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Relatos del origen

Antología de textos narrativos


Séptimos básicos

*Esta compilación se construyó para uso exclusivo de los estudiantes de séptimo básico del Colegio
Compañía de María Seminario y tiene por objetivo servir a la lectura complementaria del mes de mayo
y el trabajo del OA 06 de la asignatura de Lengua y Literatura.
Popol Vuh – mito maya

Capítulo primero
Esta es la historia de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio;
todo inmóvil, callado, y vacía la extensión del cielo. Esta es la primera historia, el
primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces,
cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques: solo el cielo
existía. No se manifestaba la faz de la tierra. Solo estaban el mar en calma y el cielo
en toda su extensión. No había nada junto, que hiciera ruido, ni cosa alguna que se
moviera, ni se agitara, ni hiciera ruido en el cielo. No había nada que estuviera en
pie; solo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. No había nada dotado
de existencia. Solamente había inmovilidad y silencio en la oscuridad, en la noche.
Solo el Creador, el Formador, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores, estaban en
el agua rodeados de claridad. Estaban ocultos bajo plumas verdes y azules, por eso
se les llama Gucumatz. De grandes sabios, de grandes pensadores es su naturaleza.
De esta manera existía el cielo y también el Corazón del Cielo, que este es el nombre
de Dios. Así contaban.
Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz, en la
oscuridad, en la noche, y hablaron entre sí Tepeu y Gucumatz. Hablaron, pues,
consultando entre sí y meditando; se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y
su pensamiento. Entonces se manifestó con claridad, mientras meditaban, que
cuando amaneciera debía aparecer el hombre. Entonces dispusieron la creación y
el crecimiento de los árboles y los bejucos, y el nacimiento de la vida y la creación
del hombre.
Se dispuso así en las tinieblas y en la noche por el Corazón del Cielo, que se
llama Huracán. El primero se llama Caculhá-Huracán. El segundo es Chipi-Caculhá.
El tercero es Raxá-Caculhá. Y estos tres son el Corazón del Cielo. Entonces vinieron
juntos Tepeu y Gucumatz; entonces conferenciaron sobre la vida y la claridad, cómo
se hará para que aclare y amanezca, quién será el que produzca el alimento y el
sustento.
—¡Hágase así! ¡Que se llene el vacío! ¡Que esta agua se retire y desocupe [el
espacio], que surja la tierra y que se afirme! —así dijeron—. ¡Que aclare, que
amanezca en el cielo y en la tierra! No habrá gloria ni grandeza en nuestra creación
y formación hasta que exista la criatura humana, el hombre formado. Así dijeron.
Luego, la tierra fue creada por ellos. Así fue en verdad cómo se hizo la creación
de la tierra: —¡Tierra! —dijeron, y al instante fue hecha. Como la neblina, como la
nube y como una polvareda fue la creación, cuando surgieron del agua las

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montañas; y al instante crecieron las montañas. Solamente por un prodigio, solo
por arte mágica se realizó la formación de las montañas y los valles; y al instante
brotaron juntos los cipresales y pinares en la superficie. Y así se llenó de alegría
Gucumatz, diciendo: —¡Buena ha sido tu venida, Corazón del Cielo; tú, Huracán, y
tú, Chipi-Caculhá, Raxá-Caculhá! —Nuestra obra, nuestra creación será terminada
—contestaron.
Primero se formaron la tierra, las montañas y los valles; se dividieron las
corrientes de agua, los arroyos se fueron corriendo libremente entre los cerros, y
las aguas quedaron separadas cuando aparecieron las altas montañas. Así fue la
creación de la tierra, cuando fue formada por el Corazón del Cielo, el Corazón de la
Tierra, que así son llamados los que primero la fecundaron, cuando el cielo estaba
en suspenso y la tierra se hallaba sumergida dentro del agua. De esta manera se
perfeccionó la obra, cuando la ejecutaron después de pensar y meditar sobre su
feliz terminación.

Capítulo segundo

Luego hicieron a los animales pequeños del monte, los guardianes de todos los
bosques, los genios de la montaña, los venados, los pájaros, leones, tigres,
serpientes, culebras, cantiles [víboras], guardianes de los bejucos. Y dijeron los
Progenitores: —¿Solo silencio e inmovilidad habrá bajo los árboles y los bejucos?
Conviene que en lo sucesivo haya quien los guarde. Así dijeron cuando meditaron
y hablaron en seguida. Al punto fueron creados los venados y las aves.
En seguida les repartieron sus moradas a los venados y a las aves. —Tú, venado,
dormirás en la vega de los ríos y en los barrancos. Aquí estarás entre la maleza,
entre las hierbas; en el bosque te multiplicarás, en cuatro pies andarás y te
sostendrás —y así como se dijo, se hizo. Luego designaron también su morada a los
pájaros pequeños y a las aves mayores: —Vosotros, pájaros, habitaréis sobre los
árboles y los bejucos, allí haréis vuestros nidos, allí os multiplicaréis, allí os
sacudiréis en las ramas de los árboles y de los bejucos.
Así les fue dicho a los venados y a los pájaros para que hicieran lo que debían
hacer, y todos tomaron sus habitaciones y sus nidos. De esta manera los
Progenitores les dieron sus habitaciones a los animales de la tierra. Y estando
terminada la creación de todos los cuadrúpedos y las aves, les fue dicho a los
cuadrúpedos y pájaros por el Creador y el Formador y los Progenitores: —Hablad,
gritad, gorjead, llamad, hablad cada uno según vuestra especie, según la variedad
de cada uno.
Así les fue dicho a los venados, los pájaros, leones, tigres y serpientes. —Decid,
pues, nuestros nombres, alabadnos a nosotros, vuestra madre, vuestro padre.
¡Invocad, pues, a Huracán, Chipi-Calculhá, Raxa-Calculhá, el Corazón del Cielo, el

