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Clase 2

Debates científicos en torno al concepto de cultura

Ya sabemos qué es la antropología. También, que su objeto de estudio es la


cultura. Sin embargo, ¿qué es la cultura?, ¿qué discusiones y polémicas
existen en torno a ella? En esta clase nos dedicaremos a indagar en esos
interrogantes, que, como veremos de inmediato, no son para nada lejanos en el
tiempo ni en el espacio. Más bien se diría que cada vez cobran mayor
actualidad.

2.1 Significados del concepto de cultura

Cultura es un vocablo que solemos usar con asiduidad en nuestra vida


cotidiana. Al buscarla en Google, arroja nada menos que 588 millones de
resultados (1.430 millones al escribirla en inglés). En cambio, su pariente
cercana sociedad ofrece 272 millones, identidad 79,3 y clase social apenas
1,06. Veamos algunas de esas entradas como para, justamente, entrar en
tema.

Las primeras de la larga lista aluden a diversas instituciones y distintos lugares


relacionados con el esparcimiento, incluyendo desde solemnes secretarías y
ministerios de cultura hasta sitios denominados centros, espacios, casas y usi-
nas culturales. Vemos también que numerosos diarios, revistas y portales sue-
len incluir secciones específicas sobre el tema, llamadas a veces agendas
culturales. En el rubro noticias, leemos que un jugador de Estudiantes de La
Plata se declara “muy identificado con la cultura pincha”, y que un empresario
afirma que su padre le legó “la cultura del trabajo”. La palabra también aparece
inserta en las denominaciones y los slogans de marcas de ropa, revistas y
empresas editoriales, en anuncios publicitarios e incluso en el nombre de la
famosa banda de rock británica Culture Club. Cultura digital, cibercultura,
consumo cultural, cultura general, cultura runner, joven, japonesa, mapuche o
italiana… la lista es interminable.

Nuestra breve pesquisa informática parece indicar que, además de resultar un


concepto muy utilizado, cultura también es sumamente polisémico. Si dejamos
de lado a Google, con sus millones de enunciados y significados posibles, para
enfocar el término cultura como concepto analítico, notaremos que la pluralidad
de usos y significados persiste. Más allá de la existencia de ciertas formaciones
sociales que comparten costumbres, tradiciones y valores a las que llamamos,
por ejemplo, la cultura occidental, encontraremos algo denominado cultura
popular que, aparentemente, rivalizaría con la alta cultura, aunque también
habría que considerar la existencia de una cultura de masas que en apariencia
borraría momentáneamente las divisiones que separan al pueblo de la élite,
posibilitando que las cumbias que cantaba Gilda se bailen tanto en los barrios
vulnerables como en los salones de fiestas de la clase alta. También sabemos
que las sociedades que reciben inmigrantes pueden aplicar diferentes políticas
a la hora de gestionar la diversidad cultural resultante. Y que esas políticas
portan denominaciones tales como aculturación, homogeneización cultural,
multiculturalismo o interculturalismo (para no hablar de multiculturalidad e
interculturalidad, que vendrían a ser no ya políticas, sino situaciones de hecho).

Para complejizar un poco las cosas, cultura tiene, además, al menos otros dos
términos intrínsecamente asociados a él: etnia y civilización, así como un
tercero que representaría todo lo opuesto: naturaleza. Aunque esto último quizá
deba ser relativizado, ya que, en la actualidad, naturaleza y cultura no resultan
tan tajantemente antitéticos. En el lenguaje cotidiano, a veces ambos aparecen
formando una misma unidad, como en el caso del suplemento cultural del diario
La Nación, titulado ADN Cultura. O como en el de un concurso televisivo
lanzado en 2007, denominado El gen argentino, en el que los participantes
debían dilucidar con qué figura (viva o muerta) se identificaba más la sociedad
local (y cuyo formato, dicho sea de paso, había sido comprado a la cadena
inglesa BBC).

