Está en la página 1de 133

Los valientes Jedi. Los astutos Sith.

Estos icónicos héroes y villanos representan la


lucha entre el bien y el mal que habita en el corazón de Star Wars. En esta
emocionante antología, diez aclamados autores y autoras imaginan nuevas aventuras
para los Jedi y los Sith, desde Luke Skywalker y Darth Vader hasta Obi-Wan Kenobi
y Asajj Ventress, entre muchos otros, en historias que parecen haber salido de la
pantalla. Peleas épicas, planes malvados, actos valientes y una ira sin límites están
aquí para celebrar a algunos de los héroes y villanos más memorables de todos los
tiempos….
Escrito por
Roseanne A. Brown • Sarwat Chadda
Delilah S. Dawson • Tessa Gratton
Michael Kogge • Sam Maggs • Michael Moreci
Alex Segura • Vera Strange • Karen Strong
Editado por
Jennifer Heddle
Esta historia forma parte del Nuevo Canon.

Título original: Stories of Jedi and Sith


Autores: Jennifer Brody (con el seudónimo Vera Strange), Roseanne A. Brown, Sarwat Chadda, Delilah S.
Dawson, Tessa Gratton, Michael Kogge, Sam Maggs, Michael Moreci, Alex Segura, y Karen Strong
Editora: Jennifer Heddle
Traducción: Santiago Rendón Enríquez
Arte de portada e ilustraciones: Jake Bartok
Publicación del original: 2022

Revisión: Klorel
Maquetación: Bodo-Baas
Versión 1.0
27.04.23
Base LSW v2.23
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

DECLARACIÓN
Todo el trabajo de digitalización, revisión y maquetación de este libro ha sido
realizado por admiradores de Star Wars y con el único objetivo de compartirlo con
otros hispanohablantes.
Star Wars y todos los personajes, nombres y situaciones son marcas registradas
y/o propiedad intelectual de Lucasfilm Limited.
Este trabajo se proporciona de forma gratuita para uso particular. Puedes
compartirlo bajo tu responsabilidad, siempre y cuando también sea en forma gratuita,
y mantengas intacta tanto la información en la página anterior, como reconocimiento
a la gente que ha trabajado por este libro, como esta nota para que más gente pueda
encontrar el grupo de donde viene. Se prohíbe la venta parcial o total de este material.
Este es un trabajo amateur, no nos dedicamos a esto de manera profesional, o no
lo hacemos como parte de nuestro trabajo, ni tampoco esperamos recibir
compensación alguna excepto, tal vez, algún agradecimiento si piensas que lo
merecemos. Esperamos ofrecer libros y relatos con la mejor calidad posible, si
encuentras cualquier error, agradeceremos que nos lo informes para así poder
corregirlo.
Este libro digital se encuentra disponible de forma gratuita en Libros Star Wars.
Visítanos en nuestro foro para encontrar la última versión, otros libros y relatos, o
para enviar comentarios, críticas o agradecimientos: librosstarwars.com.ar.
¡Que la Fuerza te acompañe!
El grupo de libros Star Wars

LSW 5
Varios autores

LSW 6
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

INTRODUCCIÓN
¿QUÉ SIGNIFICA SER BUENO? Es una de las eternas preguntas de la vida, con
muchas respuestas posibles, ¡y no se puede resolver en esta breve introducción! Pero
cuando pienso en el esfuerzo por ser una buena persona, me vienen a la mente los Jedi
como ejemplo de aquellos que siempre intentan, al menos, ser buenos. Ninguno de
nosotros es perfecto, incluidos los Jedi, pero los caballeros Jedi nos dan un ideal por
el que luchar. Ya sea Luke manteniéndose firme y negándose a golpear a su padre, u
Obi-Wan enfrentándose a un joven padawan porque cree que es lo correcto, o Rey
luchando contra la maldad de Palpatine, Star Wars nos proporciona un montón de
héroes del Lado Luminoso que hacen todo lo posible para hacer retroceder al Lado
Oscuro.
Por supuesto, no se puede tener luz sin la oscuridad, ni bien sin mal; y a Star Wars
no le faltan villanos memorables. Darth Maul con su estilo diabólico, pasando por el
retorcido y vil Palpatine, hasta el innegablemente icónico Señor Oscuro de los Sith:
Darth Vader. El mal siempre está ahí para que los Jedi se enfrenten a su lucha por la
luz. (También están los que, como Asajj Ventress, viven en las sombras entre ambos,
recordándonos que las definiciones de «bueno» y «malo» no son tan simples como
decir blanco y negro). Me complace mucho presentar diez emocionantes historias
originales de un grupo de autores increíbles, historias que exploran lo que es ser
bueno, malo y todo lo que hay en medio. Aquí se plantean algunas preguntas
importantes: ¿qué hace a un Jedi? ¿Qué significa defender la justicia?
En una galaxia tan complicada, ¿qué es lo que realmente hay que hacer?, pero
también hay acción emocionante, aventura y humor, en historias atemporales de Star
Wars que parecen sacadas de la pantalla grande. Así que disfruta la lectura y elige tu
lado en la Fuerza.
Jennifer Heddle

LSW 7
Varios autores

LSW 8
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Hace mucho tiempo,


en una galaxia muy, muy lejana…

LSW 9
Varios autores

LSW 10
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

LSW 11
Varios autores

QUÉ HACE A UN JEDI

MICHAEL KOGGE

EL TEMPLO SE abrió, rosado en el amanecer, tal como lo había hecho en los


sueños del muchacho. Era una enorme estructura de roca, con un cuerpo trapezoidal
sobre una base rectangular. Cinco torres coronaban su planicie superior, cuatro en
cada esquina, y la quinta se elevaba más alta desde el centro. Según la leyenda, se
había erigido en la cima de una montaña cuando estas aún dominaban el terreno del
planeta. Tras milenios de expansión, el propio templo era la única montaña en este
distrito de la ciudad, por lo cual atraía la mirada desde todas las direcciones.
Sin embargo, lo que había dentro no podía vislumbrarse desde fuera. Pocos
ventanales penetraban en los lados inclinados del templo. Las vidrieras a lo largo de
su fachada solo permitían el paso de la luz, no de las miradas curiosas. De vez en
cuando se podía observar una figura con túnica en un balcón de la torre, pero estas
siluetas revelaban poco.
Eso no quiere decir que los residentes del templo fueran reclusos. De hecho, eran
algunos de los individuos más reconocidos de la República, miembros de una
hermandad mística de guerreros, sanadores, diplomáticos, y pensadores dotados con
extraordinarios poderes mentales y físicos. En lugar de utilizar sus dones para obtener
beneficios egoístas, habían comprometido sus vidas para defender la paz y la justicia
en una galaxia siempre peligrosa. Aun así, el modo en que alcanzaron sus asombrosas
habilidades seguía siendo un misterio. De los trillones de seres de la galaxia solo a
unos pocos se les permitía dominar los secretos enseñados dentro del templo.
El chico pronto se uniría a ese pequeño número. Conseguiría ser admitido en el
templo y aprendería la verdad sobre lo que se llamaba la Fuerza. Se convertiría en
aquello que siempre había soñado ser: un Jedi.
A medida que se acercaba al templo, el chico se dirigía a las sombras siempre que
podía, bordeaba callejones, saltaba por los tejados, evitaba puentes aéreos y se
arrastraba por las tuberías. Alguien como él no era bienvenido en los niveles
superiores de Coruscant. A diferencia de los ricos que vivían en la superficie del
planeta, y podían permitirse lo mejor de la moda, él vestía con harapos y olía a
coladera. Tenía los pies descalzos y sucios; su pelo era irregular, cortado con una
cuchilla áspera. La suciedad era indistinguible de las pecas de su cara, y la carne que
se podía ver bajo la mugre era pálida, raramente expuesta al sol. Aunque era
biológicamente humano, pocos de su especie lo considerarían uno. Pertenecía a una
clase de seres que la sociedad rechazaba. El chico era un huérfano de los barrios
bajos.
A la Canciller Suprema Lina Soh le gustaba decir: «Todos somos la República»;
pero en realidad había muchos que permanecían en los márgenes de la sociedad a
pesar de los esfuerzos de Soh por eliminar los viejos prejuicios. Los habitantes ricos
de la superficie de Coruscant seguían temiendo que los parias como el chico

LSW 12
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

infectaran sus distritos con enfermedades, pobreza y crimen. Si lo atrapaban


deambulando, lo tacharían de carterista y sería enviado de vuelta a los niveles más
bajos. Nadie derramaría una lágrima por su desaparición.
Sin embargo, su origen de pobreza no le importaría a los Jedi. En todos los
archivos de datos que leyó, en los noticiarios y en las historias que había escuchado,
los Jedi respetaban a seres de toda condición. La diversidad de sus filas reflejaba este
modelo. Algunos de los más grandes caballeros habían sido nobles; otros, don nadie.
Unos pocos habían sido esclavos. Un chico de la calle como él estaría en buena
compañía.
Pasó a toda velocidad por delante de un bloque de edificios gubernamentales y
llegó a la Vía Procesional, el bulevar principal que conducía al templo. No había
ningún lugar donde esconderse, ni sombras ni rincones, pero no le preocupaba.
Normalmente, la avenida estaba llena de todo tipo de gente (Jedi, burócratas,
activistas y turistas), pero a esta hora tan temprana ni siquiera los vendedores de
baratijas habían llegado a montar sus puestos. El chico estaba solo y feliz con la
cabeza en alto mientras caminaba hacia el templo. El destino y la meta junto con él
eran uno mismo, según decían los viejos maestros.
—¡Alto!
Una chica con túnica de color arena se precipitó hacia él. Parecía una mezcla
indeterminada de especies, con espinas en el cráneo y colas en la cabeza que
sobresalían de su cabello castaño hasta los hombros. Sus ojos dorados deslumbraban,
su piel esmeralda brillaba a la luz de la mañana. Era hermosa y feroz a la vez, él se
detuvo ante su orden.
—Suelta las armas, matón ganzee, no te muevas —dijo encendiendo un sable de
luz con su hoja azul. El chico abrió las manos.
—No estoy armado, ni soy ganzee, lo juro.
Los ganzee eran una notoria banda criminal de la ciudad subterránea que
reclutaron a huérfanos como él para hacer su trabajo sucio. Él había eludido todos sus
intentos de atraerlo, incluso llegó a esconderse en las alcantarillas cada vez que los
veía.
—Pero te ves como un ganzee —afirmó ella—, hueles como uno también.
La cara de la chica se arrugó mientras abanicaba su mano en el aire.
—Que las estrellas me salven, ¿te bañas con banthas?
El chico quiso comentar que su olor a productos químicos de limpieza era igual de
desagradable, pero se lo guardó.
—Nunca he visto a un bantha, en realidad. Soy del nivel trece-doce de la ciudad
subterránea. Vine a entrenar como Jedi.
—No se mencionó una nueva llegada —respondió perpleja—. ¿Qué maestro te
llamó?
—He venido por mi cuenta.
—Esto debe ser una especie de broma —resopló—. Algo que el Maestro Elzar te
puso a hacer para engañarme y sacarme de mis casillas; nadie llega de la nada al
templo y exige ser entrenado.

LSW 13
Varios autores

—No he venido a engañar a nadie ni a exigir nada —dijo el chico—. Venir aquí es
más como… un sueño que siempre he tenido. Incluso traje documentos para
demostrar que soy un buen candidato.
—¿Documentos?
—Pruebas de sangre, un conteo de midiclorianos —respondió él, mientras sacaba
un flimsi de sus harapos.
Durante su investigación, había descubierto que los Jedi solían examinar la sangre
de los candidatos en busca de organismos microscópicos que llamaban midiclorianos.
Cuanto mayor era el número, más fuerte era la idoneidad de un candidato para unirse
a la orden. Al anticipar que los Jedi pedirían un recuento, el chico había pagado a un
flebotomista ortolano para que realizara una prueba. Él, orgulloso, señaló los
resultados a la chica.
—Como podrás notar, mi conteo es alto.
La chica solo lo miró de reojo.
—Ningún maestro con sentido común se preocupa por los análisis de sangre.
Cuando buscan jóvenes necesitan pruebas de talento, no papeleo.
Sus críticas no le preocupaban. Estaba preparado para tal petición.
—Por supuesto —dijo—. ¿Qué tal esto?
Guardó el flimsi. Inhaló, luego hizo lo que había practicado tanto tiempo en las
alcantarillas. Saltó tan alto como pudo, dobló las rodillas hacia el pecho y ejecutó una
voltereta en el aire como la que vio hacer a los Jedi en un holovideo. Al descender,
estropeó el aterrizaje con un paso en falso, pero se recuperó rápido y sonrió.
La chica se encogió de hombros.
—Cualquier acróbata podría hacerlo; lo que los maestros buscan es la capacidad
de hacer cosas que los seres ordinarios no pueden. De todos modos, dirán que eres
demasiado viejo.
—¿Demasiado viejo? ¿Qué edad tienes?
—Catorce años estándar.
—También yo —dijo el chico—. ¿Por qué debería eso hacer una diferencia?
—Porque me trajeron al templo cuando era una bebé. Eres demasiado grande para
empezar a entrenar —le respondió exasperada por la actitud del chico.
—¿No puedes hablar con los maestros por mí? Puedo demostrarles que estoy
preparado.
—No me corresponde hacerlo, solo soy una iniciada. Ningún maestro me ha
elegido aún como su padawan.
—Bueno, entonces déjame hacerlo —dijo el chico—. ¿Con quién debo hablar?
La chica desactivó su sable.
—Mira, estoy investigando una amenaza grave y debo alertar a seguridad si
encuentro a alguien sospechoso. Pareces un buen chico, así que no lo haré. Sin
embargo, te aconsejo que te vayas antes de que la policía y los guardias del templo
hagan su recorrido —miró el cronómetro de su muñeca— lo cual debería ser en
cualquier momento. Buena suerte. —Le dedicó una breve (y para él, falsa) sonrisa y
luego se alejó.

LSW 14
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

El chico se quedó solo, conmocionado. Esperaba preguntas difíciles, incluso un


examen de ingreso, pero nunca una negativa rotunda; en especial de alguien de su
edad. Eso definitivamente nunca fue parte de sus sueños. De pronto escuchó una
extraña melodía que se tarareaba en el borde del bulevar, donde las filas de flores
brotaron. Se acercó a ver.
Una pequeña figura vestida con las túnicas doradas y blancas del templo Jedi
estaba regando las plantas. Una mano rugosa sostenía un bastón curvado, y unas
largas orejas puntiagudas sobresalían de una cabeza redonda con el pelo blanco. El
chico podía identificar a todos los miembros del Consejo Jedi y solo había un Jedi del
que podría tratarse.
—¿Maestro Yoda?
La figura dejó de tararear y se le acercó. Sí, tenía que ser él. Ningún Jedi estaba
tan arrugado por la edad, o era tan pequeño y verde, o tenía unos dientes tan
diminutos y afilados, además de mostrar una sonrisa traviesa. El chico dio un paso
adelante.
—Maestro Yoda, yo…
En el cielo se escuchaba un aerodeslizador de tres aletas, con luces encendidas en
la cabina. Una voz resonó desde un comunicador externo.
—Esta es la Policía del distrito del templo. Estamos buscando a los sospechosos
de un asunto criminal. Permanezcan allí para ser interrogados. Se desplegará un rayo
de retención si es necesario.
El chico no dudaba de lo que le ocurriría si obedecía. La policía nunca creería que
había venido a entrenar, dirían que había venido a robar. Se dio la vuelta y corrió. Sus
acrobacias le salvaron la vida. Se agachó y esquivó el rayo que le apuntaba; solo
alcanzó a capturar unas flores y esto provocó que Yoda agitara su puño hacia el cielo.
El chico huyó hacia la ciudad. Estaba a salvo, pero su sueño en peligro. Ahora era
buscado.

Horas más tarde, el chico se acurrucó detrás de un restaurante de lujo. Lo más


inteligente sería alejarse de este distrito. La policía sabía cómo era y estaría
buscándolo. Si lo atrapaban, su castigo sería mucho más severo que un boleto de
regreso a los niveles inferiores.
Pero él no iba a irse. No después de lo que había sucedido en el Templo. Uno de
los más grandes Jedi de esta época le había sonreído. Un huérfano de la ciudad
subterránea. Un don nadie.
Este reconocimiento podría no significar nada, por supuesto. Pero iba a
averiguarlo. Lo intentaría de nuevo. Esta vez se vestiría como es debido. Se agachó
bajo una llave de agua y se lavó toda la suciedad que pudo. Luego recogió la ropa
para su nuevo atuendo. Tomó unos pantalones del cesto de un droide de la lavandería,
sacó una túnica de un contenedor de caridad; se hizo un cinturón con un lazo de cable
de comunicaciones desechado, se puso un par de botas negras de la puerta principal

LSW 15
Varios autores

de un departamento de lujo, rellenando los dedos de los pies con servilletas arrugadas
para ajustárselas. Para la prenda más visible de su vestuario, se coló en una tienda de
disfraces y agarró una bata marrón destinada a los bailes de disfraces.
Se vistió con su nueva ropa y dejó sus trapos como ropa interior. Una
comprobación de su reflejo en la ventanilla de un speeder mostró que estaba cerca de
parecer convincente. Estaba perdiendo solo un gran detalle.
En una obra de construcción, recogió un conjunto de herramientas que incluía un
soplete de plasma. Se enfrentó a un repaso público y desatornilló el tubo de desagüe
del fregadero. En una chatarrería, arrancó un botón de activación de un tablero de
serie YT, y una lente de un conjunto de sensores. Por último, no por ello menos
importante, tomó los acopladores magnéticos de los cargadores de una estación de
servicio.
Una vez que juntó lo que necesitaba, se retiró a un rincón oscuro del garaje de un
speeder. En unas pocas horas fabricó con esas piezas algo parecido a un sable de luz
Jedi.
Estaba lejos de ser el verdadero y nunca debería ser utilizado como un arma real.
El rayo de plasma azul que salía del tubo de drenaje era errático, incapaz de
mantenerse durante mucho tiempo antes de apagarse. No obstante, unos segundos de
estabilidad eran mejor que nada; la baja potencia del rayo significaba que, si manejaba
mal el dispositivo, no se cortaría accidentalmente su propio brazo.
Tras un poco de manipulación de los acopladores magnéticos, se colgó la
empuñadura del sable de luz del cinturón, se ajustó la túnica y salió del garaje del
speeder. Ahora, la prueba final.
Salió a las calles a mediodía. Al principio se mantuvo alejado de las multitudes.
Sin embargo, cuando nadie lo miró ni le dirigió una segunda mirada, confió en que su
disfraz funcionaba y caminó más libremente entre los peatones. Entonces llegó el
coche de la policía. Era el mismo de tres aletas que lo había acosado en el templo. Se
desvió entre el tráfico y bajó del skylane para pasar al lado de él. Un panel de su
cristal se abrió.
—¡Oye, padawan! —gritó el piloto desde adentro, un kadrilliano de escamas
anaranjadas con un uniforme de policía que acomodaba su medio caparazón de
terrapin—. Buscamos a un joven humano de tu edad, un sucio habitante de la ciudad
subterránea. Creo que está relacionado con la pandilla ganzee. Se dice que están a
punto de intentar algo, no sabemos qué. ¿Has visto a alguien así escondiéndose?
El chico negó con la cabeza, buscando el callejón más cercano para huir si era
necesario. No había nada a menos de cincuenta metros.
—Bueno, avísame si lo haces —el agente asomó la cabeza por la ventanilla—.
Oye, creo que no nos conocemos. Soy el detective Tals Trilby, de la policía del
distrito de templo. ¿Cómo te llamas?
Era una pregunta que no le habían hecho en años. Por fortuna, el sondeo en el
comunicador del oficial lo salvó de tener que responder.
—Rayos, no puedo hablar; tengo que correr. Un robo en la tienda de disfraces
Tres-Yees —dijo Trilby—. Pero mantén un ojo en cualquier situación sospechosa

LSW 16
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

porque mi viejo y sabio compañero de desayuno dice que los jóvenes Jedi ven cosas
que otros no ven.
El panel se cerró y el aerodeslizador se alejó.
El chico suspiró aliviado. También sintió algo que rara vez había sentido antes:
respeto. Así que eso era ser un Jedi. La policía venía a pedirte ayuda.
Durante el resto de la tarde recorrió la ciudad y los alrededores del templo.
Esperaba la oportunidad para volver, y esta ocurrió cuando un grupo de jóvenes Jedi,
algunos años más jóvenes que él, eran conducidos por un acompañante mayor.
Entre ellos había humanos, snivvians con dientes de sierra, conjeni con forma de
estrella, gand con respirador y kubaz con su nariz de trompa. La mayoría llevaban
túnicas Jedi, aunque un puñado estaba empapado en traje de baño, con sus ropas
dobladas bajo los brazos. Posiblemente habían ido a una piscina local. El día era
abrasador, el calor subía desde el pavimento y las capuchas se usaban como sombrilla.
El chico se subió la capucha y siguió al grupo. Los niños eran tan bulliciosos y la
chaperona estaba tan ocupada con ellos que nadie se dio cuenta de que los
acompañaba. Menos mal, porque la chaperona era la chica que lo había detenido al
amanecer.
A medida que se acercaban al templo, el chico sintió que otros estaban siguiendo
al grupo. Su conciencia no era como la que poseían los Jedi, sino más bien un instinto
que había desarrollado para sobrevivir en la ciudad subterránea. Sin embargo, las
miradas por encima del hombro revelaron solo peatones que se apresuraban a
atravesar el resplandeciente calor del día. Nadie parecía sospechoso, aunque la
sensación no lo abandonó. Una vez que el grupo llegó al Camino de la Procesión, la
chica chasqueó los dedos y los jóvenes se callaron y formaron una línea recta. El
chico iba en la retaguardia.
El bulevar terminaba en una triple escalera de mármol pulido, coronada por cuatro
estatuas gigantes de los fundadores del templo. El grupo ascendió por la escalera
central, y el chico tuvo su primera visión de la entrada del templo. En lugar de
puertas, había tres hileras de cuatro pilones de piedra, el frontal con tallas de los
cuatro fundadores. Entre los monolitos había tres centinelas enmascarados armados
con las empuñaduras cilíndricas de picas de sable de luz de doble hoja; eran los
Guardias del templo, un cuerpo de élite Jedi elegido para defender el recinto contra
los intrusos, tan excepcionales en el combate que se rumoreaba que en épocas pasadas
solo tres habían hecho retroceder a un ejército de tres mil. No se podía jugar con ellos.
El guardia central se movió para permitir que dos Jedi salieran del templo. Era una
mujer humana con una túnica y capa blanca con una diadema alrededor de su pelo
rubio. El chico la reconoció como Avar Kriss, una conocida Maestra Jedi. Su
compañero era mucho más bajo y más verde.
—Saludos, Clan Kowak —dijo el Maestro Yoda, apoyándose en su bastón—.
¿Estuvo bien la lección de natación?
Los jóvenes kubaz emitieron alegres resoplidos. Los gand exhalaban gases de sus
respiradores. Los humanos, los conjeni y los snivvians gritaron:
—¡Asombrosa!
—¡Magnífica!

LSW 17
Varios autores

—¿Podemos volver mañana?


Yoda se rio.
—Es bueno ejercitar el cuerpo, ahora es el momento de ejercitar la mente.
Meditaremos y nadaremos a través de las corrientes de la Fuerza. Vengan. La Maestra
Kriss ha vuelto de una importante misión y les enseñará esta tarde. —Señaló a Kriss,
quien sonrió; luego ambos volvieron a caminar por los pilones.
Los jóvenes los siguieron mientras el muchacho, como último de la fila, subía los
últimos escalones.
Volvió a tener esa sensación. Mientras bajaba las escaleras miró detrás de él a
través del Camino de la Procesión. El bulevar estaba vacío, salvo por el destello
fantasmal del calor que se elevaba desde la carretera. Lo extraño era que las ondas de
calor tenían formas discernibles. Los contornos semejaban dos cuerpos humanoides
que se movían hacia las escaleras.
Alguien agarró al chico por detrás y lo empujó contra la base de una estatua.
—Tú no eres parte de esta clase —dijo la chica.
—¡Suéltame! —El chico se zafó de su agarre, pero la capucha se le cayó de la
cara.
—¿Otra vez tú? —dijo ella, abriendo los ojos de par en par cuando notó quién era.
—Vengo a decirte que han seguido a tu grupo —dijo él.
—¿Qué? ¿Dónde? ¿Quién?
El chico señaló hacia abajo de los escalones.
—¿Ves el brillo y las olas de calor?
—No veo nada —respondió, mirando en esa dirección.
El chico inclinó el cuello para mirar. Podía ver claramente el Camino de la
Procesión. Ella tenía razón. No había nada extraño ahí afuera, ni resplandor de calor
en absoluto.
—Pero estaban ahí. Los vi acechando.
—¡El único acechando eres tú! —La chica lo jaló de su túnica—. Vestido como
un Jedi, obviamente tratando de colarse en el templo.
—Déjame hablar con un maestro. Puedo explicarlo.
—¿No me has oído antes? No es así como funciona. Aunque fueras mayor de
edad, necesitarías una prueba de tu talento para ser considerado, no un disfraz. —
Señaló el sable de luz colgando de su cinturón—. ¿De dónde has robado eso?
—Lo construí yo.
—No tiene sentido.
—Pruébalo —replicó. Se lo quitó del cinturón y se lo ofreció.
A diferencia del flimsi, lo tomó y lo giró de lado a lado, luego pulsó el activador.
Un rayo azulado salió del lente de la empuñadura y mantuvo su forma mientras lo
giraba.
—¿Tú construiste esto? Impresionante.
—Gracias —respondió, mientras sonreía ante el cumplido.
Hizo un enorme arco y luego apagó la hoja.
—Pero no es un sable de luz. Un sable tiene una presencia en la Fuerza. Esto no es
más que un soplete de soldar.

LSW 18
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

El chico se enfadó. ¿Quién se creía que era? Ni siquiera era una padawan
completa aún, ni mucho menos una Jedi.
—Te equivocas. La Fuerza es intensa en este sable —dijo extendiendo una
mano—, como lo es conmigo.
El sable saltó de su mano a la de él.
—¿Es suficiente prueba para ti?
Ella entrecerró los ojos, como si intentara mirar a través de él, o a su alrededor, o
en su interior. Fuera lo que fuera lo que estaba haciendo, le inquietaba.
—Detente —dijo.
—Entonces deja de fingir ser alguien que no eres —ella parpadeó y volteó la
mirada— porque si fueras lo que dices ser, un maestro ya te habría encontrado.
El chico no iba a dejar que esta chica, iniciada, determinara su destino.
—Bueno, no me encontraron. Por eso he venido a ellos.
La chica levantó las manos.
—Bien. Acude a los guardias del templo. Que sean ellos los que juzguen. Tal vez
no te vean como un niño jugando a ser Jedi.
En la entrada, los tres silenciosos centinelas empuñaban sus picas de sable de luz.
El guardia del medio había vuelto a bloquear el camino que Yoda y los jóvenes
habían tomado hacia el templo. Todos parecían mirar en la dirección del muchacho.
Sin duda, si se dirigía a ellos, alertarían a la policía.
El chico apretó los dientes. Esta vez no conseguiría nada. Tendría que volver
cuando esta chica no estuviera cerca. Se dio la vuelta y bajó las escaleras.
—Que la Fuerza te acompañe —dijo a modo de despedida.
No la dejó ver el dolor en su rostro. Sus palabras cortaron profundo.

En un rincón oscuro del garaje de los speeders, el chico estaba sentado con las piernas
cruzadas. Su sable de luz improvisado estaba a un brazo de distancia. Había
desconectado el acoplador magnético que tenía bajo la manga, lo que le obligaba a
depender de sí mismo para mover el sable y no de algún truco técnico.
El chico cerró los ojos, relajó el cuerpo y, como en tantas otras ocasiones,
extendió la mano.
—El Jedi y el sable de luz —dijo recitando un mantra que había decodificado de
una vieja cinta de datos que había localizado—, el sable de luz y los Jedi. Los dos son
uno. La Fuerza… la Fuerza nos une.
Imaginó que el sable de luz empezaba a traquetear para luego rodar de un lado a
otro.
—La Fuerza llama a mi sable de luz —continuó, flexionando los dedos—, la
Fuerza llama a mi sable de luz… a mí.
En su mente vio cómo el sable se deslizaba por el permacreto y se elevaba en el
aire para aterrizar suavemente en su palma. Su mano cosquilleó y sus dedos se
crisparon. Por fin, por fin lo había conseguido.

LSW 19
Varios autores

Cuando abrió los ojos, el sable de luz yacía en el suelo donde lo había colocado,
en la misma posición, sin moverse. Era como todas las veces que lo había intentado.
Un fracaso. Una imposibilidad.
Inclinó la cabeza. Sabía que finalmente llegaría a esto, que tendría que demostrar
su habilidad en la Fuerza para ser un Jedi. Sin embargo, había ignorado a propósito su
propio defecto fundamental. Porque ¿cómo podría ser aceptado en la Orden Jedi
cuando no podía hacer lo que todos los Jedi podían hacer? Había mentido cuando le
dijo a la chica que la Fuerza fluía en él.
No podía sentir la Fuerza en absoluto.
El chico se sentó en el rincón oscuro, solo con sus pensamientos, hasta que
anocheció. Había seguido su sueño que le había conducido hasta aquí, a la superficie,
pero todavía (y siempre) permanecía en la oscuridad.

Salió del garaje en plena noche. Los pocos seres de la calle lo evitaban, al igual que él
hacía con ellos. Por desgracia, no pudo evitar el Camino de la Procesión. La ruta hacia
el centro del distrito le llevó a lo largo del borde del bulevar, donde las flores crecían.
El templo montañoso se cernía sobre él, brillando en la noche, iluminado por los
accesorios de tierra y luces de señalización. No se parecía en nada a sus sueños.
Le dio la espalda al templo y se dirigió hacia el centro del distrito, donde podría
pedir un turboascensor para bajar a los niveles inferiores. Era el momento de
abandonar sus fantasías infantiles. Era el momento de aceptar quién era y volver al
lugar al que pertenecía.
Entonces volvió a tener esa sensación. Alguien o algo estaba detrás de él. Miró
por encima del hombro. Una nube brillaba en el bulevar y se alejaba del templo. Esto
no podía ser un fenómeno de calor. La temperatura había bajado considerablemente
desde la tarde.
—Ayuda —gritó una voz en la nube.
El chico había escuchado súplicas similares a diario en su lugar de origen. Era
inútil hacer algo por ellos, por mucho que lo deseara. En la ciudad subterránea, la
supervivencia dependía de no meterse en los asuntos de nadie. Los que ayudaban
salían perjudicados.
Dio unos pasos más cuando el grito se repitió, más insistente. Vislumbró extrañas
formas espectrales en el aire brillante. Los contornos de una cabeza, un brazo y
piernas. La nube se movía de un lado a otro como si intentara mantener algo o alguien
dentro de ella. Siguió caminando. Esto era un problema para los habitantes de la
superficie, no para un pobre huérfano.
Un tercer grito, aún más fuerte.
—¡Ayuda!
El chico se detuvo. Echó un último vistazo. La nube brillante flotaba cerca del
final del bulevar. Pronto estaría fuera de la luz del templo y desaparecería en las

LSW 20
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

sombras. Si quería hacer algo, esta sería su única oportunidad. Si no lo hacía, sabía
que escucharía esos gritos el resto de su vida.
Desenganchó el sable de luz de su cinturón y se enfrentó a la nube.
—Detente —dijo.
La nube rodó hacia él. Presionó el activador del tubo de drenaje para encender el
rayo azul. Puede que no tenga la fuerza para cortar hueso, pero podría ser útil de otras
maneras. Lanzó el sable contra la nube.
El rayo crepitó contra las ondas brillantes como si hubiera golpeado un muro
invisible, luego se apagó mientras la empuñadura cayó al suelo. No obstante, la nube
comenzó a ondularse y disolverse, revelando tres formas humanoides sólidas. Dos
estaban vestidas de pies a cabeza con trajes negros que chispeaban con electricidad.
Partes de sus cuerpos aparecían y desaparecían, hasta que se quedaron completamente
visibles.
La apuesta del chico había dado resultado. Su ataque había desbaratado los
circuitos de los trajes. La tercera figura debía estar oculta en un campo superpuesto,
pues no llevaba ese traje. Vestida con túnicas Jedi rotas, no era otra que la chica del
templo.
Sus captores la sujetaban por los brazos. Ella forcejeó, pero estaba demasiado
débil para liberarse. Al ver al chico, intentó hablar, pero un captor le golpeó la cara.
Sus ojos se agitaron y su cabeza se hundió. Después la soltaron para sacar sus pistolas
enfundadas.
El chico activó el acoplador magnético de su manga y agitó la mano. El sable de
luz surgió del suelo y lo agarró. Luego ejecutó el salto que había practicado durante
tanto tiempo en las alcantarillas, añadiendo un movimiento muy al estilo Jedi.
Mientras daba una voltereta en el aire, eludiendo sus rayos aturdidores, activó su sable
de luz de nuevo y se balanceó. El rayo de soldadura de plasma se mantuvo el tiempo
suficiente para golpear ambas pistolas. Estas echaron humo y los dos secuestradores
las dejaron caer.
El chico aterrizó sobre ambos pies, sin tropezar, como lo haría un Jedi.
—No empeoren la situación —dijo a los intrusos.
Sacaron cuchillos de sus fundas ocultas y se abalanzaron contra el chico. Él cayó
de rodillas, perdiendo su sable de luz, que rodó detrás de los atacantes. Las puntas de
las cuchillas se clavaron en su cuello. Lo que había temido en la ciudad subrterránea
parecía volverse realidad en la superficie. Los que ayudaban salían heridos.
Sin embargo, no tenía miedo. La calma se apoderó de él mientras miraba las
capuchas que cubrían los rostros de sus atacantes. Si esos eran los últimos alientos de
su vida, no se arrepentiría. Había llegado a la superficie, y aunque no había entrado en
el templo, había cumplido su sueño.
Las puntas de la hoja solo habían provocado unas marcas en su cuello. Hubo un
crujido y otro crujido, ambos adversarios cayeron al suelo, con sus cabezas golpeadas
por detrás.
La chica se situó sobre ellos, sujetando el sable de luz del chico.
—Un tubo de desagüe. Ingenioso para una empuñadura. Es un gran garrote. —Le
lanzó el dispositivo al chico.

