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EL HISTORICISMO CLÁSICO INTERPELADO

Del mismo modo que ocurriera hacia finales del siglo XIX, las primeras décadas
del siglo XX vieron multiplicarse los signos de una crisis del historicismo optimista
que había conquistado a las generaciones precedentes y cuyo registro reflexivo era
la filosofía crítica de la historia. En lo que concierne a los conceptos teóricos y
metodológicos los historiadores de la primera mitad del siglo XX se apoyaron en
sus predecesores del siglo XIX. Si bien incluso algunas de las obras de este período
denotan una marcada influencia de Ranke, el idealismo alemán y el positivismo, gran
parte de la historiografía de este período revela aceptación de la posición idealista de la
historia, con su distinción entre ciencia e historia
Partiendo de la constatación de que la mayoría de los historiadores de su tiempo
habían abandonado los fundamentos filosóficos (idealismo) o religiosos
(luteranismo) que daban coherencia a la visión de la historia de un Ranke o de un
Humboldt, algunos filósofos de la historia pusieron de manifiesto las aporías
teóricas del historicismo (crítica de la concepción según la cual el historiador podía
leer directamente la verdad objetiva del pasado, observación de los componentes
irracionales de la naturaleza humana, crítica del axioma según el cual existiría una
unidad de la historia humana), desarrollando sus teorías del conocimiento y
fundamentos epistemológicos desde formulaciones filosóficas.
Entre los principales representantes de este historicismo de entreguerras se
destacan: el italiano Benedetto Croce, el inglés Robin Collingwood y el español
José Ortega y Gasset. Pero sin duda la figura más importante de este nuevo idealismo
es Benedetto Croce (1866- 1952), quien siguiendo las pautas de Dilthey y de Rickert,
elaboró una filosofía de la historia de raíz netamente hegeliana, ya que la influencia de
la filosofía alemana fue muy decisiva en él.
Croce nació en Italia, en una aldea de la zona de los Abruzos. Pertenecía a una familia
acaudalada, ligada a las luchas por la independencia y la unidad de Italia. Siendo
todavía niño su familia se trasladó a Nápoles, de donde eran sus antepasados, y allí pasó
la mayor parte de su vida. Si bien fue educado en un ambiente religioso, se volvió ateo
(se dice que posiblemente a raíz de la pérdida de su familia en un terremoto). Estudió
Derecho en la Universidad de Roma, a la vez que se interesó por la literatura, la historia
y la filosofía. Sus biógrafos lo describen como un intelectual polivalente, que abordó
distintos campos del conocimiento: fue filósofo, historiador (autodidacta), crítico de arte
y político
La obra de Croce puede dividirse en tres periodos: (i) el de los estudios históricos y
literarios y de creación de la Estética, fundamento de su pensamiento teórico; (ii) el
periodo de madurez, en el que escribió la mayor parte de sus obras filosóficas
sistemáticas, y (iii) un último periodo de profundización teórica y revisión de la
Filosofía del Espíritu en clave historicista. Sus principales obras en el plano
teórico-metodológico son: Teoría e historia de la historiografía publicada en 1912-
1913 y La Historia como hazaña de la libertad (1941).
Para Croce el historicismo significa que la vida misma del espíritu se hace historia y
evoluciona, no en el devenir dialéctico de una idea o absoluto abstracto, sino en el
proceso de la realidad histórica, es decir de la vida. Así lo expresa en esa definición con
la que comienza la segunda parte de su obra La historia como hazaña de la libertad:
“El historicismo (la ciencia de la historia) acepción científica del término, es la
afirmación de que la vida y la realidad son historia y nada más que historia” (1992,
p.53)
Según Croce no existe por lo tanto otra realidad fuera de la historia, ni otro
conocimiento fuera del conocimiento histórico, y por consiguiente, no hay otra
forma de conocer la realidad social que la historia.