Desde una perspectiva científica, sabemos que no seríamos capaces de


comportarnos culturalmente si no hubieran sucedido ciertos cambios evolutivos
en el cerebro de nuestros antepasados homínidos, y también conocemos casos
en los que la cultura ha modificado nuestros genes. De hecho, hoy la mayoría
de los científicos piensa nuestra conducta como el resultado de la interacción
de los genes más el medioambiente (entendiendo medioambiente, en este
caso, como una entidad fuertemente afectada por la cultura).

Parece que ya podemos afirmar con bastante certeza que cultura es uno de los
conceptos fundamentales de las ciencias sociales, así como también uno de
los aspectos más trascendentales de la condición humana. Quizá por ello sus
significados sean tan heterogéneos y refieran a múltiples usos posibles. Para
comenzar a desenredar esta madeja de acepciones, conviene delimitar al
menos tres ámbitos principales: el del lenguaje cotidiano, el de las ideologías y
el de la ciencia. Exceptuando quizás el ámbito cotidiano, cada uno de los otros
dos presenta sus propias tensiones y disputas internas.

2.2 El significado cotidiano

Obviamente, el significado originario de cultura en el lenguaje cotidiano no es


ningún misterio. Solemos decir que determinada persona es culto o culta, o
bien que “tiene cultura” cuando posee ciertos conocimientos sofisticados en
una cantidad tal que resulta superior al promedio de los demás mortales de su
época o círculo social. Mi prima Bety es culta porque tiene un abono en el
Teatro Colón, aunque también podría argumentar que habla tres idiomas, que
leyó a Shakespeare y que prefiere el jazz a las canciones de Gilda (aunque las
baila si va a una fiesta). Por supuesto que este uso cotidiano encierra una
pregunta sociológica acerca de quiénes detentan la potestad de calificar a
determinado producto o saber como “sofisticado”. Como ha señalado el
sociólogo francés Pierre Bourdieu, en la cultura occidental, la capacidad de
distinguir lo sofisticado de lo mediocre otorga por sí misma distinción social.

Ese uso cotidiano de “cultura” data de la Edad Media, pero se consolidó en la


Modernidad, cuando los franceses extendieron metafóricamente la idea del
cultivo del suelo al cultivo del espíritu (en francés, culture significa tanto cultura
como cultivo). Si para mejorar la huerta o el jardín puedo cultivar plantas y
flores, también puedo cultivar mi espíritu sembrando en él las semillas del arte,
de la filosofía y del conocimiento. En este sentido, cultivar se relaciona con
mejorar o progresar, una idea clave de la Modernidad. Como ha manifestado
Denys Cuche:

"Si bien el siglo XVIII puede considerarse como el período de formación


del sentido moderno de la palabra […], en 1700 “cultura” ya es una
palabra antigua en el vocabulario francés. Proveniente del latín cultura,
que significa el cuidado de los campos o del ganado, a fines del siglo XIII
designa una parcela de tierra cultivada. A comienzos del siglo XVI ya no
significa más un estado (el de la cosa cultivada), sino una acción, el
hecho de cultivar la tierra. Recién a mediados del siglo XVI se forma el
sentido figurado, “cultura” podía designar, entonces, cultivar una facultad.
Es decir, el hecho de trabajar en su desarrollo. Pero este sentido figurado
es poco corriente hasta fines del siglo XVII y no tiene reconocimiento
académico, ya que no figura en los diccionarios de la época" (Cuche,
2002: 10).

A veces, separar los usos cotidianos de los usos científicos resulta una tarea
menos sencilla de lo que parece, puesto que varias de las acepciones
provenientes de esos ámbitos ya se han volcado al lenguaje cotidiano y son
usadas con total naturalidad, como se ve en el ejemplo antes citado del jugador
de Estudiantes de La Plata, o en aquel otro del empresario que hablaba sobre
el legado paterno. En el primer caso, por “cultura pincha”, el jugador parece
referirse a cierta identidad colectiva, mientras que el empresario cuyo padre le
había legado la “cultura del trabajo” seguramente aludía a un conjunto de
valores. Estas ideas acerca de la cultura como identidad o como un conjunto de
valores provienen, como veremos, del significado científico de nuestro
concepto.

