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TORTURADOS

2005

Andrés Cea

Quizás el recuerdo es lo único que vale la pena de todo esto. Aunque cada vez se
hacen más vagas las sensaciones y las escenas más difíciles de recuperar. Sólo
permanece intacta la primera vez, el resto desvanece... y no quiero que
desvanezca. No me interesan las mariposas ni los claveles, sólo quiero que no
desvanezcan. Quizás es por eso que necesito contármelo tan seguido. A lo mejor
es por eso que lo repito y lo repito y da vueltas y vueltas en mi cabeza. Porque no
quiero olvidar, no me siento listo para olvidar, no me importa no descansar si el
descanso significa el fin de algo que no alcanzó ni siquiera a comenzar. ¡Fue
absoluta imprudencia de nuestra parte! Pudimos habernos reído nosotros de ellos.
De esos fletos de mierda, de esos desgraciados... qué linda flor... ¿en qué
pensaba?... Es que mi memoria tiende a fallar últimamente...
¡Torturadores! Sí, esos desgraciados. Concéntrate, no lo olvides, vamos, un
esfuerzo más. Día a día un esfuerzo más, no lo puedes olvidar... como te dijera
Gerardo hace un tiempo atrás, inténtalo una vez más, vamos, tantos años
recordando así, un poco más... recuerda: para no olvidar algo, debes quedarte
inmóvil y contártelo cuantas veces sea necesario. Comienza. Estábamos los dos,
desnudos, rodeados de todos esos infelices... qué cansancio, cada vez me cuesta
más rec... ¡Torturadores! Infelices... no tenían por qué hacernos eso. No les
bastaba acaso con golpear, desnutrir, electrificar. Ociosos, degenerados... ¿Por
qué estoy tan molesto, en qué pensaba? ¡Degenerados! Sí, sigue contándote
hombre, sigue que se va, que de a poco se va... estábamos los dos desnudos en
medio de ese grupo de infelices. Cuántos habrán sido... espera, eso lo recordaba
bien... 5..7... ¡15! Si, 15 desgraciados, 15 pedazos de bosta alrededor nuestro,
mirándonos, riéndose, obligándonos...
Qué linda flor, esa es nueva, es pequeñito el botón, es sutil. Seguramente no la
han regado mucho, a los nuevos ya no les enseñan a regar... ¡Desnudos! Hijos de
puta, bastardos. Yo no podía, de verdad que no podía. Me presionaban y me
presionaban, pero no podía. No iba conmigo. “Que se la chupe el morenito pa’ que
se le pare”, gritó un desgraciado. El de barba, lo recuerdo como si lo tuviera
enfrente... aunque si lo tuviera enfrente creo que lo mato... ya, eso, no se va
olvidando... los dos desnudos... yo no quería, no podía... el barbón infeliz grita...
hasta ahí está más claro... qué cansancio, ya no doy más, no quiero
recordar...¡NO! NO, no, no, no, no. NO puedo dejarme olvidar. ¡NO! El barbón grita
“que se la chupe pa que se le pare”, y todos ríen, una risa estridente. Lo único que
quería era no escuchar más esas risas, no me dejaban dormir de noche, y
pareciera que todavía las escucho. “Si, si que se la chupe”, me pareció escuchar
del resto... de eso no estoy seguro la verdad... sí recuerdo bien que lo golpearon
mucho, mucho, y con un arma en su cabeza no tuvo otra opción más que hacerles
caso... sí recuerdo bien que era primera vez que tenía sexo oral, aunque no fuera
como me lo había imaginado. No sé si fue por susto o placer, o por algo
simplemente biológico, pero gracias a Dios se me paró, y pude ... ¡Bastardos! Eso
casi lo olvidaba, más temblaba yo que él. Pobrecito, debe haber sido extraño...
