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Franck - El Acto de Valoracion Moral y La Educación de La Voluntad
Franck - El Acto de Valoracion Moral y La Educación de La Voluntad
Juan F. Franck
Resumen: El trabajo desarrolla, en base al pensamiento de Antonio Rosmini, la naturaleza del acto
interior por el que el hombre realiza una valoración, o estimación, de la realidad en su acción. Dicho
acto es previo al obrar externo y reviste un carácter eminentemente moral, ya que es la primera
respuesta al bien conocido, tanto de adhesión como de rechazo. La educación de la voluntad no se
logra únicamente con medios intelectuales, sino que debe incluir también la práctica de la virtud. La
sabiduría es entonces el ideal de la filosofía que, en cuanto ciencia de las razones últimas, busca
reflejar el orden del ser y del obrar, y puede convertirse así en “pedagoga del espíritu humano”.
***
La perfección de la voluntad consiste en adherir a todas las cosas según el orden del ser.
El objeto de la voluntad es el bien universal, ya que es el aspecto activo de la facultad
racional, cuyo objeto es el ser universal. La noción de bien corresponde al ser en cuanto
afirmado por el apetito racional, por la voluntad. Así como existe una intelección del ser
universal, que fundamenta el principio ens et verum convertuntur, así también existe una
volición del ser universal, que da lugar al principio ens et bonum convertuntur. Ser, verdad y
bondad forman una unidad en la que la distinción no se pierde, sino que es requerida por esa
misma unidad.
La exigencia moral no es algo añadido exteriormente a las cosas, sino que consiste en la
cualidad de todos los entes de reclamar del ser racional una determinada medida de afecto. 3
Los grados de afecto corresponden a su vez a los grados del ser, por lo que si el hombre debe
regirse por la medida del ser de cada cosa, es necesario que conozca la regla mediante la cual
1
Ver A. Rosmini, Sull’unità dell’educazione, en Dell’educazione cristiana, ed. crítica de L. Prenna, Città
Nuova, Roma 1994, pp. 197-314.
2
Cf. F. de Giorgi, Rosmini e il suo tempo. L’educazione dell’uomo moderno tra riforma della filosofia e
rinnovamento della Chiesa (1797-1833), Morcelliana, Brescia 2003. Las dos obras mencionadas son: Trattato
della coscienza morale, Anonima Romana, Roma 1954, y Antropologia in servizio della scienza morale, Città
Nuova, Roma 1981.
3
A. Rosmini, Compendio di Etica, ed. crítica de M. Manganelli, Città Nuova, Roma 1998, n. 60.
3
medir su participación en el ser. Por eso la idea del ser es la primera y suprema ley moral, la
luz de la razón. La razón puede errar en la aplicación de la luz, pero la luz misma es infalible.
No haber distinguido suficientemente la facultad de su objeto fue el origen de los
innumerables equívocos ocasionados por la moral kantiana y de su falsa dicotomía entre
autonomía o heteronomía moral. Es posible recibir la ley moral sin eliminar la libertad y sin
confundirla con el sujeto, pero para ello habrá que abandonar el planteo kantiano.4
La luz que permite distinguir el bien del mal no es fruto de la experiencia ni del
aprendizaje, sino que está presente de manera innata en la inteligencia, siendo su forma y la
regla con la que juzga todo lo que es. Así como para Tomás de Aquino, para Rosmini los
principios especulativos y los prácticos son innatos, con la diferencia de que para Rosmini
existe en realidad un solo principio innato, regla tanto de los juicios especulativos como de los
juicios prácticos, que se distinguen sólo por la materia a la que es aplicada la luz del ser.
Abierto a la totalidad del ser, el intelecto está abierto también a la totalidad del bien y
encuentra que cada cosa “es buena en cuanto que es y mala en cuanto que le falta alguna parte
del ser que le conviene”.5 El principio supremo de la moral, la primera regla práctica, se
puede enunciar entonces de diferentes maneras, todas ellas de igual significado: “Sigue la luz
de la razón”, “Obra según la luz de la razón”, “Ama a todos los seres”; y como el ser tiene un
orden intrínseco: “Ama el ser dondequiera que lo conozcas, en el orden que presenta a tu
inteligencia”.6
La voluntad tiende en virtud de su acto primero hacia el bien universal, pero hasta que no
ejerce actualmente la facultad de amar un objeto determinado no se perfecciona, sino que
permanece como latente. El amor es la adhesión de la voluntad a un objeto que se considera
bueno, así como el odio es el rechazo, la aversión de algo que se considera malo. Ambos actos
son realizados por un ser inteligente, que se mueve según un objeto conocido. La cosa sola no
suscita ni amor ni odio; es al ser conocida que puede ser objeto de un afecto o de una estima
práctica, del amor o de su contrario, el odio. Nosotros somos causa del afecto que damos a las
cosas, y la actitud moral ordenada consiste en aceptar la medida del afecto establecida por el
orden del ser. Por así decirlo, el hombre debe dejar voluntariamente que las cosas le arrebaten
el afecto que merecen.
