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primera edición sngle«!

*939
Primers edición española. 194c

Qaeda Lecho ¿ depósito que


marca la iev. Copyright by
tonco ác C í- u- c Economice

. .

Impreso y hecho er. México


Printed and made ir Mexico

Icm es S h o tw e ll
Profesor d t Columbus V inversity

'¿tutoria dela
cu ci ¡¿siMjido cAntisruo

Versión española

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FONDO DE CU LTU RA
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N O T A D EL T R A D U C T O R

La Sección de Historia del Fondo de Cultura Económica ha creído conve­


niente inaugurar ]¡¡ serie de sus publicaciones con un manual de historiografía.
Er. estes momentos en que los destinos dei mundo son mas que nunca enig­
ma en que las contiendas actuales deforman violentamente las perspectivas ¿el
pasado de pueblos y culturas, nada puede instruir tanto como un libro que tíos
muestra panorámicamente las distintas concepciones que pueblos y culturas
diversos kan tenido de la historia.
E l profesor James Thomson Shoiwell, de la Universidad de Columpia es­
tá admirablemente capacitado para realizar un estudio tan amplio, tan sepes-
tiro, como el que ahora ofrecemos al público de habla española. El profesor
ShotveU no es un historiador de gabinete. Ha escrito histeria y ha contribuido
c. hacerla. Su prodigiosa actividad le ha ¿levado desee el estudie ¿ t los pro­
blemas más compiejos ¿c L cronología, ¿e ¿a histeria de las religiones, de los
efectos de los descubrimientos científicos sobre ¡a evolución del mundo Je O c­
cidente, hasta el desempeño de los cargos más delicados en la Sociedad de
Naciones > en le fundación Ccrnegie para el mantenimiento de la paz ínter-
nacional.
D e aquí que su visión ríos sorprenda por la amplitud, que sea mucho »v.¿,
humane y más rice que la de uri autor estrictamente especializado. E l presente
volumen tiene una cualidad cada vez más rara a: ¡a producción histórica ct
nuestros dias: el amor ¿omina en todo momento sus materiales. A pesar de
abundancia de información que contiene, esta riqueza de ¿atos no tmtcrpz¡r
s NOTA DEL T&ADUCrOR

las páginas del libro, que se mantienen de continuo vivas, llenas de ingerencias.
La cohesión del libro y la soltura en el manejo de los materiales sor. sus ma­
yores méritos. El projesor Shotwell, que se cree un historiador científico en el
sentido más estricto, pone un calo: de comprensión en sus páginas, ¿esarrolla
en ellas una riqueza intuitiva, que le convierten en ese artista siempre Lítente en
los grandes intérpretes de la historia.
Ei profesor Shotwell representa con exactitud unos ideales que ahora ve­
mos sacudidos hasta lo más hondo. Cree con fervor en el progreso científico y
en sus resultados en los estudios históricos de la última centuria, con ven fervor
lar. grande que tal vez le hace insistir demasiado, a nuestro juicio, en ios defec­
tos y limitaciones de los historiadores antiguos; pero la agilidad de ac espíritu
le hace también estar en guardia contra esta actitud, y así nos dice, al hablar
de ¡as limitaciones de Heroaolc, que tal vez las que hoy consideramos supre­
mas normas científicas sear. tomadas por épocas posteriores como punios de
vista toscos e imperfectos, tanto como lo fueron los del Padre de la Historia.
Este sentido profundo ¿e ia historicidad, este relativismo de las perspecti­
va5. este esfuerzo de compre-visión ¿e las mentalidades de ¿pocas y culturas pa­
sadas, son calidades valiosas del profesor Shotwell y de su libro. que no sola­
mente viene a llenar un hueco en la producción historiográjica de habla espa­
ñola, sino que también, por la variedad y la riqueza de los temas q&s aborda,
puede servn ác punto de partida y de orientación para las investigaciones kis-
tonográficas, llamadas a ocupar un puesto de preferencia en el repertorio de
los temas históricos en nuestros días.

Ramón IG L E S IA
P R E F A C IO

EL presente volumen es producto tardío de un movimiento dentro del cam­


po áe la crítica histórica americana que alcanzó su plenitud en le década ante­
rior a la guerra mundial, movimiento dirigido hacia la reelabcraáóz; de :>ac ­
ciónales perspectivas históricas c la h it de las fuentes originales. Durante tos
últimos años del siglo pasado los hombres ríe ciencia vueltos de Europa — o
los que se formaron bajo su dirección— se plantearon la tarea de transfor­
mar ia enseñanza de la historia en nuestras vr, Tersidades. E l método de semi­
nario, puso al estudiante frente a frente con el testimonio de los hechos, mien­
tras ios bibliotecas, con sus grandes colecciones ce documentos originales, se
haden más y más adecuadas para ¡a investigación histórica. E l resultado fue
un cambio profundo en el tratamiento académico de ¡a historia. Mientras el
gran público continuó durante una generación prefiriendo lo mismo que ante'
bahía preferido, y renunció con disgusto a creencias oredilecias sobreda histo­
ria c e su país o .la ¿s otros, las universidades y colegie-s rivalizaban entre rí.
en el fomento ¿e lo que se llamaba método científico en ia historie.. Dos prue­
bas ¿estacadas de esto fueron la reelabcracián de los libros de texto de cale
gics y escuelas ' superiores, y la preparación de libros de " lecturas" a base de
selecciones y traducciones ce las fuentes originales. Asi el estudio de la histo­
ria dejó de ser una simple repetición ¿ e feches y sucesos de escaso hüerés traía
el joven estudiante, convirtiéndose en la disciplina del ejercicio crítico a el
examen de los documentos y el gozoso sentir del contado directo con s:: pasa­
do vivo.
Entre las primeras figuras de este renacimiento histórico americano, ningv
na tan destacada como la ¿e l profesor James Haryey Rdñnson. U principa!
dificultad para los estudiantes americanos eran las lenguas extranjías, que
solamente une selecta minoría consideraba como alg 0 más que un conocLier..
K> HISTORIA DE LA HXTTJRU

to ocasioné, ¿e escaso empleo une vez pasado el examen. Por este, el peisjesor
Rc-binsor. y sus colaboradores los profesores Edwará P. Cheyney y Dona M u íi-
ro, de la Universidad de Pennsylvania, comenzaron la publicación de urr.c pe­
queña serie de manuales titulada Translations ana Rcprints froan thf Chazina! .

Sourceí oí Europ;ar, Histcry (Traducciones y reimpresiones ce ¡as fuente;


originales ¿e la historia europea). Durante varios años esta colección pvé in­
sustituible. Más tarde el texto escolar ¿el Prof. Robinson sobre la Europa: ocei-
¿enicl abrió una nueva era en la enseñanza de la historia, y funtarKcrzzc cor:
él salieron a la luz * lecturas" de fuentes del mismo profesor y de otros varios
cosa que ti Prof. Botsford y otros habían hecho ya para la historia amtigua.
1er, relación con esic movimiento de los años anteriores a le guerra mun­
dial. e. amor planeó una amplia biblioteca de textos y estudios bajo e. título
Recetes c f Civüization: Soarces ar.c Sradies (Archivos de le ci>¡!dzaci¿n:
fuentes y estudios). E l propósito de esta colección era doble: en prime- lugar,
hacer accesibles cr. inglés acuellas fuentes de L histeria europea que son de
primera importancia para comprender el desarrollo de !c. rivüiz. siór. ¿-iccidcn-
ta; y en segundo, señalar algunos de los resultados más destacados ¿ s ía in­
vestigada'. científica en el campo referido. S t trataba ce proporcionar a quie­
nes no pudieran leer los documentos er. el original, los tr.eeios pata f&rmar-e ~
alguna idea de los problemas ¿el historiador. Estaba preparada ia edición de
unes veinte volúmenes cuando, a causa de la entrada de l a Estadas Unidos
en la guerra europea, el editor fue llamado al servicio del Gobierno, servicio
crue duró hasta la Conferencia ce la Faz inclusive. 1 uva por iasno, eme inte­
rrumpir il trabajo ¿c la colección, publicándose lari sólo siete vciúnancs bajo
su derección. El Departamento de Historia de la Universidad de Coüumbia st
hizo cargo de la publicación, bajo la dirección de! Prof. Ausths P. E * sks , sien­
do ahora unos cuarenta volúmenes los publicados o en preparación.
La mayor parte del presente volumen fue escrita para servó de vntroduc-
rión a esta colección de fuentes: pero incluso bajo la jerma ¿ricial n-s A n Its- .
rroducáon to the History o? History (U na introducción a la hirí.reóa de U
hiftoria) — publicado er. 1022— va había ido más alta de <n¿ primee objetivo.
Ya no era simplemente un comentario crítico a una antología seiccciotutaa -
oara dar al lector una idea de ¡o que el mundo antiguo pensaba de los kisto- )
riadorcf y de lo que los historiadores pensaban ¿e tí mismos Eí ccvnsntario se
convirtió er1 el cuerpo del libro, cor. simples referencias bibliográficas a tos
originales. Además no era va una introducción c ios historiadores mtsdiev:des y
PREFACIO 11

modernos, sino un estudio independiente de los orígenes y desarrollo de te his­


toria en el mundo antiguo. Los motivos de este cambio se explicaban er. el pre­
facio de la Introducción del siguiente modo:

Nade podría haber estado más lejos de las primitivas intenciones del autor que
escribir una historia de la historiografía antigua, cosa que este libro .aparece ahora en
parte. Pero la falta de una exposición de conjunto satisfactoria cite abarcase todo ti
campo ce la antigüedad, nos llevó a ampliar el tema y el comentario critico hasta que
¡a obra adquirió su forma presente. Reconozco con franqueza que el tema tratado co­
rresponde por derecho propio al historiador de la antigüedad, pertrechado debbiameli!)
no sólo con losclásicos y ¡as lenguas de! Asia occidental, sino también con la erqueo-
logia y cienciasafines. Si alguien así hubiera hecho el trabajo, este volumen se huí-mu.
quedado reducido a! único capítulo primeramente planeado; .por tanto, el historiado'
ce la antigüedad, que señalará aquí, sin duda, ia intrusión de un profano, lume et.
parte ia culpa de lo ocurrido, ya que la falta del libro que ¿l debería haber ha ho
es la que ha motivado la preparación de éste.
Si e! hacer un libro así era ya urna cosa aventurada, las circunstancias en om ,,
preparó para la imprenta le hicieron aun más aventurado desde cí punto de vista
tífico, pues fu¿ preparado a ralos perdidos, cuando la ocasión lo permitía, en meda,
de otros trabajos de índole totalmente distinta, y que ¡levaban consiga grava nipón
labilidades. Una parte de é! fue escrita durante viajes por Europa, sin m¿<libro', ,
los que podían colertene en bibliotecas locases o los ette codia llevar conmigo;
parte está sacada de fragmentos ce lecciones universitarias dadas tiempo atri,, -,
otra estotra ya preparada como una simple introducción a unas selecciones de fuente,
Esto explica, aunque no disculpa, algunas irregularidades en la manera de tratar ¡(„
asuntos, insuficiencias en ¡as notas bibliográficas, - también tí empleo er, muchos t'cs-.u
ce las traducciones ¿e extractos ave encentraba a mano. Si hubiera existido ¡e pcidi
lidad ¿e dar una serie de traducciones ilustrativas del texto por separado e in ».»tu*,,
estos extractos no hubieran aparecido er. la Introducción. N o obstante, por lo genera',
un i-.gero examen podrá descubrir como un sucedáneo de las bibliografías er. ia>. r. ,,¿
que van ai pie, o er, la referencia a algún manual amplio que sirva de punto ¿-
ttda indispensable para continuar ei trabajo en cada caso.

Por ia ayuda -prestada en le preparación del volumen en su fam a otipi-


na!, ci autor debe cierno agradecimiento al Prof. ¡sabe! M cKenzk, antes tic
Barnard Coüege, y ahora en el Departamento de Historia de HunUr Collcgr,
cuyo interés por el aparato crítico de la obra se ha extendido al presentí- v,->
turnen. En La preparación del texto actual. Reherí E. T soban, de ia U tdvtrti
dad ce Georgctown, y 1. Tí', ¿rrain, profesor de Historia Antigua cr. la uní
tersidad de Illinois, han cooperado también, no sólo en la revisión de L- re­
ferencias bibliográficas, sino en poner el texto al día con los resultados de la
12 historia oh l a historia

investigación reciente. La contribución del Prcf. Swain ha sido especialmente


importante. A través de! volumen, el lector encontrará indicaciones d e varios
pasajes que han sido añadidos por él o sustituidos en ¡upar de los del texto
primitivo. E l estudiante de historia antigua-lamentará indudablemente aue el
plan ¿el presente volumen no haya permitido mayor amplitud en el campo de
la erudición para el que generosamente hable ofrecido material dicho profesor.
Este libro, sin embargo, no pretende reemplazar los manuales especializados
que deberá usar el estudiante que se dedique a investigar la historiografía an­
tigua. Su propósito es señalar el camino recorrido por la memoria, la poesía
y la curiosidad humana hasta fundirse en una herencia perdurable para e!
hombre civilizado, en evolución desde los vagos comienzos de! hombre primiti­
vo hasta una critica sistemática ce los testimonios ¿el pasado. La refundición
y ampliación ¿el texto no han sido hechas con el propósito de completar una
visión de contante de la historiografía antigua, sino teniendo en cuerda ¡a evo­
lución de la histeria en las centurias siguientes, evolución que culmina en la
reconstrucción del pasado hecha por los historiadores actuales.

}A M ES T . S H O T W E L l
PRIMEE... =~£Tr
C A P IT U L O I

D E F IN IC IO N Y O B JE T O D E L A H IS T O R IA

CTT..P
O C asta hace muy poco la histeria, no ha tenido historiadores. Se han escrito
histerias ce casi todas las otras materias cabidas y por haber, de i?, literatura,
de la hlc*soría, de las artes y de las ¿encías, y. sobre toco, de la política. Pero
hasta hace muy pocos años, con excepdcn de algunos libros didácticos, ia historia
de la historia ha quedado sin escribir. Clío, aunque es la más vieja ce las M u ­
sas, ha estado tan ocupada averiguando ei pasado de sus hermanas que: se ha
olvidado del suyo propio, y parece ser que sus mismos lectores se lo han pre­
guntado raras veces. Todavía hoy la denominados "historia de la historia”
dice muy poco a la mayoría de la gente, que parece adivinar en esto algún
tema académico enojoso, para el cual no debería haber tiempo libre en un
mundo atareado; cuando en realidad es la parte de la historia subsana que
primero debería dominarse si sé quiere aprender a juagar el valor del testa.
La razón principal de este -estado de cosas es probablemente la que .aca­
bamos de indicar. C lío era una Musa. La historia ha sido considerada por
lo general como una rama de. la literatura. Los historiadores, como maestros
de estilo o ce imaginación creadora, colocados junto a poetas y dramatur­
gos. en. vez, de considerárseles como simples historiadores, con un arte y una
denda propios. Tucíáides ha sido leído por k belleza de su griego. T ito Livio
por ia de su latín. Carlyle aparece en ios repertorios bibliográficos al. -kác de
Ruskin, el artista que manejaba la palabra como un pincel D e vez en cusa-
do han aparecido estudios de crítica histórica sobre ios ''grandes maestros” e
investigaciones sobre temas concretos. Pero en tanto que La historia íu é con­
siderada como una parte de ís literatura, su propia historia no pudo escri­
birse, porque el redescubrtmiento del pasado es ciencia y arte a k vez.
16 HISTORIA DE LA HISTORIA

La historia ce la historia, por lo tanto, tuvo que esperar a que se Qesarro-


ilara k crítica histórica ¿entífica antes de atraer k atención ce los propios
historiadores. Esto ha significado que pocas personas, con excepción ce los
investigadores, se han interesado por ella. Bajo k denominación poco agra­
dable de "Historiografía” ha pasado recientemente a formar parte integrante
de las enseñanzas de los seminarios de historia, pero, con pocas excepciones,
los manuales allí empleados están hechos con vistas a la formación del apa­
rato crítico de la investigación. Les falta por ello el estilo atractivo y k ri­
queza imaginativa que ganan adeptos a k historia, y, juera de los estuchan­
tes. pocos tienen noticia de su existencia.
Y , sin embargo, k historia de la historia tiene más de exigenck que de
invitación para k atención. Arte, ciencia y filosofía a ía vez. la historia es
el más viejo y el más vasto de ios intereses de ía humanidad. ¿Qué era el pa­
sado para Babilonia o para Roma? ¿Cuándo y cómo fué descubierto el tiem­
po por vez primera y se señaló con años numerados un pasado nebuloso? ¿Qué
viajeros de Grecia llevaron a su patria aquel conocimiento de las confusas
antigüedades de Egipto y Oriente que íes hizo criticar sus propias leyendas
homéricas, creando así la historia? ¿Qué perturbaciones fueron producidas en
la investigación científica per las creencias religiosas y en las creencias por la
investigación científica? ¿En virtud de qué milagro un pasado pendido ha sido
redesrubierto en nuestros días hasta el punto de que podemos corregir a
Herodoto con documentos oe su propia época y rectificar un relato ce Tito
Lirio o de Tácito con les mismos escombros depositados bajo las calles por
donde ellos pasaban? Esto es más que fantasía o literatura., aunque la fan­
tasía entra aquí a manos llenas. Porque la historia de la historia es el rela­
to de aquel ahondar de la memoria y la curiosidad científica que da la medica
de nuestra conciencia social y de nuestra vida intelectual.
Pero debemos hacer primero una observación, porque ía palabra "histo­
ria” . tiene dos significados distintos.’ Puede significar el relato de los hechos

Véase E rnst B ernhzzm, Letrrbuch der h'tstorhcher. Methode un¿ ¿ n Geschichts-


phdotophie (Tratado de metodología histórica y de filosofía de k historia) (64 e¿.,
190S}, cap. x. Ls palabra aíemana Gescbkhie, que significa “ ¡o ou< ha ocurrido”
(vas 'gesthieht, vas gescheben ¡it), se presta todavía a mayor confusión, R. F u n t ,
History c f the Philosoph» of Hisiory (Historia de la filosofía de la bisaría) (1S94),
p. 5, llama, la «tención sc-brc la ambigüedad del término en inglés, oero limita su
distinción £ la de historia objetiva y subjetiva, como se hace en substancia en nuestro
DEFINICIÓN Y OBJETO DE DA HISTORIA

o los hechos mismos. Decimos cue Cromwel! "hace iiisioiia” aunque nunca
escribió una línea de ella. Decimos incluso que el historiador se limita a re­
latar la historia que hacen monarcas y hombres de Estado. La historia en
estos casos no es, evidentemente, el relato, sino La materia que espera ser rela­
tada, Se ¿a igual nombre al objeto del estudio y al estudio mismo. La con­
tusión es lamentable. Según sabemos, la sociología se ocupa de la sociedad;
la biología, de la vida; jpero la historia se ocupa de la historia! Parece un
juego de palabras.
De los dos significados, el más amplio es relativamente reciente. La idea
de que los hechos y las personas sen históricos por alguna cualidad que les es
propia, aunque nadie ios naya estudiado ni escrito acerca de ellos, no se ¡es
había ocurrido a los antiguos. Para ellos la histeria era lo otro, la investiga­
ción y el relato, no la cosa que había de estudiarse o relatarse. Hasta los tiem­
pos modernos los hechos mismos no fueron denominados historia. La historia
de un pueblo significó en su origen ia investigación y el relato de un histo­
riador, no la evolución de la nación. Significó un trabajo que se ocupaba del
rema, no eí tema mismo. Y éste es, tanto lógica como históricamente, eí em­
pleo más correero de ia palabra. Las cosas no son nunca históricas en sí mis­
mas. Pueden ser perpetuadas tan sólo de dos maneras: c corno parte del pre­
sente en continuo movimiento, como las instituciones, el arre, la rienda, etc.,
cosas permanentes o universales; o en aquella reconstrucción imaginativa que
es misión especial ce] historiador.
H ay cue insistir en esta distinción si hemos de tener una idea ciara sobre
la historia ce ia. historia. Es evidente que con esta designación empleamos
"historia” únicamente en su sentido original y más restringido,.Nos ocupa­
mos de los historiadores, sus métodos, sus materiales y sus crohlnaas, y no
con ios llamados ' autores di historia” , excepto en calidad de materiales para
el historiador, no con batallas y constituciones y hechos ’ 'históricos” por s;

reino. Bemlseim (cap. i, ¡.ce. 5) insiste en introducir una cerceta categoría, el conoci­
miento c estonio ae ia historia, cae no es ni los Lechos ni su p resentación artistici),
sino !s ciencia ae ¡a investigación (Geschiehtsv isscnschaft). H ay a~r. sugestiva anto­
logía de dermi rione? en F. j . T eggart, Prolegomeni io History (Prolegómenos a ia
historia) ( í q i <S), parre m . see. 1 . Véase también J o h a n H u i z i n g a , ''U na definición
de¡ concepto de nisiortf’ en R. Khbsnsicv y H. J. Patón, tá s. Philosophy and Histom :
Essays Presented te Ernst Cassirer (Filosofía t Historia: Ensayos ofrecidos a Ernst
Cassirer) (1936/, pp. 1-10.
HISTORIA DE La HISTORIA
i8

mismos, sino únicamente cuando el historiador se ha ocupado de tilos. \ es


su manera de tratarlos, más que ios hechos mismos, lo que de preferencia nos
mteresa.

Sin embargo, diremos antes una.'- palabras zorrea de b historia, en el sen­


cido más amplio, más impreciso, de ' lo que ha ocurrid-:/'. ¿Abares b histo­
ria iodo lo que ha ocurrido? De hacerlo así, incluye todas las cosas, porque
el universo entero, según demuestra la ciencia moderna, está en proceso oe eter­
no cambio. Se extiende más allá de ios fenómenos de is vida, pe« los de la
materia, ya que el extenso relato de la evolución desde b amiba v el crustá­
ceo hasta el hombre, cuyas huellas estamos aprendiendo a descifrar en las pá­
ginas de las rocas estratificadas, no es sino un inda ente del conjunto. Las
rocas mismas han ''ocurrido” , como la vida cuyas tratas preservan. En resu­
men, si la historia abarca todo lo que ha ocurrido, tanto estaba produciéndose
cuando las primeras estrellas adquirieron su forma, corro cuando, hace cosa
de un siglo, la ciencia comenzó a descifrarla y a leer en ella-
Ei descifrar semejante historia no es, sin embargo, tarea coi historiador
sino del naturalista. N o hay inconveniente, sin duda, en amanerar el aná­
lisis de la materia como una rama de la historia, cuando descubre que la ac­
ción química es esencial para la producción de fenómenos, y cuse el electrón
es probablemente el causante de la acción química. Peto ésta s o es la clase
de historia que el historiador hace. Frente a tales concepciones, comprende
que debe contentarse con lo que apenas si es algo más cus una fracción infi­
nitesimal del vasto campo del conocimiento. Y , sin embargo, es bueno que se
dé menta del lugar que ocupa dentro de b gran sociedad que can atareada
está hoy con el misterio ce los procesos de ia satttralrra- Pues una vez que
ha tenido visión del proceso mismo, nunca podrá volver a enfrentarse con sus
viejas tareas en ia misma forma. Cambia su perspectiva, le da diferentes cla­
ses de valeres, y reconstruye aquella síntesis de la saca y del mundo dentro
de la que él sitúa Las obras de su propia investigación. Aunque se da cuen­
ta de ia naturaleza limitada de su punto de vista, no por ello deis éste de ser
válido. Por el contrario, adquiere una validez mayor ¿ ocupa lugar dentro
de un esquema más vasto, EJ significado de su obra antes crece que disminuye
a la luz de un horizonte más amplio. Las perspectivas de la cencía sirven de
inspiración al historiador aunque reconozca que nunca podrá dominar sus
frentes originales ni trazar su historia. Esta es del dominio ce los científicos.
DEFINICIÓN Y OBJETO DE LA HISTORIA 10

Y conforme la naturaleza -de sus fenómenos se nace más clara para ellos, se
hacen clics mismos m is y más históricos. Los más amplios aspectos históri­
cos de la física y de la química a que acabamos de aludir, son asimilados por
el astrónomo, mientras que la "historia natural” en el viejo significado del
término, es el dominio especial del geólogo y del biólogo. Entre ellos y los
historiadores ía conexión se va haciendo directa y fuerte; y hay mucho a fa­
vor de la aíirmadón de que. canto por su obra como por su influencia, el más
grande de todos los historiadores ha sido Darwin.
Pero si la historia en sentido objetivo no es todo lo que ha ocurrido, ¿cuán­
to es de lo que ha ocurrido? La respuesta a esta pregunta ha dependido ge­
neralmente del punto de vista de los distintos historiadores. Todos están dt
acuerdo, por ejemplo, en que el termino "historia” debería limitarse a los
hechos humanos. Y, sin embargo, ía definición nc puede ser tan estrecha,
porque el cuerpo y ci espíritu del hombre pertenecen al mundo animal, y tie­
nen antecedentes que llegan mucho más allá de los confines de la. humani­
dad, mientras que el medio natural de la vida — alimentos, clima, habitación,
etc.— es parte también de- la historia humana. Si tratamos de limitar aun
más el término a algún tipo determinado de actividad humana, como, por
ejemplo, la política, dejamos fuera campos en los cuales ía expresión del
espíritu humano ha sido con frecuencia de importancia mayor, ios de la cul­
tura y las ideas, la literatura, el arte, la ingeniería, la educación, la ciencia
o ía filosofía. ¿Por qué no, pues, evitar confusiones aceptando como histo­
ria todo el pasado de la humanidad?
Seto parece haber un requisito indispensable: los datos deben conside­
rarse como parte del proceso -de! desarrollo social, no come hechos aislado..
Porque hechos históricos son aquéllos que forman parre de la gran corriente
de relaciones mutuas que es el tiempo.
Esta es todavía historia en el sentido objetivo, el campo que el historia­
dor puede llamar suyo propio. Pero una lectura cuidadosa dé nuestra d e fi­
nición muestra que hemos ya llegado sin notarlo & considerar la historia en
ci sentido más genuino de la palabra, como la obra del historiador, ya que es
la. actitud adoptada respecto al hecho la que en álam o término -determina
si ha de ser considerado como histórico o no. Ahora Bien, ¿cuál -es, en resu­
men, esta acritud histórica? Consiste, como ya hemos indicado, en vti las
cosas en relación con otras, tatito en e! espacio como en el tiempo. La bio­
grafía, por ejemplo, se convierte en historia cuando considera al individuo
20 HISTORIA DE EA HISTORIA

dentro del maree de la sociedad: no es historia en tanto -que se «copa excks-


sivamme ¿e una vida aislada. Puede considerar al héroe como tarta figura
aíslaos, solitaria, o como un tipo común a todos los tiempos. Ezt cualqtñsra
de los-ics casos k falta el punto de vista histórico, pues únicamente poniendo
en íckdón a! individuo con su propia sociedad es como puede entrar er la
gran corriente de los hechos que llamamos tiempo. El estudio c e la vida
de sm agricultor cualquiera, como tal agricultor, ¿entro del eteme suceden de
las estaciones, es casi tan intemporal como el estudio de la mente de Shakes­
peare. Por otra parte, el agricultor de la Nueva Inglaterra y el Shakespeare
irahelko entran en el campo de la historia porque son considerados dentro
dei marco de k seriedad; y la sociedad es el receptáculo del tiempo, el refirió
eternamente cambiante y eternamente duradero de los humanas acontecí*
mientas.
Le mismo que hemos dicho de la biografía cabe decir ce is investigación
erudita. N o porque un hecho pertenezca al pasado es necesariamente histó­
rico. En realidad, en tanto que el erudito aísla sus materiales para que los
examinemos, interesado en ellos por ellos mismos, mostrándolos corno el con­
servador de un museo, los despoja de su carácter histórico, porque los hechos
históricos no existen por sí mismos como tampoco las vidas de ios persona­
jes históricos. Son partes de un proceso y adquieren sentido únicamente cuan­
do se les ve en acción. El erudito preserva los fragmentos de ía gran maqui­
naria de los hechos, pero el historiador la pone en marcha de muevo, por dé­
bil que llegue hasta él el resonar de su movimiento a través car. las distantes
centurias.
La historia en el sencido genuino Ge ¡a palabra comenzó ecc. los griegos.
Estos habían ya sobrepasado el mundo en la creación puramente artística de
la épica, donde la imaginación, acelerando el lento sucederse c e los hechos,
restaura el dinamismo dei pasado, lo cual es la primera centurión de la his­
toria. Luego pasaron de la poesía a la presa, y con sobriedad y mesura, co­
menzaron a criticar sus propias leyendas, a ver si eren ciertas. Antes ¿el si­
glo vj a. j ; c., que sepamos, ninguna mano crítica había intestado seleccio­
nar los daros del pasado, empujada por la voluntad de descreer. Esta acritud
revolucionaria, tan afortunada en averiguar lo que no había ocurrido como
lo que había ocurrido, señala la aparición del espíritu denrírioo en el erar,
arte de narrar los hechos. La historia en su sentido estricto es *2. combinación
de t«s dos cosas.
DEFINICIÓN y OBJETO DE LA HISTORIA 21

La misma palabra "Listarla” * nos viene de estos ionios dti siglo vi, y es
el nombre que dieron a su hazaña. N o significaba un relato sino la busca del
conocimiento y de la verdad. Era para ellos lo que la filosofía fué más tarde
para los atenienses o la ciencia para nosotros. E l historiador era el indagador
crítico. Heredero tenía tanto de investigador y de viajero como de narrador,
y la investigación de toda su vida era "historia” en su dialecto iónico." Y , sin
embargo, el mismo Herodoco indica que e! término puede también, ser apli­
cado al relato que ia investigación ha hecho posible,4 no al cuento ingenuo
del narrador faite de critica, claro está, sino a la narración del tipo que él
y sus colegas juiciosamente indagadores podían elaborar. Hasta Aristóteles/’ v
más en especial hasta Poifbio/ nos encontramos el término aplicado defini­
tivamente al producto literario en vez de a la investigación que le precede.
Desde Polibio hasta ios tiempos modernos ia historia (latín historia) ha sido
literatura. Es una coincidencia extraña pero feliz que cuando el investigador
científico de hoy retoma de ia literatura a ia ciencia, de escribir libros a
descubrir hechos, vuelve no del campo sino hacia el campo de la historia, tal
como era entendida la palabra por aquellos predecesores de Herodoco, pan
quienes todavía Ja ciencia apenas sí era un sueño, una aspiración.

Este doble aspecto de ia historia — el uno n c más antiguo que Jonia, t!


otro que se remonta a la aurora del tiempo— parece haber quebrado la ca­
beza a muchos que han escrito acerca de ella. H ay quienes tratan de demos­
trar que la historia es una rienda, o que es un arte, cuando, en realidad, es
ambas cosas. Volveremos sobre esto más tarde, al plantearnos la cuestión di
la relación entre el arte y la rienda en general. Pero sin entrar ahora en
este problema, podemos de momento, para mayor claridad, dividir fraarr-
mente nuestra materia en das: b investigación, que es ciencia, y ia. cari..-
dón, que es arre.

Jomo l o í á t i c o «rtoeín- (Véase irs/rc, p. 1S6}.


'* Véase is frase inicial, "Esta «s k exposición de las investigaciones de Kerodotn
de Haiicarnaso," etc.
4 Lib. va, cap. 96.

1 Aristóteles. Retórica, iib. iv, cap. i, sec. 8 (cf. nota en «s. E. M . Cope y J. E
Sandys); Poética, cap. o.
* P.oiibio, Historias, iib. i, cap. 30.
HISTORIA D i LA HISTORIA
A-«-

L r historia de estas dos divisiones recorre diferentes camines., y Siempre


Lo ha hecho asi. La historia arte fiorece con las artes. Es hija principalmente
¿e k imaginación y dei estilo literario. Depende de la expresión, de la pin­
tura viva, de la simparía, la grada y la elegancia, de la elevadas de senri-
tnkstos o del poder de captación. La pintura puede ser parcial e incorrecta,
como la descripción hecha por Carlyle de la Frauda revolucionaria; las sim­
parías pueden desviar de la verdad, como en el btmque VIH de Erenme o en
ia Histeria de Inglaterra de Macaulav; la elegancia del estilo puede llevar al
mismo Gibbon más allá de los datos dt sus fuentes, y la apasionada elo­
cuencia de Michelet puede desbordar las restricciones, de los hedats escuetos.
Pero dentro dei arte de la narradcn histórica las diadas son magníficas,
aunque no sean aereas. A decir verdad, tí arre en ia historia parece correr,
con la más perversa d t las intenciones, en direcdón opuesta a la deuda.
Dondequiera que los grandes maestros del estilo han dominado, puede uno
estar casi seguro de encontrar menos interés por la critica de fa e n a s que por
el legro de efectos. El método de investigación del historiador parece con
frecuencia debilitarse en la medida en que aumenta su retórica. Esto no siem­
pre es dertc, pero es lo bástente frecuente pata hacer que el historiador
científico desconfíe eternamente del literario. La desconfianza a sa larga ejer­
ce su efecto morigerada: sobre el historiador literario, a pesar es las alusio­
nes despectivas que éste hace al investigador tratándole de espiráis seco, falto
de intuición, que debe ser la primera cosdidón del historiador. ' desde ei
punto de vista de ia suprema realización histórica ambas crítkss están jus­
tificadas. El maestro de la investigación no es, por lo general, ¿ do un artista
pobre, v su pintura desvaída dei pasado nunca podrá colocarse brer&natnentr
junto a las espléndidas deformaciones que brillan en las papuas oe un
Michelet o de un Macaulav, simplemente porque le falta I?, simpatía humana
que da vida s la imaginación histórica. La di i ¡cuitad, sin embargo, ce tratar
con el arte en la historia es que, siendo en gran medios producto dei genio,
no tiene una línea de desarrollo única que se pueda rastrear. En. «seo La. pro­
ducción de la edad de Pendes no ha sido todavía superada: ias obras de
Herodoto y de Tucídides son, como cí Partenón mismo, modelo pexs tocas
las épocas.
Por otro lado, la historia ciencia tiene un desarrollo y una tastana, «ogses
que le son propios. A l igual que todo trabajo científico, ha pasc-so ai primer
plano en nuestra época, de ral modo oue r.c sólo ha sido reccttocida por sos
DEFINICIÓN Y OBJETO DE LA HISTORIA 23

historiadores eco» una materia definida, sino que, gracias a ios resultados
de sus labores oscuras y pacientes, ha trazado casi el perfil completo de núes
tra evolución. Impartía!, inhumana casi en su fría imparcialidad, sopesando
documentas, acumulando pruebas, señalando la falsedad dondequiera qu se
decubra, s a que importe la creencia venerable que caiga con ella, recon*
tro ye con infinita precaución el roto mosaico del pasado, no para enseñóme»-
leodooes ni para entretenemos, sino simplemente para cumplir ia demanda
del espíritu tíenriísco: encontrar la verdad y exponerla.
Es esta historia científica — esta moderna realización de la vieía histeria
griega— la que isa motivado el desarrollo del grupo de ciencias auxiliares
(entre las cuales la arqueología es la más notable) que han extendido s i
objeto de ia historia mucho más aBá de los simples testimonios escritos u ora
íes. El avance en este sentido durante los siglos xix y xx ha sido una de las
más grandes hazañas científicas de nuestra época. El abismo que separa la
historia ac Egipto cel F'roí. Breasted de la escrita por Heroáoro apenas si
g .t una medida parcial de semejante hazaña. Gracias al mecanismo de que
anora dispone, el explorador científico puede descubrir hoy más historia cr
los montones de desperdicios enterrados en el desierto que ia que podía obte­
ner el más grande viajero de la antigüedad de ix>ca de los sacerdotes c<
Tetas.
Esta, historia de la historia científica, desde los griegos hasta nuestros
días es, por lo tasto, e! hile centra! de nuestro relato. Peres ur adecuado
tratamiento histórico de ella no debe limitarse estrictamente a ella sola.- In­
cluye también las producciones precientíficas y [35 subsiguientes no cientí­
ficas. Todas- ellas pertenecen, más o írsenos, a nuestro tema. D e hecho, cr.
tanto que muestran aígán indicie claro de ese sentido de deoendejicia muñí.';
entre los acontecimientos que antes hemos destacado, son historia, ganando
el puesto por su arre ya que no por su ciencia. N o se cebe omitir, por ejem­
plo, la obra de los monjes medievales, aunque registraban acontecimientos
imposibles en anales solemnes sin el menor sentido del absurdo, v aunque
individualmente son ios últimos en merecer el título de artistas. Porque te­
nían, después de todo, una visión del proceso de la historia, visión que era
esenckimente artística. .La épica cristiana, en la que transcribían sus prosai­
cos renglones, era ur, producto de arte tan genuino como la griega c la babi­
lónica. aunque sólo Is imaginación complicada de la fe religiosa podía el?.
HISTORIA DE IA HISTORIA
24

borarlo. La historia de la historia debe ocuparse de semejantes o s a s . . . his­


tóricamente.
Lo mismo cabe decir de ¡os orígenes precientíficos. Estos se encuentran
innumerables siglos mas allá del mundo relativamente moderno de Hecsteo
y Heroáoto. Retroceden hasta el comienzo de la memoria, cuando, según su­
ponemos, aquellos simios peludos de los bosques y cavernas terciarios que
estaban destinados a producir la humanidad, aprendieron por vez primera
a distinguir, siquiera fuese de un modo vago, eí pasado del presente. Esto
quiete decir que los orígenes de la historia son tan antiguos como la huma­
nidad misma. Porque el origen de la memoria fué el origen de la conciencia.
Ninguna otra adquisición, salvo la del lenguaje, fué tan importaste para la
Humanidad. La memoria. La cosa que mantiene unida a la vida de uno:
que hace que yo sea yo y tú seas tú; que nos permite reconocer los que tra­
mos ayer en los que somos hoy; esta reproducción del pasado muerto que
vibra una vez más con vida y pasión, el espejo mágico que muestra reflejado
lo que ya no existe, ¡que milagro es! Destruid la memoria, y destruís el tiem­
po por lo que a vosotros y a mí se refiere. Los dias y los años pueden pasar,
cada uno ccn la carga de sus fatigas o con la gracia de su reposo, pero pasan
de la nada de! futuro a ia nada dti pasado, como las gotas de lluvia que
caen sobre el mar. El pasado existe en k memoria como e; futuro en la ima­
ginación. La conciencia no es sirio la estructura edificada sobre este leve puen­
te entre las dos eternidades de lo desconocido, y la histeria es el registro de
lo que en él ha renido lugar. L a memoria, en una palabra, nos muestra el
mundo como un proceso, y así hace que sus datos sean históricos.
A primera vista podría parecer absurdo hacer retroceder tanto nuestras
orígenes. Se nos ha Habituado a pensar en la historia primitiva como en
algo que es del dominio de la poesía y de la imaginación, nacida del miro
y encamada en la épica. Requiere un esfuerzo de la imaginación iniciaría»
no con el verso rítmico y brillante, sino casi con ios orígenes del lenguaje.
Pero los orígenes de la historia se remontan mucho más lejos, hasta el co­
mienzo mismo de la humanidad, antes de que los aladares se abrieran cami­
no hasta el mar por nuestros valles de hoy, en vez de hallarse junto a las
hogueras de los campamentos de los guerreros arios o en la ruidosa pla2a
de k dudad antigua. Cuando e! hombre aprendió por. primera vez a pregun­
tar — o a decr— con gruñidos y gestos "qué ha pasado” , la historia se hizo
inevitable. Y desde aquel acontecimiento oscuro y remoto hasta el presente,
DEFINICIÓN y OBJETO DE LA HISTORIA 2f)

sus datos han incluido todo lo que ha pasado por la conciencia de! hombre,
dejando su reflejo o abrasando con su herida. Sus hilos se han roto, se han
cruzado, se han perdido. Su pauta no puede ser descifrada más allá de unos
miles de años, porque, al principio, la lanzadera del tiempo rompía al tejer
la tela de la vida social, y tan sólo podemos sospechar por los girones y des­
garraduras las fuerzas que actuaban sobre ella. Lo que sí sabemos, sin. em­
bargo, es que, aunque la historia misma, en el verdadero sentido del término,
no se inició sino a medio camino en el proceso de la evolución social, cuando
la memoria colectiva era ya continua, cuando los hechos notables se regis­
traban en monumentos, cuando el espíritu crítico trabajaba va — en suma,
cuando la civilización había comenzado— , no obstante, la historia prehistó­
rica tiene un interés mayor que el simplemente especulativo; porque la civili­
zación siguió la pauta comenzada para ella, y la antropología nos ha mos­
trado cuán absurda ha sido nuestra interpretación de lo que el hombre civi­
lizado ha estado pensando y haciendo, mientras hemos ignorado su prepara­
ción no civilizada, ancestral.
CAPITULO II

L A IN T E R P R E T A C IO N D E L A H I S T O R I A 1*3

Dos grandes preguntas se presentar, ante todo estudioso de ias cieunas


sociales: ¿qué ha pasado? ¿por qué? La histeria se ocupa ¿c preiercnáa dt
la primera. Reúne los vestigios dispersos de ios hechos y llena ios archivos
de la civilización con sus testimonios. Su ciencia examina las pruebas y pr*
para el relato. Su arte recrea la imagen de io que ha sido, y "las cosas, viejas,
infaustas, remotas” vuelven a ser una vez más herencia del presente. Aunque
no hay varita mágica que pueda restaurar completamente un pasado muerto,
ia hisreris satisface en gran parte la curiosidad que pregunta, "¿qué ha ocu­
rrido?'*. Pero "¿por qué?” ¿Qué fuerzas han actuado para mover las roer
gías latentes de las naciones, para poner en marcha los acontedimenzos? ¿Qué
es io que producen nuestras revoluciones o nuestros movimientos reaccionarios?
¿Por qué cayo Roma, triunfó el cristianismo, surgió eí feudalismo, floreció
la Inquisición, la monarquía st hizo absoluta y de derecho divinó, declinó
España, prosperó Inglaterra, se despertó e hizo poderosa la democracia? ¿Per
qué ocurrieron estas cosas, dónde y cuándo ocurrieron? ¿Fue ello debido a
la directa intervención de una Providencia omnipotente, ai servicio de cuyos
designios estuvieron siempre en movimiento ios más granees batallones? ¿O
nc pueden averiguarse las causas? ¿Descubren los propios acontecimiento-,
un sentido?
Estas no sen simplemente preguntas para filósofos. Los niños insisten de
oreferencia en elias. Es un narrador afortunado aquél cuyo Juan que maro

1 Este capitulo es reimpresión de un artículo publicado en The Ameriten H i-tor-


ttai Rz' yícs (Revista histórica americana), vo!. xvie (julio íp i j) , tr ¿o, Fué prime­
ro dictado como conferencia en la Universidad de Illinois, el mtstnc año.
20 HISTORIA DE L A HISTORIA

si gigante o cuyo Robín H ood no son interrumpidos una vez tras oera por la
curiosead insatisfecha: ¿por qué la mata de habas creció tanta? ¿por qué
Juan 3 t*ería trepar? ¿por qué Robín Hood vicia debajo ce un árbol del
bosque? Muchos Herodotos paternos han naufragado es semejantes aguas.
El pnhiema del filósofo o del científico es el mismo que el nlamsado por el
niño. El drama de la historia se desenvuelve ante nuestros ojos en corma más
sobria: nuestro Robín Hood se convierte en un GaribalaL nuestro Juan que
mató al gigante, en un Napoleón: pero también tenemos que preguntar cómo
la fortuna y el g e n o se combinaron de tal modo que colocaron a Italia me­
ridional en manos ¿el uno, y a Europa a los pies del otro. N o solamente es el
problema e! mismo, sino que lo contestamos del mismo modo. A qu í en segui­
da to m o s una pista para explicar la naturaleza de la interpretación. Porque
todo el mundo sabe que se responde a los porqués del niño contando otro
catas». Cada relato es, en suma, una explicación, y cada explicación un re­
lato. La disculpa del niño que liega tarde a la escuela es que ne ha podioo
encontrar su gorra. No ha podido encontrar su gorra porque estaca jugan­
do es el pajar. Cada episodio ha sido una causa y cada causa san episooio
en su biografía. De manera análoga, la mayoría de las -sazonas que damos
para nuestros actos señalan simplemente un hecho o una candieren del estado
de cosas que es en sí mismo una nueva página de histeria. Por último, no
obstante, liega un momento en que el filósofo y el niño se sopasen. La his­
teria no son sólo tes hechos. Es la manifestación de la vida, y cetras de cada
hecho hay algún esfuerzo de la inteligencia y de la voluntas, sskntras que
dentro de cada circunstancia existe algún poder de estimulo o de obstruc­
ción, De aquí cue se acucia a la psicología y a la economía para, explicar los
hechos mismos. E l niño queda satisfecho si se le. explica la carraca de N apo­
león con la palabra "genio” , pero esto simplemente: inicia el pcasicroa para
el psicólogo. El niño que rodos llevamos centro atribuye la derrota a las hon­
donadas de W aterloo, pero el economista nos recuerda el Sistema Continen­
tal y la revolución industrial que hicieron W aterloo pesióle-
El proceso de la interpretación de la historia, por lo tarta, implica eí
obtener ¡o más posible de la historia, la psicología y la economía: — emplean­
do el término economía en su más amplio sentido, como ta base material
efectiva de 1.a vida— . Esto no llega hasta las causas finales, eternamente. Deis
que el universo siga siendo un enigma. Los teólogos y los meta.tari.cos son los
únicos que tratar, de ocuparse de las causas finales como metzt finales. Ei
LA INTERPRETA ClÓN DE LA HISTORIA 29

infinito queda fuera, de la experiencia, y la experiencia es la esfera de la his­


toria. Por tanto, cuantío hablamos de la interpretación de la historia, no nos
referimos a su inclusión dentro del universo, sino a un conocimiento de sus
propias conexiones internas. Nos limitamos a ia humaiñdad y al teatro de
sus actividades. Pero dentro de este dominio del misterio e! hombre existe,
actúa y piensa — o piensa que piensa, lo cual es lo mismo para los historia-
ocres— y estos pensamientos y acciones quedan en su mayoría incomprendi­
dos. incluso para los propios actores. Aquí hay misterio bastante, misterio
que no es en sí mismo incognoscible, sino simplemente desconocido. Las cien­
cias sociales no invaden el campo de la religión; nada tienen que ver con el
más allá: sus problemas son ios de la Ciudad del Hombre, no los de ia Ciu­
dad de Dios. Así pues, ia interpretación de ia historia puede dejar la teo­
logía a un lado, excepto cuando ia teología pretende hacerse histórica. En­
tonces ia teología tiene que soportar la misma crítica que las demás histo­
rias. Si la Ciudad de Dios se concibe como una creación de los procesos
de civilización, queda convertida en un tema para el análisis científico, co­
mo puedan serio el Imperio romano o la Confederación balcánica. Si la teo­
logía se sustituye a ia ciencia, tiene que esperar ser tratada del mismo mo­
do que ia ciencia. Pero nuestra busca de "causas” históricas es simplemente
una. busca ¿ t otras cosas de la misma clase — fenómenos satúrales de alguna
índole— que están en conexión directa y aparentemente inevitable. Interpre­
tamos la historia conociendo más acerca de ella, haciendo que nuestra psico­
logía y todos ios demás auxiliares pongan de manifiesto las intrincadas reía-
cienes existentes entre los hombres, las situaciones y los acontecimientos.
Este es nuestro primer gran principio. ¿Que entendemos por el "sigrdfi-
cado” ce algo sino el conocer más acerca de ello? En la física o en le quí­
mica enriquecemos nuestras ideas sobre los. fenómenos observando cómo a ■
rúan, cuáies son sus afinidades, cómo se combinan o reacción.'.c. Pero toci.v
estas propiedades son meros aspectos diferentes de ia misma cosa, y nuestro
conocimiento de ella es k suma total de nuestros análisis. Su sirinific.'-.k
ha cambiado, conforme crece nuestro conocimiento, de. ser un montón c¡<
polvo a ser un compuesto de cuerpos simples. Nadie pregunta lo que un
cuerpo simple, porque nadie puede decirlo, como no sea en términos dr
otros cuerpos simples. Por tanto, la interpretación de ios fenómenos fision­
es una descripción ríe ellos con los términos de sus propias cit.tcterísrir.v
Lo mismo cabe decir de la historia, sin más que sustituir descripción pe: na-
HISTORIA DE LA HISTORIA

rrarión. En efecto, ia historia difiere de las ciencias naturales por el hecho


fundamenta! de cae mientras éstas consideran ios fenómenos desde el punto
de vista del espado, aquélla se ocupa de ellos desde el punto de vista del
tiempo. Sus datos están en eterno cambio, moviéndose en infinita sucesión.
El tiempo no ¿ene relaciones estáticas, ni siquiera durante un segundo. Ur¡
memento se funde con el siguiente, y otro ha comenzado antes de crue el
último haya concluido. Y a ios griegos observaron que no se podía poner
el píe ¿os veces en la misma agua de una corriente, y nunca ha insistido la
filosofía con más elocuencia sobre esta naturaleza fluida del tiempo que en
ios esentos de! Prof. Bergson. Pero sea lo que sea el tiempo en último tér­
mino. está claro que mientras la física establece el significado de los fenóme­
nos de que se ocupa mediante descripciones, la histeria debe expresar sus
interpretaciones mediante ia narración, la narración que fluye con el tiempo
que pasa.
Según esto, la historia v su interpretación son una misma cosa en esen­
cia, si comprendemos por historia todo lo que ha ocurrido, incluyendo espí­
ritu y materia en tanto que se relacionan con ia acción. Toda otra clase de
interpretación es acientífica; escapa al análisis, porque no analiza ella misma,
y por ¡o tanto escapa a la prueba. Así, e! dogma teológico, que puede ser o
no ser verdad, y ia especulación metafísica quedan por igual fuera de nues­
tro problema. Realmente, en último término, poca es la diferencia entre ''¿qué
na pasador y ¿par quer . h¡ ¿por que. acre solo otro ¿que: . iorne­
mos como ejemplo un problema de la historia actual: "¿por qué el precio
de la vida ha subido?” . La misma pregunta podría hacerse de otro modo:
"¿qué ha ocurrido para que sufran los precios?” E l cambio en la forma de
la frase no resuelve nada, porque ¿quién sabe cu t es lo que ha ocurrido?
Pero nos pone sobre una pista más precisa para encontrar la solución. V eri­
ficamos la historia por medio de k. historia.
La más antigua narración histórica es el mito. Es al mismo tiempo una
explicación. N o es un simple producto de la imaginación, de! juego del arte
con las fantasías descarriadas de unos hombres infantiles. Los mitos — mi­
tos auténticos, genuinos, no la epopeya homérica, compuesta para auditorios
cultivados, críticos— son afirmaciones de hechos para ei creyente. Son re­
sultados sociales, extraídos de la experiencia y adecuados pata nuevas expe­
riencias. Las largas canoas son arrastradas mar adentro por tí huracán del
sudeste, y año tras año. en las noches de invierno, iunro a las fogatas de los
LA INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA 31

campamentos c-c quienes viajan en largas canoas, la historia se repite una y


otra vez hasta que la tribu se aleja del mar o hasta que una nueva raza trac
trirremes movidas desde el interior. En tanto que la sociedad primitiva existe
bajo las primitivas condiciones, el mito se perpetúa; pero también acumula
dentro de sí el reflejo de la historia cambiante. Por esto encama la creencia
de la tribu, y ello ie da una autoridad que está fuera dei alcance de cual­
quier crítica primitiva más elevada. Considerado como la "sabiduría de nues­
tros padres”, como lo universalmente aceptado, y, por lo tanto, derto — auca
sen per quo¿ ab ómnibus— se convierte en. una « ped e de credo para su pue­
blo. M as que un credo, es tac indiscurido como el mundo circundante y como
la vida misma, E: águila de Prometeo o de ios mitos zuñis es tan parte del
mundo para los griegos y los zuñís como el águila que se ve sobre la lejanía
en el desierto. Toda la fuerza de la sociedad está de parte del mito. El in­
crédulo es condenado al ostracismo o a muerte. Lo que le habría ocurrido a
quien hubiese osado discutir eí sentido literal del Génesis en ei siglo xr. i
ha pasado en cierto modo en toda sociedad. Según se nos dice, la Inquisición
fue un simple refinamiento de is ley de Lynch. De cualquier modo, nunca
hubiera sido efectiva sin el apoyo popular. Los herejes de todas las épocas
sufren porque la fe que ellos desafían es la posesión atesorada de su sociedad,
una herencia en ia que reside la encada misteriosa de las cosas inmemoriales.
Ahora bien, no deja de ser extraño el hecho de que la mayoría de nuestras
creencias tengan su origen en creencias anteriores. N o parece lógico, cero lo
cierto es que llegarnos a creer en una cosa a fuerza de creer en ella. La fe es
el elemento básico del pensamiento. Comienza con la conejeada misma. U na
vez comenzada, desarrolla una tendencia — "'una voluntad”— a la ¿onser-
vadóm A decir verdad, es casi la tendencia más arraigada en la mente social.
Tan sólo un largo entrenamiento científico puede mantener a un individuo
cierta en ía duda, o, dicho con otras palabras, preservarle de diluir sus pro­
pias creencias en las de los demás. Esta es ía razón de que el mito haya desem­
peñado tanto tiempo un pape! tan importante en is historia ce k inteligencia
humana, con mucho el mayor entre todos los elementos de nuestra historia.
- a ciencia apenas si ha naden ayer. Los mitos tienen antigüedad gc milenios.
Y sen tan jóvenes hoy como lo eran en tí periodo glacial. Los héroes y las
víctimas comparten la escena del drama de la historia con unos poderes mis­
teriosos que se burlan del esfuerzo o exaltan al débil, y engañan con. bruscos
virajes ei pausado progreso de is sociedad. Siempre que un hecho maravilloso
HISTORIA DE LA HISTORIA
Í4

plantearse abiertamente si los dioses intervenían o no en los hechos humamos


hasta el negar categóricamente su infuucncÍE sobre ellos. El gran libro de
fuentes para semejantes interpretaciones ce la historia es D e la naturaleza
de los dioses de Cicerón, donde puede encontrarse, bajo el pretexto de una dis­
cusión teológica, un resumen de las distintas filosofías paganas de la histo­
ria. Porque las filosofías de la historia eran más francamente filosofía que
historia: la cuestión a debatir era el misterio intruso más que las circunstan­
cias de la intrusión, y se negaba o se afirmaba de preferencia sobre funda­
mentos a priori. La negación no era crítica histórica, y la filosofía de la duda
apenas si era interpretación histórica más genuina que Sa filosofía de la fe.
Sus conclusiones coinciden más aproximadamente con las exigencias de ía in­
vestigación científica; esto es todo. Pero no era fácil deshacerse de la mitolo­
gía, ni siquiera entre los filósofos; en cuanto a ía plebe, se limitó a cambiar
unos mitos por otros hasta que por último pudo encontrar refugio en la teo­
logía. La atrevida infidelidad de un Lucrecio era demasiado moderna para
la época que iba a dar a luz él cristianismo, y los Voltaires de la antigüedad
fueron sumergidos por la marea creciente de la fe.
Además hay dos razones por las que la antigua filosofía no pudo obte­
ner grandes resultados. Le faltaban los instrumentos con que poder penetrar
en ios dos centros de su problema: ía psicología., para analizar la mente, y
los laboratorios experimentales, para analizar la circunstancia de la vida, o la
vida misma. Tenía, desde luego, algún conocimiento de ia psicología, y algu­
na ciencia experimental, aunque relativamente poca; y nunca se ¿ió cuenta
de la necesidad de intensificarlos. Aguzó la razón hasta un extremo casi in­
verosímil, y jugó, como un atleta, con las ideas. Pero las persiguió dentro de
su mundo ideal, y dejó este otro mundo sin tomarlo en cuenta. Sobre todo,
no supo prácticamente rada acerca del papel de la economía y de los elemen­
tos materiales en la historia. N i siquiera un Tucídides vislumbró la intima
conexión entre las fuerzas de la economía y de la política. La historia, para
él. está hecha por los hombres, y no por ios campos de triso ni por ios me­
tales. N o rué harta el siglo xix — ayer como quien ¿ice— cuando ios tactores
económicos se destacaron dentro de la causalidad histórica con un papel eom-
d ?.rabie por su importancia ai del hombre mismo. Tucídides no se dió cuenta
de cómo la competencia, comercial e industria! pudo alzar a los rivales de
Atenas para intentar destruirla. Polibio se percató de que la fortuna era un
débil pretexto para explicar el prodigioso ascenso de Roma, v recayó sobre
LA INTERPRETACION DE LA HISTORIA
35

la peculiar excelencia de su constitución. Los dos eran racionalistas cc un


tipo elevado, pero nunca extendieron su historia — y por 1c tanto su inter­
pretación— más alia de la política. Los dioses tienden a desaparecer y la hu­
manidad a ocupar su puesto. Pero es una humanidad incompleta, a base de
seres racionales movidos por ideas y principios, no de animales económicos
impulsados por necesidades ciegas y sujetos a las más bajas limitaciones. Er.
resumen, un hombre politice es el máximo análisis alcanzado. Pero el propio
Aristóteles nunca supo cuántas cosas había en la política además de la po­
lítica. La extensión de la acción recíproca de las fuerzas materiales sobre lis
psicológicas estaba fuera de su alcance.
En conjunto, pues, casi nada hay que aprender de las antiguas interpre­
taciones de ja historia. Nos interesan, a causa de su antigüedad y de su
desviación de lo sobrenatural hada lo natural. Pero no consiguieron estable­
cer un método capaz de penetrar en lo natural y ce permitirnos ver cómo
actúa. N o son de utilidad para nosotros en nuestras propias interpretaciones.
El cristianismo se desprendió de este tono racionalista de ios griegos y
desvió el filo agudo de su filosofía para elaborar una estructura tan amplia
en eí designio, tan sencilla en el perfil, que todo el mundo pudiese ccmpren-
neria. La historia no era sino la realiza don de la religión, no de varias reli­
giones, sino de una seis, la ejecución de un pian divino. Era un proceso vas­
to, sobrenatural, obra más de Dios que del hombre. N o era ya una ludia dt
fuerzas rivales, de ios dioses de Roma contra los Veves, de los Baales contri
Jebovah. Desde la eternidad el drama había sido prefijado por la Sabiduría
infinita, y estaba siendo realizado por un brazo todopoderoso. Bas! y Júpiter
son cria rutas y muñecos, como lo son ¡os hombres. La historia no tiene me­
que una interpretados. Roma — ciudad e imperio— es presa de los bárbaros,
ei mundo antiguo se ¿ace pedazos, roda, su larga herencia de cultura, sus ni¡
lerdos oe progreso, sus artes v sus ciencias están pereciendo en una anarquía
bárbara y total: ¿p-cr qué? N c hay más oue una respuesta, suíicicnu . defini­
tiva: Dios lo quiere. Nada de conjeturas imprecisas sobre ei valor de ios pue­
blos, la potencia de ios ejércitos, ios recursos- de los países, lo:, empujes cíe
las poblaciones. las administraciones ruinosas, las epidemias, las provincia:
empobrecidas. Ahí está ei pecado para sufrir castigo. Los templos pagano:
del murrio antiguo, cor* sus glorias de arte que briiísn en cada acrópolis,
son blasfemias que cisman por ¡a destrucción. Los filósofos y los poetas, cuy»
inspiración se había tenido por o'ivir.a, son tenidos ahora r*or diabólicos I os
J2 HISTORIA DE LA HISTORIA

st cíclica por causas m is maravillosas roo avía. siempre que la fe es fomen­


taos Basándola en misterios m is hondos, seguimos el sistema, antiguo como
ti manado, de explicar por medio de lo inexplicable.
lo s mitos son insatisfactorios como explicaciones por razones diversas,
pero k principal es que en ellos les acontecimientos humanos se subordinan
s lo sobrenatural dentro del cual se encuadran. Esto quiere decir que los
Sedáis normales de la vida diaria son por lo general pasados por alto, mien­
tras la atención se concentra sobre lo insólito y lo anormal. tas aquí donde
lo átñno o lo diabólico intervienen. Son de preferencia — como todavía de­
e s a s de los accidentes ferroviarios— obra de Dios. Así el mito, ni relata
una historia completa, con todos los datos humanos incluidos, n i conduce a nin­
guna sucesión na rural de hechos. La enfermedad y sus funestos resultados
no son atribuidos a los mosquitos de la fiebre palúdica, ene llenaban de
suplicantes los templos de Esculapio y dejaban a Grecia sin ciudadanos. Todo
infortunio es debido a los tabús rotos. Si los ejércitos romanos sufren una
derroca, la pregunta es: "¿Q uién ha pecado, y cómo?" Cuando la muerte
le llega al salvaje australiano siempre hay magia negra que la explique. Pon­
tífices y curanderos elaboran la mitología que explica y justifica los tabús.
Esto no quiere decir que ios mitos son creaciones de los sacerdotes. La
creación es obra de la sociedad misma. El sacerdote se Umita a elaborarla.
La creencia inicial está en los nervios de los hombres primitivos, en el temor
al misterio, en la vaga aprensión que todavía nos estremece en presencia de
vnz calamidad. La sugestión colectiva es responsable de ello en gran, parte;
temblamos cuantío vemos reí lejaco el terror en ios rostros de quienes nos ro­
dear, Si alguien murmura en la oscuridad, "¡Esto es barriste!” , *’esto” se
convierte en un ser, como un fantasma. Vchaire no tenía razón ai atribuir
las creencias supersticiosas a los sacerdotes. El sacerdote se Estiró a hacerse
cargo de las creencias universales de su pueblo y a darles ícenos y consisten­
cia, tal como el juglar las elaboró poéticamente. Ei temor a entrar en tos
oscuros bosques que están más aiiá de los trigales del pueblo es suficiente
par? poblarlos de toda clase de seres misteriosos. Si una persona tiene miedo
a entrar en un bosque de noche, esa persona imaginará un peligro agazapa­
do entre las sombras, y la presencia ce seres animados entre la -espesura. Así,
durante la noche, cuando la luna está alta y el aire tranquilo, puede oír los
perros y las manadas de lobos de los cazadores salvajes, de Diana y de Mar­
te. N o necesita un colegio sacerdotal que le convenza ce ello. E í bosque, y
LA INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA
33

los lobos, y los propios nervios bastan. Pero el colegio sacerdotal convierte los
espantos de la noche en materia de 5a historia, y siglos después de oue los lo­
bos aulladores Han desaparecido de las marismas en torno a Roma, la ciudad
acaricia, hasta el fin de su historia, el mito de su fundación.
Los hombres primero cuentan historias. Luego piensan sobre ellas. Así
pasaron los antiguos de la mitología a la filosofía.. Pero la filosofía es pala­
bra muy amplia. Para algunos de nosotros significa la crítica penetrante de
las cosas fundamentales. A otros les parece un galimatías de irrealidades,
í-ero sea lo que sea ahora, la filosofía entró en el mundo antiguo como cien­
cia, como análisis crítico, y la historia no era sino otro nombre para ella.
La "encuesta'’ de aquellos logogtaphoi ionios que comenzaron a examinar
Homero en el siglo vi a. J . C-, desafió e interpretó el mito. Así. a través de
toda su historia, k historia ha exigido de quienes la estudian más la negati­
va que la aceptación, el escepticismo antes que la fe, a fin de que la histeria
de los hombres y de los imperios sea algo más que un mito. Pero la tenden­
cia. a creer y a aceptar ha sido grabada con tanta fuerza en nosotros por pr*
dones colectivas inmemoriales que pocos son los que se han elevado a la inde­
pendencia de iuido que fue el ideal de los griegos. La crítica, en ei oler.o
sencido de la palabra, es una interpretación. Desechar una historia quiere
decir que se elabora otra en su lugar. Establecer que ciertas cosas no ocurrie­
ron porque ocurrieron otras. A sí los griegos rectificaron los mitos, y al ha­
cerlo, hicieron la historia más racional. Los hombres ocuparon más espacio
en ella y ios dioses retrocedieron.
Pueden distinguirse dos fases de la interpretación filosófica de ¡a hi«.io
na, aquélla en que la filosofía es en realidad una teología, y aquélla en que
es ciencia natural. En la primera fase estamos todavía cerca de¡ mito. El
miro atribuye la causa de ios hechos a un misterio de cualquier índole, de,
dados, demonios, ios hados, la fortuna. La filosofía primitiva continúa estos
supuestos, que invaden también ¿a mayoría de las antiguas historia.-, Ei mis­
mo Pediría, testarudo, hombre de mundo de gran experiencia, no puede
atribuir por entero a causas naturales ei engrandecimiento de Roma. La for­
tuna, la diosa voluble de César, tenía algo que ver en ellos, basas qué pumo
sería difícil decirlo. T ito Litio aceptaba de lleno esta filosofía mírica; cada
desastre tenía su portento, cada triunfo su presagio. Esta era la filosofía
práctica de todos, excepto de los escasos pensadores reposados cuyo escepti­
cismo entró en la segunda lase, y que recorrieron todo el camino desde c!
36 HISTORIA £ £ XA HISTORIA

que ¡aacuieren la visión de la nueva te se sacuden el antiguo mundo como


ouien sale de una pesadilla. ¡Que se hable de revoluciones! Ningunas doctri­
nas Se los derechos ce! hombre se han adueñado de la imaginación con fuer­
za tas terribles como estas doctrinas de los derechas de Dios, cae desde San
Pablo a San Agustín fueron revestidas con toda ia lógica convincente del ge­
nio helénico y el realismo romano. Es difícil que nosotros cristianos nos de­
mos cuenca ¿t la cantidad de religión que el cristianismo inyectó en c! mun­
do; na sólo entre el pueblo crédulo, con su religiosidad alerta, sino entre los
hombres que piensan. Saturó la filosofía de dogma y desvió la especulación
de la naturaleza hacia lo sobrenatural.
Los primeros cristianos tenían la creencia de que el mundo iba a termi­
nar pronto, y vivían bajo la sombra del D ía del juicio. A l pasar el tiempo,
esta esperanza del milenio pareció debilitarse: pero en realidad se limitó a
tomar una forma más rígida. Se convirtió en el núcleo estructural Ge la nue­
va teología. E l paganismo de la historia que había parecido tan magnifico,
tan inspirador, para un Polibio. allá en los antiguos días heroicos, era ahora
una cosa seca y triste. N o había gloria, ni siquiera el menor sentido, excepto
en la luz de la nueva revelación. Por otro lado, la nueva patria la Chitas Del.
trascendiendo todo esplendor terreno, absorbía no sólo e! presente y el futu­
ro, sino también el pasado. Las trágicas líneas de la guerra y el sufrimiento
convergían ahora para todo. Toda la lucha sin senado iba ahora a descubrir
su propósito oculto. En el cristianismo, ia historia de las nariceas, de la poli-
rica. h economía, el arte, la guerra, la ley — de la civiliza cían, ,en suma— ,
culminaba, y concluía.
T a l era ia idea en que se basó desde un principie- toda ia ecología cristia­
na apologética. Pero donde recibió su forma clásica fué en ia Ciudad ¿e Dios
de San Agustín, escrita cuando la dudad de Rema habla caldo, y cuando
— a no set per los herejes y ios bárbaros— las aspiraciones de ia teología pa­
recían casi realizables. Durante más de uri millar de años ésta fue la inter­
pretador. intangible del sentido de la historia, fácilmente adaptable a cual­
quier circunstancia, porque lo abarcaba todo. Aun hace su aparidón don­
dequiera que la pura teología satisface ia curiosidad histórica. Esto se refiere
— o se ha referido— no sólo a los teólogos sino a otras muchas personas, ya
que, por pequeño que haya sido el interés por la teología, siempre ha sido
mayor que el interés por la historia den tífica, por lo menos Pasta hace algún
tiempo. La religión ha suministrado la armadura de nuestras pensamientos
LA INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA 37

y el cuadro de nuestra evolución. Los historiadores más influyentes de Euro­


pa han sido ios párrocos. En cada aldea, por remora que fuese, tanto a los
humildes como a los poderosos, les han repetido el relato semana tras semana,
siglo tras siglo. Los escritores y pensadores griegos, los juglares de la Edad
M edia y los periodistas modernos difícilmente pueden competir con la in­
fluencia de dichos sacerdotes en la mentalidad de la mayoría de las gente...
El relato mismo era una epopeya sin par. oscurecida por la inmensa trage­
dia en que la propia cristiandad se apoyaba, sublimada hasta los más vehe­
mentes clamores de las esperanzas de vida. Su elemento propio era el mila­
gro. N ingún cuento fantástico podía rivalizar con sus tortuosos gitos, mien­
tras que ai mismo tiempo el tema recorría todo el sendero de la historia, tan
lejos como lo conocían o les importaba. Era la historia de un pueblo elegido,
del gobierno divino desde la creación del mundo hasta la fundación de su
propia iglesia, conservada en un libro sagrado e interpretada por una lengua
sagrada.
to co a poco, sin embargo, fue cambiando el cuadro ce la Iglesia. L?. vi­
sión ael D ía del juicio se esfumó casi por completo. Los hombres que osa­
ron soñar con apocalipsis — como Joaquín de Flora— o sus secuaces fueron
considerados como herejes por una iglesia que se había establecido en el si­
glo» >' qce se rodeaba de toda la pompa y el ambiente del poder témpora!.
Todavía resonaba un débil eco de la antigua fe, oído de preferencia e;t ti
solemne oficio de difuntos. Mientras el universo siguió siendo pto'emmco
e: mundo ce Dam e y de M u ron— el acorde grave del diss irac pudo mez­
clarse con el interés creciente por el mundo mismo. Pero una vez que ¡a «•-
rera cristalina fue sacudida por Copcrnico y Gaiileo, v ios espacias infinito:
estuvieron salpicados de estrellas como ia nuestra, la antigua idea de un mun
co que se podía ' arrugar como un pergamino quemado” tuvo que ser revi­
sa c a y sufrir un reajuste, y con eua ta simple concepción del designio divino,
centra a o sobre el centro üe ias cosas, actuando por intervención directa mi
alante un continuo milagro. N o hubo revolución brusca; los viejos id ea-
estaban demasiado arraigados para ello. Además, ia deuda comenzó a com­
bad" ¡a historia teológica dei universo antes de combatir la historia teológica
ce¡ nombre o s a n . Pero cuanco ia geología comenzó a dar Jas pruebas di
la edad de nuestra residencia y ia física realizó La hazaña increíble de deter­
minar ias fuerzas y las condiciones que mantienen ia cohesión de los man
dos, entonces los detalles del esquema de San -Agustín tuvieron también que
HISTORIA DE LA HISTORIA

ser «elaborados. Puede trazarse desde San Agustín a Bossuet una serie casi
ininterrumpida de interpretaciones teológicas. Pero algunos, pot ¿o menos,
de la generación que escuchó a Bossuet, iban a contemplar también cómo Bo-
lingbroke y Voltaire aiilaban las armas para el ataque racionalista
Ahora bien, ¿cuál es la debilidad de la interpretacicn teológica cíe la his­
toria? Es de la misma índole de la que hemos apreciado en el mito. La inter­
pretación queda por completo fuera de la historia. Admítase todo lo que pos­
tula la teología, que Roma cayó e Inglaterra ascendió, que América fué des­
cubierta, o quedó tanto tiempo sin descubrir, porque '’Dios lo quiere” . Esto
no aumenta en nada nuestro conocimiento del proceso. Satisface tan sólo a
quienes creen en un calvinismo sin restricciones, que son cada vez únenos.
Si el hombre es un set libre, aunque sólo lo sea en grado limitado, puede
encontrar e! sentido de su historia en la historia misma, el único sentido que
tiene algún valor como guía de la conducta o como productor de la luz sobre
sus actos. La investigación inteligente tiene campo kbre dentro de un uni­
verso cuyos límites se amplían sin cesar, en el que la naturaleza y no lo sobre­
natural ofrece sus fenómenos a un estudio paciente.
Este estudio paciente, sin embargo, no se había hecho todavía cuando los
deístas del siglo xvnr atacaron la estructura teológica, y su filosofía comparte
hasta cierto punto la debilidad de la antigua por su ignorancia de los hechos.
La ley natural pasó a ocupar el puesto que antes tenía la Providencia con sus
intervenciones; ¡2 historia se convirtió en un proceso elaborado por las fuer­
zas de la naturaleza en movimiento uniforme, inquieto pero continuo, incon­
tenible, inevitable. El proceso comprendía a toda xa humanidad; nada de
pueblo elegido que supusiera injusticia para los no elegidos: nada de milagros
perturbadores de ís armonía de la naturaleza. Esto era ya un progreso hacia
una futura comprensión, porque concentraba la atención sobre la naturaleza
y (-1 sistema evolutivo, pero en sí mismo arrojó escasa luz sobre el- problema,
porque no explicaba los ¿etalies. Donde mejor st ve su iracas;? es donde
aventuró hipótesis con m is aplomo, en su manera de tratar ia religión. N o
les iba bien a los ruóse:o; admitir que la religión — por lo menos ia del npo
antiguo, histórico— era ella misma una de las leyes de la naturaleza, im­
plantada cr, ia humanidad desde un principio. Por consiguiente, para ellos era
una creación de loe sacerdotes. N o podía caber negativa más categórica para
sus pretensiones. Y sin embargo, las viejas teologías han probado desde en­
tonces acá que tienen por lo menos tantos derechos naturales en la sociedad
LA INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA 39

como la crítica dt ellas y ahora, con nuestros conocimientos recientes de la


vida primitiva, dominada por ia religión como vemos que está, dejamos a un
lado la concepción racionalista como una deformación de la histeria casi tan
engañosa como aquéllas de la mitología que trataba de suplantar.
Pero la obra de Voltaire v de su escuela al destruir la autoridad ancestral
ce la iglesia y de I2 Biblia, a pesar Ce lo severamente acusada v de lo atroz­
mente difamada que ha sido, es reconocida hoy por todos ios que piensan,
o al menos por todos ios cerebros destacados, como de valor fundamental
para la emancipación del intelecto humano. E l viejo sentido de la autoridad
ya no podría después ce ella, como lo hacía antes, cerrar el paso a la inves-
cigacíón; y la Era de las luces, como afectuosamente se ia llamó, iluminó el
camino que la nístoria tenía que recorrer si quería conocerse a sí misma. Lr
tendencia anticlerical de Hume y de Gibbon es tal vez lo único que el lector
corriente percibe en ellos. Pero ¿dónde se puede encontrar, entre todos los
historiadores que les precedieron, una actitud tan genuinamente histórica?
Acemas, en Hume encontramos los fundamentes de la psicología y una cri­
tica de la causalidad que fué de la mayor importancia. Sería tentador ocupar­
se más detenidamente de estos adelantados de! espíritu científico que vieron
las posibilidades del naturalismo, aunque no pudieron realizarías. Su propia,
obra, sin embargo, fué tan defectuosa, precisamente en este terreno de la
interpretación, que no le fué difícil a la reacción de principios del siglo a x
señalar lagunas en sus teorías, desacreditando así — por entonces— la tota­
lidad de sus concepciones.
Antes de que Voitaire hubiera aprendido en Inglaterra las líneas direc­
trices de su filosofía, había nacido en Kcinisberg, en Prusia, una niño alemán-
escocés que caraba llamado a ejercer una influencia tan elevada, si no tan
extendida, sobre el intelecto del siglo XK, corno la deí filósofo francés. Em-
manuel Kan: era. sin embargo, de un tipo diferente. N o le dio batalla ai an­
tiguo orcíea de ideas. Se limitó s crear un nuevo dominio en la. metafísica,
conde era posible refugiarse y tener el mundo por suyo. La ice» domina. E.’
espacio y el tiempo, las formas a priori de todos ios fenómenos, está» den­
tro de nosotros. La matemática es vindicada porque la inteligencia puede real­
mente dominar las relaciones, y la razón surge de su crítica para abordar el
problema final de la metafísica. Esto a primera vista tiene poco que ver con
la •interpretación de la historia, pero resultó luego que sí tenía mucho que ver
con ella. El predominio de- las ideas se convirtió en doctrina fundamental en­
4* HISTORIA S31 LA HISTORIA

ir. quienes especulaban acerca de la causalidad en la historia., y la metafísica


I»uu á rrcnplazar a la teología en calidad de interprete.
Puede verse va esto en la obra de! más grande de los hástoñadores del
¡o vr>:, Lcopold von Ranke. Para éi cada época y cada psÚE es explicable
un mílo si se íe examina desde el punto de vista de su propio Zeitgeist (es-
piruu de! tiempo). Pero el espíritu de una época es más que se circunstancia
•unporal cr. que ios hechos están encuadrados. Es un facrcc determinante,
uu .-j.cido con el poder creador de la inteligencia. Ranke no desarrolló este
i iiui.imr.nto filosófico de la historia, lo aceptó y trabajó partaendo de éi más
• vendo hacia él. Su Zeitgeist era algo que ios historiadores Tenían que re-
i '. u i , no que especular acerca de ello. La historia debería ocuparse de la
t • •■ '-.’ación de los fenómenos tal como habían existido realmente en su pro
• r>**iu v lugar. Debería recuperar les datos perdidos del posado, no como
• irm;.¡ares sueltos, tal como el anticuario ios coloca en su museo, smc tras-
i l.uuados como organismos vivos, para la conservación de la vida tanto como
•Ir lo» órganos, /mora bien, ¿dónde podría uno buscar las fuerzas virales de
ij I"' mria a no ser er. el alma ¿e sus actores? Así pues, si la iaaaginaéón his-
toHcu puede restablecer los hechos, no sólo como nos parecer, a nosotros, si­
tio tal como parecieron a quienes ios observaron al producirse- ios compren­
dí n rio* en la medica que la historia puede contribuir a su comprensión. En
i'«¡o cuso, éste es el campo de! historiador. Si introduce sus propias teorías
i i., operación, se limita a falsificar los resultados que ha ornen ido. Déjese
• ' pasado manifestarse una vea más, interpretado por sí mismo, y tendre-
mn la verdad, incompleta, desde luego, pero tan perrecta como nos es pesi-
I ' ,1i .-¡miarla. Perqué, nótese bien esto, en dicho pasado el ¿emento áomi-
ii.inir era el propio Z.e;tgcist. una cosa — a la vez— sobre la cual se actúa
v actuante, un programa y una fuerza creadora. ¿Para qué. pues, volverse
I.,m otros recursos para explica* la historia, si ella se explica por sí soia una
\rr que sr la presenta bsio su propia luz?
Ranke desarrolló las consecuencias de su teoría eo más pee para orase-
i la reoroáucción de un pasado vivo, tan perfecta como era posible obte-
»• ila con las fuentes de que disponía y con las tendeadas políticas ce su
• ooca. Pero esta elevada combinación de ciencia y arte tuvo su. con traban-ida
ni la filosofía ce H cgcl. A primera vista nada podría parecer más absurdo
rur !,i comparación de estos dos hombres, el uno concreto, dérmico, buscador
v menudos detalles, conservador de su propia objetividad a ftaerza dt insistir
LA INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA ál

en la subjetividad de Jos materiales que maneja, y el otro teorizador, ahis-


róricc, creador de mundos salidos de su condénela, que presenta como sis­
tema de interpretador, histórica un programa de ideales, no logrados, y, a
juzgar por 1c que sabemos, inaccesibles. Seria difícil imaginar una filosofía
de ia historia más ahistórica que ésra de HegeL Y , sin embargo, lo que ¿i
hizo no fue sino destacar el papel de la Idea, que Rankc aceptaba implid-
ramente.
Hegel fué una especie de San Agustín filosófico, que trazó a lo largo de
la historia el desarrollo del reino del Espíritu. La Ciudad de Dios es tocavís
el tema central, pero las toscas esperanzas de un advenimiento milagroso
están reemplazadas por la coucepdón de una realizador; lenta de su poder
espiritual, que se alza a través de estadios sucesivos de dvilización. A sí traza,
con amplios perfiles filosóficos, la historia de esta revelador, ¿el Espíritu,
aesGe que surge en Oriente, a través de su niñez en Aria, de su oeríoáo de
despertar en Egipto, de su madurez en eí equilibrio romane entre lo indivi­
dual y el Estado, hasta que por último e! cristianismo, sobre todo en el mun­
do germánico, lleva la vida espiritual a su expresión más elevada. En este
proceso se revela íc Absoluto — este Absoluto que con su aislamiento y cu
despreocupación se burlaba de los deístas— -Y se revela mediante k Idea que
la critica kantiana había situado en vanguardia de la realidad, dotándola cor, la
fuerza creadora de un é'ian vital. A sí la teología, el escepticismo y la metafí­
sica se combinaban para explicar el mundo y su historia como la realización
de un esquema ideal
Como una serie de ideales sucesivos, el sistema hegeliaivo puede ofrecer
algunas sugerencias a quienes desean caracterizar los completos fenómenos
de una época o de un imperio cor. una sola frase. Pero no expresa ningún
proceso existente. Los iáeaies que presenta siguen siendo ideales, no realida­
des. L z historia escrita de acuerdo con la metafísica hegeliana sería cas; una
deformación tan violenta como la escrita por Orosie de acuerdo con la teolo­
gía agustxniana. L?. historia del cristianismo en la práctica, por ejemplo, es
muy diferente de. la historia de sus ideales. Es una. cuestión txjr resolver I& de-
si el ideal ha podido en alguna ocasión derivarse de ia práctica, y es tío me­
nos discutible el que estemos más cerca de su realización ahora que en un prin­
cipio. Pocas han sido las pruebas de semejante cambio determinante en ia?
manifestaciones externas de la naturaleza de la política o en la estricta vigen­
cia de ¡as leyes económicas durante ía historia de la Europa occidental. Nos
42 HISTORIA DE JLA HISTORIA

encontramos a nosotros mismos repitiendo de muchas maneras experiencias


de Roma y de Grecia, experiencias paganas. La sociedad es sólo parcialmen­
te religiosa, y sólo ligeramente autoconscientc. ¿Cómo, pues, puede ser la
mera manifestación de un ideal religioso? Seguro que otras ruernas disnetas
de los ideales o las ideas deben actuar en ella. El punto flaco de la interpre­
tación de la historia de Hegei es la historia misma. El la interpreta sin cono­
cer lo que es. Su interés iba hada el otro lado del sistema, hada lo Absoluto
que estaba revelándose en la historia. El sistema era, sin duda, una espede
de idea a posteriori. Pero antes de que los historiadores hubiesen dirigido una
crítica sufidente contra su falta de historiddad, el escepticismo había ya ata­
cado en filosofía su Absoluto. Fue el materialista Feuerbach, con su categó­
rica afirmación de que el hombre es hechura de su apetite y no de su mente
(D a Mensch isi %as er issi. el hombre es lo que come), quien ció pie a la
transición a una linea nueva y absolutamente radical de investigación histó­
rica; la materialista y la económica.
E! materialismo tiene mala fama, en parte merecida, y en parte arrojada
sobre éL Pero piénsese lo que se quiera de sus más crudos aspectos dogmáticos,
subsiste el hecho de que la interpretación de la historia le debe por lo menos
tanto como a todas ias especuladones que le precedieron. Porque proporcionó
la mitad de los datos, la mitad material. N i la teología ni Is metafísica ha­
bían nunca descendido a la tierra. Habían procedido pardendo ce ia teoría de
que la determinación de ia historia venía de arriba o del interior de la huma­
nidad, y habían estado tan absortas deduciendo sus sistemas de estas premi­
sas que no se Ies ocurrió que la determinación pudiera venir de la circunstancia
hasta que las ciencias físicas y biológicas, y ios nuevos problemas ce la eco­
nomía. forzaron su a tendón sobre ello. Para las antiguas filosofías este mun­
do era. en el mejor de ios casos un teatro para ias fuerzas divinas o psíquicas;
no contribuía ai drama más que con el escenario. Y ahora surgís, ia preten-
*1011 de que el medio mismo entraba en tí drama, y de que incluso determina­
ba el carácter de la obra. Era una pretensión basada en el estudio de los deta­
lles desde un nuevo punto de vista, el de lo trivial el de los asuntos y las
ocupaciones de la vida diaria. E l trabajo del agricultor depende del terreno
que cultiva, el del minero Ce las bombas que perforan ias capas profundas.
I *• ciudades crecen allí donde se concentran las fuerzas de producción, junto
i las bahías o a los yacimientos carboníferos. U n estudio de ias llanuras,
lo- valles surcados por ríos, o las cordilleras, tiende a mostrar que las socie-
LA INTERFRITíACiÓN DE LA HISTORIA
43

dades se adaptan ai medio; por esto el medio las moldea a su imagen. Así
pues, la índole de la ludia por la existencia, de la cual surge la inteligencia,
está determinada por las condiciones materiales en las que se empeña.
Esto es bastante inocente. Podría haberse esperado que los filósofos aco­
gieran de buen grado la importancia que ios nuevos pensadores daban a la
parte que les faltaba en sus especuladones. Porque no cabe pasar por alto
el hecho de que las influencias del medio sobre la seriedad habían sido igno­
radas en gran parte c totalmente antes de que la era científica nos forzase a
fijar la atendón en el manda Pero no ocurrió así. Los hábitos dogmáticos
estaban demasiado arraigados. Si se pretendía que el medio material podía
determinar el carácter del drama ce la historia, ¿porqué no había de poder de­
terminar si iba a haber drama o no? Hubo extremistas por arabos lados, y ia
batalla fue tremenda: el realismo y el nominalismo redivivos. U no tenía que
ser, o un hegeíiano, armado de punta en blanco, juramentado, como un ca­
ballero para la defensa del derecho divino de ia Idea, o un materialista
regicida con un credo calvinista de la irreligión. E! resultado final fué que
la opinión que cada uno se formaba del adversario los desacreditó a ambos
Las filosofías de la historia terminaron por estar tan desprestigiadas como
el materialismo que ellas combatían.
Ahora bien, la interpretación materialista de la historia r.o implica nece­
sariamente que no haya más que materialismo en el proceso histérico, como
tampoco la teología implica que no exista más que el espíritu. Será usa no­
vedad para algunos saber que éste era el punto de vista del más famoso de­
fensor de la interpretación materialista de la historia, H . T . Buckie, cuya
History o f Civilizetion m Englead (Historia de ia civilización en Inglaterra)
{1857-1861) fue el primer intento hecho para determinar las influencias del
mundo material sobre la formación de las sociedades. Todo el mundo ha. oído
hablar de cómo Buckie desarrolló, con gran acopio de ejemplos, la impor­
tancia decisiva de la alimentación, del suelo, y del -aspecto general de ia natu­
raleza. Pero pocos parecen haber leído lo que dice, porque de hacerlo hubieran
encontrado que concede a estos tres tactores una influencia cada vez menor
a medida que ia civilización avanza, y que, cor. visión casi hege liana, asig­
na a la mente ¿a definitiva supremacía. Dice claramente que "el avance de la
civilización europea está caracterizado por una disminución de ia ict lacada
ce las leyes físicas y un aumento de la influencia, de las leyes mentales” , y
que "¿a medida de la civilización es ei triunfo de ia inteligencia sobre ios
HISTORIA DE LA HISTORIA

.t i -c. a t t m o '.” Si Buckle hubiera presentado su sistema con cortesía, del


di rr como si dijéramos, apenas si se habas c,~e>do un solo sermón cen­
ia fi (Vio tuvo la ocurrencia de prologarlo con su opinión sobre ios teólogas
> I"-. Íum orladores, y pocos, según parece, han seguido leyendo taás allá del
I i-'i fe. N o era esta lectura apetitosa para hism-aderes, un tipo de personas
.ñu según el autor, se caracterizan tanto por Mr indolencia para pensar*’ o
. i 1.« ‘'incapacidad natural” que no sirven más que para escribir cronicones
nm„ -i.os Claro que se produjo una tempestar de protestas al publicarse
ti ¡ano; fiero ahora que la controversia se ha apaciguado podemos ver que,
pe..¿r de su excesiva confianza en la formula cm*- de leyes, la (rima de Buckle
,t i tiendo la de un valioso explorador en un campo cientítico vasto y no
ru Invado.
! -ir.- años antes de que Búrlele publicara sr Historia de la civilización,
li.il o ya formulado Carlos Marx la "teoría econmuca de la histeria.” Acep-
i .i, , • ,. m reservas el ataque materialista dt rearma en a HegeL Marx liego
,i 1« conclusión ce que las causas que motivar, d historia se encuentran en
I. • t r iidiciones de la existencia material. Y a ex. 1S45 escribía, refiriéndose
1, m nrolupeliaiios, que separar la historia or k ciencia nanita! y de la
i i " „ . era como separar el alma del cuerpo * ’encontrar el lugar cel na-
iiii. i mu dr la historia no en la censa producán! material de la tierra sino
, i la :,rhulosa formación del cielo.” ' En su Afisna de la filosofía { iBcpi es-
i.,! 1. 'i rl principio de que las relaciones sedal-- »penden en gran parte de
U-. ínmia» de la producción, y por ello ios trinemos, ideas y categorías así
t ,. Tnllrti.'os no son más eternos que las relaóaass que expresan, sino que
.... productos históricos y transitorios. Pardead: de estos principios M arx
II di •.i.H-ialismo, que basa su filosofía miíimmt sobre esta interpretación de
la liutnria. Pero la verdad o la falsedad del soosüsmo no afecta a la teoría
1« lumoria En el ramoso manifiesto de! Parad.* Comunista {1S48) la s e -
iii fi r aplicada para mostrar cómo h rcvohxiórcomercial e industrial ccr.
un ny«ncntc crecimiento del capital, había tmsrrormado el mundo feudal
m i l " indo moderno. Esto, como toda historia escrita para ajustarse a una
r> historia inadecuada, aunoue mucho mis cercana a la realidad cue
I. dr MeScl, porque se ocupaba más de los hecha-. Pero aquí no nos ir.tere-
....... pin la historia que M arx escribe, come tampoco por su socialismo.

! ‘11 heihftt Familie (La sagrada familia), { j f « s e . 238.


LA INTERPRETACIÓN DE LA HISTORIA

.Adonde queremos llegar es a su punto de vista para la interpretación histó­


rica. El propio Marx, en el prefacio a la primera edición del Capital, dice que
su punto de vista es uno "desde ei cual la formación económica de la. socie­
dad es considerada como un proceso de historia natural.” Esto suena como
d más sencillo lugar común. La historia humana se pone en línea con la de!
resto de la naturaleza. Su objeto se amplía para incluir rodos los factores,
v el mas importante es el que trata del mantenimiento de la vida y de la ob­
tención del bienestar. Plasta aquí todo va bien. Pero no en vano Marx había
sido discípulo de Hegel. También él llegó a los absolutos por el simple pro­
cedimiento de poner cabeza abajo el Absoluto de Hege!. Para é! "el ideal no
es otra cosa que el mundo material reflejado por la mente humana.” “ Ei
mundo es la cosa, no la idea. Así llega a convertir al hombre, modificador de­
is naturaleza con un dominio creciente sobre ella, en una simple í un cor.
áf la misma, en un instrumento del instrumento, precisamente cuando el hom­
bre la había dominado con nuevos inventos.
Pero por extraño que pueda parecer, ei sistema de Marx, como el de
Buckie, culmina en el espíritu y no en la materia. La primera parte es pura­
mente económica. Los proletarios industriales — "ios trabajadores,” como afec­
tuosamente ¡es Lama el socialismo— , son. de igual modo que el cari taló­
me. producto de las fuerzas económicas. La fábrica no solamente encadena
2 ios esclavos asalariados ce hoy, sino que llena las ergásmlas de los bajos
fondos estimulando ei trabajo ce los niños. Así siguen estando las cosas hasta
cue el proletariado, como último resultado de su situación económica, adquie­
re tina conciencia común de clase. ¿Qué ocurre entonces? Que el futuro no
será como ei pasado. Conciencia quiere decir inteligencia, y tan pronto como
ei proletariado comprende, puede romper las cadenas, dominar la economía, y
controlar así. en vez de obedecer ciegamente, ei movimiento de su energía
creadora. Si el socialismo podrá lograr ¡a realización de su idea} y de su
esperanza no es cuestión nuestra, pero subsiste el hecho de que, en último
análisis, incluso la interpretación económica de la historia termina de un
modo no económico. Termina en una dirección de la inteligencia, en ideales
de justicia, de orden social v moraL

¿Adonde hemos venido a parar? Hemos pasado revista s las interpreta-

s Prefacio a la segunda edición de Ei Cepita!.


HISTORIA DE LA HISTORIA

....... n,ii> ,[<.|’u , teológica, filosófica, materialista y económica é t la histo-


• l,t .... , visto que ninguna de ellas, llevada hasta el extremo, está con-
i ..... . . on lo» lu chos. La teología o ia metafísica puras omiten c deforman
l» 1 oí i>• t|ii< k supone explican: la historia no es su dominio propio. Ei
•o«imm Ii, mi < y (a economía, aunque más prometedores, por ser más de este
....... o., pueden pasar más allá de un cierto límite. La vida misma escapa
■ •• o „Ir.,.. La conclusión es ésta: que tenemos dos elementos básicos en
|" ot Irma que deben ir juntes, el psíquico por un lado, y el materia!
i i" on, I que la psicología y las ciencias naturales y económicas no
" *i>lo rnlocadas sobre el problema, actuando como aliadas ~ no como
" I» lo-nina no será capaz de dar razón inteligente ¿e sí misma. Estas
iii , ’, *.,» io,,-itarán más datos de los que tenemos en la actualidad La única
.............. • -■ puede prometer resultados científicos es la basada en e! tné-
...... >■ imli'iuo, porque, 2 pesar de Bergscru las inruiciones b riliasas difídl-
i'unli ,i »«risfacer como no sean comprobadas. Las deudas naturales
•h' " mui .M- im r comenzando a mostrar la íntima relación entre la vida y el
' • li •••!»!-logia apenas si ha iciáaae el estudio del grupo. Pero ya pue-
•I ■ »iii.i envíente apreciación de los intereses comunes, un deseo por
i".......li I,-- ironomistaí de cc-nocer la naturaleza del mecanismo ¿c: universo
1 ■ >'•• i,''ijMiicpto tratan de describir, una indagación por parre del hiólo-
■ i - i acia de una reforma social que prescinda de la eugenesia.
- 1,1 I '' n, la inrerpretadón de la historia está ligada con el trabajo di
■ "■ -I 'iii!,-.. acerca ce i misterio de la vida y de su medio ambiente,
* 1 ln , , iiii recíproca entre ellos. Esto nc quiere decir que ia historia
' ■ • i|in ■ " explicada desde iuera. M ás economía quiere decir más histo-
• ■ r- bui im economía. Marx, por ejemplo, trató de establecer tanto he-
' ......... .. itui r>oj de la historia industrial, Maltiius tos de la población,
1 ' - Im di ln:, salarios, etc. Hechos y procesos son la materia tic la his-
1 i ■ »¡-'i.iciúi, de un procese, puede ser agraciada con el titulo de ley,
1 '■ ! hi »¡pniiica simplemente un hecho general de la historia. Con La
i "i ni iu'..i lo mismo que con la economía. La psicología proporciona
i i la acción, y la acción es historia. La explicación es un mayor
- ni' " di ia misma cosa. Todo estudio inductivo de ia sociedad es
hltiAiifii,
1 - "HfM-inaciones de ia historia son históricas en otro sentado. Si vol-
' I • • i -i por el camino que hemos recorrido, desde los filósofos griegos
LA INTERPRETACIÓN EE L*. HISTORIA 47

hasta los economistas y psicólogos modernos, podremos-ver eticad a caso ene


ia interpretación no ha sido más que el reflejo de la circunstancia local, i?,
expresión del interés dominante de la época. La historia se hizo critica en
aquel punto de encuentro del Este y del Oeste, la costa joaia del A sis M e­
nor. en donde civilizaciones dispares pudieron ser contrastadas con cada nue­
va aportación del sur y de- oeste, y donde los viajeros destruían la creduli­
dad. D el mismo modo, según hemos bosquejado, la sociedad medieval s il­
lada, pegaos a la tierra, con su falta ce intercambio y sus relaciones elemen­
tales, podía reposar complacida en una visión agustiniana del mundo. ¿Nin­
guna otra cosa pedía explicación. Cuando el tráfico mercantil prodtiio una
Florencia, y Florencia produjo urs Maquiavclo, tenemos ya un destello de
cosas más nuevas, del mismo modo que Voltaire y Hume reflejaron las in­
fluencias de Gaiileo y de los viajes a China. Con e! siglo xix la situación
se hizo más complicada, y ahora puede verse que la interpretación ¿ t la his­
toria se limita a proyectar sobre el pasado — o a sacar cíe él— el sentido de
cack interés actual predominante. Kant y Hegel encajaron ¿entro de la era
de los ideólogos y de los románticos Racionalistas, y sus razonamientos fue­
ron desarrollados te jo la reacción que sucedió a la Revolución Francesa. Bac-
k!e sacó su inspiración de la tendeada dentífica que produjo — el mismo
año— Ei origen de les especies. M arx fue el intérprete ce ía revolución ¡n_
dustriai
Pero esto no quiere decir que las interpretaciones de la historia no sean
más que la inyección en ella de prejuicios sucesivos. Quiere decir que hay ur.s
clarificación progresiva. Cada teoría nueva que se impone a la atención ¿U
los historiadores trae consigo nuevos datos para su examen y amplía así el
campo de la ravesrigación. El mayor conocimiento logrado hoy ác muestre
mundo pone de manifiesto ía pequenez ce nuestro conoámiento á ú pasado
v por todas partes los investigadores se afanan para lograr que- el ceatcnido
de la histona sea más digno de comparedón con el de la deuda. Por lo tin ­
to, desde este punto de vista, la interpretación, en vez de asumir la posicio»'
de un juicio definitivo de conducta o de una ley absoluta, se convierte órnen,
mente en un estimulante para ulteriores investigaciones.
Tenemos, pues, una interpretador histórica de la® propias mterezetacio.
nes. Acepta ios dos factores principales, el material y el psíquico, sin ocupar­
se de ls. realidad última de ninguno de los oes. N o es de su mcumbenc'-
eonsiderar las realidades últimas, aunque pueda agradecerles alguna luz ^
4« HISTORIA DE E>. HISTORIA

*1 Kin.1 Minos ambiciosa que las teorías teológica, filosófica, e incluso


*<•>•><>• »ni, »(• considera a s: misma como parte de! proceso que trata de en-
Si no tiene las visiones extáticas de los riñes últimos. cotaparte por
|>lrnamentc la exaltación de k investigación científica. N o arriesga
un i in> prematuro en la engañosa segundad de una convicción interior. Cuan-
iln 1« prcpuntáó ' ¿por qué?*’, os responde '"¿cómo?”
C A P IT U L O m

P R E H IS T O R IA : E L M IT O Y L A L E Y E N D A

C ^ u n q ue ios orígenes de la historia son rar. antiguos conso ía humanidad


misma, la historia de la historia no st remonta hasta una antigüedad tan dis­
tante. Hubo relato ce historias junto a las tocatas del hombre de las caver­
nas. antes de que retrocedieran los glaciares y los continentes tomaran forma,
cuando el Támeris desembocaba en el Rhin y ti canal de la Mancha era el
valle -del Sena. Pero no queda vestigio de los relatos que allí se contaban. La
antropología puede conjeturar algo de su contenido gracias a! estudio de ios-
salvajes actuales-, pero la historia que reconstruimos con las piedras- rotas y
los montículos funerarios de nuestros antepasados' prehistóricos es la nues­
tra, no k de ellos. E s ' un’ capítulo final, no el inicial, de k . historia de la
historia.
Ei término "historia' prehistórica* es. por Jó tanto, nuevo. Hubo una
época, aun no hace mucho, en que 'prehistoria M irificaba Jo que parece querer
decir: significaba, de un modo géaerai, que había edades de lee pueblos, an­
teriores a las que conocemos, que estaban desprovistas de historia. Por ío
general nadie se paraba s. averiguar -s» erar- las edades las que estaban despro­
vistas de historia c si eramos nosotros mismos quienes estábamos desprovistos
¿c ía historia que pudieran haber tenido. En cualquiera á¿ ios dos cato, el
punte principal estaba claro; z\ tennis o era una genera! negativa, bu aplica­
ción, por otra parre era precisa: se rejería a lo que estaba más allá d&i .An­
tiguo Testamento, cíe Heredóte y de algunos otros textos ce ios ciáricoñ
Porque lo que estaba más allá era .un mundo irreal de mito y de leyenda, dy
contornos vagos, irrecuperables.
En. nuestros cías todo esto lis cambiado. La arqueología, haciendo avan­
zar las fronteras del conocimiento pot ese pasado en apariencia imperte-
■í
h isto r ia d t l a historia

,,„1,1, 1)^ aumentado e! campo de la historia, canto por la recuperación de


i, i !, -, escritos más de mil años antes que los más antiguos tratos de la Bi-
|<|ia como por su pronia descripción moderna de antigüedades todavía más
t«■ mol..'- Va que esta última es la de mayor alcance, y la más importante,
. 11, di preferencia a la obra de cualquier escritor jeroglífico o cuneiforme,
v roiiiidcra comúnmente como la medida del campo de la historia, y sus lí-
i,m e extremos, como ias fronteras entre lo histórico y lo prehistórico. En
k, mulo estricto esto podría significar que ias fronteras aludidas se desplazan
,oi« <adr. nuevo descubrimiento de la arqueología, lo cual cari.?, por resultado
un, interminable confusión, y por ello se considera ahora habiruaimente que
n>,!o el campo en que el arqueólogo puede encontrar textos escritos cae den-
i o drl dominio oe la historie. La piedra de toque para la distinción enrre rus-
tuna v prehistoria es, por ío tanto, la existencia — o persistencia— de inscrip-
n«ntf, ya que ce ellas dependen las posibilidades de is historia. Incluso cuan­
do L . inscripciones no están todavía descifradas, el hecho de que existan
hact que e! campo sea historia en potencia. Están a mano los materiales por
cuyo medio, algún día, podra ser conocido ei pasado de donde provienen, y
u dr momento, no hemos aprendido a usarlos, el movimiento seguro cr la
moderna investigación los incluye en el campo de la historia, jumo con los va
domitindos 1 La distinción entre historia y prehistoria lleva en sí un cierto
..ib,ir de amidpaciór. v de proeza, y no siempre está de acuerdo con los hechos
ni cuestión. Cuando esta anñapación supone una exage radón de la propia,
fr, no se la tiene en cuenta: pero en conjunto es la mujer distinción que se
li.i encontrado, y ei arqueólogo está justificándola con su obra.
Fi término "prehistórico’ tía de emplearse, según esto, no tamo para un
'•„.■ lo anterior al que conocemos — pues na y mucho dentro del campo de la
historia que sigue siendo desconocido, y, por otra parre, mucha fuera de él que
muiremos— como para ci pasado preinsenpeiona! o prehterario. Esto, a prL

1 E.r cierro ternero, el sigmf.caco no na cambiado tatito cerra- podría


porque cuando el campo de la historia no alcanzaba mas sita a t la Biblia v ¿e ricio-
dme. los jeroglíficos no se podían leet, y la clave dr re interpreta®» se creía perdida
pan siempre. Así pues, los textos más antiguos b— itahsp ei esnspo de la historia
Ihirdr ded-se, sin embargo, guc « término "prehe . n ' se emplea, en general, con
«iyo de la vaguedad aeí término "historia’’ . Diver-.-s escritores k usar, de distinta
ni mira. Irr, ocarionei parece significar !c. historia oc ios pueblos desprovistos de ci-- :-íi-
*»rión, en particular las de la Edad de Piedra, que precede a lass edades de ’ios me­
tala«.
pr e h ist o r ia : el m ito y l a ley en d a 51

mera vista., puede parecer un criterio muy poco adecuado, yz que las inscrip­
ciones suministran, incluso ai arqueólogo literario, tan sóío una débil perdón
¿e las fuentes con oue construye su relato. Pero er. realidad es ce lo más ter­
minante que cabe. Marca la división entre las posibilidades del relato referen­
te a personas determinadas y los vagos movimientos ce ios pueblos; en una
palabra, la división entre lo particular y io general. Pero hay más todavía:
solamente la escritura, entre rodas las fuentes de ía historia, conserva los acon­
tecimientos Los monumentos proporcionar, tan sólo alusiones y referencias
a ellos. Los círculos Ge menhires de Stonehenge indican oue hubo una vez una
tribu numerosa que concentró sus energías para llevar a cabo una gran obra.
Pero no sabemos qué tribu era. ni tampoco qué motivo, religioso o monumen­
tal, produjo esta concentración de energía. Todo lo oue tenemos es la obra.
Los propios dibujos, a menos que lleven alguna palabra o signe, no perpetúan
acontecimientos precisos. Los bisontes dibujados por ios hombres cri paleo­
lítico pueden ser símbolos mágicos o recuerdos de caza; pero co hav manera
de saber cuál gc las dos cosas. Ei jeroglífico, que es mitad pintura v mitad
escritura, puede disponer su sucesión de símbolos de modo tai que. poniendo
muchos juntos, resulte una especie de relato a manera de película. Pero úni­
camente la escritura, ese instrumento m óvil adecuado a! hecho cambiante,
puede registrar los motivos » ocuparse con k acción: y éstos son ios temas
propios de k historia.'
Eí campo dr la prehistoria se une con e! de la historia mecíante la arenco-
logia, que trabaja con celo impardal en ambos, ausquf coa métodos ¿ b -

* U mención de la película sugiere qat, si bien la piedra de tocar para la disrai


dós entre prehistoria e historia es el empleo de la escritura, podes»« ú v tai v o en­
contramos ante otra merca fronteriza. La escritura es, después- ¿e ic¿z un acóre « -
psdtesre. Caanco une. compara el mejor de los escriios cea k» car ir.rc-.nra ttvroooác,
ve que etce iustnar.er.ro nuestro para ía. reproducción de k realdad «. ost paleolítico
er. í v crudeza. Inciiao pierde ei color y el tono é ¿ íenguaj- itabkdo. así coso éste,
3 su veí ao «=?«»«* *»» «*» paree ¿el complejo psíquico v físico ¿ oue gc-ocupa!
tocemos, en c! mejor de \x casos, seitaxionar unos enasto* hechos de entre k masa
raoveoza ce los acontecimientos, y adornarlos con ks iaperíemonre ¿c nuestra reté-
ncs. para que sobrevivan como pálidos simulacros en ¡} fon, atareado del mundo.
Algtm día las medios con que hoy trabajamos para, conservar el pasada serán visto»
en teda su inadecuación v crudeza, cuando exista», nuevos medios per* reflejar e! pen­
samiento. I* expresión y ei movúnieato. Entonces eosowcs seremos tamiñás clasificados
entre lo prehistórico.
u HISTORIA DE TA HISTORIA

• iiiii l"n fl campo prehistórico, puesto que faltar, jos documentos, ia arqueo-
lt ij ».• pi«rdi tan so io verificar sus conclusiones por medio de la comparación
ili luí trvos de Las culturas ce pueblos desconocidos con los productos ce cul-
m u i ««, «imitares tie la actualidad. Este es el m étodo comparativo ce la antro-

o., que ha sido puesto a contribución para permitirnos recuperar el


I * >' iiióocu'.ientado anterior al comienzo de la historia. Eos salvajes tas-
......... * ó- lu ir una generación, o los bosquimanos actuales del A frica, escia-
" 1' ' 1« vida y la sociedad ce los hombres de la primitiva edad de piedra en
• iir,i|.H Donde k añaden utensilios de hueso al equipo primitivo y los ins-
............ de cara se hacer, más eficientes, el esquimal puede proporcionar
>" lil i, i,, f,0 ,;,!o sobre el tipo de vida sino también sobre la mentalidad de
...... "• «ii «..parecidos. -Así. a través de diversos grad os de cu ltu ra , el m étodo
"" laiiv., pufdt comprobar las fuentes de ia arqueología mediante ¡os da-
II ‘ ¡i li antropología.
■ n> ic lugar adecuado nata entrar en una exposición crítica ce seme-
''*1 '• "" nli•• ri-ro no estará fuera a-c lugar repetir, de pasada, la acverten-
' ’ '«»> ve»i- hecha por ios antropólogos, de que rio hay método más en-
1 ........ «'• • I recudo científico actual que este empleo de las analogías que a
1 ....... . v u u pjirrce tan scncilo. Habría que estar entrenado en el método
" *• • ,"i(i¡>nli f.ia antes de emplearle, de igual modo que habría que esta:
....... f " rn c! uso de las fuentes históricas antes de escribir historia.“ Antes
" ' '* bu n c o m p a r a d a s cenen ser realmente comparables. Esto suena a
............. abuitil:.mente elemental, y, sin embargo, una gran cantidad de his-
.................. . >iók ca ha tico escr.ta sin tenerlo en cuenta. Instituciones, de ci-
............ li.bu* que presentan analogías externes 'han sido arrancadas ce
• " ii;• Hipadas, y convertidas en base de vastas generalizaciones en ei
‘ i"' . i'rnrre d- las evoluciones sociales, habiendo sido interpretados las
1" mundo prehistórico a la luz de inferencias de estas conclusiones.
*....... "'''i. m..picúas no sor. histeria, slr.o especulador». Algunos de ellos nut-

' »|«mpi , de Ir. aplicación del método comparativo por los primeros antro-
' r ■ un)-..nados ce una critica penetrante de jehn Dewey. véase V i’. I. T homas .
/•■ •••< / • Sccud On.cinr .Fuentes para ei estudio de ios oríeenss sociales),
1 "l'iiii. .- pnr'i • "V id a mental y educación” . U na extensa bibliografía va
*' . tu «i,, i-n. L»s numerosas obras de Frar.z Boas, así como las de sus pritne-
• iln» pfi.poraouan orientación. y ejemplo er, el empleo de ios métodos ccv
"*"■« «i. antropología.
PREHISTORIA: EL MITO Y LA LEYENDA
53

den incluso ser comprobados por los hechos, y resultar ciertos; pero el histo­
riador no debería confundir su carácter. Si su entrenamiento en el método
histórico le ha servido de algo, no debería perder de vista el hecho de que los
fenómenos no son nunca exactamente los mismos fuera de su circunstancia,
porque la circunstancia forma parte de ellos. El significado de una institu­
ción depende no tanto de su existencia o de su forma como de su empleo.
N o obstante, dentro de limites amplios, y usado con la debida cautela,
el método comparativo puede proporcionar una historia antropológica del
mundo prehistórico. Puede sugerir maneras y costumbres, e incluso — que es
io único cue nos concierne aquí— una visión de la mentalidad de pueblos
que no han conservado su prepk: historia, porque, de un modo general, las
reacciones de todos los hombres en circunstancias similares sos parecidas.
Las narraciones del México antiguo se parecen a las de la antigua Babilo­
nia. Los héroes realizan casi las mismas hazañas a través de todo el mundo
serntsalvaie, modificadas tan sólo por las condiciones locales, y los miste­
rios de las asambleas olímpicas son revelados en términos identificadles.

Ahora bien, de un modo general, el caso es que los cuentos vuelven a


contarse tas sólo cuando valen la pena. La piedra de toque para ver si vale la
pena contarlos o no es ti que sean escuchados. Esto nos proporciona un indi­
cio respecto a su carácter genera!, porque los hombres no se reúnen con curto
para oír hablar ce cesas vulgares, de la vida diaria, que. en la medida de lo
posible, han sida abandonadas a las mujeres. Del mismo meco que han to­
mado pare si las carreras de la aventura, de la guerra y de la caza, quieren
convertir sus relatos en aventuras del espíritu. Esto quiere decir cue e! con­
tenido universal de todos los relatos primitivos es el mito.* Porque ten sólo
e:. mito puede proporcionar en abundancia los elementos de la sorpresa, de lo
extraño y ce lo misterioso. En el mundo del azar y del milagro, con su cons­
tante posibilidad de tomar giros dramáticos, las drarr.ctis persona son única-

Fi termino mito se emplea aquí cor. el sentido preciso de un relato cue canacas
elementos sobrenaturales. Se usa también en inglés er. sentido amplio para designar
tccc el marer-a? legendaria. Les cien»píos citados en e; £>keio»iatie de O xiord se r e a ­
tan a i comentario acerca de 1: imprecisión d t ideas qut hay en este terreno. Los capí­
tulos oasicos sobre mitología ce! libro de E. E. T rio s;. Primitive Culture (Cultura
primitiva j , aunque publicados er, 1671, son todavía dignos de leerse a este respecto
N c obstante, ceedc aquellos días ce iniciación, la antropología h-i llenado con sis
materiales bibliotecas enceras.
HISTOEjA DE LA HISTORIA
M

...... .. #,4 n,-ii*tura1rk La explicación de tsto residí en la. tendencia de! salvaje
. lUtm i¡. uium a todo lo que 1c rodea. E l crepúsculo y las nubes, el fuego.
«I , |Ua Hi,< corrí, las cuevas oscuras, los animales, las cosas o las personas
i mi. qu< sorprende su fantasía y queda incomprendido, a? apto para
........... . rri "presencia’'. en un algo misterioso que reside en ese dominio
•HnlkU .1 1« l.<- cosas sor. fastas c nefastas por derecho propio, sagradas o
■ "-M i... y i, Misn cc modo irresponsable, o, en todo caso, más allá de la
lii" . »„..,,..,1 »ir .. limpie conducta humana. El mundo está tan lleno de es-
■ • "-»«i iiuíin uncí: que incluso las narraciones de hechos de La vida diaria
* ,,, (tuiMir primitivos contienen la cantidad suriciente de mito para re-
I* ■ ,i ... plati' rr. una sociedad racionalista- "Y sin embargo, pueden ser
■ • • -i. "'.i. • •••.‘adera!. — verdaderas para las experiencias de su: autores y
> irpitcr, su relato— .
•I ...... t i común de semejantes mitos es el que ofrece al espíritu de!
• i*i. • grande aventura, eí mito del origen de las cosas. Todos los
■ m i »u versiones del Génesis. Ls curiosidad cue le incita a uno a
1 ■■ « ««•»tu* termina el relato no es menos ávida por averiguar cómo tm-
' ...... .. < pueblos distintos han vivido en condiciones análogas, las
*"••• « su? mundos similares son sorprendentemente parecidas. Pue-
j i *i r, pocos elementos de i libro hebreo ce los orígenes gracias a
" •'■ !'■ mundo salvaje. Pero éste es un problema ¿emasiadu complejo
• ainítórico para que nosotros lo analicemos aquí er. detalle.
• "ii i' i ' i ! mito es un mundo del milagro, er. el rúa! los dioses e inclu-
if transforman ante nuestros ojee, conde, como en un país de
'' ’ . los animales habían, los espíritus invisibles se oven entre el rumor
*"" I<>» árlvoies aprisionan a las gentes, r la berra se las traga. Tan
■ • ni n '. «odas estas cosas ai hombre rivíliraác. que mensa que son
•' <•'■ ii esfuerzo de invención consciente, de la capacidad poética que
■ : o. en ios pueblos primitivos. Peto, por grande que sea e! papel
'• ’ * |‘ *i l.i fantasía rr. los espíritus sencillos, el mito es rara vez, o nin-
• " .»• i»*i- drl esfuerzo individual, consciente, resultado a t una ejepe-
' 1 * 'li'dfl de la inteligencia inquisidora. Es más bien -1 botín de la tribu.
1 I" " i i m *le averiguaciones inmemoriales. El Hechicero o e¡ sacerdote puede
' ' inuolofías v transformarlas, como el poeta puede desarrollar episo-
•' *" M'in.iii* en su leyenda, pero la esfera ce su imaginación creadora nada
1 . tii de libre en el sentido en que Platón pensaba de su libertad.
p r e h is t o r ia : el m it o v la ley en d a
55

Por ejemplo, cuando Homero hace que Atenea tome ia forma ce una colon-
crina no está inventando como pueda haberlo hecho Kiplíng en Los Ubres de
le selva virgen. Atenea, u otra dios?, parecida, se había estado transformando
durante siglos antes de que Homero incorporase el episodio milagroso en su
relato."
En realidad, lo que más sorprende a quien estudia las mitologías, es la
pobreza, y no la riqueza, de la imaginación primitiva. La imaginación tiene
que emplear los materiales de la experiencia para construir sus creaciones, pot
muy fantásticamente que pueda combinarlos, y como la esfera de la expe­
riencia dei hombre primitivo es mucho más reducida que la del civilizado
ios mitos que registran estas creaciones, corren por cauces relativamente es­
trechos. H ay temas comunes que uno encuentra repetidos, cor detalles cas;
lactíficos, en ¿as tribus mas apartadas, no sólo er. ios mitos cid origen dei
mundo sino en acontecimientos rales como las guerras en ti cielo y les dilu­
vios sobre la tierra, y en ios héroes universales que matan dragones, desafiar;
gigantes y salvan a ios débiles mediante proezas y milagros. Artes los antro­
pólogos trataban de remontar estos mitos hasta una fuente común, conside­
rándolos como una prueba dei origen único de las distintas culturas eme los
conservaban. Pero anora se ha visto que no es necesario la existencia ele seme­
jante historia común. La guerra de los dioses en que las divinidades benéfi­
cas de la luz y la vida derrotan a las fuerzas demoníacas del mal y del caos
fue un tema autóctono en muchos lugares fuera de las cuencas c.:i N iio y
de! Eufrates. Mitos como ios de M arduk y Horas íucron independientes
entre sí; porque el dios sola: representaba el triunfo del orden y de la vida
sedentaria cuando los primeros agricultores comenzaron a -roturar ios eriales.
a desecar ios pantanos, y a arar ios campos. En una palabra, la historia de
los dioses no fue más que un reflejo de las actividades de la sociedad que los
produjo. En este sentido son una especie de reflejo deformado, divisa, de
la historia, que preservan er. un medio contorsionado, pete vivido, algunas5

5 Un contraste más preciso podría citarse entre ig hatada de Atenes ce! Olíame-
(Hieda, cauto iv, versos 75 ss.) y ia descripción en Mi;con de ía caica de Satán
La descripción át Homero está rasada en ía caica de las estrellas. "Com o un astro
que el hijo de Creaos el artero envía en presagio a los marineros o a ios combatiente#
ot- un gran ejército, astro resplandeciente riel que irradian chispas por miliares, er.» se-
mejante forma se lanza Palas Atenea sobre ia tienta . . . ”
Tales portentos proporcionaban inevitablemente el símil.
HISTORIA DE LA HISTORIA

I»' 'ti uwtr\ dr la historia genera! oe un pueblo. "E l mito es la tdsroria ce sus
uutorr», no la de sus personajes; refiere las vidas, no ce héroe; sobrehuma­
no», uim de naciones poéticas.” c
'•»í( origen social y esta autoridad— del mito, que no erzittye la posi-
lol'Jud di creaciones individuales y modificaciones esporádicas, nos permite
i oreprender dos cosas que de otro modo dejarían perpleio a quara se ocupara
*1* m mentalidad primitiva. fcn primer lugar, ese reino del misterio no es
rii'erwnrr.ir misterioso. tes tan parte de ia naturaleza como Lr- demás. Esto
que «1 salvaje nc nene conciencia de que cruza barrera? al pasar de
1«» ir.il a lo imaginario. En segundo lugar, la creencia soda! er. ¿.l relato ¿a a
m i * r p l raciones, en cierro moda, la fuerza de una sugestión ce u uamraíeza

i i-nú, v así se imponen al espíritu con el sentido de las cosas ranales e inevi-

1 »f.i nor lleva en seguida a un hecho más vital para ia hismma de k his-
ii**irf uiir iikío ci contenido de ios mitosi ia tendencia a creer. —~~á bien cue
um. m inicresc por la suerte de los dioses, pero es impío querer saber cerní-
»■ :i> *. rica de ellos. Esta acritud religiosa de aceptación es grandemente res-
I* " ’w b i por ios absurdos cue los mitos contienen, ya crué no es conveniente
i l iM.no los cánones dei sentido común. Pero su significación se extiende
o :«o in..*. allá ce ios limites del mito y de ia prehistoria. Es rodsvía. a aes-
|wi!io «Ir! crecimiento de la crítica y de la ciencia, la actitud ordinaria del
le míiir comente. E! primer impulso al oír un relato cualquiera es aceptarle
««>• ni verdadero.' a menos cue contradiga en sí mismo lo que va ha sido
11 u. o parezca implicar semejante contradicción. La credulidad es una acti*
luí natural del espíriru; la critica es una de las más ¿iridies adquisiciones
Mr ! . i. luirá. Ln importancia de este hecho proporcionara aigur.es de ios re-
iii- principales del razonamiento que sigue.
I .. credulidad del primitivo, sin embargo, tiene más excusa cuc la nues-
11. |'inane el primitivo tiene una diferente apreciación oe los sachos. Nos-

1 F !■ T vlor, Prim riie Cul.ure jj' ed. 2 vois., 1891), i- 416.


I 1 l.>r. Paul Radin me ha procoríior.ack un ejemplo espscialmesuí interesante
ili 1*11. ( liando hacia estudios entre los win.ne.bagos, preguntó a un meruz3. que* aiar-
1 i *,i ni desdeñar is mavoris Ce lar creencias indias, si creía cue írac .a c.cr ce ver-
1 cu la pintoresca y detahaca Listona que un curandero reiarana ce sus antenotes
1 ii‘ rnm iones La respuesta rué cue él nc* sabia, pero pensare que r c ~ ttebia aaócr.
I •1.; te d<* tero modo, ¿por qué io iba a decir c*¡ hechicercl
p r e h i s t o r i a : e l m it o y l a l e y e n d a
57

otros establecemos distinciones entre io rea!, lo probable y io ix>sible, entre


cosas que existen por derecho propio, y cosas cuya existencia depende de ia de
otras cosas. Esta zona fronteriza de la posibilidad la situamos fuera del terre­
no de los hechos, sin perder de vista la condición en que se apoya. El salvaje,
en cambio, insiste en el hecho y tiende s olvidar la condición. El desgraciado
antropólogo que promete hacer algo por un indígena ’ ’si puede,” se encuen­
tra con que éste considera que ha faltado a su palabra si no cumple lo prome­
tido. aunque no se cumplan las condiciones para que pueda hacerlo. Si apli­
camos semejante acritud del espíritu a los problemas ce la mitología, nos ex­
plicará en gran parre el carácter positivo de las creaciones ce lo que llamamos
. .. 8
imaginación primitiva.
En semejantes circunstancias el mito desenvuelve una vida propia. Los
elementos condicionales que hay en él desaparecen; las incertidumbres se con­
vierten en hechos per la sola fuerza de su arirmación. Sus orígenes se pierden
de vista. Hera puede haber sido durante cierto tiempo eí aire, y Demeter un
haz de trigo, pero debido a una razón cualquiera en el curso de los aconte­
cimientos divinos, por común consentimiento humano, las dos se convirtieron
en deidades, viviendo desde entonces la vida ce los dioses. Para nosotros hom­
bres modernos ésta era una existencia puramente imaginaria; pere el mito
adquiere su autoridad sobre e¡ supuesto totalmente contrario. Y cuando se
levantan templos a las divinidades, cuando el arte y 1a literatura encuentran
en ellas su inspiración, cuando los estados confían en su protección y ¡os in­
dividuos se dirigen a ellas para salvarse, tanto la imaginación como la me­
moria quedan muy atrás. Eí mito se conviene er. un elemento real y podero­
so en los hechos de la liistoria y de la inda.
Además, el elemento divino o sobrenatural que hay en el mire es su mejor
meció de preservación. Todo 1c cue está dentro de la esfera de 1c religioso
está protegido, en el mundo entero, por una ley primitiva, ¿tuncas■& e inexo­
rable, que llamarnos el tabú. Todo lo que se relaciona con el culto, desde la
magia al misticismo, es sagrado, y toco lo que es sagrado no puede tratarse;
como las cosas ordinarias. Contiene alguna parte del poder, diabólico o 'd ivi­
no," que actúa mediante lo sobrenatural y el misterio para atormentar o ben-

v Eí lector de novelasen eí mundo actual, cor. su mentalidad seridiia, tiene mucho


ce la misma actitud. Las condiciones de! relato se olvidan.
v Lo sagrado es un término genera!, y tiene ei poder tanto de maldecir como de
bendecir.
1* HISTORIA DE LA HISTORIA

<li • ii a ijUM in a m- ponen en contacto con él. El sacrilegio no necesita de cas-


itpa li | »Ira en las sociedades donde realmente domina la religión; los tf-
............. I inundo psíquico se encargan del propio castigo. Asi. de igsal moco
i|,u |m fi in lu ; y altares empleados en el culto están saturados de s-sra santi-
ilml ipir mwi'pitra su protección, los mitos que encierran ia historia c e los d>o-
•i> *.....i protegidos oor su propia naturaleza religiosa- Conocer ta rustone
ilil lina, v. rii especia!, conocer su verdadero nombre, es de ia mayor impor-
<1111 i.i pniii lo creyentes, porque en la histciia y en ei nornare del caos reside
d..... . imtirrioxa sugestión de potencia. Asi pues, el heemeero y sus succso-
i i » m .. i lol.ilo., por ser los más idóneos para ocuparse c e semejantes cosas
»■ iin li nrndri. a convertirse en los conservadores del relato m icro, junto
' 1 lo* olio', ni irlos de! culto. En ei mundo primitivo semejante especian-
• *• <"H i iiiio. o menos falta <Se formalidades y en ningún modo rígida; pero
I* <'itili in i .i u confiar los mitos al cuidado de ios teólogos es ya manifiesta
!..... .* di que se desarróllenlas jerarquías.
i oí iiiin c.j aquí ei destino ulterior de ios mitos como partes de siste-
** •• ■ ■ !••, <os. porque en ellos pierden todo, salvo un débil eco. ce sus íuen-
"' m es que existieren, y terminan por convertirse er. un elemento
" •* l'"'* loiihna! de las religiones que se desarrollan partiendo ¿e ellos — co-
" " •' uní' lo iiKiderno se ha desarrollado partiendo de ios relatos m ás inrohe-
" *"♦ • di I Aui i ni. Testamente y de las leyendas medievales más milagrosas
'I * oí i iii.o uní.— . Ei ritual,1' en conde las afirmaciones v las representa-
• ’ "'** lo.H i'. 'liria' v compendiosas están reducidas a una concisión epigra*
*■ •*< .i n i | i.i'ii,c o n s e rv a una última sugestión de ios antiguos orígenes, dt-
1 - i u' i iw\.i'.ii directa con el altar v el tito, en ocasiones incluso después
1 -¡"i 11 nTi ' ii Je que forma parte ha dejado de entender su significado,
• • "i. . ii 11 , Inm conocido de ios sacerdotes arvales de Roma. ot>¿ recitaban
• <i ln'i i. 411 ii 11 ¿tic o, lo que había llegado s ser poco más que un conjuro
•»•• •• V. mu embargo, por semejantes medios débiles e ininteligibles, ios

I I mu J , tonto en palabras como en actos, tiene que ejecutarse esc. absoluta


I k., uro que cualquier error atrae la cólera de ios ¿¡oses sobre todos ioí
i " " i " . i ii, y ln venganza Ge la sodedsd sobre e: causante. Ls ancrcce.iogía ofre-
• ' " 1 . ui i , l o* ó.- la aplicación ce severos castigos por causa de descuido c error.
I « I "i imIh m-ipira o sacerdotal repite a veces las enérgicas palabras ác lo¿
■ •«- ¿mtf’.uo rmto, ¿A qu? la fórmula es ti único íragmcnrc preservado.
1 #• • •11 nj •ii \r rt . ucncra en A . £Rm an ? Life .4 ncter.i Egxp! (i-s vida en el
PREHISTORIA: E l MITO Y LA LEYENDA
59

vestigios ác¡ pasado persistían, teniendo menos cié historié. para ios crecentes
que ios escuchaban que para el moderno historiador, quien, al no considerarlos
como manifestaciones sagradas, está libre para traza tsus orígenes humanos.:r
Pero si existe un aspecto divino en el mito, también existe un aspecto hu­
mano, y conforme el primero tiende a disminuir o caminar, excepto cuando
está incorporado al ritual y conservado por ios sacerdotes, el segundo, el as­
pecto humano, se desarrolla, principalmente gracias a los postas, hasta conver­
tirse en ese precursor de )a historia que es la leyenda. Los dioses todavía van
y vienen, siguen celebrando sus asambleas, y parecen desbordar la débil volun­
tad ce! hombre: pero, en realidad, los seres humanos son lo?, héroes sobre
quienes se concentran el interés del relato y la simpatía dt los oyentes-, y hasta
los mismos dioses renuncian a su divinidad siempre que io exigen las con­
diciones de ia historia.
N o es posible establecer limites precisos entre el mito y la le venda, por­
que los mitos entran a formar parte de todas las narraciones primitivas. Sin
embargo, podrá aclarar nuestro examen el considerar como leyendas aquellos
maros que elevan al primer piano el tema humane. Lo legendario- pues, está
entre lo mítico y lo histórico. Según acabamos de ver. e! mito io penetra,
y proporciona ampliamente el elemento dramático, los cambios bruscos, h s
tapidas sorpresas, ia justicia que sigue las huellas del crimen, el hado que
permanece al ionao, y se burla, y es quien mueve los hilos. A sí. con fre­
cuencia, como ocurre en Homero, Sa leyenda parece ser en gran escala la

ancruc Egipto), (trac. 1804). p. 553. U n conjuro para los inseadit« rué evidentemen­
te' tomado ce una invocación de Iris. ¡a ¿losa de la magia, pidiendo is aveca de Ho-
rvs: "H sjc mío, Horas, arde la montase, no hay agua si!:, yo no estoy allí, coge aguí,
ae ia orilla del río para apagar el fuego/' En relación eos esto deberá recordarse cae
L recitación de ios nombres ce Sos dioses, coa tocios su? atributos, en r; conjuro o k
oración, implicaba una cierta cantidad de saber mitológico.•*

•* Aunque a© sea más que ¡a persistencia de un solo nombre divino, puede ¿.1- h
clave de grandes acontecimientos; las imágenes ac los dioses, las vestiduras y orea-
meatos sacerdotales, pueden conservar vestigios arcaicos que descubren n i ciñas perdi­
das ¿c historia. N o necesitarnos salinos de ios rituales judío y cristiano para ver ¡a
persistencia de semejantes restos de! pasado. Todo el calendario de las fiestas reliirio-
sas es un recordatorio ac ia historia sagrada, j . T . S hctwell, "El descubrimiento ¿«1
tiempo” , ea The Jourrutl o j Ph'áosophy, vol. >21 (1015), n¥ te . La reiisúón ha de­
mostrado ser ei rr.ás grande depósito de los usos pasados; pero su servicio a ia histo­
ria c< el ce un archivero social, más que el de un historiador social.
(.o HISTORIA DE DA HISTORIA

•lr|Mwi(AMM tic i mito, a pesar de todos sus intereses humanos. De hecho el poe-
1«, Ir /oh de ser un audaz innovador que desvía francamente la mirada coiec-
•i<.1 i'l mito, «.-s, en realidad, un conservador de lo ene, en otra íorma, esta-
' *i v.< , achicado. Ei antiguo relato adquiere a sus ojos una especie de sanri-
iliii! que es c! paralelo secular del carácter sagrado que tenía dentro de la
religión.
I n lus creaciones ingenuas de la épica primitiva este papel rundantentai
ih li>» dioce! se ¿2 por descontado; pero una vez que los poetas inician su tra-
I propio de creación consciente en el dominio de la imaginación, su verda-
'l'i.i «,-titud hacia el mito se pone de manifiesto. Solamente La existido un
C'iio porta c!i' espir.ru cien tífico libre de trabas, Lucrecio. iJor lo demás,
i mi hasta hoy, ia mitología del mundo ha sobrevivido en la poesía. Y no
drjnrbt a un lado todo esto como un juego de la fantasía pura, hn
»"'* »Jad de fe. Dante o M illón pueden inculcar al mundo sus sistemas cos-
II■*11. ’»i111- ern tanto éxito, por lo menos, como los teólogos, incluso en los
•Im* dr Goethe la filosofía de la vida no perdió nada por ser expresada áelí-
I" i no jinrntr dentro de los contornos de Sos antiguos mitos populares, y las
: •111 • iones trenos despiertas ponían encontrar más que un símbolo en la
hiMn! . ,itf Fausto. La poesía, en una palabra, puede hawrr tendido un puente
• *•! mito *. ia historia, pero su conexión cor. la or.La más alejada no ha
» i. ti urca, v aunque el pensamiento investigador del mundo civilizado
I i i i'u.mu - c! rúente a la conquista de la realidad, retiene todavía su antiguo
•«ráete».
■ i leyendas, pues, mientras están conservadas por ¡os portas., no señalan
» u un:: s.-ia etapa del avance hacia ia histeria. La poesía, come va indi-
' i •• Lucídidej, es instrumento poco adecuado para narrar te* hechos. Su
' r . <ir otra índole. La belleza o el poder, la fuerza y ia vibración emo-
" ■ i ii sus aspiraciones, ? para lograrlas rechaza is realidsc monótona y
i1'»vi»,!>ir. Sus elementos mídeos son los que menos engañar., pues a sus he*
• humanos se Ies asignan papeles imaginarios; sus nozan as st realizan en
1 1 11 c.ui'o di La fantasía, y. desde siempre este mtinQo. de un moco o ce otro,
' ' do el mundo de lo irreal. Lo; guerreros homéricos, por ejemplo, emplean
11» urinas de bronce de una época va remota en los cías en que ios poemas
' trotaban. Además, el bardo exagera o deforma su relato para agradar
•u auditorio, lo cual quiere decir que cada saetease ante u cue se recita
liu’ tnhin en é' modificaciones. Así pues, aunque muena parte ce un pasado
PREHISTORIA: EL MITO Y LA LEYENDA 6t
primitivo nos ha sido entregada en la épica, en la balada, y en las leyendas
folklóricas elaboradas poéticamente, estas creaciones artísticas pertenecen más
bien a la historia de k literatura que a la histeria de la historia propiamente
dicha.
De todos modos, el poeta primitivo, lo mismo que el sacerdote, conocía el
saber de su tribu. Era tenido en gran estima, no como la persona que simple­
mente divierte, como era el juglar errante de épocas posteriores, sino como
un sabio que conocía las relaciones entre los dioses y los hombres, y que podía
sacar suficientes lecciones del pasado para satisfacer las prédicas morales de
un Cicerón o un Cartyie primitivos. Puede haberle faltado la historia en
el verdadero sentido de la palabra, pero conocía a! menos la filosofía que
enseña mediante la experiencia. Porque la parre más importante de su rela­
to ie venís de ia tradición, en contraste cgr la parte que él mismo inventa­
ba. El primer requisito de un bardo era tener memoria, más que imagina­
ción. La imaginación llenaba los huecos, pero el pasado suministraba el tema.
La historia legendaria se conserve gracias a esta tradición oral N o existe,
naturalmente, otra manera de conservaría entre pueblos preliterarios o ile­
trados. Pero su amplitud, y la relativa confianza que puede otorgársele, son
•fuente de admiración inagotable para ei historiador. Porque las sociedades
Iletradas, cuantío están abandonadas a sí mismas, sin íes procedimientos mo­
dernos pata la conservación deí recuerdo, suplen k 'falta de la lectura con
una amplificación casi increíble del poder de ia memoria. N o es el barco solc.
quien puede recitar su historia. La tradición se convierte en gran escala en he­
rencia social, y nada, más sorprendente que ia manera como una tribu o un
clan tepite sus leyendas, generación tras generación. Hora tras hora, casi ais
tras día, el narrador de historias primitivo puede recitar, rio sólo los hechos
ae dioses y hombres, sino las palabras exactas de los antiguo; mitos. De he­
cho es ésta, ral vez, una ce las razones principales de la forma poética en
que están moldeados, porque el ritmo y el metro mecer, ís memoria, mientras
la prosa parece saltar la cuerda, .Asi, entre los pueblos primitivos, iodo el re­
lato deí pasado tiende a ser expresado en verso — trias c menos— desde las
simples listas de nombres en las genealogías, arregladas con cadencia unifor­
me, hasta la épica que arrebata o la balada que conmueve. El pane- de la me­
moria está ahora disminuyendo. Lo confiamos a, los libros, y ponemos nues­
tras memorias con ellos en ios estantes. Pero todavía hoy podemos comprobar
la jutreza de los métodos, primitivos. Si tratamos de confiar a la memoria une
(• KISTURÍA CE LA HISTORIA

!i m i uno» cuantos nombres, volvemos a usar inconscientensc-r:te los procc-


. i m u» dr nuestros antepasados poetas, y, si nos es posibis, feas fiamas a la
.iwimnij usando di la rima.*'
S no* volvemos 2 examinar el contenido de estas prinkrvas tradiciones
>r*n. I.ina,'. dondequiera que subsisten, nos encontramos caz que, de igual
itu«jo que los mitos, perpetúan toda clase Ge cosas, bs impesiúüf que nos de-
• ', .limo aquí en exámenes detallados de ellas. Su estudie pertsnece al campo
iif' jflli lore, campo en el cual ios métodos científicos no har hecho hasta
tino progresos pequeños.3“ Pero la histeria puede en ocasiones encon-
i k * rn ellas por io menos una orientación áe conjunto en cssteRas de otro
i’ *(>• irrecuperables. La mención incidental de objetos naturales ayuda a pro-
■ ;»r luz sobre el carácter de la civilización que produje ia íeyemda. Por ejem-
l'in lo.-, te la tos de la antigua Koma dan indicio ne una ccsmumuac agraria.
I >* un modo análogo, la propia falta de mención es. s veces, igualmente sig-
ujtiva. Ninguna de estas mismas primitivas leyendas remanas alude al
111*1 Ll relato de las peregrinaciones de fcneas apareció despeés de que la ci-
• /.... >:i yri ca había penetraco en Italia. Fue evidentemente edaDoraGo cuan-
*u. y* los romano? sabían de Grecia, y apreciaban a Homero ks bastante para
iH 'rtr remontar sus orígenes hasta ios campos de Troya. S ex m o s que esto
n «tí porque no hay tradidon.es primitivas que correspondan ai relato, rué
tovrniado para acomodarse a íes crcunstandas por hombres ce una época
postrrior. 1

■ Esto tío se da como una teoría general de ios ©riptzws d t ¡2 poeru. irxisíen
.iii !idr' eti el ritmo, además de la ayuda que pieria 2 -a tr.etr.cm.. orno lo inexa
i;í 1 leliietnente la catira. El ritual ramsién desempeña si: papf— ¡rere t! eiraer.ra

• vtr. literatura popular. Pero ios románticos la recargaron cor, ios acEcr»«. de sus rma-
l'msnnnes. v ¡3 hicieron irreal, tanto para representar ¡a? ideas urxmitivas asmo ías
inuderiue. La crítica histórica, que había visto destruios'-- íes leyocia.' a- momeo y
dr 1* Roma monárquica, no estaba dispuesta, a reconocer ci estudie- e n toutiore como
1111.1 ocupación seria. Par último, a caraicnzoí, del siglo xx. ei taéssc.c comparativo,
«Irputado s su vez de sus empleos a is toscos, h? pertruóao a: tssnsruonr avanzar,
* principios cautos y prcmetsdores. en la estimación ds» valer o; ras traatererres.
lr 1 or mitos ¿r las naciones históricas, en especial los de Greca- r Rema. V, en
i"lu*: ere-ala. los del norte de Europa, han sido publicados en variedad ce iot-
f p e 'k l s t o k í a : e l m it o y l a l e v e n ’d a 65
Kay» sir¡ embargo, varios ¿pos de leyenda: el cuento popular que nadie
hizo, que no nació de un cerebro, pero que, como T cp sy en Le cebona ¿sí tío
Tcrií, satisfizo una demanda social hecha a su medida; la leyenda heroi­
ca, inventada mucho después de los acontecimientos de que se ocupa, fic­
ción elaborada para glorificar a un monarca, a una nación, o a una casa
noble, como los reiatos primitivos de guerras, o las genealogías, que se remon­
taban hasta Jos dioses, halagando así a sus afortunados personajes con una
prosapia divina; y, finalmente, ia leyenda etiolcgica que evocaba algún hecho
histórico alegado p2ra explica» cómo algo había llegado a ser del modo que
era, por qué un cierto lugar era sagrado, o por qué se realizaba determinada
ceremonia- Ei relato popular puede ser toscamente comparado con la fiedór.
o.e nuestros días; pero ías leyendas heroicas \ etiológicas hicieron en las so­
ciedades primitivas lo que muchos escritos históricos hacen en sociedades más
adelantadas: eiogiaban y magnificaban hombres o instituciones que eran tem­
eos en gran estima por el puebio, y explicaban el presente invocando sus orí ­
genes en el pasado.1 Con frecuencia estas leven ¿as contenían un elemento
considerable de. verdad, pero la dificultad de decidir de cué cíase de leyenda
se trata, y si es primitiva o artificial, hace la tarea del estudioso, que quisiera
extraer ce ella historia verdadera, extremadamente delicada y engañosa. In-
Cítiso los relatos populares genuino:, llegan hasta nosotros elaborados por
sucesiva« generaciones, hasta el punto de quedar oscurecidos en forma tal cus,
con los recursos combinacos de la arqueología, la antropología y la historia,
apenas s; se puede apreciar su valor y su verdadero significado.

