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CAPÍTULO I

—Quiero que me enseñen a coquetear —pidió Victoria Douglas, de dieciocho


años, mientras miraba por la ventana de sus aposentos, en la propiedad rural de
su tío Magno, el duque de Inverary.
Al oír la risa de sus hermanas, se alejó de la ventana y caminó hasta ellas,
ambas acomodadas en cómodas reposeras.
Angélica, de veinte años, marcaba la letra “I” en la suela de cada pie izquierdo
de los pares de zapatos nuevos de Victoria, mientras Samantha, de diecinueve,
hojeaba el Times de aquella mañana.
—¿Qué es lo gracioso en querer aprender a coquetear?
—¿Por qué estás interesada en eso? —Angélica no desvió los ojos de lo que
hacía.
—Tía Roxanne tuvo otra de sus visiones paranormales —Victoria calló por un
instante, al detectar la incredulidad en los ojos de sus hermanas. —Según ella,
estoy destinada a casarme con un conde y un príncipe, no siendo necesariamente
dos hombres diferentes. Solo deseo estar preparada para conquistarlo cuando
aparezca.
—¿Y por qué sería necesario conquistar a alguien con quien ya estás
predestinada a casarte? —La pregunta de Samantha era más una broma que una
ironía.
—Para compensar mis puntos débiles, como mi cabello pelirrojo, por ejemplo.
—Tu color combina perfectamente con tu personalidad —Samantha admiró la
abundante cabellera de su hermana pequeña y sonrió.
—Me gustaría tanto tener el pelo negro como el tuyo Sam, o rubio como el de
Angélica. Oí decir que los hombres adoran a las rubias.
—Para de quejarte, Victoria. Podrías ser calva.
El comentario de Samantha divirtió a las hermanas.
—Yo adoraría tener el cabello negro como el de Sam o pelirrojo como el tuyo
—confesó Angélica, mientras marcaba la suela de otro zapato con la letra “I”.
—Y yo quisiera parecerme a una de ustedes dos, hermanitas —concluyó
Samantha.
—Parece que nadie está satisfecho con lo que tiene —Victoria sonrió, pero
aquella linda sonrisa pronto se desvaneció. Cuando volvió a hablar, había angustia
en su voz. —No sé distinguir izquierda de derecha, y nunca leeré el Times porque
nunca logré aprender a leer, escribir o calcular. Si al menos supiera coquetear,
podría encontrar un hombre y casarme con él, antes que descubriera que no paso
de ser una incapaz.
Al percibir la manera como las hermanas la observan, Victoria sintió que un
calor le subía a las mejillas. No podía cree que su frustración aún sorprendiera a
sus hermanas. Hacía años que conocían su problema. Conocer y comprender, sin
embargo, eran cosas absolutamente distintas. En fin, ellas sabían leer, escribir y
calcular.
—Para de decir que eres incapaz, porque no es cierto —replicó Angélica.
—Algo impide que aprendas, es sólo eso —agregó Samantha.
—Sí, ¡Algo llamado estupidez!
Las hermanas iban a decir algo, pero Victoria las hizo callar con un ademán.
—La mayoría de las personas no saben, porque nadie jamás hizo el intento de
enseñarles. En cambio, yo, no logré aprender, a pesar de todo el esfuerzo que
hicieron para enseñarme. La letra “p”, para mí, es una “q”, mientras que la “b”
parece una “d”, esto sin decir que confundo el “6” con el “9” —concluyó la voz
marcada por la frustración e impotencia.
—Todos tienen un punto débil —Samantha intentó consolar a su hermana. —
Yo cojeo a causa de aquel accidente con el carruaje.
—Pues yo cambiaría, de buen agrado, mi estupidez por tu pequeño defecto
casi imperceptible, cuando tú lo desearas.
—Tienes tantos talentos, Victoria, tocas la flauta con increíble habilidad y
belleza y tu joie de vivre es contagiosa —Había sinceridad en las palabras de
Samantha.
—¿Qué dijiste?
—Joie de vivre... Alegría de vivir —tradujo Angélica. —En fin, ¿cuántos pares
de zapatos tienes?
—Tío Magno y tía Roxanne compraron un ropero entero para mí, además de
zapatos y otros accesorios —Victoria volvió su mirada hacia la ventana. —¿Por qué
adelantar un ajuar entero a alguien que no tiene pretendiente? ¿Creen que
encontraré un caballero a mi medida en breve y me case? —Victoria aún miraba
por la ventana, pero ahora había un brillo de genuino interés en sus ojos.
Los cuñados, Robert, marqués de Argyll, y Rudolf, el príncipe ruso, practicaban
golf en el campo extenso más allá de los jardines, detrás de la enorme propiedad.
—Robert y Rudolf están jugando al golf.
—No me digas que Rudolf está moviendo esos tacos cerca de los niños —
quiso saber Samantha, preocupada.
—No, quédate tranquila.
—¿Y Robert? —Esta vez fue Angélica quien demostró preocupación.
—Las niñeras trajeron a los niños más cerca de la casa —Victoria se volvió
repentinamente con una ancha sonrisa. —Ustedes dos tuvieron gemelos en un
mismo año. ¿Creen que también tendré gemelos?
—Conseguir un marido antes ayudaría un poco —bromeó Angélica, mientras
marcaba la suela del último par de zapatos.
—Los hermanos de Rudolf llegarán mañana —el comunicado de Victoria
revelaba cierto entusiasmo.
—¿Sabías que tía Victoria invitó a Lord Alexander Emerson, conde de
Winchester, para pasar el fin de semana con nosotros? —Samantha dejó a un lado
el diario que leía.
—Aquel aburrido —disparó Victoria inesperadamente.
—¿Por qué dices eso? —Indagó Samantha.
—Porque está siempre serio. Los hermanos de Rudolf son mucho más
divertidos.
—¿No me digas que estás interesada en el príncipe Stepan? —La pregunta
provino de Angélica.
Victoria podía percibir un aire de preocupación en el semblante de sus
hermanas, pero no sabría decir el por qué.
—Stepan y yo somos amigos, como primos.
—Ven aquí, hermanita —Angélica buscó desviar el asunto. —Samantha y yo
vamos a enseñarte a coquetear. Así podrás practicar con Alexander Emerson
durante el fin de semana.
—Una idea espléndida —Samantha acordó mirando para la más joven. —Si un
caballero serio como Alexander Emerson se rinde a tus encantos, no tendrás
problema en conquistar a hombre alguno.
—Es un poquito viejo, ¿no creen?
—Alexander tiene solamente veintinueve años, Victoria —replicó Angélica.
—Eso sin decir que es el conde de Winchester, un partidazo —agregó
Samantha.
—Debes saber que hay una fila de madres intentando empujar a sus hijas
hacia él —informó angélica. —Y no es para menos, con el título y la riqueza que
posee.
Victoria jamás había pensado en Alexander de aquel modo, pero las palabras
de las hermanas hicieron que comenzara a ver al conde con otros ojos.
—Apuesto que las madres de las que hablan, se quedarían verdes de envidia
si supieran que el conde de Winchester va a pasar el fin de semana en el campo,
donde hay una joven disponible, a pesar de ser pelirroja y estúpida.
—Escucha señorita —le advirtió Angélica. —Si coqueteas con Alexander, no
podrás admitir jamás delante suyo que estas solamente practicando. Los hombres
son muy sensibles ante cosas de este tipo —Samantha estuvo de acuerdo,
asintiendo con la cabeza.
—Pues intenten decirme cómo me está saliendo —había una sonrisa
enigmática en los labios de Victoria.
—Buena idea —aprobó Angélica.
—Bien, mis amores, estoy lista para comenzar la lección. Díganme qué hacer.
—Primero debes mirar a Alexander con intensidad —instruyó Angélica, como
especialista en encuentros románticos. —Así, que él perciba tu mirada, sostenla
por unos instantes y, enseguida, baja los ojos con naturalidad. Si logras
ruborizarte, mejor aún.
—Alexander no creerá que soy tímida —rió despreocupada Victoria.
—Quédate cerquita mientras él esté hablando —prosiguió Samantha, la
segunda especialista. —Míralo con adoración.
—¿Cómo haré eso?
—Imagínate que él acaba de conquistar el mundo y colocarlo a tus pies —
Samantha suspiró, gustándole su propia idea.
La hermana menor mal pudo contener la risa. Era difícil imaginar a Alexander
Emerson o a cualquier otro hombre poniendo el mundo a sus pies. ¡Eso era algo
para Cleopatra!
—Permite que tome tu mano —Angélica continuó con la lección. —Y hasta
que la bese, si así lo desea.
—Pero nada de besos largos, o creerá que estás yendo demasiado rápido —la
recomendación de Samantha estaba reforzada por un aire de seriedad.
—¿Y cuánto es demasiado? —Victoria estaba confundida. En suma, nunca
había besado a un hombre en su vida.
—Lo sabrás —las hermanas respondieron al unísono, entre mirándose y
riendo.
—Y no permitas que te toque en cualquier parte más íntima, o estarás perdida
—advirtió Samantha.
—Alexander debe ser muy inteligente. ¿Qué debo decirle?
—Conversa relajadamente —fue la sugerencia de Angélica. —Si hace un
comentario malicioso, responde con otro, igualmente malicioso.
—Pregúntale sobre algo o pídele un consejo —la idea partió de Samantha.
—¿Consejo respecto a qué? —Indagó Victoria sintiendo que sus
oportunidades de éxito pendían de un hilo. —¿Saben algo?, creo que debo
preguntarle al propio Alexander sobre cómo coquetear.
—¿Y por qué no? —A Angélica le gustó la idea. —Si Alex te enseña a
coquetear, no desconfiará de tu atracción hacia él.
—No siento atracción por él.
—Ah, algo más —Samantha ignoró a su hermana. —Si demuestras que eres
una buena oyente, Alex pensará que tienes una conversación interesante. Los
hombres acostumbran a tener gran autoestima y les gusta cuando una mujer se
encanta con su cultura.
—Léeme algo del Times —pidió Victoria. —Así podré preguntarle sobre el
tema.
—Napoleón fue mandado para la isla Elba como exiliado hace algunas
semanas. Oí a Robert y Rudolf conversando sobre eso —recordó Angélica.
—Es un buen tema —estuvo de acuerdo Samantha.
—Eso, comentaré sobre el exilio de Napoleón —había un brillo alegre en los
grandes ojos azules de Victoria. —Alex pensará que tengo el hábito de leer el
diario.
—Acaba de llegar —anunció Samantha. —está en una reunión de negocios
con tío Magno.
Apenas caminó hasta el final del corredor, cuando una sensación de
inseguridad la apoderó, haciéndola volver corriendo a sus aposentos. Las
hermanas la miraron sorprendidas.
—¿Creen que este vestido blanco está presentable? —Indagó Victoria. —¿En
el caso de que me encuentre con Alexander en el camino?
—Estás linda, hermana mía —Angélica sonrió, haciéndole un guiño.
Samantha hizo una señal afirmativa con la cabeza. Confiada y aliviada, Victoria
dejó nuevamente el cuarto.
Mientras ella aprendía a coquetear, Alexander conversaba con Magno, el
duque de Inverary, en el amplio escritorio de la propiedad. Tía Roxanne, la
duquesa de Inverary, se encontraba con ellos.
Alto, corpulento y de pelo rubio, Alexander estaba acomodado en un sillón
con las largas piernas extendidas. Sus ojos grisáceos encaraban al duque.
—Recibí una carta de Australia —informó Alexander refiriéndose a su padre y
hermana, ambos exiliados en aquel país. —Venetia se casó con un tal Harry Gibbs,
uno de los hombres más ricos de Australia, según ella mi hermana y su marido
planean venir a Inglaterra.
—El hecho es que su hermana Venetia y su padre... —comenzó el duque.
—Charles Emerson no es mi padre —le interrumpió Alexander. —Dejó eso
bien claro.
Magno inclinó la cabeza y prosiguió.
—Venetia y Charles acordaron vivir en Australia, con el fin de escapar a la
acusación de intento de asesinato contra ti, Robert y Angélica. Su avaricia y
envidia nos afectaron a todos, sobre todo a ti.
—Nosotros los forzamos a partir, para evitar un escándalo —le recordó
Alexander a Magno. —¿Qué propones que hagamos?, a juzgar por la carta,
Venetia y su marido ya están camino de Inglaterra.
—¿Charles viene con ellos? —quiso saber Magno.
—Venetia no dijo nada al respecto.
—Pues creo que aún no es hora de que actuemos —aconsejó Magno. —Deja
que vengan a Inglaterra y pondré a mis agentes detrás de ellos.
—¿Te parece que estarán aquí para el casamiento? —Había preocupación en
la voz de Roxanne.
—Sinceramente, no sé —admitió Alexander.
—Tu casamiento con Victoria podrá venir de perlas —comentó Magno.
— como recién casado no querrás a tu hermana y cuñado viviendo bajo tu techo.
Los dos se verán forzados a ir para un hotel o alquilar una casa.
—¿Sus investigadores descubrieron algo sobre la identidad de mi verdadero
padre? —Alexander buscó sonar casual.
—Nada —Magno se cruzó de brazos. —Lo siento mucho.
—Las proclamas de casamiento fueron publicadas en el Times de hoy —dijo
Roxanne, buscando cambiar el rumbo de la conversación.
—Lord Magno, le dije que quisiera hablar con Victoria sobre el casamiento —
dijo Alexander enderezándose en la silla.
—Lo harás —aseguró Roxanne. —Para eso planifiqué este fin de semana.
—Cuando Victoria lea las proclamas... —comenzó Alexander.
—Eso no sucederá —sonrió Roxanne, —Las invitaciones serán enviadas el
lunes. Hasta entonces tendrás tres días para contarle la gran noticia a mi sobrina
—La mujer suspiró. —Imaginen a mi dulce Victoria, será Victoria de Winchester en
menos de un mes y hasta podrá ser madre en un año.
—Jamás diría que Victoria es dulce —Magno hizo una mueca.
Alexander miró al hombre. Roxanne había dicho que su futura esposa, tenía a
veces un temperamento difícil. No creía, en cambio, que el duque pudiera tener
dificultades con ella. Al fin y al cabo, era solo una chiquilla de dieciocho años. Bien,
ella aprendería a comportarse después de casarse y tener su primer hijo.
—Victoria es un poco rebelde, nada más —Roxanne buscó amenizar el
comentario de su marido.
—¿Un poco? —Magno rió. —No sé qué hará si percibe que estamos
intentando acercarte a ella.
—Sugiero que intentes conquistarla —ponderó Roxanne
—¿Y si se resiste?
—Victoria subirá al altar el día veinticuatro de junio, por bien o por mal —el
tono de tal afirmación sonaba amenazante.
—Alex, querido, mi sobrina te necesita mucho —Roxanne enlazó su brazo. —
Aprendió poco sobre disciplina cuando pequeña, por lo tanto necesita un hombre
fuerte que controle su impulsividad. Su padre perdió toda la fortuna y Victoria
tenía solamente cinco años cuando se mudaron de la mansión de Grosvenor
Square a la casucha en Primrose Hill. Su madre falleció un año más tarde y el
padre adoleció a causa del alcohol.
—El culpable de todo aquello era Charles Emerson —pensó Alexander en
silencio. Aquel hombre arrancó, sin clemencia, una fortuna del padre de Victoria.
Por esa razón Alexander aceptó la propuesta de Roxanne para casarse con su
sobrina. Era lo mínimo que podría hacer para redimir los crímenes de Charles
Emerson contra la familia Douglas.
—A partir de hoy eres responsable de Victoria —declaró Magno. —Haz lo que
te parezca mejor, Roxanne y yo no vamos a interferir.
Alexander se quedó pensativo. La joven sobrina de Magno y Roxanne tendría
que aprender quien era el jefe de la casa. Mejor que intentara controlar su
temperamento impulsivo, lo más rápido posible.
—Mi esposa y yo tuvimos una larga conversación —Magno comunicó a
Alexander. —Acordamos que una vez que tu... Bueno, te hayas acostado con
nuestra sobrina, ella no tendrá otra salida que casarse contigo. Por lo tanto,
sugerimos que intentes hacerlo en el tiempo más breve que sea posible.
Alexander miró al duque, incrédulo.
—¿Me está dando permiso para acostarme con su sobrina antes del
casamiento?
—Lo estoy incentivando a hacerlo. ¿Será que logrará seducirla en un fin de
semana? —desafió Magno, riendo.
Aquel fue, sin duda, un cambio importante en el rumbo de los
acontecimientos, pensó Alexander. La mayoría de los guardianes hacían lo posible
y lo imposible para proteger la virtud de las jóvenes bajo su protección.
—Bien... —carraspeó Magno, impaciente.
—Puedo intentarlo —respondió.
—Entra sutilmente en los aposentos de Victoria, si fuera necesario —sugirió
Roxanne. —El domingo por la mañana puede ser el momento ideal, en caso de
que no decidas regresar a Londres muy temprano. Victoria nunca asiste a misa los
domingos.
—¿Ella no va a la iglesia los domingos? —Alexander no podía creer lo que
estaba oyendo.
—Bueno, ella nunca se rehúsa a hacerlo —aclaró Roxanne —Siempre se pone
de acuerdo con todo lo que le piden y después hace lo que le viene en gana. A
veces es como correr atrás de una mariposa intentando atraparla.
—La chiquilla tiene siempre un repertorio de excusas en la punta de la lengua
—Magno no pudo contener la risa. —Una queja diferente cada semana: un dolor
de cabeza lacerante, un insoportable dolor de estómago...
—O un fuerte mareo justo antes de salir para la iglesia. Finalmente, al
domingo siguiente, sufre de cólicos —completó Roxanne.
Su futura esposa parecía divertida, Alexander tuvo que admitirlo.
—Pero para ir a casamientos y bautismos, siempre está bien —prosiguió
Magno, —Salvo esas ocasiones, jamás la vi en la iglesia. No rías aún Alexander —
advirtió el duque, al notar que el conde sonreía. —serás tú quien tendrá que
domarla.
—A propósito, Victoria tiene un ligero problema en los ojos —Roxanne miró a
través de la ventana. —Nada grave, una mera inconveniencia.
La duquesa mentía, pensó Alexander, intentando imaginarse qué podría ser
tan amenazante para que le ocultara la verdad. Nunca cancelaría en el último
momento el compromiso asumido.
—Ella tiene un pequeño problema para leer —explicó Roxanne. —no
distingue ciertas letras.
—¿Sólo eso? —quiso saber Alexander
—Sí.
—Victoria no necesita tener una visión perfecta según los planes que tengo
para ella —declaró el conde.
—¿Y cuáles son sus planes? —Le interpeló Magno
—Los deberes de esposa y madre amorosa han de mantenerla ocupada —
sentenció el conde.
—¿Pretendes ponerla en orden llenándola de hijos? —Magno se rió. —¿Qué
tal darle algunas dosis de whisky?
—Miren, allí está —Roxanne apuntó hacia la ventana.
Alexander se incorporó para ver a Victoria. Con el estuche de la flauta en la
mano, esbelta y con el pelo anaranjado que le caía en sedosos rulos hasta la
cintura, ella atravesaba el campo cerca de la casa. Al verla, los sobrinos corrieron a
abrazarla. Alex sonrió, encantado. Su futura condesa posó el delicado estuche
sobre la hierba y, al terminar la canción, se arrojaron al suelo, riendo
deleitosamente.
—Es bueno que le gusten los niños —comentó.
—Ella adora a sus sobrinos. Estoy segura que será una excelente madre —La
tía se divirtió con la escena exterior.
Victoria volvió a tomar el estuche con la flauta, saludó a los niños y caminó en
dirección al bosque, que conducía al riachuelo. Antes paró para saludar a los
cuñados, quienes bromearon. Ella sonrió en respuesta, para luego retomar su
camino.
—¿Hacia dónde va? —Alexander estaba encantado con lo que veía.
—A Victoria le gusta mojar sus pies en las aguas del riachuelo del bosque —
respondió Roxanne. —Me cansé de decirle que una dama que se precie no hace
eso, pero no me hace caso.
—Si me dan permiso, me gustaría ir a conversar con ella.
—¿Y cuándo le hablarás sobre el casamiento? —Interpeló Roxanne.
—Cuando juzgue conveniente.
Alexander dejó el amplio escritorio y bajó la escalera. No pudo detectar
ninguna evidencia de problema en su futura esposa. Parecía alguien que
obedecería sus órdenes sin pestañear. Tal vez el duque y la duquesa no supieran
lidiar con alguien tan lleno de energía.
Al salir al jardín, saludó a los niños y a sus futuros cuñados..
—Bienvenido a la familia —gritó Robert, el marqués de Argyll, hijo del duque
Magno.
—¿Alguien sabe por qué estoy aquí? —Indagó Alexander.
—Todos, excepto la novia —el comentario irónico fue del príncipe Rudolf.
—Pues me encargaré de eso antes de regresar a mi casa el próximo domingo
—garantizó Alexander. —A propósito, Robert, tu padre me sorprendió, dándome
permiso para acostarme con la novia este fin de semana. Incluso me apremió a
hacerlo.
—Mi padre debe contar con cierta resistencia por parte de ella hacia la boda
—justificó Robert. —Una vez que hayas... Esto, ella no tendrá otra escapatoria más
que casarse contigo.
—¿Dónde queda el tal riachuelo?
—Toma aquella dirección y sigue adelante —instruyó Rudolf. —Después
solamente sigue el sonido de la flauta.
Tarareando, despreocupada, Victoria se sacó los zapatos y las medias tan
pronto como llegó al riachuelo. Tomó la flauta, levantó el vestido hasta la altura de
las rodillas y se sentó sobre una roca. Colocó sus pies en el agua tibia y suspiró de
placer. Llevó la flauta a sus labios y comenzó a tocar la melodía que venía
tarareando.
—Hola, Victoria —saludó una voz masculina. Sorprendida, ella se volvió y vio a
Alexander Emerson recostado en un árbol cerca de allí.
—Hola, Alexander —Victoria se quedó desconcertada al admitir para sí misma
que sonó como las jóvenes a la caza de un buen partido en las reuniones sociales.
—Oí la música y no pude resistirme. Tenía que saber quién era el hada que la
tocaba.
Ella permaneció en silencio, mientras sus ojos azules admiraban aquel hombre
bello, a pocos pasos de donde se encontraba. Era raro, pero ahora que pretendía
coquetear con él, Alexander parecía diferente. Era como si lo estuviera viendo por
primera vez. Con facciones masculinas, ojos grisáceos, labios carnosos y una
aristocrática nariz, el conde era, de hecho, atractivo. Los hombros anchos
realzaban el cuerpo esbelto y fuerte.
—¿Te está gustando mirarme? —Indagó malicioso. Victoria desvió la mirada y
se ruborizó, sorprendida. Aquella historia de coquetear no estaba comenzando
bien, pensó para sí misma.
—Discúlpeme por encararlo —dijo sonriendo. —Debería haberlo mirado
intensamente a los ojos por unos instantes para después bajar la mirada, fingiendo
timidez.
—¿Por qué?
Bien, ya que había hablado de más, seguiría adelante.
—¿Quieres sostener mi mano? —La pregunta de él quedó sin respuesta.
—¿Tú quieres que sostenga tu mano? —Preguntó Alexander, sorprendido.
—¿Podrías decirme qué significa besar demasiado ? —Una vez más, Victoria
ignoraba su pregunta.
—¿De qué estás hablando?
—Mis hermanas me estaban enseñando a coquetear esta mañana. Estaba
intentando seguir sus enseñanzas.
—No sabía que había reglas para eso.
—Ah, ¿quieres decir que tú tampoco sabes coquetear? —Había inocencia en
su pregunta.
—Bueno, tengo alguna experiencia —admitió Alexander. —¿Y por qué tus
hermanas estaban queriendo enseñarte a coquetear?
—Porque yo quería coquetear contigo este fin de semana —La honestidad de
Victoria la sorprendió incluso a ella misma. Se ruborizó levemente.
—¿Especialmente conmigo o con cualquier otro caballero? —Había un
destello caliente en los ojos de Alexander.
—Contigo en especial —sintió un extraño frío en el estómago.
—Acércate —propuso Alexander. —para que pueda coquetear contigo.
Sintiéndose nerviosa, pasó la lengua sobre sus labios delicados.
—¿No podemos coquetear de lejos? —Sugirió ella.
—Ven aquí —Alexander tenía los ojos fijos en los de ella.
Victoria hizo como él pedía, obedeciendo una orden sin ofrecer resistencia
por primera vez en la vida. Sosteniendo su vestido, sacó los pies del agua, guardó
la flauta en el estuche y se aproximó.
—Por favor, no le digas a mi tía que estaba con los pies en el riachuelo —Ella
levantó la cabeza para mirar los ojos de Alexander y se sintió pequeña cerca de un
hombre tan alto.
—¿Está prohibido poner los pies en el agua? —Sonrió.
—Las damas bien educadas no juegan con los pies en el agua —Victoria
repitió la recomendación de su tía.
—No tienes qué temer. Tu secreto estará a salvo conmigo. Pero mi silencio
tiene un precio.
—No tengo dinero.
—No quiero dinero, quiero un beso.
El corazón de Victoria latía fuertemente y sentía un desconocido calor en su
cuerpo.
—No sé besar —admitió.
—¿Nunca te han besado?
—Mi tío y mis cuñados no permiten que ningún caballero se aproxime a mí,
excepto los hermanos de Rudolf. Ellos son prácticamente de la familia, como
podrás entender.
—¿Te gustaría aprender a besar?
El calor crecía dentro del cuerpo de Victoria.
—Mejor no —ella logró retroceder. —Bien que me gustaría, pero estaría
echando a perder todo el cuidado de mi tío y cuñados. Sé que puedes entender mi
dilema sin sentirte ofendido.
Alexander miró los labios de Victoria, pasando la mirada vagamente por sus
senos y su cuerpo.
—Creo que un caballero no debería mirar de este modo a una dama —
comentó ella asustada.
—¿De qué modo te estaba mirando?
—Como un lobo a una oveja.
—Si no tienes miedo del lobo feroz acércate, para que gane mi beso. Juro que
no voy a morderte.
Victoria hizo como él pidió y se aproximó aún más. Sintió el perfume
masculino y el calor que emanaba de su cuerpo.
Alexander la trajo más cerca de sí, mientras una de sus manos sostenía la
delicada nuca.
—¿Tienes miedo? —Preguntaron los labios casi tocando los de ella.
—Solamente un poco preocupada...
Alexander le tomó los labios en un suave primer beso. Sin saber bien qué
hacer, Victoria cerró los ojos.
—Relájate —susurró, sin alejar sus labios de los de ella. La boca de Alexander
estaba caliente y suave, el beso firme.
Victoria se relajó y se permitió disfrutar del placer de aquel beso, que ahora se
volvía más ardiente, mientras él acariciaba su nuca.
Al oírla suspirar, lleno de la desconocida emoción, Alexander pasó a explorarle
los labios con más osadía, provocando a Victoria a hacer lo mismo. Una sensación
de humedad entre los muslos la llevó a desear más y más.
Excitante, desde el inicio, con la autoconfianza aumentando poco a poco, ella
respondió ahora con más osadía a aquel beso lánguido y prolongado. Podía sentir
la fuerza y la experiencia de Alexander, y se dejó llevar, como una aplicada
aprendiz.
Un deleitoso calor le recorría el cuerpo, mientras los labios de él jugaban de
forma erótica con los suyos.
El mundo exterior parecía distante, inexistente, y el deseo crecía.
Comprendiendo lo que quería, Alexander tocó los labios de ella con la punta de la
lengua. En respuesta, las manos se aseguraron firmemente en su pecho, para
luego enlazarle el cuello. El beso se volvía cada vez más intenso, el cuerpo delgado
pegado al suyo, desde los senos hasta los muslos.
Victoria entreabrió los labios, invitando a Alexander a besarla cada vez más.
En respuesta, él exploró su boca con la lengua, haciéndole hervir la sangre en sus
venas, en reacción a aquel juego amoroso.
Alejando los labios despacio, Alexander sonrió al notar la expresión de
aturdimiento en el rostro de Victoria. La envolvió en sus brazos, manteniéndola
junto a su cuerpo, mientras ella volvía de nuevo a la Tierra.
Victoria recostó la cabeza en el pecho de Alexander, sintiéndose protegida.
Era una sensación de comodidad que no experimentaba desde que había perdido
a su madre, siendo aún pequeña. Sonrió consigo misma. Aquel hombre le había
proporcionado la experiencia más intensa de su vida, y, mientras tanto, ella no
sentía miedo, apenas una silenciosa promesa de protección. Estaba segura que
ningún otro podría movilizar su interior de la misma manera.
—¡Cielos! —Exclamó Alexander, fingiendo que necesitaba un momento para
recuperar el aliento.
Se miraron nuevamente y él notó el pudor en las mejillas ruborizadas de
Victoria. Se sentía vulnerable como si hubiera revelado demasiado de sí misma a
aquel hombre, entonces bajó la mirada.
—¿Qué hice?
—Lo hiciste muy bien —buscó calmarla Alexander.
Miró intensamente dentro de sus ojos por instantes y después bajó la vista,
avergonzada. El tono rosado en la cara también le quedaba bien. Él le acarició el
mentón.
—¿Qué tal tu primer beso?
—Tuve sensaciones en partes de mi cuerpo que ni sabía que existían —suspiró
ella. —¿Hay algo anormal en eso?
—Claro que no. ¿Fueron sensaciones fuertes?
—No puedes imaginártelo...
Victoria sintió a través de la delicada tela de su vestido, que el cuerpo se
volvía más rígido.
—Creo que no deberíamos quedarnos tan juntos —pero sin alejarse de él.
—¿Te gusta la ópera? —Quiso saber Alexander, rehusándose a dejarla
alejarse.
—Para ser franca, prefiero los intervalos —confesó con honestidad.
—¿Irías a la ópera conmigo la semana próxima?
—Quieres decir... ¿Sólo nosotros? —Alexander asintió con la cabeza.
—Creo que mi tío no lo permitiría.
—Estoy seguro que él hará una excepción en mi caso.
—Bien, entonces podríamos ir a algún lugar más movido —sugirió ella,
maliciosa.
—No abuse de la suerte, señorita. Esos lugares “más movidos” no son para
damas como tú.
—Ya que no quieres llevarme —amenazó con una sonrisa pícara. —el príncipe
Stepan estará complacido en hacerlo.
—¿De verdad?
—Para ser sincera, él y yo ya huimos de casa una noche, para salir a
divertirnos.
—¿Pues sabías que podrías haber arruinado tu reputación? —Alexander
comentó levemente malhumorado.
—Estoy bromeando —mintió Victoria al notar que lo había molestado.
—Bien, entonces dime, ¿Por qué querías coquetear conmigo? —Intentó
recuperar el buen humor. —¿Alguien te incitó a hacerlo?
—Mis hermanas dijeron que serías un excelente marido.
—¿Y tú estás de acuerdo con ellas? —Alexander le acarició la espalda.
—Al principio sólo pensaba en divertirme, hasta que mi cuerpo reaccionó de
manera extraña. ¿Tú te consideras muy inteligente?
—Lo suficiente, creo.
—Pues yo admiro tu inteligencia. Apuesto que lees muchos libros.
—Y yo que pensé que las jóvenes estaban interesadas en títulos, riqueza y
buena apariencia.
—Títulos, riqueza y buena apariencia son cosas que se pierden fácilmente —
ponderó Victoria. —La inteligencia no se pierde nunca.
—Me impresiona tu filosofía —admitió.
Victoria se hacía idea de qué era filosofía, pero una vez que él se dijo
impresionado, debería ser algo positivo y se sintió halagada. Con todo, tenía pocos
talentos de los que enorgullecerse.
—Volvamos a la casa —sugirió Alexander, liberándola de sus brazos.
Qué pena... se quejó Victoria para sus adentros. Qué bueno sería quedarse allí
mismo con él...
—Me gusta caminar descalza sobre el césped — buscó sonar satisfecha, —voy
a llevar los zapatos en la mano —Decidió, ahorrándose el momento de confundir,
como de costumbre, el pie izquierdo y el derecho.
Alexander tomó el estuche con la flauta y se dispuso a seguir a Victoria por el
camino de vuelta a la casa. Ella se dio la vuelta, repentinamente, cuando estaban
llegando a la salida del bosque.
—Quiero otro beso —pidió sin rodeos
—Te besaré por la noche.
—¿Por qué no quieres besarme ahora?
—Quiero besarte, sí, pero si lo hago será difícil seguir manteniendo el control.
—No hay nadie mirándonos. No logro entenderte.
—Prometo aclararte todo esta noche —él sonrió. —Confía en mí.
Victoria consintió más aliviada al constatar que no estaba rechazándola.
Alexander pasó el brazo en torno a sus hombros y juntos continuaron el camino.
Cuando divisaron a los cuñados de Victoria, Alexander se volvió hacia ella.
—Quiero conversar con Rudolf —anunció.
Sin mirar a sus cuñados, que de seguro iban a burlarse, Victoria buscó
alejarse.
—¿Estuviste besando a Alex? —Avergonzada, apuró el paso e hizo que sus
cuñados se rieran con ganas.
CAPÍTULO II

Intenso y sofisticado. Victoria reconsideró su antigua opinión sobre Alexander


Emerson. Definitivamente no era viejo ni aburrido.
Desde que había vuelto a casa aquella tarde, se había enclaustrado en sus
aposentos, libre para soñar con Alexander. La escena del beso que se habían dado
se repetía en su mente, como una película. A medida que la hora de la cena se
aproximaba, se sentía cada vez más ansiosa.
Se embelleció delante del espejo durante más de una hora. Eligió un lindo
vestido de seda beige, que resaltaba sus cabellos anaranjados, sueltos hasta la
cintura. El escote cuadrado insinuaba las líneas de los senos en vez de exhibirlos, y
un delicado par de zapatos combinaba con el traje.
—¿Qué tal? —Indagó ella, dando una vuelta, cuando sus hermanas entraron
en el cuarto.
—Pareces una diosa pagana, con todo ese cabello color fuego cayendo por la
espalda —opinó Samantha.
—Y entonces, ¿estuviste practicando el arte del coqueteo? —Quiso saber
Angélica.
—Alex me besó —admitió Victoria, ruborizándose. —Me gustó cuando puso
su lengua en mi boca. Ningún hombre logrará despertar las sensaciones que él
despertó en mí.
—Creo que no —Samantha guiñó a Angélica. —Solamente el mismo Alex
podría afectarte así.
—¡Como deseé que me tocara! —Suspiró Victoria.
—Tal vez pudieras permitir que te toque los senos —afirmó Angélica.
—Estoy de acuerdo —apoyó Samantha. —No hay nada raro en eso.
—Hoy por la mañana ustedes dijeron que estaría arruinada si dejaba que me
tocara —Victoria lanzó una mirada dubitativa a sus hermanas.
—Hablábamos en términos generales —Angélica agitó las manos.
—Rudolf me tocó antes del casamiento —admitió Samantha.
—Rudolf te embarazó antes de que se casaran —corrigió Victoria. —No creo
que seas la persona indicada para aconsejarme.
—No seas tan púdica —censuró Angélica.
—Un juego no hace mal a nadie —afirmó Samantha. —Si Dios no quisiera que
los hombres y las mujeres se tocaran, no les habría dado manos ni piel.
—¿Alexander te dijo algo? —Preguntó Angélica.
—Me invitó para ir a la ópera la semana próxima. Pero dudo que tío Magno
me dé permiso para salir con Alex. Díganme, ¿cómo debo comportarme esta
noche?
Antes que las hermanas tuvieran tiempo de responder, alguien llamó a la
puerta. Era tía Roxanne.
—Hola, queridas mías —saludó. —Victoria, tu tío quiere verte en su escritorio,
inmediatamente.
Ella sintió un temor repentino. Estaba segura que el tío iba a criticarla por
haber hecho algo equivocado.
Bajó la escalera y caminó hasta la puerta del despacho, tratando de imaginar
qué habría hecho esta vez. Respiró hondo y golpeó la puerta.
—Entra —la voz del tío sonó imperativa. Buscando aparentar inocencia,
Victoria humedeció los labios, esbozó una sonrisa y entró. Detrás de la mesa de
trabajo, el tío la miraba. Cerca de él estaban Rudolf y Alexander. Deberían estar en
medio de una reunión de negocios.
—Discúlpenme si interrumpo —se apuró a decir, mientras sonreía y se
disponía a salir. —Volveré después.
—Entra —ordenó su tío —Siéntate aquí.
Victoria miró a Alexander y a Rudolf. Ambos estaban serios.
—Cierra la puerta y siéntate —dijo Alexander, en un tono que no dejaba lugar
a la desobediencia.
Después de cruzar la amplia habitación, como una condenada ante sus
victimarios, Victoria se sentó arreglándose el vestido.
—Dígame la verdad, señorita, ¿estuviste saliendo de noche sin mi permiso o
conocimiento? —Inquirió Magno sin rodeos.
Victoria se llevó un dedo a la boca, como alguien que intentaba recordar algo
y mintió:
—No recuerdo haber salido sin su permiso o conocimiento —declaró mirando
a su tío.
—No toleraré mentiras —Magno golpeó el puño sobre la mesa.
—Ah, creo que recordé. Lo hice una vez, sí.
—¿Solamente una vez? ¿Cuándo y con quién? —Magno exigió una respuesta.
Victoria lanzó una miraba de acusación hacia Alexander.
—Vamos, responde —le ordenó Magno, irritado.
—El príncipe Stepan me llevó hasta el Callejón de las Tabernas —contó, sin
pestañear, con el propósito de poner un punto final a aquel ridículo interrogatorio.
Victoria oyó al cuñado maldecir en ruso pero no se animó a mirarlo.
—No tiene que inquietarse de esa manera —recomendó al tío.
—¡No me hables en ese tono, chiquilla insolente! —Vociferó Magno al punto
de intimidarla, —Debería darte un castigo de aquellos —lanzó una breve mirada
hacia Alexander. —pero dejaré la tarea para un hombre más joven.
En pánico, Victoria miró a Alexander. ¿Él sería capaz de castigarla? No, aquello
sería demasiada humillación.
—¿Cómo lograste salir? —El tío siguió el interrogatorio —¡Estoy hablando
contigo, Victoria!
—Salí por la ventana y bajé por el árbol.
—¡Dios mío! ¡Podrías haberte matado!
—Tengo práctica, no se preocupe.
—No tengo dudas al respecto —admitió Magno, disgustado. —¿Hubo alguna
mayor intimidad entre Stepan y tú?
A Victoria le costaba creer que el tío pudiera imaginarse aquello.
—Dime si Stepan te tocó —exigió el duque.
—Él no haría eso —respondió ella, indignada. —Es mi amigo.
Victoria notó una expresión de alivio en el semblante de los tres hombres.
Pero ¿por qué una pequeña salida podría tener tanta importancia?
—Stepan no es tu amigo, dado que arriesgó tu reputación y tu virtud —
declaró Magno. —¿Por qué fuiste a un lugar de ese tipo?
—Tenía curiosidad respecto a las mujeres que andan por allí.
—¿No te pasó por esa cabecita que esa curiosidad podría causarte
problemas? —Intervino Alexander. —¿No imaginaste que estabas arriesgando la
posibilidad de que un hombre decente viniera a proponerte casamiento? —Había
impaciencia en su voz. —¿Ni siquiera pensaste que si perdieras tu buena
reputación podrías volverte como una de aquellas mujeres que viste?
Victoria bajó la cabeza, comprendiendo el riesgo que corría.
—¡Rayos! —Magno volvió a golpear la mesa. —Alexander hizo una pregunta.
Responde, ¡vamos!
Ella temblaba de miedo. Jamás había visto a su tío tan furioso.
—No pensé en nada de eso. Me equivoqué en haber hecho lo que hice.
—¿Será que no tienes una pizca de sentido común? —Interrogó Magno.
—Pido perdón por haber sido tan tonta.
—Tus padres se morirían de vergüenza…
Victoria sintió un dolor en el pecho, al oír hablar de sus padres. Le ardían los
ojos por las lágrimas contenidas y su mentón temblaba en el esfuerzo por
controlarse.
—Conversaré con Stepan sobre esa escapadita —prometió Rudolf, dirigiendo
una mirada a Alexander.
—Puedo asegurarles que eso no volverá a ocurrir —Victoria estaba
confundida. ¿Por qué Rudolf se justificaba ante el conde?
—¡Por favor, no le digan nada a Stepan! —Imploró. —Lo amenacé con que
buscaría a otra persona si él no lo quería hacer. Solo quiso protegerme.
—Victoria, ¿podrías jurar que no hubo ningún contacto de naturaleza sexual
entre tú y Stepan? —El tío volvió a preguntar.
—¡Yo ni siquiera había besado a un hombre hasta esta tarde! —Juró Victoria.
—Bien, el conde Emerson desea hablarte en particular —anunció Magno.
—Por Dios, mi buen Rudolf, estoy necesitando un trago de tu excelente
vodka, después de todo este desgaste.
El duque y Rudolf caminaron hasta la puerta, con el fin de dejar a Vitoria y
Alexander a solas. El conde permanecía de pie, con los brazos cruzados, con una
expresión de enojo en el rostro.
—¡Tío, por favor, espera! ¡Tengo otros crímenes que confesar! —Gritó ella en
una tentativa de huir de la conversación con Alexander.
Magno se volvió.
—Fui al bosque esta tarde y ¡metí los pies en el riachuelo!
El duque miró a Rudolf y los dos mal lograron contener la risa. Llena de
indignación, Victoria apuntó a Alexander.
—¡Este hombre es un canalla! —Gritó. —Él me abordó cerca del riachuelo.
Luego me besó, metiendo su lengua en mi boca. Tengo razones para creer que el
conde desea abusar de mí antes que termine el fin de semana. Sugiero que lo
eches de tu propiedad, tío.
Rudolf desató una carcajada, mientras Magno miraba a su sobrina,
boquiabierto.
—Conde Emerson, ¿pretendes negarlo? —Retomó ella. —Pero eres culpable.
—¡Pero cállate! —Ordenó Magno, incrédulo. —Por lo menos una vez en la
vida, quédate quieta.
El duque salió del estudio, dando gracias al cielo por no haber tenido hijas.
Rudolf lo siguió, cerrando la puerta tras de sí.
—Discúlpame mi Lord —Victoria se puso de pie disponiéndose a salir de allí.
—Quiero hablarte —anunció Alex.
—Traicionaste mi confianza.
—Sólo estaba tratando de protegerte de ti misma.
—¿Desde cuándo eres mi guardián?
—Ven aquí —pidió Alexander, aproximándose a la mesa —Me gustaría
explicarme.
—¿Estás planeando molestarme nuevamente? —Preguntó Victoria,
desconfiada.
Alexander sonrió y sus ojos brillaron, divirtiéndose con lo que acababa de oír.
—Estás muy bonita esta noche —comentó. —¿Sabías que adoro el contraste
de tu pelo rojizo contra tu piel blanca? , mejor dicho, blanca, excepto por el rubor
de tu rostro.
—Gracias —Victoria agradeció, acercándose a él, desafiante.
Alexander tomo su mano y la besó gentilmente. Como era de difícil resistirse
al brillo de aquellos ojos grises, pensó ella. Alex la empujó hacia sí, hasta que sus
cuerpos se tocaron. El corazón de Victoria latió fuerte al sentir, una vez más, el
calor que emanaba de él y el perfume de su piel. Una intensa excitación la tomó
por completo.
—Quería que tu tío te alertara sobre el riesgo que corriste —explicó
Alexander. —Sabía que tú no me escucharías, además, me gustas y tu joie de vivre.
—¿Mi alegría de vivir? —Tradujo Victoria lo que él decía, sintiéndose
inteligente.
—¿Aún quieres ir conmigo a la ópera?
—Mi tío no confía en mí.
—Pero en mí si confía —Alexander la tomó en brazos y la besó.
Victoria respondió al beso con intensidad, entreabriendo los labios para que él
jugara en su boca. Ella amaba el calor de los besos de aquel hombre y la fuerza de
sus brazos que la mantenían junto a sí. Una vez más, el deseo crecía dentro de
ella. Quería más, algo que él aun no le había ofrecido y que sólo él podría darle.
—Eres todo lo que un hombre puede desear —Alex susurró junto a sus labios.
—¿Estoy perdonado?
—En este momento te disculparía de cualquier cosa. ¡Tienes una sinceridad
tan maravillosa y genuina! —La abrazó más fuerte.
A Victoria le agradó lo que él decía, aunque no entendiera muy bien lo que
significaba.

***

Estaban todos ya acomodados a la mesa cuando ellos entraron al comedor.


