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Todos hemos experimentado coincidencias de hechos a los cuales no les solemos dar más
importancia que la de una llamativa curiosidad. Estamos pensando en alguien y justo en ese
momento recibimos una llamada suya; nos acordamos de una persona que hace mucho
tiempo no tenemos en mente y nos la encontramos luego en la calle; suena una canción en
la radio que está muy relacionada con algo que sucede en ese justo momento. Algunas
personas narran experiencias que nos pueden parecer aún más asombrosas, como soñar
con hechos que luego suceden o percibir en la distancia un accidente o la muerte de alguien
cercano.
Desde una perspectiva eminentemente racional estos hechos son una cuestión de azar,
casualidades a los que no hay que prestar atención alguna; por su parte, los hechos
extraordinarios son considerados invenciones de personas que quieren llamar la atención o
interpretaciones erróneas de hechos objetivos. El psiquiatra suizo Carl Jung vio, sin
embargo, en las casualidades de hechos altamente improbables -que en ocasiones
causaban asombro y conmoción-, la expresión de un fenómeno que ameritaba ser
estudiado con rigurosidad. En este sentido acuñó el término Sincronicidad, al que definió
como la presentación simultánea de dos hechos que no se encuentran vinculados por una
relación de causa y efecto, sino por su significado.
La ciencia desde este paradigma se cuestiona la causa de los fenómenos con la intención
de controlar y predecir acontecimientos. En su metodología es esencial construir modelos
y abstracciones basados en generalidades estadísticas. Los casos aislados, los que se
salen de la norma, como es el caso de las sincronicidades, son inaprensibles a partir de una
aproximación estadística, por lo tanto no son contemplados por la ciencia, ni por nuestro
sistema de creencias construido bajo la misma lógica e influencia. Sin embargo, este no ha
sido el modo de pensar predominante en la historia de la humanidad, ni lo es aún hoy en
diversos contextos culturales. Jung consideró que la sincronicidad era un fenómeno
coherente con cosmovisiones orientales, como la china, de donde emergió el taoísmo o las
cosmovisiones de la india milenaria, las cuales suponen concepciones del tiempo y el
espacio distintas a la nuestra.
Desde la lógica de un universo visto como una totalidad, compuesta por elementos
interdependientes, funcionando bajo el influjo de un principio subyacente, al suceder un
acontecimiento, el cuestionamiento natural no sería acerca de su origen o causa, como lo
solemos hacer nosotros, sino sobre qué otros acontecimientos pueden ocurrir de manera
simultánea.
Se presupone que cada momento en el universo posee una cualidad particular, con la que
resuenan todos los elementos de manera sincrónica. Este tipo de lógica sería el sustento de
la astrología o de los oráculos. En el momento del nacimiento de un individuo, los astros se
encuentran en determinada posición y simbólicamente hay un registro de ello en cada
persona, que se ve condicionada por ello.
De la misma manera, al consultar un oráculo, las cartas tarot, las señales del caparazón de
la tortuga etc., no se presentan de manera aleatoria, sino que se corresponden al momento
y situación particulares de las que emerge el cuestionamiento; y por esta relación es que se
le puede otorgar un significado simbólico. La Sincronicidad sería ese fenómeno que
permitiría entender ese nexo entre el cuestionamiento del consultante y la composición de
los elementos del oráculo.
La concepción de que existe un principio unificador en el universo, una extraña fuerza que
es origen y motor de todo y que brinda armonía y estructura en el caos, ha estado
presente en diversas filosofías y cosmovisiones. A este principio unificador se le ha llamado
Tao, Logos, Sentido y -con características similares-, es el fundamento de las principales
religiones orientales como el taoísmo, el budismo, el hinduismo, el zen. A pesar de que se
denominan con diferentes nombres, todas sostienen que la realidad, es decir, los elementos
concretos y observables, así como nuestras abstracciones duales, son la manifestación
externa del Uno. La historia del universo y de la humanidad serían un despliegue de los
diferentes aspectos de este principio unificador.
Se considera también que los diferentes ciclos y ritmos presentes en la naturaleza son
expresión de este principio subyacente. Para el pensamiento oriental el tiempo no
transcurre de manera lineal sino circular, la imagen del espiral, como la de la concha del
caracol, se ha considerado desde el pensamiento oriental como una expresión de los ciclos
eternos de nacimiento, muerte y regeneración. Estos ciclos están presentes en la
naturaleza, en la historia de los pueblos y en los individuos.
Muchos de los modelos y concepciones del misticismo oriental que han acompañado a la
humanidad por miles de años comenzaron a tener resonancias y paralelismos con las
descripciones sobre la composición y dinámica de la materia, brindadas por los físicos
precursores de la mecánica cuántica hacia 1920. Jung se percató de aquellos paralelismos
y lo vio como una oportunidad para darle solidez argumental a sus observaciones e
intuiciones sobre la Sincronicidad. Por ello decidió ahondar en aquellos estudios,
intercambiando correspondencia, ideas y hallazgos con varios de los físicos precursores de
la mecánica cuántica, entre ellos Albert Einstein y Wolfang Pauli.
El físico David Bohm postula que en el universo funciona un orden implicado, subyacente al
orden desplegado, evocando las diferencias que hace el budismo entre el mundo ilusorio de
la maya y el principio unificador. Los físicos describen también que una grandísima parte de
la constitución de la materia que observamos es vacío, siendo este uno de los aspectos a
los que alude el Tao.
Para Jung los fenómenos sincronísticos estaban relacionados con momentos de gran
afectividad. Es por esto que suelen presentarse en momentos de transición como muertes,
enamoramientos, viajes, situaciones en la que estamos en contradicción en nosotros
mismos o en una disyuntiva ante una decisión fundamental. También pueden ser
catalizados por la afectividad exaltada en una psicoterapia y en estados alterados de
conciencia, generados por elementos naturales o químicos.
La sincronicidades también hace parte de la vida colectiva, como cuando los científicos sin
mantener ningún intercambio de información realizan descubrimientos simultáneamente,
siendo el caso más reconocido, la postulación casi en paralelo de la teoría de la evolución
por parte de Darwin y Wallace.
Por su parte la Sincronicidad, así como el Tao, hacen referencia a fenómenos complejos,
paradójicos, imposibles de reducir a frases de crecimiento personal. Dichos conceptos se
alejan en todo caso de las lógicas de control, dominio, emprendimiento y progreso con el
que se suele relacionar las visualizaciones para la consecución de objetivos. La lógica de la
Sincronicidad es más cercana al dejar suceder, al resonar y fluir con este principio
subyacente y suele expresarse de una mejor manera a través de las imágenes poéticas y
literarias. La siguiente historia de la tradición china era la preferida de Jung para transmitir la
esencia de la Sincronicidad y el Tao.
El hacedor de lluvia
En cierto pueblo chino no había llovido durante varias semanas por lo que se buscó a un
hacedor de lluvia. Al llegar el anciano, se fue directamente a la casa que habían preparado
para él y se quedó allí sin realizar ninguna ceremonia hasta que al tercer día llegaron las
lluvias. Al preguntársele cómo lo había hecho, explicó que al llegar al pueblo se había dado
cuenta de la ausencia de un estado de armonía, de tal manera que los ciclos de la
naturaleza no estaban funcionando de manera conveniente. Como este estado de
desarmonía lo había afectado también a él, se recluyó para restablecer su equilibrio y
cuando este equilibrio se restableció de acuerdo al patrón natural, la lluvia cayó.
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Referencias Bibliográficas
Peat, F. David. Sincronicidad : puente entre mente y materia. Barcelona: Kairós, 1989