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La Libido Dominandi PDF
La Libido Dominandi PDF
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ISBN. 987-43-5927-7
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La libido dominandi es el deseo de poder, es un
impulso muy primitivo y profundo que se
encuentra en la psiquis de todo hombre.
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ÍNDICE
Prólogo 6
Poder 13
Maquiavelo versus Aristóteles 36
Filósofos y pragmáticos del poder 42
Técnica y lógica parlamentaria 56
Sofismas políticos del sofisma en general 74
Las leyes de hierro del poder 80
Las elites 107
De las leyes y del poder 113
El mito, el símbolo, el rito y el poder 120
Política 131
Popper: el principio de la conducción 143
El régimen político 166
Análisis del materialismo histórico 171
La política y la fuerza 175
El fenómeno político 176
El mito político 185
Estado 191
Sintética introducción al Estado 192
El feudalismo y la sociedad estamental 194
El Estado absoluto 195
Quiebra del Estado absoluto 195
Crisis del Estado absoluto 196
El Estado y el control del pensamiento 197
El Estado y la coacción física 198
Los grupos estratificados 199
El umbral del Estado 200
Los primeros Estados 202
El poder: ¿se tomaba o se otorgaba? 204
¿Por qué el hombre ansía el prestigio? 205
¿Había vida antes de los jefes? 206
Desarrollo histórico y acepciones de la palabra Estado 206
El Estado nación 210
Consideraciones generales acerca del Estado como objeto del conocimiento 211
Las principales teorías sobre el Estado 213
Las dos caras del Estado salvaje 278
Concepto de violencia, concepto de Estado salvaje 279
El Estado civil 280
Estado de sitio 280
Razón de Estado 281
Aplicación de la razón de Estado 282
¿De qué se alimenta el Estado? 284
Noción de tributo en el Estado contemporáneo 291
Autoridad 293
El culto a la autoridad 296
Ideología 297
Introducción y concepto 298
Libertad 304
Bibliografía 310
Prólogo
El libro de Ernesto Stocco constituye varios libros a la vez. Puede ser leído como un
adecuado manual de historia de las ideas políticas, ordenando y recopilando textos
de los grandes pensadores de todos los tiempos.
Pero también puede ser entendido como un profundo análisis del poder político, su
evolución y su sentido, o sus sentidos.
Existe finalmente una tercera posibilidad de lectura, ya más relacionada con los
momentos históricos que nos tocan vivir. En efecto, Stocco se juega a revalidar el
valor de la política en tiempos pretendidamente no políticos o anti-políticos.
Pero no lo hace -y esto hoy por hoy es una curiosidad- desde la demagogia de
contrastar una mala praxis política con una supuestamente buena basada en el
deber ser o en una idea de moralidad impracticable en los terrenos donde estamos
metidos.
No, Stocco se anima a hablar con crudeza sobre el verdadero ser de la política y el
poder. Cosa que en los tiempos actuales puede resultar políticamente incorrecto,
pero que sin embargo nos puede ofrecer un baño de realismo aunque resulte difícil
de digerir.
Tal vez previendo las reacciones el autor decidió invertir el sentido lógico del libro.
En un clima de profundo rechazo a la política como el actual hubiera sido más
razonable dar vuelta el índice de la lectura, hablando primero de los grandes ideales
para recién al término de la lectura desnudar la crudeza del funcionamiento político
real. Pero ni siquiera eso nos permite Stocco.
Pero para llegar a eso antes hay que adentrarse en los huesos desnudos y
fluorescentes del funcionamiento del poder muy lejos de todo moralismo
complaciente.
Es por eso las constantes referencias al pensar de Nicolás Maquiavelo y las citas
permanentes de sus máximas con las cuales el florentino aconsejaba al Príncipe
como construir el poder absoluto como remedio frente a la disgregación y el
fraccionamiento heredados de un pasado aún vivo.
El texto está dividido en seis capítulos. Algunos extensos y esenciales. Otros cortos
pero igual de esenciales.
El primer capítulo ocupa más de un tercio del total del libro. Es aquél en que Stocco
desmenuza en términos infinitesimales al Poder.
El tercer capítulo se refiere al gran hogar donde moran en forma no exclusiva pero
sí determinantes el poder y la política. Nos referimos al Estado. Se trata de la parte
del libro más valorativa, donde se observan las verdaderas ideas de Stocco que
lindan con una especie de posanarquismo social donde el Estado semeja más un mal
necesario que el fin necesario de la práctica política.
Stocco comienza aclarando que el poder es una acción que sólo se valida en su
ejercicio mientras que la autoridad es una cualidad. Una acción es un hecho, en
tanto una cualidad es un valor. Unir ambas cosas es una tarea difícil y el libro, a lo
largo de sus más de trescientas páginas, explicará las distintas opciones que
históricamente se ofrecieron a esa relación.
Los dos grandes analistas del poder que el autor analiza detenidamente son
Aristóteles y Maquiavelo. El primero escribía para los ciudadanos griegos, o sea
para la elite que ejercía la política. El segundo lo hacía para un soberano absoluto
que debía ejercer el solo el poder a fin de poder concentrar en su persona (para
entregárselo a la larga una nueva clase: la burguesía) los restos diseminados por el
feudalismo.
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Aristóteles escribía en las postrimerías de un sistema político y entonces trataba de
racionalizar todos los aportes de la mitología y el pensamiento griego para ponerlos
al servicio de una construcción intelectual que pudiera detener la crisis política. En
ese sentido su aporte era conservador.
Stocco también contrasta los pensamientos de dos autores modernos: Max Weber y
Michel Foucault. En ellos destaca su tendencia a descubrir los efectos de verdad en
el poder.
Esos cuatro grandes analistas históricos le sirven a nuestro autor para llegar al
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fondo. O sea, a lo que dijimos, al esqueleto del poder puro. A partir de allí el libro se
embarca en una serie de párrafos (propios y citados) a la manera de consejos para
ejercer el poder, que son la parte sustancial del escrito y la más controvertible.
El autor utiliza a Weber para diferenciar entre vivir de o vivir para la política. Ese es
un elemento esencial. Porque la política puede estar en el Estado pero no solamente
allí. El poder es social, o sea que todo lo abarca. Y en ese sentido, el verdadero
político se ocupa más de su obra que de su persona. En última instancia es un
hombre que confunde a su persona con su obra, pero no es un hombre que utiliza a
la obra para fortalecer sola y primariamente su persona. Ese es el falso político.
Claro que para hacer este análisis, el autor no se ocupa de Ortega sino del italiano
Antonio Gramsci cuando hace suyo el precepto de que la política sólo admite las
grandes ambiciones pero no las pequeñas.
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Pero tanto Gramsci como Ortega pensaban en este aspecto lo mismo. Ninguno de
ellos consideraba al político como un ser moral, sino como un hombre que usa el
poder para fines que lo exceden individualmente hablando. Distinción que hoy es
esencial hacer, aunque no sea fácil de entender.
Y con esas armas en la mano, Stocco introduce el gran debate del capítulo. Aquél
que enfrenta a uno de los grandes filósofos griegos, Platón con uno de sus grandes
críticos modernos: Karl Popper.
Platón escribió toda su obra bajo la advocación de una gran pregunta: ¿Quién debe
gobernar? Y su respuesta fue que debían hacerlo los sabios y los mejores. Su ideal
social fue utópico.
Así como en el primer capítulo nuestro autor generó debates entre todos los
realistas del poder, en este segundo capítulo se ocupó de poner frente a frente al
gran utopista y al escéptico máximo de las utopías.
Stocco parece querer decir que es necesario desnudar la verdadera naturaleza del
poder para conocerlo, pero que no debe cubrirse luego al mismo con los vestidos de
las utopías sino con los controles humanos imprescindibles para que ese poder que
se codea con seres demoníacos, pueda ser utilizado para fines positivos y no para sí
mismo.
Vamos ahora al tercer capítulo, el que se refiere al Estado. Es este el momento más
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personal de todo el libro. Donde Stocco muestra claramente sus preferencias
personales. Nuestro autor explica una parte de la historia para indicarnos hacia
donde quiere ir. Para eso nos dice que durante más de 30.000 años el hombre vivió
sin jefes. ¿Conclusión? Muy simple. Para Stocco todo indica que el Estado es una
formación política transitoria. Ni la primera ni -quizá- la última en la larga
trayectoria de la especie humana.
En este capítulo lo importante no son las polémicas que tan bien sabe armar el
autor, sino la evolución de la idea del Estado.
Allí empieza el Estado moderno, que se hace plenamente absolutista con Hobbes
quien cree a pie juntillas que el hombre es naturalmente egoísta y entonces debe
subordinarse a un todo superior. Es el orden contra la libertad, al cual pone un freno
el pensamiento de Locke que hace retornar el poder al individuo como elemento
fundamental para resistir la tiranía. Y Montesquieu que retoma en sentido moderno
los contrapesos griegos a fin de intentar que el poder se equilibre a sí mismo con una
división interna que no afecte la soberanía.
El reinado de la libertad
Los últimos tres capítulos hablan de los tres elementos que sustentan al Estado, la
política y el poder. O sea, la autoridad, la ideología y la libertad.
Stocco lo dice sin pelos en la lengua. El poder sin autoridad no es más que violencia,
dictadura o tiranía.
Y también que el poder sin ideas no tiene sentido. Pero cuando las ideas se trastocan
en ideologías totales, la razón es abandonada porque el hombre se queda sin
espacios para la libertad al subsumir todo su pensamiento en una falsa
racionalización que al pretender dar respuestas a todo termina dejando al hombre
en manos del engaño y la mentira.
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Llega entonces el turno de la libertad. La palabra que en todo el libro más valora
Stocco, hasta el punto de atreverse a contar la historia humana bajo su plena
advocación.
Para mejorar la especie humana es preciso primero conocer de qué madera, de qué
pasta está hecha. Y para eso nuestro autor no ha rehuído jamás las polémicas sino
que se ha embelesado con amplificarlas hasta el grado tal en que pueda acercarnos
a la verdad sin renunciar a ninguna de sus partes.
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PODER
Creo que existe una inclinación general en todo el género humano, un perpetuo y
desazonador deseo de poder por el poder, que sólo cesa con la muerte.
T. Hobbes
El Leviatán
Es una experiencia eterna, que todo hombre que tiene poder siente la inclinación de
abusar de él, yendo hasta donde encuentre un límite.
Montesquieu
Del espíritu de las leyes
En sus esquemas, el poder político no es más que el tercer poder. Por delante se
encuentra el poder económico y el poder mediático, y cuando se poseen éstos, hacerse
con el poder político no es más que un mero trámite.
I. Ramonet
La tiranía de la comunicación
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Pocos días antes de morir, Maquiavelo tuvo un sueño que comentó a sus amigos. En
él se tropezaba con una turba descompuesta de harapientos mendigos y, cuando
preguntó quiénes eran, una voz le respondió que eran los bienaventurados del
paraíso, porque estaba escrito que los pobres heredarían el reino de los cielos. Siguió
andando y se encontró con un grupo de caballeros afables, corteses y bien vestidos.
Entre ellos pudo reconocer a algunos célebres sabios de la antigüedad, como Platón y
Tácito. Entonces, la voz misteriosa le comunicó que aquellos eran los condenados al
infierno, pues está escrito que la sabiduría del mundo es enemiga de dios. Al
despertar Maquiavelo y contar el sueño a sus íntimos, les confesó que prefería estar
con los segundos.
Poder viene del latín potere, y éste del latín possum, potes. Tener dominio, fuerza o
facultad. Dominio, imperio, facultad para mandar o hacer algo. Suprema potestad
rectora y coactiva del Estado. Fuerza militar de un Estado. Momento en que una
persona da su facultad de decidir a otra para que, en lugar de ella y
representándola, ejecute alguna cosa. Posición o tenencia de una determinada cosa.
Cuando el poder se ejerce con autoridad, está tomando las cualidades de ésta. Todo
esto nos lleva a la reflexión de que aunque la autoridad y el poder son dos
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conceptos diferentes, no se excluyen, y, más aún, hay quienes creen que es más
conveniente que aparezcan juntos, cosa que no siempre ocurre.
A la inversa, en la historia se han dado casos de gobiernos legales por su origen que
se han transformado en ilegítimos por ejercicio, situación que los ha colocado en un
terreno de ilegalidad. Un ejemplo categórico es el acceso al poder de Hitler en 1933,
que se desarrolló en el marco de la legalidad para luego desempeñarse en forma
ilegítima al extremar los medios de coacción. Se sirvió de mecanismos legales para
cometer actos ilegales, cosa que lo configura con esta condición.
Nos interesa en este momento tratar de señalar cuál es la idea del poder que tienen
las principales corrientes ideológicas de esta época: el liberalismo, el marxismo y los
totalitarismos (fascismo y nazismo).
Las clasificaciones que fórmula Jellinek de las doctrinas que tratan de probar la
necesidad del Estado partiendo de necesidades religiosas, físicas, jurídicas, morales
o psicológicas son clásicas, pero tienen predicamento.
Otros teóricos más conservadores y no científicos tienen otras ideas del Estado, con
explicaciones trascendentales o inmanentes, en las que la causa del poder debe
buscarse fuera del Estado, como en la divinidad.
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En realidad la primera explicación que las colectividades encontraron del poder que
las regía fue del tipo religioso, aunque sólo con el advenimiento de la filosofía
moderna ofrece ella interés científico, siendo aún hoy una de las vertientes que
cuentan con mayor número de sostenedores. No obstante la crítica que le destina
Jellinek, que se puede o no compartir, puede ser ella más o menos acorde con las
preferencias de los autores y las conveniencias de la colectividad, pero también lo
es, aunque se la considere divorciada de la exactitud, no se le puede brindar, como
sola referencia, la afirmación de la exégesis de las teorías religiosas, pues ellas
reinaron durante siglos con exclusividad en el mundo intelectual que tuvo a su favor
pensadores reconocidos.
Es claro que dentro del género amplio de las doctrinas religiosas coexisten varias
corrientes con distintas posiciones acerca del poder. Se pueden encontrar cinco
grupos principales a) doctrinas religiosas paganas, b) de la transmisión indirecta, c)
del derecho divino-positivo, d) de los hechos asociantes y e) de la ocupación.
Algunos autores dan mucha trascendencia a algunas de ellas: la segunda y la
tercera son las más importantes y son a las que muchos tratados limitan la
explicación.
En Asiría y en Persia los reyes eran agentes de los dioses. El libro de Manú dice:
“Como el mundo privado de los reyes se encuentra desconcertado por el temor, dios,
para la conservación de todos los seres, creó un rey tomando partículas eternas de la
sustancia de Indra, de Anila, de Yama, de Surva, de Agni, de Varuna, de Tehandra y
de Cuvera.; y por lo mismo que un rey está formado de partículas sacadas de la
esencia de los principales dioses, sobrepuja a todos los mortales en brillo y esplendor.
No se debe despreciar a un monarca, aun siendo niño, diciendo: es un simple mortal;
porque es una gran divinidad bajo una forma humana”. Hammurabi, en tanto,
expresa que “cuando el excelso Anu, rey de los Anunnaki, y Enlil, señor del cielo y
de la tierra, quienes determinan los destinos de país, designaron a Marduk, el
primogénito hijo de Enki, para desempeñar las funciones de enlil sobre todos los
hombres, lo hicieron grande entre Igigi, dieron a Babilonia su nombre supremo, le
hicieron sobresalir en el mundo y colocaron con poder entre nosotros un rey
permanente cuyas bases están tan firmemente asentadas como las del cielo y de la
tierra”.
De todos modos esta corriente parece ser la que se remonta más atrás en los siglos y
la que fue sostenida por los teólogos católicos en las grandes polémicas en los
tiempos en que se originaban los Estados modernos.
El análisis de las ideas cristianas debe comenzar, claro está, con Agustín de Hipona,
pues es el más influyente de los pensadores de la patrística, conservando hasta hoy
su importancia entre los expositores de la doctrina de la iglesia.
Digamos que contestando a las doctrinas esclavistas, sostiene que por ley natural
ningún hombre tiene autoridad sobre otro, puesto que dios los ha hecho a todos
libres e iguales y les ha dado dominio únicamente sobre los seres irracionales.
Pero por ley natural, los propios animales se ven obligados a reunirse para subsistir,
con cuanta más razón el hombre ha sido impulsado a reunirse con sus semejantes
para gozar de paz y seguridad, surgiendo por ello la sociedad. Esa misma ley hace
que para conducir a aquella hacia sus fines sea necesaria la existencia de un jefe,
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que unos manden y que otros obedezcan, por lo cual nace la autoridad, que tiene su
origen en dios y su fundamento en la justicia.
Siglos después, la iglesia contó con Tomás de Aquino, arquitecto que planeó y
expresó un sistema filosófico en el cual aparecen contemplados los problemas que se
plantean en esa materia.
El tema que nos ocupa es tratado en el Opúsculo sobre el Reino, que es una teoría
del Estado presentada bajo la forma de instrucción de un príncipe, escrito entre los
años 1265/67. Dice el autor que la naturaleza misma del hombre le exige que viva
en sociedad de muchos, y lo demuestra con diversas circunstancias; y que sería
deplorable la condición, tanto como lo sería la del cuerpo del hombre o cualquier
animal en igual circunstancia, sino existiera dentro de aquella una fuerza rectora
que tendiera hacia el bien común o general de todos los miembros. Por eso es
necesario que en toda multitud exista algo que la dirija o la gobierne.
Varias ideas señalan que la sociedad, y dentro de ella el gobierno, tiene una
explicación natural; otras, por su parte, muestran que todo dominio viene de dios:
las primeras se fundan en la consideración del mismo ser que tiene el rey; las
segundas en la consideración de dios como motor de todas las cosas y la tercera se
basa en que dios es el fin de todas ellas.
Respecto de lo primero Tomás de Aquino, dice que es preciso que el ser del rey,
como cualquier otro, en último término se reduzca al primer ser que es el principio y
causa de todas las cosas que existen, así como todo depende de éste, como efecto de
la causa, así también cualquier dominio, señoría o potestad de la criatura depende
de dios, como efecto del primer señor y el primer ser.
Sobre lo segundo sostiene que todo lo que se mueve es movido por otra cosa, y
como no es posible explicar por un proceso infinito de movimiento de algo, es
preciso confesar que hay un primer motor inmóvil, primera causa de todos los
movimientos, que es dios. Como entre los hombres los que gozan de más
movimientos son los reyes y príncipes, que rigen a los mismos gobernándolos,
juzgándolos, explotándolos y condenándolos, es claro que ellos requieren la
influencia del primer motor, sin ella no podrían realizar ese continuo y sistemático
movimiento.
Respecto de lo tercero, afirma que el fin de cada una de las cosas creadas está
trazado por la acción del entendimiento divino, participando más en la acción divina
cuanto más excelente sea el fin al que se ordena. Como el gobierno de la comunidad
tiende a un fin nobilísimo se muestra, considerando el fin de todo dominio, que él
viene de dios.
Bellarmino es uno de los escritores de la época que sostenían que el poder viene de
dios, y es una necesidad señalada por la naturaleza, pero que el sujeto inmediato
que la concede, en la imposibilidad de ejercerlo por sí mismo, es el pueblo, la unidad
moral de los ciudadanos. Esa transmisión no es absoluta, porque siempre aquél
conserva su autoridad en potencia y la puede recuperar en el acto y en algunas
circunstancias, fórmula con que se legaliza el derecho de revolución, punto que es
precisamente el origen de muchas de las disputas.
¿En quién reside el poder y cuándo es justo que alguien lo ejerza? “Por la
naturaleza todos los hombres nacen libres y, por lo tanto, ninguno tiene jurisdicción
sobre otros, ni tampoco dominio, ni hay razón alguna para que entre una
muchedumbre de iguales mande más bien que otro”.
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Esta concepción se encuentra en tres vertientes principales. Derecho divino
providencial, derecho divino sobrenatural y derecho divino patriarcal.
1) Derecho divino providencial. Afirma que dios mismo elige a sus representantes
invistiéndoles de sus poderes. Esto sostuvo Jacobo I para justificar su poder sobre
el pueblo inglés.
2) Derecho divino sobrenatural. Este derecho afirma que aunque viniendo de dios, el
poder se transmite a los jefes por medios humanos que obran bajo la dirección
invisible de la providencia. Es decir, ésta ya no actúa directamente, haciendo la
transmisión por sí misma, sino que para ello se vale de los hombres, que no pueden
oponerse a la fuerza invisible que ejerce. De allí se observa que en la sanción de las
constituciones, las circunstancias lo hacen todo y el hombre no es más que una mera
contingencia.
3) Derecho divino patriarcal. La teoría del derecho divino patriarcal fue expuesta
por Robert Filmer en 1653, aunque también en Tomás de Aquino, pueden
encontrarse pensamientos coincidentes en algunos aspectos.
Filmer piensa, con Bodin, que cada Estado precisa un poder soberano único,
absoluto e irresponsable y afirma que la idea del Estado de naturaleza y del contrato
social es incompatible con la tesis de la monarquía absoluta, pues si el poder fuese
del pueblo, en el origen, y éste fuere naturalmente libre para elegir el gobierno,
únicamente la democracia podría existir.
Los teóricos religiosos sostenían que hay dos etapas para llegar al poder: una, la
constitución de la sociedad y la otra, la institución del poder, puesto que allí éste
aparece como un elemento esencial formal de la sociedad, y el elemento formal es el
que da el ser a las cosas. Señalaban los pensadores religiosos que no se pueden
permitir los abusos a que ha dado lugar la doctrina que atribuye al pueblo la
originalidad del poder, pues ella puede ser factor de revoluciones, inestabilidad y
abusos en general que, en definitiva, privan a la autoridad del respeto que se
merece.
Es decir que de derecho, el poder pertenecerá al primero que muestre capacidad para
adquirirlo y tome posesión del mismo. Estas son las principales explicaciones de tipo
religioso que se han expuesto.
Las doctrinas religiosas por su difusión han ejercido una gran influencia sobre el
contractualismo, que estima que la justificación del poder está en el contrato.
Las diversas posiciones a este respecto deben ser clasificadas, para su mejor
estudio, en razón de tres principios distintos: A) la cantidad de actos contractuales
que se dan por realizados; B) el estado de los hombres en la época anterior al
contrato; y C) la realidad histórica o la simple racionalidad del pacto. Es importante
recordar la diferencia que hay entre aquellos para quienes el contrato es el origen
definitivo y último del poder y los otros para quienes es sólo la forma como se
concreta un poder que encuentra en otras causas su justificación.
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Locke dice en el Segundo tratado sobre el gobierno civil que la religión católica
señala que “la ley divina le prohíbe al pueblo toda forma de rebelión”, “Quien
resiste al orden establecido está resistiendo los mandamientos de dios”.
Locke señala: “Las rebeliones de raíz popular no suelen ser muy frecuentes, el
pueblo está más dispuesto a sufrir que a luchar, y no hace por sublevarse”. “El
pueblo no es tan predispuesto a salir de sus formas de gobierno como algunos
quieren sugerir. Es muy difícil convencerlo de que tiene que corregir los errores
declarados que tienen lugar dentro del régimen al que están acostumbrados. Y si
hay defectos que aquejan a dicho régimen desde un principio, o que con el tiempo y
la corrupción se han ido introduciendo en él, cuesta mucho trabajo hacer que el
pueblo los corrija, aunque el mundo entero vea que hay una oportunidad para ello.
Esta lentitud y aversión que el pueblo muestra a la hora de abandonar las viejas
constituciones se ha visto, en éstos y otros tiempos”.
“Es verdad que los hombres pueden armar alborotos siempre que quieran; pero ello
será para su propia ruina y perdición. Porque hasta que el malestar no llega a ser
general, y los malos designios de los gobernantes no se hacen patentes y llegan a ser
notados por la mayor parte de la población, el pueblo, que siempre está más
dispuesto a sufrir que a luchar por sus derechos, no hace por sublevarse”. “Pero si
quienes dicen que esta doctrinas está sembrando la semilla de la rebelión quieren
con ello dar a entender que el pueblo está absuelto de prestar obediencia cuando se
intenta invadir sus libertades o propiedades pueden dar lugar a guerras civiles y a
tumultos internos, si lo que quieren dar a entender es que decirle al pueblo que éste
puede oponerse a la violencia ilegal de sus magistrados cuando estos invaden sus
propiedades, contrariamente a la misión que se les encomendó, es una doctrina
impermisible porque resulta destructiva para la paz”.
Así, por consentimiento mutuo, por contrato, se constituye la sociedad. Ahora bien,
¿cómo es ese contrato? Locke es el iniciador de la racionalización del contrato, que
Rousseau llevaría a su última expresión, puesto que si bien todavía lo trata como un
supuesto hecho histórico, sin embargo considera que debe adoptar un contenido
racional.
Tal es la doctrina expuesta en el Segundo tratado sobre el gobierno civil, que pasó a
ser el evangelio protestante del anti- absolutismo y que tanta influencia
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alcanzara en el pensamiento liberal en general y en especial en Inglaterra y en los
Estados Unidos.
2) Pufendorf era uno de los más destacados expositores de la escuela del Derecho
Natural, si bien no tuvo mucha originalidad. Su mérito más importante fue que,
sobre las ideas ya expuestas, realizó un sistema más completo que cualquiera de los
que se conocían hasta el momento.
Pero como entonces los hombres no tenían garantía para sus derechos y se
hallaban expuestos a engaños y negaciones, se vieron en la “necesidad” de
construir el Estado. Para ello son precisos tres actos, primero: un contrato en el cual
los hombres entregan su poder a la comunidad, segundo: un acto -para algunos
intérpretes es un pacto y para otros un decreto- en el cual se establece la forma de
constitución o de gobierno, y tercero: un pacto en el cual se entrega el ejercicio del
poder a los gobernantes, quien se obliga a cuidar de la seguridad de los habitantes,
en tanto que éstos se someten a la autoridad creada.
Rousseau parte de que el hombre nace bueno y de que hubo un estado de naturaleza
en el cual todos eran felices y vivían sin mayores problemas. Pero con el comienzo de
la civilización ello concluye y aparecen las cadenas que limitan su libertad. Esto se
inicia con el establecimiento de un régimen de desigualdades que comienza con la
aparición de la sociedad civil. “El primer hombre que cercó una posición de tierra y
dijo: esto es mío y encontró gente suficientemente simple para creerle, fue el
verdadero creador de la sociedad civil pues a ello siguió la dominación política, el
predominio de las pasiones, un régimen antinatural de desigualdad y la infelicidad
del género humano”.
“Ese contrato consiste en que cada uno de nosotros pone en común su persona y
todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general, recibiendo también
a cada miembro como parte indivisible del todo. Es decir, cada uno enajena todos
sus derechos a favor del común, con lo cual los ciudadanos se dan en todas sus
partes. En primer lugar, la condición es igual para todos y por ello nadie tiene interés
en hacerla onerosa para los demás. En segundo lugar, como la entrega es total, la
unión es tan perfecta como puede serlo y nadie puede reclamar, como podría
suceder si quedasen algunos derechos a los particulares, en cuyo caso no habría
autoridad superior que pudiera dirimir los conflictos entre los individuos y la
sociedad, ésta sería tiránica o inútil y, en fin, dándose cada cual a todos, no se da a
nadie en particular, como no hay socio alguno sobre quien no se adquiera el mismo
derecho que uno le cede sobre sí, se gana en este cambio el equivalente de todo lo
que uno pierde y una fuerza mayor para conservar lo que uno tiene”.
Una vez formada la sociedad es preciso indagar cómo será gobernada, lugar en
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que otros expositores, según hemos visto, recién incorporan un pacto posterior, el
contrato político, que da origen al poder, distinto al social, que origina la sociedad.
Rousseau no advierte sino uno solo, quería para el pueblo el ejercicio directo de la
soberanía y, aun cuando el gobierno es confiado a personas determinadas, aquélla
siempre permanece en el pueblo, pues es inalienable, imprescriptible, indivisible,
ilimitable y aun infalible. El pueblo en todo momento puede retomarlo, hay una
simple delegación y no una formal transmisión.
Para concluir con este tema recordemos, porque la observación es muy exacta, que
se ha señalado que la obra de Rousseau está vinculada a los moldes que ofrecen las
“sagradas escrituras”, y que ella consiste en un plan de salvación, que consta de
cinco etapas: 1) el primitivo estado de inocencia (el estado de naturaleza), 2) la
caída (la aparición de la propiedad y la constitución del poder), 3) la situación de
miseria (forma que se vive en los estados), 4) el método de redención (el contrato
social que propugna ) y 5) el nuevo estado de virtud y felicidad.
Rousseau. El derecho del más fuerte. “El más fuerte no es nunca lo bastante fuerte
para ser siempre el amo, si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en
deber; derecho tomado irónicamente en apariencia, y realmente establecido en
principio. La fuerza es un poder físico: yo no puedo ver qué moralidad puede
resultar de sus efectos. Ceder a la fuerza es un acto de necesidad, no de voluntad. Es
a lo sumo, un acto de prudencia. ¿En qué sentido podrá ser un deber?”.
Hobbes: “En esa situación no hay progreso, no hay industria, no hay propiedad y,
además, se vive en un continuo temor de muerte violenta. El estado de naturaleza es
lamentable y triste, mísero y odioso por los peligros que la guerra continua trae
consigo”.
Pero el hombre tiene otras fuerzas internas que lo mueven a salir de él: algunos son
impulsos, el temor a la muerte, el deseo de vivir en paz; otros derivan de la razón,
ese elemento que lo caracteriza y lo distingue de los demás animales. De ahí que se
busquen algunos artículos que le procuren esa paz, llegándose a la formación de
distintas leyes que puedan resumirse en una sola: “No hagáis a los demás lo que no
queréis que os hagan a vosotros”.
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Pero tal acuerdo, dice Hobbes: “Dada la naturaleza del hombre no será cumplido
salvo que un poder superior lo imponga, “pues los pactos sin la espada no son más
que palabras”, sin fuerza para proteger al hombre en modo alguno; los lazos de las
palabras son demasiado débiles para frenar la ambición humana, la avaricia, la ira y
otras pasiones de los hombres, si éstos no sienten el temor de un poder coercitivo”.
Nace así el Leviatán, aquel dios mortal al cual debemos, bajo el dios inmortal,
nuestra paz y nuestra defensa, a quien por razón del contrato se subordinan
incondicionalmente los individuos. Se advierte que el pacto no obliga al gobernante y
que sólo el pueblo es quien se compromete a una sumisión total, entregándole todos
sus derechos sin conservar ninguno para sí. Se trata de un solo contrato, aunque
puedan encontrarse dos partes, una por la cual se constituye la sociedad política y
otra por la cual todos se someten a un solo y mismo gobernante, pero de todos
modos, se trata de un único convenio. A él no concurre en ningún momento el
príncipe, que se mantiene por encima de él, a fin de evitar luego las controversias en
la interpretación de las cláusulas que podrían surgir si él también se comprometiese
en el acuerdo.
Tenemos una posición intermedia, que es la sostenida por Rousseau: el hombre nace
libre y es esencialmente bueno, pero no sociable; en el estado primitivo de la
naturaleza las cosas transcurren en un estado de paz y tranquilidad. Luego adviene
una desviación del estado de naturaleza que comienza, como ya lo vimos,
especialmente con la apropiación de los bienes y siendo preciso corregirlo se
constituye a ese fin el Estado.
Es interesante ver, porque se explica en gran parte el origen de las ideas políticas,
observar cuál es la relación entre el carácter de éstos tres hombres que hemos
analizado superficialmente, Hobbes, Locke y Rousseau, y la forma como explican y
el concepto que tienen del Estado, así como las consecuencias de éste en relación
con la mayor o menor liberalidad de aquél.
Hobbes era tímido y temeroso, su cuerpo era pequeño, débil; él decía que “el temor y
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yo somos hermanos gemelos”. Se atribuye esta particularidad a que su madre había
sido sensible a las alarmas habidas con motivo de los preparativos de invasión de
Felipe II en época de la Armada Invencible. De ese temor se derivan su deseo de un
Estado fuerte que evite los peligros y su concepto tan desfavorable del hombre. Es
que si por naturaleza era tímido y temeroso, o si esa timidez se imprimió en su
carácter por acontecimientos de su niñez, es lógico que viera en los demás a seres
egoístas y que realmente pensara en la existencia de un bellum omnium contra
omnes.
Locke en cambio, más dado a la vida activa, es influido en su pensamiento por los
deseos de libertad que inflamaban a todos sus compatriotas derrotados en Holanda.
Por ello de los tres pensadores mencionados, es el que más y mejor sostiene los
principios y la defensa de las libertades y los derechos del hombre.
Se enuncia a la fuerza como explicación del origen del poder. Sin embargo, es
preciso distinguir entre los que sostienen tal evento dos vertientes que son
diametralmente diferentes, pues mientras según unos es explicación pero no
justificación, para otros es ambas cosas. Los primeros, aunque también den una
explicación causal del tema que nos ocupa, deben ser tenidos como punto
intermedio en cuanto a la justificación, pues lo tienen, el origen del poder, por
injusto.
En este grupo tenemos al marxismo, que piensa que el Estado es nada más que un
mecanismo que usa la clase dominante para explotar a los demás. Y al anarquismo,
que es la ideología que niega el poder y lo denomina como algo ilegítimo.
Hay otro grupo de pensadores que se refieren también, en este tema, a) la fuerza:
pero la tienen sólo como creadora, por reacción del estímulo que mueve a la
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aparición del poder, que en definitiva surge mediante otro camino, el contrato, por
ejemplo; por lo cual tampoco deben ser aquí estudiados. Es el caso de Spinoza, a
quien normalmente se menciona en este grupo.
En realidad no es fácil encontrar expositores que funden la legitimidad del poder tan
sólo en la fuerza. Quizás en muchas obras aparezca ello como un presupuesto, pero
en pocas se lo enuncia en forma clara y terminante. En Mi Lucha, por ejemplo,
Hitler nos habla de una paz asegurada no por los ramos de olivos que agitan, con
lágrimas someras, las plañideras pacifistas, sino garantizada por la espada victoriosa
de un pueblo de amos que pone al mundo entero al servicio de una civilización
superior. Pero, posiblemente por la índole del texto, no hay referencia concreta al
tema que nos interesa.
Tal vez uno de los pasajes donde más claramente se formula la doctrina de la fuerza
es cuando en el Georgias, Platón pone en boca de Calícles, un sofista, estas
palabras: “la naturaleza misma demuestra según mi opinión, ser justo que quien es
mejor tenga más poder, que quien es peor y el más fuerte más que el débil. La
naturaleza prueba al mundo que así es, lo mismo en el caso de otros seres que el de
ciudades enteras, y grupos humanos: el fuerte gobierna al débil y recibe más de lo
que le corresponde”. El mismo Aristóteles parece sostener igual concepción en
relación al poder de los griegos sobre los extranjeros, al justificar la esclavitud: “ la
guerra misma es en cierto modo un modo natural de adquirir, puesto que comprende
la caza de los animales bravíos y de aquellos hombres que, nacidos para obedecer, se
niegan a someterse; es una guerra que la naturaleza misma ha hecho legítima”, En
éste caso la fuerza es un medio para concretar una autoridad que existe
naturalmente y que se desconoce.
Hay un último orden de ideas que consideran que el poder surge como consecuencia
de las necesidades de la vida o de la naturaleza del hombre. Platón y Aristóteles,
entre los antiguos, Hegel y Heller entre los más modernos, son un ejemplo de estas
opiniones.
Platón, por ejemplo, pone en boca de Sócrates en La República estas palabras: “Lo
que da origen a la sociedad ¿no es la impotencia en que cada hombre se encuentra
de bastarse a sí mismo y la necesidad de muchas cosas que experimenta? ¿Hay otra
causa? ... Así es que habiendo la necesidad de una cosa obligando a un hombre a
unirse a otro hombre y otra necesidad a otro hombre, la aglomeración de estas
necesidades reunió en una misma habitación a muchos hombres con la mira de
auxiliarse mutuamente y a esta sociedad hemos dado el nombre de Estado”. De modo
que las necesidades de los hombres, por sí mismos, son las que motivan el
establecimiento del poder.
Aristóteles: “¿Por qué unos pocos mandan y unos muchos obedecen? Aún entre los
hombres libres y de igual clase es necesario que sea de este modo, pues no es posible
que todos manden a no ser por turnos de un año o por cualquier otra distribución de
tiempo. Sucede entonces que de este modo todos ejercen el mando, como si
alternaran los zapateros y los carpinteros, y no fueran siempre los mismos zapateros
y carpinteros. Puesto que así es mejor, también en los asuntos de la comunidad es
evidente que sería que no mandaran siempre los mismos, a ser posible. Entre los
semejantes e iguales no es conveniente ni justo que uno solo sea el señor de todos, ni
cuando faltan las leyes ni, si es el bueno de los buenos, ni, si es el malo de los malos,
ni aunque fuera el mejor en virtud”.
Hegel, quien tuvo trascendencia en las orientaciones políticas durante muchos años,
al extremo que se ha dicho que la guerra ruso germana de los años 40 fue un
enfrentamiento de hegelianos de izquierda y de derecha, piensa que la autoridad del
Estado no depende de un capricho, teniendo, al contrario, un carácter incondicional,
es un fin en sí superior a todos los demás. El Estado es una realidad de la idea ética,
el espíritu en tanto voluntad sustancial. Es así que él es una realidad práctica, y que
el más alto deber del individuo es integrarlo. Considera Hegel al Estado el sumo
grado que en evolución dialéctica alcanza el espíritu objetivo y le atribuye el valor de
realidad de la idea moral.
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Para concluir con las explicaciones psicomorales y al mismo tiempo con las ideas
justificatorias del poder, recordemos, a través de sus propias palabras, el
pensamiento de Hegel: “La institución estatal se justifica pues, por el hecho de que
en una determinada etapa de la división del trabajo y del intercambio social la
certidumbre de sentido y de ejecución del derecho hacen preciso al Estado. Del
mismo modo que el aumento del tráfico urbano hasta un cierto grado reclama una
regulación del mismo e incluso órganos especiales de policía de tráfico, así también
el desarrollo de la civilización hace precisa una organización estatal cada vez más
diferenciada para el establecimiento, explicación y ejecución del derecho”. Así que,
en estos casos, el poder nace del hombre mismo, pero no como consecuencia de un
acto contractual, sino en razón de las propias necesidades o tendencias de aquél.
Dos son las ideas más importantes que no justifican el poder entre quienes lo creen
una cosa ilegítima: el anarquismo y el marxismo.
Es posible dividir esta idea política, según sus dos puntos de vista fundamentales: el
planteamiento de sus fines y los medios de acceso. De acuerdo con lo primero, que
es lo más importante, las ideas anarquistas se clasifican en individualistas y
colectivistas; atendiendo a lo segundo, en pacíficas y revolucionarias.
2) Las tendencias colectivistas son las que alcanzaron mayor repercusión. Proudhon
puede ser considerado su precursor, siendo él el autor del famoso escrito Système des
contradictions èconomiques, ou philosophie de la misère que fue contestado por
Marx en su obra Les contraditions èconomiques ques ou la misère de la philosophie.
Quiso hallar un régimen intermedio entre el capitalismo, donde los fuertes dominan
a lo débiles, y el comunismo, en donde él creía que los débiles dominaban a los
fuertes.
2) El materialismo sostiene que lo único cierto y real es la materia. Éste daba dura
lucha contra el idealismo alemán, que en Hegel había llegado a su máxima
expresión. Afirmaba que existía una materialidad real fuera del espíritu, que puede
ser captada por éste y que es primordial, pues aquél es nada más que una
emanación de la materia. Nada tiene que ver esta concepción con aquellas que
llaman materialismo a la glotonería, embriaguez, placeres de los sentidos, tren de
vida fastuosa, codicia, avaricia o especulación en la bolsa, en el decir de Engels.
Desde que la sociedad primitiva se disolvió, por causa de la apropiación privada del
suelo, hizo su aparición la explotación del hombre, y con esto la división de aquella
en dos clases: la explotadora y la explotada. La primera, mediante la posesión de los
medios de producción, se apropia indebidamente de parte de la riqueza social, pues
entrega a la segunda menos de lo que produce su trabajo; esa diferencia que queda
para el capitalista es la plusvalía, que constituye una pieza fundamental de la teoría
marxista.
Cada autor interpreta a su modo este orden social, este estado de armonía entre los
hombres que conviven en el interior de la sociedad humana. Cada una de estas
interpretaciones provoca en consecuencia que se consideren factores distintos,
definidos como esenciales, para la construcción del orden social. Esto es, un autor
difiere del otro al determinar las bases sobre las cuales se establecerá la armonía
entre los hombres.
Los hombres, de esta manera, en su interacción con sus semejantes deberán hacerlo
conforme a reglas establecidas y reconocidas como válidas por la colectividad, que
indican al hombre qué hacer y cómo hacerlo.
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El ciudadano ejemplar, o mejor dicho virtuoso, es la pieza esencial para la creación
del orden social en una colectividad humana con las características de la polis
griega. Los actos y la conducta virtuosa de los ciudadanos son los garantes y el
punto de partida para el orden en el interior de la colectividad y son los
fundamentos del orden social.
Para Aristóteles los actos virtuosos son benéficos para la asociación humana. Las
conductas que favorecen y preservan la convivencia armónica entre los ciudadanos
son las que deben considerarse como virtuosas. No hay virtud en aquellas acciones
egoístas que velen solamente por el bienestar del individuo.
En este sentido señala una serie de virtudes dignas de alabanza que todo ciudadano
debe sembrar en aras de este orden. Así la liberalidad, la magnificencia, la
mansedumbre, lo justo, la justicia, la equidad, la prudencia, la sabiduría, etc. son los
elementos necesarios para crear a este ciudadano modelo a partir del cual se pueda
configurar ese orden social que tiene en mente.
Aunque Aristóteles reconoce que los vicios y las pasiones asuelan a los ciudadanos y
ponen en peligro su conducta virtuosa y por ende al orden social que se pretende
establecer. Se da cuenta de la imperfección del hombre (aunque no asume una
actitud pesimista, por lo que reconoce su perfectibilidad) que se refleja en su
tendencia hacia comportamientos que responden a sus vicios y bajas pasiones más
que a la virtud.
Refleja un período en el cual las decisiones son tomadas por un solo hombre sin
necesidad de escuchar a los miembros de la colectividad. El Príncipe de Maquiavelo
no está escrito ya para los ciudadanos participantes de una Asamblea o
encomendados a un cargo público en beneficio de la colectividad, sino para el
Soberano Todopoderoso que conduce a su antojo y capricho los destinos de la
asociación humana a la que gobierna.
La colectividad integrada por los ciudadanos en la Grecia clásica, con todos los
derechos y prerrogativas que gozaban, da paso a la aparición de una sociedad
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altamente jerarquizada (Iglesia Católica de por medio) en donde la obediencia en
lugar de la libertad es la característica primordial. Más aún, la totalidad de la
población queda excluida de la discusión sobre los asuntos concernientes a la
organización de la colectividad, asuntos que quedan en manos de una sola persona,
el monarca, que se convierte en el principal actor de la vida política.
Ante este origen del orden social, Maquiavelo no propone la creación de ciudadanos
modelos sino de príncipes poderosos, lo suficientemente capaces y con los recursos
necesarios para preservar el dominio sobre sus súbditos y adquirir el respeto de los
demás príncipes. El orden para Maquiavelo es la ausencia de revueltas internas por
parte del populacho y la desaparición de la belicosidad y la agresividad de los reinos
vecinos en contra del propio, fenómenos que atentan contra del dominio del
príncipe.
En los dos textos revisados se refleja el interés, siempre presente, de crear una
sociedad mejor organizada, donde la amenaza de disolución o la autodestrucción
queden conjuradas.
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El dilema de los erizos permanece: los hombres se necesitan unos a otros para
sobrevivir pero en su interrelación se generan conflictos nuevos y distintos a los que
propiciaron con su asociación. La solución, o al menos la búsqueda de paliativos, ha
venido siendo el tema central de la discusión política a lo largo de la historia
humana. Las posibles respuestas recurren a elementos que van desde la estructura
democrática hasta el sistema institucional.
La pregunta sobre cómo vivir en paz con los demás y terminar con los conflictos
sociales se mantiene aún en espera de una respuesta definitiva. En esta búsqueda,
las elucubraciones previas nos sirven de guía y como referentes de los éxitos y los
fracasos para constituir un orden político-social-democrático perdurable. Es en la
experiencia y la innovación en donde están las claves para encontrar bases para el
orden social, justo, pluralista, tolerante, democrático y progresista, acorde con los
tiempos en que vivimos.
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FILÓSOFOS Y PRAGMÁTICOS DEL PODER
MAQUIAVELO
Si alguien en la historia del poder nos tiene que decir algo, ese es Nicolás
Maquiavelo, un hombre que durante mucho tiempo estuvo muy cerca del poder.
Uno de los mandamientos de Maquiavelo es: “Quien favorece el poder de otro labra
su propia ruina”.
Maquiavelo: Hay dos modos de combatir para conquistar el poder: “Uno con las
leyes; y el otro con la fuerza; el primero es propio de los hombres, el segundo de las
bestias; pero, puesto que el primero muchas veces no basta, conviene recurrir al
segundo”.
Maquiavelo: “El mal o buen uso de la crueldad. Bien usadas pueden llamarse
aquellas crueldades que (si del mal es lícito hablar bien) que se hacen de golpe, por
la necesidad de afianzarse en el poder, y sobre las que luego no se insiste, sino por el
contrario se convierten, en lo posible, en una gran utilidad para los súbditos. Mal
usadas son aquellas que, aún siendo pocas al principio, con el tiempo van
aumentando en lugar de disminuir. Los que siguen el primer modo pueden encontrar
algún remedio para su estado, los otros es imposible que se mantengan”.
Maquiavelo: “En todas las ciudades existen dos tipos de actitudes que hacen del
hecho de que el no quiere ser gobernado ni oprimido por los grandes y en cambio los
grandes desean dominar y oprimir al pueblo; y de estos dos diversos apetitos nacen
en las ciudades uno de estos tres efectos: principado, libertad o anarquía”.
“El principado es creado o por el pueblo o por los grandes, según que una u otra de
estas partes encuentren la ocasión. Porque cuando los grandes ven que es imposible
resistir al pueblo, empiezan a acrecentar la reputación de uno de ellos y lo
convierten en príncipe para poder así, bajo su sombra, desahogar sus apetitos de
poder”.
Tácito: “No hay nada tan inestable y fluctuante como la aureola del poder que no se
basa en la fuerza propia”.
Maquiavelo: “El que sólo se apoya en la fortuna se arruina tan pronto como ésta
cambia”.
Maquiavelo: “Aquel que llega al principado con ayuda de los grandes, se mantiene
en él con mayor dificultad que el que llega con ayuda del pueblo; porque se
encuentra príncipe entre otros muchos a su alrededor que se creen iguales a él y por
eso no les puede ni mandar ni manejar a su manera. Pero aquel que llega al
principado con el favor popular, se encuentra solo en él, y tiene a su alrededor a muy
pocos o ninguno que no estén dispuestos a obedecer”.
Maquiavelo: “Todo príncipe debe ser tenido por compasivo y no por cruel: no
obstante, ha de procurar no hacer mal uso de su compasión”. “¿Es mejor ser amado
que temido o viceversa? La respuesta es que convendría ser lo uno y lo otro; pero
como es difícil combinar ambas cosas, es mucho más seguro ser temido que amado
cuando se haya de prescindir de una de las dos”. Porque de los hombres, en general,
se puede decir que son ingratos, volubles, hipócritas, falsos, temerosos del peligro y
ávidos de ganancias; y mientras les favoreces son todos tuyos, te ofrecen su sangre,
sus bienes, la vida incluso sus hijos, mientras no los necesitas; pero cuando llega el
momento, te dan la espalda”. “Aquél príncipe que lo ha fundado todo en promesas,
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encontrándose falto de otro apoyo, fracasa; porque las amistades que se adquieren
con dinero y no con grandeza y nobleza de ánimo, se compran pero no se tienen, y
en los momentos de necesidad no puedes contar con ellas. Además, los hombres
tienen menos miedo a ofender al que se hace querer que al que se hace temer; porque
el amor está mantenido por un vinculo de obligación, que dada la malicia humana,
se rompe por cualquier motivo de utilidad propia: pero el temor se mantiene gracias
al miedo al castigo que no nos abandona jamás”. “A los hombres siempre que no les
quites los bienes viven contentos”. “Los hombres olvidan antes la muerte del padre
que la pérdida del patrimonio”.
“Quien edifica sobre el pueblo, edifica sobre el barro”. “Aquel que no reconoce los
males cuando nacen no es verdaderamente prudente”. “La poca prudencia de los
hombres ve tan solo la bondad inicial de las cosas sin darse cuenta el veneno que
esconden” (Todo esto referido a la lucha por obtener el poder).
Dice Maquiavelo: “Es preciso conservar o adquirir, aún en las circunstancias más
desfavorables, una parcela de poder que permita intervenir de algún modo en los
acontecimientos políticos, sea directamente, sea influyendo al príncipe, o incluso
ganándose su confianza para arrebatarle el poder o asesinarlo con las mayores
garantías de éxito. Hay múltiples opciones, desde servir a la patria como funcionario
fiel y desinteresado, tratando de mejorar las cosas en la medida que lo permitan las
propias capacidades, hasta dar un golpe audaz y alzarse personalmente con el
dominio absoluto: Cada cual puede elegir según sus deseos o fortuna; lo único
inadmisible es seguir fuera de la escena política”.
Maquiavelo: “Hay tanta diferencia entre cómo se vive y cómo se debiera vivir, que
quien deja lo que hace por lo que debería hacer aprende más bien de su ruina que de
su salvación: porque un hombre que quiera en todo hacer profesión de bueno
fracasará necesariamente entre tantos que no lo son. De donde le es necesario al
príncipe que quiera seguir siéndolo aprender a poder no ser bueno y utilizar o no
este conocimiento según lo necesite”.
“Sin embargo, hasta la llegada de los Longobardos, sometida toda Italia a los
emperadores o a los reyes, no ejercieron los Papas otra autoridad que la que les
proporcionaba la veneración por sus virtudes y por su doctrina, obedeciendo ellos a
los emperadores o a los reyes, que hicieron morir a algunos y de otros se valieron
como ministros. Pero quien hizo que aumentara su influencia en los asuntos de
Italia fue Teodorico, rey de los godos, cuando fijó su residencia en Ravena porque,
quedando Roma sin príncipe, los romanos por necesidad tuvieron que prestar más
obediencia al Papa. Pero no creció mucho su autoridad y sólo la obtuvieron los
pontífices de la iglesia romana cuando tuvieron preeminencia sobre Ravena”.
“Al llegar los Longobardos y dominar la mayor parte de Italia, dieron ocasión al
Papa para ensanchar su influencia porque, siendo casi el jefe de Roma, el
emperador de Constantinopla y los longobardos le respetaban, de tal suerte que los
romanos, mediante el Papa, no como súbditos, sino como iguales, se aliaron con los
longobardos y con Longuinos; continuando los Papas siendo amigos, ora de los
longobardos, ora de los griegos, crecía su influencia”.
“En esta época, y ocupando el trono Heraclio, empezó la ruina del Imperio de
Oriente. Los Esclavones que antes mencionamos acometieron de nuevo la Uiria, y
conquistándola la llamaron de su nombre, Esclavonía. Las demás partes de aquel
imperio fueron invadidas, primero por los persas, después por los sarracenos que
con Mahometo salieron de Arabia y, finalmente, por los turcos”.