Magno y Roxanne ocupaban las cabeceras de la mesa. Rudolf, Samantha y Robert
estaban sentados a la izquierda del duque, mientras Angélica ocupaba la silla a la
izquierda de la tía, dejando dos lugares vacíos para Victoria y Alexander. La familia
los observaba, mientras tomaban sus lugares.
Luego preguntaría sobre ello Alexander, cuando pasaran al salón principal.
Tinker, el mayordomo del duque, estaba de pie a un lado de la mesa,
supervisando el trabajo de los demás empleados. De entrada, fue servida una sopa
liviana de verduras. Luego, carne asada con papas a la crema condimentada.
Victoria permaneció en silencio, mientras los hombres discutían de política y
tía Roxanne y las hermanas hablaban sobre los niños. Tenía la impresión de que
todos estaban conscientes de lo que sucedió en el estudio del tío, y podría jurar
que detectaba un aire de solidaridad en los ojos de Angélica y Samantha.
Aprovechando una pausa entre la conversación, se volvió hacia Alexander.
—Leí que Napoleón fue enviado a la isla de Elbow exiliado —comentó. —
¿Crees que éste sea su fin? —Hubo un silencio general y todos la miraron.
—¿Para dónde enviaron a Napoleón? —Preguntó Alexander.
—Para la isla de Elbow —repitió Victoria, con seguridad.
Algunos de los presentes susurraron, otros casi se atoraron. Victoria miró a
Rudolf, sentado frente suyo. El príncipe había tapado su boca con las manos y
podía verse que sus hombres se movían, pues él se reía. Miró a Samantha, pero
ella también sonreía, mirando su plato.
Victoria encaró a Alexander.
—No veo cuál es la gracia de estar exiliado.
—Querida, Napoleón fue enviado para la isla de Elba, no Elbow —le susurró al
oído.
Victoria sintió que su rostro ardía de vergüenza. No podía mirar a nadie.
Colocó los cubiertos junto al plato y bajo la cabeza. Al percibir, empero, que los
demás seguían riendo, no pudo soportar más la humillación. Soltó una servilleta
con fuerza sobre la mesa, se levantó y salió corriendo del comedor.
Alexander la siguió y la alcanzó en el corredor y la tomó de las muñecas, para
que no se fuera.
—¡Déjame en paz! —Gritó ella.
Él la abrazó y ella escondió su rostro en su pecho.
—Discúlpame Victoria. No tuve la intención de herir tus sentimientos.
—No me gusta que se rían de mí. Me hace sentir incapaz.
—Eres inexperta, no incapaz —sostuvo Alexander, mientras acariciaba su
espalda, en el intento de calmarla. —Cualquiera puede equivocarse. Apuesto que
leíste el diario sin usar tus lentes.
—Es cierto, no estaba usando mis lentes —mintió.
—Vuelve a la mesa —pidió Alexander. —Yo vivo solo, y cenar con una familia
es algo muy especial para mí.
Victoria hizo como él pidió, pero evitó mirar a alguno de los presentes.
Temía ver la risa en los ojos de los demás, así como temía que su estupidez
saliera a la luz nuevamente. Por esa razón, evitó participar de cualquier otra
conversación. Alexander terminó la cena y la enlazó del brazo. Ella sintió que había
cierta demostración posesiva en aquel gesto. Había visto a sus cuñados hacer lo
mismo con sus hermanas.
—Invité a Victoria a ir conmigo a la ópera la semana siguiente —le contó
Alexander a Magno. —con su permiso, claro.
—Estoy seguro que mi sobrina se divertirá mucho —consintió Magno, para
sorpresa de Victoria. —Estará orgullosa por el hecho de que un noble caballero
como tu aprecie su compañía. ¿Cierto? —El tío lanzó una mirada autoritaria en
dirección suyo.
—Tendré un inmenso placer en acompañar al conde y estaré ansiosa
esperando la noche de ópera —comentó con una sonrisa graciosa.
—Ahora vengan, queridas. Pasemos al salón principal —Roxanne llamó a las
sobrinas, —Y no demoren mucho —miró a su marido. —vamos a jugar a acertijos
sobre personas famosas.
—Mal puedo esperar —respondió el duque, sonriendo con ironía a su esposa.
Victoria guiñó un ojo a Alexander, antes de seguir a su tía y a sus hermanas.
Cuando los hombres se unieron a ellas, más tarde, Alex se sentó a su lado. El
corazón de ella volvió a latir apurado, aún antes de que él pasara su brazo por
detrás de su espalda.
El mayordomo y los otros empleados entraron en el salón, trayendo teteras
con té y café, chantilly y azúcar.
Angélica distribuyó una tarjeta para cada persona. Cada tarjeta traía el
nombre de una persona famosa.
—El más joven empieza a jugar —bromeó ella, indicando a su tío.
Victoria miró su tarjeta, con aprensión. ¿Cómo podría jugar si no sabía leer lo
que estaba escrito?
—¿No trajiste los lentes? —Le preguntó Alexander al oído.
—¿Me puedes ayudar? —Podemos jugar juntos. Tú lees el nombre y yo hago
la mímica.
Alexander estuvo de acuerdo, lanzándole una mirada devastadora. Victoria no
sabía si sentía frío o calor, pero de algo estaba segura: tenía que encontrar la
forma de estar a solas con aquel hombre nuevamente.
—Preparándose para jugar —el habló por lo bajo en su oído, —Rey Luis —
Aquel aliento caliente provocó un delicioso escalofrío en la espina de Victoria.
Ella se puso de pie y pensó por un instante. Entonces tomó un almohadón, y
lo sostuvo con ambas manos, depositándolo sobre la mesa. A continuación, fingió
levantar del almohadón una corona invisible y ponerla sobre su cabeza.
—¡Rey George! —Arriesgó Angélica. Victoria negó con la cabeza.
—¡Rey Luis! —Gritó Samantha.
—Acertaste —dijo Victoria. —¿Saben de quién me acordé cuando Samantha
gritó Luis ? —Les preguntó a sus hermanas, —Del señor Luis que vivía cerca de
nuestro chalet en Primrose Hill — se volvió hacia Alexander. —nos quería y
siempre nos ayudaba. El pobre conocía nuestras dificultades y...
—Nunca habrían pasado tales dificultades si mi padre... —comenzó
Alexander, poniéndose serio repentinamente. —…digo, si Charles Emerson no les
hubiera quitado a su padre.
—Eso ya pasó —Victoria tomó las manos de él entre las suyas. —Además vivir
en el chalet no estuvo tan mal como crees. De cierta forma, era incluso mejor que
la vida que llevo ahora.
—¿En qué sentido tu vida podría ser mejor en aquella época? —Preguntó,
incrédulo.
—No tenía a mi tío cerca listo para criticar mi conducta todo el tiempo.
Tomado por su extrema ternura, Alexander la besó. Tímida ante la mirada de
los presentes, Victoria sintió que su rostro ardía.
—Yo les dije que estaba planeando abusar de mí —La broma hizo que los
cuñados se rieran con ganas.
—Eres de verdad incorregible —murmuró Alexander, besándola nuevamente.
Las hermanas y los cuñados de Victoria se despidieron para poner a los niños
en sus camas.
—¿Te gustaría aprender a jugar al billar? —Propuso Alexander.
—Claro que sí —aceptó entusiasmada. Mientras un camarero encendía las
luces del salón, Alex preparó la mesa para el juego. Posicionó las bolas, para luego
ablandar la punta del taco con una tiza.
—Mira lo que voy a hacer —sugirió él, girándose hacia Victoria.
—Bárbaro, prefiero que me expliques mientras vas jugando. Da algún tacazo
para que pueda ver cómo se hace.
—Voy a intentar mandar la bola roja para el hoyo —explicó él.
—¡Muy bien! —Victoria aplaudió, así que acertó la jugada —¡Otra vez!
Realmente no era el juego sino a Alexander lo que ella admiraba: el pelo
rubio, el perfil perfecto y viril, los ojos grises. Estudiaba ahora sus hombros
anchos, la espalda, el pecho, las caderas. En seguida, observó, sin prisa, las manos
fuertes con largos dedos. Las imaginó tocando su cuerpo, el peso de él sobre ella,
las piernas fuertes y musculosas apartando sus muslos, la masculinidad firme. Un
escalofrío de placer la recorrió y, trémula dejó escapar un hondo suspiro.
—¿Está todo bien? —Preguntó Alexander.
—Sí, todo bien.
—Dime. ¿Con qué tipo de hombre deseas casarte? ¿Alguien con un título de
nobleza, rico y bonito?
—El hombre con quien me casaré debe ser inteligente, paciente y
comprensivo.
—Cualidades admirables. ¿Por qué las prefieres?
—Admiro a las personas inteligentes. Además, mi marido necesitará paciencia
y comprensión para sobrevivir al matrimonio conmigo. ¿Y tú qué deseas en una
esposa?
—Cabello rojizo es esencial. Entonces, ¿juegas?
—¿Tú me ayudas?
—Supuse que dirías eso.
Con las dos manos, Alexander le mostró a Victoria cómo posicionarse en
relación a la mesa. Después de hacerla inclinarse hacia adelante, se puso detrás de
ella, sus cuerpos muy cercanos.
Una ola de placer recorrió el cuerpo de Victoria. Podía sentir el olor de su piel
y el calor de aquel cuerpo atravesaba las finas capas de su vestido.
—Sostén con esta mano —pidió el con voz ronca, antes de pasar los brazos en
torno suyo, manteniendo las manos sobre el taco. —Coloca la otra mano sobre la
mesa, para dar firmeza al movimiento de la tacada —Había malicia en lo que decía
—Ahora solamente miras y golpeas el taco contra la bola blanca.
Victoria vio la bola blanca golpearse contra otra de color e ir directo al hoyo.
—¡Lo lograste! —Exclamó.
—Ahora vamos con aquella otra —dijo, apuntando mientras mantenía el
cuerpo pegado al de ella.
Victoria se volvió hacia Alexander y sus senos se rozaron con el pecho
musculoso.
—Si yo te hago una pregunta, ¿prometes responderme con sinceridad?
—Depende de la pregunta —dijo él, acariciando su rostro.
—¿Tienes una amante?
—No —respondió él, riendo.
—¿Ya tuviste una?
—Sí —admitió él, mirándola a los ojos.
—Y cuando te cases, ¿Pretendes tener otra?
—¿Crees que debería?
—No —murmuró Victoria, mirando los labios del hombre. —Quiero que me
beses como lo hiciste esta tarde.
Sin decir una palabra, Alexander la tomó en sus brazos y la besó con
intensidad. Victoria solo podía pensar en lo delicioso que era ese momento. Él
pasaba la punta de la lengua por la abertura de su boca, penetrándole y
explorándole la boca delicada. Excitante desde el principio, ella empujó los labios
de él con la propia lengua y, entonces, fue su momento de explorar aquella boca
masculina.
Alexander le besó las sienes, los párpados y el cuello. Dejó que las manos
resbalaran por la espalda, para después sostenerle las nalgas con firmeza,
trayéndola aún más contra sí. Victoria gimió, sintiendo la masculinidad firme de
Alexander contra su cuerpo. La levantó hasta el borde de la mesa de billar, le
levantó el vestido y se puso entre sus muslos, dejándola sentir aquella firmeza
contra la suavidad de su piel delicada.
Loca de deseo, Victoria se agarró a él, que ahora le acariciaba los senos a
través de la tela satinada del vestido. Arqueó el cuerpo cuando Alexander deslizó
la tela de las mangas hacia abajo, exponiendo sus senos y acariciando los pezones,
haciendo que la humedad entre sus piernas aumentara.
—Tienes lindos senos —elogió él, antes de empezar a lamer un pezón y
finalmente chuparlo, mientras sus manos se ocupaban del otro.
Victoria nunca había imaginado que existiera un placer tan intenso como
aquel. Quería más, sabiendo que había algo aún más placentero esperándola.
Sintió que se congelaba al oír el ruido de la puerta del salón de juegos al abrirse.
Entonces oyó a sus cuñados.
—Tenemos ganas de jugar un poco... —comenzó Robert.
—Disculpas por la intromisión —completó Rudolf en seguida.
Alexander se incorporó, rodeando con los brazos a Victoria, protegiéndola.
Avergonzada, escondió el rostro en su pecho, mientras sus cuñados se retiraban.
—Dennos un momento —pidió el. —Victoria iba ya iba a retirarse.
—¿Qué van a pensar de mí? —Murmuró ella, al oír que la puerta se volvía a
cerrar.
Alexander acomodó la ropa de ella, para cubrirle los senos y la sostuvo por el
mentón.
—Mírame querida. Ellos no pensarán mal de ti —buscó calmarla. —Ve a
dormir ahora. Mañana tendremos una conversación seria.
—¿Una conversación con mi tío sobre mi comportamiento?
—No tengas miedo —dijo tratando de alejar los temores de Victoria, dándole
un beso en la frente. —Conversaremos mañana.

***

Jamás pondré la nariz fuera de este cuarto, se dijo Victoria a sí misma al


despertar a la mañana siguiente. En todo caso, se bañó y puso un lindo vestido
azul. Caminó hasta la ventana. El día estaba nublado y caluroso. Esperaba que su
desayuno no demorara mucho en llegar. Al fin, pasar hambre no estaba e.ntre sus
planes.
¿Con que cara miraría a Alexander después de las libertades que le dio?
¿Cómo mirar a sus cuñados, quienes habían sido testigos de aquella escena en el
salón de juegos?
Todavía junto a la ventana, miró al bosque, recordando el primer encuentro
amoroso con Alexander, el primer beso. De la noche anterior, le venían al
recuerdo otros besos suyos, el cuerpo rígido junto al suyo la sensación de aquella
boca chupando sus pezones. Cerró los ojos, mientras deliciosas sensaciones
recorrían su cuerpo.
Cerca de la una de la tarde, aún esperaba por el desayuno. Estaba
hambrienta. ¿Por qué no bajar hasta la cocina por la escalera de servicio? Pensó.
Era una buena idea. Husmeó por la cerradura, no había nadie afuera.
Abrió despacio la puerta y se sobresaltó al ver que las hermanas se acercaban.
Contrariada, abrió más la puerta y dio un paso hacia atrás. Samantha y
Angélica entraron apuradas.
—¿Por qué aún no has bajado? —Inquirió Angélica.
—Alex está preocupado —le informó Samantha. —pidió que viniéramos a
buscarte.
—No quiero verlo.
—¿Por qué no?, les estaba yendo tan bien anoche... —había un tono de
provocación en el comentario de Samantha.
—No sé si tendré coraje de mirarlo —Victoria se dejó caer sobre un sillón. —
Alexander y yo fuimos al salón de juegos después que ustedes se retiraron. En
pocas palabras, cuando Robert y Rudolf aparecieron para invitarlo a jugar, yo
estaba desnuda de la cintura para arriba.
—Rudolf se quedó más incómodo que tú —garantizó Samantha.
—Robert también —dijo Angélica.
—¿Ustedes ya sabían todo esto?
—Ah, no te quedes tan perturbada. Tampoco me fue fácil mirar a Robert
después de la primera vez que nosotros... —vaciló Angélica.
—Lo mismo me sucedió a mí, luego que Rudolf y yo... —el momento era de
revelaciones. —Escucha, Victoria, conversar con Alex es la única manera de poner
un punto final a ese malestar. Si tú no bajas, él subirá a ver qué está sucediendo.
—¿Por qué haría eso?
—Tal vez está enamorado de ti —arriesgó Angélica.
—¿Cómo es posible que un hombre inteligente y sofisticado como Alex se
enamore de una muchacha estúpida como yo? —Victoria no podía creer lo que su
hermana decía.
—Para con eso. No seas boba —Angélica asumió un aire autoritario.
—¿Entonces, vienes para el salón o le pido a Alex que suba?
—Dile que bajaré en algunos minutos —Victoria se rindió a lo inevitable.
Diez minutos más tarde, bajó la escalera y se encaminó hasta la entrada del
salón. Oyó voces familiares, los hermanos de Rudolf, los príncipes Víctor y Stepan
habían llegado. Se preparaba para entrar cuando escuchó una conversación que la
dejó boquiabierta.
—Felicidades por el casamiento, conde Alexander. Leímos las proclamas en el
Times de ayer —Stepan apretó la mano de Alex.
—Gracias, Altezas.
Victoria sentía que la sangre se le congelaba en las venas. Alexander estaba
comprometido y se casaría en breve. Ella se recostó a la pared, atónita. Lágrimas
de decepción rodaron por sus mejillas.
Todo lo que quería era meterse en un pozo y morir. No era más que un
juguete para Alexander. Él la había besado y tocado con intimidad, pero iba a
casarse con otra. Y él había dicho que no tenía una amante... Casi sintió pena de la
futura esposa, la pobre mujer tendría que soportar una vida llena de traiciones.
Un profundo resentimiento se apoderó de Victoria.
Alexander Emerson la quería de amante, concluyó. Si sus cuñados no hubieran
ido al salón de juegos la noche anterior, hoy ella sería una mujer deshonrada. Lo
mejor que podía hacer era olvidar que lo había sucedido entre ella y aquel
aprovechador. Él había herido sus sentimientos, pero su virtud permanecía
intacta.
Decidió que coquetearía con los hermanos de Rudolf. Eso haría con que el
conde tuviera frustrada su intención de convertirla en su amante. De cualquier
forma, era mejor evitar estar a solas con él. Respiró hondo, se arregló el vestido,
ensayó una sonrisa y entró en el salón.
Stepan fue el primero en verla. Ella pasó junto a Alexander, sin siquiera
mirarlo, y se dirigió al joven.
—¡Que placer volver a verte! —Saludó ella sonriente, pensando que aquella
actitud despertaría celos en Alexander.
—Felicidades —Stepan le besó la mano.
—Para ti también —estaba confundida. ¿Por qué Stepan había dicho aquello?
—Quiero hablar contigo Stepan —dijo Rudolf con expresión seria, algo que no
era común.
—El almuerzo está servido en el jardín —anunció Roxanne.
Sintiendo la presencia de alguien a su lado, Victoria se dio vuelta. Se trataba
de Alexander, y no parecía muy satisfecho.
—Quiero hablar a solas contigo. Acompáñame hasta el estudio de tu tío, por
favor —pidió él.
—No iré a ningún lugar contigo.
—¿Molesta por lo que sucedió anoche?
—No me hagas acordar de cuán desjuiciada fui.
—Necesitamos conversar sobre nosotros dos —declaró con firmeza.
—Jamás habrá nosotros dos —Victoria intentó alejarse, pero Alexander la
detuvo por los hombros.
—Quiero conversar contigo —Él comenzaba a impacientarse.
—Siento mucho estropear tus planes, pero soy una muchacha decente.
¡Quédate lejos de mí o empezaré a gritar! —Levantó el mentón y salió del salón.
Las mesas estaban puestas sobre la hierba, cerca de la casa. Los niños ya
habían almorzado y estaban con las niñeras. El mayordomo y los demás
empleados estaban prontos para servir.
Victoria pretendía sentarse con Stepan y Víctor, lo más lejos posible de Alex.
Rudolf, en cambio, la tomó por el brazo y la llevó hacia lejos de sus hermanos.
—Sabes que puedes confiar en mí —la miró con una sonrisa afectuosa.
—No necesito fingir contigo. Sabes cuál es mi problema. Viste lo que
Alexander me estaba haciendo en el salón de juegos anoche.
—Pues es una conducta natural entre un hombre y una mujer —explicó
Rudolf. —No hay nada de malo en...
—Oí a tus hermanos felicitar a Alexander por el casamiento —Victoria
interrumpió en voz baja, pero cargada de rencor. —Aquel hombre intentaba
seducirme para hacer de mí su amante después de que esté casado con otra.
Rudolf encaró a su cuñada, sorprendido.
—¿Sabías que eres más graciosa que las bailarinas del Callejón de las
Tabernas? —Él sonrió. —Alex no te quiere para amante. ¿Cómo puedes
imaginártelo?, las amantes son mujeres expertas, y tú eres demasiado joven. ¿Por
qué querría una virgen como amante?
—Pregúntale a él —sugirió Victoria, caminando enojada en la dirección de la
mesa donde estaban los hermanos de Rudolf.
Se sentó con los muchachos, que parecían incómodos con su presencia, sobre
todo Stepan. Ignoró la actitud de ellos y disimuladamente observó a Alexander,
sentado a una distancia razonable, con Rudolf y Robert. Los tres conversaban, ella
juraría que era el asunto de conversación. De repente, el conde le dirigió la mirada
y sonrió, lo que la dejó aún más furiosa.
Había perdido el apetito. Aun así, miro a la mesa y decidió servirse.
—¿Novedades de Londres? —Preguntó a Stepan, fingiendo no ver a Alex.
—Lo de siempre —el tono desinteresado de la respuesta del muchacho hizo
con que ella no continuara la conversación. Él siquiera la miró.
—¿Has ido a bailes? —La pregunta se dirigía a Víctor esta vez. Quién sabe si
tendría mejor suerte con él.
—No, he ido al White's —fue la respuesta lacónica.
—¿Y para qué van allí los hombres?
—Para beber y jugar.
—Interesante. Y nunca hablan sobre mujeres, supongo.
—Nunca oí sobre ese tipo de conversaciones allí.
Lo que Víctor decía no coincidía con la verdad, obviamente, y la impaciencia
de Víctor empezaba a aumentar. Quería preguntar sobre Alexander, necesitaba
saber con quién iba a casarse. Su orgullo en cambio, no permitió que lo hiciera.
Además, Stepan y Víctor estaban actuando de modo extraño. Rudolf debería
haberles sugerido que se mantuvieran lejos de ella. Su propio cuñado conspiraba
contra ella, junto a Alexander.
Irritada, se levantó y lanzó una mirada de reprobación hacia Víctor y Stepan.
—¿Dónde crees que vas? —Preguntó Magno, con aire poco amigable.
—Vamos a jugar croquet después del almuerzo —anunció Rudolf, cambiando
el rumbo de la conversación. —Necesitamos cuatro personas. ¿Juegas con
nosotros, Victoria?
—Me encantaría jugar croquet —Resolvió aceptar la invitación, luego de una
breve vacilación.
***

Una hora más tarde, los empleados habían preparado todo para el juego.
Robert sería compañero de Victoria, mientras que Alexander formaría dúo con
Rudolf.
—El primer arco está a tu izquierda —instruyó Robert.
—Sé que el movimiento sigue el sentido del reloj —Había cierta irritación en
la voz de la cuñada.
—Discúlpame por subestimarte —replicó Robert impaciente.
Victoria se preparó para jugar, asumiendo su posición e ignorando las risitas
de los caballeros. Estaban perturbando su concentración. Golpeó decidida,
lanzando la pelota con el taco. ¡Desastre total!. Mientras Rudolf y Alexander se
reían, Robert tenía un aire de desolación en el rostro.
—Era para pegarle a la pelota en dirección al primer arco —recordó él.
—Fue lo que hice —porfió Victoria.
—Tendrías que haberle pegado para la izquierda —dijo Robert meneando la
cabeza.
—¿No sabes distinguir derecha e izquierda? —Indagó Alexander, dejándola
furiosa.
Victoria vio que sus cuñados se reían por lo bajo. Sintió ganas de tirarle las
pelotas de juego a Alexander, pero sería mejor que no perdiera la compostura.
Caminó hacia un costado, para que la próxima persona jugara.
—No puedes hacer eso —dijo Alexander. —Tienes que jugar otra vez. Aún es
tu turno.
—Hago como me parece oportuno —replicó nerviosa, mirándolo. —Puedo
equivocarme, pero nunca hago trampa.
Rudolf y Robert jugaron a continuación, sus tacadas mandaron las pelotas
para más cerca del arco. En seguida fue el turno de Alexander; él tocó la pelota,
que pasó por el arco número uno.
—¡Bella jugada! —Exclamó Rudolf.
—Muy bien —elogió Robert, antes de volverse hacia Victoria. —¿Crees que
puedes mandar la pelota hacia la dirección correcta esta vez?
Con la sangre subiéndole a la cabeza, se posicionó.
—Estás sosteniendo de forma equivocada el bastón —observó Alexander. —
Estaré complacido en enseñarte cómo se debe sostener el bastón, si así lo
permites, Victoria —agregó, provocándola.
Rudolf y Robert largaron la carcajada. Su cara ardía de indignación. Notó que
Stepan, Víctor y Magno se acercaban, atraídos probablemente por las risas de los
cuñados. Ella le pegó a la pelota, que llegó hasta cerca del arco, pero no entró.
—¿Cuántas jugadas necesitas para hacer que la pelota entre? —Robert estaba
desanimado.
Victoria ignoró lo que decía su compañero. Rudolf y Robert jugaron,
mandando la pelota para el arco número uno. A continuación le tocó el turno a
Alexander, que mandó una pelota acertada por el arco número dos. ¡Bingo!
Mientras los hombres discutían la jugada del maestro Alex, Victoria aprovechó
para empujar la bola por el arco número uno. Temía los comentarios que, con
seguridad, vendrían, pero por otro lado juzgaba que lo merecía. Había sido una
tonta, ingenua. Nunca imaginaría que Alexander pudiera ser tan cruel.
—Es tu turno, Victoria —anunció Roberto.
—¡Espera! —Intervino Alex. —Tu pelota estaba del otro lado del arco.
—Estás equivocado, querido —Victoria lo encaró.
—Hace poco dijiste que no eras tramposa, querida —provocó Alexander,
alejándose, —Qué pena, perderás de cualquier manera —él miró a Robert. —Te
compadezco por la compañera que elegiste.
En el límite de la irritación, Victoria jugó una vez más, pero ni así la pelota
entró. Rudolf y Robert jugaron a continuación, con éxito. Llegó nuevamente la vez
de Alexander: él le pegó a la pelota, que no llegó a pasar por el tercer arco.
—Parece que tu suerte está cambiando, estimado conde —dijo punzante y
con desdén. Él estaba muy lejos de ser la imagen de la perfección.
Alexander ignoró el comentario sarcástico y le dio la espalda, mientras ella se
posicionaba para jugar una vez más. Pero no hizo como era de esperarse. Su
paciencia se agotaba. Miró la pelota y le pegó con toda la fuerza de la que fue
capaz en dirección a Alexander, acertándole en la pierna.
—¡Oh! lo siento muchísimo señor —fingió consternación. —Usted sabe que
tengo problemas de dirección.
Sus palabras, sin embargo, no impidieron que Alex reaccionara. Caminó
furioso en su dirección. Victoria miraba, paralizada, temblando a medida que él se
acercaba. Esta vez, en cambio, Dios la protegió, mandando una lluvia torrencial,
que obligó a todos a correr hacia dentro de la casa.
Una vez protegidos por el techo, ella intentó correr. Entonces, Alexander la
alcanzó, sosteniéndola por el brazo, hizo que se miraran.
—Si vuelves a actuar de esa forma infantil como acabas de hacer, juro que te
daré unas buenas palmadas —amenazó él. —¿Estamos de acuerdo?
Asustada, Victoria repitió varias veces un movimiento afirmativo de cabeza,
hasta que él se alejó, rezongando.
CAPÍTULO III

Una hora después, en sus aposentos, Victoria se dio un baño, se cambió de


ropa y peinó sus cabellos. Tendría que bajar a cualquier precio, pues quedarse en
su cuarto estaba fuera de cuestión. Se había mostrado intimidada por Alexander y
sería mejor volver a encararlo para probarle que no le tenía miedo.
Bajó la escalera y se dirigió al salón, donde todos habían planeado
encontrarse. Después de mirar de reojo a Alexander, sentado a la mesa de juegos
con Rudolf y Samantha, caminó en dirección opuesta a ellos. No pretendía
acercarse a Stepan y Víctor, pero les lanzó una mirada de glaciar indiferencia.
—Quiero hablar contigo, señorita —escuchó decir al tío de repente.
¡Maldición!, ahora tendría que oír más reclamaciones sobre su conducta. No
es que tirarle una pelota a Alexander hubiera sido un hecho loable, pero estaba
cansada de las críticas. Caminó en dirección al tío, pero notó que él miraba a
alguien que estaba ubicado detrás de ella. Era Alexander, quien hacía un gesto
negativo con la cabeza al duque. ¿Qué quería decir aquello?
—Ve Victoria —decidió el tío de repente. —Hablaré contigo más tarde.
Lo mejor sería pedirle disculpas a Alexander. En fin, no hacerlo daría la
impresión equivocada de que estaba temerosa.
Al volverse, vio que el conde la observaba. Cuando sus miradas se
encontraron, él evitó el contacto y se puso a conversar con Rudolf y Robert.
Victoria atravesó el salón y se quedó justo a su lado. Esperaba que Alex notara su
presencia, pero él la ignoró.
—Mi Lord —dijo con voz suave. —le pido disculpas por mi conducta
imperdonable de esta tarde. Espero, sinceramente, que me perdone.
La mirada de Alexander se enterneció y una leve sonrisa surgió en sus labios.
—¿Estás diciendo eso por orden de tu tío?
—No. Sin embargo estoy segura que sería lo que él me mandaría hacer.
—¿Decidiste pedir disculpas para no ser reprendida delante de todos? —
Sonrió. —Samantha, Rudolf y yo queremos jugar, pero necesitamos un cuarto
compañero. ¿Juegas con nosotros?
Aquello era lo último que Victoria quería hacer. Su dificultad para distinguir
ciertos números sólo resultaría en problemas. En cambio, rehuirse sería falta de
delicadeza.
—Me encantaría jugar a las cartas, pero no tengo idea de dónde puse mis
lentes.
—Solo tendrás que leer algunos números —dijo Alexander. —Estoy seguro
que lograrás jugar, sin mayor dificultad.
Victoria estuvo de acuerdo y se sentó a la mesa de juegos, de frente al conde.
Miró de reojo a Samantha y no pudo dejar de percibir el aire de preocupación
de su hermana. A fin de cuentas, ella conocía bien sus dificultades con los
números. Alexander barajó las cartas y le pidió a Samantha que cortara el mazo.
En seguido, las distribuyó. Colocó la última carta, el triunfo, hacia arriba sobre la
mesa, enfrente al lugar donde estaba sentado.
—Oro es el naipe del triunfo —anunció. Victoria tomó las cartas, aprensiva.
Tenía en las manos un buen número de seis y nueves así como de cartas rojas y
negras. Las rojas parecían tener la misma forma, así como las negras. Pero ¿Cómo
sabría cual carta roja era de que le seguía al triunfo?
No debió haber aceptado la invitación para jugar, pensó. Miró a Samantha y
vio que había una indagación es los ojos de la hermana. Se limitó a hacer un leve
movimiento con la cabeza. Se negaba a decirle a Alexander o cualquier otra
persona sobre su problema. Haría lo mejor que pudiera.
Rudolf, a su derecha, comenzó a jugar, colocando un diez negro sobre la
mesa. Victoria miró la carta con atención: estaban los números uno cero sobre la
carta. Era un diez negro. ¿Sería espadas o bastos?
—Puedes jugar —dijo Alexander, mirándola de buen humor.
Evitaría los seis y los nueves, porque se confundía con ellos. Puso en la mesa
una dama, cuyo naipe era negro.
—¿Estás segura que conoces el juego? —Preguntó Alexander
—Juego siempre con mis hermanas.
—¿Te importaría si miro sus cartas? —Preguntó Alexander a Rudolf.
—¿Por qué quieres ver mis cartas?
—Dame tus cartas —ordenó él, sin justificación.
Ella entregó sus cartas a Alex y percibió, por la expresión de su rostro, que su
jugada era errónea.
—Rudolf jugó un diez de espadas —dijo Alexander, irritado. —Tú jugaste una
dama de bastos, que perderá porque no le sigue. Podrías haber jugado la sota de
espadas y ganar.
—Lo siento mucho —se disculpó Victoria, sintiéndose una completa idiota.
Todos la miraban.
El juego se reanudó. Samantha jugó un dos de espadas. Le siguió Alexander,
colocando un cuatro de espadas, dando el primer truco, y Rudolf jugó un ocho
rojo. Pidiéndole a Dios que la ayudara a hacer la elección correcta, Victoria jugó un
nueve rojo. No hubo comentarios, Samantha jugó un tres rojo y Alexander un dos
rojo.
Cuando Rudolf comenzó a recoger las cartas, Victoria protestó.
—Gané aquel truco.
—El ocho le gana al seis —explicó Rudolf.
—Y yo jugué un nueve —dijo Victoria.
—Jugaste un seis —corrigió Alexander, sonando aún más irritado. —Déjame
ver tus cartas.
Cada vez más frustrada, Victoria le pasó las cartas. Estaba claro, por la
expresión en su rostro, que se había equivocado otra vez.
—¿Por qué jugaste el seis cuando tienes un diez?
—Pensé que era un nueve.
—¿Cómo es posible? ¡Seis y nueve son números completamente distintos!
¿Quieres perder o es estupidez pura?
—¡No me hables así! —Victoria luchaba contra las lágrimas, llena de
indignación. —¡Búscate otro compañero! —Gritó antes de tirar las cartas al suelo.
—Recoge las cartas del suelo —ordenó Alexander.
—¡No!
Samantha se inclinó a recoger las cartas.
—Por favor, no lo hagas —pidió Alexander, antes de volverse para Victoria, —
Recoge las cartas —repitió él.
—No eres mi padre ni mi guardián. ¡Si quieres dar órdenes, dale a tu futura
esposa, sea quien fuere la infeliz! —Sintió que sonaba como una amante
traicionada y retiraría aquellas últimas palabras si fuera posible.
—Pídele disculpas al conde, Victoria —intervino Roxanne, acercándose.
—Deja que Alex se encargue —Magno le dijo a su esposa. —Él tendrá que
saber lidiar con sus berrinches por mucho tiempo, así que empiece ahora.
—¿Le debo dar órdenes a mi futura esposa, es lo que crees? —Preguntó
Alexander, contrariado.
—Eso es un problema tuyo —contestó Victoria.
—¿Crees que cuando yo dé ordenes mi futura esposa debe obedecerlas sin
cuestionar?
Victoria hizo un gesto con los hombros.
—¿Eso significa sí o no?
—Eso significa que poco me importa.
—Voy a tomar tu respuesta como un sí —decidió Alexander, acercándose a
ella. —Si ella no acata mis órdenes, le daré unas buenas palmadas.
—Dile eso a ella, no a mí —Victoria levantó la nariz y se preparó para salir de
allí.
—Recoge las cartas, mi dulce futura esposa —él la sostuvo de la muñeca.
—¿Estás sugiriendo que yo soy tu futura esposa?
—No estoy sugiriendo, estoy afirmando —declaró Alexander. —¡Ahora
levanta las malditas cartas!
Victoria miró al conde, sin comprender qué sucedía.
—¿Tú me pediste en casamiento por casualidad?
—Tu tío y tía me propusieron un acuerdo.
Asombrada y amargada, Victoria se quedó inmóvil, mientras que
pensamientos perturbadores bailaban en su mente. Su tío y tía habían propuesto
un acuerdo. Él ni siquiera había deseado aquella situación.
—¿Hace cuánto tiempo estamos nosotros comprometidos?
—Lo siento mucho —se disculpó Alexander, viendo el dolor reflejado en sus
ojos. Se había arrepentido de usar la palabra acuerdo .
—¿Hace cuánto tiempo? —Victoria repitió la pregunta.
—Hace casi un año.
—¿¡Un año!? —Victoria se dirigió hasta el salón para enfrentar a sus
guardianes.
—¿Cómo pudieron hacerme eso? —Preguntó angustiada. —¿Me
comprometieron sin al menos preguntarme que quería yo? ¿No se dieron el
trabajo de comunicármelo?
—Sólo queríamos lo mejor para ti —se defendió Roxanne.
—No hagas drama, Victoria. Es un excelente acuerdo —agregó el tío.
—Estoy cuestionando la forma en que me ignoraron, no el acuerdo. ¿Cuándo
es el casamiento?
—El día veinticuatro de junio, y las invitaciones serán enviadas la semana
próxima —informó la tía.
—¿Planeaban enviarme una a mí también? ¿Así sabría sobre el casamiento?
—Sin esperar una respuesta, volvió al salón donde se encontraban los demás, —
¿Mis hermanas también lo sabían? —Preguntó, encarándolas. —Cuando pienso en
la puesta en escena ayer en mi cuarto... —se giró hacia los cuñados. —Si mis
hermanas sabían ustedes también sabían.
—Pedí que nadie dijera nada al respecto —dijo Alexander en voz baja. —
Quería darte una oportunidad para crecer.
—Te desprecio más a ti que a los otros —disparó ella, dándole una cachetada
en el rostro.
Tomándola por la cintura, Alexander la levantó en el aire, la puso sobre su
hombro y se alejó de allí.
—¡No toquen las cartas! —Ordenó él. —¡Mi dulce prometida las va a levantar
del suelo!
Victoria no había visto a alguien tan enojado. No se atrevería a llorar, patalear
o pedir ayuda.
—Abre aquella puerta —Alexander le dijo a uno de los empleados de la casa,
así que llegaron al estudio del duque. Al entrar, él puso a Victoria de rodillas sobre
su falda. Aquella era la experiencia más humillante en sus dieciocho años de vida.
Súbitamente, él soltó el cuerpo de ella, quien cayó sentada en el suelo.
Disgustado consigo mismo, murmuró.
—No puedo hacer esto.
Victoria permaneció en el mismo lugar donde había caído, con la cabeza baja.
—¿Me estás escuchando? —Preguntó Alexander.
Victoria asintió con la cabeza, pero permaneció callada.
—Vamos a volver a aquel salón y tú vas a tomar las cartas del suelo, sin decir
una sola palabra. Si no cooperas, te daré unas palmadas delante de todos —una
vez más ella asintió con la cabeza. —Estamos progresando y eso me agrada —
continuó él, ofreciéndole la mano para levantarla del suelo.
Victoria miró la mano de Alexander y levantó los ojos. Entonces hizo lo que
menos esperaba: colocó su mano en la de él.

***
Todos miraron en silencio cuando los dos volvieron para el salón,
sorprendidos con el cambio de actitud de ella. Llegando a la mesa donde antes
habían jugado, Victoria se arrodilló y comenzó a recoger las cartas, sin una
palabra.
—Hay una más allí —Alexander avisó, apuntando hacia donde estaba la carta
que ella no había visto.
—Dios mío —exclamó Magno. —¿Cómo lograste eso?
—Victoria y yo llegamos a un acuerdo —respondió Alexander. —Yo daré las
órdenes en nuestra familia y ella obedecerá. ¿No es así, querida?
Estaba demasiado humillada como para decir algo, ella se limitó a hacer una
señal afirmativa con la cabeza. Poniéndose de pie, colocó las cartas sobre la mesa.
—Quédate en tu cuarto hasta que te mande llamar... —Recomendó
Alexander, pasando el brazo sobre el hombro de ella, para luego acompañarla
hasta la puerta del salón. Antes de despedirse de Victoria, tocó levemente el
mentón y miró dulcemente a sus ojos.
—Discúlpame por la vergüenza que te hice pasar.
—Está bien —murmuró ella antes de alejarse.
—Felicitaciones por el notable hecho —el príncipe Stepan saludó a Alexander.
—¿A qué hecho te refieres?
—Lograste domar a Victoria, claramente.
—No la domé, simplemente logré controlar su primer berrinche —corrigió
Alexander. —Ella acordó en hacer lo que le pedí, nada más que eso. Amansar ese
temperamento no es algo que se logre de la noche al día, estimado.
—La vida con mi cuñada jamás será aburrida, eso puedo garantizártelo —dijo
Robert.
—Pero no lograrás nada con facilidad —opinó Rudolf.
—Lo que vale la pena en esta vida no se logra con facilidad —Alexander pensó
en cuan bella era su futura esposa. Casi podía ver aquella cascada de tupido
cabello color fuego que tanto combinaba con la intensidad que había sentido en
Victoria la noche anterior. Valía la pena luchar por ella, no tenía duda de ello.
—Intentar obtener la obediencia de mi novia es una cosa. Rendirse a sus
caprichos, sin cualquier criterio, es ser insensato —señaló.
—¿Qué estás queriendo decir? —Preguntó Stepan.
—Sabemos que la llevaste al Callejón de Las Tabernas.
—Ella me amenazó con pedirle a otra persona que la llevara, en caso de que
yo me negara. Otro hombre podría no haberla protegido —se defendió el joven
príncipe.
—¿Ya pensaste si algún otro caballero la hubiera llevado a aquel lugar?
—No nunca —admitió Stepan.
—Por ahora, es mejor contentarse con las muchachitas que viven corriendo
detrás tuyo, mi hermano —aconsejó Víctor, metiéndose en la conversación.
—Controlar una mujer de temperamento fuerte parece estar fuera de tus
actuales posibilidades.
Tinker, el mayordomo del duque, entró en el salón de juegos en aquel
momento y se dirigió directamente a Alexander.
—Conde Emerson —empezó él, con respetable mesura.
—¿Sí?
—Lady Victoria pide que usted la libere de aquella prisión —comunicó el
mayordomo, en un tono que no dejaba lugar para rehuirse.
—No te sientas ofendido, estimado Alex —recomendó Rudolf. —Tinker me
dijo una vez que fuera a buscar mi propia taza de café si quería beberla.
—Por lo que recuerdo nuestra majestad bien lo mereció por haber hecho
llorar a lady Samantha —Tinker lanzó una mirada de censura hacia Rudolf y
entonces se volvió nuevamente hacia Alexander. —Aquí tenemos una situación
bastante diversa. Lady Victoria me instruyó a repetir sus propias palabras y a
hacerlo “con emoción”.
Al oír las palabras del mayordomo, los hombres no pudieron contener la risa,
ni siquiera Tinker. Claro que en su caso se trataba de una sonrisa casi
imperceptible.
—Señores, hagan sus apuestas —propuso Alexander, sonriendo, —el
berrinche número dos está por empezar —Se volvió hacia el mayordomo. —Dígale
a Lady Victoria que mi respuesta es no.
—Como quiera, mi Lord.
—Dime, Tinker, ¿en quién apostaría en caso de que quisiera arriesgarse? —
Quiso saber Alexander.
—¿Quién está anotando las apuestas? —Preguntó el mayordomo, llevándose
una mano al bolsillo.
—Yo —propuso Rudolf, agitando en el aire el billete que Tinker había sacado
de su bolsillo.
—Apuesto una libra en Lady Victoria —declaró el mayordomo.
Entre risas y mucho entusiasmo, todos comenzaron a hacer sus apuestas.
Alexander se sintió aliviado al constatar que los demás hombres apostaban en él.
—Les agradezco que estén contribuyendo a mi fondo de pensión —bromeó,
mientras el mayordomo dejaba el salón de juegos.
Después de hechas las apuestas, el juego de billar recomenzó para ser
interrumpido cinco minutos más tarde.
—Lord Emerson —era Tinker quien volvía.
—¿Podría esperar que al menos terminara mi jugada? —Replicó Alexander.
—Siento muchísimo interrumpir el juego, mi Lord —el mayordomo se disculpó
formalmente. —pero Lady Victoria quiere saber si milord pretende convertirla a la
sumisión a través del hambre.
—Pues dígale a Lady Victoria que ella tendrá sus comidas con los niños, hasta
que decida comportarse como una persona adulta —Mientras veía a Tinker
alejarse apurado, Alexander pensó en cuan maravilloso sería cuando la madurez
emocional de su futura esposa se igualara a la madurez de su bello cuerpo
femenino. Y ella le pertenecería solamente a él.
Todos se divirtieron al ver a Tinker, quien volvió a la sala de juegos minutos
más tarde. De esta vez, en cambio, se dirigió al príncipe Rudolf.
—Majestad, lady Victoria le manda decir que no tiene dinero, pero que le
gustaría poner una libra en la apuesta —informó el mayordomo. —En caso de que
ella pierda, lo que dice que es altamente improbable, el adinerado conde
Alexander Emerson cubrirá la deuda, ya que es un perfecto caballero.
—¡Ella que espere! —Replicó Alex, que mal podía haber en tal atrevimiento.
—Dile a mi cuñada que solo aceptamos apuestas en dinero vivo —fue la
respuesta jocosa de Rudolf.
—A Lady Victoria no le gustará esto —Tinker se alejó, rezongando.
A la vez siguiente que el mayordomo se dirigió a Alexander, éste ya lo
esperaba sonriendo, intentando imaginar cual sería el comunicado de esta vez.
—Lady Victoria le recuerda que es costumbre que la novia y el novio se
sienten juntos en la mesa del desayuno del casamiento —Tinker carraspeó. —Ella
quiere saber si milord se unirá a ella en la mesa de los niños.
Todos esperaban la respuesta de Alexander. Sin dudas su novia era divertida,
espiritual e insistente, Alexander tuvo que admitirlo.
—Pues puedes decirle a Lady Victoria que le concederé una tregua especial en
el día del casamiento —respondió.
Para sorpresa de todos, en vez de retirarse, Tinker se volvió para Robert.
—Su cuñada me pidió que le recuerde que el título de marqués es más alto
que el de conde, y que por lo tanto, señor marqués, si usted le daría el permiso
para salir del cuarto —preguntó el mayordomo.
—No —fue la respuesta de Robert.
—¡Que chica tan impertinente! —Exclamó atónito Alexander con la osadía de
Victoria.
—Un príncipe es más que un marqués y que un conde —continuó Tinker,
volviéndose hacia Rudolf. —¿Vuestra majestad autorizaría a Lady Victoria a salir
del confinamiento en sus aposentos?
—Hoy es mi día libre —dijo Rudolf. —Me abstengo de tomar decisiones en
este día.
—Dos príncipes son más que uno, por lo tanto, vuestras majestades —
prosiguió Tinker, dirigiéndose a Stepan y Víctor.
Los muchachos se limitaron a reír, sin dar respuesta alguna.
—Muy bien —dijo el mayordomo. —transmitiré los mensajes.
El juego recomenzó, siendo una vez más interrumpido.
—Lord Emerson —llamó Tinker.
—¿Qué sucede esta vez? —La voz de Alexander demostraba irritación.
—Lady Victoria solicita que usted vaya hasta sus aposentos. Desea
disculparse.
—Dígale que iré cuando esté desocupado.
—Ella me pidió que le dijera que no vivirá por mucho tiempo. Si demora
mucho en ir a verla, tal vez sea demasiado tarde.
—¿Qué mal afecta a mi novia?
—Está muriéndose de aburrimiento.
—Pues dígale que lloraré su muerte y respetaré el período de luto como lo
haría un viudo amoroso.
Así que Tinker dejó el salón, Robert y Rudolf lo felicitaron por su respuesta.
—Victoria quiere disculparse. Eso significa que tú has ganado —Stepan apretó
la mano de Alex. —¿Por qué no subes y aceptas sus disculpas de una vez?
—Si hago eso, estaré entrando en su juego, y eso es lo que ella quiere. No,
solo habré ganado cuando ella espere hasta que yo esté dispuesto a oírla.
Rudolf y Robert levantaron sus tazas de champaña para saludar al conde.
Transcurrió casi una hora hasta que Tinker reapareció.
—Cuando tenga un tiempo libre, milord, y si no le causa ningún trastorno,
¿hablaría usted, por favor, con lady Victoria?. La pobre muchacha mal puede
contenerse debido al remordimiento que le consume el alma. Está desesperada
para pedirle perdón y ansiosa por compartir lo que aprendió con la experiencia
que usted le ha proporcionado.
—¡Dios del cielo, parece un castigo!
—¿Debo trasmitirle ese mensaje? —Preguntó el mayordomo, impasible.
—Por favor.
Minutos más tarde, Rudolf tanteó el brazo de Alexander.
—Por lo visto, demoraste demasiado en tomar una decisión, querido —le
avisó el príncipe.
—¿De qué estás hablando? —Preguntó Alexander, mirando a Rudolf, quien
espiaba por la ventana.
—Mira tú mismo.
Rudolf condujo al conde hasta la ventana y apuntó hacia afuera. Caminando
por el pasto, con la flauta en la mano, Victoria se dirigía alegremente al bosque.
Alexander pudo percibir que ella daba pequeños saltos, llena de felicidad por
haber salido de su confinamiento.
—Le pedí a la camarera que me avisara si Victoria salía del cuarto —el conde
dijo entre dientes.
Alexander cruzó la habitación y abrió la puerta. Tinker caminaba detrás de él.
—¡Rayos! —Gritó Alex. —¡Le pedí a la camarera de Victoria que me avisara,
en caso de que ella saliera del cuarto!
—Lady Victoria tiene métodos poco ortodoxos, usted debería saberlo. Salió
por la ventana, no por la puerta. Y bajó por el árbol —Luego de decir esto, el
mayordomo se retiró con la nariz empinada.
—Lo que significa que ella ha ganado —el comentario provenía de Stepan,
que lo miraba con sarcasmo.
Alexander lanzó una mirada llena de indignación hacia el joven príncipe, quien
parecía muy satisfecho con aquella situación y por verlo humillado delante de
todos. Después de todo, Stepan y Victoria eran amigos, ya habían incluso, salido a
escondidas de noche y esa idea lo incomodaba.
—Tengo profundo afecto por mi hermano —intervino Rudolf, antes de
volverse hacia Stepan. —¿Quieres complicarle aún más las cosas a Victoria?
Sin decir una palabra, Alexander se dirigió hacia la puerta dando largos pasos.
Esta vez le daré una lección que jamás olvidará, pensó.
La duquesa Roxanne apareció y lo sostuvo por el brazo, antes que él hiciera
algo de lo que pudiera arrepentirse más tarde.
—¿Pretendes arruinar tus manos de tanto pegarle a Victoria? —Preguntó por
lo bajo. —¿O prefieres tener a tu futura condesa solo para ti mismo de verdad?
—Estoy oyendo —Alexander se sentó en una silla, en un intento por controlar
su acelerada respiración.
—Ve a encontrarte con Victoria y haz como si nada hubiera sucedido. Después
acompáñala hasta sus aposentos —Roxanne hablaba bajo, en un tono de
complicidad evidente. —En seguida, ve hasta tu propio cuarto y disponte a hacer
las valijas. Yo misma me encargaré de decirle a Victoria que has decidido liberarla
del compromiso del casamiento —Se aproximó y le habló al oído. —Apuesto mi
cabeza que ella irá corriendo hasta tu cuarto para intentar persuadirte para que te
quedes.
—¿Y si ella no hace como usted se imagina?
—Conozco a esa chica más de lo que ella se conoce a sí misma. Tiene un
temperamento fuerte, no hay duda de eso, pero tú necesitas entender que es una
joven soñadora como todas las demás y que está con el orgullo herido y
decepcionada. A fin de cuentas, nunca la cortejaste y mantuvimos en secreto el
acuerdo de casamiento, que, dicho sea de paso, es algo para nada romántico. Una
joven ingenua como mi sobrina sueña con un caballero hermoso que le pida en
casamiento.
—Está bien —Alexander asintió. —Veré que puedo hacer.
Dejó la casa y se dirigió hacia la pérgola. Podía sentir en sus espaldas las
miradas curiosas de Robert y Rudolf, quienes, ciertamente, espiaban desde la
ventana, pero resolvió seguir adelante y hacer como Roxanne había instruido.
Cuando Victoria divisó al conde, volvió a colocar la flauta en el estuche, un
tanto temerosa. Mientras tanto, no podía perder la oportunidad de mirar una vez
más a aquel hombre bello y pensar que en muy poco tiempo ambos serían marido
y mujer y dormirían lado a lado. Harían el amor todos los días y ella le dará lindos
hijos. Aquellos pensamientos la hacían suspirar.
—¿Debo prepararme para una paliza o tendré que regresar a mi cuarto?
Alexander la miró por un momento y, entonces, se sentó a su lado, pasando
su brazo por sus hombros, trayéndola para cerca suyo.
—Solo tengo curiosidad por oír sobre las lecciones que dices haber aprendido
—dijo él, con el ceño fruncido.
—Pido disculpas por haber escapado —murmuró ella confundida, mientras se
preparaba para un reproche de aquellos.
—Pedir disculpas no cambia lo que hiciste.
—Lo sé.
—Aún no has dicho nada sobre las lecciones que aprendiste.
—Necesito controlar mi temperamento —ella se enderezó, como una
muchacha bien comportada. —También tengo que agradarte, ser cariñosa,
comprensiva, obediente y hacer lo que me pides, porque ni en caso de intento de
asesinato puedo contar con mi familia para salvar mi piel.
—Aún tienes que aprender la virtud de la paciencia, mi lady —Alexander se
puso de pie y le extendió la mano, como invitándola para bailar.
—Ahora que estamos prometidos uno al otro, tu bien podrías besarme, como
hiciste en el salón de juegos ayer de noche.
—El beso no sucederá cuando tú quieras y sí cuando yo quiera —sentenció él.
Tomados de la mano, ambos caminaron por el extenso césped. Cuando estaban
cercanos a la casa, Victoria se detuvo y lo miró.
—¿Por qué los hombres dan órdenes y las mujeres tienen que obedecer? —
De hecho ella había venido cavilando por el camino.
—Porque los hombres son más fuertes e inteligentes.
—Me estás diciendo que aún el hombre más frágil y estúpido del mundo es,
aun así, más fuerte e inteligente que la más fuerte e inteligente de las mujeres
—Los hombres rigen el mundo porque piensan, mientras las mujeres sienten
—justificó él, encontrando graciosa la lógica de ella. No era fácil convencer a su
novia, sobre todo cuando la cuestión eran derechos y deberes. —Tenemos el
dinero y la sabiduría suficiente para mantener a las mujeres embarazadas, de
manera que no puedan competir con nosotros.
—Pues yo daría todo para poder vivir, al menos un día, en un mundo en el
cual las mujeres sean quienes dan las órdenes —Victoria tenía un aire pensativo.
—¿Y qué harías en ese día?
—Para empezar, le daría un gran reto a mi tío Magno. Luego te daría una
paliza a ti y luego te mandaría para tu cuarto sin comer.
—Pero no te negarías a darme el sustento, espero —dijo él, fingiendo estar
intimidado.
—¿De qué estás hablando?
—De comida, ropa y un techo seguro, por ejemplo.
—Permitiría que comieras con los niños, mantuvieras la ropa que tienes hoy y
vivieras en tu cuarto —dijo ella, lanzando una mirada maliciosa para Alexander.
—Realmente eres incorregible —él tocó la punta de la nariz de Victoria con un
dedo. Aquella irreverencia lo movilizaba.
Victoria tomó el dedo entre sus labios y lo tocó con la punta de la lengua. Fue
un gesto espontáneo, que generó un imprevisto clima de erotismo. No pudiendo
resistirse, Alexander la abrazó, trayéndola para cerca de su cuerpo, y tomó los
labios aterciopelados en un famélico beso. Ella reaccionó deslizando las manos por
el pecho fuerte, para después enlazarle el cuello con los brazos. Se había vuelto
experta en el arte de besar.
—Me parece gracioso —comentó ella. —Minutos antes no estabas preparado
para besarme y de repente...
—Tú eres de hecho una brujita, ¿o serás un hada llena de poderes? —Dijo
Alexander, antes de llevarla en sus brazos, poniendo el cuerpo delgado sobre su
hombro como una bolsa de harina.
—¡Mi flauta! —Gritó ella, riéndose.
—Mandaré a alguien que venga a buscarla, quédate tranquila.
—¿No crees que estás llevando esa historia de disciplina de marido
demasiado lejos?
—Es lindo mirarte desde aquí —respondió él, dándole una leve palmada en su
trasero prominente.
Con Victoria sobre su hombro, Alexander entró en la casa. Ambos se divertían
como si nada hubiera sucedido anteriormente. Rudolf, los hermanos y Robert se
acercaron a la puerta para dar una mirada.
—Creo que el conde ganó la disputa —arriesgó Stepan llevado por las
evidencias.
—No te engañes, hermano mío. Si Victoria se está riendo, ella ha ganado la
partida —Aunque sin poderlo confesar, Rudolf había apostado todo el tiempo por
su cuñada.