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Corazón de la Tierra, el Creador, el Formador, los Progenitores; ¡hablad,
invocadnos, adoradnos! —les dijeron.

Pero no se pudo conseguir que hablaran como los hombres; solo chillaban,
cacareaban y bramaban; no se manifestó la forma de su lenguaje, y cada uno
gritaba de manera diferente.
Cuando el Creador y el Formador vieron que no era posible que hablaran, se
dijeron entre sí: —No ha sido posible que ellos digan nuestro nombre, el de
nosotros, sus creadores y formadores. Esto no está bien —dijeron entre sí los
Progenitores. Entonces se les dijo: —Seréis cambiados porque no se ha conseguido
que habléis. Hemos cambiado de parecer: vuestro alimento, vuestra pastura,
vuestra habitación y vuestros nidos los tendréis, serán los barrancos y los bosques,
porque no se ha podido lograr que nos adoréis ni nos invoquéis. Todavía hay
quienes nos adoren, haremos otros [seres] que sean obedientes. Vosotros aceptad
vuestro destino: vuestras carnes serán trituradas. Así será. Esta será vuestra suerte.
Así dijeron cuando hicieron saber su voluntad a los animales pequeños y
grandes que hay sobre la faz de la tierra. Luego quisieron probar suerte
nuevamente; quisieron hacer otra tentativa y quisieron probar de nuevo a que los
adoraran. Pero no pudieron entender su lenguaje entre ellos mismos, nada
pudieron conseguir y nada pudieron hacer. Por esta razón fueron inmoladas sus
carnes y fueron condenados a ser comidos y matados los animales que existen
sobre la faz de la tierra.
Así, pues, hubo que hacer una nueva tentativa de crear y formar al hombre por
el Creador, el Formador y los Progenitores. —¡A probar otra vez! Ya se acercan el
amanecer y la aurora; hagamos al que nos sustentará y alimentará. ¿Cómo haremos
para ser invocados, para ser recordados sobre la tierra? Ya hemos probado con
nuestras primeras obras, nuestras primeras criaturas; pero no se pudo lograr que
fuésemos alabados y venerados por ellos. Probemos ahora a hacer unos seres
obedientes, respetuosos, que nos sustenten y alimenten. Así dijeron.
Entonces fue la creación y la formación. De tierra, de lodo hicieron la carne [del
hombre]. Pero vieron que no estaba bien, porque se deshacía, estaba blando, no
tenía movimiento, no tenía fuerza, se caía, estaba aguado, no movía la cabeza, la
cara se le iba para un lado, tenía velada la vista, no podía ver hacia atrás. Al principio
hablaba, pero no tenía entendimiento. Rápidamente se humedeció dentro del agua
y no se pudo sostener.
Y dijeron el Creador y el Formador: —Bien se ve que no podía andar ni
multiplicarse. Que se haga una consulta acerca de esto —dijeron. Entonces
desbarataron y deshicieron su obra y su creación. Y en seguida dijeron: —¿Cómo
haremos para perfeccionar, para que salgan bien nuestros adoradores, nuestros
invocadores? Así dijeron cuando de nuevo consultaron entre sí: —Digámosles a
Ixpiyacoc, Ixmucané, Hunahpú-Vuch, Hunahpú-Utiú: ¡Probad suerte otra vez!

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¡Probad a hacer la creación! Así dijeron entre sí el Creador y el Formador cuando
hablaron a Ixpiyacoc e Ixmucané.

