton. J.E. (Lord Acton), “Ensayos sobre la Libertad y el Poder”, Instituto de Estudios Políti-
cos, Madrid, 1959, p.100
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La idea básica que se formula en sustento del sistema democrático consiste en que las
decisiones gubernamentales deben consultar las necesidades de la población y las deman-
das de actuación que formulen los distintos sectores de la opinión, partiendo de la base de
que toda colectividad necesita que se la gobierne, vale decir, requiere orientación, direc-
ción, coordinación, estímulo y, en últimas, autoridad.
Desde este punto de vista, la democracia surge de la esencia misma del Estado, el cual
está puesto al servicio del hombre y, obviamente, ese servicio será más efectivo si los in-
teresados participan en su orientación a través de la selección de los gobernantes y la
toma de decisiones que los beneficien.
Desde luego, siempre habrá el peligro de que la selección sea equivocada y conduzca
entonces a un mal gobierno. Esta es una imperfección en que suelen apoyarse los enemi-
gos de la democracia, quienes sostienen que el pueblo es incapaz de elegir a los mejores
gobernantes, porque su ignorancia, su veleidad o sus pasiones suelen conducirlo a eleccio-
nes desafortunadas. Empero, ¿cuál otro sistema puede garantizar la perfección de los go-
bernantes? Por eso, Churchill decía que “La democracia es el peor de los gobiernos, ex-
ceptuados los demás”.
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No lo es ciertamente la intuición del gobernante, por fina que sea o por compenetrado
con el pueblo que él se encuentre, ni la exaltación popular en despliegues multitudinarios
o reuniones de agitación política en donde se obra al impulso de la emoción y no es posi-
ble presentar opiniones divergentes o matizadas.
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conducta superior que aquélla postula y, en últimas, tal como lo pensaban los clásicos, en
su conformidad con el orden cósmico.
Hay qué insistir en que la comunidad no surge a partir de individuos aislados que deci-
den, por ciertos motivos y para determinados propósitos, sacrificar en todo o en parte sus
libertades naturales y darle cuerpo a aquélla, sino que el hombre, como animal político
que es, inexorablemente está integrado desde el nacimiento hasta la muerte en todos so-
ciales de los que depende su existencia. La sociedad no es producto de la razón ni de la
voluntad, sino un dato radical de la vida humana.
Para explicar cómo la mayoría obliga a aceptar sus decisiones a la minoría hay que en-
trar en el reino de las ficciones, suponiendo ya una aceptación tácita del voto mayoritario
por parte de cada miembro de la comunidad; ora, como enseñaba Rousseau, que cuando
a uno lo derrotan es porque se había equivocado acerca de su verdadera y mejor volun-
tad13.
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Lecciones de Teoría Constitucional
Rousseau se inclinaba por la primera opción, según el siguiente texto: “Hay, con fre-
cuencia, bastante diferencia entre la voluntad de todos y la voluntad general. Ésta no tie-
ne en cuenta sino el interés común. La otra se refiere al interés privado y no es sino una
suma de voluntades particulares. Pero quitad de estas mismas voluntades el más y el me-
nos que se destruyen mutuamente, y queda como suma de las diferencias la voluntad ge-
neral”14. Antes, había escrito que el pacto social “produce inmediatamente, en vez de la
persona particular de cada contratante, un cuerpo moral y colectivo”15.
A pesar de las dificultades racionales de esta argumentación, hay que destacar que
desde el punto de vista sociológico tiene aspectos válidos, puesto que en último término
un gobierno poco puede hacer si no cuenta con el querer mayoritario de sus súbditos.
Pero, como diremos después, la sola mayoría no hace la fuerza de los gobiernos, pues és-
tos viven del consenso.
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4. Democracia y sociedad
Como sucede con toda fórmula política, la democracia sólo puede consolidarse y desa-
rrollarse si cuenta con un adecuado marco social. Esta consideración ha dado lugar para
16 . ACKERMAN, BRUCE, “El Futuro de la Revolución Liberal”, Ariel, Barcelona, 1992, p. 16-26 y s.s.
17 . DEMANDT, ALEXANDEIR, “Los Grandes Procesos”, Crítica, Barcelona, 1993, p. 25.
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que se discuta sobre las condiciones que deben reunirse en una comunidad que aspire a
ser democrática, a saber:
a) Cultura democrática
Esos valores y actitudes favorables a los procesos que entraña el régimen democrático
son indispensables para que éste pueda funcionar normalmente.
b) Consenso de valores
De ahí que si hay excesivas diferencias de opinión e intereses entre las mayorías y las
minorías, éstas probablemente tenderán a rechazar los dictados de aquéllas.
