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30/4/23, 22:52 Realidades & Ficciones I – Mariano Horenstein

Mariano Horenstein

CALIBÁN

Realidades & Ficciones I

Heródoto, Tucídides y el psicoanálisis.


         “No hago más que luchar siempre con la tensión entre  ficción y realidad para
encontrar la verdad”. E. Vila-Matas                           

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El campo de trabajo y
reflexión de los
psicoanalistas
latinoamericanos, estimulado
durante dos años por el
encuentro que se realizará en
setiembre en Buenos Aires,
está tensionado, puesto a
trabajar, a partir del par
ficción/realidad. Por ese
motivo elegimos el tema de
los dos números
de Calibánde este año. Los
psicoanalistas hemos escrito
mucho a partir de este par
temático, especialmente
cercano a nuestra extraña
práctica, y hay mucho que
decir allí desde todas las
filiaciones teóricas a las que
adscribimos. 

Aunque a veces hay que


alejarse del propio campo
para entenderlo mejor.

Procurémonos entonces algún extrañamiento inicial, apelando –abusando de cierto


esquematismo- a dos protohistoriadores griegos: Heródoto y Tucídides. Heródoto,
considerado el padre de la Historia, narró los estragos del encuentro entre Occidente,
los griegos, y los “bárbaros”, el Imperio Persa, y de ese modo, a partir de sus crónicas
de viaje donde recababa testimonios, se entrevistaba con testigos y asentaba
leyendas, se ocupó de retratar a “lo Otro”. Construyó así el primer relato histórico
formal, los nueve libros de su Historia. Los mismos están escritos en un estilo
digresivo, donde lo anecdótico de las pequeñas historias se entrelaza con los
grandes episodios de la gran Historia, donde se consignan tanto detalles de color
como fechas y lugares, donde la fábula –ese otro nombre de la historia- encuentra
un espacio junto a los hechos.

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Su sucesor Tucídides, en cambio, narra la Guerra del Peloponeso, entre Atenas y


Esparta, pero sobre todo –más allá del foco distinto de su tarea de historiador-
realiza una fuerte crítica al método de Heródoto, postulándose a sí mismo como un
historiador más objetivo, y por ende más científico, un observador que expurgaba a
los relatos de su estofa novelesca y transcribía documentos y discursos de un modo
científico. Desde su óptica, seguramente Heródoto era un charlatán y él un sabio y
responsable hombre de ciencia.

Sin forzar demasiado las cosas, podríamos ubicar a Heródoto del lado de
las ficciones, mientras que Tucídides se sentiría cómodo junto a las realidades.

Cabría conjeturar, por qué no, un campo psicoanalítico que -obligado a escoger entre
una y otra y tensando la cuerda de los extremos- se deje tentar por entender la cura
como la progresiva reducción de las ficciones que estructuran la vida del neurótico, a
las realidades que lo esperan al final del camino. En otro extremo, podemos imaginar
una fracción de psicoanalistas que imaginan que la ficción forma parte de la misma
realidad, que no hay realidad sino ficcional y que en todo caso, aceptando esa cruda
evidencia, se trata de poder desnudar en algo y, sobre todo, propender a un saber
hacer mejor con esas ficciones.

Quizás lo único que hilvane la serie de excelentes textos que publicamos


en Argumentos –la primera parte de los textos prepublicados del XXX Congreso
Latinomericano- sea la imposibilidad de una distinción clara y precisa entre realidad y
ficción.

De un modo u otro, todos esos agudos artículos nos acercan a pensar un


psicoanálisis que, si es fiel a la verdad de su práctica, está más en la senda de
Heródoto que de Tucídides, pese a lo que anhelaríamos o incluso pese a lo que nos
convendría en tanto colectivo profesional.

Si nos sentimos algo incómodos dedicando nuestras vidas a un oficio inestable que
le presta tanta o incluso más atención a las incoherencias del sueño que a las
certezas del yo vígil, a los pequeños chismes que a las grandes declaraciones, a los
detalles que a las panorámicas, cuyos historiales –como bien sabía Freud- se leen
mejor como fábulas que como casuística científica… Si no nos acostumbramos del
todo a habitar ese terreno de arenas movedizas y pocas certezas más que la fe en el
inconciente y la confianza en un dispositivo tan simple como maravilloso, debiera

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confortarnos saber también lo que la moderna historiografía ha podido descubrir aún


en el adalid de la objetividad histórica. 