LSW 21
Varios autores

Lo tomó y se puso en pie.


—Creía que estabas en el suelo.
Se tocó con cuidado la mejilla y se estremeció.
—Yo también pensé que lo estaba.
—Bueno, yo estaba perdido. Gracias.
—Tú te mereces todo el agradecimiento, no yo. Estaría en un lugar terrible si no
hubieras intervenido. —Se inclinó hacia uno de sus captores inconscientes y sacó su
sable de luz de una bolsa.
—¿Estos son los miembros de la banda ganzee que buscabas? —preguntó el
chico.
La chica asintió.
—Incluso más que eso.
Antes de que pudiera seguir preguntando, una luz brillante los iluminó.
—Esta es la policía del distrito del templo —dijo una voz desde un speeder de tres
aletas que se acercaba—. Permanezcan donde están para ser interrogados.
La chica comprobó su cronómetro.
—Unos minutos antes de lo previsto. ¿Cómo es eso de la sincronización?
El speeder se estacionó cerca de ellos y su capota se abrió.
—Que nadie se mueva —dijo el detective Trilby. Sacó su cuerpo del asiento del
piloto.
Pero su diminuto pasajero le ganó, bajó primero, saltando, caminó hacia los
jóvenes.
—Tan temprano es y todo este caos hay —dijo el Maestro Yoda. Parecía más
pequeño en persona, pero más imponente.
El chico se quedó helado y la chica se enderezó.
—Secuestradores ganzee —dijo—. Los detuvimos.
—Veo eso —dijo el Maestro Yoda, examinando los cuerpos.
Trilby se acercó para echar un vistazo él mismo.
—¿Llevaban algún tipo de tecnología?
—Los hacía invisibles —dijo la chica.
—¿Trajes de sombra? Pensaba que todavía eran experimentales —dijo el
detective—, pero si funcionan, ¿cómo pudiste ver a esos matones?
—No los vi. Lo hizo él. —Ella señaló al chico.
Al notarlo, Trilby le dio una gran sonrisa.
—¡Ah! ¡Mi amigo de ayer! Cuéntame tu secreto.
—He visto un resplandor —dijo el chico.
—¿Un resplandor?
—Es todo lo que vi.
—Está bien, hay que recordarlo, porque alguien volverá a intentar usar esta
tecnología de nuevo —dijo Trilby—. T9-B9, encierra a estos gusanos antes de que
empiecen a retorcerse.
Un droide de detención plateado se desprendió de la parte inferior de la nave y se
acercó a los cuerpos. Los brazos de la pinza los agarraron y los arrastraron a una
bodega en la parte trasera del vehículo.

LSW 22
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Trilby palmeó el hombro del chico con una mano escamosa.


—Un trabajo bien hecho, chico. Tú, joven Jedi, tienes un buen ojo, eso es seguro.
Yoda arqueó una ceja hacia el chico, quien sabía que no podía ocultar su imagen
frente a un maestro de la talla de Yoda.
—En realidad, soy… no soy un Jedi.
Trilby lo miró de reojo.
—¿No eres un Jedi?
—No.
—Pero tienes un sable de luz. Llevas puesta la túnica.
—El sable de luz es falso. Y estas túnicas no son mías.
Los ojos de Trilby se abrieron de par en par.
—¡Tú eres el ladrón que robó los disfraces de la tienda!
El chico rechinó los dientes.
—¡Pero pienso devolverlo todo!
—No funciona así, chico. Debería ficharte por robo y por hacerte pasar por un
Jedi. T9…
La chica bloqueó el camino del droide.
—El chico no es un ladrón. Estaba ayudando en mi investigación y necesitaba un
disfraz. Así que tomó prestado lo necesario, lo que un Jedi puede hacer legalmente en
caso de emergencia.
—Pero acaba de decir que no es un Jedi —dijo Trilby.
La chica se dirigió a Yoda.
—Quizá debería serlo.
El chico apenas podía creer lo que acababa de escuchar. Después de todas sus
negaciones, ella estaba abogando por él.
Yoda apoyó las manos sobre su bastón. Miró al chico.
—Un Jedi, ¿eh?
—Es todo lo que siempre he querido ser, maestro —dijo el chico—. Es por lo que
vine al templo, pero… —Dudó. Había soñado con este momento, en el que explicaría
por qué merecía entrar en la orden. Sin embargo, solo podía pensar en las razones por
las que no lo podría estar—. Sé que soy demasiado viejo.
—¿Demasiado viejo eres para qué? ¿Para aprender? —preguntó Yoda—. Más de
seiscientos años de edad tengo y todavía un estudiante soy.
—Sí, pero… mi análisis de sangre. No está bien.
El ceño de Yoda se arrugó más.
—¿Tu análisis de sangre?
La chica intervino.
—Me mostró su recuento de midiclorianos, maestro.
—Un recuento falso —dijo el chico—. Pagué por los resultados que quería.
Sinceramente, no podría decirle cuál es mi recuento real.
—¿Midiclorianos? —Yoda se rio—. ¿Qué a un Jedi hace? ¿Qué los midiclorianos
son tú crees?
—No, la Fuerza es lo que hace a un Jedi. —El chico bajó la cabeza—. Y eso es lo
único que no tengo.

LSW 23
Varios autores

Yoda dejó de reírse.


—¿Que no la Fuerza poseer? ¿Con eso decir qué quieres?
—No puedo recurrir a ella. No como usted. No como ella. No puedo convocar un
sable de luz en mi mano sin trucos. No puedo leer la mente de la gente. No puedo
sentir la Fuerza en absoluto. Solo soy ordinario. —El chico se dio la vuelta,
avergonzado.
Yoda resopló.
—Si eso creer entonces Jedi nunca llegar a ser. —Se dirigió hacia el speeder—.
Detective, ¿hambre de avena tiene usted esta mañana?
—Siempre —Trilby se frotó el estómago—. Chico, si no devuelves esa ropa antes
de mediodía, te meteré en la cárcel. ¿Entendido?
El chico ignoró al detective, ya que su mente estaba tratando de descifrar lo que
significaba el acertijo de Yoda. Solo podía ser…
Corrió para alcanzar al Maestro Jedi.
—Espera. ¿Quiere decir que puedo ser un Jedi?
Yoda se detuvo y frunció el ceño.
—Al Buscador Furtivo Lyr estudiar debes. No tener gran poder, pero surgir de su
tinta algunos de los mejores textos de los Jedi. Porque, aunque los Jedi y la Fuerza
uno son, la Fuerza no a un Jedi hace.
El chico frunció el ceño.
—Entonces ¿qué hace a un Jedi?
Yoda le pinchó en el pecho con su bastón.
—Eso responder solo puedes tú.
—Lo haré —dijo el chico después de un momento—. Quiero ser un Jedi, creo que
puedo ser un Jedi.
—¿Un maestro tienes?
El chico miró a Yoda, quien a su vez miró a la chica con el rabillo del ojo.
—Oh, no —dijo ella retrocediendo—. Solo soy una iniciada.
—Pero «me has encontrado», —dijo el chico.
Yoda asintió.
—Lo encontraste tú. Enseñarle el camino de los Jedi debes.
La chica tembló, tirando de sus dedos, obviamente nerviosa por lo que Yoda le
había propuesto.
—Pero, ¿qué será? Es demasiado mayor para el entrenamiento de un caballero
Jedi.
—Más que caballeros la Orden Jedi es. Vigilantes, administradores, cuidadores
también, de estas flores, de los terrenos, de nuestro hogar —dijo Yoda, haciendo un
gesto con su bastón. Volvió a mirar al muchacho—. Un guardián del templo puedes
ser, si preparado estás.
—Sí, sí, maestro, estoy preparado.
—En cuanto a eso, amigo mío… —Yoda mostró su sonrisa traviesa—. Ya
veremos. Ya veremos.
El diminuto Jedi se subió al speeder; el detective y él se fueron, el niño y la niña
se quedaron solos. Era extrañamente incómodo.

LSW 24
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

El chico finalmente rompió el silencio, divulgando algo que no le había dicho a


nadie en años.
—Mi nombre es Lohim… Lohim Nara.
La chica lo miró, esta vez no había ningún juicio en sus ojos. Solo el mismo
nerviosismo que él sentía.
—Soy Reina Bilass —dijo ella—, o ese es mi nombre elegido. Mi nombre de
infancia era Reina Ganzee.
El chico parpadeó, no se lo esperaba.
—Como en…
—Los Ganzee son de la familia —dijo ella—, me trajeron al templo cuando se
dieron cuenta de que era diferente que el resto. Ahora están amenazando a mi clan,
pero es a mí a quien realmente quieren recuperar.
—Para usar tu talento Jedi para sus crímenes —añadió el chico.
—Supongo que sí.
Ambos observaron cómo el vehículo policial se desvanecía en el tráfico de la
mañana.
—Seré sincero. Nunca pensé que tú, de entre las personas fueras de la ciudad baja
—dijo el chico.
—Nacida en el nivel once-ochenta, supuestamente —dijo ella—. Secuestrada y
luego criada por los ganzee en el nivel diez-catorce durante un año, aunque claro, eso
no lo recuerdo.
—Mejor que no lo hagas. Ese es un nivel difícil.
—Eso he oído —dijo la chica.
El chico sacudió la cabeza con incredulidad. Esta chica, Reina, era como él, una
huérfana.
—Tengo mucho que aprender —dijo él.
—Ambos, lo haremos juntos —dijo ella.
Subieron juntos el Camino de la Procesión. El templo se asomaba por delante,
rosa en el amanecer, tal como lo había hecho en los sueños del muchacho.

LSW 25
Varios autores

LSW 26
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

DETERMINACIÓN

ALEX SEGURA

QUI-GON JINN ESTABA intranquilo mucho antes de que sus botas tocaran el
suelo helado de Desinta.
Había sido llamado apresuradamente al planeta del Borde Exterior, y llevado a la
superficie bajo el amparo de las sombras. Nadie debía saber que estaba allí; nadie
debía saber que un Jedi había aterrizado.
«No era muy habitual que el Consejo Jedi practicara ese tipo de engaño, preferían
el camuflaje», pensó Qui-Gon. Fue recibido por una docena de guardias desinianos.
En parte una muestra de respeto, en parte una muestra de alarma. El gobierno del
planeta se mantenía a duras penas, el mundo estaba plagado de delincuencia y de
interminables revolucionarios. Si Qui-Gon era honesto consigo mismo, lo cual era a
menudo, este planeta no importaba mucho en el gran ámbito de la galaxia, o en los
esfuerzos de los Jedi para asegurar la República. No obstante, importaba lo suficiente.
—Necesitamos que manejes esto de la manera correcta —había dicho Mace
Windu a Qui-Gon en Coruscant, en la víspera de su partida—. No lo pienses
demasiado. No te preguntes lo que significa. Solo recupérala.
Solo recupérala.
Las palabras se cernían sobre Qui-Gon mientras observaba el muelle de atraque,
que sin duda había visto días mejores. Los droides se movían de un lado a otro,
reparando apresurados las pocas naves que quedaban. Los trabajadores gritaban
órdenes a través del espacio cavernoso. Este era un planeta en guerra consigo mismo,
se podían ver los efectos en todos los aspectos de la vida.
Sin embargo, las palabras de Mace Windu no se referían solo a esta misión, a este
momento. Era un comentario más amplio, Qui-Gon lo sabía. Se refería tanto a Qui-
Gon y a la decisión que se cernía sobre él como a cualquier otra cosa. No pudo evitar
preguntarse si esto era una prueba. ¿Un desafío que respondería a la petición del
consejo más claramente que cualquier cosa que Qui-Gon pudiera decir por sí mismo?
Antes de que Qui-Gon pudiera pensar más en la discusión, los soldados apostados
frente a él se separaron, creando un amplio camino. Oyó los pasos antes de ver la
esbelta forma de la Prefecta Aminar, líder del planeta nominalmente elegida. La
seguían dos regentes a cada lado, ambos con largas capas verdes que enmascaraban
sus rostros. Todo en Aminar, desde sus movimientos hasta su comportamiento y su
vestimenta, parecía anunciar realeza, y a Qui-Gon Jinn no le gustaba la realeza. Sin
embargo, estaba en una misión y haría lo que se le pidiera a menos que tuviera que
traspasar los límites que mucho antes había jurado no cruzar.
—Ah, Qui-Gon Jinn, apreciamos tu experiencia —dijo Aminar, acercándose, con
una sonrisa forzada y un poco cansada—. Por favor, envía nuestra admiración al
Consejo Jedi.
Qui-Gon asintió.

LSW 27
Varios autores

—Agradezco sus palabras, prefecta, pero estoy aquí para encontrar a la niña, nada
más —dijo Qui-Gon.
La niña.
—Ah, sí, directo al punto. ¡Qué encantador eres! —dijo Aminar, agitando el brazo
como se haría para despedir a un niño pequeño que hace una rabieta—. Por cierto
¿dónde está tu padawan? ¿Acaso los caballeros Jedi no suelen venir en pareja?
Qui-Gon forzó una sonrisa.
—Mi aprendiz, Obi-Wan, está haciendo lo que tiene que hacer —dijo Qui-Gon,
mirando detrás de la prefecta para ver lo que había más allá del hangar—. Está
concentrado en sus estudios. Tiene mucho que aprender. Estoy aquí a instancias del
consejo y espero volver a Coruscant para continuar con su entrenamiento tan pronto
como me sea posible.
Aminar empezó a hablar, pero Qui-Gon continuó.
—Démonos prisa, por favor —dijo, indicando hacia el pasillo—. Tengo muchas
preguntas y poco tiempo.

—Estamos en nuestro punto más bajo, Qui-Gon Jinn —respondió Aminar mientras se
llevaba una gran copa dorada a los labios pintados de color rojo oscuro. Dio un largo
trago antes de volver a hablar.
—Las fuerzas improvisadas de mis rivales se han unido para formar una poderosa
confederación de ejércitos, todos con la vista puesta en mi cabeza. Afirman estar a
favor de la libertad para así influenciar a mi pueblo, pero nada más lejos de la verdad.
Qui-Gon no se movió. Era un hombre paciente, pero, aun así, esta mujer lo estaba
desafiando. No estaba allí para aprender sobre la política rota del planeta, ni para
ayudarles a resolver sus décadas de caos.
—Con el debido respeto, Prefecta Aminar, creo que vale la pena repetirlo: estoy
aquí para encontrar a la niña —dijo Qui-Gon con un tono firme, pero paciente—. Una
padawan ha sido secuestrada por gente que, se presume, está en este planeta. Se ha
informado al Consejo Jedi que usted sabe dónde la tienen escondida. Cuando tenga
esa información, me pondré en camino.
—Ah, ¿entonces no hay tiempo para charlar? ¿No hay tiempo para conocer a sus
anfitriones? —dijo Aminar, inclinando ligeramente la cabeza, como si quisiera ver
mejor a Qui-Gon. Sus asistentes, alrededor de media docena de figuras embozadas,
parecieron crujir ante su tono. Estaba molesta.
—Siempre directos al punto. Debería haberlo adivinado. Me di cuenta hace
tiempo de que a los Jedi no les gustaba ensuciarse la túnica, pero no lo había
experimentado de primera mano.
Qui-Gon no respondió. Había aprendido hacía tiempo que la lucha por tener la
última palabra en una discusión solía terminar en derrota para ambos lados.
Después de un momento, Aminar hizo un gesto a una de las figuras camufladas
más cercanas, que le entregó un pequeño datapad. Pulsó algunos botones. Apareció un

LSW 28
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

mapa holográfico sobre la tableta. A Qui-Gon le apareció un terreno gélido y


desolado.
—Muy bien, puedo hacer esto a tu manera —dijo, entregando el datapad a Qui-
Gon.
—Aquí es donde las fuerzas de Dan’gar se han instalado, a unos pocos territorios
de aquí, la capital. Abbott, mi mejor piloto, te llevará allá. Son un ejército numeroso,
allí es donde está tu muchacha. Muy probablemente, contra su voluntad.
Qui-Gon se tomó un momento para analizar los detalles que acompañaban a la
imagen. «Podría estar allí al anochecer, si me voy ahora», razonó.
No lo pienses demasiado. No te preguntes qué significa.
Mace Windu tuvo razón. Qui-Gon lo pensaría demasiado (el porqué de todo esto)
si se demoraba. Pero también había algo más que lo atormentaba. Meditaría sobre ello
mientras viajaba al encuentro de la coalición Dan’gar.
Qui-Gon devolvió el aparato a Aminar y se alejó un paso con una ligera
reverencia.
—Gracias por tu ayuda, Prefecta Aminar. El consejo lo recordará —dijo Qui-
Gon—. Si eso es todo, yo…
Aminar alzó una mano.
—Eso no es todo, Qui-Gon Jinn —dijo ella con sus ojos entrecerrados—. Hay una
cosa más. Hay que decirlo, porque creo con firmeza en no dejar nada al azar. El
consejo no solo recordará esto, sino que lo considerará un favor que debe ser
devuelto. ¿He sido clara?
La ceja izquierda de Qui-Gon se levantó por un segundo, su reflejo se aceleró más
allá de su condicionamiento. La arrogancia de la Prefecta Aminar era fuerte y
preocupante.
—Comprender no es aceptar, prefecta —dijo Qui-Gon mientras giraba, sin esperar
una respuesta—. Le vendría bien saber eso.

Qui-Gon estaba sentado solo en la cabina trasera de la nave de transporte que Aminar
le había prestado. La piloto, una mujer llamada Abbott, había sido bastante amable
con Qui-Gon, pero también recelosa. Esta no había sido una misión simple. Era
problemática para todos, al parecer.
Cerró los ojos y visualizó lo que estaba por venir. El consejo había insistido en
que se enviará a Qui-Gon a esta misión, las razones para ello aún no estaban claras
para él. Una padawan errante de nombre Lizel Liit había acabado allí; eso lo sabían.
Pero ¿había partido por su propia voluntad? ¿Estaba escondida con los rebeldes
desintianos por elección? ¿O había ocurrido algo más? Ninguna de las posibles
respuestas era buena, Qui-Gon lo sabía, pero el resultado debería ser el mismo.
Necesitaba encontrar a la chica y llevarla a Coruscant para enfrentar la decisión que el
consejo determinara.

LSW 29
Varios autores

Sin embargo, Qui-Gon también sabía que no había sido elegido al azar para esta
misión. El consejo no operaba en el vacío. Los miembros del consejo eran muy
conscientes de los problemas de Qui-Gon con los Jedi en general y con su pasado.
Aunque Qui-Gon era optimista sobre su aprendiz, también era cauteloso con el
proceso, ya que había sido carcomido por la pérdida. La pérdida de su maestro. La
ruptura de una relación que debía ser más estrecha que la sangre. ¿Podría alguien
como Qui-Gon, que había perdido su más fuerte ancla a las enseñanzas Jedi, salvar a
otro más joven?
Qui-Gon abrió los ojos al sentir que la nave tocaba tierra. «Ya llegará el momento
de esos pensamientos», se dijo a sí. Por ahora, tenía una tarea que completar y no
sería nada fácil.
Se levantó con lentitud, deslizando su sable de luz en el bolsillo derecho de su
túnica. Estiró los brazos y respiró profundamente unas cuantas veces. Se giró al oír
los pasos. Era Abbott. Había protestado contra una carabina, pero también sabía que
solo podía presionar hasta cierto punto. Abbott era una mujer estoica, su pelo rojo
atado hacia atrás revelaba una cara pálida con rasgos felinos. Su voz era seca y
directa.
—Esto es lo más cerca que podemos traerte —dijo, mirando a Qui-Gon—.
Aunque no tenemos tratados permanentes con los rebeldes, la Prefecta Aminar se
niega a reconocerlos; sí tenemos un acuerdo. Si existiera una frontera, estaría a pocos
kilómetros de aquí.
Qui-Gon le dedicó a Abbott una sonrisa irónica.
—Soy experto en territorios de las facciones y la guerra civil. ¿Cómo voy a
contactar a su líder?
Abbott se lamió los labios nerviosa antes de responder.
—Son conscientes de que… alguien viene.
Qui-Gon se inclinó ligeramente hacia delante. No le gustó esa respuesta. A nadie
le gustaría.
—¿Qué se les ha comunicado a los Dan’gar exactamente? —preguntó.
Se reprendió: «Debería haber comprobado todo esto mucho antes de aterrizar en
Desinta. Estaba distraído. Debería hacer caso al consejo de Mace Windu», pensó.
—¿A quién esperan?
Abbott se encogió de hombros.
—Perdóname, Jedi, solo soy una mensajera —dijo—. Una intermediaria. Mi
único trabajo era asegurarme de que aterrizaras aquí con seguridad y…
—Entonces tienes un trabajo más, uno nuevo —dijo Qui-Gon, sacando con
cautela su sable de luz y observando sus ojos mientras escaneaban el arma
desactivada—. Me acompañarás a encontrarme con los Dan’gar. Tú serás mi guía.
Abbott balbuceó, su dura fachada se resquebrajó.
—Eso… bueno, no, eso no es aceptable. La Prefecta Aminar dijo que…
—Estoy seguro de que ya te has dado cuenta —dijo Qui-Gon con una sonrisa sin
humor— de que no me importa lo que haya dicho la Prefecta Aminar.

LSW 30
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Tras un breve retraso en el que Abbott se quejó incesantemente mientras se abrigaba


para salir del pequeño crucero, se pusieron en marcha. La nieve de la superficie, que
cubría el suelo, era espesa y dura, estaba congelada por la tormenta de la noche
anterior. Avanzaron a trompicones durante un par de kilómetros antes de que Abbott
levantara una mano para indicar a Qui-Gon que redujera la velocidad. No podía ver
nada en ninguna dirección durante largos tramos, pero de alguna manera esta mujer
sabía exactamente dónde estaban. Pensó que había tomado la decisión correcta al
traerla con él.
—Aquí —dijo ella.
Lo único que pudo ver fue su boca. Sus ojos estaban cubiertos por una gigantesca
visera, su cuerpo envuelto en un abrigo de lana y bufandas. El viento se levantaba y
oscurecía la visión de Qui-Gon más allá de su figura.
—Ya vienen.
Su sable de luz estaba activado antes de que ella pudiera sacar por completo su
bláster de la funda. Cortó el arma por la mitad antes de que ella pudiera disparar, los
trozos cayeron sin hacer ruido y formaron unos surcos en la nieve. Se abalanzó sobre
Qui-Gon, pero él la esquivó, viendo cómo caía en la nieve que estaba detrás de él. Se
giró, con el sable de luz en alto, y esperó.
Se levantó con lentitud. El viento era fuerte, pero él creyó oírla emitir un pequeño
gemido. Dejó que se pusiera de rodillas. Tenía la capucha puesta y el pelo rojo
moteado de blanco. Sus movimientos eran resignados, discretos. Una soldado forzada
a una batalla que sabía que no iba a ganar.
—¿Qué me delató?
Qui-Gon apagó su sable de luz y habló, su voz se hizo más fuerte a medida que se
alzaba el viento.
—Tu frustración al acompañarme —dijo—. Se sentía tan fuerte y llena de
desesperación. Solo confirmó mis sospechas.
—¿De que esto era una emboscada? —dijo Abbot, básicamente gritando a través
de la corta distancia entre ellos—. Bien por ti, Jedi. Hiciste mi trabajo más difícil,
pero está bien, el plan continúa.
—Ah, ¿sí? —preguntó Qui-Gon.
—Mentí en todo lo que te he dicho, Jedi —dijo Abbott.
Incluso a través de la nieve, Qui-Gon pudo ver que Abbott sonreía.
—Excepto en una cosa.
Qui-Gon no preguntó nada. No le gustaban los juegos de palabras. Entonces
Abbott habló, susurrando.
—Ya vienen.
Llegaron montados en fathiers, blandiendo hachas y lanzas. Eran alrededor de una
docena de hombres, ataviados con pieles de animales y armaduras abolladas; gritaban
y aullaban mientras se acercaban a Qui-Gon y Abbott. Por cada pieza antigua que
ostentaban, poseían también elementos modernos, como blásteres, mejoras

LSW 31
Varios autores

cibernéticas y droides. Estos no eran bárbaros salvajes buscando descarrilar la


civilización. Esta era una fuerza de combate organizada con los medios para hacer un
daño considerable.
Qui-Gon sabía que las probabilidades estaban en su contra incluso antes de
empezar a blandir su arma de nuevo para esquivar los ataques de los soldados más
gordos y manteniendo su flanco protegido de Abbott y de cualquiera que lo rodeara.
Aguantó todo lo que pudo, incluso antes de que ocurriera lo inevitable derribó a
algunos guerreros demasiado confiados de sus monturas.
Después de que los jinetes se turnaran para atacar, se reagruparon, rodearon a Qui-
Gon y corrieron hacia él desde todos los flancos. Abbott yacía cerca, estaba hecha un
ovillo tras recibir un codazo en la cabeza. A Qui-Gon no le gustaba la violencia, pero
no podía negar que había sentido un ligero placer al incapacitarla. Había sido una
pequeña victoria en una batalla que seguramente no terminaría solo con su derrota,
sino con su muerte.
Qui-Gon podía sentir y oír los cascos de los fathiers convirtiendo la nieve dura en
aguanieve a su alrededor. Podía ver cómo sus musculosos cuerpos coordinaban sus
movimientos. Qui-Gon trató de mantener la calma, mostrar que aquello no era nada,
pero ya sabía que se había acabado. Solo era cuestión de cómo y cuándo.
No necesitamos una respuesta ahora, en este momento. Pero sí necesitamos una.
Sabemos por lo que has pasado. Entendemos lo que pasó. La decisión de Dooku no te
afectó solo a ti, Qui-Gon.
Qui-Gon se sacudió el consejo de Mace Windu y trató de concentrarse en lo que
estaba ocurriendo, mientras los jinetes se acercaban trotando hacia él, con sus voces
alzadas, el batir de sus hachas y el fuego de los blásteres que en conjunto formaban
una orquesta de guerra que se sentía a veces inquietante y extrañamente vigorizante.
«¿No era esto para lo que vivía?», se preguntó Qui-Gon. «¿Para luchar? ¿Para
defender las creencias de los Jedi? ¿O se trataba de otra pequeña escaramuza en una
galaxia de disputas y guerras? Peor aún, ¿era solo una triste y olvidable forma de
morir?».
Por un breve momento, después de que Qui-Gon cargara hacia delante, con el
sable de luz en alto sobre su cabeza, pensó que tenía una oportunidad. Susurró una
disculpa mientras cortaba a la criatura que tenía delante, mientras que su jinete salía
despedido. Sintió una respiración pesada detrás de él. Sin embargo, no podía darse la
vuelta, no ahora. Se trataba de Abbott.
Le pareció oír un sonido (metal contra metal) segundos antes de que el fuego del
bláster impactara contra su espalda, un dolor como fuego se extendió sobre él. Cayó
sobre la nieve, viendo cómo su sable de luz se apagaba en el aire y aterrizaba justo
fuera de su alcance. Entonces perdió la conciencia.

—¡Despierta! Por favor, ¡despierta!

LSW 32
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Los ojos de Qui-Gon se abrieron lentamente, como si incluso ese simple


movimiento le provocara espasmos de dolor. Podía distinguir la oscuridad, aunque su
visión seguía siendo borrosa. Hacía frío y estaba temblando.
Oyó crujidos a su alrededor. Incluso en la oscuridad, sabía que estaba en un
espacio reducido y apretado. El único rayo de luz no era una luz en realidad, sino el
destello de un fuego exterior. Algo destinado a mantenerlos calientes. El murmullo se
hizo más fuerte y Qui-Gon sintió una mano en el cuello que lo guiaba hacia arriba.
Luego, algo le presionó los labios.
—Ten, bebe esto —dijo alguien.
Era una mujer, no, una niña. Una voz familiar. Bebió un rápido sorbo y se lamió
los labios. Habló con una voz rasposa.
—Lizel —dijo—. Lizel Liit. ¿Eres tú?
—Sí —dijo la chica. Pudo distinguir su forma, le pareció ver que se encogía un
poco mientras ella hablaba.
La vergüenza era un sentimiento poderoso, se dio cuenta Qui-Gon.
—Estoy aquí.
Qui-Gon se sentó, la espalda le dolió al hacerlo. Se estremeció con cada
movimiento, pero también sintió cierta gratitud por no estar muerto y porque el
bláster había sido ajustado para aturdir. Al parecer, los Dan’gar tenían planes más
importantes para la creciente colección de prisioneros Jedi.
—Dime lo que sabes —dijo Qui-Gon.
Incluso en la oscuridad, Qui-Gon pudo ver que la muchacha fruncía el ceño, su
largo pelo castaño enmarcaba sus ojos grises y su boca fina. Dudó un momento antes
de hablar.
—So… solo quiero decir que siento mucho, Maestro Qui-Gon, que tuviera que
venir.
—Dime qué sabes, Lizel —dijo Qui-Gon—, no qué sientes.
Lizel asintió para sí misma.
—Cometí un error —empezó. Sus palabras primero fueron entrecortadas, luego
más seguras—, necesitaba un poco de espacio. Cuando era una joven padawan, sentía
que convertirme en caballero Jedi era todo lo que podía desear, el mayor honor que
podía pensar en alcanzar, pero a medida que crecía, yo, bueno, solo quería algo más.
Sentir algo diferente. No estaba segura de ser lo suficientemente buena, maestro. Si
merecía ser lo que me habían dicho que sería. Estoy segura de que nada de esto tiene
sentido.
Qui-Gon extendió una mano y encontró la suya. Sintió una carga de algo cuando
ella se aferró a sus dedos.
—Así que huiste —dijo él.
—Quise decírselo a mi maestro, debí hacerlo —continuó Lizel—, pero sentí que
algo… me alejaba. Algo me empujaba a irme. Lo siguiente que supe fue que estaba en
una nave de especias que se dirigía al Borde Exterior. La piloto, una mujer llamada
Zarah Bliss, parecía saber adónde ir. Quería ayudarme, o eso creí. En lugar de eso, me
trajo aquí y me vendió al mejor postor.

LSW 33
Varios autores

—¿A los Dan’gar? —dijo Qui-Gon—. Parece que este planeta es mucho más que
unas pequeñas facciones enfrentadas.
—La Prefecta Aminar es una política inteligente —dijo Lizel, secándose una
lágrima del ojo—. Sabe que, aunque esté en guerra con su propio pueblo, solo
mediante el duelo de alianzas podrá mantenerse en el poder.
—Así que cuando se enteró de que uno de sus competidores tenía una padawan,
pensó que podría ayudarle a redoblar su victoria —expuso Qui-Gon en voz alta. Le
palpitaba la cabeza, pero poco a poco se sentía mejor—. ¿Eso fue todo?
Lizel se encogió de hombros.
—Supongo —dijo—. Pensaron que yo tenía valor, pero no mucho. Pero ¿tener un
verdadero Maestro Jedi? Eso sí que era algo importante. Algo que cualquiera en el
poder querría tener.
Qui-Gon se enderezó y puso una mano en el pequeño hombro de Lizel.
—Fue un error tonto por su parte. Un error nacido de la arrogancia e ignorancia —
dijo—. Tú también cometiste uno, pero el tuyo fue natural. Todos debemos cuestionar
lo que se nos ordena de vez en cuando. Aquellos que siguen a ciegas tienden a
tambalear y caer.
Los ojos de Lizel parpadearon con sorpresa.
—¿Está seguro, maestro? ¿Alguna vez cuestiona los caminos Jedi? —preguntó
ella—. Todo se siente tan… predeterminado. Siento que le he fallado a mi yo del
futuro.
Qui-Gon se rio.
—Cuestionar es, en sí mismo, el camino Jedi. No dejes que nadie te diga lo
contrario.
Te necesitamos en el consejo, Qui-Gon. Necesitamos tu sabiduría. Dooku estaba
perdido. Algo lo alejó. Te necesitamos a nuestro lado, amigo mío.
Qui-Gon hizo una mueca al recordarlo. Ante la decisión que aún pesaba sobre él.
«¿Lo habían enviado allí, a salvar a esta padawan errante, porque aún no había dicho
sí o no? ¿Porque querían ponerlo a prueba? Tal vez», pensó Qui-Gon. Mas eso no
cambiaría su realidad actual, ni lo que había que hacer.
—¿Está bien, maestro?
—Lo estaré en breve —dijo tumbándose de nuevo en el catre de piedra—. Ahora,
acércate, jovencita, escucha con mucha atención.

