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Revisión: Klorel
Maquetación: Bodo-Baas
Versión 1.0
27.04.23
Base LSW v2.23
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
DECLARACIÓN
Todo el trabajo de digitalización, revisión y maquetación de este libro ha sido
realizado por admiradores de Star Wars y con el único objetivo de compartirlo con
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Star Wars y todos los personajes, nombres y situaciones son marcas registradas
y/o propiedad intelectual de Lucasfilm Limited.
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a la gente que ha trabajado por este libro, como esta nota para que más gente pueda
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¡Que la Fuerza te acompañe!
El grupo de libros Star Wars
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
INTRODUCCIÓN
¿QUÉ SIGNIFICA SER BUENO? Es una de las eternas preguntas de la vida, con
muchas respuestas posibles, ¡y no se puede resolver en esta breve introducción! Pero
cuando pienso en el esfuerzo por ser una buena persona, me vienen a la mente los Jedi
como ejemplo de aquellos que siempre intentan, al menos, ser buenos. Ninguno de
nosotros es perfecto, incluidos los Jedi, pero los caballeros Jedi nos dan un ideal por
el que luchar. Ya sea Luke manteniéndose firme y negándose a golpear a su padre, u
Obi-Wan enfrentándose a un joven padawan porque cree que es lo correcto, o Rey
luchando contra la maldad de Palpatine, Star Wars nos proporciona un montón de
héroes del Lado Luminoso que hacen todo lo posible para hacer retroceder al Lado
Oscuro.
Por supuesto, no se puede tener luz sin la oscuridad, ni bien sin mal; y a Star Wars
no le faltan villanos memorables. Darth Maul con su estilo diabólico, pasando por el
retorcido y vil Palpatine, hasta el innegablemente icónico Señor Oscuro de los Sith:
Darth Vader. El mal siempre está ahí para que los Jedi se enfrenten a su lucha por la
luz. (También están los que, como Asajj Ventress, viven en las sombras entre ambos,
recordándonos que las definiciones de «bueno» y «malo» no son tan simples como
decir blanco y negro). Me complace mucho presentar diez emocionantes historias
originales de un grupo de autores increíbles, historias que exploran lo que es ser
bueno, malo y todo lo que hay en medio. Aquí se plantean algunas preguntas
importantes: ¿qué hace a un Jedi? ¿Qué significa defender la justicia?
En una galaxia tan complicada, ¿qué es lo que realmente hay que hacer?, pero
también hay acción emocionante, aventura y humor, en historias atemporales de Star
Wars que parecen sacadas de la pantalla grande. Así que disfruta la lectura y elige tu
lado en la Fuerza.
Jennifer Heddle
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MICHAEL KOGGE
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—No he venido a engañar a nadie ni a exigir nada —dijo el chico—. Venir aquí es
más como… un sueño que siempre he tenido. Incluso traje documentos para
demostrar que soy un buen candidato.
—¿Documentos?
—Pruebas de sangre, un conteo de midiclorianos —respondió él, mientras sacaba
un flimsi de sus harapos.
Durante su investigación, había descubierto que los Jedi solían examinar la sangre
de los candidatos en busca de organismos microscópicos que llamaban midiclorianos.
Cuanto mayor era el número, más fuerte era la idoneidad de un candidato para unirse
a la orden. Al anticipar que los Jedi pedirían un recuento, el chico había pagado a un
flebotomista ortolano para que realizara una prueba. Él, orgulloso, señaló los
resultados a la chica.
—Como podrás notar, mi conteo es alto.
La chica solo lo miró de reojo.
—Ningún maestro con sentido común se preocupa por los análisis de sangre.
Cuando buscan jóvenes necesitan pruebas de talento, no papeleo.
Sus críticas no le preocupaban. Estaba preparado para tal petición.
—Por supuesto —dijo—. ¿Qué tal esto?
Guardó el flimsi. Inhaló, luego hizo lo que había practicado tanto tiempo en las
alcantarillas. Saltó tan alto como pudo, dobló las rodillas hacia el pecho y ejecutó una
voltereta en el aire como la que vio hacer a los Jedi en un holovideo. Al descender,
estropeó el aterrizaje con un paso en falso, pero se recuperó rápido y sonrió.
La chica se encogió de hombros.
—Cualquier acróbata podría hacerlo; lo que los maestros buscan es la capacidad
de hacer cosas que los seres ordinarios no pueden. De todos modos, dirán que eres
demasiado viejo.
—¿Demasiado viejo? ¿Qué edad tienes?
—Catorce años estándar.
—También yo —dijo el chico—. ¿Por qué debería eso hacer una diferencia?
—Porque me trajeron al templo cuando era una bebé. Eres demasiado grande para
empezar a entrenar —le respondió exasperada por la actitud del chico.
—¿No puedes hablar con los maestros por mí? Puedo demostrarles que estoy
preparado.
—No me corresponde hacerlo, solo soy una iniciada. Ningún maestro me ha
elegido aún como su padawan.
—Bueno, entonces déjame hacerlo —dijo el chico—. ¿Con quién debo hablar?
La chica desactivó su sable.
—Mira, estoy investigando una amenaza grave y debo alertar a seguridad si
encuentro a alguien sospechoso. Pareces un buen chico, así que no lo haré. Sin
embargo, te aconsejo que te vayas antes de que la policía y los guardias del templo
hagan su recorrido —miró el cronómetro de su muñeca— lo cual debería ser en
cualquier momento. Buena suerte. —Le dedicó una breve (y para él, falsa) sonrisa y
luego se alejó.
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de un departamento de lujo, rellenando los dedos de los pies con servilletas arrugadas
para ajustárselas. Para la prenda más visible de su vestuario, se coló en una tienda de
disfraces y agarró una bata marrón destinada a los bailes de disfraces.
Se vistió con su nueva ropa y dejó sus trapos como ropa interior. Una
comprobación de su reflejo en la ventanilla de un speeder mostró que estaba cerca de
parecer convincente. Estaba perdiendo solo un gran detalle.
En una obra de construcción, recogió un conjunto de herramientas que incluía un
soplete de plasma. Se enfrentó a un repaso público y desatornilló el tubo de desagüe
del fregadero. En una chatarrería, arrancó un botón de activación de un tablero de
serie YT, y una lente de un conjunto de sensores. Por último, no por ello menos
importante, tomó los acopladores magnéticos de los cargadores de una estación de
servicio.
Una vez que juntó lo que necesitaba, se retiró a un rincón oscuro del garaje de un
speeder. En unas pocas horas fabricó con esas piezas algo parecido a un sable de luz
Jedi.
Estaba lejos de ser el verdadero y nunca debería ser utilizado como un arma real.
El rayo de plasma azul que salía del tubo de drenaje era errático, incapaz de
mantenerse durante mucho tiempo antes de apagarse. No obstante, unos segundos de
estabilidad eran mejor que nada; la baja potencia del rayo significaba que, si manejaba
mal el dispositivo, no se cortaría accidentalmente su propio brazo.
Tras un poco de manipulación de los acopladores magnéticos, se colgó la
empuñadura del sable de luz del cinturón, se ajustó la túnica y salió del garaje del
speeder. Ahora, la prueba final.
Salió a las calles a mediodía. Al principio se mantuvo alejado de las multitudes.
Sin embargo, cuando nadie lo miró ni le dirigió una segunda mirada, confió en que su
disfraz funcionaba y caminó más libremente entre los peatones. Entonces llegó el
coche de la policía. Era el mismo de tres aletas que lo había acosado en el templo. Se
desvió entre el tráfico y bajó del skylane para pasar al lado de él. Un panel de su
cristal se abrió.
—¡Oye, padawan! —gritó el piloto desde adentro, un kadrilliano de escamas
anaranjadas con un uniforme de policía que acomodaba su medio caparazón de
terrapin—. Buscamos a un joven humano de tu edad, un sucio habitante de la ciudad
subterránea. Creo que está relacionado con la pandilla ganzee. Se dice que están a
punto de intentar algo, no sabemos qué. ¿Has visto a alguien así escondiéndose?
El chico negó con la cabeza, buscando el callejón más cercano para huir si era
necesario. No había nada a menos de cincuenta metros.
—Bueno, avísame si lo haces —el agente asomó la cabeza por la ventanilla—.
Oye, creo que no nos conocemos. Soy el detective Tals Trilby, de la policía del
distrito de templo. ¿Cómo te llamas?
Era una pregunta que no le habían hecho en años. Por fortuna, el sondeo en el
comunicador del oficial lo salvó de tener que responder.
—Rayos, no puedo hablar; tengo que correr. Un robo en la tienda de disfraces
Tres-Yees —dijo Trilby—. Pero mantén un ojo en cualquier situación sospechosa
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porque mi viejo y sabio compañero de desayuno dice que los jóvenes Jedi ven cosas
que otros no ven.
El panel se cerró y el aerodeslizador se alejó.
El chico suspiró aliviado. También sintió algo que rara vez había sentido antes:
respeto. Así que eso era ser un Jedi. La policía venía a pedirte ayuda.
Durante el resto de la tarde recorrió la ciudad y los alrededores del templo.
Esperaba la oportunidad para volver, y esta ocurrió cuando un grupo de jóvenes Jedi,
algunos años más jóvenes que él, eran conducidos por un acompañante mayor.
Entre ellos había humanos, snivvians con dientes de sierra, conjeni con forma de
estrella, gand con respirador y kubaz con su nariz de trompa. La mayoría llevaban
túnicas Jedi, aunque un puñado estaba empapado en traje de baño, con sus ropas
dobladas bajo los brazos. Posiblemente habían ido a una piscina local. El día era
abrasador, el calor subía desde el pavimento y las capuchas se usaban como sombrilla.
El chico se subió la capucha y siguió al grupo. Los niños eran tan bulliciosos y la
chaperona estaba tan ocupada con ellos que nadie se dio cuenta de que los
acompañaba. Menos mal, porque la chaperona era la chica que lo había detenido al
amanecer.
A medida que se acercaban al templo, el chico sintió que otros estaban siguiendo
al grupo. Su conciencia no era como la que poseían los Jedi, sino más bien un instinto
que había desarrollado para sobrevivir en la ciudad subterránea. Sin embargo, las
miradas por encima del hombro revelaron solo peatones que se apresuraban a
atravesar el resplandeciente calor del día. Nadie parecía sospechoso, aunque la
sensación no lo abandonó. Una vez que el grupo llegó al Camino de la Procesión, la
chica chasqueó los dedos y los jóvenes se callaron y formaron una línea recta. El
chico iba en la retaguardia.
El bulevar terminaba en una triple escalera de mármol pulido, coronada por cuatro
estatuas gigantes de los fundadores del templo. El grupo ascendió por la escalera
central, y el chico tuvo su primera visión de la entrada del templo. En lugar de
puertas, había tres hileras de cuatro pilones de piedra, el frontal con tallas de los
cuatro fundadores. Entre los monolitos había tres centinelas enmascarados armados
con las empuñaduras cilíndricas de picas de sable de luz de doble hoja; eran los
Guardias del templo, un cuerpo de élite Jedi elegido para defender el recinto contra
los intrusos, tan excepcionales en el combate que se rumoreaba que en épocas pasadas
solo tres habían hecho retroceder a un ejército de tres mil. No se podía jugar con ellos.
El guardia central se movió para permitir que dos Jedi salieran del templo. Era una
mujer humana con una túnica y capa blanca con una diadema alrededor de su pelo
rubio. El chico la reconoció como Avar Kriss, una conocida Maestra Jedi. Su
compañero era mucho más bajo y más verde.
—Saludos, Clan Kowak —dijo el Maestro Yoda, apoyándose en su bastón—.
¿Estuvo bien la lección de natación?
Los jóvenes kubaz emitieron alegres resoplidos. Los gand exhalaban gases de sus
respiradores. Los humanos, los conjeni y los snivvians gritaron:
—¡Asombrosa!
—¡Magnífica!
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El chico se enfadó. ¿Quién se creía que era? Ni siquiera era una padawan
completa aún, ni mucho menos una Jedi.
—Te equivocas. La Fuerza es intensa en este sable —dijo extendiendo una
mano—, como lo es conmigo.
El sable saltó de su mano a la de él.
—¿Es suficiente prueba para ti?
Ella entrecerró los ojos, como si intentara mirar a través de él, o a su alrededor, o
en su interior. Fuera lo que fuera lo que estaba haciendo, le inquietaba.
—Detente —dijo.
—Entonces deja de fingir ser alguien que no eres —ella parpadeó y volteó la
mirada— porque si fueras lo que dices ser, un maestro ya te habría encontrado.
El chico no iba a dejar que esta chica, iniciada, determinara su destino.
—Bueno, no me encontraron. Por eso he venido a ellos.
La chica levantó las manos.
—Bien. Acude a los guardias del templo. Que sean ellos los que juzguen. Tal vez
no te vean como un niño jugando a ser Jedi.
En la entrada, los tres silenciosos centinelas empuñaban sus picas de sable de luz.
El guardia del medio había vuelto a bloquear el camino que Yoda y los jóvenes
habían tomado hacia el templo. Todos parecían mirar en la dirección del muchacho.
Sin duda, si se dirigía a ellos, alertarían a la policía.
El chico apretó los dientes. Esta vez no conseguiría nada. Tendría que volver
cuando esta chica no estuviera cerca. Se dio la vuelta y bajó las escaleras.
—Que la Fuerza te acompañe —dijo a modo de despedida.
No la dejó ver el dolor en su rostro. Sus palabras cortaron profundo.
En un rincón oscuro del garaje de los speeders, el chico estaba sentado con las piernas
cruzadas. Su sable de luz improvisado estaba a un brazo de distancia. Había
desconectado el acoplador magnético que tenía bajo la manga, lo que le obligaba a
depender de sí mismo para mover el sable y no de algún truco técnico.
El chico cerró los ojos, relajó el cuerpo y, como en tantas otras ocasiones,
extendió la mano.
—El Jedi y el sable de luz —dijo recitando un mantra que había decodificado de
una vieja cinta de datos que había localizado—, el sable de luz y los Jedi. Los dos son
uno. La Fuerza… la Fuerza nos une.
Imaginó que el sable de luz empezaba a traquetear para luego rodar de un lado a
otro.
—La Fuerza llama a mi sable de luz —continuó, flexionando los dedos—, la
Fuerza llama a mi sable de luz… a mí.
En su mente vio cómo el sable se deslizaba por el permacreto y se elevaba en el
aire para aterrizar suavemente en su palma. Su mano cosquilleó y sus dedos se
crisparon. Por fin, por fin lo había conseguido.
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Cuando abrió los ojos, el sable de luz yacía en el suelo donde lo había colocado,
en la misma posición, sin moverse. Era como todas las veces que lo había intentado.
Un fracaso. Una imposibilidad.
Inclinó la cabeza. Sabía que finalmente llegaría a esto, que tendría que demostrar
su habilidad en la Fuerza para ser un Jedi. Sin embargo, había ignorado a propósito su
propio defecto fundamental. Porque ¿cómo podría ser aceptado en la Orden Jedi
cuando no podía hacer lo que todos los Jedi podían hacer? Había mentido cuando le
dijo a la chica que la Fuerza fluía en él.
No podía sentir la Fuerza en absoluto.
El chico se sentó en el rincón oscuro, solo con sus pensamientos, hasta que
anocheció. Había seguido su sueño que le había conducido hasta aquí, a la superficie,
pero todavía (y siempre) permanecía en la oscuridad.
Salió del garaje en plena noche. Los pocos seres de la calle lo evitaban, al igual que él
hacía con ellos. Por desgracia, no pudo evitar el Camino de la Procesión. La ruta hacia
el centro del distrito le llevó a lo largo del borde del bulevar, donde las flores crecían.
El templo montañoso se cernía sobre él, brillando en la noche, iluminado por los
accesorios de tierra y luces de señalización. No se parecía en nada a sus sueños.
Le dio la espalda al templo y se dirigió hacia el centro del distrito, donde podría
pedir un turboascensor para bajar a los niveles inferiores. Era el momento de
abandonar sus fantasías infantiles. Era el momento de aceptar quién era y volver al
lugar al que pertenecía.
Entonces volvió a tener esa sensación. Alguien o algo estaba detrás de él. Miró
por encima del hombro. Una nube brillaba en el bulevar y se alejaba del templo. Esto
no podía ser un fenómeno de calor. La temperatura había bajado considerablemente
desde la tarde.
—Ayuda —gritó una voz en la nube.
El chico había escuchado súplicas similares a diario en su lugar de origen. Era
inútil hacer algo por ellos, por mucho que lo deseara. En la ciudad subterránea, la
supervivencia dependía de no meterse en los asuntos de nadie. Los que ayudaban
salían perjudicados.
Dio unos pasos más cuando el grito se repitió, más insistente. Vislumbró extrañas
formas espectrales en el aire brillante. Los contornos de una cabeza, un brazo y
piernas. La nube se movía de un lado a otro como si intentara mantener algo o alguien
dentro de ella. Siguió caminando. Esto era un problema para los habitantes de la
superficie, no para un pobre huérfano.
Un tercer grito, aún más fuerte.
—¡Ayuda!
El chico se detuvo. Echó un último vistazo. La nube brillante flotaba cerca del
final del bulevar. Pronto estaría fuera de la luz del templo y desaparecería en las
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sombras. Si quería hacer algo, esta sería su única oportunidad. Si no lo hacía, sabía
que escucharía esos gritos el resto de su vida.
Desenganchó el sable de luz de su cinturón y se enfrentó a la nube.
—Detente —dijo.
La nube rodó hacia él. Presionó el activador del tubo de drenaje para encender el
rayo azul. Puede que no tenga la fuerza para cortar hueso, pero podría ser útil de otras
maneras. Lanzó el sable contra la nube.
El rayo crepitó contra las ondas brillantes como si hubiera golpeado un muro
invisible, luego se apagó mientras la empuñadura cayó al suelo. No obstante, la nube
comenzó a ondularse y disolverse, revelando tres formas humanoides sólidas. Dos
estaban vestidas de pies a cabeza con trajes negros que chispeaban con electricidad.
Partes de sus cuerpos aparecían y desaparecían, hasta que se quedaron completamente
visibles.
La apuesta del chico había dado resultado. Su ataque había desbaratado los
circuitos de los trajes. La tercera figura debía estar oculta en un campo superpuesto,
pues no llevaba ese traje. Vestida con túnicas Jedi rotas, no era otra que la chica del
templo.
Sus captores la sujetaban por los brazos. Ella forcejeó, pero estaba demasiado
débil para liberarse. Al ver al chico, intentó hablar, pero un captor le golpeó la cara.
Sus ojos se agitaron y su cabeza se hundió. Después la soltaron para sacar sus pistolas
enfundadas.
El chico activó el acoplador magnético de su manga y agitó la mano. El sable de
luz surgió del suelo y lo agarró. Luego ejecutó el salto que había practicado durante
tanto tiempo en las alcantarillas, añadiendo un movimiento muy al estilo Jedi.
Mientras daba una voltereta en el aire, eludiendo sus rayos aturdidores, activó su sable
de luz de nuevo y se balanceó. El rayo de soldadura de plasma se mantuvo el tiempo
suficiente para golpear ambas pistolas. Estas echaron humo y los dos secuestradores
las dejaron caer.
El chico aterrizó sobre ambos pies, sin tropezar, como lo haría un Jedi.
—No empeoren la situación —dijo a los intrusos.
Sacaron cuchillos de sus fundas ocultas y se abalanzaron contra el chico. Él cayó
de rodillas, perdiendo su sable de luz, que rodó detrás de los atacantes. Las puntas de
las cuchillas se clavaron en su cuello. Lo que había temido en la ciudad subrterránea
parecía volverse realidad en la superficie. Los que ayudaban salían heridos.
Sin embargo, no tenía miedo. La calma se apoderó de él mientras miraba las
capuchas que cubrían los rostros de sus atacantes. Si esos eran los últimos alientos de
su vida, no se arrepentiría. Había llegado a la superficie, y aunque no había entrado en
el templo, había cumplido su sueño.
Las puntas de la hoja solo habían provocado unas marcas en su cuello. Hubo un
crujido y otro crujido, ambos adversarios cayeron al suelo, con sus cabezas golpeadas
por detrás.
La chica se situó sobre ellos, sujetando el sable de luz del chico.
—Un tubo de desagüe. Ingenioso para una empuñadura. Es un gran garrote. —Le
lanzó el dispositivo al chico.
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DETERMINACIÓN
ALEX SEGURA
QUI-GON JINN ESTABA intranquilo mucho antes de que sus botas tocaran el
suelo helado de Desinta.