Pues está claro el modo en que Heródoto trabajaba, bastante cercano a como lo
hacía Freud: confiaba en lo que escuchaba sin someterlo a crítica ni filtro alguno,
prestaba atención por igual a los productos de la imaginación como a la narración
escueta de los hechos. Pero sucede también, contra todo pronóstico, que aquel
Tucídides tan amante de las realidades como crítico de su antecesor, no parece
haber estado del todo inmune al terreno ficcional. 

Hay algo de la máscara –científica avant la lettre– de Tucídides que cae cuando


comienza a advertirse que –tras el esfuerzo por relatar sólo hechos y discursos, tras
la puntillosidad en evitar distracciones y digresiones, tras la crítica de lo anecdótico y
la precisión metodológica de la que hacía gala- sus escritos mostraban algunas
sugerentes regularidades. Por ejemplo, los discursos que transcribía en su purismo
objetivista, aún atribuidos a distintos sujetos, se parecían demasiado entre sí… y por
ende se supone que a su autor. Y ante el pretendido relato exacto de los hechos
inexcusables frente al maremágnumde informes contradictorios de Heródoto, hoy en
día se advierte un cuidadoso trabajo de selección, de omisiones y cambios, de juicios
subrepticios e interpretaciones que remitían a un punto de vista determinado
políticamente y alineado con el poder.

En ese sentido, es evidente que hay una confianza de Heródoto en la ficción que no
se encuentra quizás en Tucídides. Sin embargo, esto no acerca más ni menos al
segundo a las complejas realidades que ambos pretende historiar. El deseo del
historiadoraparece de un modo u otro. Y como lo ha planteado con claridad Michel
De Certeau, historiador y psicoanalista[1], hay algo rechazado en el discurso científico
que toma forma ficcional, de literatura. Y en ese sentido, la ficción no es extraña a lo
real, y por el contrario puede estar –como quería Jeremy Bentham- más próxima a lo
real que el discurso “objetivo”.  

El dinero como ficción.

Un ejemplo evidente de cómo una ficción puede tener efectos en la realidad, tanto
simbólicos como imaginarios e incluso reales, es el del dinero.

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Esos billetes  con los que nuestros analizantes nos pagan sesión a sesión, esos
billetes más o menos limpios o arrugados que embolsamos día a día y con los
cuales nos ganamos la vida los analistas, no son otra cosa que ficciones. 

En este número de Calibán, en Vórtice, intentamos desplegar de modo coral y plural


algunos, sólo algunos de los puntos de vista a partir de los cuales podemos hablar
de un tema del que, curiosamente, no se habla demasiado. No se habla demasiado
en términos teóricos –en proporción a otros temas objeto de la discusión
psicoanalítica- aunque sabemos del peso libidinal que ocupa en las curas, aunque
nos reservamos el cobro en mano y personalmente de cada sesión, aunque nos
referimos a él, siguiendo el sabio consejo freudiano, con la menor mojigatería posible.
No se habla demasiado en términos teóricos aunque sí es frecuente motivo de
conversación informal entre analistas que, como los integrantes de cualquier otra
profesión liberal, nos encontramos obligados a intercambiar nuestro saber por
metálico, o mejor dicho, por papel.

Eso con lo que nuestros pacientes nos pagan (aunque pagan también con mucho
más que su dinero), es una ficción. Nada la encarna mejor que el dólar. Es en dólares,
esa común medida, esa lingua francade las transacciones económicas, que hicimos
una sucinta y sólo aproximativa comparación de honorarios en distintas ciudades, y
es en dólares que se miden por lo general los ingresos y los gastos a lo largo no sólo
de nuestra región sino del mundo entero. Las reservas soberanas de los países
suelen estar “respaldadas” en dólares, como si hubiera una realidad más sólida –en
divisas- para sostener nuestras a menudo endebles monedas nacionales. Las
mismas divisas obtienen a su vez respaldo de bienes valorables y codiciados como
el oro (aunque también han ocupado ese mismo lugar la plata, la sal, incluso el
ganado). Así, una “ficción” como el papel moneda circulante aparece sustentándose
en una aparente “realidad” como unas cuantas toneladas de oro en una bóveda que
no por ocupar ese espacio real o ser un mineral precioso y escaso extraído de las
entrañas de la tierra tiene menos valor ficcional.