B.SS, v han entrado ccr: tanta amplitud en i?, literatura, que hacen casi imposible hacer
un breve resumen en este dominio. Comensaaáo con ios H tm ih iich er í Manuales) v
c iccioni-.nos ¿ c antigiiecaGes clásicas, ei estudioso puede pasarse una vida muy ocu­
pada Simplemente con seguir ai corrier.tr áe las obras asespioier que se ocupar; d-
fBtoí asuntos. Sólo una cosa precisa decir aquí, y es que. desde que él método compa­
rativo f« t aplicado por vez pnrner?. por M ax MülSer para esclarecer los mitos d»
ijrrscií y Roma — basánaolo, por un lado, er. k filología para los nombres ce ios dio
res. v por otro, sobre los fenómenos naturales (délo, sol. írerce. etc., para.su origen i_.
ri estudio ha hecho grandes progreses. Los arqueólogos antropólogos invadieron vkb
:enrámente el campo en. el siglo xt, y aunque sus primeros intentas de interpretación
pecaron aleo pos- exceso de confianza • fuetes un poco descuidados, car. modificado
cóJxí tv>Us nuestr:-; concepción clel aspecto reugioso deí mundo antiixuo.
10 P*ra una discusión más completa de este punto véase J. W . S m-a ín , ,!¿Q¡;¿ es
historia?*’ en Journa! of Phihsophy. ve!. xx (tqaj), nos. i ¿ 12 v i?. esoeckímentr
pp. i 62 ss.
«M HISTORIA DE L A HISTORIA

< 4iiin>lrr .tiulo como un conjunto el campo del mito y la leyenda, vemos
i|it> «n lit io ti estamos fuera de los límites de la historia propiamente dicha.
I <t I imoi 1« puede incorporarse partes de su contenido, pero difiere de ellos
tu o« m lo. medios como en el fin. N o es materia de la poesía, sino de la
I«»»•■ o in imi ta sobriedad v llaneza, de expresión, como también necesita fron­
t i l «» lililí«;, m la fantasía cue corre desenfrenada por la leyenda ha de ser
1«uní« « rata y si la narración ha de ser digna de crédito para el hombre
il«Mm*n ili . :>rt. Además, este relato ha de ser confiados algo más seguro que
1« .....nuil.! incluso que la memoria colectiva en su mejor aspecto. Y final-
ii mi .lila ?.• r conservado con contornos precisos y datos positivos. Así la
jit>i<i.m ,i, i« *.iiir, por medio de los documentos escritos, fuera del dominio
il,' uiu, , ' ' fedición-, que conservan sacerdotes y poetas. La tradición bn-
),,,, * , ,¡.i , .iroru cebe convertirse er, un relato seguro, que tome er. consi-
•Ir • ■ , ,n i ! paso constante de los años. Existen, pues, fuera del mito y de la
#f«i. . i ims indispensables para la historia: la escritura y ¿as matemári-
, 1 , mu ;»ara registrar lo que de otro modo c.1 tiempo cortaría, y las otras
p*,, ii»«i*ii «i tiempo mismo oor medio de la cronología y de los calendarios.
C A P IT U L O IV

E L L IB R O Y L A E S C R IT U R A
r a escritura viene um cdátaaente después áeí lenguaje a m o instrumento
’’ e.ncamaaori Geí Pensamiento. N o obstante, su evolución ha «do «anamen-
1 * Y ;°aa';ía, rnu>’ ^Perfecta. Aun hoy día, si consideramos el múri­
ce en su Totalidad, ia mayoría de los hombres y de Lis m oeres tienen cu-
aprencer por medio oe la palabra hablada cualquier cosa que quietan cono,
cer, pues^ xa magia cel altabeto y de sus combinaciones sobre k página Im­
presa está todavía fuera de su alcance. Pero los negras australianos. "cu¡ son
\* ° JVi‘. mas ba-10 ac humanidad <we existe, pueden leer las marcas toscas he-
ramas o varitas- de madera por tribus distantes: ios boceábanos
' t“ “"* Í2cíncü0na] — niveí uiferior entre los africanos— pueden hacer
sus pinturas oe cacerías casi comparables a los jeroglíficos egipcios. Desde
-as bastones mensajeros hasta la escritura pictórica el abismo mirece grande.
^ Ci pSS° SJgUiente - ° e Ia escritura pictórica a un a lfa b e to - parece en com­
paración pequeño. Pero al contrario, mientras ios cavernícolas de Europa, hace
mez c veinte mu anos, podían dibujar bisontes y renos con una Labilidad
compararle a ia ce los artistas de hoy, cosas tan scndlías como sor k * letras
. umon invención ^ce esos tiempos relativamente recientes en cue las bar­
cos mercantes oe Tiro y de Siáón explotaban ya ios mercados á ú M tdlteirá-
r‘e°; “ E CUí r'CC £I mo £encrsi « escritura en ia literatura, 1« documentó*
c ei penocistnn, nc ocupaba en las culturas de k antigüedad — m ¿ q u i- a
¡a griega en su mejor época— el iugar que ocupa hoy.
, Ha ■ Er rf t r: 0bvia Para « to : la falta de papel. Nos bar. enseñado en
ic., manuaic* ce historia los efectos revolucionarios de h. invención de h im­
prenta soore k historia del pensamiento occidental, oero e! oaorl es tan micor-
rar.re corno la imprenta. Imagínese lo que pasaría si nuestras' bibliotecas ear¿-
i

(>(, HISTORIA DE LA HISTORIA

vieran . barrenadas de ¡osas ce piedra cinceladas, o de tabletas de arcilla, si


min.mv periódicos fueran ladrillos secados al sol. Cuando el papiro, el papel
di 1 inundo antiguo, empezó a ser usado en Egipto, la escritura cambió, pres-
undirndo oc sus lentas pinturas antiguas, para convertirse en algo semejante
i> l.i nuestra; y en lugar de algunos muros o estelas cubiertos con jeroglíficos,
rmiieron bibliotecas llenas de manuscritos. La piedra como material para la
rm ritura tiene una doble desventaja; no solamente es difícil de manejar sino
mir v. prácticamente inamovible. Tiene uno que ir a ella para leerla. La ins-
itipcion es parte de ur. monumento en ves de ser una cosa por sL como la
r u n i r á »obre una piesa de papiro. Babilonia nunca sufrió por este impedi­
mento tmito como Egipto; debido a la íaita de piedra escribía sobre arcilla,
inferior al papiro, pero que se podía usar. Es é iíid l hacer dibujos c escribir
mi lena cursiva sobre arcilla, y así los lacrilíos y cilindros babilónicos esta*
i .111 lavador con pequeños signos rectos semejantes a cuñas. Y el peso del la-
.-i¿lio i cilindro era tal que forzaba ai escriba a escribir con finura casi mi*
•Mi Al ,'lpica.
No c:- preciso más que un momento de reflexión para darse cuenta de
, i material empicado piara conservar la literatura condiciona sus fines
i v ¡m eto en la sociedad. Le que se escribe depende en alto grado ce aquello
v i i lu cor se escribe. Es conveniente, por lo tanto, antes de examinar ios pri-
i ,i . . . . documentos de la historia, ver someramente la forma y e'i método de la
i . ; iív ic ión, tanto más cuanto que ¡a hbte.ricgrafia rara vez se digna filar
l.i \ sobre una base tan puramente material de su existencia.’
IVdr; v arcilla, las dos primeras materias escriptorias de Egipto y Babi-
imn.i. rran como hemos visto, estrictamente limitadas en sus posibilidades dc-
• iii! 'm Hacia salta una sustancia mas ligera y más delgada, capaz de ser
■ i I i; l,i de lugar, pero lo suficientemente fuerte para que no rompiera con
Li iliil ,d caso de ser muy usada. Egipto apelé últimamente al uso del papiro,
v Babilonia más al del cuero. Pero existir un sucedáneo primitivo para estas
ó i' materias que no debemos olvidar. Las botas de los árboles proporcionan,
. i'i'ci semejante materia en los países, tropicales, especialmente 1?. bota de
■ bi.i duiaí ele !a pairr.era, que se usa sobre todo en la India. Los jeroglífi­
cos (mi'rr.v.r, vestigios de su empleo en Egipto también. En los climas rem-

' I a literatura sobre este interesante tisnamro ce la historia se remonta casi roda
i In obra capital de Th B ixt, D o antike Btuhvcscn ÍE1 libro tn la antieiiedadri
(i«Ss).
EL LIBRO Y LA ESCRTTURA 6?

piados, donas no triste esta frágil materia tscriptoria, ia madera proporciona­


ba el sucedáneo más frecuente. Nuestros bárbaros antepasados de ia Europa
septentrional mejorando un poco los bastones que los salvajes más primiti­
vos mellaban para sus mensajes o recordatorios, escribían sus caracteres rúni­
cos sobre ramas de árboles toscamente cortadas.
El emplee de ia sierra metálica hizo posible una nueva era er¡ la literatu­
ra. Cuando las tablas llegaron a ser de uso común, ofrecieron una materit
escriptoria buena e idónea, y fueron de uso general en el mundo antiguo don­
dequiera que la madera abundaba. Tablas pequeñas, cuadradas u oblongas
eran solicitadas especie unente como rabietas para tomar notas o para recor­
datorios; así fueron usadas por ios niños en las escuelas del antiguo Egipto.
Pero aunque también a veces servían oara escribir en ellas literatura, se em­
pleaban más usualmente en Greda y Rema para cuestiones de negocios y
para la oorrespondenda, por ser más ligeras y más baratas que el plomo o las
otras tabletas metálicas, que también se usaban, y más baratas que el cuero.
En tales casos era habitual poner dos rabietas juntas,' y ia cara interior se
recubría normalmente de cera. Las tablas, sin embargo, se usaban también
para inscripciones solemnes, siendo ia mas ramosa la tableta blanca en que
el Pontífice Máximo anotaba los acontecimientos del año, y que se mostraba
en la Regia, origen ¿ t los anales oficiales ce Roma, b r la Grecia primitiva se
utilizaron la? tablas para escribir las obras de- ios poetas, que en épocas más
rematas habían sido fiadas a ia memoria. La tradición refiere que los tíranos
griegos, tal ves siguiendo el ejemplo oe ic bmiioteca ce Asurbatupal en el si­
glo y e a. J. c., reunían bibliotecas y empleaban eruditos para editar los tex­
tos clásicos. Pero ia actividad erudita no podía conseguir grandes resultados-
cuando se precisaban doscientas tabletas oe madera pata escribir íes dos poe­
mas homéricos Es evidente que ia madera, como la piedra o el ladrido, soto
sirve para ¡as tases preliminares y fortuitas s t ia historia se ia escritura.

“ Hstas tabletas eran también a veces ae plomo o de ceros metale?, e.es eos run­
das se ¡¡amaban un díptico. Con frecuencia estaba adornado en las cubiertas cates-
ñas. Muy usados car» k correspondencia, les. dipneo: eran también enviados por ios
cónsules y otros ottsonaies oficiales, ai rs.-d.Dir sus riOtnorsrinenws, para nouriczt a
sus amigos la dignidad y ¿ titule. Ls iglesia cristiana adoptó esta costumbre, y con­
servó dípticos con ios sombres del clero, áe los ssaa» y de ¡os m ártir» en sus alteres.
La relación de estos dípticas con los anales medievales. & muy interesante en este
respecto.
(ih HISTORIA DE LA HISTORIA

I I mundo antiguo nunca habría podido producir ias literaturas clásicas


'" " bi mi variedad y libertad de campos de acción, s: no hubiera existido
••'•.i itifttrri.i csrriptoria mejor. Dos substancias salvaron la situación, el papi-
"■ > r I i urro. La última de las dos tuvo escasa importancia er¡ el mundo me-
dtirfirtiiro durante la antigüedad clásica. En el Oriente ei cuero cabía sido
tupir usado, y en e! siglo rv d. J. c., 1 ?. forma de é l conocida con el nombre
di* |4-ig.'inino comenzó a ser usada en el Occidente para libros y documentos
tlt|'tii>» ilr conservarse. Pero el p ap el de las épocas griega y remana era el
impiro.
Y * rn el cuarto milenio a. J. C. los egipcios sabían cortar el tallo de la
,|i papiro, y, pegando dos tiras delgadas de su medula fibrosa, contra­
llo . dorso contra dorso, obtenían una superficie resistente y adecuada pa-
,il>it sobre ella. Como ya hemos indicado, e! escriba podía escribir cr. ei
r* «'
, oh la mano suelta, lo cual eliminaba mucho ce la pesadez de ios au-
P,.i Iro
jeroglíficos grabados en la piedra. Y sin embargo, tan imnresionan-
1,'nlift"
• inscripciones monumentales, tan severa la ruerna de las tradtao-
f que la cuna del papiro no produjo ese último elemento esencial
|, ocnt'Utv. que es el alfabeto.
ilt
i . ( | siglo xn a. j . c. ios hombres de negocios de los puertos mercantes
, | rnirin. agudos ce ingenio come sus vecinos helénicos er. écoca posterior,
, rU hulxrse dado cuenta de la utilidad del papiro egipcio, rúes los. docu-
* egipcios prueban que lo importaban a sus ciudades por lo menos na-
liir»liados de dicha centuria.'' El uso del papiro en otras parees, parece
p j „ i M difundido ccr» cierta lentitud. En ti. Asia occidental c c desplazó de
(l.,, considerable al cueto, ampliamente usado. Las. escrituras hebreas,
ii( ,,, n ph estaban escritas en rollos de pergamino, no en papiro. Dos gn-s-
)(1 ..i'icn fueron sorprender,temen« lentos en su adopción. Y a a media dos
. | , k la vi j . c. estaban familiarizados con el papiro, que liameban. "b-i-
\,i,. " M' '' ' y ,:lp/.oq) por el nombre ce la ciudad fenicia que traficaba en
embargo. Hcrodoto, en el siglo v a. }. C.. describe la pianta del pa-
( .tu «|i:<- ' rece en Egipto sin mencionar su empleo pata hacer: panel, detando así

| U V n: asteo, Anden: Record» cj Egypt (Antiguo; documentos ce Egiptt*)


( , iyo(. 1907b i--, s&a. Parece verosímil que isbticarao también p a p ¿ con otra.;.
u ,, t i ve: producidas más cerca ¿c su país. Esto puede eróiiest la murriación óe
l leiodoto.
EL LIBRO Y LA ESCRITURA 69

libres las conjeturas sobre lo que quería decir a! referirse a pópi-oc/* D e he­
cho ios griegos estuvieren siempre embarazados por íz escasez del papiro,
oue tenían que importar. Esto explica en parte la amplitud con que su lite­
ratura se destinaba a la recitación y no s la lectura en privado, iai papú o
hizo su aparición en la época de los grandes poetas líricos, y a ello se debe
probablemente que hayan sido conservadas las obras de Saxo, Aiceo y Ana-
crconté. La prosa escrita data de fines ¿el sigio vi a. j . c Herodoto compuso
primero su historia para que fuese recitada en público. Tncíchdes parece ha­
ber sido el primer griego que escribió un libro largo destinado prtrerentenien-
te a ser leído y no recitado.
La erudición tal ceno la conocemos, o sea e¡ estudie basado sobre textos
escritos, se desarrolló lentamente, como es natura!, en estas condiciones. Tti-
cídides, como Herodoto, hizo ce preferencia sus investigaciones por medio
de encuestas orales. Según parece no hubo ninguna gran biblioteca en A te­
nas, ni siquiera bajo Feríeles. La. primera biblioteca pública en dicha ciudad
no se estableció hasta el reinado ce Hadriano. Fué en la misma tiena deJ
papiro donde floreció la primera gran biblioteca griega. La fecha de la fun­
dación de las bibliotecas de Alejandría no es completamente segura, pero la
primera fué fundada probablemente por Ptoiomeo Filadtlfo a mediados del
Ligio U! a. J. c., posiblemente a imitación de ia famosa biblioteca c ;. Asurba-
rdpal en el siglo vn a. J. C., o de las bibliotecas de los templos egipcios bajo ios
faraones. M ás tarde hubo famosas bibliotecas en Pórgame y Erese, y A ugu s­
to fundó una en Roma. Bajo el Imperio había buenas bibliotecas en todas
las ciudaoes importantes. Así, gracias al papiro, los eruditos pudieren fami­
liarizarse ampliamente con. las obras de sus predecesores.
La influencia de estas bibliotecas de Alejandría, y la de sus biblioteca­
rios. sobre la literatura y el pensamiento de la antigüedad, fué muy grande.
Incluso las necesidades aparentemente triviales de la distribución en las estan­
terías tuvieron resultados muy importantes; poique para disponer sus escri­
tos adecuadamente, los partían en pedazos. L?. tira normal de papiro cue po­
día ser fácilmente archivada y en la que podían encontrarse con comodidad

‘ De Birlos procede nuestra palabra Biblia, El papel mismo, antes ce crue se


escribiera en é!, se llamaba zápir; o charle, ic cual también sugiere una historia alte­
rada. L na tira de papiro se llamaba, túuc: c tomar per el hecho de estar coreada, c, en
latín, yoíumen, porque estaba enrollada. La palabra latina líber je refiere a todo el
libro tiene igual sentido que volumen.
y* HISTORIA 0 E I-A HISTORIA

U* n ( (K ia u t era de veinte a treinta pies de longitud. Por ello el rollo se


m iu li. •i'im.imadamente en este largo. Como los aurores mas antiguos, ante-
* h la época de los sabios alejandrinos, no habían compuesto sus obras
iHntiiild «mi cuenta semejantes necesidades bibliográficas, los eruditos las di-
.......... . li¿( límente en secciones, tomos, o libras, de acuerdo con sus necesi­
dad*» A ií « 1 texto de Herodoto fué dividido en nueve secciones, y se pu-
*ii *mi# p.i- ;r bajo !a advocación de una musa. La historia de Tucídide?
fin tIr im«ín análogo, dividida en ocho libros. Después de que los eruditos
t«»«l«ir«oí« iímtribuido así la literatura ya existente, ios autores más recientes
" 1>1"rion . n vistas a disidir rus propios textos de manera ral oue los rollos
lii'i.in <|r i >ngitud adecuada, y que pudieran depositarse fácilmente en los
"iliHiil.rtiuv, de los muros de las bibliotecas. D e este modo los procedimientos
d* l'>' mri, ■ :.«•. bibliotecarios afectaron a los clásicos.
I " L i. literatura a n tig u a clásica se p rod u jo en estas condiciones. Sin
* i " l i i t i t r » de los recientes descubrim ientos de la a rq u eo lo g ía , ningún
«I«i#ii*i* había llegad o hasta nosotros en su fo rm a o r ig in a l'd e rollo de
l"i mío I >t b rth o el propio papiro desaparece del u s o com ún, y su puesto es
<• >«|>»11«. ¡vi- el pergam in o.1' L a razón de este cam bio no es totalm en te clara.
'■ * p in ,1,1).. un descenso en la producción de la p ro p ia p la n ta d el papiro,
.... L rj" i «.i- .apareció por completo del delta del Hilo. Desde el siglo JY de
n ■ ti rollo dr papiro fu é reem plazado por un a form a, de libro en-
t»i * i .H ni, d ijiin ra , el códice c e pergam ino.
I 1 tiumbie de pergamino procede ce la ciudad de Pérgamu. en la costa
ib ! Adii M' ñor. En ella, en el siglo n a. } . c , un tirano griego, Eumer.es II
I iv ' iv,.l estableció la capital de su estado, que se había formado sobre una
r -m mi ni.¡vrio d i■ Maccdoaia. En lo alto de una elevada colina que domi-
i «L la i ni ird erigió un palacio, un templo, y una biblioteca que fué una de
!* '*1*' ,' de 1 mundo. La leyenda, recogida por Varróng refiere que el

I pj’Hi de ¡«piro fué tocavia 'usado en ©me escala curante ls primera parte
,l‘ 1 'i '1' Eut empleado, por ejemplo, tr¡ ia corre pontificia hasta e! sielo xr.
1 1 •' !••• fumino ere mucho más duradero. Los antiguos consideraban como ana re-
..... I"' dr doscientos o trescientos años de antigüedad.
I V C lark. The Cate of Bookj (El cuidado de ios libro; 1. s‘ ed.. 1002,
»*) « ) '
l'iv ■ a t u r d í s h is to r ie , libro xm, cap. 11. San Jerónimo reproduce la Historia
I •• uní ligera variación. Ep. vu and Chromathem (Th. B irt , El libra en le and-
l i n . h d , pp ^0 t i . ) .
E l LIBRO Y LA ESCRITURA

tirano egipcio rival, Ptolomeo V I, rebasó el enviar papiro, y que Eumenes.


como sucedáneo, inventó el pergamino. Esta explicación, aunque todavía
citada con frecuencia, no puede sostenerse, porque el uso del cuero coevo ma­
teria escripcoria es tan antiguo como el de! papiro, o más; era común en Asia,
y se encuentran ya referencias a él en Herodoto. Pero el nombre de Pérgamc
unido a las láminas de cuero {p ergem en a charla) parees: indicar un nuevo
procedimiento de curtido y preparación, y un centro del comercio en Pór­
game.
Durante unos quinientos años después de la fundación de la biblioteca de
Pórgame, el papiro siguió siendo la materia escriptoria más común. Por últi­
mo, en el siglo iv de nuestra era rué reemplazado por eí pergamino, no ya
enrollado en largos rollos, sino cortado como las hojas de un boro móceme,
y unido de modo análogo a como lo habían estado las tabletas de madera, er¡
lo que se llamaba un códice.5 Las obras de la antigüedad fueron trasladadas
a estos códices desde los gastados rollos de papiro por los escribas cristianos.
L o q u e n o se transcribió así *e perdió, porque, como dijimos arriba, no se
ha conservado ningún texto en papiro. El destino de las literaturas clásicas,
y ce gran narre de ia historia, dependía de las páginas de la nueva forma
de libro.
El códice ce pergamino no sólo era más duradero que el rollo de paoim
«no que era más manejable. Permitió a Sos cristianos tener -toda l-
en un solo volumen de fácil manejo. Los más antiguos códices que. j.e rorsc«.t.
van. e! Vaticano y el Smainco, los dos del siglo xv, son. biblias. .La fa-üHa-é
con que la vitela o pergamino podía lavarse o rasparse para hacer
ce: su primitiva escritura y emplear de nuevo la superficie para ascesid-H*--
más apremiantes, lo hizo especialmente recomendable para los escribas
vales, ya que las materias escríptorias escaseaban tanto. Semejantes paHetps—
tos’ todavía conservaban vestigios de su primer empico, y de este *
conservó con frecuencia el original medio borrado que una csnttxy,«.
débil, como la del papiro, no hubiera retenido. Las hojas de ospy.Q ^ ‘, 1
limpiarse con una esponja, pero no erar, lo bastante fuertes para Str
das una segunda vez en documentos duraderos. La costumbre de
tabletas de cera es también mencionada por Cicerón y’ debe hshet & ""
Slo-, jff.
rúente cualquiera que fuese el material empleado, siempre que éste
^ aseara.
- La palabra e e u d e x o c o d e x significó primero el tronco «Je! árbol.
De.! griego »d5.iv, ¿ e n u e v o y puco, raspar.
HISTORIA DE I_>. HISTORIA

I' ..«’r opuestos medievales muestran, por el carácter fragmentario de los


•«1 ungíosles que conservan, que ios escribas se proporcionaban ellos nus-
i mu « material con cualquier volumen viejo que caía entre sus manos, sin
p" ’ itxust para nada de lo que había que borrar para dejar espacio a
»n pMpm rscrito. N c obstante, fragmentarios como son estos antiguos textos,
ti < . •» químicamente y leíaos a la luz de la critica por los modernos eru-
•li’• lum restituido muchos pasajes preciosos de las literaturas perdidas de la
«ni iv vi dad. Es una de las ironías de la historia el que los libros c e devoción.
m u * Indos durante siglos al servicio de la Iglesia, que denunciaba La vanidad

ib i tu m. imiento y de las costumbres paganas, conservasen para el nuxnanista


ni" i aquellos mismos rextos de la mitología o de la historia que de otro mo­
do ! caído er el olvido m is completo.
1 iii.o de ios códices persistió durante toda la Edad Media, v ció la idea
di! i.mu moderno. Por fortuna, durante la centuria que precedió a la ir.ven-
i ii i ¿r I.-» impresión con ¿pos movibles, una nueva substancia comenzó a ser
li • ,(ii ni emente común para dar abasto a la creciente demanda ce materia
• "•nori.i El papel rué originariamente inventado en la (-.hiña- pero íué
n nuil «. Europa a través de las culturas mahometanas del Cercano Oriente
i I quila. Va en el siglo xn las lio jas de papel penetraron en ta cristiandad
|<|" la* dos puercas abiertas del comercio árabe e italiano, pero casta fines
di I • ) lo xiv el papel no se convirtió en materia escriptoria usual» Siguió sien-
•1" o .itivainente raro — y, por lo general, bueno— hasta que. la revendón de.
un ' ' una a fines del siglo x v s permitió a los fabricantes nacer más de una
h t.icift ve... como se hacía con el antiguo procedimiento a c a c e , todavía
•i ..■ ni ho\- para papeles de calidad, billetes de banco etc. Pero con el aumento
i'i i !• y tácido oe la producción de papel en nuestros cías surge un peligro
1 1« historia contemporánea, acerca cel cuas han llamado en vario la aten*
iH'ti liiitoriadorcs y bibliotecarios. Porque el papel hecho noy es »a materia
ii.ii i tiltil a que ci'ilizadón alcuna ha va jamas confiado ia ccnsrrvacíon ¿e
•i" documentos. Con excepdón ce una perdón insignificante, toca _a inmensa
i" '.'iirción de nuestras prensas se convierte en un desecho pulverizado y dc$.
i -n i lili u los pocos años de imprimirse. íÑo estamos escribien.ee en arena,
|mui ri en montones de polvo. La idea es un sedativo para cu»..quiera que
vi» Iva l.i vista atrás, aunque sólo sea en un resumen tan breve y superficial
■ "iiivi c»tf, y medite sobre el destino de otras civiliza cienes y los vur~gie>s
i ' ■ y fragmentarios que han dejado.
EL L \ERO Y LA ESCRITURA 73

Y a hemos mencionado de pasada que la forma de la escritura ha depen-


dido en cierta medida de los materiales empleados. Pero ia escritura tiene
una historia propia, de tanta importancia para, el historiador que el estudio
de la historia de la escritura es una ciencia ¿e por sí, la paleografía, inclu­
so después de que el alfabeto suplanta a los jeroglíficos, convirtiéndose así
en el esqueleto simple y desnudo de las palabras, su estilo cambia con las
diferentes culturas, y únicamente pueden leerlo aquéllos que han hecho de él
un estudio especial. Requiérese una constante familiaridad co n textos abre­
viados y resumidos, cor, las formas de las abreviaturas y los procedimientos
para acortar la interminable isbor de ia transcripción, para descifrar los ma­
nuscritos antiguos. Es imposible ahora que penetremos en este campo tan fun­
damental para ia investigación histórica. Por fortuna quien hoy estudia his­
teria puede acercarse mucho hasta su meta, incluso en las historias medieval
y antigua, sin tener que descifrar por sí mismo ios manuscritos. Porque, en
especial durante los últimos cien años, generaciones de eruditos han trabajado
en eí establecimiento de textos, y otros han estado igualmente atareados en su
critica, de modo que casi ha pasado la época en que el historiador tenía que
peregrinar de archivo en archivo para comparar y copiar ios textos funda­
mentales de sus fuentes siendo así su propio paleógrafo.’ 0 Será siempre ven­
tajoso poseer ia disciplina necesaria para ello, pero los resultados obtenidas
son cada vez menores porque ías grandes colecciones de fuentes, editadas por
los más eminentes eruditos, llenan los estantes de nuestras bibliotecas.
Toda escritura es en cierto sentido histórica, puesto que tiene por objeto
apuntar algo. Hasta asui ia Pernos estado tratando casi como si fuera un. fin
en sí misma, pero es tan sóle un medio para hacer alguna erra cosa, tal ce­
rne estimular el pensamiento o la secón. Cuando pasamos de ios medios al
fin nos encontramos frente a trente con los orígenes de ia historia.
Las primeras señales fueron ayudas en gran escala para la memoria, como
las empleadas en todo el mundo salvaje, — marcas en bastones, en las hojas5 0

50 E! desarrolle de los distritos procedimientos fotográficos, en especia! el ¿otos-


tárico (desde r$ao), debería mencionarse aquí. Es éste un campo ou'r ios archiveros
y fcibüotecaric-s han compartido cor. los nistonadores. U c Orente mixto de materiales
para la investigación, bajo 2a presidencia át! profesor Reherí. Binkiey, ha estado infor­
mando curarte años al Social Science Research Coundi y a! Coundl of Learaed S >
cieñes, pero consideran qus su estuaio esta todavía en ¡as fases iniciales. Ei progresa
en los inventos puede cambiar, y probablemente cambiará, is naturaleza misma de
tocos los documentos históricos en ua piare no muy largo.
HISTORIA DE U HISTORIA
H

. .Ir leu arboles, signos rúnicos, cinturones w am pum . que aseguran


i|n. «mi.,. partes de un acuerdo io recuerdan, o que difunden noticias o las
, .,,11, l !nn de los más importantes de estos procedimientos es la indica-
...... .1. I... .¡. tedios de propiedad mediante símbolos que ia denotan. Así los
... .. • .i. Nueva Zelanda marcaban sus tierras con manejos de hierba pues-
i.o <i. to. .irbJcs limítrofes. Los transgresores sabían que ios espacios cerca-
.1... i . 4t. lul’t. excepto pura el dueño, debido a tnaidicíones de las que el ma-
n .... di linib. ih>era más que un símbolo. U n símbolo de propiecad mucho
i. ■ |.»e. i..i> hubiera sido naturalmente la indicación del nombre ¿el propie-
imm n ili 1 di su tribu. Su uso frecuente se vió impedido iargo tiempo ante
I tfn.ni tlt que un enemigo pudiera proporcionarse semejante pintura eao-
i i , ¡ m í .', b magia negra, porcue si obtiene el nombre c a lg o que sea vues-
t» , ni!t.i poder sobre vosotros. A. despecho de semejantes temores, que
iMtrii li.ili r rstoibado nc sólo a la literatura sino también al desarrollo ce
I. ¡ ¡'ii.l,' privada, e! uso de los signos totémicos es frecuente para :ndi-
.4i 11 immbre tic una tribu o de un clan.

I ii,j» antiguas inscripciones, a pardt de las cuales se desarrollaron tos


.1,,. i i.,ruto» dt I;: historia, fueren simples monogramas onomásticos, rue-
i . „ i liruli luego, los monogramas de los nombres reales, estampados sobre ia

I,i,,{i „ ,n | ,".pto o el ladnilo en Babilonia, ce igual modo que los buzones ce


m iirni llevan en Inglaterra la marca G. R. para indicar el nombre de; sobe-
i,,ii., irmunrr. Semejantes monogramas, encelados en la roca hace más de
, |„i| ¿.líos, nos han conservado el nombre del famoso fundador de la
i, 11....... .............................. dinastía egipcia. Redescubiertos tari sólo hace algunos años, nos
ii, uer 114ii que Mines de Menfis, aquella sombra que encabezó la tarca lista
,|, , r yen .umbral V que ya era una leyenda en los cías c-e Beroeoto. rué er.
rf*.i IC una persona. Las P
1111- l‘V o, nombres y tirulos
M 1 mrti i.T. Imagínese
• * lili 1 u n i r t e en el antuc
.
vieron ss-t ce
ET íí

t. n>nlr qur reconstruyera hi:siena oe :a epoe


■ ii mi a • píciiias sueltas en
MI ip i•mptifltriz. Con e! n
i!n 1 1 , iinpi 'as a! incluí*
lll h i|W, h uí., el monarca.
'<1 11 u n \ detallados, v c
EX. LIBRO Y L A ESCRITURA
75

radio (que habían sido cuidadosamente preparadas va cu vid5 o’el monarca)


tenemos casi un resumen de ios principales acontecimientos del remado. Este,
por ejemplo, es el límite que parecen haber alcanzado los documentos de la
antigua monarquía babilónica.
Según hemos visto, la narración surge de ía simple inscripción casi incons­
cientemente. De hecho existe en cierta medida en les titule», mismos, ya que
ei jeroglirico gráfico relata la historia al renresentar ios resultados. El señor
del aito Nilo destruye a los aterrados pobladores, el ccncuistador de Siria
iieva encadenadas a sus víctimas semitas. Pero la narración se desarrolla tam­
bién. junto con las inscripciones públicas, en las tumbas y templos; en las
rttmoas para que xa lean los Gloses, y en ¿os templos nata los sacerdotes. Acuì,
por fin, estamos en ¿a ¿roncera ue ia historia: el registro dei templo es el ori­
gen de ios anales. Sin embargo, no hemos cruzado el limito, porque estas
sucintas narraciones no son histerias en el sentido más estricto. La historia es
retrospectiva; ésta; son meras listas de acontecimientos contemporáneos. A l
desai. o. ; s. c calenoano ios acontecirsi¡enecis fueron registrados afro por año
dándonos ios anales. Pero esto todavía no ios convirtió en historia. Fueron
una especie de periodismo primitivo o de registro oficial, cur consignaba el
presente, pero no el pasado. Ei analista registra lo que está ocurriendo, o lo
que L.,. cíc ocurrir. Anota en tas óseas col remoto ia muerte cc un sacer­
dote o ia cc un rey cuando ocurren, o registra las. conquistas por mandato
del rey o de* propio conquistador. Sólo porque ei presente, se convierte eter­
eamente en pasado, estas notas de acontecimientos contemporáneos adquieren
el carácter de historia — como los periódicos de hoy serán historia mañana— .
Pero ios anales son también peteccialmcnte históricos EL rasado, no fcf
presente, les da su valor e interés. Además la distancia entre el anal v ia cró­
nica es corta. Antepónganse nat-s cuantas genealogía?, o fes hechos legen­
darios ¿c los antepasados divinos dei soberano, y fe narración se convierte en
historia. Cuando un relate semejante sigue un rígido esquema cronológico,
como en los anales, le llamamos crónica- Para el lector de fe narración fe di­
ferencia es pequeña, y ios dos términos se usati cor smn-recridn e intercam­
biándose a travos ce ia historia. Ademas un ansi pure, cu-v -no contuviera
nada más que ia mendón de hechos contemporáneos, seda ¿ i’ íd l de encon­
trar. Incluso ios anales oficiales de Koma, hechos por lo; pone, "ices ? base dé­
las hazaña;, es les duoacianos o ios prodigios c.c íes dioses c-curridos cad?,
año, contenían trozos de años anteriores copiados de fuentes más antiguas..
h is t o r ia de la h is t o r ia

I ,i imitrria asunto del anai o crónica era, por lo cauro, una miscelánea
tu U i|iii entraban la religión, ia guerra, catástrofes, hazañas Legendarias, o
» uniones materiales. Las genealogías, por ejemplo, que ia ignorancia
(»rrpetuaba en el sonsonete de unos versos, quedaban conservaaas
, . m imn urglindad en ¡a escritura. Esras eran especialmente apreciadas per las
, jf i. nuble., t¡niones, a imitación de Í2 realeza, estaban seguras ce llegar hasta
bu iinv.it. pnr el otro extremo. Inútil decir que, aunque proporcionan muchos
tu,Ih mu ni estudioso de hoy. no eran más de fiar que las elaboradas para al-
j'iiiv,' Ji nuestros conciudadanos en ia actualidad.
( 11111, • lo analistas eran, por lo general, los sacerdotes, pronto comenza-
11.n ,t m m registros en los templos, principalmente por instinto de los nego-
■ 111. I din,.icioncs de los faraones o de los reyes es seguro que se anotaban,
i, junto ron rilas, extensas listas de sacerdotes y sacerdotisas er. larga suce-
n,,ii 1% f«. lo más importante de rodo es que anotaron las tiestas de Ies dioses.
• ni tih.i'iv..i lo vuelta de las estaciones con los cambios de la luna y los días
l „ n i y m fastos, co m en za r or. o m edir e l tiem p o. Esto, junto con el propio
,|im ubi ifiiirnto do la escritura, fue el paso más decisivo en la historia de k
lint.in.t v también quizás en la historia de la civilización. Debemos ahora ocu-
i' iiii.i 1ir rilo con algún detalle.
C A P IT U L O V

L A M E D IC IO N D E L T IE M P O
C
~~ tiem po es la base c e la nistorla, com o el espacio io es de la ge o g ra fía , o Ss
m ateria lo es c e ras ciencias risicas, r ia s r a c a e no fu e inventado un me todo
para registrar correctam ente ¡as buenos de su paso, los datos de la historia
íu eron com o una tierra sin m apas o com o una substancia ñor analizar. P ara
nosotros, con nuestros alm anaques, esto nos parece una sencillísim a cues­
tión c e oDservación y de aritm ética, una sim ple cuen ta de días, semanas, m e­
ses y ü!¡os. P ero cu an co ia historia com enzó, no había ni alm anaques ni
caacncarios para consultar. L as semanas eran desconocidas, los meses se ob­
servaban tan sólo por ios temores supersticiosos y las creencias relacionadas
con ios cam bios c e ía ¿una, y ¡os años eran dem asiado grandes e im creciso;
para ser mechaos con a lg u n a corrección. En realidad no h a y m ás que de-s m e­
didas dei tiem po c e ras que la m eare prim itiva tiene plena conciencia: d c ía
(> un c ía es igu a l a orre) y la estacón, ( y las estaciones v a r ía n ) . U n ro co
c e reflexión m uestra que. ciencias enteras tuvieron que desarrollarse antes de
que las fechas pudieran ser anotadas en. el m argen de nuestros anales,
aa> que hicieran posible ia astronom ía, y, m ediante ella, u n calen dario este-
fcíeciQo pare los acontem m kntos que retom an, y una cron ología f i l a para
que no ocurren más que una vez.1
5 antropólogos señalan que la m ayor revolución sacia' de la hum ani-
d ¿ c prim itiva se prod u jo cuando los ham bres, estableciéndose en un la g a r
en vez de a n e a r errantes, y acum ulando bienes que im plicaban una previsión
com enzaron a pensar en e! porvenir. Á p a rtir de este oscuro sentido del fu-

/¿ase j . i , S o k t w e il , ' Eí descubrimiento del tiempo” , en The loaron! c f F>¡'


aophy. ve!, xn ( i g i j ) , ao5. 8, 10? J2.
HISTORIA DE XA HISTORIA

t( l, t 11-, ijUr alboreó la civilización, toda ia evolución de ia sociedad ha estado


...... i wiiuda por aigúr. cálculo del paso de! tiempo. Los emendarles que cuei-
('.in <i' mustr.is paredes hacen que esto sea ahora tan sencillo y Habitual que
ti bníto rscapa a nuestra atención. Pero requiere una reflexión mucho más
Mtiikidt ral’lc de la que ia mayoría de las gentes están dispuestas a dedicarle,
f| , " o um ita de que el propio calendario es ur¡ invento más que un ótscu-
|.i > i.< nto, tina creación artística, magnífica en su perfección matemática,
I» ti i inducía, a! fin y al cabo, de la ingeniosidad humana y no simple reve-
I, ...i tic ale:unas leyes ac ía naturaleza.
V un embargo, el carácter artificial de nuestro calendario puede anre-
. muy fácilmente. Algunas de nuestras divisiones del tiempo son ardfi*
II. .I1 ■ . tn primer término las divisiones del día y la agrupación ce ios días en
yin -iiiis. Podríamos pasarnos sin segundos, e incluso sin minutes, sin gran
i m;.uniente, y asi lo hacemos casi siempre. Las mismas horas varían estudio.
I i im ,lula de doce horas nos viene de Babilonia, a través de la Grecia jónica,
tittndc doce, como nuestro diez, era la unidad de medida para tocas la? co-
■ii De igual modo podíamos haber tenido un sistema decimal en vez de
uno duodécima!; todo depende de las tablas aritméticas que se empleen. Pero
no drlxrrí.t insistiese en la hora como división del día porque, por lo general,
1 ■ lar sólo c! momento del tiempo, dentro de la hora o en su comienzo o fin,
di I uui somos agudamente conscientes — especialmente el tiempo para comenzar
1 til .’.nclonar el rrabaio. L-o mismo ocurre con las semanas. Lío las había en
l/i Grrrin n en la Roma antiguas. Elias también, como las horas, »atecen ve-
1 1 tit Babilonia. Eligen siete días porque siete era el número sagrado. Los
!i • :o.- v la- creencias religiosas han establecido este ciclo en nuestras mentes,
tul' r ! j if.se de los siglos: la rítmica pausa del domingo er, nuestras atareadas
r ilii'tr. >s deja su huella en la imaginación, de tai manera cus gentes con
111 • irti.lrrria poética han atribuido a la propia naturaleza una nota de des-
■ tu» > ti. el d:a sagrado. Pero éste es simplemente nuestro tributo a las con­
ven. iones sociales y al tabú. Todos los días son días solares.*' Las semanas
mu una ficción basada en la superstición, y perpetuada por su valor social
Aun hoy, sin embargo, hay muchas personas que no les prestan atencón.
I ti l.iv fábricas de la moderna industria, en los ferrocarriles o los barcos,

' / veri dar ¡s c sun-iey. juego de palabras intraducibie, a base- tic la palabra
r ¡ Ion ainjiry, qur significa 'día ciel sol” y "domingo” . {N . ¿el T.'t
LA MEDICIÓN DEL TIEMPO 79

dondequiera que el traba io continúa sin interrupción, las .semanas son prác­
ticamente irreconoábies. Pero los días, ios meses y ios años son diferentes.
Aquí la naturaleza parece señalar ella misma un intervalo. La vuelta de la
rierra sobre su eje, la de la luna en tomo a !a tierra, y la de la tierra en torno
ai sol, parecen proporcionar unidades reales. Fueron éstas indudablemen­
te las que primero dieron a los hombres una idea matemática del tiempo.
Pero, cuando se trata de aplicar la íecdón. no resulta tan íáciL
El calendario comenzó con la observación de estos fenómenos celestes.
t : primer cronómetro rué el propio universo. Sus movimientos eternamente
repetidos señalaren los días, meses y años, como nuestros relojes señalan, las
horas. Los días y ios años están así ai par de los minutos y las horas con
h seda diferencia de que son producto de un reloj más grande. Por desgrada,
sin embargo, ios relojes del universo no marchan icusJes. Los días no se
acaptan a ios años, y ios meses no se adaptan n? a unos ni a ctros. El año solar
exacto no son Siquiera 3651/« días, con lo peliagudo que ya sería este múl­
tiplo. Son 365 cías, 5 horas, ¿8 minutos y 46 segundos. Nosotros hemos
presciüGido abiertamente de Levar la cuenca de los meses por los cambios ce
ia luna, un ciclo cue no tiene relación con nuestra noche c día. Y sin em­
bargo, ésta fue ia ornead durante veinte o treinte siglos en Babilonia, cuna
dr la astronomía. Si nos detenemos un momento a pensar en estas cosas, co­
menzamos a damos cuenta ce io complicadas que sor: íss matemáticas que es­
tán cetras ce nuestros calendarios y almanaques. Porque también hay que te­
ner en cuenca ¿as estrellas con sus revoluciones y sus conjunciones, vendo y
viniendo con toda clase de intervalos, los planetas que zigzaguean a tra­
vés cíe ios cicos siguiendo omitas absurdas, fuera de contacto con toco, y.
sin embargo. íormsnoo en alguna manera, en apariencia con el sol v la.
lima, una unidad tica!, componiendo un uta verso. ¡Q u é embrollado problema
a resolver para ¡os asrrcnotnoí babilonios y egipcios! Nunca ios pastores cal­
deos, matando ei tiempo er. su soledad e inocencia pastoriles, hubieran sido
rapaces de desarrollar ia ciencia de la astronomía. Este venerable mito to­
davía subsiste en iicros respetables: pero 1c cierto es que la astronomía fue
creación de sabios sacerdotes, cié aquellos primeros científicos ? intelectuales
destacados cue ia desarrollaron, a través de la as teología, ai servicio de ia
religión.
Ci calendario se desarrolló en todas partes como un ciclo d e fiestas reli­
giosas. Fueron ¡os dioses, v no ¡os hombres, por quiere:- o para quienes ios
IW HISTORIA DE 7.a h is t o r ia

.li». M KftttUron por vez primera. Las épocas de la caza y de k pesca, de


I» ».•. r<« v de !a recolección, las tases de 1?. luna, los solsticios c e verano y
>1# etc., cosas hacia las que s? dirigió forzosamente la atendón de los
I » .i1 • ! uTiitivos, se relacionaron pronto con alguna idea de poder miia-
(*"•> I «.• tiempos mismos se convirtieron en afortunados o funestos, idea
»ntTirntc todavía que nunca nos paramos a preguntar io que significa."
* '«I i# un p,,dcr misterioso que andaba suelto por el mundo cuando ía luna
" ' W > 4 cui ble en el ciclo curante e; día, o bajo el sol abra sacar de mitad
' ' *' " • t i hombre primitivo no puede decir exactamente si e! poce: reside en
* i " en l.i luna, o en el día mismo; pero en aquel día sabe cus está allí.
>i'jn.j c] animismo produce sus dioses y demonios, estos días res son con-
f ; tiempo ¿e la recolección se consagra al dios ce la cosecha, y así
. Los viejos escrúpulos toman un giro más creóse. U n a parre
I'' •.< convierte en propiedad de los dioses. Es, per lo tarro, una vio-
! ‘ ' ' L ¡ry divina trabajar o negociar en los días separano; así. Los
II' ‘ ■ os eran en un principio genuinamente sagrados, y e. calendarle
* • ' .i torno a ellos. Era necesario encontrar algún medio para cae el día
* ' 1 > n e fa stu s. en oue ia ocupación era sacrilegio,' no fuera violado.
' t. iv . violarlo era, no solamente malo, sino peligroso. E : poder de
' ión inherente, cae sí esencial en 1?. primitiva idea de ,c sagrado.
I ■ »•! día. y aseguraba su reconocimiento colectivo. Igualmente había
' i ■ .tenta de ellos para asegurar que las ceremonias correspondientes
' ■ <i. I';.n;in en el día preciso. De aquí la elaboración de esa sucesión ce
* «'M1 (u n o s religiosos que todavía persiste en nuestro calendario. A nadie
*' h "«em ita espontáneamente la ¡cea de cue ia; listas del santoral y de
' «' i v. ' que ar.tc-cecen a nuestras liturgias son ios remsnen ;■ r nis.oncos
••• ' pntnrt señalamiento del tiempo. Pero en las superstición-^ práctica-
'"••i ntuvcrsalcs, sobre la siembra de las mieses, c la recolección ce hierbas,
' ¡ 1 ine*, ra ce hacer casi tocas las cosas cuando -- . ¿r este q nueva,
i.n vestigio de aleo ini miramente mas antiguo que cualquier lecita

V .... H uttom W ebster. Rsst Deys, a Stvcy ó Eeríy U * an¿ tterdity (Días
•I' ....... U n «radie sobre la ley y ia moral primitivas), ( io :6 ) . para ur, examen
1' «u> o d' li's tabús del rientro.
.ocanos. con su visión característica de ¡as cosas desde el -unto de vista
I'"* ... ,„vinieron ¡os términos: i« <¡¡cs f a t i eran aquellos en que la ocupación esta-
l'enr.ítuu.
LA MEDICION DEL TIEMPO
£:

consagrada en el libro de oraciones,••un vestigio de souei primer temor vago


ante io insólito y misterioso del que nacieron tanto las teologías como los
calendarios.
L na vez concedido que lo s días difieren en sus cualidades, que unos son
buenos para una cosa y otros para otra» es de la. mayor importancia saber
cuál es cada uno. En l ,qs tr e b e jo s y ios cu es de nesiodo tenemos trazado un
programa para el agricultor de la edad más primitiva de is Grecia histórica.
Er¡ el llamado calendario de Num a tenemos ei cómputo sacerdotal de la
Kouta anagua. Pero rué en Egipto, y especialmente en Babilonia, cuyo el
cieic es tan claro que, según se decía en Roma, hasta las estrellas proyec­
tan sombra» conde el mecanismo de los cíelos se reríe jó por primera vez en
un sistema adecuado.
Babilonia posee ei soberbio tirulo de '"madre de la astronomía''. Era un
título admitido ya per griegos y romanos, para quienes las palabras "caldeo"
y astrónomo’' (o, mejor dicho, astrólogo) eran prácticamente sinónimas.
Les modernos científicos estar* de acuerde con la justes» del titule; pero el
estudio cuidadoso de inscripciones recién descubiertas sitúa las conquistas
cientiíícas de Babilonia y Asiría, no en los comienzos, sino si final de su lar­
ga historia. Por mucho que. los sacerdotes de aquellas centurias distantes exa­
minaran. los deios a caza de portentos y presagios, sus observaciones no eran
lo suficientemente sistemáticas para permitirles medir las fases periódicas
¿el sol, ía luna y las estrellas con la. corrección que se necesita para un calen-
cano invariable, hasta después cc dos mil años, por lo menos, de saber so-
cercotsL Los semitas se arerraron, con eí conserva asmo de la superstición,
a ras rases de 1 ?. luna» .Aunque se habían civilizado — y ía civilización debe
disponer su trabajo de acuerdo con ei sol, porcue la naturaleza lo hace asi,
condicionando ios repetidos deberes de ias estaciones— estos antiguos habi­
tantes oel desierto, y sus vecinos, que aprendieron de ellos, nunca se libraron
del mes y del año lunares.
Nadie sabe cuándo ni cómo esta medida fue adoptada por vez primera,
pero un estudio de los pueblos primitivos ele] mundo entero hoy en. día,
muestra que la luna, y no e! sol, es por lo genera! el primer guia hacia el
’encano. Dondequiera que la agricultura no está tr.uv desarrollada» la luna
oomina, debido tanto a sus asociaciones misteriosas co m o a la brevedad clt su
ciclo. Per io tanto, ios orígenes del calendario lunar de Babilonia parecen
estar más alia de roda la larga histeria ó * su civilización. Los documentos
c
Ni HISTORIA DE I A HISTORIA

i- ivuh Mu!, remontan, sin embargo, a la mitad dei tercer milenio en eue en-
un año babilónico de doce meses lunares, oae sumar. días, con
i'o iit,-riio ines intercalado de tiempo en tiempo — harneado así un año de
1^4 lien— para poner otra vez de acuerdo los festivales religiosos y el rnun-
di Im. ocupa nones. N o había certeza absoluta respecto a los años que de-
l'ii.u jlurparw v a los que debían permanecer con su curación norma:. La
■ urtti«t, r«uba en manos de los sacerdotes. Este complicado crien daño se
il'iu m V por toda c! Asiaoccidental, dondecniiera cae la escritura cuneiícr-
inr lUvó rl mensa ie de la cultura babilónica. Fué adoptado per -tí judíos, y
>1Arte dr otro fragmentos de éi incorporados en nuestro calendarlo—
<1.. 1 i> .i luirnos un vestigio positivo dr sus dificultades er. nuestra festividad
iji h Pascua florida.
I'crn (anta observación de la luna acabó por producir un ocio astronó-
tiii. 1■ di .Tan importancia, el de la luna con referencia al sol. Se. descubrió
1 h cu líiriinuevr años la luna retornaba casi a su posimóu inicial coa res*
prêt«' «i (mi período destinado a ser usado para k crcnologia por 1« gñe*
i-.. Idir descubrimiento, sin embargo, no fue hecho hasta k s sigi.es v n
, «11 a )• c... época en que el estudio del universo comenzó a adquirir una
I. 111 ,. m.h calculable, y en que la astrologla — todavía enraizama en la rrU-
J. .,,.-, p ro derivando ya hacia la ciencia— se elevó hasta desplazar las toscas
1un ir i . f dr una casta sacerdotal primitiva y bárbara. Entonces nos encon-
itAinoi con una entraña y feliz interacción de! calendario y la cronología, ria-
, , piifii ni' ui> eclipse o una conjunción de estrellas era neccsamn conocer ei
pn h ’ ó tiempo que había transcurrido entre semejantes ecErses o con-
, m,,nir m el pasado. Así. al mirar hacia adelante para predicar ei futuro,
. I ,irtúlopo se veía obligado a consultar los archives d ti pasada, y cuanto
, ... procuraba la corrección en su calendario, tanto más b necesitaba en
¡ , jn .iif n ales o sacerdotales que le proporcionaban tes daros soóre ios que
ni qui construir. En resumen, las matemáticas comenzaron a dejar ce ser
„ „ uiTij'lr instrumento de la supersriñóa, en el cual b suerte é f los sánse*
, , ,1 «ombmaba con ia. de las estrellas en ue revoltijo de locura. pars aso*
1 1 «11 p»pcl propio como base de un conocimiento dermiáo.
| -«te* constituyó una época er. la historia ¿el pensamiento, -poca ce im*

* |'| i*»pano de tiempo transcurrido entre ios ecápses se CHssiáersha se r? años y


,, ,11*», o i-'Í lunaciones ('‘Satos"’;.
i.A MEDICIÓN DEL TIEMPO *5

portañola fundamental para la historia, porque, desde ella hasta el presente,


ios anos han' sido numeradas en sucesión regular e ininterrumpida. La lista
de los reyes de Asiría, cuyas fecíias esrán así fijadas correctamente, comenzó
en el ano 747 a. J. c.. e¡ primero del reinado de un monarca bastante insig­
nificante. Nabonasar. Esta lista fue usada por los grandes astrónomos de
Alejandría, quienes resolvieron, per fin, el problema del calendario y de la
cronología er. la, medida en que ios resolvió la antigüedad, y ha sido conser­
vada en ei que se llamó canon de Ptolomeo. Por medio de estos sabios, el año
asirlo-habilenico fué convenido en el año "fijo” de Egipto, es decir, de
367/4 días: y a la ' trra de Nabonasar17 fueron añadidas las de los imperios
persa y alejandrino, y, por último, la lista de los emperadores romanos hasta
el año 160 de nuestra era. As» desde 747 a. y. c., hasta el presente, ios años
han sido registrados er» un cómputo continuo, aunque variado. Pero eí ca­
non de Ptolomeo fué empleado por los astrónomos, y no por ios antiguos
historiadores."
La mención de Alejandría sugiere naturalmente la contribución de Egip­
to. Pero no íu é tanto la ciencia egipcia como la griega la que hizo ilustre el
nombre de Alejandría en la antigüedad, v los grandes astrónomos que allí
trabajaron, poce encontraron en los largos siglos ¿r ía cultura egipcia que
pudiera ayudarles en su estudio ce la astronomía o la cronología. Esto pa­
rece extrañamente paradójico, pues en las historias actuales del antiguo Egip­
to se nos habla de las grandes conquistas ce su cienoa, y, sobre rodo, de que
el país tien e un título todavía más importante que el de Babilonia, por ha-
be: introducido el año solar. La fecha en qae ñivo lugar este acontecimiento
es cuestión debatida entre los egiptólogos. Antes, quienes seguían a lo s pro­
fesores Eduardo Meyer y J. H . Breasted calculaban que si ti calendario con
el ano de. 365 cías fué introducido en el momento en que correspondía a! ano
solar día por oís. e! diecinueve ce julio® de 4241 a. J . c. seria el primer día

La asperete.»», para los cronólogos Ce la "Era d.e Nabonasar'’ íué señalad?, per
vez pnraera por Paaoáero. ei creador de la escuela aleisadrina áe cronólogos, a co­
mienzos del siglo v a. j . c. Véase H . G eleer , Sextas jiJius Ajrketm s ur.d ¿te byzcr.ñ-
ntsche Chremolcpie (Sexto julio Africano y la cronología bizantina), (1898), segun­
da parte, p. 227, que traza ei desarrollo del canon cíe Ptolomeo, pasando por Svsceil’js,
hasta la cronología bizantina, estableciendo asi k conexión enn i?. Edad Trieam.
c Ei oía «1 c a e ia estrella Sirio surgió al amanecer, ai comenzar La crecida de!
Nüo.
*4 HISTORIA DE DA HISTORIA

«IrI ¡.lifvtcr ¿ño dci nuevo calendario.' Poco antes de su muerte, el proíescr
IWfjM, J avanzó la fecha hasta 4236, mientras otros competentes egiptólogos
i* 1 nuil en el siglo xxvii: a. 3. C.. edad aproximada de las pirámides. Qué
• ’"'¡'ino largo y complicado, qué tablas y registros de ciencia sacerdotal es-
' ’ 1 .¡ni j disposición de quienes lo inauguraron, nadie lo sabe. Cuando se com-
|Min rjtr año solar con su error tan sólo poco mayor de seis horas, con el
l' ,"> lunar roscamente incorrecto ce 354 o 355 días, usaco en el resto del
"«lindo durante la mayor parte de 3 .a historia antigua, ello parece indicar
•' h " ¡ni romo un racionalismo helénico que actuara en Egipto a tanta distan-
* antes de los griegos como hoy lo estamos después de ellos. Pero esta im-
I■»«■’ tf'.n de la superioridad egipcia apenas si se ve confirmada ñor un estudie
«" 1* .1 fondo. Porque Egipto, no sólo nc logró mantener su primera promesa
• «> 11 tronomia/ sino que. a! no conseguir rectificar el error ce ur. cuarto de
din mi uño del calendario llegó a no tener correspondencia real con el ano
*"Ut.
1 11 1. ciencia ce la cronología los egipcios-no aportaron la contribución
«I"«- 1 ndia esperarse de la promesa de sus primitivos textos. Los años eran
t'itiii«- ¡cíos. no en sucesión rígida y continua, sino de acuerdo con acontecí-
*1 11 iio* importantes, campañas, reinados de los faraones, o. especialmente.
t'"t l.s recaudación de ¡os impuestos. Cuando el estado estuvo plenamente or-
' n1 adc. lev oficiales de] tesoro "numeraban” las posesiones reales caca eos
\ Jos años del reinado se conocían como "año de la primera numera-
' " I ' . ' ic Cualquier conocimiento que los sacerdotes pudieran haber tcrsiao
''| ’ |*nii>d; implicado en la larga sucesión ce las dinastías egipcias y ~ t-
‘ •"«II Hcrodotc muestran que tenían alguno— , quedó para ei. siglo xx d.
I « ' 1 dc.i mbrollo del problema, y aun queda mucho por hacer en euo.
In 1 -biIonios y asirios tenían 1?. costumbre de nombrar, y nc- oc r.ume-
I >*1, ! . aros Había algún funcionario sacerdotal c real cuyo deber era prc-

' *.«[.• lecha se alcanzó remontándose er. tí cálculo a uartir di una techa conocida
«<< « 1 «n'.lo tercero de nuestra era, cuando un escritor istmo. Censorino, nos dice que
II un solar de Egipto estaba retrasado en dos meses eco. respecto ai ano dei caieoaa-
«iii « orno rite era cerca de un cuarto de cis más corto, i.abia avanzado anualmente
* o <u itidad sobre el ano solar, de tai modo guc er. i<óo años (4X3^5* hanria adc.it:-
i“'l mi ghe entero. Así los dos habían coincidido hacia ¡.40 a. J. C. (becno de. que
• >1.1 rn otras pruebas) y de nuevo cor. intervalos ce 14611 años.
N i «quiera registró les eclipses.
LA MEDICIÓN DEL TIEMPO 85

cismar qué acontecimiento o persona debía dar nombre al año. Había d» ser
el año de la magistratura ral, o e! año en que se había dado tal batalla, o
tomado determinada ciudad. H ay un algo de historia en esto, pero es dema­
siado eventual para ser útil. Porque, en primer lugar, nadie sabia hasta que
el funcionario resolvía — quiaá ya a fin de año— lo que el año era. Combí­
nese esto con un calendario lunar, y podrá verse el trabajo que aguarda al
erudito que se enfrenta con el problema de las listas de fechas, sumerianas.
que condenen los nombres de los años tal como ¡os registraban los escribas
babilonios.
N i gnegos ni romanos elaboraron por sí mismos ningún cómputo ade­
cuado del tiempo. Ei año lunar fue su base, y, a pesar de toda su inventiva,
no pudieron sacar partido de éi. En Grecia se vio fácilmente que los 354 días
ro correspondían exactamente a las doce lunaciones clcl año. sino con un
error por defecto de 8.8 horas. Así pues (si los relatos antiguos son correc­
tos), intercalaron un mes cada segundo año solar, ¡o cual aumentó ei toral
a y ' 2 días más de la cuenta justa. Para compensar esta incorrección se su­
primía luego cada odio años el mes intercalado. Este ociaeleris, o ciclo iuni-
soiar de ocho años no era czi sí mismo rigurosamente exacto, ni fue siste­
mad comen te aplicado. En 432 a. J. C... eí astrónomo Meton propuso el aero
lunisclar de diecinueve años, del que hemos hablado arriba. N o rué adoptan©,
sin embargo, hasta la segunda mitad de la cuarta centuria. U na vez que io
fue. estaba naturalmente destinado a jugar un pape! muy importante en ia
cronología posterior clásica y eclesiástico. N o obstante, el ciclo astronómico
es. en realidad, ligeramente menor de diecinueve años, y por ello fueron ne­
cesarias más correcciones. De hecho, mientras ios movimientos de ia luna
siguieron siendo ia base, del cómputo, era seguro que el calendario continua­
ría siendo imperfecto.
Los romanos comentaren con un calericaric lunar, pero, como conside­
raban afortunados los números impares, mcieron el año de 355 otas en ve:,
cíe 354. Más tarde añadieron cada dos anos un mes de 22 y -5 oías alter­
nativamente, intercalándolo entre ci 23 y el 24 de febrero, de mooo que la
duración media resultaba de 366U cuas. Pata eliminar ci día que sobraba
apelaron a un procedimiento tosco — tal vez basado en el antiguo ciclo grie­
go de odio años— , ordenando que cada tercer periodo ce oeno anos tuviera
tres, en iugar de cuatro, meses intercalares, y que fueran de 22 días cada uno.
Esto ció ei año de 36v á días. Pero iue deiaco a discreción de los pontiiices
hi HISTORIA DE L A HISTORIA

• I ' iitiitr el calendario a las necesidades de la astronomía, y parecen haberío


• lio mío de preferencia (por lo menos en algunos casos) a las necesidades
• it >iu amigos, teniendo años largos cuando estaban en el poder personas a
• ••'■ i><r rlio. querían favorecer, y coreos criando gobernaban sus enemigos.
I m <tiulquicr caso, e! calendario llegó a raí confusión en ios úinmos años de.
I,. l''fpnl.lica que tenía una diferencia de tres meses cor. el año solar. Este
• ... rl decreto de Julio Cesar que fijaba el año en 365 días, con un día
**'>•* tilda cuatro años. Los antiguos atribuyeron la reforma a la comunicación
• l<> m Í’ io.s de Alejandría, pero existe también algún motivo oara relució-
•"*'*« fon un sencillo y anticuado año solar de ios agricultores italianos, ¿el
"•■ I n liemos vestigios fragmentarios pero definidos incluso en el calendario
otn •«1. \ que, a su vez. puede haber sido influido par el calendario agrícola
•I» lo» 1 riegos. i>i esto es así. tenemos una sola linea que va desde Hesíodc
M ( ¿MI.
I 1 primer año reformado comenzó el primero de enero de 46 a. j . c.
1 ' tic ¡a fundación de Roma). Los meses ocuparon en él su puesto,'* y
• • «.»i.It- la cristiandad adoptó las semanas de judea — y Babilonia— - E!
.... nenio siendo, como hemos visto, reducido en una fracción de día, y no
lene,, un .(Cuerdo absoluto respecto a cuánto debería comenzar. Pero éstas
' ni ’ un cuestiones no resueltas hasta el sido xv¡. e incluso hasta el xvts de
ni ir «t r u era.

’ •( .iMi.-unos conocer toao esto acerca de ios orígenes os! calendario pa-
< .«ni.¡¡ciar nuestro examen de la cronología antigua. Tanto en Grecia
’ • >rn Roma — según la costumbre de Babilonia y Egipto— el año llevaba
•I »'"uibri dt ios magistrados. En Roma se designaba por ios cónsules, en
Ai »-•. p..t rl primer arcaste, en España por el primer éforo. etc. Como se
•i d r i l necesario para fines orácricos conservar las listas de el!os. pasamos.

* I .('• tiirses dí Julio César iban a ser dt duración alternativa. i01 impares de 3:
•li 1 1" ’ pares de 30 (excepto febrero). Esto hubiera dado ur. año sencillo para el
• ••• 1 Miti l'ero cuando el octavo mes (quinto en el año antiguo) se consagró a Au-
l..... . ui vanidad ftic lisonjeada añadiéndole un dia para hacerlo tas iargtr c o n io ti
•I. lulm Luego, para evitar que hubiera jumo; tres meses dr 31 días, scpñemiire y
o- .inl r, u redujeron a 30. y a octubre y diciembre se íes asignaron. 31.
LA MEDICION DEL TIEMPO

del calendario no sólo a la cronología sino a Sos anales más rudimentarios.!


TucídideS; por ejemplo, no disponía más que de las listas atenienses de ar-
contes, las espartanas de ios ¿foros, y las de las sacerdotisas dt Hera ec el
templo de Argos, además de las festividades.11 El ciclo de las Olimpiadas,
c! período de cuatro años basado en la celebración de los juegos olímpicos,
no rué nunca empleado oficialmente por ios estados-ciudades, y en reali­
dad no íué aceptado por los historiadores y cronógrafos hasta fines del sigio ir
a. j . c. Ei mérito de su introducción parece corresponder a Tuneo (hada
<yo a. j . c .j , infatigable anticuario e historiador, cuya mente nada filosófica
parece haberle permitido sentir una predilección por las fechas singularmen­
te poco helénica. Pero fue un geógrafo, y nc un historiador, quien por fin
atacó ei problema de la cronología dentro de un espíritu crítico. Eratóstenes,
que fiort ció ce 276 a 154 a. 3. c , aproximadamente, y que, en su calidad
de biDi.ioteca.rio ce Alejandría, estaba equipado con la ciencia del Oriente
asi como con su genio helénico nanvc, fije las fechas de las grandes épocas
ce la histeria griega en forma que estaba destinada a ser ia cronología acep-
taca por ios tiistoriadores de la antigüedad y del cristianismo. N o podemos
ocuparnos más Ce esto per el momento.1* N i necesitamos hacerlo para este
capitulo de nuestra historia oe la Listona. El tosco cómputo antiguo gc Ro­
ma. a partir de ¡a fabulosa fundación de h ciudad en 753 a. J. C.. y las
Olimpiadas, siguieron siendo, para ¡a antigüedad clásica en su época tardía,
las dos eras de uso general.
Pasando ía vista sobre este capitule de nuestra evolución intelectual, lo

i-a. vagueóse oe :a ¡dda cit duración del tiempo en ia historia grises puede verse
fw- el hccno de que ia« yeneraeion» it empicaran para caicuiario. correspondiendo
grossv modo s 33 anos, aunque el periodo varía. En Heredóte cftccntwusscs un sis­
tema át 25 años.
única -ota seguida de las arcantes atenienses cue he. llegado hasta nosotros
es una^copia conservada en i* historia di- Diódote, pero un cuerpo z: tóente d:: inscrip-
cioc.es ia complementa ahora, y permite si moderno erudito conocer más que ios mis­
mos antiguos.
cvpoioéwo cíe Atenas, aplicando ias conelusotaes de Eratóstenes, compuso una
Chrcr.uií ranada en cuatro jiferos, dedicada a Atalo d-r Pórgame. k cual se convirtió
tn s. nu.nua! t u s usaac sobre este asunto, tanto ésta como las obras dt Eratóstenes
»c ium pcroiao. pero quedan íragmeato: conservados por ios cronóSoco? cristianos j u ­
n o ri.ncanc, Ecseoío, Jerónimo y Gecrgius Syn-tiius. y siguen siendo ocr etío una
base primordial para ¡a anegue cronología griega.
MK HISTORIA DE DA HISTORIA

«|ti « uno le impresiona más es la lentitud de sus progresos. El mundo ar¡-


ill'im pudo Ucear a su plena madurez sin una idea clara del paso de los
olios un tener siquiera un conocimiento correcto de lo que un año debería
t u . V r,:n embargo, ¿no corresponde semejante vaguedad con nuestra propia

itprnoticiar El pasado es todo una para nosotros, tan muerto está el ayer
h .iiiii las centurias deí Egipto antiguo. Unicamente gracias a la magia de la
n,r motil podemos evocar su color desvaido, o percibir un eco de sus voces
W|,.<Crtdws. Ver cómo esa memoria se ha convertido en una herencia social
l„ imutitntc, herencia que consagra sus propias posesiones, es eí tema de los
dlyntrntcs capítulos de la. historia de la historia.
CAPITU LO V I

A N A L E S E G IP C IO S

í-o o s historiadores del antiguo Egipto y de Babilonia no sor. ios antiguos


egipcios ni los babilonios, sino ios modernos arqueólogos. Su hazaña — una
de las más grandes en toda la historia de la ciencia— de ensamblar los ana­
les de centurias que cor; frecuencia no dejaron un recuerdo consciente por sí
mismas, ha oscurecido la pobreza de las fuentes •en que se basa la historia
de las civilizaciones más primitivas. En realidad, la historia escrita de las
primeras naciones del mundo antiguo rué bien poca cosa. En todo el vasto
despojo del Oriente cue ahora ocupa nuestros museos, existe una cantidad
sorprendentemente pequeña de germines documentos históricos.
Es posible, desde luego, hacer afirmaciones demasiado confiadas sobre
un asunto en ei cual nuestro conocimiento depende casi enteramente del azar.
Porque es el azar quien ha conservado lo que se ha conservado del material
Ge esta historia primitiva. Esta afirmación es cierta para toda la historia,
pero es especialmente aplicable allí donde los milenios y ei cambio de civili­
zaciones han devastado y vuelto a emplear el material de edades anteriores.
Además la conservación de semejantes vestigios no depende ¿c su imoor-
rancia, corno ocurre en mayor o menor grado con las tradiciones. M ás bien
es debida a la durabilidad de la sustancia en que el documento está registra­
do y al azar de que la inscripción haya permanecido sin trastornos. Hipote­
cas sobre terrenos cultivables, registradas en la arcilla cocida de Babilonia,
han sobrevivido mucho después de que el terreno fuera un desierto de are­
na, y la propia Babilonia un montón de ruinas. A veces el azar tiene extra­
ños antojos, conservando tragues papiros o pergaminos mientras la piedra
desaparece. U n a inscripción conmemorativa rué granada sobre una enorme
estela de piedra por Se sor tris I, en su templo de Heüór>olis, unos dos rail años
V» HISTORIA DE Z A HISTORIA

#m** «(> (insto. "El enorme bloque desapareció totalmente, ptro la copia
•>■ lu pnt.1 practicar por un escriba que pasaba una hora ociosa en eí solea-
•i" |Mim <li I templo Ha sobrevivido, y el frágil rollo de cuero en que así ejer-
m í . U i mi pluma nos ha transmitido 1c que la maciza piedra s o pudo pte-
•"* * i " ‘ La piedra había estado allí quinientos años asees de «?ae se hiciera
L ..»pi*, prro ahora la estela y el tembló han desapareado igualmente. Quien
f I # historia r.o puede nunca saber cuánto ha desapareáéc de maneta
iii' ilojj« entre lo qut se hizo en edades distantes. La arqueología, no hay cue
i.li idilio, rs tinri ciencia de las ruinas.
Iiim mido las fuentes tai como las tenemos, e! hecho más desea cace, sigue
•1r ihIii «jilo la historia, la rama de la literatura que peoría esperarse- que
I 1 '"fin m desarrollara, visto que conserva is tradición y que se conrrsparti-
•li |K>fiica es la epopeya, es, no obstante, difícil de encontrar en estas cul-
remotas, excepto cuando un contenido mítico aporta el interés de ma-
'••'idm y milagros, un diluvio universal o algo por el estilo. En todas las ins-
■ i *t'< ion« s del antiguo Egipto no hay una sota obra que puerca designarse
■ " ” ii "historia de Egipto’'. Existen algunos anales que son amplificaciones
•h I#» li' t.T dt nombres reales; y hay noticias ampulosas de faraones ccntcm-
M"' ni» un, [uro rio a necia en ellos rastro de ia idea tic una historia á t las
•, ■ ■■ #» sucesivas de. la civilización egipcia.
I rni opinión oue se ha dado para explicar esta falta ce sjstoria en el
• i ;i|i. iintiguo es cvt el faraón reinante estaba tan pendiente de su propia
t '#i\ili; j que ios cortesanos no se atrevían a exaltar s sus antecesores por no
'»I ijoilj 11 acceso al favor real se lograba más bien cubriendo los muro
h lo* monumento;, con inscripciones que describieran lo que sJ faraón rei-
i tur había hecho o t>odía hacer. Er. todo caso, ningún suceso* ni ¿quiera
■ h lu* grandes monarcas de la dieciocho dinastía se dignó jamás registrar
mu !ui/..iña.'. en forma de historia. Los escribas cortesanos se ocupabas er. -la
'-••rii nú.', provechosa ce narrar acontecimientos o escenas esntemporáneos.
• n i . literatura del Egipto antiguo k historia, tal como nosotros la cnttri-
drtiiot, falta.
I.» mención de "los escribas" recuerda ia sica estima en ota: era tenido su

' ] II. B rsasted, Áncier.í Record; c f Egipi {Documentos antiguos de Egipto),


• 4 -V
A N A L E S EGIPCIOS
9:

trabajo. Ere una profesión para hombres ambiciosos, que podían llegar basca
c-1 rango de príncipes gradas a ella. Los escribas hacían ios documentas de!
gobierno o de los nobles, porque todo en las principales instituciones cea
registrado por estos entrometidos precursores ce los modernos leguleyos o
de las compañías industriales. "N ada se hacía bajo el gobierno egipcio sir.
documentos; listas y protocolos eran indispensables incluso para las más sen-
alias cuestiones de negocios. La manía de escribir. . . no es característica
únicamente deí último período; no cate duda <ie croe en los Imperios Anti­
guo y Medio los escribas trabajaron tari afanosamente como durante el
N uevo Imperio” .' En el caso de ios textos legales nos encontramos casi cor.
todo el mecanismo moderno. "Los documentos se ponían entonces baic 1?.
custodia, del bibliotecario jefe del departamento a que pertenecían, quien ios co­
locaba en grandes vasijas y los catalogaba cuidadosamente. . ,B,1 y asi los
tenía, prontos para ser consultados, en caso de que el señor los sc.li.r-tare
Pero esta burocracia estaba tan completamente en manos del señor cae no
proporciona el punto de partida necesario para esa critica que es el comienzo
del conocimiento histórico. A veces se recurría a los escritos antiguos en ir.
práctica del gobierne, como cuando c! fundador de la dinastía doce, ai de­
cidir acerca de ios límites de íes provincias, apele "a lo que estaba escrito en
kss libros y a lo que encontró en los escritos antiguos” "porque tanto era se
que amaba la verdad5’.4 Pero el amor de la verdad por la verdad misma, en
los campos no prácticos de la investigación científica, si dejó para una edad
más tardía.
H ay sigo de medieval en la acritud del Egipto de la última época res­
pecto a su propio pasado, un sentido de oscuridad, una impotencis para

s A . E rm an , Life tr. Ancient Egypt (La vida e» -e! Egipto a m an o }, PP-


¡ 12. Cf. j. K . B reaste». A Hisiory o;- Egipt (rtiste-na de Egipto), 2* ctL 1909},
caps, v, sj, x a .
s A. E smak , Life bs Anden: Sgypt, p. « 4 . El mayor y más hermoso de rodo:
loe papiros, el papiro Harás, es una enumeración ác las donaciones de Katnsés III
a los dios» y a Íce hombres duraste su remado. Tiene 233 pies ce longitud, eos,tiene
177 columnas, por Jo normal de re o 13 lísess. Cf. H. B reaste», Ánden t Record:
oj Egypt, iv, 87-SS.
4 R. L ep s:us, D enbnSler ata A egypt en vn¿ Aethi&pien (Monumentos de Eg*t>-
te- y Etiopía! sec. n.vci. tv, lám. 124, citase, en A . e r m a n , Life in Ancient Bgyf/t,
p. 91.
o: HISTORIA DE L A HISTORIA

captar su realidad incluso con referencia a cosas tan perdurables como ¡a


rt .por,. Esto se acentúe cor- el cambio producido en los jeroglíficos, cue
Ion. difiel! de entender ¡a antigua escritura. En tales circunstancias lucieron
I.» que otros pueblos barí necíio en las mismas condiciones. Sus sacaos, de
l'r, •Vrcncia sacerdotes, buscaron en la alegoría una explicación ce los textos,
v t . j vez encontrada esta clave para el d asado, tuvieron va menos necesidad
dr otra.
Ixií egipcios podrán haberse ocupado poco de historia, pero atesoraron
mitos y leyendas. En el siglo >:>. a. j . c., nos encontramos ya ccn el proto-
f,Pw de Simbad el marino. Relatos fantásticos contados por sabios y majos
antiguos eran tan eficaces entonces como ahora para pasar el rato en las
h o ra s de descanso, en q u e l a historia hubiera sido una disciplina p o c o erara.
1 labia también mitos de origen: historias de los dioses, de cómo habían ve­
nido dr la tierra santa situada hacia el sur. Pero con el paso ¿e ios siglos,
1" mitos se entrecruzaron extrañamente. Por ejemplo, una mala lectura de
m . inscripción en la tumba de un rey antiguo en Abidos llevó a la creencia
popular de que el propio Osiris estaba enterrado allí: y así se originó un
nu-vo culto. Encontraremos otra vez semejantes mitos de nombres de lugar
cu ios orígenes del Antiguo Testamento. Pero nc- es necesario seguirlos aaaí
<"i:rr la maraña de las concepciones religiosas egipcias.
Si Egipto no produjo "historia” en el sentido que nosotros darnos a la
¡'¿labra, poseyó, por lo menos, el armazón para ella en las listas nc nombres
reales, exhibidos con profusión magnífica, junto con el monograma o ei re­
trato del monarca reinante. Tres dé estas tabletas — de Abidos, Salticara v
Karnalc— pueden mencionarse por la luz que arrojan sobre la cronología
egipcia. Er la primera. Serl I, de la dinastía diecinueve (hada :zoo a. j . c .j,
acompañado por su hijo Ramsés II, tiene ante el a setenta y cu co de sus
predecesores; en la segunda. Ramsés II tiene unos cuarenta y siete nombres
i n ¡a lista ciuc le precede: mientras en la tercera Thothmes o Tbu.rtR.osis III,
dr la dinastía dieciocho, está adorando a sesenta y uno. La moderna erudi­
ción ha comprobado la corrección de las dos primeras listas mediante la
comparación con ios monumentos. N o es, de extrañar que íos sacerdotes
ouc conservaban semejantes listas hicietan gran impresión a los viajeros grie­
go' . quienes más tarde vendrían a aprender en ellas la insensatez que erg
trazar el árbol genealógico de una persona con ios dieses en la decimosexta
AN At.ES EGIPCIOS 93

generación.'1 El hedió de que Egipto fuera en sí mismo un museo que con­


servaba una especie de historia monumental de ios reyes, debe también ce
haber impreso en ía mente un sentido duradero del pasado: pero la religión,
más que la histeria, se aprovechó de la curiosidad que el espectáculo pro­
ducía. El peso de k autoridad estaba er. las manos del tiempo.

Sin embargo, el más antiguo documento histórico que ha llegado hasta


nosotros es precisamente un desarrollo de semejantes listas de nombres. Es la
famosa piedra de Kalermo — así llamada por el hecho de encontrarse en
el museo de Palermo— : ana piedra pequeña, de diorita negra. — una de las
piedras más duras— , de unos 43 a s . de altura tan sólo. 04 en . de ancho v
6 cm. de grueso. SoDre esta p-.edra, algo menos ce dos mil años antes de que
se escribieran las partes más antiguas del Antiguo Testamento, los escribas
egipcios copiaron los nombres y anotaron ios hechos conocidos de lo? reina­
dos de anco dinastías anteriores a su época. La piedra misma, según puede
colegirse por su aspecto general y por el carácter del rento, no es sino un
í tegmento pequeño, roto, de una lápida más grande. Lo? egiptólogos, calcu­
lando ios intervalos de ios reinados y su disposición han supuesto cuc la
Piecra original tenía irnos siete pies de largo por dos de alte: peto esto es
una simple conjetura.
La fecha en que los anales fueron inscritos er, la piedra puede triarse con
cierta confianza ñama ei im de la quinta dinastía, que remó en Egipto,
según un cómputo ampliamente, aceptado ele 2-50 a 2625 a. 3. c. Las por­
ciones conscrvacas de ía piedra, abarcan únicamente los tres primeros reina­
dos de dicha dinastía.1'

'.¿ase inpre} pp. 190-cu. A veces los nombres no «suban seguros bajo ei mS-
ó.ico ce un descendente celoso. ;_a reina biarshepsir., 'u n a Catalina II egioeis’".
horre- de su monumento e> noruhre de su hermano, que ía había orinecido er. el tro­
no, A E síMAN, Life ia Ancient Lgypi. p. 43, 1 hutrnes III, 2 su vea, tapiñ e! obelisco
de iu reina. Véase J. H . B keasteu, A Histnry c f Egpyt, pp, 2S2-2S3.
6 Además de ia perdón de PaJermo, existe un fragmento aleo más pequeño #■ «
fc¡ qaíro. Aunque conocida de ios egiptólogos hacía unos cuarenta años, no se hicie­
ron estudios minuciosas ce la piedra de Parirm e sr.tes de! siglo La prime-a
referencia de elia fue hecha en 1S66 por E. de P cu ou é er. sus Rtchtrches sur les
mor.uner.is qy'cn peut atSTiüum ¿rus nx premieres dyr.asties áí Menéíbcn (Investi­
gaciones sobre ios monumentos que pueden scrihuirse a ias seis primeras dinastías
Ce Manetñon), p. 143, utilizando una impronta que ie habían enviado. La piedra
i. ’ , ÈpÉSïP’
%j¡¿¿gg& ■ &■
¡_A t.^n>RA tí» paj-ew*0
ANAI.ES EGIPCIOS
95

U na fotografía de este fragmento del Egipto antiguo aparece en este


volumen. Su derecho a ocupar semejante lugar es tncuestionsble, porque
contiene eí más antiguo de todos los anales conocidos en la historia de k
historia. Afortunadamente, sin embargo, ia ilustración en este caso ts mu­
cho más que un simple dibujo, porque ofrece también el texto de! órleme!.
A primera vista esto no parecerá de un gran interés para quienes r.c pue­
dan leer los jeroglíficos, y su interés no se verá estimulado cuando sepan
que ni siquiera los egiptólogos están totalmente de acuerdo sobre el signifi­
cado de las partes del texto. Pero un ligero estudio del original a la luz de
las indicaciones dadas más a'baio, le permitirá a cualquiera, aunque nunca
haya leído antes un jeroglífico, averiguar ia manera en que rué escrito e

cítate entonces en una colección privada, pero cr, 1S77 pasé a ser propiedad de;
Museo de Palera», donde fue examinada por varios egiptólogos ¡os años subsiguien­
tes, sin que se dieran cuenta de su significado. Por último, un estudio ¿e ella, acom­
pañado con láminas dei texto, rué publicado en 1S96, por A , P elleceini, en el A»-
ehitic sien to siciliano {nuera serie, xx. 297-316), Trabajando sobre esto, el «ni­
ñeare egiptólogo francés E. Nacüie interpretó e! documento como ana "especie de
calendario que contenía donaciones hechas por un cierto número de reves del antiguo
Egipto y la indicación de las fiestas que habían de celebrarse" ("Les plus sociem
ngaatatents égyptiens” (Los monumentos egipcios más antiguos) en I. Ívíaspkec-,
Recrecí! de treraux rcLítifs ó Ls phüoicgk ei ¿ I’archíologie égypticmtes e! airyricr-.Kss
(Colección de trabajos relativos a k filología y a la arqueología egipcias y asirías),
{róye) 5 pp. 112 ss. Pero en 2899 Kaville visitó Faisrmo y ccafroató el teste, pu­
blicando lo; resultados — con láminas— en 1903, en la misma serie ívo?. xxv, o vol.
C-: cr la nueva serie). A llí su conclusión era que se trataba is. un fragmente ¿c
aruées religiosos, probablemente compuestos por ios sacerdotes de H racnols. 8;dc
los cuales le cronología, per ¡o menos cr. la primera parte, parece depender es los
periodos o ocios que no corresponden eos t e resnados tic los ¡ r a s 1 (p. S i) . M ien­
tras tanto un estudio aun rr.ás cktalkdc había sido emprendido ror ios airmanes H .
Schifer, L. Borchardt v K . Sctiie cuyas conclusiones generales epareeseron en loes
baja el título ” E¿n Bruchstiick akagvptischer Atmzle«’5 ( U a fraguusatc de «nales
ct! anaguo Egipto) en las Abhandivr.gen ¿et KÓr.igUchen prcussitehen Ákadendr oes
W írsemehafien, Philesopnísehe taid hrstc-rhche Ciaste (Actas de ¡a Real Academia
prusiana de Ciencias, Sección filosófica e histórica), loca, con «acelestes reproduc­
ciones fotográficas de’ original, La traducción de J. H . B rzasteo es Antier-i Re-
toras o f cgypt, 1. ji-y z . se basa principalmente en. «3 testo de SchSfer. U na íotc-
g r a fk de! anverso de la piedra se encuentra también en B reastep , H islar? 0} Egypl.
ftenss a la p. 46. Véase también ia discusión acerca de ¡a piedra en A. W esgapl. A
Hisícry of the Pheraohs (Historia de ios faraones), (1025), pp. 2 ss.
h is t o r ia de la h is t o r ia
*

w luso entender algunas partes del teste. Pocos problemas puede haber más
' (fresantes para el estudiante Ge historia.
En ¡o alto de ía piedra hay una simple hilera de espacios oblongos, con
niarivamente pocos signos en ellos. L2 parte más baja de cada uno propor­
ciona la clave de su significado, porque contiene el signo del rey del bajo
Egipto, una figura que ileva la corona roja y nene una de las insignias rea-
1« , el maya!. Por consiguiente, cada símbolo en el espacio que queda encima
debe de ser el nombre de un rey. Esta hilera, por tanto, es la lista de los
nombres de reyes primitivos ¿ ti bajo Egipto, de cuyos reinados parece ser
que nada había llegado hasta los escribas gc ía quinta dinastía, salvo los
r.ropios nombres reales. En todo case* no hay hechos registrados. Debe ad­
vertirse aquí que éstos, como todos los jeroglíficos egipcios, se leen de de­
recha a izquierda.
Cor. la segunda hilera o serie, sin embargo, estamos en presencia ce datos
enteramente diferentes. Las lineas diviso: tas que se encorvan en lo alto son
illas mismas signos jeroglíficos de palmeras, que significan años. Si se miran
atentamente podrá verse una marquita cruzada en caca una, úsela ios tres
cuartos de su altura, lo cual establece cor. exactitud su significado.‘ Pero
ni unos cuantos casos la línea sigue derecha, a través de! espacio intermedio,
hasta la serie superior. Estas líneas rectas largas indican el fin de. ios reina­
do/., y están acompañadas por algún cómputo especíüco. como muy bien pue­
de verse observando un momento los espacios cue están a cada lado de la
primera. A la derecha pueden distinguirse con facilidad seis lunas nuevas,
lina encima de otra, que significan seis meses, un circulo que representa e¡
sol. y siete rayitas que indican siete días. A ia izquierda pueden verse cuatro
meses y trece cías; el símbolo de diez son las dos tajeas unidas por arriba,
rn vez de estar cruzadas come en la numeración remana. Por consiguiente,
aquí hay sin cu ca algún detalle relativo al tiempo en que el reinado terminó.
El nombre del rey se encuentra en ei largo espacio horizontal situado sobre
los registros anuales, aunque tan sólo dos son visibles en este lado del frag­
mento. uno al extremo a la derecha sobre ¡a tercera hilera, y el otro a la
izquierda sobre la cuarta.
Las medidas que están en los cus ¿ritos bajo cada registro anual se su-

7 Esto no se veía en las láminas de Peüegrint. neto resalta con claridad en ¡a?
de Scíiafcr V Naville.
A N A LES EGIPCIOS 97

pone que indican la altura de la crecida del Nilo. fcí antebrazo representa
un codo, y las otras indicaciones, manos y longitudes de dedos.
El carácter general del material aquí conservado es de gran interés, mire
uno como quiera ios detalles, porque en este pequeño bloque de piedra es
posible ver cómo 1a historia crece a partir de los datos sucintos de las listas
más primitivas. A l principio hay únicamente hileras de reyes desconocidos,
meros nombres, e incluso éstos son de un extraño sonido arcaico.5" Se supone
que la parte desaparecida puede haber contenido los reyes del alto Egipto
o una lista de ios dioses. Luego, en la segunda línea, encontramos el relato
de un reinado de la primera dinastía, que da los acontecimientos añc por año.
Este anal, el primero de todos, dice lo siguiente:

Año i Cuarto mes: decimotercio día.- Unión de las dos tierras.


Circuito d t la muralla.
Sen codos [altura á d N ilo j.
2 Adoración de Horas.10 Festiva! de Deslier.
3 Nacimiento de dos rijos de! rey del bajo Egipto.
Cuatro codos, un palmo.
4 Adoración de Horas; (sin desairar],
y, [Piano] de k Casa, "E l Todopoderoso ce ios dioses". Fiesta de Sokar.
Cinco codos, rincc palmos, un dedo.
6 Adoración de Horas. Nacisñenío de ls diosa Yem et.
Cinco codos, un palmo.
7 Aparición [o coronación] dri rev del alto Egipto.
Nsciínienfo de M a .
Cinco codos. .
£ Adoración de Monís.
Nacimiento ce Anubis.
Seis codos, un palmo.
9 Primera aparición de la fiesta de Zet,
Cuatro coco.- un palmo.
10 [D estruido].11

s La primera linea dice: — pu; Scka; Khayn; Teyú; Ib esS : etc. H ay que re­
cordar que el reírte se lee de derecha a izquierda. Ls vocalización es la adoptada por
Breastec: c! alfabeto egipcio anotaba únicamente las consonantes.
51 Fecha de ¡a coronación ce! rey. En este día el nuevo rey sube si- trono. Nótese
k iir.es. que sube derecha separando ios reinados. El nombre de! nuevo rey parece
que estaba más hacia k izquierda, y se ha perdido.
10 Celebrada cada eos anos.
11 Partiendo del supuesto de que e! nombre del rey estaba colocado sobre ¡os
D1 HiSTORiA- DE LA HISTORIA

Esto- sos todavía principalmente datos de la religión, tiestas de ios dio­


ses y fragmentos ce historia sagrada. La principal actividad humana es la
diíicación ce templos. En la cuarta línea, sin embargo, nos encontramos
ron la segunda dinastía, y los hechos registrados se hacen caca vea más secu­
tares. Incluso encontramos el sistema regular de enumeración de ia tierra y
tus recursos, oue puede considerarse, si se quiere, como el más antiguo ves­
tigio de historia económica.1* Sin embargo, no es hasta La tercera dinastía,
en la dirima linea del fragmento, cuando el anal se hace completamente de­
tallado. El relato esculpido en los tres años aquí conservados dice lo si­
guiente:

Construcción de les barcos de too codos, de madera de mera, v de 6o barcazas


Jr i 6 '¿rem es?' de. rev. Destrucción de la tierra de ¡os negras. Captura c e 7,000
prisioneros vires y ce 200 000 cabezas de ganado mayor y menor. Construcción del
muro de \» tierra c d Sur v Tierra del Norte [llamado i "Casas de Snefru". Traí-
dr de .;c barco? cargados ce madera de cedro?-
Corstrucdcc de 3« casas__de 122 cabezas ¿c ganado. Construcción de. un ¡jar­
ro de 100 codos, de madera ce cedro, y de dos barcos cc 10c codos- de madera de
mrru La numeración se verifica por séptima vez.
Cinco codas, un raimo, un dede.
I‘*rtetón ce "Exaltada es la corona blanca de Snefru sobre la Puerca Sur" iv]
'I .¡mitad.! es ia corona roja de Snefru sobre la Puerta N orte." 34 Construcción de las
turnas de madera de cedro del palacio del rey.
Do* codos, ¿os paliaos, dos dedos y tres cuartos.

unir de U mirad de su reinado, y que éste se extendería sobre s-rls más. Schaíer
íj- 1S-) calcula que puesto que el nombre de. este rey no se alcana;a todavía en los
••i ■ q.i- se ven aquí, debe de haber reinado por lo menos dieciséis anos más: y qu:
1» i'iriú. a learutaba. t»r lo menos, esta longitud hacia ia izquierda. D e modo anáio-
V" 1 rtv cuvo nombre anarece al extremo cerecho de la línea sigu ientt debe Sabe'
irin.1,1,. va tanto ccmtsc como el período indicado aquí {13 anos — y cara el nom-
l't< o sean : í en total i.
1 En c! tercer espacio partiendo de la derecha, en la cuarta linea. Dice “ Ade-
1neuij. de H ctvs. Cuarta numeración. Cuatro codos, dos dedos". Como esta numera-
•.n i"n cenia lucar cada segundo año, y ésta es la cuarta bato este rey. e! reinado co-
i’iriuó probablemente siete años antes.
1 L na foeciciór. por mar al Líbano.
1• nombres de ¿os puercas o panes del paiacio de Snefru. Véase j . H
l.iu r n A re-.-*:;
.. r F.fc " ¿ s o f Egypt, s, 65.
anales e g ip c io s
99

Las mscnpáoaes del reverso continúan el relato a través de una parre de


¡a cuarta dinastía y de los tres primeros reinados de la quinta. E l detalle
es aquí mucho más rico, pero la conservación ce esta cara de la piedra es
tan mala que hace muy difícil descifrarla, y el simple hecho de que el mate­
rial es más rico en cada reinado, limita al escríba a menos reinados. (Homo
resultado, e¡ interés en estas secciones de los anales es. para los egiptólogos,
y puede aquí prescindiese de un mayor comentario.
U na crónica tan sucinta, aunque sea la primera, apenas si parece digna
de que nos detengamos en ella, si no fuera porque tenemos el texto original
ante nuestros ojos, v porque su misma concisión nos invita a detenernos. D e­
ben de haber existido muchos textos sencillos como éste en poder de ios sa­
cerdotes egipcios: pero no es muy de admirar que se precisara la mejor de
las piedras para conservarlos, porque es bastante poco lo que en el texto mis­
mo justifica la inmortalidad. Más intetés humano acompaña a los relatos
ae reinados aislados, en los cuales e! escriba real ¿ene redo el incentivo para
contar una historia llamativa, adornándola con todos los detalles de la ac­
tualidad. Semejantes relatos sen menos "históricos” que la seca crónica que
acabamos Ce examinar, pero al menos tienen interés más vive para el lector
moderno.
De éstos existe gran número. Forman el núcleo de la ~ran colección dr.l
profesor Ereasted, Andent Records o f Egypt (Antiguos documentos cíe
Eg-pro). Bastará con tomar como ejemplo el más notable do éstos, los '‘ana­
les” del gran monarca del período imperial, Tbumscs c Tfentmosis ITT- Así
como la piedra de Palermo es Ja primera, ésta es "la. inscripción histórica más
larga y más importante de Egipto” .1 Fue grabada por mandato del rey so
bre los muros ¿c "el corredor que rodea el sagrario de jos sagrarios de grani­
to del gran templo de Antón en Karnak” ls y relata unas diecisiete campa­
ñas que él llevó a cebo año tras año, mientras mantenía i& -soberanía de Egip­
to sobre el Asia Occidental. La más notable de todas fué aquélla en que ei
rey hizo frente v derrotó a las fuerzas de Siria en Ataaageddon o Megidqa;
v tan detallado es el relato, que los histeria dores modernos pueden recons-

,r‘ J. H . B reas nm, Aneient Records o j Egypi, n, ifct ss. I itr.-e i.cj lineas.

10 Ibid., nota.
IOO HISTORIA DE L~A HISTORIA

fruir la estrategia sobre el mapa y seguir el desarrollo día no: día. La des­
c r ip c ió n d e la batalla misma, que tiene u e aire algo homérico, es como sigue:-“

1 n ronces se armaron las tieneas fie Su Majestad, y se enviaron órdenes a todo


f! ejercito, diciendo: "¡Arm aos, tened preparadas las armas!, perene daremos bsta-
li.'1 a! miserable enemigo al romper ei día.” Ei rey estaba sentado er¡ su tienda, ios
oficiales hicieron sus preparativos, y se entregaren las raciones de has servidores. Los
i entínelas gritaban: " ¡ ie n e c rirtne ei corazón! ¡Tened firme ei corazón! ¡Alerta!
, Alerta! ¡\ig iia c la vida oe¡ rey que está en su tienda!’’ Y le llevaran a Su Majestad
un informe de que ei campo estaba tranquile y de que los soldados c e a pie. del sur v
*lrl norte, estaban preparados. E! cía vigésinjoprimero del primer mes ce La estación
Sncnui ¡ marzo-abril l del año vigésimo tercio del reinado de Su Majestad, y el día
dr la festividad de ía tuna nueva, que era czmoién el aniversario ce la coronación del
n'V. a' alba, ¡mirad., se ató ia orden de r-oner en movimiento roe-? el ejército. Su
Ma lestad montó en su carro de oro y plata, y llevaba ceñidas las armas de! com-
l «ti romo Horus e! Matador, c! dios del poder, v era come M earhu [el dios gue­
rreo ¡ de Tcbas, y Amen, su padre, caoa fuerza a sus brazos. L a mitad su: de!
r ir roto estaba estacionada sobre una coima ai sard e! arroyo Kj:-- y la mitad nc¡r-
ii estaba al sudoeste ce Megiddo. Su Majestsñ estaba entre las dos, v Amen le prc-
(rgí.i y daba fuerza a su cuerpo. Su Majestad, a is cabeza de su ejército, atacó a sus
riieinipos. ) rompió su linea, y cuando vieron que estaba dominándolos, se dispersa-
ton y huyeron a Megiddo aterrados, dejando sus caballos v sus carros de oro v plata
ni el campo. |i.o: fugitivos] fueron irados per la gente encima de ios muros v rae-
tidni. en la ciudad; añora descolgaban sus vestidos para cue pudieran subir. Si Ies
• libados de Su Majestad r¡c- se hubieran dedicado a recoger el botín del enemigo,
l.tihierar, podido capturar la ciudad de M egidcc en t! momento en que los viles ene­
migos de Kadesh y los vües enemigos ce esta ciudad eran izados a toda prisa sobre
I. r murallas de esta ciudad: porque c terror a Su Majestad se barda apoderad:; de
, lio- y sus brazos colgaban inertes, y la serpiente de su corona ios ¿ominaba.

El escriba que relata tan gráficamente ía huida a Megiddo repite evi­


dentemente un lamento del rey ante la cemora de los egipcios en saquear
ai enemigo, porque dedica toda la sección siguiente a la descripción del bo­
lín. I s indudable, como observa Breasteá. que se trata de tac sacerdote más
interesado en el botín que en la estrategia, poreue ei botín rué a parar en
gran parte a los templos. Por este indica que Ses anales "son poco más ove
una introducción a las listas de fiestas y ofertas” , q u e cubren los muros

’ ’ Traducción de E. A . W . B udc-e. The Literatvre o j ¡he A nden! Egypdan; íLa


literatura de ¡os antiguos egipcios) ( la t a ) , pe. 104-5. Véase también J. H . B reas-
II, i> A ncirnt Records 0} Egypt, n, 104. sec. 41c.
1y 1. H . B keaeteo. Anden t Records of Egyp!, r , j6ó.
akales e g ip c io s io i

inmediatos ai tempio.111 Por fortuna, sin embargo, conserva la fuente de su


relato, indicando que fué tornado del diario que llevaban ios secretarios de
Thuonoàs III, una copia del cual, hecha en un rollo de cuero, se conservaba
en eì templo de Am én.' La inscripción ce! tempio era, pues, un extracto de
una esperie de diario real arreglado y elegido "como un documento para el
furerò” .21 esfuerzo consciente de historia contemporánea de gran estile, de
acuerdo con ei tema y el lugar. Sea cual fuere la importancia del diario del
rey. el oficial encargado de lievario nc era un dignatario sin relieve: por
una extraña casualidad, uno ce ellos dejó en ei epitafio de su tumba, junto
a Tebas, indicación de que fué él — Thaneni se llamaba— quien siguió a
Tbutmosis er. sus campañas, y escribió el documento original a que se refie­
re la inscripción.'‘
N c es necesario ocuparse aquí con extensión de anales de este tipo. U n
estudio detallado ce ello;- corresponde más a ía historia de Egipto que a un
resumen como éste. Aunque de vez en cuando uno se encuentra con pasajes
notables, en especial en las secciones descriptivas que se ocupan de ia admi­
nistración del reino, no encontramos todavía, hablando estrictamente, litera­
tura histórica, sino epitafios semirreligiosos, semibiográ ticos, destinados, co­
mo los monumentos en que se inscribían, s conservar la gloria del presente
para el furerò, nc a rescatar el pasado dei olvido. Su existencia, sin embar­
go, hizo esto último postble mientras los jeroglíficos pudieron ser leídos; y
Heredera nos muestra cómo ios escribas v sacerdotes podían aprovecharse ¿e
vivir en ¡os archivos gratta» en que se habían convertido sus templos, corno
también de ios tesoros que estaban bajo su custodia. Así, hasta cierto punto,
man rentan abierta la amplia perspectiva.

3!- Ibid. p. ci£.


•'* 7bi¿„ secs. 391, 392, 433. Sec. toa. "A hora todo que Su Majestad néro z
esta ciudad ¡M egiádo]. a ese vil enemigo y a su vil ejército fué anotado cadi dia
per su nombre bajo e! tirulo ce (titulo no descifrado], ¡Luego íué] anotado «a un
rollo de cuero en el templo de Amén hasta este ¿ía.”
*• Ibid., sec. 56S: cf. sec. 392.
£- La ¿Dscnprióti es como sigue: (J. H. B keasted, Ancur.it Recores of Egypt. tí,
165): "Yo seguí al buen dios, soberano de ía verdad, rey de), aito y del bajo Egipto,
Menkheperre {Tbutmosis ILI j ; contemplé iar victorias dei rey, que ganó en todos
ios países. Trajo z los icíes de Zabs corso prisioneros vivos a Egipto, capturó to­
das sus ciudades; taló sus bosques; rur.gún país quedó . . . Anoté las victorias que ganó
en cada país, poniendo (las) por escrito de acuerde con los hechos’'.
»ft: HISTORIA DE LA HISTORIA

Finalmente, a! iniciarse la tercera centuria a. j . C., cuando la historia de


Ffipt.) era ya histeria antigua, un sacerdote y escribe puso en griego las lis­
ta* Ut los faraones de todas las centurias. Manethon, el único historiador
rj-pcio de Egipto de que tenemos nodeia, no era un científico sin importan-
i l Por comparación con ios monumentos ahora descubiertos, muestra que
tivn a su disposición datos relativamente correctos y adecuados para trazar
«u resumen sugestivo, sin rival en la antigüedad por ia amplitud del tiempo
qm abarca. Por desgracia tan sólo podemos juzgar de su obra por ios trag­
uen! o. que creyó oportuno conservar Josefc, ei historiador judío, y por ios
( plomes empleados por los cronistas cristianos, ju b o Africano y Euscbio.
A juzgar por el último, lo cual no es justo, parece haber tenido especial em-
¡x n en procurarse listas correctas de los faraones, llegando como un mate-
IL- Cico cuidadoso a sumar las partidas en las largas listas ya prácticamente
<t «radas A.! hacer esto dejó un procedimiento que los egiptólogos todavía
eneuenrran útil, dividió los nombres en grupos o dinastías, que san las aivi-
Mniirs usuales de hoy. Lo que tenemos en las cronologías cristianas parece ser
más bien un reflejo de su interés por la historia egipcia que por ia de Ma-
ir.fio:,. Lo mismo ocurre con Josefo; pero por fortuna convino a su propósito
li defensa de ia historiografía judía citar lo suficiente de Manethon para
11.*rué* una idea — aunque solo una idea— de la medida en que is obra llena
I n requisitos de ia historia. Lo mejor es citar ei comienzo de ia referencia de
lo-.' lo, en ía ouc aduce ci testimonio de Manethon para probar que los Hyfcsos
run hebreos:

M .n thon fue ur. hombre egipcio de raza, pero que se había adueñada de ia den-
ru, (.-riega, como es muy evidente; porque escribió ía historia de su propio país en
tj .rnpna griega, traduciéndola, según é! mismo dice, de sus archivos sagrados; echa
ri roí- a Heredóte- que haya dado, por ignorancia, versiones falsas cr ¡as cuesac-
m egipcias. Ahora bien, este Manethon, en el libro segundo de sa historia cgiocia,
ri' itlx no m de nosotros es ia siguiente manera. Reproduciré sus mismas palabras,
i .t i . m presentara ai hombre mismo por testigo.
"H ubo un rey nuestro, cuyo nombre era Timaus, durante cuyo remado ocurrió,
mi no m- por que-, cue Dios estaba disgustado con nosotras; y vinieron incsperaáa-
mrn'i hombres de innoble cusa de las partes de oriente, oue tuvieron audacia bas-
unte para hacer una expedición a nuestro país, y io dominaren fácilmente por la
huí i'« sin car batalla. Y una vez que tuvieron a nuestros señores sometidos bajo su
(nn'ir quemaron salvajemente nuestras ciudades, y demolieron ¿os templos de ios

• |ostro, Contri: Apión, iib. i, sec. 14.


ANALES EGIPCIOS
IC3

¿¡oses, y trataron 2 todos ¡os habitantes de! modo más hostil, porque a unos ¡os ma­
taron, y redujeron a esclavitud a las mujeres y niños de los otros. Con c! tiempo
hicieron rey a uno de ellos, cuyo nombre era Salaos. Y residió en M emolas,2'’ e
hizo que tanto el alto como el bayo N i!o pagaran tributo, y puso guarniciones eti ios
lugares que eran más adecuados para ellas. Y reforzó especialmente las partes orien­
tales, porque previo que los asirlos, que entonces tenían el poder mayor, ¿escariar,
su reino, y lo invadirían. Y como encontró en e! nomo de Sais una ciudad muy ade­
cuada para su propósito (pues estaba al este del brazo de! N iio cercano a Buhaste,
y debido a una noción teológica se llamaba Auarisj, la reedificó, v ia hizo muy
tuerte por los muros que construyó en tomo a ella, y por una guarnición numerosa
de doscientos cuarenta mi: hombres armados que puso dentro de ella para custodiarla.
A llí iba Salatis cada verano, parte para recoger su trigo, y pagar ¡os salarios de
sus se toados, y parte para entrenar a sus hombres armadas, e imponer así respeto
a sus enemigos. Cuando había reinado diecinueve años murió. Después oe él reinó otro,
cuyo nombre era Beorí, durante cuarenta y cuatro años. Después de él reinó otro, lla­
mado Apachnas, treinta y seis años y siete meses. Después de ¿i, Apopáis reinó se­
senta y un años, y luego Yantas cincuenta años y un mes. Después de todos éstos
reinó Assis cuarenta y nueve años v dos meses. Y estos seis íue.roc ios primeros se­
ñores entre aquéllos que tuvieron gran deseo de deshacer Egipto hasta las raíces.
7 oda su nación se llamaban, hyesos, que quiere decir reyes pastores; proique Hyc,
según ei dialecto sagrada, signirica rey, v Sos un pastor y pastores en e! dialecto
ordinario, y de éstos está compuesto Hyesos. Pero algunos dicen que estas gentes
eran árabes.“

Por este extracto que contiene la mayor parte dtl texto conservado por
Joscfo, puede juzgarse el carácter de la historia egipcia de Manethon. Parece
haber sido una labor respetable, una obra de amplia erudición, que se extien­
de sobre un estudio comparativo de los ricos materiales que estaban disponi­
bles para los hombres de la época helénica; el tipo de historia que uno pudie­
ra desear para los estantes de consulta de la gran biblioteca de Alejandría.
Pero, aparte del contenido, la obra parece haber sido menos egipcia que he­
lénica.
En conclusión, puede observarse que sí el texto de Manethon es tan bueno
como muestra este ejemplo en ia parte que se ocupa de la historia de los
hyesos, probablemente alcanzaría aún mayor excelencia en ei tema más ge-
ruanamente egipcio de los grandes días del Imperio, para ti cual había a ros­
no materiales abundantes. El critico ce Herocoto puede, por tanto, redamar
justamente el tirulo de único historiador de Egipto.

24 Véase J oscfo , Les guerras de los judíos, Iib. 1. cap. o. sec. 4.


, f '-i HISTORIA DE LA HISTORIA

T “ !' ™ resumen, es ía historia de k historia de Eeipto. Es estudiante en-


contrata muchas cosas de interés si vuelve la vista hada la -y}\2a itteraru-
ru descriptiva que los modernos científicos acaban de descifrar. Peto no hay
rn rila indicios de nada compararle a ía iahor de estos mismos científicos;
no hay dominio de las perspectivas temporales ni crítica de fuesr.es tal como
ahora v exige de quienes intentan volver a escribir la historia, antigua.
C A P I T U L O V II

D O C U M E N T O S B A B IL O N IC O S , A S IR IO S Y PE R SA S

C L arte de la escritura cuneiforme — con signos en forma cíe cuña hechos


sobre arcilla por medio ce una caña— se desarrolló ya en el cuarto milenio
a, j . c. por el pueblo que vivía en las llanuras fangosas y entre los cañave­
rales ¿el bajo Eufrates. N o eran semitas, como ios nómadas del desierto que
había hacia el oeste, sino "súmenos” , extraño pueblo astático que vivía de
preferencia en ciudades, dedicado ya a ios negocios o a la agricultura allí
donde los diques aseguraban un suelo sumamente fértil. .na historia, en aque­
lla parte del mundo, surge para nosotros — desde los adelantos de La mo­
derna arqueología— con ios rasguños de aquellos escribas primitivos que ano­
taban las ventas de un mercader, ios tirulos de posesión de una parcela de
terreno, c> alguna partida análoga de asuntos corrientes, c un térro religioso.
Porque nc sólo ha preservado ei tiempo muchos trozos de arcilla endurecida,
que les servían de libro y papel, sino que el arte mismo de la escritura nc se
perdió nunca a través de todas las distintas civilizaciones que se sucedieron
sobre el suelo de Babilonia. D e hecho ía escritura rué uno de los elementes
fundamentales de la cultura mesopotámica, esencial en los asuntos de nego­
cios y ce gobierno. Desde ios días es que Hamrnurabi dictaba sus despachos
y hacía escribir sus leyes, hasta la conclusión de la era persa, los pequeños
¡rotos de arcilla, cocida y sellada, fueron instrumentos tan. importantes en la
resolución de Ies asuntos come ios ejércitos ae los reyes o tas mercancías de
ios comerciantes. Y si ios procedimientos de la escritura contribuyeron a man­
tener unido ei mundo mesopotámko, también unieron entre sí lar centurias,
uas bibliotecas conservaron las tabletas por centenares, y los letrados capia-
ron, tas que eran clásicas o aquellas en que estaban interesados sus soberanos.
Ur, resumen, desde una época tan remota que estaba casi tan alejada dt los
•*> HISTORIA ZrZ LA HISTORIA.

I*»« como ellos de nosotros, durante tres milenios por ic rumos, e! pueblo
d< Ihihdonia-Asiria continuó produciendo y estudiando ios ¿aras de ia histo-
'*•" jitro t.i historia misma no ia produjo nunca.1
i u historia de ia historia en Babilonia es muy similar a ia de Egipto.
<•» similar que no necesitamos detenemos mucho en sus detalles. Pero hay
elrmrnto significativo más en ei fracaso de Babilonia; porque desarrolló
1'" do>. elementos que son esenciales para la producción histórica: una curio-
"<J«d f>or el origen de las cosas que ció por resultado una literatura mítica
‘Hr ha logrado importancia duradera en la religión, y un acidado por ¡os
"'»ii» drl pasado que es el primer paso hacia ia crítica histories- Peto la reli-
l'.'hi o la superstición— le cerró el paso a la ciencia.

los mitos de Babilonia tienen un interés personal para nasertos, no tan-


•“ por lo que contienen, sino por su historia ulterior. Conservados y trans-
htnados por los judíos, se convirtieron en la base de nuestra propia historia
di J origen de las cosas: y cuando los originales fueron descubiertos y desci-
Ilulos no lia ce mucho más de medio siglo, las controversias eue originaron
p :.iron las fronteras de ia ciencia y de la religión, pues les tur.damenros
m iodos de la fe bíblica parecieron sacudidos. Aquí, sin embarga, no tenemos
I ’' 1 lemas teológicos que resolver, y cebemos limitamos s cc-nsiatrar los mi­
li'- dentro de su tiempo y ambiente propios, aunque debe admitirse que. a
no ntr por sl adopción posterior, apenas, si nos veríamos tentados a hacerlo,
pitillo que hemos pasado en silencio ios textos de las pirámides de Egipto.
ru< tienen un convenido intrínseco no menos importante. Pete ia venida de
por mucho que contribuyera al proceso de intrincado v suri! sincre-
n mi.o que riñó de ávida esperanza y de intención moral el tnimc-c greco-roma-
i" *ti los primeros cías del cristianismo, no entró en el anarato ce ia judia
roti'n lo hicieron ios relatos babilónicos de La creación y del diluvio, y asi su
iidl'irnria consciente en el pensamiento occidental no puede compararse con
1.1 <!*• éstos.
I I miro de ia creación, ta! como se conserva en siete tabletas, es largo y
imrij litado, con muchas repeticiones: pero las partes át interés para una
(i'inparnción con ti relato dei Génesis sen tan sólo unas Unzas. Comienza
cotí 1« creación á< los dioses mismos.

1 i Irroto tenia antecedentes griegos.


DOCUMENTOS BABILONICOS, A5IKJOS Y PERSAS IOT

Cuando arrio» el cielo no era nombrado.


Y abajo la tierra no tenia nombre,
Y eí primigenio Apsu, «;*e ios engendro,
Y Mummu y Tramar, la madre ce todos clios.—
Sus aguas se entremese;»! or-,
Y ningún campo tenia forma. ningún pantano se veía,
Cuando ninguno de ios dioses había sido ¡Í2tnado a ía existencia.
Y nada tenía nombre, y no ' estaban fijados] los destinos,
Entonces tueron creados ¡os dioses en el centro del ;cielo].*

Luego se produce una lucha entre Tiamat, dragón de la oscuridad y el


desorden, y es paladín del dios pacre Anshar, que era Ea cuando e! relato
se contaba en Eridu, M arduk cuantío se contaba en Babilonia. El texto al­
canza una alta calidad ¿nica cuando describe cómo el héroe st apresta si
combate.

Preparó el arco, eligiéndole como arma suya.


Cogió una lama, la aseguro —
Levantó ia mana, agarrándola con la mano derecha,
Ei arco y el carca i los colgó ai costado.
Puso eí rayo delante de él,
Con tueco llameante llenó su cuerpo."

Tan sóío después de que el cuerpo de Tiamat quedó cortado en tíos for­
mando una mitad el cielo y la otra la tierra. determine Marduk crear las
plantas, ios animales y ei hombre/'

Cuando M arduk oyó i?, palabra de ¡os dioses,


Su corazón ¡e impulsó, y concibió un plan sagaz.
Abrió su boca, y le ¿sable, a Ea,
Lo que Labia concebido en su corazón, se lo hizo conocer:
"M i sangre tomaré y e! huesa m ocelen,
Haré- e: hombre que pueda . . .
Crea rí ei hombre que putea Limitar te tiene.
Que se establezca :a adoración de >cs dioses. que se construyan sus a>tares-

'.ciñera (Paraicíes cunen”o-.


- R. \’v . Roosp-s, C xn etjo m p.-.rc'.ci­ lo the Oíd Tes.
mes con ti Antiguo Testamente j ( ¡ p iz ) , P- 3 -
3 Ib-J.. p. tá .
- Ibíá., sexta tableta, líneas t-S, p. jó-
1«^ HISTORIA DE LA HISTORIA.

Iínv también la leyenda de un cierto Adapa — o tal vez Adamu— 5 que es


mlvrrnJo por su pacre Ea de que no c o s a ni beba de! alimento que ios
,ín>»rt. ir suministrarán, y por obedecer — no por desobedecer— pierde la vida
rinna Fstr Adán no es un primer hombre; en el mito babilónico es un dios
«y*r rompe las alas del viento sur. Es un bello relato, incluso en k forma
rn qur lo conservamos.
Prro la gran epopeya mítica de Babilonia rué la de Gilgamesh y el dilu-
»10. h.s "el más bello, más impresionaste y más extenso posma que nos ha
»ido conservado de la literatura de los antiguos babilonios/ E l texto oue
tcnrmii.' está escrito en doce tabletas anchas, de escritura apretada, algunas
>lf las cuales están muy rotas: fué copiado para una biblioteca reai asiria.
■ üf Avurbar.ipaí (66S-606 a. j . C .) , de antiguas fuentes o-aoiiónicas, rales
‘ "ai» lian sido en parte conservadas también desde, la primera dinastía ba-
i’n.ini.a hacia coco a. j . c. Giígamesh era el señor de una ce ¡2S ciucaaes-
rstados Erech o Uruk. que viajó hasta la comarca misteriosa que está más
«"'i-* dr! mar de Occidente, conde aprendió ce labios del premio Noé — cuyo
" ':l‘hrc babilónico era Ut-napishtim— , la historia del' diluvio. La epopeva
CMikrrvaua en este reíate- es una mezcla extraña de sublime poesía oriental,
">* rn imágenes, suelta y vigorosa en la narración, con detalles vulgares en
«leuna.c partes, como las dimensiones del ares y las. reglas para su manejo.
I I relato más prosaico del Génesis está aquí incrustado en un poema que
i r . c o n las epopeyas griega o germánica. Se trata evidentemente de un
*conttcimiento real que derivo al dominio de la leyenda y la fantasía,
L oj mitos de Babilonia reflejan, aunque voladamente, cncuastsndas y
»‘•omeómicntos reales, pero les falta el tono secular de la épica de Homero.
F u bien pertenecen a ¡a religión que a los procesos prelimmauxs áe la his-
lorm Los mitos de origen o de héroes semifabuíosos llevan es sí los datos
<ú I.i h-.v'ona; pero rara vez pueden revelar sus cualidades históricas a ouk-
'<*' producen, porque eso requiere una acritud de incredulidad por pane
d‘ I «ver,te, suficiente para permitirle aplicar ia cirugía despiadada de. la cri­
no Y la época que aplica semejantes métodos a) descubrimiento de la ver­
dal! debe conocer el uso dei escalpelo, porque de lo contrario destruye todo
f l proceso, de modo tal que rmto y hecho desaparecen los dos. Hasta el
l'ii'M ntt los lectores de los antiguos textos no pudieron distinguir el hecho

' //lie., p. 67 Sí.


D OCUM ENTOS BABILÓNICOS, ASLRJOS Y PERSAS IOQ

de la superstición en los relatos primitivos de Babilonia; los eruditos de luí


épocas babilónicas tardías ios tomaban tal como eran.

La erudición babilónica, sin embargo, produjo otra clase de fuentes que


nos conducen al umbral mismo de la literatura histórica. Ninguna civiliza­
ción produjo nunca más codificación de documentos. Eí código de Hammu-
rabi nc fue sino uno de tantos, y los descubrimientos recientes hacen remon­
tar el procedimiento hasta los orígenes súmenos. Los datos de la religión,
así como los de la ley, se codificaban: florecieron vastas literaturas de presa­
gios y conjuros para el gobierno de la vida en aquella zona fronteriza entre
el azar y la moral que eran la magia y la religión babilónicas. Las matemá­
ticas y el estudio de las estrellas acabaron por llevar el contenido hasta el
borde mismo de la ciencia mediante ia astroiogía. y dejaron así una huella
doblemente profunda sobre el mundo antiguo. Pero el interés en esta obra
de codificación y transmisión del saber antiguo estaba en su aplicación para
el ruturo, asi como la codiricadón de leves era para el presente. El interés
por el pasado no estaba destinado a producir una contribución tan notable,
sino simples listas de nombres y fechas que se remontaron, por fin, a la dig­
nidad de crónicas.
ix>s documentos mas primitivos son listas de ios nombres de reyes, fon
de gran importancia para el arqueólogo, y dos de -ellas, llamadas A y B,
copiadas en el último período babilónico, muestran que podían set conser­
vadas en sus tabletas de barro durante siglos, para ser utilizadas pot los
eruditos de ¡a última época; se han descubierto también lista11 similares ¿li­
meñas que permiten la comparación. Esto prueba que mucho antes de los
cías en que Harnmurabi hizo inscribir su código, los escribas aseguraban
ya una lista correcta ce sucesión de ios señores. Se conservaban también lis­
tas de fechas, para fijar los años, a la manera babilónica, por acontecimien­
tos e nombres.
S: pesarnos de estas breves listas a las inscripciones que registran aconte*
mientes, encontramos, como en Egipto, que las más notables se ocupan de
asuntos de actualidad, glorificando en su mayoría a. un solo monarca. -Uñ
procedimiento corriente es presentar el relato como hedió por el mismo rey
o por un dios — muestra evidente ¿e autenticidad con dedos de devoción— .
La crónica se desarrolla, na tu raímente, a partir de estas inscripciones, pero
el desarrollo en Babilonia rué bastante pequeño. Breves relatos dinásticos han
I !<• HISTORIA DE LA HISTORIA

»lili. <ncontrados, que transmiten una narración conrir.ua ¿ t reinado en reí-


nado - o que seria más bien continua si ios fragmentos fueran menos frag­
mentarios— . H ay algunas que se remontan al relato de k= ¿razanas de Sar­
dón 1, c! Carlomagno semítico de esta literatura, cuya imagen legendaria
brilló largamente a través de épocas posteriores, y a las de Naram-Sin, su hijo.
(Vio rn el mejor de los casos nc- nos quedan más que unas cuantas líneas.

I a contribución de Asirla a ia historiografía está estrechamente ligada


ron l.i Je la Babilonia primitiva. Como en Babilonia, encontramos aquí listas
di lo*, dignatarios cuyos nombres servían para designa: ios años, dispuestos
ri un Canon cpónimo.' En algunas de «tas, como en ¡os calendarios de los
mmuiítrrios medievales, anotaban brevemente algunos acontecimientos del
nfin rn especial expediciones militares, que eran para Asirla "¿o que la cons­
ume ion tic templos para Babilonia. Pero desde unes comienzos roscos, tales
u nió lo:, podríamos esperar de guerreros montañeses que se habían hecho
t «rgo de una gran herencia, hirieren progresos en historiografía hasta el
punto de producirla como literatura. Desde los primeros añades reales cono-
iidot, que datar, de! siglo xrv a. J. c., el registro credo hasta abarcar no
w'.lo lus hazañas dei rey en ia guerra o en la caza, sino tasnisén las artes de
I, |ui7 que florecían bajo su reinado. Esta narración más completa fué hecha
(< • 11*I* gracias al empleo del cilindro o prisma de arcilla sobre--el cual podían
i iiil’atM* varias columnas de caracteres apretados. Por ejemplo, cuatro de
illn n .roperados en las ruinas de un templo en Assur, describen ios prime-
ti», cinco año. del reinado de Tiglath Peleser I, hacia i roe a. j . c.. con tanto
.»i.illi ' |in la traducción llena veinte páginas.'
I <» ancles de ios grandes monarcas asirías no fueron, sir. embargo, liini-
i.id'i* ¡» I v, cilindros, sino inscritos en piedra y en los muros o pasas de las habi-
1 m • Abiertos así a las miradas ¿el rey s quien glorificaban, o a las de sus
11» if.arui-,. ••*,:os relatos de grandes hazañas difícilmente podrían soportar
•l*i* m * ia/ la pálida luz ot ia verdad desinteresada. Aquella incredulidad
rrlrií or- rruteó c! temperamento de los griegos, encontró escaso estímulo
ni ii» recinto: de ios palacios 2S:rios; porque do debí olvidarse que los ñut­
ir». »Ir lo» n ves asirios fueron escritos próximos 2 ios hechos c;-:r relataban, y

1 V ¡uj'td, cap. iv.


1* D I uckcnbill, Anctrat Records of Assjria ana Babyiotñc (Documentos
• »•t.| um d( A».ría y Babilonia) (ip zó ), i. 72-cr
DOCUM ENTOS BABILÓNICOS. ASEOOS Y PERSAS III

que los participantes er. ellos eran sus interesados lectores. A l sabir ai trono
cada rey comenzaba a publicar sus anales, y seguía haciéndoles añadidos
conforme pasaba el tiempo. U na comparación entre las distintas versiones
de los anales de un rey elaborados mediante este método de compilación seria
en si misma un valioso ejercicio de crítica de fuentes para cualquier estu­
dioso capacitado del texto-/ pero es dudoso que exista ninguna otra parte de
ia historia de la historia en que el estudiante no especializado se sienta más
desconcertado por la falta de equipo arqueológico que este campo ce las
culturas mesopotámicas. U na apreciación reciente llega a proclamar que "en
ur. sentido muy auténtico, la verdadera historia comienza con los asirlos'’y5
pero juzgados sobre la base del propósito de la historia científica — buscar
la verdad v decirla sin miedo ni servilismo— los anales reales asirlos deja­
ban mucho que desear. Como literatura contienen pasajes que son gráficos
v detallados, y nos dan vivas descripciones de Senrtaquerib, Tiglat-Peleser,
Shalmaneser y Esarhaadon, que son ahora tan reales para nosotros como lar-
figuras de ia historia clásica. Pero como narraciones fidedignas están todavía
ai borde de ia leyenda heroica.
Queda sólo por consignar t . intento hecho bajo el último de los grandes
reyes asirios, Assurbanipal (Ó68-62Ó a. J. c.), para sunerar a sus predece­
sores v dar a su:- inscripciones algo de! caréete: ce ia historia. El propio rev
era no sólo un conquistador famoso sino ur, propulsor cié la cultura y en­
centro 000 entre sus guerras para reunir una gran biblioteca: nos quedan*

* En las versiones posteriores los acontecimienros se magnifican, las hazañas cíe!


rev ion mejeres y más espectaculares, v la participación en ellas de otros persona?«
es menor. Eí primer relato de la batalla de Shaunaaeser III en Q aroara {£54; dice
que 24.000 enemigos fueren muertos: versiones posteriores elevan la cifra a 20.500,
luego a 25.000, V íma/mente r. 25.0:0.
En cierta ocasión Sargón se envaneció de haber capturado i.r.ts oveja?;
edición posterior de sus anales convirtió ci número er. 100,225. Ei más desentacado
er, estt respecto fue ei famoso Assurr-smpa!. En tren anales distintos, publicados di¡.
ranee les primero:, anos Ce su reinauo. habió de una campaña secundaria úiritrda
t<or e! "gobernador"’ de cierta provincia; veinte años más tarde otra versión di
ansies reai« nos,informa de que ei rey en persona mandaba la expedición. Por esto
no es todo. Antes del fin ce su vida Assurbsnioai se asignaba desvergonzadamente
]s cc-nqutsa. de Egipto hecha por su padre Esarhsddon. Véase A. T. E. G lmsteae,
á H irtoriography {Historiografía Asitts) {2516). pp. 22. a i , 52. S5.
* A. T. E. Q lmstead. Hi-tory c- Arsyrie (1925), p. 57-. Véase también D. D.
L.t tmiNBiLl.. Anden: Records 0/ Arr-.dc cr.i Babilonia, i. 25-26.
II HISTORIA DE EA K2STOE5A

milis 20,<kk > tableras para dar muestra, de la actividad de sus escribas, que
copiaron ia gran be ¡encía cuneiforme.30 Sus propias inscripciones abanaonan
Ln frases tersas del estilo más antiguo para hacer un ensayo de histeria en
y u n estilo, el producto más refinado que Asirla pedía dar. Peto e! contenido
»igur riendo e! mismo, y el intento de agrupar los hechos por orden Ge asun­
to1 en lugar de la estricta sucesión cronológica lleva a la eonrusión y es más
Ir pérdida qut la ganancia.
A pesar Ge todas sus pomposas afirmaciones de poder, una nota baja per-
»ir.irrite corre a través de la mayoría de los anales reales. Porque, por muy
««■ puro que el rey pueda estar dei dominio del mundo durante su vida, está
inquieto por el futuro. Para salvaguardia de esto se inscriben "piedras ccn-
tnrmorativas” destinadas a las generaciones venideras. Pero incluso las ins-
i ripciones pueden no estar seguras en manos de ios descendientes de uno.
I .a idea es preocupante, y los reyes o suplican o amenazan a quienes han de
morderles. Pocos criminales ha habido en la historia del mundo más despia­
dados que Ashur-nasir-pal III, el Tamerlán asirio. que remó Ge 885 a 860
11. J. C.; y pocos anales de los monumentos igualan al relato de sus conquis­
tas. que sometieron bato el ooder asirio tí Asia occidental. Pero su huella
sobre el futuro es bastante débil.

.. ¡Oí', vosotros, turaros príncipes entre los reyes, hijos míos . . . no borréis mi
iii’inlirc ave está inscrito {aquí encima), sino paced vuestro propio sombre, ai lado
di! mío!5'

Pero ¡os resriracr.ios de los reyes asirios estaban poco seguros si que caber.
1( tifiados a ios andados cariñosos de sus sucesores- Las maldiciones eran
más eficaces, como también pensaba Shakespeare; y así xa crónica solía con-
1 luir cor ur.a fórmula rotunda, cuyo poder debe haber sido considerable en
1.« tierra de ios presagios y Ge la ciencia augura!. La maldidan «ic Ashur-

1,1 £•’. M n x s, Gesthichtt ¿es Alíertums {Historia ¿e ia Antigüedad) (5' «¡¿


1913). vol. 1, seo. 315-16; R. W . Rogers, Hisiary 0} Btbyltmia sn¿ Assyria, (n
vi i.i.. 1915), ti, 427 H . R. H all , Anrient History of the h'eer Eos: (Historia
umiyua ce! cercano Oriente), (1913), p. 50c. A ello cebemos la conservación ce
fuentes tales para la historia babilónica come la crónica ee Surgen- etc.
51 E. A. \V. B ubge y L. W. K ing, The Ar.r.cU o! ths K'rr.gf oj Assyria (Les
«tules de ios reyes ce Asiría) ( lo o r ) , j, 365. Véase ¡a súplica análoga ce Tigíath-
I'ilescr I, (ih-'T, I, 104). Tales fórmu!as son frecuentes en las inscnpacnes.
docum entos b a b i l ó n i c o s , a s ir io s y persas ” 3

nasir-pa! ofrece uns descripción tan realista de Jo que puede ocurrir a ias ins­
cripciones reales que debe citarse in extenso.

