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Los cautivos vuelven a Judá

Estudio de parte del maestro: Esdras 1.1 al 11, 2.64 al 70, 3.1 al 13
Lectura con la clase: Ester 1.1 al 11
Texto para aprender de memoria— los menores: Salmo 103.8
los mayores: Salmo 103.9,10
Introducción
En nuestras lecciones sobre Daniel y Ester hemos visto que Dios protegió y
bendijo maravillosamente a su pueblo durante el período de su cautividad
bajo los caldeos y persas. La historia de hoy nos ilumina en cuanto al
cumplimiento de la palabra de Jehová respecto de la vuelta de los israelitas a la
tierra de ellos tal como Él había predicho por Isaías y Jeremías. Véanse
Jeremías 25:11, 29:10, y especialmente Isaías 44:24 al 28.
El decreto de Ciro
Sabemos que Daniel estudiaba estas profecías en el mismo tiempo que
Babilonia fue tomada, Daniel 9:2, y tiene que haber conocido personalmente a
Ciro debido al alto puesto que ocupaba en el gobierno de Darío. Es muy lógico
pensar que a lo mejor él mostró a aquel rey la palabra de Jehová. Con 175
años de anticipación, Dios le había nombrado haciendo ver que Él ayudaría a
los israelitas a regresar a su tierra. De todos modos, Ciro accedió prontamente
a la voluntad de Dios, pues hizo proclamar en todo su reino que todos los
judíos que quisieran volver a su patria tenían amplia libertad para hacerlo.
Los preparativos
Es fácil imaginar los grandes preparativos que los judíos harían para el largo
viaje, juntando sus ropas, enseres de casa, animales, etc. Pero el historiador
sagrado no habla de tales cosas, sino más bien de lo que prepararon para la
casa de Dios. Setenta años antes Nabucodonosor había quemado ésta
después de haber sacado todos los vasos de oro y plata, vasos que su nieto
Belsasar usó años más tarde para un banquete impío la noche que fue
muerto. Ciro entregó todos estos vasos a Sesbasar, príncipe de Judá, 5.400 en
total, diciéndole que los llevase para el servicio del templo que deberían
edificar para Jehová Dios de los cielos. Los judíos que acompañaban a este
príncipe también llevaron consigo dones valiosos que les dieron sus hermanos
que permanecían en la tierra de los persas, oro, plata, bestias y toda clase de
regalos.
Llegó el día tan anhelado cuando, estando todo listo, emprendieron el viaje.
Había ancianos que recordaban el tiempo cuando Nabucodonosor les había
arrebatado de su tierra, y es de creerse que asomarían lágrimas a sus ojos al
comprender que Dios en su infinita misericordia ahora les permitía volver a
ella. Había muchos niños también quienes sólo sabían de Canaán por lo que
sus padres y abuelos les habían contado. Estos estarían muy entusiasmados,
gritando los unos a los otros, deseosos de partir en lo que para ellos iba a ser
la aventura más grande de sus vidas.
 Muchas veces durante el largo cautiverio los judíos habían llorado al recordar
su tierra (Salmo 137) y al regresar hacia ella les parecía que soñaban (Salmo
126). Era grande la caravana pues viajaban aproximadamente 50.000
personas, incluyendo los hombres, mujeres, niños y sacerdotes, y había más
de 8.000 animales. Uno se imagina que muchas veces durante el viaje tienen
que haber cantado, ya que había entre ellos doscientos cantores y cantoras.
Cuando estaban cansados o rodeados de peligros y enemigos, expresarían su
confianza en su Dios, alabándole con los salmos de David. Él, favoreciéndoles
en todo momento, les hizo llegar por fin a la tierra que había prometido a
Abraham y a sus descendientes. Allí se repartieron a fin de que cada grupo
fuese a su ciudad o pueblo para edificar de nuevo sus casas.
El altar y el templo son reedificados
En el mes séptimo, mes de especial importancia para los israelitas, pues en él
celebraban tres fiestas de Jehová (Levítico 23:23 al 44), se juntaron como un
solo hombre en Jerusalén. Aún no habían empezado a reconstruir el templo,
pero en medio de las ruinas buscaron el sitio del altar anterior. Sobre la base
que todavía existía, edificaron un altar nuevo, en el cual ofrecieron sacrificios
por la mañana y la tarde. Luego después comenzaron los preparativos para
edificar el nuevo templo, y leemos que trabajaron “como un solo hombre”.
Cuando echaban los cimientos de este edificio, los sacerdotes se vistieron sus
ropas, los cantores y la demás gente se reunieron para alabar a Dios por su
misericordia, y todo el pueblo aclamaba con gran júbilo de tal manera que se
oía el ruido hasta de lejos.
Ciertamente aquí hay enseñanza para los alumnos salvados, pues si han
perdido el gozo de la salvación, Dios puede restaurarles tal como hizo para con
los israelitas. Véase 1 Juan 1:7 al 9.
La enseñanza para los no salvados es que al igual que Dios intervino en favor
de los cautivos, impotentes en sí, y operó en el corazón del rey Ciro para su
bendición, del mismo modo Él ha provisto la salvación en Jesús. Ciro no obligó
a nadie a volver a Canaán; dio permiso e hizo provisión para los que deseaban
hacerlo. Así Jesús no salva a viva fuerza, sino que llama al pecador para que
éste se le acerque, Mateo 11:28, Juan 10:9.
Preguntas

1. ¿Cómo se llamaba el rey que exhortó a los judíos a que edificasen el


templo?
2. ¿Qué les dio para ayudarles con este trabajo?
3. ¿Para qué se juntaron los judíos en Jerusalén en el séptimo mes?
4. Cuente lo que hicieron al ver que se echaban los cimientos del templo.
5. ¿De qué manera es Ciro una figura del Señor Jesús?

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