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Sin ese acuerdo sobre lo fundamental, como decía Álvaro Gómez Hurtado, el imperio
de las mayorías estará siempre en tela de juicio.
Recuerda Raymond Aron que en toda sociedad se presenta el fenómeno de elites diri-
gentes y masas dirigidas, pues en ninguna parte el pueblo se gobierna a sí mismo. Sin
embargo, puede haber elites cerradas y abiertas. Estas últimas son las que hacen posible
el régimen democrático18.
La elite es abierta cuando cualquier persona, en principio, puede acceder a ella, porque
no median requisitos de cuna, raza, casta y otros similares para ocupar las altas posicio-
nes jerárquicas en la comunidad. Los ejércitos modernos, por ejemplo, se comandan por
elites relativamente abiertas. Lo mismo sucede en la Iglesia, en los partidos políticos y,
con menos intensidad, en las empresas.
18 . ARON, RAYMOND, “Democracia y Totalitarismo”, Seix Barral, Barcelona, 1968, p. 111 y s.s.
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El sistema electoral democrático será entonces de mera fachada cuando las elites, por
derecho o de hecho, dificultan su renovación debido a su estructura cerrada.
d) La sociedad igualitaria
De lo anterior se sigue que una democracia no funciona cuando la sociedad esté riguro-
samente jerarquizada o estratificada, ni cuando las distancias entre las clases superiores y
las inferiores sean excesivas.
Los marxistas llevan esta consideración al extremo, afirmando que la democracia sólo
es posible en una sociedad sin clases; pero la experiencia histórica demostró que en los
regímenes comunistas se introdujeron nuevas desigualdades, habiéndose creado elites po-
líticas, militares y científicas relativamente cerradas que desnaturalizaron las aspiraciones
igualitarias de la ideología marxista-leninista. A esas elites se las conoció en la URSS con
el nombre de Nomenklatura. Ellas integraron la nueva clase que denunció Milovan Djilas
en un libro famoso que lleva precisamente ese título.
El concepto occidental admite la inevitabilidad del fenómeno de las clases sociales, pero
considera que el crecimiento de las clases medias genera condiciones adecuadas para el
régimen democrático moderado que se ha impuesto en Estados Unidos, Europa occidental
y Japón. Este régimen sería entonces precisamente la expresión política de las sociedades
en que predominan dichas clases.
e) La masificación
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El fenómeno de las masas es, pues, reciente. Ahora bien, cuando ellas adquieren con-
ciencia de sí mismas, de sus necesidades y de su poder, desde luego que se hacen pre -
sentes en la vida pública, convirtiéndose en sujetos activos de la misma.
La historia política y social de los dos últimos siglos se caracteriza en muy buena medi-
da por la presencia de las masas en el escenario público, apoyando o demandando accio-
nes estatales en su beneficio y con diferentes orientaciones, pues a ellas se debe tanto el
énfasis en lo social que terminó adoptando el Estado liberal, como el auge de los sistemas
totalitarios.
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f) Opinión pública20
Miradas las cosas desde una perspectiva realista, la democracia moderna bien podría
definirse como el régimen que se integra y actúa siguiendo las oscilaciones de la opinión
pública, que, parafraseando a Montaigne, cabe catalogar como “una cosa vaga, vana y on-
dulante”. Ignoramos, en efecto, cómo surgen y se desarrollan los estados de opinión,
pero no podemos negar su influencia en la vida política en los tiempos actuales. Sus con-
tornos y modos de acción son difusos, pero no por ello menos eficaces.
Ahora bien, difícilmente podría identificarse esa opinión pública con la voluntad general
que, según el pensamiento ya citado de Rousseau, sería resultante de la confluencia de
las voluntades individuales de sujetos libres y soberanos que, después de deliberar sobre
lo más conveniente para todos, concurrirían a decidir con fuerza vinculante a través de un
proceso racional. La opinión pública muestra muchas facetas emocionales e irreflexivas,
motivo por el cual la política moderna prescinde a menudo del discurso lógico y utiliza
otras técnicas de manipulación de las conciencias, tales como las imágenes, los lemas y,
en últimas, las metáforas21.
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5. Formas de democracia.