“Por otra parte, crecía la fuerza de los longobardos y pensó el Papa en la necesidad
de procurarse nuevos defensores, acudiendo al rey de Francia. De suerte, que todas
las guerras que en aquel tiempo hicieron los bárbaros en Italia fueron en su mayor
parte causadas por los pontífices, quienes llamaron las más veces a los bárbaros que
la invadieron. Este procedimiento dura en nuestros días, habiendo tenido y teniendo
a Italia dividida y debilitada. Por tanto, la historia, desde aquellos tiempos a los
nuestros, no habla de la decadencia del imperio, completamente arruinado, sino del
aumento del poder de los pontífices y de algunos otros príncipes que, hasta la
venida de Carlos VIII, gobernaron a Italia. Véase cómo los Papas, primero por las
censuras y después por las censuras y las armas, mezcladas con las indulgencias,
eran temidos y venerados, y cómo por haber usado mal de unas y otras, perdieron
todas y están a discreción ajena”.
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Maquiavelo continúa desarrollando en su obra el análisis histórico, indicando los
diversos caminos para ser poderoso y escribe: “Vivían en Florencia, como hemos
dicho muchas veces, dos ciudadanos potentísimos, Cosme de Médicis y Neri
Capponi. Neri era uno de los que habían conquistado su fama con públicos servicios,
de suerte que tenía bastantes amigos y pocos partidarios. Cosme la debía a servicios
públicos y privados, y sus amigos y partidarios eran numerosos”.
“Mientras ambos vivieron unidos, siempre obtuvieron del pueblo lo que querían sin
ninguna dificultad, porque reunían el poder y la benevolencia. Pero al llegar el año
1455, muerto Neri y destruido el partido opuesto, encontró dificultades en el
gobierno para mantener su autoridad. Los amigos de Cosme, que eran
poderosísimos, contribuyeron a ello, porque no teniendo a la fracción enemiga, que
habían aniquilado, deseaban disminuir el poder de Cosme de Médicis”.
“Esta disposición de los ánimos originó las discordias que ocurrieron en 1464, de
suerte que los que desempeñaban el gobierno aconsejaban en asambleas, donde se
discutía públicamente la administración del Estado, que era conveniente no resumir
la potestad de la Balía o Consejo extraordinario, sino cerrar las bolsas de las
elecciones, y que, como en los pasados escrutinios, se eligieran por suerte los
magistrados”.
“Para refrenar estos deseos Cosme tenía dos medios: o apoderarse por la fuerza del
gobierno con los partidarios que le quedaban y derribar, o dejar que las cosas
siguieran así y hacer comprender oportunamente a sus amigos que no era a él, sino
a ellos a quienes privaban de la autoridad y el poder”.
“De estos dos medios eligió el último, porque sabía bien que en esta forma de
elección, por estar las bolsas llenas de nombres de amigos suyos, no corría ningún
riesgo, y podría recobrar el poder cuando quisiera”.
“Pero lo que más asustó a los poderosos, y dio mejores resultados a Cosme, para
hacerles comprender su error, fue que se restableció la forma de catastro de 1427,
según la cual era la ley la que fijada los impuestos y no la voluntad de los hombres”.
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Maquiavelo también habla en este libro (Obras Históricas) sobre los objetos de las
guerras y la utilidad de las victorias, y dice: “El propósito de cuantos emprenden
una guerra siempre fue, y es natural que sea, enriquecerse y empobrecer al enemigo.
Las victorias y las conquistas se apetecen para aumentar el poderío del vencedor y
debilitar al adversario. De aquí resulta que, cuando la victoria empobrece o la
conquista debilita, se traspasa o no se llega al fin con que fueron las guerras
emprendidas”.
“Todo esto nacía del desorden con que se practicaba la guerra: porque despojando
a los enemigos vencidos, pero no prendiéndoles ni matándoles, tardaban en atacar
al vencedor sólo el tiempo que empleaba el Estado al que servían en proporcionarles
nuevas armas y caballos. Además, siendo el botín y los tributos para los soldados, no
aprovechaban el príncipe o el gobierno vencedor para los nuevos gastos y nuevos
sueldos, que sacaban de las entrañas de sus pueblos; de suerte que la victorias, lejos
de resultar en beneficio de los súbditos del vencedor, hacía a los príncipes más
solícitos y menos respetuosos para acrecentarles los gravámenes”.
“A tal punto habían conducido la guerra los soldados que, lo mismo el vencedor que
el vencido, sólo a fuerza de dinero se hacía obedecer de los ejércitos, porque éste
tenía que equiparlos de nuevo y aquel premiarlos. Sin nuevo equipo los derrotados
no podían combatir y los vencedores, sin nuevos premios, no querían. De aquí nacía
que el vencedor gozaba poco de la victoria, y el vencido sentía menos la derrota,
porque tenía tiempo para rehacerse, y aquél nunca podía continuar la ventajosa
campaña”.
Weber: “El poder que a nosotros nos interesa se manifiesta únicamente en el ámbito
de la libertad humana y en relación del hombre con sus semejantes. Pero cabe una
distinción y es que él actúa no sobre la facultad de deliberar sino sobre la de decidir,
que es lo que diferencia al poder del consejo. En este último caso, se advierte que no
hay una energía que sobre la facultad de hacer y que ponga al destinatario en la
disyuntiva de cumplirla o no, sino que lo hace en forma tal que procura que la
propia persona decida por sí lo que el consejero pretende. Agregando a lo que
habíamos dicho, que esta energía actúa sobre el poder de decisión del destinatario”.
Weber: “En su naturaleza el poder es una energía que, emanado de una persona,
obra sobre el poder de decisión de otra, que puede, libremente, aceptar o no la
orden que se le dirige, aunque como consecuencia de su negativa se haga posible
una sanción o un castigo”.
Weber: “Para tipificar lo que es el poder en la Ciencia Política, tan sólo nos resta
aclarar, siguiendo a Jellinek, que hay dos tipos de poder. El dominante y el no
dominante. El primero tiene, como el segundo, la facultad de dar órdenes, pero
ambos se distinguen en que mientras aquél puede hacerlas cumplir por sí mismo,
éste requiere del auxilio del poder político para ello. Señala Jellinek, y el ejemplo es
apropiado, que bien se distingue esto en la comparación entre la iglesia y el Estado,
mientras aquella, no obstante su enorme poder, no puede imponer sino sanciones de
tipo moral, salvo que se encuentre con el auxilio de Estado. Éste, en cambio, tiene la
posibilidad de imponer por sí mismo sus decisiones. Aquel poder no dominante, es el
que aparece en la mayor parte de las sociedades, por ejemplo, la familia y las
asociaciones civiles, donde en caso de incumplimiento de las normas, la única
sanción que puede aplicarse es la separación de estas”.
Cabría también, para completar el análisis, referirse al fin del poder, pero, en
realidad, el lugar más apropiado para ello es al estudiar los fines del Estado.
Tal es, en apretada síntesis, el poder, que pasa por ser uno de los factores
fundamentales que influyen de manera contundente sobre la vida humana, pues si el
marxismo dice que, en primer lugar, lo que mueve a la persona es lo económico,
otros autores afirman que es lo político -la libido dominandi- , y si ello no es así
respecto de todos, parece evidente que lo es de algunos, que a la satisfacción de su
apetito de mando sacrifican todo sus deseos materiales. Por supuesto que nos
referimos a ciertas concepciones mecanicistas de escuelas del marxismo, puesto que
Carlos Marx daba a este factor la preeminencia en la causalidad de las cosas, pero
tomado para todo un ciclo histórico, en ciclos menores la interactuación de los
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distintos ámbitos, infra y superestructurales, es muy compleja y la causalidad
reconoce varios factores.
Foucault, en su trabajo Genealogía del racismo, analiza el poder desde una óptica
bastante interesante y dice: “Tratamos de descifrar el poder político en términos de
guerra, de lucha, de enfrentamientos. Es decir, tratamos de captar los mecanismos
entre dos puntos de referencia: por un lado, las reglas del derecho que delimitan
formalmente el poder; por el otro, los efectos de verdad que el poder produce y
transmite, y que a su vez reproducen poder. Entonces, un triángulo: poder, derecho,
verdad”.
“De hecho, mi problema es establecer qué reglas de derecho hacen funcionar las
relaciones de poder y producir discursos de verdad, qué tipo de poder es susceptible
de producir discursos de verdad que están, en una sociedad como la nuestra,
dotados de efectos tan poderosos. Quiero decir esto: en una sociedad como la
nuestra, pero en el fondo en cualquier sociedad. Estas relaciones de poder
atraviesan, caracterizan, constituyen el cuerpo social. Estas relaciones de poder no
pueden disociarse, ni establecer ni funcionar sin una producción, una acumulación,
una circulación, un funcionamiento de los discursos. No hay ejercicio del poder
posible sin una cierta economía de los discursos de verdad que funcionen a partir de
y a través de esta culpa: esto vale para toda sociedad, pero creo que en la nuestra
la relación entre el poder, derecho y verdad se organiza de modo muy particular.
Para caracterizar, no su mecanismo, sino su intensidad y constancia, podría decir
que estamos forzados a producir la verdad del poder que la exige, que necesita de
ella para funcionar: debemos decir la verdad, estamos obligados o condenados a
contestar la verdad o encontrarla. El poder no cesa de interrogarnos, de indagar, de
registrar: institucionaliza la búsqueda de la verdad, la profesionaliza, la recompensa.
En el fondo, debemos producir la verdad cuando debemos producir riqueza, hasta
debemos producir la verdad para poder producir riqueza. Del otro lado, estamos
sometidos a la verdad también en el sentido de que la verdad hace ley, produce el
discurso verdadero que al menos en parte decide, transmite, lleva adelante el mismo
efecto de poder. Después de todo somos juzgados, condenados, clasificados,
obligados a deberes, destinados a cierto modo de vivir o de morir, en función de los
discursos verdaderos que comportan efectos específicos de poder”.
“Así pues las reglas de derecho, mecanismos de poder efectos de verdad o incluso
reglas de poder y poder de los discursos verdaderos”. “En lo relativo a las relaciones
entre el derecho y el poder vale el siguiente principio general: en las sociedades
occidentales, desde el medioevo, la elaboración del pensamiento jurídico se hizo
esencialmente en torno al poder real. El edificio jurídico de nuestra sociedad fue
elaborado bajo la presión real, para su provecho y para servirle de instrumento o de
justificación. El derecho en Occidente es un derecho comisionado por el rey. Por
cierto todos saben, porque se habló incesantemente de ello, que los juristas han
49
ejercido un gran papel en la organización del poder real. No hay que olvidar que la
reactivación del derecho romano en el siglo XII fue el gran fenómeno en torno al
cual y a partir del cual se reconstituyó el edificio jurídico que se había desorganizado
después de la caída del imperio romano. La restauración del derecho romano fue
efectivamente uno de los instrumentos técnicos que constituyeron el poder
monárquico autoritario, el administrativo y absoluto. Entonces: la formación del
edificio jurídico se hizo en torno al personaje del rey, a pedido y en provecho del
poder real. Y cuando en los siglos siguientes este edificio jurídico haya escapado del
control del soberano, cuando se haya puesto en contra, entonces los límites de este
poder y sus prerrogativas serán puestos en discusión. En otras palabras, creo que el
personaje central en todo el sistema jurídico occidental es el rey”.
“En estos grandes edificios del pensamiento y del saber jurídico, siempre se habla
del poder real, de los derechos reales, de los límites del poder real, tanto si los
juristas han sido servidores del rey como de sus adversarios. Y se habla de ello de
dos modos. O para mostrar en que armazón jurídico se investía el poder real, como
si el monarca fuera efectivamente el cuerpo viviente de la soberanía, como si su
poder, en tanto absoluto, fuera adecuado a su derecho fundamental. O para mostrar
cómo es necesario limitar el poder del soberano, a qué reglas de derecho el poder
debía someterse y dentro de qué límites debía ejercerse para conservar su
legitimidad. La teoría del derecho, del medioevo en adelante, se organiza
esencialmente en torno a la soberanía y tiene esencialmente la función de fijar la
legitimidad del poder”.
“En los años anteriores, mi proyecto general era invertir la dirección del análisis del
discurso del derecho a partir del medioevo. Por lo tanto he tratado de hacer valer,
en su secreto y su brutalidad, el hecho histórico de la dominación, y de mostrar no
sólo cómo el derecho es el instrumento de dominación -lo cual es obvio- sino
también cómo, hasta donde y en qué forma, el derecho transmite y hace funcionar
relaciones que no son relaciones de soberanía sino de dominación. Es de notar que,
cuando digo derecho, no pienso simplemente en la ley, sino en el conjunto de los
aparatos, instituciones, reglamentos que aplican el derecho, y cuando hablo de
dominación, no entiendo tanto la dominación de uno sobre otro o de un grupo sobre
otro, sino las múltiples formas de dominación que pueden ejercerse dentro de la
sociedad. Por ende, no tomo en consideración al rey en su posición central, sino a los
sujetos en sus relaciones recíprocas; no a la soberanía como institución, sino como
sujeciones múltiples que tienen lugar y funcionan dentro del cuerpo social”.
“El sistema del derecho es el campo judicial, son los trámites permanentes de
relaciones de dominación y de técnicas de sujeción poliformas. El derecho es visto,
creo, no del lado de la legitimidad a establecer, sino del de los procedimientos de
sujeción que pone en funcionamiento”.
50
“El problema para mí es evitar la cuestión, central para el derecho, de la soberanía
y de la obediencia de los individuos sometidos a ella, y hacer aparecer, en lugar de la
soberanía y la obediencia, el problema de la dominación y de la sujeción. Siendo
ésta la línea general del análisis, era tomar algunas precauciones de orden
metodológico. Primero: no analizar las formas reguladas y legítimas del poder a
partir de su centro (es decir en sus mecanismos generales y en sus efectos
constantes), captar en cambio el poder en sus extremidades, en sus tentaciones, ahí
donde se hace capilar; tomar el poder en sus formas más regionales, más locales,
sobre todo allí donde, saliéndose de las reglas del derecho que lo organizan y lo
determinan, se prolonga más allá de ellas invistiéndose en instituciones, toma
cuerpo en técnicas y se da instrumentos de acción material que pueden también ser
violentos. Un ejemplo: más que tratar de saber cómo se hace el poder de castigar
para fundarse sobre aquella soberanía que es presentada por la teoría del derecho
monárquico o la del derecho democrático, trate de ver cómo efectivamente el
castigo y el poder de castigar tomaban cuerpo en algunas instituciones locales,
regionales, materiales. Tanto si se trataba del suplicio como de la reclusión, he
buscado el ámbito a un tiempo institucional, físico, reglamental y violentos de los
aparatos efectivos de castigo. En otros términos, he tratado de tomar el poder en el
extremo menos jurídico de su ejercicio”.
“Tercer punto: cuando digo que el poder se ejerce, circula, forma redes, esto es
verdad sólo hasta cierto punto. Se puede decir, por ejemplo, que todos tenemos
fascismo en la cabeza o, mejor aún, que tenemos todos poder en el cuerpo y que -
al menos en cierta medida- el poder transita a través de nuestro cuerpo. Pero no
creo que se deba concluir de ello que el poder está universalmente bien repartido
entre los individuos y que nos encontramos frente a una distribución democrática o
anárquica del poder a través de los cuerpos. Me parece que no se debe hacer una
especie de análisis (“deductivo”) que parta del centro del poder y lo siga en su
movimiento reproductivo hacia abajo, llegando hasta los elementos moleculares de
la sociedad. En cambio, me parece que se debe hacer un análisis ascendente del
poder; partir de los mecanismos infinitesimales (que tienen su historia, su trayecto,
su técnica y su táctica) y después ver cómo estos mecanismos de poder (que tienen u
solidez y su tecnología específica) han sido y son aún investidos, colonizados,
utilizados, doblegados, transformados, trasladados, extendidos por mecanismos
cada vez más generales y por formas de dominación global. No es que debemos
estudiar la dominación global como algo que se pluraliza y repercute hasta abajo.
Debemos analizar la manera en la cual los fenómenos, las técnicas, los
procedimientos de poder funcionan en los niveles más bajos; mostrar cómo estos
procedimientos se trasladan, se extienden, se modifican, pero sobre todo mostrar
cómo fenómenos más globales los invaden y se los anexan y cómo poderes más
generales o beneficios económicos pueden insertarse en el juego de estas
tecnologías de poder relativamente autónomas e infinitesimales”.
“Cuarto punto: es posible que las grandes maquinarias de poder hayan sido
acompañadas por producciones ideológicas. Probablemente haya existido una
ideología de la educación, una ideología del poder monárquico, una ideología de la
democracia parlamentaria, pero no creo que lo que se forma en la base sean
ideologías: es mucho menos y mucho más. Son instrumentos efectivos de formación
y de acumulación de saber, son métodos de observación, técnicas de registro,
procedimientos de investigación, aparatos de investigación. Todo esto quiere decir
que el poder, cuando se ejercita en estos mecanismos sutiles, no puede hacerlo sin
formar, organizar y poner en circulación un saber o, más bien, aparatos de saber
que no son edificios ideológicos”.
“Para resumir, estas presunciones de método, podría decir, que en lugar de orientar
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la investigación sobre el poder entendido como institución jurídica de la soberanía y
como aparato de Estado con las ideologías que lo acompañan, se las debe orientar
hacia la dominación, los operadores materiales, las formas de sujeción, las
conexiones y utilización de los sistemas locales de sujeción y los dispositivos
estratégicos. Es preciso estudiar el poder fuera del modelo del Leviatán, fuera del
campo delimitado por la soberanía jurídica y la institución estatal. Hay que
estudiarlo, en cambio, a partir de las técnicas y tácticas de la dominación”.
“Mientras duró la sociedad de tipo feudal, los problemas a los cuales la teoría de la
soberanía se refería cubrían efectivamente la mecánica general del poder, en el
modo en el cual aquel se ejercía hasta los niveles más bajos a partir de lo más altos.
En otros términos, la relación de soberanía, tanto si se la entiende en el sentido lato
o restringido, recubría la totalidad del cuerpo social. Efectivamente, el modo en el
cual el poder se ejercía, podía ser transcripto, al menos en lo esencial, en términos
de la relación soberano-súbdito. Pero en los siglos XVII y XVIII se produjo un
fenómeno importante: la aparición, o mejor dicho, la invención de una nueva
mecánica del poder que tiene sus propios procedimientos, instrumentos totalmente
nuevos, aparatos muy diferentes: una mecánica de poder que creo que es
absolutamente incompatible con las relaciones de soberanía y que se funda sobre los
cuerpos y lo que hacen, más que sobre la tierra y sus productos. Es una mecánica de
poder que permite extraer de los cuerpos tiempo y trabajo, más que bienes y
riqueza. Es un tipo de poder que se ejerce continuamente a través de la vigilancia y
no de manera discontinua por medio de sistemas de tasación y obligaciones
distribuidas en el tiempo; que supone un denso reticulado de coerciones materiales,
más que la existencia física de un soberano. Se apoya sobre un principio que se
configura como una verdadera y propia economía de poder: se debe poder hacer
creer al mismo tiempo la fuerzas avasalladas y la fuerza y la eficacia del que las
avasalla”.
“Este tipo de poder se opone, punto por punto, a la mecánica del poder que describía
53
o trataba de describir la teoría de la soberanía. Esta última está ligada a una forma
de poder que se ejerce sobre la tierra y sus productos, mucho más que sobre los
cuerpos y lo que ellos hacen. La teoría de la soberanía es algo que se refiere al
traslado y a la apropiación por parte del poder, no del tiempo y del trabajo, sino de
los bienes y la riqueza. Permite transcribir en términos jurídicos obligaciones
discontinuas y distribuidas en el tiempo, pero no codificar una vigilancia continua;
no permite fundar el poder en torno a la existencia física del soberano a partir de los
sistemas continuos y permanentes de vigilancia. La teoría de la soberanía permite
fundar un poder absoluto en el dispendio absoluto del poder, y no calcular el poder
con el mínimo derroche y el máximo de eficacia”.
“Se podría decir que, desde el momento que las constricciones disciplinarias debían
ejercerse como mecanismo de dominación y al mismo tiempo debían ser ocultadas
como ejercicio efectivo del poder, también era necesario que la teoría de la
soberanía estuviera presente en el aparato jurídico y fuera reactivada por los
códigos. En las sociedades modernas (a partir del siglo XIX y hasta nuestros días)
tenemos entonces, por una parte, una legislación, un discurso, y una organización
del derecho público articulado en torno al principio de la soberanía del cuerpo social
y de la delegación por parte de cada uno de la propia soberanía al Estado; y por la
otra, un denso reticulado de coerciones disciplinarias que asegura en los hechos la
cohesión de este mismo cuerpo social. Ahora bien: este reticulado no puede, en
ningún caso, ser transcripto dentro de este derecho, que sin embargo es su
acompañamiento necesario. Un derecho de la soberanía y una mecánica de la
54
disciplina: el ejercicio del poder se juega entre estos dos límites. Pero éstos son tan
heterogéneos que no se pueden reducir uno al otro. Los poderes se ejercen en las
sociedades modernas a través, a partir y en el juego mismo de la heterogeneidad
entre un derecho público de la soberanía y una mecánica polimorfa de las
disciplinas. Lo que no quiere decir que de un lado se tenga un sistema de derecho
docto y explícito, que sería el de la soberanía, y del otro, las disciplinas oscuras y
mudas que trabajarían en profundidad, en la sobra y que constituirían el subsuelo de
la gran mecánica del poder. En realidad, las disciplinas tienen su discurso. Son por
las razones que les decía anteriormente, creadoras de aparatos de saber y
conocimientos. Las disciplinas son portadoras de un discurso que no puede ser el del
derecho. El discurso de la disciplina es extraño al de la ley, de la regla como efecto
de la voluntad soberana. Las disciplinas sostendrán un discurso que no será el de la
regla jurídica derivada de la soberanía, sino el de la regla natural, es decir, de la
norma”.
“Creo que el proceso que ha hecho posible el discurso de las ciencias humanas es la
yuxtaposición, el enfrentamiento de dos líneas, de dos mecanismos y de dos tipos de
discursos absolutamente heterogéneos; de un lado, la organización del derecho en
torno a la soberanía y, del otro, la mecánica de las coerciones ejercidas por la
disciplina. Que en nuestros días el poder se ejerza contemporáneamente a través de
este derecho y estas técnicas, que estas técnicas y estos discursos nacidos de las
disciplinas invadan el derecho, que los procedimientos de la normalización colonicen
cada vez más los de la ley: creo que todo esto puede explicar el funcionamiento
global de aquello que yo llamaría una sociedad de normalización. En términos más
precisos, quiero decir que las normalizaciones disciplinarias tienden a enfrentarse
cada vez más con el sistema jurídico de la soberanía. De modo cada vez más nítido
aparece la incompatibilidad de unas con otros, cada vez más necesaria una suerte
de discurso-árbitro, un tipo de poder y de saber “neutralizado” por la consagración
científica”.
2) Hay que examinar antes de empezar lo que deberías probar y el modo como
probablemente se tratará de impedírselo; hay que evitar que se eche a un lado el
principio verdadero para sustituirlo por un principio falso. Sabrás las conclusiones
que necesitarás: deberás hallar un principio para justificarlo.
3) Cuando invocas un argumento para probar una cosa, deberás demostrar que
también prueba otra.
5) Cuando se cita un ejemplo como prueba es necesario hacer que éste sea tan
irritable de por sí como probatorio.
7) Cuidar la medida de los hechos y de los argumentos. Los mismos hechos y los
mismos argumentos colocados en forma diferente producen un efecto diferente.
9) Es necesario comenzar por exponer el punto que se trata de probar; luego hay
que demostrar cómo lo probarás, y luego hay que hacer notar que la prueba está
dada.
10) Cuando hay argumentos que, sin referirse directamente a la causa, son
adecuados para hacer resaltar los méritos de ella, debe comenzarse por esos
56
argumentos; es necesario demostrar que los elementos de juicio aplicables en otro
caso no lo son en éste.
11) Acentuar las pruebas en pro y en contra, y después las presunciones en pro y en
contra.
12) Es indispensable hacer pasar lo bueno por lo malo, y viceversa. Hay que
examinar, uno por uno, con mucho cuidado, nuestros puntos fuertes, y tener siempre
en cuenta los perjuicios dominantes.
13) La intervención en un buen debate debe servir para descubrir una idea; la
fantasía para darle forma y variedad, y la elocuencia para vestirla.
14) Establecer no sólo lo que la cuestión es realmente, sino también lo que no es, y
aquello por qué se equivoca en tomarla.
16) Hacer notar en los discursos de quienes hablaron antes que uno, que fue
escuchado con gusto, y que fue oído con aburrimiento.
17) Cuando una ley es defectuosa, sólo puede consistir en una de estas tres causas:
falta de poder, falta de ideas, falta de conocimiento del asunto en el legislador.
21) Reglas: rendirse a la evidencia; dar prueba de una atención constante; evitar la
precipitación y el arrebato.
22) Para evitar errores no confíes en una sola impresión. Es necesario examinar el
mismo asunto en épocas y situaciones diferentes; preguntar a otras personas qué
piensan acerca del tema.
23) Para juzgar en cualquier asunto, no sigas el parecer ajeno, el tema debe ser
examinado por uno mismo. Rectificando un error general es como se adquiere
mayor crédito.
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24) La mayoría de los oradores propenden con frecuencia a negar un principio en
una parte de su argumentación y a recurrir a él en otra parte.
25) A menudo, los oradores rechazan la primera parte de una teoría, y hacen
descansar luego su conclusión en la otra parte del mismo principio; de ahí resulta
muchas veces que la verdad y el error están mezclados en su decisión.
26) Hay un arte que consiste en hacer uso de una teoría dudosa como un principio
indiscutible, y argumentar con un caso particular como si fuera una máxima
general.
28) Las partes más brillantes de un discurso, si no son las más ricas en argumentos,
resultan las más fáciles de contestar.
29) Si no encontramos argumentos para refutar, entonces hay que hacer objeciones
a una palabra. No concedas nunca nada por simple apariencia o por motivos ligeros,
ni mucho menos sin motivos.
30) Es indispensable examinar si ciertas ideas, encadenadas unas con otra, son
conexas por naturaleza o sólo se unen por la fuerza de la costumbre.
31) Cuando un asunto es difícil, hay que dividirlo en partes iguales y plantear con
claridad cada cuestión distinta.
32) Se debe alterar un tema cambiando sus términos y añadiendo otros nuevos. De
esta manera las ideas resultan más flexibles, variadas y aptas para prestar una
mayor efectividad a nuestra causa. Debemos tener una clara idea del tema, una
idea independiente de las palabras. Hay que tener fija la vista en esa idea durante
toda la argumentación. No debemos permitir el más ligero cambio en los términos,
ya que por concentración, ya por sustracción, ya por sustitución, podrá entonces ver
con claridad lo que es superficial, lo que está dentro del tema desarrollado y lo que
está fuera de él.
33) Siempre debe tener en cuenta el orador que habla, su temperamento, los
oyentes a quienes se dirige el discurso y las circunstancias de tiempo y lugar, etc.
34) Eliminar del discurso todos los términos dudosos y limitar la extensión que fuera
propia de él; si no se puede hacer así, hay que decir que el tema se debe tomar en un
sentido más general.
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36) Que cada una de nuestras concesiones vaya siempre acompañada de alguna
restricción. No desperdiciemos ninguna concesión a nuestro adversario, es necesario
ponerlas a nuestro beneficio.
41) Tres reglas para la verosimilitud: lo que es más conforme con la naturaleza de la
cosa; lo que más concuerde con los resultados de las observaciones constantes y
experiencias reiteradas; lo que mejor responde al decir de los hombres sensatos y
honrados y al testimonio general de la multitud.
46) Cuando se trata de una caso aislado, podrás separar el motivo del hecho; no
podrás hacerlo cuando se trata de costumbres arraigadas o de casos reiterados.
47) Cuando al examinar una propuesta no se le encuentra otra razón sino un interés
particular, puede afirmarse que no tiene más objeto que ese interés.
48) Según la naturaleza de un tema, juzgarás si una regla establecida para un caso
particular es aplicable a otro caso.
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49) A menudo sucede que proporciones exactas en un solo sentido determinado se
presentan como si fueran verdaderas de un modo absoluto.
51) Cuando dos acontecimientos se suceden, no se deduce de ahí que uno haya sido
causa del otro.
52) Reconocer el peso de una objeción es propio de un espíritu imparcial; pero esta
sinceridad se convierte en imprudencia cuando no se tiene guardada una respuesta
(decisiva) a la objeción.
55) Según nos convenga para nuestra causa, mostrar que importa ampliar o
restringir el tema, comprender en él tales o cuales circunstancias o excluirlas.
56) Clasificar nuestros argumentos en dos grupos: para persuadir y para convencer.
Para esto debemos desarrollar discursos muy elocuentes y con una sólida
argumentación.
59) Que la conclusión vaya siempre detrás de la parte más fuerte del discurso. Ante
todo debemos distinguir bien y ordenar correctamente nuestros argumentos.
Distinguir entre lo positivo y lo que sólo es deductible, entre una inducción y la regla
que debe ser decisiva. Investigar con cuidado los motivos de toda hipótesis que se
invoque contra nosotros. Cuando un argumento se acepta en parte y el resto de él se
rechaza formalmente, la situación suele ser menos buena que si hubieses aceptado el
argumento entero.
60) Porque una cosa parezca probable (en cierto sentido) no significa que sea
verdadera; pero es una razón para que se la examine a fondo.
60
63) Llevar cada cosa a su razón y a su principio.
64) No se limiten a rechazar la objeción que ha sido formulada, sino mirar bien a la
derecha y a la izquierda y ver si hay otra cosa.
65) Hacer notar cuán diferente es renunciar a una cosa y renunciar a los defectos de
esa cosa.
67) Distinguir entre lo primero que nos indujo a creer y lo último que nos llevó a
hacerlo.
69) Cuando una palabra tiene dos significados, se debe fundamentar parte de su
argumentación en uno de los sentidos de dicha palabra, y la segunda parte en el otro
sentido.
70) Distinguir entre lo que sea necesario para que una cosa sea y lo que es necesario
para que exista en efecto.
73) Impedir siempre que sea posible que se haga una cita de manera inexacta.
75) El discurso puede llegar al grado de perfección que el orador se proponía, pero
nunca es lo suficientemente perfecto para corresponder a todas las intenciones.
78) Cuando plantees una cuestión en un debate a tu adversario, sea esa cuestión la
última palabra.
79) No es posible decir que una determinada medida no producirá nunca tal o cual
61
consecuencia; basta que esto no sea probable y que dicha medida no sea
particularmente adecuada para ese objeto (que se teme).
80) En las comparaciones, es ventajoso que la similitud sea sobre todo evidente por
las semejanzas enumeradas en último lugar.
81) Cuando no hay necesidad de hacer determinada cosa, no hay motivo para
quejarse con razón que de tal cosa se haya hecho por escrúpulo de conciencia.
84) Nuestro primer cuidado debe ser explicar o persuadir, y enseguida establecer:
1°, lo que está reconocido; 2°, qué objeciones es preciso refutar; 3°, lo que hace
falta probar o confirmar.
85) Meditar primero el fondo y luego las palabras; pesar el valor de cada expresión,
procurando que sea mejor al final que al principio y mejor también al principio que
al medio. Explicar por completo, pero sin complejidades, aun cuando hay pasajes
del discurso donde conviene ya desplegar toda la artillería, y a pulir el pensamiento y
sintetizarlo. Hacer que el discurso sea eficiente y claro, que la caída de cada frase
sea armoniosa; variar las pruebas por medio de imágenes; lo que el discurso
reclama es una causa poderosa, un tema noble, argumentos sólidos, viva
imaginación y un juicio profundo.
86) Comprender al público al cual se le dirige el discurso; considerar lo que oirá con
más atención, lo que desea con ardor más vivo; introducir lo que permita traerle a
la memoria los recuerdos más dulces del pasado y hacer alusiones a cosas conocidas
o gratas.
87) Es raro que las verdaderas razones por las cuales se propone una medida sean
las que se alegan. Distinguirlas es preparar una contundente y sólida provisión de
argumentos para destruirla.
89) Contestar primero a los argumentos de los demás y luego hacer valer los
nuestros.
90) No contentarse nunca con una idea ni con una expresión tal como suele ocurrir,
es indispensable tratar siempre de perfeccionarla cada vez más.
93) Es más fácil refutar el argumento de quien defiende un tema que el tema mismo.
95) Los sofismas más ventajosos en un discurso son aquellos que consisten, no en la
ambigüedad de una sola palabra, sino en la sintaxis ambigua de varias palabras
reunidas.
96) Los verdaderos sofismas consisten en admitir un principio falso, reconocer como
verdadero en absoluto lo que sólo es verdad en un sentido determinado, o atribuir
un efecto a lo que no es capaz de producirlo.
98) Según los casos, disponer de nuestros argumentos en orden cerrado para
paralizar la razón de nuestro adversario, o desplegarlos en gran extensión para
confundirlo.
99) Por medio del análisis se debe reducir un discurso a sus principios y separar sus
diferentes partes de modo que las examines una por una; así podrás conseguir
conocer con más exactitud su conjunto.
100) Por medio de la inducción podrás sacar una consecuencia de varios principios
asentados con anterioridad.
102) Para cuidarse contra la ambigüedad del lenguaje, examina todas las hipótesis y
todos los casos: mayoría, minoría, prioridad, posteridad, identidad, diversidad,
posibilidad, acto, totalidad, parte, existencia, carencia, etc.
104) La razón se perturba muchas veces por el sofisma, por la imaginación y por la
pasión.
63
105) El sentimiento sólo atiende al presente, la razón considera el porvenir y el
conjunto de los tiempos.
106) La lógica trata a la razón tal como es en sí; la retórica la trata como está
constituida según el parecer de la gente.
107) Tomando sólo las partes primeras y últimas de un argumento que nos opongan
y pasando por alto todas las partes intermedias que unen a aquellas entre sí, podrás
dar una apariencia extremadamente ridícula a ese razonamiento.
108) Cuando se nos ocurra algún argumento sólido o una agudeza para la réplica,
no se los debe emplear de una manera precipitada y de un tirón. Producirás más
efecto si, después de manifestar primero algunas razones menos fuertes, aunque
igualmente aptas, en nuestro pensamiento para llevar el convencimiento a los
ánimos, luego, unes todo de una manera lógica con los argumentos más sólidos.
109) Siempre deben examinarse estos dos puntos: si el argumento que se expone es
exacto en sí mismo; y si siendo exacto es aplicable a un tema. En general, los
argumentos son verdaderos en parte, y en parte falsos, en parte aplicables al tema y
en parte inaplicables. Por lo tanto, deberás tratar de reconocer y de manifestar
hasta qué punto es un argumento exacto y aplicable al tema, y hasta qué punto es
inexacto y no se aplica a él.
110) Antes de aplicar el remedio se necesita conocer siempre la causa del mal.
Distinguir entre los males pasados, presentes y futuros.
112) Bien miradas, las partes más serias de la argumentación traen consigo a
menudo algunas digresiones; por lo tanto, lo importante es que las salidas sean
breves, de modo que varíen el curso de la argumentación sin interrumpirlo.
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117) Ver qué partes de nuestra argumentación son más débiles al ataque de nuestros
adversarios, es ahí donde debemos procurar tener reservas de argumentos para
defendernos. Hábil política es a veces no dar a un argumento toda su fuerza, para
poderlo defender con mayor solvencia en la réplica.
119) El discurso debe estar preparado de modo que el orador pueda terminar su
exposición cuando más le convenga.
121) Puede hacerse notar (para sacar partido de ello) no sólo que un orador se
contradice él mismo, sino también que está en contradicción con quienes defienden
la misma causa que él.
122) Es raro que uno de los oradores que intervienen en la discusión no presente
algún argumento de una extravagancia ridícula e insostenible. Entonces es fácil
presentar ese argumento como si fuese el de todos nuestros adversarios.
124) Sobre todo, que nuestro razonamiento esté protegido de objeciones análogas a
las que puedas decir contra los argumentos de nuestros adversarios. Además,
debemos examinar con atención todas las partes de los argumentos empleados
contra nosotros, para ver si se puede oponer a nuestro adversario las mismas
objeciones que él nos hace. Si se puede, en parte, producirás buena impresión; si
puedes devolver el argumento entero, el efecto será muy bueno.
125) Los argumentos de mayor alcance suelen estar con frecuencia tan mal
presentados y tan negligentemente defendidos que pierden toda fuerza. Cuando
adviertas que esto sucede, entonces puedes presentarlos de nuevo de una manera
lúcida, fuerte y capaz de producir efecto. No hablando antes de que el debate llegue
a su fin, debes tener la ventaja de poder responder a todos los argumentos débiles
que hayan opuesto y reunir todos los argumentos fuertes que estén a nuestro favor.
128) Muchas veces la impresión producida en el curso del debate es a menudo más
intensa cuando se insinúa en vez de afirmar, sobre todo en materia de acusación o
vituperio; en tal caso, los procedimientos insinuatorios nos hacen más inatacables en
la respuesta.
129) Cuando puedan caber dudas acerca del valor de una palabra, es indispensable
explicarla por medio de otra u otras que parezcan sinónimas, pero que no lo sean.
132) Es práctico llegar lo más rápidamente posible a lo sustancial del tema; evitar,
en general, toda introducción o todo preámbulo y no dividir nunca nuestro discurso
en varios capítulos. Nada agota y molesta más a nuestros oyentes que hablar mucho
tiempo de forma innecesaria. Aun cuando tengas ese propósito, es bueno declarar
lo contrario, a fin de ganar poco a poco algunos oyentes. Y si advertís que el
discurso se alarga y que nuestro auditorio empieza a cansarse, es provechoso
detenerse unos segundos para pedir disculpas; así comprometerás por algunos
minutos más la atención de los miembros de la Cámara.
133) Examinar por separado los argumentos que tengas intención de emplear en
defensa de nuestra causa y los que probablemente servirán a nuestros adversarios
contra nosotros. Debemos comparar en el momento, y de esa manera podrás ver la
necesidad de reforzar algunos puntos y refutar otros.
134) Ver, no sólo si los buenos argumentos están en pro o en contra de la opinión
que debas defender en el debate, sino también si las disposiciones de la Cámara
son favorables o adversas.
136) Es útil considerar un tema de manera seria y ver todos los aspectos que se
pueden presentar. Con esta actitud podrás ver con más claridad y en forma
metódica todas nuestras ideas; y después de ese examen te darás cuenta de que la
mayoría de las cuestiones son mucho más complicadas de lo que parecían al
principio o todo lo contrario.
137) No dejes de hacer, de una u otra forma, en alguna parte del discurso, algún tipo
de halago para los miembros de la Cámara, además de ser respetuoso de ella.
138) Antes de entrar en el debate, es útil ver en qué terreno va a plantear el tema
nuestro adversario. Luego, es práctico hacer notar cuáles van a ser las bases de su
razonamiento y qué marcha seguirá; mostrar qué dificultades evita por el modo de
presentar sus argumentos y las que necesariamente le saldrán al paso si los
presentase con arreglo a la verdad.
139) Es útil tratar de colocar nuestra causa en un terreno donde puedas evitar la
mayoría de las dificultades que otros oradores encontraron.
140) Con frecuencia sucede que las ventajas conseguidas en el debate provienen de
que los argumentos del orador han ido uno o dos pasos más allá de lo útil: si todos
los argumentos hubiesen sido presentados con más moderación hubieran respondido
casi tan bien al fin propuesto, pero no habría causado el efecto de manifestar los
absurdos de nuestros adversarios.
142) Muchas veces puede ser útil en un debate: tranquilizar, alagar y alarmar a
nuestros adversarios.
143) Hacer frecuentemente alusiones a los principios, a los dichos y a los hechos de
nuestros adversarios.
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147) Cuando se presenta como hipótesis una alegación demasiado violenta para que
nuestros adversarios se atrevan a presentarla como un hecho cierto, mostrarla tal
como quieren darla a entender y hacer ver cuán injusto es insinuar lo que no podría
afirmarse con seguridad.
151) Tres maneras hay de expresarse para dar variedad a un discurso. Primero: ser
sencillos, pero claros y vigorosos. Segundo: emplear expresiones que aclaren el tema
por medio de alusiones a otro tema. Tercero: valerse de expresiones familiares sin
ser vulgares.
152) Hay cinco partes en la elocuencia: hallar lo que es preciso decir; disponerlo, no
sólo con orden, sino también con juicio y racionalidad; vestirlo y embellecerlo por la
expresión; grabarlo en la memoria; expresarlo con gracia y seguridad.
154) Dejar en lo posible en el discurso un sitio libre para poder responder a los
ataques personales de que probablemente seas objeto; de ese modo no tendrás
inconvenientes en las otras partes del discurso.
156) Las mismas causas no producen los mismos efectos, sino cuando obran los
mismos objetos.
157) No confundir los vicios de forma con los defectos que provienen del fondo
mismo de la cuestión.
158) Es útil revisar a última hora nuestro discurso, para ver si los mismos
argumentos producirán mejor efecto en un orden diferente.
159) Ocurre con frecuencia que quienes combaten nuestras propuestas por nocivas
se esfuerzan en otra parte de su discurso que también carecería de eficacia; lo cual
prueba, por lo mismo, que nuestra propuesta no sería tan nociva.
161) El concluir de exponer una idea antes de pasar a otra, da claridad al discurso.
163) En general, algunas veces es bueno hacer presente la fase por la que atraviesa
el debate, o el giro que lleva.
165) Suele producir buen efecto a nuestro adversario cuáles son los puntos que
hubiera debido demostrar para probar su tesis.
166) Independientemente de lo que tengas que decir sobre el tema mismo que se
discute, siempre deberás, en una u otra parte de nuestro discurso, aludir a nuestros
adversarios, mostrando cómo obraron éstos en ocasiones anteriores y en qué
contradicción está su actual conducta con los principios que profesan. Este
procedimiento produce un efecto tanto más seguro cuanto más se combina con el
elogio y no con el vituperio.
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168) Producirás un buen efecto cuando hagas confluir al mismo punto tres o cuatro
propuestas alejadas unas de otras y que no parezcan tener ninguna relación entre sí.
Tal resultado seguramente es efecto más bien del genio que de las reglas. Sin
embargo, conviene tener en cuenta esta excelente regla: Siempre deben examinarse
los principios u orígenes de las propuestas. En efecto, propuestas muy disímiles en
apariencia son a menudo idénticas por el principio.
169) Hacer notar los argumentos débiles expuestos por nuestros adversarios en el
transcurso del debate y luego responder a ellos de manera contundente. En cuanto
a los argumentos sólidos, es imprescindible dejarlos de lado.
172) Ver si una palabra tiene varios sentidos y si puedes emplearla con ventaja, ya
en uno, ya en otro; y luego observad atentamente si nuestros adversarios utilizan
este artificio.
173) Definir es indicar las diferentes ideas simples de que está formada una idea
compuesta, a fin de explicarla. Hacer una definición es señalar en qué es semejante
la cosa definida a otras cosas y en qué difiere de ellas.
175) Las definiciones suelen cometer los errores de dos maneras: o no lo abarcan
todo, o no son exclusivas del objeto.
178) Lo que precede debe servir de introducción a lo que sigue, y lo que sigue debe
reforzar y probar lo que precede.
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179) La elocuencia consiste en concebir con la mente una idea clara; expresarla
con palabras y adecuarla al auditorio; esta última condición, que es muy variada,
depende de los tiempos, de las personas, de los lugares y de las cosas.
180) A las personas se las puede convencer de tres maneras: por el carácter del
orador, por las disposiciones del oyente y por la fuerza de la demostración.
181) Para agradar a nuestros oyentes, es práctico decir las cosas de una manera
general que responda a sus sentimientos actuales; por lo tanto, deberás examinar el
estado de ánimo del auditorio. Muchas veces las sentencias que expresan verdades
generales dan al discurso un gran aspecto de moralidad.
183) Las cosas dichas con mayor precisión son las más visibles para el oyente.
184) De todos los silogismos, los más fastidiosos son los que no parecen claros desde
el principio.
185) Las partes del discurso son. El exordio, la tesis, la demostración y el epílogo.
186) El exordio sirve para hacer conocer el propósito del discurso; si el discurso ha
de ser corto y su objeto conocido, huelga el exordio. También sirve para rechazar la
calumnia del adversario.
187) El orador debe separar todos los obstáculos en el comienzo del discurso. La
acusación debe insistir en sus cargos en el epílogo, a fin de que los oyentes
conserven muy fresca la memoria de ellos.
189) Es muy bueno que el orador siempre tenga una apariencia modesta.
190) La retórica sería muy fácil si se pudiera cumplir inexorablemente una sola
regla: la racionalidad; el orador debe tener, ante todo, un ingenio inventivo que
sepa variar sus procedimientos según las causas, las coyunturas, las ocasiones y las
relaciones.
191) A menudo es posible decir las cosas con una ambigüedad bastante bien
calculada para que pueda dar margen a interpretaciones, no sólo diferentes, sino
casi opuestas.
192) Al exponer en un debate, es muy útil ser sencillo y claro al argumentar. Agudo y
enérgico; en los comentarios, justo y elegante; en la elocuencia, vehemente y
racional.
71
193) Para atacar lo que otros han dicho o para defender lo que nosotros hemos
dicho es práctico añadir u omitir una o más palabras; o bien poner una palabra en
lugar de otra, un poco más moderada un poco más enérgica, según el fin que
persigas.
194) Las ambigüedades más seguras y más hábiles son aquellas que resultan del giro
de toda la frase y no de una palabra en particular.
198) Tres cosas hay que hacer en un discurso: instruir, conmover y agradar, y
cuando pueden excitarse las pasiones, mejor aún, se produce un gran efecto sobre
los oyentes.
201) Muchas veces la obra de persuadir está toda ella en la comparación de una
circunstancia con otra.
204) Cuando se expone una idea es muy útil descubrir exactamente la disposición de
ánimo de las personas, para aprovecharla si nos es favorable y para modificarla si
nos es adversa.
206) Si no puedes combatir una afirmación tal como la hizo nuestro adversario, vé
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entonces si es posible lograrlo por medio de una ligera alteración en la forma y en el
fondo.
212) Siempre es bueno tener una idea muy clara de la propuesta que queremos
demostrar y de los argumentos que debemos fundamentar, es necesario examinar a
qué parte del debate (mayor, menor o conclusión) se refiere tal o cual parte del
discurso.
214) Es necesario definir con exactitud, dividir con regularidad el asunto, distinguir
las diferentes partes de la propuesta, hacer un silogismo.
216) Las palabras tienen con frecuencia más de un sentido, y son verdaderas o
falsas según el sentido con que se tomen.
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SOFISMAS POLÍTICOS
DEL SOFISMA EN GENERAL
Entre error y sofisma hay una diferencia fácil de captar. Error designa simplemente
una opinión falsa; sofisma designa también una opinión falsa, pero de la que se hace
un medio para un fin. El sofisma se pone en obra para influir sobre la persuasión del
otro y para obtener de ello algún resultado. Así, el error es el estado de una persona
que alimenta una opinión falsa; el sofisma es un instrumento de error. Hablar de los
buenos tiempos pasados, creer que en la antigüedad eran más prudentes, más
hábiles que los hombres de hoy, será por ejemplo, un error vulgar. Valerse de tal
prejuicio, servirse de él para combatir innovaciones útiles o para defender
instituciones viciosas será un sofisma.
Cada sofisma tiene un carácter particular, pero todos ellos tienen un carácter
común: el de ser extraños a la cuestión. La cuestión, en un debate legislativo, debe
ser siempre ésta: ¿es buena o mala la medida propuesta? Se trata de calcular sus
efectos, de comparar los bienes y los males que puede producir; tantos bienes,
tantos argumentos a favor suyo; tantos males, tantos argumentos es su contra. El
sofisma alega en pro o en contra de una ley, una cosa completamente distinta a la
consideración de sus efectos; tiende a desviar la razón de este punto de vista,
sustituyéndolo por cualquier otro, y a juzgar la cuestión sin consideración a su
mérito intrínseco.
1) Los sofismas suministran una presunción útil para quienes se sirven de ellos.
2) Con relación a las buenas medidas, los sofismas suelen ser inútiles para evitar que
tales medidas tengan un buen resultado.
3) No solamente pueden ser aplicados a malos fines, sino que es su más común
destino.
5) Suponen, por parte de quienes los emplean o los adoptan, una falta de sinceridad
o, en el menor de los casos, una falta de inteligencia.
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El mal de los sofismas puede dividirse en dos ramas, mal específico y mal general.
Por mal específico entendemos el efecto inmediato de tal sofisma contra una buena
medida o a favor de una mala.
Los sofismas pueden dividirse considerando su destino o su fin especial. Unos están
destinados a eliminar una cuestión sin examinarla; otros, a diferirla para ganar
tiempo y a oscurecerla, si no se puede evitar el tratarla. Llamaremos a los primeros
sofismas, de autoridad o de prejuicio; a los segundos, sofismas dilatorios; y a los
terceros, sofismas de confusión.
Los hombres, que en un debate político tienen gran interés en no sufrir el examen de
una propuesta, se esfuerzan por poner el juicio solo, en lugar de un razonamiento
lógico y racional. Ahora bien, el perjuicio en materia de opinión se reduce siempre a
la autoridad del juicio ajeno, que quiere presentarse como decisivo acerca del punto
controvertido sin ninguna apelación a la razón.
5) Los que la proponen son hombres peligrosos: de ellos no puede venir nada bueno.
Sofisma de los personalismos injuriosos.
Este sofisma, aun cuando más simple en su naturaleza, es muy variado en sus modos
de expresión. Propuesta una medida para remediar cualquier mal, se responde que
es prematura, sin alegar ninguna prueba. Este modo de objeción es el recurso de
aquellos que queriendo hacer fracasar la propuesta no se atreven a combatirla
abiertamente. Muestran, en apariencia, su deseo de aprobarla. No desisten sino en
cuanto a la elección del momento. Su intención real es derribarla para siempre;
pero, para no echarse la gente en su contra, se limitan a pedir un simple
aplazamiento.
Todo debe marchar por grados en política. La marcha gradual es escolta de todos
los calificativos positivos, es templada, es pacifica, es conciliadora. La marcha
opuesta es temeraria y alarma a la gente común. Un orador que sepa manejar estos
elementos en sus discursos tendrá la oportunidad de hablar sin términos precisos.
Podrá decir el orador: sólo el tiempo y la razón son capaces de disipar los temores
de los hombres, porque sólo el tiempo y la razón ilustran la ignorancia.
Si un argumento puede servir de motivo para rechazar una medida, puede servir
también para rechazarlas todas: pues ¿cuál es la medida de la que no puede
afirmarse que no será seguida de alguna otra que se juzgue mala?
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SOFISMAS DE CONFUSIÓN
Cuando los opositores de una medida propuesta son cercados y no tienen ningún
medio de evitar el debate, no les queda otro camino que extender sobre el tema que
se tratará una oscuridad profunda.
4) La confusión de la parte con el todo. Rechazan una reforma propuesta, por algún
ligero inconveniente que sería fácil hacer desaparecer. Sofisma de los
inconvenientes remediables presentados como medios concluyentes contra la
medida propuesta.
Tratar de eludir una distinción, confundir bajo una misma palabra cosas muy
diferentes. En este caso se trata de engañar por una distinción simulada. Pero
mostremos mejor la naturaleza de este sofisma bajo la forma de una instrucción
para emplearlo. Enseñemos a dar palabras en lugar de razones: si se tiene que
sostener una propuesta demasiado mala para que sea defendible en su totalidad, o si
se tiene que combatir una propuesta buena y demasiado evidente para atacarla de
frente en su totalidad, es imprescindible aplicar, si el caso lo permite, una distinción
simulada por la cual colocarás bajo un nombre favorable todo el bien del que la
propuesta sea susceptible, y bajo un nombre desfavorable todos los malos efectos
que pueda tener.