—Se ha ido. Oh, ¡cielos, cielos! ¡Ha muerto!


El grito de Lizel salió de la pequeña celda, resonando por los pasillos de la cárcel.
Unos pasos se precipitaron hacia la habitación. Un guardia, vestido de verde y con
una gran pistola bláster en una mano, se acercó a los barrotes que separaban a Lizel y
Qui-Gon de la libertad. Se asomó a la celda y pareció darse cuenta de que Qui-Gon no
se movía.
—¿Qué ocurre?

LSW 34
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

—Empezó a temblar —dijo Lizel, con voz de pánico y casi histérica—. Intenté
calmarlo, pero entonces se detuvo. No se mueve. Creo que está muerto. Está muerto.
¿Es posible?
El tintineo de las llaves. El crujido del metal al abrirse la puerta. Entonces el
guardia ya estaba dentro, su gran figura se cernía sobre Lizel y el tendido Qui-Gon.
—Los Jedi son solo personas, niña tonta. ¿No aprendiste nada a su lado? —dijo el
guardia con voz ronca—. Este no nos sirve de nada muerto.
Alargó la mano hacia Qui-Gon, como para sacudirlo, pero los ojos del Jedi se
abrieron de inmediato. El guardia retrocedió, sorprendido.
—¡Qué clase de brujería es esta!
Qui-Gon se incorporó con una rapidez y una elegancia que pareció sorprender
incluso a Lizel. Movió la mano hacia fuera, como si golpeara el aire delante del
guardia. Casi de inmediato, el matón salió despedido por la pequeña habitación y se
golpeó la cabeza contra la pared de cemento. Cuando el cuerpo del carcelero cayó al
suelo, Qui-Gon ya estaba de pie.
—Ninguna brujería, lo prometo —dijo Qui-Gon con sencillez.
—Usted hizo eso —balbuceó la joven padawan—. La Fuerza… el dominio de
ella.
Miró a Lizel y asintió.
—Podemos hablar de ello más tarde —dijo—. Por ahora corramos.
Encontró cerca su sable de luz, estaba guardado al azar en lo que parecía un
almacén, entre un montón de blásteres y otras armas desechadas. Qui-Gon se habría
ofendido si hubiera tenido tiempo. La prisión parecía desolada mientras guiaba a Lizel
por lo que se supondría era el pasillo principal.
Podía ver la nieve cayendo salvajemente en el exterior. Qui-Gon intentó no
preocuparse por cómo volverían a su nave. Todavía no era tiempo. Pillaron a un par
de guardias a pocos metros, en un pequeño puesto cerca de un cruce. Qui-Gon los
inutilizó con la mirada mientras activaba su sable de luz. Ninguno iba armado, ni
estaban dispuestos a morir.
—Llévanos con Abbott —dijo Qui-Gon—. Ahora.

Qui-Gon oyó la voz de Aminar antes de entrar en su recamara. Hizo lo posible por no
sonreír.
—¿Abbott? ¿Estás aquí? ¿Qué significa esto?
«El leve grito ahogado que salió de la boca de Aminar al vernos entrar, a mí y a
Lizel, es una ventaja añadida», pensó Qui-Gon.
—Qui-Gon, vaya, qué agradable sorpresa —dijo la prefecta, modificando el tono
de inmediato, intentaba adaptarse a sus circunstancias con una astuta precisión que
impresionó e irritó, en igual medida, a Qui-Gon—. Había oído rumores de que te
habían capturado… incluso herido.

LSW 35
Varios autores

—Los rumores de mi derrota eran solo eso, Prefecta Aminar —dijo Qui-Gon.
Podía sentir a Lizel detrás de él, manteniendo cautelosa el paso—. Pero algo me dice
que te mantuvieron al tanto de mi paradero en todo momento.
—Vaya, no tengo ni idea de lo que estás insinuando, Jedi —dijo Aminar,
incrédula—. Te abrí mis puertas y te permití el paso para que encontraras a tu joven
errante, y parece que lo has hecho.
—Tu ayudante dice lo contrario —dijo Qui-Gon, señalando a Abbott, que había
retrocedido, como si tratara de mimetizarse con la ornamentada de pared que estaba
frente a Aminar—. Así que te pediré que dejes a un lado las distracciones y hables
claro, o que no hables.
Se hizo un silencio entre ellos por un largo momento antes de que Aminar
volviera a hablar.
—Reconozco la derrota cuando la veo, Qui-Gon Jinn —dijo con cuidado—.
Concluyamos esto rápido y con algo de dignidad, ¿no? Tu nave está atracada donde la
dejaste. Te prometo que no impediré tu salida. No puedes culparme por intentarlo,
¿verdad? Hay pocas cosas tan raras como un prisionero Jedi. Si esto podía ayudar a
traer la paz a mi mundo, estaba obligada a intentarlo.
Qui-Gon le indicó a Lizel que se dirigiera hacia la nave. La joven padawan
obedeció, ansiosa por salir de la habitación. Abbott la siguió, pero su avance se
detuvo cuando Qui-Gon habló.
—Los reproches y las culpas no son relevantes aquí, prefecta —dijo Qui-Gon—,
no obstante, recae directamente sobre sus hombros. Mi única esperanza es que haya
aprendido a no cometer el mismo error dos veces.
La nariz de Aminar pareció arrugarse ante las palabras de Qui-Gon. Había dejado
su postura defensiva y había trastocado algo que ella apreciaba mucho: su ego.
—¿Es eso una amenaza, Jedi? ¡Qué pintoresco! —dijo ella, dejando escapar una
risa seca—. Hombres mucho más fuertes y letales han dicho cosas peores. No perderé
ni un segundo de sueño por esto, ni por tu huida. Ahora, vete. He calculado mal. Una
rareza, te lo aseguro. Tengo un planeta que gobernar y cosas mucho más importantes
de las que ocuparme que de los obtusos sermones de un anciano Maestro Jedi.
Qui-Gon asintió con complicidad.
—En efecto, sí —dijo antes de volverse hacia la puerta que conducía a la zona de
atraque.
La Prefecta Aminar carraspeó nerviosa.
—¿Qué significa eso? —preguntó—. ¿Otra amenaza vacía?
Su voz se alzaba con cada palabra, «una mezcla de arrogancia y miedo», pensó
Qui-Gon.
—No es vacía, no —dijo—. Hablas con mucha verdad. Tienes cosas más
importantes de las que ocuparte. Yo diría que unas trescientas más.
—¿Trescientas?
—Ese es el número de hombres Dan’gar que me acompañaron hasta aquí,
sedientos de su propia venganza —dijo Qui-Gon—. Parecían bastante molestos por
tus juegos. No estoy seguro de que tu método habitual de hacer política funcione tan
bien esta vez.

LSW 36
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Qui-Gon no esperó a que ella respondiera. El sonido de sus palabras acosadas y


llenas de pánico fue silenciado por la puerta que se cerró tras él.

—¿Me aceptarán de vuelta?


La pregunta de Lizel quedó flotando entre ellos. Qui-Gon estaba en el asiento del
piloto de su pequeña nave, con Lizel sentada a su derecha, con una profunda mirada
interrogante en sus jóvenes ojos. Qui-Gon deseaba poder responderle con algo
definitivo, algo tranquilizador, pero la galaxia no se construyó así.
—No puedo predecir lo que hará el consejo —dijo Qui-Gon, mirando a las
estrellas—. Sin embargo, sí creo que la indecisión y la incertidumbre de alguien tan
joven no deberían descalificarle para regresar. No todos conocemos nuestros caminos
tan pronto en la vida.
No necesitó ver a Lizel apoyando la cabeza entre las manos para saber que estaba
llorando. Muy suave, pero llorando. Intentó amortiguar el sonido de sus lágrimas,
pero ya era demasiado tarde. Al cabo de unos instantes, Lizel dejó escapar un sollozo.
Qui-Gon le puso con delicadeza una mano en el hombro y sus gemidos se calmaron.
—Una vez conocí a alguien, un maestro, un mentor —dijo Qui-Gon—. Alguien a
quien veía como mi guía en todas las cosas. Tomó una decisión: hizo algo que yo no
podía comprender. Creó un sentimiento dentro de mí. Una duda y un miedo que
nunca pensé poder superar. Estuve perdido durante un buen rato. Sacudido hasta la
médula.
Lizel se secó los ojos mientras Qui-Gon continuaba.
—Con el tiempo, el miedo y la duda se convirtieron en otra cosa: en
determinación. Un sentimiento de comprensión y confianza en mí mismo y en lo que
era capaz de hacer —dijo Qui-Gon—. Habría sido normal estar resentido con él.
Culpar las decisiones de otra persona de los errores que yo hubiera cometido. Eso
también habría sido el camino fácil, perezoso y pasivo.
—Entonces… ¿qué hiciste? —preguntó Lizel—. ¿Qué hago yo?
Qui-Gon se volvió hacia la niña. La miró a los ojos: vio juventud, miedo,
inseguridad y rebeldía. Sin embargo, también vio esperanza y fuerza.
—Confié en mí mismo. Trabajé más duro. Acepté que los errores de un hombre
nunca tendrían el peso de los míos —dijo Qui-Gon—. Estudié las enseñanzas Jedi.
Las interpreté lo mejor que pude. Escuché y aprendí. Todos tenemos defectos, Lizel.
Todos cometemos errores de juicio. Lo que nos define es cómo nos recuperamos de
ellos.
Lizel asintió. Exhaló un largo suspiro y apoyó la mano en el hombro de Qui-Gon.
Él miró a la joven padawan. Ella le devolvió la mirada por primera vez y una sonrisa
de agradecimiento iluminó su rostro. Qui-Gon respondió del mismo modo.

LSW 37
Varios autores

LSW 38
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

EL OJO DEL ESPECTADOR

SARWAT CHADDA

LOS JARDINES DE Devalok ardieron. Los grandes árboles huluppu iluminaban el


horizonte en oro y carmesí, llenaban el aire con el perfume de su madera. Enormes
nubes de cenizas ardientes danzaban en la brisa perfumada. Zohra nunca imaginó que
el fin del mundo olería tan bien ni que sería tan hermoso. Habían dicho que la guerra
no llegaría a Devalok.
Recordaba a sus padres y a sus amigos debatiendo una y otra vez todas las razones
por las que estaban a salvo. El planeta no tenía valor… ¿cuál era la palabra?
¿Estratégico? Sí, el planeta no tenía ningún valor estratégico. Estaba lejos de la
política de Coruscant, y ¿qué producía? ¡Nada más que jardineros! No eran un peligro
para los separatistas ni una ayuda para la República.
Todo mundo había dicho que estaban a salvo. Todos se habían equivocado, y
ahora los jardines ardían.
—¿Cuándo vendrán? —exclamó Dumuz.
—Pronto.
—¡Dijiste eso ayer! ¡Y anteayer! ¿Cuándo, Zohra? ¿Cuándo? —Daba pisotones
por la habitación, enfatizando cada exabrupto—. ¿Cuándo? ¿Cuándo? ¿Cuándo?
—¡Shh! ¡Shhh! ¡Nos van a oír!
Una patrulla había pasado por su calle una hora antes.
—¿Cuándo? ¿Cuándo? ¿Cuándo?
—¡Dumuz! ¡Para!
¿Por qué no escuchaba? ¿Por qué no entendía?
—¡Ya basta!
El rugido del caza sacudió todo el edificio. Las pocas ventanas restantes
temblaron en sus marcos. Se oyó un grito agudo al disparar los misiles. Odiaba ese
sonido por encima de todo. Unos instantes después, la ciudad resonó con una
explosión lejana.
Dumuz miraba boquiabierto por la ventana hacia el cielo que parpadeaba sobre
fuego fresco.
—¿A qué le dio? ¿A qué le dio?
Los humos de los motores del caza llenaban la estrecha calle. Zohra se tapó la
boca mientras miraba por el hueco de una de las ventanas selladas. Grandes nubes
negras ascendían desde el oeste. ¿Qué había al oeste? ¿Qué había quedado en pie?
¿Algún edificio gubernamental? ¿El antiguo palacio? ¿Estaban los invernaderos al
oeste? No, por favor, los invernaderos no.
—¿A qué le dio? —dijo Dumuz, tosiendo.
—Ya no importa. Tápate la boca.
Levantó la vista hacia ella.
—Tengo la garganta muy seca, Zohra. Tengo sed.

LSW 39
Varios autores

Zohra lamió sus propios labios secos.


—Toma un poco de agua. Medio vaso. Solo medio vaso, ¿entendido?
Asintió infeliz e hizo lo que le decían. Zohra trató de ignorar el sonido del agua
que salía de la jarra y chapoteaba en el vaso. No necesitaba beber. Podía esperar.
Tenían que hacerla durar. El agua era valiosa y no lo había sido. Había fluido
libremente por la ciudad, por los canales de las fuentes, de las vastas torres de niebla
que regaban los pasillos de plantas en cada calle. Desde el cielo. Ahora todo lo que
caía era fuego y muerte. Dumuz se sentó con las piernas cruzadas en medio de la
habitación y miraba con los ojos vacíos su copa vacía.
—La bebí demasiado deprisa. Ya no queda nada.
Habían cortado el agua del edificio la primera semana. Todos habían ido a la
fuente a rellenar sus botellas. Entonces los droides demolieron la fuente con un solo
disparo de su cañón. ¿Por qué? Los droides no bebían. Tal vez pensaron que nadie
más necesitaba hacerlo.
—Toma la otra mitad —dijo ella. No necesitaba que se lo dijeran dos veces.
—¿Y tú?
Miró cómo manaba el agua de la jarra. Cómo brillaba.
—No tengo sed.
Agua, comida y silencio. Eso es lo que papá había dicho que los ayudaría a
sobrevivir al asedio. La República vendría y se salvarían. Tenían un vasto ejército con
los mejores y más valientes guerreros de toda la galaxia. Tenían a los Jedi. Mamá
había estudiado en Coruscant, les había mostrado holoimágenes del templo Jedi.
Había trabajado un año en su jardín y había visto al Maestro Yoda, sentado entre las
flores. Su madre estaba demasiado asustada para decirle algo, y desde entonces se
arrepintió. Zohra le habría hablado. Se habría escondido detrás de los arbustos para
ver entrenar al Maestro Windu. Habría explorado la biblioteca y hablado con los
eruditos Jedi. Habría aprendido sus cuentos y todas sus historias. Sus historias…
Zohra se sentó junto a su hermano.
—¿Quieres un cuento?
Él recorrió su oscura casa con la mirada.
—No hay electricidad. Los datapads no funcionan.
Zohra lo apretó.
—¿Crees que a estas alturas no me los sé todos de memoria? Los he oído un
millón de veces.
—¡Un billón! —gritó—. ¡Un billón de billones!
—¡Shhhh!
Hizo una mueca de dolor y se llevó el dedo a los labios, pero ¡cómo sonrió! Esa
sonrisa. Se le escapó y, de repente, toda la habitación pareció más luminosa. Tuvo que
recordarse a sí misma que solo tenía seis años.
—¿Cuál quieres escuchar primero? —dijo—. ¿Qué tal cuando la Maestra Uma
Kalidi derrotó sola al ejército completo de los fear-naughts y salvó a todo Devalok?
—¡Uma! ¡Uma! ¡Uma! —canturreó Dumuz, aplaudiendo suavemente.
¿A quién no le gustaban las historias de Uma Kalidi? La famosa Jedi nacida en
Devalok, los escolares sabían todo sobre ella. Zohra se había disfrazado de ella para el

LSW 40
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Festival de las Flores, como cualquier otro niño. Papá incluso le había hecho un sable
de luz de juguete. La hoja, inofensiva y titilante, había brillado de color verde en lugar
de azul, pero parecía tan genuina que la había convertido en la envidia de todo el
desfile. Y sí, se había pasado la noche intentando usar la Fuerza para invocarla desde
la mesa de enfrente de su dormitorio, como cualquier otro niño.
¿Qué le había pasado a ese sable de luz? Ella había crecido, eso pasó. Se volvió
mayor para los cuentos de hadas. Dumuz no. La miró, con los ojos muy abiertos y
brillantes de expectación. ¿Por dónde empezar? ¿Por dónde sino por el principio?
—Érase una vez, en una galaxia que llamamos nuestra, una jardinera llamada
Uma. Todas las plantas y flores que cuidaba crecían más altas, más brillantes y más
perfumadas que las de los demás. Uma tenía un poder mágico especial.
—La Fuerza —susurró Dumuz—. ¡Ve a la parte en la que lucha contra los
cazarrecompensas! ¡Con su sable de luz! ¡Quiero todos los ruidos también!
—Eso no pasa sino hasta mucho después, ya lo sabes.
—¡Quiero la lucha! —Se levantó de un salto y se agarró el pulgar, simulando que
era su propio sable de luz.
—¡Fiuuummmm! ¡Kish! ¡Kish! ¡Kish! ¡Mírame, Zohra! ¡Fiummm! ¡Cortaría a los
droides en pedazos! ¡Un Jedi podría vencer a todo el ejército droide! ¡Así! —Empujó
la mano en el aire—. ¡Hundirlos a todos en el mar!
—Oye, ¿quieres mi historia o te estás inventando una?
Dumuz adoptó una pose orgullosa.
—Maestro Jedi Dumuz, de Devalok. —Zohra se desplomó contra el sillón—. ¡Oh,
valiente Maestro Jedi! ¡Por favor, ayúdame! ¡Hay monstruos que vienen a comerme!
Dumuz saltó sobre los cojines.
—¡Fiummmm!, ¡fiuuum!, ¡fiuuum! ¡Listo!, ¡todos los monstruos están muertos!
¡La Fuerza está conmigo!
—¡Gracias, Maestro Jedi! No sé qué…
—Roger, roger.
Los pasos rechinaban en el pasillo de piedra; el zumbido de las articulaciones
motorizadas resonaba a lo largo del corredor, cada vez más cerca.
—Revisen los departamentos en busca de sobrevivientes.
—Roger, roger.
Zohra reprimió un grito cuando los blásteres dispararon ráfagas. Puertas, paredes
y ventanas volaron por los aires, y los droides empezaron a recorrer el edificio. ¿Los
habían oído tocar? Deberían haber tenido más cuidado. Ella solo quiso hacer feliz a
Dumuz, solo por un momento, pero esa debilidad los puso en peligro.
Mientras sujetaba a Dumuz con fuerza, Zohra se arrastró hacia el armario. Se
quedó helada cuando rechinaron las bisagras, pero los droides estaban ocupados
destruyendo los departamentos del otro lado del pasillo. Dumuz se apretó contra las
tuberías y conductos del sistema de ventilación del departamento. Zohra se arrastró
contra él y cerró la puerta del armario lo más silenciosamente que pudo.
El suelo tembló cuando las puertas se abrieron de golpe. El olor a humo y a metal
quemado cubrió el pequeño departamento mientras, a través del diminuto hueco
donde la puerta del armario no llegaba a tocar el marco, veía entrar a los droides.

LSW 41
Varios autores

Nunca los había visto tan cerca.


Parecían insectos, delgados pero mortales. Estaba oscuro. Papá había sellado las
ventanas en cuanto iniciaron la invasión, pero había suficientes huecos entre las
grietas de la pared como para que la luz del sol, filtrada por la ceniza, proyectara un
tono rojizo sobre la habitación y sus intrusos. Un droide se acercó a la jarra de agua y
la volcó con el pie, la dejó escurrir sobre el suelo de madera. Otro encontró las bolsas
de fruta, arroz y pasta nutritiva y las aplastó con la culata de su bláster. El tercero
exploró el resto de la casa mientras el cuarto, un comandante, permanecía de pie en el
centro de la habitación, girando su largo hocico metálico de un lado a otro.
Zohra hizo que su corazón dejara de latir. ¿Podría oírlos? ¿Podría olerlos?
—Cambiando a infrarrojos.
—Roger, roger.
Estar vivos los traicionó. Gritó cuando el droide arrancó la puerta y la agarró del
cabello. Tiró de ella y la arrastró por el suelo.
—¡Suéltala! —gritó Dumuz, pataleando desesperado contra el otro droide, que lo
sujetaba de los brazos.
Lo arrastró hasta el centro de la habitación y lo dejó caer junto a Zohra. Los dos
droides estaban junto a ellos, con los blásteres preparados.
—Parecen rebeldes peligrosos, señor.
—Protocolo de eliminación estándar —respondió el comandante.
—Roger, roger.
No suplicó por sus vidas. No tenía miedo, no en ese momento. Sintió el aliento de
su hermano en el cuello mientras se acurrucaba contra ella, mientras ocultaba sus ojos
de ese terrible y breve momento en el que los blásteres destellaran y todo acabara. El
comandante bajó el bláster hasta dejarlo a centímetros de su cara. Ella sintió el calor
del cañón.
El droide empezó a temblar. Los engranajes de sus mecanismos crujieron y luego
rechinaron al chocar entre sí. La cabeza metálica se dobló y estalló en llamas. Una luz
intensa y repentina llenó la pequeña habitación junto con un profundo zumbido
vibrante. Sombras nuevas se alzaron por las paredes y el techo, una figura se levantó
en la puerta, era la silueta negra de un hombre que blandía un rayo de un azul temible.
El segundo droide giró y disparó. No podía fallar a tan corta distancia. El ruido fue
ensordecedor.
El hombre eludió el rayo azul frente a él. Zohra parpadeó mientras la habitación se
iluminaba con la luz cegadora del impacto del disparo del bláster contra ella, entonces
el hombre desvió el rayo azul con un giro de muñeca y separó el torso del droide de
sus caderas y lo golpeó una vez más, lo decapitó. Todo había sucedido en un abrir y
cerrar de ojos.
—¡A tu izquierda, Anakin! —advirtió un segundo hombre, justo cuando el droide
que exploraba las otras habitaciones irrumpió de nuevo en el pasillo. Este segundo
hombre, más viejo que el primero y con barba, blandió su propio sable azul brillante
mientras el droide disparaba, el proyectil rebotó contra el techo. El hombre de la barba
clavó la hoja de su sable en el núcleo del droide y luego la sacó con un giro, lo cortó
de par en par.

LSW 42
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Golpearon de forma simultánea al cuarto y último droide. El más joven cambió el


sable a la mano contraria y golpeó alto, mientras que el barbudo, con una doble
empuñadura, golpeó por debajo la cintura. El droide cayó al suelo en tres pedazos
humeantes.
El hombre más joven se agachó y extendió una mano enguantada.
—¿Estás herida?
Zohra no podía hablar, ni pensar. ¿Era conmoción? ¿Alivio? ¿Solo confusión?
¿Cómo podía ponerse el mundo de cabeza en tan pocos segundos?
El joven hizo una mueca.
—Oh, perdona.
Desactivó su arma y el rayo desapareció al instante. Su compañero mayor, que les
observaba parado junto a la puerta, hizo lo mismo y enganchó su arma al cinturón.
Sabía exactamente qué arma era. La contempló y luego miró al joven que le sonreía
amablemente.
—¿Quién eres?
Esa dulzura volvió cálidos sus ojos azules.
—Soy Anakin Skywalker.

—¿Mamá y Papá los enviaron? —Se apresuró Dumuz—. ¡Deben haberlo hecho! Lo
sabía, ¿ves, Zohra? ¡Lo sabía!
Anakin levantó la jarra de agua. No tenía sentido, pero volvió a dejarla en el
taburete.
—¿Cuánto tiempo llevan aquí solos?
—Cinco días, Maestro Jedi. ¿Qué otra cosa podía ser?
Se rio mientras sacudía la cabeza.
—Aquí solo hay un maestro, es él. Te presento al Maestro Obi-Wan Kenobi. Yo
solo soy Anakin. ¿Y tú?
—Él es Dumuz, yo soy Zohra. Llevamos aquí cinco días, Anakin. Mamá y papá
salieron a buscar provisiones. Dijeron que volverían. Seguimos esperando.
Obi-Wan esbozó una sonrisa. Zohra sabía lo que significaba; había visto a todos
los adultos lucir ese tipo de sonrisa cada vez más, a medida que la situación
empeoraba.
—Dime, jovencita, ¿cuánto tiempo suelen estar fuera?
—Algunas horas.
Zohra necesitaba ser fuerte, aunque nunca se había sentido más débil en toda su
vida. Era como si estuviera de pie sobre una rama a gran altura y esta empezara a
doblarse. ¿Se caería? Si lo hacía, ya no habría nadie para atraparla. Obi-Wan se pasó
la mano por la barba mientras la miraba.
—Vamos a encontrarlos, ¿les parece?
—¿A dónde vamos? —preguntó Zohra.

LSW 43
Varios autores

Obi-Wan mostró una pequeña holopantalla. Zohra pudo ver que se trataba de la
ciudad, o al menos del distrito norte.
—Puerto espacial de Amrit. Todavía está en manos de la República, pero no por
mucho tiempo. Tenemos que darnos prisa.
Dumuz lo miró.
—¿Y ahí es donde estarán mamá y papá?
Anakin evitó la pregunta y en su lugar señaló las otras habitaciones.
—¿Hay algo que quieras llevar?
Dumuz asintió.
—¡Mi wookiee! ¡No puedo dejarlo!
—Pues ve por él —dijo Anakin—. Y ¿tú, Zohra?
Zohra negó con la cabeza.
—Nada.
Nada de nada. Hacía tiempo que había dejado de sentir que esa era su casa. Obi-
Wan hizo un gesto con su holopantalla.
—La ruta de evacuación está marcada, Anakin. Deberíamos…
—¿Nos ayudarás? —preguntó Anakin—. ¿A atravesar la ciudad?
¿Por qué se lo pedían? Los Jedi no necesitaban ayuda; podían hacerlo todo.
Cualquier cosa. Pero Zohra miró la holopantalla.
—Esa ruta es para vehículos. Hay otro camino al puerto espacial, a lo largo del
viejo canal y las fábricas. Cerraron hace siglos. Ya nadie usa ese camino.
Obi-Wan frunció el ceño, pero asintió.
—Los droides no podrán llevar sus tanques por el canal, tardarán más. ¿Conoces
bien los canales?
—Mamá es jardinera, jefa en el invernadero Enki. Se encarga de transformar las
fábricas en nuevos jardines. Vamos mucho allí.
—El canal entonces.
Dumuz regresó corriendo, con Fuzzy.
—Lo encontré.
Anakin rascó la barbilla lanuda del juguete.
—Parece feroz.
—Lo es. Me cuida cuando duermo. ¿Nos vamos ya?
Zohra tomó la mano de su hermano. Era su trabajo cuidar de él.
Obi-Wan miró a ambos lados del pasillo, con la mano apoyada en la empuñadura
del sable de luz.
—Síganme.

Habían demolido la vieja fuente, que era el corazón del barrio, de ella partían las
cinco avenidas principales. Ahí se encontraba el parque local, donde chapoteaban en
los días calurosos y se subían a las estatuas. Ahora solo quedaban escombros y polvo.
—¿Por qué?

LSW 44
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Obi-Wan señaló hacia una de las avenidas.


—Estaba bloqueando la vista. Desde aquí tienes una clara línea de fuego en todas
direcciones.
Incluso habían arrancado la Vieja Abuela, el árbol más viejo del barrio y el que
tenía las ramas más bajas. Todos los niños aprendieron a trepar con la ayuda de la
Vieja Abuela.
Apretó con más fuerza a Dumuz. Contempló en silencio los restos quemados del
parque, de los banthas de juguete que se mecían y que no eran más que escoria
fundida. La pequeña piscina infantil estaba vacía salvo por un bulto de ropa que
alguien había tirado dentro. ¿Por qué? Zohra dio la espalda a Dumuz. No necesitaba
ver qué había en la piscina.
—Voy a regañar a mamá y papá por dejarnos tanto tiempo. Deberían habernos
dicho. —Dumuz sonrió de repente—. ¡No sabía que eran amigos de los Jedi! ¿No es
increíble, Zohra?
—Sí, increíble.
—Será bueno verlos, ¿verdad? —preguntó con la voz entrecortada—. Ver que
están sanos y salvos y que nada malo ha pasado, ¿no?
Zohra no sabía qué decir, así que no dijo nada. Dumuz jaló su mano.
—Están bien y a salvo, ¿cierto?
¿Por qué seguía preguntando? ¿Qué quería que ella le dijera? ¡Cinco días! ¿No
sabía lo que eso significaba?
—Mira, ten esto.
Era Anakin. Se había quedado unos pasos detrás de Obi-Wan para unirse a ellos.
Sostenía un palito masticable.
—No me preguntes de qué está hecho. Probablemente sea mejor no saberlo.
Zohra lo tomó y lo partió por la mitad, le dio a Dumuz la parte más grande. No
tenía sabor, pero su estómago seguía gruñendo. Dumuz se rio, lo cual era mejor que
tenerlo haciendo preguntas. Luego tiró de ella, señalando a Anakin.
—Mira su mano.
La manga derecha de su túnica estaba rasgada, dejaba al descubierto los
engranajes y mecanismos del miembro robótico. Zohra miró a su hermano con el ceño
fruncido.
—Es grosero señalar.
—Debe ser un gran guerrero —dijo Dumuz.
Anakin lo escuchó. Miró por encima del hombro, con una ceja arqueada.
—Pero mi adversario fue mejor.
—La siguiente vez ganarás, ¿no?
Pudo haber sido solo el humo o el breve parpadeo de la luz del fuego, pero una
sombra pasó por el rostro de Anakin. Su calidez se desvaneció sin más. Luego guiñó
un ojo y la oscuridad desapareció.

LSW 45
Varios autores

Las llamas flotaban sobre el agua aceitosa del Viejo Canal. Las fábricas, que hacía
tiempo habían vuelto a la naturaleza, ardían y unas cuantas nubes de humo se cernían
sobre sus restos sin tejado.
Obi-Wan sacó su comunicador cuando llegaron al primer cruce.
—Comandante Varna. Aquí el General Kenobi. Adelante, comandante.
El comunicador crepitó.
—¿General Kenobi? Pensábamos que lo habíamos perdido. ¿Dónde se encuentra?
¿Está Skywalker con usted?
—Ambos estamos bien. ¿Cómo están ustedes?
—No muy bien, la verdad. Los droides están recibiendo refuerzos y el bloqueo es
cada vez más estrecho, no pasan muchas naves. Nos espera una última recolección,
luego nos vamos. Esperaremos todo lo que podamos.
—Tenemos algunos civiles con nosotros. ¿Podría enviar un TABA?
—¿Una cañonera? Tendría suerte. —Varna sonaba inseguro y sorprendido—.
Creía que todos los políticos y el personal esencial habían salido hace semanas.
—Haga lo que pueda —dijo Obi-Wan.
—Sí, señor. Varna fuera.
Obi-Wan guardó el comunicador y miró hacia delante, con los dedos dando
golpecitos en la empuñadura de su sable de luz.
—Si mantenemos un buen ritmo, deberíamos llegar al puerto en unas horas. Las
tropas podrán aguantar ese tiempo. Estarán a salvo entonces.
—¿A salvo? ¿Dónde? —explotó Zohra—. ¿A dónde vamos? ¿A algún campo de
refugiados en el Borde Exterior? He oído las historias. Gente abandonada en
asteroides porque no son personal esencial, lo que sea que eso signifique. ¡La
República no se preocupa por gente como nosotros! Nunca lo ha hecho.
—¿Mamá y papá? —dijo Dumuz—. ¡Los quiero ver! ¿Están en el puerto
espacial?
Zohra jaló con fuerza a Dumuz.
—No están en el puerto. No están en ninguna parte. No nos están esperando, no
van a volver. Están muertos, Dumuz. Se han ido para siempre, ¡estamos solos!
Listo. Lo había dicho. La terrible verdad: la gente muere en las guerras. No
importaba cuánto quieres a alguien; eso no lo protegería. Los deseos no tenían
sentido, los cuentos de hadas no eran más que eso.
Dumuz se quedó allí, en silencio, pero con lágrimas corriendo por sus mejillas
llenas de hollín. No discutió, ni luchó, ni la atacó por hacerle daño. Ella deseaba que
lo hiciera. Zohra quería sentir dolor, pero lo único que sentía era vacío.
Se agachó y apretó a Dumuz contra ella. Eso es lo que sintió: su aliento, su calor y
los temblores mientras sollozaba dentro de sí mismo. Sus lágrimas caían en su mejilla.
—Pero ¿por qué aún puedo oírlos, Zohra? Puedo oírlos llamándonos.
—Ojalá pudiera ser así, Dumuz. —Le limpió las lágrimas y trató de sonreír—.
Debemos estar uno para el otro, ¿de acuerdo?
—Pero los escucho, reconozco sus voces.
Anakin volteó hacia ellos.
—Dime lo que oyes.