***

Luego de haber subido las escaleras con la novia sobre su hombro, Alexander
llegó a los aposentos de ella y la dejó sobre el suelo.
—Intenta no volver a salir por la ventana —aconsejó. —o mando cortar ese
maldito árbol. Estoy seguro de que estás dispuesta a salvar un árbol tan bonito y
frondoso.
Victoria se despidió de Alex y se acostó en su cama. ¿Cómo aprendería a ser
paciente?, se preguntó a sí misma sin creer en posibilidades de éxito. Si al menos
supiera leer... Las personas normales viajaban entre las páginas de un libro, iban a
lugares diferentes, se veían envueltas en circunstancias inusitadas, reían, lloraban,
amaban, odiaban y sufrían por sus personajes favoritos. Pero ella jamás disfrutaría
del placer de una buena lectura.
¿Qué podría hacer para que Alexander no descubriera que tenía un problema
tan serio y que tanto la limitaba?. Al final, sería imposible mantener aquel secreto
indefinidamente, una vez que viviesen juntos. Haría un intento más por aprender.
Esta vez, contrataría un profesor y acabaría superando a su tía y a sus hermanas
en conocimientos. Decidió que conversaría con los tutores de sus sobrinos, los
hermanos Philbin, cuando fuera a Londres.
Veinte minutos más tarde, Roxanne entraba en los aposentos de la sobrina,
con nítida expresión de contrariedad en el semblante.
—Bien, querida, lograste finalmente lo que tanto deseabas —la voz de la
duquesa revelaba profunda decepción. —Él me buscó, y a tu tío, y dijo que no
deseaba forzarte a un matrimonio no deseado.
—Pero yo quiero casarme con él —dijo Victoria, alarmada, sin poder creer en
lo que oía.
—Alexander volverá a Londres esta noche. Está haciendo sus valijas para
partir.
—¡No puedes dejar que se vaya!, haz algo tiita. Dile que estoy satisfecha,
contenta, feliz —Victoria buscaba las palabras correctas para revertir aquella
situación inesperada.
—No te entiendo, Victoria. Pasaste todo el tiempo desafiándolo y portándote
como una niña maleducada. Si deseas de verdad casarte con él, debes hacerle
creer que no lo harás solamente porque tu tío y yo queremos.
Con la preocupación estampada en su rostro, confundida y en pánico, Victoria
saltó de la cama y caminó hacia la puerta. Por un pelo no llegó a ver el rostro de
satisfacción de su tía.
—La puerta del cuarto del conde es la última a la derecha —indicó Roxanne.
Victoria se apresuró por el corredor, deteniéndose sobre la puerta del cuarto
de Alexander. Sus manos temblaban y su corazón parecía estar a punto de saltarle
por la boca. Preparándose para otra posible humillación, respiró hondo y llamó a
la puerta.
—Entra —autorizó el conde.
Ella entró rápidamente, cerrando la puerta detrás de sí.
—¿Qué sucede? —Él preguntó mirándola de reojo y continuando con sus
valijas.
—¿Te vas?
—Muy perceptivo de tu parte.
—¿Por qué?
—¿Por qué? —Dijo, imitando la voz de Victoria.
—Por favor, ¡haz lo que quieras pero no te vayas! —Ella se recostó contra la
puerta, como impidiendo que él pasara por allí.
—¿Y por qué no debería hacerlo? —Alexander se acercó y la encaró de cerca.
— No estás ni un poco interesada en casarte conmigo.
—Nunca dije que no honraría el contrato matrimonial.
—¿Y por qué yo pasaría los próximos cuarenta años teniendo que dar
palmadas para intentar hacer que madures?
—¡Prometo obedecerte en todo! —Victoria cruzó los dedos sobre el pecho. —
Dime qué hacer, pero no te vayas, ¡por favor!
Alexander se aproximó a ella en una mezcla de incredulidad y encanto delante
de tanta ingenuidad y autenticidad. Su novia era un tesoro rarísimo y no había
precio que pagara por ella.
—Está bien —enmendó Victoria. —Prometo obedecerte en casi todo, no
quiero mentirte.
—Y yo no quiero casarme con una mujer que está solamente interesada en
honrar un contrato. Quiero una mujer que se preocupe por mí.
—Yo quiero casarme contigo. Yo me preocupo por ti.
—Ven aquí, Victoria —había calma en su voz. Con las piernas temblorosas, se
acercó a Alexander. Levantó el rostro y miró fijamente sus ojos.
—Estaremos casados por mucho tiempo —le recordó él. —¿Estás segura que
es lo que deseas?
—Sí, es lo que quiero, solo que...
—¿Sólo qué?
—Yo quería que me hubieras cortejado antes para que luego me propusieras
casamiento. Como hacen los demás caballeros, ¿entiendes? —Se calló por un
momento y bajó la mirada. —Aún no logro entender por qué todos pudieron saber
sobre el tal acuerdo entre tú y mis tíos, excepto yo.
—Cometí un error —confesó Alexander, trayéndola para cerca de sí y
envolviéndola en sus brazos. —Las otras personas simplemente acataron mi
petición. Repito que me equivoqué. Listo. ¿Tú me perdonas?
—Claro que sí —respondió Victoria, con sus ojos azules fijos en los de él —Me
siento segura y protegida cuando estamos así —ella apoyó la cabeza en el pecho
de Alexander. —No recuerdo haberme sentido así antes en mi vida.
—Mírame —pidió él.
El beso que se dieron a continuación fue largo y embriagador.
—Tú nunca te sentiste protegida, ni yo tuve una familia amorosa —dijo
Alexander, sin alejar sus labios de los de ella. —Tendremos juntos una familia y
nuestros hijos se sentirán siempre seguros, protegidos y amados.
—Sí, Alex —susurró Victoria contra sus labios.
El conde volvió a besarla y el mundo dejó de existir para ella. Aquello era todo
lo que deseaba en la vida. Sentía el calor de los labios de Alexander contra los
suyos, la lengua húmeda explorando su boca, el cuerpo firme contra el suyo. Su
excitación aumentaba, y un gemido escapó de sus labios. Quería más.
Alexander la sostuvo firmemente por las nalgas, trayendo su cuerpo más hacia
arriba, para que sintiera la rigidez de su sexo. Entonces, sin apuro, volvió a ponerla
en el suelo, mientras sus manos fuertes tocaban los senos suaves hasta hacerla
gemir. Victoria deseaba el contacto de aquellas manos sobre su piel desnuda.
Entendiendo lo que ella quería, Alexander la desvistió hasta la cintura. Tomó
los senos en sus manos, acariciando los pezones entumecidos por la excitación. En
seguida, la acostó en la cama, se sacó la camisa y se acostó sobre ella, apoyándose
en los codos para aliviar el peso. Contempló el rubor que se expandía por el rostro
de Victoria, llegando hasta el valle entre los senos.
Alexander la besó nuevamente, haciendo que se volviera hacia él. Tomó uno
de los pezones entre los labios, jugó con la lengua sobre él y chupó, mientras
acariciaba el otro pezón con la mano.
Ella ardía de deseo. Sostuvo con firmeza la cabeza de Alexander, arqueando el
cuerpo hacia atrás, ofreciéndose a él. Instintivamente, comenzó a mover el cuerpo
en el ritmo de un acto sexual. Ansiaba cada vez más entregarse a aquel hombre.
Lo quería cada vez más cerca, hasta que se fundieran en un solo ser.
En cambio él, poco a poco, fue disminuyendo el ritmo de las caricias y, de
repente, se levantó de la cama. Extendió la mano para ayudar a Victoria a
levantarse también y sonrió al ver la expresión de decepción en su rostro.
—Tendremos muchos años para disfrutar de lo que apenas hemos comenzado
aquí —dijo él, volviendo a cubrirla con las prendas que había retirado. En seguida,
la acompañó hasta la puerta. —Gracias por haber aceptado ser mi esposa. Iré a tus
aposentos treinta minutos antes de la cena, para acompañarte al salón. Tengo una
sorpresa para ti.
—No me gustan las sorpresas, tú sabes.
—Estoy seguro que esta te gustará.
CAPÍTULO IV

Dos horas después, delante del espejo, Victoria examinaba cada detalle de su
traje: un vestido de tela azul celeste, un escote redondeado y mangas cortas. Su
cabello prendido a la altura de la nuca con algunos mechones sueltos que le daban
aún más graciosidad.
La puerta del cuarto se abrió y ella pudo ver, a través del espejo, que era
Alexander quien entraba. Él no se dio el trabajo de llamar, reaccionando como su
fuera su dueño, pensó para sí misma.
Sin volverse, le sonrió a Alex por el espejo. Él colocó las manos sobre sus
hombros y la besó en la nuca, llevándola a experimentar una sensación agradable.
Ella suspiró. No tenía ganas de bajar a cenar. Quería casarse con él en aquel
instante. Quería saber que otros placeres él podría proporcionarle.
—Estás linda —Alexander le susurró al oído, —pero tengo una sugerencia —él
soltó el cabello de Victoria, que cayó como una catarata de rulos por las espaldas.
—Prefiero tu pelo así... pareces una princesa pagana.
—Las damas siempre usan el cabello prendido de noche —ella repitió lo que
la tía acostumbraba decirle.
Victoria decidió que siempre usaría el cabello suelto, excepto que fuera
imprescindible prenderlo. Se recostó contra el cuerpo de Alex, disfrutando de un
placentero escalofrío que los besos en el cuello le provocaban. Entonces, él la
abrazó por atrás mientras le acariciaba los senos, que se sentían rígidos a través de
la tela suave del vestido. Una fuerte excitación se expandió desde los pezones
hasta un punto aún más sensible, entre las piernas.
—Abre los ojos querida —Alexander susurró. —quédate mirando mientras
acaricio tus senos.
Victoria abrió los ojos y observó sus manos deslizándose para dentro de su
vestido, frotando firmemente los pezones entre el índice y el pulgar hacia adelante
y hacia atrás.
—Cielos —murmuró ella bajito.
—Después que estemos casados, estaremos desnudos delante del espejo.
Quiero que me veas haciendo esas y otras cosas deliciosas contigo. También
quiero que murmures mi nombre mientras te toco.
Victoria sentía que las piernas le temblaban, de tanto placer. Lentamente,
entonces, él plantó un beso en su cuello e interrumpió las caricias. Alexander
sonrió al constatar que su querida soñadora tenía en el rostro la expresión de
alguien que flotaba.
—Nos están esperando abajo —hizo acuerdo él, alejándola levemente. —Si no
bajamos, comenzarán a imaginarse donde estamos.
—Que se imaginen lo que quieran —Victoria levantó los hombros. —Nadie se
preocupa con nuestra ausencia. Al fin y al cabo, estamos prometidos hace casi un
año.
—Yo asumí un compromiso hace casi un año —corrigió él. —Tú lo asumiste
hace menos de un día. Acuérdate que necesitas aprender a ser paciente.
—¿No puedo empezar a aprender eso mañana?
—No, debes pedirle disculpas a todos por la demora —Victoria suspiró,
aburrida. ¿Por qué tenía que vivir pidiéndole disculpas a todos?, odiaba pedir
disculpas, casi tanto como odiaba las sorpresas.
Todos estaban reunidos en el salón principal, como de costumbre, antes de ir
al comedor. Nadie notó cuando ella y Alexander entraron.
—¿Será que estamos invisibles? —Preguntó ella por lo bajo.
—Creo que todos están con miedo que tengas otro ataque de berrinche si te
saludan —bromeó.
—No tengo ataques de berrinche —replicó ella molesta.
Al aproximarse al tío, ella se preparó para pedir disculpas por su
comportamiento de aquella tarde, una vez más. Si tenía que hacerlo de cualquier
manera, entonces lo haría ya y terminaba con aquel drama de una vez por todas.
—Sepan disculparme —comenzó, en un susurro. —Entiendo que sepan lo que
es mejor para mí. Mi conducta fue imperdonable.
Roxanne abrió una sonrisa de satisfacción y abrazó a su sobrina.
—Entiendo perfectamente que saber de un acuerdo matrimonial firmado
hace meses haya sido una sorpresa para ti, querida.
—Todo lo que queremos es que tomes juicio y seas feliz —agregó Magno, casi
rezongando. —Alexander es un buen muchacho.
—Entiendo que estén demasiado mayores como para lidiar con alguien llena
de defectos como yo —comentó Victoria.
—Fue una bella petición de disculpas —Alexander se apresuró a intentar
arreglar la falta de prudencia de su novia.
Victoria miró a sus hermanas.
—Lo siento. Saben que las adoro.
—No te preocupes por eso, ya pasó —Angélica la tranquilizó.
—Te amamos tanto como tú nos amas a nosotros —agregó Samantha,
abrazando a su hermana menor.
—No puedo creer cuánto placer les da provocarme —Victoria se dirigió a sus
cuñados, con los ojos azules brillando de alegría. —Discúlpenme por haber
reaccionado en un impulso de rabia.
—Te admiro por la sinceridad y por el coraje, entre tantos otros atributos —
elogió Rudolf, besándole la mano.
—Pedimos disculpas por las provocaciones —Robert admitió los excesos
constantes.
—Peleadora —le susurró Alex al oído.
—Gracias.
—¿Qué les parece si cenamos ahora? —Propuso Roxanne, levantándose.
—Sepan disculparme, pero a mí me gustaría pedir la atención de todos por un
momento —anunció Alexander. Tomó a Victoria de la mano, la llevó hasta un
sillón al lado de la estufa y le pidió que se sentara.
En seguida, la contempló intensamente y se apoyó sobre una rodilla
flexionada en el suelo.
—Lady Victoria... —comenzó. —¿me concedes la honra de ser mi esposa,
condesa de Winchester y madre de mis hijos?
—Sí milord, ¡quiero casarme contigo! —Victoria no sabía cómo había logrado
decir aquello, con la agitación en el corazón que sentía. Nunca hubiera imaginado
que aquel momento fuera a suceder de manera romántica y emocionante, como
siempre había soñado. Al son de los aplausos de los presentes, Alexander tomó las
manos de su novia entre las suyas. Volviendo las palmas de las manos de ella hacia
arriba, las besó amorosamente. En seguida, sacó del bolsillo un pequeño y
elegante estuche de terciopelo. Lo abrió y tomó el anillo que había dentro,
colocándolo en el dedo anular de la mano derecha de Victoria. Era una joya
hermosa, un lindo diamante incrustado en oro, con dos hileras de diamantes
menores en las laterales.
—El contraste entre el fuego y el hielo me agrada —declaró él. —Tú, Victoria,
eres la llama del fuego y estos diamantes, el hielo. Prometo cubrirte de cosas
buenas y bellas por el resto de nuestras vidas.
Todavía aturdida por la magia de aquel momento, sin decir una sola palabra,
Victoria se inclinó hacia Alexander y lo besó detenidamente en los labios, ajena a
quienes los observaban.
Todos sonreían, compartiendo aquel momento bello y emocionante.
—Muy bien, conde Alexander —Roxanne rompió el silencio. —¿Qué tal si
cenamos ahora?
Como haría un perfecto caballero, Alexander se incorporó, y sosteniendo a
Victoria de la mano, la ayudó a levantarse.
—Parece que te ha gustado el anillo —comentó, mientras caminaban
abrazados hasta el comedor.
—Es precioso. Tienes muy buen gusto. Pero sobre todo, quiero agradecerte
por haberme proporcionado el momento con el cual soñé toda mi vida.
—A todas las mujeres le gustan las joyas. ¿A ti no?
—Las joyas pueden perderse o ser robadas. Momentos como este, en cambio,
nadie podrá robarlos. Son eternos.
Encantado con lo que decía ella, Alexander le besó con cariño en lo alto de la
cabeza. No eran muchas las mujeres que pensaban de aquella manera. Para la
mayoría, la riqueza y la opulencia estaban por delante de cualquier tipo de
sentimiento.

***

La mesa de la cena de compromiso estaba magnífica, adornada con un bello


mantel bordado a mano, fina porcelana inglesa y cristalería delicada. Exquisitos
platos fueron servidos, el vino y el champán eran excelentes y el postre delicioso.
Las personas conversaban alegremente, excepto Victoria, que, ajena a todo lo que
sucedía a su alrededor, contemplaba el anillo de compromiso. No se trataba de la
joya en sí, pero la idea de que en breve estaría casada con el hombre sentado a su
lado la encantaba. Él acababa de darle un momento mágico. Los pensamientos
bailaban en su mente, entre ellos la certeza de que en breve ella y Alexander
compartirían el mismo lecho y harían el amor. Se dejó llevar por imágenes
sensuales que hacían con que su respiración se acelerara, así como los latidos de
su corazón soñador.
—Estás muy callada esta noche, Victoria —Rudolf interrumpió su ensoñación.
—Un centavo por tus pensamientos —Alexander la miró, como si pudiera leer
su mente.
—Estaba pensando que nunca podría haber imaginado una noche tan
perfecta e inolvidable como ésta —suspiró.
—Perfecta e inolvidable... Estoy de acuerdo plenamente —Alexander le besó
dulcemente los labios.
La conversación fue retomada, y durante un tiempo más, Victoria pudo soñar
en silencio. Observaba ahora la mano viril de Alexander que sostenía una copa de
vino, mientras la otra reposaba sobre la mesa. Aquellas mismas manos eran
capaces de hacer caricias embriagadoras, al punto mismo de robarle la conciencia
y hacer con que se olvidara, aunque por momentos, de las cosas desagradables,
como las dificultades y limitaciones que tanto la preocupaban. Miró entonces a
sus labios, que sabían explorar los suyos con delicias, hasta hacía poco tiempo,
inimaginables.
—Victoria —la voz de Roxanne la trajo, una vez más, de vuelta a la realidad.
—Discúlpame, tía.
—Estás actuando de forma extraña esta noche. ¿Te sientes bien querida?
—Ella está solamente soñando con el día de su casamiento —comentó
Robert.
—¿Con el día o con la noche de nupcias? —Provocó Rudolf, riendo. —¡Ay!,
¿por qué pateaste mi pierna, Samantha? —Fingió inocencia.
—Nunca creí que a Victoria un día le acertara la flecha de Cupido —Robert
comentó. —Esta casa se volverá un aburrimiento sin ella.
—Gracias —Ahora se divertía con las provocaciones de los cuñados.
—Estoy orgulloso de que no te dejes exaltar por juegos —la elogió Alexander.
—Pueden provocar cuanto quieran —guiñó a los dos. —Estoy tan feliz hoy
que nada puede afectarme. Pero no se acostumbren mal. Acuérdense que soy la
misma Victoria de siempre.
Alexander se levantó y enlazó el brazo de su novia así que notó que las
mujeres se preparaban para dirigirse al salón principal.
—Si no les importa, me gustaría caminar afuera con mi futura esposa —
declaró él.
La noche estaba linda, y la temperatura agradable. La luz de la luna bajaba
sobre ellos como una bendición, en el firmamento límpido y estrellado. Inhalando
el perfume de las flores, Victoria suspiró con aquel sencillo placer, mientras
caminaba tomada de la mano de Alexander sobre el césped suave. Él se volvió
hacia ella e intercambiaron un largo beso.
—No veía la hora de que quedáramos a solas. Deseé besarte toda la noche.
—Yo también quería quedar a solas contigo y besarte muchas veces.
—Me encanta tu aroma.
—¿Mi aroma?
—Sí. Tienes olor a flores y pureza.
—¡Que poético! ¿Puedes imaginar que en menos de un mes seremos marido
y mujer? ¿Vamos a vivir en la mansión en Grosvenor Square? —Preguntó
interesada.
—Sí, querida, entre otros lugares.
—¿Sabías que viví en aquella mansión cuando niña?
—Sabía —Alexander sintió un poco de culpa, si bien Victoria nunca podría
imaginarse, en su inocencia, que aquel tipo de sentimiento la afectaría aquella
noche. Pero ¿cómo huir del dolor, después del mal que Charles Emerson había
causado a su padre y a toda la familia Douglas?
—Dime con sinceridad —murmuró ella. —¿Qué pensaste cuando mis tíos te
propusieron el acuerdo matrimonial?
—¿Sinceramente? Que tú eras demasiado joven.
—Y yo pensé que tú eras un poco viejo —replicó Victoria, desde su habitual
honestidad.
—¿Viejo? —Tengo veintinueve años de edad. Eso no hace de mí una pieza de
museo.
—Si te parecía tan joven, ¿por qué aceptaste el acuerdo?
—Para redimir los crímenes que Charles Emerson cometió contra tu familia en
el pasado —Alexander percibió cuan inconveniente fue su respuesta en aquella
situación. Estaba seguro de que aquellas palabras entristecerían el corazón de
Victoria. Hablar de amor, en cambio, sería poco realista. El amor verdadero, si es
que existía, vendría con el tiempo. Y ellos tenían toda la vida por delante.
—Pareces abatida —comentó él.
—¿Tuviste otras mujeres durante este casi un año? —Victoria encontraba un
tema para huir de su tristeza y propuso una cuestión típicamente femenina.
—Ya estás hablando como esposa —Alexander intentó escapar a la pregunta.
—Está bien, no voy a preguntar nada más. Sólo quiero que me beses una vez
más —ella cerró los ojos.
Victoria no se hacía idea de cuán difícil se volvía para Alexander quedarse
cerca suyo, por la atracción que sentía. Aquello era algo que él no podría haber
previsto y que ciertamente no era parte de sus planes originales.
—Limitarme a besarte se está volviendo una tortura para mí —confesó. —Te
quiero en mi cama.
—Pues entra escondido en mi cuarto esta noche, después que todos estén
durmiendo.
—Loquita, necesitas tener más juicio. Si yo fuera a tu cuarto, no me
contentaría con besarte y tocarte. Y quiero que permanezcas virgen hasta nuestro
casamiento.
—¿Por qué eso es tan importante?
—No quiero que haya ningún escándalo envolviendo el nacimiento de mi
primer hijo. Si nace prematuramente, habrá comentarios maliciosos —El dolor de
descubrir que era hijo bastardo de un noble de identidad ignorada atormentaba a
Alexander hacía meses. Era crucial para él que no hubiera duda alguna sobre el
origen y legitimidad de sus futuros hijos.
—Oye querida. Basta una única relación sexual para que la mujer quede
embarazada —aclaró él.
Victoria suspiró, y Alexander no supo decir si ella estaba desconcertada o
aliviada. A pesar de su naturaleza pasional, Victoria Douglas era una mujer intacta
y, por lo tanto, sujeta a los recelos sobre lo desconocido, tan propio de las
vírgenes.

***
Al volver a la mansión, el mayordomo anunció que los caballeros esperaban a
Alexander en el salón de juegos.
—Gracias, Tinker —agradeció y se volvió hacia Victoria. —¿Vamos juntos a la
iglesia mañana?
—No sé. Estoy con un dolor de cabeza terrible —mintió. —qué pena, es
posible que no pueda acompañarte.
—Pues trata de ir directa a la cama y que tengas lindos sueños —le
recomendó Alexander, sabiendo que aquella era una de las más famosas mentiras
desvergonzadas de su novia. —Tengo la certeza de que estarás perfectamente por
la mañana.
Victoria se puso en puntas de pie, besó a Alexander y en seguida se recluyó en
sus aposentos.
El conde se encaminaba al salón de juegos, cuando oyó la voz del mayordomo
que lo llamaba.
—Conde Emerson, ¿cuándo recibiré el dinero de la apuesta?
—Pero fui yo quien ganó.
—Por lo que sé, lady Victoria huyó de su cuarto sin su consentimiento —
afirmó Tinker, arqueando las cejas. —Para completar, milord la recompensó con
un bellísimo anillo de diamantes. Es evidente, por lo tanto, que su novia fue quien
ganó.
—Creo que tienes razón —Alexander se dio por vencido. —Le pediré al
príncipe Rudolf que te entregue lo que es tuyo, no te preocupes.
—Saber perder es un arte noble —comentó el mayordomo.
—Me gustaría apostar si voy a lograr poder llevarla a la iglesia. Ya en cuanto a
que se quede y rece...
—¡Desafío aceptado! —Alexander estuvo de acuerdo.
A la mañana siguiente, Alexander subió hasta los aposentos de Victoria con un
abundante desayuno.
—¿Despierta, querida? —Preguntó, colocando una bandeja sobre la mesa de
luz.
—Sal y déjame en paz —murmuró una voz ahogada, que venía de abajo de las
frazadas.
Por lo visto, aquello no sería tan fácil como había imaginado, se dijo Alex a sí
mismo. Asimismo, decidió que quitaría las frazadas y terminaría luego con aquella
maña de una vez. Era lo que le restaba hacer. Al levantar las sábanas, en cambio,
el encanto de las formas explícitas del cuerpo de Victoria sobre un camisón fino,
como un precioso tesoro que se encontraba inesperadamente, casi le sacó el aire:
senos perfectos, pezones rosados, cintura fina y caderas redondeadas. Ella era
hermosa, no había duda, y pronto le pertenecería.
Aún con los ojos cerrados, ella intentó tirar nuevamente de las frazadas.
Alexander impidió que comenzara uno más de sus jugueteos y le sostuvo la mano.
Entonces Victoria abrió los ojos.
—Alex, estaba soñando contigo —murmuró ella, antes de dar un largo
suspiro.
—¿Estás mejor? —Fingió preocupación con su estado de salud. —¿El dolor de
cabeza pasó?
—Pasó, pero ahora estoy con un dolor de estómago horrible, no sé qué me
pasa. Es una pena, pero como había previsto anoche, no podré ir contigo a la
iglesia.
—Toma este té y tu estómago estará como nuevo —Alexander sirvió una taza
con el líquido perfumado. —Vamos, bebe. Estoy seguro que el aire fresco de la
mañana en el camino a la iglesia también te hará muy bien.
Vacilante al principio, Victoria se recostó en la cabecera de la cama y procedió
a beber el té, como él había recomendado.
Ella siempre está de acuerdo con lo que le piden y después hace como bien le
viene en gana... Las palabras de Roxanne vinieron al recuerdo de Alex.
—Saldré para mi propiedad en Grosvenor Square, después de la misa —
comentó él, buscando sonar casual. —Volveré el jueves para llevarte a la ópera.
—Te voy a extrañar —murmuró Victoria, entristecida.
—¿De verdad?
—Como tu futura esposa tengo el deber de extrañarte —ella le guiñó un ojo.
—Bien, te esperaré abajo. Busca estar vestida y lista dentro de una hora, ¿está
bien?
Empujó la bandeja más cerca de su novia y bajó. Una hora pasó y Victoria no
apareció.
—La muchacha no vendrá —vaticinó Magno.
—Pues yo digo que si ella no quiere asistir a la misa de hoy... Ah, ahí viene ella
—Alexander sonrió aliviado por no tener que entablar una nueva batalla, ya por la
mañana.
Con un lindo traje blanco con bordados en el escote, Victoria bajó la escalera,
cargando una sombrilla rosada.
Alex nunca había visto algo tan adorable, tuvo que admitir para sí mismo. Su
novia era la imagen de la inocencia, mientras que un aura de sensualidad la
envolviera.
—Nos podemos ir —invitó ella, enlazando el brazo de su novio.
—Te dije —Alexander provocó por lo bajo, al pasar por el mayordomo.
—Pues debe saber qué cosas imprevisibles pueden suceder entre este
momento y el comienzo de la misa —recordó Tinker al conde.
Victoria no dijo una sola palabra durante el recorrido hasta la villa. No le
gustaba ir a la iglesia, pero parecía que esta vez no tenía escapatoria. Creía en Dios
y lo reverenciaba, pero no lograba leer el misal, ni la letra de los himnos que se
cantarían. Eso hacía con que se sintiera inferior a los demás y estaba siempre
preparada para hacer lo que pudiera para huir de aquella situación incómoda.
Al llegar a la iglesia, todos bajaron de los carruajes para saludar al vicario,
cambiando gentilezas.
—Alex, quiero que conozcas a nuestro vicario, el padre Small. Él es Alexander
Emerson, conde de Winchester, y novio de mi sobrina más joven, Victoria —
Roxanne los presentó.
Los dos hombres se saludaron con un apretón de manos, y Victoria hizo una
venia graciosa.
—¡Yo no sabía que eran tres sobrinas! —Dijo el vicario, provocando la risa del
príncipe y del marqués. —¿Estabas de viaje, querida joven?
—Victoria tiene la salud bastante delicada —la tía se apuró a justificar.
—Bien, estoy feliz que estés aquí con nosotros esta mañana y sintiéndote bien
—el vicario sonrió.
—El poder de Dios hizo con que yo mejorara —dijo Victoria como si tuviera la
respuesta en la punta de la lengua.
Ella y el novio se acomodaron en el banco de la cuarta fila en la iglesia.
Alexander le pasó el misal, que intentó concentrarse para entender un poco de lo
que estaba escrito. El libro, en cambio, estaba en la posición invertida.
—Compórtate y déjate de gracias —censuró Alex.
—No traje mis lentes —aquella excusa, ya un tanto desgastada, fue la única
que se le ocurrió.
La inquietud de Victoria crecía a cada instante. Estaba segura que de esta vez
Alexander descubriría que ella no sabía leer y aquello pondría un punto final en
sus sueños románticos de un futuro junto a él. Al final, Alex no habría de querer
una estúpida como condesa. Pensó en fingir que estaba teniendo vértigo, pero
decidió que esta vez la decisión debería ser más drástica y definitiva. Relajando
cada músculo de su cuerpo, ella se soltó, dejándose ir al suelo, fingiendo haber
perdido los sentidos. Alexander la tomó en los brazos, afligido, y caminó por la
nave central, en dirección a la puerta de la iglesia.
Algunas voces llegaban a los oídos de Victoria, entre ellas la del vicario, que
les pedía a los fieles que rezaran por la recuperación de la pobre sobrina del duque
y la duquesa de Inverary. El aire fresco de la mañana tocó su cara, así que
Alexander la cargó hasta el patio externo, donde estaban estacionados los
carruajes.
Abriendo lentamente los ojos, vio la preocupación estampada en el semblante
del conde.
—Voy a estar bien —murmuró con voz débil.
—Voy a llevarte a casa. Ayúdame a colocarla en el carruaje —pidió Alex al
cochero.
Al llegar de vuelta a la mansión, Tinker se adelantó para recibirlos.
—Yo le avisé, conde Emerson —recordó el mayordomo.
Temiendo que las palabras de Tinker llevaran a su novio a descubrir que todo
no era más que una farsa, Victoria trató de retomar la escena.
—Llévame hacia arriba —pidió así que el conde la colocó en el suelo.
Amparándola, Alexander llevó a Victoria hasta el cuarto. La acostó en la cama
y cerró la puerta.
—¿Quieres que pida un té para ti? —Él no sabía qué hacer.
—Ayúdame a desvestirme antes —continuó ella, sonriendo para sí misma al
pensar que bien llevada que era su actuación.
Alexander se sentó en el borde de la cama y se puso a desabotonar el vestido
de Victoria, desde la espalda alta hasta la cintura. Separando los dos lados del
traje, el corrió un dedo por sus espaldas, provocándole un escalofrío. En seguida
levantó el cabello y besó detenidamente la nuca.
—El contacto de tus labios en mi piel es simplemente delicioso —murmuró
ella.
—Levántate por favor —pidió él.
Victoria se puso de pie y él la desvistió, prenda por prenda, hasta que toda su
belleza femenina estuvo expuesta.
—Ahora siéntate.
La voz de Alex era cálida y él observaba sin apuro el cuerpo desnudo. En
seguida, sostuvo uno de los pies de Victoria en sus manos y los besó, rozando los
dedos de ella con sus labios. Después volvió a admirarla de pies a cabeza.
Entonces se levantó y comenzó a desvestirse también.
—¿Te sientes bien? —Quiso saber.
—Muy bien.
Estaba, al fin, cerca de lograr lo que tanto deseaba, pensó Victoria,
interpretando el mensaje de deseo que los ojos del conde enviaban.
—No tengas miedo —Alexander se acostó a su lado.
—No tengo miedo, solo preocupación.
—Relájate.
Él la besó, volviendo a encender en ella la pasión y robándole el aliento. En
seguida, alejó las rodillas de ella con sus propias piernas y dejó, entonces, que
Victoria sintiera el peso de su cuerpo.
—¿Qué te preocupa? —Quiso saber él, al notar que ella temblaba.
—Aquello —ella señaló la pelvis de él. Alexander tuvo que contenerse para no
reír.
—No te preocupes… —volvió a besarla. —Aquello, es una parte de mí, no un
monstruo listo para herirte.—¿Confías en mí?
—Confío —sus ojos azules lo miraban fijamente, ansiosos.
Alexander se acostó sobre ella, haciéndole abrir aún más las piernas, pero no
la penetró. Besó y lamió los senos en movimientos circulares, aproximando cada
vez más la lengua de los pezones. Al tocarlos, finalmente, los sintió rígidos de
placer. Entonces jugó con ellos, jalando, lamiendo, chupando.
—No pares —pidió Victoria delirante de deseo.
Respondiendo a su petición, Alexander pasó a besarle todo el cuerpo, desde
los senos hasta el vientre, bajando al fin hasta el nido no tocado. El cuerpo de
Victoria se contrajo.
—Déjame saborear cada pedacito de ti —la voz de Alexander estaba ronca de
pasión. —No me niegues ese placer.
Victoria separó aún más las piernas, como obvia invitación a sus caricias.
Alexander exploró con habilidad el centro de placer del cuerpo femenino. Sin
lograr contener más la excitación, ella gimió, dejándose tragar por una inmensa
ola de placer, que la hacía contraerse en repetidos espasmos, entregada a las
delicias que experimentaba por primera vez en su vida.
—Te quiero dentro de mí… —pidió.
Entonces, Alexander la penetró con su miembro rígido, tomándola toda para
sí, despacio al principio, y pasando poco a poco a un ritmo más acelerado y lleno
de ardiente pasión.
—Alex —gimió ella, al llegar al ápice del placer, sintiendo su cuerpo trémulo.
Alexander llegó al clímax siguiendo el ritmo de ella, llenándola con su savia
caliente. Ambos se sentían vulnerables y completamente satisfechos.
Recuperándose, él se acostó al lado de Victoria, trayéndola para bien cerca de
sí.
—No me arrepiento de no haber esperado hasta el día del casamiento —
declaró. Estaba siendo sincero y sabía que debía despreocupar a Victoria.
—Vamos a hacer esto otra vez, en nuestra noche de nupcias, ¿no?
—Cuando y cuantas veces tengamos ganas, por el resto de nuestras vidas —se
divirtió con su ingenuidad.
—¿Vamos a hacer el amor hoy mismo otra vez?
—Calma querida. Necesito unos minutos para recobrar las fuerzas.
Después de un breve intervalo, Alexander retomó el juego erótico,
comenzando por caricias que en breve los llevarían a otro acto amoroso. Un
repentino abrir de puertas, sin embargo, les causó un sobresalto, interrumpiendo
el interludio.
—Veo que te sientes mejor, querida —la voz era de Roxanne, quien miraba a
Victoria con una sonrisa irónica, para luego retirarse sin una palabra más, cerrando
la puerta detrás de sí.
—No te preocupes —Alexander intentó calmarla. —Le gusto a tu tía.
Poco después, los dos retomaban lo que habían interrumpido, dejándose
envolver nuevamente por las delicias de la pasión. En medio de tantas
sensaciones, Victoria ni siquiera se acordaba que tenía una tía.
Dos horas más tarde, ella acompañaba a su futuro marido hasta el carruaje.
—Voy a extrañarte —confesó.
—Espero que estés preparada para ir a la ópera el próximo jueves, a las siete
de la noche —Alexander le besó las manos, pero no dijo que también la
extrañaría.
Victoria lo saludó con la mano y permaneció allí, de pie, mirando hasta que el
carruaje desapareciera en la distancia.

***

—Estoy ansiosa para aprender —declaró Victoria suplicante, al llegar al salón


de trabajo en la casa de los hermanos Phineas y Barnaby Philbin, tutores de sus
sobrinos.
Con un poco de sobrepeso, Phineas aparentaba tener cuarenta y cinco años
de edad, mientras que Barnaby parecía aún no haber llegado a los cuarenta.
Ambos eran bajos de estatura y no parecían tener nada de especial en su
apariencia. Aun así, podía verse la bondad y generosidad estampada en sus
semblantes.
—Dígame, ¿cuál es exactamente su problema, lady Victoria? —Phineas era
todo oídos.
—Yo no domino bien las letras y los números. Confundo la “b” con la “d” y no
logro distinguir entre “6” y “9”.
—Bien, la única tarde que ambos tenemos libre en la semana es la del jueves
—dijo Phineas.
—Está bien para mí —suspiró Victoria aliviada. Aunque a veces las
circunstancias me impidan venir a clase, pagaré todos los jueves que estén
reservados para mi enseñanza.
—Muy gentil de su parte, señorita —agradeció Barnaby.
Phineas caminó hasta el escritorio cercano a la ventana, tomó una pluma y
una hoja de papel, escribió algunas palabras.
—Siéntese aquí, lady Victoria, y lea lo que está escrito en este papel.
Necesitamos evaluar su actual capacidad para que sepamos cual es la mejor
manera de conducir nuestro trabajo.
Ella sostuvo el papel leyó para sí misma, al principio, temerosa de cometer
algún error. Entonces se sentó, colocó el papel sobre el escritorio y, señalando
cada sílaba con el dedo índice, leyó palabra por palabra de la frase. Cuando
terminó, los tutores se alejaron para confabular por algunos minutos.
—Usted no tiene ninguna deficiencia, lady Victoria —declaró Phineas.
—¿No?
—Su problema se llama “ceguera de lectura”. Los científicos aún están en la
fase de investigación sobre este problema, y no han llegado a una conclusión
definitiva sobre lo que causa la dificultad, ni de cómo superarla, pero con
seguridad no se trata de una deficiencia intelectual. Esto es lo que hace con que
sea difícil aprender. Es como si no viera bien lo que está delante de usted —
Barnaby aclaró.
—Ciertas letras y números se mezclan en su cabeza —agregó Phineas.
—Fue lo que les dije a ustedes.
—Infelizmente, como dijimos, aún no hay una cura para ese problema —
informó Barnaby. —Pero no se deje perturbar. Mi hermano y yo conocemos
estrategias que pueden ayudarte a leer frases simples.
—¿Un día voy a poder leerles cuentos antes de dormir a mis hijos? —El
corazón de Victoria se llenaba de esperanza.
—Nosotros te ayudaremos a convivir con tu problema —prometió Barnaby.
—Además, señorita, debo decirle que caballeros como su futuro marido, el
conde de Winchester, prefieren una mujer que no piense demasiado. A los
hombres, en general, les gusta saber más que sus esposas.
—Gracias. ¡No saben cuánto me animan sus palabras! —Victoria estaba
exultante. —Prometo ser la alumna más aplicada que hayan tenido. No se
arrepentirán. —Besó a los dos solterones en la mejilla, dejándolos avergonzados
—Empezamos el jueves, entonces, ¿No?
—Estaremos esperando —dijo Phineas.
—Estaré ansiosa —confesó ella, antes de caminar hasta la puerta. —voy a
contar los días.
—Park Lane queda en aquella dirección —Barnaby apuntó con el dedo,
mostrándole a Victoria hacia qué lado debería seguir.
—¡Que tonta soy! —Exclamó ella, que ya iba caminando en la dirección
contraria.
—Personas con tu tipo de problema terminan perdiéndose con facilidad
debido a la falta de sentido de orientación —explicó Phineas.
—¿No sabemos distinguir derecha e izquierda, es eso?
—Exactamente. Bueno, hasta el jueves. Vaya con cuidado señorita.

