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ANA SOFÍA MACEDO GONZÁLEZ GRUPO A

6TO SEMESTRE 07/03/2023


PROYECTO – EXAMEN DE ECOLOGÍA

Isla Decepción, en la Antártida, al sur del continente americano, tiene entre sus habitantes a
los animales más expuestos a los desmanes humanos contra el medio ambiente. Una
alteración drástica en las temperaturas del terruño gélido supone que los miles de pingüinos
de las diferentes poblaciones deban adaptar su comportamiento ante la escasez de alimento.
Por ejemplo, emigrar o arriesgarse más ante otros depredadores.

A diario, un grupo internacional de científicos y militares recorre esta isla volcánica con
forma de herradura para conocer el impacto de estos cambios en la personalidad individual
de cada pingüino. “Las poblaciones de pingüinos son como el canario en la mina en cuanto
a sufrir las consecuencias del cambio climático”, advierte Carlos Barros, conservador de aves
del Oceanográfico de Valencia, desde la base del Ejército de Tierra Gabriel de Castilla, uno
de los dos enclaves españoles en la zona. El científico participa en una expedición de dos
meses en isla Decepción, dentro del proyecto Perpantar (Personalidad de Pingüinos
Antárticos).

El contingente actual cuenta con 38 personas, de los cuales la mitad son científicos de
múltiples disciplinas. Para llegar a la otra base española, la Juan Carlos I, en la vecina isla
Livingston, se embarcan a bordo del buque oceanográfico Hespérides. En la península
antártica, los expedicionarios pueden estudiar en tiempo real cómo los pingüinos interactúan
con su entorno a nivel individual gracias a un seguimiento con dispositivos digitales de
rastreo. De las diferentes poblaciones del enclave, analizan en concreto la conducta de los
pingüinos barbijos, con su característica franja negra en la cabeza.
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Durante días y kilómetros, en tierra o bajo el mar, estudian su geolocalización para conocer
las dinámicas de migración debido a la escasez de alimento en sus zonas habituales y su
continuo desplazamiento hacia otros lugares con más recursos. El objetivo del proyecto
Perpantar es conocer la personalidad de cada individuo, para determinar su respuesta al
cambio climático e intentar paliar sus efectos. El biólogo Andrés Barbosa, gran experto en
pingüinos del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC), también iba a participar en esta
misión antártica, pero falleció repentinamente el 30 de enero por un cáncer. Sus compañeros
destacan su trabajo pionero, iniciado en 1994, y le echan de menos como mentor y amigo.

Las poblaciones de pingüinos son como el ‘canario en la


mina’ en cuanto a sufrir las consecuencias del cambio
climático
“El cambio climático puede sonar grande, pero aquí lo vemos en directo”, explica Barros. El
investigador apunta que los pingüinos “son centinelas de sus efectos”, al estar en primera
línea del daño a la naturaleza. “Los pingüinos que habitan isla Decepción se alimentan
principalmente de pequeños crustáceos”, el kril, muy sensible como invertebrado al aumento
de temperaturas, “por lo que cuando desaparecen afecta directamente a todo el equilibrio del
ecosistema polar, en cuántas crías de pingüino nacerán o si la colonia se verá obligada a
emigrar a otras latitudes”, desarrolla el científico.

Tener descendencia supone un gasto energético brutal para los progenitores de todas las
especies. En el caso de los pingüinos barbijos, los padres se adaptan al clima más óptimo
que logren encontrar. A su vez, buscan el lugar que requiera un menor coste para encontrar
alimentos, normalmente cercanos a donde construyan el nido donde depositarán los huevos
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con sus crías. El pasado diciembre, entre el 22 y el 24, justo cuando comenzó la misión
Barros al inicio del verano austral aprovechando el deshielo, eclosionaron los miles de
huevos de las parejas que hay en isla Decepción.

“En las colonias de pingüinos, el grupo sirve de escudo para las crías, y las zonas centrales
suelen tener una ventaja obvia respecto a las periféricas, al estar más protegidas contra
depredadores”, explica Barros. El científico detalla que son los más jóvenes los que suelen
estar en los laterales: deben recorrer kilómetros en algunas ocasiones para conseguir
alimento, ya que tienen que salir a buscarlo “sí o sí”. Los depredadores los esperan con el
colmillo afilado, como las ballenas, las focas y las orcas. “Incluso he visto volar más de
seis metros a un pingüino, gracias a una ola, escapando de leones marinos”, narra con
fascinación Barros, antes de explicar cómo los pingüinos saben que si ellos mueren sus
crías también lo harán, ya que ningún otro se hará cargo de su descendencia.
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La novedad de la estancia actual es la medición del comportamiento de estas aves marinas.
Más allá de la complejidad de las interacciones sociales dentro de la colonia, destacan sus
diferencias individuales. “La personalidad de cada pingüino influye en sus posibilidades de
sobrevivir a fenómenos de estrés climático, pero también para lograr huir de depredadores.
Quién es más osado a la hora de ir en busca de alimento para su progenie repercute en si su
descendencia vive y esos genes perduran”, cuenta Barros. El especialista resume el
ecosistema antártico como puro darwinismo: “La evolución selecciona al que mejor se
adapta al medio natural”. La valentía, en el caso de los pingüinos, obtiene recompensa.

En las islas del Príncipe Eduardo (Sudáfrica) se encuentra el ambientólogo Luis Pertierra,
de la Universidad de Pretoria. El investigador viene estudiando las afecciones a
subpoblaciones distantes de pingüinos, como los papúa, y evaluando sus escenarios de
futuro ante el inexorable cambio global.

El océano austral es una cuna para la vida, donde la


biodiversidad se divide y expande, algo que debe ser
protegido ya
Este experto ecólogo, especializado en el cambio climático y las especies invasoras, ha
colaborado anteriormente con los investigadores de Perpantar en numerosas campañas en la
Antártida. Considera “el océano austral una cuna para la vida, donde la biodiversidad se
divide y expande, algo que debe ser protegido ya” tal como escribe junto con otros
investigadores en la revista científica Science.

Pertierra celebra como un aliado el “pragmatismo actual” que aboga por la conservación de
los hábitats como un elemento tangible al que aferrarse por su propio beneficio, más allá
del “amor a la naturaleza, quizá un elemento demasiado grande”. “No viene mal cierto
utilitarismo, creo que es bueno”, expresa el científico, para fomentar la protección de la
biodiversidad. “Más allá de lo estético, la extinción de estas especies supondrá una perdida
notable de servicios a la humanidad imposibles de recuperar, y saber lo que perdemos
ayuda a actuar”, sentencia.

El investigador se centra en el estudio del pasado, para entender cómo las especies precisan
“millones de años de evolución para soportar variaciones climáticas”, a fin de ser
conscientes de la limitada resiliencia a la magnitud de los cambios que vivimos ahora en
escasas décadas.
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