Los marxistas y, en general, los socialistas, suelen diferenciar las democracias formales
y las reales. Aquéllas serían de fachada, pues como, según ellos, no sirven eficazmente
los intereses del pueblo y limitan su participación a unos procesos electorales más o me-
nos sesgados, en el fondo serían verdaderos regímenes oligárquicos. Las democracias
reales serían las que verdaderamente incorporasen el pueblo al ejercicio del poder, tanto
en la selección de sus gobernantes como en la toma de decisiones políticas. Pero en la
medida que el pueblo es una entelequia; que no existe una verdadera unidad popular,
sino pluralidad de intereses dentro de la colectividad; y que nunca serán posibles la igual-
dad y la participación plena y razonable de todos en la vida política, esta categoría de las
democracias reales estará condenada a la irrealidad.
Las democracias populares son, en rigor, variantes de la democracia totalitaria, que lle-
va al extremo el concepto rousseauniano de una voluntad general que goza de autoridad
para imponerse soberanamente, sin límites ni matices, pues es una e infalible.
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En el fondo, el nazismo era una modalidad de este tipo de democracia, pues todos sus
excesos pretendieron justificarse en los derechos sagrados del pueblo alemán. El fascis-
mo por su parte, se fundaba en la identificación del Estado con la nación italiana.
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El sistema del Frente Nacional, que rigió entre nosotros desde 1957 hasta 1974, intro -
dujo una democracia de consenso que exigía el acuerdo de los partidos históricos para
que la tarea gubernamental fuera viable. De ese modo, logró superarse el esquema de
“odios heredados” que, según Miguel Antonio Caro, estaba en la raíz de nuestras confron -
taciones partidistas.
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tema soviético y la crisis del Estado de bienestar muestran lo difícil que resulta mantener
tasas adecuadas de crecimiento económico al mismo tiempo que sistemas generosos de
distribución de la propiedad y el producto social.
En un libro tan importante que ganó el Premio Nacional de Ensayo en los Estados Uni -
dos en 1991, Orlando Patterson ha señalado que la idea de libertad debe estructurarse en
torno de tres conceptos que concurren a configurarla como categoría social, a saber: la li-
bertad personal, la libertad cívica y la libertad soberana. La primera se refiere a la auto-
nomía individual, vale decir, la ausencia de coerción externa para el obrar; la segunda toca
con la participación en la vida pública, esto es, la ciudadanía; y la tercera es el poder de
dominar a otros, que termina predicándose bien de los titulares de órganos públicos, ya
del Estado mismo24.
A la luz de este concepto, la ciudadanía, que es el estatuto que comprende los dere-
chos y deberes políticos, es uno de los aspectos de la libertad, que puede o no ser coinci -
dente con los otros. De ahí, la posibilidad de que un sistema relativamente generoso de
libertades personales coexista con libertades políticas restringidas, como muchas veces ha
sucedido a lo largo de la historia; o que la propaganda castrista proclame lo de “Cuba, te-
rritorio libre de América”, en el sentido de la independencia respecto de potencias extran-
jeras, y al mismo tiempo el gobierno de ese país restrinja severamente las libertades polí-
ticas y personales.
Pues bien, ya desde la Atenas clásica se ha considerado que la democracia supone que
la ciudadanía se extienda a amplios sectores de la colectividad, aunque sus fundadores
griegos la negaban a las mujeres y a los esclavos, esto es, a la mayoría de la población,
24 . PATTERSON, ORLANDO, “La Libertad: La Libertad en la Construcción de la Cultura Occidental”, Ed.
Andrés Bello, Santiago, 1993, p. 25 y ss.
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así como a los extranjeros. Esta última restricción se mantiene todavía en muchos países,
lo mismo que las obvias por consideraciones de edad, uso de razón, moralidad o ejercicio
de la milicia.
Íntimamente ligados a los derechos políticos, están los derechos a la libertad de con-
ciencia y la libertad de expresión, cuyos orígenes históricos se vinculan en parte con el
tema religioso, pero también con el político.
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Lecciones de Teoría Constitucional
En los tiempos que corren, el tema de la libertad política se vincula especialmente con
la posibilidad económica de adelantar campañas electorales, el acceso a los medios masi-
vos de comunicación social, las restricciones a los grandes aportantes a las finanzas de
partidos y movimientos, así como, en general, la posibilidad real de que los ciudadanos
dispongan de información suficiente para deliberar sobre la cosa pública y tomar las deci-
siones que les corresponden.
7. El principio representativo
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Nuestra Constitución Política, acorde con la consagración que hace de la soberanía del
pueblo (artículo 3), señala que los miembros de los cuerpos colegiados de elección directa
representan al mismo y deberán actuar consultando la justicia y el bien común (artículo
133), lo que la aproxima a la doctrina del mandato representativo.
