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Ser Padres nos cambió la vida

Relato de la saga

Dulces Mentiras, Amargas Verdades


Ser padres nos cambió la vida
Afuera solo se escuchaba el viento colándose entre los
árboles, que murmuraban la perdida de sus hojas. Mientras en la
habitación completamente a oscuras el corazón de Samuel le
retumbaba dentro del pecho, se sentía en un bucle de
emociones que no lo dejaban dormir.
La luz roja del reloj digital, sobre la mesa de noche, marcaba
las 12:33 am, mientras Rachell dormía plácidamente a su lado,
ni siquiera se atrevía a tocarla para no despertarla, porque temía
que mal interpretada su angustia.
No estaba preparado, realmente no lo estaba. Le mintió
cuando le dijo que sí, era una extraña mezcla de temor y
felicidad. Eran dos emociones completamente distintas que se
equilibraban en su interior y no sabía cómo luchar con ellas.
—Necesito prepararme —murmuró haciendo a un lado la
sábana y salió de la cama, llevando puesto únicamente un bóxer
negro. Dejándose guiar por la débil luz roja del reloj, caminó
hasta donde se encontraba su computadora portátil sobre el
escritorio de cristal, la agarró y salió.
Bajó las escaleras, sin saber si dirigirse a la cocina o a la sala.
Tal vez su lugar de trabajo, o saldría al área de la piscina.
Ver a Snow durmiendo sobre uno de los sofás de la sala, se
decidió por hacerle compañía al perro, o tal vez sería la bola de
pelos quien le haría compañía a él.
—Hazte a un lado —le pidió al gran canino que apenas
elevó la cabeza y volvió a dormir—. Aunque no quieras, aquí
me voy a sentar.
Se ubicó a un lado del animal y se colocó la portátil sobre el
regazo, mientras el programa iniciaba, Snow se rodó y le apoyó
el hocico encima de unos de los muslos, en busca del calor que
el cuerpo de Samuel podría brindarle.
Por instinto empezó a acariciar el pelaje gris y blanco del
perro, brindándole un poco de cariño, compartiendo uno de
esos momentos de ternura que secretamente le prodigaba a la
mascota, no sabía por qué delante de Rachell no lograba
demostrar ese afecto que le tenía a Snow. Tal vez porque
cuando estaba con ella se colmaba de celos, al ver como la
mujer que amaba se desvivía por alguien más que no fuese él
—No sé qué vamos a hacer Snow… verdaderamente no lo
sé —murmuró sin dejar de acariciarlo y el perro gimió bajito,
como si estuviese en la misma situación que él—. ¿Estás
preparado para un niño? —preguntó mirando al animal a los
ojos y sonriéndole—. No te preocupes, igual seguiré
queriéndote —le palmeó la cabeza.
En internet tecleó en uno de los principales buscadores de la
red lo primero que sus inquietudes le gritaban.
“Síntomas de mujeres embarazadas” aparecieron cerca de
393,000 resultados en 0,24 segundos.
Entró a uno que anunciaba los principales síntomas del
embarazo, convirtiéndose en ese momento en una esponja que
adsorbía toda la información. Buscó y buscó, visitó incontables
sitios web y al parecer todas las mujeres en estado de gestación
sufrían los mismos síntomas. Vómitos, desmayos, mareos,
extraños antojo, acidez. Nada que no hubiese visto
anteriormente en una que otra película.
A las tres de la madrugada, tanto Snow como él estaban al
tanto de casi todo lo que se debía saber hasta el sexto mes de
embarazo, incluyendo la vida sexual durante ese periodo,
también hizo el pedido de algunos libros referentes al tema,
nunca se había imaginado en esa situación. Se podría decir que
teóricamente había aprendido sobre todo lo que significaba ser
el marido de una mujer embarazada, incluyendo todas las
sensaciones que Rachell debía sentir.
Pero saber todo eso no menguaba esa sensación que
embargaba su pecho. Se sentía preocupado realmente
preocupado. Necesitaba desesperadamente que alguien le
ayudara, que le aconsejara.
Siendo consciente de que no le había comunicado a nadie
que en menos de ochos meses se convertiría en padre, y que en
máximo tres, tenía que estar dando el sí frente a un altar. De lo
último no tenía dudas, ya había vivido con Rachell el tiempo
suficiente como para tener la certeza de que definitivamente
quería convertirla en su esposa y que ningún papel, ni ninguna
bendición haría cambiar lo que sentía por esa mujer.
Agarró el teléfono inalámbrico que estaba en la mesa de al
lado y marcó al número de Thor, pero la llamada se fue
directamente al buzón de voz, sabía que su primo siempre
apagaba el celular, porque odiaba que lo despertaran. Finalizó la
llamada y se alentó a esperar que fuese una hora aceptable para
poder sacarse eso que llevaba en el pecho.
—¿Quieres galletas?—le preguntó al perro que fielmente lo
acompañaba. Antes de colocar el teléfono sobre la mesa e ir en
busca de las galletas para Snow, se encontró marcando al
número de su tío. Suponiendo que ya estaría despierto para ir al
grupo.
—Buenos días —saludó dejando de abotonarse la camisa, sin
poder evitar sentirse algo nervioso, ante la llamada de la casa de
Samuel, cuando en Nueva York, apenas eran un poco más de
las tres de la madrugada.
—Buenos días, tío —saludó y el corazón se le desbocaba,
siendo consciente en ese momento del miedo que lo
embargaba.
—¿Pasó algo, Sam? ¿Estás bien? — inquirió con
preocupación, mientras observaba a Sophia parada frente a él
que también se encontraba nerviosa por la llamada.
—Estoy bien, no pasa nada malo… no es malo lo que me
pasa tío. No sé lo que me pasa.
—Sam, me estás preocupando. ¿Dime qué pasa?
—Voy a ser padre y estoy aterrado, tengo miedo tío… estoy
muy nervioso. No sé nada, no me sé ni siquiera una puta
canción de cuna… —se detuvo ante un sollozo y se sorprendió
al verse llorando como un marica.
—Hijo —Reinhard soltó una corta carcajada—. Eso es una
excelente noticia, debes estar tranquilo.
—No puedo estar tranquilo, no sé ser padre, no sé qué es lo
que debe hacer un padre.
—Sam, no te presiones, sólo debes seguir siendo tú, no te
apresures es una experiencia que vivirás poco a poco y a la que
te irás acostumbrando. ¿No lo habías planeado?
—Yo no, pero Rachell sí… sí quiero al niño, desde hace
mucho quería a un niño, pero ahora que llegó no sé qué hacer.
—Es normal que estés nervioso, y tengas muchas emociones
encontradas, pero es completamente normal, tienes nueve
meses para acostumbrarte, poco a poco te irás acostumbrando
para ese momento en que tengas en tus manos a tu niño. Por
las canciones de cunas no te preocupes, yo nunca me aprendí
ninguna.
Samuel rió entre lágrimas al recordar que su tío, cuando sus
primos y él estaban pequeños, solo les cantaba antes de dormir,
canciones de AC/DC y eso les divertía más que cualquier cosa.
—¿Estará bien que arrulle a mi hijo con rock? —preguntó
limpiándose las lágrimas, sin embargo aún sentía la garganta
inundada.
—Si lo haces con verdadero amor, puedes arrullarlo con
metal si lo prefieres. —aseguró sonriendo con dulzura y le hacía
señas a su esposa para que se enterara que Rachell estaba
embarazada.
Sophia al comprender lo que su esposo intentaba de
explicarle a través de mímicas, soltó un grito y empezó a
brincar emocionada, porque por primera vez Rachell no le
contaba y la había tomado por sorpresa esa noticia.
—¿Qué pasó? —preguntó al escuchar el grito de Sophia al
otro lado.
—Es Sophia, está feliz con la noticia. ¿Cuándo te enteraste?
—indagó sonriente.
—Ayer por la tarde y no he podido dormir. Son tantas cosas
en mi cabeza y pecho, que no me dejan dormir.
—¿Rachell está contigo?
—No, ella está dormida. Temo que piense que no estoy feliz
con la noticia.
—¿Estás feliz?
—Nunca en mi vida lo he estado más, es tanta la felicidad
que me da miedo, es una inexplicable preocupación que se
apoderó de mí desde que supe que iba a ser padre.
—Hijo, esa inexplicable preocupación ya no te abandonara.
Eso es lo que se siente ser padre.
—Tío, quiero ser tan buen padre como usted, no quiero ser
como…
—Serás el mejor padre de todos —interrumpió Reinhard,
antes de que Samuel se martirizara—. De eso estoy seguro.
Debes confiar un poco más en ti, tienes tiempo para asimilar
todo lo que se viene, no hay nada en la vida para lo que no
estemos preparados. Ahora quiero que regreses a la cama e
intentes dormir un poco.
—No podré dormir, lo intentaré, pero sé que no lo lograré.
—Supongo que no estás al lado de Rachell, entonces ve con
ella, algunas mujeres se vuelven más vulnerables con el
embarazo, y no se sentirá bien si despierta y no te encuentra a
su lado. Debes tener mucha paciencia, amor y dedicación. Vive
cada momento porque será único e irrepetible, aunque tengas
más hijos a futuro, cada uno será distinto.
—Gracias, tío.
—No me lo agradezcas, me hace feliz saber que seré abuelo
por tercera vez. Pensé que solo me quedaría con Liam y
Renato.
—Le ha tocado el turno conmigo… —dejó libre un suspiro
y volvía a acariciar a Snow—. Tío voy a casarme.
Reinhard sonrió ampliamente, sintiéndose aún más orgulloso
de Samuel.
—Haces lo correcto, no es que casarse haga gran diferencia
en lo que sientes por Rachell, pero eso afianzara la relación.
¿Cuándo piensas hacerlo?
—En tres meses, no más.
—¿No quieres que se enteren del embarazo? ¿Pretendes
ocultarlo? —miraba a su esposa a los ojos mientras le ajustaba
la corbata y le sonreía con esa picardía que le aceleraba los
latidos.
—No es por eso, podremos gritar a los cuatro vientos que
seremos padres, es por el vestido de novia y porque quiero
hacerlo.
—Son decisiones en la que no voy a interferir, pero si te sirve
mi opinión, te aseguro que estás en lo correcto.
—Su opinión para mí siempre es la más importante.
—Ahora ve con tu futura esposa. —le pidió, y le agradeció a
Sophia con un beso en la frente.
—Gracias tío. Salude a Sophia de mi parte.
—Eso haré.
Ambos finalizaron la llamada al mismo tiempo y Reinhard le
regaló un par de besos a su esposa en los labios.
—¿Cómo está? —curioseó calentándose las palmas de las
manos con el pecho de su marido.
—Nervioso, es normal. Eso no quiere decir que no esté feliz.
—¡Mami! ¡Mami! —los gritos de una de las gemelas
irrumpieron en el lugar y casi automáticamente entraba
corriendo Helena a la habitación.
—No sabe lo que le espera —suspiró Sophia algo
divertida—. ¿Qué pasa? —inquirió al ver que Hera corría detrás
de Helena.
—Hera me quiere quitar la muñeca.
—¿Qué hacen despiertas tan temprano? —inquirió
llevándose las manos a la cintura.
—Mami es mi muñeca, tiene el pelo bonito, recuerdas que
era la mía —interrumpió Hera, recordando que su madre le
había dado la de cabello rosado.
—Qué importa de quién sea, deben compartir, si Helena usa
tu muñeca, puedes usar la de ella.
—Te he dicho que mejor será comprar los juguetes iguales,
así evitamos estas discusiones entre ambas —intervino
Reinhard cargando a Helena.
—Amor, deben aprender a compartir, tienen que jugar
juntas. No pueden estar discutiendo por los juegos.
—Pero a mí me gusta más el cabello rosado —refunfuñó la
niña de cinco años.
—Hera puedes jugar unos minutos con otra muñeca, tienen
docenas… no te encapriches con lo que tiene tu hermana, ven
—dijo cargándola—. Vamos a que desayunen, ya después
resolveremos el problema.
—Ya no me da tiempo de desayunar… —acotó Reinhard
colocando a la niña sobre la cama.
—Beso a papi que se va al trabajo —pidió Sophia a las niñas
al tiempo que bajaba a Hera.
Las gemelas corrieron hacia su padre dejándole caer una
lluvia de besos en ambas mejillas y Reinhard reía divertido con
el corazón hinchado de amor y orgullo.
—Desayunas algo en el grupo, no quiero que dejes de comer
—pidió Sophia acariciándole la espalda.
—Te prometo que comeré, apenas llegue —se alejó de sus
hijas y le dio un beso en los labios a su esposa.
—Vamos, acompañemos a papi a la salida —les pidió a sus
hijas agarrándola por las manos y guiándolas.
Samuel regresó a la habitación escoltado por Snow, estaba a
punto de cerrar la puerta y dejarlo fuera cuando la mirada del
perro le tocó el corazón.
—Está bien, pasa, pero nada de subirse a la cama.
El gran perro que le llegaba casi a la altura de los muslos,
entró y se acostó en la alfombra frente a la cama.
Aún le quedaba alrededor de una hora para levantarse e irse
al trabajo y verdaderamente no quería hacerlo, quería pasar
todo el día con Rachell y con su hijo. Se abrazó a su mujer que
estaba de espaldas a él y con cuidado posó su mano sobre el
plano y tibio vientre. Tratando de hacerse a la idea de que
justamente en ese lugar se estaba formando la más grande
muestra del amor de ambos.
—¿Por qué no has dormido? —lo sorprendió la voz
soñolienta de Rachell que se pegaba más a él.
—Claro que he dormido, justo me acabas de despertar.
—No seas mentiroso, no has dormido.
—No puedes asegurarlo —murmuró acercándose y dándole
un beso en la mejilla.
—Sí que puedo, no siento tu erección matutina.
—¡Hey! No despierto todos los días con una erección —
reprendió divertido y ella rió bajito—. ¿Tienes ganas de
vomitar? ¿Te sientes mareada? Si es así no te levantes hasta que
se te pase. Espera un minuto y te traigo unas galletas saladas,
para la fatiga.
—Sam, Samuel Garnett… me impresionas, sabes más de
síntomas de embarazo que yo —se carcajeó fuertemente—. No
tengo nada, me siento perfectamente, sólo sé que estoy
embarazada porque tengo un retraso y porque el papel de la
prueba lo dice.
—Por cierto no me has mostrado ese papel, espero y no
estés jugando con mis emociones —acotó Samuel sin atreverse
a liberarla de su abrazo.
—Déjame buscarlo, jamás jugaría con nuestros hijos. —se
liberó de la mano de Samuel, encendió las luz del velador y fue
hasta su cartera, donde buscó los resultados médicos, le entregó
la prueba percatándose en ese momento de que Samuel había
llorado. No pudo controlar que un nudo se le formara en la
garganta.
—Estás embarazadísima, soy un macho realmente fértil —
dijo feliz sentado en la cama; Rachell bufó y se sentó a su
lado—. Aquí no dice si es niña o niño.
—Eso aún no lo podemos saber, es muy pronto y
verdaderamente quiero que sea una sorpresa.
—¿No quieres saber qué tendremos?
—No, quiero que nos sorprenda.
—Entonces dejemos que nos sorprenda —ronroneó y la
hizo acostar en la cama.
—¿Realmente estás bien? ¿Estás feliz con la noticia? ¿Si
quieres ser el padre de mis hijos?
—No tienes ni que hacer esas preguntas —le aseguró
posando medio cuerpo encima del de Rachell y besándole el
pecho… No voy a permitir que otro fecunde a mi mujer, claro
que quiero ser el padre de tus hijos, de nuestros hijos.
—¿Entonces por qué no has dormido y has estado llorando?
Sam no puedes ocultarlo —murmuró mirándolo a los ojos.
—Porque estoy preocupado, pero mi tío dice que es normal.
Es que lo que se siente ser padre, no quiero que pienses que no
quiero a este bebé —murmuró acariciándole el vientre—.
Porque lo deseaba desde hace mucho y lo sabes.
—¿Has llamado a tu tío?
—Necesitaba consejos, y sólo por si tienes dudas, solo he
llorado de felicidad, contigo he aprendido a hacerlo, jamás
pensé que se puede ser dichoso y llorar al mismo tiempo, que es
la misma sensación de sentirse completo.
Rachell lo miró a los ojos, atenta a cada una de las palabras
de Samuel, que la hacían sentirse plena, sin previo aviso, le
acunó el rostro y los besó, lo hizo con dedicación y arrebato.
—¿Quieres hacerme el amor? —preguntó dejando su aliento
sobre los labios de Samuel.
—Yo quiero, claro que quiero —le sonrió en una mezcla de
desenfrenada locura e infinita ternura.
—Espero y no me digas que temes hacerle daño al bebé.
—Sé que no le haré daño, ya me he informado sobre eso.
Rachell se carcajeó una vez más y negó con la cabeza, sin
querer saber de dónde Samuel había sacado toda esa
información, realmente no podía con la curiosidad de su futuro
esposo.
—Y después de hacerte el amor, voy a llamar a Vivian y le
diré que no voy a trabajar, también le escribiré al Fiscal General.
Hoy el mundo puede joderse, yo solo quiero quedarme en esta
cama con mi familia —le dio otro beso en los labios y bajó
hasta el vientre, dejándole caer una lluvia de besos, mientras ella
le respondía con carcajadas ante las cosquillas—. ¿Me das
permiso para hacerle el amor a tu mami? —preguntó
hablándole al pequeño ser que ya estaba ahí, cambiándoles la
vida.
Ser padres nos cambió la vida
II Parte
The Boy From Ipanema.
Rachell se había quitado los zapatos negros de tacón
moderado, porque los pies empezaban a hinchárseles, se sentó
en la verde y húmeda grama, frente a la lápida de mármol
oscuro, mientras la brisa fresca de la primavera le acariciaba el
rostro, y le inundaba las fosas nasales con el aroma de la
variedad de las flores que habían en el lugar. Sentía el corazón
brincando en la garganta, no importaba que tanto se ejercitara,
la realidad era que estaba en el séptimo mes de embarazo, y la
respiración se le agitaba ante el mínimo esfuerzo; haber
caminado desde la tumba de su suegra hasta la de Oscar habían
descontrolado su presión.
—Hola —dijo casi sin aliento y sonriendo, mientras
observaba atentamente la fotografía de un Oscar sonriente, así
como ella lo había inmortalizado en su memoria y corazón—.
Hoy traje en colores variados —informó mientras retiraba las
margaritas marchitas y las reemplazaba por quince flores de la
misma especie, en varios colores.
Siempre le dejaba margaritas, porque esa era la flor con la
que se identificaba con su adorado Oscar, al que extrañaba a
cada momento, anhelaba poder ver su sonrisa, porque
imaginársela no bastaba.
—Solo haces falta para que todo pueda ser completamente
perfecto, pero sé que estás bien, sabes que soy un poco egoísta
y te quiero conmigo. Pienso que tal vez puedes verme desde
cualquier lugar en el que estés —suspiró mientras se acariciaba
el abultado vientre, y aunque evidentemente se mostraba
embarazada, seguía manteniéndose estilizada y elegante con ese
vestido turquesa que hacia resaltar el color de sus ojos.
—No quiero que estés triste, porque no podré visitarte en
algunos meses, pero quiero que sepas que siempre te llevo
conmigo, a donde vaya, estás aquí —murmuró sintiendo que las
lágrimas le subían a la garganta mientras se tocaba el pecho—.
Apenas tenga la oportunidad te traeré a mi niño o niña.
Quisiera quedarme más tiempo, pero tengo que hacer otra
parada antes de llegar a casa. Por eso solo trabajé medio día —
se besó las yemas de los dedos y estiró la mano, llevándola al
retrato de Oscar.
Se puso de pie y con los zapatos en la mano caminó por la
fría grama, dejándose llevar por la maravillosa sensación que le
causaba el rocío, mojarle los pies, amparada por los frondosos
árboles, una ráfaga de viento le brindó una lluvia de flores de
cerezo que parecían hermosas y rosadas mariposas cayendo
desfallecidas.