La estima es un juicio sobre el valor de la cosa, que puede corresponder o no con su
verdadero valor. Este juicio es condición y causa del afecto. La estima práctica se distingue de
la especulativa por tener en cuenta todas las circunstancias particulares relevantes y no se
detiene en consideraciones generales, midiendo en abstracto el mayor o menor valor de una
cosa. Tanto será el amor como la estima que tengamos a una cosa, ya que el amor sigue
inmediatamente al juicio práctico. La libertad no actúa directamente sobre el afecto sino en la
formación del juicio práctico, que suscita el afecto. “Las acciones son libres, dice Rosmini,
pero por la libertad de los afectos”; por otra parte: “la estima es libre de por sí, esencialmente;
el afecto es libre por la libertad de la estima”.7 Examinando entonces el acto por el cual el
hombre pronuncia un juicio sobre el valor de las cosas al reflexionar sobre los objetos de su
mente, se descubrirá la naturaleza de la voluntad libre.8
La estima práctica es el primer acto moral, ya que es el primero que la voluntad impera.
La acción externa supone el afecto que damos a la cosa, que a su vez es resultado del juicio,
estima o reconocimiento que hacemos de su valor. Es importante distinguir aquí entre un
4
Ver A. Rosmini, Principî della scienza morale, ed. crítica de U. Muratore, Città Nuova, Roma 1990, pp. 61-65.
Para el tema de la debilidad del kantismo frente a la ética sociologista, cfr. A. Del Noce, capítulo “Significato
presente dell’etica rosminiana”, en su L’epoca della secolarizzazione, Giuffré, Milán 1970, pp. 205-222.
5
Principî della scienza morale, cit., p. 85.
6
Principî della scienza morale, cit., pp. 99, 106, 107 y 110.
7
Principî della scienza morale, cit., p. 125 y 134.
8
Principî della scienza morale, cit., p. 127.
4
9
Cf. Principî della scienza morale, cit., pp. 127ss.
10
J. Pieper, Die Wirklichkeit und das Gute, en Werke, vol. 5, ed. B. Wald, Meiner, Hamburg 1997, pp. 48-98; 94.
Ver su clásico estudio sobre la prudencia: Traktat über die Klugheit, en Werke, vol. 4 (1996), pp. 1-42.
11
Compendio di Etica, cit., n. 179.
12
Principî della scienza morale, cit., p. 123s.; cf. Compendio di Etica, cit., n. 170.
5
que se complazca más en ello que quien simplemente la acepta como la conoce. El error es
pura producción humana y su artífice se ve a sí mismo como una especie de creador. De ahí,
por un lado, el aparente despliegue de fortaleza, energía, dinamismo, en quien basa su vida en
la mentira, es decir en negar lo que sus ojos ven y que se le impone como medida de su obrar.
Puede llegar a ser un esfuerzo verdaderamente titánico y como el parto de un nuevo mundo, el
de la apariencia. Tiene lugar así una especie de orgullo, de complacencia en la propia obra.13
Tanto mayor fuerza se necesitará cuanto con más claridad se presente la realidad tal como ella
es. Y tanto más difícil será luego corregir el desvarío y enderezar lo torcido.
De ahí la inmensa importancia que da Rosmini a la teoría del asentimiento, no menor a la
que le diera Newman. Incluso la coloca como primer libro de la Logica, ya que el progreso en
el conocimiento, incluso en el teórico, está en buena medida condicionado por la rectitud de la
voluntad, que debe aceptar lo que la inteligencia le muestra y ni negar su asentimiento ni
precipitarse a afirmar lo que no se ve aún con claridad. En ambos pensadores la clásica
cuestión de las condiciones morales requeridas por el filosofar14 se extiende al conocimiento
en general, ya que el asenso es de por sí un acto de naturaleza moral.15
La primera mentira es un juicio práctico voluntario contrario al conocimiento directo, es
negación de la evidencia. Es un acto interno, que no necesariamente se traduce en actos
externos de engañar a otros. Pero tiene como efecto inmediato en el interior del hombre la
discordia; de ahí en más el hombre estará dividido en sí mismo: una parte muestra la verdad,
la otra la niega y fabrica un mundo ilusorio, en el que se instala y en el que pretenderá que se
instalen los otros. Hace violencia contra sí mismo y violenta a los demás, que no siempre
advierten la guerra interior que se produce en el mentiroso. Y si la descubren, perderán en
seguida el favor de este último, que se comportará hacia ellos de la misma manera que hacia
la luz que no puede dejar de brillar en su entendimiento, es decir los negará, y si no consigue
hacerlos callar, intentará hacerlos desaparecer.