2.3 La versión ideológica


Consideremos ahora las aristas ideológicas del concepto cultura. Ya nos
hemos apartado del lenguaje cotidiano, por lo que, provisoriamente, con-
vendremos en que cultura significa la forma o el estilo de vida particular de
determinado grupo –o sociedad humana–. Cabe preguntarse entonces si es
deseable que existan diversas variedades culturales o si hay una que, por
resultar evidentemente superior o más ventajosa que el resto, merezca ser la
única. Hoy en día, la respuesta políticamente correcta es, por supuesto, la
primera. Sin embargo, cuando se inauguró este debate, entre la segunda mitad
del siglo XVIII y la primera del XIX, las dos posturas encontraron adeptos y
detractores. Y, de hecho, varios aspectos de aquel debate aún subsisten,
especialmente en el terreno de los valores. Por ejemplo, como ya señalamos
más arriba, pocos ciudadanos occidentales contemporáneos estarían
dispuestos a prohibir o censurar un ritual como la celebración de la
Pachamama, pero muchos de ellos seguramente se opondrán a prácticas tales
como la lapidación de mujeres o la ablación del clítoris, aunque estas ocurran
en sociedades lejanas o ajenas.

El debate acerca de si todo el mundo debe unirse en una única formación


cultural universal o si es deseable preservar las diferencias particulares surgió
en la época de la conformación de los estados nacionales, a raíz de la
oposición entre una corriente francesa, de cuño iluminista, y otra alemana,
marcada por los ideales del romanticismo. La versión francesa hacía hincapié
en la perfectibilidad de las formas de organización humana, cuyo punto más
alto era la civilización. Ésta implicaba un estilo de vida distinto a los de las otras
dos categorías culturales conocidas, el salvajismo y la barbarie, en tanto incluía
la existencia del Estado y de ciertos rudimentos y tecnologías de aparición
tardía en la historia humana, como la escritura y la arquitectura monumental. La
civilización moderna decimonónica contaba además con la industria, el
conocimiento científico, los derechos del Hombre, la democracia y el
republicanismo. Proponer la existencia de algo llamado civilización implicaba
instalar a Occidente como el horizonte ideal hacia el cual sería deseable que
avanzaran todas las otras sociedades, más allá de sus costumbres, valores e
ideas particulares. Se trataba de una postura universalista, que podemos
relacionar en cierta medida con el liberalismo económico y, ya en el contexto
de las últimas décadas, con la globalización. Por eso, los universalistas
evitaban la nostalgia por el pasado, y preferían que la cultura sea comprendida
como una adaptación constante a los desafíos que nos presenta la naturaleza.

Llevar la civilización a las sociedades más “atrasadas” implicaba, además, al


menos "en los papeles", un acto humanista, en tanto significaba compartir los
beneficios de los logros alcanzados por unos pocos afortunados con el resto
del globo. Sin embargo, como es ampliamente conocido, el proceso histórico
resultante, denominado colonialismo o imperialismo, derivó en el uso de
prácticas extractivistas y racistas bastante lejanas al ideal humanista de la
Ilustración.
La versión alemana del concepto de cultura, en cambio, repudiaba la
civilización y prefería el término Kultur. Para los adeptos a la Kultur, cada
sociedad tenía derecho a elegir su propio estilo de vida, en tanto éste se
relacionaba con un bien muy preciado: la identidad. En efecto, las sociedades
suelen construir sus identidades colectivas apoyándose en representaciones
acerca de su propia historia, de su linaje ancestral y del espacio que habitan.
Esas representaciones se transmiten mediante diversos símbolos que son
puestos en juego por medio de mitos y rituales. De hecho, por más
desarrolladas científicamente que sean, las sociedades modernas no escapan
a esa lógica que, a priori, solo parecería referirse a las tribus aborígenes.
Cualquiera de nosotros que haya pasado por la escuela pública recordará que
ha sido expuesto sistemáticamente a algunos rituales en los que se veneran los
símbolos patrios (como izar la bandera o entonar el himno) y a otros en los que
se recrea en forma teatral la historia nacional (el 25 de Mayo, el 9 de Julio).
Seguramente, también ha conocido una literatura que recupera versiones
mitologizadas acerca del pasado argentino y ha sido instado a la confección de
mapas que delimitan el nosotros del ellos en una simple hoja. Para los
particularistas, lo que importa no es el progreso, sino la identidad, y esa es una
idea que se ancla en el pasado, en la historia, la literatura, los héroes del clan y
los símbolos.