¿dolía? ... creo que esa sensación aún la conservo. Aquella primera vez. Tuve
cuidado, eso lo recuerdo bien. No quería hacerle daño, o más del que ya nos
estábamos haciendo. Cerré los ojos, lloré, lloramos juntos, y yo lo único que
atinaba era a decirle a sus espaldas “tranquilo, tranquilito”, como si de algo le
hubiese servido. En ese momento creo que ni escuché la risa del resto, de esos
desgraciados ¡Torturadores! ... creo que se van las sensaciones de nuevo, me
debo haber movido mucho. Recuerda lo que te dijo Gerardo: sin moverte, y
cuéntatelo con lujo de detalles, así no se va nunca y lo puedes recuperar cada vez
que sientas que se quiere ir... ahora se quiere ir. De nuevo, recuento: desnudos,
rodeados de torturadores, él agachado, de rodillas frente a mi dándome la espalda
hasta que uno de esos infelices lo golpea y queda casi en el suelo. “Así, maricón,
así, en 4 patitas”... sirve, eso definitivamente lo había olvidado ¡Bien Gerardo!... no
podía, yo no podía y lo obligaron a meter mi pene en su boca. “Usa la lengua,
maricón”, le gritaban. Y la usó, ahora que lo pienso, claro que la usó y eso fue lo
que hizo que por fin se pusiera duro. Lo golpean, fuerte, y lo obligan a ponerse en
4 patas de nuevo. “Ahora, méteselo, pero que le duela”... de eso último no estoy
seguro...lo hice lo más suave que pude, por lo menos esa primera vez. Creo que
las siguientes fueron más rudas, pero ya estábamos de alguna manera entregados
al dolor. Rieron mucho, no sé cuánto. Me pareció ver a alguno masturbándose, la
verdad es que no estoy seguro ni me importa... ¡Infelices! No merecían vivir...
llegamos a la celda esa noche y no podíamos mirarnos, no quisimos mirarnos.
Sólo nos encerramos cada uno en su rincón, y nos desvelamos...creo que desde
entonces que no duermo.... debería descansar, ya es mucho... ¡NO! Que se olvida,
no, no, no, no.
Otra vez esa mariposa, nunca he logrado distinguir bien si es la misma o si son
varias muy parecidas. ¿Cuánto vivirá una mariposa? Eso me daría pistas...
¡Torturadores! En qué pensaba, debo hacerle caso a Gerardo. Cuéntatelo,
cuéntatelo... debería escribir esto algún día... desnudos, “chúpasela”, “tranquilo,
tranquilito”, desvelo. Eso, esa noche fue de puro desvelo y lo escuché sollozar
hasta que nos vinieron a buscar al otro día... la verdad es que no logro recordar si
era de noche o de día, siempre estaba oscuro... “vamos que ahora tenemos
visitas”, ¿o eso fue después?... bueno, no importa, lo importante es no olvidar, sin
importar el orden... desnudos de nuevo, pero esta vez era distinto... ¿por qué
distinto?... me cuesta recordar... había más gente, sí. Definitivamente más gente...
algunas, no, eso era después... ¡Malditos! Claro, ya lo recuerdo. Esta vez no
estuvimos solos. Había una mujer, de pelo largo y... ¿barba? ¡NO! ¡¡Era yo!! Claro,
ahora lo recuerdo. Esta vez me tocó a mí. Y fue muy doloroso, eso no lo
recordaba. Pero en el momento, lo entendí. Él fue muy brusco, me imagino que de
rabia por haber sido él el primero. A lo mejor yo hubiese hecho lo mismo si me
hubiese tocado a mí... a ver, me estoy enredando. Primero los dos desnudos, los
dos llorando, lo penetré... después, mucha gente mirando y filmando, él con rabia
se desquitó. Creo que sangré, pero eso prefiero no recordarlo... creo que la
técnica de Gerardo está cada vez dando más resultados, debería contarle...
llegamos al rato a la celda, creo que me llevaron arrastrando. “Por qué no nos
matan”, repetía a cada rato el morenito – no hay caso con el nombre, cuando
pienso que lo tengo en la punta de la lengua, se va –. No me podía sentar, estaba
realmente destrozado, ese negro maricón tenía tremendas proporciones. Nunca
me lo imaginé, con lo chico y flaco que era. “Disculpa”, me dijo... ¿o fue “Por tu
culpa”?... no, si me pidió disculpas y me dijo algo así como que estaba fuera de sí.
Claro, y esa fue la noche en que nos conocimos mejor, y nos hicimos amigos... si,
yo diría que amigos. Nos consolábamos mutuamente, pero nos costó llegar al
tema. De hecho, cuando le dije que lo tenía muy grande, se sonrojó y no me
respondió nada. Yo como siempre quería usar el humor para intentar de alguna
forma seguir vivo. Pero no sirvió, la vergüenza era mucha. A mí ya se me había
pasado un poco, por lo menos ahora que lo conocía y sabía su nombre...cuál era,
cuál era... mariposa otra vez. ¿Cómo saber si es la misma? Debería intentar
casarla y ponerle una marca... ¡Tortura! No, ya lo olvidé. Gerardo ayúdame...