Había sido llamado apresuradamente al planeta del Borde Exterior, y llevado a la
superficie bajo el amparo de las sombras. Nadie debía saber que estaba allí; nadie
debía saber que un Jedi había aterrizado.
«No era muy habitual que el Consejo Jedi practicara ese tipo de engaño, preferían
el camuflaje», pensó Qui-Gon. Fue recibido por una docena de guardias desinianos.
En parte una muestra de respeto, en parte una muestra de alarma. El gobierno del
planeta se mantenía a duras penas, el mundo estaba plagado de delincuencia y de
interminables revolucionarios. Si Qui-Gon era honesto consigo mismo, lo cual era a
menudo, este planeta no importaba mucho en el gran ámbito de la galaxia, o en los
esfuerzos de los Jedi para asegurar la República. No obstante, importaba lo suficiente.
—Necesitamos que manejes esto de la manera correcta —había dicho Mace
Windu a Qui-Gon en Coruscant, en la víspera de su partida—. No lo pienses
demasiado. No te preguntes lo que significa. Solo recupérala.
Solo recupérala.
Las palabras se cernían sobre Qui-Gon mientras observaba el muelle de atraque,
que sin duda había visto días mejores. Los droides se movían de un lado a otro,
reparando apresurados las pocas naves que quedaban. Los trabajadores gritaban
órdenes a través del espacio cavernoso. Este era un planeta en guerra consigo mismo,
se podían ver los efectos en todos los aspectos de la vida.
Sin embargo, las palabras de Mace Windu no se referían solo a esta misión, a este
momento. Era un comentario más amplio, Qui-Gon lo sabía. Se refería tanto a Qui-
Gon y a la decisión que se cernía sobre él como a cualquier otra cosa. No pudo evitar
preguntarse si esto era una prueba. ¿Un desafío que respondería a la petición del
consejo más claramente que cualquier cosa que Qui-Gon pudiera decir por sí mismo?
Antes de que Qui-Gon pudiera pensar más en la discusión, los soldados apostados
frente a él se separaron, creando un amplio camino. Oyó los pasos antes de ver la
esbelta forma de la Prefecta Aminar, líder del planeta nominalmente elegida. La
seguían dos regentes a cada lado, ambos con largas capas verdes que enmascaraban
sus rostros. Todo en Aminar, desde sus movimientos hasta su comportamiento y su
vestimenta, parecía anunciar realeza, y a Qui-Gon Jinn no le gustaba la realeza. Sin
embargo, estaba en una misión y haría lo que se le pidiera a menos que tuviera que
traspasar los límites que mucho antes había jurado no cruzar.
—Ah, Qui-Gon Jinn, apreciamos tu experiencia —dijo Aminar, acercándose, con
una sonrisa forzada y un poco cansada—. Por favor, envía nuestra admiración al
Consejo Jedi.
Qui-Gon asintió.
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—Agradezco sus palabras, prefecta, pero estoy aquí para encontrar a la niña, nada
más —dijo Qui-Gon.
La niña.
—Ah, sí, directo al punto. ¡Qué encantador eres! —dijo Aminar, agitando el brazo
como se haría para despedir a un niño pequeño que hace una rabieta—. Por cierto
¿dónde está tu padawan? ¿Acaso los caballeros Jedi no suelen venir en pareja?
Qui-Gon forzó una sonrisa.
—Mi aprendiz, Obi-Wan, está haciendo lo que tiene que hacer —dijo Qui-Gon,
mirando detrás de la prefecta para ver lo que había más allá del hangar—. Está
concentrado en sus estudios. Tiene mucho que aprender. Estoy aquí a instancias del
consejo y espero volver a Coruscant para continuar con su entrenamiento tan pronto
como me sea posible.
Aminar empezó a hablar, pero Qui-Gon continuó.
—Démonos prisa, por favor —dijo, indicando hacia el pasillo—. Tengo muchas
preguntas y poco tiempo.
—Estamos en nuestro punto más bajo, Qui-Gon Jinn —respondió Aminar mientras se
llevaba una gran copa dorada a los labios pintados de color rojo oscuro. Dio un largo
trago antes de volver a hablar.
—Las fuerzas improvisadas de mis rivales se han unido para formar una poderosa
confederación de ejércitos, todos con la vista puesta en mi cabeza. Afirman estar a
favor de la libertad para así influenciar a mi pueblo, pero nada más lejos de la verdad.
Qui-Gon no se movió. Era un hombre paciente, pero, aun así, esta mujer lo estaba
desafiando. No estaba allí para aprender sobre la política rota del planeta, ni para
ayudarles a resolver sus décadas de caos.
—Con el debido respeto, Prefecta Aminar, creo que vale la pena repetirlo: estoy
aquí para encontrar a la niña —dijo Qui-Gon con un tono firme, pero paciente—. Una
padawan ha sido secuestrada por gente que, se presume, está en este planeta. Se ha
informado al Consejo Jedi que usted sabe dónde la tienen escondida. Cuando tenga
esa información, me pondré en camino.
—Ah, ¿entonces no hay tiempo para charlar? ¿No hay tiempo para conocer a sus
anfitriones? —dijo Aminar, inclinando ligeramente la cabeza, como si quisiera ver
mejor a Qui-Gon. Sus asistentes, alrededor de media docena de figuras embozadas,
parecieron crujir ante su tono. Estaba molesta.
—Siempre directos al punto. Debería haberlo adivinado. Me di cuenta hace
tiempo de que a los Jedi no les gustaba ensuciarse la túnica, pero no lo había
experimentado de primera mano.
Qui-Gon no respondió. Había aprendido hacía tiempo que la lucha por tener la
última palabra en una discusión solía terminar en derrota para ambos lados.
Después de un momento, Aminar hizo un gesto a una de las figuras camufladas
más cercanas, que le entregó un pequeño datapad. Pulsó algunos botones. Apareció un
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Qui-Gon estaba sentado solo en la cabina trasera de la nave de transporte que Aminar
le había prestado. La piloto, una mujer llamada Abbott, había sido bastante amable
con Qui-Gon, pero también recelosa. Esta no había sido una misión simple. Era
problemática para todos, al parecer.
Cerró los ojos y visualizó lo que estaba por venir. El consejo había insistido en
que se enviará a Qui-Gon a esta misión, las razones para ello aún no estaban claras
para él. Una padawan errante de nombre Lizel Liit había acabado allí; eso lo sabían.
Pero ¿había partido por su propia voluntad? ¿Estaba escondida con los rebeldes
desintianos por elección? ¿O había ocurrido algo más? Ninguna de las posibles
respuestas era buena, Qui-Gon lo sabía, pero el resultado debería ser el mismo.
Necesitaba encontrar a la chica y llevarla a Coruscant para enfrentar la decisión que el
consejo determinara.
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Sin embargo, Qui-Gon también sabía que no había sido elegido al azar para esta
misión. El consejo no operaba en el vacío. Los miembros del consejo eran muy
conscientes de los problemas de Qui-Gon con los Jedi en general y con su pasado.
Aunque Qui-Gon era optimista sobre su aprendiz, también era cauteloso con el
proceso, ya que había sido carcomido por la pérdida. La pérdida de su maestro. La
ruptura de una relación que debía ser más estrecha que la sangre. ¿Podría alguien
como Qui-Gon, que había perdido su más fuerte ancla a las enseñanzas Jedi, salvar a
otro más joven?
Qui-Gon abrió los ojos al sentir que la nave tocaba tierra. «Ya llegará el momento
de esos pensamientos», se dijo a sí. Por ahora, tenía una tarea que completar y no
sería nada fácil.
Se levantó con lentitud, deslizando su sable de luz en el bolsillo derecho de su
túnica. Estiró los brazos y respiró profundamente unas cuantas veces. Se giró al oír
los pasos. Era Abbott. Había protestado contra una carabina, pero también sabía que
solo podía presionar hasta cierto punto. Abbott era una mujer estoica, su pelo rojo
atado hacia atrás revelaba una cara pálida con rasgos felinos. Su voz era seca y
directa.
—Esto es lo más cerca que podemos traerte —dijo, mirando a Qui-Gon—.
Aunque no tenemos tratados permanentes con los rebeldes, la Prefecta Aminar se
niega a reconocerlos; sí tenemos un acuerdo. Si existiera una frontera, estaría a pocos
kilómetros de aquí.
Qui-Gon le dedicó a Abbott una sonrisa irónica.
—Soy experto en territorios de las facciones y la guerra civil. ¿Cómo voy a
contactar a su líder?
Abbott se lamió los labios nerviosa antes de responder.
—Son conscientes de que… alguien viene.
Qui-Gon se inclinó ligeramente hacia delante. No le gustó esa respuesta. A nadie
le gustaría.
—¿Qué se les ha comunicado a los Dan’gar exactamente? —preguntó.
Se reprendió: «Debería haber comprobado todo esto mucho antes de aterrizar en
Desinta. Estaba distraído. Debería hacer caso al consejo de Mace Windu», pensó.
—¿A quién esperan?
Abbott se encogió de hombros.
—Perdóname, Jedi, solo soy una mensajera —dijo—. Una intermediaria. Mi
único trabajo era asegurarme de que aterrizaras aquí con seguridad y…
—Entonces tienes un trabajo más, uno nuevo —dijo Qui-Gon, sacando con
cautela su sable de luz y observando sus ojos mientras escaneaban el arma
desactivada—. Me acompañarás a encontrarme con los Dan’gar. Tú serás mi guía.
Abbott balbuceó, su dura fachada se resquebrajó.
—Eso… bueno, no, eso no es aceptable. La Prefecta Aminar dijo que…
—Estoy seguro de que ya te has dado cuenta —dijo Qui-Gon con una sonrisa sin
humor— de que no me importa lo que haya dicho la Prefecta Aminar.
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
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—¿A los Dan’gar? —dijo Qui-Gon—. Parece que este planeta es mucho más que
unas pequeñas facciones enfrentadas.
—La Prefecta Aminar es una política inteligente —dijo Lizel, secándose una
lágrima del ojo—. Sabe que, aunque esté en guerra con su propio pueblo, solo
mediante el duelo de alianzas podrá mantenerse en el poder.
—Así que cuando se enteró de que uno de sus competidores tenía una padawan,
pensó que podría ayudarle a redoblar su victoria —expuso Qui-Gon en voz alta. Le
palpitaba la cabeza, pero poco a poco se sentía mejor—. ¿Eso fue todo?
Lizel se encogió de hombros.
—Supongo —dijo—. Pensaron que yo tenía valor, pero no mucho. Pero ¿tener un
verdadero Maestro Jedi? Eso sí que era algo importante. Algo que cualquiera en el
poder querría tener.
Qui-Gon se enderezó y puso una mano en el pequeño hombro de Lizel.
—Fue un error tonto por su parte. Un error nacido de la arrogancia e ignorancia —
dijo—. Tú también cometiste uno, pero el tuyo fue natural. Todos debemos cuestionar
lo que se nos ordena de vez en cuando. Aquellos que siguen a ciegas tienden a
tambalear y caer.
Los ojos de Lizel parpadearon con sorpresa.
—¿Está seguro, maestro? ¿Alguna vez cuestiona los caminos Jedi? —preguntó
ella—. Todo se siente tan… predeterminado. Siento que le he fallado a mi yo del
futuro.
Qui-Gon se rio.
—Cuestionar es, en sí mismo, el camino Jedi. No dejes que nadie te diga lo
contrario.
Te necesitamos en el consejo, Qui-Gon. Necesitamos tu sabiduría. Dooku estaba
perdido. Algo lo alejó. Te necesitamos a nuestro lado, amigo mío.
Qui-Gon hizo una mueca al recordarlo. Ante la decisión que aún pesaba sobre él.
«¿Lo habían enviado allí, a salvar a esta padawan errante, porque aún no había dicho
sí o no? ¿Porque querían ponerlo a prueba? Tal vez», pensó Qui-Gon. Mas eso no
cambiaría su realidad actual, ni lo que había que hacer.
—¿Está bien, maestro?
—Lo estaré en breve —dijo tumbándose de nuevo en el catre de piedra—. Ahora,
acércate, jovencita, escucha con mucha atención.
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—Empezó a temblar —dijo Lizel, con voz de pánico y casi histérica—. Intenté
calmarlo, pero entonces se detuvo. No se mueve. Creo que está muerto. Está muerto.
¿Es posible?
El tintineo de las llaves. El crujido del metal al abrirse la puerta. Entonces el
guardia ya estaba dentro, su gran figura se cernía sobre Lizel y el tendido Qui-Gon.
—Los Jedi son solo personas, niña tonta. ¿No aprendiste nada a su lado? —dijo el
guardia con voz ronca—. Este no nos sirve de nada muerto.
Alargó la mano hacia Qui-Gon, como para sacudirlo, pero los ojos del Jedi se
abrieron de inmediato. El guardia retrocedió, sorprendido.
—¡Qué clase de brujería es esta!
Qui-Gon se incorporó con una rapidez y una elegancia que pareció sorprender
incluso a Lizel. Movió la mano hacia fuera, como si golpeara el aire delante del
guardia. Casi de inmediato, el matón salió despedido por la pequeña habitación y se
golpeó la cabeza contra la pared de cemento. Cuando el cuerpo del carcelero cayó al
suelo, Qui-Gon ya estaba de pie.
—Ninguna brujería, lo prometo —dijo Qui-Gon con sencillez.
—Usted hizo eso —balbuceó la joven padawan—. La Fuerza… el dominio de
ella.
Miró a Lizel y asintió.
—Podemos hablar de ello más tarde —dijo—. Por ahora corramos.
Encontró cerca su sable de luz, estaba guardado al azar en lo que parecía un
almacén, entre un montón de blásteres y otras armas desechadas. Qui-Gon se habría
ofendido si hubiera tenido tiempo. La prisión parecía desolada mientras guiaba a Lizel
por lo que se supondría era el pasillo principal.
Podía ver la nieve cayendo salvajemente en el exterior. Qui-Gon intentó no
preocuparse por cómo volverían a su nave. Todavía no era tiempo. Pillaron a un par
de guardias a pocos metros, en un pequeño puesto cerca de un cruce. Qui-Gon los
inutilizó con la mirada mientras activaba su sable de luz. Ninguno iba armado, ni
estaban dispuestos a morir.
—Llévanos con Abbott —dijo Qui-Gon—. Ahora.
Qui-Gon oyó la voz de Aminar antes de entrar en su recamara. Hizo lo posible por no
sonreír.
—¿Abbott? ¿Estás aquí? ¿Qué significa esto?
«El leve grito ahogado que salió de la boca de Aminar al vernos entrar, a mí y a
Lizel, es una ventaja añadida», pensó Qui-Gon.
—Qui-Gon, vaya, qué agradable sorpresa —dijo la prefecta, modificando el tono
de inmediato, intentaba adaptarse a sus circunstancias con una astuta precisión que
impresionó e irritó, en igual medida, a Qui-Gon—. Había oído rumores de que te
habían capturado… incluso herido.
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—Los rumores de mi derrota eran solo eso, Prefecta Aminar —dijo Qui-Gon.
Podía sentir a Lizel detrás de él, manteniendo cautelosa el paso—. Pero algo me dice
que te mantuvieron al tanto de mi paradero en todo momento.
—Vaya, no tengo ni idea de lo que estás insinuando, Jedi —dijo Aminar,
incrédula—. Te abrí mis puertas y te permití el paso para que encontraras a tu joven
errante, y parece que lo has hecho.
—Tu ayudante dice lo contrario —dijo Qui-Gon, señalando a Abbott, que había
retrocedido, como si tratara de mimetizarse con la ornamentada de pared que estaba
frente a Aminar—. Así que te pediré que dejes a un lado las distracciones y hables
claro, o que no hables.
Se hizo un silencio entre ellos por un largo momento antes de que Aminar
volviera a hablar.
—Reconozco la derrota cuando la veo, Qui-Gon Jinn —dijo con cuidado—.
Concluyamos esto rápido y con algo de dignidad, ¿no? Tu nave está atracada donde la
dejaste. Te prometo que no impediré tu salida. No puedes culparme por intentarlo,
¿verdad? Hay pocas cosas tan raras como un prisionero Jedi. Si esto podía ayudar a
traer la paz a mi mundo, estaba obligada a intentarlo.
Qui-Gon le indicó a Lizel que se dirigiera hacia la nave. La joven padawan
obedeció, ansiosa por salir de la habitación. Abbott la siguió, pero su avance se
detuvo cuando Qui-Gon habló.
—Los reproches y las culpas no son relevantes aquí, prefecta —dijo Qui-Gon—,
no obstante, recae directamente sobre sus hombros. Mi única esperanza es que haya
aprendido a no cometer el mismo error dos veces.
La nariz de Aminar pareció arrugarse ante las palabras de Qui-Gon. Había dejado
su postura defensiva y había trastocado algo que ella apreciaba mucho: su ego.
—¿Es eso una amenaza, Jedi? ¡Qué pintoresco! —dijo ella, dejando escapar una
risa seca—. Hombres mucho más fuertes y letales han dicho cosas peores. No perderé
ni un segundo de sueño por esto, ni por tu huida. Ahora, vete. He calculado mal. Una
rareza, te lo aseguro. Tengo un planeta que gobernar y cosas mucho más importantes
de las que ocuparme que de los obtusos sermones de un anciano Maestro Jedi.
Qui-Gon asintió con complicidad.
—En efecto, sí —dijo antes de volverse hacia la puerta que conducía a la zona de
atraque.
La Prefecta Aminar carraspeó nerviosa.
—¿Qué significa eso? —preguntó—. ¿Otra amenaza vacía?
Su voz se alzaba con cada palabra, «una mezcla de arrogancia y miedo», pensó
Qui-Gon.
—No es vacía, no —dijo—. Hablas con mucha verdad. Tienes cosas más
importantes de las que ocuparte. Yo diría que unas trescientas más.
—¿Trescientas?
—Ese es el número de hombres Dan’gar que me acompañaron hasta aquí,
sedientos de su propia venganza —dijo Qui-Gon—. Parecían bastante molestos por
tus juegos. No estoy seguro de que tu método habitual de hacer política funcione tan
bien esta vez.
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SARWAT CHADDA
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Festival de las Flores, como cualquier otro niño. Papá incluso le había hecho un sable
de luz de juguete. La hoja, inofensiva y titilante, había brillado de color verde en lugar
de azul, pero parecía tan genuina que la había convertido en la envidia de todo el
desfile. Y sí, se había pasado la noche intentando usar la Fuerza para invocarla desde
la mesa de enfrente de su dormitorio, como cualquier otro niño.
¿Qué le había pasado a ese sable de luz? Ella había crecido, eso pasó. Se volvió
mayor para los cuentos de hadas. Dumuz no. La miró, con los ojos muy abiertos y
brillantes de expectación. ¿Por dónde empezar? ¿Por dónde sino por el principio?
—Érase una vez, en una galaxia que llamamos nuestra, una jardinera llamada
Uma. Todas las plantas y flores que cuidaba crecían más altas, más brillantes y más
perfumadas que las de los demás. Uma tenía un poder mágico especial.
—La Fuerza —susurró Dumuz—. ¡Ve a la parte en la que lucha contra los
cazarrecompensas! ¡Con su sable de luz! ¡Quiero todos los ruidos también!
—Eso no pasa sino hasta mucho después, ya lo sabes.
—¡Quiero la lucha! —Se levantó de un salto y se agarró el pulgar, simulando que
era su propio sable de luz.
—¡Fiuuummmm! ¡Kish! ¡Kish! ¡Kish! ¡Mírame, Zohra! ¡Fiummm! ¡Cortaría a los
droides en pedazos! ¡Un Jedi podría vencer a todo el ejército droide! ¡Así! —Empujó
la mano en el aire—. ¡Hundirlos a todos en el mar!
—Oye, ¿quieres mi historia o te estás inventando una?
Dumuz adoptó una pose orgullosa.
—Maestro Jedi Dumuz, de Devalok. —Zohra se desplomó contra el sillón—. ¡Oh,
valiente Maestro Jedi! ¡Por favor, ayúdame! ¡Hay monstruos que vienen a comerme!
Dumuz saltó sobre los cojines.
—¡Fiummmm!, ¡fiuuum!, ¡fiuuum! ¡Listo!, ¡todos los monstruos están muertos!
¡La Fuerza está conmigo!
—¡Gracias, Maestro Jedi! No sé qué…
—Roger, roger.
Los pasos rechinaban en el pasillo de piedra; el zumbido de las articulaciones
motorizadas resonaba a lo largo del corredor, cada vez más cerca.
—Revisen los departamentos en busca de sobrevivientes.