Samuel había hecho un espacio de tres horas en su


apretadísima agenda, para compartir con su amigo Julian, que
con quince años, apenas quedaban rastros de ese accidente que
le había marcado la vida, sin embargo se sentía orgulloso del
hombre que estaba educando Logan. Era un chico alto y
delgado, de cabello oscuro y unos atrayentes ojos grises, que ya
no pasaban desapercibidos para las chicas de la secundaria
donde estudiaba.
—Quiero irme a estudiar a Londres —dijo sentado de
manera despreocupada frente a Samuel, en la cafetería La
Calombe, donde disfrutaban de unos cappuccinos,
acompañados por unos croissants de almendras—. Pero no sé
cómo decirle a mi mamá, creo que se opondrá.
—No puedes saberlo sino se lo dices, aún te faltan tres años,
creo que tendrás tiempo para meditarlo —aconsejó Samuel
mientras revolvía su café.
—Realmente no tengo tiempo, quiero terminar este año y
continuar la secundaria en Londres —comentó haciendo a un
lado el capuccino frappe.
Esa noticia sorprendió a Samuel, no quería que Julian se
fuese tan lejos, más que amigos, lo quería como a un hijo, fijó
su mirada en la del chico, mientras intentaba pasar el nudo que
se le había formado en la garganta.
—¿Puedo preguntar por qué has tomado la decisión y si tu
padre lo sabe?
—Papá no quiere que me vaya, dice que puedo terminar mis
estudios aquí, que hay buenas universidades y lo sé.
—Debes tener claro qué es lo que deseas hacer en Londres,
no será fácil. No quiero decir que no seas lo suficientemente
capaz para afrontar la independencia, es más que eso. Es estar
lejos de la familia, te hablo por experiencia. Estudié mi carrera
de derecho en Alemania y siempre fue muy difícil, realmente
difícil estar lejos de mi tío y primos.
Julian frunció la boca, como si estuviese meditando su
decisión, mientras miraba a Samuel a los ojos.
—Aún eres joven —continuó Samuel, al ver que Julian
dudaba—. Te aconsejó que termines la secundaria y si después
quieres hacer tus estudios universitarios en Londres, yo mismo
hablaría con tus padres para convencerlos de que es lo mejor
para ti, también puedes contar con mi ayuda para que te
radiques allá, me comprometo a llevarte.
Julian sonrió mostrando su trabajo de ortodoncia invisible,
sintiéndose feliz y satisfecho al contar con la ayuda de más que
su amigo, su ángel salvador, ese porque el que estaba vivo.
Estaba seguro que si Samuel no lo hubiese ayudado, no habría
superado las quemaduras que le devoraron gran parte del
cuerpo y del que apenas tenía huellas.
—Gracias.
—No agradezcas, ahora sí debo regresar a casa porque tengo
a una esposa embarazada —hizo un ademán para que le
hicieran llegar la cuenta—. Que debe estar extrañándome, o al
menos es lo que quiero pensar —sonrió entregándole la tarjeta
de crédito a la señorita que tendía el recibo.
—Seguro te extraña —dijo poniéndose de pie y agarrando la
chaqueta de cuero, que había dejado en el respaldo de la silla.
De camino a la salida, Samuel retiró la tarjeta —. Supongo
que aún no tienes a alguien especial —comentó interesándose
un poco más en la vida del chico.
Julian se mantuvo en silencio, pero no pudo ocultar el rubor
que se le apoderó de las orejas y los pómulos. Mientras se
colocaba la chaqueta.
—No, no tengo a ninguna chica —murmuró con la mirada al
frente, intentando con eso no mostrarse vulnerable delante de
Samuel, al tiempo que se llevaba las manos a los bolsillos del
jean.
—Pero sí hay alguna que te guste.
—Sí, pero no se fijará en mí, no soy el típico deportista con
más masa muscular que cerebro —masculló siendo torturado
por las inseguridades de la adolescencia.
—¿Puedo saber quién es? —preguntó mientras caminaban
por la acera, en medio del mar de personas que abarrotaban las
calles.
—Es mayor que yo, tiene diecisiete y es la capitana de las
cheerleaders de la escuela, ella ya tiene a un chico rubio.
—Tonterías, no te dejes amedrentar por esa mierda. Eres un
chico con gran personalidad.
—A ella solo le interesan los músculos y los tipos con más
ego que calificaciones. Intentar acercarme a ella es una pérdida
de tiempo y de emociones. Primero debería dejarle saber que
existo, porque nunca me ha tomado en cuenta.
En ese momento Samuel lo sorprendió pasándole un brazo
por encima de los hombros y lo pegó a su costado, él sonrió y
no se alejó, siguieron caminando como si nada.
—Julian, empieza a hacerle saber que existes, no necesitas
músculos, necesitas seguridad, a las mujeres, todas,
absolutamente todas les gusta un hombre que se interese por
ellas. Sé que no será fácil porque los nervios siempre son el
peor enemigo que podemos tener, pero tienes que crear un
equilibrio perfecto entre interés y desinterés. Es decir le haces
saber que te interesan sus cosas, pero no tanto como para que
ella piense que no puedes respirar si no está a tu lado. Cuando
le hables mírala a los ojos y a la boca, ningún otro lugar.
—Cómo si fuera tan fácil.
—No es fácil, claro que no es fácil, pero debes dar el primer
paso, uno siempre da el primer paso. La buscas, puedes hacerla
caer en una sutil trampa, si es preciso encuentra la manera para
que se moleste y quiera discutir, porque a las mujeres les
encanta disentir, y te encargarás de llevarle la contraria, eso
asegura que no se irá porque en el juego de palabras, nunca dan
el brazos a torcer. Si te encuentra un excelente contendor tienes
el éxito asegurado. Eso sí, sin pasarte de listo porque entonces
te verá como un fanfarrón y no como un tipo interesante.
Cuando ella tenga más ganas de llevarte la contraría,
sencillamente te vas, eso la dejará con ganas de buscarte para
reclamarte una vez más y así se dará más de un encuentro —
aconsejó Samuel, como si le estuviese contando el mayor y más
valioso de los secretos.
—Trataré de ponerlo en práctica, ¿qué debo hacer con el
capitán del equipo de soccer con el que sale?
—Tú no harás nada, ella misma lo alejara, cuando se dé
cuenta de que eres mejor que ese chico esteroides —le guiñó un
ojo con complicidad.
—Bien, voy a confiar en tu palabra —dijo sonriente y mandó
a parar un taxi.
—No, yo te llevaré —le hizo saber Samuel.
—No es necesario, me iré en el taxi, mejor ve con tu esposa,
porque si tardas más de la cuenta la encontrarás llorando en un
rincón. Por cierto, ya decidí que me disfrazaré de Flash para la
fiesta de la fundación —informó abriendo la puerta trasera del
auto amarillo.
—Me alegra saber que nos acompañarás —dijo Samuel con
una sonrisa, mientras sacaba la billetera de su bolsillo.
—No puedo faltar, me gusta ir —dijo sonriente.
Samuel asintió en silencio, le entregó un par de billetes al
taxista y le indicó la dirección a la que llevaría al chico. Una vez
que el auto se puso en marcha se despidió con un ademán.
Siguió con su camino hasta el estacionamiento donde había
dejado su camioneta.
Al llegar a la casa, sus oídos fueron acariciados por las
altísimas notas de la bossa nova, que a través de los altavoces
estratégicamente dispuestos por toda la casa, inundaban el
ambiente.
Ni siquiera Snow lo había escuchado llegar porque no había
ido a su encuentro, dejó las llaves sobre la mesa junto a la
entrada y se encontró unos tiernos y pequeños escarpines
tejidos en color blanco.
Irremediablemente el corazón se le instaló en la garganta y
una sonrisa reflejaba esa felicidad que le causaba el pequeño
detalle, era la primera prenda para su hijo, porque hasta el
momento Rachell no había querido comprar nada. Por instinto
se llevó los escarpines a la nariz disfrutando del suave aroma
con que su esposa los había perfumado.
En ese momento otra prenda en color blanco captó su
atención, era un gorro igualmente tejido y en el mismo color,
que estaba como a diez pasos de distancia, caminó mientras se
quitaba la corbata y desabotonaba la camisa.
Se apoderó de la pequeña prenda e inevitablemente un nudo
se le hizo en la garganta al ver en uno de los escalones de la
escalera de cristal, un biberón, mientras la bossa nova seguía
inundando el lugar. Sin duda Rachell le había creado un camino
que debía seguir, y como si fuese una hormiga recogió una a
una las tiernas migajas que su esposa le había dejado, y que lo
condujeron a lo que sería la habitación de su primogénito.
La puerta estaba abierta y ella de espaldas, con un ligero
vestido blanco, descalza y un moño de tomate. Pensó que
encontraría algo más, tal vez, lo sorprendería con la habitación
ya decorada, pero no, estaba completamente vacía.
—Alto y bronceado, joven y guapo —canturreó Rachell
consciente de que Samuel estaba parado en el umbral de la
puerta no podía evitar sonreír—. El chico de Ipanema va
caminado, y cuando se dirige cada chica que pasa va, aahh.
Cuando camina es como una samba —movía su cuerpo
lentamente de un lado a otro mientras seguía cantando la bossa
nova.
Samuel se mordió el labio y dejó en el piso de madera que
relucía, las cosas con las que Rachell lo había invitado; se quitó
los zapatos dejándose los calcetines, caminó despacio hasta su
sensual y embarazada esposa, abrazándola por la espalda, se le
pegó al cuerpo y siguió las suaves nota del tema, al tiempo que
le daba un beso en la majilla.
—Ah, pero lo veo tan triste, ¿cómo puede saber que lo
quiero? Me gustaría darle mi corazón con mucho gusto. Pero
cada día que camina hacia el mar, él mira hacia delante y no a
mí… —siguió Rachell acariciándole los brazos a Samuel
mientras disfrutaba de las tiernas caricias que le regalaba a la
barriga.
—¿A qué se debe, esto tan especial? —le preguntó al oído,
sin dejar de bailar con ella.
Rachell se alejó un poco del abrazo y se dio media vuelta, él
quiso besarla, pero no lo permitió, al menos no por el
momento.
—Quítame el vestido —le pidió mientras le sonreía y lo
miraba a los ojos.
Samuel titubeó, no sabía a qué se debía la petición de su
esposa, al parecer Rachell pensaba matarlo antes de que naciera
su hijo, ese apetito sexual en ella era extremadamente peligroso,
más de una vez había tenido que corresponderle a su mujer,
estando casi dormido y buscar apoyo en algunos juguetes
eróticos, porque no estaba dentro de las posibilidades humanas
lo que ella pedía por las madrugadas.
Sin embargo verla mover las caderas de esa manera tan
sensual, esa sonrisa perversamente sugestiva y la incitante
melodía habían arrasado con todo el cansancio y dejando a su
paso una evidente erección que debería atender en minutos.
Rachell con el corazón brincándole en el pecho esperaba que
Samuel por fin se decidiera a desvestirla y descubriera lo que
tenía para él, mientras se relamía los labios para calmar un poco
la ansiedad.
Samuel llevó su mano izquierda al pecho de Rachell y se
apoderó de la cinta de seda, jalándola sutilmente, manteniendo
muy poca distancia entre ambos, sintiendo la tibia y pesada
respiración de su mujer.
El lazo que formada la cinta desapareció, en medio de unas
de sus mejores sonrisas cargada de deseo, los turgentes y llenos
senos mantuvieron la prenda casi en el mismo lugar, por lo que
llevó sus manos a los hombros femeninos, sintiendo como
poco a poco, casi de la nada, Rachell volvía a enloquecerlo, era
casi increíble cómo podía hacerlo temblar como al primera vez.
Sólo ella lograba calmar esas ansias que lo incineraban.
Deslizó la prenda lentamente por los brazos, dejando que el
peso de la tela hiciera el resto del trabajo, ella seguía inmóvil y él
estaba a un latido de morir, ante la sorpresa que Rachell
acababa de ofrecerle.
Súbitamente las lágrimas le bailaron al filo de los párpados, al
tiempo retrocedía un paso, admirando la hermosa barriga de su
esposa, que le mostraba un maravilloso paisaje que encerraba
algunos lugares de Brasil. Todo estaba ahí, La bahía de
Guanabara, y al fondo el morro el Pão de Açúcar, el Cristo
Redentor, también estaba La Catedral de Salvador de Bahía,
teniendo en frente a una Roda de Capoeira, El puente Octávio
Frias de Oliveira de São Paulo, un pedacito de selva Amazónica
en el que se asomaba una pantera con una mariposa
revoloteándole en la nariz. Todo eso sobre el Lençóis
Maranhenses, ese mismo lugar donde le pidió que viviera con
él.
—Quiero que nazca en Brasil —dijo sonriente.
Se tragó las lágrimas, tuvo que hacerlo un par de veces y se
aclaró la garganta para decirle que sí, que estaba de acuerdo, que
podrían irse cuando ella lo deseara, pero nada de eso salió de su
boca, sólo asintió al tiempo que las lágrimas se le derramaron.
Rachell lograba desenterrar sin ningún esfuerzo al hombre
vulnerable que había en él.
Acortó la distancia entre ambos y la besó, lo hizo con todo el
amor que sentía por esa mujer, manteniendo el cuidado y la
distancia que la barriga le exigía.
Ser padres nos cambió la vida
III Parte
Majestuoso, misterioso y poderoso, como una esmeralda en bruto, en
medio del Océano Atlántico, resaltaba Fernando de Noronha, franqueado por
las enigmáticas aguas azules de la profundidad, que vacilaban con el inigualable
color turquesa, ese tono increíble que se degradaba justo al llegar a la costa,
donde las olas besaban la arena. El archipiélago volcánico se dejaba ver a través
de las casi inexistentes nubes que intermitentemente vetaban el paradisíaco
lugar.
Rachell se encontraba realmente ensimismada admirando a través de la
ventanilla del avión, ese lugar donde se convertiría en madre, donde le daría la
bienvenida a ese maravilloso ser al que le estaba dando vida. Los latidos del
corazón se le aceleraban ante la felicidad, al saber que su esposo había elegido lo
más cercano al paraíso para mirarse por primera vez en los ojos de su hijo o
hija, sin saber qué sería, ya lo amaba como a nada en el mundo.
Recordó ese momento en que colmada de dudas y miedos, decidió
suspender todos los métodos anticonceptivos, así mismo rechazó a Samuel en
varias oportunidades, tal vez porque no estaba completamente segura de dar ese
paso, y él sin saberlo, aprovechó una mañana de un sábado de septiembre,
pronto a su cumpleaños número veintinueve, y arruinó a punta de besos y
caricias, todas sus murallas, como siempre lo había hecho. Entre los brazos de
ese hombre, olvidó por completo el temor de formar una familia y se entregó
plenamente al disfrute que él prometía.
No podía controlar la sonrisa nerviosa que bailaba en sus labios, siendo
apenas consciente de la calidez de la mano de Samuel prodigándole caricias a
su abultado vientre, viajando en perezosos círculos, aseguraba que esos mimos
los brindaba con todo el amor que su alma guardaba.
—¿Te sientes mareada? —preguntó en un susurró y le dejaba caer un suave
beso sobre el hombro.
Desvió la vista del increíble lugar que esperaba por ellos, y atendió a la
pegunta de su esposo.
—Un poco —contestó buscando con su mirada las pupilas de Samuel para
ser completamente sincera—. También tengo náuseas, pero se me pasará —
aseguró regalándole una sonrisa tranquilizadora, y posó una de sus manos sobre
la de Samuel. Él intentó detener las caricias, pero ella lo instó a seguir.
Estaba en el último trimestre del embarazo y empezaba a sufrir de síntomas
que no se hicieron presente antes, sin embargo eran realmente leves, con los
cuales lidiaba perfectamente.
—Si quieres te acompaño al baño.
—No, no es necesario. Creo que Snow está más mareado que yo —sonrió
desviando la mirada a su enorme mascota que iba en la jaula. Ella no quería
exponerlo a ese viaje, pero no tenía el corazón para dejarlo por tanto tiempo al
cuidado de otra persona. Estaba segura de que Sophia lo cuidaría muy bien en
Río, sin embargo prefería tenerlo en todo momento—. Ya falta poco mi
pequeño —captó la atención del perro.
Snow estaba acostado, con el hocico apoyado sobre sus patas delanteras, le
dedicó una mirada de súplica y gimió, como si entendiera lo que Rachell
acababa de decirle.
—Pasajeros, nos encontramos próximos a aterrizar en el Aeropuerto
Fernando de Noronha, por favor, hacer uso del cinturón de seguridad y dejar
los actos lascivos para otro momento, ya tendrán tiempo para coger como si el
mundo estuviese a punto de irse a la mierda —se dejó escuchar la voz de Ian a
través de los altavoces—. Porque después de que se agrande la familia deberán
suspender todo tipo de actividad sexual por cuarenta días, y eso sí es fin de
mundo —siguió en medio de carcajadas que inundaban la aeronave, mientras
sobrevolaba el archipiélago.
—No te preocupes Sam, después recuperarás el tiempo perdido —
interrumpió la voz de Thais, que fungía como copiloto. Tratando de animar al
que consideraba su cuñado, mientras sonreía y le guiñaba un ojo a su esposo,
que ocupaba el asiento de al lado, comandando el avión privado de la familia
Garnett Winstead, y que fue el regalo de bodas por parte de ellos para la pareja.
Samuel hizo un divertido mohín, mientras le ajustaba el cinturón de
seguridad a Rachell y mentalmente intentaba hacerse a la idea de lo que Ian
acababa de decir; resopló cuando sintió algunos latidos en sus testículos como si
protestaran ante ese mandamiento de resignación que su cerebro enviaba a su
cuerpo.
—Tranquilo —sonrió Rachell acunándole una mejilla—. Puedo ser muy
creativa —de manera provocativa, se relamió los labios con la punta de la lengua,
haciéndolo con una lentitud que provocó un roncó jadeo en su esposo.
Entonces quiso jugar un poco con las emociones de Samuel, y con toda la
alevosía que poseía, llevó su lengua contra la parte interna de su mejilla
izquierda, empujando descaradamente en un claro gesto sexual.
—Deberás ser muy creativa —carraspeó removiéndose en el asiento, mientras
nerviosamente se ajustaba el cinturón de seguridad.
—¿Estás dudando de mis habilidades? Podría dejarte loco con una felación —
aseguró entornando los párpados.
Samuel echó la cabeza hacia atrás en el asiento y soltó una sonora carcajada.
—¿Te estás burlando? —inquirió golpeándole el hombro y ella misma reía,
sin embargo sus pupilas se anclaban en el mágico y excitante movimiento de la
nuez de Adán de su marido, subiendo y bajando ante la carcajada.
—No dudo de tus habilidades, me sorprende tu expresión tan “científica”
¿en qué momento mi mujer se ha vuelto tan recatada? —se preguntó sin dejar de
reír.
—Es una manera de prometerte una mamada —explicó sintiendo que el
sonrojo se le apoderaba de las mejillas.
—¿Y por qué no me lo prometiste de esa manera? Me gusta cada vez que me
dices palabras obscenas, sabes que me excita —susurró acercándose a ella, tanto
como para dejar su cálido aliento sobre los labios femeninos.
—Tal vez porque en este momento no estamos cogiendo y no es lo mismo —
sus pupilas bailaban en los labios de su esposo, esos labios que le arrebataban la
cordura.
—Las promesas también deben ser impúdicas. ¿En serio vas a volverme loco
con una mamada?
—De remate —sonrió con seguridad y sus ojos brillaban con intensidad a
causa del deseo que ardía en su ser.
—No creo que puedas volverme más loco de lo que ya estoy, dependo
absolutamente de ti —la tomó por la barbilla, mirándola a los ojos y en ese
momento no necesitaba mirar el paisaje en el que estaban aterrizando, porque
el color de los ojos de su mujer era mucho más hermoso que el de las cristalinas
aguas de las costas Noronhenses.
—¿Entonces las mamadas durante la cuarentena se suspenden? —murmuró
con las ganas de besarlo latiendo desesperadamente en sus labios.
—¡No! —soltó casi enseguida.
—Es que si ya estás loco, temo asesinarte —sonrió como una niña en medio
de una travesura.
—Puede que eso pase, pero seguro moriré feliz y con una expresión de placer
inigualable —aseguró enarcando las cejas en un gesto divertido.
—No quiero quedar viuda tan pronto —confesó aferrándose a las mejillas de
Samuel y lo besó, lo hizo sin recato y sin prisas. Le permitió a su lengua
deslizarse con lentitud en esa boca, robándose sabores que no encontraba en
ninguna otra parte, aceptando gustosa la sensual danza que la lengua de él
sugería. Hicieron menguar el beso en medio de sugerentes succiones y toques
de labios, alargando quedamente el contacto entre sus bocas.
El avión tocó tierra y Snow volvió a gemir, aunque la jaula estaba asegurada
con cinturones, sentía la vibración de la aeronave, mientras se desplazaba por la
pista, aumentando la angustia en el animal.
Justo en el momento en que el jet se detuvo, la tripulación compuesta por
dos aeromozas se presentaron, interrumpiendo la soledad en la que habían
viajado Rachell y Samuel. Las mujeres de piel color canela y unos ojos tan
oscuros que parecían malignos, aún sonreían por haber escuchado las
indicaciones del piloto, que era nada más y nada menos que el mismísimo
dueño de EMBRAER.
Al asomarse en las escaleras, la brisa tropical acarició el rostro de Rachell,
agitándole los cabellos, mientras Samuel la tomaba por la mano para ayudarla a
bajar. Admiró la pista franqueada por el verdor que reinaba en el archipiélago,
al tiempo que inhalaba profundamente, llenándose los pulmones con el aire
puro de la naturaleza.
Un Jeep negro con franjas verdes, los esperaba, para llevarlos a su destino
final. Ian y Thais en muy pocos minutos se les unieron junto al automóvil,
mientras Rachell esperaba a que Samuel le colocara la correa a Snow.
—Tranquilo bola de pelos, que ya casi llegamos —lo animaba mientras le
acariciaba los costados. Le entregó la correa a Rachell para que ella lo guiara, y
caminó hasta donde estaba un hombre moreno, que vestía una bermuda y una
camiseta sin mangas, dejando a la vista algunos tatuajes en sus brazos.
—Bienvenido señor Garnett, aquí tiene las llaves, el tanque está lleno —
informó con una amable sonrisa, mientras el viento movía los rulos de su
cabello.
—Gracias —Samuel recibió las llaves y le palmeó el hombro, mostrándose
familiar con él y desviando la mirada hacia los otros dos que lo acompañaban.
—Yo conduzco —lo abordó Ian.
—No, ya has piloteado y aún te queda el viaje de regreso.
—Pantera, ve con Rachell que yo conduzco —repitió la decisión que ya había
tomado y prácticamente le arrebató las llaves—. Cómo si no estuviese
acostumbrado a este tipo de rutinas —masculló, sin dejarle opciones a su primo.
Thais con una caída de párpados y unas de esas sonrisas conciliadoras que
siempre regalaba, le dejaba saber a Samuel que no lograría nada con llevarle la
contraria a Ian.
—Snow, sube —le pidió Rachell a su mascota palmeándole un costado para
que brincara dentro del vehículo, no tuvo que repetir la orden. El gran canino
de un extraordinario brinco, se ubicó en el asiento trasero del Jeep.
Con la ayuda de Samuel, ella subió al lado de Snow, mientras observaba
como el equipaje era colocado en la parte de atrás del Jeep y la otra parte la
llevarían los hombres en los boogie en los que andaban.
Cuando todo estuvo listo, subió a la parte trasera del Jeep junto a su esposa
y su mascota, mientras que Ian y Thais ocupaban los asientos delanteros, sin
más demoras el auto todoterreno se puso en marcha, saliendo de la pista y
tomando la carretera, para animar lo que restaba de viaje, Thais encendió la
radio, paseándose por varias emisoras musicales, hasta dar con algún tema que
fuese de su agrado.
—Baby did a bad bad thing, baby did a bad bad thing —al encontrar el
apropiado empezó a cantar y a mover los hombros con gran entusiasmo, al
ritmo del clásico entonado por el sex simbol de los años noventa, Chris Isaak—.
You ever love someone so much you thought your little heart was gonna break
in two? I didn't think so —pilló a su esposo sonriendo y mirándola de soslayo,
por lo que le llevó una de sus mano a la nuca y empezó a acariciársela con las
yemas de los dedos—. You ever tried with all your heart and soul to get you lover
back to you?
Rachell y Samuel se miraron, ante las muestras de afecto que Ian y Thais,
siempre se prodigaban sin importar los presentes. Anhelaban poder seguir el
ejemplo de ellos, que con un segundo hijo de cinco meses, seguían amándose
con locura y se divertían juntos, como si llevasen apenas una semana de novios.
Samuel le agarró la mano a Rachell y le besó el dorso en varias
oportunidades, ella aprovechó la muestra de cariño de su esposo, para
acariciarle con el pulgar los labios, mientras le sonreía, sintiendo el corazón
brincándole sin control, así como el viento silbándole en los oídos, también le
agitaba fuertemente los cabellos.
Con la mano libre se llevó los lentes de sol a la cabeza para admirar sin
ningún tipo de filtro la belleza que la rodeaba.
Se desplazaban por una carretera doble vía, pero era como si estuviesen
prácticamente solos en el lugar, hasta el momento, solo había visto dos
vehículos pasar. Algunos árboles y la grama enmarcaban el camino de asfalto,
en el horizonte se apreciaban algunas montañas, y sobresaliente e imponente el
Morro de Pico, formado de piedra volcánica millones de años atrás, mucho
antes que la misma humanidad. Desde ese punto robándole protagonismo a
todo. Sobre ellos una gran nube gris entristecía ese espacio que transitaban,
pero encima de esa Torre de Babel, creada por la naturaleza, brillaba
intensamente el sol. Posándose con sus rayos y creando un efecto casi increíble.
Iluminando como la esperanza hacía con las almas.
Un agradable aroma a lluvia, mezclado con el salitre del mar, inundaba sus
fosas nasales, haciéndola sentir completamente en paz.
Snow observaba atento todo lo que lo rodeaba, una vez más se le notaba
lleno de entusiasmo, ya el mareo de vuelo se le había pasado.
—Rachell, vas a quedar enamorada de Noronha —dijo Thais, bajándole un
poco al volumen de la radio, donde los locutores hablaban de los eventos
sociales de la élite brasileña—. Es un lugar paradisíaco, he viajado por todo el
mundo y sin temor a equivocarme puedo decir que no hay playas que se le
comparen.
—Estoy segura de que así será, desde que Samuel me dijo que vendríamos,
no paré de buscar información sobre el lugar —le dedicó una fugaz mirada al
hombre a su lado, que le pasó el brazo por encima de los hombros.
—Supongo que han asimilado que estarán prácticamente incomunicados. El
internet es pésimo y la señal telefónica falla en muchos puntos del archipiélago
—intervino Ian, sin desviar la mirada del camino.
—Decidimos que así fuera —respondió Samuel frotándole cariñosamente el
hombro a su mujer.
—Estaremos aquí para la semana programada de parto, necesitaran ayuda —
comentó Thais, lo que ya habían pautado en Río, de que toda la familia
estuviese presente para el tan esperado momento.
El jeep se detuvo a la espera de que uno de los hombres que lo habían
seguido en los boogies, bajara y les abriera la verja. Su destino se encontraba
ubicado en el sector, Floresta Velha, después de tragar algo de polvo por las
calles del pueblo que aún no eran asfaltadas, así mismo como las sencillas
edificaciones que caracterizaban al lugar, donde aún y con gran esfuerzo se
mantenía la preservación ambiental.
El lugar dónde se quedarían Samuel y Rachell, era un bungalow de dos
pisos, propiedad de los Garnett; estaba cercado por media pared de piedras
volcánicas, con dos verjas de madera, una para vehículos y otra más angosta
para el paso peatonal.
El jardín frontal estaba hermosamente cuidado, con grama natural y
prolijamente recortada, solo dos caminos de piedra por donde debían seguir las
llantas de los vehículos.
Rachell sentía mariposas en el estómago, al ver lo hermoso que era el lugar,
la fachada con grandes ventanales, el porche servía de terraza a la parte superior,
el techo triangular de paja y sus paredes de madera. Había dos árboles de
mango a cada extremo frontal, que estaban completamente cargados del
exquisito fruto, por lo que la boca se le aguó y tragó en seco. Estaba segura de
que la sombra que ofrecían los árboles sería realmente placentera.
Con la ayuda de su esposo descendió del vehículo, y bajaron a Snow que
alegremente empezó a correr por todo el lugar, como si al igual que ella se
sintiera en el paraíso, empezó a reír al ver a su mascota rodar de un lado a otro
sobre el césped, como si le picara el lomo.
Una de las paredes laterales por la parte interna estaba totalmente forrada
por hermosas cayenas rojas, sin si quiera ser consciente sus pasos la llevaron a
admirar ese maravilloso espectáculo.
—Estas cayenas, mis abuelos las trajeron desde Venezuela, y las plantaron en
este lugar —le informó Samuel llegando hasta ella y sorprendiéndola—. Al fondo
de la casa hay rosadas y blancas —arrancó una de esas flores tropicales y se la
colocó entre el cabello y la oreja—. Ahora se ve más hermosa —confesó
sonriente, sintiéndose completamente hechizado por la belleza de su mujer, ese
enigmático brillo que el sol le sacaba a sus ojos.
—Estoy segura de eso —alardeó guiñándole un ojo y se mordió el labio, sin
tener ninguna intención de provocar a su hombre, lo hizo solo por instinto.
—Vamos adentro —pidió tomándola de la mano.
Subieron la escalinata de tres escalones y los recibió el porche con un
reluciente piso de madera, había un recibo de sofá de ratán con cojines blancos
de tela de lino, en uno de los ángulos colgaba de una de las vigas del techo una
especie de huevo gigante, igualmente de ratán, y cómodamente acolchado, que
se balanceaba suavemente con la brisa. Los cuatro pilares de madera que
sostenían la estructura, eran adornados por macetas de donde se desbordaba un
sinfín de petunias fucsia, que llenaban de alegría y colorido el lugar, ofreciendo
a los presentes su agradable aroma cada vez que la brisa balanceaba el macetero.
Ian, abrió la puerta doble que era de cristal tallado con marco de madera,
concediéndole el paso a todos, incluyendo a los hombres que se encargaban del
equipaje.
La mirada violeta de Rachell, recorrió el lugar que inmediatamente empezó
a amar. Una espaciosa sala adornada por dos sofás de cuero blanco, varias
mesas, algunas de cristales y otras de madera pulida, alfombras blancas y beige
con algunos detalles en negro.
—Es hermosa —expresó sonriente, mientras el viento que se colaba en el
lugar y agitaba suavemente las cortinas de telas ligeras, casi todo era de un
blanco impoluto que contrastaba perfectamente con el marrón de la madera.
La cocina se encontraba al extremo derecho, solo dividida por un desnivel
en el piso de parqué, con los muebles y gabinetes en un regio y elegante negro,
asimismo el cromado de los electrodomésticos como un brillante espejo le
devolvían su imagen sonriente. A ella que odiaba la cocina, le dieron ganas de
pasar el día en ese rincón del bungalow.
Siguieron por un pasillo completamente de cristal que los hacía sentir como
si estuviesen a la intemperie, Rachell pudo ver en los jardines laterales, las
cayenas rosadas y blancas, que Samuel le había mencionado, pero no se
limitaban exclusivamente a ese tipo de flor, había una gran variedad que sin
duda alguna, requeriría de gran atención y cuidado para mantener cada especie;
el aroma de las flores danzaba en el ambiente, colándose por los ventanales
abiertos, el corredor los condujo a otro salón, donde habían unos sofás y una
biblioteca de piso a techo, repleta de libros que estaba segura no le alcanzarían
cinco años para leerlos todos.
—Ahora vamos al mejor lugar de la casa —informó guiándola hacia las
escaleras de madera, que estaban al final de ese salón, que parecía ser una
biblioteca en medio del mismísimo jardín secreto.
—¿Cuál es el mejor lugar? —preguntó con la curiosidad latiendo en ella.
—Ya lo verás.
—Pueden ir tranquilos, nosotros los esperamos aquí —intervino Ian
dejándose caer sentado en el sofá color crema que había en la biblioteca, y
agarró el control de la tv, su esposa se sentó a su lado, mientras él no hacía nada
más que pulsar sin cesar los botones del mando, saltando de un canal a otro,
mientras quedamente le acariciaba uno de los muslos a su mujer.
—¿Quieres algo de tomar? —preguntó Thais a su esposo, mientras le
acariciaba el pecho.
—Agua —le dijo mirándola a los ojos con esa intensidad en su mirada que
despertaba nerviosismo en cualquiera, pero que ella tanto adoraba.
Thais sonrió y se puso de pie para ir en busca de un poco de agua para los
dos, cuando la sorprendió una sonora nalgada que le dejó la piel ardiendo. Así
era Ian Garnett, impulsivo, dominante y juguetón.
—Me la cobraré —aseguró mirándolo por encima del hombro.
—De regreso ponemos el piloto automático, para que te cobres lo que
quieras.
Ella sonrió y siguió su camino, mientras que la mirada de Ian fue captada
por Snow que corría de un lado a otro en el jardín.
—El puto perro está loco —soltó una corta carcajada siguiendo las
ocurrencias de Snow.

La boca de Rachell, inevitablemente se abrió cuando Samuel le abrió la


puerta de la habitación, y su atención fue captada en su totalidad por el paisaje
que se exponía ante sus ojos.
A través de la puerta de cristal corrediza que daba a la terraza de la parte
trasera de la casa, pudo ver el majestuoso Océano Atlántico con su turquesa
hechizante, solo para ella, sin poder ser consciente de nada más adentro de la
estancia.
—¡Esto es increíble! —casi corrió a la terraza, que sobresalía en medio de la
vegetación que los rodeaba, y a lo lejos se dejaba ver la playa, con sus arenas
doradas que brillaban ante los rayos del sol, esos que a ella también le
calentaban la piel.
Se carcajeó de la felicidad, de ver ante ella la inmensidad de la naturaleza,
en un lado del magnífico horizonte, estaba el Morro de Pico, y desde ahí parecía
una torre de grafito, resaltando oscura entre la exótica vegetación, a diferencia
de la otra cara salpicada de verde que les había mostrado cuando venían por la
carretera.
Una y otra vez se llenaba los pulmones del aire más puro, mientras la cálida
brisa le acariciaba la piel y le mecía los cabellos.
—¿Crees que es el lugar adecuado? —preguntó Samuel acariciándole la
espalda, haciéndole saber que no estaba sola en el paraíso.
—Es el mejor lugar del mundo —aseguró volviéndose, cerró con sus brazos el
cuello de su esposo, y recibió gustosa el par de besos que él le dejó caer en los
labios.
Al soltarse del abrazo siguió explorando el lugar, y descubrió que la terraza
formaba una U alrededor de la habitación, en la parte trasera, la única donde
había una pared de madera que le impedía la visibilidad al recinto de paz.
Estaba techada igualmente de paja con vigas de madera, del que colgaba una
hamaca blanca, con vuelos hermosamente tejidos, como si fuera una atractiva
mariposa, en el suelo había unos cojines en diferentes tonos y un mueble con
algunas toallas dobladas.
Bordeó la habitación y llegó al otro extremo de la terraza, donde había una
piscina rectangular con la parte frontal en cristal, exponiéndolos aún más a la
naturaleza. Desde cualquier punto del inmenso balcón se podía ver la playa y el
Morro de Pico.
Samuel se mantenía en silencio, estaba seguro de que Rachell no había visto
lo más importante, porque el paisaje la había abducido, pero no quería
apresurar el momento, porque disfrutaba de la curiosidad con la que ella se
paseaba por el lugar.
—Sam, esto es maravilloso —suspiró y le tendió la mano para que se acercara.
Él mansamente caminó hasta ella, mientras sonreía y la abrazó por detrás,
dejándole caer lentos besos en el cuello, arrastrado por esa adicción que había
creado en él la piel de su mujer.
—Vamos a pasarla muy bien, ya verás —prometió, y ella le regaló un suspiro.
—Gracias por traerme a este lugar. Ya tendré tiempo para pasar mis días en
esta terraza.
—No quiero que límites tus días a pasarlos en esta terraza, hay mucho que
ver por fuera.
—Estoy segura de eso. Podemos proponerle a Ian y Thais que se queden, así
descansan un poco del viaje.
—No pueden quedarse, deben regresar, Renatinho debe estar extrañando a
la madre.
—Entonces no los hagamos esperar tanto, vamos a despedirlos.
Se dejó guiar por su esposo y con la emoción en niveles aceptables, entró a
la habitación, y pudo darse cuenta de la hermosa cuna de madera que estaba a
un lado de la cama matrimonial.
Miles de emociones estallaron en ella, y caminó hasta lo más tierno que
hubiese visto en su vida, con extrema delicadeza acarició la suave tela del dosel
blanco que cubría el mueble. Separó la gasa y repasó con las yemas de sus dedos
el colchón cubierto por sábanas, cobijas y almohadas, todo enfundado en
blanco, lo único que le daba color era un oso de peluche en color marrón, con
un lazo rojo en el cuello. Sentía que la garganta se le inundaba, y la ansiedad en
ella aumentaba.
Habían dejado la habitación preparada en la casa de Nueva York, pero para
el primer mes de vida de su hijo o hija, solo tenían un moisés. No esperaba que
Samuel tomara en cuenta hacerle un espacio en ese lugar.
—Es hermosa —murmuró y un sollozo se le escapó de la garganta, se dio
media vuelta y enterró la cara en el pecho de Samuel, echándose a llorar como
una tonta—. Es la cuna de nuestro bebé.
—Sí, es la cuna de nuestro bebé —reafirmó acariciándole los cabellos—. Mi
tío dijo que no era conveniente que durmiera con nosotros —hablaba con voz
conciliadora, ya había tenido siete meses para acostumbrarse a los extremos
cambios hormonales de su mujer—. ¿Acaso no te gusta? —preguntó sonriente.
—Me encanta, ya quiero tenerlo en mis brazos, quiero conocerlo, quiero
verle la cara —dijo elevando la cabeza y dejando que su esposo le enjugara las
lágrimas con los pulgares.
—Falta muy poco, también estoy ansioso, pero sé que cuando llegue el
momento, extrañaré esta panzona —sonrió acariciando la dura barriga.
—Eso lo dices para no hacerme sentir mal —sorbió las lágrimas y
correspondió a la sonrisa que él le regalaba.
—No, lo digo porque es la verdad, eres la embarazada más sensual que he
conocido en mi vida, y quiero que al igual que en la casa de Nueva York te
pasees desnuda sin ningún tipo de limitaciones.
—¿Acaso has tenido a otras embarazadas? —interrogó cerrándole el cuello
con las manos, amenazando con ahorcarlo.
—Si me lo preguntas de esa manera, me toca decir que no.
Rachell apretó sus manos alrededor del cuello, haciéndolo con fuerza, y
Samuel se carcajeó, sin embargo se ahogó con la tos.
—Has tenido a otras —dijo con dientes apretados, torturándolo aún más,
pero por más que intentara no podía ocultar la alegría en sus gestos.
—Te juro que no —llevó sus manos a las caderas de su mujer que aflojó el
agarre—. En mi vida solo tú has hecho la diferencia, por eso te embaracé.
—Me embarazaste sin saberlo —se alejó y caminó a la salida de la habitación.
Samuel intentó decir algo pero sabía que no tenía argumentos, no obstante
él no podía perder.
—Eras tú la que me limitaba, te recuerdo que dejé de usar condón desde la
segunda vez que te cogí, siendo más específico, en el vestidor de tu
apartamento.
—Samuel Garnett, no intentes aclarar nada porque la estás cagando —
advirtió llevándole varios pasos adelantados.
—En realidad, si contamos por asaltos sexuales, podría decir que fue
exactamente la cuarta vez —aligeró el paso, hasta apostarse a su lado—. Las cosas
que he vivido contigo las tengo muy presente, gracias por elegir al océano
incierto del que no sabías nada, gracias por haberte dejado arrastrar por mis
corrientes —le dijo tomándole la mano, llenando perfectamente los espacios
entre los dedos de ella.
Rachell apenas sonrió y bajó la mirada, aferrándose a ese agarre que Samuel
le ofrecía, a esa seguridad en la que se había convertido para ella.
Recordó ese momento en que tuvieron la discusión en el polígono, donde
lo comparó metafóricamente con el océano y a Brockman con Richard Parker.
En ese entonces no podía saber que su océano incierto, solo intentaba
protegerla, no de un simple tigre, se estaba dejando la piel por protegerla del
mismísimo Diablo.
Al bajar despidieron a Ian y Thais, que prometieron mantenerse en
contacto con ellos y regresar en unas semanas junto a todos, para estar presentes
en el momento en que Rachell diera a luz y así conocer al nuevo integrante de
la familia Garnett.

Quedarse dormida arrullada por el sonido de las olas, y despertar con la


misma cacofonía susurrándole en los oídos, era una experiencia que la llevaba
al más placentero de los estados.
La barriga impidiéndole rodar en la cama y estirarse como si fuese una gata,
le recordaba que estaba embarazadísima, le había tocado acostumbrarse a
dormir exclusivamente de lado y no desperezarse en la cama, sino en el baño,
porque las ganas de orinar la atormentaban. Miró el reloj digital sobre la mesa
de noche y marcaba las cinco y veinte minutos de la mañana.
—Parece que hubiese dormido sobre nubes —se dijo al tiempo que buscaba
el interruptor de la luz del velador, y aguantaba las ganas de ir al baño.
La débil luz iluminó la estancia y le extrañó no ver a Samuel a su lado,
suponiendo que estaría en el baño o en la planta baja, se levantó, llevándose las
manos a la parte baja del vientre, al sentir esa presión que ejercía su hijo o hija,
sobre la vejiga y aumentaba las ganas de orinar. Desnuda como se encontraba
caminó hasta el baño y casi corrió hasta el inodoro, donde se sentó y era como
si liberara litros de orina.
—¿Dónde se habrá metido? —sin levantarse del inodoro, se armó un moño
de tomate en lo alto de la cabeza.
Al terminar la primitiva necesidad, se levantó y entonces sí le dio tiempo de
encender la luz blanca que inundó el lugar, se miró al espejo y se dio a la tarea
de lavarse la cara y los dientes. Era realmente temprano, pero ya no tenía sueño,
y esperaría a Samuel para bañarse juntos, como habían hecho la noche anterior,
todo por no gastar agua de más, y seguir el ejemplo de concientización de los
habitantes de Noronha, aunque eso muy poco lo respetaban los turistas.
Salió del baño, apagó el aire acondicionado y se colocó un kimono de satén,
rosado con estampados florales. Mientras sentía la mullida alfombra de pelo
largo, mimarle las plantas de los pies, al tiempo que acomodaba la cama. Al
estar completamente satisfecha con el resultado, caminó hasta las cortinas de
chifón y las corrió a los extremos, despejando las puertas de cristales que
formaban una L y que daban a la terraza.
Afuera todavía estaba oscuro, pero en el horizonte, justo donde el cielo se
juntaba con el océano, una delgada línea color naranja, anunciaba la aurora de
un nuevo día, era su primer amanecer en Noronha y la dejaba sin aliento.
Deslizó la puerta frontal y el viento frío le rozó las mejillas, la naturaleza la
envolvía con sus sonidos y aromas. A cada paso que daba hacia la terraza,
disfrutaba de la sensación tan deliciosa que provocaba el piso de madera a sus
pies descalzos.
Poco a poco el sol como una naranja inmensa, empezaba a asomarse,
tiñendo con una variedad de colores que iban desde el naranjado hasta el
dorado, filtrándose entre las espesas nubes.
Y en la orilla de la playa a esa hora, un solo ser, se llenaba de la infinita
energía de la naturaleza, mientras practicaba capoeira.
—Debí suponerlo —murmuró sonriente, y sus pupilas habían olvidado al
astro rey, por anclarse en su marido, que practicaba su religiosa rutina de todas
las mañanas.
Nunca se cansaría de admirarlo, le fascinaba ver a Samuel viviendo su
pasión, haciendo sus espectaculares acrobacias y que los años no le restaban
agilidad. Suspiró complacida, y en ese momento el pequeño ser en su vientre
pataleó, tensándole la piel, y una vez más volvió a sentir ese maravilloso
movimiento.
Rachell se carcajeó y se llevó las manos a la barriga, regalándole caricias.
—¿Quieres practicar capoeira? ¿Acaso vas a ser capoeirista igual que tu padre?
—le preguntó tiernamente sin dejar de acariciarlo.
Le extrañaba que se moviera a esa hora, normalmente se antojaba a hacerlo
por las noches cuando ella tenía más ganas de dormir, manteniéndola despierta
por más tiempo del que deseaba.
El sol empezaba a iluminar por completo la playa y pintaba de naranja a su
esposo, que se apoyaba sobre sus manos, con los pies perfectamente elevados,
poniendo a prueba su resistencia corporal.
Parecía no cansarse, se movía al ritmo de la capoeira sin cesar, con esos
movimientos felinos, ágiles, sensuales, y en algunos momentos agresivos, que
rozaban los límites del deseo en ella.
Lo vio terminar la rutina de Capoeira, se acercó a la playa, para lavarse las
manos y la cara, luego emprendió el camino a casa, antes de que pudiese llegar,
logró verla en la terraza y ambos se saludaron agitando alegremente las manos.
Rachell, aprovechó y bajó a la cocina para preparar el desayuno. Esperando
adelantar un poco, mientras Samuel llegaba. Buscó en el refrigerador, algunas
frutas. Las que sacó y colocó sobre la isla.
Cuando Samuel entró al bungalow, ella apenas picaba la piña,
observándolo con su perfecto torso desnudo, que seguramente en pocos días se
pintaría de bronce por el incesante sol de Noronha.
—¿Te has caído de la cama? —preguntó quitándose el calça de capoeira1, que
aún tenía arena de playa, y lo lanzó sobre uno de los sofá, quedándose
únicamente con el sunga2 en color blanco.