Extremando aún más esta tensión entre realidad y ficción, es curioso e ilustrativo
saber en qué consiste el respaldo de los dólares en el único país en donde se
imprimen legalmente, los Estados Unidos. Más de un lector podría pensar que el
respaldo es en monedas extranjeras, pero no es así. O podría pensarse en que lo
respaldan sólidos lingotes de oro, pero tampoco es así. El respaldo de los dólares
estadounidenses es… ninguno, o la sola confianza que genera el Tesoro de un país

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poderoso. Hace muchos años ya, desde 1971, que la Reserva Federal abandonó el
respaldo en oro de la moneda que emite, extremando así el valor ficcional de los
billetes verdes que muchas veces orientan nuestras vidas. Hay allí, tras esos pedazos
de papel verde y sus sucedáneos –cheques, dinero electrónico, bonos o bitcoins–
apenas disimulada, cierta nada.

Es eso lo que pone de manifiesto la obra de Cildo Meirelles, Zero Dollar, que ilustra
estas líneas. Y también lo que el sugerente trabajo que Pablo Boneu –argentino
trashumante residente en México- muestra a través de su Máquina para destruir
dineroque dialoga con los textos de Vórtice.

Detrás de la máscara no hay nada.

Tomemos, nuevamente, a Heródoto y Tucídides como metáforas para pensar dos


modos de aproximarnos a la realidad. Podríamos suponer que, para Tucídides, una
selva de imaginerías enturbian el abordaje de la realidad, y le cabe entonces –al
historiador, al analista- el trabajo de desmalezarla de toda contaminación ficcional,
tras lo cual aparecería, desnuda y radiante, la realidad real. 

Heródoto en cambio, como lo imaginamos, no se preocuparía demasiado por eso,


despreocupado acerca de si lo que le cuentan es verdad o no, lo anota. Le otorga así
el mismo estatuto a la realidad que a la ficción y en ese sentido, no considera que
haya una máscara que vele lo real que le competa arrancar.

Muchas veces, en nuestro trabajo, ayudamos a los sujetos en análisis a quitarse


algunas máscaras… sólo para descubrir que aparecen otras. Nuestro oficio está más
cerca de la idea de la máscara como lugar desde donde la verdad puede decirse –tal
como se desprende de la entrevista a Juan Villoro que aparecerá en el próximo
número de Calibán– que en la idea de la máscara como disfraz, como falsedad. No
hay realidad sino enmascarada, ficcionalizada, y detrás de la máscara no cabe
encontrar una realidad última sino esa nada que la ficción del dinero apenas vela, y
que lo emparenta con el evanescente objeto que funciona como centro gravitacional
de la práctica analítica.

Algo de esto parece señalarnos el artista guatemalteco Luis González Palma en la


fotografía que aparece en la tapa de este número, y en la serie de fotografías que –
algunas en soledad, otras junto a Graciela de Oliveira- aparecen en las retiraciones:
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lejos de cualquier apuesta realista, sus obras son verdaderas ficciones, inventos
producidos para poder decir la verdad. 

Los artistas toman siempre un atajo para cernir esa verdad, que siempre se dice a
medias, mestiza entre la imposibilidad de decirse del todo y el necesario ropaje
ficcional, que nosotros intentamos aprehender con esfuerzo, paso a paso, en cada
análisis.

El arte –como Heródoto- no diferencia demasiado a la realidad de la ficción, sabe


que la realidad es ficcional tanto como la ficción es real. Picasso –de quien Lacan
tomara la prescripción metodológica que tan bien nos sienta: encontrar, más que
buscar- lo sabía bien cuando decía que “el arte es una mentira que nos hace ver la
verdad[2]”.

El modo en que el psicoanálisis cambió al mundo.

Desde principios de este milenio, al cumplirse un siglo de la invención del


psicoanálisis, se multiplican los encuentros que pivotean sobre los textos
fundacionales de nuestra disciplina, tales como el texto inagural, La interpretación
de los sueñoso Introducción del Narcisismo. Cabe esperar que los próximos veinte
años nos dispongamos a releer otros tantos, de Más allá del Principio del
Placera Construcciones del análisis. Siempre es oportuno releer a Freud, y siempre
encontramos allí más de lo que fuimos a buscar. 