Quienquiera que no actuare de acuerdo con la palabra de ésta mi pitera conme­


morativa, y que alterare las palabras de mi inscripción, o destruyere esta imagen o h
ocultare, o ¡a cubriere con grasa, c la enterrare, o la ouemare, c la arrojare al agua,
o la colocare de tal moco que Las Oesrias pudieran pisotearle o el ganado pasar sobre
ella, o impidiere que los hombres pudiesen contemplar y leer las palabras de mi ins­
cripción, o hiciere violencia a mi piedra conmemorativa de manera que nadie pud-esr.
contemplarla; o si, a causa de estas maldiciones enviara a un enemigo... o un pri­
sionero o cualquier criatura viva, y le indujera a cogerla, y la borrara o ia raspara
o la pusiera er, lengua extranjera, o le trastornara la cabeza . . . para alterar las pa­
labras — sea escriba o adivino u otro hombre cualquiera— . . . que diiers "¡No lo co­
nozco! De seguro que curante su mismo reinado ios hombres lo asesinaron, v destru­
yeron su imagen, y alteraron las palabras de su boca”, que Ashut, e! gran seño;, e¡
dios de Asina, e! señor de los désenos, maldiga su destino, v que trastorne sus hecho;,
y qtse lance una terrible maldición para que ios cimientos de su soberanía sean arran­
cados de cuajo.1*

Con semejante invocación a ía custodia de los dioses y a los temores de


los hombres se podía Ge-ar la inscripción a! cuidado de la historia. Otra cosa
no casia hacer. Y sin embargo, no era suficiente. La historia ele ios- asirios
se percüó pronto. e t tiempos de Jenofonte nadie podía decir cuál era
el verdadero significado de los montículos sin nombre en que estaba ente­
rrado todo lo cue quedaos üel esplendor de ÍSínive.*' Los griegos sabían algo
de Babilonia, pero casi nada de Asiría,14
Más importante desde el punto de vista de ia historia misma erar, las cró­
nicas sincronizadas que ios eruditos asirios elaboraron para señalar 3ce-rite-
cimientos paralelos en. xosbilozua v Asm a. Una tableta de este tipo cíe histo­
ria, copiada con gran posterioridad de une inscripción real anterior, da noti­
cia de las relaciones entre .Asiría y Babilonia por espacio de varios siglos. Su

12 lb:d., i. z.ií? s:.


in Anébafis. boro ni, cap. 4. uta... i -jo La expedición de jenofout*. nrvo lugar
er. 401 a. j. c.
1’ t-s notable que abura ocurra, hasta cierto punto, lo contrarío. Conocemos la
historia ce Asiría mejor que ia ce ia Babilonia más antigua. Según observa E. Meyer
en su otra Ge: miente ¿es Aherttims, val. 1, secs. 315-16, ía súbita destrucción de
Nínive tue afortunada porque io- restos se enterraron en seguida, conservándose, así,
mientras que Batuionia fui repetidamente despojada
HISTORIA de LA HISTORIA

•♦ •»»rhiiii t tratados y límites ha hechc suponer que fue ctmr-iiada de docu-


" hiiihi guindados en archivos oficiales. Aunque obra de investigación ero-
•bu 11,1 kit> embargo, hasta tal punto incorrecta, que incitase había errores
•« *1 itfiltn de sucesión de los reyes. Además las palabras ríñales muestras
•t •• • I nacionalismo no es una mera creación de ios tiemeos moderaos. El
niiadot concluye con la piadosa esperanza de que a lg a s día un señor
•1* *i»irui (iluda someter completamente a los babilonios, v añade: '*Quien-
iK' fig «|u<- lo vea, que escuche todo lo que está escrito, ene adere continua-
••lint. |,i maTscnd de ¡a berra de Ashur; en cuanto a S a n e : y Akkad, que
(••Mi^a di manifiesto sus pecados ante todas las regiones c e ’ munde” .1^
I I futuro, sin embargo, al que esta invocación se dirigía- tenia otras co­
mí. en , „itera. Fue Nínive la que fué destruida por Babilonia en 612 a. J. c.
I I inm o reino, que designamos como Segundo Imperio babilóndco o caldeo, du-
• iiu iiM-. »Ir un siglo; pero produjo anales escritos según la manera tradicional
l'm úliimu, nc> obstante, se escribió una crónica de ia úirm a historia asida
i» "ocluía ¡a más alta realización de la historia cuneiforrrsf” .16 Se desco-
u...» 1« Ic lir en que fué compuesta, porque la única tablera que poseemos,
" lila ni #,<hi a. j . c., fue copiada de otra tr.uv anterior. Abarca los años
• ■ n ófiN; peto como está señalada cor, el núu._-o tuto se ha sugerido que
I o í I» ti» purdi haber continuado el relato hasta la caída ce Nínive. Olrra-
II ..,1 L comenta como sigue:

t | unt r <■• notablemente imparciaL sin prejuicio aparente en cre ni en contra de


hii.p. ,/ ,lr l.c naciones o personas mencionacias. Los necios eieacins son. como es
' .lina! u.-.i exclusivamente de índole milita- o política, pero, ¿entre ¿e estos límites.
I. litilic.o, riendo iuiriosataer.te. Por io general se limita a acoriios hechos que
i,,,,,i, i,n* relación inmediata con 1?. historia de Babilonia, per: 1 veces- como, por
■1 r'i it iisrranon dt las expediciones egipcias, muestra una sm-*>tetdcnte altura
i. mu«-, ¡v ríhamo; er, ella ¿c menos el lenguaje pintoresco cae- tanto contribL-vK
• v«li>i literario ¿c ios anales ¡asitíos. esto apenas s: puede se: considerado como
.>'■ 1<<-1.>r1 pm una peneración ce historiadores que -arito hs subctctnaáo ti arte ce
• • li, lu htsiori» a! descubrimiento cieno,tico dt 10:, hechos históricas. Por 12 sodn-:-
,1 ■ ,!, mi presentación v por su exposición ce los hechos friajaerra ¡ir,parcial, casi
,, piudr llama: moderna.-1*

A 1 C'-MSTt«:, Afsyriar Histortopcphy, p. 31.


1,1 I \V. S v ain er, notas comunicadas a! autor.
1 A t rr,.,- HiitoTtozrephy. en. 61-éc.
DOCU M ENTOS BABILONICOS. A SIRIOS Y PERSAS lis

Era lo más natural que los reyes caldeos volvieran ia vista hacia el ante­
rior imperio babilónico. Fueros así llevados a investigar su propia historia
antigua. Entre estos investigadores se cuenta el rey Nabónidus {556-539
a. j . C .) . quien fué éi mismo si no un historiador real, por lo menos un ar­
queólogo. Mientras los persas, bajo el rey Ciro, se anexionaban las naciones,
septentrionales y se preparaban allí para dar el golpe al antiguo centro de
civilización, c! rey de Babilonia excavaba las ruinas de su pasado distante
al abrir los cimientos para sus nuevos remplos entre los restos de la ciudad
en que aquéllas estaban. Aunque su hijo Belshazzar, a quien correspondió la
administración del reino, pudo ver ia escritura sobre eí muro. Nabónidus no
se interesó por la guerra, dedicándose a consignar con un entusiasmo de eru­
dito hechos tales como e! haber desentenado una primera piedra de Naram-
Sin "que ningún rev antes que yo había visto per espacio de 3200 años/'
Eos escribas de Nabónidus examinaron también las bibliotecas para simar
en sus propios lugares en las listas a los reyes cuyas inscripciones encontraba
é!. y para calcular el espado de años que los separaba de su época. Pero los.
dioses y lo; hombres comparten per igual los honores cr este examen cuida­
doso aunoue sin discriminación, oc 10 que va en Babilonia eran tiempos
antiguos.

A los caldeos sucedieron ios persas, cuyo rev Ciro can turó Babilonia
en 538. Los reyes persas continuaron la tradición rea! de Babíior.ia-Asiria,
v uno de los más grandes documentos del mundo es el que. en el pre­
cipicio casi inaccesible de Behisnui, relata ios hechos y exalta la gloria de
Darío el grande ante el desierto. Aunque las rutas del desierto son ahora
pevo frecuentadas, esta roca, semejante a un Gibraltat. hace frente a una
gran vía de comunicación entre el Asi? central y Mesopoíasnia. v allí, por
donde tenía que pasar el tráfico entre el Este y el Oeste, sobre Iz superficie
desnuda de la roca, a trescientos pies sobre e| camine, se esculpieron las fi­
guras de D arío y de ios "rebeldes’’ que e:l sometió, y ia larga inscrioción
que relata tos acontecimientos de su reinado.1*'

18 Ei profesor A . V . W . J ackson , que visitó Beíiistun er, 1903. Iz describe as:


en Perno, Pest and Presen1. (Persia pasado y presente; (1906), p. ’,87: " A pesar de
todo lo que había leído acerca de Benistur;, de todo lo que había oído v de rodo lo
que había pensado de antemano, no tenía ni h r,iás i«*-* idea ce i? .grandiosidad
Qt este abrupto precipicio hasta que llegue arte su presencia txxzrÁcz y sentí is craneie-
t lf> HISTORIA DE 3_', HISTORIA

1* mu np.-ión estaba destinada a tener papel más importamcE del que


i '«iln a. Imbura podido imaginar, pues gradas 2 ella se encontró la clave
qn* 1I0,1I11 l.i escr,-ura cuneiforme a Ies modernos investigadores- E i testo
linbl* ai.li, nerita en persa, elamita y babilonio; y cuando en 1833-1S37 (y
ib 11ni vn m 1844), Su Henry Rawlinscru que era entonces un joven, c íiá a l de
............ en l.i India, jugándose la vida, gateó por la roca y copió ¿a inscrip-
dóii, lu í 1 u[*.1;* también — más tarde— de traducirla. De manera tan dra-
n Mii« •< ««invirtió ls inscripción de Behiscun en la piedra de Roseta de los
i* *(••* 1 unr ifortnec.,v
I m 111*. tipción di Darío está dividida en unas cincuenta o sesenta seccio-
10* 1I1 ilu .ida cada una a un asunto diferente, y que comienzan todas por k
*'**', "Ai.i «lirc Darío c! rey.*' Las diez primeras dan ia genealogía de Da-
• \ I» «Incnpción de las provincias de su imperio. Con la décima sección
' .......... >i L historia, y la citaremos para dar una idea de cómo se suceden
!** ligul'iiics:

lA il) il,lf D»rici, ri reyi Esco es io cae fué hecho por mi después e t» llegué a
Ml '♦ > I l %|li< w li.in.aba Camb>,ses) el Hijo ¿e C it o , uno oc nuestra estirpe, rué rey
**'I"■ «iti,. , ,,r vo. Esse Oimbyses tenia em hermano. Smerdò de nombre, ce la misma
> il 1.ovino padre que Csmbyses.. Más tarde Cambyses mató a effa S ri eréis,
1 •‘•'"l,. < «n,Kv.cs marò a Smerci.', ei pueblo no supo cue Smerdo, bsbsa sido ase-
*1111.1., J ur(, , 1 pasc a bripte.. Cuando Cambases Huno partido nata Egip-
' l'iiil I > r. volvió hostil, y la mentira se multiplicó en ¡a cerra, ranco e: Persia
........ "■ M u! y m lar otras provincias.1’'

I *> iturnpción concluye con una invocación 2 ia posteridad, skrLsr a k


lm un«, cónicas reales mencionadas más arriba:

* * *' fnuiitur» arpónente. La nieve y las nubes cubrían sus picachos. te-
1,1 .......... traban cr. tomo a! lugar en cue ias imcnpcioties estarán grabadas
*' la ..... •■ !!., «1 ahur ¡0 vista, pude ver a más de trescientos pies sc-bre el suelo,
"l iilirw .lil p:ar. rey Daría.
f 1! licrinoxi volumen, con notables ilustraciones. The Seuipetares an¿
‘" " • i 11, ,j ¡he grtó 0.1 the rock oí Behiscun (Las rancharas c- mscnp*
" d' I »*n il grande en la roe* de Behistun), publicado aaónimamess. rt :>or el
*"*•" IWit*Mi., (1907). Los aura:es sen L W . K ing y R. C laCM Psar, t. Quienes
t " 1'** * ,,,|, nurvB copia gracias a un trabajo cuidadoso ejecutada' sobre e! terre-
"" ’ ‘ i*iiil'iín R. VI’. Rogees, History of Babylonia aa¿ Assyñs, t, &
1 V k lu í. y R C. T h o m pso n , o f . ei:., reste persa, p e. f-~.
docu m entos b a b il ó n ic o s , a s ir ¡os y PERSAS 117

Si tú ves esta inscripción junto <. estas esculturas, y no las destruyes, sino qat
las guardas mientras vivas, entonces será Auramacda tu amigo, v perpetuaras tu
estime. y vivirás larga vida, y cualquier cosa que desees hacer, Auramazda k hará
prosperar.“ 1

Pero de no hacerlo así, la maldición de Auramazda es invocada sobre el


malvado. Por fortuna la maldición no ha sido puesta a prueba per los ván­
dalos; los textos son demasiado inaccesibles. Otros reyes persas, de modo
análogo, prepararon y establecieron anales ce sus reinados; estos anales, des­
ee luego, son valiosos para el moderno historiador, pero como se limitan a
imitar — aunque nunca igualan— los grandes ansies de Asiria, no son de
importancia para nuestro estudio deí desarrollo de la histeria.
Como Egipto, ios imperios asiáticos fueron estimulados a una vida nueva
cuando los griegos ios invadieron, ya como viajeros, ya como beneficiarios de
ia conquista macedónica. E l más antiguo de estos viajeros, cuya anotación
de impresiones poseemos, fué nana menos que Heredero en persona, el '‘sa­
cre de ia historia.” 2‘ Pero la historia de Asiria-Bahiionk aceptada en el murrio
antiguo fue tomada en gran parte de la de Ctesias ce Caldo, que fué médico
de cámara dei rey de Persia Ártajeries Mnemon de 415 a 308 a. J. c. Su Per­
nee era un maguvm opus en veintitrés libros, los tres primeros ¿ t ios cuales
trataban de ios antiguos reinos, el cuarto de su dominación por los ruedos
y los diecinueve restantes de la historia persa. Esta mezcla sin critica de in­
vención y de credulidad, de ia que no cabe en absoluto fiarse, ni siembra
tiene el mérito de una ficción, pues se impuso come historia a los series cro­
nógrafos de Alejandría.“

" Ibt¿., texto clamita, p. i .íj .


~ Come Heredóte- reprodujo en parte 3 Hccateo, tenemos también algún ves­
tigio ce las investigaciones de este último.
EJ profesor Swain hace el «guíeme comentario: “Aunque gozó ¿ t excelente*
oportunidades, su msteria fué ur. fracaso. Su espíritu supes ricial ic permitió vivir
durante saos ti', la corte persa y conocer, sin embargo, menos de Persk que ic
aprendido cor Htrodoto en unos meses de via je. Probablemente obtuvo en k Pérsica
griega del siglo y la mayor parte de su material para lo? primeros libros. Lo-, tair
tratan de Artajerjes II pardee haber contenido alguna información correera; neto
el valor histórico del resto era virtusímerce nulo. Par él tuvieron los griegas y roma­
nos noticia de Niño, ei primer rey ce Asiria, — en realidad un personaje mítico,
epcmimo de Ninive— y de Scnrú'ranUs, su mujer, la famosa fnadadera c. Babilonia.
Incluso ios mitos que relató acerca de ellos eran probablemente jónicos mis hier. ene
orientales. A pesar de todo, ia obra de Ctesks fué muy popular curaste toda la
HISTORIA DE LA HISTORIA

!W i u n sacerdote babilonio de B el, que escribió sus eres Loros. Baby-


I........ o (.B aldona. h a d a 280 a. J. c ., estaba m ejor equipado para abrir a l
ihimiiIii li'-I» ruco los m isierios de su tierra nataL P u d o conocer e a el original
I.,, Inri.irk El texto se ha perdido, pero los extractos que han ¿ d o conserva­
do« ii>>» permiten form arnos una idea m u y clara de é l . " T en ía _zs siguientes
I mi l pionero una secd ón m ítica, legendaria, que trata et p e n o d o que va
1h«di L C reación hasta el D ilu v io : iu ego una lista sucinta c e nombres de
1, ,f» dr»dr el D ’.I uvio hasta N ab on assat, sin relatar sus hechos;; v una sec-
11,11 (1n.1l con una narración d etallad a de la historia m ás r e d e n n . La obra
,,,n,p|itf> iba precedida por una descripción del país, según parece, a la ma-
llfi„ dr I In o d o r o .' E ! m ito con que se inicia esta n arra d o s, el c e ¡a entrega

»mii’iirdad; fue líida por hombres como Platón c Isócrares en sus cúsanos cías por
1,1,1.... ,.|,.re» fumo Diodoro y Nicolás de Damasco, poco después ce has días de
1 inin, 1 pot l ucio en la época bizantina; y su información respecte a asirlos, medos
, |.t l l ri, ftic tomada de segunda o tercera mano por Eusebie ve-tros cronistas cris-
(,„•«,•», «m:tenes la transmitieron a Sa Edad Media Niño, por e iturp - rué casi tan
,1,.|.,>t iiintr como Adán — o su contrapartida— en algunas de estas ¿termas historias
/.•I*ido• <■ *<<’ Ubre influenció grandemente a los escritores de las soveuai alejandrinas,
,|in imito lucieron para inflamar ias imaginaciones ce conquistadores rvasteriores; v
M| ,, roiifribuyé a inflamar la imaginación de! mismo Alejandre. Ctesias, comc
| ,,, ,|.,1,11 . puede contarse por esto entre ios historiadores que nicieroc historia escri-
. |,,|.i; \ por cierto iiust-a ia verdad, que tendremos ocasión de comentar muchas
, ,, r ii el curse del presente estudio, de que b importancia de uru historia no
pn depende dr U corrección del relato que contiene.”
11 1 <i» extractos, como ocurre con. Manethon, íutron conservadas per Josefo (Con-
j t um. Iih. 1, seo-, 19 ss.) . y por Eusebio (en el comienzo de su C ~ssni:orv.m lite -
¡ ..„ „ „ i (I ioro primero ce ¡as crónicas), citando a Alejandro Poivniítze. un erudim
,1, ip... .1 dr Sus) Textos y traducción er. I. P. Cor.', Armera Frafr^snís c f r'nof-
. ('luildatar.. Jogyptum . . . and Othcr Tí' ttiets (Antiguos bagro-eroos O í escri-
fruí, ios, caldeos, e g ip c io s... y otros) (2* ed_
I 11, bw [C bcnkonttn líber primus, cap. 2) b resume como ssrue: " Y pn-
...........luí qur b tierra de ¡es babilonios está junto a! río Tigris, y ~ze e; Eufrates
..,,4 por rl medio de ella, y ia tierra produce por sí trigo, cebada, .entejas, mijo
, ,,, i rn lev pantanos y cañaverales del río había ciertas tutees comestibles
|| ,,i,.'.i', "gong” , que tienen b. conristencb del pan de cebada. Dattse.- v manzanas
, |.,, |m I»', otras clases ce i rutas crecer. a!ii también, y hay pescadas r aves de los
,rt,.ip v pantanos. La tierra tiene también comarcas áridas y destenas ( b Arabia);
, ,| otro lado dr la Arahb es montañosa y fértil. Pero en Babilonia se estableció
, 11,1,1 me nusa de gentes extrañas, en b tierra de los cárdeos, v virusa licenciosa-
..............linio los animales cuc no razonan y ei ganado salvaje.”
DOCUM ENTOS BABILÓNICOS, ASIPJOS Y PERSAS I JO

Ge las artes de k civilización al hombre por un monstruo marino, Oannes.


se supone por los modernos historiadores que contiene un débil reflejo de
una tradición, según la cual ios súmenos, el más antiguo de todos los pue­
blos de Babilonia, vinieren áe la India por el golfo Pérsico.“'' Ante la pro­
babilidad de que pueda ser así, y de que se trate, por tanto, del eco más
remoto de hechos históricos que ha Degado a nuestros oídos desde más allá
de las fronteras del conocimiento, ¿taremos el fantástico relato tal como nos
lo ha conservado Eusebie:

En los primeros años, según dice ■ Serosoj, apareció desde e¡ M ar R oja allí
n e c io en c¡ centro ce. territorio de ios babilonios, un terrible monstruo, cuyo nom­
bre era O annes__Y dice de este animal que trataba normalmente con los hombres.
sin tocar nunca el alimento; v enseñó a ¡os hombres ¡a escritura y ¡as distintas artes,
la construcción de ciudades v ¡a fundación de templos; también ia concesión de
¡eveí y los términos ce las fronteras y divisiones. También se ¿ c e que enseñe a los
hombres a cosechar cí trigo y ¡as frutas; y de hecho todo lo que es ce uso para is
vida sociai organizada rué entregado por éi si hombre. Y desde aquel tiempo nada
más ha sido inventado por nadie.*'
Y ai ponerse el se: el monstruo Carines se sumergió ce nuevo en ei mar, y pasó
la no:::e en alta mar. D e modo aut llevaba hasta cierto punto una vina, doble. Y
después aparecieron otros monstruos semejantes de los que dice que trata en ei libro
dt- les reyes. Y dice cue Oannes lis escrito ei siguiente relato de la creación y de ls
cosa pública, y otorgado a! hombre el lenguaje y la aptitud para las a re s.'"

El que Be ros o pudiera casar ce semejantes mitos orientales, Denos de exu­


berancia,, a una simple lista de hombres en su sección histórica, es un argu­
mento en pro cíe su sentido ce la erudición, ya que no de su habilidad criti­
ca. Porque, sin duda, seguía de cerca sus fuentes, hecho que las recientes in­
vestigaciones tienden a corroborar. Pero su antiguo editor tomó otro punto
de vista. La deducción que sacó fue que quien tan poco sabia en una se caen
debía de ser un testigo poco fidedigno en otra. E i comentario de Eusedso
muestra ia tentador a desbordar ia medida que hsbía en el camino del his­
toriador antiguo.“'

'* Véase H R. H a l l , Arrien/ History c f ihe Kear Best, p. 174. nota.


*' Nótese esta magnífica afirmación de la idea estática, conservadora.
Ensebio, ChrctiKOTtim ¡tber prensa, cap. 2.
Ibíc.. "Si cllc-r- .los ca-ceos! hubieran relatado únicamente los hechos y tra­
bajos mancados por la larga serie de señotes durante estos miles ce años, correspon­
diendo a k vasta duración ce tiempo, uno podría justamente dudar si nc habría
I JO HISTORIA DE LA HISTORIA

Sería hacerle justicia a Berosc citar, en contraste con estas secciones ¡e-
pnd.-mas y cronológicas, algo ce la última parte, donde está sobre terreno
histórico más firme. Joseío nos da un extracto de ella lo bastante largo para
tntmiar que anuí el autor se elevó a la dignicad de la historia germina.56
I l.iy una descripción de Babilonia en su último esplendor, con los jardines
ni» antes y las otras hazañas de ingeniería, y una crítica de las equivoca-
<iones dt los historiadores griegos que aceptaron eí mito de la fundación de
Babilonia por Semíramis. Pero esto es todo lo que nos queda; vista la relativa
pequenez de! rragmento de historia que conservamos, no estaría ju stifica d ?
que t í o s ocupáramos de él más tiempo. Y con Beroso dejamos Babilonia.

p una verdad en ía cuestión después de too o. Pero puesto que se han limitadc a asig-
tu l 1 1J deminariós ce eso: diez hombres tantas minadas de años, ¿quién habrá cu ;
no considere como mitos relatos semejantes?”
Joseío, Ccm±?¿ £p:c?¿. lih. 2, secs. io-zc.
S E G U N D A PAR TE

H IS T O R IA H EB R E A
C A P IT U L O VIH

EL A N T I G U O T E S T A M E N T O C O M O D O C U M E N T O
H IS T O R IC O
C
U ¡ pagamos de esros pobres y escasas documentos de ios granees imperios
fiel Oriente a ia historia de la pequeña rama semita que se aferró a un terre­
no peligroso sobre el paso entre el Eufrates y el Nilo, a ios hebreos de Pa­
lestina. nos sorprende en seguida ia riqueza de sus anales nacionales en com­
paración con los anteriores. Contrastando ccn ía producción ce egip to o de
Babilonia., la Biblia se ¿estaca como una realización que hace época Obra
elaborada durante muchos siglos, iiena cié muchas cosas que el historiador
rechaza, encierra, no obstarme, la primera obra histórica de importancia ge-
nuiñámente nacional cue ha llegado hasta nosotros.’ La crítica moderna ia
ha despojado ce su distinción exclusiva como revelación especial ce feho-
vs, hs negado ia historicidad de su reiste de ia Creación, y ha destruido
»a aspiración de ias !c yescas de los patriarcas a ser consideradas como au­
tenticas. tei gran nombre de Moisés cesaparece como autor del Pentateuco,
}' David se borra deí Labro de ios Salmos. La historio de ]ost se con ­
vierte en una novela y ei Decaíogc en un enunciado de ideales profetices

a-, -rata-mentó ¿ - los oocumentes nisroricos os los judíos está hecho aquí ibs.L
d punco de vista de ía producción completa, de la Biblia tal como ahora b tene-
nios. LsxO se ¿iscc principatniente por era razón cíe claridad. U n tratamiento más
b-,itor.ee setir, comeiicai ^con los elementos tal cctno existieron en los ¿las más re­
motos, y continuar c. retaco como ocurrúi realmente, en lugar d i ? hacia atrás, ana-
uxancio e-i texto coni. cro. í_>ct>eri5 tenerse a mano ei volumen c-- icjuus B ewet. jen
"Records of Civilización - (Archivos de la civilización), The titératvre or thc Q ki
Testammt m iit histories! ¿crdcvment (La literatura de! Antiguo Testamento es su
desarrollo histórico), para completar, y ral vez fwrregir. ias materias tratadas en estas
páginas.
HISTORIA DE I A HISTORIA
IM

(Nttirriorrs. Los viejos libros familiares st disuelven en sus componentes, es­


itili'» ni diferentes épocas y por manes distintas. En resumen, un tíocu-
mi mo t.anonal, de valor variable, digno de una confianza histórica desigual,
lui n i inpl.tzado a ia Biblia de las iglesias, con su majestuoso texto uniforme
\ »ti eiiU'ridad intangible. A pesar de todo, es posible proclamar que, juz-
*rv*J•' como material histórico, el Antiguo Testamento ocupa hoy lugar más
tln que ruando el texto estaba protegido por las sanciones de la religión.
I n electo, hasta que no se rechazó su carácter excepcional y sagrado, no
ptidu tnerlir.se por el rasero de la historia, y ser debidamente apreciado su
i Jur como fuente de historia nacional, ya que no universal Mientras se
in i univo !r. distinción aue exaltaba las escrituras judías, como de inspira -
«11,11 fc.q'.raaa. sobre el resto de la literatura mundial, la historicidad del An-
uyuo I estamento tenía que aceptarse sobre base distinta de la de otros re-
I***‘ ■••. 1 a historia sagrada y ia prclaria son por naturaleza incomparables;
Imiuue ti auto! de ia una. es Oíos, y el de ia otra el hombre. Ahora bien,
tu puede otorgarse más alto tributo al valor histórico del Antiguo Testa-
•'tritio que la comprobación de que, considerado sobre la base profana de
•i 1‘hrj de! hombre, sigue siendo una de las más grandes producciones de la
111•io; :u cii ¡,; historia, una obra maestra cíe tradición nacional, ce persoceli*
' •* v aspiración, producida por un pueblo pobre, hostilizado, semibárbaro,
iii ••o..:faiio per las rivalidades y barrido por la conquista, la cual retiene
•"•.'fia ti encanto inmortal del arte genuino y atrae universalmente el inte­
r i1 humano. Esto no quiere decir que, considerada desde el punto de visca
ili i. liistnrm moderna, sea una obra notable, pues aunque condene algunos
I-'' '•«••' de gran fuerza y de belleza perdurable, la narración es con freaten*
i ir t!» m iu n ada, contradictoria, entorpecida con genealogías y recargada con
mor»u cioncs ceremoniales menudas y fatigosas. El historiador, sin embargo,
ii" i'.ibr juzgarla desde el punto de vista moderno. N c debe comparar el
<•íiii'm con Rariicc, sise cor. las producciones de Egipto y de Asiría. Íuzga-
i!. e l.i luz oc su propia epoca, la literatura de los judíos es única tauro por
»o amplitud como por su fuerza. Es la expresión social de un pueble que se
titnr\ v de !r. barbarie a la civilización; y si sus relatos pastoriles descubren
• «’i-i \ nllá ai beduino salvaje, y su crónica cortesana está temida con las
r i .actoner de ¡os mitos heroicos, si sus reformas sacerdotales y morales
pii'li iu-.t:. obscurecen las corrientes de una política más secular, rodos estos
EL ANTIGUO TESTAMENTO COMO DOCUMENTO HISTÓRICO X2S

elementos se limitan a reflejar una visión cambiante de diferentes edades en


ía evolución de uno de los pueblos mejor dotados del mundo anticue.
L-o malo ba sido que esta masa de restos literarios ha sido tomada por
algo disunto de lo que en realidad era. Los rabinos llegaron a considerar su
última revisión editorial como la exposición autorizada y divina de toda ia
historia del mundo,, y los teólogos ¿ t los siglos posteriores aceptaron su pun­
to de vista con una fe incuestionable. Es decir, que la Biblia se hizo más
atiistorica conforme se hizo más y más sagrada. U n a crítica más elevada,
que considera los textos históricamente, revela por fin su encuadramten.ro
dentro de su tiempo V lugar propios, y los presenta como un producto nacio­
nal, en vez de un relato de la creación según las palabras del Creador. Para
io primero es adecuada; para lo último, ningunas apologías doctrinales po­
drían salvaría de las flechas del ridiculo.
Sin embargo, el servicio más importante que una crítica dt altura ha
hecno ai Antiguo Testamento, es el permitimos distinguir la validez de las
diferentes partes, descubrir el ingenuo relato popular en que Jahveh y los pa­
triarcas se encuentran en antiguos santuarios sobre las montañas, y el relata
sacerdotal posterior que reconstruye el conjunto adaptándolo al templo de
Jerusaién. Los pasajes mejores no sufren ya el destino clel retro. Por ello es
posible apreciar las obras germinas de los principales hisretiadotes ce Is­
rael por vez primera.'

Le Biblia, como su nombre lo indica, es une colección cié libros.'1 N o es


un rodo único y coherente, sino una miscelánea. Ei primer paso para com­
prenderla consiste en darse cuenta de que abarca Iz herencia literaria de
una nación, todo io que ha sobrevivido, o casi toco, cíe una antigüedad
ce muchos siglos. Contiene leyendas de los campamentos cíe nómadas, spot-
raciones de Babilonia, Asiría y Peraa, anales reales, leves, poema; v preie-

- Eí análisis dei texto ¿a¿o aquí estaba basado en ur. examen «fe la crítica bíbli­
ca tai como se encostraba en la época en que se escribieran estos cap;ratos. Aunque
se c r e e c h ic los descubrimientos recientes no han desvirtuado les conclusiones aquí
enunciadas, cabe decir que, en general, Esa tendido a cohtirmar el punto de vista
histórico mas conservador frente a conclusiones derivadas solamente o? compro­
bación interna.
* BÍS/.ot era la corteza interior del papiro, 7 se aplicaba por esto z\ papú coe cor.
ella se bacía. Luego se aplicó a! ¡ibtc> hecho- de este papel.BiB.-.ío, ¡biblia e., el piuca! <ji
5 ;8 /.íf>-.-. diminutivo p>S/,c;„ Véase suprcy cap. ni.
HISTORIA DE L A HISTORIA

• likl rilo preservado, no en su forras original, sino en rragmentos re-


o n-meaja dos tic acuerdo con los propósitos de una ¿—oca posre-
• |Mlf i i'A^I llASCét la conclusión misma de la historia radia, se prosiguió
• I (•»<<<r«. . tlr editar y reeditar este inmenso conglomerado. Pero como ios
..I 11 ti ii teólogos y no historiadores, el resultado fue tan malo para la
...... <i>iiii< humo si- consideraba tiara ia teología, y el historiado? tiene hoy
,,.,i ilii.lm.er Ij mayor parte de este trabajo para alcanzar las distintas capas
,|, Imiiffi »obre las que se edificó la Biblia tal como hoy la conocemos,
,|iif represen tan la herencia verdadera de los días antiguos- H ay que
f i «" busca baio el testo presente, igual que se excava el suelo de
|H, , n iilj'■■ • »inicuas para descubrir las calles y los muros de épocas ante-
........ | n rfrrio, ios monumentos literarios de un pueble, y los materiales,
.............. i.iu ni'-rtc bastante análoga- La Biblia de hoy como ia Atenas
(, |4 modrtnas. esta asentada sobre los rragmento; de sus eíemenros
.........1 4 Irvcndas y leyes del tiempo primitivo están hondamente ente-
, |i,.i L rsrmctura de edades postenores. M ás de una vez han sido
...... Mi |,m |h»( ia conquista y la discordia civil, y, al ser restaurada^, han si-
.......... ,ii ... at de acuerdo con nuevos planes y propósitos c_stinto:- cu los pri-
.... ,,,„ | lnv, fii: embargo, el historiador puede poner ai desconcertó los
,1, , ,,, i Míalos, recuperar los antiguos pantos de referencia, y, partiendo
(¡ . |, ,'ir. reconstruir imaginativamente cada estadio sucesivo ce! relato.
, , , i .lino el arqueólogo que no se limita a ver ia ciudad en su presente
,, fpl'-ndor clásico, sino las ciudades ae las distintas eras a través de
....... ,1. Urgo y cargado de acontecimientos, el crítico ce airara puede
j lt„, , , , .ii rí proceso dr ía formación de la Biblia desde sus comienzos
. i,„ , |.(unitivos — concreción de un pensamiento bárbaro— hasta el períc-
,i., 41•ii »i i «Heñido fué dispuesto v agrupado en libros- tal come hoy los
,, , ..... *■ iiriuntr merme: en su texto intangible, y rodeados por ios sa-
^,„.1.. i....... <ir 1. canonización. Les maros estar ahora rotos: y e. explo-
„ ......•.fui* i -ucüc si.ora discurrir a voluntad a través de los textos his-
., mi t u ir estorbe ningún temor supersticioso. Le seguiretnes:-__ rá-
|i|ll»Ml»lllr
( | ,|, ni» vrt un histenaoor de nuestros estados del Sur que se prepa-
M ........ I o ír i! a a ser trabajo de toda su vida acerca, ceí periodo tan dis-
,, ,, <|i I. ( mirra Civ:l. doctorándose en historia medieval. Acetrinó la
, , i.ul «TrntÜio» en un campo distinto, en el que sus sentimientos per-
EL .ANTIGUO TESTAMENTO COMO DOCUMENTO HISTORICO 12?

sonsíes no podían torcer su juicio. A igo de su disciplina es necesario para


rodo aquél que quiera es tu ¿lar la Biblia. Imaginemos, por ejemplo, que en
lugar de las escrituras judías estuviéramos hablando de las de los griegos
Supongamos que la herencia de la Kéiade nos hubiera sido conservada cr-
forma de una Biblia. ¿Cuál seria el carácter del libro9 Nos encentraríamos,
tal ver. en su comienzo, con algunos pasajes ce Hesiodc acerca cei naci­
miento de los dioses y el origen de la civilización, mezclados con fragmentas de
la Hieda, incluidos ambos entre largos extractos de Heroaoto. Los ciatogos
de Platón podrían estar puestos en boca de los héroes homéricos, y los tex­
tos de los grandes autores dramáticos (en lugar de ios prorecasj, interpolados
entre sL irían recargados con ios comentarios, desprovistos de inspiración y
nada sugerentes, de ios sabios alejandrinos. Imagínese luego que el scaúao
de su autoridad llegaba a oscurecerse tanto con e! paso de ios siglos, cue ios
filósofos — porque ios filósofos fueron s Grecia ¡o que ios teólogos a Is­
rael— conciuveron por creer cue una gran parte de esta obra compuesta
de historia y filosofía había sicio escrita por ver primera por Soicn, quien
ia había recibido del oráculo de Zeus en Dodcna. imagínese, por ultimo,
que ei texto llegaba a ser estereotipado y sagrado, sus prontas palabras con­
vertidas en tabú, y que se convertía en ia herencia ce pueblos extraños que no
sabían nada más oc la historia crtega que lo contenido en esta compilación.
A sí podría ser. con alguna pequeña exageración, una Biblia helénica a Ss
manera ce la Biblia de los ludios. S:la comparación esta en poco exage­
rada no hay peligro en ella con tal el? que hagamos las reservas mentales
suficientes que nos intpican llevarla demasiado lejos. En su conjunto, por
lo que se refiere a lá forma v a la estructura, la analogía es bastante ade­
cuaría.

Los judíos dividieron sus escrituras en tres parres principales: la 0


Torah. ios Profetas, v una misceláneadesignada vagamente como los 'e s­
critos*. L a Lev es más conocida para ¡os cristianos bajo ei nombre que le
dieron los judíos de Alejandría cuando la tradujeron al griego, el Pentateu­
co'' — o los cinco libros— o por el título más precise de ios ''Cinco Libros de
4 Si« también los que dieren ci mbres a ios áisrincos libros, Genes». _t ir io .
Deuterenomio, Lev meo. El ce los Números (Numcri) viene de!parir. Es cantan
añora «5-uow con estos cinco libros el de Josué, que está estrechamente conectad
con ellos, ranro por U forma come por el asunto. Es» hace un Hesatíucc er. lugar
¿e un Pentateuco.
i jH HISTORIA 0 E LA HISTORIA

Muurr ” , atribución que descansa sobre una tradición judia posterior/' Con
• >ii» Íi!hi*s liemos de ocupamos de preferencia, pues proporcionan la mayor
I•«»tr dr los problemas históricos fundamentales del Antiguo Testamento;
(«ni el rrlato más hermoso está más bien en el segundo grupo, que incluía,
iiilrtmi' dr los libros de profecías, las cuatro historias. Josué, Jueces, Samuel
V tu-. Reyes.1 La tercera división, ios "Escritos” o "Escrituras", de la cual
»«>ii típicos los Salmos, Job y los Proverbios, contenía también algunas de
l.t> historias posteriores — Crónicas. Ezra y Nehemías.’ v el sorprendente libro
«Ir Daniel— .
Pasemos ahora al primero de estos tres grupos.

1 .u atribución dei Pentateuco £ Moisés se encuentra probablemente en z


1 ' ii«;.'. : 3 : i 8, 25:4, 25:12: Erra 3:2, 6:18; Nehemías 13:1; Dame! 9 :11. 1;. &
ruiurntra en Philo (floreció en la época de Cristo), y tt; Josefc (siglo 1 ¿. j . c.).
/«I'nii'ie también en el Nuevo Tescarríeme.
l.v ' Profetas’ ’ incluían Jos tres profetas mayores. Isaías, Jeremias y Eaeouiel.
' I«'. "D ore ’ («rs decir, proretas menores), cuyas profecías tem aban un libro.
' I Lita completa de Es '’Escrituras” es: Ruth. Salíaos, Job, Proverbios. Ecle-
Cantar de los Cantares. Lamentaciones. Esther, Daniel, Erra. Nehemías.
1 rímicai.
C A P IT U L O IX

EL P E N T A T E U C O
c
L i Pentateuco — c. para incluir Josué, que realmente 1c pertenece, el Hesa-
reuco— esta compuesto de cuatro fuentes principales, que catan desde el si­
glo noveno hasta el cuarto, aproximadamente. Tan sólo eos de ellas. las dos
mas antiguas, son propiamente históricas; pero las otras dos. si bien se ocupan
con preferencia de ías leyes y el ritual, han refundido de modo tal el texto de
las más primitivas, que todas cuatro han de ser reñidas en cuenta en un
examen ce ia historiografía hebrea.
El texto más primitivo, que abarca desde ei Génesis hasta los Reves, es
un ilion de leyendas prehistóricas. Habían existido leyendas de Sos patriar­
cas de los israelitas, transmitidas por tradición desde ¡a antigüedad más con­
tusa. Eran, como las de cualquier otro pueblo primitivo, leyendas tribales de
antepasados y héroes ramosos, entremezcladas con mitos de la religión tribal.
La antropología puede equipararlas con relatos similares de todas las partes
cei mundo. Se mantuvieron vivas, según parece — por 1c menos algunas de.
ellas— por la recitación en los sitares locales y los lugares sagrados ce que
estaba iiene el país. Cada pueblo tenía su altar par?, ios sacrificios a sus
c;'/nudacea. y con frecuencia un lugar destinado a las fiestas que seguían.
Había bosques sagrados y santuarios en lo alto de las colinas, tocas encan­
tadas y montones ce piedras; y en torno a cada sirio flotaba alguna levenes
de una época remota, alguna historia de un héroe que había estado ahí i r
cierta ocasión. Si uno iee las narraciones de los patriarcas, incluso en la / t i ­
ma en que ahora ¡as renemos en el Génesis, le sorprende ia frecuencia con
que se repiten la erección de altares y la consagración de lugares sagrados.
Dondequiera que se hace un juramento, se ofrece un sacrificio o aparece ur.a
visión, se apilan las piedras para un altar, cus:, en la maverit. cr los casos
5
h is t o r ia de l a h is t o r ia

»’ iI'msic hoy dia." ‘ Con frecuencia se descubre, a cravés de las edi-


'•i.iirj. sucesivas. ia hueÜ2 <áel auténtico color local en estes episodios, y nc-
i ■ (tiiu* i< mucho análisis encontrar en ellos los remanentes Ge mitos o lev en-
*'• »• »»ricen. como aquellos que en la. E-aad Media atribers’erori tantas tun-
I iones de iglesias y monasterios a los apóstoles.“
Sr mejantes historias — por lo menos entre los pueblos primitivos— no
“•>ii »ii atribuirse a la invención deliberada. Crecen por si «¿lias. Casi podría
,|,nrv que son creídas antes de ser narradas. El proceso ¿£ -su elaboración
r' un.» cuestión puramente social, y está tan vivo hoy como lo estuvo antes
1 Moisés ¿Cuántas casas coloniales no han recibido la visita de jorge
' -o iu-.igTíin. c no tienen una forma cualquiera de relación con él? U na
' “■ i’.ona supone que algún hecho hctoico puede haber ocurrido aquí, erra
* c,u . tiene que haber ocurrido y una tercera piensa que ocurrió. Si
1 m" ti escépticos, pronto se íes mira con malos ojos, porque la gente apetece
•' historie A s í Abrabam ediíicc un airar en Sichemé Isaac abrió el po2c
I Seh:>.' Jacob apiló piedras para hacer un majano en GuiaacL0 mientras
i-obrr todo, dos montañas sagradas, Horeb y Sina; erar, rivales para
' “ i . grande prestigio de ser ei escenario de ia entrega de ¿a Lev a Moisés

' i'-u., ..templos tic esto, véase Génesis: 12:7, S; 13:4, x£; 16:7-14; 21:12-2:, 3s;
'•»; • r u :o. 2o- 24:62; 2«.:o, 10; 26:25. 52; 28:11-10. 2:113. 46-49; 32:50:
■J‘ ■ 3r»: i 4 20; 48:9; 49:30; 50:3.
1 C I K n » r, Students O íd Testament (El Antiguo 7 'estamento ¿el estudian-
• (5 viv.s., 1004-1914). 1, 8-12, Clasifica las leyendas er: 1». siguientes grupos:
leyendas de clan y ce familia, con ir familia ccn~ tema central, tete-
1 1 1 i n i;, memoria de las tribus nómadas durante cuatro o cisvra centurias. 2. Jns-
' "i"i.-,n,.1e> p v , explicativas dei origen del día de descanso c de ía Pascua de- ios
'i'ho-os 7 D» lugares sagrados, dando el origen de sus n m ó ris. 4. D e origen de
: r<" propios, p. c_ Abraham de ab-hamor.. el paare cc uta, nauldtuá. 5. Rela-
1,1 »i» entretenimiento, p. e , el viaje dc’i criado de A b teas» «3 busca de Rebeca.
' “ r- uuvr.o* eran muy gustados. La obra más sugestiva rurltcack recientemente
* ‘htt cmos asuntes, cue aporta gran riqueza de ermociraknrcí antropológicos para
1 ’ •••ai Is «ortisación de !a leyenda y ei culto judíos, es S - “ . G . F razer . k'otk.
!"u (ór O íd 7 estmr.cn:, (El folklore en el Antiguo Testan'.nn.tri (3 vols., i qt Sj .
Cn-nes:: 12:6, 7.
fv ncsis 26:33, "por cuya causa el nombre de aquella cucan es Beersefca hasta
e*lf día."
Popularmente se cree que ésta es la etimología.
I .1 montaña es Stnsi en los relatos de P y probablemente Horeb en I: v D
EL PENTATEU CO
13 1

Estas lerendas no sólo dignificaban la localidad por una conexión con


los patriarcas y sus divinidades; enriquecían también la propia tradición pa­
triarcal con un acervo de detalles locales. El material estaba, pues, a mano
para una gran saga nacional que entretejiera ios episodios en armonía con
eí tema mayor de ios orígenes de la nación misma, remontándose desde la
vida agrícola sedentaria basta la de los pastares nómadas del borde d d de­
sierto y de mas lejos. Semejantes leyendas nacionales deben ser lo bastante
amplias tu su tema para incluir a todas las tribus que se consideran empa­
rentarías, y lo bastante audaces para hacer frente a ia cuestión con íg que
toda mitología se ocupa en una o en otra forma, la ¿el origen, no sólo de
¡os hombres de la tribu, sino del inundo. Por lo tanto, más allá de los Nibe-
1lingos de esta migración semítica, llegaban los recuerdos de leyendas premi­
gratorias, lo historia cic un diluvio en el anticuo solar a' este del desierto,
“ ‘ f ® QC Sliinar o Sumena, y de un jardín de Edén en que el primer
oo.iibre aprendo ios secretos ae íos dioses. Las leyendas patriarcales fueron
asi prologadas con los mitos babilónicos de la creación v de! diluvio.

materiales primitivos rusten elaborados en relatos más o menos


consistentes por varias manos, y finalmente, hada e! año 000 a. j . c.. fueron
recopilados por un maestro genuino de la narración, cuvo texto proporaons
«oda\-»a ía mavoi parte de ios pasajes ingenuos y pintorescos del Antiguo
testamente., descíe e! Génesis hasta Íes Reyes.- Come la nota distintiva y el
Ul‘f LniiLador ut-i relato, siguic-noo. sin. duda, la oauca ce modelos anterío-
~es~ c~ lso 58010 ias fortunas ae los nombres de la tribu como la forma en que
estas fortunas dependían de! favor de! ¿ 0s tribal, c u w nombre es Jahvefc
O enová}/ eí autor desconocido — o más bien recopilador— es designado p~.
eruditos por el simple epíteto de "el Jahveísm” , o. puesto que hubo varios
jahveistcs, como 'Vi gran Jabveísta” .* Eí úírimo’ epímro estaría justífk tac
aunque do hubiera habido necesidad de contraste,' porque el Herodoto '$
breo relata su antigua narración popular cea fueras, ¿pica, y presenta ios ma­
ten ales. a pesar de su rudeza, tal como llegaron hasta é l Aunque su propia
concepción de Dios se eleva a airaras de auténtica sublimidad, como en

' Esccpío Ruth, que es un producto de U períodos o persa.


* B énfasis, ceroo luego se verá, está M e] ftc>ir.s,rc
O, siguiendo la ortografía alemana, shnplemeats " P ‘. ta s* abreviar. Su relato
ft !°dica generalmente sólo por la letra.
»42 HISTORIA DE —k HISTORIA

Aquellos pasajes en que el esplendor de Jehová pasa ante la encordada figura


•Ir Moisés en la hendidura de la peña — un espectáculo ene pone de mani-
lieito una explosión lírica digna de los Sainos— ,lf comienza por repetir el
ingenuo relato de Adán y Eva en el huerto de Edén, y de Dios cue se pa-
walu en c! huerto ai aire del día. de la maldición a las serpientes y a los
hombres., de gigantes y semidioses V del diluvio. N o se resiste ante ningún
ir Uto scmisalvaie, como el de A gar enviada a morir al desierto, el mentiro­
so ardid de lacob con su oadre v hermano, etc. Es evidente cue estos relatos
I Ir garon hasta c] sancionados por una aceptación demasiado universal para

i« r descal cados, aunque perrenedan a un grado inferior de cultura y de moral


«|ii* l‘>s de su prona época. Como había de hacer Herodoto cinco siglos más
tarde, dejó los antiguos relatos engastados en su propia narración; pero, a
diferencia de Herodoto, no indicó que las fábulas que repetía nc eran dig­
na» de crédito.

Cerca de un sigio después de la obra del gran jahveísra. a carecí ó una


nueva compilación ce las historias de los patriarcas. La fuente del Jahveísta
Inibí;: ¡.ido Judea, en la Palesrlna meridional; esta otra era del reino sep­
tentrional oe I sraci. Era en gran escala paralela con el jaiivcísta. pero con
varante: V diferentes rasgos locales. Su principal distinción, sin embargo,
r> ouc rn rodo e! relato ce ios patriarcas no emplea para nada el nombre de
|.i!ivc!i. sino que refiere todo el elemento sobrenatural a Elohim, palabra di­
fia! de traducir, puesto que, como tantas otras del lenguaje religioso, bajo
I. máscara ael vocabulario primitivo, lleva la concepción de Divinidad a pia-
...... más altos. Elohim, plural ce Eícsh. significa poder« sobrenaturales o
i'oclct.11 Mitológicamente está relacionado cor. espíritus tales como ios que
ifi" puede encontrar en ios altares de las cumbres, o ver cuando duerme en
J, r .ifTs solitarios, dioses ¡ocales o familiares de un pueblo cue acaba de salir
t, •! icriollismo. Este relato, el segundo de los originales cei Anriguo Testa­
mento, es por esto conocido er. la crítica bíblica como el relato Eionista.31

Exodo 33:12-13 y 34:6-3.


11 Compárense los nunúr.¿ latinos, algunos de los cuales ¡Legaron a convertirse
en Ai.
1:’ Con más frecuencia s:mpl emente H . Hs tamoien conveniente recordar cue
" 1 ” laliveísta. se usa ahora con frecuencia por ios eruditos para significar judaísrico.
, " 13", F obra ¡místico, por sus fuentes.
EL PENTATEU CO I 35

Según éL "el ¿tos de Abraham. Isaac y Jacob’’ era en realidad desconocido


para ellos, puesto que no sabían su nombre, y no saber eí nombre efe- un
dios en la mitología primitiva equivale a no conocer ai propio dios.1” Con
otras palabras, el período nómada, con su moral bárbara y su teología de
grado interior, es representado como una edad pre-Jahveísta. Eí dios que
toma su comida a la puerta ce la tienda, y que ni siquiera es capaz de vencer
a Jacob en iueba sino mediante un golpe sucio, no es Jahveh como J supone
ron ligereza, porgue jahveh es una divinidad más sublimada. Los antepasados
ce Israel, de acuerdo con esta narrador», adoraron deidades locales o sus pro*
píos genios protectores, de ía misma manera que el resto del mundo primitivo.
Por crio, en interés de una concepción más elevada de Jahveh, su nombre
se omite dei relato de los toscos comienzos de la época de la migración. Se­
gún el Eiohista. Jahveh aparece por vez primera definidamcnte en la histo­
ria nacional después del período de la vida nómada, en la segunda gran era
de ¡a historia hebrea, ia ce la conquista y el establecimiento sedentario. Es
en aquel momento dramático en que Moisés oye el oráculo de la zarza ar­
diente, que le encarga que saque a los israelitas fuera de Egipto/’* En res­
puesta a la insistencia de Moisés, cí dios Eiohim, por último, revela su nom­
bre, de manera misteriosa y oracular: " Y o soy e! que sov.” Así Jahveh en­
tra definitivamente en el relate dei Eiohista, el cual, desde este momento,
transcurre muy parecido al del Jahveista. Difiere, no obstante, en dos o tres
particularidades importantes. En primer lugar presenta una concepción más
elevada de la deidad, que no se muestra corporalmewe a los "hombres, sino
ene se revela en visiones o por una voz desde lo invisible. Reside er. los cie­
los. que sólo una escala de sueños puede alcanzar, y — hecho de canil a: im­
portancia— emplea como medio de comunicación una ciase- especial de hom­
bres. consagrados a su servicio, detacos con doble vista y e! poder de! nvlia-
cro. Este último elemento, eí de ío milagroso, entra asi en la historia en for­
ma ¿estacada, más que en el ingenuo relave de j . Por ejemplo, las aguas
aci M ar Rojo son retiradas tx>r un recio viento según J; se apartan jniia-1

1" Se insiste sobre el carácter sagrado del nombre siempre cite ia religión está
investida cor» eí poder de maldecir o bendecir. La antropología suministra prueba:-
de ia universalidad de esta creencia. Las fórmulas de bendición medrante el nombre
sagrado han perdido ía navor parte de su significado primitivo, ¡aero el juramento
todavía conserva el poder de ía maldición.
’ * Exodo j .
*4 HISTO RIA DE L A H ISTORIA

jr«Mt;mrnrc al ser tocadas por la vara de Moisés, según E. Este realce de!
ftiLgro, introducido para exaltar la dignidad y las pretensiooss de jahveh,
*V«'» mj propósito durante codos los siglos siguientes. En tanto que el mila-
JTi> I iic considerado cotr.o signo especial de divinidad, de cuantos más mi-
l'ST’os pudiera envanecerse la Biblia, tanto más auténtica parecía. Ahora, sin
'• ‘hurgo, en una edad científica, cuando los milagros sen repudiados por
Jrt'upio, las románticas adiciones al primitivo relato aportabas por E se
Ituian a disminuir su valor como historia. Se encuentra une- con situación
«nulopa a la de las leyendas medievales de santos, en que km milagros se
oulnplican cuanto más se aparta uno de la fuente original, y st multiplican
<*vi .v ú n una i crmula.
o. ri n-Iaro de j es más de fiar que E en su tratamiento ¿e los episodios
- o tea un refleje más próximo de! mito primitivo— lo mismo cabe decir
d»! tratamiento de la moral. E amortiguó las historias crueles y rudas del
t.vmt'o viejo, cu: J habla expuesto tal como ia tradición las había conser­
vóle, U n nivel moral más alto en el presente estaba exigiendo un pasado
no* edificante. En tales circunstancias E, que en apariencia comenzó corno
mn compilación independiente y paralela, tomada de fuentes ánaiogas — o
1« mismas— que J, se convirtió en la base para ur,a revistes de todo el
conjunto ¿c la leyenda. Porque, al igual que los Jahveístas. los Eíohistas
tf/.ba uron en estrecho contacto con los profetas de sus días, v sv texto llegó
.■ rrfletar con precisión ia gran reforma de los profetas Amos ~ Oseas, en la
la religión nacional Eué refundida casi tan corr.pletamettee como cuan-
d el cristianismo se desprendió de ella siete u ocho siglos más tarde. La
A ¡dad tribal —de preferencia un dios guerrero— cue había reemplazado a
l(i* divinidades locales gracias a la ardiente propaganda de los orofetas Jah-
vtíntes, era concebida ahora en términos de pura conducta m oral Su ver­
il» dera adoración no era e! sacrificio, sino la vida recta. N íria podía ser
rr.hi. a teño que esto a las ideas de los antiguos tiempos. Entones; jahveh ha­
bía »«do el dios fiero e inexorable ce! tabú y del ceremonial: ahora estaba
transformado er; un dios de amee y rectitud. Esta reconstrucri-ós de ia reii-
t tón llevaba consigo una recenstrucciór de la historia, um- reconstrucción
tan e fondo oue ha sido designada por algunos científicos moderaos como
• ! primer ir rento de critica elevada. El antiguo relato tribal rué refundido
pata hacer el pape! de jahveh más adecuado a la nueva ética“ e. inciden-1

1 Por <"cinp!o. la condenación de la adoración ae Jahveh en te m a ce toro.


EL PE N T A TE U C O *35

talmente, más creíble. Los hombres que escribieron el decálogo — porque los
elogistas fueron los autores de los diez mandamientos— no dudaron, anu­
lo que ahora resultaría una alteración en los documentos para que ello les per­
mitiera insertarlo como una orden divina.
Durante el siglo séptimo un autor de Judea refundió J y E en un solo
relato conocido por JE — interpolando con bastante descuido las dos versio­
nes. sin eliminar contradicciones y repeticiones. Es evidente que el editor se
vio forzado a hacer esta obra chapucera por la vitalidad de las distintas ver­
siones, pero él mismo aumentó, en lugar de disminuir, sus dificultades, aña­
diendo nuevas variantes de otras fuentes. Siendo su compilación insatisfac­
toria. como lo es desde el punto de vista de un producto artístico bien io
grado, e! crítico bíblico le agradece con frecuencia que sea tan pobre como
es: porque la traza de las diferentes versiones que acaramos de examinar,
hubiera sido borrada ac otro modo. Si Judea hubiera producido ur Tucídi-
des para ía perpetuación de su historia nacional, capaz de elevarse hasta h.
altura de su tema, de refundir ios materiales fragmentarios y- toscos en el cri­
sol del arte, la historia deí mundo sería alrota más pobre, en lugar de ser
más rica, porque las fuentes se habrían perdido.

Pero el proceso de los aurores del Pentateuco no quedó completo con la


edición final de JE. En la segunda mitad Gei siglo séptimo rué introducido
un nuevo elemento, conservado de preferencia en el libro del Dcutercncmío,
y conocido así por ios eruditos bíblicos simplemente por eí 'Deutcrcnomists,
o, en abreviatura, D . Aunque no es una narración en ti sentido de I o E-
este cuerpo de preceptos religiosos rué el causante de un intento todavía
más atrevido que E para modificar gran parte del texto aceptado con objeto
de traer e! conjunto a la línea con. su visión exaltada. Que la visión, em
realmente exaltada — la más hermosa del Antiguo Testamento— Jo admi­
tirá quienquiera cue lea desde t-i quinto ai onceno capitulo del Deuteronc-
mio. v los compare luego con et resto de la literatura mundial anterior su
climax de la civilización antigua, N o obstante-, para poner en práedes. esta
religión eminentemente ética, era necesario- desacreditar el rosco paganismo
cue persistía aún er. aquellos altares locales en los que J había reunido santos
materiales para su relato, los altases mismos que habías s i g o erigidos p c :

>n ♦’Lo esencial de D son los caps, s - n : 12-26; 28.” G . F. M oobe , T h e iite**t*rt
oj th eOla T e s t e r n ó n ! (La literatura del Antiguo Testamento) ( » Q í j ) , p r 5S-5C
• |ft HISTORIA DE L A HISTORIA

lo* (•m in .ik D insistía en que sólo se podía sacrmcar a jan ved er. un ¡u-
l «i il templo de Jerusaléc.1' Les altares locales tienden a la ¿realización
•U 1« di iil.ul -como todavía ocurre— , y por eso deben áesnuamer. y los
miMtinir» que los cuidar deben hacerse sacerdotes de jahveh en su único
l*iiqili<
I i*• irfurmadores tuvieron que encontrar la justificador» para una inno-
1*1 lint i aii «uilaz, ouc rompía hasta las raíces les hábitos ce la vida local, en
uliw Ji Jahveh del tiempo antiguo, y como éstos faltaban, s: vieron
i'l'lij!*ili** » inventarlos para hacer frente a ia situación. La macen narre ce
I* lnvi in uní fur atribuida naturalmente a la fisura más cranáe de las le-
• *••••«• lirlni js, a Moisés. Les textos antiguos (en esneda! E) -va habían
hnliii tli ti ti fHTTtavcz de jahveh sobre una montaña sagrada: D elaboró
• ii* uní 'littiKiotirs con nuevas instrucácnes divinas. Este es el cambio orin-
• l|'il mi 11dundo por D. Es más ley que historia, pero la historia ruvo que
«i"i".iiliii»i « la ley; y D es el autor de la transtormaden gc ia dtrura de
M ..„ti ili.dr la de un prcíets y vidente hasta la del más grande leeíslador
di I* «tu igualad, transforma don. que fué completada por ia siguiente y últi-
•"» il* L> iiiatro grandes contribuciones al Pentateuco."'

I i >1 . nevado que e: culto en los ¡ligares alrcu ce! periodo r r ñ v r - o hubiera
" "b ir*l <■ " jahveh. —os. reformadores deutercnomiccs ueaaror. mucho más
I. lia 1 . n«ion que esta adoración en ¿as cumbre; y a iatas comerá haber sido nun-
'• •' i ....... en la fci'.r. ón de jahveh.
| ' '" i " " "i lS:é. 7- U.I traslado resulte impor-lcie a causa de u s derechos
• L ........* • ■ it.ic eró'-cío de Jesusa.en. E! resultado ta-e ur.a cegracadcu. de estos
....... • lunas, que toé j u nucacó por Ezequie». Este avtida a recna: D ron
• *|*• • t n o c ; muestra; de creer en c¡ «peda, carácter sizraco me: templo.
I *'• i ' ........ o. j ’.ureer antes ¿e ia última parte del sx;o séptimo. Fe« 1c infiuen-
■ '< i 1- * < >1 >ir ¡ a c o n c e p c ió n ge D io s en D es » n c u d & b ie u . ¿en ram e t e! e s tilo
i i " li '« 'i i* n un rl s ig lo s é p tim o .

•1 11' i • ili! IVaieror-osmo sadó - luz en el año dieciocho de' reinad o de jo-
‘ *•i•11 i* i« lata en ? Reves cu. A! reparar el templo pot orden de j asías, K il-
* • .... . »..iridote. lo encontró. ''Entonces dijo el sumo sacerdote Hilcías a
•i 1 *" ...... I 1 libro de ia ley be ha »ado en k casa « jehová. E HTlrías dio el
1: ■■ *•■ •, 1 iii \ levólo . . . 'i levólo Sorban delante d:i rey V cuantío e. rey hubo
1 I«* |•». ibi'.rt r .mro. Ge la ley, rasgó sus vestido*. Luego mancó r- rey . . . d:-
I.!, i piiyoniad jehová por mi y por ti p u e b le ... acerca ce Las palabras
1 ■ 'i l-l'Hi i|,n »r ¡u liallaGo. " l asi consultaron a una “ profetisa", cuten íes ordenó
■ 1 • <immi IVtpués (cap 23) se inició la referes?, derribando ic; citares loca-
EL PE N TA TE U CO 137

E s a última contribución al Pentateuco rué escrita, o bien durante el des­


tierro en Babilonia, o bien curante el periodo persa que siguió."' Es cono­
cida bajo el nombre de Historia Sacerdotal," en abreviatura P.:: porcue revi­
sa toda la historia de J y E desde e! punto de vista de ios sacerdotes del
templo. Esta es. tal vez. la más importante de rodas las contribuciones por
lo que se refiere al texto actual de la Biblia, porque proporciona la estruc­
tura general de la historia, ral como la poseemos.
Esta estructura es muy notable. En ella nos encontramos muy lejos de
las narraciones ingenuas y de las habladurías del tiempo antiguo. Unos qui­
nientos años habían transcurrido desde que el jahveísta entretejió sus ma­
teriales. ya encanecidos por la edad cuando él los encontró. En estos cinco
siglos casi podemos decir que hemos pasado de un Froissart o de un Grego­
rio de Toiirs. crédulo, de mente sencilla, pero corado del genio de la narra­
ción, a un Hegel, con una filosofía de la historia. P dispone los fenómenos
del pasado ce acuerdo con una teoría, teoría muy parecida e.r, su perfil dt
conjunto a la de Hegel. Encuentra ei sentido de la historia en aurore vela­
ciones sucesivas hechas por Jahveh. Con este principio como guia, ei autor
agrupa los principales episodios de la historia en torno a cuatro grandes
figuras y en cuatro grandes épocas: las de Adán, Noé, Abraham y Moisés.
Tocias las lincas diferentes convergen sobre estas figuras, las tres primeras
como héroes ancestrales, la última como portavoz especial de Jahveh. Los
árboles genealógicos — P es el responsable de este elemento tan aburrido del
texto— sirven para unir a ios personajes principales y para indicar el paso
del tiempo-“ N o debe concederse a P la imaginación necesaria para la Inven-

Íes. talando ios bosques, y profanando todos ios lugares sagrados cor. huesos ¿i:
muertos o er. alguna c-trs forma. N o es ei episodio menos significativo, deses el
pur.ro de vista de ia historiografía, ia consulta a ia "profetisa’ ' para conocer la vali­
dez de ¡a ley.
P- 3 5:

Se admite generalmente que es el libro de ia Ley (Toral: 1. que Eira, voh


a traer consigo a jucea cuando faé enviado a jerusalén por el persa Arraicrjes
¿ sé a. j . c. Pero ei texto ro tiene tratas de los intereses teológico- del período
Ncbemiaí — las prohibiciones especiales de matrimonies mixtos— .
*" Inicial de “ Priestíy” , sacerdotal. (N . de': T .)
“ Un título mejor es "E! libro de los orígenes” (H . E'sacjp, The kistory cf
htae! (Histeria de Israel), 6 vais., trad. 1869-1&S6. 1, 74 ts.
~ Las dificultades en este problema fueron íácumcnte solucionadas asignando
ida cas fabulosas a ías generaciones ce las que se conocían pocos nombres. Acerca cV
HISTORIA DE LA HISTORIA

ción de un esquema tau impresionante, puesto que ios datos ya te sugerían.


Las leyendas tienden a concentrarse en unas cuantas figuras heroicas y a
culminas en épocas dramáticas. Pero lo que Había sido un desarrolle natu­
ral del relato se convirtió bajo la mano de P en artificial, doctrina: e irreal."
T oda la Historia conducía a la fundación del templo, todos los destinos de
Israel dependían de la observancia de ios tabús codificados ba-c Moisés.
.c - asegura que las prescripciones para el culto del templo fueron ya cadas
en el Smai, anticipándose aí templo mismo en varios siglos.'4
Las prerrogativas de los sacerdotes — con sus servidores ios levitas, y con
los diezmos nacionales para su sostenimiento— están respaldadas per el mila­
gro. y exaltadas para dominar la nación Hasta un grado increíble. En resu­
men. P es menos un historiador que un apologista v un teólogo. Con todo,
lue su relate eí que dio e! tone a las escrituras comuLtad.is. parrar en el
quinto o en eí cuarto siglo a. j. C., una edición final dispuso el certo JE D
¡entro de la narración de P, dándonos así ei texto de les cinco primeros li­
bro- de la Eibiia.'"
Debemos cerrar esta parte de nuestro examen volviendo la mirada Hacia
i ! principio, el relato de la Creación. El primer capítulo dei Génesis procede
de P. un relato escrito casi en ios cías de Herodoro. En todo caso no rué
linstíi su época cuando el segundo capítulo (ce J) fue añadido ai primero.
I Inodoro, también, estaba interesado en el origen ce las cosas, canto que

Im penca logias véase más abajo k nata a Neítemias, p. .149, a. 26. P Deva las ge­
nealogías desde ia Creación Hasta Abraham como sigue: las generarcele.- de Adán,
l tenevi de N cc, 6:9; de los hijos ce Noè. 10; de Sem, i i : ; oi de Thare. 11:27.
Una comparación entre e! trim er capítulo de: Génesis fde P i cm e¡ secos-
tío (d.i ! I mostrará lo alejada que está Sa última contribución de la princrc no svio
<•1 1 asumo sino lambii:: en cS estilo. En ci uno la creación precede de’ .-árase ce un
I lio 1«tu* permanece alejado de su universe; en el otro. Dios sopla en el coivo cara
,1.! v. 1 ai Hombre y luego se une con ¿1 como un compañero. E! estv.-* de P es
a ñu .1.’cenado a su tema, porque ¡a taira de detalle que hace el resto de su relato
limimi.!" y seco era aquí sitamente adecuada. M as a Scianti su inienn.-'.dac es más
1u. ble
’ Todo sacrificio. excepte e! hecho por ios se cercotes, es ilegitimo. IX aquí que
I' im admita que los patriarcas Hubieran sacrificado nunca.
1 -.ta es una simplificación de! proceso real, porque J y E continuaron circu-
l.uul" mparadaner.te después de esta: Hecho JE. y existen otros eiem-ir.tcs en la
un ,| f.inón no tratados aquí.
EL PEN TATEU CO

hizo especia intente un viaje s ios pueblos fenicios para comprobar un relato
egipcio cié los comienzos de k soaedad humana, en el cual "Hércules” des­
empeñaba en cierro modo el papel de jahveh. Si alguna vez está justificada
en el historiador ia especulación con lo que podrís haber ocurrido, se le per­
mitirá seguramente el privilegio de conducir ai Padre de la Histeria unas
leguas hacia el interior hasta lerusalén, para discutir el asunto con el autor
del Génesis. N o es probable que la herencia intelectual de las edades sucesi­
vas hubiera cambiado mucho con semejante encuentro, porque raa! poorra
haber imaginado Herodcto cae la mezcla de mitos y leyendas trmales que el
historiado: judio estaba editando iba a ser considerada como algo mas que
su valor superficial por toda ia cvilización occidental curante casi eos mi­
lenios, como ia explicación — ¡c génesis— del mundo entero: y el judío tam­
poco habría entendido la acritud racional de su colega griego, ni ia importan­
cia de su encuesta. Pero en los cías en que la religión y -a Historia comenza­
ron una vez más a ser estudiadas por el método comparativo, ta! como H e­
redóte trató de hacerlo, y ios sacerdotes de Egipto y Babilonia a se: in­
terrogados. esta vez en su propia tencua, nada podría igualar en ínteres
para ei crítico de la E olia, a esta conversación imaginaría anotaaa por mano
de Herodotu.
CAPITU LO X

LOS R E S T A N T E S L IB R O S H IS T O R IC O S D E L
A N T IG U O T E S T A M E N T O

Í-L-as fuentes principales de: Pentateuco se continúan en los libros que le si­
guen. Las antiguas colecciones de tradiciones. J y E, o narraciones similares,
se entrelazan entre si; los historiadores deureroncraistas las emplean para
predicar su lección de que e! desastre se debe siempre al pecado, y en especial
a la colera de jehová, y luego las manos sacerdotales insertan en lugares ade­
cuados del relato secciones — ampliamente imaginativas— que enaltan el pa­
pel del sacerdocio. Luego viene la labor de los autores-editores que vierten
la miscelánea en una forma aproximada a la que tiene hoy. labor que no fue
completada hasta más adelante. Como hemos visto va este proceso compues­
to de los distintos autores con algún detalle en jo relativo al Pentateuco,
examinaremos brevemente los restantes libros.
Josué está tan intimamente ligado con los emee libros antenotes, que es
ahora habitual tratarlo juntamente con ellos, formando los seis el Hexateu-
co. Lleva ha sta k conquista los mismos elementos que hemos visto en los li­
bros dei Pentateuco, o sus continuaciones. El libro se divide con bascante
claridad en dos partes principales: los primeros doce capitules, que tratan de­
ja conquista, y los diez siguientes, que se ocupan de la repartición de la tierra,
mientras que un apéndice de los dos capítulos ríñales hace una admonición
de despedida de Josué por el estilo de la de Moisés." D e estas partes, la se­
gunda. que describe el repartimiento at las tribus, es sin duda una invención
emanada de la misma índole de imaginación sacerdotal de una época tardía
que P (Libro de los Orígenes) en ei Pentateuco, pero a la imaginación en

' En Deutcrenonsio 33:1-8. Desde luego existen intcrpolsciones en. estas partes.
M* HISTORIA DE I-A HISTORIA

>‘i i«m m U fui excesivamente la mano cuando aseguraba que cuarenta y


t>n i.ulr\ algunas de ellas las me ¡ores, del país, pertenecían por derecho
■i »> i'u.ii mu origina! a ios sacerdotes y levitas. N o necesitamos detenernos.
•i«4 » <n rite upo de "historie.".' El relato de la conquista está hecho por un
#*.«•• hInro ilniteronómicO;" que empleó las dos fuentes más antiguas, conu-
ntt*i u>run de | y E, para satisfacer su gusto. Anota bien, estos relatos más
l'Miiiifivin no esiaban de acuerdo acerca del modo en que los hebreos con-
t|tu>i,ii*in ( ..tuán, puesto que el uno (I) narraba la conquista como un
tiioviinii uto tic partidas dispersas, establecidas a campo abierto e incapaces
••• "">.,ii Jas ciudades amuralladas, mientras que el otro (E) hacia un gran
*' di (ómo habían destruido a los cananeos por completo, en una vasta
* "! u im, ,i|po así romo la manera en que se relataba en las antiguas, his-
*1« Inglaterra que los sajones habían destruido a los bretones. La sim-
t ' i l a (Ir| e d i t o r douteronómíce — cuya edición fue adoptada por el autor d e
' “ •ii. utnki dt i iado de esta última fuente, con sus telaros de milagros y
"' •i"Mmi | ..;í, cvphca relatos tales como el paso del Jordán, cue repita todos
1 * |>iimligio* ::n qu< ia leyenda había rodeado el lamoso paso del M ar Ro-
> "yuto, que se retiran y una marcha cor en medio de ellas en procesión
* • • > ■ ■ .»! 1 xphes también el relate de ia caída de las murallas de jericé
i • >1 muido di ¡as trompetas, aunque pueden señalarse en el relato vestigios
I hi.lui ,1, que ¡a ciudad fue tomada por asalto al modo corriente. Ei libro
" l.'itu rxclm c francamente los hechos escuetos de la historia pare dejar
..... n ln leyenda heroica. Pero por un extraño asar lo esencial tid relato no
i " • • o ()) s conservó en otro sitio. El capítulo inicia) de los Jueces v los
...... Iiiiim ro versículos del capitulo segundo resumen ei relate» de. Ja con-
..... inl como probablemente ocurrió." Allí sale a la luz la vetead de que
■ i i. .ni,i dr los israelitas fue un movimiento lento e intermitente, y que dejó
1..* imiladi-H fortificadas prácticamente intactas, haciendo inevitable la fu-

'. i'i,, |tu n!y,: de eiia se apoya cr. material más a n tigü e, especialmente E.
I * ili iii, ahorno totalmente identificado con el espíritu y el estilo ce ios escrito-
*1 iU I I Vutrronomio.
1 " lalin ili (eirdiciac de la facultad mitificado-a se hace aquí m aiuíieíts. Los
1 I■111»i.it rutad hrhituaotv. s e s a ¡imitación de ia imaginación a unas cuantas haza-
" " a ai., mu' :.c repiten inderir-idamente. Las leyendas de los santos son análogas
* » ••• rnuyoria.
A, unii, imirntos posteriores de la histeria hebrea confirman esto.
1 OS RESTANTES LIBROS HISTORICOS DEL AN TICU O TESTAM ENTO 143

sión de razas y eí trato recíproco, costra ios que habían de protestar con tanta
vehemencia ios profetas de I chova. Puede verse, a la luz de su fanatismo
nacional, lo natural que sería para escritores saturados por las ¿cetrinas de
estos profetas admitir la versión exagerada de ía guerra contra la poblador*
nativa de preferencia a la versión verdadera. Esta es, tai vez, ía explicación
de la relativa pobreza histórica del libro de Josué.
E l libre de los jueces conntnzcL. st'giin fiemos visto* cotí los rr£2;rnentos
cue podían haber sido empleados como base para el desbroce de Josué. El
relato propiamente dicho Ge los "jueces’ comienza al concluir este breve re­
sumen de la conquista y ce ia muerte de Josué.* En seguida se tropieza con
ía clave Gel libro.' Los israelitas se olvidan continuamente de Jehová o vio-
>an sus tanús: su colera se enciende y ios entrega a sus enemigos que los
despojan; luego surgen jueces" — caudillos guerreros y pequeños señores—
para sacudir el yugo: el puente vuelve a necar y vuelve a ser entregado a los
tiranos; surge ce nuevo un ''juez" cue derriba al opresor y gobierna durante
una generación: otra vez se produce la anarquía, y de nuevo surge un re­
dentor, etc. Es un retorno eterno. Semejante historia es sospechosa en su
aspecto. Y lo es todavía más si se observa la cronología, porque ios periodos
de desastre v liberación duran regularmente veinte, cuarenta, ochenta años,
o una cosa así. Si recordamos que esta cronología dura a través de Samuel y
los Reyes, que se asignan cuarenta años a caca uno de los reinados de David
v Saiomon, cifra que se consideraba como ía duración media de una gene-
*a c o r en c: Antiguo i estamento, apreciamos aquí una disposición esque­
mática de la historia, demasiado regular y simétrica para ser cierta. Cada lec­
ción moral está encuadrada en una generación. N o tenemos que ir muy
lejos para descubrir los principios, sobre los que se construye, eí conjunto,
fci Deutcronotnssta interpretaba las guerras de tribus, y la anarquía de un
pueblo semejante r. los beduinos, como parte del esquema providencial de
.»ehova, y es un hecho significativo que siempre que un teólogo — de cual­
quier reugicn ha tratado cíe emplear le. historia pata justificar las relacto-
nes ce Dios con el hombre, ha readaptado la historie de manera tal que su
carácter artificial pueda convencer al lector de que realmente obedecía a un

' jueces z:6. Los versículos 6. 6 y y son repeticiones literales del último capitúl­
ele Josué.
jueces 2:11-23.
~ jueces 2:14. 15.
I HISTORIA DE I_A HISTORIA

|•11•» " I ii mam o zl tiempo exacto asignado al gobierno de cada juez, la cro-
i'.'itcc haber sido establecida para tratar de cubrir los cuatrocientos
ti. i» “ la «ñus que, según i Reyes 6:1, transcurrieron entre el éxodo y ia edi-
tiuitcfi d»l templo, aunque el intento no se haya logrado plenamente.
IVrc m la parte principal del libro de los Jueces10 rué vertida en esta
(i ."j por uti escritor deuteronomista en el siglo vi el material empleado
' ‘ |viiuitto, antiguo, legendario, con sus relatos de héroes y hombres semí-
«on frecuencia s n paliativos, con toda su crueldad vengativa y sus
iititiruit, con su exageración fanfarrona, tanto de proezas como de matanzas.
I I «ntuno salvajismo de estos relatos habla en su favor; llevan la marca de su
ni" po. y Tfílcian. a través de toda su ampulosidad, ia época saívaie en que,
ini o ti relato repite plañideramente, "no había rey en Israel.” Fue de segu-
iii .ai éxito para c! compilador de este material reducirlo, aunque sólo fuera
p ni ulmrntf, a tema p2ra sermones. Por fortuna él era todavía ¡o bastante
».ih.'jr para nc> borrar todo el salvajismo de sus antepasados.

( liando llegamos a! relato de la fundación del reino.11 nuestras tuertes


il.ii un resultado notable. Los originales se hacen a la vez más riaecignos y
i 1.1% mmph tos. Relatos contemporáneos ce quienes conocían intimamente las
■ iu nm ida Jes del campamento y de la corte han sido conservados, casi intac-
i• «ti l.».\ ediciones subsiguientes. N o hay una reeiaboración artística de ios
linli », como acabamos ce ver que ocurre en los jueces, en ios reícrmado-
ii los siglo: vri c vi. Dejaron casi intacta la gran histeria de David.
...... . no hubieran podido mejorarla en ningún caso. Durante un periodo
. i «tpansiór. nacional y guerras victoriosas, la adoración del dios nacional,
liíi'i.i. no es probable que encontrara una rivalidad seria por parce de las
•1«uurlr» locales de la tierra y de los dioses de ia fertilidad — ios Basles—
mir rn iiiiTir.fi de paz arrasan continuamente ia atención de ios ?yri cu iteres.
I u i i nstrucción de’ templo en jerusalen fue la conclusión lógica, del pc-

f ini riicoi-.rramo' i spi ciaímcnte cor, esto en ¡a obra ce los historiacores crisriaros.
" I l»«t* rl final de! capitulo dieciseis.
'' I m hiucria • de Eli y de Samuel corresponden, en realidad a las de los Jueces.
11.■ ¡ii*ii rn lu forma rn que b.¡. tenemos noy, esta relación se subrava cor. el mensais
i|iir Suimirl pronuncia en i Samuel ic y que forma una conclusión literaria scecuc
• i i i i l libio di ¡o- Jueces, an.'.ioc. a ios ele Noises y Josué, cato por lo menos parece
ni ulhltiiai un citrxtode fuertes.
LOS RESTANTES LIBEOS HISTÓRICOS' DEL ANTIGUO TESTAM ENTO
M5

ríoda ele guerra iniciado por el combare de Saúl con les filisteos: el dios de
is guerra fue entronizado en ia cindadela. Por consiguiente los poetas ulte­
riores y sacerdotes de Jehová tuvieron que cambiar relativamente poco en
las fuentes cue llevaban el relato de j hasta su adecuada y triunfante con­
clusión. y así tenernos relatos bastante contemporáneos y no alterados.
Con esto llegamos al producto mejor de ia historiografía hebrea. El arte
de narrar ce j no se ejercita ya sobre los viejos e ingenuos relatos del Gé­
nesis, sino que trata de personas bien conocidas y de acontecimientos recien­
tes, y así en los relatos de Samuel y de David tenemos algo que puede, compa­
rarse con los mejores productos de la literatura mundial. Pocas figuras de
¡a antigüedad se destacan más claramente, con toda su humanidad comple­
ja, que la de David. Le, tenemos con toda su debilidad y con toda su fuer­
za; no tropezó con un moralista alarmado que omitiera mencionar sus defec­
tos a expensas de su carácter. La leyenda, que siempre rodea a los grandes
hombres, incluso cuando están vivos. - añadió algo por su cuenta., de tal mo­
do que eposas posteriores le dotaron con extraordinarios talentos poéticos,
como dotaren a su hijo ccn extraordinaria sabiduría, pero su uersonalidacl
> el relato de su reinado descansan sobre la sólida base de la histeria.
testa historia detallada, fidedigna, comprende los dos libros de Samuel
y Jos dos primeros capítulos del libro de los Reyes. Pero a partir del reinado
de Salomar, esta sustituida por un tipo de relato muy diferente. Los aconteci­
mientos de cuatro siglos están relatados en un espacio igual al que se había
dedicado a la sola vida de David, y este relato sucinto está echado a perder
por los editores deuteronómicos, puesto que ia historia del período que va
desde Salomón hasta el cautiverio de Babilonia está vertida en el mismo
molde que ya hemos visto en los Jueces. Ei desastre es siempre debido til
descuido en ia adoración ae jehová. y de modo más especial s la persisten­
cia ce ls antigua adoración en los lugares anos a despecho de la pretensión
ciei templo 'de jerusalén de ser la única residencia de jehová. El resultado de
esta linea de interpretación de la historia llevada al extremo, es que tenemos
mesas una historia de los reyes oue un comentario sobre cí culto a jehová,*

** us fuente ¿e Samuel está tan dentro 'del espíritu ct! T ¿ci Pentateuco y
eme se empiea pera ella el arimo símbolo: pero esto no implica necesariamente un
mtsrr.e autor, su siquiera que e! texto ¿t Samuel tea una continuación d;! 1 <i- 1 •
pane más antigua. Pero sea cual fuere su relación, k concepción y c! esrlb v-n
análogos cue justifican el mismo símbolo para ambos,
ir
HISTORIA DE £A HISTORIA

I•<h<|ti* <1 «mor dedica escasa atención a los reinados que cataloga, excepto
■ uní ln li mvrn fura ilustrar su punto de vista teológico. Así por ejemplo,
Oitul, i|iu t un Jó una gran dinastía en el reino septentrional se despacha
*’i luí vi t: nulo:.,' a pesar de lo cual las inscripciones asirías reconocen su
(■ »»iiili />'■ Ii.i-ta el extremo cíe que llaman Beth-Omri al reino de Israel.
I'iih miii'i eme fundador de la ciudad de Samaría toleró la antcgua adora-
• fui ili lm. !«>cerros de oro, es evidente que nc era figura edificante para una
•iimoiu i Ir ■.ti nacía a probar que semejantes ritos idolátricos provocaban el
di ■ miii ( iin el mismo desaén se ocupa ei libre de los Reyes de los rei-
ii.i |n un rt ivro tanto de Juáea como de Israel. Los historia cores han re-
*1*1 >l>> m u ver .i la tentación de sacar una moraleja de la historia- pero aquí
I* Iiim u im o..'.ina fue trazada como una. moraleja hasta ti punto ce deíormat
lm!, L pr::, vctiva.*1 El hecho de que incluso hoy tan sólo los eruditos bí-
|ilu >> ti m. rapaces de restablecer la perspectiva correcta es comentario su fi­
na un a >•<.. de la pobre calidad de estos últimos capítulos ce ia historia
1.1, i.in. I lupii ; \ los críticos han recibido la mayoría ce sus sugerencias oe
.....i |mi(i- inscripciones cuneifonnes y el estudio de los pro re mu— .
I'itu di ver en asando, sin embargo, en esta crónica mudlnda, aparece
'' 1 "ii ni « i v.ición que estimula el interés del historiador, t í reinado de
»........ . u inicrrumpe con ia observación: "Lo demás de los hechos de Ss-
1 . v i . ' ! s la, cosas que hizo, y su sabiduría, ¿no están ese-mas en el 1¡-
*" ' ' Ii’v Ih»-. de Salomón?” ’ 6 Lo mismo al concluir los miaros de Jero-
" " * KMvum: "leí. otros hechos de Jeroboam, qué guerras hizo, v cómo
‘ " '< >!.,••.; escrito cn e¡ }jbro át las historias de los reves ce Israel” ."
•i ,
" '''" i« ' >i( los hechos de Roboam, y todas las cosas que nizc, ¿no están
' ' " ‘,l l"- crónicas ce ios reves ce Tuda.?” La fórmula se repite prác-

' fcevn* i6:ai.2R.


' u-‘<btcciór¡ de este véase R, 'W. Rocers. Cuseiform P<r¿dieh to the
11 numen i, -04i n.
V,1 “ , r (i ! M o o r i;. The Lfleratwe cf the Oid Teetdment, j>. toy: "Alguien
I'« dii lm ■ i"' la hiMoni» r una filosofía cae enseña roe el i 3:r>; pare e> autor CK-.-1
hln.i ili I, ( j 1'iMc.ris era profecía que enseñaba por el eiesnpío.
I I rvr» ii.a i.
II»! M: ly.
* II»,' N ."i
c a s r e s t a n t e s l ib r o s h is t ó r ic o s d e l a n t ig u o t e s t a m e n t o 14 7

ricamente sm excepción al íinal de'i relato de cao?, reinado." Esto quiere


decir que, paré ei autor, su obra era menos una historia que en comentario.
Nos indica también que desde los días de Salomón había anales reales co­
mo los de Asiria, que se conservaban en la capital, y que después de la sepa-
ración de ias diez tribus bajo Jeroboam cada reino llevaba sus anales. La
Biblia no nos los ha conservado; conserva únicamente todo lo oue servía s
ios escritores sacerdotales y proíéticos para hacer de ia histeria una sierra.
ce la religión."
icsta crónica real (aludida, pero no reproducida en la Biblia) marca el
final d<- la edad de la tradición, y nos lleva, por fin, a La de los documentos
escritos. Las distintas tribus habían sido unificadas en una sola nación, y
mientras que ios ciiercntes pueblos conservaban todav-ia sm cuás sus anti­
guas historias, la ruptura de su aislamiento hizo que las tradiciones se vol­
vieran complejas, difíciles ae recordar, y más o menos triviales y fuera de
lugar. Los grandes hechos de Saúl y David estaban llamados a oscurecer el
pasaoo menos nótame. Asi, cuando se introdujo el sistema ce escritura he­
brea, lo cual ocurrió por primera vez bajo la monarquía, la historia se des­
arrolló er. ia corte ce Salomón un tanto en la misma forma crina.! oue ha­
bía tenido en las cortes Ge ios últimos reyes babilónicos. La leyenda fue
cejando paso s los anales, la fantasía a los testimonios serios, cambio que be
ten a o lugar en todos los países, en el momento en que comienzan a 2-dquirñ
ío que se llama civilización,

llueca Unicamente otra historia hebrea, la que abarca ios tibios de la-.
Crónicas tasaras y ÍNedcmías. Se trata de una sola obra, escrita pn»-
mano, p roba ole me nte después ae 500 a. j . c. fcs un resumen ¿¿ rc-d- J»
historia contemos en ios Loros precedentes, ai menos en lo crie se re fíe r
inmediatamente al reina de Judea y Je-rusalén. Su autor emplea t-1
de los Reyes cíe Judea e Israel” y el "Libro de los Reyes ce Israel” y 0?t,ai*

** Véanse también 1 Reyes 15:23. 31; 16:5. 14. 27; 2 Reyes 8:23; 10:34;
ir.: 14:15, 1% *8> i5:5> t6:ic; 20:20: 27:17, 25; 35:28; 24:5, C;c.
20 Además de estos anales fueron empleadas otras fuentes. Hay vestiros o’e
tradición, y en especial existen las leyendas heroica« de ios rrofetas EHiah y
E; nomr-re Chroniccr, fu¿ !a traducción dada por San Jerónimo dt! ...
hebreo.
■4m HISTORIA t:E LA HISTORIA

fu m ín por t'¡ estilo que han desaparecido.'“ N o cabe caca de que íué un
»«<i fJorr aniño del templo de Jcrusalén, celoso de su preertñnends y espe-
i mln.fine interesado por su liturgia. Son especialmente de notar sus exage-
i ,i , mués de la gloria del reinado de David; pero fuera de esta cuestión la obra

n poi lo general ahistórica en su punto de vista, y no es importante como


liir.ioria hasta que dejamos el libro de las Crónicas y llegamos a Esdras.
I <>•. dos lloros de iisdras y Nehemías son uno en realidad, y llevan el
mulo de Erra en la Biblia Judía. Contiene la historia de ¿as judíos desde
lu Itl«-ración persa hasta la llegada de Alejandro. Su interés principal para
nmotros, sin embargo, está menos en su valor como tríente de material para el
I tMoiiador moderno que en las memorias personales de Nehemías y Esdras
i|iu liar, sido incorporadas al relate. A pesar de que fueron lamentablemente•
muñí.idas en el proceso de adaptación, estos dos documentes son únicos en
I.- historiografía antigua. Las memorias de Nehemías son especialmente vaiio-
»•>•< I i restaurador de Jerusalén no se hace eco de los ampulosos elogios de
lo-, reyes asinos a! relatar sus grandes hazañas. Por el contrario, parece haber
iimimmcio una apreciación especialmente sensata ce ¡a r*~ orcion de
mui'. Su sentido de la importancia de lo que está hacendó nc- oculta el hecho
'h que tune que vérselas con pequeñas tribus vecinas, que k- echarían todo
n tou.i i i.i él se atreviera a penetrar en alguna de sus villas-- E! detalle co­
tí unte eleva e] relato hasta esa zona del realismo que tan soéo los escritores
•nitrimcanicnte grandes pueden atreverse a oenetrar sin recaer su auton-
•l-'il. E) resultado es una de las descripciones más gráficas ce la Biblia, cs-
1« ida rn unas cuantas palabras. Tómese, por ejemplo, la construcción del
muro: "Los que edificaban en el muro, y los que llevaban cargas, y ios que
• nrjvban, con la una mano trabajaban en la obra, y en la otra tenían las

I )« esta época data el desarrollo de! tipo de literatura que ¡<» hebreos llamar-,
M i'h .vh im , reíalos con un proposite moral construidos en taran a acontecimientos
■ i ararte-res históricos. Ei gusto por estos relatos rué en aumenta; j a v centenares ce
• II*’ en *•! T alm ud, que datan en su m ayoría de ios primeros siglos de- cristianismo.
Ur.a posible muestra de exageración es e! dato de que Lü murallas íueran
i "lu luídr.s rr. ■ >:: días. Josefo, apoyándose en otras fuentes, ¿¡ce cae se tasco eos
"•'i'- v cuatro meses (Antigüedades de los Judíos, !ib. xi. cae. y sec- 8). Puede ha*
h« i ndn construida previamente uní muralla, o puede haber si¿:- corrompido el
temo.
* I » digno de notar especialmente su interés por los astnsTor. económicos. Véan*
“ N . ' Tima» «, y ¡as leves codificadas tr. Levínco 25:35^.5.
IO S RESTANTES LlbROS HISTORICOS DEL ANTIGUO TESTAM ENTO 14 9

espadas. . . Y el que tocaba la trompeta estaba junto a m í. . . Nosotros,


pues, trabajábamos en la obra; y la mitad de ellos tenían lanzas desde la
subida del alba hasta salir las estrellas.” "*'
luis memorias cié Estiras son de calidad inferior a éstas. Su importancia
en la historiografía hebrea reside de preferencia en su contenido. Porque así
como Nchcmias relata cómo edificó a los judíos una ciudad para que estu­
vieran seguros de sus vecinos negándose a admitir los matrimonios mixtos,26
y que más tarde, en el año 443 o 444. dio a lu2 un libre que, si la tradición y
¡as conjeturas de la moderna erudición son correctas, concentraba toda la
histeria c u mundo en su mismo templo."' Cualquiera que fuese exactamente
e! libro que expuso, ia tradición judía posterior lo consideró fundamental
y e‘ nombre de Ezra o Esdras se convirtió en el más grande enríe, los escri­
bas.^
Los Libros de las Crónicas, Esdras y Nehemias contienen estos ricos ma­
teriales históricos; pero su compilador tiene poco mérito en la parte que le
toca en su conservación. Su labor de editor fue hecha tan tosca e ininteli­
gentemente corno su crónica es parcial y seca. Sin embargo, podemos dedu­
cir de r.u relate un hecho que nos permite determinar la conclusión del largo
proceso tic autores en cooperador, que produjo finalmente la Biblia. Puesto

Nehemias 4:17-21. Mas realista aún es el versículo 25: ,r\ ni va ni mis her­
mano:. t i ruis mores, ni k gente de guardia que. me seguía, desnudamos nuestro
vertido: cada uno se desnudaba solamente para lavarse.’’ ¿Es tí. tina! una enmienda
posterior?
-' Se lis señalado cu-’ esta potinca exclusivista de Esdras estaba destinada a lla­
mar Lo atención sobre la cuestión de ¡a descendencia, despertando así un interés por
ia.:- genealogías. Vem os el electo de esto en Neóetnias 7 (ver. 6: } , en conde se. da uní
lis-..-, cu- i?;- fam ilias judías que pudiéramos llamar pura sangre, patricias. Se recuer­
da a este respecto que F . que se atribuye a la época de Escitas, íu é si autor de las
¡arpa:, pene:logias de ios primitivos libros históricos. Es evidente que los ja cio s res­
tablecidos estaban elaborando su ascendencia cor. gran avidez. Deberá notarse, sin
embargo, cu c existe una referencia en Ezequiel 13:9 a kw registros de "ia casa de
Israel” , er sos comienzos de: destierro. V éase jo seío , Contra úb. cap. 5 » .
?• Ei relato de P, basado er. las enseñanzas de Ezeqaicl. Véase supta, pp. 137-38.
Así lo: indios reccn-ícnzaror. su existencia nacional, centrase» en s: mismos, aislados,
con una relación relativamente pequeña con e! inundo pagano.
x jr>£ liitrarusa considerable creció bajo su nombre, y una tradición posterior
llegó a considerarlo como ri restaurador de ia ley. el autor de unos setenta libros,
v finalmente como el último de los escritores del canon del Antiguo Testamento.
»**• HISTORIA D;. LA HISTORIA

Mi* *1 m rijiji parece haber empleado ei Pentateuco, Josué, ios Jueces. Sa-
iim>>i i |i« lo r» fxir este orden, resulta inverosímil que hada 30c 2. j . c , es-
itt« Im mu Iw I iju muo ya compilados en la torma en que ahora ios tenemos.

1 011 <tn> ronrluvt nuestro examen de los que comúnmente se conocen


m"*iuIiIh. i- históricos del Antiguo Testamento, aunque ello no cubre en
m»«l" nlyun codo ei campo de interés para el historiador. Porque en ios
Itlu.i rtpi-tuimcnte en los de profecías, hay relatos de primera im-
• tinque solo históricos secundariamente. Las memorias ¿e un go­
la itui>iir kmiii Nehcimas están plenamente igualadas, por ejemplo, por la
1 jrrendas, conservada por su amigo y secretario Baroch.** Pues-
'» *h tu marco, juntamente con las palabras del proieta, es un documento.
*"w.,M1 . ,|, primer orden. Ha sido comparada con acierto, per su autoreve-
*......... («••(«>• d v su elevado sentimiento rtlidoso, con las Confesiones de
"" -yutun i iav análogos atisbos poéticos o realistas de la vida de la
1...... ' il ¡j política de los gobernantes a través de la mayor parte de esta
l" ' ...... ... | rica; pero, per mucho que afectara a la histeria, su propósito
,IM 'i 1 lii»iofiro y por ello cebemos deiari?. a un lado.

11 último. 1a espiencida pieza de historiografía en ese cuerpo


' «Miniemblr Je Ja h< rura judía que no está incluido en el Antiguo Tes-
o tu' com o lo ¡ocen los lectores protestantes. El primer lloro de ios

M 'u n ì •11» es un re¡; conmovedor de los días más heroicos ce -a nación
»"di« ti L n »'.ni tro lado de testigos presenciales*1’ y de fuentes escritas,
•U |# » i.iii , cerra 0
rr.i de liberación iniciada por judas Macaneo, en ir cual las
i.civanier.tc avivadas ce ios judíos se vieron ioptadas curante
......... tirm|v>. . ia libertad política se añadió a la libertad religiosa- Es his-
" M,‘ di <•!.' hazaña está narrada con escrupulosidad científica. con una
"llln, >«'■ 'i.11 ,if desalíe \ exactitud er. la información ouc 1a sitúa muy alto
'M|l, 111 101111 ra de las historias de 1a antigüedad. Se Enredan imo
*M e lui-'*r;- cuando se pasa al segundo libro de los Macanees-: v se ob-
*'' ■ tumo 14 misma índole de detalle está echada a perder ñor incorrec-
' di : irruida por ei sectarismo, hasta que el libro se con vieres en ur¿
.....!"• mI ' i' mi histórico con respecto a ¡os Fariseos. La diferencia : undamen-

.1« ' !« rmi»» I I , 36:4 43:3; 4% etc.


v.1«1nmic 1 M itn rr ¡a segunda generación después de! scontecimicof-
LOS RESTANTES LIBROS HISTORICOS DEL ANTIGUO TESTAMENTO »5»

tal entre ios dos libros es que en ei primero los intereses religiosos se some­
tieron s los históricos, mientras que en el segundo no se sometieron a nada.
Es el misino contraste que hemos encontrado repetidas veces enríe un libro
que dice ia verdad y otro que está destinado a la edificación. Peto luego
ia última fase del pensamiento judío precristiano se alejó más y más del inte
rés científico por ios hechos de un pasado que ya no ofrecía triunfos cue
relatar, y se volvió desde la humillación de la realidad hacia la región soña­
da de la esperanza, el reino del Mesías. Las dos grandes épocas de David
V de los Macabeos habían producido historias dignas de les hechos cue mis­
taban; pero la última época triste de la vida nacional judía se consolaba con
visiones apocalípticas y profecías Ge! futuro. En semejante situación las his­
torias germinas, antiguas, sufrieron también. Fueron saqueadas en busca de
textos para sostener ia fe, y la historia sufrió para que la fe pudiese vivir.
E! significado de esta conclusión de nuestro examen de la historiografía
hebrea no debe escapársenos, ni debe ser maí interpretado. Es una triste
paradoja que cuanto más atesoramos ideales tanto más cerca estamos ce
violar ideales para ello. E! historiador se dedica ai descubrimiento y s ¡a
conservación de la verdad. Por verdad entiende un hecho objetivo o un con­
junto ce semejantes hechos. Está propenso a olvidar que esta objetividad,
sobre la cual insiste como ia base misma de su realidad, no existe para aqué­
llos cue en efecto usan o han usado los hechos. De acutí que cuando encc.cn-
n;. moralistas sublimes saqueando ¡es datos del pasado para sacar partido de
sus morales, pierde el respeto tanto a su historia como s su ¿tica, sin haber
tenido en cuenta la posibilidad de due la actitud no histórica puchera tener
una justificación. Nadie podría pretender que la violación ce las verdades
históricas pudiera disculparse hoy con ninguna base moral: porque en r-ufv-
rrr; estimación o el valor del trabajo científico nc reconocemos — en teoría—
nada más elevado que la verdad. Pero en ei mundo precitrstsfico. en e.i cua’
pocos datos estaban establecidos con absoluta certeza, eí case era diferente.
La idea de la verdad histórica objetiva no podía ejercer mas cue una atrac­
ción limitada, puesto que eí medio para la conservación del hecho era tan
imperfecto. Fiemos hablado en otra parte cel estimulo que para la correc­
ción en la erudición moderna ejerce ei saber que otros ríos siguen la pis:;-.
Pero la elevación del valor de íes hecnos lleva consigo una cierta uicnpac
dad ahistónca para apreciar por qué habían Ge haber sido tan hperamciiu
M* HISTORIA DE L A HISTORIA

• Iim por hombres inspirados por ideales tan altos — en 1c o c c a m oral


»► m l* i* m ino r! critico moderno.
* ••• • el |>tnl>lema con que se encuentra el critico c e ia h isten a hebrea.
1*1*1» L>* Imifilirr» qur escribieron el Pentateuco y los libros históricos, que
».!.«*,,,, diversas fuentes y les dieron su form a d efin itiva, h a b ía a is o
*" *1 m i i i i ó iitiit valioso que los anales ¿ e l pasado. L as fuerzas ¿ t i fu tu ro
»* i »|^im »niir »os manos, fuerzas que determinaban el destino, no sólo át ia
h i* '" * u ju dia »mu dr la visión religiosa c e ! m undo entero. Los p re tetas d el
» 'I 1" r n u v u 1 1ir ron aquellos grandes innovadores que transform aren la reli-
'*• "K n m a u de tabú* en cód igo m oral y sustituyeron con una «ida pura
*• • ” " b i i u N i. r» dr extrañar que ias leyendas del ca sad o fueran m od ifica d as
I'’" * »'l*| t.irhii a! nuevo p u n to de vista. S u propio tra b a jo era c e m u ch a
•"» "'.|M iilauna para los hombres que escribían b a jo la nueva ¿espiración
»!*•* !•* iiiu ii» detalles de un pasado incierto. Es ta n grave pecado de crí-
• " " h'*iúii«ii pata el critico mc-Ocrao dejar de tener en cuenta el c u n to de
i.» a ,1* , 11,,, Imturiadorcs hebreos como, por el contrario, deiar c e ver el
«I«1 ■ i|m 11« varón a cabo en las an tigu as fuentes. E r a un pu nto c e x is ta ou c
t un* hiiii I.i . en mi descargo; porque, a no ser por la obra de aquehess profe-
........ . II..IAI >'i ur sacar a Israel de la linea prim itiva áe su historia a idea-
l. •.*.«* <>• * »históricos. la historia de Israel nunca hubiera sido d ig n a de
, .. . ..ni >. niolrstara por ella lo m as mínimo, sino como la de un oscuro
• i'i.r n u l que no había contribuido casi con nada a la civilización.
I i. ! ..... . modo, si los m -ventes e.r¡ la venida de! M esías saquearen los
. o ., .m i i... Jrl pasado, el saqueo fu e em picado naca menos que para la do-
..... .. •.«. mu *l i ! i «no di Cristo. O sea que fuercr. ios deform adores de ia
I........* lirl.fr» quirnr.* lucieron que esa historia valiera !s pena.
. »mh»ry . subsiste, cesác nuestro punto de vista, el hecho d¡¿ que la
I........... í. . deform ada. Lr. paradoja no es. a pesar de todo, una antítesis
.
molí» v lu moral, o entre ia ciencia y ia religión, o entre ia ciencia
. I- >. - ¡ . . i In simplemente ¡a exposición ce ia diterencis entre les ideales
. . i irtuíficas y nrecientíficas.
CAPITULO XI

L A FO R M ACIO N DEL C A N O N

O oda vi a nos queda la cuestión ce cómo esta masa de escritos hebreos to­
mó ia forma ¿e Antiguo Testamento tal como hoy la conocemos. Eí proce­
so fue largo y lento, y una parre de él ya ha sido descrita más arriba. Re­
cordamos cómo las leyendas de los dias primitivos fueron vertidas por vea
primera en una narración escrita seguida en el siglo vía o IX a. J. en ¡as
escuelas de los profetas, en forma de j y E. cómo, a fines de i siglo séptimo
se combinaron (J E ): cómo, hacia la misma época, tué preparado en jeru-
salén un código en nombre de Moisés (D ), y promulgado más tarde en ei
cécimooctavo año del reinado ac Josí as (621 &. j . c .), y poco después com­
binado con los. relatos anteriores ( J E D ) c ó m o durante el destierro una
nueva lev ritual, referida a la influencia de Ezequiel. rué causante de
una nueva y completa refundición del relato desde un punto oe vista sacer­
dotal ( ? ) , y cómo luego, después de varios cambios, todo ei material com­
puesto se convirtió en nuestro Hexateuco. Podida esperarse por esto que los
libros de ios judíos continuarían desarrollándose, modificándose -£ acuerdo
con ¿as necesidades cambiantes de épocas sucesivas, y así ocurrió hasta cier­
to punto. Pero existió una influencia que se opuse fuertemente al cambio.
Los testos mismos se hicieron sagrados. Ei uso de la Ley — come se itzias.ua
a ios cinco ' libros de Moisés"— por los sacerdotes en la administración, de
justicia puede haber tenido algo que ver con este proceso de cristalización,
pero una razón más profunda reside en ei misterio mismo de "la palabra
escrita", que alcanza una indebida autoridad sobre todas las mentes pnm«-1

1 Prueba incidental di ia alta estima en que eran tenidos ios textos Bismutos es
el que T> se leí incorporara. Porque D apareció su; autoridad.
M HISTORIA RE LA HISTORIA

***'•• v iiiuiiiii tu mi urania incluso en este m undo m oderno ¿e c n o d o p c ó a s


* I» 1•■ '*(t .i«, I.o (|iic está escrito adquiere una vida propia, v sólo- rara vez
l"»*U uno rni mitrar a! escéptico im pasible, indiferente a tíos.. P ero cuando
li |*»lrt|.r* qu« t'M.i escrita se considera com o revelación divina. — com o prac-
" -ntviiir iHturr tn todos ios prim itivos códigos de leyes— , eí escéptico trine
(i««* jiui|i.t! iliiliidrs de com eter su sacrilegio.*
I *i liiiit I mtr respeto por las escrituras alcanzó ía d ign id ad de u n a su-
|**>ui, iun »rp.ii.ida. que estaba liam ada a proyectar su inríuesicia seb rt toda
1« ln»mim posterior de! pensam iento ju d io y cristiano. Los prim itivos escri-
b*» •• habían sentido hbres para anotar y arreglar la L ey. siendo esto itr-a
I1«'ti di- »o ti .iba jo. D e hecho, según hemos visto, ia misma íc v era un rro-
•li .i,. revisiones y rectificaciones repetidas. Pero desde, m ediados del si-
y l" * «r Ii|0 rígidam ente,“ se convirtió en objeto c e reverencia religiosa, orc-
, r (">f un em pico am pliado de los antiguos tabú s. Loe libros de **¡oe
**•»■ *• .»*». incluye neo, com o se recordará, las historias anteriores— fuerce,
••"••»..upaJos en su canon dos siglos más tarde, h a d a 250 s. j . c . Las
*'• " ”*"•» qu< w leían cr. la sin agoga estaban tom adas una ¿ t la L e y y o p a
,l‘ h* P i o l e t . d e m odo que la últim a com partió inevitablem ente la suet-
'* '•* 1« primera. Las 'escrituras'' o "h agiographa’ ’ no fueron tan fácilm ente
l ' , ' 1" m su sirio. Los rabinos disputaron largam ente acerca de cuáles áa-
1 ‘ I* ni rpt.irsc. y fueron incapaces de llegar a c o n c lu á ca e s definitivas
'' Ul oí'••pile: di c je los cristianos habían com enzado a sa su ea r el arsene.
' ■*1'■ ■ b• par., su tcticlión.
1 ■ 'D 'ii !taJ estaba er, ci criterio ce inclusión o exclusión, que no era
' '*"*•» di asunto sino de autoridad. Sólo hablar d e aórtitirse aquellas
'"« u a s que hablar sido escritas por Dios mediante médiums inspirados.
...... n i rl caso de ia Ley y ios Profetas. Semejante criterio, sin embar-
h*i ia ¡.i discrepancia inevitable, puesto que no había un m od o adecúa
■ di 1 • tal l'.cer o negar ia inspiración. La historia no ha descubierto ruñes
i|.i< Jos maneras posibles ce establecer un au tor: la pru eb a esteras.
• l.i 1i■ testigos que estaban presentes cuantío la obra rué escrita o tim e-

I « nn-in* autoridad puede atribuirse a las palabras habladas, re re carines las


**l'ir»"n rsian iimitado;' a niCKiificarias er, términos de su propio nerr.p» y de so
I •"1 >• prillar. Lar creencias acerca de! logos se le presentan ?. a n o en re la cá r.
i m i » r ifu ,

\ «.1*.r Nrhfmiü* fw o.
LA F O R M A C IÓ N P E L C A N O N
*55

ron medio de saber cómo había sido escrita; y la prueba interna, por la
naturaleza dd texto. Aunque era evidentemente una presunción que envol­
vía el peligro de blasfemia, para cualquier hombre emplear el segunde en­
serio de modo consciente, ya que entonces se constituía en juez de lo que
podía admitirse cae Dios había dicho y de io que no, lo que no podía ser hc.
dao por el individuo fué hecho por la masa.4 Se llegó 3. un censenan fídehmn,
al "acuerdo entre todos los creyentes", como ocurre con todas las doctrinas
realmente católicas. En este proceso, sin embargo, la prueba exrema de autori­
dad fué empleada hasta tal extremo que ilevó realmente a un estudio dei con­
tenido de los libros en cuestión. H ay que admitir que los libros estaban ya pre­
parados para semejante prueba o se ajustaban fácilmente a ella, im la disposi­
ción del tiempo v de ia circunstancia, v en las pruebas milagrosas ae la presen­
cia del divino Autor, ios últimos libros hacían declaraciones excesivas, como So
muestra Is literatura apocalíntica. Se emplearon tamcién dos procecim-tp.
tos históricos: adscribir libros a autores va aceptados en el canon como ins­
pirados, v antedatar las obras para darles mayores títulos ante ia credulidad
del presente. Salmos escritos tal vez en la época tarcaa de la guerra c? ios
M a cabeos fueron agrupados con otros mas antiguos siendo toaos posto te-
mente posteriores s la época del destierro— , y atribuíaos a David. A ¿salo­
món se k atribuyó una sabiduría de épocas posteriores, y per este meció tg
peesía y el proverbio enriquecieron Is historia del pericao res; con mitos
nuevos v sofisticados. Mas interesante todavía pata el historiador es la ante-
da ración de ias profecías, tai como ¡a oci hoco de DaHci. S3.tk.m0s po. su
contenido que rué escrito en los días de Anricco cpipnar.es {175.-JÓ4 «*. J. c.,
r sin embarco afirma proceder de los- cías de Nebucbadnezrrtr. más a t cua­
tro siglos antes. Er. conjunto, las exigencias de is ¿« ación produjeron una
perturbadora malversación c t le;: textos. Peo no -‘..a «-f->•*'-« — ele­
vada y así se fraguó el canon d d Antiguo Testamento. - ? a m pos «-’ligio-

* Este es un ejemplo excelente <k un principio de b mayor imnorrande. bb-,


conocido ae ios sociólogos y antropólogos. prf> extranam m u jgno..:«v por ux, rus
sonadores. Toda b historia universal está aísetsos- por e». ~e hem«^ xonjsoerado
habitúaintrate cotr.o propiedad exclusiva de l'n es-’--1 - — -- y- 0 ■ - '- 1 v - 11’
todavía hov continuarnos creando mitos v quedándonos «»«ceños cor. nuestro «»,.
fcrtfuf fiaeltum.
, , ' . . , f í „•>«* ¡oc indios en un eenereso o con-:
6 La corma autoraao» parece que se w P p .. . .
, .. .- , __ ia destruid.-! terusalen. en t¡ ano
¡ - J r rabinos celebrado en Jamóla. suce.-.,,^ u
• 1ft HISTORIA DE I..A HISTORIA

I «> di omines de los rabinos pennitieron a su vez a los cristiznos hacer


Ihuii • 1« critica pagana atrincherados detrás de un texto sagrado, y nc
u i'jgjfM mayor tributo a la obra de rabinos y teólogos, o, tai vez,
0 L ililnlul.nl de bt actitud critica en el hombre, que ei que desee aquel día
•I» iMilok en pugna hasta el presente, la ciudadela de la fe y ce la riispira-
>ion »r 11«va mantenido contra los asaltos de la investigación y ce: escepri-
........ IilatOtico, y que mantenga todavía una influencia casi inraetz. Sm em-
(•«iryo, loi primitivos cristianos no prestaron ai principio atención muy es­
lío I« • ha opiniones de les raninos sobre cuáles '’escrituras" erar canónicas
1 nuili " no ¡o eran. Tenían ansia por todas, en especial por las cue conte-
• • ••• > p iu lo t a s mrsiániess; asi se tenía preferencia por algunas ¿ í las mis-

• . i|iu li" rabinos estaban inclinados a descartar. De hecho el criterio de la


iimlml del autor se derrumbó una vez más trente ai de! contenido de
luí ririito» l_7n nuevo censen fus ficchvm tuvo que ser satisfecho "Los cris-
imiiiv no i ncontraban razón en los libros mismos en virtud de la cual Esthcr.
l'iu i ii mp'.". había de ser inspirada y Judith nc: o por qué ei Ecieriastés, con
"" • o purismo respecto al destino del alma, había de ser de revelación divi-
" i i I.- Sabiduría de Salomón, con su elocuente ¿.-iensa de la iumcrtali-
•I« I una mera producción humana: c. también, por cué ios Proverbios de
‘ •"l"in -n ri.t: Escritura, y los proverbios de Een Siró (Eciesiásricr-1I no otra
• •• n ipir v .bidutía profana.''6 La erudición cristiana no hizo frente a este
...... . i**i**ia que San Jerónimo preparó su iarnoso texto a frises de! siglo
i llUfliv

•' 1 1 N .i oiita m r. Josefc, en su libre Córate A pión (¡ib. J, cap. 8), escrito en a y
' < 'i i < afirma que ti Antiguo 7 estamento 'lene t ¿ libros, mientra*, qüí ¡a
U' l . cutorieaQa nene i 4. cue son: Josué, jueces. Samuel v Reves 'los
• . lita mayores, v ice prcittas Cienores. Ies últimos come un iir--o; v once
¡ •«'irrira. , Sahr.cs. Preverbios. Job, Canta: de los Cantares. Ruth. Ls-
I «le"artes. Esther. Daniel. Esdras y Nthemías juntos. Crónicas. Lcis
......... .. L' '•vp'.-ira: Samuel, Reyes. Escrat y Crónicas, y cenia r e¡ resx- senarsiii-
■ '■ »nii ii'rn u n .<, libros.
' (. I Mooia , j he Literature of the C.d Testament ÍLa berrarum de; Ann­
i i" I ni umerili), p. C . A . B r.cos. Genere* inn.sdutlion te he ni
Ul./v A. I e tii’ i i l n t r n ó u . c . o n per.eral al estudie de la; Sagradas Escrituras !. ( 1S09!,
1*1• lift II i artículos rr. Ir. Enciclopedia Británica y e': Diccionario á: .a Biblia cb
I ItMitii”
Ì.A FORMACION DEI. CANON
*5?

L e mención de Sai- Jerónimo sugiere el último problema que tenemos


que considerar, el origen cid texto tal como ahora io tenemos. Los cristianos
usaron la Biblia griega, no ia hebrea. Esta había sido traducida bel hebreo
si griego1 por ios judíos de Alejandría. La leyenda afirmaba, como también
lo menciona lósete, que la Ley fué traducida en setenta y dos días por se­
tenta v dos personas; de aqu; el nombre ele Septuagtnta' con que se conoció
e¡ Antiguo I estamento griego. En realidad fué obra de diferentes eruditos
en diferentes ¿pocas, y no estuvo probablemente completada antes del siglo II
a- j . c. De este texto griego es de conde en un principio se sacó la Biblia
cristiana. Durante los siglos segundo y tercero hubo alguna agitación entre
los eruditos cristianos para que se hiciera un cotejo con el texto hebreo. El más
grande de estos eruditos, Orígenes, estableció una colección de seis textos para­
lelos/ pero fué San Jerónimo quien de hecho se puso a trabajar en el esta­
blecimiento de una versión latina fidedigna para, el uso común en Occidente,
basada sobre textos hebreos, con la idea Ge que. siendo hebreos, eran más
genuinos que la versión griega, idea que, no obstante, resulte equivocad?.,
porque la Septuaginra procedía en realidad de textos hebreos más antiguos
que «o: empleados por é!. A i preparar esta edición. San Jerónimo adopto el
punto de vista judío respecto a cuáles libros deberían ser incluíaos como ins­
pirados \ cuáles no, negando así la canonicidsd de escrituras que eran con-
cnusmcrte usadas, \ modificando textos pare su nueva traducción con lo
oue perturbaba la fe de los creyentes, como Sar. Agustín, obispo ¿ e Hir-cna,
se atrevió a advertirle.*1 La, iglesia medieval tendió generalmente 3 seguir el

Unas, cuantos capítulos en Estiras (4:8 2 6:1$) y Daniel {2:4 a 7', están en
arameo
fc A-.-'ipút-cc¿ti a ¡os judíos, Isfc. sa i, c a p . 2.
'' Latín icl'lucpm tj. setenta, t i nombre, hablando estrictamente, es aDlicabk tan
si...- ¿: Pentateuco. Pero se extendió hasta abarcar el conjunto cci Antigüe T c t a -
r r .m t o .

Los iainosc* HexapL. Eran: (1} el texto hebreo, {2} transliteración del texto
hebreo cr letra; griegas, y (5) versiones griegas de Aquiia, ¡4) de Síatjs)ac3, {«.) df
io:-: Sete.-.tr, ,‘ 6) de Throdoúon; 3. 4 y ó son del siglo n á. c.
L? correspondencia entre Sor. Agustín y San Jerónunc « una harte muy bus-
sativa de ia historiocrafxa cristiana. San Agustín, no íA o ers partidario del texto
traáicicr.íí. sirio también de- is incun-ior. tradicioriai de Jumtíi. loo.:., Primero y Se­
gundo ?• lambeos. Eclesiástico, 1 is Sabiduría ce Sa,ornen s.r. D e ccrfj-jna C hr:sii<s-
ne lir n. cap. ó. Escrito en a tr d- J- c ­
•1» HISTORIA ¡>¿ LA HISTORIA

l't'iiii. i!- v tsi.i liberal de! eclesiástico, de preferencia a la intercrretación más


........Im ilcl erudito, y cuando Lotero, y el protestantismo tras él, convirtíe-
<"ii ni u vio la Biblia hebrea, volviendo así a la posición de San Jerónimo.1"
i i>•11*m.» i.itóiica, por su parte, dedaró en Trente que estas coras, es decir,
lililí |udith, Sabiduría. Eclesiástico y los Macabeos. eran parte intrínseca
> fu im tlluras canónicas, añadiendo la sanción usuar: ’’Si algún hombre
........cpi.i «oino sagrados v canónicos estos libros, enteros, con rodas sus par­
tí' mmo lian sido habiRiaimente leídos en la Iglesia católica y están conte-
u'ili« rn !.i anticua edición ¡atina v u lg a r ... oue caiga anatema sobre él.” 1"
I i .mi ver cómo los escépticos del siglo xvni invinieron la duda de los
• "'iiiiiiii! primitivos, preguntando, no ya por qué había de immarse la lista
.1 I,»! I 1 i.»', inspirados, sino por qué había ce considerarse ninguno de ellos
........ I»',« neto de inspiración divina. Semejantes cucas hicieron posible is
'iiim ir< mal grnuina, que comenzó con Astruc en el sigio xvm. El progreso
la Id ligia >• ce la aroueología proporcionó ¡os tnateriaies toara la doble
■ ..... «ti los estudios textuales por un lado y de la comparación externa con
• 1 o »tu 'i la historia antigua por el otro, logrando el resuitacc de que aho-
1 . i ■■ emos mas acerca de cómo la Biblia rué recopilada que los mismos
i .nisi que la copiaron o que los rabinos que ia «solearon ce el servicio
i»... I dr la antigua sinagoga, corno también, sabemos más de la Insto-
ili i • ii 1 que los mismos autores que compilaron su última revisión.

1 I i mu (,'¡ii. lo Apocrypha entre ei Antiguo v e: Nuevo Testamento, cor


■ i 11.. .i1h , iiiik n:"' "Libros que no ornen igual estima que las S«gredas Escritir**,
i •• " "i " uí-.!..nu'. sor. Ce lectura buena v provechosa/
I ti l.i r u .iita sesión .
CAPITULO XII

L IT E R A T U R A H E B R E A A J E N A A LA B IB L IA ; JOSEFO

L- L proceso mismo que acaramos es describir implico que tenemos tan sólo
unr, parte de la literatura de ios judies centro del C3 nor. de las sagradas es­
crituras. Nos falta dar un vistazo a io que cueca fuera, y. por último, a la
obra de un historiador puramente secular que escribió en Roma, para el mun­
do greco-romano, ¡a historia de las antigüedades indias v ia lucha de ios
judíos por su libertad: Joseío.
Los dos productos más característicos de i pensamiento judío, e! ieeaiis-
a o >• la profecía, que hemos visto coloreando con matices más o menos ¿is-
detos las largas perspectivas de ¡a antigüedad bíblica, continuaron determi­
nando la cualidad de ia literatura no bíblica en muy ajw erado Fi
áo fue que dicha literatura consistió grandemente en dos desarrollos corres­
pondientes a estos dos intereses: ia elaboración de fe fe,., ^ €* Talmud v ¡-
producción de literatura apocalíptica. Hasta que punto fueron grande*
desarrollos es cosa que las cristianos, en general, i~ ,orar a8SKnSfSte.
emnargo, nadie que estudie la historia del Nuevo Testamento t» ¿rá m -
aPrecf plenamente el sentido del establecimiento de fe primitiva crfem-l'
óaU de las tuerzas con que tuvo que luchar, e Incluso de'las cae se felCoe.
poro. s¡ ao ha penetrado en las enseñanzas de le- . - V ™ »'
euenta dm mcar.ce oe los sueños poéticos, ra p so d ia . <fe fes « n a p i r * ^ ,.
enrnmios inflamadas por ei celo ianárico, que p r e v i e r o n en W ÓHmo
di a? de i judaismo.
Eí gran cuerpo de !a ley W \ como opuesta a fe fev "escrita' df M o¡
scs. tue ««servado, embotado y aiscuudo por Sos rabinos, de! -asm . fe
que ¡a ig«sta cristiana tiene sus cuerpos de leyes eclesiásticas además ¿ ' \
Testamentos Antiguo y Nuevo. Hasta dónde se remontar- en maldad
HISTORIA D£. LA HISTORIA

| miiio «Ir vista litH iai del eclesiástico, de preferencia 2 la interpretación más
i . im .I mi .|rI erudito, y cuando Lurero, y el protestanní-tno tras él, coaviráe-
i mu ni n vio la Biblia hebrea, volviendo así a la posición de San Jerónimo,
i 1,'li u.i vatídica, por su parte, dedaró en Trente que estas coras, es decir,
1 1 |nt |uditli, Sabiduría. Eclesiástico y los Macabeos. eran psrte intrínseca
.i. la» n i aturas canónicas, añadiendo la sanción usuar: ” S: algún hombre
........rpia como sagrados y canónicos estos libros, enteras, con todas sus par­
tí • mmo lian sido habitualmente leídos en la Iglesia católica v están conte­
ní, los i'ti la antigua ediden latina v u lg a r ... que caiga anatema sobre él.” '
I i .mi vrr cómo los escépticos del siglo xvm invinieron h duda de los
....... .mu- primitivos, preguntando, no ya por qué había d? hrr-trarsc la lista
, 1 , ¡i,ii I.1 inspirados, sino por qué había de considerarse jai-runo de dios
|>n> lurto de inspiradón divina. Semejantes dudas hicieron posible Is
m u í »r-- r«ia I grnuina, que comcr.ro con Astruc en el sigio x v r_ El progreso
,!■ |,i 1,1 v. ia y ce la arqueología proporcionó los materiales rara la doble
, ,, .i ,|i los estudios textuales por un lado y de ia comr-araacn externa con
,i ,, «i,, !i la historia antigua por el otro, logrando el resuitac-r de que aho-
, , ,. 11,•„ i**11vis mas acerca de cómo la Biblia fue recontada croe los mismos
ipu- la copiaron o que los rabinos que la emplearon en el servido
........... «Jr ¡a antigua sinagoga, como también sabemos cvá.s ae la hisco-
,|, ¡ •: irl que los mismos autores que compilaron su última revisión.

• |, «vio. lo-. Apocr+pha entre c Antiguo y t: Nuevo Testamento, cok


, mili "Libros que- na tunen igual estima cus las Ssr-ráas ¿sentir**.
, ,, ,,,,, i, n|",t.,nit\ sor. ce- lectura buena v provechosa/
I n l.i riiaiij sesión.
CAPITULO XII

L IT E R A T U R A HEBREA AJEN A A LA B IB L IA : JO S E F O
C
'-'i- proceso mismo que acaram os c e describir implico que tenemos tan sólo
ur.ñ parte de la literatu ra de ios ju d íos cen tro del es ñor. de las sagradas es­
crituras. N o s fa lta dar un vistazo a lo que queda fu era, y, por últim o, a ia
ubra de un historiador puram ente secular que escribió en Rom a, para el m im ­
en greco-rom ano, la historia de las antigüedades judías y la lucha de los
indios por su libertad: Josefo.
ivos dos productos m ás característicos de! pensamiento ja d íe, el legalis-
mo y la profecía, que hemos visto coloreando con m atices m ás o menos dis­
tintos ias largas perspectivas de la antigüedad bíblica, continuaron determ i­
nando ¡a cualidad c e ia literatu ra no bíblica en m uy alto grade Ei resulta -
c e tu é que dicha literatu ra consistió grandem ente en dos desarrollos corros
poncuentes a estos dos intereses: la elaboración de la ley en el T a lm u d y ■ í
producción de literatura apocalíptica. H a sta que punto fueron grandes ce-0*
dcsarre-jios es cosa que lo® cristianos, er. general, ign orar crasam ente: V si»
e.:ioargc, ñame q^e este ais 1- historia del N u e v o T estam en to n o crá nunca
apreciar plenamente el sentido de! establecim iento de la prim itiva crisna»-
“ ‘"E ° \ ? COa *5°* tuvo que luch ar, t incluso de lar cite se incoe-
p c .e . -* »is* --a penetrado e s las enseñanzas de ios rabinos, y sc ha c a o *
*uc‘" a , e-. a ‘f a'"ct, ° £ ^°s sueños poéticos, rapsódiros, d i las imagic.acior-cs
e r - r - v c ... ....ia -ia G a s por «u ¿¿io fan ático, crue prevalecieron en ios últim o
días ú i i jucaism o.
— g ..J , cuerpo de ia j{y o ra l", corno opuesta a la lev 'escrita" ce
je — '.UC. <^-“ Swrv*®w> ím bo rad e y discutido per Jos rabinos, d i! rusnao oic Jo
qi., * tg-iríc C ristin a tiene sus cuerpos de leyes eclesiásticas adem ás de
e.-.«.nen.o_ »r.u^uc y N u tvc,. H a sta dónde se remontar; en realidad **'
•fa« HISTORIA DE LA KISTO MIA

,, iwiJ u puede decirlo: pero quienes la enseñaban creían que se re-


.......„|.,i Moisés y que había existido paralelamente esta la lev escrita
fl tiempo de su promulgación,1 siendo transmiáda por vía oral Ce
«•>,■ urnrrac ón a otra. El Talmud, en que se incorporó esta "ley oral” , es
n .i lo-, ju lio», como el Nuevo Testamento para los cristianos, mucho más
.(mi un simple comentario sobre las Escrituras, algo de una autoridad y ce
mim Midiiriiiia paralelas a ellas. Está constituido por g o s partes, Mishnah,

.l«i, , i m u colección de textos comenzada bajo los Macabros y compilada


ti«, m rl luí de la segunda centuria d. J. C., y Gerr.ara, o comentarios a la
Miilmali l a; discusiones c e los rabinos de Palestina fueren codificadas en
«I ,i, l,i iv d j . C.. en io que se llamó el Talmud ce jennsalén. Las ce las
>tmi lo «1» 1 abilonia fueron codificadas en ios siglos v y v; C. j . c. A este
iilmnu índigo, qut es unas cuatro veces ei tamaño dei Tacnrud de jerusa-
i n *r »ilude cuando se menciona el Talmud sin más espedí ¿endones.
I mj masa de material, como un cuerpo ostensible de tradiciones, podría
i ... iriu-r algún derecho a llamar nuestra atendón; pero si lo incluimos
,n i uii exposición es principalmente para destacar su carácter esencialmente
diikiiir ico, y el hecho de que la enseñanza talmúdica tiende a cerrar ti paso a
, i 1111 u 4 lii. iórica. En primer lugar, a pesar de roca la vasta iitetarura sobre
I ilimid v ningún texto na sido jamás estudiado con cs-v más intenso—
no Ir .ipliró esa "alta crítica' que nos ha llevado, por f e . a poder apre-
ii L historie: !nd de las narraciones bíblicas. En gran parte debido al he cu o
.......... »ir que el Talmud hubiera sido tanto tiempo tracic.cn oral, es ch í-
■ I 14I vi . imposible, determinar ei erigen y primer cncuacramiento de los
11 ■ nv ,1 ntrales. En todo caso este trabajo no ha sido hecho todavía, y el Tal-
r.n,| »ijMif siendo ur. libro prácticamente sellado para los historiadores, cae
l<tu »lili 1:1.41 su riqueza de materia! ilustrativo y des m otivo — ios taltnucis-
•,1 |Mrinulrn que sus textos pueden aplicarse a cualquier exigencia posible

■ ( m tv un buen ejemplo de interpretación rabínics en que se basan semejan-


i», iiinrlusiimrs, un rabino dei sirio in á. j . c., toma Exodo 24:12: " Y te ¿aré sa­
lí,.. iii pirdi». y la lev v mandamientos cae he escrito, para enseñarlos” , y espirea
P| 1,11111 -..yii«'. " T a b la s ’, son las cíes palabras (el D ecálogo;: ia l e y ’ es la
| ». iii»,i... 'v in4ndarr,icntos’, es ia Mishnah; 'que iie escrito’, sen ios Profetas v
|„ I tmi.i- (I lap.iograrhs): 'para enseñarlos’, esto es la G em a«; i~.?eñ¿r*¿onos <xr. e
/ni/,'i ,/nf »•(«•• ju n en ¿seos c Moisés ¿tsde el Sino?'. Citado er el articule "Tal-
Miu,r ri la l nrielopedis Británica. En semejante Etmósíers la critica histórica no
hiit •t* Iluirrer.
LITERATU RA HEBREA A J E N A A LA BIBLIA: JOSEFO l6)

de la vida— tan sólo de la manera más general. La erudición talmúdica


tiende, por tanto, a convertirse en ese tipo de especulación sobre palabras
y frases que da lugar a una sofistiquería menuda en la aplicación de is lev
teológica o a una más filosófica moralización que saca su fuerza de la ale­
goría; pero ninguna de las dos tendencias conduce al análisis histórico. Cuan­
do uno examina el Talmud y piensa en las influencias que refleia de las
oscuras antigüedades de la vida judía, tanto más se admira de la produc­
ción histórica del Antiguo Testamento.
Esta impresión se robustece todavía más si se pasa la vista por la lite­
ratura profética. que rivalizó con la Ley en influencia sobre la mente judía,
b a hemos visto más arriba cómo la profecía — juntamente cor. la Ley se
convirtió en el vehículo de gran parte ele esa elevada enseñanza moral que
dió su valor perdurable a las aspiraciones judías — aspiraciones que de otro
modo a duras penas habrían interesado a épocas posteriores— .’ Macho hube
de esta literatura, y más aún que no alcanzó la dignidad literaria, en el últi­
mo período de la historia judía.' Fue una gran contribución, una poesía de
pasión encendida y rica et: sueños, la emanación de los fanáticos orientales,
la literatura de apocalipsis. Pero ganó sus mejores triunfos por su audací­
simo desafío a la realidad. Ciertamente su visión tenia a veces poder para
suplantar por nuevas creaciones las bajas realidades de las cosas existentes
convertidas en reales por esa convicción que impulsa hacia los hechos; píce­
las fuerzas históricas que esgrimía estaban derivadas más de la fe en el fu-
ri’.ro que del interes por el pasado. Ei profetismo, como ya hemos apuntado
en otra pane, cerra el paso a la investigación científica; y sin embargo,
cusnao subrayamos su obstrucción a la historia no hacemos sino' encontrar
er. él una. expresión — una entre varias. pero co fe menos significativa— de­
esa cuierenaa fundamental cíe punte de vista que existe entre la mente orien­
ta; y la occidental. El orienta! ha seguido siendo esencialmente «histórico s

- Este reconocimiento ¿el mensaje perdurable ce la teclogi» hebrea es el tenis de


muchos estudios recientes, después de que los críticos han destruido la base más snti-
gua de IE ao tonda,' canónica. Como ejemplo puede ararse W . F. B ad|. The O le
Teitament ir. the L;gh¿ o} i oiey (Ei Antiguo testamento a 1?. luz de hov j , %!$:*■ ).
* nombre principal entre ¡os modernos investigadores do este terreno c: el i r
R. H . Charles. Sus aportaciones apenas si necesitan ser, r.o obstante, aludas scr-u
V el estudiante puede dirigirse a los artículos sobre. "Apocrypha” , t x t. cr, ¿icciona
no«, y enciclopedias bíblicos.
n
lfi HISTORIA DE LA ¡HISTORIA

mu»,» .1, «o n Uiiva indiferencia respecto al hecho y a la fantasía. S e interés


**i» <l*i»ininuaiio mas por !o que desea que las cosas sean y raenes t>or lo
t|n* »i i, | t, O cidrnte, a despecho de mucha persistencia de la misma actitud,
•i ” h»un i» iiur fTs.idn fx>r las cosas como en efecto son y como en ersrrto han
*"•<• 1 9 Iiumim. nn puede sustituir lo que uno desea que ocurra o cae hava
...... *•»¡. • |» .i I,. *.|ui ri realidad ocurrió. Su campo no es libre y abierto, sino
•i i i» uiinii ,m ui '.. rito señalado por ios fracasos y oscurecido per ros som-
htí'H iiuii,i» »i, |,v hechos/
* » le> v lo Profetas” son productos específicamente judies. porque.
*•■ » I" mu. I,», r* Id que tomaron de más allá del Jordán, en ambos cases- son. la
• »!•*• m u i . ,|, 1,1 cii’iimación palestina. Sin embargo, en la última fasi de su
•! |ii.i.t'srno. especialmente en la Diáspora o D¿soers;ón a trzrés del
"'iiii.1 |'n. .ifiiinjui', ilegó a estar en cierto grado baio las ini i asocias de
9i|iirI¡iivili.-aiuín helénica que tanto había penetrado en el Prónmc Orien-
" • •|,ilr* *lr la» conquistas de Alejandro. El resultado fue oue _udíos v
. ■ mili, iim in conducidos a buscar en el pasado de unos y de ceros. La
nuitu.i m esperanzadora para la historia. Era una situación asL
1 hirqi, vrreinos, la que había abierto las puertas de la critica Histórica
1 * ‘ i’ 1 r i» I". ,ha» de Herodoto, cuando la antigüedad de Egipto se convirtió
• I» I **«!•*' ir toque para juzgar la ce la Hélade. Podrís haberse -pensado
'i'l., Jo¡ pueblos que realmente podían mostrar algunos cesuita-
I" liiMoruigraria antigua — griegos y hebreos— se conocieran murua-
"" 'I «lecti podría haber sido un estímulo par?. la apreciador crítica
■ *' ■ li, I.,, multados. favoreciendo asi la causa de 1? historia científica: cae.
I".. I" iiirim m ¡oí. hebreos no hubieran aprovechado del contacto, y. lo ha-
1 ' "i1 h*< id J.v. griegos. Cómo dejaron de hacerlo — v por elio. ¿r amia-
.... " i *rHit» Mglos a la crítica bíblica de hov— se ve por I? cc-nsiáeraciw.
1 I» ii un dr Jo:, figuras destacadas del judaismo helénico. Pr.iic el filósofo
l.«i ln ,| hutoríador.

tidsrui. como se le llama comúnmente, fue un producto ne Ait-

I ■ „ («luí »i» rapacidad para distinguir entre lo erue las cosas son v so c une
•I.M luí u ní f . una característica de rodos ics espíritus poco madures c indisci-
,lt», " - I un lacio; en le política mundial que debe ser tenido en cuerna
a' dar
Mili
,u * |•11r! lasado en ia Sociedad de Naciones. Pueden fácilmente usar el
" *• *•»•»*.*i» iv líinics pero el sentido de los hechos no siempre es el n g-,~
LITERATURA HEBREA A JE N A A LA BIBLIA; JOSEFO

jandría, un contemporáneo de Cristo.'' Figura en nuestro examen, no por­


que haya contribuido en modo alguno a la historia de la historia, sino por
la influencia que ejerció en el fomento de ese modo de pensar esencialmente
ahisróricc a que nos hemos reiendo arriba, interpretando textos por medie
de la alegoría. Fue éste un método que ios escritores cristianos iban a des­
arrollar hasta tal extremo que dejamos su consideración más completa para
cuando lleguemos a la obra de Orígenes y de los "apologistas’ ’. Pero, aunque
Philo parece haber tenido poca influencia d irecta sobre ios escritores cristia­
nos posteriores' — probablemente porque era un judio— , ia contribución que
ofreció al mundo de su tiempo, judio y griego, rué tan característica que exi­
ge se le preste atención. Porque Philo aplico el procedimiento corriente de is
alegoría no sólo para explicar los textos sino para desviarse de su explicación,
convirtiéndoios descaradamente de historia en filosofía.
U no o eos ejemplos, escogidos entre un número casi ilimitado, bastarán
para mostrar cómo se desarrolla el comentario sobre el Pentateuco, tomando
eí texto versículo a versículo. Las a legorías de las ley es sagradas comienzan
como sigue:

"Y fueron acabados los cielos y ia tierra, y rodo su ornamento.’ * ’ Habiendo re­
latado previamente ia creación de ia mente y del sentido., pasa Moisés ahora a
describir ia perfección cae fue- causada por ios dos. "i dice que ni La raerte indivi­
sible ni las sensaciones particulares recibieron perfección, sino solamente ideas, una la
idea de ia meare, la otra de sensación. Y, hablando simbólicamente, liana a ¡a men­
te cielo, va cut- les naturalezas que pueden únicamente ser comprendidas por el inte­
lecto están en el ciclo. Y a la sensación le llama tierra, porque es la scnsaciór la cut
ha obtenido uno constitución corpórea y en cierto sentido terrenal. Los cxnaassatos
de k mente- sor. llamadas las cosas incorpóreos, que son perceptibles únicamente, por
el intelecto. Los de le sensación son las cosas corpóreas, v en u ta palabra, todo' lo
que es perceptible por ¡os sentidos externos.