Todas las potencias de esta persona sufren la desunión interna. La persona está
naturalmente orientada a adherir con todas sus fuerzas a la totalidad del ser, según su orden
propio, y cada potencia espera secreta o conscientemente recibir lo suyo. Pero el mentiroso
crea una segunda persona al lado de la primera, que quiere establecer un orden distinto. La
mentira es el intento de coronarse como autor del ser. Sucede como si hubiera dos personas.
La segunda se cree más fuerte, pero no puede contra la verdad, que jamás puede expulsar
completamente de su vista. Es como si quisiera destruir el ser. La guerra es sin cuartel y las
potencias inferiores se irán alineando poco a poco tras la voluntad, que naturalmente las
domina y que domina también el acto de entender, aunque no su objeto, que le es dado, tanto
en la intuición de lo ideal como en la percepción de lo real. Sería absurdo que la mentira
triunfase definitivamente en el hombre, ya que debería eliminar efectivamente a la verdad, sin
la cual deja de ser mentira. Pero podrá producir la división y el engaño eternos, la eterna
inquietud. Sólo asintiendo a la verdad conocida las potencias del hombre están en armonía, en
unidad:
Se explica también por qué la honestidad, la rectitud y la justicia traen la paz al hombre, y
por qué al contrario la injusticia instala en él la inquietud y la guerra. Porque en la justicia
todo el hombre está en armonía: la voluntad con el conocimiento, el conocimiento directo
13
Cf. Principî della scienza morale, cit., pp. 134s.
14
Ver también M. Scheler, La esencia de la filosofía y la condición moral del conocer filosófico, Nova, Buenos
Aires 1970, pp. 7-58.
15
El tratado rosminiano sobre el asentimiento constituye el primer libro de su Logica, ed. crítica de V. Sala, Città
Nuova, Roma 1984, pp. 69-129. Ver el interesantísimo estudio de P. Premoli de Marchi, Etica dell’asenso. Se
accettare i principi morali sia un problema della volontà, FrancoAngeli, Milán 2002.
6
El pecado, el mal moral, es siempre fruto de una mentira, el primero de los pecados. Dejo
de lado la cuestión de la culpabilidad de cada acto malo individual, que puede llegar a estar
tan fuertemente condicionada que disminuye la responsabilidad personal hasta hacerla
eventualmente desaparecer. Aún así, en todos los casos el pecado se origina en la negación del
ser y consiste en dar a las cosas más o menos de lo que les corresponde, atentando contra la
justicia. Por eso, es su mundo interior lo que cada hombre tiene el deber de educar en sí
mismo en primer lugar, no sólo mediante el aumento del conocimiento sino principalmente
mediante el recto ejercicio de su propia voluntad, al adherir al ser en su orden propio, según
se le presenta. Algo distintivo de la perfección moral consiste en que su mayor enemigo es su
principal artífice, es decir el mismo sujeto de la acción moral. El bien no puede imponerse
externamente, sino que debe ser aceptado voluntariamente por la persona que lo hace. De lo
contrario, se logra sólo una apariencia de bien unida al secreto rencor de quien ve traicionada
su voluntad, de la misma manera que una “paz duradera” no consiste en un simple cese de
hostilidades.
Afirmar la realidad conocida es la primera obligación moral, ya que al negar la evidencia
el hombre se vuelve autor de la contradicción existente en él y “ser autor voluntario del mal
en un ser inteligente es lo que hace al hombre moralmente malo”. 17 Es el primer requisito de
la paz interior y consiguientemente de la paz exterior. Es así que la educación de la persona
tiene como meta la virtud antes que el conocimiento,18 ya que un hombre vicioso deformará el
saber según sus intereses egoístas. En cambio, un hombre recto recibirá la verdadera ciencia
como un instrumento para su crecimiento integral y el de los demás miembros de la sociedad
y del género humano. La “sociedad del conocimiento” no significa necesariamente un
auténtico progreso, pero la “sociedad de la virtud” es siempre un paso adelante.