Sin que corresponda aquí tomar postura por ninguno de los dos modelos, cabe
señalar que ambos ya han mostrado, históricamente, algunos de sus pros y
contras. Al modelo de la civilización puede objetársele que esa civilización
ideal, que debería servir de guía para el progreso del resto de la humanidad, no
ha sido consensuada democráticamente, sino más bien impuesta de forma más
o menos prepotente desde las altas esferas del poder. Por su parte, la Kultur, si
bien parecería dispuesta a preservar un patrimonio humano polícromo y
diverso, contenido en las distintas lenguas, religiones, tradiciones y formas de
organización social de las seis mil culturas conocidas, también ha llevado a
territorios oscuros, como aquellos poblados por nacionalismos extremos, donde
fueron corrientes la xenofobia y los delirios de perfeccionamiento racial.

La tensión entre esos dos mundos posibles, uno cosmopolita y ecuménico


versus otro localista y diverso, ha encontrado un correlato entre los científicos
sociales que, al intentar explicar la gran diversidad cultural existente, entre fines
del siglo XIX y comienzos del XX, se debatían a favor del evolucionismo o del
relativismo cultural, como veremos en seguida.

Lectura requerida

Para ampliar el horizonte de conocimientos respecto de la polémica entre


Civilización y Kultur, los invitamos a leer con atención los siguientes textos
obligatorios:
 Cuche, Denys (2002) "Introducción" y “Génesis social de la palabra y de
la idea de cultura”, en La noción de cultura en las ciencias sociales, Nueva
Visión, Buenos Aires.

 Kuper, Adam (2001) "Prefacio" e "Introducción: guerras de cultura", en


Cultura, la versión de los antropólogos. Paidós, Buenos Aires.

2.4 El punto de vista científico

Como decíamos, la polémica ideológica entre universalismo y particularismo se


trasladó a las primeras aproximaciones teóricas de los antropólogos
profesionales, quienes se dividieron en dos grupos con posturas antitéticas. En
primer lugar, los "padres fundadores" de la disciplina lanzaron una teoría
netamente universalista, denominada evolucionismo, según la cual, los seres
humanos tenemos una base biológica y psíquica muy homogénea, más allá de
las diferencias fenotípicas (o raciales, como se decía a fines del siglo XIX). Si
sus modos de vida son tan cambiantes y dispares, si coexisten temporalmente
pequeñas tribus de cazadores recolectores que aun parecen vivir en el
paleolítico con civilizaciones industriales muy sofisticadas, eso se debe
simplemente a la cultura, nunca a la naturaleza. En este sentido, es importante
destacar que los evolucionistas acuñaron el primer significado científico de la
palabra cultura. Desde entonces, consideramos que todas la personas tienen
cultura más allá de su grado de instrucción y de la sofisticación o simpleza de
sus gustos. Es decir que, hoy en día, no concebimos al ser humano fuera de la
cultura. El concepto de Hombre y el de cultura están asociados
indisolublemente.

Pero, aun así, había que brindar una explicación razonable acerca de por qué
una criatura con un cerebro muy similar desarrolló formas de vida tan
diferentes. Si observamos cualquier otra especie animal, notaremos que la
forma de vida es muy parecida, aun cuando se tratase de poblaciones muy
distantes entre sí. Es decir, que uno no espera que una manada de
chimpancés que habita en el centro de África difiera radicalmente en su
conducta y en su organización social de otra que habita en Birmania ¿Por qué
con los seres humanos esas diferencias son prácticamente la norma?
Nuevamente, para los primeros antropólogos se debía a la cultura, no a
diferencias en la composición del cerebro.