1
Calça de capoeira: Pantalón para la práctica de capoeira, que permite los movimientos exigidos por el
deporte.
—No, simplemente dormí toda la noche —respondió mientras fileteaba unas
fresas, y podía sentir esa energía que Samuel desprendía, cerca, muy cerca de
ella.
Se paró detrás de su mujer, regalándole caricias a la a barriga, le dejó caer
un lluvia de besos en las mejillas, mientras ella sonreía y seguía con su labor.
—¿Cómo se porta? —preguntó frotándole el abultado vientre, sintiendo
como las manos se le deslizaban con ligereza a causa del satén.
—Muy bien, aunque pareció enloquecer hace un momento, cuando te
estaba viendo practicar. Creo que también le va a gustar la capoeira.
—¿En serio? —preguntó incrédulo, dando un paso hacia atrás y la tomó por
una mano para que girara de frente a él.
—Sí, no tengo porqué mentirte —aseguró con la mirada brillante por la
felicidad, y dejaba el cuchillo sobre la tabla de picar.
—Me encantaría que le gustase la capoeira, debe llevarla en la sangre —se
acuclilló frente a su esposa y con dedos rápido deshizo el nudo de la cinta del
kimono y lo abrió, para sentir más cerca a su hijo, dejándola desnuda,
deleitándose con la nívea piel de Rachell.
Sin perder tiempo, empezó a tocar palmas y a chasquear la lengua al ritmo
de la capoeira, algunas veces creaba una percusión realmente sincronizaba al
palmearse las piernas, mientras el corazón le brincaba descontrolado ante la
emoción.
—A E I O U
UOIEA
AEIOU
Vem criança vem jogar

Eu aprendi a ler
Aprendi a cantar
E foi na capoeira
Que eu aprendi a jogar…

Empezó a cantar, mientras tocaba palmas, y las lágrimas se le anidaban en


los ojos, otras tantas hacían remolinos en su garganta, haciéndole entonar el
tema roncamente.
Rachell admiraba la dicha en Samuel, y el corazón le latía presuroso, sin
poder controlar la sonrisa, empezó a tocar palmas al ritmo que su marido
imponía. Soltó una carcajada y las lágrimas se le derramaron cuando sintió a su
bebé moverse una vez más.

2
Sunga o Zunga: es un bañador o traje de baño masculino apegado al cuerpo. Muy resistente al calor y al
agua, normalmente tiene un cordón para afirmar a la cintura
Samuel pausó por segundos las palmadas para poder limpiarse las lágrimas y
continuó:
—AEIOU
UOIEA
AEIOU
Eu estudo na escola
E treino na academia
Eu respeito a minha mãe
O meu pai e a minha tia…

AEIOU
UOIEA
AEIOU
Sou criança sou pequeno
Mas um dia vou crescer
Vou treinando capoeira
Pra poder me defender…

Samuel lograba ver a través de su mirada empañada por las lágrimas, los
movimientos en la barriga de Rachell, mientras no dejaba de tocar palmas y
entonaba esa primera canción que le enseñaron en la academia de Capoeira,
donde su tío lo inscribió cuando tenía nueve años.
Para él la capoeira lo era todo, en ese entonces fue su salvación, era eso que
lo hacía sentir tan cerca de su madre, eso que lo enseñó a ser fuerte y llenarse de
toda esa AXÉ3, que silenciosamente pedía a gritos.
—Creo que no te han quedado dudas —dijo Rachell acunando el rostro de
su esposo, que se encontraba bañado en lágrimas.
Automáticamente negó con la cabeza, y empezó a repartir sonoros besos por
toda la barriga, susurrando mil y un cariños para su bebé.
—Estoy seguro que con diez años ya será un Bamba4.
—O una Bamba —dijo Rachell soltando risitas por las cosquillas que los
besos de Samuel le provocaban. Ya ella conocía en su totalidad los términos. Él
esperaba que su hijo o hija a los diez años dominara a la perfección la capoeira—
. Vamos a desayunar, porque este pequeñín me tiene hambrienta con tanta
voltereta.
—¿Qué tienes ahí? —preguntó poniéndose de pie, miró de soslayo el
recipiente de cristal y le dio un beso en los labios a su esposa.

3
AXÉ: En Capoeira hace referencia a la buena energía.
4
Bamba: Es como se le define a los expertos en capoeira.
—Hay papaya, patilla, fresa, mango. Me puedes ayudar con los kiwis,
mientras pongo a tostar unos panes —pidió caminado hacia el gabinete donde
estaban los panes.
Samuel se lavó las manos, y le ayudó con las frutas restantes; también
exprimió naranjas para sacar suficiente zumo para los dos.
Después de haber digerido el desayuno y descansar lo suficiente, se bañaron
juntos para ahorrar agua.

Rachell agitó el palito de madera en su mano, para captar la atención de


Snow, mientras el viento agitaba fuertemente sus cabellos que empezaban a
secarse y las olas morían en sus pies, mientras Samuel, estaba tirado sobre su
canga5 de la bandera de Brasil, observando como ella se divertía con su mascota.
Lanzó con fuerza el palito y Snow se echó a correr.
—Tráelo, ven… debes ser un buen chico —pidió Rachell riendo emocionada
al ver como Snow le regresaba el palito.
—Préstamelo —le pidió Samuel desde donde se encontraba sentado.
Mientras Snow vigilaba hacia donde se llevaban lo que consideraba su juguete.
Samuel lo lanzó con fuerza hacia el agua, y el perro sin esperar un segundo
más, corrió.
—No Sam, al agua no, puede ahogarse —protestó Rachell.
—No va a ahogarse, sabe nadar, lo hace por instinto.
—Nunca antes lo ha hecho —le hizo saber metiéndose al agua donde las
suaves olas golpeaban sus piernas.
Fue en busca de su perro, necesitaba salvarlo, pero se detuvo cuando lo vio
regresar con el palo en la boca, mientras tranquilamente chapoteaba en el agua.
Snow salió y trotó hasta Samuel, dejando caer el palo en la arena y se
sacudió con energía, bañando por completo a su dueño.
Rachell empezó a carcajearse al ver como Samuel brincó para no ser blanco
del agua que salpicaba Snow, pero no le dio tiempo.
—También se sacude por instinto —le dijo Rachell entre carcajadas.
Samuel en medio de risas corrió al agua para alcanzarla, y ella no pudo
alejarse mucho.
Ambos se sumergieron en las cristalinas aguas, dejando al tiempo pasar, en
medio de besos, mimos y abrazos. Ella se preparaba para ese parto que había
elegido, y al que en muy poco tiempo le tocaría enfrentarse.

5
Canga o Faralao: reemplazo de toallas para los brasileños, cuando van a la playa.
—¿Qué haremos mañana? —preguntó Rachell abrazaba a él y dejándose
mecer por la suave corriente.
—No sé, tal vez iremos a la cascada o a ver los tiburones, también si quieres
podremos bucear.
—Prefiero ir por la mañana a ver lo tiburones y por la tarde a la cascada, así
me refresco la piel.
—Entonces eso haremos —estuvo de acuerdo y le dejó caer varios besos en
los hombros, saboreando las gotas saladas que vibraban en la piel bronceada de
su esposa, mientras le acariciaba la espalda—. ¿Quieres flotar?
—Me encantaría.
Samuel la cargó, sosteniéndola entre sus brazos, acostada boca arriba y la
gran barriga sobresalía del agua, meciéndola suavemente, Rachell pesaba lo
mismo que una pluma, mientras ella sonría con los ojos cerrados, él no pudo
contener sus impulsos por besarle la barriga y también por robarle de las
pestañas las gotas de agua, a punta de besos.
Rachell aún con los párpados caídos, era consciente de los destellos que los
rayos del sol le sacaban al agua, sintiéndose completamente en paz.
Ese instante de tranquilidad fue interrumpido por un sonido proveniente
de la barriga de Rachell, y ambos soltaron la carcajada.
—Tengo hambre —confesó entre risas y furiosamente sonrojada, más que
por el bronceado, era por la vergüenza.
—Creo que si sigues comiendo al mismo ritmo vas a acabar con las reservas
de Noronha —se burló poniéndola de pie dentro del agua, que le llegaba a la
altura del pecho—. Vamos a comer.
Salieron y caminaron hasta donde estaban sus cosas, Rachell llevaba puesto
un traje de baño de dos piezas en color fucsia y negro.
Samuel la sorprendió parándose detrás de ella, y le sacó de en medio de las
nalgas la tanga que se la había metido.
Ella sonrió al ver que eso había sido una acción a causa de los celos, cuando
por encima del hombro vio a dos hombres que pasaban caminando por la orilla
de la playa.
Él nunca expresaba abiertamente sentir celos, pero siempre sus acciones
gritaban que era sumamente celoso.
—Estoy con la barriga a la boca, no creo que le parezca atractiva —Dijo
agarrando el faralao y se lo amarraba cruzado al cuello.
—No pienso lo mismo, luces realmente atractiva, muy, pero muy provocativa
—le murmuró al oído y no se reprimió a morderle el lóbulo de la oreja.
Caminaron agarrados de la mano, siendo seguidos por Snow, hasta un
sencillo puesto de comida. Samuel no tenía en sus planes regresar por el
momento a la casa.
Se sentaron en una mesa de madera rustica, con bancos del mismo
material, bajo una enramada de paja. Era un lugar realmente sencillo, atendido
por una pareja de esposos que llevaban treinta años en Noronha. La mujer era
afrobrasileña de contextura bastante robusta, mientras que el esposo era
italiano, realmente delgado, alto, de ojos azules y la piel extremadamente
bronceada por los años en el lugar.
—¿Qué deseas comer? —preguntó Samuel, después de ver a Rachell estudiar
por varios minutos la carta, que era una hoja plastificada.
—Quiero, pescado asado en hoja de plátano, pero no sé si es bueno.
—Es muy bueno, pídelo y si no te gusta intercambiamos.
—¿Qué vas a pedir tú?
—Voy a pedir una moqueca de peixe —explicó y sonrió al ver que Rachell
puso la cara como si le hubiese hablado en ruso—. Es un cocido de pescado y
camarones, con aceite de dendê6 y leche de coco. Es muy bueno y dicen que es
bastante afrodisiaco —le guiñó un ojo, y ella negó con la cabeza mientras
sonreía.
—Entonces pedimos eso, yo quiero zumo de maracuyá con banana.
—Yo tomaré zumo de açaí7, pide para postre bolo de rolo8, es buenísimo,
realmente muy bueno —aseguró señalando el lugar donde se nombraban los
dulces, en la carta.
Samuel le hizo un ademán al hombre para que se acercara a la mesa,
mientras la mujer intentaba sintonizar una emisora en el viejo radio que parecía
tener grillos adentro.
Una vez que hicieron el pedido, Rachell suspiró como si se quitara un peso
de encima, escuchaba el tintineo que creaban los móviles de metal que colgaban
de las vigas del techo, al ser balanceados por la brisa; los delfines, caracoles y
estrellas de mar, se chocaban entre sí, enredándose y volviéndose a desenredar.
Mientras preparaban los alimentos, la mujer logró sintonizar una emisora, y
un clásico brasileño empezó a confundirse con el sonido relajante del mar.

O amor não tem tom


Nem nacionalidade
Dispensa palavras
Basta um olhar
O amor não tem hora
Nem fórmula certa
Não manda recado
Chega prá ficar...

O amor entrou na minha vida

6
Aceite de dendê: Aceite de Palma.
7
Açaí: Es el fruto de una palmera que crece únicamente en estado silvestre, en la selva Amazónica en Brasil.
8
Bolo de rolo: Postre hecho con harina de trigo y relleno de dulce de guayaba, originario de Pernambuco.
Quando te encontrei
Olhei no teu olhar
E me apaixonei
Foi tanta emoção
Não deu prá segurar
¡Não deu!

Ninguno de los dos se sabía la letra, tan solo con las miradas acordaron un
pacto de silencio, para estar atento a lo que la canción decía, mientras sonreían.
Samuel apoyó el codo sobre la mesa, e instó a que Rachell hiciera lo mismo,
ambos elevaron las manos, uniendo palma con palma, dedo a dedo, hasta que
después de varios segundos entrelazaron los dedos, él se levantó, dejando la
mesa por medio y le dio un beso a su esposa en la boca, apenas un contacto de
labios, para una vez más dejarse caer sentado.
El hombre les trajo las comidas y las bebidas, Rachell sonrió como muestra
de agradecimiento.
—Gracias —dijo Samuel con total sinceridad.
—Es un placer —respondió el hombre siguiendo con la mirada a Rachell,
que observaba las aves que volaban muy bajo, y que Snow intentaba atrapar.
—¿Le gustan las fragatas? —preguntó el hombre al ver a Rachell con las
pupilas fijas en las aves negras y de pecho blanco.
—Son hermosas, espero que Snow no les haga daño.
—No lo hará, son muy rápidas, solo están jugando con él, pueden
alimentarlas, aquí tenemos sardinas.
—¿Cómo se alimentan? —curioseó mientras descubría de la hoja de plátano,
a su pargo rosado de un tamaño exagerado, y el aroma que liberó le aguó la
boca.
—Con la mano, podría explicarle, pero debe colocarse lentes de sol, porque
podría terminar tuerta —soltó una carcajada corta, que resonó ronca por la edad
del hombre, que alguna vez tuvo cabello rubio y ahora era totalmente blanco.
—Entonces prefiero no hacerlo —dijo Rachell sin dejar de lado su comida,
mientras Samuel miraba atento y probaba de sus alimentos.
—Es una experiencia inolvidable, debe dejar el miedo de lado —aconsejó el
hombre que se presentó como Lucca, y se sentó en la mesa de al lado.
—Lo haremos —intervino Samuel—. Si quieres lo hago primero.
—Si tú lo haces, yo lo hago —aseguró Rachell sonriente, y gimió bajito al
probar la delicia que era el pescado asado en hoja de plátano.
—¿Cuánto tiempo llevan en Noronha? —averiguó Lucca y sus ojos azules
brillaban.
—Un par de días, pero vamos a quedarnos por dos meses. Queremos que
nuestro niño nazca aquí —respondió Samuel.
—Han elegido el paraíso, fue lo que dijo Américo Vespuscio, cuando llegó.
“El paraíso es aquí” —parafraseó con el pecho hinchado de orgullo y algo que
hacía una y otra vez con cada turista—. Dos meses serán suficientes para conocer
el lugar, deben ir a cada rincón, están las fortificaciones que fueron creadas para
evitar las invasiones extranjeras. En este lugar hay muchas historias, era un
destino fijo para los piratas, algunas leyendas dicen que aún hay tesoros
enterrados, también fue una prisión donde traían a los que practicaban
capoeira.
Samuel y Rachell, escuchan atentos todo lo que el hombre decía, sin dejar
de lado sus comidas. También les explicó cómo llegar a las playas, y los mejores
lugares, desde dónde se podían ver los tiburones casi en la orilla, las piscinas
naturales y los mejores puntos para hacer snorkel.
Repentinamente un ladrido resonó en el lugar y Rachell volteó a mirar a
Snow, pero no había sido su mascota.
—¡Cachorrão! —saludó Lucca a un hombre delgado de piel quemada por el
sol, con un extraño corte de cabello, rapado la base y arriba los llevaba
realmente alborotados, teñido de un rojo casi anaranjado. Vestía una bermuda
verde y una camisa playera con estampados florales, pero lo más singular era el
collar canino que llevaba en el cuello.
Samuel sonrió y Rachell también lo hizo, al ver al extraño hombre, que los
saludaba y empezaba a parlotear chistes que le arrancaron más de una carcajada
a la pareja, hasta aseguró en medio de bromas y ladridos, que Rachell estaba
esperando a una niña por la forma de su barriga.
Samuel sabía que solo habían dos posibilidades, niño o niña, cualquiera
sería bienvenida, sin embargo el corazón se le instaló en la garganta, al suponer
que las responsabilidades para criar una niña serían el doble de lo que podía ser
con un niño. Sus preocupaciones y pretensiones por resguardarla serían aún
mayores.
Cuando el hombre se fue, Lucca les comentó que Cachorrão era una gran
personalidad en Noronha, y que muchos turistas habían conseguido hacerlo
reconocido internacionalmente.
Cada vez que llegaba a un grupo de personas saludaba con un ladrido,
como si realmente fuese un cachorro.
Después de la comida, Samuel intentó comprar unas sardinas para
alimentar a las fragatas, pero Lucca no lo permitió, se las regaló, en un
recipiente de plástico, con un agua, para que el olor no alertara tan rápido a las
aves.
Tanto Rachell como Samuel se colocaron los lentes, a la espera de que
Lucca les explicara cómo hacer.
El hombre agarró una sardina por la cabeza, y apenas la sostuvo con las
yemas de los dedos, elevó el brazo y en menos de un minuto una fragata lo
sobrevoló y se lanzó en picada hacia la presa, arrebatándosela a Lucca de la
mano en un abrir y cerrar de ojos.
Rachell aplaudió emocionada y Samuel que había entendido cómo hacer,
agarró una sardina, de la misma manera en que lo había hecho Lucca, segundos
después la presa había desparecido de sus dedos.
Era el turno de Rachell y Samuel se paró detrás de ella, acoplándose al
cuerpo de su mujer y le cerró el brazo a la altura del codo para ayudarle a que lo
mantuviese elevado y firme.
Ella soltó un grito de emoción cuando sintió que el ave le robaba la sardina
de la mano, era algo maravilloso, podía parecer algo simple, pero era algo
cargado de adrenalina.
Cuando gastaron todas las sardinas, regresaron al pequeño puesto de
comida, donde se lavaron las manos
Caminaron por varios minutos hasta llegar a otra playa, donde Samuel
alquiló una tabla y un traje para surfear, cubriendo su dorado cuerpo que hasta
el momento solo adornaba por un sunga verde selva, que se amoldaba a la
perfección a sus caderas, trasero y miembro, que aunque ajustado dejaba a la
imaginación lo poderosa que era esa magnum.
Rachell se ubicó bajo una palmera, mientras disfrutaba al ver a Samuel
desafiar a las olas que alcanzaban los cuatro metros, aunque él se mostraba
seguro, no podía evitar esa zozobra que se le instalaba en el pecho, intentaba
calmarse mientras acariciaba al perro echado a su lado.
Después de aproximadamente una hora, la presión en el pecho la
abandonaba al ver que su esposo salía del agua y caminaba hacia ella, mientras
traía la tabla, debajo del brazo.
—¿Quieres regresar a casa? —preguntó con la voz agitada por el esfuerzo y
dejaba caer la tabla sobre la arena.
—Solo si tú quieres, podría pasarme toda la noche aquí.
—Si quieres ser la cena para los mosquitos, podemos quedarnos aquí —dijo
sonriente y empezaba a quitarse el traje de surf—. Mejor te llevaré a otro lugar —
propuso, y se acuclilló para buscar algo de ropa en el bolso.
El destino al que Samuel llevó a Rachell, fue al mirador de la playa del
Boldró, desde donde observarían al sol una vez más ahogarse en el horizonte,
dónde parecía que el océano lo apagaba poco a poco.
Habían varias mesas bajas, como si de alguna cultural Oriental se tratase, no
habían sillas, solo almohadones en los que se sentaron a esperar el tan anhelado
momento en que la noche sorprendería a Noronha.
Del bar Portinho do Boldró, que estaba justo al lado de ese mágico lugar,
les ofrecieron aperitivos y bebidas. Ambos rechazaron los aperitivos y
prefirieron pedir solo para tomar.
Samuel pidió para Rachell una piña colada sin alcohol, y para él una
caipirinha, era su preferida, porque jamás reemplazaría la tradicional cachaça
por el vodka, por lo que la caipiroska podía quedarse para los turistas. Mientras
sus oídos eran acariciados los sonidos silvestres y del mar, que se mezclaban con
el bolero entonado por Silvinho, que escuchaban en el bar.
Junto a Samuel y Rachell, estaban otras personas, que también ansiaban
unos de los momentos en que la naturaleza les reafirmaba que Dios
definitivamente existía.
Rachell recibió su piña colada, que estaba servida en la misma fruta y
hermosamente decorada, con sombrilla, cereza y rodajas de lima. La caipirinha
de Samuel igualmente se encontraba en una presentación muy brasileña,
incluyendo una pajilla con la bandera del país.
Maravilloso, único e irrepetible, segundo a segundo el sol descendía, con un
anaranjado intenso, casi de un color cobre, dejando una estela en el cielo que se
degradaba hasta llegar al celeste, en lo más alto de ese cielo que los amparaba,
justo en el momento en que el Astro rey desapareció, las personas empezaron a
aplaudir y algunos hasta a silbar, agradeciendo a ese día que había sido
magnifico. A las seis de la tarde ya la oscuridad se cernía sobre ellos, por lo que
decidieron regresar a la casa.

Al día siguiente decidieron no salir, Samuel no quería agotar a su esposa,


por lo que lo pasaron en la casa, gran parte en el jardín frontal, donde jugaron
con Snow, y Rachell pretendía acabar con la cosecha de mangos y todo lo que
estuviera a su alcance.
—¿Qué traes ahí? —preguntó Samuel, al ver a través de sus lentes de sol, a
Rachell acercarse con un recipiente entre las manos.
Él solo vestía una bermuda celeste, exponiendo su perfecto torso bronceado
al sol, y disfrutaba de la relajante sensación de la grama en las plantas de sus
pies.
—Algo que me provocó —dijo ella llevándose a la boca una cuchara, y gimió
gustosa mientras saboreaba lo que al olfato de Samuel era maracuyá.
—Casi has acabado con los mangos, ahora piensas dejarme sin ningún tipo
de fruta.
—Está bien, come un poco, para que no pienses que quiero acabar con todo
—le extendió la cuchara y Samuel gustosamente abrió la boca, pero no retuvo
por mucho tiempo la pulpa con semillas, porque la escupió.
—¿Qué es eso? —inquirió limpiándose los labios con el dorso de la mano y
con cara de asco.
—Maracuyá con sal. Es divino —se alzó de hombros y se llevó nuevamente la
cuchara a la boca—. No sé por qué no te gusta —exageró su gemido al disfrutar
de la extraña combinación que había hecho.
—No me gusta, para nada me gusta —expresó agarrando la pelotita de goma
que Snow le acercaba.
—Mucho mejor, no tendré que ir a preparar más —se encaminó al porche y
se sentó en el huevo de ratán que colgaba del techo, donde empezó a
balancearse, mientras observaba a Samuel jugar con Snow, a ninguno de los
dos parecía agotárseles las energías—. Quiero salir por la tarde.
—¿A dónde quieres ir? —preguntó lanzando la pelota.
—A conocer gente, ver más personas, qué hacen por las noches, ver la vida
nocturna en Noronha.
—Si no hay una fiesta exclusiva de algún evento, no hay mucho que ver,
realmente no hay nada que ver. A menos que quieras ir a la Iglesia Nuestra
Señora de Dos Remédios, los habitantes se reúnen en la plaza y hacen
presentaciones de maracatú.
—¿Qué es maracatú?
—Estás muy curiosa últimamente —dejó que Snow jugara solo y caminó
hasta donde se encontraba su esposa, sin pedir permiso le abrió las piernas y se
acuclilló ante ella, acunándole la barriga—. Es una fiesta de nuestras raíces
africanas.
—¿Pero no son descendientes de irlandeses ustedes? —jugueteó elevando una
ceja, solo por molestar a Samuel.
Él se carcajeó ruidosamente y le dejó caer un par de besos en la barriga.
—Qué mierda importa de dónde somos, lo que verdaderamente importa es
de dónde nos sentimos, fronteras y razas son estupideces creadas por el hombre
y somos más que eso, somos esencia. Cuando estaba en el colegio en Río,
apenas hablaba a medias el portugués, y algunos compañeros de clases se
burlaban porque decían que no era brasileño, me hacían sentir mal, porque yo
quería ser brasileño, era lo que mi madre me había inculcado desde que tenía
uso de razón —explicaba mirando a su esposa a los ojos.
Los de él brillaban a causa de la luz del sol, haciéndolos lucir más claros.
Ella lo escuchaba atentamente mientras le sonreía con dulzura, sintiéndose
fascinada como lo hacía siempre que él hablaba de su madre.
Samuel comprendiendo que tenía toda la atención de Rachell, y continuó:
—Llegaba molesto a la casa, porque sabía que no importaba cuánto me
esforzara por aprender todo lo de Brasil, jamás sería brasileño, era un yankee y
eso nada ni nadie podría cambiarlo, hasta que el gran Reinhard Garnett,
preocupado por mis molestias me preguntó, y aunque no quería contarle, él
siempre lograba sacarme confesiones. Escuchó atentamente cada una de mis
preocupaciones y al final me dijo. “Eres brasileño, eres un carioca, porque no
importa dónde nacemos sino a dónde pertenecemos, y cuánto amor puedas
sentir por una tierra, eso es suficiente, Sam. Amas a este país porque mi
hermana te inculcó ese amor, lo amas más que muchos que han nacido aquí, a
tu edad, con tan solo doce años, conoces más cultura brasileña que esos chicos
y eso te hace más brasileño que ellos”. No dejó de darme explicaciones hasta
que hizo que me sintiera completamente seguro de que era brasileño, y siento
en mi sangre vibrar la cultura afrobrasileña, siento la capoeira como si fuese un
negro más en un quilombo, que lanza un grito en exigencia de libertad,
verdaderamente la siento, no solo la practico por tontería o moda, la siento
correr por mis venas, siento cada una de sus danzas, más allá de una simple
diversión.
—Eres un brasileño al que no le gusta la maracuyá con sal —sonrió probando
un poco más de su fruta—. Tu tío tiene toda la razón, de hecho creo que en ti
reencarnó uno de esos capoeiristas que exigían libertad, porque era lo justo y es
por eso que buscas la justica en todos los aspectos de tu vida. Tal vez no te hayas
dado cuenta, pero cuando prácticas capoeira algo en ti cambia —aseguró
apretándole la punta de la nariz—. No físicamente, es algo en tu esencia, algo
que aún no logro explicarme, más allá de lo malditamente sensual que te ves —
puso los ojos en blanco y negó ligeramente con la cabeza, como si intentara
sacudir los deseos impuros que se le arremolinaban, con tan solo pensar en su
esposo contorsionándose y haciendo volteretas.
—¿Te excita verme practicando capoeira? —preguntó con la mirada aún más
brillante, cargada de picardía.
—Ya puedo lidiar con eso —aseguró en medio de un suspiro—. ¿Entonces me
llevarás a conocer la vida nocturna de Noronha? —preguntó desviando el tema,
queriendo alejarse de a dónde la estaban arrastrando sus bajas pasiones.
—Gracias por dejarme saber que te excito mientras práctico capoeira, la
próxima vez se te dé por discutir por cualquier cosa, ya no me limitaré a
quedarme callado y ser blanco de lo primero que tengas a mano. Ahora sé
exactamente qué es lo que tengo que hacer —le guiñó un ojo, mientras Rachell
boqueaba al no tener argumentos—. Te llevaré a conocer la vida nocturna de
Noronha —prometió incorporándose un poco y la besó en los labios.

A las cinco de la tarde, después de haberse bañado juntos, estaban listos


para ir a recorrer las empedradas calles de Noronha. Vestían los colores típicos
de la zona, Rachell llevaba puesta una falda larga y una camiseta sin mangas de
lycra que se le adhería al cuerpo, ambas prendas de un virtuoso blanco, y en la
cadera una pañoleta en color amarillo.
Samuel vistió una bermuda blanca y una camiseta sin mangas, en el mismo
color, usando como cinturón un cordón trenzado amarrillo, dejando los
extremos largos al lado derecho.
Decidieron no llevar a Snow con ellos y salieron tomados de la mano,
respondiendo a más de un saludo que le hacían los habitantes de Noronha,
todo lo que les rodeaba era precario, las calles y las casas, no había ningún tipo
de lujo, ciertamente lo más ostentoso era el bungalow donde se estaban
hospedando, además de algunas posadas, pero era decisión de los mismos
Noronhenses conservarlo intacto, como Patrimonio de la Humanidad que era.
No era necesario recurrir a cosas materiales, porque el verdadero lujo se lo
brindaba la naturaleza que los rodeaba.
Llegaron a la Iglesia Nuestra Señora de Dos Remédios y se hicieron algunas
fotografías, volvieron a encontrarse con Cachorrão, que los invitó al Bar do
Cachorro, ellos no se negaron y se dejaron guiar, mientras el hombre
parloteaba, contándole muchas anécdotas de otros turistas, como uno, que
meses atrás intentó imitar a un habitante de la zona, al lanzarse de los altos a
una de las piscinas naturales, calculando mal la caída y terminó muerto en una
piedra.
Era su manera de pedirle que tuviesen cuidado. Rachell pensó que sería
más lejos a donde los llevaría, pero a muy pocos pasos había una bajada a la
playa que llevaba el mismo nombre del bar, y el viento les anunció que la fiesta
estaba muy cerca.
Cuando llegaron al lugar, estaba lleno de turistas que aplaudían
entusiasmados, con grandes sonrisas y miradas brillantes, observaban una
presentación de hombres y mujeres que con sombrillas en manos bailaban, cada
uno pasaba y hacía una corta presentación al ritmo de los instrumentos de
percusión y vientos.
—Esto es frevo pernambucano —le dijo Samuel al oído a Rachell para que
escuchara, mientras ella observaba encantada, como movían con gran destreza
las sombrillas de llamativos colores—. Al igual que la capoeira, es un patrimonio
inmaterial de la humanidad.
—Es maravilloso, me encanta —expuso entusiasmada, como estaban todos
los turistas, y una vez más sentía los movimientos de ese pequeño ser que
llevaba en su vientre. Por instinto le agarró una mano a Samuel y se la llevó a la
barriga para que apreciara, porque era consciente de cuánto a él le emocionaba
sentir los movimientos de su hijo o hija.
Samuel se quedó muy tranquilo, sólo para poder vivir ese momento a
plenitud, sonriendo y con el corazón a punto de reventarle el pecho ante la
felicidad.
Cuando la presentación terminó, el público estalló en vítores, agradeciendo
la muestra de esas raíces que tanto les enorgullecía. Rápidamente se armó una
rueda, Samuel y Rachell tuvieron que moverse varios pasos, para acoplarse a
todos los demás.
En ese momento, en medio de palmadas y percusiones los que habían
hecho la presentación del frevo empezaron a corear.

Quem não aguentar


que corra, corra, corra
Corra, corra do meu paredão

Una de las mujeres salió y se paseó por la rueda, eligiendo a un compañero


de baile, e iniciaron una demostración de movimientos rápidos, sincronizados,
llenos de energía y alegría, incluyendo algunos pasos realmente sugerentes.
Soltó al compañero, que regresó a la rueda y ella eligió a otro, esta vez a un
turista que no se animaba, y en su natal alemán decía que no sabía bailar, sin
embargo lo animaron, y terminó cediendo algunos pasos, suponiendo que lo
que pasaba en Noronha, se quedaba en Noronha.

Quem não aguentar


que corra, corra, corra
nessa zorra só toca o Avião

—Este no es el mismo ritmo —le comentó Rachell a Samuel.