5 Cas: no conocemos nada de su vida, fuere de uno o dos episodios Nació h--
d a k segunda década antes de Cristo, y estuvo en R oña en -va d r c c.an i n ­
misión para los judíos alejandrinos. En cambio- sus obras se conservado s"'-
prendeníeinente bier,.
• Cas: nr existen m a m * « « * de sus obras en k s bibliotecas cdctiáítie** mediev*.
les iM . R. J a m e s . T r ,e B ü k k c I A n n q u -.n e s o f P h a o (Las antigüedades bíblicas de
Philo) ( ip iy ) , (Introducción). Este es un sumario «uáo-Phtla ¿ .| P c n ta w 'c o X f —"s
del siglo ; c. j . c.
Génesis 2 :¡.
HISTORIA DE 2 _A HISTORIA
•*'4

"> mab Dios en el día sc>:to su (¿xa que hizo” Sería una señal de gran sim-
l'liixlnil priv.nr que el mundo fué creado en seis cías, ni siquiera en el tiempo; porque
imln iinti|Hi rs únicamente el espacio Ge días y noches., y estas cosas las hace nece-
......munii il movimiento del sol cuando pasa sobre la tierra y bajo la tierra. Pero
• I •..! r» una porción dei cielo, de modo rae uno tiene que confesar cae e! tiempo es
un» m»< poMetior al mundo. Por ello ¿abría cue decir correctamente cae e! mundo
no luí lirado en c¡ tiempo, sino que el tiempo tuvo su existencia a consecuencia
• »I inundo porque es el movimiento de: cielo ei que ha mostrado la naturaleza de!
III |lt|IU
A m pues, r uando Moisés dice "Dios completo su obra er. el día sexto” , debemos
Miirlidrr que está habianáo. no Ge un cierto número de dias, sino cue toma sets
i' nio un numero perfecto. Pues es el primer número cue es igual er. sus partes, en
U inn.iJ rn la tercera y en la serta parres, v puesto que está producido por la roui-
i i.......ni dt dos factores desiguales, das y tres. Y ios números eos v tres exceden
I.' iniinpiimJ.il! que existe en la unidad; porque e! número dos es una Imagen de la
nniicii» dividida en dos narres y disecada como materia Y e! número tres es una
m-ipi ii dr un cuerpo sólido, porque un sólido puede ser dividido Ge acuerdo con
iin.’ división tripartita. Y no menos porque es semejante a los movimientos de los ani-
niidn. my,míeos Porque un cuerpo orgánico es capar naturalmente ce movimiento
• i o i- din-i i iones, adelante, arras, arriba, abajo, a la derecha, y a la Izquierda. Y" er.
"I. lo* acontecimientos desea mostrar cae las razas de los seres mortales, y también
d........ l.iv inmortales, existen de acuerdo cor. sus números apropiados: midiendo ios
nnliíados i inmortales por e!. número siete. Asi pues, habiendo desistido por
>• |*: i liria dr la creación de criaturas morrales en el séptimo día. comentó la forma -
ii. "i dr litros v más divino? seres.” ‘s

,'m litio considera que semejantes especulaciones son la contribución ma-


■ 11u .1 di uní di los más grandes pensadores de ia antigüedad, ve hasta qué
i i mu l.i teología puede ir al garete partiendo del mundo sobrio ce ios he-
■ ln v Jr le:, procesos históricos. Y la teología iba a adueñarse de jos intere-
iii. mu li’Citiales de la época.
A l p i n a s vttes reconoce la afirmación de hechos en el relato, pero incluso
(Mi iv e! velo materia! para alguna verdad divina. Por ejemplo, los ríos del
lu i ii' I den pueden ser ríos auténticos — aunque la inadecuación de la
rn'giiiliu del Génesis es molesta— . pero el escape está siempre a mano, por-
. 1 H !• cuatro tíos son los símbolos ce las cuarto virtudes. Prudencia, Tem-
idjii.a l'nn.ileza y Justicia, que fiuvtn de ia corriente centra! ele la Sabi-

l ’liilu ludirus, The ¿ lie gene < of the Sanee Leas {Las alegorías ce las leyes
i .lu ) , hb. I. cap i : (traducción de C. D Y'crigí en 1« Biblioteca Eclesiástica
dt Mulin).
ÍJTERATURA .HEBREA AJENA A LA BIBLIA; JOSEFO 165

duna Divinad' A! leer semejante pasaje recuerda uno las burlas de Heredó­
te a los geógrafos que se aferraban s la cosmografía homérica y especial­
mente al Océano que circundaba el mundo: pero no hay esfuerzo de ima­
ginación que pueda hacerle a uno pensar en Herodoto resolviendo sus difi­
cultades con la transmutación de ríos en ideas. La divergencia entre ios ca­
minos de la historia y de la filosofía queda asi por fortuna lo suficientemen­
te clara en su arranque para que no necesitemos desliarnos más tiempo del
primero de i«, dos.

Flavio josefo se presenta como exactamente contrario a Piulo, riué un


hombre de acción, un guerrero, un estadista y un diplomático. Fue uno de
jos caudillos de la gran rebelión judía, pero hizo las paces con Vespasiano
y llego a ser un favorito de ia familia imperial Fiavia. de la que tomó su
nombre adoptivo. Después de ia destrucción de Jerusaíén pasó la mayor
parte de su vida en Roma, donde escribió en griego.10 para el mundo greco-
romano, una historia de Las guerras ¿e los judíos y un largo relato sobre
i-i.-/ antigüedades ce los judíos, asi como también una defensa de las fuentes
históricas y métodos judíos contra los ataques de ios griegos, en especial un
cierro Apión, en un tratado Contra A p i ó n Además escribió su propia bio­
grafía, como réplica a ios ataques hechos contra él por su mismo pueblo.
As: el hombre a quien los judíos más odiaron durante su propia vida come
traidor a su país, se convirtió en defensor de su pasado. Pero nunca ha sido
popular entre ios judíos. Sus lectores se contaron de preferencia entre los pa­
ganos y ios cristianos. C r .it ellos su popularidad fue sorprendente, s: st tie­
ne en cuenta ei tema que trato. Sus obras han sobrevivido cerne pocas de
acuella época, casi como si se hubiera tratado de un Padre de la Iglesia.
i-2 rica misma de Josefo entra tanto en sus escritos que tiende a dis­
traerle a uno de ia consideración de sus méritos. Nació en 37-3? d. j. c.. ce
estirpe sacerdotal, y estudió para el sacerdocio. Era un joven fariseo distin­
guido cuando rué enviado a Roma en una afortunada misión para abogar

lb ; c ., íib. i, cap. 19 \_í. también C u e s tio n e s y s o h ic io r .e s . iib. i. cap. ir .


3,1 bu primitivo relato arairseo de la¡, G u e r r a s d e !o s J u d í o s se ha perdido. Dice
en la introducción que lo tradujo ¿ ¡ griego (sec. 1), po.ro desconocemos 1* triaca n ce
esta versión arasr.ca con el texto que poseemos
” A pión era el jefe de una misión ale ¡andrina opuesta a Phiio. En este c . •..<
0:0. por tanto, tenemo? un eslabón cr.rre c: filosofo v c] historiad o: .
lf.' HISTORIA DE L a HISTORIA

por .líbanos judíos en 63-64. Luego fué arrastrado a la Gran Rebdióa, lle­
gando a ser uno de los caudillos, pero se pasó al campe de Rosna después
dr mi captura, salvando de hecho su vida por haber profetizado que Yespa-
M.mo sería emperador. El favor de los Flavios nunca íe abandonó después
dr esto, a pesar de los constantes ataques que le hicieron ios odios. Esta
.\<ademada y próspera carrera está reflejada en ¡a primera de sus obras,
l.i historia de la Guerra Judia, que fué escrita entre 6 9 y 7 9 d . J. c. v que
r . .1 la vez una historia breve y una apología.
I-cj guerras de los judíos es una obra bien trabajada, gívígcúe en siete
libros, de los cuales los dos primeros relatan la historia de los judíos desde la
captura de Jcrusalén por Anrioeo Epiphanes hasta la guerra de 67 d. J. C.
lio esta parte se apoya en algunos historiadores anteriores, tales como N i­
colás de Damasco,1" y no se aparta mucho de ellos. Los libros restantes están
basados en fuentes contemporáneas y experiencia personal y deberían leerse
jumamente con su Autobiografía. Afirma que sometió la historia a Tito,
quien la respaldó, cosa que bien podía hacer, porque joseío le ansuelve de
ruina en la cuerna del templo1' — aunque Tácito indica que ió órdenes
T fn o ,- b
concretas para que se hiciera — y er. gene i hace responsables a les tan áticos,
patriotas judíos descarriados, de í?. responsabilidad efectiva en el desastre
de .su nación. La Providencia está visiblemente de! lado de los vencedores.
Las Antigüedades de los judíos, a las que josefo dedicó la mayor parte
de su trabajo durante veinte años, es obra mucho más ambiciosa, una de las
producciones individuales más extensas de la literatura antigua. En veinte

1 Nicolás de Damasco fue un sabio griego que llegó a ser antro r consetcr.-
(li i iercides el Grande, y que jugó un pape! considerable en k diplomada v la priíri-
1.1 del Próximo Oriente baio Augusto. Sm escritas históricos incluían una biogsrib
de Augusto de !a que sólo quedan pequeños fragmentos, v una Histeria UnAcric
1lrr.:-.i cuarenta y do: libros, que trata de los asirios, lidias, griegos, credos v ¡sosas,
v rjin concentra ia aicnciór. sobre ia historia de Herodes y su tiempo, jotero usó cor
da-i.ics de esta ultima parte, aunque criticando a Nicoias por su relato altamente
chipi'«!.;, v poco fidedigno del rcir.aae. ae su patrono.
1 Se ernio una versión aramea de ella a ios "bárbaros" de Arabia y de más
l( jos, como parte ¿e la propaganda imperial para mostrar lo mótil que era e! ene
cii.iio'.i.cr pueblo se opusiera aJ poder ce Roma. La tidciicsd de esta na—ación rué
•inptignada en sus piornos días y hoy también. En general parece ser correcta, y por
¡i. tmiios, c! autor estaba cor vencido de su verdad. Su elevado mérito literario debe de
liaba contribuido a su vale: propagandístico.
LITERATURA HEBREA A JE N A A LA BIBLIA: JOSEFO 167

ir.reos libros josefo relata, para aquéllos que no están familiarizados con la
Biblia — y la ignorancia deí mundo clásico respecto a los judíos era muy
grande— , la historia de! pasado judío. En la primera parte dt la obra su
íuente principal fu i la Seotuaginta. la versión griega del Antiguo Testa­
mento,’ pero además obtuvo datos del cúmulo de tradiciones de que pres­
cindían los versados en la ley. También emplea materiales proianos, usando
a Herodcuo, por ejemplo, para la historia de O ro, y muchas fuentes roma­
nas para la última parre. Pero las rehace y las acomoda dentro de su relato
de tal modo que es ardua labor de crítica de textos — aspecto en e! cue no
necesitamos entrar— re trazar el proceso de la composición. En los libros
xviu v xix ia historia deriva hacia Roma y es una fuente importante sobre
Calígula y Claudio. Son especialmente valiosos los muchos documentos rela­
tivo? a la posición legal de los judíos en el imperio. Esto representa la proxi­
midad mayor al trabajo de investigación sistemática de archivo que ofrece el
mundo antiguo.
Como Pohbio, josefo se da cuenta de su debilidad artística: piro espera
poder compensarla por el contenido. Promete, en ei preiacic de las Guerras.
no oculta: nada y no añadir "cosa alguna a ia verdad conocida de las co­
sas' . "Lo he escrito", dice, "p a ra __aquéllos que aman la verdad, pero no
para aquéllos que se deleitar (con relaciones ficticias)." "Cuan bueno sea
el estilo deberá dejarse a la decisión de los lectores: pero en cuanto a la
conformidad con ¡os hechos, no tendré escrúpulos en decir trancara en te que.
la verdad ha sido mi única aspiración en todo este trabajo” (líb. vi:, cap. 11).
Frente a sernt jantes protestas se ve uno de mala gana toreado a la conclu­
sión de que josefo « a tan poco sincero respecto a su estilo como el contenido
ce su obra, que, como acabamos de ver, estaba muv ccictmac?. para su
propia defensa. Por cue era un escrito: florido, que emoieaba con éxito todos
los recursos de! arte literario de su ¿poca, con tos que estaba familiarizado.
Inventa discursos para los héroes bíblicos, como para los de dias posterio­
res: trata d? lograr erecto con ía exageración, empleando las cifras, come
aiguicr. ira dicho de un estadista de nuestra propia época, como si fueran
adietives: ios judíos muertos en jerusaién ascienden * 1.100,000 (Jib. vi,
cap. o ) , mientras qu< Tácito indica 1? ciira extrema de 600.000 como nume­
ro total dt ¡os sitiados.1“ Insiste en las calidades dt estadista de Moisés hasta

14 Es duaeso que supiera el hebreo.


1E Tácito, Historia. lii>. v. cap. 13.
if.s historia s e la historia

mu uno siente que exagera un poquito. Pero sus contení pealárseos gustaban
i< i'.ro v esa es su justificación, de modo que incluso tos pequeños to-
wii ' de autodefensa referentes a su torpeza en el maneto de its lengua griega
IMiriIrr. beber contribuido al efecto total, sobre todo porcuc ios combina
•••’inlmrntc coa una súplica piara que se le crea bato su oauabra en aquello
■ mí dice. lómense como etemplo estas palabras finales de sus grandes An-
OyurJuaes:

' tengo •» rrancueza de decir, ahora que he perfecaonade can convictamente


•* *<'•• que me había propuesto hacer, que ninguna otra persona. ~ judia n: extras-
icnque reriera can grande inclinación a ello, podría hacer estos relatos tan
1 ’■ treta :ncnt<- oara los griegos cota o se ha hecho en estes Ithros- cerque ios de m:
u ..aiivn reconocen sin reservas que Íes excedo con mucho en conocimientos sobre
nidio.;; v cambien he pasado crandes trabajos para obtener jos conocimientos
iiv cr-ego. i comprender los elementos de la lengua griega, a tanque me he acos-
• durante tatito tiempo a. hablar nuestra propia lengua p a : no puedo pro-
' •inii.r i griego con la suficiente exactitud: porque nuestra nacum nc estimula a
'Mk-ii aprenden las lenguas de muchas naciones, y acoman as sus discursos cor.
b 'i i -¿ de sus frases: porcue consideran esta ciase de éxito cocui: vulgar, no sólo
las clases ce hombres libres, sino para tocos aquellos surcos que tengan
«' turo prenderlos. Ferc ie conceden e: testimonio ce ser un iiffic r i sabio, que esta
I •ri. u.icruc interado de nuestra, ieves, y es capar de interpretar su sentido: en cuyo
'• ; asi como ha habido muchos que se han esforzado ceas gtsu¡ paciencia para
■ rene c.-.ir conocimiento, apenas si han llegado a dos c tres quieres io han logrado.
•**'■ > mee ;.-amerite bier. recompensados por sus fatiga.,.

lov.'ío estaba relativamente libre de los impe cimentes cpse cerraban e.


• • • sic naturalezas m is religiosas a la consideración ce simples cuestiones
«i* fu Pero hay un indicio de la dificultad er. so. c o o a a n o sobre Da-
i q '. es digno de que ie prestemos un momento ce atenace. Dice fiib. x,
<>p r 1 1 que Daniel '‘no profetizó únicamente de los acor.tscirrnentos futu-
l u t o hicieron ios otros profetas, sino que determino tszaíxen e¡ tiempo
>•' mi realización.'’’ Aquí se presentaba el problema ce fijar ios anos ücí plan tíi-
' íii'i ¡ifoblíma que iba a desempeñar papel tan grande en fe especulación de
•T• • n posteriores y que provecto la cronología soore ?; rscruro en lugar
ó' <• .. Mecida en r.I pasado. Si ¡osero hubiera sido un pensador en vez ¿t
' i itt r'.nidiosu. habría seguido ei camino señalado aquí haoa bases ahistó-
'i J' I <>r fortuna era un historiador en vez de ser im iuóscco.
I'“■ •lo publicó su Autobiografía como apéndice a una segunda eaxrión
l it e r a t u r a hebrea ajen a a la b ib l ia ; jo s e e o 16 9

di- ¡as Antigüedades. 1 La disposición de este folleto es extraordinaria, por-


que más de las cuatro quintas partes de sus ochenta páginas están dedicadas
2 ios seis meses de la gestión de Joseío en Galilea el año 66; un prefacio
de cinco páginas conduce a esta experiencia, una conclusión de igual exten­
sión dice algo acerca del resto de ia guerra y de la vida de Joscio, y cerca
¿el fin de la parte principal hay un ataque de seis páginas contra ur. cierto
justo de Tiberiades. U n moderno filólogo, Richard Laquear/’ sugiere que
ests interpolación suministra una clave que explica mucho de la carrera lite­
raria de Josefo. justo había sido su rival en el 66, y poco después de ia pu­
blicación de las A n tig ü e d a d e s publicó una historia, rival de los judíos. En
ella atacaba la veracidad ¿t joseío, y también su conducta curante la gue­
rra: fosero replica ahora a este ataque. La parte principal de la replica con­
siste en el informe que había hecho en 66 a las autoridades de Jerusalén
cuando Justo y otros habían denunciado sus actividades en Galilea. Este
documento era por tanto el primero, no el último, de los escritos históricos
<ie lósete: era virtuaimente un documento contemporáneo, escrito antes de
que Josefo se pasara a ios romanos; su relato amere en detalles importan­
tes del posterior de las G u e rra s d e los j u d ío s y era probablemente más co­
rrecto: y se publicaba para vindicar ias actividades del autor en aquel año.
Este descubrimiento llevé a Laquear a otras conclusiones que parecen bien
iustiriesdas. lusco acusaba a Josefo. no sólo de insurrecciones sino también
ce traición a su pueblo, v no era en ningún modo el primero tu el único
ludio en hacerlo: el cargo había sido hecho repetidamente por los judíos
desde que Josefo se pasó a los romanas, e hirió en lo más vivo al aristocrá­
tico descendiente de ios altos sacerdotes. Por ello dedicó el resto ese su vida
a tratar dt probar a sus compatriotas judíos que en último término era un
ostriota: había escrito las G ü e r a s Ce los J u d ío s no soso porque -e pagó r i ­
to para que io hiciera, sino también porque creía sinceramente que la línea de
conducta oue señalaba a los judío» era la mejor í y la terrible represión
de las revueltas bajo Traían© y Hadriano demostró que tema razón); lue­
go dedicó veinte años a elogiar a su pueblo en las Antigüedades; refutó a
calumniadores antisemitas en el opúsculo C o n tr a n p ió n ; y por último, ya
viejo, se lanzó sobre justo en su A u to b io g r a fía . Pero todo fué en vano:

i,: Este nárralo v el que trata del lesttmcnium Fi a'¡anuir, son del Profesor Swair-
17 R. L a c u e u k . Der jüdisehe Historiker Fiemo Josephus (El historiador judio
riavto je s e f e ) , 192c.
*7» HISTORIA DE s_A HISTORIA

l»**t» L jctualidad ios judíos han considerado por lo general a jo seíc como
un (laiiioi deliberado, mercenario, con dos caras. Fué une. de los ocho o diez
#•'«»141«-, historiadores dei inundo antiguo; pero si d o cavó er¡ ene completo
olvido, como pronto le ocurrió a justo, es a causa de ios crismados, y más
| alármente * causa de una falsiticadón cristiana áirrocksáda en su
lútutrut.
I I valor de Josrfo para ios cristianos se debe pnnopaitntrnr: ai famoso
iftlimoniuin Utrrianum, ei único testimonio pagano ce la « ¿ a -ce Cristo.1“
I"*'*«» «i.i m u noticia de San Juan Bautista en Las Andgiieéade: jiib . xvm,
'«1“ i ií> 19) que concuerda razonablemente con ei rulare evangélico; más
•«"•I«- (lili xk . cap. 197), menciona de pasada a Sastiaso r’eí scrmaco de
I'*«“ qn< fué ¡jamado Cristo” ; y sobre todo está el pasaje de ocho o diee
I""«» (lib. xvm, cap. 63) en que se ocupa ¿ci mismo jesús, teste pasaje
I*« d«J.l origen a controversias muy vivas. Los críticos dei siglo xzx lo pro-
' I.... om i mu vacilar falsificación cristiana, pero ios filólogos de bey no están
' "• »«gitr.is Es desde luego difícil de concebir que Joseio hupiera escrito
1 ' I1■ l . i l u t a l como ahora están, porque iiams. a jesús **un ncarubre sabio.
1 ' 1 «jiir *r !e puede llamar un hombre", relata ta Resurrección a. tercer día.
•1 que venida había sido profetizada, e incluso arirsu-. turé:cítamen-
" II era e l Cristo/’ U n judío tan ferviente como jostro no Cipria hecho
' 11 *■ a Ilimaciones. en especial ia última/5' Pero esto no quiere decir que Jo-
" 1,1 no escribiera nada del testimonium. Los eruditos están llegando a la
•••■«■ni im di que ¡o ocurrido iué que. un escriba cristiano trató de. adaptar el
i’ '' mi .1 los puntos de vista cristiano: insertando unas cuantas -aiabras en
1 >n i.ic pi,r loseta. La colocación dei relato dentro ce ia narración general
"l* v» «-.te : upuesro; es el tercero de una serie ce anee relatos breves sueltos
n.iiiiii dt disturbios, cuatro de ios cuales fueren causados pos judías:

I »cito y Suetonio mencionaron a Cristo de pasada, pero can -scúo coma t\


■ *>■ I f u n d a d o r t>c ía secta oe ios cristianos. Suecorüo transcribíc mal su r.cnv
' de ..« creer que vivía en Roma.
I «qiirui sugiere ¡o/', dt., pp. 27a « .}, que ruando Josrfo v t: que -vs eítueraos
• " • ......... l i a r a su. compatriotas judíos eran inútiles, se vetes.' nana ta crisnanos
........ .. • I |ms«je tai como ahora está — aunque otra le quedara centro, sesee luego—
....... •*; "un.-i de que asi comprarían v oertx ruarían su wagnsivs opvi. ¿_í obra dehe.
' '" .i . mi Miperviv encía eri primer lugar a estas palabras. « r e la Trgerenck d:
1 "• "i r »mi.' brillante que convincente v parece ser considerada w ceras erudito
........ Ufiii#«iudn caprichosa.
LITERATURA HEBREA A JE N A A LA BIBLIA; JOSEFO *7 *

se ha sugerido acertadamente que en e! curso de sus investigaciones en los


archivos romanos, josefo se encontró con los expedientes relativos a estos
disturbios e hizo de ellos la base de su relato. Se ha sugerido también — tai
vez demasiado caprichosamente— que en el caso de Jesús el expediente conte­
nía el informe de Pondo Piiato sobre la crucifixión. En su forma origina-
este relato puede haber contenido palabras ofensivas para Jesús, que el es­
criba cristiano creyó conveniente suprimir, y a las que susituyó las palabras
que ahora causan nuestras dificultades.*0
Nos. falta por considerar una obra, que es la más interesante de todas
para el historiador de ía historia, el tratado C o n tra A p ió n , escrito para re­
batir a los historiadores gentiles por su incapacidad para apreciar la historia
de ios judíos, y para jusdficar la autenticidad de ésta. Es anticiparse el citar
aquí ía crítica ce la historiografía griega con que comienza ti tratado, pero
como contiene tantas cosas que son todavía sugestivas y acertadas, puede
servir como eslabón con is parte siguiente de nuestro examen,** y como exa­
men discriminante de la historiografía antigua en general, justifica la a ta
in extenso:1'

N o puedo por menos de admirarme grandemente ante quienes piensan que no


debemos prestar atención sino a los griegos respecto a los hechos más antiguos, y
apreader ¡a verdad únicamente de ellos, y que no somos, de creer nosotros mistaos
ni otros hombres. P e roes cstov convencido de que el caso es todo Jo contrario si no
aturemos seguir opiniones vanas sino extraer ía verdad de ios hechos mismos. Por­
que encontraréis que casi rodo lo ou;- se teriere a ios griegos ocurrió no hace mucho,
es más, podría decirse que es de aver o del día antes tan sólo; hable de la cciiíi ca­
ñón de sus ciudades, las invenciones de sus artes, y el registro de sus leyes: y er¡
cuanto a su cuidado por c o n o ilar iustorias, es casi ia última cosa que emprcucieirm.
Es cierto que elle* irisa s« admiten que son los egipcios, ios caldeos y los fenicios

20 Para una discusión sensata de este problema véase H . S t. J o h n i h a c k e s a y ,


Josephus thf M an and tbs Historiar, (je se ío , eí hombre y el historiador), lo zg ,
csp. vi. E í tc'tvmomurr. c> también discutido agudamente v con gran conocimienm
pot Pober E'-sler en su obra m onum ental pero excéntrica, 1 H S O T 2 B A - I A E T ü O T
B A S 1A E T 2 A E . D .e tfessiattische U nebhcngigkchsbevegung (fci movimiento jnes;a:.:.
co de independencia), 2 veis-, 1929.
*' Esta e: una desventaja debida ai tratamiento de- ias diferentes historias nado-
nales come entidades en vez de emplear un método comparativo, cronológico. Pero,
después de todo, los antecedentes de ios escritores greco-romanos era» nacionaies.
22 jo seío , Contra Apión. lib. i, caps. 1-6.
•7 ' HISTORIA DE LA HISTORIA

(|mix|IIi m qtiir-o ahora que nos incluyamos entre éstos) quienes han conservado la
mimiiM.' ilr la tradición más antigua y duradera. Porque todas estas naciones Labi-
».i. »i tales aue están menos sujetos a destrucción por el clima y la atmósíe-
•« x liuii minie también especial cuidado en que no se olvide nada de lo cue se
|q#.. »mil i líos. |x>rquc su historia se consideró sagrada, e incluso fue escrita en ¿ocu-
....... .i j»11!• u.i. iKir hombres de ¡a más grande sabiduría. Mientras que diez mil ce.--
Iii'i.miii fian .itiigic el país que ios griegos habitan, y borrado la memoria de
huí'.' iiitr- u n de modo que. comenzando siempre una nueva manera de vivir.
•i*i• 'mu, • «d i uno de ellos que su modo de vida se originaba con ellos mismos. Fué
i a **11.ii 11 ta iil> v con dificultad, cuando llegaren a conocer el uso ce ¡as letras. Por-
• i ■ ..n ,. i> ijii.- quisieran reterir su conocimiento de las letras a la más grande anti-
,m.......i t, rnvjhi icn de que las aprendieron de los fenicios y de Cadmo. Pero nadie
i- . i il,rn .i-u.it a:r.gún escrito conservado desde aquel tiempo, ni en ios temolo;
i. ■ n, •otros monumentos públicos; y, en realidad, existe gran duda subte el
i.* *ii11 i, vn u-son ¡os cue fueron a la guerra de Trova tantos años después v
i ni. |.,..!ili m u saber si los griegos usaron letras en aquel tiempo: y la opinión cue
i iM|.i, i >1«.. x 1:t rr;p.t cercana a ¡a verdad, es que ignoraban la manera presente de
1.. «i 1«. un Ciertamente que no hay ningún escrito entre eiios. que ios griegos
...........I, .i m ido rn cae sea genuino, más antiguo que los poemas de Homero. Y él
l. 11,11. i,., o nte posterior a sitio de Troya: x ellos dicen que incluso é! no dejó
1.. . |, o i- - cierto. fino que su memoria fué conservada en cantares, y que íue-
• . m u ,.,1.. nuis tarde, y que ésta es la razón por ia que se encuentran en eiios
i. ,,, i......i i .i diferencias. Er cuanto a los que se dedicaron a escribir histo-
<ii r 11> .-'i como Cadmo de Miieto y Acusilao ce Argos, y otros cualesquiera
.............. ¡i,. - incnci.nados después de él, no vivieron sino poco antes de ¡a expeci-
. ., , .• t m.-i.i. Además, todos ios que primero filcsutaron sobre cosas criestia-
I.................... riitti los griegos, como Fereciaes el Sino, v Pitágoras. y Thaies, todos
,. ii id rn aue aprendieren lo que sabían Ce ios egipcios y caldeos, y no
, , ,. . . «ii p ito Y éstas son las cosas cue se suponen ser las más antiguas entre
, .„ x i n-iicn g ran dificultas para creer que los escritos atribuidos a aquellos
l............ ton auténticos.
i , i,, x . i m : un absurdo cue los griegos estén tan orgullosos, como si fue-
............... . . | tu Un qu - conociera ¡2 antigüedad, el único pueblo que hubiera trans-
.. ;. |, n -. í.-d .i'n .,1 de aquellos tiempos primitivos de una manera correcta? Es
, ......... ñu. que no pueda colegir de los escritores griegos mismos que no co-
i . ........... |. ■ i . sobre ur.a base sólida cuando comenzaron a escribir, sino que
. ,n •• on su* propias conjeturas respecto a ¡o; hechos? Por consiguiente se
. , 1tiiiiri.ua entre si en sus propios libros, y no dudan en darnos los rcla-
. ,. n i.IntuíI..S de las mismas cosas. Pero seria gastar mi tiempo en \-anc cae
.................. . • Jo;, griego; ¡o que eiios va saben mejor que yo, ia gran discre-
. ,i >ii en»rr Htlánico v Acusilao en sus genealogías. en cuántos casos
I . ig. a I ir :.ido. o cómo Eforo demuestra que Helénico ha dicho nxen-
,. i i ” |>.::ir d< su r.istoria; o cótnc Timeo. de manera análoga, contradice
LITERATURA HEBREA A JE N A A LA BIBLIA; JOSEFO *73

a Eíoro, y los escritores siguientes a T im ec, y todos los escritores a H erto o to . N i


podría Tuneo estar de acuerdo con A ntioco y Filisto y Callias aceres ce La tristona
siciliana, como no lo están los diversos escritores de ios Aridas respecto a Las cues­
tiones atenienses, ni los historiadores que escribieron sobre ¡a historie d t la Argóiida
coinciden respecto a ios hechos de ios Argivos. ¿ Y qué más voy a hablar de ciudades
particulares y d t "lugares más pequeños, cuando en los escritores más aurorirrados de
la expedición de ¡os persas, y de las acciones hechas en elia existen tan granees dife­
rencias? Hasta e; mismo T ucícides es acusado por algunos de escribir cor "recuer­
d a falsedades, aunque parece habernos dado ei relato más correcto de ios nechos d t
su tiempo.
T S cuanto a las causas de tan grandes discrepancias, tai vea aparezcan probables
otras muchas a aquéllos que deseen investigar el asunto, pero yo concedo la m araña im­
portancia a dos qus vos a mencionar. Y mencionaré primero la que me parece cau­
sa principa!, a saber, ei hecho ce que desde un principio ios griegos no se cuidaron
de documentar por escrito y públicamente 10 que se hacia en caca caso, y este,
naturalmente, le abría camino al error, y daba a aquéllos que deseaban eserair sobre
timas antiguos oportunidad de mentir. Porque no sólo fueron ios documentos escri­
tos descuidados por ios otros griegos, sino también entre los atenienses mismos, quie­
nes pretenden ser autóctonos, y que se han aplicado a! estudio, no existen seme­
jantes testimonios, porque dicen que las leyes de D racóa respecte» a les asesinatos,
que ahora están escritas, sor. los más antiguos de sus documentos públicos, y Dracón
vivió tan solo ur¡ poco ante» cue e¡ tirano Pisistrsto. Respecto a los arcamos, que
tanto se envanecen-de su antigüedad, ¿nara qué voy a menciónanos, ?. todavía rué
más tarde cuando aprendieron tus letras, y también con diricultac?
Deber., por lo tanto, surgir grandes diferencias entre ¿os escritores al no e ra n :
rest-momos escritos, oue pudieran inform ar rápidamente a ¡os deseosos cié -aprender,
• rerutar a ios c u ; ¿¡¡erar, mentiras. N o obstante, debemos df establecer u sa segun­
da causa, acemas de ¡a primera, para estas discrepancias. Aquéllos que fueron mas
celosos en escribir historia no fueron tari solícitos, en descubrir la verdad, aunque
siempre es mus tacú hacer semejante profesión, sino que trataron de desplegar su.
-rim adas aptitudes ce cicrnc cs. \ en cualquier clase de estríeos netisabau que eran
capaces de superar a otros, que es a lo que se dedicaron. A lgun os se ocuparen en es­
cribí: narraciones fabulosas; otros en ser gratos a ciudades o reves. rsor.i~ieT.cn pe:
encargo de ellos- otros se dedicaron a buscar faltas cr. ios trabajes ajenos c en sus
autores, v creyeron oue así hacían un gran papel, Y sin embargo, estos nacen 1c
cosa cue es entre todas más contraria a La historia. Porque lo característico ce. ia his­
toria verdadera e¡, que todos hablan y escriben la mismo acerca de ¡as mismas cosas,
mientras qut estos hombres, al escribir de distinto modo sobre las insanas cosas creían
que se ifca a pensar que lo hacían con el máximo respeto a la verdad. Debem os, sin
duda, conceder a ¡os escritores griegos el lenguaje y el estilo de la composición, pero
nc 1c que se re: ¡ere a la verdad de ¡a historia antigua, y menos que nada it- que se
reriere a ¡as costumbres nacionales delos diferentes países.
HISTO RIA DE L A H ISTORIA
•V«

l.i f i . i o al cuidado de registrar por escrito ¡os «stimonios desde k más rem o a
aun,.'.ii .u d . que ¡os sacerdotes fueran encargados de e s a tarea y filosofaran acerca
■ li t 1 rim e ¡os egipcios y babilonios, y los caldeos también entre ¡os babilonios, y
■ iui i" 1 1m in os, que se mezclaron espe.cialmente con los griegos, hicieran uso de ias
lio a ' muro par;, los asuntos de la vida corriente e o s » para conservar la historia de
lie as-•'iio*. públicos, creo que puado omitir cualquier prueba de este- porque todos
• 1...... que es así. Pero trataré de mostrar bresemente que nuestro; antepasados
m u tu o * <1 mismo cuidado en escribir sus documentos (poraue nc quiero decir
..... te •• h u í un cuidado más grande que los otros ce que he hablado), y que éneo*
i.......1 ■ »o rsie oficio a sus sumos- sacerdote; y proietas, y que estos testimonios han
m i' •11.1 i•*.<ribiéndosc hasta nuestros propios cías con el m á triio cuidado, y que. si
tu lu> » ilcniasiado atrevimiento para mi decir esto, nuestra historia seguirá escri-
|.„iinlo»r «'i cu r! futuro.

|mm ín p.isa luego a sostener la superioridad dt un pueblo crue tiene "no


ili. t mil libro:, en desacuerdo y ea contradicción unos con otros, sino úuica-
•■ «ciiia vimiidói libros que contienen las histories de todos los tiempos y se
■ ni con justicia que son chunos.” N c podemos seguirle más en su razo-
••mu H11; i», pi ro debemos recordar que el valor de los capítulos que sipuen
i M « m i. la pura historiografía hebrea, pues en ellos están intercalados ice
. -11 ,i i . i mi < .cri cores gentiles, especialmente Manethon y Bercso. que son
U «mi.. Iiieiip que oe ellos tenemos, t i opúsculo es la obra ensota de us
Ii , •i i ii ' i i m tr 'u in te

I i11u:.i \ ci mar. grande de íes historiadores indios. Flavio Josefo, recuer-


ii n.i idinariameiite los últimos y más grandes ce los historiadores de
1 i i; Babilonia-A.* rúa. Mancthon v Bercso. Josefo cambien, como his-
1.. 111»111 *; luí rías uti producto del mundo greco-remano que de los antea-
1.. , o i.iov de su propia cultura nacional Los tres fueron estimulados
.,i i . . til' • !. historia de sus países per e! deseo de Laceria conocer a los
, , 111 . l'iiu lo:*'! o va más iejo? que ellos en su realización, y '-e recuerda
„ mu imlitvi, ni á1 a i último de ¡os grandes historiadores griegos. Pclibio,1’
ii loe *.*ttjTendentemente análoga a la suya. Arabos escribieron sus
1.. ■ mi iü' iii h'oir.a romo ffvontos de aquéllos que fcabían aplastado los úld-
,i ■« o TiHiriit"* i'Nri'idore:. er. sus país«, nativos, v ambos salieron ganan-

ll- ,1 lili i v*c 8.


1 Vi.iu mp xvii
l it e r a t u r a hebrea ajen a a la b ib l ia ; JOSEFO >75

do con estar a la defensiva en un pueblo extraño, al que tenían que impre­


sionar cor. un método sólido y el peso de la evidencia. El resultado rué hacer
de los griegos y ios judíos, no sólo historiadores sino críticos, y, en este res­
pecto, modernos entre ios antiguos. \ emos aquí de nuevo otro ejemplo de
lo que antes dijimos, que no es tanto la larga procesión de los siglos la que
produce al historiador como ia necesidad ce convencer 3 los contemporá­
neos de ia verdad de lo que uno dice. La mera posesión de un pasado vigo­
roso es de menos valor que un auditorio crídco.
TERCERA PAR'

H IS T O R IA G R IE G A
C A P IT U L O X III

DE HOM ERO A H ER O D O TO
O
^ llegar a Grecia, pensamos en seguida en "Homero” , y después en los:
recientes descubrimientos que bar. reformado nuestras perspectivas de la Kiy
tons griega, aunque en cierto sentido confirman la antigua impresión, tan
vu-j£ come e! mundo. E'¡ arqueólogo ha desenterrado Troyas anteriores a Tro­
va, pero nc ns encontrado un Homero prehcmérico. Aunque ahora las cen­
turias se extienden más allá de los días de Agamenón en ¡argos milenios, y
los muros arrumados de Cnossos y Hissarlik están marcados por las mareas
crecientes y menguantes de muchas guerras V los movimientos ck oscuros
puepios prehistóricos, no s.e han encontrado vestigios de usa épica minoanse
Se conservan muros con frescos delicados, obras maestras de orfebrería que
r.os hanisr¡ dei esplendor de los señare.;: del mar en Creta c de los ricos señores
ganaderos ce la llanura argiva, pero el tínico gran relato que ios griegos con­
servaron ae ese gran pasado íué el de su destrucción. Ers muy poco ío que co­
nocían de is antigua civilización que precedió a la suya." En ios poetaas ho-
ménccs sobreviven rastro?, del esplendor de Mierdas, y atisbos idílicos de ios
habitantes de las islas, pero sus héroes son de uaa época posterior y una raes
distinta, sor. griegos dei siglo ix a. j . c. N o obstante lo leves que son, estos
vestigios estar, tan conformes coa el resultado de las excavaciones, que hay
que pensar en alguna fuente que hava. mantenido viva la historia desde lo?
grandes días de Creta (Minoano medio) hasta los de Homero. Además, dos
de ios investigadores más sabios de Greda, Aristóteles y Jifero, todavía siglos
más tarde hablan con tal aparente confianza y razonable corrección de la
5 "Para decir la cosa epigrama ticamente. Homero do sabe casi nada cieí mundo
homérico/7 Rfcvs C arpfmtee . T h e H u m a ttis tíc F «sitie o f A r c b a e o io g y (Ei valor hu­
macístico de ¡a Arqueología) ( hjjj), p, 6£.
Ifi ' HISTORIA D€ L A HISTO RIA

, |„ „ dr Minos Qüf se ve uno forzado a suponer que la cultura minoans dejó


algunos documentos históricos germines. Lo que eran nadie lo sabe. Los his-
"in.-nJotrs esperan que cuando pueda desairarse la escritura nsstoana. las ta*
i11r ta* que han sido encontradas en el palacio de Cnossos rescaten contener
1111■t>> cno documentos de los asuntos reales, alguna clase ae anales reales co­
mo los dr Asiria y Babilonia. Pero mientras tanto "Homero“ signe siendo, a
l» -ur dr la arqueología, lo que ha sido desde mucho antes Ge ios días de
I Irrojoto, r¡ relato más antiguo del pasado gnego, y aunque neme» es en-
■ «mirar los orígenes verdaderos de la historia griega escrita más en una crtd-
i ¡ i «ir las leyendas homéricas que en las leyendas mismas, los ¡nuoíogos están

I m y >«niformes en que, en sus líneas generales, los poemas homsrxos están ba­

tí nhn rn hechos auténticos. El relato de! sitio ce Troya pueae ser una versión
l l'ir dr diversos episodios de la historia de las "migraciones' ntienicas, y ei
ir *10 presenre no ser sino una variante loca! de sagas rivales que e! azar y
l.i cultura ateniense preservaron para la posteridad, pero en .a descripción
Ir la vv-iedad y en el enredo mismo del relato hay mucha pane ce valor tus-
ii’nco genuino. La Iliadc arroja luz sobre ios hallazgos del arqueólogo, ael
misino modo que la arqueología arroja luz sobre la historicidad de la ih a d ci

Ni forma parte de tina historia de la historia discutir la cuestión, t o n a v í a


mu r<•urica: "¿Quién escribió los poemas homéricos?' Ls personalicad oel
luldl
jm Ii o igo , esa figura contusa y patética, que toca ia la anrirüedad
anngu siie rro
I Olili) rl supremo gemo épico ce Greda, ha sufrido por los ataques de un
»pd *i« critica; pero parece estar surgiendo una vez más una reacción
•oiitr.) ni, escepticismo demasiado demoledor.” Fue en 1795 uTs-do Federico
W oíf (1 •¿‘,9-1824) publicó su fundamental Prciegomenc ¿ ztomerurr., en

'lio cmbj cuestiones véase G . W . Botsfqso y E. G. S sklek, tz sdente Criiirze-


IGn il;/«ción Helénica) (19 15 ).
A rn - problema se le ha concedido con frecuencia Lnceoida serse ; t.‘
■ ilr l.i bistoriograrta. N o pertenece propiamente a él. ya cae ia historia CO-
iiidire en ¡a épica ouc en ia crítica cc la épica. La ir.flc.sxns dí Homlerc
’ ■ r! prm-amicnso griego es. naturalmente ce sume interés p an rrtf historiaáorej.,
I' "■ rtn ii.> bate que la litada til ¡a Odisea sean historia.
* ( . V . Rotsford v E. G . ShsLER, Hellenic Ciri'izaltor., cap. L , 3. Botsíord
•• •>11i>r mi |iOMi:on como sigue: "Podemos suponer, pues, que canta-es. v tai ver otra
I •»1 ii 1n■ a descriptiva de los esolendores ce ia vida sünoana. pasaron a G Edad Media
• "* »'y-11n w! período itnnoano. y s! ienguaie de Sor. helenos, y cue barcos Oslé-
I>£ HOMERO A HKRODOTO i£:

donde fuá atacada la unidad ce ios poemas, y "Homero” destronado de su


puesto supremo. Durante el siglo s k los poemas han sido estudiados desde
todos los ángulos posibles, y como el estudio de la mitología comparada y ¿el
folklore se. desarrolló juntamente con el progreso de la filología, existió
la tendencia a considerarlos más y más como relatos populares, a los que die­
ron forma varios poetas en distintas épocas. Si parecía dominar en ellos una
nota personal se invocaba el hedió de que éstos eran relatos de un pueblo tan
agudamente individualista que la calidad personal no dejaba de brillar a
través áe la expresión sedal A ía verdad estos dos elementos, e; individual
y el general, dan a los poemas su doble encanto, y han asegurado su conser­
vación no sólo por ios griegos sino por aquéllos que aprendieron griego para
conocerlos. Lievan consigo la visión de belleza y la llama viva deí genio,
y ai mismo tiempo condenen esa perspectiva y ese interés universales cue
distinguen el relato popular ce ia creador, individual. Y a hemos- indicado
come ios documentos grabados es la piedra perduran mientras cambian las
tratadoras; pero aquí huno una tradición cuyas mismas palabras adquirie­
ron inmortalidad, grabada no solamente en la memoria, sino en toda ia vida
intelectual de un pueblo.
Les poemas homéricos fueron para los griegos — por lo que a la historia
respecta— casi lo que ei Antiguo Testamento fu i para los judíos. Su auto­
ridad se fijó sobre la mente griega hasta la era de su pleno desarrollo inte­
lectual. Los primeros Padres de la Iglesia los aceptaron en este aspecto, de­
dicando sus energías simplemente a probar que la narración de Moisés era
anterior a la ele ios griegos.'' Es un paralelo singular que la moderna füloío-
nieos. en ia tierra turne g rite s y cr. las coSotuas, continuaron cantando tas gloriar, ce
¿icw.es v héroes, er.tremerciandn sus r-ropia; costumbres c ¿deas con ¡as tradiciones,
El más grande de caros bardos fus Homero, oue vivió en A sia M enor, tal ve?, e s cí
sicio nueve c en el ocho. N o iocortsorá naos» sino que cree sus grandes posm as de
nuevo, haciendo uso. no obstante, de muchos asuntos tradicionales. La Odisea rué
compuesta después de ia )líe¿a; pero ambas pueden, ser producto de tm solo genio. D es­
pués de ser terminados por H om ero, los poemas sufrieron algunas interpolaciones.’1
•' N o ser; los pasa tes menos interesantes respecto a esta autoridad de Hornero los
dr la Apología ce Justrio M ártir, en ios que sitúa a H om ero juntam ente con Piatót!
como las dos fuentes principales de k teotogis pagana. Justino prueba ingeníosó-
taentc. cor, ur. despliegue de considerable erudición, que H om ero, asi como Platón,
tomó ia m ejor parte de! sistema griego de Moisés. Atrios padres de ia Iglesia ahon­
daron más ese modo de razonar hasta Uecar a elaborarlo ce modo sistemático como
cr. la crónica de Ensebio.
HISTORIA DE EA HISTORIA

g il lu ya desarrollado ia alta crítica de Homero y de Moisés juntamente,''


v q u e, a j ilutando con juicio imparcial ios mismos criterios a ambos, haya
irv»Lulo ru los dos casos el mismo tipo de autor múltiple y ia formación
y i M t l n . i l «Ir 1 canon. Si Pisistrato, quien se cree que reunió a los especialistas

• t i I ¡murro en el siglo sexto para la preparación de un texto ortodoxo, fué

i> no rn rr.tildad el Estiras de los griegos, lo cierto es que los grandes erudi­
to* t»lr iHiidnnos parecen haber sido en definitiva responsables del texto tal
tonto ultora lt> tenemos. Porque no sólo son la litada y la Odisea poemas
tompuiMas, elaborados sobre materiales de orígenes distintos, sino que ios
I■ ritt.is pin- han sobrevivido son tan sólo partes de amplios curios de la saga
Ito tirtu,t. Poetas ¡ocales adaptaron y continuaron los poemas para satisfacer
.1! auditorio. "Toda ciudad que se respetara trató de conectarse mediante sus
ftniiyuo'. clanes con los héroes homéricos.” N o es de extrañar que muchas
i nitl.i, li’ pretendieran ser cuna ce un poeta legendario. ¡Sin duda muchas lo
fueron!

Jumo m Homero está Hesíodo, que no entra sino indirectamente en nues-


ii. reposición, debido a la influencia que sus poemas ejercieren sobre escrito-
ir posteriores. Hesíodo no es un juglar que hace un relato, sino un paisano
'lint.ili/.k Ío: con cores de sabiduría casera e interés por la teología. Sus poemas
imi ensayan un vuelo sostenido y magnífico. Los trabajos y los cías son los
"ii.di.t ios v días’ de un sencillo labrador beodo, interesado en sus cosedlas, cc
il itnnpo qi.e hace, v en la injusticia de los hombres. La t eogonia, los capí-
iti1,> iniciales de un Génesis griego, relata el nacimiento de los dioses v sus
t t . H , l o s hombres. Ninguna de las dos obras sería mencionada en una
Iiim > , dr ia historia per su propio ínteres a no ser porque en Los trapajos y
i i i

Ir .\,r encuentra la primera exposición de la división corriente de las


• 11ni ii", i n edad ce oro. de plata, de bronce y de hierro/ que ha seducido
lu fiiut.i'i,! ¿c canto soñador de épocas posteriores — en ese larga "edad de
I■ • 11.." n que viven todos ios soñadores— , y a no ser porque en is Teogonia
n rn. il.i ni: relato sincero de la base mírica de la antigua idea griega de loe
•i ii. <T la sociedad. Hesíodo nos suministra, pues, er. uno de sus poemas,
mi .i'ina/óp para las épocas sucesivas del desarrollo social, un esquema de

1 I n i-'v .-ial ry>- medio de ia influencia de F. A . W o lí sobre la filología ale-


lu í,,, n fin r- del rigió X V n i.

( mi imi edad homérica intercalada entre ias de bronce y de hierro.


DE' HOMERO A HERODOTO uS3

historie universal, y en el otro tina descripción de los factores enviaos que


intervienen en el proceso mismo. En resumen, tenemos una fi iasofia de la
historia — ¿filosófica y ¿histórica— aunque en el Génesis helénico la huma­
nidad pierde el Edén de ios dioses lentamente, y por el' carácter mismo de
cubaras sucesivas. Hay un germen dei evangelio de Rousseau en la visión
de Hesiodc.

Pero nada de esto es historia, ni Homero ni Hesiodc. Es poesía, fantasía,


arte, creación de la imaginación, idealización de las realidades y de ios sue­
ños. La historia comenzó dentro de un marco distinto, más oscuro. Incluso
en derto sentido este material poético cerró el paso a la historia. Desde el
punto de vista de la ciencia, el arte se superó: los poemas estaban demasiado
bit? ¿techos. Impidieron que los griegos buscaran ninguna otra narración,
porque ¿qué podía ofrecer el pasado tan satisfactorio, tan espléndido, como
t e hechos de la saga que todos conocían, y la edad dorada ce dioses y hom-
***» en que creían todos." Así el pas.ado se ademaba con tos colores de la
fantasía. No sólo contenía los días felices de! tiempo viejo. M ás allá de sus
atexuosas fronteras había una magia de mil y una noches, y sus relatos dis­
traían más bien que enseñaban. El presente era una edad ce hierro — siempre
ic es— ; pero el brtuo de le edad de oro podía todavía percibirse— corno
ocurre también hoy— cuando su recuerdo era un poema. Si la épica estimuló
un senado del pasado, lo pervirtió también. La perspectiva de las edades
primitivas ce la Helada. tal como se veía te la epopeya, se extendía por
ciecaces autenticas y trataba de héroes verdaderos, pero inclusa también tan*
530 materia: fantástico que las hazañas germinas no podían distinguirse dt
iai inventadas para agradar al auditorio.
Hav otra razón por la cual 1?. poesía, que rué la gloria de íz literatura
gtttgc p rim itiva , parece haber estorbado el desarrollo ele la historia. Fijó
52 iteres ce ¿os inárviduos. N o hay poema épico que pueda tener por tema
ia~ ttigenes de une constitución cívica; tiene que tratar de los hombre*, de 1?,
v.tu. v i- muerte, ¿e grandes hazañas, y de i-a tragedia llevada por Is íata’ii-
del desuno. La rustona puede dat cabida a todo este: pero es más que
este. Se ocupa de k sociedad como tal, de su poli rica y ele la rutina de
«o¿ asuntos de ia vite diaria; refiere los cambios en la administración de ir
f 222*^ y las dificultades de los deudores en los días en que sos precios su-
Gcd- tanto como k* expediciones de los señores ladrones de ganados. Abo-
ih< HISTORIA DE L A HISTORIA

m ln*n hirrj o no ou!pa ác la épica, lo cierto es que los griegos, xsm alertas
!•»•« I* política del presente, se dieron por satisfechos, hasta la dirima parte
•I»I \i i, .mu más tarde, con lo que Homero les natía dichic de sus
iMii'firi I.»n e>, mucho después de que hubieran desarrollado más de una
««»■ <11- i, 4,i.i r rructura política. Estados altamente organizados, con duda-
............ ... curiosos v complicados seguían aceptando las ingenuas cradido-
in d< i pasado, > continuaban edificando sobre el tema genera, todavía
mili», i,nevos para relacionarse con los héroes antiguos.
( uruta trabajo aceptar que no se produjo en Grecia historia autentica, en
iiun . »rnfidu de la palabra, hasta que culminó su civilización. El tema
di |.» j Minuto escritores en prosa continuo siendo, como el ác las poetas,
■ lililí» *- ,».iiit ca que la historia de héroes o clanes nobles. El precio Hero-
ilnii !iu r¡ primer historiador político, e! primero cue se ocupé er forma
iiiiimiiii ,i iii ::i evolución ce los estados y las cuestiones nacionales, v des-
p u f > di o» ’ He rocoto llegó tarde. U n o olvida que los ingenuas relatos
.I. ! ! .i o <■ l.i Historia fueron compuestos cuando la historia griega esta-
i ,. m i. ib, r: la edad de Perides, y por el arrugo ce Sóiocles. Atenas había
imli............i. democracia, las creaciones de hombres rales romo Solón, Clís-
..... .. ■ un!.!- Arístides, pertenecían ya al pasado antes de que se hubiera
i ni ;•!. historia política.
1 . .. M-. o que la historiografía griega tardara tanto en producirse no
lid yi< li> griegos le la its ra cuncsiaatí por su oasaco, rio mri
t es aue
ii . i m ,i.: *.v satisfacía con algo cue no era. historia. Lo cue tiros necesi-
■ imi 4 i. «ir sarro! iar la historia y ci trabajo de ios historiadores «ra espí-
nii .nii.i i éprico. en lugar de una ciega aceptación de la antigua autori-
»14 ' '" :-tu critico hizo por primera vez su aparición en iz s ciudades
il I \ i-*«/ él vieron la iuz, no sólo la historia, sino también era. nueva
i . mi. Ir tu;11 c.;a n t a n u e r a que destaca las producciones de! genio beié-
i. !■ i •. ■ i. ¡a historia anterior de ís mente humana, esa filosorta que era
...i. i i .. ..icturia que era arte.
1 i i i : d e este renacimiento no fué Atenas ni ninguna otro ciudad
■ i. I» »iij 'irme de Grecia. Más hacia el este, conde la costa rocosa de
.... . ir 11, »b.i v sumerge en e! Egeo, estaban las ciudades de ios griegos
i ..... ! * . r>.-;jucha orla de ciudades, uaa docena más o menos e~ la ctixn-
i i i

I».. i» l.i . o junto a las aguas profundas de sabías medie escondidas;


. . iri... u" jugaron un papel en ia historia política del mundo, como
DE HOMERO A HEKODOTO 185

los estados dei valle del N ilo o del Eufrates. N c tuvieron una gran carrera
de conquistas ni erigieron un imperio. Pocas personas, incluso hoy, han o ig o
hablar de ellas. Y sin embargo, la historia de la civilización tiene con ellas
una deuda naca menor que con Egipto o Babilonia. Fue allí conde despuntó
el pensamiento crítico para el mundo occidental. En ellas comenzó ese espí­
ritu de investigación atrevido y libre que llegó a ser el sello de ia mente he­
lénica.
Tenían la llave entre el Este y el Oeste. La habían tenido durante varios
siglos antes de que Darío las encontrara en posesión de ella, tentando inso­
lentemente, y soportando luego, su cólera. Mucho antes de aquel decisivo
siglo v en que iban a servir de medio para llevar a la guerra el Este y el
Oeste, habían sido ya agentes de otro tipo de intercambio. Porque, justa­
mente detrás de ellas, a través de! valle de! Meandro y de las fortalezas mon­
tañosas de Frigia y de Lidia, estaba la ruta terrestre de las caravanas que se
extendía por el Asia Menor, a través de las antiguas ciudades hincas, hasta
alcanzar ios bazares ce Asina. Por ella circulaba el tráfico de Oriente a Oc­
cidente. Por la costa meridional encontraban barcos fenicios, que traían mer­
cancías, y tai vez un alfabeto. A lo largo de las islas, hada el oeste, y costa
arriba hasta el M ar Negro, sus propios barcos iban y venían, dedicándose ai
comercio que había llevado ¡a riqueza a Troya, y fundando sus colonias.
Estaban emparentados con ios dominadores del Atica, y tenían una partici­
pación todavía mayor que ia ce Atenas en aquella cultura más antigua que
había floteado en Creta y a lo largo de! Egeo sxstes de los días de Homero
y de las espadas de acero del norte- Eran griegos y compartían la herencia
común. Pero íué de los bárbaros más bien que de la Jricíaáe de donde vino
la inspiración que puse en marcha el nuevo espíritu científico. L n conoci­
miento de! mundo extenor a! suy o despertó y alimentó la sea narres por an
conocimiento mayor, y, como ¡as diversidades de civilización se abrían ante
ellos con posibilidades de comparación tales como nunca las habían distin­
tado los egipcios o los babilonios, fueren haciéndose más curiosos y más es­
cépticos al mismo tiempo. Habían adquirido un punto de vista extemo desde
el cual podían juzgar de sus propias «adiciones. Le ingenua fe primitiva
comenzó a sufrir de una creciente desconfianza, y en este movimiento de
clarificación intelectual hubo quienes atacaron la tradición homérica coa es­
píritu en cierto modo análogo al de ios filósofos del siglo xvxn que atacaron
las teologías tradicionales de k cristiandad. Antes de 500 a. J. C., jeeóía-
H ISTORIA ¡Jfc £_*, HISTO RIA

i.r-., rl filósofo, denunció los mitos de Homero y Kesíodo. porque semejan­


tes jtnriteámientos milagrosos son imposibles en presencia de ícL reeulariáad
d«■ U» leyes naturales. En semejante marco nació la "historia1’.
I xk orígenes exactos son confusos e inciertos. Como ya hemos visto, la
(valahra "historia’ (ioxooli]) estaba relacionada con "indagador", pero tal
ionio La empleaban estos griegos ionios se refería a las "indagaciones” o ¿n-
»r -.uyaoonfs que caractenzaror. rodo el movimiento intelectual mas bien que
* úru-a rama a que se limitó últimamente. Ei "historiador' era el "indaga­
dor" o buscador de ia verdad. La palabra £ué ya empleada en este sentido
rn L ¡Hada, donde las partes contendientes er. una disputa lega. 1-iegar. gr;-
ijudo "Hagamos nuestro árbitro [nuestro 'hístor’ j a Agamencct. hijo de
A tiio.” Sin duda, con la palabra "hístor” Homero quería decir el hombre
»«I o versado en ías costumbres ce la tribu y que puede resolver ti derecho
del caso "indagando” en los hechos. Semejantes "buscadores de la verdad’7
-.« encuentran en todos los pueblos semibárbaros. E l quaesior romano — el que
pregunta o indaga— convirtió ei oficio en magistratura formal. Pero la bus-
i d i la verdad no se limita a la administración de justicia. Se puede ' inda-
gni" cambien de ios oráculos.' A despecho de ios mitos con loe que había
iriiule tanto tiempo que ocuparse, la indagación era del mundo -be las per-
t . - i v i v a s : era lina tarea secular y una tarea humana. Había en tita, según
I ..ii-ii- desde el principio, un sentiao ce i hecho concreto, que pronto o tarde
Ii Ím i . i di librarse -do las ilusiones. Más difícil es decir cómo se amarte ce ia
<d,,-.iifi.i S lia dicho que la "historia era para los joños del siglo seno
!, qui los atenienses del siglo cuarto denominaban filosofía.* ' Pero la mis-
i .1 «.didad concreta que la Heve ieios ce ia idea de una inspiración divina
i„ pirv-rvó también de perderse en abstracciones. Philosophia — amor de
i . mi.. un 'i n'c» podía iiesrar a sigmiicar especulaciones sobre esr-icuiaaones:

/,'i.i,/,i , !ii> xyjiu, un. xvS6. Cí. lie xves, ¡m. soí para un emplee ana-í-ego.
* (1 . íiurípides íon. iín. 1547., Se con5€rrabs una colección sk e.u-1 para ser-
«J. 1t í i - eneas en la Acrópolis Atfnss. \ eaí-e Heredero. rita.-:ií . Ül. v.
•P <)«.
11 (, M h u a v , /: Hisiory cf ter.i Gr(eh Lita'ature (Historia ¿e la litera
i . . .*11,-j .. «i ugu.il, njie, ti. 113. filosofe Herácuto declaró trecesan* para io¿
I, 11,ir i-rjii amantes deis sabiduría li.oroceooe.Svíiya;) ser indagadores tlptwa;»
,1, ,. «i, li. ci-.nt Vcise frac y,. Hermano D jeus. Fragmente de- Yc*fokret¡ke>
11 t 1■ 111>>-. «Ir 1«*• pre «acráticos) {5' ed, 1034). I, i^9 -
DE HOMERO A KEEODOTO I&7

pero historie continuó en su tarea más humilde, pero más ! undantes tai. de
indagar los hechos. H ay ya una indicación de sus posibilidades científicas en
ei hecho de que al incluir Aristóteles en su filosofía una exposición del mun­
do real, vivo, 1c. dio a esta parte de su obra el título de Historia natural. Pata
Aristóteles, sin embargo, el término todavía significaba de preferencia la idea
de "investigación’". Es tan sólo en la obra del último de los grandes historia­
dores griegos, Poiibio, donde el término deriva ccn precisión de I2 indaga­
ción ai relato. Para Poiibio, atento como estaba al aspecto cent: fice de su
obra, este cambio gradual en el uso puede haber pasado inadvertido; pero no
por ello deja de ser característico de posibilidades acientíficas. Porque si la
historia escapé« a la religión y a la metafísica, fué capturada por la litera­
tura.''
Ninguna ¿t estas distinciones, sin embargo, era posible en ia Joma del siglo
sexto. La misma amplitud deí término le mine día a uno pensar en 'historia
como simple historia. Incluso Hcrodoro, aunque ei uso de! término se iba ciñen­
do en su época, se hubiera difícilmente imaginado a si mismo como el Pa­
dre de la Historia en el sentido ulterior de ia palabra.1' Su "indagación era
geografía también; incluía descripciones de aspectos físicos de los países jun­
to con las ocupaciones y obras de sus habitantes. El conjunto de la exposi­
ción miscelánea era su "historia” . Pero lo sorprendente es que aquellas par­
res que para nosotros son las históricas por excelencia, los relatos de aconte­
cimiento; situados más allá de la memoria de su propio tiempo o futra dé­
la posibilidad de su propia indagación, son llamados por otro nombre. H ay
algunos de éstos incorporados en su vasto mosaico, lo bastante extenso-; pa­
ra ser "historias’' por sí mismos, el de Creso y Lidia, los de Egipto. Seiba,
o Tracia; pero estos relatos de ias cosas realmente pasacas no se denominan
"historias” sino ’’dichos” , toga.

11 Al declinar ls civilización antigua ei aspecto artístico de i£ historia recibió


mayor atención basta que por fin, en el griego bizantino, la palabra fué empleada
para designar una pintura. Véase Du Cange, Gfoss. ad Ser. mea. et mf. Greta-:¡ría
(i6Si. rcimpr. 1891), 2, 523, sw.knopm — fingere; loxooíc.— pidura. Utheita.
Hcrodoro parece emplear ia palabra una vez en el moderno sentido, "Los
nombres de este» jefes no ios mencionaré, porque no es necesario tiara ei curso de
mi Historia (ierroom;¡; porque los jetes de algunas naciones no fueren dígaos de que
sus nombres se mencionaran” lib. va, cap. 96). Heroclotc usa distintas formas de
raíz de tp r w V ' una porción dt- veces, pero casi siempre en ei sentido de "indagación’"
llevada haciéndole preguntas a alguien.
, HK HISTORIA DE E A HISTORIA

I m o quiere dear que son fuentes secundarias, como si dijéramos, relatos


dr otras personas, que él no puede comprobar por su propia indagación o
"historia” . Quiere decir mas, sin embargo. Porque logos era ya un término
trituro;1 era lo que un hombre tenía que decir, su "histeria“ , casi en ei
mismo sentido en que la palabra es empleada hoy por los periodistas, una
«oiiumicaciÓR en prosa. De aquí que ios prosistas ionios fueran denominados
loyographci. y bajo este encabezamiento es como uno encuentra, er, la ma-
vor 1,1 tir las historias de la literatura griega, a los fundadores de la historia.
1.a prosa en la historia se produjo por vía de los cronistas locales ¡u»poi ),
(•ñipados en las ciudades jomas, como en tocas partes, en hacer remontar la
historia hasta los héroes ¿e Homero y los dioses de Hesíodo. Posiblemente
di l'iilo al hecho de que tomaban sus material« de ios registros ¿ i los tem­
ple. y civiles,1-' rompieron con el verso y pusieron sus 'dichos" en prosa.
I m o poi sí solo fue una auténtica liberación, pero los resultados se produje­
ron lentamente. El asunto parece haber sido por lo general la histeria genea­
logica de los clanes nobles, asunto para poner a prueba el más científico
. : los temperamentos, especialmente si el ganarse uno la vida dependía de
i al ominada exposición artística. Y sin embargo, fue entre estos genealo-
I f.t.r, donde se originó el impulso crítico. Entre eidos surgieron algunos que
*t volvieron escépticos acerca de las leyendas cae- tenían por misión relatar,
i 11111 m hicieron "buscadores de la verdad” por medio de una indagación
(.ida ve/ más amplia de los datos del pasado.
A la cabeza de ía lista de unos treinta de estos logografo*, cuyos nom­
ivi . -aunouc no las obras— han llegado hasta nosotros, una tradición grie-
v« i «locaba la "nebulosa figura” ce Cadmo de Muero, a quien sjgunos sm ­
inivi-n rl honor de ser el padre de la prosa griega por un libro que se supone

1I I latín servio (nuestro "secarón” ) hs. tenido k m historia sigo anaioga.

" l Irro.loto se refiere a Hecatece come "el hacedor de prosa” , ¡j¡revio,óz-Tuci-


kinli -, laiktvr a Htrodoto entre ios /.cyoroncoi El empieo de! tèrmine por modernos
■ ■ .i, para designar a estos historiadores primitivos aats ce i*. Cx e 'SZSR. D ìe hts-
i .fu Ki ’ níl tler Gricthen . .. ÍEI arte histórico de ¿es griegos; (1&05. ed , 1845).
Si !h» la un tan en conjunto véase T. 5 . B u r i . Tne Artóent G-crk Hxsrcruxu
I •*•••u) • primera contercnca.

1 I <«•. documentos c inscripciones que con seguridad se encontraban en ios iu-


, tir cullo importantes y en les oficinas públicas
BE HOMERO A KERODCTO 18 9

habet escrito sobre La fundación de Miieto. Sin embargo, es imposible para


nosotros enerar en detalles sobre la obra de estos logógrafos, La narración
en prosa no supone progreso sobre ei verso a nc ser que e! autor se dé cuen­
ta ce su libertad para ser más exacto en lo que dice, y, 2 juzgar por el co­
mentario desdeñoso de Tucídides (lib. 1, cap. 2 1), los topógrafos eran poco
mejores rustoña do res que ¡os poetas que les habían precedido. Pero tal vez
la impaciencia de Tucídides no estaba plenamente justificada. Por prosaicos
que fueran estos prosistas, no se les podría censurar ei no haber logrado es­
tablecer una cronología adecuada; por poco críticos que siguieran siendo,
va era ateo conservar las historias deí pasado tal como las encontraban. Hay
que recordar el conjunto de la situación,, la cronología vaga, el calendario
embrollado, las genealogías inseguras, la relativa falta de material, incluso
malo, rererenre al pasado, para hacer iusdda a estos logógrafos desatinados.
A fines de! siglo sexto un hombre de genio llevó la olma ¿= los logógra-
íes a su perfección, y preparó al mismo tiempo el camino trara progresos
nuevos •- de más alcance: él fue en realidad el fundador de la historiogra­
fía entre :os griegos. Este hombre, cuya aparición ha. sido señalada como uno
de ios más importantes acontecimientos en la historia de la literatura y de la
ciencia griegas primitivas, rué Mecateo de Miieto. Nacido hada mediados
ócl siglo sexto. Mecateo perteneció a ia aristocracia griega de su dudad, y
cespués ce largos viajes escribió lo que había aprendido. Se le atribuyes, dos
libros, un relato de sus Viaje! por el mundo y una obra de Genealogías loca­
les, el primero una descripción del mundo griego por un gran viajero súb­
dito ce! Gran Rey, y el otro una historia de los héroes de su ciudad por un
estricta griego. De las dos obras, el libro de viajes podría parecer — y así
les parece a ios griegos— el más importante. Revelaba el mundo moderno
a aquéllos que iban a recoger su herencia, Pero es el otro libro el que prin-
nualmerr. nos interesa aquí. Había en éi la promesa de algo que lo hace,
a despecho de si: asunto oscuro v relativamente balad:* una de ¿as contribu­
ciones fundamentales en la larga historia de nuestra emancipación intelec­
tual. Aplicó un conocimiento recién adquirido a la crítica, de los antiguos mitos.
Sus palabras iniciales parecen señalar el alba de una nueva era: "Mecateo de
Miieto habla asi: Y o escribo lo que creo ser verdad; porque las historias de los
griegos sor diversas y me parecen ridiculas.” Palabras altaneras que suenan
como una frase de Voítatre. Por desgracia, como se ha indicado más arriba, ios
escasos fragmentos que poseemos difícilmente nos permiten suponer que la
»IX ’
HISTORIA DE L A HISTO RIA

i.l'u dr I lecatco estuviera a la altura ae sus ideales. Sabemos que no negó,


,, ¡«no Jenófancs e! filósofo, los mitos de la leyenda homérica sobre la base
,i, una imposibilidad científica a priori; su crítica fue el producto ¿ t un es­
tudio comparativo de la mitología y de la historia más que una aplicación
dr |.i filosofía ionia. Fue como geógrafo donde llevó a! método comparativo
c o r r e g ir a! pseudohistórico. El mundo abierto por donde viajó rué el eau-
n jiitr de que su mente se abriera.
P o r extra ñ a co in cid en cia , H e r o d o to co n sig n a en un p a s a je n o ta b le {lib . a .
r„P i ) un e p iso d io de la v id a de M e ca te o que debe Ge haber c o n trib u id o
g u n d e m e n te a p ro d u cir esta p rim e ra c rític a ca te g ó rica de las fu e n te s Kisto-
Has N o es d em asia d o la r g o p a ra cita rlo :

Cuando Hecareo el historiador estaba en Tebas, y. hablando ce su genealogía,


i. ■ mi de.-cer.dcr.íia de un dios en ia persona de su decimosexto antecesor, loe
•4i rrdotrr dr Júpiter hicieron coi; é! lo mismo exactamente que íiiciercn conmigo más
i o ,ir, .Hinque yo no alardeé de m i fam ilia. M e llevaron al santuario interior, que es
ihü a m a r a espaciosa, y me mostraron una multitud de estarnas colosales de madera,
■ nr contaron, •. encontraron que ascendían al número exacto que habían dicho: pues
,u cviium brí que cada sumo sacerdote pusiera durante su vida su estatus en ei tetn-
i O t.ind o me mostraron las figuras y tas contaron, me aseguraron que cada u sa
• r !I.iv t ra el hijo de la que ie precedía; y esro lo repitieron a io largo de toda ia
nr.., otnenzandu con k efigie del último sacerdote muerto, y continuando hasta
,. i:;j !rtai la serie. Cuando Mecateo, al dar su genealogía, mencioné ur. dio; come su
....... .. antepasado, les sacerdotes opusieron su genealogía a k de ¿ - tecotrien-
. :.i lista v rehusando admitir que ningún hombre hubiera jamás nacido de un
Su? figura? colosales, eran, según decían, cada una un Pirómis, nacido ¿ : un Pi
i- ' su número era de trescientos cuscenra v cinco; en toda la serie Pirómü.
,i i di.i n Pirómis y la línea no ascendía ni a un dios ni a un héroe. L a oslafera
fm 'iv r, puede traducirse por "caballero".

! 'c l'civ.o darnos cuenta de la situación. Egipto había sido hecho accesi-
I>le |k>? Cao'bises. convirtiéndose en la universidad del mundo meciverráneo.
.< hoy estamos descubriendo le mucho que terna que ensenar a los curio
• >. grirpo: y a los asiáticos: pero eí ávido relato de Herodoto nos muestra
i i.inus entrevistas como aquéllas de Tebas habían estado ronceaier.de los sa-
v i.! <i> ■ de Egipto a los helenos semibárbaros. Mecateo había ¡do allí creyendo
ni mis propias tradiciones, "alardeando’' de. ellas, como dice Heredóte. Los es-
pirndoTs de ia ribera desde Sais a Tebas — seiscientas millas de una galería
.1 m u - a p e n a s si habían roto ía costra dt su provincialismo griego. Por
D I HOM ERO A HERODOTO IO I

lo menos podía o fre c e r un rival a la antigüedad e g ip cia en las con cep ciones
imaginativas de las sagas olímpicas. Luego vino el impresionante eSDectácu-
lo de siglos de un pasado humano hecho visible y real, desplegado ante sus
ojos, que dejaba en rid íc u lo ei breve pasado helénico, relativamente insigni­
ficante. Es evidente que He es reo había descrito su propia contusión, porque
de nc ser así Herodoto no se habría referido a ella de modo tan explícito.
De ser así, el episodio puede muy bien haberse destacado en su ánimo como
una experiencia de importancia decisiva es la formación de su punto de vista.
N o andaríamos muy descaminados, per lo tasto, si fecháramos — en la me-
¿laa en que estas cosas pueden Techarse— el despertar decisivo de ese tem­
peramento crítico, científico, que iba a producir la nueva ciencia de la his­
toria, ec la entreviera celebrada con los sacerdotes de Tebas en la oscura
cámara ce! templo. Pero no debemos olvidar que fue el visitante griego, y no
los sabios sacerdotes egipcios, quien apireo la lección. Hasta qué punto el
escepticismo de lo: pensadores de su país había ya predispuesto a Hecateo
para esta acritud critica no podemos decirlo. Además de cue no necesitamos
tratar de '"explicar” la mentalidad de una persona de la que conocemos poco
más de lo que aquí se ha dicho: en especial porque, aun en este poco, vemos
que Hecateo discurría por su cuenta.
Hecateo es el único ce ios logógrafos a quien Herodoto rinde tributo
atándolo como fuente. La erudición moderna se ha interesado en establecer
cuánto es lo que c! Padre de la Historia debe a su predecesor, pero el pro­
blema es más de la critica de Herodoto que de la de Hecateo. v es demasia­
do detallado para una exposición como esta. La conclusión genera! es que
la deuda de Herodoto era todavía mayor de io que él admitía, y que Hecateo
re sólo 1c había proporcionado notas para su historia, sino también una
guia para sus viajes. De ser esto asi tanto m is es tíc notar el empeño que
ooiie Herodoto en desacreditar v ridiculizar a Hecateo. En repetidas ocasio­
nes manifiesta su desden por ios geógrafos que se adhieren a la antigua cos­
mografía homérica y creen en ia existencia de una "corriente oceánica* que
bordea e! inundo. Esta actitud de superioridad crítica no es debida a la po­
sesión por c! crítico dt una técnica superior er. la investigación, ya .que ¿1
también podía hace: concesiones igualmente grotescas al mito. como, por
ejemplo, cr. los informes de! ave fénix v del hipopótamo: este último tenía,
según Herodoto.10 k pezuña hendida, y crin v cola de caballo. N o era en k
38 Estos informes er. H erodoto estaban probablemente tomados de H ecatec.
loa HISTO RIA DE L A H ISTORIA

descripción de semejantes detalles donde Herodoto podía negai- e; mérito de


la obra di He cateo, sino en las generalizaciones defectuosas que h tradición
había atribuido a Hecateo, en aquel mapa homérico del mundo que impe­
lila formarse una impresión correcta de la geografía como conjunto. Heca-
iro había sido un gran viajero, y según creemos, un observador agudo, pero
i né incapaz de dejar cue el cúmulo de hechos que había reunido derribara
m is idras preconcebidas del mundo. Herodoto. con la misma táctica pero
ion mayor habilidad, fue capaz de apreciar, cosa que su predecesor no hizo,
qur ahí donde los hechos se oponen a la teoría, la teoría debe desaparecer,
aunque tenga el peso de una aceptación universal. Así, desde Hecateo a He-
i odoto st avanza un paso más hada la denda de la historia. Después de
linio Hecateo era únicamente ur. logògrafo, y Herodoto era un nísroriadot/ ‘

No obstante, entre Hecateo y Herodoto se interpuso un acontecimiento que im-


l>timi.í un.-, nueva ¿irecriór, al desarrollo de la historiografía griega y a todo io grit­
en ni genera’.; este accntecmicntc fue la guerra cor. Persia Sus victorias inspiraron
* lo» griegos una nueva, confianza er: sí mistaos, io£ sacaron á í su antiguo mono de
imvit . y les dieron una visión del mundo distinta y más amplia. Comenzaron por
,lr«r. r conocer más acerca de los persas, y er. c: espacio c’c algunos año:- aparecieron
.-íi'iiuns libriros, llamados Persica, pata satisfacer esta demanda: entre eúcs pocemos
un inumar los de Dionisio de M lleco y Carón de Lampsaco. La afluencia ce ionios
i Alen., v otras partes llevo aleo dei criticismo jomo a la tierra tin se, y los. aníi-
(■ ii.* i ii.' dejaren de ser aceptados sn crítica, como ames ic- eran. Luego Acusiiao
.li- A lgo, compuse una obra er: prosa, dividida más tarde por lo cienos en tres li-
■ i en la cue virfvió a narrar y racionalizó en aerra mecida las Escorias Ge He-
■ i... i »■ dr otros escritores épicos; añadió genealogías, una cronologi* primitiva, y
v . i i • espi colaciones cosmológicas, haciendo asi una esoecie c : historia. Su contera-
piiNniro. Fr'-rcicc'- ce Atm as (que clareció ñama e fe ) hizo la misma cosa er. su
•l-i .1 en die. libros sobre la Atenas primitiva. Estos dos hombres figuraron mas tar­
li. rune 1 i Siete Sabios de Grecia. Los cambios sociales, económicos v políticos que
*,»(-. iir • i-ii .. i.i guerra. esDimümente en Atenas, dieron lugar a otro trpe muy prác-
i,,i- «ie puciuccior, histórica ; estos cambios llevaron naturalmente a! pr st-ei piano el
it..it.lire di', antiguo reformador Solcn. y como su nombre era un talismán, se sus-
i.i una liivcusión acalorada acerca de ia naturaleza exacta de sus propesitos y rta.li-
».»■ ione», v JC produjo una literatura, áe folletos que era. *1 menos est parte, histó-
ii Otro; panfletistas escribieron ce pro- o en contra de los políticos ae: ¿»a, y sus
<.. M• *->• fueron más tarde considerados ccmo historias serias: cuLmenrc-t años Oei-
I in rim arco basó su vida ce Perici es tiare ¿simente en uno cc estos panrietor. escrito
pin Sirjimbroto. l'ero también de esce sigio apasionante surgieron los dos mas gran-

" I o- d.v pim íos cae agüen toa del Profesor Sacate.
C<E H O M E R O A H ERO DCTO
! 93

des historiadores de la antigüedad, Heredóte y Tucidides. Antes de fijamos en sus


obras inmortales debemos dedicar un memento nuestra atención a su menor contem­
poráneo, Heiánico de Lesbcs.
N o tenemos seguridad en ias fechas de la vida de Heiánico, pero parece que na­
ció hacia 485, siendo así casi exactamente contemporáneo de Heroáoto; compuso
sus escritos durante ei último tercio de! siglo quinto, y todavía trabajaba en aoy.
Aunque había viajado mucho por Grecia, y tal ver por otras partes, dependió mucho
más que sus dos grandes cor romper¿neos de ios materiales escritos: por ello se ie
puede llamar el primer erudito griego. Aunque carecía de estilo literario, Heiánico
rué un escritor prolíricc. y ios antiguos ie atribuyeron unas treinta obras, algunas
de las cuales sin embargo, eran duplicados, y otras apócrifas. Sus primeros escri­
tos turrón mitográficos. repitiendo una vez más ios antiguos mitos como historia
y rrarando de relacionar estes tiempos heroicos con e! presente: esta obra, por tan
re, se parecía a las Gcnee¿og:es ce Hecateo. En segundo Socar escribió Melania;
varias obras etnográficas, que podrían compararse con ios V: ejes de Hecateo. Exis­
ten rciercr.cia; a obras que trataban de diversas partes de Grecia (Lesbos, Argos,
Arcadia, Beocia Tesalia/, pero 11c podemos decir si formaban un libro o si erar
varios; se dice que trató también de los países bárbaros í Egipio, Persia. Scitia. L ie n .
Chipre, Fenicia), tal vez en un libro llamado La< costumbres ¿c ios herberos: pero
parece que escribió una Pernee y también una Ae.aygiiee. La última y más impor­
tante parte de su obra consistió en compilar crónicas, una A. ubis que abarca la his­
toria de Atenas desde Cécrops hasta 407 a. j . c... y una obra en tres volúmenes
llamada ias Sacerdotisas ¿e Hete. En ella trazaba la sucesión de las sacerdotisas,
remontándola hasta una época muy anterior a la guerra de Trova, y la empleo par?,
la cronología como base de una historia griega general escrita en forma de crónica.
Es cierto que esta- computaciones estaban lejos de ser correctas, vero hizo un primer
trabajo que otros períccconaro«- y sus esiaerzos muestran que. consideraba la histo­
ria mena dentro de un marco panhelénicc. Su obra concluyó el primer periodo de
la historiografía griega.

Semejantes obras, que habían dejado ia poesía tan atrás, que ya no sólo
eran prosa sino prosaísmo, fueron tas que sirvieron cíe base a les griegos cíe
ia gran t o oca de Atenas para sus. idea; de la cronología. A falta ¿c docu­
mento;-. adecuados. !a historia apenas si se aleaba, incluso en la Hcladc, por
encima del nivel ¿e los anales medievales. Estaba reservado a un He roe oto
de Ha!¡carnoso combinar La geografía con la historia, la narración cor. la
crítica y la literatura, para ganar así para la historia un lugar preciso entre
las artes y las ciencias Ge ia humanidad en todos ios tiempos.
V
fe
CAPITULO XIV

H ER O D O TO
f
L—- a vid.-: de Herodoto coincide casi exactamente con ios años de la hegemo­
nía ateniense, esos sesenta años poco más o menos que transcurren entre la
batalla de Salamina y el comienzo del fin de- la%utrra del Peloponeso. N adó
hacia 480 a. j. c. y murió después de 430 a. 3. c. N o se conoce práctica­
mente nada de su vida excepto lo que puede deducirse de su propia historia.
Su ciudad nata! fué Haiicamaso, una colonia doria ce la costa de! Asia
Menor, en la que. sin embargo, restos de inscripciones indican que se em­
pleaba ti dialecto ionio. As: le fue accesible para su historia la lengua cue­
va Había sido consagrada a la literatura en prosa. Pero aunque escribió en su
lengua, no pudo liberarse de un fuerte prejuicio contra los ionios. Son prác­
ticamente el único pueblo er¡ todo su relato cor: el que es sistemáticamente
ir. insto. '‘Han edificado sus ciudades en una región en la que el aire y el
clima son los más hermosos de! mundo entero; porque ninguna otra región
ha sino van colmada de dones como jom a, ni encima ni debajo, ni ai este
ni al oeste dt ciia> (lib. 1. cap- 142). Sin embargo, "de codas sus tribus [grie­
gas!. la iónica fu» con mucho la más débil y menos estimada, sin que pose­
yera un s.,¡„ estado de aietma importancia, excepto Atenas. Los ateniense*
v los otros, estados tónicos del mundo entero llegaron tan lejos en su des­
aerado dc-I nombre que de hecho han prescindido de él; e incluso hoy la
ras vería de ellos roe partee que están avergonzados de é P (lib. 1, cap. 143).
:A_ri introduce a rus vednos en 1?. historia, tomando prestada su lengua para
hacerlo: Y puesto a eiío. no lo pasan mejor. Sus ataques a veces se convierten
en escarnios, hábilmente, introducidos por el procedimiento retórico de -apelar
3 otra persona — un escita por ejemplo— para que diga 'Vnr vía de repro­
che7' ene los ionios "son lo más bajo y más cobarda de toca la humanidad. . .
rob HISTO RIA D a L A H ISTO RIA

;<ro los más fieles cíe los esclavos'’ (lib. rv, cap. 142). H ay 123 rasgo som­
brío, algo de dantesco en esta fuerza ce la antipatía local tare fuera de me­
dida con e! aliento Ce simpatía y de interés de que da muestras en todo io
demás. El griego que tanto había viajado no perdió nunca per completo el
r.-mecho partidismo de su ciudad natal. Cierto que, como han señalado los
comentaristas, estos sentimientos antijónicos eran populares en Atenas, que
tenía sus conflictos para mantener sometidos a ios jonios en los días en
que Herodoto buscó su hospitalidad; pero, aunque el aplauso ¿s su auditorio
pueda haberle llevado a afilar sus flechas, las lanza por cuenta propia. El
Halicamaso de su niñez parece haber dejado huellas en sus opiniones.
Es una lástima tener que tocar primero sobre esta muestra ¿ t la oecueñez
tic Herodoto. porque la obra como conjunto se destaca por una amplitud de
•raras concorde con su amplitud de conocimientos. Es de dudar eme la amplitud
de su información no dependiera de la amplitud de espíritu ccn que el autor
viajero recorrió el mundo, de ese claro deseo de ver las cosas como sor., que,
cuando está disciplinado. Deva hacia, la ciencia. Nadie sabe qué disciplinas orien-
laron ís innata curiosidad de Herodoto, pero deben haber sido considerables.
Su obra revela un conocimiento amplio e íntimo de la poesía de la Kéiade. en
especial de Homero/ y tenía prestos a mano a sus predecesores, en el nuevo arte
cié la escritura en prosa, en especia! a Mecateo, para citarlos o referirse a ellos
•legado ei caso. Su educación, por tanto, ha debido ser casi tan extensa corno sus
' ’»ajes, abarcando prácticamente todo el mundo conocido. Unicamente un joven
¡ven nacido y bien acomodado podía equiparse como él 1c hizo cara la tarta de
toda su vida. U na persona así. difícilmente podía mantenerse alelada de la polí­
tica en una ciudad griega, y sus viajes pueden haber sido en pane debidos
a que estuviera desterrado. Pero de esto él no nos da indicación ninguna,
v ia noticia de su participación en una. revolución en Halicamaso y ce su
retirada posterior a la Samas jema descansa únicamente en una fuente tar-

' "H erodoto ha bebido en la rúente homérica hasta que todo su ser quedara. im­
p u gn ad o con la influencia efe aquí derrisca. En el esquema y ei c¿ ss de su libro,
en la disposición y ei orden de sus parres, en eí tone v carácter ¿ r ios pensaraisr.-
t,>: en diet mil pequeñas expresiones y palabras, aparece e! csrudiosc ¿ r H om ero' v es
mam liento que los dos grandes poemas de ia G reña antigua ie son. por ¡o menos.
ur> familiares como lo es Shakespeare al moderno inglés ca ite .“ G . R a w l -n s c n ,
H>r b litlo ry c j Htrrodotus eá_ 1862}. 1, 6. En adición a este Fiavdinson cita
1* ít rcncias 2 unos quince poetas.
K IK O rrO T O 197

día.* Prácticamc nte todo lo que sabemos de cierto es que hada 447 a. j . c.,
hacia sus cuarenta años, rué a residir a Atenas, a formar parte dei círculo
más. brillante ce hombres de genio que el mundo haya visto jamás, en ía
"corte” dt Pericies; que salió de Atenas cuatro años más tarde ¡443) para
convertirse en ciudadano de la colonia ateniense de i. hurii en Italia, donde
murió, según parece, poco después de 430 a. j . C. Dentro de estas fechas
fueron realizados muchos viajes y ia ardua labor ce una gran composición.
U n cuidadoso- estudio del térro puede mostrar en buena parte cuándo fue­
ron realizados ios viajes, pero una verificación tan minuciosa queda futra
de nuestro examen. Lo sorprendente es la extensión de ellos, desde el alto
Egipto ai sur hasta ''Sciria ; en tí iejano norte, desde la Magna Grecia en el
Mediterráneo occidental hasta Babilonia ai oriente, y casi codo ei mundo
comprendido entre estos límites; ia* fechas importan menos.
Pasar de la biografía ce Heredóte a la historia que compuso es como
pasar de un solo artículo en una enciclopedia a la enciclopedia en conjunto.
La primera cosa que le sorprende a uno al abrirla es su amplitud, su com­
plicación. la riqueza, de sus informaciones. Semejante obra es demasiado
grande, er todos ¡os sentidos de ía palabra, para ser comprimida dentro
de las escasas paginas de este resumen. Con ella ante nosotros hemos en­
trado por fin dentro de las grandes líneas de ia germina histeria de la his­
toria. y podemos nacernos a un lado para dejar que la obra de Heredóte
hable por sí misma. La utilidad ce un guía no depende menos de que man­
tenga un sdcrtco discreto er. presencia de monumentos umversalmente cono­
cidos como tí de que ponga al viajero frente a ellos. Los comentarios que
siguen por tanto, no pretender, ser contribuciones a la erudición, sino suges­
tiones. en su mayoría conocidas ce los estudiosos, para la Iterara dei texto
mismo a Ir, luz ce este estudio como un todo, no dejándolo ni totalmente
¡nexpucsao ni permitiendo que quede totalmente sumergido bajo la marea
creciente de la crítica, experta.
.da primera impresión que tía ¿a Historie es !a de una cierta falta ce for­
ma. come ei reiste con divagaciones de un buen narrador. Los primeros
parra tos hacen remontar ei conflicto entre el Oriente v el Occidente hasta
ci alba ce ;s. historia, o mejor dicho más allá, hasta el rasero de Helena por
¡os asiáticos, y el de Europa y Medca por los griegos, cor. todas sus coase-

Suiaas. e! erudito bizantino de L sita Edad Media, cuvo léxico conservó mu­
chos valiosos detalles de iíiíorrnacóft clásica.
HISTO RIA DE L A HISTO RIA

'"•• ikimn La escena está así Dispuesta para el drama, y si Heroaovo fuera
" " di.un.mugo, hubiera introducido eu seguida a los protagonistas, redu-
' las partes más alejadas de su asunto a simples episodios, como lo hizo
I "• elidí s Pero Herodoto no era un dramaturgo. Aunque, influido tal vez
l,or I M|iiilo, describió la derrota de ios persas como el resultado de un de-
•if’inu divino, consiguiendo así para su obra una unidad dramática funda-
"iriit.il, trató más bien su material como un novelista, pasando de relato a
" I* "" V de país a país. Cada asunto parece sugerir otro, y con apenas un
••iiidriitn! "esto me recuerda” , el narrador Darece sumergirse en cada nuevo
" h’ " 1. neo en descripciones de tierras desconocidas y en ios cuentos fabulosos
d i enfurta! distantes. La mención del ataque de Creso, rey de Lidia, a las
1 md.idc griegas del .Asia Menor, lleva a ur. examen general de la historia
di 1 idi.i \ Je sus vecinos griegos. La conquista de Creso por Ciro, cae si-
i in, abre la puerta a! gran Imperio persa, v pasamos a Egipto. Babilonia y
•'•i'iiii en una lenta descripción de aquel gran mundo "bárbaro"'. Luego el
0 Uio m ciñe a la lucha entre persas y griegos. Los pasajes que tratan de ¡os
1 ' " >"•! en la parte anterior se relacionan ahora con la revuelta de las ciuda-
d**• ji'iu.is contra Darío, y., pasando por la cólera dei Gran Rev, llegamos a
M.ir.iión, y luego a Salamina y a tiempos más recientes. Conforme nos acer-
i .lili'« a este tema central las digresiones desaparecen, el estilo se hace más
din iio, \ »1 autor dispone su abigarrado formación de materiales algo as:
ii'iiin lerjes hizo con su ejército cuando Pasó ante él en acuella grandiosa
i Mirprrndenre revista.
l id la primera impresión que uno rece* de la obra como conjunto,
i" ni una lectura más atenta muestra que de nsngúr modo está tan c es cu i-
diiildiucmi compuesta como parece. Por el contrario, lleva la marca de una
mid ido:..i composición, y encala con pequeño esfuerzo dentro de un pian
■ •o.ri.d arqiiitecrónico que ios filólogos modernos han tenido poca dsficul-
i.id cu ¡icc['t;:r. Aunque la división de la obra er. nueve libros parece a las
i l.ii .r Líber sido hedía por una mano posterior— probablemente, según hemos
o i iiil, mas arriba, para satisfacer las exigencias de las bibliotecas en que
le i-i ii luiiv ue la época helenística la consultaban— , el editor hizo tan bien
mi it..hajo que nadie ha intentado roc'orcrLo. Sin embargo, la división del
o • rn n.tos libros aceptados no ha impedido a los modernos filólogos era-
iiu di riicontrar divisiones "más amplias, más fundamentales y primarias” .
KEP.ODOTO JOC

Estas, según el criterio dei historiador de los historiadores griegos, son como
sigue.

La obra se divide naturalmente en tres secciones, cada una constituida por tre'
partes. La primera sección o triada de libros comprende los reinados de O ro y Cam-
hises y i?, subida ai trono de Darío; is segunda traca dei reinado de Darío; k Ro­
cera de! de jeries. La primera se ocupa preferentemente de /isas incluyendo Emr-
to. la segunda de Europa, ia tercera de ía Héisde. La primera muestra el sumen
to y los triunfos de! poder de Persia; la última relata la derrota de Persia por Greda;
mientras que la triada ccnirai representa una descripción animada, el fracaso serta
er. Sema y en Maratón, y el fracaso griego en Joma. C aca una de las nueve subdi­
visiones tiene ur. tema principa: que constituye una unidad menor. G ro es el rema
del primer iibm. Egipto el de! segundo, Seria el de! cuarto, b rebelión jonja el del
quinte. Maratón e' del sexto. El séptimo describe 1a invasión ce ¡enes hasta se
victoria en las Termópilas; el octavo relata hasta el cambio de fortuna en Salara m í:
ios triunfos mates ce Grecia en Piares y en Micais ocupan e! noveno. Tan sólo en
;i tercero la unidad es menos destacada; pero hay un interés central er. b revolución
dinástica que puso ? Darío en e! trono. As; b unidad dei conjunto d i b composi­
ción se manifiesta claramente en tres parces, cada una ce ¡as cuales es s su vez trí­
plice. La scriciLcz con que se dispuso esta simetría arquitectónica, sin ninguna vio­
lencia o esquematismo aparente, rué una realización de consumada pericia.

T a l vez sea equivocado, pero si uno pasa de esta disposición esquemática


a! rtiarc mismo, surge espontáneamente la duda de si la "unidad arquitec­
tónica de ia gran obra es tan sencilla como el análisis parece implicar. Según
el propio Macan confiesa/ el libro cuarto es como los tres primeros por ía
cualidad que los une a todos, la visión enciclopédica por medie de amplias
digresiones, que ¡leva al relato muy lejos de! tema central El cuarto libro
deriva hasta ios confines exteriores del mundo bárbaro, y compite con sus
brillantes bocetos de. Scitia v de Libia con el maravilloso libro segundo sobre
Egipto. L't-iamos a Darío po: el Bosforo o el Danubio pata estudiar el cu­
ma, iz fauna y ia flora de las frías llanuras nórdicas, remontar, como los
trs-ricantes griegos- (cuyos relatos están intercalados en la contextura de h

J o B u e y . The Ancún! Greek Historien ; (Los amigue» histeriedores grir-


gos). rp. 38-3- basadas sobre el análisis de R. W . Macan, aunque con puntos de
vista sedependientes.
4 R. T v. M acan, Herodolus. the Fourth, Ftfht, and S tx th B o o k j (L os libre;
ruano, quinto v sexto de. Kerodoto), (2 voís.. JÓ95), Introducción. vo!. I. p -, xxu-
X X IV .
HISTO RIA DE L A HISTORIA

historia), ríos remotos a través de pueblos desconocidos, seguir ti rastro de!


miliar basta distancias contusas, y, casi episódicamente, registrar los hábitos
i »i ¡umbrrs de los hombres, hasta que el legos escita se convierte en un
ir%r»io inapreciable de saber antropológico. Todo ello está de secuto dentro
,l< I estilo de los tres primeros libros.
I I cambio del estilo discursivo de gran alcance a! tratamiento más ceñi-
il i !r lo*, hechos en los últimos libros es gradual; porque las digresiones íle-
v .11 basta la batalla de las Termopilas, pero como son los griegas mismos
<(i tu iir s intervienen cada vez más en el relato, hay cada vea, como es natural,
menos descripción, y más relato seguido. N o había necesidad ce describir
lo i riegos a ellos mismos, excepto cuando los hechos nc eran bien conocidos
rn Atenas. El punto en que cambia la historia, por tanto, en la medica en
qur uno puede precisarlo, parece ser aquél en que ¡a misma Aceñas entra
ni escena, la Atenas que rodos conocían. Esto ocurre en ei libro quinto,
.....mío, gracias a ia gran revolución ateniense, somos trssiaáaaeas dei an-
ti, m i n :punen” a los modernos días de la democracia nueva. T o c o lo ante-
n,ii ri.i historia antigua; el derrocamiento de los tiranos señalaos adecua-
iLinciitr el comienzo de los tiempos modernos, y de ahora en a ¿ciar, te Hero-
il.nii i, . lí,i ser un historiador moderno. Es dirícil a esta distanca recuperar
b ;.n ¡>( i ti vas ce la quinta centuria a. J. C-, y darse cuenca de csae ia Ate-
iin* v |4 ! •parta que habían figurado en ios libros anteriores eran ya, pa-
i i loi oyentes de Herodoto, casi tan remotas en el tiempo como e¿ reino ce
I niiii en el espacio. N o es necesario sino un tiempo corto para cusí los pue-
I>¡.» (¡lii'.túricos pierdan su sentido de ia realidad ce ios acontecimientos: y
lo itit-.nio Solón que Creso eran las figuras semlhistóricas, senusrdticas, de
mui iiii pasada. Con Milciades y Darío ei caso era direrente. Aunque cam­
bo ii i líos estaban ya entrando a formar parte de un pasado herc.ro. hom-
l'i,. qut liabían luchado contra Darío estaban rovos todavía, y estos ríe­
lo. ve tríanos distribuidos por el auditorio, a duras penas habrían soportado
.o niel tipo de narración anecdótica y con digresiones que era acechado para
II butona antigua y para la geografía de la primera parte.
I'ot tanto, ii libro quinto en que se describe la "revolución’', puede con-
>i,!i i ¿iim i-orno la transición de la historia '‘antigua'’ a ia módem? en H e­
lo, mi,, I ,, cuestión se oscurece un poco por la persistencia de condiciones
i o'iiplrum m u medievales en Esparta (iib. v, caps. 30-48}, que nenian que
»11 »1»-*,■ tita*, y que. aunque recientes, parecen estar 2 la par ccr. ios dsas
H ERODOTO 201

remotos cíe la tiranía en Atenas. Pero todo concurre a la acción dramática


con que se cierra eí libro, ia rebelión jonia que llevé ia Gran Guerra a G re­
cia, de aquí en adelante tema básico de la historia. La nueva clave escá dada
por el comentario con que Herodoto concluye el relato de la revolución ate­
niense: " Y lo cieno es, no sólo por este ejemplo, sino por otros muchos, cut­
ía libertad es una cosa excelente, pues hasta los atenienses, que mientras estu­
vieron bajo ia dominación de los tíranos no fueron ni un ápice más valientes
que ningunos de sus vecinos, apenas sacudieron el yugo cuando se convirtie­
ron en los primeros de todos. Estas cosas muestran que. mientras sufren
opresión, se dejan batir, porque entonces trabajaban para un dueño; pero
tan pronto como alcanzaron su libertad, cada hombre estaba ansioso de
bacer por sí mismo lo mejor que podía. Así estaban ahora las cosas con
los atenienses” (lib. v, cap. 7$}. Asi quedaba claramente iniciado el camino
desde aquí a Salamina, pero era todavía largo, y con muchas vueltas.
En cualquier forma que uno considere el "plan arquitectónico’’ ce la his­
toria de Herodoto, sea como una agrupación tripartita o como una unidad
menos formal pero más intrínseca, el plan no parece haber sido pensado de
antemano, sino que creció con la historia misma. La crítica interna prueba
que los primeros libros que se escribieron fueron los tres últimos, y que ya
estaban muy adelantados en la época, en que el autor vino a Atenas. Sus
viajes — es decir, las expediciones reales al mundo exterior— vinieron más
tarde. Fué un prodigio de arte dominar ia sorprendente miscelánea que «tos
últimos años revelaron y caries forma er¡ una contextura única, de tai. moco
que el relato original de la invasión de Jerjes, con ei que llegó a Aceñas, re­
sultara la adecuada cuimmacion del conjunte.
Si la sencillez y la perfección del plan fueron un producto del arte, y no,
como podría parecer, el resultado producido por ia naturaleza misma oc las
circunstancias relatadas, io mismo puede decirse dei estilo, na misma nato-
ralidad de Herodoto cí deliberada. Es charlatán hasta el exceso, y falsa­
mente ingenuo. Si no es capaz de confirmar o de negar la verdad de lo que
dice, introduce, francamente sus fuentes dentro de ia narración, y allí las
deja. A veces — muchas veces, en realidad— parece disculparse por ellas,
corno en un pásale del libro séptimo, en el que dice: "M i deber es informal
de todo lo que se dice: pero no estoy obligado a creerlo todo igualmente,
observación que puede aplicarse s tona tn: Historia (lib. vii, cap. in t) . ¡
asi deja que. sus personajes hablen: jy cómo hablan! A veces parece que está
II'. H ISTO RIA DE L A H ISTO RIA

m ill o a r i lo .', t ¡endose entre dientes. De vez en cuando intercala una seca
ol>*rfvdiu>n -como, cuando a! relatar una noticia de que un cierto Scyilias
IikI»« niuiad.. vanas millas por debajo de¡ agua, añade: "M i propia opinión
r» «|ur . . . hizo la tr a v e s ía ... en un bote” (lib. vrn, cap. 8). D e modo aná-
íofc’t’ rinde con frecuencia el comprometerse, como en la cuestión de las
*iiriifr ■. drl ' 'd o . con respe-tro a la cual no había encontrado a nadie entre
uhIi » .i<|m ii<>- con quienes había conversado que manifestara tener ningún
imi .rimii nto. excepto una sola persona. "Era el escriba que llevaba el regis-
• *1 los tesoros sagrados de Minerva en la ciudad de Sais, y no me pareció
•»••• Iml'iar.* en seno cuando dijo que las conocía perfectamente” (itb. lí,
i n|> • H|. I 1-rodoto quiere hacernos saber que podía viajar y escuchar hacien-
d" mu reser..,. : pero hábilmente, a! mismo tiempo, por su deferencia ante
iiurMi. crine.- v ir, franqueza de las confesiones que nos hace, deja una
imptr»ii«n di sencillo candor que aumenta el encanto del relato.
No debe olvidarse hasta qué punto la historia de Heroaoto es una reco-
l'iliiitori di : dicho por otras personas. Hasta sus moralejas son en parre
il' l'ida:- .i lo que obtuvo de sus informadores. Es una enorme masa de mate-
m li ’. obtenida de sacerdotes y viajeros, de la tradición y los documentos,
■ íi filuro!, dt testigos presenciales y de observaciones personales, todo dis-
l'iif.io v cncaudo en un solo plan, pero no elaborado de íorma tal que se
b 'in I.i naturaleza de los originales. Esto, para ti moderno estudioso, no
>' m i iivnor mérito. Por muy parcial y partidario de Atenas cue Merodoto

'orí.: por mucho cue los guías abusaran ce su ignorancia o que «e confur.-
iliriiii l.i-, fuentes, no? dejó ampliamente los medios para que formásemos
linri" Kibrc éi Y este mismo hedió influve mucho cara oue el veredicto.
un ¡uní- ilc es*a érxxa critica, científica, le sea favorable
'** trataba or un trabajo serio. Había largos años de viaje detrás del
• l.iin. \ el autor, con orguüosa sencillez, se proclamaba a sí mismo un sa-
I r la primera linea. Su narración "es ta exposición ce invescgAciones
II ti.i ) ” por alguien que es capaz de hacerlas: el termino historia es
■ i j ¡i. ■■ .ujiii en se sentido técnico preciso. Sus predecesores eran "hacedo-
ii ■ de prosa' pero c: es un ''historiador” . La moderna critica it niega la
-Inútil iiiti en i., forma en cue él ía reclamaba, pero, sin embargo, ie sigue
""i< ndo Ir distinción que le concedió la antigüedad, la de ser a la vez
vi' n i , ior \ un elís eo, el Padre de la Historia. Combinó con el instinto
il l.i i vr.ni'.-icón critica ¡a consumada habilidad del gran artista. Cuando
H E K C D O TO 205

se compara su obra con las histerias escritas con anterioridad se descubre en


seguida su calidad excepcional. H ay en ella no sólo el toque hábil y fugar
¿el maestro en ia acumulación de detalles, sino que la narración nunca pier­
de su aliento, por muy cargada que pueda estar con el peso ce los hechos.
Se mueve con la tuerza y ia gracia de un espíritu que no esta trabado ni por
los tabús embarazosos de los primitivos ni por las teorías y excesivas pregun­
tas de una cultura demasiado filosófica. U n reflejo de la fantasía de ia
edad dorada ilumina todavía la senda más oscura de los hechos reales. Hay
que ir al texto mismo para apreciarlo; los comentarios son tan inadecuados
como abundantes.
H ay, sin embargo, uno o dos aspectos más que tienen mayor interés
aquí. En primer lugar debemos de volver a¡ punto mencionado más arriba
— la modernidad de Hcrodoto— . N ada es más difícil en la apreciador; de la
historia que la de su perspectiva, y ai juzgar ía obra de! primer hurenacer
estamos casi seguros de encontrar, antes de nada, nuestras propias limitacio­
nes. A través del largo espacio de las centurias, Midas, Solón, Creso, Ciro,
Darío y Jcrjes. todos parecen pertenecer a una y 1a misma época. Todos son
"antiguos"; \ los conos intervalos que existen entre ellos no parecen tener
mucha importancia. Unicamente Egipto se destaca de lo que nos parece una
época común, en un horizonte distinto," como la sugestión sombría del mis­
terio que está más allá del comienzo de las cosas que uno conoce. Pero pata
Hero-hoto y su auditorio la perspectiva era enteramente distinta. Seria como
si alguien de esta generación, al escribir acerca de h guerra franco-prusiana,
remontara el relato de ras causas a través de los largos siglos del desarrollo
nacional ce Enrona con objeto de trata* adecuadamente las cuestiones tíf
Hoy. Hcrodoto había tratado con quienes habían vivido en aquellos tiempos
alterados; las huellas ac ía guerra estaban todavía presentes en cierto modo;
ios electos sobre los destinos de Grecia, y en especial ríe Arenas, se estaban
maní;estanco en toda su plenitud. Hcrodoto edificó su ampua y laberíntica
estructura en torno a este tem? principal del conflicto mundial: y puerto
que era un conflicto mundial quiso dominar desde él la historia del mundo.
f -1 tratamiento de ios temas varia según las intentes. Los acontecimientos atl
país eran conocidos — -o 3! menos podían ser conocidos— ce antemano por
f! auditorio. Aquí tenia que estar en guardia. Por otra parte, ios relatos de

En cuanto 3 Es leyendas de Baoiioma llevan en la sutscrfície .?s marcas misma«


de la leyenda.
HISTORIA DE LA HISTORIA

«.. v orirntairs eran obtenidos de segunda mano: Herodotc ios disñn-


p ii iWI ir< (o dr tu relato; sor. los íogoi, ios relatos de los diferentes países,
|. • i tirj- rn *u narración, "historias” por sí mistaos. Están obsedidos de
iiuU> - Jr fuentes, de sacerdotes e intérpretes de los pueblos en cuestión,
tli vmirni- .Ulteriores a él — en especial de Hecateo— . Es fácil comprender
| h «» t|t« mi. parte es mucho menos fidedigna que ía otra. Los sacerdotes egip-
• |nn11j11 inducirle a error, o él podía comprenderlos mal; pero en la parte
l'iupa »ahí., adúnde iba. De hecho cometió ios errores de todo viaiero. U n
• Kiuplti pulpahle es el que convierta a Nebuchadnezzar de Babilonia en una
HiM|n, I« tema Nitocris. Pero no debemos ce olvidar, como nos nace ver
Mi" M*U*, •; ir Babilonia era para Grecia entonces io que Pequín era para
I I mi. .1 ,.ic 1 .vigío xvih. Lo notable precisamente es que Herodotc hubiera
p.i I. <>í>i«i,«•i tanta informador. correcta. Cuando uno piensa en j.c~ relatos
" " t|n» w mitren los turistas europeos de hev, er. íes ¡nitos que son corrien-
'• ‘ ' «- ■. .v a erres, dei carácter de los puebles extranjeros, e inclusive en
I" I * ..... ■ , incomprensión que existe entre las diferentes partes de un mismo
l'1' 1' <u Í4« 1 .1 la comunicación es general y constante, se comienza a visíutn-
h'H' ' luí r. :idr era ¡a sagacidad dei Padre de la Historia
I 1 difu obtener un auténtico sentido df la realización de Herodotc.
........ mi.¡. •• términos de cualquier paralele moderno. Ei de un historiador
f 1,1 ‘i. • qu, escribiera acerca de ia guerra rrancc-pmsians es. desde
i 1 «■irtem en te inadecuado. T al vez estimulara a imaginación Histórica
*i i'l| > ii» ir r * :u ín o i.e utros persas son Jos rusos y nuestros griegos los japo-
tu * r x \ q u r dentro unos veinte o treinta años ur. historiador oriental se
l 't 'll i « I* {ib: a p;ir,.
•1' 1 lo Isn:
X de expansión imperial Puerto Arturo es
' ..... (púas. MuLdcn es Maratón, y Tsus’aitna. Salatrúna. El Herodoto
•"" 1•'! vi«'- r>ur el Oeste para reunir ios materiales para una histeria de
1 ' " " im;.»v en conflicto. Así, en lugar de aquel antiguo carncao reai
' m* t.it el trar.siberiano para el antiguo Occidente, y recorre Europa
1 * • 1 ■' vetead, como un "historiador’ genuino. Interroga J t-s a
- los F
pro-

Un •i' Oxford i ¡: busca de luz sobre ia historia v ia teología. O ve con-
• •• lo: clubs y hoteles, y ccn poco materia! de que echar mano
' ' " *i‘ ■ mudo común oriental y unas cuantas guias er. japonés, trata de
rl»b< " ui. i ..ito fidedigno de! pasado de ios pueble-? cavo idioma nc puede
llTt h -i x entre los cuales ha vivido únicamente como un huésped
HERODOTO 20 5

viajero. Su historia de Europa podría comenzar con un relato de la expedi­


ción de Magallanes en busca del vellocino de oro en ios mares orientales,
o de la visita de Marco Polo al gran Khan. Más alia de Marco Polo, la pri­
mera figura histórica en los anales de Europa, quedaría la nistoria increíble
de Roma y Grecia, y tal vez aparecería en ella algún pasaje dei propio Here­
dóte. Más allá todavía quedan las confusas edades prehistóricas, que remon­
tan, secón los antropólogos de Oxford, a una fabulosa época giaciai, mucho
más remota cue los 432.000 años que los sacerdotes asignaban a ia antigua
Babilonia. Supongamos que de vez en cuando contundiera estos datos de la
ciencia con los relatos de los teólogos que creían en la inspiración literal del
Génesis. T a: vez sospecharía, y sugeriría que el material a auras penas era
adecuado con el contexto, pero los teólogos eran hombres admirables, con un
elevado sentido de la moral, y en vista de ello aceptaba lo que decían, cor.
una breve nota sobre el carácter de los informadores. Conforme la historia
avanzaba hacia tiempos más modernos, se hacía más complicada, porque du­
rante el tiempo de una vida humana r.l japón pasaba de la sociedad feudal,
con sus caballeros que combarían embutidos en armaduras, a ser una nación
provista de artillería de largo alcance y de acorazados. De la época de tran­
sición en que los fenicios ingleses habían jugado su papel, nuestro Heredóte
podía reunir recuerdos personales y locales de diversa fidelidad. Pero cuan­
do por fin llega a la lucha en Manchuría, é! mismo ha estado en el campo de
batalla de Mukden, y recuerda, desde su juventud, los efectos de ia. guerra.
Aouí conoce- va a su tiempo y a su pueblo, porque ser. ios suyos.
Podríamos seguir desarrollando la comparación. Pero si precisamos in­
ventar a nuestro moderno Heredóte para poder apreciar el antigüe, es me­
jor que nos detengamos hasta que nuestras impresiones del original sean
refrescadas por un nuevo estudio de la primera obra maestra de la historia
de la histeria. Para hacerlo tenemos que ir al libro mismo, porque ningunas
series ce extractos pueden hacerle justicia. U n ejemplo de su método cien-
rífico es ral vez digno de ser citado in extenso por otra razón.
En un capítulo anterior nos aventurábamos a lamentar que Heredóte
no hubiera visitado Je resalen hada la época en que el Pentateuco estaba
siendo editado para la Biblia ta! como ahora lo tenemos.'1 Puede ser intere­
sante ver io cerca que estuvo de Jerusalén. Se había interesado por el pro-

Cs.p. ix. pp. 13839.


H ISTORIA DE I-A H ISTO R IA

lilrmn «ir rastrear el mito de Hércules a través de paralelos no griegos, y


i riiir cómo, con curiosidad estimulada más que satisfecha por lo cae en­
m onó cu I , ipto, prosiguió sus investigaciones hasta ei país limítrofe de P e­
lotilla, i m in a (iib. n, caps. 43-45). U na visita al interior, a los sabios ju-
iliov, no Imhicra arrojado mucha luz sobre Hércules, porque de los trabajos
lo-nólrt» de Gilgarncsh la historia de Noé no conserva vestigios. Pero po-
" «n luivr surgido comentarios importantes sobre otras cuestiones. Las in-
vi • •i);anones en Fenicia son relatadas como sigue (lib. n, cap. 44):

' ‘ «1 «I dr-.ro de obtener la mejor información posible sobre estas materias, tuce
• ' •■' •* « Tiro, en Fenicia, por saber que allí había un templo de Hércules tenido
mi pan veneración,. Visité el templo, y ¡o encontré ricamente adornado con gran
■ 1 .ii ofrendas, entre las cuales había dos pilares, uno ce oro puro, el otro de
...........fii.* cjiir relucían con gran brillo por ia noche. Er. una conversación cu? tuve
I"» »«.rrdotes, pregunté cuánto hacia que su templo había sido edificado, i en-
...... j«w ••.1 respuesta oue ellos también diferían de ios griegos. Me dijeran que
• ' tMiip!, i,.ibía sido edificado er. la misma época en que se había tuneado la ria-
■ ' . (),ii 1.. fundación de la ciudad había tenido luga: eos mil trescientos años
“ " i ' 1 I 11 Tiro supe de otro templo donde el mismo ¿ios era adorado como el Hér-
' "I' i Iiíim 1 M r fui, pues, a Thasos. donde encontré un templo de Hercules cue
1 »'un rdificado por los fenidos que coior.izatcm aquella isla cuando navegamr.
•" * "'■ > i Ir f uropa. También éste era anterior en cinco generaciones a ¡a éoocz. en
"" I liirule« í 1.jo de Anfitrión, había nacido en Grecia. Estas investigaciones tnues-
'■ ■ ' 1.11•.< mi qu- hay un antigüe dios Hércules; y mi opinión propia es que obesa
....... . 1 Mr aquellos grieres cuc edirican y mantienen dos templos de Hércules.
...... ih lo: cuales el Hércules adorado e; conocido p e e' nombre ce Olímpico,
« ó 1 tirirú sicriíicios como a un inmortal, mientras que en ei otro los honores
' ' ' ni, • >. n lo: oue se le deben a ssn héroe.

’ i !i; iríiuaá de apreciar la obra de Heroóoto; ya ia historia lo ha


1 ' p e Mcsutro.s. Husta que r.c fueron descifrados ios monumentos, su
' 1 (.i iu.ii lo cue titilamos ae algunos áe los más grandes imperios del
' ■ i.'u i'tiguo, v todavía sigue siendo un comentario constante acerca de
• 11 l'ivlti. incluso decirse que hasta nuestros días rué para ia historia an­
uí i uní unto casi lo que era Homero para el griego de Atenas- Pero
1 dpi. ■ i.uuin de su obra es innecesaria, será bueno, para terminar, el recor-
•I. ' 1,111 1 iiiticnt los dos aspectos de ia historiografía — la critica, oue perte-
"• • «1 cí.inpf» d’ ¡a ciencia, y la narración, que es principalmente arte— y
1 ni un.1, la última cualidad ha sido principalmente valiosa en las largas
HERODOTO 207

centurias de mentalidad aaentííica. conservando ia historia por la mama


misma ae su atractivo, hoy es el otro aspecto el que tiene mayor importancia,
porque la obra tiene ahora que ser aceptada por un auditorio mucho más
crítico que el que jamás pudiera reunirse ec Atenas, y que conoce más acerca
de Grecia que ellos, y más de su antigüedad que Heroáoto.
Resulta de aquí que sólo quienes estén versados en. este nuevo saber tan
vasto de las arqueologías clásica y oriental están capacitados para hablar con
autoridad de la capacidad crítica y ce ia fidelidad ce Hetodoto. Pero, aun­
que dejemos 1a crítica detallada a los especialistas en el testo, podemos, por
lo menos, registrar el hecho de que su veredicto está cada vez más a su favor.
Porque el caso de Jos escritos de Herodoto es en cierto modo paralelo con los
de ios judíos. En tanto que fueron tomados por más de lo que posiblemente
podían dar, estuvieron abiertos a los cargos más serios ce anacronismos,
exageraciones, y- cosas por ei estilo. Pero cuando una perspectiva histórica
más verdadera nos permite apreciar las limitaciones necesarias, tanto de me­
dios como de fuentes de investigación, de todos los historiadores antiguos,
obtenemos una estimación más justa tíe sus obras porque no esperamos de­
masiado de elias. Así pasó con Herodoto. Cuando los datos de la historia
obtenidos de las inscripciones comenzaron a estar en contradicción con algu­
nos de sus relatos, hubo un movimiento de desconfianza hacia ellos,' que
ahora, no obstante, parece haber cedido, pues tenemos juicios más •exactos,
basados en unas esperanzas menos exigentes.
Era evidentemente imposible que Herodoto escribiera ía historia coma
io nacemos anora. La cuestión está en saber si empleó sur métodos con éxito.
Hubo un severo crítico en sus días. Tucíoides. cue sin duda pensó que su re­
tente había sido demasiado ambicioso. Tucíáides hubiera limitado probablemen­
te el relato a ios tres últimos libros originales, puliéndolos más y más (como
sin duda, lo hizo Herodoto), estableciendo cada detalle de ellos en forma
indiscutible, y dejándolos así. Pero Herodoto prefirió añadirles los logo: o
historias que llenan el largo proemio, aunque no pudiera establecer su co­
rrección con ía precisión que caracterizaba a los acontecimientos de- su propia
época. E: contraste es significativo, y se ha tomado como característica de un
temperamento decididamente menos científico por. parte de Herodoto, como•

• Tai vez ia isan ifescacsóa mas tu e rte de esto se encuentra en A . H . S a YCC.


Ancient Empires c f the &est (Im perios an tiguos d e Oslente). Véase, como cor-trai­
te. el ju icio resum ido en ñ u sy . A nden: G^eek He-torianr.
20S HISTORIA DE L A HISTORIA

que no tuviera una percepción clara ce la iínes divisoria cuse separa el mun­
do de los hechos del ce la ficción. Pero ¿es en último término la línea tac
precisa come la imagina ia mente puramente científica? S: Herodoto hu­
biera sido tan escéptico como Tucídides, habría de jaco lucra de su historia
algunas de sus partes más valiosas, porque algunas de las cosas que para él
resultaban más increíbles contienen atisbos de datos establecidos o hechos
inteligibles por la arqueología. El ejemplo más notable es el comentario de
Herodoto al relato de la circumnavegación de Africa hecha por los fenicios
pot mandato de Ne.cc, el faraón egipcio. " A su regreso declararon — yo por
mi parre no les creo, pero tal vez otros lo hagan— que al navegar a lo largo
de Libia tenían e! sol a mano derecha” (iib. iv. cap. 42). En otro lugar, en
su descripción de Seiba, pone en duda las largas noches nórdicas, tal vez a
causa de la forma exagerada en que le alcanzó la noticia, ia de que los hom­
bres allí dormían medio año (lib. re. cap. 25); rehúsa acertar la existencia
de las "Islas del Estaño'', de las que pudiera venir el estaño que ellos em­
pleaban,* y afirma expresamente que con referencia al Besuco, "aunque he
hecho ios mayores esfuerzos, nunca he sido capaz de obtener ia convicción
de un testigo de vista de que exista ningún mar en el lado más remoto oe
Europa.1 ' Hubiera dado una idea más pobre, y no una más correcta, del
mundo tal como lo conocían los contemporáneos de Heroccto, si toda esta
'•triaca información hubiera sido seleccionada por nr.? mentalidad dema­
siado escéptica. A l lector que no está en guardia se ie rtruerda de conti­
g u o ," por insinuaciones, si no abiertamente, que un hecho no estaba defí-
mnvsmcnte estableado por ia simple razón de estar registrado — advertencia
‘gnorada más de la cuenta— y que el lector deberla contribuir también con
• h’ o ¿c la perspicacia crítica que él exigía cié] escritor. Las fuentes emplea-
(hi: por Herodoto han sido analizadas con gran detalle.1' v el resultado

C f. lib. ni, cap. 115.


v lb ¡¿ .

Cí. lib. u, caps. 28, 56-57. 131; lio. 13. caps, r ij, xi6; iib rv. caps.
E' 4->. 06, 105; lib v, cap. 10: Iib. vil, cap. 152.
11 V é an se especialmente las conclusiones de R . vv. M acan . Herc&otus. the to n n t
I ‘ Ith < m d Sixt.‘. Bcekt, I n t r o d u c d c n . voi. 1 , p p . lxx iv sr. v ei a m
. . . . ' c . , . ; . . t ____ j _____- i _
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exhaustivo ce
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* ‘ •v er» Pau?v-\\ issows-Kroll, /;¿ule r c ciopäah (Enddcpecia <. v v
* ' . mp. vol. iv. Utso de los probietr.as mas intertsantes tn su «saplen ¿ c ias - jen-
rstii cn su re tato dt ia expedicior. cc Dario a Seida, doade eenite roda mencicc
H ERO DO TO ■2Í>9

muestra que la obra es mucho más producto de erudición y menos hecha de


oídas que lo que en un principio parecía. Empleó documentes, tales como
las actas ce la ecclesia en Atenas, tratados, declaraciones de guerra, pera más
parcamente que lo hubiera hecho ur. historiador moaemo, y parece haber es­
tado dispuesto a tomarlos de segunda mano. Intercalaba genealogías (lie. v¡,
cap. 53}, y empleaba las descripciones geográficas, aunque abusan.ee de
ellas. Pero había un grupo de fuentes que, aunque esencial, era de valor
dudoso: los oráculos, en especial los de Delíos. Son ellos los que proporcio­
naron en gran escala el mecanismo de ese demento sobrenatural que presta
un aire de mito al relato a nuestros ojos, pero que era uña y carne de la
historia griega, y Herodoto no tenía opción, sino emplearlos. Por desgracia
contribuyeron a que ignorara su propio defecto, ¡a ialta de sentido de í?.
causalidad histórica. Trató simplemente de establecer los motives psicológi­
camente ciertos, y dejó que ios acontecimientos tomaran forma najo la mano
dtl destino o por ia justicia punitiva de los dioses. Porque auncue Herodoto
no siguió, como los poetas y como sus predecesores, a los dioses hasta el
Oumpo. v aunque "estableció. . . una línea muy bien marcada entre la edad
mitológica v la histórica” , siguió siendo de pies a cabeza un hombre devota­
mente religioso.

.bajo «i Orine resplandeciente de sv animada narración hay un substrato de hontü


melancolía v de! temor producido por ia cólera y ia envidia de ios dieses. El re-
Creso, 3 emen el aurífero Pactóle convirtió en el más rico de los hembres, Pediera-
res. tirano de Sainos, o Periancra, déspota de U opulenta Cerinto, su orgullo y su
rin sor. simules repeticiones y reflejos de ia severt me.'oaía ¿ci éxito humane, v ce í*
justa peni divina v ¡a humillación de! hombre, ejemplifica da muy señaladamente
cr, ei mismo jerjes.1-

Esta creencia en un designio providencial de las cosas, le proporcionó una


clave para trazar la sucesión de los acontecimientos, qut ahora está abierta
a ia critica. Pero ia historia tenía que esperar desde sc-s días ¿c herodoto

de los Balcanes (Üb. iv, caps. 90-93), según parece, como Macan sacíete, porque
serré este punte iba siguiendo una Ícente histórica y no geográfica, que no hacía
mención ce las montañas. Pero este episodio se limita a destacar el «etc. con o-... en
con unto. unifico sus materiales y comme los hechos.
B oisroao. en G. W . B otsford v E. G. S ikler, Heilenic Cr.üizatwr. (La
cvniizsciór» helénica)* p. 2*.
H
i M» h is t o r ia de la h is t o r ia

Imam Ion imr.'.iroN para encontrar algo que se aproximara al conocimiento de


l.i taimAlidad de los hechos. Y tai vez nuestras tentativas sean clasificadas
.Imito de poco, junto con escritos tendenciosos como los sirves.
l*oi lo t|iu respecta a! estilo, ei encanto cambiante y el norte genial son
h o y tuii Irí seos y cautivadores como siempre; y sin embargo, un recurso que
I !<unióte tomó de sus predecesores logográficos — pero que. come veremos.
m innom.i s los orígenes mismos del relato histórico— , la inserción de dis-
i i uso» m «•! relato, imprime al conjunto de la obra el tono ce algo antiguo.
I o qm Ir anadia un aire de verosimilitud en la Grecia antigua, merma su
(inr/.i hoy. í'ero dt este recurso tendremos más que decir cuando lo encon-
tirino'. ir. un marco v forma menos adecuados en las obras de Tticídídes.
< on 11crodoto puede decirse que ha comenzado un nuevo arte, ei de
l'.ii.m un cftos genuino en la busca de la verdad. Cuán vigoroso fue en él ei
«rilo di! maestro puede juzgarse porque todavía sigue siendo de las primeras
ititir hi» grandes creaciones de la historia y porque sintetizó para las centu-
ii.i» MiliMpuicntes la vida y movimiento, el pensamiento y la acción de toda
mili, Un antigüedad inmensa que quedaba fuera de la Biblia v de la restante
lin t itiit.i griega. Incluso Darío y Jeries debieron una gran parte de su in-
i i .,!:,helad ai estudioso viajero ce Halicamaso.
CAPITULO X V

T U C ID ID E S

u n t o s ia historia de Herodoro esta una obra que comienza como sigue:


"Tucídides, un ateniense, escribió la historia de la guerra en que los peiopo
nesios y los atenienses ptíearon entre sí. Comenzó a escribir cuando tomaron
las armas, creyendo que sería más grande y memorable que cualquier gue­
rra anterior/’
Con estas palabras escuetas comienza eí más grande historiador de la.
antigüedad ei relato ce aquellos anos memorables durante los cuales se des­
arrolló ia guerra que. en su opinon. era ia mas grande de toca la historia.
Esta sobriedad es típica de toda ia cura, y todavía mas ta conciencia de la
elevación del tema. Poroue el autor era un upo ce hombre distinto áei gran
viajero lenguaraz que era Eierodoto. El también había viajado antes ce que
su obra estuviera concluida, también na&ia sido un desterrado. Pero no lle­
gó a convertirse en un ciudadano del mundo que captara con familiaridad
las notas cambiantes de ios distintos países. Siguió siendo en todo y por todo
un ateniense de elevada cuna, un magistrado oe la historia, severo e impar*
da! incluso cuando sus intereses más queridos estañan en tela de. juicio, so­
berbio. aislado, reprimido.' N o sería fácil encontrar un contraste mayor

• Tuddides ic. 460?-«.. 306) ere- descendiente de una antigua familia macis
par parte de su madre, aunque su padre era ciudadano ateniense. No tenemos prue­
ba digna de confianza de ia fecha ¿e su nacimiento, cae algunos remontan hasta
47t, otros hacen descender a 4=5;. sin embargo, se acepta por lo genera! una techa
tardía. Su familia estaba bien de intereses, pues poseía eí derecho ai laboreo de unas
minas en Tracia. Paso en Atenas la primera parte ae su vida, v allí ejercieron sobre
ei gran influencia ios sofistas. En 424 fue elegido como tino de los dos generales qtv-
mancaron una expedición a Tracia, lo cuai parecería implicar una experiencia mitrar
212 H IS T O E lA d h l a h is t o r ia

que el existente entre Heredero y Tucidides. E! mismo Tucídides io sabía.


