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2018

MAGISTERIO DE LA
IGLESIA
[Antología Provisional]

Lic. Marta Marina Rodríguez Archila


CIESEN
28/09/2018
Programas de estudio ANEXO 2

NOMBRE DE LA ASIGNATURA O UNIDAD DE APRENDIZAJE

MAGISTERIO DE LA IGLESIA

CICLO: CLAVE DE LA ASIGNATURA:


Séptimo cuatrimestre 2018 LCRT-24
Google Classroom: hon1jk Email: magisterio7@gmail.com

OBJETIVO (S) GENERAL (ES) DE LA ASIGNATURA

Al concluir este curso el/la alumno/a:


Describirá lo que es el Magisterio de la Iglesia y distinguirá la diferencia entre Magisterio
Universal y Ordinario y habrá adquirido una visión panorámica de los Principales documentos
del Magisterio Eclesiástico, especialmente de los Concilios Ecuménicos.

TEMAS Y SUBTEMAS

PRIMERA PARTE: NATURALEZA DEL MAGISTERIO ECLESIÁSTICO

CAPÍTULO I. SER Y QUEHACER DEL MAGISTERIO


1. Un acercamiento a los conceptos
2. ¿Qué es Magisterio de la Iglesia?

CAPÍTULO II: FUNDAMENTOS BIBLICOS DEL MAGISTERIO ECLESIÁSTICO


1. Jesús prepara y funda la Iglesia.
1.1 Instituyó a los doce: la autoridad jerárquica al servicio a la comunidad.
1.2 Jesucristo sigue siendo el cimiento inconmovible y piedra angular de todo el edificio.
2. Necesidad, institución y existencia de un Magisterio en la Iglesia
2.1. Necesidad de existencia del Magisterio Eclesiástico en orden a la misión
de la Iglesia.
2.2. Institución del Magisterio Eclesiástico por el mismo Cristo.
2.3. La única Iglesia de Cristo como depositaria de sus enseñanzas.
2.3.1 Misión del Magisterio de la Iglesia: conservar y propagar la fe.
2.3.2 Potestad del Magisterio de la Iglesia y la regla de fe (regula fidei).
2
3.- Magisterio Eclesiástico y el don de la infabilidad.
3.1 La infabilidad de la Iglesia al juzgar las verdades naturales relacionadas con las
reveladas.
3.2 La infabilidad del Magisterio en la interpretación de las Sagradas Escrituras.
3.3. Infabilidad del Papa al hablar Ex Cathedra como Pastor Universal en materia de fe y
costumbres.
3.4. Infabilidad del Magisterio auténtico y vivo e instituido por Cristo en la persona de los
Apóstoles.
3.4.1 El del Colegio Apostólico en comunión con Pedro y toda la Iglesia.
3.4.2 Fundamentación en las recomendaciones que Jesucristo les hizo.
3.5 El Magisterio de la Iglesia es infalible al conservar y definir la doctrina de fe y de
costumbres.
3.6 La Iglesia de Cristo, bajo la asistencia del Espíritu Santo, no puede caer en errores de
fe.
3.7 La Iglesia tiene derecho y deber de proscribir la ciencia falsa y evitar que nadie sea
engañado.
3.8 Ni la Iglesia ni el Evangelio de Cristo puede cambiar en las cosas esenciales.

CAPÍTULO III: RELACIÓN ENTRE SAGRADA ESCRITURA, TRADICIÓN Y


MAGISTERIO
1. Aspectos generales de la Tradición.
1.1 La génesis de la tradición cristiana.
1.1.1 La tradición oral veterotestamentaria: transmitida.
1.1.2 La nueva alianza en Cristo, cumplimiento de las promesas.
1.2 Conciencia protocristiana de la Tradición.
1.2.1 Uso diverso del Vocablo.
1.2.2 Dios, autor de la Tradición.
1.2.3 Testimonio de pablo: La institución de la Eucaristía (1 Cor 11, 23-26).
1.2.4 Pasajes explícitos de San Pablo que refieren la Tradición como propósito recibido.
1.2.5. Dos expresiones necesarias de la Tradición.
1.2.6. La Palabra de Cristo predicada y escrita.
3
2. La Tradición a la luz de la Dei Verbum
2.1 Distinciones del concepto.
2.2 Algunos elementos característicos de la Tradición.
3. Relación mutua entre Tradición y Escritura.

SEGUNDA PARTE:
EL MAGISTERIO ECLESIÁSTICO Y LOS DOCUMENTOS DE LA IGLESIA

CAPÍTULO IV. LOS DOCUMENTOS DE LA IGLESIA Y SU EVOLUCIÓN EN LA


HISTORIA
1. ¿Qué son los documentos de la Iglesia?
2. Panorama general del desarrollo evolutivo de los Documentos Eclesiásticos.
2.1 La comunicación intra-eclesial en la antigüedad.
2.2 Los documentos pontificios en el caminar de la iglesia: la bula y las cartas Encíclicas.
2.3 Los Documentos Conciliares.
2.3.1 Los Concilios Ecuménicos en el caminar de la Iglesia.
2.3.2 El Concilio Vaticano II y sus Documentos.

ACTIVIDADES DE APRENDIZAJE

Bajo la conducción de un docente:

- Discusión en pequeños grupos sobre temáticas centrales


- Formulación y discusión de cuadros comparativos
- Exposición colectiva de temas selectos

De manera independiente:

- Elaboración de resúmenes sobre temas abordados en la sesión


- Realizar procesos de indagación y búsqueda documental
- Elaborar reportes de lectura sobre textos básicos de la Iglesia relativos a la
asignatura.

4
- Realizar lecturas a profundidad sobre temas selectos.
- Elaborar cuadros sinópticos.