—No, esto es forró, todos son ritmos pernambucanos —explicó, con gran
entusiasmo, sonriendo al ver a más de un europeo haciendo el intento por
llevarle el ritmo a la bailarina de piel canela y un cuerpo con curvas que le
quitaban el aliento cualquier hombre.
A la vista de la mujer no se le escapó Samuel, pero antes de arrastrarlo al
centro de la rueda, le pidió permiso a Rachell. Si por ella fuese hubiese dicho
que no, pero no quería demostrar delante de todas las personas que se moría de
celos, envidia, e impotencia, porque definitivamente su condición no le
permitía bailar, algo que a Samuel le encantaba. No le quedó más que obligarse
a sonreír y asentir, concediendo el permiso, él antes de alejarse un paso, le dio
un beso en los labios, un rápido contacto, pero eso fue suficiente para hacerla
sentir segura.
Al primer paso Samuel demostró que dominaba el baile y sus pies se
movían con ligereza sobre el piso de concreto, guiando a la mujer con una
destreza impresionante. Cómo si anteriormente hubiesen tenido tiempo para
practicar los rápidos y sincronizados movimientos, aunque era la mujer la que
debía destacar, no sería lo mismo sino contaba con un hábil bailarín que la
guiara.
Rachell vivía un Déjà vu, era como rememorar una vez más, ese momento
hace años atrás cuando en Ipanema, él bailó con otra mujer Kizomba, esa
sensación de ardor en su estómago y sentirse impotente, por no contar con la
habilidad para el baile latino, al menos no como lo hacían las brasileñas, había
puesto todo su empeño por aprender Kizomba y había logrado defenderse, al
menos para no tener que cederle su hombre a otra mujer, pero era consciente
de que le faltaba mayor naturalidad.
Se prometía a sí misma, que apenas saliera el embarazo practicaría forró y
todos esos bailes que él conocía, no se lo propondría esa misma noche para no
demostrarle sus estúpidas inseguridades, pero no esperaría una semana para
hacerle la propuesta.
Trató de disimular como empuñaba la tela de su falda, cada vez que la
pelvis de Samuel chocaba contra la de esa mujer, contrariamente a separarlos
cómo le pedían a gritos sus instintos, solo le limitaba a corresponder con falsas
sonrisas a las que él le dedicaba, mientras le llevaba perfectamente el ritmo a la
bailarina.
Sintió que todo el oxígeno atascado en sus pulmones se liberaba a través de
un imperceptible suspiro, cuando los hombres dejaron de corear y cesaron las
percusiones, mientras todos los presentes aplaudían la presentación de cada
uno de los valientes que le llevaron el ritmo a la mujer. Y empezaban a contar
brevemente la historia del forró, al igual que hicieron con el frevo.
Samuel regresó a su lado, sonriente, algo sonrojado y con la respiración
agitada, escudriñando en las pupilas de ella algo que no pudo definir.
Ella, por celos, lo besó con arrebato. Sabía que era una tonta al hacer eso,
pero no podía evitarlo, sintiendo que toda su tácita molestia se esfumaba a
medida que su esposo correspondía con gran exaltación a ese íntimo encuentro.
Apenas se separaron, y antes de que ella pudiera decir algo, la tomó por la
mano y se la llevó a un lugar apartado, debajo de un árbol del que colgaban
farolas de varios colores, por lo que proyectaban la débil iluminación en los
mismos tonos. Sin previo aviso, la besó, lo hizo con pasión desmedida, con sus
manos viajó por cada sendero de su cuerpo, se le aferró a la nalgas, intentando
pegarla más a su cuerpo, pero un gran obstáculo de ocho meses se lo impedía.
En medio de toques de labios, sonrió ante sus acciones truncadas, pero regresó
a la boca de su mujer a robarle el aliento, imponiendo el ritmo al movimiento
de sus lenguas, le acunó el rostro a Rachell para dominar la situación.
—¿Todo bien? —preguntó contra los labios de ella, al tiempo que elevaba los
párpados y se fundía en ese violeta oscuro.
Rachell asintió, al tiempo que llenaba sus pulmones, en medio de una larga
inhalación.
—Me he puesto celosa —confesó sintiendo que las mejillas y orejas
empezaban a arderle—. Soy una estúpida, pero no pude evitarlo. Te mueves tan
malditamente bien Samuel Garnett, que seguramente esa mujer se excitó
mientras bailaban —resopló como si se quitara un peso de encima.
—No debes sentir celos, porque estoy seguro de que ella habrá tenido
mejores compañeros de baile, sólo que tú me ves como el ser supremo en todo,
no te culpo, estás jodidamente enamorada de mí —rió bajito y se quejó cuando
Rachell le pellizcó una tetilla.
—En mi defensa admito que en comparación con el alemán…
—No te burles —advirtió con tono divertido.
En ese momento, una vez más el sonido de las percusiones a otro ritmo,
retumbó en el lugar, y él la tomó por la mano, para regresar al lugar.
—Este es el maracatú —le informó con una gran sonrisa.
Ella observó tanto a hombres como mujeres, tocando las percusiones,
mientras formaban tres filas y emprendían un camino, que todos los turistas
empezaron a seguir, mientras aplaudían, tomaban fotografías o grababan la
presentación.
Cantaban, sin dejar el incesante y lleno de vida ritmo. Hipnotizando a los
turistas, que aunque no supieran bailar, el alegre son los invitaba a moverse por
el regodeo que se les metía en el cuerpo. Con grandes sonrisas y sin vergüenza
danzaban de un lado a otro, moviendo los hombros y riendo abiertamente. Era
una fiesta que se estaban gozando a lo grande.
Los maracatus se detuvieron sin dejar de bailar, ni de tocar, demostrando
que contaban con gran resistencia, mostrándose felices, mientras una de las
mujeres, movía a una muñeca vestida de blanco. Al igual que ellos, con alguna
prenda amarilla.
—No es una simple muñeca —le hizo saber Samuel al ver que Rachell miraba
atentamente a la mujer que en ese momento era la principal figura—. Le llaman
Calunga, representa el poder de los dioses.
Mientras Samuel le explicaba, Rachell observaba a un hombre de piel oscura
y cabello rapado, vestido con un pantalón blanco y una camiseta sin mangas en
color amarillo, acercársele y la tomó de la mano. Ella buscó rápidamente la
mirada de Samuel sin saber qué hacer, pero él asintió, concediéndole el
permiso, entonces se dejó guiar. La pusieron en medio y alguien tocó un pito, e
iniciaron nuevamente el ensordecedor, pero contagiante ritmo, al tiempo que le
entregaban un ramo de diez gardenias atadas por una cinta amarilla.
No sabía qué hacer, sólo miraba a Samuel y en algunas ocasiones a todos los
presentes, sonriendo al sentirse algo desorientada. La mujer que había tenido la
muñeca se la cedió a otra, y se arrodilló frente a Rachell, acunándole la barriga y
pegándole la frente, mientras cantaba con los ojos cerrados. Al terminar le dio
un beso en la barriga y con agilidad se puso de pie, como si su robusta
contextura no le pesara en lo más mínimo.
Rachell agradeció con una gran sonrisa y un asentimiento, y siguió el
camino que la mujer le indicaba. El destino no era otro que su esposo. Él la
recibió con un suave beso en los labios.
Minutos después, la presentación de los maracatus terminó. Samuel y
Rachell, regresaron al bar donde pidieron dos aguas de coco, y mientras la
bebían emprendieron el camino a su hogar.
—¿Qué fue eso? —preguntó ella, sin soltar el ramo de gardenias que le habían
obsequiado.
—Estaban bendiciendo a nuestro bebé, el maracatú es un cortejo semi
religioso, normalmente salen de la iglesia después de rendir homenaje a Nuestra
señora del Rosario, aunque no siempre fue así, se han ido derivando sus
creencias, como pasa con todo.
—Me gustó mucho toda esa energía que tienen. Estos días aquí han sido
realmente maravillosos, descubrir tantas cosas.
—Aún queda mucho por descubrir.
Al llegar a la casa, Rachell puso en agua el ramo de flores que le habían
regalado, inhaló profundamente para disfrutar del intenso y agradable aroma de
las gardenias, mientras Samuel intentaba mantenerse en pie ante el arrebato de
alegría que Snow mostraba, y le llevaba las patas al pecho.
—Tranquilo, tranquilo. Ya llegamos, ve a dormir, ve a dormir —le pedía al
canino que daba vueltas a su alrededor. Notó las intenciones de hacer lo mismo
con Rachell—. Hey no, no. Recuerda el bebé —lo reprendió—. Sentado.
Snow acató la orden de su dueño y se sentó, mientras movía enérgicamente
el rabo a la espera de los mismos de Rachell. Ella empezó a acariciarlo y a
hablarle como si de un niño se tratara, como siempre lo hacía.
—Voy a darme un baño antes de dormir. ¿Quieres acompañarme?
—Buff, que aburrido, aún no quiero dormir, es muy temprano Sam, si
quiero bañarme porque siento la piel llena de polvo, pero me gustaría hacer
otra cosa.
—¿Ver TV? —preguntó mientras se deshacía del cordón trenzado que había
usado como cinturón.
—Me pegunto ¿dónde habrán metido a mi fiscal? —buscó con su mirada por
varios rincones del lugar.
—Bueno vamos a bañarnos, y me dices qué quieres hacer.
—Cualquier cosa menos ver TV.
Samuel la agarró por la mano y se la llevó al baño, la desnudó en medio de
besos y caricias, mientras ella le regalaba suspiros y algunos estremecimientos.
—¿Crees que dolerá mucho? —preguntó en un susurró mientras su esposo le
acariciaba entre los muslos, ayudándole a lavar entre sus pliegues, y ella le
acariciaba el pecho.
—¿Tienes miedo? —susurró mirándola a los ojos.
—Un poco, temo que mis fuerzas no sean suficientes. Temo no poder traer al
mundo a nuestro bebé.
—Lo harás, eres una mujer muy fuerte, luchas por lo que quieres, y estoy
seguro de que quieres a este bebé —sacó su mano de entre los muslos de su
mujer, las deslizó por las caderas y le acarició la barriga con infinita ternura.
Mientras con su mirada le pedía a gritos un beso. Por primera vez, Rachell
pareció no interpretar su petición, lo dejó esperando, pero él necesitaba que ella
calmara ese miedo que también se apoderaba de su alma, por lo que se decidió
a besarla.
Rachell se apoderó de las mejillas de Samuel y le regalaba constante toques
de labios, mientras sentía el agua tibia de la regadera mojarle la espalda. Sentía
ganas de llorar, las lágrimas empezaban a formarle remolinos en la garganta y el
corazón le martillaba fuertemente contra el pecho.
—Todo va a salir bien, todo saldrá bien, menina —murmuró él entre beso y
beso—. No tengas miedo porque estaré a tu lado, en todo momento, para
brindarte valor, te recordaré lo fuerte que eres —la abrazó, frotándole la espalda.
—Gracias —murmuró.
—Por nada, ahora debemos darnos prisa porque estamos gastando mucha
agua. Ya sé que vamos a hacer.
—¿Qué? —preguntó alejándose un poco de él y con un ademán le pedía que
se diera la vuelta.
—Vamos a ver las estrellas, mientras cantamos un poco, tú eliges la primera
canción.
—Me gusta la idea, es mucho mejor que ver TV —sonrió con alevosía
mientras le apretaba las nalgas y él sonreía, porque sabía que no podía hacer
nada contra esa manía de ella por agarrarle el culo.
Terminaron de bañarse. Samuel, se colocó un bóxer de algodón y ella un
albornoz de seda en color champagne.
—Vamos a la terraza —le dijo tomándola de la mano.
—Yo te alcanzó, voy por un poco de agua de coco.
—¿Otra vez?
—Solo un poco, ya te alcanzo —dijo y salió de la habitación.
Samuel buscó la guitarra acústica que había llevado y se fue a la terraza,
estudiando el lugar desde donde mirarían las estrellas y cantarían. Rachell salió
a la terraza y buscó con su mirada a Samuel, los acordes de la guitarra la guiaron
al lugar donde estaba la hamaca.
Él detuvo sus dedos abruptamente al ver que Rachell traía en sus manos una
jarra de dos litros, llena de agua de coco y con pulpa entera.
—No tomarás todo eso, no voy a llevarte al baño a media noche.
—Seguramente no la tomaré toda, pero es para no tener que estar bajando —
dijo colocándola en el suelo, al lado de dónde Samuel se encontraba sentado
sobre los cojines. Ella se ubicó en la hamaca.
—¿Tienes algún tema pensado? —preguntó él jugando con algunos acordes,
mientras afinaba la guitarra.
—No, déjame pensar.
—Maroon 5, no —limitó inmediatamente.
Rachell bufó y agarró un pedazo de pulpa tierna de coco, que se llevó a la
boca.
—Tiene las mejores canciones, pero ya que no quieres tú te los pierdes,
entonces tampoco cantaremos nada de Muse.
—Golpe bajo —sonrió negando con la cabeza.
—OneRepublic —pidió Rachell.
—No me sé ninguno de sus acordes.
Rachell ancló la mirada en el impactante cielo, que parecía que estaba a
punto de caérseles encima, millones de estrellas destellaban sobre ellos.
Mientras pensaba en un tema, escuchaba las olas del mar y algunos grillos, que
Samuel opacó con armónicas notas que no decían nada, al menos no para ella.
—¡Imagine Dragons! —soltó de pronto como si hubiese descubierto un nuevo
continente.
—Quieres que haga el ridículo, solo tengo una guitarra —alzó el instrumento,
consciente de la insuperable composición de sonido con la que contaba la
banda.
—Bueno —masculló como una niña malcriada—. ¿Te sabes, Can't take my
eyes off you de Lady Antebellum? —preguntó mientras se balanceaba
suavemente en la hamaca y agarraba otro pedazo de coco, que goteó sobre su
regazo, pero sin importarle, igualmente se lo llevó a la boca.
—Supongo que hemos encontrado una canción antes de que acabes con el
coco. Déjame intentarlo.
—Pero me acompañas en el coro.
—Está bien, te acompañaré.
Samuel inició los acordes, que acompañaban al tema, mientras Rachell
asentía y esperaba la nota exacta para iniciar.
—know that the bridges that I’ve burned, along the way —empezó a cantar,
con la mirada brillante en la de Samuel, mientras sonreía e intentaba entonar
armónicamente la letra—. Have left me with these walls and these scars, that
won’t go away, and opening up has always been the hardest thing, until you
came.
Samuel asintió, indicándole que venía el coro y entre ambos empezaron a
entonarlo.

—So lay here beside me just hold me and don’t let go


This feelin’ I’m feelin’ is somethin’ I’ve never known
And I just can’t take my eyes off you
And I just can’t take my eyes off you.

En medio de sonrisas y tiernas miradas siguieron con el tema, logrando con


éxito terminarlo; ella aplaudió emocionada, viendo una vez en ese hombre que
tenía en frente a su complemento perfecto, ese con el que nunca se aburría, con
Samuel cada momento era entretenido y único.
Al terminarlo Samuel dejó a un lado la guitarra, y se refrescaron la garganta
con un poco de agua de coco, para después admirar la noche que los
acompañaba, ese lugar mágico en que la luna se mecía sobre el Océano
Atlántico, pintándolo de plateado.
—¡Mira, Sam! Los delfines —dijo Rachell emocionada, al ver que un par de
delfines brincaban en el mar, mostrándose plateados por la luz nocturna—. Son
hermosos.
—Mañana podremos ir a verlos, pero debemos levantarnos temprano para
estar en el puerto.
Los delfines desaparecieron de sus vistas, mientras seguían a la espera de que
aparecieran una vez más, Rachell admiraba atenta al mar, y algunas veces la
mirada se le escapaba a ese manto de terciopelo adornado por diamantes, pasó
tanto tiempo que no pudo contar, simplemente sintiéndose hipnotizada por esa
noche irrepetible. Sin ser consciente que era en pleno, el objeto de afecto de su
esposo, que no podía fijar su atención en nada más que no fuese ella.
A medianoche Rachell se vio sorprendida por las notas de las guitarra, y
rápidamente desvió la mirada hacía Samuel, que empezaba a entonar.

When I look into your eyes Cuando miro tus ojos,


It's like watching the night sky Es como ver el cielo nocturno
Or a beautiful sunrise O un hermoso amanecer
There's so much they hold Hay tanto en ellos,
And just like them old stars Justo como las más antiguas estrellas.
I see that you've come so far Veo que has venido desde tan lejos.
To be right where you are Para estar justo donde estás.
How old is your soul? ¿Cuán vieja es tu alma?

Rachell lo miraba sonriente y con el corazón brincándole en la garganta, él


siempre lograba impresionarla con gestos tan simples, pero tan cargados de
sentimientos. Le gustaba, le gustaba muchísimo, ese Samuel Garnett que en
algunas ocasiones era tan tierno, y que estaba segura solo se mostraba de esa
manera en esa soledad que compartían.
Ese hombre al que provocaba comérselo a besos, ese por el que sería capaz
de sacarse el corazón, y mostrarle que cada uno de sus latidos llevaba su
nombre, ese hombre ojos de sol, ojos del más dulce fuego.

I won't give up on us No renunciaré a nosotros,


Even if the skies get rough Incluso si los cielos se hacen ásperos
I'm giving you all my love Te daré todo mi amor
I'm still looking up Sigo mirando hacia arriba.
And when you're needing your space Y cuando necesites de tu espacio,
To do some navigating Para navegar un poco,
I'll be here patiently waiting Estaré aquí esperando pacientemente
To see what you find Para ver lo que encuentras.

Rachell no lo interrumpía, por nada del mundo lo haría, solo se miraba en


esos ojos que brillaban más que las mismas estrellas, él se encontraba
totalmente inspirado, demostrándole a través de ese tema, cuanto la amaba.
Sin duda alguna los mejores momentos de su vida los había vivido junto a
Samuel, y aun así él prometía muchos, muchos más.

Cause even the stars they burn Porque incluso las estrellas arden
Some even fall to the earth Algunas incluso caen a tierra
We've got a lot to learn Tenemos mucho que aprender
God knows we're worth it Dios sabe que valemos la pena
No, I won't give up. No, no me daré por vencido.

I don't wanna be someone who walks No quiero ser alguien que se va tan
away so easily fácilmente
I'm here to stay and make the Estoy aquí para quedarme y hacer la
difference that I can make… diferencia que puedo hacer…

Al terminar, no dijo una sola palabra, solo dejó a un lado la guitarra y se


arrodilló acercándose a su mujer, sin pedirle permiso jaló lentamente la cinta
que amarraba el albornoz y separó la tela, los pezones sonrojado y erectos, le
gritaban que Rachell lo deseaba tanto como él lo hacía con ella en ese
momento.
Llevó sus labios al medio de los senos y empezó a besar lentamente,
repartiendo cortos besos por el pecho, sintiendo el palpitar enloquecido de ese
corazón que le pertenecía, así como el de él le pertenecía a ella.
Rachell lo despeinaba a caricias, mientras se estremecía entre los brazos de
su esposo, suspirando gustosa ante cada caricia y beso.
—¿No habrá algún curioso por la playa a esta hora? —preguntó con la voz
ronca cargada de deseo, y con la punta de los pies se fijaba en el piso de madera
para que el balanceo de la hamaca no la alejara de la boca de Samuel.
—Podría haber una multitud, eso no me desviará de mi objetivo de cogerte
en este lugar. Con la estrellas como testigo.
Rachell gimió bajito cuando Samuel rozó con sus dientes uno de sus
pezones, y no podía negarle a ese hombre que le hiciera lo que le diera la gana,
justo en ese lugar.
Le regaló enérgicas caricias a la espalda, donde cada músculo marcado, hacía
estallar en ella el más crudo deseo.
Los labios de él empezaron a vagar por la barriga, era una arrebatadora
mezcla de lujuria y ternura, que provocaba en ella húmedas reacciones.
La brisa fría y el sonido de las olas muriendo en la orilla, le amenizaban la
velada, que acompañaba a los susurros de ambos.
—¿Quieres subir a la hamaca? —preguntó aferrándose a los brazos de Samuel,
que le acariciaban los muslos.
—No será fácil hacerlo en la hamaca.
—Pero tampoco imposible —dijo poniéndose de pie y quitándose el albornoz
que cayó como una cascada dorada y se arremolinó tras sus pies.
Samuel siguió sentado sobre sus talones y empezó a besarle los muslos, con
una de sus manos liberó su pene del bóxer que lo estaba torturando, y en medio
de caricias empezó a calmar un poco su necesidad, así como a darle vida a la
erección que prometía llevar una vez más a su mujer a las puertas del cielo.
Sacó la punta de la lengua y empezó a recorrer en una húmeda y suave
caricia, desde el monte de venus, sombreado por la gran barriga, subió
lentamente, siguiendo la curva del vientre, mientras poco a poco se ponía de
pie, hasta meter la lengua en la boca de su mujer, que gustosamente se la
chupó.
Uniendo sus bocas en un beso voraz, la giró de espaldas a la hamaca,
mientras Rachell le bajaba el bóxer y reemplazaba su mano por la de ella, en
una ágil caricia que le arrancaba temblores y roncos jadeos.
Con el embarazo se había vuelto bastante sensible y era poco lo que podía
esperar, prácticamente desesperaba porque Samuel le regalara toda su locura en
contados segundos.
Él había logrado interpretar la petición, por lo que se metió en la hamaca,
buscando la manera de poder hacer el momento lo más cómodo posible para
ella.
Se sentó a ahorcajadas y tomándole una mano la guió, ella se sentó de igual
manera de espaldas a él, aferrándose a los bordes de la hamaca, se balanceó un
par de veces, hasta que encontró el premio entre los muslos de su esposo,
ahogando un largo jadeó mientras era llenada completamente.
—Sam —masculló en medio de un jadeó, sintiendo arder las piel de las
caderas cuando él se la apretó con brío—. Así, así —pidió ante las lentas
acometidas.
—Rach, mi Rach, mi menina —murmuró pegándosele a la espalda y con una
mano se le aferraba al moño de tomate, jalando de ahí, la hizo volver un poco,
solo lo suficiente para poder mirarla a los ojos, mientras se movía muy
lentamente dentro de su mujer, conquistando una y otra vez cada pliegue,
mojándose en ella—. Mi mujer, te amo Rachell.
—Mi pantera arrebatada, así me gustas, implacable… te amo Sam, más que
nada en el mundo.
Él volvió a tironear sensualmente del moño de tomate y ella se vio obligada a
echar la cabeza hacia atrás, disfrutando del instinto libidinoso de su esposo, que
empezaba a mordisquearle hombros y cuello, mientras ella amenazaba con
desintegrar los bordes de la hamaca.
Trataba de mantenerse fija, al apoyar la punta de los dedos de sus pies sobre
los de Samuel, que esteban en el piso de madera, donde encontraba el apoyo
para impulsarse y hacerle ver las estrellas más de cerca.
Arqueó la espalda y apretó los dientes fuertemente al sentir como su espalda
era lentamente bañada, y Samuel se bebía lo que suponía era el agua de coco.
No le quedaron dudas cuando la pulpa empezó a tantear sus labios y la mordió,
casi tragándola entera.
El agua empezó a escurrir por su espalda e inundar la unión de sus cuerpos,
mientras su esposo famélicamente lengüeteaba el líquido que corría cuesta
abajo, haciendo un charco a los pies ambos.
Samuel dejó nuevamente la jarra sobre el suelo, y volvió a abrazar a Rachell
justo por debajo de los senos, donde se aferró con delicadeza, porque sabía que
los tenía algo sensible. Mientras con su lengua surcaba cada espacio que le era
posible en la espalda de su mujer, bañada por la refrescante bebida natural.
Rachell empezó a necesitarlo más y ella misma buscó acercarse cada vez más
a las puertas del placer, siendo casi inmediatamente atendida por su hombre.
En medio del frenesí alcanzaron un solo latido, desbocado, frenético, en
medio de jadeos y palabras cargadas de amor y lujuria, una combinación que
solo los amantes lograban entender.
Rachell con el cuerpo tembloroso, se dejó caer sobre Samuel que con una
carcajada cansada se quejó.
—Vas a matarme, no puedo con este dos contra uno —le dijo sofocando la
risa en la oreja.
—Te toca soportarme hasta que recupere la fuerzas —entrelazó sus dedos en
los de Samuel, que descansaba las manos sobre la barriga y ahí estaba una vez
más moviéndose ese pequeño ser, cómo siempre lo hacía después de que tenían
sexo, era como si fuese participe de ese momento, en que sus padres se
entregaban físicamente a ese amor que los unía.