Tenia una ides muy pobre de sus predecesores, y así lo manifiesta, aunque
dignarse mencionarlos por sus nombres. N o hay confusión posible en una
observación como ésta: 'L os hombres no discriminan, y siempre están dis­
puestos a aceptar las tradiciones antiguas, tanto acerca de su propio país co­
mo de los extraños” (lib. i, cap. 20}. Clasifica con los poetas aquellos "re­
latos de ios cronistas que más procuran agradar al oído que decir la verdad”
(lib. 1, cap. 2 1). Su propio ideal es diferente; es la exactitud y la educad.cn,
el hacer una historia justa y verdadera.1
En ningún sido emplea Tucídides la palabra híslor c alguno de sus
derivados, prefiriendo describir su obra con una palabra que significa "poner
por escrito” ." Lo Importante para él era el producto terminado: sabía la ver­
dad acerca de la guerra, y la dijo; pero excepto en dos pasajes preliminares
(iib. 1, capí. 22; lib. v, cap. 26), no dice cómo adquirió su información. De
Hecho gozó de oportunidades excepcionales para conocer la historia de la
guerra. Con elevada posición en los asuntos de estado, estaba familiarizado
ron la historia interna de la política, v conocía personalmente a ¡os persona­
les más destacados; por estar en Arenas durante los primeros años de la

previa. Sus esfuerzos paca salvar Anfípolis fueron, no obstante, infructuosos, porque
00 consiguió Legar a tiempo; y por esta causa fue desterrado. Durante veinte años
vivió en sus estados erados, y sólo retomó a Atenas después que ¿«a íué derrotada
' 404. No podemos estar seguros de ¡a fecha de su muerte, pero parece probable
que tuvo rugar entre 399 y 396 a. j. c.
■’ ¡.os párrafos que siguen deben mucho a la revisión ¿el Profesor Swain.
Ei-/ypá(fv. Si fuera permitido tratar e! antiguo Áóym como "relatos, historias”
'•1 el sentido periodístico de k palabra (vid svpre p. >8-S), podríamos traducir
••''VYC'Ómv: por ¿a expresión igualmente periodística "dar noticia"', salvo oue estas
¡'tlabra:, can una impresión de ligereza, e incluso de Indiferencia, totalmente nena a
Tuc ídidirs. Tín esie csso rr&ducíríamos su iras? inicial más lircrslubenre cue Jov.t rt:
• u c t d i d c b - , uim ?reruense ¿ i c n o t i c i a de i a gu erra t o v r r fv y .j^ io v la s p t -

Nponcsic* y atenienses., ce cómo pelearon entre sí."' Tucídides empleó rcguurmenre


!ó r a l a s ct esta palabra para su propio escrito (lib. a, caps. 70, roa; lib. 1n, caps. js.
1 >6 ; ¡ib. iv. cap. 104. etc., y er. un lugar había del »Armi; tvrre?<¿Ó de Helání-
c» (lib. 1, cap. 07); en otras partes emplea la palabra para indicar algo transcrito, en
c.sp,cu¡! tratados o leyes (cr. lie. v, caps. 35, 41; lib. vm. cap. 6?;. Otros ejemplos
pueden encontrarse fácilmente con ayuda de M. H. N. on Esssn, Index Tticvdides
(iSKp), oue es tambi-n una autoridad para la alirrnsción de que Tucídides no em­
pico en ninguna parte una palabra con la raíz de «ntoio
TUCÍDIDES I3

guerra, estaba en situación de conocer lo eue na oía ocurrido; nos óicc que
él mismo oyó algunos de los discursos que reproduce; participó en una expe­
dición militar como jefe, y probablemente en otras con cargos menos impôt
tantes. Sin embargo, oara la mayor parte ce su información. Tucídiíies de­
pendió de) misino tipo de "investigación , que Hérodote empleaba, es decir,
de is iotopía o "indagación*', aunque el hecho ce que se interesara funda­
mentalmente por ios acontecimientos contemporáneos simplificó su tarca,
porque eran más fáciles de encontrar testigos que pudieran hablar con auto­
ridad. Incluso su destierro fue en cierto modo una suerte, porque ie permi­
tió tener relación con espartanos (iib. v, cap. 26), con ¡os cuales discutió
ampliamente acerca de la guerra, y de quienes aprendió eí punto de rosta es­
partano. Durante estos años visitó probablemente Sicilia, donde el poder na­
val de Atenas se vino abajo.’ En algunos pasajes, como el que discute la
primitiva historia cc Sicilia, se apoyó en escritores más antiguos, y en oca­
siones obtuvo copias de la versión oficial de los tratados hecnos en Atenas
u Olimpia.
Tucídides, pues. íué un historiador moderno, más aún que Herodoto.
Nos dice explícitamente que d’ió comienzo s su labor tan pronto como estalló
¡a guerra en 431. y debe por tanto de haber reunido una gran cantidad de­
notas antes de la paz de Nucías, diez años mas tarde. Durante ios abor­
de relativa paz que siguieron parece que compuso un primer borrador de:
actual relato hasta el cap. 25 del libro v. Luego se reanudaron las hostilidades
cor. ¿s aventura siciliana, la guerra de Decelia en Grecia, y la caída de Atenas
en 404. Tucídides no había publicado probablemente su- primer relate cuando
se reanudó la ludia, y se dedicó entonces a preparar un segando libro, con
una nueva introducción (iib. v, cap. 26), para tratar c t los últimos años de
¿a guerra. Los dos libros se unieron, siendo el primero editado y aumentado
con varios pasajes relativos a la catástrofe de 404, insistiendo en que la lucha
de estos veintisiete años, 431-404. era en realidad una sola guerra. N o obs­
tante. Tucídides no vivió lo suficiente para completar su obra... pues el relato
termina con los acontecimientos de 411. La última parte del libro no mani­
fiesta e¡ pulimento literario cki resto, y la frase final está incompleta; cas"
podría decirse que ei auto* murió con la pluma en la mano. Desde "luego,
la actual división de la historia en. ocho libros se debe a escribas o eruditos
posteriores.
"* j. B. Busv, The Ancien/ Greek Historiara, p. yf¡.
2l¿ HISTORIA de la h is t o r ia

Después áe un breve párrafo preliminar, el autor se engolfa en un corte


sumario de ía historia de Grecia desde la época minearía hasta ías guerras
médicas (iib. I, caps, 1-19}, haciendo luego una pausa para criticar a sus
predecesores, quienes nunca habían llevado a cabo esto antes, y, con in ? •
nota de orgullo acerca de su propia empresa, inicia el sema de su historia. '
E¡ primer libro trata de los orígenes de la guerra relátanos en términos de
historia. Vienen primero ¡os acontecimientos que llevaron a la guerra a A te­
nas y Esparta (íib. i, caps. 24-88). pero, en vez ¿e pasar sobre estas causas
inmediatas a la guerra misma, eí autor introduce un relato bastante largo
cei crecimiento del imperio ateniense anterior 2 ella (iib. caps. S9-117}. El
primer libro concluye, pues, con las negociaciones en Atenas, con e! discur­
so de Pendes para persuadir a sus conciudadanos para que vayan a la gue­
rra. y con la ruptura de las relaciones diplomáticas (iib :. caps. 118-146).
El conjunto i orina la exposición sobria v vigorosa de .os orígenes de la
guerra. Los libros segundo, tercero, cuarto, y parte- del cubito, relatan la his­
toria de la lucha durante la guerra de los Diez Años v la negociación de la
paz de Nielas. N o tenemos tiempo para seguirle aquí, y aunque lo tuviéra­
mos. podríamos confesar, con candor digno de Tucícides. que a pocos de
nosotros nos interesaría hacerlo. Porque toco el arte: del más grande histo­
riador de la antigüedad no puede lograr por completo que el moderno lector
se resigne — a menos que sea un helenista— a ur. estudio prolongado de los
detalles de la guerra del Peicponeso. Para Tudáides era el acontecimiento
más grande de la historia. Ls guerra de Troya había encontrado un Homero:
¡as médicas un Heredóte; pero estas dos grandes épocas cel pasado helénico
eran, a ios oíos ae Tucídides. de importancia mucho menor que la ce ir
oran contienes civil que envolvió a toes Greda, y que incluso perturbó al
mundo bárbaro, de otro modo despreciable. Cuanto más estudiaba eí pasado
v lo comparaba con el presente, tarro más se convencía ce que el tema más
grande de is historia se lo ofrecía ls guerra de sus propios días. Por ello
conservó su relato detallado con un cuidado escrupuloso, y es esta mistos
excelencia como historia la que hace rebelarse a! lector moderno. Poroue la
guerra iué larga v tuvo muchas alternativas, v Turídides es un guia locuaz
ni entretenido. Sigue de Trente cor. firmeza a través ce un mundo ce he-
chos.: es un asunto demasiado serie oara cue une se eche a un lado y con-
temple c! escenario; incluso cuando la campaña anual se ha concluido y nos
volvemos a la ciudad, tenemos que acudir si eenseio en conde se preparan
TÜCIM DES ID

los planes pura el año siguiente. N o hay más que un propósito en la vida,
que es ver la gi: rra. terminada. El resultado es cae se nos conduce a través
de años entero.' de luchas inconexas, incursiones, escaramuzas, expediciones
por mar y tierra, debates en consejos, estrategia en la batalla, hasta que
nuestros recuerdos están nublados por la variedad de los episodios y ios cam­
bios r.n la política, en la dirección y en la fortuna.
Nos espera, sin embargo, una alta tragedia en ls expedición cíe Siaiia.
Todos ios críticos están acordes en que lo mejor cíe i ucídiáes se encuentra
en lo: libros sexto y séptimo, que relatan esta trágica historia con realismo
implacable. St pone el prólogo en el incidente de hielos, con el lenguaje ul­
trájame ac los embajadores atenienses, y la conducta todavía mas ultrajan­
te de !o generales de Atenas; les primeros proclaman brutalmente que la
fuerza es derecho, los últimos matan a rodos los hombres y venden como
esclavos a la*, mujeres v los niños de la neutral Me los. Luego vienen las pro­
posiciones para el ataque de Sicilia, ia. memorable descripción, llena de dra­
mática ironía, de la esperanzada partida de ia flota ateniense oe sino funes­
to, e! patético relato de Ja campaña de Sicilia, un relato de rerrasos. incom­
petencia, traición, pánico, motín, ia pérdida de ios barcos, y ia derrota y
destrucción ¿t! ejercito. La última parce cc la historia, que trata oe ia revo­
lución ateniense de 411, no está a ia altura asi resto de! libro. La tama ce
Tucíáides descansa sobre su relato de ia expedición a Sicilia, el de los oríge-
nr: di ir. guerra, v unos cuantos discursos, en especial el pronunciado por
Pendes, en honor de ios muertos durante el prime;' año (iib. E, caps. 35-46).
Str. embargo, nuestro juicio sobre T ucidides no cebe basarse en estas par­
tes de! texto, sino en i?, justicia ce su concepción de la historia como un con­
junto. v en la medida de su realización. Acerca de su dominio de ios roate-
ri.-tk: v dt su pode: intelectual, el profesor S'vsin dice lo siguiente:

Nütit.-. tenido más éxitc un historiado: en ciar ia presión del completo co ­


rvina* ce su- nristenaies. Y la critica trocen:a no r.a conmovido esta u»pre«-ó»: es
desoí "mepu. atiposibie comprobar la mayoría de ia: afirmaciones Os 1 ticiciucs; er.
ocasiones inscripción u otro tesan orne eootemtwrstteo revela ana pequeña farra:
ñero una centuria dt crítica menuda no hs menoscabado en ícrms apre.tis.bie su re­
putación cr sorprendente exactitud. Igualmente característica dt Tucídiaes es su ele­
vado itr.parrirJicfid: no favorece a ninguna de las dos »artes en la gran guerra;
muestra hucs.v. v malas cualidades tanto er. atenienses como en espartanos, pero nun­
ca ia* cementa: no defiende a ninguno de ios partidos rivales de Arenas: v tan sólo
er, el caso di: demagogo Cleóts !e abandona su calma cJírnaú» A oesar de todo, si
h is t o r ia de la h is t o r ia
i ift

|, r n i , . ' o . » atención, veremos cuán hondamenre sentía Tucídidcs ¡ i tragedia de su


(tmljt! miu!; veremos su odio a! imperialismo ateniense, su creencia e s que las Íooí-
,¡r lo .- (<rnenses tenían la culpa de su ruina, su conciencia ’de su cu b a en el o so
,|, M f los v «r. otras muchas ocasiones, su humanitarismo y su deseo de paz, su
ion por ¡a disciplina espartana, y su convicción de quc Atenas s o tenia culpa:
,n «I fitalltcio de la gran guerra.. En ningún sitio disputa ni defiende nada, pero per
•,tito p d r r intelectual impone sus puntos de vista a! le c to r ...5
‘ .ii historia puede, ta! vez, compararse a una estatua griega, majestuosa y seria,
irMiiiigid» y sobria, correcta en e! detalle e impresionante por la composición, pero
lelte «Ir! colorido vivido y dei fondo variado tíc una pintura moderna, o de la h«s-
ii,un «Ir 1 ¡rrodoto. E! libro entero se. centra sobre un tema: la guerra. Digresiones
mopoitutus, como las que constituyen el encanto de Herodoto, faltar, casi por coa-
pliin. « cuando Tucídiaes se ceja ir — cano le ocurre ocasionalmente .en una frase
i, do» ti" aligera visiblemente la narración. El relato se mueve sobria v vigorosa-

(.lomo ilustración de su estilo persuasivo, considérese el magistral libro prime-


M, I I ir: tor concluirá probablemente cue la inocente Atenas combatió tan sólo por-
ni, pudi. rechazar el desafío ¿ t sus enem igos; que Esparta estaba sinceramea-
I, dr l.r.ida a Ir, paz; y que los corintios eran ios verdaderos agresores. Pero si des-
i , i |Mifii'ttii» el relato en piezas y las reunimos otra vez, veremos ic cue Tucídiaes
|,„ I,. i lu, v obtendremos una nueva luz sobre su "imparcialidad". En un trozo
Iieti r . g ’ afi;; la disposición es el argumente; exposiciones de hechos, cada una de
|, , «i«.,ii c rs «croad, pueden ser dispuestas de muchas, maneras; v ccssc algún arre­
cí,, i- •. iinpre necesario, ningún historiador puede ser verdaderamente "imparcia!".
'. 1111, io;-, utit,' que 7 ucidides hubiera dispuesto exactamente ios mismos materiales en
• .„o ii.ii ibíricnrc. Supongamos, por ejemplo, que - se hubiera atenido estrechamente
»i m ji'i, ': onologico; que en lugar cíe continuar su examen preliminar ¿¡ la Grecia
«on i! asunto de C orq ’ra y la formación de ia liga de! Pclcponeso contra
i\ .i saltando así sobre cincuenta anos— hubiera continuado inmediatamente
,• i• -ii iri.iio del crecimiento del imperio ateniense, incluyendo en la hisumia varios de
)-■ • rpisnd.os lamentables que conocía perfectamente y que mencionó en —acaíes pos-
t*, i,,11*i rite en iugar de consignar simplemente el hecho de que los cernerás "toma-
•, - ini;i parte capital en fomentar la guerra" (lifc. I, cap. 6~), hubiera desarrcllado
i i mi', mot'fos de Queja contra Atenas como hace algunas natrmas después
( I 1 i, i .,p,. ioy, ío S ) ; que hubiere, hecho algo más que una referená*. de pasada
- I„- -Hit,.urinas entre. Atenas y Megara; y que únicamente entonces hubiera dis-
" , , l„- ..itn-id.idrs df ¡os corintios v otros en Esparta. Las opiniones de! lector
•-..i l,i . m-tión de la responsabilidad de ís guerra hubieran entonces sido cierta-
i,,i i . ii iiiin distintas, y probablemente más cercanas a ic verdad. Pero además, una
............. ijiii piense, v aue lea la historia tal como ahora esta, hasta, c fin. apenas
I,,, 11,• rvit.it la conclusión de que. en opinión de 1 uddides, ei imperialismo ate-
•.,• i,•«. ,.11,-j u o no ¡a guerra, fué ana cosa terrible, y en gran medida, motivó las
.- ,ni,«itttlr« i)tir sufrió la ciudad.
TUCÍDIDES 2!7

mente* cada episodio encala ccr. exactitud e n su sitio. comparaDÍc, tai ve* 2 una
tropa de hoplitas, que avanza en formación a las órdenes de un capitán segure.

H ay algo de cierto en la observación de que la disciplina que el autor se


impuso a sí mismo debería dar satisfacción al lector. Pete, como hemos dicho
más arriba, tenemos también el sentimiento de que, después de todo, nuestro
interés en el mundo que describió es diferente del que despertaba en a ucí-
dides; y si el relato nos cansa en último término, es posible que nuestro can­
sancio sea producido menos por lo cue dice que por lo que deja sm decir.
Nada cansa tanto a un viajero corno no lograr el objetivo de su viaje. Po­
demos soportar millas de camino polvoriento, si de cuando en cuando toma­
mos bríos con la contemplación de montañas que deleitan la vísta. Lo mismo
es cierto de los viajes mentales; la fatiga es en gran parte un problema de
frustración. Y así pasa con Tucíaides. E! relato que nos cuenta no es c 3
que más desearíamos oír. Su tema no es el más grande en la historia. C o­
mo hecho militar, ia guerra fué relativamente insignificante. Comparada
ccn las güeras de Roma, ios hunos y teutones, de los cruzados medievales y
ce las naciones modernas, la lucha entre des ligas de estados-ciudades, tient­
en sí misma — meramente corno guerra— poco que atraiga la atención. Lo
otse da a la guerra deí Peloponeso su interés permanente no es ia materiali­
dad ofe la lucha sino ios resultados -en juego: la civilización griega y la gran­
deza ateniense. Nuestros espíritus derivan de! relato de las matanzas a lo
que queda por cecit. s las realizaciones en el arte de ia pan. ¡as únicas que
dieron importancia a ia guerra, incluso para T u dáiáes.1' Así pues, si la na­
rración nos obliga a seguir — y nadie puede disputar su vigor— hay estacio­
nes en las que echamos al hombro con disgusto la coraza.
En realidad, el tema más grande de ia historia estaba ante su? peto
no era ¡a guerra; era la Arenas de Pendes v de su propia época. N o hay ni
tir, vislumbre del Pcrter.én, excepto cuando descuella sobre el ocio mien­
tras los refugiados del Atica contemplan las llamas encendidas por res es­
partanos que saquean sus hogares. Aunque el drama de Atenas proporciona­
ba por lo menos las sugerencias del molde en que convirtió su manual ce
arte militar en la tragedia de la Héiade, Tudcides no hace abiertamente

8 C f. i ib. I, cap. 11: "La pobreza fué la verdadera razón cor la que las realiza-
cienes de edades anteriores fueron insignificantes*' [v la guerra de! Pe:opor-eso mucre,
más importante que la de i roya, etc.l.
j ih H ISTORIA D*E I_.A H ISTORIA

•I'uioii « <•■ ,« drama. Aunque todo el tiempo existe una concta-cia orgullos*
•li «|iir l.i AcrópolLs está allí y ¿e que el arte y la literatura ¿e Atenas son
un modelo rcjplanaeaente para el mundo, todas las referencia:-? a ellos están
,r ' r ruínente suprimidas, como no pertinentes a! tema. Tan sote una vez aps-
,r,v realmente Atenas en la historia, ia Atenas hacia la cual épocas posteriores
volvieron la cabeza con admiración y desesperanza, en la oración fúnebre de
IVrirlrj. Fisto es ¡o suficiente, sin embargo, para mostramos so que hemos
pi ulido con ia negativa de Tucídides a escribir la historia ¿e ur, pueblo en
hipar «ir la historia de una guerra. Ninguna ciudad ha recibido famas un trí­
bulo más orgulloso ni más elocuente. N o describe ios monumentos, añade
ntto ¿i ellos: porque se yergue como un bloque solitario de presa, puesto en
«I (entro de la tragedia de la guerra, como un Partenón, labraos para alber­
ga! no a la diosa mítica de la ciudad sino al espíritu humane- de sus ciu­
dadanos.
1 es obras de los antiguos maestros de un arte cualquiera están rodeadas
por una ortodoxia apreciativa.: ios Heréticos ' no las comprender/’. Pero la
lnir|¡H tiene una iusaticación moral, va que no artística, v réremos que rc-
j'i-.tr.u la decepción dei lector de Tucídides que se acerca a £ con la espe-
iíui.m de encontrar en. sus paginas, un cuadro vivo de las ciudades cue hicieron
1.1 piirrr.t. Seguro que el no escribía para nosotros: escribís ñera los atenien-
m ■ c por lo n: t-nos para ios griegos, que daban por samo o lo mué más ir.te-
ici.i conocer noy. Pero queda en pie el hecho ce que a ia cura le falta el
t'-uiii central para nosotros, ivlacho se ha hablado recientemente de la iníluen-
* ic de la tragedia Ge Esquilo scote ia forma en que tucídides c-tr-uso ios r¡ia-
11 (i.i l<-• de su historia, be pretende que rué pata cí — •consciente e inconscicn-
umente— lo que la épica para Kerodoto. Pero cara un público moderno ias
lepl.o- de i.i tragedia parecen extrañamente viciadas. Estamos todo tí tiempo
....... bastidores cuando ¡a matanza se realiza. Los principales, también, pare--
. i r moverse por ei escenario, a veces, en virtud ce motivos im-uficicntes: un
•‘•'lo discurro u observaciones demasiado evidentes determinan ia política de
oo.i «.u.la•:. ¿<as razones auténticas de una gran parte de ¡c. comnleiidac
0 í di,iin.i quedan sin Descubrir, teñamos de menos un buen cesto, conapues-
o. ;i r.-r po'- ric. de ios hombres de negocios del Píreo, cue mu-dieran expli-
1 ' si I u( idir.es n-: desdeñara su acento extranjero, ¿as causas reales de Is
i' 1 ti- ' '!• ia política de A ten as... en términos es economía.
1 Jo nos veríamos tentados a seríala- ¿os defectos cue ríeme Tucídides
TÜCÍDJDES 219

desde el punto de exista deí lector moderno, si no roerá porque amenes se


ocupan de la literatura griega, e incluso los historiadores, que debían sabe:
más acerca de esto, en su entusiasmo por la hazaña magistral es que el espí­
ritu científico campes como en ningún otro lugar de la historia antigua, dan
al estudiante la impresión de que si no encuentra la Historia de ia Guerra de!
P elop em eso plenamente satisfactoria para sus deseos, ia culpa es toda suya.
En realidad no hay culpa de nadie. N o hay más que ios siglos que mechan.
U na obra de genio puede ser universal y para todos los tiempos; pero la
forma en que está plasmada lleva las marcas de lo local y de lo temporal.
Esto es siempre más o menos cierto. En arte, como en ia naturaleza, la in­
mortalidad pertenece al espíritu. Este espíritu, en Tucicides, estaba equili­
brado en ¡a balanza ateniense, entre ciencia y arte, como un modelo para
todos los tiempos; pero la obra que produjo muestra las limitaciones ce pun­
to de vista y de material que le dan un sello definido de antigüedad. Ver en
el autor de. la Guerra d e l P clo p o n e so ur. "moderno entre los modernos” .' que
elabora la historia como nosotros lo hacemos, equipado con ia comprensión
de las fuerzas históricas tal como ia posee el historiador de doy, es caer en
un anacronismo casi tan ingenuo como sería ei dejar de apreciar a Tucídidcs
porque está falto de estos elementos. H ay un mundo de diferencias entre la
visión de un ciudadano de ia Atenas de Feríeles — por agudo y exacto que
sea su iuick., por Ubre que esté de in superstición v la crcduíioad— y ei oe
un moderno pensador provisto del aparato necesario para fe investigación
eses tífica. Toda fe historia de Europa queda a este lado de Tucídides, v se-
ris. sin duda, extraño que el historiador de hoy no hubiera aprendido naos
ce su experiencia, en especial de. la de los siglos XDC y XX, cae han suminis­
trado ai mismo tiempo ios utensilios de ia investigación histórica v una virio«
más amplia de las ciencias sociales. Sin embargo, tal es fe rasdasción que
todavía ejerce el espíritu de Tucídides, que incluso Eduardo Mover, c: his­
toriador que tal vez 'ha hecho más para reconstruir fe historia amigue- a
luz de acuellas fuerzas que ios griegos ignoraban, ha iiegñdo a afirmar qar
solamente existe un camino para tratar ei promana ce h histeria, el que '3 «
ádides empleó por vez primera, v en el que nadie le he superase..

t Th G ompbrs . Greek Tktnkcrs, (Pensadores griego?), (z vsi-. f . i ov ¿ -


t, yo;-
? £. M fyc r . '*Zur Theoric une Merhocjk drr GeschSsrtte” (Soérs- teoría * tnr •
rodo dt fe Historia), en Klehie Schrifien (Escritas sueltos) ‘ 19• o ‘ . t . 6-.
¡1 C H ISTO RIA DE L A K IS T O & IA

Si Tucididcs estuviera vivo hoy, nos atrevemos a pensar que él sería el


• irro en disentir ce esta ooinión, o. por ío menos, de ias ceoacciones cene*
i - i>\ qiu- implica respecto a l carácter de su obra. El historiador que tan im-
j - «-mes censuras lanzó contra Herodoto no quedaría ciertamente contento
-!"ir- con >u propia íabor. H ay por io menos cuatro elementos de primer
«irn en st: historia que ahora tendría que rehacer. En primer rucar tendría
•|»r reconocer su inhabilidad para captar e! pasado. Le faltaban los instrn-
n¡ nrns para tratar de él y el sentido de su repercusión sobre el presente. En
*i,Mi¡do lugar, no trazó un cuadro adecuado de ía política griega, atante-
i i ' r m i m c demasiado cerca de ia política limitada de ¡a guerra oara poder

■ ipi*? su actuación como un conjunto, y le faltó el sentido de ias fuerzas


Mw.émir.r, que dan significado a las artes de la paz. Por último, puse- ios
r¡murros políticos v diplomáticos de su relato bajo forma de discursos he-
riu» por los personajes más destacados, procedimiento común a todos los
I«»'orladores antiguos, pero que viola hoy lar. leyes primarias dei traoaje
litttónco.
'■ tantos por croen, rápidamente, estas cuestiones. Hemos dicho cu? T"u-
i iiiicir» no estaba en su eiesnento ai ocuparse del pasado: y sin embargo, su
breve introducción a is historia gc Grecia anterior a su tiempo fue una obra
uiiii i. La paradoja no es dií¡dJ de explicar. Su boceto de la historia enega
j« unitiva es principalmente notable por io que deia fuera. H e cae dentro
di la falta común entre los historiacores primitivos, ia de fantasear. N o exs-
p u i como lo ha.tv.an nechc ios poetas y cronistas. L t estiiriru escéptico y un
'».i.’io v'i.ru1.. común evitaron cuc Tucí dides sucumbiera a la mas eran de de
I *•- tn.-.irK-ncf cue sufre e! narrador, ia de lograr su objeto alargando el re*
Li-> {’ara el historiador antiguo ésta era una tentación mucho mayor de io
•:1" hirco hs podido ser, porque había poca probabilidad de que e; auditorio
I*tti 11<11. Jt s. i.brirlo. Cuando el moderno historiador hace un gran relato,
m « g u ija ir preguntan cuáles son sus fuentes, y antes de cue el libro hayjt
«m« iutii. ui carrera, ya h2v una docena de historiadores cue íe siguen .a
l ’i-iii vrriíiriiJiCo la exactitud dei relavo. En ios días de Heredóte- v T a d á i-
•’■ • I pasatlc* estaba cas: inexplorado, y el explorador cue no retomaba áe
- " "••'Vio: horizontes con algún troteo de lo que pudiera haber ocurrido pev-
1biiii ti aplauso que tan fácilmente habría cañado de otro moco A Tundí*
'i' i>" I? interesaba nada semejante aplauso, y romr-ió orguliosamente con
•«"«lie» i;,! rosa hacían. Buscó la verdad poique la deseaba, no porque sus
TU CIDIDES PCI

lectores suspiraran por tila; y, sin embargo, su imaginación obtuvo ia recom­


pensa de ios siglos futuros, er, ios que. como él había previsto, su historia ibs
a ser imperecedera como ia verdad, que contenía.
N o obstante, existe un?, inmensa diferencia entre ís negación de lo fabu­
loso en ti pasado v !a apreciación de ia importancia de lo que es oscuro.
Porque a! pasado le faltaba grandeza. Tucídides pensó que era indigno ce
su atención. Expone sus conclusiones negativas en términos nada imprecisos:
" A juzgar por las pruebas en que puedo confiar después de la indagación
más cuidadosa, imaginaría que las épocas anteriores no fueron grandes m
en su: guerras ni cr. ninguna otr? cosa" (lib. i. cap. i ) . Por "épocas anteno­
te: Tuntíidcs comprende todo hasta la suya propia. Hasta Sslartsma tema
su rasgo de pequenez: ios barcos griegos eran en parce ce. puente descubier­
to (lib. 1 cap. 14). Comparado con ia gran época en cae él vivía, rodo lo
anterior parecía pobre c insignificante, y por ello, habiéndose convencido a
si mismo de que esto era así, ignoraba el pasado todo lo posible, mi juicio
puede habr: estado justificado p>cr ias obras de la Arenas de su tiempo; pero,
de tocos modos, la perspectiva era infecunda por lo que concierne a ia his­
toria. porque la narración estaba limitada a los aconteci.mier.rcs cc su tiempo.
Fi h, sioriador moderno no tiene semejante visión. Aunque vive en una época
mucho mas maravillosa en muchos aspectos que ¡a de Tucídides ya sabe que
ti pasad na es despreciable. Por t-.I contrario, dirige su atención de un modo
pre reren te al csruc'io de lo aue es oscuro en las civilizaciones anteriores. Si
lo hace as!, no os para proporcionar lecciones a ios hombres de estado, que
era <; pnncipai propósito de Tucidioec, sino. partiendo de la convicción, im­
puesta per ¡s ciencia, de que tan sóio mediante un conocimiento de cánse
las cosa« se efectuaron podemos comprender lo que son. Tucídides. no obs­
tante su desprecio por e!. pasado, pensaba que e! futuro sería como el pre-
s' : u : , y no tenía ¡a menor idea cíe crecimiento o desarrollo, ni ce Is «aportan-
cía c.e' t.-mpo. Por otra parte el historiador moderno tiene una visión de!
eterno encadenamiento ¿cí pasteo y el presente, c«e la creación progresiva
ct sociedades que evolucionan, lo cual 'no es posible que hubiera visto ningún
hcmprc antiguo. Lo insignificante adquiere significación cuando se sitúa
centro de un escarnía así, de igual tnoao que caá?, piedra es necesaria en el
muro de un templo. La ciencia edifica sus estructuras sobre los datos des­
preciados c:c io comente, y ios historiadores issn aprendido a no despreciar
nunca el pasado, por oscuro que parezca; porque sus manifestaciones frag-
11J HISTORIA D£ za h is t o r ia

n i'm a n a s pueden sum inistrar la clave para la recuperaciór. Ce a lg u n a civi-


¡u .u m n desaparecida, o para la explicación de elementos, en otra fo rm a inex-
plic ables, rn una civilización posterior.
I I hecho es que. así com o la ciencia ha determ inado ía v is a n del histo-
ii.iiloi m oderno, la poesía determ inó la visión de T u cíd id e s. E* habría re-
i Ii<i .miJo esto con toda energía, peto la cosa está clara. E l idea* «pico — dra-
m/uik«», la! vez— de un gran relato de grandes hechos se abrió tam bién ca­
mino rn su ideal de la historia, a pesar de todas sus pretensiones cieno, ricas’ ".
I I «omra.Me entre esta actitu d y la científica se nos escapa porque los histo-
• i <i <!<<rt lian seguido por lo general las m ism as tendencias poetaras, incluso
l'i in iniesrra éooca, ocupándose de grandes tem as, en la inteligen cia de que
los mucos dign os de que se les dedicaran grandes historias A h o ra , sin
ri"I> ,iip < ¡o s hombres c e tem peram ento cien tífico ven las cosa; de d isan to
'" •> o I in iientran su tema precisamente donde n o querían m irar los gran-
•I*' iiiiirsiros, en un pasado com o el que T u cíd id es desdeñaba p o rq u e no era
t" "" Ir "n i en sus guerras ni en ninguna otra cosa.” E l resal t a c e es que, por
II pni icia , la historia está descubriendo sus perspectivas om inas, y que el
I l o e v .i adquiriendo a lg o del color de la realidad.
•*>i 1 u< ídides no apreció estas cosas, ello no fu e debido a ¿imitaciones
i» 1 •i'i.ilc sino a que vivió antes de que fu tra posible un e stu cib científico
'I' I» sociedad. T e n ía tem peram ento científico, pero la ciencia exige m ás cue
' y n io individual; descansa sobre el trab aje cooperativo de cauchos espí-
" " 'S ijur ivín u n daros y preparan los utensilios para que otros lo s sigan em-
l'l ‘" " l e 1 ■ un fenóm eno social, de hecho el m ás socializado c * rodos, por-
•i"' I" r, nnomía de la busca de la verdad no tropieza con Iss mismas ren-
■ " iiinu individualistas que la econom ía de la busca c e la rkynrna. A s í e¡
•ligo i.it de boy riene lista a su disposición una gran can tid ad de he-
• I"* v« r .m blecidos y debidam ente ciasiricados. T u c íd id e s no tnoseía heren-
' '** *eiu' i inte. Tenía, un o jo de arqueólogo para el uso de {<*4 moauaaen-
'" t.i.i P u n te s históricas, porque observaba los fragm en tos rotos- de pilares
I" m ino: dr A tin a s y señalaba el hecho como una prueba p alpable ce
'" i * l.iii1 di . . d o aquellos m uros habían sido reconstruidos después de las
ni 'lii asT Incluso utilizaba las inscripciones cuando las encontraba

I ‘i ii■■ h|i, .ui.üi ,-c tenía ur estimable escepticismo respecto c les monumentos,
"" I "ni i r oi.iMi'nrs z los modernos arqueólogos, como puede verse en su obser-
■ ti ti, <4:;r i > utieiinrar. naca más que ruinas ¿t las dos ciudades., los hombres
rU CID ID E S ~25
a mano. Pero lia y ur. largo trecho ciesoe este interés de anticuario — pronie-
redor como es— a la investigación sistemática de ios monumentos. Podía tan
sólo Lacer hipótesis sobre las riquezas de Agamenón, sin sospechar lo más
mínimo que las cámaras dei tesoro de Micenas estaban esperando la país
que las desenterrara. Minos no era piara éi más que un nombre tíe !a frontera
entre leyenda e historia; allora las excavaciones de Gnossos io han converti­
do en ur. término dentro de ia cronología científica. In ingusa profecía genial
habría podido oredecir que. cuando la investigación fuera lo suficientemen-
« amplia, y ios instrumentos para ella lo suficientemente perfeccionados,
las más insignificantes menudencias de ia antigüedad podrían adquirir la
sigriricación de documentos históricos: eut pecazos de láridas v trozos de
pariros podrían permitirnos reconstruir la historia ce centurias desaparecidas
o avadarnos a corregir el relato ce ios grandes historiadores.
Pero la principa! desventaja del historiador antiguo al tratar ce* pasado
era la falta tír cronologia exacta. Es dindi para nosotros comprender hasta
qué punto era grave esta desventaja. Y sin embargo, cuanto más examinamos
la historia, más se pone de manifiesto que mientras el tiempo no fut- medido,
no fue apreciado Y a liemos visto que se precisaron muchos años de la his­
toria babilónica y egipcia para que las matemáticas del calendario pusieran
er. orden los embrollos de días, meses y años, hasta que se hizo posible una
cronología sistemática. En ia Grecia de Tuddides el problema aun no había
sido resuelto, y la perspectiva del pasado era. por consiguiente, confusa e
incierta. El único historiador griego que había intentado establecerla, me­
diante una cronología sistemática de Atenas, fue Helénico, y Tucidide; des­
cubrió pronto cuán poco fidedigno era su cómputo. Peto es digno de «erarse
que no tratara dt corregirlo ni de mejorarlo. Desistió francamente ¿ d pro-
biema. y recavó en ci más primitivo ce todos los cómputos del riempo, en el
antiguo calendario agricola de las estaciones. Verane e invierne es todo lo que
necesr.a para la guerra más grande de la antigüedad.'*' Más allá de estos añor.

estarían muy- poco dispuestos a creer que Esparta Labia dominado ut. riempi. k mitad
del Pslcponcso, pero aue duplicaría el pode; actual ¿e Atenas (Kb. i, cap. io ) .
10 Ei comentario de 1 ucidides acerca de su empiee de. este metodo còro rdc de
contar ei tiempo es cieno de citarse. "D iez años, cor. ur.a diferencia de ««¡v cuan­
to:- cía*, habían pasado desde la invasión de Atica y el comienao de la guerr.i. Qui
nera ette una persona calculara los periodo? de tiempo, en vez ¿e apoyarse er. Lr-
catálogos de ios arconte« o de otros personajes oficiales, euvos nombre» tsueácr. •• •«
H IST O R IA DE L A H ISTO RIA

que pasaban estaba ia oscuridad, y una relativa insignificancia. A diferencia


drl iiLstoriacor de boy, no vio las largas perspectivas de las centurias en mar-
c!u: en vez de esto, nc mire sino vagamente en "el abismo y piélago de;
1 ictnpo” , y su oscuridad casi envolvió ios sccnteamienres de sus propios
días.
S¡ a Tuddides le faltó ia condición primordial de un moderno historia­
dor al no saber manejar las perspectivas temporales, su elección de asunto
¡leva también las marcas de las bmitacior.es de lo antiguo. ISc tenía la menor
duda de que la guerra era el único asunto adecuado de ia histeria. S. este
hubiera sido cierto, y si la guerra del Peloponeso hubiera sido, como él ío
creía, la más grande de las guerras, su obra destacaría sin rival entre las de
I"-- historiadores ce todos los tiempos. Porcue la severidad misma con que se
orió al terna, en lugar de ofrecernos detalles pintorescos ce ia sociedad gra-
y-;, como habría hecho Heredóte, estaría a su favor. Per: incluso aquí, un
mérito puede fácilmente convertirse en falta. Tuc;redes r e se limitó a su­
primir las digresiones;J" se concentro sobre ía guerra tan exclusivamente, que
no sólo exageró su importancia — ia misma falta que señalada en los poetas
v cronistas anteriores a él— sino que fundió en una sola ¿as iuenas discon­
tinuas cir las Lgas ateniense y espartana, dando la impresi.ee ae que ia aren-

riiip!f¿ó¡> er. diferentes Ciudades para señalar las fechas Ce accactcimientcs pasaoos.
Porque un acontecimiento ocurrió a comienzos, c a n eciad cs. c cualquiera que
l’iirdj ser e¡ memento exacto, de! término de un? magistratura queda incierto cor.
srme ur.tr moco de calcular. Per; si mide por veranos 1 in’-'iemc'- como se have aqii-,
i (umt;. cae?, verana e invierno como mecíio aña, encentrara c ik a e z veranos y uiez
H'vwtm* transcurrieren en ¡a primera parte ce ia guerra u c . i , czr. 20). fasto tsar.«
indiu.'.d emente su ventaja pare e; cómputo coniemporaneo; pera i ucídiues no •
»,•’< r : calendario de la guerra tenía también que set encataao «ir. ;s cronic« de lo.
»iplo*.
.Síiía una especulación interesante imaginar £ H eroástc escnpieiiuo ;<= Kisto-
o n ciierra del Peloponeso. Sabríamos mucho tais ce la histeria oiecia. ¿n-
* íe'ulf. se mantiene tan ceñido a la guerra misma cae só.o nav currro ¿agresiones-a«
‘•irri.i iunpitud t: toda ia historia después ác cnic cocciuye ¿a imrroducción. A i er-
r i,li>inr en !¿ guerra (iib. i, cap. 05.;, a! inicias su reicto.^ retace«*, en una cligre-
i'oii, u ia historia de Arenas desde las guerras rncCicas (nD. 1. cn.p;-. 89-11 8 ¡ . e\«c-
u'i- esto inserta un breve relato áe! estado de cosas es irzcíz 1;, caps. p C -ro .i.
'"1* descripción de Sicilia (iib. v;. caps. 54-59;, V un2 cr!tycs ¿ s ¿a ira cijo n d-
■ lerrorarnifiifo de ios Pisisrráticas (¡ib. vi, caps. 54-59)- ^ C8®* ®c eStOÍ bien.-
d"i. m hahria visto tentado a insertar un libro.
TL'CIDÌDLS 225

ciÒTt ce la Grecia de su riempo se concentraba tan esesusivamrnte sobre h.


guerra como la suya propia.. T ue;cides ha sido incluso acusado de inventar
la guerra que relata, pues en la opinión de sus contemporáneos eran dos c
tres guerras separadas y distintas las que él funde en una sola, y es induda­
ble que acariciaba una idea i’iia con respecto a ella; porque, según nos dice
en la frase inicial, previe su importancia desde el principio, confesión que
muestra la:, limitaciones de su punco de vista, io cual no pasa de ser, en
dirimo término, un nombre distinto para designar una mente con prejuicios.
Así pues, aunque los acontecimientos posteriores justificaron en gran escala
su previsión y dieron la razón a su perspectiva, tal vez hubo alguna manipu­
lación de los datos para hacer ciara la continuidad y para asegurar que la
tragedia nación.'.' m desarrollara como debería hacerio una tragedia.1*
Por fortuna, incluso ci relato de una guerra se extiende más allá del carr:-
r>c de batalle: incluye también ¡a política de ¡os combatientes. Porque uno
nene que escuchar los discursos en el consejo y observar los movimientos de
la opinión pública para explicar la formación de ¡as alianzas y los planes
de campana. As, 1 urici des interpolo su relato de las operaciones militares
con una historia politica. De iieciio parece haberle dedicado a ésta mayor
cuidado ouc a los detalles dé la lucha, fasto, a les ojos de la mayoría de sus
críticos, vrve para distinguirlo en seguías de tocos sus predecesores. Habí»
superado los relatos de héroes que todavía evocaban las cualidades narrativas
ce Heroc.oto. Poetas y cronistas qxie escriben para agradar al oído1 son
c-csdcnosaiucnte desplazados para car paso s un estudio ór la politica v U

! M . CokMFOKD, ThucytÜáes M ythistorictu {19 0 7}, parte n. EÌ Profesor


S v am iu te sobre rste Miro e! « sn e cta n o siguiente; "E ste láw o scarcció hace unes
treinta años. y precipito un?. controversia que to ez-.'i?. no se ha extuntruido. Alguno?
r.TM^'iaron su b¡ idantc? }' proci&niarori oue iiacis época: otro* :c oesdeñareo con eri*
reto*- rale.' con.o estraialar-c o p?rularte . H¡ ]¿rc- ronden* tres cosas toraimetite
disrir.tsh. D a un relato c c los. orígenes guerra civ. Pei-óponeso escrito en. tèrmi­
ne- economico:'-' r-ro parte e.'.ts ¿¿esi2 üc exageraciones, e s ’ vs uosa corno un co*
rrectivo anteriore? puntos c e vista. A ceianta lo tes ir de que T o d d id rs . consciente
aicon«oc:itcmenu.\ derivó sus rr.olees literarios y morales úf: las tragedias ¿*c Es-
cJim: er. esto no convence. -• contici: c roda una serie de agudos o.xneriTrtrios acerca
de la hii* Eliografia en cenerai y ce -uc» cides en particular, muchos de ios cuoító
tí lector encontrara í¡’jc ti jtiii.!¿2.n y estimulan.. ¿as ;¿ orre, mas ordlante sobre T uci-
ütccf. ene ha aparecía o en ti siglo actual, pero debe, ser em picada con cstrfm ada
r recauden.
ft(l H ISTORIA O í L A H ISTO RIA

r*irmr^u.. l ’i ru no liega a ser una historia de 1a política griega; es tan sólo


un» Ih m o i u di la política de la guerra. Ei estudiante de biscoria encuentra
• n I 11, «tlidrs casi rar. poca luz acerca del carácer genera! Ge las constitucio-
"•» pulí utas d- ¡os estados griegos, como el estudiante de la cultura acerca
•I* m i vida y pensamiento.1“

í Vede lúe go, se nos podrá recordar que no debería hacerse responsable
a 1 iirídide.s de estas omisiones, porque él no escribía historia constitucional
tu tli l.i cultura. Pero aquí es adonde vamos. Ei objeto de Tuddides está
hundido por el de una guerra que pocos de nosotros nos cuidaríamos de se-
gc-,i m detalle si no fuera porque eí genio del autor nos obliga a ello, como
un fn.tr*;tro inexorable con quien uno se preparara para algún esamen ímssi-
i m m o l a discrpl’na y el provecho aumentan en e! lector, y ei texto es uno
d' lie, productos más notables de la antigüedad: pero deja sin respuesta las
l’irgumas que már nos interesan.
bu» embargo, ia principal tendencia en su historia política es la de con-
"ilnnr como causas los motivos personales- Para Tuddides éste era un mun­
do rn donde los hombres deseaban v trabajaban, por su propia cuenta, me­
diante la aplicación de la inteligencia o el impulse de la pasión v encontraban
• I m ió o el fracaso en su propio elemento. La fortuna ' tú p ' era la canti-
d.-ul desconocida, la x en ei problema.; oero ex» concebida en términos de
irhpnín, no de vida. Era el poder inexplicable, la providencia «que está más
•di,. ,|i ¡o cálculos del historiador, la suerte que rige e! rateado primitivo,
i llbir ría ron ias insignias del misticismo filosófico, iucídides no tenía idea
d' que la Fortuna., sustituto del capricho de los dioses, estuviera interesada
rn el precio de las mercancías. Concibiéndola es términos de ¡pisarlo, regis-
'i.ib;i su acción, pero no trataba de explicarla; porque en este no había ex­
plicación. Pata nosotros la Fortuna todavía juega su papel principal, pero
•ifiif una sugerencia de economía, e invita a la investigación, pecoue es fun­
damentalmente un sinónimo de riqueza. Ei mismo elemento 6 t la historia
u"f significaba un misario para Tuddides está, por tanto, ofreciéndonos
1"' primeros atisbos de la ley natural en un mundo natural en ves de uno es-
l'irttiml, las leves de la oferta v la demanda y roelas sus consecuencias.
1 a: faltas de Tudáides en este terreno no deben ser exageradas, porque
MTÍii absurdamente grotesco esperar ce éi un?, interpretscicn económica de*

** íóesde luego que el moderno historiador er.aier.rra mucha lar cr. numerosos
l"i‘ «ir*. I'rro son principalmente incidentales en la narración.
T U c r o o ES

ía historia. La interpretación económica de ia historia es cosa muy reciente:


no ha eliminado todavía ei misterio de ia voluntad individual y no parece
oue haya de hacerlo en breve. Pero es igualmente absurdo pedirle a T u d d i­
des una comprensión moderna de las leyes universales para el hombre y ia
naturaleza, y considerar su relato como uno concebido a ia. luz de la ciencia
moderna. Además d ucí dides caminó más lejos en esta dirección que ningún
otro pensador de la antigüedad y. de preferencia en los discursos, se ocupó
de la motivación de las fuerzas políticas.
El resultado de nuestro examen es ia conclusión de que ei más grande
historiador de la antigüedad no estaba seguro en dos de las exigencias prin­
cipales del historiador moderno: por una parte, el dominio de las perspectivas
temporales, ei desenredo del pasado: por otra parte, la medida de las fuer­
zas materiales y sociales que modifican, si no gobiernan. c¡ curso de los acon­
tecimientos humanos. Esto no rebaja la grandeza de su obra; no podía haber
sido de. otro modo. N o tuvo la suerte ce poder medir las fuerzas económicas
ni la cronología; los instrumentos para hacerlo no existían entonces.

Debemos recordar continuamente que Tuciáides se veía a sí mismo en el umbral


de ¡a historia. Tras é! quedaba un pasado que, comparado cor. eí nuestro, era in­
imaginablemente reducido. De más slü de ios mares griegos no habían llegado más
que los relato:- de los viajeros acerca ce ia tierra de maravillas ce. oriente. Dentro del
pequeño mundo helénico, la oebd corriente ce la historia lanzaba acuí y alia ar
iugsr destello a través ce la embrollada selva legendaria y de las fiores maguí rica*
de la poesía .. d'5

N o había nada que hacer con semejante pasado sino de jarlo £ un lado,
v dedicarse a 1a gran empresa periodística de salvar el trumao ce los hechas
en oue vivía. Ei escepticismo -podía liberarle de la credulidad pero no po­
día forjar les instrumentos para la investigación.
En resumen, la mente ae Tucídides no era rn primitiva ti> moderna; era
antigua. Ningún reconocimiento se tendencias o czpacoactes modernas de­
be de cegamos para sus limitaciones. Se movía con ia pnecsióa de una supre­
ma autoconcjenda, pero dentro ce límites estrechos tanto es ei tiempo como
rn el espacio, a ¡o largo de fronteras desconocidas. Tara -citar otra ve?, s
Com verá.

14 F. M. CoRNFost, Thvcydidts Mythistoricus, p. 76.


22 $ HISTO RIA S E LA H ISTO RIA

7 ucíuidcs viv.o en al momento único de ia historia conocida eme tía visto una
brillante sociedad intelectual, casi emancipada de una religión mocC'unce■ y ai mis-
iii ’ tiempo sin avoca de la ciencia, que apenas si había nacido, c t ningún ¿adu,
p ir o en unos cuantos hombres ce aquella generación, encontraremoi tanta iadepen-
•irncia de pensamiento combinada con una pobreza tan desamparada en el aparato
y mecanismo de; pensar . . . Debemos liberar nuestras mentes de la terminología cien-
< iiíj come también ce la religión y de ia filosofía, si hemos ce arreciar la imoar-
c-.!idad única ce ia mente de Tucídidcs, en movimiento a través de la más enrareci­
da dr ia atmósferas entre la edad antigua y la nueva. Descartes, a pesar de todos
»us esfuerzos estaba inconmensurablemente menos libre de preocupaciones metafísi­
ca«. ScxTsres parece, en comparación con é l supersticioso.1s

Por último, hay un elemento en la obra de Tucídides que lleva ia marca


tic la ar.tigücCac en su aspecto: ios discursos que poma en coca tíc sus pnn-
dpales personajes, en los que. comprimía k mayor parte de la política v de la
diplomada de su historia. N aca podría ser menos moderno croe este recurso.
Imagínese un Ramee que inventara o pulsera oraciones de modernos estadis­
tas y luego ía:- incluyera en su relato. N o se pueden atribuir discursos a per­
sonajes históricos a menos que se tenga el texto de ellos, y allí donde el Tu-
<idides ce la antigüedad trac-ajo más. el iucidicies de hov abandonaría la
urca. Incluso desde el punto de vista del arte les discursos nes parecen ahora
incongruentes e irreales. Como Macaulay dijo de ellos, "D a r a todo el libro
<! carácter grotesco de esos jardines chinos en que las rocas perpendiculares
th granito surgen en ei centro de una suave llanura verde. La invención cho­
r a allí drnde la verdad está en tan estrecha yuxtaposición con ella.''3*
Pero no cenemos estar demasiado seguros de nuestro ruido, ni de los
.1ring tíos ni de los chinos. Cada uno debe ser juzgado en su propia ctrcuns-
ttm ia. Cierro que nadie en la Grecia ni en la Roma antiguas podría haber
\ u lumbrado cue un historiador pudiera jamás objetar a la inclusión de dis­
cursos como parte legítima de una narradón histórica. Los discursos en el
n ¡.no histórico son tan antiguos como ía historia misma. Son naturales en toda
i ’Mona primitiva, i ocoí ios buenos narradores ponen palabras en las bocas
oí sus nú roes. Hacen esto, no como artífices conscientes sino simplemente
. ■ urque »us mentes trabajan ac- modo nr-ural dentro dei mimetismo draml-
ji.o, mimetismo que es un legado directo de ia forma más primitiva de pen-

fh J ., pp. 73 -/4 -
"• "Lnsava sobre la historia” .
1 UCIDIDE.s 229

sarmentó y de su «¡presión. Esto explica mucho de lo que nos parece inge­


nuo o discutióle en c; Antiguo Testamento, donde las palabras de los pa­
triarcas o de Jcliová son dadas er. narración directa por autores posteriores
en un milenio a ¡as conversaciones registradas. Allí, sin embargo, como en
Hrrodotc, el fondo genera! de la historia estaba a tono con semejante ¿ra­
jo atiza ción. En Tuddiáes el caso es diferente; su mentalidad no trabajaba
naturalmente como la de un chismoso o un charlatán, remedando a otros.
Se mantuvo dentro de los antiguos moldes, e hizo discursos para acomodar­
lo;, a sti historia. El contenido no conviene a ¡a forma, y para los oídos de
un moderno la cosa suena a falso; pero no obstante nos dejó además del re­
lato de la guerra, un cuadro de los hombres conductores, de grandes orado­
res arrastrando las pasiones de multitudes indecisas, de consejes que escu­
chaban las acometidas de los debates vehementes. Aunque nos demos siem­
pre cuenta cuando contemplarnos estas escenas de que las vemos a través ce­
los oros de un intérprete, por lo menos tenemos la satisfacción cíe saber que
nuestro intérprete fue, de todos los que las vieron, e! más meneado para
transmitirlas a la posteridad.
S' G * ’ d u c ce lo que acabamos de decir oue los discursos no fueron inser­
tados por 1 acidules para lograr un simple efecto retórico, como la cita dci
estilista fvianaulay podría parecer implicar. tu ¿ ce preferencia en ellos don­
de excuso su filosofía de la historia. El Profesor Swain los na comentado
cor. fortuna como s/gue:

Tucididr.- citaba consentido cié aue las ideas son una tuerza de primera ir.tper-
r.i:u . en i S.v.vta; c: e.su, convicción era continuador ce la mejor trac icón griega.
Po: e*; concibe 1ubi: nrresorici cc-scribñ el tsttdo de ánimo que prevatecía en !as
diícrcrt." «xa'ior.ts. A veces intento ur.r. descripción objetiva cr esta mentaiiáca.
como ai di 1 ■ . .* lo; cfcctot. oc un? o meritabcac revolucionaria cr t^orcjrsr
.* vece: t- * o- dc.v.Dcrui: recuerdos en la inente ce! ¿ectcr, come custico Cesciioi?.
ir salid.', v'■ ; la- ilota rítmense pava Sirucusa; y a veces cenia palabras en ia boca^dc
persona :t ¡vi , tan tes para mostrar le que todo s. r.umdr. estarcí prns-cioc. Inc
nr.o i-v..b..i s . • fuera cuartán • etc- ia cr.fermeaao que diezmaba ? ice; atenienses, pero
si «•' citado ó- ánimo que resultaba de ella, y !o describe briüsntemcntt; ci patrio-
tisrno aren tur expresado en la oración fúnebre ce Pendes, y « optimismo exuc:-
rar.tc Mir.b'j izaüi'i por i?, expedición de SiracuW'-. fueren ¡as fuerzas guc ,hicieron pro­
seguir ir. ; .vira, y ni lar. Artigar ce tos mercaderes eztrsuiierc» en e. Piteo, y iz
mentí...dad ir.iocrialist.s. que hice por.íbic ¡c. conducta ultrajante Ge ¡os z .cTurnse; er
Meló:, acarreó la cuida de la ciudad. T ai vez los métodos que emplea Tucídióes
pe.-a describir esto; estados dt úr.nric no son siempre ios mas eficaces pata ios lee-
HISTORIA DE L A HISTORIA

!•«•• • inodrnii.i:.. habituado» a in fo rm e taquigráficos y a referencias de pie de pagina;


( mui |*iK'o: historiadores modernos, a pesar de Las ventajas de que gozar,, 1c han he-
«bu mejor, f .r tocio caso, ios discursos son el meollo mismo de. libro, y es dirícii
>iii.i('in.i! no procedimiento cualquiera por eí que Tucídides hubiera podido hacer
<*"■ m*i'‘ eficacia ¡o que tratada de hacer. Eí simple hecho de que los m iradores ce
|N*airtlorer céntimas exageraran este aspecto de su obra de un modo grotesco no debe
iinjiidimii,’- apreciar ia habilidad cor, c o r él ilevó a cabo su tarea.
( oiiviriu también decir una o dos palabras de critica de ios críbeos de T u ctcicss.
‘ •i* (ilo**oíi.i de la historia tic fue popular en la segunda mitad del siglo xrx, lo cual
rí pinl'ulileincnte una razón de muchos de los ataques contra él y contra los ¿iscur-
»*" rn que mejor expuso este filosofía. En estos últimos tiempos estaba de tnc-da
(wat r • hurla de ¡as ideas. llamar impotente a la oratoria, y declarar coa íjismarek
i|i" ir, r* mediante discursos y resoluciones parlamentarias como se hacer. ¡as pran-
* "•'*, m :i - por la sangre y e! hierro. Esta filosofía estaba compartida por is»
l'K’ itri,,llores del día — la mayoría de los cuales adoraban, boquiabiertos, ante eí altar
''l (.sin iller ce Hierro— que gustaban de pensar en la historia como determinada
I* ** »«***ii■ 1 reales’ , tales cctr.o la sangre y el hierro, o el carbón y e! hierro; algunos
•I* rllir. drriocharon canr,caaes prodigiosas de palacras para demostrar que las pala-
l'i«' mui siempre ineficaces. En nuestros propios días podemos, tal vez. arreciar el
• '»imrii/í* de un cambio en esta actitud. Eos historiadores nacen bien en dedicar grar.
• i* l.nli* ni estudio de las estadísticas económicas, pero estudiar también los ediroria-
I* j |*!anrs de acción propuestos por la prensa diaria. Además, si r o s paramos 2
niirwtiiuM un momento, veremos que la tan celebrada referencia a ia sangre v el
l'ir ii.* tu, era en sí misma más que una pieza muy eficaz — casi podría decirse terri-
1*1»ni-rur eficaz— de la ampulosa propaganda bistnarckntna. Si T u cíd id es hubiera
i*iiiiii,l,i le*- discursos habría dado una impresión más faiss. de lo ocurrido que ia cae
*l"<»« un liisio'iador moderno que escribiera un relato de ia participación de- América
l„ Ciurrra Mundial sin mencionar los discursos de Vé’iisor, sobre ¡2 necesidad de
• "••filiar l.i democracia en ti mundo y sobre ¡os Catorce Puntos. D esde Juego T u rí-
*1* *■- tu* era capaz — según c! mismo indica— de reproducir las palabras « ja c a s e n -
1*1 •• por los oradores pero nizo todo lo cue pudo. U r, historiador moderno puede
i i I'Í m i iip lf.ir métodos distintos para exponer Iss fuerzas idea hitas out- actúan en
I" | • \ i n 1.* guerra, pero si no lo nace — admitiendo tácitamente c a e todos los
I*" l'ir . i**,; lo rueño; todos los ¡eres, o son carica taras ¿el "hom bre económico”
*1* I"» i . i-iom ’.'ias clásico... o unos simples payase;— dr. uno historia e u v falsa á í
'o ó.......i 'I urídides. que era un estudioso atento ce la sociedad, ic hiro tneio: cue
...........i**., y ni,o* de mostrar en su historia que las ideas son uná fuerza primaria
rn 1** .**iiiuni humano:.. Y escribió su Libro para estimular determinadas idea; v -a -
I» p'Hii'i rn claro las consecuencias terribles de otras.

1 luídidr: inició mi historia con la expresión de ur, altivo desdén hacia lo?
'• l.'i'i’ *li los portas de ia juventud de la Hsíade: la prosa, no la poesía,
r‘i i Ivehículo de la verdad. Con este juicio está de acuerdo la crítica rr.odsr-
TUcbOES 231

na, y loa historiador« prosaicos han encontrado en él gran consuele y estí­


mulo. Pero ia prosa en manos de Tucídides no era tías simple mortaja e:-;-
rendida sobre ios hechos muertos para, asegurarles un entierro decente er¡
libros voluminosos; era una obra de arte en sí n*iSniúL. tan cargada de vida
y energía cuando se movía con las tropas o los barcos de guerra, como mar­
cada con la elocuencia de la oratoria ateniense ai ocuparse de la política y la
diplomacia. Su obra era el resultado de largas y penosas investigaciones — 8
veces rompe su reserva impersonal para decírnoslo— ; pero no La consideré
completa hasta que los elementos de cue se componía estuvieron traoaj&ekn
de manera tal que se perdieran sus perfiles en la estructura del conjunto.
A diferencia de Herodotc. trató de borrar sus fuentes en aras der arce,
por fortuna el arte era lo bastante noble para compensa' la pérotoa de ios
materiales y proporcionó a los hechos mismos una inmortalidad que nunca
podrían haber alcanzado por sí solos. Pero existía un peligro en esta elabo­
ración tíeí texto. Turidiáes mismo no íué victima de la retorica; '*:vio 5 es­
cribió antes de que el lenguaje se 'riera encadenado a los estiles, y mar podía
haber supuesto que ios pasajes mismos en que concentró ia maestría ce so
arte habían de servir de eiemolc para una tendencia apenas menos xatal^ pai*
ia historia que la ingenua credulidad de ios poetas primitivos-, ia tenuenes*.
?. sacrificar el contenido a la forma, en prosa. Cuan rea; era eí pec.gro nes
lo demuestran ios capítulos que siguen. Pero Tucíciides se yergue en tan
fuerte centraste con la época de la retórica como con ia ce la poesía. En ti e! c>
píriru antiguo se revela en su forma mejor; pero era antiguo.

57 Tasto es así que pueden descubrirse fácilmente los rugares en que t!"’
no había dado el toque final.
CAPITULO XVI

R E T O R IC O S Y E R U D IT O S

CfVcbiTjLS no imprimió sobre ios historiadores griegos posteriores use hue­


lla tan profunda como pudiera haberse pensado. Quedó como un gran nombre;
pero pocos le leyeron, y menos íe imitaron. Su estilo severo y elevado» y su
pasión por la verdad fueron extraños al gusto de la época que le siguió.1
En efecto, aunque la historia no revertió a la poesía, cayó dentro del campe
de la retórica en donde el ideal consistía en buscar el efecto más bien que en
descubrir los hechos. Hasta el siglo i a. j . c.. en que fueron resucitados los
antiguos clásicos griegos, Tuddides no ejerció influencia, convirtiéndose en
un modelo. Seguir m is lejas esta linea nos llevaría hasta Roma. Además,
er.rrc i ucídides y los retóricos está otro historiador conocido por todos los
que comienzan a estudiar el griego, al que debemos dirigir, siauitre sea rápi­
damente, nuestra ctención.
Junto a Herodoto y a i ucídides. los antiguos ponían a Jenofonte, for­
mando asi e! trio ce ios grandes historiadores griegos. L a crítica moderna
tiene una opinión mucho mas bata de Jenofonte. Soldado ce fortuna, .estu­
diante de níosona, relacionado íntimamente cor¡ les hombres y los aconte-
cimientos de una época decisiva, no solo para Grecia sino parr ia histeria del
mundo, no supe captar su significado mas amplio, -»o tuve el sentido de les
causal, y supo apreciar poco los resultados de los acontecimientos que narra­
ba. La subua caída tíe Esparta, por ejemplo, la atribuía no a sus propias3

3 j . B . Burv, siguiendo a WÜamowita-MáUcndorf, señala, que de ningún modo


era ésta una época favorable para ia composición de historias políticas. El interés que
entonces iba en aumento era c cié la ciencia política.. V nos bases con d a r u n a meada
a le* tratados de cicncis política escritos noy por 'ios teóricos pare ver cóma sufre en
ei’os ¡a historia.
h is t o r ia de da h is t o r ia

Litas. ten evidentes, sino a !?. acción directa de ios dioses. N i 2a kisto na
friega ni !« persa estaban claras para éí en sus tendencias y significación,
f icemos el exacto juicio ác! profesor Bury:

Tinto en histeria como en filosofía era un diletante . . . Tenía un talento litera­


rio í'-'tr, y su;, múltiples escritos, tomados en conjunto, le conviertes en una fisura
•merrsante á c ia literatura griega. Pero su espíritu era esencialmente mediocre, ir.ca-
i’j.' ti- jienctrar bajo ía superficie de las cosas. Si hubiera vivido en nuestros días,
huí '.era sido un periodista de primera clase y un panfletista; habría aecho su fortuna
• - corresponsal ce guerra; y habría escrito 3a vida de algún héroe mediocre del
*>:’•> de Agesilao. Per lo que se refiere a la historia, su vocación erra escribir meme-
' A n e í c a n s son unas memorias, y es ¡a obra más lograda entre ¡as. soyas. Tiene
<*'' ' ■ " io méritos, la frescura, el interés humano de un documente nersona;. Las
«venturas de les Diez fvlil están eternamente vivas en Las pininas ce Jenofonte.2

i > v unció adverso del crítico moderno podría parecer eme deja a jeno
íi.i rr poco espado para ser tenido en cuenta en una historia ce la historia.
Pero nc podemos raíamos de él despidiéndolo tan brevemente. Perene el
i ream en ve histórico, en contraste con ei puramente biográfico, nos exige
qn< n tipiunos en cuenta no sólo la estirnadón actual de su obra, sino tatn-
bi'T, .as opiniones de las generaciones sucesivas de lectores que han dado un
veri.:.:ro cisc,oro del nuestro. El mismo contraste entre la elevada estima en
<ltn Jenofonte fue tenido por los antiguos y ia escasa en cus le tienen sus
crináis modernos es en si mismo un hecho de un auténtico significado, tai
v< c . más significativo que nos ofrece la obra de Jenofonte. Para Cicerón,
p i e limpie, y para ei gran mundo cuito a quien él hablaba — y todavía ha-
I !■ ’ Jenofonte era uno de ios grandes clásicos, ¿Por qué?
I n primer lugar estaba su estilo, gráfico, entretenido, armonioso, "más
<hilii que ¡a miel . como decía Cicerón, ai cue no pesaban hechos mai sel.ee-
uoo 4. ii>!. iv hacía aburrido un exceso de losofía. Pero aparte ¿el estilo tenía
mi a ‘ ominadas dotes de retratista y su concreción descriptiva. Si no conse-
l'iii.i captar ¡a conexión interna at los hechos, tanto más destacaba Is perso-
"• ¡I.U.J di los jefes individuaos. Y después de todo, es una pregunta lícita
<o b ipunas etapas de ia historia el saber si los hechos que se c frecen al na-
• son dignos de tenerse en cuenta como los caracteres de los actores.
P<>r «'bruto que pueda haber sido Jenofonte respecto a! proceso de la histo-I
v I ¡v l'VRy. The Anden! Greek Historian!, pp. 151-52,
RETORICOS Y ERUDITOS
2 35
ria, corno escritor de memorias contribuyó ampliamente a lo poco que había
de ese periodismo de clase superior que obtiene su encanto gracias a un inte­
rés por las personas. La apreciación de Jenofonte por los antiguos se basaba,
por lo tanto, en cualidades reales, y, aunque son insuficientes para permitir­
le mantener su puesto en el presente, cuando los modelos de la histeria refle­
jan la visión más amplia de las ciencias sociales y exigen un dominio de las
perspectivas causales, sin embargo, son cualidades que perduran.
Jenofonte nació hacia ios comienzos de la guerra del Peloponeso, y mu­
rió cuando e! poder de. Macedonia estaba ya amenazando con cerrar la última
era turbulenta de la libertad griega (c. 430-354 a. j . C .) . De joven, cono
noble ateniense que era. fue discípulo de Sócrates, y conservó sus recuerdos
(Memarcbilic) del maestro en cuatro libros, cue ofrecen los detalles co­
rrientes anotados por un observador y no por un pensador, y el lado menos
afostruso de la filosofía de Sócrates. Le perjudica que el relato de Platón erré
junto a él para invitar a ias comparaciones. M uy pocos historiadores, para
no mencionar a los periodistas, podrían salir bien Ebrados con semejante
rival. T ai como son, sin embargo, las Mcmorcbilic resultan un documento
humano inapreciable. Dan también preciosos atisbos de la -vida social de is
época.
De contenido muy distinto es el Á nábasis. una narración ce la guerra
de Ciro el Joven contra Artajcrjes, su hermano, y de la retirada de ios Diez
Mil mercenarios griegos a! servicio de Ciro, Jenofonte fué elegido como ge­
neral suyo después de la muerte de Ciro, y su relato — el mejor manual co­
nocido para principiantes en tí estudio del griego— sigue siendo una ciara
pintura de jos soldados en marcha y d.e la zona interior que atravesaron.
Además, su descripción de lugares y su geografía tienen, por lo general, el
mérito — más raro de ío que pudiera crerse— cíe ser relativamente correctas.
Sin embargo, el esfuerzo serie de Jenofonte en historiografía a© H*c ti
Anábasis sino la Hellertica, intento de continuación de la historia de - uri-
dides. completando la guerra del Peloponcso desde el otoño de 411 ..... J- c.
v concluyendo en Man tinte en 362. Pero es muy distinta de T u cí aides en su
aspecto y estilo. La narración es viva, y allí oon.de ur¡ simple relato de he­
chos complicados pudiere fatigar, intercala descripciones personales parí,
darle mayor vida. En realidad hace esto tan bien que el interés del lector se
mantiene estimulado allí donde, de otro modo podría decaei .Así pues,- aun*
que hay una cantidad desmesurada de este material descriptivo, está mane ja-
H ISTO R IA DE L A H ISTO RIA

«I" Mfi li.il,límente que casi convierte en mérito un defecto. Había también
un# mniM para clin en e! tema mismo. Le faltaba ía amplia t incitante cali-
>'»il tpii .1 inherente a ¡as guerras persas de Herodoto y Is unidad dramática
irvrl.nl« por Tucídides en la lucha contra ía supremacía ateniense. El módu­
lo «!c l.i hiMoria griega se iba haciendo más complicado, disminuía eí aísla-
•" muto incluso de los estados más apartados, y su acdón recíproca se hacía
i «.l.i vea mas variada. Si un Tudáides no supo estimar las tuerzas econó-
tiiimn que estaban tras ei azar y la política de su dempo, mal puede censu-
laiii <i Jenofonte porque compartiera la debilidad de toda la antigüedad
a este respecto. La Hclícnica rué escrita cuando estaba desterrado de Ate-
no. v presente la historia posterior de Greda desde eí punto de vista espar-
ninii. 1 o. prloponesios estaban teniendo su "hora, como la habían tenido los
«ifnirn.M';, cuando Tucídides escribía. Pero ía época había dejado de ser
l'i.iiulr. Cuando uno piensa lo cue era Esparta, la aridez intelectual de su
s u rlo . mi inflexible rigor, su militarismo de campanario, justifica de seguro
i ! «temperar la justicia con la caridad al juzgar las limitaciones de visión de
que da mi«'.era un escritor que vivía bajo su dominio; incluso cuando, más
«1i.i clri estrecho horizonte político y cultural, trataba de evocar la inspiración
de un« aventura con. diez mil griegos en Asia, o mejor aún, si atesoraba como
en« posesión duradera los recuerdos personales de Sócrates.

A de; pecho de redo lo que acabamos de decir, queda en pie e! hecho de


i ir Jenofonte fue uno dr ¡os historiadores cue, escribiendo la historia, con-
tnbttvrron a hacerla. En un tiempo cr. e! que intelectuales como Isócrares
I r jb.ui un enemigo ai que pudiera hacérsele una guerra victoriosa, para
r r imilla: la unidad de Grecia, no es probable que ¡os hombres de estado co-
t 1 uipo cir ívíaeedcnia v Ale landre desaprovecharan la leedor, contenida
rti lo’ escritos de Jenofonte: que ios persas ae su tiempo estaban en plena
«drill i.i. Completado, desde luego, por otras pruebas y propaganda, fue
li. dulio en los escritos ce Jenofonte ¡o que animó a los reyes de Mace-
ii , dirigir sus fuerzas contra el Oriente. N o fue tan sólo la expedición
lo;. Diez Mi!, sino también su narración brillante y popular hecha por
IriM.íonrf, lo Que rreparó el camino a Alejandro. Eí profesor Sveain dice;

Tundid«*' escribió su historia para instrucción cíe los hombres « estaco y de


■ pudieran cesear conocer las consecuencias de ditenr.ir.aoos hechos, pero es m o
rriiri
, , qur nací; nava aprendido de & jamás ciencia de! estado. Jenofonte fue. me-
RETÓRICOS Y ERUDITOS

nos ambicioso, y su historia ha sido tratada con dureza por ios admiradores de T u ci-
diaes en e! siglo x a , desde N iebuhr, pasando por G rate y Fiecrrian, hasta Bury; pero
sus escritos histéricos — como ios de muchos modernos (M ichclet. Treitschke. re c u ­
de) que no lograron alcanzar la más alta aprobación científica— fueren un factor
determinante en e l curso posterior de ios acontecimientos humanos.

Entre Jenofonte y Poliblo llegamos a un período, difícil para nosotros


de apreciar justamente, que ha sido designado como la edad de los retóri­
cos." El nombre mismo es repulsivo. La retórica formal no só’c repele al
científico, sino que incluso ha perdido su encanto como arre. Nos resulta
difícil tener paciencia con las meras palabras cuando tenemos un mundo tan
rico de experiencia real donde trabajar, y pocos estudiosos de la evolución
ce la historia pueden reprimir su condenación ce los discípulos de- Isócrates.
La condenación está justificada desde el punto de vista de la ciencia; ja re­
tórica jugó un papel demasiado grande en ia cultura antigua, y los hechos
un pape! demasiado pequeño. Pero el historiador de la historia debe atenuar
su condenación o correr el riesgo de hacerse ahistórico. Dado el mundo an­
tiguo ta! como era- no podría esperar que lograra alcanzar el método mo­
derno. E l arte ce Demóstenes fué una expresión tan adecuada y tan no­
ble ce la madurez del genio griego corno ia épica homérica lo había sido de
su juventud. Desde el punto de vista de la ciencia, la tríente griega estuvo
siempre estorbada por su arte. Esto fué cierto de un filósofo como Platón
y de un historiador como Tucídidts; difícilmente podría dejar de serlo, en
un sentido diferente, para aquéllos que vivían en una época en que las gran­
des creaciones ce acuel arte eran ya una herencia.
La retórica es en gran escala para nosotros una materia para niños de k
escuela, y se la descieña más tarde con la burla de las cosas poco madures;
pero el ideal griego no era enteramente, vano. El gran arte de ia expre­
sión por medio de la palabra es de seguro tan digno de estudio como las
artes que viven en el color o en la piedra. A la vez plástico y monumental,
conservador de la forma y el color de la realidad por la decaes, ce la pala­
bra de trazos firmes o de la frase finamente moldeada, la retórica eleva k
prosa de la literatura hasta reemplazar el arte evanescente de la poesía. N o
obstante, su campo en la antigüedad era limitado-. A la ciudad antigua le3

3 R . C . Tk b b , The A tile Oreicrs from Ántiphon to lir a s ¡'Los oradores áticos


aesde Antifór. a Isee}, (z vo¿s„ 1876; z" ecL. 3803'.
,,8 HISTORIA DT L A HISTO RIA

Litaban lo. rema; del periodismo moderno: sus intereses eran preferente-
ntf locales, y su literatura era hablada más bien que escrita. En un país
r *

ult rl teatro ocupaba el puesto de nuestras bibliotecas, y donde incluso ía


cofia era en grnr. medida diálogo, lo más natura! es que la retórica ten-
a hiT uránicamente, en sus formas más elevada;., un sinónimo para
?

i .i

oratoria. * Además la oratoria, en una dudad griega, era una Tuerza au-
' tinca La calesera ¿e 1?. política apenas si era mayor cae el anfiteatro o el
y era posible dominarla casi tan decididamente ror medio de la voz
' *1> l.i personalidad de un orador. Pero la oratoria no si limitaba a la poli-
’v i i ra un arre cultivado por sí misme. como lo es Ley la música, y "la
i >fr ib.' a escuchar un romeo oratorio, igual que hov vamos a escuchar una
Por esto era inevitable que la oratoria infestara ¡a narración his-
..y e ! \-v cor el lenguaje infestara k oratoria: car. inevitable como que
•> lii*--.*ria?. d:¡ siglo xrx estuvieran ampliamente concebic.ru dentro de ios tér-
'*(•' d: las politices nacionales, o que las deí siglo v>: ittdiivan el examen de
•’ f or.otr-ir v de ias ciencias. La invención de discursos en las historias, que,
1 un !ii-mos visto, tiene sus orígenes en ia primitiva narración de relatos, y
■ >< ’T'ucídides tome de sus predecesores, como una pan?, natura! ce su ex-
•¡vi s, ('invirtió, en la ¿noca siguiente, en una parte definida del oficio
* 1 i i' torlador, no mayor en Grecia que en Roma, cue ira a recibir mucha
1 »’ •. su educación de las manos de los retóricos griegos. Así Tito Livio
" ' ■ ■ ■ ..■ ' y. animado relato con largos discursos, e incuso César, cree era
" 1’ ' •et cae soldado, podría recibir el cargo de haber colocado en
1 • di! •■. ••••:..* alguna arenga innecesaria.
‘ •ii. embargo, como hemos visto en el caso de Tundidos, lo cue anota
1 - i irrce artificio, era con frecuencia, arte genuino. Lo: discursos cue aho
'»«uli.'n tar. fúrilc? e irreales, le daban a k mente antirua el reflejo mis-
‘ <ii la realidad. Debemos tan sólo juzgar al historiador antiguo reviviendo
1 !*•>' «ira del agota o col foro en las pequeñas ciudades mediterráneas, en
1 i ■ •( i;, voz viva era a ia vez periodismo y literatura, y conde el destino de
"•i <•.,[!. nonta cr. cualquier momento decidirse por el peder de una arenga
"'""Ifird o ra . i ’ sin embargo, cabe ilevar la imaginacón histórica demasiado

i ■ •> oirá parte, la tarea deí retórico en el arte genera! o ¿jcirltaa de la elocu-
' ' " 'ia can mnór.i'na ¿e ia educación.
" I L Brm . The Ánden! Greek. Historian!, p. 174.
RETÓRICOS Y ERUDITOS 2?y

Jeioe, y perdonar demasiado. La retórica, que tíió popularidad ai historiador


del siglo m a. i. C., it origine también ei desdén de épocas posteriores.
La retórica formal sin embargo, no se limitó a los discursos. Procedi­
mientos tan obvios hiñeron, tai vez. menos daño a la hisroriograiía que la
tendencia general que representaban, consistente en sacriricar ia exactitud
ai efecto. La historia cus es, en el mejor de los casos, un espejo bascante po­
bre de la realidad, es fácilmente torcida por ei arte: y ia retórica es un arte
de la índole más formal. Deforma en una disposición ordenado los materiales
fortuitos e informes cur el azar produce o conserva. Escenifica sus piezas
como un empresario, y completa con elegancia convincente los dramas bruscos
e incompletos de la realidad. Toda historiografía hace esto en cierta medida,
puesto que es un arte. Pero la retórica se adentra con facilidad en la esfera
d la deformador; consciente. Lina írase vale por un hecho, y los hechos de­
ber. adaptarse a los gustos del auditorio, o servir para señalar una moral.
Corno en realidad pocos hechos se prestan fácilmente a estos propósitos mo­
rales y estéticos, el tet-orico reajusta el relato conforme a sus necesidades/'
Debernos tener cuidado de evitar, no obstante, que nuestra tendencia
actual contraria a ls retórica nos ciegue para comprender los propósitos fun­
damentales de aouelks griegos que la emplearon para convertirse en ios
maestros del mundo antiguo. Su propósito era en el fondo el mismo de Tu-
cídidts, instruir a sus kerores mediante las lecciones que ios hombres reílcjd-
vos pudieran sacar ¿t k historia. Era un prepósito moral, más que un iccai
puramente estético, ei truc dominaba a ios nrstonaaores griegos c . ia ultima
¿poca. El acieite de ur. Cicerón en e.l dominio del idioma no debe impedimos
ver oí hecho de cus. incluso para el orador, ei criterio ce¡ tatito ere Is habi­
lidad para inclinar ti ánimo de su oyente hacia aigun fin deterauaaao. A n ­
te los ojos de una t r o s crines y poco aitfi se excedieron tn su papel, pero,
después de todo, tenían sino que decir. Esto por 1° menos es cierto se los que
escribieron historia. La tendencia no era nacía el arte por e-i arte, sino bacía
la educación.
Según acabamos ¿t indicar, esta tendencia no era ninguna cosa nueva
en 1a historia de la hisroña. Los historiadores más- antiguo¡s habían empleado
su arte para ei entretenimiento de las menees primitivas, y ti entretenimien­
to. ei deleite, sictic siendo un propósito constaslíf' de toas, buena bistoriogra-

c P7. v. C ksust, G?-c~\chu ¿er piechisehen Lhteratvr (Historia ce k literatura


griega). <5* « i b lo o S - is :} ) , n, 228-35, 548-67.
H ISTO RIA D e L A H ISTO RIA

lia IVr<> la íromera entre deleite e instrucción es ilusoria. Los relatos homé-
nt (M q,,,. estremecían £ sus oyentes con la recitación ce grandes Lechos, los
u n nih.jli.it> también a m ular las hazañas de los héroes. N o existieron psicó-
li.pw primitivos conscientes del hecho de que el placer de escuchar era debi-
,ln rti parte a la manera como ios oyentes hacían del relato una escuela de
valor al identificarse ellos mismos con ios héroes cuyas hazañas admiraban.
K „ ,,¡,-.r¡intc, la educación gana mediante el entretenimiento en la medida er¡
pin- el lihri juego ce la imaginación, que Ga tanto encanto a ios relates pri­
mitivos deja paso al propósito definido de moldear el espíritu de; oyente.
I -,ia como hemos visto, era la diferencia entre el punto de vista ác ríerodo-
io v el de Tucídides. pero el camino cue lleva del entretenimiento a la ins­
e r í ! , riñu e s también ei que ileva de la instrucción a ia propaganda.’

Ir iirn c sent.do toda educación es propaganda; oero ia pronas ación del


i. u.cimiento puede ser, o bien dogmática, o bien crítica. Como dotnna trata
tli imponer su punto de vista sobre ei lector o el ovente; como crítica tiende
a i >onrr ;u lector en guardia, no solo contra las creencias que ataca, sino
• mitra la tendencia innata a aceptar lo plausible y el lugar común cono ver­
il p 'i' hv. /.hora bien. ía critica puede defenderse mucho más fácilmente cuan-
•I" >■ propósito del escritor es entretener que cuando tiene un proposite
ix’rqui- <•' entretenimiento no tiene consecuencias tan serias como cuando
imi o: controlar la conducta de los demás. La instrucción es un asunto
v quienes a ella se dedican están propensos a convertirse, consciente
i uni.'i'.citrircmente. en propagandistas de las cosas que enseñan. Hmplean-

I mi »'.lo en los últimos años, y cal vez en gran mecida como resultado de las
<"" " " 'n n .li que surgieron de la Gran Guerra, es cuacan k propaganda x ha con-
'■ 1 ru nacería d<- estudie den úrico. En ninguna otra parte podrís analizarse tas
i "«inemc como en el estudio de k educación antigua, y cíe ia importancia que
' l|* «upaba ¡a tetones. Nada .lustra tanto como ver en. que forma ei tererés del
*: óitívi. de Jas cosas tal como eran a las cosas como debieran de ser. U na vez
■ aleat. ado esta ¿tierna acerad, c¡ paso inmediato es estudiar cómo puede k -
II". i '"'i ai mayor número posible ¿t personas para que tomen sa punte de vista.
< li«-» a «.I embei/erimienro del texto y a k manipulación dei conterudc.. Asi los
........ . limi’r¡adores griegos no se expusieron siguiendo las huellas de Tucídides.
•i"" pfMintió que ¡a» ejemplos de! pasado sugirieran su propia mora!., petes no po-
" *I>■if.r po> satisfechos con un método que, puesto en manes no tan. competen-
Ir h
i■ I' . -
m b un relato caótico y s b sentido. Tenían que moldearlo de modo, tal que
I" 11 i. residíase clara.
RETÓRICOS Y ERUD ITO S
~4J

do nuevos conocimientos píre reforzar ios antiguos se desvían insñntfva-


menre de ia crítica.
Ls historia griega rué salvada del dogma porque su contenido se veis
de continuo refrescado por un mundo siempre cambiante, Sus últimos his­
toriadores tenían cosas para contar que sobrepujaban con mucho a las de
Herodotc: así la curiosidad que había producido ia critica de ios mitos lo­
cales en ios días ce Hecateo continuó estimulando iss mentes de los sabios
griegos incluso después de que ia. misma Grecia había sido sumergida en el
imperio romano. Pero la tarea con que se enfrentaban acraelios sabios griegos
ce ia última época era infinitamente más difícil que cualquier otra, con cue
ios historiadores se hubieran ocupado hasta entonces. La desaparición de!
antiguo sistema, de ciudades-estados no proporcionaba un módulo nada fá­
cil a aouélíos cuyo pasaao había transcurrido en él. Contempladas desde
una época posterior, las conquistas de Alejandro y ce los Césares propor­
cionaron una unidad a cuya luz se leía ia historia rnás antigua. Es un gran
mérito de ios historiadores griegos del siglo cuarto el que. faltándoles el
cuadro acabado, comenzaran ya a ver sus perfiles, v que fueran saliéndose
ce aquel localismo estrectic que había limitado incluso el horizonte de un
i ucídides. Aunque algunos todavía siguieran viendo ls historia dentro de
los confines de la civilización griega, los hubo cue, llevando su estudio más
aL¿ de ella, se convirtieron er. vanguardia del movimiento que consideró a!
mundo como unidad.
La nueva era exigía un arte consumado y una erudición competente. En
el arte de ia expresión Sos historiadores tenían cue mantener ía a tendón de lec­
tores sofisticados cuyas vidas habían transcurrido en un mundo rápidamente
cambiante, y que era más fácil que se interesaran por las cosas que ocurrían en
tomo a ellos que por los oscuros procesos del pasado. Era, pues, so rnás na­
tural que apelaran a los mismos recursos que habían desarrollado los orado­
res en la que todavía sigue siendo k edad más brillante de la oratoria. En
esto tuvieron éxito, a juzgar por la popularidad ce que disfrutaran. Pero ls
erudición resultó ser un campo más difícil. Los instrumentos para la inves­
tigación histórica, que habían faltado a Tucidides. fueron mejorados por
quienes pasaban sus vidas en archvos y bibliotecas; pero las fuentes nunca
h it ron trabajadas sistemáticamente como lo han sido por los historiadores
de hoy, y a nuestros ojos existe certa ingenuidad en la masera como fueron
manejadas incluso por los mejores eruditos ce entonces.
K
H ISTO R IA DE L A H ISTO RIA

I ;i retórica y la erudición no son en modo Alguno irreconciliables, si por


retórica entendemos e! uso del lenguaje adecuado en caos ocasión. Pero el
investigador tiende a concentrarse en los hechos que encuentra en su mate­
rial original y a tener poca paciencia para La repetición de ellos. Estas dos ten­
dencias. tan claramente acusadas en los modernos historiadores, pueden verse
, .1 en los historiadores griegos del siglo iv.
A juzgai por los comentarios de los críticos antiguos, tanto griegos como
romanos, pocos hombres han dejado huellas más prorundas en un arte que
el retórico Isócratesó Sus cánones estilísticos habían de prevalecer no sólo
en la Grecia ce su tiempo, sino que pasarían, a través ¿ t los ricos períodos
rítmicos de Cicerón, a moldear la prosa de muchos autores modernos. Isó-
erates no escribió éi mismo historia formal, pero la empicó ampliamente co­
mo una fuerza de persuasión en sus discursos.1 Por fortuna su maestría en el
estilo iba junta con su amplia visión de la historia de toco el mundo heléru-
eo. Consideraba la política de Grecia como esencialmente una, y trató de
inspirar un patriotismo común, anclando ai orgullo ce toaos mediante las

r Este notable personaje nació de padres acomodados en c! mismo estíos ático que
ó noíomc. en ató. En su juventud fuá alumno de io= sofistas, en especia de Gor-
giiu., v — si hemos de creer una noticia consignada en ti Pedro ce Platón— Sócrates
le predijo grandes ¿¿tos cctno orador v filósofo. Después de ¡a caída de Atenas
pasó una breve temporada er. e! exilio, y ruego, por espado de varios anos, se ganó
la vida escribiendo discursos para otros. La debilidad de su va i impidió que viera
realizada su ambición de convertirse en orador y eses ciscó. Pero en 39a abrió una
escuela ce oratoria, lo cual fue un acontecimiento importante en i» historia de. Gre-
n.r. más dirigentes salieron de aquella escuela, observe- Cicerón, que guerreros del
caballo de Troya. Isócrates no se ¡imite a enseñar a sus alumnos c¿ arre de ia óra­
lo:.-;.; les dio también una educación liberal, inspirándoles sus propios ideales litera­
rios y políticos. El ideal literario era la creación ce una prosa suave v tal ver sigo
florida, capaz de atraer al pueblo; el idea! ooiíáco era ti panheáer.isir.o. Después de
u u r otros diriges u» le hubieron {aliado. Isócrates acabó por anovar a Ftiipo de Ma-
n ilonia. y nutrió a los oS años, poco después de la victoria cr í~iiipo en Queronea.

II Su encomio de Euágc-ras puede compartir con U obra similar de Jenofonte


■ »bu- Apelline la distinción ce figurar entrt las primeras biografías formales. Este
de literatura fue muy desarrollado ñor sus sucesores, retinándose sus cualidades
1 crudamente encomiásticas, hasta que a principios de la era crisruina se convirtió
r" inaiio» de plutarco, Sueronio y Tácito en una forma digna t importante de la
h’Morioprafia.
RETORICOS Y ERUDITOS
243

empresas de una «.ola ciudad.11' La gloria de Atenas, sus servicios a Grecia


y las lecciones de su democracia, fueron puestos ante la vista de otros esta­
dos como un idea! para c! futuro. Pero las fuerzas del mundo de hoy no son
nunca las de ayer, y cuando las largas lanzas de Macedonia destruyeron,
en ve? dr realizar, ios sueños de los grandes oradores que tanto brille» habían
dado a la última epoca ce la libertad griega, solamente quedó la historia para
car cuerpo a; nuevo ideal.
l i : prime! fustoria¿or general del mundo helénico, y uno de ios más po­
pulare- d< la antigüedad, fue Eforo, a quien, según Focio, Isócrares asignó
la tarca dt preservar el pasado más remoto en forma adecuada.11 Fue, se­
gún observa Po'.ibio. el primero y único escritor que intentó hacer una histo­
ria general del mundo griego. Su narración comenzaos cor. la caída de Tro­
va v continuarli basta 311. N o le faltaba crítica para ocuparse con la crono­
logía ». lo; mitos." pero rechazaba el ideal de Tucíchdes de mantener sus
discurso ceñid« a ios originales. El los inventó irancamcnte, y era en es­
pecia! aficionad-. 2 las arengas sobre el campe» de batalla. N o obstante, pa­
rece haber tenido e! sentido de su uso adecuado, porque Polibic. que era
un juez mui acudo, dice que tiene "una digresión muy elegante v convin­
cente sobre es-< mismo tema de una comparane:! entre lústoriadores y ora­
dores." Poltbio caracteriza también la obra de Etoro en conjunto como
’‘admirable er rodo por el estilo, el tratamiento de los remas y la agudeza
J , ■ • r- 14
ae ia argumentación.

'v- s e ir. .-tene» er. ia necesidad de una guerra general de roda Grecia con­
tra Persia coi. «' tir ce unir a los griegos, empleando a Fiiip-f como arma c instru­
mento. ia ii dr Ivácrate- en una salvación por las armas nos recuerda k tarti.ee de
B-j.marcì.
11 rocío. cap. 17Ó. Diodoro v Estrabóa también se añoraron «a-
piiamí.ntr rn i ' .7—.;, pata ios asuntos que el había tratado, f i , P eter , vi ehrhei.t une
Kuntr • verdad' arte). (1911), pp. 151
■ Le M o a . cor.»'.-ungen tur alien Gesct-khtc <Investigaciones de historia an­
u y as). |iooz-:óc« j, i. t f é ss.
í:' F. »libio. H ernias. Ü£>. xa, cap. 28.
,4 Aquí debemos meccionar el fragmento de una Heüentce más valu.sa que la
de Ieriofori te. cae fue publicada en 190S per B. G. Grenfell v A. S. H unr e.n
Oxyrh-,-rhus 1dr»»t i . parre v. pp. 143 ss. Las vestite páginas del rrabsic* que ahora
poseemos muestra:. ai.»t su autor era ur, historiador c t nc pequeña habilidad. E! frac-
mentó. ouc fu» escrito hacia 200 d. l. c., está dedirade £ los accntecitnienros ¿e
M4 H ISTO RIA D E L A H ISTORIA

El nombre más comúnmente unido al de Eíorc es Teopompo, r quien,


»cpún la noticia citada más arriba, Isócrates asignó ei campo '’moderno”,
mientras que asignaba el pasado a Eíoro.1' Sea lo que fuere, escribió dos
historias importantes, una continuación de Tucícides — is Hcllenics (en
doce libros)— y un resumen ce la política griega contemporánea en la épo­
ca dr Filipo — la Phiiippica (en cincuenta y odio libros; . Poséis un estilo
muy vivo, y empleaba todos ios artificios de la retórica toara asegurar el
efecto — como si dijéramos un Macaulav o un Treitschke griego— . Consi-
tletado por los antiguos entre los primeros historiadores, su obra ha safrido
«n.ii de lo debido por ios estragos deí tiempo y los cambias de gusto. Poco
sumiste de lo que escribió, por no haber sido copiadas sus obras de los ro­
llos de papiro que las contenían en los códices que hubieran asegurado su
conservación.1C Viajó y vió las cosas de primera mano; era un insaciable in­
vestigador; pero las exigencias del estilo y TitU con w.v1l jLíicios ^cLtc&roii
mi obra.1

uno- circioeho meses en 39^'395> *° cuai Prueba que esta hlstcras estaba escrita en
-‘la mucho mayor que la tieilcn ka. U na referencia indica que ® pasaie anterior
•i lia! :a ocupado de ios años finales de ís guerra del Peioponesc: ia cronología está
li»|'iirr.ta por veranos e inviernos, y e! desarrollo general de ia materia recuerda ia
manera dr Tucídiaes. La plenitud y corrección de este relate, su amplitud de visión,
«i comprensión oc la política — en ¡a que superaba grandemnuie a Jenofonte—
imirMran que era un digno alumno dei gran maestro, f í e tenemos pruebas de ia
h’i'l m d de su histeria ni dei fin de! periodo que abarca, pero ee ñaber sido muy .¿r-
I " 1 ! libro probablemente se habrían conservado otros fragmentas- L e parte oue rc-
tinni's de t¡ parece haber sido compuesta entre 387 y 356. Esta Heüer.ica Gxyrbvr-
'’ -como algunas veces se denomina a esta historia— rué una cú las mejores pro-
■fui fioiirs históricas de ia primera mitad ¿ ti siglo iv; por fornans llegó a ser i?,
h '«■ >•<* di Eforo para este periodo, y él nos conservó mucho de íc- trae el historiador
anónimo dería.
1 1 principa! comentario de Cicerón se refiere al contraste entre ier. estñcs; de
li>' 001. alumnos oc Isócrates (Lie cusiere, lifc, ni, cap. a ): "Isócrates., un eminente
iivicMni cíe 1 locuencia. solía espolear a Eioro y tirar de ia nene, a Teopompc; por-
**1 ■ *! mío. Que saltaba todas las barreras en la audacia de sus expresiones, ia repri-
mí.i. a! otro, que dudaba y era tímido, ¡o estimulaba.”
") a Diodoro, eti ei siglo 1 a. j . c., dio noticia de ia pércuás de ios rollos de
1mppinpo. (Biblioteca: histórica-, iifc. xvi, cap. 3, s:ec. S ) .
i rapiñemos en C. M üller , Fragmenta historicorum grcLsc^um (Fragmentos
.Ir U historiadores griegos), (5 vol*., ifc^i-i£y3), 1, 280-333; rv. 643-45.
RETÓRICOS Y ERUDITOS
245

Libre de ia influencia de Isócrates, educando agudamente a Eíoro y


Teopompo, ei siciliano Timeo pasó cincuenta años de su vida en Atenas
ocupado con la investigación de ¡as antigüedades. L a actitud del erudito
frente a! retórico se manifiesta en su protesta de que "la historia es tan
distinta de la composición retórica como los edificios reales de los represen­
tados en las decoraciones de una escena” , y también que "reunir los mate­
riales necesarios para escribir ia historia es de por si tarea más laboriosa que
todo ei proceso de creación de las composiciones retóricas/'lf Fué Timeo
quien estableció en la historia el cómputo de las Olimpiadas que en adelante
sirvió de pauta a la cronología griega para los historiadores y eí mando cul­
to. aunque nunca fué adoptado por el uso corriente/* Fué un trabajador
y un investigador infatigable, y aunque fué un pedante falto de discrimina­
ción y de ese conocimiento del mundo que permite juzgar a ios hombres y
describir los hechos, proporcionó a los historiadores que le siguieron mucha
información que de otro modo se habría perdido. Pero era parcial e injusto,
y le faltaba no sólo una visión amplia sino un espíritu juicioso, y el ataque
que hizo a sus predecesores sirvió ce base a otro más aplastante que lanzó
Polibio contra el, pues dedicó todo su libre doce casi exclusivamente a este
propósito. Polibio desdeña a esta rata sabia que pasó su tiempo en las biblio­
tecas y nunca vio ei mundo, y que insiste en las menudencias cuando no es
capaz de ver ios grandes problemas. Pero, como hemos indicado, los métodos
de la investigación histórica no habían sido elaborados todavía, y luchar
con el material original — la tarea del erudito— no era en sí misma una
aspiración desdeñable.
A l llegar s este punto de nuestro examen nos encontramos de lleno con
el problema que ha surgido parcialmente ce vez en cuenco en ios capítulos
anteriores: ¿hasta dónde debe la historia ce la histeria incluir a aquellos
autores de cuya obra tenemos conocimientos escasos o inadecuados? A par-

,£ Citado por Polibio. Histories, lie. n, cap. 2S.


‘ 8 Estas investigaciones cronológicas de 1 ¡meo plantean, como es natural, el d i­
fícil problema de saber con qué mere; ¡¿i pudo hacerlas, h a liemos visto c.1 carái-
cer genera! de la obra de Heiánico, la única autoridad en cronología. Después de ¿1
continuaron escribiéndose las crónicas de Atenas {Atthsaes} y crecieron hasta inclim
todo género de acontecimientos. U n e línea de estos escritores se desarrolló de modo
parecido ?. los analistas pontificios en Roma { j. B. B u s y . 7 kt- Ancirn! Greci; Hi<-
tc.risns, p. 1S3).
M* H ISTO RIA s e la h is t o r ia

».r .Ir! Mglo iv existen muchos nombres en ios anales de la historiografía grie-
fi1’ A Jj ur.os de ciioí. a juzgar por ios fragmentos que poseemos, eran arrííi-
*' tic ser incluidos aquí. Pero para ¡as personas cuvo intetés está en
litt.-rtr L ciencia y ci arte de la hisroria como un todo, en v-sz de emplearla
('•i« documentar una época determinada, estas fieuras más borrosas de la
f*-« galrr ía de los iiisroriacores pueden ser dejadas a un ia¿r.,
1•K»Mf. su) embargo, un documento de especial interés, tari.ro por su con-
•""<ln t omo per su autor, L e C o n s titu ció n d e A ten e s, que Aristóteles escrí-
l*i" ciilfv 3-e v 32a. Este tratado fué descubierto en 1S90 e r un papiro de
1 tipio, l-.i primera mitad ce! ensayo es un resumen en seseras: páginas de la
huioriit constitucional de Atenas desde los tiempos primitivos;■ hasta las re-
• ’lutiont s de 404.-403; ia segunda mitad describe ía consdmrión tal como
• ». rn los días de Aristóteles, Rígidamente formal, es con probabilidad ia
obr* dr un alumno rehecha oc prisa por ei maestro. Ámense es bastante
ri’drblr como historia, ei especial interés inherente a ella ha originado mu-
• !'•»!• discusiones por corte de los modernos historiadores ce Gt-ecía. y propor-
<ioiih un ejemplo excelente ce la crítica histórica en este terreno. El orofe-
*<’: Sivic.n lia resumido ios resultados como sigue:

AtiMou iv sacó en gran parte ei material histórico para este easari-r de los Attíú-
i de ¡os panfletistas políticos ce! siglo v; mencionó ei nombre ¿± íTerodoto y se
• rM'.'.'ciuin.e’ite a un pasaje de Tucídides, pero su versión ce varios aconíeci-
•ii" Mili-, d.lirre considerablemente de 1? de ellas. As:- en su epáteselo cíe. Harmoüio
I '.miiifiii.T, (cap. i 6 i siguió generalmente a Tucídides (he. 1. cap. e¡o: íib. ví, caps.
I’ l, prri' nc dudo en ampien y rect-ucar esta autorLdad en w -los cera.jes, a
‘r ¡-i lio oí ou; T ucidtnrs hubiera arandctiaac su manera usua. torra alardear de
" 1 írireciori c información especial referente a este episodio. En. ‘--artas ocasiones
1 ■ 't• ti i.-.- m ií-mó <:i trabajo oe rechazar ios cargos lechos 3 So’ ’-- v a otros cor
*'■ ' i'-ir.di rutas, s por che no deta de ser preocupante aue ios prefinas», a Tucídides.
í ' "* ■ iH ‘ perece hr.óer p icícaco una fuente 2 otra porque ios punios de vista
1,1 'iin ■ <11 su ;-uror st parecían a ios suyos prc-pios: pero c-r, enas oes sienes se rnos-
II 1 mui superior a otro;' nistoriaectes antiguos por su gran retrete 2 líos documentos
1ni'iiriiipiij íiueos. Así cito extensamente ¿e un poema escritc por Sti para itistifi-
1 ;ii' reforma-: por desgracia tomó e; Duerna tal como estaca, sin tras inv£?r,ga.ci>
respecto a su verdad — pero ce- será malo reeord?.r ere existen rudsvi?. historia-
h ' (lisiuji.sto: a aceptar ias memo?.as y ¿rPAí?j?iiJr h : estadistas como mentes de eran
't i' 1. 1 i> los caps. 29 a 40. que tratan de ios años 41* ? 405. Aristótr-ss dependió de
muoi.d.id que sólo por el conocemos, quien parece haber eserttu su reíate- poco
‘ l'vpnri di- los «tor.tcchnicntoe narradlos. E! autor era un partidario de Theríimenes, pe­
KFTORICOS Y ERUDITOS i4 "

ro incluyó en su narración varias resoluciones y leyes promulgadas en la época. Aris-


tótemes parece haber elegido su autoridad sobre esta liase, porque introdujo estos docu­
mentos contemporáneos en su propia narración; pero los crítico' modernos creen que
en algunas ocasiones se de jó engañar por falsificaciones propagandísticas. En rodo caso.
se ve ciare que Aristóteles supo apreciar la importancia ae ios documentos, v auc
trató ce hacer de su estucho, por ¡o mer.os en parte, una colección de ellos.
£sta atención a las fuentes documentales estaba estrechamente relacionada cor.
¡os intereses científicos de Aristóteles y con la importancia que concedía a ios hecho:-
c,'-.¡erivos- rriismo tiempo sus métodos de trabajo facilitaban ¡a reunión de serte
• materiales. Sitgún se lia indicado, Aristóteles empleaba a sus alumnos come
£0Ub^ado ¿ores v ¡os dirigía para que reunieran información acerca de toda ciase de
-.o las constituciones de 15S ciudades— . Algunas de estas colee-
n -,i-,eí fueron publicadas, otras se convinieron en la base de los propios escritos de
A ,n.tételes. A si, el primer libro de la M elajisice contiene muchas citas de escritores
gjvjEíiores sobre e! mismo tema, y mucho de io que sabemos de la primitiva historia
drama ateniense se deriva de ls Poética. Dicgenes Laercio. que escribió en e: s:-
<¡0 3; d. .1- C.. dio una larga lista ce los escrito.' de Aristóteles, mencionando entre
{¡es obras sobre los vencedores de ios juegos olímpicos y deíficos y en ¡os torneos
¿ rScaá«cos ce Atenas, c n s inscripción encontrada en D e lf oí en i&oy confirma
¿ate rereren te a la lista de ios vencedores deíficos, consigna el hecho de que se
r¿er.ó conservar un ejemplar del libro en su templo y añade que Calis tenes co-
¡¡¿ ¡¡fió coa Aristóteles en su preparación,20 Estas obras sor. interesante por más
¿ t un respecto- Historiadores anteriores, tales como Tucídides (iib. n:, cap. S; Hp. v
c3-,_ 49 í- bar jan r echado en ocasiones acontecimientos por ¡os vencedores atléticos de!
gño; taf vez Aristóteles pretendió que estas obras sirvieran corno libros de referencia
Ja cronología. ió?.De ooservasse, sin embargo, que ni él ni Csiísrcnes esnp¡tarar
‘gsct sistema ce cronología, en sus historias; fué únicamente cincuenta aña; mas tartit
jjjatafo fu n es estabíedó el cómputo de ias Olimpiadas que recibió aceptación gcat-
(Í¡1_ £n segando lugar, Aristóteles y su? colaboradores, si prepara: estas lista«., deben
acerró investigaciones es tos archivos oficiales, de Ólimtria, Deií«s y Atenas
.pe« tm.- apa: encontramos griego? dedicados a la "investigación” a i?, mar.cic c:
g a;:ke V SUf discípulos.1 Pero este comienzo prometeco: no rué contmuado. H :o
¿esto qus nmg'jns investigación en les archivos sirvió de base a la propia C o;:í :::,i
¿¡¿a de Atenas de Aristóteles, y no hay pruebas de que Calistenes se dcdlcaia fii.
¡¡Xit-it- de escribir su HeUcnica. De hecho, tan sólo muy pocos historiadores en tod:
¡2 antigüedad pueden pretender naber basado sur- escritos en documentos de ios ar-.ii -
y0c oficiales. v hemos ce ver que sus investigaciones fueron muy escasa?.

y" Diósenes Laercio (¡ib. v, cap. 1, s£c. * 6 ); cf. P lutarco , Sofá«, -cap. ;- . 'V .
p-TTtNBERoET, Sy.-ioge, r.' cvy. '- case también T k . H omolle "U n otr.-rage -j .
daos le I empie de D clpac’*, en Bulietin de Correspondente Héiienuntc
36o «.
M'1' H ISTO R IA D b L A H ISTO RIA

N o .«.urgió ningún historiador griego para rratar la más grande realiza­


ción política de la raza helénica — el imperio alejandrino— con la alta corn­
icim ela que marcó ei relato hecho por Tucídides de la tragedia de Atenas,
l loro había escrito la historia nacional hasta 356, y Teopompo había tratado
la época de Fiiipo. A hí se detuvieron. Para el mundo helenístico esto era
tomo la historia de judea según ei Antiguo Testamento para los cristianos.
IVio ti relato de la gran Diàspora, de la expansión de ios griegos a través
di todo c! Oriente, de la fundación de nuevas ciudades y el establecimien­
to tit colonial helénicas hasta el mismo corazón de Asia, de la difusión del
lengua ic y de! contacto vital cor. la religión, la ciencia y la filosofía del Orien­
ti . iodo esto quedó sin que 1c escribieran manos competentes. Los griegos,
rn el momento en que su historia parecía concluida, surgieron sobre el tea-
l i o di ia historia universal, no como patriotas locales o como artistas crea­
dores de ciudades aisladas, sino como intérpretes entrenados y comoeten-
tts dr las fases más universales de la cultura antigua. La conquista de A le­
jandro hizo posible un Oriente helénico, acontecimiento tan grande en la
Imtotia de ia civilización como la romanización del G odente. Pero la epo­
peya de esta conquista no rué minea escrita, ni siquiera su prosa- por hombres
dignos del tema. Relatos fantásticos del esplendor oriental descubierto er.
Su.'.a o Babilonia encontraron una credulidad bien dispuesta, en una época
rn que ia verdad misma era tan increíble, y junto a ellos ios relatos de algu­
nos de los generales de Alejandro o de los señores más tardíos, son como "li­
bros azules” en medie de la ficción. Faltó ei Herodoto ce la revancha. En su
lugar, ti último gran historiador griego fue un rehén de Roma, que escribió
ri; l.i morada de Escisión la historia del surgimiento de ia república impe­
l í J occidental cuyos ejércitos él mismo había contemplado cómo sacueaban
Ion tesoro;, de Corinto al convertirse Grecia en una provincia remana-
C A P IT U L O X V II

POLIBIO

¿ r historiador de la historia apenas si necesita describir las obras ni narrar


las vidas de Heredóte. Tucídides. Tito Livio y Tácito, porsut sus obras sor»
umversalmente conocidos, son posesión común de todo e! mundo culto. Pero
caso de Polibio es diferente. El arte le negó la herencia helénica; no rué
un maestro del estilo; su historia no figura entre lo mejor de la literatura
universal. Para el lector moderno es conocido generalmente como un nombre
en ias notas de oie de página. "V sin embargo, en la larga linea de ios gran­
des historiadores destaca entre los primeros. Es por excelencia el historiador
tnrrt los historiadores de la antigüedad, y en nuestros propios días, cuando
¡o; ideales científicos cue propugnó han logrado, por fin. la suDrstnada, su
figura emerge de! lugar relativamente oscuro que Se corresponde por sus
méritos literarios, v se revela como un moderno entre fe» antiguos, critico
aunque no fríamente escéptico, trabajando hada principios constructivos y
consciente de las exigentes normas de la ciencia.
Polibio fué un noble griego, nacido en Megalópoiis, en Arcadia, hacia to8
a. j. c. Su padre. Lvcortas, era el amigo y sucesor de Ftbperaen, el caudillo
patriota de la liga aquea — último esfuerzo de la unidad edénica— , y Poli-
dio mismo, apenas salido de la juventud, ocupo puestos de alta responsabili­
dad como embajador y magistrado. Pero la política que él defendía — -la de
mantener estrictamente la alianza formal con Roma, sin ceder a ios abusos,
n: dar pretextos para una agresión— tenis pocas probabilidades de éxito
en momentos en que los ejércitos romanos estacan reduciendo a ios países
vecinos de Grecia y las facciones griegas estaban motivando conflictos.
Siempre pueden encontrarse pretextos para una agresión, y así, después á t
la batalla de Pidna en ióS a. j . c., Polibio fué llevado a Roma, junto con
m .h H IS T O S O . DL L A H ISTORIA

No surgió ningún historiador griego para tratar la redi grande realiza-


• iòti politica tic la raza helénica — el imperio alejandrino— con la alta com-
1« irni i.i tjur marcó el relato hecho por Tuddides de la tragedia de Atenas.
I loto luihi.. escrito la historia nadonai hasta 356. y 1 eooocrpc había tratado
la t-poca òt Filipo. Ahí se detuvieron. Para el mundo heuenísricc esto era
mimi la historia de Judea según el Anriguo Testamento mata los cristianos,
l'ilo ri relato de la gran Diaspora, de ia expansión de los griegos a través
ili torio ri Oriente, de la fundación de nuevas ciudades y ni establecimien­
to rii enlomas helénicas hasta el mismo corazón de Asia, ce la difusión, del
Irnpuujr y òri contacto vital con la religión, la ciencia y la nlcrsoíía del Orien­
ti . todo rsto quedó sin que lo escribieran manos compe ter: íes. Los griegos,
tu <I momrtuo en que su historia parecía concluida, surgieran sobre el ita ­
ti n rit la historia universal no como patriotas locales o cenno artistas crea-
, Imi» tir ciudades aisladas, smo como intérpretes entrenamos y competen­
ti n dr la' fases raás universales de la culrura antigua. La C C JD .O Ü ISCÍL QC Aie-
1,1111Ir o lii/o posible un Oriente helénico, acontecimiento tan grande en la
1,1,1!,1 ui dr la civilización como la rcmanizadón del O adiare. Pero ia epo-
(•r\ii dr rsta conquista no íué nunca escrita, ni siquiera su prosa, por hombres
riiytiii'- or! tema. Relatos fantásticos de! esplendor orienta, descubierto en
• o Kd'ilonia encontraron una credulidad bien dispuesta, en una época
ni (|in la verdad misma era tan increíble, y junto a ellos tes redaros de algu­
no, dr In- generales de .Alejandro o de los señores más tardi«, son como "ii-
„ idr.«." en medio de la ficción. Faltó el Herodoto de la revancha. En su
rl último gran historiador griego fue un rehén de Roma, que escribió
,i, |,i munida dr Escipión la historia del surgimiento de la república impe­
li,,I i.iiiri'tital cuyos ejércitos él mismo había contemplado como saqueaban
|,. ir«,m> de Corinto a! convertirse Greda en una provincia rumana.
>'■
' d»V-.- ’
C A P IT U U
n:'p..p i;/:.;...' -
POLlbJi
S i l '■ ■ : -
e histocnaaor ce ia instona apenas &> i„,.
-/JcFj& Z & Z - . .
las vidas ¿ í Herodoto, T uadides, Tito 1 .,
universalmeRte conocidas, son posesión tutu1.,
el caso de Polibio es diferente. El arte U
im n»aestrv> del estilo; su histeria no s
universal. Para el lector mooemo es aanu*?...
en las notas de pie de página. V sin e o W .g
des historiadores destaca entre los primero;
entre los historiadores de la antigüedad, y >
les ideales científicos que propugnó han
-7 ; '
figura emente del lugar relativamente , í.
méritos literarios, v se reveis como un n>v'
aunque no íriamente escéptico, traoajsjKU., yñ •
'-r-
consciente, dt Jas exigentes normas ce la cu.-.
- óifííí'i; ;'ÚV
Polibio iué un nabk griego, nao-do es i/,- •V r/>.
a. J. c. Su padre, Lveortas, era ti amigo •' lí•'i*. ,
- ■
patriota ce la liga aquea — üiumo t&iaznv
fcio mismo, arenas salido ia 5uve-ora -'.f*- -i“'*-
can como emoaiacor y magistraao. fe to b ¡, ;¡£
mantener estrietmente la alianza formai ?r.v-
ni dar pretextos para una agresión— tób.
er. momentos en que los e icreitos reman--.* ~ ■ -- Ir . : *tv:.
vedaos da Greda, y las facciones griega.
Siempre pueden encontrarse pretextas país ,v
Ir batalla, dt Piana en lóS a. j. C-, Polibk.
v-^diri v • •
-.d"
•v-V^ ’3 .
. ! / . -1 /♦-; •
’ M> HISTORIA P E L A HISTORIA

mil mas. nominalmente como prisioneros en espera de un juicio que no llegó


"'un a. f<ro en realidad como rehenes que aseguraran una mavor libertad al
imperialismo romano. Poiibio fué de todos ellos quien mejor lo pasó, pues
*"r admitido a la familia del genera! victorioso, Emilio Paulo., y así no sólo
»1 quedó en Roma, sino en compañía de los Esdpiones. m contacto diario
mu los espíritus ¿rectores de aquella aristocracia dominante en cuyas manos
habían ido a para: los destinos del mundo mediterráneo. Esta posición pri-
ttlrgiada parece que la obtuvo más bien por su perscstaEáad que por la
distinción de sus antepasados o por su posición en Greda, pues nos ¿ c e con
i jintiv.idor.i franqueza cómo el íoven Esdpión Emiliano, que más tarde ha­
bí« <lc ser conquistador de Africa, buscó su amistad y fué su ésd p u lo fíib.
• w ii, cap. 10).
Situado asi en el centro de los acontecimientos. Peumo se sintió arras -
ii(iilu por ¡a ambición de escribir la historia de la época tremenda en oue
r*iiiba viviendo. “ ¿Puede alguien.” pregunta al iniciar su llnre. “ser tan in-
•’ i trntr o tan odoso que nc procure conocer por qué medios, y bajo qué
Indole de política, casi todo el mundo habitado fué conquistado y puesto
l**i I" <1 dominio de ía sola dudad de Roma, y este además en un espado de
tiiiupo que no liega a cincuenta y tres años?” (lib. i. cap. i-?1 Para aquéllos
qiii no son tan in¿terer>tes o tan odosos” . Poiibio cejó a. mundo una abra
ii» "tilica o’c valor imborrable y perpetuo. Cuarenta libros ce historia hadan
• I i' Lito desde “la primera ocasión en que los romanos cruzaron el mar par-
i i i m i Io di Ira ha,' en 264 z . j . c., a través de las vicsitudes cambiantes Ge

I."- guerra.' púnicas, hasta el fin de la histeria de Cartago y de Greda en


t.fO u r. <. De estos cuarenta libros tan sólo ios cinco preseros dan llegado
mnipleti*! hr.'ra nosotros, pero extensas pordones dt algunos ce ios restantes
"o ’ ¡v rmiirn formamos una idea bastante ciara dt ís otes como conjun-
I" A ilrin.i.s consciente de lo complicado del tema y ce La dixtcuitac de manejar

1 I I IV u : "iv-i-rv.i que Poiibio comienza su obra pensando cr ios lectores crie-


i" 1•«1*• lui.ii ri.ir 1.-. adelanta te vuelve hacia leu romanos, i' t'r — a nd Kunst.
I* I N o:esc la trauoueza de esta afirmación: “Si lo c a e cuco parece increíble
" 1li- 1 *• • iii- ii •• iecrote: . que recuerde que los romanos lo leerás í&mKcn, y out
"i 11 q u em a n ¡v in crse voluntariam ente a cierta increcuiidac ' desprecio'' (12;.
■ 1 11 i ) I la ’ , cué punto podía adueñarse de les sesudos romano:- íc prueba ti
. ili que Mui: »-icicra extractos de él durante la campaña ¿ í Pnarsalus (PIu
i«lin h fiin - b ’ iitO ear 4).
POLIBSO 2V

de modo inteligible semejante masa de detalles, Poiibio, como un auténtica


docente, ncr aa notas explicativas, e incluso, al comenzar el libro tercero, pone
una especie de resumen de- todo el plan, para asegurarse de que el lector
no pierde de vista e! bosque a causa de los árboles. Estas indicaciones y sugerer:
cías sor, tan plenamente características del autor, que, como veremos luego, naca
podemos hacer meior que sacar de ellas la propia concepción que Posibio
tiene de su campo de trabajo. Aparte de su valor como guías, nos can en el
acto un destello de la actitud medio de disculpa, medio orguliosa, y de la
relación totalmente íntima que Poiibio adopta y establece con el sector:

M i historia comienza en ia 140 Olimpiada. Los acontecimientos d t que parte son


éstos. En Grecia, la llamada guerra social, la primera emprendida por niipo, hijo oe
Demetrio y padre de Perseo, en liga con los caneos contra ios eto-irt r.r. Asia, ¡a
guerra por la posesión de Coele-Siria que se hicieron entre sí Ancioco y Ptciomeo
Philopátor. En Italia, Libia y sus inmediaciones, el conflicto entre Roma y Carraco,
generalmente llamado ia guerra de Aníbal.
M i obra comienza, pues, donde concluye la de Arate» de S:cyóa. Ahora bien,
hasta este tiempo la historia del mundo había sido, por decirlo así, una serie ce he­
cho; sueltos, tan separados en sus orígenes y resultados come en ¡as localidades cu
que habían ocurrido. Pero a partir de esta ¿poca la historia se convierte en tn todo
coherente: ios asuntos de Itaíia y d e Libia estar, complicados con 1 c » de Asia v ¿c
Greña, y ia tendencia ce todo es hada la unidad. Por esto he lijado esta era como
punto de pardea de mi trabajo. Porque fue su victoria sobre los cartagineses en esta
guerra, y su convicción de que con ella habían dado el pase más c íik il y más im­
portante hacia el imperio universal, io cue animó a los romanos por vea primera a
extender sus manos sobre el teste, v s pasar cor, un ejército s Grecia y Asia flib. i,
cap. 3).

L a historia auténtica, por le tanto com ienza con ei terca: lib ro; el pri­
mero y ei segundo no son sino un preludio laborioso y m a c e o , dos cm cuenr?
y tres silos cuyos acontecim ientos sin par se propone relatar son Sos o í 220
a ró8 a. j . c. L o cu2* llevaba el relato hasta, el año en e t c el a u tor mismo
fu é llevado a K om a, en que la victoria de P ia ñ a term inó p a ta siemore ron
toda esperanza razonable de independencia para M acedón:-! o Grecia. l.¿>.
profu n d a subjetividad de la visión* de P oiibio se re fle ja en es te plan ti.:,
original. Se propuse detener c i examen de la política donde éí mismo st lis

“ Siempre está ¿i mismo en escena, criticando, exoomendo. subrayando. ir *


mando, poniendo los puntos sobre las íes, presentando v ¿ctcnaicndo sus rriterii».
personales.*' J. B. B ury , ? be Ar.cient Greek Historie*!, p. s u -
V h is t o r ia de la h is t o r ia

híu tic iriiidi!, no de un modo consciente por esta razón, sirte porque desde ía
<asa ilr los Escipiones había parecido como s; la conquista romana estuviera
>4 concluida. Se había convertido en un imperialista, y compartía la con-
viinón imperialista en un "destino inevitable.” Desde este punto de vista
concibió su historia. La fortuna— en parte azar, en parte diosa— había "hecho
ni. linar casi todos ios asuntos del mundo en una dirección, forzándolos a
converger sobre uno y el mismo punto.” A sí su historia iba a culminar en ia
unificación de! mundo mediterráneo. Sabía que ía intriga y ia rebelión se
producían aún en ios territorios dominados, pero semejantes cosas, redud-
d ji debidamente por ía distancia, tienen siempre que esperarse al borde de
L perspectiva imperialista. Más tarde, sin embargo, Poiibio vió que ia tarea
»ii I imperialismo no había sido completada, sino tar. sólo bridada por sus
conquistas, y entonces continuó su relato hasta incluir ei incendio de Carra-
y y c¡ saco de Corinto. en cuyos dos acontecimientos habla estado pre-
i r
»eme.
I a razón que Poiibio da para añadir esta última parte es ce interés v de
(•eso Nos proporciona ia clave de su concepción de la misión del historiador.
Podemos también otarlo en su rorma tajante. Está de sobra claro, dice, oue
ru r»os cincuenta y tres años "ei poder romano había llegado a su consuma-
<ion’ , y que el reconocimiento de su supremacía había sido arrancado de
tofos, y sus mandaros obedecidos:

Pero rn verdad, íes juicios de ambos bandos, fundados en los simóles hechos del
m u i' o ti fracaso en el terreno, no son en modo al runo definitivos. Ha. ocurrido con
f u . iiriiciu visc los eue parecían ¿sitos más ser.liados han tenido por consecuencia,
■ ¡o * mala utdizanór., ios desastres mas aplastantes; en cambie, no es icfse-
n< >r ti ve las calamidades más terribles, soportadas con espirito, se hayan conver­
tí.t r>. situaciones ventajosas. M e veo obligado, pues, a añadir a mi exposición de
1.. iirrluv una discusión de ia politice ulterior de ios conquistadores. v de su admi-
i • ■ ación de su dominio universal: y también a tratar de los distintos sentimientos
\ opiniones ¿bromeados por erras naciones hacia sus dominadores. Y cebo describir
inm1 irn lo:. (Mistos y aspiraciones de lar distintas naciones, tanto cr. sus vidas priva-
•bi* ' '»no rn su política pública. La actual generación aprenderá en esto si debe evitar

,'.u presencia en el saco de Ccrir.to ha sido discutida. En todo caso su relate


1.. »..I revivido rn fragmentos tan pobres que ia cuestión es de importancia secunda -
n I evidente que estuvo allí, o poi allí cerca, peco después. Lib. io.mx cap 15:
"V i i i" nnt propios oíos cuadros tirados por ci suelo, y soldados que jugaban a h»
il.i i.v u lu r ellos.”
P O U B IO
-5 3

o buscar c! deminio de Roma; y las generaciones venideras aprenderán si deben elo­


giar e imitar, o si deben censurarlo (iíh. ni, cap. 4).

Aquí nos encontramos con el propósito práctico de toda la obra de Po-


libio, con su carácter pragmático, sobre el que insiste una y otra ver. La
historia no era para éi un simple conocimiento de cosas antiguas. E i es un
polírico práctico, y la historia es, simplemente, la política del pasado. Está
justificada por su utilidad; es la filosofía que enseña con la experiencia.4
U n conocimiento de la historia, dice en otro lugar, no es una simple prenda
de adorno, sino absolutamente esencial como guía para la acción. Sólo k
histeria puede proporcionar precedentes al hombre de estado. El presente
no ofrece las mismas probabilidades que el pasado para juagar las fuerzas
relativas de las circunstancias o ios motivos de los actos humanos;

En e! caso de ¡os contemporáneos es difícil obtener una visión interna de sus pro­
pósitos; porque., como sus palabras y acciones están dictadas por el deseo de acomo­
darse a ias necesidades del momento, y de guardar ías apariencias, ia verdad queda
oscurecidc con demasiada frecuencia. Mientras que ios asuntos del pasado admiren
!a confrontación de ios hechos escuetos; y de acuerdo con este- muestran sin disfraz
los motivos y propósitos de las diversas personas que en ellos participan; y nos ense­
ñan de ouc c!a't de gente hay quo esperar favor, benevolencia activa y apoyo, o ai
contrario. Nos dan también muchas oportunidades para distinguir quiénes cor. proba­
bilidad nos compadecerían, sentirían indignación ante nuestros agravios, y ¿etenaerían
nuestra causa, facultad cuc contribuye grandemente tanto a la seguridad nacional
como a 1? individual. Por lo tanto, ni quien escribe ni quien lee la historia deberán
limitar su atención a una simple esposición de los hechas: deberán tener er. cuenta
todo lo que ios precedió, acompañó o siguió. Porque si se ie quita a la historia teda
explicación de causa, principio o motivo, y de la adaptación de ios medios a) tur, so­
que queda es un mero panorama nada instructivo; v aunque pueda agradar ce mo­
mento no tiene valor perdurable {lio. m, cap. 3 ;) .

La nota fundamental de todo esto es que la historia debe "instruir • N o


es tarea sin importancia k que nene entre manos; la lección que el preceptor
de los Escipiones saca de ella es nada, menos que une ciencia de is política.
E! reiste de la marcha de Aníbal sobre Roma y de la firmeza de ios roma­
nos en la crisis está hedió con igual y generosa admiración hacia las dos
paites, "no . . . con el fin de hacer un panegírico de los romanos o cíe 1«

4 Esta iras»- tan gastada se encuentra ya en la Árs rheíorica (cap. x¡, sec. 2),
atribuida a Dionisio de Halicamaso, en una paráfrasis ce Tucídides, lib. 1, cap- 22.
HISTO RIA D E L A H ISTO RIA

• «riagmcM-s . sino pensando en aquéllos que ocupan puestos en un pueblo


" < ii o tio , o q u e en el fu tu ro hayan de d irig ir los asuntos de u n estado cuai-
icra; que por el recuerdo, o la contem plación directa de hazañas com o
<»tu* pueden w r inspirados con la em ulación” (iib. ix. cap. 9 }. T a l vez I2 a fir ­
mación más clara de esta convicción de P olib io de que la historia es la
liio»..fia que enseña con la experiencia — convicción repetida m u ch as veces—
rt ni com entario sobre e! relate de ia d errota de R égu lo en k prim era gü e­
ñ a púnica:

KrUut rr.t." cosas con la esperanza de beneficiar a mis lectores. F ia r dos caminos
I* i« ¡u ir i orina de la humanidad: uno ei de las desgracias propia«, otro el de las
r ir 1 tu, r! primero es ei que menos se presta a error, e! segundo e. menos penoso.
I'"i f'iii liadle elegiría voluntariamente e! primero, porcue hace cae ia reforma sea
• ii'Miun difícil v peligrosa: en cambio, siempre deberíamos buscar el ultime, porque
i‘ iiim u él podemos, sin daño para nosotros mismos, conseguir m visión clara
■ 11' iiii ioi can :11o a seguir. Esto nos obliga a considerar ene eí cor.'c-micntc aóqui-
111 por el estudie de ia historia verdadera e> la mejor de todas las ecucariones para
viii.i (iridie... Porque es la historia, y sóio ir, historia, quien sin envolvemos en
ni, pi ligro re,.:, madurará nuestro juicio y nos preparará para tener runros de vista
Imine, rila Iqu ii is que sea ía crisis o ia situación de ¡os asuntos (iib. z. csd . 35).

I !,v que admitir que semejante punto de vista "pragmático’' no es plt-


tiiiiniiitf tranaudizador. U n Historiador que se fija declaradamente en las
II - i,inr, que la histeria proporciona, no tendría fá cil absolución en los tri-
(..iiu lri históricos de ia actu alid ad . Pero Pe-libio se salvó corar, historiador
¡. -i mi* 1 Masas dotes com e filósofo. N u n c a consiguió llevar ios hechos a
l .1, mu. 1,upe fierre. N i siquiera estableció una concepción sistemarles, de causa
v rfr.-to, i.in necesaria para las brillantes deform aciones as los filósofos.
I 1,1,1a di musas, v se perm ite en una ocasión dedicar dos e sp íre lo s a indicar
, 11ir un.i "cau sa” y un "p retex to " no son ia misma cosa (iib. E . cap . 3 ) . Pero
i,., llrgti mucho más allá de una critica negativa de su predecesor. F ab io P íc-
Mii, 11 1r 111 .siquiera había visto esto. A pesar c e ias m ejores intenciones petia-
1 'gu ai Polibio no perdió de vista ias actualidades en busca c e causas fina*
iii I demasiado realista para perder de vista ios hechos. Su p o n to de vista
tMi.-ic.(iinrnti práctico le hace incapaz de sim patizar cor, las abstraccion es y
I, ' .ahiH-nr entregado a la tarea de obtener datos correctos y cor-tríe tos en el
iii.i'ii di- ¡<is realidades — lo cual es la primera condición iaczsn en sablc pa-
1 i l l , i - urí ador— . P olib io está atento a sum inistrar a ios escaros cas ieccio-
P O IiB IO
2 1>5

nes de la experiencia, no teorías de lo que pudiera haber ocurrido En una


discusión de la constitución ele Esparta dice que no sería correcto clasificar
ia República de Platón, "de la que algunos filósofos hablan en términos ele
vados” , entre los sistemas que de hecho han sido experimentados:

Porque así como no admitimos a ias luchas atientas a aquellos actores o atletas
cue nr. han adquirido una posición reconocida o se han entrenado para ¿ ia . tam
poco deberíamos admitir esta constitución platónica a competir por e! premio del mé­
rito. a menos cae pueda primero señalar aigúr. resultado genuino v práctico. Hasta
ahora es compararla con. ias constituciones de Esparta, Roma y Cartago, valdría tanto
corno ponerse a comparar una estatua coa persona:- vivas. Aunque ia estatua fuera
impecable como arte, ia comparación de lo inanimado cor. ic vivo cejaría, come es
natural, una impresión de incongrutdad e imperfección en los ánimos de los espec­
tadores (¡ií>. vi, cap. 47).

Esto suena menos a griego que & romano. Pero nos asegura de que e!
autor no es hombre que se deje arrastrar al dominio de la teoría mientra-,
e! mundo se ¡e ofrezca lleno de cosas para estudiar. N o pierde el tiempo con
ls$ "causas finales” , a pesar de su constante deseo de plantear la cuestión.*
A k verdad, su propia filosofía de la historia no está definitivamente esta­
blecida. Comienza por atribuir a la Fortuna toda la sene de acontecimientos
cue desembocaron en la unidad imperial: pero, aunque rindiendo un tribu­
to formal a la diosa de la suerte, en ia práctica la reserva para ios cambios
más inesperados de 'ios acontecimientos, las sorpresas bruscas y lo inexplica­
ble ¡T.b. xxrx. caps. 21-22). "N o fue por un mero azar, o sin saber lo qiis
estaban haciendo, como ios romanos dieron su atrevido golpe para ia supre­
macía t' el dominio universales, y justificaron su audacia por su éxito. Neo
fue el resultado natural de ia disciplina obtenida en ia dura escueta ae la
dificultad ir el peligro” íub. 1, rao. 63)- La teología ¿ t la fortuna comparte
el destino de todas las demás abstracciones en manos ds Roíibio. N o se inte­
resa por ella, sino por los hechos. .f
De acuerdo con esta actitud estaba su método de trabajo. Polipio era un
estudiante más bien que un erudito: un estudiante de ¡os hombres y cel
mundo que ie rodeaba, de preferencia a los libros. Seguro que no escatimó
esfuerzos en sus investigadores, y que esto significó mucha rebusca erudita:

5 Véanse, para ejemplos, Ub. t, caps. 63-64; lia. JE, caps. 7' 9 - etc*
H ISTO RIA DE L A HISTORIA

pero siempre considerò esto corno trabajo de importancia secondaria com­


para di' con ci conocimiento de primera mano de cómo las cosas habían si­
do hedías o se hacían. S: algo puede perturbar la satisraccion del moderno
investigador, que con tanta frecuencia ve el mundo a través de los barrotes
i!e la ventana de un archivo, es e! ataque de Polibio a Ximeo. el sabio erudi­
to, que llena la mayor parte dei libro doce, y del que nos ocuparemos más
tarde. Polibio se burla de Timeo, porque "habiendo permanecido tranquila­
mente en Atenas durante cerca de cincuenta años, tiempo en que se dedicó
al estudio de Is historia escrita, se imaginaba que estaba en posesión ce ios
medios más importantes para escribirla’’ (lib. xn. cap. 25, sec. d ) . Tiene uno
que haocr participado en una guerra para saber cómo ¿escribirla bien y co­
rrectamente; nene uno que haber observado los movimientos políticos de sus
propios días para ser capaz de tratar de los del pasado. Estas cualidades Poli­
bio las reunía en grado superlativo. De una buena parte de su historia había sido
"te n g o de vista . . en algunos casos uno de los actores, y en otros el actor
principa!” (lib. m, cap. 4 ). Estuve presente en ei último gran momento trá­
gico de Carrago; a él le confió Esdpión su presentimiento de que Roma ec­
tim a algún cía la misma suerte (lib. xxxix. cap. 5). N o scío conocía tefes
jlriegos y romanos, sino de otros países, por ejemplo a Masrirùsa. v a ios
miemos cartagineses (lib. IX, cap. 25). Además, en lugar de quedarse con­
fortablemente en Roma, majó, como un Herodoto del Occidente, cara ver el
ironico nuevo que entonces se abría a la civilización. Fue una exo-oración
científica. E! nos cuenta que afrontó Tos peligros y fatigas de mis viajes
en l.ihia. Iberia y Calia., así como pe: el que nana ia cotta occidental
rie c»or. países, a i; de poder rectificar los imperfectos conocimientos de es-
entures más antiguos” (lib. ni, 50). Su propia exotnenàa R
«Ir.»confiar totalmente de los geógrafos anteriores; y es que acemas según
“ •'“ do, ninguno de elios disfrutó de las oportunidades para, investigar cor el
mundo que ahora proporcionaba k Pax Romana. Su cu-osnja-' e— insana
lie. A t t í vesó él mismo el paso por conde Aníbal había -cruzado ios Aloes: en
r * OIT(' extremo de Italia descifró la inscripción de Aníbal, grabada en un
!■ I*»! sobre un promontorio del Brudutn. para poder establecer la distribución
I-1' • urr/.ií, cartaginesas. Trazó planos de ciudades, examinó archivos.*

VruM la observación casual (lib. XVI, cap. 15) de que un documento de Rodas
■■ f , 1M1a m i, lato.
POUSiO
o/

transcribió tratados,’ y estuchó historiadores más antiguos. Pero rara vez


encontraba una autoridad con la que n o se impacientara, y tal vez su rasgo
personal más destacado es su crítica persistente y desconfiada de los histo­
riadores. y su frecuente disgusto con ellos. Era imposible que persona de su tem­
peramento directo, activo, aceptara a los historiadores retóricos de su época;
pero en su desprecio de la retórica y de los ratas de biblioteca, llegó a no
apreciar las aportaciones auténticas de sus predecesores.
Esta acritud, además, tenía una significación personal; refleja el lado
flaco de Polibio. Porque, a despecho de toda su prodigiosa labor, nunca
aprendió a hacer un relato cor. eficacia. No era artista. N o tenia nada de la
gracia ligera de Herodoto ni de la maestría de Tucídides. Es también carac­
terístico dt- él que nunca se retinó al primero, y que mencionó al segundo
tan sólo en una observación casual. No tenía nada que aprender; prefirió
hacer las cesas por su cuenta, y estuvo a punto de fallar en ello. Porque no
podía tejer ía tela intrincada y compleja de la historia universal sin en­
redar con frecuencia los hilos por temor a perderlos. El se daba cuenta de
esto tan bien como nosotros, y una y otra vez se introducía ¿i mismo en el
relato con digresiones que son explicaciones y excusas. Esto es lo que da

• Véase lió. m, caps. 22 a . Este pasaje da los tartos tíe seis tratados entre Roma
y C arago. Polibic ios había copiado de tabletas ce bronce que se conservaban en ía
tesorería de ¡os cuestores, 3; lado ¿ tí templo de Júpiter Capitolino. Por desgracia,
sin embargo, Pollino parece haber incurrido aquí en lamentable error por su falta
de penetración en ios tortuosos procedimientos de ios diplomáticos — y esto a despe­
cho de todas sus pretensiones cc superioridad sobre otros historiadores debida a su
experiencia de Ice hombres— . Acusa severamente a su predecesor Filino, d historia­
dor siciliano (iib. m, can. z 6 ) . por decir eme Roma y C a ra g o habían concluido un
tratado er virtud del cual Sos romanos prometían mantenerse alejados de S anda y
los cartagineses c e Italia, y que los romanos habían violado este tn K sár cuando in­
vadieron Sicilia a! comenzar Is primera guerra púnica. Polibio afirma taxativamente
que. nunca existió semejante testado. De hecho T ito Livio lo menciona ¿01 veces,
v los historiadores modernos estás virtualmentc unánimes en apoyar s ruino contra
Polibio, E! último parece haber supuesta que si hubiera existido semejante -tratado,
aunque los romanos lo hubieran violado, habrían conservado una copia d t él expues­
ta en !s tesorería durante más de cien años, corno recuerdo perdurable de su propia
infamia. Por desgracia Pelimo no fue el último historiador Ce ¡a diplomacia que
cayó en el error de aceptar que los cor omentos diplomáticos publicados en un ''li­
bro azul" oficial son necesariamente auténticos y están sin expurgos.
8 Los siguiente# passies sor. especialmente raboto; por sus comentarios sobre el
17
HISTORIA DE LA HISTORIA

<i m; lu.Mor a ese carácter intimo, personal, que es tan poco antiguo. Herodoto
kr kuinrrgu cr. el tema con el abandono de quien sabe cómo contar bien una
l>ijii Instona. Tucídióes trabajaba como un dramaturgo, objetivamente, so­
lí» tu mi', u;p sóio ai auditorio el producto acabado. Pero ninguno de los dos
no. invitaba a pasar a su estudie, ni interrumpía el relato de una guerra pa­
ta .(iM'tttir métodos ¿entíneos. En cambio, Polibio no puede mantenerse mera
•ii! rrlaio, y una vez en él da rienda suelta a sus sentimientos y puncos de vista.
Nirtnprr pierde ¡os estribos cuando encuentra cosas equivocadas en sus fuen-
i r y una vez caldeado, se vuelve muy charlatán. Poco entrenado — para ser
mi (’negó— en literatura, hombre ce acción convertido en maestro, cor.side-
in mi asunto como un problema, y presenta su trabajo como ías soluciones.
V i moni.: a sus contemporáneos y regaña a sus predecesores1 cuando no es-
Mii «Ir acuerdo con ¿i. io cual ocurre casi siempre. Luego se disculpa por ia
iligu-MÓti, y continúa un poco su relato. Pero las digresiones son mucho más
que »imples justificaciones; porque, en último término. Polibio había medi-
i»'lu profundamente sobre su tarea. Se elevan a la dignidad de un tratado
•oble la historia, ia primera y k más noble exposición de los ideales esentí-
I" para el historiador hecha antes de ios días de Ranke. Realmente son
r-uu digresiones más que su tema principal las que conceden a Polibio un
hipti un rlrvadc en la historia de la historia. ¡Cuán increink le hubiera
p. ii ( i<lo .i él que nadir hubiera leído su Historia por los apartes y no por el
»ii.iitivii d-¡ tema! V , sin embargo, hay personas para quienes el desarrollo
itutriiu (1 , - 1 Imperio romano significa menos que el desarrollo ce': método cien-
til un 1 irspués de todo, el uno pertenece al pasado, sus potencialidades están
i <iv iota ¡mente agotadas: mientras que el otro pertenece ai futuro y a todos
lo» t ir nipos, y es capaz de posibilidades impredecibles.
I mc tratado está esparcido a través de toda la historia, como hemos Indi*
i »- ii. v está ejemplificado en la estructura y el método de trabajo. Polibio
• ■ y< Ij \<uJ.id, que cc ” el ojo de ía Historia.'' e insiste en que t¡ hUtoria-
•I• ' uil» renunciar a todo partidismo, a rodo prejuicio personal, y, coavir-
'"I iiii en i.ir/, proceder a dominar los hechos, tal come ha van ocurrido.
‘ I n lu.irim un hombre asume la actitud moral de un historiador, tiene cue

...... > * 'ni i kÍ «Ir trabajo: lio. n cap., 56; iih. ni. caps. 57-59; lío. IX, cap. r;
bl- " , i» r ]<', lu> ,vvi cap. i?; hb. xrrva, cap. 4; lib. x x m , cap. x. T a l ver !*
1 " b i.d i mui »cubada r- este comienzo de! libro tp.
■i" t I. iim n 7 .’ >c A n r i r u t G rrck H i^ ip risn s, c f . v i .
POLIBIO =59

olvidar todas las consideraciones." tales como el amor de sus amigos c el


odio Ce sus enemigos En ocasiones deberá elogiar a ios enemigos y cen­
surar a los amigos. "Porque así como una criatura viva queca totalmente
inútil si se la priva de ios ojos., así si a la historia se ie quita ía verdac, ¿qué
te aueda sino un cuento ocioso y sin provecho? (¡ib. i. cap. 4 }. Estas son
palabras nobles, dignas de ser tenidas en recuerdo imperecedero. Por cesgra-
cia. casi nunca fueron escuchadas, y, a pesar de las buenas intenciones, no
fueron aplicadas ni siquiera por quienes estudiaron a Policio — Cicerón, por
ejemplo— . Pollino no dice que los historiadores estén entregados a lalsiti-
’ t
raciones conscientes — aunque a veces toca esta nota— sino que se oa per­
fecta cuenta de! pre juicio que el partidismo da de seguro a un relato, in­
cluso en las manos más honestas. "Rogaría s mis lectores, sear. de nu gene­
ración o de las futuras, que si me descubren haciendo una falsedad delibera­
da, y faltando a la verdad en cualquier parte de mi historia, cue me critica­
ran despiadadamente; pero si lo hago por falta de información, que tengan
indulgencia: y lo pido para mí más que para otros, debido al tamaño de mi
historia, y s la extensión del campo oue cubre” (lio. xví, cap. 20). Esta ten­
dencia es man i: íests en toda la obra, pero se- concentra especialmente en el
i amóse libre x a . en el cue Poiibio ataca a su predecesor Tuneo. Esta di­
gresión es casi un tratado por si misma. Quien estudie historia y no se deie
impresionar por ella — teniendo en cuenta ía época v las circunstancias en
croe se escribió— tiene poco que esperar de todo lo que sigue en este examen
de ¡a historia ce is historia.
Poiibio creía en e! carácter pragmático de la tarea ce! historiador. La
historia cebe edificar, ser útil. Pero pierde su pragmatismo s; no es verdad:
entonces es tan sólo un "cuento ocioso” . Y esta es la piedra ce toque de su
propia obra. N o es probable que nadie se emocione hoy con las tasó tacones
de los Locrios o con la política de Diaeus. Pero, mientras subsista la historia,
ios ideales de Poiibio serán inspiración v guía.
C A P I T U L O X \ T I I

H IS T O R IA D O R E S G R IE G O S D E L A U L T IM A E P O C A

C T UN que Folihio puede con justicia figurar como el último de ios grandes
historiadores griegos, su nombre no es en modo alguno ei último de ia his-
t ortografía griega. Hubo m udos historiadores, ce distinta importancia, en­
tre aquellos intelectuales griegos que se convirtieron en maestros del mundo
romano, y aunque individualmente sus obras tai vez no justifiquen que las
examinemos aquí con detalle, tomadas en conjunto se prestan a algunas ge­
neralizaciones de interés.
En primer lugar, el incentivo para escribir historia había dejado de estar
en relación con el piimer estímulo que 1c había producido, el patriotismo
o el sentimiento nacional. El intelectual trasplantado, que vivía en el exilio
en titiras extranjeras, cor dificultad podía llevar consigo su propia antigüe­
dad, y aunque lo hiciera, a pacos les importaría tener noticias ce ella. Por
otra parre nc- podía asimilarse las antigüedades del país en que residía con la
misma apreciación sentimental de su participación en la Listona que si. hu­
biera nacido centro de su herencia. El resultado rué un cierto despego pal­
parte de los últimos estudiosos griegos, que. en algunos casos, parece haber
contribuido 3 ia indiferencia hacia aquellos movimientos ce causa y efecto
cuc habían m ingaco la aguda inteligencia de Poiibio; a?) quedaron conver­
tidos en anticuarios más bien diletantes. Por otra parte, este contribuyó
también a tina mayor amplitud de miras que llevó a ios espíritus mejores
más allá de los estreches confines ael patriotismo puramente romano, y íes
dio un vislumbre de la historia universal.
Es difícil decir por qué las ventajas evidentes gí: esta posición de distan-
ciamiento no fueron explotadas mejor. El griego de h? época helenística po­
día considerar muchos de ios problemas históricos de la antigüedad con el
H ISTOSIA DE I-A HISTORIA

mismo tifw de pcrspecriva que ci historiador moderno apires. al estudio de is


f liad Media. Podría incluso esperarse que el estímulo económico de ganarse
la vida ion el propio cerebro hubiera animado a los intelectuales griegos, que
adornaban las casas de los dueños del mundo como esclavos, libertos o su­
bordinados, a empresas notables en ese tipo ce investigación que conduce a
resultados sistemáticos siguiendo normas científicas. Pero Ja retórica por un
lado, y la filosofía por otro, demostraron ser las rivales triunfantes.