***
Si la voluntad actúa siempre siguiendo una razón, pero no está determinada a actuar
según esta o aquella razón particular, existe un margen de indeterminación, en el que el
hombre es dueño de su acto. ¿Cómo no ver en este espacio el ámbito privilegiado de la
educación moral? El hombre es insustituible en sus decisiones, pero dos cosas pueden
colaborar considerablemente en la formación de su carácter. En primer lugar, la educación
sobre la naturaleza de la acción, los principios generales de la moral y las condiciones
particulares del obrar. En segundo lugar, y todos coinciden en que, unido a lo anterior, es lo
más eficaz: el ejemplo. En esto es preciso evitar un equívoco. Quien educa no debe fijarse el
imperativo de hacer determinadas cosas “para dar ejemplo”, aunque prefiriera obrar de otro
modo. Tarde o temprano se descubriría la artificiosidad de tal actitud y su probable
hipocresía. El ejemplo que verdaderamente educa es el que se da sin proponérselo. Al advertir
la autenticidad del obrar de un maestro, el alumno o discípulo es inmediatamente remitido a sí
mismo y se ve confrontado con la acción que él, y sólo él, debe realizar. Es puesto delante de
su responsabilidad, sin necesidad de una apelación o admonición particulares. Sólo una
persona que es virtuosa puede ayudar a otra a progresar en la virtud. Esto no se opone a
considerar la norma y la sanción como medios orientadores y educativos. En efecto, la
ignorancia y la debilidad humanas hacen necesarios estos medios, no sólo en función de la
perfección moral de los individuos, sino como modos de protección para la sociedad. Pero
16
Principî della scienza morale, cit., p. 136.
17
Principî della scienza morale, cit., p. 139.
18
Compendio di Etica, cit., n. 168.
7
sigue siendo verdad que la educación moral no consiste en inculcar una serie de normas,
algunas de las cuales podrán estar también condicionadas por circunstancias culturales.
En cuanto a la filosofía, escribe Rosmini en un ensayo de 1833: “Una filosofía que no
tienda al mejoramiento del hombre es vana. Yo diría más: es falsa, porque la verdad mejora
siempre al hombre”.19 Y más adelante: “todo lo que buscamos con la filosofía no es
finalmente otra cosa que nuestro propio mejoramiento”.20 Sin embargo, no se le escapa la
dureza del corazón humano: “el hombre abusa de la misma verdad y la hace servir al error y a
la propia perversión”21 y advierte que “la filosofía no puede ser más que una parte de los
medios que el hombre tiene a su disposición para mejorar y para perfeccionarse”. 22 Rosmini
rescata así la antigua idea de sabiduría, en la que el conocimiento está unido al ejercicio de la
virtud. Pero “es siempre una idea la que preside, guía y se expresa en todas las operaciones de
los hombres”; por eso, recluirse en el ámbito académico podría convertirse en algo “más
culpable que pueril”.23
Quisiera concluir con los últimos números de su Sistema filosofico, un jugoso compendio
de la entera filosofía rosminiana escrito en 1845, en el que el autor diseña su ambicioso
programa, en gran parte ya desarrollado por él mismo:
[261] La filosofía hace avanzar todas estas investigaciones hasta que la mente humana
encuentre su plena satisfacción, su reposo. La mente encuentra este reposo cuando descubre
las razones últimas a las que puede llegar y se persuade hasta la evidencia de que son
verdaderamente las últimas, que de ninguna manera puede ir más allá. Las razones últimas,
una vez encontradas, responden también a las necesidades supremas del espíritu humano.
[262] Y ése es el fruto de la filosofía. Si el fin de la filosofía es encontrar tranquilidad y
reposo a la curiosidad de la mente, un fruto más precioso aún es asegurar al espíritu
humano de la posiblidad de que se cumplan todos sus deseos, eliminar en este punto toda
incertidumbre e indicarle el camino seguro por el que puede llegar a la cima a la que tiende.
Un camino que lo conduce a Dios, a quien el filósofo consumado se entrega para ser
amaestrado como su discípulo y perfeccionado como creatura.
[263] Estos son el fin y el fruto de la filosofía. Pero si en lugar de considerar la ciencia se
quiere considerar la escuela de la filosofía, en ese caso se presenta como la verdadera
pedagogía del espíritu humano: de la mente, a la que conduce como de la mano hacia la
ciencia más completa, y del alma, a cuyo afecto revela el bien más completo.24
19
A. Rosmini, Come si possano condurre gli studi della filosofia, en Introduzione alla filosofia, ed. crítica de P.
P. Ottonello, Città Nuova, Roma 1979, pp. 317-333; 317.
20
Ibidem, p. 330.
21
Ibidem, p. 319.
22
Ibidem, p. 320.
23
A. Rosmini, Introduzione, cit., p. 106.
24
A. Rosmini, Sistema filosofico, en Introduzione, cit., pp. 225-302.