Esa vez fue la más dura. Había mucha más gente todavía que el día anterior.
Todos mirando, filmando, riendo, sacando fotos. Esta vez la mayoría ya se
masturbaba, parece que habían perdido la vergüenza igual que yo. Ya cada vez
costaba menos que se me parara. El moreno sabía perfectamente qué hacer con
la lengua para que fuera rápido. Y dolía menos al introducirla, no sé si porque ya
estábamos más relajados, o si era la costumbre, porque después de varias
semanas haciendo lo mismo, cualquiera se acostumbra. Parece que los
desgraciados también se acostumbraban, porque esta vez lo encontraron
aburrido. Y nos obligaron a hacer muchas más cosas. Y muchos de ellos se
acercaban y a la fuerza nos violaban, ya no sólo se contentaban con mirar. Creo
haber estado con 4 tipos a la vez y el moreno desaparecía bajo una masa de culos
desnudos. Sangre y semen por todas partes esa vez en la celda. Vomité mucho,
no sé si el moreno lo habrá hecho. Pero esa fue la noche en que nos acercamos.
Es demasiado parecida para no ser la misma. Tiene azul en la esquina inferior del
ala izquierda, toques de lila en el ala derecha, que asimétricamente luce amarillos
en los bordes. Es linda. Hoy día el sol está más fuerte que nunca, invita a dormir, a
descansar. Pero tengo esa sensación de que algo tenía que hacer. Ya miré a la
mariposa, conté los pétalos de la flor... esa es nueva, que bien. Me encantan las
flores nuevas, me hacen recordar ¡Mierda! casi lo olvido. ¡Gerardo! Estábamos
esa noche, llenos de semen todavía, el olor era inaguantable. Y el moreno se
arrinconó a la pared a llorar. No quería mirarme, se avergonzaba demasiado.
Ahora pienso que debe ser porque lo disfrutó más que yo, si no, no tiene sentido
tener vergüenza conmigo, que había pasado por lo mismo... yo tenía rabia, mucha
rabia... un poco de celos quizás. Llorando me llamó. Tiritaba, el moreno tiritaba, y
no era de fiebre, creo que no tenía fiebre. Era de susto, o eso me dijo por lo
menos. “Tengo mucho susto, abrásame”. Me acerqué y lo abracé. Eso me
tranquilizó a mí también. No me acuerdo qué le dije, pero le hablé largo rato para
que se tranquilizara. Siempre fui bueno para eso, para hablar. En algún minuto
dejó de tiritar, y recién ahí me di cuenta que estábamos todavía desnudos, que
esta vez no nos habían devuelto ni la ropa. Recogí unos papeles que había en el
suelo y traté de taparnos con eso. Al rato empecé yo a tiritar. Y la única forma que
encontré de no morirnos de frío fue frotarnos suavemente entre nosotros. Su piel
era suave, típico de la piel morena, y eso me daba más calor. No recuerdo bien en
qué minuto el frío se convirtió en calor, ni menos el momento en que el calor se
transformó en pasión, pero sí recuerdo perfectamente la sensación que tenía en la
punta de los dedos mientras lo acariciaba. También recuerdo lo mucho que me
gustó que me apretara, sin darse vuelta, sin mirarme a la cara, que lanzara su
mano hacia atrás y me apretara el pene con tanta fuerza que sentí que me lo
arrancaba. ¿me lo arrancó?... nos besamos. Si, eso lo recuerdo bien. Nos
besamos. Pero antes... no, después... a ver. Orden nuevamente: él tiritaba, yo lo
abrasé, comenzamos a frotarnos para pasar el frío, los dos desnudos nos
acariciamos, me arrancó el pene, giró su cabeza y nos besamos, primero con
mucha fuerza, fuerza que fue disminuyendo hasta transformarse en un roce o un
suspiro mutuo, como si lleváramos años de enamorados y no necesitáramos
besarnos más porque con el recuerdo de los primeros besos ya era suficiente. A
ratos arremetíamos de nuevo en un choque de lenguas, labios y mordiscos que
terminaban nuevamente en esa tregua exquisita del beso a pequeña distancia. Ya
ni recuerdo cuántas veces hicimos el amor, sólo recuerdo que fueron muchas, y de
muchas más formas que las que nunca imaginamos se podían hacer. De muchas
más formas que las que nos habían obligado a hacer, e incluso aquellas que con
tanto dolor repetíamos día a día para la tropa de degenerados ¡Torturadores!