LSW 46
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

¿Qué estaba haciendo? ¿Dando falsas esperanzas a Dumuz? Habían pasado cinco
días.
Dumuz miró al Jedi con una seriedad superior a sus escasos seis años. Había
madurado rápido durante la guerra.
—Están juntos, cansados, tienen miedo. Nos llaman, pero se están debilitando. No
sé lo que significa.
—¿Sabes dónde fueron? —preguntó Anakin.
Zohra tomó la mano de Dumuz.
—Al invernadero Enki. Mamá pensó que aún podría haber comida en las bóvedas.
Obi-Wan negó con la cabeza.
—Bombardearon Enki hace cinco días.
Anakin frunció el ceño.
—Tenemos que buscarlos.
—Perderemos un tiempo valioso, Anakin. Enki está en la línea de frente,
estaremos solos.
—¿Qué hay de nuevo en eso, maestro? —Anakin volteó hacia Dumuz—.
Tenemos que confiar en nuestros sentimientos.

Se escondieron de los tanques, de las legiones de droides de batalla que marchaban y


del ajetreo de los droidekas que corrían por las carreteras destrozadas. Al caer la
noche, las estrellas fueron reemplazadas por silenciosos rayos y explosiones que
florecían en la oscuridad. Obi-Wan observó la pantalla con tristeza a través de sus
monoculares.
—El bloqueo orbital se está estrechando. No sé cuánto tiempo más podrá resistir
la flota. Pronto tendrán que saltar al hiperespacio para evitar ser aniquilados.
—Aguantarán un poco más —dijo Anakin, obstinado.
Zohra apenas podía levantar las piernas. Solo el apretón de los deditos de Dumuz
sobre los suyos la mantenía en movimiento, pero en la dirección equivocada.
—¿Por qué hacemos esto? ¿Por un sentimiento? ¿Por lo que dijo Dumuz? No es
un Jedi. Él no tiene la Fuerza.
Obi-Wan señaló a ambos.
—La tiene. Igual tú. Así como todos los seres vivos. Es lo que une a la galaxia.
Cada uno de nosotros con los demás. A veces puedes oír la voluntad de la Fuerza, si
estás callado y dispuesto a escuchar.
—¿En verdad crees eso? —preguntó Zohra.
—Es verdad —dijo Anakin. Había escalado uno de los muros despedazados y se
perfilaba contra los fuegos del horizonte.
—¿Esa es Enki?
¿Qué le habían hecho? Aquí era donde Zohra había venido desde que tenía uso de
razón, paseaba entre las grandes plantas y flores recogidas de toda la galaxia. Había
perseguido asabs que revoloteaban con sus hermosas alas estampadas por los jardines

LSW 47
Varios autores

de niebla, había comido bajo las amplias ramas de los antiguos huluppus. ¿Ahora qué
quedaba? El armazón del vasto invernadero se había reducido a escoria retorcida, los
campos de energía parpadeaban y crepitaban. Aún saltaban chispas entre los nodos de
energía y las hojas de los árboles cercanos ardían.
Sin embargo, no todo era ruina. Quedaba un árbol huluppu. No tenía sentido, todo
a su alrededor era devastación. Era grandioso, antiquísimo, y aun así sus ramas se
hinchaban de hojas plateadas, que brillaban como una galaxia de estrellas en el
interior de una gran nebulosa. Las tonalidades cambiaban con la brisa, con la
temperatura errática de las ráfagas cargadas de calor. Se acercaron en un sombrío
silencio. Por un momento, la guerra parecía lejana. Anakin levantó la mano y tocó una
hoja con los dedos desnudos.
—No crecen árboles en Tatooine.
El rico y húmedo suelo estaba cubierto de escombros y ceniza. Los enormes
helechos de Kashyyyk no eran más que frágiles tallos ennegrecidos. Vastas secciones
del invernadero se habían derrumbado; los diversos edificios del interior, los
laboratorios, las aulas y los almacenes, no eran más que montones de piedra
destrozada y madera quemada. El aire era árido y producía un sabor áspero y amargo
en la garganta.
Anakin recogió lo que parecía una gran piedra. Le quitó la capa de ceniza y dejó
al descubierto la piel amarilla que había debajo.
—¿Qué es esto? Huele delicioso.
—Una fruta huluppu —dijo Zohra—. Creí que la temporada había terminado.
Anakin la abrió con la punta de su dedo robótico. La carne húmeda que había bajo
la piel desprendía un olor espeso. Anakin la cortó en cuartos y la repartió.
A Zohra le temblaron las manos al tomar su rodaja. Los jugos gotearon sobre sus
dedos, pegajosos y deliciosos. Comió con los ojos cerrados. El sabor pertenecía a
tiempos mejores, más dulces. Cuando abrió los ojos, Anakin asentía e incluso Obi-
Wan se tomaba su tiempo para saborearlo. Anakin le dio a Dumuz la semilla del fruto.
—Algo para tu jardín.
Un momento después, Dumuz se zafó de Zohra y se echó a correr hacia la maleza.
—¡Dumuz, regresa!
Corrieron tras él. Los troncos ennegrecidos por el fuego aún parpadeaban con
ascuas, el humo aún se elevaba de los montones de plantas; Dumuz, pequeño como
era, corría entre los restos con rapidez y agilidad.
—¡Dumuz, espera!
Luego salieron tropezando a un gran patio. A través del hollín aún podía distinguir
el antiguo mosaico del árbol de la vida, la leyenda de cómo el primer árbol huluppu
había dado origen a la galaxia, cómo sus hojas brillantes se habían convertido en las
estrellas y cómo las ramas sostenían el cielo. Sin embargo, la mayor parte del patio
eran escombros. Dumuz se paró entre los trozos de mosaico roto.
—¿Mamá? ¿Papá?
Obi-Wan miró a Anakin.
—Y ¿bien?
Anakin trepó por los restos hacia lo que habría sido la entrada a las cámaras.

LSW 48
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

—Creo que deberían retroceder.


Zohra no entendía.
—No hay forma de entrar en las bóvedas. Debe haber cien toneladas sobre la
entrada.
—¿Qué dice el Maestro Yoda? —Anakin cerró sus ojos y estiró los dedos.
—El tamaño no importa —respondió Obi-Wan.
Se hizo un silencio espeluznante. Incluso los ecos de las explosiones y los
disparos de bláster en la distancia se desvanecieron. La paz se apoderó del patio
mientras Anakin se enfrentaba a la montaña de escombros que tenía ante sí.
¿Qué podría hacer? Era pedir lo imposib…
El tronco más grande crujió. Los escombros chocaron entre sí. Los trozos rotos
del mosaico temblaron y empezaron a levantarse.
La suciedad, el polvo y la ceniza se arremolinaron alrededor de Anakin cuando
una sección torcida del armazón se dobló sobre sí misma, y así se formó un camino.
Los grandes trozos de piedra rodaron hacia atrás o se elevaron unos sobre otros,
desplazándose hacia los lados, donde quedaron suspendidos en el aire.
Las piedras, el metal retorcido, los restos quemados de los árboles se separaron, y
a través de ellos Zohra vio la puerta bloqueada de las bóvedas. Tenía muchos
centímetros de grosor, sellada para evitar contaminantes. Obi-Wan se acercó a ella,
encendió su sable de luz y, de un solo golpe, partió la puerta por la mitad. Las pesadas
secciones se estrellaron contra el suelo, resonando con fuerza en el hueco de piedra
expuesta. El suelo tembló cuando Anakin dejó caer los escombros, el polvo tardó
unos instantes en asentarse. ¿Qué había al otro lado de las puertas? Zohra, temblando
de miedo y esperanza, se acercó.
La luz que irradiaba el zumbido de la hoja brillaba en las esquinas y en los bordes
de los recipientes metálicos que cubrían las paredes. Cayó sobre las dos figuras
desplomadas en el suelo. Era increíble. Eso solo existía en los cuentos de hadas, pero
había sucedido justo delante de ella. Entonces corrió hacia ellos. Obi-Wan se agachó
junto a una de las figuras, usó su túnica para limpiarles la cara.
—Hola a todos.
Los ojos se agitaron y, de pronto, cuando la brisa se llevó el aire viciado de la
bóveda, la figura tosió. La madre de Zohra miró a su alrededor, estaba desconcertada,
pero viva. Dumuz gritó mientras corría a los brazos de su padre. Zohra se quedó
mirando a su madre, con las sucias palmas de las manos apretadas contra sus propias
mejillas, e ignoraba las lágrimas que corrían entre sus dedos. Unas luces surgieron
sobre ellos, e inundaron un haz cegador ineludible. El zumbido de los motores se hizo
ensordecedor cuando el tanque de combate droide descendió de la oscuridad. El cañón
giró para apuntarles directamente. El altavoz empezó a sonar.
—Ríndanse o abriremos fuego.

LSW 49
Varios autores

Zohra ni siquiera vio moverse a Obi-Wan. En un momento estaba arrodillado junto a


sus padres y al siguiente corría hacia el carro de combate, que flotaba a quince metros
por encima de ellos. En medio de un remolino de humo, encendió su sable de luz y
atravesó el cañón del tanque. El largo cilindro metálico chocó contra el casco y cayó
al suelo.
—¡Baja del tanque! —la voz se escuchó desde las bocinas—. ¡Bájenlo del tanque!
—Roger, roger.
Las escotillas se abrieron, la luz se derramó desde el interior y los droides de
batalla salieron disparados, mientras el tanque se inclinaba de un lado a otro,
intentando en vano despistar al Jedi, que tallaba profundos surcos fundidos en el
casco.
El tronco del árbol junto a Zohra empezó a moverse. Anakin tenía la mirada
clavada en el tanque mientras el tronco, de diez metros de largo, dirigía su punta
cizallada hacia él. Anakin movió la mano hacia delante.
Cuando el árbol atravesó el tanque los motores estallaron en llamas y escombros
ardientes. Las explosiones lo sacudieron desde dentro y una gran llamarada salió por
las escotillas abiertas. Dos droides, que seguían saliendo, desaparecieron en el
infierno repentino. Obi-Wan no se detuvo mientras salía humo de la nave devastada.
Se lanzó hacia atrás, girando en el aire, y aterrizó suavemente en el patio.
Sobre ellos, el tanque se descontroló y se tambaleó al explotar las municiones. Los
droides cayeron del vehículo en pedazos para finalmente estrellarse contra las ruinas
del invernadero. Anakin se unió a Obi-Wan.
—No ha terminado.
Aparecieron más luces a través del denso humo. El suelo tembló al acercarse una
multitud de droides araña, cruzaban el terreno destrozado con facilidad sobre sus
enjutas patas. Una hilera de tanques giró sus torretas hacia el invernadero.
Obi-Wan frunció el ceño.
—¿Qué hiciste para lograr que se molestarán tanto, Anakin?
—¿Yo? Es usted quien causa todos los problemas. Solo soy su humilde padawan,
¿recuerda?
—¿Tú? ¿Humilde? —señaló Obi-Wan, quien hizo una mueca al ver las luces de
atrás—. Mmm, están siendo demasiado minuciosos. Creo que podríamos tener…
Zohra gritó cuando una cañonera se abalanzó sobre ellos, desgarrando la noche
con rayos bláster. Los droides araña estallaron y el resto se escabulló para
resguardarse.
Los motores de repulsión de la cañonera zumbaron mientras descendía y se cernía
sobre el patio. Los soldados clones se reunieron en las escotillas, uno de ellos hizo
señas al pequeño grupo para que avanzara.
—¡Adelante!
—¡Comandante Varna! —gritó Obi-Wan—. ¡Qué bien que se una a nosotros!
—¡No podía dejar que se quedaran toda la diversión!
Un soldado tomó a Dumuz entre sus brazos mientras otro ayudaba a sus padres.
Anakin le hizo un gesto.
—Hora de partir, Zohra.

LSW 50
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Apenas había subido a bordo cuando la cañonera empezó a ascender. Anakin la


condujo a un asiento. Miró a Dumuz, a su lado y a sus padres enfrente. Los Jedi
habían hecho todo esto por ellos. No eran especiales, no eran personal esencial para la
guerra, pero aun así los Jedi lo habían arriesgado todo por ellos.
La cañonera tembló violentamente cuando una ráfaga láser arrancó uno de los
contenedores del cañón. El Comandante Varna colgaba de la escotilla abierta.
—¡El TABA está siendo atacado! Tenemos que tomar medidas evasivas…
Entonces desapareció. Hubo un destello desde abajo, un estallido de calor
repentino, y el comandante se esfumó. Obi-Wan dio una palmada a Anakin en el
hombro.
—¡Nos tienen en fuego cruzado! ¡Si subimos más nos destruirán!
Anakin asintió, pero al volverse hacia la abertura, se detuvo y volvió a mirarla.
—Mantente a salvo, Zohra.
¿Qué estaba…?
Estaba regresando. Anakin desenganchó su sable de luz. El rayo brotó de la
empuñadura, se unió a Obi-Wan en el precipicio mientras los rayos de bláster
cruzaban la oscuridad. Necesitaba decir algo, decirle lo que había hecho por todos
ellos, cómo los había salvado.
—¡Anakin!
No podía sacarlo todo, decir todo lo que quería decir. Pero había una forma mejor,
una que él realmente entendería.
—Que la Fuerza te acompañe…
Entonces saltaron.

Faltaban cuatro horas para llegar a Naboo. Los amplios muelles de atraque de la nave
capital se habían convertido en un campamento para los miles de refugiados que la
República había podido evacuar. Estaban a salvo en el hiperespacio; deberían estar
descansando, pero Zohra estaba despierta por completo. Sentada en su saco de dormir,
contemplaba a sus padres, exhaustos, dormidos, a salvo. Cuando se volvió hacia la
litera de Dumuz, él cerró los ojos.
—Tampoco puedes dormir, ¿eh? —dijo ella, acurrucándose a su lado. Sacudió la
cabeza y apretó a su wookiee.
—¿Qué vamos a hacer, Zohra? Nuestro hogar se ha ido.
Le puso la semilla de huluppu en la mano.
—Planta esto en algún sitio. Haz con ella nuestro hogar.
Él la acogió en su regazo.
—¿Me cuentas una historia?
Zohra se recostó contra el casco. Los motores vibraban con suavidad contra ella,
la estructura era cálida.
—Érase una vez, en una galaxia que llamaremos nuestra, dos héroes. Se llamaban
Obi-Wan Kenobi y Anakin Skywalker.

LSW 51
Varios autores

Dumuz se acurrucó contra ella mientras lo rodeaban con el brazo…


—Eran salvadores de niños perdidos, saqueadores de tumbas y… —su mirada
cayó en la semilla— portadores de esperanza.
Cerró los ojos. Allí estaban. Anakin, su sonrisa y su calidez, y Obi-Wan, formal
pero dedicado.
—Eran Caballeros Jedi. Un día llegaron a Devalok.

LSW 52
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

LSW 53
Varios autores

EL DEBER DE UN JEDI

KAREN STRONG

BARRISS OFFEE SINTIÓ una perturbación en la Fuerza. La angustiosa sensación


le resultaba familiar y la inminente presencia oscurecía sus pensamientos.
Abrió los ojos y observó alrededor de su habitación. Una pequeña estatua de una
deidad mirialana estaba en el altar frente a ella. Varias velas proporcionaban un cálido
resplandor contra las paredes desnudas, pero su luminiscencia se agitaba con su
somera respiración.
Barriss había vuelto a fracasar en la meditación. Aunque estaba a salvo entre los
muros del templo Jedi, ya no se sentía totalmente protegida.
Cuando era pequeña, la llevaron allí para que aprendiera los caminos de la Fuerza.
El templo siempre había sido su centro de paz, pero ahora era su fuente de temor. La
oscuridad recorría sus pasillos y acechaba sus movimientos. Barriss había sentido la
existencia de su acecho desde que regresó.
El agudo pánico se apoderó de su pecho. Los recuerdos de la batalla de Geonosis
la seguían atormentando. Barriss intentó enterrar la angustia, pero las visiones
volvieron a surgir. Sables de luz zumbando en el aire mientras los proyectiles bláster
encontraban su objetivo. Maestros buscando frenéticamente pruebas de vida en
figuras inmóviles en el suelo. Los reverberantes gritos y lamentos de agonía se
mezclaban con el clamoroso júbilo de los separatistas y su alegría por la muerte. Estos
espectros de la memoria llenaban su mente de tormento.
Su maestra, Luminara Unduli, los había protegido de lo peor del combate, Barriss
había luchado con valentía, un testimonio de su entrenamiento padawan. Pero las
hordas de droides de batalla y guerreros geonosianos los habían superado en número.
A pesar de la llegada del Maestro Yoda con las tropas de clones, muchos Jedi habían
caído.
A menudo se preguntaba si una parte de ella también había perecido en la sombría
bruma de la Arena Petranaki. Barriss se levantó de la alfombra de meditación, se
ajustó la capa con capucha y alisó el tejido azul estampado. Acarició lentamente el
corazón grabado en la hebilla de su cinturón y respiró hondo unas cuantas veces para
calmar la tormenta que se agitaba en su mente. La traumática vorágine de recuerdos
se detuvo y la oscura perturbación se desvaneció, pero Barriss sabía que ambos
volverían.

Cuando empezó la Guerra de los Clones, Barriss no fue al frente de batalla, a pesar de
ser una padawan altamente entrenada y consumada. No quería convertirse en una

LSW 54
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

maestra del combate. La Fuerza siempre había sido una energía nutritiva y no creía
que debiera usarse para la violencia. Barriss no quería luchar.
Así que cuando su maestra se convirtió en general del Gran Ejército de la
República, Barriss permaneció en el templo Jedi. Fue voluntaria en la clínica médica
y encontró consuelo ayudando a los Jedi heridos. No obstante, era muy difícil ver a
tantos miembros de la orden heridos por la guerra, porque su dolor reflejaba el suyo.
Cuando abandonaban sus cuidados y volvían a sus misiones para luchar contra los
separatistas, Barriss sabía demasiado bien que sus heridas más catastróficas no podían
verse. Las cicatrices mentales y las heridas emocionales suponían una pesada carga. A
través de la Fuerza, percibía la confusión de aquellos Jedi que regresaban al anfiteatro
de la guerra, y su dolor la angustiaba porque no podía curar sus heridas más
profundas.
Barriss se paseaba por los pequeños confines de su habitación. No podía soportar
volver a la clínica médica. No después de otra meditación fallida. No sabía si podría
dar ánimos o esperanza a quienes más lo necesitaban, no cuando la guerra se extendía
por toda la galaxia y morían inocentes. La clínica médica se había convertido en un
detonante de su propio dolor. Barriss ya no podía curar a los demás porque ella misma
no se había curado del todo.
Tras otra serie de respiraciones profundas, volvió a recurrir a la Fuerza. La
oscuridad no había regresado y se abrazó a la energía tranquilizadora para acallar sus
inquietantes pensamientos. Cuando el pulso recuperó su ritmo normal, salió de su
habitación para recorrer los pasillos del templo Jedi.
De niña, Barriss se había maravillado ante el Gran Salón, con sus enormes pilares
y sus grandes estatuas. Con su clan de compañeros iniciados, había paseado por los
altos arcos y los cuidados patios. Por las tardes, Barriss se detenía en los entrepisos
para contemplar con asombro el horizonte de Coruscant, repleto de rascacielos e
interminables corrientes de tráfico aéreo.
Siguió caminando por el templo y pronto se desvió por un sendero que conducía a
los niveles de entrenamiento de los jóvenes. Entró en una de las salas, se quedó cerca
de la pared del fondo y observó una lección.
El Caballero Jedi Tutso Mara se movía a lo largo de una fila de jóvenes mientras
los instruía en varios ejercicios con sables de luz.
—Recuerda, la Fuerza debe dirigir tus movimientos —dijo el Jedi—. Déjala
guiarte. Confía en tus instintos.
Los sables de entrenamiento para los jóvenes no tenían la misma energía letal que
un sable de luz Jedi, lo que les permitía realizar ejercicios sin temor a sufrir lesiones
graves. Barriss aún recordaba las ronchas y magulladuras que se había hecho mientras
aprendía las formas Jedi con su propio sable de luz de entrenamiento.
No había encontrado placer en estas lecciones, sino en los Archivos Jedi, donde
pasaba horas estudiando textos antiguos. Quería aprenderlo todo y anhelaba el día en
que se convirtiera en aprendiz padawan. Su deseo más profundo era servir a la galaxia
como miembro de la Orden Jedi.
Barriss sintió ahora el flujo de energía de los jóvenes mientras abrazaban la
Fuerza. Tutso Mara caminaba entre ellos y corregía suavemente sus formas con

LSW 55
Varios autores

seguridad. Sintió un cálido respeto por él. Poco antes, ella había estado en esta misma
sala aprendiendo los fundamentos.
Aquellos jóvenes no habían hecho más que empezar su viaje, aún no estaban
preparados para viajar a Ilum para la Asamblea, donde se someterían al rito sagrado
de reclamar cristales kyber y construir sus propios sables de luz. Barriss se quedó
mirando sus jóvenes y ansiosos rostros. Estaban tan lejos de lo que ocurría en la
galaxia. La guerra no llegaría a Coruscant. Estos niños estaban fuera del peligro y
protegidos de sus efectos. Aún se preguntaba si alguno de ellos percibía la oscura
perturbación que se arrastraba por los bordes de su mente.
Sabía que los jóvenes eran conscientes de la guerra. Muchos de sus mundos
natales estaban en su camino, lo que ponía a su gente en grave peligro. El Consejo
Jedi había tomado la decisión de unirse a la lucha de la República, y muchos
inocentes se habían convertido en víctimas de una guerra que parecía no tener fin.
Estos jóvenes llegarían a la mayoría de edad en una galaxia llena de violencia y
miedo. Emociones que conducían al Lado Oscuro de la Fuerza.
Barriss era ahora una padawan. Con más entrenamiento, se convertiría en
caballero Jedi. No quería servir como guerrera, sino como guardiana de la paz. Pero la
guerra había proyectado su brutal sombra sobre el futuro de la Orden Jedi, y Barriss
temía que lo cambiara todo.
La familiar sensación de fatalidad volvió a agitarse en su pecho. Barriss cerró los
ojos para practicar la respiración profunda. Lentamente, recurrió a la Fuerza para
aliviar la inquietud de su mente. Cuando terminó, Tutso Mara la miraba con profunda
preocupación. Sabía que él percibía sus inquietantes pensamientos, pero entonces se
encendió el comunicador de su muñeca y oyó la voz de Luminara Unduli.
—Barriss, necesito que vengas a la sala de comunicaciones. Hay un asunto
urgente que tenemos que discutir.
—Sí, maestra —respondió ella de inmediato.
Barriss se despidió en silencio de Tutso Mara con una reverencia y salió de la
habitación para reunirse con su maestra.

Barriss llegó a la Sala de Guerra Jedi donde encontró a su maestra hablando con el
Maestro Jedi Mace Windu. Miró el holograma, que parpadeaba, sobre la mesa de
estrategia. Barriss todavía recordaba esa fatídica reunión en la oficina del Canciller
Palpatine cuando el Maestro Windu expresó su preocupación por utilizar a los Jedi
como soldados. La República había estado al borde de la guerra; él permaneció
sentado en profunda contemplación cuando el resto de los miembros del Consejo Jedi
se levantaron para dar por concluida la sesión. El canciller había sido contundente en
que sus negociaciones no fracasarían, porque la República había existido por mil
años; pero ahora estaba fracturada y el Maestro Windu era un general que libraba una
guerra contra los separatistas.

LSW 56
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

—Es imperativo que llegues al Centro de Mando del Borde Exterior para apoyar a
los otros generales —dijo el Maestro Windu—. Necesitaremos refuerzos para la
invasión.
Luminara Unduli hizo un gesto a Barriss para que se acercara y se colocara a su
lado. El Maestro Windu agradeció su presencia con una solemne inclinación de
cabeza.
—Avisaré al Comandante Gree para que se prepare —dijo la Maestra Unduli—.
Mi padawan vendrá conmigo. A Barriss se le revolvió el estómago al oír las palabras
de su maestra. Iba a participar en una misión. Parpadeó para ahuyentar las manchas
oscuras, apretó los dedos sobre el corazón grabado en su cinturón y mantuvo la
compostura.
—De acuerdo. Que la Fuerza te acompañe —el Maestro Windu se despidió con
una reverencia y su imagen desapareció.
Barriss enderezó la postura cuando Luminara se volvió hacia ella. La guerra había
endurecido a la maestra Jedi en muchos aspectos. Su piel verde era más pálida de lo
habitual, lo que hacía que las marcas geométricas negras de su barbilla fueran más
pronunciadas. Barriss estaba segura de que mostraba la misma carga en su propio
rostro con las marcas de rito que se extendían por el puente nasal. Incluso con el peso
de los efectos de la guerra, la fuerza y la determinación de Luminara brillaban en sus
profundos ojos azules. La Jedi de Mirialan era una miembro muy respetado de la
orden y para Barriss era un honor haber sido elegida su padawan.
—Es tiempo de que regreses a mi lado —dijo la Maestra Unduli.
Barriss sabía que al final tendría que unirse a su maestra para luchar en la guerra y
por fin había llegado ese momento. Estaba agradecida por el respiro en el templo Jedi;
aunque no se había curado del todo de lo que había vivido en Geonosis, Barriss
tendría que estar preparada.
—Sé que esta guerra ha sido dura para ti, como lo ha sido para todos los Jedi. —
La voz de la Maestra Unduli era más suave—. Pero tenemos un deber y debemos
servir.
—¿Cuál es nuestra misión? —preguntó Barriss, su voz fue firme.
Luminara examinó atentamente a su padawan durante un momento antes de
continuar.
—El Consejo Jedi se ha enterado de que el archiduque geonosiano Poggle el
Menor ha construido varias fábricas de armas, por lo que es necesario contrarrestar
con una invasión para retomar Geonosis y destruir esas fábricas de una vez por todas.
La energía tranquilizadora que Barriss había obtenido de la Fuerza abandonó su
cuerpo. Escalofríos recorrieron sus brazos. Tendría que volver a Geonosis. El lugar
donde tantos Jedi habían caído.
—Partiremos pronto para unirnos con el resto de los Jedi —continuó la Maestra
Unduli—. Kenobi y Skywalker tal vez ya tienen su propia estrategia de batalla, pero
he estado buscando otras maneras de destruir la amenaza, y voy a necesitar su ayuda.
El rostro de Luminara era severo, el valor en sus ojos era sólido. Creía que su
padawan estaba preparada. No había ningún atisbo de duda, o al menos Barriss no
podía percibirlo.

LSW 57
Varios autores

—Sí, maestra —respondió rápido Barriss—. Cualquier cosa que sea necesaria
hacer.
Luminara se volvió hacia la mesa de estrategia y sacó un holograma de Geonosis.
Se acercó a un conjunto de altísimas torres de tierra, se centró en un esquema de las
vastas catacumbas que había bajo una de las estructuras de la fábrica.
—Si encontráramos una manera de llegar a esta fábrica principal desde el
subsuelo, podríamos destruirla desde dentro. Esto es lo que necesito que determines.
Barriss se acercó al holograma y observó las numerosas curvas y recodos de los
túneles geonosianos. Ya había localizado una posible entrada cerca de una de las
paredes del acantilado. Barriss estaba tan inmersa en su análisis que no había oído la
voz de su maestra hasta que Luminara la llamó por su nombre por segunda vez.
—Barriss, esto es muy importante. ¿Serás capaz de hacerlo?
—Sí, maestra —dijo ella.
—Eres muy capaz —dictó la Maestra Unduli—. Sé que puedo confiar en ti.
Skywalker también tendrá a su padawan con él. Ella puede ayudar una vez que entres
en la fábrica, así que dependerá de ti guiarla también.
Anakin Skywalker había sido un padawan durante la Primera Batalla de Geonosis.
Ahora era un caballero Jedi. Sin embargo, a diferencia de Barriss, la padawan de
Anakin había dejado la seguridad del templo para luchar a su lado.
—¿La conoces? —preguntó Barriss—. ¿A su padawan?
—Sí. Ahsoka Tano ha heredado muchos de los rasgos de Skywalker. —En el
rostro de Luminara apareció un leve ceño fruncido antes de desaparecer—. Pero me
ayudó a luchar contra una formidable asesina Sith, y por eso le debo la vida.
Barriss sintió un impulso de culpa. No estuvo al lado de su maestra para
protegerla. Había estado escondida en el templo Jedi, a salvo de la realidad de la
guerra.
—Estoy agradecida de que estuviera allí para ti, maestra —dijo Barriss.
—Hemos terminado con esta sesión informativa, ya tienes lo que necesitas. —La
voz de la Maestra Unduli volvía a estar llena de protocolo y proceso—. Nos
reuniremos en la plataforma de aterrizaje a las cero seiscientas horas. De camino a
reunirnos con el Comandante Gree y el 41º Cuerpo de Élite, podrás ponerme al
corriente de tus progresos. Ya puedes ir preparándote.
Barriss se despidió con una reverencia y se dio la vuelta para marcharse, pero
entonces Luminara le tocó el brazo y ella volvió enseguida al lado de su maestra.
—Confío en que comprendas la importancia de lo que te pido que hagas —dijo la
Maestra Unduli—. Tu contribución podría ayudar a poner fin a esta guerra.
Barriss sabía que el éxito de esta misión podría salvar a muchos inocentes de toda
la galaxia. No quería luchar, pero sí servir.
—Sí, maestra. Haré lo que pidas.

LSW 58
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Mientras el turboascensor descendía de la torre, Barriss intentó reunir el valor


necesario para prepararse para la misión. No quería decepcionar a su maestra, pero
sintió que la oscuridad salía de su escondite. Había percibido el miedo e incluso, tal
vez, la ira que se desplegaba en su interior. Barriss regresaba a Geonosis, el lugar que
tantas vidas había segado y tantas cicatrices había dejado. No obstante, su maestra no
le había pedido que luchara, sino que resolviera un problema.
Determinar la mejor forma de atravesar los túneles geonosianos no era una misión
de guerra, sino de inteligencia. Si lo lograba, Barriss desempeñaría un papel
fundamental en el restablecimiento de la paz en la galaxia. Podría ayudar a poner fin a
la guerra, proteger a los inocentes de más sufrimiento e iniciar su propio proceso de
curación.
Barriss estaba tan sumida en sus pensamientos que no vio al caballero Jedi cuando
se acercó a su lado. No se fijó en él hasta que habló.
—Fue muy bueno verte hoy, Barriss —le dijo Tutso Mara—. Todavía recuerdo
haberte ayudado a sostener correctamente tu sable de luz.
El rostro de Barriss cobró calidez ante su presencia.
—Mi época antes de ser iniciada parece tan lejana, aunque no hace tantos años.
Siento haber tenido que dejar tu lección antes de hablar contigo. Mi maestra me
llamó.
—¿La Maestra Unduli ha regresado al templo?
—Sí —respondió Barriss—. Voy a ir con ella en una misión. Dirigiremos una
invasión en Geonosis.
Tutso alzó las cejas ante la noticia. Aunque había salido muchas veces de
Coruscant para sus propias misiones, la mayoría de las veces se quedaba en el templo
Jedi para ayudar a entrenar a los jóvenes.
—Percibo tus pensamientos inquietos sobre volver al lugar que te ha causado
tanta angustia —dijo él—. ¿Sientes que estarás preparada?
Barriss soltó un largo suspiro, una rendición a su destino.
—No tengo mucha elección en este asunto.
Tutso asintió al estar de acuerdo.
—En estos tiempos, ese es el caso de la mayoría de nosotros. La guerra nos ha
quitado algunas de nuestras opciones.
Barriss no estaba segura de tener algún recelo sobre la decisión del Consejo Jedi
de unirse a la lucha contra los separatistas. Ella lo respetaba mucho como amigo y
quería oír su opinión.
—Tutso, ¿qué opinas de esta guerra? ¿Crees que los Jedi deberían involucrarse?
—Luchamos en nombre de la República para restaurar la paz en la galaxia.
—El consejo nos ha nombrado comandantes y generales del Ejército de la
República. ¿Es esta la forma correcta de ser protectores de la paz?
—Por encima de todas las cosas, debemos recordar nuestro deber como Jedi —
dijo Tutso—. No podemos permitir que el Conde Dooku y el Lado Oscuro de la
Fuerza prevalezcan.
Barriss permaneció callada. No quería compartir sus verdaderos sentimientos
sobre el Consejo Jedi. Desde que comenzó la guerra, Barriss había temido que los

LSW 59
Varios autores

Jedi estuvieran perdiendo el rumbo. Sin embargo, en muchos aspectos, Tutso decía la
verdad. Si la Confederación de Sistemas Independientes ganaba la guerra, solo traería
más confusión y dolor. Barriss ya había sentido que el Lado Oscuro de la Fuerza se
hacía más fuerte. Si la República fracasaba, pondría en peligro a toda la galaxia.
Siguieron caminando en silencio hasta que Tutso le preguntó más detalles sobre
su misión.
—La Maestra Unduli quiere que estudie las catacumbas bajo la superficie de
Geonosis. Nuestra estrategia es encontrar la mejor forma de entrar en la fábrica
principal de armas para poder destruirla. —Barriss hizo una pausa, insegura de si
debía compartir su lucha—. Sé que puedo hacer lo que mi maestra me ha pedido,
pero… pero me cuesta concentrarme.
—No puedes dejar que tus emociones te impidan cumplir con tu deber —le
recordó Tutso.
—Me resulta muy difícil no ceder a mis emociones. Sé que debo unirme a la
lucha.
Cuando Barriss dejó de hablar, Tutso le tocó el hombro para tranquilizarla.
—Puede ser un camino difícil. No cedas ante el miedo y confía en la Fuerza.
—Daré lo mejor de mí —respondió Barriss.
La acompañó a uno de los patios. El aire era cálido, y Barriss cerró los ojos para
deleitarse con la luz del sol que acariciaba su piel. Caminó por la piedra lisa hasta el
Gran Árbol, con su enorme tronco. Las ramas de color ámbar oscuro se alzaban hacia
el cielo y las hojas doradas crujían con la brisa. Como mirialana, Barriss siempre se
había sentido atraída por esta entidad natural. Al igual que su pueblo, sentía un gran
respeto y una gran conexión espiritual con las plantas y los animales. En el patio del
Gran Árbol no percibía oscuridad alguna.
—No he podido meditar en mi habitación —confesó Barriss—. Sin embargo,
descubro que cuando vengo aquí, es posible.
El caballero Jedi avanzó y se puso a su lado.
—No me sorprende que te sientas atraída por este lugar. Este árbol uneti tiene una
fuerte conexión con la Fuerza. Por eso la Orden Jedi lo trajo aquí.
A través de la Fuerza, atrajo energía tranquilizadora y dejó que se asentara en su
cuerpo. Ninguna oscuridad, ni ira, ni miedo invadió su mente. Barriss solo sintió paz
y tranquilidad bajo las sombras del Gran Árbol. Al cabo de un momento, Tutso tomó
sus manos entre las suyas.
—Meditemos juntos aquí —dijo él.