Para poner en circulación una moneda falsa están tres personas: el fabricante, el
distribuidor y el aceptante.
Cada uno de ellos puede concurrir al mismo acto sin tener la menor intención y el
mismo grado de conocimiento: 1) mala fe; 2) temeridad; 3) error. Estos pueden ser
los tres estados en que su cerebro puede encontrarse con relación al acto.
Cuanto más manifiesto sea el interés tentador, más puede presumirse la mala fe;
pero todavía no es más que una presunción, pues cabe que quienes ceden a su
influencia muchas veces no se dan cuenta de ello.
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LAS LEYES DE HIERRO DEL PODER
Hay un error que cuesta muy caro en política, es expresar sus sentimientos en el
momento equivocado.
Las emociones nublan la razón, y si una persona no es capaz de ver la situación con
claridad no podrá prepararse para enfrentar dicha situación con un cierto grado de
control.
El poder requiere de la habilidad de jugar con las apariencias. Para ello, deberá
aprender a ponerse muchas máscaras y a llevar una bolsa llena de trucos y
artimañas. El engaño y la simulación no deben considerarse como algo sucio o
inmoral. Toda interacción humana exige cierta cuota de engaño en distintos niveles,
y en cierta medida es una de las cosas que diferencia al ser humano con el resto de
los animales es la capacidad de mentir y embaucar.
Torne su rostro tan maleable como el de un gran actor, trabaje para ocultar y
controlar sus emociones e intenciones frente a los demás. Jugar con las apariencias y
dominar el arte del engaño es uno de los placeres estéticos de la política, y constituye
un componente clave en la adquisición del poder.
Si el engaño es el arma más poderosa del arsenal, la paciencia (en todos sus actos) es
el escudo fundamental. La paciencia protege al político de cometer crasos y estúpidos
errores. Al igual que el control de las emociones, la paciencia es una habilidad que
no surge en forma espontánea, sino que se adquiere.
Nunca pierda tiempo valioso, o su paz interior, en los asuntos de otras personas:
hacerlo equivale a pagar un precio demasiado elevado.
Siempre hay que decirle a la gente lo que quiere oír y no enfrentarla con la cruda y
desagradable realidad de lo que uno sabe, piensa o siente. Si una persona ansía el
poder, debe dejar de lado la sinceridad y debe aprender el arte de simular las
intenciones. Cuando lo domine, siempre correrá con ventaja con respecto a los demás.
El primer instinto del ser humano es siempre creer en las apariencias. Kierkeaard
decía: “El mundo quiere que lo engañen”.
Cuando intente impresionar a la gente con palabras, tenga en cuenta que cuanto
más diga, tanto más vulnerable será y tanto menor control de la situación tendrá.
La lengua humana es una bestia que muy pocos saben dominar. Forcejea
constantemente por escapar de su jaula y, si no se la adiestra de manera adecuada, se
vuelve en contra de uno y le causa enormes problemas. Aquellos que despilfarran el
tesoro de sus palabras no pueden acumular poder. El poder es un juego de
apariencias y cuando una persona dice menos de lo necesario parecerá
inevitablemente más interesante de lo que en realidad es. El silencio en política hace
sentir incómodos a los hombres.
Una vez que las palabras han salido de la boca, no es posible retirarlas. Se debe
mantener la lengua bajo un estricto control. Las personas verborrágicas suelen ser
consideradas peligrosas, además de incapaces y poco serias.
“Los tontos dicen que aprenden de sus experiencias. Yo prefiero beneficiarme con la
experiencia de los demás”. Bismarck.
5) En los ámbitos del poder, usted debe plantearse las siguientes preguntas: ¿qué
sentido tiene moverse frenéticamente en distintas direcciones tratando de resolver
problemas y de derrotar a mis enemigos, si nunca logro controlar la situación? ¿Por
qué siempre tengo que reaccionar a los hechos, en lugar de dirigirlos? La respuesta
es simple: usted tiene una idea equivocada del poder.
Muchas veces se confunde acción agresiva con acción eficaz. Y la mayoría de las
veces la acción más eficaz puede ser permanecer en segundo plano, mantener la
calma y dejar que los otros terminen frustrados por las trampas que usted les ha
tendido, apuntando a un poder a largo plazo y no a un triunfo rápido e inmediato.
El poder reside en lograr que los demás hagan lo que usted quiere. Cuando se logre
esto sin tener que forzarlo o herirlo, cuando por su propia voluntad le otorgan lo que
usted desea, entonces el poder se vuelve algo concreto. Lo más conveniente para
alcanzar este poder es crear una relación de dependencia. No sea uno de los tontos
que, erróneamente, creen que la máxima forma del poder es la independencia. El
poder implica una relación entre la gente. Usted siempre necesitará de los demás
como aliados, rehenes o incluso como débiles hombres que le sirvan de fachada. Un
hombre por completo independiente vivirá en una cabaña solo en el bosque, con la
libertad de ir y venir a su antojo, pero no tendrá poder.
Lo mejor a lo que usted puede aspirar es crear en los demás una dependencia tal que
le permita disfrutar de una suerte de independencia al revés, en que la necesidad de
los demás sea la base de su propia libertad.
Haga que la gente dependa de usted y ganará más con la dependencia que con la
cortesía. Quien ha saciado su sed de inmediato le vuelve la espalda a la fuente, pues
ya no lo necesitan. Cuando la dependencia desaparece, también desaparece toda
educación y decencia, y después el respeto. La primera lección que la experiencia
debería enseñarnos es la de mantener la esperanza viva pero nunca satisfecha de
modo que nos necesiten siempre.
Todos los hombres son hijos de la costumbre y la primera impresión que reciben suele
ser la que perdura.
Recuerde: al jugar con las emociones de la gente, los actos de bondad, generosidad u
honestidad calculada pueden convertir a un Capone en un niño crédulo.
El interés propio es la palanca mágica que mueve a la gente. Una vez que usted haya
logrado hacerles ver de qué manera satisfacer sus necesidades o beneficiar la causa
de otro, la resistencia que se oponía a su pedido de ayuda desaparecerá como por arte
de magia.
El mejor camino y más corto para hacer fortuna es hacer comprender a los demás,
con toda claridad, que si promueven sus intereses. se beneficiarán ellos también.
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El sol sólo puede apreciárselo por su ausencia. Cuanto más largos sean los días de
lluvia, tanto más se ansía el sol. Pero demasiados días calurosos y soleados nos
abruman. Aprenda a mantenerse a oscuras y haga que la gente pida su regreso.
Utilice su ausencia para crear respeto y estima. La presencia desmedida puede llegar
a reducir la fama, y la ausencia puede llegar a aumentarla. Un hombre al
permanecer ausente puede llegar a ser considerado una persona muy importante.
10) El ser humano es hijo del hábito y tiene una necesidad insaciable de sentirse
familiarizado con las actitudes de quienes lo rodean.
11) Nunca se aleje tanto de las calles como para no escuchar lo que está pasando en
ellas.
Dado que el ser humano es por naturaleza una criatura sociable, el poder depende
de la interacción y de la circulación social.
El riesgo reside, sin embargo, en que cierto tipo de aislamiento puede engendrar
ideas extrañas y perversas. Uno puede obtener una mayor perspectiva del panorama
general, pero perderá el sentido de su propia pequeñez y de sus limitaciones. Además,
cuanto más aislado se encuentre, tanto más difícil le resultará salir de ese
aislamiento cuando lo decida: es algo que lo va tragando como la arena movediza sin
que usted pueda darse cuenta. Si necesita tiempo para pensar, elija el aislamiento
sólo como último recurso, y además, en pequeñas dosis. No deje de mantener abierto
el camino de regreso a la sociedad.
12) Nunca suponga que la persona con la que está tratando es más débil o menos
importante que usted. Nunca se sabe con quien se está tratando. Alguien que hoy
parece una persona carente de importancia y de medios, mañana puede llegar a
poseer gran poder e influencia.
La gente olvida muchas cosas en la vida pero un insulto es algo muy difícil de
olvidar. No se gana nada con insultar a alguien. Tráguese siempre ese impulso
irracional de ofender a una persona aunque parezca débil o inofensiva. La
satisfacción que la ofensa le podría llegar a dar es muy poca comparada con el riesgo
85
de que algún día el otro se halle en una posición desde la cual podrá hacerle mucho
daño.
La habilidad de evaluar a la gente y de saber con quién se está tratando es una de las
artes más importantes en el proceso de alcanzar y de conservar el poder político.
Nunca jamás confíe en las apariencias.
Los errores suelen perdonarse, pero el desprecio nunca. El orgullo recuerda a las
ofensas por siempre.
13) Gran parte del poder tiene que ver, no con lo que se hace, sino con lo que no se
hace. Las acciones precipitadas y necias se evitan para no meterse en problemas.
Antes de actuar, hay que formularse las siguientes preguntas: 1- ¿qué beneficios me
trae determinada actitud? 2- ¿estos hechos tendrán consecuencias imprevistas? 3-
¿me generará nuevos enemigos? 4- ¿podrá aprovecharse alguien de mis esfuerzos?
Los finales tristes son más frecuentes que los finales felices. No se deje obnubilar por
el final feliz que le pinta su imaginación.
14) Según el Cardenal Richelieu, el secreto del éxito consiste en permanecer natural
y ocultar el esfuerzo invertido en el trabajo que se realiza.
Nunca exponga el trabajo y el sudor que se oculta tras su celeridad. Algunos creen
que revelar el esfuerzo realizado demuestra diligencia y sinceridad, pero en realidad
sólo lo hace parecer más débil, como si cualquier persona que trabajase sobre ese
tema pudiera lograr lo mismo.
Realice sus esfuerzos a solas, y aparezca ante los demás como si poseyera la gracia y
la facilidad de un hombre muy inteligente. Nunca se debe ver la fuente del poder, sólo
se deben ver sus efectos.
Cuando usted da mucha información sobre un tema importante, da a los demás ideas
que pueden utilizar en su contra por lo tanto pierde la ventaja del silencio.
Los hombres desean que el mundo sepa lo que ha hecho, desean gratificar su
vanidad recibiendo aplausos por el trabajo esforzado y por la habilidad, e incluso
86
buscan compasión por el tiempo y el esfuerzo invertido para alcanzar tal meta. En
política es necesario aprender a controlar el deseo de exhibirse, dado que los efectos
de tal exhibición son a menudo todo lo contrario de lo que usted espera. Recuerde:
cuanto más misterio rodea a sus acciones tanto más impresionante parecerá su poder.
15) A nadie le gusta sentirse más estúpido que los demás. Por lo tanto, el truco
consiste en hacer sentir sagaces e inteligentes a sus víctimas y, sobre todo, más
sagaces e inteligentes que usted. Una vez que los haya convencido de esto, nunca
sospecharán las motivaciones ocultas.
Un hombre puede ser de lo más humilde en todas sus actitudes y, sin embargo,
difícilmente logrará que la gente pase por alto el “crimen” de destacarse por su
intelecto. “usted debería saber que los tontos son cien veces más reacios a juntarse
con los sabios, que los sabios a aceptar la compañía de los tontos”.
“Por otra parte muchas veces es aconsejable hacerse pasar por estúpido, porque así
como el calor resulta grato al cuerpo, a la mente le hace bien sentir su superioridad;
y un hombre inteligente buscará la compañía que le ofrezca las mayores
posibilidades de obtener esa sensación, tanto como instintivamente se acerca a la
chimenea o caminará por el lado del sol si quiere sentir calor en el cuerpo. Pero esto
significa que será blanco de hostilidad de los demás, debido a su superioridad. Si un
hombre desea ser querido por quienes lo rodean, debe mostrarse inferior en lo
relacionado con su intelecto”. A. Schopenhauer.
Para muchas personas la sensación de que alguien es más inteligente que él les
resulta casi intolerable.
16) “Si usted está en una posición de debilidad, no ganará nada con pelear en vano.
La mayoría de los débiles nunca ceden cuando deben hacerlo. Si no estás en peligro
no luches”. Sun–Tzu.
La ley de la concentración es que se ahorra mucha más energía y se gana más poder
adhiriendo a una sola y adecuada fuente de poder.
“Valore la intensidad más que la extensión. La sola extensión nunca se eleva por
encima de lo mediocre, y la desgracia de los hombres que tienen intereses generales
muy variados y dispersos es que si bien quisiesen meter la cuchara en todos los
platos, terminan no metiéndola en ninguno. La intensidad brinda eminencia y
convierte las cosas heroicas en sublimes”. Baltasar Gracián.
“Es muy sabio ser cortés, es muy estúpido ser rudo. Hacerse de enemigos a través
de una descortesía innecesaria y deliberada es una forma de proceder tan
demente como prender fuego a su propia casa. Porque la cortesía es como una
moneda falsa con la que es una tontería ser mezquino. Un hombre sensato será
generoso en su uso. La cera es una sustancia dura y quebradiza por naturaleza,
pero puede tornarse blanda y maleable con sólo aplicarle un poco de calor;
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entonces adoptará la forma que usted quiera. De la misma manera, siendo
amable y cortés podrá lograr que la gente se torne maleable y sumisa, aun
cuando por naturaleza sea díscola y mal dispuesta. De ahí que la cortesía y la
amabilidad sean para la naturaleza humana lo que el calor es para la cera”. A.
Schopenhauer.
19) Nunca crea que su habilidad y su talento son lo único que importa. En
política, la habilidad es más importante que su talento. Nunca invierta tanto
tiempo en sus trabajos como para dejar de lado sus habilidades sociales.
Nunca pida demasiado y siempre sepa cuándo detenerse. Nunca se arriesgue a ser
descubierto en sus maniobras. Nunca permita que la gente descubra sus tretas.
20) Las emociones en público: el mal actor es aquel que siempre es sincero. Las
personas que muestran su corazón en sociedad resultan cansadoras y fastidiosas.
A pesar de su sinceridad, cuesta tomarlas en serio. Quienes lloran en público
podrán generar una compasión temporaria, pero la compasión pronto se convierte
en burla e irritación cuando se descubre que esos individuos lloran para llamar la
atención, y una parte maligna del ser humano desea negarles tal satisfacción.
La clave para mantener en vilo al público radica en hacer que los hechos se
desarrollen con lentitud, para acelerarlos luego en el momento indicado de
acuerdo con un esquema y un ritmo que usted debe controlar a la perfección.
Sepa ser todo para todos. Un discreto Proteo, un intelectual entre intelectuales, un
santo entre santos. En esto radica el arte de ganar la adhesión de todos, ya que
nada atrae tanto a la gente como lo similar. Observe los distintos temperamentos y
adecuese al de la persona que tiene que enfrentarse; siga la corriente del serio y
del jovial cambiando con discreción de ánimo y de modalidad.
21) Nuestro buen nombre y nuestra reputación dependen más de lo que ocultamos
que de lo que revelamos. Todo el mundo comete errores, pero quienes son
realmente hábiles y sagaces se las arreglan para ocultarlo.
Los crédulos no pueden mantener distancia. Suele ser más fácil engañar a un
grupo que engañar a un individuo. Esto sin embargo implica un riesgo, si en
algún momento el grupo descubre que usted lo está engañando deberá enfrentarse
no con una sola persona engañada, sino con una muchedumbre furiosa que lo
destrozará con la misma avidez con que antes lo siguió.
La posibilidad del hombre a dudar, la distancia de los hechos que permite al ser
humano razonar, se debilita cuando se une a un grupo de personas románticas e
irracionales. El hombre deja de ser un escéptico racional para transformarse en
un fanático crédulo.
Cuando se juega con las emociones de una muchedumbre debe saber adaptarse y
sintonizar de inmediato los distintos estados de ánimo y deseos generados por el
grupo.
Hacer las cosas a medias y andarse con medias tintas cava una fosa profunda. Si
usted entra en acción con su confianza a media asta, usted mismo levantará
90
obstáculos en su camino.
La audacia nunca debe convertirse en la estrategia en la que usted base todas sus
acciones. Es un instrumento táctico que debe utilizarse en el momento adecuado.
Planifique por adelantado y luego remate su accionar con un acto de audacia que le
asegure el éxito. Es decir: puesto que la audacia es una reacción adquirida, también
es una actitud que hay que aprender a controlar y a utilizar a voluntad. Ir por la vida
armado sólo con audacia es muy peligroso, incluso puede llegar a ser fatal.
24) La mayoría de los hombres son gobernados por el corazón, y no por el cerebro.
Sus planes son vagos y, cuando se enfrentan a un obstáculo, improvisan. Pero la
improvisación sólo permite sobrevivir hasta la próxima crisis y nunca sirve de
sustituto de una planificación concreta de principio a fin.
La experiencia nos demuestra que si uno prevé de lejos los objetivos que quiere
alcanzar, es posible actuar con rapidez cuando llega el momento para hacerlo
realidad. Cardenal Richelieu.
Quienes son capaces de prever por adelantado y planean con paciencia para lograr
que sus planes den sus frutos suelen acumular un poder sorprendente.
Dado que la mayoría de la gente está demasiado prisionera del momento presente
como para planificar con ese tipo de previsión, la capacidad de ver los peligros se
traduce en poder. Es el poder el que confiere la capacidad de superar la natural
tendencia humana de reaccionar ante los hechos a medida que éstos se producen y,
en lugar de ello, aprender a dar un paso atrás e imaginar el cuadro de situación total
que se desarrolla más allá del campo visual inmediato.
25) Dado que el poder depende en gran medida de la apariencia, usted deberá
aprender las estratagemas que potencian su imagen.
Una vez que se involucre en una lucha que no es suya, perderá toda iniciativa. Los
intereses de los combatientes se convierten en los suyos propios y usted se
transformará en una herramienta de ellos. Aprenda a controlarse, reprimiendo su
natural tendencia a tomar partido y a involucrarse en disputas.
Sea amable y encantador con cada uno de los contendientes; luego dé un paso al
costado mientras ellos chocan entre sí. Cada nueva batalla los debilitará más,
mientras que usted se fortalecerá con cada batalla que evite. Recuerde: nunca se
involucre innecesariamente.
Para tener éxito en el juego del poder es necesario aprender a dominar las emociones.
Pero aun cuando usted logre ese tipo de autocontrol, nunca podrá controlar la
disposición temperamental de quienes lo rodean. Y ése es el mayor de los riesgos. La
mayoría de la gente se maneja en un torbellino de emociones, reaccionando
constantemente y procurando allanar disputas y conflictos. Su autocontrol y su
autonomía no harán sino enfurecer a los demás. Tratarán de arrastrarlo al torbellino
y le rogarán que tome partido en interminables batallas o que haga de pacificador. Si
usted sucumbe a estos emotivos ruegos, poco a poco, verá que su mente y su tiempo
terminan absorbidos por los problemas de los demás. No permita que la compasión
por los otros lo lleve a involucrarse. Es un juego que nunca podrá ganar, pues los
conflictos no harán sino multiplicarse.
Por otra parte. Usted no puede mantenerse al margen por completo, pues con ello
ofendería e irritaría sin necesidad. Para jugar este juego de la manera adecuada
deberá parecer interesado en los problemas de los demás, e incluso, en ocasiones, dar
la impresión de tomar partido por ellos. Pero mientras por fuera manifiesta gestos de
apoyo, tendrá que conservar su energía y su cordura manteniendo las emociones al
margen de los sucesos. Por mucho que los otros traten de involucrarlo, nunca permita
que su interés por los asuntos ajenos vayan más allá de la superficie.
No se precipite en tomar una posición determinada, tenga paciencia y haga todos los
cálculos necesarios, no pierda la cabeza. Recuerde: usted sólo dispone de una
cantidad limitada de energía y de tiempo, cada momento desperdiciado en los
asuntos de los demás les quita tiempo y energía a sus propios problemas.
La fortuna es una diosa veleidosa, que suele pasarse de un bando a otro sin ningún
problema.
26) Muchas veces se evita la verdad porque suele ser dura y desagradable. En
política nunca recurra a la verdad ni a la realidad, salvo que esté dispuesto a
enfrentar la ira que genera la desilusión. La vida es tan dura y problemática que
aquellas personas capaces de inventar ilusiones o crear fantasías son como un oasis
en el desierto: todos van hacia ellas. Apelar a la fantasía de las masas puede
92
producir una fuente inmensa de poder.
Tan grande es el poder de la fantasía que hecha raíces en la mente del hombre de
manera increíble. Sobre todo en tiempo de escasez y decadencia. La gente raras veces
llega a creer que sus problemas se deben a sus propios errores y estupideces. Algo o
alguien tiene la culpa (el otro, el mundo, la mala suerte, etc.) y por lo tanto están
seguros de que la salvación vendrá de afuera.
La fantasía nunca puede actuar sola. Necesita como telón de fondo las necesidades.
Es la opresión de la dura realidad lo que permite que la fantasía eche raíces y
florezca. El político capaz de armar una fantasía a partir de una realidad deprimente
tiene grandes posibilidades de llegar al poder.
Al buscar la fantasía que cautivará a la masa tendrá presentes las verdades banales
que inciden pesadamente entre todos los hombres.
Para acceder al poder, usted deberá ser una fuente de placer para quienes lo rodean,
y el placer surge del arte de adecuarse a la fantasía de la gente. Nunca prometa una
mejora gradual mediante un gran esfuerzo de las personas. Prometa un cambio, una
gran transformación, una gran fantasía.
FANTASIA: podemos ingresar a un mundo por entero nuevo, con códigos diferentes y
promesas de aventuras.
FANTASIA: los hombres pueden encontrarse en una mística unión de las almas.
27) Todo individuo tiene un punto débil, una fisura en la muralla que rodea su
fortaleza. Por lo general, esa debilidad es algo que le causa inseguridad, o una
emoción o una necesidad que lo supera. También puede ser un placer secreto. Sea lo
que fuere, una vez que usted ha descubierto esa debilidad, se convierte en un
elemento de presión que puede manejar a su antojo y, por supuesto, siempre a su
93
favor.
“Ningún mortal puede guardar un secreto. Si sus labios callan, parlotea con la yema
de los dedos; se delata a través de los poros”. Freud.
Conocer la infancia de una persona puede ser una poderosa clave para descubrir sus
puntos débiles.
Llene el vacío: los dos vacíos emocionales más importantes son la inseguridad y la
infelicidad. El inseguro aceptará cualquier cosa a cambio del reconocimiento social.
El infeliz crónico tiene algún motivo para serlo, averígüelo. El inseguro y el infeliz
son las personas menos capaces de disimular sus debilidades.
Richelieu decía que para él no había movimiento estratégico más importante que
descubrir los aspectos débiles del enemigo y presionar sobre ellos.
Ya que estamos en el tema de las emociones, hay otro hecho que merece mencionarse,
y es el siguiente: un hombre demuestra su carácter simplemente a través de cómo
maneja las cosas banales de la vida, porque es entonces cuando baja la guardia. Esto
suele brindar una buena oportunidad para observar el ilimitado egoísmo de la
naturaleza humana y su total falta de consideración para con los demás; y si estos
defectos se manifiestan en pequeños casos o simplemente en el comportamiento
general, comprobará usted que también tienen la forma de actuar en temas de
importancia, aun cuando se intente disimularlos.
“Ésta es una oportunidad que no debe pasarse nunca por alto. Si en los pequeños
asuntos cotidianos, las pequeñeces de la vida, un hombre es desconsiderado, y sólo
busca aquello que le resulte ventajoso o conveniente, sin importarles los derechos de
los demás; si se apropia de lo que pertenece a todos por igual, puede estar usted
seguro que no hay justicia en su corazón y de que sería un villano de talla mayor si
no fuese porque la ley y la fuerza le atan las manos”. A. Schopenhauer.
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Busque lo opuesto y nunca crea en las apariencias. Encuentre el punto débil de cada
persona. Ésta es la forma de poner la voluntad del otro en acción. Para ello
necesitará más habilidad que decisión: usted deberá saber dónde presionar a cada
individuo. Cada voluntad tiene un motivo especial, varía según el gusto y las
circunstancias. La mayoría de los hombres son idólatras, algunos de la fama, otros de
sus intereses personales y la mayoría de los placeres. Las habilidades consisten en
conocer a esos ídolos, a fin de ponerlos en juego. Al conocer la fuente de la
motivación de cualquier hombre tendrá la clave para manejarlo a voluntad.
Cuanto más emocional sea el punto débil del otro, mayor será el riesgo potencial.
Conozca los límites de este juego y nunca se deje llevar por las ansias de controlar al
otro. Lo que usted busca es poder, no la emoción de dominar.
Nunca pierda el respeto por usted mismo ni se muestre demasiado relajado cuando
está a solas. Haga que su integridad sea su propio estándar de rectitud y dependa
más de la severidad de su propio juicio sobre su persona que de todos los preceptos
externos.
Nunca demuestre tener prisa, ya que el apuro delata la falta de control sobre el
tiempo y sobre su propio accionar. Muéstrese siempre paciente, como si supiera que,
con el tiempo, todos sus deseos se cumplirán. Conviértase en un especialista en el arte
de detectar el momento propicio para cada caso. Descubra el espíritu de los tiempos
actuales y las tendencias que lo pueden llevar algún día al poder. Aprenda a
mantenerse a la expectativa cuando el momento propicio haya llegado y a golpear
con fuerza cuando la oportunidad sea propicia.
El arte de aguardar el momento oportuno nos enseña una gran cantidad de lecciones
fundamentales: en primer lugar es de crucial importancia reconocer el espíritu de la
época. Siempre hay que adecuarse a los tiempos, anticipar los altibajos y giros y
tratar de nunca prender el tren. A veces el espíritu de la época resulta difícil de
analizar: reconózcalo no por las manifestaciones más evidentes y llamativas, sino por
lo que yace oculto y latente.
Cuando se apura el paso por temor o impaciencia, se crea una cantidad de problemas
que hay que resolver y, al final, se termina tardando mucho más que si se hubiera
optado por un ritmo más constante y pausado. Los apresurados se encuentran en un
permanente estado de crisis, obligados a solucionar problemas que ellos mismos han
creado. En ocasiones conviene no actuar frente al peligro, sino esperar y aminorar el
ritmo en forma deliberada.
Esperar implica controlar no sólo las propias emociones sino las de los demás, que al
confundir acción con poder emprenden acciones precipitadas.
No se desacelera deliberadamente el tiempo para vivir más años o para disfrutar más
del momento, sino para manejar mejor el juego del poder. En primer lugar, si su
mente se encuentra libre del estorbo de las constantes emergencias, le resultará más
fácil ver con claridad el futuro. En segundo lugar, logrará resistir las tentaciones que
otros le ponen delante de sus narices y evitará convertirse en una más de las
impacientes víctimas. En tercer lugar, tendrá más espacio para mostrarse más
flexible. En cuarto lugar, no pasará de un asunto al otro sin concluir el primero. El
poder se construye en forma lenta y segura para que pueda perdurar.
Por último desacelerar el tiempo le permitirá obtener una perspectiva de los tiempos
en que vive, tomar cierta distancia y ubicarse en una posición menos emocional, para
ver con mayor claridad las cosas por venir. Los apresurados suelen confundir un
fenómeno superficial con una verdadera tendencia y verán sólo lo que quieren ver. Es
96
mucho mejor ver lo que realmente está sucediendo, aun cuando sea poco placentero o
dificulte su tarea.
Tiempo forzado: el truco de forzar el tiempo consiste en alterar el ritmo de los demás:
hacerlos apresurar, hacerlos esperar, hacer que abandonen su propio ritmo,
distorsionar su percepción del tiempo. Al alterar el ritmo de sus adversarios mientras
usted permanece en paciente espera, gana tiempo para usted mismo, con lo que tiene
ganado la mitad del juego.
La fecha tope es una herramienta muy poderosa. Termine con los titubeos de los
indecisos y obligue a la gente a tomar una decisión. Nunca permita que los otros lo
obliguen a someterse a plazos exasperantes. Nunca les dé tiempo.
Tiempo final: usted podrá jugar este juego con la mayor de las maestrías, sabrá
guardar con paciencia el momento oportuno para actuar, confundir a su adversario y
desbaratarle los tiempos, pero todo esto no sirve de nada si usted no sabe cómo
terminar.
Su maestría para regular los tiempos sólo podrá juzgarse según la manera en que
maneje el final: la rapidez con que cambie el ritmo y lleve las cosas a una conclusión
rápida, efectiva y definitiva.
“Hay un ritmo de marea en los asuntos de los hombres que, timados en pleamar,
conduce a la fortuna; sino, todo el viaje de su vida está destinado a transcurrir en
bajíos y miserias”. Julio Cesar.
30) Recuerde: es usted quien decide si va a permitir que algo le preocupe. Usted
puede elegir no prestar atención a quien trate de irritarle u ofenderle y considerar el
tema como algo tribal o algo de poco nivel para su interés. Si usted desprecia tiempo
y energía en luchas menores, la culpa será suya. Aprenda a jugar la carta del interés
y volver la espalda a lo que no pueda perjudicarlo.
31) Recurrir a las palabras para presentar una causa es una actitud arriesgada: las
palabras son instrumentos peligrosos y muchas veces no dan en el blanco. Las
palabras que usa la gente para persuadirnos nos invitan a traducirlas a nuestros
propios términos; las reformamos y a menudo terminamos por interpretar lo opuesto
de lo que nos han dicho. Lo visual, en cambio, tiende un puente sobre el laberinto de
las palabras. Nos impresiona con un poder emocional y una inmediatez que no deja
espacio para reflexión o a la duda. Al igual que la música, salta por encima de los
pensamientos racionales.
Las palabras nos ponen a la defensiva. Si usted debe explicarse, su poder se haya
cuestionado. La imagen, en cambio, se impone por sí misma, como algo dado.
Desalienta las preguntas, genera asociaciones poderosas, resiste interpretaciones
equívocas, comunica al instante y forja lazos que trascienden las diferencias sociales.
Las palabras generan discusiones y divisiones. Las imágenes unen a la gente.
Constituyen los instrumentos modernos y fundamentales del nuevo poder.
Nunca descuide la forma en que dispone lo visual. Factores como el color, por
ejemplo, tienen una enorme resonancia simbólica. Lo visual contiene una gran cuota
de poder emocional.
Piense con las minorías y hable con las mayorías. Es difícil de enfrentarse a
situaciones peligrosas cuando se intenta nadar contra la corriente. Sólo Sócrates
podía intentarlo, y así le fue. El desacuerdo muchas veces es considerado ofensivo
para muchas personas, porque es una condena de los puntos de vista de los demás.
La cantidad de descontento crece, ya sea por alguna cosa que ha sido objeto de
censura o por alguna persona que la ha elogiado. La verdad es que para las
minorías los errores son tan frecuentes como vulgares. El hombre sabio no será
reconocido por lo que dice en el mercado, porque allí no habla con su propia voz
sino con la necedad universal, por mucho que se resistan sus pensamientos más
íntimos. Muchos hombres sabios evitan que se los contradiga, con el mismo cuidado
con que evitan contradecir; la notoriedad de la censura se abstiene de acercarse a
aquello presto a provocarla. El pensamiento es libre: no puede ni debe ser obligado.
Retírese al santuario de su silencio, y si alguna vez se permite romperlo, hágalo ante
unos pocos discretos. Baltasar Gracián.
Los hombres sabios deberían ser como un cofre de doble fondo en el cual, cuando
otros lo abren y miran en su interior, no pueden ver todo cuanto contiene.
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“Nunca combata la opinión de ningún hombre; porque alcanzará la edad de
Matusalén y nunca terminará de corregirle todas las cosas absurdas en que cree.
Tampoco es bueno corregir los errores que la gente comete en la conversación, por
muy buena que sean nuestras intenciones. Porque es fácil ofender a la gente, y es
difícil reconciliarse. Si usted se siente irritado por los comentarios absurdos de dos
personas cuyas conversaciones ha oído por casualidad, debería imaginar que fue un
diálogo de dos tontos en una comedia. El hombre que llega al mundo con la idea de
que instruirá a todos en temas de la más alta importancia podrá agradecer a su
buena estrella si escapa con vida”. A. Schopenhauer.
“Durante mucho tiempo no dije lo que creía, ni creo lo que digo, y si alguna vez por
casualidad digo la verdad, la oculto entre tantas mentiras que resulta difícil de
hallar”. Nicolás Maquiavelo, en una carta a Francesco Guicciardini, 17 de mayo de
1521.
Hay individuos que interpretan estas limitaciones como una intolerable restricción a
su libertad y por lo tanto sienten la necesidad de demostrar su superioridad de valores
y convicciones. Sin embargo, a la larga, sus argumentos suelen ofender a más
personas de las que convence. El motivo por el cual, la mayoría de las veces, los
argumentos no funcionan es porque la mayoría de las personas se aferra a sus ideas
y valores sin pensar mucho en ello. En sus convicciones hay un fuerte contenido
emocional. No quieren reelaborar sus hábitos de pensamientos y cuando usted los
desafía, ya sea de manera directa o, a través de sus argumentos, o indirectamente, a
través de sus comportamientos adoptan una actitud hostil.
33) La ira y las emociones son estratégicamente contraproducentes. Siempre hay que
mantenerse sereno y objetivo; pero si puede enfurecer a sus adversarios mientras
usted conserva la calma obtendrá una ventaja decisiva en la lucha. Desubique a sus
adversarios, descubra la grieta a través de la cual pueda sacudirlos y manejarlos.
99
Schopenhauer.
“Un soberano nunca lanza un ejército al ataque por ira; un líder nunca debería
iniciar una guerra a partir del odio”. Sun Tzu.
La ira no hace sino reducir las opciones, y el hombre político no puede prosperar sin
opciones. Una vez que usted haya aprendido a no tomar las cosas en forma personal y
a controlar sus reacciones emocionales, se habrá ubicado en una buena posición de
poder, que le permitirá jugar con las reacciones emocionales de los demás.
Nada es tan irritante como un hombre que mantiene la calma mientras los demás la
pierden. Cuando usted pueda obtener una ventaja desconcertando a su adversario,
adopte una posición de tranquilidad, sin burlarse ni mostrarse triunfante, sino
demostrando un estado de suma serenidad.
34) Todo lo gratuito es peligroso, ya que por lo general implica algún compromiso
oculto. Las cosas que tienen valor valen la pena pagarse. De esta manera no estará
obligado a gratitud alguna, se verá libre de culpa y evitará fraudes y engaños. Lo
más inteligente es, a menudo, pagar el precio total. Cuando hablamos de excelencia
no hay gangas. Sea generoso con su dinero y hágalo circular, dado que la
generosidad es señal de poder.
En el ámbito del poder, todo debe ser juzgado por su costo, y todo tiene un precio. Con
frecuencia, lo que se ofrece en forma gratuita o como una ganga implica un precio
psicológico: complejo sentimiento de obligación, concesiones con respecto a la
calidad, la inseguridad que tales concesiones produce, y otras desventajas
semejantes. El político inteligente pronto aprende a proteger sus recursos más
valiosos: la independencia y el espacio para maniobrar con libertad. Al pagar el
precio que corresponde, se mantiene libre de peligrosos enredos y preocupaciones.
100
Es condición sine qua non utilizar el dinero en forma creativa y estratégica.
El dinero para poder generar poder debe circular. El dinero no sólo sirve para
comprar objetos inanimados, sino para ejercer poder sobre la gente. El deseo de
obtener algo por nada le ha costado muy caro a mucha gente. Se debe aprender que
no se puede obtener algo por nada, todo tiene un precio.
35) Lo que se produce por primera vez siempre parece mejor y más original que lo
que viene después. Si usted sucede a un gran hombre o tiene padres célebres, deberá
lograr el doble para poder superar la imagen de ese “modelo”. No se pierda en la
sombra de esos “grandes” ni se quede estancado en un pasado que no es obra suya:
encuentre su propia identidad y reafírmela con un accionar diferente.
El poder depende de la habilidad de parecer más grande que los demás, y cuando
usted queda opacado por la sombra de un predecesor difícilmente logre proyectar ese
tipo de presencia.
“Cuídese de poner los pies en los zapatos de un gran hombre, pues para superarlo
tendrá que lograr el doble que él. Quienes siguen los pasos de otros muchas veces
son tomados como imitadores. Por mucho que usted se esfuerce, nunca podrá
librarse de esa carga. Es una habilidad nada común la de saber encontrar un nuevo
camino hacia la excelencia, una nueva ruta hacia la celebridad. Hay muchos
caminos hacia la distinción, y no todos se han transitado. Los más nuevos pueden
resultar arduos de recorrer, pero a menudo hay atajos hacia la grandeza”. B.
Gracián.
La coerción provoca una reacción que, con el tiempo, puede actuar en contra suyo.
Es necesario lograr, mediante maniobras de seducción, que los demás se muevan en
la dirección que usted desea. Una vez seducida, la persona se convierte en su
servidora. Y la forma más eficaz de seducir a alguien consiste en manejar con
habilidad las flaquezas y la psicología del individuo. Debilite la resistencia del otro a
través de la manipulación de las emociones, jugando con lo que el otro ama y valora,
o lo que teme. Si usted ignora el corazón y la mente de los demás, pueden terminar
odiándolo.
Los gestos simbólicos: un gesto de abnegación, por ejemplo, -demostrar que usted
sufre tanto como quienes lo rodean- podría hacer que la gente se identifique con
usted, aunque su sufrimiento sea simbólico, mientras que el de ellos sea real. Ablande
a la gente para transformarla en receptor sumiso de la acción enérgica que vendrá.
102
El hombre que inicia reformas muy profundas con frecuencia se convierte en el chivo
expiatorio de cualquier tipo de insatisfacción. Y con el tiempo, la reacción de su
reforma puede terminar significando su perdición. Porque el cambio es algo muy
perturbador para el animal humano, aun cuando sea beneficioso. Dado que el
mundo está y ha estado siempre plagado de inseguridad y amenazas, la gente se
aferra a los rostros conocidos y crea hábitos y rituales que lo tornan un lugar más
confortable.
El cambio podrá ser deseable, y hasta atractivo en abstracto, pero demasiado cambio,
puede generar inquietud, que ebullirá por debajo de la superficie hasta hacer
erupción.
Hay que considerar que no hay nada más difícil de llevar a cabo, ni éxito más
dudoso, ni más peligroso de manejar, que la implementación de un nuevo orden de
cosas. Maquiavelo.
La psicología humana encierra muchas dualidades, una de las cuales es que, aun
cuando comprenda la necesidad de un cambio y reconozca la importancia de la
ocasión al renovar las instituciones e individuos, la gente se siente tan irritada y
alterada ante los cambios que le afectan en forma personal.
Según Maquiavelo, el profeta que predica y provoca cambios sólo puede sobrevivir
por la fuerza de las armas: cuando las masas, inevitablemente, ansían volver al
pasado, sólo queda recurrir a la fuerza de las armas. Pero el profeta armado no
podrá perdurar, a no ser que genere con rapidez una serie de valores y rituales que
reemplacen a los de antaño y calmen la ansiedad de quienes temen el cambio.
103
El pasado es un cadáver que uno puede utilizar como más le convenga.
Quien desea o intenta reformar el gobierno de un Estado, y quiere que tal reforma
sea aceptada, deberá conservar por lo menos la apariencia de las viejas formas, a
fin de que la gente crea que no hubo cambios en las instituciones, aunque sean
totalmente distintos de las anteriores. Porque la gran mayoría de la gente se
conforma con las apariencias, como si fueran realidades. Maquiavelo.
38) “Nunca haga ostentación de riqueza y disimule el grado en que ella le ha dado
influencia. Siempre demuestre respeto por los demás. Nunca sea tan tonto como
para creer que usted despierta admiración mediante la ostentación que lo destaca
por encima de los demás”. C. Médicis.
Una de las cosas que más difíciles le resultan al ser humano es manejar sus
sentimientos de inferioridad. Al enfrentarse con una capacidad, un talento o un
poder superior, a menudo el hombre se siente perturbado e incómodo; esto se debe a
que muchas veces se tiene una conciencia exagerada de uno mismo, y cuando se
encuentra con quienes lo superan, se percata de los aspectos mediocres o al menos no
tan brillantes como muchas personas creen.
Lo primero es aceptar el hecho de que siempre habrá individuos que, de algún modo,
serán superiores a usted.
39) No vaya más allá de su objetivo original; al triunfar, aprenda cuándo detenerse.
En el ámbito del poder siempre hay que guiarse por la razón. Permitir que la
seducción del momento o un triunfo emocional influya sobre usted o dirija sus
104
movimientos de manera irracional podría resultarle fatal. La historia está sembrada
de ruinas de imperios victoriosos y de cadáveres de líderes que no supieron detenerse
y consolidar sus conquistas.
El éxito causa extraños efectos en las mentes de los hombres. Los hace sentirse
invulnerables, al tiempo que los vuelve más hostiles y descontrolados cuando alguien
desafía su poder. El poder los vuelve menos capaces de adecuarse a las
circunstancias y les hace creer que su carácter tiene mayor incidencia en el éxito que
la estrategia y la planificación.
El poder tiene sus propios ritmos y pautas. Quienes alcanzan el éxito en este juego
son aquellos que saben controlar esas pautas y variarlas a voluntad, haciendo
tambalear a la gente mientras ellos fijan el ritmo. La estrategia radica en controlar el
hecho siguiente, la euforia de la victoria puede alterar la capacidad de controlar lo
que se avecina. En primer lugar, usted tratará de seguir avanzando en la misma
dirección sin detenerse a ver si ésta es aún la dirección que más le conviene. En
segundo lugar, el éxito tiende a subírsele a la cabeza y volverlo muy emocional. Al
sentirse invulnerable, usted actúa en forma tan irracional que terminará
deshaciendo la victoria obtenida.
La lección es simple: los políticos inteligentes varían sus ritmos y pautas, cambian de
curso, se adaptan a las nuevas circunstancias y aprenden a improvisar. En lugar de
dejar que sus audaces pies los impulsen a seguir simplemente hacia delante, de un
paso atrás, deténgase y mire hacia dónde se dirigen. Es como si su flujo sanguíneo
contuviese una especie de antídoto a la intoxicación de la victoria, lo cual le permite
controlar sus emociones y detenerse cuando ha logrado el éxito.
“Los príncipes y las repúblicas debieran contenerse con una victoria, porque cuando
pretenden alcanzar más suelen perder. El uso del lenguaje ofensivo para con el
enemigo surge de la insolencia de la victoria, o de la falsa esperanza de un triunfo
que luego confunde a los hombres tanto en sus acciones como en sus palabras;
porque cuando esa falsa esperanza se apodera de la mente, induce a los hombres a
ir más allá de sus límites y los lleva a sacrificar un cierto bueno por un mejor
incierto”. Maquiavelo.
105
40) Acepte el hecho de que nada es absoluto, de que no existen leyes fijas. La mejor
forma de protegerse es mantenerse tan fluido como el agua.
El cambio es signo de vida y de vitalidad. La verdad es que las cosas que no cambian,
las formas que se vuelven rígidas, terminan pereciendo.
A medida que usted vaya envejeciendo deberá apoyarse cada vez menos en el pasado.
Esté atento, no sea que el cambio que adopte lo haga parecer como una reliquia del
pasado. Pero tampoco trate de imitar cualquier cambio, algo igualmente ridículo.
“Las leyes que rigen las circunstancias son abolidas por las nuevas circunstancias”.
N. Bonaparte.
106
LAS ELITES
Elite -como todas las palabras- se ha transformado a través de la historia,
adquiriendo diferentes acepciones. "El término francés elite es el sustantivo
correspondiente al verbo elire (escoger) y hasta el siglo XVI fue tan solo choix
(elección, acción de escoger)". En el siglo siguiente adquirió sobre todo un sentido
comercial, para designar a los bienes de calidad especial y fue en el siglo XVIII,
cuando se empezó a determinar mediante esta palabra a algunos grupos sociales y
con tal sentido pasó al inglés. Elite, con el significado que hoy es usual, comenzó ha
constituirse durante la Belle Epoque y extraordinariamente se difundió puesto en
boga por los autores "maquiavelistas" en el primer tercio del siglo XX.
Así entonces, en el amplio sentido, se indicaba con esta palabra a quienes tenían las
más altas aptitudes frente al promedio general y, en un sentido más restringido, se
refería al grupo que G. Mosca denominó "clase política". Más tarde Pareto hace una
distinción entre "Elite no gobernante" y "Elite gobernante", que ejerce el control
efectivo del poder. En este sentido se suele asimilar elite a la "clase dominante" o de
oligarquías, como lo hizo R. Michels.
Los teóricos clásicos de las elites, Mosca, Pareto y Michels -éste último centrado en
la organización de los partidos políticos- fueron calificados de "maquiavelistas". La
visión maquiavélica lleva implícita la transposición de la conducta de un Príncipe a
las acciones de las elites políticas decisorias. Estos autores son los que al principio
del siglo XX, de manera secuencial por la misma época y respondiendo a situaciones
concretas de las realidades por ellos vividas, cuestionaron el Estado democrático (y
aun el socialista) como garantizador de las igualdades; en el cual siempre se observa
que una minoría tiene la facultad o el poder de imponer sus decisiones minoritarias
sobre la mayoría.
107
LA DEFINICIÓN DE PARETO
LA DEFINICIÓN DE MOSCA
Gaetano Mosca cree que la elite está compuesta por la minoría de personas que
detentan el poder en una sociedad. Esta minoría es asimilable a una auténtica clase
social, la clase dirigente o dominante, porque aquello que constituye su fuerza y le
permite mantenerse en el poder es precisamente su organización, su estructuración.
Existen, en efecto, diversos vínculos que unen entre sí a los miembros de una elite
dominante. Estos lazos o vínculos aseguran a la elite una unidad suficiente de
pensamiento y la cohesión propia de grupos característicos de una clase. Dotada ya
de poderosos medios económicos, la elite se asegura, además, por su unidad, el
poder político y la influencia cultural sobre la mayoría mal organizada. Esto explica
el papel histórico de la elite.
El hecho innovador de Mosca y Pareto fue incidir en que un grupo minoritario del
sistema social se encargará de dirigirlo y que esta minoría se distanciará y escapará
108
al control de la mayoría. Por lo tanto, un primer y único acotamiento que
introdujeron los clásicos fue el de contraponer la elite a la parte de la población
excluida de la misma, la no-elite.
En líneas generales subyacen dos grandes diferencias entre estos dos representantes
de la "Escuela italiana de los elitistas". Por un lado, el concepto utilizado por ambos
-dirigentes, elite (Pareto), clase política (Mosca)- varía. Según Rebenstorf, Pareto
ve en el grupo dirigente a personas individuales que llegan a la cumbre por ser los
mejores. Según él, aquellos que tengan los residuos apropiados serán capaces de
ascender. No obstante, no presupone ninguna cohesión entre aquellos miembros de
la elite que tengan los mismos residuos, para él no tiene ningún sentido la formación
de una esencia política común. Frente a este modelo individual, abierto, de elección
de los mejores, se opone el modelo de Mosca, la clase política. Aunque Mosca acepta
el fenómeno de la dominación de la minoría como universal, su existencia depende
del grado de institucionalización logrado; no se entiende su posterior reproducción si
no es a través de las organizaciones burocráticas. Los miembros de la clase política
no son los mejores en el sentido paretiano, sino que su acceso al poder depende de la
educación, que es mediatizada por el origen social. El éxito de la clase política está
condicionado a su capacidad para obtener una mayor integración social. Frente al
individualismo de Pareto, el concepto de la clase política traduce mejor la cohesión
entre los miembros de la misma y la conciencia de la propia posición del individuo en
relación con el resto.
La dicotomía de la elite gobernante y la masa dirigida expuesta por primera vez por
los autores clásicos no exterioriza la diferenciación de la sociedad en toda su
dimensión. Sin embargo, estas connotaciones ideológicas que aparecen en las
teorías elitistas de los clásicos han seguido marcando también los estudios más
109
recientes sobre las elites, aunque con distintos matices y diferenciaciones. En este
sentido, ha existido toda una controversia, que data ya de varias décadas, sobre la
configuración de la estructura de poder que caracteriza a las sociedades industriales
modernas. El punto central de esta controversia radica en saber si nuestras
sociedades occidentales están regidas por una elite dominante que controla los
principales mecanismos de poder, económico, político e ideológico, o si, por el
contrario, ante una pluralidad de elites, cuyo poder e influencia se ven en la práctica
contrastados y compensados entre sí, alcanzan de este modo algún tipo de equilibrio.
Así, mientras unos hablan de "elite del poder" y de "establishment", otros insisten
en la existencia de "pluralismo político" y de "equilibrio de poderes". El primer
punto de vista responde a lo que se ha venido en llamar la "teoría elitista", el
segundo viene siendo conocido como la concepción "pluralista-democrática".
Entre los de la teoría "elitista", están sin duda los estudios aparecidos en los años 50
de dos sociólogos americanos: F. Hunter y C. Wright Mills. El libro de Hunter,
Community Power Structure, se centra en la estructura de poder de las comunidades
locales, consideradas como un laboratorio de lo que sucedería en el nivel nacional.
La principal conclusión de Hunter es que en la ciudad estudiada, Atlanta
concretamente, el poder estaba en manos de un reducido número de líderes que
controlaban los principales resortes decisorios en la vida de la comunidad. En un
trabajo posterior, Hunter concluiría diciendo que "los hombres más influyentes en la
formación de la política nacional se encuentran en las grandes ciudades, manejando
las grandes empresas corporativas y usando su influencia para conseguir que el
gobierno se mueva de acuerdo con sus intereses". El tiempo ha demostrado que es
difícil extrapolar al ámbito nacional los resultados obtenidos en la esfera local, y que
tampoco pueden ser comparables los estudios de las corporaciones locales
encuadradas en sistemas políticos diferentes.
Con Mills, ya no se habla de una clase de los mejores, ni tampoco de los elegidos; el
elemento determinante es la estructura donde las personas se encuentran insertadas.
Es importante hacer notar que sólo las personas que ejercen el poder durante cierto
110
tiempo forman parte de la elite; se desprecia así a aquellos que desempeñan el poder
puntualmente.
Como tesis, la elite del poder no era novedosa, pero los aportes de Mills están en
caracterizar al poder como algo relacional dentro de una estructura social, a través
de las altas posiciones, abandonando así la línea de las biografías como base para el
estudio de las minorías.
La respuesta contra esta concepción unitaria del poder se inició en los Estados
Unidos con Dahl y su escuela. Su aproximación pluralista surgió como consecuencia
del estudio de New Haven, ciudad norteamericana en la que analizó la composición
de las elites locales. El examen histórico de los grupos dirigentes de la ciudad
permitía aseverar el paso de una oligarquía patricia, que dominaba todos los
recursos de forma acumulativa, al equilibrio de los diferentes grupos de líderes, cada
grupo con un acceso a una combinación diferente de recursos políticos. En
cualquier caso, ningún grupo tenía la capacidad de controlar totalmente la
comunidad.
La reacción a estas teorías pluralistas, iniciada por Hunter y Mills según hemos
visto, se ha visto prolongada posteriormente por nuevos estudios como el de G. W.
Domhoff en Estados Unidos y los de S. Aaronovitch y R. Miliband en Gran Bretaña,
aunque desde una perspectiva un tanto diferente. Lo característico de estos estudios
más recientes es que tratan de ligar la elite del poder a la clase dominante, a
diferencia de los anteriores en los que el concepto de "elite" tendía a reemplazar al
de "clase dominante" en el sentido marxista. Domhoff, por ejemplo, considera la elite
del poder como "servidora de los intereses de la alta clase social; es su brazo
ejecutor", en la medida en que son los miembros de esta clase alta quienes definen la
mayoría de las cuestiones políticas, forman las propuestas de política general del país
y, en definitiva, influyen y dominan completamente al gobierno. En la misma línea,
Aaronovitch, en su obra The ruling class, se centra fundamentalmente en ver cómo
los capitalistas financieros, como clase económica, dominan políticamente. En sus
propios términos, "los capitalistas de las finanzas pueden describirse verdaderamente
como la clase dirigente si de hecho las decisiones políticas y económicas son tomadas
111
por sus representantes y a favor de sus intereses". Lo que ciertamente ocurre en la
sociedad inglesa, como trata de demostrar a lo largo de todo su estudio, ya que,
debido al control que los capitalistas ejercen sobre el Estado, "las decisiones que
afectan al bienestar y a las propias vidas de millones de gentes se toman sin
discusión pública o control popular efectivo".