CRITERIOS Y PROCEDIMIENTO DE EVALUACIÓN Y ACREDITACIÓN

- Asistencia en clase y participación activa 10%


- Realización de tareas y trabajos personales 30%
- Presentación de trabajos grupales 30%
- Examen final que abarque la materia completa 30%

ESCALA DE CALIFICACIONES

- De 5 a 10 y se expresará con números enteros


- La calificación de 5 equivale a reprobado
- La calificación aprobatoria es de 6

5
CAPÍTULO I.
SER Y QUEHACER DEL
MAGISTERIO

1. Un acercamiento a los conceptos.

El Magisterio de la Iglesia es la expresión con que la Iglesia Católica se refiere a la función y


autoridad de enseñar que tienen el Papa y los Obispos que están en comunión con él. Por
tanto, será necesario conocer con más claridad a qué nos referimos cuando decimos Magisterio
y cuando decimos Iglesia, de tal forma que no caigamos en dogmatismos o bien en
superficialidades.

1.1 MAGISTERIO1: Magisterio y ministerio son dos términos etimológicamente


emparentados y, en su origen, contrapuestos. Derivan de los vocablos
latinos magister y minister, respectivamente.

Magister deriva de magis que significa más. Y minister deriva de minus, que significa menos.
Tanto magister como minister tienen el sufijo –ter que indica comparación entre dos. El
sufijo –ter podemos verlo en otras palabras latinas, como alter, que significa “el otro”. Esto
es, entre dos, no éste, sino el otro. También en neuter que significa “neutro”, y
etimológicamente deberíamos entender como, al considerar dos elementos, no éste ni el otro,
sino un tercero. Neuter fue empleado luego por los gramáticos romanos para designar al
género gramatical inanimado, que para ellos no era “ni lo uno ni lo otro”, es decir, ni
masculino ni femenino.

1
Definición de Magisterio y Ministerio, en Etimologías Filosóficas, consultada en
http://etimologiaspalomar.blogspot.com/2013/11/magisterio-y-ministerio.html, [07/09/2018, 20:35 horas].

6
De modo que magister podría traducirse como el más sabio, hábil o capacitado de los dos y
que, precisamente por eso, se ha de ocupar de lo más importante. Y,
consecuentemente, minister sería el menos sabio, hábil o capacitado de los dos y que, por esa
razón, se habrá de ocupar de lo menos importante. Esto es, el minister está o debe estar al
servicio del magister. De modo que los romanos lo tenían claro, el ministro debe estar al
servicio del maestro. No obstante, hay que decir que magister no designa normalmente en latín
al maestro de escuela ni al esclavo que algunas familias pudientes solían tener para completar
la instrucción del niño en casa. Al maestro de la escuela elemental pública se le suele llamar
litterator y los esclavos instructores eran los paedagogus.

Magister designa en latín sobre todo al que ha alcanzado el más alto grado de conocimiento y
competencia en su campo o profesión, y por eso podría dar lecciones de ello. Así el magister
equitum, lugarteniente de caballería en el ejército, era un cargo especial que se nombraba por
la pericia y experiencia del designado.

1.2 IGLESIA2: Si muchos de los contemporáneos apenas si rebasan el aspecto humano de la


Iglesia, sociedad mundial bien encuadrada, de hombres unidos por las creencias y por el culto,
la Escritura, hablando a nuestra fe, la designa como un misterio, oculto en otro tiempo en
Dios, pero hoy descubierto y en parte realizado. Es el Misterio de un pueblo todavía pecador,
pero que posee las arras de la salud, porque es la extensión del cuerpo de Cristo, el hogar del
amor; misterio de una institución humano-divina en la que el hombre puede hallar la luz, el
perdón y la gracia, «para alabanza y gloria de Dios» (Ef 1,14). A esta fundación inédita los
primeros cristianos de lengua griega le dieron el nombre de ekklesia, que aun marcando cierta
continuidad entre Israel y el pueblo cristiano, era muy apropiada para cargarse de un contenido
nuevo.

2
LEÓN DUFOUR, Xabier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 1965, pp. 357 – 358.

7
En el mundo griego la palabra ekklesia, de la que Iglesia no es sino un calco, designa la
asamblea del demos, del pueblo como fuerza política. Este sentido profano colora el sentido
religioso cuando Pablo trata del comportamiento actual de una asamblea cristiana reunida «en
iglesia». En los LXX, por el contrario, la palabra designa una asamblea convocada para un
gesto religioso, con frecuencia cultual: corresponde al hebreo qahal, empleado sobre todo por
la escuela deuteronómica para designar la asamblea del Horeb, de las estepas de Moab, o de la
tierra prometida, y por el cronista para designar la asamblea litúrgica de Israel en tiempo de
los reyes o después del exilio. Pero si ekklesia traduce siempre kahal, esta última palabra es
traducida a veces por otros vocablos, en particular por synagbge, que se emplea con más
frecuencia por la palabra sacerdotal 'edah. Iglesia y sinagoga son dos términos casi sinónimos:
sólo se opondrán cuando los cristianos se hayan apropiado el primero reservando el segundo a
los judíos recalcitrantes.

La elección de ekklesia por los LXX se debió sin duda en parte a la asonancia qahal ekklesia,
pero también a las sugerencias de la etimología: este término, que viene de ekkaleo (llamo de,
convoco), indica por sí mismo que Israel, el pueblo de Dios, era la agrupación de los hombres
convocados por la iniciativa divina, y convergía con una expresión sacerdotal en que se
expresaba la idea de llamamiento: klete hagia, traducción literal de mikra qodes, «convocación
santa» (Éx 12, 16; Lev 23,3; Núm 29,1). Es muy natural que Jesús, al fundar un nuevo pueblo
de Dios en continuidad con el antiguo, lo designara con un nombre bíblico de la asamblea
religiosa (en arameo diría 'edta, o kenista, traducido las más de las veces por synagóge, o más
probablemente qehala), nombre traducido por ekklesia en Mt 16,18.