En seguida les hablaron a aquellos adivinos, la abuela del día, la abuela del alba,
que así eran llamados por el Creador y el Formador, y cuyos nombres eran Ixpiyacoc
e Ixmucané. Y dijeron Huracán, Tepeu y Gucumatz cuando le hablaron al agorero,
al formador, que son los adivinos: —Hay que reunirse y encontrar los medios para
que el hombre que formemos, el hombre que vamos a crear nos sostenga y
alimente, nos invoque y se acuerde de nosotros. —Entrad, pues, en consulta,
abuela, abuelo, nuestra abuela, nuestro abuelo, Ixpiyacoc, Ixmucané, haced que
aclare, que amanezca, que seamos invocados, que seamos adorados, que seamos
recordados por el hombre creado, por el hombre formado, por el hombre mortal,
haced que así se haga.
—Dad a conocer vuestra naturaleza, Hunaphú-Vuch, Hunahpú-Utiú, dos veces
madre, dos veces padre, Nim-Ac, Nimá-Tziís, el Señor de la esmeralda, el joyero, el
escultor, el tallador, el Señor de los hermosos platos, el Señor de la verde jícara, el
maestro de la resina, el maestro Toltecat, la abuela del sol, la abuela del alba, que
así seréis llamados por nuestras obras y nuestras criaturas. —Echad la suerte con
vuestros granos de maíz y de tzité. Hágase así y se sabrá y resultará si labraremos o
tallaremos su boca y sus ojos en madera.
Así les fue dicho a los adivinos. A continuación, vino la adivinación, la echada de
la suerte con el maíz y el tzité. —¡Suerte! ¡Criatura! —les dijeron entonces una vieja
y un viejo. Y este viejo era el de las suertes del tzité, el llamado Ixpiyacoc. Y la vieja
era la adivina, la formadora, que se llamaba Chiracán Ixmucané. Y comenzando la
adivinación, dijeron así: —¡Juntaos, acoplaos! ¡Hablad, que os oigamos, decid,
declarad si conviene que se junte la madera y que sea labrada por el Creador y el
Formador, y si este [el hombre de madera] es el que nos ha de sustentar y alimentar
cuando aclare, cuando amanezca! —Tú, maíz; tú, tzité; tú, suerte; tú, criatura;
¡uníos, ayuntaos! —le dijeron al maíz, al tzité, a la suerte, a la criatura—. ¡Ven a
sacrificar aquí, Corazón del Cielo; no castiguéis a Tepeu y Gucumatz!
Entonces hablaron y dijeron la verdad: —Buenos saldrán vuestros muñecos
hechos de madera; hablarán y conversarán vuestros muñecos hechos de madera,
hablarán y conversarán sobre la faz de la tierra. —¡Así sea! —contestaron, cuando
hablaron.
Y al instante fueron hechos los muñecos labrados en madera. Se parecían al
hombre, hablaban como el hombre y poblaron la superficie de la tierra. Existieron
y se multiplicaron; tuvieron hijas, tuvieron hijos los muñecos de palo; pero no
tenían alma, ni entendimiento, no se acordaban de su Creador, de su Formador;
caminaban sin rumbo y andaban a gatas. Ya no se acordaban del Corazón del Cielo
y por eso cayeron en desgracia.

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Fue solamente un ensayo, un intento de hacer hombres. Hablaban al principio,
pero su cara estaba enjuta; sus pies y sus manos no tenían consistencia; no tenían
sangre, ni substancia, ni humedad, ni gordura; sus mejillas estaban secas, secos sus
pies y sus manos, y amarillas sus carnes. Por esta razón ya no pensaban en el
Creador ni en el Formador, en los que les daban el ser y cuidaban de ellos. Estos
fueron los primeros hombres que en gran número existieron sobre la faz de la
tierra.
Fuente: Popol Vuh, las antiguas historias del quiché. (2009). México: Fondo de
Cultura Económica. (Fragmento).

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Génesis – La Biblia

1. Dios ordena el universo


En el principio, cuando Dios creó los cielos y la tierra, todo era confusión y no
había nada en la tierra. Las tinieblas cubrían los abismos mientras el espíritu de Dios
aleteaba sobre la superficie de las aguas.
Dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz. Dios vio que la luz era buena, y separó la luz
de las tinieblas. Dios llamó a la luz “Día” y a las tinieblas “Noche”. Atardeció y
amaneció: fue el día Primero.
Dijo Dios: “Haya una bóveda en medio de las aguas, para que separe unas aguas
de las otras”. Hizo Dios entonces como una bóveda y separó unas aguas de las otras:
las que estaban por encima del firmamento, de las que estaban por debajo de él. Y
así sucedió. Dios llamó a esta bóveda “Cielo”. Y atardeció y amaneció: fue el día
Segundo.
Dijo Dios: “Júntense las aguas de debajo de los cielos en un solo depósito, y
aparezca el suelo seco”. Y así fue. Dios llamó al suelo seco “Tierra” y al depósito de
las aguas, “Mares”. Y vio Dios que era bueno. Dijo Dios: “Produzca la tierra hierba,
plantas que den semilla, y árboles frutales que por toda la tierra den fruto con su
semilla dentro, cada uno según su especie”. Y así fue. La tierra produjo hierba,
plantas que dan semillas y árboles frutales que dan fruto con su semilla dentro,
cada uno según su especie. Dios vio que esto era bueno. Y atardeció y amaneció:
fue el día Tercero.
Dijo Dios: “Haya luceros en el cielo que separen el día de la noche, que sirvan
para señalar las fiestas, los días y los años, y que brillen en el firmamento para
iluminar la tierra”. Y así sucedió. E hizo Dios los dos grandes luceros: el lucero mayor
para regir el día, el lucero menor para regir la noche, e hizo también las estrellas.
Dios los colocó en lo alto de los cielos para iluminar la tierra, para regir el día y la
noche, y separar la luz de las tinieblas; y vio Dios que esto era bueno. Y atardeció y
amaneció: fue el día Cuarto.
Dijo Dios: “Llénense las aguas de seres vivos y revoloteen aves sobre la tierra y
bajo el firmamento”. Dios creó entonces los grandes monstruos marinos y todos
los seres que viven en el agua según su especie, y todas las aves, según su especie.
Y vio Dios que todo ello era bueno. Los bendijo Dios, diciendo: “Crezcan,
multiplíquense y llenen las aguas del mar, y multiplíquense asimismo las aves sobre
la tierra”. Y atardeció y amaneció: fue el día Quinto.