—Roger, roger.
Zohra reprimió un grito cuando los blásteres dispararon ráfagas. Puertas, paredes
y ventanas volaron por los aires, y los droides empezaron a recorrer el edificio. ¿Los
habían oído tocar? Deberían haber tenido más cuidado. Ella solo quiso hacer feliz a
Dumuz, solo por un momento, pero esa debilidad los puso en peligro.
Mientras sujetaba a Dumuz con fuerza, Zohra se arrastró hacia el armario. Se
quedó helada cuando rechinaron las bisagras, pero los droides estaban ocupados
destruyendo los departamentos del otro lado del pasillo. Dumuz se apretó contra las
tuberías y conductos del sistema de ventilación del departamento. Zohra se arrastró
contra él y cerró la puerta del armario lo más silenciosamente que pudo.
El suelo tembló cuando las puertas se abrieron de golpe. El olor a humo y a metal
quemado cubrió el pequeño departamento mientras, a través del diminuto hueco
donde la puerta del armario no llegaba a tocar el marco, veía entrar a los droides.
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—¿Mamá y Papá los enviaron? —Se apresuró Dumuz—. ¡Deben haberlo hecho! Lo
sabía, ¿ves, Zohra? ¡Lo sabía!
Anakin levantó la jarra de agua. No tenía sentido, pero volvió a dejarla en el
taburete.
—¿Cuánto tiempo llevan aquí solos?
—Cinco días, Maestro Jedi. ¿Qué otra cosa podía ser?
Se rio mientras sacudía la cabeza.
—Aquí solo hay un maestro, es él. Te presento al Maestro Obi-Wan Kenobi. Yo
solo soy Anakin. ¿Y tú?
—Él es Dumuz, yo soy Zohra. Llevamos aquí cinco días, Anakin. Mamá y papá
salieron a buscar provisiones. Dijeron que volverían. Seguimos esperando.
Obi-Wan esbozó una sonrisa. Zohra sabía lo que significaba; había visto a todos
los adultos lucir ese tipo de sonrisa cada vez más, a medida que la situación
empeoraba.
—Dime, jovencita, ¿cuánto tiempo suelen estar fuera?
—Algunas horas.
Zohra necesitaba ser fuerte, aunque nunca se había sentido más débil en toda su
vida. Era como si estuviera de pie sobre una rama a gran altura y esta empezara a
doblarse. ¿Se caería? Si lo hacía, ya no habría nadie para atraparla. Obi-Wan se pasó
la mano por la barba mientras la miraba.
—Vamos a encontrarlos, ¿les parece?
—¿A dónde vamos? —preguntó Zohra.
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Obi-Wan mostró una pequeña holopantalla. Zohra pudo ver que se trataba de la
ciudad, o al menos del distrito norte.
—Puerto espacial de Amrit. Todavía está en manos de la República, pero no por
mucho tiempo. Tenemos que darnos prisa.
Dumuz lo miró.
—¿Y ahí es donde estarán mamá y papá?
Anakin evitó la pregunta y en su lugar señaló las otras habitaciones.
—¿Hay algo que quieras llevar?
Dumuz asintió.
—¡Mi wookiee! ¡No puedo dejarlo!
—Pues ve por él —dijo Anakin—. Y ¿tú, Zohra?
Zohra negó con la cabeza.
—Nada.
Nada de nada. Hacía tiempo que había dejado de sentir que esa era su casa. Obi-
Wan hizo un gesto con su holopantalla.
—La ruta de evacuación está marcada, Anakin. Deberíamos…
—¿Nos ayudarás? —preguntó Anakin—. ¿A atravesar la ciudad?
¿Por qué se lo pedían? Los Jedi no necesitaban ayuda; podían hacerlo todo.
Cualquier cosa. Pero Zohra miró la holopantalla.
—Esa ruta es para vehículos. Hay otro camino al puerto espacial, a lo largo del
viejo canal y las fábricas. Cerraron hace siglos. Ya nadie usa ese camino.
Obi-Wan frunció el ceño, pero asintió.
—Los droides no podrán llevar sus tanques por el canal, tardarán más. ¿Conoces
bien los canales?
—Mamá es jardinera, jefa en el invernadero Enki. Se encarga de transformar las
fábricas en nuevos jardines. Vamos mucho allí.
—El canal entonces.
Dumuz regresó corriendo, con Fuzzy.
—Lo encontré.
Anakin rascó la barbilla lanuda del juguete.
—Parece feroz.
—Lo es. Me cuida cuando duermo. ¿Nos vamos ya?
Zohra tomó la mano de su hermano. Era su trabajo cuidar de él.
Obi-Wan miró a ambos lados del pasillo, con la mano apoyada en la empuñadura
del sable de luz.
—Síganme.
Habían demolido la vieja fuente, que era el corazón del barrio, de ella partían las
cinco avenidas principales. Ahí se encontraba el parque local, donde chapoteaban en
los días calurosos y se subían a las estatuas. Ahora solo quedaban escombros y polvo.
—¿Por qué?
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Las llamas flotaban sobre el agua aceitosa del Viejo Canal. Las fábricas, que hacía
tiempo habían vuelto a la naturaleza, ardían y unas cuantas nubes de humo se cernían
sobre sus restos sin tejado.
Obi-Wan sacó su comunicador cuando llegaron al primer cruce.
—Comandante Varna. Aquí el General Kenobi. Adelante, comandante.
El comunicador crepitó.
—¿General Kenobi? Pensábamos que lo habíamos perdido. ¿Dónde se encuentra?
¿Está Skywalker con usted?
—Ambos estamos bien. ¿Cómo están ustedes?
—No muy bien, la verdad. Los droides están recibiendo refuerzos y el bloqueo es
cada vez más estrecho, no pasan muchas naves. Nos espera una última recolección,
luego nos vamos. Esperaremos todo lo que podamos.
—Tenemos algunos civiles con nosotros. ¿Podría enviar un TABA?
—¿Una cañonera? Tendría suerte. —Varna sonaba inseguro y sorprendido—.
Creía que todos los políticos y el personal esencial habían salido hace semanas.
—Haga lo que pueda —dijo Obi-Wan.
—Sí, señor. Varna fuera.
Obi-Wan guardó el comunicador y miró hacia delante, con los dedos dando
golpecitos en la empuñadura de su sable de luz.
—Si mantenemos un buen ritmo, deberíamos llegar al puerto en unas horas. Las
tropas podrán aguantar ese tiempo. Estarán a salvo entonces.
—¿A salvo? ¿Dónde? —explotó Zohra—. ¿A dónde vamos? ¿A algún campo de
refugiados en el Borde Exterior? He oído las historias. Gente abandonada en
asteroides porque no son personal esencial, lo que sea que eso signifique. ¡La
República no se preocupa por gente como nosotros! Nunca lo ha hecho.
—¿Mamá y papá? —dijo Dumuz—. ¡Los quiero ver! ¿Están en el puerto
espacial?
Zohra jaló con fuerza a Dumuz.
—No están en el puerto. No están en ninguna parte. No nos están esperando, no
van a volver. Están muertos, Dumuz. Se han ido para siempre, ¡estamos solos!
Listo. Lo había dicho. La terrible verdad: la gente muere en las guerras. No
importaba cuánto quieres a alguien; eso no lo protegería. Los deseos no tenían
sentido, los cuentos de hadas no eran más que eso.
Dumuz se quedó allí, en silencio, pero con lágrimas corriendo por sus mejillas
llenas de hollín. No discutió, ni luchó, ni la atacó por hacerle daño. Ella deseaba que
lo hiciera. Zohra quería sentir dolor, pero lo único que sentía era vacío.
Se agachó y apretó a Dumuz contra ella. Eso es lo que sintió: su aliento, su calor y
los temblores mientras sollozaba dentro de sí mismo. Sus lágrimas caían en su mejilla.
—Pero ¿por qué aún puedo oírlos, Zohra? Puedo oírlos llamándonos.
—Ojalá pudiera ser así, Dumuz. —Le limpió las lágrimas y trató de sonreír—.
Debemos estar uno para el otro, ¿de acuerdo?
—Pero los escucho, reconozco sus voces.
Anakin volteó hacia ellos.
—Dime lo que oyes.
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¿Qué estaba haciendo? ¿Dando falsas esperanzas a Dumuz? Habían pasado cinco
días.
Dumuz miró al Jedi con una seriedad superior a sus escasos seis años. Había
madurado rápido durante la guerra.
—Están juntos, cansados, tienen miedo. Nos llaman, pero se están debilitando. No
sé lo que significa.
—¿Sabes dónde fueron? —preguntó Anakin.
Zohra tomó la mano de Dumuz.
—Al invernadero Enki. Mamá pensó que aún podría haber comida en las bóvedas.
Obi-Wan negó con la cabeza.
—Bombardearon Enki hace cinco días.
Anakin frunció el ceño.
—Tenemos que buscarlos.
—Perderemos un tiempo valioso, Anakin. Enki está en la línea de frente,
estaremos solos.
—¿Qué hay de nuevo en eso, maestro? —Anakin volteó hacia Dumuz—.
Tenemos que confiar en nuestros sentimientos.
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de niebla, había comido bajo las amplias ramas de los antiguos huluppus. ¿Ahora qué
quedaba? El armazón del vasto invernadero se había reducido a escoria retorcida, los
campos de energía parpadeaban y crepitaban. Aún saltaban chispas entre los nodos de
energía y las hojas de los árboles cercanos ardían.
Sin embargo, no todo era ruina. Quedaba un árbol huluppu. No tenía sentido, todo
a su alrededor era devastación. Era grandioso, antiquísimo, y aun así sus ramas se
hinchaban de hojas plateadas, que brillaban como una galaxia de estrellas en el
interior de una gran nebulosa. Las tonalidades cambiaban con la brisa, con la
temperatura errática de las ráfagas cargadas de calor. Se acercaron en un sombrío
silencio. Por un momento, la guerra parecía lejana. Anakin levantó la mano y tocó una
hoja con los dedos desnudos.
—No crecen árboles en Tatooine.
El rico y húmedo suelo estaba cubierto de escombros y ceniza. Los enormes
helechos de Kashyyyk no eran más que frágiles tallos ennegrecidos. Vastas secciones
del invernadero se habían derrumbado; los diversos edificios del interior, los
laboratorios, las aulas y los almacenes, no eran más que montones de piedra
destrozada y madera quemada. El aire era árido y producía un sabor áspero y amargo
en la garganta.
Anakin recogió lo que parecía una gran piedra. Le quitó la capa de ceniza y dejó
al descubierto la piel amarilla que había debajo.
—¿Qué es esto? Huele delicioso.
—Una fruta huluppu —dijo Zohra—. Creí que la temporada había terminado.
Anakin la abrió con la punta de su dedo robótico. La carne húmeda que había bajo
la piel desprendía un olor espeso. Anakin la cortó en cuartos y la repartió.
A Zohra le temblaron las manos al tomar su rodaja. Los jugos gotearon sobre sus
dedos, pegajosos y deliciosos. Comió con los ojos cerrados. El sabor pertenecía a
tiempos mejores, más dulces. Cuando abrió los ojos, Anakin asentía e incluso Obi-
Wan se tomaba su tiempo para saborearlo. Anakin le dio a Dumuz la semilla del fruto.
—Algo para tu jardín.
Un momento después, Dumuz se zafó de Zohra y se echó a correr hacia la maleza.
—¡Dumuz, regresa!
Corrieron tras él. Los troncos ennegrecidos por el fuego aún parpadeaban con
ascuas, el humo aún se elevaba de los montones de plantas; Dumuz, pequeño como
era, corría entre los restos con rapidez y agilidad.
—¡Dumuz, espera!
Luego salieron tropezando a un gran patio. A través del hollín aún podía distinguir
el antiguo mosaico del árbol de la vida, la leyenda de cómo el primer árbol huluppu
había dado origen a la galaxia, cómo sus hojas brillantes se habían convertido en las
estrellas y cómo las ramas sostenían el cielo. Sin embargo, la mayor parte del patio
eran escombros. Dumuz se paró entre los trozos de mosaico roto.
—¿Mamá? ¿Papá?
Obi-Wan miró a Anakin.
—Y ¿bien?
Anakin trepó por los restos hacia lo que habría sido la entrada a las cámaras.
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Faltaban cuatro horas para llegar a Naboo. Los amplios muelles de atraque de la nave
capital se habían convertido en un campamento para los miles de refugiados que la
República había podido evacuar. Estaban a salvo en el hiperespacio; deberían estar
descansando, pero Zohra estaba despierta por completo. Sentada en su saco de dormir,
contemplaba a sus padres, exhaustos, dormidos, a salvo. Cuando se volvió hacia la
litera de Dumuz, él cerró los ojos.
—Tampoco puedes dormir, ¿eh? —dijo ella, acurrucándose a su lado. Sacudió la
cabeza y apretó a su wookiee.
—¿Qué vamos a hacer, Zohra? Nuestro hogar se ha ido.
Le puso la semilla de huluppu en la mano.
—Planta esto en algún sitio. Haz con ella nuestro hogar.
Él la acogió en su regazo.
—¿Me cuentas una historia?
Zohra se recostó contra el casco. Los motores vibraban con suavidad contra ella,
la estructura era cálida.
—Érase una vez, en una galaxia que llamaremos nuestra, dos héroes. Se llamaban
Obi-Wan Kenobi y Anakin Skywalker.
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EL DEBER DE UN JEDI
KAREN STRONG
Cuando empezó la Guerra de los Clones, Barriss no fue al frente de batalla, a pesar de
ser una padawan altamente entrenada y consumada. No quería convertirse en una
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maestra del combate. La Fuerza siempre había sido una energía nutritiva y no creía
que debiera usarse para la violencia. Barriss no quería luchar.
Así que cuando su maestra se convirtió en general del Gran Ejército de la
República, Barriss permaneció en el templo Jedi. Fue voluntaria en la clínica médica
y encontró consuelo ayudando a los Jedi heridos. No obstante, era muy difícil ver a
tantos miembros de la orden heridos por la guerra, porque su dolor reflejaba el suyo.
Cuando abandonaban sus cuidados y volvían a sus misiones para luchar contra los
separatistas, Barriss sabía demasiado bien que sus heridas más catastróficas no podían
verse. Las cicatrices mentales y las heridas emocionales suponían una pesada carga. A
través de la Fuerza, percibía la confusión de aquellos Jedi que regresaban al anfiteatro
de la guerra, y su dolor la angustiaba porque no podía curar sus heridas más
profundas.
Barriss se paseaba por los pequeños confines de su habitación. No podía soportar
volver a la clínica médica. No después de otra meditación fallida. No sabía si podría
dar ánimos o esperanza a quienes más lo necesitaban, no cuando la guerra se extendía
por toda la galaxia y morían inocentes. La clínica médica se había convertido en un
detonante de su propio dolor. Barriss ya no podía curar a los demás porque ella misma
no se había curado del todo.
Tras otra serie de respiraciones profundas, volvió a recurrir a la Fuerza. La
oscuridad no había regresado y se abrazó a la energía tranquilizadora para acallar sus
inquietantes pensamientos. Cuando el pulso recuperó su ritmo normal, salió de su
habitación para recorrer los pasillos del templo Jedi.
De niña, Barriss se había maravillado ante el Gran Salón, con sus enormes pilares
y sus grandes estatuas. Con su clan de compañeros iniciados, había paseado por los
altos arcos y los cuidados patios. Por las tardes, Barriss se detenía en los entrepisos
para contemplar con asombro el horizonte de Coruscant, repleto de rascacielos e
interminables corrientes de tráfico aéreo.
Siguió caminando por el templo y pronto se desvió por un sendero que conducía a
los niveles de entrenamiento de los jóvenes. Entró en una de las salas, se quedó cerca
de la pared del fondo y observó una lección.
El Caballero Jedi Tutso Mara se movía a lo largo de una fila de jóvenes mientras
los instruía en varios ejercicios con sables de luz.
—Recuerda, la Fuerza debe dirigir tus movimientos —dijo el Jedi—. Déjala
guiarte. Confía en tus instintos.
Los sables de entrenamiento para los jóvenes no tenían la misma energía letal que
un sable de luz Jedi, lo que les permitía realizar ejercicios sin temor a sufrir lesiones
graves. Barriss aún recordaba las ronchas y magulladuras que se había hecho mientras
aprendía las formas Jedi con su propio sable de luz de entrenamiento.
No había encontrado placer en estas lecciones, sino en los Archivos Jedi, donde
pasaba horas estudiando textos antiguos. Quería aprenderlo todo y anhelaba el día en
que se convirtiera en aprendiz padawan. Su deseo más profundo era servir a la galaxia
como miembro de la Orden Jedi.
Barriss sintió ahora el flujo de energía de los jóvenes mientras abrazaban la
Fuerza. Tutso Mara caminaba entre ellos y corregía suavemente sus formas con
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seguridad. Sintió un cálido respeto por él. Poco antes, ella había estado en esta misma
sala aprendiendo los fundamentos.
Aquellos jóvenes no habían hecho más que empezar su viaje, aún no estaban
preparados para viajar a Ilum para la Asamblea, donde se someterían al rito sagrado
de reclamar cristales kyber y construir sus propios sables de luz. Barriss se quedó
mirando sus jóvenes y ansiosos rostros. Estaban tan lejos de lo que ocurría en la
galaxia. La guerra no llegaría a Coruscant. Estos niños estaban fuera del peligro y
protegidos de sus efectos. Aún se preguntaba si alguno de ellos percibía la oscura
perturbación que se arrastraba por los bordes de su mente.
Sabía que los jóvenes eran conscientes de la guerra. Muchos de sus mundos
natales estaban en su camino, lo que ponía a su gente en grave peligro. El Consejo
Jedi había tomado la decisión de unirse a la lucha de la República, y muchos
inocentes se habían convertido en víctimas de una guerra que parecía no tener fin.
Estos jóvenes llegarían a la mayoría de edad en una galaxia llena de violencia y
miedo. Emociones que conducían al Lado Oscuro de la Fuerza.
Barriss era ahora una padawan. Con más entrenamiento, se convertiría en
caballero Jedi. No quería servir como guerrera, sino como guardiana de la paz. Pero la
guerra había proyectado su brutal sombra sobre el futuro de la Orden Jedi, y Barriss
temía que lo cambiara todo.
La familiar sensación de fatalidad volvió a agitarse en su pecho. Barriss cerró los
ojos para practicar la respiración profunda. Lentamente, recurrió a la Fuerza para
aliviar la inquietud de su mente. Cuando terminó, Tutso Mara la miraba con profunda
preocupación. Sabía que él percibía sus inquietantes pensamientos, pero entonces se
encendió el comunicador de su muñeca y oyó la voz de Luminara Unduli.
—Barriss, necesito que vengas a la sala de comunicaciones. Hay un asunto
urgente que tenemos que discutir.
—Sí, maestra —respondió ella de inmediato.
Barriss se despidió en silencio de Tutso Mara con una reverencia y salió de la
habitación para reunirse con su maestra.
Barriss llegó a la Sala de Guerra Jedi donde encontró a su maestra hablando con el
Maestro Jedi Mace Windu. Miró el holograma, que parpadeaba, sobre la mesa de
estrategia. Barriss todavía recordaba esa fatídica reunión en la oficina del Canciller
Palpatine cuando el Maestro Windu expresó su preocupación por utilizar a los Jedi
como soldados. La República había estado al borde de la guerra; él permaneció
sentado en profunda contemplación cuando el resto de los miembros del Consejo Jedi
se levantaron para dar por concluida la sesión. El canciller había sido contundente en
que sus negociaciones no fracasarían, porque la República había existido por mil
años; pero ahora estaba fracturada y el Maestro Windu era un general que libraba una
guerra contra los separatistas.
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—Es imperativo que llegues al Centro de Mando del Borde Exterior para apoyar a
los otros generales —dijo el Maestro Windu—. Necesitaremos refuerzos para la
invasión.
Luminara Unduli hizo un gesto a Barriss para que se acercara y se colocara a su
lado. El Maestro Windu agradeció su presencia con una solemne inclinación de
cabeza.
—Avisaré al Comandante Gree para que se prepare —dijo la Maestra Unduli—.
Mi padawan vendrá conmigo. A Barriss se le revolvió el estómago al oír las palabras
de su maestra. Iba a participar en una misión. Parpadeó para ahuyentar las manchas
oscuras, apretó los dedos sobre el corazón grabado en su cinturón y mantuvo la
compostura.
—De acuerdo. Que la Fuerza te acompañe —el Maestro Windu se despidió con
una reverencia y su imagen desapareció.