Como ya apuntó Mills y posteriormente otros autores, en los últimos años los
estudios sobre las elites han ido centrándose en el análisis de las formas de las redes
de relaciones existentes entre las posiciones sociales ocupadas por los miembros de
la elite, más que en el de las características individuales de los ocupantes. Por tanto,
desde las estructuras se puede averiguar cómo se cumplen las distintas funciones de
la dominación, la integración y la representación de los intereses sociales. En
definitiva, a las elites las distingue su localización estratégica en las organizaciones o
en la sociedad para la toma de decisiones. Los grupos dirigentes no ejercen el poder
ni en el vacío ni desde la nada, se amparan en las organizaciones mediante las que el
Estado y la Sociedad se articulan. Estos estudios conectan el concepto de elite al de
estructura. Elites serán denominadas normalmente aquellas personas cuyo poder
está institucionalizado, esto es, como expresión de una estructura de poder con una
mayor o menor duración determinada.
En consecuencia, desde esta perspectiva, no existe la posición aislada sino una serie
de posiciones que constituyen conjuntos correspondientes a la intersección de
relaciones. Ahora bien, las relaciones no se dan sólo en el interior de los conjuntos
posiciónales, sino también entre las posiciones de cada conjunto y de los demás, de
ahí que exista a su vez una red de complejidad aún mayor entre los conjuntos
posiciónales.
112
DE LAS LEYES Y DEL PODER
Casi en la mitad del siglo XVIII se publica en Ginebra Del espíritu de las leyes, de
Montesquieu. La obra es una suma de filosofía jurídica y política, que se sostiene en
la razón y en el método experimental. Veintidós ediciones en el término de dos años
anuncian un texto que, evidentemente, sobrepasando el interés de los estudios
especializados, se inserta directamente en el sistema de acontecimientos y
preocupaciones de la sociedad.
Dos temas de jurisprudencia, como se usaba decir a lo largo del siglo XVIII,
sopesando las evidencias de la teoría y de la práctica, contiene Del espíritu de las
leyes: la teoría de la ley y la teoría de la separación de poderes.
EL MÉTODO
En la preparación Del espíritu de las leyes, empresa singular que abarca veinte años
de la vida de Montesquieu, tiene principal importancia todo lo referido al método.
Porque nuevos principios y supuestos dirigen ahora la investigación y, en
consecuencia, las relaciones subsistentes entre los hechos y las operaciones mentales
que los clasifican y verifican, propenden al establecimiento de principios generales y
particulares, incorporando nuevos significados sobre los significados existentes. La
realidad es mirada de otra manera y sus resultados admitirán las seguridades de la
prueba e incluso de la demostración social.
113
Las proposiciones de Montesquieu, constitutivas de su método,
son las siguientes:
Pero es necesario tener presente que la Ilustración, desde sus orígenes, ha sostenido
sin oposición ni diferencias que el concepto de ley es incomprensible si se le separa
del concepto de sociedad.
Antes, los peripatéticos habían ordenado sus estudios de derecho en forma similar a
Montesquieu. El propio Aristóteles dirigió el esfuerzo de su escuela en tal sentido,
procediendo a la recopilación de ciento cincuenta y ocho constituciones de la
antigüedad. Sólo ha llegado hasta nosotros "la Constitución de Atenas", las demás
se han perdido.
114
Pero a través de ella sobrevive el sistema empleado. El estudio comparativo de los
textos y su cambio con relación al cambio de los hechos, el análisis de coincidencias
y diferencias, la clasificación de los temas institucionales y las generalizaciones que
establece el entendimiento. El modelo aristotélico y el modelo de Montesquieu
muestran afinidades, las descripciones se unen a la preferencia por los detalles, no
por un afán de clasificarlo todo, sino por aprehender a través de los cambios,
cualquiera sea su magnitud, la dinámica de una sociedad que está hecha de
sucesivas síntesis de comprensión.
DE LAS LEYES
Las leyes en su más amplia significación -define Montesquieu- son las relaciones
necesarias que se derivan de la naturaleza de las cosas. En este sentido todos los
seres tienen sus leyes: las tiene la divinidad, el mundo material, las inteligencias
superiores al hombre, los animales y el hombre mismo.
Todo está sujeto a leyes, toda ley particular se relaciona con otra ley del mismo
carácter y depende de una ley más general. El desarrollo histórico es así y la
organización del saber también. Robusteciendo estas afirmaciones Montesquieu cita
a Plutarco, quien afirma que la ley es reina de todos, mortales e inmortales, o dicho
de manera semejante que la ley es una relación universal o que la ley es lo común.
Es decir, las reglas más generales que conducen la inteligencia, su aplicación teórica
116
y práctica, en el conocimiento múltiple de las cosas del mundo, son inseparables,
tanto en su proyecto como en sus resultados.
Del espíritu de las leyes está hecho de las relaciones que las leyes establecen entre
los hombres y de las relaciones que surgen de la comunicación entre los hombres y
las cosas.
De esta manera -siguiendo a Montesquieu- los seres son por sí, pero en definitiva son
por sí siempre con relación a otros, las relaciones son infinitas, pero son a la vez la
medida de existencia de las cosas, y, así las aprecia el entendimiento.
Michel Villey nos proporciona un concepto de naturaleza de las cosas, que tiene la
principal virtud de resumir las notas históricas del mismo. En primer lugar, dice
Villey, la naturaleza de las cosas, para los clásicos, engloba francamente y sin
117
reservas todo lo que existe en nuestro mundo. Esto es no sólo los objetos físicos
materiales (como la naturaleza post-cartesiana), sino la integridad del hombre,
espíritu y cuerpo, las instituciones humanas y las instituciones sociales: la ciudad, los
grupos familiares, los grupos de intereses. La naturaleza humana tiende por su
propia esencia a la vida social como se expresa naturalmente en la familia y después
en forma más amplia en la organización del Estado.
DEL PODER
De dos maneras considera Montesquieu al poder: como una facultad constitutiva del
ser y como una facultad constitutiva de la sociedad. Sus analogías y diferencias son
sustanciales, empezando porque resulta decisivo que el impulso del poder provenga
del individuo o de la sociedad.
Montesquieu vincula estas dos formas de poder y las examina en cada situación
determinada, en su unidad y en su multiplicidad.
Existe acuerdo en el sentido de que el contrato social -con sus variantes- tiene su
origen en el acuerdo de la comunidad. Así lo expresaron en la antigüedad los
sofistas, los estoicos y el propio Epicuro.
En Montesquieu estamos considerando una teoría del poder global y de sus límites,
que surge de la práctica, de las metodologías de análisis, comparación,
clasificaciones de hechos y sus generalizaciones.
120
diferentes ideologías se sucedieron con la intención de ser la verdad política y moral.
La significación que el protestantismo hacía de sus mitos definía todavía más que
sus dogmas. Al mismo tiempo provocaba una definición de la subjetividad y la
relación con el mundo de las cosas, qué es lo sagrado y qué es lo profano. Estas
definiciones se plasman en el sentido de la acción de los sujetos, y por tanto tiene
implicaciones sociales, políticas y económicas. La redefinición del trabajo como una
actividad de redención y no como un castigo es un ejemplo de las transformaciones
que se estaban estructurando.
121
Hegel sería uno de los primeros en oponerse a la concepción de que la racionalidad
se encuentra en el individuo, ya que éste se vuelca a la particularidad de sus
intereses privados. La totalidad racional, como orden de las cosas, debe buscarse en
algo más elevado que los intereses privados. Por esto Hegel ubica la racionalidad en
el Estado, en el orden público. Tocqueville, representando un liberalismo más
pesimista, comenzaría a hablar de la tiranía de las mayorías. Y a partir de
Tocqueville comienza a estructurarse toda una corriente respecto del peligro de la
sociedad de masas. La irracionalidad de las masas resquebraja el racionalismo
liberal. En razón de estas ideas, y de una serie de sucesos a mitad del siglo XIX -
entre ellos se destaca la elección de Luis Bonaparte por la masa campesina
francesa- empezaban a mostrar qué tipo de enemigos encontraría el liberalismo
racional.
Todas estas ideas políticas y las que siguieron desarrollándose durante el siglo XX
expresan la intención de reordenar la ruptura del orden medieval. Pero en una parte
fracasan, no logran soslayar el problema que se abre, no pueden o no pudieron
constituir un poder absolutamente racional. Estamos hablando de constituir un
orden político democrático, pluralista, sólido y moderno.
EL MITO Y EL PODER
122
Es innegable que los griegos ya habían experimentado el escepticismo. Fue en la
caída del mundo homérico donde los griegos fueron ensayando diversas respuestas
a un orden perdido. Los pitagóricos en esa dirección partieron de las matemáticas
como pensamiento natural en la búsqueda de ese orden, para que de esta dimensión
reguladora se pudiera encontrar la regulación de todas las dimensiones humanas. Es
sabido que otros presocráticos como Parménides y Heráclito habían buscado ese
principio regulador; el primero hablaba del agua y el segundo del fuego. Lo cierto es
que la búsqueda del orden no acabó con la formación de la polis. El enfrentamiento
entre los sofistas y los filósofos era un enfrentamiento de la búsqueda de esos
criterios normativos (en su sentido pleno, es decir, en sus criterios de racionalidad)
de un orden. Buscaban, aunque diferenciados en su logos, dar respuestas como
antes habían dado los poetas. Pero también ambos movimientos de pensamiento
estaban en estrecha conexión con los poetas. Basta leer las obras de Platón para
entender que las referencias a Homero no son sólo meramente ilustrativas o
instructivas, sino que aparecen como fundamentaciones y reinterpretaciones
teóricas de quienes ya antes habían indagado en cuestiones humanas; cuestiones
que no eran ajenas a las preocupaciones de sofistas y filósofos. Es innegable que los
sofistas y filósofos pretendieron oponerse a los poetas, pero recorrieron inquietudes
parecidas y al final, con diferentes proposiciones, transitaban una búsqueda
semejante.
Y como paradoja trágica de la evolución del logos jamás pudo liberarse del mito y
su influencia en las estructuraciones de las relaciones humanas. La realidad se
presenta fragmentada a la comprensión humana. La razón para sostenerse necesita
del conocimiento. Sin embargo, llegados a este punto el mito no puede volver a ser
lo que era.
Para poder ver con alguna claridad este hecho histórico deberemos remitirnos a la
definición de mito, y más precisamente, a su aparición en diferentes contextos
sociales, a su estructura recurrente. En este punto nos parece fundamental utilizar
la argumentación de Eliade como disparador hacia la polémica teórica, que es toda
lucha por los significados conceptuales. Eliade enumera las características de dicha
estructura para las sociedades arcaicas como: "historia de los actos de los seres
sobrenaturales;...historia verdadera (porque se refiere a realidades) y sagrada
(porque es obra de seres sobrenaturales); que el mito se refiere siempre a una
creación del propio hombre, cuenta cómo algo ha llegado a la existencia o cómo un
comportamiento, una institución, una manera de trabajar, se ha fundado". Aquí
detendremos el análisis de Eliade para enfocarnos en lo que nos parece más
relevante a la luz de este capitulo.
Como historia que habla sobre el origen y creación del mundo en el que el hombre
habita y se desenvuelve, el mito organiza todo un mundo social y político, y a las
acciones que se dan en ese mundo. Es algo estructuralmente normativo, y es poco
probable que los hombres se hayan desarrollado sin haber creado este mundo
simbólico. Aquí no importa si es verdad o mentira, eso es algo que se experimenta
con la aparición del logos; aquí es cultural, social y políticamente verdad (más allá
que sepamos que los mitos son absolutas mentiras). Y es una verdad que organiza la
totalidad de las experiencias.
Eliade señala: "Que al conocer el mito se conoce el origen de las cosas y, por
consiguiente se logra manipularlas a voluntad; no se trata de un conocimiento
exterior, abstracto, sino de un conocimiento que se vive ritualmente, ya al narrar
ceremonialmente el mito, ya al efectuar el ritual para el que sirve de justificación;...
se vive el mito, en el sentido de que se está dominado por la potencia sagrada, que
exaltan los acontecimientos que se rememoran y se reactualizan". Esa “potencia
sagrada”, se consolida como saber y, a la vez, consolida un sujeto de conocimiento.
Un sujeto que experimenta al mundo de esa manera mítica y se conoce a sí mismo y
a las cosas de esa manera. Y como así conoce, así transforma las cosas para su
desarrollo en el mundo, siempre en un ámbito de irracionalidad.
124
En este sentido la experiencia mítica primitiva es semejante al papel que cumplen
algunos mitos en la modernidad. La experiencia de lo mítico en la modernidad NO
es un calco de la experiencia cognitiva de los primitivos. La relación no es mecánica,
sí señala una necesidad del hombre de estructurar, como ya dijimos, un mundo en el
cual moverse, transformarlo y manipularlo en la relación con los otros hombres.
Pero, como señalábamos, la aparición del logos planteó una tensión, que hace
experimentar el mito de otra manera. La Edad Media, en este sentido, no
experimentó la religión como los pueblos primitivos. Existía ya la filosofía, ya la
teología y su desarrollo por el cristianismo, por el platonismo, llevó a un punto de
inflexión con la reforma protestante y agudizado por la revolución francesa.
Vamos a tratar de dar un ejemplo simple sobre los mitos, los símbolos, los ritos y el
poder. Vamos a tomar al cristianismo católico como ejemplo. El símbolo es la cruz,
el mito es Jesús, el poder real y concreto es la iglesia, y el mecanismo psicológico es
el rito. El poder de la iglesia se debilitaría o desaparecería sin el símbolo, el mito y el
rito. El ritual católico es condición sine qua non para mantener vivos el símbolo y el
mito, todo esto es un mecanismo deliberadamente racional con el que la iglesia
mantiene su poder. El mito, el símbolo y el rito son elementos irracionales, pero el
mecanismo instrumental es racional. Aquí no existe un mecanismo dialéctico que
busque algún grado de verdad, todo lo contrario, es un mecanismo lineal, sin
investigación científica, ya que si así fuera, las columnas que sostienen al vaticano
se desmoronarían. Y como sabemos muy bien, la iglesia es una organización de
poder muy fuerte que jamás permitiría una cosa así.
Campbell decía: “Se puede hablar de una valoración del mito, donde se piensa el
mito como algo más que la búsqueda del sentido, como la experiencia del sentido, la
experiencia de la vida. Dicha experiencia no puede ser extirpada de la humanidad;
la metafísica está adherida al hombre como su propia piel. Es como querer matar al
lenguaje, es imposible. Sí, sin embargo, pueden debilitarse y quebrarse sus
fundamentos y argumentos, pero los mitos jamás desaparecerán”. Y esto es lo que
125
el irracional de Nietzsche analizaba como espíritu de la decadencia de la
humanidad, los valores de Occidente, “los valores que ya no valen”.
Nietzsche señala que “el primer derecho del hombre es el derecho a crear sus
propios valores”. La visión nietzscheana del mito está conectada con una exaltación
del arte, como actividad dominante sobre todas las demás. “Cuando ocurra el ideal
wagneriano de llevar el arte a todas las esferas de la vida, el racionalismo dejará de
existir, ya de por sí es insostenible, y será reemplazado por la experiencia más
excelsa de la vida y no por los valores de la decadencia”.
En esta frase se esboza un objetivo que las diversas ideas políticas han tendido a
superar desde el liberalismo hasta el socialismo. Parecía ésta ser la exigencia del
poder, las respuestas se estructuraron a nivel ideológico-político con la intención de
soslayar esta escisión. Así por ejemplo, la mitificación liberal más extrema
sostendría que habiendo libre competencia se garantizaba la utilidad y justicia, y que
ambas no estarían escindidas. El marxismo sostendría que el triunfo de la sociedad
comunista resolvería el conflicto de clases y por tanto el hombre podría realizarse
con los otros hombres. Lo cierto es que ninguna de estas dos ideologías logró en
concreto sortear esta escisión, el liberalismo económico por negar la explotación de
los hombres y el marxismo por no poder constituir jamás una sociedad sin clases.
Entonces para que un grupo tenga el poder es necesario un mito y además, como
Pareto señala, un programa positivo de ordenamiento político y social.
EL MITO DEMOCRÁTICO
Michels señalaba como el desarrollo del cálculo y las tareas especializadas que
necesitaban las organizaciones democráticas en virtud de sus estrategias políticas
de lucha, llevaba a que se perdiera el primer impulso democrático y se estableciera
una aristocracia del saber especializado, donde la base perdía cada vez más su
poder de decisión.
Por más que se crea que la modernización de los sistemas electorales hace que haya
más democracia, esto no nos debe hacer olvidar la cuestión fundamental de las
ideas que la estructuran. Y menos que menos olvidar la tensión entre una
racionalidad formal, como el procedimiento electoral, y la racionalidad valorativa
que hace a la sustancia de la democracia. Ya que, como Weber señalaba, aquí hay
un gran problema porque la primera racionalidad tiende a disolver la segunda.
Pareto define el devenir histórico como una lucha de poder entre elites. Una elite
viene a reemplazar a la otra. Una elite ejerce dominio porque tiene el poder sobre sus
dominados, que instituye un orden determinado. Ahora bien, cuando esa “fe” se
resquebraja y la elite no puede sostener el orden que instituyó más que por la
coacción violenta y no por la coacción valorativa de dicha “fe” reinante, otra elite
puede destronarla. La elite reinante en razón de su pérdida de poder se vuelve
terriblemente conservadora y hasta reaccionaria, pero son éstas pruebas de su
debilidad, de su caída y del ascenso de otra elite. La nueva elite traerá consigo un
nuevo credo, que será ahora el dominante.
128
tanto otra religión cubrió el vacío dejado, con una adecuación a las nuevas
necesidades valorativas de los hombres. La religión del Imperio en decadencia no
podía ser más la de los paganos. La elite católica venció a la elite pagana. Y la elite
protestante a la elite católica. Sin embargo la religión protestante abre la brecha de
la modernidad. Un problema afecta esta consecución de mitos, que es el escepticismo
creciente en una heterogeneidad de credos fragmentados. La intensidad del nuevo
ciclo ha afectado profundamente a la historia, el carácter el mundo no volvió a ser el
mismo. Y en gran medida los nuevos credos de la modernidad trataron de abrazar
una totalidad de sentido perdida, de carácter moderno sin duda. Hasta los
mismísimos reaccionarios de las peores calañas bajo formas modernas se expresan
con nostalgias diversas”.
Podemos hablar entonces de dos procesos interrelacionados, por una parte un ciclo
descrito por Pareto de sucesiones de mitos, y por otro lado una fragmentación de los
mitos que ubica a los hombres religiosos en un callejón sin salida, ya que no existe
ninguna trascendencia suprema que venga a rescatarlos. El análisis de los ciclos es
producto del mismo problema estructural, que las elites que reemplazan a otras
elites se encuentren siempre con el mismo problema, con lo cual la humanidad en
virtud de su condición está atrapada en una eterna repetición.
ESCEPTICISMO Y PODER
Del análisis de Pareto se concluye que para obtener el poder es necesaria una “fe” lo
suficientemente fuerte como para vencer a las otras. Ahora, cuando la elite tiene el
poder real dicha “fe” comienza a perder sentido. Y esto ocurre con la misma lógica
cíclica que veníamos describiendo. “En la historia se ve una época de “fe” seguida
de una época de escepticismo, a la que le sigue otra época de “fe”, y de nuevo otra
de escepticismo”. El escepticismo es un fenómeno inherente al poder. Para Pareto
tener el poder produce escepticismo, y el escepticismo a la larga es una debilidad,
porque fragmenta el mundo recreado por la elite dominante, la debilita y la hace
presa fácil de sus adversarios.
La relación con el poder es paradójica: para tener poder es requisito contar una
construcción ideológica, pero por otro lado el poder momifica la “fe” que lo
sostiene. El poder sería un ciclo de consolidación interna por su mitografía
coherente y a la vez de degradación interna por esa misma mitografía. Las
condiciones del entorno político y social empiezan a degradar esa “fe”.
Roma creía en la libertad, sus dioses y sus ritos significaban ese estadío humano, y la
libertad se concretaba. Pero la misma prosperidad que posibilitaba la “fe” romana
fue la que produjo su corrupción. Hegel señala “que las guerras exitosas, la
prosperidad económica y el amor al lucro fueron las causas de la degradación
valorativa de los paganos”. Lo instituido se corrompe, pierde a sus creyentes, ya que
es necesario que quien detente el poder de alguna manera crea en el mito que lo
sustenta.
El poder político se servirá de la ideología como medio para fines externos a ella o
utilizará medios externos a la ideología para la consecución de fines inherentes ella.
129
Esto implica un juego de habilidad política para no romper el mecanismo, y esto
sería lo óptimo para sostener un poder instituido y amenazado por el escepticismo.
Kafka desconfiaba de todas las revoluciones, porque decía que sólo traerían nuevas
burocracias. Michels dice como la institución de la democracia es un proceso de
declinación de los primeros momentos de entusiasmo democrático, hasta la
conformación de una aristocracia, ése es el resultado final de la revolución
democrática.
LA CONCIENCIA
130
POLÍTICA
Uno puede engañar a mucha gente poco tiempo, puede mentirle a poca gente mucho
tiempo, lo que no se puede hacer es engañar a todo el mundo todo el tiempo.
A. Lincoln
131
¿Qué entendemos por política? El concepto es extraordinariamente amplio y
abarca cualquier género de la actividad directiva autónoma. Se habla de política de
divisas de los bancos, de la política de un sindicato en una huelga, se puede hablar
de la política escolar de una ciudad o de un pueblo. Naturalmente no es este el
amplísimo concepto el que sirva a nuestras consideraciones. Por política
entendemos solamente la dirección o la influencia sobre la dirección de una
asociación política es decir, en nuestro tiempo, de un Estado.
¿Qué entendemos por acción política? Se llama así a toda operación realizada tanto
en forma individual como colectiva con la finalidad de actuar en forma directa
sobre el orden político, económico y social vigente.
Pero ésta es una definición histórica, que se adapta a una época y, en la actualidad,
se vuelve sumamente parcial. Expresaba con un mayor grado de totalidad el
alcance del término política, cuando el poder del Estado estaba reservado a unas
pocas personas y el común de los mortales no tenía ninguna participación en él, ya
sea directa o indirectamente. Con la aparición del Estado moderno, la definición de
política alcanzó otros significados configurándosela como la lucha por el poder.
Tanto la idea política como el arte de gobernar los estados son utilizados en la
actualidad por muchos tratadistas políticos, pero indudablemente no contienen el
alcance que ha dado al término la evolución del Estado, su interdependencia en la
comunidad mundial y la participación en la que se ha involucrado el hombre
moderno, en función del estrechamiento de las relaciones humanas a nivel general,
debido a la intensificación de las comunicaciones y a la mayor complejidad del vivir.
Todo este conjunto de partes de la sociedad, de lo social: el Estado, los partidos, los
grupos de presión, etc., se mueven en una relación interactuante que configura el
quehacer político del que derivan múltiples situaciones: coincidencias, conflictos,
logros, frustraciones, etc. Y todas estas situaciones tienen como destinatario al
hombre, sujeto y objeto de la política. Por eso la política es una dimensión
constitutiva del hombre. De modo que no puedo proponerme no tener comportamiento
político, o ser apolítico porque de alguna forma ésa es una posición política.
Después de estas reducidas consideraciones sobre la política que nos han dado un
pantallazo del tema, se hace necesario dar una pequeña introducción, se requiere
definirla, o redefinirlas, porque en las palabras anteriores hemos expuestos algunos
supuestos. Para contribuir a aclarar más su significado recurrimos a dos
definiciones. La política es relación dialéctica entre amigos y enemigos, entre una
dimensión de la vida pública y privada del hombre y entre el gobierno y los que son
gobernados, entre mando y obediencia. Estas tres afirmaciones, por lo tanto,
implican que si yo me ocupo de atender el fenómeno político debo comprender lo
que significa justificar el mando, explicar en nombre de qué se obedece, aceptar una
dimensión pública de la vida humana, en la medida en que dicha dimensión esté en
conexión con la vida privada, y que nunca ocupe toda la vida del hombre, porque
entonces caemos en el campo totalitario, y comprender en fin que la división entre
133
amigos y enemigos, en política, no significa sólo eso, sino también amigos y
adversarios.
En un sentido muy general, desde el punto de vista científico, podemos definir como
políticos los procesos, acciones o instituciones que defienden políticamente un orden
vinculante de la convivencia que realice el bien público. No es uno de estos factores
sin el equilibrio de todos ellos, bien público, carácter polémico o conflicto con que se
realiza, e intervención del poder, lo que caracteriza a la política o lo político.
Quien hace política aspira al poder; al poder como medio para conseguir otros fines
(altruistas o egoístas) o el poder por el poder, para gozar del sentimiento de prestigio
que él confiere.
“Hay dos formas de hacer de la política una profesión. O se vive para la política o
se vive de la política. Quien vive para la política hace de ello su vida; o goza
simplemente con el ejercicio del poder que posee, o alimenta su equilibrio y su
tranquilidad con la conciencia de haberle dado un sentido a su vida, poniéndola al
servicio de un ideal social. En este sentido profundo, todo hombre serio que vive
para algo vive también de ese algo. La diferencia entre vivir para y el vivir de se
sitúa en un nivel denigrante, toda su acción está destinada a hacer de la política un
negocio personal, vive de la política quien trata por cualquier medio hacer de ella
una fuente duradera de ingresos: vive para la política quien no se encuentra en este
caso”.
“El político profesional que vive de la política puede ser un puro prebendado o un
134
funcionario a sueldo, o recibe ingresos provenientes de tasa y derecho por servicios
prestados (las propinas y cohechos no son más que una variante irregular y
formalmente ilegal de este tipo de ingresos), o perciben un monto fijo en especies o
en dinero, o ambas a la vez”.
“En el curso del proceso político, han aparecido hombres que tenían como función
servir al príncipe, la primera categoría de políticos profesionales, actuando al
servicio de los jefes políticos, la gran mayoría de ellos hicieron de la política una
forma de ganarse la vida. La existencia de estos políticos profesionales nos
demuestra que se puede hacer política (es decir, que se puede influir sobre la
distribución del poder entre las distintas configuraciones políticas y dentro de cada
una de ellas)”.
Weber señalaba que los partidos políticos sienten más una reducción de su
participación en los cargos que una acción dirigida contra sus propios fines y
objetivos.
135
Weber dice: “Los políticos profesionales intentan conquistar el poder a través del
prosaico y pacifico reclutamiento del partido en el mercado electoral”. Luego
señala: “La política no tiene nada que hacer en las aulas, las virtudes del político son
incompatibles con las del hombre de ciencia. No se puede ser al mismo tiempo
hombre de acción y hombre de estudio sin atentar contra la dignidad de una y de
otra profesión, sin faltar a la vocación de ambas”.
“El hombre de acción es aquel que, en una coyuntura singular y única, elige en
función de sus ideas. Las consecuencias de la decisión tomada no son rigurosamente
previsibles, en la medida que la coyuntura es única. En cambio hay previsión
científica en las sucesiones de acontecimientos que pueden repetirse”.
En política hay un principio fundamental que nunca debe dejarse de lado, y dice:
Nunca odies a tus adversarios, eso afecta profundamente tu juicio.
136
Maquiavelo señala: “La práctica política, está claro, no es asunto para santos, sino
para hombres con los pies firmemente asentados en el suelo”. “Cuando se lucha en
política, es mucho más conveniente confiar más en sus propias fuerzas que en la
desorganización de los otros”.
“Las cosas funcionan de una cierta manera, y esto resulta lamentable para un
hombre de principios, pero es un hecho real que hay que ver con frialdad de quien
pretende un conocimiento objetivo de la aplicación práctica de la política. Para que
un político pueda poner en práctica sus planes debe vencer una serie de limitaciones,
adelantarse al futuro, ser previsor, flexible y con muy buenos reflejos para reconocer
y aprovechar las opciones para acceder al poder. Esto no es fácil, porque no sólo se
necesitan conocimientos, sino instrucción y mucha experiencia”.
Maquiavelo señala: “Que nadie desespere por conseguir lo que otros, porque los
hombres nacen, viven y mueren del mismo modo”. “Los hombres pueden secundar
la fortuna, pero no oponerse a ella; pueden tejer sus redes, pero no romperlas”.
“Para ponerse a salvo, en lo posible, de los embates de la fortuna, hay que
comportarse como los marineros diestros, que procuran evitar las tempestades
porque, cuando se encuentran con una, no se le enfrentan de proa, sino que se
doblegan a ella, adaptando su navegación a su sinuosidad, y así, obedeciéndola, la
vencen”.
Moral y política. “Se produce una lucha, se formula un juicio sobre la equidad y la
justicia de las pretensiones de las partes en conflicto. Se llega a la conclusión que
una de las partes no tiene razón, que sus pretensiones no son equitativas e, incluso,
que carecen de sentido común. Estas conclusiones son el resultado de modos de
pensar extendidos, populares, compartidos por la misma parte que es objeto de
reprobación. Sin embargo, esta parte sigue afirmando que tiene razón, que está en
lo justo y, lo que es más importante, sigue luchando, haciendo sacrificios; esto
significa que sus convicciones no son superficiales, a flor de labios, no son razones
polémicas para salvar las apariencias, sino que son convicciones realmente
profundas y activas en la conciencia”.
Según Gramsci: No se puede juzgar al hombre político por el hecho que sea más o
menos honesto, sino por el hecho de que mantenga o no su compromiso (y en este
mantenimiento de compromisos puede estar comprendido el ser honesto, es decir,
que el ser honesto puede ser un factor político necesario y en general lo es, pero el
juicio es político y no moral). Es juzgado no por el hecho de que actúa
equitativamente, sino por el hecho de que obtiene o no resultados positivos o evita
un resultado negativo, un mal; en esto puede ser necesario actuar equitativamente,
pero como medio político y no como juicio moral”.
Gramsci: “La gran mayoría de los políticos tienen una premisa fundamental:
quieren que existan siempre gobernantes y gobernados, y no representantes y
representados, es decir, el poder incontrolado”.
Gramsci: Sobre la verdad o sea, sobre decir la verdad en política. “Es opinión muy
extendida en algunos ambientes (y esta difusión es un signo de la estatura política y
cultural de dichos ambientes) que en el arte político es esencial mentir, saber ocultar
astutamente las propias opiniones, los verdaderos fines a que se tiende, saber hacer
creer lo contrario de lo que se quiere realmente, etc., la opinión está tan arraigada y
extendida que nadie cree que se diga la verdad”.
Weber: “¿Cuál es, la verdadera relación entre la ética y política? ¿No tiene nada
que ver la una con la otra? ¿O es cierto que hay una sola ética valida para la
138
actividad política como para cualquier otra actividad? ¿Será verdad que es
perfectamente indiferente para las exigencias éticas que a la política se dirigen el
que ésta tenga como medio especifico de acción el poder, tras él está la violencia?”.
Weber dice: “De la ética política se ha dicho lo mismo que de la ciencia. Que no es
un carruaje que se pueda hacer parar para tomarlo o dejarlo a capricho. Se la
acepta o se la rechaza por entero”.
Bismarck: “Caminar en la vida con principios viene a ser algo así como meterse en
un estrecho atajo del bosque con una larga vara entre los dientes”. “En política yo
hago lo que en la caza de patos. No doy un paso sin antes saber que piso terreno
seguro, y que puedo afirmarme en él”.
Weber señala: “Ninguna ética del mundo puede eludir el hecho de que para
conseguir fines “buenos” hay que contar en muchos casos con medios moralmente
dudosos, o al menos peligrosos, y con la posibilidad e incluso la probabilidad de
consecuencias laterales moralmente malas. Ninguna ética del mundo puede resolver
cuándo y en qué medida quedan “santificados” por el fin moralmente bueno los
medios y consecuencias moralmente peligrosos”. “La singularidad de todos los
problemas éticos de la política está determinada sola y exclusivamente por su
medio específico, la “violencia legítima” en manos de las acciones humanas”.
“Quien de cualquier modo pacte con este medio y para cualquier fin que lo haga, y
esto es lo que todo político hace, está condenado a sufrir sus consecuencias
específicas”.
Bakunin: “En todo partido hay un grupo más o menos numeroso de explotadores
inteligentes, audaces y conscientemente deshonestos, llamados hombres fuertes,
libres de todo prejuicio moral e intelectual, igualmente indiferentes frente a todas las
convicciones y que se sirven de todo para llegar a su fin”.
Weber: “El error común es buscar la base de la moral en el individuo aislado, siendo
que la verdad no se encuentra y no puede encontrarse más que en los individuos
asociados”.
Weber: “Quien quiere en general hacer política y, sobre todo, quien quiere hacer
política como profesión, ha de tener conciencia de estas paradojas éticas y de su
responsabilidad por lo que él mismo, bajo su presión, puede llegar a ser. Repito que
quien hace política pacta con los poderes diabólicos que acechan en el poder”.
Weber dice: “La política consiste en una dura y prolongada penetración a través de
tenaces resistencias, para la que se requiere, al mismo tiempo, pasión y mesura. Es
completamente cierto, y así lo prueba la historia, que en este mundo no se consigue
nunca lo posible si no se intenta lo imposible. Pero para ser capaz de poder hacer
esto, no sólo hay que ser un caudillo sino también un héroe en el sentido más sencillo
de la palabra. Incluso aquellos que no son ni lo uno ni lo otro han de armarse desde
139
ahora de esa fortaleza de ánimo que permite soportar la destrucción de todas las
esperanzas, si no quieren resultar de realizar incluso lo que hoy es posible. Sólo el
que está seguro de no quebrarse cuando, desde su punto de vista, el mundo se
muestra demasiado estúpido o demasiado abyecto para lo que él ofrece; sólo quien
frente a todos es capaz de responder con un “sin embargo”; sólo un hombre de esta
forma construido tiene vocación para la política”.
Weber: “Para ser un instrumento utilizable por el político demagogo, las personas
deben transformarse en un ente, no sentirse perturbados y desmoralizados por no
tener opinión propia, es decir, dejar de ser un individuo pensante. Esto es lo que
buscan muchos demagogos, personas alienadas que no tengan la facultad de
discernir y razonar objetivamente, con la influencia de las ideas nostálgicas y
románticas, y así poderlos dominar en forma implacable y sin piedad alguna”.
Locke dice: “La política no puede tener más fundamento que el consentimiento del
pueblo, ocurre sin embargo que tantos han sido los desórdenes con los que la
ambición ha llenado al mundo, que entre el ruido de la guerra, la cual constituye
gran parte de la historia de la humanidad, apenas si se ha reparado en ese
consentimiento; y así, muchos han confundido la fuerza de las armas con el
consentimiento del pueblo”.
Locke: “Considero que el poder político es el derecho de dictar leyes bajo pena de
muerte y, en consecuencia, de dictar también otras bajo penas menos graves, a fin
de regular y preservar la propiedad”.
Locke: “Aquel que piense que el poder de un solo hombre purifica la sangre de los
hombres y corrige la bajeza de la naturaleza humana sólo necesita leer la historia
de nuestro tiempo o de cualquier otra época para convencerse de lo contrario”.
“Todo hombre ama su propio poder, su provecho o su grandeza”.
Spencer señala: “Al considerar que los llamados políticos “prácticos” no sospechan
de la existencia de un momento político y menos todavía la de un momento que,
lejos de disminuir o permanecer constante, aumenta sin cesar. La teoría según la
cual el político procede habitualmente es la de que las medidas adoptadas no
rebasarán los límites que él pretende trazarles de antemano. Estudia atentamente
los resultados inmediatos de tal o cual acto, pero no sus efectos remotos, y menos
aún los concomitantes”.
Spencer dice: “La superstición política del pasado era el derecho divino de los
reyes: la de hoy es el derecho divino de los parlamentos. El óleo santo parece haber
140
pasado inadvertidamente de la cabeza de uno a la de muchos, consagrándolos a
ellos y a sus leyes”. “Si nos elevamos al tiempo en que el rey era considerado como
un dios, o a aquellos en que se les creía hijo de un dios, o a los que se pensaba que
era un delegado de dios, se comprende que su voluntad fuera pasivamente
obedecida. Cuando, por ejemplo, bajo Luis XIV, teólogos como Bossuet enseñaban
que los reyes “eran dioses y participaban en cierto modo de la independencia
divina”, o cuando se creía que el rey era “el delegado del cielo”, es claro que de
tales premisas inevitablemente debía desprenderse la conclusión de que el poder del
Estado no tiene límite alguno”.
Bertrand Russell: Hay amor al poder, hay rivalidad, hay odio, y me temo que
debemos añadir un placer positivo ante el espectáculo del sufrimiento. Estas
pasiones son tan fuertes que no sólo han gobernado el comportamiento de
sociedades, sino que han provocado el odio contra los que hablan en contra suya.
Cuando Cristo dijo a los hombres que deberían amarse unos a los otros, produjo
tanta furia que la multitud gritó: ¡Crucificadle, crucificadle! Los cristianos desde
entonces han seguido más a la multitud que al fundador de su religión.
La inteligencia ha sido usada, no para domar las pasiones, sino para potenciarlas.
Desde los primeros tiempos de la civilización, los poderosos han impuesto la
esclavitud a los débiles.
Si un hombre ofrece democracia y el otro ofrece una bolsa llena de granos, ¿en qué
nivel de inanición se preferirá el grano al voto? Se tienen muy poco en cuenta tales
141
cuestiones.
Toda actividad humana está motivada por el deseo o el impulso. Hay una teoría
totalmente engañosa presentada por algunos moralistas severos con el propósito de
hacernos creer que es posible resistir al deseo en beneficio de la obligación y el
principio moral.
Si se desea saber qué harán los hombres, se debe conocer no sólo o principalmente
sus circunstancias materiales, sino más bien todo el sistema de sus deseos con sus
fuerzas relativas.
Los deseos que son políticamente importantes pueden ser divididos en un grupo
primario y otro secundario. En el grupo primario están las necesidades vitales:
alimentos, vivienda y ropa. Cuando estas cosas escasean, no hay límite en los
esfuerzos que los hombres harán o en la violencia que mostrarán con la esperanza
de asegurarlos.
La codicia, el deseo de poseer tantos bienes como sea posible, o el derecho a los
bienes, es un motivo que tiene su origen en una mezcla de temor con el deseo de las
cosas necesarias.
Pero aunque la influencia de los motivos que hemos estado considerando es grande,
hay uno que pesa más que todos ellos. Me refiero al amor al poder. El amor al poder
está íntimamente relacionado con la vanidad, pero es desde luego lo mismo. La
vanidad necesita de la gloria para satisfacerse y no es fácil encontrar gloria sin
poder. Mucha gente prefiere la gloria al poder, pero en general esa gente influye
menos en el curso de los acontecimientos que aquellos que prefieren el poder a la
gloria. Cuando Blucher vio en 1814 los palacios de Napoleón dijo: Hay que ser tonto
para tener todo esto y pretender invadir Moscú. Napoleón, a quien ciertamente no era
vanidad lo que le faltaba, prefirió el poder cuando tuvo que elegir. A Blucher esta
elección le pareció una estupidez. El poder, como la vanidad, es insaciable. Nada
podría satisfacerlo por completo excepto la omnipotencia.
El poder sobre los seres humanos se manifiesta en lograr que hagan lo que prefieran
no hacer, el hombre que actúa por amor al poder es más capaz de hacer daño que
142
de permitir placer. En política, también un reformista puede tener amor al poder tan
fuerte como un déspota. Sería un completo error desacreditar al todo el amor al
poder como móvil.
“Es evidente que una vez formulada la pregunta “¿Quién debe gobernar?”, resulta
difícil evitar las respuestas de este tipo: “el mejor”, “el más sabio”, “el gobernante
nato”, “aquel que domina el arte de gobernar” (o también, quizá, “la voluntad
general”, “la raza superior”, “los obreros industriales” o “el pueblo”). Pero
cualquiera de estas respuestas, por convincentes que puedan parecer -pues ¿quién
habrá de sostener el principio opuesto, es decir, el gobierno del “peor”, o “el más
ignorante” o “el esclavo nato”- es, como trataré de demostrar, completamente
inútil”.
“Sin entrar en una crítica detallada del tema, señalaré, sin embargo, que pueden
formularse serias objeciones contra la aceptación apresurada e implícita de esta
teoría. Cualquiera sean sus méritos especulativos, trátase, por cierto, de una
suposición nada realista. Ningún poder político ha estado nunca libre de todo
control y mientras los hombres sigan siendo hombres (mientras no se halla
materializado un mundo mejor), no podrá darse el poder político absoluto e
ilimitado. Mientras un solo hombre no pueda acumular el suficiente poderío físico en
sus manos para dominar a todos los demás, deberá depender de sus auxiliares. Aun
el tirano más poderoso depende de su policía, de sus secuaces y de sus verdugos. Esta
dependencia significa que su poder, por grande que sea, no es incontrolado y que,
por consiguiente, debe efectuar concesiones, equilibrando las fuerzas de los grupos
antagónicos. Esto significa que existen otras fuerzas políticas, otros aparte del suyo
y que sólo puede ejercer su mando utilizando y pacificando estas otras fuerzas. Lo
cual demuestra que aun los casos más extremos de soberanía no poseen nunca el
carácter de una soberanía completamente pura. Jamás puede darse en la práctica
el caso de que la voluntad o el interés de un hombre (o, si esto fuera posible, la
voluntad o el interés de un grupo) alcance su objetivo directamente, sin ceder algún
terreno a fin de ganar para sí las fuerzas que no puede someter. Y en un número
abrumador de casos, las limitaciones del poder político van todavía mucho más
lejos”.
“Insisto en esos puntos empíricos, no porque desee utilizarlos como argumento, sino
tan sólo para evitar objeciones infundadas. Nuestra tesis es que toda teoría de la
soberanía omite la consideración de un problema mucho más fundamental, esto es,
el de si debemos o no esforzarnos por lograr el control institucional de los
gobernantes mediante el equilibrio de sus facultades con otras facultades ajenas a
los mismos. Lo menos que podemos hacer es prestar cuidadosa atención a esta
teoría del control y el equilibrio. Hasta donde alcanzo, las únicas objeciones que
cabe hacer a esta concepción son: a) que dicho control es prácticamente imposible y
b) que resulta esencialmente inconcebible, puesto que el poder político es
144
fundamentalmente soberano. A mi juicio los hechos refutan estas dos objeciones de
carácter dogmático y, junto con ellas, todo una serie de importantes concepciones
(por ejemplo, la teoría de que la única alternativa a la dictadura de una clase es la
de otra clase)”.
“Para plantear la cuestión del control institucional de los gobernantes basta con
suponer que los gobiernos no son siempre buenos o sabios. Sin embargo, puesto que
me he referido a los hechos históricos, creo conveniente confesar que me siento
inclinado a darle mayor amplitud a esta suposición. En efecto, me inclino a creer que
rara vez se han mostrado los gobernantes por encima del término medio, ya sea moral
o intelectualmente, y sí, frecuentemente por debajo de éste. Y también me parece
razonable adoptar en política el principio de que debemos siempre prepararnos para
lo peor aunque tratemos, al mismo tiempo, de obtener lo mejor. Me parece
simplemente rayano en la locura basar todos nuestros políticos en la frágil
esperanza de que habremos de contar con gobernantes excelentes o siquiera
capaces. Sin embargo, pese a la fuerza de mi convicción en este sentido, debo
insistir en que mi crítica a la teoría de la soberanía no depende de esas opiniones de
carácter personal”.
145
“Como ya vimos, Platón estuvo muy cerca de descubrir las paradojas de la libertad
y la democracia. Pero lo que Platón y sus sucesores pasaron por alto fue que todas
las demás formas de la teoría de la soberanía dan lugar a las mismas
contradicciones. Todas las teorías de la soberanía son paradójicas. Por ejemplo,
supongamos que hayamos escogido como la forma ideal de gobierno, el gobierno
del “más sabio” o del “mejor”. Pues bien; el “más sabio” puede hallar en su
sabiduría que no es él sino “el mejor” quien debe gobernar, y “el mejor”, a su vez,
puede encontrar en su bondad que es “la mayoría” quien debe gobernar. Cabe
señalar que aun aquella forma de la teoría de la soberanía que exige “el imperio de
la ley” es pasible de esta misma objeción. En realidad, esta dificultad ya había sido
advertida hace mucho tiempo, como lo demuestra la siguiente observación de
Heráclito: “La ley puede exigir, también, que sea obedecida la voluntad de un solo
hombre”.
“Si, tal como hemos sugerido, hacemos uso de los dos rótulos propuestos, entonces
146
podemos considerar que el principio de la política democrática consiste en la
decisión de crear, desarrollar y proteger las instituciones políticas que hacen
imposible el advenimiento de la tiranía. Este principio no significa que siempre sea
posible establecer instituciones de este tipo, y menos todavía, que éstas sean
impecables o perfectas, o bien que aseguren que la política adoptada por el gobierno
democrático habrá de ser forzosamente justa, buena o sabia, o siquiera mejor que la
adoptada por un tirano benévolo. (Puesto que no efectuamos ninguna afirmación
de este tipo, queda eliminada la paradoja de la democracia). Lo que sí puede
decirse, sin embargo, es que en la adopción del principio democrático va implícita la
convicción de que hasta la aceptación de una mala política en una democracia
(siempre que perdure la posibilidad de provocar pacíficamente un cambio en el
gobierno), es preferible al sojuzgamiento por una tiranía, por sabia o benévola que
ésta sea. Vista desde éste ángulo, la teoría de la democracia no se basa en el
principio de que debe gobernar la mayoría, sino más bien, en el de que los diversos
métodos igualitarios para el control democrático, tales como el sufragio universal y
el gobierno representativo, han de ser considerados simplemente salvaguardias
institucionales, de eficacia probada por la experiencia, contra la tiranía, repudiada
generalmente como forma de gobierno y estas instituciones deben ser siempre
susceptibles de perfeccionamiento”.
“En razón de este hecho, hay quienes creen que en la teoría platónica el bienestar
del Estado constituye, en última instancia, una cuestión ética y espiritual,
dependiente de las personas y de la responsabilidad personal, más que de el
establecimiento de instituciones impersonales. A mi juicio, esta concepción del
platonismo es superficial. Todos los regímenes políticos a largo plazo son
institucionales. Y de esta verdad no se escapa ni el mismo Platón. El principio del
conductor o líder no reemplaza los problemas institucionales por problemas de
personas, sino que crea, tan solo, nuevos problemas institucionales. Como no
tardaremos en ver, llega incluso a cargar a las instituciones con una tarea que
supera con mucho lo que cabe esperar razonablemente de una simple institución,
esto es, con la tarea de seleccionar a los futuros conductores. Sería un error, por
147
consiguiente, considerar que la diferencia que media entre la teoría del equilibrio y
la teoría de la soberanía corresponde a la que separa al institucionalismo del
personalismo. El principio platónico de la conducción se halla a considerable
distancia del personalismo puro, puesto que involucra el funcionamiento de ciertas
instituciones; en realidad podría decirse, incluso, que el personalismo puro es
completamente imposible. No obstante, debemos apresurarnos a decir, asimismo,
que tampoco es posible el institucionalismo puro. El establecimiento de instituciones
no sólo involucra importantes decisiones personales, sino que hasta el
funcionamiento de las mejores instituciones, como las destinadas al control y
equilibrio democráticos, habrán de depender siempre, en grado considerable, de las
personas involucradas por las mismas. Las instituciones son como las naves, deben
hallarse bien ideadas y tripuladas”.
“Existe todavía otra distinción dentro del campo de los problemas políticos,
correspondiente a la existencia entre personas e instituciones. Se trata de la que
debe efectuarse entre los problemas presentes y los futuros. En tanto que los
problemas presentes son, en gran medida, personales, la construcción del futuro
debe ser necesariamente institucional. Si se encara el problema político mediante la
pregunta: “¿Quién debe gobernar?” y si se adapta el principio platónico del
liderazgo, es decir, el principio de que debe gobernar el mejor, entonces el problema
del futuro se presentará bajo la forma de una tarea encaminada a crear las
148
instituciones para la selección de los futuros conductores”.
“Nos parece sumamente probable que gran parte de la teoría platónica se debe a la
influencia de Sócrates. Uno de los principios fundamentales de Sócrates era en mi
opinión, el intelectualismo moral. Con esta expresión nos referimos: a) a la
identificación de la bondad con la sabiduría, es decir, a su teoría de que nadie actúa
contra lo que le dicta su conocimiento y que es la falta de conocimiento la causa de
todos los errores morales, y b) a la teoría de que las virtudes pueden ser enseñadas, y
que ellas no presuponen ninguna facultad moral específica, aparte de la inteligencia
humana universal”.
“Sócrates, moralista y entusiasta, era ese tipo de hombre capaz de criticar cualquier
forma de gobierno por sus defectos (y ésta es necesaria y útil, en verdad, para
cualquier gobierno, si bien sólo es posible en una democracia), pero también de
reconocer la importancia de mantenerse leal a las leyes del Estado. La mayor
parte de la vida de Sócrates transcurrió bajo formas democráticas de gobierno y,
como buen demócrata, Sócrates sintió que era su deber poner al descubierto la
incapacidad y la charlatanería de algunos de los jefes democráticos de su época. Al
mismo tiempo, se opuso a cualquier forma de tiranía y, si se tiene en cuenta su
valiente comportamiento durante el gobierno de los treinta tiranos, no habrá
ninguna razón para suponer que su censura de los jefes democráticos se inspiraba
en ciertas inclinaciones antidemocráticas. No es improbable que haya exigido (al
igual que Platón) que el gobierno estuviese en manos de los mejores, lo cual debió
significar, en su opinión, los más sabios o sea, aquellos que tenían alguna noción de
la justicia. Pero no debemos olvidar que por justicia, Sócrates entendía la justicia
igualitaria y que no sólo era igualitarista sino también individualista, quizá, incluso,
sea el más grande apóstol de la ética individualista de todos los tiempos. Debemos
comprender asimismo, que si bien exigió que gobernasen los más aptos, dejó bien
sentado que no quería referirse con ello a los individuos instruidos; en realidad,
abrigaba un profundo recelo hacia todo tipo de instrucción profesional, ya se tratase
de los filósofos del pasado o de los presuntos sabios de su generación, los sofistas. La
sabiduría a que aludía Sócrates era de naturaleza muy diversa y consistía
simplemente en la comprensión de lo poco que sabe cada uno. Quienes no saben
esto (enseñaba Sócrates) no saben nada en absoluto. (He aquí el verdadero espíritu
149
científico). Hay quienes creen todavía, como creyó el propio Platón cuando se
proclamó a sí mismo sabio pitagórico, que la actitud agnóstica de Sócrates debe
atribuirse a la falta de éxito de la ciencia de su época. Pero esto sólo demuestra que
quienes así piensan no han comprendido su espíritu y se hallan poseídos todavía por
la actitud mágica presocrática hacia la ciencia y hacia el hombre de ciencia, a quien
consideran una especie de exorcista auroleado con la gloria de los sabios, los
eruditos, los iniciados. Así lo juzgan por el monto de conocimientos que posee, en
lugar de tomar -siguiendo las huellas de Sócrates- su conciencia de lo que ignora
como medida de su nivel científico y también de su honestidad intelectual”.