Barriss regresó a su habitación para prepararse para su misión. Después de meditar


con Tutso Mara, pudo concentrarse, sacó el holograma de las catacumbas geonosianas
y las estudió hasta que memorizó todos los caminos. Intentó adentrarse en la Fuerza,
pero la oscuridad aún no había regresado. Su mente permanecía clara y en calma.

LSW 60
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Barriss profundizó en su análisis y pronto pudo determinar la ruta más rápida hacia la
fábrica principal.
Volver a Geonosis seguía despertando sentimientos inquietantes. Al igual que los
otros Jedi heridos a los que Barriss había tratado en la clínica médica, su herida más
profunda no se había curado. Ni siquiera sabía si era posible una recuperación
completa. Había hecho lo que se le había pedido, así que la Maestra Unduli estaría
muy satisfecha. El logro hizo que sus mejillas se llenaran de orgullo.
Barriss nunca sería una comandante entusiasta del Gran Ejército de la República,
pero su deseo de servir y proteger a los inocentes era fuerte. Si podía ayudar a poner
fin a la muerte y el sufrimiento que se estaban produciendo en toda la galaxia, estaría
cumpliendo con su deber. Seguía siendo una forma de ser protectora de la paz. Mas la
duda persistía en el interior de Barriss. Si la guerra continuaba, ¿se vería a los Jedi
como protectores o como guerreros? Los daños colaterales de la lucha contra los
separatistas habían sido devastadores hasta el momento. La pérdida de vidas en la
orden también era una pesada carga. No había muchos Jedi en la galaxia. Barriss
también sabía que el Lado Oscuro de la Fuerza estaba creciendo. La oscuridad
esperaba su oportunidad para devorar a la República, y ella temía que ya estuviera
ocurriendo.
La primera batalla de Geonosis fue la chispa que desencadenó la guerra, pero tal
vez la segunda batalla podría ser la solución para acabar con ella de una vez por todas.
Barriss planeaba poner de su parte para asegurarse de que la misión fuera un éxito.

La plataforma de aterrizaje estaba en completa actividad, Barriss caminó entre droides


astromecánicos y trabajadores de mantenimiento para reunirse con su maestra tal y
como se le había ordenado. Recordaba cuando era pequeña y esos hangares solo
contenían naves de transporte y lanzaderas. Ahora estaban llenos de cazas Jedi y
naves de combate. Era otro efecto aleccionador de la guerra.
Además del miedo, había algo agridulce. El templo había sido su hogar. Ahí
aprendió los caminos de la Fuerza y se convirtió en miembro de la Orden Jedi. Ahora
que se iba, no estaba segura de qué clase de persona sería cuando regresara. Tal vez
cuando conociera a la padawan de Anakin Skywalker, Barriss podría preguntarle
cómo se las lidiaba con los combates. Tal vez Ahsoka Tano podría revelarle cómo se
mantenía vigilante de las normas y reglamentos de la Orden Jedi al tiempo que era
comandante en una guerra.
Encontró a su maestra delante de una nave de transporte de clones con el
Comandante Gree, que se preparaba y organizaba para el despliegue. Barriss partiría
con ellos para unirse a los clones del 41º Cuerpo de Élite y luego reunirse con el resto
de la flota de la República asignada.
Se inclinó en señal de reconocimiento cuando Luminara la saludó.
—Maestra, he hecho lo que me pidió y he completado el análisis de las
catacumbas de Geonosis.

LSW 61
Varios autores

—¿Has encontrado la forma en que podamos entrar en la fábrica principal?


—Sí, maestra, memoricé los doscientos cruces, y también encontré el camino más
rápido para entrar en la fábrica.
—Sabía que podía contar contigo, mi padawan. —Luminara le dedicó una
pequeña sonrisa de satisfacción—. Aprenderás que siempre es mejor estar preparada.
Una pregunta se formó en la lengua de Barriss, pero dudó en hablar. Luminara
percibió su incomodidad y se acercó.
—¿Barriss, deseas decir algo?
—Sí, maestra. Tengo una pregunta. —Hizo una pausa antes de hablar con
cuidado—. ¿Crees que esta invasión puede acabar con la guerra?
Luminara reflexionó un momento.
—No podemos saber lo que nos depara el futuro, ni el resultado de esta misión,
pero sí sé que, si destruimos las fábricas de Poggle y retomamos Geonosis, estaremos
en el buen camino para acabar con la guerra.
Barriss sintió la verdad en las palabras de su maestra. El futuro no podía
conocerse por completo. Solo percibía el momento presente, y el remolino de
actividad de la plataforma de aterrizaje. La oscuridad había retrocedido y ya no podía
sentir su presencia. Seguía teniendo miedo de la guerra, pero no tenía miedo de ser
una Jedi.
—Espero que ese sea el resultado, maestra —dijo Barriss. Luminara asintió y guio
a Barriss hasta la nave de transporte de clones. Su maestra la examinó de cerca,
Barriss se inquietó bajo su atenta mirada.
—¿Estás lista, padawan? —preguntó por fin la Maestra Unduli.
Un rugido de miedo se agitó en el pecho de Barriss y subió por su garganta,
suplicando ser liberado en forma de grito. Quiso responder con una negativa
atronadora. Entonces recordó las palabras de Tutso Mara en el patio del templo, frente
al Gran Árbol.
«Por encima de todas las cosas, debemos recordar nuestro deber como Jedi».
Barriss había hecho todo cuanto se le había pedido. Estaba preparada para volver a
Geonosis y cumplir con su deber. Si tenía éxito podría ayudar a la República a
terminar la guerra y devolver la paz a la galaxia.
—Sí, maestra, estoy lista.

LSW 62
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

LSW 63
Varios autores

SIN VALOR

DELILAH S. DAWSON

MIENTRAS ASAJJ VENTRESS se abría paso a través de la espesa jungla,


cortando lianas con ambos sables de luz y saltando sobre columnas de piedra caídas,
no podía evitar pensar en lo fácil que sería esta lucha en una fría luna desierta. Mas
no, este complejo palaciego abandonado estaba repleto de vida, la mayoría de esas
formas de vida solo se interponían en su camino.
Excepto Obi-Wan Kenobi, que hasta ahora había conseguido ir un paso por
delante.
En cuanto vio a Kenobi, dejó atrás a los droides separatistas y cambió de rumbo
para acabar con su némesis de una vez por todas. Había emprendido la huida, pero el
terreno no le resultaba fácil de sortear, con raíces y enredaderas que se deslizaban por
todas partes como serpientes, verdes serpientes gigantescas con colmillos, que
también se deslizaban entre ellas. Al menos, los clones funcionaban tan mal como sus
homólogos metálicos del ejército droide. Era un punto muerto de lo más exasperante.
El Conde Dooku había ordenado a Ventress que recuperara la antigua e
impenetrable fortaleza de la República. «Era un lugar de importancia estratégica»,
dijo; era un gran complejo en expansión rodeado de templos en ruinas, acueductos y
paseos, pero el palacio principal parecía carecer de cualquier vía de acceso al interior.
No había puertas ni ventanas, la piedra era demasiado gruesa para abrirla con un
golpe de sable. Atisbando a través de recortes ornamentados del tamaño de un puño,
podía ver destellos de columnas y estatuas en el interior, pero hasta el momento, esta
batalla parecía inútil. A menos, por supuesto, que fuera capaz de acabar con el astuto
Jedi, que ya la había eludido demasiadas veces para contarlas. Entonces informaría al
Conde Dooku de su éxito.
Kenobi se le adelantó y ella lo siguió por el maltrecho camino, acelerando y
alargando el paso, mientras blandía el sable en sus manos. Había soñado con este
momento, con lo que haría cuando el Jedi cayera al suelo, a sus pies sin nadie que lo
salvara, sin ningún lugar al que huir y sin nada más que suplicar por su patética vida.
Estaba casi a distancia de atacar, muy cerca. Él también cedía, el sudor oscurecía
su pelo y dejaba manchas en la espalda de su túnica. Kenobi saltó por encima de una
columna de piedra caída, se volvió hacia ella con el sable de luz en la mano y la cara
convertida en una máscara de concentración. Ventress saltó, los sables de luz se
balancearon hacia abajo para el golpe mortal.
¡Crac! Sintió el impacto antes de comprender lo que ocurría. Un enorme trozo de
piedra se estrelló contra su cuerpo, la había golpeado una de las columnas derribadas
por ese pedazo de porquería de Kenobi. Los sables de luz volaron de sus dedos
mientras se preparaba para usar la Fuerza y repeler la piedra que caía antes de que
pudiera aplastarla. Se retorció en el aire, con las manos en alto, su espalda aterrizó
sobre la masa de enredaderas.

LSW 64
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Estaba cayendo en la nada, en una especie de pozo gigante. El suelo había


desaparecido y Ventress, por una vez, se vio sorprendida. No había nada contra lo que
empujarse, solo espacio vacío. Se agitó en el aire como un gato tooka aterrorizado,
luchando por comprender qué camino era hacia arriba, cuál hacia abajo y cuál la
llevaría de vuelta a su astuta presa en la superficie del planeta.
¡Guau! Un trozo de mampostería vieja, que sobresalía en el espacio vacío, estalló
contra su pierna izquierda. El dolor le recorrió el cuerpo como rayos rojos de calor, y
sintió un entumecimiento sordo que sabía que no era bueno.
Las cosas sucedían tan deprisa que no podía seguir el ritmo. El dolor le nublaba
los sentidos. Las lianas se clavaron en su estómago y luego se rompieron, los
contrafuertes tallados se derrumbaron con su impacto y la pesada columna de piedra
la presionó hacia abajo mientras caía en picada hacia lo que supuso que sería un suelo
muy duro. Solo pudo contemplar impotente cómo caía entre elaboradas pasarelas y
balcones, tan antiguos y hermosos como los que rodeaban el palacio, construidos en el
enorme foso.
¡Pum! Algo la golpeó en la nuca y su visión se volvió negra, luego centelleó con
estrellas. Cuando abrió los ojos, se vio obligada a mirar hacia abajo y afrontar lo
inevitable, con la cabeza mareada. Por lo general, se sentía ágil y poderosa, imparable,
pero era como si su cuerpo se moviera por el barro, y su cerebro fracturado no acabara
de conectarse con sus extremidades atormentadas por el dolor.
Ventress se estrelló de cara contra una enorme alfombra de enredaderas. Antes de
que pudiera dar gracias a los dioses por el aterrizaje amortiguado, la piedra que caía
golpeó el suelo y se partió por la mitad, y le apresó la parte inferior de las piernas.
Durante un largo rato, permaneció tumbada, sintiendo todos los dolores de su cuerpo
y deseando que nada se hubiera dañado gravemente. Sin embargo, en cuanto se
incorporó, supo la verdad.
Estaba rota. Su estúpida y traidora pierna estaba rota. Entre quejidos se incorporó
sobre los codos para observar lo que la rodeaba.
El foso era enorme: perfectamente redondo, arquitectónico y en absoluto natural.
Los puentes, balcones y pasarelas contra los que había chocado al descender
formaban dibujos exquisitos vistos desde abajo. Si hubiera tenido todos sus poderes y
el uso de todas sus extremidades, podría haber salido fácilmente.
Pero allí estaba, exhausta y destrozada, nauseabundamente mareada, acribillada
por el dolor y echando de menos sus armas. Kenobi probablemente estaba allí arriba,
en lo más alto, riéndose de ella, tan lejos que solo podía ver un círculo de luz
blanquecina.
La trampilla de arriba chirrió lentamente mientras volvía a su sitio, y entonces el
foso quedó totalmente a oscuras y en completo silencio. Sacó su comunicador.
—Aquí Ventress, solicito extracción inmediata.
No hubo respuesta ni señal alguna. Estaba atrapada y sola, quizás no
completamente sola.
—¿Quién está ahí? —gruñó Ventress, extendiendo la mano a través de la Fuerza.
Debido a las punzadas en la cabeza y al dolor en la pierna, su conexión con la
Fuerza era horrible y vergonzosamente débil; la distraía la molesta cantidad de vida

LSW 65
Varios autores

que florecía en el planeta. Todas las superficies estaban cubiertas de enredaderas. En


cada grieta vivían lagartos, insectos, serpientes y una especie de roedor con dientes
rastreros, mitad pájaro. Y ahí, en algún lugar, muy, muy quieta, una persona.
—Sé que estás ahí —dijo con el ceño fruncido—. No me hagas ir a matarte para
saber quién eres exactamente.
No estaba segura de poder matar a nadie en su estado actual, pero ellos no lo
sabían. La forma se puso en pie; cautelosa se llevó la mano a la funda.
—No te molestes en intentar matarme, clon —Ventress siseó—. Sería una pérdida
de tiempo para todos.
—Palabras atrevidas para alguien que no puede mantenerse en pie —observó el
hombre con la misma voz y acento de todos los clones con los que se había cruzado.
Era valiente al hablarle así, o temerario. Para frustración de Ventress, también
tenía razón.
—No estaré herida por siempre —le recordó.
—Pero ahora lo estás.
Ventress suspiró con dientes apretados, odiando la verdad. El clon no se acercó,
así que ella hizo un rápido recuento. Los verdaderos problemas eran la pierna y la
cabeza; todo lo demás oscilaba entre lo magullado y lo saludable, pero la pierna rota
estaba en pésimo estado, y estaba bastante segura de que tenía una conmoción
cerebral. Se concentró, intentó utilizar la Fuerza para levantarse del suelo y liberarse
de la columna, pero fue inútil. Gracias a la conmoción, sus poderes habituales
parpadeaban como un droide frito. La piedra agrietada apenas se movió.
—¡Clon! —dijo ella—. Si quieres vivir, ayúdame con este maldito pedazo de
roca.
El clon no se movió.
—Parece que estás más segura donde estás, si no puedes moverlo tú misma.
Soltó un suspiro.
—Que un clon fuera tan exasperantemente lógico y poco creativo.
Despojada de sus poderes y armas, estaba tan indefensa como nunca lo había
estado, pero aún conservaba su astucia, algo de lo que, como bien sabía, los clones
específicamente no poseían.
—Déjame adivinar: te caíste por la trampilla y llevas aquí abajo el tiempo
suficiente para saber que no hay salida. Has intentado subir y fracasaste. Empiezas a
sentirte desesperado.
—Atrapado aquí abajo con una Sith, ¿quién no se sentiría desesperado? —replicó.
Un punto excelente.
—Ah, pero si estamos de acuerdo en trabajar juntos, tal vez ambos podamos vivir
para luchar otro día…
Una pausa mientras lo consideraba.
—¿Cómo sé que no me traicionarás? ¿No es eso por lo que tu clase es conocida?
—Ninguna es mi clase. No soy una Sith.
Hubo una pausa mientras él meditaba.
—Entonces ¿qué eres?

LSW 66
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

—Furia. Inmisericordia. Un castigo cargado con un largo recuerdo para aquellos


que me han fallado.
Movió la pierna que yacía bajo la piedra y sintió cómo los huesos se rozaban. Sí,
él era su única opción.
—No puedo escapar sin ti, y tú no puedes escapar sin mí. Sugiero una tregua.
—Y ¿si me traicionas?
—Podría preguntar lo mismo.
Las lianas crujían mientras él navegaba hacia ella. Llevaba una pequeña linterna
que iluminaba la cámara con una luz azulada. Ventress tuvo que protegerse los ojos y
apartar la mirada del resplandor.
—¿Por qué juras? ¿Qué consideras sagrado?
—En la actualidad, nada.
—¿Por esto?
Una brillante luz roja abrasó la oscuridad cuando uno de sus sables cobró vida,
iluminando el familiar rostro apagado de un clon. El miedo floreció en su corazón y
apartó la mirada, con su tierno cráneo estremeciéndose de agonía ante el resplandor.
Ahora, en ese preciso instante, podía ser asesinada con facilidad por ese gusano
indigno, y no había nada que pudiera hacer al respecto.
—Lo juro. —Extendió la mano hacia el sable, la palma le picaba por sostenerlo.
—Creo que me lo quedaré. Solo para asegurarme de que cumples tu parte del
trato.
—¿Entiendes que una vez que tenga todas mis capacidades, lo recuperaré y te
mataré con él?
Las palabras eran menos mordaces cuando se decían tumbado en el suelo,
extendido como un insecto. Le acercó la hoja a la cara y ella se estremeció por el
calor.
—Seguro que sí. Ahora ¿cómo salimos?
Ventress suspiró. Esto iba a ser… incómodo.
—Debemos quitar la piedra de mi pierna. Clon, tendrás que ayudar. Mis poderes
no están… en su cenit.
La luz roja desapareció y oyó cómo su sable se deslizaba en la funda de un bláster.
Ella enseñó los dientes con rabia por un momento al oír el ruido del objeto sagrado
contra esa patética armadura. Sostuvo la linterna sobre su pierna y dio un empujón de
prueba a la piedra.
—No me llamo Clon. Me llaman Doc.
—¿Eres médico?
—No. Es un apodo. Ahora, escucha. Si uso ambas manos y tú usas cualquier
poder que puedas reunir, deberíamos ser capaces de sacarlo.
—«Deberíamos» —murmuró—. Una palabra estúpida.
Doc se enganchó la linterna al uniforme y apoyó ambas manos en la piedra.
—¿Lista? A las tres. Una, dos…
Cuando él dijo «tres», Ventress cerró los ojos y conectó con la Fuerza, pero lo que
normalmente habría sido un poderoso movimiento que hubiera hecho chocar la piedra
contra la pared, apenas fue un leve empujón. Sin embargo, combinado con la fuerza

LSW 67
Varios autores

del clon, fue suficiente. Con un molesto tambaleo, el pedazo de edificación se


desprendió de sus piernas y ella se liberó con un gemido.
—¿Algo roto? —preguntó el clon.
—Nada que un poco de bacta no pueda curar —dijo con más valentía de la que
sentía.
Colocó la linterna sobre las lianas y, cuando Ventress sintió las manos
enguantadas del clon sobre su pierna, su temperamento se encendió como una
supernova. En cualquier otra circunstancia, lo habría incinerado en el acto, pero…
—Fractura compuesta —declaró—. Si encuentro un palo, la puedo entablillar;
usaré las pequeñas lianas como cuerda.
—Hazlo, entonces —le ordenó.
Le dirigió una breve mirada de fastidio.
—No eres mi jefa.
—Eres un clon. Todo el mundo es tu jefe. Ese es el sentido de tu existencia.
Su única respuesta fue un suspiro cansado. Mientras él rebuscaba con su linterna,
ella consiguió incorporarse, aunque tal acto la mareó. Para su sorpresa, el clon no
tardó en entablillarle la pierna y ayudarla a levantarse sin apenas discutir. Ella había
pensado sacar su sable de la funda, pero él había hecho otra cosa con el arma mientras
trabajaba en su pierna. Era más listo de lo que parecía.
—¿Mejor?
—Funcional —respondió con indiferencia, probándolo y casi cayéndose debido a
los desniveles del suelo. Odiaba admitir que era un trabajo bien hecho—. Ahora,
ayúdame a llegar a la pared.
Una vez que Ventress apoyó la mano contra la pared, se tragó las náuseas. ¡Esta
maldita conmoción! Sintió que la Fuerza fluía a través de la piedra antigua con un
poder inusitado, distinto a todo lo que había experimentado hasta entonces. La pieza
arquitectónica que le había caído encima era de un material normal, pero su extraño
color rosa (el mismo que se utilizó para el bastión superior) era algo muy, muy
diferente. La recibió con la alegría de un sabueso corelliano descuidado durante
mucho tiempo, invocando visiones más vívidas que la vida. Hace mucho tiempo, este
foso había sido grandioso, sus paredes estaban bellamente talladas y pintadas, libres
de enredaderas. Los Jedi de una especie extraña, pequeña y esbelta habían saltado
desde el patio hasta los puentes y contrafuertes para aterrizar en el suelo de la fosa con
sus túnicas ondeantes, donde se movían en procesión hacia…
Ventress cojeó a lo largo de la pared y presionó un dibujo tallado en la piedra que
cualquier otra persona habría pasado por alto. Con un gruñido de queja, una puerta
extremadamente estrecha se abrió y reveló una oscuridad aun más impenetrable.
—Astuta —afirmó Doc.
—Pero no es seguro, y es muy reducido, incluso para mí.
Lo miró a la luz de su linterna. El sable de luz volvía a estar en su funda; en
realidad, ambos objetos lo estaban.
—Creo que deberías quitarte la armadura.
Doc negó con la cabeza.
—De ninguna manera. Y ¿ser aun más vulnerable en un espacio reducido contigo?

LSW 68
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Ventress puso los ojos en blanco y se arrepintió al instante, cuando la cabeza le


zumbó de dolor.
—Ambos somos vulnerables aquí abajo. Tendrás que confiar en mí.
Levantó las manos.
—¡Quienes confían en ti mueren!
—Entonces, supongo que tendrás que elegir si prefieres morir aquí, ahora, o
dentro de tres días de deshidratación en el fondo de esta fosa.
El clon se llevó una mano a la funda.
—¿Cómo sé que no me estás engañando?
Ventress resopló.
—Porque necesitarías una mente que controlar, y ambos sabemos que eres un
clon, lo que significa que no tienes mente propia. Separado de tus compatriotas y
líderes, no vales nada.
—Lo suficiente para sacarte debajo de esa piedra.
Ella rio entre dientes.
—Supongo que es justo. Ahora quítate la armadura y pongámonos en marcha.
«Antes de que me desmaye», le faltó decir. Su cabeza latía como un tambor, su
pierna era como un refucilo al rojo vivo. Sin embargo, no quería que el clon lo
supiera.
Doc se despojó de su armadura, dejando un bodi negro. No le había visto el casco,
pero sacó un trozo de tela de algún sitio, lo desplegó para hacer una bolsa y metió en
ella todas las placas y sus sables.
—Después de ti —dijo él.
Volviéndose hacia un lado, Ventress se deslizó por el estrecho pasillo. Con la
mano apoyada en la piedra, su percepción de la Fuerza llegó en ráfagas, las visiones
de la piedra la alertaron de varias trampas astutas. La primera fue un sable que se
deslizaba por encima de la cabeza; Ventress se detuvo para dejarla pasar y luego
avanzó más allá.
—¡Ahora! —le dijo al clon, que se apresuró a seguirla para franquear la primera
trampa.
Esta prueba había sido diseñada para los Jedi del planeta, que al parecer tenían
afinidad con esta piedra de extraña respuesta. Una especialidad inusual, pero quizá
por eso se habían extinguido, y dejado vacío, en otro tiempo, aquel palacio grandioso;
quizá sus poderes no eran tan útiles contra seres capaces de defenderse.
El siguiente obstáculo era una trampilla sensible a la presión, Ventress la cruzó y
ayudó a Doc. Tuvo que ponerse de lado, con el estómago encogido y el cuerpo
contorsionado para pasar. La bolsa de la armadura traqueteaba junto a Doc, aquel
sonido empeoraba el dolor de cabeza de Asajj y le provocaba unas ganas de infligir un
daño similar a su acompañante.
—Supongo que es bueno que te criaran para seguir órdenes —observó—. Estás
haciendo un trabajo admirable, exactamente como lo digo.
—¿Era un cumplido o una indirecta? —dijo Doc.
—¿No pueden ser ambas cosas? Simplemente tengo dudas sobre cualquiera que
siga órdenes sin cuestionarlas.

LSW 69
Varios autores

—Tú también sigues órdenes —le recordó Doc—. Te he interrogado varias veces.
—Pero aquí estamos.
—Aquí estamos ambos. Si mis opciones son morir en una fosa o arriesgarme a
esperar algo bueno en ti, supongo que ganó el optimismo. Sigo vivo, así que parece
que tomé la elección correcta.
Levantó una mano para detenerlo mientras unas delgadas lanzas metálicas
atravesaban el estrecho espacio y se retiraban con lentitud. Cuando ambos superaron
la trampa, dijo:
—O tal vez has sido programado para decirte a ti mismo que es la elección
correcta.
Gruñó al atravesar un pasillo especialmente estrecho.
—Aunque mis orígenes no sean los ideales, al menos sé que estoy en el lado
correcto de la lucha.
—El lado correcto es aquel que gana —siseó Ventress.
—Palabras ingeniosas, pero no estás ahí, viendo a la gente de un planeta perder su
forma de vida, su pueblo y su familia y amigos, tan solo porque Dooku decidió que un
lugar es valioso. Los separatistas solo quieren gobernar, no ayudar. No les importa la
libertad.
—Es curioso que no tengas libertad y, sin embargo, luches por la libertad de los
extraños.
El clon se encogió de hombros tanto como le permitió el espacio.
—Supongo que eso es el sacrificio, ¿no? Renunciar a algo valioso con la
esperanza de que otros puedan tener algo aún mejor.
—Yo a eso lo llamaría estupidez.
—Quizá por eso estás sola.
Cuando intentó darse la vuelta para castigarlo por semejante insolencia, no pudo.
El pasillo era tan estrecho que solo podía atravesarlo de reojo.
—Pagarás por eso —le prometió.
—Solo duele porque es verdad.
Ventress estaba tan enfadada que casi se salta la siguiente trampa y apenas pudo
retrocer antes de que un bloque de piedra se estrellara contra el lugar donde estaba.
—Silencio —gruñó ella, haciendo una mueca de dolor por el ruido que acababa de
hacer—. Si me haces perder algo, morimos los dos.
Doc se quedó callado, pero había una sensación tácita de que había ganado, lo que
hizo que Ventress estuviera aun más decidida a escapar y matarlo. Podría haberlo
dejado caer fácilmente en una de las trampas, pero entonces ¿y si llegaban a la
siguiente prueba y ella necesitaba su fuerza, la fuerza que sus heridas le negaban?
De acuerdo. Por ahora, le dejaría pensar que había ganado. Él no era nada, como
dejar que un gundark creyera que había triunfado.
Ventress podía sentir que ya casi habían atravesado el claustrofóbico túnel y, con
unas pocas pausas más, emergió en un espacio más abierto. No era muy extenso, pero
al menos podía respirar hondo. Se hizo a un lado cojeando, para dejar sitio a Doc.
Salió al pasillo abierto y tomó una gran bocanada de aire.

LSW 70
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

—Estaba apretado —observó mientras volvía a ponerse la armadura con rapidez y


deslizaba los sables en su funda.
A Ventress le daba ansia tomarlos cada vez que los veía, pero ¿tenía fuerzas para
levantarlos? Más tarde volverían a ella y lo haría pagar por haberlos maltratado.
—Por supuesto que estaba apretado. Tuvimos suerte de que los habitantes no
fueran más pequeños. Ahora cállate. Déjame analizar este nuevo lugar.
Cuando apoyó la mano en la pared, lo hizo tanto para estabilizarse como para
hacerse una idea de su próximo reto. Le entraron unas ganas tremendas de dormir, de
acurrucarse contra la pared y echarse una siesta. Solo eso ya le decía lo mal que
estaba, que su mente fracturada podía perder el conocimiento frente a un clon armado
cerca, y ella sin protección.
Tenía que luchar y salir de ahí.
Su conexión con la Fuerza se sentía como cables deshilachados que escupen
chispas, pero la piedra estaba más que dispuesta a verter visiones en su mente como
una fuente que brota en las manos ahuecadas. Le dijo que este nuevo lugar era un
laberinto. No estaba dividido en habitaciones y pasillos, sino que era más bien una
serie de caminos que comenzaban y finalizaban sin sentido y callejones sin salida. El
techo y el suelo eran sólidos, metros y metros de piedra. Las paredes del laberinto
eran demasiado gruesas para que ella pudiera abrirse paso con sus sables de luz,
aunque los tuviera ambos en la mano.
—Es un laberinto —le dijo a Doc—. Sin un camino aparente.
—¿No puedes, no sé, verlo? ¿Con tus poderes? —preguntó estúpidamente.
—¡Sí, es verdad!, ¿por qué no se me ocurrió antes? —espetó—. Oh, espera…
¡Debe ser esta lesión cerebral que amenaza mi vida!
Apoyando la mano en la pared le llegaron visiones de Jedi errantes, pulsaban en
su cabeza como una transmisión confusa; pero la piedra no tenía ningún concepto de
ruta, solo de historia. Era inútil.
—Una vez oí al General Kenobi hablar de un laberinto —dijo Doc—. Algo de un
viejo mito. Decía que, si alguna vez te pierdes, debes poner la mano en la pared y
seguir caminando hacia la derecha, girando siempre a la derecha, y al final te sacará
de allí.
—Eso es una estupidez —gruñó Ventress, cerrando los ojos mientras buscaba el
secreto para escapar y no encontraba más que dolor y molestos destellos leves de Jedi.
—Bueno, el general no está atrapado en un laberinto, así que debe haberle
funcionado al menos una vez. Bien podría intentarlo, a menos que quieras quedarte
ahí frunciendo el ceño.
Puso la mano en la pared a su derecha y empezó a avanzar por el camino
iluminado solo por su linterna. Dio la vuelta.
—¿Puedes sentir alguna trampa?
—No. —Apartó la mano de la pared y cojeó tras él—. Este lugar es su propia
trampa. Si no encuentras la salida, mueres de hambre.
Se dio cuenta de que Doc había aminorado el paso para complacerla, lo odió por
ello. Ella quería salir, ahora, rápido, pero en lugar de eso estaban recorriendo con
lentitud las paredes del estúpido laberinto antiguo. Las visiones de la piedra habían

LSW 71
Varios autores

revelado que una vez formó parte de un ritual, pero no sentía nada sagrado allí. Sin su
gente y su dedicación, era un espacio vacío y muerto. Tal vez se libraba una batalla en
la superficie, pero ahí abajo todo era silencio. Es curioso que este lugar fuera la única
razón por la que luchaban. «Había artefactos en la fortaleza», había dicho Dooku. Tal
vez holocrones u otros objetos útiles. Hasta ahora, ella no había visto más que piedra
parlante y amenazas.
Le gustaría lanzar a Dooku allí abajo y ver qué clase de ventaja estratégica le
daba. Mientras seguía al clon, lo odiaba a él y a todo, anhelaba una contienda honesta.
Un enemigo contra quien luchar (de preferencia ese grotesco diablillo, Kenobi) o una
bestia a quien derrotar o una nave con la cual competir. Era una situación que no
podía dominar con la Fuerza, ni con sus habilidades de combate, ni siquiera con su
astucia. Su cerebro y sus poderes estaban paralizados y lo único que podía hacer era
seguir a un clon, un inútil desperdicio de oxígeno. No podía luchar ni pensar para
salir; la única forma de hacerlo era dar obstinadamente un paso tras otro, incluso
cuando quería parar y echarse una siesta. Siguió la pequeña linterna, con las yemas de
los dedos recorrían la piedra antigua, era la primera persona viva que respiraba este
aire en milenios. Solo la sostenía la rabia, los pensamientos de lo que le haría a
Kenobi cuando escapara.
Su camino conducía a callejones sin salida, a través de pasillos curvos y subiendo
y bajando escaleras, lo que le exigía una paciencia enloquecedora. Doc intentó
ayudarla una vez, y ella lo arañó como una bestia furiosa. No volvió a intentarlo. A
mitad de una escalera, se dio la vuelta y se sentó, con la pierna mala estirada, en un
ángulo incómodo. Girando sobre sí misma, apoyó los antebrazos en un escalón y la
mejilla en el hombro.
—¿Ventress? —La llamó Doc.
—Déjame en paz.
Podía sentir su mirada mientras la contemplaba. Su lástima.
—Debemos seguir avanzando —respondió él tras una pausa.
—Entonces sigue adelante. Necesito un poco de descanso, y después seré capaz de
encontrar mi propio camino. No te necesito a ti ni a nadie.
Doc arrastró un poco las botas. Estaba tentado de irse, ella lo notaba. Si conseguía
salir con vida, podría decirle a Kenobi exactamente dónde encontrarla, herida y sin
sus mejores armas. En ese estado, era imposible que pudiera vencer al Jedi. Él la
cortaría como a un filete de nerf. En fin, el clon seguramente moriría en su camino.
Habría otras pruebas y desafíos de los que no podría escapar solo, no sin los sentidos
y la astucia potenciados por la Fuerza de ella. Era una curiosa asociación, y si sus
situaciones se hubieran invertido, ella lo habría sacado de su miseria y se habría
marchado mucho más rápido sin un clon herido a quien cargar.
—No deberías dormir con una conmoción —le advirtió, sentándose en un escalón
a su lado—. Podrías no despertar nunca.
—Y ¿tú qué sabes?
—No soy médico, pero por algo me llaman Doc. Tengo instinto sobre medicina,
cuerpos. Tienes que seguir moviéndote.
—Entonces déjame parar y morir. ¿No sería lo mejor para la República?