Barriss enderezó la postura cuando Luminara se volvió hacia ella. La guerra había
endurecido a la maestra Jedi en muchos aspectos. Su piel verde era más pálida de lo
habitual, lo que hacía que las marcas geométricas negras de su barbilla fueran más
pronunciadas. Barriss estaba segura de que mostraba la misma carga en su propio
rostro con las marcas de rito que se extendían por el puente nasal. Incluso con el peso
de los efectos de la guerra, la fuerza y la determinación de Luminara brillaban en sus
profundos ojos azules. La Jedi de Mirialan era una miembro muy respetado de la
orden y para Barriss era un honor haber sido elegida su padawan.
—Es tiempo de que regreses a mi lado —dijo la Maestra Unduli.
Barriss sabía que al final tendría que unirse a su maestra para luchar en la guerra y
por fin había llegado ese momento. Estaba agradecida por el respiro en el templo Jedi;
aunque no se había curado del todo de lo que había vivido en Geonosis, Barriss
tendría que estar preparada.
—Sé que esta guerra ha sido dura para ti, como lo ha sido para todos los Jedi. —
La voz de la Maestra Unduli era más suave—. Pero tenemos un deber y debemos
servir.
—¿Cuál es nuestra misión? —preguntó Barriss, su voz fue firme.
Luminara examinó atentamente a su padawan durante un momento antes de
continuar.
—El Consejo Jedi se ha enterado de que el archiduque geonosiano Poggle el
Menor ha construido varias fábricas de armas, por lo que es necesario contrarrestar
con una invasión para retomar Geonosis y destruir esas fábricas de una vez por todas.
La energía tranquilizadora que Barriss había obtenido de la Fuerza abandonó su
cuerpo. Escalofríos recorrieron sus brazos. Tendría que volver a Geonosis. El lugar
donde tantos Jedi habían caído.
—Partiremos pronto para unirnos con el resto de los Jedi —continuó la Maestra
Unduli—. Kenobi y Skywalker tal vez ya tienen su propia estrategia de batalla, pero
he estado buscando otras maneras de destruir la amenaza, y voy a necesitar su ayuda.
El rostro de Luminara era severo, el valor en sus ojos era sólido. Creía que su
padawan estaba preparada. No había ningún atisbo de duda, o al menos Barriss no
podía percibirlo.
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—Sí, maestra —respondió rápido Barriss—. Cualquier cosa que sea necesaria
hacer.
Luminara se volvió hacia la mesa de estrategia y sacó un holograma de Geonosis.
Se acercó a un conjunto de altísimas torres de tierra, se centró en un esquema de las
vastas catacumbas que había bajo una de las estructuras de la fábrica.
—Si encontráramos una manera de llegar a esta fábrica principal desde el
subsuelo, podríamos destruirla desde dentro. Esto es lo que necesito que determines.
Barriss se acercó al holograma y observó las numerosas curvas y recodos de los
túneles geonosianos. Ya había localizado una posible entrada cerca de una de las
paredes del acantilado. Barriss estaba tan inmersa en su análisis que no había oído la
voz de su maestra hasta que Luminara la llamó por su nombre por segunda vez.
—Barriss, esto es muy importante. ¿Serás capaz de hacerlo?
—Sí, maestra —dijo ella.
—Eres muy capaz —dictó la Maestra Unduli—. Sé que puedo confiar en ti.
Skywalker también tendrá a su padawan con él. Ella puede ayudar una vez que entres
en la fábrica, así que dependerá de ti guiarla también.
Anakin Skywalker había sido un padawan durante la Primera Batalla de Geonosis.
Ahora era un caballero Jedi. Sin embargo, a diferencia de Barriss, la padawan de
Anakin había dejado la seguridad del templo para luchar a su lado.
—¿La conoces? —preguntó Barriss—. ¿A su padawan?
—Sí. Ahsoka Tano ha heredado muchos de los rasgos de Skywalker. —En el
rostro de Luminara apareció un leve ceño fruncido antes de desaparecer—. Pero me
ayudó a luchar contra una formidable asesina Sith, y por eso le debo la vida.
Barriss sintió un impulso de culpa. No estuvo al lado de su maestra para
protegerla. Había estado escondida en el templo Jedi, a salvo de la realidad de la
guerra.
—Estoy agradecida de que estuviera allí para ti, maestra —dijo Barriss.
—Hemos terminado con esta sesión informativa, ya tienes lo que necesitas. —La
voz de la Maestra Unduli volvía a estar llena de protocolo y proceso—. Nos
reuniremos en la plataforma de aterrizaje a las cero seiscientas horas. De camino a
reunirnos con el Comandante Gree y el 41º Cuerpo de Élite, podrás ponerme al
corriente de tus progresos. Ya puedes ir preparándote.
Barriss se despidió con una reverencia y se dio la vuelta para marcharse, pero
entonces Luminara le tocó el brazo y ella volvió enseguida al lado de su maestra.
—Confío en que comprendas la importancia de lo que te pido que hagas —dijo la
Maestra Unduli—. Tu contribución podría ayudar a poner fin a esta guerra.
Barriss sabía que el éxito de esta misión podría salvar a muchos inocentes de toda
la galaxia. No quería luchar, pero sí servir.
—Sí, maestra. Haré lo que pidas.
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Jedi estuvieran perdiendo el rumbo. Sin embargo, en muchos aspectos, Tutso decía la
verdad. Si la Confederación de Sistemas Independientes ganaba la guerra, solo traería
más confusión y dolor. Barriss ya había sentido que el Lado Oscuro de la Fuerza se
hacía más fuerte. Si la República fracasaba, pondría en peligro a toda la galaxia.
Siguieron caminando en silencio hasta que Tutso le preguntó más detalles sobre
su misión.
—La Maestra Unduli quiere que estudie las catacumbas bajo la superficie de
Geonosis. Nuestra estrategia es encontrar la mejor forma de entrar en la fábrica
principal de armas para poder destruirla. —Barriss hizo una pausa, insegura de si
debía compartir su lucha—. Sé que puedo hacer lo que mi maestra me ha pedido,
pero… pero me cuesta concentrarme.
—No puedes dejar que tus emociones te impidan cumplir con tu deber —le
recordó Tutso.
—Me resulta muy difícil no ceder a mis emociones. Sé que debo unirme a la
lucha.
Cuando Barriss dejó de hablar, Tutso le tocó el hombro para tranquilizarla.
—Puede ser un camino difícil. No cedas ante el miedo y confía en la Fuerza.
—Daré lo mejor de mí —respondió Barriss.
La acompañó a uno de los patios. El aire era cálido, y Barriss cerró los ojos para
deleitarse con la luz del sol que acariciaba su piel. Caminó por la piedra lisa hasta el
Gran Árbol, con su enorme tronco. Las ramas de color ámbar oscuro se alzaban hacia
el cielo y las hojas doradas crujían con la brisa. Como mirialana, Barriss siempre se
había sentido atraída por esta entidad natural. Al igual que su pueblo, sentía un gran
respeto y una gran conexión espiritual con las plantas y los animales. En el patio del
Gran Árbol no percibía oscuridad alguna.
—No he podido meditar en mi habitación —confesó Barriss—. Sin embargo,
descubro que cuando vengo aquí, es posible.
El caballero Jedi avanzó y se puso a su lado.
—No me sorprende que te sientas atraída por este lugar. Este árbol uneti tiene una
fuerte conexión con la Fuerza. Por eso la Orden Jedi lo trajo aquí.
A través de la Fuerza, atrajo energía tranquilizadora y dejó que se asentara en su
cuerpo. Ninguna oscuridad, ni ira, ni miedo invadió su mente. Barriss solo sintió paz
y tranquilidad bajo las sombras del Gran Árbol. Al cabo de un momento, Tutso tomó
sus manos entre las suyas.
—Meditemos juntos aquí —dijo él.
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Barriss profundizó en su análisis y pronto pudo determinar la ruta más rápida hacia la
fábrica principal.
Volver a Geonosis seguía despertando sentimientos inquietantes. Al igual que los
otros Jedi heridos a los que Barriss había tratado en la clínica médica, su herida más
profunda no se había curado. Ni siquiera sabía si era posible una recuperación
completa. Había hecho lo que se le había pedido, así que la Maestra Unduli estaría
muy satisfecha. El logro hizo que sus mejillas se llenaran de orgullo.
Barriss nunca sería una comandante entusiasta del Gran Ejército de la República,
pero su deseo de servir y proteger a los inocentes era fuerte. Si podía ayudar a poner
fin a la muerte y el sufrimiento que se estaban produciendo en toda la galaxia, estaría
cumpliendo con su deber. Seguía siendo una forma de ser protectora de la paz. Mas la
duda persistía en el interior de Barriss. Si la guerra continuaba, ¿se vería a los Jedi
como protectores o como guerreros? Los daños colaterales de la lucha contra los
separatistas habían sido devastadores hasta el momento. La pérdida de vidas en la
orden también era una pesada carga. No había muchos Jedi en la galaxia. Barriss
también sabía que el Lado Oscuro de la Fuerza estaba creciendo. La oscuridad
esperaba su oportunidad para devorar a la República, y ella temía que ya estuviera
ocurriendo.
La primera batalla de Geonosis fue la chispa que desencadenó la guerra, pero tal
vez la segunda batalla podría ser la solución para acabar con ella de una vez por todas.
Barriss planeaba poner de su parte para asegurarse de que la misión fuera un éxito.
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SIN VALOR
DELILAH S. DAWSON
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—Tú también sigues órdenes —le recordó Doc—. Te he interrogado varias veces.
—Pero aquí estamos.
—Aquí estamos ambos. Si mis opciones son morir en una fosa o arriesgarme a
esperar algo bueno en ti, supongo que ganó el optimismo. Sigo vivo, así que parece
que tomé la elección correcta.
Levantó una mano para detenerlo mientras unas delgadas lanzas metálicas
atravesaban el estrecho espacio y se retiraban con lentitud. Cuando ambos superaron
la trampa, dijo:
—O tal vez has sido programado para decirte a ti mismo que es la elección
correcta.
Gruñó al atravesar un pasillo especialmente estrecho.
—Aunque mis orígenes no sean los ideales, al menos sé que estoy en el lado
correcto de la lucha.
—El lado correcto es aquel que gana —siseó Ventress.
—Palabras ingeniosas, pero no estás ahí, viendo a la gente de un planeta perder su
forma de vida, su pueblo y su familia y amigos, tan solo porque Dooku decidió que un
lugar es valioso. Los separatistas solo quieren gobernar, no ayudar. No les importa la
libertad.
—Es curioso que no tengas libertad y, sin embargo, luches por la libertad de los
extraños.
El clon se encogió de hombros tanto como le permitió el espacio.
—Supongo que eso es el sacrificio, ¿no? Renunciar a algo valioso con la
esperanza de que otros puedan tener algo aún mejor.
—Yo a eso lo llamaría estupidez.
—Quizá por eso estás sola.
Cuando intentó darse la vuelta para castigarlo por semejante insolencia, no pudo.
El pasillo era tan estrecho que solo podía atravesarlo de reojo.
—Pagarás por eso —le prometió.
—Solo duele porque es verdad.
Ventress estaba tan enfadada que casi se salta la siguiente trampa y apenas pudo
retrocer antes de que un bloque de piedra se estrellara contra el lugar donde estaba.
—Silencio —gruñó ella, haciendo una mueca de dolor por el ruido que acababa de
hacer—. Si me haces perder algo, morimos los dos.
Doc se quedó callado, pero había una sensación tácita de que había ganado, lo que
hizo que Ventress estuviera aun más decidida a escapar y matarlo. Podría haberlo
dejado caer fácilmente en una de las trampas, pero entonces ¿y si llegaban a la
siguiente prueba y ella necesitaba su fuerza, la fuerza que sus heridas le negaban?
De acuerdo. Por ahora, le dejaría pensar que había ganado. Él no era nada, como
dejar que un gundark creyera que había triunfado.
Ventress podía sentir que ya casi habían atravesado el claustrofóbico túnel y, con
unas pocas pausas más, emergió en un espacio más abierto. No era muy extenso, pero
al menos podía respirar hondo. Se hizo a un lado cojeando, para dejar sitio a Doc.
Salió al pasillo abierto y tomó una gran bocanada de aire.
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revelado que una vez formó parte de un ritual, pero no sentía nada sagrado allí. Sin su
gente y su dedicación, era un espacio vacío y muerto. Tal vez se libraba una batalla en
la superficie, pero ahí abajo todo era silencio. Es curioso que este lugar fuera la única
razón por la que luchaban. «Había artefactos en la fortaleza», había dicho Dooku. Tal
vez holocrones u otros objetos útiles. Hasta ahora, ella no había visto más que piedra
parlante y amenazas.
Le gustaría lanzar a Dooku allí abajo y ver qué clase de ventaja estratégica le
daba. Mientras seguía al clon, lo odiaba a él y a todo, anhelaba una contienda honesta.
Un enemigo contra quien luchar (de preferencia ese grotesco diablillo, Kenobi) o una
bestia a quien derrotar o una nave con la cual competir. Era una situación que no
podía dominar con la Fuerza, ni con sus habilidades de combate, ni siquiera con su
astucia. Su cerebro y sus poderes estaban paralizados y lo único que podía hacer era
seguir a un clon, un inútil desperdicio de oxígeno. No podía luchar ni pensar para
salir; la única forma de hacerlo era dar obstinadamente un paso tras otro, incluso
cuando quería parar y echarse una siesta. Siguió la pequeña linterna, con las yemas de
los dedos recorrían la piedra antigua, era la primera persona viva que respiraba este
aire en milenios. Solo la sostenía la rabia, los pensamientos de lo que le haría a
Kenobi cuando escapara.
Su camino conducía a callejones sin salida, a través de pasillos curvos y subiendo
y bajando escaleras, lo que le exigía una paciencia enloquecedora. Doc intentó
ayudarla una vez, y ella lo arañó como una bestia furiosa. No volvió a intentarlo. A
mitad de una escalera, se dio la vuelta y se sentó, con la pierna mala estirada, en un
ángulo incómodo. Girando sobre sí misma, apoyó los antebrazos en un escalón y la
mejilla en el hombro.
—¿Ventress? —La llamó Doc.
—Déjame en paz.
Podía sentir su mirada mientras la contemplaba. Su lástima.
—Debemos seguir avanzando —respondió él tras una pausa.
—Entonces sigue adelante. Necesito un poco de descanso, y después seré capaz de
encontrar mi propio camino. No te necesito a ti ni a nadie.
Doc arrastró un poco las botas. Estaba tentado de irse, ella lo notaba. Si conseguía
salir con vida, podría decirle a Kenobi exactamente dónde encontrarla, herida y sin
sus mejores armas. En ese estado, era imposible que pudiera vencer al Jedi. Él la
cortaría como a un filete de nerf. En fin, el clon seguramente moriría en su camino.
Habría otras pruebas y desafíos de los que no podría escapar solo, no sin los sentidos
y la astucia potenciados por la Fuerza de ella. Era una curiosa asociación, y si sus
situaciones se hubieran invertido, ella lo habría sacado de su miseria y se habría
marchado mucho más rápido sin un clon herido a quien cargar.
—No deberías dormir con una conmoción —le advirtió, sentándose en un escalón
a su lado—. Podrías no despertar nunca.
—Y ¿tú qué sabes?
—No soy médico, pero por algo me llaman Doc. Tengo instinto sobre medicina,
cuerpos. Tienes que seguir moviéndote.
—Entonces déjame parar y morir. ¿No sería lo mejor para la República?
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MICHAEL MORECI
Por eso estoy aquí, en este planeta gris ceniciento y sombrío. A cada paso que doy
noto la arenilla del árido suelo, que pasa entre árboles tan secos y quebradizos que me
hace preguntarme cómo se las arreglan para mantenerse en pie. Sus ramas desnudas y
torcidas se retuercen hacia arriba, clavándose en el cielo como si suplicaran a alguien
que las rescate. Aunque la sensación es débil, puedo sentir a través de la Fuerza que
algo terrible ocurrió aquí; un poder oscuro pasó una vez a través de cada ser vivo,
envenenando y abrumando todo, y lo dejó como lo veo ahora.
Muerto. Desolado. Me hace sonreír.
Damanos es como llamaban antes a este planeta. Perdido en la mayoría de los
mapas estelares, rastreé su ubicación exacta con no poca voluntad y, cuando la
situación lo requería, con agresivas demostraciones de poder. No fue tarea fácil
encontrar un planeta que la mayoría supone que solo existe en los mitos, pero si el
premio que tengo a la vista es real, habrá merecido la pena el esfuerzo.
Más adelante, los árboles dentados empiezan a dispersarse, y dejan a la vista el
mundo que tengo delante. Acelero el paso al sentir que algo me empuja hacia al
frente, algo hambriento de miedo, de ira. Me estoy acercando. Lo sé.
Mi mano busca instintivamente el sable de luz que tengo a mi lado. Aunque estoy
solo, sigo sintiendo el peligro en este lugar; impregnado desde todas partes, una
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advertencia sutil pero clara de que la oscuridad abunda, y todos los que se atreven a
acercarse a ella lo hacen bajo su propio riesgo. Comprender eso no me hace
apartarme, sino acercarme aun más rápido. Por fin, llego a una elevación que domina
un barranco insondable. Sin embargo, lo más importante es que más allá de la grieta
de obsidiana se alza lo que he venido a buscar: el castillo. Mas no cualquier castillo,
no. Un castillo Sith.
Construidas con piedra tan negra como el propio Damanos, sus torres alcanzan la
altura suficiente para atravesar las nubes bajas, imagen que hace que cualquiera se
pregunte a qué altura ascienden. Las enredaderas intentaron una vez escalar sus lados,
pero fracasaron y no dejaron tras de sí más que su propia descomposición. Los muros
parecen levantarse y juntarse de forma predecible, pero también hay algo inusual en
su unión. Cada ángulo, cada esquina, todo parece un caos. El castillo parece
imposible, pero inevitable al mismo tiempo. Cuanto más lo miro, más me inquieta
físicamente.
Por fortuna, no he venido hasta aquí para contemplar el paisaje. Mi destino es el
interior del castillo y los secretos Sith en su interior. Secretos que me otorgarán
conocimiento y, lo más importante: poder. No hay tiempo que perder.
Las puertas principales se abren con un chirrido. Dentro, el castillo está casi vacío,
salvo por los secretos que finalmente me darán el poder de localizar y destruir a mis
enemigos. Después de todo, la forma de ser de los Sith es acumular conocimientos
peligrosos y nunca compartirlos con los demás, ni siquiera con los más cercanos.
Especialmente los más allegados a ti.
En las paredes se alinean estatuas putrefactas de figuras embozadas, y al pasar
junto a ellas, una a una, es casi como si pudiera sentir sus ojos siguiéndome. No para
mirarme, sino para mirar dentro de mí. Sin duda eran Lords Sith de un pasado lejano
y olvidado, o al menos eso dicen las leyendas que sustituyen a cualquier historia real
que este castillo (incluso todo este planeta) pueda ofrecer. Aun así, puedo sentirlo
todavía, esa emanación desde cada metro de este lugar: el poder del Lado Oscuro. Sé
que no estoy solo.
—Maul…
Una voz me llama desde las sombras. Giro hacia una amplia escalera de caracol
que conduce al siguiente piso, la voz (un profundo susurro gruñendo) vuelve a
llamarme.
—Maul…
Estoy a medio camino de la escalera cuando oigo un sonido muy familiar: el
crujido y el zumbido de un sable de luz. Un arma de doble hoja carmesí emerge de la
oscuridad absoluta en lo alto de la escalera. Savage Opress, mi hermano, tiene la
empuñadura.
Mi hermano muerto.
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Nuestros sables de luz chocan de nuevo, giro mi hoja inferior hacia arriba. El
movimiento toma a Savage por sorpresa y le arranca la empuñadura del arma. Oigo
cómo el sable de luz cae al suelo y se pierde en la oscuridad. Intenta retroceder, pero
no tiene adónde ir. Lo tengo acorralado. Lo agarro por la nuca y lo jalo hacia mí, para
que esta aparición y yo podamos mirarnos a los ojos. Entonces empieza a suplicar.
Patético.
—¡Hermano, para! Ya morí una vez por ti, no lo…
—¡Tú! —digo apretando los dientes—. ¡No eres mi hermano!
Le atravieso el vientre con mi hoja carmesí, él cae al suelo, sin vida. Retiro mi
sable y empujo el cuerpo que yace a mis pies. Por un momento miro hacia abajo,
aunque no sé por qué.