“Pero este intelectualismo moral de Sócrates es una espada de doble filo. En efecto,
presenta ya junto con su aspecto igualitario y democrático, que fue más tarde
desarrollado por Antístenes, otro aspecto capaz de dar lugar a tendencias
antidemocráticas. Su insistencia en la necesidad de educarse y cultivarse podrían
interpretarse fácilmente como una exigencia autoritarista. Esto se halla vinculado
con un problema que parece haber desconcertado considerablemente a Sócrates,
saber que aquellos que no poseen la suficiente educación y no son, por lo tanto, lo
bastante sabios para conocer sus propias deficiencias, son precisamente los que más
necesitan de la educación. La disposición para aprender demuestra, en sí misma, la
posesión de sabiduría, la única sabiduría que en realidad Sócrates reclamaba para
sí; en efecto, aquel que se halla dispuesto a aprender sabe ya lo poco que sabe.
Aquel individuo que carece de educación parece hallarse necesitado, de este modo,
de una autoridad que le abra los ojos, puesto que no cabe esperar que revele, por sí
mismo, sentido de autocrítica. Este pequeño elemento de autoritarismo, sin
embargo, fue maravillosamente contrarrestado en las enseñanzas socráticas,
mediante la insistencia en que no se debe reclamar para sí más que eso. El
verdadero maestro sólo puede probar su carácter de tal, demostrando esa
150
autocrítica que le falta al que no lo es. “Cualquiera sea la autoridad que yo tenga,
ésta descansa exclusivamente en mi conocimiento de lo poco que sé”, he ahí la forma
en que Sócrates podría haber justificado su misión de aguijonear y mantener a la
gente libre del sueño dogmático. A su juicio, esta misión, a más de educacional,
también era política. Sentía, en efecto, que la forma de perfeccionar la vida política
de la ciudad era educar a los ciudadanos en el ejercicio de la autocrítica. En este
sentido, reclamó para sí el mérito de ser el único político de la época, a diferencia de
aquellos otros que lisonjeaban a la gente en lugar de estimular sus verdaderos
intereses”.
“Nada más fácil, claro está, que deformar esta identificación socrática de las
actividades educacional y política, confundiéndola con la platónica y aristotélica de
que el Estado vigile la vida moral de sus ciudadanos. Y nada más fácil, tampoco, que
servirse de este malentendido para probar peligrosamente que todo control
democrático se halla viciado. En efecto, ¿cómo podrían ser juzgados aquellos cuya
tarea consiste en educar, por jueces desprovistos de educación? ¿Cómo podrían los
mejores hallarse sujetos al control de los menos buenos? Pero este argumento nada
tiene que ver, por supuesto, con Sócrates. Se supone aquí una autoridad de los más
sabios e instruidos que va mucho más allá de la modesta idea socrática de que la
autoridad del maestro se funda, únicamente, en la conciencia de sus propias
limitaciones. La autoridad estatal en estos asuntos es propensa a alcanzar, en
realidad, el extremo precisamente opuesto al del objetivo socrático. Así es probable
que provoque la autosatisfacción dogmática y una complacencia intelectual
indiscriminada, en lugar de la deseable insatisfacción crítica y la ansiedad de
perfeccionamiento. No creo superfluo insistir en este peligro cuya magnitud rara vez
se comprende claramente. Hasta un autor como Crossman que, según creo,
comprendió perfectamente el verdadero espíritu socrático, coincide con Platón en
lo que llama la tercera crítica platónica de Atenas: “la educación, que debiera
constituir la responsabilidad fundamental del Estado, había sido abandonada al
capricho individual. He aquí, nuevamente, una tarea que sólo debiera confiarse a los
hombres de reconocida probidad. El futuro de todo Estado depende de las
generaciones jóvenes y es una locura, por lo tanto, permitir que las mentes de los
niños sean modeladas de acuerdo con el gusto individual de los maestros y las
fuerzas de las circunstancias. Igualmente desastrosa había sido la política estatal del
Laissez Faire con respecto a los maestros, preceptores y catedráticos. Pero la
política del Estado ateniense, del Laissez Faire, censurada por Crossman y por
Platón, tuvo el inestimable resultado de permitir que ciertos preceptores
transmitieran sus enseñanzas, especialmente, el más grande de todos ellos, Sócrates.
Y el resultado del cambio de esta política fue nada menos que la muerte de éste.
Esto debiera servir a manera de advertencia sobre lo peligroso que puede resultar el
control estatal en semejantes asuntos y sobre la ruidosa preferencia por los
“hombres de reconocida probidad” que puede conducir fácilmente a la eliminación
de los mejores. Pero, en la medida en que a los principios básicos se refiere,
tenemos aquí un claro ejemplo del perjuicio profundamente arraigado que la única
alternativa frente al Laissez Faire es la responsabilidad total del Estado. Soy de
opinión de que es responsabilidad privativa del Estado cuidar que todos sus
ciudadanos reciban una educación que les permita participar en la vida de la
comunidad y aprovechar todas la oportunidades para desarrollar sus intereses y
dones específicos; y también debe cuidar el Estado, por cierto, que la falta de
151
capacidad del individuo para pagar no lo prive de realizar sus estudios superiores. A
mi juicio, todo esto corresponde a las funciones protectoras del Estado. Afirmar, sin
embargo, que el futuro del Estado depende de las generaciones jóvenes y que es
locura por lo tanto permitir que las mentes de los niños sean moldeadas de acuerdo
con el gusto individual, parece equivaler a abrir las puertas de par en par al
totalitarismo. No deben invocarse a la ligera los intereses del Estado para defender
medidas que pueden poner en peligro la más preciosa de todas las formas de
libertad, la libertad intelectual. Y aunque no nos declaramos partidarios del Laissez
Faire con respecto a los maestros y preceptores, creemos que esta política es
infinitamente superior a la política autoritarista que confiere plenas facultades a los
Funcionarios del Estado para modelar las mentes de los discípulos y controlar la
enseñanza de la ciencia, respaldando de este modo la dudosa autoridad de los
expertos con la del Estado, lo que no puede sino llevar la ciencia a la ruina, por el
hábito de enseñarla a la manera de una doctrina autoritarista, destruyendo el
espíritu científico de la investigación, ese espíritu de la búsqueda de la verdad que
tanto se diferencia de la creencia en su posesión”.
“¿Cómo hizo Platón para dar vuelta esta doctrina? A primera vista, parecería que
no la hubiera modificado en absoluto cuando exige que la soberanía del Estado
descanse en los filósofos especialmente debido a que -al igual que Sócrates- por
filósofos entendía a los amantes de la verdad. Pero las modificaciones introducidas
por Platón son realmente fundamentales. El amante platónico ya no es el modesto
buscador de verdades, sino su orgulloso poseedor. Dialéctico experto, el filósofo es
capaz de intuición intelectual, de ver las formas o ideas divinas eternas, y de
152
comunicarse con ellas. Situado muy por encima de todos los hombres ordinarios, es
“semejante a los dioses, si no... divino” tanto por su sabiduría como por su poder. El
filósofo platónico ideal se acerca, al mismo tiempo, a la omnisapiencia. Es, en suma,
el Filósofo Rey. Resulta difícil, a mi juicio, concebir un contraste mayor que el que
media entre el ideal socrático del filósofo y el platónico. Es el contraste entre dos
mundos distintos: el mundo de un individualista modesto y racional y el de un
semidiós totalitario”.
“La exigencia platónica que deben gobernar los sabios -los poseedores de la verdad,
los “filósofos plenamente capacitados”- plantea, por supuesto, el problema de la
selección y educación de los gobernantes. En una teoría puramente personalista (a
diferencia de la institucional) este problema podría resolverse con la simple
declaración que los gobernantes sabios serán, en su sabiduría, lo bastante sabios
para elegir por sucesor a aquel que se halle mejor capacitado. Este no constituye,
sin embargo, un enfoque muy satisfactorio del problema. En efecto, en esta forma
habría demasiadas cosas libradas a una serie de circunstancias no controladas y un
mero accidente podría destruir la futura estabilidad del Estado. Pero la tentativa de
controlar las circunstancias, de prever todo lo que puede suceder y obrar en
consecuencia, debe conducir, aquí como en cualquier otra parte, al abandono de
una solución puramente personal y a su reemplazo por la de carácter institucional.
Como ya dijimos antes, la tentativa de planificar para el futuro conduce siempre al
institucionalismo”.
“La institución que, de acuerdo con Platón, debe cuidar la formación de los futuros
conductores podría describirse como el departamento educacional del Estado.
Desde un punto de vista puramente político es, con mucho, la institución más
importante dentro de la sociedad platónica. Ella tiene las llaves del poder y por esta
sola razón los gobernantes deben controlarla directamente, o por lo menos, los
grados superiores de instrucción. Existen también otras razones y la más importante
es la que sólo “los expertos y los hombres de reconocida probidad” -como dice
Crossman- que dentro de la concepción platónica sólo significan los adeptos más
sabios, es decir, los propios gobernantes son dignos de que se les confíen la
iniciación definitiva de los futuros sabios en los misterios superiores de la sabiduría.
Esto se cumple sobre todo en el campo de la dialéctica, el arte de la intuición
intelectual, de la visualización de los divinos orígenes -las Formas o Ideas- de la
revelación del Gran Misterio que yace detrás del mundo cotidiano de las
apariencias”.
“¿Cuáles son las exigencias institucionales de Platón con respecto a esta forma
superior de educación? Como veremos, son sorprendentes. Platón exige que sólo
sean admitidos aquellos que ya hayan dejado atrás la juventud. “Sólo cuando
empiece a faltarles la fuerza corporal y cuando hayan pasado ya la edad de los
deberes públicos y militares, podrán penetrar libremente en el sagrado recinto...”. Es
decir, el recinto de los más altos estudios dialécticos. La razón de Platón para
formular este extraño precepto es bastante clara. Platón teme al poder del
pensamiento: “Todas las grandes cosas son peligrosas” es la observación con que
introduce la confesión de que teme el efecto que pudiera tener el pensamiento
filosófico sobre aquellos cerebros que no hayan alcanzado todavía los umbrales de
la ancianidad. (Y todo esto lo pone en boca de Sócrates, que murió defendiendo el
153
derecho de enseñar libremente a los jóvenes). Pero es exactamente lo que cabe
esperar si se recuerda que el objetivo fundamental de Platón era el de detener todo
cambio político. Durante la juventud, los miembros de la clase superior deberán
luchar, y cuando sean demasiado viejos para luchar con independencia podrán
desempeñar perfectamente su papel de estudiantes dogmáticos, prontos a asimilar
la sabiduría y la autoridad a fin de convertirse ellos mismos en sabios y transmitir, a
su vez, su sabiduría, la doctrina del colectivismo y del autoritarismo a las
generaciones futuras”.
“Es interesante destacar que más adelante, en un pasaje más depurado, donde trata
de pintar a los gobernantes con el mayor brillo posible, Platón modifica su
sugerencia. Esta vez les permite a los futuros sabios iniciar sus estudios dialécticos
preparatorios a la edad de treinta años, insistiendo, por supuesto, en la “necesidad
de una gran cautela” y en los peligros de la “insubordinación...que corrompe a
tantos dialécticos”, y exige, asimismo, que “aquellos a quienes se les permite el uso
de argumentos sean de naturaleza bien disciplinada y equilibrada”. Esta
modificación contribuye ciertamente a dar brillo al cuadro, pero la tendencia
fundamental es la misma. En efecto, en la continuación de este pasaje se nos dice
que los futuros conductores no deben ser iniciados en los estudios filosóficos
superiores -en la visión dialéctica de la esencia del bien- antes de haber alcanzado
los cincuenta años y de haber superado una serie de pruebas y tentaciones”.
Tales son las prédicas de la República. Parece ser que el diálogo Parménides
contiene un mensaje similar, pues en él se lo describe a Sócrates como a un joven
brillante que, habiendo incursionado con éxito en la filosofía pura, se ve en serias
dificultades cuando se le pide que dé una reseña de los problemas más sutiles de la
teoría de las ideas. Entonces es rechazado por el viejo Parménides con la
admonición de que se adiestre antes de aventurarse nuevamente en el elevado
campo de los estudios filosóficos. Parece como si tuviéramos aquí (entre otras
cosas) la respuesta de Platón -“Hasta Sócrates fue una vez demasiado joven para la
dialéctica”- a los discípulos que lo acosaban pidiéndole una iniciación que él
consideraba prematura”.
“¿A qué se debe que Platón no desee que sus conductores tengan originalidad o
iniciativa? A mi juicio, la razón es bien clara. Platón aborrece todo cambio y no
desea que se haga necesario efectuar ajuste alguno. Pero esta explicación de la
actitud platónica no llega al fondo de las cosas; en realidad, enfrentamos aquí una
dificultad fundamental del principio de la conducción. En efecto, la idea misma de
seleccionar o educar a los futuros conductores es contradictoria. Quizá no ocurra
así, hasta cierto grado, en el campo de la cultura corporal. Tal vez no sea tan difícil
promover la iniciativa física y la valentía corporal. Pero el secreto del valor
intelectual es el espíritu crítico, la independencia intelectual. Y esto nos lleva a
dificultades que ningún tipo de autoritarismo puede superar. Efectivamente el
autoritarista selecciona generalmente a aquellos que obedecen, que responden a su
influencia y creen en ella. Nunca una autoridad podrá admitir que el tipo más
valioso sea el de aquellos dotados de valentía intelectual, es decir, capaces de
desafiar su propia autoridad. Al mismo tiempo, las autoridades siempre estarán
convencidas, por supuesto, de su capacidad de descubrir la iniciativa de los demás.
Pero lo que ellos entienden por iniciativa es sólo la rápida captación de sus
154
intenciones y la verdadera diferencia entre una y otra actitud pasará siempre
inadvertida. Quizá estemos rozando aquí el secreto de las dificultades particulares
que se oponen a la selección de conductores militares capaces. La exigencia de la
disciplina militar intensifica los inconvenientes aquí examinados, los métodos de la
promoción militar son tales, que aquellos que se atreven a pensar por sí mismos
suelen concluir por ser eliminados. Nada es menos cierta, en la medida en que
importa la iniciativa intelectual, que la idea de que aquellos buenos para obedecer
serán los mejores para mandar. En los partidos políticos se presentan dificultades
muy semejantes: el factótum del partido gobernante rara vez resulta un sucesor
capaz”.
“Se ha dicho sólo con demasiada verdad que Platón fue el inventor de nuestras
escuelas secundarias y nuestras universidades. No creo que haya mejor argumento
para trazar un cuadro optimista de la humanidad, ni mejor prueba del indestructible
amor de los hombres a la verdad y a la decencia, de su originalidad, tenacidad y
salud, que el hecho de que este devastador sistema educacional no lo haya
arruinado por completo. Pese a la traición de tantos de sus jefes, los hay todavía, y
en gran número, viejos y jóvenes, que conservan su decencia, inteligencia, y
dedicación al trabajo. “A veces me maravillo de que el daño ocasionado no haya
sido más sensible” -dice Samuel Butler- “y que la joven generación haya resultado
tan buena y sensata, pese a las muchas tentativas, casi deliberadas, de torcer o
detener su crecimiento. Algunos, sin duda, fueron víctimas de un intenso daño, del
cual debieron sufrir hasta el fin de sus vidas; pero la mayoría, lejos de ser afectada
por ello, pareció tornarse mejor aún. La razón reside, probablemente, en el instinto
natural de los jóvenes que, en la mayoría de los casos, los llevó a revelarse en forma
155
tan absoluta contra las normas de enseñanza, que, hicieran los maestros lo que
hiciesen, jamás lograron la menor atención por parte de los alumnos”.
Por lo demás, si nos preguntamos qué sentido tenía para los griegos el plural neutro
ta política del que deriva nuestro vocablo, lo primero que se advierte, desde luego,
es su referencia a la polis: ta política era para los griegos lo que concierne a la polis
y particularmente lo que concierne a su constitución (politeia) y gobierno. El arte de
gobernar, la techné propia de los gobernantes, se decía e politiké. Este nexo entre
política y polis que la etimología pone al descubierto es singularmente ilustrativo,
aun cuando algunos no admitan -como pretende Heller- que el Estado sea la forma
más desarrollada de la polis. Ni la polis ni el imperio de la antigüedad tienen
ciertamente nada que ver con las formas políticas que en el occidente de Europa
surgen tras el hundimiento del Imperio Romano, pero de cualquier manera tanto la
polis como el Estado son formas políticas, es decir, formas de organización del poder
en la sociedad.
Tras esto se puede decir con alguna precisión qué es, en sentido estricto, la política.
Ya se ha dicho que es algo que el hombre hace, pero eso no basta. Porque lo normal
es que lo que el hombre hace no sea duradero y carezca, en cierto modo, de
consistencia, esto es que no alcance nunca a tener una existencia autónoma,
independiente del hombre que lo hace. Lo más característico de la política es
precisamente esto último; el quehacer humano que en definitiva es, no se agota en
los actos individuales de los hombres que la realizan, sino que, independientemente
de ellos, cobra una existencia objetiva; es, en otros términos, vida humana
objetivada.
157
Así la Constitución americana fue hecha por unos hombres, por los constituyentes
de 1787, y es patente que es un resultado de las ideas políticas de aquellos hombres y
de la manera cómo ellos concebían los problemas políticos de la América de su
tiempo. Pero no es menos cierto que dicha obra rebasa las existencias particulares
de sus creadores, pues ahí está todavía como constitución vigente de los Estados
Unidos, aunque en el sentido de las sucesivas generaciones, éstas hayan dado a la
constitución el destino que le dieron los creadores.
Ahora bien: esa existencia objetiva de la política no es, como la de las obras de arte,
una existencia de algún modo definitiva y conclusa, sino un hacerse constante,
expresando una serie ininterrumpida de decisiones y de actos. Se trata de una
realidad social específica y caracterizada, mediante un proceso integrador, por una
pluralidad de hombres y de esfuerzos en una unidad de poder y de resultados, capaz
de asegurar la convivencia pacífica en el interior y la existencia autónoma frente al
exterior.
La conexión entre política y poder es esencial y los demás aspectos del quehacer
político son en relación con ella meramente secundarios. Aun cuando se diga que la
política es lo que concierne al Estado y a su gobierno, aun entonces se está haciendo
referencia a una forma de organización de poder: el poder organizado en una
sociedad determinada, cualquiera sea.
158
Reconociendo la parte de verdad que hay en esta concepción de la política, común a
los que Burnhan, en su obra homónima, los Maquiavelistas, esta concepción es
fragmentaria y sólo toma en cuenta uno de los aspectos de la actividad política. La
imagen de Jano, el dios bifronte, es para Duverger la verdadera representación del
Estado: en ella se expresa la realidad política más profunda.
En la base de toda acción política hay, en efecto, una incitación a hacer algo: la
incitación de un determinado candidato, por ejemplo, que pide al elector que vote
por él. Y acontece que esa intención no es normalmente única, sino que, como en el
ejemplo dado, el elector debe optar por responder favorablemente a la invitación de
ese candidato A o a la del candidato B, que solicita igualmente el voto del elector.
Ante la disyuntiva, el elector puede decidirse simplemente por la influencia o el
prestigio que tiene el candidato A, o porque el programa de gobierno de A le parece
superior al de B. Puede ocurrir que, pese a la influencia y el prestigio de A, se decida
a votar por B; en éste caso el prestigio de A no bastó para compensar el juicio
desfavorable del elector sobre su programa de gobierno. En el primer supuesto la
decisión del elector se apoya no en un juicio propio, sino en la confianza depositada
en el candidato, o para decirlo de otra manera, en la autoridad de que éste goza.
Esta autoridad del candidato A está invertida y opera en dos dimensiones: en
extensión, esto es, en relación al número de electores sobre los cuales ejerce su
prestigio el candidato A; y la intensidad, esto es, con relación a la dosis de prestigio
con que A se presenta a los ojos de cada elector. Ahora bien: el uso que aquí se da a
la palabra autoridad difiere que le dan comúnmente los juristas, para los cuales la
autoridad significa el derecho a mandar e incluye el correlativo deber de obedecer.
La autoridad para los jueces es estática: dicen ellos que sería desastroso para la
sociedad que la autoridad de los magistrados variara sin cesar. La “justicia” se
159
equivoca; por el contrario, la autoridad es un concepto dinámico cuya función es la
de describir el proceso efectivo de la política, en el que los personajes están siempre
en trance de perder la estatura y el peso. Pero la sola autoridad goza normalmente
de cierto prestigio en muchas personas. De ahí que el candidato A, si por la
autoridad de la que goza entre los electores es elegido para ocupar una determinada
posición de autoridad, aquel prestigio o autoridad de que goza quedará
automáticamente multiplicado. A su autoridad personal se suma la impersonal
autoridad inherente del cargo para el que fue elegido. A la inversa, puede ocurrir
que un sistema de autoridad bien establecido tenga a su cabeza hombres de
autoridad mediocre.
Pero la politiké techné a que se refiere por ejemplo, Protágoras, es un saber de raíz
empírica, formado merced a la observación, no de otro modo que acontece con el
arte de la medicina. Consiste, precisamente, en generalizar esas observaciones
formulando, según Aristóteles, una hipótesis general; la dificultad está en la
aplicación de esa hipótesis a los casos concretos, y en este sentido tiene razón el
Estagirita cuando dice que la política es un saber cairológico u ocasional. Por eso los
que actúan en política parecen hacerlo, no por reflexión, sino en virtud de cierta
predisposición natural y de la experiencia adquirida, sin que escriban ni hablen
acerca de ella ni comuniquen a otro su saber.
Ahora hay que preguntarse si existe una ciencia del devenir político. Las grandes
dificultades que hacen frente al conocimiento científico en esta esfera surgen del
hecho de que no tratamos aquí con entidades rígidamente objetivas, sino con
tendencias y esfuerzos en un estado de constante fluir. Una dificultad posterior, es
que la constelación de las fuerzas de interacción cambian continuamente. Otra
dificultad es que el mismo observador no está fuera del reino de lo irracional, sino
que es un participante de las fuerzas en conflicto.
Acaso pueda admitirse que la política es una ciencia normativa, una ciencia de lo
que debe ser; en cuanto a su esencia, consiste en decidir entre alternativas, de
manera que cada acto de gobierno expresa o implica un juicio de valor. Esa es la
161
opinión de Jellinek, para quien el contenido de la política está formado por juicios de
valoración.
La política no crea a los hombres sino que los recibe de la naturaleza y los utiliza.
(Política, Aristóteles).
162
Para participar en política es indispensable el tiempo libre y los recursos. (Política,
Aristóteles).
Aristóteles: “Por qué causas, cuántas y de qué índole cambian los sistemas políticos,
cuáles son las corruptelas propias de cada régimen y a partir de qué tipos en qué
otros principalmente se convierten; además con qué medios de conservación
comunes y particulares cuenta cada uno y por cuáles se puede salvaguardar mejor
cada régimen. En primer lugar, se debe tomar como base el principio de que muchos
son los regímenes existentes, porque si bien todos admiten la justicia y la igualdad
proporcional, no se ajustan plenamente a ella”.
“Dos son los medios de que el príncipe a de valerse para gobernar a los súbditos: la
ley, que es propia de los hombres, y la fuerza, que lo es de las bestias. Y como no
siempre basta con la ley, es menester entonces la segunda. De ahí que sea necesario
al príncipe saber utilizar muy bien el poder tanto con las bestias como con el
hombre”.
“No es menester que el príncipe esté adornado de bellas cualidades morales, sino que
basta con que parezca estarlo: más aún, el ser virtuoso es en definitiva perjudicial; el
parecerlo, útil. Pues el príncipe no debe ajustar su conducta a lo que los demás
hombres consideran bueno, sino que, por el contrario, en más de una ocasión tendrá
que obrar, porque la conservación del Estado así lo exige, faltando a la palabra
dada, a los preceptos de la religión y aun al propio deber de humanidad. En vez de
someterse a normas rígidas e inflexibles, ha de orientar su acción según el viento que
sople, haciendo el bien cuando no hay inconveniente en ello, pero sin vacilar tampoco
en apelar al mal cuando esto es necesario”.
De esta manera, el florentino erige en norma del obrar político la ragion di stato,
justificando la violación de la ley moral como una necesidad insuperable.
Maquiavelo no escinde la realidad, sino que proclama la primacía de la política
sobre la moral, aunque señalando la conveniencia de un acatamiento meramente
exterior a los preceptos de ésta.
Esto plantea si existe una ética singular en la política, si el hombre de Estado debe
ajustar su conducta a pautas morales distintas a las de los demás. El tema no es
simple y se vincula al de la ética tradicional, absoluta y única. Son abundantes los
testimonios que pueden citarse en tal sentido, Napoleón se preguntaba: “¿Es
menester que un hombre de Estado sea sensible? ¿No es, por el contrario, un
personaje perpetuamente solitario con todo el mundo frente a sí? Anticipaos a la
época, fantasead, miradlo todo desde lejos; veréis cómo esos personajes que creéis
violentos, crueles y no sé cuántas cosas más, no son sino políticos. El hombre de
acción no repara en las personas; no ve más que las cosas, su importancia y sus
consecuencias”.
164
Nunca ha podido convencerme Kant -confiesa por su parte Bismarck-. Lo que cuenta
de la moral y del imperativo categórico es muy bonito. Pero, la verdad, prefiero vivir
sin la conciencia del imperativo. Nunca he vivido de acuerdo con preceptos. Cuando
se trata de obrar, nunca se me ha ocurrido decirme: vamos a ver, ¿según qué precepto
vas a obrar ahora? He metido el hombro y he hecho lo que me parecía conveniente.
Se me ha reprochado, a menudo, la carencia de principios. “Pero es que caminar por
la vida con principios viene a ser algo así como meterse por un estrecho atajo del
bosque con una larga vara entre los dientes”.
Interesa traer como nota estas opiniones para situar adecuadamente el ethos del
político. Porque ha sido hasta hoy un hecho elocuente que el gran político carezca
de las virtudes cotidianas. Y, sin embargo, hay en este punto de vista un grueso
error. El hombre de acción -ocupado en la realización de proyectos, viviendo una
vida de luchas- no puede ser tildado de egoísta, porque lo que menos le interesa es
su persona -no existe para sí mismo, no se ve a sí mismo, sino a su obra-, y ni menos
aún censurado por su falta de escrúpulos, porque precisamente en la acción hay
que evitar el piétinement sur place, y esto es el escrúpulo.
Para allanar la cuestión, Max Weber ha sugerido distinguir entre lo que denomina
la ética de la responsabilidad y la ética de la convicción. El cristianismo, que cumple
con su deber y deja en las manos de dios las consecuencias de sus actos, se ajusta a la
ética de la convicción. El político que asume las consecuencias posibles de sus actos,
a la ética de la responsabilidad. Al primero poco o nada le interesa el daño que sus
actos traigan aparejado; su conciencia queda tranquila con el mero cumplimiento
del acto debido. Por el contrario, el segundo ve sólo en el acto un medio para
alcanzar su fin y su conciencia sólo puede aquietarse cuando los hechos han
demostrado la exactitud del cálculo. Mas ¿cómo se plantea entonces el problema de
las relaciones de la ética y la política? ¿No existe absolutamente ninguna relación
entre esas dos esferas, como se ha dicho a menudo? O, por el contrario, ¿sería más
adecuado decir que la misma ética es válida tanto para la actividad política como
para cualquier otra clase de actividad? Con frecuencia se ha pensado que existía
una oposición absoluta entre las dos tesis: o una u otra era la verdadera. Pero cabe
preguntarse si existe en el mundo una ética capaz de imponer obligaciones idénticas
en cuanto a su contenido a las relaciones sexuales, comerciales, privadas y públicas,
a las relaciones de un hombre con la esposa, el comerciante, el amigo, el hijo, el
competidor, el enemigo.
Pero acaso sea preferible una clasificación que, conservando la temática de ésta,
indique más claramente el ángulo desde el que el investigador contempla en cada
caso la actividad política, diferenciando el estudio de la realidad política -es un
estudio sociológico y comprende temas como el estudio del poder, de las actitudes y
de los grupos políticos y del proceso político en general- del estudio de las
instituciones políticas, subordinado de alguna manera al derecho, y del estudio
último de las ideas políticas, al que la filosofía no puede ser ajena.
EL RÉGIMEN POLÍTICO
166
la lucha política. Esto implica la implementación de un conjunto de normas que son
los componentes básicos de las instituciones y las definen al mismo tiempo, con lo
que se aseguran la regularidad y estabilidad del funcionamiento del poder político y
de los mecanismos necesarios para canalizar la lucha para obtenerlo.
Aristóteles realizó en su obra Política, como ya hemos visto más atrás, la más
influyente de las clasificaciones de los regímenes políticos elaborada en el mundo
antiguo, cuyo uso se extendió hasta épocas muy recientes. Elaboró su clasificación
relacionando a los regímenes con el bien común y califica a los que lo procuran de
rectos y a los que no, de defectuosos. Al respecto dice en el libro III, capítulo 6 “Es
evidente, pues, que todos los regímenes que se proponen el bien común son rectos
desde el punto de vista de la justicia absoluta, y los que sólo tienen en cuenta el de
los gobernantes son defectuosos y todos ellos, derivaciones de los regímenes rectos,
pues son despóticos y la ciudad es una comunidad de hombres libres”. Estas
consideraciones dan lugar a la clasificación de Aristóteles que se divide en lo que
denominan formas puras y formas impuras. Las puras tienen como objetivo el bien
común y las impuras el bienestar de los gobernantes. Las formas puras están
representadas por la monarquía, que es el gobierno de uno solo, la aristocracia, el
gobierno de unos pocos que son los mejores o se proponen lo mejor y la república o
la democracia, que es cuando la masa gobierna en beneficio del interés común. En
las formas impuras a la monarquía le corresponde la tiranía, que es cuando un
monarca ejerce un poder despótico orientado hacia su interés personal; a la
aristocracia, la oligarquía, que busca el bienestar de los ricos, y a la república la
democracia cuyo objetivo es gobernar en beneficio de los pobres. Es necesario
señalar que Aristóteles denomina república a la democracia, término éste, el último,
que utiliza para referirse a la demagogia. En consecuencia utilizando una
terminología moderna, la clasificación de Aristóteles queda como sigue: formas
puras: monarquía, aristocracia, democracia; formas impuras: tiranía, oligarquía,
demagogia.
Montesquieu, en Del espíritu de las leyes, suscribe el criterio tripartito para clasificar
los regímenes políticos, a los que distingue entre república, monarquía y despotismo.
En la primera forma, el pueblo, o una parte de él, detenta el poder soberano, pero
una característica fundamental de este régimen republicano es que el ejercicio del
gobierno se basa en la virtud. La segunda, la monarquía, es aquella en la que el
mando es ejercido por uno solo, pero limitado por leyes preestablecidas, y su
principal fundamento es el honor. La tercera forma, el despotismo, se caracteriza
porque en ella manda una sola persona, sin ley ni regla que la controle, y su
fundamento es el miedo que inspira a los gobernados. Un aspecto importante de la
clasificación de Montesquieu es que el régimen republicano puede tener dos
modalidades: democrático, si el poder soberano recae en el pueblo, o aristocrático
si reside en una minoría. En la clasificación de Montesquieu hay una mayor
aproximación sociológica pues intenta definir en vínculo que existe entre los
diversos regímenes políticos y su base social. En este sentido, Montesquieu abre un
camino para que las clasificaciones de los regímenes políticos que se hagan en el
futuro tengan en cuenta las condiciones en las que se desarrolla la lucha política, la
relación de los gobernantes con la estructura social y los diversos factores que
pueden influir en su aplicación. No obstante, aunque Montesquieu da un importante
paso adelante, la influencia de la antigüedad clásica está presente en su
clasificación. La división de Herodoto y la idea aristotélica de las formas puras e
impuras son mantenidas con algunas variantes por Montesquieu. El despotismo es
en realidad una forma corrompida de la monarquía. Sin embargo, su distinción de
aristocracia y democracia en la república es esencial, y en los siglos XIX y XX se
aplica para diferenciar a la primera de la oligarquía.
Duverger señala que tanto los sistemas capitalistas como los socialistas contienen en
la práctica o en gestación los dos regímenes políticos expuestos: liberales y
autoritarios. Así se originan cuatro tipos de regímenes políticos clásicos: las
democracias capitalistas (sistema capitalista occidental), las dictaduras “socialistas”
de la ex U.R.S.S. (los desaparecidos sistemas “socialistas” de los países del Este), los
170
regímenes autoritarios capitalistas (monarquías arcaicas y dictaduras nazis y
fascistas o conservadoras), y las democracias socialistas, que no funcionan en la
actualidad, pero al respecto Duverger señala que este hecho no prueba que no
funcionen algún día.
Los regímenes políticos aparecen con la formación del Estado esclavista, que se
inicia en la sociedad antigua. Es oportuno advertir que esta exposición corresponde
al esquema monolineal desarrollado por el marxismo clásico, la que utilizamos con
una finalidad didáctica pero aclarando que entre los pensadores de esta escuela no
hay acuerdo para aceptar un modo de producción esclavista dominante. Por otra
parte, el marco de este desarrollo es insuficiente, además inapropiado, para
desarrollar un tema tan complejo como éste, sobre el cual no existe una total
claridad. Sin embargo, el marco referencial a que nos remite el materialismo
histórico es de fundamental importancia para explicar la formación de los
regímenes políticos y de él no escapa la sociedad antigua que incluye al mundo
helenístico, al imperio romano y al mundo asiático.
En líneas generales, podría afirmarse que los diferentes modos de producción que
tuvieron lugar en la sociedad antigua bien pueden ser identificados como
esclavistas, aunque hubo sectores del campesinado libre en el imperio romano,
171
ciudades-Estado no basadas en el trabajo-esclavo como Esparta e imperios
burocráticos que ejercieron su dominio sobre comunidades y aldeas agrícolas
autosuficientes. Estas unidades pueden recibir la denominación de esclavista porque
el trabajo esclavo era predominante en muchas de ellas (Atenas, por ejemplo),
ocupaba un lugar importante en otras (el imperio romano) y tenía una forma de
esclavitud generalizada, aunque eran “hombres libres”. En sociedades como la
asiática, a través de la extracción de un excedente se obligaba a producir bienes
para su supervivencia a las comunidades autosuficientes.
Hemos visto en apretada síntesis que, a través de la historia, han existido múltiples
intentos por clasificar en una forma ajustada a la realidad a los diversos regímenes
políticos. Así llegamos a la actualidad, en la que persiste, aunque de manera
decreciente, la influencia de algunos pensadores de la antigüedad clásica y de otros
más recientes, como Montesquieu. Esta influencia se nota, fundamentalmente, en
las clasificaciones constitucionales de los regímenes políticos.
174
LA POLÍTICA Y LA FUERZA
El gobierno puede terminar por forzar a la gente a hacer lo que no quiere hacer.
Además, debe pagarse al gobierno y todas sus actividades y esto se lleva a cabo
cuando el gobierno toma para su uso los recursos que los individuos generan por
medio de los impuestos. La tributación es uno de los instrumentos más antiguos
básicos del gobierno, es la apropiación forzada de la propiedad de los individuos. A
este hecho se lo ha denominado como trabajo forzado, pues la mayoría de los
esfuerzos lo dedican las personas para pagar los impuestos.
En los Estados modernos, las garras del gobierno están en todas partes, e incluso
cuando tratan de ayudar terminan las personas recibiendo un zarpazo. Es por eso
que la política es tan importante, no podemos evitarla e implica que se nos fuerza a
hacer cosas o a pagar cosas que podemos no desear.
Cada Estado contiene a sus críticos, a sus disidentes, sus rebeldes y revolucionarios.
Cada gobierno emplea la fuerza contra alguno de estos “detractores” en forma
implacable y despiadada. Aun cuando no se emplee la fuerza, su posible aplicación
siempre esta ahí, y eso es lo característico de la política. Max Weber, uno de los más
famosos exponentes de la opinión de que la fuerza es el medio de acción de la
política, abarca dos posibilidades. Según Weber, el Estado moderno demanda el
monopolio total de la fuerza porque controla los “delitos” y reprime las revoluciones y
rebeliones, se puede decir que el Estado monopoliza el uso de la fuerza física y los
individuos particulares pueden emplear la fuerza sólo con su permiso y dentro de los
limites fijados por éste.
El gobierno tiene que luchar por mantenerse en el poder a costa de cualquier medio,
esto ha generado en la historia muchos conflictos, la lucha por mantener el
monopolio del poder trae consigo que otros hombres traten de construir otra
alternativa política. Existe un nuevo orden, una nueva forma de poder, pero tarde o
temprano el gobierno se vuelve a establecer, surge uno nuevo, o quizás dos o más
Estados reemplacen al territorio del antiguo Estado, por ejemplo: la ex U.R.S.S. o la
175
ex Yugoslavia. El punto más importante es que en cualquier organización política o
en un territorio sólo puede haber un único grupo de control. Estos son capaces de
usar la fuerza sin límites y muchas veces con éxito, rechazando cualquier otro grupo
que se presente. Es aquí donde la fuerza difiere del conflicto como criterio de la
política. Finalmente, no hay lugar para dos o más facciones que ejerzan la fuerza.
Por la naturaleza misma de fuerza, sólo un organismo puede tener éxito.
¿Cómo se ejerce la fuerza en realidad? ¿Cómo se organizan las personas para este
propósito y qué más está involucrado? Quienes ejercen la fuerza, ¿tienen que
recibir un apoyo? ¿Cómo logran los grupos pequeños dominar a otros mayores?
¿Se puede decir que en la actividad política la fuerza es casi inevitable?
Los principales problemas que tiene la política son: 1) Cómo mantener la fuerza
bajo control y cómo asegurarse de que sólo se emplee para “tareas necesarias” y
socialmente benéficas, 2) Cómo decidir cuáles fines pueden asignarse a los
gobiernos y cómo justificarían el uso de la fuerza. Lamentablemente cada Estado es
su propio juez, su propio ejecutor de la ley, y por lo general resuelve los problemas
por la fuerza. El único freno al empleo de la fuerza de un Estado es que otro Estado
u otros Estados empleen o amenacen con hacer lo mismo. Por lo tanto, la fuerza es
la característica principal de la política nacional e internacional.
Un punto interesante es si hay política en las sociedades que no son Estado como las
sociedades primitivas, las tribus sin gobernantes, o sociedades acéfalas (literalmente
sin cabeza). Como lo sugieren estos términos, estas sociedades, que se han
extinguido prácticamente, carecían de las instituciones políticas formales que se
encuentran en las formas modernas. No había un grupo de personas que fuera el
gobierno, no había administración pública, no había ni policía, ni ejército, ni jueces.
En algunas sociedades, por lo general las más pequeñas (que podían ser tan
pequeñas que sólo la formaban 1.000 personas), ni siquiera había individuos que
pudieran identificarse como políticos, policías o jueces; parecen no haber existido
esos papeles “tan sociables”. A pesar de esto, incluso en estos extremos, creo que
podemos decir que había política. Había reglas que todos debían respetar, y éstas se
hacían cumplir, con el destierro o con la muerte como sanciones máximas. La
diferencia es que la imposición era difusa en vez de concentrada, quedaba a todos y
a cualquiera hacer cumplir las reglas, en lugar de que se asignara esa tarea a un
individuo cualquiera. La fuerza no estaba ausente, sólo corría por diferentes
canales.
En cualquier sociedad la fuerza se emplea para imponer algo, para hacer cumplir
ciertas reglas, para respaldar ciertas decisiones, para garantizar que siguen vigentes
políticas de todo tipo. El empleo y control de la fuerza en manos de algunos
miembros de la sociedad, y las propuestas de otros sectores para influir sobre el
modo en que se emplea, o para obtener el control de ella para ellos mismos, son
actividades humanas característicamente políticas.
EL FENÓMENO POLÍTICO
El presente análisis está enfocado sobre el mundo moderno, que empieza a tomar
forma a medida que desaparecen en Europa los últimos vestigios del sistema feudal
y se sientan las bases de los Estados nacionales.
En este contexto el Estado no hará otra cosa que vigilar el desenvolvimiento de los
acontecimientos sociales. Tanto desempeñará su papel el Estado -dice el
pensamiento liberal- cuanto menor sea su intromisión en el libre juego de las
llamadas leyes naturales en la filosofía, o en las leyes de mercado en la economía. El
Estado es una especie de “gendarme necesario”, pero incómodo cuya presencia
debe reducirse al mínimo estrictamente indispensable.
La propiedad privada pierde en este esquema la aureola casi sagrada que le asignan
las teorías individualistas. No sólo los socialistas marxistas sino hasta los utopistas,
los más benignos, le atribuyen la mayor parte de los males que engendra la sociedad
individualista. La única propiedad respetable, dicen los socialistas, es la que cumple
una función social. La propiedad de las fuentes de riqueza (o instrumento de
producción) debe ser transferida, de manera que la riqueza producida pase a ser de
la sociedad en lugar del individuo. Es natural que el nuevo sistema, en el que se
reparan las injusticias del anterior, se acentúe el sentido de protección a los grupos
económico-sociales que habían sido menos favorecidos.
Pasemos por el momento por alto las monarquías absolutas que identificaban al
Estado con su soberano, resabio de las primitivas teocracias para referirnos a la
época en que entra en función el nuevo concepto político-jurídico del Estado,
cuando el Liberalismo señalaba rumbos al pensamiento, en medio de la tempestad
económico-social creada por la Revolución Industrial.
Otra etapa del Estado es aquella que imperativamente lo reclama todo para sí. Ya
no es el Estado el que sirve al individuo dentro de las teorías demoliberales, ni el que
sirve a la colectividad en el socialismo: tampoco se hace perdonar su presencia en
función de los altos intereses individuales o colectivos a los que consagra su
existencia, ni “ofrece”, como el comunismo marxista, desaparecer cuando no se lo
necesite. Es el Estado fascista o nazi, que es un fin permanente en sí mismo, el que
nacido de concepciones filosóficas como las de Hegel, alcanza identidad y madurez
plena en la Alemania nazi y en la Italia fascista. La totalidad de la vida colectiva
gira en torno a su servicio y ese servicio acaba por convertirse en una mística. La
parte de la colectividad que se consagra absolutamente al Estado (el movimiento
político) se hace, por ello, acreedora a todos los privilegios y se considera a sí misma
una minoría selecta: la elite. El resto no tiene derechos propios sino los que el
Estado, por autodeterminación, le concede.
Es importante observar que mientras las ideologías demoliberales así como las
socialistas cifran su validez en el concepto político, jurídico y moral de que expresan
la voluntad de la mayoría de la sociedad, y justifican sus fines en razón del beneficio
que significarán para esa mayoría, el nazifascismo rechaza las concepciones
mayoritarias y sólo reconoce a la minoría como fuente de poder, como instrumento
de realización política y aun como objetivo, en cuanto esa minoría tiene identificado
su destino con los destinos supremos del Estado.
El Estado ampliado, con su acción integral (por eso se llama Estado totalitario), ha
llegado a todos los ámbitos de la vida colectiva, imprime también una dirección
inflexible a la educación, la literatura, el arte y aun a la ciencia. Por lo que puede
verse, este Estado, en su concepción integralista, no es muy diferente del que ejerció
el comunismo stanilista.
180
De este modo, con este sintético análisis de una gran parte de las relaciones políticas
entre individuos, la sociedad y el Estado, y desde el momento en que el individuo
comienza a asociarse (en el mundo primitivo) con sus semejantes para la
satisfacción de sus necesidades inmediatas y elementales, hasta que el Estado (que
tuvo origen en esa asociación), se convierte lamentablemente, para el hombre, en
un ente semidivino.
No es aventurado afirmar que gran parte del fenómeno político gira, describiendo
un círculo repetitivo permanente, siguiendo este proceso: el individuo desearía la
libertad absoluta; pero como todos los individuos la desean también
simultáneamente, llega un momento en que surge el conflicto de unas libertades que
tratan de expandirse a costa de las otras; entonces se hace indispensable un sistema
de regulación de la libertad por un procedimiento autoritario, ya que la regulación
espontánea y automática por el momento no existe (lamentablemente); tan pronto
como la regulación autoritaria llega a ser incómoda, el individuo reacciona y clama
por la libertad. El hallazgo de un término ideal entre la libertad individual y la
necesidad de regular la coexistencia de las libertades individuales es, en suma, una
de las metas esenciales del pensamiento político moderno.
181
Es interesante observar que en el pensamiento de Marx ambas formas (la evolución
y la revolución) encuentran cabida. Marx creía que el deterioro del capitalismo
obedece a una evolución inevitable cuyas consecuencias serían también inevitables
(determinismo económico, fundado en el proceso dialéctico).
El programa para el futuro es un catálogo de soluciones para los males del pasado y
del presente. Es producto de la mezcla del descontento con lo poco que se tiene y la
esperanza de lo que se quisiera tener; amalgama de sufrimientos y esperanzas. Lo
cierto es que gran parte de los cambios políticos fueron resultado de la justa
insatisfacción de la gente, hartas de ser explotadas y sometidas, por lo tanto se
fueron dando las condiciones sociales para los cambios políticos.
182
Otra clasificación separa a los programas políticos, cuyo enfoque es esencialmente
jurídico-institucional, como la democracia liberal, de aquellos que buscan primero la
solución del problema económico-social, como es el caso del marxismo.
No puede existir una ideología válida y seria que no empiece por hacer una crítica
contundente de estado de las cosas vigentes. Si hubiera conformidad plena, ¿cuál
sería la razón para proponer un cambio? Tampoco puede haber una ideología
válida si, una vez analizados los males e imperfecciones presentes, no se proponen
soluciones serias y responsables para acabar con éstos. Ni quedaría completo el
cuadro si a tiempo de ofrecer el programa de soluciones no se dijera en qué forma
se alcanzará el dominio del poder político indispensable para dar realización al
programa.
No existen fórmulas de eficacia permanente. Las que más pueden aproximarse a una
especie de permanencia son las que empiezan por admitir que no hay nada
permanente y que, por ende, están dispuestas a sacrificar la rigidez dogmática de sus
ideas, para adaptarse a las nuevas circunstancias.
Por lo demás, las líneas de demarcación ideológica sólo pueden tener rigidez en el
momento mismo en que se opera una gran transformación y en el período
inmediatamente siguiente. Poco después, esas líneas fronterizas empiezan a hacerse
más flexibles y difíciles de determinar. En todo caso, aunque las líneas ideológicas
subsistan, las necesidades prácticas de la vida hacen necesario pasar sobre ellas
184
en más de un aspecto, como ser en lo económico, comercial o cultural.
EL MITO POLÍTICO
Si aceptamos que la política, y todo lo desarrollado por ella, como el poder, las
instituciones, las creencias, las utopías, etc., no se explican e implican
exclusivamente en un ejercicio racional, tanto en la acción como en el pensamiento,
sino que está integrada también por un importante componente irracional,
podremos comprobar el mito político y la función que cumple.
Pero ante todo es necesario definir la noción de mito político o, mejor dicho, de
mito, porque aquél no es más que la incursión de éste en el campo político.
Las concepciones de mitos son diversas y varían, en gran medida, según cuál sea el
ámbito de referencia, aunque esencialmente todos los significados guardan alguna
relación entre sí. Para algunos, los mitos representan un conjunto de símbolos,
alegorías y fábulas expresados de un modo “coherente”, por lo que se constituyen en
creencias que tienen la finalidad de explicar la realidad, pero que en los hechos no
hacen más que encubrirlas. Este concepto, para la finalidad del análisis político, es
bastante exacto, aunque se adapta con mayor justeza en lo que se refiere a las
creencias que pretenden sustituir al conocimiento científico en general.
Para tener una noción más precisa de mito, es necesario relacionarlo con el
concepto ideología. Mientras que estas últimas constituyen la mayoría de las veces
un conjunto de creencias elaboradas y sistematizadas, cuya misión es explicar la
realidad y, si son racionales, describir los métodos para transformarla y
perfeccionarla, los mitos, como ya dijimos, implican creencias vagas, ambiguas e
irracionales que también explican la realidad, desde un punto de vista precisamente
irracional, y prescriben cursos de acción. Ambos, una parte de las ideologías y la
gran mayoría de los mitos, por no decir todos, incluyen componentes ficticios e
irreales, por lo tanto las primeras, al ser un poco más racionales, pueden llegar a
discutirse a un nivel científico en el mejor de los casos; estos últimos, los mitos, por
sus fuertes connotaciones irracionales, dominan los sentimientos, por lo que es
imposible que cualquier cuestionamiento lógico y racional sea admitido por los
creyentes.
Además, cuando tratan de expresar su realidad, los mitos lo hacen de una manera
accesible, simple, emotiva y sumaria, en tanto que algunas ideologías, por su mayor
185
elaboración, recurren a mecanismos más complicados, aunque más precisos. En lo
que se refiere al contenido, los mitos y las ideologías tienen, en lo vinculado con el
enmascaramiento de la realidad, es decir, su elaboración de ficciones para disimular
los aspectos negativos de la sociedad y hacerlos aceptar sin oposición, tanto los
mitos como algunas ideologías terminan siendo instrumentos de mucha eficacia. En
síntesis, los mitos y algunas ideologías tienen una función a veces muy similar en la
vida política, ya que las creencias y las propuestas por ellos elaboradas son
utilizadas para movilizar a las masas ya sea a favor de un orden establecido o en
contra de un determinado orden.
El paralelismo que suele existir acerca de la vinculación con la realidad de los mitos
y algunas ideologías nos obliga a afirmar, para evitar cualquier confusión, que
algunas ideologías, ya sea que provengan de la derecha o de la izquierda, favorecen
de una manera más significativa, cuando su elaboración es precisa, la formación del
individuo y, a diferencia de los mitos, contribuyen en gran medida a la concreción de
la conciencia política. Las ideologías, algunas de ellas con función de encubridoras
de la realidad, representan una forma de reconocimiento porque contactan a sus
adherentes de una manera racional con los hechos concretos. Los mitos, por el
contrario, al ser importante su componente irracional, y al manejarse con
sentimientos, implican el mantenimiento de formas tradicionales, desvinculan a sus
creyentes de la conciencia política y los sumergen en prácticas arcaicas como el
caudillismo, los personalismos y los paternalismos. Las creencias transmitidas por
los mitos al ser admitidas de una manera involuntaria, inconsciente e irracional,
determinan el mantenimiento de mentalidades irreflexivas y proclives a admitir sin
análisis cualquier dogma, como el racismo hitleriano o la herencia del espíritu del
imperio romano manipulado por Mussolini.
Los componentes que incluyen los mitos, sin embargo, principalmente los mitos
políticos pueden llegar muy pocas veces a ser la base de una futura elaboración
racional, siempre y cuando las condiciones sociales permitan el desarrollo de una
continuidad reflexiva y las estructuras que las contienen sean el resultado de una
proceso de racionalización y modernización. Por el contrario, en las sociedades
tradicionales no cabe esperar la transformación positiva de los mitos. Ellos cumplen,
en estos casos una función conservadora, aunque algunas veces se disfracen con
algún ropaje revolucionario, que a lo sumo puede conducir a la adopción de
medidas gatopardistas.
El mito social es visto por Sorel como un instrumento eficaz para que el proletariado
adquiera una inmediata conciencia de clases, es decir su autoconciencia, de manera
que pueda convertirse en una fuerza revolucionaria y libre de cualquier
manipulación externa. Al mismo tiempo, evita que la clase obrera pueda ser
distorsionada con formas intelectualizadas, que se pueden prestar a una acción
manipulante desde el poder. En este aspecto señala Sorel no solamente a la
burguesía sino a los líderes políticos de partidos socialistas y de sindicatos que han
sido seducidos con el argumento demoliberal de la división de poderes y se
encuentran usufructuando al sistema, por lo que se han convertido en enemigos de
la revolución. Por ejemplo el mito de la huelga general, al ser adoptado con pasión
por el proletariado, que lo convertirá en su única bandera de lucha, impedirá que
187
desde arriba se pueda manipular al movimiento obrero con otros de acción y de
pensamientos, ajenos a sus verdaderos intereses. Esta autonomía, lograda a través
de la adopción del mito político de la huelga general, impulsará con mayor eficacia
la lucha de clases y acelerará la destrucción del capitalismo y la construcción de una
sociedad socialista.