Por nuestra parte, no hemos permanecido ajenos a esa tentación y tanto este
número de Calibán-RLPcomo el siguiente se harán eco de artículos freudianos
apenas centenarios. Sólo que los tomaremos apenas como excusas para hincar el
diente en nuestra contemporaneidad. Aprovecharemos algunas piedras de la cantera
freudiana como incitaciones a producir, a pensar. 

En El Múltiple interés del psicoanálisis, artículo publicado en 1913 a pedido de una
revista científica italiana, Scientia, donde Freud -quien contaba ya con las
fundaciones de su doctrina y a la vez intentaba hacer ver al mundo su potencial-
conjeturaba acerca de los posibles aportes a varias disciplinas. Lo que hemos hecho
desde Calibánes recoger ese guante para evaluar, un siglo después, qué quedó de
aquel proyecto freudiano, es decir cuánto de sus expectativas de transformar o al
menos incidir en el mundo se cumplió y cuánto no. En qué medida el psicoanálisis
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ha transformado o influido en artes y ciencias tan diversas como la lingüística o la


biología, la historia del arte o las sociología, la antropología o el derecho no es algo
que podamos decir los psicoanalistas. No podemos pues el riesgo es quedarnos en
discursos autocomplacientes donde creamos haber viajado a lugares donde apenas
se nos reconoce; o a la inversa, donde podamos ignorar una huella fértil trazada por
el descubrimiento del inconciente allí donde no nos lo imaginábamos. Por lo tanto,
hemos convocado a prestigiosos intelectuales que irán desgajando, en
nuestro dossier, la incidencia que el psicoanálisis ha tenido en sus respectivas
disciplinas. 

En este número de Calibáncomenzamos por la Pedagogía, el Derecho, el Cine, la


Literatura y la Arquitectura, con textos a cargo de extranjeros a nuestro campo –
aunque por lo que veremos, no tanto- como el crítico de cine Roger Koza o la experta
en educación Graciela Frigerio, ambos de Argentina, o la jurista canadiense Hélène
Tessier o el conocido arquitecto y urbanista argentino pero afincado en Río de
Janeiro, Jorge Jáuregui o la literata paulista Judith Rosenbaum. Y esto apenas para
empezar, pues iremos trazando, a partir de éste y también en el próximo número, un
panorama que muestre el modo en que el psicoanálisis ha cambiado –quizás- al
mundo en este último siglo.

El relato real.

En El Extranjero, el escritor -argentino residente en Montevideo- Elvio Gandolfo


aborda la misma temática que los autores de Argumentosy escribe –desde el lugar
de quien se gana la vida pergeñando ficciones- un encantador ensayo sobre la forma
en que realidad y ficción se entrecruzan, sobre la imposibilidad de una verdadera
diferenciación. 

Su texto se acomoda perfectamente a la sección que lo aloja, que tiene por función
interpelarnos desde el exterior de la práctica analítica, para repensar lo que sucede al
interior de la misma. Las peripecias de un escritor a la hora de construir sus
personajes, el “peso de lo real” en sus referencias y los “ataques de ficción” que lo
embargan, el afán de serle fiel y a la vez la necesidad de evitar hacer reconocible un
personaje, acerca de un modo sorprendente al analista que escribe, y por ende
construye, un caso clínico al escritor de ficción. 

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Realidad y ficción funcionan más bien como en la figura topológica de la banda de


Möebius: no hay discontinuidad allí y la realidad tal como la conocemos está
tramada por el relato, y cualquier relato –Gandolfo lo demuestra bien- obtiene sus
materiales de la cantera de la realidad. No hay realidad –para nosotros al menos- por
fuera de la posibilidad de relatarla: un analizante en el diván relata su realidad
refractada por su fantasma; tanto el sueño que eventualmente nos cuenta como las
peripecias de su día o incluso el relato que nosotros mismos podemos hacer de una
sesión al construirla como caso clínico, son relatos. 