Al fin y al cabo, solo otro enemigo caído, otro obstáculo que se aparta de mi
camino. Tal vez necesito estar seguro de que se ha ido, o a lo mejor tan solo deseo ver
el rostro de mi hermano por última vez. Cualquier esperanza de una mirada de
despedida se evapora en cuanto miro hacia abajo. Savage ha cambiado de algún
modo; no estoy mirando la cara de mi hermano, sino la mía.
Entonces oigo una voz, susurrando a través del espacio cavernoso: la voz de
Savage.
—Tú. Fallaste. Me fallaste —dice su voz en mi reflejo.
Me observo por última vez. Mis ojos sin vida me miran con fuerza. Gruño, apago
mi sable de luz y continúo mi camino.
Más profundo en el castillo, entro en lo que parece ser la sala del trono. Cada paso
que doy resuena en este enorme espacio, no puedo evitar preguntarme cuándo fue la
última vez que alguien, alguien de carne y hueso, caminó por estos suelos.
De las paredes cuelgan cuadros descoloridos y cubiertos de polvo. Representan
varias escenas de batallas, cada una más espantosa que la anterior. En cada imagen,
un pequeño grupo de figuras, con armaduras y capas para ocultar su rostro, luchan
contra oleadas de fuerzas invasoras. Todos los encapuchados llevan sables de luz
cuyas hojas son del habitual color carmesí de los Sith. Solo puedo imaginar cómo era
la vida en el planeta y en este castillo hace generaciones.
Implacable, al parecer. Si hay algo que sé sobre los Sith, es que son, y siempre
serán, definidos por su traición, un rasgo que solo es igualado por la hipocresía de sus
enemigos Jedi.
Mientras atravieso esta sala, siento una gran energía proveniente de lo más
profundo del castillo. Aunque toda la vida de este planeta se haya extinguido, el poder
del Lado Oscuro sigue siendo fuerte. Me lleva a alguna parte, pero no sé adónde ni
con qué propósito.
Justo cuando estoy a punto de llegar a las puertas de la siguiente sala, un sonido
capta mi atención. Es como el golpeteo de unos pies que se apresuran por el suelo,
pero se mueven demasiado deprisa para pertenecer a un ser humano. Me giro al oír de
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nuevo el sonido y me muevo justo a tiempo para ver una forma que se arrastra por la
habitación.
Desaparece en la oscuridad antes de que la reconozca. Sea lo que sea, sé que no es
un aliado. Enciendo ambas hojas de mi sable de luz. Vibran en la oscuridad.
—¡Muéstrate! —grito. Mi voz me responde.
El deslizamiento vuelve a arañar el suelo tras de mí. Giro rápido, pero solo veo
una figura moviéndose entre las sombras.
—¿Crees que me asustas? Seas lo que seas, no eres más que un eco de tu antiguo
poder. Revela tu presencia y te mostraré a que me refiero.
Entonces lo oigo de nuevo, el sonido de un movimiento por encima de mi
hombro. La figura no se mueve hacia el otro lado… oh, no, no. Se mueve hacia arriba,
y sé exactamente a quién voy a encontrar en cuanto me dé la vuelta.
—Saludos, Darth Maul —dice una voz áspera. Levanto la vista y veo al General
Grievous que se abalanza desde el techo, con sus cuatro sables de luz apuntándome—.
Te esperaba.
Salgo rodando de la trayectoria de Grievous, sus sables cortan el aire en el lugar
donde yo estaba, las esquivo por poco. Cuando vuelvo a ponerme en pie, agarro con
fuerza mi sable de luz, entrecierro los ojos y miro al enemigo que tengo frente a mí.
—Tú —digo apretando los dientes.
—Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que nos vimos, en Dathomir.
No digo nada mientras nos rodeamos. Parece que la habitación se ha oscurecido.
Grievous apenas es visible, incluso con sus cuatro sables (dos azules, dos verdes)
iluminan el espacio a su alrededor.
—Debes recordar cuando me viste por última vez —continúa Grievous, luego
hace una pausa para toser de forma violenta—. Mientras mataba a tu preciosa Madre
Talzin.
—Sí —digo, manteniendo mis ojos en el cíborg—. Después de eso Kenobi te
mató.
Grievous suelta una carcajada maníaca que resuena por toda la habitación.
—Y ¿cómo te hizo sentir eso? ¿Saber que tu enemigo jurado se robó tu venganza?
La furia se enciende dentro de mí. Furia, luego odio. Hay otro sentimiento, muy
dentro mío, pero lo ignoro y me concentro en la rabia. Me da fuerza, me da poder.
Grito y arremeto contra Grievous, estrellando mi sable de luz contra el suyo.
Rápido le quito uno de sus sables; grita de dolor. Le golpeo una y otra vez, desatando
mi ira; mis sables de hoja carmesí se mueven en arcos agresivos, pronto le he quitado
a Grievous otro de sus sables y la extremidad unida a él. No importa, a pesar de estar
inmovilizado, se ríe.
—Recuerdo tu cara cuando maté a tu madre —dice Grievous—. Tanta angustia.
Me pregunto si pondrás la misma cara la próxima vez que te clave mis sables de luz.
—¡No eres real! —grito en su cara.
—No, no lo soy, pero dime: saber que quien te arrebató a tu madre está muerto,
¿te reconfortó? ¿Encontraste paz en mi muerte?
No sé qué decir. Mi respiración es tan agitada que parece un gruñido y es el único
sonido que consigo emitir.
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—Creo que no —responde Grievous por mí. Una de sus piernas mecánicas sale
disparada y me pilla desprevenido. Se clava en mi pecho y me tira hacia atrás.
De inmediato me pongo en posición defensiva, esperando el ataque de Grievous.
Mas no lo hace. Solo se queda ahí, sin decir una palabra. La ira sigue ardiendo en mi
interior; no podría controlarla, aunque quisiera.
—¡Nunca pedí nada de esto! —digo con rabia al monstruoso cíborg delante mío—
. Tú y tus amos me quitaron todo. Mi familia, mi poder… ¡me dejaron sin nada!
—No pediste esto, eso es cierto —dice Grievous—. Acaso nunca lo dejas atrás.
Rujo mientras me abalanzo de nuevo sobre Grievous, giro hacia delante,
blandiendo mis sables contra los suyos. No importa con cuánta fuerza ataque, no
importa cuánto use mi odio, él se defiende golpe tras golpe. Es extraño, nunca pasa a
la ofensiva.
—¿Qué sientes, Maul? —pregunta Grievous, burlándose de mí—. ¿Cuándo
piensas en madre Talzin?, ¿en Savage Opress?, ¿cuándo piensas en lo rápido que
Sidious te abandonó cuando caíste?
—¡Ira! ¡Y esa es el arma que usaré para destruirlos a todos!
Nuestras armas chocan y yo giro, le corto otra mano y le dejo con solo un último
sable. De algún modo, Grievous no se ve afectado por sus heridas.
—¿Qué más? —pregunta, presionando, jugando conmigo—. Hay más, ambos lo
sabemos.
—¡Aquí no hay nada aparte de mi rabia!
Me siento como una herida abierta. La oscuridad del lugar combinada con la
oscuridad dentro de mí son demasiado para soportarlas. Me hace sentir vulnerable de
una forma que apenas puedo entender, y Grievous se ríe de ello. Suelta una carcajada
gutural, burlándose de todo lo que soy.
No obstante, corto su alegría maníaca con un último golpe de mi sable de luz. Lo
atravieso con mi sable, igual que él atravesó a mi madre con el suyo. Grievous,
silencioso ahora, vuelve a caer en la oscuridad. Sé, sin tener que verlo, que se ha
desvanecido.
A pesar de haber vencido a mi enemigo, de haberle destruido como yo había
soñado destruirle durante tanto tiempo, no siento nada. No hay satisfacción. Nada
dentro de mí es diferente. Aún me consume la misma furia. Es tal y como Grievous (o
el espectro que asume su forma) dijo que sería.
Grito a la nada que me rodea.
El premio que busco está cerca. Puedo sentir su oscuro poder haciéndome señas.
Pronto, muy pronto, desvelaré los misterios Sith de una época olvidada y podré
utilizar estos conocimientos para destruir a mis enemigos, y a cualquiera que se me
oponga.
Entro en un largo pasillo que conduce a una puerta anodina en el otro extremo.
Inmediatamente sé que este es mi destino. Las respuestas que busco están al otro lado
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del umbral. A ambos lados del pasillo hay más estatuas, similares a las que vi antes,
pero estas figuras llevan armadura en lugar de capa, aunque sus rostros permanecen
ocultos. Se parecen a los guerreros que vi en las pinturas, no puedo evitar
preguntarme qué guerras se libraron en este lejano planeta hace tantos años.
Aunque me intrigan las estatuas, mantengo la concentración. Si algo me ha
enseñado este lugar es a esperar que ocurran cosas inusuales e inexplicables. La tenue
luz del exterior entra por una estrecha hilera de ventanas a cada lado del pasillo, y las
sombras que proyectan las estatuas son largas y oscuras. Cualquier cosa puede
ocultarse en ellas.
Avanzo con cautela, escudriñando en la oscuridad. No tengo miedo. No sé si este
lugar intenta ponerme a prueba o burlarse de mí. Lo que sí sé es que los traicioneros
obstáculos que ofrece no me harán retroceder.
Cuando llego al final del pasillo, empiezo a preguntarme si he visto el último de
los juegos del castillo. Si he demostrado ser digno de cualquier legado Sith que
aguarde más allá de esta puerta. Cuando abro la puerta y entro en la habitación del
otro lado, me doy cuenta de que los juegos están lejos de haber terminado. Un hombre
de pelo largo está en el centro de la habitación, de rodillas, completamente inmóvil.
Conozco esta postura. Conozco a este hombre. El Jedi… Qui-Gon Jinn.
—Nos encontramos de nuevo —dice manteniendo su postura meditativa.
—Maestro Jedi —digo, entrando de lleno. La habitación es pequeña y sin adornos,
pero siento el poder en su interior. Irradia bajo mis pies y sé que es aquí donde debo
estar.
—Has viajado una gran distancia para llegar aquí —dice el Jedi.
Me río de su evaluación.
—No tanto como tú, considerando que ya no estás entre los vivos.
El Jedi sonríe y se levanta. Mete los brazos en las mangas de la túnica.
—Llegaste hasta aquí —continúo con desprecio—. ¿Para qué? ¿Para luchar una
vez más? Ya te derroté una vez; estoy perfectamente feliz de hacerlo de nuevo.
—Ahí es donde te equivocas. Me mataste, es verdad, pero nunca fui derrotado,
solo perdí nuestro duelo.
—¡Cómo odio cada palabra que sale de las bocas Jedi! —gruño.
Empiezo a rodearle, esperando a que se mueva para tomar su sable de luz. Por eso
está aquí, ¿no? Nuestros caminos convergen para una batalla final. Mas el Jedi no
hace ningún movimiento. Simplemente se queda ahí, irradiando una calma que tanto
desprecio.
—¿Por qué estás aquí? —pregunto al fin.
—Estoy aquí para ofrecerte una elección, Maul. Quiero que abandones este
castillo, olvida que existe, da tu primer paso en el camino hacia un destino diferente.
—Ya veo —lo interrumpo, conteniendo mi disgusto por el Jedi, o lo que él sea, lo
suficiente para aprender el significado de sus crípticas palabras—. Y ¿qué camino es
ese, el camino de los Jedi?
El Jedi sonríe, casi burlándose de mí.
—Creía que estabas por encima de consideraciones tan estrechas: Jedi y Sith, luz
y oscuridad. Esta galaxia es mucho más que eso.
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gritando mientras lo hago. Todo lo que puedo ver es rojo, la luz de mi arma oscurece
mi visión. Cuando me detengo, estoy jadeando. Trago saliva y me doy cuenta de que
el Jedi ya no está ahí; nunca estuvo. Estaba golpeando inútilmente el aire. Al darme
cuenta, por el esfuerzo que he hecho, me siento vacío.
Tampoco siento ya el poder oscuro que me atrajo a esta habitación. Ha
desaparecido. Busco en vano algo, cualquier cosa que me ayude en mi búsqueda.
Empujo las paredes desnudas, desesperado por encontrar una pared o cámara oculta,
algo que revele una reliquia de algún tipo, o algún libro con conocimientos arcanos,
pero no hay nada. He venido hasta aquí para nada.
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VERA STRANGE
Tsukimitsurin
Luna selvática–Borde Medio
Refinería Imperial
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
La nave estaba parada, pero las puertas del hangar permanecían bien cerradas.
Incluso los pilotos eran invisibles a sus ojos a través de los cristales polarizados.
Esperó en una rígida postura militar a lo que vendría a continuación o, con más
exactitud, quién saldría de la elegante nave. Esa clase de transbordadores solían
transportar a altos funcionarios y dignatarios, pero también a soldados y carga. En
cualquier caso, esta visita a su remoto puesto industrial era muy inusual y también
inesperada, y eso la ponía nerviosa.
No, más que nerviosa. La aterrorizaba hasta los huesos. Sabía que no podía ser
nada bueno. Tras ella, el metal y el acero de la refinería contrastaban con la
exuberante vegetación y la belleza natural de la luna. Dos soles iluminaban el cielo,
cada uno a media asta, indicando que ya era media tarde, aunque aún faltaba mucho
para el anochecer.
El aire era sofocante y húmedo dificultaba la respiración y hacía imposible que
Erdol no sudara constantemente bajo su rígido uniforme imperial gris y su sombrero
de ala estrecha. Jugueteaba con el cuello de la camisa, deseando aliviarse del calor.
Sin embargo, eso no llegaría. Ya debería haberse acostumbrado al clima tropical, pero
era el polo opuesto de su gélido mundo natal en el Borde Exterior. Todas las noches
seguía soñando con la nieve.
¡FUUUUSH! Lenta y deliberadamente, la rampa de embarque descendió del casco
de la lanzadera y tocó el suelo con un ligero ruido sordo. El repentino movimiento
sobresaltó al comandante. El vapor brotó de los motores en ralentí, ocultando la
rampa en una espesa niebla. Erdol se esforzó por ver a través de ella. Pronto se dio
cuenta de que podía oírle antes que verle. Inhala. Pausa. Exhala.
El sonido de la respiración artificial atravesó la niebla como el fuego de un
bláster. Al instante, Erdol se tensó y se sintió conmocionada hasta la médula. De
repente, con un gran movimiento de su capa negra, el mismísimo Darth Vader bajó
por la rampa, materializándose como un espectro a partir del vapor. Viajaba solo.
Los ojos sin párpados de su casco se clavaron inmediatamente en la comandante.
Su brillo reflectante mostraba el cielo rojo, centellaba junto con el fuego abrasador de
los dos soles. Erdol devolvió la mirada al Lord Sith, conmocionada. ¿Cómo era
posible? ¿Qué hacía Darth Vader allí? Precisamente allí.
Esta visita no solo era una sorpresa, también era la primera vez que se encontraba
en presencia del misterioso Lord Sith, ya que ella no era más que la humilde
comandante de un puesto de avanzada muy distante, ni siquiera era un almirante o
general.
De repente quedó claro que las historias no hacían justicia a Darth Vader. En la
vida real, Vader era una figura mucho más imponente, como si el terror emanara de su
traje mecánico como el vapor que exhalaba su nave.
—Lord Vader… no, no lo esperábamos —Erdol consiguió decir sin ahogarse,
mientras se retorcía las manos y contemplaba el oscuro visor del Lord Sith.
Vader permaneció en silencio. Demasiado silencio.
Su fachada inmóvil no delataba nada. Solo su respiración artificial atravesaba el
aire húmedo. La Comandante Erdol se sintió obligada a llenar el vacío.
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Darth Vader acechaba a los rebeldes a través de la jungla. Iba solo, capaz de moverse
con más sigilo y velocidad cuando no se veía obstaculizado por las torpes
maquinaciones de los soldados de asalto, por no hablar de esa inútil comandante suya.
Se ocuparía de ella al día siguiente. «Los traidores rebeldes serán descubiertos»,
pensó Vader mientras avanzaba, «y castigados por su traición». Nadie escapó ni una
vez que los tuvo en la mira.
La jungla era espesa e imperturbable, pero Vader utilizó su sable de luz para
cortar la maleza, atravesaba enredaderas y ramas con la parpadeante hoja roja. Utilizó
la Fuerza y los sensores de su traje para seguir a los rebeldes. Siguió sus instintos,
sabiendo que debía confiar en lo que le guiaran. Siguió abriéndose paso entre el
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follaje, pero de repente algo grande se agitó entre los árboles. Vader se quedó
inmóvil, con la mano agarrando la empuñadura de su sable.
Escuchó atento, pero también examinó el terreno con sus habilidades, buscando la
perturbación entre las enredaderas. Esto siempre le daba una ventaja adicional, que
esta pobre criatura tonta no podía conocer. Con un gruñido feroz, la bestia camuflada
saltó hacia él desde un árbol: gruñidos, garras y mandíbulas que escupían fuego.
Era un quimeraleón. Vader saboreó el momento. Deseó que durara más. Entonces,
con un rápido movimiento, se dio la vuelta y atacó al depredador mitad felino y mitad
dragón con su sable de luz. La hoja roja parpadeó y escupió. ¡ZAS!, ¡ZAS!, ¡ZAS!
Tres golpes rápidos. Luz roja abrasadora. Chispas volando y chisporroteando en la
humedad del aire. No obstante, el quimeraleón esquivó los golpes con ágiles
movimientos felinos. Se agachó y giró, azotó con su cola de lagarto con púas.
Todo en el quimeraleón era mortífero, desde su cola espinosa hasta sus afiladas
mandíbulas que podían exhalar fuego, pero Vader no tenía miedo. Se mantuvo firme.
Los afilados ojos felinos de la criatura se clavaron en Vader. La criatura no parpadeó.
Su melena siempre cambiante, ahora ostentaba un patrón de esmeralda y verde para
confundirse con el follaje; el animal se erizó en señal de advertencia. Se miraron
fijamente: un depredador contra otro.
Pareció una eternidad, pero en realidad solo duró unos segundos. Vader no cedió.
La bestia gruñó y trepó por el tronco del árbol más cercano, lista para atacar de nuevo.
Podía trepar rápidamente con sus enormes garras, y eso le daba a la criatura una
ventaja en una lucha típica, su piel se mimetizaba perfectamente con la espesura de la
selva, eso la hacía prácticamente invisible a simple vista. Vader esperó, escudriñando
el espeso follaje en busca de cualquier movimiento.
¡GRRR!
De repente, la bestia soltó un gruñido feroz y saltó hacia Vader. Mostró sus garras
de par en par, capaces de degollarlo o destriparlo. Sus mandíbulas se abrieron para
exponer unos dientes afilados como cuchillas. Una ráfaga de aliento ardiente salió
disparada hacia él mientras la criatura volaba por los aires, pero Vader no se agachó ni
retrocedió, en su lugar, apuntó al corazón y clavó su sable de luz en la bestia. La
velocidad y la ferocidad como había lanzado su ataque el quimeraleón también resultó
ser su perdición. El impulso hundió profundamente el sable de luz.
El quimeraleón se desplomó junto a Vader con un último chillido lastimero que
retumbó en la jungla. El sable sobresalía de su pecho. Se estremeció una, dos veces y
luego se quedó inmóvil. Una bandada de pájaros levantó el vuelo, surcando el cielo
con un gran batir de alas. Vader golpeó el cuerpo inerte con la bota.
—Lástima que la criatura no duró más.
Luego retiró su sable del cuerpo y miró a su presa. La jungla se había quedado en
silencio, como de luto por la muerte del poderoso depredador.
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Darth Vader continuó rastreando a los rebeldes, incluso cuando los soles empezaban a
marchitarse en el cielo. ¡ZAZ!, ¡ZAS!, ¡ZAZ! La jungla se volvió más oscura y se
sintió más ominosa. Su sable de luz abría paso entre la espesa vegetación. Sentía que
se acercaba a su rastro. Vadeó un pequeño arroyo, que cobraba fuerza cuanto más se
adentraba en la jungla. Lo siguió. Pronto se convirtió en un río embravecido. Vader
avanzó por la jungla sin aminorar la marcha mientras daba caza a los rebeldes. Sabía
que no escaparían de él. Los haría salir. Sus esfuerzos pronto se vieron
recompensados.