Asimismo la primera generación cristiana, sabiendo ser el nuevo pueblo de Dios (l Pe 2,10)
prefigurado por la «iglesia del desierto» adoptó un término que, viniendo de las Escrituras, era
muy apto para designarla a ella misma como «Israel de Dios» (Gal 6,16; cf. Ap 7,4; Sant 1,1;
Flp 3,3). Este término ofrecía además la ventaja de incluir el tema del llamamiento que dirige
Dios gratuitamente en Jesucristo a los judíos y luego a los paganos, para formar «la
convocación santa» de los últimos tiempos (cf. I Cor 1,2; Rom 1,7: «convocados santos»).

8
La Iglesia, creación de Dios, construcción de Cristo, animada y habitada por el Espíritu
(I Cor 3,16; Ef 2,22), está confiada a hombres, los apóstoles «escogidos por Jesús bajo la
acción del Espíritu Santo» y luego los que, por la imposición de las manos, recibirán el
carisma de gobernar (I Tim 4,14; 2 Tim 1,6). La Iglesia, guiada por el Espíritu (Jn 16,13), es
«columna y soporte de la verdad» (I Tim 3,15), capaz, sin desfallecer, de «guardar el depósito
de las sanas palabras recibidas» de los apóstoles (2 Tim l,13s), es decir, de enunciarlo y
explicarlo sin error.

Constituida cuerpo de Cristo por medio del Evangelio (Ef 3,6), nacida de un solo bautismo
(Ef 4,5), nutrida con un solo pan (I Cor 10,17) reúne en un solo pueblo (Gal 3,28) a los hijos
del mismo Dios y Padre (Ef 4,6); borra las divisiones humanas reconciliando en un solo
pueblo a judíos y paganos (Ef 2,14ss), civilizados y bárbaros, amos y esclavos, hombres y
mujeres (I Cor 12,13; Col 3,11; Gal 3,28).

Esta unidad es católica, como se dice desde el siglo II; está hecha para reunir todas las
diversidades humanas, para adaptarse a todas las culturas (I Cor 9,20ss) y abarcar al universo
entero (Mt 28,19). La Iglesia es *santa (Ef 5,26s), no sólo en su cabeza, sus junturas y sus
ligamentos, sino también en sus miembros que ha santificado el bautismo. Cierto que hay
pecadores en la Iglesia (ICor 5,12); pero están desgarrados entre su pecado y las exigencias del
llamamiento que los ha hecho entrar en la asamblea de los «santos» (Act 9,13). A ejemplo del
Maestro, la Iglesia no los rechaza y les ofrece el *perdón y la purificación
(Jn 20,23; Sant 5,15s; Un 1,9), sabiendo que la cizaña puede todavía convertirse en trigo en
tanto la muerte no haya anticipado para cada uno la «siega» (Mt 13,30).

La Iglesia no tiene su fin en ella misma: conduce al *reino definitivo, por el que la sustituirá la
parusía de Cristo y en el que entrará nada impuro (Ap 21,27; 22,15). Las *persecuciones
avivan su aspiración a transformarse en "Jerusalén celestial. El modelo perfecto de la fe, de la
esperanza y de la caridad de la Iglesia es * María, que la vio nacer en el Calvario (Jn 19,25) y
en el Cenáculo (Act 1,14). Pablo por su parte está lleno de un amor ardiente (ICor 4, 15; Gal
4,19) y concreto de la Iglesia: le devora «el * cuidado de todas las iglesias» (2Cor 11,28) y,
dando curso para los hombres a costa de grandes *sufrimientos (ICor 4,9-13; 2Cor 1,5-9) a los
9
frutos infinitos de la *cruz, «completa en su carne lo que falta a las «pruebas de Cristo por su
cuerpo que es la Iglesia» (Col 1,24). Su vida como «ministro de la Iglesia» (1,25) es un
*ejemplo, sobre todo para los continuadores de la obra apostólica3.

2. ¿Qué es Magisterio de la Iglesia?

Después de haber definido cada uno de los términos, podemos ahora señalar con más precisión
el ser y quehacer del Magisterio de la Iglesia. En primer lugar, será necesario decir que el
Magisterio de la Iglesia Católica, se basa en todas sus enseñanzas infalibles de la Tradición y
la Sagrada Escritura. La Iglesia enseña que Jesucristo, la Palabra hecha Carne, es la fuente de
la Divina Revelación. El contenido de la Divina Revelación de Jesucristo, recibido por los
Apóstoles y trasmitido fielmente por ellos y sus sucesores, es denominado el Depósito de la
Fe. Y éste consiste en la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición.

“Por tanto, deben ser creídas con fe divina y católica todas aquellas cosas que están contenidas
en la Palabra de Dios, escrita o transmitida, y que son propuestas por la Iglesia para ser creídas
como materia divinamente revelada, sea por juicio solemne, sea por su magisterio ordinario y
universal”4.

En segundo lugar, el CIC afirma de éste, que: “La Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto,
conserva y transmite a todas las edades lo que ella es, todo lo que cree”5. “El oficio de
interpretar auténticamente la Palabra de Dios, oral o escrita, ha sido encomendado sólo al
Magisterio vivo de la Iglesia6; es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de Pedro, el
Obispo de Roma. Y la Iglesia lo ejercita en nombre de Jesucristo”7.

3
LEÓN DUFOUR, Xabier, Vocabulario de Teología Bíblica, Herder, Barcelona, 1965, pp. 365 – 366.
4
Concilio Vaticano I, Dei Filius 3.
5
DV 8, CIC 98
6
DV 10
7
CIC 85

10
En tercer lugar, en su ser y quehacer “El Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios,
sino a su servicio, para enseñar puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la
asistencia del Espíritu Santo, lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica
fielmente; y de este único depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios
para ser creído”8. Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus Apóstoles: “El que a
vosotros escucha a mí me escucha” (Lc 10,16; cf. LG 20), reciben con docilidad las
enseñanzas y directrices que sus pastores les dan de diferentes formas9.