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Dijo Dios: “Produzca la tierra seres vivientes según sus especies: animales del
campo, reptiles y fieras”. Y así fue. Dios hizo las distintas clases de animales salvajes
según su especie, los animales del campo según sus especies, y todos los reptiles
de la tierra según sus especies. Y vio Dios que todo esto era bueno.
Dijo Dios: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Que tenga
autoridad sobre los peces del mar y sobre las aves del cielo, sobre los animales del
campo, las fieras salvajes y los reptiles que se arrastran por el suelo”. Y creó Dios al
hombre a su imagen.
A imagen de Dios los creó. Varón y mujer los creó. Dios los bendijo diciéndoles:
“Sean fecundos y multiplíquense. Llenen la tierra y sométanla. Tengan autoridad
sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se
mueve sobre la tierra”. Dijo Dios: “Hoy les entrego para que se alimenten toda clase
de plantas con semillas que hay sobre la tierra, y toda clase de árboles frutales. A
los animales salvajes, a las aves del cielo y a todos los seres vivientes que se mueven
sobre la tierra, les doy pasto verde para que coman”. Y así fue. Dios vio que todo
cuanto había hecho era muy bueno. Y atardeció y amaneció: fue el día Sexto.
Así estuvieron terminados el cielo, la tierra y todo lo que hay en ellos. El día
Séptimo Dios tuvo terminado su trabajo, y descansó en ese día de todo lo que había
hecho. Bendijo Dios el Séptimo día y lo hizo santo, porque ese día descansó de sus
trabajos después de toda la creación que había hecho.
Fuente: La Biblia Latinoamericana. (1972) Ed. San Pablo. Santiago de Chile.

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La creación del mundo – mito mapuche
En la Tierra no había nada. Un espíritu poderoso vivía en el aire y aplastó a los
de menos poder que se rebelaron, convirtiéndolos en montañas y volcanes, y a los
arrepentidos, en estrellas. Para que habitara en la Tierra, el Poderoso transformó
en hombre a un espíritu que era hijo suyo, el cual al caer quedó aturdido.
La madre del joven sintió pena y para mirarlo abrió en el cielo una ventanilla
por donde asoma su pálida cara. El Poderoso tomó una estrella y convirtiéndola en
mujer le ordenó que fuera a acompañar a su hijo. Esta, para llegar hasta el joven,
tenía que caminar a pie.
Para que no se lastimase, el Poderoso ordenó que a su paso crecieran las
hierbas y flores. Ella jugaba con estas y las trocaba en aves y mariposas. Y después
de que pasaba, la hierba que su pie había tocado se convertía en selva gigantesca.
El joven y la niña se juntaron y, unidos, hallaron que el mundo era más bello.
En el día, el Poderoso los miraba por un ventanillo redondo y era el sol. En la
noche, era la madre del joven la que abría el ventanillo y mostraba su rostro pálido:
era la Luna.
Fuente: Plath, O. (2009). La creación del mundo. En Geografía del mito y la
leyenda chilenos. Santiago: Fondo de Cultura Económica.