***

Victoria llegó a la casa a la hora del té. Había decidido que no le contaría a
nadie sobre las clases. Quería sorprender a todos así que se sintiera preparada.
—¿Dónde estuviste? —La pregunta de Roxanne la sacó de sus devaneos.
—Fui a visitar a Samantha y no percibí el paso del tiempo —mintió.
—Ven aquí. Vamos hasta tu cuarto. Alexander envió una nota: estará aquí en
unas horas. Quiere que te vistas de azul. Elegí tu vestido de seda azul zafiro.
—¿Ahora es él quien decide qué debo vestir? —indagó Victoria, contrariada.
—Alex debe tener un buen motivo para haber hecho esa petición. El baño ya
está preparado y el té estará servido en algunos minutos —Roxanne detuvo
bruscamente la puerta. —A propósito, ¿has tenido náuseas, querida?
—No, ¿por qué?
—Bobadas mías.
CAPÍTULO V

Vistiendo un lindo vestido de seda azul zafiro, Victoria bajó la escalera que
llevaba al salón donde Alexander esperaba.
—Lady Victoria, no hay duda de que eres la mujer más hermosa que he visto
—saludó Alexander, besándole las manos.
—Eres un adulador, mi Lord —dijo ella en respuesta, con sus lindos ojos
azules realzados por el color del traje.
—Me distingue mi honestidad —jugó él.
Enseguida, le entregó a su novia un lindo estuche de terciopelo azul.
—Te pedí que usaras un vestido azul a causa de este regalo —éste extendió el
estuche hacia Victoria.
Al abrirlo, no pudo creer en lo que tenía delante de sus ojos: una gargantilla
de plata adornada por un enorme zafiro y un diamante de belleza extrema.
—Es demasiado para mí —murmuró ella levantando los ojos hacia Alexander.
—Las joyas nunca son demasiado —comentó Roxanne, fascinada por aquel
lujo.
—Gírate, por favor, querida —Alexander sacó la gargantilla del estuche y
colocó la joya en torno al cuello de Victoria y el brazalete en su delicada muñeca.
—Creo que deberías contener los gastos. Al final, estamos por casarnos —
bromeó Victoria. —No tengo intenciones de volver a vivir en la cabaña.
—Gracias por haber aceptado mi regalo, querida —Alex besó los labios de la
novia.
—Yo soy quien debe agradecer —ella retribuyó el beso.
—Prometí cubrirte de diamantes, ¿recuerdas?
—Y de perlas —completó ella.
—Voy a cubrirte de diamantes, derramar perlas en tus manos, adornarte con
esmeraldas y sumergirte en zafiros.
—¿Y rubíes?
—Adornaré tu cabello con ellos.
—Parece una buena propuesta.
Alexander la acompañó hasta el carruaje, la ayudó a subir y se sentaron
juntitos.
—Te extrañé tanto —murmuró ella, cuando el carruaje se puso en el camino.
El conde, con todo, rehusó decir lo mismo. No pretendía permitir que ella
pensara que tenía dominio sobre él. Ninguna mujer volvería a dominarlo, mucho
menos una muchachita de dieciocho años.
Victoria estaba decepcionada. ¡Le hubiera gustado tanto que él dijera lo
mismo, que la había extrañado!. Tal vez estuviera aspirando a mucho, se dijo a sí
misma. A fin de cuentas, su novio no la amaba, estaba solamente honrando un
acuerdo y siendo gentil con ella. El daño que Charles Emerson le había hecho a la
familia Douglas pesaba en su conciencia.
—Siempre voy a la ópera los jueves —dijo Alex de repente. —Me ayuda a
relajarme.
Aquellas palabras trajeron a Victoria de vuelta al presente.
—Más tarde, Samantha y Rudolf nos encontrarán en el baile en la residencia
de los Wilmington. Debo advertirte ante el hecho de que la aristocracia londinense
se mostrará curiosa por saber a quién elegí como esposa. Busca no molestarte con
las miradas curiosas de las personas. Ah, algo más... ¿Hablas italiano?
—No, no conozco esa lengua.
—No hay problema, yo traduciré. La ópera está cantada en italiano, ¿sabías?
—Nunca presté atención a eso las veces que vine a la ópera con mis tíos.
—¿Qué te atraía entonces?
—Para ser sincera, el momento del intervalo.
La respuesta hizo que Alexander se riera mientras el carruaje se estacionaba
delante del Teatro Real de Ópera. La sonrisa sorprendió a los otros aristócratas
que caminaban por allí, acostumbrados a su habitual seriedad. Había rumores que
el conde de Winchester y lady Victoria Douglas, su futura esposa, estaban muy
enamorados.
Victoria buscó no prestar atención a las miradas, mientras atravesaba el gran
vestíbulo de la entrada, para luego subir las escaleras que llevaban al palco
particular de Alexander. El conde había saludado a diversas personas a lo largo del
camino, pero no se había parado a conversar con nadie. Victoria se sentía aliviada.
—¿Viste cómo nos miraban? Durante el intervalo será aún peor, prepárate
—avisó Alexander, mientras acercaba su asiento al de ella. —Muchos querrán
conocerte. A propósito, la ópera de hoy es Las Bodas de Fígaro de Mozart.
—¿Mozart es el compositor?
—Sí. Esta ópera es la continuación de El Barbero de Sevilla. El conde Almaviva
se había casado con Rosina, una joven heredera, a despecho de las intenciones de
su guardián de casarse, él mismo, con ella. Un hombre llamado Fígaro había
ayudado al conde Almaviva a casarse con Rosina. La historia de la ópera de esta
noche comienza tres años después de este casamiento. El conde pasa sus días
cuidando de sus propiedades y llevando tantas mujeres como era posible a su
lecho.
—¿El conde le es infiel a su esposa? —Victoria preguntó, sorprendida. —¿Te
parece apropiado?
—Quédate tranquila —recomendó Alexander. —no mostrarán al conde
haciendo el amor con las mujeres.
—Menos mal —Si bien no se sentía especialmente atraída por las óperas,
Victoria decidió que lo mejor sería concentrarse y seguir la historia. En fin,
aprender nunca estaba de más, sobre todo para alguien que iba a casarse con un
hombre noble y culto. Después de transcurrida una hora de presentación, el telón
se cerró. Era el fin del primer acto.
—Todos quedarán encantados en conocerte —Alex buscó calmarla.
Muchos aristócratas vinieron al palco para saludarlos, mientras otros los
observaban desde sus propios palcos, usando binoculares.
Victoria decidió que sonreiría sin alejarse nunca de su novio, y que hablaría lo
mínimo posible.
En medio del intervalo, dos caballeros acompañados por una bella mujer de
aproximadamente veinticinco años vinieron a saludarlos. Victoria se sintió, de
repente, incómoda y detectó una expresión tensa en el semblante de Alexander.
—¿Es esta la niña que se volverá condesa de Winchester? —Las palabras de la
mujer eran poco amables y su sonrisa no tenía nada de natural.
—Victoria, querida, me gustaría presentarte a lady Lydia Stanley, marquesa de
Tewksbury —Alexander había quebrado a propósito la etiqueta, una vez que
debería haber presentado la novia a la marquesa, a lord Russel y a lord
Sommerset.
—Es una enorme satisfacción conocer a la señorita que va, finalmente, a
conseguir llevar al conde al altar —los lores saludaron.
—El conde es quien tendrá que continuar esforzándose para conseguir mi
mano —replicó Victoria, mientras miraba de reojo a la otra mujer, quien parecía
bastante descontenta.
Aunque lady Stanley no había dicho nada explícitamente, Victoria podía leer
en la expresión de su rostro y en los gestos de la marquesa que ella y Alexander
eran viejos amigos, íntimos amigos.
—Dime, Alex, ¿esa preferencia tuya por pelirrojas es algo pasajero? —Lady
Stanley volvió a la carga. —Alex y yo somos amigos desde siempre, ¿sabías? —La
mujer ahora miraba a Victoria.
—Si nos permiten —Lord Sommerset hizo una reverencia. —Necesitamos
volver a nuestros asientos antes del inicio del próximo acto —El hombre parecía
avergonzado con los comentarios de la marquesa.
—Te veré en breve, Alex —Lydia lanzó una sonrisa ensayada a Victoria e hizo
una ligera reverencia, antes de alejarse.
—Es un placer conocer a los viejos amigos de mi novio —replicó ella con una
sonrisa amplia.
Obviamente irritada con aquel comentario, la marquesa de Tewksbury se
alejó de sus acompañantes.
—Que lengua afilada tienes, mi querida —comentó Alexander, cuando las
personas se alejaron.
—Quien comenzó fue aquella arpía —Victoria luchaba por mantener el
control.
Algo extraño había sucedido entre su novio y la tal marquesa. Se sintió de
repente como si caminara en la oscuridad. Se reanimó, no obstante, al recordar
que más tarde encontraría a su hermana Samantha y a su cuñado Rudolf. Decidió
que les preguntaría que sabían al respecto de Alex y Lydia.
El resto de la ópera transcurrió sin mayores incidentes, excepto por el hecho
de que había más miradas que provenían de la platea y de los palcos, sobre ella
que sobre el escenario.
Horas más tarde, ambos se dirigían a la mansión de los Wilmington.
—¿Preparada para enfrentar más curiosos? —Interpeló Alexander, mientras
caminaban hacia el salón de baile.
—Decididamente, tienes el don de calmarme —replicó Victoria esforzándose
por sonreír.
Al llegar al salón, el mayordomo de los Wilmington anunció la presencia de
ellos con solemnidad.
—El conde de Winchester y lady Victoria Douglas.
—Permanece mirándome a mí —sugirió Alex. —De esa forma no estarás
contrariada al notar que las personas se empujan, disputando el espacio para
verte.
—Es mucha pretensión de tu parte creer que todos están interesados en ver
quién es la feliz acompañante del conde de Winchester —ella miró a los invitados
que llenaban el vasto salón. —Y no hay de qué, están curiosos.
—Yo te avisé —Alex susurró al oído de su novia, dándole a los presentes la
impresión que era de verdad un hombre enamorado.
Lord y lady Wilmington se apresuraron para darle la bienvenida a la pareja.
—Felicitaciones, mi estimado —Rupert Wilmington lo saludó, devorando a
Victoria con los ojos sin discreción alguna.
—Mis votos de felicidad a la pareja —saludó lady Wilmington, sin despegar la
mirada de Alexander.
—Rupert, Miriam, les presento a Victoria Douglas, mi futura esposa —el
conde se adelantó a hacer las presentaciones.
—Un placer —dijo Victoria, con una elegante reverencia.
—Prometa que reservará un vals para mí, futura condesa de Winchester —
Lord Wilmington buscó sonar casual y amigable.
—No se preocupe señorita. Me haré cargo de sus intereses, mientras baila
con mi marido y haré lo mejor que pueda —Lady Wilmington lanzó una mirada
lánguida hacia Alexander.
Victoria reconoció en los ojos de aquella mujer la misma expresión que había
detectado en la mirada de Lydia Stanley.
—Si nos permiten, necesito saludar a mi hermana y a mi cuñado —anunció
ella —No se puede hacer esperar a la realeza, aunque se trate de la familia.
—Miriam y yo estaremos ansiosos por conversar con ustedes más tarde —
murmuró lord Wilmington sonriente, sin dejar de mirar a Victoria.
—Me gustó lo que dijiste —cuchicheó al oído de la novia. —Ten cuidado con
Rupert. El hombre tiene fama de mujeriego.
—Y Miriam parece apreciar demasiado a los hombres —observó ella. —¿O
serás tú, en particular, a quien aprecia?
—Yo diría que los Wilmington mantienen entre sí un acuerdo que les permite
cierta libertad.
—¿Y eso es común en los matrimonios de aristócratas? —Victoria estaba
impactada. Aquella era la primera vez que participaba en una fiesta con gente tan
extraña.
—Claro que no —Cuando finalmente se encontraron con Samantha y Rudolf,
los príncipes Víctor y Stepan estaban con ellos.
—¿Cómo estuvo la ópera? —Samantha indagó a modo de saludo y cumplido.
—Muy bonita —respondió Victoria. —Creo que había más personas
mirándome a mí que hacia el escenario. Debería haber agradecido al público
cuando se cerró el telón.
La orquesta comenzó a tocar el primer vals.
—¿Podrías concederme el placer? —Dijo Alexander, encorvándose delante de
ella.
Con una tímida sonrisa, ella extendió la mano a su novio. Aquella sería la
primera vez que bailaban.
Enlazándola por la cintura, Alexander la trajo para bien cerca de sí y, en
seguida, ambos salieron bailando por el salón. Victoria buscó olvidar a la multitud
que los cercaba y se entregó a la alegría de aquel momento. Solamente aquel
hombre y la música importaban. Estaba demasiado feliz como para decir algo. De
repente, divisó a Lydia Stanley bajando la escalinata que conducía al salón de
baile.
—Una nube oscura parece haber apagado tu sonrisa, querida —observó
Alexander.
—¿Qué tal ahora? —Ella volvió a sonreír, pero su alegría y espontaneidad
habituales se habían desvanecido.
Al término del vals, Alex la acompañó hasta donde estaban sus familiares.
—Lady Victoria, ¿aceptarías bailar con tu cuñado favorito? —Rudolf le
extendió la mano, divertido y cortés al mismo tiempo.
—Me encantaría —respondió ella, y fueron a la pista de baile.
Mientras bailaba con su cuñado, vio a su hermana, quien bailaba con Stepan.
Sintió el corazón apretado, sin embargo, al ver a Alexander dirigiéndose a la pista
de baile acompañado por nada menos que con Lydia Stanley.
—¿Qué sucedió? —Preguntó Rudolf, al ver que el rostro de su cuñada
empalidecía.
—Alex está bailando con aquella tal marquesa —ella miró a su cuñado. —
Dime, ¿qué hay entre ellos?
—Nada, que yo sepa.
—¿Qué hubo entre ellos entonces? —Volvió a formular su pregunta.
—¿Por qué no conversas con tu novio e intentas descubrirlo?. No me gusta
meterme en asuntos que no me atañen, sabes bien de eso.
—¿Por qué no quieres contarme?, soy tu cuñada y tengo derecho a saber.
—Muy bien. Ellos tuvieron una relación años atrás —contó Rudolf al acabar el
vals. —Fue cuando Reginald Stanley, el marqués de Tewksbury, hombre con la
edad suficiente para ser el padre de Lydia, la pidió en matrimonio. Ella prefirió
volverse marquesa antes que condesa.
—¿Dónde está su marido ahora?
—Murió luego que Lydia tuvo su primer hijo, lo que la dejó libre para casarse
con Alex.
—¿Y por qué no se casaron?
—Alexander es un hombre orgulloso y poco flexible, que no acepta las sobras
de los demás —aclaró Rudolf. —Lydia Stanley volvió a buscarlo luego que pasó el
período de luto por la muerte de su marido.
—¿Crees que Alex está interesado en ella?
—Lo que creo es que debemos volver para nuestro grupo y dejar esta historia
de lado.
Así que Victoria y Rudolf se reencontraron con Lord Magno y la duquesa
Roxanne cuando llegaron. Los recién llegados luego de pusieron a bailar. A esta
altura, lord y lady Wilmington y Lydia Stanley vinieron a unirse al grupo. Lydia y
Miriam intercambiaban miradas de fría cortesía.
—Lady Victoria —comenzó Miriam. —Debes estar ansiosa por tus nupcias tan
cercanas.
—Alex está más ansioso que yo —disparó ella. —Prometió cubrirme de
diamantes y, como pueden constatar, él empezó muy bien —llevó su mano a las
bellísimas joyas que el conde le había regalado.
—¡La petición en matrimonio fue tan romántica! —Samantha se integró a la
conversación. —Delante de toda la familia, Alexander se puso de rodillas y pidió
que mi hermana se casara con él.
—Muy romántico, sin dudas —asintió Miriam Wilmington, verde de envidia.
—¿Qué te pareció la ópera de esta noche? —Lydia Stanley se dirigió a
Victoria.
—Las Bodas de Fígaro, ¿no? —Indagó Miriam, interesada.
—Me encanta la ópera —Victoria intentó parecer una mujer sofisticada. —
Una composición fantástica de Mo.
—¿Mo? —Repitió Lydia.
—Mo Sart, el compositor de la obra —aclaró Victoria. Todos la miraron como
si se hubiera transformado en una calabaza. Ella percibió que había dicho alguna
burrada, pero no tenía idea de cuál.
—Lady Victoria me prometió esta pieza —Stepan se apuró a alejarla de allí.
Satisfecha por permanecer lejos de aquella gente, ella aceptó el brazo que
Stepan le extendía y luego bailaba con él. No perdía de vista, en cambio, a aquellas
dos mujeres. Parecían querer disputar a su novio. Lydia Stanley ganó la disputa y
luego volvió a bailar con Alexander.
—En general, las personas hablan sobre nimiedades mientras bailan —se
apresuró a decir Stepan, con el fin de amenizar la situación.
—Discúlpame pero no me siento bien —Victoria estaba confundida e irritada.
—¿Puedo ayudarte? —Se ofreció Stepan, sin saber qué hacer.
—Sólo si tienes el poder de impedir que diga más burradas. Alex me dijo que
Mo Sart era el compositor de la ópera de esta noche.
—El nombre correcto es Mozart —explicó Stepan. —Una palabra sola.
Wolfgang Amadeus Mozart. Pero busca olvidarte de eso, Victoria. En fin, todos nos
equivocamos.
—Algunos más que otros.
—No seas tan enérgica contigo misma.
—Me gustaría refrescarme un poco, si no te importa, amigo mío —Inventó
una excusa para alejarse de allí. No lograría enfrentarse a los otros en aquel
momento. —Por favor, dile a Alex que volveré luego.
Se retiró a una pequeña sala reservada para el reposo de las damas.
Necesitaba tiempo para volver a componerse sin ser observada por lo demás.
Llegando a la sala, se sentó en un rincón y buscó respirar hondo y calmarse.
—La chiquilla dijo que el compositor de la ópera era Mo Sart —escuchó decir
a Lydia Stanley, al entrar también en la sala de reposo.
—¿Qué importa? —Replicó Miriam Wilmington, quien acompañaba a la
marquesa. —Ella no pronunció mal el nombre.
—¡Cielos, Miriam! ¡Estás siendo tan idiota como aquella tontita!
—Sea como haya sido, no será tan difícil tener a Alexander otra vez. Cabello
rojizo y una pretendida inocencia son meras novedades para él.
—¡Finalmente te encontré! —Victoria oyó decir a su tía Roxanne. —Tu novio
te está buscando.
—¡No había visto que estabas ahí! —Lydia Stanley se giró, sorprendida.
—Me di cuenta —respondió Victoria, con la mirada llena de indignación.
—Me gustaría presentarte a Sara...
—No me interesa conocer a quien sea que tienes la intención de presentarme
—se levantó y pasó como una bala por entre las dos mujeres.
—¡Qué lindo vestido, Lydia! —Roxanne buscó desviar la atención de las
personas. —Lástima que el color no te queda nada bien.
De brazos cruzados, Alexander esperaba por Victoria a cierta distancia del
salón de reposo. Al verlo, ella se acercó. Su cabeza giraba de mareo. Había
cometido un patinazo y ahora Lydia Stanley quería a su novio de vuelta.
—Victoria, querida —murmuró él. —No te quedes molesta. Cualquier persona
que no sepa mucho de óperas puede cometer un error como aquel.
—Creo que deberías casarte con otra.
—¿Por qué?, es contigo con quien quiero casarme —el tono de voz de
Alexander era suave y cariñoso.
—Lydia Stanley te quiere de vuelta. Es muy bonita y debe ser inteligente
también.
—Lo que hubo entre Lydia y yo terminó hace años. ¿Será que no entiendes
que es a ti a quien quiero?
—Lo que sé es que no elegiste casarte conmigo. Estás solamente honrando un
acuerdo propuesto por mis tíos.
—Ellos nunca me forzaron a aceptar la propuesta —declaró Alexander.
—Me gustaría conversar con mi sobrina —Roxanne interrumpió la
conversación. —Espera aquí Alex. Es un asunto particular.
Así que se alejaron, la duquesa se dirigió a Victoria.
—Conozco a los hombres mejor que tú, querida —comenzó. —Alex jamás
reanudaría con Lydia Stanley, y ella no es más que una tonta si piensa que podrá
reconquistarlo. Ningún hombre que se precie acepta la traición de una mujer.
Ahora, en cuanto al error que has cometido, llego a dudar que tengas mi sangre
corriendo en tus venas.
—No tengo la culpa de ser tan retardada —respondió Victoria.
—No se trata de eso, mi bien. No importa qué digas o hagas, siempre encara
al adversario de frente. Nunca más corras ni te escondas como hiciste hace un
rato.
—¿Debería haberme quedado allí, oyendo los insultos de aquella mujer?
—Eso mismo. Deberías haberte quedado allí y haber tomado represalias con
altura, como hice yo, por ti —Roxanne tomó las manos de su sobrina en las suyas.
—No dejes que tus emociones se transparenten querida. Mantener la calma ante
la provocación más terrible es una necesidad, si quieres tener éxito en la vida en
sociedad.
—Gracias por los consejos, tiita —una sonrisa volvió a iluminar la cara de
Victoria. —No causaré más vergüenzas a tu reputación.
—Así se habla. Y ahora, ve. Alexander está esperando por ti. ¡Corre!
En instantes, Victoria se reunió con su novio.
—¿Estás bien? —Quiso saber él, preocupado.
—Estoy perfectamente. ¿Darías una vuelta conmigo?
—No hay otra persona con quien quiera caminar o hacer cualquier otra cosa
en este mundo.
Alexander tomó la mano de Victoria y la condujo hasta un lugar donde
pudieron tener cierta privacidad, pero aun así serían observados.
—Eres adorable, Victoria Douglas —acarició la piel perfecta del rostro de ella.
—Quiero que los días que faltan para nuestra boda pasen bien rápido. Así
podremos quedarnos juntos todo el día, todos los días.
—¿No vas a contarme sobre Lydia Stanley?, mi tía me aconsejó mantener la
calma aún delante de las peores provocaciones. Creo que esta regla se aplica a los
hombres también.
—Lo que hubo entre Lydia y yo son aguas pasadas. No debes perder un único
segundo preocupándote por ella. Por un lado, me siento halagado por saber que
te importo, pero por otro lado, me quedo triste por saber que no confías en mí.
—Yo sí confío en ti Alex, es que... —una voz femenina interrumpió la
conversación.
—¡Alex! —De pie, delante de ellos, estaba Venetia Emerson, hermana de
Alexander, que creía estar en Australia. Un hombre alto, de cuerpo atlético y una
bella mujer la acompañaban.
Venetia se lanzó a los brazos de su hermano.
—¡Le dije a Harry y a Diana que estarías en el baile de los Wilmington!
La expresión del rostro del conde demostraba desagrado con aquel
encuentro.
—Te presento a mi marido, Harry Gibbs —Venetia señaló a un hombre alto
que estaba a su lado.
Alexander y Harry estrecharon las manos.
—Diana Drummond es la hermana viuda de Harry —Venetia presentó a la
bella mujer. —Creo que te agradará mucho.
Un malestar se apoderó de Victoria al mirar a la viuda. Lo último que podría
desear era la presencia de aquella mujer, compitiendo por la atención de su novio.
—¿Te acuerdas de Victoria Douglas? , ella y yo nos casaremos dentro de dos
semanas —anunció Alex.
—Que novedad maravillosa, hermano mío —no había ni una pizca de
entusiasmo en la voz de Venetia.
—Felicitaciones —saludó Diana Drummond, con voz grave y sensual.
La viuda era una mujer bonita, sofisticada, voluptuosa y confiada.
Comparándose con ella, Victoria concluyó que no era más que una niñita.
—Harry compró una mansión en la ciudad, tres delante de la tuya, Alex —
informó la hermana.
—¿Y Charles? —Alex buscó aparentar una frialdad que no sentía.
—Nuestro padre está muerto. Lamentó hasta el último día de su vida las
violentas palabras que intercambiaron tú y él.
—Puedo imaginármelo.
Victoria podía ver la decepción en el rostro de su novio. Charles Emerson
había muerto y había llevado a la tumba el secreto del origen de Alexander.
—Ven a cenar a nuestra casa mañana de noche. La invitación se extiende a
ella, claro —Venetia intentó sonar como una perfecta anfitriona.
—Muy bien. ¿A qué hora debemos llegar?
—A las ocho de la noche. Hasta mañana, entonces —Venetia enlazó el brazo
de su marido y de su cuñada y se alejó.
—¿Cómo pudiste aceptar la invitación de una mujer que atentó contra tu
vida? —Victoria estaba perpleja.
—Fue Charles Emerson quien intentó matarme, no Venetia.
—Pero ella intentó matar a mi hermana Angélica.
—¿Te rehúsas a acompañarme, es eso?
Victoria no tenía la menor intención de dejar que Alex se sentara a la mesa
con la bella viuda Drummond, sin que ella misma estuviera cerca.
—Claro que iré contigo —afirmó. —Y pretendo comer bien rápido, antes que
le pongan veneno a la comida. Te sugiero que hagas lo mismo.
—Victoria Douglas. Eres única —Alex la tomó en los brazos y la besó.

***

—Buen día, Tinker.


—Un día maravilloso, lady Victoria. Mire —el mayordomo indicó la ventana
que reflejaba los rayos de sol. —Permítame decirle que está particularmente
bonita esta mañana.
—Gracias —sonrió Victoria.
Alexander no tardaría en llegar. Habían planeado un paseo para aquella
mañana y ella soñaba con una oportunidad de quedar a solas con él.
Mientras saboreaba una rica taza de té, pensaba en las mujeres que habían
coqueteado con su novio la noche anterior: Lydia Stanley, Miriam Wilmington y
Diana Drummond.
Trató de distraerse de aquellos recuerdos desagradables y le pidió a Tinker
que le leyera las noticias de la columna social del Times. ¿Quién sabe si habrían
escrito algo sobre ella?
—Veamos, aquí está —anunció el mayordomo. —La sociedad londinense
espera con ansiedad el casamiento del conde de Winchester con lady Victoria
Douglas.
Tinker carraspeó y continuó la lectura.
—Todos aprovecharon para dar una mirada a la futura esposa del conde. ¡Ah!
Un montón de chismorreos. Cáiganse de espaldas, a cierta altura de la fiesta,
muchos escucharon cuando cierta joven de la sociedad se refirió al compositor de
la ópera de la noche como “Mo Sart”. Bueno, entonces nos preguntamos qué
criterio debe usar, un hombre de la aristocracia, para elegir a la mujer con quien
pasará el resto de su vida.
—Gracias, Tinker —la luz se había apagado del semblante de Victoria. —Creo
que no necesito oír nada más.
El mayordomo puso a un lado el diario, al notar que ella se entristecía.
—Ahora soy la idiota de la ciudad —se dijo a sí misma, con los ojos llenos de
lágrimas.
—¿Algún problema, señorita? —Quiso ayudar Tinker.
—Estoy bien, no te preocupes.
—Le conozco hace bastante tiempo, lo suficiente como para saber cuándo no
está bien.
—Me gustaría otra taza de té, si no te importa —Victoria evitó seguir
hablando del asunto.
En aquel momento, Alexander, que acababa de llegar, se sentó al lado de su
novia.
—Me gustaría un café bien fuerte —pidió, al notar la tristeza de Victoria.
—Gracias, Tinker —Alex hizo una señal para que el mayordomo los dejara
solos. —¿Por qué será que no estoy viendo la sonrisa habitual en tus labios,
querida?
—No puedo casarme contigo.
—¿Otra vez esta historia? ¿Será que es tan difícil comprender que no lograrás
librarte de mí?. Yo quiero y voy a casarme contigo —Alex sostuvo su mentón,
haciendo que ella lo mirara fijo. —A ver, ¿tú no puedes casarte conmigo porque
pensaste que Mozart era “Mo Sart”?
—No quiero arruinar tu vida. Las personas ya se están riendo de mí y se reirán
de ti porque elegiste una tonta para casarte. Terminarás por odiarme.
—Eso jamás sucederá, quédate tranquila —Alex la abrazó.
—No intentes hacer con que me sienta mejor.
—¿No quieres sentirte mejor? —Jugó con sus cabellos, —Eres muy joven e
inexperta, querida. Te enseñaré todo lo que quieras aprender, te lo prometo —la
besó.
Sintiéndose mejor, Victoria retribuyó el beso y el abrazo de Alex. Entonces, las
puertas del comedor se abrieron, de repente.
—Tinker me dijo que no estabas bien —era Roxanne, preocupada con su
sobrina —Pero, por lo que veo, ya te estás sintiendo mejor. —su tía sonrió y se
retiró con mesura.
—Entonces, ¿estás lista para dar un paseo conmigo? —Alexander tomó el
sombrero de Victoria. —¿Puedo ponértelo?
Ella sonrió y dejó que su novio atara la cinta que prendía el sombrero.
—Listo, estás hermosa —el elogio era sincero. El rostro de Victoria
resplandecía nuevamente, iluminado por una amplia sonrisa.
—¿Nos podemos ir? —Alex le ofreció el brazo y ambos se dirigían para la
salida de la casa, donde el carruaje estaba estacionado.
El día invitaba a un paseo. Era verano, y la mañana estaba exuberante. El sol
brillaba y el cielo era de un azul límpido.
Al llegar a Hyde Park, Victoria observó, encantada, los diferentes matices en
los colores de las flores, en contraste con el verde de los árboles y arbustos.
Un carruaje estacionado cerca llamó su atención. Dentro estaban Lydia
Stanley y una amiga suya.
—Buen día Alex —saludó Lydia.
El conde se limitó a hacer un gesto con la cabeza y siguió su camino, mirando
hacia adelante. Victoria se giró y vio a las dos mujeres hablando por lo bajo y
riendo.
Apenas se había recuperado, divisó a Venetia y a la viuda Drummond, quienes
paseaban a caballo y venían en su dirección.
—Hola, Alex —saludó Venetia, jalando los arreos del caballo hasta hacerlo
parar.
—Buen día, conde Emerson —dijo la viuda.
—Buen día, señoras.
Victoria sonrió contra su voluntad. Una de aquellas brujas había intentado
matar a su hermana, y la otra estaba notablemente interesada en robarle a Alex.
Qué bueno sería ir con él muy lejos y de aquellas intrusas que amenazaban su
felicidad...
—La noticia de tu casamiento con Victoria está en el Times de esta mañana —
comentó Venetia, como si la novia de su hermano no estuviera allí.
—Casi morimos de risa al leer que cierta joven, presente en el baile de los
Wilmington, pensó que Mozart fuese “Mo Sart”—comentó la viuda, con su voz
sensual, —Me pregunto cómo un caballero puede unirse a una mujer tan
ignorante. Al final, todo hombre tiene que conversar con su esposa, aunque sea de
vez en cuando —terminó de decir, maliciosa.
—Los esperaremos a las ocho para cenar —recordó Venetia antes de dar
media vuelta y alejarse al galope, acompañada por Diana.
—¿Qué sucede cariño? —Preguntó Alex, al notar la expresión entristecida de
Victoria.
—Aquella mujer me humilló a propósito.
—Diana no estaba en la fiesta —observó él. —No creo que el comentario haya
sido intencionado.
—¿Cómo puedes defenderla? Yo soy tu futura esposa.
—No la estoy defendiendo. Sólo creo que debemos darle el beneficio de la
duda.
—Aquellos que le dan el beneficio de la duda a los demás terminan por
perderlo todo.
—Estás siendo escéptica.
—En mi familia, sabemos bien qué es ser engañados —Victoria notó una
expresión contrahecha en el rostro de Alex y lamentó lo que había acabado de
decir, —Discúlpame —ella tocó su brazo con cariño. —lo mejor que podemos
hacer es olvidar a los demás y aprovechar la mañana juntos. Dime, ¿hacia dónde
vamos?
—Me gustaría conocer el lugar donde viviste, antes de mudarte con tu tío.
—No creo que sea una buena idea.
—Por favor —insistió Alex.
—Está bien. Voy a mostrarte cómo llegar hasta allí —quince minutos después,
llegaron a Primrose Hill.
Desde allí, era posible divisar varios marcos históricos de Londres: la abadía de
Westminster, la Catedral de Saint Paul y la Torre de Londres, entre otros.
—Vista y tanto —se admiró Alex.
—Yo acostumbraba a quedarme viendo los fuegos de celebración del año
nuevo desde aquí.
—¿Dónde queda la casa en que vivías?
—Allí —Victoria indicó una pequeño chalet.
Alex estacionó el carruaje.
—¿Podemos entrar?
Victoria abrió la puerta del chalet con la llave que permanecía escondida
sobre una maceta. El lugar era pequeño y pobre.
—Aquí no hay espacio suficiente para que alguien viva cómodamente —
evaluó Alex, mirando a su alrededor. —¡Y ustedes eran cinco!
—No te tortures, mis hermanas y yo fuimos muy felices aquí y nos
divertíamos mucho juntas. Lo único que no me gustaba era que unos niños de las
cercanías, que se burlaban de la forma de caminar de Samantha. Todo lo que
quería era tener una varita mágica.
—¿Para qué? —Alex estaba sorprendido y curioso con lo que ella había dicho.
—Para hacer desaparecer a aquellos diablillos, o mejor, para transformarlos
en piedras —Victoria hizo como si tuviese la varita mágica en las manos. Señaló el
cielo, hizo un movimiento circular y volvió a señalar.
—¡Cuánta maldad! —Bromeó él, divirtiéndose con la idea y abrazándola en
seguida.
—Sabes algo, pensé que nunca más estaríamos a solas —Victoria buscó
desviar el tema.
—Bueno, esta puede ser la última vez que tengamos un tiempo solo para
nosotros dos antes del casamiento. No podemos desperdiciar la oportunidad.
Una mirada bastó, para que allí mismo, olvidado de todo y de todos, se
entregaran una vez más a la pasión que los unía. Alex desvistió detenidamente a
Victoria y besó cada pequeña parte de su cuerpo tierno y suave. El deseo se volvió
a encender, y ella no pudo contentarse hasta que él no estuviera una vez más
dentro de ella. Alex se quitó la ropa rápidamente, las extendió en el suelo e hizo
con que Victoria se acostara sobre ellas. En seguida, se acostó sobre ella y la
penetró, moviéndose hacia adelante y hacia atrás, en un ritmo siempre creciente
hasta que los dos llegaran juntos al ápice del placer. Acostándose al lado de
Victoria, volvió a besarla para luego envolver el cuerpo de ella en sus brazos,
trayéndola muy cerca del suyo.

***

Victoria se arregló con especial esmero para la cena de aquella noche en la


casa de la futura cuñada. Eligió un vestido azul oscuro con escote delante y atrás,
que no exhibía pero sí sugería los contornos de su cuerpo. Quería que Alex sólo
tuviera ojos para ella e ignorara a la bella viuda Drummond. Usó una única joya: su
bellísimo anillo de compromiso. La camarera la ayudó a arreglar su cabello,
prendido esta vez, aunque algunas mechas insistían en escapar, dándole a su
peinado un aire al mismo tiempo sofisticado y jovial.
—¡Estas simplemente deslumbrante, querida! —Fue el sincero comentario de
Roxanne, quien entraba en los aposentos de la sobrina. —Pero apúrate. Alexander
ya está esperando.
Después de la última mirada al espejo, las dos dejaron juntas el cuarto.
—¿Estoy equivocada? ¿te estás sintiendo un poco inquieta, mi amor? —Quiso
saber Roxanne. —¿Te gustaría que te diera algunos consejos?
—Estoy necesitándolos mucho. Préstame un poco de tu experiencia, tiita.
—Bien, en primer lugar, no tienes de qué preocuparte. Si alguna de aquellas
brujas te insulta, toma represalias. Pero, hazlo siempre sin perder la calma Tu
inesperada serenidad colocará a aquellas dos a la defensiva. Míralas a los ojos
mientras estén conversando, como si fueras superior a ellas en todos los aspectos
no demuestres temor o inseguridad. Tú eres, ciertamente, superior a ellas. Y no
estés disconforme con Alex delante de ellas de ninguna manera. En caso de que él
diga algo que te desagrade, espera a criticarlo cuando estéis a solas.
—¿Y si la viuda Drummond coquetea con él? —Victoria temía que ello
sucediera.
—En caso que no estés cerca para sostener su brazo, comienza a coquetear al
marido de Venetia.
—¿Cómo voy a coquetear a Harry Gibbs?
—Confía en tus instintos, niña —fue la respuesta de la tía. —tienes mi sangre
corriendo en tus venas, por lo tanto sabrás cómo hacerlo con naturalidad.
Imagínate que eres una gran actriz, una verdadera diva actuando para una platea
de cuatro personas. Esto hará que interpretes tu papel con perfección y mucho
talento.
—Te adoro, tía Roxanne.
—Yo también te adoro a ti, Victoria.
Después de intercambiar un abrazo lleno de afecto, tía y sobrina bajaron las
escaleras. Victoria rio consigo misma, al notar la expresión de deslumbramiento y
espanto en los ojos de Alex.
—Sé que te gusta mi cabello suelto —susurró ella, mientras él le besaba la
mano. —Pero decidí prenderlo, para que puedas admirar mis senos con más
facilidad —ronroneó, al final.
—¿Qué estás planeando?
—Sólo pasar una noche muy agradable en tu compañía, nada más —le guiñó a
Alex.

***
Media hora más tarde, ambos llegaban a la mansión de Venetia. El
mayordomo de Harry Gibbs abrió la puerta y el mismo Gibbs vino a saludarlos.
—Sean bienvenidos a nuestra casa —el anfitrión apretó la mano de Alex y
besó la de Victoria con caballerosidad. —Vengan, acompáñenme hasta el salón.
Venetia y Diana estaban sentadas al lado. Alex besó el rostro de su hermana y
la mano de Diana.
Victoria casi se dejó sacudir por tener que admitir que la viuda estaba
bellísima en un traje negro con un escote bastante osado. Se acordó, en cambio,
de las palabras de la tía y no se permitió afectar. Tendría que portarse como una
verdadera diva aquella noche.
—Qué placer reencontrarlas —saludó a las damas con una sonrisa.
—¿Este es tu anillo de compromiso? —Preguntó Diana, mirando espantada el
diamante enorme.
—Mi futuro marido prometió cubrirme de diamantes —Victoria extendió la
mano, para que pudieran admirar mejor la joya. —Creo que este anillo fue un
buen comienzo, ¿no están de acuerdo?
—Mi hermano siempre tuvo buen gusto —interrumpió Venetia, con
despecho.
—Lo que se volvió evidente en la mujer que elegí como esposa —agregó
Alexander.
—Respecto a eso no tengo la menor duda —convino Harry, respetuosamente.
—¿Qué tal cenar ahora? —Invitó, mientras indicaba en la dirección del comedor.
Venetia y Diana, enlazaron, cada una de ellas, un brazo de Alexander, como si
hubieran ensayado aquel gesto y siguieron para el comedor. Harry ofreció el brazo
a Victoria, como un perfecto caballero y un excelente anfitrión.
Victoria pudo ver cómo la viuda se acercaba demasiado a Alex.
—¿Algún problema? —Preguntó.
—¿Y qué problema podría haber cuando estoy acompañada por un apuesto
caballero como usted, señor Gibbs?
La diva acababa de entrar en acción.
Se sirvió la cena. El comedor era amplio y elegante. Los cubiertos de plata
eran muy finos así como la cristalería y los platos de porcelana.
Para beber, había vino y zumo de limón.
—¿Prefieres leche tibia, Victoria querida? —Preguntó con ironía Venetia y
hubo un intercambio de sonrisas entre ella y Diana.
Soy una diva, soy una diva, se repetía Victoria para sí misma, buscando ganar
confianza y serenidad.
—Zumo de limón, por favor —hizo un delicado gesto de agradecimiento con
la cabeza. —Admito que aun no aprendo a apreciar las bebidas alcohólicas pero
estoy segura que desarrollaré ese gusto cuando llegue a una edad más avanzada,
como la de las señoras Venetia y Diana.
—No precisas hacer ese tipo de apreciación para ser encantadora, lady
Victoria —elogió Harry Gibbs.
—Gracias.
—Adoro la ópera —Diana prefirió cambiar el rumbo de la conversación. —
Conde Emerson, ¿permitiría que usara su galería una noche de estas?
—Siempre que quiera —respondió Alexander, educado.
—¿Aún vas a la ópera todos los jueves, hermano? —Quiso saber Venetia.
—Sí.
—Pueden creer que no contengo la risa cada vez que recuerdo a la chiquilla
que pensó que Mozart era “Mo Sart”—comentó Diana, soltando una carcajada.
—Yo soy la tal chiquilla —anunció Victoria. Era una diva aquella noche, lo que
quería decir que encararía cualquier papel.
La expresión de los demás, inclusive la de Alexander, era de alguien que había
sido tomado por sorpresa. Victoria prometió que le daría un beso a tía Roxanne
por los sabios consejos que le había dado.
—Yo osaría decir que lady Victoria es demasiado joven para tener la
experiencia de mujeres maduras como ustedes —Harry se dirigía a su esposa y
hermana, yendo en defensa de Victoria.
Con una sonrisa de complicidad, ella se inclinó a Harry, permitiéndole una
vista privilegiada de su perfecta falda.
—¿Sabían que Beethoven era una mujer? —Victoria lanzó la pregunta
inesperadamente, con una sonrisa conspiradora en los labios. —Su verdadero
nombre era Bea Toven.
—Lady Victoria, usted es como un soplo de aire fresco, luego de una noche en
una taberna ahumada —rió Harry.
—Puedes llamarme Victoria —sugirió. —al final, somos amigos.
—Que así sea, entonces, Victoria —apreció la sugerencia.
—Me gustaría muchísimo conocer tu famosa biblioteca, conde Emerson —
Diana no desistía con facilidad. —¿Podría prestarme algunos libros?
—Mi cuñada adora una buena lectura —Venetia y Diana se entre miraron.
—Permíteme darte un consejo —Victoria interrumpió antes que Alexander
pudiera contestar, —aquí en Inglaterra no está bien visto que una bella viuda
como usted vaya a la casa de un hombre soltero —ella fijó la mirada muy azul en
Diana. —Te prometo, en cambio, que serás bienvenida para conocer nuestra
biblioteca cuando el conde y yo estemos casados —ella inclinó la cabeza. —Hasta
ese entonces, te recomiendo que visites alguna de las espléndidas librerías de
Londres. Algunas hasta prestan libros.
—Estoy segura que no habrá problema alguno, si yo acompaño a Diana —
intervino Venetia. —En suma, Alex y yo somos hermanos.
—Hermanos bastante distanciados, de hecho —disparó Victoria. No
comprendía por qué Alex permanecía callado. Con todo, la expresión de su rostro
revelaba sorpresa.
—Los problemas entre ellos han sido superados —se metió Diana en un tema
que no le incumbía.
—En cuanto a ello, veremos —concluyó Victoria, con osadía. —Puede ser tan
inocente como un bebé, mi estimada señora, pero los ingleses somos un pueblo
reservado y hay que evitar la maledicencia ajena. Además, Alex y yo estaremos
muy ocupados hasta el día del casamiento, ¿no es así, querido?
—Nuestra agenda de compromisos sociales está llena —acordó él, con una
sonrisa. —Bravo, Victoria —le susurró al oído, con discreción.
—¿Qué es tan divertido, Alex? —Venetia se movía en la silla, incómoda.
Comenzaba a perder la paciencia.
—Perdóname si fui rudo —él besó la mano de Victoria. —fue solamente una
broma íntima, entre mi novia y yo.
—¿Por qué no pasamos al salón? —Harry intentó amenizar la tensión que
flotaba en el aire.
—Picarona —dijo Alex bajito a Victoria, mientras pasaban al otro recinto. —
Estás empezando a hablar como tu tía.
—Una noche llena de elogios —agradeció ella, con un guiño.
Llegando al salón, Victoria se acomodó bien cerca de Alexander y fingió estar
interesada en la conversación entre él y su cuñado.
—¿Cómo murió Charles Emerson? —Preguntó Alex en cierto momento.
—Fue el corazón —respondió Venetia. —No hubo nada que pudiéramos
hacer.
—¿Él dijo algo importante antes de morir? —Quiso saber Alexander.
Victoria detectó un poco de esperanza en la pregunta. Charles Emerson
conocía el secreto del origen de Alexander.
—Nuestro padre lamentó, en varias ocasiones, las palabras amargas que
ustedes dos se dijeron —Venetia volvió a repetir lo que había dicho en casa de los
Wilmington, —Salvo eso... —se encogió de hombros. —no hubo tiempo para
despedidas o cosas por el estilo.
Poco después terminó la noche. Harry, Venetia y Diana acompañaron a Alex y
Victoria hasta el recibidor.
—Queremos que vengan a cenar en nuestra casa —Alex se comportó según la
etiqueta. —Cuando Victoria esté bien acomodada en su nuevo hogar les enviará
las invitaciones.
—Estaremos ansiosos —Venetia forzó una sonrisa.
Una vez dentro del carruaje, Alexander se vio libre para conversar con
Victoria.
—Estoy orgulloso por la manera en que lidiaste con aquella avalancha de
comentarios con maldad. Nunca imaginé que pudieras salir tan bien.
—Gracias.
Ella sonrió y besó a Alex en la mejilla.