La noción de mito que expuso Sorel no influyó de una manera significativa en las
izquierdas de principios de siglo ni en la actual. El motivo hay que buscarlo en el
carácter racionalista del marxismo, que parte, para elaborar su concepción, de un
análisis crítico de la realidad, propone cursos de acción fundados en evaluaciones
objetivas y construye teorías complejas opuestas radicalmente a la simplificación
mística, tal cual la planteaba Sorel.
Sin embargo, estas ideas influyeron en unas pocas corrientes del anarquismo
clásico, por lo que se llegaron a formar movimientos anarcosindicalistas de alguna
importancia, y también tuvo una pequeña influencia en Lenín, sobre todo en lo
referente a los componentes voluntaristas que imprimió en la realización de la
revolución bolchevique. Pero en quienes más influyó el pensamiento de Sorel y de su
idea de mito fue en la derecha y en los movimientos nacionalistas totalitarios
europeos, como el fascismo y el nazismo. Esto no quiere decir que Sorel haya sido
un hombre de derecha, pero sí la noción del mito político, que aunque puede ser
utilizado tanto por la izquierda como por la derecha, se vincula con más facilidad
con esta última, en razón de que el componente irracional se identifica con su
mentalidad, ya que su propósito central es la defensa de un orden que ya ha sido
establecido, al que es casi imposible justificar con argumentos racionales.
Y con el que mejor se vincula la noción del mito político es con el nacionalismo,
porque él es, precisamente, un mito, y como tal opera en sus creyentes, quienes
suelen ser conducidos a las mayores catástrofes, guiados por principios míticos. Es
por esto que el mito político soreliano fue adoptado por Mussolini, quien, según la
cita transcripta precedentemente, repite en forma casi idéntica las definiciones de
Sorel, pero las reviste de una mayor ambigüedad, con el fin de encubrir los
verdaderos propósitos del fascismo. También influyó el mito político de Sorel en el
nazismo y, más directamente, desde una perspectiva pseudointelectual, sobre Alfred
Rosenberg, teórico oficial nazi, quien utilizó la palabra mito para titular su obra
“Mito del siglo XX” con la que se justificó la teoría nazi de la Alemania hitleriana.
Los mitos han constituido una de las formas principales a las que el hombre acudió
para explicar el mundo que lo rodeaba, por lo que deben ser consideradas como
fuentes de conocimiento, aunque éste no se fundamente en la reflexión, el
pensamiento, sino en el sentimiento. Junto a esta forma de conocimiento se ha ido
desarrollando una mucho más reflexiva, con datos extraídos de la realidad de la
experiencia, pero corroborados por el pensamiento o viceversa, que constituye un
saber racional.
Los mitos políticos son fenómenos que forman parte de la realidad social, incluso en
las sociedades más adelantadas, por lo que no es posible descartarlos con facilidad,
aunque estemos de acuerdo de que la mayor parte de su esencia está constituida por
la ambigüedad y una intención encubridora de la realidad. Estos componentes,
junto con la realidad que expresan los mitos políticos, son elementos que permiten
comprender con más precisión a la política y a la sociedad en la que se manifiestan.
Por esto es fundamental tratar de interpretar cuál es la función que cumplen los
distintos mitos políticos como algunos de los señalados anteriormente.
190
ESTADO
El Estado no es más que el bozal que tiene por objeto volver inofensivo a ese animal
carnicero, el hombre, y hacer de suerte que tenga el aspecto de un herbívoro.
A. Schopenhauer
El Estado nace de los terrores del hombre, pero no para abolirlos definitivamente,
sino para conservarlos, para dosificarlos, para administrarlos.
T. Hobbes
191
En este capítulo contrastamos las formas igualitarias de la vida política
características de las sociedades organizadas en bandas y aldeas con la vida política
de las sociedades de nivel estatal. Examinaremos cómo han ocurrido las grandes
transformaciones de las bandas y aldeas en jefaturas y Estados. También
analizaremos el papel de la fuerza física coactiva y de formas más sutiles de control
en el mantenimiento de la desigualdad y el status quo en los Estados antiguos y
modernos.
2.- Polis griegas: Tuvo dos interpretaciones, la de los sofistas que radicalizaban la
concepción del poder como el dominio de los fuertes sobre los débiles y por otro lado
el idealismo platónico que concebía a la polis griega gobernada por los filósofos
como seres humanos liberados de los intereses económicos y familiares que los
desviasen de las funciones de interpretar las ideas. Platón va a construir unos
modelos ideales de la polis perfecta donde se va a diluir el concepto de poder.
5.- El Feudalismo y el orden estamental (s. IX al XIII): El poder gira en torno a dios
como el auténtico rey, hay reyes en la tierra que participan del poder de dios en
cuanto que son ungidos del señor y vicarios suyos. Las leyes provienen directamente
de dios en forma de derecho divino y natural o del conjunto de la comunidad en
forma de costumbre y de usos inmemoriales.
6.- Signoría Italiana: a partir del siglo XIII, tiene lugar en los ciudadanos del Norte
de Italia la transformación de la ciudad como unidad política gobernada sobre sí
misma, es decir, gobierno corporativo hacia formas de gobierno personal de un
señor. En este contexto Maquiavelo va a fundamentar el arte de la política en las
formas de concreción del poder de dominación.
b) Formas estatales:
10.- Dictadura del proletariado: Para Marx el poder reside en la clase proletaria, y
193
las leyes dialécticas de la historia conducen a la liberación del hombre de todo poder,
el cual en la presente fase histórica se halla unido a la propiedad privada y a las
relaciones de clase que de ella se derivan. Sin embargo, entre la actual sociedad
capitalista y la futura sociedad comunista se extiende la etapa de la dictadura del
proletariado y luego la desaparición del Estado.
11.- El Estado totalitario: Si nos fijamos en los totalitarismos del siglo XX,
encontramos en ellos el poder presente en el pueblo, a través de una pretendida ley
histórica indeclinable que se transfigura en la fusión mística entre el caudillo y su
pueblo.
12.- Democracia como gobierno del pueblo en base al criterio de la mayoría pero
con el respeto a las minorías: Los gobernantes representan al pueblo, que es el que
realmente posee la facultad de revocarlos en las elecciones libres y periódicas.
El Renacimiento, siglo XV: éste para algunos autores es el fin de la etapa feudal y
para otros una continuación. Se considera que en general el feudalismo fue una
forma de organización global de la sociedad que tiene dos características
fundamentales: falta de garantías en la seguridad personal y colapso en la
circulación económica. En cuanto a la primera, en esta época hay miedo, con lo
que los débiles o humildes buscan su seguridad sirviendo a alguien poderoso. En
cuanto a la segunda, la economía es de subsistencia, muy limitada. Las relaciones
se basan en la fidelidad como vínculo esencial entre el poderoso o señor que ofrece
ayuda y protección al encomendado, quien a su vez debe proporcionar servicio y
consejo a su señor y ligarse a él a través del juramento del vasallaje.
Se establece una compleja organización política donde una persona puede haber
jurado fidelidad a un señor y a su vez ser señor de otro vasallo superior. A todas
estas jerarquías se elude con el término de Poliarquía, que significa la pluralidad de
poderes debido a la fragmentación territorial del poder político. También nos
referimos a la poliarquía cuando hablamos de fragmentación territorial funcional
del poder que lleva a que algunos reyes tengan una autoridad meramente nominal.
Desde el punto de vista socio-económico, hay dos clases: Señores, espirituales y
temporales. Siervos, estén adscritos o no a la tierra.
A partir del siglo XII se une otra clase artesanal, gremial, comercial y urbana que
entra en lucha con todos los poderes. La iglesia, que tenía una controversia con el
poder temporal, tiene el poder sobre los reyes, ya que poseía el arma de la
excomunión. Los monarcas tratan de independizarse a través del fortalecimiento de
las iglesias nacionales. Este proceso de separación de la Iglesia del Estado es muy
194
lento.
EL ESTADO ABSOLUTO
SOBERANÍA DEL REY Y CENTRALIZACIÓN DEL PODER
Para Europa, esta evolución hacia la aparición de los Estados modernos surge entre
los siglos XIII y XVI. En cuanto al Estado actual, el desarrollo de su evolución social
y política se da entre los siglos XVII y XIX.
Se plantean los derechos del monarca y la razón de ser de estos derechos, además
buscan las características y límites de la soberanía, es decir, los límites del poder. La
Teoría del Contrato, desarrollada por los Iusnaturalistas en el siglo XVII como
Hooker, Grotius, Althusius, crean el clima propicio para la aparición de las obras
políticas de Hobbes con su teoría de la utilidad social del Estado, y para Locke, el
definidor del liberalismo moderno. Esta idea o pacto de contrato va a tener
matizaciones como la de Spinoza, quien dice que ese pacto expreso o tácito no
excluía una posibilidad democrática de la vida política, ya que el Estado no pretende
reducir a los súbditos a la esclavitud, sino que pretende ejercer una función de
interés colectivo.
La crisis se produce a finales del siglo XVIII, entre la Revolución Francesa de 1688
y la muerte de Luis XIV de Francia en 1715. En este intervalo se produce un
cambio en la sociedad de la Europa oriental, que experimenta un cambio de
mentalidad en la intelectualidad europea. Para algunos autores, se produce por la
acción de intelectuales; en el siglo XVIII, otra clase social, la burguesía (después de
la Revolución Industrial), se va a unir para defender sus negocios, sus intereses,
frente a la vigilancia del poder estatal.
La época en la que se produce el paso del absolutismo monárquico, que ocupa los
siglos XVI, XVII y parte del XVIII, hacia el Estado liberal y cuyo tránsito se opera
con más rapidez en el último cuarto del siglo XVIII, que es considerado el inicio de
una nueva época marcada por la aparición del régimen constitucional con dos
acontecimientos muy importantes: la independencia de las colonias
norteamericanas, sustentadas en dos documentos trascendentales como la
Declaración de Derechos de Virginia de 1776 y la Constitución Federal de 1787, y
la Revolución Francesa con su Declaración de Derechos del Hombre y del
Ciudadano de 1789.
196
La independencia norteamericana marcará un precedente que será visto con
esperanza desde Europa, al materializarse en cierto grado las doctrinas de Locke en
la declaración del Congreso que afirmó la independencia de las colonias
norteamericanas, no solamente basándose en la desigualdad con que se les aplicaba
el derecho de la metrópoli en cuanto a comercio y tributos sino también apelando a
las leyes naturales y divinas y a los derechos inalienables como la vida, la libertad o
la búsqueda de la propia felicidad. Desde este punto de vista la Constitución
norteamericana significó, en primer lugar, la posibilidad de que un pueblo pudiera
celebrar un pacto constituyente en el respeto al Derecho Natural; en segundo lugar,
la posibilidad de estructurar una república sobre un amplio territorio si se
demarcaba federalmente; en tercer lugar, la posibilidad de establecer una división
de poderes y un sistema de frenos y contrapesos entre ellos de una forma realista.
Las grandes poblaciones, el anonimato, el empleo del dinero y las vastas diferencias
de riqueza hacen que el mantenimiento de la ley y el orden sea más difícil en las
sociedades estatales que en las bandas, aldeas y jefaturas.
Esto explica la gran complejidad que tienen tanto las fuerzas policiales y
paramilitares como las demás instituciones y especialistas estatales que se ocupan
del “crimen y del castigo”. Aunque, en última instancia, todo Estado se encuentra
preparado para aplastar a los “criminales y subversivos políticos”, encarcelándolos,
mutilándolos o ejecutándolos. El peso de la labor cotidiana de mantener la ley y el
orden frente a individuos o grupos descontentos lo soportan, en su mayor parte,
instituciones que tratan de confundir, distraer o desmoralizar a los alborotadores en
197
potencia antes de que sea necesario someterlos a la fuerza. Por tanto, todo Estado,
antiguo o moderno, dispone de especialistas que realizan trabajos ideológicos en
apoyo al orden establecido y al status quo. A menudo, estos servicios se presentan de
formas y en contextos que no parecen tener relación con los problemas económicos
o políticos.
Así, por ejemplo, el aparato de control del pensamiento de los sistemas estatales
preindustriales se compone de instituciones mágico-religiosas. Las complejas
religiones de los incas, aztecas, antiguos egipcios y otras civilizaciones
preindustriales santificaban los privilegios y poderes de la elite dirigente. Defendían
la doctrina de la filiación divina del inca y del faraón y enseñaban que el equilibrio y
continuidad del universo exigían la subordinación de los hombres a personas de
nacimiento “noble” y “divino”. Entre los aztecas, los sacerdotes estaban
convencidos de que los dioses debían ser alimentados con sangre humana y
arrancaban personalmente los corazones latientes de los prisioneros de guerra en lo
alto de las pirámides de Tenochtitlán. En muchos Estados, la religión ha sido
utilizada para condicionar a las grandes masas a aceptar la pauperización como una
necesidad, esperando recompensas materiales en la otra vida en lugar del presente y
mostrarse agradecidas por los pequeños favores recibidos de los superiores, pues la
ingratitud acarrea retribución llameante en esta vida o en el infierno futuro.
Para transmitir mensajes de este tipo y demostrar las verdades en las que están
basadas, las sociedades estatales invierten una gran parte de la riqueza nacional en
arquitectura monumental. Desde las pirámides de Egipto o Teotihuacan hasta las
catedrales góticas de la Europa Medieval, el monumentalismo de los edificios
religiosos subvencionados por el Estado ha tenido un tema común: hacer que el
individuo se sienta impotente e insignificante. Los grandes edificios públicos, ya
parezcan flotar como en el caso de la catedral de Amiens o aplastar el suelo con un
peso infinito como el caso de las pirámides de Khufu, enseñan la inutilidad del
descontento, la invencibilidad de los que gobiernan y la gloria del cielo y los dioses.
Locke: “Este separarse del gobierno en el que se nace ha sido práctica común en el
mundo desde sus orígenes; el haber nacido en el seno de regímenes políticos de
larga tradición, con leyes establecidas y con formas fijas de gobierno no impiden la
libertad del género humano; pues los hombres hoy son tan libres como lo fueron los
que nacieron en la selva. Así, aquellos que quieren persuadirnos de que al nacer bajo
un gobierno estamos naturalmente sujetos a él, que ya no tenemos derecho a la
libertad, no tienen más razón que decir que nuestros padres progenitores
renunciaron a su libertad, obligándose ellos mismos y a su posterioridad a una
perpetua sujeción al gobierno al que ellos se sometieron”.
199
Como veremos, todas las sociedades estatales poseen dos clases, organizadas
jerárquicamente: gobernantes y gobernados. Ahora bien, cuando existen más de dos
clases, no es necesario que su relación mutua sea jerárquica. Por ejemplo:
consideremos a los pescadores y a los campesinos como dos clases distintas, porque
tienen diferentes pautas de propiedad, renta y tributación, y explotan sectores del
medio ambiente completamente distintos. Sin embargo, ninguno de los grupos
posee una clara ventaja o desventaja de poder con respecto al otro. Análogamente
los antropólogos suelen hablar de la clase baja urbana como algo opuesto a la clase
baja rural, aunque las diferencias cuantitativas de poder entre ambas pueden ser
mínimas.
Antes de proseguir, debemos explicar lo más posible la naturaleza del poder que
implican las jerarquías de clases. Como en la naturaleza, el poder en los asuntos
humanos consiste en la capacidad de controlar la energía. El control de la energía
está mediatizado por los útiles, máquinas y técnicas para aplicar esta energía a
empresas individuales o colectivas. En este sentido, controlar la energía supone
poseer los medios para trasladar, dar forma y destruir minerales, vegetales, animales
irracionales y personas. El poder es el control sobre la gente y la naturaleza.
Los primeros Estados evolucionaron a partir de las jefaturas, pero no todas las
jefaturas pudieron evolucionar hasta convertirse en Estados. Para que tuviera lugar
la transición tenían que cumplirse dos condiciones. La población no sólo tenía que
ser numerosa (de 10.000 a 30.000 personas), sino que también tenía que estar
200
circunscripta, esto es, estar conformada por tierras no utilizadas a las que pudiera
huir la gente que no estaba dispuesta a soportar los impuestos, reclutamientos y
órdenes. La circunscripción no estaba sólo en función de la cantidad de territorio
disponible, sino que también dependía de la calidad de los suelos y de los recursos
naturales y de si los grupos de refugiados podían mantenerse con un nivel de vida no
inferior, básicamente, del que tenía bajo sus jefes opresores. Si la única salida para
una facción era las altas montañas, desiertos, selvas tropicales u otros hábitat
indeseables, éste tendría pocos incentivos para emigrar.
La segunda condición estaba relacionada con la naturaleza de los alimentos con los
que había que abastecer al almacén central de la redistribución. Cuando el depósito
del jefe estaba lleno de alimentos perecederos como algunas hortalizas, su potencial
coercitivo era mucho menor que si lo estaba de arroz, trigo, maíz u otros cereales
domésticos que se podían conservar sin problemas de una cosecha a otra. Las
jefaturas no circunscriptas o que carecían de reservas alimentarias almacenables a
menudo estuvieron a punto de convertirse en reinos, para luego desintegrarse como
consecuencia de éxodos masivos o sublevaciones de sus habitantes en contra del
poder dominante.
Hawai, en los tiempos que precedieron a la llegada de los europeos, nos proporciona
el ejemplo de una sociedad que se desarrolló hasta alcanzar el umbral del reino,
aunque sin llegar nunca a concretarlo realmente. Todas las islas del archipiélago
hawaiano estuvieron deshabitadas hasta que los navegantes polinesios arribaron a
ellas cruzando los mares en canoas durante el primer milenio de nuestra era. Estos
primeros pobladores probablemente procedían de las islas Marquesas, situadas a
3.200 Km al sudeste. De ser así, es muy posible que estuvieran familiarizados con el
sistema de organización social del “gran hombre” o la jefatura igualitaria. Mil años
más tarde, cuando los primeros europeos entraron en contacto con ellos, los
hawaianos vivían en sociedades sumamente estratificadas que presentaban todas
las características del Estado, salvo que la rebelión y la usurpación estaban a la
orden del día tanto como la guerra contra el enemigo exterior. La población de estos
“Estados” o protoestados variaba entre 10.000 y 100.000 habitantes. Cada uno de
ellos estaba dividido en varios distritos y cada distrito se componía, a su vez, de
varias comunidades de aldeas. En la cumbre de la jerarquía política había un rey o
un aspirante al trono llamado ali`i nui. Los jefes supremos, llamados ali`i,
gobernaban distritos y sus agentes, jefes menores llamados konohiki, estaban a
cargo de la comunidades locales. La mayor parte de la población, es decir, la gente
dedicada a la pesca, agricultura y artesanía, pertenecía al común.
Algo antes de que llegaran los primeros europeos, el sistema redistributivo hawaiano
pasó el Rubicón, que separa la donación desigual de regalos a la pura y simple
tributación. El común de las personas se veía despojado de alimentos y productos
artesanales, que pasaban a manos de los jefes de distrito y a los ali`i nui. Los
konohiki estaban encargados de velar que cada aldea produjera lo suficiente para
satisfacer al jefe de distrito que, a su vez, tenía que satisfacer al ali`i nui; éstos y los
jefes de distrito usaban los alimentos y productos artesanales que circulaban por su
red de redistribución para mantener y alimentar al séquito de sacerdotes y
guerreros. Estos productos llegaban al común de las personas en cantidades
escasísimas, salvo en tiempo de sequía y hambruna, cuando las aldeas más
201
industriosas y leales podían esperar verse favorecida con los víveres de reserva que
distribuían los ali`i nui y los jefes de distrito. Los jefes hawaianos tenían los
almacenes pensados para mantener a la gente contenta y asegurar su lealtad, una
forma clásica de coacción. Ellos decían: Así como la rata no abandonará la
despensa, la gente no abandonará a los jefes mientras crea en la existencia de
comida en el almacén.
¿Cómo llegó a formarse este sistema? Las pruebas arqueológicas muestran que a
medida que crecía la población los asentamientos se fueron extendiendo de una isla
a otra. Durante casi un milenio las principales zonas pobladas se hallaban cerca del
litoral, cuyos recursos marinos podían aportar un suplemento al ñame, la batata y el
taro plantados en los terrenos más fértiles. Por último, en el siglo XV, los
asentamientos empezaron a extenderse tierra adentro, hacia ecozonas más
elevadas, donde predominaban los terrenos más pobres y escaseaban las lluvias. A
medida que seguía aumentando la población se talaron o quemaron los bosques del
interior y extensas zonas se perdieron por la erosión o se convirtieron en páramos,
atrapados entre el mar, por un lado, y las laderas peladas, por el otro; la población
ya no tenía escapatoria de los jefes que querían ser reyes. Pero a estos bandidos les
faltaba algo para ser reyes: un cultivo cuyo fruto pudiera almacenarse de un año a
otro. El ñame, la batata y el taro son alimentos ricos en calorías pero perecederos.
Sólo se podían almacenar durante unos meses, de manera que no se podía contar
con los almacenes de los jefes para alimentar a un gran número de seguidores en
tiempo de escasez como consecuencia de las sequías o por los estragos causados
por la guerra ininterrumpida. Las despensas estaban vacías con demasiada
frecuencia como para que los jefes pudieran convertirse en reyes.
Fue en el Próximo Oriente donde por primera vez una jefatura se convirtió en Estado.
Ocurrió en Sumer, en el sur de Irán e Irak, entre los años 3500 y 3200 a.c. ¿Por qué
en el Próximo Oriente? Probablemente porque esta región estaba mejor dotada de
gramíneas silvestres y especies salvajes de animales aptos para la domesticación
que otros antiguos centros de formación del Estado. Los antecesores del trigo, la
cebada, el ganado ovino, caprino, vacuno y porcino crecían en las tierras altas y en
las estribaciones de la cordillera del Zagros, lo que facilitó el abandono temprano de
los modos de subsistencia de caza y recolección en favor de la vida sedentaria en
aldeas.
202
En el Próximo Oriente, donde nunca abundó la caza mayor como en otras regiones
durante el período glaciar, los cazadores-recolectores comenzaron hace más de 10
milenios a explotar las variedades silvestres de trigo y cebada que allí crecían. A
medida que aumentaba la dependencia de estas plantas, se vieron obligados a
disminuir su nomadismo porque todas las semillas maduraban a un tiempo y había
que almacenarlas para el resto de año. Puesto que la cosecha de semillas silvestres
no se podía transportar de un campamento a otro, algunos pueblos como los
Natufienses, que tuvieron su apogeo hacia el décimo milenio a.c. aproximadamente,
se establecieron, construyeron almacenes y fundaron aldeas de carácter
permanente.
Los primeros asentamientos rebasaron con gran rapidez el nivel de las aldeas de los
“cabecillas” o “grandes hombres” para convertirse en jefaturas sencillas. Jericó,
situada en un oasis de Jordania actual, por ejemplo, 8.000 años antes de nuestra era,
ya ocupaba una superficie de 40 km2 y contaba con 2.000 habitantes; 2.000 años
más tarde, Catal Hüyüc, situada al sur de Turquía, tenía una superficie de 128 Km2
y su población era de 6.000 habitantes.
Al igual que todas las jefaturas, los primeros pueblos neolíticos parecían
preocupados por la amenaza de ataque de los merodeadores venidos de lejos. Jericó
estaba rodeado de fosos y murallas (muy anteriores a las bíblicas) y contaba con una
torre de vigilancia en lo alto de sus murallas. Otros asentamientos neolíticos
antiguos como Tell-es-Sawwan y Maghzaliyah, en Irak, también estaban rodeados
por murallas.
Los arqueólogos no han podido determinar con exactitud dónde y cuándo tuvo
lugar la transición sumeria, pero en el año 4350 a.c. empezaron a erigirse en los
asentamientos de mayor tamaño unas estructuras de adobe con rampas y terrazas,
llamadas zigurat, que reunían las funciones de fortaleza y templo. Al igual que los
túmulos, las tumbas, los megalitos y las pirámides repartidas por todo el mundo, los
zigurat atestiguan la presencia de jefaturas avanzadas capaces de organizar
prestaciones laborales a gran escala. Fueron precursores de la gran torre de
Babilonia, de más de 90 metros de altura. Hacia el año 3500 a.c. las calles, casas,
templos, palacios y fortificaciones ocupaban decenas de kilómetros cuadrados en
Uruk, Irak. Acaso fue allí donde se produjo la transición; y si no, fue en Lagash,
Eridu, Ur o Nippur, que en el año 3200 a.c. florecían como reinos independientes.
Impulsados por las mismas presiones internas que enviaron a la guerra a las
jefaturas, el reino sumerio tenía a su favor una ventaja importante. Las jefaturas
eran propensas a intentar exterminar y a matar y comerse a sus prisioneros de
guerra. Sólo los Estados poseían la capacidad de gestión y poderío militar necesario
para arrancar trabajos forzados y recursos de los pueblos sometidos. Al integrar a
las poblaciones derrotadas en la clase campesina, los Estados alimentaron una ola
creciente de expansión poblacional y territorial. Cuanto más populosos y
productivos se hacían, tanto más aumentaba su capacidad para derrotar y explotar
a otros pueblos y territorio. En varios momentos después del tercer milenio a.c.
dominaba Sumer uno u otro de los dos reinos sumerios. Pero no tardaron en
formarse otros Estados en el curso del Éufrates. Durante el reinado de Sargón I, en
el año 2350 a.c., uno de estos Estados conquistó la Mesopotamia, incluida Sumer,
así como territorios que se extendían desde el Éufrates hasta el Mediterráneo.
Durante los 4300 años siguientes se sucedieron los imperios babilonio, asirio,
egipcio, persa, griego, romano, árabe, otomano y británico. Nuestra especie había
creado y montado una bestia salvaje que devora continuamente. ¿Seremos alguna
vez capaces de domar esta creación del hombre de la misma manera que domamos
la ovejas y las cabras de la naturaleza?
El poder para dar órdenes y ser obedecidos. Algunos teóricos que estudiaron el
origen del Estado rechazan la idea de que las clases dominantes ganan el control
sobre el común de las personas como consecuencia de la implementación de un
poder violento de los jefes y sus milicias. Para ellos la gente común se sometió
pacíficamente en agradecimiento por los servicios prestados por la clase
gobernante. Mi opinión en esta cuestión es que había tanto sumisión voluntaria
como opresión violenta. Las jefaturas avanzadas y los Estados incipientes
documentados por la etnografía y la arqueología deben contarse entre las
sociedades más violentas que jamás hayan existido. Las incesantes hostilidades, a
menudo asociadas a la aniquilación de aldeas rebeldes y a la tortura y el sacrificio
de prisioneros de guerra, acompañaron la aparición de jefaturas avanzadas en la
Europa céltica y prerromana, la Grecia homérica, la India védica, la China Shang y
la Polinesia anterior al contacto con el mundo occidental. Las murallas de Jericó
dan testimonio de prácticas bélicas en el Próximo Oriente que ya datan de 6000
204
años a. c. En Egipto aparecen ciudades fortificadas durante el período pre y
postdinásticos, y los monumentos egipcios más antiguos de finales del geerciense y
la primera dinastía (3330-2900 a.c.) engrandecen proezas militares de
“unificación”, que respondían a nombres belicosos como Escorpión, Cobra,
Luchador, etc. En las excavaciones predinásticas de Hierakónpolis se han
encontrado numerosos barrotes y cuchillos con representaciones de escenas de
batallas donde aparecen hombres sujetando puñales, mazos y garrotes, así como
barcos cargados con hombres en trance de armas y gente combatiendo en el agua.
En Europa de la Edad de Bronce, el surgimiento de una elite no tuvo nada que ver
con el bien común y las ventajas que para el común se derivan de las actividades de
gestión y redistribución llevadas a cabo por sus dirigentes que podrían haberse
conseguido a un costo humano notablemente inferior. Estas observaciones nos
llevan a proponer lo que se podría llamar la teoría de la formación de un ESTADO
MAFIOSO, que implica: un campesinado industrioso pero oprimido, incapaz de
negarse a pagar el tributo, exigido por una banda de chantajistas con vestimenta
ostentosa, por temor a la mutilación de sus bueyes de tiro, el asalto de sus botes y la
destrucción de sus cultivos. No veo ninguna razón por lo cual no pudieran haberse
beneficiado de las actividades de gestión y redistribución del Estado, tanto el común
como la clase privilegiada, aunque estoy seguro de que esta última se llevaría la
parte del león (la mayor parte y la mejor).
Ya sea por la espada, la recompensa o la religión, muchas fueron las jefaturas que
sintieron la llamada, pero pocas lograron la transición hacia el Estado. Antes que
obedecer las órdenes de trabajar hasta morir y además pagar tributos, la gente
trataba de huir a tierras de nadie o territorios sin explorar. Otros se resistían e
intentaban luchar contra la milicia, que siempre ha sido un instrumento de
represión, ocasión que otros jefes aprovechaban para invadirlos y hacerse con el
poder. Independientemente del curso concreto que tomaron las rebeliones de la
gran mayoría de las jefaturas que intentaron imponer o impusieron sobre la clase
trabajadora cuotas agrarias, impuestos, esclavitud y otras formas de redistribución
coercitiva y asimétrica, unas lograron transformarse en Estados, las otras
perecieron.
205
especie limita las satisfacciones expresadas en las monedas de otras necesidades y
otros impulsos.
El planteo es: que estas mismas necesidades explican los esfuerzos que hacen
muchos hombres por tener poder, la gente no les paga con amor o dinero, sino con
aprobación, admiración y respeto, en suma, con prestigio. La diferencia de
personalidades hace que algunos seres humanos tengan una necesidad mayor de
afectos que otros. Hay una hipótesis que dice que los líderes son individuos con una
necesidad mayor de aprobación y de ser reconocidos mucho más que los demás
hombres (probablemente como resultado de la conjunción de experiencias infantiles
y factores hereditarios); además los hombres que ansían el prestigio poseen un gran
talento para la organización, la oratoria y la retórica. Los líderes son personas con
un enorme apetito de alabanzas, recompensas que otros no tienen reparo en ofrecer
a cambio de dinero y una existencia más segura y más cómoda.
¿Puede existir la humanidad sin gobernantes y gobernados? Hobbes declaró que no,
diciendo: “Creo que existe una inclinación general en todo el género humano, un
perpetuo y desazonador deseo de poder por el poder, que sólo cesa con la muerte”.
Éste creía que, debido a este innato anhelo de poder, la vida anterior o posterior al
Estado constituía “una guerra de todos contra todos” ¿Tenía razón Hobbes? ¿Anida
en el hombre una insaciable sed de poder que, a falta de un jefe fuerte, conduce
inevitablemente a una guerra de todos contra todos? A juzgar por los ejemplos de
bandas y aldeas que sobrevivieron, durante la mayor parte de la prehistoria nuestra
especie se manejó bastante bien sin jefe supremo, y menos aún el todopoderoso y
leviatánico rey dios mortal de Inglaterra, que Hobbes creía necesario para el
mantenimiento de la ley y el orden entre sus díscolos compatriotas.
Por analogía podemos, sin embargo, decir que a la organización jurídica de una
comunidad que hoy nosotros denominamos Estado, ellos la designaban polis,
concepto que era idéntico al de ciudad. Es por ello que toda especulación
206
doctrinaria acerca del Estado no era para los griegos sino un conjunto de
afirmaciones en torno a la organización de la ciudad.
Por otra parte, las palabras de origen latino regno o imperio, usadas, sobre todo, a
partir de la creación en el año 962 del Sacro Imperio Romano Germánico, para
designar a las grandes unidades jurídico-políticas estructuradas bajo el sistema
monárquico-feudal, contrastaban con el significado político de otras forma de
organización estatal, el régimen comunal adoptado por las ciudades italianas de
Florencia, Venecia, Génova, etc., y resultaba por ello inaplicable en forma genérica.
Posteriormente, a fines del siglo XVI, Bodin emplea la palabra République para
referirse al Estado en general, reservando el vocablo Estat para aludir a una forma
de Estado. Hay aquí una nueva transformación del esquema significativo. Esta
diferencia conceptual tiene un fundamento histórico; en Francia se venía usando el
término Estat desde el siglo XIII como expresivo de determinado grupo social. Los
reyes de Francia habían pedido muchas veces su opinión sobre los asuntos públicos
al clero o a la nobleza, cuyas respectivas organizaciones eran consideradas como
estamentos o estados sociales. En 1302 Felipe el Hermoso constituyó los Estados
Generales, institución de carácter “deliberativo”, integrada por tres asambleas
“representativas” de los tres Estados -el clero, la nobleza y la burguesía- que se
reunían separadamente pero sin ejercer funciones legislativas. La institución de los
Estados Generales tuvo en Francia un pronunciado matiz político, ya que la
monarquía lo usó como un medio para limitar progresivamente los privilegios
feudales.
La profusa literatura de los siglos XIX y XX, por un lado, la intensificación de las
investigaciones científicas y, por el otro, del planteo adoptado por múltiples sistemas
filosófico-políticos, derivó en que lejos de unificar la significación de la voz Estado,
ésta se ha diversificado.
De las varias acepciones que actualmente tiene el término, las más generalizadas
son las siguientes:
Con el mismo criterio se emplea también el vocablo Estado para designar a una
forma específica de la vida social determinada por la sociedad; se refiere, en este
sentido, al género de una realidad naturalmente humana y el Estado a la especie.
Dentro de esta misma corriente es frecuente oponer las palabras Estado y Sociedad
como expresiones de una forma de antítesis. Estado significa una forma de vida
social determinada por una serie de coacciones y amenazas que motivan en los
individuos un definido comportamiento y, por el contrario, sociedad significa una
208
forma de vida en la que el individuo actúa con libertad.
d) Pero, aun dentro de la Teoría General del Estado, la expresión tampoco resulta
unívoca.
Se usa la palabra Estado para significar, bien a un objeto real que el conocimiento
tiene por existente en el tiempo y en el espacio, bien a un objeto ideal creado por el
conocimiento mismo.
e) Pero no es ésta la única diferencia que ofrece la significación del vocablo dentro
de la Teoría General del Estado, pues se alude con el término Estado no sólo al todo
objetivo que en cada corriente ideológico-doctrinaria es considerado como tal, sino
también a los mismos elementos integrativos de ese todo. Así, por ejemplo, es
frecuente el uso del vocablo Estado identificando su significación con los conceptos
jurídicos de territorio o de pueblo o poder.
209
EL ESTADO NACIÓN
Esta es la última fase de la evolución y coincide con la forma social en la que vive el
hombre en la actualidad. A partir del siglo XIV hay una etapa de transformación
donde la Nación se va a constituir en sujeto político del Estado. En la Edad
Moderna es donde se configura la Nación como cuerpo o sujeto activo de la
convivencia política.
El Estado se distingue como forma de Sociedad del Estado, como institución del
poder. El primer caso es el Estado Nación. Duverger señala que el Estado Nación a
pesar de las corrientes que señalan su crisis o superación sigue siendo la forma
básica de las comunidades humanas. A la hora de precisar el concepto de Nación
hay que separar el concepto de pueblo, ya que para el Derecho Político no se puede
equiparar a la población o a la “raza” ni tampoco considerarse como soporte de
una cultura o identificación con una clase social determinada. El pueblo sería el
conjunto de personas físicas o agregado humano que goza de una ordenación
inminente no impuesta o estructurada desde el exterior y asentada sobre un
territorio.
FASE DE LOS SIGLOS XVII Y XVIII: donde los monarcas van concentrando
poder y se van afirmando las diversidades entre los pueblos con leyes, costumbres y
mentalidad diferentes.
210
FASE DEL PRINCIPIO DE LAS NACIONALIDADES DE MANZINI: a mediados
del siglo XIX, este autor defiende que los pueblos con comunidad de orígenes,
costumbres, lengua y conciencia de esa comunidad tengan el derecho a constituirse
en estados independientes. Con esto se busca principalmente la formación de un
Estado italiano que unifique los antiguos reinos de Italia.
La realidad estatal se nos hace patente, casi tangible, a través de las infinitas
articulaciones de nuestra vida social. Toda la actividad del hombre, toda su libertad
y capacidad creadora aparecen inmersas en el orden constrictivo y coercitivo del
Estado.
El Estado forma parte de nuestra vida y nos encontramos formando parte de él.
Prácticamente nos referimos al Estado, sentimos su gravitar sobre nosotros en
forma constante, imponiéndonos todo tipo de exigencias, a veces presta servicios
útiles a la sociedad, otras lo sentimos como un obstáculo para nuestros deseos, se
sabe que sin él habría algún grado de desorganización en algunos sectores, pero
también se sabe que exige sacrificios llevando a una gran parte de la sociedad a
enormes sufrimientos y, muchas veces, hasta la muerte. Los que estudian la política
se preocupan de que el Estado sea de un determinado modo: la sociedad es como un
ingrediente en él. Cuando se enfrenta al Estado pidiendo que deje en libertad de
realizar, se padece su poder desmedido.
¿Qué es el Estado? ¿Es una cosa, un organismo natural parecido a otros organismos
biológicos? ¿Es un ser de carácter espiritual, una psique colectiva, una voluntad
social? ¿Es un estadio o manifestación del espíritu objetivo como sostiene Hegel?
¿O, es en resumen de cuenta, una complicada mixtura de entidades de categoría
diversa, cosas corpóreas, seres psíquicos y relaciones ideales (territorio, hombres,
normas)? ¿Constituye una mera forma mental, una síntesis de conocimiento,
unificadora de puntos de vista teleológicos de elementos varios, como sostuvo
Jellinek? ¿Es puramente un sistema de normas con vigencia objetiva y coercitiva
delimitada en la esfera personal, en la espacial y en la temporal, como afirma
Kelsen? ¿Es un haz de fenómenos espirituales de la cultura, como movimiento vital
en constante reelaboración, en devenir incesante, según sostienen autores como
Litt, Smend, etc.? ¿Es la realidad del Estado una realidad social que entraña una
especial índole de realidad distinta de todas las demás realidades, una nueva zona
ontológica de la vida humana objetivada?
212
A través de estos conceptos surge, con entera evidencia, cuán delicada y trabajosa
es la aprehensión esencial de esa realidad humana tan típica, tan específicamente
jurídica que se llama Estado. Y surge, también, que todo conocimiento acerca del
Estado, por depurado, objetivo y válido que pretenda ser dentro de su esfera
científica, es siempre un conocimiento parcial. Pues se comprende que el modo de
aprehender y conceptuar a ese objeto ha de variar, según varíe el específico
carácter de la investigación que sobre él se realice, como la concepción ideológica
que tenga el investigador.
De un lado el realismo, parte del supuesto de que el ser de la realidad que se conoce,
existe independientemente del sujeto cognoscente. Del otro lado, el idealismo
pretende que el objeto del conocimiento esté determinado por la propia actividad
teórica del sujeto cognoscente y que, por lo tanto, el ser del objeto es sólo una
creación del sujeto.
Hacia uno y otro polo ha fluctuado constantemente la Teoría del Estado. Y, como
una consecuencia de esa fluctuación, se advierten a través del tiempo dos diversas
formas de concebir la realidad estatal: o bien como una realidad trascendente, que
existe por sí (Teoría Realista del Estado), o bien como una realidad meramente
construida por el investigador, es decir, como una realidad sólo inmanente en el
sujeto que conoce (Teoría Idealista del Estado).
Si el Estado es cultural, si por serlo es una forma, una modalidad de vida humana, y
si su estructuración depende del incesante hacer del hombre que lo conoce, es
necesario admitir que toda conceptuación sobre el Estado, por amplia y
comprensiva que sea en un cierto momento histórico o en una determinada región
del saber, ha de presentar siempre un margen de indeterminación esencial que sólo
será llenado cuando, a partir de ulteriores enfoques, se descubran en su estructura
nuevos caracteres ontológicos.
1) LA CONCEPCIÓN PLATÓNICA
En su República, Platón presenta una concepción puramente ideal del Estado.
Y así como en el ser humano existe una razón que domina, un ánimo que obra y
sentidos que obedecen, también en el Estado hay tres distintos elementos
equiparables a aquéllos: una clase dominante, la de los sabios; otra, defensora de la
sociedad, la de los guerreros, y una tercera destinada a abastecer y obedecer a las dos
primeras, los agricultores y los artesanos.
Para que esta ligazón entre el Estado y los individuos sea efectivamente una
relación de subordinación incondicionada, la concepción platónica elimina toda
institución social intermedia entre aquél y éstos.
Y si bien, como Platón, fundóse en una concepción organicista del ser estatal,
concibió a este ser como un organismo finalista donde el individuo persigue y
consigue sus propósitos fundamentales en tanto es parte integrativa del Estado
mismo.
Según Aristóteles, el Estado como síntesis social suprema regula mediante las leyes
toda la vida de relación del hombre. Mientras que la concepción platónica
prescinde de la existencia de instituciones intermedias entre el Estado y el individuo,
Aristóteles las conserva admitiéndolas como organizaciones necesarias para la
convivencia humana ordenada.
Aristóteles fue el primero en establecer una división de las formas del Estado. Según
el poder supremo sea ejercido por uno, o por varios o por todos los individuos que
integran la sociedad, la constitución del Estado corresponde a la forma monárquica,
aristocrática o democrática. Dice Aristóteles sobre el tema: “Llamamos al gobierno
de uno, que va encaminado a la común utilidad, reino, pero al de pocos, que son más
de uno, aristocracia, que significa señorío de buenos, o porque los que gobiernan y
señorean son buenos, o porque va interesado el gobierno a lo que es bueno para la
ciudad y para los que de ella participan. Pero cuando la comunidad rigiere,
encaminada a la común utilidad, llámase a aquel gobierno del nombre que es común
a todos los gobiernos: público gobierno”. “Mas si el poder no consulta los intereses y
necesidades generales de la sociedad, estas formas originales degeneran,
respectivamente, en tiranía, oligarquía y demagogia”. Dice Aristóteles: Las quiebras
y viciosos gobiernos que a los ya dicho corresponden, son: al reino, la tiranía; a la
aristocracia, la oligarquía y al gobierno público, la demagogia. Porque la tiranía es
señorío de uno encaminado a la utilidad del que es señor; y la oligarquía es señorío
encaminado al provecho de ricos y poderosos; y la demagogia es señorío enderezado
al provecho de los más necesitados y gente popular; pero ninguno de ellos se rige a lo
que conviene a todo comúnmente.
Para los estoicos, la sociedad excede los ámbitos y límites de los Estados políticos y
se funda y organiza en la identidad inmutable de la naturaleza humana. Desaparece
así, en teoría, toda diferencia entre los hombres y, en especial, toda relación de
subordinación entre individuos y un Estado determinado. El hombre es libre si obra
conforme a su propia naturaleza y su única subordinación es la que integra en un
orden universal: el del género humano.
Sostiene Cicerón que el Estado es un orden creado por la naturaleza. Un orden cuya
estructuración está dada, más que por la razón, por el instinto natural de los
hombres que se manifiesta en su tendencia a la vida social, políticamente ordenada.
No hay en absoluto cosa más desgraciada que la ambición y la lucha por conseguir
los honores y, a propósito de ello, dice muy bien Platón que los que contienden entre
sí por conseguir el mandato de la República se comportan lo mismo que si los
marineros se disputaran llevar el timón de la nave (Platón: comparando los actuales
gobernantes con los marineros de quienes he hablado antes, no te equivocaras;
“imagínate a los marineros en discordia entre sí en el gobierno de la nave, mientras
cada uno cree deber manejar el timón, sin haber aprendido el arte, ni tener un
maestro que se lo haya enseñado). Y el mismo filósofo nos dice que debemos
considerar a todos los que toman las armas contra el Estado, no a quienes desean
defenderlo con su prudencia”.
“No hay que prestarles atención a los que piensan que deben airarse gravemente
contra los enemigos, creyendo que eso es propio de un varón magnánimo y fuerte,
porque no hay cosa más loable ni más propia de un hombre verdaderamente noble
que la mansedumbre y la clemencia. Pero en los pueblos libres, donde todos tienen
los mismos derechos, hay que practicar la delicadeza y el dominio de sí mismo, como
se dice, para no incurrir inútilmente en la odiosa nota de intratable, si nos airamos
contra los que nos visitan a destiempo o nos piden algo descaradamente. Pero la
mansedumbre y la clemencia son aceptables con tal que no impidan la severidad en
217
favor de la República, sin la cual no puede administrarse el Estado. Eso sí, toda la
represión y el castigo deben aplicarse sin afrenta, no es satisfacción y ventaja de
quien castiga, sino para la utilidad del Estado”.
“Hay que procurar también que la pena no exceda a la culpa y que por idéntico
motivo uno sea castigado y el otro ni siquiera apercibido. Que el castigo, sobre todo,
sea sin ira, porque quien castiga airado difícilmente guardará la moderación entre lo
poco y lo demasiado, que tanto gusta a los peripatéticos y con razón, con tal que no
alabaran la iracundia y dijeran que era un don muy útil de la naturaleza. La ira, en
verdad, hay que rechazarla siempre, y desear que los que gobiernan la República
sean semejantes a las leyes que se deciden por el castigo no impulsadas por la ira,
sino por la equidad”.
“El Estado (o civitas terrae), que es el producto del pecado -ya que en su origen
hubo luchas fratricidas, de ambiciones y despojo- sólo se puede admitir como
organización social, una relativa justificación teleológica en tanto sirva a los
designios de dios y a los fines de la iglesia”.
218
b) Tomás de Aquino, tiene una posición escolástica, esto implica un parcial retorno
al clasicismo filosófico político. Tomás incorporó a la concepción cristiana parte del
sistema estatal de Aristóteles aunque modificándolo por vía interpretativa.
Por el contrario. Prohíbe de modo terminante y expreso el asesinato del tirano (en
cuanto al régimen) por autoridad privada, debido a lo muy peligroso que esto
resultaría para el pueblo y sus directores, ya que estarían siempre dispuestos a ello
los malhechores, por lo cual lograrían quizás apoderarse eventualmente del gobierno.
Como limitación al derecho de resistencia activa, éste depende siempre de la
condición de que no exista otra instancia o medio a que apelar.
Tomás de Aquino: El origen divino de la autoridad: “La existencia del Estado nace
de la misma naturaleza social, racional y libre del hombre. Esta naturaleza humana
exige una autoridad o gestor encargado de procurar el bien común, y reclamar a la
vez que los hombres esclarecidos y destacados por la virtud y su saber se pongan a
la cabeza y al servicio de sus semejantes dirigiéndolos”.
Según Tomás de Aquino: “El hombre tiene necesidad de ser gobernado por alguien,
puesto que debe vivir en sociedad”.
“El hombre por naturaleza es un ser social y sociable, como había indicado ya
Aristóteles”. Para Tomás, un hombre asocial o es un genio, un ser sobrehumano, o
un animal; la vida asocial o aestatal es un signo de naturaleza “beluina” de
infrahumanidad. “Por debajo del hombre está, como ser no social, sino gregario, el
animal; por encima del hombre, dios. De este modo, el Estado constituye un producto
de la naturaleza, no en el sentido de algo causado por ella, sino de algo que hacen
los hombres en virtud de los hondos consustánciales impulsos de su ser; y, puesto que
todo lo que es natural procede de dios, el Estado es, en definitiva, obra divina”.
Tomás de Aquino dice: “Los pobres si no son muy buenos no se les debe dar puestos
en el gobierno, porque están en mayor peligro de cometer injusticias con el fin de
asegurar su porvenir”. “Es más conveniente vivir sometido a un solo rey que a un
gobierno pluralista”. “El régimen monárquico es absolutamente mejor porque en el
régimen pluralista se llega mucho más frecuentemente a un poder tiránico y más
peligroso que en el régimen monárquico”. “Surgen graves riesgos
220
para la multitud en un gobierno de muchos que en un régimen monárquico. Pues
hay mayor posibilidad que entre muchos algunos abandonen el bien común, a que
suceda esto a uno solo”.
Dice Tomás de Aquino: “Si el tirano no comete excesos, es preferible soportar una
tiranía moderada que oponerse a ella, porque tal oposición puede implicar peligros
mucho mayores”. “Pues nos enseña Pedro, que los súbditos deben obedecer
reverentemente no sólo a los señores buenos y sencillos, sino también a los malos”.
Tomás: “Una ciudad suele ser tanto más buena cuanto menos se reúnen los
ciudadanos, pues es frecuente que los hombres en reunión suelan brindar ocasión a
las disensiones y sediciones”.
7) LA CONCEPCIÓN HISTÓRICO-EMPIRISTA DE
MAQUIAVELO
La línea de pensamiento aristotélico-tomista partió de la observación de los
acontecimientos e instituciones políticas concretas para descubrir la esencia del
Estado en la naturaleza social del hombre. Es decir: a partir de la posición empirista
y escolástica extrajeron, por abstracción, el esquema ideal del Estado, el deber ser
político, desinteresándose después de toda realidad concreta histórica.
En sus obras, Discursos sobre la primera década de Tito Livio, El Príncipe y El arte
de la guerra, Maquiavelo analiza los procesos políticos y las causas en que se fundan
el poder y la estabilidad de los gobiernos.
En esta corriente de ideas, Bodin sostiene que la libertad individual y el goce de los
derechos fundamentales del hombre ceden en importancia al poder del Estado,
individualizado históricamente en la persona del monarca.
222
9) EL ESTADO SEGÚN HOBBES
La premisa fundamental de Hobbes es: “El soberano una vez instituido puede
gobernar como mejor le plazca”. Continúa diciendo: “La conducta abusiva del
soberano, siempre traerá consigo menos males que los producidos por el estado
natural”.
Según Hobbes, “el hombre tiene derecho a todo lo que alcanzan sus facultades, y en
el estado natural todo hombre es enemigo de otro hombre. La diferencia entre las
acciones proviene de la ley civil: ésta nace del poder público, el cual a su vez nace
de un pacto que hicieron los hombres para evitar su destrucción. El poder tiene sus
facultades ilimitadas; es lícito todo lo que él manda”.
Hobbes señala: “El único modo de erigir un poder que pueda defender a los
hombres de la invasión de extraños y de la injurias entre ellos mismos, dándoles
seguridad que les permita alimentarse con el fruto de su trabajo y con los productos
de la tierra, y llevar así una vida satisfecha, es el conferir toda su fuerza y todo su
poder individual a un solo hombre o a una asamblea de hombres que, mediante la
pluralidad de votos, pueda reducir las voluntades de los súbditos a una sola
voluntad. O, lo que es lo mismo, nombrar a un individuo o a una asamblea de
individuos que representen a todos, y responsabilizarse cada uno como autor de
todo aquello que haga o promueva quien ostente esa representación en asuntos que
afecten la paz y la seguridad comunes; y, consecuentemente, someter su voluntad a
la voluntad de ese representante, y sus juicios representativos a su juicio. Esto es
algo más que un consentimiento o concordia; es una verdadera unidad a la que se
llega mediante un acuerdo de cada hombre con cada hombre, como si cada uno le
estuviese diciendo al otro: Autorizo y concedo el derecho de gobernarme a mí mismo,
dando esa autoridad a este hombre o a esta asamblea de hombres, con la condición
de que tú también le concedas tu propio derecho de igual manera, y le des esa
autoridad en todas sus acciones. Una vez hecho esto, una multitud así unida en una
persona, lo llamamos ESTADO, en latín CIVITAS. De este modo se genera ese gran
LEVIATÁN, o mejor, para hablar con mayor reverencia, ese dios mortal a quien
223
debemos, bajo el dios inmortal, nuestra paz y seguridad. Y por el miedo que su poder
y su fuerza producen, pueden hacer que las voluntades de todos se dirijan a lograr la
paz interna. Y es en él en quien radica la esencia del ESTADO, al que podríamos
definir así: Una persona de cuyos actos, por mutuo acuerdo entre la multitud, cada
componente de ésta se hace responsable, fin que dicha persona pueda utilizar los
medios y la fuerza particular de cada uno como mejor le parezca, para lograr la paz y
la seguridad de todos”.