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Eclipse solar y eclipse lunar - Mito coreano.
Versión de Pegang Juang
En ese alto cielo, lejos de la Tierra, hay innumerables naciones. Todas las
estrellas que brillan en el cielo constituyen esas naciones. Hay muchas más
naciones en el cielo que en la Tierra. Y más extrañas. Entre esas incontables
naciones había un país llamado “País de la Oscuridad”.
Como su nombre indica, era un país dominado por las tinieblas. No se veía el
Sol ni la Luna. En él vivían muchos perros feroces y temibles llamados “perros de
fuego”. El rey de ese país vivía amargado porque su reino permanecía en la total
oscuridad. —¿No habrá manera de iluminar mi reino? —se decía.
Después de mucho cavilar, decidió robarle a la Tierra su Sol y su Luna. No tenía
otra alternativa. Aquel rey vivía celoso del Sol y la Luna que flotaban en el cielo de
la Tierra. Un día, el rey decidió enviar a la Tierra al perro de fuego más feroz e
indomable. “¡Ve y tráeme el Sol!”, ordenó al perro de fuego. Volando, el perro más
feroz e indomable partió rumbo al cielo de la Tierra. Una masa roja como una bola
de fuego surcó el espacio.
El perro cogió entre sus fauces al Sol, de una mordida. El Sol quemaba y obligó
al perro a escupir aquella masa incandescente. Todo el hocico le ardía. Intentó
morderlo de nuevo, pero cada vez que lo hacía tenía que soltarlo. La bola de fuego
era demasiado caliente. Desistió de su intento y tuvo que regresar agotado al reino
de las tinieblas.
El rey del “País de la Oscuridad” regañó severamente al perro que regresó sin
el Sol. Entonces, el rey pensó que, si no podía llevarle el Sol, al menos podría llevarle
la Luna. Ordenó, pues, al perro que le trajera la Luna. “¡Tráeme la Luna! Como no
es caliente, no tienes excusa para no cumplir mi orden”, le dijo al perro de fuego.
Con valor renovado, el perro surcó el cielo de la noche rumbo a la Luna que
flotaba en el cielo con su luz blanca. Al perro le pareció que la Luna no sería tan
caliente porque no se oía el chisporroteo de las llamas. “Esto resultará fácil”, pensó
el perro, confiado.
Mordió la Luna con todas sus fuerzas. Creía que iba a destrozarla, pero
comprobó que era dura. ¿Qué pasó? Apenas la mordió tuvo que escupirla,
atemorizado. La Luna estaba helada, más fría que el hielo. No podía sostenerla
entre los dientes, de tal modo que tampoco pudo transportar la Luna a su reino.
El rey del “País de la Oscuridad” no cejó en su empeño. Cuando lo cree
oportuno, sigue enviando un perro de fuego con la misión de robarle a la Tierra su
Sol y su Luna. Es obvio que nunca lo consigue porque el perro de fuego regresa
siempre sin nada en el hocico. Cuando el perro de fuego muerde el Sol o la Luna, la
parte mordida se oscurece. La gente habla, entonces, de “eclipse de Sol” o “eclipse

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de Luna”. Al perro se le llamó “perro de fuego” porque muerde el fuego. La escena
puede verse desde la Tierra, pero la mordida del Sol no puede verse directamente,
porque el Sol brilla demasiado. Se puede ver si se mira el Sol reflejado en una jofaina
llena de tinta negra. Dicen algunos que, cuando hay eclipse de Luna, puede verse
—de la misma manera— al perro de fuego mordiendo y escupiendo la Luna.
Eclipse solar y eclipse lunar. (2002). En Juang, P. Mitos coreanos. Madrid:
Verbum

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Génesis - Marco Denevi

Con la última guerra atómica, la humanidad y la civilización desaparecieron.


Toda la tierra fue como un desierto calcinado. En cierta región de Oriente
sobrevivió un niño, hijo del piloto de una nave espacial.
El niño se alimentaba de hierbas y dormía en una caverna. Durante mucho
tiempo, aturdido por el horror del desastre, solo sabía llorar y clamar por su padre.
Después sus recuerdos se oscurecieron, se disgregaron, se volvieron arbitrarios y
cambiantes como un sueño; su horror se transformó en un vago miedo. A ratos
recordaba la figura de su padre, que le sonreía o lo amonestaba, o ascendía a su
nave espacial, envuelta en fuego y en ruido, y se perdía entre las nubes. Entonces,
loco de soledad, caía de rodillas y le rogaba que volviese.
Entretanto la tierra se cubrió nuevamente de vegetación; las plantas se
cargaron de flores; los árboles, de frutos. El niño, convertido en un muchacho,
comenzó a explorar el país. Un día, vio un ave. Otro día vio un lobo. Otro día,
inesperadamente, se halló frente a una joven de su edad que, lo mismo que él,
había sobrevivido a los estragos de la guerra atómica.
-¿Cómo te llamas? -le preguntó.
-Eva -contestó la joven-. ¿Y tú?
-Adán.
FIN
Recuperado de Biblioteca digital Ciudad Seva

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El nacimiento de Zeus - mito griego

Zeus, rey de los dioses y de los hombres, debió recorrer un largo camino antes
de llegar a organizar el Monte Olimpo, la vivienda celestial. Antes de que él naciera,
su padre Cronos (el tiempo), gracias al acuerdo con sus hermanos Titanes: Océano,
titán de los mares y los ríos; Hiperión, padre del Sol, la Luna y la Aurora; Temis, la
Justicia; Mnemósine, la memoria; y otros que es difícil recordar, gobernaba un
mundo en el que todo era armonía y felicidad. De hecho, los antiguos poetas
llamaron Edad de Oro a ese período.

Pero tanta paz iba a durar poco. Todo empezó a complicarse cuando una
profecía le pronosticó a Cronos que un hijo suyo lo destronaría de la misma forma
en que él había destronado a su padre.

