Liliana Colanzi
NUESTRO MUNDO MUERTOte detras de las ventanas de uno de esos edificios altos.
Y ya en plena bajada, nuestros ojos se encontraron
con los del conductor: era el chango mas hermoso que
habjamos conocido en toda nuestra vida. Nos miré
con la boca abierta, con el puro asombro bailindole
en los ojos. Es el Hermoso, el de tus sueiios. Mi Sal-
‘ador, pensamos,reeonociéndolo, aqui te entregamos
Ia lengua, tuya ¢s nuestra voz. Un tltimo sonido, y
nos abrazamos a lo oscuro.
NUESTRO MUNDO MUERTO
jLa aventura més grande desde el
descubrimiento de América!
EsLoGan bE LA LoTERIA MARCIANA
tt
Un aio después de mi relocalizacién, Tommy escribié
para contarme que estaba saliendo con alguien y que
iba a tener un hijo. Era un mensaje breve que atin des-
tilaba los restos del antiguo rencor: “Te pido que ya
no me escribas mas. Hacé tu vida, yo ya hice la mia.
Fuistedos la que se fue. Tommy”.
‘Apagué el monitor y senti en los huesos la in-
mensa soledad del planeta. Miré la camara de segu-
ridad que daba al exterior: la bandera azul de la Lo-
terfa Marciana flameaba sobre kilémetros de dunas
ocres en las que nada estaba vivo, un desierto silen-
cioso que respiraba en tu cuello, deseoso de matar-
te. Por primera vez asumi que el viaje habia ido
una misién suicida, motivada por la rabia. Tommy
va a tener un hijo, me dije varias veces, y con cada
repeticién caia un poco mas en esa atmésfera tan
leve, casi ingravida. Todas las células del cuerpo eran
conscientes del vacio. Tommy iba a tener un hijo
con otra mujer y yo estaba estancada en‘un planetaestéril con un contrato de por vida con la Loteria
Marciana.
Senti mi cuerpo diluirse, los ojos anegados. El bos-
que, las ramas de los pinos cuarteadas por la luz y
Tommy avanzando entre la bruma. Al fondo, al fon-
do, la casita, el olor a lefia y eucalipto. ¥ el sombrero.
‘Afuera unos diablos de polvo cruzaron el desierto,
temibles torbellinos en estampida. Deseé poder estar
dentro de uno de ellos, deseé convertirme en animal
Mi pulsera se encendié con un mensaje de Zukofsky:
habia detectado frecuencias cerca de un crater y que-
ria hacer un reconocimiento.
‘Temblando, me vesti para salir.
Conducfa el rover bajo un cielo mercurial, sin nubes.
fhamos dejando atras planicies salpicadas de artefac-
tos averiados, sondas agonizantes que intentaban co-
municarse con la Tierra, desechos de los chinos, in-
dios, rusos y americanos. Un vertedero de aparatos
obsoletos que peinaron ese suelo mucho antes de la
primera relocalizacion. Zukofsky mencioné un elee-
tromagnetismo extraiio en los alrededores que podia
indicar la presencia de actividad volednica. ¢O de vida
extraterrestre?, sugirié Pip desde el asiento de atras,
en broma. Pero no reimos: Zukofsky andaba de un
humor volétil desde que el escandalo de Choque ha-
bia estallado en los medios de comunicaci6it, y yo me
rebelaba contra ese bebé que me expulsaba definiti-
vamente de la Tierra. Que se muera. Que se muera.
Dios, que se muera. Matalo,
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En eso un ciervo salté en-medio del camino y me
miré con ojos suplicantes. {Un ciervo en pleno Mar~
tel Dorado, como los de los Urales, de esos que sal-
taban en medio de la carretera cuando Tommy y yas
sbamos en la moto a la feria anual de Inbit, al inicio
del verano, en tiempos mis felices. Mirka, dice, y yo
me aferro a su cintura y aspiro, profundo, el olor dci-
do de su nuca: la carretera pasa y el viento me duele
en las mejillas. La mirada del ciervo me perfors. No
habia visto un animal en tanto tiempo, ninguna cosa
viva. ;Bienvenidos a la feria anual de la motocicleta!
Pruebe nuestro delicioso pan de jengibre y los fra-
gantes blinis de nata y salmon. j Chamarras de piel
de zorro de Siberia! Las siete fumadas poderosas de
Petra Plevkova amarran para siempre a la persona
amada. Frené en seco. Las llantas del rover patina-
ron sobre el pefiasco y el vehiculo se incliné como
un barco borracho entre las rocas, al borde de una
pendiente. Fuimos arrojados en varias direcciones,
absosbidos hacia el centro de un remolino de pol-
vo color bronce. Zukofsky grit6s grité Pip. No sé si
grité yo. Cuando todo termin6, Pip se quejaba en
el asiento de atris y Zukofsky me miraba con ojos
desorbitados.