***

Dentro de la mansión de Harry Gibbs, mientras tanto, la conversación tenía


otro tono.
—Vi la manera en que intentaste lastimar a Victoria Douglas —Harry se dirigió
a su hermana. —¡Y para de ofrecerte a un hombre comprometido como lo es
Alexander, compórtate o de lo contrario te mandaré de regreso a Australia! Sé que
eres joven y bonita y tienes el derecho de rehacer tu vida, ¡pero intenta buscar a
alguien que esté libre!
—Está bien —Diana fingió acatar las órdenes de su hermano.
—Tengo que verificar algunos documentos en mi estudio —Harry besó el
rostro de Venetia. —Volveré en un instante.
—Tu hermano está hechizado por esa niña —graznó Diana, en cuanto Harry
se alejó.
—No te preocupes —Venetia intentó tranquilizar a la cuñada. —Tú serás la
condesa de Alex. Con todo, será mejor que no actuemos hasta después del
casamiento.
—¿No crees que después será demasiado tarde? —Preguntó Diana, con
ironía.
—Los casamientos pueden hacerse y deshacerse —le recordó Venetia. —
Tengo un plan que hará que esa pelirrojita salga corriendo de vuelta a los brazos
de su tía, y nadie jamás sospechará de nuestra participación en esta historia.
—Eres tan deliciosamente mala, cuñadita —Diana enlazó el brazo de Venetia
y ambas caminaron en dirección a la escalera. —Ven, cuéntame todo sobre ese tal
plan.
CAPÍTULO VI

—¡Estoy tan feliz! —Exclamó Victoria, ya delante de la capilla donde se


casaría. —Me siento como si estuviera en las nubes.
Al oír la risa de las hermanas, ella se volvió. Angélica, Samantha, Magno y
Roxanne estaban de pie, detrás suyo, en la puerta de la capilla. Sus hermanas
serían sus damas de honor y el tío la conduciría hasta el altar, donde Alexander la
estaría esperando, al lado de los padrinos Rudolf y Robert.
Los días que antecedieron a la boda parecían haber transcurrido en un
pestañear de ojos. Felizmente, nada desagradable había ocurrido en aquel
período. Victoria, por su parte, no tenía dudas de que las brujas que disputaban la
atención de Alex volverían a importunarlos, más tarde o más temprano.
—¿Estás nerviosa? —Preguntó Roxanne.
—No, solo feliz —Dio una vuelta. —¿Cómo estoy tiita?
—¡Linda! —Los ojos de Roxanne se llenaron de lágrimas. —Qué bueno sería si
tu madre pudiera estar aquí...
Victoria usaba el vestido de novia de su madre, como lo habían hecho
Samantha y Angélica antes que ella. Bordado con centenares de perlas, el vestido
blanco con escote cuadrado y mangas largas se ajustaba perfectamente a su
cuerpo.
El anillo de compromiso había pasado a la mano izquierda. Una tiara de
diamantes adornaba sus cabellos rojizos y sedosos y ella llevaba en las manos un
ramo de flores en tono champaña.
—Apenas puedo creer que mi sobrina más chica está a punto de volverse
condesa —comentó Roxanne.
—Bien, pero eso no sucederá mientras no te vayas a sentar —recordó Magno
a su esposa.
Victoria abrazó a su tía, llena de emoción.
—Gracias por todo lo que han hecho por mí —ella besó el rostro de Roxanne
—Te amo.
—También te amo, hijita. Sé feliz querida —agregó la tía, antes de ocupar su
lugar en la iglesia.
Cuando el órgano y los violines empezaron a sonar, Victoria se volvió hacia sus
hermanas y las abrazó.
—Mis amores —dijo ella. —que sigamos tan unidas en el futuro como
estamos hoy.
Las hermanas retribuyeron los deseos de Victoria, que ahora se volvía para el
tío, pidiéndole que se acercara.
—Gracias por haberme recibido en tu casa y haber cuidado de mí —ella besó
el rostro de Magno —Pido perdón por mi rebeldía. Si la justicia existe, un día
tendré una hija aún más difícil que yo.
—Sé feliz chica —Magno luchaba contra las lágrimas inconvenientes. —Mi
casa quedará más vacía y monótona sin tus juegos y tu alegría.
—Le agradezco también que haya encontrado un hombre maravilloso para ser
mi marido. Prometo ser una excelente esposa y madre —ella besó al tío una vez
más. —Bueno, estoy lista para entrar en la capilla ahora.
Magno respiró hondo y colocó la mano de Victoria sobre su brazo. Samantha y
Angélica comenzaron a caminar en dirección al altar, seguidas por el tío y por su
hermana.
El interior de la capilla estaba iluminado por centenares de candelabros y
rosas blancas adornaban el altar. Más de cien invitados llenaban los asientos,
todos elegantemente vestidos de los más variados colores, y las mujeres llevaban
en la cabeza sombreros bellos y extravagantes.
Victoria, en cambio, sólo tenía ojos para su novio. Así que llegó al altar, él
sostuvo sus manos y la besó.
—Gracias por haber aceptado ser mi esposa, condesa y madre de mis hijos —
Las palabras de él arrancaron suspiros de las mujeres presentes.
—Tu propuesta es un honor para mí —agradeció Victoria, sorprendiendo a
todos.
La ceremonia de casamiento fue breve. Luego de quince minutos, el ministro
los declaraba marido y mujer. El final de la ceremonia estuvo marcado por un
prolongado beso entre los novios.

***

Victoria tomó su lugar en el carruaje que los llevaría a la mansión del tío.
Apenas se sentó al lado de su esposa, Alexander la abrazó con fuerza y la besó.
—Nunca vi una novia tan linda como tú y tu saludo en respuesta al mío me
llenó de orgullo.
—Estoy feliz porque me hayas elegido para ser tu esposa —los ojos de Victoria
brillaban. Era la viva imagen de la alegría, —Aunque, en principio, me parecías un
poco viejo y aburrido —bromeó.
—¿Y cuál es tu opinión sobre mí ahora?
—¡Eres simplemente maravilloso!
—Quiero agradecerte por haberme permitido que invitara a Venetia y a sus
parientes para la boda.
—¿Tu familia es ahora mi familia, no es cierto?
—De cualquier manera, la vida sería más fácil si mi hermana se hubiera
quedado en Australia.
—¿Crees que regresará? —Preguntó esperanzada. Si Venetia y Harry volvieran
para Australia, Diana iría con ellos. Sólo Dios sabe lo que ella hará...
El duque Magno no ahorró gastos en el desayuno en conmemoración del
casamiento de Victoria. Platos bellamente ornamentados y deliciosos estaban
dispuestos sobre el aparador, además de los vinos, champañas y caros cristales. En
la mesa central, se podía ver el pastel de la novia, digno de una reina.
Mientras se relajaba, acomodado en un sillón individual, Alexander admiraba
la belleza de su esposa. Su rostro era de una indescriptible exuberancia y belleza.
Además de encantadora, Victoria era una mujer que se dejaba llevar por la pasión.
Y ahora le pertenecía solamente a él. Esperaba con ansiedad el momento en que
salieran de allí para salir hacia la mansión de Grosvenor Square.
—¿Qué es eso? —Le preguntó a Tinker, así que el mayordomo colocó una
bandeja de plata, cubierta con una delicada tapa, delante de él y de Victoria.
—La duquesa Roxanne pide a ambos que retiren juntos la tapa que cubre la
bandeja —informó el mayordomo.
Victoria y Alexander hicieron como Tinker había instruido. Así que levantaron
la tapa, decenas de mariposas de los más variados colores alzaron vuelo en
dirección al cielo.
—¡Siempre quise hacer esto! —Roxanne aplaudió, mirando hacia arriba, así
hicieron los invitados.
—Sólo tú podrías tener esa idea —rezongó Magno.
Después del homenaje de Roxanne, los novios se pusieron de pie y fueron
juntos a saludar y agradecer a todos por su presencia. Cuando llegaron a la mesa
de Venetia, Victoria hizo un esfuerzo para mantener su sonrisa.
—Eres la novia más encantadora que vi jamás —elogió Harry Gibbs.
—Les agradezco su presencia.
—No me hubiera perdido por nada en este mundo el casamiento de mi único
hermano con una muchacha adorable —declaró Venetia con su habitual falsedad.
—La ópera de ayer por la noche fue simplemente soberbia, ¿de acuerdo,
Alex? —La pregunta de Diana estaba llena de malas intenciones.
Victoria logró mantener la apariencia de serenidad en su semblante, aunque
aquel comentario le hubiese dado de lleno como un golpe. Alex había ido a la
ópera con Diana en la víspera de su casamiento, pensó, defraudada.
—Para ser sincero, mal pude prestarle atención a la ópera. Mi pensamiento
estaba en mi novia —besó las manos de Victoria. —Creo que ahora ya podemos
irnos a casa sin ser indiscretos.
—No me dijiste que irías a la ópera anoche —comentó Victoria, así que
quedaron a solas.
—Es lo que he hecho todos los jueves hace años. Tú estabas ocupada con los
preparativos para el casamiento y yo no lograba pensar en qué hacer para
ocuparme.
—¿Fue esa la razón por la cual invitaste a la viuda Drummond para
acompañarte?
—Yo no la invité. Fui solo a la opera. Diana apareció más tarde. A fin de
cuentas, yo había puesto mi palco a su disposición. Bien, pero ¿no crees que
estamos desperdiciando demasiado tiempo hablando de esa mujer, especialmente
en la fiesta de nuestro casamiento?
Victoria estuvo de acuerdo, aunque aún se sentía perturbada. Según las
apariencias, el hecho de que Alex era ahora su marido no impediría que la viuda
siguiera intentando conquistarlo. Aquella mujer era bonita y experimentada, en
otras palabras, todo lo que los hombres buscaban en una amante. Sólo podía
pedirle a Dios que Alex fuera tan fiel a ella como ella le sería a él.

***

La pareja partió después de agradecer la presencia de cada invitado. Victoria


apenas podía esperar para estar a solas con él, en su nueva casa. El hecho de que
Alex hubiera deseado partir pronto era la prueba de que también quería estar a
solas con ella. ¿Cuándo lograría que él la amara de verdad?
Un hombre alto, de aire reservado, vino a abrir las puertas de la mansión.
Alexander sorprendió a Victoria al tomarla en brazos, antes de cruzar el umbral de
la casa.
—Tu tía me hizo prometer que haría esto. Dijo que trae buena suerte.
—La suerte nunca está de más —dijo ella, sonriendo, dejando afuera de
aquellas puertas todo vestigio de malhumor.
Los empleados de la casa estaban alineados para saludar a la nueva patrona.
—Él es nuestro mayordomo, Bundles, y él es Meade, mi valet —Alex y Victoria
caminaron hacia donde se encontraba una mujer más anciana. —Ella es la Sra.
Hull, nuestra ama de llaves, y su hija Polly, tu doncella.
—Es un placer conocerlos —saludó Victoria, sonriente.
—Y ellos son los demás empleados de la casa —Alex se dirigió a todos. —Ella
es lady Victoria, condesa de Winchester.
Los empleados respondieron con aplausos.
—Ahora siéntanse cómodos y retomen sus quehaceres —Alex les dio el
permiso.
Todos se retiraron, excepto el mayordomo y el ama de llaves.
—Estamos particularmente felices con su llegada, mi Lady —se dirigió
Bundles, el mayordomo, a Victoria. —La señora Hulls y yo tenemos el privilegio de
servir en esta casa desde el tiempo de tus padres y recordamos bien a nuestra
condesa cuando era niña. La noticia del fallecimiento del conde y la condesa
Douglas nos entristeció mucho.
—Si bien no me puedo acordar de cuando viví aquí, tus amables palabras
hacen con que me sienta de vuelta a casa —Victoria estaba emocionada.
—Qué bien —dijo Alexander —Ahora ven, querida, pongámonos cómodos —
la condujo en dirección a la escalera. —Te mostraré la mansión mañana, cuando
estemos descansados.
Victoria encaraba, de repente, la realidad de ser la patrona de aquella casa,
así como de otras fuera de Londres. Tendría de hecho, mucho que aprender.
—¿Algún problema? —Preguntó Alex, mientras la acompañaba hasta los
aposentos de la pareja, en el tercer piso de la mansión.
—¿Seré capaz de dirigir esta casa? Soy tan inexperta.
—La Sra. Hull te auxiliará en lo que sea necesario. Estoy seguro que te saldrá
muy bien, condesa Emerson.
El cuarto matrimonial era amplio, cómodo y decorado con extremo buen
gusto.
Al lado de la enorme cama de dosel había una cómoda chimenea. Varios
sillones y mesas pequeñas estaban esparcidas en cada rincón del aposento. Un
bello espejo de caballete, finamente adornado, enriquecía la decoración. Desde
las ventanas podían verse los jardines de la mansión.
—Aquella puerta lleva al vestidor —señaló Alex. —Polly está allí, terminando
de arreglar tus cosas. Ella te ayudará con tu traje de novia —él la besó. —Te veo
en instantes.
Después de quitarse el vestido, Victoria despidió a la camarera. Escogió un
camisón blanco, más adecuado a los propósitos de seducción que a los de reposo,
prendido solamente por dos tiras de encaje suave fácilmente movibles.
De regreso al cuarto, ella retiró su tiara de diamantes del cabello y se miró en
el espejo. Quedó sorprendida de verse en aquel camisón osado y revelador.
—¿Victoria? —La voz de Alex sonó detrás de ella. Él vestía una túnica negra de
seda. —Estaba extrañándote.
—Yo también —murmuró ella, antes que los labios de su marido tocaran los
suyos.
Esta vez, no habría apuro, tenían todo el tiempo del mundo para entregarse
uno al otro. Alex la levantó para acostarla en el lecho suave.
—Quiero que nuestro hijo sea concebido en mi cama —declaró él.
Una sensación caliente y húmeda entre los muslos de Victoria empezaba a
prepararla para el amor.
Alex desató los lazos que prendían el camisón que ella usaba. La prenda de
seda se deslizó por el cuerpo delgado, descubriendo cada curva y llegando a sus
pies. Ella se acostó lentamente y él contempló cada rincón de su cuerpo: los
delicados pies, las piernas bien torneadas, las caderas redondeadas, la cintura fina,
los senos firmes, la piel suave y perfecta en contraste con los tupidos cabellos
rojizos.
Sensualmente, Victoria desató la cinta que prendía la túnica de Alex. Entonces
fueron sus ojos los que pasearon por el cuerpo bello y firme de su marido.
Tomado por una fuerte excitación, se acostó al lado de su esposa y le exploró
cada parte de su cuerpo con sus manos, labios y lengua. Ella seguía su ritmo,
respondiendo a cada caricia.
—Te quiero dentro de mí —la excitación que experimentaba era intensa y
solamente él podría aplacar su deseo.
—Todavía no —murmuró él, continuando con el juego, ajeno al tiempo.
Cuando acarició con la lengua de la feminidad de Victoria, saboreando cada
punto sensible, ella llegó al clímax con espasmos que sacudieron su cuerpo.
Alex la observaba mientras ella gemía de placer y solo cuando aquella
explosión de sensaciones pasó, fue cuando él se puso entre sus piernas y la
penetró. Con movimientos lentos al principio, que se fueron acelerando al poco,
galoparon juntos en el camino que los llevaría a indescriptibles delicias íntimas.
Después del acto amoroso, los dos permanecieron abrazados, un silencio
lleno de complicidad, aún envuelto en el delicioso sopor de las sensaciones
experimentadas.
Minutos más tarde, alguien golpeó a la puerta. Era Bundles para avisar que
una comida leve había sido preparada para ellos.
—No necesito comida —murmuró Victoria. —Te tengo a ti. Vamos, sácate esa
túnica.
—Creo que creé un monstruo —bromeó Alex.
—Quiero cumplir mis deberes de esposa.
—Podrás hacerlo más tarde —aseguró, tomándola de la mano —Comeremos
en la habitación de al lado. Ven querida, la comida se enfriará si nos demoramos.
Tú, al contrario, estarás aún más caliente.
—Voy a comer desvestida.
—No hagas eso o cambiaré de idea y comenzaré un interminable ayuno... —
Victoria se dispuso a vestir el camisón con cierta renuencia y, sobre éste, un
elegante salto de cama de seda.
—Es difícil creer que estamos de hecho casados y que podremos pasar cada
minuto del resto de nuestras vidas haciendo el amor —suspiró ella.
—Aprecio tu entusiasmo —Alexander casi se ahogó con el vino. —pero creo
que no tengo toda esa energía. Además, no creo que quieras hacer el amor todos
los días cuando estés embarazada.
—Estaba solamente usando una figura del lenguaje —explicó Victoria.
Aunque, para su interior creía que mientras estuviera haciendo el amor con
ella, Alex no buscaría a otras mujeres.
—Le di instrucciones a Bundles de que nadie nos moleste por los próximos
cinco días. Hasta entonces, estaré a tu disposición, mi Lady.
—Pasé de ser una niña a señora en menos de un mes —observó ella.
—Quédate aquí y espera un momento —pidió Alex, levantándose de la mesa
—tengo una sorpresa para ti.
—Odio las sorpresas —Victoria repitió lo que ya había dicho tantas veces,
pero esta vez con un guiño travieso.
—Vamos, abre la caja —pidió ansioso para ver su reacción.
Victoria hizo como él pidió. Dentro de un elegante estuche negro, había un
deslumbrante collar de diamantes.
—¿Son de verdad? —Dijo levantando los ojos hacia su marido.
—Esta joya fue diseñada por mí —informó él envanecido.
—¡Es muy lindo! Pero ahora es mi turno de darte una sorpresa —ella corrió
hasta el cuarto y volvió con una cajita cuadrada.
—Un anillo de oro con un rubí enorme —exclamó Alexander. —Es hermoso.
—Este rubí es especial. Un espíritu vive dentro de él y protege a quien lo usa.
Su color adquiere un tono oscuro de sangre siempre que algún peligro acecha a su
dueño.
—Voy a usarlo siempre —Alex lo colocó en su dedo anular de la mano
izquierda. —Ah, ya me estaba olvidando. Abre este otro estuche antes de probarte
el collar.
Dentro de otra caja había una varita mágica.
—Está hecha de madera resistente y la punta es de cristal —explicó.
Mientras jugaba con su varita, Alex colocó el collar en torno de su cuello.
—Ven a mirarte en el espejo del cuarto —sugirió él.
Ella caminó hasta el cuarto y luego estaban ambos delante del esplendoroso
espejo de cristal. Mientras Victoria admiraba su collar, Alex desató nuevamente
los encajes del camisón y lo hizo deslizar sensualmente hasta el suelo.
Victoria se quedó allí de pie, desnuda, usando solamente el collar de
diamantes.
—Una verdadera diosa viva, y ahora eres toda mía.
Él acarició con los dedos el espacio entre los muslos de Victoria.
—Quiero hacer el amor contigo delante de este espejo, para que veas todo.
La respiración de Victoria se volvió fuerte, y ella miró al espejo, viendo sus
senos expresivos. Se quedó aún más excitada al ver una de las manos de Alex
deslizarse sobre uno de sus senos, acariciando el pezón, mientras con la otra
continuaba acariciando los suaves dobleces cubiertas por un fino pelaje.
Comenzó a mover las caderas involuntariamente contra el cuerpo rígido y
caliente, y en menos de un minuto, una ola de placer la hizo casi desfallecer en sus
brazos.
Alex entonces, la levantó y la cargó hasta la cama, acostándose sobre ella.
—Pasa tus piernas alrededor de mi cintura —le orientó. Victoria obedeció, y él
la penetró, conforme ella arqueaba el cuerpo y movía las caderas para recibirlo.
Ambos gritaron al mismo tiempo cuando llegaron juntos al clímax.
Durante largo tiempo permanecieron acostados, cómodos uno con el otro,
hasta que Alex se giró hacia el costado, llevando a Victoria consigo y abrió el cierre
del collar, sacándolo y dejándolo sobre la mesa de luz.
—No debe ser muy cómodo dormir con este collar —murmuró sonriente.
Somnolienta, ella volvió a anidar en su pecho, y él la abrazó con la mirada
perdida mucho más allá del techo del cuarto.
Estaba enamorado de Victoria, y ese pensamiento lo asustaba. Sólo estuvo de
acuerdo con el casamiento por Charles Emerson. Enamorarse era para tontos e
incautos. La traición de Lydia Stanley le había enseñado eso.
Sí, él amaba a la mujer que tenía en sus brazos, no tenía cómo negarlo. Ella,
en cambio, nunca lo sabría. Mantener en secreto sus sentimientos era la única
manera de protegerse a sí mismo.

***

—Sería tan bueno quedarnos en la mansión —comentó Victoria, mientras el


carruaje tomaba velocidad, alejándose de Londres.
—Así como las plantas necesitan agua y podas, mis negocios necesitan de
atención sino mueren —explicó Alex. —¿A ti no te gustaría volver a vivir en el
chalet, no?
—Contigo viviría en cualquier lugar. Algunas felicidades de la vida no tienen
precio.
Al contrario de lo que habían planeado, no había sido posible pasar la luna de
miel en la mansión de Grosvenor Square. Visitantes inoportunos habían vuelto la
idea imposible.
Aun así, no tenían de qué quejarse. Pasaron juntos dos maravillosas semanas.
Se amaron, dieron largos paseos por los alrededores de la propiedad de campo en
Winchester, compraron cosas lindas, en fin, se divertían mucho. Cuando llovía,
pasaban el tiempo conversando y a veces, Victoria tocaba la flauta para su marido.
Era la hora del crepúsculo cuando retornaron a la mansión de Grosvenor
Square, dos semanas después.
—Los Randolph nos esperan en un baile en su casa, esta noche —recordó
Alex.
—Usaré mi collar de diamantes —decidió Victoria. —Combinará con mi nuevo
vestido.
Algunas horas más tarde, ella estaba delante del espejo. Usaba un vestido de
gala negro, escotado delante y detrás, y su cabello había sido prendido con un
moño en la nuca, aunque varias mechas se escapaban por aquí y por allí, dándole
una apariencia natural. El color y la simpleza del corte del vestido realzaban el
hermoso collar de diamantes, su piel blanca y su juventud.
Victoria casi no podía creer que la imagen sofisticada que el espejo reflejaba
era suya. Parecía una persona distinta de la chica ingenua que había coqueteado y
creado confusiones con Alexander un mes antes.
Tomó una estola y se dirigió al estudio de su marido, contiguo a la biblioteca.
Lo encontró de pie, junto a la ventana. Él se dio vuelta en cuanto la oyó entrar.
—¿No crees que ese escote es demasiado osado? No me gusta la idea de que
otros estén mirando lo que es mío.
—Lydia Stanley y Diana Drummond usan escotes más osados que este —
observó ella.
—Lo que ellas usen no me importa —respondió Alex. —Querida, tus senos
son hermosos, pero ese escote es demasiado revelador.
—Está bien —acordó, decepcionada. —Voy a cambiarme de ropa, pero
llegaremos atrasados.
—Está bien, está bien —reconsideró él. —No necesito que te cambies de
ropa. Estás demasiado linda, ese es el problema. Estaré de guardia toda la noche.
Un poco más tarde, llegaban a la mansión de los Randolph y encontraron a la
familia de Victoria.
—Sorprendieron a todo Londres, huyendo para la luna de miel sin que nadie
supiera —comentó Magno, al estrechar la mano de Alex.
—Fue la única manera de escapar de visitas indeseadas —aclaró el conde.
—Déjame admirar esta maravilla —Roxanne se refería al collar de Victoria.
—Alex me lo dio como regalo de bodas.
—Reconozco que ni yo hubiera hecho mejor elección —admitió Roxanne. —
Excelente gusto, Alexander querido.
—El casamiento parece que te está haciendo bien, jovencita —observó
Magno, mirando a la sobrina. —Estás más bonita, más femenina.
La orquesta empezó a tocar el primer vals.
—Baila conmigo —pidió Alex, tomando a Victoria de la mano. —y prométeme
que no bailarás con otro hombre.
—Prometido —dijo ella, mientras caminaban hacia la pista de baile. —¿Qué
piensas de Diana Drummond?
—No pienso nada —Alex no entendió el porqué de la pregunta.
—¿Crees que es una buena lectora?
—Es probable, ya que estaba interesada en nuestra biblioteca.
O en ti, pensó Victoria consigo misma.
—¿Qué te parece las mujeres que no saben leer?
—Creo que todas las mujeres deberían aprender a leer. Pero ¿por qué esas
preguntas?
—No sé, estoy un poco cansada del viaje —Victoria improvisó una excusa.
—Deberíamos haber permanecido en casa. Prometo que saldremos luego,
¿está bien?
Así que dejaron la pista de baile, fueron a reunirse al grupo. Fue cuando Lydia
Stanley se acercó para saludarlos.
—Entonces condesa, ¿ha ido mucho a la ópera? —Ahogó la risa detrás de su
abanico abierto.
—Para ser sincera, mi marido me ha mantenido ocupada día y noche desde el
casamiento —concluyó Victoria, apagando la sonrisa de los labios de Lydia.
—Bien, si me permiten —murmuró la mujer, alejándose con un grupo de
conocidos.
—¿Aceptas bailar conmigo, condesa? —Invitó Rudolf, extendiendo su mano a
Victoria.
Confundida, miró a Alex, que hizo un gesto para que ella acompañara a su
cuñado.
—¿Necesitas del permiso de tu marido para bailar? —Indagó Rudolf.
—Prometí bailar solamente con él —explicó sonriente. —Pero creo que él
sabe que tú no representas un riesgo.
—¿Y qué le parece ese escote tuyo?
—Estás hablando como Alex.
—Es que me preocupo por mi cuñadita.
—Sé comportarme —dijo ella. —No te preocupes —Victoria bailó, luego con
Stepan y Víctor. Sus ojos, mientras tanto, monitorizaban a Alex, quien ahora
bailaba con Venetia.
Harry Gibbs la invitó para un vals, cuando ella divisó a su marido conduciendo
a Diana Drummond hacia la pista de baile.
—No te dejes afectar por mi hermana —recomendó Harry, al notar la
preocupación en el rostro de ella. —A ella le gusta coquetear, solo eso.
—Preferiría que coqueteara con el marido de otras, no con el mío.
Harry llevaba a Victoria de regreso al grupo cuando lord Wilmington los
interceptó.
—Lady Victoria, ¡qué placer volver a verle! —Rupert Wilmington, notorio
mujeriego, llevó la mano de Victoria sus labios. —¿Me concede el placer de esta
danza?
—Me gustaría descansar un poco —respondió ella, intentando escapar al
acoso de aquel hombre. —Alexander y yo viajamos todo el día y estoy fatigada.
—Comprendo —Rupert sonrió. —Ven a caminar conmigo entonces.
Victoria no tuvo forma de esquivarlo, decidió que intentaría localizar a Alex
mientras caminaba.
Llegando a un rincón más tranquilo, Rupert encontró la manera de ponerla
contra la pared, mientras con su propio cuerpo impedía que los demás pudieran
verla.
—Creo que aquí tendremos un poco más de privacidad —susurró él en su
oído. —¿Tienes idea de cuan atractiva eres, querida?
—Es lo que mi marido me dice, todos los días —respondió.
—Me gustaría conocerte mejor —Rupert levantó la mano en dirección a un
seno de Victoria.
—¡No me gusta que toquen lo que es mío! —Sonó la voz de Alexander, de
repente, mientras jalaba a Victoria hacia él.
—Estuve buscándote —dijo con voz temblorosa. —Por favor, quiero irme a
casa.
—Claro, querida. Tuviste un día largo y agotador —Alex lanzó una mirada
amenazante a Rupert Wilmington, antes de alejarse junto a Victoria.
—¡Gracias a Dios que llegaste! Aquel hombre es atrevido y desagradable.
—Si tú no estuvieras exhibiendo tus bellas dotes físicas —comenzó Alex,
mientras se dirigían hacia el carruaje.
—¿De qué estás hablando?
—Te dije que ese escote rayaba la indecencia.
—¿Ahora yo tengo la culpa?
—No vuelvas a usar ese vestido en público —decretó él, sentándose a su lado.
—No quiero a ningún otro hombre poniendo las patas en mi propiedad.
—Soy tu mujer, no de tu propiedad —protestó Victoria en su oído, pasando la
lengua en su oreja.
Alex se giró hacia ella, bajó las asas del vestido y se apoderó de un seno,
acariciándolo.
—Esto —murmuró, sopesando un seno en su mano. —es de mi propiedad.
Inclinando la cabeza, le tomó los labios en un largo beso.

***
En la tarde siguiente, Victoria tomó los guantes y la sombrilla, así que
Alexander salió para una reunión de negocios, y se dirigió rápidamente para la
casa de sus tutores, los hermanos Philbin. ¿Quizá ellos tuvieran una varita mágica
que la hiciera aprender a leer?
—Buenas tardes, condesa —Phineas la saludó al abrir la puerta. —por aquí —
él indicó la habitación donde se habían reunido antes.
—Buenas tardes —saludó a Barnaby Philbin, el más joven de los dos
hermanos.
—Que placer condesa —respondió Barnaby. —Siéntese aquí, por favor —
indicando la mesa.
—Cerca de la ventana es mejor, porque es un lugar bien iluminado.
Victoria se sentó, abrió su billetera, y entregó una generosa cantidad de
dinero a los hermanos Philbin. Era todo el dinero que Alexander le había dado
para pasar el mes.
—He aquí el pago por cuatro semanas de clase —explicó.
—Gracias, mi Lady —Phineas tomó el dinero y lo puso sobre una repisa.
—Estoy lista para comenzar —anunció. —Prometo hacer lo mejor que pueda.
Después de haber aprendido la primera estrategia de lectura con sus tutores,
Victoria salió de su casa dispuesta a practicar con dedicación. Todo lo que debería
hacer sería leer con el sonido de “b” donde viera una “d”, hasta que lograra
hacerlo con la misma naturalidad con que respiraba.

***

—Por favor, Bundles. Tráigame el Times y un vaso de limonada —pidió así que
llegó a casa. —Estaré en el salón. A propósito, ¿mi marido ya llegó?
—Aún no, mi Lady.
Pocos minutos más tarde, el mayordomo volvía con una bandea de plata,
donde traía una jarra de limonada y una copa de cristal, además del diario.
Depositó la bandeja sobre la mesa enfrente al lugar donde Victoria estaba sentada
y entonces, la miró, ansioso.
—¿Hay algún problema?
—Hay una mujer en el hall de entrada. Es una mujer, no una dama, si es que
me entiende. Ella pide para hablar con el conde.
—¿Quién es?
—Es una mujer sin clase —Bundles no sabía qué decir. —Le expliqué que
usted no podría hablar con ella. Dijo que esperará por el conde.
—Yo hablaré con ella —Victoria se levantó, seguida por Bundles, y se dirigió al
hall de entrada.
Había tres mujeres en el hall. Una de ellas era bonita, de cabello negro, y
caminaba de un lado a otro, inquieta. Usaba un vestido que dejaba los senos
abundantes muy visibles. Se dio vuelta al oír los pasos de Victoria.
Una niñita de cabello también negro, de aproximadamente cinco años,
sentada en el banco de entrada, se parecía a la mujer y Victoria supuso que sería
su hija. Tenían los mismos rasgos. Estaba una tercera persona con ellas, una
señora mayor.
—¿Es la condesa de Winchester? —Preguntó la mujer.
—Discúlpame, pero mi marido y nuestro mayordomo no son los responsables
por la contratación de empleados —explicó Victoria.
—No estoy buscando empleo. Soy bailarina de ballet.
—¿Cómo puedo ayudarte?
—Dile a tu marido que Suzette está devolviéndole uno de los regalitos que
dejó conmigo: Darcy, su hija. Las valijas de ella están afuera, en la vereda.
Habiendo dicho esto, se dio media vuelta y se retiró. Después del choque
inicial, Victoria corrió detrás de ella, que a aquella altura ya había subido al
carruaje que esperaba en la esquina.
Al entrar de nuevo a la casa, Victoria miró a la niña quien lloraba abrazada a la
mujer mayor. Bundles no sabía qué hacer.
—Quiero a mi madre, nana Pink —la niña pedía a gritos, con el rostro
escondido en el cuerpo de su niñera.
—¿Debo llamar al Conde? —Bundles esperaba por una orientación.
—Aún no —Victoria se arrodilló cerca de la niña. —¿Darcy?
La pequeña la miró, pasando su mano sobre los ojos grisáceos. Eran los ojos
de Alexander.
—Tu madre tuvo que salir, querida. ¿Sabías que tu padre vive aquí?
—No.
—¿Ya viste a tu padre alguna vez?
—Él es muy alto.
—¿Cuántos años tienes?
—Cinco —mostró ella con los deditos, reafirmando lo que decía.
—¿Sabes algo? —Victoria ignoró sus propios sentimientos y prosiguió. —
Estaba pensando en pedirle a Bundles que traiga limonada y budín de nueces.
¿Comes conmigo?
—Me encanta el budín de nueces —respondió la pequeña Darcy, más
calmada. —¿Pink puede comer también?
—Claro que sí —Victoria se volvió hacia el mayordomo. —Manda a un
empleado que traiga las valijas de la niña.
—Pero, condesa...
—Haz lo que ordené.
Seguida por la niñera Pink, Victoria condujo a Darcy hasta el comedor y la
ayudó a sentarse en una silla. En seguida, hizo una seña para que Pink se sentara.
—No puedo sentarme a la mesa con una condesa —rehusó la mujer.
—Siéntese ahora mismo. Estoy ordenando —la orden de Victoria era firme.
—Siéntate, Pink —repitió Darcy, imitando a su nueva amiga.
Minutos más tarde, Bundles depositaba la bandeja sobre la mesa. Colocó un
plato de porcelana inglesa delante de cada una de las tres y, seguidamente, llenó
los vasos de cristal con limonada.
—Pídele a mi marido que venga aquí, en cuanto llegue —dijo Victoria al
mayordomo.
—Sí, mi Lady —asintió Bundles, antes de dejar el salón.
—Tu cabello es rojo —observó Darcy.
—Eso mismo.
—¿Quién eres tú?
—Soy la esposa de tu padre, lo que quiere decir que soy tu hada madrina.
¿Sabías que tengo una varita mágica?
—¿Me la muestras? —Pidió Darcy, llena de ilusión.
—Claro que sí —los ojos de la niña eran iguales a los de Alex, pensó
nuevamente Victoria. —¿Te gustan los juegos?
—¡Me gustan!
—Conozco muchos —murmuró al oído de la niña. Una especie de ternura
llenaba su corazón.
Darcy aplaudió de alegría. El sonido de los pasos hizo con que Victoria se diera
la vuelta. Alexander estaba de pie, a poca distancia de la mesa.
—¿Sabes quién es esta niña linda? —Preguntó ella.
—Mi hija —una expresión de amargura surgió en el semblante de Alex.
—¿Ya habías estado con ella?
—Algunas veces.
¿Qué tipo de hombre era aquel, quien engendraba a un niño y lo veía “algunas
veces”? se preguntó Victoria.
—¿Me das un beso? —Alex se dirigió a la niña, poniéndose a su altura.
Darcy enlazó el cuello de su padre y le dio un sonoro beso en el rostro.
—¡Que besito dulce! —El comentario sonó amoroso.
—Es porque comí budín de nueces —Alex se levantó y miró a Victoria.
—Quiero una explicación.
—Yo también —replicó ella. —Bundles, lleve a nuestros huéspedes hasta uno
de nuestros cuartos y encárguese de que queden bien acomodadas.
—¿Enloqueciste? —Había indignación en la voz de Alex.
—Haz lo que mandé, Bundles —ordenó ella con firmeza, ignorando la
interferencia de su marido.
Bundles se retiró con cortesía.
—¿Por qué no me contaste sobre Darcy? —Exigió ella, así que quedaron a
solas.
—Mi hija no es asunto tuyo. Encontraré la manera de enviarla nuevamente
con su madre.
—Su lugar está aquí. No puedo permitir que la niña sea enviada con la mujer
que la abandonó.
—No seas ingenua, Victoria. Es inaceptable e inadecuado que un caballero
respetable de cobijo a una niña bastarda.
—“Inadecuado” e “inaceptable” fue abandonarla —había furia en los ojos de
Victoria. —Y oye bien, si vuelves a repetir la palabra “bastarda” en esta casa, yo,
yo... ¡voy a lavar tu boca con jabón!
—Aprecio tu preocupación para con Darcy —sonrió Alex. —pero no puedes
aceptar una hija de otra mujer viviendo bajo tu techo.
—Su madre perdió sus derechos en el momento en que la abandonó.
—Siempre di lo suficiente para mantener a mi hija. Su madre está haciendo
esto para sacarme aún más dinero.
—Darcy ahora vive con nosotros, por lo tanto no tendrás que darle dinero
alguno a su madre. Vamos a tomar un té en la biblioteca y conversar mejor sobre
el tema. Pero antes necesito verificar si están bien acomodadas.
Que confusión tremenda, se dijo a sí mismo, mientras veía alejarse a su
esposa. Se sentó a la mesa, imaginando qué hacer con Darcy.
Pensó en cómo aquella Victoria era diferente de la niña que conocía un mes
atrás; ahora parecía una mujer madura, determinada, en control de sí misma y de
los demás. Había demostrado tanto cariño con Darcy que aquello era más de lo
que cualquier hombre podría desear.
Él la amaba, pero no confiaba en ella más que en cualquier otra mujer.
Alexander notó que su hija había comido solamente la mitad de su porción de
budín. Tomando la cuchara, él comió lo que restaba del dulce entonces, se levantó
de la silla, exhausto.
Al volverse, encontró al mayordomo.
—¿Qué debo hacer con esto? —Bundles señaló las valijas.
—Mi esposa insiste en que Darcy se quede aquí por algún tiempo —el conde
metió las manos en los bolsillos de su pantalón. —Pídele a un empleado que lleve
las valijas para el piso de arriba.
—Muy bien, señor.
Alex se dirigió al escritorio, con la esperanza de trabajar un poco. Pero fue en
vano, no podía concentrarse. Se sirvió una dosis de whisky y se acomodó en su
sillón de trabajo para evaluar la situación doméstica. Aquello era un plato lleno
para los buitres de la prensa y chusma de la sociedad londinense. Peor que eso, su
casamiento, que apenas había comenzado, podría irse por la borda.
Para su sorpresa, Victoria había reaccionado a la situación con bondad y
caritativa comprensión, cosa poco común entre las mujeres que conocía. Mientras
tanto, ¿qué hacer?. Decidió que pediría a su abogado que descubriera las
verdaderas intenciones de Suzette.
Se rió para sus adentros cuando recordó que su esposa lo había amenazado
con “lavar su boca con jabón”. Era de hecho una cajita de sorpresas. Había
descubierto en ella una criatura de infinita compasión, bondad y fuerte instinto
maternal. Debería levantar las manos al cielo y agradecer el tenerla como esposa.
Curioso por saber qué sucedía allá arriba, caminó hasta la biblioteca. Al salir
de allá, empero, se topó con su hermana y la viuda Drummond, quienes entraban
en el salón principal de la mansión.
—Buenas tardes, Alex —Venetia besó el rostro del hermano.
—¿Cómo le va conde Emerson? —Saludó Diana, sonriendo.
Dios del cielo pensó Alexander. Ahora el día estaba completo. Mientras tanto,
fingió una sonrisa para las indeseadas visitas, arrepentido de haberles permitido
acceso libre a la biblioteca. La bella viuda se comportaba de forma demasiado
íntima para alguien que lo conocía tan poco. Esperaba que Victoria no hubiera
percibido las intenciones de Diana. Si bien no había ninguna intención involucrarse
con aquella mujer o con cualquier otra, no quería darle motivos a su esposa para
que se enojara.
—A Diana le gustaría dar una mirada a tu biblioteca —anunció Venetia. —
¿Podremos tomar en préstamo algunos libros?
Así que su cuñada se alejó, Venetia notó la expresión preocupada de Alex.
—¿Algo está mal? —Pareces distante.
—Todo bajo control. Con tu permiso... —se disculpó, listo para salir de la
biblioteca y evitar problemas con su esposa.
Pero era demasiado tarde. Victoria entró a la biblioteca, como un general que
se lanzaba al ataque contra el enemigo.
—Buenas tardes —Venetia y Diana la saludaron.
—Necesito hablar contigo —dijo Victoria a Alex, ignorando a las dos mujeres.
—Cuando nuestras invitadas se retiren —intentó proponer.
—Estoy segura que a tus invitadas no les importará salir inmediatamente —
Estaba siendo ruda a propósito. No quería que Venetia ni Diana vinieran a su casa
sin haber sido invitadas.
—¡Victoria! —Alex estaba sorprendido con la actitud y las palabras de ella.
—¿Algún problema? —Preguntó Venetia.
—Suzette abandonó a su hija hoy aquí —explicó él.
—La bailarina con quien tú...
—¿Por qué una bailarina dejaría a su hija aquí? —Opinó Diana.
—Alexander es el padre —Venetia se volvió hacia el hermano. —Líbrate de la
niña inmediatamente. Mándala con su madre.
—Será mejor para todos —Diana volvió a opinar sobre el tema.
—Mi esposa se rehúsa a dejar ir a la niña.
—Lady Victoria, acepta mi consejo —Diana volvió a opinar. —Tener en tu casa
a una hija bastarda de tu marido es inaceptable. Los comentarios no acabarán
nunca.
—¡Ve a cuidar de tu vida! —Disparó Victoria.
—¡Alex! —Venetia miró a su hermano esperando que él dijera algo.
—Estás hablando con mi hermana y su cuñada.
—Sé muy bien con quien estoy hablando.
—Piensa en la reputación de Alex —recordó Venetia.
—Si él no pensó en su propia reputación antes, ¿por qué debo pensar en eso
yo ahora? —Dijo Victoria. —Por favor, salgan de mi casa y no vuelvan sin ser
invitadas.
—Esta es mi casa —corrigió Alex.
—Pues pensé que era nuestra casa —el marido debería apoyarla.
—Estás portándote mal —reprendió él.
—Tú también —Alex no debería hablar con ella de aquella manera en
presencia de las visitas. —Tu hermana y su amiga no reconocerían la moralidad ni
que mordieran su trasero.
—¡Eso es un ultraje! —Gritó Venetia. —Esa muchacha está sacando la rabia
que siente por la niña sobre nosotros.
—Venetia y Diana solamente quieren que pienses en la repercusión social de
un hecho como este. ¡Pídeles disculpas! —Ordenó Alex.
—No les pediría disculpas ahora, ni aunque fuera la única forma de salvar mi
alma —finalizó Victoria, antes de retirarse.
Confundido, Alex vio alejarse a su esposa, y concluyó que podría haber lidiado
mejor con la situación. Pensando en la buena educación, había terminado por
insultar a su esposa quien, ciertamente, lo haría pagar por lo que había dicho.
—Veo que Victoria te hizo enojar, hermano mío —Venetia acarició el brazo de
Alex. —Deberías haberte casado con una mujer más madura. Quizá con alguien
que ya hubiera estado casada.
—Con el debido respeto, señor —intervino Diana. —Tu esposa no tiene el
menor sentido común.
—No es más que una chiquilla ignorante —agregó Venetia.
—Mi esposa está lejos de ser ignorante —Alex salió en defensa de Victoria. —
Ella tiene buenas razones para no gustar de ti, Venetia.
—Vámonos, Diana. Que Alex se arregle con todo esto.
Así, cuando las dos partieron, él se sentó y estiró las piernas. Victoria sabía
cómo expresar su furia. Él, en cambio, no estaba dispuesto soportar ataques de
mal genio y falta de delicadeza con sus invitados.
Al subir a cambiarse de ropa, Alex encontró a Victoria sentada, mirando hacia
la chimenea con aire distante. ¿Estaba enojada o triste?. Se colocó al lado de su
esposa y pasó largo rato observándola. Ella no le hablaría, no importaba cuanto
tiempo permaneciera allí. La altivez de Victoria lo irritaba.
—¿Me vas a acompañar a la ópera? —Quebró el silencio.
—No quiero meterme en tu palco —ella lo miró con una frialdad glacial.
—Como quieras.

***

Después de comer solo en la enorme mesa del comedor, Alex salió de la


mansión y subió en su carruaje. Había planeado ir a la ópera, pero era posible que
Diana Drummond apareciera allí y él no quería empeorar la situación. Además, la
ausencia de su esposa y la presencia de la viuda serían un plato más que sabroso
para los columnistas del Times. Aquello, seguramente, solo serviría para empeorar
los ánimos.
—Hacia el White's —le dijo al cochero.
Al llegar al club exclusivo para caballeros, él vio a sus cuñados sentados a una
de las mesas. Necesitaba un trago. Tal vez unos cuantos.
—Un whisky doble —pidió al mozo, mientras se sentaba al lado de Robert y
Rudolf.
—Tengo la impresión de que nuestro estimado conde discutió con su esposa
—arriesgó Rudolf.
—Es lo que parece —estuvo de acuerdo Robert.
—Una antigua amante dejó a mi hija en casa esta tarde —Alex bebió el whisky
de un solo trago, haciendo luego un gesto.
—¿Cuál de ellas? —Quiso saber Rudolf.
—Suzette.
—La bailarina —recordó Robert.
—Victoria debe haberse quedado furiosa —dedujo Rudolf.
—Ella quiere que nos quedemos con la niña.
—Las hermanas Douglas se reconocen por su corazón generoso —observó
Rudolf. —Ríndete a lo inevitable, amigo. Quédate con tu hija.
—¿Qué dirá la sociedad?
—Es con Victoria con quien duermes, no con la sociedad —dijo Rudolf.
—Daisy, mi hija de seis años, es hija de una ex amante —admitió Robert. —
Angélica exigió que nos quedáramos con la niña que la madre ignoraba. Claro que
tuve que pagarle una pequeña fortuna a la mujer, pero eso garantizó la paz en
nuestra familia. Valió cada centavo.
—Grant y Drake, mis hijos adoptivos, son huérfanos que Samantha y yo
encontramos en una ruta de Escocia —contó Rudolf. —Vuelve con tu esposa y no
pelees más hasta que ella quede embarazada.
—El problema no es sólo la pequeña Darcy —confesó Alex. —En medio de
aquel torbellino, Venetia y Diana Drummond llegaron, sin ser invitadas, y me
aconsejaron devolver la niña a su madre —él miró de frente a los cuñados. —La
intromisión de ellas dejó furiosa a Victoria y ella respondió de forma poco
delicada. Entonces yo la reprendí, lo que la dejó aún más irritada.
—Pídele disculpas a ella y dile que la niña se quedará con ustedes —aconsejó
Rudolf.
—¿Y si ella no me perdona?
—Tengo un cuarto libre en casa —bromeó Rudolf.
—Muy gracioso...
—Sé que Venetia es tu hermana —comenzó Robert. —pero no me parece que
esté interesada en tu bienestar. Creo también que la tal viuda Drummond hará
todo para tenerte como amante. Aquellas dos deben estar planeando destruir tu
matrimonio.
—Estoy de acuerdo contigo en cuanto a la viuda, pero que mi hermana y ella
hagan planes contra mí y Victoria, me parece que es exagerar —finalizó Alex,
levantándose de la silla.