Pero relatos reales, por citar el oxímoron con el que Javier Cercas ha cercadocon
precisión a la crónica: relatos que son inventos, pero inventos que sostienen una
apuesta ética, la de la fidelidad a lo real. Y en esa apuesta, por la vía del rodeo de la
ficción, logran destilar algunas gotas de verdad que echamos de menos en los
informes etnográficos, en las descripciones que apuntan a encastres tipológicos o en
las desgrabaciones obsesivas por las que el cientificismo siente debilidad. Un
historial clínico analítico, el de Dora o el del pequeño Hans o cualquiera de los que
construimos a diario, son a su modo relatos reales, crónicas de ese viaje que
hacemos con nuestros analizantes para ayudarlos a convertirse en lo que
verdaderamente son.

El afán historizador atraviesa este número también de otro modo, al haber


entrevistado a Elisábeth Roudinesco, responsable de algunos de las obras canónicas
acerca de la historia de una disciplina que le da lugar a la historia como pocas. La
entrevista que publicamos en Textuales la primera que hacemos en esa sección a
alguien que es psicoanalista además de historiadora, y la primera hecha a alguien de
fuera de Latinoamérica. Su perspectiva es doblemente valiosa pues a partir de la
autoría, junto a Michel Plon, del Diccionario de Psicoanálisisy otros proyectos, tiene
una amplitud de miras incomparable del estado del psicoanálisis en el mundo,
manteniéndose además ajena a miradas que, por lealtad a una u otra institución,
podrían empobrecer la lectura del conjunto. 

Como Roudinesco no se caracteriza precisamente por ser complaciente, podemos


tomar en serio lo que asevera respecto al psicoanálisis de nuestra región y su
potencia clínica, a menudo ignorada o incluso menospreciada en otras regiones.

En Fuera de Campo, publicamos, a tono con el particular modo que la clínica


psicoanalítica exige para ser contada, el texto de una conferencia pronunciada por

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Joel Birman en Río de Janeiro, en una de las por suerte ya habituales presentaciones
de Calibánque vienen suediéndose tanto en la Cidade Maravilhosa, como en Porto
Alegre o San Pablo, en Buenos Aires o Córdoba, en Madrid, Montevideo, México D.F.,
Lima o Montréal. Allí lo que una vez fue un sueño –es decir una ficción- el de tener
una revista latinoamericana que circule ampliamente, que encuentre sus lectores y
nos haga conocernos entre nosotros y hacia fuera de nuestro continente, comienza a
convertirse en una realidad.

En Clásica & Moderna, Marcelo Viñar pone al día a otro maestro latinoamericano
que, para hacer honor a la extranjería siempre inherente al lugar del psicoanalista,
nació en Francia: Willy Baranger.

Completa este número, además de nuestra Bitácorade viaje, con datos y lecturas


sugeridas, una crónica sobre Buenos Aires, otra de nuestras Ciudades Invisibles–
tan ficcional como real- en donde nos encontraremos los psicoanalistas
latinoamericanos al final del invierno, para continuar la discusión a la que desde las
páginas de Calibán, desde la apuesta deseante y comprometida de quienes
trabajamos en ella, intentamos contribuir y estimular.

[1]De Certeau, Michel, Historia y psicoanálisis, Universidad Iberoamericana, México


D.F., 2007, p. 21.

[2]Declaraciones hechas a Marius de Zayas en 1923, aparecidas en mayo de ese


mismo año en la revista The Arts de Nueva York

L O Ú LT I M O

P R E S E N TA C I O N E S

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Psicoanálisis, subjetividad &


capitalismo

El velo rasgado

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PUBLICACIONES

Correspondencia con Fernanda Marinho

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Más que humanos

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EXTRAMUROS

Cristina de Middel, o el arte como


travesura

Preguntas a la esfinge

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CO N V E R SA C I Ó N I N F I N I TA

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Leonardo Sbaraglia: “siempre quise


perseguir algo de la verdad”

Rosa Montero: “Vivir es irse


deshaciendo en el tiempo”

Ver Conversación Infinita

"PARA UN
PSICOANALISTA
NO ES
consult@marianohorenstein.com info@marianohorenstein.com
IMPORTANTE QUE
UNO DIGA LA
VERDAD, PORQUE
LAS MENTIRAS
SON TAN
INTERESANTES,
ELOCUENTES Y
REVELADORAS
COMO
CUALQUIER

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SUPUESTA
VERDAD"

Italo Calvino

Mariano Horenstein

Las imágenes de artistas corresponden a August Sander, Carolina Magnin, Luis González Palma, Hugo Aveta, Anish
Kapoor, Runo Lagomarsino

Arte y Desarrollo dipascuale.com

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