Pero esta última disposición establece que “El elegido es responsable políticamente
ante la sociedad y frente a sus electores del cumplimiento de las obligaciones de su inves -
tidura”. De ese modo, se acerca al mandato imperativo.
Este rige francamente para los casos de gobernadores y alcaldes, que se obligan por
los programas que presentan al inscribirse como candidatos, en virtud del voto programá-
tico (artículo 259 Constitución Política; Ley 131/94)
Dentro de la misma tónica se inscribe la revocatoria del mandato de los mismos (artícu-
los 40, 103 y 259 Constitución Política; Ley 134/94).
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Para decirlo en términos de Pareto 26, estas doctrinas son derivaciones urdidas en torno
de residuos, o sea, problemas reales que se presentan en las sociedades y que se trata de
explicar mediante aquéllas, buscando producir ciertos efectos políticos. Los residuos en
este caso tienen que ver con unos hechos simples, como que ninguna sociedad compleja
se gobierna a sí misma; que todas necesitan que se las gobierne; que lo preferible es que
el gobierno cuente con respaldo colectivo; que, además, tenga cierta estabilidad y goce de
un conveniente margen de maniobra. Las derivaciones buscan reforzar bien sea el poder
del electorado, ya el de los elegidos, para todo lo cual se echa mano de fórmulas jurídicas
pensadas para las relaciones civiles y poco viables para las políticas.
Conviene agregar que el tema de la representación sigue siendo uno de los más delica-
dos en la práctica constitucional. Muchas reformas que se han introducido últimamente
en los sistemas electorales, la organización de partidos y movimientos políticos, la finan-
ciación de campañas, el acceso a los medios de comunicación social, la redistribución de
circunscripciones, etc., tienen precisamente el cometido, no siempre exitoso, de hacer más
transparente y matizada esa representación.
26 . BURNHAM, JAMES, “Los Maquiavelistas”, Emecé, Buenos Aires, 1953, parte VI.
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De ahí que sea prudente renunciar al trato dogmático de estas cuestiones, reconocien-
do que no existe un querer popular, sino muchas aspiraciones que deben decantarse me-
diante reglas de juego que favorezcan el diálogo democrático, y que por encima de éste,
como presupuesto suyo, debe admitirse la necesidad de que haya autoridad.
Enseñar que los elegidos representan a la comunidad entera no deja de ser pues una
ficción ideológica. Es más sensato reconocer que cada uno representa a ciertos sectores y
entre todos, si hay mecanismos que favorezcan la apertura, contribuyen a lograr el con-
senso que se requiere para que el régimen funcione ordenadamente.
Dice Duverger que los partidos políticos son grupos organizados que actúan en el mar -
co de la sociedad global y tienen por objetivo directo la conquista del poder o la participa-
ción en su ejercicio28.
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La organización distingue a los partidos de otros grupos, como las coaliciones, que ca-
recen de órganos propios, aunque también actúan en la esfera política. El objetivo propio
de los partidos los diferencia de los grupos de presión, que pretenden influir sobre el po-
der político, pero sin suplantarlo o dominarlo.
El origen de los partidos modernos se remonta al siglo XVII, época en que los parla-
mentarios ingleses se dividieron entre el grupo Tory, que sostenía a la realeza , y el Whig,
que favorecía los poderes del parlamento. Pero “el término partido se empleó por primera
vez en 1529 en la dieta de Spira, para referirse al grupo de los príncipes que se pasaban
del catolicismo al luteranismo y de las ciudades que abrazaban la doctrina protestante de
Zwinglio”, según dice Pintacuda29
Los partidos políticos cumplen funciones fundamentales dentro del sistema político, ta-
les como seleccionar programas de gobierno, preparar personal para el ejercicio del poder
y movilizar a las masas.
29 Pintacuda, Ennio, “Breve Curso de Política”, Editorial Sal Térrae, Santander, 1944. p. 142.
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La importancia de estas funciones hace que la institución del partido político no sólo se
conserve, sino se refuerce aun en los sistemas totalitarios, los cuales pretenden encuadrar
a toda la población dentro de partidos únicos. Era el caso de la URSS y las democracias
populares, con el partido comunista, y fue lo que sucedió en Alemania y en Italia, con los
partidos nazi y fascista respectivamente.
Hay que destacar la tercera de dichas funciones, pues la acción política tiende natural-
mente hacia la organización, con miras a lograr los apoyos que requiere para llevar a cabo
sus cometidos y superar los obstáculos que se le enfrentan. La democracia no puede fun-
cionar sin el respaldo popular y éste necesita consolidarse, sobre todo mediante la acción
de los partidos.