El sol apenas despuntaba imponente en el horizonte, pintado de un


magnifico dorado el paisaje, siendo la atracción para todas las personas en el
puerto que aprovechaban para tomarse algunas fotografías. Samuel y Rachell no
perdieron la oportunidad de hacerlo.
Después de varias sesiones fotográficas. Estaban listos para abordar el bote
navi, y conocer a través de su piso de cristal la maravillosa vida marina que
yacían bajos las aguas noronhenses.
Tomaron asiento en el sofá redondo en color blanco que bordeaba la gran
cúpula de cristal, y desde ese instante se convertían en testigos de las más
hermosas especies marinas.
Los guías especializados explicaban cada una de las especies, además del
delicado ecosistema de las costas y por qué la infinita preservación del mismo.
Rachell miraba atenta y se maravillaba con lo grandiosa que era la
naturaleza. Una hora y media por las costas le llevó a descubrir especies marinas
que no conocía, peces con brillantes y llamativos colores, tortugas inmensas que
parecían estar ahí desde la época de la prehistoria, otras más pequeñas y menos
extrañas. El corazón se le instaló en la garganta cuando un tiburón les mostró
muy de cerca sus dos hileras de dientes. Sabiendo que no podía hacerles daño,
el solo hecho de verlo tan de cerca le heló la sangre.
De regresó al puerto, subieron a otra embarcación, un bote que lo llevaría a
recorrer algunas de las islas que formaban parte del archipiélago, y que estaban
completamente deshabitadas, por exigencias gubernamentales.
Rachell admiraba los destellos que el sol le sacaba al agua, mientras le
calentaba la piel y la brisa se estrellaba contra su rostro, mientras Samuel hacía
fotografías.
A medio camino, la embarcación se detuvo, concediéndoles la oportunidad
para que se refrescaran un poco.
—Vamos al agua —le dijo Samuel quitándose del cuello el cordón de la
cámara fotografía y la dejó encima del bolso que Rachell había llevado.
—No, aquí estoy bien.
—No me digas que tienes miedo de bañarte en pleno océano —se burló,
mientras se quitaba la bermuda y se quedaba con el sunga en color azul marino,
que se le ajustaba perfectamente al cuerpo, mostrándolo realmente provocativo
para cualquier ojo femenino.
—No, realmente no tengo miedo, es que no quiero broncearme más de la
cuenta.
—Vamos Rachell, no sabes de lo que te pierdes. Ven mi amor —le pidió
tomándola por una mano y con la otra le soltaba el nudo al canga que llevaba
amarrado y cruzado al cuello, dejándola con el traje de baño de dos piezas, la
parte de abajo era blanca y los triángulos en sus senos tenían la bandera de
Brasil.
Rachell observó cómo algunos niños sin el mínimo temor, se lanzaron al
agua, suponía que no debía temer, si se habían detenido en ese lugar, era
porque no había ningún tipo de peligro.
—Está bien, pero solo uno minutos.
Como respuesta recibió un sonoro beso en la mejilla, y él la guió hasta
donde estaban las escaleras, se lanzó al agua y a los segundos emergió, nadando
hasta las escaleras, para desde ahí ayudarla, también recibió la colaboración de
un hombre que aparentaba tener unos cincuenta años.
—Gracias —le dijo aferrándose a la mano de él, mientras bajaba con total
cautela las escaleras, donde Samuel la recibió.
El agua estaba fría y eso hizo que los labios empezaran a tiritarle, siendo el
blanco de burla de su esposo, que soltó una carcajada.
—En segundos te acostumbrarás —aseguró mientras la ayudaba a mantener a
flote—. Vamos abajo.
—Ok, dame tiempo para llenarme de valor.
—Todo el que desees, mi vida.
—Estás muy adulador, como se nota que quieres convencerme de que esté
aquí contigo —con un manotazo le lanzó agua en la cara, mientras reía, y se
sumergió nadando un par de metros, temía alejarse más de la cuenta.
Samuel la alcanzó abrazándola por la espalda, mientras le acomodaba los
cabellos, le dio varios besos en el hombro y mejilla.
A muy pocos metros de ellos, vieron un par de aletas acercarse, y Rachell no
pudo evitar llenarse de pánico, aún tenía muy viva la imagen de las dos hileras
de dientes del tiburón, por lo que rápidamente se volvió.
—Tranquila, son delfines y no se acercaran —intentó tranquilizarla Samuel.
—Como sea, prefiero regresar al barco —pidió llena de miedo, y sin esperar a
Samuel nadó de regreso a la embarcación.
Él sin pensarlo siguió a Rachell que se aferraba a las escaleras, a la espera de
que su esposo la ayudara a subir, cuando vio bajo sus pies a uno de los delfines,
atacada por el miedo se aferró a la baranda de acero inoxidable.
—No se mueva, quédese tranquila, que no le harán daño —le informó el
hombre que la había ayudado a bajar las escaleras.
Ella quería creerle, pero sintió la piel suave del delfín rozarle la parte baja del
vientre, y temió que la golpeara.
Samuel llegó hasta ella, y el animal se alejó, pero no por mucho tiempo,
volvió a rozarle con el hocico la barriga.
—Sácame de aquí —le suplicó a Samuel con la voz ronca por el miedo, sentía
que el corazón iba a ahogarla con sus latidos desbocados.
—Tranquila, no hagas movimientos bruscos —intentó asegurar Samuel pero
él también temía, porque eran delfines que no estaban domesticados.
—No le hará daño, déjelos tranquilo —le pidió nuevamente el hombre—.
Déjela dentro del agua, se han acercado por los latidos de la criatura, están
creando conexión con el bebé a través de las ondas sonoras, es muy bueno para
su hijo.
—¿Qué debo hacer? —preguntó Rachell apenas posando su mirada en el
hombre.
—Tiene que tranquilizarse, porque está alterando los latidos del bebé y es por
eso que los mantiene cerca, los delfines están intentando calmarlo. Siéntese en
las escaleras.
El hombre le explicaba, mientras todos en el barco admiraban maravillados
lo que para ellos era un tierno espectáculo.
—Usted siéntese en las escaleras y sostenga a su esposa —le pidió sonriente a
Samuel.
A él no le quedó más opción que acatar la petición del hombre. Se sentó un
escalón más arriba que Rachell y ella de espaldas a él se sentó un poco más
abajo, mientras sentía que todo el cuerpo le temblaba.
—Shhh, tranquila, tranquila —le pidió Samuel al oído al sentir lo temblorosa
que estaba.
Los delfines pegaron los hocicos en la barriga de Rachell y la acariciaban,
mientras emitían sonidos como si los dientes les castañearan.
Samuel más aventurero, extendió la mano y empezó a acariciarle con
cuidado el melón, el cetáceo no se alejó. Era como un intercambio, él dejaba
que Samuel lo tocara, mientras él se deleitaba acariciándole la barriga a Rachell.
—No te hará daño, tócalo —le pidió Samuel, con una gran sonrisa, el animal
se había ganado su confianza.
Rachell temerosa empezó a tocarlo, solo con las yemas de sus dedos,
sintiendo como la piel suave y babosa del animal, que empezaba a
tranquilizarla.
Alrededor de quince minutos estuvieron permitiéndole a los delfines que se
comunicaran con su bebé, según lo que les dijo el hombre. Rachell sonreía con
las lágrimas arremolinadas en la garganta, pero ya no de miedo, sino de ternura,
de lo increíble que podía ser la naturaleza y cómo esos delfines atendieron a los
latidos de su niño o niña.
Cuando ayudaron a Rachell a subir, los tiernos animales solo nadaron hacia
atrás, permitiéndole la retirada a ella, mientras movían sus cabezas alegremente
y castañeaban los dientes con más fuerza, haciendo el sonido más audible, cómo
si con eso estuviesen agradeciendo.
Siguieron con su recorrido, conociendo más del paraíso, cada islote tenía su
historia y mito, en uno en particular, decían que la forma de su roca era de un
dragón que se había convertido en piedra volcánica. No pudieron llegar porque
estaba completamente prohibido el paso, a menos que fuese con fines
científicos y para los cuales se requería una gran cantidad de permisos.
De regreso al puerto, decidieron ir hasta la playa y pasar el resto de la tarde,
en ese lugar, almorzaron en el puesto del italiano Lucca. Casi con el ocaso sobre
ellos, Rachell vio un par de Delfines y estaba segura de que eran los mismos con
lo que había tenido contacto.
Esa madrugada y antes de tiempo, llegó al mundo la hermosa
Elizabeth, con un llanto que retumbaba en el lugar, mientras era arrullada por
la canción interpretada por Lana Del Rey, Once Upon A Dream.
Samuel lloró por lo menos dos horas, sin poder creer que esa niña tan
hermosa, vestida de un blanco virtuoso era de él, carne de su carne, sangre de
su carne. Quería mirarla a los ojos y tener la certeza de que estaba ahí con él,
pero era una dormilona que no se dejaba descubrir el color de la mirada.
Sonrosada, con unos labios rojos como una fresa y una boca pequeña, toda
ella era tan diminuta, que solo se atrevía a acariciarla con las yemas de los
dedos, mientras luchaba con sus ganas por despertarla, pero debía dejarla
dormir.
Rachell ya estaba en la habitación y al igual que él admiraba a su niña.
Ambos sonreían, incrédulos y al mismo tiempo fascinado.
—¿Cómo te sientes? —preguntó en un murmullo, sentado en una silla de
ratán, no se atrevía a sentarse en la cama para no maltratar a su esposa.
—Cansada y un poco adolorida, pero eso no se compara con la felicidad que
siento. Es demasiado hermosa nuestra Elizabeth, siempre me la imaginaba, pero
nada se compara con la realidad.
—Parece una muñeca, es una hermosa muñeca —se puso de pie y caminó
hasta la mesa donde estaba la cámara fotográfica.
—¿No crees que ya tienes suficientes fotografías? —preguntó sonriente, ya
Samuel debía haberle tomado unas doscientas fotografías a su niña.
—Nunca serán suficientes —dijo y caminó de regreso a la cuna, hizo a un lado
el dosel y la fotografío muy de cerca, le hizo al menos unas diez.
—¿Ya le avisaste a tu tío y a Sophie? —preguntó acomodándose un poco los
cabellos, al ser ella el blanco del lente fotográfico de Samuel.
—¡No! Mierda, lo olvidé por completo —dejó la cámara sobre la mesa y salió
corriendo a la planta baja a buscar el teléfono, sin saber dónde estaba.
Rachell contuvo la carcajada para no lastimar los vestigios del parto, se
tanteó el vientre, mientras respiraba profundo para no reír, y volvió la mirada
una vez más hacía su nena, que la tenía muy cerca.
Nunca pensó sentir esa sensación que le invadía el pecho, era algo que
abarcaba todo, Elizabeth, era el resultado de su más grande amor, ¿cómo no
amarla más que a ella misma?
Samuel regresó y caminó por toda la habitación en busca del teléfono móvil.
—Está en la terraza —le dijo ella al recordar que lo había dejado ahí la noche
anterior.
—Gracias —casi corrió a la terraza y agarró su móvil, que aún tenía pila para
al menos una llamada.
Marcó al número móvil de su tío, para no perder tiempo en que se lo
pusieran al teléfono. Después del segundo repique se dejó escuchar la voz de
Reinhard Garnett.
—Samuel, ¿pasó algo? —preguntó el hombre al otro lado de la línea.
—Ya soy padre, soy padre, tío —dijo ahogando una carcajada de felicidad y
también reteniendo las lágrimas que se le anidaban en la garganta.
—¿No era para la próxima semana? Ya mismo salimos para allá.
—Se adelantó. Tío, tengo a una niña hermosa, parece una muñeca. No
puedo creer que haya hecho algo tan bonito.
—Que no la hiciste solo, si es hermosa es porque se parece a la madre —dijo
sonriendo, sintiéndose realmente feliz, por ese que era más que sobrino su hijo,
y volvía a convertirse en abuelo, por tercera vez y de su primera nieta.
—Se llama Elizabeth —la voz se le quebró y no pudo retener el sollozo—.
Rachell, quiere que la llamemos como mi mamá —mientras se limpiaba las
lágrimas.
—Es un nombre hermoso, seguro será igual a la abuela —aseguró con voz
ronca—. Estoy seguro de que mi hermana estaría muy feliz, por ver a su niño
convertirse en padre. ¿Estás feliz?
—Nunca en mi vida lo había estado tanto. No sé qué hacer con esta felicidad
que se me desborda.
—Solo debes vivirla. Quien te viera ahora, cinco años atrás rechazabas la idea
de ser padre.
—Creo es que mi momento perfecto para ser padre —dijo riendo y escuchó el
característico sonido del teléfono a punto de apagarse por lo que se apresuró—.
Tío, estoy sin batería.
—Nosotros salimos esta misma tarde para allá.
—Lo espero —finalizó la llamada y caminó de regreso a la habitación en busca
del adaptador de electricidad, para poner a cargar el teléfono, ya que Noronha
solo contaba con voltaje 220.
—Vienen esta tarde —le comunicó a Rachell, mientras conectaba el teléfono.
—Que bien, así Sophia podrá ayudarme un poco —expresó y se notaba
agotada.
—Será mejor que duermas —aconsejó acariciándole la frente con ternura.
—Tú también deberías hacerlo. Ven aquí —pidió palmeando a un lado de la
cama.
—No quiero lastimarte.
—No lo harás.
Se acercó a la cama y con mucho cuidado se acostó al lado de su esposa,
temiendo hasta respirar para no hacer ningún movimiento. Ella le agarró la
mano y se la llevó a los labios, regalándole un beso en el dorso.
—Gracias por brindarme tanta fuerza, si no hubieses estado alentándome,
seguramente no lo hubiese conseguido.
—Estoy seguro que lo hubieses conseguido, eres realmente fuerte, estoy muy
orgulloso de ti, realmente estoy orgulloso —aseguró y esta vez era él quien se
llevaba la mano de su mujer a los labios.
No necesitaban prender el aire acondicionado, tenía un ventilador que
colgaba del techo y la brisa marina se colaba en la habitación a través de las
puertas abiertas.
Rachell se quedó dormida a los pocos minutos, pero a él, por más que le
pasaran los párpados y se sintiera cansado, la adrenalina que hormigueaba en su
cuerpo no le permitía dormir, tampoco quería a hacerlo, porque su mirada de
soslayo, no podía apartarla de ese pedacito de cielo que estaba a muy pocos
pasos de él.
Y cómo si fuese un tonto pedazo de metal y ella un gran imán, no pudo
mantenerse acostado por mucho tiempo, se levantó y caminó hasta la cuna,
volvió a ubicarse en la silla de ratán y miraba atentamente, si estaba respirando
o no, una extraña preocupación lo invadía, y quería supervisar cada signo vital
de su pequeño tesoro. Por más que la mirara, le costaba creer que pudiera
existir algo tan hermoso.
Estaba acostada de medio lado y él debía agazaparse en la silla para poder
mirarle la cara, eso no era suficiente con cautela introdujo una mano a través
del dosel, y la acercó a la nariz de la niña para sentir su respiración. No le
bastaba solo verle el influjo en la espalda.
Esa pequeña bolita blanca empezó a moverse, captando por completo la
atención de su padre, que rió divertido al verla bostezar y abrir los ojos, pero
por muy poco tiempo, era como si la luz le molestara.
¿Quién podía controlar al padre orgulloso y deseoso que era? Nadie,
absolutamente nadie podía detener sus impulsos por querer cargar a su niña,
unos pocos minutos después del nacimiento no habían sido suficientes, y en ese
preciso momento no anhelaba nada más que acercarla a su pecho, cada
segundo que se mantuvo dormida suplicó porque despertara, solo para vivir ese
instante en que se ponía de pie y con mucho cuidado la cargaba.
Ella, gimió bajito al sentir las manos de su padre elevándola y se removió
gustosa. Justo como una de las señoras que había atendido el parto de Rachell
le había explicado, le sostuvo con mucho cuidado la cabeza y el cuerpo. Era tan
pequeña que perfectamente cabía en sus manos.
No quería despertar a Rachell, por lo que se escaparía con su niña, con una
frazada se la llevó a la terraza y se sentó en la hamada, no le hacía falta mirar al
paisaje, eso no era más hermoso que su pequeña.
—Mi mariposita —sonrió enternecido mientras le acariciaba la sonrojada
mejilla con la yema de sus dedos. Ella apenas espabilaba queriendo mirarlo,
pero aún no se acostumbraba—. Que hermosa eres, desde este instante mi vida
te pertenece, juro que te cuidaré con mi alma, nunca nada malo te pasará,
velaré cada segundo de tu tiempo, cada latido —susurraba y en el momento en
que ella se le aferró a uno de los dedos, era como si acordara ese pacto,
provocando que la garganta de Samuel se inundara—. Eres perfecta, mi
Elizabeth… Me robaron la oportunidad de presentarte con tu abuela, pero sé
que está aquí admirando lo hermosa que eres.
Se la acostó sobre el pecho y se mecía suavemente en la hamaca, mientras le
acariciaba la espalda, viviendo a plenitud el momento, mientras dejaba que sus
pensamientos volaran.
—Creo que tengo la canción para ti, pero no se lo digas a tu madre, porque
seguro que no le gustará, será un secreto entre los dos, no soy bueno para las
canciones de cuna, pero no creo que justamente una nana tenga que expresar el
amor que siento por ti.
Mientras la suave brisa se arremolinaba en el lugar y el sonido del mar los
arrullaba, empezó a entonar.

—When darkness falls


And surrounds you.
When you fall down,
When you’re scared
And you’re lost. Be brave,
I’m coming to hold you now.
When all your strength has gone
And you feel wrong,
Like your life has slipped away.

Cantó en un suave murmullo todo el tema y de vez en cuando la sentía


removerse, sobre su pecho, estaba seguro que ella podía sentir los latidos
embravecidos de su corazón, ese que estaba tan hinchado de orgullo que casi no
le cabía en el pecho.
—Te mantendré segura, mi pequeña y tierna mariposa, mi Elizabeth.
Escuchó que llamaban a la puerta y con mucho cuidado se levantó, caminó a
la habitación y dejó a la niña en la cuna, para poder ir más rápido a atender a
quien llamaba y no despertaran a Rachell.
Snow esperaba sentado frente a la puerta mientras movía el rabo, por
instinto Samuel le acarició la cabeza y abrió.
—¿Cómo está? —preguntó una de las parteras a la que tenía como cuatro
horas sin ver.
Ella después de dejar a Rachell en la habitación y a la niña dormida,
decidieron retornar a sus casas para descansar y dejar que la pareja lo hiciera.
—Bien, muy bien. La niña está despierta, pero mi esposa hace poco que se
quedó dormida.
—Deberá despertar, tiene que amamantar a la pequeña, si ya nos falló el
primer intento, seguramente ahora sí estará hambrienta.
—Sí, acompáñeme —pidió Samuel haciendo un ademán hacia el pasillo que
conducía a las escaleras. Al llegar a la habitación, vio a la niña chupándose el
puño, pero prefirió despertar a Rachell antes de cargarla—. Amor —susurró,
mientras le acariciaba los cabellos.
La señora Cecilia, cargó a la niña, para hacerla sentir segura.
Rachell despertó ante las caricias y los susurros de Samuel, la molestia en su
cuerpo, le recordaron que había dado a luz y que apenas había dormido menos
de una hora. Se sentía cansada pero feliz, por lo que correspondió a la sonrisa
que su Pantera le regalaba.
La señora Cecilia, le pidió al señor Garnett que se lavara las manos y le
explicó cómo debía estimular el pezón de su esposa, para que fuese más fácil
para la niña atraparlo.
Le hizo saber a Rachell, todos los procedimientos para evitar que se le
agrietaran los pezones, y que lo mejor era, no solo ofrecerle el pezón sino
también parte de la aréola, y que al momento de retirarla, metiera un dedo de
por medio y así la niña no iba a tironear.
Samuel se quedó sentado al borde de la cama, atento a ese pequeño
momento en que Elizabeth, se le aferró al pecho de su madre, no pudo evitar
sonreír al escuchar cómo se alimentaba.

Elizabeth llevaba nueve horas con ellos, y era momento de presentársela a


Snow, que hasta el momento se había mantenido inocente de la llegada del
nuevo miembro a la familia.
Rachell no podía bajar las escaleras por lo que Samuel, subió a Snow al
segundo piso, ella esperaba sentada en el sofá de la sala de recibo, con la niña
acostada sobre sus muslos.
Samuel sabía que Snow era realmente manso, sobre todo demasiado
mimado por Rachell y que no se mostraría agresivo con Elizabeth, no obstante
su instinto protector lo obligó a que le colocara la correa.
Desde la distancia Snow, miró extrañado a ese nuevo ser que reposaba sobre
el regazo de su dueña y que como de costumbre le sonreía, alentándolo a que se
acercara. Dudoso acortó el trayecto.
Samuel retenía por la correa a Snow, que empezó a olfatear la cabeza de
Elizabeth.
—¿Te gusta? Es hermosa, verdad —le dijo Rachell acariciándole la cabeza,
mientras el animal seguía olisqueando a la niña y gimió como una expresión de
aceptación.
Rachell y Samuel sonrieron, al ver que Snow se echó en el suelo, sin dejar de
rozarle con la nariz la cabeza a Elizabeth, atento a cada movimiento que la niña
hacía.
El mágico momento fue interrumpido por una bocina de auto.
—Llegaron —dijo Samuel sonriente—. ¿Lo dejo o me lo llevo?
—Déjalo, está más encantado con Elizabeth que nosotros.
Samuel le dio un beso en los labios a su esposa, y salió trotando, lo menos
que quería era hacer esperar a su familia.
Al abrir la puerta, se encontró con su tío bajando del jeep, pero más que
alegrarse por ver a Reinhard Garnett, lo hizo cuando vio a Thor. Su primo que
había estado de viaje con Megan, habían regresado sin avisarle, suponía que
iban a retornar a América en un mes.
Ambos se fundieron en un abrazo, mientras se palmeaban afectuosamente la
espalda.
—Felicidades papá, desde ya entras al reglón de viejo verde.
—Cabrón —le dijo entre risas—. ¿Cuándo regresaste? —preguntó alejándose un
poco y recibió el abrazo de su hermana a la que besó en los cabellos.
—Regresamos ayer, no llegamos a Nueva York, decidimos llegar a Río
primero —explicó Thor, buscando la mirada gris de Megan.
—¿Por qué adelantaron el viaje? —preguntó realmente extrañado.
—No íbamos a perdernos este momento —contestó Megan aferrada a la
cintura de su hermano.
Samuel alargó la mirada hacia Ian que se acercaba con Renatinho en brazos.
—¿Dónde está Liam y las gemelas? —preguntó al ver que faltaban los demás
niños.
—Lo hemos dejado en la posada en compañía de Diogo y Gina —acotó
Sophia acercándose a Samuel y dándole un abrazo.
—Van a volverlos locos —se carcajeó Samuel—. Al parecer hicimos viajar a
todos.
—Casi todos, ¿cómo se portó Rachell? ¿Qué tan hermosa es mi sobrina? —
preguntó Sophia.
—Rachell es una guerrera, se quejó menos que tú. Y Elizabeth es lo más
lindo que he visto en mi vida —explicó con el orgullo a punto de explotar.
—Te recuerdo fiscal, que yo luché con dos. Estoy segura que debe ser
hermosa, seguro que del padre no tiene nada —en medio de su burla arrugó la
nariz y eso hizo que las pecas se le acentuaran.
—Para tu mala suerte es idéntica a mí.
—Entonces no es tan linda como dices —le palmeó el hombro y caminó hacia
el interior del bungalow, ella no podía esperar para ver a su mejor amiga, en
plan de madre.
Samuel en un gesto pícaro le guiñó un ojo a tu tío y se encogió de hombros,
a la espera de ese abrazo.
—Muchas felicidades, hijo —declaró refugiándolo en sus brazos—. Estoy
seguro que serás un buen padre.
—Voy a serlo, porque mi Elizabeth se lo merece —aseguró elevando un poco
la barbilla en un gesto de valentía—. Todos los días me replantearé lo hermosa
que es y que es mi deber protegerla.
—Hasta que se enamoré y ya no vea más por ti —azuzó Ian, queriendo
molestarlo.
A Samuel una extraña sensación de pérdida devastadora lo azotó, y unos
celos incontrolables se despertaron, rechazando la remota idea de que le
quitaran a su niña. Pero no iba a caer en el juego de su primo.
—Igual seguiré siendo su padre, y ningún otro hombre será más importante
que yo en su vida —condicionó levantando el dedo índice—. Y estaré a su lado
siempre, aún para sanar las heridas de su corazón si algún cabrón intenta
lastimarla, no sin antes partirle el alma al hijo de puta.
—Le partirás el alma con el bastón —Ian siguió con su burla.
—No jodas, Ian —bufó, recibiendo a Renatinho que extendía los brazos hacia
su tío, mostrándose feliz de verlo y sus hermoso ojos azules brillaban—. Crees
que estás a salvo porque tienes dos varones, te recuerdo que a los hombres
también nos rompen el corazón.
Ian soltó una carcajada, satisfecho por haber obtenido el resultado esperado.
Thor lo acompañó en esa broma hacia Samuel.
Sophia subió las escaleras casi corriendo, encontrándose a Rachell sentada
en el sofá, mientras cargaba a la niña y hablaba con Snow como si el animal
pudiese entenderle.
—¡Fea! —chilló emocionada corriendo hacia su amiga.
—Sophie —se alegró, pero sabía que no podía levantarse y correr.
En muy pocos pasos Sophia la alcanzó y se sentó a su lado, fijando su mirada
en la hermosa criaturita rendida en los brazos de Rachell.
—Es hermosa, parece una muñequita —le dio un beso a su amiga en la mejilla
y en respuesta también recibió uno—. ¿Cómo estás? ¿Qué tal fue el parto?
—Estoy agotada, tengo sueño, pero no puedo dormir, la adrenalina no me
deja, solo he logrado descansar una hora. El parto fue horrible, no creo que
tenga otro hijo, pensé que sería menos doloroso. Intentaba hacerme la valiente
delante de Samuel, pero era caso perdido. Sin embargo creo que el premio a mi
esfuerzo ha valido la pena.
—No te preocupes por otro niño por ahora, creo que por un tiempo, al
menos el primer año, la vida rondara en torno a la niña y hasta los encuentros
sexuales, serán esporádicos.
—Eso verdaderamente lo dudo, lo de los encuentros sexuales —aclaró con
una sonrisa y con la yema de su dedo le acariciaba el mentón a su pequeña—.
¿Quieres cargarla?
—¡Claro! Está gordita.
—Comí sin remordimientos las últimas semanas —le confesó mientras le
bajaba la camiseta a su niña.
—Por cierto te hemos traído cositas femeninas, porque necesita un poco de
color.
—Gracias, loca —le frotó el hombro en señal de cariño—. ¿Y las niñas? Diles
que suban que quiero verlas.
—La he dejado en la posada con Diogo y Gina, ellos vendrán mañana
comprenden que debes estar cansada.
—Hubiese traído a las niñas.
—Después, creo que terminaran por volverme loca, son tan tremendas, me
agotan, ya los días no me rinden —torció la boca en un gesto divertido al ver la
cara de Rachell—. Supongo que no es mucho lo que te estoy alentando.
—No mucho —se rió.
—Tal vez estoy exagerando —le guiñó un ojo y le sonrió con total sinceridad—
. Son mayores los hermosos momentos que nos regalan. Si me dieran la
oportunidad para cambiar algo en mi vida, definitivamente la rechazaría,
porque todo es perfecto, creo que hasta de los malos momentos he aprendido
cosas buenas.
—Tienes razón, aunque muchas veces extraño a Oscar, no puedo olvidarlo,
está mañana anhelé poder ver su rostro, intenté imaginar qué cara pondría al
ver a Elizabeth.
—Estoy totalmente segura de que estaría muy feliz —suspiró, para no llorar.
El melancólico momento fue interrumpido por Samuel en compañía de los
visitantes.
Rachell recibió, felicitaciones, besos y abrazos de todos. Además de varias
bolsas de regalos en los que reinaban ropas, mantas, biberones y muchas cosas
más, en colores muy femeninos.
Megan se apoderó de la niña, sintiéndose muy feliz, pero al mismo tiempo la
golpeaba la triste realidad, ya llevaba más de un año intentando salir
embarazada y sus esperanzas se habían hecho polvo varias veces, algunas cuando
los retrasos menstruales llegaban a su fin, y otras tantas cuando los test le
gritaban a la cara que no estaba embarazada. Sin embargo intentaba mantenerse
fuerte por Thor, porque él se mostraba incondicional con ella.
Se dio cuenta de que a dónde caminara, Snow la seguía y no pudo evitar
reír, era como si la estuviese vigilando. Lo confirmó cuando tuvo que dejar a la
niña en la cuna, y entonces el canino se echó a un lado, vigilando el sueño de
Elizabeth.
Miró a la niña por largo rato y después decidió salir, quería estar sola y
liberar a través del llanto la impotencia que sentía, suponía que no debía
sentirse de esa manera porque era la felicidad merecida de su hermano, pero no
podía evitarlo, ya se había sentido así cuando nació Renatinho.
Todas las nueras de Reinhard podían darle nietos, menos ella, y estaba
segura de que tarde o temprano, le reprocharían por negarle a Thor el derecho
de convertirse en padre.
Aprovechó, que todo estaban entretenidos conversando, acerca de la
experiencia que tuvo Rachell con los delfines, para no ser vista en su huida.
Se fue al porche y se sentó en el huevo de ratán que colgaba del techo,
donde sin poder soportar más sus pena, se echó a llorar, porque deseaba ser
madre.
—Meg, esposa mía —Thor la sorprendió y ella empezó a limpiarse las
lágrimas. No quería que la viera llorando.
Megan no sabía que su esposo estaba atento a cada uno de sus pasos, porque
era consciente del sufrimiento que la embargaba. Por lo que apenas la vio salir,
esperó un par de minutos para no ser tan imprudente, y la siguió.
—Es hermosa Elizabeth —dijo con la voz quebrada, pero sonreía intentando
ocultar su conmoción.
—Sí, es hermosa, se parece a Rachell —dijo sentándose en una de las sillas de
ratán y acercándose a ella, le agarró las manos, mientras observaba como le
temblaba la barbilla—. Todo estará bien, ya verás —intentó colocarle un mechón
de cabello detrás de la oreja, pero Megan no se dejó.
—Sabes que no va a estar bien, que nunca estará bien —una vez más el muro
de contención se hizo polvo y las lágrimas salieron al ruedo—. No intentes tapar
el sol con un dedo. Thor te entusiasmas con los niños y…
—Y nada —la detuvo—. Nada Megan, sí me entusiasmo, porque son mis
sobrinos, pero eso no quiere decir que esté desesperado por tener un hijo.
—¿Por qué me mientes? —reprochó ahogada por un sollozo—. No lo hagas por
hacerme sentir bien, porque solo empeoras las cosas, no te muestres pasivo ante
tus deseos, exígeme que te dé un hijo. ¿Por qué no te molestas cuando
derrumbó tus esperanzas, cada vez que los test dan negativo?
—Porque soy paciente, porque los dos estamos luchando con esto, y no te
voy a dejar sola, para eso somos una pareja. Estoy seguro de que vamos a tener
un bebé, pero solo cuando sea el momento justo.
Antes de que Megan pudiera rebatir la respuesta de su esposo, escuchó unos
pasos provenientes del interior del bungalow, por lo que se puso de pie y casi
corrió a la salida. Thor inmediatamente se puso de pie.
—¿Pasa algo? —preguntó Samuel asomándose al porche.
—No, nada. Todo está bien —aseguró Thor, fingiendo una sonrisa.
—¿Seguro? —inquirió en alerta al ver a Megan alejarse.
—Sí, es que vamos a la playa, regresamos en un rato —se encaminó para
seguir a su esposa.
—Tengan cuidado —pidió, tratando de parecer normal, sin embargo era
plenamente consciente de que las cosas entre Thor y Megan no estaban bien.
Ya tendría tiempo para hablar con su primo y pedirle que le fuese
completamente sincero.
Ser padres nos cambió la vida
IV Parte
My Little Girl
Antes de que Elizabeth naciera, Samuel Garnett, nunca, bajo ningún
concepto pasaría más de quince minutos en una cocina y mucho menos,
preparar por él mismo, algo más allá de un par de emparedados o un
poco de cereal con leche.
Con su niña no sólo había aprendido a preparar biberones y cambiar
pañales malolientes, por primera vez estaba preparando una crema de
calabaza. En la cocina todo era un completo desastre, pero nadie podía
privarle el placer de alimentar a su hija, sin importar los errores de
ensayo.
Rachell se estaba bañando, y la señora Consuelo se encontraba
organizando la habitación de la niña, mientras que Snow cuidaba de
Elizabeth, y suponía que conversaban, ella balbuceaba sin parar, a esa
lengua le temía porque estaba seguro que la había heredado de la madre,
que no dejaba de hablar ni dormida. Snow de vez en cuando gemía o
ladraba, tal vez mostrándose de acuerdo, porque no tenía más opciones.
Siempre miraba de soslayo, atento a lo que hacía ese par, y reía
bajito, porque al parecer, la mariposita exigente lo que le pedía a Snow
era que la meciera.
La crema de calabaza estaba casi lista, a su gusto le parecía que estaba
bien, pero la única persona encargada de dar un veredicto final, era
Elizabeth.
La dejó reposar para que tomara la temperatura adecuada para el
paladar de su hija. Poco a poco había aprendido a ser padre, a estar
atento a las más exigentes necesidades de su niña.
—¿Cómo va todo? —preguntó Rachell entrando en la cocina.
—Todo bajo control —dijo limpiándose las manos con un paño.
—Para ti, pero no para la pobre de Consuelo. ¡Esto parece campo de
batalla! —abrió los ojos desmesuradamente al ver el reguero de leche en
polvo, crema de calabaza, agua y un poco de todos los ingredientes que
usó para preparar el alimento de Elizabeth—. ¡Hasta en la pared!
Samuel le acunó el rostro y la besó para que no siguiera protestando.
—No fue mi culpa, fue del procesador. Ya no mires —le dijo contra
los labios—. Lo importante es que lo he logrado.
—Espero y no termines por envenenar a nuestra niña.
—¡Jamás! Me he cerciorado de la fecha de caducidad de cada
ingrediente y que los vegetales estuviesen frescos.
—Estás aprendiendo —le dio un beso de apenas contacto de labios y
se fue a buscar a Elizabeth, para lavarle las manos y sentarla en la silla—.
Ya veremos si has pasado la prueba.
Samuel sirvió en la tacita de la niña un poco de la anaranjada crema,
en su camino hacia el comedor siguió moviendo la vitamínica comida
con la cuchara.
—Eli, estoy en tus manos —dijo Samuel acercándose a la niña y
ofreciéndole la cuchara, mientras sonría ante ese gesto de su hija al
levantar la ceja izquierda, derrochando picardía a raudales.
—Papá, papá —balbuceaba con sus once meses, mientras movía sus
bracitos con energía.
Aún no se acostumbraba a las emociones que provocaba en su ser
cada vez que su pequeña lo llamaba “papá”. No importaba cuántas veces
al día lo repitiera, él se animaba de la misma manera en que lo hizo
cuando lo escuchó por primera vez.
—Come un poco, prueba —le pedía, mientras suplicaba internamente
que a Elizabeth le agradara esa crema que con tanto amor y dedicación le
había preparado.
Ella primero sacó la lengua al tiempo que levantaban ambas cejas, y
los ojos azules le brillaban por la luz de la mañana que se colaba por los
ventanales.
Rachell estaba atenta a los intentos de Samuel, para que la niña
comiera y ver si lograba pasar la prueba de fuego.
Elizabeth abrió la boca y recibió lo que su padre le ofrecía, al probar
se saboreó, tragó, y con un movimiento de sus manos pidió más.
—¡Lo he conseguido! —dijo emocionado entregándole la tacita a
Rachell para que alimentara a Elizabeth, mientras él celebraba su gran
triunfo—. No lo puedo creer —bordeó la silla, elevando las manos en
señal de victoria y la niña lo seguía con la mirada, con la curiosidad
haciendo mella en su pequeño ser.
Cuando su padre se le perdió de vista, elevó la cabeza,
encontrándoselo, detrás de ella, por lo que sonrió pensando que estaba
jugando y recibió un beso en la boca que él le diera.
Rachell sonreía, sintiéndose plenamente feliz. Su esposo e hija le
hacían los días perfectos, aunque siempre viviera agotada, experimentar
momentos como ese, hacían que todo valiera la pena.
Sus noches empezaban a normalizarse, así mismo su vida sexual
volvía a ser realmente activa, tanto como lo fue cuando apenas empezaba
su relación con Samuel Garnett, cuando las ganas parecían no cesar
nunca y aprovechaban cualquier instante y lugar para darle rienda a sus
pasiones. Elizabeth ya dormía casi toda la noche, por lo que ellos podían
disponer de al menos una hora los días de semana, y amanecer los fines
de semana.
Sus días seguían siendo realmente agitados, porque Elizabeth con
casi un año aún no se decidía a dejar completamente la leche materna, y
tenía que amamantarla tres veces al día, por lo que se la llevaba a la
boutique, sin seguir los consejos de algunas allegadas que le sugerían
suspendiera definitivamente la manera en que alimentaba a su hija. Lo
había intentado, pero cuando su pequeña en medio de lágrimas le
suplicaba por un poco de leche materna, su corazón no lo soportaba y
cedía a la más tierna petición.
Samuel intentaba ayudarla y no dejar sobre sus hombros la total
responsabilidad, por lo que a la hora del almuerzo pasaba por la
boutique y comían juntos, y si ella tenía un compromiso importante que
atender, él se la llevaba a la torre Garnett. Estaba completamente segura
que quién se hacía cargo de Elizabeth, era Vivian.
Si necesitaban perderse para vivir momentos de intimidad, contaban
con el apoyo de Thor y Megan que encantados cuidaban de Elizabeth.
Como una vez se lo había dicho Sophia, su vida giraba en torno a su
niña, y ella estaba encantada de que así fuera.

Una gran carpa, franqueada por cuatro torres inflables en color


rosado y morado, simulaban un gran castillo como si hubiese sido
extraído de algún cuento de hadas. Cientos de globos en los mismos
tonos, formaban flores y mariposas adornando varios puntos del lugar.
Mimos, payasos, magos, música infantil animaban la fiesta de
cumpleaños del primer año de vida de Elizabeth, que se celebraba en el
jardín del hospital Children Dreamings.
Samuel y Rachell, disponían de dos opciones para realizar la
celebración. Regresar al lugar dónde había nacido su niña o hacerla en
ese lugar y llevarles un poco de distracción a los niños que se
recuperaban en el hospital.
Para Samuel y Rachell, regalarles un poco de felicidad a los
pequeños, era más importante que cualquier cosa, siendo padres
comprendían que no había nada más hermoso que las sonrisas y el
bienestar de los niños, permitiéndoles, que al menos por unas horas
olvidaran del porqué se encontraban en la institución.
La que una vez fue la casa de Samuel Garnett y en la que su vida
quedó marcada dolorosamente, ahora era un gran hospital que brindaba
la oportunidad de vida a miles de niños al año, con un recién
inaugurado edificio dedicado a especialidades oncológicas, del que era
especial benefactor Reinhard Garnett, así mismo, tanto tío como sobrino
se habían unido para crear una fundación igual en Río de Janeiro, que
llevaba por nombre: Crianças de sonhadores.
Elizabeth se veía hermosa, vestida con su traje rosado, sus alas de
mariposas y una tiara que no lograba mantener por más de cinco
minutos, por lo que en todas las fotografías salía cargada por su padre,
mientras la madre le sostenía la corona.
Toda la familia Garnett se encontraba reunida en el jardín, no solo
brindándoles atención a los niños de la familia, sino también a los que
estaban prestando su provisional hogar para la celebración.
Julian, guió a los mimos y payasos a las habitaciones, para llevarles
un poco de distracción a esos pequeños pacientes que por estrictas
órdenes médicas no podían abandonar sus camas.
Él se había entregado a la causa de la institución y al menos un día a
la semana la dedicaba a hacer labor social en el lugar, donde había hecho
grandes amistades con los niños que llevaban más tiempo hospitalizados.
Samuel Garnett, con el más invaluable gesto de salvarle la vida, de
invertir millones en su recuperación, no solo le había dado una
oportunidad para vivir, sino para formar a un ser humano agradecido,
con un corazón que latía incansablemente por brindar ayuda a quién la
necesitaba.
Hera y Helena corrían de un lado a otro, cometiendo una travesura
tras otra, brincando sin parar en los inflables, mientras Sophia intentaba
inútilmente mantenerlas a raya. En cinco años habían conseguido que a
Reinhard Garnett se le triplicaran las canas, ya no solo tenía en las
sienes, ahora cubrían toda su cabellera. Apenas dejando ver que alguna
vez tuvo un atractivo cabello castaño claro.
Habían heredado el carácter chispeante de la madre y hablaban sin
parar, parecía que cada una tuviera dos lenguas.
Bajo la mirada vigilante de Samuel, las gemelas guiaban a Elizabeth,
que justamente esa mañana había empezado a dar sus primeros pasos, le
gustaba ver lo protectoras que eran las tías con su hija, y como le
arrancaban esas chillonas y tiernas carcajadas que a él sencillamente le
alegraban la vida, contagiándolo y sin poder evitarlo también reía.
Ian y Liam, jugaban con los niños del hospital, el hombre de los
tatuajes servía como traductor para los niños que no entendían el
portugués de su hijo.
Thais y Rachell conversaban, mientras que Megan vivía eternamente
enamorada de los ojos de Renatinho, por lo que cada vez que tenía la
oportunidad de tenerlo en brazos, no lo soltaba.
Algunos niños reventaron varios globos cerca de donde estaban
Elizabeth y las gemelas, asustando a la cumpleañera que rompió en
llanto. Samuel corrió a calmarla. La cargó y la niña se le aferró al cuello,
abrazándola, intentaba consolarla, mientras se alejaba con ella; le
tarareaba ese tema en el que una y otra vez le reafirmaba que siempre la
protegería.
Intentando pasar ese angustiante nudo que se le formaba en la
garganta cada vez que su pequeña mariposa lloraba, no lograba
acostumbrarse a escuchar el llanto de su hija sin que le doliera el alma.
La única vez que había sido distinto, fue ese momento en que la
escuchó por primera vez, fue su manera de decirle “papá ya estoy aquí”
inevitablemente sus recuerdos viajaron exactamente a un año atrás.