Para el historicismo – al contrario del racionalismo que postulaba la filosofía de la
Ilustración – en la vida humana y por ende en el proceso histórico, ni todo lo real
es racional, ni todo lo racional es real. Pero hay dos tipos de historicismo: el
abstracto, que pone el acento en lo puramente irracional y el historicismo concreto,
que supera esa artificial división entre lo individual y lo universal, y que funde
dinámicamente lo racional y lo irracional, lo individual y lo universal, en una
comprensión dialéctica de la realidad y de la vida como historia de la libertad. Así
lo expone Croce al señalar que: “Con diversa intención y diverso contenido se
pronuncia aquí aquella frase [la historia es la historia de la libertad], no para asignar
a la historia el tema de verse formada por una libertad que antes no existía y algún
día habrá de ser, sino para afirmar a la libertad como forjadora eterna de la historia,
como sujeto mismo de toda la historia. Es, considerada como tal, por un lado, el
principio explicativo del curso de la historia, y, por otro, el ideal moral de la
humanidad.” (Ibid., p. 49)
Para Croce la historia vive por el interés que el documento suscita en el
investigador, mientras que la crónica es una historiografía no pensada, una
colección de datos que tienen una finalidad exclusivamente práctica. Por eso en
Teoría e historia de la historiografía (publicada originalmente en 1917) escribe:
“…la historia no se construye nunca sobre las narraciones, sino sobre documentos, o
sobre las narraciones reducidas a la categoría de documentos y tratadas como tales.
(…) La verdad es que crónica e historia no pueden distinguirse como dos formas de
historia que se completan recíprocamente o de las cuales una se halle subordinada a
la otra, sino como dos actitudes espirituales diversas. La historia es la historia viva, la
crónica es la historia muerta; la historia es la historia contemporánea, y la crónica,
la historia pasada; la historia es principalmente un acto de pensamiento, la crónica
un acto de voluntad. Toda historia se vuelve crónica cuando ya no es pensada sino
solamente recordada en las palabras abstractas, que en un tiempo eran concretas y la
expresaban.” (1941, p. 17)
“No basta decir que la historia es el juicio histórico; hay que añadir que todo juicio
es juicio histórico, o historia, sin más. Si el juicio es relación de sujeto y predicado, el
sujeto, o sea el hecho, sea cual fuere, que se juzga, es siempre un hecho histórico, un
devenir, un proceso en curso, porque en el mundo de la realidad no se hallan ni se
conciben hechos inmóviles.” (1992, p. 23)
La historia tiene por lo tanto para él, un fondo ético y político. La base del juicio
histórico es la exigencia práctica del presentismo. Es en base a este tipo de afirmaciones
que frecuentemente se suele presentar a Croce como el fundador de la nueva escuela
“presentista”, ya que para él toda reconstrucción histórica se realiza desde el presente
del historiador y está por lo tanto condicionada por el contexto desde el cual se escribe.
“Suele llamarse contemporánea a la historia de un período de tiempo que se considera
pasado muy cercano: de los últimos cincuenta años, el último decenio, año, mes o día,
y aun de la última hora o minuto. Pero si se desea pensar y expresarse con estricto
rigor, sólo debería llamarse contemporánea a la historia que nace de modo inmediato
en el acto que se viene cumpliendo, como conciencia del acto; la historia que hago de
mí, por ejemplo, en cuanto me dispongo a elaborar estas páginas, y que es el
pensamiento de mi elaboración, unido necesariamente a la tarea de realizarla. Sería
correcto llamarla contemporánea en este caso, justamente porque se halla, como todo
acto espiritual, fuera del tiempo (del antes y el después), y se forma en el tiempo mismo
del acto al que se une, distinguiéndose de él merced a un criterio no cronológico sino
ideal. (…) la verdadera historia es historia contemporánea.” (1941,
A partir de este presupuesto Croce no sólo está negando la posibilidad del
conocimiento objetivo de la historia, sino que considera que ésta no es más que la
proyección del pensamiento y de los intereses del presente sobre el pasado, al
punto que para él la historia siempre es contemporánea porque es el pensamiento
actual del historiador proyectado sobre el pasado.