LSW 72
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Una risa simple llegó a los oídos de Ventress.


—Tal vez, pero no es lo mejor para mi conciencia. Venga, vamos. Salgamos.
Después podremos intentar matarnos como personas civilizadas.
¡El descaro de ese hombre! ¡Tomarla por debajo del brazo y tirar de ella! Intentó
apartarlo, pero era fuerte y cada movimiento la lastimaba. Dejó que la arrastrara hasta
ponerse de pie, que le pasara el brazo por el cuello. Subió los últimos peldaños en
brazos y ella no se quejó ni lo maldijo. Se limitó a intentar mantenerse despierta y
seguir adelante, con el animal en el fondo de su corazón desesperado por volver a ver
el sol, costara lo que costara.
Juntos, él haciendo la mayor parte del trabajo, subieron cojeando las escaleras y
siguieron aquella pared adondequiera que los llevara. Le costaba tanto esfuerzo
mantenerse despierta cuando ella deseaba tanto saborear el dulce olvido del sueño.
Mientras cojeaba por el pasillo, odiando el hedor de su sudor, se dio cuenta de que
algo había cambiado. Había luz, solo un poco, la suficiente para mostrar las
descoloridas pinturas calcáreas de las paredes. Era una luz cálida, muy diferente de la
de su linterna.
—Creo que ya casi estamos afuera —dijo Doc.
El pasillo terminaba en una gran sala iluminada por flechas de luz solar que
brillaban a través de los ornamentados agujeros en forma de flor que había observado
desde el exterior de los enormes muros de piedra. Era ingenioso cómo los pequeños
puntos iluminaban la sala, pero la mantenían seca y segura. Tras una inspección más
detallada, se dio cuenta de que esta gran cámara era una especie de museo. Unos
pedestales tallados colocados a intervalos regulares contenían los artefactos antiguos;
Dooku le había prometido que los encontraría si lograba abrirse paso en la fortaleza.
Pudo ver al menos un holocrón, varias estatuillas, piezas de joyería y una
empuñadura de sable de luz muy rústica tallada en una especie de diente de animal.
Ventress se despertó en ese momento. Primero: sabía que esa habitación era la única
razón por la cual ella y su ejército estaban allí. Segundo: no necesitaba tocar la piedra
reveladora para saber que era una trampa. Al parecer, Doc no lo sabía. El muy tonto
tomó la empuñadura rústica del sable de luz.
—Oye, esto parece un…
Ventress levantó las manos, buscó en lo más profundo de su alma y canalizó todo
el poder que encontró para lanzar a Doc al otro lado de la habitación, o lo intentó.
Si hubiera tenido toda su fuerza, se habría estampado contra la pared,
posiblemente la hubiera despedazado, y sin duda él se habría fracturado la mayoría de
los huesos. Así fue la situación, lo apartó antes de que pudiera tocar el tesoro. No
salió volando, sino que se cayó, pero de todas formas estaba en el suelo. Ella estaba
casi agotada, apenas se apoyó en la pared.
—Y ¿eso por qué? —preguntó Doc, dolido y enojado.
—Es… una… trampa —consiguió decir entre grandes bocanadas de aire—. No…
toques… nada.
Doc se puso de pie y consideró la empuñadura del sable de luz. No parecía una
trampa, pero las trampas rara vez lo parecen. Esa era la razón de que ambos
estuvieran allí en primer lugar.

LSW 73
Varios autores

—Gracias entonces —replicó él.


Le chasqueó los dedos, odiando que sus instintos fueran tan blandos.
—Tan solo ayúdame a llegar a esa puerta.
Al otro lado del vestíbulo se perfilaba la silueta de una gran puerta, aunque no
recordaba ninguna marca similar en el exterior. La misma extraña piedra rosa de abajo
dominaba la cámara, dándole un brillo sagrado y real. Doc volvió a tomar su brazo
por encima del hombro como si no fuera una perfecta máquina de matar y la ayudó
con lentitud a saltar por la sala, pasando frente a artefactos tan importantes por los que
se estaba librando una guerra en el exterior, por los que sus hermanos estaban
muriendo a escasos metros, por esos objetos que nadie podía usar ni mucho menos
apreciar su sangre que manchaba la tierra.
En la puerta apoyó la palma de la mano sobre la piedra rosada que fluía tan rica en
la Fuerza, y tuvo la breve visión de un viejo ser triste abriendo la puerta por última
vez, con lágrimas que goteaban de sus ojos redondos.
Tocó el grabado correcto y la puerta se estremeció y reveló una luz tan brillante
que tuvo que protegerse los ojos. En cuanto empezó a abrirse, oyeron el combate más
allá. El chasquido de los blásteres, la llamada de órdenes, el alegre sonido de: Roger,
roger.
—¿Vas a matarme ahora? —preguntó Doc con los ojos fijos en el brazo que le
rodeaba el cuello.
Ventress apartó el brazo y se frotó como si tuviera algún tipo de hedor. Sin
mirarle a los ojos, tomó sus sables de la funda. Los sostuvo en alto, frente a él,
sabiendo muy bien que si apretaba los botones él estaría muerto casi sin un esfuerzo
por su parte. No lo hizo.
—¿Qué sentido tiene? —dijo ella muy suave—. Te lo dije, no vales nada. Solo
uno de muchos, criado para morir.
Con una inclinación de cabeza, se acercó cojeando a una balaustrada y se sentó.
Ignorándolo por completo… sacó su comunicador.
—Me he infiltrado en la fortaleza. Tienen mis coordenadas. Traigan un batallón
para tomar el control y un droide médico.
Cuando alzó la mirada, Doc ya se había ido. Quizá no era tan tonto como había
supuesto.
Protegiéndose los ojos, se quedó mirando la furiosa batalla, buscando la familiar
forma vestida de marrón de Kenobi, pero todo lo que vio fueron droides y clones,
recreaciones aparentemente infinitas de las mismas dos formas, una fosa retorcida de
muertes inútiles. Cerró los ojos adoloridos. Kenobi podía esperar otro día. Sola de
nuevo, sola siempre, esperó a que los droides obedecieran sus órdenes.

LSW 74
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

LSW 75
Varios autores

LOS FANTASMAS DE MAUL

MICHAEL MORECI

«AL FIN… TENDREMOS venganza».


Palabras tan ingenuas dichas por una persona tan ingenua. ¿Qué sabía yo cuando
le dije eso a mi antiguo maestro, Darth Sidious? No sabía nada. Nada en absoluto,
pero desde entonces, he aprendido. Reconstruyéndome en Lotho Menor, aprendí.
Cuando fui curado por mi madre y las Hermanas de la Noche, aprendí. Empuñando el
poder del Sable Oscuro, aprendí. Ahora, Darth Sidious (o el Emperador Palpatine,
como quiera que se llame, me importa poco) es quien tiene la mente en la oscuridad.
Mirando hacia el horizonte de Coruscant, él y yo, maestro y aprendiz, hablamos de
venganza como si él supiera algo al respecto. Como si supiera lo que es ser desechado
y olvidado, ser roto y destrozado. Él es quien no sabe nada de estas cosas. Ninguno de
ellos lo sabe, ni Sidious, ni Kenobi, pero yo sí.
Sé lo que es tener el fuego de la venganza ardiendo en lo más profundo de ti,
comprender que las cosas que te han arrebatado nunca podrán ser devueltas. El único
camino para satisfacer tu furia es equilibrar la balanza; debes arrebatar a otros lo que
te han arrebatado a ti.

Por eso estoy aquí, en este planeta gris ceniciento y sombrío. A cada paso que doy
noto la arenilla del árido suelo, que pasa entre árboles tan secos y quebradizos que me
hace preguntarme cómo se las arreglan para mantenerse en pie. Sus ramas desnudas y
torcidas se retuercen hacia arriba, clavándose en el cielo como si suplicaran a alguien
que las rescate. Aunque la sensación es débil, puedo sentir a través de la Fuerza que
algo terrible ocurrió aquí; un poder oscuro pasó una vez a través de cada ser vivo,
envenenando y abrumando todo, y lo dejó como lo veo ahora.
Muerto. Desolado. Me hace sonreír.
Damanos es como llamaban antes a este planeta. Perdido en la mayoría de los
mapas estelares, rastreé su ubicación exacta con no poca voluntad y, cuando la
situación lo requería, con agresivas demostraciones de poder. No fue tarea fácil
encontrar un planeta que la mayoría supone que solo existe en los mitos, pero si el
premio que tengo a la vista es real, habrá merecido la pena el esfuerzo.
Más adelante, los árboles dentados empiezan a dispersarse, y dejan a la vista el
mundo que tengo delante. Acelero el paso al sentir que algo me empuja hacia al
frente, algo hambriento de miedo, de ira. Me estoy acercando. Lo sé.
Mi mano busca instintivamente el sable de luz que tengo a mi lado. Aunque estoy
solo, sigo sintiendo el peligro en este lugar; impregnado desde todas partes, una

LSW 76
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

advertencia sutil pero clara de que la oscuridad abunda, y todos los que se atreven a
acercarse a ella lo hacen bajo su propio riesgo. Comprender eso no me hace
apartarme, sino acercarme aun más rápido. Por fin, llego a una elevación que domina
un barranco insondable. Sin embargo, lo más importante es que más allá de la grieta
de obsidiana se alza lo que he venido a buscar: el castillo. Mas no cualquier castillo,
no. Un castillo Sith.
Construidas con piedra tan negra como el propio Damanos, sus torres alcanzan la
altura suficiente para atravesar las nubes bajas, imagen que hace que cualquiera se
pregunte a qué altura ascienden. Las enredaderas intentaron una vez escalar sus lados,
pero fracasaron y no dejaron tras de sí más que su propia descomposición. Los muros
parecen levantarse y juntarse de forma predecible, pero también hay algo inusual en
su unión. Cada ángulo, cada esquina, todo parece un caos. El castillo parece
imposible, pero inevitable al mismo tiempo. Cuanto más lo miro, más me inquieta
físicamente.
Por fortuna, no he venido hasta aquí para contemplar el paisaje. Mi destino es el
interior del castillo y los secretos Sith en su interior. Secretos que me otorgarán
conocimiento y, lo más importante: poder. No hay tiempo que perder.

Las puertas principales se abren con un chirrido. Dentro, el castillo está casi vacío,
salvo por los secretos que finalmente me darán el poder de localizar y destruir a mis
enemigos. Después de todo, la forma de ser de los Sith es acumular conocimientos
peligrosos y nunca compartirlos con los demás, ni siquiera con los más cercanos.
Especialmente los más allegados a ti.
En las paredes se alinean estatuas putrefactas de figuras embozadas, y al pasar
junto a ellas, una a una, es casi como si pudiera sentir sus ojos siguiéndome. No para
mirarme, sino para mirar dentro de mí. Sin duda eran Lords Sith de un pasado lejano
y olvidado, o al menos eso dicen las leyendas que sustituyen a cualquier historia real
que este castillo (incluso todo este planeta) pueda ofrecer. Aun así, puedo sentirlo
todavía, esa emanación desde cada metro de este lugar: el poder del Lado Oscuro. Sé
que no estoy solo.
—Maul…
Una voz me llama desde las sombras. Giro hacia una amplia escalera de caracol
que conduce al siguiente piso, la voz (un profundo susurro gruñendo) vuelve a
llamarme.
—Maul…
Estoy a medio camino de la escalera cuando oigo un sonido muy familiar: el
crujido y el zumbido de un sable de luz. Un arma de doble hoja carmesí emerge de la
oscuridad absoluta en lo alto de la escalera. Savage Opress, mi hermano, tiene la
empuñadura.
Mi hermano muerto.

LSW 77
Varios autores

—Hermano —digo. Tomo mi propio sable en mi puño, aunque no lo enciendo, no


todavía.
—No soy hermano tuyo —dice Savage, aunque su voz sale de su boca, hago más
que solo escucharla. Puedo sentirla fluir a través de mí, como el Lado Oscuro de la
Fuerza en sí.
—¿No eres hermano mío? —respondo—. Ya veo. ¿Es porque en realidad no eres
quien aparentas ser?, o ¿porque crees que hay un tipo de justicia que rompe nuestro
lazo familiar?
—Me fallaste, Maul. Eras mi maestro, mi hermano. Fallaste en ambas cosas. Yo
no era como tú, pero trataste de moldearme a tu imagen. Todo para servir a tu sed de
venganza.
Llego al final de la escalera, a poca distancia del hombre que una vez fue mi único
aliado en toda la galaxia.
—Nunca quise que cayeras. Tan solo deseaba que tuvieras poder. Que los dos
tuviéramos poder, codo con codo en un mundo que nos temía.
Savage hace una mueca y retira su sable de luz. Sé lo que va a pasar a
continuación.
—Mira dónde hemos terminado.
Enciendo mi sable y desvío el poderoso golpe de Savage justo cuando su hoja
destella hacia mi cara.
—¿Por qué estás aquí? —pregunta Savage mientras su sable se presiona contra el
mío.
Es fuerte, y la fuerza de su poder, alimentada por su rabia, me hace retroceder.
—¿Qué puedes necesitar de un dominio perdido de los Sith?
Me alejo de Savage y golpeo con mi sable a sus pies; él salta, esquivando el
ataque, doy un paso atrás para separarnos un poco.
—Sabes muy bien lo que busco —digo mientras Savage y yo nos rodeamos, cada
uno esperando a que el otro ataque—. Nada quiero más que equilibrar la balanza, por
lo que te hicieron a ti, a nuestra madre y a mí.
Savage se ríe. Se burla de mí.
—No quieres venganza. Quizá una vez, hace mucho tiempo, eso te impulsó, pero
ahora… ahora tienes miedo. Puedo sentirlo. Lo que realmente quieres, Darth Maul, es
no sentirte impotente.
La rabia aumenta en mí con cada palabra que dice. Para cuando termina, lo estoy
embistiendo, chocando mi sable de luz contra el suyo. A través de la luz carmesí
ardiendo donde nuestros sables se encuentran, puedo ver cómo se esfuerza en
contenerme.
—¡Los Sith me quitaron todo! Incluyéndote a ti, mi hermano. Parece justo que
vuelva su propio poder contra ellos y lo use para verlos arder. ¡Para ver todo arder!
Aparto mi arma de la suya y la vuelvo a bajar. Savage levanta el sable justo a
tiempo para esquivar, veo el miedo en sus ojos. Su postura es defensiva, tímida, débil.
Me avergonzaría por mi hermano si no me diera cuenta de la verdad: esta hechicería
oscura, sea lo que sea, no ha traído de vuelta a Savage Opress. No es más que un
impostor.

LSW 78
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Nuestros sables de luz chocan de nuevo, giro mi hoja inferior hacia arriba. El
movimiento toma a Savage por sorpresa y le arranca la empuñadura del arma. Oigo
cómo el sable de luz cae al suelo y se pierde en la oscuridad. Intenta retroceder, pero
no tiene adónde ir. Lo tengo acorralado. Lo agarro por la nuca y lo jalo hacia mí, para
que esta aparición y yo podamos mirarnos a los ojos. Entonces empieza a suplicar.
Patético.
—¡Hermano, para! Ya morí una vez por ti, no lo…
—¡Tú! —digo apretando los dientes—. ¡No eres mi hermano!
Le atravieso el vientre con mi hoja carmesí, él cae al suelo, sin vida. Retiro mi
sable y empujo el cuerpo que yace a mis pies. Por un momento miro hacia abajo,
aunque no sé por qué.
Al fin y al cabo, solo otro enemigo caído, otro obstáculo que se aparta de mi
camino. Tal vez necesito estar seguro de que se ha ido, o a lo mejor tan solo deseo ver
el rostro de mi hermano por última vez. Cualquier esperanza de una mirada de
despedida se evapora en cuanto miro hacia abajo. Savage ha cambiado de algún
modo; no estoy mirando la cara de mi hermano, sino la mía.
Entonces oigo una voz, susurrando a través del espacio cavernoso: la voz de
Savage.
—Tú. Fallaste. Me fallaste —dice su voz en mi reflejo.
Me observo por última vez. Mis ojos sin vida me miran con fuerza. Gruño, apago
mi sable de luz y continúo mi camino.

Más profundo en el castillo, entro en lo que parece ser la sala del trono. Cada paso
que doy resuena en este enorme espacio, no puedo evitar preguntarme cuándo fue la
última vez que alguien, alguien de carne y hueso, caminó por estos suelos.
De las paredes cuelgan cuadros descoloridos y cubiertos de polvo. Representan
varias escenas de batallas, cada una más espantosa que la anterior. En cada imagen,
un pequeño grupo de figuras, con armaduras y capas para ocultar su rostro, luchan
contra oleadas de fuerzas invasoras. Todos los encapuchados llevan sables de luz
cuyas hojas son del habitual color carmesí de los Sith. Solo puedo imaginar cómo era
la vida en el planeta y en este castillo hace generaciones.
Implacable, al parecer. Si hay algo que sé sobre los Sith, es que son, y siempre
serán, definidos por su traición, un rasgo que solo es igualado por la hipocresía de sus
enemigos Jedi.
Mientras atravieso esta sala, siento una gran energía proveniente de lo más
profundo del castillo. Aunque toda la vida de este planeta se haya extinguido, el poder
del Lado Oscuro sigue siendo fuerte. Me lleva a alguna parte, pero no sé adónde ni
con qué propósito.
Justo cuando estoy a punto de llegar a las puertas de la siguiente sala, un sonido
capta mi atención. Es como el golpeteo de unos pies que se apresuran por el suelo,
pero se mueven demasiado deprisa para pertenecer a un ser humano. Me giro al oír de

LSW 79
Varios autores

nuevo el sonido y me muevo justo a tiempo para ver una forma que se arrastra por la
habitación.
Desaparece en la oscuridad antes de que la reconozca. Sea lo que sea, sé que no es
un aliado. Enciendo ambas hojas de mi sable de luz. Vibran en la oscuridad.
—¡Muéstrate! —grito. Mi voz me responde.
El deslizamiento vuelve a arañar el suelo tras de mí. Giro rápido, pero solo veo
una figura moviéndose entre las sombras.
—¿Crees que me asustas? Seas lo que seas, no eres más que un eco de tu antiguo
poder. Revela tu presencia y te mostraré a que me refiero.
Entonces lo oigo de nuevo, el sonido de un movimiento por encima de mi
hombro. La figura no se mueve hacia el otro lado… oh, no, no. Se mueve hacia arriba,
y sé exactamente a quién voy a encontrar en cuanto me dé la vuelta.
—Saludos, Darth Maul —dice una voz áspera. Levanto la vista y veo al General
Grievous que se abalanza desde el techo, con sus cuatro sables de luz apuntándome—.
Te esperaba.
Salgo rodando de la trayectoria de Grievous, sus sables cortan el aire en el lugar
donde yo estaba, las esquivo por poco. Cuando vuelvo a ponerme en pie, agarro con
fuerza mi sable de luz, entrecierro los ojos y miro al enemigo que tengo frente a mí.
—Tú —digo apretando los dientes.
—Ha pasado tanto tiempo desde la última vez que nos vimos, en Dathomir.
No digo nada mientras nos rodeamos. Parece que la habitación se ha oscurecido.
Grievous apenas es visible, incluso con sus cuatro sables (dos azules, dos verdes)
iluminan el espacio a su alrededor.
—Debes recordar cuando me viste por última vez —continúa Grievous, luego
hace una pausa para toser de forma violenta—. Mientras mataba a tu preciosa Madre
Talzin.
—Sí —digo, manteniendo mis ojos en el cíborg—. Después de eso Kenobi te
mató.
Grievous suelta una carcajada maníaca que resuena por toda la habitación.
—Y ¿cómo te hizo sentir eso? ¿Saber que tu enemigo jurado se robó tu venganza?
La furia se enciende dentro de mí. Furia, luego odio. Hay otro sentimiento, muy
dentro mío, pero lo ignoro y me concentro en la rabia. Me da fuerza, me da poder.
Grito y arremeto contra Grievous, estrellando mi sable de luz contra el suyo.
Rápido le quito uno de sus sables; grita de dolor. Le golpeo una y otra vez, desatando
mi ira; mis sables de hoja carmesí se mueven en arcos agresivos, pronto le he quitado
a Grievous otro de sus sables y la extremidad unida a él. No importa, a pesar de estar
inmovilizado, se ríe.
—Recuerdo tu cara cuando maté a tu madre —dice Grievous—. Tanta angustia.
Me pregunto si pondrás la misma cara la próxima vez que te clave mis sables de luz.
—¡No eres real! —grito en su cara.
—No, no lo soy, pero dime: saber que quien te arrebató a tu madre está muerto,
¿te reconfortó? ¿Encontraste paz en mi muerte?
No sé qué decir. Mi respiración es tan agitada que parece un gruñido y es el único
sonido que consigo emitir.

LSW 80
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

—Creo que no —responde Grievous por mí. Una de sus piernas mecánicas sale
disparada y me pilla desprevenido. Se clava en mi pecho y me tira hacia atrás.
De inmediato me pongo en posición defensiva, esperando el ataque de Grievous.
Mas no lo hace. Solo se queda ahí, sin decir una palabra. La ira sigue ardiendo en mi
interior; no podría controlarla, aunque quisiera.
—¡Nunca pedí nada de esto! —digo con rabia al monstruoso cíborg delante mío—
. Tú y tus amos me quitaron todo. Mi familia, mi poder… ¡me dejaron sin nada!
—No pediste esto, eso es cierto —dice Grievous—. Acaso nunca lo dejas atrás.
Rujo mientras me abalanzo de nuevo sobre Grievous, giro hacia delante,
blandiendo mis sables contra los suyos. No importa con cuánta fuerza ataque, no
importa cuánto use mi odio, él se defiende golpe tras golpe. Es extraño, nunca pasa a
la ofensiva.
—¿Qué sientes, Maul? —pregunta Grievous, burlándose de mí—. ¿Cuándo
piensas en madre Talzin?, ¿en Savage Opress?, ¿cuándo piensas en lo rápido que
Sidious te abandonó cuando caíste?
—¡Ira! ¡Y esa es el arma que usaré para destruirlos a todos!
Nuestras armas chocan y yo giro, le corto otra mano y le dejo con solo un último
sable. De algún modo, Grievous no se ve afectado por sus heridas.
—¿Qué más? —pregunta, presionando, jugando conmigo—. Hay más, ambos lo
sabemos.
—¡Aquí no hay nada aparte de mi rabia!
Me siento como una herida abierta. La oscuridad del lugar combinada con la
oscuridad dentro de mí son demasiado para soportarlas. Me hace sentir vulnerable de
una forma que apenas puedo entender, y Grievous se ríe de ello. Suelta una carcajada
gutural, burlándose de todo lo que soy.
No obstante, corto su alegría maníaca con un último golpe de mi sable de luz. Lo
atravieso con mi sable, igual que él atravesó a mi madre con el suyo. Grievous,
silencioso ahora, vuelve a caer en la oscuridad. Sé, sin tener que verlo, que se ha
desvanecido.
A pesar de haber vencido a mi enemigo, de haberle destruido como yo había
soñado destruirle durante tanto tiempo, no siento nada. No hay satisfacción. Nada
dentro de mí es diferente. Aún me consume la misma furia. Es tal y como Grievous (o
el espectro que asume su forma) dijo que sería.
Grito a la nada que me rodea.

El premio que busco está cerca. Puedo sentir su oscuro poder haciéndome señas.
Pronto, muy pronto, desvelaré los misterios Sith de una época olvidada y podré
utilizar estos conocimientos para destruir a mis enemigos, y a cualquiera que se me
oponga.
Entro en un largo pasillo que conduce a una puerta anodina en el otro extremo.
Inmediatamente sé que este es mi destino. Las respuestas que busco están al otro lado

LSW 81
Varios autores

del umbral. A ambos lados del pasillo hay más estatuas, similares a las que vi antes,
pero estas figuras llevan armadura en lugar de capa, aunque sus rostros permanecen
ocultos. Se parecen a los guerreros que vi en las pinturas, no puedo evitar
preguntarme qué guerras se libraron en este lejano planeta hace tantos años.
Aunque me intrigan las estatuas, mantengo la concentración. Si algo me ha
enseñado este lugar es a esperar que ocurran cosas inusuales e inexplicables. La tenue
luz del exterior entra por una estrecha hilera de ventanas a cada lado del pasillo, y las
sombras que proyectan las estatuas son largas y oscuras. Cualquier cosa puede
ocultarse en ellas.
Avanzo con cautela, escudriñando en la oscuridad. No tengo miedo. No sé si este
lugar intenta ponerme a prueba o burlarse de mí. Lo que sí sé es que los traicioneros
obstáculos que ofrece no me harán retroceder.
Cuando llego al final del pasillo, empiezo a preguntarme si he visto el último de
los juegos del castillo. Si he demostrado ser digno de cualquier legado Sith que
aguarde más allá de esta puerta. Cuando abro la puerta y entro en la habitación del
otro lado, me doy cuenta de que los juegos están lejos de haber terminado. Un hombre
de pelo largo está en el centro de la habitación, de rodillas, completamente inmóvil.
Conozco esta postura. Conozco a este hombre. El Jedi… Qui-Gon Jinn.
—Nos encontramos de nuevo —dice manteniendo su postura meditativa.
—Maestro Jedi —digo, entrando de lleno. La habitación es pequeña y sin adornos,
pero siento el poder en su interior. Irradia bajo mis pies y sé que es aquí donde debo
estar.
—Has viajado una gran distancia para llegar aquí —dice el Jedi.
Me río de su evaluación.
—No tanto como tú, considerando que ya no estás entre los vivos.
El Jedi sonríe y se levanta. Mete los brazos en las mangas de la túnica.
—Llegaste hasta aquí —continúo con desprecio—. ¿Para qué? ¿Para luchar una
vez más? Ya te derroté una vez; estoy perfectamente feliz de hacerlo de nuevo.
—Ahí es donde te equivocas. Me mataste, es verdad, pero nunca fui derrotado,
solo perdí nuestro duelo.
—¡Cómo odio cada palabra que sale de las bocas Jedi! —gruño.
Empiezo a rodearle, esperando a que se mueva para tomar su sable de luz. Por eso
está aquí, ¿no? Nuestros caminos convergen para una batalla final. Mas el Jedi no
hace ningún movimiento. Simplemente se queda ahí, irradiando una calma que tanto
desprecio.
—¿Por qué estás aquí? —pregunto al fin.
—Estoy aquí para ofrecerte una elección, Maul. Quiero que abandones este
castillo, olvida que existe, da tu primer paso en el camino hacia un destino diferente.
—Ya veo —lo interrumpo, conteniendo mi disgusto por el Jedi, o lo que él sea, lo
suficiente para aprender el significado de sus crípticas palabras—. Y ¿qué camino es
ese, el camino de los Jedi?
El Jedi sonríe, casi burlándose de mí.
—Creía que estabas por encima de consideraciones tan estrechas: Jedi y Sith, luz
y oscuridad. Esta galaxia es mucho más que eso.

LSW 82
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Mi mirada se estrecha mientras estudio a mi oponente. Sus argumentos son


interesantes, sobre todo para un Jedi.
—Entonces ¿qué quieres que haga?
—Libérate de la prisión que tú mismo has creado.
Me detengo en seco y agarro la empuñadura de mi arma. Estoy lo suficientemente
cerca para encenderla y cortar al Jedi con un simple movimiento.
—Y ¿qué sabes de mí o de esta supuesta prisión? —pregunto. Mi respiración se
entrecorta mientras siento que mi ira empieza a regresar. Aunque me pregunto, en ese
momento, si alguna vez ha desaparecido en realidad.
—Sé que te gobierna tu necesidad de venganza contra quienes te han hecho daño.
Puedo preguntar: ¿de qué te servirá matar a tus enemigos? Cuando Kenobi y Sidious
se hayan ido, como yo, ¿dónde te dejará eso?
—Escúchate, enconado en tu mediocridad. Yo te derroté. Y aunque no lo hubiera
hecho, Darth Sidious te habría clavado un sable en la espalda a su debido tiempo
como hizo con todos los Jedi. ¿Aun así crees que conoces el camino correcto para mí?
—Aún no has respondido a mi pregunta, Maul. Si sacias tu sed de venganza, ¿en
quién te convertirás?
Mientras el Jedi habla, mi sable de luz se afloja. Incluso sonrío un poco.
—No. Veo lo que está haciendo, Maestro Jedi. Como Savage y como Grievous,
intentas burlarte de mí. Quieres que desate mi ira, pero ¿por qué?
Ahora el Jedi sí se burla.
—Tú y yo sabemos que no es ira lo que sientes.
Tan rápido como logro recuperar mi equilibrio, siento como se me escapa.
—No sabes nada de lo que siento.
—Todas tus pérdidas: tu madre, tu hermano, tu lugar al lado de tu maestro. No
tienes por qué avergonzarte.
Enciendo mi sable de luz y siento su satisfactorio zumbido palpitando en mi
mano. La luz carmesí llena la habitación.
—Solo siento furia y odio, alimentados por gente como tú.
¿Por qué no se mueve este Jedi? Simplemente se queda ahí, bañado por la luz de
mis sables. No ha agarrado su propia arma. Me abruma la necesidad de que luche
contra mí, pero también debo conocer la razón de sus tormentos.
—Sientes dolor —dice el Jedi—. Mientras tu ira puede ser el arma que uses para
destruir a otros, tu dolor será el arma que te destruya.
—¿Por qué? —pregunto mientras clavo los pies en el suelo, preparándome para
arremeter—. ¿Por qué te burlas de mí con tus juicios ingenuos?
El Jedi inclina la cabeza. Respira hondo, vuelve a levantar la vista, centra sus ojos
en los míos y dice:
—Porque tu deseo de causar dolor en los demás nunca curará el tuyo. Necesito
que entiendas: tu destino lo decides tú. Cuando esa persistente debilidad tuya se
convierta en tu fracaso final, te herirá más profundo de lo que podría hacerlo
cualquier sable de luz.
Estallo. Me muevo como impulsado por un poder que escapa incluso de mi
control, salto hacia el Jedi y golpeo. Una y otra y otra vez, ataco con mis sables,

LSW 83
Varios autores

gritando mientras lo hago. Todo lo que puedo ver es rojo, la luz de mi arma oscurece
mi visión. Cuando me detengo, estoy jadeando. Trago saliva y me doy cuenta de que
el Jedi ya no está ahí; nunca estuvo. Estaba golpeando inútilmente el aire. Al darme
cuenta, por el esfuerzo que he hecho, me siento vacío.
Tampoco siento ya el poder oscuro que me atrajo a esta habitación. Ha
desaparecido. Busco en vano algo, cualquier cosa que me ayude en mi búsqueda.
Empujo las paredes desnudas, desesperado por encontrar una pared o cámara oculta,
algo que revele una reliquia de algún tipo, o algún libro con conocimientos arcanos,
pero no hay nada. He venido hasta aquí para nada.

Mientras subo a mi nave, me tienta la idea de atacar el castillo mientras lo sobrevuelo


y reducirlo a polvo. Tal gesto, sin embargo, sería inútil. El castillo, en pie o reducido a
cenizas, no es asunto mío. Lo que me preocupa es el camino que tengo delante.
La galaxia guarda muchos, muchos más misterios. Hay otros oscuros secretos que
encontrar. Otros templos Sith que explorar. Tomo asiento en la cabina y trazo un
nuevo rumbo. Mi búsqueda de venganza continúa.

LSW 84
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

LSW 85
Varios autores

LUNA DE SANGRE CRECIENTE

VERA STRANGE
Tsukimitsurin
Luna selvática–Borde Medio
Refinería Imperial

—LORD VADER, ESTAMOS listos para aterrizar.