En conclusión, se entiende por Magisterio de la Iglesia o Magisterio Eclesiástico, la misión


que Cristo ha confiado a los Apóstoles y sus sucesores para que con la autoridad de Cristo y en
su nombre, propongan y conserven la verdad revelada. Función de “conducir”, “guiar” y
“enseñar” llevada a cabo por el Sumo Pontífice sucesor de Pedro, en unión con los demás
obispos como sucesores de los apóstoles (comunión eclesial). El oficio de interpretar
auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al
Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo. Este
Magisterio, evidentemente, no está sobre la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando
solamente lo que le ha sido confiado10.

Magisterio y la teología

El Magisterio y la teología tienen en común, aunque de una forma analógica y según su modo
particular, la tarea de conservar el depósito sagrado de la Revelación, y de penetrarlo siempre
más profundamente, de exponerlo, enseñarlo y defenderlo, al servicio del Pueblo de Dios y
para la salvación del mundo entero. Este servicio implica, ante todo, el deber de salvaguardar
la certeza de la fe.

8
DV 10, CIC 86
9
CIC 87
10
Cfr. Gómez Coutiño Limberg, Magisterio Eclesiástico, Apuntes de clases, Ciesen 2010

11
Esta tarea está asegurada, de diferente manera, por el Magisterio y el ministerio de los
teólogos, sin que se pueda ni se deba establecer una separación entre la acción del uno y de los
otros, el Magisterio y la teología están vinculados el uno y la otra, en este servicio común de la
verdad, a ciertas obligaciones: ambos están obligatoriamente guiados por la Palabra de Dios.
En efecto, el Magisterio no está por encima de la Palabra de Dios, sino a su servicio, para
enseñar puramente lo transmitido, pues. Por su parte, la teología se apoya en la Palabra de
Dios11 escrita, lo mismo que en la santa Tradición, como sobre un fundamento permanente;
allí encuentra la garantía más sólida de su fuerza y principio de una juventud siempre
renovada, mientras que escruta a la luz de la fe toda la verdad encerrada en el misterio de
Cristo.

Una y otra tienen la obligación de atender al sentido de la fe poseído por la Iglesia en el


pasado y en el presente. La Palabra de Dios, en efecto, se propaga de una manera vital a través
de los tiempos en el sentido común de la fe, del que está animado el Pueblo de Dios en su
totalidad y según el cual la colectividad de los fieles, teniendo la unción que proviene del
Santo, no puede equivocarse en la fe. Los documentos de la Tradición en los que ha sido
propuesta la fe común del pueblo de Dios, son un término de referencia que se impone tanto al
Magisterio como a la teología. Aunque con respecto a algunas de estas enseñanzas el papel del
uno y de la otra es diferente, ni el Magisterio ni la teología tienen el derecho de desatender las
huellas que la fe ha dejado en la historia de la salvación del pueblo de Dios.

Es necesario hablar también de una obligación común nacida de la responsabilidad pastoral y


misionera con relación al mundo. Sin duda alguna, el Magisterio del Sumo Pontífice y de los
obispos es pastoral por un título específico, pero los teólogos no están exonerados, por el
carácter científico de su trabajo, de una responsabilidad pastoral y misionera. Además en
razón de la función vital que debe realizar en el seno del Pueblo de Dios y en su beneficio, la
teología debe tender a un fruto pastoral y misionero, y debe realizarlo efectivamente12.

11
Cfr. Profesores de Salamanca, Derecho Canónico, BAC, Madrid 2006, p.14
12
Cfr. Comisión teológica internacional magisterio y teología,
http://www.vatican.va/roman_curia/congregations/cfaith/cti_documents/rc_cti_1975_magistero-teologia_sp.html,
18 de Mayo 2013

12
El Teólogo en la Iglesia.

El teólogo es ante todo un creyente. Su investigación está ya puesta en el horizonte de la


revelación. El acto con que Dios se revela a la humanidad y la economía de su designio de
salvación no son de suyo objeto demostrativo de su trabajo teológico. Él acepta esta verdad tal
como se la ha transmitido la tradición eclesial. Esto es lo que constituye el objeto de su fe. El
teólogo, por tanto, no duda de los fundamentos de su saber teológico ni establece ideas nuevas.
Su trabajo no es el de producir la verdad, sino el de buscar la inteligibilidad de aquella verdad
que él acepta y que sabe que es tal por la fe. El hecho de que sea un saber de la fe no lo
humilla en lo más mínimo desde el punto de vista científico, ya que está dispuesto a mostrar
que el saber crítico que procede de la fe es humano y que por tanto pertenece a la estructura
global del sujeto.

Su tarea como científico será la de inventar lenguajes y formas de comunicación que permitan
reconocer cómo el acontecimiento histórico Jesús de Nazaret es de forma definitiva e
insuperable la revelación del amor trinitario de Dios. Esta verdad es la que tiene que destacar
con toda su plenitud de sentido, respetando la lógica de la revelación. Para desempeñar esta
tarea el teólogo necesita plena libertad de investigación. Así pues, el referente de la libertad
del teólogo habrá de seguir siendo la Palabra de Dios.

La Palabra de Dios, objeto de estudio del teólogo, le viene en la Iglesia y a través de la Iglesia.
La inteligibilidad de esta palabra, ya eclesialmente mediada, se dedica primariamente a la
comunidad creyente, para que sepa dar razón de su fe (1 Pe 3,15). En este horizonte es donde
se pone otra característica del teólogo: la eclesialidad. Ésta no es solamente una disposición
personal que el teólogo tenga para con la comunidad creyente como bautizado: es ante todo
una connotación de la propia teología.

El ministerio del teólogo se hace más visible cuando, en virtud de su competencia, fruto de la
investigación y del estudio personal, enseña a los demás. Pero al ser un ministerio en la Iglesia
y de la Iglesia, que la relaciona de una manera totalmente peculiar con la revelación, la
enseñanza del teólogo nunca se le da a título personal. En cuanto teólogo, es siempre una
13
persona «pública», ya que expresa la inteligencia de la fe eclesial. El teólogo como sujeto
epistémico necesita claramente competencia y preparación científica, pero como sujeto
eclesial se le exige obediencia y fidelidad para su enseñanza (oral y escrita)13.