Poco después, Cronos y la titánica Rea tuvieron a su primer hijo. Como el titán
no estaba dispuesto a perder su poder, devoró a su hijo, y la misma suerte corrieron
todos los hermanos. Pero a Rea le resultaba muy doloroso perder a sus hijos, así
que siguiendo el consejo de su padre; Urano, el Cielo, decidió engañar a su cruel
esposo.

Cuando notó que iba a dar a luz nuevamente se escondió en una cueva. Allí tuvo
a un niño, a quien llamó Zeus. Enseguida envolvió con pañales y una gran piedra y
durante la noche se la entregó a Cronos
quien, sin dudarlo, tragó el envoltorio creyendo que había devorado a su último
hijo. Mientras tanto, Rea mantuvo oculto al niño enviándolo a la isla de Creta,
donde fue criado en una oscura y profunda caverna del monte Ida.

El joven dios fue cuidado por las ninfas Melisas, que lo alimentaban con miel de
abejas y con leche de la cabra Amaltea. También custodiaban al niño unos
sacerdotes guerreros que velaban la entrada de la cueva. Para evitar que el llanto
del pequeño fuera oído por Cronos, los sacerdotes golpeaban sus escudos de
bronce al compás de una danza que imitaba los movimientos de los guerreros
durante el combate.

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En una ocasión, la cabra Amaltea se rompió un cuerno al chocar contra un árbol.
Las ninfas tomaron el cuerno, lo llenaron de frutos silvestres y se lo ofrecieron al
niño. (Cuando Zeus creció, no olvidó la bondad de Amaltea y, en su honor, puso
entre las constelaciones del Cielo a la cabra, su nodriza. El cuerno roto, a su vez,
pasó a ser considerado símbolo de la abundancia, y con la piel de la cabra recubrió
su escudo, la égida, que se volvió impenetrable frente a cualquier arma).

De este modo, el dios creció bajo la protección de las ninfas y de los sacerdotes,
y se transformó en un joven fuerte y aguerrido. Entonces, apoyado por su madre,
Zeus ideó un plan para librarse de Cronos. Se asoció con Metis, la Prudencia, quien
preparó una poción mágica que Rea, con engaños, hizo beber a Cronos.

Apenas las primeras gotas del brebaje atravesaron su garganta, el padre


desalmado vomitó uno a uno a los hijos que había devorado, incluida la piedra con
la que había sido engañado por su mujer.

Así fue como Zeus y sus hermanos se enfrentaron a su padre. Algunos Titanes
se unieron a los jóvenes dioses. Otros, en cambio, apoyaron a Cronos y se
prepararon para defenderlo.

Tras diez años de lucha, Zeus y sus hermanos salieron victoriosos y se


distribuyeron el Universo. Zeus, el más poderoso, recibió el Reino del Cielo; su
hermano Poseidón, el Reino del Mar, y Hades, el Mundo Infernal, es decir, el sector
del mundo ubicado bajo la Tierra.

Fuente: Texto séptimo básico, Lengua y Literatura (2019). Ed SM. Santiago de


Chile

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Deméter - Mito griego
Versión de Ana María Shua
Deméter es la diosa de la tierra cultivada y del trigo. Tuvo una sola hija,
Perséfone, a la que adoraba. Pero su tenebroso tío Hades, el rey del mundo
subterráneo, se enamoró de ella.
Cierto día, Perséfone estaba juntando flores para adornar su morada en el
Olimpo y se inclinó para arrancar un lirio. En ese momento, la tierra se abrió,
apareció Hades y tomó a Perséfone por la cintura. Inmediatamente volvió a
hundirse en las profundidades de su reino. Deméter alcanzó a escuchar el grito que
había lanzado Perséfone al hundirse en la tierra.
La madre, desesperada, dejó el Olimpo y salió a buscar a su hija por el mundo.
Durante nueve días y nueve noches sin comer ni beber, Deméter recorrió todo el
mundo conocido hasta enterarse de lo sucedido por los habitantes de la región
donde se había realizado el rapto.
Furiosa con su hermano Hades, decidió no regresar al Olimpo hasta que no le
devolvieran a su hija. Transformada en una anciana, se sentó durante días enteros
en una roca, llamada desde entonces “Piedra sin alegría”. Después se emprendió
como nodriza y al niño que ayudó a criar le dio como misión difundir el cultivo del
trigo en el mundo. Pero, entretanto, al faltar Deméter del Olimpo, la tierra entera
se volvió estéril y ya nada crecía en ella.
Zeus ordenó a Hades que devolviera a Perséfone para establecer el orden del
universo. Y sin embargo ni siquiera Zeus podía hacer que Perséfone volviera con su
madre. Porque cualquiera que come o bebe algo en el mundo de los muertos queda
atrapado para siempre. El error de Perséfone fue probar, convidada por su marido,
una simple semilla de granada. Ya no podía regresar al Olimpo.