No sabía a quién, ni en dónde había escuchado que las cayenas


tenían efecto relajante, por lo que en medio de los nervios y querer
redimir el sufrimiento de Rachell, arrancó más de una docena de flores,
ya después soportaría el reproche de su abuela por haberle maltratado
una de sus más preciadas especies.
Era difícil, realmente difícil fingir calma para darle fuerza a Rachell,
cuando él mismo no podía controlar los temblores de su cuerpo, ni los
latidos enloquecidos de su corazón.
—¿Dónde te habías metido? —preguntó Rachell con voz estrangulada
y el ceño fruncido, al verlo llegar.
—Ya estoy aquí —aseguró lo que era evidente, arrodillándose frente a
ella que la tenían a gatas, mientras le frotaban las caderas. Le mostró las
flores que traía en su camiseta, la que se había quitado para usar de
cesta—. Dicen que tiene efecto sedante —le explicó en un susurró
tembloroso, mientras la miraba a los ojos.
—No me digas que debo masticarlas —sonrió intentando olvidar el
dolor que la torturaba, pero sin poder ocultar el sufrimiento que se
apreciaba en sus facciones.
El rostro de Samuel evidenció que no tenía la remota idea de qué
hacer con las flores, solo en ese momento fue consciente de que estaba
actuando por impulso, no pudo evitar sentirse estúpido. Nervioso y
estúpido, así se sentía.
—No —intervino una de las mujeres que ayudarían en el parto de
Rachell—. Échelas al agua —pidió mientras constataba la temperatura del
agua en la bañera redonda.
Samuel se levantó y estaba por depositar las flores en el agua, cuando
una vez más el quejido de Rachell atentaban contra sus nervios, por lo
que le entregó la camiseta a la mujer y regresó al lado de su esposa.
—Respira, respira —le pidió dejándole caer varios besos en la frente.
—No, no me toques, no me toques —gimoteó sintiendo que le dolía
hasta el mínimo vello, pero con una de sus manos se aferraba al
antebrazo de Samuel, mientras contenía todo el oxígeno temiendo
liberarlo durante la contracción, para no sentir más dolor del que ya
sentía.
A Samuel el corazón iba ahogarlo, se limitó a mirar y que ella se
aferrara a él, aunque quisiera llevar el dolor de ella no podía.
—Ya no puedo estar así, me duelen muchos las rodillas —confesó una
vez que la contracción pasó y soltó todo el oxígeno acumulado.
—Vamos a ponerla de pie —pidió la mujer que le había estado
frotando las caderas.
Con la ayuda de Samuel la pusieron de pie y entonces él se atrevía
una vez más a tocarla.
—Abrácese a su esposo —sugirió—. Deben mecerse en el abrazo,
mientras el señor le acaricia la zona lumbar.
Así lo hicieron, Rachell sentía la presión en la parte baja de su
vientre, mientras se dejaba mecer lentamente y cerraba con sus brazos la
cintura de Samuel, regocijándose en el calor que le brindaba, mientras
escuchaba los latidos apresurados del corazón de su amado.
Su tortura cada vez reducía menos el tiempo de descanso y ya
presentía, que otra contracción se avecinaba, por lo que valientemente se
preparaba. Samuel supo que su esposa se preparaba cuando le cerró con
más fuerza la cintura y entonces él siguió con más ahínco acariciándole la
zona lumbar, intentando relajarla.
Ella empezó a quejarse, sin decir una palabra, solo gemía
ruidosamente exponiendo su dolor, era casi insoportable como todo su
cuerpo se tensaba al ser sometido al proceso natural más doloroso que
podía soportar el ser humano.
—Sshhh —intentaba Samuel calmarla, mientras le regalaba un beso
eterno en los cabellos y se tragaba las lágrimas—. I know you're scared, I
can feel it —empezó a cantarle bajito, el tema que en ese momento se
reproducía en la lista que Rachell había elegido para ese momento tan
esperado—. It's in the air; I know you feel that too. But take a chance on
me, you won't regret it, no…
Ella se quedó muy tranquila y dejó poco a poco de quejarse,
dejándole saber que la contracción había pasado.
—Me estás cantando un tema de Maroon 5 —aseguró casi sin voz.
—Supongo que sí —ahogó su voz en las hebras sedosas del cabello de
ella.
—Pensé que lo odiabas.
—Lo odio —afirmó acariciándole la espalda y balaceándose de un lado
a otro—. Pero eso no quiere decir que no me aprenda sus canciones solo
por complacerte.
—¿Qué estarías dispuesto a hacer por complacerme? —preguntó
queriendo distraerse un poco, y olvidarse del tiempo.
—Sería más fácil preguntar qué es lo que estoy dispuesto a no hacer
para complacerte, pero solo por darte una pequeña muestra, te diría que
estoy dispuesto a parir por complacerte.
—Me gustaría que pudieras hacer eso —sonrió pero casi al instante
volvió a enterrar sus uñas en la espalda de Samuel a la espera de ese
dolor que le anunciaba que estaba muy pronto de convertirse en madre.
Él valientemente soportaba ser el blanco donde Rachell encontraba
fuerzas.
Después de esa contracción, la partera volvió a revisarla y al
comprobar que estaba mucho más dilatada, pidió que se metiera a la
bañera.
Con la ayuda de Samuel, Rachell entró en la bañera y el agua tibia le
relajó un poco las piernas temblorosas, aprovechando el momento en
que no era azotada por ninguna contracción. Pero apenas le dio tiempo
de acuclillarse, de frente a él y de espaldas a la partera que estaba fuera de
la bañera. Mientras las cayenas que adornaban el agua se mecían
suavemente.
Con fuerza se aferraba a los brazos de su esposo, resoplaba y apretaba
con fuerza los dientes hasta hacerlos rechinar, intentando llenarse de
valentía y no quebrarse.
— Minha menina eu estou aqui com você. Tudo vai ficar bem, muito
bem. Falta muito pouco para ter a nosso bebê —murmuró en portugués
para hacer partícipes de su conversación a las parteras, que estaba seguro
no sabían inglés.
—Muito pouco, muito pouco —aseguró Rachell, mientras asentía y
contenía las lágrimas de dolor.
Samuel la imitaba cada vez que resoplaba y le suplicaba que
respirara, después de unos veinte minutos, la partera le pidió que se
volviera de espaldas a su esposo, ya estaba preparada, y ella quería salir
cuanto antes de eso. Las horas parecían años y el dolor no le daba tregua.
En medio de lágrimas, jadeos y algunos gritos desgarradores, logró
exitosamente agrandar la familia, en medio del llanto de los tres.
En el preciso instante en que vio la cara de su niña sonrojada y
mojada, aún unida a su madre por el cordón umbilical, en medio del
llanto. Comprendió que lo de su madre no había sido un sacrificio, que
no había sacrificado su vida por salvarlo, porque él sin pensarlo y con el
mayor de los placeres, entregaría su vida por proteger ese pequeño ser al
que le acariciaba los cabellos.

Samuel, regresó de sus pensamientos mientras seguía quedamente


meciendo a su niña, que refugiaba el hermoso rostro en su cuello,
regalándole el apaciguado respirar que alejaba de momento todas las
preocupaciones.
Su mirada casi dorada, fue captada en ese momento por Megan y
Thor, que estaban sentados en los columpios que colgaban de una de las
ramas de unos de los frondosos arces que colindaban el jardín.
No quería ser testigo de la intimidad entre su primo y hermana, por
lo que decidió regresar con su hija a la fiesta, no obstante antes de dar la
vuelta, presenció cómo Megan se soltaba violentamente del agarre de
Thor y salió corriendo hacia el edificio del ala norte.
Definitivamente algo no estaba bien entre ellos, y no quería pensar
que Thor se estaba comportando como un imbécil con su hermana.
Había prometido ser completamente incondicional con ella.
Cientos de veces, Rachell le había pedido que no se metiera en la
relación entre ellos, pero no podía seguir como si nada. No era la
primera vez que notaba diferencia entre la pareja, realmente el último
año los notaba más distanciados.
—Será mejor que Thor me aclare lo que está pasando —murmuró
emprendiendo su camino hacia su primo, dejando de lado las peticiones
de Rachell porque no interviniera.
Elizabeth estaba casi dormida sobre su hombro, y eso la hacía más
pesada, pero él adoraba cargar con ese tierno peso.
—¿Cómo estás? —preguntó sorprendiendo a Thor que seguía sentado
de espaldas a él.
Pensó que no iría directamente al grano, y estaba usando todo su
autocontrol para no reprochar, sin antes escuchar.
—Bien —murmuró Thor con la voz ronca y su mirada enrojecida, no
podía ocultar que estaba reteniendo las ganas de llorar.
—¿Bien? No lo parece —dijo tomando asiento en el columpio que
minutos antes ocupaba Megan.
—Estoy bien, un poco agotado, pero bien.
—Primo —carraspeó sin saber cómo abordar el tema y no ser agresivo,
no pretendía discutir con Thor, aunque su única intención en el lugar
era recordarle que debía cuidar de Megan.
—¿Está dormida? —preguntó desviando la mirada hacia Elizabeth,
queriendo desviar el tema, y ponerse a salvo de cualquier explicación.
Samuel miró el rostro adormitado de su hija y sonrió con dulzura.
—Casi, casi, al parecer el susto le dio sueño —volvió a clavar la mirada
en la celeste de su primo—. ¿Qué pasa con Megan?
—No lo sé —confesó con la voz extremadamente ronca.
—¿No lo sabes? —inquirió con tranquilidad, rogando para que la
impulsividad no lo asaltara.
Thor guardó silencio, con la mirada perdida en el horizonte y se
mecía suavemente, queriendo con ese movimiento llenarse de serenidad.
Intentó hablar, de por fin comentarle a Samuel lo que estaba pasando,
pero las lágrimas en la garganta no se lo permitían, sólo se empeñaban en
ahogarlo, y por más fuerte que quisiera parecer, ya no tenía fuerzas, ya
hasta se había planteado dar a Megan como una causa perdida. Pasaron
varios minutos y se aclaró la garganta un par de veces.
—Creo que he faltado al juramento que te hice —murmuró y sus ojos
se anegaron, sin embargo no dejó que las lágrimas se derramaran porque
se frotó los ojos con los nudillos—. No puedo hacer feliz a Megan.
—¿Qué pasa Thor? —preguntó al ver que su primo verdaderamente se
estaba ahogando en sufrimiento y no lo dejaba salir—. Si la quieres,
puedes hacerla feliz.
—La quiero, pero no puedo hacerla feliz. No puedo, intento hacerlo,
día y noche, cada maldito momento del día, pero no puedo darle lo que
quiere, lo que ella anhela —liberó un suspiro, intentando no echarse a
llorar como un marica.
—No logro entender, puedes ser más específico. ¿Qué es lo que
Megan quiere? Si tienes todo a tu alcance, ¿qué es eso que no puedes
darle?
—Un hijo, no puedo darle un hijo.
—No entiendo, no puedes darle un hijo, ¿acaso no eres fértil? Hay
muchos métodos. ¿Has ido con algún especialista? —Samuel hablaba casi
sin agarrar aire, estaba totalmente sorprendido ante la confesión de su
primo—. No sabía que querían hijos, pensé que aún no estaban
preparados, no que estaban pasando por una situación como esta.
—No soy yo, es Megan… —musitó
—¿Megan? —interrumpió todavía más contrariado y el corazón
aumentó drásticamente los latidos.
—Supongo que no lo sabes.
—Sea lo que sea, no lo sé.
—Megan no puede tener hijos, lo hemos intentado, llevamos tres
años intentándolo. Ella lo sabía, de hecho yo solo sabía, intentó que
nuestra relación se acabara mucho antes de casarnos, cuando me lo
confesó intentó dejarme, a cambio le propuse matrimonio —estaba
contando sin ningún orden cómo se habían dado las cosas entre él y la
mujer que amaba.
En ese instante Samuel comprendía el porqué de la decisión tan
arrebatada de Megan y Thor por casarse, cuando apenas llevaban un año
de noviazgo, entonces sostuvo a su hija con un solo brazo y le pasó el
libre por encima de los hombros a su primo, tratando de confortarlo y
agradeciendo infinitamente el gesto que tuvo con su hermana. Mientras
las lágrimas se le arremolinaban en la garganta y Thor se engrandecía
ante él, se volvía casi un dios al que admiraba.
—Gracias —murmuró sintiendo que estaba a punto de llorar.
—La quiero, de verdad la quiero y no me importa que no pueda tener
hijos, la acepté así —acotó Thor dejando que por fin las lágrimas salieran
al ruedo—. La acepté con todos sus miedos, con sus inseguridades, con
los vestigios de su desorden alimenticio y toda la mierda que traía
encima, con las consecuencias irreparables de una niñez jodida, pero al
parecer ella ya no puede convivir con eso. No puede vivir con las
consecuencias de sus actos pasados y quiere un hijo, lo quiere más que a
nada en el mundo, y yo no puedo dárselo —sollozó y se cubrió el rostro—.
Me siento tan impotente, porque no puedo hacer nada, ella sufre y no
puedo hacer nada para que deje de hacerlo. Es jodido cuando no puedes
hacer nada para salvar a quien más quieres.
—No todo puede estar perdido. ¿Por qué no me lo has dicho antes? —
reprochó con la garganta inundada, sintiendo que también se llenaba de
impotencia, ante la noticia, pero haría todo lo que estuviese a su alcance
para que su hermana pudiese convertirse en madre como tanto anhelaba.
—Megan no quiere que nadie se entere —musitó con la mirada en
algún punto imaginario en el horizonte.
—Hay maneras, hay tratamientos. Deben intentarlo —Samuel no iba a
darse por vencido, su primo y hermana no debían agotar las fuerzas, no
podían dejarse vencer.
—Lo hemos intentado todo, algunos doctores dicen que solo es
cuestión de paciencia, pero Megan no la tiene, y todo se está
derrumbando.
—¿Por qué no adoptan?
—Le he propuesto muchas cosas, hasta encontré un vientre en
alquiler, pero ella no quiere, dice que quiere sentirse madre y si no lleva
a un niño en su vientre, no lo será. Aunque estoy cansado, no quiero
alejarme de Megan, sé que sin ella todo se irá a la mierda.
—Los doctores deben tener razón, tal vez es cuestión de paciencia,
déjame hablar con Megan —solicitó palmeándole la espalda.
—No lo hagas, eso empeoraría las cosas —alertó con la voz ronca por
las lágrimas.
—Está bien, no voy a interferir, solo si me prometes que me
mantendrás informado, yo intentaré ser cauteloso, pero por favor Thor,
no la dejes.
—No voy a dejarla, le he dicho incansablemente que la quiero a ella,
con o sin hijos, la quiero.
Samuel intentaba mantenerse impasible, pero por dentro estaba
destrozado, no lloraba, se tragaba las lágrimas porque no quería
empeorar la situación, suponía que debía ser el soporte para su primo en
ese momento.
Quería correr con su hermana y abrazarla, asegurarle que todo
estaría bien, decirle cualquier cosa para hacerla sentir mejor, y no pudo
evitar sentirse culpable por esa felicidad que lo había embargado durante
el último año, sin saber por el infierno que estaban pasando dos de las
personas que más quería.
Se recriminó todas las veces que rebosó de dicha delante de ellos, tal
vez haciendo sangrar esa herida entre Thor y Megan.
De regreso a la celebración se obligó a parecer normal, y su primo
también lo hizo, sin embargo se acercó hasta su hermana y tácitamente le
regaló todo el apoyo posible.
Al finalizar la fiesta, les concedió a la niña para que pasara el fin de
semana con ellos, sabía que extrañaría a su pequeña, pero no más de lo
que Thor y Megan, anhelaban la compañía de un niño que los uniera, al
menos por ese fin de semana.

—Tío, tío —la vocecita de Elizabeth lo despertaba antes de tiempo.


—Pequeña mariposa —dijo con la voz ronca aún por el sueño que
pululaba en él, al tiempo que levantaba el torso, encontrándose a la niña
parada en el umbral, mientras sostenía con una de sus manos el pomo.
—Ven a la cama, Eli —pidió Megan, siendo consciente de la presencia
de la niña, pero aún mantenía los ojos cerrados.
Ella sonrió, al escuchar la corta y alegre carcajada de su sobrina,
además de los piececitos resonando en el parqué que le anunciaban que
se acercaba corriendo a la cama.
Abrió los ojos y la recibió con un abrazo, giró con la niña
colocándola en medio de la cama, entre Thor y ella.
—¿Tienes hambre? —preguntó apartándole el flequillo de la frente y
alargó la mirada hacía su esposo, que observaba sonriente.
—Sí —dijo moviendo la cabecita en una continua afirmación.
—¿Mucha, mucha? —cuestionó sonriente, y adoraba cada vez que
Thor empezaba a hacerle cosquillas a Elizabeth, con ese gesto de niño
travieso.
Inmediatamente empezó a resonar en la habitación las carcajadas de
la niña, acompañadas por divertidas suplicas y gritos, mientras se retorcía
en la cama.
Ese momento para Megan, era completamente perfecto, olvidaba
que era un ser incapaz, un ser vacío que no podía brindarle a su esposo
esa felicidad todos los días y no solo los fines de semana cuando Samuel
y Rachell le permitían a la niña.
Estaba segura de que su hermano lo hacía por lástima hacia ella,
aunque no se le hubiese confiado que era una mujer estéril y que Thor
le asegurara que no se lo había dicho. Samuel no podía ocultar su
congoja cada vez que la miraba, sin saber que con eso la hacía sentir más
culpable de lo que ya se sentía.
Muchas veces no quería aceptar que su sobrina pasara los fines de
semana con ella, porque acrecentaba sus ansias por ser madre, y cuando
llegaban los lunes, se quedaba una vez más completamente vacía, porque
sabía que no importaba cuánto la quisiera, no era de su propiedad.
Llevaba tres años intentando confesarle a Samuel que no dejara a
Elizabeth a su cuidado porque la hería profundamente, sin embargo,
cuando veía a la niña, terminaba completamente rendida a la voluntad
de esos ojitos azules.
Por más que Thor intentara ocultar que no quería niños, no lograba
hacerlo, en momentos como ese dejaba ver cuánto anhelaba a un
pequeño ser llenando sus vidas, demostrando que sería el mejor padre
del mundo.
—¡Vamos a comer cereales! —comentó Thor poniéndose de pie y
colocándose a la niña sobre el hombro.
—No, cereales no —pidió Elizabeth en medio de risas, con el cabello
completamente desordenado.
Thor y Megan habían aprendido a interpretar las palabras de la niña,
algunas mal pronunciadas y otras con una divertida connotación.
—Entonces vegetales.
—No, tío… no —hablaba con su alegre vocecita.
Megan se levantó y agarró una liga para recogerse el cabello,
sintiendo la suavidad de la alfombra de pelo largo en la planta de sus
pies.
—¿Quieres que te prepare unos crepes? —preguntó tendiéndole los
brazos a la niña, que alegremente corrió con ella.
—¡Sí! Me gusta —se dejó cargar por su tía que le regaló un par de
besos en la mejilla.
Salieron de la habitación a disfrutar del último día que pasarían con
Elizabeth, el fin de semana terminaba y con eso a Megan llegaba la
certeza de que no era más que la tía de esa tierna belleza de ojos azules y
cabellos castaños.
Le tocaba llevarla el lunes por la mañana a la boutique de Rachell, y
se quedaría conversando cualquier cosa con ella, solo por pasar más
tiempo con la niña. Ya se había convertido en una rutina que había
repetido por tres años y que estaba segura no la llevaba a ningún lado.

Después de haberse recibido como relacionista pública, había


decidió no ejercer, no quería quedarse a cargo de Elitte, porque no le
gustaba nada que tuviese que ver con el medio publicitario, en cambio,
había puesto toda su confianza en Ciryl, para el momento en que su
padre no pudiera seguir llevando la presidencia, lo hiciera ella, que
seguía siendo su mejor amiga, y madre divorciada de un niño de cinco
años.
No tenía ningún estudio médico veterinario, pero eso no fue
impedimento para que abriera una clínica, con la ayuda de su esposo.
Donde pasaba sus días entre animales que requerían ayuda, siendo
atendidos por profesionales, que poco a poco y con la practica le habían
enseñado como atender algunos casos.
Mientras que Thor seguía llevando las riendas de las sucursal del
grupo EMX, en Nueva York.
Llevaba varios días de retraso menstrual y aunque la incertidumbre
se la estuviese consumiendo, no se había hecho ningún test, tampoco le
había dicho nada a Thor. Siguió los consejos de su médico de no dejarse
llevar por la ansiedad, y hacerse prueba alguna al primer día de no
menstruar, por lo que había soportado sus ganas por cinco días, más
tiempo del que nunca había esperado.
Llegó al departamento y lanzó su cartera sobre el sofá, en su carrera
hacia el baño. Que cada vez le parecía más lejano, mientras llevaba en sus
manos la caja que contenía la prueba de embarazo, quería sorprender a
su esposo, con la mejor de las noticias, esta vez los latidos de su corazón
le aseguraban que por fin estaba embarazada.
Ya contaba con la experiencia suficiente en hacerse pruebas de
embarazos, después de seis años, había perdido la cuenta de las veces que
había recurrido a ese método.
Mientras abría el paquete, las manos no dejaban de temblarle, sentía
náuseas y el corazón le retumbaba en la garganta, era esa mezcla de
agonía–felicidad que la embargaba. Cuando por fin logró sacar la prueba,
remojó la punta indicada en el recipiente con orina, esperó los diez
segundos, para que se empapara y no hubiera errores, la tapó y colocó
sobre el lavabo, debía esperar por lo menos cinco minutos, consideraba
que no era mucho tiempo, si ya llevaba esperando seis años. No pudo
desviar la mirada de la pantallita, no quería ni parpadear para no
perderse el momento exacto en que diera el resultado.
“No embarazada” parpadeó un par de veces, y enfocó una vez más la
mirada gris en la pantallita que le restregaba en la cara que no estaba
esperando nada, ya nada esperaba.
Toda la frustración y dolor le subió de golpe reverberando en un
sollozo que sofocó al cubrirse la boca con las manos, sin embargo las
lágrimas se le derramaron sin control alguno, dejando que sus fuerzas se
desintegraran se dejó caer de rodillas sobre sobre el suelo del baño,
echándose a llorar ruidosamente.
No importaba cuanto llorara, ni cuanto se odiara, no podía cambiar
las consecuencias de un pasado que traía a cuesta, era infeliz. Era
consciente de que Thor se desvivía por hacerla feliz, siempre hacía todo
cuanto podía, pero eso para ella no era suficiente, no lo era, dándole con
eso la certeza de que era una mujer completamente egoísta y con eso
también hacía infeliz a su esposo.
Thor no lo merecía, él era demasiado bueno con ella, y necesitaba a
su lado a una mujer que pudiese brindarle la dicha de ser padre, la
relación se había centrado tanto en la búsqueda de un hijo, que estaba
completamente desgastada, él ni siquiera era la sombra de ese chico
radiante que le robó un beso en el Central Park.
Era evidente que no lo estaba haciendo feliz, y con la desdicha de
ella sola era suficiente.
—No voy a obligarte —murmuró con el mentón tembloroso por el
llanto, mientras se limpiaba las lágrimas en un inútil intento por dejar de
llorar, y se levantó.
Caminó hasta el cuarto de clóset y buscó entre los armarios un bolso
y algunas prendas de vestir, mientras no paraba de llorar, ni de desistir de
esa decisión que la estaba destrozando, pero que sabía era
completamente justa para el hombre que amaba.
Guardó justamente lo necesario dentro del bolso dejándolo sobre la
cama, fue al baño por la prueba de embarazo, al regresar a la habitación,
arrancó sin ningún cuidado una hoja de la agenda que estaba sobre la
mesa de noche.
Empezó a escribir una nota, en la que tuvo que hacer pausa en varias
oportunidades, porque las lágrimas no le dejaban ver, ni sus manos
temblorosas le permitían plasmar las ideas.
Al terminar, la dejó sobre la cama y encima de ese papel, que era una
despedida definitiva, lo adornó con la prueba de embarazo que una vez
más, había dado negativo. Sin mirar atrás, se marchó.

Thor al llegar al departamento, lanzó las llaves del auto sobre la mesa
de cristal que estaba junto a la entrada, recorrió con su mirada el lugar y
le extrañó encontrar las luces de la cocina apagada, cuando la manía de
Megan al llegar, era encenderlas.
—Esposa mía, he llegado —dijo al tiempo que se quitaba el saco y lo
dejaba sobre el sofá—. Megan —llamó una vez más al no recibir respuesta,
y su mirada celeste buscaba a la chica en la segunda planta.
Era realmente raro que no lo recibiera, por lo que frunció el ceño
ante el desconcierto y subió las escaleras, casi trotando.
—Megan, he llegado. ¿Vamos a comer al Boulud? —preguntó
entrando a la habitación, y de golpe todo su buen ánimo se fue al suelo,
al encontrarse el lugar vacío.
Pasó de largo hasta el baño, esperando que su esposa se estuviese
duchando, pero su suerte parecía no cambiar, de regreso a la habitación y
estaba totalmente resuelto a ubicarla a través del teléfono. Cuando su
mirada captó la nota pisada por la prueba de embarazo.
Casi en un respiró, el corazón se le instaló en la garganta, no sabía a
ciencia cierta si era por miedo, o tal vez por felicidad, porque una
pequeña parte en su interior, insistentemente le gritaba que esa prueba
había dado positivo y que su esposa lo esperaba con una gran sorpresa.
De dos largas zancadas llegó a la cama y sin siquiera darse tiempo a
respirar, agarró la prueba, dejándose llevar por esa ansiedad que
tácitamente hacía mella en él.
“No embarazada” todas sus esperanzas irremediablemente se
desplomaron, una vez más, como un castillo de naipes. Respiró profundo
y soltó de golpe todo el oxígeno.
Sin aún agarrar la nota, en él empezó a latir un mal presentimiento,
algo que tenía la certeza tarde o temprano llegaría, pero no había querido
afrontarlo.
Con la nota en la mano se dejó caer en la cama, mientras los latidos
desbocados iban a ahogarlo, y los oídos le zumbaban, se sentía encerrado
en una especie de cápsula donde una extraña presión le hacía doler no
solo la cabeza, sino todo el cuerpo.

Thor.
Ya no quiero seguir a tu lado, no puedo seguir contigo. Lo siento,
verdaderamente lo siento, desde hace mucho he querido hacer esto, pero no
me dejas opciones. Siempre te empeñas en pensar por los dos, e intentas
hacerme creer que entre nosotros todo está bien, cuando bien sabes que no es
así.
Por favor, quiero que rehagas tu vida, te prometo que estaré bien. No me
busques, porque no vas a encontrarme, entiende que esto tiene que terminar,
me hago daño y te lo hago a ti.
No puedo ser madre, no puedo serlo, debes entenderlo de una vez por
todas.
Te haré llegar con mi abogado los documentos del divorcio. Sé que en
algún momento agradecerás esta decisión que estoy tomando por los dos.
Megan.
—No puedes hacer esto, Megan —murmuró con las lágrimas
subiéndole por la garganta, al tiempo que arrugaba con fuerza la hoja de
papel en sus manos—. No puedes hacerlo, maldita sea.
Se puso de pie, sin saber qué hacer, solo caminaba de un lado a otro
como león enjaulado, con el pecho a punto de reventar. Tal vez era el
punto definitivo de quiebre de la relación.
Estaba cansado, realmente estaba cansado de la obsesión de su esposa
por tener un hijo, de las discusiones que no paraban, estaba hasta la
cabeza de las putas cuentas, no quería saber nada de días de ovulación, ni
de métodos fertilizantes, habían llegado a dejar de disfrutar del sexo, y
solo se sentía como una maldita maquina intentando procrear un
imposible.
Odiaba la sola idea de un hijo, ella lo quería tanto, lo anhelaba con
tanta fuerza, que a él había llegado a hartarlo. Sentía que sobraba, que
solo servía para eyacular y nada más.
Pero a pesar de todo eso, quería a esa mujer, esa chica hermosa, de
sonrisa espontánea y que con los años se habían convertido en contadas,
adoraba la mirada gris y su cuerpo pequeño. ¿Dónde se había perdido su
adorada Megan, su novia? Quería regresar en el tiempo y hacer las cosas
mejor, aún sin saber en qué había fallado, haría todo mejor.
Inevitablemente se echó a llorar, y sin dejar de hacerlo marcó al
número del teléfono móvil, pero ese intento fue en vano, porque
inmediatamente se fue al buzón de voz, aún así, sin darse por vencido,
marcó una vez más, otra y otra, siempre obteniendo el mismo resultado,
hasta que en un ataque de impotencia estrelló su celular contra la pared.
Sabía que Megan no tenía muchos lugres a dónde ir, estaba seguro
que con Samuel no iría, entonces las posibilidades se reducían a dos: Su
madre o Ciryl.
Tuvo que recurrir al teléfono fijo, porque en el golpe se había roto la
pantalla de su celular.
Al escuchar la voz de Ciryl al otro lado de la línea, respiró profundo
intentando parecer calmado, cuando realmente ni siquiera podía
controlar el temblor en su cuerpo.
—Hola Ciryl, ¿por casualidad Megan está contigo? —preguntó
directamente olvidándose por completo de preguntar cómo estaba ella.
—No, aquí no está. ¿Pasó algo? —curioseó al percibir cierto nerviosismo
en la voz de Thor.
—No, no pasó nada. Pero si se comunica contigo, por favor me llamas.
—Otra vez, Thor, dale un poco de tiempo, no la presiones —pidió la
chica que estaba completamente al tanto de la situación por la que estaba
atravesando la pareja.
—Lo que menos hago es presionarla —murmuró apretando los ojos
para no derramar más lágrimas—. Supongo que debe estar con su madre.
—Cualquier cosa me avisas, por favor, mantenme informada.
—Eso haré, muchas gracias —finalizó la llamada e inmediatamente se
comunicó con su suegra.
Para su mala suerte Megan había evitado sus dos opciones, no sabía
qué hacer, no estaba con Ciryl, ni con Morgana. Tal vez debía darle
tiempo, pero mientras tanto, qué haría él con la angustia que lo
agobiaba.