Dominador de la escena intelectual entre 1870 y 1920, el evolucionismo siguió


los pasos de Charles Darwin. Si aquél había demostrado que las especies
evolucionan desde las formas más simples hacia las más complejas, entonces,
pensaban los evolucionistas, con las culturas debía suceder algo similar. Las
culturas son formas cambiantes, que buscan adaptarse al medioambiente
natural creando herramientas, instituciones y lenguajes. Y aunque el cerebro
sea el mismo en todos lados, el clima y el ambiente varían, determinando que
esas adaptaciones creativas sean también diferentes. De esta manera, el
hecho de que el Hombre haya logrado poblar prácticamente todo el planeta
habría determinado la existencia de numerosas culturas diferentes, ya que
cada una debió resolver otros problemas para lograr comer, dormir al
resguardo de los peligros, criar hijos y protegerse del frio o del calor.

Sin embargo, más allá de esas diferencias, el punto de llegada sería similar
para todos. Todas las culturas irían evolucionando desde las formas de vida
más simples hacia las más complejas, de modo que la dirección a la que se
encaminaban era siempre la misma: la civilización. Ese recorrido tenía,
además, otras dos etapas o estadios bien definidos, el salvajismo y la barbarie.
El primero se refiere a seres humanos que apenas han dejado de lado su
animalidad, que recién comienzan a andar el camino de la cultura. Salvaje es
un animal que aún no ha sido domesticado, es decir, culturizado. Barbarie es el
período intermedio, en el que ya aparecen formas más sofisticadas de producir
la vida material, como la agricultura.

Para determinar en cual posición dentro de la escala evolutiva cultural se


encontraba cada sociedad, los evolucionistas comparaban algunos parámetros
culturales clave, como la tecnología, la religión o la organización familiar y
política, como se aprecia en el siguiente gráfico.
Desde comienzos del siglo XX, la teoría evolucionista comenzó a ser criticada,
en especial por un antropólogo alemán emigrado a los Estados Unidos llamado
Franz Boas. Para Boas y sus discípulos, la teoría evolucionista adolecía de
serios problemas. El primero era su carácter conjetural: era imposible predecir
cuál sería el rumbo que iría a tomar en el futuro un grupo de cazadores
recolectores en particular. La predicción de que su cerebro de homo sapiens lo
llevaría a inventar las mismas estrategias que el resto de los humanos no se
podía demostrar en la práctica ¿Cómo asegurar que todas esas tribus
inventarían algún día la agricultura, el Estado, la escritura, la democracia o el
aire acondicionado? Además, las sociedades no viven aisladas las unas de las
otras. Hay contactos, hay comercio, hay guerras e invasiones, y con esas
prácticas, también circulan las ideas. De hecho, sabemos que el Estado ha sido
inventado en cinco lugares del mundo: Egipto, la Mesopotamia, China, México
y Perú. Las demás sociedades lo fueron adquiriendo por contacto. Lo mismo
ocurrió con la escritura. Por ejemplo, la escritura fonética, que dicho sea de
paso es uno de los grandes logros de la Humanidad, ya que con apenas unos
treinta caracteres somos capaces de reproducir el discurso hablado como si lo
grabáramos con un micrófono, apareció en Medio Oriente hacia el 1500 antes
de Cristo, pero luego la tomaron los griegos y de ahí viajó por todo Occidente.

Para Boas y sus discípulos, el evolucionismo adolecía de una mirada


etnocéntrica, es decir que consideraba a su propia cultura, la civilización liberal
europea, como el faro hacia el cual debían evolucionan las demás
(etnocentrismo significa que una etnia o cultura en particular se considera a sí
misma como la principal, como el centro en torno al cual giran las demás). A la
luz de estas objeciones, plantearon una teoría alternativa al evolucionismo, a la
que llamaron relativismo cultural. Según esta teoría, cada cultura es un
universo en sí mismo, producto de una sumatoria de eventos particulares,
como los sucesos que le ocurren a una persona a lo largo de su vida.
Establecer comparaciones a fin de detectar leyes subyacentes al desarrollo y al
cambio cultural era una tarea vana, ya que para los relativistas esas leyes no
existían.