¿Quiénes ejercen el Magisterio de la Iglesia?14


Dentro del Magisterio Eclesiástico se distinguen:
1. El Magisterio Solemne o Extraordinario
2. El Magisterio Ordinario Universal
3. El Magisterio Ordinario.
4. El Sínodo de los Obispos.

1. El Magisterio Solemne o Extraordinarioes infalible (no puede contener error).


Incluye, además de los dogmas de la Iglesia, las enseñanzas infalibles de los Papas y de los
Concilios. Lo contenido en el Magisterio Extraordinario es irrevocable, es decir, no puede
contradecirse ni siquiera por el Papa o los concilios, quedando fijado para siempre. es el
ejercido por un Concilio ecuménico, o por el Papa cuando define ex cathedra una doctrina de
fe. Definir una doctrina supone formular solemnemente un juicio que vincula a toda la Iglesia,
y que debe ser aceptado por los fieles como parte de la Revelación. Las definiciones papales
se basan en la fe de la Iglesia.

El Papa no posee una fuente independiente de Revelación, y puede definir como dogma de fe
solamente lo que se contiene en el depósito revelado. El carisma, tanto papal como conciliar,
para definir la doctrina cristiana no es la capacidad de conocer nuevos aspectos de la
Revelación que permanecerían ocultos al resto del pueblo cristiano. Es la capacidad de
formular sin equivocarse lo que la Iglesia cree y sabe implícitamente. Sólo el Magisterio tiene
la asistencia del Espíritu Santo para expresar sin error la Fe cristiana en palabras humanas.
Otros cristianos podrían equivocarse al hacerlo.

13
Cfr. Congregación para la Doctrina de la fe, La vocación eclesial del teólogo, 24 de mayo de 1990, PPC,
Madrid 1991 recuperado en < http://mercaba.org/VocTEO/T/teologo.htm>
14
Cfr. Gómez Coutiño Limberg, Magisterio Eclesiástico, Apuntes de clases, Ciesen 2010

14
El Papa y el Concilio tienen siempre en cuenta, por lo tanto, las creencias de los fieles a lo
largo y a lo ancho de la Iglesia. Pero no necesitan el consenso o la aceptación previa de los
cristianos antes de proceder a una definición dogmática15.

2. El Magisterio Ordinario Universal se considera infalible también cuando se relaciona


con una enseñanza concerniente a materia de fe y moral y que todos los Obispos de la Iglesia,
incluyendo el Papa, mantienen universalmente como definitiva. Como tal, debe ser aceptada
por todos los fieles. Se refiere a materias de fe y moral y no a costumbres y prácticas.
Inclusive, si una enseñanza dentro de este Magisterio Ordinario y Universal resulta rechazada
por algún Obispo posteriormente, una vez que ésta ha sido considerada definitiva por todos los
Obispos, debe ser tenida como infalible e irrevocable para siempre.

La enseñanza del magisterio ordinario universal nunca puede contradecir, por supuesto, el
Magisterio Solemne o Extraordinario, puesto que ambos son infalibles. “Aunque cada uno de
los prelados por sí no posea la prerrogativa de la infalibilidad, sin embargo, si todos ellos,
aun estando dispersos por el mundo, pero manteniendo el vínculo de comunión entre sí y
con el Sucesor de Pedro, convienen en un mismo parecer como maestros auténticos que
exponen como definitiva una doctrina en las cosas de fe y de costumbres, en ese caso
enuncian infaliblemente la doctrina de Cristo”. (LG 25)

Al Magisterio Solemne o Extraordinario y al Magisterio Ordinario Universal se refiere la


célebre frase contenida en los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola sobre la
adhesión al Magisterio: “Debemos siempre tener para en todo acertar, que lo blanco que yo
veo, creer que es negro, si la Iglesia jerárquica así lo determina, creyendo que entre Cristo
nuestro Señor, esposo, y la Iglesia su esposa, es el mismo espíritu que nos gobierna y rige para
la salud de nuestras ánimas, porque por el mismo Espíritu y Señor nuestro, que dio los diez
Mandamientos, es regida y gobernada nuestra Santa Madre Iglesia”.

15
Cfr. Gómez Coutiño Limberg, Magisterio Eclesiástico, Apuntes de clases, Ciesen 2010

15
3. El Magisterio Ordinario consiste en las enseñanzas no infalibles de los Papas y los
Concilios, las de los Obispos y las Conferencias Episcopales. Y, aunque el fiel católico
debe creerlo y proclamarlo, decisiones ulteriores del Magisterio podrían alterar o
contradecir su contenido anterior. Dice el Código de Derecho Canónico: “Se ha de creer
con fe divina y católica todo aquello que se contiene en la palabra de Dios escrita o
transmitida por tradición, es decir, en el único depósito de la fe encomendado a la Iglesia, y
que además es propuesto como revelado por Dios, ya sea por el Magisterio Solemne de la
Iglesia, ya por su Magisterio Ordinario y Universal, que se manifiesta en la común
adhesión de los fieles bajo la guía del sagrado magisterio; por tanto, todos están obligados a
evitar cualquier doctrina contraria.” (Canon 750, libro III)

La obligación del fiel católico es creer y defender activamente todo lo que enseña el
Magisterio Eclesiástico Solemne o Extraordinario y el Magisterio Ordinario Universal, «con la
plenitud de su fe». Adicionalmente, también lo que enseña el Magisterio Ordinario (no
universal), aunque con un grado menor.

4. El Sínodo de los Obispos fue instituido por Pablo VI en 1965. No es propiamente un


órgano directo del magisterio, pero su función se orienta en esa dirección. Es definido como
una asamblea de Obispos escogidos de entre las diversas regiones del mundo, que se reúnen en
determinadas ocasiones para fomentar la unión estrecha entre el Romano Pontífice y los
Obispos, ayudar al Papa con sus consejos para la integridad y mejora de la fe y costumbres y
la conservación y fortalecimiento de la disciplina eclesiástica, y estudiar las cuestiones que se
refieren a la acción de la Iglesia en el mundo. El Sínodo es siempre convocado y presidido por
el Papa, trata de las cuestiones que éste le ha propuesto previamente, y no dirime asuntos ni
emite decretos, o documentos conclusivos.