Un solo llamado a la puerta fue suficiente para que su padre la


recibiera.
—Pasa —le pidió haciendo un ademán hacía el interior del
apartamento y le quitaba el bolso que su hija traía en las manos, siendo
testigo de las huellas del llanto en el rostro de su hija.
—Gracias por recibirme, papá. Sólo serán un par de días —comunicó
con la voz ronca por todas las lágrimas derramadas.
—Puedes quedarte todo el tiempo que quieras. ¿Qué pasó? ¿Te hizo
daño? —preguntó dejando sobre el sofá el bolso.
—No, pero ya no quiero seguir viviendo con él —una vez más la voz se
le quebró.
—¿Estás segura de eso? Siéntate, por favor —pidió señalando el sofá, en
cuero marrón.
—Completamente —sin poder contener más las emociones una vez
más rompió a llorar al tiempo que se dejaba caer sentada en el sofá.
—Parece que no —se sentó al lado de su hija—. Megan, si no me
cuentas no podré ayudarte, ¿acaso te ha sido infiel?
—Si tus intenciones de ayudarme es para que vuelva con Thor, será
mejor que no lo intentes.
—Sabes que nunca fue de mi agrado, te lo advertí cientos de veces. No
veo por qué ahora tenga que agradarme, así que si lo dejas para mí sería
la mejor noticia en muchos años. Pero solo para mí, porque
evidentemente para ti no lo es. ¿Lo quieres? —preguntó acariciándole la
espalda.
—Más que a nada, pero no puedo estar con él, ya no más. Soy yo
quien le hace daño, Thor es muy bueno conmigo.
—¿Entonces cuál es el inconveniente? —las cejas de Henry Brockman se
movieron displicentemente en un gesto de incomprensión.
Intentaba comprender, que su hija le fuese más específica, porque no
comprendía una actitud que hasta el momento parecía ser realmente
infantil. Y suponía que Megan con veintisiete años hubiese madurado lo
suficiente.
Sorpresivamente su hija se abrazó a él con fuerza, dudó por varios
segundos en corresponder al abrazo, a ese gesto tan cariñoso o tal vez
desesperado por parte de ella.
—No puedo tener hijos, papá. No puedo, he intentado ocultárselo a
todo el mundo, son muy pocas las personas que lo saben —lloraba
desconsoladamente abrazada a Henry—. Pero ya no puedo más, quiero un
hijo, más allá de mi deseo, está quien me tortura a diario preguntándome
cuando voy a tener niños, me armo de valor e intento decir que no lo
quiero por el momento, traicionando a mis propios anhelos.
—Megan —jadeó Henry, haciendo más fuerte el abrazo, sintiendo que
en ese momento a su corazón realmente mal herido se le abría otra
brecha, que no tendría cura—. Megan, lo siento tanto… Por favor, dime
que hay una solución, dime que al menos intentaras ponerte en
tratamiento.
—Llevo casi siete años en tratamiento, mamá lo sabe. He vivido
arrepentida de lo que hice por perder peso, las consecuencias han sido
devastadoras.
Henry soltó el abrazo y se alejó, cubriéndose el rostro se echó a llorar,
queriendo en ese instante que Megan no le hubiese confesado por lo que
estaba pasando, prefería saberla con el hijo de Reinhard Garnett, prefería
que estuviese al lado de ese hombre al que odiaba, pero que fuese feliz,
porque la felicidad de ella, era el único consuelo que tenía, era lo que al
menos lo mantenía alejado de sus demonios. Pero si Megan era infeliz, ya
nada tenía caso. La había cagado, había arruinado no solo su vida, sino la
de todas las personas que lo rodeaban.
—En mi culpa —sofocó en medio del llanto.
—No, no lo es papá. No es tu culpa —repetía al ver que su padre
negaba con la cabeza.
—Fui quien te orilló a que perdieras peso.
—Sí, pero nunca me pediste llegar a los extremos, me obsesioné, no
supe cómo hacerlo de forma saludable.
—No ganas nada con intentar quitar la culpa que cae sobre mis
hombros, soy culpable, no supe ser un buen padre, no lo fui para
Sébastien y tampoco lo supe ser contigo.
Megan prefirió no haberle contado nada a su padre, ya con lo que
estaban sufriendo ella y Thor era suficiente, pero no pudo quedarse
callada.
—Papá —musitó acariciándole la espalda—. No todo está perdido, sé
que la ansiedad me gana y digo cosas sin pensar —intentaba enmendar un
poco su garrafal error, y una vez más recurrió a esa esperanza que ya ella
había perdido—. No es definitivo que no pueda tener hijos, es decir, solo
debo seguir con el tratamiento y tener paciencia, pero estoy desesperada,
solo eso, ya no sé esperar, y estoy arruinando todo.
—Te llevaré con los mejores doctores del país, para que puedas tener a
tus hijos, buscaremos el mejor de los tratamientos, el más efectivo de
todos —aseguró limpiándose las lágrimas.
—Gracias, pero prefiero esperar, quiero darme un tiempo. Lejos de
todos.
—Como prefieras, no voy a presionarte. Aceptaré y amaré a mis nietos,
no importa que sean hijos del Garnett, lo importante es que serán tus
hijos.
Megan a través de las lágrimas le regaló una sonrisa a su padre, y le
palmeó la mano que reposaba sobre la rodilla.
—Eso es suficiente —mintió, porque lo que más deseaba era que Thor
y su padre llegaran al menos a tolerarse. Estaba segura que forjar una
amistad entre ambos sería un milagro y en eso ella, ya no creía—. ¿Has
cenado? —preguntó queriendo desviar el tema y redimir un poco la culpa
en su progenitor.
—No, pero realmente no tengo apetito. Si quieres puedo acompañarte
a cenar.
—No voy a cenar sola, prepararé algo rápido y sano. Te notó más
delgado, seguro que no estás comiendo bien.
—Estoy comiendo muy bien. ¿Qué has sabido de tu madre? —preguntó
poniéndose de pie.
—Ayer hablé con ella, está muy bien —se limitó solo a decir eso, no iba
a confesarle a su padre que su madre se mostraba más feliz de lo que
nunca lo había sido mientras estuvo casada con él.
Siguió a su padre a la cocina y se dispuso a preparar la cena para los
dos, lo vio en varias oportunidades llevarse las manos a la parte baja de la
espalda.
—¿Estás cansado? —preguntó, tratando de mantener un tema de
conversación con él, porque ciertamente no tenían mucho de qué hablar.
—Un poco, supongo que los años empiezan a pasar factura.
—Ya casi termino, puedes sentarte —pidió dirigiendo la mirada hacia la
mesa del comedor que estaba a poca distancia.
—Realmente no tengo hambre.
—Debes cenar, papá. Además, solo es una ensalada.
Henry no dijo nada, solo acató el mandato de su hija. Ambos cenaron
en completo silencio, él haciendo un esfuerzo sobre humano por
alimentarse, llevaba un par de meses en esa situación y suponía que la
falta de apetito se debía a toda la presión del trabajo.
—Puedes quedarte en la cama, yo dormiré en el sofá —acordó
levantándose y llevando el plato a la cocina.
—No papá, en el sofá podré dormir cómodamente —aseguró
poniéndose de pie y siguiendo a su padre a la sala.
—He dicho que te quedarás en la cama, ¿por qué no puedes hacer
caso? Señorita —refunfuñó con exigencia, volviéndose y mirándola a la
cara.
Megan guardó silencio por varios segundos, anclando la vista en el
suelo.
Henry sabía que una vez más había cometido el error exigirle de mala
manera a su hija, y que seguramente se marcharía. Intentó un par de
veces esbozar una disculpa, pero no logró hacerlo, contrariamente a que
su hija se marchara, solo elevó la cabeza y empezó a reír, cortando el
angustioso silencio por su risa cantarina, esa que al igual que en Morgana
parecía nunca haber madurado. Su tono de voz seguía siendo la de una
niña que no contrastaba en nada con la mujer diminuta que tenía en
frente.
—Ya no soy una señorita —elevó la mano izquierda, mostrándole los
anillo de boda y compromiso que adornaban su dedo anular—. Soy la
señora Garnett —aseguró sintiéndose orgullosa del apellido de su esposo.
—Tampoco es la gran cosa, mejor es Brockman —masculló alzándose
de hombros, y sintiéndose aliviado al saber que Megan no había tomado
a mal su exigencia—. Ve a la cama, ya es tarde. Seguramente debes
levantarte temprano.
—No iré a la clínica, porque estoy segura que Thor irá a buscarme,
mejor me quedaré aquí y organizaré un poco este lugar.
—Tengo quien organice el lugar, no te molestes en hacerlo. Y en
cuanto a tu relación con el hombre que te casaste, lo mejor sería que
hables con él y afrontes la situación, si ya no quieres vivir más a su lado,
díselo a la cara, no a través de papelitos que ya no estás en la secundaria.
—No es fácil decirle a la cara a la persona que quieres, que ya no
deseas estar a su lado, voy a echarme a llorar, no soy tan fuerte. Los
golpes de la vida no me han hecho tan fuerte como lo han hecho
contigo.
—No soy tan fuerte, Megan. Por el contrario, he sido el más grande de
los cobardes, por cobardía es que estoy aquí, solo en este departamento,
dejando que el tiempo pase —caminó a la habitación y buscó en el cuarto
de clóset, una almohada y un juego de sábanas.
Ella se quedó parada en el mismo lugar, sin saber qué hacer o decir,
aún su padre seguía reprochándose todo lo sucedido con Samuel y
Elizabeth.
—¿Cómo era ella? —preguntó en un murmullo—. ¿Cómo era Elizabeth
Garnett?
Su padre siguió de largo al sofá, haciendo oídos sordos a lo que
acababa de decirle, con movimientos torpes dejó caer sobre el sofá las
sábanas y la almohada.
—¿Nunca vas a hablarme de ella?
—No me hace bien hablar de ella.
—¿La querías?
—No me hace bien hablar de ella —repitió dejándose caer en el sofá.
Se quitó los zapatos y se arropó, anhelando que la sábana tuviese el
poder para hacerlo desaparecer y no enfrentarse al interrogatorio que su
hija le hacía.
Megan sabía que estaba poniendo contra la pared a su padre, porque
ni siquiera había optado por pasar al baño a lavarse los dientes.
—Que tengas buenas noches, papá.
Entró a la habitación sin esperar respuesta alguna de su padre, porque
sabía que no la tendría, lo conocía muy bien, como para saber que su
orgullo no le permitiría sensibilizarse ante ella.
Se dio un baño y se metió a la cama, extrañando sentir a su lado el
cuerpo de su esposo, sin él ahí, hacía tanto frío, no pudo evitar llorar,
porque sabía que no sería para nada fácil deshacerse de esa necesidad
que Thor significaba para ella, pero no podía ser egoísta, no podía
arrastrarlo a él al mismo barranco en el que se encontraba ella.
Sin darse cuenta y en medio de lágrimas, se quedó dormida llorando,
hasta que unos ruidos provenientes del baño la despertaron. Sabía que
era su padre y prefirió hacerse la dormida, porque no quería
incomodarlo.
Henry, pulsó el botón para que el agua en el inodoro se llevara los
alimentos mal digeridos. Una vez más volvía a vomitar, y aun así no
decidía ir al médico, porque era demasiado orgulloso para aceptar que
estaba padeciendo de alguna enfermedad, prefería pensar que, los
dolores en la espalda, la falta de apetito y vómitos se debían al estrés
producido por tanto trabajo.
Con mucho cuidado salió del baño intentando hacer el menor ruido
posible. Vio a su hija en la cama, sin siquiera ser consciente, sus pasos lo
guiaron hasta el lecho y se dejó caer sentado en la alfombra, con sus
dedos retiró algunos mechones del sedoso cabello que le cubrían el
rostro a su niña.
Megan dejó de fingir estar dormida, y abrió sus ojos, encontrándose
con la mirada gris de su padre. Le regaló una débil sonrisa.
—Era hermosa, la mujer más bella que alguna vez hubiese visto —
empezó a contar en voz baja y se aferró a la mano de Megan—. El color de
sus ojos era realmente fascinante, parecían un diamante amarillo, porque
eran casi transparentes, eran muy, muy extraños —sonrió con añoranza—.
Lo primero que me pregunté, era si eran reales o algún tipo de lentes de
contactos… pensé que no me entendería y que solo sería una broma
hecha para mí mismo.
Megan observaba a su padre y aunque la habitación estaba en
penumbras, podía apreciar sus ojos brillantes por las lágrimas, mientras
seguía atenta a cada palabra que él expresaba.
—Cuando ella me sonrió, el Sambódromo desapareció, nunca me
sentí tan estúpido, ni nunca el corazón me latió con tanta intensidad,
nunca más volvió a latirme así —musitó bajando la mirada—. Realmente
la quise.
—Sé que era hermosa, hay muchas fotografías de ella en la casa del
señor Garnett, supongo que fue como la conociste. Podría robarme
alguna para ti, por si quieres conservar su recuerdo.
—Preferiría que no lo hicieras.
—¿Por qué?
—Porque volvería a sangrar la herida. Fui realmente estúpido, muy
estúpido Megan. No fui justo con Elizabeth, ni con tu madre, fui un
cobarde y dejé que el orgullo me venciera. Creo que al fin y al cabo
terminé imitando lo que tanto odié, tu abuelo no fue el mejor padre.
—Me gustaría, saber cómo era Elizabeth, su forma de ser.
—Era única, era alegré, muy alegré, siempre lograba hacerme sonreír a
pesar de que siempre fui algo obstinado, ella era correcta, inteligente…
astuta, eso último lo heredó Sébastien, verlo me hace mucho daño,
verdaderamente me duele.
—Papá… ¿fuiste feliz? —preguntó apretándole la mano.
—Mucho, muy feliz, pero me cegué. Quería restregarle a mi padre que
yo podía ser capaz de muchas cosas, aún cuando él no me tomara en
cuenta, me puso a escoger entre Elizabeth, mi hijo y él. No dudé, me
llevé a la mujer que quería y decidí formar mi familia.
—¿Y mi abuela?
—Mi madre nunca tuvo voluntad, ella aprovechaba que mi padre
estaba en el trabajo e iba a visitar a Eli y a Sébastien, les llevaba un poco
de comida, siempre nos ayudó, pero sin que mi padre se enterara —dejó
libre un pesado suspiro y se removió un poco en la alfombra—. No quiero
decir con esto que todo lo que pasó fue culpa de él, todo fue mi culpa,
no supe tener paciencia, ambicionaba un poco más, siempre quería un
poco más, porque tal vez eso haría sentir mal a George Brockman.
—No quiero saber de los malos momentos, solo de los buenos. ¿Qué
pasó después de que la viste por primera vez? ¿Fue amor a primera vista?
—No lo sé, supongo que sí, al menos por mi parte lo fue. Elizabeth se
significó todo un mundo nuevo para mí, un mundo exótico al que me
adentré sin mirar atrás. Con ella no me importaba hacer el ridículo,
cuando intentaba que bailáramos lambada.
—¡Papá! —casi gritó emocionada poniéndose de rodillas sobre la cama—
. ¡Bailaste lambada! La de Kamoa.
—No, eso vino después —sonrió, dejándose llevar por los recuerdos—.
Había un cantante, no sé si aún vive, se hacía llamar Pinduca, hizo
muchas presentaciones durante esos carnavales. Yo era todo un preppy y
ella era vida, era alegría, a la que intentaba capturar con el lente de mi
cámara.
Henry siguió contando por dos horas todo lo vivido con Elizabeth,
hasta que nació Sébastien, afirmando una y otra vez que había sido
realmente feliz al lado de esa mujer.
—Es hermosa, papá. Es la historia de amor más bonita que he
escuchado —confesó extasiada—. Nunca antes me habías ni siquiera leído
un cuento, pero saber esto vale por todas las demás.
—No, no es la más bonita, porque tú y yo sabemos el final.
—No todas las historias de amor, tienen un final feliz —aseguró
bajando la mirada y sintiendo que las lágrimas volvían a subirle a la
garganta.
—Solo los estúpidos arruinan los finales de sus historias de amor, no
seas estúpida Megan.
Ella se echó a llorar y él se levantó, caminó a la salida y se paró en el
umbral de la puerta.
—Los hijos son importantes, hasta cierto punto son indispensables,
pero no lo son más que la persona que amas, los hijos algún día crecen y
nos abandonan, la persona que te ama jamás lo hará. Estoy seguro que si
no hubiese sido estúpido, no estuviese solo en este lugar.
Salió de la habitación y caminó hasta donde se encontraba su teléfono
móvil, buscó en sus contactos y marcó al número fijo.
—Ven a buscar a tu mujer —dijo, apenas escuchó la voz de Thor
Garnett al otro lado de la línea. No esperó ninguna respuesta,
simplemente colgó.
No tenía nada de qué hablar con él, lo único que le interesaba de ese
hombre, era que hiciese feliz a su hija, de resto podría irse al mismísimo
infierno.
Thor, se encontraba acostado en el sofá de su departamento con la
mirada fija al techo, e intentaba menguar la angustia, que las ideas en su
cabeza dejaran de girar de una vez por todas, se alentaba a cada minuto a
dejar de pensar en Megan, sobre su paradero y qué estaría haciendo.
Necesitaba darle un poco de tiempo, darle un respiro, consideraba que él
mismo necesitaba un tiempo a solas para poner en orden todas las
emociones que estaban alterando su vida marital.
Pero no lograba estar tranquilo, no podía, era entrada la madrugada y
en su pecho el corazón le martillaba constantemente, no le daba tregua,
cuando el teléfono fijo resonó en el lugar, casi violentamente lo agarró.
Nunca en su puta vida se había emocionado al escucharle la voz a
Brockman, en ese momento su odiado suegro le daba un poco de
tranquilidad a su alma. Y aunque ni siquiera le dejó hablar, para
informarle que enseguida iría por su mujer.
Corrió a la habitación y se puso lo primero que encontró, un jean y se
dejó la camiseta que llevaba puesta, unos zapatos deportivos y salió del
apartamento. Justo al salir al estacionamiento se dio cuenta de que estaba
lloviendo.
—Mierda —murmuró mientras la puerta del vehículo se elevaba. Sin
demoras subió al auto y lo puso en marcha, sabía que el clima, no
significaba ningún tipo de obstáculo para él.
Megan había elegido el mejor lugar del mundo para esconderse,
porque estaba segura de que el apartamento de Henry Brockman sería en
lo último que pensaría.
Llegó en muy poco tiempo, no podía precisar si fue porque condujo
muy rápido, o porque las calles en su mayoría se encontraban bastante
descongestionadas.
Se estacionó frente al edificio, irrespetando las leyes, poco importaba
si se ganaba una multa. Tan solo fueron unos tres pasos para
resguardarse del torrencial aguacero, que prácticamente lo empapó. No
recordaba en qué piso vivía Brockman, y despertó a tres habitantes antes
de dar con el indicado.
—He venido por mi mujer —dijo con los labios tiritando de frío.
No recibió respuesta, la comunicación finalizó.
—Imbécil —refunfuñó decidido a molestarlo una vez más—. Va a dejar
que se me congelen las pelotas —elevó la mirada al techo—. Pudiste
enviarme otro suegro, no sé, la reencarnación de Hitler te lo hubiese
aceptado —rogó como si hablase con Dios.
Presionaba el botón con insistencia, cuando escuchó que el precinto
de seguridad de la puerta principal se abría, de manera inmediata dejó de
fastidiar a su suegro, y corrió para aprovechar que le concedían el paso.
Con decisión caminó hacía el ascensor, mientras se calentaba las manos
con el aliento.
Justamente en el momento en que las puertas del ascensor se
abrieron, pudo ver a Henry Brockman esperándolo con la puerta abierta,
por lo que aligeró el paso, sin importarle la tensión que había en el
ambiente
—Bueno días —saludó por simple protocolo, tal vez por un poco de
agradecimiento.
—Está en la habitación, llévatela —dijo sin responder al saludo de
Thor—. Encuentra los motivos para hacerla feliz.
—Intento hacerlo —aseguró con dientes apretados.
—Mi hija no es el ensayo en el que basas tus intentos. Debes brindarle
seguridad y felicidad.
—Wooo, habló Ronald McDonald, el experto en brindar felicidad —
ironizó, al no tener la paciencia suficiente para caer es estúpidas
discusiones con quien estaba sepultado en errores. No sería Henry
Brockman quién lo intimidaría con sus desubicados reproches.
—Puedes burlarte todo lo que te dé la gana, inmaduro de mierda, pero
no habrá próxima vez, porque si mi hija vuelve a huir de tu lado, me
aseguraré que no la veas nunca más —siseó y se encaminó a la cocina.
Thor resopló con gran molestia, y caminó por el pasillo suponiendo
que lo llevaría a la habitación. Sin llamar abrió la primera puerta que se
encontró, pero solo era un armario, abrió la siguiente y ahí estaba
Megan. En medio de la cama, envuelta en sábanas y en posición fetal.
Era como si el corazón en ese momento reanudara los latidos, como si
la sangre en sus venas volviera a circular, al sentir ese alivio que verla le
causaba a su alma, sabía que su vida no era suya, sino de su hermosa
chica.
—Thor —pronunció Megan sorprendiéndose al verlo entrar, y
violentamente se incorporaba—. ¿Qué haces aquí?
—Vine por ti, vine por mi chica —aseguró caminando con decisión
hacia su esposa.
—No te quiero aquí, Thor debes entender que ya no quiero seguir a tu
lado —mintió con la voz ronca por todo lo que había llorado e
inevitablemente las lágrimas volvían a subir a su garganta.
—No logro entender, no puedo hacerlo —llegó hasta ella y se arrodilló
sobre la cama en medio del mar de sábanas, y la tomó por la cintura
cuando intentó alejarse—. No quiero entender Megan. Solo te quiero a
mi lado, te quiero conmigo.
—Vamos a terminar lastimándonos, es mejor que nos separemos y solo
vivamos de los lindos recuerdos, es mejor eso a que algún día termines
odiándome por haberte limitado.
—Maldita sea Megan, en este preciso momento no me estás limitando,
me estás mutilando, entiende de una vez por todas que no me importan
los niños, que me importas tú.
—Thor —chilló sorbiendo las lágrimas—. Si no te dejó voy a hacerte
daño, me he convertido en una persona insoportable.
—Si me dejas me matarás, yo te quiero con todas tus facetas, siempre
te lo he demostrado, ¿acaso me alejé de ti cuando me dijiste padecías de
desorden alimenticio? ¿Te dejé porque fueses hija de Brockman?
¿Renuncié a ti porque fueses una chica virgen e inexperta? ¿Acepté
alguna vez todas las exigencias y amenazas de Samuel porque me alejara
de ti? —hacía las preguntas y a cada una de ellas, Megan movía la cabeza
en negación.
—No, no… no —sollozó con el corazón brincándole en la garganta.
—¿Me quieres? ¿Aún me amas? Porque si es que ya no me amas, juro
que podría volver a enamorarte, lo haré todos los días de mi vida, te
conquistaré de nuevo. ¿Quieres que hagamos todo igual? ¿Quieres que
volvamos a vernos por primera vez en el Central Park? Te robaré todos
los besos que sean necesarios con tal de que te enamores una vez más de
mí.
Megan sollozaba sin poder hablar, y solo negaba con la cabeza. No
quería que las cosas fuesen tan difíciles, anhelaba que Thor no luchara
tanto, que no la torturada de esa manera.
—Hey, little girl —Thor empezó a canturrear con las voz ronca por las
lágrimas que anegaban su garganta, y ella se tensó aún más, llorando
ruidosamente—. Look what you've done, you've gonna stole my heart and
made it your own. Stole my heart and made it your own.
—Thor —chilló casi sin poder respirar ante el llanto.
—Te la cantaré, a cada instante, para recordarte que eres mi pequeña
chica. Minha menininha, você foi e roubou meu coração e fez dele seu —
no esperó que ella diera una respuesta y rápidamente le llevó las manos
al rostro, jalándola hacia él y la besó, lo hizo con todo el miedo de
saberla perdida, la besó con intensidad y pasión desmedida.
En medio del vórtice que sus lenguas creaban, en medio de jadeos y
respiración agitada. Thor, la agarró por las caderas, pegándola más a su
cuerpo, e instándola a que le rodeara la cintura con las piernas.
Megan en medio de la densa nube de deseo, un deseo que estalló de
la nada, un deseo desesperado que hacía mucho tiempo no sentía por su
esposo, algo casi animal, que la llevaban a los extremos de lo
desconocido, cerró con sus piernas la cintura de Thor, mientras su pelvis
se balanceaba rítmicamente, sintiendo bajo esa tela rasposa de jean, la
erección de su chico, que provocaba la tela de encaje de sus pantaletas se
humedecieran profundamente, tanto o más que cuando tenía tan solo
diecinueve años y él empezaba a tocarla.
Tal vez cada promesa que Thor le había hecho de volver a enamorar a
esa niña, la había despertado, había despertado a esa Megan que no
lograba comprender como un hombre tan apuesto y tan varonil como él
se había fijado en ella, ese hombre que con solo una sonrisa hacía estallar
sus más escandalosos y pecaminosos pensamientos.
Thor le regalaba roncos jadeos, cada vez que Megan le enterraba los
dedos en la espalda y se balanceaba sobre él, la sentía deseosa, como
hacía mucho tiempo no pasaba y eso le calentaba la sangre, suponía que
debía detenerse porque estaban en la cama de Henry Brockman, pero sus
manos no sabían de razones, se escabulleron por debajo de la fina tela de
seda del camisón que ella llevaba puesto y empuñaron los costados de la
prenda de encaje. Un gruñido reverberó en su garganta y jaló con fuerza
ambos extremos de la diminuta panti, un par de veces fueron suficiente
para que el sonido de la tela al rasgarse inundara en el ambiente,
acompañado por un sonoro de jadeo de ella.
Thor estaba completamente seguro que haría que Megan olvidará su
propio nombre y gritara el de él, que le haría el amor con total
descontrol, que se entregaría de forma desmedida en medio de insolentes
promesas. No quería llevarla al cielo una sola vez, quería que fuesen
muchas, todas las que el cuerpo aguantara, y definitivamente eso no
podría hacerlo en la cama de su suegro.
Sin dejar de besarla, jaló la desgarrada panti y se le metió en el bolsillo
trasero de su jean. Pasó un brazo por la altura de la espalda de Megan,
pegándola más a su cuerpo y con la mano libre le sujetó uno de los
muslos. No quería soltarla, no iba a soltarla. Con cuidado salió de la
cama, y ella se aferró aún más al cuello de él.
—¿A dónde vamos? —sofocó su aliento en el de él.
—A casa, vamos a nuestro hogar. Te haré el amor lo que resta de
madrugada y todo el día, todo el puto día. Cómo nunca te lo he hecho,
te deseo tanto, Meg —aseguró apretándole con fuerza el culo, sin
importar que algunos de sus caprichosos dedos se adentraran por la
separación de las nalgas, arrancándole a su esposa la más divina
exclamación de placer.
Thor la sacó de la habitación, llevándola cargada, sin importarle que
Brockman los viera en un abrazo tan íntimo y sexual, así no le quedarían
dudas de que él era el hombre que su hija anhelaba.
—Mi papá —dijo sonrojada por los besos de su esposo y sonriente,
sintiéndose realmente feliz y plena en ese pequeño momento. Se sentía
nuevamente una niña traviesa.
—¿A quién le importa, tu padre? —inquirió tomándola por la barbilla y
volvió a besarla.
—Un poco de respeto —exigió Henry poniéndose de pie, que había
esperado sentado en una de las sillas del comedor.
—Después hablamos, papá —dijo con una sonrisa, reforzando su agarre
en el cuello de Thor—. Prometo nunca más volveré a comportarme
estúpidamente.
Salieron del apartamento, sin que Thor la bajara en ningún
momento, porque ella no significaba ningún tipo de peso para él. Al
entrar al ascensor, su esposo la pegó contra una de las paredes metálicas y
empezó a devorarle los senos que empezaban a transparentarse a través
de la tela a consecuencia de la saliva y de lo empapado que se
encontraba por la lluvia.
—Thor —jadeó sofocada el nombre de su esposo, que a través de la tela
tironeaba de uno de sus pezones—. Aquí hay cámaras, y no quiero que mi
padre sea el blanco de algunas burlas, y después ande como Laurence
Fishburne, recopilando nuestro vídeo candente para que nadie más lo
vea —sonrió extasiada refiriéndose al polémico caso del famoso actor que
interpreto a Morfeo en la película The Matrix.
Thor razonó un poco y aunque la excitación galopaba ardiente en él,
dejó de besarla, pero no la bajó, no iba a permitir que Megan se sintiera
desamparada nunca más.
Cuando por fin salieron del edificio aún llovía y Megan gritó divertida
ante la fría lluvia, se sentía cada vez más como esa chica que apenas
conocía a Thor Garnett.
—No voy a poder llegar al departamento —confesó Thor en un
gruñido, sin importarle el torrencial aguacero, agradeció que la calle se
encontrase solitaria, y en medio de su urgencia sexual, dejó a Megan
sobre el capó del auto, y ante el brusco movimiento la alarma de activó,
con manos temblorosas por el deseo que lo recorría enteramente, buscó
las llaves en uno de los bolsillos y silenció al vehículo.
Casi de inmediato empezó a desabrocharse el jean que no poseía
zíper, sino tres botones.
—Aquí no —dijo acomodándose la tela mojada de su camisón sin
poder controlar los temblores de su cuerpo por la lluvia que los bañaba a
ambos.
—Aquí sí, ahora —manifestó ubicándose en medio de las piernas de su
esposa y con únicamente su pene liberado, entró en ella de una
contundente estocada, dejando su aliento en la boca entreabierta por el
deseo de ella, empezó a beberse el agua que a chorros bajaba por el
rostro de ella, mientras que sentía como las fuertes gotas golpeaban su
espalda.
Retumbando con certeza dentro de Megan, sin detenerse ni siquiera a
respirar, gruñendo y liberando todo su ardor.
Megan se le aferraba con una mano al cuello y la otra a una de las
nalgas, ayudándole en cada empuje, donde sus cuerpos estaban mojados
y calientes. En la unión donde el agua bajaba y chapoteaba ante cada
choque.
—Meg, mi Meg, extrañé sentirse así, así. Con estas verdaderas ganas de
coger, siento que me deseas, que estás disfrutando este momento —
confesó mirándola a los ojos, sin importar la cortina de lluvia que se
interponía entre ambos, sin preocuparse ni siquiera porque estuvieran en
plena vía pública. Y agradecía que Brockman hubiese elegido un lugar
tranquilo para vivir.
Megan jadeó audiblemente y se aferró con más fuerza al cuerpo de
Thor, enterrando sus dedos, sintiendo la piel caliente aún a través de la
ropa mojada, mientras se contraía convulsa, con todo su sexo tembloroso
y latente, succionando con fuerza, cerrando sus pliegues en torno a ese
pilar vigoroso y ardiente, que se detuvo de un solo golpe dentro de ella,
dándole los contados segundos, para que recuperara el aliento y una vez
más se echó a galopar, creando un suave balanceo de la carrocería, ante
los movimientos convulsos de él.
Thor se derramó enteramente dentro de ella, tres propulsiones
calientes y viscosas, se quedó ahí jadeante y sonriente hasta que logró
respirar y el pecho dejó de dolerle.
Fue una entrega rápida y contundente, que se disfrutó al máximo, sin
que el aguacero que se precipitaba sobre Nueva York, apagara el fuego
que los consumía.
Megan bajó del capó, mientras Thor intentaba resguardar su casi
desfallecida erección. Ella se mostraba prácticamente desnuda, tras la
fina tela que se le pegaba al cuerpo, transparentada por el agua.
Con el comando, Thor mandó a elevar las puertas, pero antes de que
pudiesen subir al vehículo, ella sin importarle estar descalza corrió hacia
él y lo abrazó.
Thor sin ninguna pretensión le dio un arrebatador beso, recorriendo
con sus manos cada curva de ese delgado cuerpo.
—Será mejor que entremos —solicitó calentando con su aliento los
labios de Megan—. Sube por aquí —pidió al ver que se encontraban del
lado del conductor.
—Me dejas conducir —imploró como una niña que quería un dulce.
—Sabes que en este momento puedes pedirme cualquier, cosa que no
te negaré nada.
—Te amo, esposo mío —chilló emocionada, arrebatándole las llaves
que él balanceaba ante ella.
Thor bordeó el auto y subió al lado del copiloto, justo cuando Megan
se ajustaba el cinturón y las puertas empezaron a descender.
El motor del auto cobró vida, rompiendo el silencio de la noche con
un sonoro rugido. Alumbrando con los faros el camino que les esperaba,
antes de que pudiera poder en marcha el auto, que empezaba a
brindarles calidez, Megan se vio sorprendida por Thor que le tomaba la
cara.
—Nunca más vuelvas a hacerme esto, no quiero que ni siquiera se te
pase por la mente abandonarme.
—No lo haré —aseguró en un murmulló bajando la mirada.
—Eres lo más importante que tengo en la vida, Megan.
—¿Más que tus cinco vehículos? —preguntó elevando la ceja izquierda
con vacilación.
—Más que cualquier carrocería, porque sencillamente un vehículo
puedo adquirirlo en cualquier lugar, todos los años los empresarios
tratan de sorprendernos con sus mejores invenciones, pero no hay otra
Megan, no voy a encontrarte en ningún otro lugar, ni en otro año, ni
siquiera en otra vida, porque la vida es ahora y tenemos que vivirla
juntos, ser felices con nuestro amor, con lo que tenemos. ¿Crees que
puedo ser suficiente para ti?
—Eres más de lo que merezco, si algunas veces soy irritable es porque
creo que no soy la mujer que verdaderamente mereces.
Thor sonrió y le puso un dedo sobre la nariz.
—Dejemos que sea yo quien decida a la mujer que merezco —se acercó
y le dio un par se suaves besos—. Ahora vamos a la casa, porque
necesitamos cambiarnos de ropa o terminaremos resfriados, y quiero
merecer a una mujer con la que pueda coger todo el día. Hoy no habrá
grupo EMX, ni clínica veterinaria, quiero que este día sea solo de los dos,
bien rico, en la cama y pasearnos desnudos por cada rincón de nuestro
hogar.
—Bien, pero no vayas a pedirme tregua, que no aceptaré ningún
tratado de paz —advirtió moviendo la palanca de cambios, para poner en
marcha el auto.
—Prometo resistir la batalla —dijo haciendo un saludo militar.
Megan aprovechó las calles más despejadas para conducir a la
velocidad que a Thor le gustaba, así como a ella le encantaba que él
posara su grande y caliente mano en su pierna y con sus dedos traviesos
jugueteara con la parte interna de sus muslos, disparando una vez más los
niveles de excitación.
Apenas alcanzó a estacionar en el aparcamiento subterráneo del
edificio donde vivían, y se le fue encima a su esposo, donde una vez más
tuvieron sexo, solo por placer, por deseo carnal y no por deseos de
concebir a ningún hijo. En ese momento, ella no pensaba en un niño
que llegara a alegrarles la vida, solo pensaba en que estuvo a punto de
perder al hombre que amaba, que había actuado estúpidamente y quería
demostrarle a Thor que lo amaba más que nada en el mundo.
Subieron al apartamento y se ducharon juntos, dejando que el agua
tibia relajara sus cuerpos. Se prometieron una noche y un día,
exclusivamente para ellos, sin nadie que los interrumpiera y así lo
pasaron.
Thor rindió las veces que ella se sintió deseosa, estaban seguro que al
día siguiente sus cuerpos estarían resentidos por el maratón sexual al que
fueron sometidos, pero sabían que bien valdría la pena.
Estaban a punto de dormir, Thor la abrazaba por la espalda, sabían
que debían levantarse temprano, porque su día de entrega había llegado
a su fin.
—Thor —murmuró para cerciorarse si aún estaba despierto.
Él gimió y se pegó más a su cuerpo, dejándole saber que estaba
completamente atento.
—Gracias por el día que me has regalado, estoy exhausta —soltó una
risita que demostraba su plenitud—. Verdaderamente estoy exhausta,
pero feliz, tú me haces muy feliz.
—Quiero hacerlo durante toda mi vida, quiero hacerte feliz siempre —
confesó dándole un beso en los cabellos.
—Ya no quiero que discutamos más, no importa si no puedo tener un
bebé. Sin embargo quiero aceptar tu propuesta, adoptaremos uno,
supongo que puedo buscarlo parecido a ti.
Thor la instó a que se diera la vuelta, le besó la frente y la miró a los
ojos.
—Estoy seguro que encontraremos a un niño tan guapo como yo —le
guiñó un ojo y le regaló una gran sonrisa. Tratando de esconder sus
emociones y que Megan no escuchara los latidos desbocados de su
corazón, que emocionado retumbaba ante la propuesta de Megan, por
fin había cedido.
—Supongo que mi dios del trueno es irremplazable y que si no
colaboras con los genes, no será tan guapo, pero intentaremos
encontrarlo lo más parecido posible.
—Ya verás, mañana mismo empezaremos a buscar a nuestro hijo —la
refugió entre sus brazos con gran pertenencia, sintiéndola pequeña y
delicada contra su cuerpo—. Lo vamos a amar como si fuese nuestro,
como si tú lo hubiese llevado en el vientre. Creo que ser madre es más
que parir, es amar, es entregarlo todo y estoy seguro que mi esposa puede
hacerlo.
—Prometo que lo amaré.
—No tienes que prometerlo, porque seguramente ese pequeñín nos
robará el corazón.
Así, abrazados se quedaron dormidos, sintiendo que estaban más
unidos que nunca, no solo física sino sentimentalmente.
Tres semanas habían transcurrido desde que Megan y Thor
decidieran adoptar un niño. Estaban completamente decididos a
brindarle un hogar y mucho amor, pero eso no era suficiente; después de
ponerse en contacto con la oficina local de la agencia pública de
bienestar infantil del condado de Nueva York, en donde le informaron
sobre las políticas de adopción del Estado, y que los especialistas de
adopción los remitieran a dos agencias de la zona.
Los habían invitado a un par de reuniones de orientación acerca de
la adopción, y salían más decididos que nunca a adoptar al que sería su
hijo.
Le habían dado dos opciones, y debían elegir si estaban seguros de
adoptar o preferían la crianza temporal. Megan decidió la adopción,
porque temía que al criar temporalmente a un niño, terminara
encariñándose y que después de lo quitaran; no iba a correr ese riego.
—Megan, se nos hace tarde —dijo Thor mientras se ajustaba la
corbata, frente al espejo.
—Casi estoy lista —aseguró sin dejar de aplicarse la máscara en las
pestañas—. Siento haberme despertado tarde.
—Anoche no podías dormir, te sentí dando vueltas en la cama. ¿Te
preocupa algo? ¿Aún estás segura de adoptar?
—Completamente segura —terminó de aplicarse el rímel y corrió al
baño—. Realmente estoy muy entusiasmada, ni siquiera los molestos
requisitos, ni todo el papeleo logra desilusionarme.
Al bajarse la panti se percató de que estaba manchando, una vez más
se había descontrolado su proceso menstrual, y por primera vez no se
echaba a llorar al ver esa leve mancha en su ropa interior.
—Meg, por favor. Tenemos que darnos prisa, perderemos la cita y
aún tenemos que pasar por las cartas de recomendaciones personales.
—Sí ya voy —se apresuró a quitarse la prenda manchada, usar un
tampón y colocarse una panti limpia.
Salieron del apartamento con destino a la clínica donde se harían
unos exámenes médicos, que demostraran el perfecto estado de salud en
el que se encontraban, que no era más que otro requisito para presentar
la solicitud de adopción.
Thor era el más valiente, por lo que decidió ser el primero en que le
sacaran la sangre.
Megan, en cambió le tenía temor a las agujas. Su esposo estaba
acuclillado frente a ella, mientras intentaba perderse en la mirada de él y
olvidar que estaban a punto de pincharla.
Esa sonrisa en Thor, la conocía y sabía perfectamente que se estaba
burlando de ella, por lo que le golpeó de forma juguetona el hombro.
—Listo, no tiene por qué temer señora Garnett —dijo la enfermera
soltando el compresor o torniquete.
Justo en el momento en que la enfermera retiró la aguja, a Megan se
le nubló la vista, y su esposo parecía como si le alejara.
—¿Te sientes bien? —preguntó Thor al ver que su esposa perdía color
en el rostro.
—Estoy mareada —chilló echando la cabeza hacia atrás.
—Es normal —aseguró la mujer vestida de blanco y amable sonrisa—.
En unos segundos se le pasará, los resultados estarán listos a las tres de la
tarde. Les recomiendo que desayunen muy bien, algo bastante nutritivo.
—Bien, muchas gracias. Pasaremos a esa hora por los resultados —
acotó Thor tendiéndole las manos a Megan y posando su mirada en ella—
. ¿Te sientes mejor?
—Sí, mucho mejor —afirmó sonriente y se puso de pie.
Al salir de la clínica, fueron a un restaurante cercano donde
desayunaron como la enfermera les había recomendado. Y fueron por la
parte faltante de los requisitos para la solicitud de adopción.
Todo el día lo pasaron fuera de su hogar y de sus trabajos,
necesitaban tener todo cuanto antes porque Megan se moría porque le
mostraran los catálogos de niños, era el primer paso antes de que se los
presentaran, habían elegido con edades comprendida entre 0 y 5 años.
De regreso a la clínica por los resultados, les tocó esperar al doctor
que quería atenderlos. Se encontraban sentados, tomados de la mano
con los dedos entrelazados, mientras conversaban sobre las expectativas
que tenían sobre ser padres.
—Señor Garnett —se anunció una enfermera—. El doctor necesita
hablar con usted.
—Sí, enseguida voy —dijo poniéndose de pie y desvió la mirada hacia
su esposa, que esperó sentada—. Regreso en un minuto. Seguro después
te tocará pasar a ti.
Thor, siguió a la enfermera que lo guió a la puerta del consultorio.
—Buenas tardes, señor Garnett —saludó el hombre haciendo un
ademán para que pasara y se sentara.
—Buenas tardes, doctor Rogers —de manera instintiva giró la cabeza
cuando escuchó que la puerta se cerraba, para después sentarse.
—Señor Garnett, sé que estos resultados —dijo posando las manos
sobre el par de informes sobre el escritorio—. Son parte fundamental para
la solicitud de adopción como previamente me había comentado.
—Sí, doctor. Una cantidad interminables de requisitos, pero estamos
verdaderamente ilusionados con la idea de la adopción. ¿Existe algún
inconveniente? —preguntó al notar una actitud taciturna en el hombre.
—No, no lo hay, están ambos muy sanos. Sé que es su vida personal y
no debería inmiscuirme.
—Usted dirá —lo instó Thor, sintiendo que el corazón se le instalaba
en la garganta y un nudo de nervios se le aferraba a la boca del estómago.
—Aún son una pareja joven y no tienen experiencias con niños, sé
que lo que le diga no lo hará desistir de la adopción —acotó el hombre,
pensando muy bien las palabras antes de pronunciarlas, porque no
quería parecer impertinente—. Pero verdaderamente no será fácil criar a
dos al mismo tiempo.
—¿Dos? —Thor sonrió aliviado—. No, solo queremos adoptar uno,
nunca hemos pensado en dos niños.
—Entonces, supongo que no estaba al tanto del embarazo de su
esposa.
El nudo de nervios que había aflojado, se hizo más intensó y el
corazón se le iba a reventar, increíblemente todo su cuerpo empezó a
temblar y las lágrimas se le derramaron sin ningún control, mientras
procesaba muy lentamente cada una de las palabras del doctor.
—¿Megan está embarazada? —preguntó removiéndose en la silla con la
voz turbada por la tormenta de emociones que lo azotaba, y se limpió las
lágrimas que no dejaban de salir.
—Sí señor, su esposa está embarazada.
—No puede ser, usted no está al tanto, pero lo hemos intentado
todo, el especialista que trata a mi esposa… ¡Sí! —casi brincó de la silla y
sin escuchar ningún llamado corrió fuera del consultorio.
Megan al ver que Thor salía corriendo del consultorio se puso de pie
inmediatamente, atacada de miedo, el que empeoró al percatarse de que
estaba llorando. Definitivamente alguno de los dos estaba muy enfermo:
fue su primera conclusión antes de que su esposo la sorprendiera
cargándola en un abrazo.
—¡Te amo! ¡Te amo! —aseguró dejándole caer una lluvia de besos en
la mejilla, que siguió hasta la boca, sin importar mojarla con sus lágrimas.
—Thor, Thor… ¿qué pasa? Me estás asustando —confesó entre los
besos que su esposo no dejaba de darle—. Yo también te amo.
—Serás la madre más hermosa, la más linda.
—Thor bájame, que todos nos están mirando —pidió en un
murmulló, al ver que todas las miradas de las personas que se
encontraban en la sala de espera estaban alegremente desconcertados—.
¿Eso quiere decir que al menos clínicamente estamos aptos para poder
adoptar? —preguntó realmente sorprendida ante la extrema felicidad de
su esposo.
—Más que eso, más que eso. Estamos aptos para ser padres, estás…
¡Estás embarazada, esposa mía! —dijo con júbilo.
Megan boqueó varias veces sin encontrar la fuerza para pronunciar
palabra alguna.
—Thor no juegues con eso —reprochó con las lágrimas inundando
sus ojos—. No puedo estar embarazada.
—No estoy jugando, sí lo estás —sin dejar de cargarla regresó al
consultorio médico. Pero tuvo que recobrar la compostura y minimizar
su felicidad al ver la cara del doctor Rogers.
Con cuidado la colocó de pie en el suelo y Megan estaba temblorosa,
sentía que las piernas no la soportarían por mucho tiempo, por lo que
tácitamente agradeció a su esposo que la ayudara a tomar asiento y él se
sentó a su lado.
—Doctor, no sabíamos que mi esposa estaba embarazada —agarró una
bocanada de aire y volvía a limpiarse las lágrimas—. Llevamos seis años
intentándolo, Megan ha seguido al pie de la letra todos los tratamientos
—explicaba Thor porque su esposa estaba enmudecida.
—Yo no puedo estar embarazada… no puedo, doctor —balbuceó
sintiendo que le estaban rompiendo una vez más el corazón, que se
estaban burlando de su inutilidad.
—¿Por qué no podría estarlo? Si ya han estado en tratamiento,
algunas veces cuesta más de la cuenta, pero en muchos casos no es
imposible concebir.
—Estoy menstruando —dijo ahogada por un sollozo.
—No, no lo está, muchas mujeres lo confunden. No soy un experto
en la materia, pero voy a remitirla con un profesional que pueda sacarla
de dudas. Sé que hay un promedio de una mujer por cada doscientas
aproximadamente, que continúan sangrando durante los primero meses
del embarazo, y es completamente normal. El sangrado que está
presentando nada tiene que ver con el ciclo menstrual, aunque la causa
también podría ser a consecuencia de un embarazo ectópico, es por eso
que necesito que fije una consulta cuanto antes con el ginecólogo.
—¿Está seguro que estoy embarazada?
—Sí, es lo que dice el resultado de su muestra de sangre.
—Podría hacerme otra prueba.
—Solo si usted lo desea, pero le digo que es completamente
innecesario.
—¿Doctor qué es un embarazo ectópico? —intervino Thor, con la
curiosidad bullendo en él.
La mirada que le dedico el doctor Rogers, le hizo saber que no era
nada bueno. Y se arrepintió de haber hecho la pregunta.
—No vamos a adelantarnos, solo son suposiciones, ante el sangrado —
evadió el tema, porque fue testigo de la felicidad que embargó al señor
Garnett—. Es preferible que se ponga en control con el ginecólogo, si es
preciso esta misma tarde para salir de dudas, voy a remitirla con carácter
de urgencia.