Esta peculiar interpretación de la historia parte de considerar que la historiografía es una
actividad de la intuición y que la intuición constituye la práctica fundamental de la
actividad del espíritu. De modo que la historia surge directamente de la intuición
humana, al servicio de la “imaginación” y de “lo probable”.
“…por los testimonios en que se apoya, sólo ‘probablemente fidedignos’, y por los
relatos que construye, los cuales, en todos los puntos en que no mencionan las fuentes
probables, sólo representan ’probablemente´ cómo tuvieron lugar los hechos: a la idea,
en suma, de que la historia es la forma ínfima (si puede llamarse forma, en este caso)
del conocimiento humano, vacilante en sus cimientos y con muros cimentados por la
imaginación.” (p. 121)
De este modo, el método que propone encierra una visión radicalmente subjetiva
de la historia, al considerar que los hechos históricos son producto del espíritu, un
espíritu que actúa en un presente permanentemente cambiante.
Otro de los historiadores que comparte esta visión presentista de la historia es
Robin Collingwood (1889-1943), filósofo, ensayista y arqueólogo británico, seguidor y
amigo personal de Croce. Realizó estudios de filosofía en la Universidad de Oxford y en
1912 fue nombrado "tutor" del Colegio Pembroke, donde llevó a cabo toda su actividad
científica, destacándose por sus trabajos sobre historia antigua, producto de las
numerosas excavaciones que dirigió entre 1911 y 1934. Posteriormente, decidió
dedicarse por completo al estudio de las relaciones entre la historia y la filosofía,
defendiendo con vehemencia su tesis de que era necesario aunar la concepción de
experiencia metafísica con los temas clásicos de la historia.
Uno de los conceptos clave que plantea Collingwoos en Idea de la historia, es que la
historia empieza siendo una recreación en la mente del historiador, porque como el
pasado no es directamente observable, el historiador tiene que revivirlo en su
mente. Cuando analiza un testimonio histórico por ejemplo, debe tratar de
descubrir el pensamiento contenido en el mismo, o sea, vivir en su propia mente la
actividad que lo produjo, y esto sólo es posible porque dichas pruebas son fruto del
pensamiento de individuos que existieron antes que nosotros.
“El conocimiento histórico es el conocimiento de lo que la mente ha hecho en el
pasado y, al mismo tiempo, es volver a hacerlo. Es la perpetuación de actos pasados
en el presente. Por tanto, su objeto no es un mero objeto, algo fuera de la mente que
lo conoce; es una actividad del pensamiento que sólo se puede conocer en tanto que
la mente que la conoce la revive y al hacerlo se conoce. Para el historiador, las
actividades cuya historia estudia no son espectáculos que se ofrecen a la mirada, sino
experiencias que debe vivir a través de su propia mente; son objetivas y las conoce
sólo porque son subjetivas, o actividades propiamente suyas.” (p. 213)
La historia por lo tanto, es objetiva en la medida que pertenece al sujeto que la
recrea en su mente como experiencia vivida. De manera que, afirmar que “no
puede haber historia de otra cosa que no sea el pensamiento” significa que el
conocimiento histórico es fruto del esfuerzo del historiador que actúa de acuerdo
con un plan previamente trazado, en base a la imaginación existente a priori.
“El pensar histórico es aquella actividad de la imaginación mediante la cual nos
esforzamos por dar a esta idea innata un contenido detallado, lo cual hacemos
empleando el presente como testimonio de su propio pasado. Cada presente tiene un
propio pasado que le es propio, y cualquier construcción imaginativa del pasado tiende
a reconstruir el pasado de este presente, el presente en que se efectúa el acto de
imaginación, tal como se percibe aquí y ahora.” (p. 240)
Para Collingwood es importante subrayar que la filosofía de la historia tiene un
objetivo claro: hacer una historia mejor y más verdadera. Este objetivo sólo puede
alcanzarse si el historiador logra traer a la luz los principios del pensamiento
histórico y regular su obra según éstos. Insiste en que el historiador no puede
evadir este asunto: tiene necesariamente que pensar en problemas de metodología,
saber manejar materiales históricos y conocer qué resultados aspira obtener.