Vader divisó un claro en la selva. Marchó hacia él, abriéndose paso entre las
lianas que colgaban de los árboles. Examinó el claro. Era un campamento. Mejor aun,
mostraba signos de haber sido habitado recientemente: hornillos, huellas de camas,
pisadas frescas en el suelo rojizo. Algo más, una cosa olvidada por accidente. Vader
recogió el casco desechado con un escudo antiexplosiones. Estaba marcado con la
insignia roja de los rebeldes. A pesar de las débiles protestas de la comandante, el
retraso de la planta no era simple incompetencia, negligencia o el trabajo de
saboteadores locales. Como Vader sospechaba, eran rebeldes.
Siguió unas huellas en el suelo que se adentraban en la jungla. Eran grandes y
claramente no humanas. Esto atrajo su interés. Las siguió, esta vez en silencio y con
cuidado. El elemento sorpresa podía ser un arma valiosa, si se utilizaba
adecuadamente. Fue entonces cuando la vio en la selva.
La sintió a través de la Fuerza antes de verla, en rápida sucesión. Un destello de
pelaje blanco. Un suave susurro de enredaderas. El suave repiqueteo de pasos
amortiguados. Vader se agachó y observó sus movimientos concentrados, sintiendo al
mismo tiempo su energía. La wookiee era alta y estaba cubierta de pies a cabeza por
un espeso pelaje blanco. Unos afilados caninos sobresalían de su papada, uno de los
rasgos distintivos de su especie. Sorprendentemente, Vader se dio cuenta de que solo
era una cría, el equivalente a una adolescente humana. Su mente desbordaba
inteligencia, y también su nombre. Kataarynnna.
Vader se mantuvo quieto, oculto entre la frondosa vegetación, la observó
atentamente. Su mano se movió hacia la empuñadura de su sable de luz, pero no
desenvainó. La joven wookiee estaba agachada junto a un pequeño generador de
energía que atravesaba el río con soportes de acero. Trabajaba sola. A través de estos
generadores, los cables conectaban la refinería con la central hidroeléctrica principal,
que contaba con una gran presa que aprovechaba la furia del río para generar energía
con la que alimentar las bombas.
La chica wookiee miró a su alrededor para asegurarse de que no la observaban, sin
saber que Vader ya la tenía en el punto de mira. Luego se agachó y sacó algo de su
tosca bolsa de lona. Colocó un artefacto explosivo improvisado junto al generador de
energía. Rápidamente lo armó y se levantó, agarró un objeto en su mano peluda. Era
un detonador.
Fue entonces cuando giró la cabeza. Sus ojos se clavaron en él y se abrieron de
miedo. Kataarynnna echó a correr por la jungla tan rápido como le permitían sus
largas piernas. A pesar de su notable altura y tamaño, era ágil y flexible, como si
hubiera nacido de los árboles. Corría a toda velocidad y con una gracia impresionante,
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saltaba por encima de los troncos y atravesaba las gruesas lianas que obstruían su
camino. Vader la persiguió a las afueras de la jungla. Aunque sus movimientos eran
más pausados y lentos, corría con gran fuerza y nunca se cansaba.
Era obvio que la fuerza de la hembra wookiee y su clara familiaridad con el
terreno local le daban una ligera ventaja, se mantuvo por delante de él por ahora. Sin
embargo, no duraría. Una oleada de ira estalló en el pecho de Vader, fluyó a través de
él, candente y abrasadora. La saboreó y la canalizó en sus movimientos, activó su
sable de luz y lo usó para cortar las enredaderas y aumentar su velocidad. La ira era su
generador de energía.
Vader pudo ver a la hembra wookiee justo delante. Pelaje blanco y piernas largas
y agitadas. De alguna manera, se las arregló para correr aún más rápido. Vader podía
sentir que ella tenía un destino específico en su mente. También un propósito claro:
destruirlo. Sin embargo, ella nubló su visión. Su mente era fuerte, se dio cuenta
Vader, mucho más fuerte que cualquiera con el que se hubiera encontrado en algún
tiempo. Empujó con más fuerza, tratando de forzar su mente de nuevo abierta. Captó
un rápido destello: la central hidroeléctrica.
Vader arrancó la imagen de sus pensamientos antes de que su mente volviera a
bloquearse. Puede que ella tuviera una voluntad fuerte, pero él era más fuerte. Se
acercaban a la central hidroeléctrica. Vader pudo oírla antes de verla. El rugido del río
lo delataba. La hembra wookiee salió primero de la jungla, pero Vader estaba justo
detrás de ella. La estructura de acero y permacreto de la estación parecía una
imponente fortaleza surgiendo de la jungla. El sonido del agua fluyendo por la presa
era casi ensordecedor. Los storm troopers protegían y patrullaban el muro perimetral.
Divisaron a la hembra wookiee.
—¡Cuidado, un intruso! —llamó un soldado a los demás. Se dieron la vuelta y
levantaron sus blásteres. Abrieron fuego. Los disparos silbaron hacia ella.
Sin embargo, la hembra wookiee se agachó detrás de la presa que contenía el
caudal del río. Los disparos rebotaron en el permacreto peligrosamente cerca de su
cabeza, pero ella se agachó y colocó el último de sus explosivos justo en la base de la
presa. Se agachó, esquivando los disparos de los blásteres, y la armó con un suave
pitido. La luz roja emitió su advertencia.
«Así que este es su plan», pensó Vader mientras salía de la jungla. Destruir su
fuente de energía hidroeléctrica, parando así las bombas de la refinería para cortar los
valiosos suministros de combustible del Imperio. Aún no lo sabía, pero su plan se
había frustrado. Nadie podía escapar de él.
—¡Pidan refuerzos! —comunicaron los storm troopers, que bajaron corriendo del
muro perimetral para respaldar a su comandante, pero Vader levantó la mano
enguantada.
La hembra wookiee estaba atrapada, entre Vader y los soldados, con la espalda
contra la barrera de permacreto de la presa. Estaba sola y no tenía adónde huir.
—Alto al fuego —ordenó Vader.
Los soldados siguieron las órdenes y se acercaron para flanquear con sus
blásteres, mientras Vader empuñaba su sable de luz. Lo activó con un rápido
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Ella fue a apretar el botón, pero Vader intuyó su intención y se defendió con la
Fuerza. Los rebeldes le dispararon, esperando desconcentrarle, mientras Kataarynnna
se resistía, intentaba apretar el botón. Era una batalla de voluntades: la luz contra la
oscuridad. No obstante, Vader empujó con más fuerza.
Con un último y tremendo esfuerzo, aplastó el detonador en sus manos. El metal
se arrugó, lo inutilizó. Había ganado la batalla. Sin embargo, el poder explosivo de su
batalla de voluntades abrió una grieta en el suelo bajo ellos.
¡Crac! El suelo se abrió ante él y cayó, se había creado una profunda grieta que
separó a Vader de los rebeldes. Él estaba a un lado; ellos, al otro. Vader observaba
con furia apenas contenida. Frustrado su plan, los rebeldes huyeron rápido hacia la
jungla, escaparon en speeders camuflados y catamaranes wookiee. Se fundieron en la
densa vegetación y desaparecieron velozmente de la vista.
Los storm troopers siguieron disparando, derribaron algunos speedes rebeldes, que
se estrellaron en la jungla con explosiones de fuego. Sin embargo, muchos
consiguieron escapar. Entonces ocurrió algo inesperado.
Kataarynnna volvió haciendo círculos sobre sus speeders. Sus ojos brillaban con
determinación. Miró fijamente a Vader. Aceleró más y más, ganando velocidad, se
dirigió a la grieta. Saltó con su speeder sobre ella.
ZUUUUM. Corrió hacia Vader, esquivando los disparos de los blásteres
enemigos, giró hacia la central hidroeléctrica. Apuntó al explosivo situado en la base
de la presa. Vader levantó su sable de luz y se abalanzó sobre su moto. Le cortó uno
de los blásteres del vehículo, pero ella se apartó para que un bláster siguiera
funcionando. Luchó por mantener la moto estable. Disparó, fue un tiro perfecto.
¡BUUUUM! Una enorme explosión sacudió la presa. Unas grietas rompieron la
barrera de permacreto. A medida que el agua se filtraba a través de ella, esas grietas se
hacían más grandes. El río se liberó, las aguas escaparon e inundaron la jungla.
Incluso los árboles parecieron suspirar de alivio cuando el agua saturó su suelo y
sació su sed. Destrozada por el agua que se escapaba, la central hidroeléctrica se
derrumbó en un montón de polvo y ruinas.
Vader vio cómo la hembra wookiee se alejaba a toda velocidad en su speeder de
vuelta a la jungla, escapaba con los demás traidores rebeldes.
Aferrado aún a su sable de luz, que parpadeaba en la luz mortecina cuando los dos
soles se ponían en el horizonte, Vader permaneció de pie al borde de la grieta en el
suelo mientras las ruinas de la central hidroeléctrica se asentaban a sus espaldas. La
ira fluía a través de él como el río embravecido que empapa la jungla. ¿Cómo se
atrevía a desafiar al Imperio? Pagaría por ello. Esta batalla no era el final.
Era solo el comienzo de una guerra más larga. Ahora Vader sabía de ella. No
estaba a salvo. No la olvidaría ni a ella ni a su traición. De hecho, ella nunca volvería
a estar a salvo. Vader miró hacia arriba. El horizonte se tiñó de rojo sangre con la
brillante puesta de soles. El polvo que flotaba entre los escombros oscurecía la luz. Su
respiración artificial se entrecortaba.
—Nadie escapa del Imperio —dijo Vader al cielo, a los soles en el horizonte, a la
chica wookiee que se alejaba a toda velocidad por la selva—. Te cazaré… te destruiré.
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SAM MAGGS
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Ni siquiera creo que la Fuerza pueda hacer eso, pero si alguien puede encontrar
una manera, soy yo, ahora mismo. Espera… la Fuerza. Nadie puede verme poner los
ojos en blanco, pero lo hago de todos modos. Es suficiente saber que lo hice, porque
en ese momento, me lo merecía.
—¡Por aquí! —grita Reyé. Eso no es muy útil, hay que reconocerlo, pero me ha
ayudado tanto desde que llegué a la base que difícilmente puedo echárselo en cara.
Ahora no puedo verlo, pero tiene una sonrisa muy bonita.
—No te muevas.
Me apoyo con las manos en la pared cubierta de nieve y cierro los ojos por
costumbre, no es que eso oscurezca más las cosas. Aspiro profundo y suelto el aire
despacio, vaciando la mente. Luego otra vez. Y otra más.
Me pica la espalda. El alivio. Trago muy fuerte, por alguna razón. Lo ignoro.
Siento la presión real e imaginaria del derrumbe helado justo encima de mí, y la
aparto de mi mente. Me concentro. Me concentro de verdad. De repente, son como
fuegos artificiales. Mi conciencia sale de mí como el viento del desierto sobre la
arena, dibujando el mundo que me rodea sin necesidad de luz, tacto, olor ni nada de
eso.
Fluye sobre fragmentos de hielo y nieve y montones de escombros, que trazan un
mapa a través del túnel cerrado que me rodea. La Fuerza ilumina la parte posterior de
mis párpados con sensaciones e información que llegan desde todos los lados, a toda
velocidad.
Allí está, a seis metros a mi izquierda con sus botas de combate negras, pantalones
impermeables del mismo material blanco que su parka con ribete de piel, barba oscura
sobre una piel aun más oscura, casco y gafas reglamentarias que cubren un pelo
rizado que, de alguna manera, la Fuerza me dice que es muy suave y huele muy bien,
allí está. Sargento Reyé Hollis, Fuerzas Especiales de la Alianza. Más bien es de la
«Alianza Especial Forzadas a Salir Conmigo». Sé que no me soporta. Ahora soy la
razón por la que estamos atrapados en un derrumbe de hielo debajo de la Base Eco en
Hoth, donde ambos vamos a morir. Estupendo.
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No es que no me guste el tipo. Parece estar bien. Un poco engreído, es ese tipo de
gente con la cabeza en las nubes, pero tiene un cabello estupendo, ojos azules de
verdad, también, como el cielo sobre esta roca helada en un día claro. Es solo que, en
todas las historias sobre ellos que he oído, los Jedi son inútiles, sin sentido en el mejor
de los casos, y dañinos y peligrosos en el peor, aparte no hay necesidad de traer todo
eso de vuelta. Eso es todo.
Con un suspiro, bajo al suelo nevado de la ¿cueva-túnel? ¿Túnel-cueva? Era un
túnel, ahora es una cueva, subo las rodillas bajo la barbilla. Es más fácil conservar el
calor corporal si eres lo más pequeño posible. Al menos eso es la información que nos
dio el holograma de camino hasta aquí. Tengo tiempo muerto mientras espero a que el
«genio» Jedi se acerque a mí con los ojos cerrados, así que pienso en lo que pasó hace
unas horas, más o menos cuando nos conocimos. Estaba ocupado haciendo mi trabajo.
Porque tengo un trabajo. Uno de verdad.
Después de la batalla de Yavin, antes de que los pedazos de la Estrella de la
Muerte se enfriaran, los rebeldes volvimos a huir. Tuvimos que evacuar Yavin 4.
Nunca hemos sido capaces de permanecer en un lugar mucho tiempo. El Imperio
siempre nos persigue, de una forma u otra. Teníamos que encontrar un nuevo
campamento base lo más rápido posible.
Finalmente, el General Rieekan y los otros peces gordos de la Alianza se
establecieron en Hoth. Bien. No es Canto Bight, pero de eso se trata. Ni siquiera está
en las cartas estelares de navegación estándar. Tan escondido como se puede estar, en
el espacio. El plan es quedarse aquí por mucho, mucho tiempo.
El único problema con Hoth es que no es exactamente muy hospitalario o, como
digo yo, muy Hothpitalario. A menos que seas un tauntaun, supongo. El lugar es un
cubo de hielo gigante. No es de extrañar que nadie se haya molestado en
cartografiarlo; no se me ocurre ni una sola razón por la que alguien, salvo los más
buscados de la galaxia, encontraría este lugar atractivo.
Así que aquí es donde he estado con el resto de la trabajadora tripulación de la
Alianza. Día tras día, excavando túnel tras túnel, caverna tras caverna, a través de la
nieve y el hielo con cortadoras láser. Encontraron una montaña en el sur de la
Cordillera Clabburn perfecta para ahuecar. Resulta que miles de combatientes, un
montón de cazas y transportes necesitan mucho espacio. No dejes que te digan que el
aislamiento de plasmolde hace la diferencia en este tipo de frío; creo que
probablemente nunca volveré a sentir la punta de mis orejas, ni la punta de la nariz.
Condiciones como esas tienden a unirte a la gente que te rodea. Me hice muy
amigo del resto del escuadrón de Hoth. Incluso conozco a una chica que dice que se le
ocurrió el nombre de Base Eco, por la forma en que tu voz parece viajar y viajar por
estos pasillos helados.
Entonces, hoy temprano, llegó Luke Skywalker. El nuevo Jedi, el mismísimo
héroe de Yavin necesitaba una niñera.
—¿Skywalker? —grité, acercándome al trote detrás del chico nuevo. Estábamos
en lo que pronto serían los barracones de la planta baja, se oía el constante zumbido
de la cortadora láser.
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Siempre he necesitado ser útil. Sobre todo «de utilidad». Así es como a mi tía Beru le
gustaba llamarme, de la manera más dulce. No tenía un hueso que no fuera dulce en
su cuerpo (sus huesos. No, no pienses en eso).
En fin, eso es lo que me llevó a los rebeldes, eso es lo que hizo que mi torpedo
entrara en ese pequeño puerto de escape térmico de la Estrella de la Muerte, y eso es
lo que me llevó a Hoth. Me gusta tener un propósito. ¿No les gusta a todos? ¿No es
eso algo que toda la gente necesita, a través del espacio y del tiempo, Jedi o Sith,
bueno o malo? ¿No estamos todos buscando nuestro propósito en esta galaxia grande,
vacía y oscura?
Mi propósito en Hoth, al menos al principio, era ayudar en la excavación de un
sistema de túneles especialmente difícil que los ingenieros y el equipo de
construcción de la Alianza estaban excavando en la ladera de una montaña. Lo
estaban haciendo bien por su cuenta, pero era un trabajo lento. Sería mucho más fácil
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no se abalance sobre nosotros desde arriba? Porque los Jedi se deshicieron de todo el
mal de la galaxia. ¿No es cierto?
Tragué saliva y me di cuenta de que tenía la garganta tan reseca como si fuera
pleno día en Tatooine.
—No. —Lo miré fijamente a los ojos, oscuros y serios, descubrí que me esperaba
un desafío—. No fue así, no la última vez, pero esta ocasión será diferente. Esta vez,
me tienes a mí. No lo defraudaré.
Entonces un gusano de hielo gigante con nariz de tenedor salió disparado a través
del suelo helado junto a nosotros, y el mundo entero cayó sobre nuestras cabezas.
Este es mi problema con los Jedi. Mientras el resto de los trabajadores de la Alianza
llevamos semanas dejándonos la piel en esta roca helada del Borde Exterior, a Luke
Skywalker le dan una medalla y le llaman héroe. Como si fuera el único que luchó en
la Batalla de Yavin. Como si fuera la persona más importante de esta base.
Siempre fue así con los Jedi. Por lo que escuché, al menos. Aparecen, se llevan la
gloria y dejan las cosas peor de lo que estaban. Como ahora…
Entrecierro los ojos en la oscuridad y capto lo que mis ojos pueden ver. Ese
gusano atravesó el hielo sólido, colapsando el túnel de acceso a nuestro alrededor.
Entrada y salida completamente bloqueadas. No hay forma de subir o bajar. Lo mejor
que tenemos para trabajar aquí son algunas luces rotas y más hielo. No es lo ideal.
Observo a Luke, con los ojos aún cerrados, arrastrando los pies cada vez más
cerca de mí, con los brazos extendidos delante de él. Decido, afortunadamente en mi
opinión, acabar con su sufrimiento, levantarme y tocarlo en el pecho antes de que
pueda ir más lejos.
—Las traes. Te toca.
Puedo ver el brillo tenue en los ojos de Luke mientras se abren.
—¡Te encontré!
Ajá, así fue.
—Sí, seguro lo hiciste.
—Tenemos que salir de aquí. —Luke respira agitado y sus ojos se desorbitan. O
es claustrofóbico o no puede ver bien en la oscuridad, o ambas cosas. De cualquier
manera, es solo un poco divertido. Pero, sobre todo, es molesto.
—Hagas lo que hagas, no uses tu magia espacial —sugiero, empezando a tantear
las paredes heladas en busca de huecos—. Eso es probablemente lo que lo despertó.
Oigo a Luke soltar algo entre un bufido y una exhalación detrás de mí.
—Oh, cierto. Estoy seguro de que fue la Fuerza la que lo despertó, y no tus láseres
de hielo gigantes.
—¿Láseres gigantes de hielo devuelven a la vida a muchos animales extintos? —
¿Percibo aire?
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No es que tenga miedo a la oscuridad. En realidad, no. Más bien es que temo en lo
que podría convertirme si paso demasiado tiempo en ella. Sin embargo, el miedo y la
falta de familiaridad con la oscuridad y en lo que podría convertirme es algo a lo que
me estoy acostumbrando, no de inmediato (como Reyé puede notar por mi respiración
acelerada y la forma en que le he roto accidentalmente uno o dos dedos con mi agarre
mortal), pero poco a poco.
Seguro. Lo estoy consiguiendo. Sé cómo sacarnos de esta. Tengo que hacerlo.
Porque eso es lo que hacen los Jedi. Ahora, sí, hay otra versión de esto en la que tuve
mi sable de luz en la cadera todo este tiempo (que también es lo que los Jedi deben
hacer, estoy aprendiendo muy rápido), así que la oscuridad, la nieve y probablemente
el gusano de hielo con nariz de tenedor dejaron de tener sentido muy rápidamente.
Qué útil es mi sable de luz. Tan útil. Tan sellada en la unidad de
descontaminación donde me han quitado todo lo que llevaba antes de aterrizar en
Hoth para asegurarse de que no llevaba ningún patógeno de otro mundo que pudiera
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dañar la fauna local. Francamente ahora mismo estoy pensando que tal vez eso no
hubiera sido tan malo después de todo.
No, aún no hay sable de luz.
Eso no me deja sin armas. Empujo a Reyé hacia el frío suelo nevado del túnel y
cruzo las piernas. Sigo sujetando sus manos y cierro los ojos. Le oigo soltar otro
suspiro irritado. Entonces, a través de la Fuerza, siento que él también cierra los ojos.
Pienso en casa. Pienso en Tatooine y en esos soles crueles y amables. Pienso en su
luz, reflejada en Ghomrassen, Guermessa y Chenini. Observo cómo cada grano de
arena del desierto absorbe la tranquila luz de esas lunas, y absorbe y absorbe hasta que
las lunas se oscurecen y se oscurecen y entonces no hay nada. Tatooine está oscuro.