***

Media hora más tarde, él subía la escalera que llevaban al tercer piso de la
mansión. Al entrar en el cuarto, se encontró con Victoria acostada en la cama
matrimonial.
—¿Cómo estuvo la ópera? —Preguntó ella, abriendo lentamente los ojos.
—Pasé la noche con Rudolf y Robert en el White's —dijo, sentándose en la
cama y quitando sus botas. —¿Victoria?
—¿Sí?
—Pido disculpas por mi comportamiento de esta tarde. Darcy se puede
quedar.
—¿Qué hizo que cambiaras de idea?
—Percibí que tienes, de sobra, la cualidad que más admiro en una mujer: el
instinto maternal.
—¿Alex?
—¿Qué sucede querida?
—Necesito dinero para hacer compras con Darcy mañana.
—¿Y tu dinero?
—Lo gasté todo.
—¡Cielos! ¿Cómo pudiste derrochar todo aquella cantidad de dinero en tan
poco tiempo?
—Lo gasté todo en tu regalo de Navidad.
—¿Navidad? Aún estamos en julio.
—Tu regalo llevará meses en estar listo.
—¿Qué regalo es ese?
—No puedo contarte. Es una sorpresa.
—Pues me niego a darte un centavo más antes que comience agosto.
Necesitas aprender a administrar el dinero.
—No hay problema. Les pediré a los vendedores que te envíen la cuenta.
Alex sonrió y sintió ganas incontrolables de besarla.
—Niñita incorregible —murmuró él, riendo. —No tienes remedio.
—Mi tía debió prevenirte de eso, antes de casarnos.
—Ella me previno.
CAPÍTULO VII

—Por favor, enséñenme las otras dos estrategias de lectura —la voz de
Victoria sonaba como una súplica.
—Lady Victoria, todavía no domina a la perfección la primera estrategia —
Phineas Philbin tenía la mejor de las intenciones. A fin de cuentas, era un tutor
responsable.
—Tal vez nunca alcance a satisfacer su nivel de exigencia —había decepción
en su voz.
Dos semanas habían pasado desde su último encuentro con los hermanos
Philbin. En ese tiempo, estuvo bastante ocupada con la pequeña Darcy, lo que no
le impedía practicar religiosamente la lectura, conforme las instrucciones de los
tutores.
—Creo que estoy un poco irritada —se disculpó. El bochornoso calor alteraba
su humor.
—No hay de que disculparse, condesa. Es la alumna más dedicada que jamás
tuvimos. El progreso en su caso puede ser un poco lento.
—El fracaso me hace doler la cabeza —suspiró e intentó nuevamente. —Si me
enseñan las otras dos estrategias de lectura, juro que practicaré dos horas en vez
de una, todos los días.
Los Philbin se miraron entre sí y confabularon por algunos instantes.
—Muy bien, mi lady. Le enseñaremos las tres estrategias. Pero no le
enseñaremos otras mientras no domine estas dos estrategias a la perfección —
Phineas y Barnaby estaban irreductibles.
—Prometo que no pediré nada más, señores.
—La primera estrategia es: leer “d” donde vea una “b” —instruyó Phineas. —
La segunda es lo opuesto: donde vea “d” lea “b”, como en “bebe”.
—“Bebé”—repitió Victoria, buscando memorizar la regla.
Phineas le dio un papel y le pidió que leyera. Victoria leyó y casi no pudo creer
al percibir que lo que había acabado de leer tenía sentido.
—La frase que leyó tiene sentido, mi Lady, pero aún no es correcta —observó
Phineas.
—Aquí están dos estrategias más —dijo Barnaby, enseñándole dos nuevas
reglas a Victoria.
Haciendo como habían dicho los tutores, ella releyó la frase.
—¡Bravo! —Aplaudieron. —Muy bien, condesa.
—Lo logré —sus ojos se llenaron de lágrimas de alivio y alegría. —¿Creen que
podré leerle cuentos a la hija de mi marido en breve?
—Sea paciente y practique. Mucho depende de su esfuerzo. No tenga apuro
—aconsejó Barnaby.
—Un logro cada vez —aquella idea la tranquilizaba. —Los veo en una o dos
semanas.

***

La tarde estaba más calurosa que de costumbre. Mientras caminaba, Victoria


lamentó no haber venido en carruaje. Lo más importante, en cambio, era
mantener las clases en secreto. Con su personalidad optimista, decidió que se
consolaría inhalando el rico perfume de las flores mientras caminaba.
—¿Mi marido está en casa? —Le preguntó a Bundles, en cuanto llegó a la
mansión.
—Mi Lord tuvo un compromiso.
—¿Dónde está Darcy?
—Está en el jardín con la niñera.
Victoria fue a su cuarto para lavarse y cambiarse de ropa. Mirando por la
ventana, vio a Pink, quien parecía padecer el calor, y a Darcy, con una expresión
de tedio en el rostro.
Caminó hasta la repisa, tomó la varita mágica y el polvo de hada. En seguida
bajó y salió al jardín.
—¡Darcy! —Llamó mientras se acercaba. La niña sonrió y la saludó.
—Pink, sal de este calor y ve a casa a descansar. Adentro está más fresco.
—Gracias, condesa —la mujer agradeció y corrió en dirección a la casa.
—¿Adivina lo que traje, Darcy? Mi varita mágica —le mostró el objeto a la
niña.
—¿Y vamos a usarla? —Los ojos de la niña brillaron al ver aquel instrumento
de magia.
—Te enseñaré. Es fácil. Apunta con la varita hacia aquello que desees. Haz un
círculo y apunta nuevamente —Victoria demostró, haciendo los movimientos. —
Es muy importante pensar con fuerza en aquello que deseas mientras uses la
varita.
—¿Y si lo que deseo es algo que no puedo ver?
—En ese caso apunta con la varita hacia el cielo, haz un círculo y apunta
nuevamente. Y no te olvides de las palabras mágicas: “Hadas queridas, escuchen
mi petición. Manden un tralalá directamente a mí. ¡Gracias, haditas!”.
—¿Qué es un tralalá?
—Donde yo dije tralalá, tú debes decir el nombre de aquello que deseas.
Imagínate que deseas un gatito, por ejemplo. Dirás: “manden un gatito
directamente para mí”. ¿Entendiste?
—Creo que sí. ¿Puedo intentarlo? “Hadas queridas, atiendan mi pedido,
traigan una hermanita directamente para mí. ¡Gracias, haditas!”—la niña miró a
Victoria. —¿Cuánto tiempo llevará para que las hadas atiendan mi deseo?
—Una hermanita es una petición que puede demorar un poco para ser
atendido.
—Lady Victoria... —la voz de Bundles sonó temblorosa, y Victoria tuvo la
impresión de que estaba ligeramente pálido.
—¿Sí?
—Hay una mujer que pide para hablar con usted.
—¿Quién es?
—No lo sé. Trae una niña y una señora con ella.
—¡Es mi hermanita! —Exclamó Darcy. —Las hadas trabajan rápido.
—Ven, Darcy —Victoria tomó a la niña de la mano. —Vamos a ver quién vino
a visitarnos.
Al llegar a lo alto de la escalera, divisó a una niña, también de
aproximadamente cinco años y no pudo creer. Tenía la sensación de que la escena
de aquella Suzette estaba por repetirse.
Así que llegó al hall de entrada, vio a la mujer. Era rubia y bonita. La niña era
igualmente rubia, corría a sentarse con una señora en el mismo asiento donde
Darcy y Pink se habían sentado cuando llegaron a la mansión.
—¿Eres la condesa de Winchester? —Preguntó la mujer.
—Sí. Pero quienes se encargan de la contratación de nuevos empleados son
mi marido y nuestro mayordomo.
—No estoy buscando un empleo doméstico, mi lady. Soy bailarina de ópera,
no una sirvienta —la mujer tenía aire arrogante.
—¿Qué puedo hacer por usted, entonces?
—Dígale a mi Lord que Martha está devolviéndole uno de sus regalos. Su hija,
Fiona —la mujer señaló a la niña y, sin una palabra más, se dio media vuelta y se
marchó.
Victoria ni se dio el trabajo de ir tras ella. Caminó hasta donde se encontraba
la pequeña de cabello rubio y se agachó.
—Fiona es un nombre bonito. Significa “cabellos claros”, ¿sabías? —Los ojos
eran grisáceos como los de Alexander.
—¿Cuántos años tienes?
—Cinco.
—¿Cómo se llama la muchacha que sostiene tu mano?
—Nana Hortwell.
—¿Sabes quienes viven en esta casa?
—Mi padre.
—Eso mismo. Yo soy su esposa, y esta niña linda de cabello negro es tu
hermana. Su nombre es Darcy.
—¡Las amo haditas! ¡Realizaron mi deseo! —Exclamó Darcy. En seguida,
caminó en dirección a Fiona y le dio un abrazo y un beso en el rostro.
—Ustedes dos tienen cinco años y podrán jugar juntas. ¿No es maravilloso?
¿Te gusta el budín de vainilla con frutillas, Fiona?
Victoria tomó a las dos niñas de la mano e hizo una señal a Sra. Hortwell para
que las siguiera. Bundles contemplaba la escena, petrificado.
Mientras Victoria conversaba con las niñas y con la Sra. Hortwell sentadas a la
mesa del comedor, todas saboreando un delicioso budín con refresco, un sonido
de pasos hizo que ella se diera vuelta.
Parado, de pie, Alex observaba la escena.
—Ven a ver quién vino a unirse a la tranquilidad de nuestro hogar, querido —
el comentario de Victoria estaba cargado de ironía.
Alex cruzó la habitación y paró para saludar a sus hijas.
—Bienvenida, Fiona —él besó el cabello rubio de la niña y a continuación, la
mejilla rosada de Darcy, —Estoy feliz de que ustedes estén juntas —miró a
Bundles. —Por favor, lleva a las niñas con sus niñeras y cierra la puerta al salir. —Él
se sentó delante de Victoria y comió el resto del budín de sus hijas.
—¿No tienes nada que decir? —Interpeló ella.
—Estoy comiendo porque no sé qué decir, excepto que lo que ocurrió fue
mucho antes de conocerte.
—Alex, dos mujeres tuvieron hijos tuyos en el mismo año. ¿Cómo explicas
eso?
—¿Virilidad?
—¡No estoy jugando! ¡No tiene gracia!
—Tienes razón, pero no puedo cambiar el pasado, así como no puedo
culparte por estar enojada —él tomó la mano de Victoria y la besó, —Tuve una
conducta un poco salvaje a los veintitrés años e hice un montón de estupideces de
las cuales me arrepiento. Saber que mis dos amantes habían tenido hijos míos fue
un balde de agua fría. Cambié mi conducta y nunca más tuve amantes —respiró
hondo antes de seguir. —Nunca les faltó el soporte económico. Cuando supe que
Charles Emerson no era mi padre, comprendí que era doloroso no conocer al
padre verdadero. Entonces comencé a visitar a las niñas algunas veces al año.
Espero que me perdones.
—Tus hijas son quienes tienen que perdonarte, no yo.
—Les pediré perdón cuando sean mayores. No adelantaría intentar hablar con
ellas ahora. No entenderían.
—¿Tienes más hijos que tenga que conocer? —Victoria le miró largamente a
los ojos. —No me ocultes nada. Intentaré entender lo que sea que hayas hecho
antes de conocerme. Por favor, necesito confiar en ti.
—Claro que no tengo más hijos —se adelantó a decir Alex, pareciendo
ofendido con la pregunta. A continuación, cambió de tema. —Al parecer Darcy
parece feliz con Fiona.
—Ella cree que la varita mágica hizo un milagro. No sabe, en su inocencia, que
la única varita que hace milagros está entre las piernas del padre.
—Estás molesta.
—Como tú mismo dijiste, esposo y esposa pertenecen uno al otro y
permanecen juntos, no importa qué suceda. Tengo amor suficiente para darle a
Darcy, Fiona y a los hijos que tengamos juntos.
—Gracias, Victoria —Alexander la acercó cerca suyo e hizo que ella se sentara
en sus piernas. —Eres la mujer más comprensiva que conocí en mi vida, linda por
fuera y por dentro.
***

Dos semanas de tranquilidad, pensó para sí misma Victoria, mientras se dirigía


a la mesa de desayuno. Ninguna señal de Venetia y Diana, aunque ella y Alexander
las habían visto en algunas reuniones sociales.
Sonrió al ver a su marido a la mesa con Darcy y Fiona, una a cada lado del
padre.
—Buen día —saludó a todos.
—Buen día —respondieron los tres ocupantes de la mesa.
—Buen día, Bundles.
—Buen día, mi Lady.
Victoria se sirvió un pedazo de pan y té negro y, en seguida, se sentó delante
del su marido y las niñas. Alexander dejó de leer el Times y la miró.
—¿No vas a comer nada?
—Estoy sin hambre —él volvió a leer el diario.
—Papá, ¿le pones mantequilla a mi pan? —Darcy intentó atraer la atención de
Alex.
—Claro querida.
—Gracias.
—De nada, mi bien —él retomó la lectura.
—¿Papá?
—¿Sí, Fiona?
—¿Le pones mantequilla a mi pan también?
—Claro que sí, tesoro.
—Gracias.
—No hay de qué, querida —una vez más volvió a leer.
—¿Papá? —Victoria imitó una voz de niñita. —Quiero que le pongas
mantequilla a mi pan también.
—A decir verdad, no veo la hora de “pasarle mantequilla a tu pan”—sonrió
con picardía.
Sin desviar los ojos, Victoria lamió, en movimientos circulares, la manteca que
él había desparramado.
—¡Mamá Victoria está jugando con la comida! —Señaló Darcy con el dedo.
—¡Mamá Victoria es muy traviesa! —Observó Fiona.
—Si mamá Victoria se sigue portando mal, voy a tener que llevarla arriba —
dijo Alex, sonriendo.
Ella se rió del juego de su marido y las dos niñas se rieron también, aunque no
entendieran el sentido de las palabras de su padre.
—El desayuno era tan tranquilo... eso cambió para siempre —comentó Alex
de buen humor, antes de pasarle el diario a Victoria, —Lee esto —pidió.
—Estoy sin mis lentes, querido —la excusa vino automáticamente.
—Nunca estás con ellos cuando los necesitas. No hay problema, leeré para ti.
Escucha, “un recién casado aristócrata de Londres tuvo dos de sus indiscreciones
dejadas en su puerta en un período de menos de dos meses. Cáiganse de
espaldas: él les dio cobijo. Sí, parece que el mundo está poniéndose cabeza abajo”
—¿Cómo supo eso el periodista? —Victoria no comprendía cómo habían
tenido conocimiento de tantos detalles de lo que sucedía en su casa.
—Los empleados comenten indiscreciones y las noticias se desparraman.
—¿Qué es “indisquiciones”? —Quiso saber Darcy.
—“Indiscreción” es cuando te agarran haciendo algo que no debieras —
explicó Victoria con sinceridad.
—¿Como cuando robas una galleta y quedas con la boca sucia de migas? —
Preguntó Fiona.
—Eso mismo, querida.

***

De tarde, sentada en un banco de piedra en el jardín, la condesa observaba a


las niñas, que jugaban con entusiasmo, a pesar del calor. Estaban contentas de
tenerse una a la otra como amiga.
Cerró los ojos e inhaló el perfume de diferentes flores del jardín. Nunca
hubiera imaginado que tendría dos hijastras en apenas dos meses de casada.
Hasta hace algunas semanas, siquiera había besado a un hombre, hasta que su
marido le había presentado el delicioso mundo de la sensualidad.
¡Cómo lo amo! Pensó, suspirando profundamente.
—¿En qué estás pensando, mamá Victoria? —Preguntó Darcy.
—¿Quieren jugar a hacer magia? —Desvió el asunto, mostrándole la varita
mágica a las niñas.
Al ver el entusiasmo de las pequeñas, Victoria le pidió a Darcy que ayudara a
explicar a Fiona cómo hacer la magia.
—¿Puedo probar? —Preguntó la niña de cabello rubio.
—Claro que sí. ¿Estás lista?
—Creo que sí. Queridas hadas, atiendan mi petición, traigan un hermanito
directamente para mí. Gracias, haditas.
—Lady Victoria.
Ella se volvió y vio a Bundles que se acercaba, extremadamente
desconcertado.
—Mi Lord salió para una reunión con su tío, el duque de Inverary —dijo
ansioso el mayordomo. —Hay una mujer abajo, que desea hablarle.
—¡Debe ser nuestro hermano que ha llegado! —Exclamó Darcy. Victoria se
levantó del banco. ¡No era posible que Alex le hubiera mentido después de todas
las oportunidades que le había dado!.
Mientras caminaba, divisó una niña pelirroja de aproximadamente cinco años.
Como anestesiada, hizo gran esfuerzo para llegar hasta el hall de entrada.
—¿Eres la condesa de Winchester? —Esta vez, la mujer era pelirroja, como la
niña.
—¿Necesitas empleo? Pues quédate sabiendo que aquí no es un burdel —la
paciencia de Victoria se agotaba. Aquello era más de lo que podría tolerar.
—Soy una actriz, y no estoy buscando empleo —informó la mujer, con aires
de diva. Señaló a la niña. —Dile a tu marido que estoy devolviéndole uno de sus
regalos, su hija Aidan.
Como había sucedido antes, la mujer salía de la casa, así que terminó su
discurso. La cabeza de Victoria giraba y su cara estaba pálida y triste.
—Pídele a un lacayo que traiga las maletas de la niña —pidió al mayordomo,
antes de saludar a la tercera hija de su marido, —Dile a Pink y Hartwell que vengan
a ayudarme —ella miró a la señora que acompañaba a la niña de cabello
anaranjado.
—¿Cómo te llamas?
—Juniper mi Lady —se presentó la mujer, haciendo una leve reverencia.
—Acompáñanos, Juniper. EI mayordomo servirá un budín de chocolate en el
comedor —ella y Bundles se miraron. —Por favor, envíele un mensaje a Alex,
diciéndole que venga inmediatamente a casa.
—Cómo no, mi Lady —Bundles miró a la joven condesa. Se sentía
consternado.
Victoria dedicó a la pequeña Aidan la misma atención y cariño que le había
dado a Darcy y a Fiona cuando llegaron a la mansión.
—Sé bienvenida, Aidan. Soy la esposa de tu padre. Apuesto que tienes cinco
años.
Los ojos grises de la niña se abrieron, con asombro.
—¿Cómo supiste?
Eran los mismos ojos de Alexander.
—Ellas son tus hermanas —el discurso de Victoria se volvía repetitivo.
—Las hadas se equivocaron —observó Darcy.
—Pedimos un hermano —asintió Fiona.
—No tiene importancia —Darcy decidió, por fin, caminando hacia la recién
llegada y abrazándola. —No eres un niño, pero nos quedaremos contigo, Aidan.

***

Mientras Victoria esperaba en casa, Alexander conversaba tranquilamente


con Magno, Rudolf y Robert en el estudio del duque de Inverary.
—La vida de casado parece estar haciéndote bien —observó Magno. —Estás
con excelente apariencia.
—No podría haber encontrado una esposa mejor que Victoria. Ella me
sorprende cada día —confesó Alex, sonriendo.
—¿Cómo se siente Victoria como madrastra de dos niñas? —Preguntó Rudolf.
—Adora a las pequeñas. Juega con ellas, inventa juegos y cuenta historias
como una madre de verdad.
—¿Y cómo está su temperamento? —Quiso saber Magno.
—Tranquilo.
En aquel preciso momento, alguien llamó a la puerta del estudio.
—Entre —pidió el duque.
—Con su permiso señor —Tinker se dirigió a Alex. —Uno de sus empleados
está aquí con un mensaje de Lady Victoria.
—Pídele que entre —instruyó Alex, pasando una mano por su cabello,
aprehensivo.
—Mi Lord —el empleado hizo una ligera reverencia, luego de entrar al
estudio. —la condesa pide que vaya a casa inmediatamente.
—¿Está enferma? —Quiso saber.
—No, señor.
—¿Mis hijas?
—En perfecta salud.
—Hable, hombre, ¿alguien en mi casa está herido, sangrando o inconsciente?
—Estaba molesto por haber sido interrumpido en medio de una reunión de
trabajo sin necesidad.
—No, mi Lord —repitió el empleado.
—¿Entonces por qué rayos tengo que ser incomodado de esta forma?
—Otra... indiscreción fue dejada en la puerta de la mansión, señor.
El pobre muchacho carraspeó avergonzado, mirando de reojo a los presentes.
Las palabras eran las mismas que habían sido publicadas en el Times, dos semanas
antes.
—Pues dile a la condesa que iré luego para casa —ordenó Alex al empleado.
—Creo que necesito un trago de vodka, Rudolf —pidió, así que el empleado se
retiró.
—Va a calmarte —aseguró el cuñado pasándole un vaso de la bebida.
—¡Dios mío! ¿Cómo pueden tomar este veneno?
—Tres indiscreciones —repitió Magno, mirando al techo. No había crítica en
su voz. El duque parecía perdido en reflexiones.
—Tuve tres hijas en un mismo año, cuando tenía veintitrés años —Alex bajó la
cabeza.
—¿Hay más indiscreciones desparramadas por ahí? —Preguntó Robert.
—No.
—Victoria te perdonó dos veces, ¿por qué no lo haría ahora? —Quiso saber
Rudolf.
—Le mentí, diciéndole que no tenía más hijos. Ella fue comprensiva y me pidió
que le dijera todo de una vez, en caso de que aún tuviera algo que esconder. Perdí
una preciosa oportunidad de ganar su confianza —refregó los muslos con las
manos, inquieto.
—Debe estar furiosa —dijo Rudolf.
—Tienes más coraje que yo —observó Robert. —Yo no osaría mentirle a
Angélica.
—Pero ni por eso ella tenía el derecho de mandar interrumpir la reunión —
rezongó Alex.
—No te olvides de decirle eso a ella, valiente —provocó Rudolf.
—¿Por qué crees que tres madres abandonarían a sus hijas en tu puerta,
dentro de un período tan corto? —Magno intentó hacer que Alex razonara con
más objetividad.
—Imaginé que se trataba de una infeliz coincidencia.
—Tres sucesos idénticos no pueden ser coincidencia —opinó Robert.
—¿Quién puede querer que tu matrimonio se acabe? —Preguntó Rudolf —
¿Lydia Stanley?
—¿Por qué alguien tendría interés en acabar mi matrimonio?
—Apuesto hasta mi último centavo en Venetia —disparó Robert, recordando
que aquella mujer había atentado contra la vida de su esposa Angélica.
—¿Qué ganaría con eso?
—El placer de volverte infeliz —respondió Robert.
—El casamiento con Harry cambió a mi hermana. Ella estaba a favor que yo
devolviese las niñas a sus madres.
—¡Cuánta bondad! Creo que Venetia debe ser vigilada —sugirió Rudolf. —No
creo en nada de lo que diga tu hermana.
—Tal vez ella te guarde algún rencor —Magno lanzó la posibilidad.
—¿Por qué no le preguntas a las madres involucradas en esta historia? —
Cuestionó Rudolf.
—Mandé a mi abogado que hablara con Suzette y Martha. Ambas habían
dejado Londres por algunas semanas.
—Apuesto a que la tercera madre ya dejó Londres —dijo Robert. —Lo que
prueba que hay alguien detrás de esta trama.
—No creo que ninguna de ellas abandonara a sus hijas por dinero —dijo Alex.
—De cualquier manera, voy a considerar la posibilidad.

***

Media hora más tarde, llegaba a la mansión.


—¿Dónde está mi esposa? —Preguntó, al mayordomo.
—En el comedor, señor.
Al acercarse a la puerta del salón, Alex se detuvo a admirar el bonito cuadro:
sus tres hijas conversaban con Victoria sentada delante de ellas.
—Bienvenida a esta casa, Aidan —saludó él, atrayendo la atención de las
cuatro. Besó a cada una de sus hijas y después miro al mayordomo. —Lleva a las
niñas con las niñeras y cierra la puerta al salir.
Así que todos salieron, Alex metió las manos en los bolsillos del pantalón y
miró a su esposa, quien desvió la mirada.
—¿Me estás evitando? —Preguntó él.
Victoria permaneció callada por algunos instantes para luego mirarlo.
—Sabes que no deberías haber mandado que me interrumpieran durante una
reunión importante de negocios. Espero que no lo hagas más, excepto en caso de
máxima urgencia.
Victoria no podía creer lo que oía. El marido tenía hijas ilegítimas llegando a su
puerta, una después de la otra, y peor aún, le había mentido, ocultando la
existencia de un tercer hijo, aunque ella le hubiera dado la oportunidad de decir la
verdad. ¡¿Y ahora venía con aires de ofendido a causa de una reunión de
negocios?!
—¿Por qué me mentiste? —Fue la lacónica pregunta.
—Tuve vergüenza de admitir la verdad —Alex se sentó delante de ella.
—No sirve de nada sentir vergüenza ahora. Deberías haber considerado las
consecuencias de tus actos, antes de salir dando vueltitas por Londres.
Alexander se mantuvo en silencio y comió el resto de budín de sus tres hijas.
—¿Vas a comer eso? —Apuntó al plato, sin tocar, de su esposa.
—¡Canalla! —Victoria no pudo más de tanta indignación y decepción. Tomó el
plato con budín y lo reventó contra la mesa.
—¡Trata de controlarte! —Ordenó Alex.
—Nunca tuviste una pizca de auto control y osas decir: “trata de
controlarte”—Victoria imitó la voz autoritaria de su marido.
—No voy a tolerar tus achaques.
—No te preocupes, no voy a tener achaques —su mirada era de furia. —Pero
si los tuviera, estaría en mi derecho.
—Siéntate, Victoria.
—Me mentiste.
—¡Me equivoqué! —Prometo que no te mentiré más.
—¿Hay más niños? —Preguntó con la voz más calma. En fin, no adelantaba
nada desgastarse de aquella forma.
—No.
—¿Estás seguro?
—Absolutamente.
—Te perdono —decidió que sería mejor creerle, —Estaré fuera de Londres
por un tiempo —informó con absoluta serenidad. —iré con las niñas a la casa de
mis tíos mañana de mañana.
—Nada me retiene aquí. Voy con ustedes.
—Te agradezco, de verdad, pero prefiero que no vayas.
—¿Estás tratando de alejarte de mí? —Había arrepentimiento y dolor en la
voz de Alexander.
—Necesito estar algunos días sola. Espero que entiendas.
—Comprendo perfectamente —bajó la cabeza.
Aquella noche, Victoria durmió sola en otro cuarto, por primera vez desde que
se había casado. Nunca se había sentido tan infeliz.
CAPÍTULO VIII

Casi una semana después de haber dejado Londres, acostada en la antigua


cama de sus aposentos en la propiedad de sus tíos, con los ojos fijos en el techo,
Victoria se preguntaba por cuánto tiempo más Alexander soportaría su
alejamiento.
¿O será que las generosas Lydia Stanley y Diana Drummond y lo consolaban?
Desde que estaba en la mansión de Grosvenor Square, ella no se sentía bien y
ahora, en casa de sus tíos, se sentía cada vez peor.
Los días que había pasado lejos de su marido sólo le habían hecho percibir
mejor cuanto lo amaba. Ahora, lejos de él, lograba comprender mejor todo lo que
sucedía en Londres: su marido había ocultado que había tenido hijos con otras
mujeres con quien tuvo relaciones pasajeras. Ella, por su parte, jamás había
contado los problemas que tenía para aprender, ni que era incapaz de leer,
escribir y calcular. ¿Cuál era la diferencia entre los dos?. Los dos habían mentido.
Estaba arrepentida por haber salido de la casa. Se aún estuviera allí, tendría,
al menos, la tranquilidad de la presencia del hombre que amaba. La idea de que
Lydia Stanley, Diana Drummond y Miriam Wilmington estaban en la misma ciudad
donde estaba Alex, hacía que se le contrajera el estómago. Era como si estuviera a
bordo de un barco sacudido violentamente de un lado a otro por olas gigantes, en
medio de una tempestad en alta mar.
Victoria se puso de pie con esfuerzo y fue tambaleándose hasta el baño,
donde casi expulsó el estómago por la boca. Se sentía débil, triste y enferma.
Seguramente, se moriría en breve y no tendría la oportunidad de despedirse de su
marido.
Como un ángel enviado por Dios, Roxanne apareció a su lado. Victoria se
recostó sobre las piernas de la tía, sin fuerzas.
—Envíale un mensaje a Alex, tiita. Dile que estoy muriendo.
—Ven, querida, voy a ayudarte a volver a la cama —la tía la ayudó a caminar.
—No debería haber dejado a Alex, tía. Sólo pensar en que esas brujas están en
Londres, intentando cazar a mi marido, me siento muy mal.
—Vamos, come esto —Roxanne le mostró un pedazo de pan seco.
—No voy a poder.
—¡Cómelo! —La orden de la tía no dejaba lugar a contestaciones.
Victoria tomó el pan de las manos de Roxanne y le dio una mordida.
—No te estás muriendo, querida —informó la tía. —estás embarazada.
—¿Embarazada?
—¿Cuándo tuviste tu última menstruación?
—No puedo recordarlo.
—¿Tuviste sangrado desde que te casaste?
—No.
—¿Te has sentido con náuseas en la mañana?
—He sentido náuseas todo el día y no puedo tolerar ciertos olores.
—Náuseas y falta de la menstruación significan embarazo —sonrió la tía. —
Está será una buena excusa para no ir a la misa —Roxanne intentaba alegrar a su
sobrina.
—Alexander me mintió sobre su tercera hija.
—Él sólo quería protegerte de la realidad —dijo la tía. —Dios creó a los
hombres imperfectos para que nosotras, las mujeres pudiéramos volvernos cada
vez mejores y más fuertes. Cuando son agarrados en una mentira, los maridos
hacen cualquier cosa para reconquistar el favor de sus esposas —suspiró Roxanne.
—En vez de haber dejado a Alex, podrías haberle dicho que un elegante abrigo de
piel y una bella joya harían que te sintieras mejor.
—¿Estás queriendo decir que debería intentar sobornarlo?
—No seas tan pudorosa, Victoria. Una vez que no es posible cambiar el
pasado, se debe sacar el mejor provecho de él. Piensa en Alex allá en Londres,
disponible, con todos aquellos tiburones de pollera intentando agarrarlo.
—Es un hombre casado.
—¡Oh, cielos! —Roxanne levantó los brazos, dramáticamente. —¿Dónde me
equivoqué en tu educación? —Miró bien en el fondo de los ojos de su sobrina y le
tomó de la mano. —Un hombre nunca rechaza lo que le es ofrecido, entiende
esto. Pero tú llevas en el vientre un hijo legítimo de Alex, lo que te da una buena
ventaja sobre las demás. Vamos, anímate. Vuelve a Londres y arranca a tu marido
de las pinzas de aquellos terribles tiburones de pollera.
—Está bien, tiita. Confiaré una vez más en tu vasta experiencia —dijo Victoria,
más animada.
—Deja a las niñas acá en casa con sus niñeras, querida. Tú tío y yo las
llevaremos a Londres dentro de unos días. Haz las paces con Alex y aprovecha para
coquetear bastante.
—Te amo, tiita —Victoria besó las manos de Roxanne.
—Yo también. Pero ahora muévete, toma una ducha, viste una ropa bonita,
pon una sonrisa en esa linda cara, vuelve a casa y seduce a tu marido. ¡Ah! —
Roxanne recordó algo importante. —No te olvides de comer un pedazo de pan
seco todas las mañanas antes de salir de la cama. Ayudará a disminuir las náuseas.
Victoria se despidió de sus hijastras, temerosa de que se sintieran
abandonadas por ella.
—Mamá Victoria necesita irse a casa ahora. Necesita conversar con papá para
conseguir un hermanito para ustedes.
—¡Viva! —Darcy, Fiona y Aidan quedaron entusiasmadas con la noticia.
—Tía Roxanne y tío Magno quieren que ustedes pasen unos días más aquí con
ellos. Harán picnics, jugaran en el agua del riachuelo y pasearán en el pony. Será
muy divertido, lo garantizo.
Al entrar en el carruaje, Victoria le dio instrucciones al cochero para que no
fuera muy rápido. Quería evitar movimientos bruscos y sobresaltos.
Era fin de la tarde, cuando llegó a la mansión de Grosvenor Square. Poco
podía esperar para contarle la novedad a Alexander.
—¿Mi marido está en casa? —Preguntó a Bundles cuando entró en la
mansión.
—Mi Lord salió. Fue a cenar al White's antes de ir a la ópera, mi Lady.
—Por favor, pídele a Polly que venga a ayudarme, Bundles. Necesito
encontrar un traje para ir a la ópera a reunirme a mi marido.
—Claro que sí, condesa.
Victoria vistió un elegante vestido de seda color hielo, lo suficiente largo para
mostrar los tobillos. Su cabello estaba magnífico. Polly era muy hábil y sabía cómo
arreglarlo.
Llegando al teatro, Victoria bajó del carruaje, entró en el vestíbulo y subió la
escalera que llevaban al palco privado de Alexander. Uno de los empleados la
acompañó hasta allí.
El primer acto de la ópera había acabado y las cortinas se cerraban para el
intervalo. Ella caminó hasta la entrada de la galería. Se quedó inmóvil, en cambio,
al ver a Alex sentado al lado de Diana Drummond.
Como si presintiera su presencia, él miró hacia atrás.
—¡Victoria! —Sus ojos brillaron de alegría. Se levantó de la silla y caminó en
dirección a ella.
—No quiero entorpecer tu noche —dijo ella, llena de desencanto e
indignación.
—Qué... —comenzó a decir mientras la tomaba de la muñeca.
—¡Saca tus manos de mí, mujeriego! —Había rabia en su voz. Apuntó a Diana.
— Y si esa mujercita abandona otra de tus indiscreciones en nuestra puerta,
prometo que la ahogaré con mis propias manos.
Sin esperar lo que él tenía a decir, se dio media vuelta y salió del teatro. Su
cabeza dolía, sentía náuseas y su corazón estaba lleno de decepción y
resentimiento.
Decidió que no volvería a casa como una esposa obediente, si era eso lo que
Alexander imaginaba que haría. Que él intentara descubrir por donde andaba ella.
Era joven, bonita, atractiva, divertida y deseable. No le faltaban atractivos. El
conde que pensara lo que quisiera. Poco le importaba.
Victoria le pidió al cochero que la llevara a Montague House, donde vivía su
hermana.
Era inaceptable que su marido, además de ser blanco de habladurías de la
prensa debido a los traumáticos episodios de las amantes, saliera exhibiendo su
nueva conquista, aquella viuda odiosa a toda la sociedad, sin rastros de pudor.
Por otro lado, una voz interna le insistía en afirmar que Alexander no estaba
siendo infiel. Que él había ido a la ópera como lo había hecho durante años, todos
los jueves, y aquella atrevida se había tirado encima.
—¡Cállate! —Victoria le dijo en voz alta a la voz interna que intentaba
persuadirla de la inocencia de su marido.
Si el conde quería tenerla de vuelta, tendría que retirar la oferta que le había
hecho a Diana. O mejor, por lo que a ella respecta, aquella mujer podría hartarse
de tanto ir a la ópera pero no los jueves. Sería firme en esa exigencia, pensó,
cuando el carruaje se detuvo delante de la mansión de su hermana.
Felizmente, Rudolf y Samantha estaban en casa. Al entrar al salón, Victoria no
pudo contener las lágrimas y estalló en sollozos.
—¿Qué sucedió? —La abrazó Samantha, buscando consolarla.
—¿Estás llorando por tu tercera hijastra? —Preguntó Rudolf.
—Tomé a las tres niñas y fuimos para la casa de mis tíos —contó Victoria,
hipando.
—¿Tomaste las hijas de Alexander y lo dejaste solo? —Rudolf no lo podía
creer.
—Ellas son mis hijas también —corrigió Victoria. —Volví a Londres y fui a la
ópera a encontrar a mi marido. Allá estaba él, muy sentado al lado de Diana
Drummond —retomó el aliento, —lo llamé mujeriego, en alto y buen tono, y vine
aquí —se sonó la nariz. —¿Puedo quedarme un rato?
—Puedes quedarte el tiempo que quieras mi amor —Samantha le secó las
lágrimas, llena de comprensión.
—No, Samantha —intervino Rudolf. —Victoria debe volver a su casa o matará
a Alex de preocupación.
—Es lo que quiero —ella se levantó. —Me quedaré aquí hasta las dos o tres
de la mañana, para que él piense que yo tuve un... desliz.
—¿Entonces por qué no fuiste a uno de los bailes de la ciudad? —Preguntó
Rudolf.
—Jamás iría a un baile sin mi marido —las palabras de Victoria hicieron que su
cuñado sonriera. —Por favor, déjame quedar solo hasta medianoche.
—Pero sólo hasta medianoche. Después de eso, directo para casa... —Rudolf
le guiñó un ojo. —Traeré un coñac para ti. Te ayudará a relajarte.
—Creo que no es una buena idea. Bebidas alcohólicas no deben hacer bien al
bebe. Pero acepto una taza de té o de leche tibia.
—¿Bebé? —Samantha miró a su hermana, boquiabierta.
—¡Estoy embarazada! —Victoria retomó su llanto.
—Pero eso es maravilloso querida, ¿no estás feliz?
—No podría estar más feliz —lloró hasta tener hipo.
—Alex no me dijo nada —Rudolf estaba perplejo.
—Él aún no lo sabe. No le conté. Pensé que estaba enferma, fue tiita quien se
dio cuenta de lo que sucedía.
—Voy a buscar un poco de leche tibia para ti —dijo Rudolf.
Victoria se acomodó en el sofá, cerró los ojos y dormitó antes que su cuñado
volviera con la leche.
—Despierta, Victoria —llamó Rudolf, tocándole suavemente el hombro.
Ella abrió los ojos, bostezó y estiró los brazos.
—¿Dónde está Samantha?
—Tu hermana subió hace un rato.
—Discúlpame por haberte mantenido despierto, Rudolf.
—Cuéntale a Alex sobre el bebé, él tiene derecho de saber —le aconsejó. —
Haz las paces con tu marido y escucha lo que él te diga.
—Gracias, querido. Eres un gran amigo.
—Jamás dejaría de ayudar a mi cuñada pelirroja preferida —jugó él.
—Soy tu única cuñada pelirroja.
—Lo sé.

***

Veinte minutos más tarde, Victoria subía el tercer tramo de la escalera de la


mansión donde vivía y se dirigía al cuarto. ¿Dónde estaría Alex? ¿Qué estaría
pensando y sintiendo?
En aquel mismo momento, el conde deambulaba de un lado a otro en el
cuarto. Sentimientos de preocupación y rabia se alternaban dentro de sí. Había
vuelto a casa, buscó en todas las invitaciones para aquella noche y había ido a
todos los bailes. Y no había encontrado a Victoria. ¿Dónde rayos se había metido?
Estaba decidido a besarla cuando volviera a casa, después de darle unas buenas
palmadas en el trasero por haberle casi matado de preocupación, eso sin contar la
escena que había hecho en la ópera.
De repente se detuvo, viendo, con el rabillo del ojo, a Victoria parada en el
umbral de la puerta.
—¿Por dónde anduviste? —Preguntó, sin preámbulos. —¿Con quién estabas y
qué estuviste haciendo hasta esta hora?
—Fui al baile de los Templeton y bailé con todos los caballeros que me
invitaron.
—¡Mentira! También sé que no fuiste a ningún otro baile de la ciudad.
—Yo...
—¡¿Dónde estuviste?!
—Fui a la casa de Samantha y me dormí en el sofá. Si no me crees, pregúntale
a Rudolf. Él me despertó y me dijo que volviera.
—¿Dónde están las niñas?
—Ellas pasarán unos días con mis tíos. Las traerán a Londres dentro de unos
días.
—¿Y por qué hiciste esa escena ridícula en la ópera?
—¡No hables así conmigo! ¿Qué hay, de verdad, entre tú y la viuda
Drummond?
—Ella no tiene la menor importancia para mí.
—Diana está interesada, y de la manera educada como actúas, le terminas por
dar cuerda.
—Fui a la ópera solo. Ella llegó de repente. ¿Crees que debería haberme ido?
—Retira la oferta que hiciste, cuando dijiste que tu palco estaba a su
disposición. Si prefieres, dile a aquella bruja que puede usar tu palco todas las
noches, excepto los jueves. Es fácil.
—¿Y qué justificación daré a eso? Es la cuñada de mi hermana. Es
prácticamente de la familia.
—Haz lo que quieras —Victoria fue al vestidor.
—¿Vienes a la cama?
—Voy a dormir en otro cuarto —respondió ella, sin mirarlo.
—Tienes prohibido salir de noche sin mí.
—¿Por qué?
—Porque no tiene sentido que me esté preocupando en saber dónde andas.
—No eres mi dueño.
—Sí lo soy. La ley me lo garantiza.
—Poco me importa la ley.
—Me vas a obedecer o te vas a arrepentir.
Con eso, Alexander dio media vuelta y se fue.

