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Formoso I, el Papa que fue exhumado y juzgado después de muerto

El llamado “Sínodo del terror” fue un macabro episodio por el que se sometió a juicio al cadáver del
Papa debido al rencor que le guardaba la familia Spoleto Jean Paul Laurens larazon Jean Paul Laurens

JOSÉ MARÍA ZAVALA


Creada: 05.10.2021 18:04
Última actualización: 05.10.2021 18:04

También llamado “Sínodo del Terror”, posiblemente el episodio que ahora vamos a relatar sea
uno de los más grotescos y macabros en la milenaria Historia de la Iglesia Católica. No en vano, se
conoce a este horrible período de algo más de cien años como el “Siglo Oscuro del Papado”. En ese
tiempo, los Papas no eran más que meros títeres en manos de las familias nobles y pudientes que se
disputaban el poder. Esta subordinación papal alcanzó límites insospechados que excedían a la
imaginación más calenturienta.

En el año 891, Formoso I fue elegido Papa. Sus biógrafos nos retratan a un hombre austero, de
costumbres prudentes y ejemplares, conocido también por sus habilidades políticas y religiosas tras
acometer con éxito misiones diplomáticas en distintos países y labores evangelizadoras de gran calado.
Tal vez por eso, una de las primeras medidas que adoptó Formoso fue reconciliarse con una de las
familias más influyentes de Italia, los Spoleto, cuyas relaciones se habían roto en tiempos de su
antecesor Esteban V.

Para lograr ese acercamiento, Formoso nombró emperador a uno de los miembros más insignes
del clan familiar, Guido de Spoleto, pero pronto reparó en la desmedida ambición de este megalómano.
El nuevo emperador estaba dispuesto a conquistar Italia a cualquier precio, despojando a la Iglesia de
los Estados Pontificios y reduciendo el Papado a un simple Obispado sin aspiración política alguna.

Formoso se vio obligado a pedir auxilio a Arnulfo de Baviera, quien acudió de inmediato a su llamada.
Guido de Spoleto falleció poco después en el fragor de la batalla. Su muerte le granjeó a Formoso el
odio eterno de su viuda Agiltrudis y de su hijo Lamberto. Además, Formoso nombró emperador a
Arnulfo en señal de agradecimiento, lo cual desencadenó cruentas revueltas en Roma que el Papa no
llegaría a ver porque falleció en abril del año 896. A su muerte, Agiltrudis designó sucesor de Formoso
a Bonifacio VI, pero este Papa duró tan sólo quince días. El nuevo pontífice Esteban VI gozó también
del favor de los Spoleto y en su caso aceptó de mil amores, a cambio de todo tipo de prebendas,
desacreditar a Formoso de la forma más espantosa e inimaginable.

Esteban VI ordenó así exhumar el cadáver de Formoso para someterlo a juicio sumarísimo por
sus pecados. Verlo para creerlo. El cuerpo del Papa, que llevaba enterrado nueve meses bajo tierra en el
catafalco, se hallaba en avanzado estado de descomposición. Pero al Papa no le importó. Ordenó que lo
vistiesen con los ornamentos pontificios y la mitra papal, y que le amarrasen a una silla para que el
cadáver no se escurriese del asiento. Cuentan las crónicas del Sínodo Romano del año 898 que, con las
cuencas de los ojos vacías y algunas partes del rostro descarnado, Formoso parecía escuchar
impertérrito los insultos y acusaciones contra él. Uno de esos terribles pecados había sido dejarse
nombrar Papa, Obispo de Roma, cuando ya era Obispo de Porto. Paradójicamente, ese era el mismo
“crimen” cometido por quien se erigía ahora en juez, es decir, por el propio Esteban VI.

El espectáculo fue esperpéntico. Se obligó a un diácono a permanecer durante todo el juicio


junto al cuerpo pestilente de Formoso. El infeliz prestó su voz al cadáver inerte para que pudiese
declarar en nombre del acusado como abogado de oficio, cual macabro ventrílocuo. Dictada la
sentencia, se consideró al acusado “indigno servidor de la Iglesia, llegado a la silla papal de forma
irregular, siendo por tanto un Papa ilegítimo y que todo cuanto había hecho, decretado y ordenado
durante su papado era nulo de toda nulidad incluidas las ordenaciones que había llevado a cabo”.

Tras leerse el veredicto, se procedió a despojar al cadáver de todas sus vestiduras papales,
dejando al descubierto el cilicio que llevó toda su vida como penitencia corporal. La turba enfurecida le
amputó a continuación los tres dedos de la mano derecha con los que había impartido bendiciones. El
cuerpo fue arrojado luego a la llamada “fosa de los condenados y los desconocidos” y finalmente a las
aguas del Tíber. Más tarde, un ermitaño lo recogió del río y Formoso pudo recibir así de nuevo digna
sepultura.

Pero tanta maldad no quedó impune. Meses después, se derrumbó de repente la techumbre de la
Basílica de Letrán, sede papal, y el accidente se interpretó enseguida como un signo de la ira divina
ante la iniquidad cometida. Fue entonces cuando Esteban VI dejó de ser Papa para ser confinado en
prisión, donde murió estrangulado.
EL CASTIGO DE NO EXISTIR

Uno de los más duros castigos a Formoso en su esperpéntico juicio fue la damnatio memoriae o
“condena a la memoria”. Consistía en eliminar cualquier archivo, documento u otra evidencia de su
paso por el mundo. Como si jamás hubiese existido.

Hay numerosos ejemplos de esta terrible condena a lo largo de la Historia. En tiempo de los
romanos, algunos emperadores se vengaban de sus antecesores de esta forma tan cruel. Tal es el caso
de Caracalla, que condenó a su propio hermano después de asesinarle. También existen ejemplos en
Egipto, como el de Akenaton. Pero no hace falta viajar tan lejos En la historia más reciente hay
personajes que fueron literalmente “eliminados” por sus verdugos. Stalin mandó borrar cualquier rastro
de sus enemigos acérrimos Trotsky, Bujarin o Zinóviev. Aunque, pese a todo intento de extinguir el
menor vestigio de su existencia, la memoria de muchos condenados perdura todavía hoy.

Fecha: 898.

Esteban VI ordenó exhumar el cadáver de Formoso para someterlo a juicio sumarísimo por sus
pecados, pese a que el cuerpo del Papa llevaba enterrado nueve meses.

Lugar: Roma.

Se obligó a un diácono a permanecer durante el juicio junto al cuerpo pestilente de Formoso para
prestarle su voz como abogado de oficio, cual macabro ventrílocuo.

La anécdota:

El Papa dispuso que vistiesen a Formoso con los ornamentos pontificios y que le amarrasen a una silla
para que el cadáver no se escurriese del asiento.

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