Hace énfasis en que el historiador debe saber lo que está tratando de hacer, es
decir, construir una narrativa que intenta ser lo más real posible, y para ello debe
poseer patrones estandarizados que le permitan juzgar los textos de historia, esto
es, hacer crítica histórica. De hecho, afirma que historiador y crítico histórico
deben considerarse sinónimos, porque todo historiador ejerce una labor de crítica
al escoger una forma de narrativa que considera preferible.
“Toda la historia es historia del pensamiento y cuando un historiador dice que un
hombre está en determinada situación esto equivale a decir que piensa que está en
esa situación. Los hechos brutos de la situación, a los cuales le importa tanto
enfrentarse, son los hechos brutos de la manera en que concibe la situación.” (p.
303)
En este sentido, parece quedar claro que la tarea histórica no consiste en establecer
la veracidad de los hechos pasados, y, al mismo tiempo, que la reactualización no
presupone que el historiador se ponga en el lugar del personaje histórico, sino más
bien, que la recreación de un aspecto pasado es lo que le ayuda a esclarecer la
situación de su presente.
“Generalmente se considera importante que el hombre se conozca a sí mismo,
entendiendo por ese conocerse a sí mismo, no puramente conocimiento de las
peculiaridades personales, es decir, de aquello que lo diferencia de otros hombres,
sino conocimiento de su naturaleza en cuanto hombre. Conocerse a sí mismo
significa conocer, primero, qué es ser hombre; segundo, qué es ser el tipo de hombre
que se es, y tercero, qué es ser el hombre que uno es y no otro. Conocerse a sí mismo
significa conocer lo que se puede hacer, y puesto que nadie sabe lo que puede hacer
hasta que lo intenta, la única pista para saber lo que puede hacer el hombre es
averiguar lo que ha hecho. El valor de la historia por consiguiente, consiste en que
nos enseña lo que el hombre ha hecho y en este sentido lo que el hombre es.” (p. 20)
Estas afirmaciones conducen a situar a Collingwood dentro del denominado
historicismo antropológico
Reitera finalmente que la filosofía de la historia es el concepto trascendental de la
historia, o sea, es el estudio de la historia como una forma universal y necesaria de la
actividad mental.
La historia y las acciones humanas en el pensamiento de Robin G. Collingwood
Rodrigo Christian Núñez Arancibia.
Resumen
La historia, como una estrategia para comprender el pasado, fue considerada desde sus
orígenes una actividad cercana a la litera- tura y al arte. Esta caracterización de la
historia fue puesta en segundo plano hacia el siglo XIX, en cuanto se intentó fortalecer
sus rasgos científicos y, en tal sentido, mantenerla diferenciada de la literatura como
relato de lo que efectivamente ocurrió. Una voz interesante de este debate, si bien no
adecuadamente escuchada en su momento, fue la de Robin G. Collingwood, que presen-
ta una teoría de la historia muy interesante, aunque no exenta de dificultades y
limitaciones. Probablemente, el primer punto a reconocer sea el énfasis en definir a la
historia como interesada en las acciones de los seres humanos, de tal modo que el
“pasado histórico” quedaría delimitado a aquello que pueda remitirse di- rectamente a
las acciones humanas.
1 La historia como ciencia.
En toda obra de Collingwood se nota una doble instancia a primera vista contradictoria.