La organización interna de los partidos es muy variada, y va desde los comités parla-
mentarios hasta los grandes partidos de masas, como los socialistas y los comunistas.
Robert Pelloux ofrece una interesante clasificación que distingue los partidos- clientelas,
que se agrupan en torno de sujetos o familias de quienes se espera a la vez una protec-
ción personal y la satisfacción de intereses generales o particulares; los partidos de ideas,
que se organizan en torno de ideas para lo que se procura ganar adhesiones, profundizar
la educación política y llevarlas a la practica desde el gobierno; y los partidos de clase,
que obedecen, como su nombre indica, a intereses clasistas. 30
30 Pelloux, Robert, “La Citoyen devant l´Etat”, PUF, París, 1966, p. 105 y s.s.
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za; pero hace menos nítida la representación y puede generar confrontaciones radicales,
como sucedió entre nosotros desde 1930 hasta 1957 y a lo largo del siglo XIX a partir de
la Independencia.
Llama la atención que las Constituciones tradicionales poco se hubieran ocupado del fe-
nómeno de los partidos, los cuáles alteran el funcionamiento de las instituciones, como
cabe apreciarlo en los sistemas presidencialistas y en los parlamentarios, así como en los
distintos sistemas electorales, tal como lo han demostrado los estudios de Duverger 31. Sin
embargo, en la actualidad se nota la tendencia a expedir reglamentaciones legales de los
partidos, sea para que en su organización y funcionamiento internos se adapten a las exi-
gencias democráticas, ya para regular la financiación de sus operaciones, especialmente
de las campañas electorales, tema éste sobre el que cada vez hay más discusiones, pues
toca con la corrupción, la manipulación de la opinión pública, los compromisos de los ele-
gidos con ciertos sectores sociales y, en últimas, la libertad efectiva para elegir y ser elegi -
do32.
Nuestra Constitución Política se hace eco de las más recientes tendencias, con disposi-
ciones especiales sobre partidos y movimientos políticos que parten de la base del dere -
cho fundamental de fundarlos, organizarlos y desarrollarlos, así como de afiliarse a ellos o
retirarse (artículos 40-3 y 107 Constitución Política), si bien los somete a régimen especial
previsto en ley estatutaria (Ley 130/94) Los partidos legalmente reconocidos como perso-
nas jurídicas tienen derecho a la financiación estatal de sus campañas (artículo 109 id.) y
a utilizar los medios de comunicación social del Estado (artículo 111 id.)
31 . DUVERGER, MAURICE, “Los Partidos Políticos”, FCE, México, varias ediciones; “Introducción a la
Política”, Ariel, Barcelona, 1997.
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9. El sistema electoral
Las instituciones democráticas convergen hacia el sistema electoral, a través del cual,
en último término, se manifiestan las preferencias de los distintos sectores de la opinión.
Es evidente que todo sistema electoral es imperfecto y puede ser mejorado indefinida -
mente. Así mismo, siempre habrá posibilidades de distorsionarlo. Pero no existe otro que
dé mejores garantías de acierto en la captación de los matices que componen la voluntad
popular, tal como lo dijimos atrás.
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Hay una gran variedad de sistemas electorales, así como diferencias en la importancia
que se concede a la elección en cada régimen político. En las democracias occidentales,
según lo expuesto, la elección es una de las instituciones fundamentales.
I. El sufragio
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a) Universal, es decir, que el cuerpo electoral está compuesto de todos los ciudadanos,
sin discriminación de grupos sociales específicos, que cumplen con determinadas condicio-
nes (edad, residencia, etc.); este sistema se opone al de sufragio restringido, es decir, a
aquel en que el derecho electoral se limita a unos grupos sociales, sea que éstos estén no-
minalmente enumerados, sea que tal exclusividad derive de las condiciones exigidas. Típi-
co en este aspecto era el sufragio censitario, es decir, basado en la fortuna, bien tomando
como referencia cierta cuantía tributaria, ya otro signo cualquiera de propiedad.
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Lecciones de Teoría Constitucional
c) Igual, es decir, “un elector, un voto”, que se opone a los diversos tipos de sufragio
reforzado, o sea, a aquellos sistemas en que ciertas categorías de electores tienen más de
un voto.
f) Periódico, a fin de que puedan registrarse oportunamente los cambios que se produ-
cen en la opinión. La duración de los periodos es variable, pero puede decirse que nor-
malmente oscila entre los 4 a los 7 años, a fin de darle al gobierno suficiente estabilidad.