***

Victoria despertó tarde a la mañana siguiente y comió el pedazo de pan seco


que había dejado sobre la mesa de cabecera.
Minutos más tarde, con la náusea controlada, ella se vistió y bajó para tomar
el desayuno.
—Buen día, Bundles.
—Buenas tardes, mi Lady —corrigió el mayordomo.
—¿Hay algo para comer o mi marido terminó con todo?
—Siempre hay comida para usted.
Victoria miró lo que Bundles estaba sirviendo y sintió que su estómago se
contraía. Se contentó con pan y té negro.
—¿No le gustaría huevos con jamón, mi Lady? —El mayordomo se empeñaba
en agradar.
Llevándose una mano a la boca, Victoria intentó controlar la náusea que la
sugerencia de Bundles le había provocado. Cerró los ojos. El sudor le brotaba en la
frente.
—¿Se siente mal, mi Lady?
—Estoy perfectamente —le aseguró, con una sonrisa forzada. —Dejé mis
lentes arriba. ¿Podrías leerme la columna social, Bundles? Ve si hay alguna noticia
sobre mi marido y sobre mí.
El mayordomo no necesitó tomar el diario.
—“El intervalo de la ópera de ayer divirtió a la platea más que la propia
actuación en el escenario” —Bundles repitió las palabras textuales. —“Cierta
condesa llegó tarde a la presentación y terminó encontrando a su marido al lado
de una bella viuda”.
—¿El conde leyó el diario esta mañana?
—Creo que sí, mi Lady.
—¿Él está en casa?
—Está trabajando en su despacho.
—Gracias —agradeció Victoria, pensando que lo mejor sería hacer las paces
con él, como Rudolf había aconsejado.
—Buenas tardes —saludó ella, al entrar en el despacho. Se acomodó en un
sillón individual delante de él. Alex la observaba. —Regresé a Londres para decirte
que entiendo que hayas mentido sobre Aidan —explicó ella.
—¡Vaya generosidad!
—¿Vamos a algún lugar esta noche? —Preguntó ella acomodándose mejor.
—Yo voy al White's. Tú te quedarás en casa, que es tu lugar.
—Leeré un romance de Jane Austen para pasar el tiempo —ella se levantó. —
¿Cenaremos juntos?
—Creo que no.
—Entiendo —al decir esto, Victoria salió del despacho como un rayo.
—Victoria, querida —Alex murmuró bajo para sí mismo. —Vas a pasar varias
noches sola hasta que aprendas quien da órdenes aquí y quien obedece.
Aquella misma noche, Victoria reflexionaba sentada en el cuarto que ocupaba
sola. Comenzaba a tener ideas. Se sentía cansada y no estaba, de hecho, dispuesta
a ir a un baile. ¿Pero qué podría hacer? Su marido estaba prácticamente
forzándola a irse. Necesitaba una buena lección.
Escuchó cuando se abrió la puerta, pero ignoró la presencia del conde, hasta
ver sus pies plantados a su lado. Miró para arriba y vio que él usaba un traje
formal de noche. ¿Ir al White's no exigía ese traje, o será que él iría a otro lugar?
—¿Qué estabas murmurando ahí sola?
—¡Palabras mágicas!
—Espero que no contra mí.
—Ya jamás haría eso —replicó ella, sonriendo con sarcasmo.
—Veo que ya estás usando tu ropa de dormir. ¿Ya comiste?
—Almorcé tarde.
—¿Hay algo que pueda hacer? —Alex metió las manos en los bolsillos del
pantalón.
Haz el amor conmigo, pensó ella, mirándolo con deseo.
—No puedo pensar en nada que puedas hacer por mí —respondió ella,
finalmente.
—Que tengas una buena noche —murmuró antes de retirarse.
Los ojos de Victoria se llenaron de lágrimas al oír cerrarse la puerta
silenciosamente detrás de Alex. Pero se refregó los ojos y se recusó a llorar.
Cerca de una hora más tarde, Victoria se levantó y se sacó el salto de cama.
Debajo, usaba el vestido negro escotado que Alexander le había prohibido usar en
público. Soltando su cabello, ella tocó con las manos el collar de diamantes en su
cuello.
Atravesó el cuarto, se miró al espejo y sonrió.
Mientras planeaba su noche, decidió que coquetearía con los hermanos de
Rudolf en el baile de los Cavendish. Tomaría, en cambio, el cuidado de volver a
casa antes que Alex. De esta manera, declararía su independencia sin tener que
enfrentarse a su marido. Sería una manera de decir a Alex que él no podía ir
estableciendo decretos y esperando obediencia, cuando su comportamiento
dejaba tanto que desear.
Media hora después, ella llegaba a la mansión de los Cavendish. Esperaba que
sus hermanas ya estuvieran allí.
—La condesa de Winchester —anunció el mayordomo de los Cavendish.
Mientras bajaba las escaleras para el salón de baile, divisó a las hermanas y a
los cuñados, quienes la miraban. Notó que muchos caballeros elegantes y
atractivos la miraban con interés. Le gustaría que Alex viera aquello. Localizó a
Venetia y a Diana. Perfecto, su marido no se encontraba en compañía de la viuda,
ni de Lydia Stanley, a quien vio más adelante con un grupo de amigos.
—¿Dónde está Alex? —Preguntó Samantha, cuando ella se aproximó al grupo.
—Decidimos salir por separado esta noche.
—Creí que él te había prohibido salir con ese vestido —dijo Angélica.
—Él lo prohibió —la sonrisa de Victoria estaba llena de provocación. —Baila
conmigo, Rudolf —pidió agitada, al notar que Rupert Wilmington se acercaba,
mirándola con ojos de lobo.
—Creí que Alex se quedaría tan feliz al saber del bebé, que no querría
apartarse más de tu lado —fue el comentario de Rudolf, quien conocía muy bien a
su cuñada.
—Él aún no sabe del bebé. Discutimos cuando llegué a casa ayer de noche y,
él me prohibió salir a cualquier lugar sin él. Después, para hacerse el difícil, dijo
que tenía un compromiso en el White's esta noche.
—Victoria, sugiero que salgas inmediatamente de aquí —Rudolf la llevó fuera
de la pista de baile. —Y reza para que llegues a casa antes que Alex.
—Aún no estoy lista para volver a casa.
—Estás siendo insensata.
—Si él puede dar vueltitas con la viuda Drummond, yo muy bien puedo ir a
bailes y bailar con quien quiera... —Victoria palideció al oír al mayordomo de los
Cavendish anunciar la llegada del conde Alexander Emerson.
—¡Tengo que esconderme! —Gritó ella, en pánico, intentando ocultarse
detrás de su cuñado.
—Cuéntale a Alex sobre el bebé inmediatamente —ordenó Rudolf. —Él va a
perdonar tu desobediencia.
—Está bien, le contaré —dijo ella, muy pálida. — pero tengo que
estabilizarme antes.
Soltándose de la mano de su cuñado, Victoria se dirigió a la sala de reposo de
las señoras. Antes de que pudiera llegar a ese santuario de seguridad, sintió que
una mano fuerte la sostenía por el brazo.
—Creo que me debes la próxima danza —Alex la miraba, estaba visiblemente
temblorosa. —Eres tan previsible, Victoria —murmuró él.
—Deberías estar en el White's.
—¿Qué voy a hacer contigo mujer? Desobedeciste mi orden de quedarte en
casa. Para empeorar, estás usando ese vestido.
—Por favor, necesito decirte algo antes de... —Alexander la sostuvo firme y la
condujo a un lugar donde pudieran quedarse a solas.
—¡Habla! —Ordenó.
—¿Viniste para ver a Diana o a Lydia?
—Vine a buscarte a ti.
—Sólo vine porque me ordenaste que quedara en casa. Si hubieras dicho que
preferías que no saliera...
—¿Tu desobediencia es ahora culpa mía?
—No sé cómo explicar... —Victoria no contuvo las lágrimas. —Vamos a tener
un bebé, Alex.
—¡¿Un bebé?!
—Yo no sabía, hasta que mi tía me dijo. Entonces vine a Londres porque no
veía la hora de contártelo. Fui a la ópera para encontrarte y allá estabas tú con
aquella viuda y...
—Yo entiendo mi bien —Alexander la besó, la abrazó y volvió a besarla. —
Discúlpame por haberte causado problemas.
—Discúlpame por haberte desobedecido. ¿Podemos ir a casa ahora?
—Vamos a bailar un vals antes —sugirió él. —De esa forma, las personas no se
quedarán especulando el porqué de que hayas salido tan temprano. Prometo
llevarte a casa en seguida.
Alex la tomó de la mano y bailaron juntos. Victoria la miraba, encantada. Yo te
amo, dijo en voz baja.
—¿Qué dijiste? —Preguntó Alex, parando de bailar.
—Yo te amo, Alex —repitió ella.
—Eres lo mejor que me ha sucedido.
Dejaron la pista de baile y fueron a despedirse del grupo.
¿Será que lo que Alex dijo significa que la amaba? Se preguntaba Victoria,
mientras caminaban.
—Tenemos una noticia para ustedes —anunció Alex. —Vamos a tener un
bebé.
Rudolf y Samantha fingieron sorpresa. Las hermanas abrazaron a Victoria
mientras Rudolf y Robert felicitaban a Alexander.
—¿Lista para ir a casa? —Preguntó.
—Estoy cansada —dijo Victoria. Notó entonces, un aire de decepción en el
semblante de Alex. —Quiero decir, no estoy tan cansada —todos festejaron aquel
chiste pícaro.
—¿Almuerzas con nosotros mañana en el White's? —Rudolf le preguntó a
Alexander.
El conde hizo un gesto afirmativo con la cabeza. En seguida, tomó la mano de
su esposa y caminaron en dirección a la salida. Al acercarse a la escalera, Rupert y
Miriam Wilmington les interceptaron la pasada.
—¡No puedo creer que se estén yendo! —Los ojos de Miriam parecían querer
tragarse a Alex.
—No bailamos aún —comentó Rupert, mirando al escote de Victoria.
—Mi esposa está cansada, lo cual es común en mujeres embarazadas.
—¡Qué noticia maravillosa! —Miriam se forzó por sonar interesada. —Sé que
tus hermanas son madres experimentadas, pero si necesitas consejos, no dudes
en buscarme.
—Gracias, Miriam.
—Ojalá que sea un varón, un heredero —fueron los votos de Rupert.
—¿Quién sabe? —Agradeció Alex. Siguiendo su camino, se toparon con
Venetia y Diana.
—Dejé a tu marido en el White's —le dijo Alex a su hermana, antes que ella
tuviera tiempo de hablar.
—No me digas que te estás yendo, conde Emerson —dijo en un arrullo Diana,
lanzándole una mirada seductora.
—Mi mujer está embarazada y se siente cansada —dijo él.
—Felicitaciones —las mujeres felicitaron a Alex con sonrisas fingidas, sin
siquiera mirar a Victoria.
—No queremos quitarles su tiempo —completó Venetia, con aires de
comprensión.
Así, la pareja retomó su camino.
—Odio ser rudo —Alex se volvió para Venetia y Diana. —pero me gustaría
pedirles que no usaran el palco de la ópera los jueves. Mi esposa y yo queremos
un poco de privacidad. Y en caso de que decidan ir a nuestra casa, por favor,
envíen una nota avisándonos con anterioridad. Victoria a veces no se siente bien.
Estoy seguro que contaremos con su comprensión.
Las mujeres estuvieron de acuerdo, gesticulando con la cabeza. Victoria se
sentía en las nubes. Alexander había hecho como ella le pidió.
Venetia y Diana, entonces, observaban a la pareja alejándose.
—Dudo que Victoria abandone a tu hermano ahora —observó la viuda
decepcionada.
—Si ella no deja a Alexander, él la dejará —declaró Venetia. —entonces tú
serás la condesa. Contrataré un detective para seguir a esa muchacha. Todos
tienen algo que esconder.
—¿Y si eso no se aplica a ella? —Quiso saber Diana.
—Tendremos que arrojar sospechas sobre esa pelirrojita impertinente y
esperar que sus cosas regresen. La muchachita verá su mundo encantado
derrumbarse.
Venetia y Diana se miraron y rieron con maldad, delante de la perspectiva de
poner un punto final en la historia de amor de Victoria.
CAPÍTULO IX

—Mamá Victoria, ¿podemos jugar con la varita mágica? —Propuso Darcy.


—¡Y polvito encantado! —Agregó Fiona.
—¡Viva! —Gritó Aidan, arrojando hojas al aire.
—Nada de eso. No pediremos nada más a las hadas hasta que su hermano
llegue —decretó Victoria, sonriendo para las niñeras.
El otoño había llegado, transformando el verde de las hojas en tonos de rojo,
naranja y dorado.
Mi panza se está moviendo, pensó Victoria, poniendo la palma de la mano
sobre su vientre. Le pedía al cielo que los próximos seis meses fueran tan calmos
como lo habían sido las últimas semanas.
Felizmente, Venetia y Diana habían respetado el pedido de Alex, no yendo a la
ópera los jueves por la noche, y nunca más habían ido a la mansión sin avisar
previamente. Sin embargo, algo le decía que las dos mujeres conspiraban en
secreto contra ella.
—Lady Victoria, mi Lord pide que vaya hasta la biblioteca —avisó Bundles.
Llegando allí, vio a Suzette, Martha y Nell, las ex amantes de su marido,
sentadas una al lado de la otra.
El pánico se apoderó de Victoria; seguramente, las mujeres querrían a sus
hijas de vuelta. Ella, en cambio, ya no concebía su vida sin las tres niñas.
—No... —murmuró ella, sintiendo un súbito vértigo.
—Esperen aquí —les dijo Alexander a las mujeres. —Necesito conversar con
mi esposa.
Él apoyó a Victoria contra su cuerpo y la condujo hasta el salón, para que
pudieran conversar.
—Las madres quieren a sus hijas de vuelta y no hay nada que pueda hacer —
afirmó.
—Tú eres el padre y también tienes derechos —recordó Victoria. —Ofréceles
una buena suma de dinero y derecho a visitas y verás que cambian de idea.
—Voy a ver qué logro —asintió él, pensando en la forma generosa y amable
en la que Victoria había recibido a sus hijas, amándolas de inmediato. Ella no
merecía sufrir ahora.
Mientras volvía a la biblioteca, pensó en la posibilidad de que las tres mujeres
hubieran sido sobornadas por alguien, como se había comentado en la casa del tío
de Victoria.
—Alguien les ofreció dinero para que abandonaran a las niñas aquí en mi casa
—les dijo. —Quiero saber quién fue.
—No sé de qué estás hablando —replicó Suzette asustada.
—Nadie me dio ni un centavo —afirmó Martha, aunque hubiera agitación en
su voz.
—Tuve que viajar inesperadamente —fue la excusa igualmente apresurada de
Nell.
—Sé que aman a sus hijas —dijo Alexander mientras miraba por la ventana a
sus hijas jugando alegremente en los jardines de la mansión. —Mi esposa, Victoria,
adora a las niñas y cuida de ellas con desvelo. Inventó incluso razones para
justificar el hecho de que ustedes tres las hayan abandonado. Ella jamás se
desharía de un hijo por dinero.
—Tu esposa nunca supo qué es tener dificultades económicas —comentó
Martha, con desdén.
—Pues sepan que hasta hace dos años atrás, ella vivía en una casucha en
Primrose Hill, en condiciones de pobreza.
—Pero ella es hija de un conde —observó Suzette.
—Un conde fallido y alcohólico —aclaró, notando que las tres mujeres
intercambiaban miradas, lo cual demostraba que estaban confundidas. —Si miran
por la ventana, podrán constatar cómo las niñas están felices juntas.
Las mujeres se acercaron a la ventana y sonrieron al ver que las niñas jugaban
y sonreían placenteramente. Sus ojos brillaron al percibir que sus pequeñas
estaban ahora, más felices que nunca. Amaban a las niñas, pero con limitaciones.
—Si insisten —Alex retomó su discurso. —no tendré más opción que
devolverles las niñas. Con todo, me gustaría hacerles una propuesta: si acuerdan
en dejarlas conmigo, le daré a cada una de ustedes la cantidad de mil libras
mensuales, además del uno por ciento de participación en los rendimientos de mis
negocios. Y claro que tendrán el derecho garantizado de visitar a sus hijas. Creo
que se trata de una oferta bastante generosa.
—Yo acepto —se apresuró a decir Martha.
—Yo también —fue la respuesta de Suzette.
—También estoy de acuerdo con la oferta —afirmó Nell, mirando a las otras
dos mujeres. —Pero quiero que sepan que amo a mi hija.
—Todas nosotras amamos a nuestras hijas —declaró Martha, por primera vez
en solidaridad con las otras dos.
—Creo que, siendo hermanas, las niñas deben crecer juntas —finalizó Suzette.
—Entiendo que no sea fácil para ninguna de ustedes —Alex miró al
mayordomo quien se encontraba a su lado, —Por favor, ve a buscar a las niñas y a
sus niñeras —pidió.
Mientras tanto, en su cuarto, Victoria se preguntaba por qué sus dieciocho
años de vida habían sido una sucesión de dolorosas despedidas. ¿Por qué tenía
que perder a las personas que amaba? ¿Estaría predestinada a perder a su marido
y también a su bebé?
Alguien llamó a la puerta. Era Bundles.
—El conde le pide que vaya hasta la biblioteca.
—Gracias.
Al entrar en la biblioteca, ella deparó en las niñas sentadas en la falda de sus
respectivas madres. Trató, en vano, de controlar las lágrimas.
—¡Mira quién está aquí mamá Victoria! —Le gritó Darcy.
—Estoy viendo, querida. ¿Yo no les había dicho que sus mamás volverían?
—Las niñas se quedarán con nosotros —Alex pasó el brazo por sus hombros.
Con inesperado alivio, Victoria lo abrazó y se puso a llorar.
—¿Por qué estás llorando, mamá Victoria? —Preguntó Darcy, afligida.
—No llores... —Fiona intentó consolarla.
Sin poder controlar la emoción, Aidan también empezó a llorar.
Victoria se arrodilló y abrazó a las tres.
—Estoy llorando de felicidad —explicó.
—Nunca lloro cuando estoy feliz —comentó Darcy.
—Cuando estoy feliz, me río —explicó Fiona.
—Yo también —dijo Aidan en un susurro.
—Besen a sus mamás —pidió Victoria a las niñas. —Después sus niñeras las
llevarán a tomar una rica merienda, allá abajo.
Las niñas hicieron como la madrastra les había pedido. Después de abrazar y
besar a sus madres dejaron la biblioteca acompañadas por las niñeras.
—Mi abogado se comunicará con ustedes para que firmen el acuerdo —avisó
Alexander, cuando las mujeres se levantaron para salir.
—Prometo cuidar a sus hijas con mucho cariño —garantizó Victoria, con
lágrimas rodando por sus mejillas.
—Gracias por amar a mi hija —dijo Suzette.
—Las mujeres embarazadas son muy emotivas —comentó Nell.
—Te sentirás mejor cuando tengas al bebé —agregó Martha.
—¿Cómo supieron del bebé?
—Tu barriga está más grande que la última vez que te vi —murmuró Nell,
sonriendo.
—Pero no te preocupes —Suzette la tranquilizó. —tu cuerpo quedará aún más
bonito de lo que era después de que el bebé nazca.
Las mujeres partieron, Victoria y Alexander pudieron, finalmente, estar a
solas.
—Gracias —murmuró ella, abrazando a Alex.
—Admiro tu capacidad de amar, querida. Pero eso puede hacerte sufrir.
—Soy así, no hay nada que pueda hacer.
—Jamás trataría de cambiarte —Alexander la besó largamente.
Un poco más tarde, Victoria se encontraba en el jardín viendo a las niñas jugar
con las hojas de otoño caídas en el césped. Al divisar a Alexander caminando en su
dirección, sonrió.
—¿Vienes a jugar con nosotras? —Preguntó.
—¡Ojalá pudiera! —Miró a las hijas. —Tengo que ir al White's. Prometí
presentar a Harry Gibbs a algunos hombres de negocios. A propósito, les di
permiso a Venetia y Diana para que usen la biblioteca, mientras yo no esté.
—¿Ellas ya llegaron?
—No, vendrán con Gibbs.
—Te acompañaré hasta adentro —Victoria se volvió hacia las niñeras. —
Encárguense de las niñas y permanezcan cerca de ellas —miró a Alex. —no quiero
a Diana y Venetia cerca de las niñas.
Veinte minutos más tarde, las dos mujeres entraban a la biblioteca, donde
Victoria tejía una manta para su bebé.
—Buenas tardes, Victoria —saludó la cuñada.
—Pareces estar muy bien —elogió Diana, fingiendo interés.
—¿Puedes traernos un té con galletas? —Pidió la condesa al mayordomo.
—En un instante, mi Lady.
—Usen la biblioteca.
—¿Podrías recomendarme un libro? —Preguntó Diana.
—Cualquier obra de Jane Austen es altamente recomendable.
—Ya leí todos.
—Bueno, cada uno tiene gustos distintos. Busca tú misma.
—¿Cómo están las niñas? —Venetia fingió un súbito interés por las sobrinas.
—Jugando en el jardín —respondió Victoria, secamente.
—¿Y los mareos? —Preguntó Diana con pretendida solidaridad.
—A veces aún siento un poco.
Victoria bajó los ojos hacia su tejido. Sentía que aquellas mujeres planeaban
algo malo contra ella.
—Espero que podamos pasar la Navidad juntas —comentó Venetia. —
Volveremos a Australia en primavera.
Aunque aquella noticia le trajera alivio, Victoria seguía inquieta.
En aquel momento, Bundles regresó a la biblioteca, y con él, dos empleados
más que se dispusieron a servir el té.
—Una carta para usted, condesa — el mayordomo le entregó un sobre.
—Gracias —Victoria sostuvo el sobre, tratando de imaginarse quién podría
haberle escrito.
—¿No vas a abrir la carta? —Preguntó Diana, así que los empleados se
retiraron.
—Mis lentes se quebraron —mintió. —le pediré a Alex que la lea cuando
llegue —estaba ansiosa por saber qué había en el sobre. —¿Podrías leerla? —Le
pidió Victoria a Diana, llevada por un impulso repentino.
—Si no te importa... —murmuró Diana y abrió la carta. —“Encuéntrame en la
casa de los hermanos Philbin a las cinco. Alex”.
Diana le devolvió la carta a Victoria.
—Necesito salir —anunció, decepcionada pensando que su marido ya estaba
en conocimiento de su dificultad con la lectura. Su regalo de Navidad ya no sería
una sorpresa. —Usen la biblioteca cuanto quieran.
Después de tomar una cartera y un abrigo, bajó la escalera, decidida a
caminar hasta la casa de los tutores. Media hora más tarde, llegaba a la casa de los
hermanos Philbin. Llamó a la puerta y Barnaby vino a abrir.
—¡Que sorpresa verla, condesa! —Saludó. —Entre, por favor.
—El conde supo de las clases de lectura. Vendrá a verme a las cinco. ¿Crees
que podrías ayudarme a escribir una carta de amor para él? —Victoria estaba
agitada y ansiosa.
—Claro que sí. Me gustaría avisarte que mi hermano no está aquí y por lo
tanto, nos quedaremos solos.
—Confío en usted. Sé que es un caballero —dijo Victoria, mientras se sentaba.
—Aquí tienes la tinta y el papel —Barnaby puso el material sobre la mesa. —
Usted escribe la carta, mientras preparo un té para nosotros. Corregiré el texto en
seguida.
—Estoy casi terminándola —anunció Victoria cuando Barnaby colocó la taza
humeante sobre la mesa, delante de ella. —Terminé. ¿Le gustaría leerla ahora?
—Beba su té, mientras leo la carta.
—¿Está muy mal? —Preguntó. El té parecía delicioso, pensó mientras
prestaba atención en la expresión del rostro del profesor.
—Ya puedo notar un avance en tu habilidad para escribir —Barnaby sonrió.
—¿De verdad? —Victoria bostezó. Se sentía repentinamente cansada. —Tu té
me dejó tan relajada que apenas puedo mantener los ojos abiertos.
—Debe ser por el bebé —el tutor quedó levemente avergonzado por el
comentario de naturaleza íntima que había hecho. —¿Por qué no se acuesta
mientras espera al conde, su marido?
—Creo que aceptaré —ella pasó el matasellos sobre la carta, la colocó dentro
de su cartera y tambaleó hasta la habitación de al lado.

***
—Bienvenido mi Lord.
—Buenas tardes, Bundles. ¿Dónde están mi esposa y las niñas?
—Las señoritas están tomando jugo. Su hermana y la señora Drummond están
en la biblioteca.
—¿Ellas aún están aquí? —Alex estaba sorprendido.
—Sí, señor —era evidente que el mayordomo no apreciaba a aquellas
mujeres.
Alex se esforzó por ser simpático con las visitas. Victoria debería estar furiosa
por haber tolerado su presencia por tanto tiempo.
—Buenas tardes, señoras —saludó. —¿Dónde está Victoria?
—Salió ni bien llegamos —mintió Venetia.
—¿Salió?
—Disculpa, pero en el apuro, su esposa dejó caer este sobre abierto —Diana
entregó el sobre a Alex.
Él abrió el sobre y leyó lo que estaba escrito
—Encuéntrame en la casa de los hermanos Philbin, en la esquina de las calles
Oxford y Soho. Nadie sospechará de una visita a los tutores. Estoy contando los
segundos hasta que nos podamos ver otra vez.
R.W.
Alexander estaba sorprendido. RW... ¡Rupert Wilmington! —Aquel hombre y
Victoria estaban teniendo un amorío.
Sin decir una palabra a su hermana y a Diana, él salió de la biblioteca.
—¿Mi esposa recibió esta carta hoy, Bundles?
—Sí, señor.
—¿Y salió después?
—No la vi salir, señor —Bundles estaba confundido, sin saber qué sucedía.
—Manda preparar el carruaje —ordenó. — voy a salir.
Ni bien el carruaje estacionó en la esquina de las calles Oxford y Soho, Alex
saltó, caminando apurado en dirección a la casa de los Philbin.
Ya iba a golpear la puerta, cuando notó que estaba abierta. Entró y llamó a
Victoria. Fue de habitación en habitación, temiendo lo que podría encontrar. De
repente, se detuvo, atónito: en una cama de soltero, estaba su esposa, aún
desnuda, después del encuentro amoroso.
Tomado por una mezcla de furia y dolor, él se acercó a Victoria. ¿Por qué las
mujeres que amaba lo traicionaban? Lydia Stanley lo había traicionado, y ahora
Victoria, lo que era aún más doloroso. Una lágrima furtiva brotó de sus ojos, pero
él trato de contenerla. Sintió repulsión al pensar en su mujer embarazada
haciendo el amor con otro hombre.
Llevaría a Victoria al tribunal, aunque fuera lo último que hiciera en la vida, y
ella sería condenada por adulterio. Sacaría a aquella mujer de su corazón, de su
mente y de su vida. Cuando ella diera a luz a su heredero, el requeriría la plena
custodia de su hijo. Entonces, Victoria Douglas estaría libre para hacer lo que
quisiera con quien quisiera. Nunca más participaría de su vida y mucho menos de
la de su hijo.
—¡Despierta, Victoria! —Ordenó.
No hubo respuesta. La idea de tocarla le causaba repulsión. Asimismo, la
sacudió por los hombros.
—¡Vamos, despierta!
Lentamente, ella abrió los ojos y le sonrió.
—Ven a la cama, Alex —murmuró, volviendo a dormirse en seguida.
La infiel estaba borracha.
—¡Vamos, Victoria, despierta!
La voz parecía llegar de muy lejos a los oídos de Victoria, y ella dormitó
nuevamente.
—¡Te dije que te despiertes!
El tono insistente e irritado de la voz finalmente penetró en el sopor que
envolvía el cerebro de Victoria, y ella se dio vuelta. Abrió los ojos y vio a Alexander
en frente suyo.
—Buen día, querido —le saludó.
Mirando fijamente a su marido, notó una expresión de enojo en su rostro.
Con esfuerzo, se incorporó y lo miró. Parecía furioso. No podía acordarse del
encuentro de ellos en la casa de los Philbin, pero el hecho es que ahora estaba
acostada en su cama. ¿Por qué no estaba en la cama de su marido, donde siempre
dormía?
—Vístete y ven al salón —ordenó.
—¿Estás enojado conmigo porque descubriste mi secreto? —Ella imaginaba
que Alex había descubierto que tenía dificultades para leer y no la quería más
como esposa.
El conde interpretó erróneamente su pregunta y se enfureció aún más.
—No tengo culpa de ser como soy —Victoria buscó defenderse.
—Trae tu bolso y tu capa cuando bajes —sentenció Alexander.
—¿Vamos a salir antes del desayuno?
—Tú vas a salir —respondió él, saliendo del cuarto.
La conducta de su marido la asustaba. Victoria se levantó de la cama y se
vistió. Siguiendo las instrucciones de Alex, ella tomó el pequeño bolso y la capa.
Sería mejor que conversaran luego, hicieran las paces y llevaran su vida adelante.
Entrando en el despacho, ella se detuvo confundida. Allí estaban Magno,
Robert y Rudolf, y podía detectar un aire de censura en sus semblantes.
—¿Qué está sucediendo? —Preguntó.
—Tu familia está aquí para llevarte de esta casa —anunció Alex. —No eres
más bienvenida.
—¿Quieres que deje mi propia casa? —La palidez del rostro de Victoria era
cadavérica.
—Mi casa —corrigió Alex. —Estoy pidiendo el divorcio, y si tú tienes la
inteligencia de una pulga, no dirás una palabra en tu defensa.
—¿Divorcio?¿Sobre qué alegato?¿Incapacidad? —El cuerpo de Victoria
temblaba entero.
—Adulterio.
—¿Cómo...? —Comenzó a decir.
—Te encontré desnuda en la cama de otro hombre. También leí el mensaje de
tu amante, coordinando el lugar de encuentro.
—Fuiste tú quien me mandó un mensaje para que nos encontráramos en la
casa de los Philbin.
—Allí fue donde encontraste a tu amante. Cargas a mi hijo en tu vientre, y aun
así tuviste coraje de... —Alex no pudo terminar la frase.
—Por favor, escúchame...
—¡Basta Victoria! —Ni una palabra más.
—Imploro que escuches lo que tengo que decir —las lágrimas rodaban
copiosamente por el rostro de Victoria, mientras ella se arrodillaba delante de su
marido. —No hagas esto, por favor... ¡yo te amo!
—¡Saquen a esa mujer de delante de mí! —Vociferó Alex, con evidente
emoción en su voz.
—¿Y las niñas?
—Tú, querida, no sirves para ser madre de nadie.
Aquellas palabras sonaron como un puñetazo en el estómago de Victoria. Ella
se dobló, tomada por un fuerte dolor. Rudolf y Robert acudieron, sosteniéndola.
—Déjame ayudarte —Rudolf la tomó en brazos.
—Venetia está detrás de esto —acusó Robert. —Te dije que...
—Mi hermana no tiene nada que ver con el hecho de que mi mujer
embarazada se haya acostado con otro hombre —contestó Alex. —Hablas de
Venetia como si fuera la encarnación del mal.
—Tal vez ella lo sea —Robert dijo exactamente lo que pensaba, antes de
retirarse.
—Pretendo ir hasta el fondo de este escándalo —garantizó Magno a
Alexander. —Si Victoria es culpable, se quedará encerrada en mi propiedad hasta
el día de su muerte. Pero si es inocente, te las verás conmigo.
—No eres más que un gran tonto —se desahogó Rudolf, mientras llevaba a su
inconsolable cuñada, en brazos, hacia afuera de la mansión.

***

Más tarde, de regreso a la casa de los tíos, Victoria se preguntaba cómo era
posible que todo hubiera cambiado tan de repente. Del día a la noche, perdía a su
marido y a las niñas. Todo lo que le quedaba era el hijo que traía en el vientre.
¿Alex volvería con ella después que naciera el bebé, o, quien sabe, él aceptaría oír
lo que ella tenía para decir?
Exhausta, se levantó y vistió el salto de cama. Sacó del bolso la nota que había
recibido por el correo y el otro que había escrito para Alex. La hora de enfrentar a
su tío y los cuñados había llegado. Ellos querían una explicación.
Bajó las escaleras y se dirigió al escritorio del tío. Respiró hondo y golpeó la
puerta. Por primera vez sería forzada a admitir su deficiencia delante de los
demás. El problema que había intentado ocultar toda su vida acababa por llevarla
a aquel momento profundamente doloroso.
Al entrar al escritorio, Rudolf se apuró a ayudarla a acomodarse en el sillón
delante del escritorio de Magno. Felizmente, su tía estaba allí y podría testificar su
incapacidad.
—Tío, tienes que hacer que Alexander oiga lo que tengo que decirle —pidió.
—Soy inocente de las acusaciones que hizo.
—Él está demasiado enojado como para dar oídos a lo que sea. Tal vez, con el
paso del tiempo él logre pensar con más claridad.
Magno miró a Victoria
—¿Por qué no me cuentas que sucedió?
—No sé qué sucedió.
—¿Estabas en la casa de los Philbin?
—Sí.
—¿Por qué fuiste hasta allí?
—Porque no puedo leer, escribir ni calcular. Tía Roxanne siempre lo supo. Las
letras y los números se mezclan en mi cabeza. No logro siquiera distinguir derecha
e izquierda. —Victoria se sacó los zapatos y mostró la letra “i”marcada en la suela
—Angélica y Samantha me marcan los zapatos. Tuve vergüenza de hablar sobre mi
problema con Alexander. Les imploré a los hermanos Philbin que me enseñaran a
leer y escribir en secreto, porque quería ser mejor para mi marido. Los dos
siempre estaban presentes durante las clases, excepto ayer.
—Discúlpame, Victoria —Magno comprendía lo difícil que era para su sobrina
admitir una incapacidad con la que había luchado por mantener oculta toda la
vida. —Todo lo que me dijiste hasta ahora no explica el hecho de haber sido
hallada desnuda en la cama de otro hombre.
—Recibí este mensaje, pero no podía leerlo —ella extendió el papel al tío,
para que pudiera examinarlo. —Entonces le pedí a Diana Drummond que lo leyera
para mí.
—Yo sabía que Venetia estaba por detrás de todo este escándalo —comentó
Robert.
—Imaginé que Alex ya sabía de mi problema de alguna forma —Victoria vio el
tío pasar la nota a Robert y después a Rudolf.
—Escribí esta carta para Alex mientras Barnaby preparaba un té —Victoria
entregó el segundo papel a su tío.
—Continúa —dijo Magno.
—Empecé a sentirme muy somnolienta mientras tomaba el té, y Barnaby
Philbin sugirió que me acostara para descansar, en la habitación de al lado.
Garantizó que me llamaría cuando Alex llegara —Victoria miró a los parientes de
frente. —Si no me creen, pregúntenle al señor Philbin.
—Los hermanos Philbin se fueron de Londres —informó Magno.
Sin saber qué hacer, Victoria enterró la cara en sus manos y lloró. Aquello era
lo que llamaban infelicidad.
—Alexander considerará la situación más racionalmente dentro de unos días.
Además de eso, soy más influyente que tu marido y podré hacer con que los
procedimientos del divorcio se atrasen meses. Creo que podré persuadir a las
autoridades a concedernos una audiencia informal, antes siquiera de pensar en
crimen por adulterio —Magno hizo algo poco habitual: acarició el cabello de
Victoria. —Esto te dará la oportunidad de explicarle a tu marido como se dio todo.
—Alguien planificó toda esta emboscada, para que pareciera que Victoria era
infiel —concluyó Rudolf. —Probablemente, los hermanos fueron usados por quien
sea que quiera el mal de Victoria.
—Venetia y Diana Drummond conspiraron contra Victoria —Robert no tenía
dudas sobre eso. —Nadie podrá convencerme de lo contrario.
—Diana tiene los ojos en Alex —dijo Victoria. —Venetia y ella usarán el
tiempo en que estemos separados para envenenarlo aún más contra mí. ¿Qué voy
a hacer si Alexander no me cree?
—Debes prepararte para lo peor, querida —aconsejó Magno. —De acuerdo
con la ley, tu bebé pertenece a su padre. No tengo dudas que el conde te quitará
al niño y que la sociedad te rechazará para el resto de tu vida.
Al oír lo que el tío decía, Victoria estalló en sollozos y necesitó de la ayuda de
su tía y cuñados para volver a sus aposentos.
En el lugar del corazón de Victoria, que antes estaba ocupado por Alexander,
había ahora un profundo e inmenso vacío. Desprovista de cualquier esperanza,
ella pasó la primera semana en la casa de sus tíos, sin tener contacto con ninguna
persona.
No quería ver ni conversar con nadie. Su rutina diaria se había resumido ahora
a períodos alternados de sueño agitado y desesperación.
Durante la segunda semana, ella deambuló por la casa como sonámbula,
triste y sin fuerzas para luchar contra lo que el perverso destino tan temprano le
había reservado.
A veces, se sentía tentada a pedirle a Tinker que le leyera la columna social del
Times. ¿Quién sabe alguna noticia no le traería algún aliento? El sentido común,
en cambio, le recomendaba que evitara hacerlo, bajo la amenaza de que
encontrara allí más razones para sufrir.
En el décimo cuarto día después de haber sido alejada de la casa y de la vida
de su marido, ella decidió que lo buscaría. Probablemente ahora, después de
transcurridas dos semanas, él estaría más calmado y dispuesto a oír lo que ella
tenía que decirle.
Se puso una capa negra de lana y cubrió su cabeza con una capucha. Sería
mejor que no dejara sus cabellos rojos a la vista, pues alguien podría reconocerla y
tratarla con desprecio. Salió de la casa de su tío y se echó a caminar. Tenía un
largo camino por delante.
El aire frío anunciaba el término del otoño y el inicio del invierno. El viento
soplaba las hojas muertas a lo largo del camino que Victoria recorría y los troncos
desnudos de los árboles se asemejaban con escuálidos espectros que erguían sus
brazos débiles hacia el cielo tenebroso.
El melancólico escenario de aquel día de noviembre restó el poco optimismo
que le restaba a la joven condesa, quien un día había sido la imagen viva y
contagiosa de la alegría.
Cuando finalmente llegó a la mansión de Grosvenor Square, miró
detenidamente a aquel lugar donde había sido feliz y donde había vivido
inolvidables momentos de amor y risas. Buscando calmarse, bajó despacio el
camino que bordeaba el jardín de los fondos de la casa.
El sonido distante e irresistible de las vocecitas de Darcy, Fiona y Aidan atrajo
a Victoria como un imán. Sin pararse para reflexionar, ella entró al jardín por el
portón del fondo y allí permaneció en silencio, observando a las niñas jugar.
—¡Mamá Victoria! —Darcy divisó a la madrastra y corrió a abrazarla. Sus
hermanas la siguieron y se agarraron a ella, quien un día había sido compañera de
juegos y que tanto cariño les había dado.
Victoria se arrodilló y abrazó a las niñas, apretándolas junto a su pecho.
—Te extrañé, mamá Victoria —murmuró Darcy.
—Yo también, querida. Sentí mucho la ausencia de ustedes, mis tres amores.
—¿Para dónde fuiste? —Preguntó Fiona.
—Estoy pasando unos días con tía Roxanne. Ella está enferma.
—¿Ella se morirá? —Quiso saber Aidan.
—No, no. Tiita se pondrá bien pronto.
—Quiero a tía Roxanne —Darcy besó el rostro de Victoria. —pero a ti te
quiero más.
—Y yo las amo mucho, mis queridas —volvió a abrazar a las niñitas.
Mientras se preguntaba se debía o no entrar a la casa, Victoria levantó la
mirada y se dio de frente con el bulto de Diana Drummond, que la observaba
desde el ventanal del despacho de Alexander.
La puerta que daba al jardín se abrió, de repente y entonces ella comprendió
el error que había cometido en ir hasta allí. Divisó a su marido, que caminaba
apurado en dirección a sus hijas, pareciendo de verdad contrariado.
—Alex, yo... —intentó decir Victoria.
—Vengan con papá, niñas —llamó él, ignorándola. —Las niñeras las llevarán a
tomar un chocolate caliente.
—Alex, tú mismo dijiste que esposa y esposo se pertenecen uno al otro, no
importa qué suceda —ella lo siguió por el jardín. —Necesito hablar contigo.
—¡Esto es invasión de la propiedad privada! —Dijo él. —Instruiré a las niñeras
para que no permitan que te aproximes a mis hijas, en caso de que seas lo
suficiente insensata como para volver.
—¡Por favor, escucha lo que tengo que decirte! ¡Es muy importante! ¡Tienes
que darme una oportunidad! —Imploró Victoria, mientras las lágrimas escurrían
por la cara.
—Si quieres, habla con mi abogado. Es lo más cerca que podrás estar de mí
ahora. Y no oses volver a mi casa, si tienes un mínimo de decencia y amor propio.
Con esas palabras, el conde entró en la mansión y golpeó la puerta con un
estruendo.
Estupefacta, Victoria permaneció allí mirando hacia la puerta, estática.
Después de algunos minutos se alejó, con los hombros curvados y la cabeza gacha,
y retomó el camino que llevaba a la casa de sus tíos.

***

Cinco semanas de intenso sufrimiento le sucedieron. Embarazada de cinco


meses, Victoria comenzaba a sentir los movimientos del bebé, sobre todo por la
noche, cuando se acostaba. Con cada movimiento del niño, la soledad se alejaba
momentáneamente para retornar luego. ¡Cómo había soñado compartir aquellos
momentos con Alexander!
En la mañana de Navidad, mientras miraba por la ventana de su cuarto los
primeros copos de nieve que caían en el jardín, ella trató de imaginarse la alegría
que aquella visión encantadora traería al semblante de sus hijastras.
Aunque no tuviera el hábito de ir a la iglesia los domingos, estaba
determinada a hacerlo en el día de Navidad. Estaba segura que Alex iría a la capilla
de Audley y llevaría a las niñas consigo. Prometió que se conformaría con ver a las
niñas de lejos. Llegaría después del inicio de la ceremonia y se sentaría en el
último banco, para poder contemplar a su familia sin que nadie pudiera impedirla
de hacerlo.
Una hora después, ella entraba en silencio en la capilla y se acomodaba en un
lugar vacío en el último banco. Alexander ocupaba el primer banco adelante, al
lado de sus hijas. Con ellos, estaban Harry Gibbs, Venetia y Diana.
Victoria notó que las niñas estaban sentadas entre su padre y Diana, como si
formaran una familia de verdad. Dedujo que había sido rápidamente substituida
por la viuda.
Con el final de la ceremonia acercándose, deseando no ser vista, se levantó
del banco y se alejó hacia un rincón más oscuro de la capilla. Sentía que el cuerpo
entero le temblaba mientras observaba a Alex y las niñas saliendo hacia la calle.
Permaneció aún en la capilla por algunos minutos, para darle tiempo a Alex y
a la familia de tomar el carruaje, para salir después.
Se colocó la capucha en la cabeza, escondiendo su cabello brillante, para no
llamar la atención.
Demasiado tarde.
—¡Mamá Victoria! —Darcy saltó del carruaje y corrió en su dirección.
Alexander fue atrás de su hija y la puso de vuelta en el carruaje. En seguida,
volvió hacia donde estaba Victoria.
—¿Por qué estás aquí? —Preguntó.
—Quería verte y ver las niñas —respondió con sinceridad. —Hice lo posible
para que ellas no me vieran.
—¿Y por qué querías verme?
—Porque te amo —murmuró ella, sabiendo que no había como ocultar lo que
era evidente en su mirada.
El conde pareció flaquear, y la expresión de su rostro se suavizó.
—¿Alex, vienes? —Llamó Diana, desde el carruaje.
—¿Diana es mi sustituta? —Victoria hizo un gesto con la cabeza en dirección
al carruaje.
Alexander se encogió de hombros.
—Tal vez.
—¡Las niñas tienen frío! —Gritó la viuda por la ventana.
—Quédate lejos de mi familia —los labios de Alexander pronunciaron aquellas
palabras, pero no sus ojos.
—Feliz Navidad, Alex.
Las lágrimas turbaron la visión de Victoria. Ella se dio vuelta y comenzó a
caminar en dirección a la casa de sus tíos.
—¡Victoria! —Llamó Alexander. —¿Dónde está el carruaje de tu tío?
—Vine a pie.
—¿Tu tía permitió que vinieras caminando con este frío, aún más en tu
estado?
—Mis tíos fueron a pasar las fiestas al campo.
—¿Y tus hermanas?
—También fueron.
—¿Y tú estás pasando la Navidad sola? ¿Por qué no fuiste con ellos?
—Ya te dije, quería verte —sonrió tristemente. —Adiós Alex.
Y entonces ella se alejó, volviendo a casa.

***

Las semanas pasaban, y Victoria pedía al cielo que los contactos de su tío le
consiguieran una audiencia informal, antes que Alexander solicitara a la justicia
con un pedido de divorcio.
Si ganaba la causa, su marido pediría la custodia del niño, luego del
nacimiento. Ella no dejaría que eso pasara. Huiría con el bebé si eso fuera
necesario.
Casi dos meses después, Victoria entraba en el séptimo mes de embarazo. Por
insistencia de Samantha y Rudolf, estuvo de acuerdo en salir un poco de la casa, y
fueron a la ópera.
—No te preocupes —dijo Samantha, durante el trayecto hasta el teatro.
—Busca relajarte y divertirte —Rudolf intentó alegrarla. Los recuerdos que
Victoria guardaba de la ópera no eran los mejores. Nada, en cambio, la había
preparado para lo que sucedería aquella noche.
Apenas había pisado en el zaguán del teatro, sintió las miradas de
desaprobación de la sociedad presente sobre ella. Se arrepintió inmediatamente
de haber ido a aquel lugar. Levantó la cabeza y los hombros y atravesó el
vestíbulo.
Era probable que todos allí supieran que Alexander pretendía divorciarse por
causa de un supuesto crimen de adulterio. Cercada por su hermana y por su
cuñado, llegó al pie de la escalera que llevaba a los palcos particulares. Entonces
oyó una voz que le era familiar. Era Miriam Wilmington.
—¡Esta adúltera es más atrevida de lo que suponíamos! —Dijo la mujer, con
un tono alto.
—¡Pobre conde Emerson! —Exclamó otra voz. —Oí decir que el bebé es de
otro hombre.
Victoria se tensionó al oír aquellos insultos dirigidos a su bebé. No le
importaba ser blanco del veneno de aquella gente, pero que no mencionaran a su
hijo.
—Continúa caminando —susurró Rudolf mientras la protegía con el cuerpo.
Al entrar en el palco del príncipe Rudolf, las miradas de los presentes se
volvieron hacia Victoria.
—¡Oh, no! —Exclamó Samantha.
—No es posible —agregó Rudolf.
En el palco de la derecha estaban Alexander, Diana, Venetia y Harry.
—Diana está usando el anillo que le di a Alex como regalo de casamiento —
susurró Victoria a su hermana.
—Canalla —Samantha se sintió indignada.
—Lo siento mucho querida —Rudolf apretó la mano de su cuñada. —pero
salir ahora sería aún peor.
Victoria no podía dejar de mirar para la galería de al lado. Todas las veces que
lo hacía, en cambio, se encontraba con los ojos de Alexander fijos en ella.
Decidió que esperaría solamente hasta el intervalo de la ópera. Nadie notaría
si ella saliera en el segundo acto.
¿Por qué la sociedad aceptaba las transgresiones morales de Alex mientras
ella era crucificada por meros rumores?
El intervalo llegó, era la hora de ver y de ser visto, para la mayoría de las
personas. Mirando hacia atrás, Victoria vio a Lord Russel, quien conversaba de
negocios con Rudolf. A su lado estaba Lydia Stanley.
—Buenas noches, princesa —la mujer saludó a Samantha. —¿Cómo está tu
familia?
—Los niños están muy bien. ¿Te acuerdas de mi hermana, Victoria? —
Preguntó Samantha, intentando darle alguna naturalidad a la situación.
Lydia miró a Victoria como si fuera un insecto repulsivo.
—Bien, necesito saludar a algunos amigos —miró en dirección a Alexander,
antes de salir del palco.
Victoria estaba pálida, tal era la incomodidad que la actitud de aquella mujer
le causaba. Alguien que ocupaba uno de los palcos próximos aplaudió la actitud de
Lydia Stanley.
—¡Bravo, marquesa!
Venetia y Diana se divertían, riendo, así como lo hacían muchos de los
presentes. Victoria miró fijamente a Alexander, como acusándolo por ser el
culpable de la humillación pública que sufría.
Él parecía triste, pero ella no sentía pena. Su marido había permitido e incluso
fomentado la divulgación de rumores vergonzosos sobre la madre de su hijo que
estaba por nacer. Con eso, lanzaba una sombra nefasta sobre la paternidad de su
propio hijo. Jamás lo perdonaría por haber hecho aquello.
—Les agradezco los esfuerzos que hicieron para alegrarme, pero no tengo que
continuar aquí —les dijo a la hermana y al cuñado.
—Te llevaré hasta el carruaje —se dispuso Rudolf.
—Prefiero ir sola —ella agradeció al cuñado, levantó la cabeza y salió de la
galería.
—¡Victoria! —La voz de Alexander llegó a sus oídos. —Lo siento mucho.
—¿De veras? —dudó ella.
—Deberías haber pensado muy bien antes de venir a un evento social —sus
palabras arruinaron el pedido de disculpas que acababa de hacer.
—Te agradezco por querer dejarme las cosas claras —ironizó ella, amargada.
—Voy a acompañarte hasta el carruaje.
—Puedo hallar sola el camino. En cuanto a ti, es mejor que vuelvas rápido
para Diana. Ella puede enojarse por haberla dejado sola.
—Tú estás esperando a mi hijo, Victoria —miró a su vientre. —Insisto en
acompañarte.
Victoria casi replicó si él tenía tanta seguridad que el hijo era de él, pero no
tenía más fuerzas para seguir con aquella discusión y dejó que él hiciera lo que
quería.
Bajaron al vestíbulo en absoluto silencio, bajo la mirada de varios curiosos.
—Recibí la convocatoria para una audiencia informal para el primer día de
abril —informó Alexander, al llegar a la vereda.
—Ya lo sabía —Victoria no se resistió y continuó. —¿Cómo están las niñas?
—Están bien. Sienten tu falta, claro. A pesar de nuestros problemas, te estaré
agradecido siempre por haber traído a mis hijas para casa.
—¿Diana las quiere?
—No tiene ningún sentimiento especial hacia las niñas. Para ser franco, las
niñas no la quieren, ni a Venetia. Las dos nunca juegan con ellas, al contrario de lo
que hacías tú.
Cuando el carruaje llegó, él ayudó a Victoria a que entrara. En seguida, le dio
instrucciones al cochero.
—Victoria...
Lo que fuera que Alexander quería decirle había quedado en el aire. Ella se
controló para no mirar atrás y ver, una vez más, al hombre que amaba.
CAPÍTULO X

Al fin, el mes de marzo a su término, anunciando la primavera. El primer día


de abril estaba próximo. Victoria estaba decidida a intentar una vez más, hablar
con Alexander. ¿No podría ahorrarse la humillación de la desagradable audiencia?
Había planeado ir hasta la mansión un jueves, mientras su marido se
preparaba para ir a la ópera. Al menos, de esa forma, no tendría que soportar la
presencia de Diana y Venetia, quienes también estarían arreglándose.
El último jueves antes de la audiencia había amanecido frío y húmedo.
Vistiendo una capa de lana negra, cubrió su cabeza con la capucha y se dispuso a
caminar.
Con más de ocho meses de embarazo, se sentía optimista con la posibilidad
de poder hablar con su marido.
Cuando finalmente llegó a la mansión, subió por la escalera del frente. Antes
mismo que ella golpeara, la puerta se abrió.
—Bienvenida, condesa —Bundles la saludó con una amplia sonrisa. —Mi Lord
está arriba, preparándose para ir a la ópera.
—Gracias —entregó la capa al mayordomo, cruzó el hall de entrada y subió las
escaleras con esfuerzo.
No había estado allí desde la terrible mañana de noviembre. Al llegar a la
puerta del cuarto de Alexander, dudó. En un esfuerzo por vencer sus recelos,
respiró hondo y abrió la puerta sin golpear. El conde estaba de pie, de espaldas a
ella, acomodando la corbata. El corazón de Victoria latió acelerado.
Estaba a punto de llamarlo, cuando la puerta del vestidor se abrió. ¡La viuda
Drummond entraba al cuarto de Alex!
—¿Iremos al baile de los Webster después de la ópera, querido? —Preguntó
Diana, mientras se ponía el collar de diamantes de Victoria en su cuello.
Victoria sintió que la sangre se helaba en sus venas. Alex quería el divorcio por
sospecha de adulterio mientras él tenía una prostituta ocupando el cuarto que
debería ser de su esposa.
De repente, él se dio vuelta y vio a Victoria de pie detrás de él. Sus ojos
bajaron para ver el vientre protuberante de la esposa.
—¿¡Cómo osas entrar aquí?! —Gritó Diana colérica. Sin esperar un segundo
más, Victoria giró en sus talones y bajó las escaleras, tan rápido cuanto su
condición se lo permitía. Escuchó a Alex llamarla por su nombre, pero no paró ni
miró atrás.
—Entrégale esto a tu patrón. Que le de las joyas a aquella mujercita —Victoria
colocó su anillo de casamiento en la mano de Bundles y salió de la mansión.
La lluvia se mezclaba con sus lágrimas, mientras volvía la casa de sus tíos
Momentos más tarde, Alexander bajaba la escalera apurado. En el camino hasta la
puerta, encontró al mayordomo, quien sostenía la capa de Victoria.
—¿Dónde está mi esposa? —Preguntó.
—La condesa se fue, señor.
—¿Sin su capa?
—Sin su capa y a pie.
—¿Me estás diciendo que mi esposa embarazada caminó hasta aquí bajo
lluvia?
—Así parece.
—¿La pelirrojita impertinente ya se fue? —Interpeló Diana Drummond. —Tal
vez no necesites tomarte el trabajo de entrar con una acción de divorcio. ¿Quién
sabe no se agarra una neumonía y se muere?
—Lady Victoria pidió que le diera esto a la Sra. Drummond —Bundles entregó
a Alexander el anillo de casamiento. —¿No tiene conciencia del mal que le está
haciendo a la condesa? ¿No le resta una pizca de sentimiento por ella, ni siquiera
piedad? Me estoy despidiendo, señor. Contrate a otro mayordomo, si quiere.