Por un lado, distingue agudamente entre historia y ciencia; por otro lado, al mismo
tiempo, insiste en que la verdadera historia es la “historia científica” tal como surgió
durante el siglo XIX. Cuando Collingwood enfrenta ciencia e historia, (por “ciencia”
debe entenderse “Ciencia natural”) oposición que responde, básicamente, a su interés en
hacer de la historia una forma de conocimiento autónoma cuyo desarrollo no se ajuste al
monismo metodológico naturalista, de ahí su rechazo a la posibilidad de que se aplique
a la historia el modelo de explicación por subsunción de un caso particular a leyes
generales.
cuando Collingwood define la historia como “científica”, está pensando en las bases
comunes que tiene el conocimiento histórico con cualquier otro conocimiento con
pretensiones científicas; es decir, en cuanto comienza con la formulación de preguntas,
cada vez más precisas, que el historiador intenta responder apelando a la evidencia
histórica disponible
La primera caracterización del concepto de historia que Collingwood formula es
particularmente interesante en cuanto la señala como “la ciencia de la naturaleza”.
Según señala su autobiografía, fue alrededor de 1930 cuando llegó a la
conclusión de que la historia, en cuanto a la verdadera ciencia de los asuntos humanos,
es la “única ciencia de la naturaleza humana”
Collingwood va a sostener que la utilidad de la historia es que sirve “«para» el
autoconocimiento humano acerca de sí mismo, «lo que significa que provee a cada uno
no de un conocimiento personal acerca de sí mismo», sino de «su naturaleza como
hombre»; la historia «nos enseña lo que el hombre ha hecho y así lo que hombre es»”
(1946: 10). Nos aclara luego que “autoconocimiento, aquí, significa […] un
conocimiento de sus facultades cognoscitivas, su pensamiento o entendimiento o razón”
(1946: 205). La historia científica nos provee con una especial “penetración” de la
situación en la que los hombres se encuentran, pero cuanto más profundamente se
puedan conocer las circunstancias y los personajes involucrados en ellas con más
claridad surge la conclusión: lo que los hombres han sido y han hecho varía
enormemente de un caso a otro.
II. Las acciones humanas como objeto del estudio del historiador
¿Qué clase de cosas averigua la historia? acciones de seres humanos que han sido
realizadas en el pasado” ( 1946: 9). Dichas acciones establecen la diferencia entre la
historia y la naturaleza, lo que explica por qué no hay, en sentido estricto, historia de la
naturaleza. Una acción es un tipo especial de evento que, dice Collingwood, resulta la
unidad de un “exterior” y un “interior”.

III. La interpretación de la evidencia histórica


“¿Cómo procede la historia? La historia procede interpretando la evidencia: donde
evidencia es un hombre colectivo para cosas que son llamadas documentos, y un
documento no es una cosa existente aquí y ahora, de un tipo tal que el historiador, al
pensar en ello, puede alcanzar respuestas a las preguntas que se plantea acerca de los
eventos pasados” (Collingwood, 1946: 10).
Es decir, que por estar frente a ciertos objetos del mundo pensamos “históricamente”, lo
que para Collingwood significa que formulamos preguntas con la finalidad de que las
respuestas a estas preguntas nos permitan entender los acontecimientos históricos de lo
que esos objetos son evidencia material.
La evidencia histórica no son sólo fuentes escritas, pero si estuviera exclusivamente
compuesta por textos el trabajo de interpretación sería igual que si fuera solamente
material no escrito: (…) os documentos escritos deben ser considerados con criterios
similares al resto de materiales (monumentos, utensilios, mobiliario, monedas, restos de
construcciones, etc.). Frente a ambos tipos de objetos la pregunta que debe formularse
es: “¿qué significan?” Pregunta que puede plantearse respecto tanto de una carta como
de una urna funeraria. (…) De modo que las fuentes escritas (entendidas como los
testimonios de las autoridades, es decir, aquellos textos que pretenden la verdadera
descripción de lo que ocurrió) no gozan de ningún privilegio. (…) La evidencia
histórica, entonces, es un objeto físico de cualquier tipo, un resto o una huella del
pasado, que funciona como indicio o rastro de uno o varios eventos que lo produjeron.
La evidencia no es inventada por el historiador ni tampoco está a su alcance el
rechazarla sin situación.

Sigue????
Gramsci, A. (1971). El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Buenos
Aires: Nueva Visión
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