Habían sido los meses más lentos que pudieron vivir, llenos de
cuidados y temores, con un embarazo de alto riesgo, pero con todas las
esperanzas puestas en tener por fin a su niño.
Toda la familia de Thor había viajado desde Brasil para el gran
momento, y los padres de Megan esperaban ansiosos y temerosos a que el
esposo saliera de quirófano y les informara que su única hija se
encontraba totalmente fuera de peligro.
Henry Brockman, estaba apartado de todas las demás personas,
sentado en un rincón de la sala, con la mirada fija en sus dedos cruzados.
Muchas veces se veía tentado a ver a su hijo, junto a su esposa, pensaba
que esa sería la oportunidad para conocer a su nieta, pero no la habían
llevado y él que se conformaba con verla así fuese de lejos.
—Tengo miedo.
La voz inconfundible de su ex mujer lo sacaba de sus cavilaciones,
sorprendiéndolo ante tal cercanía, y cortesía de su parte. Se habían
separados en muy malos y forzosos términos, por lo que no habían vuelto
a hablar.
—Sé que también estás angustiado, reconozco cuando lo estás porque
no puedes descruzar los dedos.
—Es mi hija —murmuró con el pecho aprisionado por la angustia.
—Lo sé. A pesar de todo siempre la has querido —confesó,
percatándose de lo realmente deteriorado que se encontraba su ex
esposo. Estaba mucho más delgado y la piel tenía un ligero tono
amarillento—. ¿Cómo has estado?
—Acaso te importa.
—Eres el padre de mi hija, y a quien quise por mucho tiempo.
—No me tengas lástima, porque lo único que me preocupa es Megan,
por lo demás todo está completamente perfecto.
—Eso espero, debo regresar con mi esposo —dijo poniéndose de pie.
—¡Ja! —se burló con el orgullo herido—. Será con el niño que estás
criando.
—No vas a hacerme sentir mal —se alejó dejándolo solo una vez más.
Todos los demás lo ignoraban totalmente, era como un fantasma al
que nadie podía ver, estaba ahí solo por Megan, porque la amaba más
que a nada y le brindaría su apoyo hasta el último momento.

En el quirófano y a través de una cesárea acababa de nacer Matthew


Garnett, con tan solo siete meses.
Megan observó cómo se lo llevaron, para brindarle todos los cuidados
que requería, ella quería levantarse para poder mirarlo bien, para ver a su
niño, a ese gran milagro. Thor estaba grabando el momento, cada detalle
y estaba segura que por andar sorbiendo las lágrimas había arruinado el
audio del vídeo. Sólo lo escucharían llorar a él.
—Thor ¿cómo está? —preguntó porque las enfermeras estaban
bloqueándole la visibilidad.
—Está muy bien, es hermoso… —caminó hasta ella y le dio un beso en
la frente, y se acercó al oído—Es igualito a mí, ha heredado el martillo
como su padre. Tendrá mujeres suplicando por él.
Megan quiso carcajearse pero sabía que no podría. Solo sonrió y le dio
un beso en la mejilla a su esposo.
Desde el instante en que se lo sacaron, hasta el momento en que por
fin se lo acercaron, parecía que había transcurrido una eternidad.
—Parece un ratoncito —dijo Megan sonriente, en medio de las
lágrimas, mirándolo en las manos de la enfermera que se lo acercaba—.
Es lo más bonito que he visto en mi vida, eres tan pequeñito Matt —dijo
tramándole una de las manos y dándole un beso.
—Tenemos que llevárnoslos, hay que ponerle oxígeno —informó la
enfermera.
Cuando se llevaron al niño, también sacaron al padre del quirófano,
entonces Thor no dudó en ir a la informarle a su familia que todo había
salido bien, que se había convertido en padre, no de un niño, sino de un
macho. Tenía el pecho a punto de reventar, sintiéndose el hombre más
orgulloso del planeta.
Abrazado a su padre, hermano y primo. Lloró, como una medida para
drenar esa felicidad que lo estaba consumiendo, esa felicidad que podría
matarlo. Después de casi siete años por fin tenía la dicha de ser padre,
era su turno en la familia Garnett, y lo estaba viviendo al máximo.

—Papi, papi —un suave murmullo despertaba a Samuel.


Encontrándose con unos maravillosos ojos gris azulados muy cerca de él.
—¿Qué haces despierta a esta hora? —preguntó aún adormilado al ver a
Elizabeth hincada junto a la cama y frente a él—. ¿Tienes miedo? —
inquirió con la pereza abrazada a cada átomo de su ser.
—No sé —dijo con su vocecita estrangulada—. Papi no puedo dormir.
—Ven, duerme aquí, sube —le pidió palmeando el centro de la cama y
al otro lado estaba Rachell totalmente dormida.
—No puedo dormir —repitió en voz bajita.
—¿Quieres que vaya a revisar debajo de la cama? —miró a su niña con
el cabello revuelto, si pijama rosada con ositos marrones, y abrazaba a su
muñeca de trapo preferida. Esa que le había regalado su tío abuelo y que
llevaba con ella ocho años, se podía decir que ambas tenían la misma
edad.
—No —negó con la cabeza—. Debajo de mi cama no hay nada. Siempre
me lo dices.
—Entonces —dijo incorporándose en la cama y haciendo a un lado la
sábana.
—Es que… tú dijiste que falta muy poco, que mañana nos vamos a
Brasil, para que me baticen.
—Bauticen —corrigió a su hermosa mariposa de ocho años—. En
realidad, en unas horas nos vamos a Brasil.
La niña tragó en seco y retrocedió un paso.
—¿No quieres ir? —se preocupó ante la actitud de su hija y se levantó.
Ella negó con la cabeza y se dejó cargar por su padre, que prefirió
llevarla fuera de la habitación para no despertar a Rachell, mientras
empezaba a ser embargado por la angustia.
Se la llevó a la cocina y la sentó sobre la mesa, atacado por el amor
paternal le dio un beso en los cabellos, y empezó a acomodárselos un
poco, armándole una trenza. Con Elizabeth había aprendido a hacer de
todo, además que la casa ya no era de él, sus autos mucho menos, porque
por todos lados abundaban las cosas de ella y de Oscar, ya no veía otra
cosa que no fueran dibujos animados, y hasta la comida era en base a lo
que a ellos les gustaba, su vida se había centrado en sus hijos. Y nunca
había sido tan feliz.
—¿Por qué no quieres ir a Brasil? —preguntó contándole los deditos de
los pies, sin contarlos en verdad, sólo porque le encantaba hacerlo—. ¿No
quieres ver a tu tío abuelo, ni a Hera y Helena?
—Sí quiero.
—¿Entonces?
—No quiero que me baticen —dijo bajando la mirada.
Samuel sonrió resignado, por el momento a su niña no se le fijaría la
palabra “bautizo”. Algo que verdaderamente le extrañaba, porque cada
día lo impresionaba con su astucia e inteligencia.
—¿Ya no te gusta la capoeira? —la miraba a los ojos, sonriéndole con
dulzura.
—Sí, sí me gusta, pero… papi, no puedo dormir, cierro mis ojitos y no
me duermo. No sé, si lo haré bien —resopló y se cruzó de brazos.
—Pero si ya lo haces todos los días, no debes temer. Yo estoy seguro
que lo harás muy bien. ¿Quieres practicar para llenarte de seguridad?
—Sí —estuvo de acuerdo mostrando total entusiasmo.
—Bueno, entonces practiquemos.
Samuel se dio media vuelta, y su hija como ya era costumbre se le
subió a la espalda. Había trabajado todo el día, y cuando por fin cayó en
la cama, pensó que dormiría hasta el otro día, justo cuando el reloj lo
despertara para abordar el avión con destino a Brasil. Pero
contrariamente a sus anhelos, solo había descansado cuatro horas,
cuando su hermosa mariposa le robó el sueño, cambiando
completamente sus horarios, rompiendo con sus esquemas, como lo
había hecho desde el día en que se enteró que estaba en el vientre de su
madre.
Llegaron al salón que ya no era exclusivamente de Samuel para las
prácticas de capoeira, desde hacía aproximadamente tres años, también le
tocaba compartirlo con su hija.
—Vamos a poner los corridos, muy bajito para no despertar a tu mami.
—Está bien —estuvo de acuerdo, reafirmando con un asentimiento.
Samuel la puso de pie sobre el parqué y caminó hasta el amplificador
para poner los corridos o mejor conocidos como música de capoeira.
—Mientras estamos calentando los músculos te haré algunas
preguntas. Porque seguramente te las harán, ¿recuerdas todo lo que te ha
enseñado el mestre? —inquirió refiriéndose a esas clases a las que
Elizabeth había asistido en Río de manera trimestral, sin embargo era él
quien tenía licencia para enseñarle todo, o al menos lo básico para que se
iniciara.
—Casi todo —se carcajeó, iniciando el movimiento ginga para calentar,
imitando a su padre que marcaba el ritmo.
—Bueno, estoy seguro que sabes lo suficiente —le sonrió con esas
sonrisas de las que solo su hija era dueña—. ¿Quién era el mestre Bimba?
—El mejor mestre de todos, por él es que se nombró a la capoeira
como deporte nacional brasileño.
—Bien, muy bien. Con el paso de los años te contaré un poco más de
él, porque ahora hay cosas que no podrás entender —confesó con una
amplia sonrisa y el pecho hinchado de orgullo, como siempre se le ponía
cuando escuchaba a su niña hablar de capoeira—. ¿Cuáles son los
principales movimientos de la capoeira? Y mientras me los nombras, me
das una demostración.
—Ginga —dijo sonriendo, haciendo el movimiento—. Au, la estrellita —
sonrió antes de dar una voltereta.
—Delante del mestre no podrás decirle la estrellita, solo movimiento
Au.
—Está bien, papi —asintió con contundencia, mostrándose
completamente de acuerdo con su padre, que la admiraba de pie con las
manos en las caderas.
Samuel había evitado cualquier movimiento para ver si su hija,
conocía los movimientos, aunque él estaba completamente seguro de que
sí.
Elizabeth, le nombró y demostró los ocho movimientos básicos de la
capoeira y los necesarios para ser bautizada.
—En una roda, cuando quieres entrar al combate, ¿hacía dónde te
debes dirigir?
—Siempre, siempre debo caminar al borde de la roda, hasta el
berimbau.
—Muy bien, ves que sabes todo. Entonces no debes tener miedo, lo
harás muy bien. ¿Ahora te preguntó qué pasará en el bautizo? ¿Qué es lo
que pasará por primera vez?
—Por primera vez voy a estar en una roda y con el berimbau de verdad,
ya no será el amplificador —dejó libre una risita, mientras se mostraba
aún agitada y despeinada, ante los esfuerzos de las practicas.
—Bonito, ahora se escabullen en la madrugada a practicar —
interrumpió Rachell en el lugar. Traía a Oscar cargado y el niño de ojos
color miel y cabello oscuro como el del padre, sostenía él solo su biberón.
—Tenía dudas —dijo Samuel acercándose a su esposa y cargó a Oscar,
dejándole caer un beso en la mejilla a su hombrecito, para después besar
a Rachell en los labios.
—Mariposa, pero si eres la mejor capoeirista —dijo Rachell acercándose
a ella en medio del movimiento ginga, mientras le sonreía.
—Se lo he dicho, me extraña que tenga dudas, así no parece hija mía —
acotó Samuel riendo.
—Estoy segura —confesó parándose derecha, pero al segundo empezó a
dar una demostración de lo que sabía, siendo acompañada por la madre,
que al menos dominaba los movimientos básicos de la capoeria.
En medio de risas empezaron a combatir, mientras Samuel las
observaba sonriente, completamente enamorado de esas mujeres,
mientras le ayudaba a sostener el biberón a Oscar.

Era una roda de tres metros de diámetro, para que los que iban a ser
bautizados pudiesen demostrar sus habilidades, detrás del circulo
observaban los familiares, no solo de niños, también habían hombres y
mujeres que tardíamente se habían dado cuenta que les apasionaba la
capoeira.
Samuel observaba atentamente a Elizabeth, cada vez estaba más cerca
del berimbau, y con eso era menos lo que faltaba para su turno, su
hermosa niña se notaba nerviosa, pero muy atenta. Y estaba seguro que
él estaba más nervioso que ella, con el pecho a punto de reventar y las
lágrimas haciendo estrados en su garganta.
Miró a su alrededor, a su lado estaba Rachell con Oscar en los brazos,
junto a ella, Thor con Matt sobre los hombros que al igual que todos
vestía la camiseta de la selección de futbol brasileña y pantalón blanco,
desde esa altura en que lo tenía el padre podía ver perfectamente lo que
pasaba en la roda, también estaba Megan y el resto de su familia. Las
gemelas que nunca habían mostrado intereses por la capoeria movían sus
pequeños cuerpos al ritmo de corridos y palmadas, demostrando que
contaban con grandes dotes de bailarinas, ganándose más de una mirada
ante la desenvoltura con que movían los hombros.
Su tío, al igual que él estaba atento a Elizabeth y pudo ver como los
ojos se le cristalizaban, podía jurar que en ese momento no veía a su
nieta, sino a su hermana.
Elizabeth entró al jogo saludó a la otra niña con que le tocaba jugar y
en un movimiento Au, ambas entraron al círculo, y demostraron sus
habilidades, sin duda alguna la hija de Samuel Garnett poseía más
destreza en la lucha, sus técnicas eran más seguras y desenvueltas.
La contrincante de Elizabeth, fue reemplazada por el mestre, sin duda
alguna se atemorizó, no quería competir con alguien a quien tanto
respetaba, pero recordó que su padre le había dicho que para ser una
capoeirista debía demostrar valentía y nunca acobardarse ante ningún
contrincante, estaba segura que no lograría sacar de la roda al mestre,
solo seguir el jogo, porque era él quien debía sacarla, pero no sin que
antes ella demostrara que estaba hecha para eso.
Trató de olvidar que era el mestre e imaginar que era su padre con el
que tantas veces había practicado, y así todo fue más fácil, en el jogo,
ante el mestre y al ritmo en vivo del berimbau hizo despliegue de sus
movimientos, hasta que el hombre la sacó del círculo.
El mestre le dio la mano, mostrándose sonriente y orgulloso, ella
retrocedió varios pasos, jamás debía dar la espalda al círculo, y se
incorporó de nuevo en la roda.
Con el pecho agitado por la felicidad y el esfuerzo. Recibió del mestre
su pañuelo cielo. Le quitó la cuerda cruda (blanca) y con la ayuda de otro
mestre le trenzó la cuerda celeste, que significaba el cielo para los
principiantes.
—Ahora tu mote será… —mantuvo silencio, mirando a los ojos de la
pequeña Elizabeth, que en ese momento se mostraban brillantes y grises,
la cara sonrojada, y no obstante sonreía con nerviosismo, mientras le
colocaban la cuerda trenzada, ajustando su calça de capoeira—. Barboleta
(Mariposa) —la bautizó con una gran sonrisa, consciente de que a la niña
le gustaba todo lo referente a las mariposas, además que
sorprendentemente con ocho años ya dominaba el movimiento, siendo
para un profesional, por el esfuerzo que requería.
La sonrisa en ella se amplió y los ojos le brillaron aún más, mientras la
roda cantaba a viva voz. Bamba Na Capoeira. El mestre asintió,
concediéndole el permiso para que fuese a recibir la bendición de sus
familiares.
La roda le hizo el espació y ella corrió agitando el pañuelo cielo en lo
alto. Su padre la esperaba acuclillado y con los brazos abiertos.
Samuel, la recibió con un fuerte abrazo, y no pudo contenerse más,
abrazado a su hija se echó a llorar, dejando que toda su emoción se
liberara.
—Estoy orgulloso, muy orgulloso de ti, mi Barboleta, mi Mariposa
capoeirista —dijo en medio de sollozos, mientras le dejaba caer un millón
de besos en la mejilla.
—Voy a ser la mejor papi —dijo llorando también, contagiándose con
las emociones de su padre.
—Ya eres la mejor. Te amo.
—Yo te amo más, papi.

Fin.
PlayList

The Boy From Ipanema: Diana Krall.

Baby did a bad bad thing: Chris Isaak.

AEIOU Capoeira: Pretinho.

Pra poder te amar: Martinho da Vila

Tu és o maior amor da minha vida: Silvinho.

Corra, Corra: Aviões do Forró.

Can't take my eyes off you: Lady Antebellum.

I won't give up: Jason Mraz.

Once Upon A Dream: Lana Del Rey.

Follow me: Muse.

My Heart Is Open: Maroon 5 feat Gwen Stefani.

My little girl: Jack Johnson.

Bamba Na Capoeira.
AGRADECIMIENTOS
Gracias a todas las personas que disfrutaron de este relato, dónde no
solo vimos la evolución de algunos de los personajes como padres,
siguiendo con el ciclo de la vida, sino que también aprendimos un
poquito más de la maravillosa cultura brasileña y conocimos algunos de
sus fantásticos lugares.

Este relato finaliza con el bautizo de Elizabeth Garnett como


capoeirista, porque a finales de este año, será ella nuestra protagonista, la
que nos lleve a adentrarnos mucho más en las costumbres brasileñas, y
no solo eso, también sabremos de otras costumbres latinas.

Una historia que girará en torno a los corridos, a la capoeira,


haciéndole honor por haber sido nombrada como patrimonio cultural
inmaterial de la humanidad.

Pero no todo será cultura, también vivirán momento de excesiva


pasión, cariño, amor, intriga, maldad y avaricia.

Mariposa Capoeirista, nos mostrará hasta dónde puede ser capaz de


llegar el ser humano, cuando ambiciona algo, cuando sus propios
intereses están en riesgo.
Segunda mitad del 2015

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