***
El primer día de abril llegó, por fin. Por cinco meses, los minutos parecían
arrastrarse por horas y los días demasiado largos para Victoria.
—¿Dónde está el Sr. Howell? —Quiso saber ella.
—Nos encontrará en el tribunal —informó Magno.
Minutos más tarde, el carruaje estacionaba delante del lugar de la audiencia.
Una muchedumbre agitada y ruidosa se comprimía delante del edificio.
—¿Quiénes son estas personas? —El pánico tomó cuenta de Victoria, el
pensar que tendría que pasar en medio de aquella gente.
—El pueblo está curioso y ansioso por ver a la condesa acusada de adulterio
—explicó Magno. —Los pecados de los ricos atraen al público y venden diarios.
—Nosotros te protegeremos —Rudolf tomó la mano de Victoria y la besó
como le haría a una hermana.
El cochero abrió la puerta del carruaje. Magno bajó primero, seguido por
Robert. Por último bajó Rudolf, quien ayudaba a Victoria a salir de allí con
seguridad.
—¡Es ella! —Alguien gritó en medio de la muchedumbre.
—¡La condesa adúltera!
Victoria se encogió, asustada. Rudolf pasó el brazo en torno de ella y siguieron
adelante. Una piedra venida de la muchedumbre golpeó a Victoria en la cara, y
ella comenzó a sangrar. Rudolf intentaba protegerla, mientras Magno y Robert
abrían camino entre la gente.
Victoria temblaba cuando, finalmente, llegaron al interior del edificio.
—Vas a sobrevivir —intentó calmarla Rudolf, mientras examinaba la herida. —
Vamos a limpiar esta sangre.
—No, deje que ella entre en la sala de audiencia antes —aconsejó el abogado.
—embarazada y apedreada por una salvaje muchedumbre, Victoria se ganará en
seguida la simpatía de los jueces.
—Excelente idea —asintió Magno.
Rudolf y Robert llevaban a Victoria hasta el sitio que ella ocuparía durante la
audiencia. Del otro lado del corredor, Alexander y su abogado, Charles Burrows la
miraban. Venetia, Diana y Harry se sentaban detrás del conde.
Victoria se acomodó con dificultad en la silla. Humedeciendo un pañuelo en
agua, Rudolf limpió la sangre del rostro de la cuñada y le pidió que sujetara el
pañuelo sobre la herida por unos instantes.
Reusándose a nutrir esperanzas en lo que respectaba al resultado de la
audiencia, mantuvo los ojos bajos. No quería ver a nadie, mucho menos a Alex. Al
final, aquella audiencia era el primer paso para la disolución del casamiento.
—Pensé que tendríamos un procedimiento informal aquí —le dijo Magno al
abogado. —¿Por qué hay personas del pueblo presentes?
—“Informal” no quiere decir “privado” —Decenas de curiosos y periodistas
ávidos por conseguir una noticia sensacionalista llenaron el recinto.
En silencio, Victoria pensaba en la vergüenza que sería admitir su incapacidad
delante de toda aquella gente.
—¿Qué sucedió? —Alexander le preguntó a Rudolf. Se sentía perturbado por
la falta de privacidad de la audiencia.
—La condesa fue apedreada por la multitud afuera. Todos la consideran una
adúltera —las palabras de Rudolf dejaban entrever la decepción que el conde le
había causado a la familia y el mal que había hecho y que aún le hacía a Victoria.
—No pensé que...
—No te hagas el inocente —ironizó Robert, desafiando a Alexander. —
Contrataste a personas para incitar a esa banda de imbéciles salvajes a la
violencia.
—¡No tuve nada que ver con eso!
—¡Puede verse claramente el trabajo de “la encarnación del mal” para
proteger a su hermanito y de esa maldita viuda negra! —Disparó Robert, furioso e
indignado.
—Venetia y Diana jamás...
—¡Déjanos en paz y vuelve con tu gente conde Emerson! —Victoria no pudo
contenerse más. —Yo debería saber que un Emerson no podría hacerle bien a un
Douglas. Ya era hora de que yo aprendiera la lección.
—Jamás deberíamos habernos casado —declaró Alexander.
—Esa es la primera cosa acertada que dijiste en los últimos cinco meses.
Cuando sepas la verdad, no me busques. Nunca te perdonaré por el mal que me
has hecho todos estos meses.
—Dudo que tenga de qué disculparme al final de esta audiencia.
—Vas a implorar por mi perdón, Alexander, de la misma manera que yo
imploré que me escucharas.
—Mi sobrina tiene más de ocho meses de embarazo, conde —intervino
Magno. —No la amargues más de lo que ya lo hiciste.
Alexander volvió a su lugar en el tribunal, pero sus ojos estaban fijos en
Victoria.
—Déjame sostener tu capa, querida —el vestido de un blanco virginal sobre
su enorme vientre fue la elección ideal.
Robert buscaba dar cariño y esperanza a la cuñada en aquel momento difícil.
—Todos de pie —ordenó el alguacil.
Así que las personas se levantaron, tres jueces entraron en el lugar, yendo a
ocupar sus lugares.
—Pido a los abogados que se acerquen —el juez presidía la audiencia. —
Déjenme recordarles que esta es una audiencia informal y no un juicio. Por lo
tanto, ordeno que se comporten de manera adecuada. Sr. Burrows, presente las
pruebas de su cliente.
—Le pido al conde Alexander Emerson que se acerque, para que demos inicio
a esta audiencia —llamó Burrows.
Alexander atravesó el salón, yendo a sentarse en el banco de los testigos.
—Conde Emerson, háblenos de los acontecimientos del día en cuestión.
—Volví a mi casa cerca de las cinco horas de la tarde. Mi hermana, Venetia
Emerson Gibbs, y Diana Drummond estaban en mi biblioteca —la voz sonaba clara
y fuerte. —Cuando les pregunté por mi esposa, ellas me informaron que la
condesa había salido luego de haber recibido una nota por correo.
—Ésta es la nota, señores jueces —Burrows pasó el papel a los jueces, para
que fuera examinado. —Mi cliente pide que el contenido del mensaje no sea leído
en voz alta, afín de ahorrarle vergüenza. En fin, esto aún no es un juicio.
—¿Le gustaría leer la nota, Sr. Howell? —El juez le preguntó al abogado de
Victoria.
—No será necesario —la respuesta de Howell sorprendió a todos, excepto a la
familia de Victoria.
—¿Está seguro de eso? —Insistió el juez.
—Esa nota nada tiene que ver con la verdad de los hechos de aquel día —
declaró Howell confiado.
Hubo tumulto en la galería. La gente gritaba, ululaba, comentaban y decían
palabras ofensivas. Ciertamente, Robert había acertado al decir que alguien había
contratado a aquellas personas para perturbar el orden.
—¿Estás sugiriendo que la nota es un fraude pensado por mi cliente? —Había
indignación en la pregunta de Burrows.
—No, señor Burrows —Howell sonrió para el colega. —Estoy afirmando que
esa nota fue pensada por una tercera persona.
—Sigamos con la audiencia, señores —fue la orden del juez.
—Seguí inmediatamente para la casa de los hermanos Philbin, que era la
dirección señalada en la nota —Alexander retomó la declaración. —La puerta del
frente estaba sin seguro. Entré y busqué a mi esposa. La encontré acostada,
desnuda y dormitando en una cama de soltero. Quise despertarla, pero estaba
embriagada.
Victoria mantenía la mirada sobre su vientre. Alex, una vez más, había
reducido a cenizas su reputación.
—¿Mi Lord reconoce el bebé que ella carga en su vientre como suyo?
¡Dios del cielo! Aquello era más de lo que Victoria podía esperar. Se sentía
cada vez más triste y decepcionada.
—Sí, reconozco que el bebé es mío —afirmó Alexander. —Victoria quedó
embarazada luego del casamiento.
—No tengo más preguntas —declaró Burrows, alejándose del banco de los
testigos y retomando su lugar.
El juez llamó a Howell, el abogado de Victoria.
—Finalmente, me veo frente a frente con el hombre del cual tanto he oído
hablar —Howell le sonrió a Alexander, quien parecía ahora incómodo. —Conde
Emerson, mi cliente y yo no tenemos que estar disconformes con su declaración,
excepto en lo que respecta a la supuesta embriaguez de la condesa. Creo que
ignora buena parte de lo sucedido. Me gustaría, por lo tanto, dirigirle algunas
preguntas de naturaleza personal.
—No tengo nada que ocultar —dijo Alexander.
—¡Objeción! —Gritó Burrows. —Mi colega no puede...
—Siéntese, abogado —ordenó el juez con firmeza. —esto es una audiencia
informal, no un juicio. Prosiga Howell.
—Gracias. Conde Emerson, ¿cómo describiría, en pocas palabras, su relación
con su hermana, Venetia Emerson Gibbs?
—Hasta hace poco tiempo atrás, nuestra relación era complicada —admitió
Alexander. —Nos volvimos más cercanos desde que ella volvió de Australia con su
marido y cuñada.
—¿Y cómo describiría, la relación entre Venetia Emerson y Diana Drummond?
—Son grandes amigas, creo.
—¿Lo suficiente para que su hermana desee que ella se convierta en la
condesa Emerson?
Hubo nuevo tumulto en la galería.
—Si está sugiriendo...
—No estoy sugiriendo nada —Howell interrumpió lo que Alex iba a decir. —
Estoy solamente pidiéndole una opinión.
—En ese caso, diría que mi hermana, Venetia, desea lo mejor para su cuñada.
—¿Por qué se casó con Victoria Douglas, conde Emerson?
Victoria y Alexander se miraron.
—Para honrar un acuerdo hecho entre la tía de Victoria la duquesa de
Inverary y yo. Acepté el acuerdo para redimir daños causados por mi fallecido
padre a la familia Douglas.
—¿Usted me está diciendo que no fue un casamiento por amor? —Howell
miró a Victoria, quien lloraba en silencio.
—No fue un casamiento por amor. No había amor —la voz de Alexander se
había vuelto vacilante.
—¿Está hablando por usted mismo o también por lady Emerson?
—Creo estar hablando también por ella.
—Hay una historia de acontecimientos negativos alrededor de los Emerson y
los Douglas, que usted alega haber intentado reparar. ¿Correcto?
—Sí.
—¿Quiénes son las tres niñas que viven con usted?
—Las niñas son mis hijas, con tres ex amantes —afirmó Alexander.
—¿Cuántos años tienen?
—Cinco.
—¿Tres hijas de cinco años de tres mujeres diferentes? ¿Tres hijas en un solo
año?
—Sí.
—¡El conde es un galán! —El comentario, seguido de risas, vino de la galería.
El juez pidió silencio, golpeando con el martillo sobre la mesa.
—¿Por qué sus hijas fueron a vivir con usted? —Howell retomó el
interrogatorio.
—Fueron abandonadas en la puerta de mi casa por sus madres.
—¿Antes o después de su casamiento con Victoria Douglas?
—Después.
—¿Ya se preguntó por qué las tres madres abandonarían a sus hijas en un
espacio de tiempo tan corto? Al final, por lo que es de mi conocimiento, no lo
habían perturbado anteriormente. ¿Es correcto esto?
—Creo que alguien les dio dinero para intentar arruinar mi casamiento.
—¿Y eso sucedió?
—La llegada de las niñas no alejó a mi esposa de mí. Para mi sorpresa, ella
acogió a las niñas con mucho amor —Alexander miró a Victoria. —Ella expresó el
deseo de que las niñas se quedaran permanentemente con nosotros, ya que soy el
padre, y ellas hermanas entre sí.
—Actitud loable de la condesa Emerson, ¿no?
—Sí, estoy de acuerdo.
—A propósito, ¿su hermana volvió de Australia antes o después de su
casamiento con lady Victoria?
—Dos semanas antes creo.
—¿El contrato ya había sido firmado y los planes del casamiento concluidos,
cuando la Sra. Venetia Gibbs llegó?
—Sí.
—¿Cuándo llegó su primera hija a la mansión?
—Tal vez, dos o tres semanas después del casamiento.
—Gracias, conde Emerson. Sin más preguntas —Howell volvió a sentarse al
lado de su cliente por un instante.
—Sr. Burrows —el juez se dirigió al abogado de Alexander, a fin de saber si no
tenía más preguntas.
—No tengo más testigos.
Howell volvió al frente del salón.
—Llamo a lady Victoria Douglas Emerson, condesa de Winchester, a declarar.
Hubo un rumor general en la galería y, en seguida, un absoluto silencio inundó
el lugar. Todos querían oír a la joven condesa que, con la ayuda de los cuñados, se
levantaba de la silla y caminaba hasta el asiento de los testigos, con la mano sobre
el vientre.
El traje blanco de Victoria realzaba su juventud. Su cara, en cambio, estaba
pálida y aparentaba sufrimiento. Sobre los grandes ojos azules había ahora marcas
oscuras, pruebas de noches mal dormidas y cansancio.
—Lady Emerson, trate de relajarse —aconsejó Howell después que el alguacil
trajo un asiento más cómodo para ella. —Intentaremos poner fin a estos
interrogatorios hoy y no después que el bebé haya nacido. Por favor, condesa,
díganos, ¿cómo conoció a los hermanos Philbin?
—Phineas y Barnaby Philbin son los tutores de mis sobrinos.
—¿Cuál es su conexión con ellos, además de esa?
Victoria respiró hondo. La hora de la verdad había llegado, y lo mejor era
terminar luego con aquello.
—Los hermanos Philbin eran mis profesores —miró a Alexander, que la
miraba con aire de descreimiento.
—¿Cuándo, cómo y por qué los contrató para que le enseñaran?
—En junio pasado, antes de mi boda con el conde Emerson, visité a los Philbin
y pedí que me enseñaran. Impuse una condición, antes que empezaran a trabajar
para mí.
—¿Qué condición era esa?
—Que no comentaran sobre las clases con nadie. Las clases eran los jueves
por la tarde, con los dos hermanos Philbin presentes.
—¿Y por qué era importante que nadie supiera de las clases?
—Mi... Mi limitación siempre fue una vergüenza para mí.
—¿A qué limitación se refiere?
Algunos instantes de silencio sepulcral le siguieron.
—Por favor, responda condesa Emerson. ¿A qué incapacidad se refiere? —
Howell repitió la pregunta.
—No puedo leer, escribir ni calcular. Soy una incapaz —Victoria comenzó a
llorar.
—Cálmese, mi Lady —le trajeron un vaso de agua. —¿Qué quiere decir con
“incapaz”? —Howell retomó el interrogatorio.
—No puedo leer, quiero decir, las letras y los números se confunden en mi
mente. Y no sé distinguir derecha e izquierda. Me pierdo fácilmente cuando
camino sola por la calle. Mi tía y mis hermanas trataron de enseñarme, pero nunca
pude aprender. Había desistido de intentar, hasta que… —Victoria dudó. —…
hasta que supe que me casaría con el conde. No quería que el supiera de mi
problema y desistiera del acuerdo. Yo quería de verdad casarme con él.
—¿Hace cuánto tiempo sufre con ese problema para aprender?
—Tuve esa dificultad toda la vida.
Victoria miró a Alexander, que en aquel momento le sonreía. Ahora él
recordaba: el juego de croquet, de cartas, la lectura del Times, el eterno olvido de
los lentes.
—¿Cómo acostumbraba ir a la casa de los Philbin, condesa Emerson?
—A pie.
—¿Por qué no usaba el carruaje?
—Porque el cochero le contaría a Alexander sobre las clases y él descubriría
mi incapacidad.
—¿Salía de la casa por la puerta del fondo?
—No, por la puerta del frente. Bajaba las escaleras entonces doblaba a la...
derecha o izquierda, no sé decirle.
—¿Quiere decir que no salía escondida?
—No, las personas en la calle podían verme, así como los empleados de la
mansión.
—¿Está diciendo que si alguien quisiera descubrir a donde iba los jueves
bastaba con seguirla?
—Exactamente.
—¿Tuvieron éxito los Philbin en enseñarle a leer?
—Ellos me enseñaron algunas estrategias de lectura y elogiaron mi
entusiasmo por aprender.
—Tales estrategias de lectura ¿fueron eficaces para su aprendizaje?
—Yo practicaba dos horas todos los días, pero todo lo que lograba era
agarrarme un buen dolor de cabeza —el tono de voz de Victoria reflejaba
decepción consigo misma.
—¿Dijo que no sabe distinguir entre derecha e izquierda?
—Es cierto. Mis hermanas marcan la suela del zapato izquierdo con una “i”
para que no confunda mis pies.
Se oyeron risas en la galería.
—¿Podría mostrarnos la suela de su zapato? —Pidió Howell.
—No puedo alcanzar mi pie —Victoria miró su vientre.
Esta vez se repitieron las risas, pero había un nuevo tono en ellas. No eran
risas de burla, pero sí de simpatía con la joven condesa. Podría decirse que los
espectadores empezaban a quererla.
—Vamos a creer en la palabra de la condesa —decidió el juez.
—Gracias, magistrado —Howell prosiguió. —¿Cómo pagaba por las clases,
condesa Emerson?
—Les entregaba todo el dinero que mi marido me daba para los gastos
mensuales.
—¿No hubiera preferido gastar ese dinero en perfumes, adornos, cintas,
encajes o cosas de ese tipo?
—Yo necesitaba aprender a leer antes que esas cosas.
—¿Por qué?
—Porque quería ser capaz de leerle cuentos a mis hijos antes de ponerlos en
la cama. No quería que ellos tuvieran que leerme a mí —Victoria volvió a llorar. —
además...
—¿Además?
—Estaba harta de mentir. Quería poder ser yo misma... ser aceptada con
limitaciones.
—¿Mentir? —Repitió Howell. —¿Qué quiere exactamente decir con “mentir”?
—Yo estaba acostumbrada a decirle a las personas que había olvidado mis
lentes o que no sabía dónde estaban —Victoria suspiró y bajó la mirada por un
momento. —La verdad es que nunca necesité lentes. No hay nada de mal en mis
ojos, y sí en mi cerebro.
—Condesa Emerson, ¿puede decirnos, qué sucedió, de hecho, en el día de
aquel acontecimiento infeliz meses atrás?
—Mi marido había ido al White's con su cuñado, el señor Harry Gibbs, marido
de Venetia, y me pidió que recibiera a Venetia y Diana Drummond.
—¿Tiene buena relación con su cuñada?
—Ella me desprecia. Y el sentimiento es recíproco.
El silencio en la corte era tan profundo que casi podía hacer eco.
—Continúe, por favor.
—Venetia y Diana habían venido a usar la biblioteca, por lo menos fue lo que
dijeron. Minutos después de su llegada, el Sr. Bundles, quien era el mayordomo en
la mansión del conde, me entregó una nota que recién había llegado.
—Magistrado, este es el billete al que la condesa de Winchester se refiere —
Howell pasó el papel a los jueces. —con el permiso de los señores jueces, me
gustaría leerlo para que todos los presentes tomen conocimiento del mensaje en
él contenido —Los jueces devolvieron la nota a Howell. —Oigan: “Victoria;
encuéntrame en la casa de los hermanos Philbin a las cinco. Alex”. Como no sabe
leer, mi lady, no tenía idea que esta no era la caligrafía de su marido, ¿cierto?
—No, no sabía.
—¿Cómo, entonces, tomó conocimiento del contenido del mensaje?
—Diana Drummond leyó la nota para mí. Yo le dije que mis lentes estaban
quebrados y le pedí a ella que lo leyera.
En medio de lágrimas, Victoria miró a Alexander, que ahora encaraba a la
viuda.
Diana lo miró e hizo un movimiento negativo con la cabeza, antes de
levantarse y dirigirse a los jueces.
—¡La condesa Emerson está mintiendo! —Se defendió la viuda.
—¡Orden! —Mandó el juez.
Diana Drummond obedeció. Se sentó y miró a Venetia como pidiendo el
apoyo de su cuñada.
—Continúe condesa —retomó Howell. —¿Qué hizo en seguida?
—Pedí disculpas a las visitas, salí de la mansión y fui a la casa de los Philbin.
—Dígale a esta corte qué pasó en la casa de los Philbin, condesa.
—Phineas Philbin no estaba. El hermano más joven, Barnaby fue quien me
recibió. Él fue a preparar una taza de té, mientras yo escribía un mensaje de
Navidad para mi marido.
Ahora faltaba poco, pensó consigo misma Victoria y siguió.
—El té me dejó somnolienta. No lograba mantener los ojos abiertos. Entonces
Barnaby sugirió que me acostara para descansar un poco. Me acosté en una cama
de soltero, en un cuarto al lado de la habitación donde acostumbraba tener las
clases. Barnaby aseguró que me avisaría en cuanto mi marido llegara. Entonces
me dormí. Cuando desperté, estaba en mi cama en la mansión del conde. Fue él
quien me despertó. No tengo ningún recuerdo de lo que sucedió en ese tiempo
intermedio.
—Magistrados —Howell se dirigió a los jueces. —este es el mensaje de
Navidad que mi cliente le escribió a su marido —el abogado entregó el papel a los
jueces, que leyeron y devolvieron el papel al abogado de Victoria.
—Condesa Emerson, le pido que lea el mensaje en voz alta —el juez
encargado solicitó.
Usando el dedo índice para señalar las letras, Victoria leyó con evidente
dificultad:
—“ No-vien-dre. Mi pue-ribo ma-ri-bo A-lex. Te a-mo mucho. Fe-liz Na-vibad.
Tu es-qo-sa Vic-to-ria Con-be-sa de Win-ches-ter”.
—Es un bello mensaje, condesa —elogió el juez.
Victoria mordió su labio inferior, preocupada y avergonzada, mientras el
alguacil le entregaba la carta a Alexander, afín de que él pudiera leerlo. Él leyó y
releyó, detenidamente el billete, entonces la miró. Lágrimas bajaban por el rostro
de Alexander. ¿Sería posible que temiera que el hijo tuviera el mismo problema
que ella tenía? Si no, ¿por qué estaría llorando?
—¿Qué cree que haya llevado los acontecimientos de aquella malograda
tarde? —Indagó finalmente Howell.
—Yo sé qué causó todo este problema y me costó meses de infelicidad y
desesperación —declaró Victoria. —Los hermanos Philbin enviaron una carta a mi
tío, el duque de Inverary, en la cual relatan lo que sucedió. Una mujer
desconocida, sobornó a Barnaby Philbin, un jugador empedernido y lleno de
deudas, para que pusiera un somnífero fuerte en mi té. A cambio ella saldaría las
deudas de juego suyas y le daría una generosa suma de dinero. Pero, para eso, él
tendría también que quitarme mi ropa, mientras yo estuviera dormida. Entonces
Barnaby me dejó allí, para que mi marido me encontrara.
—¿Dónde está esa carta? —El abogado de Alexander se levantó y desafió. —
¡Vamos, quiero la carta de los hermanos Philbin! Mi cliente y yo tenemos ese
derecho.
—Los Philbin están escondidos pues temen por su propia vida —Howell
informó. —En caso de que haya un juicio, ellos darán su testimonio. La carta, cuyo
contenido es de conocimiento de los magistrados, esta guardada en un lugar
seguro, para la eventualidad de un juicio.
—Muy conveniente —ironizó Burrows.
—Condesa Victoria Emerson —retomó Howell. —¿Por qué no le contó todo
esto a su marido?
—Él se negó a oírme, mientras aún estaba en la mansión. Mi tío y mis cuñados
son testigos de ello. Después intenté hablar con Alexander dos veces —Victoria
miró al conde, mientras hablaba. —La primera vez que fui a buscarlo, él cerró la
puerta en mi cara, sin ningún respeto o consideración. A la segunda vez, o sea, la
semana pasada, fui a su casa y encontré al conde en sus aposentos con Diana
Drummond.
Hubo gran agitación en la galería. Todos hablaban al mismo tiempo, mientras
el juez volvía a golpear el martillo y exigir orden en el lugar.
Victoria veía irritación en el semblante de Alex. En cuanto a Diana, tenía el
rostro muy ruborizado. Después de todo el mal que le había hecho, ella ahora
sabría lo que era tener la reputación hecha pedazos, como ella había tenido.
—Condesa —prosiguió Howell. —¿Alguna vez fue infiel a su marido?
—Nunca.
—Una vez que sabía que la presente audiencia representaría una humillación
pública, ¿por qué insistió en venir y contar su versión?
—Porque nunca cometí adulterio... Quería tener una oportunidad de contarle
todo a mi marido, porque... yo lo amo.
—¿Ama al conde a pesar de que haya denigrado su reputación y causado
tanto sufrimiento?
—Sí, amo a Alexander.
—¿Cree que los daños causados a su casamiento con el aún pueden ser
reparados?
—No hay cómo reparar los daños. Pero él no logrará el divorcio basado en un
delito que no cometí —Victoria hablaba con firmeza y coraje, no como una niña
angustiada. —Si él quiere quedarse con Diana Drummond, tendrá que encontrar
otra forma de lograrlo.
—Sin más preguntas, magistrados —declaró Howell, finalizando el
interrogatorio.
Victoria hizo un esfuerzo para levantarse, pero el abogado de Alexander se lo
impidió.
—¿Dónde piensa que va, condesa? —Burrows impuso una nota de sarcasmo a
la palabra “condesa”.
—Pensé que ya podía irme a casa —Victoria miró a los jueces.
—El abogado de su marido tiene el derecho de interrogarla —aclaró uno de
los jueces.
—¿Acaso era virgen cuando se casó con mi cliente? —Disparó Burrows.
—¡Mi esposa era virgen cuando nos casamos! —Gritó Alexander desde el
lugar que ocupaba.
—¿Por qué se casó con el conde? —Burrows ignoró las palabras de su cliente
y no se dejó desfallecer.
—Como ya lo dijo el conde, hubo un acuerdo entre mi tía y él. Al principio,
pensaba que Alexander era viejo y aburrido.
Las personas rieron, divirtiéndose con lo que acababa de decir.
—¿Cuándo cambió de opinión sobre esa idea que se hacía del conde de
Winchester? —Interpeló Burrows.
—Cuando me besó por primera vez —ella miró a lo alto y sonrió al recordar
cómo había comenzado todo. —él no besaba como un viejo ni como un aburrido.
Todos se rieron con su sinceridad y autenticidad, incluso los jueces y
Alexander.
—¿Cuántos hombres besó en sus dieciocho años de vida? —Burrows quiso
saber.
—Solamente a mi marido, a nadie más.
—¿Con cuántos hombres mantuvo relaciones sexuales? —La osadía de la
pregunta de Burrows sorprendió a todos. —Vamos, responda.
—Tuve relaciones con mi marido, claro —la respuesta de la joven condesa fue
imprevisible. —¿De qué otra manera podría haber quedado embarazada?
—Fuiste hallada en la cama de otro hombre ¿Te parece que esta corte cree en
la ficción, por casualidad?
—No le doy la mínima importancia a lo que la corte cree o no. Lo único que
me importa es la opinión de mi marido. Parece que él cree que soy “La prostituta
de Babilonia”—dijo Victoria, enojada con el atrevimiento del abogado. En seguida,
se levantó.
—¡Aún no terminé! —Gritó Burrows, con la cara roja.
—¡Pero yo ya terminé! —Dijo Victoria. —Mi marido pedirá el divorcio, tanto si
permanezco sentada o no. Con la excepción de mi abogado y mis familiares,
hombre alguno confía en mi honestidad.
—Yo creo —declaró Alexander, levantándose y caminando en dirección a ella.
—Magistrados, quiero retirar mi petición de divorcio y pedir disculpas por haber
hecho perder el precioso tiempo de esta respetable corte.
Victoria no comprendía como todo se acababa tan de repente. Se sentía
confundida, y un súbito vértigo se apoderó de ella. Cinco meses de profundo y
continuo desgaste habían acabado por dejarla agotada.
—Te pido disculpas por haber dudado de ti, Victoria —dijo Alexander,
cayendo de rodillas delante de ella. —Haré lo que sea necesario para reparar los
daños que te causé.
—Ni siquiera quisiste saber de mi estado de salud, Alex —le recordó Victoria.
—Es tu hijo el que cargo en mi vientre.
—Por favor, dime qué hacer para que podamos retomar nuestro matrimonio,
querida.
—Vete y déjame en paz.
—Haz lo que ella te está pidiendo —Rudolf se dirigió a Alex mientras ayudaba
a su cuñada a salir de aquel lugar.
—Deja que ella repose —aconsejó Magno. —Ven a mi propiedad mañana. Y
trata de resolver tus asuntos pendientes antes de buscar a mi sobrina —Magno
indicó a los parientes de Alexander.
—Gracias, Excelencia. Tomaré las providencias necesarias.
—Lo siento mucho, Alexander —murmuró Harry Gibbs, avergonzado. —no
pude percibir lo que sucedía delante de mi nariz.
—Todo esto es un terrible malentendido —Venetia intentó defenderse —
Diana y yo...
—¡Eres, de hecho, la encarnación del mal! —Disparó Alexander. —Y si yo
fuera tú, Diana, volvería rápido para Australia. Su reputación está tan arruinada
como estaba la de Victoria.
Sin una palabra más, el conde se retiró, seguido de un periodista del Times.
—¿Mi Lord haría una declaración para el diario?
—Es muy importante que lo haga. Quiero dejar registrado que todo no fue
más que un terrible engaño. Mi esposa y yo fuimos víctimas de una trampa.
Quiero decir, también, que solamente una mujer con coraje como la condesa de
Winchester enfrentaría el mundo por lo que un día había creído era una
incapacidad terrible y vergonzosa —la voz de Alexander reflejaba admiración por
su esposa y decepción en relación a sí mismo.

***

—Buen día, querida.


Victoria se alejó de la ventana y vio a su tía, que entraba en el cuarto. Había
tenido su primera noche de sueño tranquilo en los últimos cinco meses y
despertaba temprano. Era una bella mañana de primavera. El cielo estaba límpido
y el sol brillaba. Las flores en el jardín se abrían, y podía oír el alegre canto de los
pájaros. ¿Por qué entonces no se sentía feliz?
—Alex pronto estará aquí y podrás volver a casa.
—Esta es mi casa —Victoria le dijo a la tía.
—Presta atención, querida. Tú ganaste la batalla y, por lo tanto, debes
alegrarte —aconsejó Roxanne.
—Si gané ¿por qué me siento como si hubiera sido derrotada? —Ella desvió
los ojos.
—Aún no haces las paces con Alex —Roxanne le acarició las manos. —
Infelizmente, la vida no es el paraíso con que soñamos. Además de eso, las cosas
no son siempre tan claras como deberían ser.
—¿De qué estás hablando?
—Estoy hablando de la realidad de la vida: estás casada con Alex y lo amas y
permanecerás casada con él hasta el último día de tu vida —explicó Roxanne.
—En caso de que él no me pida el divorcio nuevamente.
—Después de lo que sucedió, aunque traicionaras a Alex de verdad, él
continuaría creyendo en tu palabra. Tienes a tu marido en la palma de tu mano,
Victoria. Él está en deuda contigo. Saca provecho de la situación.
—Le pedí de rodillas y él no quiso oírme. Golpeó la puerta en mi cara,
permitió que otra mujer usara el anillo que le di como regalo de bodas y puso a
esa mujer en mi cuarto. Pase días y noches solitaria, mientras Alex se divertía con
la viuda.
—No puedes afirmar eso. Como deberías saber ahora, por experiencia propia,
las apariencias engañan —dijo Roxanne.
—Mi reputación fue destruida —Victoria parecía no haber oído las palabras
de su tía. —Miriam Wilmington le faltó el respeto a mi hijo aun antes de que
nazca, mientras Lydia Stanley actuó como si yo no existiera y recibió aplausos de la
platea por su actitud. Jamás podré presentarme en eventos sociales y, lo peor de
todo, la terquedad de mi marido me obligó a admitir públicamente mi vergonzosa
incapacidad.
—Todo eso es pasado. En breve, tú y tu marido tendrán un hijo. Piensa en el
futuro, Victoria. Prométeme que vas a oír lo que él tiene para decir.
—Claro que voy a oír. Y después voy a correrlo.
—Escucha, Alex dio una declaración al Times en la que se refiere a ti como
verdadera, leal y valiente.
—¿Es cierto?
—Dejé el diario en el comedor. Bundles está afuera para ayudarte a bajar. Él
leerá la declaración para ti.
—Gracias, tiita.
Victoria abandonó sus aposentos y se dirigió al comedor, acompañada por
Bundles, a quien había contratado como empleado de confianza.
—Buen día, Bundles —le sonrió.
—Buen día, mi Lady —él le ofreció su brazo. —¿se siente mejor esta mañana?
—Mucho mejor, gracias.
Bundles ayudó a Victoria a sentarse y sirvió el desayuno.
—No sé qué haría sin ti, amigo mío —le dijo a su fiel empleado. —El conde
debe estar echando en falta tus servicios.
—Es su problema —Bundles se negaba a pensar en su ex patrón.
—Tienes razón —sonrió. —¿Me traerías el Times y leerías la tal declaración
que dio sobre mí?
Bundles lanzó una mirada significativa hacia Tinker, quien se apuró a decir:
—Disculpe mi Lady. No tenemos el Times de hoy.
—Mi tía dijo que había leído el diario esta mañana y yo puedo verlo allí en el
extremo de la mesa.
Debería haber algo malo en el diario. Tal vez un insulto hacia ella.
Seguramente, sus fieles escuderos estaban intentando protegerla.
—Si insiste, lady Victoria —Bundles tomó el diario y leyó. —“La condesa de
Winchester no es culpable, es apenas incapaz..”.
Ella miró la noticia por algunos instantes. Su mentón temblaba, en un esfuerzo
por contener las lágrimas. La idea de que su hijo podría saber, un día de sus
limitaciones la angustiaba. Empujó el plato y el diario lejos, se apoyó sobre la mesa
y lloró convulsionada.
—Por favor mi Lady —Bundles intentó calmarla. —Terminará por enfermarse.
—No me importa —dijo Victoria entre hipo e hipo.
—Pero a mí me importa —la voz de Alexander sonó, al lado de ella. —
Solamente una persona extremadamente vivaz e inteligente hubiera podido lograr
esconder una dificultad seria por tanto tiempo. Victoria, por favor, vuelve conmigo
a casa y vamos a intentar retomar nuestro matrimonio. Juro que nunca más te
acusaré de lo que sea y siempre oiré lo que tienes a decir —Se arrodilló a su lado.
—Yo debería haber percibido algo, pero estaba demasiado absorbido por nuestra
relación física, con mis negocios y otros problemas insignificantes. No fui capaz de
ver lo que estaba delante de mis ojos. Contrataré a los mejores profesores de
Inglaterra, si lo deseas. Pero para mí, eres perfecta.
Alexander no había mencionado la palabra “amor”pensó Victoria. En la
audiencia, él había testimoniado que estaba solamente cumpliendo un acuerdo.
En cambio, su tía tenía razón: no le quedaba alternativa, sino dejar atrás la
desastrosa experiencia que había tenido, volver a la mansión de Grosvenor Square
y retomar su casamiento.
—Los profesores no pueden ayudarme —murmuró, encarando la realidad.
—Tuve muchas veces ganas de buscarte en los últimos cinco meses —
Alexander la abrazó. —Mi maldito orgullo, empero, no dejó que lo hiciera. Quiero
que sepas que no tuve nada con mujer ninguna durante este tiempo, mucho
menos con Diana. En la noche que fuiste a la mansión, ella me había enviado un
mensaje, diciendo que Venetia y Harry estaban teniendo una pelea fea y que
quería mantenerse alejada. Ella me pidió permiso para vestirse en mi casa y
acompañarme a la ópera.
—¿Y fue lo que ella hizo?
—No. Le pedí que volviera para la casa de su hermano así que tú saliste.
Entonces fui hasta el escritorio y bebí hasta perder la conciencia, pues sabía que tú
no me volverías a buscar.
—Aquella noche, Diana estaba usando el anillo que te di como regalo de
casamiento.
—Oí de casualidad a tus cuñados conversando en el White's y sabía que
estarías en la ópera con Rudolf y Samantha. Entonces quise dejarte celosa y
permití que Diana usara el collar de diamantes y el anillo, pero me arrepentí así
que te vi. Haré con que los diamantes sean puestos en otro collar.
Los dos permanecieron sentados en silencio por largos minutos. Victoria se
sentó entonces, en las rodillas de Alex y él la abrazó. De repente, el bebé se movió
dentro de su vientre.
—¿Estás sintiendo? —Preguntó ella. —Nuestro hijo es muy activo
especialmente de noche cuando me acuesto.
—Te extrañé tanto, Victoria —la mano de Alex tocaba aún el vientre de
Victoria, mientras tenía los ojos fijos en los de ella. —Jamás podré perdonarme
por el mal que te causé.
—¿Crees que el bebé será inteligente como tú o incapaz como yo?
—Para de decir que eres incapaz. La única cosa que espero es que nuestro hijo
tenga tu corazón y tu capacidad de amar.
—Le enseñaré eso, no te preocupes.
—Ven a casa conmigo —Alexander insistió. —Las niñas y yo te necesitamos.
—¿Bundles puede ir con nosotros?
—¿Cómo? ¿Bundles está aquí?
—Él trabaja para mí ahora. Me ayuda a subir y bajar escaleras, trae las cosas
que necesito o quiero, además de servir como mayordomo en los días libres de
Tinker.
—¿Y tú crees que él aceptaría volver a trabajar para mí?
—Estoy segura que un generoso aumento de salario va a persuadirlo y
aceptará.
—¿Vuelves conmigo?
Victoria hizo un gesto afirmativo con la cabeza. Alexander se levantó.
—Tengo algo para ti —él sacó del bolsillo el anillo de casamiento y lo colocó
en el dedo anular de la mano izquierda de la esposa. —Con este anillo, vuelvo a
casarme contigo.
Tres semanas más tarde, en la mansión de Grosvenor Square, Alexander,
Magno, Robert y Rudolf estaban reunidos en el salón. Dos pisos más arriba,
Victoria se prepara para dar a luz a su hijo, con la ayuda de la tía, de sus hermanas
y un médico.
—¿Por qué demora tanto? —La voz de Alexander denotaba preocupación,
mientras caminaba de un lado a otro. —¿Es normal que lleve tanto tiempo?
—El primer hijo demora más para nacer —le informó Magno.
—Lord Emerson.
Alexander vio al médico, que caminaba en su dirección. Parecía bastante
preocupado.
—Su mujer no está dejando que el bebé nazca y ambos están exhaustos. El
bebé nacerá, pero temo que demasiado tarde.
—No entiendo. Victoria estaba ansiosa para que el bebé naciera.
—Creo que tiene miedo que usted le saque el bebé, ni bien nazca. La condesa
no para de repetir eso.
—¿Alguna vez le dijiste que la amas? —Preguntó Rudolf. —A menos que
hayas usado las palabras “yo te amo”, ella no lo creerá.
—Le pido a usted que vaya hasta el cuarto y jure a su esposa que no le quitará
su bebé —insistió el médico. —Si no lo hace, ella o el bebé morirán, o ambos.
Alexander siguió al médico y luego llegaron al cuarto. Inclinándose hacia
Victoria, él tomó las manos de ella y le enjuagó el sudor de su frente. La expresión
del rostro de la joven esposa era semejante a la de un animal arrinconado,
asustado y herido.
—Escucha, querida —él buscó calmarla. —Pronto el bebé llegará y nosotros
dos, juntos, lo cuidaremos con mucho amor y cariño.
—Dígale que empuje cuando venga el dolor —instruyó el médico. —Y que se
relaje cuando el dolor pase.
—Por favor, haz como dijo el doctor —pidió Alexander. —Te amo y no quiero
que pasemos un solo día más lejos uno del otro.
—¿Me amas? —Victoria apretó su mano.
—Sabes que sí. Si me amas también, haz fuerza cuando llegue la próxima
contracción.
—¡Ahora, condesa! —Pidió el médico. Victoria obedeció.
—Ahora relájate y respira hondo —volvió a decir el médico. —Ahora haz
fuerza de nuevo.
Victoria dio el último empujón y el bebé nació.
—¡Es un varón! —Exclamó Alexander. —Es grande y bonito —besó a Victoria
— En homenaje a la mujer que amo, se llamará Víctor.

***

En la tarde del día siguiente, Victoria estaba más descansada y lograba


sentarse en la cama, apoyada contra almohadas suaves, sosteniendo a su hijo en
brazos.
En un momento dado, la puerta se abrió y Darcy, Fiona y Aidan entraron, para
conocer a su hermanito.
—¿Les gustó? —Quiso saber Victoria.
—Aquellas hadas saben de verdad lo que hacen —sonrió Darcy.
—¿Por qué es tan pequeño? —Preguntó Fiona.
—Pequeño y un poco arrugado —agregó Aidan.
—Víctor va a crecer y las arrugas desaparecerán, no se preocupen —explicó
Victoria.
—Todos los bebés son así —informó Alexander.
—Yo nunca fui así —dijo Darcy.
—Ni yo —dijo Fiona.
—Mucho menos yo —concluyó Aidan.
Victoria se divirtió con los comentarios de las niñas.
—Ahora, mamá Victoria necesita descansar —dijo Alex a sus hijas. —Las
niñeras van a servir budín y zumo para ustedes.
Cada una de las niñas dio un beso cariñoso a Victoria, antes de abandonar el
cuarto.
—Encontré esto en un baúl viejo hoy de mañana, mientras ayudaba a las
niñas a buscar ropas para jugar al teatro —él mostró la carta que tenía en manos.
—Es de mi madre.
—¿De tu madre? —Repitió Victoria interesada.
—Sí.
—¿La carta dice algo sobre tu padre biológico?
—Mi padre es el príncipe Adolfo.
—¡Entonces eres nieto del rey! —Victoria estaba sorprendida.
—Ilegítimo y no reconocido —admitió.
—¿Qué vas a hacer?
—Nada, estoy simplemente satisfecho por conocer mi origen. Pasaré este
diario a Víctor y los demás hijos nuestros.
—Entonces, la previsión de tía Roxanne era cierta —observó Victoria. —ella
dijo que me casaría con un conde y un príncipe, no necesariamente dos hombres
distintos.
—Yo preferiría que tu tía pudiera prever algo más práctico, como la cotización
del maíz del año que viene —bromeó Alexander.
—Solo deseo que no hayas heredado los problemas mentales de tu abuelo —
Victoria lo provocó. —no me gustaría ni un poco ver a mi marido conversando con
los árboles del Hyde Park.
—No seas mala —él sostuvo el mentón de su esposa. —¿Ya te dije aquellas
palabras hoy?
—Aún no.
—Te amo, Victoria Emerson.
—Yo te amo más todavía, Conde de Winchester.
Victoria cerró los ojos para que su marido la besara.
La historia de amor había vuelto a empezar.
FIN

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