35 . DUVERGER, MAURICE, “Instituciones Políticas y Derecho Constitucional”, ed. cit, .p. 425
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efectos en las decisiones; por ejemplo, obligando a repetir una elección en que aquél haya
sido mayoritario, o dándole importancia para el cómputo del cuociente.
“Deberá repetirse por una sola vez la votación para elegir miembro de una corporación
pública, gobernador, alcalde o la primera vuelta en las elecciones presidenciales, cuando
los votos en blanco constituyan mayoría absoluta en relación con los votos válidos. Tratán -
dose de elecciones unipersonales no podrán presentarse los mismos candidatos, mientras
que en las de corporaciones públicas no se podrán presentar a las nuevas elecciones las
listas que no hayan alcanzado el umbral”.
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Lecciones de Teoría Constitucional
Indica García Pelayo37 que la organización del sufragio comprende dos problemas:
a) La agrupación de electores en colegios, que se puede verificar con arreglo a los dos
sistemas siguientes:
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El Principio Democrático
En nuestro régimen, hay una sola circunscripción nacional para las elecciones de sena-
dores (artículo 171 Constitución Política), amén de una circunscripción especial por comu-
nidades indígenas (id.); la elección de representantes a la Cámara de hace a través de
circunscripciones territoriales (departamentos y distrito capital de Bogotá) y especiales
(grupos étnicos, minorías políticas y colombianos resientes en el exterior), tal como lo dis-
ponen el artículo 176 Constitución Política y la Ley 649/01. Cada departamento forma una
circunscripción para la elección de diputados a las Asambleas Departamentales (artículo
299 Constitución Política). Lo propio se dispone para la elección de Concejos en los muni -
cipios (artículo 312id.). En fin, en las comunas y corregimientos municipales eligen juntas
administradoras locales (artículo 318 id.)
En el mayoritario se elige como representantes a los candidatos que han obtenido ma-
yor número de votos. Este sistema, único posible en los distritos uninominales, encierra
dos desventajas capitales: 1) que los grupos minoritarios queden sin representación o, al
menos, con una representación inferior a su importancia en la totalidad del país; 2) que,
por consiguiente, no sea expresión de la estructura política nacional.
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Lecciones de Teoría Constitucional
tema es el que rige entre nosotros para la elección presidencial (artículo 190 Constitución
Política)
Así lo disponen los artículo 263 y 263A de la Constitución Política, que introdujeron,
además del voto preferente, la cifra repartidora y el umbral.
La cifra repartidora, resulta de dividir sucesivamente por uno, dos, tres o más números
de votos de cada lista, ordenando los resultados en forma decreciente hasta que se obten-
ga un número total de resultados igual al de curules por proveer. De ese modo, cada lista
39 . DUVERGER, MAURICE, op. cit., p. 107.
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El Principio Democrático
obtendrá tantas curules como veces esté contenida la cifra repartidora en el total de sus
votos (artículos 263A Constitución Política).
Sin duda, esta forma política se acerca al ideal democrático de otorgar una mayor parti -
cipación a la comunidad, pero no deja de sufrir objeciones de distinta índole, por motivos
técnicos (dificultad de que el electorado decida sobre asuntos complejos) o políticos (la
tendencia a la demagogia y a hacer uso de sus instituciones con fines de prestigio o de
poder que no se ligan necesariamente con las decisiones a tomar, etc.)40.
40 . XIFRA HERAS, JORGE, “Curso de Derecho Constitucional”, Bosch, Barcelona, 1957, t.I., p. 389 y ss.,
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Lecciones de Teoría Constitucional
134/94, artículo 3) Las modalidades del referendo son muchas: puede ser constituyente o
legislativo; puede ser facultativo y obligatorio; puede ser popular (si es convocado por el
pueblo), gubernativo, parlamentario o estatal (según el órgano que lo convoque) 41.
La Ley 134 de 1994 lo define como “El pronunciamiento del pueblo convocado por el
presidente de la República, mediante el cual apoya una determinada decisión del ejecuti-
vo”.
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El Principio Democrático
e) El veto. Tiene por objeto derogar una medida tomada por órganos representativos.
En Italia, por ejemplo, 500.000 electores o 5 consejos regionales pueden solicitar un pro-
nunciamiento del electorado sobre una ley (salvo excepciones); la derogatoria se produce
si a favor de ella se pronuncia el electorado con la participación de la mayoría de quienes
tienen derecho a ello. Nuestro Derecho público contempla esta figura como una modali-
dad de referendo, según lo dijimos atrás.
g) El cabildo abierto. Es una vieja institución española que permite la reunión públi-
ca de los cuerpos colegiados locales con la gente del común para discutir asuntos colecti-
vos. La Ley 134 de 1994 lo define como “La reunión de los concejos distritales, municipa -
les o de las juntas administradores locales, en la cual los habitantes pueden participar di-
rectamente con el fin de discutir asuntos de interés para la comunidad”.