III mencionar la filosofía griega en relación con esto nos recuerda que
apenas ss hemos hablado .de ella antes. Hemos tratado con certa amplitud
ti- la retórica y de la influencia de Ts6crates; pero ¿que c e n t de is. influen­
cia de la filosofía sobre 1 c historiografía griega? Platón apenas s: ha esca­
pado con una mención ocasional, y Aristóteles ha entraco en nuestro examen
con poco más que una nota. Y , sin embargo, las más grandes creaciones ce;
pcnr.erujnto griego no podían dejar de afectar la visión ce los historiadores.
..tinque contribuyeran poco directamente. La verdad era un ideal tanto a s
l.i filcsotín como de la historia, y en el reconocimiento de las virtudes so­
ciales como fuerzas históricas, o incluso en la calidad pragmática de una oora
romo la dr Polibic. tanto puede haber un índice de la influencia estoica
»obre c! espíritu del escritor como un índice de su poder esc observación ch-
rt ete d» ios hechos.3 Las lecciones oue is historia suministra a quien esta to:
maoc en los principios de semejante filosofía no son las mismas que podna
proporcionar a un Heredero.
Seguir el rastro de estas sugestiones nos llevaría a campos intrincauOi.
n-uv lejos de nuestros límites. La historia c'e la filosofía ¿e la KisiPtiograf;.a
pliega será mejor dejarla al especialista. Este, desde luego, implica quq
iitnrribución de la filosofía c ia "historia fue limitada. Perqué, aunque oíre-
ció puntos ce vista a los historiadores, no fue capar ce proporcionar el
r.uo crítico que es base de la ciencia."Aristóteles, es cierto, miele- t í cam un.
pero la influencia de Platón llevó er, is dirección opuesta* Aunque tue ’-..ia
pian cosa t! haber justificado la supremacía dr la razón, como Jo t . z o : y
ItuJx-t insistido en ¡a identidad de verdad y bondad. Is tendencia spstta---*
dr sus especulaciones unificó ese conjunto de datos cue « el universo

’ lin ? excelente exposición resumios de este tema se ' endientes en H . P r ^‘ -


M'.iWviV unJ Kunst (Verdad v A rte), (ro n ), cap. vk: "La Steel, Poiihíc- Posesso-
mu v Kttrabón/’
H ISTO RIADO RES GRIEGOS DE L A U L T IM A EPO CA 263

investigador mediante la línea de pensamiento más ahistórica imaginable,


su teoría de las ideas. La metafísica v la historia nc tienen mucho de común.
Pero el interés de ics pensadores por las ideas más guc por los hechos t u ­
vo menos culpa del limitado progreso de la historiografía antigua que la
incapacidad para reconocer el valor del mecanismo. H ay un notable pasaje
en el Fcáro, en ci cual, según Piaron. Sócrates se lamenta de que haya pasa­
do aquel tiempo en que io; únicos hechos conocidos d d pasado eran los rete­
nidos por la memoria, y la Legada de esta ép-oca degenerada en que las gen­
tes no se molestan por recordar las cosas que queden leer en los libros." La­
menta sobre todo la invención de la escritura. La confianza en semejantes
procedimientos disminuye la capacidad de quien ios emplea para distinguir
la verdad de su apariencia. Es un argumento especioso; y podría pensarse
que su discípulo Piar.?:;, a! dar cuenta de él — por escrito— 1c haría con un
sennao Ce humor. Pero no ítay señal cíe ello. Porque, at hecho, esta obje­
ción ce PÓcratcs c! aliabeto no era siso una exuresien aislada de una tenden­
cia que arraigaba hondamente er. el espíritu de Platón. Este espíritu tes
fundamentalmente poético. F’or temperamento repelía el mecanismo. E l m>-
nr.to 1c deem que trazar señales negras en los papiros c t Egipto o en Jas
picies de Asia — acuclia? pieles que íes mercaderes de Pórgame convirtieren
mas tarde er; pergaminos— es una operación inferior a la recitación de un
poema épico. Es e! mismo tipo de protesta que tenemos hoy por parte de quie­
nes prefieren ci trabajo manual ai ae la máquina. Es de suponer que Sócra­
tes hubiera prc ferrar» decir la hora mirando cómo se alarga la sombra en *2
esquina que no usanoo un telo». Ignorando los inventos uno se mar-tíent
"mis cerca de la naturaleza/'
Esta es una actitud que se encuentra s través de toda la historia de i*
cultura. Sus anegados más decididos han sido los artistas todas cics-S-
siempre impacientes ante cualquier cosa que se interponga entre la natura*6'
2? ti individuo. En parte nace de la concentración del creador en su cX ¿'
cor esa concentración que es goce— , y ie deja hasta cierto punto tndL-"
rente respecto a su conservación. El idealismo, a impulsos de este senritnL'1'
to romántico, se ha privado muchas veces ce ic-s medios para realizar .o»8
chrr. per mantenerse apartado de ios procesos que realizan las ideas. Es
rióse hasta qué punto ha sido corto cíe vista. Porque, con una visión
amplia, e; propio mecanismo es una creación artística. La invención ce ur‘
Ft¿to. 27^-7^ D .
if»4 HISTO RIA D a X A H ISTO RIA

n!f«Iwt<' c. un.i obra de arte que puede parangonarse con ia pom a. En su em-
|»lr«• ri parte del ropaje del pensamiento, como las palabras crismas, y par­
le ipa ili la inmortalidad que é! asegura. Incluso Í2 máquina, que suplanta
lo* movimientos áe la mano del trabajador, incorpora el pensamiento en sus
m.eiriluir.«., de igual modo que ei mármol lleva la huella cr ¿a imaginación
■ ir un escultor, o que los colores sobre el lienzo de un pintor conservan la su­
pe»! mu de la naturaleza. Sin embargo, por tratarse de una creación social,
i n q u r individua!, su apreciación es más difícil.
I.» filosofía griega no supo ver que el poder ce las ideas se desarrolla
• l*ir un inundo impuro, eí mundo de la vida diana. La irssoria depende
■ NI mtcíinivno que transriere las ideas de Jos cerebros a las substancias mate-
tuli y que permite así que el pensamiento cure mientras ios pensadores
virti«-ii y van. Es preocupante pensar.en lo mucho que depende de la subs­
tituí u. Sabemos, por ejemplo, que eí incendio de la bichees ca de ASejan-
ilii.i ti<irruyó para siempre gran parte de la cultura de aqueha antigüedad
irm ou que se había reunido en los papiros de sus estantes. Sabemos, tam-
Imiii, que los últimos clásicos ce Grecia y de Rema perecieron ec. los enmohe-
• tilos rollos cíe papiro que no pudieron durar en el clima áeí Mediterráneo
•i [ i«ntiiona!. A i comercio de libros ce la antigüedad le traía sin cuidado
«I futuro — como ie ocurre a! de hoy— . Pero de no haber sido mor los rollos
ib j’itpiti> en qu«. trataban aquellos astutos mercaderes que traban sus pro­
ducto:- ., los muelles dei Píreo y de Ostia, es dudoso que huebra llegado a
1 m u ii l.i literatura de la Grecia y ce la Koma clásicas. Si nc ¿tablera existi-
<li huís materia escriptoris que las tabletas de atolla ¿cómo habría podido
lo rilad tlr Augusto realizar lo que realizó? Imagínese a PcSbio o a Tito
I ivio acumulando los cilindros de arcilla necesarios para escribir sus histo-
11m* O , para llevar el asunto s nuestros propios días, ¿que seriar, la litera-
miii moderna y el periodismo si el arre de fabricar pape! no hubiera sido
tii ulo m Europa por ios árabes? U na imprenta es inimaginab-k sin papel:
v L lo«rarura moderna no puede existir sin ninguno de ios ¿os. Necesita-
ii.ir u'i Ají tur Rcsjrtu > en la mstorta d é la literatura para que nos describa
i min ittiimtrntr y desesperadamente limitado es el pensamiento excepto cuan-
•-i» Mtií |noviero dr mecanismos.
I Inii rxii.ticto dos grandes épocas creadoras en la historia ¿ : nuestra ci-
vilunrión: 1.1 dr la antigua Grecia y la de nuestros días. La. una produjo
it |.. iiMimirnto crítico; la otra lo aplicó a inventar máquinas. A l lado de
HISTO RIADO RES GRIEGOS DL: LA Ú L T IM A EPO CA 20«;✓

estas dos contribuciones a la sociedad secular, rodas las otras sen de menos
importancia. La una puso en actividad esa inteligencia critica sobre la cual
descansa todo nuestro anarato de conocimiento; la otra convirtió a la natu­
raleza en aliada nuestra, no sólo por aplicar su poder a hacer nuestro tra­
bajo. sino también por proporcionar los medios para extender el conocimien­
to mismo, casi hasta el infinito. Y el punto a que esta historia retorna una
y otra vez es que incluso e! genio de un Platón apenas si habría pociáo anti­
cipar la porción más pequeña de los resultados que se obtienen por ios tra­
bajes lentos y menudos del mecanismo de la ciencia.
Es, tal vez, una sum e para nosotros que se nos evite la tentación de se­
guir estas sugestiones en los historiadores helénicos posteriores, nebído a;
carácter fragmentario de los restos literarios de la mayoría de los que po­
drían servir para este estudio. N o obstante, tendremos el problema en pie
cuando estudiemos los romanos. Nos falta simplemente per pasar una rápi­
da revista a las figuras más destacadas entre aquellos griegos que suministra­
ron al mundo culto de su época el tipo de Kisto na que él demandaba.

La historia de Polibio fue continuada por el estoico Posidonio, quien se


dedicó a la tarca con ideas parecidas a las que tenía e! mismo Policio sobre
las deformaciones del relato causadas por la ornamentación retórica. Tam ­
bién, como su predecesor, había viajado mucho hasta los límites oel mundo
conocido, desde España hasta Rodas y Siria, y escribió abundantemente so­
bre ios temas, más variados. Su Geografía y su Historia son las únicas obras
que aquí nos interesan. La última fue comenzada en 74 a. j . c.. y conti­
nuaba la historia universal de Polibio. en cincuenta y dos libros, desde 144
a, j . c., hasta la dictadura de Sila en 82 a. J. C. Eué una obra notable,
v aunque Posidonio no forma parte de los retóricos, sino que está en la
línea de "I ¡meo y Polibio, Cicerón lo mencionó como un maestro del estilo,
cuando iba el mismo a escribir el relato de su consulado en griego, El críti­
co moderno elogia también en este historiador estoico su saber y su capaci­
dad crítica.'
Esrrabón fe. 64 a. J. c.— 19 d. J. C.}, el gran geógrafo, fue también un
continuador de Polibio. v escribió algunas Memorias históricas ene incluían
lec hechos dt Alejandro. Ls Geografía también tema una introducción his-•

• C icer ó n . EpisiuUrum ad A t tic u m iibtrr secundas ÍLihr^ ¿secundo ¿ t ias epísto­


las a Atico), carta 1, seos. 1 y 2,
jf'íl HISTORIA DO L a HISTORIA

m - ii .i qu< .ibr.rcaba la historia de la geografía y la obra de ios geógrafos


Iiíim.1 *u tiempo, y que es cas: nuestra única fuente para figuras tan im-
poiiimiii como Eratóstenes. Además, ios historiadores están tari destacados
diino autoridades en la Geografía que casi puede decirse oue comprende la
<j*r descriptiva de ia historiografía antigua, fase tan evidente en xas digre-
*Mtnr* de } ícrodotc. Pero Estrabén tiene todavía otro interés pera nosotros.
Su método. siguiendo ías tradiciones que acabamos de ver mantenidas por
Pmitkuiio. era citar ampliamente de sus autoridades, preservando así frag­
mento:. dt ellas para sus lectores menos instruidos y, de paso, para nosorros.
Griego que había viajado mucho, conocía también Roma, y e¿ un siemoio
dntucado de aquellos '"filósofos" — porque así le llama Plutarco— que arep-
i-han (a:; formas más senas de la crítica y respetaban los Lechos. Tenía más
de erudito cue de historiador, como lo indica su predilección cor la geo­
grafía. Eos acontecimientos históricos requieren una dimensión más. Es más
Etril describir c! mundo en el espacio que en ti tiempo." y para .a gran ste-
n-ii» que recrea con la inteligencia, los acontecimientos del azar le faltaba la
plrnimd del genio. Por otra parte, fue un mérito para él que no tratara de
beyin a i; síntesis por medio de un tácil empleo de palabras y frases, como
'iihirra lu.ho de ser un retórico.
Efro...urente esta síntesis, en un sentido más amplio, fue la que cuiso
d<u Diódoro Sículc (c. 80-29 £- J* c -)r 5:15 poco anterior a Estrabcn, es su
h •torin general (Bibiioiheoe: historia) en cuarenta libros. Lo intentó v fra-
c i«d porque el mérito principal de su obra estriba para nosotros eti los ftec-
mmim di fuentes cuc intercaló en ella, y no en la audaz concepción unifica-
' '<»•* de la uue estaba tan orgulloso. Comenzaba cor. ios telaros míticos del
.itihrmi E m p t o , \ de Oriente y llegaba hasta la conclusión de !c¿ histerias
d Grtcir \ Sicilia. Pero, por fortuna para, ia conservación de rus fuentes,
i" ■ vio las conexiones recíprocas de los acontecimientos, v se Irritó a hacer
im.. (-M'i-tif de crónica de; mundo sacada ce una serie de crónicas de ¿lie-

' I n ii lación con cito deben mencionarse los aon ó grafo s griteos c ::; establéele-
1 "i liiiii>. comparativas de acontecimientos en crónicas universales. L a g £ve ¿ c
iiiii' lucia, puesta por Eratóstenes de A lejandría en el siglo ni a. c .. f u¿
1 ■ Io i»'' Apolodoro dr Atenas, cuyos cuatro libres 4 r crónica.' alcanzaror. basta n o
’ 1 1 M E. u rd e Castor de Rodas reunió ios finos en une tsHa smcrcnísrlca o
■ “"| ■ que terminaba en e¡ año 61 a. j. c. La crónica de Castor t--taha Samada
B 1•"> ( i-rmi importancia más tarde para ¡os cronólogos crisriaros. Esto se acrecía rer-
■ 1 1 •!* file r n F m e h io .
HISTORIADORES GRIEGOS DE L A Ú L T IM A L P O o A 267

rentes países, recortando v aiuscanco l«¡¿ «litoñdaaes según sus exigen cías,
perci dejándolas pare verificar el reisro. A esa* monumento ae erudición,
heterogéneo pero imponente. Diódcro «mamó algunas ae las tantas tes ce ia
retórica, v no e. de extrañar que no consiguiera ñamar la atención ae los
contemporáneos pars quienes escribía. Unicamente más tarde, cuando los sa­
bios cristianos comenzaron er el siglo ffl a volver la vista hacia el pasado
pagano en busca de una histeria del mundo entero, y no de Roma solamente,
es cuando Diódoro resultó tener ¡a suficiente importancia para cue se asr.rnj.
rase !a conservación de parte de su historia universal.
Dentro át ¡2 ¡mea de esta* v— 1• • • 1
- tristonas universales. Nicolás de D a­
masco escribió ios ciento cuarenta
V cuatro libres de su historia a que más
arriba hemo- i'echo referencia
e‘" r ‘ es pirulo que trata ce jóse! o. El favorito
de Herodes c. Grande supe tar’-Kta, , r , .
„ , , , , ' ganarse el ta v o r ae A u g u sto . v su üe-
rr.uatío reíate de ¡o: aconrecitn’eo-ry;
. . . . contemporáneos parece que no estaba
faltoo dt pulimento meneo, h»« ... , ’ , . , .,
. - ' a - obra tenia m as ae com punción, com o
(a ae D icd o ro . míe cc tristona in-D .^
„ . . . •J'--psiicuentc.
Per une extraña coincidencia c - • - i - , T-
, ... . , * * I?, ctucr.c cuna ce rierodoto is ene
procuto el historiador ene más t-D- 1
, l *ao ias Dosibiliaades aermneas de esta
clase oc estudios por haber « « n - m
i * , , . .
., . . <a5 normas de ia retonca. Dionisio se
riclicnmíso. nance haca m ediar r«> * 1 • < r • ,
" A-° s ocí siglo 1 a. J. c .. fu e a Rom a en d
ano a. 1. c... según ’ lies ^liosamente en ia introducción e su
invt.ru>: veínticos ss..
A r c h a e o lo ü is 1 , •
• . . , ' en va preparación de su gran obra, crac
rué Duplicada en el ano 7 C. 7 . r C. ■ ‘ * . . w, . A *
1 tnovío en ios mejores oremos de Rema,
y su ambicien ere nvaumr con T - - i , < -
, . A-iO Liv.0 por ia riqueza ce su detuiaos
n.io.mac,'.!, (-a- «atígúeeadts romanas. Además procuré satisfacer
c «i.o í £•*■ ••• '-^Tittancia & los orígenes griegos de Roma.
D o s prepósitos tan diferen te
SO!a podían haber sido fundidos mediante h
mas granee c;.paccc.tí
cidcd cre sc j-i p. <• • * v . .
■ ... • •• <->• Un historiador: en ver de esto Dionisio
anorto una cruoicior Itmitaaa • -r
, t " « s recursos de la retonca, iaciuso estos
r‘ v' 505 n.c r “ ‘ . "'"i. " f' év' rQue intercaló expresiones de los clásicos,
rr.i;..^ «.i', o .’-- r<yi€.u. i.Lcm-se adecuadamente a su relato; estudios re-
t *e,‘vt* il"T1 * J,a*nta3 o ti respeto por lo concienzudo y cuida­
doso ce su trapa <0.

r , r L ‘ iú intelectualidad griega continuó en sus di*.


,.i ..i* t.-.-'.as. \ despu— de -.ue nuho concluido la edad de oro de h litera-
-f.f H ISTO R IA D T L A H ISTO RIA

f(IM latina, el griego se convirtió una vez más, bajo ios A n soninos, en ei
im ili«1 «í< expresión de ia cultura. N o entraremos en ios detalles ¿e este pro-
( |kto sí llamaremos la atendón, aunque sólo sea ce pasada, sobre la
importancia duradera que tienen para ia historia las Vidas ás Plutarco. Po­
n o libro* habrán hecho más para determinar ia reputación d* ios caracteres
lioim no.* rti épocas posteriores. Las cuarenta y seis Vides paradlas están dis-
purHfl* por parejas, un romano y un griego, y las personalidades que acscri-
!*mi mn arquetipos de las épocas y costumbres de su medio c ce sus propias
pr<>(r»umc!. y catreras. H ay generales V estadistas, patriotas y legisladores, to­
da una galería de las grandes figuras cuyos nombres eran ya más o menos
I'ye iidarios y que ahora quedaron grabados en la imaginación de! mundo
.imio i a ruar res auténticos, vivos. Plutarco era na rural ce Beocia, y, aunque
»*»l> mucho, parece que escribió sus biografías después de su regreso a la
I" o"»“ - ciudad de Queronea, en la que había nacido. Es sorprendente que,
f.. nbiriuio como escribe en esta villa apartada, diera muestras c e un espí-
Hin imo amplio, más universalista que su brillante contemporáneo Tácito,
>!lir «nubil' rn Roma. Es ésta una cuestión sobre la que volveremos más
.o.nulo veamos las influencias que fomentaron el provincialismo en
!■' ' i. !>» 10 ios Césares; pero es bueno reconocer aquí que en Plutarco tene-
.... . •••> "i.'Mon.idor’ genuino en el primitivo sentido de la palabra, un :r¡da-
k " " pot ho veredas del pasado, tan interesado por ia religión comparada
" " " " I"’1 h> mci.. !, y falto únicamente de ios intereses sociales y políticos
•i 1 M iin'. oí estos elementas de la personalidad y el misterio zn los pro-
• • ■ "no complejos de ¡a sociedad, haciendo así la historia.
ultimo, pasando por figuras tan notables come Apiano de Alejan-
J Je m i * .1 descripciones do ias distintas provincias del Imperte en veinti-
' libro . i srrtras bajo Trajano y Adriano, sí han conservado casi ia
..... ' » Arriano de Bitinía, favorito de A dncno y de ios A n toninos,
111 1‘ »».ulo Je I picreto e historiador de ¡as guerras médicas- Breamos al
•*' con Casio Dior. Coceejano, ti historiador de Rema, del si-
» ' '• ■' m N'iri-.s en Bitinía.. hacia 355 d. j . c., y virio murióos años
-• .........."iii> miyns elevados: cónsul, procónsul ce Africa, legado en Dal-
1 ' 1 i*i"'iiu. Murió hacia el año 23^. Su historia de Roma, en ochenta
1,1..... ,,,| l|» 1li''nlui.1 rn decauas a la manera como entonces se conservaba
^ di I r n . I m u , \ aI'.‘.reaba desde la llegada de Entas a Italia hasta e! rer-
M,'l" ib AlrjKiulio Severo. Era un producto dr ¡arcas investicaciones. diez
HISTORIADORES GRIEGOS DE L A Ú L T I M A É PO CA 269

años invertidos en la recopilación de materiales; doce mas en la composición:


y fue para el Orienre de lengua griega lo que T ito lis io para el Occidente
latino. Desarrollaba el gran tema de !a historia romana según ei escirro.; de
un dignatario romane. Vemos que en su conclusión la historiografía griega
se fundió y se perdió en el tema del imperio que iba a perpetuar su visión,
aunque alterada y oscurecida,, en una nueva creación estatal en B izan cío.

Volviendo la mirada al conjunto de 1?. historiografía, griega nos encon­


tramos con que, a despecho de las calidades únicas del genio helénico, su obra
en este terreno no nudo escapar totalmente de! molde en que había sido
vertida por otros pueblos peor dotados. Es cierto que nadie tan pobremente
equipado con los instrumentos para la investigación ha dejado nada compa­
rable a la reconstrucción griega del pasado. Esto se debió principalmente a
que ei griego se interesaba por el hombre mismo, por las cosas que hace
o que le gusta hacer; por esto, aun cuando los hechos estuvieran equivoca­
dos, eran interesantes, e incluso podían ser instructivos. Pero a partir de la
época en que el genio griego alcanzó su madurez, en los cías de Pendes, los
más serios de los historiadores griegos concibieron su tarea no como la cíe
simóles anticuarios que salvan del olvido hechos aislados, sino como la ce in­
térpretes de proceses o tendencias. En Tuctdides pudo verse esto en términos
casi estáticos, porque el mismo marco de circunstancias y el misino tipo de
actores producirían ios mismos resultados. Los historiadores út la ultima
época, aunque vivieron entre grandes cambios, no fueron capaces ae elevarse
sobre esta ciencia social que reposaba sobre una observación erecta ce la na­
turaleza humana. Porque, en último término, la vida en el trumao antiguo
se repetía, aunque en términos diferentes. Ei calendario agrícola permanecía
invariable; la vida transcurría esencialmente la misma, generación, tras gene­
ración; incluso en política, que era el tema de la historia, las guerras podían
cambiar ei destino ce ciudades o pueblas, poro después do la conquista, ro­
mana esto era poco más que el juego de las piezas sobre un tablero. El mismo
juego podía jugarse uns y otra vez, aunque no sabían mucho ce las leyes que
le regían. Y , sin embargo, su propósito era estudiar sus reglas.
En este sentido limitado, por lo tanto, apenas si es una exagerador, curtir
que ia historiografía griega repite la de los judíos, h a remos visto corno ti
elevado propósito de los profetas judíos hizo digna de estudio la historia
hebrea por las mismas deformaciones que impuso a su contenido, porque
H ISTORIA D E LA HISTORIA

mili« l.i dr un pasado que con frecuencia parecía negar ¡a mrerpreta-


i hhi «| ir Ir imponían, edificaron su gran concepción de un muña« « i que ia.
jusiiii. humera se ¿esarrolkba bajo la dirección divina. E í griega •que estu-
ilul'.i 11 >¡mina humano no poseía una doctrina uniíicadora oue te Derra riera
iHMiip.it los daros de la historia. Más bien limitaba su visión s -ios actores
rn V1.1CIM: de aquí que ella fuera más variada y, por lo car.re. trras acierta
u l.o disputas de la crítica.. Pero tanto los judíos como los griegos — v-, como
lomo' de ver más tarde, los cristianos también— buscaron en la historia ei
villa pare una manera de vivir.
C U A R T A PARTE
CAPITU LO XIX

LA H IS T O R IA E N R O M A : O R A T O R IA Y POESLA

O ser ja polines c! teme principal de la historia en el mundo antiguo, pa-


rcccría lógico buscar los más grandes historiadores en el pueblo que reamó
ir mas grande creación política. los romanos. Pero auncuc Roma dió las
normas en la práctica de la gobernación del estado, para la antigüedad y pa-
ra épocas postenores, su obra historiográfica es, en conjunto, pobre y decep­
cionante. Fui un enero, Polibio, quien, como hemos visto, escribió en la
ciudad de los Ltscip’ones e: retaco de ¡a ascensión del. pueblo latino hasta
ia escena cíe la dominación universal. Aunque Salustio, T ito Livio y Tácito
se levantaron a la altura de monumentos nacionales — y Tácito todavía más
alto— , las eos figuras más destacadas de la literatura romana, tanto en la
Edad Media como e.r Jos tiempos modernos, siguen siendo Virgilio, el poeta
épico, y Cicerón, t orador fiiásoic. H ay un significado profundo en esto:
porque en tilos, oidor que «» los historiadores, están representados ios inte-
res’ í v acrituort ch ios Pr0?^°s intelectuales romanos: en ellos y en ia otra
, , •, grande, del genio latino; el derecho romano. La mag-
crcacion, todavía mas ' b . . . r, . ..
Jos. romanos er. histonograria, teniendo como tenían
nuu ¿ ccl fracaso
siquiera se había soñado antes en el mundo, queda
tema tal corno ru
un i.a. v a l* ^ individual de Tácito. Pero desde su tiempo
“ P °‘ c‘ que en parte fué su contemporáneo— 1 hasta la caída
ceptun-rk.o .1 ...n t( ^ s[g\o iv, cuando un soleado sencillo y sincero, Ámiauo
cr, i.r.pci r: .. Une. ^ guerras de le frontera y ác los disturbios internos,
. io.Cc..i’0, a tor de talento que conservara en latín la memoria de
no ..uof r. _n so. conmovieron al mundo de aquella época; fué un
los acontecimientos C.1 '
•' ■<* HISTORIA de la h is t o r ia

l'-un to... Dión Casio de Nicea, quien bajo ios Severos, narró ia historia del
f»urblo romano.” *
Nuestro sentimiento por la pérdida se amortigua probablemente con eí
i'oi rv ronsueío de que si hubiera aparecido un segundo Tácito 7 se hubiera
<n iliradn a! tema más amplio que se ofrecía con el paso de las centurias,
lúíínlmrim hubiera logrado, por grande que fuese su genio, dominar él solo
11». «nimio tan vasto. La historia, como hemos visto claramente per nuestro
«Minen de ia de Grecia, difiere en absoluto ce ia poesía o la filosoiía en que
ni 1r.Mtj un aparato piara ia investigación. La filosofía puede conseguir una
mirvii captación de ios problemas de ia realidad partiendo de un Descartes
uur m- despoja — o trata de hacerlo— de la herencia de pasados sistemas.
I’rto t! historiador nunca puede trabajar aislado. Las condiciones en que
n aba jó 1 1:cidiaes justifican las revisiones en su relato de ia guerra dei Peio-
¡«Mirso que pueden ser hechas por cualquier editor de las más elementales
»<•lfifior.es para textos escolares. Puesto que los romanos no consiguieron
<1"»arrollar un acarara histórico más adecuado para su propósito que el de
lo. griegos era para Tuddides, deberíamos tener, en el mejor de Sos casos,
rl mismo tipo de obra una vez más. Desde Tucídides a Amia.no Marcelino
ii .uiM urrer cas: ochocientos años durante los cuales se desarrolla todo el
«ir.tina dt! mundo clásico. Y , sin embargo, pequeño o nulo rué el progreso
h allo <11 la otra del historiador. Por otra parte, desde los cías de Niebuhr,
«prtuu i¡ haré un siglo, hasta el presente, la perspectiva toca de aquella an-
ugurclnd ha sido rehecha, estableciéndose una multitud de hechos que los
utitipiiiv. historiadores deberían haber conocido. pero que no tenían manera
il< «vrtiguar. No cabe mayor prueba ce que la historia difiere del resto ce
la luir.mira rn que es más aends que arte, en que es un producto soa?.I más
bien que individual.
1 n idra de¡ carácter mediocre que tenían les escritos históricos de los
lutiieiioi. durante la República es manifestada por Cicerón en el único tra-
i,i ! > »ibrc 1« historia s sus posibilidades que ha llegado hasta nosotros de la
111r rj»t urdí latina, b 1 marco es significativo, porque aparece en su tratado De!
( * 'ii‘l i", ütálogo imaginario, situado por Cicerón en ia villa tusculana de1

1 I (.V mivxt 7 /•<• Oriental Religión! in Román Pagjr.itm (Las rebelones orien-
• rn ri píparmmo «nnintij (trac. 1911). p. 7. conde ia deuda cíe Roma al
irme ir rr*i:r.c brillantemente.
( t< Mr«*»M t / o r a í o r . . l:!>. Jll, c n p . i?
la h is t o r ia e n r o m a : o r a t o r ia y p o e s ía

Craso en el ano 01 a J. c. Los principales contrincantes eran ios dos granees


oradores Lucio Licinio Craso y Marco Antonio.3 E l pasaje que trata de la
historia surge de modo incidental. Antonio ha estado hablando de que el ora-
cor nc necesita preparación especial para citar documentos oriciales en sus
discursos, opinión con ia que su interlocutor Caruio está de acuerdo.

"Bueno, entonces, para proseguir,” c ijo Antonio, "¿ou é ciase Ce. orador, o qué
gran artífice ti. idioma pensáis que se requiere para escribir k h isteria?' ' Para escri­
birla como Li Lar: escrito ¡os griegos, un hombre de las dotes más elevadas,’’ c ijo v .s tr ­
ie ; "para hacerlo como nuestros compatriotas, no se necesita un orador: es sur ice n te
con erre el escritor diga ia verdad.”

Esta depreciación de los antiguos historiógrafos róstanos — porque así se


consideraba ia simple exposición de i?, verdad— se consigna aparentemente
para indicar la opinión genera! en que eran tenidos en ios cías dt Cice­
rón. Produce, no obstante, en Antonio la siguiente justificación de ios ro­
manos por medio de un rápido examen histórico. Lo mas de notar en este
examen es que Cicerón reconoce — porque desde luego es Cicerón quien ha­
bía— que el desacollo de la historiografía en Grecia y en Roma se verificó
siguiendo líneas exactamente análogas:

"Pero.-5 replicó A ntonio, "pare que no despreciéis a los o e nuestro propio país,
¡os mismos griegos también escribieren er. un principio exECtameníc igual que nuestros
Catón, Píctor y Pisón. Porque k historia no era otra cosa que tina compilación etc
anales; v de acuerdo con esto, a fin ce conservar .ia memoria de ios acontecimientos
públicos, el pontífice máximo poní.': por escrito ios acontecimientos ce cada año, ceses
¡a época más primitiva de R o n s hasta la del pontiricc Pubuo M ucto, y ¡os sacaría er;
limpio en tabletas blancas, que llevaba como un registro en su propia casa, Ge mono
que tocos pudieran inspeccionarlo; y estos registros se ¿Lcrnan anota ios Cr-r^nces A n s ­
ies. Este modo de escribir lo han adoptado muchos, y. sin m a gu a omstneaito tír- ernio,
nos han dotado simples crónicas de épocas, personas, lugares o acan recamen tos. i ais?
como tuerca, r-or io cante, Pherecities, fd d á sic o . Aausiiao y muchos otros entre ios
griegos, sc-r. Catón. Píctor y Pisón entre nosotros, ninguno e s los cuates sane, c w
¿dom ar ;--.i composición (porque ios ornamentos ce; esl.ío no fueren intreoucidos
entre nosotros sino recientemente), y qut, con tal de que se ennenca :o que relatan,
piensan que la brevedad de la expresión es eí único mérito.”

Volveremos más tarde a esta mención de los Annctie< Maxrtr?¡ parque es


una primera fuente; lo que aquí nos interesa es seguir ia clave que Ocerón

Ahucio de! triunviro.


HISTO RIA D E L A H ISTO RIA
n 1'

¡ni» ofrece respecto a los motivos de k mediocridad de la historiografía ro­


mano. Todo su interés se concentra en el estilo dt los escritores. El primer
|,„a„ en este sentido fue dado, en su opinión, cuando Antspárer, ti ¿r-Struc-
iki e!t! orador Craso, adornó su relato con k retórica. Admire eue Antipáter
rnnjirro,4 ; k'ro, sin embarco, is tristona en Homa no rué gran cosa antes de
•ii tiempo. La consecuencia es clara, y es Antonio quien la desarrolla. La his-
(oi tu r» un arte, y corro tsl puede comparársela con la oratoria; y se indica
ijiir los romanos no le han sabido hacer justicia porque se han concentrado
rkrrsivamrnte cr. la elocuencia forense:

"N o <". nada extraño,” dijo Antonio, 'que !a historia nc haya ocupado todavía un
l'iir»u> en nuestro idioma: porque ninguno ce nuestros compatriotas estudia elocuen-
im »mu para desplegarla abocando en el i ore; mientras que entre ios griegos, los
Imiulirr» más elocuentes, totalmente apartados de la abogacía, tratar, ce obtener re-
u«iiiliir por otros medios, tales como escribir insoria; porque ¿el mismo H eroáota que
i» ipiirii primero dió lustre a esta dase, ¿ t escritas, sabemos que trunca habló en e!
*"tu, r.o obstante, su elocuencia es tan grande que me deleita extraordinariamente, en
L ilu dida en que puedo comprende! ei griego. Después de ¿i, er. mi opinión, Tucídi-
¿ ,l' lia tuprrado a todos los historiadores er. ei arte ce la composición: porque tiene
""a tíquet» tal de material que casi iguala al número de sus palabra* con ei número
( r ">s pensamientos. Tampoco él, que sepamos, aunque intervino er. ¿a vida pública,
M dedicó al loro; y se dice que escribió sas libres cr. una época en cae no desetr.pt-
carpiv civiles, y en que, como solía ocurrir ere. todos tos hombres eminentes de
ruaba desterrado. Le: siguió F ilis» de Siracusa. quien vivía cu estrecho cortac-
ii.i, el tirano c^iomsio. v Dedico sus ocios- a escribir ¿a historia. mirando, segur,
i'", ,r(iri p reí ere neis s Trie ¡cides. ¿vías tarde, dos nombres de cr cr ¿remo. Teopotr.ro
ior’re. que procedían ce lo que podemos llamar líatn la más noble esencia de retórica,
'ihcwcn »■ i.i historia per las sugestiones ce dt su maestre IIsocrates, v nunca se
.1.
r *Ik a i (ni rri Joro. Por último, surgieron también historiadores entre ios filósofos;
i '' i*' i»• )rnoíorue, el discípulo de Sócrates, v más tarde Cali-tenes.. alumno ce Aris-
' "'(ir* v compañero de .—.¡cicndrc. El último escriño en lornia rmrv retórica; el t>r¿*
" empleo un lenguaje más suave, que no nene la animación ce la oratoria, pero
,,,,r fll,nq»' ,al vc- »<«<* enérgico, es,’ en mi opinión, mucho mas aprudable ”l icifcc:. ’
'I ultimo de rodos ellos, pero, por lo que pienso, con su ch e ei más erad:to. más
n. tirimto* \ en variedad Ge ice as. y so fairc- de adomo en ti e5rL*c. una
' '"•» i.t titulad de clocuenc 13 a esta clase de eserneys. oero no « > :ñ e a c iz forense/’ 1

Muy bastante materia pana reflexionar en este breve «am es. Es un capí-
' 111' ’ ri> miniatura oe hisroria cíe la histeria, el primero y e' ¿meo en la lite—
4 ( í c i kón, D e orciore., lib. n, cap. 13.
’ //>!(/. lili. 1| caps. 13-14.
LA h is t o r ia en r o m a : o r a t o r ia y p o e s ía 277

rstura latina. ¡Y trate de los griegos! Roma no había producido aún una
serie análoga de grandes historiadores. Saiusrio. T ito Livio y Tácito estaban
por venir. Cicerón tan sólo conocía un nombre latino que pudiera comparar­
se a les griegos. Catón e! antiguo, y para juzgarlo emplea los modelos helé­
nicos. Reconocía que e! campo de la historia es uno por si mismo, y apreciaba
auténticamente su dignidad, pero, después de todo, no le interesaba tanto
como la filosofía. No intentó transmitir a Roma ios ideales de Tuckndes, co­
mo lo hizo con Sos de la escuela platónica a la que tanto debía.” Tucídides
es "un sabio y digno narrador de hechos” , pero "nunca fue considerado como
orador,” y empleaba frases difíciles y obscuras en sus discursos; en cuanto a
Jenofonte, aunque "su estilo es más dulce que la miel” , es "lo más diferente
posible del ruidoso estilo dei foro/' Jts por esto un error, dice Cicerón, imi­
tar 2 uno u otro, como algunos hacen, en el entrenamiento de un orador.'
Una vez sentadas nuestras premisas, que la historia es un arte útil y que
su principal empleo es proporcionar inspiración c frases para el orador, es
claro que deberían existir reglas para su producción, regias que el oracor
pudiera aplicar con rapidez. Sin embargo, no se encuentran en los tratados
de retórica. Esto lleva a Cicerón a suplir la falta en un pasaje muy citado:

¿Quién ignora que la primera ley para escribir la historia es que el historiador
no debe osar decir nada que sea falso, y la siguiente que. debe osar decir la verdad?
¿Y también que no debe haber sospecha en él de parcialidad ni de animosidad per­
sona]''' Estas reglas rundamentales son sin duda conocidas de todos. La superestruc­
tura depende ce los hechos y de! estilo. El curso de ios hechos {rerxm talio) requie­
re atención ai orden cronológico v descripciones de países; y como, en los grandes
asuntos que son dignos dt recuerdo, buscamos primero ios propósitos, luego las accio­
nes, v más tarde ¡os resultados, deberá cambien mostrar qué propósitos aprueba el
escritor; y con respecto a las acciones, no sólo lo que fué hecho o dicho, sino ce qué
manera: y cuando se expone el resultado, todas las causas que han contribuido & él,
lo mismo producidas por azar, prudencia o temeridad. Er. cuanto 3 ios personajes
que intervienen, no só;o deberán relatarse sus acciones, sino la vida y costumbres,
por io menos de aquéllos que sean eminentes en reputación y dignidad. El tipo dt

f O C E R Ó N , De oratore, caps. 3-4. "Confieso que he sise hecho orador (si es que
lo soy, o tai como lo soy/, no en el taller de los retóricos, sino en las obras de k
Academia.” Es la filosofía ía que estimula h imaginación de! gran orador, y ia ima­
ginación es el factor principal en La elocuencia (¡no los hechos!).
‘ C icerón , De as atóte, cap. 9. Le admisión ác esta moda es tan significativa
reme e¡ comentario de Cicerón.
HISTORIA DE LA HISTORIA
*7*

l»n*.iMjr y ti carácter del estilo que han de emplearse deben ce ser regulares y con-
nnu >•> que fluyan con una especie de suavidad uniforme, sin,la rudeza ce los císcur-
m» indicíales ni las frases agudas empleadas en e¡ foro, Respecte a tocas estas cues-
•innr- numerosas e importantes observaréis que no existen regias en las tratados de
los telúricos.f

Tal vez se preste a alguna confusión haberse lanzaác de Beño al tema


ii-rural en este capítulo de introducción. Peto Cicerón descubre más de lo
que pretende, y par estos breves apuntes puede uno ver lo que había er.
la Actitud romana hacia la historia, que determinó toce su carácter. Dos
cus ís se destacan: la tendencia práctica del romano, y su educación griega.
1 j li'Moria es un apoyo para estadistas y oradores, que proporciona ejem­
plo. tic acciones para emular o evitar, o ilustraciones mura discursos, que
quien la: emplea — sí no el mismo historiador'— puede desarrollar de acuer­
do ton las necesidades ce una idea o de una frase.31 La verdad por la ver-
jad está bien a su manera: pero la verdad adecuada y a punto, en el debate
o rti la práctica, es la más valiosa para un romano. Añera bien, la historia
abunda en verdades que pueden ser aplicadas; lo malo es que a! aplicarlas
u corre el peligro de destruir el nexo de los aconte cimientos, y ce perder el
mi - do de las relaciones históricas, de ese proceso, en serta, que da su sig-
mfi ado a! conjunto/1 La historia pragmática, a despeche- de la defensa de
Fvi'bio,11 es un? cuestión peligrosa. El romano práctico, sin embargo, nc
ri'aiv. tnr. interesado en ningún otro tipo de historia, Y su. tendencia innata

" Q c if ó n , D l- otatore, lib. íl, cap. 15.


11 Compárase el dicha de Q uintiliano, De imtitutione cerra?«:, iib. x, car 1,
ir. 11: H isto rie... srribittn cd nammáum non a¿ prabar.cxrr.. (La histeria . . .
ni ruriilv para, narrar, no para probar).
C í. C icerón, Brutas, cap. 11. "EIs el privilegio de 1« retóricos salirse ce la
vri.hnl dr la historia para poder tener ia oportunidad de embelanser e! destino se sus
lirio«--.." Se compilaban colecciones de anécdotas históricas p a n ayudar al retorico
ti, mi elogio de virtud y denuncia de) vicio. La más famosa de estas colecciones
fui lirrlia por Valerio Máximo en los aras de Tiberio bajo el muño de Nueve ¡-¿ros
1/1 />.-« hr< v dichos memorables. Consistía en relatos cerros, agrados y muy emoelle-
rul.r- cacados en su mayor parte de Cicerón, T ito Lirio y Saiusm:..
" Dicho con otras palabras, destruir la historia. Véase el cap. t para la ¿ c f i ­
ní. ióli.
Seria interesante pensar hasta qué punto el pragmatismo de Polibio es un
iillr u i dr influencias romanas.
J A H iS T O JíiA E N R O M A : O RATO R IA V POESÍA -79

no íué corregida por su educación griega. "Grecia cautiva cautivó a Ro


ir.a. solía decirse. Y los griegos que consiguieron este triunfo cultural fue­
ron ios gramáticos y retóricos que enseñaron a los latinos las artes de la ele­
gancia y del sofisma. El efecto de Grecia sobre Roma pudo apreciarse tatito
en ¡a historia como en la poesía y en ¡a religión, una influencia constante
que alcanzó desde la transformación de sus leyendas primitivas hasta ios
embellecimientos del estilo en los últimos escritores.
Ei elemento legendario en la historia romana es el producto más ahistó-
nco imaginable, compuesto de invenciones sofisticadas y tardías hechas a
imitación de la mitología griega, más que ce mitos populares, y suplantan­
do ¿os sencillos anales de los pobres con sugerencias de aventuras extrañas
que relacionaban los orígenes de Roma con los grandes días de Troya. Para
e! romano no había cosas dignas de recuerdo en la humilde historia de su
pequeño estado agrícola en lucha con sus vecinos del Lado. N o existen le­
yendas contemporáneas del largo período de histeria en que Roma surgió
¿c un grupo de villas sobre las colinas situadas junto a ios pantanos deí
Tibor, hasta ser la ciudad más importante del Occidente. Les datos contem­
poráneos comienzan tan sólo cuando Roma estaba ya conquistando el M e­
diterráneo.5' Y como tanto Polibio como Tito Livio "reconocieron como ei
principio esencial de la crítica histórica el que r.c puede haber historia ísde-
dignn y sincera allí donde no han existido historiadores contemporáneos/'
podemos sencillamente prescindir, por ser ajena a nuestro tema, de la heren­
cia legendaria que Roma poseyó desde sus tiempos más primitivos, rué ja
obra de un Wissowa o de un bowler en nuestros días resucitar de entre ios
restos fragmentarios del mito, de leves y costumbres, la viva descripción de
aquella vida extraña y nada heroica de chozas y mercado que cejó sus rasgos
en el carácter romano, pero que el esplendor de Grecia y de la propia tra­
yectoria romana oscureció hasta que los críticos del siglo xix iniciaron su
labor destructiva y reconstructora.'14

' Tar. sólo la mente científica tiene sentido para la importancia ce lo que es
oscuro. En tanto que la historia se considera tundsmeníairoenre como una ¿e las
artes literarias estas cosas se le escapan.
14 N o es éste e! hipar adecuado rara un examen que abarque la rexonstruc-
eter. de la primitiva historia romana. La base de la crítica histórica íué puesta por Louis
cíe Beaufort en su Dissertetion rvr Finceríituüe des eing prerxiers tildes de Fhistel.re
rcrr.ztve (Disertación sobre la incerridumhre de los choco primeros siglo? de fe his-
áHo H ISTO RIA DE L A HISTO RIA

Si Iil- IryrmLu. de ia Roma prim itiva eran irreales, incluso com o leyendas,
»prua* m ni cesi tam os detenem os para ver ia m anera com o ios poetas épicos
luí niirnm aluaron . \ sm em bargo, esto era historia para io s rom anos, casi,
• ihiijiii' no tanto, como los poemas hom éricos para ios griegos. D e hecho la
♦ pn a dr Ruma fué. como un eco c e la gran vo z hom érica. N o se debió esto
i i '. i .. 11.unenti a ninguna debilidad congènita de Ib im aginación rom ana co­
rno w ha supuesto frecuentem ente, ni a que Ies dioses italian os fu eran de
i .itni.iir.-.; abstracta: se debió m ás bien a la ausencia de un a Gran aven tu ­
ra. N o existía un sentido racial entre los habitan tes del L a d o com o existís
m i ir los griegos; no tenían un m undo ''b á rb a ro " contra el que pudieran
*»P'Lir su concien d a n ad en a i. A d em ás, fu eron conquistados po r los etrus-
'*»», v I.1 ¿poca m ás grand e del período prim itivo transcurrió b a jo reyes ex­
tranjero:,. D e aquí que hubiera pocas oportunidades para la epopeya de una
p u n a gloriosa. E n cuanto a la abstracción de las deidades, los dioses de
l" i pueblos prim itivos no son abstractos; allora estam os com en zan do a eom-
p irin ln m ejor los cultos y creencias de la Rom a prim itiva. N o existieron
glandes acontecim ientos divinos, sim plem ente porque los fieles n ad a habían
lie ‘ ho dr heroico; pues el m ito de los dioses es un re fle jo de la historia hum a­
na I .v deidades de Rosna eran obscuras, no abstractas. M á s tarde no existió
ln ttr m io a d dr inventar una nueva poesía épica cuando la de G recia hubo
m ío capturada y traíd a a Rom a con el resto dei b o tín /"

K>ri.t romana) (r y jS ). Ls gran obra ce B. G . Niefcuhr es toásv.a ce gran interés.


I in «](••. primeros volúmenes ce su Remisene Gesehichie (Historia reinan?.) apare-
.inori ri. íS ia . e! tercero eri 1832, y sus Conferencies en 1846. La reacción contra
• 11 rritiui negativa ha seguido generalmente k idea ce que el crecimiento de Roma
punir tratarse bastante bien £ través ¿el análisis ce sus instituciones. La Rdmisehe
(u'uhwhlc de Momirtsen í t 1 ed., i i s - y 6) prescindió deíiberac=-t.er,te cel período
primitivo como anistórico, pero incluso el crédito que concedía a fuentes posteriores
».•bu la era de ia monarquía (er, sus distinto' estudios), ha sido rechazado por el
npurnv escepticismo de E. P aís, Leyendas antiguas ¿ t la historia romana (1005),
u p 1 ,'T.I método crítico.”
No explica ninguna taita congenia de capacidad inventiva en ios romanos el
i|iir v 11propiaran ce ls coltura griega. Compárase k América de hoy que copia de
I iiropH todo, incluso las Renda» de modas. Y sir. embargo, nos agrada pensar que
iiiir.wt«* facultades cíe invención no son desdeñables y que podrían ser dirigidas a
imo . rmrieos que ei de ios negocios en caso de necesidad. Ls cuestión es cue las
r uruna tandas, más que la natural capacidad, dieran cuáles han ce set nuestras acti­
vidades.
LA HISTORIA EN ROM A: ORATORIA Y POESÍA zSl

El primero cíe los predecesores de Virgilio fué Livio Anárónico (c. z8*<-
204 a. J. C.), un griego de Tarento que tradujo la Odisea 2I latir*. Las
andanzas de Uliscs por los mares occidentales aue bañan las costas de Ita­
lia — más que el cerco mismo de Troya— eran el tema sugestivo para los
italianos.. Luego vino N evio (murió c. 190 a. J. c .), romano, cue adaptó
del griego varias obras dramáticas y compuso algunas por su cuenta, cor.
argumentos tomados de ia histeria romana (Rómulo y Reme, una victoria
sobre los galos), y que, hada el fin de su vida, escribió una historia de la
primera Guerra púnica, que él había presendado, en '*'el estilo ce una cró­
nica medieval, pero con un armarán mitológico a la manera homérica (Junto
como enemiga, Venus como amiga de los tróvanos, Júpiter y Apolo toman
parte personal en la acdón).” JV Pero quien más cue ningún otro, con la
excepción de Virgilio mismo, fijó la leyenda poética ce los orígenes troya-
nos sobre ia historia romana, fué Ennio (m. 169 a. J. C.), cuyos Anr.aics
fueren puestos por Cicerón en ei mismo plano que la historia de Heredóte
por su ridelidadj1 que T ito Livio empleó como rúente, y que sirvió a V ir­
gilio para elaborar su poema. Trazó la historia de Roma desde el desembar­
co de Eneas en Italia hasta su propio tiempo a fines del siglo u a. J . c. istmio
era mucho más historiador de lo que en un principio pudiera sospecharse
cade el medio cue empleó, porque utilizó el procedimiento homérico de acu­
mular listas y Gatos exactos para registrar materiales, no imaginarios sino
históricos, o. por lo menos, legendarios. Su relato estaba influido pot sus
íntimas relaciones con el viejo Esdpión el Africano, y tiende a ponerse de
parte de los Escipkmes en la política de las grandes familias romanas, as»
como frente a ios Pablos, que tuvieron por abogado al primer historiador
romano — que estudiaremos en el capítulo siguiente— Q. Fabie Pretor. Bu­
nio consiguió superar en popularidad a. Pictor, y ia historia de las antiguas
familias tal como se conserve en días posteriores oscureció las hazañas de
ios Fabios. Pero el creador del hexámetro latino — porque es Ennio quien
tiene esta distinción— no permitió que estos intereses de clan oscurecieran
el principal, que era ia historia misma de Roma. Llegamos, por lo tanto, a la
conclusión de que tanto en poesía como en prosa, desde el principio al fin,

,e VT. S. T e u f f e i y L. S chwabe , History c f Romeas Literature (Historia de


la literatura romana) ( t r a i 1891-92), vol. I, aec. 95, R. 8.
” C iceró n , De dirmatkme, (De la adivinación), lib. ti, cap. 56.
jRl HISTORIA ZtZ LA HISTORIA

«1 propósito principal de ia litersuira latina. que respondía a las demandas


<tr ta opinión nacional, es la exaltación del estado.
Li culminación de la leyenda poética en latín rué. sin ¿oda, la Eneida
ir Virgilio. Simplemente el mencionarla aquí nos muestra k lelos que nos
levan de los estrechos senderos de la historia aquellos intereses ilusorios, se-
»‘.ilintóncos, que unían a la Roma de Augusto con la historia ce sus orige-
*ru [ira une obra de genio llevar a la época adulterada del principado la
«ennllcT y e! encanto ac un relato del tiempo viejo: recrear a Homero, por
**i decirlo, de un modo consciente, y dar. para su propia écocs )’ para las
I (•Menores, un sentido de realidad a simples fantasías poédeas gracias a Sa
l-.iu calidad dei arte. Sin embargo, esta, aceptación que logre para un mi-
'< rl.ib,irado fuá menos producto de un poder narrativo digno de Homero
c.if <l< las emociones despertadas en los lectores por el sino ce sus persona­
os San Agustín nos dice cuán profundamente le afectó, siendo joven, la
h «loria dt Dido que moría por el amor de Eneas, relato cure encanto riva-
i'/a con la ¿pica cristiana/* Virgilio nos muestra de cué moco la simpatía
kini.ma puede trasladar incluso lo grotesco al campo de ia erpericncia. Jun-
ron esta sugerencia emocional debe mencionarse ia calidad religiosa de la
" nue virgiliana. esa pieles c reverencia que despierta un eco dondequiera
'ir la 'Voluntad de creer’'’ universal está sostenida por la emoción. ?ué la
"verenda por la grandeza del destino de Rosna ia aue teñía de dignidad
l'*Ma la* distancias más remotas, mientras que el acento de! pasado presta-
II n su vez, al presente e! brillo de la poesía y de lo tantásrks. Además, el
luto que cambiaba de las escenas sencillas y naturales, de acuerdo con la cal-
" u ih-1 propio temperamento del poeta, hasta el esplendor cc las visiones
'"•[•rrifcics. ofrecía un panorama de vida y de color que hasta entonces había
' “ l" desconocido en !a literatura latina. N o es de extrañar. tx>r tanto, aue
' 1 i nntrnido mítico de la bneida quedara fijado en Roma come un sucedáneo
•le tu historia.’ '*I

I I iiutcr de esta poderosa epopeya naoó cera de Mantua el ¿r.o no, y murió
•1 »u e ) C. Pasó so juventud durante la guerra civil, trabé contiásientc con Me-
1*n»i \ Augusto, que le estimularon en su obra, y escribió su eren poema durante

“ Jim» A g u stín , Confesiones, iib, t, cap. 13.


I..i primera edición pasaba ea este lugar a Lucrecio. Los des párrafos que si-
1 ai »1 mbrr Virgilio son contribución de! Frof. Swam.
Î.A H ISTO RIA E N R O M A : O R ATO R IA Y PO ESÍA 2$3

Se década que siguió s Se ¿alalia de Actium (31 a. j . C .). La isr.ciáa relata une
vez más la Historia, ya narrada tx>r Eimio y otros, de cómo Eneas llevó sus dioses
ancestrales (civilización) ce Troya a Italia, y se convirtió en e! fundador del pueblo
romano. Pero ei poema contiene muchas otras cosas. Es una glorificación de Rom;.,
de su misión universal y óe Augusto; y es una exhortacic^n dirigida a los romanos ce
los dias de Virgilio. Como era natural tratándose de un poeta que escribía en les.
primeros días del Imperio, V irgilio miraba con esperanza hacia un futuro glorióse:
pero su espíritu había, sido muy castigado por las miserias de la guerra civil, y una
corriente de tristeza corre a lo largo de su poema, que le da a la vez un encanto me­
ditabundo y una alta seriedad de propósito. Sunt lacrimes rerum et manían mortelle
lar.pun!. ' H ay lagrimas car?, ios males, y las cosas humanas conmueven la mente.’'
En medio de las miserias de su propia época, Virgilio trataba de car ánimos y de
reformar £ su; compatriotas recordándoles su pasado tan glorioso y difícil. Una y
otra vez encuentra ocasión para describir acontecimientos, lugares y personas celebra­
dos cr. ia historia romana, y en su poema desfila toda la historia de- la ciudad, desde
Pómulo y Remo amamantados par la loba hasta Octavio en Actium. Rodeados por
peligros y dificultades increíbles, estos hombres, como su antecesor, el ' ’piadoso” Eneas,
habían permanecido fie Les a su deber y habían edificado ia grandeza de Roma. T er.ee
ir.ohs a e i Romcnam censen gentetr, — "de tanta envergadura era la fundación dc¡
pueblo romano” — . N o precisa decir que una grar. parte de la historia así narrada
apenas si era cierra, y que toda ella estaba embellecida para "lograr un mayar eíe-ctc;
pero Virgilio figuraba entre las poetas más cultivados, muy leído en histeria, y — co­
mo ios oradores romanes mencionados arriba o c) historiador T ito Livio, que ven­
drá más adelante— encontró en los héroes del pasado de Roma una inspiración ade­
cuada y un modelo paro los romanos de su propio tiempo. Ei recuerdo de. sus accio­
nes debería se- conservado para siempre. Con palabras conmovedoras se dirige a
ios hermanos Niso y Enríalo, oue habían muerto bravamente:

f o r t u n e .: : am bo! Si quid m ea c a r m in a p o ssu r: t .


r h tU c cas tem etu a m m em ori vos e x im e ! ae v o ,
D um ¿ o m u s A enees C e p ii o li im m obile sa zu tn
A c c o le : im p e r iu m c u e p a t a R om sm u s h a b e k it.

''¡Afortunados lor dosi Si alga pueden mis versos, nunca el tiempo os borrará
Ge la memoria ce los hombres, mientras la estirpe de Eneas habite eí inmóvil peñón
°el Capucho y mantenga su imperio e! señor ce Roma' (hb. ix,-versos 4*6-49),
E sas palabras recuerdan mucho la frase inicia! de Hérodote, pero también evo­
can mas remotamente ta expresión de Tucícrides acerca de "una eterna posesión.”
en caos caso la posesión, eterna era ur. relato de hechos que tanto el autor come eí
lector creían ciertos — por lo menos en So esencial— , que estaban bien narrados., v
que parecían tener importancia para la vida de los días en que eran narrados, ES
éxito mostró que el tipo de historia de Virgilio era el más poderoso, y que ¡legó más
cerca que Fundides a producir ur.a posesión eterna. Perfeccionó los grandes rastros
H ISTO RIA DE L A H ISTORIA
<*4

,|t |„ n,,iiu' ¡llosa epopeia romana, y su exposición de ella íu¿ aceptada hasta ios
modrrr.os como ei bosquejo de ia historia de Roma. Historiadores más
ltn;rtaron a completar con detalles este conjunto.

Si el análisis de Sos m itos de Roma, nos ha hecho entrar en el cam po de


U («•«■ •.ia launa antes de poner ei pie en el de ia historia propiam ente dicha,
IH»tl< mm ya aprovechar la ocasión, antes de pasar a los m odestos orígenes
«I# lo» alía lo en prosa, para llam ar aquí la atención sobre un poem a que
ni upa ¡upar aparte de todos los otros, no sólo latinos sino de la literatura
!iiuvfr»al, v que es de un profu n d o y duradero interés para todas los que es-
imitán lii.iroru. ei poem a de L ucrecio D e Lt n a tu r a le ic c e las cosas ( D e re­
ta >n natura). S; V irg ilio está a la par de H ornero en fu erza e rica y en la
iiim n u lu la d oc su arractivc, L ucrecio sugiere la com paración con D an te
0 t i’ii M i!ton. tanto p o r ia som bría " t e fa n á tic a " de su concepción del uni-
vr i »o. um io por su sentido de una misión religiosa que libere a l m u n do de k
iiipi i.-unón. Pero la concepción del m undo que prep on ía p ara sustituir a
¡ i d< Ij im aginación p o p u la r no era, como en ei caso de D an te o de M iíto n .
nuil i'rvipli rr.nrcrp re ración de creencias aceptadas y depuradas por medios
■mimiiii'! ii os o I'¡bucos. L ucrecio se propuse prescindir enteram ente del m ito,
1 m rtiu iip o m uchos siglos a escribir en térm inos científicos. E s un poem a el
»t'V'i d ign o d i ! siglo xx, y en este sentido es, ta l vez, la obra m ás m aravillosa
ib lodii l.i literatura an tigu a. C u alq u ier exam en de la in flu en cia ejercida
•olnr (1 cltsan o ilo de la visión histórica por ios procesos de la m ente antigua
•• i* «ii»> m utilado sin un examen de D e rerum natura.
Pi> o M' .'abe de la tuda, de L u crecio C a ro (c. 05-55 a - J- c - ) ,20 E l único
luiriiui cjiii nos queda de éí apareció poco antes de los d-at ¿ e V irg ilio , y.
’ Ktnit|iir no sólo reveló un genio p rofu n d o y extraordinario, sino que m arcó
mi n ufvi i n r i técnico en la poesía latina, hizo su aparición perfecram enm
d «ipr 11 .1mJe i.’ m ientras que la Eneida fu e prod u cid a (e incluso conser-

I « breve mención en la Crónica ¿c San Jerónimo, en cae <&* que perdió ia


I' " ‘ nu'-: de una eroga, que escribió en sus intervalos de lucidez, y que G a -
«•! i'.'rrr.i dr su propia mano, aunque es prácticamente lo único que rene-
»" ■ ' " I " '1'- * sospechas sobre cada uno de los tres hechos sumiese* oas indica.
I W M ackail , Latín Liteuüure (Literatura latina), (189.5; reed. 1907),
I*
LA HISTORIA EN ROMA: ORATORIA Y POESÍA 285

v a d a )" bajo la directa protección de Augusto. N i en estilo id es mensa ie


había en Lucrecio nada del atractivo encanto de Virgilio, sino un sistema
del mundo basado en la filosofía epicúrea, vertido en unos versos resonan­
tes y metálicos. Gran parte del libre queda fuera Ge nuestro campo; no no:
conciernen aquí ni las teorías atómicas ni eí destino de ios muertes, si si­
quiera el esfuerzo para justificar el puesto del hombre en el universo des­
plazando la superstición y el temor de los dioses. Pero hay más que una
filosofía de la historie en el maravilloso libro quinto, que narra el nacimien­
to del mundo, y luego, según los postulados científicos de la creación, afron­
ta eí examen de las orígenes de la vida, de los hombres y de la civilización.
Contradiciendo con energía la tendencia natural a volver la vista hacia una
edad dorada, hacia un alba inocente en el Edén de los dioses, tal como ios
judíos o los griegos la habían aceptado, Lucrecio comienza con I2 lenta
evolución de la vida desde las formas más bajas hasta las superiores; primero
ios vegetales, luego los animales, después el hombre primitivo con los gran­
des sufrimientos de su vida salvaje y difícil. El comienzo de la civilización
3' el hecho capital de ios orígenes sociales, tanto para Lucrecio come para
los sociólogos de boy, fue el descubrimiento y el uso cei ruego, que se pro­
dujo. nc- como el cor. ce un dios, sino porque el rayo mcendicra arboles,
o por la fricción de ramas secas en el viento. Ningún Vulcaao entrego ei
fuego y sus venta las 2 los hombres; las cansas naturales llevaron ai descu­
brimiento. Luego el dominio sobre los metales llevó consigo un aonv.nio
cada vez más amplio sobre la naturaleza, y con la vida sedentaria se produje­
ron la política 5r el estado, las artes y las ciencias. Hasta la renglón tuvo un
origen natural porque la humanidad, espantada por ios sueños nocturnos
y lien?, del terror producido por el misterio, creó sus dioses con su propia
imaginación, oscureciendo así la verdad, patente pero esquiva, leste piar, ge­
neral del progreso humano no es historia en sentido estricto; pero cuando un
genio tai como el de Lucrecio ilustra el pro»so, éste ofrece s i historiador más
sugerencias que las que aicunas veces resulta digno de recibir. Cerraremos,
por tanto, este capítulo, citando algunos párrafos del único pensador o.e la
antigüedad que fué poeta, critico y filósofo, v que desterre de su espíritu
toas la visión mírica de los origen«, sociales que., d f un. modo o de otro, oseo*

" Virgilio, al morir antes ¿e tener oportunidad de rehacerla, segur, pensaba, us­
éis dado instrucciones para que fuen destruida, Fué Augusto quicr. anule est?c
órdenes.
•Hr. HISTO RIA DE LA HISTORIA

»«lid ion su espejism o la visión c e roda la a n tig ü ed ad : y que. obrando así,


mu n ip o buena parte de los descubrim ientos m odernos.
I r. d ifíc il citar a L ucrecio, tanto p orq u e su expresión es con frecuencia
• oi.iplu .u u com o porque ci poem a es tan coherente que los extractos pueden
io h I mullí Pero pueden c a r una visión de su fu erza descrip tiva los vemos
i|ii> kipurn, tn los que ind ica las diversas m aneras en que puede haberse ides-
• oliii n o la fusión de los metales:

cu! ii', hierro y oro fueron descubiertos, y con ellos el peso de la plata y la
iiolliLil ilil plomo, allí donde el incendio abrasó cor. su ardor selvas inmensas sobre
r»«i.lr> intniuñas, o por el rayo enviado del cielo, o porque los hombres, haciéndose
ion>u .11 !<>• liosques, llevaran e! fuego al enemigo para producirle temor; o porque
• .i.iiml,i,!,.- jior la bondad del terreno desearan procurarse campos fértiles y con-
**iin r! pai* en pastos; c para matar las fieras y enriquecerse con la presa. Pues
• », emplearon para la caza los fosos y el luego que el rodear ios bosques con
" l*> y el lanzar los perros. Sea lo que lucre, por cualquier causa que las ¡lamas
il'vinatrn, con horrible crepitar, ios bosques hasta sus raíces profundas, y La tierra
• i ........¿i u! fuero, lo? torrente; de p is a y oro, como también de cobre y de plomo,
uinnhiiii ir. venas hirvicntes v se reunían en tas concavidades del terreno. M ás tarde
* luimhirv a! ver la masa solidificada y brillante sobre la tierra, la cogían cauriva-
•* • i•«ir el encanto de su nitidez y de su suavidad, y vieron que su figura era semt-
i*o' u t¡ L dr lo? huecos. Entonces pensaron que fundiéndola con el calor podrían
l ió* !.• forma y el aspecto que quisieran, y que. martillándola, podrían obtener pun-
i- \ finas, para hacerse armas, talar los bosques, cortar y cepillar la made-
i |vi fin.til.-i v hendiria. Se preparaban a hacer esto no menos con la plata y el oro
■ i"' i'Hi L fuerza v la energía del coi're. En vano; porque su poder cedía vencido,
o l'o.lt.üi rom o ¡os otros s u fr ir la c u ra labor. Entonces se estim ó m ás el cobre, y
•I *ni iiiird-iba t-rado a causa d e su inutilidad, cor. su filo em botado. A h o ra es e!
••luí ilrspitciado ) r! oro ha subido al máxime bono:. A sí cambia el rodar del tietn-
I"i.» ilrMinos dr las cosas. L e que era de valor se convierte en indigna, lueco surge
• <*-*•■ v sulr dr! desprecio, y es más apetecida cada cía, y florece de elogios mar..
*1" 1 rncuentra, y goza de honor maravilloso entre los mortales.2"

1 tu po sigue una disquisición sobre e! arte de la gu erra, y una rápida serie


. u.t,¡r<>\ de los distintos estadios del desarrollo social, p a s to ril agrícola
* iiibíino. has;* concluir en los lu jos de la civilización.

V*. .1 i lempo descubre sucesivamente ¡as cosas, y la razón Las eíev? basta las
Mi.ll»« «ir L luz.24

I i ’<m vio. De terum nauta, lió. V, versus 1*41-1180.


Il'ui versos 1454-ss.
L A H ISTORIA E N S O M A : O RATO R IA Y POESIA 28'

La senda hada estas orillas de la luz. que Lucrecio señalaba, no era por
desgracia seguida por nadie, y estaban plenamente iustincados los punzan­
tes versos que intercaló er. el resumen de historia, al tratar de ios orígenes
de la religión, versos que compiten con las más nobles protestas de la razón
frente al misterio en toda la literatura.

¡Oh género humano infeliz! ¡Cuando han atribuido tales hechos a ios dioses.,
añadiéndoles la violenta cóiera, cuantos garrudos para ellos mismos, cuantas penas
para nosotros, y cuántas lágrimas para nuestros descendientes! N o es piedad ningu­
na ser visto con frecuencia volviendo ia velada frente hacia una piedra, ni acercarse
a todos ios altares, ni postrarse en el suelo con las manos extendidas hacia el san­
tuario de los dioses, ni rociar los airares con mucha sangre de animales, m encadenar,
votos v más r otos. No. sino poder ver tocas las cosas con ánimo tranquilo." *

Pero el ánimo de Lucrecio no estaba tranquilo. Esta fuerza sombría no


es la serenidad. Su mismo equilibrio es la protesta, la protesta contra la
"voluntad de creer que es ia barrera universal para la ciencia. No es extra­
ño que el mundo se apartara de tan severo racionalismo, y que prefiriera
los rtiaros geniales y míticos de Virgilio.

leu!., v. 1104 :203.


C A P IT U L O XX

A N A L IS T A S r o m a n o s e h i s t o r i a d o r e s p r i m i t i v o s

c
U n el último capitulo se destacó el carácter griego de ¡as leyendas latinas de
origen. E.s posible, no obstante, que el gusto por ios materiales históricos en
Roma fuera más fuerte de io que podría sospecharse juzgando por los esca­
sos restos que poseemos. Cicerón nos cuenta hasta qué punto jos nobles ro­
manos gozaban de verse ensalzados en la poesía. 1 El cuito ancestral de Ro­
ma. combinado con esta tendencia aristocrática de las casas nobles a exaltar
sus hazañas, fue, como es natural, una de las fuentes principales de la his­
toria romana. Era una fuente contaminada, pero abundante.

Era costumbre [dice Cicerón en otro htgar'j en la mayor parte de las familias
distinguidas, conservar "ar imágenes, sus trofeos honoríficos, y sus memoria*,, ya
para adorno ce un fuñera; si alguien de la familia morís, va para perpetuar Ja tanja
de sus antepasados o para probar su propia nobleza. Pero la verdad de ia historia
ha sido mui corrompida ñor estos ensayos laudatorios, porque se consignabas en
ellos mucha.- cosas que nunca habían ocurrido, tales como falsos triunfos, una pre­
tendida sucesión di consulados, y falsas conexiones y distinciones, cuando personas
de rango inferior eran confundidas con una noble. familia de! mismo nombre. Es
como si vo pretendiera ser descendiente de Manió Tubo, que fuá un patricio, y haber
compartido «:1 consulado con Servio Salpreso, cosa de diez años después- de la expul­
sión di ios reyes.

Semejantes documentos de Iss familias nobles que se remontabas & la


tradición primitiva, escritos más tarde por esclavos c libertos, formaron una

5 C icerón-. Prc A reine p od e. caos. 9-11. La descripción cu, aquí se nace dt los
med.-or empicado.-; por ios dignatarios romanos para conservar sus nombres y exalta:
su gloria nos recuerda en sigo las inscripciones, de Egipto y de Babilonia.
2 C icerón , Bruto, cap. 16.
¡9
>V’ HISTORIA P E LA HISTORIA

1« un rrridumhrc respecto s su verdadera duradón. Parece verosímil, sin era-


Ii«H'.ii , cjiir no Imbo anales pontificales contemporáneos. c e. tipo descrito.
■ Iiiim iki fl período en cuc Roma surgió de un grupo de pechados agrícolas
«miverurst tn la principal dudad del Lado. En todo caso, ei saquee
I» Knin» por los galos (30c a. 7. c.}, destruyó cualquier cesa, que ios pon-
•í(nr* pudieran haber conservado. T ito Litio nos cuenta que '"cualquier cosa
1"* r*uivu ra contenida en los ansies de los pontífices u otros documentos
frtiHu o» y privados, se perdió, en su mayor parte, durante el incendio de la
itu<|«<r (lib. vi, cap. 1). La gran pila de madera seca que hacia en la Regia
«i» f111ly adecuada para que ios galos se calentasen con cit- y las tabletas
ilrlnii ilr haber servido para encender el fuego.6 El resultado fué que los
•iMiiaiu»» de días posteriores no pudieron aprovecharse de ninstmo de los da-
u * linter icos que pudieran haber preparado los primeros pontífices. Año
ti>n» alio, no datante, durante el robusto período de la expansión repubiiea-
*•». el pontífice colgaba la tableta blanca sobre el muro de su casa cara que
!•»* ciudadanos la vieran y para que. los que fueran capaces, k leyesen. Esta
•mttmibrr duro hasta cerca de 120 a. J. C„ en que, debido í , aumento de
b< liir.tnnas escritas por particulares, resultó superfina. Luego ? . M ud o Scé-
*"U publicó toda la colección en un volumen de ochenta líbeos, según indi-
•* ,'.f rvio en ti extracto arriba citado. En conjunto podría pensarse que esta
hiMorm oficia! compartía los defectos de estas composiaonrs tal como los
encontrado en todos los demás sitios, con la diferencia a su favor de
"iir r 11 lina república ¡as rivalidades de jefes y clanes actúan en; cierto modo
• ••tuo sucedáneos de la crítica. Fuera o nc la importanda de estos anales oti-
• ulr* la que, a falta de literatura histórica germina, hizo de b estructura
....111-1ico — e, a! menos, cronológica— la principal forma ortodoxa para la
liiMnfingrafñt romana, subsiste el hecho de cue ésta se mantuve muv somt-
i'ilrt ■ ! molde de los anales. Incluso los Anuales de Tácito Levan, aunque
■ I >'ia.'ndn, la huella común.1 En realidad ia palabra cuñal era mucho más
•I miiónímo de ' ’historia” que h istorie* A los ojos de ios crsmáricos era el

" O íó i k, D ic Km!endertafel der Pontífices (Las tabletas calendarías de los


I i"tllliiri) ( i88s), p. “4.
.’ •"luí I» influencia ¿e las antiguas formas snalísticzs en las actas ¿e Tácito,
*'< I C ourpaud, Les procedes ¿'orí ce Tacile dans les Histocre? (Los procedí-
»•ilrntiN «ni»ricos do Tácito en las Historias) (1018), p. 34 y referesrias.
b A*í I-linio llamó a su poema épico Anuales; y cuando Y’jrsñlk: se refiere a!
A N A L IS T A S R O M A N O S t H ISTORIADORES PRIM ITIVOS 2p3

único término correcto para h historia del pasado. Historie se empleaba tan
sólo propiamente para el relato contemporáneo. Y así encontramos las obras
ac Tácito que tratan de su propia época denominadas Histories y las que
tratan de épocas anteriores Ansíales, aunque estos títulos probablemente no
sean de mano de Táritc.*"
Los anales oficiales, por tanto, parecen baber desempeñado papel con­
siderable en la primitiva historiografía romana. De los testantes libros de
ios sacerdotes. Sos Fezsti son. tai vez, los más importantes. Estos comenza­
ron por ser listas de días para el calendario, de buena y ce mala suene,
— átes fetsti y dies nejes ti— y como taies subsistieron, a través de una his­
toria cambiante, siendo base de la cor lección del calendario, aún a través
de la reforma juliana y hasta la era cristiana. El nombre se empleó también
para denotar las crónicas en forma ce anales, las listas de los años que daban
los nombres de los cónsules, etc. (Festi consulares) y las listas de triunfos

contenido de k historia primitiva emoles, el mismo término general {Eneida, iib, 1,


v. 374: Et yace: enríales nosnerr-.nr, en ere labor uve. — "y tenas tiempo para escudar
la historia de nuestros trabajos” .
p Servio, ai comenta: ei verso de Virgilio aquí citado, dice: ''H ay k siguiente
diferencia entre historia y anales: la histeria traca de ios tiempos de que somos tes­
tigos o hemos podido serlo. La. palabra viene de ioxoom , que significa Ver (dicta
cute tcv iertopciv. ic ts! riacre pero anales son los de aquellos tiempos de que
nuestra época es ignorante. D e aquí ene Lirio conste de anales y úc historia. Sis
embargo, son usados libremente un término twr otro, como en este lugar en que
dice 'anales’ por 'historia*." A u ic Gelin [Noches Áticas, lib. v, eap. 18) había citado
antes ¡a autoridad de V ertió Fisco, el iexieógratc, para esta distinción de sentido,
acuciando el único fragmento cae prácticamente nos queda ce Sempronio Aserio,
uno de los analistas posteriores, para mostrar que el sentido más estrecho del tér­
mino, una lista anual de acoatmeiieatoe, era su ideal ¿c. la historia. Ase!io s* kr.-
paciencs con la es trechee de miras de quienes no relacionan ios episodios ¿dad os de
guerras y conquistas coi. el tema más amplio dt la política y que no muestran ios
motivos y razones por iw que las cosas fueron hechas. Llama a estos anales "iábir*
¡as para niños’ , indignas del término dr historia. "Porque ios ansies no pueden ce
ningún moco hacer cue ¡os hombres essta más. dispuestos a defender a su patria,
ni menos inclinados a hacer el asaL”
u ' Es dudoso que lir-s-aran semejante* títulos; con más probabilidad, como en e!
caso de Tiro Livio, cuyo itbro se ceñid A i urbe condita (Desde ía fundación ce la ciu­
dad), los anal« de Tácito factor Ab exccssu dtri Angustí (Desde la muerte del
Divine A ugusto!.
></ H ISTO RIA DE L A HISTO RIA

■ li fuentes principales para lo; historiadores romanos que se ocuparon del


l»’iíodu primitivo. Estos sabían, como lo sabía Cicerón, que e¡ material no
vaina gran tosa: pero no sabían cómo aplicar ios cánones de la critica his-
i.i-lu í p .ira ponerse mover con seguridad entre estos materiales peligrosos.
A través de estos antecedentes sofisticados de la historia pasamos de
|mksi. a l.i prosa, lo cual es ya un avance científico. La literatura en prosa,
nnr sr desenvolvió tarde y con lentitud en Roma como en todas partes, cavó
t i»', directamente bajo la influencia griega que la poesía. La prosa latina
i m iiu no pudo rivalizar con el latín hablado hasta los días de Cicerón, io
ic.il explica en parte por qué se había tanto de los oradores en los ensayos
.Ir Cicerón, y el que se encuentre el eco de un interés análogo en los hísto-
11»dures, incluso en Tácito. Además, la literatura latina en prosa tuvo un
.orto jyrindo de florecimiento, pues declinó después de la primera centuria
dfl imperio, en parte debido a que el formalismo de las épocas patricias no
rit.ilu rn contacto con la realidad de la vida práctica, y en parte porque las
peines dt las provincias desarrollaron sus distintas formas ce hablar. Por
i» ni 11, la historiografía entre los romanos no desarrolló sus propios medios
inminkirs de expresión, sino que. como una obra de arte prestada o captu-
i.nía, permaneció más o menos desplazada en su encuadramiento. La facha-
. 1 era ática, o afectada por influencias áticas; pero la estructura de la ma-
i .i¡ i» de las historias romanas era del diseñe más sencillo y casero, el anal.
I ! punto de partida de este tratamiento ar.alístico de la historia fue aquel
i.pi»iro de acontecimientos anuales que llevaba el Pontífice Máximo en la
': i gi.i. v que ha sido descrito más arriba en e! pasaje ce Cicerón. Estaba
pin n o donde "todo el mundo reviera libertad de consultarlo." Era tan impor-
i. mtr uu- su estilo "fue adoptado por muchos” de los primitivos historiado-
ii. romanos, un estilo "sin rángunos ornamentos” , "simples crónicas de épo-
. ,u personas, lugares y sucesos.* Según Cicerón, la histeria en Roma se ha­
bí» desarrollado principalmente siguiendo las líneas de este tipo ce anales;
< ,ni h»ida sido hasta sus propios días. La descripción que ce ellos hace esta
i .infirmad» po: ias referencias que pueden obtenerse de algunos aurores oscu-

A rite respecto debe mencionarse el «ripien de las antiguas inscripciones par


luii .luui.ir« te.'., tardíos. Lar. inscripciones monumentales fueron empleadas por las
lin luí ni. .'-el griego.- v romanos de la Roma primitiva, que fueron en ocasiones con-
lundi i.i. por io que veían, sirviendo ios monumentos de origen para nuevos mitos,
■ .ii puede ocurrir siempre que faltan documentos plenamente contemporáneos.
A N A L IS T A S R O M A N O S E HISTORIADORES PRIM ITIVOS 20 i

ros y por los rastros que han cejado incluso en el método de Tito Livio
y de Tácito.
Á ia noticia de Cicerón sobre los Armales Maxirni. tan breve como es.
sóic puede comparársele otro pasaje de la literatura latina que ha llegado
hasta nosotros. A i concluir el siglo cuarto de nuestra era, Servio, un gramá­
tico que escribió un comentario exhaustivo sobre Virgilio, describió los antier
pontificios como sigue:

Los anales se hacían de esta manera. Ei pontífice máxim o tenía ¡preparada!


una tablera blanca cada año, en la cual, en ciertos días'1 tenía costumbre de anotar,
bajo ios nombres de los cónsules y de otros magistrados, aquellos hechos Ce ia d u ­
dad v el campo, de tierra y de mar, que se consideraban dignos de ser recordados.
La diligencia de ios antiguos compuso ochenta libros con estos comentario:, anuales,
que rueron ¡¡amados Anuales Maxirm por los Pontífices M áxim os que ¡os hacían.1'

E: punto de partida de nuestro examen es, por tanto, ia Regia, o casa


pnncioa! del colegio de sacerdotes, los pontífices, cue habían perpetuado
ios deberes religiosos de la abolida monarquía, teniendo a su cargo el calen­
dario y los archivos, esto es, tanto la medida como la documentación dei
tiempo. El álbum o tableta de madera blanca que describen nuestras fuen­
tes — y ías dos citadas sen prácticamente todo lo que pueda sobre los Armales
ó-2 eximí— nc. fue, por tanto, más que uno de los registros que conservaban.
.Ademas de ios que trataban de modo más especia! de la ciencia saetada,
los Líbn pontifieum. y los Commeniorii pontifieum. había también los Fas ti
calen c e e s o Fasti consulares, con ios nombres de los dignatarios y íes deta­
lles para el calendario. Los Armales diferían de los demás en estar preparados
para el público. Cuál fuera su duración es Cuestión opinable. Cicerón ios ha­
ce datar retóricamente de ios mismos orígenes de Roma. La repetida, destruc­
ción de la Regia por incendios deje a los eruditos romanos not tenores en

’ Per singular dies, no todos ios días, sino cuando ocurría el accnrecímien-o De
aquí que :as acia diurna, c boletín oficia! diario de! tiempo de Tuiio César, no fueran
continuación de los .Anales.
6 Sen-u G ram naliei qm jerunlur ir. Vergilii carmina commeniorii, (Com enta­
rios de Servio Gram ático a los poemas de V irg ilio ), editados por G eorge T r.ilo y
H erm ana K a g e n (3 v o k , 1878-1887), ve). 1, ¡ib. I, iin. 373. Este párrafo aparece
tan sóiO en el manuscrito publicado por D an iel en jboo y puede ser obra de ur.
comentador más tardío.
*'"1 historia d e la historia

(l,i't¡ hiumphales). Dos de estas listas fueron confeccionadas en ia época


or A ugusto .
Además de los Armales Maxitni y de los Fas ti de ios pontífices, habla
luía*. dr magistrados seglares, tales como los Libri magistratuum (Libros de
Ion magistrados), que nos recuerdan las listas epónimas de los asirlos. A l­
gunos dr ellos estaban escritos en lino (libri lintei) y conservados en el tem­
plo dr Juno Moneta. la diosa de la Memoria, en ei Capitolio. T ito Livio
ili liic de rcíerirsfc a éstos al mencionar repetidamente los libri magistratuum,
(hb. n, cap. 4 ; íib. iv, caps. 7 , 20), aunque también puede emplear e! tér­
mino para abarcar todas las fuentes similares, e incluso los Armales Maximi.
I‘orq.ii* al terminar el período republicano existía cierto número de cclec-
1 Mitin dr este tipc en las que ya trabajaban los eruditos.

Si pasamos ahora de estos materiales para la historia a la historia misma,


!><>•. i ni nutramos, de manera bien significativa, con que la serie de los his­
toriadores romanos está encabezada por uno que escribió en griego. Q. Fa­
ino 1‘irtoi es reconocido comúnmente como e! primer historiador romano.11
NIhh ' ii hacia 2^4 a. j . c., ce familia distinguida, desempeñó un panel im­
pon,¡tur en las guerras con los ligures y ios galos antes ce la guerra con
A ti ib.*!, tu la que también tomó parte. Su Historia >Scito©wjS que relataba
la «|r Foma desde los días de Eneas, hasta su propio tiempo, fué enriqutd-
dii pot rl acceso a los archivos de su familia, en los cuales — como ha ocu-
I tnlo u n tanca frecuencia en nuestros días— los documentos oficiales de
lo* miembros de la familia que habían desempeñado cargos públicos Ka­
lium nú mitrado asilo. Escribió para ios nobles, no para is comunidad — co­
mo Luí» su contemporáneo el comediógrafo Palmee— , v queden rastreat-
II ru su obra memorias nobiliarias. En realidad la historiografía er¡ Ro-
111» »ir un sirodo, hasta los días de Sila, un privilegio ce la -clase alta, a
!u i|i»f |«ru ui cian sus lectores, y a la que se dirigía, dando una perspectiva1

1 1 I i'u i) Su m i añade ¡a nota siguiente: "E n realidad ic é simplemente uno


•li I" ¡•.ilofiailorr'. licltriísticos, comparable a Biroso y 2 M anethcn , o cienes escci-
I ' i i i i i i i lintorias en priego de sus respectivos países. Algunos error romanos — entre
i llui i I.iin ir Alimento, A . Postumio Albino, y A . Acdio— escribiere® historias
»■ i i'iip n durante el siglo segundo; aunque estas obras nr fu-ror. de gran vaior
ion io t iiiiii iji - n i lo rual diferían de la de Fabiu— llamaren algo la atención
1 |mi lo l l e n o s una dr rü.o fue inas tarde traducida al lat::,
A N A L IS T A S R O M A N O S E H ISTO RIADO RES PRIM ITIVOS 295

a la histeria social romana que sólo los modernos científicos han sido en
parte capaces de corregir. Por lo que a Fabio Píctor se rene re. proporcionó
a Polibio Ir. fuente principal para la segunda guerra púnica, a pesar de los
comentarios poco corteses que Poiibio hace sobre él. debidos, tal ver. segur,
hemos sugerido va. a la rivalidad ce Jos Escipiones (patronos ce Poiibio)
con los Fabios (iib. ni, caps. 8-9). T ito Lisio parece haberle inciuido en las
referencias imprecisas a los "escritores más antiguos” , y también se refiere
a él dos veces concretamente como "el más antiguo historiador''' y una como
el contemporáneo fidedigno de los acontecimientos narrados, cuyo nombre
citado en los textos daba autoridad al relato (Iib. i. cap. 44: Iib. n, cap. 40;
Iib. TCxn. cap. 7 ), Después de ios días de Tito Livio dejó ce ser conocido
para ios autores romanos, aunque siguió siendo utilizado per ios historiaco-
res griegos.
Sin embargo, el verdadero padre de ia historia romana rué Marco Porcio
Catón, romano cier. por cien, que combatió ia influencia ce Grecia, aunque
descubriendo un espíritu saturado por ei pensamiento griego, y que, según
Cicerón y Nepote, aprendió el griego cuando renía ya muchos años. Nacido
hacia 234 a. j . C.. tuvo una vida pública muy activa, desempeñando los pues­
tos más sitos, v escribiendo con abundancia y seriedad grandes en aquello;
primeros libros de la prosa latina que son sus tratados de agricultura, de ia
guerra, de crarorií., y también de historia. Esta, los siete libros de Origines, rué
una obra nacional, pero repetía los mitos de origen griegos." Los prefacios
a sus libros recuerdan la escuela de Isócrates que Catón, había ridiculizado.'"
y su visión pragmática, su recomendación de la historia para bines prácticos,
aunque muy natural en un romano, se encontraba también en les griegos cié
que profesaba desviarse. Además, aunque mantuvo la forma de anales, la
encontró admirablemente adecuada para intercalar discursos en estilo for­
malista — en especial discursos pronunciados por él mismo— y los inserte
con tanta abundancia que formaron con frecuencia -elecciones por sí solos.
Catón era un trabajador concienzudo, cuidadoso; todos los escritores la-

12 Las tres primeros libros testabas las antiguas leyendas i*fe»r.res a los orí ce­
nes de Roma y de otras ciudades italianas, mientras que los cuatro últim o trataban
de las dos guerras pánicas y de los acontecimientos de ¡a propia i-poca de Catón;
ios dos siglos v medio primeros de la República fueron, rúes, tratado« irán a 1?
ligera, si es que io fueron.
5,1 Vea?« P iu t a r c o Marcu< Calo, cap. 23.
i«/' HISTO RIA ¿>E L A H ISTO RIA

....... lo atestiguan. Cicerón hace referencia a su estudio sobre las inscripclo-


iii * wpiilcrales,’ 1 que puede también reflejar una lección de les griegos. Pero
«ti iniries no se extendió a los distintos elementos de la sica social; se limitó
m ili unirme a la política. U na referencia conservada por A m o Celio, el
lin im.' anticuario de! siglo u d. j . c., es digna de set citada:

Mío* |lus romanos] no ponían ahinco en averiguar las causas ¿e ios eclipses ¿ti
mi i *Ir la luna. Porque M . Catón que era iniaugabíe er. su ansia de saber, lia
Iml'lail" ¿' rsu- asunto de un modo impreciso y sin mostrar curiosidad. Sus pala-
l"<* »o el cuarto libro ¿e los O r íg e n e s son éstas: "N o me siento inclinado a trans-
m i o lo cjiir aparece en la tableta del Pontífice Máximo sobre la frecuencia con que
il inpo *ubr di- precio, sobre cuando la iur ¿el se: o de la luna se oscurece por uru
u mi» ratón.*'

l'ut el valioso tratado sobre agricultura que nos ha dejado Catón, pode-
inm lmwy.in.ir que seguía muy ce cerca las cotizaciones de los cereales de la
y por llevar a la tarea de escribir ia historia el entrenamiento de
un Inin11>t< práctico, tenemos toda la razón para lamentar que no hubiera
In ibi. ••>.in,iriirntf lo que aquí rehúsa hacer. La única cosa, sin embargo, que
• I toniimni di nuestro examen enseña, es que la historia refleja ios intereses
m unii di- !u sociedad que la produce, y que la percepción ce los hisroria-
pma I, importancia de los sucesos es relativamente insignificante, ex-
*• | • ni inumo son intérpretes de su propio tiempo. El interés dominante
■ f In- liofili >iri. que rodean a Catón no era ya la agricultura, como en tos
•I'* pn ' invìi- di i estado agrano, sino I2 guerra y la política, y la lucha con
' oí. j ,. A partir de aquí ios triviales episodios de ios anales c e los sacerdo­
ti ■ il mii h »i 1 ignorados.
I 1« lie U't indure;, romanos que siguieron, estuvieron de acuerdo con Catón,
*’ " ‘ h ” 11 di be luí contra la invasión griega, y como la re retaca se adueñó
' ' "m di i., situación Catón fue menos leído cada vez. hasta que, en los
dr i nilón, (né car.i olvidado por completo. Es interesante, por esto,
mutuo ( icrró'i defendiendo a Catón, porque ello muestra, la so­
lí.!.. .li' ' idi’t que di ! v ¡i.ilicr existido en el primero ce ios historiadores
* • •m * u n t i

* »• m 6 n ( «»/o tìtdior , cnp. 11, v e . cap. 7. s t c . 2 1.

i iti 10, Nixtrt Atlin t !ib. ii cap. 28.


A N A L IS T A S R O M A N O S £ HISTORIADORES PRIM ITIVOS 297

Pare 30 criar de hablar ce sus A n tig ü e d a d e s , ¿quién negará que éstas están
adornadas también cor. todas las flores y con todo ei lustre de la elocuencia? Y sin
embargo, apenas si tiene admiradores; lo cuai antes ocurrió con Fiiisto ei Siracusa-
no, e incluso con Tuclciaes. Porque así como el estilo elevado de Teopompo pronto
disminuye la reputación de sus arengas enérgicas y lacónicas,16 que a veces a duras
penas se entendían por su excesiva brevedad; y como Demóstenes eclipsó la gloria
de Lisias; así la elocuencia pomposa y mayestática de los modernos ha oscurecido
al lustre de Catón. Pero muchos de nosotros somos deficientes en gusto v en disc-íí-
nimiento porque admiramos a les griegos por su antigüedad, y por lo que llamamos
su elegancia ática, y nunca hemos apreciado Ja misma cualidad en Catón. Esto fue
lo que distinguió, dicen ellos, a Lisias y a Hipérides. Y o también ¡o poseo, y por
esto los admiro: pero ¿por qué no dejar participar en ello t> Catón? Nos dicen q u e
les gusta el estilo de la elocuencia ática; y su elección es ciertamente juiciosa, con tsl
de q u e no copien únicamente ios huesos secos, sino que se saturen de! espíritu vivo es
esros modelos. Lo que recotaiendan es, para hacerle justicia, una cualidad agradable.
Pero ¿por qué Irán de ser tan admirados Lisias e Hipéndes, mientras que de Catón
se prescinde totalmente? Es cierto que su lenguaje uene un aire anticuado, y algu­
nas de sus expresiones son demasiado duras e inelegantes. Pero recordemos que éste
fue el lenguaje de su época; cambíese y modernícese, cosa que c! no podía hacer;
añádanse las ventajas ce cadencia y medida, désele un giro más suave . . . Bien sé trae
no es suficientemente pulido, y qu: debe recurrirse a un modelo más perfecto para
la imitación; porque es ur. autor de antigüedad tai que es el más viejo de Ies cue boy
subsistes cuyos escritas puedan ser leídos con paciencia; y ios antiguos, en general-
adquirieron une reputación mucho más grande en cualquier otro arte que en el de
la palacra ’’ 17

Habla, sin embargo, -otra razón, además de la dureza de! estilo, para el
abandono de la historia de Catón por los contemporáneos de Cicerón. Si
la historia era apreciada en Rema por la aristocracia a causa de la gloria
que proyectaba sobre sus nobles casas, de poco servía para ello conservar lof
Orígenes de Catón. Porque este enemigo acérrimo ce la ciase alta se eseáó
de emitir los nombres de ios caudillos al describir los hechos de las am¡2¿
romanas y. por otro lado, llevó su humor agrio hasta el extremo de conser­
var para las rutaras generaciones el nombre de un elefante que se distinguió
por su bravura en la línea ce batalla. *'3

3* iTucídiács eclipsada p o r Teopompo!


1T O cerón, B t iU b s , caps. ¡j-r S .

,y Véase P unió , N c ’ u t u Íís h i s t o r i e , íih. vxn, cap. t i ; P lutarco. M a m :; C a to ,


cap. rs.
. 'y 8 H IST O R IA D E L A HISTORIA

Debemos dejar para exámenes más detallados la indicación de los escri­


tores que continuaron la historia de Roma hasta ios últimos años de la Re­
pública, escritores tales como P. M udo Scévola, quien en 123 a. J. c., como
Pcntifcs: Maximus, cor a uve ios antiguos Ármales M a x b r .i y los publicó; L.
Celio Antipáter, el jurista, quien abandono el viejo estilo de ios anales: pen­
sadores como Sempronio Ase lio, que trató, a la manera ¿e Poiibio, de esta­
blecer las causas de los acontecimientos;15 Q . Claudio Cuacrigario, y el más
popular pero menos crítico Valerlo Andas; L. C om e!» Sisenna. el histo­
riador dei periodo de Sila; o C . Lidnio Mácer. cuyos Armales parecen ha­
ber sido más polémicos que correctos. Aunque estos escritores fueron abun­
dan remen te utilizados por historiadores latinos posteriores, sobre todo por
í no Livio, nos ha quecado tan escasa norida de ellos y de sus obras que
convertiría ei comentario en materia de erudidón menuda, desplazada en un
estudio como éste. Cicerón, considerando la historia cesa? el punto ce vista
literario, nos orrece un comentario esciarecedor sobre Antipáter, que escri­
bió a riñes del siglo segunde. Los historiadores eran hasta esta época, dice
Cicerón, simples confeccionadores de anales {ennelium confectores), y cara
é¡ la historia en sentido genuino comenzó con Antipáter, el primero oue
adornó su relato con arte o artificio {exorne*.vr rerurn), en iugar de ser. como
¡o eran sus predecesores, un simple narrador.^'
i . Celio Antipáter fue un jurista distinguido y un profesor de 'elocuen­
cia que vivió apartada y sabiamente en las últimas décadas del siglo segundo.
Is! ver a causa de su apartamiento prescindió del principio pragmático, sus­
tituyéndolo por aquella rendenda a deleitar el oído que Tucídides había de­
nunciado ya. pero que ios continuadores ce Isócrates habían puesto en boga.
I< faltaba, sin embargo, la sobriedad y eí buen gusto de los griegos: llevaba
r! ritmo hasta el exceso: introducía no sólo discursos, sino también anécdo­
tas; y rompió el relato con. todo género de recursos ciara evitar oue el lector
v aburriera. Por ejemplo, en lugar de darnos las afras en la exoedmór, de
I.bcipión ai Africa, nos dice que los pájaros caían del cielo cor. el ruido
di- los soldados que vociferaban. Como habla hecho Tucídides. eligió una
»•»la guerra, la segunda púnica, como rema, en lugar de toda la historia dt-*

*** Véase supra, p. 293 r., o.


s" Ceieri non exorne:ores rerurn. sea tmtummoáo nerre:ores fuerunt (Lo« ce ­
rril. no adornaron ¡as cosas, sino que simplemente las narraron). G cür ÓN, D e ore.
hur ¡il>. 11, cap. 12.
A N A LISTA S ROMANOS I' HISTORIADORES PRIMITIVOS 299

Koms. tu: su prefacio dice francamente que toma su m aterial de aquello?


amores que se consideran fidedignos, refiriéndose a P ablo Píctor y a Catón;
pero leyó abundantemente ios autores griegos y istmos. Los siete libro? de
su Historia eran utilizados como textos para la crítica en los días de la juven­
tud de Cicerón, y allí donde la retórica florecía más que ía historia, allí
florecía Antipáter. U n epítome de su libro fue preparado por Marco Bruto,
v se dice que c! emperador Adriano le pretería a Saiustio, el estudioso ce
Tucícidcs. e! primer historiador romano auténtico a los ojos de los mo­
dernos.

f
_
C A P IT U L O X X I

Y A R R O N , C E S A R Y S A L U S T IO

S> producción or ¡os historiadores romanos no fué gran cosa. ¡a culoa


no era enteramente de una taita de interés por el pasado, como ic atestigua
¡a lista de historiadores de la última época de ia República cu t hemos dado
en e! capitulo anterior: y los historiadores no fueron les únicos en contribuir
al conocimiento de las antigüedades. Además de los poetas y los historiado­
res baDÍa otras personas que se ocupaban de todo género oe curiosas investi­
gaciones, interpretando les augurios c los arcaicos himnos de los salios, estu­
chando Ir. historia del derodio o de ia filosofía, c simplemente escribiendo
resúmenes enciclopédicos de una multitud de temas. Esta comente forma
un valioso suplemento a la historiografía romana, pues corre rodo a lo largo
aesc Catón, pasando por V an en . hasta Plinio el viejo. En parte bajo ícr-
mr, o r rnanuíii-s prácticos en parre como volúmenes eruditos, conservó una
m'uímud de datos para la sociedad culta de los días de Cicerón y de ¿es
“ Ue s:puir.ron, y contribuyó a satisfacer la curiosidad sobre hechos raros
0 costumbres exóticas. Pero faltaban las bases de ia crítica, o seas ios n a-
'Ctutes adecuados; y no sorprenderá al lector de este trabajo cae ia obra
00 f‘sr°* estudiosos fuera, en conjunto, inferior a la de ios historiadores. Le;
P¡e¿r.i cir roque del éxito para un anticuario romano parece naber tilde la
/-:>trt5 qu¿ para ri capitalista americano del sisio pasado, el simpic aumento
f-oducc.ón. Varrón, por ejemplo, escribió unas -setenta y cinco obras en
ma$ de s-.-u cientos libros. Eí autor de producción tan voluminosa, no podía
e’ten¡nar ro: mucho cuidado las í tientes de conde salía este cúmulo de saber
••f'-Uguo. La credulidad y falta de critica de ig gran Historia Natural de Pii-
que es ei resumen final de esta literatura histories er.cicíopédjca, es una
indicación palpable de su inhabilidad pata separar ios hechos de las ficcic-
HISTORIA t>T LA HISTORIA

ni i, v rilo <•. debido. r.o só!c a ia falta de disciplina Histórica- sino también
■i I» In11u «Ir las otras cencías que se ocupan con la evolución humana: las
ilil Ittigtmjr o filológicas; las sociales o antropológicas; las de la religión
ii*tii|'¡unilii. Y sin embargo, correctas o no, estas compilaciones de noticias
nuil hi> ele más fácil lectura para los romanos, y como el lector es por 1c
ynu iiil (oJavia menos crítico cue e! autor, serían probablemente pocos los que
Hivinmi la menor idea de ¡o débil que era en realidad la línea de los Hechos
Im n rstdblcridos. Por e; contrario, al menos desde los días de Varrón, les de­
bí liabi i parecido quc estaban envueltos en un mar brumoso, en el cual sólo
bu mas rsprrtos podían orientarse.
Iiil vry nos formaríamos una idea mejor de la situación si las obras de
V al mu Imbuían llegado Hasta nosotros de algún modo análogo a como io
Iih ti rón las de Cicerón. Pero ya sea porque, como sugiere San Agustín,
1« m illón bacía el amador de palabras es más fuerte que Hacia el de he-
iliui,,' c porque los Hechos subieran «dejado de tener sentido por sí mis-
»•*«•* ,ij>rrio• si quedan pequeños fragmentos de los muchos escritos de Va-
unii Nacido en 116 a. J. c., ¿ e z años más viejo que Cicerón. Varrón tuvo
.... i vnln larga y atareada, no de estudioso aislado, sino de hombre de nego-
ii" qur lomó parte activa en ia polínca; era un hombre algo maniático, se-
i’iin inv ¡o indica su miscelánea satírica. La única obra suya que. aquí nos
Mili ir 14 «a mi tratado sobre las Antigüedades Romanas, publicado en ¿ j
ii i i 1 i.m veinticinco libres que trataban de las antigüedades humanas y
iIh . en', «Ir las divinas. Les datos estaban agrupados en amplias secciones
l',i|i. Inn títulos de personas, lugares, ¿pocas y cosas. N o se intentaba está­
b il.u lioióricamenre su interdependencia, sino tan sólo acumular hechos cu-
........ I >r manera bastante extraña, mientras que ia oarte que trataba de las
iHiiiiini''. humanas se ha perdido, otras de la sección religiosa., las Anttqui-
Ii4 i, \ ii i uw dn ¡narum. han llegado hasta nosotros a causa del interés eue
imii l.i irnlugia cristiana en combatir a las deidades paganas. E n la Ciudad
di /'i.' i i. San Agustín, se ataban, pata ridiculizarlas, las noticias dadas
p'M Vu11 (.ti sobre los cultos primitivos de Rema. La erudición moderna, co
in| ii n.il> ru ocasiones a Varrón. se aprovecha en conjunto de los dates que
( I pi' pi'ii limaba mejor que lo hicieron ios Padres de la Iglesia, v también me-
i"< ijui !■ >• paganos creventes. A éstos Varrón les proporcionaba una especie

' .ni A i .I' vi í n . La Cromad de fió. vi, cao. 2 .


VARRÓN. CÉSAR Y SAI.UST10

de contrapeso irrente a la negativa de Lucrecio, y contribuyó a restablecer e!


énfasis sobre la buena y vieja virtud romana de la pidas, eti que la epo­
peya virgiliana había de insistir con tanta fuerza.
Pero por mucho que ia obra de Varrón pueda haber realizado su propó­
sito, encontramos en la acritud de Cicerón hacia él una indicación ce que
aquella época se parecía mucho a la nuestra, de que las gentes de letras so­
lían no leer las obras científicas. Cicerón no cita s Varrón, cavas obras nc
se encontraban en su biblioteca. Su amigo Atico, e! editor y autor, las tenía,
en cambio, y estimuló a Cicerón para que las empleara; pero cuando tanto
Cicerón como Varrón hubieron hedió las paces con César y volvieron a sus
ocupaciones literarias, las cartas de Cicerón a Varrón son generales y algo
formalistas." Aun ante la necesidad de tener que cambiarse dedicatorias para
algunas de sus obras, ia actitud mutua del científico y del hombre- de letras
no es demasiado cordial.
Esto se ve todavía mejor si examinamos el pequeño manual de historia
de la elocuencia que Cicerón escribió por esta época bajo el título de Bruto.
Ei libro mismo es de interés para nosotros, porque es el más próximo a la
historia entre ios escritos de Cicerón. Pasa resista a doscientos oradores,
griegos y romanos, en forma de grate diálogo, mantenido ai pie de la esta­
tua de Platón, en una tranquila pradera, por Bruto. Atico y Cicerón. E l epi­
sodio con que se inicia es de lo mas significativo. Atico "había escrito un
breve resumen de historia universal. Por lo que podemos vislumbrar era una
cosa bastante pobre, unos anales basados, como los de su predecesor. Corne-
lio Nepote,' en la crónica ateniense de Apolodoro, y por tanto en ia daca
directa que conduce a través de Ensebio hasta los anales monásticos medieva­
les. Pero se salía de i?, senda trillada de las puras antigüedades romanas y
presentaba ei mundo como una. unidad: tal vez su misma ligereza, combina­
da con sus amplias perspectivas, constituía su principa! encanto. N o hay na­
da que estimule tanto nuestro amor propio como encontrarnos con grandes
v difíciles verdades de la ciencia o de la riiosoíía presentadas corno eviden­
tes a fuerza de escamotear sus dificultaaes. L o cierto es que Ciceros saluda
este manual con gran entusiasmo. Lia contribuido a reanimarle y a hacer

■ E. G. S shler, Cicero cf Arpmum {1914), pp. 249, 554. Es en libro sugesti­


vo, llene de datos, pero difícil de leer.
8 L* crónica de Ático rué escrita hacia 47 3. J. c., Ia de Comelie Nepote bacía
6; j . c. Para Apolodoro véase supra, p. 87, n° 12.
HISTORIA DE L A HISTORIA

que mi vida valiera la pena de vivirla en aquellos testes días; abre a la i tu­
la* «rtcuiidadcs del pasado, y proporciona una guía segura donde todo esta­
la antes tan confuso. Itn pocas palabras, el resumen de Atico ha hecho pare
Cicerón lo que el Esquema de H . G . W ells, ha hecho para e! lector moderno
a urca do, llevarle a la cumbre desde la que contemplaba ia extensión del
Tiempo, no con un sentimiento de sumisión, sino azi la confortable seguri­
dad dr que ya poseía el mapa para explorarla. La soportan cía del episodio
no reside en que Atico hubiera escrito un manual ce historia general, sino
rn que It hiciera tanta falta a Cicerón.
1.a referencia a esta histeria general nos recuerda las obras de! último
liutorindor griego considerado más arriba, y tal ves podamos anticiparnos
aquí a mencionar el único intento hecho para llevar al latín el esquema de
historia universal que primero hemos visto en Eíoro y Tecpotnpo. Pompeyo
Tiogo, contemporáneo de Tito Livio y mas joven que éL trató la historia
dr! ( lercano Oriente en cuarenta y cuatro libros, esmerilando con Niño e
un luyendo el Imperio de Maeedcnia. El título de la obra, Historie* Philippi-
i,r indica suficientemente e! punto de vista griego, porque la figura culmi-
r.utitc era Filipc de Macedonia. Rema apenas si aparecía indcentalmente, y
i:.,i, bien ral como la veían sus enemigos. Esta no era la clase de historia
utir podía rivalizar con Tito Livio; y hubiera percodc por completo de no
lubrr hecho un cierto M . jurbano Justino una smepsis de ella que esta-
|i.i de'tinada a satisfacer ¡a escasa curiosidad de la Edad M eáis por la gran
ht.toria de! mundo pagano. Potcuc a ¿3 recurrió de prercrencis Orosio,
el discípulo de San Agustín, er busca de materiaks para escribir la his-
rmu de ios sufrimientos de ia era precristiana, que tormo ia contrapartida
histórica dr la Ciudad de Dios . 1
Li comentario de obras como éstas nos lia apartado algo de las líneas
•v iiii-ipalef de la historiografía romana. Pero antes de pasar al primero de
|c>-. grandes historiadores de Roma. Saiusric, cuya figura surge ya ante nos­
o t r o s , cebemos detenernos un memento para examinar Ies escritos históricos
de otra clase, producto no de científicos sino de hombres de acción.
1;n la atmósfera polémica de la última época de la República, la mayoría
de los políticos capaces cíe escribir dejaren relatos justificativos de su actua-
( ión. v quienes no podían escribir por ellos mismos emplearon a otros para

* Historiarani adversum paganos ¡ibri sepiera (Los siete libres de las historias
contra ¡o? paganos).
V a RRON j CESAR y SALUSTTO

que lo Lideran en su lugar. Ei dictador Si'ta (138-78 a. j . c .), después de reti­


rarse de la vida pública escribió una autobiografía, que parece haber seme­
jado al relato setniíabuloso de un oriental más que ai Ge un sobrio romano;
porque señala una serie de fenómenos milagrosos coincídentes con su ges­
tión pública para mostrar que ia mano de la diosa Tyché era visible en
todo momento." Y , sin embargo, un relato asi podía ser aceptado por Plu­
tarco. Lóculo también (114-57 a- J. c.}, cuando era joven, escribió una his-
roria de la guerra con Mario; pero el uso dei relato como literatura de pan­
fleto apologético alcanzó su grado más alto en los últimos años de la Re­
pública, cuando Pompeyo por un lado, y César per otro, defendieron sus
acdones ante el tribunal de ía historia. Pompeyo no se defendió él mismo,
pero mantuvo un "estado mayor literario'’ ’’ para presentar su historia a la
luz de la adoración ce los héroes. Para esto quienes más valían erar, los
esclavos o les griegos, y Tecianes de M idiere describió la tercera guerra
de Mirrídams como una repetición de la conquista de Asia por Alejandro,
repitiendo el mito del héroe hasta en un conflicto con las Amazonas.'
Unicamente cuando pasamos de insensateces de este tipo a los Cavién­
tanos ce César comprendemos plenamente todo e: valor de estas memorias
militares.“ Pocos libros, por importantes que sean, pueden soportar ia prueba
de ser empleados en ia escuela y de seguir cautivándonos más tarde; íué
una dudosa ventaja para César el haber escrito con frases tan sencillas y
diáfanas que convierten a sus obras en el primer campo de ís lucha que
sostienen íes jóvenes con la prosa latina. Pero si por cualquier circunstancia
uno vuelve 2 César después de año?, de ausencia de la clase, se encuentra con
que íe espera una sorpresa.. Estos comentarios, escritos en primer término para

0 Se titulaba Cortrmentam rerut?; gesteru?**,


f La expresión ¡a emplea H . P etes-:, W a h r h e i í u x 4 K u a s l (Verdad y A rte),
p. 323. véase también su obra D i e g e s e k k k t 'i c h e L v .s r c i'.- s Z b c r ¿ t e r o m i s c h e K a i s e r z e i t
b is 1 ir c o a c r - v s I u n e ih r e Q u e l i c n (La historiografía ¿el Imocrio romano hasta Teo-
dosic I, y sus fuentes) (1807J, x, 163 ¡ s . V arrcn escribió para Pompeyo.
' c i empleo de esclavos o libertos pac?, exaltar las fortunas de los grandes era
común en Ruma, como er. todas partes. Pero ninguna «¡o estas obras es lo suíicsen-
ténsente- notable pare merecer entrar en esíe ezamen.
f Los Comentarios de César son simples bocetos paré uns historia que había de
escribirse tnás tarde; peso en parte habí» una sttitodepreciación estilística, que se
distinguía en medio ae los recursos retóricos ds k época. Cicerón escribió el relato
de sis consulado en ei mimo tono,
re
|0Ó H ISTO RIA D E L A H ISTO RIA

tn*tiíicar a! autor ante el pueblo remano, cifrados en el campo y en medie-


«ii lj acción, no contienen ni una sola palabra ce elogio expúatc cel autor,
y preurnun el relate como el de un observador imparclal que se interesara
un >ólo po; la guerra sino también por las costumbres y la vida de ios pue­
blo»; en resumen, un relato objetivo y distante, como el mismo Tucídiacs
lo hubiera aprobado. Esto es ei exterior, sin embargo; porque tan hábilmen­
te m mantiene la ilusión de imparcialidad que tan sólo cuanao se ha leído
todo rl libro se da uno cuenta de la posibilidad de que las cosas sean de
oti.i manera. Fue una obra genial emplear la calidad del propio dominio pa-
»4 aumentar la impresión de realidad, y así, en último término, hacer cue
lo qor quedaba fuera hablase por el autor.
I turante los diez u once años que siguieron ai asesinato di Julio César en
44 a. ). C., vivía en el retiro, en su lujosa villa del Qtnrmal, e! primer
Innotudor notable que Roma produjo, Caías Saiiustius Crispus, que cono-
i rtiio:. pur Salustio. Había sido partidario de César, y su gran riqueza, cue
». puso di manifiesto en los magníficos jardines {horti S&liustiani) que hizo
ni |.r huicras de las colinas septentrionales de la ciudad, se debía prob&bie-
uu'tuc en parte a que había desempeñado algún tiempo ¡a gODemación de
ln (iiovmcia de Numidia después de las victorias de César. Pero durante ia
m uluud, lucha de partidos y las guerras civiles cel periodo del Triunvirato
v la fundación del principado imperial de Augusto, se retiró de la política
i uva para dedicarse a relatar ia de ia época inmediatamente anterior.
I Mr tipo de conducta necesitaba, a los ojos de un romano práctico, al-
P'iiiíi «-aplicación, y las dos obras de Salustio que han llegado hasta nosotros,
11 ( \mjuiación de Catiline y ia Guezrc de Y ugurta. comienzan con estas e»
ph, mi iones. Debemos ante todo ver lo que dice de este, pues nos proporcionan
■ i puní o de vista con que deseaba que su obra fuese juzgada. Los capítulos
tri. iio v cuarto de Cctülh'.c dicen lo siguiente;

I . liriiTiOiO hacer bien a la república: tampoco tí «típrccsblt cede bien de ella.


I |.iwi| Ir portarse bien en 1?, paz y en la guerra; y muchos son alabados por lo que
Im ti un. o por haber escrito las hazañas cc otros. En cuarto a su. aunque no sea
itMié! ¡« gloria ¿el que escribe y la dti que hace las cosas, roe parece una de las co-
* imu difíciles escribir ia historia: en primer lugar, porque ios nechos han ce ser
•i .i >liil por los ¿icón, y después porque muchas veces, s> se rercencen ios delitos,
I ik .hi i|iir sr Imce por malevolencia c envidia; ss se siace memoria de la gran virtud
la yluti.i de los buenos, cada uno acepta iodo aquello que és cree íáti! de hacer;
p. > lucra de eso lo considera todo fingido y talgo.
VARRÓNi, CÉSAR Y SALÜST 1 0 307

Desde que era muy joven, como les pasa a muchos, me aficioné a la vida públi­
ca, donde muchas cosas me fcercr. adversas. Porque, en lugar de Is vergüenza, la
templanza y el mérito, reinaban ia audacia, !a prodigalidad y la avaricia.. Aunque
mi ánimo despreciase estas malas artes, sin embargo mi juventud poco firme, corrom-
picia por la ambición, se mantenía enrre tantos vicios. Y aunque desaprobaba las
malas costumbres de los demás, también me hacían sufrir la sed de honores, e!
deseo de fama y ía envidia.
Así pues, cuando mi aima descansó de tantas miserias y peligros, v decidí pasar
el resto de mis días alejado de los asuntos públicos, no fué mi plan desperdiciar este
descanso en la onosiaad o en la indolencia, ni consagrar mis días a la agricultura
o a ia caza, ocupaciones serviles; sino que, vuelto a aquellos primeros estudios de que
me había apartado una mala ambición, decidí escribir les hechos del pueblo romano,
por separado, para destacar las cosas que me parecieran dignas de memoria. Tanto
mejor cuanto que mi ánimo estaba libre de esperanza, de miedo, y de relación con
ios partidos políticos.

En su segunda obra, la Guerra de Yugaría. Salustio está todavía más a


¡a defensiva:
D e todas las ocupaciones que ejercitar, la mente, ninguna más útil que el recor­
dar ios hechos pasados. N o mencionaré sus méritos, porque otros muchos ic han
hecho, y para que nadie crea que me alabo ye a! alabar mi estudio. Aunque no dudo
que habra quienes, como he decidido apartarme de ía vida pública, llamarán pereza
a este trabaje mió tan grande y tan útil; sobre todo aquéllos cuya principa! ocupa­
ción es adular a ia plebe, y buscar el favor con los festines.

En estos dos lugares su defensa lleva envuelta una caracterización dt la


política de Roma — el otro campo de su actividad— que es, en una palabra,
también la esencia de su historia. Porque como historiador se ocupó precisa­
mente con aquella vida política corrompida y viciosa de los últimos anos de
la República, de la que había buscado refugio en la sociedad cultivada de sus
amigos y en las delicias del intercambio intelectual. La elección de la corispi-
ración de Catiiins como teína para ser inmortalizado, que descubriera — co­
mo lo hizo en su descripción— ia degradación de ios ideales romanas y el
fracaso ce su sistema tanto social come político, es típico de su punto de
vista. Su otro tema, el relato de ia guerra contra Yugurta, repite de conti­
nuo la nota de la venalidad de ios senadores romanos, v si perdemos ei hilo
de los asuntos de la metrópoli en las gráficas — aunque, a veces fantásticas—
descripciones de las batallas en los desiertos de Namicha. Is culminación deí
relato es menos el destino de Yugurt?. que aquel impresionante pasaie que
remata ¡os turbios manejos del rey y de sus partidarios en Rema, cuando, al
HISTO RIA O E L A H ISTORIA

hi!ir de la ciudad, "se dice que después de volverse hada d ia en sdendo,


reclamó: ’Ciudad venal que pronto perecerá si aparece e n comprador.’ ”
(rap. 35.) N o es de extrañar que. tratando con caracteres y acóntedraieníos
como éstos, Saiustio encontrara ia historia difícil.
Pero ia dificultad aumentaba p>or el hecho de que nunca vió plenamen­
te la perspectiva como un historiador debía haberlo hecha. Le interésate
l o n w r v a r "ei recuerdo de andones hermosas que alimentada una llama en
lúa pechos de ios varones egregios, que no se calmaba hasta que por su vir­
tud no habían igualado la fama y la gloria de los otros" lean. 4 ), y así tra­
té dr destacar, er. parte por contraste sobre aquel fondo negro, ei patrio-
fúeno de un Caten, o el genio militar de un Métele. Y sin embargo, era de­
masiado historiador para hacer esto a expensas del conjunto de la narra -
fiuti; no se permite a Sos episodios que dominen como huniera ocurrido en
rl raso de un simple escritor ce memorias. El deseo de ser emparda! le im­
pló r trazar esc tipo ¿e boceto brillante que hubiera deformado ei relato pata
roncrguir unos cuantos efectos fuertes. Por otra parte, rl fondo nunca se
driuca con claridad. Nunca se propuso, al menos en estas obras, tratar el
irtnj más amplio del que ellas eran notables ilustraciones, el asma del gobier­
no romano en ios dias en que una oligarquía gastada intentaría dominar con
mu constitución igualmente gastada, y en que los estadistas democráticos
no habían encontrado todavía, su César.
Si, como vemos, hay alguna debilidad congènita en la obra de Saíusác.
,’pot qué se la tiene en tan alta estima? Pues no sólo poseemos el elogio del
miri competente para juagar en Roma, del propio Tácito.5 ¿n o que los tri­
tìi <n modernos están de acuerdo en que Saiustio destaca ertamente' sobre
»m predecesores, y en que sigue siendo, con Tito Livio y Tacito, uno de los
lie» historiadores latinos más famosos. La razón es que aplica a Roma las pau­
la» de Tucídides y Polibio, a los que temó por maestros, y cae, rompiendo
unni rías con las complacientes composiciones retóricas trató de decir honra-
dumrrte ia verdad. Además, tanto en el estile como e n el contenido, s í
numruvo apartido de las tradiciones floridas u oratorias, escribió eos digri-
d n d , y dio un cierto aroma, adecuado y arcaico, a su mirto,1'' Como Tu-

" l Á a r o , Anales, iib. m, cap. 30.


U n buen ejemplo de usa frase hábilmente hecha, incluse aunque no tuem
••npin.it, es el comentario sobre ios nümidas, que estaban “más nrotegidos por sus
|'ir* t)ur por sus espadas.” (Guerra de ? vgurta, ccp. 7,5).
VÁRRÓN, CÉSAR Y SALUSTIO 3 0 C

adíeles, pulió y repulió sus frases, y los discursos que introdujo, aun cuan­
do tenía delante el texto,“ fueron vueltos a escribir de acuerdo con lo de­
más de su obra. Por fortuna un orador, Cicerón, le evitó el trabajo de hacer
esto con sus propios discursos, volviendo él mismo a redactarlos y arreglán­
dolos para la posteridad.
Se mantiene generalmente que uno de los principales méritos de Salustio
es su descripción del carácter, y es cierto que sus caracteres están en su ma­
yoría dibujados con una auténtica imparcialidad y son muy reales. Pero las
cualidades que se íes asignan huelen un poco a fórmula: no son cr*iotiios*
dones sutiles del temperamento y la capacidad, que sorprendan prontamen­
te a! lector, sino que comparten los elementos de! lugar común cue con­
vierten gran parte de la literatura antigua en una especie de indumentaria
escénica.“ Sin embargo, cabe que el clasicista haga caso omiso de esto, por­
que el pleno mérito y el encanto del arte de Salustio merecen que se les de­
dique más tiempo y más estudio de lo que su asunto justificaría en otra
forma.
Por último, hay dos francas debilidades en Salustio como historiador.
En primer lugar es flojo en cronología y geografía. Todos sus editores han
señalado lo increíblemente descuidado que es en ambos respectos. Emplea
frases vagas para los lapsos de tiempo, e incluso así se equivoca, en tanto
que su geografía de A frica es fantástica., y muestra errores tales como si­
tuar cerca de la costa dudadas que deberían estar cuarenta millas hacia el
interior. Esto hubiera chocado a Poítbio, y si Salustio encontró impreciso a
Tuddides es su cronología, nunca éste hubiera fallado, como lo hizo Salus­
tio. cuando los datos estaban a mano.
La segunda debilidad de Salustio procedió de las mismas -ventajas de
que gozaba. Capitalista retirado que vivía con elegante holgura, que emplea­
ba eruditos para que ie hicieran ia parte dura de la investigación/* no pc-

' 1 Como, por eiempio, el át Catón contra Catión?, o el de Mcrranlo contra Y u ­


gar». Sus discursos están bien hechos, y ss resultan demasiado numerosos pare, nos­
otros, y si se insiste en c2 tono mora!¡cacar, todo ello estaba de acuerdo con la época
en que fueron escritos.
12 T s ' vez * * ««» «acepción el retrato de Mario. Guerra Je Yaparte, es?. 63 ss.
Le hacían las rebuscar- previas (Stictonío, De iHusiribus prammaticis — Los
gramáticos ¡lustres— , cap. 10}. Sin embargo, debe concedérsele el debido crédito por
haber reconocido el valor de ia ayuda erudita. "Semejantes trabajos rara vea fueron
tomados por un historiador latino.” Véase T. W . M ackau., Latín Literatura, p. $4.
.410 HISTO RIA DE L A H ISTORIA

*■ ' '« por completo ese agudo sentido de ía corrección que se produce ai espe-
titncntar de continuo la disciplina férrea del método cicntúico, Pero además..
'• i.' el mundo como lo vería hoy una persona a través de las ventanas de un
<hi[i de Pal¡ Malí, o ce la Quinta Avenida. Su filosofía, que perfila en su
prrf.icio, es de autonegación. pero es del tipo de autonegación que va bien
i on l.i vida mundana. Le recuerda a uno la de Polonic. N o se enfrenta con
h>» problemas auténticos de un mundo en marcha. Es plácida y segura de si,
ron actitud de censor, pero le falta la captación de lo fundamental.
Llegara o no a terminarse la otra obra de Salustio, una historia de toda
I-i época anterior a la suya,34 tenemos tan sólo vestigios de algunos íragmen-
IO'.. y el hecho de que se prepusiera concentrarse sobre determinados rasgos
principales como regla para la composición histórica, nos hace pensar que
»11 labor en un tema más amplio apenas si nos haría modificar nuestro juicio
.nnca d< é!. N o obstante puede haber sufrido por el hecho de que en ópe­
ra- posteriores, particularmente en el último período de la historia imperial,
*in el encanto de su estilo y el poder ce su caracterización lo que conservó
para nosotros lo que tenemos de él, de preferencia 2 algún mérito más sóli­
do en la síntesis histórica.

11 1.levaba el tirulo de Historias, y parece que abarca desde el 7S al 60 a. J.


i ohimuandr desde donde ío había dejado L. Cornelio Sirena.
CAPITULO XXII

T I T O L IM O

Cp^tmsTRAS que varían las opiniones sobre c-i lugar que Salusco ocupa entre
los historiadores, las relativas a i ito Litio son unánimes. Su lugar prefe­
rente nc- se discute. Fué el historiador nacional de Roma, el único cañar de
tratar con éxito la larga e intrincada trama militar y política desde la fun­
dación de la ciudad hasta ía del Imperio. Otros trabajaren en las parres:
él abarcó el conjunto. Incluso por ei tamaño su historia fué monumental.
Tiene nada menos que ciento cuarenta y dos libros, y un libro en Tito l it i o
es por si solo una pequeña obra. Pero, dejando a un lado su amplitud,
ía concepción en que se basaba la historia de Tito Litio estaba desarrollada
con consistencia tal, son tan claros y armoniosos los perfiles de su estructura,
que apenas si resulta exagerado decir que la huella que imprimió a la histo­
ria de la República duró hasta los cías de Niebuhr v de la crítica del siglo
pasado. H izo remontar la idea de. la misión predestinada de Roma como
centro tniíicador del mundo civilizado hasta las remotas centurias de su
oscuridad, y enlazó pasado, presente y futuro en una perspectiva culminan­
te. Er¡ cierto sentido esto era el simple reflejo sobre la historia de ía sran-
deza de la época del escritor. Pero el hecho ¿e que acuelles démeos futran
grandes casi identificó la fe en Roma — que era el credo de T ito Lisio—
con una creencia en el progreso humano o un interés vital oor la sociedad
organizada. A sí el patriotismo de Tito Livio se convirtió en universal, y si­
guió sirviendo de inspiración para épocas posteriores incluso cuando el mun­
do romano ya había sucumbido. O iga lo que quieta ia crítica respecto a sus

1 Véase A . M oliniek, Les somas ¿t Fhistoire ¿e Frente (Fuentes ce la histeria


ce Francia! (1901-1906), 1, 36, para la influencia de la perspectiva ¿ t Tito L n io
»1.» H ISTO RIA DE E A HISTORIA

ñu linios dr trabajo no puede conmover el lugar de Tiro Livio como uno de


lo» potos historiadores cuyas obras han vivido en vez de haberse conservado
•iiuplrinente. Visto con esta luz. e3 historiador nacional de Roma ocupa lugar
piimímente entre los antiguos maestros.
Tito Livio (59 a. j . C .-17 d. J. c.) nació en Paaua, pero pasó la mayor
p.ufr dr su vida en Roma, y escribió bajo el patronato directo de Augusto,
f'rpri'wiitó en el campo de la historia aquel esfuerzo hada la recotína moral
«11 <|iir tanto empeño puso Augusto, por el vigor con que destacaba las an-
ii) iu6 virtudes y por su relato de acciones heroicas y patrióticos sacrificios.
I'rtii ¡.1 misma sinceridad de carácter que se revelaba en esta acritud mora!
di 1 110 Livio mantuvo su independencia espiritual, de tal modo ene aunque
vivió en la corte 00 rué un cortesano. N o situó, como lo hicieron Horacio y
Viiyiiiti, u Augusto entre los dioses, mencionándolo tan sólo inrider, taimen -
0 '1111.1 vez para marcar una fecha, otra para probar un hecho/' Provincia­
no recio, sin ninguna de las amarras que convirtieron el partidismo en una
' 11 mil dr familia, llegó a Roma cuando las facciones caldeadas de ía última
1 1 pul'lie.1 ><■ habían sosegado en la gran Guerra Civil, y cuando la época
ilt violencia. corrupción c intrigas que motivó la perspectiva de S?justio pa-
n 11« liiil kt pasado. Aunque llegara a ver en la monarquía una ccnrinua-
1 mu «1« aquellos elementos del pasado romano que contribuyeron a la gran-
lii/n, no compartió el gran entusiasmo de Virgilio y Horacio por el nueve
n yíiiirn. Se aventuró a elogiar a Bruto y Casio, y Augusto, bromeando amis-
t<■ uniente, solía llamarle "pompeyano.” ' Tico Livio, como S a i t í o , pen-
«iibii de «11 tiempo que era decadente, y, al igual que su predecesor y que
mil*» muchos tómanos, situaba la Edad de Oro entre la segunda y ía ter-
1•«■ > ytirrra púnica. Por lo que podemos juzgar, el periodo entre Mario v
Ai 1mui era un vasto relato de horrores. Pero aunque su carácter y su ccn-
1«•pilón m muestran claramente en sus obras y en las escasas noticias que de
«11 villa irnetnos, estas últimas son tan pocas que, como en e! case-' de Hero-
1luí o. noi ha quedado una historia más que un historiador. Como ha resumi­
da I lililí' ' una fecha en Ensebio, algunos detalles sueltos er. Séneca y Quin-
nlimin, do» palabras lanzadas por azar en su propia obra: esto es todo lo oue

I 1 I«» ule as históricas de la Edad Media. No obstante esta influencia fue más
* *•> imliii rt«, mientras que desde ios días de ios humanistas hasta ios nuestras Tito
I iv«i> Im rrrnhrado ur, puesto entre "ios clásicos” .
T ácito, Anales, lib. iv, cap. 34.
T IT O LIVIO

nos queda de ia vida de Tito Livio. E i historiador de Roma no tiene histo­


ria.” “ Los fragmentos que tenemos muestran que fué modesto en medio de
su gran popularidad ;4 su obra revela que viajó poco y leyó mucho: y su
estilo ofrece las trazas del entrenamiento de un retórico. Es decir, que fué
im caballero culto con el hábito del estudio. Fuera de esto apenas si sabemos
naca.
Si pasamos del hombre a su obra, bien podemos comenzar por el princi­
pie, y dejar que Tito Livio nos diga cuáles rueron su propósito y su con­
cepción, como lo hace, con toda franqueza, en el prefacio de A b urbe con-
¿he:

N o sé bien si ia tarea que me he propuesto, el escribir la historia dei pueblo


romano desde los comienzos ce 1e ciudad, me dará satisfacción; ni. aunque lo supie­
ra, me atrevería a decirlo. Porque vec- cuit: vieja y frecuente cosa es que siempre
ios escritores nuevos creen, o bien ptese-mar los hechos con mayor certidumbre, o bien
superar la rudeza de los antiguos por el arte Ce su estilo.
Sea como fuere, siempre me satisfará haber puesto mi parte para perpetuar la
memoria de las grandes cosas realizadas por el primer pueblo de la tierra; y si, en­
tre tanta multitud de escritores, mi nombte permanece en ia oscuridad, me consola­
ré con el brillo y la grandeza ce aquéllos que me hayan eclipsado.
El tema, además, erige un trabaje inmenso. Abarca un período ¿ e más de 700
años, 5’, partiendo de comienzos pequeños. ha crecido de tal forma que ya se dobla
bajo su propia magnitud. N o Cuco que para muchos de los lectores ios tiempos más
primitivos y ios que los siguen no ofrecerán sino escasos atractivos; impacientes por
llegar a los tiempos modernos en que las fuerzas ce un pueblo largo tiempo domi­
nar, fe se vuelven contra éi mismo. Y e , por otra parte, conseguiré una recompensa
de! traba jo, el distraerme por un algún tiempo del espectáculo de los males que nues­
tra época ha contemplado durante tantos años, per lo menos mientras me dedico por
entero al estudio de las cosas viejas, y quedar libre de ios cuidados que perturban el
ánimo de un escritor, aunque no le aparten ce la verdad,
Las cosas que precedieron o acompañaron a la fundación de la ciudad se con­
servan más embellecidas por las ficciones poéticas que apoyadas es monumentos
incorruptos; éstas ni las s ism o ni Isa rechazo. Se concede a la antigüedad esta -venia

8 H. T a in e , Essai sur T h e Uve (Ensayo sobre Tito Livio) (1856), p. 1.


’ Piiniú ei joven cuenta una anécdota notable, que parece era corriente en sus
días, v que indica bien a las datas- cuál era ia fama de Tito Livio entre sus ccntera-
poráneos. ’'¿N unca has leído [le dice a Nepote] io dr cierto hombre de Cádiz, que
vino, desde el evtremo mismo del mundo para ver a T ito Livic, mov¡c¡o por su nom­
bre v fama, c inmediatamente después de verlo se volvió a su tierra? ' (Epístolas,
lib n, carta 3).
HISTORIA D E L A H ISTORIA

•ir mezclar a las casas humanas las divinas para hacer más augustas los orígenes de
i«»- pueblos. Y si a algún pueblo es lícito consagrar sus orígenes y aisignarse m ; pa-
t « nadad divina es ai pueblo romano. Porque es tan grande su tierna en la guerra
»»ii«- cuando quiere hacer dei dios Marte el padre de su fundador ?• el suyo propio,
i.nlf» l.i-, gentes ir> soportan del mismo modo que soportan su dome-ración.
Por lo demás, ¡o mismo si se aceptan que si se recitaran estas tradiciones y otras
»<ni« iiirur . no ¡o considero de gran importancia. Los asuntos a ios que cada cual
<u i>rr.i dedicar su atención más aguda son la vida y las costumbres- el saber gracias
•• c|»r liomiircs y a qué procedimientos, en la par y en la guerra, se ha fundado y
u í„i rnj-r.indecidc nuestro imperio. Seguir luego con el espíritu la lenta decadencia
•l< 1« disciplina, el relajamiento de las costumbres que cada ver se precipitan más
hutía Ilegal a estos tiempos nuestros en que ni se soportan ios mudes ni se toleran
•II» rrmedios.
2 <> cor ts principalmente benéfico y fructífero en ei conocimiento de las cosas
(•«»«I«.- r- que se caponen en un cuadro luminoso enseñanzas de tanas ciases de las
•iiií p u n e tomarse las que sean dignas de imitación para ti v pera la república y
■ i.ba/ar»- las oue sean malas en sus principios y en sus resultados. A menos crue me
■ Kravir •■ ! «mor de mi obra, pienso que nunca existió república e¿ mayor, ni más
»i iuiivi tu más u-cunda en buenos ejemplos; ni en la que tanto hayan tardado en
Iwneirai ¡j avaricia y la lujuria, ni donde tanto tiempo fueran borneadas la pobreza
, la frugalidad, mostrando así ouc cuanto menos se tiene menos se desea.
| >,... ■, luce poco las riquezas engendraron la avaricia; y los placeres abundantes,
i «|iriiKi «ic! lujo v desenfreno han penetrado y arruinado todo. Pero estas censuras
t f i ' M t A t i moirstas, aunque sean necesarias, no deben apetecer va en el coirúer.-

... o. t*i. grande obra. Preferiríamos comenza: bajo auspicios favtnrabies, adoptando
I,, i ,i»ri :ubrr dr ios poetas, con ruegos y súplicas a dioses y diosas para que asegu-
i ,.,,11 un rxiu. te¡:.’ » nuestra gran tarea.