16
CAPÍTULO II
FUNDAMENTOS BÍBLICOS DEL
MAGISTERIO ECLESIÁSTICO

Índice Temático16
1. Jesús prepara y funda la Iglesia.
1.1 Instituyó a los doce: la autoridad jerárquica al servicio a la comunidad.
1.2 Jesucristo sigue siendo el cimiento inconmovible y piedra angular de todo el edificio.
2. Necesidad, institución y existencia de un Magisterio en la Iglesia.
2.1. Necesidad de existencia del Magisterio Eclesiástico en orden a la misión
de la Iglesia.
2.2. Institución del Magisterio Eclesiástico por el mismo Cristo.
2.3. La única Iglesia de Cristo como depositaria de sus enseñanzas.
2.3.1 Misión del Magisterio de la Iglesia: conservar y propagar la fe.
2.3.2 Potestad del Magisterio de la Iglesia y la regla de fe (regula fidei17).

16
Cfr. CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA, I Parte, Sección Segunda, Cap. III, Art. 9, consultada en
http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p123a9p1_sp.html, [28/09/2018, 20:30 horas].
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Expresión cargada de significado que aparece ya a finales del siglo II. Se indica de modo particular un « canon
de verdades» a través del cual es posible reconocer la fe creída por todos y desde siempre.
Esencialmente, la regula fidei recuerda las síntesis de las profesiones de fe en las que ordinariamente de forma
ternaria, se fijaba el contenido de lo que había que creer. Esto explica por qué la regula fidei está ligada, por su
misma naturaleza, al rito del bautismo y a su recepción. El catecúmeno tenía que mostrar que estaba fielmente
ligado a ella e instruido en dicha fe. Se han dado diversos nombres y en los diversos autores aparecen expresiones
similares, pero todas ellas indican la misma realidad: « norma eclesiástica», «canon de la verdad», etc. En
diversos momentos, la regula fidei era adaptada por los maestros, que insertaban en ella contenidos más
adecuados para resaltar o para hacer más evidentes algunos temas particulares, sobre todo respecto a los errores
de los herejes. Durante las disputas sobre la ortodoxia de la fe, la regula fidei se toma como garantía y como
criterio para desenmascarar las falsas doctrinas.
R. Fisichella - V. Grossi, Regula fidei, en DPAC 11, 1880-1881; J Wicks, Regla de fe. en DTF, 1113-115; J N. D.
Kelly Primitivos credos cristianos, Secretariado Trinitario, Salamanca 1980, término consultado en
http://www.mercaba.org/VocTEO/R/regula_fidei.htm, [28/09/2018, 21:00 horas]

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LA IGLESIA EN EL DESIGNIO DE DIOS

I. Los nombres y las imágenes de la Iglesia.

La palabra “Iglesia” [ekklèsia, del griego ek-kalein – “llamar fuera”] significa “convocación”.
Designa asambleas del pueblo (cf. Hch 19, 39), en general de carácter religioso. Es el término
frecuentemente utilizado en el texto griego del Antiguo Testamento para designar la asamblea
del pueblo elegido en la presencia de Dios, sobre todo cuando se trata de la asamblea del
Sinaí, en donde Israel recibió la Ley y fue constituido por Dios como su pueblo santo
(cf. Ex 19). Dándose a sí misma el nombre de “Iglesia”, la primera comunidad de los que
creían en Cristo se reconoce heredera de aquella asamblea. En ella, Dios “convoca” a su
Pueblo desde todos los confines de la tierra. El término Kyriaké, del que se deriva las
palabras church en inglés, y Kirche en alemán, significa “la que pertenece al Señor”.
(CIC 751).

En el lenguaje cristiano, la palabra “Iglesia” designa no sólo la asamblea litúrgica (cf. 1 Co 11,
18; 14, 19. 28. 34. 35); sino también la comunidad local (cf. 1 Co 1, 2; 16, 1) o toda la
comunidad universal de los creyentes (cf. 1 Co 15, 9; Ga 1, 13; Flp 3, 6). Estas tres
significaciones son inseparables de hecho. La “Iglesia” es el pueblo que Dios reúne en el
mundo entero. La Iglesia de Dios existe en las comunidades locales y se realiza como
asamblea litúrgica, sobre todo eucarística. La Iglesia vive de la Palabra y del Cuerpo de Cristo
y de esta manera viene a ser ella misma Cuerpo de Cristo. (CIC 752)

II. Origen, fundación y misión de la Iglesia.

Para penetrar en el Misterio de la Iglesia, conviene primeramente contemplar su origen dentro


del designio de la Santísima Trinidad y su realización progresiva en la historia18.

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Un designio nacido en el corazón del Padre.

“El Padre eterno creó el mundo por una decisión totalmente libre y misteriosa de su sabiduría
y bondad. Decidió elevar a los hombres a la participación de la vida divina” a la cual llama a
todos los hombres en su Hijo: “Dispuso convocar a los creyentes en Cristo en la santa Iglesia”.
Esta “familia de Dios” se constituye y se realiza gradualmente a lo largo de las etapas de la
historia humana, según las disposiciones del Padre: en efecto, la Iglesia ha sido “prefigurada
ya desde el origen del mundo y preparada maravillosamente en la historia del pueblo de Israel
y en la Antigua Alianza; se constituyó en los últimos tiempos, se manifestó por la efusión del
Espíritu y llegará gloriosamente a su plenitud al final de los siglos” (LG 2)19.

La Iglesia, prefigurada desde el origen del mundo.