A las figuras que dejamos así reseñadas, debemos agregar las distintas modalidades de
participación comunitaria en la función administrativa; por ejemplo, en materia de servi-
cios públicos, ordenamiento urbano y gestión ambiental.
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Lecciones de Teoría Constitucional
Hasta ahora, los mecanismos democráticos de selección de los titulares del poder políti-
co se han generalizado para los cuerpos colegiados de representación popular en los dis -
tintos niveles territoriales, así como para las altas autoridades políticas.
No es frecuente, en cambio, que las autoridades judiciales, las militares, las contraloras
y las de rango administrativo inferior, especialmente si son de carácter técnico, se elijan
por voto popular. Ello indica que la democracia es viable para trazar las grandes orienta-
ciones del gobierno e incluso, excepcionalmente, para la toma de decisiones específicas,
pero resulta poco indicada para la marcha de los asuntos corrientes de la administración
estatal, que requieren autoridades estables y a menudo técnicas.
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las listas que prepara el Consejo Superior de la Judicatura, organismo de carácter mixto
integrado por elecciones de las altas Cortes y del Congreso. La Corte Constitucional se eli-
ge por el Senado, de ternas propuestas por el Gobierno, la Corte Suprema de Justicia y el
Consejo de Estado.
No obstante los progresos logrados en este último campo, hay sectores de la organiza -
ción política, económica y social en que todavía quedan ingredientes aristocráticos, ya no
tanto por el origen social de los titulares de los cargos principales, sino por sus méritos aca-
démicos, científicos, técnicos y otros similares.
Hay dos temas de reflexión que conviene mencionar en esta oportunidad. El primero
se refiere al ejercicio activo de la ciudadanía; el segundo, a las ventajas que pueden deri-
varse del encauzamiento de los procesos democráticos, a fin de asegurar que ellos sean
reflexivos y conciliar, por otra parte, el espíritu de innovación con el de preservación.
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Lecciones de Teoría Constitucional
Esta tesis ilustra sobre el hecho de que la dinámica de la democracia no sigue una línea
de evolución constante y ascendente, sino que sus modificaciones son muchas veces sal-
tuarias.
Otro hecho que conviene destacar consiste en que la politización de las sociedades se
da de vez en cuando, lo cual representa una ventaja para la estabilidad y el progreso. Un
denodado espíritu ciudadano conduce, por lo general, a reforzar el espíritu de partido, que
ahonda las divisiones y altera la tranquilidad pública. Buena muestra de ello dio Atenas,
que perdió su independencia por esa causa. De ahí que Bolívar aseverara que “Las elec-
ciones frecuentes son el azote de las repúblicas”.
El segundo tema que nos interesa aquí toca con el radicalismo y la moderación. Los
espíritus radicales aspiran a grandes cambios; cuanto más ostentosos y destructivos, me-
jores; quisieran, por consiguiente, que las mayorías tuviesen el menor freno posible para
imponer sus puntos de vista según su talante. Los moderados, en cambio, desconfían del
principio mayoritario; para ellos, la democracia no es el gobierno de las mayorías, sino del
consenso; saben, por la experiencia histórica, que aquéllas son fugaces y tienden a la des-
mesura, mientras que el segundo gana más adhesiones y se inclina a conservarse, por lo
menos mientras se mantengan las circunstancias que lo hayan hecho posible.
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Un interesante alegato a favor del radicalismo se encuentra en el libro varias veces cita-
do de Daniel Lazare, “Una Democracia Encerrada en Sí Misma: El Sistema Político y Cons -
titucional de los Estados Unidos en los Inicios del Siglo XXI” 43. También milita dentro de
esta corriente, Chantal Mouffe44
No obstante, muchos analistas abrigan temores acerca de la evolución que puede sufrir
la democracia en los años venideros, por la apatía de las comunidades, la esclerosis de sus
instituciones y los riesgos de la crisis económica.
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les Monnerot, cuando pone de relieve la creciente correlación entre el pago de impuestos
y la emisión del voto, que explica que la clase que integra a los que se ocupan de la políti -
ca se recluta casi exclusivamente entre los pagadores de tributos 47.