I ri ningún otro lugar de la historiografía antigua encontramos una lia-


i i.nl.i i.m cautivadora. Tiene la nota personal de un Poiiixú ¿ s sus aires pe-
. la atmósfera mora! de un Salusrio. pero no su decurrriacióri de cea-
mir, y algo dtl encanto de un Herodoto en los leg o i relativo; s cosas vieias
, nl\ n ijiij- que borran dei espíritu ¡as sórdidas preocupsricc.es del presente.
I i liccrrr.i del toque, que acaba por llevamos a !a zona fronteriza entre
I iiiimr \ J'otm-'.. muestra tr, seguida la mano segura del maestro. Los augu-
ni,i. «un favorable: cuando el historiador tiene presentes ias debilidades ce
mi, Irctnrr» liana e! pumo de no recordarlas cor. indebida frecuencia, v cuan-
Jrj« qm el pasado heroico cuide de enseñar su propia iecoón.
1 .i liotoriii d- 1 itc> L ivio tiene un sencillo tirulo. D esde íes fundación de
l,i iiitdtu! { A l ’ u tbr co u d ita ), y comienza propiam ente co r E neas, cuvas ha-
TITO L A T O
3*5

zanas se relatar, rápidamente a base de ¡a leyenda ’'generalmente aceptada.”


N c hay grandes muestras de entusiasmo ni en esto ni en el relato de los he­
chos de Pómulo que sigue. Incluso se produce la duda er. cuanto a la pater­
nidad divina del fundador de Roma y se da una versión naturalista de los
relatos que a él se refieren. De hecho la narración apenas si comienza en las
leyendas de origen. Mientras no llegamos a la lucha de Roma con Alba Lon-
ga, que culmina en el dramático duelo de los tres Horacios contra los tres
Curiados (Üb. i, cap. 25), no nos damos cuenta dei libre juego, de un movi­
miento sin trabas, de la imaginadón histórica. El problema de los orígenes que­
da sin resolver; el caso no se resuelve ni para el crédulo ni para el escéptico;
los detalles apenas importan; porque, en todo caso, dice Tito Livio, "en mi
opinión, el origen de una ciudad tan grande, y el establecimiento de un impe­
rio que sigue es poder a! de los dioses, se debió a los hados” (lib. 1, cap. 4.)
Esto sugiere, en seguida la fase de la historia de Tito Livio que está más
abierta a discusión ante nuestros ojos. Es de tono tan religioso que resulta
francamente medieval por su inclusión del elemento sobrenatural como parte
intrínseca de la historia humana, y muy especialmente por la manera ce tra­
tar las crisis, cuando por milagro o portenro ios dioses se revelan. Abundan
presagios y prodigios; cuando los dioses no están en escena, están muy cer­
quita de ella.' Por comparación Herodoto resulta casi moderno, porque, aun­
que ios oráculos desempeñan un gran papel en su relato, los dioses quedan
fuera de él. T ito Livio, por el contrario, conforme con el espíritu de las reinr-
mas religiosas de Augusto, convirtió a la piedad en ía esencia misma del pa­
triotismo. H ay un tufillo de doctrina estoica en la manera que tienen los hados
de "cusponer los planes de los hombres, y cegar sus mentes, dejando, sin em­
bargo, sus voluntades libres.” Pero el filósofo cede ante el historiador cuando
éste relata ios hechos, según los encuentra en sus fuentes, y comprende hasta
qué punto sus personajes creían en todo eí aparato de i?, magia c í ida!, y ¿r

" Sin embargo, en ocasiones, Tito Livio parces tener sos dudas. "Aquí-’ abe fue­
ron anunciados muchos prodigios, y cuanto más ¡os creían la? gentes sencillas y pia­
dosas- tantos más se anunciaban” (lib. xxiv, cap. 10); ' otras cosa? r ; ; anas que la
gente pensaba habet visto u oído eran tomadas por ciertas” (lib. xxis, cap. 4.4);
"en medio de ¡os arares y de las inquietudes de una guerra tan dura, cuando todos
atribuían cada suceso favorable o desgraciado a ¡os dioses, se anunciaban numero­
sos prodigios” 4¡ib. xxsui, cap. u ) . A pesar de iodo, reproducía cuidadosamente
la; numerosas noticias de prodigio; que encontraba en ios antiguos anales.
J lft H ISTO RIA DE L A HISTORIA

U» n.ifinif'M.' apariciones que anunciaban el desastre o la victoria. En un pa-


m i» qur prácticamente no tiene rival en la historia antigua para penetrar la
Imagmai ion histórica, admite la influencia que ¡as creencias antiguas eier-
,•11 m hif rl cuando se sumerge en el pasado y aprende a pensar y a sentir
»h I* misma forma en que sus héroes lo hicieron.

N.i ifiixro (observa en el lib. xcni, cap. 13) cae ia misma indiferencia que hace
mIuh» iihi Ii - hombres nc crean en ios presagios enviados por los dieses, hace tata-
l .fh ■ ur r».. »1 publiquen los prodigios ir se refieran en los anales. Pero yo, al escrí­
ba 1« Iíuiimu de Lh cosas antiguas, nc sé en qué forma me encuentro poseído por
»1 miiiyim r«| íritu. y ur. sentimiento religioso me obliga a no considerar indignas
•I» mi» mullí1 lu cosas que aquellos prudentísimo: varones pensaren que eran dig-
T m i publicadas.

I «io r» lu más que puede decirse en su defensa. Si ios dioses revelan el


fiiiiii,. lomo |o hacen en el episodio cue origina el inciso citado, se mueven en
I*«' jiapiiiiH de Tito Livio como lo harían en las cerebros de sus héroes, y en e$-
'*■ w itido lu historia sobrenatural es ¡o más natural del mundo.
I » historia de Roma estaba llena de guerras, y T ito Livio, cuando relata
• «iit|>.ifí#i v escenas de combare, es cuando se encuentra mejor. El era un
ln Tu 1Ir lin.is y no un soldado, su ¿encía militar es deficiente, su geografía
'* b i.oiufiii, su sentido de los números, escaso; nc. obstante su narraden es
"•uní»,* »tirita y ¡lena de brío. Mientras que en los razonamientos su esñio
‘ "» 1uniría enrevesado, y en ocasiones decae mucho, cuando relata hechos
• Ti I,«, cilo culi rapidez sin prescindir de la nota pintoresca. Lo que estro-
• « *n tn« |ore<. pasa jes es que los interrumpe precisamente para insertar sus
1 iii'",uucu' íes en forma de discursos o atengas interminables. Sin duda
• '» i" et.in, en opinión de T ito Lisio, los puntos en que culminaba su
•*"' p 'Mjiir tu su estilo dominaba la influencia de aquella forma de retórica,
b m(mirada por los romanos. Hay más Ge cuatrocientos discursos en
1" 1 '.1 y cinco libros que han llegado hasta nosotros, que fueron dipu-
'■ 1 •iii'Ím menos que por Quámiiano, como insuperables en dicción y en
' •<m i . 1 .' D ebí, en efecto, admitirse que no son declaraciones insulsas
■ *11■ itiMi' auténticos, característicos: pero con frecuencia son largos y
1 ,1 .ni " con exceso.

•" III iano. lie rr.stitutione orctañi, lib. x. cap. 1, sec. 10.
T I T O I.IV 3 C
5*7

N o eran Ies discursos le que T ito liv io temía que fatigara a los lectores,
sino la larga sucesión de las guerras mismas. Después de diez libros dedica­
dos a ellas cree conveniente exhortar al cansado lector para que siga, como
un deber patriótico: "¿Q ué persona habrá a la que aburra la mucha dura-
den ce las guerras,, por escribir o leer acerca de ellas, si no fatigaron a quie­
nes las hacían?" (¡ib. x. cap. 31).
T ito Livio tenía motivos para sus temores. Fué el mayor tributo a su ge­
nio que ia antigüedad conservara, hasta bien entrada la Edad Media, un re­
pertorio tan vasto de guerras arcaicas. Si tan sólo partes relativamente peque­
ñas de la gran obra han llegado hasta nosotros,1 los libros que faltan ne
desaparecieron hasta las épocas oscuras posteriores al siglo séptimo, e incluso
partes de ellos han sido preservadas en extractos por autores más tardíos. Por
qué se conservó el largo relato de tanta lucha sin importancia cuando se per­
dieron partes mucho más interesantes, no es posible decirle; pero tal vez el
amor del historiador hacia aquellos días extraños y remotos tuvo algo que
ver con esto.
S: pasamos ahora del arte de T ito Livio a su crítica y empleo de las fuen­
tes, en seguida tropezamos con su debilidad. La crítica era contraria a su
naturaleza. El era un narrador. Nos da la impresión de que empleara k
crítica tan sólo de un modo superficial, y porque era la moda. N o establecía
diferencias, entre sus fuentes, y tomaba lo que le cuadraba mejor para el es­
quema del relato. U tilizó a Poiibic. pero no de un modo consecuente; tal
vez s Catón, a Licínio Mácer, Autias y Claudio Cuadrigario; pero le servias
los analistas de segunda mano con ral de que contuvieran los datos. Sin lle­
gar al extremo de aplicar el adagio se non e vero e hen tróvate. Tico Lirio
no se interesó par las investigaciones en filología ni en el saber de las anti­
güedades que la erudición había hecho accesibles en su tiempo. Basta con
decir que no hay indicios de que haya leído a Varean.
H ay en él, sin embargo, muestras de claro sentido de dependencia con
respecto a las fuentes que pudo utilizar. Notable es la diferencia en. el tono

‘ Lo* Í-Jbros que quedan son t-x, X X -X L V , de los cuales xtj y xu:¡ estar, incom
pletos; abarcar la historia de Roma desde el comienzo hasta 293 a. i. c., y desde
218 a i€y. además tenernos las Pericchce o epítomes de todos los libros salvo dos.
que oso-an en tamaño de dos lineas a una. página entera. Existió una abreviación
mucho más completa, ahora perdida.
HISTORIA D E L A H ISTORIA

limpués de i relato cié I incendio de la ciudad por los gales. E libro sexto, que
comienza la nueva era. empieza como sigue:

H r expuesto en cinco libros ia historia de ios romanes desde is. fundación cc k


> tiíliJ hasta cuc fué te m a d a ... Historia oseara, en parte por se gran antigüedad,
i rm , ríos objetos cue apenas se perciben a causa de su gran aiejanusmo: en parte pet-
il»« *n estas mismas épocas las ¡erras fueron insuficientes y raras, sacado ellas las solas
(tuardiaiias fieles de: recuerdo ce ios actos del pasado; y también •»arque perecieran
'*<> totalmente, en e! incendio de la villa, los coméntanos de ios pontífices y otros
•h.I n os públicos v privados. Con más claridad v con más coartadla se expondrán
.Ir «n|tt¡ cu adelante ios acontecimientos civiles y militares. partiencc de este segundo
»tigrti de Rrnna, cue volvió a brotar, por decirio así, desde sus relees, con mayor
airona > fecundidad (iib. v¡, cap. i ) .

La promesa contenida en las últimas líneas fué realizada más bien en un


sentido literario que en un sentido erudito. Es feliz cuan de rodas sus auto-
rnLdrs están de acuerdo: cuando r.o lo están carece de principias críticos que
l(* guien. Hav un ejemplo interesante de esto en un pasaje a l que ya se ha
I tilín referencia. Después de afirmar que los íectores estarán., sin duda, can-
••iiulov de los volseos. agrega:

Pero también les sorprenderá (como me sorprendió a mi zl f i m ’rr- los auto-


m i».,* p ó'.irnos a los sucesos) de dónde los valseo® y los ecuos, cantas veces verxci-
•t■ •acaban nuevos soldados. Como ios antiguos guardas sobre « se ptmto un si-
• completo, ¿qué puedo hacer yo sino expresar una opinión, ccm-c cualquier otro
I" Jrin formarla según sus propias conjeturas? {Iib. vi, cap. te ). 1

1 o que interesa hacer notar es que Tito Livio ni siquiera, sueña con po­
lín tu duda ti hecho de la magnitud del ejército volseo. visto que sus auto-
te huir >. i ::;n de acuerde en eho. Se limita a echar mano as tre-rias que oue-
diui lontrilunr a radoualizar el relato para hacerlo más vercsrsdL En cambio
• 1 liivotiador moderno debe antes de nada hacer lo que T ito Livic parece no
linl> i lirclio en absoluto, determinar el valor de sus distintas tueztes.
S. [ no Livio no fué un historiador científico, tampoco ooseis la expe-
miiri# rn los asuntos prácticos que Polibio prefería a ía erudición. Su irs-
• '.■ iidml nara ver el valor de este conocimiento más amplio de hombres y
I i'.nr’, sr muestra no sólo en su falta de exactitud geográticz.. a ia que va
>> lii/u referencia v en su deplorable debilidad en asuntes canstimcionales.
T IT O LIVIO
3 I9

sino también er, que empequeñece su visión de ía historia y de Roma. Según


ha indicado finamente Peíham:

En polibso la grandeza de Roma es un fenómeno que se estudia cor. crítica >,•


se ezpuca científicamente; e! crecimiento de Roma forma un capítulo importante de
historia universal, con el que hay que ocuparse^ no como un hecho aislado, sino er.
conexión con la marcha general de los acontecimientos en el mundo civilizado. . .
Tito Lirio escribe como un romano, para levantar un monumento cieno ¿e ia gran­
deza de Roma, para mantener viva, como guía y advertencia de los romanos, la co­
lección de las virtudes que habían hecho grande a Roma, y de los vicios que la habían
amenazado con la destrucción.8

La historia de T ito Lirio es, por tanto, intensamente patriótica. El cre­


cimiento de Roma fue debido a las auténticas virtudes deí buen tiempo viejo,
sobre todo a la piedad. Los padres de la República son hombres valerosos y
firmes, de fe inconmovible en la grandeza de su destino. Por fortuna estas
virtudes son ce aplicación general, y por inadecuadas que puedan ser como
explicación de los triunfos romanos, ofrecieron a los moralistas que vinieron
más tarde muchas inspiraciones para aplicar la lección en otro lado. Sola­
mente en nuestros tiempos las virtudes cívicas han dejado ce imprimirse en
los jóvenes gracias a los modelos de las páginas de los clásicos. Y" es tributo
suficiente para Tito Livio a este respecto recordar que fue el único escritor
de ia antigüedad elegido por el pensador político más realista del Renaci­
miento, por Maquiaveío, para trasladar a su época las lecciones del pasada .8 *

* H . r. kelh am , ' ‘L iv y y en Encichpccdic Briiannka f j i ? ecÜ


Véanse Discursos sobre ic primera década ce Tito Lino.
.
CAPITULO XXIII

T A C IT O

T a s a s de T ¡to Livio a Tácitc es. en cierto modo, le mismo eme pasar ce

Heredero a Tucídides. También Tácito fue un artista de la historia. Su


estilo es ei resultado de la madurez, no sólo del individua sino de ia na­
den. En é! no existe el encanto de la ingenuidad. Ei poder narrativo que
nos conduce a través de detalles interminables porque sabe hacerlos entrete­
nidos, no es del dominio de Tácito. Su mensaje, como eí de Tucídides, se di-
rige a la inteligencia. Pero la inteligencia de la época de los Flavios no es la
misma que la de la época de Pericles; y, fuera de Sas pautas generales que
ellos mismos se imponen, hay muy poco parecido entre ia obra del más gran­
de tíe ¡os historiadores griegos y la del más grande de Ies latinos. Para am­
bos la historia era un tribunal, el último de todos; pero mientras que Tucí-
diáes era un magistrado, Tácito era un abogado, tal vez ei más brillante que
trató de influir en e¡ juicio del Tiempo; pero un abogado de todos modos.
Su cliente era ía misma Roma, y la causa era la libertad humana; pero estos
ideales impersonales estaban menos a ia vista cuando trataba el caso que no
¡os peligros con que tropezaban, peligros personificados por hombres y mu­
jeres reales, r.c considerados como abstracciones. Era al tirano y no a la tira­
rla, a quien Tácito atacaba; ios hombres y mujeres inmorales que podía ci­
tar por sus nombres, v no ia inmoralidad en general. Pero por mucha que
fuera la fuerza con que desarrollara su argumento, reconocía Is. dignidad de!
tribunal ante eí que estaba actuando y se limitaba s solicitar el juido que
los hechos pudieran autorizar. Así. mientras Tucídides trataba de establecer
la sola verdad. Tácito trataba de defender una verdad que pudiera ser de
utilidad para el mundo. Hasta qué punto los dos métodos coincidían pueár
HISTORIA DE L A HISTORIA

tli |miii Ir r Je la propia conceoción de la verdad y de los valores, pragmáticos


rn lu lustona.
Sallemos muy poco de la vida de Cornelio tácito, pues nuestro conocí-
miniti! »r limita a lo que él mismo dice — y es muy poco comunicativo— y a
In» lana-, de Plinio el joven, su amigo íntimo, quien le dirigió nada menos
oiir utrir epístolas. La fecha de su nadmientG se ha establecido, por una con-
imita rrs|>rcto a su edad probable al ser designado para un cargo político,
lia< ia ><5 d. C., y su vida debe haber alcanzado aproximadamente hasta las
■ lii'. primeras décadas de la centuria siguiente. Los momentos destacados de
•o i .irrrra política son indicados por él. de un modo algo enigmático, en eí
i utiiieturo de sus Historias: "M i dignidad la inició Vespasiano, la aumentó
I o.i, v la elevó mucho más Domi ciano/’ Este se ha interpretado en e! senti­
tili tii que Vespasiano le hizo cuestor; que fue nombrado eci: o tribuno de
la plrlv bajo Tito, y pretor bajo Dominano. Debe mencionarse su matrimo-
imt ion l.i hija de Agricola, pero aunque inmortalizó al padre de su mujer,
un ilu. tuda prácticamente de su vida familiar. El mismo menea que estuvo
‘ ur t a dr Roma durante cuatro anos a! cesaren su cargo de pretor/ pero no
tlti r rt. ninguna patte dónde estuve durante este riempo. Por conjetura se
i flm ion» esto naturalmente con su famosa monografía sobre Alemania — aun­
itili n o apareció hasta unos seis años más tarde (9$ d. j . c .) — , y nuevas
(■ mirri as. a la caza de un puesto de observación adecuado, le asignan la
p'ibrrii.ición de la Galia belga. Sea esto como fuere, estaba de vuelta en Ro-
iiiit rn 9} d. J. c., y ciaste plena evidencia por sus Histerias de que desde
r i m m r r s basta e! fin del remado ce Domiciano vivió en eí centro mismo de!
11-11111". ruc cónsul ei año siguiente a la muerte del tirano, y luego comenzó
i. publicar sus trabajos más cortos, la vida de Agrícola en 9“ ó 98, y ia Ger-
"1.inia rn 98. Sus historias, fruto de años ce estudio, favorecido por su íer-
Aiilu di-.imulación bajo la tiranía de Domiciano, fueron publicadas frsgmen-
1.11 uimi-r.u-, coniorme las iba completando. Bcissier ha inferido de una car­
ia ib Pimío que las Histories probablemente comenzaron a aparecer hada
!<’"i d j. c., y que, debido al éxito grandísimo que tuvieron er. Roma, PHesc
mil rió la brusca y penosa tentación de probar terrona como historiador, a

’ .Anatrs, ¡ib. xi, cap. 11; A g r íc o la , cap. 4¿


1 A /¡tiróla, caps. 3, 44.
TÁCITO
0^0

fin de lograr la inmortalidad.'’ Una observación casual en los Anales, la


de que el Imperio Romano "ahora se extiende hasta el M ar Rojo” a través ce
Egipto (lib. n, cap. 61). implica que estas palabras fueron escritas unos diez
años más tarde (c. 11*5 d. J. c .) , cuando Traiano había llevado hasta allí las
fronteras.” Por último, una inscripción descubierta modernamente en Caria,
indica que hacia fines del reinado de Traiano, Tácito ocupó el elevado pueste
de procónsul en Asia.*
Esta es la débil armazón que poseemos de la vida de Tácito, si se excep­
túan las indicaciones proporcionadas en las cartas de Piinio, trae no son tan­
to hechos aislados como descripciones de la sociedad en que se movían y de
los intereses comunes de los dos hombres. Piinio nos dice que cuando él ini­
ció su carrera er¡ el foro romano, Tácito estaba "ya en toda su gloria y re­
nombre” como abogado famoso (lib. vin. carta 20); y seguía dedicado a!
foro cuando ya había muerto Domiciano, porque sabemos de un litigio im­
portante que llevó juntamente con Fundo. Pero la elocuencia que tan genero­
samente admira Piinio (lib. n, carta 1} r.o despertaba tanta admiración co­
mo las historias. Estas, afirma, vivirán para siempre; y jqué afortunado el
que figure en sus páginas tan duraderas! (lib. vi, carra 16; lib. vn, carra 33}.
Leyendo a Piinio podría suponerse que Tácito perteneció a aquellas perso­
nas que los contemporáneos han designado ya como inmortales. Pero lo cier­
to es que dejaron este cuidado a sus propias obras, sin ayuda de los bió­
grafos.
H a sta aquí los rasgos externos de la vida de Tácito. Pero s; éstos esca­
sean, el cuadro más íntimo áe su educación y concepto del mundo, de la
sociedad que frecuentaba, y de las influencias que sobre él ejercieron k mo­
ral, ía costumbre V ¡a política de esta sociedad, está bastante claro. Era un
aristócrata, no de. la antigua nobleza romana, porque casi todos habían des­

* Piusao, Epístola;, hb. v. carta fe. Véase G. Bosssibb, Txiñtus and Otker Román
Studies (Tácito y otros estudios romanos) (trae. Hutchison, 1003), p. 93.
* Las Historia- fueron escritas nrirnerc, y abarcaban el período de 69 a 96 d. J. c.
en catorce libros; de éstos tenemos ahora únicamente los cuatro primeros y ia mitad
deí quinto, que tratan cíe ios hechos de cerca tíe un bienio. Los Anales, bajo su título
original Á b cxcecru airi Angustí {Desde k muerte dtí divino Augusto), abarcaban
desde los añas 14 a 68 d. j . c. en. «trisé» libros; ahora tenemos ios libros l-iv (14-28),
partes deí V y vi (29, 31-37). y x í -x v í con lagunas ai principio y al fin (47-66),
•’ Bulletin de Corresponderse Helicnique, xsv (tSpo), 621-23.
3*4 HISTORIA DE LA HiSTOElA

aparecido, sino de la nueva clase media, extraída ce las provincias y de las


riaei oficiales.® Era una sociedad rica y culta, como la del antiguo régimen
er. Francia, en la que valía el ingenio, la literatura era un pasaporte para ios
saones elegantes, y las agudezas podían hacer, o deshacer, fortunas, frías
ers una escuela de escándalo que de historia. Había mucha murmuración en
el ambiente, la cual Tácito, como hombre de mundo, no podía dejar de re­
coger. murmuración de mala índole, maliciosa, ocupada más con los persona­
jes que con los movimientos políticos, conjeturas malévolas sobre las cosas
qu*. pasaban, hechas por quienes presumían de enterados y que se sentían
oííndtdcs por no estarlo, o comentarios peyorativos hechos per ios que no
ocupaban cargos políticos. Lo único que podía hacer recomendable este flo­
recer de los traficantes del escándalo era su contraste con el torrente de adu­
lación, todavía más desagradable, que había enfrente. Por fortuna semejante
escuela Leva su propio remedio en el escepticismo resabiado q at origina en
los que condescienden con su círculo de noticias sensacionales, de modo tal
ote sus peores efectos quedan atenuados. Pero el escepticismo que engendra
r.o es del tipo indagador que lleva a la ciencia; es más bien la influencia
amortiguadora del senssciotialismo saturado, que tiende a originar la indi­
ferencia.. N o es un terreno adecuado para ia historia científica. E n un espíri­
tu como t! de Tácito originó una especie de melancolía silenciosa que invade
toda su obra.
Tácito estaba de corazón con el grupo senatorial, aunque es. la práctica
aceptaba cargos y favores del emperador. N o oculta sus prejuicios; el único
punto dudoso es saber hasta dónde su senado del deber ante k verdad his­
tórica le mantuvo dentro de los ¡imites de la exactitud/ Es un problema que
posiblemente no se resolverá nunca, porque poco tenemos fusca de! misma
1 arito para poder apoyar nuestros juicios. Además, es éste el rama sobre el6

6 Plinic e! vicio en su Historie Natura!, lili, vn, cap. 17, menciona a un Comelio
Tácito, caballero romano, administrador de hacienda en la Gaüa belga. Se ha conie-
tu/aáo que fu e padre o tío dei historiador. Véase G. B oissiee, op. cit. - 2.
• Los sentimientos de Tácito hada su clase se exteriorizan en tocas las ocasiones.
Mantiene su dignidad incluso contra ia ciase misma. Por ejemplo, cuando algunos
nccúes se olvidaron de sí mismos hasta e! extremo dr participar en La tarsa imperta!
ce Nerón cor. el fin de mejorar sus fortunas, reprocha por esto al emperador cae
acarreó semejante desgracia a las víctimas. En cuanto a los mismos asedes comenta:
"Com o ys se han muerto, creo que es decido a sus antepasados el tse escribir sus
nombres” (Aua!es, !ib. xiv, cap. 14).
TACTO 325

que los comentaristas cíe Tácito han concentrado casi invariablemente sus
observaciones. Por tamo, no nos detendremos aquí en éi ni en cuestiones
afines, tales como la de! verdadero carácter de Tiberio, ni sobre si la Ger-
manict era principalmente una lección moral para ios romanos, u otros temas
de critica igualmente manidos, fc! mero hecho de que semejantes cuestiones
sigan presentándose a ios lectores de Tácito es una indicación del carácter
de su obra en conjunto.
Los prejuicios sociales de Tácito fueron causantes de algo más que su
parcialidad; ellos originaron los detalles sobre la suerte corrida por persona­
jes importantes con ¡os que embaraza su historia imperial. Nadie se preocu­
pa hoy mucho por estas víctimas cíe la mala estrella o por estos conspirado­
res incautos. Pero el público para quien Tácito escribía tenía un interés per­
sonal tan agudo como ei suyo propio en ios interminables relatos de intrigas.
Estos eran como relatos familiares de los propias antepasados, estimulados por
un deseo encubierto de justificación o de venganza. Tácito encontró difícil
decidirse a prescindir de ninguno de estos crímenes, y el resultado rué croe
gran parte de su relato tiene algo de ese ambiente salvaje que tan apropia­
do resulta en un Gregorio de Tours. Casi podría pensarse, leyendo semejan­
te sucesión de horrores, que la escena era en una corte merovingia, semidviií-
zada, o entre los héroes Nibelungos, en vez dt tener lugar en la corte y capi­
tal del mundo. Es demasiado para ser convincente; porque, por ciertos que
fueran ios Lechos, difícilmente podrían convertirse en el tenia central de la
historia.
Tácito se ¿aba cuenta de que no era perfecto un relato de este tipo, pero
no pudo descubrir el remedio. Estaba demasiado cerca de la escena, dema­
siado envuelto en las menudencias de la política familiar. Sabía bien que
la escena reñía demasiada gente, que la acdón era una sucesión excesivamen­
te larga de intrigas y atrocidades, y de vez en cuando comentaba e.l emba­
razo que le producía verse obligado a repetir de continuo historias corno
éstas. Pero, por otra parte, puesto que los sucesos nabisn pasado, y cuesto
que ante sus ojos habían formado ei contenido principal de la historia im­
perial, consideraba su obligación no resumirlos. Como .historiador era feliz
recogiendo todos ios hechos que podía, por difícil que esto hiciera la tarea
literaria ce la exposición. Este se ve en comentarios como el que sigue:

"Ne ignoro que numerosos escritores han silenciado los peligros y castigos aue
sufrieron muchas personas, porque su abundancia fatiga, o temiendo que io que ellos
326 HISTORIA DE LA HISTORIA

mismos habían encontrado fatigase y triste no fuer?, también aburrido para sus lec­
tores. En cuanto a caí, he encontrado muchos hechos dignos de ser conocidos, aunque
otros escritores hayan prescindido de ¿ios.89
*1

Pero si el ceseo át ser exacto le inducía a relatar toda la historia, ¿cómo


retener el interés ce los lectores? Era una vez más la cuestión planteada a
Tito Livio. Y Tácito, teniendo presente lo bien que éste la habla resuelto me­
diante digresiones y materias episódicas intercaladas en su obra, ensayó los
mismos procedimientos.'’ Eí reiato de lo que ocurría en la ciudad conseguía
variedad gracias a las referencias constantes a acontecimientos en las fron­
teras o en las provincias. Estos atisbos ce un movimiento más amplio en los
asuntos del imperio dan su sentido al conjunte 2üte los ojos del moderno
historiador;*'’ para Tácito más bien daban alivio al carácter obsesionante cíe
su tema principal, el destino de los hombres de su clase. A sí por ejemplo,
después de relatar una de las guerras contra los partos, añade: "estos suce­
sos, que ocuparon ¿os veranos, los he reunido para descansar el ánimo de los
males domésticos.” *2 N o es ésta la manera de concebir la historia en grande,
Ei propio Tácito se ció cuenta de las iimita cica es ce su obra en este
respecto, sin saber nunca exactamente cómo superarlas. Supuso que la difi­
cultad estaba en ei asunto mismo. 1c cual no es sino ur. modo de decir que
e! asunto ie resultaba demasiado amplio. Este se ve en ur. pasaje notable

8 Anales, iib. vi, cap. 7. Si no habían sido puestos por escrito deben haberse, re­
petido por vía oral. En todo caso una referencia asi muestra lo vagos que son ios
indicios que tenemos sobre las fuentes de Tácito.
9 N o simplemente para entretener, sin embargo. Según él ñuscar- afirma, "consi­
deraría indigno de la gravedad de esta obra consignar hechos fabulosos v divertir s
los lectores con cosas fingidas” {Historias, iib. 11, cap. 50), G. S oissier, op. ó;.,
p. 75; H . F u r n E a u x . T h e Aunáis oí Tccit-,.- (2 vols„ a" ec_ iS o f- jp o r ) , i. 40-41.
J° La mejor ilustración de esto es, desde luego, Mero trisen.
11 A n a l e s . Iib. vi, cap. 37 La observación es tanto m is significativa cuanto que á
capítulo en que se menciona ¿a nueva aparición del fénix en Egiaco precede inmecia-
tnente a! relato de las campañas contra los partos. Podría haberse pensado cue esto
ya era diversión suficiente. Pero incluso las guerras exteriores llegar-, también a ser
monótonas. Véase A n a l e s , iib. xvi, cap. 16. "Si tuviera cue relatar las guerras exte­
riores y las muertes por el servicie ce la patria con toca su unirermidad, esto me
fatigaría y cansaría a tais lectores, quienes no perdonarían la triste» y la repetición,
a pesar de la gloria de estos sacrificios.” Aquí tenemos, sin duda, una historia cer-
sona!, que no percibe perspectivas más amplias.
TÁCITO 327

en el que compara su tarea con la de Tito Livio. aunque no menciona ti


nombre de su predecesor:

Ále coy cuenta de que muchas de estas cosas que he reíataco. o cae he ¿e rela­
tar, tal vez parezcan menudas e indignas de ser recordadas; pero r.ac» debe com­
parar mis anales con los escritos de quienes se ocuparon de la historia antigua q£¡
pueblo romano. Estos trataban de guerras importantes, de asedios de ciudades, cu
derrotas y capturas de reyes, o, si trataban de asuntos interiores, se arrecian a ]¿
libertad de sus digresiones las discordias cntTe los cónsules y los tribunos, las leyes
agrarias y del trigo, y las luchas entre patricios y piebevos. Mi trabajo es ingrata v
limitado. Una paz constante o muy poco alterada, calamidades en ¡a capital, ut; em­
perador poco preocupado por entender sus dominios. Y sin embargo, no será infruc­
tuoso examinar estos acontecimientos, sin importancia a primera vista, ck los cusle?.
con frecuencia se originan grandes cambios.
Todas las naciones y ciudades están regidas o por el pueblo, o por lo; nobles, o
por una sola persona. Una forma de gobierno que se constituyera por selección ¿c
estas otras es más fácil de recomendar que de producir; y si se la realizara no sería
duradera. Antiguamente, cuando gobecruibs Sa plebe o cuando los patriaos iban es-
naneo ascendiente, era preciso conocer la naturaleza del pueblo y ios procedimientos
para conauciría prudentemente, y aquéllos que mejor conocían el espíritu dei senado
y ce los granees eran considerados como sabios y conocedores de su época. Asi ahora,
cambiadas las cosas, cuando todo depende dei dominio de uno solo, será bueno anota-
V rererir estos hechos, porque pocos son ios capaces áe distinguir lo que honra de lo
que oegraáa, o ío que es útil de !c que es perjudicial; la mayoría aprenden en las
experiencias ajenas. Fot lo demás, aunque esto sea provechoso, ds muy poto deleite.
La descripción ¿t las costumbres nacionales, las vicisitudes de las batallas, las muertes
de 1er grandes jefes, mantienen y reaniman el ánimo de los lectores. Pero ve tengo
que presentar una sucesión de mandatos tiránicos, de acusaciones continuas, de sirñs-
taces ¿sisas, de condenas a inocentes, de hechos que tienen todos análogo ¿ese;¿iace
y he de luchar contra h monotonía y la fatiga. Además, raro es el que objeta a los
antiguos escritores, y a nadie ic preocupa s: se elogia con más calor 2! ejército roma­
no o a; cartaginés. En cambie, viven todavía ¡os descendientes de quienes sufriere-
el suplido c la infamia bajo Tiberio; o incluso, aunque se hayas extinguido las fa-
tmass, encontraréis personas que, por la analogía de ¡as costumbres, se crean a'iKc-
dar si se habla de los- crímenes de otro; . La virtud y la gloria crean, enemigos porque,
por centraste, parecen condenar a sus contrarios. Pero vuelvo a mi rulare.u

Con esta amplitud defiende Tácito su caso, y como Lábil abogado, la


defiende bien. Pero un ligero examen de is cita reveía como, en realidad,
se pone al descuDierto. Su tema es "una paz constante o muy poco alterada.

Anales, lib. rv, caps. 52-33.


HISTO RIA DH L A HISTORIA

r .1lamida des en la capital, un emperador poco preocupado por extender sus


dominios.” Su historia ha de ser "ingrata y limitada.'5 Estas ctacabras lo que
prueban, no es la limitación del tema, como piensa el autor, sir.c la suya
propia. Porque así como Tucídides no supo damos la historia ¿el tema más
glande de Grecia. Atenas en la culminación de su gloria, asi Tácito no fué
«apa/ de describir adecuadamente la más grande creación política de la
antigüedad, que por vez primera en la historia iba extendiendo una ¿udada-
ru.i común a través del mundo, elaborando una ley común, v protegiendo
l.o rutas del comercio para dar paso a las artes de la paz. Fué una vez más
la tnrapacidad de la mente precíenttfica para apreciar la importancia de lo
li.ibituul y de lo oscuro, que es el tema principal de la vida y de la sociedad.
I Irry, sin cinbarg.o, esta diferencia entre Tucídides y Tácito, la ¿e que el
piimrro trnia un hondo sentido de Atenas, que daba por supuesto, mitn-
nnr. que Tácito, no obstante su profundidad, apenas si parece haber visto
rl inijH-rio romano. V io y trazó sus aspectos externos, y su viva descripción
♦ Ir los detalles, tanto en las distantes fronteras come en la metrópoli, le da
n m i trabajo esa apariencia de realidad a que tanto aspira el periodista no-
tlrrmr. Pero ios hechos más profundos de la gobernación del estado se le es-
i tip.in. I. s fuerzas vivas de un mundo atareado para asegurar su herencia.
«Ir mi mundo que era algo más que la víctima de una intriga. Admitiendo
que no podía hacer su análisis en términos de ciencias todavía no descubser-
t.u, p 'dría, por lo menos, haber aporcado ai problema algo más dei antiguo
mu rdánro dei espíritu científico, el espíritu abierto. Y es que había visto
rlcnuiMado de ia vida para ser capaz de su don más alto: el sentido de ia
admiración, que, como Pistón dijo, es el comienzo de ia filosofía.
Cuanto más se examinan las Historias y los Anales, tanto más se justifica
tu r juicio desfavorable. Compárese la visión de Tácito acerca de los pro-
hlrmits de su tiempo con las del más mediocre historiador moderno de ia
hutoria imperial, y se ve en seguida lo que faltaba en la obra deí remano,
l ’ rro una vez más, como ya hemos insistido con frecuencia en ei curso de
r-i.tir. r'.uidtos, de esto no resulta la conclusión ¿e que el fracase de Tácito pata
• npt.u los rasgos esenciales de su época haya de ser juzgado a ia luz de mas
tro conocimiento. Si no alcanzó Ja altura del auténtico tema ce su época es
<n parir porque la historia no había aprendido todavía a tratar con fuerzas
generalizadas y abstractas. En vez de ello trataba con hombres; con nació*
nr*. como agregaciones de individuos, en las cuales carácter y azar se dispu-
T Á C IT O
3 -9

tahan con el destino: con una política determinada por las personalidades,
de episodios resueltos por la voluntad de uno solo o por actos de tuerza. De
vez en cuando hay referencias en Tácito al aspecto económico de la política,
pero por lo general son episódicas. La excepción más notable es la descrip­
ción de "el pánico de! año 33” ,1' como ha sido acertadamente llamado por
un moderno escritor. Esta fué una crisis social demasiado seria para ser igno­
rada. Además afectó .a muchas fortunas privadas. H ay también referencias
a ios peligros del lujo excesivo en Roma, como con ocasión de la carta diri­
gida por Tiberio a! Senado sobre este asunto/4 Pero, en conjunto, las cues­
tiones económicas son tan escasas y distantes entre sí como las de política
general/' En cuanto al proceso de la evolución social. Tácito es ingenuamen­
te conservador. Er; una sociedad tan avanzada como la en que él vivía pre­
cisaba una cierta ignorancia deliberada de la historia para insistir, como T á ­
cito hace, en que:

Los primeros morcaies vivían exentos ce matas pasiones, sin vicios ni crímenes, v
por crio sin castigos ni restricciones. N i eran necesarias las recompensas puesto cue
buscaban la virtud por e’ios mismos: y como nada deseaban contra las costumbres,
nada Ies era vedado por e! temor. Pero cuando se perdió la igualdad, y er, lugar del
recato y ía modestia prevalecieron ía ambición y la fuerza, crecieron ¡05 despotismos,
y er. muchas naciones se perpetuaron.16

"E i hombre nace libre y en todas partes está encadenado" es la forma en


cjue Rousseau lo dijo al comenzar su Contrato social. Tácito también escri­
bía una invectiva contra la sociedad; pero una mala interpretación de la
historia, excusable, en un poeta, es menos fácil de perdonar es un historiador.
Tácito, por lo menos, no veía bien una concepción generalizada de los
procesos históricos. Por esto no sabia cómo manipular las amplias y, con

i:' Anales, ¡ib. v:, caps. 16-17.


11 l'oid. lib. tu, caos. 52-55.
15 Se repiten las antiguas queja; sobre el abandono de k agricultura e s Italia
>' h consiguiente escasez de producto; lib. xo, cap, 43): comentarios ta is bien
ambiguos sobre Us reformas en los tributos propuestas por Nerón füb. 5®, cap. 5 : ) ;
interés por ia producción de las minas, como las de p ía s ce Nassau (lib. » . cap ao}.
Véanse también referencias a ios trucos empleados poi Nerón en materias económicas
(lib. xv. cap. 18) y a sus veleidades en e l mismo terreno (lib. xvi, caps.
le lòia., lib. m, cap. 26.
H ISTO RIA DE L A HISTO RIA

frecuencia, oscuras relaciones reciprocas Je los hechos para mostrar su sig­


uí Iun Jo más extenso. Sería tal ves demasiado decir que nunca vió su histo-
'ui como un conjunto; pero nunca ia vió en el conjunto Je su encuadra-
b'irnto. Era más un gran artista que un gran pensador, un maravilloso ob­
servador y analizador de. motivos, pero fundamentalmente ur. maestro de)
detalle. Su manera nos recuerda la de los antiguos maestros holandeses: ras-
pos trazados con el mayor cuidado, pero con maestría y soltura: paisajes
enriquecidos ccn todo lo que en ellos realmente existe. Lo que constituye
'•u grandeza como artista es que combina su dominio de! detalle con una
hliertad y amplitud de movimientos, con una fuerza grave y sombría que
da a su obra ia alta calidad de la tragedia. Siempre habla con dignidad, por
trivial que sea el hecho relatado. Nunca suena falso, por forzada y retórica
que sea ia [rase. Las sentencias se comprimen en frases, las frases en pala­
bras; pero este texto tan duro se adueña de! lector.
N o obstante, a despecho de toca su riqueza de detalle, poder descripti­
vo. dominio de la expresión, y dignidad de espíritu. Tácito no pasó ce ser
un analista, cuyo relato se mantenía unido por el más primitivo de todos los
nexos, el temporal. Las cosas se mencionan cuando ocurrieron, por el hecho
de haber ocurrido entonces. N o nav el intento de trazar un complejo de he­
chos a través de causas y efectos, corno lo encontramos en los griegos. Cierto
que hay observaciones de sentido común sobre el per qué surgió éste o aquel
incidente, pero falta el movimiento más amplio de la historia, que le da su
s ir m n c a d o .A ñ o tras año, suceso tras suceso, ios hechos se van anotando
conforme aparecen en las fuentes, y están casi completamente aislados ce los
our preceder, y de los que siguen. Unicamente la extensión cei octaUc en
cada uno oe cítos impide que se manifieste a primera vista la calidad cas:
medieval de un plan semejante. El que esto nc ocurra se debe a la habilidad
ron que ei autor empleó su dominio artístico de ia expresión1 para ocultar
los defectos de su plan.

1 ' Este comentario de conjunto es válido a pesar de varios pasajes cue podrían
citarse cr. contra áe él, como, per ejemplo, las palabras finales del segundo libro ce
los Anales, releí entes a Arminio: "Es todavía cantado por lo» bárbaros, desconocido
oY lo» griegos, que no admiran más que su propia historia, y no tan ramoso como
debiera entre los romanos, que rebuscan en el pasado y son poco curioso» cíe ios He­
chos recientes" (¡ib. a, cap. 88). Pero si Tácito hubiera trabajado con el espíritu de
Herodoto, la Certr.cnia hubiera sido incorporada en la historia como uno de los
l'ogoi.
T Á C IT O 331
Es característico de un historiador así que su mejor obra sea. además de
la descripción dei carácter — como en el maravilloso retrato de Tiberio— . ia
ce las grandes ciudades, cuando los acontecimientos se concentran en un
solo tiempo y lugar de tai modo que no impliquen un problema de pers­
pectiva. E i más notable ejemplo de esto es la parte inicial de las Histerias.
en conde ei año revolucionario 69 se describe con un detalle tan gráfico que.
según se ha dicho, no conocemos ningún otro año de ia historia antigua tan
bien como éste. En el rápido sucederse de los acontecimientos, en las reac­
ciones emotivas, los súbitos cambios de fortuna, la acción de la multitud
incierta, pero determinante de las fluctuaciones de sus dirigentes, la saíca-
desca dominante peto insegura de sí, y el imperio como premio ce! desorden,
tenemos una escena diseñada con poderosa maestría y cor, escrupuloso cui­
dado. Aquí está T á d to en plena ícrma.

Si pasamos de la elección y e! tratamiento del tema al problema más téc­


nico dei empleo de las fuentes, encontramos a Tácito tan perplejo come ai
dar forma a su pian general. En primer lugar está la cuestión de la tradi­
ción oral }’ de) rumor.1' ¿Cómo puede verificarse? ¿Qué criterios existen
para ei historiador contemporáneo poder comprobar lo que oye? Una v otra
vez se enfrenta con este problema. Por ejemplo, nos dice que- las mecidas
tomadas para vengar la muerte de Germánico fueron ''tema de rumores con­
tradictorios, no sólo entre los contemporáneos sino er¡ los tiempos que siguie­
ron. Plasta este punto son inciertos ios acontecimientos más importantes,
pues mientras unos tienen por averiguado todo lo que oven, otros convierten
lo cierto en faíso. y ambos errores pasan a la posreriáad.,'‘:v M ás decidi­
do es todavía eí ataque contra el rumor sin fundamento que atribuve a Tibe­
rio el asesinato de Druso. Después de hacer el relato de! crimen ral como lo
encuentra en la mayoría de ios mejores historiadores, donde Tiberio no ."pa­
rece comprometido, relata por extenso el rumor cus lo acusa para desapro­
barlo, añadiendo: "M i propósito ai reproducir y refutar este rumor es, con
un ejemplo notable, deshacer los falsos rumores, y pedir a todc-s aquéllos a
cavas manos iiegue mi libro que no acepten ávidamente rumores muy exten-

"Roma, ávida ác temas ce conversación'’ (Anales, íib. xas, cap. 6 ).


*p Ibid., i ib. ni. cap. 79.
H ISTO RIA DII L A HISTO RIA
* )*

thdos r increíbles, prefiriéndolos a rektos ciertos y no corromoiáos por lo


maravilloso.'’ 80
I >10 parece claro y fuera de duda; pero la historia del momento no pue-
Jr prescindir de la murmuración del momento, y las historias de Tácito están
mrinpiT alimentadas por esta corriente llena de sedimentos. A decir verdad,
ionio las fuentes escritas que él consultaba no eran ellas mismas con fre-
i urnas sino un resultado compuesto de semejantes rumores, no es de extra­
ña i que frases como ’’se decía” o "muchos decían” aparezcan en el relato
romo referencias comprobatorias. A veces admite decididamente ¿a importan­
cia de semejante material, como al hablar de la muerte de Pisón por msri-
yución de Tiberio:

Mr acuerdo de haber oído decir a hombres de edad que se había r a to cor. frt-
, umcia en manos de Pisón un documento que él no había divulgado; pero que, según
i¡i< ian su» amigos, contenía cartas de Tiberio con instrucciones rcíerente; s G enni-
iiu o. v que su intención era presentarle, al senado y acusar al emperador v . no hubiera
ii,lo engañado con falsas promesas de Se;ano. Y que Pisón no se mato s a o que lo
»•■ i miaron. N o afirmo ni una cosa ni otra: pero tampoco debo ocultar lo cieno por
quienes vivían cuando yo era jovenr­

íen resumen, era inevitable que buena parte de la obra de Tácito tuviese
que depender del testimonio oraL Hasta qué punto ocurrió esto es imposible
afirmarlo de un modo preciso, porque excepto cuando se trata de documen­
to: oficiales o cuando sus fuentes no están de acuerdo y debe elegir entre
ellas, no las menciona en particular.2* Debe, no obstante, recomerse que éí
mismo había sido contemporáneo de muchas de las cosas relatadas, porque
tenía unos catorce años cuando murió Nerón, y cuando niño debió escuchar
muchos recuerdos de los días de Tiberio e incluso de Augusto, i-a influen­
cia de estos testimonios sobre sus historias debe de ir mucho más allá qc los

Ibid.. lis. iv, cap. ii.


:'1 lb id ., üb. m, cap. 16.
“ Incluso esto lo acredita grandemente. Eoissier. al comentarlo. C:ct (op. cu„
p. 5 | : "Es c! historiador antiguo que con más frecuencia cita ios autores y documen­
tos que ha consultado. N o hace esto movido por una especie de locura erudita, co­
mo con tanta frecuencia ocurre en la actualidad, para demostrar que ano esta me­
jor informado que los demás, puesto cue . . . entonces nadie consideraba esto un me­
nto en un autor, y por lo tanto, no pedía envanecerse por ello.”
T Á C IT O

simples- episodios que pudieran ser atribuidos a esta c a aquella fuente; de­
terminan ampliamente su visión de conjunto.
En cuanto a Í2S fuentes escritas. Tácito echa mano de los principios con­
sagrados que hemos visto que seguían sus predecesores, en especial Tito
Livic. Cuando están ce acuerdo acepta la versión, a menos que la contradi­
gan informes personales u orales más autorizados. " Y o sigo el consenso de
los aurores; cuando digan cosas distintas las referiré, indicando sus nom­
bres.” Pero no sigue estas fuentes ciegamente. Confronta unas con otras,
y no siempre sigue la misma en las distintas partes de sus obras. Cuando no
puede elegir entre fuentes contradictorias manifiesta francamente su per­
plejidad. Véase, por ejemplo, un comentario como éste: "Apenas si me atrevo
a afirmar nada sobre ios comicios consulares que entonces se celebraron por
vez primera bajo este emperador, y luego en otras ocasiones, pues hasta tal
punto difieren las noticias que encontramos, no sólo en ios historiadores,
sino también er. los discursos de Tiberio.” ~‘4
Interesa esta cita porque indica que Tácito utilizaba ocasionalmente ma­
terial documental asi como también narrativo. Pero sólo una vez citó las
Acia Diurna." porque nunca se le ocurrió explotar sistemáticamente esta
cantera de informaciones; rara vez citó otros documentos Oficiales: en cam­
bio consultó las memorias de personajes notables.“ ' El problema crítico de
saber hasta qué punto se apoyaba en las fuentes, si se limitaba a redactar
de nuevo algunos de los mejores relatos históricos anteriores al suyo, o si
ios rehacía completamente, es cosa que difícilmente podrá resolverse, por­
que las autoridades que empleaba han perecido prácticamente todas. Está su­
ficientemente ciato, sin embargo, que, aunque falto del conocimiento de los
principios de la crítica de ruentes que llevan al moderno historiador a trazar
la historia de sus documentos antes cc aventurarse a relatar ios hechos que
registran, compensó con su gerbo literario las insuficiencias de la ciencia en la
medida en que esto era posible.
Que a pesar de esta desventaja Tácito siga estando en primera línea en­
tre todos Sos historiadores dei mundo se debe no sólo a su genio como artífí-

25 Anaif.t, lib. xnx cap. zc.


ii Ibid.. lib. i, cap. S i.
2u Ibid., lib. m, cap. 5.
2ti Ibid., lib. iv, cap. 53.
H ISTO RIA DE D A HISTO RIA

rr ór la palabra y a su perspicacia en eí análisis a t caracteres — las dos cua­


lidades en cae sobresale— sino también a la idea que nene de la historia.
Ticr.r de tila un concepto elevadle imo. N o roleta bien la visión ¿ílettantcsca
ib esos ''viejos que se entretienen en comparar el pasado con el presente.” *'
0\r¡na, de acuerde con todos los pensadores serios de la antigüedad, que '"'el
principal objeto de la historia es el no silenciar las virtudes y despertar el
rmrdn a la reprobación de la posteridad para las acciones y los dichos mal­
vados.” *’ Esto ha de hacerse sir. animosidad ni adulación (jine ira et stu-
di.h *f También había más de poeta en su elaboración que en ningún otro
historiador antiguo Su sentido de las palabras, su empleo ce irases compri­
midas. epigramáticas, son recursos genuinsmente poéticos. Y más poéticos
redaría que estos recursos de expresión son la riqueza de color y la acción
v i nada que dan una ilusión de vida a sus páginas. En un notable pasaje.
ur¡ eran helenista moderno ha comparado las obras maestras de la historia
cueca a bato relieves, finos de contorno y bajos de tono.00 Están como con-
crh'das er una dimensión, les falta profundidad y movimiento. Esto es pre­
cisamente lo que Tácito proporciona a la antigua historiografía. Es un rt>
r-antico en oposición al clasicismo de los demás; es un genio con la fuerza
creadora de un Víctor Hugo, pero que evita conscientemente caer en la lo­
cura: extremosa que constituye el peligro de quienes llevan su arte tan lejos.
Serenidad respaldada por la fuerza. Por lo menos en este respecto, el ge­
n o de Tácito es una viva encarnación del genio de Roma.

su Ib id ... ¿ib. xsi. cap. 3.


2í> I b id _ iib. ni, cap. 65.
Í5 lih. I. cap. 1.
A . y M . C roiset, H is to ir e de la lit t é r a t u r e grecq u e:

19:5) , 15, * 65.


C A P IT U L O X X IV

D E S U E T O N IO A A M IA N O M A R C E L IN O
cru p
O t v B o tíos contemporáneos de Tácito ene rivalizaron con él en la parte de
su obra er. que tuvo más éxito: el retrate. Son Plutarco, e! biógrafo griego, y
Suetonio, ei romano. Ellos dos y Tácito usaron hasta cierto punto ¡os mismos
materiales. Es tan grande el parecido entre las vidas de Galba y Otón escritas
por Plutarco, y ia narración de sus reinados hecha por Tácito en las Misio­
nas, que ios críticos, después de un minuciosísimo análisis de los dos textos,
no se ponen todavía de acuerdo acerca de si uno de ellos dependió del otro
— y, en este caso, cuál precede— , o de si los dos dependen de una fuente común.
La relación cíe Suetonio con ellos, y en general con T a c to , sigue siendo uno
de ios probíemas más interesantes de la crítica de fuentes. Sea de esto lo­
que quiera, la boga de las biografías en esta época es característica de la se­
gunda centuria del Impeno. N o es solamente ei interés oor los caracteres
lo que es significativo, pues esto no es peculiar de una época y-pertenece a
rodas. Lo que importa es la concentración del interés sobre ís .individual':-
dad con exclusión de puntos de vista más amplios sociales o políticos; las
personas ya no se sentían capaces de intluir en e.l desarrollo político y social
y por consiguiente no se interesaban mucho por él.
Suetonio Tranquilo (c. 75-160 d. j . c.) £ué, como Tácito, un rumano
de la ciase aita que se dedicó al estudio; no era en ningún modo tan gran
personaje como Tácito, pero tai ves era más erudito que él. Por sus investi­
gaciones ros recuerda a Verrón, porque tenía la manía de buscar y anotar
todo género de detalles, peculiaridades físicas, episodios triviales, situaciones os­
curas, toda una miscelánea de noticias que pudiera nutrir una enciclopedia
biográfica. Terminó por ocupar- una posición en ia que su curiosidad insa­
ciable pudo satisfacerse plenamente, la de secretario de! prefecto del preío-
HISTORIA. D E L A HISTORIA

n o de Adriano, Sepácio Claro, posición que le abrió los docasnentos secretas


dr l.\ cámara imperial. El resultado fue una obra lo más diferente posible de
la de 7 ¿cito, pero que goza de la misma inmortalidad por ramón de ios asun­
tos que trataba.
Las vides de los Césares {De rite Cenar un:) es una colección cíe biogra-
fías en ocho libros. Los seis primeros libros están dedicados cada uno a la
vida do un solo emperador (de César a N erón), el séptimo libro trata del
ano revolucionario de 69 con ios tres emperadores que originó, y lo; Fiavios
ocupan ei octavo libro. La obra fue publicada en el año 120 d. j . c_, y así
I ácito, en su vejez, después de "gozar de la gloria serena ce un historiador
grande y serio” ,1 puede haberse deleitado leyendo esta contrapartida anec­
dótica de su grave e inflexible relato. Porque la obra de Suenonio es la antí­
tesis misma ce ios Anales. Es algo de un género nuevo. Como lo ha expresa­
do muy bien Boissier:

Percibimos claramente ai leer las í idas de ios Césares cue e! autor ha pretendido
hacer una obra de un nuevo tipo; evitó dar cabida a ¡o que se esc«raba encontrar en
!a historia tal como se ia comprendía antes de él. N c La dispuesto los Lechos por
orden cronológico, lo cual es una regia dei arte de ía historia: la retórica está total­
mente ausente: ios puntos ce vista políticos y las reflexiones generales ocupar, espa­
cio reducido; no ha tenido ia pretensión de enseñar. Por orre lado, abundan las anéc­
dotas, relatadas con sencillez, sin ninguna rebusca ce! efecto ni ¿sé pintoresquismo.
Encontrarnos en sus paginas documentos origina ¡es, cartas espenalmente, cuando arro­
jar. alguna luz sobre ei gran personaje cue está escribiendo; ios chistes cue se le
atribuyen, o los hechos a sus expensas; se enumeran ios monumentos cue ha eri­
gido o restaurado; los juegos que ha organizado para el pueblo, pasión universal-
mente extendida en acuella época; ios presagios cue han anunciado su muerte, per­
qué e¡ autor es muy supersticioso, y sus lectores todavía más; íinslnienre no? pro­
porciona su retrato 1 ísico, en ei que nada se emite, desdo sur Cmucasioties hasta el
color de sus cías. Suetorne no nene e! menor e>crúpulo en jndkaraos todas sus de­
bilidades. Cesar se echaba eí pelo sobre la frente para ocultar ia rr' Claudio tarta­
mudeaba y meneaba la cabeza a. hablar. 'Domic.zna, cue había sido s í t hermoso cuan­
do joven, se veía afligido en su última época por un vientre ahulado soportado por
piernas muy delgadas, y se- consolaba diciendo "que nada hay más agradable cue ia
belleza, pero que tampoco hay nada que pase más rápidamente." Aquí, sin duda
alguna, nos encontramos en ¡os antípodas de la antigua historia. Es muy probable que
las obras de este tipo no ocuparan ur. lugar muy alto en las jerarcuías de. formas
literarias establecidas por ios gramáticos de entonces. N i tampoco Fuñió, cue los co-

1 G . B o iss e r , Tácito y otros estudios roniar.os, p. 78. El o~rs.es, citado precede


a esta observación.
DE S U E T O N IO A A M IA N O M A R C E L IN O
3"

noció a ios dos, se hubiera atrevido a poner a Sueíonio en el mismo nivel que T á d tc.
Este es un gran personaje, un hombre ser io, un senador, un consol, que "graba para la
eternidad.’’ Suero ruó no es sino un abogado, un estudioso (schoíastkus), que desea
divertir a sus contemporáneos. Y sin embargo, Suetouio ha creado una forma que
durará mientras ei Imperio y él sobrevivan. La historia er. adelante difícilmente podrá
ser escrita salve siguiendo e¡ modelo que él trazó: por el contrario, aunque a Tácito
se le admira siempre, nunca será, imitado. Podría decirse que fué e! último de los
historiadores que escribió a la manera antigua.

Desde los cías de Adriano, ia decadencia de la literatura latina, croe ya


se habla iniciado, progresó rápidamente. Es cierto que los historiadores grie­
gos compensaron la falta hasta cierto punto, como ya hemos visto, aunque
fuera nuestro examen muy rápido. Pero no hubo equivalentes occidentales
de Aplano, Arriano o Dior. Casio; y, fuera de la agradable miscelánea Ce
las Noches Aticas de Áulo Gelic (nacido hada 130), cor. sus retales de in­
formación y algunos resúmenes ce historia, hechos con recortes de los anti­
guos maestros, apenas si tenemos que mendonar algunas continuaciones bio­
gráfica5 de Suetonio hasta los últimos días de la historia imperial.
A sí un cierto Mario Máximo (c. 165-230) continuó las biografías de ios
emperadores cesde Nerva a Heiiogibalo, prolongando ia obra de Suetonio has­
ta sus propios días. La obra parece haber sido digna de mérito. Otros conti­
nuaron traba tundo en este sucedáneo popular de la historia; y por último al­
guien reunió una galería ce Adriano a Numenano (117*284 d. j . c .), ios lla­
mados Scripiorcs historia: Augusta* Son francamente medievales como estile
y como contenido. D e tono servil, sor, triviales y se contradicen de maneta
desesperante. Apenas si resulta una disculpa para ellos eí decir que, er, últi­
mo término, "tienen buena intención, e intentan exponer lo que es, o lo que
creen ser. la verdad. A llí donde se descarrían, más sor. engasados que 'im­
postores.'"5 La gran época de la historiografía antigua había terminado. Ls
forma que tuvo de descender hasta el nivel de ia Edad Media ha sido trata­
da por e! profesor Swain como sigue:

2 Ha sitio desechada ia tradición de que esa obra estaba sacada de las de seis
autores. La critica reciente muestra el escaso valor histórico de esta obra compuesta,
que incluye muchos documentas inventados, descubrimiento que obliga a eítremar mu­
chas nocas del primer volumen de GíbOc::.
3 T euffei-SchwAPt. Historie ¿c ie literatura ¡atine, vol. n, see. 39c.
21
H ISTORIA D£ LA. H ISTO R IA
33«

En ¡a última parte cel siglo tv, Sexto Aurelio Víctor compuso tura breve historia
tiri Imperio romano en forma ce apuntes biográficos de cada etnperasxr oesde A u ­
gusto a Constancio { t z 6 i¡ . A ésta se !e antepuso — bien sea per v actor o por
algún editor— una historia ce la República romana de autor desconocen, escrita en
forma parecida, come una serie de biosrafias de romanos discnguidcs o e ;a época:
llevara el adecuado titulo, D e vtris illustribus urbis Romaner (V arotits ¡-estrés Ge ía
ciudad de Roma). M ás tarde se añadió ur¡ breve resumen del período múu primitivo,
Ongo gentis Remenea (Origen Ce! pueblo romano), escrito en ia rorrea narrativa
tórnente, y así toda ia historia de Roma se presentó, en forma preferentemente bio­
gráfica, bajo el titulo de Historia Tripes tile. Otro contemporáneo de **»s dos hom­
bres fue el erudito cristiano Sar. Jerónimo. M uy superior en coaocinássas y en ha-
bii.dad intelectual a Váctor y a los autores de la Historia Augusta, ccuraraó, sin em­
bargo, la tradición ferina de Suetonio. Su obra D e rtris illusmbus serena ia pauta,
y en gran parte estaba tomada, de la de Suetonio del mismo nombre: a r a s de ios es­
critos de San Jerónimo fueron del mismo estilo, y así influyo en Ucrsr a la Edad
Media la forma de Suetonio, que adquirió nuevo desarrollo en ¡os -íc— Senctorurr.
(Hechos de ios santos).
Debe hacerse breve mención gc otra producción hisícriograítca que iuí.gó a ser po­
pular en estos siglos de decadencia: el epitome. Desde e! momento n a m en que los
griteos habían comenzado a escribir libros voluminosos Rabian ccitnenztdo a existir
epitomes, hechos por conveniencia o por economía. A sí Teopompo resumió a Heredó­
te». Tcoírasto resumió parte de las obras de Aristóteles. Bruto resuir.se a 1-oiimo, y Re­
tardó en aparecer un epítome de Tito Livio, tai vez en los día? oe i se rie . \ a hemos
visto que curante toca ia antigüedad, ia "invesrigación histórica nc consistió con íre-
cuencia más que en descubrir y resumir historiadores anteriores: pero ios me jores escr -
totes, tales como T ito Livio, ai ocuparse de épocas muy aiejaoas de la suya, extracta­
ban a muchos escritores, entretejiendo hechos de fuentes distintas en rea solo relato,
mientra:, que escritores oe segunda fila como Dióaorc añadísr. er. ccasases hecho? to­
mados de nuevas fuentes a ios de ia principal que estaban extractzmnn Ahora, er,
cambio, los abrevian ores siguieron un sistema más sencillo: con frecuencia — como en el
caso de Justino— extractaron un solo autor, scíeccicnando episodios ce aquí y de allá
sobre la base ce su interés anecdótico o moral: en otras ocasiones — c a í en los casos
di Flore y Liciar.o. ambos del siglo segundo— seleccionaren cato? ce tres c cuatro
autores, y dispusieren los episodios de acuerdo con un criterio propio cc selección, sien­
do asi autores originales a su manera: otras veces completaren ia efees continuándola
hasta su tiempo, pero cr. el mismo estile abreviado, como tuzo Eutrcpsr, quien se las
nricgló para comprimir más de u o o años de historia tomaos — ce?nr Rómulo hasta
Valenti— en unas setenta y cinco páginas. Estas obras se parecían «o cierto modo a
lo* Outlinet (Resúmenes) de esto y de lo otro que han aparecido er 3 a grandes can­
tidades en América en ios últimos años, y parece que satisfacían a unía demanda del
público lector de entonces, porque se multiplicaban mientras que ias ostras de los gran­
des historiadores iban en decadencia o se perdían per completo. Fiero- Justino y Eu-
DE S U E T O N IQ A A M IA N O M A R C E L IN O
339
trapío fueron ios paganos cue transmitieron e! ccnociraientc de ia historia clásica s la
Edad Media.

De esta anticipación de medievalistno salimos con sorpresa para trope­


zamos. ya en el último período, con una figura sola y destacada de buen
historiador, ia de un griego que escribió en iatin una continuación, no de
Suetonio sino de Tácito.
Amsano Marcelino (c. 330-400 d. J. C.) era un nativo de Antioquía que
combatió con ios ejércitos romanos todo a le largo de las fronteras amenaza­
das en oriente y occidente. Conocía el mundo de los bárbaros tan bien como
la cultura del imperio, y sus ricas y variadas experiencias fortalecieron su
solido sentido común. La combinación de información abundante y de buen
juicio no produjo una obra de genio; pero los Rerum gestarum iibr: (Libros
de historias) que continuaron ia historia de Roma desde Nerva hasta la muer­
te de Y a lente (96-378 d. J. c .), fueron una obra digna de lo mejor de ia
historiografía antigua. Unicamente las partes más contemporáneas (libros
xiv-xxxv) se han conservado. Como abarcar, los años 353 a 378 d. J. C. sola­
mente, está bien claro que, o bien los primeros libros eran rtktivcmer.ee breves y
con carácter de introducción, o que ios que tenemos forman una sola divi­
sión de toda la sene, que trata de la historia contemporánea, como había ocu­
rrido con la separación entre las Historias y los Anales de Tácito. En todo
caso, io que nos queda de Amiano es la historia de los último; veinticinco
años que preceden a la batalla de Adrianópoíis.
Esta última obra de la historiografía romana es francamente ia de un
soldado, k de un nombre brusco, sincero, honrado y abierto de carácter;
un pagano, pero tolerante con los cristianos; no completamente en su ele­
mento er. el estudio, pero orgulloso de sus conocimientos, que escribía con
el tono familiar oe un hombre de acción, pero que 1c modificaba para ela­
borar una historia que había de ser leída en público. Parece una fantasía
el que esto ocurriera, eí que la última ce las historias de la antigüedad estu­
viera destinada a declamarse, en competencia con la producción dk- los re­
tóricos, del mismo modo que la historia de Herodoto en su tiempo. Amiano
parece haberse esforzado por cepillar su latín para semejante presentación
en público, pero, no obstante haber residido en Roma mientras escribía, sus
expresiones siguen siendo torpes, v su'evidente afectación hace oscuro el tex­
to. Sólo cuando se le compara con cualquier otro historiador latino anterior
}4‘> HISTO RIA DE L A HISTORIA

° f'ostcrior a ¿i es cuando se aprecia su valor como testigo sincero, honrado,


aunque un tanto ¿alto de habilidad. Nunca se le ha pagado tributo mejor
qnr rl de! historiaaor más grande que ha tratado de Roma. Cuando Gibbon
v- separó de el, a! llegar al año 378, aprovechó la ocasión para despedirse
debidamente de ur. coiega digno de ser maestro en e! gremio de los historia­
dores.4

Girnos, 7 he Decline end Fcü o} thc Ro-ncr Err.ti tA-,


«Ir! Imperio romano) (í E. B u r v . sn, 122); " N o sin el pesa. cadencia y riur.i
»te»|Küirme ahora de un guia correcto y fíe!, que ha compuesto la i. las sincero debe­
lo » 11. C
l dri a ios prejuicios y pasiones que suelen afectar a! °* *u tle~"
|a»«rwo.' • . . . ce un contera-
Q U IN T A PARTE

EL C R IS T IA N IS M O Y L A H IS T O R IA
C A P IT U L O X X V

LA N U E V A ERA
r
U j os grandes historiadores de la antigüedad hieren escritores de historia
moderna. Herodoto. Tucícides. Poiibio, Tácito, se interesaban por lo aue
había ocurrido a causa ce io que estaba ocurriendo, y en sus días ocurrían
grandes cosas. Herodoto, ai escribir, según él decía, ’ para que ios grandes
y asombrosos hechos de griegos y bárbaros no sean borrados por el tiempo” ,
acumulaba datos en torno a la tremenda crisis que habia tenido lugar media
centuria antes, las guerras médicas. Tucídides, persuadido de que "las épo­
cas anteriores no habían sido grandes ni en sus guerras ni en ninguna otra co­
sa", consideraba la guerra que habia tenido ante los ojos como el aconteci­
miento más grande de la historia del mundo, y dedicó rodas sus energías a
relatarla. También Poiibio. llevado a Roma en is rezaea ce sus ejércitos
victoriosos, vió como cautivo el surgimiento maravilloso del primer imperio
del mundo mediterráneo, y escribió su historia para darle una explicación.
La visión de 1 ito Livio estaba anclada sobre el presente imperial y el pa­
triotismo sereno e inteligente que lo había producido. Tácito estaba despro­
visto de este entusiasmo generoso, pero sus .intereses no eran los de un anti­
cuario; la gran época en que vivía atrajo su observación y le proporcione
tema para su trabajo. Desde el choque de. Oriente y Occidente en las ciu­
dades jomas durante el siglo vi a. j . c., que motivo el desparta! de la curio­
sidad crítica de hombres y comunidades, hasta el trágico desenlace del drama
tíéi mundo antiguo, casi mil años más tarde, la historia centró su atención
sobre ios grandes acontecimientos y los personajes destacados que dominaban
el mundo en que cada escritor vivía,
Pero hubo un acontecimiento de suprema importancia que no tuve un
Herodoto que reuniera sus detalles, ni un Poiibio eme le diera cabida en la
J44 H ISTORIA DE Z.A HISTO RIA

(listona del mundo cor. penetración científica y agudeza crides-' los oríge­
nes deí cristianismo.1 Producto de un entusiasmo oscuro en un escuro y des­
preciado pueblo oriental, no logró más que un párrafo desdeñóse (en T áci­
to) entre los historiadores paganos. Sus propios escritos no fueron sino po­
bres ensayos cíe historia si se comparan con los originados por ceros aconte­
cimientos de importancia mucho menor. Cuando los escasos textos de los
dichos y hechos de Jesús estaban tomando la forma en que hoy tas- poseemos,
un Plutarco escribía las biografías de todos los héroes paganas. Pero no apa­
reció un Plutarco cristiano hasta pasados tres siglos; y entonces codo lo que
el sabio San Jerónimo pudo conservar para nosotros fueron tres c cuatro pa­
sajes sobre las vidas de los principales apóstoles.*
Hubo varias razones para esto. En primer lugar e! cristianismo comenzó
de la manera más humilde, entre ios iletrados. N o irrumpió caz una lla­
marada de conquista como ei mahometismo, sino que se arrastró, medio es-
i oiidido, por entre los cimientos de la sociedad. Su misma oscuridad no c e ­
jaba gran cosa para historiar. Si bien cambiaba las vidas de kss hombres,
isla'- eran demasiado insignificantes para que Ja historia tuviese noticia de
i lia,*.. Sólo en la época actual, después de que la democracia misma ha apren­
dido a leer y hs comenzado a pensar, está el historiador empezanda a exami-
i i .ii ¡as fuerzas espirituales que existen en las vidas de las gentes oscuras.
IYt<- incluso hoy no prestamos gran atención a elementos aparentemente tan
rxiranos como las creencias de los inmigrantes extranjeros que viven en cues-
no» barrios bajos — que es la clase que proporcionó la mayoría c t ios príme­
lo’ convertidos a! cristianismo— . En todo caso, el mundo greco-romano se
preocupó muy poco por la historia de los judíos, y menos todavía por la de
lo» cristianos.*

1 11 von S ooen, Das ¡ nieles se des apsloiischen Zcitallers di- ¿c- mrnpelischen
( ¡r u b U h lf (El interés de ¡a época de los apóstoles en la historia evangélica), er.
I b r o ii'/ r ifc h e A b b a n i i i u n g e n (Estudios teológicos) (iS ca ), pp. itt- ió c .

San JroÓKiMCi, D e viñs ffiustribu!, escrito siguiendo e! modelo ce la obra de!


iiiiunn nombre de Suetonio.
" I :i importancia que épocas posteriores han concedido a las referencias ai juáais-
mim v -I cristianismo er, ¡os escritores paganos hs destacado cxaceradartec.tr estos pa-
n ■ I n el mejor de los casos son tan sólo unos cuantos, y éstos en-su sssvoris, inci-
ilenuli'' o señalados c o m e ridiculeces. \ case T . Reikach , T e x i i s d a u c c c c r s g r e c s e l
i-mi.'i'.> r e la t i js <ri i u d a ls m e . r e u n ís , t r s a u h ; e i e n n o i é s (Textos de acreces griegos
i mui..mus relativos i! judaismo, recontados, traducidos >■ añorados) (1S05I; los pri-
L A N U E V A E RA 3 4 5

Incluso cuando el cristianismo hubo penetrado en los ambientes cultos


estimuló poco la investigación histórica. En ocasiones hubo sabios paganos
que. come Celso,’ discutieron las fuentes de la tradición cristiana y de las
Escrituras.' pero en su mayor parte la gran controversia entre escritores cris­
tianos y paganos tuvo lugar en campos que estaban más allá de los límites
de la historia. El cristianismo era una religión, no una cuestión política, y
aunque, como hemos de ver, el problema de encajarlo en e! marco judío,
y luego en el pagano, implicó concepciones históricas, los principales intere­
ses despertados por é! fueron teológicos. Esto quiso decir que la historia,
como registro de simples hechos humanos, estaba llamada a sufrir: porque ia
teología, en cuanto relacionada con estos hechos, trataba de desplazarlos del
dominio de la acción humana al de la gracia divina, interpretando así los
fenómenos temporales y cambiantes en términos de una divinidad intempo­
ral e inmutable.0 El mundo occidental ha edificado, a partir de entonces, su
teología sobre las concepciones tan briilamente elaboradas por los Padres de
la Iglesia, v el historiador cuya misión es registrar los juicios de la sociedad
no puede dejar de apreciar su gran influencia forman.o en la historia del pen­
samiento. Pero su mismo éxito tué una perdida para la historia; porque situó
el significado del esfuerzo humano fuera de! rango de la humanidad, c impri­
mió asi sobre el mundo occidental una actitud de espíritu fundamentalmente
ahistórics.

meros parraros de k importante obra d i j . J uster , Les }uifs ¿ant Fttapire-tonuda,


¡eur condtíkm juridiette. éemomique t í -seciede (Los judíos en e! Imperio romano. Su
condición jurídica, económica y social), (2 veis. 19 14 ). E. S ch üres , Getchichle ¿es
jüsischen v- oIk ?s hr¡ Z.eitelier Jesu Ctnisti (Historia del pueblo judio er. la época de
Jesucristo;. (3 vc’ts. e índices, j* y 4'' eos- 1901-1911, trac. 1897-98), sigue siendo
la obra clasica sobre este períooo. Véanse también Jos artículos ¿c la Jm ifh E?icyelo~
pttdie (Enciclopedia Judia) referentes 2 Is Diáspora.
4 Véase sp.fr¿pp. 36-? rf.
" Como kizo Apión con las de los judíos.
r.s significar.vo ver cómo la concepción de ia »historicidad esencia! de Dios,
como un Ser situado más allá de la posibilidad de cambio, se ha moditscado crecien­
temente ec »os tiempos modernos. El aumento en el número de aquellos místicos oue
han revisado su teología según Ies términos de la ciencia y de ia riioscíl? moderna;
(especialmente cíe ta bergsentana) es, desde ei punto de vista ot ia historia del per.-
sarmentó puro, el triunfo más decisiva dei espíritu histórico. La Divinidad misma se
nace histórica; la eternidad desaparece; toda es tiempo, y cambio.
J4 6 H1STO ÍUA DE L A HISTORIA

La íuerzs motriz que logró esta victoria teológica fue la re. La fe era
la principal exigencia intelectual que el cristianismo hacía a sus convertidos.'
Mediante ella e,’ espíritu podía ver las cosas con una perspectiva que alcan­
zaba mucho más allá de ios límites de tiempo y espado, trasca el otro mundo
imaginario que llamamos Eternidad. La fe hizo más otas mover las monta­
nas, conmovió todo el ambiente de la vida. Pocos triunfes hubo del espíritu
como los que realizó en los primeros días de la nueva redgión. Pero subsiste
el hecho de que este triunfo se logró en gran parte a casta de la historia.
La fe. como puede verse por la actitud crítica ce los primeros historiadores
realmente conscientes, los griegos jonios, es un impedimento para la historia
genuina, a menos que se mantenga controlada la imaginación que estimula.
El historiador necesita más bien encuadrar su imaginacicr. con el escentirismc
y estar más en guardia contra la credulidad cada vez q ct siente la tenden­
cia a creer que en ningún otro momento, lo cual en el ¿ominio de las virtu­
des religiosas ha sido en ocasiones considerado como tm. pecado.* Además,
por encuna del hecho de que la fe otorga un premio a Lz credulidad,8 9loes jo
cierto que indica una falta de todo interés serie y real por ios datos históri­
cos. Cuando uno ' tiene fe en una cosa"', es porque está dispuesto a utiiizar-
1& para algo de mayor importancia, tan importante que cor. frecuencia cnafi-
do aún está sin realizar puede dar visos de realidad a la condición misma ¿¿
que depende. Asi la "voluntad de creer" puede dominar los fenómenos en
forma no permitida a los historiadores. Ls fe y la histeria científica no vta
bajan a gusto juntas
Si este se ve claro en e! alba de la historia griega, cuando la ciencia pos
vez primera desafió a la fe, se. ve todavía mucho más cismo en esa anritesfe
de las creaciones de la Hélade que constituye el evangelio en opinión tie Szr-
Pablo,19 En ninguna otra parte de la literatura universal existe una apeiadóc
T: la fe como la de San Pablo, y pocos, incluso entre les ¡mandes creado«»

■ La caridad atxnas si era virtud snteiectuai, por io me amo ts cue*


fia r los Padres.
8 Desde mego que hay muchas ciases de fe. Estamos únicamente haiásaáo «t U
fe religiosa que transfiere los fenómenos oe’ mundo natural al xriHenatural v es
lo tanto, el principal oponente ¿el racionalismo.
s Gim o Ceiso. el crítico pagano, sugirió tan rorvmcenrtn'.m-c.
10 Y cebemos considerar a San Pablo como el creador inteirntual dr la ietirie
cristiana.
L A N U E V A ERA
5 4 7

de doctrinas religiosas, han sido más indiferentes que él a ios datos históricos
sobre los cuales esta fe podría parecer descansar en ei orden, natural Ei ayo:-
col de Sos gentiles se cuidaba poco de Sos detalles de la vida de jesús y alar­
deaba de su indiferencia.“ Supo de la divinidad de Cristo por un destelle
de revelación que le señaló como uno de los profetas. Luego el desierto, y no
Jerusalén, fue el que le proporcionó el tremendo plan de la doctrina cris­
tiana sobre e! que todavía descansa la ortodoxia cristiana, que abarcaba todo
e! drama de la humanidad desde ts Creación y la Caída hasta la Redención,
y la visión de su significado que se le reveló en el camino de Damasco. El
pían estaba basado en la Ley y los Profetas, pero sólo porque el pensamiento
de San Pablo se movía dentro de los términos de sus enseñanzas. Su sistema
no necesitaba verificación, ni siquiera por medio de las fuentes de la Sagrada
Escritura, una vez que pudiera obtener la convicción por medio de la c>:oe.
12
nencia intima.
Por último, la ie de ¡a cristiandad primitiva estaba ampliamente incluida
en una doctrina que centraba la atención, no sobre este mundo sino sobre <•'
mundo que había de venir, y que podía llegar en cualquier momento. >
inmortalidad del individuo era una doctrina compartida por otras religión-*
del mundo pagano; pero únicamente el cristianismo desarrolló — partiendo
de la literatura apocalíptica ce los judíos— el sueño más amplio de un catt-
cüsmo inminente en que ei otro mundo surgiría de un golpe. Aunque es??,
doctrina aparece con toda su fuerza en los circuios cristianos tan sólo dcsc.-

1J Véanse el primero- 'segundo y tercer capítulos de ia Epístola a los G á;SÍ- ?


Podrían añadirse aouí unas palabras sobre ei origen de los Evangelios. L-'na t, lr¡j r
.colecciones de ios dichos de jesús fueron escritas en ¿rameo Lacia 6o ¿. j . c. o r,~-c
después. Ei evangelio de San Marcos fu e escrito hada el año 70, -ios ¿t. Sus Lía?*-,
y San Lucas hacia quince o veinte años después, sobre 1? base de San Marcos y
dichos da Jesús (comúnmente conocidos pot Q . ¿ t Q u e ü e , alemán 'tuer.vr'), v otros
documentos para ¡a infancia de jesús. El evangelio de San Juan toé escrito -iris card,
por un griego de mentalidad filosófica. "Les historiadores, dice el prc-íesor Siv.>6u.
deberían especular sobre ías causas ¿el aeche margadle de que el menos fidedigno
los Evangelios ha sido el. que ha ejercido m is influencia/’ San Lucas, según indican.
Hechos d e los Apóstoles, era ur. hombre cuito, oue sacó su relato de distintas Tur-;c_
correcto en la geografía y ccnaentud», cava, cera resiste la comparación con las Ir¡c:n
reí historias paganas de su tiempo.
5i L2 doctrina paulina implicaba un paralele conceptúa: de la historia, que parco-
otorgar un pasado mejor ai mundo, mas razonable y más probable del que en rcaJjáj^
había existido.
348 H ISTO R IA DE L A H ISTO RIA

la última parte del siglo 1 hasta la mitad del siglo n, alcanzando todo so
desarrollo en circuios entregados a lo que podría considerarse, incluso por
los eclesiásticos, como una espiritualidad extremada, es indudable que ejerció
una influencia amplia y perjudicial sobre la historiografía cristiana. Nada
hay que destruya tan eficazmente nuestro interés por el pasade como vivir
bajo la amenaza de un gran acontecimiento inminente. N o hubiera ocurrido
lo mismo si cada converso se hubiera limitado a tener una conciencia clara
de la brevedad de su propia sida y de la visión del D ía del juicio. Esta es
todavía, y lo ha sido siempre, una perspectiva para las mentes religiosas, y
por extraño que pueda parecer, no mata por completo el interés por el origen
y la evolución de cosas llamadas a desaparecer tan pronto ante los ojos de la
muerte. Tan grande es el instinto vital que existe en nosotros.“ Pero es co­
sa muy distinta que el délo y la tierra y la humanidad toda puedan desapa­
recer de golpe como aquellos primitivos cristianos lo esperaban en cualquier
momento. Hace unos años hubimos de atravesar la cola de un cometa, y se
discutió si sus gases mortíferos no podrían exterminar toda la vida del globo
terráqueo. Si la probabilidad hubiera sido mayor, si los astrónomos y hom­
bres de rienda hubieran demostrado el hecho con alguna prueba experimen­
tal, ¡con qué falta de aliento, con qué mirada hipnótica habríamos observa­
do la llegada de la estrella a través de los abismos espádales! Nuestras gran­
des industrias incansables se habrían detenido, porque no existiría un ma­
ñana que abastecer. Nuestros descubrimientos científicos, nuestras creacio­
nes de arte hubieran sido como otros tantos monumentos inútiles en un mun­
do deshabitado, y la rienda y el arte no hubieran tenido incentivos para con­
tinuar. E l único interes para nosotros todos hubiera sido el crecimiento de
aquel punto luminoso, aquella sentencia veloz, inapelable, universal. Y aquí
se plantea un problema psicológico. Porque de hecho nos espera la misma
amenaza: lo sabemos con certeza absoluta: sabemos que no hay escame. ¿Cuán­
tos de los que vieron pasar aquel cometa estarán vivos dentro ¿e cincuenta
años? Todo lo más centre ce un siglo la tierra será e! sepulcro de todos,
exactamente igual que si la raza humana hubiera perecido en uzm gran ca­
tástrofe. ¡ Y que poco tiempo es un siglo! Y sin embargo, nuestros molinos

1'í E! influjo ce la creencia en la inmortalidad sobre las perspectivas bis céricas in-
vita aquí nuestra atención, pero el tema es demasiado complejo para ser examinado
rápidamente. Sin duda que la insistencia en un contraste entre e: tiempo v ¿3 eternidad
oscureció el significado de los fenómenos y su encuadramiento en ti tiempo.
EA NUEVA ERA 349

siguen trabajando, nuestras descubrimientos continúan, nuestro arte sigue


engendrando obras bebas, y, sobre todo, va en aumento nuestro interés por el
pasado distante, excavando en busca de la historia en las colinas de Creta
y de Asia, trabajando como nunca se había hecho antes en archivos y bi­
bliotecas para rescatar y reconstruir ei pasado. ¿Por qué? Porque la huma­
nidad significa más para nosotros que nuestras vidas individuales, y porque
el futuro es una realidad a través de ella. Si la humanidad hubiera de des­
aparecer y el futuro no fuese posible, perderíamos nuestro módulo, junta­
mente con nuestro sistema oe valores, como el Lázaro de Browning que ha­
bía tenido una visión de la eternidad, pero aue perdió cí rastro oti tiempo.
Así ocurrió en la atmósfera milenaria de ia Iglesia primitiva. Por vago
o por preciso que se considerara el triunfo de "el Reino” ,14 la creencia en su
aproximación desviaba a Jos espíritus de los asuntos terrenales y de su his­
toria. Los hombres que sacarían de aquí su inspiración no tenían sino escaso
interés por el esplendor de un estado romano o por la larga procesión de ios
siglos en que se habían desarrollado penosamente las instituciones de la
ley y el gobierno paganos, instituciones que no sólo salvaguardaban la he­
rencia de la cultura pagana sino que hicieron posible la difusión del cris­
tianismo.

14 La concepción de un milenio, tomada de la última literatura iucia. era ont


Cristo v sus santos remanan durante mil años: perú a pesar de muchos cálculos esta
creencia no pudo nunca reducirse a matemáticas convincentes. Es interesante. de paso,
ver cómo influyó store otro interés en la cronología, la elaboración de tai roturo en
lugar de la de un pasado, cuya mejor ilustración es ia astroiogía. D e hecho ti milenio
puede decirse que es una especie de equivalente cristiano de la astroiogía. Er. lo; pri­
mitivos profetas e! reino del Mesías ha ot durar para siempre (ci. Ezecuie! r p ic t.
etc.), idea que se encuentra también en ia época de los apóstoles (Juan r z iy e ) . Jerc
mías, no obstante, había aventurado una profecía de b liberación judía de. cautiverio
al cabo de setenta anos (15 :12 ), pero ai no verse realizado su sueño de liberación,
los profetas posteriores tuvieron que buscar una explicación a esta, y la literatura
apocalíptica desarrollo un cómputo que pudiera salvar L validez cci primero. Ests fue
la ocasión bien ciara de; intento de Daniel (ç) que La pesado sobre las matemáticas
de rodos ios soñadores de apocalipsis hasta el presente. La concepción de un miliar de
años vino más tarde, y tal ver. descansa sobre un empleo muy extendido c - la inter­
pretación simbólica. Según ios Salmos 90:4, un día ante Dios es un miliar dt- arios.
Combínese esto con los seis dias de ia Creación en ci Génesis, y por analogía la obra
de! mundo durará seis de estos días, c sean seis mil años, y luego el Mesías reinará
un Sahbsth de ur. millar de años. Esta idea se encuentra solamente una vea en cí Tal-
HISTO RIA D £ LA H ISTO R IA
"3 SO

La única historia de «ancia para los cristianos era k que jusnnea-


ba su fe. y toda día estala vomenida en los escritos sagrados de los judíos.
Así pues, cuando la visión ¡ Día del juicio se me d e b ilita n -, y la Ig.esia
oroccdió a establecerse en uemP° >' na en la eternidad, se vclvio la vis­
ta a un pasado diferente q « Pabia tras e! mundo pagare- Las escritu-
ras sacradas de los judio, reemplazado a la literatura de la anti­
güedad. Tuvo lugar u n a o vulación en la historia ce ia tesnoria. Homero
v Tucidides, Pclibio y 1 ' i.svio, roda la gloria del antigüe régimen, su-
frieron un destino común producción científica de las mentes mas lumi-
nosas cue liabía conocido , mundo fue clasificada junto con las leyendas
que habían surgido en !•- ..liiipamentos de ios bárbaros primitivos. Todo
ello era pacano: lo cual c - ” a accir Pue to¿° era en?an050 e =x»gao QC fe
salvo allí donde podía se. > - lilfado a la luz de ia nueva religan o donae se
imponía por las necesidad-* «tales en el mundo de ia experiencia comente.
*No hay revolución tr.*' trascendental que esta en la histcoa del pensa­
miento. en la que se r e n n - a ias obra5 dc y obreros, de arrie­
ras filósofos, poetas y Gf estado> 3 de k C i s c ó n de los
ru fe ta s v de un evamj.*•* renunciación ai mundo. Ei éxito mismo de
esta revolución nos cieca *■ - ver su significado, porque nuestra propia vi-
siót. del mundo ha sido ^ * aáa P°r e i k ¡P agín ese, por e-cmplo, cuales
habrían sigo las perspeot-""
de la historia si no hubiera existido el cristia­
nismo. o si hubiera sido judaism o, ign o rad a y escarne-

. ,-ustianos es el Apocalipsis (véase »


r.vud. Fue desarrollada pa; ■•*
A través ce los spocalipsis jadíes v cristianos ia doc-
reinaron, con Cristo mil ano
,vir., y otras sin ía fecha matemática A mediados del
trau fue aceptada, unas v e '
v.wv v aunque el montañismo ¿a ruzc -revivir er. los co-
siglo c comenzó a perder te*
, entonces fué considerada coso aige
Traeros» del siglo m, a par;
el misticismo neopíatónico, tai o.'orno io ensenaba
v judaismo. En los círculo»
de ¡a fe en ei milenio. "Fueron ¿o unamente ¡os ero-
Orígenes, reemplazó a las e-.
quienes, siguiendo a julio A itk ano, hicieron uso
nólogoe e historiadores de !•'
, cálculos, mientras que ios teólogos •cortesanos, como
de lo;, números apoeaíipúcr"
, imperial con discusiones sobre si el e raedor de! empe­
Ensebio. entretuvieron ¡a m '
v—xnor, ci amado ce Dios— no seria la nueva jerusa
rador — c! segundo David ’
(A. H arnack , artículo "Milenio” <c. la Enciclopedia
lén del Apocalipsis de San '
proporciona ur. admirable e n e r de conjunto, y
Britániez ( 11“ e d .). Este **
,,to de la escatologia cristiana eer. !a? c-stintas (¿-ras de
bibliografía. (Véase ei trae-
i?, literatura apocalíptica.)
A. H . Charles en el camp
LA N U E V A ERA
35:

oda! La religión desvió la historia desde ios tenias centrales de la antigüe­


dad nada una nación que tenia poco que ofrecer, salvo la religión misma.
La historia de Israel no podía, por Sa naturaleza misma de su situación,
ser más que un episodio en el drama de las naciones. Los grandes imperios
orientaíes quedaban a sus dos lados, y la tierra ce promisión se convirtió en
encrucijada de ejércitos conquistadores. Salidas del desierto situado más allá
de i Jordán, nuevas migraciones de nómadas semitas arrasaron a los judíos,
como éstos habían antes arrasado el país que ocupaban. Por el oeste, filis­
teos y reñidos dominaban los puertos y el mar. Nación demasiado pequeña
para hacer carrera por su cuenta, expuesta a invasiones y apartada a la ver.
zona fronteriza de la civilización, Israel no podía proáudr una cultura rica
como sus vecinos más ventajosamente situados. Si la dejaban tranquila algún
tiempo, podía realizar rápidos progresos dentro de sus ciudades amuralla­
das. Pero en cuanto su riqueza era tentadora, los asirlos estaban a las puerras.
N o es, pues, de extrañar, que no obstante la excelencia de gran parte de ia
producción histórica incluida en el Antiguo Testamento, incluso lo mejor de
ella — como los relatos elaborados en tomo a los grandes dias de Saúl y D a­
vid--- s¡ se compara con 1?. narración de Polihio, o incluso con la de H ere­
dóte, nos deje una visión de reyezuelos de una tribu aislada, que logran
durante breve tiempo alcanzar los esplendores ce T iro y ¿c Sidófi, y que
tienen una vaga idea de la potencia v riqueza de Egipto.
La principal aportación de les judíos al mundo es rovo en un campo que
ofrece s ia historia pocos hechos cae registrar. Según hemos insistido más
arriba, fué una contribución ce primera magnitud, digna de ser estimada
por épocas nosteriores corno superior a todas las ciencias y ias artes ce la
antigüedad. Pero su superioridad misma estaba en su apartamiento del mun­
do, en su indiferencia ante los cambios de fortuna de hombres y naciones
que constituían el tema de la historia. Este, por lo menos, rué el lsco de!
judaismo que el cristianismo recogió, desarrollándolo. Pero en todo caso po­
co espacio quedaba para la historia en una religión surgida del desastre r a ­
ciona- v que hablaba mediante la revelación. La religión, cuando está origi­
nad?. en el desastre, o bien falsifica las realidades apelando a una ía que
descubre la victoria en ia derrota, o bien debe refugiarse en el dominio de!
espíritu, donde ios triunfos del mundo, su enemigo, son vistos con indife­
rencia o con desprecio. En cualquiera oe los dos casos se deforma ia pers­
pectiva. La revelación puede salvar el futuro estimulando la esperanza y pe-
352 HISTOíUA DE DA KISTOS!»,

niendo ¡s confianza en pie; pero con ¡a misma autoridad serena con que ¿cea
la conducta a seguir en el crtsente. ialsificará el pasado, es decir, ¡o falsifi­
cará a ios ojos de ía ciencia. Ante sus propios oios es señora de las circuns­
tancias y dominadora de ios fenómenos, y e! paso de los sislos debe amol­
darse a sus normas, y no al revés.
hué, por lo tanto, una calamidad para la historiografía que las nuevas
normas lograran dominar la situación. La autoridad de una re lipón revela­
da no sancionó mas que un esquema de la historia en toda la vasta e intrin­
cada evolución dei mundo antiguo. U n obstáculo casi insuperable fue eri­
gido ante la investigación científica, obstáculo que ha requerido casi dieci­
nueve siglos para ser superado.
N o sólo rué alterada la perspectiva, y convertida la alteración en credo,
sino que las severas exigencias de la teología monoteísta levantaren una ba­
rrera contra la investigación. El historiador cristiano no podía interrogar a
los caros que se le ofrecían, nc tenía libertad para clic, porque su fuerte
era Ce inspiración divina. A veces salvaba la dificultad encontrando nuevos,
significados a ios datos, y poniéndolos así de acuerdo con el resto de la his­
toria, procedimiento empleado por todos aquellos Padres de la Iglesia cava
erudición y perspicacia les puse frente a frente con las dificultades de ía
aceptación literal de las Es en raras. Pero por mucho que se recorrieran ios tex­
tos, ios perfiles fundamentales del esquema de la historia pcm ianteen fijos.
En los profetas de jehová, con su elevado fanatismo, y en San Pablo, el
profeta de Jesús, no había más que una visión del mundo, ía dominada ñor
¡a idea de un pueblo elegido y de una especial revelación. La única diferen­
cia entre ia visión judía y ia cristiana es que 1c que en una. había sido polí­
tica presente era en otra historia del pasado. El apóstol de los gentiles so
renunció ai pasado judío. La historia precristiana era ante sus ojos ia misma
historia estrecha de una Providencia exclusivista que ante los ojos de ¡os anti­
guos profetas. Los gentiles no habían participado de las revelaciones cc jeb >
v¿; solamente en el presente y el futuro podían esperar entrar a formar
parte de los procesos esenciales de la evolución histórica. El pasado era para
San Pablo lo mismo que para un fariseo.
Esta actitud exclusivista ¿e.‘ cristianismo con respecto al pasado contras­
taba fuertemente con la del paganismo contemporáneo, que se hacia cada veo
más liberal con el aumente cc! conocimiento. Atacar ia histeria del gobierne
de Jehová sobre el mundo era. para un cristiano, sacrilegio, puesto que la
I_A N U E V A ERA 353

historia misma era sagrada. En cambio, un pagano, con todo ur¡ panteón
al que volver los ojos, no te concedía tanto valor a ningún mito, y por este
podía discutirlos todos. Su salvación eterna no dependía de su fe en ellos;
v además que no era mucho lo que le preocupaba su salvación, en último
término. Cuando la creencia en la inmortalidad estaba ligada a la aceptación
de un esquema de la historia, esta aceptación quedaba asegurada. ¿Qué es el
pasado muerto de las vidas de otras personas si se le compara con el futuro
sin fin de la propia vida? La historia se sometió a las exigencias de la eter­
nidad.
A l insistir en el tnesianismo de Jesús, el cristianismo se aferró a uno de
ios aspectos más exclusivistas de; pensamiento judío. La historia que impli­
caba la prueba de esta pretensión estaba de acuerdo con ur¡ movimiento es­
trecho, fanático, nacional. Bien es verdad que el cristianismo abrió e! reine
del Mesías al mundo entero, pero justificó su confianza en e! futuro por una
apelación a los límites más estreches de una fe tribal en el pasado. Y sin
embargo, esta apelación, a pesar de sus limitaciones, fue la fuente de la in­
vestigación histórica producida por el cristianismo. Porque, cuando los cris­
tianos se. vieron, obligados por los críticos paganos a poner de acuerdo sus
ere tensiones con las de los griegos c los egipcios, los Padres se vieren obligados
a elaborar no ya una teoría de ia historia — su teología se la proporcionaba—
sino un esquema de la cronología. E! mero problema, tan ligeramente aco­
metido, ce si Moisés, o los griegos habían de tener la prioridad como legis­
ladores, obligó a los apologistas a hacer algún estudio de histeria compa­
rada. Aunque en este caso particular lograron un éxito reían vamenre
cii,1" existía un peligre, que vemos bien claro hoy, en confiar demasiada en
ia cronología del Antiguo Testamento, y en especia; en insistir sobre el texto
literal. Por esto la crítica tajante de los contrarios obligó a los Padres a adop­
tar el tipo alegórico de interpretación que aprendieron de los mismos grie­
gos. v que es tan útil siempre que se precisa aferrarse a un texto dejando
escapar el significado. Encontraremos, pues, las principales, manifestaciones
de la historiografía cristiana durante los tres primeros siglos siguiendo estas
dos líneas de ia alegoría y el simbolismo por un lado, y de la cronología com­
parada por orto.

U na de las primeras y mejores exposiciones breves de esta pretensión es la he­


cha por Tatianc en su Mensaje c los griegos, caps. 51-41. Está notablemente es la línea
de la protesta cr Joseto Contra Áp¡or>.
CAPITULO XXVI

LA ALEG O R IA Y LA C O N T R IB U C IO N DE ORIG EN ES

o obstante ío que llevamos dicho acerca de la debilidad de la historio­


grafía cristiana, es posible mantener la tesis de que, entre las religiones, el
cristianismo se distingue por reposar esencialmente sobre una base histórica.
En ia medida en que el cristianismo fue una religión histórica, este he­
cho se debió, como acabamos de decir, ai elemento mesiánico que en él había.
En verdad puede decirse que proclamó desde el principio ser una religión
histórica, una realización de la historia, encuadrada en el esquema de ls
evolución política y social en un determinado estaco. Los mismos apóstoles,
desde un principie, pedían que se escudriñaran las escrituras, caso único en
ia fundación de religiones. H ay mucha diferencia, sin embargo, entre estu­
diar historia y estudiar históricamente. De que ia estudiaron es buena prue­
ba cí hecho de que los cristianos retuvieran ti Antiguo Testamento. De que
no supieron manejarla adecuadamente es también buena prueba el Nuevo
Testamento. Pero puesto que el Mesías cristiano era ofrecido al mundo ente­
ro tanto como a los judíos, 1a historiografía cristiana tenía ante sí dos ta­
rea;. principales: situar la vida de Jesús en k historia de sos judíos, y tam­
bién mostrar su encuadramiento en la historia general de la antigüedad. El
último problema no se impuso a ia Iglesia hasta que el mundo pagano no
comenzó a tomar en serio la nueva religión, y la respuesta s él se encuentra
en las obras de ios grandes apologistas. Sin embargo, ia relación del cristia­
nismo con el judaismo, el problema mesiánico propiamente dicho, fue de vi­
ral importancia desde un principio, porque implicaba la cuestión básica, de
si Jesús era o no aquél en quien se realizaban las profecías.1
5 La venida deí M esías fué ia continuación principa! de la historia nacional iu-
oia. E'i mesianismo era para ios judíos de ia época de Cristo una idea del tipo de ias
»*><’ HISTORIA DE XA HISTORIA

Se escudriñaron, pues, las escrituras buscando pruebas de las señales que


I* numeran reconocer el advenimiento. La invitación a examinarías era, per
lo ritmos en apariencia, una demanda de prueba científica, la. de la verifica-
<nm. Si los hechos de la vida de Jesús correspondían con loe detalles de las
promesas, existia una prueba de que las. promesas habían sido realizadas,
l'ero como la realización no era literal, la interpretación tampoco podía serlo.
I’ l reino espiritual del Mesías tenía que ser elaborado sebrs referencias in­
ciertas y fragmentarias, y la única manera satisfactoria de amicar muchas de
ellas era mediante el simbolismo y la alegoría. La moderna critica ha descar­
tado ya la profecía mesiánica, porque ios textos tan confiadamente citados
ron,o predicciones de la vida de jesús no tenían semejante propósito en las
mentes de sus autores. Pero la ortodoxia ha mantenido, a través de toda la
I,istoria de la iglesia, que los textos eran aplicables, y que ccr. ello se estable­
cía la armonía entre las antiguas y las nuevas revelaciones.
N o podemos pasar, sin embargo, a los problemas de la. alta critica. El
hecho que importa para la historiografía fue la creación cu lo cae podría
llamarse un género nuevo, el da la interpretación alegórica de ios textos.
F.l uso de la alegoría para explicar, o dejar sin explicadas^ los textos, s e
fue creación de los historiadores cristianos, porque el recurso no era desco­
nocido en la literatura y en la filosofía paganas. Y a en el siglo vi a. J. C-,
J ’ o m ero era in te rp re ta d o a leg ó rica m e n te p o r T e á g e n e s de R h e g iu m , v la
filo s o fía p a g a n a a p e la b a d e c o n tin u o a la a le g o r ía p a r a a rm o n iz a r el m ito
con la ra zó n . L o s ju d ío » erar, tam b ién m aestros c o n s u m a d a s en s e em pleo.
H e m o s visto có m o la in te rp re ta ció n a leg ó rica de! A n t ig u o T e s t a m e n t o h a b la
sid o d e sa rro lla d a p o r ios e ru d ito s ju d ío s, en esp ecial p o r los d e la D ià s p o r a ,
q u e se en co n tra ro n p u esto s en co n ta cto co n los sab io s g e n rile s , y q u e súm e-
ro n la n ecesid ad d e a rm o n iza r e! p en sam ien to con su p r o p r i herencia in te­
le c tu a l; hem os v is to h a sta q u e p u n to se h izo esto en los e sc r ito s d el m á s gra n ­

one conmovieron a los trances« a fines del siglo xix ante el reesserda de iC ye v las
provincias perdidas, o que presr&ron inspiración en una Polonia am argada a k poesía
de M ickiewicz. semejante a ia de los profetas. Era una esperanza: en ur. libertador,
creencia reforzada, más que reprimida, por el fracaso y el desase». T o d o el tris»
drama ce la historia judía puede decirse que concentró su expresión er. la esperanza
mesiánica, una esperanza contra la esperanza misma. El cristianismo, al ofrecerse
como la realización de. esta -speranza, ascendía a un lugar presase en la bisesta
judía, pero era un lugar al que la nación judia er. conjunte r traca lo ha aámtuao.
I A ALEGORÍA Y LA CONTRIBUCIÓN DE ORÍGENES 357

cíe filòsofo judío de la antigüedad. Filo ce Alejandría.* Pero So encontramos


también en el Antiguo Testamento mismo, en especia! en la literatura profe­
tica, donde cetre a lo largo de aquel rastro esquivo de lo inasequible, que da­
ba a las profecías su encanto fascinador. Podría remontarse todavía más su
trayectoria hasta la mentalidad del hombre primitivo donde el símbolo y la
realidad se confunden con frecuencia en una sola impresión. Pero en manos
ce los teólogos cristianos el simbolismo emergió Ce las profundidades del
pensamiento para dominar toda la situación. La historia de las realidades
dependía de las irrealidades; y esta historia de las realidades era nada me­
nos que una historia del mundo.
El más grande maestro de la alegoría cristiana rué Orígenes, el griego
alejandrino que, en el siglo in, tanto contribuyó a la formulación ce un sis­
tema teológico para los Padres de la Iglesia. Orígenes era un erudito a la
vea que un pensador, y fué su trabajo sobre el teste de la Biblia, al que más
arriba hicimos referencia, el que motivó el elogio de persona tan distinta a
él en punto ce vísta como San Jerónimo. En la limitada galería de hombres
ilustres que San Jerónimo nos ha dejado, el D e viris Uiustribus, Orígenes se
destaca claramente:3

N o hay quien ignore — dice— . que se dedicó con asiduidad sí estudio de lar,
Sagradas Escrituras, que, contrariamente ai espíritu de su época y de su puebla,
aprendió ia lengua hebrea, y tomando la traducción de lo ; Setenta, reunió e s tuna
sola obra las otras traducciones, a saber las de A quíla ce Por.ncus el Prosélito, v
Tcoác-üano e.I E bonita. y Ssttuaaco, un partidario de la misma secta qué también
escribió comentarios sobre el Evangelio según San M a te o , cor. ios que trataba c e
establecer su doctrina. Y además de éstas, una quinta, serta y séptima tra c s c c b s e s

" La influencia de Fiio sobre ios Padres cristianos es cuestión de ui gran interés.
La admiración de ios mejores espíritus hacia el pensador ju d ío se refleja «t ti co­
mentario que Ensebio antepone a su lista de las obras de Filo (H'tnaria eccíc.ttarrics,
¡ib. n, cap. i # ) : '"Rico en el lenguaje, comprensivo en ei pensamiento, sublime v ele­
vado en sus interpretaciones de 1? Sagrada Escritura, Fno ha producido numerosas
y diversas exposiciones de los libros sagrados” ( A . C . M t G r ife n . Traducción en ia
Librar* o f N icen t and Pcst-N icene Fethers {Biblioteca ce Padres de N ie ta y pos­
teriores) .
6 San Jerónimo, D e r i r i s W u s t r i b u s , cap, ya. Tam bién en el o re íaric tic su
D e nomintbus Hebrairi: (D e ios nombres hebreosh San Jerónimo habla de t i como
''O rígenes, & quien todos, salvo ios ignorantes, reconocen come el más grande maes­
tro de las iglesias después de ios A üósteiet.”
HISTCSaA DE L A K íSTDIUA

que también tenemos procedentes de su biblioteca, investigó c a s gran ciligencü y


rote jó con otras ediciones. Y puesto que he dado una lista de sais obras en ios volú­
menes de cartas que he escrito a Paula, en una carta que escribí contra ias obras
dr V arrón , lo pasaré por alto ahora, aunque no dejaré de mentronar su genio inmor­
tal que comprendía la dialéctica así como la geometría, arittnéuira, música, gramáti­
ca y retórica, y enseñan® en todas ¡as escuelas de filósoros, de tac mode que también
tenía alumnos interesados por la literatura profana, y les daba lección diariamente,
y era maravillosa la cantidad de gente que venía a escucharle. A estos los recibía cor.
la esperanza de que por medio de esta literatura profana podría convertirlos a la fe
de Cristo.

Esta mención oe San Jerónimo resume la muy extenso Hecha por Ensebio
en ei libro sexto Ge su Historia Eclesiástica, al que debe— os ciricimos pa­
ra encontrar informes detallados de la vida y la infiuencña de Orígenes, el
único que, aun no siendo historiador en sentido es meto, contribuyó con uno
de los capítulos más notables a la historiografía cristiana.
Orígenes era tan atrevido en sus interpretaciones come cuidadoso en sa
erudición. N o solamente no admitió la verdad litera! es mucha parte ¿el
Génesis, desecnando la explicación de los acontecimientos más oscuros de la
historia de Israel sino que, incluso en el Nuevo Testamente, trató como pa­
rábolas o fábulas episodios tales como el del Demonio que he va a jesús a lo
alto at la montana y le muestra los reinos del mundo. I c o lee a Orígenes
sobrecogiüe por la sorpresa. E! más sabio de los Padres del siglo tercero era
un moderno por su espíritu." Sus comentarios sobre la Bebda podrían cas:
pasar como un producto del sigio XK. La época ce Lvell i de Darwm ha
presenciado ti mismo es tuerzo de la ortodoxia mística para salvar el poema
de ia Creación, convirriendo ¡os seis días en períodos geológicos, y e! rela­
to ae Adan y Eva en un símbolo del destino humano, d ía ohos sermones
sonre la reconciliación de la ciencia con la religión — ese rema culminante
ce ¡es sermones modernos— podrían ser tomados íntegramente ce Orígenes.
Porque su problema era en esencia el mismo que afronta el ssólogo moderno:
tenía que obtener de un racionalismo que él respetaba la nesradón del escep­
ticismo que le era inherente. Como Filo, residente en aouei centro cosmopo­
lita de Alejandría, lugar de encuentro de razas y religiones. Orígenes era un
moderno enrre los modernos. Era un griego de finísima inteligencia y am-

4 Dem asiado moderno para ser enteramente ortodoxo D e sc_. cu e se eclipsara


con posterioridad.
L A ALEGORÍA Y LA CONTRIBUCION DE ORIGENES 359

plis erudición, uno de los productos más acabados de la gran dispersión he­
lénica.5
La interpretación de las Escrituras por medio de la alegoría no es, a los
ojos de Orígenes, una l'biertad sin garantías. Las Escrituras mismas la sancio­
nan, alegóricamente. H ay un "significado escondido y secreto” , nos dice,
"en cada palabra aislada, estando escondido el tesoro de la divina sabiduría
en las vasijas vulgares- y sin pulir de las palabras; como lo indica también el
Apóstol cuando dice: 'Tenemos este tesoro en vasijas de barro’.” 5 Este ra­
zonamiento parece extrañamente ingenuo cuando se basa en un solo texto,
pero su debilidad se convierte en fuerza cuando se aducen textos suficientes
para producir la impresión de que las Escrituras mismas proclaman realmen­
te su propio carácter simbólico. Esto es lo que pretende hacer Orígenes: "Si
la ley de Moisés no hubiera contenido nada que hubiera de entenderse que
tenía un significado oculto, el profeta no habría dicho en su oración a Dios:
'Abre mis ojos, y miraré las maravillas de tu ley.’ ” (Salmos 119:18.) ¿Qué
puede sacarse, pregunta, de la profecía de Ezequiel, si no es por medio de la
aicogría?1 La literatura profètica implica la alegoría en su estructura misma.
Pero la prueba más fuerte de la legitimidad de la interpretación alegórica
es su empico en ei Nuevo Testamente, sobre todo por San Pablo.'
E l critico moderno ve el círculo vicioso en que se mueve semejante razo­
namiento. Pero lo ve porque niega el sentido oculto, el saber secreto que
para los "intelectuales” del siglo tercero era ei corazón mismo de los fenó­
menos. Ei simbolismo tiene raíces más profundas de lo que uno cree. El po­
der misterioso de los números domina todos los pueblos salvajes: ei valor
secreto de las palabras es una doctrina tan universal como el lenguaje. Pro­
ceden de edades sir, historia, más alia de Pitágoras y de Heráclito. La im­
portancia concedida por el cristianismo al logos — la palabra que se hizo
Dios— no hizo sino poner el sello de la suprema autoridad a un?, fase ¿el
pensamiento que era inteligible para la antigüedad toda. El gnosticismo se
adueñó de esta fase y, al insistir en la existencia de una doctrina interior que
quedaba oculta para los no iniciados, trató de armonizar el cristianismo con

Véase E usebio , Historie eccíesiastica, lib. vi, para ios detalles de la vida de
Orígenes.
c D e principiis. lis. I, cap. I, see. 7.
‘ Contra Celsum , lib. iv, cap. so.
s Ibid., lib. iv, cap. 49.
HISTORIA D C L A HISTORIA

lo-, culros paralelos del paganismo. El neoplatonismo estaba naciendo lo mis-


mu con e! propio paganismo. Los caitos de Asia y Egipto se ponían juntos
> *r interpretaban a la luz de la adoración de Demeter c D i cresos. El punto
o«- vista de Orígenes no es tan ingenuo como parece. Estaba c e acuerdo con
r\ de su época. El mundo se estaba unificando, aunque ai mismo tiempo era
una mezcolanza de civilizaciones distintas y divergentes. El único modo que
(aio'o tener el mundo antiguo de superar esta antítesis entre un idea! que
lni»ca ¡a unidad y unos fenómenos que diferían fue el negar que las dife­
rencias fueran esenciales. Haríamos nosotros lo mismo si no fuera por nues­
tra hipótesis de la evolución y por la actitud histórica de nuestras mentes.
Sólo cuando se mira el callejón en que se veían metidos los pensadores de la
rigiiedad con sus intentos de sintetizar un mundo complejo y cambiante,
w comprende por contraste qué enorme instrumento de síntesis proporciona
I* hipótesis evolucionista. El único método que resta para comprender la ar­
monía que permanece oculta es el simbolismo.
Una vez que aceptemos que los textos no son lo que parecen, no hay más
que un camino para descubrir su verdadero significado. Debemos encontrar
una clave, que ha de ser algún hecho de suprema importancia, tan amplio
qui e! contenido mismo del texto no parezca sino un incidente en relación con
i ! El cristianismo proporcionó una clave semejante a ía interpretación del
Antiguo Testamento, y éste, a su vez, proporciono ai cristianismo 1a autori­
dad de una antigüedad venerable. El valor de esa antigüedad como base pa-
i j un relato de acontecimientos oscuros y recientes ocurridos- en Jerusalem
i tic pronto sentido por todos los apologistas, y ha sido un argumento convin­
cente hasta nuestros cías. Fue obra del siglo xix sustituir al simbolismo las
comprobaciones de la crítica histórica, haciendo así que se desvaneciera todo
1 1 *L<tema de la interpretación teológica alegórica. Pero no donemos olvidar
qur, aunque hoy nos parece falso en el método y en los resultados, el proce­
dimiento simbólico hizo de! teólogo una especie de historiador a pesar suyo,
y no hemos de esperar de! sabio del siglo tercero ¡a actitud histórica y evo­
lucionista de nuestros dias, que era, hasta dor.de podemos ver, la única ai-
ternativa que le quedaba.
E! simbolismo puede retorcer los textos: pero un espíritu como eí de Orí-
venes r.o olvida un hecho esencia!, el ce que han de existir los textos suscep­
tibles de ser retorcidos. N a ca es más interesante en la historiografía del cris­
tianismo primitivo que ver cómo Orígenes llegó a darse cuenta, en último
LA ALEGORÍA Y LA CON TRIBU CIÓN DE ORÍGENES 361

término, de la escasez de sus fuentes y de su insuficiencia, en particular de


las que trataban de la historia del propio cristianismo. Manifiesta esto con
franqueza de hombre de estudio en un pasaje de su famosa apología Contri:
Celso. Celso era un griego pagano que escribió el ataque más notable contra
el cristianismo de que tengamos noticia en aquellos tiempos primitivos. Su
tratado era una crítica fuerte y bien trabajada de los escritos, y enseñanzas
cristianos, con especial insistencia er¡ su carácter acientífico y en la credulidad
de quienes en ellos creían. La réplica de Orígenes revela en más de una oca­
sión cómo en c-i el teólogo había hecho que se perdiera un auténtico histo­
riador crítico. Por ejemplo: Celso pretendía que antes de escribir su diatriba
se había tomado el trabajo de familiarizarse con todas las doctrinas y escri­
tos cristianos. Orígenes, apoyado en su prodigioso conocimiento de la Biblia,
muestra repetidas veces lo superficial que era esta familiaridad — juzgada
según su propio método de interpretación, pero cuando Celso ataca a ios
cristianos por su oscurantismo, afirmando que sus maestros, r>or lo general,
les dicen que no investiguen y les exhortan a que crean, Orígenes adopta otro
procedimiento.^ Aparentemente está un poco avergonzado de la importan­
cia concedida a la fe y quitada a la razón por sus colegas cristianos. N o llega
hasta el punto de decir esto, pero recuerda a Celso que no todos ios hom­
bres tienen la posibilidad de investigar. Sin embargo, después de esta conce­
sión débil, gira en redondo, en uno de los pasajes más interesantes de ios
escritos patrísticas, y pregunta si Celso y los paganos no siguen ellos tam­
bién la autoridad. ¿N o tienen también estoicos y platónicos un maestro s
cuyas palabras se refieren.'' Celso cree en un mundo increado y en un dilu­
vio fei ce Deucaiión) relativamente moderno.9 10 Pero ¿qué autoridad es la
suya? ¿Los diálogos de Platón? Pero es que Moisés vio con mucha más cls-
n ca c que Platón. Estaba incomparablemente mejor situado para informar­
se. ¿Por qué no preferir el relato de Moisés?
El valor de una controversia es que cada parte ve los puntos débiles ce
la otra. Rara vez resulta de aquí que admita la inferioridad de la propia

9 Ib íd ; lib. 1, caps. 12 y 10. E í orden de ias citas se ha invertido aquí para una
niavot claridad.
10 Celso tenia también la idea de una evolución común de ¡aeas y costumbres, v
de ias aportaciones de una nación a otra: p. Ja circuncisión venia de Egipto, ibid.,
lib. 1, cap. 22.
HISTORIA DE LA HISTORIA

poiición; pero alguna ocurre que un nombre impardal sea lo bastante atre­
vido para reconocer que. aun sin taita suya, no es capaz de ser más correero
nur su adversario. Esto es lo que viene a hacer Orígenes cuando admite el
cargo de Celso de que el reiato del bautismo en el Jordán es tan improbable
que requiere la confirmación dt testigos -de primera mano antes de que éi,
como pagano que piensa, pudiera aceptarlo. A i replicar. Orígenes admite
francamente la escasez de las íuentes para la historia del cristianismo, pero
on ir re saber si Celso está dispuesto a renunciar a la historia pasa na porque tam­
bién contiene episodios poco probables. El pasaje es ¿Leño de ser erado porque
muestra cómo el más ilustrado de todos los Padres, el espíritu más sutil y
comprensivo, con una sola excepción, que el cristianismo había afiliado a su
(.uir,a, reconoce ia debilidad de ia historiografía cristiana sin ser capaz de ver
cómo era posible remediarla:

Antes cíe que comencemos nuestra réplica tenemos que observar cue ia tarea ce
mostrar. con respecto a c z s i cufiiqmer hi¿:tcri¿, por cien« oue stre. cue efectivamente
ocurrido, y poner cc manifiesto ur*s concepción inteligente respecto a ella. e¿ una
*1» ¿as empresas mas dilíciies cue pueden intentarse, y en ciertas ocasiones resulta
imposible. Porque supongamos que alguien afirmara oue nunca nacía habido guerra
<Je I roya, ccdíOo principalmente a les relatos inverosímiles en ti cerneos cc n ella, so­
bre un cierto A cuilcs hijo de una diosa del mar, Tetis. v de un hombre. Peleo, o
M ^rr s* Saroedor era fino c c z^us, o A scaiafo y lalm eno hijos de Ares, c Eneas de
A . todita; ¿cómo podríamos probar que no había habicc guerra, sobre rodo si cene­
mos en cuenta el peso qc las ficciones unidas, no sé cómc. a Is opinión que prevalece
umversalmente de que en efecto hubo una guerra en Ilion entre c ie g o s y tróvanos?
Supongamos también que alguien no creyera en la histeria de Edipo v Vocasta. y
de sus dos hijos Eteocies y Polemices z causa de oue ia esfinge, esnecíe de serr*i-
virgcn, se introducía en e.1 relato; ¿como podríamos demostrar ia realidad de seme­
jan tr cosa? \ ae manera análoga ocurre también con Iz historia de ios Epitonos,
aunque no na y un episodio tan maravilloso intercalado en ella, c con. e! regrese- ce
I H c r á c l i c a s . o con otros innumerables acontecimientos Históricos. Pero aauéi cue
■ e ocupa sinceramente cor. historias, y que quisiera también evitar el ¿ fia rse embaucar
por tiias. ejercitara su juicio soore ciiaies aíirmaciones ha ce aceptar, y sobre cuáles
lia de aceptar en sentido figurado, tratando de descubrir ei sentido c e ios autores ¿e
semejantes invenciones, y a cuales afirmaciones no ha de ¿ar fe, pc-r haber sido escri-
ias para satisfacer a ciertos individuos. Y hemos dicho este- a manen, de anticipación
respecto a toda ia historia relatada eti los Evangelios referente a Ie s « , no para in­
vitar a ios hombre; agudas a una t e sencilla e irracional sino queriendo mostrar cue
se precisa de sinceridad en quienes hayan de leerlos, y de mucha investigación, y,
LA ALEGORÍA Y LA CONTRIBUCION DE ORIGENES 3Ó3

por decirio asi, de penetración en el significado de ios escritores, para que pueda
descubrirse e¡ objeto con que cada hecho ha sido registrado.*'

Con todo esto Orígenes admite que, ya que las fuentes de la historie
cristiana no pueden ser verificadas mediante testimonios externos, no queda
sino aceptar por la fe sus líneas generales, con la misma fe que el griego
tiene en ia existencia Ge Troya o el romano en los primeros reyes. Pero sien­
do un griego — y sobre todo en su manera de argumentar— refuerza su fe
con la razón, y desecha lo que le parece inverosímil. En cierto modo, pues,
estamos en presencia de una especie de Heredóte sofisticado, que elimina ei
mito para favorecer su perspectiva.1-
Si el mundo cristiano hubiera sido — y seguido siendo— tan sofisticado
como Orígenes, ia concepción de la historia bíblica durante los mil quinien­
tos años siguientes hubiera sido muy distinta. Pero, aunque el método alegó­
rico de interpretación bíblica fue empleado por casi todos los Padres — y
por nadie tanto como pot el papa cuya influencia arraigo con mayor hondu­
ra en la Edad Media, Gregorio el Grande— , y todavía constituye ei tema

Ibui.. ii'b. 1, cap. 42 (Traducción de F. Cromóse en i? A nte-fcicenc Chr:-:¡¿i


Library (Biblioteca cristiana anterior a N ic c a ).
12 Adem ás de Celso, Porfirio entró en is palestra cor.trs O rígenes por e) lado
pagano. D e este ataque es digno de reproducirse eí extracto siguiente, — citada, con
un comentario precavido, por Eusebia en el libro sexto (cap. 15'. de ia Histeria EccU-
siaslkc— , come muestra de la atmósfera Ge controversia en que nos estamos mo­
viendo:
" 'A lg u n a s personas [dice P o rfirio ], deseando encontrar una solución a la infe­
rioridad de las Escrituras judías en vea de abandonarlas, han recurrido 3 explicacio­
nes inconsistentes y no congruentes con las palabras escritas, explicaciones que, en ver
de suministrar una defensa de lo» extranjeros, más bien contienen aprobación y elo­
gio de cuienes ias titeen. Porque alardear, ce que las palabras sencillas -de Moisés
son enigmas, y las considerar, como oráculos llenos de ocultos misterios; y habiendo
aturdido el juicio con desatinos, nacer, sus explicaciones.5 Más. adelante ¿ice: 'Com e
ejemplo tíc esta actitud a usurar, tómese 3 un hombre a calen conocí cuando vo era
joven, y que era entonces m uy celebrado, y todavía lo es, debido a ¡os escritos que
ha dejado. M e refiero a O rígenes, que es tenido en gran honor oor los maestros de
estas doctrinas. Porque este hombre, que tue alumno de Arrímenlo, quien había alcan­
zado en filosofía mayor eminencia que nadie er. nuestros días., sacó mucho provecho
de su maestro en ei conocimiento ¿e las ciencias; pero en cuanto a una elección co­
rrecta de vida siguió un curso contrario ai suyo. Porque Am m onio, que era un cris­
tiano- y- educado por padres cristianos, cuando se entregó al estudio y a la filosofía
364 K 2 STC 3 UA DE LA HISTORIA

ác la mayoría de los sermones, el simbolismo y la alegoría terminaron por ser


aplicados menos a los pasajes narrativos que a los moralrsaáores y proxéñcos.
Los relatos de ía Creación, del Diluvio, de José, de las páagas de Egipto, de
Sodoma y Gomorra no fueron Gesecfiados. Pero acerca ese ellas y del resto
de aquel tema elevado de las fortunas de Israel fueron tejidos los sueños es­
pléndidos de toda imaginación poética, desee Irígeras a Bossuet, nutrida
cr. el milagro y basada en la autoridad. Pensemos en Sulpsdo Severo, el bió­
grafo del milagroso San Martin de Tours, para ver el relato bíblico tal co­
mo entró en la Edad Media. La narración del Antiguo Testamento se tema­
ba literalmente, como la del Nuevo, la historia de en pueble primidvo se
presentaba a una audiencia igualmente primitiva. No se permitía que la
alegoría explicara pasajes que hubieran chocado a la inteligencia crítica de
los rilósofos helénicos, porque aquellos pasajes eran los croe más iban a im­
presionar los espíritus sencillos de los germanos de cuya educación se hacía
cargo la iglesia.
Hube, sin embargo, una ra2cn mejor que ia senculer y la credulidad
para que ¡a historia judía y cristiana no fuera concertina en alegoría. El

se conformó en seguida ccn la vida requerida po: las leyes. Pero O rígenes, que ha-
lúa sido educado como un griego en la literatura griega, se convirtió a la negligencia
bárbara, 'i' llevando a ella el conocimiento que había obtenido, le pregonaba por ella,
conduciéndose en su vida, como un cristiano, en oposición a las levas, pero siendo como
un griego en sus opiniones de las cosas materiales y de ¡a Dbrasiáad. y mezclando
las enseñanzas griegas con fábulas extrañas. Porque sin cesar estudiaba a Platón, y se
ocupaba con ios escritos de Num enio y Gromo, Apolófanes, L an cine, M odérate y
N tróm acc, y de aquéllos temosos entre los pitagóricos. Y empleaba ios libros de
Queremon ci Estoico y de Cornutc. Habiéndose familiarizado gracias a elle cor. ia
interpretación figurada a t les misterios griegos, ia aplicó a las Hscrituras judías.’
"Estas cosas las dice Porfirio en el libro tercero de su obra contra ios cristianos.
H abla cor. verdad de la laboriosidad y la sabiduría del hombre, pero m srói leerán en­
te dice mentira (porque ¿qué no hará un enemigo de los entram es? i cuando dice
que procedía de ios griegos, y que Ammonio recayó de una vida piadosa en las cos­
tumbres paganas. Porque la doctrina de Cristo fu e enseñada a Orísrertes por sus
padres, como hemos mostrado más arriba. Y Am m onio mantuvo la divina filosofía
sin adulteración hasta e! fin de su vida. Sus obras que todavía puedan prueban esto,
pues es celebrado entre muchos por los escritos que nos ha cetario. Por «templo, la
obra tituíada "L a armonía de Moisés y Jesús” , y otras tales cute están en posesión
de los hombres de estudio. Estas, cosas son suficientes para poner de manifiesto la ca­
lumnia ce! faiso acusador, y también ía eminencia de Orígenes en las letras griegas.”
L A A LE G O R ÍA V L A C O N T R IB U C IO N DE ORÍGENES 3^5

que esta historia se había hecho verosímil por un tratamiento exhaustivo de


!a cronología.. Los sabios cristianos asumieron la tarea de poner de acuerdo
los acontecimientos de ia historia judía cor. los anales de otras historias, v
estructuraron en un sistema convincente y definido de cronología comparada
el relate desde Abraham hasta Cristo. La matemática se aplicó a la historia
— no solo a! relato bíblico sino a todos los dei mundo antiguo— y partiendo
del caos de hechos y leyendas, de contradicciones y absurdos, de fantasías
tumultuosas y especulaciones infundadas, se forjó lentamente el esquema ae
años medidos que remontaba hasta los orígenes de Israel, y luego hasta la
Creación, y que todavía prevalece hoy en gran parte. Esta es una de las
cosas más importantes que jamás hayan sido hechas por los historiadores. De
aquí en adelante, para las quince centurias siguientes, y aun más, existía un
camino seguro que remontaba hasta el origen dei mundo, a lo largo del
pasado judío, jalonado por las leyes absolutas de la matemática y la revela­
ción. U n examen de cómo esto se produjo nos llevará de nuevo al compli­
cado problema de ia medición del tiempo, que antes hemos tratado en sus
aspectos generales. Ahora, sin embargo, nos encontramos con el trabajo de
quienes nos dieron nuestro propio cómputo ce! tiempo, y que, al hacerlo,
moldearon ia concepción de la historia universal para el mundo de occidente
con mavor eficacia, tai vez, que cualquier otro estudioso o maestro de ia
historia.
CAPITULO X X VII

CRO N O LO G IA E H IST O R IA DE L A IGLESIA: EU SEBIO

/L- a historia de ía historia se repite. La tradición y e! mito, la epopeya y la


genealogía, el saber sacerdotal acerca de las edades del mundo y el cómputo dt.i
tiempo, ia crítica y la historia se suceder, unos a otros o se funden en la larga
evolución de esta autoccnciencia racional que se proyecta sobre el pasado con­
forme ckbcra la síntesis del presente. Caminos semejantes existen detrás de
redas las historiografías bien desarrolladas. El paralelo entre las historias de la
historia de diferentes naciones es tan estrecho que les quita a los capítulos que
siguen mucho del encanto de la novedad. Orando se ha examinado la historio­
grafía de Greda, la dt Roma nos sorprende como cosa conocida. La misma
analogía se apreda ya en las historiografías menos desarrolladas de las cul­
turas orientales. Todas ellas emergen ce una base común, y, para emplear
unn expresión biológica, ía ontogenia reproduce la filogenia, es dedr. eí in­
dividuo repite la especie. La ley aei crecimiento, según parece, puede apli­
carse a la historiografía como si fuera un verdadero organismo con una
evolución independiente, y no lo que realmente es, un simple reflejo de se­
riedades cambiantes.
Ls explicación está en apariencia a mano, en la evolución similar de las
sociedades que producen la historia. Pero partiendo de semejantes premisas
dítíabnente podría esmerarse que la historiografía de una religión manifes­
tara las mismas líneas generales de desarrollo. Sin embargo, en la histeria
de la histeria cristiana encontramos casi la misma evoludón dei material
que en la de Greda o Roma. Naturalmente que el elemento sacerdote: es más
fuerte y que se destacan más ¡os intentos de racionalizar el relato. Pero es
la ausencia y no ía presenda de artificios lo que más te sorprende a uno.
Las genealogías desempeñan su papel para el reino del Mesías como para
<ta H ISTO RIA DE L A HISTORIA

L» audades de la Hélade,' Los Hesíodos de la teología hebrea y cristia­


na presentan sus esquemas de edades designadas por la divinidad- y duran­
te todo el período heroico de la Iglesia, las leyendas de santos y de már-
ittr» proporcionan la epopeya inagotable de la guerra sin fin, en que las
liwrxrrs celestiales combatían con los hombres, no por una Troya desapare­
ad., sino por una ciudad eterna. Por último, la obra de los iegografos cris-
turnan en ios apologistas — y cada teólogo era un apologista— redujo el sis-
trrr.A a prosa. El paralelo, sin embargo, no sería admisible fuera de lo pura­
mente extemo a no haber sido por el desarrollo de la cronología cristiana:
porque ia idea de escribir historia no era sino escasa en las mentes de ios
triKOgos, y poco más en las de los martirologistas. Entre los apologistas,
ftrate a frente con la crítica de un inunde incrédulo, surgió ia demanda dt
métodos más rígidos de cronología comparada, con los que se pudiera pro­
bar la auténtica antigüedad y la descendencia directa del cristianismo. Es!
mamo tipo de necesidad práctica había originado documentación análoga,
aurcutc de menos peso, entre los sacerdotes paganos, y había ce repetirse
más tarde en los monasterios medievales. De modo que en la iglesia cristiana,
rumo en el mundo antiguo en general, la historia propiamente dicha nadó
de la aplicación de ia investigación y la cronología para satisfacer las exi­
gentes demandas del escepticismo tanto como del deseo de dar a conocer los
hechos destacados.
El camino a la historiografía cristiana nos conduce, pues, a través del
estudio de la cronología cristiana. La base de ésta rué la ocra de los eru­
ditos judíos de la Diáspora. Cuando los apologistas cristianos de les siglas
segundo y tercero intentaron sincronizar ia historia del Antiguo Testamen­
to ron la de los gentiles, pudieron recurrir a la obra de un escriba judío,
Justo de Tiberiades, que escribió bajo el reinado de Domkiano." Justo pre­
paró una crónica de los reyes judíos, trabajando sobre la misma base inse­
gura de las ' generaciones’’ que había sido empleada en las crónicas gentiles,
v reclamando así para Moisés una antigüedad mayor que ía de tos persona-

1 A brió el camino en esta dirección la obra de Julio A fricano, si armonizar las


variantes genealógicas de C r is » en el Evangelio. Citado por Ensebio. H istorie Eda-
y 'u ir tir a , lib. i, cap. 7.