Vacío. Silencioso.
Mas no del todo. En un instante, cada grano de arena se ilumina, ardiendo con el
fuego de ambos Tatoos. Veo como toda la arena ardiente se levanta del suelo y flota
hacia el cielo, iluminando el mundo de nuevo. Encendiéndose y quemando todo.
Entonces oigo a Reyé jadear, vuelvo a estar con el trasero en la nieve de Hoth,
pero ahora nuestras manos enguantadas están muy, muy calientes. Abro los ojos lento.
Tengo que parpadear una, dos veces. Es tan… brillante.
Justo a nuestra izquierda, puedo ver el sol, como el sol que se abre paso entre las
nubes en el hermoso planeta natal de Reyé. Puedo sentirlo. El lugar donde el hielo es
más fino, donde el derrumbe es más vulnerable a nuestras suaves manos humanas.
Donde, si trabajamos juntos, durante un rato, podremos abrirnos paso y encontrar el
camino de vuelta a la luz.
—Sé dónde podemos cavar para liberarnos —digo, y sé que sueno tan chiflado
como Reyé cree que soy, pero tengo razón, ya no me importa lo que piense de mí. Sé
que puedo salvarnos. Sé que tengo razón.
Miro nuestras manos que brillan tenuemente y luego vuelvo a mirar a Reyé. Yo no
diría que parece feliz; no creo que el tipo haya parecido feliz ni un solo día de su vida.
Aún hay dudas en sus ojos. Sin embargo, puedo decir, si no me complico, que parece
impresionado.
Muestro la misma sonrisa que le dediqué la primera vez que lo vi.
—¿Ves? Los Jedi no son del todo malos.
Bufa, pero veo un poco de humor en sus ojos.
—¿Se supone que resolver el mismo problema que tú causaste hace que me caigas
bien?
—Tú también podrías haber causado el problema, te lo recuerdo.
Suelta mis manos, y el resplandor se desvanece lento, pero en un abrir y cerrar de
ojos, se pone de pie y vuelve a ofrecerme la mano.
—Está bien. Trabajaré para cambiarte de opinión. Tengo la sensación de que
vamos a estar en Hoth mucho, mucho tiempo.
Reyé se ríe (se ríe de verdad) mientras me pone de pie, con la oscuridad de sus
ojos brillando.
—Dioses, espero que no.
Cuando empezamos a cavar, no tarda en aparecer la luz, tal y como la vi en mi
mente.
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Varios autores
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
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MAESTROS
TESSA GRATON
E N EL FRÍO y negro espacio, una estación de combate a medio construir espera. Una
superarma. Una Estrella de la Muerte. Una trampa.
Apaga las estrellas, pero centellea con peligrosas luces propias. Como aún no está
completa, la Estrella de la Muerte Mark II parece como si una gran bestia galáctica le
hubiera dado varios mordiscos, dejando bordes irregulares. En órbita alrededor de la
exuberante Luna Forestal de Endor, la Estrella de la Muerte gira lento. Aunque
parezca una asociación entre la luna y la estrella, hay una base en Endor que crea un
enorme escudo deflector para mantener a la Estrella de la Muerte en su sitio. La
energía necesaria está rompiendo con lentitud la pequeña luna verde, pero es una
víctima esperada. La Estrella de la Muerte está destinada a destruir todo lo que toca.
En el polo norte de la Estrella de la Muerte hay una torre. De cien pisos de altura,
es intimidante y elegante. A su maestro le gustan las cosas elegantes. Nació en un
planeta de elegancia y se elevó al poder en un planeta de lujo. Por supuesto, su
residencia en su estación de batalla sería un símbolo de sus gustos, pero también es un
símbolo de su dominio sobre sus antiguos enemigos, los Jedi. Durante siglos, su
templo en Coruscant fue un faro de esperanza y luz, y gobernaron desde una aguja
dorada. Toda su esperanza y luz han desaparecido, han sido eclipsadas por el poder
del maestro de la Estrella de la Muerte.
Ha tenido muchos nombres, algunos otorgados, otros ganados y otros tantos
tomados a la fuerza: hijo, Sheev, aprendiz, senador, Palpatine, Lord Sith, Sidious,
Emperador. Sin embargo, el que más le gusta es maestro. Fue el primer nombre de
poder que tomó para sí mismo. Un nombre secreto, una invocación al Lado Oscuro.
Pronunciado por su primer devoto y por cada aprendiz desde entonces. Dicho con
miedo y temor, por aquellos que se han ganado el derecho. Los débiles lo llaman
Emperador. Solo aquellos casi tan fuertes como él en el Lado Oscuro conocen su
mejor nombre. Un día, pronto, el joven Skywalker se arrodillará y lo dirá también. Él
lo ha previsto.
En lo alto de la torre de la Estrella de la Muerte está su sala del trono más brutal.
Es nueva, y él nunca había estado aquí hasta ahora. Mas espera pasar mucho tiempo
aquí, una vez que haya aplastado los últimos vestigios de la llamada Rebelión. El
trono está frente a una enorme ventana redonda, desde ella puede ver toda la galaxia.
Su galaxia. A su alcance, en los brazos del trono, hay paneles de control que le
conectan con toda la Estrella de la Muerte, desde los que puede comandar a cualquier
persona en cualquier planeta o nave a lo largo y ancho del Imperio Galáctico.
Ahora mismo no utiliza la tecnología para escuchar o hablar. No deja que el
funcionamiento del millón de soldados y constructores que se arrastran por la estación
de batalla le distraiga. No, el Emperador Palpatine se reclina en su trono y mira por la
gran ventana con sus ojos y sus sentimientos. Las estrellas se desdibujan mientras la
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
Fuerza se eleva dentro y alrededor de él. Es un relámpago bajo su piel. Una red de
energía crepitante y furiosa en todas direcciones.
Siente todo a su alrededor: urgencia, ira, miedo, exactamente lo que busca. La
Fuerza atrae sus sentidos hacia fuera, hacia adelante. Sabe lo que está por venir. Lo ha
sentido. Ha movido piezas aquí y allá, ha organizado sistemas estelares para
adaptarlos a sus planes. La última vez que sintió esta anticipación fue hace unos
veinte años, en el nacimiento de su Imperio, cuando todo giró en torno a la creación
de su mayor activo: Darth Vader.
Vader siempre ha sido conflictivo. Palpatine siempre ha sabido utilizar ese
conflicto en su beneficio, susurrando, prometiendo, manipulando a Vader en esos
momentos de singular claridad que le hacen tan poderoso en el Lado Oscuro de la
Fuerza, pero ya no.
Eso siempre pasa con los aprendices. Palpatine debería saberlo; ha tenido varios.
Él mismo lo fue una vez y recuerda perfectamente el momento en que comprendió
que era mejor que su maestro, más fuerte y poderoso, y lo mató. Palpatine no
permitirá que ningún aprendiz suyo llegue a esa misma comprensión o crea que lo ha
hecho.
En su trono, sonríe. Es una sonrisa de labios agrietados y dientes amarillos. Es
feo. Un regalo del Lado Oscuro para hacerlo más aterrador, más horrible antes de
tiempo. Así como es por fuera lo es por dentro, y nadie que lo vea podría olvidarlo.
Mírenme. Témanme.
Ha pasado tanto, tanto, tanto tiempo desde que alguien le miró con algo que no
fuera miedo.
Lo recuerda. Ojos decididos, dorados por la vida, no amarilleados por la
oscuridad. El Gran Maestro Yoda. El brillo verde del sable de Yoda contra el rojo
sangrante del suyo.
—Me dicen que nuevo aprendiz tiene, Emperador. O ¿quiere que lo llame… Darth
Sidious?
—Maestro Yoda. Sobrevivió.
—¿Sorprendido?
—Su arrogancia lo matará, Maestro Yoda. Ahora va a experimentar todo el poder
del Lado Oscuro.
Los rayos de la Fuerza arden en vida desde las venas de Sidious, y alcanzan con
avidez al viejo Jedi. Atrapado, Yoda sale despedido hacia atrás, golpeándose con
fuerza contra la pared de la oficina del canciller.
—He esperado mucho tiempo este momento, mi pequeño amigo verde —dice
Sidious mientras se acerca a hurtadillas. Yoda no se mueve, salvo por el áspero
traqueteo de su respiración. Sidious se ríe al verlo—. Al fin los Jedi están muertos.
Yoda se levanta y lo mira.
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
gira y Yoda la arranca del control de Sidious. ¡El Jedi la lanza directamente contra
Sidious!
Tiene que apartarse de un salto, y la cápsula se estrella contra la que había estado
pisando con una explosión de chispas y fuego. El humo se expande y Sidious se
vuelve y salta de nuevo en busca del Maestro Jedi. ¿Dónde podría haberse escondido
el Jedi? Seguro que no se escabulló ya derrotado.
De repente, Yoda está allí, saltando demasiado rápido para seguirlo, Darth Sidious
le lanza un rayo de la Fuerza, pero el Maestro Yoda lo atrapa.
Se enfrentan, el frío rayo azul los une. El azul se refleja a su alrededor,
especialmente en los decididos y desesperados ojos dorados del Jedi. Darth Sidious
está cansado. Esboza su peor sonrisa y prepara un asalto final con todo el poder del
Lado Oscuro. Como si lo presintiera, Yoda le devuelve el empujón con un último
estallido de fuerza. Sus poderes chocan, hay un estallido violento.
Darth Sidious se detiene en la barandilla de una cápsula repulsora, jadeando.
Apenas puede respirar, pero la energía le recorre mientras se levanta. Se gira para
buscar al Maestro Yoda, riendo de nuevo. Lo único que ve es la fea capa café del Jedi
cayendo como basura (llegan los soldados clon y no encuentran ningún cadáver).
LSW 111
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llega a nada si se molesta en localizarlo. Y a lo largo de los años que ha pasado con el
Lado Oscuro, con sus sentimientos difundiéndose por todas partes y absorbiendo
poder, el fácil contacto con el nombre de Yoda se ha convertido en algo meditativo.
Te derroté. Te ahuyenté y tomé todo lo que era tuyo. Las cosas que representabas
ahora son cenizas. Tú permaneces, y mientras lo hagas, yo sigo ganando.
Mas el resto del tiempo, Palpatine prefiere volver a ver a Yoda, el tiempo
suficiente para verlo morir. Se sienta en su trono y mira por la enorme ventana. Ha
enviado a la flota lejos. Bajo la estación de batalla cuelga Endor, nubes lechosas justo
en su campo de visión. En unas pocas semanas, las fauces de esta trampa se cerrarán
alrededor de la Alianza Rebelde. Su aprendiz se romperá por última vez, y el hijo de
Vader ocupará su lugar. No habrá renacimiento de los Jedi.
El Emperador sonríe y luego se ríe. Espera, después de todo, que Yoda viva. Que
el viejo Gran Maestro Yoda sepa cuando estos últimos restos de la República sean
aplastados. Que lo sentirá, que sentirá su dolor. Sí, sí (Vader se acerca, se aproxima al
muelle espacial para hablar con su maestro sobre la búsqueda de su hijo, siente la
satisfacción del Emperador que fluye a través del Lado Oscuro).
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
El Emperador lo siente. Tal vez porque estaba pensando de nuevo en el viejo Jedi. Sus
pensamientos y sentimientos ya giraban en esa dirección inevitable. Gran Maestro
Yoda. Muerto. Como si siempre hubiera sido capaz de sentir al antiguo Jedi verde y
de repente su presencia hubiera desaparecido. No, es todo lo contrario. Es como si
Yoda no hubiera existido en absoluto para el Emperador, y de repente está por todas
partes. Por todas partes en la Fuerza.
El Emperador sisea y tira de su ira, siempre listo para avivar las llamas del Lado
Oscuro. Está lleno de él, el glorioso poder, un relámpago bajo su piel. El Emperador
ríe. Ríe y ríe. Yoda ha muerto.
—Oh, Yoda —se dice a sí mismo, mostrando los dientes en una horrible sonrisa.
Su risa resuena por toda la sala del trono, desde la ventana de observación hasta la
sala de estar, desde las puertas del muelle de atraque hasta el puente que se estrecha
sobre el foso gigante. Un resplandor azul surge de ese abismo, del reactor térmico en
el corazón de la Estrella de la Muerte, un frío contraste con la enfermiza luz roja de la
torre de aislamiento.
Incluso la Guardia Imperial apostada a ambos lados de las puertas de la bahía de
atraque se revuelve incómoda ante el inquietante triunfo de la risa del Emperador.
Entonces el Emperador siente un estremecimiento en la Fuerza. Es… ¡Imposible!
Yoda se alza ante él, nebuloso y rodeado de un resplandor como si estuviera
iluminado desde dentro.
Es imposible. Y sin embargo… es Yoda, encorvado y anciano, con su vieja túnica
de Jedi y su torcido bastón. El Emperador no sabe si esto es real, pero suelta una
última carcajada.
—Estás muerto.
El fantasma inclina su cabeza.
—¿Viniste a ver mi gloria final? Esperaba que la vieras. —El Emperador gira con
lentitud sobre su trono para mirar por la ventana. Levanta una mano para barrer la
extensión de estrellas—. Dentro de poco aplastaré a la Alianza Rebelde. Tendré al
nuevo Skywalker como tomé a su padre.
El Emperador carcajea de nuevo.
Detrás suyo, la extraña visión de Yoda habla con la misma vocecita áspera.
—Ganar no puedes.
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Varios autores
Más tarde, cuando la Alianza Rebelde comienza su ataque a la base lunar de Endor y
la flota está preparada para hacer saltar la trampa del Emperador, este vuelve a
sentarse en su trono, ansioso y a la espera. Presiente la llegada de Darth Vader y, con
Vader, la de su hijo. La Guardia Imperial envía una alerta al trono de que la nave de
Vader ha atracado, las puertas se abren siseando. El Emperador se vuelve, encendido
de triunfo.
—Bienvenido, joven Skywalker —dice Palpatine—. Te estaba esperando.
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A TRAVÉS DE LA TURBULENCIA
ROSEANNE A. BROWN
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
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Varios autores
Rey y Poe recorrieron el mercado durante casi una hora antes de encontrar a alguien
que pudiera explicarles lo sucedido. Según un vendedor de capas, cubierto con
docenas de pieles, los seres que se habían llevado a BB-8 eran conocidos como los
qoogai. Vivían en el sistema de túneles bajo la superficie de Thorat IX y rara vez
interactuaban con extraños.
El vendedor de capas los guio hasta la entrada del túnel, un suave agujero
excavado en la pared del acantilado que bordeaba un lado del mercado. A juzgar por
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
la poca luz que emanaba de las profundidades del túnel, el camino era muy, muy
profundo. Lo siguiente que hicieron fue ponerse en contacto con la General Organa.
—Así son los droides. Siempre metiéndose en problemas —dijo la general cuando
le explicaron el incidente, Rey prácticamente pudo oír la sonrisa en la voz de la líder
de la Resistencia a través del comunicador. Sin embargo, su tono era serio cuando
continuó.
—Vayan a buscarlo, pero que sepan que solo quedan dos horas más o menos hasta
que vuelva la niebla venenosa. Si no pueden encontrarlo para entonces, tendremos que
irnos sin él. Sé lo mucho que significa para ustedes, pero no podemos arriesgar el
destino de la Resistencia por un solo droide.
Con aquella solemne advertencia resonando en sus oídos, Rey y Poe se lanzaron a
los túneles en busca de su amigo. Rey tardó menos de un minuto en decidir que aquel
lugar no le gustaba nada. En absoluto. Los túneles eran oscuros y húmedos,
iluminados cada pocos metros por inquietantes cristales verdes que proyectaban un
brillo pálido sobre su piel y la de Poe. Era como caminar por la garganta de una bestia
gigante y resplandeciente, como si en cualquier momento las paredes pudieran
cerrarse y tragárselos dentro de aquel mundo para siempre.
Si tan solo el viejo sable de luz de Luke no se hubiera partido en dos, esa otra
fuente de luz habría sido maravillosa. No, no más pensamientos del Maestro Luke. No
aquí, no ahora.
—¿Ves algo? —Rey llamó a Poe.
El piloto negó con la cabeza.
—No hay suficiente tierra en estas rocas para dejar huellas. Ni siquiera hay
marcas de rozaduras, así que deben de haberlo cargado. Podría estar en cualquier
lugar aquí abajo. —Poe miró hacia el techo tachonado de cristales—. Debemos estar
¿qué?, ¿a cincuenta o cien metros bajo la superficie ahora mismo? No tengo ni idea de
cuánto tiempo hemos perdido.
El miedo se agolpó en el estómago de Rey, pero lo apartó. Intentó una vez más
alcanzar la Fuerza para ver si percibía alguna sensación de vida o incluso de
movimiento en las rocas, pero nada. Eso no importaba. Iban a encontrar a BB-8 antes
de que la Resistencia abandonara Thorat IX sin ellos. Tenían que hacerlo.
Pero a cada paso y minuto que pasaba, el droide se sentía cada vez más lejos. Rey
cruzó los brazos sobre el pecho mientras por su mente pasaban horribles imágenes de
lo que el qoogai podría haber hecho con BB-8.
—¿Por qué crees que se lo llevaron en primer lugar? —susurró.
No había necesidad de hablar en voz baja, ya que no había nadie más allí, pero
estaba demasiado nerviosa para hablar más alto.
—Piezas, lo más probable. BB-8 es uno de los modelos más nuevos del mercado.
Desmóntalo y podrías hacer una fortuna solo con sus piezas principales.
Rey se estremeció.
—¿Cómo puedes hablar de eso con tanta frialdad?
—No estoy siendo frío, estoy siendo realista —respondió Poe—. Ambos sabemos
que no lo atraparon solo para invitarlo a comer galletas y beber té.
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Varios autores
—Lo único que sé es que si BB-8 fuera mi droide y lo hubieran secuestrado, ¡no
estaría haciendo bromas al respecto!
—Oh, ¡así que ahora intentas robarme el droide además de a mi mentora!
Poe abrió mucho los ojos, como si no hubiera querido decir lo que acababa de
expresar. Rey se le quedó mirando. Tenía que referirse a la General Organa.
—¿Qué se supone que significa eso? —preguntó ella, pero el piloto ya estaba
trotando hacia un nuevo túnel.
—No es nada. Vamos, aún no hemos revisado este superescalofriante y poco
iluminado tunel.
Rey corrió tras él.
—¡No cambies de tema! ¿Cómo que te estoy robando a tu mentora?
—He dicho que no he… ¡aaah!
Las palabras apenas habían salido de la boca de Poe cuando el suelo cedió bajo él.
Todo lo que Rey vio fueron rayas de luz verde mientras ella y Poe caían de cabeza por
el suelo del túnel, aterrizaron con un golpe seco en una espaciosa caverna que parecía
el interior de un arcoíris. En lugar de los cristales de un verde enfermizo que poblaban
el resto del sistema de túneles, esta cueva estaba llena de orbes de todos los colores y
materiales imaginables.
Esferas metálicas colgaban del techo suspendidas de cables, mientras que otros
objetos circulares asomaban por agujeros poco profundos excavados en la roca. Otros
rodaban libremente por el suelo tras el poco agraciado aterrizaje de Rey y Poe. Había
orbes de cristal de colores brillantes, orbes de metales soldados, orbes de alguna
biomasa pulsante, y mucho, mucho más. Allí, en medio del caos, en una jaula redonda
sobre un pedestal rocoso, estaba BB-8.
—¡Amigo! —gritó Poe, y su voz estaba tan cruda de alivio que Rey lamentó haber
insinuado por un segundo que no se preocupaba lo suficiente por el droide.
Cuando por fin la cabeza dejó de darle vueltas, Rey se sentó, desencajó su bastón
y, con cautela, pinchó uno de los orbes de biomasa.
—Supongo que esto explica por qué los qoogai lo querían tanto —musitó. Estaba
claro que a las criaturas les gustaban las cosas redondas.
Poe estaba a medio camino de la jaula de BB-8 cuando un trío de seres se puso
delante de él. Los qoogai eran una raza alta, rivalizaban fácilmente con los wookiees
en altura, pero tenían piel escamosa de color púrpura en lugar de pelaje, y seis brazos
en lugar de dos. Los tres siseaban algo a Poe en un lenguaje lírico que ni él ni Rey
entendían. Poe parpadeó, sorprendido, antes de mostrarles su clásica sonrisa
Dameron.
—Eh, ¿venimos en son de paz?