Parecían deliciosos pecados, sin dolor, sin sangre, sin nadie mirándonos.
Esa mariposa no se mueve... no es mariposa entonces. No puede ser una
mariposa que no se mueva, que no... ¿está muerta? Cuánto tiempo lleva ahí
muerta y yo no me había dado cuenta. Qué tonto.
Al otro día, los malditos hijos de puta nos vinieron a buscar mucho más temprano.
Nos despertaron cuando no llevábamos ni un par de horas de sueño. Nos
encontraron abrazados, y el despertar fue ya desagradable, por las risas
estridentes que tanto me alteraban a esa altura. Al mirar al moreno - ¡cómo era
que se llamaba! – recordé la noche anterior, y sonreí. Eso ya les pareció extraño a
los torturadores, que a golpes, más que otras veces, nos llevaron a la misma sala
de tortura de siempre. Pasamos por la sala de corriente eléctrica, no paramos ahí;
pasamos por la sala oscura, tampoco paramos ahí; pasamos por ese sucucho
asqueroso de las ratas, tampoco paramos ahí. Ese día, íbamos a hacer la tortura
“a dúo”, como le llamaban los hijos de puta, por segundo día consecutivo... creo
que por primera vez fue tan seguido. Al llegar a la entrada, hubo un enredo entre
quienes nos llevaban a cada uno, y por equivocación, quisieron hacernos entrar al
mismo tiempo. Sin querer nos rozamos las manos. La sonrisa escondida que me
dedicó el moreno todavía la recuerdo y con facilidad. Entramos y por primera vez
había mujeres. Muchas mujeres. “Este es el Dúo”, le dijo sonriendo a una mujer el
malnacido que me llevaba a mí del brazo. Ya éramos famosos. Nos hicieron
desnudar y esperaron lo mismo de siempre, golpear, amenazar, gritar, reír y luego
masturbarse con este par de prisioneros que, llorando, satisfacían sus asquerosas
fantasías. Fue sólo mirarnos para entender que no les íbamos a dar el gusto esta
vez. Sin que alcanzaran a decirnos nada, el moreno se lanzó a mis pies y de
rodillas comenzó a besarme entre las piernas, y a pasar su lengua como
acostumbraba a hacerlo, de la forma que él sabía que me encantaba. Tuvimos
nuestra mejor “performance”. Nos acariciamos, nos abofeteamos, nos sedujimos,
nos besamos y nos hicimos el amor. Esta vez no hubo lágrimas, sino sonrisas y
quejidos de placer. Recuerdo muy bien el silencio sepulcral de los espectadores
que estaban completamente sorprendidos con el espectáculo. Aquellos que venían
a reírse del sufrimiento ajeno se encontraron con una escena de amor que
despertó en ellos los más primitivos sentimientos y deseos, aquellos de los que
escapaban riendo y torturando a esta pareja, aquellos sentimientos homosexuales
que disfrazaban de sadismo, de voyeurismo, aquellas sensaciones que no podían
tolerar. Creo que, junto con la noche anterior, esa fue la vez que más placer he
sentido en mi vida. De pronto uno de los atónitos espectadores reaccionó. Se
acercó y comenzó a patear al moreno, que estaba en cuatro patas gritando de
placer. Con la parte de atrás del rifle me golpeó en la cara, y, mientras ambos
estábamos en el suelo, una avalancha de patadas y golpes de armas se nos vino
encima. Gritaban, algunas lloraban, pero nadie reía estridentemente ¡les ganamos
hijos de puta! Grité... o creo que grité. Comencé a reír, eso sí lo recuerdo bien, y
reí y reí y reí mucho, hasta que por fin caí muerto por un golpe en la cabeza...
¿muerto? ... bah, es cierto, casi olvidaba que ya son años muerto. Es que mi
memoria tiende a fallar últimamente... debería olvidar entonces... aunque quizás el
recuerdo es lo único que vale la pena de todo esto... pudimos habernos reído
nosotros de ellos. De esos fletos de mierda, de esos desgraciados... que linda
flor... ¿en qué pensaba?
¡No estaba muerta! Ahí va, con su rincón azul y sus alas lilas con amarillo.

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