Zeus tuvo que encontrar la manera de conformar a Deméter para convencerla


de que volviera a hacerse cargo de sus deberes de diosa. Perséfone tendría que
vivir para siempre en el Mundo de los Muertos, pero cada año podría volver por
tres meses a la Tierra para estar cerca de su madre. Desde entonces, cada vez que
su hija vuelve a la Tierra, la felicidad de Deméter hace que broten los tallos, crezcan
las hojas, se abran las flores. Los mortales la llaman Primavera.
Fuente: Shua, A. (2011). Deméter. En Dioses y héroes de la mitología griega.
México D. F.: Alfaguara.

*Esta compilación se construyó para uso exclusivo de los estudiantes de séptimo básico del Colegio
Compañía de María Seminario y tiene por objetivo servir a la lectura complementaria del mes de mayo
y el trabajo del OA 06 de la asignatura de Lengua y Literatura.
Rómulo y Remo – Mito Romano

La princesa Rea Silvia, vivía en Alba Longa, una ciudad fundada junto al río Tiber,
cuando Nimitor era su rey. Sin embargo, Amulius, hermanos de Nimitor quería para
sí el reinado. Violentamente le destronó, mató a sus herederos y obligó a su
sobrina, Rea Silvia, a convertirse en una sacerdotisa para evitar que tuviera hijos
que le pudieran quitar el trono.

Sin embargo, Rea Silvia quedó embarazada de Marte, dios de la guerra, y dio a
luz a dos gemelos, a quienes puso por nombre Rómulo y Remo. Cuando Amulio se
enteró, entró en cólera, encarceló a Rea Silvia y mandó dejar a los bebés junto al
río Tíber para que murieran ahogados.

Pero el sirviente encargado de esta tarea, se compadeció de los bebés y les


colocó dentro de una canasta que empujó río abajo. Rómulo y Remo viajaron sobre
las aguas hasta la zona de las siete colinas.

Allí, los niños fueron encontrados por una loba llamada Luperca que los cuidó
en su guarida, en la colina Palatina, hasta que fueron encontrados por un pastor y
su esposa, quienes los criaron como si fueran sus propios hijos.

Cuando ya fueron adultos, Rómulo y Remo se habían convertido en dos jóvenes


fuertes y aguerridos, eran líderes natos. Un día Remo fue capturado por las tropas
del rey Amulius y fue llevado ante él. Fue entonces cuando descubrió su verdadera
identidad, supo que era hijo de la princesa Rea Silvia y que Amulius había echado
del trono al verdadero rey.

Mientras, Rómulo había reunido a unos cuantos pastores para rescatar a su


hermano. Tras una dura batalla, acabaron matando a Amulius y el rey Nimitor
recuperó su trono.

Cuando el pueblo supo quiénes eran los niños, se ofrecieron a coronarlos como
reyes conjuntos. Podrían ser gobernantes de su tierra natal. Sin embargo,
rechazaron las coronas porque querían fundar su propia ciudad. Los gemelos
marcharon a buscar el lugar perfecto para su ciudad. Los gemelos viajaron por las
siete colinas: (Cermalus, Cispius, Fagutal, Oppius, Palatium, Sucusa y Velia).

Remo deseaba comenzar la ciudad en el monte Aventino, mientras que Rómulo


prefería el monte Palatino. Para decidir qué hermano tenía razón, acordaron
esperar una señal de los dioses, un augurio, para determinar qué colina habría de
ser su nuevo reino. Remo vio primero la señal de seis buitres, pero Rómulo vio doce.
Cada uno afirmó haber ganado.

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Compañía de María Seminario y tiene por objetivo servir a la lectura complementaria del mes de mayo
y el trabajo del OA 06 de la asignatura de Lengua y Literatura.
Y, a pesar de que Rómulo había visto más pájaros, Remo argumentó que él los
había visto primero y, por lo tanto, la ciudad debería construirse en el Aventino.
Mientras tanto, Rómulo comenzó a construir un muro en su colina, que Remo
decidió saltar. Enfurecido por la acción de su hermano, Rómulo lo mató.

Con Remo muerto, Rómulo siguió creando su ciudad que fue fundada el 21 de
abril de 753 a. C., se coronó a sí mismo rey y la nombró Roma en su propio honor.

*Esta compilación se construyó para uso exclusivo de los estudiantes de séptimo básico del Colegio
Compañía de María Seminario y tiene por objetivo servir a la lectura complementaria del mes de mayo
y el trabajo del OA 06 de la asignatura de Lengua y Literatura.
Baucis y Filenón – Mito griego

En una antigua región de Asia menor llamada Frigia, en lo alto de una colina
viven dos árboles milenarios, un roble y un tilo rodeados por un viejo muro. En sus
ramas entrelazadas siempre suele haber alguna corona de flores y muy cerca de allí
se encuentra un lago pantanoso de cuyas aguas beben sus raíces.

Hace muchos años llegaron a esa misma región Zeus y su hijo Hermes
quienes habían decidido dejar de ser dioses por un día y adoptar la figura humana
para poner a prueba la hospitalidad de los hombres.

Llamaron a mil puertas pidiendo que les dejasen una cama en la que pasar la
noche, pero el carácter de los habitantes de la zona era duro y egoísta y los dioses
no hallaron cobijo en ninguna parte, hasta que ya, en el extremo del pueblo, dieron
con una diminuta cabaña con tejado de paja y cañas.