Con esa proclamación, el crucero imperial clase Lambda descendió del brumoso
cielo rojizo y aterrizó con un gran silbido frente a la refinería imperial. Flanqueada
por storm troopers que empuñaban blásteres, la Comandante Das Erdol salió
corriendo de la planta para recibir a la nave recién llegada. Era más o menos de la
misma estatura que los storm troopers con su armadura blanca, lo cual significaba que
era más alta, pero no ocultaba su rostro. Tenía los ojos grises, la piel oscura y el pelo
rubio y blanco, recogido en un moño apretado.
Los troopers marchaban al unísono, sus botas se hundían en el suelo arcilloso y
dejaban huellas de color rojo sangre. El tono carmesí se debía al alto contenido en
hierro del suelo, una de las muchas razones por las que esta remota luna, con su
riqueza en recursos naturales intactos, seguía siendo de gran valor para el Imperio.
Tsukimitsurin estaba despoblada en su mayoría, salvo por algunas tribus locales,
por lo que los verdaderos habitantes de la luna eran la flora y la fauna. La jungla
albergaba una gran variedad de especies, algunas inofensivas, pero muchas letales.
Los locales solían decir: «Aléjate de las vainas».
Fue una advertencia justa. Una que debería haber escuchado. Erdol conocía los
peligros que acechaban en los espesos árboles que cubrían esta luna, que se suponía
que estaba bajo su «mando», tal y como la había reclamado el Imperio. Sin embargo,
la naturaleza salvaje desafiaba todos los intentos de subyugación. Se defendía cuando
era necesario. Inconscientemente, Erdol se miró el antebrazo, donde su uniforme
ocultaba una profunda cicatriz en la carne, un bonito regalo de despedida de su
primera expedición a la selva tras hacerse cargo de este puesto de mando. Aún
recordaba los horribles rugidos de la criatura.
El depredador mitad dragón, mitad gato de la selva (un quimeraleón) había
pagado con su vida. La criatura, nativa de esta luna, tenía un pelaje que cambiaba de
color para fundirse con los árboles y las enredaderas, una velocidad y agilidad
similares a las de un lagarto que le permitían trepar, y unas mandíbulas afiladas como
cuchillas que respiraban fuego. Antes de sucumbir al fuego de los blásteres, dejó
daños duraderos en los tendones, los nervios y la carne, pero a veces las lecciones más
importantes te dejan cicatrices. Ella no olvidaría esta.
—Atrás —ordenó la Comandante Erdol a los storm troopers mientras se detenían
frente a la lanzadera que no delataba nada.

LSW 86
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

La nave estaba parada, pero las puertas del hangar permanecían bien cerradas.
Incluso los pilotos eran invisibles a sus ojos a través de los cristales polarizados.
Esperó en una rígida postura militar a lo que vendría a continuación o, con más
exactitud, quién saldría de la elegante nave. Esa clase de transbordadores solían
transportar a altos funcionarios y dignatarios, pero también a soldados y carga. En
cualquier caso, esta visita a su remoto puesto industrial era muy inusual y también
inesperada, y eso la ponía nerviosa.
No, más que nerviosa. La aterrorizaba hasta los huesos. Sabía que no podía ser
nada bueno. Tras ella, el metal y el acero de la refinería contrastaban con la
exuberante vegetación y la belleza natural de la luna. Dos soles iluminaban el cielo,
cada uno a media asta, indicando que ya era media tarde, aunque aún faltaba mucho
para el anochecer.
El aire era sofocante y húmedo dificultaba la respiración y hacía imposible que
Erdol no sudara constantemente bajo su rígido uniforme imperial gris y su sombrero
de ala estrecha. Jugueteaba con el cuello de la camisa, deseando aliviarse del calor.
Sin embargo, eso no llegaría. Ya debería haberse acostumbrado al clima tropical, pero
era el polo opuesto de su gélido mundo natal en el Borde Exterior. Todas las noches
seguía soñando con la nieve.
¡FUUUUSH! Lenta y deliberadamente, la rampa de embarque descendió del casco
de la lanzadera y tocó el suelo con un ligero ruido sordo. El repentino movimiento
sobresaltó al comandante. El vapor brotó de los motores en ralentí, ocultando la
rampa en una espesa niebla. Erdol se esforzó por ver a través de ella. Pronto se dio
cuenta de que podía oírle antes que verle. Inhala. Pausa. Exhala.
El sonido de la respiración artificial atravesó la niebla como el fuego de un
bláster. Al instante, Erdol se tensó y se sintió conmocionada hasta la médula. De
repente, con un gran movimiento de su capa negra, el mismísimo Darth Vader bajó
por la rampa, materializándose como un espectro a partir del vapor. Viajaba solo.
Los ojos sin párpados de su casco se clavaron inmediatamente en la comandante.
Su brillo reflectante mostraba el cielo rojo, centellaba junto con el fuego abrasador de
los dos soles. Erdol devolvió la mirada al Lord Sith, conmocionada. ¿Cómo era
posible? ¿Qué hacía Darth Vader allí? Precisamente allí.
Esta visita no solo era una sorpresa, también era la primera vez que se encontraba
en presencia del misterioso Lord Sith, ya que ella no era más que la humilde
comandante de un puesto de avanzada muy distante, ni siquiera era un almirante o
general.
De repente quedó claro que las historias no hacían justicia a Darth Vader. En la
vida real, Vader era una figura mucho más imponente, como si el terror emanara de su
traje mecánico como el vapor que exhalaba su nave.
—Lord Vader… no, no lo esperábamos —Erdol consiguió decir sin ahogarse,
mientras se retorcía las manos y contemplaba el oscuro visor del Lord Sith.
Vader permaneció en silencio. Demasiado silencio.
Su fachada inmóvil no delataba nada. Solo su respiración artificial atravesaba el
aire húmedo. La Comandante Erdol se sintió obligada a llenar el vacío.

LSW 87
Varios autores

—Co… con el debido respeto, mi señor —tartamudeó tontamente—. ¿Qué le trae


a nuestro humilde puesto industrial de Tsukimitsurin?
Vader siguió sin responder. En lugar de eso, pasó junto al Comandante Erdol y
sus tropas, de modo que ella tuvo que trotar para seguirle el paso. Todo lo que hacía
Vader tenía un gran propósito. Al compás de sus largas zancadas intencionadas, su
capa se agitaba en torno a sus tobillos.
Vader se dirigió hacia la entrada de la refinería, se trataba de unas enormes
puertas dobles de acero que protegían las vulnerables entrañas de la planta. Por
encima, las chimeneas arrojaban sucios gases de escape al aire, mientras que las aguas
residuales corrían por debajo, y se vertían en los caudalosos ríos que atravesaban la
selva impenetrable. Los storm troopers vigilaban los muros del perímetro, armados
con sus blásteres, y los droides circulaban y emitían pitidos mientras entregaban
suministros y comunicados.
Trabajadores imperiales manejaban las bombas, con los rostros ennegrecidos por
el hollín y el aceite. Algunos miraban con interés, luego volvían rápidamente a su
trabajo para que el Señor Oscuro no los encontrara holgazaneando en sus tareas.
Vader recorrió la planta con la mirada y lo absorbió todo. Erdol podía sentir que nada
se le escapaba. Al fin, cuando lo alcanzó junto a las puertas, Darth Vader habló.
—Comandante, su refinería funciona con retraso —dijo Vader con su imponente
voz grave, que era un arma tan poderosa como el silencio que la había precedido.
Manejaba ambas con extremo control y precisión, igual que su sable de luz.
—Lord Vader, con el debido respeto —replicó Erdol, intentando mantener la voz
firme, pero fracasó estrepitosamente—, no puede esperar milagros. Las bombas de la
refinería funcionan día y noche para satisfacer las necesidades de la flota imperial.
Eso requiere una energía enorme para alimentarlas.
Vader no interrumpió su marcha, ni esperó a que le invitaran, y continuó
adentrándose en la planta. El interior apestaba a aceite y productos químicos.
Caminaba a gran velocidad por la planta, y la comandante tuvo que apresurarse para
seguirle el paso. Los droides corrían de un lado a otro, pitando cuando casi chocaban
con Vader. Una mirada aguda les hizo huir alarmados.
—Comandante, no comparto su apreciación de la situación —continuó Vader,
escudriñando las máquinas que trabajaban para transformar el resbaladizo petróleo
negro, bombeado desde el subsuelo en células de combustible para alimentar la
creciente flota de Destructores Imperiales.
—Mi señor, no puedo inventarme más horas al día —continuó Erdol con voz
temblorosa—. Quizá si pudiéramos tener suministros extra, más trabajadores…
Vader la interrumpió, con su voz llena de furia apenas contenida.
—Comandante Erdol, sus excusas son tan ineptas como insípidas.
Su rostro, bajo la máscara negra, era por supuesto ilegible. Solo su respiración
seguía siseando con precisión mecánica. El efecto era desconcertante.
—Estoy bastante inconforme con tu producción —continuó Vader—. Y tus
explicaciones son escasas. Tu planta está siendo saboteada delante de tus narices.
La mandíbula de Erdol se desencajó.

LSW 88
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

—Pero… ¿cómo puede saberlo? No me han informado de disturbios ni de nada


raro.
—Capturamos a una espía rebelde que, tras mucha persuasión, confesó su
traicionero plan para esta luna —replicó Vader. La miró fijamente—. Quizá si no
fueras tan ciega como estúpida, te habrías dado cuenta por ti misma.
—No, eso es imposible —dijo Erdol, aferrada a cualquier explicación, pero era
inutil—. Puedo afirmar que el perímetro está vigilado. Recientemente he duplicado
las patrullas. Reforzado los protocolos de seguridad. He establecido… puntos de
control… y toques de queda.
La voz de la comandante se vio estrangulada, al igual que ella. Gritó y se agarró la
garganta, intentando arañar la mano invisible apretando su tráquea. Vader seguía
mirándola. Tenía el puño cerrado. Al fin, justo cuando Erdol estaba a punto de perder
el conocimiento y morir asfixiada, Vader bajó la mano y la liberó del agarre de acero
invisible.
La comandante se desplomó, jadeante.
—Comandante, su mente es débil y carece de imaginación —continuó Vader,
mirándola con fijeza a través de su casco negro. Su respiración entrecortada acentuaba
sus palabras—. Has fallado al Emperador por primera y última vez.
—Pero… mi señor… ¿quién está detrás de esta traición? —jadeó Erdol con voz
ronca—. Los lugareños han expresado cierta resistencia, pero les hemos tratado con
dureza. Quizá podríamos enviar más tropas para recordarles quién manda.
—Comandante, claramente esto está más allá de tus habilidades —dijo Vader,
acariciando la empuñadura de su sable de luz—. Déjelo en mis manos. Si los rebeldes
están aquí, debemos hacerlos salir. El Imperio no puede ser visto como débil. Los
traidores deben ser destruidos.
Vader se dio la vuelta y se dirigió hacia las puertas con gran determinación, con la
capa negra rodeándole los tobillos. Se detuvo y miró a Erdol.
—Me ocuparé de ti más tarde —dijo Vader en tono inquebrantable—. Entonces
podrás dar cuenta de tus fallos.

Darth Vader acechaba a los rebeldes a través de la jungla. Iba solo, capaz de moverse
con más sigilo y velocidad cuando no se veía obstaculizado por las torpes
maquinaciones de los soldados de asalto, por no hablar de esa inútil comandante suya.
Se ocuparía de ella al día siguiente. «Los traidores rebeldes serán descubiertos»,
pensó Vader mientras avanzaba, «y castigados por su traición». Nadie escapó ni una
vez que los tuvo en la mira.
La jungla era espesa e imperturbable, pero Vader utilizó su sable de luz para
cortar la maleza, atravesaba enredaderas y ramas con la parpadeante hoja roja. Utilizó
la Fuerza y los sensores de su traje para seguir a los rebeldes. Siguió sus instintos,
sabiendo que debía confiar en lo que le guiaran. Siguió abriéndose paso entre el

LSW 89
Varios autores

follaje, pero de repente algo grande se agitó entre los árboles. Vader se quedó
inmóvil, con la mano agarrando la empuñadura de su sable.
Escuchó atento, pero también examinó el terreno con sus habilidades, buscando la
perturbación entre las enredaderas. Esto siempre le daba una ventaja adicional, que
esta pobre criatura tonta no podía conocer. Con un gruñido feroz, la bestia camuflada
saltó hacia él desde un árbol: gruñidos, garras y mandíbulas que escupían fuego.
Era un quimeraleón. Vader saboreó el momento. Deseó que durara más. Entonces,
con un rápido movimiento, se dio la vuelta y atacó al depredador mitad felino y mitad
dragón con su sable de luz. La hoja roja parpadeó y escupió. ¡ZAS!, ¡ZAS!, ¡ZAS!
Tres golpes rápidos. Luz roja abrasadora. Chispas volando y chisporroteando en la
humedad del aire. No obstante, el quimeraleón esquivó los golpes con ágiles
movimientos felinos. Se agachó y giró, azotó con su cola de lagarto con púas.
Todo en el quimeraleón era mortífero, desde su cola espinosa hasta sus afiladas
mandíbulas que podían exhalar fuego, pero Vader no tenía miedo. Se mantuvo firme.
Los afilados ojos felinos de la criatura se clavaron en Vader. La criatura no parpadeó.
Su melena siempre cambiante, ahora ostentaba un patrón de esmeralda y verde para
confundirse con el follaje; el animal se erizó en señal de advertencia. Se miraron
fijamente: un depredador contra otro.
Pareció una eternidad, pero en realidad solo duró unos segundos. Vader no cedió.
La bestia gruñó y trepó por el tronco del árbol más cercano, lista para atacar de nuevo.
Podía trepar rápidamente con sus enormes garras, y eso le daba a la criatura una
ventaja en una lucha típica, su piel se mimetizaba perfectamente con la espesura de la
selva, eso la hacía prácticamente invisible a simple vista. Vader esperó, escudriñando
el espeso follaje en busca de cualquier movimiento.
¡GRRR!
De repente, la bestia soltó un gruñido feroz y saltó hacia Vader. Mostró sus garras
de par en par, capaces de degollarlo o destriparlo. Sus mandíbulas se abrieron para
exponer unos dientes afilados como cuchillas. Una ráfaga de aliento ardiente salió
disparada hacia él mientras la criatura volaba por los aires, pero Vader no se agachó ni
retrocedió, en su lugar, apuntó al corazón y clavó su sable de luz en la bestia. La
velocidad y la ferocidad como había lanzado su ataque el quimeraleón también resultó
ser su perdición. El impulso hundió profundamente el sable de luz.
El quimeraleón se desplomó junto a Vader con un último chillido lastimero que
retumbó en la jungla. El sable sobresalía de su pecho. Se estremeció una, dos veces y
luego se quedó inmóvil. Una bandada de pájaros levantó el vuelo, surcando el cielo
con un gran batir de alas. Vader golpeó el cuerpo inerte con la bota.
—Lástima que la criatura no duró más.
Luego retiró su sable del cuerpo y miró a su presa. La jungla se había quedado en
silencio, como de luto por la muerte del poderoso depredador.

LSW 90
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Darth Vader continuó rastreando a los rebeldes, incluso cuando los soles empezaban a
marchitarse en el cielo. ¡ZAZ!, ¡ZAS!, ¡ZAZ! La jungla se volvió más oscura y se
sintió más ominosa. Su sable de luz abría paso entre la espesa vegetación. Sentía que
se acercaba a su rastro. Vadeó un pequeño arroyo, que cobraba fuerza cuanto más se
adentraba en la jungla. Lo siguió. Pronto se convirtió en un río embravecido. Vader
avanzó por la jungla sin aminorar la marcha mientras daba caza a los rebeldes. Sabía
que no escaparían de él. Los haría salir. Sus esfuerzos pronto se vieron
recompensados.
Vader divisó un claro en la selva. Marchó hacia él, abriéndose paso entre las
lianas que colgaban de los árboles. Examinó el claro. Era un campamento. Mejor aun,
mostraba signos de haber sido habitado recientemente: hornillos, huellas de camas,
pisadas frescas en el suelo rojizo. Algo más, una cosa olvidada por accidente. Vader
recogió el casco desechado con un escudo antiexplosiones. Estaba marcado con la
insignia roja de los rebeldes. A pesar de las débiles protestas de la comandante, el
retraso de la planta no era simple incompetencia, negligencia o el trabajo de
saboteadores locales. Como Vader sospechaba, eran rebeldes.
Siguió unas huellas en el suelo que se adentraban en la jungla. Eran grandes y
claramente no humanas. Esto atrajo su interés. Las siguió, esta vez en silencio y con
cuidado. El elemento sorpresa podía ser un arma valiosa, si se utilizaba
adecuadamente. Fue entonces cuando la vio en la selva.
La sintió a través de la Fuerza antes de verla, en rápida sucesión. Un destello de
pelaje blanco. Un suave susurro de enredaderas. El suave repiqueteo de pasos
amortiguados. Vader se agachó y observó sus movimientos concentrados, sintiendo al
mismo tiempo su energía. La wookiee era alta y estaba cubierta de pies a cabeza por
un espeso pelaje blanco. Unos afilados caninos sobresalían de su papada, uno de los
rasgos distintivos de su especie. Sorprendentemente, Vader se dio cuenta de que solo
era una cría, el equivalente a una adolescente humana. Su mente desbordaba
inteligencia, y también su nombre. Kataarynnna.
Vader se mantuvo quieto, oculto entre la frondosa vegetación, la observó
atentamente. Su mano se movió hacia la empuñadura de su sable de luz, pero no
desenvainó. La joven wookiee estaba agachada junto a un pequeño generador de
energía que atravesaba el río con soportes de acero. Trabajaba sola. A través de estos
generadores, los cables conectaban la refinería con la central hidroeléctrica principal,
que contaba con una gran presa que aprovechaba la furia del río para generar energía
con la que alimentar las bombas.
La chica wookiee miró a su alrededor para asegurarse de que no la observaban, sin
saber que Vader ya la tenía en el punto de mira. Luego se agachó y sacó algo de su
tosca bolsa de lona. Colocó un artefacto explosivo improvisado junto al generador de
energía. Rápidamente lo armó y se levantó, agarró un objeto en su mano peluda. Era
un detonador.
Fue entonces cuando giró la cabeza. Sus ojos se clavaron en él y se abrieron de
miedo. Kataarynnna echó a correr por la jungla tan rápido como le permitían sus
largas piernas. A pesar de su notable altura y tamaño, era ágil y flexible, como si
hubiera nacido de los árboles. Corría a toda velocidad y con una gracia impresionante,

LSW 91
Varios autores

saltaba por encima de los troncos y atravesaba las gruesas lianas que obstruían su
camino. Vader la persiguió a las afueras de la jungla. Aunque sus movimientos eran
más pausados y lentos, corría con gran fuerza y nunca se cansaba.
Era obvio que la fuerza de la hembra wookiee y su clara familiaridad con el
terreno local le daban una ligera ventaja, se mantuvo por delante de él por ahora. Sin
embargo, no duraría. Una oleada de ira estalló en el pecho de Vader, fluyó a través de
él, candente y abrasadora. La saboreó y la canalizó en sus movimientos, activó su
sable de luz y lo usó para cortar las enredaderas y aumentar su velocidad. La ira era su
generador de energía.
Vader pudo ver a la hembra wookiee justo delante. Pelaje blanco y piernas largas
y agitadas. De alguna manera, se las arregló para correr aún más rápido. Vader podía
sentir que ella tenía un destino específico en su mente. También un propósito claro:
destruirlo. Sin embargo, ella nubló su visión. Su mente era fuerte, se dio cuenta
Vader, mucho más fuerte que cualquiera con el que se hubiera encontrado en algún
tiempo. Empujó con más fuerza, tratando de forzar su mente de nuevo abierta. Captó
un rápido destello: la central hidroeléctrica.
Vader arrancó la imagen de sus pensamientos antes de que su mente volviera a
bloquearse. Puede que ella tuviera una voluntad fuerte, pero él era más fuerte. Se
acercaban a la central hidroeléctrica. Vader pudo oírla antes de verla. El rugido del río
lo delataba. La hembra wookiee salió primero de la jungla, pero Vader estaba justo
detrás de ella. La estructura de acero y permacreto de la estación parecía una
imponente fortaleza surgiendo de la jungla. El sonido del agua fluyendo por la presa
era casi ensordecedor. Los storm troopers protegían y patrullaban el muro perimetral.
Divisaron a la hembra wookiee.
—¡Cuidado, un intruso! —llamó un soldado a los demás. Se dieron la vuelta y
levantaron sus blásteres. Abrieron fuego. Los disparos silbaron hacia ella.
Sin embargo, la hembra wookiee se agachó detrás de la presa que contenía el
caudal del río. Los disparos rebotaron en el permacreto peligrosamente cerca de su
cabeza, pero ella se agachó y colocó el último de sus explosivos justo en la base de la
presa. Se agachó, esquivando los disparos de los blásteres, y la armó con un suave
pitido. La luz roja emitió su advertencia.
«Así que este es su plan», pensó Vader mientras salía de la jungla. Destruir su
fuente de energía hidroeléctrica, parando así las bombas de la refinería para cortar los
valiosos suministros de combustible del Imperio. Aún no lo sabía, pero su plan se
había frustrado. Nadie podía escapar de él.
—¡Pidan refuerzos! —comunicaron los storm troopers, que bajaron corriendo del
muro perimetral para respaldar a su comandante, pero Vader levantó la mano
enguantada.
La hembra wookiee estaba atrapada, entre Vader y los soldados, con la espalda
contra la barrera de permacreto de la presa. Estaba sola y no tenía adónde huir.
—Alto al fuego —ordenó Vader.
Los soldados siguieron las órdenes y se acercaron para flanquear con sus
blásteres, mientras Vader empuñaba su sable de luz. Lo activó con un rápido

LSW 92
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

movimiento de su mano. La hoja carmesí vibró con amenaza. La hembra wookiee


pareció asustada e intentó retroceder más, pero su espalda rozó la pared.
Levantó su mano desaliñada, que aún sujetaba el detonador. Abrió las mandíbulas
y habló en los gruñidos y quejidos guturales de su lengua nativa, el shyriiwook, pero
su mensaje era bastante claro.
—Quédate atrás o destruiré los generadores —gruñó la wookiee.
Esta rebelde tenía habilidades. Vader estaba intrigado. Profundizó en su mente
usando la Fuerza. El miedo aflojó su agarre y le facilitó abrirla. Esta hembra era la
mente maestra detrás del sabotaje. Incluso a su corta edad, ya era una formidable líder
rebelde. Él captó destellos de su vida.
A pesar de ser relativamente corta en la larga vida de su especie, el dolor y el
tormento la llenaron casi desde el momento de su nacimiento. Su odio hacia el
Imperio ardía con fuego abrasador.
Huérfana. La palabra rebotó en su cabeza como un disparo de bláster. Entonces
eran iguales en eso. Vader comprendió la rabia que ella sentía.
—Tus pensamientos te traicionan y a tu estúpido plan —dijo Vader con voz
profunda—. La ira y el odio son armas poderosas. El Imperio podría dar un mejor uso
a tus talentos. Lástima que los desperdicies luchando por débiles traidores rebeldes.
Kataarynnna comprendió y su ira se encendió. Vader presionó su mente con la
Fuerza. Le mostró el poder que podría ejercer si unía sus habilidades al Imperio.
Poder, dominación y control para restaurar el orden en la galaxia. Por un momento,
pareció que ella cedería y se rendiría.
Entonces ella lo empujó fuera, cerrando su mente como una jaula de acero.
—Nunca —rugió ella.
—Esta es tu última oportunidad —dijo Vader con voz amenazadora, alzando su
sable de luz para abatirla de un rápido golpe y acabar con su vida—. Estás vencida. Es
inútil resistirse. Subestimas el poder del Imperio.
Kataarynnna lo miró fijamente. Sus gruñidos resonaron mientras se golpeaba el
pecho. Su tono y su postura dejaban claro su mensaje.
—Primero moriría.
—Como desees —dijo Vader con desprecio.
Vader se preparó para blandir su sable de luz contra ella. No tenía ninguna
posibilidad contra su poder, pero le quedaba una última esperanza. La hembra
wookiee aferró a ella con fiereza mientras levantaba el puño. Un destello de metal. El
detonador.
Kataarynnna se movió para pulsarlo, activando los artefactos explosivos que había
colocado alrededor de los generadores de energía. La explosión seguramente la
mataría, pero estaba claro que no le importaba. Sería su sacrificio por la Rebelión, por
esta luna devastada. Presionó el botón…, pero no pasó nada.
Ninguna explosión sacudió los generadores. La presa se mantuvo firme contra el
río embravecido. Lo intentó de nuevo, presionando inútilmente el detonador. No
obstante, el botón permaneció fijo en su sitio. La conmoción y el horror se apoderaron
de sus facciones cuando toda esperanza se desvaneció junto con su última defensa.

LSW 93
Varios autores

Vader se sintió satisfecho. Levantó el puño. Se le había adelantado, había usado la


Fuerza para bloquear el detonador antes de que ella pudiera activarlo.
—Subestimas el poder del Lado Oscuro —dijo él con su voz mecánica—. Ahora
morirás por ello.
Giró su sable de luz para derribarla y, al mismo tiempo, extendió la Fuerza para
aplastar el detonador que tenía en la mano e inutilizarlo. Entonces algo llamó la
atención de Vader. Se detuvo en seco y giró la cabeza. Ruidos de crujidos surgieron
de la jungla. Se concentró en la perturbación, pisadas aplastando la maleza y voces
susurrantes y gruñidos quejumbrosos. Rápidamente, Vader soltó el detonador con la
Fuerza y se sacudió mientras los soldados de asalto se agolpaban para apoyarle.
Apuntaron sus blásteres a los árboles.
Todo quedó inmóvil durante un largo momento. Y entonces fuerzas rebeldes
salieron de la jungla: un grupo de wookiees mayores y de rebeldes humanos con
equipo de combate y cascos. Era una emboscada. La hembra wookiee había hecho
caer a Vader en una trampa. La furia se apoderó de Vader. La haría sufrir.
—¡Salven a la chica! —gritó un rebelde antes de disparar hacia su dirección—.
¡Vayan por el detonador!
Los rebeldes desataron una andanada de disparos de bláster contra Vader y los
soldados, intentaban alejarlos de la chica y rescatarla. Los disparos iluminaron la
jungla con fuego y ruido. Los wookiees luchaban con sus rifles largos de madera
tallada a mano y con algo semejante a unas ballestas láser, mientras que los soldados
rebeldes disparaban blásteres estándar.
Intercambiaron disparos con los soldados de asalto mientras Vader blandía su
sable de luz para desviar sus disparos y empujarlos de vuelta a la jungla y lejos de la
vulnerable central hidroeléctrica. El explosivo destelló con luz roja. Todavía estaba
armado. Una buena explosión podría encenderlo. Algunos soldados rebeldes
recibieron disparos y cayeron al suelo con gritos de dolor, mientras que varios
soldados también recibieron impactos. Gritaron y se agarraron el pecho, cayendo al
suelo. Sus armaduras blancas salpicaban el suelo, que resaltaban sobre la tierra teñida
de rojo.
Vader no se dejó abatir tan fácil. Casi sin ayuda de nadie, hizo retroceder a los
rebeldes hacia la jungla, usando su sable de luz para interceptar el fuego de los
blásteres y regresarlos a sus dueños.
—No ¡cuidado! —gritó un rebelde cuando le rebotó un disparo.
Se desplomó en el suelo, pero muchos seguían en pie. Vader se adentró en la
Fuerza, arrancó ramas de los árboles y las lanzó contra los rebeldes. Estos se
agacharon y se apartaron mientras los escombros los sepultaban. Los rebeldes perdían
terreno rápidamente.
Vader los hizo retroceder hasta el borde de la jungla. Pronto serían derrotados.
Luchó con más fuerza, blandiendo su sable y lanzándoles rocas y pedruscos. En el
caos de la pelea, la hembra wookiee consiguió escapar y se unió a los refuerzos
rebeldes. Aún sostenía el detonador. Distraído por la emboscada, Vader había soltado
el dispositivo y no había conseguido aplastarlo del todo.

LSW 94
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Ella fue a apretar el botón, pero Vader intuyó su intención y se defendió con la
Fuerza. Los rebeldes le dispararon, esperando desconcentrarle, mientras Kataarynnna
se resistía, intentaba apretar el botón. Era una batalla de voluntades: la luz contra la
oscuridad. No obstante, Vader empujó con más fuerza.
Con un último y tremendo esfuerzo, aplastó el detonador en sus manos. El metal
se arrugó, lo inutilizó. Había ganado la batalla. Sin embargo, el poder explosivo de su
batalla de voluntades abrió una grieta en el suelo bajo ellos.
¡Crac! El suelo se abrió ante él y cayó, se había creado una profunda grieta que
separó a Vader de los rebeldes. Él estaba a un lado; ellos, al otro. Vader observaba
con furia apenas contenida. Frustrado su plan, los rebeldes huyeron rápido hacia la
jungla, escaparon en speeders camuflados y catamaranes wookiee. Se fundieron en la
densa vegetación y desaparecieron velozmente de la vista.
Los storm troopers siguieron disparando, derribaron algunos speedes rebeldes, que
se estrellaron en la jungla con explosiones de fuego. Sin embargo, muchos
consiguieron escapar. Entonces ocurrió algo inesperado.
Kataarynnna volvió haciendo círculos sobre sus speeders. Sus ojos brillaban con
determinación. Miró fijamente a Vader. Aceleró más y más, ganando velocidad, se
dirigió a la grieta. Saltó con su speeder sobre ella.
ZUUUUM. Corrió hacia Vader, esquivando los disparos de los blásteres
enemigos, giró hacia la central hidroeléctrica. Apuntó al explosivo situado en la base
de la presa. Vader levantó su sable de luz y se abalanzó sobre su moto. Le cortó uno
de los blásteres del vehículo, pero ella se apartó para que un bláster siguiera
funcionando. Luchó por mantener la moto estable. Disparó, fue un tiro perfecto.
¡BUUUUM! Una enorme explosión sacudió la presa. Unas grietas rompieron la
barrera de permacreto. A medida que el agua se filtraba a través de ella, esas grietas se
hacían más grandes. El río se liberó, las aguas escaparon e inundaron la jungla.
Incluso los árboles parecieron suspirar de alivio cuando el agua saturó su suelo y
sació su sed. Destrozada por el agua que se escapaba, la central hidroeléctrica se
derrumbó en un montón de polvo y ruinas.
Vader vio cómo la hembra wookiee se alejaba a toda velocidad en su speeder de
vuelta a la jungla, escapaba con los demás traidores rebeldes.
Aferrado aún a su sable de luz, que parpadeaba en la luz mortecina cuando los dos
soles se ponían en el horizonte, Vader permaneció de pie al borde de la grieta en el
suelo mientras las ruinas de la central hidroeléctrica se asentaban a sus espaldas. La
ira fluía a través de él como el río embravecido que empapa la jungla. ¿Cómo se
atrevía a desafiar al Imperio? Pagaría por ello. Esta batalla no era el final.
Era solo el comienzo de una guerra más larga. Ahora Vader sabía de ella. No
estaba a salvo. No la olvidaría ni a ella ni a su traición. De hecho, ella nunca volvería
a estar a salvo. Vader miró hacia arriba. El horizonte se tiñó de rojo sangre con la
brillante puesta de soles. El polvo que flotaba entre los escombros oscurecía la luz. Su
respiración artificial se entrecortaba.
—Nadie escapa del Imperio —dijo Vader al cielo, a los soles en el horizonte, a la
chica wookiee que se alejaba a toda velocidad por la selva—. Te cazaré… te destruiré.

LSW 95
Varios autores

Sus pensamientos tenían un gran poder. Irradiaban, transmitidos con la voluntad


de la Fuerza. Sabía que ella podía sentir su intención, la malicia que sentía por ella.
Vader volvería. Vendría con refuerzos y estaría preparado. No volvería a escapar tan
fácilmente. Nadie podía escapar de Darth Vader. La próxima vez acabaría con ella.

LSW 96
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

LSW 97
Varios autores

LUKE EN EL LADO LUMINOSO

SAM MAGGS

N O ES QUE le temas a la oscuridad. En verdad no es eso.


¿No te resulta familiar? Claro. Cuando creces en un planeta con dos soles y tres
lunas, te acostumbras a días cegadores y noches aún brillantes. En todo caso, la puesta
de sol es un alivio en Tatooine, no algo de lo que preocuparse. Ghomrassen,
Guermessa y Chenini solo reflejan la luz de los soles, no el calor. Las temperaturas
abrasadoras del día se desvanecen en la brumosa penumbra del atardecer y de repente
es liberador. La arena deja de quemarte los pies; no tienes que entrecerrar los ojos
para ver más allá de la punta de la nariz; puede que ni siquiera te deshidrates.
Bueno, al menos no te deshidratarás tan rápido.
No. Quieres algo oculto en Tatooine, escondido en algún lugar, que no dependa de
la endeble cobertura de la «oscuridad». Hay océanos de dunas de arena para eso,
incluso es más fácil de perderse en plena luz del día que en mitad de la noche. No
puedes confiar en tu propio cerebro en las dunas en pleno día. Eso sí que da miedo.
Así que no es algo en lo que haya pensado mientras crecía. Solo he experimentado
la oscuridad como piloto, pero eso también es diferente; es oscuridad de verdad, de la
que te recuerda que lo que no ves ni siquiera está ahí. Nada se esconde en las sombras
del espacio profundo; no hay sombras. Simplemente no hay nada. Ese tipo de
oscuridad es vacía y, de un modo extraño, predecible. La oscuridad es la parte menos
aterradora del espacio. Lo verdaderamente aterrador aparece para interrumpir la
oscuridad: asteroides, erupciones solares, Destructores Estelares.
También es un tipo de oscuridad liberadora, casi del mismo modo que en
Tatooine. Ese espacio está ahí, esperando a que existas en él. No lucha contra ti como
la arena bajo tus pies; tu nave lo atraviesa sin esfuerzo. Podrías apagar los motores y
seguir volando y volando a través de esa oscuridad para siempre. Nunca intentará
detenerte. No puede.
Aquí, en cambio, esta oscuridad no es liberadora. Esta oscuridad es en extremo lo
opuesto.
—¿Luke? —Una voz, fuera de la oscuridad constreñida. A mi derecha. ¿A la
izquierda? Definitivamente a la izquierda.
—¿Reyé? —grito a mi vez, extendiendo las manos a ciegas—. ¿Dónde estás?
Empiezo a buscar a tientas y mis manos se topan rápidamente con un muro de
nieve y hielo a centímetros de mis dedos extendidos. Entonces, hacia delante no.
Entendido.
No es que tenga miedo. Es solo que, si estoy aquí abajo un segundo más,
asfixiándome en esta negrura de la que creo que, probablemente, nunca podré escapar
y este es el lugar en el que voy a morir y nadie va a encontrarme porque está tan
ridículamente oscuro, voy a arrancarme la cara usando la Fuerza.