“El mundo fue creado en orden a la Iglesia” decían los cristianos de los primeros tiempos
(Hermas, Pastor 8, 1 [Visio 2, 4,I); cf. Arístides, Apología 16, 6; San Justino, Apología 2, 7).
Dios creó el mundo en orden a la comunión en su vida divina, comunión que se realiza
mediante la “convocación” de los hombres en Cristo, y esta “convocación” es la Iglesia. La
Iglesia es la finalidad de todas las cosas (cf. San Epifanio, Panarion, 1, 1, 5, Haereses 2, 4), e
incluso las vicisitudes dolorosas como la caída de los ángeles y el pecado del hombre, no
fueron permitidas por Dios más que como ocasión y medio de desplegar toda la fuerza de su
brazo, toda la medida del amor que quería dar al mundo: «Así como la voluntad de Dios es un
acto y se llama mundo, así su intención es la salvación de los hombres y se llama Iglesia»
(Clemente Alejandrino, Paedagogus 1, 6)20.

La Iglesia, preparada en la Antigua Alianza.

La reunión del pueblo de Dios comienza en el instante en que el pecado destruye la comunión
de los hombres con Dios y la de los hombres entre sí. La reunión de la Iglesia es por así
decirlo la reacción de Dios al caos provocado por el pecado. Esta reunificación se realiza

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secretamente en el seno de todos los pueblos: “En cualquier nación el que le teme [a Dios] y
practica la justicia le es grato” (Hch 10, 35; cf LG 9; 13; 16)21. La preparación lejana de la
reunión del pueblo de Dios comienza con la vocación de Abraham, a quien Dios promete que
llegará a ser padre de un gran pueblo (cf Gn 12, 2; 15, 5-6). La preparación inmediata
comienza con la elección de Israel como pueblo de Dios (cf Ex 19, 5-6; Dt 7, 6). Por su
elección, Israel debe ser el signo de la reunión futura de todas las naciones (cf Is 2, 2-5; Mi 4,
1-4). Pero ya los profetas acusan a Israel de haber roto la alianza y haberse comportado como
una prostituta (cf Os 1; Is 1, 2-4; Jr 2; etc.). Anuncian, pues, una Alianza nueva y eterna
(cf. Jr 31, 31-34; Is 55, 3). “Jesús instituyó esta nueva alianza” (LG 9)22.

La Iglesia, instituida por Cristo Jesús.

Corresponde al Hijo realizar el plan de Salvación de su Padre, en la plenitud de los tiempos;


ese es el motivo de su “misión” (cf. LG 3; AG 3). “El Señor Jesús comenzó su Iglesia con el
anuncio de la Buena Noticia, es decir, de la llegada del Reino de Dios prometido desde hacía
siglos en las Escrituras” (LG 5). Para cumplir la voluntad del Padre, Cristo inauguró el Reino
de los cielos en la tierra. La Iglesia es el Reino de Cristo “presente ya en misterio” (LG 3)23.

“Este Reino se manifiesta a los hombres en las palabras, en las obras y en la presencia de
Cristo” (LG 5). Acoger la palabra de Jesús es acoger “el Reino” (ibíd.). El germen y el
comienzo del Reino son el “pequeño rebaño” (Lc 12, 32) de los que Jesús ha venido a
convocar en torno suyo y de los que él mismo es el pastor (cf. Mt 10, 16; 26, 31;
Jn 10, 1 – 21). Constituyen la verdadera familia de Jesús (cf. Mt 12, 49). A los que reunió así
en torno suyo, les enseñó no sólo una nueva “manera de obrar”, sino también una oración
propia (cf. Mt 5-6)24.

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El Señor Jesús dotó a su comunidad de una estructura que permanecerá hasta la plena
consumación del Reino. Ante todo está la elección de los Doce con Pedro como su Cabeza
(cf. Mc 3, 14-15); puesto que representan a las doce tribus de Israel (cf. Mt 19, 28; Lc 22, 30),
ellos son los cimientos de la nueva Jerusalén (cf. Ap 21, 12-14). Los Doce (cf. Mc 6, 7) y los
otros discípulos (cf. Lc 10,1-2) participan en la misión de Cristo, en su poder, y también en su
suerte (cf. Mt 10, 25; Jn 15, 20). Con todos estos actos, Cristo prepara y edifica su Iglesia25.

Pero la Iglesia ha nacido principalmente del don total de Cristo por nuestra salvación,
anticipado en la institución de la Eucaristía y realizado en la cruz. “El agua y la sangre que
brotan del costado abierto de Jesús crucificado son signo de este comienzo y crecimiento” (LG
3). “Pues del costado de Cristo dormido en la cruz nació el sacramento admirable de toda la
Iglesia” (SC 5). Del mismo modo que Eva fue formada del costado de Adán adormecido, así la
Iglesia nació del corazón traspasado de Cristo muerto en la cruz (cf. San Ambrosio, Expositio
evangelii secundum Lucam, 2, 85 – 89)26.

La Iglesia, manifestada por el Espíritu Santo.

“Cuando el Hijo terminó la obra que el Padre le encargó realizar en la tierra, fue enviado el
Espíritu Santo el día de Pentecostés para que santificara continuamente a la Iglesia” (LG 4). Es
entonces cuando “la Iglesia se manifestó públicamente ante la multitud; se inició la difusión
del Evangelio entre los pueblos mediante la predicación” (AG 4). Como ella es –convocatoria-
de salvación para todos los hombres, la Iglesia es, por su misma naturaleza, misionera enviada
por Cristo a todas las naciones para hacer de ellas discípulos suyos (cf. Mt 28, 19-20;
AG 2, 5-6)27.

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Para realizar su misión, el Espíritu Santo “la construye y dirige con diversos dones jerárquicos
y carismáticos” (LG 4). “La Iglesia, enriquecida con los dones de su Fundador y guardando
fielmente sus mandamientos del amor, la humildad y la renuncia, recibe la misión de anunciar
y establecer en todos los pueblos el Reino de Cristo y de Dios. Ella constituye el germen y el
comienzo de este Reino en la tierra” (LG 5)28.

La Iglesia, consumada en la gloria.