En ella vivían el anciano Filemón y su esposa Baucis, un matrimonio muy


pobre pero feliz que llevaba toda la vida juntos y vivían pese a su pobreza contentos
y apacibles en su humilde choza.

Al acercarse Zeus y Hermes a la humilde cabaña, la honrada pareja salió a su


encuentro. Rápidamente el anciano les ofreció asiento y Baucis, su mujer, se
apresuró a cubrirlo con toscas telas. Sin tomarse un respiro, la viejecita corrió al
otro lado de la habitación para avivar el fuego sobre el que colocaban el caldero,
en el que preparó una sopa con los escasos medios que tenían.

Para que a los forasteros no se les hiciera larga la espera se esforzaron en


entretenerlos con una charla inocente, además de verter agua en el barreño para
que sus huéspedes se pudiesen refrescar los pies, cansados como debía estar de
tanto caminar.

Los dioses aceptaron todo lo que les ofrecían con una amable sonrisa y tras
preparar el diván en el que pasarían la noche la viejita Baucis, encorbada y con
mano temblorosa arregló la mesa delante del diván, en la que colocó todos los
manjares que podía ofrecer a sus huéspedes. Había aceitunas, cerezas silvestres
que Filemón recogían cada otoño y Baucis se encargaba en confitar en un jugo
espeso y transparente; había achicoria, remolacha, un queso rústico, miel, nueces,
higos y dátiles, además de huevos y la sopa que con tanto cariño había hecho para
ellos en su viejo caldero.

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Todo lo sirvió Baucis en los únicos cuencos que tenían, además de sacar los
vasos de madera tallada en el que beberían el vino. Pero lo mejor de la comida era
sin duda las caras hospitalarias y bondadosas de los excelentes viejos. Mientras
todos disfrutaban saboreando la comida y la bebida, el anciano Filemón observó
que, a pesar de que se llenaban una y otra vez los vasos, la jarra que contenía el
vino nunca se vaciaba, es más, siempre estaba a rebosar.

Entonces asustado comprendió a quiénes albergaba. Lleno de angustia, él y


su anciana compañera rogaron a sus huéspedes que fueran benévolos con ellos y
tuvieran compasión por la manera tan humilde con la que les habían acogido. Y sin
tan siquiera preguntar corrieron afuera para intentar coger a la única oca, vieja y
flaca como ellos, que tenían y ofrecérsela a sus celestiales invitados.

Por supuesto la oca corría más que ellos y fue a refugiarse dentro de la casa,
justo al lado de Zeus y Hermes que divertidos contemplaban la escena. Cuando los
ánimos se hubieron calmado un poquito y los pobres ancianos lograron serenarse
escucharon de los labios sonrientes de Zeus lo siguiente:

– Efectivamente, ¡Somos dioses! y hemos descendido


a la Tierra para comprobar la hospitalidad de los humanos.
Lo cierto es que vuestros huraños vecinos se han mostrado
absolutamente desalmados por lo que obtendrán su castigo;
en cuanto a vosotros, dejad esta casa y seguidnos a lo alto
de la montaña.

Los viejos obedecieron y apoyándose en sus bastones, emprendieron como


pudieron, la subida al empinado monte. Cuando apenas les faltaban diez pasos para
llegar a la cumbre, volvieron la vista atrás y vieron como todo su pueblo se había
convertido en un mar tumultuoso en el que únicamente, cual una isla, emergía su
humilde cabaña.

Mientras contemplaban atónitos aquel espectáculo, sufriendo por la suerte


de sus vecinos, su cabaña se transformó en un esbelto templo de techos dorados y
suelo de mármol sostenido por columnas. Entonces Zeus se dirigió a ellos con
semblante bondadoso y les preguntó:

—Decidme, ancianos, ¿cuál es vuestro mayor deseo?

Tras intercambiar unas pocas palabras entre ellos, Filemón, con voz
temblorosa, respondió:

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—¡Quisiéramos ser tus sacerdotes! y guardar de tu templo como antes
guardábamos de nosotros. Y puesto que hemos vivido tantos años en amor y
armonía, haz que los dos nos despidamos de este mundo el mismo día y a la misma
hora; de este modo nunca tendremos que vivir el uno sin el otro.

Y así fue, Zeus les concedió sus deseos. Ambos fueron los guardianes del
templo durante el resto de su existencia, y cuando un día, curvados por los años,
se encontraban juntos ante las gradas del altar pensando en su maravilloso destino,
Baucis vio a Filemón y Filemón a Baucis transformarse en verde follaje y en torno a
sus rostros levantarse sendas frondosas copas.

Y así terminó la digna pareja, él convertido en roble y ella en tilo inseparables


y felices para siempre como lo fueron en vida.

Recuperado en: portal RZ Arte.

*Esta compilación se construyó para uso exclusivo de los estudiantes de séptimo básico del Colegio
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