■ L a conexión de la historiografía cristiana con la de ios griegos, t?. e. Castor, ha


sido mencionada más arriba. V éase E usebio, Chronicorum iiber prh>:u: (Libro pri­
mero de crónicas).
C R O N O L O G ÍA E H ISTO RIA DE L A IG LE SIA : E U SEBIO BÓO

jes más antiguos de la leyenda griega. Las dificultades que existían para
cualquier contraprueba dieron gran valor a esta afirmación, en especial por
tratarse de una simple formulación matemática de una creencia ya arraigada
en la Iglesia. Pero aunque eí argumento de ia prioridad era habitual desde
los días primitivos del cristianismo, la primera cronología cristiana seriamen­
te preparada no apareció hasta mediados del siglo tercero en que Julio A fri­
cano escribió su C hro n o g ra p h ic . Era una obra en cinco libres, apoyada en
los escritos de josefo, Manethon, y de los eruditos paganos, que disponía las
eras de 1a antigua revelación en una serie que simbolizaba la creación, misma.
La duración del mundo ha de ser de seis mil años, después de los que ven­
drá un Seibath de un milenio. Ei nacimiento de Cristo está situado *=<>oe
años después de Adán, lo cual deja quinientos más hasta el fin. A la mitad
de esta serie de centurias, a los tres mil años de la creación, nos encontra­
mos con la. muerte de Peíeg, baic el cual fue dividida la tierra, según se dice
en el Génesis.'
U n ■ esquema como éste es cronología tan sólo por cortesía, y sin embar­
go. una mirada a las fechas puestas a lo largo de las páginas de la edición
autorizada ce la Biblia mostrará lo relativamente cercana a él crue ha sido
la fechados de la historia dei mundo hasta nuestra propia época.4 Consi­
derada críticamente era una simple variación del simbolismo de Orígenes,
una alegoría del esquema general de la historia en lugar de ser una alegoría

" Génesis 10:25. V éase el estudio monumental de H . G e l z e í , Sexíus ]u!iu.< A f r i ­


canas (2 Vüis., 1880-1885), que ha desenmarañado los frágiles hilos de su cronología,
conservados de varias maneras. Judo A frican o fue un seglar cristiano de gran sabi­
duría, que conocía latín, siriaco y hebreo además de! griego. Sirvió en ei ejercito ro­
mano bajo Septimi© Severo, a quien dedicó uno de sus libros. M urió después- ¿ c a r e .
• Estas mismas ideas milenarias dominaban ia cronología de! arzociroó U sshér.
en ce siglo x v s , y se ven todavía impresas al m argen de muchas Biblias. E l celebrado
año 4004 a. j . c ., como fecha c e i a Creación, está exactamente cuatro '"d ías" antes
del nacimiento de Cristo en 4 a. j . c. E l arzobispo tuvo una pequeña dificultad para
llegar a. esta fecha, porque lar cifras en el texto hebreo de! A n tigu o Testam ento
ascienden a 153 años más, y rovo cus- permitirse varias rectificaciones. T ra tó de
situar la llam ada de Abrahara en 2004 a. .1. c „ pero no pudo lograrlo satisfactoria­
mente. D e haberlo conseguido, la historia humana hubiera coincidido otra vez con
seis periodos o "d ía s ” de un millar de años cada uno, dos dentro de ia Lev. dos bs-o
la Lev A n tig u a del judaism o, y dos bajo ia L ey Nueva do Cristo, y ia Segunda V e ­
nia* podía ser esperada en T'906 d. 3. c. H acia esta época también, cí sabio Taha
L ig h tío et, e! más grande erudito hebreo de su época y tai ves de m siglo, hizo ía
2-í
vraoxsTH v i 33 vreoxsm oáí

de los detalles. Era simbolismo en una escala más audaz y más amplia, tanto
más convincente porque, al mismo tiempo que proporcionaba el armazón
para los acontecimientos, no tenia que armonizarlos ni explicarlos. Tres in­
fluencias principales contribuyeron a su éxito. La ausencia de una cronolo­
gía hebrea seguida le dejó el campo libre; la teología demandaba que la his­
toria del mundo pudiera centrarse sobre ia vida de Cristo y la venida del rei­
nado; y la idea de las eras del mundo estaba de acuerde asa las ideas de ios
sabios paganos que habían alcanzado una rada concepción de la ley natural
rn e! movimiento de la historia. Una manera de tratar ia historia que pu­
diera apelar ai gran nombre de Varrón como su contrapartida pagana no
podía ser rechazada fácilmente. Los mejores espíritus de la antigüedad veían
-•-aunque oscuramente— el mundo exterior como un refleio para ia razón
humana; pero ¿qué icea platónica dominó jamás ios fenómenos recalcitran­
tes tan bellamente como este esquema de historia cristiana con su simetría
basada en una matemática divina?
Siente uno ia tentación de dedicarse a los sugestivos problemas de file—
•«'fia que plantean estas soluciones tan bruscas ce ia historia del mundo.
IV: o ante nosotros surge una gran figura, un Heredóte entre los logógra-
í >•. de la Iglesia primitiva. Eusebio de Cesárea, el padre eré ia historia de ia
Iglesia, elaboró sobre materiales como éstos ía cronología universal que ha­
bí.' de ser en sustancia la de toda ia historia posterior de Europa hasta nues­
tro' «lias, v conservó ios fragmentos preciosos de sus predecesores en la más
antigua historia del cristianismo.''

ili.ljfa c ió n frecuentemente repetida de que D ios creó a Abradaxa del polvo de la


lu n a rn !u mañana cel viernes 17 de septiembre, s E s nueve. E sto era eí seseo d a
1!. mu. M-nian» que cementaba el 12 de septiembre, en que caía el equinoccio de
i i u f i j n ,m el antiguo caienoano: era de presumir que eí m undo había sido creado
rn un ru ad o de equilibrio, y como el íruro estaba maestro ra ra A dan , debe éste
I, , t i m i n errado ai pasar ti equinoccio. L o de las nueve cr ’s mañana se deducía
•i' rttjiir! virmri. más tardío en que jesús había sido juzgado a las 9, clavado en la
• 'na ul inrdin día, y muerto a las 3; de ur. modo análoga, A d á n era creado a las
ij criaba .,! medio día, v era expulsado de! Paraíso a ¿as 3 c e iz tarde, (John
I n . i t r i i v . i T , I he W holc W cek? (Obras c o m p le ta s } ,« ! 1822, v a . .372-77/. D e esta
....... .... viraban I; cronología los sabios mas distinguidos hace menas de 300 años.
(Nrrt.i drl Praf. Swain.)
'' I I noiubrr dr F-usebio era muy común en las documentes de la Iglesia p-ntr,’-
ti, a ) iat cuarrnta Lusebio? contemporáneos del r.istoreadcr registrados er, Smtzh V
CRONOLOGÍA E HISTORIA DE L A IGLESIA: EUSEBIO 3 7 1

Eusebío satisface ias dos condiciones que Polibio consideraba indispen­


sables para e! historiador. Era un hombre de acción, con un gran conoci­
miento del mundo, y ocupó un lugar elevado en el estado cuyas vicisitudes
describió. Fué é! quien, en el gran concilio de Nicea (325 tí. J. C.), se sentó
a la derecha de Constantino y pronunció el discurso inaugural en honor de!
emDerador.G Pocos historiadores de iglesia o estado han recibido nunca tri­
buto más espectacular a su sabiduría y espíritu crítico. Porque parecen haber
sido estas dos cualidades las que calificaron a Ensebio pata un honor tan al­
to. Por lo menos nos agrada, pensarlo así; pero tal vez la distinción recayó
en éí porque era, además, un cortesano consumado y un apologista de Cons­
tantino, tanto como un apologista de la te cristiana en su historia.
Este episodio fija para nosotros la vid a de Ensebio. Nacido hacia 260
d. j . c., estaba en su plenitud cuando la Iglesia consiguió su libertad, y vi-
vio hasta 339 o 340. Había estudiado en e! círculo selecto de Panfilo de
Cesárea, cuya gran biblioteca había de. proporcionarle muchos de sus mate­
riales.' sufriendo allí la influencia de Orígenes, que era decisiva en aquel
circulo. Nada es más difícil en la critica que apreciar ia influencia de un
hombre sobre otro, y nada se aventura con más ligereza. Nc- sería fácil decir
lo que Eusebio hubiera sido stn ía inspiración de ias obras de Orígenes, pe­
ro lo que está fuera de duda es que ejercieron iníluenaa sobre él. Eusebio
no rué un pensador original. Le tSltclba la audacia dei genio, pero su con­
templación en Orígenes debe haberle impulsado a liberarse del eclesiasticis-
mc y el tradicionalismo/ Su historia no es simplemente la obra de un obis-

TVsce, Dictionary o f Christian Biography, y en total cier.ro treinta y siete en ios ocho
primeros siglos. Eusebio de Cesárea tornó el sobrenombre de Pan filo desoues de la
muerte de su maestro, por respeto hada é¡.
' S czomen, Historia eclesiástica, iíb, 1, cap. :o.
Eusebío, D e tnetrryribus Palcestints (Los mártires Ce Palestina), cao. a: S an
Jerónimo. D c vH s iHvrtribus (Varones iiusrrcs), caps. 75,
Estas son, por io meaos, ias dos influencias principíales de O rígenes sobre E u ­
sebio según M c G iííe n y H e in d d . V éase la ed. de M c G if fer t de ia H istorie Ecle­
siástica ( Church H istory) , p . 7, y C . F. G . H einríci . Das Vrehristenturn in der
Kirchengesehtchle des Eusebias (Los orígenes dei cristianismo er is H istoria Ecle­
siástica ce eusebio}, (189 4 }. Aquí H e iarid presenta la cuestión ton tra el punte, de
vista de r . O v er eeck . O ber die Á niange der Kirchenaeschichssschreibung (Sobre ios
cernientes de ia historiografía ¿c la Iglesia), (189 2 ), de que Eusebio sigue ia Unes
lercrquica. episcopal. en una especie de historia constitucional ce la. Iglesia.
HISTO RIA D S T.A H ISTORIA

I«- n unto I.i de una religión como la ce una iglesia. Su erudición es crítí-
i* y mi crédula. De Orígenes también puede haber procedido ia concepción
l'iw itl qtir convierte ¡a primera historia ce la iglesia en un capítulo de is
f lnKiiflciiín dt un amplio esquema universal, el "sistema” de O íos.* Había
lli|áilii rl tirmpo para que semejante concepción fuera del dominio común.
V . mi rr.i una simple especulación; su reconocimiento por p a ra del Imperio
1« ««i «I«a convirtiendo en un hecho.
Si hubiéramos de buscar las influencias que imprimieron carácter a la his-
Iimi* de l'iisrbio. este triunfo de la Iglesia ocuparía necesariamente el primer
liifm Ninguna historia del cristianismo digna de tal nombre podía apare-
m <lm>iii11 la era de las persecuciones. No porque éstas fueras tan severas
m im continuadas como se ha creído por 1c general. E l misme Ensebio, por
• iimi|.Io, vivió seguro durante la persecución más severa, pudo visitar a Pán-
lili# rn «u prisión — pues Panfilo sufrió el martirio— y trabajó en sus obras
ifol 'gnu» manteniendo contacto personal con el maestro. Pero aunque se ha-
irtii r«agnado las persecuciones, la situación de ía Iglesia no era como para
nninuUr u un historiador. Constantino fue cuien la liberó; en tinos cuantos
«luí» |u«ú de la opresión al poder. Y en h. hora de su triunfe, ¿a erudición
iiltiunn iba n encontrar en un obispo de elevada posición en la corte, un
liifti.ti tmliii no sólo digno de los grandes hechos de santos y mártires, sino
di la nueva posición imperial de la Iglesia.
i imi'bto íué un escritor voluminoso, '“historiador, apologista, topógrafo,
n i j . i», critico, predicador, escritor dogmático.” ' Pero su i ama como his-
i.»iía.luí ili-M'nnsa en dos obras, la Historia eclesiástica y la Crcrcictí. Las dos
•11el» 11iii iiii)iíiriancia decisiva. La primera consiguió para su autor el título
di l'.i.lir di l.i historia de la Iglesia; la otra enmarcó al cristianismo dentro de
U lil»tiirín di ! mundo.
I ,i ('¿n ica fué escrita primero.35 Se compone de tíos partas, la Crono-

" I I (■ H n s'R ict, Das Urchristentum ir. áer Kñcbengeschichte des Eusebias.
t *I
Vi««' " í u.srhio de Cesárea” per J. B. L ightfoot. en Stnith v W ace, Dic-
li." m u i./ ( hintian Bicgraphy. un artículo brillante.
II Si triirre ya a eiia e:; el comienzo óe su H istorie Eclesiástica ( i b . i_. cap.
1«."lililí en I»» I riofer prophartkce (Selecciones p ro fétk a s). ( lo . ci o . i) , y en la
) mingrlice (Preparación evangélica), (iib. s. cap. o ), otee fueron ambas
..........i• unir« dr i i v Cíir.io la Crónica, cuando llegó a manos de San Jerónimo, aícan-
nt.u lm*ln t n . *c conjetura ove debe haber existido una segunda ecidón.
C R O N O LO G ÍA E H ISTO R IA DE L A IGLE SIA: EUSEBIO
373

grcfíc y los Cánones Cronológicos. La primera de ellas es un epitome de


ia historia universal en forma de extractos de las fuentes, dispuestos nación
por nación, i unto con una argumentación en pro de la prioridad de Moisés
y la Biblia. Es un libro de fuentes sobre las épocas de la historia, análogo a
ios empleados hoy como manuales en nuestros colegios. La segunda parte con­
siste en tablas cronológicas con comentarios marginales. Los distintos siste­
mas de cronología, caldeo, griego, romano, etc., están dispuestos simultá­
neamente con una cronología bíblica que se remonta hasta ia Creación, aun­
que los anales detallados y positivos comienzan únicamente con el nacimien­
to de Abraham. Los Cánones presentan, por lo tanto, en una forma única,
compuesta, los anales de toda la antigüedad, por lo menos de todo lo que era
de interés para el cristianismo. Los presentaban en la forma matemática más
sencilla. Lideras de cifras señalaban las fechas en el centro de la página;
a la derecha estaba la columna de la historia profana; a la izquierda ia co­
lumna de la historia sagrada.1"
La suerte de esta obra es de un especial interés. Cabe dudar que ninguna
otra historia haya jamás ejercido una influencia comparable a ia suya sobre
e! mundo occidental; y sin embargo, no ha sobrevivido ni un solo ejemplar
del texto original. El Occidente latino conoció tan sólo la segunda parte.
V ésa en ia apresuraos versión de San Jerónimo. La moderna erudición ha

En el texto actual algunas notas de historia profana están al lado izquierdo, pe­
ro esto es debido al hecho de tsue los comentarios sobre la historia profana erar, más
complejos que ios de historia saetada y ss acumulaban por razones de espacio.
Eusebio debía er. gran p an e su pian a Castor, a quier. menciona al comienzo y
al fin de las Listas de Sición, A rgos y Atenas. H . G elzer , Sextus Julius A yican us.
2’ parte, pp. 63 ss. Sobre las relaciones entre Eusebio y ju lio A tn ca n c. sobre cuya
obra estaba basada ia Crónica. véase H . G elzer , o í -. rii.. 2’ parte, pp. 23-107.
En su empleo dei A n tigu o Testam ento, Eusebio prefirió la Septaagm ts porque
ésta era la versión tradidonalm ente usada en desia, pero ía razón con que aefen-
dió su elección es, por tío decir rr.ás, sorprendente, y proyecta una luz tnuv viva sobre
ia antigua crítica histórica. ( 1 ; Com o las dos versiones judías i liebres y sem enta­
ría) no están de acuerdo, h ay cu e suponer que las dos están equivocadas y que is
griega c¡ ía correcta. (2) L a versión hebrea dice que los primeros patriarcas tuvieron
sus hijos en edad menos avanzada que los últimos, mientras que is griega cice que
ios tuvieron en una edad más avanzada, lo cual parece más probable. Eusebie sospe­
cha que ios judíos reba ia ron las cifras de la edad de los primeros patriarcas para
evitar que los hombres retrasaran la fecha del matrimonio demasiado con la espe­
ranza de conseguir así alcanzar la edad de los patriarcas. V éase ía traducción aiema-
374 H ISTO RIA i >e l a h i s t o r i a

desenterrado una solitaria traducción armenia de la obra en su conjunto,


que ha sido cotejada con los fragmentos conservados por Jos cronógrafos
bizantinos,11 hasta que por último, a comienzos del siglo xx. ia obra ha sido
otra vez accesible, aunque sólo a ios estudiosos. Sm embargo, aunque la re­
cuperación de la crónica es un trabajo de filología arqueológica como la
recuperación de una ruina antigua, rodo el tiempo que baria permanecido
enterrado este iibrito de fechas y comentarios siguió determinando la visión
histórica de Europa .14 Durante los mil años siguientes k mayoría de las

na de ia versión armenia (que es todo lo que tenemos) hecha por I. Karst, pp. 37-40
(vol. v de la serie "D ie griechisch-chrisdichen Schriítsteller cer ersten crei Jahrhun-
drr ir” (Los escritores greco-crLstianos ce los tres primeros siglos), vol. >:x). San
Ayu»t;n prefirió también ia Sepruaginta, pero resolvió la cuestión muy sencillamente
invocando la inspiración divina (D e chume D e i (La Ciudad ese Dios, iib. xvm,
cap 4 ?). Cuando San Jerónimo tradujo la Crónica al latín, temó las cifras griegas.,
pero veinte años más tarde, en ia traducción de la V sílgate. marmivo las citras he­
breas. Las dos obras, por tanto, diferían en la cronología, pero k variación no era
»«•un, porque ia Crónica — que comenzaba tan sólo con Abraham— . difería marcada
mente de la versión hebrea en un solo lugar referente a ¡a durados del cautiverio en
1 pipto, en lo que sm duda las cifras griegas eran las correctas. Err el Prefacio de la
Crónica, sin embargo, San Jerónimo da las cifras srriegar- de a z in años desde Adán
«I Diluvio (en lugar de 1656) y ce 94c año? (en lugar de 202) desde el Diluvio a
Abruiuun (Euscri: Pamphili ckrcntci cañonee, ta ím e ... Hiercnrav; (Cánones cro­
nológicos de Ensebio Panfilo, en la t í n ... por San Jerónimo), ted- J. H . Fotherin-
glum , 1923, p. i s ) .
11 En especia! Georgias Syncelius. Estos cronógrafos conservaron extractos tan
amplio» que José Scalígero pudo aventurar una reconstrucción o ti texto a base ce
clluv ex.iusivamcntc. La primera edición de Scalígero se publicó err 1606. ia segunda
en tó-,8. La versión armenia, con una traducción latina, fue publicada en V enced en
í 818 por J. B. Aucher. El texto en Migue, el del cardenal M si ; 1833), está basado
»obre éste; pero la obra clásica sobre ia crónica es ia de A . S chclote, Euseb'ú ehront-
tvrtim hbri dúo (Los dos libros de las Crónicas de Eusebio) (ved. x, 1875; vol. B,
>M«M ; además ti texto armenio ha sido publicado con traducción alemana por J.
Knr.vt en ¡a gran edición de las obras de Eusebio que está apareaendo en la serie
"I <». escritores greco-cristianos de los tres primeros siglos.” Tiene también ia versión
«Ir San Jerónimo, editada por R. Helm.
1‘ J«>sé Scahgcro se refiere así a ia influencia ce Eusebio: Qsii posi tuscsiun:
irripirnint, oírme seripturr. de íemporibus ariáunx esse censuemr.r. cuoa .-ton hvjus
fonhl’U! irrtgatum esse! (Quienes escribieron después de Eusebio consideraron estéril
todo escrito de cronología oue no procediera de esta fuente). Citado en J. P. M icsh .
1 ‘atioU‘gia Griega. XIX, 14) .
C R O N O L O G ÍA E H ISTO RIA DE L A IGLESIA: E U SEBIO
375

historias fueron crónicas, y se elaboraron según eí modelo de ía versión he­


cha por San Jerónimo de los Cánones de Ensebio. Cana monasterio medieval
que alardeaba de cultura suficiente para tener un scriptorium y unos cuan­
tos monjes letrados conectaba sus propias antigüedades, más bien fabulosas,
aunque relativamente recientes, con la venerable antigüedad de Roma y de
Judea a través de las tablas de la cronología de Ensebio.
Esta inmortalidad anónima de la gran Crónica es fácil de explicar. N c
era una obra de literatura, sino de matemáticas. Ahora bien, las matemáti­
cas son un arce tar. genuino como la literatura, un arte del tipo más perfec­
to: pero su expresión, por esa razón misma, no está en ios términos cambian­
tes ¿e las apreciaciones individuales. N o es personal sino universal. N o se
ocupa con cualidades sino con números; en el mejor de ios casos se ocupa
simplemente con ias cualidades como los elementos distintivos ce los núme­
ros. Lo que importa es la estructura, y no ei significado ni el carácter de los
detalles. Y la estructura depende de los materiales. D e aquí que haya poco
oue sea de Ensebio en la Crónica, salvo la crónica misma. N c tiene la marca
del autor como el estilo de un Heredóte o de un Tueídides. Pero de tonos
modos su contenido fue posesión universal de ias siguientes centurias.
Existe, sin embargo, una razón más sencilla pata lo suerte que corrió
la Crónica de Eusefcio. Tiene un aspecto repelente. H abía en eila demasiadas
matemáticas y demasiada historia para la Edad Media; ésta se satisfacía con
los resultados del problema. Pero detrás de este exterior repelente el moder­
no erudito encuentra una síntesis de un atractivo encanto. Columnas para­
lelas de todas las edades conocidas se extienden a 1c largo de las páginas: era*
de Abraham, David, Petsia, Egipto. Grecia, Roma, etc. Es interesante ver
cómo esta maraña de columnas se simplifica conforme 3 las distintas nacio­
nes surgen y desaparecen; y cómo, por último, se sumergen todas en la gres
unidad ce Roma. A l fin ei mundo moderno de los propios días de Ensebio
quedaba reducido s cuatro columnas, ios años de. Roma (A b urbe concisa
— desese la fundación de la ciudad— ) , de las Olimpiadas, de los Cónsules
romanos, y de Cristo. Lo demás era ya historia antigua. Conforme uno sigue
la desaparición de estas cifras y observa k línea firme de aquellos aconteci­
mientos en que la Providencia de Dios derribaba ias fuerzas de los incrédu­
los, comprende que en lo ruerna de esta afirmación estaba la más sólida de
rodas las defensas de la íc. Aquí, resumida en unas cuantas páginas, está la
prueba, de ia historia para la visión cristiana del mundo. La gran concep-
H ISTO RIA DE I-A HISTO RIA
>76

( i,u. de Orígenes de que la. historia pagana había sido ordenada por Jehovah
t.inri> como la historia sagrada encuentra en la Crómica de Ensebio su ex­
presión más perfecta; ios hechos hablan por sí solos. Ninguna Tortuna vo­
luble podría jamás haber dispuesto con designios tan deliberados el creci­
miento y la caída de los imperios. La historia es el depósito, no ce ios argu­
mentos, sino de las pruebas, y las pruebas son matemáticas.5*'
N o obstante, el elemento humano del humor entra en escena cuando uno
olwerva el primer párrafo de la obra y ve cuál era la actitud ce! propio
Ensebio.

En el comienzo mismo hago ante tocos esta declaración: ene ñame pretenda,
llevado por su arrogancia, que puede obtencise un conocimiento segure- y acabado
de ¡a cronología. Que esto es así lo aceptará todo el que medite sobre las palabras
incontrovertibles del Maestro a sus discípulos: "N o toca a vosotros saber ios tiempos
o las razones que e! Padre puso en su sola potestad" (Hechos 1 :7 ). Porque me pa-
rrer que E!, como Dios y Señor, pronunció estas palabras decisivas cor. referencia
no vilo al D ía dei inicio, sino con referencia a todos ios tiempos, para poner un treno
a quienes se dedican demasiado audazmente a estas vanas investigaciones.1 *

Hemos dejado poco espacio para la obra por la que Ensebio es más cono­
cido, la Historie eclesiástica. Per lo que se refiere a quienes estudian teología
e historia de la iglesia, poco espacio se necesita, porque la obra misma es

1!i Esta visión de la historia universal sitúa a Eusebio en un plano decidida­


mente más elevado que el de un simple apologista. Le permitió tener algo de la
amplitud de aliento de un Heroáoto. Véase C . F. G . H eikricí. Los orígenes del
cristianismo en la Historia Eclesiástica de Ensebio, pp. 13 ss.; E u scstc, Historia
Eclesiástica, lib. s, cap. 8.

11 La traducción de los Cánones hecha por San Jerónimo, aunque snarcnremen­


te superior a la versión armenia, da muestras de prisa y descuido. El mismo nos dice
(Prefacio, líneas 13 ss.) que es opus tumutuariuiti (obra atropellada), v añade que
la dictó a toda prisa a un escriba. Debe querer decir, según, piensa A. S ckoeke
(Dic Weltchromk des Eusebias (La Crónica universal de Eusebio), 1000, p. 77).
que dictó los comentarios marginales, no las columnas de cifras. Probablemente un
notarius traduje las cifras al latín, y San Jerónimo añadió las notas.
Se ha promovido una gran discusión porque en la Historia Eclesiástica Eusebio
difiere francamente de la cronología de la Crónica.

E usebio, Chronicorurr. iiber przrr.us (Libro primero de las Crónicas.!, prefacio.


C R O N O LO G ÍA E H ISTO RIA DE L A IG LE SIA : E U SE BIO
0 1 /

fácilmente accesible en edición inglesa, magníficamente traducida.3*' Quien


estudia la historia en general rara vez lee hoy la historia de la Iglesia, y la obra
de Eusebio corre la suerte común. Y sin embargo, es una gran obra, y una ver­
dadera sorpresa aguarda al lector que pone en ella su atención. Lino podría
esperar que la época de Constantino produjera una historia de la institución
oscura y sin historia que se había elevado bruscamente al esplendor de una igle­
sia imperial, pero mal iba a pensar que de aquella época de violentos conf liaos
teológicos surgiera la tranquila y elavaaa actitud de generosa reserva y e! senti­
do de respeto a la exactitud que caracterizan al primer historiador de la Iglesia.
El juicio de Gtbbon de que la Historia ¡oclesiásiicc. es toscamente incorrecta.3,
es un veredicto muy parcial. Seguro que a Eusebio le falta el afán puramente
científico: es apologético. Pero no puede censurársele por eso. La maravilla es
que mantuviera un equilibrio tan justo y un nivel tan exigente dadas las univer­
sales demandas de su tiempo. N o debemos de olvidar que el tono apologético de
la historiografía cristiana rué también sancionado por ios clásicos. Ei mismo
Pclibio había pecido que la historia fuese considerada como una rosa prác­
tica, y Cicerón, Salustio, T ito Livio y Tácito habían aplicado ia máxima con
largueza. N o sería justo que ia historiografía cristiana sufriese nuestros más
duros reproches por una acritud que era la de casi toda la antigüedad.'*’

5R T h e Ckurch History o í Eusebias, por A . C. M cGificrt» en ia "Librar)’ oí


Nicene and Post-Niccne Fathers” (Biblioteca de los Padres de Nicea y posteriores).
2* serie, voL j, pp_ £1-403. Eí mismo volumen contiene una traducción de la Vida de
Constantino, hedía por h . C . Richara>on: y una bibliografía exhaustiva.
i9 Decadencia y calda dei Imperio romano (ecí. ¡. B . B u k y ), k , 135: "Euse­
bio mismo confiesa indirectamente que ha relatado todo ic> que pudiera servir a la
gloria, y que ha suprimido todo lo que pudiera contribuir a la desgracia de ia reli­
gión,'1 anaciendo en tina nota al pie, '’T al es la conclusión correcia de. 1:82 y lee mea-
lyribus Pdeestmte, c_ 12.”
-,J Este punto está bien tratado por H . O . T avlor , T h e Mediaevdl M ind (Eí
alma mediros.!!, 1, 78-81.
A l mismo tiempo Eusebio avanza principios de composición histórica contra los
cuales conviene estar en guardia, come hace por ejemplo en el extracto que sigue,
con referencia a las divisiones entre las Iglesias: "N o es de este lugar describir las tris­
tes desgracias que acabaron por caer sobre ellas, así come tampoco consideramos in­
dicado consignar su? divisiones y su conducta antinatural entre ellas antes di ia per
sedición. Por esto hemos decidido no relatar nada acerca de ellas excepto las cosas
en que podamos justificar el juicio divino. D e aquí que no mencionemos las que fue­
ron sacudidas por Lt persecución, ni aquéllas que en todo lo referente a ia salvación
H ISTO RIA D E L A H ISTORIA
376

Lá tarea de Eusebic no era fácil. Sólo quienes se hayan dedicado a ex­


traer datos históricos de escritos teológicos pueden apreciar su dificultad;
pero incluso estas personas tienen ventaja sobre ei Padre de la historia de ia
Iberia. Porque ahora los principios de la crítica científica, objetiva, de
las fuentes se comprenden bien, y el historiador puede quedarse a un lado
de las datos, consciente de que su crítica puede ser francamente escéptica
sin perjudicar por ello a sus ideas religiosas. Pero Eusebio no podía avanzar
macho per este camino sin despertar serias dudas respecto a los principios
mismos de su fe. Después de todo, lo que su historia pretendía era suminis­
trar ¡a prueba de la verdad de las doctrinas fundamentales en los materiales
ca r empleaba. Tenía que combinar un juicio discriminante con la "volun­
tad de creer” . Por ello hay más que retórica, aunque la retórica no falta, en
la justificación con que inicia su relato:

En ci principie debo solicitar para mi obra la indulgencia del sabio, porque coa-
tiesa que está más allá de mis fuerzas producir una histeria p e r ío c a y completa, y
puesto que soy el primero que trata del asunto, intento recorrerle c a s o si fuera un
camino solitario y no practicado. Ruege que pueda tener a D ios como guía, y el poder
Servar como ayuda, ya que no soy capaz de encontrar ni las huellas más leves ce
cu.enes recorrieron antes que yo el camino, salvo en breves fragm entos, en los que
uno de un modo y otros de otro nos han transmitido relatos particulares de los tiempos
er. que vivieron. D esee muy lejos alzan sus voces como antorchas, y gritan, como desde
una elevaos y señera torre de vigía, indicándonos adonde debemos ir v cómo debe­
mos enderezar ei curso de nuestra obra con firm eza y seguridad. H abiendo, pues,
feunído de las materias mencionadas aquí y allá por ellos todo ic cu s consideramos
de importancia para 1?. obra presente, y habiendo elegido, corno flores de una pra­
dera, ios pasajes adecuados de los antiguos escritores, trataremos de englobarlos en
un relato histórico, dándonos por contentos si conservamos ia memoria de ios Uñates
cí los apóstoles ce nuestro Salvador: si no de todos, al menos ce los más renom­
brados de ellos en las iglesias más conocidas, y que todavía hasta el tiempo presente
ron tenidas er. honor.
Esta ohra me parece de especial imoortsncia porque no sé de ningún escritor
eclesiástico que se haya dedicado a este asunto; y espero que será m uy útil para
quienes se dediques a la investigación histórica. H e dado ya un epítom e de estas
cosas cu los Cánones Cronológicos que compuse, pero, a pesar ce eso- he emprendido

naufragaron, y que por su propia voluntad se hundieron en ios tor. entes de! diluvie.
Pero daicmos cabida en esta historia en genera! tan sólo a aquellos hechos que pue­
den ser útiles. er¡ primer lugar para nosotros y más tarde para la posteridad” i 7 he
Ct'urch hJistory c f Eusehius, ed. A. C . M cG iffert. Sib. vn¡, cap. :
c r o n o l o g ía e h is t o r ia d e la ig l e s ia : E U SE B IO 379

en ia presente obra escribir un relato de ellas tan completo como me sea posible. M i
obra em pezará, como he dicho, con la revelación de Cristo Salvador — que es mas
grande y elevada que la concepción humana— , y con una discusión acerca de Su
divinidad; porque es necesario, ya que derivamos hasta nuestro nombre de Cristo,
para quien se propone escribir una historia de ¡a Iglesia, comenzar con el origen mis­
mo de la revelación de Cristo, revelación más divina de ío que muchos piensan.11

A pesar del matiz retórico en pasajes como éste, k H istoria Eclesiástica


no vive por la gracia de su estilo. Eusebio no tenía un gusto literario refi­
nado; escribía como pensaba, de manera deshilvanada y atr.etódica. Pero
unía a una amplia erudición un "sentido autèntice” y un "instinto verdade­
ramente histórico’ para seleccionar en su acopio de hechos y documentos.22
Consciente del valor de las fuentes mismas, intercala en. su narración Gran­
des porciones de los originales, y así ha conservado muchos testos preciosos
que de otro modo se hubieran perdido. La H istoria Eclesiástica es menos un
relato que una colección de documentos, a la que todo estudioso del cristia­
nismo esta muy agradecido, y más agradece aún que el autor se diera cuenta
tan agudamente de su responsabilidad. Donde quiera que sus referencias pue­
den veriiiearse resultan correctas, lo cual permite presumir que ío sean tam­
bién las que solamente se encuentran en su obra.
Semejantes ejemplos de cautela erudita aparecen uns y otra vez en la
H istoria ¿eclesiástica , descubriendo en algunos casos un empleo discriminante
ce ias fuentes con un esfuerzo para llegar hasta los originales. Esto se nota
en especial allí conde el episodio narrado puede parecer por sí mismo impro­
bable, o aonde cabe que e¡ escéptico ponga en tela de juicio la funaaments-
ricn. Por ejemplo, relata un episodio de Marco Aurelio como sicue:

Se dice que M arco A urelio Cesar, hermano de Antonino, estando a punto de


entrar en batalla con los germanos y los sarmacas, tenía un grave trastorno porque
fu ejercite sufría de h sed. Pero io; soldados de la legión llamada M elitene, gracias
a is te que nos na fortalecido desde acuri tiempo hasta e! presente,
preses cuando
Go estuvie-
estuvi
ron ante ci enemigo, se arrodillaron, como es nuestra costumbre en u oración, y ele*
varón sus súplicas a! Señor. Esto ruc sin anda un extraño espectáculo para el
migo, pero se cuenta que todavía sucedió una cosa más extraña inmediatamente des­
pués. El rayo oestruyó e ¡tizo huir a los enemigos, mientras ouc un chaparrón refres-

E useeio, op. di., lib. j, cap. i.


Véase ia fina caracterización hecha por A . C . M c G ú ie rt en ios prolegómenos
a su edición ce la Historia Eclesiástica, pp. 46 ss.
o HISTCJSUA se la h is t o r ia

taba al ejército cit ios que habían suplicado a D ios, todos los cuales habían estado
a punto dt perecer de sed.
Este episodio es relatado por escritores no cristianos que trataros de aquella épo­
ca, y ha sido mencionado también por los nuestros. Los historiadores extraños a la
fe mencionan el prodigio, pero no aceptan que fuera una respuesta a nuestras oracio­
nes Pero ¡os nuestros, como amigos de la verdad, relatan el episodio de una manera
•er.cilia y sin artificio. Entre ellos se encuentra Apolm aric, quien dice que desde en­
tonce» la legión cuyas oraciones motivaron el m ilagro recibió del Emperador un
titulo adecuado al suceso, siendo llam ada en e! lenguaje de ios romanos la Legión ro­
ñante. T ertuliano es un testigo fidedigno de estas cosas. En la A pología de la fe,
q„r «fingió a! Senado romano, y que ya hemos mencionado, conrirm a la historia con
pruebas mayores y más fuertes. Escribe que todavía se conservan cartas del empera­
dor Marcos en las que atestigua que su e jército, estando a punco de perecer de sed
tn Alem ania, fué salvado por las oraciones de ios cristianos. Y c o r también que este
emperador amenazaba con la muerte a quienes hacían acusaciames centra nosotros."'

Este deseo de exactitud estaba combinado con una vasta erudición. £u-
sebio había disfrutado eS acceso a la gran biblioteca dt Panfilo en Cesárea,
ruando era joven. Nos dice que también reunió materiales en la biblioteca
dt jerusalén fundada por el obispo Alejandro,"4 y Constantino parece que
it abrió sus archivos.“ ' Pero no es menos lo que aprendió del mundo ajetrea­
do en que vivía. N o era un solitario; vivió en el centre de las cosas, política
v eclesiásticamente. Su condición afable le impidió ver las faltas de ios hom­
bres, y sus juicios sobre los contemporáneos — en particular sobre Constan­
tino— son de escaso valor/0 Pero incluso en el peor de los casos, rara vez
consignó un acontecimiento portentoso sin tomar, come Heroáoto, la pre­
caución de dejar ia responsabilidad al relato origina]. No Eav mejor ejemplo
de esto que la descripción, en la V id a de Cor.sianáno, de la visión de la cruz
por cí emperador. Era un episodio muy aprepósito para encontrar en los
círculos cristianos la misma credulidad que encentró en épocas posteriores.
Pero, por muy panegirista cortesano que Eusebia pudiera ser, en cuestiones
dr hecho se pone en guardia. El relato se limita a decir soctiatneatc:

i!< Eusebto, op. cit., iib. v, cap. 5.


*< lbid., Iib. vi. cap. 20.
*•' lbid., lio. v, cap. 18.
5,1 La Vida de Constantino es un panegírico más que una beagrafis. y no es de
f u r ni siquiera en cuestiones de hecho.
c r o n o l o g ía e h is t o r ia de la ig l e s ia : E U SEBIO 38;

Y mientras que estaba as: rezando con fervorosas súplicas, una señal maravillo­
sa se le apareció en e¡ cielo, cosa que hubiera sido difícil de creer si hubiere sido
relatada per una persona distinta. Pero puesto que e! mismo emperador victoriosa
lo m anifestó mucho después a! que escribe esta historia, cuando tuvo la honra de
tratarlo, y ratiíicó su afirm ación con un juramento, ¿quién podría dudar en ca r cré­
dito al relato, en especial cuando el testimonio de ía posteridad lo ha establecido como
verdadero? (Jib. 1, cap. 28}.

Durante dos sigios el culto cristiane había estado escondido tras la "dis­
ciplina del secreto” . Los no iniciados sabían poco de lo que creían o hacían
los adeptos de este misterio intolerante "después de que se cerraban las puer­
ta s ’. Constantino inició el nuevo régimen, al cesar la persecución y el secreto.
Ensebio había vivido durante ios días trágicos ce Diocleciano, y aunque éi
había escapado (hecho que a veces se esgrime en contra suya), sus amigos
más queridos, y, sobre rodo, su gran maestro Pánfilo, habían sido marciriza-
ccs. Libre ahora para hablar, retorna desde la "paz de la Iglesia” a los
años de persecución, con un sentimiento ante los mártires como ei de Homero
hada los héroes o el de la Edad Media hacía los santos milagrosos.2' Des­
cribe, no obstante, sus sufrimientos, no como simples materiales para una
biografía heroica, sino como tema de una página gloriosa de la historia, la de
ia gran "lucha pacífica” por cuyo medio ei reino del Mesías había de ocu­
par su puesto entre y sobre los poderes de este mundo. Los mártires de P a­
les un a están combatiendo las Guerras Pánicas por el reino de Cristo:

Otres escritores de historia consignan las victorias de la guerra, ios trcíeos gana-
dos a ios enemigos, la habilidad ce ios generales, y la bravura viril de los soldadas,
manciiaos con sangre y ccn matanzas innumerables, por amor de sus hijos, de ia
patria y ce nuevas posesiones. Pero nuestra narración del gobierno de Dios consigna­
rá en letras imborrables las guerras más pací tinas hechas er. nombre de la paz del
alma, y hablará de hombres que hacen hechos heroicos por ia verdad más que por ia
patria, por piedad y no por ios amigos más queridos. Entregará a una. memoria
perdurable la disciplina v ia fortaleza tan probada de los atletas de Ja religión. los
troieos ganados a los demonios, las victorias sobre enemigos invisibles, y las coronas
colocadas, sobre todas sus cabezas.2*

57 c-
s_. F- G . H einrici , Los orígenes así cristianismo en la Historia Eclesiástica
Ce Eustb » , p. 3,

~K E usfl-io, op. cit., Jib. v, Introducción, sees. 3. 4*


HISTORIA DE LA HISTORIA

Estaba reservado a un espíritu más grande — el de San Agustín— el lle­


var esta concepción de la Iglesia como realización del reinado temporal de
Cristo a su forma final. Pero los perfiles de la Ciudad de Dios de San Agus­
tín son ya visibles en los primeros capítulos de la Historia Eclesiástica, y sus
cimientos habían sido echados por el maestro de Eusebio, Orígenes. El Me­
sías no es un Cristo reciente, sino que llega hasta nosotros desde el comienzo
del mundo, como lo atestiguan Moisés y los profetas. Y cuando '"en tiempos
recientes’" vino Jesús, ia nueva nación que apareció no era nueva sino anti­
gua, la Nación de la propia Providencia divina, cristiana y universal. Ei
himno de ia iglesia victoriosa resuena en ei comienzo de su primera historia:
"U n a nación que se admite no es pequeña, y que no habita en un rincón
de la tierra, sino la más numerosa y piadosa de todas las naciones, indestructi­
ble e inconquistable, porque siempre recibe la asistencia de Dios.” 39 Este
es el prólogo histórico a la Ciudad de Dios.

Antes de que pasemos a la obra de los dos grandes Padres latinos que
contribuyeron a ia Edad Media con la filosofía de la historia y con sus ana­
les — San Agustín y San Jerónimo— debemos examinar rápidamente ia
historiografía entre ios Padres griegos de la Iglesia. N o fue éste e! campo
en que los más grandes de ellos produjeron lo mejor de su obra: porque el
amor griego a ia controversia fué dominante en la Iglesia oriental, donde la
herejía y la ortodoxia riñeron su batalla confusa e interminable. C&padocla,
la cuna de los más grandes teólogos, produjo el primero de los sucesores át
Eusebio, Filostorgio. Su Historia de ia Iglesia — así llamada equivocadamen-
t<— , publicada hacia 425, un siglo después de Eusebio, nos es conocida tan
sólo a través de! epítome de! bizantino Focio, el erudito patriarca de Cons-
tantmopla en el siglo nueve. Estos extractes dan muestra de un auténtico in­
terés por la historia prorana y de una apología del cristianismo similar a ia
de San Agustín. La crírica reciente 1c ha librado ce! baldón que sus opinio­
nes heréticas — las de una secta menor, los eunemios— hablar, arrojado so­
bro éí.
Tenemos tan sólo algunos ira omentos de otra obra producida en Cons-
tantinopia hacia la misma época, ía Historia Cristiana de Filipo de Sides,
historia del mundo desde e! punto ce vista cristiano, paralelo bizantino de la
obra contemporánea de Crosio, de la que hemos de ocuparnos. A juzgar por

JU lbia., lib. 1, cap. 4.


CR O N O LO G ÍA E H ISTORIA DE L A IGLE SIA: EUSEBIO 3 83

las referencias que Ge ella tenemos parece haber sido una enorme masa de
toda clase de materiales, que llenaba cerca de un tupiar de rollos de papiro.
Con excepción de los cronógrafos, sobre los que hemos de volver, cubre ia
última fase de la historiografía antigua en la capital griega deí mundo
romano.
Aunque el pasado pagano fué así omitido, la Historia de ia Iglesia fué
continuada, desde eí lugar en que Eusebio la había dejado, por tres histo­
riadores que han cubierto cada uno aproximadamente el mismo período,
325-439, llevando así el relato hasta sus propios días. Estos fueron Sócrates,
que nadó y vivió la mayor parte de su vida en Constantinopla; Sozomen,
nacido er. Palestina, pero residente también en la capital; y Tenderete, na­
cido en Antioquía y obispo de ia Siria oriental. De estos tres, Sócrates era
el mejor historiador, Teodoreto el mejor estilista, pero el de sustancia más
pobre. Como rodos escribieron hacia la misma época y tuvieron el mismo
fondo, no es de extrañar que un siglo más tarde Casiodoro. el senador ro­
mano, monje y erudito, a cuyo celo de recopilador debemos la conservación
de muchos de los antiguos clásicos, tradujera a los tres escritores, reuniendo
sus obras en una sola, llamada la Historia tripartita. En esta forma es como
pasaron a ia Edad Media.
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CAPITULO X X V 7II

L A C I U D A D D E D IO S
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L , a revolución en la historia de la historia, paralela con ia subida al poder
de ia Iglesia crisriaüa a comienzos del siglo cuarto, alcanzó su culminación
un siglo más tarde en las obras de San Agustín y San Jerónimo. Fué una
revolución en el senado más completo de la palabra; porque no sólo el con­
tenido pasó de ser griego o romano a ser judío, sino cue el tono y la actitud*
dejaron de ser científicos al reafirmarse la fe contra los ideales críticos de
Hecateo o de Tucídides. La duda sobre ios relatos aceptados, que lleva a
una crítica de ios testimonios, esrá en el polo opuesto de una erudición
que busca pruebas para creencias que han sido ya pieriamente aceptadas. El
triunfo de la fe, en que se basaba la estructura paulina de la teología, hizo
de la histeria una subordinada de ia religión, como vimos que había ocu­
rrido en aquella otra revolución llevada a cabo mucho antes por ios profe­
tas de Israel. Para quienes vivieron en un período en que el mundo civilizado,
desorganizado y sin nervio, iba de cara a su ruina definitiva, el principal in­
terés intelectual estaba en el apartamiento, como en el neoplatonismo, o en
la interpretación de la vida en términos que desviaban el espíritu de la
impotencia del presente y de ia caducidad de sus instituciones para contem­
plar ei poder y la gloria de. un mundo eterno.
Y a hemos visto cómo k historia del pasado pagano iba quedando fuera
del alcance de griegas v romanos, que los grandes historiadores daban pase
a figuras de segunda fila, y que ia caudalosa corriente iba mermándose hasta
que por fin se secaba en ios textos de ios epitemistas. En su lugar se puse ia
historia de la fuerza universa! que iba ocupando el puesto de un paganismo
decadente, y la de ía pequeña porción de la antigüedad de donde había sur­
gido, ios judíos. Este proceso, lento en un principio, tenía a sus espaldas la
25
HISTORIA DE L A HISTORIA

combativa d d más poderoso ejército propagandístico que >e baya afi-


Imii» a causa alguna, los Padres de la Iglesia. Y no porque les preocupara
* I r*rno de sus escritos sobre ia bisteriografía como un instrumento para la
humana, sino porque influyeron en la marcha de su tiempo, en este
/ ctfeut (espíritu de la ¿poca) que todos los continuadores de Ranke reco-
iiixin como ampliamente determinante de la visión de la historia. Cuando
A Inriro estaba a las puertas de Roma, el punto de vista cristiano había He*
y adr. a dominar tanto en ia filosofía de la historia como en la historia misma.
I h t ’. nn d e transcurrir tres siglos más antes de que ios modelos paganos se
I« lucran totalmente de vista. Pero desde el siglo séptimo hasta el diecisiete
¡umrndo de San Isidoro de Sevilla y tíe! inglés Beda, durante mil años—
l.i Inmunidad había de volver ia vista, a 1c largo de una linea ¿e sacerdotes
* rrvf» judíos, hasta la Creación. Egipto interesaba tan sólo porque entraba
r n {a historia Israelita, Babilonia v Nínive servían para ilustrar ¡os designios
Je Jchoví, Tiro y Sídón para reflejar la gloria de Salomón. Los 'gentiles’
blirón despojados de su historia legítima al convertirse en maniquíes para ia
Ilistona de los judíos. Aunque la revelación cristiana les invitaba a entrar
rn «ti estructura divina para el presente y el porvenir, su pasado estaba con
"quienes no conocían a Jehová” ; no suministraba ni textos de moral, como
liarían las Escrituras, ni autoridad para el dogma. El resultado de esta indi-
i crinar- fue una pérdida cultural semejante a la devastación ce los bárba­
ros. Los creadores y ios herederos de la sociedad antigua pasaren a ser, casi
lumia nuestros días, en sermones y escuelas dominicales, y en la opinión pú­
blica, no seres vivos ni naciones que supieran arreciar las artes v las ciencias,
sino proscritos que no entraban en el sistema divino de la historia universal.
Al trazarse una linea de separación entre paganos y cristianos hasta la Crea­
ción tíci mundo, cuedaba fuera oe la esfera de la investigación casi toda la
antigüedad. Que una perspectiva tan estrecha pudiera durar se debió en gran
parte al hecho de que las naciones germánicas, tanto las que estaban esta­
blecidas dentro oe! Imperio romano como ias eut quedaban más allá ce sus
fronteras, no tenían interés en el pasado antiguo: no era el sirve. Ls política
de las ciudades-estados griegas o la de los Gracos era en esencia irreal para
ellas.. La única organización viva con oue entraron en contacto fue la Igle­
sia. Así P on ce ve y Cicerón palidecieron ante Josué y San Pablo. Dioclc-
ciano. a pesar ce todos sus trabajos de organización, se convirtió en un sim­
ple perseguidor de los mártires. Constantino, manchado con e! asesinato v
L A CIUDAD DE DIOS 3S7

hábil para medir las buenas oportunidades tanto en la religión como en ls


guerra, se convirtió en un santo.

La mano más firme que trazó esta línea divisoria entre los dos mundos,
el paganismo gobernado por los poderes de las tinieblas y el cristianismo
regido por la grada divina, fué la de San Agustín, obispo de Hipona en
Artica, cuya vida abarcó los años decisivos de ía segunda mitad del siglo
cuarto y de la primera del quinto. Tanto é! como su contemporáneo San
Jerónimo, se educaron cuando jóvenes en la retórica, y ambos testimoniaron
el atractivo que ios, poetas y ios grandes estilistas ejercían sobre ellos antes
de que se convirtieran ¿el amor de estos vanos deleites al tosco estilo ce las
escrituras, que 'm e parecían,” dice San Agustín en sus Confesiones, "ser
indignas de compararse con la majestuosidad de Cicerón.” "Señor, T ú sa
bes” , escribía San Jerónimo, "que siempre que tengo y que estudio manus­
critos profanos, te niego.” Este atractivo de la cultura clásica sobre el joven
retórico brillante que había de moldear la teología del mundo occidental era
tan grande que no fué sino cuando tenía treinta y dos años cuando, influen­
ciado por las predicaciones de San Ambrosio recibió el bautismo y entró a
iormar parte del clero cristiano. El conflicto Ge ideales entre su ambicioso
padre, todavía pagano durante la, niñez de Agustín, y su santa madre cris­
tiana, Ménica, y su propia reacción ante él, está relatado en sus Confesio­
nes, una de la.s autobiografías más reveladoras. Este fué el fondo de la in­
tensa sensibilidad que distinguió su apreciación de la religión como guía
para la vida. Fué el más grande de Ies polemistas en una época en que la
teología estaba tomando forma, y en. que la Iglesia que ostentaba el orgullo­
so título de católica o universal seleccionaba los elementos en su depósito c :
creenaas. La controversia rué una neta dominante en toas la literatura pa­
trística. pero nadie ía llevó a entremos tan heroicos como San Agustín, San
Ambrosio, su maestro, tué más e! hombre de iglesia, episcopal y dueño de sí
mismo; San Jerónimo fué más erudito; y San Gregorio el Grande, su discí­
pulo. tuvo espíritu más práctico. Pero entre los grandes Padres de la Iglesia
San Agustín fué el más grande per haber tenido la visión más comprensiva
¿el amplio campo de especulaciones v experiencias en que se movían lar- dis­
cusiones teológicas, y, al mismo tiempo, el interés más apasionado por el dra­
ma humano. La obra en que San Agustín dio forma más acabada a su con­
cepción de este mundo, de lo que le ocurría y por qué, fué el tratado inmor-
3X8 HISTORIA DE L A HISTORIA

tal Cirilas Dei. r’La Ciudad (o Estado) de Dios.” Aunque no es historia


-San A.gustín no era un historiador— proporcionó mediante la arquitectu­
ra de su pensamiento los planes según ios que había de escribirse la historia.
Otros habían trazado antes los planes, según ya hemos visto. Sus principios
estaban ya en la Biblia misma; y Orígenes había aplicado el misticismo, y
Ensebio la erudición, a su desarrollo. Pero estaba reservado a la apasiona­
da elocuencia de San Agustín edificar la estructura de ideas en la forma a
que habían de volver la vista las épocas postenores. Es una anticipación dei
Vai ai so Perdido por su poder de concepción imaginativa y de la D ir tria Come­
dia por la riqueza del detalle. Pero le falta el elevado desprendimiento de la
poesía porque su elocuencia es, en último término, la de una diatriba, por
magnífico que sea su desarrollo y poderosa que sea su expresión. Es una res­
puesta a los paganos, una deiensa Ge la Iglesia como la que un abogado
hace de su cliente. Esto le da la calidad ae una energía infatigable al acumu­
lar pruebas sobre los argumentos, pero lleva la convicción sólo a quienes la
contemplan con los ojos de la fe.
La Ciudad de Dios fue comenzada er. 413 como respuesta a quienes afu­
maban que la caída de Roma en poder ce los godos y los destrozos de ios
vándalos eran debidos a la falta de respete a los dioses de Roma y a t e
ausencia de aquella antigua piedad que había señalado ios grandes días de]
pasado romano. El motivo y el plan de la obra como mejor pueden resumir-
y es con las mismas palabras de San Agustín.

Habiendo sido Roma asaltada y saqueada por ios godos, hato su nev Alabee, 5o?.
adoradores de ios. falsos dioses o paganos, c e a c les llamamos comúnmente, intenta­
ron atribuir esta calamidad a la religión cristiana, y comenzaron a blasfemar dei s u ­
dadero Dios con mavor acritud y violencia que de costumbre. Esto rué lo que asirá
nii celo por ia casa de Dios, y me impulsó a emprender la defensa ce la ciudad c-r
Dios contra ios cargos y las tergiversaciones ce sus asaltantes. . .
Esta gran empresa rué, por fin, completada en veintidós libres. D e éstos, los cinc»
primeros refutan a aquéllos que creer, que la religión politeísta es necesaria par® ase­
gurarse la prosperidad en este mundo, y que todas estas calamidades agobiantes is a
raido sobre nosotros a causa de su prohibición. En Sos cincc libros siguientes me dugo
n aquéllos que admiten que semejantes calamidades has afectado siempre, y que
wemprc afectarán, a la especie hum ana. . . En estos diez libros, pues, refuto estas
do? opiniones, que son tan injustificadas como opuestas a la religión cristiana.
Pero para que nadie pueda tener ocasión de decir que aunque he retacado k»
credos ele otros hombres he dejado de establecer los inios, dedico a este objeto la se­
gunda parte de esta obra, que comprende doce lib r o s... L)e estes doce iiPros, ios
LA CIUDAD DE DIOS 3 S9

cuatro primeros contienen, un relato del origen de estas dos ciudades — Sa ciudad de
Dios y la ciudad del mundo. Los cuatro segundos tratan de su historia c progreso;
los cuatro terceros y últimos de los destino; que han merecido. Y así, aunque todos
estos veintidós libros se refieren a ambas ciudades, los he designado según la ciudad
mejor, llamándoles la G udad de Dios.

El argumento es el habitual, que ci mundo, bajo eí gobierno de Dios,


había sido eí teatro Ge un conflicto continuado entre dos conductas: la una
dirigida por ios demonios malignos, la otra basada en el amor de Dios.
Comenzando con la Creación, remonta la una basta Caín y la otra hasta
AbeL Las fuentes que han de seguirse para este esquema de la historia son
las escrituras inspiradas, que prueban ser fidedignas por su conformidad. Por
otra parte, las fuentes paganas son contradictorias y sólo se las acepta cuan­
do admiten la prueba suministrada por la inspiración. Reducidos a sus tér­
minos más simples, éstos son los argumentos corrientes de los apologistas.
Pero aquí están acumulados en forma enciclopédica — con tanta variedad
y llegando tan lejos que en ocasiones oscurecen la dirección general del pen­
samiento— a causa de que San Agustín tenía a mane ei saber arqueológico
de Varrón, el comprensivo examen de religión y filosofía hecho por Cicerón,
el epítome de Tito Livio para el ascenso de Rom?., y el sombrío relato de
Saíustio acerca de una sociedad romana decadente. El contraste entre la ma­
nera que tenía de saquear este material para mostrar el lado negro de ia so­
ciedad no cristiana y su empleo constructivo de la Biblia para poner de relie­
ve tos consuelos de la religión pareció suficientemente correcto a los lectores
de ios siglos subsiguientes. Pero nada podría mostrar más claramente hasta
qué punto el mundo antiguo bahía perdido ya el sentido de la realidad secu­
lar que el que éste fuera el único gran Libro producido por ia caída de Rosna.
Los diez primeros libros están ocupados en su mayor parre con las cala­
midades sufridas por les romanos a causa de su adoración de ios falsos dio­
ses, porque la ciudad terrenal, cebo y cresa de los malos demonios, no es
finalmente otra que la misma Roma. Su aflicción más reciente en mano',
de los bárbaros hubiera sido mucho peor a no ser por el refugio proporcio­
nado per la iglesia. Esto conduce a una manera de tratar el saqueo de Rom?,
que lia motivado el cargo corma San Agustín de una aparente indiferencia ha­
cia el destino de la Ciudad Eterna: pero para él no es tai, sino tan sólo ¡a
última forma de la ciudad terrenal, destinada por la Providencia de Dice
a dar paso a la celestial. Sin embargo, puede descubrirse que por debajo orí
HISTORIA DE LA HISTORIA
59°

argumento apasionado hay una patética percepción de La grandeza histórica


del Estado romano y ce su misión civilizadora. N c hubiera podido ser de
otro modo tratándose de un obispo del siglo quinto, que participaba ea al­
gunas de las responsabilidades del poder temporal. Y la alternativa con Ro­
ma no es aquella visión apocalíptica de la venida de Cristo que había hecho
que los cristianos primitivos parecieran anarquistas a ios magistrados át su
tiempo; es una nueva política que ha de suceder a la antigua. La estructura
del pensamiento cristiano es ahora fuerte y confiada. Los poderes del mal
han acarreado su propia destrucción, y se ve la perspectiva de 1a Ciudad át
Dios tal como tenía que concebirla un pensador romane, como una sobera­
nía dominante y universal en que culmina toda la historia.
La Ciudad de Dios ha sido llamada la obra más grande del más grande
de les Padres de la Iglesia. Pero el propio San Agustín se daba cuenta de
sus deficiencias desde el punto de vista histórico. Ei arsenal de donde saca­
ba sus argumentos no era tanto lo que los hombres habían hocico como 1c
que los hombres habían creído, en virtud de lo cual les habían ocurridc-
las cosas. Era una filosofía de la historia universal, ricamente ilustrada, la
primera de una larga serie de tales filosofías. San Agustín utilizaba la his­
toria, no la escribía; no le quedaba tiempo de ia ardua tarea de indagar y
componer para hacer otra cosa. T a l vez, también, le retraía de ello ia aver­
sión a las limitaciones que imponía; porque su espíritu era no sólo de pole­
mista, sino también de orador. Recorría la literatura buscando el episodio
que necesitaba por el memento, de igual modo que un orador enriquece su
discurso con ilustraciones o refuerza las pruebas mediante testimonios. Pero
no tenía el sentido de la continuidad histórica. A decir verdad, éste es el
principal detecto, y es muy importante, en La Ciudad de Dios. Dentro
del m uco de su propósito, que se nos recuerda continuamente, es diííci; ¿t
seguir, porque no relata los hechos como ocurrieron sino tal come conviene
a! esquema. Ei resultado es una magnífica manipulación de la -historia, pero
que tiene toda libertad para deformar las perspectivas menores porque k
son indiferentes.
Por fortuna, mientras San Agustín estaba todavía atareado con La Ciu­
dad de Dios. ia Providencia puso en su camino al hombre que había de escri­
bir la historia digna de parangonarse con ella. Era ur. joven sacerdote tí;
España, que todavía no tenía treinta años, pero que prometía ya mucho.
Paulo O; crio. Le descripción hecha por el propio San Agustín del joven
LA CIUDAD DE DIOS 391

cuyo compendio de histeria universal había de dominar en las escuelas du­


rante la Edad Media es digna de ser citada. Aparece en su epístola a Sar.
Jerónimo (carta i6 ó ) :

H e aquí que ha llegado a mí ur> joven religioso llamado Orosio, que es cr. el
vinculo de la paz católica un hermano, er. la edad un hijo, y en la dignidad un cole­
ga presbítero; un hombre de inteligencia rápida, de palabra fácil y de ceio ardiente,
descoso de ser en la casa del Señor un medio que pueda rendir servido para refutar
esas doctrinas falsas y perniciosas con que las almas ce las gentes han sufrido en Es­
paña heridas mucho más atroces que las hechas en sus cuerpos per las esoacas de
ios bárbaros. Porque desde la remota costa ocddental de España ha venido con ávido
apresuramiento hasta nosotros, habiéndole impulsado a hacer esto la noticia de que
de roí podría aprender todo íc que quisiera en los asuntos de que quería ser infor­
mado.

La primera permanencia de Orosio con San Agustín no duró más que


cosa de un año, y después, en la primavera de 4x5, encargado con mensajes
para San Jerónimo, partió para Palestina. Apasionado defensor de aquella
ortodoxia de que tanto Agustín como Jerónimo eran los más esforzados
paladines, estaba de regreso en Africa un año más tarde. Pete San Agustín
tenía entonces par2 él otra ocupación que la de rebatir herejes. Entonces
estaba completando el libro once de L a C iu d a d de D io s, el primero de la
segunda parte deí tratado, el que trata del origen y desarrollo de las dos
ciudades. A la vez reforzaría ía obra y descansaría al autor el que Orosio
escribiera la historia paralela como una especie de suplemento tíei conjunto.
El joven discípulo se puso a ello y, emulando la tenaz energía de su maestro,
ie presentó en 418 el texto terminado, oue llevaba eí significativo título de
S iete libros de H istorias contra los paganos. El mismo dice en la dedicato­
ria de i hbro a San Agustín cómo ileso a escribirse.

M e pediste que replicara a las vacuas charlatanerías y a ¡a perversidad ¿e aquí-


üos que. ajenos a ía Ciudad de Dios, son llamados "paganos” porcuc vienen del
campo {er. pagis), de los distritos rurales, o gentiles a causa de su sabiduría en
cuestiones terrenales. Aunque estas gentes no exploran ei ruturo v además olvidan
o no saben nada del pasado, no obstante hacen a! presenté ei cargo de estar desusa­
damente tiene ae calamidades por la sola razón de que ios hombres creen en Cristo
\ adoran a Dios mientras que los ídolos se ven cada vez más abandonados. b-5c pe­
diste, por So tanto, cue descubrieran, partiendo de todos los datos cosibles de historias
y anales, cualquier ejemplo que las épocas pasadas hayan proporcionado de las cargas
de ia guerra, los daños de ía escasez, ios horrores del hambre, de terremotos terri-
«y.1 HISTORIA DE L A HISTORIA

I*lr>, «ir inundaciones extraordinarias, de erupciones tremendas, ce tormenes y nubes


ili yi*ni7n, y también ejemplos de las crueles desgracias ocasionadas por parricidios
\ ttlm rn o repulsivos. Tenía yo que disponerlos sistemáticamente y con brevedad en
• I runo de mi libro. Realmente no conviene cae vuestra reverencia se ocupe con un
i i«i«lo tan balad! como éste mientras se dedica a completar el libro onceno de su
•<bi» tontra estos mismos paganos. Cuando vuestros diez libros anteriores aparecie-
tmi, tomo una lumbre desde ia almenara de vuestra alta posición en la Iglesia, lan-
Mii'ii rn M-guida sus rayos luminosos sobre el mundo entero.

Con modestia decorosa. Orosio nos indica claramente que su manual ce


liutoru antigua ha de ser considerado como complemento del tratado ma­
yor, y es probable que esta conexión con el gran nombre de Agustín tuviera
•|tir ver con la popularidad de que disfrutó más tarde. Era una historia ga-
(«ttti/tida por una autoridad impecable. Por desgracia esta autoridad era ya
mnlirval. Para San Agustín como para Orcsic el propósito más indicado
»Ir la historia era el que más la viciaba. La prueba de que este era así, se
• tu tirntra en el párrafo cue sigue en la dedicatoria, en e! que Orosio con-
llr*s ingenuamente que hasta que de veras no se dedicó a ello nc fue capaz
»1» ver L historia del modo que necesitaba verla para apoyar la tesis agus-
tnuano:

Comencé * trabajar, y a! principie- iba por mal camino, pues a! volver repetidas
»obre estas cuestiones en mi espíritu, me parecía que los desastres de mi propia
habían desbordado y excedido de todos los límites usuales. Pero abora he des-
•"l 'filo que los días del pasado no sólo fueron tan opresivos como los del presente,
*»>»' t|tu (nerón tanto más desastrosos cuanto más apartados estaban del consuelo de
I* r<l.i(leí*> religión. M i investigación na mostrado, como debía ser, cus la muerte
• I» *ul de sangre prevalecieron curante el tiempo en que la religión que prohíbe
1* matan/.* era desconocida: que al surgir la nueva fe, la antigua se desvaneció; que
'imiuld la antigua se acercaba a su fin, la nueva era ya victoriosa; que las viejas
'•n iiim estarán muertas y aesapsrecetan cuando lí nueva religión reine sois.

Y ain embargo, cuando Orosio planeó su historia universa!, tenía la idea


•I» nlgo diferente de una apología de! cristianismo. El primer libro comien-
»1 ron un resumen de geografía lo suficientemente preciso para que el cien-
iilim moderno pueda seguirlo sobre el mapa. Luego dispone la historia
rgim paralelos cronológicos, siguiendo la línea que hemos trazado en los
• «pítulo: precedentes. La historia de ia antigüedad comienza cor. Niño. Su
•mu» es sometido por los meaos el mismo año en que la histeria de Roma

I
l a c i u d a d d e d io s
393

comienza con Procas. Desde el primer año del reinado de Niño hasta ia
reedificación de Babilonia por Semíramis transcurren sesenta y cuatro años;
los mismos entre el primero de Procas y la construcción de Roma. Mil cien­
to sesenta y cuatro años después de que cada ciudad es edificada, es captu­
rada: Babilonia por Ciro, Roma por Aiarico; y la conquista de Ciro tuvo
lugar justamente cuando Roma se convirtió en República. Pero entre Ba­
bilonia y Roma, los imperios del Este y del Oeste, otros dos imperios del
Sur y del Norte, Cartago y Macedonia, aparecieron en escena como guar­
dianes ce ia juventud de Roma, ''como si tendieran un puente sobre ci esc>a-
cio de años entre un padre anciano y un niño pequeño.”
El esquema de las cuatro monarquías era suficientemente familiar para
sus lectores para que no tuviera que basar una disposición tan racional como
ésta en las visiones apocalípticas de Daniel, lo cual hubiera sido una fuente
muy poco convincente para ios paganos. Es también significativo que Orcsio
se abstenga de añadir el quinto reino, el de la cristiandad, a su exposición
de lo que parecía historia pura y simple. Dentro de un marco fácilmente
aceptable, detalló luego la historia de guerras y calamidades. Como su pro­
posito era mostrar cue ei mundo había mejorado desde la venida de Cristo,
empleó las historias escritas para exaltar ios triunfos romanos a fin de mos­
trar el reverso de ia medalla: desastre y ruina. Entre sus fuentes, que, en la
prisa de la composición — si es que la razón fué ésta— nunca usó de modo
demasiado correcto, estaban: Justino para los antiguos imperios del próximo
Oriente: Eutropio, cuyo sumario empicó casi enteramente para ia historia
romana de ia época de Augusto; Suetonio y Eutropio para la época poste­
rior. junto con material de una docena de autores más. Todos éstos fueron
saqueados para eí reiaro de horrores o para el escenario que servía de marco
a este relato, hasta el punto de que incluso godos y vándalos habían de bri­
lla* por contraste con los héroes paganos. Sobre, el fondo negro del pasado,
la historia de. sus propios cías. er. que ei Imperio estaba siendo derribado
por ios bárbaros, parecía no ofrecerle nada que rebatiera su teoría de que la
Ciudad dei Hombre plasmada en el Imperio romano era todavía suscepti­
ble de regeneración.
Después de! relato de ia "guerra entre las naciones bárbaras que ahora
se hace diariamente en España" resume su narración, larga, trágica y llena de
miserias, con estas palabras:
/
HISTORIA DE L A HISTORIA
/

lia vista de escas cosas estoy oispuesto a reconocer que los tiempos cutiano; sea»
un censurados como queráis, con tal de que podáis indicarme una época igualmente
«iot ranada desde ia fundación del mundo Lasca el día presente. Mi descripción creo
i|tar la mostrado más con ios ejemplos elegidos que con mis propias palabras, que han
añado innumerables guerras, que muchos usurpadores han sido aniquilados, y las
ir ilnu más salvajes tenidas 2 raya, confinadas, asimiladas o destruidas con poco de-
iiír nmicr.to de sangre, sin verdadera lucha y casi sin pérdidas. A nuestros detrac-
n«r ín queda arrepentirse de su conducta, enrojecer ante la verdad, y creer, temer,
muer v seguir al único Dios verdadero, que puede hacer todas la; cosas, y todos
ruvin actos (incluso aquéllos que creyeron malos) han encontrado que -erar, buenos.

I ti esta nota ce optimismo, con que se cierra el libre, no hay indicación


•Ir qw lo que está contemplando es el último acto de! drama del numdc
«ntiguo. Falta el realismo dei espíritu seglar, pero también entonces había
1 irr uios literarios paganos en ios que faltaba, y la fe de Orosio en que los
bárbaro! con c. tiempo serían romanizados y cristianizados era. en último
(«■ umno, más afín aí espíritu de su tiempo que el pesimismo de Saiviano, cuya
obiii acerca de! Gobierno de D ios• {De gubematione D ei), escrita hada un
cuarto de siglo más tarde, presentaba un cuadro de depravador. 3’ corrup-
1 mu rn la Galia de su tiempo, del que sólo podía sacarse una conclusión,
1« di que la civilización antigua estaba definitivamente sentenciada a muer-
ir Según ha indicado el traductor inglés de Orosio, el espíritu de éste fun­
dí.iu todavía dentro del mundo antiguo, y el de Saiviano dentro ya ce la
I ilad Mr día.
Asi encontró su puesto en ia historia k Ciudad de Oíos. Que para la
I diiil Media este puesto no carecía de importancia lo prueba el hecho de
imm Imn sobrevivido casi doscientos manuscritos de Orosio. La traducción li­
bre y abreviada át! rey A lfredo es une de ios monumentos de la te g u a anglo
'•“ i“ iui Aun resultando insuficiente c incorrecta juzgada con criterio; anti-
1mi. o modernos, por io menos conservó algún conocimiento del mundo
yi" quedab: fuera de ¡as tscriruras para aquéllos que trataban — no siem
pit ron éxito— de mantener un interés más vivo en el mundo por venir y
un «nudo más agudo de su realidad que en los simples asuntos humanos.
A m r! drama de la histeria profana podía edificar a los creyentes, vuelto a
ri.iiibir poi un discípulo de San Agustín, y sin embargo, come Jas represen-
1 i* ■1iiit ■ de los misterios, nunca se abrió plenamente camino más alia dé la'
I•11rr»hs monásticas o catedralicias, dende, a través de continuadas guerras y
iiil'umrionrs, ia Ciudad había logrado su propia paz.
LA CIUDAD DE DIOS 3 9 1)

Resulta bien que este capítulo termine con el erudito cuyo texto de la
Biblia es recitado aún en todos los actos de la Iglesia católica: Sar. Jerónimo.
Pues la Vulgata fué, según ya dijimos, la más grande y la más usada de
todas las historias en la cristiandad. Clérigos iletrados la chapurrearon en
sus servicios y los escolásticos detuvieron sus especulaciones en sus fronteras
sagradas. N i el texto de Lutero ni la versión dei rey Jacobo, aunque son
magistrales, pueden compararse con la hazaña histórica de! más grande de
íes eruditos de ia Iglesia latina. Sólo er. nuestros cías la Santa Sede se ha
aventurado a sacar a luz una revisión, y, a pesar de la competencia de la
comisión encargada, formada por personas de muchos países, el texto no ha
ido tomando forma sino lentamente y apenas si comienza a aparecer; el de
San Jerónimo es todavía empleado en las iglesias.
Y a hemos visto en "La formación del Canon'’ cómo San Jerónimo se
puso a trabajar en su gran tarea, pasando de los textos que Orígenes había
coleccionado (los Hexapla) a los textos hebreos, creyendo, erróneamente
según ha resultado, que eran más antiguos que ios de la Septuaginta. Esto
quiso decir que su texto diferia de las versiones entonces empleadas, y enco­
mendó a ios rabinos cae trabajaban con y para ¿L la defensa ce ia co­
rrección de su versión. Debemos dejar a la crítica bíblica esa combinación
superlativa de análisis textual e histórico, para seguir ios varios hilos que
fueron tejidos en e! cañamazo de la Biblia en el texto latino de San Jeróni­
mo. Pero esta crítica, que es is contrapartida moderna del esfuerzo de Sar;
Jerónimo, y que pertenece a la histeria de la historia en nuestros dias, no
ofrece episodios tan dramáticos como el de San Jerónimo escribiendo desde
su celda en Belén.
San Jerónimo nació en una ciudad de la frontera de Dalrnacia hacia 340.
Era por tanto algo más viejo que San Agustín, cuyas aficiones a iz litera­
tura romana compartía plenamente. Como A.gustín también, no se dedicó
i la vida religiosa hasta que anduvo por ios treinta años; pero su temoera-
mento impetuoso y ardiente le llevó, no a! episcopado, con todas sus respon­
sabilidades mundanas, sino a la vida eremítica, ra! como ia practicaban los
monjes de Siria en'celdas aisladas, medie hambrientos, con los cuerpos ator­
mentados por el sufrimiento, abrasados por el sol del desierto, que estudia­
ban o copiaban las Escrituras en los intervalos de su meditación. San Jeró­
nimo llegó a ser el defensor clásico de esta vida monástica, y es comentario
suficiente sobre la época en que vivió el que fuera capaz de convertir un
3QÓ HISTORIA DE LA HISTORIA

asilo monástico tan duro como ei que habitaba en Belén en un centro im­
portante de investigación erudita para su tiempo.
Aunque en apariencia tan aislado del mundo. San Jerónimo, no obstan­
te, se mantenía en contacto con todo lo que ocurría en la Iglesia y en e! siglo
mediante su correspondencia y otros escritos. Su comentario sobre el saqueo
de Roma en 410, en que su discípula y amiga Marcela había sido torturada
y muerta, lleva la emocionada nota siguiente (prefacio ai Comentario ¡obre
Ezequicl) ;

N o hay duda de que todas las cosas nacidas están destinadas a morir, y que todo
lo que ha llegado a ¡a madurez debe envejecer T oca obra humana es atacada por
la decadencia, y destruida por el tiempo. Pero ¿quién habría creído que Roma, tan­
tas veces victoriosa sobre e! universo, se derrumbaría por fin en pe da sos, a ia vez
madre y sepulcro de sus hijos? Ella que esclavizó e! Oriente se ha convertido a su
vez en esclava, y nobles cargados en ono tiempo de riquezas vienen ahora a pedir a
la pobre Btlcn. En vano trato de rechazar esta visión volviendo a mis libros. Soy
incapaz de prestarles atención.

Cuando se compara esta, explosión apasionada con la caima de San Agus­


tín se comprende la distancia existente entre el monje erudito y el obispo
magistral.
Las preferencias de San Jerónimo eran más personales que abstractas,
l ’no de sus primeros libros (escrito en 391) rué D e viris iüustribus sire ¿e
uriploribus eccíesicslicis (Varones ilustres, o de los escritores eclesiásticos),
htftoria de la iglesia er. biografías que terminaba con la vida del autor. Toman­
do a Suctonio por modele, abarcó ciento treinta, y cinco biografías, desde ios
primeros escritores, cristianos hasta su tiempo. Era ur. compendio destinado
.1 mostrar que el cristianismo tenia sus eruditos y literatos importantes, es­
crito por quien sabía apreciar profundamente a sus contrapartidas paganas.
Sin embargo, la obra que sigue en importancia a la Vulgata desde el
punto de vista de ia historiografía rué la traducción de la Crímica de Ense­
bio que escribió en 380, el año después de ser ordenado sacerdote. El trabajo
pata esta obra fué llevado a cabo en Constantinopla, donde bajo la dirección
del gran erudito Gregorio Naciancenc, procuró perfeccionarse en ia lengua
griega. El contenido de esta Crónica se ha estudiado más arriba: aquí nos
interesa porque en ella tenemos el prototipo sobre el cual las crónicas monás­
ticas de la Edad Media aspiraron por fin a construir sus relatos menores.
Con ella, pues, pasamos decididamente a ia historiografía medieval: pero a!
I-A CIUDAD DE DIOS 597

hacerlo recordaremos ai fin de nuestro largo examen cómo desde el Egipto


primitivo en adelante las matemáticas del cómputo del tiempo sirven de base
a todo control idóneo de las perspectivas del pasado. N o deja de tener sig­
nificación que la Crónica fuera un producto de la estancia de San Jerónimo
en Constantinopla. la ciudad que había de convertirse en refugio de la cul­
tura durante la Edad Media. Pero todavía es más significativo e! hecho,
que parece haber escapado a la atención de los estudiosos, de que los cronó­
logos bizantinos fueron incapaces de producir una historia digna de sus po­
sibilidades. T al vez la conclusión es que la sociedad bizantina, como la chi­
na, perdió el sentido del progreso a! mantener formas rebuscadas y rutinas
siempre reptadas. Se diría que la historia florece mejor donde la historia
se hace, que es el espejo de las cosas que dan a la vida su significado.
4<M> HISTORIA DE LA HISTORIA

ion revisiones, habia sido Is mejor desde 1882. Producido después de osee
«no» dr colaboración critxe un gran número de historiadores, es un manual
nuil»)« ns.iblr para el estuchante de historia. Sin embargo, a causa de la am­
plitud de sus miras, es poco más que una introducción que ha de comph-
tuir.i ion guias más detalladas. Todas las bibliografías de este tipo quedan
nipulitiiuiHc anticuadas, y necesitan ser revisadas y completadas con teít-
inii id constante a las revistas históricas. El examen más completo de esta
Inri atura periódica es e! que antes suministraban los JeJrresberichte ¿er
(írn hiihtsn'isfenschaft (Anuarios de la ciencia histórica) (3878-1913), cu­
yo lugar, desde 192Ó, ha sido ocupado por la Intemetionci Bibliography t¡\
llitlm in il Sacnccs (Bibliografía Internacional de Ciencias Históricas), eái-
lod« por r¡ Comité Internacional de Ciencias Históricas del Congreso IntetA
tiHi tonal de Estudios Históricos. Dentro de estos repertorios universales qnt-
d.tn las guias más concretas para el material de fuentes y la bibliografía ea
inda una de las divisiones aceptadas de la historia. La presente lista no entra,
mu embargo, en este campo de estudios más especializados, sino que se li­
mita, rn la mayor parte de ios casos, a obras que, o son importantes er. sí
mismas como contribuciones a la historiografía, o de valor como guías para
1! rM lidiante de historia en general. El investigador proseguirá su camino
1on otras guías.

DEFINICIÓN E INTERPRETACIÓN DE LA. HISTORIA

A it ó n , Lord. A Lee ture en ihe Study e f Histery (Una otiíerencia sobre tí


rtiuHio de la historia). 1&97. Breve disertación inaugural daos a. posesionarse ¡1«
U 1 ¿ledra de Historia moderna de Europa en la Universidad de Cambridge.
A i i a m s , Henry. A l^etter io .American Tcachen of Histery (Carta a los profesores

nciirru'jmii de historia). 191c. Ei autor de los estudios rsonumenstias sobre jetferssn


y Madisnn. en su "C arta" que ha ejercido tanta ¡níiuenda. relaciona ia historie
, ,,n l.i’ cinicial dentro de las limitaciones. ahora mar.iíiestas, de ;a ciencia de tsací.
veinticinco años. Es una advertencia para los optimistas,
I U i i n i n , Harry E. The Htstory o j History. 1037. U na obra ¿ t descubierta cae

„Iwri'ii rodo el campo de. ia historia de ia historia, de especia! valor como manual de
irlrrcncia a causa del gran número ce nombres de historiadores y críticos que mende-
11« y caracteriza. E! autor ha escrito otras varias obras sobre el mismo campo ge­
nual, rn las que combate ias concepciones más antiguas de ia Historia y presetsa
nlritrM’- históricas de la historia de la civilización interpretada en íes términos de tas
1 iriina'. sociales.
BIBLIOGRAFÍA 401

B ernheim . Emst. Lehrbuch der histonchcn Methode und der Geschichtsphüo-


sophie (Tratado de metodología histórica y de filosofía de la historia), 6' e i.. 1908.
Todos los historiadores escás en deuda con el mecievalista Bernheim por sa comple­
ta exposición de la metodología, el estudio de las fuentes, la crítica, interpretación
y presentación de los materiales históricos. Las bibliografías críticas y læ ejemplos
históricos que emplea para dar fuerza a su sistema aumentan e! valor de la obra.
B e sr , H enn. La Synthèse en histoire, essai critique et historique. 1911. B e r s . H en ­
ri. L ’Histoire traditionelle et le synthèse historique. 1021. fcl editor de la Rerue de
synthèse historique se ocupa del método histórico, cxooniendo su concepto de la S í n ­
tesis cientítica-’ y de la causalidad. En la segunda obra discure las ideas de sus crí­
ticos, sobre todo las oe Louis Halphen, editor de la serie ''Peuples et Civilisations” ,
y defiende las suyas.
B ober, M . M . Karl Marx Interpreter o j History (Carlos Marx intérprete de la
historia). 1927. Tesis crítica con bibliografía.
B u c k l e , H . T . A History of Cirilization in England (Historia de la civiliza­
ción inglesa). Ed. rev. 1913- Fragmente de una obra más amplia eue quedó incom­
pleta. De interés en su tiempo par la importancia revolucionaria oue concedía a los
agentes físicos en la determinación del curso de la ¡listona.
C h e y n e y , Edward P. Law tn History and Other Essays (Las leves en la histeria
y otros ensayos). 1927. Seis ensayos sobre la ciencia de la historia. Se incluyen sus
discursos como presidente de la American Historical Association en 1923 y su " H a ­
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C soce , Besiedelte. History; Its Theory and Piactice i Teoría e histeria de is
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que la filosofía, despojada de su parte metafísica, es lo mismo que- ia historia,
D royseh, Johann G . Outline 0} ihe Principies of History (Resumen de histo-
riología). 1803. Trad. de Grundriss der Historik (Fundamentos de la historíelo-
gía), 1858; 3* ed., 1882; nueva ed. alemana a cargo de E. Roíhacker, 1925. El his­
toriador de la historia prusiana, cuya Geschichte der Preussischer. Politik (Historia
de la política prusiana) tiene todavía valor a pesar de su sujeción a la idea de. la.
"misión prusiana” , publicó este resumen del guión de sus conferencias sobre ios mé­
todos de investigación histórica.
D u n n in g , W . A . Trutk in History, and Other Essays (La verdad en la Listona,
v otros ensayos). 1937- U n horizonte amplio examinado para un estudiante avanza­
do de historia.
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historia), vol. 1: La filosofía de la historia en Francia, Bélgica francesa y Suiza. 1&93.
Guía densa y estimulante para el estudio de la filosofía de la historia.
H egel, G. vi'. F. D ie Philosophie der Geschichte (Filosofía ce ia historia). »837.
I
4 0 1 HISTORIA DE DA HISTORIA

I d orna más importante de esta índole. E>escribe ía historia como e sa realización del
f«l'ít)tn humano, encontrando la libertad en la teoría y la práctica ce" Estado alemán.
I Ii RUHR, J. G . Ideen zur Philosophie der Geschichte der Menschheit {Ideas para
im* filosofía de la historia de la humanidad). 4 vois., 1784-91. T rad. inglesa:
O íithnci oí Philosophy of thc History o j Man. 1800. 2f ed., 1&03. U n clásico en
I« matera.
Jo h n s o n Alien. The Historiar, and Histórica! Evidence. (El historiador y el
testimonio histórico). 1926. Ensayo introductorio por el editor del Dictionary o f Ame­
ra ai. ¡itography v de las Chronicies of America.
K u b a n sk y , R. y H . J. P atón , editores. Phiiosophy and History: Essays presented
le I -r.it Cc'sircr (Filosofía e Historia: Ensayos ofrecidos a Ernst Cassirer). 1936.
Notable colección de ensayos. Los de más importancia son: J. H uezinga , ' U na üe-
*mu i -ri de! concepto de historia” ; F. G undolf , ''Historiografía” ; C . C . J. W ebe,
" k e l 'f in, filosofía e historia” ; G . G entile , "La trascendencia del tiempo en la his­
torie
I am precht . Karl G. What is History? Fire Lectures on thc Modern Science
"/ Hutory (¿Qué es historia? Cinco conferencias sobre la ciencia moderna de la
lin io :» ). 190s. Trad E. A . Andrews de Moderne Geschichtswissenschaft (Cienda
moderna dr la historia) 1904. El auror de la Deutsche Geschichte (Historia alemana),
rn la oiK destaca el pape! de ios movimientos de masas y de la psicología en la his­
toria presenta en esta obra un resumen de su teoría.
l.ANCl.ois. Charles V . v Charles S eignobos. lntroduction aux écudes historioues.
1K9N El libro de texto más famoso sobre este tema. Tratamiento sistemático de la
<1un 4 externa e interna de los materiales y de los procesos constructivos de la narra-
rión histórica.
M*iRX. Karl. Z u r Kritik der politischen Oekonomie (Contribución a la crítica de
I« economía política). 1859. Primera parte de una exposición de las teorías de Marx
1(tu* refundidas, fueron desarrolladas en Das Kapital (El capital). La interpretación
rroiu -ríen de la historia, implícita en la filosofía de Marx, está aquí claramente de-
lmr.uL.
N iv in s . Aliar.. T he Gateway !o History (La entrada a la historia). 1038. Es
lod'i lo cur implica el título; pero a través de esta entrada se ver. montañas deicita-
Mr* i si ofrece una guía cuidadosa para su exploración. El viajero es estimulado
111 mi recorrido por medio de elevadas disertaciones.
N oac !. LErich. Geschichtswissenschaft und Wahrheit: Mach der. Schriften von
lohn Dulhcrp-Acton dem Historiker der Freiheit (Ciencia histórica y verdad: Se-
1*ur■ !i>*. rser iros de John Dalberg-Acton. el historiador de la libertad'!. 1935. Noack
ih du cu v años a estudiar a Lord Acton, v en esta obra muestra la deuda de dicho
mil01 * los historiadores alemanes, v en cue difiere de ellos; expone ía relación entre
Mitiiriu. ética v pensamiento religioso.
1'ivi'N‘ T. Henri. De la mcihode compara:isc en histoire. 1023. Breve diserta-
1 mu pronunciada en la sesión inaugura! del Quinto Congreso Internacional de Cien-
1 i a s Histórica;
EIBLTOGRAFIA 403

R a n k e , Lcopold von. Zur Kritik neucrcr Geschicktsschreiber. (Contribución a 1:


crítica de Íes historiadores modernos). 1885. El historiador que elevó ai primer ran­
go la investigación histórica alemana en Europa, en esta discusión de ios historiado­
res del período 1494-1514, complementa la contribución de Mabilíon al estudio crí­
tico de los textos, extendiendo ia ciencia del documento a incluir un análisis de las
autoridades sobre la base del temperamento de los autores, su fidelidad y oportuni­
dades para e! conocimiento, y desde luego, por comparación con el testimonio Ge
otros.
R o b in s o n , James Harvey. The New History, Essays lllustrating thc Mcücrn
Histórica1. Outlook (La nueva historia. Ensayos sobre la moderna concepción de la
historia). 1912.
R obinso.k , james Harvey. The Mind tu thc Making (El espíritu en 1?. acción).
1921. Ei primer volumen es un pronunciamiento revolucionario en forma de colec­
ción dr- ensayos para atacar sofismas muy extendidos. Aunque de contenido ligero
es una de las contribuciones más destacadas a la historiografía americana. Ei secundo
volumen es "un estudio de cómo el hombre ha llegado a ser como es y a conducirse
como se conduce.” Es una crítica penetrante que expone las tradiciones y hábitos
mentales fosilizados que determinan tanta parte de lo que llamamos nuestro pensa­
miento. Es una contribución importante a ¡a clarificación de las ideas.
-SÉE, Henri. Science ct phiiosophie ¿e l’histoire. 1028. Henri See. el que fue distin­
guido historiador economista, discute la historia como ciencia y plantea ei problema
de si es posible una filosofía de la historia científica,
S eignobos, Charles. La Méihode htsiorique appliquée cux Sciences sociales. 1902.
El coautor de ia Introducción a lo s e s tu d io s h istó ric o s (véase supra) y autor de obras
de historia módems esboza los métodos que han de emplearse para estudiar la histo­
ria económica y social.
S eu g m a n . E. R. A . The Economic Interpretaüon of History (La interpretación
económica de la historia). 2' ed. 1917. Exposición concisa y data del origen y des­
arrollo ¿c esta teoría.
T eggast, Fredericlc j . Prclegomena to History: thc Relator, c f History io Litera-
ture. Philosophy and Science (Prolegómenos a la histeria: is relación de ia historia
con la literatura, la iilosofia y la ciencia). 39x6.
T eggárt, rredenck T. Processes of History (Los procesos de la historia). 1918.
v 5: „ Theory o j History (Teoría de la historia). 1925. La pri­
mera obra es un estudio de los elementos básicos en la historia. La segunda describe
el proceso deí desarrollo histórico. La tercera esboza un método para una nueva y
más satisfactoria síntesis de la historia.
T oyn bee , A m ela. A Study c f History (U n estudio de la historia). 3 vols. 1934.
El comienzo de un amplio proyecto que en su forma presente destaca las sociedades,
no los estados, como las unidades con que tienen que tratar ios historiadores. Estos
extensos volúmenes se ocupan de pteferencia con la génesis y ei crecimiento de las
civilizaciones, aplicando el método comparativo en formas que son nuevas er, la lite­
ratura histórica, y no siempre fáciles de seguir para el historiador.
i
4O4 HISTORIA ¿>E LA HISTORIA

T revelyan, George M . Clio, c Muse, end Other Essays Literary and Pedestrian
(Clio es una Musa, y otros ensayos literarios y pedestres). 1913- 2* ed. 193o- Una
protesta, hecha por un brillante estilista, contra la llamada historia ' ’científica” .
V incent, John M . Historical Research, an Outline of Theory ana Practice, (in­
vestigación histórica. U n resumen de su teoría y su practica). Reump. 1929.
V incent , John M . Aids to Historical Research (Auxilios para I* investigación his­
tórica). 1934. Manuales prácticos para el estudiante que comienza a investigar.
W illiam, Maurice. Social interpretation of History (interpretación social de ia his­
toria). 1920. Crítica de la teoría tnanísra, destacando la impórtamela del consumi­
dor en vez de la del productor. D e especia! interés a causa de su influencia sobre la
manera de pensar de Ssm-yat-Sen.

EL LIBRO Y L A ESCRITURA

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uctrns (Investigaciones sobre capítulos destacados de la historia ce. libro en la Anti­
güedad). 1900.
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tores en Grecia y Roma antiguas). 1932.
L e w is , N . L’lndustrie du papyrus aer.s l’Egypie gréco-romame (L a in du stria del
papiro en el Egipto greco-romano). io j z .
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gos y los romanos). 1921.

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I ’.rv Cycle (La semana: un ensayo sobre el origen y desarrollo cíe! ciclo de siete
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M ommsen. Aug. Chronologie, Untersuchungen iiher das Ktdewaerweser. der Grie­
chen (Cronología, investigaciones sobre el calendario de los griegos). 1883.
N ilsson, M . P. primitive Time-Reckoning (Primitiva computation del tiempo).
1920.
N ilsson . M . P. D ie Entstehung und religiöse Bedeutung des griechischer. Kal­
ender t (Formación y signiiieaco religio« de! calendario griego). *018.
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BIBLIOGRAFIA ¿OS

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(Formas del pensamiento histórico en el Oriente y Occidente antiguos), en Neue
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O lmstead, A . T . Assyriern Historiography fHistoriografía asiria). 1016.
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mes con e! Antiguo Testamento). 1912.

HISTORIOGRAFÍA ju d ía
(Selección entre una bibliografía extensísima)

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C harles, R. H., editor. Apocrypha and Pseudepigrapha (Apócrifos y pseuác-
epígraíos). 2 vois. 1013.
K e n t . C . F. Students’ O id Testament (Ei Antiguo Testamento del estudiante).
5 vois. 1904-1914-
M oore. G . F . The Literature of ¡he O ld Testament (La literatura é ¿ Antiguo
Testamento). i o i 3-
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HISTORIOGRAFÍA griega y rom ana


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6‘ ed., 19:0-1924. El primer volumen está reemplazado ahora pot W . Schmid y O.
Stählin, G esch ich te der griechischen Literatur (Historia de la literatura griega), rol
t. 1020: vol. II, 1935- Breves datos sobre cada escritor e indicaciones bibliográficas.
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E rrin, H . Historíeorum romanorum fragmenta (Fragmentos de los nistoriadara

R o n , H l. A Handbook of Greek Literature (Manual dc literatura eneca.) xeji.


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ESTUDIOS SOBRE HISTORIADORES AISLADOS

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vols- 1859-1864).
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genossen (Cuentos populares, leyendas y relatos cortos en Herodoto y sus contem­
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® u»éf condita (Tito Livio), 023, 333 ss. dac clasica. 60; astrónomos ce Aletas-
\ “ soluto, cl, ce Hegel, 41. 42, 45. cría. 83; judíos de. 127; traducen 3 S i­
7 ÌUc. A , 294- bila al griega 157; estabierimien— de
, ‘' c diurna, 291, 333. ios testos homéricos, 182.
"’lr ic Scnctorum, 338. Alejandro. 118, 148, 162, 236, 22:: cc
W l50 ¿e Argos, 172, 192, 275. tuvo historiadores dignos de éL 248: nc=.
Adami, C. K., 399. 276-
•'segyptica (Helànico?), 193. Alejandro Polyhístor, 118.
Agesilao, 234, 242. Alejandro Severo, 268.
Agricola (Tàcito), 322. Alfabeto. 65. 68, 73, 263- 264: ¿tabees
Agustín, San, 36, 37, 38, 41, 150, 157, egipcio. 97.
282, 302, 304, 374, 382, 385, 387-90; Alfredo, rey, 394.
c? el más importante de los Padres de Ambrosio. San. 387.
la Iglesia, 287; la Ciudad de Dios, 388- Amiano Marcelino, 273. ztz- 33(yac.
propordona un esquema para la historia Ammonio, 363, 364.
universal, 388; su apreciación de la gran­ Amos, 134.
deza de Roma, 389-00: deficiencias del Anébasis (Jenofonte), 133,234, 233.
libro desde ti punto de vista histórica Aliaíes, su ongrn en ios rensrros c srru.-
390: j e t , 392, 394, 395. vos de los templos, 75: 87: egir-rioi. $9,
Alar ico. 386, 388. 303. 90, 93, 07, 99; asirios, 1x0, 112: istbress,
Alegoría, 92; en la obra de Pítiia Judaeus, 123, 147; romanos, 290 « ; los osas an­
1Ó3; en los Padres de la Iglesia, 352, tiguos son destruidos por ios galos. 222:
353, is s ss; la interpretación laegórica importancia que tuvieron sa ¡a hscrisj-
no fué creación de los historiadores cris­ grafia romana, 293.
tianos. 336: su empleo en Orígenes. 357 Aníbal. 251, 253, 256, 294.
ss. Animismo, 54. 8c.
Alegorías de ¡as Leyes Sagradas (Philo). A via les (Etimo). 28:. 292.
163. A nudes { (Lionio M acer). 208.
Alejandría, biblioteca de, 60. 264; su gran Anuales (T irito ), 292, 293. 323. 32Ó- 52S.
4M HISTORIA DE LA HISTORIA

1*5>. 33°. 33 B 33A 333; 334. 3;6, 33P- Asiría, lista de reyes, 83; designación de
Animici Maximi, 275: descritos por Ser­ los años, S4, i i c : historiografía asiria,
vio gramático, 291; 294, 29S. 110.
Amifón, 237. Astrologia, 81, 82, 109. 340.
Antigüedades de ¡os judíos (Josefo ) , ¡66. Astronomía, 77; su origen er, Babilonia, 81;
Antigüedades Romana- (V airó n i, 302. en Alejandría, 83.
Antioco, 173. Astruc, J., 158.
Antioco Epiphanes, 155, 166. Asurbanipa!, biblioteca de, 67; 69, 108, t u .
Antipáter, L. Celie, 2-6. 208-00. Atalo de Pérgamo, 87.
Antoninos, 268. Atenas, 184, 185, 186, 192, 103, 195, 196,
Antropologia, 49, 52, -7 , 129, 133, 155. 197, 200, 20:, 202, 203, 207, 209, 212,
Año, 77, 79; año babilónico limar, 82; año 213, 214, 215, 216, 217; la Atenas de
egipcio solar, 83; sumcracrón de lo? Pericles en Tucidióes, 21?; 219, 221,
años egipcios. 84; designación c e los años 224, 242, 243, 245, 246, 247, 24S, 256,
asirios y babilónicos. 84; año lunar base 276, 328.
de la cronología en Grecia v Roma, 85: Atico. T . Pomponio, 303: su resumen de
designación de los años en Grecia y Ro­ historia universa!, 303-4.
ma, 86. Atthis (Hciánico), 103.
Apiano de Alejandría. 268, 32“ . Augusto, 267, 282, 283. 285, 204, 306, 312.
Apión, 165; Contra Aplóm, tratado de Fla­ 3 >5; 323? 33?.< 39?-
vio joseio en que rebate a tos gentiles, Auio Geli*. 293, 296, 337.
>71-74; 345: 353- Aurelio Víctor, Sexto, 338.
Apocalipsis, 37, 155, 159, 349, 350. Autobiografía (Fiavio Joseío), 168-70.
Apocrypha, 158, 161. Autoridad de la palabra escrita, is z : entre
Apolinar!*, 380. los hebreos, 154.
Apcjodoro ce Arenas. 87, 266. 303. Azar, él azar en la conservación de los ma­
Apolóíanes, 364, teriales históricos, 89.
Apologistas, 163, 353. 355. 360. 368. 389.
Apóstoles, 344. 349, 345. 35-. Bardes, 144.
Aquila de Ponticus, 3-?-. Babilonia, cuna de las divisiones del riem­
Archeologia (Dionisio de Haiícam aso), po, 78; id. de la astronomía, 79, 81; año
babilónico, 82; designación de los años,
Arcala, materia escriptoria. 6c, 105. 120. 84; erigen de la historiografía babilóni­
264. ca, 105; su parecido con la de Egipto.
Arístides, 184. 106: mitos babilónicos, 106; codificación
Aristóteles, 21, 35, 172. 187; ¿3 Conti;;li­ de documentos, 109; lista.? ce reyes, 109;
ción de Atenas. 246-47; 262, 276, 338. inscripciones, roo; 19S, 203, 204, 205,
Arqueología, 23, 49, 5 :, 90, ¡ ca, 126, 180, 289, 393.
207. _ Babylor.ica (Seroso), 118.
Arcajeriex, 235. Bade-, W . F., 161.
Arriano de Birinia, 26S, 33-;. Baruch, 15 c.
Ashur-nasir-pal III, : : t ; maldición de, 1:3. Beaufort. L., 270.
ÍNTD1CE ALFABÉTICO 4*5

Beca. 386. Bucee, E. A. \X; ., roo, 112.


Bchistun, roca de, 11 s. Burv. J. B_ r88, 199, 207, 213, 233, 234.
Bclshazzar, 1:5. 237, 2J8, 245, 251, 258, >4°, 377-
Bergson, H ., 30, 46. 345.
Bemhcim, E., 16.
Cadmo de f.iiieto, 172, 18S.
Beroso, J06, 118-20¡ 174, 204.
Be»’er, Julias, 123. Calendario, 77, 78; comienza cor, ¡a obser­
Biblia, 39. 50. 69. 71, 106. 123-58; su im­ vación de ios fenómenos celestes, 79; ca­
lendario binar. 79, 81; se ¿esarrolla como
portancia como obra histórica nacional,
un ciclo d; fiestas religiosas, 75: calen­
123; tratamiento crítico del contenido,
dario de iNuma, 81; calendario roma­
123; el valor histérico de la Biblia en
no, 85; decreto de julio Cesar, 86; 291,
razón inversa de su aceptación como li­
293.
bro sagrado, 125; es una colección de
Cah'gula, 167.
libros de valor histórico desigual. 125;
Calisrencs, 247, 276.
heterogeneidad de su contenido. 125; lo
que hubiera podido ser una Biblia helé­ Caiiias, 173.
nica. 127: 167. 205, 210; la Biblia en la Cansan. 142.
obra de Orígenes. 357 ss: 369, 373. 38S, Canon, de Ptolomeo, 83; bíblico, »53-5s i
su fijación para ios judíos, 155-156; pa­
589- 3 9 5 -
Bibliotecas, 69. ra ios cristianos, 1 57-58.
Bibüothecc histórica (Diódoro), 26b. Carlylt, 15, 22.
Binklev. Roben. 73. Carón de Lampsaco, 192.
Biografía, distinción entre ésta v la histo­ Carpenter, Rhvs, 170.
ria, 19-20; primeras biografías griegas, Cartago, 25c, 252, 255, 256. 257, 296, 303.
242; auné de las biografías en ra Roma Casio Dión Cocee ¡ano, ». Dión Casio.
imperial. 335. Casiodorc, 3S3.
ív.rt, Th., 66, 70. Cásror de Rodas. 266, 368. 373.
Bss—arek, 230, 243. Catilina, Conjuración de (Salustioj, 306,
Binando, 260. 307.
Boas, Franz. 52. Catón, Marco Porcío, 275. 277. 295-07,
Bcissicr. G.. 322, 323, 324. 326, 3.32, 336. 200. 301, 317.
Boiingbrohc, H . St. John, 38- Carulo, 275.
Bcrchardt, L., 9-,. Celso. 34.5, 346; controversia con O ríge­
Bessoet» 38. 364. nes, 361-63.
ikstsíord, G . W ., 180. 200. Censorino, 84.
Bressttcí, J. H .. 23, 68. 83, 84, oe. o ;, 03, '-^ésar, Caro Julio, 33; decreto fijando la
95, 97, 08, 99: »00,101. ’ duración del año, 86; 25S, 201, 303, 305;
Bnggs. C . A ., 15Ó. ‘os Comentarios, 305-6; 306, 308, 336.
Brov.-ning. 349. C»aldaica, isS .
Bruto, M ateo Junio, 250. 209. 303. 338. Charles, R, H.. 161, 350.
Bruto fCicerón/, manual de tristona de la Christ, v, 239.
elocuencia. 303. Chro^cgraphia (S. Julio Africano). 369.
Buckle, T . H ., 43, 45, 47- Cicerón, 34. 71. 234. 230- 242, 244, 259,
4» 6 HISTORIA DE LA HISTORIA

265, 273; se ocupa de le historiografía Coroutc, 364.


latina en D e oraiorc, 274 ss.; considera Courbaud, E., 292.
la historia como im arte similar a la elo­ Credulidad, tendencia universal, 56; 346.
cuencia, 276; reglas para escribir la his­ Creso, 108, 200, 203, 209.
toria, 277; 278, 281, 284; da noticia de Creuzer, F , 188.
la afición que tenian los nobles roma­ Cristianismo, su interpretación ce la his­
nos a conservar la memoria de sus ha­ toria 35; orígenes de¡ cristianismo, 344
zañas, 2S9: 290. 291, 205, 296, 207, 298, ss.; la historiografía sufre con la eon-
299, 301, 302, 303; el Bruto, 303-4; 309, ceocién cristiana del mundo, 343 ss.: la
377 . 3 86. 3 *7 . 3 S9 - creencia en el mileiuc. 347-50; la única
Ciencias auxiliares de la historia, 23. historia que interesó al cristianismo pri­
Ciencias naturales, su contribución a la his­ mitivo rué la de los judíos, 350; el cris­
toria, 46. tianismo tiene una base histórica consi­
Cincio Alimento, L_ 294. derable, comparado con otras religiónes.
Ciro, 115, 267, 198, 199. 203, 303. 355; convierte la Listona en una sitrva
Ciro el Joven. 235. de la religión, 385 ss.: la antigüedad pa­
Ciudad de Dios (San Agustín), 36, 41, gana queda fuera de la historia. 386.
302, 304. 382, 388-00. Crítica, la acritud crítica, germen del co­
Cirilas D ei, v. Ciudad de Dios. nocimiento histórico. 20. 33: adquisición
Clarck, J. W „ 70. difícil de la cultura, 56: crítica de los
Claudio, 167, 336. textos bíblicos, 123.
Claudio Cuadrigaríc, Q., 208, 317. Croisct. A. y M._ 334.
Clístenes, 1S4. Crónica (Eusebia). 372, 306.
Cnossos, 179, 18c, 223. Crónicas, resultado de la amplificación de
Códices de pergamino, 72; los más antiguos los anales, 75; 00, 100; crónicas sincroni­
son Biblias, 7 :. zadas asirio-babilónicas, 125; crónicas lo­
Codificación de documentos babilónicos, cales griegas, 288.
109. Crónicas, libre de las, 128, 247.
Comentarios (César), 305. Cronio. 364.
Commentar:; pontiticum, 291. Cronógrafos. griegos. 2661 bizantinos, t 'c .
Commentar;: rcrurr. gestarum (Sila), 309. 3S3.
Confesiones (San Agustín), 387. Cronología, r. Tiempo, medición ¿el; cr.->
Consensus fidelium, 155, 156. noioeia bizantina, 83: cronólogos cristia­
Constancio, 338. nos. 87; inexactitud de ¡a cronología en
Constantino, 371. 372. 377, 380, 381, 387. T acidices. 223: Etoro, 243; Tuneo, asa:
Constantino, Vida de (Ensebio), 7 " , 382. 266; influencia de tas tecas milenarias
Constitución de Atenas (Aristóteles), 246- sobre la cronología. 349-50; 353, 3 6 5 ;
7- cronología e historia de la Iglesia, 367 ss.
Copérnico, 37. Ctesias de Cnico, 117.
Corintc. 232. Curro, materia escriptoria en Babilonia.
Ccm elio Sisenr.a, L „ 298, 310. 66: poco empleado en Occidente durar­
Corníord. F. M ., 225, 227, 228. te la antigüedad clásica. 68; a partir dri
INDICE ALFABETICO 41?

sigio rv d. J . e., se usa baio forma de en Tucidides, 228; 238; en Eíoro. 243;
{¡ergemmo, q. v. en Carota. 297: en Salustio. 309; en T i ­
Cumont, F.; 274. to Livio, 316.
Cuneiforme, escritura, 66. 82, 105, 112. Dirtenberger, W ., 247.
Dotniciano, 322, 323, 336, 368.
D , (Eicuteronomista), 135, 136. 153. Dracón, 173.
Damasco, camino de, 347. Ducange, 187.
Daniei. libro ¿e- 126, 133. 157, 16S. 349,
393- E, (Elobista), 232, 234, 237, 136, 137, 142,
Dsnte, 37, 60, 284. 38S. 142., 253.
D ario el Grande, 125, 198, 199, 200, 203, Eclipses, predicción ac los. 82, 83.
208, 210. Economía, su contribución a la historia.
Darwin. 19, 47, 378. 28, 46; su pape! ignorado por los anti­
David. 123, 14;, 144. 145, 247, 148, 251. guos, 34; considerada como base de la
' 5V 35°> 35 1- historia por Carlos Marx, 44.
D e gubernetiov.t D ei (Salviano), 394. Edén, 232. 532, 264, 183, 283.
D e rerum ne ture! (Lucrede), 2S4. Eforo, 172, 279, 243; intenta hacer una
Decalogo. 123, 135. historia genera) del mundo griego, 243;
Deceiìa, guerra ce, 213. 244. 243, 248, 276, 304.
Dei fos, 247. Egipto, año egipcio, 83; numeración de las
Demóstencs. 237, 297. años, 84: anales egipcios, 89; pobreza de
Deuteronomio. 127, 135, 136, 141, 142. ¡a historiografía egipcia, 89, 90, mitos
Deuteronomista, 135, 243, 144. y leyendas, 92; anales reales, 93, 99; io£,
Dewey, John, 52. 200, 203. 206, 289.
Dia, 77, 78, 79: Los irabejos ■» ìos ¿ics. Eisler, R „ 171.
(Hesicdo), 81. Eiohim. 232, 133,
Diàspora, 162, 347, 356, j6S; griega, 248. Eiohista, 132, 133.
D'bujos nrehistónoos, 71. Eneida (Virgilio), 282-84; su contenido
Diels, Hermann. 186. mítico era un sucedáneo de ia historia,
Dics fasti, 80, 293. 282, 284. 292.
Dies tute. 37. Ennic, 28:, 283, 292.
Dies nefasti. So, 293. Epictetc. 268.
Diluvio, mito babilònico de:. 1oS: 131, 232. Epítomes, 338, 3S5.
Diocieciano. 382, 386. Epopeya griega, estorba ia aparición de i*
Diódoro Siculo, 87, 11S, 243, 244. 266-67, historia, 283; fija su interés en los in­
33S. dividuos, 283.
Dsógenes Laercio, 247. Eratóstcnes. S-, 266.
Dión Casio de Nicea. 268-69. 274. 337. Erman, A.. 78, 01, 93.
Dionisio de Halicamasc, 243. 267. Erudición, es un conocimiento distinto di
Dionisio de M im o, 192. ia historia, 20; lentitud de su desarro­
Dipriccs. 67. llo en la antigüedad, a causa de la esc?
Discursos intercalados. cr. Herodoto, 2:0; ser de materia* cscriptorias. 60: estable
hístc -e í * DE LA HISTOIOA
4'8

cimiento y crítica de textos, 73; en Gre­ Faino Pretor, Q . 2 ^ 2Sl‘


cia, 241; en Roma, 301; su falta de crí­ 299.
tica, 301-2. Fabios, 281, 295.
Esatliaddon, x ri. Fasti, 293, 294-
Encipiones, 250, 252, 253, 256, 273, 281, Fcsii calendares, 291.
*95, 208. Fasti consulares. 291. 293.
Escribas, 90; importancia de! cargo en Fasti triumphal«, 294-
Egipto, 91; 93, 09, IOO, 102, IO 5 , IOO, Fatisto, 60.
112, I I 5 , 149, I5 4 . I5 8 . Fenicia, 206.
Fueritura, 51, 64; lentitud de su evolución, rereciáes, 172, 102, 275.
65; origen de la prosa escrita, 60; his­ Feuerbach, L . A , 422
toria de la escritura, 73, 105; escritura Fiestas religiosas, origen del calendario, 79.
hebrea, 147. 8c.
Escrituras, 128; autoridad de que gozaban, Filino, 257.
¡54; dificultades para saber cuáles de­ Fílipo de Macedonia. 236, 242, 243, 244,
bían aceptarse como reveladas, 154; 160, 248, 304.
345. 352. 355. 356, 357, 359, 363, 364, Fiiipo de Sides, 382. -
3*6, 387, 394, 395. Filis to de Siracusa, 1-3, 276, 297.
Fsdras, 12S, 137, 147, 148, 149, 157, 182. Filosofía, v. Interpretaciones; sinónimo de
risparta, 200. 213, 214, 216. 234, 255. historia. 33, 186: influencia de la íilc-
sofia griega sobre la historiografía, 262.
Esquilo, 198, 2x8.
Esscn, M . H . N . ven, 212. Filostorgio. 382.
Estaciones de! año, 77. Flavi os, 165, x65, 322, 336.
Estadística, 46. Flint, R_ 16.
Estoicismo, 262, 315. Flora, Joaquín de, 3-
pi - yj'-'
Estrabón, 243, 262.. 265-66.
Euágoras. 242. Foco, 11S. 243, 3S2.
Eumcnes II, tirano de Pérgamo, 7«. Folklore, 62, 64, 15c, 142; en los poemas
homérico», tS i.
Eurípides, 1S6.
Euscbio de Cesárea, 87, 118, 119, 181, Fortuna, 33, 34. 226. ' ‘¡y, 376-
266, 303, 312, 350, 357, 358, 359, 363. Fov-ier, 279.
364, 368, 370-82; noticias de su vida, Frazer, T. G., 130,
371; influencia de Orígenes, 371-72; sus Freeman, 237.
obras, 372 s;.; la Crónica 372-76; la Frc-issart. 137.
Historia eclesiástica, 376-S2; 3S3, 388, Fronde, 22. 237.
396. Furneaux. H., 326.
Eurropio, 393.
Fvangelios, su origen. 347; 362. 368 Galileo, 37. 47.
Fwald, H „ 137. ^aanbaidi. 28.
Exodo, 127, 132, 160. Gelzer, H . S3, 569, t - j .
Ezequic!, 128, 136, 149, 153, 349, 359. Gemara, :6o.
Ezra, ■ >'. Esdras. 76; ec la Biblia. 124, 137,
ÍNDICE ALFABÉTICO 41 9

¡49, 172, 367, 368: en G reca, 288; Ge­ Ham ack, A.. 350.
nealogías de Hecateo, 189, 193; 190, Harris, papiro, 91.
102; en Herodoto, 209. Hastings, 156.
Generación sirve para computar el tiem­ Hatshepsut, 93.
po en Grecia, 87: en el Antiguo Testa­ Hebreos, importancia y riqueza de su his­
mente, 143. 368. toriografía, 123; es expresión social de
Génesis, 54, 106. 108, 124. 127, 129, 130, un pueblo, 124; conclusiones, 151: es­
138, 139, 147. 163. 164, 182, 205, 338, critos no bíblicos, 159.
369. Hecateo, 24, 117, 188, 189-92: inicia la
Geografía (Estrabór.j, 263-66. historiografía griega, 1S0; 193, 196, 204.
Geografía (posiáonio ¡ , 265. 241, 385.
Georgias Syncelius. 83, 87, 374. Hechos de los Apóstoles, 347.
G entumía (Tácito), 322, 325, 330. Hechos y dichos memorables (Valerio M á ­
Gibbon, E., 22, 30, 337, 340, 377. ximo), 278.
Giigamesh, 108, 206. Hechos históricos, 19.
Gnosticismo, 359. Hegei, G . W . F„ 40, 43, 47.
Goethe, J. W ., 60. Heintici, C. F. G., 372, 376-, 381.
Gomperz, T h . 210. Heláiiico de Lesbos, 172. 193, 212. 223.
Gorgias, 242. 2j45> 275-
Greda, retraso con que aparece la historia, Heliogáhalo, 337.
184; aparición ¿el espíritu crítico en las Kelicpolis, 80, 05.
ciudades griegas de! Asia Menor, 1S4 ss.; Helleniea, continuación de la Historia de
ios legógraíos, iSS: en la obra de H e­ Tueídides hecha por Jenofonte. 235;
rodoto, 190 ss.; 264, 2Ó6; resumen de id. por Teopotnpo, 244: Helleniea de
su historiografía. 269-70; historiografía Calístenes. 247.
griega comparada con 1c romana, 274 ss.: Helleniea Qxyrhynchia. 243-44.
influencia de Grecia sobre Roma, 27c, Herádiro, 1S6, 3S0.
295. Hércules, 206.
Gregorio. San. 363. 387. Herdet, J. G „ 62.
Gregorio Hacianceno, 306. Herodes, 166, 267.
Gregorio de Tours. »37, 324. Herodoto, 16, a i, 2¿' 40. 68, bq, 70,
GrenfetL B. G ., 243. 7 ', 74, 87, 202, 303, JI 7. i r 8, 127: ^32,
Grimm, hermanos, 62. 13S, 139. I t i, 273. roo. 184.
Grote, 237. 286. 187. 188. IpO, IpI.- 193- ios-2 .1 0 ;
Guerras ¿e los judíos (Jcvsefo ¡ , 166. su viaa, 193-97; su Historia: aparente
Guiee iv Histórica! Liier ature. 390. falra de plan. 207-oS; £implitud de la?
digresiones, 108; en real!dad I2 COHIpOí-i*
Hadriano. 160, 268, 209, 336, 33“ . ción está cuidadosamente planeada. 108
H agen. H ., 291. o; las digresiones disminuyen conrormr
Hagiographa, r. Escrituras. Grecia pasa al primer plano, 200; su mé­
H all, H . R_ 112. 110. todo, 207 ss.; empleo de las fuentes, 20?,
Hammurabi. 103: código de. too. ss.; creencia en icvs oráculos y en un de-
4=0 HISTORIA DE I-A HISTORIA

vgnio providencial, 209; 211, 2X2, 21 3> preferentemente a la histeria científica,


214, 216, 2X8, 220, 224, 2251 229, 23 i- 23; orígenes predenti: seos, 24.
- 33. 236, 240, 24I, 246, 248, 249> 256, Historia Tripartita, 338, 3 %
* 57. 258, 262. 266, 267, 276, 281, 283, Historia: /Saiustio), 310.
3 «2. 3 M. 3 25? 33°; 338, 339. 343; Historia (T ádto), 322, 323- 32S, 331, 339.
3V . 363. 37o» 375? 376> 380. Historia Fhilippwa (Porrssevo Trogo),
les iodo, 81;, 86, 127 , 172, 182-83, x86, 3° 4 -
1R8. 192, 36b. Historiografía, r. Historia de ia historia,
H cxapla, 157, 395. 26; historiografía griega criticada por
I Incateuco, 127, 129, 141, 153. Flavio joseío, 171-74.
Hipérides, 297. Hojas de árbol, materia «scriptoria en
Huvarlilc, 179. Egipto y la India, 66.
Homero, 33, 55, 50, 62, i®S, 127, »72,
I listona, distintos significados, de! térmi­
179, 180-82; se Ù2 crttimao su edsten-
no, 16; limitación del campo de la kis-
c a misma, 181; auroridad de que goza­
toria, 18; so relación con la biografía,
ron sus poemas, :S i, 183. 264, 185- 186,
19-20; la historia como relato surge en
188. 196, 206, 2x4, 282. c d í. **>o, 356,
Grecia, 20: origen del término, 21; la
3S1.
historia arte. 2 i; la histeria ciencia, 21;
Homoiic, Th_ 247.
orígenes predentíficos. 24; interpretacio­ Horacio. 512.
nes de la historia, 27; su origen en las
Horas, 78.
ciudades griegas del Asia Menor, 1S6; Hugo, Víctor. 334.
primitivos significados del término. 186 Huiainga, j ., 17.
ss.; su conservación depende en gran par­ Hume, D.. 39, 47.
re <3r la materia a que se confía, 264; Hunt, A . S_ 243.
rl término indica en Roma relato de he­
cho.' contemporáneos, 293; diferencia en­ Idea, su papel er. la historia según Hegel.
tre historia v anales, según Servio, 203;
41.
la historia refleja los intereses de La so­
lliaJa (Homero). 12-. 180, i S i . 182, 186.
ciedad que la produce, 296.
Imaginación primitiva, su pcsrsza, 55; ca­
Hnloria (Fahio P íetcr), 294.
rácter positivo de sus cread-mes. 57: 122.
Historia (Hcroár.to), 107 ss.
Inmortalidad, creencia tr, la'- so inxiucndr.
Historia (Posidonio), 265.
sobre la historia, 348.
Historia Je la Ciriliíaciór. en Inglaterra, Inscripciones, so: pardendo cr cuas ve des­
(Bticl.Ie), 43. arrollan ios documentos -erróneos, 74:
Historia eclesiástica (Eusebio), 358. 363-64, 81; de Sesos tris I. feo: oc- bah: iorneas.
36R. 372, 376-82. 109; ira : persas. 115; 14Ó; ¿atinas, 290:
Hsst'iria Je la guerra Je! Pciopor.eso (Tu- 296.
cidtdcs), 211-31. Internationa! Bibliography c.* Histórica!
Historia natural (Plinio). 301. Sciences, 400.
Historia de la historia, es de estudio re­ Interpretaciones de ia historia- 27; no sor.
ciente, 13; su importancia, 16; se refiere de su dominio las causas recríes, 28; el
ÍNDICE ALFABÉTICO

"significado” de los hechos, 29; inter­ Jerónimo, San, 70, 87, 14?; *5®» su ver_
pretaciones filosóficas de la historia, 33; sión de la Biblia, 157-58: 284, 33S, 344,
¡a interpretación cristiana, 33; la inter­ 357; 35s ; 37 *. 37-; 373- 374; 375; 376;
pretación filosófica en e! siglo xvm, 38; 382, 383, 387, 391, 395-9S; su comenta­
Kant, 39; Rankt, 4c; H egcí, 40; la inter­ rio a la caída de Roma, 396-
pretación materialista, 42; G 'rlos Marx ferusalén, 136, 138, 139, *44- * 45* *47;
y la interpretación económica. 44; inter­ 148, 149. 353, JÓ3, ióó, 167, 169, 205,
pretación histórica de ¡as interpretaciones 36c.
de la historia, 46. Jesucristo, 170, 344, 347, 352¡ 353; 355;
I n tr o d u c tio n te ¡h e H is t o r y cj H is to r y , 356, 358, 362, 364, 365, 36S, 369, 370,
(Shotwell), 10, 11, 399. 382.
Isaías, 128. Tob, libro de, 128.
Iseo, 237. !osc, 123.
Isidoro, San. 386. josefo, Flavio, 102, 103, 118, 120, 128,
Isócrates, 118, 236, 237: su vida, 242; 148, 149, 156, 157, 150, 1Ó2, 165-75; su
maestro de elocuencia, emplea !a historia vida, 165-66; Las guerras de los judíos,
en sus discursos. 242; 243. 244, 245, 262, r66; Antigüedades de ios judias. 166;
276, 295, 298. Autobiografía. 168-70; Contra A pión,
í j t , 267, 353, 369.
Israel, 132. 133, 138, 144. «46, 147. 152,
Josías, 13C, 153.
1 54; 35 E 358; 3é 4 - 3Ó5-
Josué, libre de, 127, 128, 129, 141-43, 144.
*45; *5°-
J {Jahveista), 13X5 *33; *34; *35; *37; Juan, San. 347, 349, 359.
138, 141, 142. 145, 153. Juan Baustists, Sari, 170.
jackscn, A. V . W _ 115.
judas Macabeo, 150.
Jacobo, rey, 395.
Judea, 132, 135, 146, 147-
Jscoby, 208. jueces, libro de los, 12S, 142- 143-44, 145,
Jahveh, 133, 134, 136. 137. 139, 144, 145.
150.
jahveísta, 131, 132, 133, 337- Julio Africano, Sexto, 83, 8“ , ro í, 350.
James, M . R., 163.
30S, 369, 373.
Je, 133, 153.. Juniano Justino. M .. 304, 338, 393.
jebb, R. C_ 237.
juster, j., 3=5.
I ed , 138. 553.
Justino Mártir, 181.
Tehovah, r. Jahveh.
Justo de Tiheriades, 169. 368.
lenófanes, 185, ico.
Jenofonte. 113, 12S. 233-37; su vida. 233;
distinta apreciación de su obra por ios Kant. Emmanuti. influencia de su meta tí­
antiguos y 1« modernos, 234 ss.; 242, sica cr, la histeria, 39; 47-
243, 244. 276, 277. Kam ak, templo de, 00, 101.
Jeremías, 128, 150. 349. Karst, j., 374.
ler i es. 197, 109, 201, 203. 209, 210. Kent, C . F., 130.
Jeroboam. 146, 147- King, L. 112, 116.
Teroglíficos. 51, 66. 73- ° 5- Kipling. R_ 55.
4 2 2 HISTORIA DE 3LA HISTORIA

Laqueur, R., 169, 170. base de la cronología en Grecia y Ro­


I-epsius, R., 91. ma, 85.
I evitico, 117, 148. Lutero. Martín, 158, 305.
I-cy, libros de la, 127, 137, 153, 154; su
conversión en tabú, :ya; 157; ley oral, M acG ifíert, A. C_ 357, 5 7 :. 377, 378.
contrapuesta a la escrita de Moisés, 159; 379-
347 - Macabeos, libros de los, isa , 251.
I a-yenda, es la precursora de la historia, Macan, R. W ., 190, 208, 209..
59; en ella e! elemento humano pasa al Macsulay, T . B., 22, 204, 22S, 229, 244.
primer lugar, 59; se conserva por tra­ Mackail, j . W , 284, 309.
dición oral. 63; tipos de leyenda, 63; le­
Madera, materia escriprora, 6—; s. tabletas,
yendas egipcias. 92; leyendas prehistó­
Malthus, T . R., 46.
ricas en el Pentateuco, 120. 130, 131;
Manethon, 03, 102-3, 174. 294, 360,
138, 142: leyendas del origen de Roma,
Maquiavelo, 47, 319.
279 ss.; de santos y mártires. 368.
Maratón, 198, 199, 204.
I.ibri mdgistretuum, 294.
Marco Antonio, 275, 276.
¡.¡b r i P o n t if i c a v i , 291.
Marco Aurelio, 379.
Ridano, 33S. Marcos. San, 347.
Licinio Craso. L., 275. Mario, 305, 309, 3:2.
Licinio Macer, C-, 29S, 317. Mario Máximo, 337.
Lidia. 108, 200. Martín de Tours, San, 364.
Ligbtfoot, J. B „ 372. Marx. Garios. 44, 46, 47.
Ligbtfoot, John, 369-70. Maspero. J , 05.
Lisias, 207. Mateo, San, 347. 357.
Listas de reves; egipcias, 92; babilónicas, Materialismo, su interptetaáse de la his­
100; 155. toria, t í .
Livio Andronico, 281. Materias escriptorias. su influencia sobre el
1,ológrafos, 33, 188 ss.; 366, 370. desarrollo de la cultura. 65. 66, 264.
Mecenas, 2S2.
¡¿ ’gol, 187-88: en Heroáoto, 204. 207, 314,
Medio. 43.
330.
Melos, 215, 2!Ó.
Longino, 364.
Memorabiiií (Jenofonte). 23-
Lucas. San, 347.
Meses, 77, 79, S6.
Luckcnbill, D . E>., n o , 111. Mesiantsmo. Mesías, 151, ryc.. 349. 3^3,
Lucrecio, 34, 60. 284-87; su concepción
355- 356> 367, 381.
científica de los orígenes de I2 civiliza­ Metafísica, intérprete de ía húsroria, 40, 41.
ción, 285 ss.; 303'. Método comparativo, 52, 62. t t .
I úculo, L. Licinio, 305. Meter., 85.
1 upares sagrados, 129, 135., 136, 145. Meyer. E „ 83, 112, 113, 219. 243.
Luna, instrumento más antiguo ene el sol Micala. 109.
para medir el tiempo, 81; ciclo lunar Micenas, 179. 223.
relacionado con e! solar, 82: el año lunar Miche’et, j „ 22, 237.
INDICE ADFARET;CO ¿23

Mickiexocz. 356. Müller, Max, 63.


Midrashira. 148. Murray, G., ìS6.
Milagro, su presencia constante en e! mi­
to, 54; en la Bibha. 133, 142, 155. Nabonasar, era de, 83» - ' ?•
Milcíades. 200. Nabómcus, 115-
Milenio. 36, 37; 347-50; es creencia que Napoleón, 28.
ejerce ¿reflujo perjudicial sobre la histo­ Naram-Sin, 1:0. 115.
riografía cristiana. 248 evolución de Narración, medio de expresión de la his­
esta creencia, 349-50. toria, 30; surge de la inscripción, 75.
Miltcr_ 37» 55» 6c<> z 84» 3s s - Naville, E , 95, 98-
Minos, época de. 170, 180, 223. Nebuchadnezzar, 155, 204.
Mishntah, t6o. Nehemías, libro de, 128, 137, 158, 147,
Miro, es :c más antigua narración histórica, 148, 149, 150, 154.
30; es im producto social, 30, 32, 54, Neoplatonismo, 350, 360, 385.
56; intenta penetrar en el misterio, 53; Nepote, Cornelio, 205, 303, 313.
el mito del origen del mundo, S4: po­ Nerón, 324, 329, 336.
breza de la imaginación primitiva y re­ Nema, 337, 339.
petición de temas. 55; vida propia del Nevio, C., 281.
mito, y~; contribuye a su preservación su Nicea, 371.
contenido sobrenatural, 37; sobrevive en Nielas, paz de, 213, 214.
la poesía. 60; mitos egipcios, 92; mitos Nicolás de Damasca, ti?», 166, 267.
Niebuhr, G. B , 237. 274» 280, 3 1 :.
babilónicos, 106: del monstruo Oannes,
N ini ve, 113, 114.
119, 15*, 186: mitos griegos criticados
Nino, 1 17, 118.
por Hecateo. 189; 192, 290.
Noches ¿ticas (Aulo G elio), 293. 337.
Mitrídates. 305.
Ninna, calendario de, 8t.
Moderara. 364. Numenio, 364.
Moisés, 123. 128, 130, 132, 133, »34, 136,
Numerialto, 35/-
137, 13?, t ¿ i . i¿4, 153, 159, ióo , róí, Números, libro de lets, 127.
164, iñ?, i8x. 1S2, 353. 359, 361. 363,
364. 328, 373. 3S2.
Octaeteris, 85.
Molinier. Á , 311.
Octavio, 283,
Mommsen. Th.. 280, 326.
Odisea, (Homero), rSo, 181. 18-4 281.
Monogramas onomásticos, forma primitiva
Olimpiadas, ciclo de las. Sri esta/-reído po:
de las inscripciones, 74; 92.
Timeo, 245; 247, 3-5.
Montañismo, 35c.
Q im stead, A . T . E „ 1 : 1 . 1:4 .
Monumentos, 5 :. Omri. 146.
Moore, G . F., 135. 146, 156. Oráculos, 186: en H creduto. 200.
Moral en la Biblia. 134, 135. 151. Oratoria, en Grecia, 238; arre- siirúsar a la
MuCSO Scés’oW P - 292. 298. historia según Cicerón, 276; roo.
Mudge, J. G., 390. Orígenes, 157. 163, 350, 355, 357-64; es
Müller, C_ 244. el más grande maestro de la alegoría
4 ¿4 h istoria de xa historia

cristiana, 357: modernidad de sus ideas, Pax Romana, 256.


358 í í .; Contra Celso, 361-63; 369. 371, Peinara, H . F_ 319.
37*. 375t 382* 3SS- 395- Peiiegrini, A.. 95, 96.
Orígenes. libro de lo s 137, 14:. Peloponeso, guerra de, 195; sus orígenes
Orígenes precientíficos de la historia, 2.4. explicados por Tucidides, 214; minucio­
Origines (Catón), 295. 296, 297. sidad con que relata sus episodios, 214;
Or-.go gentis Romance, 338. 274.
Orosio, Paulo, 41, 304, 382, 390-94; sus Pentateuco, 223, 127, 129-39; sus cuatro
Siete libros ¿e Historia contra los Paga­ fuentes principales, 129; 141 ,145, 130,
nos, escritos pare completar ¡2 obra de 152, 157, 163, 203.
S. Agustín, 391-92; su esquema de la Pergamino, 68: leyenda sobre su invención,
historia universa!; las cuatro monar­ 70; códices, 71; palimpsestos, 71.
quías, 392-93. Pérgamo, biblioteca de, 69, 70; centro de
Oseas, 13a, 136. comercio de: pergamino, 72.
Osiris, 92, 206. Periar.dro, 209.
Overbecic, F „ 372. Péneles. 184, 192, 197, 214, 215, 217, 218,
Oxyrhync.hus Papyri, 243. 219. 229, 260, 521.
Persia; historiografía persa, 115; roca de
P (Historia sacerdotal), 137, 13S, 149, Behistun, 115; en la obra ¿e He roco­
! 53 - to, 199.
Pablo, San. 36; creador de la teología cris­ Pérsica, 117, 192, 103.
tiana, 346; su indiferencia ante los da­ Pérsica (Ctesiai), 117.
ros históricos, 347: 352, 359, 3S6. Perer, H „ 243, 250, 262, 303.
Padres de la Iglesia, 181, 302, 345. 346, Phiiippicc (Teopnmpo), 244-
$■ >2. 353. 357; 358. 362, 36;: griegos, Phiio judaeus, 128, 162-63, 3=.-. 35S.
782-83; 3S6, 387. Pidna, batalla de, 240. 271.
País, E., 280. Piedra, sus desvéntalas come materia es-
criptoria. 66; piedra de Paléeme. 92; pie­
Paleografía, 73.
dras conmemorativas asiría.^ ; 12.
Paícrmo, piedra ce, 93.
Pisistráridas. 224.
Palimpsestos, 71, 72.
Pisistra to, 173, :•82.
Panfilo de Cesárea, 371. 372. 38c, 381.
Pisón, 275-
Panfletistas políticos griegos, 246.
Pitágoras, 172, 359-
Par.odoro, 83.
Platea, 190.
Papel, 63. 72.
Papiro, 66: su empleo en Egipto como ma­ Platón, 54) 118, 127. 181, 23S, 237. 242.
teria esenptoria, 66; se extiende per el =55; 262, 263, 265, 328. 361. 364.
mundo griego y romano, 68; ienrituc de Plauto, 294.
su adopción, 68; es sustituido por el Plinio el Joven, 7O. 297. 3IZ. 322, 323,
pergamino, 70; no sirve para escribir so­ 336.
bre éí varias veces, 7 :; papiro Harns. Plinto el Viejo, 301, 324.
91; 2Ó4. Plutarco, 192, 222. 247, 250. 266. 268,
Partenón, 217, 218. - 95- : 97- 305> 335- 344-
INDICE ALFABETICO 4=5

Poesía, puente entre eì mito y ia historia. Q> 347-


60: es instrumento poro adecuado para Queremos!, 36a.
narrar !o; hechos, 6o; determina ia vi­ Quinnliano, 278, 312, 316.
sión de Tucídidcs. 222.
PcLbiO. 21, 33, 34. 36• 167. 1S7, 237, Rabinos. ¿25, J54, 156, 158, xso, 6 , 395.
j o

243, 245, 248, 249-59; su vida, 249-so; Racionalismo, su interpretación de la his­


se propone narrar ti prodigioso crcci- toria, 38: 346.
miento de Roma. 250; su concepto frág ­ Raám, Paul, 56.
m ítico de ¡a historia. i l i ss.: pape! de
Ramsés II, 92.
í£ fortuna en lo? hechos. 2*0; su me-
Rasnsés III. 91.
toco de trabajo. 255 ss.; desprecia a "ios
Ranke, Leopoldo. 40. ¡24. 228. 247, 258,
cruentos sin experiencia de! mundo: su
386.
ataque a Timeo, 25C; sus continuas d¡-
presiones forman un vcrcadero tratado Rawiinson. G.. 106.
sobre la manera de escribir la historia, Rawlinson, H ., 116.
25S; 2Ór, 262, 264. 265, 273, 278. 279, Regia, 290, 291, 292, 296,
298. 308, 300, 314. 3:7, 318. 319. 338. Reinach, T ., 343.
? 50, 35 1- 37J> 377- Retóricos griegos, 257 ss.; sacrifican la
Policrates, 209. exactitud al efecto, 239.
Política. en ia natigiieclsd se reduce s ciía Reves, libro de los, 128, 129, 136, 243, 144,
ia explicación de los fenómenos históri­ 145, ¡46, J47, 15c.
cos, 35; en Roma su importancia nc co- Ricardo, D ., 46.
rre<p>onde con el débil desarrollo ce la Ritual. 58, 80; en ios textos bíblicos. 124;
historiografía, 273. en c! Pentateuco, 120; 134.
Pompeyo, 305. 3S5. Rebinson, J. H ., 9.
Pompeyo Tropo, 304. Rcgers, R. W ., 107, 112, 116, 146.
Pontífices máximos, 275; llevan un regis­ Roma. 240. 250, 251, 253, 235, 256, 257,
tre anua! de los acontecimientos, 290, 264, 20Ó, 26-, 266; relativa pobreza de
291. 292, 296. su historiografía, 273 ss.; es comparada
Porfirio, intervierte er. la controversia con con ia griega por Cicerón, 275 ss.; la his­
Orígenes. 363-64. toria es considerada como un arte simi­
Posidonio. 262; continúa la historia de Po- lar a la oratoria. 276; carácter de la kis-
lihio, 265; 266. toria para los romanos, 278: influencia
Postara lo Albino, A.. 291;. ce Grecia, 279: leyendas primitivas, su
Prehistoria, 40. relativa modernidad, 270; 280, 281. 282,
Profetas, profecía, 127. 128. 144, 146, iso, 283, 284; culto de Roma, 289; historia
152- 154, 155, 150, 163-62, 2Ó0, 347, nobiliaria, 2S9; anales romanos, 200 ss.;
352, 355, 356, 35% 382, 3S5. 202, 204' la historia th Roma, privile­
Proverbios, 128, 156. gio de la clase alta, 294. 297; 298. 2.99,
Psicología, su contribución * ia historia, 302. 304; apologías en la última época de
2?. 46. ia República, 504-5; 307; en la obra de T i ­
Ptclomeo, canon de, S3. ro Livio, 31: ss.: en Tácito, 328, 334: 336,
4-' HISTORIA DE a-A h ís t o r ía

lermina su visión fiel pasaao, 222; rnexac Verrio Flaco, 293.


titud de su cronología, 225; limita su Vespasiano, 165. 322.
tcrr.a a la guerra, 224; alteró los datos >'idas de ios Césares íSuetocao), 336.
para dar unidad a su asunto, 225; sólo Vidas paralelas i Plutarco i. 268.
sr ocupa de la política en relación con Virgilio, 273. 2-S1, 282-8 •. r os, 201, 292,
la guerra, 225; explica los hechos por - v 3'
motivos personales, 226; pone discursos Viris iliustribus. D e (San Jerónimo}, 338,
inventados en boca de sus personajes. 344,_ 357- 37Í- 3Ç-6.
. r r.; op on e en ellos su filosofía de la F irií iliustribus urbis Romana?, De, 338.
historia, 229; 235, 23^, 236, 237, 238, Voltaire, 32, 38, 39, 4-, iSç.
239, 240, 241, 243, 244, 246, 247, 248, Vulgata, 374, 395. 306.
249. 253. 257, 258, 269, 274. 276. 277,
283. 207, 208, 299, 306, 308. 309, 321, Washington. Jorge. 130
;x8, 343, 350, 375. 385. Waterloo. 2S.
T"vlor. E. £_ 42. 56. Webster. H . 8c.
W eigaîl, A_ 95.
Wells, H . G.. 304.
I Isther, I.. 369-70.
Wilamowic-Môtlendori. 23 e .
Wilson, 230.
Valente. 33S. 339. Wissowa. 279.
Valerio Andas, 298. 3 ir, W olf, Federico, ifo -S i. i f c .
Valerio Máximo, 27S.
Varrón, Marco Terenao, 70, 301-3; ape­ Yugurta. Guerra de (Saltisele i . 306, 307.
nas si se conservar algunos fragmentos .■
de sus obras. 302; las A n tig ü e d a d e s Ro­ 7
manas, obra enciclopédica, 302; 305, 317,
335. 358. 370, 389. Z ed grisi, 40. 3S6.
IN D IC E GENERAL

Pags
Nota de! traductor 7
Prefacio 9

PRIMERA PARTE; INTRODUCCION

1. Definición y objeto de la historia.


II. La interpretación de la historia................ .............. z~
III, Prehistoria: el mito y ia leyenda. jo
IV . El libro y ia escritura............................................. 6s
V . La medición de: tiempo. . . . 77
V I . Anales egipcios 80
V i l . Documentos babilónicos, asirios y persas 105

SECUNDA PARTE: HISTORIA HEBREA

V III. El Antiguo Testamento como documento histórico. 123


D I. El Pentateuco ............. tac,
X. Lo? restantes libros históricos celAntiguo Testamento ;
X I. La formación del Canon rs:
X II. Literatura hebrea ajena a ia Biblia; josefo jto

tercera p a r t e : historia, griega

£X m . De Homero a Heroccto 179


c X !\ ’ . Herodoto 105
, XV. Tucídiaes 2 ii
X V I. Retóricos y eruditos 233
'X V I I Polibio - 24r-‘
X V I II. Historiadores griegos de ia última época 26;
K trro K u 3 S LA HISTORIA

C U A R T A P A R T E : H ISTO RIA R O M A N A

Fágs.
X IX . La historia eti Roma: Oratoria y poesía “ 73
XX. Analistas romanos e historiadores primitivos 289
X X I. Verrón, César v Salustio . . . 301
•X X U . Tito Livio ' 3n
•XX III. Tácito ............ 2 I

SX X I V De Suetonio 3 Arniano Marcelino 335

QUINTA PARTE: EL CRISTIANISMO Y LA HISTORIA

X X V . La nueva Era ................... 343


X X V I . La alegoría y la contribución de Orígenes. 35?
Cronología c Historia de la Iglesia; Ensebio 3é7
XXVIII. La Ciudad de D i o s ....................................... 3-5
39 "?
Indice alfabético 413
C¡«- boro acabó rii- impr-m» ci «*« _ -
d<- diciembre de 1940 en ! i îinp.en^
"Manuel W a Sanche/, S C. U c.*
àpt» Baskcrvüîe de !» puww y en
p;¡uc! laurini!?. Su edición estuvo
àf cuidado de Vanivi C osi s s *-
H(ge¡ y /o«’ C. ( àz'iucz.

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