La Iglesia “sólo llegará a su perfección en la gloria del cielo” (LG 48), cuando Cristo vuelva
glorioso. Hasta ese día, “la Iglesia avanza en su peregrinación a través de las persecuciones del
mundo y de los consuelos de Dios” (San Agustín, De civitate Dei 18, 51; cf. LG 8). Aquí
abajo, ella se sabe en exilio, lejos del Señor (cf. 2Co 5, 6; LG 6), y aspira al advenimiento
pleno del Reino, “y espera y desea con todas sus fuerzas reunirse con su Rey en la gloria”
(LG 5).

La consumación de la Iglesia en la gloria, y a través de ella la del mundo, no sucederá sin


grandes pruebas. Solamente entonces, “todos los justos descendientes de Adán, desde Abel el
justo hasta el último de los elegidos se reunirán con el Padre en la Iglesia universal” (LG 2)29.

III. El misterio de la Iglesia.

La Iglesia está en la historia, pero al mismo tiempo la transciende. Solamente “con los ojos de
la fe” (Catecismo Romano, 1,10, 20) se puede ver al mismo tiempo en esta realidad visible una
realidad espiritual, portadora de vida divina30.

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La Iglesia, a la vez visible y espiritual31.

“Cristo, el único Mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe,
esperanza y amor, como un organismo visible. La mantiene aún sin cesar para comunicar por
medio de ella a todos la verdad y la gracia”.

La Iglesia es a la vez:
— «sociedad [...] dotada de órganos jerárquicos y el Cuerpo Místico de Cristo;
— el grupo visible y la comunidad espiritual;
— la Iglesia de la tierra y la Iglesia llena de bienes del cielo».

Estas dimensiones juntas constituyen “una realidad compleja, en la que están unidos el
elemento divino y el humano” (LG 8): Es propio de la Iglesia «ser a la vez humana y divina,
visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación,
presente en el mundo y, sin embargo, peregrina. De modo que en ella lo humano esté
ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación y lo
presente a la ciudad futura que buscamos» (SC 2).

« ¡Qué humildad y qué sublimidad! Es la tienda de Cadar y el santuario de Dios; una tienda
terrena y un palacio celestial; una casa modestísima y una aula regia; un cuerpo mortal y un
templo luminoso; la despreciada por los soberbios y la esposa de Cristo. Tiene la tez morena
pero es hermosa, hijas de Jerusalén. El trabajo y el dolor del prolongado exilio la han
deslucido, pero también la hermosa su forma celestial» (San Bernardo de Claraval, In
Canticum sermo 27, 7, 14).

La Iglesia, misterio de la unión de los hombres con Dios.

En la Iglesia es donde Cristo realiza y revela su propio misterio como la finalidad de designio
de Dios: "recapitular todo en Cristo" (Ef 1, 10). San Pablo llama "gran misterio" (Ef 5, 32) al

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desposorio de Cristo y de la Iglesia. Porque la Iglesia se une a Cristo como a su esposo
(cf. Ef 5, 25-27), por eso se convierte a su vez en misterio (cf. Ef 3, 9-11). Contemplando en
ella el misterio, san Pablo escribe: el misterio "es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria"
(Col 1, 27)32.

En la Iglesia esta comunión de los hombres con Dios por "la caridad que no pasará jamás"(1
Co 13, 8) es la finalidad que ordena todo lo que en ella es medio sacramental ligado a este
mundo que pasa (cf. LG 48). «Su estructura está totalmente ordenada a la santidad de los
miembros de Cristo. Y la santidad se aprecia en función del "gran misterio" en el que la
Esposa responde con el don del amor al don del Esposo» (MD 27). María nos precede a todos
en la santidad que es el misterio de la Iglesia como la "Esposa sin mancha ni arruga" (Ef 5,
27). Por eso la dimensión mariana de la Iglesia precede a su dimensión petrina" (ibíd.)33.

La Iglesia, sacramento universal de la salvación.

La palabra griega mysterion ha sido traducida en latín por dos


términos: mysterium y sacramentum. En la interpretación posterior, el
término sacramentum expresa mejor el signo visible de la realidad oculta de la salvación,
indicada por el término mysterium. En este sentido, Cristo es Él mismo el Misterio de la
salvación: Non est enim aliud Dei mysterium, nisi Christus (“No hay otro misterio de Dios
fuera de Cristo”; san Agustín, Epistula 187, 11, 34). La obra salvífica de su humanidad santa y
santificante es el sacramento de la salvación que se manifiesta y actúa en los sacramentos de la
Iglesia (que las Iglesias de Oriente llaman también “los santos Misterios”). Los siete
sacramentos son los signos y los instrumentos mediante los cuales el Espíritu Santo distribuye
la gracia de Cristo, que es la Cabeza, en la Iglesia que es su Cuerpo. La Iglesia contiene, por
tanto, y comunica la gracia invisible que ella significa. En este sentido analógico ella es
llamada “sacramento”34.

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“La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con
Dios y de la unidad de todo el género humano “(LG 1): Ser el sacramento de la unión íntima
de los hombres con Dios es el primer fin de la Iglesia. Como la comunión de los hombres
radica en la unión con Dios, la Iglesia es también el sacramento de la unidad del género
humano. Esta unidad ya está comenzada en ella porque reúne hombres “de toda nación, raza,
pueblo y lengua” (Ap 7, 9); al mismo tiempo, la Iglesia es “signo e instrumento” de la plena
realización de esta unidad que aún está por venir35.

Como sacramento, la Iglesia es instrumento de Cristo. Ella es asumida por Cristo “como
instrumento de redención universal” (LG 9), “sacramento universal de salvación” (LG 48), por
medio del cual Cristo “manifiesta y realiza al mismo tiempo el misterio del amor de Dios al
hombre” (GS 45, 1). Ella “es el proyecto visible del amor de Dios hacia la humanidad” (Pablo
VI, Discurso a los Padres del Sacro Colegio Cardenalicio, 22 junio 1973) que quiere “que
todo el género humano forme un único Pueblo de Dios, se una en un único Cuerpo de Cristo,
se co-edifique en un único templo del Espíritu Santo” (AG 7; cf. LG 17)36.

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