Menos de cinco minutos después, Rey y Poe se encontraban en una jaula metálica
igual a la de BB-8. Mientras esperaban a que sus captores decidieran su destino, el
droide les contó lo que había ocurrido desde su secuestro. Al parecer, había intentado
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
pitar pidiendo ayuda cuando el líder de los qoogai lo había agarrado por primera vez,
pero Rey y Poe habían estado demasiado concentrados en su discusión en el puesto de
fruta como para darse cuenta. Rey vio su propia culpa reflejada en la cara de Poe.
¿Cómo podían llamarse a sí mismos luchadores de la Resistencia cuando habían
estado tan metidos en su mezquina discusión que ni siquiera habían oído a su amigo
pidiendo ayuda?
—Lo siento mucho, amigo. No volverá a ocurrir —juró Poe y Rey asintió con la
cabeza. BB-8 emitió una serie de pitidos ofendidos que dejaron claro que más les
valía que no volviera a suceder.
—BB-8, ¿cuánto tiempo nos queda hasta que vuelva la niebla venenosa? —
preguntó Rey.
Se oyó un zumbido bajo, luego un simple número uno virtual salió proyectado del
cuerpo del astromecánico. El estómago de Rey cayó a sus pies. Una hora. ¡Habían
perdido demasiado tiempo!
Mientras los qoogai adulaban una bola gigante de tierra que uno de sus amigos
había hecho rodar hasta la cueva, Poe probaba los barrotes de su jaula.
—Bien, está claro que la forma más rápida de salir de esta es con un poco de
acción del sable de luz.
Rey hizo una mueca.
—El sable de Luke sigue roto. La General Organa cree que se puede arreglar, pero
aún no he descubierto cómo —dijo ella.
Le escocía admitir que había algo que no podía hacer, sobre todo ante alguien
como Poe, que lo hacía casi todo a la perfección. Bueno, sin contar su motín en el
Raddus. Aquello definitivamente no había salido muy bien. El piloto suspiró.
—Bien, nuevo plan: usa la Fuerza para engañar a nuestros amables anfitriones
para que nos dejen ir a los tres, y luego nos largamos de aquí antes de que entren en
razón.
Rey se abrazó las rodillas contra el pecho, deseando de repente que las rocas la
hubieran enterrado en el derrumbe para no tener que mantener esta conversación.
—No puedo —susurró.
—Rey, te he visto usar la Fuerza para levantar rocas del tamaño de wookiees.
¿Qué quieres decir con que no puedes engañar a un puñado de qoogai?
—¡Porque ya no puedo hacer nada! —Las palabras estallaron de Rey antes de que
pudiera contenerse—. Mi mente es un caos, ¡y no puedo concentrarme para llegar a la
Fuerza!
Era la primera vez que Rey le contaba a alguien su problema. Había conseguido
mantenerlo oculto la mayor parte del tiempo, comportándose como si nada pasara
siempre que Finn, la General Organa o cualquier otro miembro de la Resistencia
estaba cerca. Sin embargo, en los raros momentos en que estaba sola, cuando se
sentaba e intentaba aclarar su mente como el Maestro Luke le había enseñado, lo
único que veía era a él desvaneciéndose en la luz de las estrellas y la nada. Volvía al
caos de la batalla en la sala del trono de Snoke y al dolor que había sentido cuando
Kylo Ren la había traicionado como todo el mundo había dicho que haría. Todos esos
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Varios autores
pensamientos se agolpaban en su mente hasta ser densos como un bosque, sin dejar
ningún camino por el que pudiera llegar a la Fuerza.
Rey esperaba que Poe se sintiera decepcionado. Esperaba que le dijera en cuántos
problemas se había metido la Resistencia ahora que su usuaria residente de la Fuerza
no podía hacer ninguna de las cosas que la hacían útil. No esperaba que el rostro de
Poe se suavizara por la comprensión.
—¿Cuánto tiempo lleva pasando esto? —preguntó con suavidad.
—Desde que el Maestro Luke… desde que él… desde Crait. —Rey se abrazó las
rodillas con más fuerza, haciéndose pequeña como solía hacer en aquellas noches
solitarias de Jakku—. Aún no se lo he dicho a la General Organa. Se va a llevar una
gran decepción. Después de todo, ¿qué clase de Jedi ni siquiera sabe usar la Fuerza?
Varias emociones se agitaron en el rostro de Poe antes de acercarse y poner una
mano reconfortante en el hombro de Rey.
—Oye, si la general puede perdonarme por intentar robarle literalmente el control
de su ejército, estoy bastante seguro de que te perdonará a ti por no ser capaz de
levantar algunas rocas.
Rey dejó escapar una risa seca.
—Para ti es fácil decirlo. Conoces a la general de toda la vida. Eres prácticamente
de la familia. Pero ¿yo? Solo soy una huérfana que tropezó con la Resistencia.
Apuesto a que, si el sable de luz de Luke no me hubiera llamado en Takodana, la
Resistencia ni siquiera sabría mi nombre.
El rostro de Poe se torció de ira.
—¿De verdad crees que somos tan superficiales? No solo yo y la General Organa,
sino Finn y todos los demás que creen en ti, ¿también piensas tan poco de ellos?
Desde su jaula, BB-8 emitió varios pitidos de acuerdo. Rey se apartó de Poe.
—No lo entenderías.
—Al contrario, pareces olvidar que nuestra estimada General me dejó literalmente
inconsciente con un bláster no hace mucho. Entiendo lo que se siente al
decepcionarla. La Resistencia no exige perfección a sus miembros, Rey. Si estás
dispuesta a estar con nosotros, perteneces con nosotros.
A Rey se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¿Aunque no pueda usar la Fuerza nunca más?
—Estar conectada a la Fuerza no es lo más importante de ti ni lo que hace que nos
importes. Además, algo me dice que este bloqueo que tienes no es permanente —
respondió Poe—. ¿Sabes que a veces, cuando estás volando, todo está perfectamente
despejado hasta donde alcanza la vista y luego, de la nada, te topas con una nube de
turbulencias? En este momento, estás en medio de la nube y parece que nunca va a
terminar, pero cuando llegas a esos momentos difíciles, no puedes tan solo apagar el
motor y esperar lo mejor. La única salida es continuar. Y cuando llegues al otro lado,
las cosas estarán más claras que nunca.
Los ojos de Poe adquirieron la mirada lejana de alguien que se hunde
profundamente en un recuerdo.
—Lo que estás sintiendo ahora, yo lo he vivido. Sinceramente, algunos días sigo
ahí. Después de todo lo de Holdo… algunos días son más duros que otros, pero quiero
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
que sepas que estoy ahí contigo, encontrando mi camino a través de las turbulencias.
Si yo puedo hacerlo, tú también puedes.
Fue como si a Rey le hubieran sacado una piedra del pecho. Las palabras de Poe
por sí solas no hacían desaparecer toda su culpa por el pasado ni sus nervios por el
futuro, pero le resultaba más fácil lidiar con ellos sabiendo que no eran para siempre.
—Gracias —dijo ella, y Poe le dedicó una pequeña sonrisa.
—Oye, ahora eres uno de los nuestros. En La Resistencia, nos cuidamos entre
nosotros. —Hizo una pausa, poniendo mala cara—. Aunque sigues equivocada con la
fruta paeyu.
Rey soltó una carcajada de verdad por primera vez en mucho tiempo, que fue
rápidamente interrumpida por una serie de trinos angustiados de BB-8. Los qoogai
habían terminado sus deliberaciones y estaban recogiendo la jaula del droide para
llevarla más adentro de los túneles. Rey y Poe tenían que actuar rápido, antes de que
volvieran a separarse de su amigo.
Poe miró a su alrededor alocadamente hasta que sus ojos se iluminaron con una
idea.
—Paeyu, ¡eso es! ¿Todavía tienes esa fruta asquerosa?
De hecho, Rey aún tenía la fruta asquerosa. Le dio el paeyu a Poe, quien dijo:
—Cuando dé la señal, toma a BB-8 y corre.
—Y ¿tú? —preguntó Rey, pero Poe ya había desviado su atención hacia el qoogai.
Agitó la fruta paeyu delante de él como si fuera el tesoro más sagrado de la
galaxia.
Los qoogai se abalanzaron de inmediato sobre la jaula de Rey y Poe. Uno de ellos
introdujo un enjuto brazo morado entre los barrotes para agarrar el paeyu, pero Poe le
arrebató la fruta hacia el pecho.
—De ninguna manera. Si quieres ver esto de cerca, tienes que abrir la puerta.
Rey no creía que nadie fuera a tragarse eso, pero estaba claro que había
subestimado lo mucho que les gustaban las esferas a los qoogai. Se apresuraron a
abrir la puerta de la jaula y, en cuanto se soltaron los barrotes, Poe se lanzó contra sus
captores. Los qoogai le habían quitado su bláster, pero Poe era más hábil en una
escaramuza cuerpo a cuerpo de lo que Rey habría esperado. Se subió a la espalda de
un qoogai antes de darle un codazo en las tripas al segundo y una patada en el pecho
al tercero. Rey se apresuró a salir de la jaula y dirigirse a la de BB-8 mientras Poe
forcejeaba con el trío.
Rey tomó uno de los orbes de cristal y lo utilizó para golpear la cerradura de la
jaula hasta que el droide quedó libre. Le dio una rápida palmada en la cabeza antes de
explorar la cueva en busca de una salida. Ya está. Más adelante había un túnel que
probablemente los llevaría de vuelta a la superficie. Ella y BB-8 podrían incluso llegar
al Halcón antes de que volviera la niebla venenosa. Sin embargo, Poe seguía ocupado
con el qoogai. Rey podía huir con BB-8 o volver y ayudar a Poe a luchar, pero no
había tiempo para ambas cosas. El pánico se apoderó de ella al pensar que Poe estaba
varado en este planeta a merced de los qoogai. La Resistencia ya había perdido
demasiada gente buena, buenos amigos. No podían perderlo a él también. Ignorando
LSW 125
Varios autores
su instinto de correr hacia un lugar seguro, se volvió hacia donde Poe y el qoogai
luchaban, BB-8 cerca de ella.
Rey respiró hondo, entrando en el lugar de su interior donde habitaba la Fuerza.
Imaginó su mente llena de turbulencias como Poe había descrito. Esa vez, en lugar de
intentar luchar contra ella, Rey dejó que la nube la envolviera por completo. Daba
miedo, pero como había dicho Poe, no era interminable. Se imaginó a sí misma dando
un pequeño paso a través de la nube, y luego otro, hasta que alcanzó con la mano la
claridad que le había faltado durante tanto tiempo.
Así, Rey supo lo que tenía que hacer.
—Vas a soltar a mi amigo y escoltarnos de vuelta a la superficie lo más rápido
posible —le dijo al líder qoogai.
Las palabras del truco mental cayeron fácilmente de la lengua de Rey, le dio a su
voz el tipo de autoridad que nunca había tenido al crecer. Los ojos del líder qoogai se
aflojaron y pareció gritarles algo a sus compañeros en su lengua lírica. Los tres se
apartaron inmediatamente de Poe, que parecía un poco magullado, pero carecía de
heridas importantes. Rey le ayudó a ponerse en pie y BB-8 lo sostuvo por el otro lado,
mientras el líder qoogai movía uno de sus seis brazos en el gesto universal de
«sígueme».
A pesar del moretón que le salía en el labio, Poe sonrió a Rey mientras seguían al
qoogai fuera del santuario orbe y hacia la libertad.
—Parece que alguien ha encontrado el camino a través de las turbulencias.
Rey le devolvió la sonrisa.
—Por suerte, tenía un piloto bastante bueno para guiarme. Ahora, salgamos de
este lugar mientras podamos.
Llegaron demasiado tarde. Cuando Rey, Poe y BB-8 llegaron a la superficie de Thorat
IX, los mercados, los vendedores y la diminuta comunidad que había bullido sobre la
brillante arena púrpura apenas unas horas antes habían desaparecido. También lo
había hecho el Halcón Milenario. Unas nubes de niebla tóxica rosa cruzaron el
horizonte y se dirigieron directamente hacia el pequeño mercado. Algunas naves
valientes volaron hacia ella, pero ninguna sobrevivió. Los qoogai habían vuelto a su
santuario subterráneo, a salvo de los efectos de la niebla.
El terror se apoderó de Rey. Habían tardado demasiado. Ahora estarían varados
hasta que la Primera Orden los encontrara o la niebla venenosa los alcanzara, lo que
ocurriera primero, pero Poe era siempre optimista y se negaba a dar por perdida una
situación hasta haber agotado todas las opciones. Señaló hacia una nave dúo
abandonada no lejos del puesto del frutero.
—La niebla venenosa aún no se ha instalado del todo. Si partimos ahora,
deberíamos poder llegar a la parte superior de la atmósfera antes de que las toxinas
empiecen a devorar la nave.
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
No era el mejor plan que Rey había oído, pero no tenía otro mejor. A diferencia de
la mayoría de las naves, donde había un claro piloto principal y otro secundario, cada
piloto de la nave dúo controlaba uno de los motores dobles. Rey y Poe tenían que
estar perfectamente sincronizados si no querían estrellarse y arder. Poe tomó el motor
derecho; Rey, el izquierdo, y BB-8 rodó nerviosamente hasta la conexión
astromecánica.
—¡Muy bien, BB-8, danos un poco de jugo! —llamó Poe, y un salto de arranque
del droide astromecánico después la nave dúo estaba rebotando en el cielo.
La diferencia entre los estilos de vuelo de Rey y Poe se hizo evidente de
inmediato. Los movimientos de Poe eran elegantes y rápidos, mientras que Rey era
partidaria de maniobras más controladas y lentas. La nave se sacudía y se sacudía, los
motores luchaban entre sí en un intento de conciliar los patrones de vuelo en
conflicto. El inconfundible gemido del metal derrumbándose llenó la cabina cuando la
niebla venenosa empezó a correr la estructura de la nave. BB-8 emitió una serie de
pitidos estridentes y Poe apretó los dientes.
—Sé que estás asustado, pero no hay necesidad de ese tipo de lenguaje. —Lo
reprendió. Miró a Rey, con terror en los ojos, aunque su voz era firme cuando dijo—:
Podemos hacerlo. Juntos.
Rey asintió. Ambos se voltearon hacia sus respectivos controles con nueva
determinación. La nave volvió a temblar antes de perder altitud tan deprisa que BB-8
se golpeó contra la pared de la cabina con un ruido sordo. Estaban cayendo.
Descendían. Abajo… hasta que nuevamente subieron.
La nave dúo salió disparada hacia el cielo con un aumento de altitud casi tan
brusco como había sido la caída. Rey incorporó un poco más de la velocidad de Poe
en su aproximación, mientras que Poe añadió un poco más de la cautela de Rey en la
suya. Los motores por fin zumbaban en armonía ahora que podían trabajar en ese
punto dulce entre el estilo de cada piloto. El dúo de naves voló a través de la
atmósfera de Thorat IX con sorprendente control entrando y saliendo de los penachos
de niebla con experta habilidad.
Aunque eran rápidos, la niebla venenosa lo era más. Rey la imaginó como unas
manos gigantes sin forma decididas a agarrarlos y no soltarlos jamás. La nave volvió
a estremecerse y en el salpicadero parpadearon pequeñas luces de advertencia de que
estaban empezando a perder sus sistemas críticos.
Rey y Poe empujaron la nave dúo hasta el límite de su potencia. Pero esto no era
un X-Wing ni el Halcón Milenario. Incluso con los dos pilotos, el dúo no podía
moverse muy rápido, pero entonces, por delante, a través de la penumbra, apareció la
visión más hermosa que Rey había visto jamás: la silueta del Halcón Milenario
moviéndose con velocidad fuera del alcance de la niebla venenosa. Lo habían
conseguido. Rey tecleó inmediatamente en el canal de comunicaciones especial al que
solo podían acceder los miembros de la Resistencia.
—¡Abran! ¡Somos nosotros! ¡Somos nosotros! —gritó antes de que el Halcón
pudiera empezar a disparar.
En el primer golpe de suerte en todo el día, la puerta de carga de la nave se abrió y
reveló a Rose y Finn saludando salvajemente en su dirección con amplias sonrisas en
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Varios autores
sus rostros. Hubo que maniobrar con cuidado, pero pronto Rey, Poe y BB-8
estuvieron a salvo en el vientre del Halcón. Los últimos miembros de la Resistencia
salieron disparados hacia el hiperespacio y Thorat IX no era más que un recuerdo en
el retrovisor. Rey y Poe lo habían conseguido.
Y lo más importante, lo habían hecho juntos.
—Ese tuvo que ser el peor encargo de la galaxia —dijo Finn.
Rey se sintió tan aliviada de verle que ni siquiera se enfadó por la burla. Lo abrazó
con fuerza y él le devolvió el abrazo. Curiosa como siempre, Rose quería saberlo todo
sobre el planeta, las especies que allí habitaban y la niebla venenosa.
Tan reconfortante como volver a estar con sus amigos era saber que, cuando Rey
más lo había necesitado, había sido capaz de encontrar el camino de vuelta a la
Fuerza. La batalla que tenía por delante sería difícil, nunca habría un día en el que no
llorara la pérdida del Maestro Luke y de todos los demás. Pero parte de ser un Jedi
significaba seguir adelante incluso cuando el pasado intentaba detenerte. El camino no
siempre era fácil, pero era el de Rey, y siempre lucharía por abrirse paso a través de él
por el bien de sus seres queridos.
Rey y Poe intercambiaron miradas, un nuevo entendimiento entre ellos a la luz de
su experiencia compartida. Tal vez nunca coincidieran en todo, pero sin duda estaban
del mismo lado. Eso importaba mucho más de lo que jamás importarían sus
diferencias. Entonces Poe se apoyó en la pared, la visión de la confianza fácil, como si
no hubiera estado luchando contra un trío de qoogai y perdiendo no mucho antes.
—Verás, nuestra intrépida aventura de hoy empezó, aunque no lo creas, con Rey
equivocándose sobre los cables y la fruta.
Rey dejó escapar un sufrido suspiro. Cuanto más cambiaban las cosas…
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
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Varios autores
SARWAT CHADDA es un autor de best seller de The New York Times, cambió su
pasión escolar por los juegos de mesa por su carrera como escritor en 2009. Desde
entonces ha escrito novelas, cómics y series de televisión, como Devil’s Kiss, The
Legend Of Hanuman para Disney+ Hotstar y el éxito de ventas City of the Plague
God. Sus escritos abarcan su herencia, combinando Oriente y Occidente, con una
pasión especial por las leyendas épicas, los monstruos despiadados, los héroes
gloriosos y los villanos despreciables. Tras pasar años viajando, ahora vive en
Londres, pero siempre cuenta con una mochila y un cuaderno a mano. Se le encuentra
en Twitter como @sarwatchadda.
DELILAH S. DAWSON es autora del bestseller de The New York Times Star Wars:
Phasma (Planeta, 2017) y Star Wars Galaxy’s Edge: Black Spire (Planeta, 2021),
Minecraft Mob Squad: Never Say Nether, Mine, Camp Scare, The Violence, Tales of
Pell Serie (con Kevin Hearne), la serie Hit, la serie Blud y la serie Shadow (escrita
como Lila Bowen), así como los cómics de su propiedad Ladycastle, Sparrowhawk y
Star Pig, además de cómics en los mundos de Firefly, Star Wars, The X-Files,
Adventure Time, Rick & Morty, Marvel Action: Spider-Man, Disney Descendants,
Labyrinth y mucho más. Se le encuentra en línea en delilahsdawson.com.
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
SAM MAGGS es una exitosa escritora de libros, cómics y videojuegos, entre ellos
La imparable Wasp (Planeta, 2021), Star Wars Adventures para IDW y el próximo
remake de Knights of the Old Republic. Canadiense en Los Ángeles, echa de menos el
Coffee Crisp y la leche en bolsa.
KAREN STRONG es autora de las novelas de grado medio Just South of Home y
Eden’s Everdark. Su ficción breve ha aparecido en Star Wars. Desde cierto punto de
vista. El Imperio Contraataca (Planeta, 2022) y A Phoenix First Must Burn. Nacida y
criada en la Georgia rural, creció haciendo cosplay de la princesa Leia. Se le
encuentra en su sitio karen-strong.com.
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Varios autores
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Star Wars: Historias de los Jedi y Sith
ACERCA DE LA EDITORA
JENNIFER HEDDLE es editora ejecutiva de Disney Publishing Worldwide. Edita
libros de Star Wars para niños, adolescentes y adultos desde la sede de Lucasfilm en
San Francisco. Vive en East Bay con su marido y su gatita rescatada.
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