Hobbes dice: “El hombre crea mediante el arte ese gran LEVIATÁN, que llamamos
REPUBLICA o ESTADO, el latín CIVITAS, y no es otra cosa que un hombre
artificial. Es éste de mayor estatura y fuerza que el natural, para cuya protección y
defensa fue concebido. En él, la soberanía actúa como el alma artificial, como algo
que da vida y movimiento a todo el cuerpo: los magistrados y otros oficiales de la
judicatura y del ejecutivo son articulaciones artificiales; la recompensa y el
castigo”.
Hobbes señala: “Si dos hombres desean una misma cosa que no puede ser
disfrutada por ambos, se convierten en enemigos; y, para lograr su fin, que es
principalmente, su propia conservación y, algunas veces, sólo su deleite, se empeñan
en destruirse y someterse mutuamente”. “De todo ello queda de manifiesto que,
mientras los hombres viven sin ser controlados por un poder común que los
mantenga ATEMORIZADOS a todos, están en esa condición llamada guerra,
guerra de cada hombre contra cada hombre, de ésta se deduce que nada puede ser
injusto. Las nociones de lo moral y lo inmoral, de lo justo y de lo injusto no tienen allí
cabida. Donde no hay un poder común, no hay ley; y donde no hay ley, no hay
injusticia. La fuerza y el fraude son las dos virtudes cardinales de la guerra”.
Hobbes dice: “Un Estado ha sido instituido, cuando una multitud de hombres
establece un convenio entre todos y cada uno de sus miembros, según el cual le da a
un hombre o a una asamblea de hombres, por mayoría, el derecho de personificar a
todos, es decir, de representarlos. Cada individuo de esa multitud, tanto el que haya
votado a favor como el que ha votado en contra, autorizará todas las acciones y
juicios de ese hombre o asamblea de hombres, igual que si se tratara de los suyos
propios, a fin de vivir pacíficamente en comunidad, y de encontrar protección
contra otros hombres”.
“Todos y cada uno han dado la soberanía a quien representa su persona. Por lo
tanto, si lo deponen, están quitándole algo que es suyo, y eso también es injusticia.
Además, si quieren intentar deponer a su soberano es matado o castigado por éste
por causa de dicho intento, él será el autor de su propio castigo, ya que por virtud de
la institución de Estado debe considerársele como autor de todo lo que haga el
soberano”.
Hobbes dice: “El derecho de representar la persona de todos es dado a quien los
hombres hacen su soberano, mediante un pacto establecido entre ellos mismos, y no
entre el soberano y alguno de ellos, no puede haber quebrantamiento del convenio
por parte del soberano; y, en consecuencia, ninguno de sus súbditos puede librarse
de estar sujeto a él, alegando algún infrinjimiento de contrato por su parte. Quien
es nombrado soberano no ha hecho de antemano ningún pacto con los súbditos”.
Tomás Hobbes, autor del Leviatán es también defensor del absolutismo; su trabajo
representa un esfuerzo en favor del afianzamiento de la monarquía inglesa.
Parte Hobbes del supuesto filosófico de que el hombre es un ente egoísta, que
únicamente persigue la satisfacción de sus personales necesidades. No es, entonces,
sociable por naturaleza.
Hobbes: “Nada de lo que haga el soberano puede ser castigado por el súbdito.
Ningún hombre puede, sin incurrir en injusticia, protestar contra la institución del
soberano declarada por la mayoría. Las acciones del soberano no pueden ser, en
justicia, acusadas por el súbdito”.
El Estado surge como una creación humana de tipo convencional. Los hombres, que
originalmente ejercen libertades y derechos ilimitados, se despojan de estos atributos
y los confieren, por delegación, a un monarca, facultándolo para crear y hacer
aplicar las leyes con el fin de hacer efectiva una pacífica vida social. En esta
delegación incondicionada de poderes radica el poder absoluto del Estado, frente a
225
cuya autoridad, no puede invocarse autoridad alguna.
Foucault señala en su obra Genealogía del racismo: “Lo que Hobbes llama la
guerra de todos contra todos, no es exactamente una guerra real e histórica, sino un
juego de representaciones mediante el cual cada individuo mide el peligro que todo
otro individuo representa para él, evalúa las disposiciones de otros a batirse con él y
estima el riesgo que él asumirá si recurriera a la fuerza”.
¿De donde proviene el derecho de castigar de parte del Estado? ¿Por qué puerta
entró ese derecho o autoridad de castigar en cualquier caso? Ningún hombre está
obligado por convenio a NO resistir que se le aplique la violencia de parte del
Estado. Es el derecho de rebelión contra un Estado opresor: el mal infligido por un
hombre que ha usurpado el poder, no es un castigo sino un acto de hostilidad.
“Si alguien -y en ese alguien también se incluyen los gobernantes- intenta invadir
por la fuerza los derechos de los demás, será culpable del mayor crimen de que un
hombre es capaz, y debe ser tratado como se merece”·
226
“Es razonable y justo que yo tenga el derecho de destruir a quien me amenaza con
destruirme a mí. Un hombre puede y debe conservarse a sí mismo hasta donde le
resulte posible, y puede destruir a otro que le hace la guerra”.
“Aquel que quiere intentar poner a otro hombre bajo su poder absoluto, se pone a sí
mismo en una situación de guerra con él; pues esa intención ha de interpretarse
como una declaración o señal de que quiere atentar contra su vida”. “Aquel que
quiere ponerme bajo su poder sin mi consentimiento podría utilizarme a su gusto en
cuanto me tuviera, y podría asimismo destruirme en cuanto le viniesen ganas. Pues
nadie desearía tenerme bajo su poder absoluto si no fuera para obligarme a hacer
cosas que van contra mi voluntad, es decir, para hacer de mí un esclavo”.
“Cuando alguien hace para tenerme bajo su poder, ese alguien, diga lo que diga, no
logrará convencerme de que una vez que me ha quitado la libertad, no me quitará
también todo lo demás cuando me tenga en su poder. Y, por consiguiente, es legal
que yo lo trate como a una persona que ha declarado hallarse en un estado de guerra
contra mí, es decir, que me está permitido matarlo si puedo, pues ése es el riesgo a la
que se expone con justicia quien introduce un estado de guerra y en ella es agresor”.
“La libertad del hombre consiste en estar libre de cualquier poder superior, y no
hallarse sometido a la voluntad de la autoridad de hombre alguno, sino adoptar
como norma la ley de la naturaleza. La libertad del hombre en sociedad es la de no
estar bajo más poder legislativo que el que haya sido establecido por su
consentimiento. Ni bajo el dominio de lo que mande ley alguna, excepto aquellas
leyes que hayan sido dictadas por el poder legislativo de acuerdo con la misión que
le hemos confiado”.
“La verdadera libertad es que cada uno pueda disponer de su persona como mejor
le parezca; disponer de sus acciones, posesiones y propiedades, evitando, así, estar
sujetos a los caprichos arbitrarios de otro, y siguiendo su propia voluntad”. “Los
hombres unidos en sociedad han renunciado a su poder ejecutivo de ley natural y lo
han cedido al poder público, sólo entonces tenemos una sociedad política y civil”.
“El poder público de toda sociedad está por encima de cada uno de los individuos en
esa sociedad; y el uso principal de este poder consiste en dar leyes a todos los que
estén bajo él. Dichas leyes debemos obedecerlas en todos los casos, excepto cuando
haya una razón manifiesta que pruebe que la ley de la razón manda lo contrario”.
“Al ser todos los hombres libres por naturaleza; y al no haber nada que los haga
súbditos de un poder, excepto su propio consentimiento, debemos considerar que es
lo que ha de entenderse como declaración suficiente de consentimiento, que haga
227
que un hombre esté sujeto a las leyes de un gobierno cualquiera. Suele hacerse una
distinción entre consentimiento expreso y consentimiento tácito. Nadie duda que el
consentimiento expreso de un hombre al entrar en una sociedad lo hace miembro
completo de esa sociedad y súbdito del gobierno. La dificultad está en averiguar
qué es lo que debe ser tomado como consentimiento tácito, y hasta qué punto
obliga; es decir, en qué medida debe ser considerado como tal un consentimiento y,
con él, una sumisión al gobierno, si el individuo no ha manifestado expresamente
dicho consentimiento. A esto respondo diciendo que todo hombre que tiene
posesiones o disfruta de alguna parte de los dominios de un gobierno está con ello
dando su tácito consentimiento de sumisión. La población que no tiene ninguna
vinculación económica con el gobierno tiene que dar o no el consentimiento expreso
para ser gobernada”.
“Dos son los pilares que dan sustento a la sociedad pública: el primero es una
natural inclinación que lleva a los hombres a desear la vida social y la compañía; el
otro, un régimen, expresa o tácitamente acordado, que regula el modo y la manera
en que han de vivir juntos. Esto último es lo que llamamos la ley de un Estado, el
alma misma del cuerpo político, cuyos miembros son animados y permanecen
unidos por virtud de esa ley, y se empeñan en realizar acciones que el bien común
requiere. Las leyes políticas, dirigidas a lograr el orden y la convivencia entre los
súbditos, nunca serán adecuadamente concebidas, a menos que tengan en cuenta
que la voluntad del hombre es radicalmente obstinada, rebelde y reacia a obedecer
las leyes de la naturaleza; en una palabra, a menos que se proponga que el hombre
es, en lo que a su conciencia se refiere, poco más que una bestia salvaje. De acuerdo
con esto, las leyes deben procurar que las acciones externas de los hombres no sean
un impedimento para ese bien común cuyo logro es la razón por la cual las
sociedades políticas son instituidas. Si las leyes no hacen que esto se consiga, no
serán leyes perfectas”.
“Todo aquel que llegue a ejercer algún poder sirviéndose de medios que no
corresponden a los que las leyes de la comunidad han establecido, no tiene derecho
a que se le obedezca, aunque el sistema político del Estado haya sido conservado;
pues esa persona no será la que las leyes han aprobado, y, por lo tanto, será una
persona a la que el pueblo no le ha dado su consentimiento. Un usurpador así, o
cualquier otro que descienda de él, no tendrá la menor autoridad legal hasta que el
pueblo tenga la libertad de dar su consentimiento y haya consentido de hecho en
confirmarlo en el poder que hasta entonces había ejercido por usurpación”.
“La parte injuriada puede ser vindicada y sus daños indemnizados mediante
apelación a la ley, no habrá motivos para recurrir a la fuerza, la cual sólo podrá ser
empleada cuando a un hombre se le impide recurrir a la ley. Pues el uso de la fuerza
está justificado cuando a un hombre no se le permite buscar remedio mediante
recurso legal y el que sin más hace uso de la fuerza, se pone a sí mismo en estado de
guerra y se hace legal toda resistencia que se le oponga”.
“Para eliminar las ofensas, injurias y malas acciones de unos contra otros, es decir,
toda inconveniencia que iba anejada al hombre en su estado de naturaleza. No hubo
otro modo de conseguirlo que pactar con otros, de común acuerdo, estableciendo
algún tipo de gobierno público y sometiéndose a él, dándole autoridad para dictar
normas y para gobernar, para procurar así la tranquilidad, la felicidad y el
229
sosiego de todos. Los hombres siempre supieron que cuando se los ofendía
violentamente ellos podían defenderse a sí mismos; sabían que, aunque el propósito
de cada individuo era buscar su propia comodidad, si ello se intentaba lograr con
violencia a otros, no debía tolerarse, sino que todos debían tratar de ofrecer
resistencia sirviéndose de los medios adecuados. Finalmente, sabían también que
ningún hombre podía, según los dictados de la razón, asumir la función de
determinar su propio derecho y proceder a mantenerlo según esa determinación;
pues todo hombre mira siempre por su propio interés y tiende a favorecer a aquellos
por los que siente gran afecto. Supieron pues, que toda aquella lucha y alborotos no
podrían tener término, a menos que cada hombre, de común acuerdo con los demás,
diese su consentimiento para ser gobernado por otros. Sin ese consentimiento, no
podría justificarse el que hombre alguno asumiese la responsabilidad de ser señor o
juez de los demás”.
“Al principio, cuando cierta forma de regimentación fue establecida, pudo ocurrir
que no se pensara en dictar normas detalladas, y todo le fuera permitido al jefe, en
cuya sabiduría y dirección el pueblo confiaba. Mas con la experiencia, las personas
se dieron cuenta de los muchos inconvenientes que esto llevaba consigo, y de que el
que en un principio había ideado como remedio, no hacia sino agravar la herida que
debía haber curado. Vieron que vivir bajo la voluntad de un hombre se había
convertido en la causa del sufrimiento de todos los hombres; esto los llevó a
establecer leyes que permitiesen a todos los hombres saber de antemano cuál era su
deber, y los castigos que derivarían de no cumplirlos. La ley civil, al ser un acto de
todo el cuerpo político debe imperar sobre cada uno de los miembros de ese
cuerpo”.
“Al ser los hombres todos libres por naturaleza, iguales e independientes, ninguno
puede ser sacado de esa condición y puesto bajo el poder político de otro sin su
propio consentimiento. El único modo en que alguien se priva a sí mismo de su
libertad y se somete a las ataduras de la sociedad civil es mediante un acuerdo con
otros hombres, según el cual todos se unen formando una comunidad”.
“Lo que crea una comunidad y saca a los hombres del desordenado estado de
naturaleza llevándolos a formar una sociedad política es el acuerdo que cada
individuo hace con los demás, con el fin de incorporarse todos y actuar como un
solo cuerpo, constituyendo de este modo un Estado claramente definido”.
Locke analiza las diferencias que hay entre el estado de naturaleza y el estado de
guerra, los que para Hobbes eran uno mismo. En su condición primigenia nos dice
Locke: “Los hombres se hallan por naturaleza en un estado de perfecta libertad e
igualdad en el que todo poder y jurisdicción son recíprocos, y en donde nadie los
disfruta en mayor medida que los demás”.
Para Locke, “tal situación constituyó por sí misma una forma de gobierno; pues
aunque en el estado de naturaleza la libertad es absoluta, está dirigida por una ley
natural que obliga a todos. La razón es la ley, ella enseña a toda la humanidad”.
Locke y el Poder Legislativo: “El poder legislativo no sólo es el poder supremo del
Estado, sino que también es sagrado e inalterable, una vez que está ya en las manos
a las que la comunidad lo haya entregado; ningún edicto de nadie, como quiera que
sea concebido, o cualquiera sea el poder que lo respalda, tendrá la fuerza y la
obligación de una ley”. “El poder legislativo es aquel que tiene el derecho de
determinar cómo debe ser empleada la fuerza del Estado, a fin de preservar a la
comunidad y a los miembros de ésta”. “Todo poder que se concede con el encargo
de cumplir un fin determinado ha de limitarse a la consecución de ese fin, siempre
que el fin en cuestión haya sido manifiestamente olvidado o antagonizado y
resultara necesario retirar la confianza que se había puesto en quienes tenían la
misión de cumplirlo”.
Parte Spinoza del principio de que nada en la naturaleza humana es del todo injusto.
Lo naturalmente posible y asequible, aunque a primera vista parezca imperfecto e
injusto, es también, en alguna medida, perfecto y justo.
“Si es natural que los hombres usen el poder físico en un intento común de
ordenación de la vida, ese poder físico queda entonces legitimado como justo”. Por
esta vía Spinoza llega a identificar el derecho natural con el poder físico, con la
fuerza.
Respecto del origen y evolución del derecho y del Estado, Montesquieu confiere
relevancia a las condiciones naturales, ambientales y climáticas en que viven
distintas sociedades.
No es posible una neta división del poder, toda vez que ello resulta inconciliable con
la unidad de la soberanía. No se trata de poderes diversos, sino de órganos diversos,
232
que deben ser distintos según las respectivas funciones; y aun esto no es del modo
absoluto, donde un órgano determinado haya de cumplir una sola de las tres
funciones. Pero el principio llamado impropiamente de la división de los poderes
contiene en sí una verdad. Se debe entender la teoría en el siguiente sentido: de las
tres funciones (legislativa, administrativa y judicial) en las cuales se manifiesta y
desarrolla la voluntad del Estado, las dos últimas deben estar subordinadas a la
primera, a la cual corresponde la mayor importancia, en cuanto que es expresión
directa de la soberanía popular; y debe ser establecida una tal distribución de las
funciones que resulte posible hacer valer la ley por medio de los órganos judiciales,
aun en contra de los actos eventuales ilegítimos del gobierno, el cual ejerce las
funciones ejecutivas y administrativas. El principio de la división de los poderes
tiende sobre todo a hacer que el órgano que establece la ley no competa de modo
alguno además de la función de aplicarla y hacerla cumplir: esto constituye un
peligro para la libertad de los ciudadanos.
Pocos años después Del Espíritu de la Leyes, Rousseau publica, entre otras, sus
obras Discurso sobre el origen y los fundamentos de las desigualdades entre los
hombres y El Contrato Social. Ambas siguen una línea tan uniforme de pensamiento,
que puede decirse que se complementan mutuamente.
Pero en este punto Rousseau se plantea un interrogante: ¿Es posible que para
reencontrarse a sí mismo el hombre disgregue su estado social y vuelva al estado de
naturaleza? Desde luego que no, pues la civilización por ser el desarrollo de la
misma vida humana es, como ésta, irreversible.
Rousseau sostiene que el logro de tales condiciones sólo podrá concretarse mediante
una constitución política elaborada a tenor de la idea del contrato social.
El Pacto Social. “Encontrar una forma de asociación que defienda y proteja con
toda la fuerza común a las personas y a los bienes de cada asociado, por la cual,
uniéndose cada uno a todos, no obedezca, sin embargo, más que a sí mismo y
permanezca tan libre como antes. Tal es el problema fundamental, cuya solución da
233
el contrato social”.
Rousseau señala: “Las cláusulas de este contrato están de tal modo determinadas
por la naturaleza del acto, que la menor modificación las haría vanas y de nulo
efecto, aunque no hayan sido nunca formalmente denunciadas, son en todas partes
las mismas, en todas partes tácitamente admitidas y reconocidas; hasta que, violado
el pacto social, cada uno vuelve a sus primeros derechos y recupera su libertad
natural, perdiendo la libertad convencional por la que renunció a aquélla”.
“Si se separa del pacto social lo que no forma parte de su esencia, resultará que se
reduce a los términos siguientes: Cada uno de nosotros pone en común su persona y
todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad general; y recibimos en
cuerpo a cada miembro como parte indivisible del todo”. “Por esta fórmula se ve
que el acto de asociación implica un compromiso recíproco del público con los
particulares y que cada individuo, al contratar, por decirlo así, consigo mismo,
resulta comprometido en un doble aspecto: como miembro del soberano frente a
los particulares, y como miembro del Estado frente al soberano”.
“El paso del estado de naturaleza al estado civil produce en el hombre un cambio
muy importante, sustituyendo en su conducta el instinto por la justicia, y dando a
sus acciones la moralidad que le faltaba antes. Sólo entonces, cuando la voz del
deber sucede al impulso físico y el derecho al apetito, el hombre, que hasta entonces
no había mirado más que a sí mismo, se ve obligado a obrar con arreglo a otros
principios y a consultar su razón antes de escuchar sus inclinaciones”.
“El Estado es, en relación a sus miembros, dueño de todos los bienes de los mismos,
merced al contrato social”. “El pacto fundamental, en lugar de destruir la igualdad
natural, sustituye, al contrario, por una igualdad moral y legítima lo que la
naturaleza había podido poner de desigualdad física entre los hombres; pudiendo
ser éstos desiguales en fuerza y en inteligencia, resultan todos iguales por
convención y en derecho”. “Con los malos gobiernos, esta igualdad no es más que
aparente e ilusoria; no sirve más que para mantener al pobre en su miseria y al rico
en su usurpación. En realidad las leyes son siempre útiles a los que poseen, y
perjudiciales a los que no tienen nada; de donde resulta que el estado social sólo es
ventajoso para los hombres en tanto que posean todos algo y ninguno de ello no
tenga nada de más”.
“La voluntad general es la única que puede dirigir las fuerzas del Estado. La
234
oposición de los intereses particulares ha hecho necesaria la creación de las
sociedades, es un acuerdo de estos mismos intereses lo que la ha hecho posible. Es lo
que hay de común en esos diferentes intereses, lo que constituye el vínculo social y,
si no hubiera algún punto de coincidencia en todos los intereses, no podría existir
ninguna sociedad”. “La soberanía no siendo más que el ejercicio de la voluntad
general, no puede ser enajenada, y el soberano, que no es más que un ser colectivo,
no puede estar representado más que por sí mismo: el poder puede transferirse, pero
no la voluntad”.
“Cuanto más se agranda el Estado más disminuye la Libertad”. “El crecimiento del
Estado da a los depositarios de la autoridad pública más tentaciones y medios de
abusar de su poder. Cuanta más fuerza deba tener el gobierno para contener al
pueblo, más fuerza debe tener a su vez el soberano (el pueblo) para contener los
abusos del gobierno”.
“En todos los gobiernos del mundo, la persona pública consume y no produce nada.
¿De dónde viene la sustancia consumida? Del trabajo de sus miembros. Es lo
superfluo de los particulares lo que produce lo necesario del público. De donde se
deduce que el Estado civil no puede subsistir sino cuando el trabajo de los hombres
235
produce un excedente sobre sus propias necesidades”. En gran parte de lo que dice
Rousseau tiene razón, pero cuando habla del “excedente” se equivoca, porque el
Estado saca recursos desde su nacimiento del esfuerzo de la gente, haya o no
excedente.
“El Estado o la ciudad no es más que una persona cuya vida consiste en la unión de
sus miembros, y su cuidado más importante es el de su propia conservación, le es
necesaria una fuerza universal y compulsiva para mover y disponer cada parte de
la manera más conveniente al todo. Así como la naturaleza da a cada hombre un
poder absoluto sobre todos sus miembros, el pacto social da al cuerpo político un
poder absoluto sobre todos los suyos”.
“El pacto social establece entre los ciudadanos tal igualdad que todos se obligan en
las mismas condiciones y deben gozar todos los mismos derechos”. “Así, por
naturaleza del pacto, todo acto de soberanía, o sea todo acto auténtico de la
voluntad general, obliga o favorece igualmente a todos los ciudadanos, de suerte
que el soberano conoce el cuerpo de la nación y no distingue a ninguno de los que lo
componen. ¿Qué es propiamente un acto de soberanía? No es un convenio del
superior con el inferior, sino un convenio del cuerpo con cada uno de sus miembros.
Convenio legítimo, porque tiene por base el contrato social; equitativo porque es
común a todos; útil, porque no puede tener otro objeto que el bien general, y sólido
porque tiene por fiador la fuerza pública y el poder supremo. Mientras los súbditos
no están sometidos más que a tales convenios, no obedecen a nadie, sino solamente
a su propia voluntad”.
“Con el Pacto Social hemos dado existencia y vida al cuerpo político: ahora se trata
de darle, con la legislación, movimiento y voluntad, pues el acto primitivo por el cual
se forma y se unifica ese cuerpo no determina nada aún de lo que debe hacer para
su conservación”.
“El pueblo, por sí mismo, quiere siempre el bien, pero no siempre lo ve por sí mismo.
236
La voluntad general es siempre recta, pero el juicio que los guía no es siempre
claro. Es preciso hacerle ver las cosas tales como son, a veces tales como deben
parecerle, mostrarle el buen camino que busca, preservarle de la seducción de las
voluntades particulares, acercarle a los ojos los lugares y los tiempos, contrapesar
la atracción de las ventajas presentes y sensibles con el peligro de los males lejanos
y ocultos”. “Los particulares ven el bien que rechazan; el público quiere el bien que
no ve; todos necesitan guías. Es preciso obligar a los unos a conformar sus
voluntades a su razón; es preciso enseñar al otro a conocer lo que quiere”.
“La soberanía no puede estar representada, por la misma razón por la que no
puede ser enajenada; consiste esencialmente en la voluntad general, y la voluntad
no se representa; es la misma o es otra: no hay término medio. Los diputados del
pueblo no son ni pueden ser sus representantes, no son más que sus mandatarios; no
pueden concluir nada definitivamente. Toda ley no ratificada por el pueblo en
persona es nula; no es una ley”. “Como quiera que sea, desde el momento en que un
pueblo nombra representantes, ya no es libre, ya no existe”.
“No hay en el Estado ninguna ley fundamental que no se pueda revocar, ni siquiera
el pacto social, pues si todos los ciudadanos se reunieran para romper este pacto de
común acuerdo, no hay duda que quedaría legítimamente roto”.
“Los súbditos del poder alaban la tranquilidad pública, los ciudadanos la libertad de
los particulares; uno prefiere la seguridad de las propiedades, el otro el de las
personas; para uno, el mejor gobierno es el más severo, el otro sostiene que el más
justo; aquél quiere que se castiguen los delitos, éste, que se prevengan; unos
encuentran muy bien que el país sea temido por sus vecinos, otro que sea respetado;
uno está contento cuando circula el dinero, el otro exige que el pueblo tenga pan”.
“La mayor parte de los pueblos, así como los hombres, sólo son dóciles en su
juventud; al envejecer se tornan incorregibles. Una vez establecidas las costumbres y
los prejuicios arraigados, es empresa peligrosa y vana querer reformarlos; el pueblo
no puede siquiera tolerar que se le toque a sus males para acabar con ellos, como esos
enfermos estúpidos y sin valor que tiemblan al ver al médico”. “La madurez de un
pueblo no es siempre fácil de conocer, si se procede antes de tiempo, la obra
fracasa”.
Sostiene Rousseau que este proceso dialéctico no implica en forma alguna para el
individuo la pérdida de su libertad. El Estado, al asegurarla y ordenarla, se presenta
como un síntesis de las libertades individuales que ampara.
“El contrato social permite que todos los hombres permanezcan libres e iguales, al
mismo tiempo que el Estado, en su función tutelar, garantiza mediante la ley el
ejercicio de los derechos: no hay en esta concepción otra subordinación del
individuo que la sujeción a la ley. Mas como la ley es, en definitiva, la expresión
cabal de la voluntad general, resulta que la única subordinación efectiva de los
individuos es la subordinación de su propia voluntad a la voluntad general, que es la
soberanía”.
“Y aun cuando el gobierno del Estado y los poderes pertinentes son confiados por
delegación a determinados órganos o individuos, la soberanía permanece
inalienable, indivisible e imprescindiblemente radicada en el mismo pueblo que la
sigue ejerciendo a través del tiempo”.
La teoría de la separación de los poderes es también sostenida por Kant, para quien
la función legislativa sólo puede corresponder a la soberanía popular.
Por su parte, Hegel, siguiendo un método dialéctico, descubre como síntesis de las
categorías abstractas del derecho y de la moral el denominado Ethos objetivo; es
decir, un sistema de vida efectiva y concreta. Tres planos de organización integran
a este Ethos: la familia, la sociedad y el Estado.
Es posible que el pensamiento de Hegel, sea donde por primera vez se distingue con
nitidez el Estado de la sociedad, influenciado por las observaciones de Rousseau.
Hegel concibe a la sociedad civil como una formación intermedia entre la familia y
el Estado. Dentro de la esfera social, cada individuo tiene un fin que le es propio y
privativo pero que no puede ser alcanzado sino en relación con los demás
individuos. El fin individual trasciende la esfera propia y, generalizándose, es
cumplido mediante la relación del individuo con otros sujetos: al propio tiempo que
el hombre satisface también un bien para sí, lo satisface también para los demás.
Debe reconocerse que esta radical distinción dialéctica entre sociedad y Estado ha
239
influido poderosamente en las posteriores direcciones del pensamiento filosófico
alemán.
Como lo hizo Schelling, Hegel también concibe al Estado como la creación más
perfecta del espíritu objetivo; pero asimismo, como la expresión más alta de la
libertad. Nada existe por sobre el Estado, excepto lo absoluto.
Toda realidad es, para Hegel, idea. Idea en cuanto a la creatividad creadora de sí y
del universo, en cuanto al autodesarrollo a través de diversas manifestaciones. Es
decir: la realidad es una incesante síntesis del pensamiento y del objeto.
“¿Estados? ¿Qué es eso? ¡Pues bien, abrid los oídos! ¡Voy a deciros mi palabra
sobre la muerte de los pueblos!”.
“Estado es el nombre que se le da al más frío de todos los monstruos fríos. El Estado
miente con frialdad, y de su boca sale esta mentira”: “Yo, el Estado, soy el pueblo”.
“¡Que gran mentira! Creadores fueron quienes crearon pueblos por la fe y el amor:
así sirvieron a la vida”.
“Yo os hago esta advertencia: cada pueblo habla su propia lengua del bien y del
mal: su vecino no la entiende. Cada pueblo se ha inventado su lengua en costumbres
y derechos”.
240
“Todo en él es falso; con dientes robados muerde, ese mordedor. Hasta sus entrañas
son falsas”.
“Confusión de lenguas del bien y del mal: esa señal os doy como señal del Estado.
¡Y, en verdad, esa señal indica voluntad de muerte! En verdad hace señas a los
predicadores de la muerte”.
“Sobre la tierra, nada existe más grande que yo: yo soy el dedo ordenador de dios”.
“Así surge el monstruo. ¡Y son sólo los de orejas largas y vista corta los que se
postran de rodillas!”.
“¡Sí, también os adivina a vosotros, los vencedores del viejo dios! ¡Salísteis del
combate fatigado, y vuestra fatiga ahora en provecho del nuevo ídolo!”.
“El nuevo ídolo quiere rodearse de héroes y hombres de honor. ¡Ese frío monstruo
se complace en calentarse al sol de las buenas conciencias! Si vosotros le adoráis, el
nuevo ídolo os lo concederá todo a vosotros: por ello compra el brillo de vuestra
virtud y la mirada de vuestros ojos orgullosos”.
“¡Quiere que le sirváis para atraer a los superfluos! ¡Sí, una infernal artimaña ha
sido inventada, un corcel de muerte enjaezado con el tintineante adorno de los
honores divinos!”.
El Estado que tiene Nietzsche ante sus ojos es el del Imperio Germánico. Pero su
caracterización se ajusta perfectamente con el nazismo, por lo que no es extraño
que los apologistas nazis de Nietzsche se vieran perplejos ante esa andanada de su
precursor contra el Estado-Ídolo. Ahora bien, la calidad de anticipación del futuro
en esta radioscopia que Nietzsche hace del Estado de su tiempo llega aún más lejos.
Si hasta aquí parece presentirse el Estado nazi “devorador, triunfante y rumiante”.
Al igual que Hegel, Marx deseaba también entender la realidad del Estado. Más no
se conformó como Hegel con entenderla sino que, puesto frente a una organización
estatal cuyo contenido político-social era considerado intrínsecamente injusto,
investigó sus causas históricas y trabajó para transformarlo, postulando condiciones
de vida más acorde con las necesidades humanas del momento.
Marx critica a Hegel el partir de una idea abstracta de la realidad social y llegar a
la conclusión de que, en el Estado, esa idea se manifiesta, se exterioriza en la
constitución política. Las constituciones no son -sostiene Marx- ideas abstractas ni
creaciones independientes de la evolución histórica de los pueblos. Son
consecuencias de revoluciones sociales, ya se originen en quienes detentan el poder o
en quienes están bajo el poder.
Una concepción tal del Estado -afirma Marx- conduce a la pérdida de atributos
esenciales del hombre y al despojo de todo poder y de todo derecho del pueblo.
“El proletariado será así un arma material de la filosofía y ésta a su vez será el arma
espiritual de aquél”.
El elemento que, según Marx, separa al sujeto del objeto y que, por lo tanto,
constituye una forma de alienación de la vida humana es la propiedad privada. Ésta
desnaturaliza los fines de la actividad del hombre poniéndola al servicio de intereses
egoístas.
Bajo estos supuestos, Marx publica en 1848 El manifiesto comunista, obra en la cual
considera al Estado como una superestructura política de coerción, condicionada por
los modos de producción.
243
18) EL ESTADO SEGÚN ENGELS
“El Estado no ha existido eternamente, ha habido sociedades que se las arreglaron
sin él, que no tuvieron la menor noción del Estado ni del poder estatal. Al llegar a
una determinada fase del desarrollo económico, que estaba ligada necesariamente a
la división de la sociedad en clases, esta división hizo que el Estado se convirtiese en
una necesidad”.
Engels señala: “El Estado no es, en modo alguno, un poder impuesto desde afuera a
la sociedad; ni es tampoco la realidad de la idea moral, la imagen y la realidad,
como afirma Hegel. El Estado es, más bien, producto de la sociedad al llegar a una
determinada fase del desarrollo; es la confesión de que esta sociedad se ha enredado
consigo misma en una contradicción irreconciliable, que ella es impotente para
resolver los antagonismos de las clases sociales con intereses económicos en pugna,
para que no se devoren a sí mismas y no devoren a la sociedad en una lucha estéril;
para ello hízose necesario un poder situado por encima de la sociedad y llamado
para amortiguar el conflicto y mantenerlo dentro de los límites del orden. Y este
poder, que brota de la sociedad, pero que se coloca por encima de ella y que se
divorcia cada vez más de ella, es el Estado”.
“El Estado no reconoce otra cosa, todo lo que le sirve es bueno, todo lo que es
contrario a sus intereses es declarado criminal; tal es la moral del Estado”. “Por ello
la moral política ha sido en todos los tiempos, no sólo extraña, sino absolutamente
contraria a la moral humana. Esa contradicción es una consecuencia inevitable de
su principio: no siendo el Estado más que una parte, se coloca y se impone como el
todo; ignora el derecho de todo lo que no siendo él mismo se encuentra fuera de él y
cuando puede, sin peligro, lo viola”.
Lenín señala: “La necesidad de una fuerza superior (el Estado) aparece en una
sociedad dividida en clases y, por lo mismo, irreconciliablemente antagónica. Pero
no aparece para arbitrar la lucha de clase, sino para asegurar el dominio de una
clase social sobre las demás”.
a) “El grupo de los que ven en el Estado simplemente una asociación más o menos
espontánea de gentes sometidas al poder de un gobierno. En el solo hecho de la
existencia de un Estado, radica para ellos una sagrada inviolabilidad. Apoyar
semejante extravío de cerebros humanos, supone rendir culto servil a la llamada
autoridad del Estado. En un abrir y cerrar de ojos, se transforma en la mentalidad
de esas gentes el medio en un fin”.
c) “El tercer grupo, numéricamente el más débil, cree ver en el Estado un medio
para la realización de tendencias imperialistas, a menudo vagamente formuladas
dentro de un Estado de pueblo homogéneo y del idioma”.
“Nosotros los nacionalistas tenemos que establecer una diferencia entre el Estado,
como recipiente y la raza como su contenido. El recipiente tiene su razón de ser sólo
cuando es capaz de abarcar y proteger el contenido; de lo contrario, carece de
valor”.
“Si nos preguntamos cómo debería estar constituido el Estado que nosotros
necesitamos, tendríamos que precisar, ante todo, la clase de hombres que ha de
abarcar y cuál es el fin al que debe servir”.
“El Reich Alemán, como Estado, tiene que abarcar a todos los alemanes e
imponerse la misión, no sólo de cohesionar y de conservar las reservas más
preciadas de los elementos raciales originarios de este pueblo, sino también la de
conducirlos lenta y firmemente a una posición predominante”.
“Toda protesta contra esta tesis, fundándose en razones humanitarias, está en una
abierta oposición con una época en la que, por un lado, se da a cualquier
degenerado la posibilidad de multiplicarse, lo cual supone imponer a sus
descendientes y a los contemporáneos”.
247
“Es deber del Estado racista, reparar los daños ocasionados en este orden. Tiene
que comenzar por hacer de la cuestión raza el punto central de la vida general;
tiene que velar por la conservación de su pureza y tiene también que consagrar al
niño como el bien más preciado de su pueblo. Está obligado a que sólo los
individuos sanos tengan descendencia. Debe inculcar que existe un oprobio único:
engendrar estando enfermo o siendo defectuoso; pero que en este caso hay una
acción que dignifica: renunciar a la descendencia. Por el contrario, deberá
considerarse execrable el privarle a la nación de niños sanos. El Estado tendrá que
ser el garante de un futuro milenario frente al cual nada significan y no harán más
que doblegarse el deseo y el egoísmo individual. El Estado tiene que poner los más
modernos recursos médicos al servicio de esta necesidad. Todo individuo
notoriamente enfermo y atávicamente tarado, y como tal, susceptible de seguir
transmitiendo por herencia sus defectos, debe ser declarado por el Estado como
inapto para la procreación y debe ser sometido a un tratamiento práctico”. “Aquel
que física y mentalmente no es sano, no debe ni puede perpetuar sus males en el
cuerpo de su hijo. Enorme es el trabajo educativo que pesa sobre el Estado racista
en este orden, pero su obra aparecerá un día como un hecho grandioso que la más
gloriosa de las guerras de esta nuestra época burguesa. El Estado, por medio de la
educación, tiene que persuadir al individuo que estar enfermo y ser endeble no
constituye una afrenta, sino simplemente una desgracia digna de compasión; pero
que es un crimen y, por consiguiente, una afrenta infamar por propio egoísmo esa
desgracia, trasmitiéndola a seres inocentes”.
“El Estado racista debe partir del punto de vista de que un hombre, si bien de
instrucción modesta, pero de cuerpo sano y de carácter firme, rebosante de
248
voluntad y de espíritu de acción, vale más para la comunidad del pueblo que un
superintelectual enclenque”.
“La escuela en el Estado racista tiene que dedicar a la educación física mucho más
tiempo del actualmente fijado. No debería transcurrir un solo día sin que el
adolescente deje de consagrarse por lo menos durante una hora por la mañana y
durante otra por la tarde al entrenamiento de su cuerpo, mediante deportes y
ejercicios gimnásticos”.
“El tipo humano ideal que busca el Estado racista no está representado por el
pequeño moralista burgués o la solterona virtuosa, sino por la retemplada
encarnación de la energía viril y por mujeres capaces de dar a luz verdaderos
hombres. Es así como el deporte no sólo está destinado a hacer al individuo un
hombre fuerte, diestro y audaz, sino también a endurecerle y enseñarle a soportar
inclemencias”.
“El Estado racista tiene que llevar a cabo y supervigilar el entrenamiento físico de
la juventud, no únicamente durante los años de la vida escolar; su obligación se
extiende también al período postescolar, en que se debe cuidar que mientras el joven
se halle en la época de desarrollo, ese desarrollo se efectúe en bien suyo. Es un
absurdo admitir que terminado el período escolar cese súbitamente el derecho de
supervigilancia del Estado sobre la vida de sus jóvenes ciudadanos”.
“Del mismo modo que el Estado racista tendrá un día que dedicar máxima atención
a la educación de la voluntad y de la fuerza de resolución, deberá igualmente desde
un comienzo imbuir en los corazones de la juventud la satisfacción de la
responsabilidad y la fe en su credo ideológico”.
“Por lo demás, es tarea de un Estado racista velar porque al fin se llegue a escribir
una historia universal donde el problema racial ocupe lugar predominante”.
249
“Como el Estado no representa en sí más que una forma, es muy difícil educar
hombres de acuerdo con esa sola forma y menos aún imponerle deberes. Una forma
es susceptible de romperse fácilmente. El concepto Estado carece hoy de sentido
claro y no queda otro camino que el de la educación patriótica corriente”.
“También la ciencia racista tiene que servir al Estado racista como un medio hacia
el fomento del orgullo nacional, se debe enseñar desde este punto de vista, no sólo la
historia universal, sino toda la historia de la cultura humana. No bastará que un
inventor aparezca grande únicamente como inventor, sino que debe aparecer
todavía más grande como hijo de la nación”.
Hitler dice: “Es lógico que este Estado goce de simpatía -habla del Estado anterior
a la toma del poder por Hitler- en el resto del mundo: un débil es siempre más
agradable para los que de él se sirven, que es un hombre fuerte”.
“Será misión del Estado racista velar porque su sistema educacional permita una
constante renovación de las capas intelectuales subsistentes mediante el aflujo de
elementos jóvenes procedentes de clases inferiores”.
250
22) SPENCER: EL INDIVIDUO CONTRA EL ESTADO
Spencer dice: “Se me objeta que es falsa la analogía, porque el gobierno encargado
de proteger la vida y los intereses nacionales, y al cual es indispensable que todos se
sometan so pena de caer en la anarquía, tiene sobre los ciudadanos mayor
autoridad que la ejercida por una sociedad privada sobre los miembros que la
constituyen, diré que, aun admitida la diferencia, la respuesta no es menos legítima.
Si los hombres usan su libertad de modo que ésta desaparezca, ¿serán por ellos
menos esclavos en lo sucesivo? Si un pueblo elige por medio de un plebiscito a un
déspota, ¿permanecerá libre porque ese despotismo sea obra suya? Las medidas
coercitivas que dicte un déspota, ¿serán consideradas por el pueblo como legítimas,
porque sean consecuencia natural de su voto?”. “Los actos coercitivos no pueden
sostenerse alegando que emanan de un cuerpo elegido por el pueblo, porque no hay
razón para que la autoridad de ese cuerpo sea ilimitada”.
Señala Spencer: “Se entiende como conservador todo lo que aumenta la coacción
del Estado sobre los individuos, hay que dar ese nombre a cuantas medidas tiendan
a dicho fin, sean interesados o desinteresados los móviles de los autores. Como un
déspota es siempre un déspota, cualquiera que sean las razones que le lleven a obrar
arbitrariamente, de igual modo, el conservador queda siempre conservador, guíele o
no motivos egoístas, al restringir la libertad individual más allá del límite debido a
todos y a cada uno de ellos en el pleno ejercicio de sus derechos”.
Spencer dice: Veamos las conclusiones de Hobbes: “Porque donde ningún contrato
existe falta la transmisión del derecho y tiene cada hombre derecho a todo; por
consiguiente, ninguna acción puede ser injusta. Más cuando se ha pactado un
contrato, es injusto romperlo entonces; y la injusticia no es más que la no ejecución
del contrato. Por lo tanto, antes de que puedan tener aplicación los nombres de
justo e injusto, debe haber algún poder coercitivo que obligue a todos los hombres
igualmente al cumplimiento de sus convenios por temor a un castigo superior al
beneficio que puedan prometerse de la infracción”.
Señala Spencer: “¿Eran los hombres tan perversos en tiempos de Hobbes que
justificaran la hipótesis de que no cumplirían lo convenido sin la existencia de un
poder coercitivo y el temor a un inminente castigo? No obstante, sin detenerse en la
observación de que esa hipótesis no justifica el argumento de Hobbes a favor de la
autoridad del Estado, y aceptando a la vez sus premisas y conclusión, debo llamar la
atención sobre dos importantes consecuencias. Una es que la autoridad del Estado,
según la doctrina expuesta, es un medio para alcanzar un fin y únicamente se
justifica por la realización de éste; si no se logra el fin, la autoridad por hipótesis, no
existe. Otra, es que el fin de la autoridad consiste en la imposición de la justicia, el
mantenimiento de equitativas relaciones. Por lo tanto, lógicamente, ninguna
coacción puede ser legítima sino en tanto sea indispensable, ya para prevenir los
ataques directos o indirectos que violen el primitivo contrato. He aquí en toda su
plenitud la función de la autoridad soberana, tal como resulta de la teoría de
Hobbes”.
Spencer señala: ¿De dónde proviene la soberanía? ¿En qué título se funda esa
ilimitada supremacía que se arroga un individuo, o una minoría o una mayoría sobre
252
los demás? Un critico diría, señala Spencer, “No hay necesidad de razonamiento
alguno para hacer derivar la ley positiva de la soberanía ilimitada. Lo que se
necesita es demostrar la existencia de esa soberanía ilimitada”.
“El pensamiento autoritario dice que todos los poderes y derechos existen
originariamente como un todo indiviso en el pueblo soberano, y que este todo
indiviso confía a un poder regulador, elegido por el mismo pueblo, el cual realiza su
aplicación”.
Spencer afirma: “La sociología comparada pone de manifiesto otros hechos que
revelan la misma verdad. Con el desenvolvimiento social, el Estado no sanciona
únicamente los derechos del individuo, sino que protege su integridad contra los
agresores. Antes de que exista un gobierno permanente, y en muchos casos aun
después de haberse éste considerablemente desenvuelto, los derechos del individuo
son afirmados y mantenidos por el mismo individuo o su familia; lejos de intervenir
el Estado en la protección del individuo, le convierte en el blanco de sus agresiones
bajo muchos conceptos”. “El gobierno se ha arrogado poco a poco la misión de
proteger a unos individuos contra otros”. “Los derechos privados desaparecen ante
el interés público, y los individuos pierden en gran parte su libertad de acción”.
“Se halla tan distante de la verdad esa pretendida creación de los derechos por el
gobierno que, por el contrario, el sistema coercitivo que engendra el Estado,
oscurece en extremo las relaciones basadas en un contrato social, éstas subsisten en
parte por necesidad”.
253
Spencer señala: “Los hombres han abandonado la antigua teoría respecto a la
fuente de la autoridad política, por la creencia de lo ilimitado de esta autoridad. El
poder absoluto sobre los súbditos, lógicamente atribuido al gobierno cuando se le
creía representante de dios, se sigue atribuyendo hoy al cuerpo gobernante, al cual
nadie concede tal carácter”. “Quizás se nos oponga que las discusiones acerca del
origen y límites de la autoridad gubernamental son pura pedantería. El gobierno, se
nos dirá, está obligado a usar en pro del bien general todos los medios que posea o
pueda adquirir. La utilidad debe ser su fin; está, por tanto, autorizado a dictar todas
las medidas necesarias para cumplir fines útiles. El bien del pueblo es la suprema ley,
y los legisladores no deben desobedecer esta ley por consideraciones referentes al
origen y extensión de sus poderes”.
Spencer dice: “Todos los individuos desean preservar su vida, preservar cuantas
cosas sirven para la conservación y el goce de la vida, preservar el libre uso de estas
cosas y el deseo de aumentarlas”.
La preeminencia que el Estado adquiere como persona jurídica frente a las demás
de su mismo ordenamiento radica en la naturaleza de los derechos de que está
investido. Estos derechos emanan del poder del Estado, que es poder de dominar y
se designa como poder público.
254
Para Gerber, el poder del Estado es derecho de Estado. Por consiguiente, derecho
público, en tanto la teoría sobre el poder del Estado debe investigar los elementos
que integran al poder público, la evolución histórica de éste y la existencia, el
carácter y funciones de los órganos mediante los cuales se exterioriza y efectiviza la
voluntad del Estado.
Seydel, replanteándose las cuestiones apuntadas por Gerber, elaboró una teoría por
él denominada realista, en la que niega al Estado todo carácter de sujeto de derecho
y reserva esta denominación sólo con respecto al individuo.
Otro de los críticos de la obra de Gerber que ha abordado los problemas planteados
por éste es A. T. Van Krieken, quien toma como punto de partida de su investigación
el reconocimiento de Estado como persona jurídica.
255
La postura de Krieken es antiorganicista. Sostiene que el concepto de organismo
carece de todo significado jurídico. El derecho no está constituido por organismos,
sino por personas. La personalidad del Estado es sólo un concepto auxiliar, un
instrumento técnico del que se vale el investigador para elaborar su construcción y
no una personalidad real que, únicamente, es atributo del individuo.
Para Krieken, el Estado adquiere entidad, significación, sólo a través del derecho,
toda vez que éste representa la relación existente entre los individuos; es decir,
constituye un momento trans-individual.
La segunda de ellas rechaza, por el contrario, todo concepto abstracto; y crea sus
teorías en vista de las circunstancias históricas y de las condiciones vitales. Esto
desemboca en una disolución de las formas jurídicas en casos concretos.
Mas, a estas dos direcciones -sostiene Gierke- superpone otras dos que también
producen notables perturbaciones en la esfera del derecho público. Son ellas el
realismo y el individualismo. El realismo -prosigue Gierke- sólo admite lo general y
desestima lo individual. El hombre pierde así toda dimensión frente al Estado cuya
personalidad jurídica resulta omnicomprensiva. Es ésta la antigua concepción
helénica. Por el contrario, el individualismo, si bien admite la realidad jurídica de lo
individual, llega a disolver el concepto de Estado. El individuo es anterior al Estado;
y éste, en definitiva, sólo es un medio creado para satisfacer los fines individuales. Es
ésta la concepción medieval.
256
El Estado es, para Gierke, el órgano más importante de la producción del derecho,
pero no es el único. También son órganos de producción muchas corporaciones
organizadas y hasta el propio pueblo. Pero el Estado interviene en estas otras
formas de producción mediante el reconocimiento expreso o tácito del derecho
creado a través de ellas.
Las notas definitorias del Estado, las que lo diferencian de otras corporaciones
jurídicas, son, según Gierke, el poder supremo y la voluntad soberana. El Estado, en
tanto producto de las fuerzas humanas, es un organismo social con una existencia
propia, distinta de la de sus integrantes y constituye, por consiguiente, una unidad
real.
Estado y derecho -afirma Gierke- son dos funciones sustantivas, son dos aspectos
específicamente distintos de la vida de la comunidad humana, que se presuponen y
condicionan mutuamente. Nacen conjuntamente. Pero el Estado está contenido
dentro del derecho y no sobre él, precisamente porque el Estado no puede
exteriorizarse sino sólo mediante el derecho.
Pero este tipo ideal tiene según Jellinek un valor esencialmente teleológico, y en el
telos subyace la idea no de lo que es sino de lo que debe ser. Por lo tanto, el querer
hallar un tipo ideal de Estado, aun cuando corresponda a una necesidad
íntimamente humana, es una función esencialmente política. Y “por grande que sea
el valor de estos tipos ideales para la acción, es muy insignificante su alcance
cuando se trata del conocimiento teórico-científico, pues el objeto de la ciencia
teórica lo constituye el ser, no el deber ser; el mundo dado, no uno a crear”.
Al tipo ideal de Jellinek opone el tipo empírico. “Si tomamos un gran número de
individuos y los comparamos desde el punto de vista determinado, en algo que es
común a todos ellos, obtenemos una imagen típica; así adquirimos, por ejemplo,
representaciones típicas de niños, de ancianos, de profesionales, de clases sociales,
de una nación etc.”. “Mediante estos tipos ordenamos y comprendemos gran parte
de nuestra vida social, y es más, el mayor número de los hombres es capaz de
comprender en muchos casos sólo el tipo, pasando por alto los elementos que
257
individualizan el caso particular”.
Jellinek postula que el problema de la Ciencia del Estado consiste en hallar este tipo
empírico. Esto es posible por la vía inductiva, o sea, mediante comparaciones de los
Estados particulares, de su organización y de sus funciones. Pero se impone, una
limitación a este camino inductivo, en razón de las profundas diferencias que surgen
de la dinámica histórica. Para llegar a tener una representación de un Estado típico
es preciso comparar aquellos Estados que o son de una misma época o han vivido
con poca diferencia de tiempo. Claro es que no faltarán elementos típicos si se
establece el paralelismo entre Estados antiguos y el moderno; pero las diferencias
de las condiciones históricas son tan profundas, han cambiado tanto de la
antigüedad al mundo moderno que lo individual, lo diferencial supera lo típico. Esto
se pone muy de relieve cuando se trata de poner, como miembros de una misma
serie encadenada, la democracia antigua y moderna o el absolutismo de los
emperadores romanos y el absolutismo moderno.