De esa manera, las democracias corren el peligro de inclinarse hacia políticas de man-
tenimiento de privilegios que de hecho amparan a ciertos sectores productivos influyentes,
a las clientelas de los partidos políticos y a los sindicatos, especialmente los públicos, en
detrimento de la masa de contribuyentes, consumidores, desempleados y subempleados o
integrantes de los sectores informales.
El funcionamiento del sistema termina así afectando la buena marcha de las econo-
mías. Y cuando los recursos son insuficientes para atender las demandas de empleo, sala-
rios, prestaciones sociales, bienes de consumo a precios asequibles y, en general, bienes-
tar de las comunidades, se generan motivos de insatisfacción en el seno de éstas, que al -
teran la estabilidad del régimen político.
Como observa Jorge Verstrynge, cuando los ciudadanos encuentran que cada vez sirve
de menos votar, por la falta de alternativas reales en las elecciones, se van generando
comportamientos agresivos que en una primera fase conducen hacia la abstención y luego
a la baja de militancia; después, al voto de castigo a favor de la oposición; y más tarde, al
voto “antisistema”, fase en la que cree que están entrando no sólo los electores españo -
les, sino los europeos en general48.
Se agrega a lo anterior, la dificultad para atender las exigencias de los pueblos de los
países en desarrollo, que no siempre son conciliables con un sano manejo económico. De
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ahí, los conflictos tan agudos que muchas veces se presentan en dichos países, impidien-
do el funcionamiento normal de las instituciones democráticas.
Para éstas, el gran reto reside en captar oportuna y exactamente las demandas de los
distintos sectores comunitarios; resolverlas mediante fórmulas que atiendan el bien común
y consulten las exigencias de la técnica, aplicándolas con eficacia y eficiencia. Bien se ve,
por consiguiente, que sus tareas son enormemente complejas. Puede advertirse que a lo
largo de todo ese proceso la acción pública va sufriendo distorsiones entre lo que se aspi -
ra a resolver y lo que efectivamente se resuelve. No pocas de esas distorsiones conducen
a que los beneficiarios de dicha acción sean otros, a menudo por la vía de la corrupción o
de los mecanismos del clientelismo político.
En el caso colombiano, las comunidades manifiestan muchas veces una excesiva estre-
chez de miras, que las hace preocuparse de su entorno inmediato a expensas del interés
global; lo que va acompañado de una falta generalizada de respeto por el derecho ajeno,
por la regla legal y por la autoridad encargada de aplicarla, así como de una desmesurada
propensión hacia el empleo de la violencia. El “paro cívico” es para muchos una institución
intocable, que le da vacaciones a la legalidad y marca, por así decirlo, hitos en las historias
locales.
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Lecciones de Teoría Constitucional
que por una auténtica dirección de las comunidades y la satisfacción de sus verdaderos in -
tereses. No obstante, éstos siempre terminan manifestándose efectivamente y, si los go-
bernantes no los atienden, las comunidades tarde o temprano decidirán su relevo. El pro -
blema radica en que este proceso no siempre se adelanta sosegadamente y de acuerdo
con las reglas de juego establecidas, sino que puede producirse de modo abrupto e inclu -
so con violencia.
Todo da a entender que, siguiendo una reflexión que hace Lampedusa en “El Gatopar-
do,” oportunamente traída a cuento por Belisario Betancur, la Constitución de 1991 pro -
movió el cambio para que todo siguiera igual.
Desde otro punto de vista, señalemos que el culto por la imagen no es exclusivo de las
democracias. También las dictaduras, las monarquías absolutas, los regímenes uniparti-
distas y, en general, tanto los modelos autoritarios como los totalitarios, destacan en ex-
ceso la imagen de los gobernantes. El culto de la personalidad en los regímenes comunis-
tas, así como la exaltación de los caudillos en el fascismo y el nazismo o las excentricida -
des de los dictadores tropicales, son buena muestra de ello.
Pero la democracia está mejor provista que esos regímenes para defenderse de los ex-
cesos de la publicidad, dado que los dirigentes en ella siempre estarán sujetos al escruti -
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nio público. Algunos se quejan de los excesos de este último, pues consideran que dificul-
ta el surgimiento de líderes de grandes dimensiones como los que se conocieron en el pa -
sado. ¿Facilitarían, en efecto, los medios de comunicación de hoy el ascenso de un
Roosevelt, un De Gaulle o un Churchill?49
49 . GERGEN, KENNETH J., “El Yo Saturado: Dilemas de Identidad en el Mundo Contemporáneo”, Paidós,
Barcelona, 1997, p. 255 y s.s.
50 . MINC, ALAIN, “La Borrachera Democrática”, Temas de Hoy, Madrid, 1995.
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