Por otra parte, cabe señalar que, si el evolucionismo había tomado su nombre
de la gran teoría biológica del siglo XIX, el relativismo hizo lo propio con la
física de Einstein, quien a comienzos del siglo XX propuso que la teoría del
movimiento newtoniano era relativa: distintos lugares del universo tenían sus
propias lógicas, irreconciliables entre sí.

Boas fundamentaba su teoría del siguiente modo. Primero: cuando los seres
humanos pensamos, lo hacemos utilizando el lenguaje. Por ejemplo, si pienso
"esta noche me gustaría comer una milanesa con papas fritas", lo hago con
esas mismas palabras. Es decir, no necesito visualizar la milanesa y las papas
usando una imagen mental. Segundo: el lenguaje que usamos viene de afuera,
es decir, de la cultura. Si yo quisiera sentarme en un restorán y pedirle al mozo
que me traiga una milanesa, deberé usar la palabra preestablecida por la
cultura, es decir, milanesa. Si, en cambio, le digo "señor, por favor tráigame un
cuchuflito", no nos vamos a entender (o quizá me traiga un huevo frito).
Tercero: si pensamos con palabras y las palabras vienen de la cultura,
entonces, la cultura determina nuestro pensamiento. Esta idea va en línea con
la filosofía empirista, que proponía que la mente conoce el mundo a partir de
las experiencias. El mundo es algo externo, que existe en sí mismo, y que la
mente capta a través de los sentidos.

Si comparamos la teoría relativista con la evolucionista, veremos que la


segunda, en cambio, se apoyaba en las ideas de la filosofía racionalista.
"Pienso, luego, existo", había dicho René Descates en el siglo XVII, dando a
entender que no hay existencia sin pensamiento o, en otras palabras, que la
mente crea el mundo. Para los evolucionistas, todo iría a converger en la
civilización, ya que la mente iría desplegando su potencialidad a lo largo del
tiempo. En cambio, los relativistas eran deterministas culturales. Somos un
subproducto de eso que está ahí afuera. Nuestro cerebro no crea el mundo,
sino al contrario: es el mundo el que graba la cultura en nuestro cerebro, como
si fuera el cincel de un escriba de la Antigüedad.

Lectura requerida

Realice una comparación entre el evolucionismo y el relativismo cultural. Para


ello, profundice los conceptos estudiados a partir de la lectura del siguiente
texto obligatorio:

 Cuche, Denys (2002) "La invención del concepto científico de cultura",


en La noción de cultura en las ciencias sociales, Nueva Visión, Buenos Aires.

Hemos llegado al final de la segunda clase. A modo de cierre, haremos un


punteo de los principales temas abordados:

 El significado de cultura es sumamente polisémico, es decir que tiene


numerosos significados posibles. De acuerdo con el lenguaje cotidiano,
tener cultura significa tener instrucción

 Desde el punto de vista ideológico existe una tensión entre dos posturas:
la universalista, que enfatiza las capacidades del Hombre para
adaptarse al rigor de la naturaleza mediante la ciencia y la razón,
produciendo un constante progreso; y la particularista, relacionada con
las identidades de los distintos pueblos, encarnadas en sus símbolos y
sus mitos

 El significado científico propone que todos los seres humanos vivimos


dentro de la cultura, aunque esta adopte diferentes formas y estilos
particulares en cada sociedad, y que lo que nos distingue de los
animales es justamente esa capacidad para transformar nuestro entorno
de forma creativa y maleable

 Existen dos corrientes teóricas fundamentales: el evolucionismo, que ve


en la cultura una herramienta adaptativa en un constante movimiento
perfectible hacia la civilización, y el relativismo cultural, que postula la
unicidad de cada forma o estilo de vida, e incluso la imposibilidad de
establecer acuerdos comunes entre ellas

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