Según Jellinek, el Estado es, por una parte, una creación social y, por otra, una
institución jurídica. Por lo tanto, la Teoría General del Estado debe estudiar a su
objeto desde dos puntos de vista: como una doctrina general social del Estado y
como una teoría general del Derecho Político.
Partiendo de esta premisa, Jellinek encara el estudio del Estado en dos formas por
él propuestas. Al investigar sobre la naturaleza social del Estado encuentra, como
últimos elementos objetivos, una suma de relaciones sociales que se traducen en
actividad entre hombres, o más exactamente, que el concepto de la suma significa
ya una forma subjetiva de síntesis, una yuxtaposición y secesión determinada en las
relaciones de las actividades exteriores de hombre a hombre.
Desde el punto de vista social el Estado es, para Jellinek, no una sustancia sino
exclusivamente una función. La sustancia que sirve de base a estas funciones
siempre es el hombre. Pero, como dicha función es una modalidad psíquica -y si
produce efectos físicos, éstos se manifiestan siempre mediante aquélla-, se sigue que
la función del Estado puede ser localizada dentro del orden de los fenómenos
psíquicos.
La unidad que se advierte como elemento esencial del Estado es, para Jellinek, una
unidad teleológica que se manifiesta como una unidad de asociación. “Una
pluralidad de hombres aparecen unidos ante la conciencia, cuando lo están por fines
constantes y coherentes entre sí. Cuanto más intensos son estos fines, tanto mayor
es la unidad entre ellos; y esta unidad se exterioriza mediante la organización, esto
es, mediante personas que tienen como ocupación cuidar, valiéndose de sus
258
acciones, que se mantenga esta unidad de los fines. Tales unidades organizadas,
constituidas por hombres, llámanse unidad humana colectiva o asociaciones. La
unidad teleológica del Estado, por tanto, se denomina con más rigor unidad de
asociación”.
“En esta unidad están enlazadas necesariamente una con otra la unidad del todo y
la variedad de las partes. La unidad está limitada exclusivamente a los fines de la
asociación, por lo cual el individuo tiene una doble situación: como miembro de
aquélla y como individualidad libre. La intensidad de la asociación es distinta según
la fuerza y la significación de los fines que constituyen la asociación: es mínima en
las asociaciones privadas, aumenta en las asociaciones de carácter público y
alcanza su grado máximo en el Estado, pues éste es el que posee el mayor número
de fines constantes y la organización más perfecta y comprensiva. El es, a su vez, el
que encierra dentro de sí a todas las demás asociaciones y el que forma la unidad
social más necesaria. De todas las demás asociaciones podemos sustraernos en el
Estado moderno. Todos los poderes coactivos de las asociaciones derivan del poder
coactivo del Estado mismo; así que solamente la coacción del Estado es la que puede
obligar a permanecer en la asociación. Pero del mismo Estado nadie puede
sustraerse. Tanto el viajero como el sin patria, permanecen sometidos al poder del
Estado; pueden cambiar de uno por otro, pero no pueden quedar sustraídos
permanentemente a la institución del Estado, tanto más cuanto que el espacio no
sometido a los Estados en la superficie de la tierra disminuye día a día”.
Ahora bien, según Jellinek, las relaciones políticas de voluntad, reunidas, forman la
unidad de asociación de dominación. El Estado tiene poder de mando, y mandar,
dominar, significa tener capacidad de poder, hacer ejecutar incondicionalmente su
voluntad a otras voluntades. Esta fuerza ilimitada, incondicionada, no deriva de
ninguna instancia superior, sino exclusivamente de la propia asociación.
Completando tal concepto, afirma este autor que si se concibe al Estado como una
comunidad política dinámica y se le define como la más alta asociación autoritaria
que una época conoce, no puede hablarse de grupos sociales estables que no
constituyan al Estado ni, por tanto, de una presencia en el tiempo del derecho con
respecto al Estado. “Toda comunidad terrena organizada que no tenga asociación
alguna sobre sí, es Estado. Esta nota es la única que une los comienzos
rudimentarios de la evolución política de los Estados soberanos actuales. Jamás ha
dejado de existir esta forma embrionaria de Estado y aun hoy puede observarse en
aquellos pueblos que tienen una vida social mínima. Cualesquiera que hayan podido
ser las formas primitivas de existencia de la comunidad humana, nunca podrá
probarse que los hombres hayan vivido, ni en la época prehistórica ni durante la
historia, en forma de una mera yuxtaposición atomística. Comprendiendo el Estado
259
de esta manera, no ha existido un derecho que lo preceda”.
Las segundas, en cambio, consisten en actos que para los individuos representan el
ejercicio de un poder, en el sentido de capacidad expresa para una acción jurídica.
Mientras para el ordenamiento jurídico hay, por tanto, dos formas de determinar las
acciones lícitas, “el permitir” y “el conceder”, para la posibilidad de acción
voluntaria de los individuos hay dos correlativas situaciones jurídicas: “la de obrar
lícitamente” y “la de ejercer un poder”.
Cabe señalar que aunque Jellinek conserva la distinción romana entre el derecho
público y el derecho privado, su actitud no es enteramente ortodoxa. Según Jellinek,
el orden jurídico crea la personalidad jurídica. Y siendo esta personalidad un juris
publici resulta que el derecho privado se encuentra determinado por el derecho
público. Dentro de esta concepción, las facultades que se confieren a los individuos
no son sino la atribución que el derecho público hace en favor de los sujetos para
poder obtener, en su propio interés, protección jurídica del Estado.
Considera Duguit que una Teoría del Estado, así depurada, debe limitarse a
aprehender los hechos sociales concentrando su atención en los siguientes
elementos: a) en una realidad social determinada; b) en la diferenciación entre los
gobernantes y los gobernados; c) en la obligación que tienen aquéllos de asegurar el
cumplimiento del derecho; d) en la obediencia por parte de los gobernados a toda
regla general formulada por los gobernantes; e) en el legítimo uso de la fuerza; f) en
el estudio del servicio público en tanto función propia de las instituciones que tienen
261
a su cargo, asegurando el cumplimiento de la “misión” de los gobernantes.
Según Duguit, los gobernantes, tan individuos como los gobernados, están, como
éstos, sometidos al derecho objetivo, es decir, al conjunto de reglas de obrar que se
imponen para condicionar sus recíprocas relaciones y para abstenerse de todo acto
cuya finalidad sea incompatible con la interdependencia social.
Pese a que el propósito de Duguit es elaborar una Teoría de Estado por completo
realista y, consiguientemente, libre de toda abstracción, no parece haber logrado su
enunciada finalidad. En primer lugar, la realidad cultural no se agota en lo
meramente fáctico. Su constante referencia al valor hace que esta realidad necesite
262
integrarse como tal, a través de su propósito sentido valioso. Y esta relación
dialéctica nos remite ya a un plano objetal distinto del de los simples hechos. En
segundo lugar, la propia sustitución del concepto de Estado por las correlativas
nociones de gobernantes y gobernados significa, en definitiva, reemplazar una
abstracción por otra. Gobernantes y gobernados no son cualidades distintas en el
individuo social. Sólo un esfuerzo de abstracción puede llevar, en determinadas
circunstancias, a caracterizar como tales a unos y a otros.
Sostiene Carré de Malberg que el Estado no debe ser confundido con ninguno de los
elementos que lo integran. Una Teoría del Estado debe superar la observación de
aquellos elementos, extrayendo de ese conjunto la noción determinativa de la
esencia jurídica de su objeto.
Carré de Malberg sostiene que el derecho emana del Estado. Este es anterior a
aquél por ser precisa y específicamente su única y principal fuente de producción.
Cuando Hans Kelsen formuló su Teoría del Estado, en la que identifica al derecho
con el Estado, definiendo a éste como un sistema normativo Carré de Malberg
rectificó un tanto su posición. Ya no consideró como elemento fundamental del
Estado a la unidad. Lo esencial fue entonces la organización del poder mediante la
263
cual el pueblo logra su estatización. El Estado fue definido, así, por Carré de
Malberg, como un sistema de órganos de poder que crean a las normas jurídicas.
Pero aun a través de esta traslación conceptual, se advierte inmutable en la tesis del
autor la noción de que el derecho positivo presupone al Estado. El elemento
organización sigue siendo la fuente generadora del elemento normativo.
En su Teoría General del Estado y en su Teoría Pura del Derecho, Kelsen realiza, a
la par de una construcción jusfilosófica de singular importancia, una fundamental
revisión de los supuestos sobre los cuales se asienta el conocimiento jurídico.
Lo específico del Estado consiste en ser un sistema normativo, y todos los elementos
que tradicionalmente se le atribuyen, sólo existen en tanto sus respectivos sentidos
están determinados por aquella estructura normativa.
“Puesto que el Estado posee validez normativa y no eficacia casual; que su unidad
no radica en el ámbito de la realidad natural, sino en el de las normas; que es la
expresión con que se designa la unidad de un sistema normativo, se dice que no
puede concebirse al Estado sino como un orden jurídico o la expresión de su
unidad”.
“Todo el mundo -dice Kelsen- admite que el Estado mantiene relaciones esenciales
con el orden jurídico. Pero si no se admite que esa relación significa identidad, se
debe ante todo a que no se reconoce que el Estado mismo es un orden. De este
modo la repulsa de esa identidad implica el dualismo de dos sistema normativos, de
los cuales uno es de orden jurídico positivo y el otro podría significar un complejo de
normas ético-políticas”.
“Si el Estado es un sistema normativo tiene que ser, forzosamente, el mismo sistema
jurídico positivo, pues resulta imposible concebir, junto a éste, la validez de un orden
264
normativo diferente”.
“Y si el Estado fuese algo distinto que el sistema jurídico positivo, entonces sería tan
difícil afirmar dentro de la misma esfera cognoscitiva que el Estado y el derecho
coexisten, de la misma manera que es difícil al jurista afirmar la validez de la moral
y al moralista la validez del derecho positivo”.
“Cuando la Teoría del Estado sostiene que éste constituye un aparato coactivo y la
teoría jurídica considera que el derecho es un orden coactivo, queda demostrado que
ambas teorías toman en cuenta al mismo objeto, ya que el denominado aparato de
coacción no es más que una metáfora para designar el orden coactivo”.
La teoría tradicional del derecho y del Estado -prosigue Kelsen- no puede renunciar
al dualismo que encierra esta concepción porque precisamente él cumple una
extraordinaria función ideológica: es menester representar al Estado como una
persona diferente del derecho, para que el derecho pueda justificar al Estado. Y el
derecho sólo puede justificar al Estado si es supuesto como un orden recto o justo
creado por el Estado. Es notorio -critica Kelsen- que lo que se persigue con este
razonamiento no es concebir ni poner de manifiesto la esencia del Estado, sino, más
bien, fortalecer su autoridad.
265
trabajo.
Para determinar las diferencias que existen entre un orden jurídico que no
constituye Estado -casos, por ejemplo, de la comunidad jurídica primitiva o de la
comunidad jurídica internacional- y otro orden que lo constituye, Kelsen analiza los
modos de producción y ejecución normativas: “En las comunidades jurídicas
primitivas, pre-estatales -dice- , la producción de las normas jurídicas generales se
realizaba por vía de la costumbre, es decir, por la práctica de parte de sus
miembros; y no existen en su orden tribunales centrales para la institución de la
norma individual, ni tampoco en particular para su ejecución en el acto coactivo.
“En tanto sobre el orden jurídico estatal no hay otro superior, es el Estado mismo el
orden o la comunidad jurídica suprema y soberana. Esto significa especialmente que
está limitado el ámbito de la validez territorial, lo mismo que el de la material, de
ese orden jurídico, puesto que el orden coactivo estatal restringe de hecho su validez
a un espacio determinado y a objetos determinados; que ese orden no pretende
valer -materialmente por lo menos- en todas partes, y que no aprehende todas las
relaciones humanas; pero significa que tiene la capacidad, no limitada por algún
orden jurídico superior, de extender su validez tanto en el aspecto territorial como
en el material. Se suele designar a esto como altura de competencia. Pero, no bien
se eleva sobre los órdenes jurídicos o estatales singulares, el orden del derecho
internacional no puede concebir más al Estado como un orden jurídico soberano,
sino sólo como un orden relativamente elevado y situado bajo el derecho
internacional, como un orden jurídico inmediato al derecho internacional. Su
determinación circunstanciada sólo puede ser dada por la exposición de sus
266
relaciones con el orden del derecho internacional. A falta de suficiente
centralización, no puede pretenderse que sea el Estado la comunidad supraestatal
constituida por el derecho internacional, como tampoco lo es la comunidad jurídica
pre-estatal”.
Según Kelsen, “el individuo o los individuos que realizan esa tarea distributiva se
convierten, como titulares de la función jurídica centralizada, en órganos
funcionarios del Estado. Todo acto del Estado es siempre un acto jurídico, un acto de
producción o ejecución de normas jurídicas a cargo de un órgano funcionario”.
“Todo cuanto suele designarse como poder del Estado puede comprenderse dentro de
la eficacia del orden jurídico. Un Estado social deseado puede ser provocado
mediante la formulación de normas jurídicas que enlazan a la conducta humana
contradictoriamente opuesta a ese Estado, un acto coactivo como consecuencia,
individualizado éste en la privación de un bien (la vida, la libertad, un valor
económico, etc.)” .
Afirma Kelsen que, “con empleo de esta técnica, el ordenamiento jurídico estatal
parte del supuesto de que los hombres cuya conducta se regula consideran a ese
acto coactivo como un mal que han de procurar eludir. La finalidad que con ello
persigue el orden jurídico estatal es, por lo tanto, motivar a los individuos a realizar
determinada conducta, mediante la representación de ese mal con que los amenaza
para el caso de que realicen la conducta contraria. En esa motivación descansa,
según Kelsen, la eficacia del orden jurídico”.
Ahora bien, señala Kelsen: “El poder del Estado no puede exteriorizarse sino en la
fuerza motivadora que parte de aquellas representaciones. Todas las
manifestaciones externas del aparato coactivo (cárceles, fortalezas, armas, etc.) se
convierten en instrumento del poder estatal sólo en cuanto los hombres se sirven de
ellas en el sentido de un orden determinado; es decir, en la creencia de que obran en
conformidad con el orden jurídico”.
Con relación al problema que plantea la personalidad jurídica del Estado, Kelsen lo
reduce a una cuestión de mera imputación. “Todo acto del Estado no es, por lo
pronto, sino acción humana. Y una acción humana es acto del Estado sólo en tanto
es calificada como tal por una norma jurídica”. “En efecto, cuando se plantea la
cuestión de por qué determinada acción humana no es imputada al mismo hombre
que la realiza sino al sujeto Estado que está, como si dijéramos, detrás de él, la
norma jurídica se presenta como único criterio posible de tal imputación”.
268
“Cuando una conducta humana es estatuida por una norma jurídica en forma tal
que el individuo que la realiza es calificado como órgano del Estado, puede esa
conducta ser imputada a la unidad del ordenamiento jurídico-estatal. El Estado
como persona no es pues otra cosa que la personificación del propio ordenamiento
jurídico bajo cuya forma es concebido”.
“En cambio, la política como técnica busca las causas (o medios) correspondientes
a ciertos contenidos (fines establecidos como concebidos por la ciencia política)
queridos como efectos en la realidad social. Esta tarea técnica opera con juicio que
expresan la conveniencia o la oportunidad de los medios”.
La serie de consideraciones que preceden permiten acotar que a pesar de que si bien
Kelsen ve el derecho en la norma -postula en su Teoría Pura del Derecho un
riguroso método para la consideración científica de ésta- e identifica al derecho con
el Estado, caracterizando a éste como el mismo ordenamiento jurídico en un cierto
grado de centralización, es evidente que no logra mantener su investigación en un
plano estrictamente formal. Es decir, no puede dejar de tener un puente ontológico
entre la pura forma lógica y el contenido referencial de esa forma: el
comportamiento humano.
“El Estado, según Smend, en tanto unidad de sentido de la vida real, consiste en una
realidad espiritual que se renueva ininterrumpidamente a través de todas las
manifestaciones del querer ser de una multiplicidad de conciencias que tienden a
finalidades comunes y se orientan de manera unificada en una misma dirección. En
esta constante recreación de la vida del Estado, en esta permanente actualización
de las funciones vitales de la comunidad, en esta integración de sentidos a través de
la cual los hombres se saben y se reconocen en el acontecer como integrantes de
una comunidad política real y concreta, radica precisamente la esencia, el núcleo
del Estado”.
Por lo tanto, para Smend, la unidad estatal adquiere existencia efectiva sólo en
tanto se integra constantemente en la realidad espiritual del hombre; es decir: en la
voluntad de unión siempre renovada de éstos.
“El Estado sólo existirá, mientras todas las conciencias individuales estén presentes
activamente en torno a un centro espiritual común: la integración de aquél”.
270
32) EL ESTADO SEGÚN HELLER
En su Teoría del Estado, H. Heller plantea la problemática científica del Estado en
los siguientes términos: “Quien acepte plenamente el carácter subjetivo de nuestra
problemática debe, en consecuencia, admitir que la realidad social es un caos
desarticulado que sólo puede ser ordenado gracias a los puntos de vista valorativos
que aporte el investigador”.
“La especial constitución del objeto de conocimiento que ello supone, según la cual
todo objeto, no sólo el lógico-matemático sino también el histórico, es producido por
el sujeto de conocimiento, tiene que admitir la existencia de un ser de ficción que
interroga y conoce estando situado fuera de la realidad social: no puede utilizar al
hombre vivo y real, que es el único que existe y que, aunque cultive la Teoría del
Estado, se halla siempre inserto en esta concreta realidad estatal gracias a la cual se
ha formado y a la que, a su vez, ayuda a formar, en cuanto existe en y con ella y a la
que encuentra siempre en sí, con placer y desagrado, como buena y mala,
aquietadora o cuestionable. Todo conocimiento sobre el Estado tiene que partir del
supuesto de que la vida estatal influye siempre al que investiga; éste pertenece a ella
de un modo existencial y no puede nunca abandonarla. No es el Estado un objeto
extraño al sujeto que interroga, algo que especialmente se halle frente a él: por el
contrario, lo que constituye la esencia de tal relación es la identidad dialéctica de
sujeto y objeto”.
“Dado que la Teoría del Estado, lo mismo que la ciencia del derecho, y todas las
demás ciencias que no operan sólo con formas mentales desnudas de realidad, los
contenidos de los conceptos no pueden derivarse del principio de la formación
racional y por consiguiente, son irracionales, no puede haber en esas ciencias un
sistema cerrado de conceptos; el contenido irracional interviene siempre aquí en la
formación y en la estructura de las diferentes formas particulares, lo mismo que en
sus relaciones recíprocas y, por esta razón, también en la estructura de la
sistemática. No es posible en esta ciencia, un sistema en el sentido de una definitiva
fijación sistemática de las cuestiones; porque aun las mismas ciencias cambian con
las aspiraciones e ideas de los hombres”.
271
“La conexión sistemática por la que Teoría del Estado, como ciencia, ha de ordenar
sus conocimientos, no puede ser la de una concatenación lógica. Su construcción y
la articulación de sus resultados serán determinadas preferentemente, y hasta donde
sea posible, por el objeto, es decir por la relación que guarden los hechos concretos
con la estructura del Estado. Cuando la Teoría del Estado persigue una sistemática
abstracción cae, fatalmente, en el error de ordenar arbitrariamente los contenidos
reales que encuentra -precisamente por querer articularlos de un modo
escrupulosamente lógico- y, con ello violenta y sacrifica la conexión natural que
nace del objeto en beneficio de un fantasma”.
Es innegable que Heller busca una síntesis dialéctica que le permita aprehender al
Estado en su realidad sin desatender a la circunstancia de que tal realidad hállase
también integrada ontológicamente por el sujeto cognoscente.
Heller sostiene que el ser del Estado no es algo preformado, rígido o estático. Ese
ser radica en el propio dinamismo de la vida humana profundamente impregnada de
ideologías en constante renovación, que van matizando, dando sentido concreto al
conjunto de acciones y reacciones que se manifiestan en el devenir social.
Heller: “Por consiguiente, todo juicio sobre el ser del Estado es, en alguna medida,
un juicio sobre su deber ser, precisamente porque el Estado, en tanto dinamismo
social, tiene una proyección futura, una dimensión finalista, prospectivamente
concebida y valorada en función de determinada programática por el propio querer
del investigador. La aprehensión de elementos esenciales a través de valoraciones es
un momento inescindible en el conocimiento realista del Estado”.
Esta tesis lleva a Heller a sostener que la contraposición kelseniana entre el ser y el
deber ser, entre la acción social y el sentido normativo, es una falsa hipótesis que no
puede de manera alguna ser aceptada.
“Como la realidad social del Estado se halla inserta en la conexión total de las
condiciones naturales y culturales de la vida humana, la misión de la Teoría del
Estado es mostrarnos al Estado como un fenómeno sustantivo dentro del conjunto
de esas condiciones”.
En punto a este tema, Heller critica la identificación que hace la escuela kelseniana
entre Estado y Derecho. “El intento kelseniano de disolver el Estado en el Derecho -
dice- constituye una doctrina exclusivamente formal de un derecho natural sin
contenido. La doctrina pura del Derecho no conduce a la representación de una
autoridad impersonal del derecho sino la de una autoridad del derecho depurada de
todo contenido ético y sociológico. Al identificar, como lo hace Kelsen, el
274
Estado con derecho, por fuerza habrá de desaparecer, con la legalidad peculiar del
Estado, la autonomía de la Teoría del Estado. No hay más que una Teoría
Normativa del Estado como Teoría del Derecho, la que como tal es también
Sociología del Estado”.
Partiendo de esta premisa, Heller sostiene que lo que origina el poder del Estado es
la conexión sistemática de actividades socialmente efectivas; es decir, la
concentración y articulación de actos que intervienen en la conexión social de causa
y efecto, y no la comunidad de voluntad y valores en sí misma considerada. Sólo a
partir del momento histórico en que se producen y concentran, de un modo
ordenado y organizado, actividades políticas, militares, económicas, etc., es posible
hablar del Estado en el sentido de la acción unificada de todos los miembros. El
Poder del Estado es, por tanto, una unidad de decisión y acción que se integra a
través de una cooperación causal de todos los miembros del Estado. “El concepto
de totalidad -dice Heller-, tan abusivamente empleado por la Teoría del Estado, ha
de entenderse aquí en el sentido literal, porque el Poder del Estado no es ni la suma
275
ni la mera multiplicación de las fuerzas particulares, sino la resultante de todas las
acciones y reacciones políticamente relevantes, internas y externas. En líneas
generales se distinguen en esta cooperación tres grupos que, naturalmente, no han
de concebirse como magnitudes estáticas sino como dinámicamente cambiantes: el
núcleo de poder que realiza positivamente el Poder del Estado, los que le apoyan y
los partícipes negativos que a él se oponen”.
Se advierte con claridad que las correlaciones causales de ciertos hechos carecen
de dimensión ontológica cuando estos hechos se integran como hechos de la cultura,
fenomenológicamente intuibles a través de sus respectivos sentidos espirituales.
“De ahí la angustia ante el Estado, esta fobia al Estado debe ser analizada, o mejor
retomada para intentar tanto arrancar al Estado el secreto de lo que es (del mismo
modo que Marx extrajo de la mercancía su secreto), ya que se trata de arrancar al
Estado su secreto”.
“En el pasado las más diversas asociaciones comenzaban por la violencia familiar,
utilizaron la violencia como un medio enteramente normal. Hoy, por el contrario,
tendremos que decir que el Estado es aquella comunidad humana que, dentro de
determinado territorio (el territorio es el elemento distintivo), reclama con éxito
para sí el monopolio de la violencia física legítima, lo específico de nuestro tiempo es
que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la
violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única
fuente que tiene “derecho a la violencia”.
“Para mantener toda dominación por la fuerza se requieren ciertos bienes. Todas
las organizaciones estatales disponen de un equipo humano (los burócratas) con
cuya obediencia debe contar el titular del poder, poseer en propiedad muchos
medios para mantener a la sociedad disciplinada, dinero, armas, transportes, etc.”.
“El Estado moderno es una asociación de dominación con carácter institucional que
ha tratado con éxito de monopolizar dentro de su territorio la “violencia física
legítima” como medio de dominación, y que con este fin ha reunido todos los medios
materiales en manos de sus dirigentes”.
“Cuando un Estado pretende imponer a la ciencia sus temas de estudio o las leyes
de su actitud, cuando pretende excluir a determinados individuos, cuando llega a
arbitrar en controversias que sólo pueden resolverse mediante
277
razonamiento científico, esto es concretamente la opresión de los individuos por el
Estado”.
Estas son las dos formas del estado salvaje: imprevisibilidad total de las conductas
en el Estado de guerra hobbesiano, regresión prehistórica y soledad inocente
rousseauniana. En Hobbes, el estado salvaje es el de la imprevisibilidad de los
comportamientos y de sus resultados. Si en efecto los hombres son naturalmente
iguales o si, por lo menos, no hay diferencias suficientemente importantes entre
ellos, no se puede prejuzgar acerca de los desenlaces de las interacciones. Cada
uno puede esperar ver realizados sus deseos y sus emprendimientos: lo que tiene
como consecuencia la reciprocidad total de las competencias y de los peligros:
todo puede suceder, tanto lo peor como lo mejor. De ahí la inseguridad que
caracteriza el estado de guerra hobbesiano, en la ausencia de normas que permitan
descontar regularidades de comportamientos o de corrección mediante el castigo
por parte del Estado.
De la idea de violencia como caos indefinible pasamos a la de social sin regla; de allí,
a la necesidad de concebir las formas que puede adoptar el desorden, que coinciden
a su vez con la del estado salvaje en el pensamiento clásico: la imprevisibilidad
hobbesiana, el vacío de la inocencia rousseauniana. No obstante, sería demasiado
apresurado identificar violencia y estado salvaje bajo el común denominador de lo
no social y de la imprevisibilidad, aun cuando efectivamente su núcleo de significado
sea el mismo. Para el pensamiento político clásico, el estado salvaje es el nombre de
lo no social, de esa posibilidad históricamente sostenida o sólo conceptualmente
planteada que funda un orden social preferible y sobre todo que permite analizar el
concepto del mismo: sobre el fondo del caos, de ese estado de guerra o de
inocencia, lo social puede aparecer como mundo de la regla, como organización de
las expectativas, de las reciprocidades y correlativamente de las frustraciones y las
prohibiciones, en una palabra, como mundo de una economía de la previsibilidad.
EL ESTADO CIVIL
Siempre dentro del análisis clásico, las relaciones de los Estados entre sí se
desarrollaron en su estado salvaje: en ausencia de una autoridad que los excluya de
la guerra, cada Estado disponía libremente de su fuerza y violencia, está por lo
menos en todas sus interacciones; lo que Hobbes llamaba estado de guerra. Hobbes
se esforzaba en señalar que así como el mal tiempo no es simplemente lluvia, sino la
tendencia a la lluvia, el estado de guerra no es solamente la guerra efectiva sino la
posibilidad.
ESTADO DE SITIO
La naturaleza política del Estado de sitio está determinada por los motivos
dominantes que le dieron origen. Los teóricos del Estado argumentan
denodadamente dos causas principales por las que se declara el Estado de sitio:
conmoción interior o ataque del exterior.
280
RAZÓN DE ESTADO
Si a los súbditos del Estado no les es posible faltar a su palabra es porque éste
establece modos de convivencia, leyes que imponen un castigo a quien las
transgreda; pero un caso muy distinto ocurre con el Estado, encarnado en el
príncipe, quien no solamente puede faltar a la palabra dada, sino que debe hacerlo
cuando así lo exija su razón, la razón de Estado. Por eso afirma Maquiavelo en El
Príncipe: “Cuando un príncipe dotado de prudencia advierte que su fidelidad a las
promesas redunda en su perjuicio, y que los motivos que le determinaron hacerlas no
existen ya, ni siquiera debe guardarlas, a no ser que consienta en perderse”. Es ésta
la esencia de la razón de Estado, que no admite otra consideración que la finalidad
en sí misma del Estado, es decir, que a él se le deben subordinar todas las demás
causas, pues lo fundamental es su bien ya que con su concreción se asegura el
bienestar a todos sus integrantes.
La teoría de la razón de Estado sostiene que éste tiene una tendencia natural a
procurar su permanente ascenso y por consiguiente a ampliar su potencia, sin que se
puedan oponer a este objetivo otras finalidades, y en caso de que así fuera, éstas
deben ser eliminadas utilizando para ello cualquier medio como puede ser la
violencia, aunque se oponga a la ética o al derecho. De esta manera, el hombre de
gobierno tiene el instrumento adecuado para alcanzar los fines específicos del
Estado, a la vez que siempre se sentirá inspirado por ésta, por constituir la idea
fuerza fundamental que anima a los estadistas.
De acuerdo con los ideólogos de la razón de Estado, sus presupuestos son inherentes
a todos los Estados y se manifiestan en forma autónoma, natural y espontánea, por
lo que su vigencia será permanente en todo el desarrollo histórico, al que
determinará y modelará, y esto es el factor principal que lo influye. En realidad, la
teoría de la razón de Estado es un instrumento válido para comprender las acciones
de los Estados (tanto en el orden externo como interno), ya que es indiscutible que
encierra algunas verdades en su conceptuación política. Las pruebas de estas
afirmaciones son múltiples y basta detenerse en algunos de los hechos más
importantes del siglo XX, como las dos guerras mundiales, el incremento del poderío
militar de los EE.UU. con el fin de mantener el predominio en el mundo occidental y
avanzar sobre la ex Unión Soviética y, por otra parte, los hechos producidos por la
ex U.R.S.S. en países como Hungría, ex Checoslovaquia y la ex Yugoslavia con el fin
de asegurar su control, son algunos de los ejemplos de la razón de Estado. Sin
embargo, esto no significa que haya que aceptar su absoluta determinación política
interna o externa, y, más aún su papel de factor determinante del desarrollo
histórico como pretenden sus ideólogos, sino simplemente comprender su
dependencia del poder, que es el factor que lo sustenta y le da vida. Pero en el
283
desarrollo social existen otros factores que también deberán ser tenidos en cuenta
para analizar los procesos políticos internos y externos.
Sin detenernos a analizar otras teorías contrarias a la razón de Estado, de las cuales
la más relevante y seria es el materialismo histórico, es necesario señalar los posibles
efectos de la evolución tecnológica que, o bien se convierte en un factor de
desarrollo económico social justo o en un sistema de mayor concentración de poder.
Como también puede suceder, en el último de los casos, la aparición de nuevos
ordenamientos institucionales que seguramente superarán el ya antiguo concepto de
Estado Nacional, que no es más que un valor histórico que ya no se adapta a las
nuevas perspectivas que posibilitan los avances técnicos y científicos. Esta última
posibilidad podría terminar con la teoría de la razón de Estado como se conoce en
la actualidad.
LOS IMPUESTOS
Todo aquel que reclame el poder de cargar impuestos al pueblo y de recaudar por
propia autoridad, sin el consentimiento del pueblo mismo, estará violando la ley
fundamental de la propiedad, y estará también subvirtiendo los fines del gobierno
democrático.
J. Locke
Segundo tratado sobre el gobierno civil
Los Estados de la antigüedad clásica, Egipto sobre todo, gozaron de una particular
concepción de pueblo y gobierno y se especializaron en succionar a las poblaciones
miserables, las propias y las que fueron sometidas a su poder, con gravámenes
fiscales que se percibían en formas crueles y violentas. La vida del Estado se
justificaba solamente por la presencia de una corte, heredada directamente de los
dioses.
Los pueblos no tenían otra razón de existencia más que la de atender a las
necesidades de sus faraones que, por descender en forma directa de celestiales
dinastías, carecían de capacidad para conmoverse ante los dolores de los súbditos y
el clamor de los sometidos (parece que este Estado de insensibilidad social ha
284
permanecido en el tiempo hasta la actualidad) Y nada más que para llenar las
exigencias de la clase gobernante -faraón y sacerdotes- únicos que tenían derechos
a exigir a los demás seres que a sus pies gemían.
Pero la tierra de las pirámides -erigidas por la tributación y por la sangre de los
esclavos- no fue la única que estableció una servidumbre nada más que para
exprimir los jugos vitales de la población en demandas de recursos para mantener
un gigantesco aparato; lo fueron la mayoría de los pueblos de la antigüedad, no
menos que Grecia y Roma. Una cuestión de impuestos y tributaciones, una
verdadera malla de acero envolvía a los continentes entonces conocidos, que fueron
sujetos a los imperialismos imperantes nada más que para acarrear más riquezas al
trono de la potencia dominante.
Sin embargo, como hemos visto, los impuestos han sido el elemento vital e
indispensable para la subsistencia del Estado. Por esto Montesquieu dijo, atendiendo
al fundamento político del impuesto: “Las rentas del Estado son parte de sus bienes
que da cada ciudadano para tener seguro el resto o gozar de él agradablemente.
Para fijarlas es preciso atender a las necesidades del Estado y a las de los
ciudadanos. No se debe mermar lo que el pueblo a menester para sus necesidades
reales, en beneficio de las necesidades imaginarias del Estado”.
“Son necesidades imaginarias del Estado, prosigue, las que crean las pasiones y
debilidades de los gobernantes, el atractivo de un proyecto extraordinario, el frívolo
deseo de vanagloria y cierta impotencia del entendimiento contra los caprichos. A
menudo, personas de ánimo inquieto, que estaban bajo el principio, al frente de sus
negocios, pensaron que eran necesidades del Estado las de sus almas mezquinas”.
“No hay nada que la sabiduría y la prudencia deban regular con tanto cuidado
como la porción que se quita y la que se deja a los súbditos. No han de medirse las
rentas públicas por lo que el pueblo pueda sino lo que deba dar; y si las mide por lo
que pueda dar, ha de ser, al menos, por lo que pueda dar siempre”.
Desde el punto de vista político y económico, el economista Wagner admite las dos
expresiones del derecho de imposición de los impuestos: la primera, política, nace de
la necesidad social de subsistencia por lo cual se ha creado por “derecho histórico”,
la coerción para hacer efectivos los ingresos. Las necesidades son netamente
financieras, o bien de política social, para reglamentar la repartición y el empleo de
la renta y de las fortunas.
Existieron épocas en que los favorecidos de la fortuna y del favor del gobernante
estaban eximidos de costear los gastos de la administración pública, como un
privilegio graciosamente otorgado por los gobernantes y así, mientras la clase alta
por privilegio, y la baja, por carencia de bienes, no contribuían a las cargas fiscales,
que un sector generalmente pequeño de la clase media era el único que trabajaba
empeñosamente para que el socio gratuito que poseía, el Estado, se quedara con la
mayor parte del fruto de sus esfuerzos.
Este problema de hacer incidir la carga fiscal sobre el mayor número de habitantes,
de modo que aquellos que más poseen debieran afrontar las mayores
responsabilidades (pero la historia y la realidad nos demuestran que esto nunca fue
así, ni lo es hoy), pero sin excluir a los que poseen poco, constituye una de las ideas
más sutiles de las finanzas modernas y puede decirse que en ello radica la felicidad
de los regímenes políticos.
La noción del impuesto no ha sido siempre la misma, sino que ha variado de época
en época y de pueblo en pueblo. Esto no es de extrañar, porque el impuesto, lejos de
ser una “categoría absoluta”, un concepto meramente doctrinal -como pretenden
muchos teóricos- es, ante todo, un producto del medio social, una verdadera
“categoría histórica”. El impuesto y el derecho de imponer están condicionados por
una porción de circunstancias: Constitución político-social de país, régimen jurídico,
costumbres, ideas dominantes, luchas de clases y de intereses, grado de
desenvolvimiento económico, etc. De lo cual resulta: a) los impuestos no pueden
aislarse, sino que hay que considerarlos en relación con todas esas circunstancias; b)
el estudio de los impuestos no es un simple problema financiero, sino que es al mismo
tiempo un problema ético, político, social y económico. Ninguno de estos aspectos
pueden ser obviados en la hermenéutica de las leyes positivas.
Las fases y los detalles de la evolución histórica del impuesto los analiza Adolf
Wagner con profundidad en los párrafos 101 al 123 de su Finnazissenscheft: en los
pueblos primitivos, constituidos en Estados de economía natural, los impuestos casi
no se conocen: no hay autoridad suficientemente organizada y fuerte para exigirlos.
En la antigüedad y en la Edad Media el impuesto despierta la idea de subordinación
del vencido al vencedor, de unas clases sociales a otras: su establecimiento se
efectúa de un modo unilateral, despótico, sin recabar el consentimiento de quienes
han de pagarlo. Durante un período intermedio, que comprende desde fines de la
Edad Media hasta bien avanzada la Edad Moderna, se producen evoluciones: a) a
veces, el impuesto aparece como una espontánea y benévola “donación” de los
súbditos a sus soberanos; b) a veces, como una “humilde súplica” dirigida por el
soberano al pueblo; c) a veces predomina en ellas la idea de “asistencia” de
“ayuda”; d) a veces, lo que adquiere mayor relieve es el sentimiento del “deber”, de
la obligación de pagar el impuesto; e) otras veces, el impuesto se fija
unilateralmente por el Estado.
Los fundamentos doctrinales del impuesto: Numerosas son las doctrinas y las
escuelas económico-políticas que se han afanado por desentrañar el autentico
sentido del impuesto; no menos extensa es la nómina sobre los particularismos de
cada uno de los impuestos que históricamente han surgido y desaparecido
sucesivamente, así como los que han sobrevivido a la acción del tiempo. Haremos
un esquema de las más corrientes fuentes doctrinales conocidas.
1) Teoría: El impuesto es el precio de los servicios recibidos del Estado por cada
contribuyente. Encabezaban esta teoría Adam Smith, David Ricardo, J.B. Say,
Proudhon, Garnier, Courcelellex, Seneuil y otros. Se debe recordar que la
Asamblea Constituyente Francesa, en una proclama datada en 1789, decía: “El
impuesto es una deuda común de los ciudadanos, el precio de las ventajas que la
sociedad procura”. Proudhon completaba el pensamiento diciendo que el impuesto
es uno de los términos de un contrato do ut facias (doy para que hagas) entre el
contribuyente y el Estado.
2) Teoría: el impuesto es una prima de seguro por la prestación que hace el Estado.
Se halla inspirada en los principios individualistas de los filósofos Hobbes, Spinoza,
Kant, Montesquieu, Thiers y los economistas fisiócratas. Las réplicas a esta teoría
son también numerosas y sólidas, y se inspiran en que el Estado moderno ya se ha
superado la etapa de la era de producción de seguridad de las personas y de los
bienes. El seguro está originado en un contrato; el impuesto es una obligación.
Wagner es, en esta tendencia, una fuente de sugestiones vastas. Considera a la renta
como fuente normal y principal del impuesto, aunque no desecha del todo los
impuestos sobre el capital. Admite este tratadista que los impuestos sobre el capital
establecido de una manera permanente terminarían por perturbar la producción,
reducir los salarios y arruinar la industria. Pero debe tenerse en cuenta: a) hay casos
en los que está justificada la grabación del capital; b) que no debe identificarse,
como suele hacerse, la imposición sobre el capital nacional con la imposición sobre
el capital individual. Según este autor, para saber en qué casos se puede y debe
acudir al capital individual como fuente de impuestos es preciso considerar: el
origen del capital, el empleo de capital y el empleo del producto del impuesto sobre
el capital”.
En cuanto al origen del capital, señala Wagner que este puede originarse en el
trabajo o en el ahorro, o puede haberse obtenido gratuitamente sin esfuerzo alguno.
En lo que respecta a estos últimos capitales, la imposición es indispensable, pues
traduce un propósito fiscal con miras de reforma social.
Relacionado con el empleo del capital, Wagner menciona que puede ser
improductivo, es decir, no destinarse a la producción de nuevas riquezas, en
289
cuyo caso debe ser gravado como si fuera una porción de renta. Por último,
referente al empleo del producto del capital, cuando en lugar de ser destinado a
gastos de consumo se destina a gastos de establecimientos, es gravable porque no
destruye el capital, sino que transforma el capital individual en capital nacional:
cuando se destina el producto de los impuestos sobre el capital a la construcción de
ferrocarriles, caminos, canales, etc.
El italiano Flora expresa: “La cuota individual del costo de producción de los
servicios públicos requeridos de modo indistinto e indivisible por toda la población o
por grande e indeterminada parte de ella y coactivamente detraída por los entes
públicos territoriales o institucionales sobre la riqueza de todos sus miembros.
290
Nitti dice: “El impuesto no es otra cosa que una extracción de riqueza efectuada por
el Estado, o los poderes locales, de los recursos individuales de los componentes de
cada sociedad, para poder proveer a las necesidades públicas”.
Como se advierte, cada autor pone en la definición los elementos que a su juicio
configuran mejor su punto de vista acerca del impuesto, siendo algunas totalmente
artificiosas, otras contienen lo definido en su propia definición; otros son parciales,
así como lo es su propio enfoque de la materia. En definitiva cabe señalar que las
necesidades y las modalidades múltiples que caracterizan al impuesto en nuestro
tiempo hacen que sea prácticamente imposible dar una cabal y compresiva
definición, pero lo que no queda duda es que la sociedad es la que pone el dinero y
el esfuerzo.
292
AUTORIDAD
293
La autoridad es la potestad que inviste una persona o un Estado para dictar leyes,
aplicarlas o ejecutarlas, o para imponerse a los demás por su capacidad o
influencia. Es la facultad de conducir y de hacerse obedecer.
Las revoluciones y los conflictos sociales son muchas veces el resultado del abuso de
la autoridad y el poder. Hay progreso, en el exacto sentido del vocablo, sólo cuando
hay una libre y amplia expansión de la personalidad. La autoridad no debe ser
grande ni entrometida, debe ser pequeña y controlada por la sociedad. La
autoridad debe residir más en las mayorías que en las minorías.
295
EL CULTO A LA AUTORIDAD
296
IDEOLOGÍA
297
INTRODUCCIÓN Y CONCEPTO
Empleada por los autores con los más diversos sentidos, es imposible formular un
concepto que comprenda todos los atribuidos a la palabra ideología.
La pluralidad de puntos de vista políticos, que evidencia más las discrepancias que
las coincidencias, es estímulo para una teoría de la ideología que se proponga
responder, entre otras cosas, a las siguientes preguntas: ¿Qué relación existe entre
la teoría y la práctica? ¿Qué ha de entenderse por interferencias existenciales en el
progreso cognoscitivo? ¿Cómo establecer un criterio de verdad que nos permita
orientarnos frente a las distintas perspectivas?
La palabra ideología fue creada por Destutt de Tracy (Eléments d´Idiologie, 1801),
con el significado de Science des idées, consistente en la investigación del origen y
formación de las ideas, mediante la reducción del pensar al sentir, derivando las
ideas compuestas de las simples, y éstas a su vez, de las impresiones sensibles
últimas. La ideología tuvo desde su origen una proyección práctica y normativa: la
ciencia del hombre sería fundamento de la acción y la ciencia política.
Los ideólogos entraron en conflicto con Napoleón Bonaparte, quien, viendo en ellos
contradicciones en sus ambiciones despóticas-autocráticas, les dio peyorativamente
el nombre de ideólogos, y denunció en la ideología una falsificación resultante de
una actitud meramente teórica que no concuerda con la realidad político-social.
La diversidad de las orientaciones de los autores sobre el tema hace preferible como
método expositivo aquel que sigue los desarrollos en su sucesión temporal.
El hombre se liga por el trabajo a otros hombres, destacando Marx que el modo de
producción determina las formas de cooperación. Es de advertir que si el hombre es
originariamente un ser social, si le es necesario vincularse en relaciones sociales, es
menester que los vínculos que éstas establezcan sean de tal índole que no impidan al
hombre vivir una vida conforme a su esencia, salvaguardando su libertad y
racionalidad.
Marx: “Vinculando esta afirmación al hecho social clave de la división del trabajo,
veremos cómo ésta se traduce en una alteración de las condiciones originarias de
vida. Por la división del trabajo cesa la disposición sobre el producto del trabajo; la
distinta relación de los grupos con los medios de producción funda la división de la
sociedad en explotadores y explotados. Perdida para el hombre la disponibilidad del
fruto de su trabajo, surge frente a él un mundo independiente, se erige un poder
social que le es extraño y hostil”.
Max Scheller, aporta un trabajo importante a la sociología del saber, pero no hace
expresamente temático el problema de la ideología. Afirma que: “es indudable el
carácter sociológico de todo saber, de todas las formas de pensar, intuir y conocer,
que están condicionadas siempre y con necesidad también sociológicamente, esto
es, por la estructura de la sociedad, si no el contenido de todo saber y menos aun su
validez objetiva, sí al menos la elección de los objetos del saber con el arreglo a las
perspectivas de los intereses sociales dominantes”. Scheller habla de ideología en el
sentido de idola, como prejuicios de clase superables. “Si no hubiese realmente en el
intelecto humano ninguna instancia capaz de elevarse por encima de todas las
ideologías de clase y de sus perspectivas de interés, sería ilusión todo posible
conocimiento de la verdad”. Agregando que “la clase determina en gran medida
tanto el ethos como el modo de pensar”. Enumera modos de pensar formales
determinados por la clase. Insiste en su carácter de inclinaciones subconscientes y
condicionadas por la clase a concebir el mundo en una u otra forma, presentándolo
no tanto como prejuicios cuanto como leyes formales de la formación de prejuicios,
301
así como en la posibilidad de superarlo que en principio tiene todo individuo.
Dice Mannheim: “no hay ninguna entidad metafísica que piense por encima de los
individuos, no importa afirmar que el origen de los pensamientos pueda
comprenderse debidamente con prescindencia de su vinculación con lo social”.
“La problematización sólo es posible gracias a una previa experiencia real donde lo
que se eleva a problema está contenido, surge de los propósitos colectivos de un
grupo en el marco de una concepción prescripta en la que el individuo participa
solamente. Inclusive su aparato categorial no es otro que el de su grupo”.
“Las discusiones políticas fueron el campo donde por primera vez apareció la
tendencia a sacar el velo que ocultaba los motivos situacionales inconsistentes del
pensamiento de un grupo. Nacen entonces dos conceptos fundamentales. El
concepto ideología destaca el hecho de que los grupos dominantes pueden estar
ligados en sus pensamientos a los intereses de una situación que, sencillamente, son
incapaces de percibir ciertos hechos que vendrían a destruir su sentido de
dominación”.
“El concepto utopía hace referencia al hecho de que los grupos oprimidos están
intelectualmente interesados en la destrucción del orden vigente, que sólo
prescriben aquellos elementos de la situación que tienden a negarlo”.
“Una gnoseología construida con los ojos puestos en las ciencias matemáticas, que
pretenden absolutizar su criterio de verdad, no puede ser totalmente impotente para
dar cuenta de una forma de conocimiento que apunta a una zona de la realidad
fluctuante y significativa, y estrechamente ligada a la práctica”.
Las ideologías se vuelven totalitarias cuando tratan de dar respuesta a todos los
problemas humanos. Estas ideologías monolíticas son una ocasión tentadora para
fugarse de uno mismo, para sacar el centro de gravedad fuera de la propia persona.
Las aventuras totalitarias del siglo XX permitieron una pugna, pocas veces tan
entusiastamente realizada, por alcanzar el más alto nivel de despersonalización.
303
LIBERTAD
304
En un sentido filosófico se le da el nombre de libertad al estado existencial del
hombre en el cual éste es dueño de sus actos y puede autodeterminarse
conscientemente sin sujeción a ninguna fuerza o coacción psicofísica interior o
exterior. Oponiéndose así este concepto al del determinismo causal, que, en la
medida en que implica forzosidad, es y constituye una limitación a la posibilidad de
obrar.
De acuerdo con esto se entiende por acto libre aquel que se ejecuta con dominio y
propiedad en la decisión; esto es, con pleno conocimiento y facultad para realizar
otro distinto o, cuando menos, para omitirlo.
Análisis del acto libre. Un análisis del acto libre pone en evidencia la existencia de
los siguientes momentos:
1) Representación. Todo proceso activo del hombre implica -en tanto hay conciencia
plena del proceso mismo- la representación de los medios y los fines de la acción. Es
ésta la primera característica del acto libre. Pues no hay, en esencia, acción
voluntaria en tanto no haya un conocimiento previo de las posibilidades de la
acción.
El racionalismo moderno fue sosteniendo cada vez con mayor amplitud la tesis de
que la libertad sólo puede darse en el plano de la razón. Tal es el concepto de
Spinoza, quien concibe a libertad humana como una potencia casi absoluta del
intelecto.
Kant, por su parte, establece una definida disociación entre lo que debe entenderse
como determinismo y lo que es libertad en el hombre. Aplicando a la existencia
humana los conceptos de nóumeno (ser en sí) y fenómeno (el hecho sensorialmente
perceptible), acepta que hay determinismo en el campo fenoménico de la vida y hay
libertad en lo nouménico. De esta manera, como postulado de la razón práctica, la
libertad se desarrolla en el ámbito noumenal, lo cual no excluye que en el ámbito
fenoménico exista determinismo.
Toda la filosofía del siglo XIX pareciera girar en torno a la prevalencia de alguno de
aquellos dos conceptos. Mientras que para algunos autores la libertad está
vinculada al campo fenoménico y se manifiesta en cada contingencia de la
existencia (Lachelier, Boutroux), para otros la libertad se desarrolla en el campo
inmutable del “yo profundo” y está, por tanto, desvinculada de toda contingencia.
306
Bergson afirma que el hombre es libre porque la libertad es temporalidad esencial
de la conciencia y no está subordinada a las categorías de la mecanización y la
especialización. Según Heidegger, la existencia humana es un proyectarse, o mejor
dicho, un proyectar posibilidades de antemano, para escoger la posibilidad
apropiada o inapropiada para la misma existencia. En este tránsito continuo que
hace la conciencia entre posibilidades de realización de la vida subyace el concepto
heideggeriano de la libertad.
Por su parte, el existencialista francés Jean Paul Sartre sostiene que la libertad
constituye el carácter único y esencial del hombre. Según Sartre, todos los restantes
caracteres son simples derivados de aquél. La libertad es ilimitada, carece de todo
supuesto y fundamentación lógica, por lo mismo que es una realidad innegable que
no tiene valor ni norma que la oriente. El hombre es libre; él mismo es la libertad
porque la existencia no tiene una esencia, una naturaleza fija ni determinada. “El
hombre, primeramente, lo que hace es arrojarse a un porvenir y es consciente de
proyectarse en el porvenir. El hombre es, primariamente, un proyecto que se vive
subjetivamente”. “Nada existe previamente a este proyecto; nada hay en el ciclo
inteligible, y el hombre será primariamente lo que habrá proyectado ser”. Y si el
hombre es nada más que un proyecto que tiende a realizarse, nada de él existe
aparte de la totalidad de su existencia: nada de él es, aparte de su propia acción.
Las grandes o pequeñas pujas suscitadas en todos los tiempos y comunidades entre
grupos o estratos sociales distintos o antagónicos tuvieron, en el fondo, el fin abierto
u oculto de nivelar las diferencias de libertades entre los hombres. La historia de la
humanidad no es, en definitiva, sino el formidable desarrollo de una lucha
incesante por la libertad.
Muchas veces el Estado se organiza según un criterio que distribuye las libertades
individuales de tal modo que éstas corresponden, en mayor amplitud, a ciertos
grupos o clases sociales cuantitativamente pequeños con relación al resto de la
sociedad. Es el tipo de organización propio de la autocracia, o las
307
aristocracias representadas, respectivamente, por los antiguos regímenes
monárquico-absolutistas y feudales de muchos países árabes.
309
BIBLIOGRAFÍA
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