LSW 98
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Ni siquiera creo que la Fuerza pueda hacer eso, pero si alguien puede encontrar
una manera, soy yo, ahora mismo. Espera… la Fuerza. Nadie puede verme poner los
ojos en blanco, pero lo hago de todos modos. Es suficiente saber que lo hice, porque
en ese momento, me lo merecía.
—¡Por aquí! —grita Reyé. Eso no es muy útil, hay que reconocerlo, pero me ha
ayudado tanto desde que llegué a la base que difícilmente puedo echárselo en cara.
Ahora no puedo verlo, pero tiene una sonrisa muy bonita.
—No te muevas.
Me apoyo con las manos en la pared cubierta de nieve y cierro los ojos por
costumbre, no es que eso oscurezca más las cosas. Aspiro profundo y suelto el aire
despacio, vaciando la mente. Luego otra vez. Y otra más.
Me pica la espalda. El alivio. Trago muy fuerte, por alguna razón. Lo ignoro.
Siento la presión real e imaginaria del derrumbe helado justo encima de mí, y la
aparto de mi mente. Me concentro. Me concentro de verdad. De repente, son como
fuegos artificiales. Mi conciencia sale de mí como el viento del desierto sobre la
arena, dibujando el mundo que me rodea sin necesidad de luz, tacto, olor ni nada de
eso.
Fluye sobre fragmentos de hielo y nieve y montones de escombros, que trazan un
mapa a través del túnel cerrado que me rodea. La Fuerza ilumina la parte posterior de
mis párpados con sensaciones e información que llegan desde todos los lados, a toda
velocidad.
Allí está, a seis metros a mi izquierda con sus botas de combate negras, pantalones
impermeables del mismo material blanco que su parka con ribete de piel, barba oscura
sobre una piel aun más oscura, casco y gafas reglamentarias que cubren un pelo
rizado que, de alguna manera, la Fuerza me dice que es muy suave y huele muy bien,
allí está. Sargento Reyé Hollis, Fuerzas Especiales de la Alianza. Más bien es de la
«Alianza Especial Forzadas a Salir Conmigo». Sé que no me soporta. Ahora soy la
razón por la que estamos atrapados en un derrumbe de hielo debajo de la Base Eco en
Hoth, donde ambos vamos a morir. Estupendo.

No tenía por qué ser así.


—¡Te encontraré! —Oigo gritar a Luke desde el fondo del túnel.
Pongo los ojos en blanco, aunque no hay nadie que se dé cuenta. ¿Adónde más
voy a ir? ¿A Coruscant? ¿No se ha dado cuenta el piloto de que estamos atrapados
aquí?
Y ¿qué?, ¿me encontrará? ¿Con su visión mágica? Le va a llevar más tiempo
sentir dónde estoy con su corazón o lo que sea que hacen los Jedi de lo que me
llevaría a mí marchar un par de metros por el túnel y darle un golpe en el hombro.
Qué pérdida de tiempo y energía. Aun así, no se puede discutir con Luke. Ya sé que
es mejor que eso, y solo lo conocí más temprano hoy. Ni siquiera está tan oscuro aquí
abajo.

LSW 99
Varios autores

No es que no me guste el tipo. Parece estar bien. Un poco engreído, es ese tipo de
gente con la cabeza en las nubes, pero tiene un cabello estupendo, ojos azules de
verdad, también, como el cielo sobre esta roca helada en un día claro. Es solo que, en
todas las historias sobre ellos que he oído, los Jedi son inútiles, sin sentido en el mejor
de los casos, y dañinos y peligrosos en el peor, aparte no hay necesidad de traer todo
eso de vuelta. Eso es todo.
Con un suspiro, bajo al suelo nevado de la ¿cueva-túnel? ¿Túnel-cueva? Era un
túnel, ahora es una cueva, subo las rodillas bajo la barbilla. Es más fácil conservar el
calor corporal si eres lo más pequeño posible. Al menos eso es la información que nos
dio el holograma de camino hasta aquí. Tengo tiempo muerto mientras espero a que el
«genio» Jedi se acerque a mí con los ojos cerrados, así que pienso en lo que pasó hace
unas horas, más o menos cuando nos conocimos. Estaba ocupado haciendo mi trabajo.
Porque tengo un trabajo. Uno de verdad.
Después de la batalla de Yavin, antes de que los pedazos de la Estrella de la
Muerte se enfriaran, los rebeldes volvimos a huir. Tuvimos que evacuar Yavin 4.
Nunca hemos sido capaces de permanecer en un lugar mucho tiempo. El Imperio
siempre nos persigue, de una forma u otra. Teníamos que encontrar un nuevo
campamento base lo más rápido posible.
Finalmente, el General Rieekan y los otros peces gordos de la Alianza se
establecieron en Hoth. Bien. No es Canto Bight, pero de eso se trata. Ni siquiera está
en las cartas estelares de navegación estándar. Tan escondido como se puede estar, en
el espacio. El plan es quedarse aquí por mucho, mucho tiempo.
El único problema con Hoth es que no es exactamente muy hospitalario o, como
digo yo, muy Hothpitalario. A menos que seas un tauntaun, supongo. El lugar es un
cubo de hielo gigante. No es de extrañar que nadie se haya molestado en
cartografiarlo; no se me ocurre ni una sola razón por la que alguien, salvo los más
buscados de la galaxia, encontraría este lugar atractivo.
Así que aquí es donde he estado con el resto de la trabajadora tripulación de la
Alianza. Día tras día, excavando túnel tras túnel, caverna tras caverna, a través de la
nieve y el hielo con cortadoras láser. Encontraron una montaña en el sur de la
Cordillera Clabburn perfecta para ahuecar. Resulta que miles de combatientes, un
montón de cazas y transportes necesitan mucho espacio. No dejes que te digan que el
aislamiento de plasmolde hace la diferencia en este tipo de frío; creo que
probablemente nunca volveré a sentir la punta de mis orejas, ni la punta de la nariz.
Condiciones como esas tienden a unirte a la gente que te rodea. Me hice muy
amigo del resto del escuadrón de Hoth. Incluso conozco a una chica que dice que se le
ocurrió el nombre de Base Eco, por la forma en que tu voz parece viajar y viajar por
estos pasillos helados.
Entonces, hoy temprano, llegó Luke Skywalker. El nuevo Jedi, el mismísimo
héroe de Yavin necesitaba una niñera.
—¿Skywalker? —grité, acercándome al trote detrás del chico nuevo. Estábamos
en lo que pronto serían los barracones de la planta baja, se oía el constante zumbido
de la cortadora láser.

LSW 100
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

No parecía que me hubiera oído. Luke se limitaba a contemplar la pared de hielo


que tenía delante, mirando hacia arriba y arriba y arriba. El pelo desgreñado le rozaba
el cuello del abrigo; ni siquiera llevaba sombrero. Aprendería rápido, como todos.
—¡Skywalker! —repetí, esta vez más alto, justo detrás de él, intento llamar su
atención. La postura de Luke cambió por un segundo; estaba seguro de que iba a decir
algo.
Mas, en lugar de eso, casi demasiado rápido para que yo pudiera agarrarlo, Luke
giró sobre sus talones y tomó algo del aire con su mano enguantada, algo tan pequeño
que apenas pude verlo. Después de examinar un momento lo que tenía entre los
dedos, me miró con una sonrisa más brillante que el sol reflejándose en el hielo.
—¡Mosca glaciar! —gritó por encima del ruido, con la palma de la mano abierta
hacia mí. Bajé la mirada hacia su mano. Efectivamente, había un pequeño insecto con
aspecto de hielo sentado allí tranquilo.
No sabía muy bien qué decir. Me decidí por:
—Eso parece.
Luke asintió con toda la seriedad de la galaxia.
—He oído que los gusanos de hielo con nariz de tenedor nativos de la zona solían
vivir simbióticamente con las moscas de los glaciares, antes de que se extinguieran.
Debió de ser un espectáculo digno de ver.
De repente, la cortadora láser se apagó y dejó a su paso un sonoro silencio.
—¿Te imaginas? —Luke dijo en voz baja en el vacío.
Le guiñé un ojo.
—No. —Entonces extendí mi mano para igualar la suya—. Sargento Reyé Hollis,
Fuerzas Especiales de la Alianza. Debo familiarizarte con la Base Eco.
Luke me miró la mano, solo un segundo, antes de soltar suave su mosca glaciar.
Me agarró la mano con una fuerza sorprendente y esa misma gran sonrisa.
—Luke Skywalker. ¡Estoy aquí para ayudar!

Siempre he necesitado ser útil. Sobre todo «de utilidad». Así es como a mi tía Beru le
gustaba llamarme, de la manera más dulce. No tenía un hueso que no fuera dulce en
su cuerpo (sus huesos. No, no pienses en eso).
En fin, eso es lo que me llevó a los rebeldes, eso es lo que hizo que mi torpedo
entrara en ese pequeño puerto de escape térmico de la Estrella de la Muerte, y eso es
lo que me llevó a Hoth. Me gusta tener un propósito. ¿No les gusta a todos? ¿No es
eso algo que toda la gente necesita, a través del espacio y del tiempo, Jedi o Sith,
bueno o malo? ¿No estamos todos buscando nuestro propósito en esta galaxia grande,
vacía y oscura?
Mi propósito en Hoth, al menos al principio, era ayudar en la excavación de un
sistema de túneles especialmente difícil que los ingenieros y el equipo de
construcción de la Alianza estaban excavando en la ladera de una montaña. Lo
estaban haciendo bien por su cuenta, pero era un trabajo lento. Sería mucho más fácil

LSW 101
Varios autores

si tuvieran un sistema de sensores humanos fácilmente transportable que les


permitiera saber dónde y cuándo excavar.
Los líderes rebeldes no me escucharon cuando intenté decirles que apenas podía
explicar qué era la Fuerza, y mucho menos cómo funcionaba, o cómo conseguir que
funcionara para mí, de forma fiable. Mas me enviaron de todos modos. Y ahora tengo
que esforzarme al máximo, por el bien de todas las almas de esta base.
Sin embargo, no podía explicárselo a mi nuevo compañero de base, el Sargento
Hollis, sorprendentemente gruñón, mientras me acompañaba por los gélidos pasillos
de la Base Eco poco después de conocernos, así que me centré en el momento que
tenía entre manos. Pensé que la mosca glaciar era realmente genial. Él, al parecer, no.
Lo deduje del hecho de que no me había dirigido la palabra desde que salimos del
cuartel inferior.
—¿De dónde es usted, sargento? —pregunté con amabilidad, tratando de romper
el silencio de forma que ninguno de los dos se sintiera demasiado incómodo.
Pasaríamos mucho tiempo juntos aquí abajo; más nos valía conocernos. Me miró
de reojo a través de unas espesas pestañas oscuras.
—¿Qué, no es obvio para ti?
—Bueno, no me gusta hacerlo sin invitación —respondí—. Sin embargo, si está
preguntando.
Me detuve en mitad del pasillo. Reyé tardó un par de pasos en darse cuenta de que
ya no estaba a su lado y se detuvo bruscamente. Cuando volteó, cerré los ojos.
Respiré hondo. Viento sobre arena. Extendí la mano… vi… y sentí…
—¡Ah! —Mis ojos se abrieron de golpe—. Tanta agua, y tan verde. Tu casa es
preciosa.
Reyé se me quedó mirando. ¿En serio? Estaba seguro de que había acertado…
—Quise decir mi nombre —dijo finalmente con un rostro inescrutable—. La «é»
final de mi nombre proviene de Naboo. A veces la gente sabe de dónde soy solo por
eso.
Sentí que la cara se me ponía roja.
—Correcto. —Asentí, apresurándome a alcanzarlo mientras él arrancaba de nuevo
con su larga zancada—. Naboo. He oído hablar de eso. Ya lo creo.
—Tu primera misión es por aquí abajo. —Reyé giró por un pasillo en suave
pendiente, que nos llevaba aún más al interior de la montaña.
—No tiene sentido perder el tiempo.
—Eso es lo que hacían siempre los Jedi, ¿no? —dijo Reyé con sequedad.
Negué con la cabeza, confundido.
—¿Qué?
—Pierden el tiempo. Agitar las manos. Piensan mucho en las cosas. Hacen que la
gente muera.
—No —protesté de inmediato—. No, no es así. No es así en absoluto.
Reyé enarcó las cejas.
—¿No? —señaló las paredes del túnel con la barbilla—. Entonces ¿no estamos
aquí, en medio de la peor helada de la galaxia, rezando cada día para que el Imperio

LSW 102
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

no se abalance sobre nosotros desde arriba? Porque los Jedi se deshicieron de todo el
mal de la galaxia. ¿No es cierto?
Tragué saliva y me di cuenta de que tenía la garganta tan reseca como si fuera
pleno día en Tatooine.
—No. —Lo miré fijamente a los ojos, oscuros y serios, descubrí que me esperaba
un desafío—. No fue así, no la última vez, pero esta ocasión será diferente. Esta vez,
me tienes a mí. No lo defraudaré.
Entonces un gusano de hielo gigante con nariz de tenedor salió disparado a través
del suelo helado junto a nosotros, y el mundo entero cayó sobre nuestras cabezas.

Este es mi problema con los Jedi. Mientras el resto de los trabajadores de la Alianza
llevamos semanas dejándonos la piel en esta roca helada del Borde Exterior, a Luke
Skywalker le dan una medalla y le llaman héroe. Como si fuera el único que luchó en
la Batalla de Yavin. Como si fuera la persona más importante de esta base.
Siempre fue así con los Jedi. Por lo que escuché, al menos. Aparecen, se llevan la
gloria y dejan las cosas peor de lo que estaban. Como ahora…
Entrecierro los ojos en la oscuridad y capto lo que mis ojos pueden ver. Ese
gusano atravesó el hielo sólido, colapsando el túnel de acceso a nuestro alrededor.
Entrada y salida completamente bloqueadas. No hay forma de subir o bajar. Lo mejor
que tenemos para trabajar aquí son algunas luces rotas y más hielo. No es lo ideal.
Observo a Luke, con los ojos aún cerrados, arrastrando los pies cada vez más
cerca de mí, con los brazos extendidos delante de él. Decido, afortunadamente en mi
opinión, acabar con su sufrimiento, levantarme y tocarlo en el pecho antes de que
pueda ir más lejos.
—Las traes. Te toca.
Puedo ver el brillo tenue en los ojos de Luke mientras se abren.
—¡Te encontré!
Ajá, así fue.
—Sí, seguro lo hiciste.
—Tenemos que salir de aquí. —Luke respira agitado y sus ojos se desorbitan. O
es claustrofóbico o no puede ver bien en la oscuridad, o ambas cosas. De cualquier
manera, es solo un poco divertido. Pero, sobre todo, es molesto.
—Hagas lo que hagas, no uses tu magia espacial —sugiero, empezando a tantear
las paredes heladas en busca de huecos—. Eso es probablemente lo que lo despertó.
Oigo a Luke soltar algo entre un bufido y una exhalación detrás de mí.
—Oh, cierto. Estoy seguro de que fue la Fuerza la que lo despertó, y no tus láseres
de hielo gigantes.
—¿Láseres gigantes de hielo devuelven a la vida a muchos animales extintos? —
¿Percibo aire?

LSW 103
Varios autores

—¡Obviamente no extintos! —Luke protesta, agarrando de mi parka para poder


seguirme en la oscuridad—. ¡Porque acabamos de verlo! Sabes, tuve un
presentimiento, cuando encontré esa mosca glacial.
Otra mirada en la oscuridad.
—Siento algo.
Sí, pero definitivamente es solo aire. Justo a través de este pequeño hueco.
—Sientes algo. —Luke se burla de mí—. Ya era hora de que tuvieras
sentimientos.
—Ash… bueno, estoy sintiendo aire —digo, jalando mi capucha hacia delante y
arrastrando al chico mosca con ella. Incluso en este pozo puedo oler su champú. Es
agradable. O lo que sea—. Pon tu mano aquí.
Solo tardo un segundo en ver a Luke agitarse en la oscuridad antes de agarrarle la
mano con un suspiro exasperado y sostenerla sobre el pequeño hueco en la pared de
nieve. El aire frío (pero el aire que fluye, eso es importante) atraviesa nuestros
guantes. Oigo la respiración entrecortada de Luke. El pánico parece abandonar su
cuerpo, solo por un segundo. Es lo mejor. El pánico consume demasiado aire.
—Podemos hacer turnos para cavar —sugiero, pero antes de que las palabras
salgan del todo de mi boca, Luke me agarra la mano con las dos suyas, aferrándose a
ella como si lo mantuviera en tierra firme.
—Sé cómo sacarnos de aquí —dice, con toda la seriedad de su cara de granjero—,
pero tienes que confiar en mí. Tienes que dejarme hacerlo.
Le enarco una ceja.
—¿Hacer qué?
Respira hondo y se tranquiliza. Traga saliva con fuerza. Luego dice:
—Aceptar la oscuridad.

No es que tenga miedo a la oscuridad. En realidad, no. Más bien es que temo en lo
que podría convertirme si paso demasiado tiempo en ella. Sin embargo, el miedo y la
falta de familiaridad con la oscuridad y en lo que podría convertirme es algo a lo que
me estoy acostumbrando, no de inmediato (como Reyé puede notar por mi respiración
acelerada y la forma en que le he roto accidentalmente uno o dos dedos con mi agarre
mortal), pero poco a poco.
Seguro. Lo estoy consiguiendo. Sé cómo sacarnos de esta. Tengo que hacerlo.
Porque eso es lo que hacen los Jedi. Ahora, sí, hay otra versión de esto en la que tuve
mi sable de luz en la cadera todo este tiempo (que también es lo que los Jedi deben
hacer, estoy aprendiendo muy rápido), así que la oscuridad, la nieve y probablemente
el gusano de hielo con nariz de tenedor dejaron de tener sentido muy rápidamente.
Qué útil es mi sable de luz. Tan útil. Tan sellada en la unidad de
descontaminación donde me han quitado todo lo que llevaba antes de aterrizar en
Hoth para asegurarse de que no llevaba ningún patógeno de otro mundo que pudiera

LSW 104
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

dañar la fauna local. Francamente ahora mismo estoy pensando que tal vez eso no
hubiera sido tan malo después de todo.
No, aún no hay sable de luz.
Eso no me deja sin armas. Empujo a Reyé hacia el frío suelo nevado del túnel y
cruzo las piernas. Sigo sujetando sus manos y cierro los ojos. Le oigo soltar otro
suspiro irritado. Entonces, a través de la Fuerza, siento que él también cierra los ojos.
Pienso en casa. Pienso en Tatooine y en esos soles crueles y amables. Pienso en su
luz, reflejada en Ghomrassen, Guermessa y Chenini. Observo cómo cada grano de
arena del desierto absorbe la tranquila luz de esas lunas, y absorbe y absorbe hasta que
las lunas se oscurecen y se oscurecen y entonces no hay nada. Tatooine está oscuro.
Vacío. Silencioso.
Mas no del todo. En un instante, cada grano de arena se ilumina, ardiendo con el
fuego de ambos Tatoos. Veo como toda la arena ardiente se levanta del suelo y flota
hacia el cielo, iluminando el mundo de nuevo. Encendiéndose y quemando todo.
Entonces oigo a Reyé jadear, vuelvo a estar con el trasero en la nieve de Hoth,
pero ahora nuestras manos enguantadas están muy, muy calientes. Abro los ojos lento.
Tengo que parpadear una, dos veces. Es tan… brillante.
Justo a nuestra izquierda, puedo ver el sol, como el sol que se abre paso entre las
nubes en el hermoso planeta natal de Reyé. Puedo sentirlo. El lugar donde el hielo es
más fino, donde el derrumbe es más vulnerable a nuestras suaves manos humanas.
Donde, si trabajamos juntos, durante un rato, podremos abrirnos paso y encontrar el
camino de vuelta a la luz.
—Sé dónde podemos cavar para liberarnos —digo, y sé que sueno tan chiflado
como Reyé cree que soy, pero tengo razón, ya no me importa lo que piense de mí. Sé
que puedo salvarnos. Sé que tengo razón.
Miro nuestras manos que brillan tenuemente y luego vuelvo a mirar a Reyé. Yo no
diría que parece feliz; no creo que el tipo haya parecido feliz ni un solo día de su vida.
Aún hay dudas en sus ojos. Sin embargo, puedo decir, si no me complico, que parece
impresionado.
Muestro la misma sonrisa que le dediqué la primera vez que lo vi.
—¿Ves? Los Jedi no son del todo malos.
Bufa, pero veo un poco de humor en sus ojos.
—¿Se supone que resolver el mismo problema que tú causaste hace que me caigas
bien?
—Tú también podrías haber causado el problema, te lo recuerdo.
Suelta mis manos, y el resplandor se desvanece lento, pero en un abrir y cerrar de
ojos, se pone de pie y vuelve a ofrecerme la mano.
—Está bien. Trabajaré para cambiarte de opinión. Tengo la sensación de que
vamos a estar en Hoth mucho, mucho tiempo.
Reyé se ríe (se ríe de verdad) mientras me pone de pie, con la oscuridad de sus
ojos brillando.
—Dioses, espero que no.
Cuando empezamos a cavar, no tarda en aparecer la luz, tal y como la vi en mi
mente.

LSW 105
Varios autores

La Fuerza nunca me ha guiado mal. Sé que nunca lo hará.

LSW 106
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

LSW 107
Varios autores

MAESTROS

TESSA GRATON

E N EL FRÍO y negro espacio, una estación de combate a medio construir espera. Una
superarma. Una Estrella de la Muerte. Una trampa.
Apaga las estrellas, pero centellea con peligrosas luces propias. Como aún no está
completa, la Estrella de la Muerte Mark II parece como si una gran bestia galáctica le
hubiera dado varios mordiscos, dejando bordes irregulares. En órbita alrededor de la
exuberante Luna Forestal de Endor, la Estrella de la Muerte gira lento. Aunque
parezca una asociación entre la luna y la estrella, hay una base en Endor que crea un
enorme escudo deflector para mantener a la Estrella de la Muerte en su sitio. La
energía necesaria está rompiendo con lentitud la pequeña luna verde, pero es una
víctima esperada. La Estrella de la Muerte está destinada a destruir todo lo que toca.
En el polo norte de la Estrella de la Muerte hay una torre. De cien pisos de altura,
es intimidante y elegante. A su maestro le gustan las cosas elegantes. Nació en un
planeta de elegancia y se elevó al poder en un planeta de lujo. Por supuesto, su
residencia en su estación de batalla sería un símbolo de sus gustos, pero también es un
símbolo de su dominio sobre sus antiguos enemigos, los Jedi. Durante siglos, su
templo en Coruscant fue un faro de esperanza y luz, y gobernaron desde una aguja
dorada. Toda su esperanza y luz han desaparecido, han sido eclipsadas por el poder
del maestro de la Estrella de la Muerte.
Ha tenido muchos nombres, algunos otorgados, otros ganados y otros tantos
tomados a la fuerza: hijo, Sheev, aprendiz, senador, Palpatine, Lord Sith, Sidious,
Emperador. Sin embargo, el que más le gusta es maestro. Fue el primer nombre de
poder que tomó para sí mismo. Un nombre secreto, una invocación al Lado Oscuro.
Pronunciado por su primer devoto y por cada aprendiz desde entonces. Dicho con
miedo y temor, por aquellos que se han ganado el derecho. Los débiles lo llaman
Emperador. Solo aquellos casi tan fuertes como él en el Lado Oscuro conocen su
mejor nombre. Un día, pronto, el joven Skywalker se arrodillará y lo dirá también. Él
lo ha previsto.
En lo alto de la torre de la Estrella de la Muerte está su sala del trono más brutal.
Es nueva, y él nunca había estado aquí hasta ahora. Mas espera pasar mucho tiempo
aquí, una vez que haya aplastado los últimos vestigios de la llamada Rebelión. El
trono está frente a una enorme ventana redonda, desde ella puede ver toda la galaxia.
Su galaxia. A su alcance, en los brazos del trono, hay paneles de control que le
conectan con toda la Estrella de la Muerte, desde los que puede comandar a cualquier
persona en cualquier planeta o nave a lo largo y ancho del Imperio Galáctico.
Ahora mismo no utiliza la tecnología para escuchar o hablar. No deja que el
funcionamiento del millón de soldados y constructores que se arrastran por la estación
de batalla le distraiga. No, el Emperador Palpatine se reclina en su trono y mira por la
gran ventana con sus ojos y sus sentimientos. Las estrellas se desdibujan mientras la

LSW 108
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Fuerza se eleva dentro y alrededor de él. Es un relámpago bajo su piel. Una red de
energía crepitante y furiosa en todas direcciones.
Siente todo a su alrededor: urgencia, ira, miedo, exactamente lo que busca. La
Fuerza atrae sus sentidos hacia fuera, hacia adelante. Sabe lo que está por venir. Lo ha
sentido. Ha movido piezas aquí y allá, ha organizado sistemas estelares para
adaptarlos a sus planes. La última vez que sintió esta anticipación fue hace unos
veinte años, en el nacimiento de su Imperio, cuando todo giró en torno a la creación
de su mayor activo: Darth Vader.
Vader siempre ha sido conflictivo. Palpatine siempre ha sabido utilizar ese
conflicto en su beneficio, susurrando, prometiendo, manipulando a Vader en esos
momentos de singular claridad que le hacen tan poderoso en el Lado Oscuro de la
Fuerza, pero ya no.
Eso siempre pasa con los aprendices. Palpatine debería saberlo; ha tenido varios.
Él mismo lo fue una vez y recuerda perfectamente el momento en que comprendió
que era mejor que su maestro, más fuerte y poderoso, y lo mató. Palpatine no
permitirá que ningún aprendiz suyo llegue a esa misma comprensión o crea que lo ha
hecho.
En su trono, sonríe. Es una sonrisa de labios agrietados y dientes amarillos. Es
feo. Un regalo del Lado Oscuro para hacerlo más aterrador, más horrible antes de
tiempo. Así como es por fuera lo es por dentro, y nadie que lo vea podría olvidarlo.
Mírenme. Témanme.
Ha pasado tanto, tanto, tanto tiempo desde que alguien le miró con algo que no
fuera miedo.
Lo recuerda. Ojos decididos, dorados por la vida, no amarilleados por la
oscuridad. El Gran Maestro Yoda. El brillo verde del sable de Yoda contra el rojo
sangrante del suyo.

—Me dicen que nuevo aprendiz tiene, Emperador. O ¿quiere que lo llame… Darth
Sidious?
—Maestro Yoda. Sobrevivió.
—¿Sorprendido?
—Su arrogancia lo matará, Maestro Yoda. Ahora va a experimentar todo el poder
del Lado Oscuro.
Los rayos de la Fuerza arden en vida desde las venas de Sidious, y alcanzan con
avidez al viejo Jedi. Atrapado, Yoda sale despedido hacia atrás, golpeándose con
fuerza contra la pared de la oficina del canciller.
—He esperado mucho tiempo este momento, mi pequeño amigo verde —dice
Sidious mientras se acerca a hurtadillas. Yoda no se mueve, salvo por el áspero
traqueteo de su respiración. Sidious se ríe al verlo—. Al fin los Jedi están muertos.
Yoda se levanta y lo mira.

LSW 109
Varios autores

—Solamente si es que yo lo permito. —Se levanta con un salto y con un pulso de


la Fuerza envía a Sidious volando contra la pared opuesta—. Tu reinado a su fin llegó.
Y demasiado largo fue.
Con eso, Yoda pone sus pies en posición de batalla. Sidious se pone de pie. No
tiene necesidad de batirse en duelo con este Jedi ya derrotado. Se da la vuelta para
irse, pero Yoda salta delante de él y empuja hacia atrás su capa para revelar su sable
de luz.
—Si tan poderoso eres —Yoda lo reta—, ¿por qué te vas?
—No podrán detenerme —dice Sidious. Su rabia lo alimenta, atrayendo chispas
del Lado Oscuro cada vez más cerca—. Darth Vader se volverá más poderoso que los
dos juntos.
El ridículamente pequeño sable de luz de Yoda cobra vida, es verde brillante.
—Tu fe en tu nuevo aprendiz equivocada podría estar. Como tu fe en el Lado
Oscuro de la Fuerza.
En respuesta, Darth Sidious se limita a encender su propio sable de luz. El rojo
furioso lo llena de ansiosa crueldad, y se ríe. No hay necesidad de tener fe en el Lado
Oscuro. El mayor poder del Lado Oscuro es simplemente un hecho.
Ataca con otra risa áspera. Yoda se levanta, esquiva el ataque y gira dando una
embestida. El pequeño Maestro Jedi es rápido y saltarín, sus movimientos le hacen
difícil de inmovilizar, pero Darth Sidious se enfrenta a él golpe a golpe. No puede ser
derrotado.
Su batalla los lleva a los semicírculos del podio del canciller, y saltan chispas al
chocar sus sables de luz. Usando la Fuerza, Sidious mueve la palanca que hace que el
podio se eleve.
El techo retrocede en espiral, abriéndose como un gran ojo, y bajo sus pies el
podio se mueve. Se eleva y se eleva como el propio Imperio Galáctico, hasta la
Cámara del Senado, una vasta cueva forrada con más de mil cápsulas repulsoras
apiladas en pétalos enroscados. Está vacía, silenciosa, un teatro sin público para este
enfrentamiento entre Darth Sidious y uno de los últimos Maestros Jedi.
Los dos continúan su batalla, furiosamente, los sables de luz verde y rojo
destellando juntos y separados. Darth Sidious ríe y ríe, su palabra cruel resuena contra
los gruñidos de esfuerzo de Yoda. Sidious está disfrutando. Aplastar a este viejo Jedi
le sabrá fuerte y dulce, pero están parejos. Es una pelea dura. Exactamente lo que
Sidious anhela.
Un duro golpe lo hace saltar del podio. Se ayuda de la Fuerza para que lo lleve a
través de la cavernosa Cámara del Senado hasta aterrizar en una de las cápsulas
repulsoras semicirculares. Con alegría, utiliza la Fuerza para arrancar otro podio de su
sitio y arrojarlo contra Yoda. Toma otro y también lo lanza. Y otro más.
Yoda lo esquiva, saltando, pero Sidious lo persigue, destruyendo cápsula tras
cápsula, como si arrancara una a una las escamas del enorme cuerpo de un dragón
krayt. El viejo Jedi se cansa y gira, ¡Sidious lo tiene! Lanza nuevamente una cápsula
repulsora, pero Yoda lo atrapa con la Fuerza, con las dos manitas verdes extendidas.
Sidious vuelve a reír, embriagado por la furia del Lado Oscuro. De repente, la cápsula

LSW 110
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

gira y Yoda la arranca del control de Sidious. ¡El Jedi la lanza directamente contra
Sidious!
Tiene que apartarse de un salto, y la cápsula se estrella contra la que había estado
pisando con una explosión de chispas y fuego. El humo se expande y Sidious se
vuelve y salta de nuevo en busca del Maestro Jedi. ¿Dónde podría haberse escondido
el Jedi? Seguro que no se escabulló ya derrotado.
De repente, Yoda está allí, saltando demasiado rápido para seguirlo, Darth Sidious
le lanza un rayo de la Fuerza, pero el Maestro Yoda lo atrapa.
Se enfrentan, el frío rayo azul los une. El azul se refleja a su alrededor,
especialmente en los decididos y desesperados ojos dorados del Jedi. Darth Sidious
está cansado. Esboza su peor sonrisa y prepara un asalto final con todo el poder del
Lado Oscuro. Como si lo presintiera, Yoda le devuelve el empujón con un último
estallido de fuerza. Sus poderes chocan, hay un estallido violento.
Darth Sidious se detiene en la barandilla de una cápsula repulsora, jadeando.
Apenas puede respirar, pero la energía le recorre mientras se levanta. Se gira para
buscar al Maestro Yoda, riendo de nuevo. Lo único que ve es la fea capa café del Jedi
cayendo como basura (llegan los soldados clon y no encuentran ningún cadáver).

Ahora en el trono en lo alto de la aguja de su torre de aislamiento en la Estrella de la


Muerte Mark II, el Lord Sith, el Emperador, piensa en aquel viejo Maestro Jedi, en su
duelo inconcluso.
No le atormenta, no tiene remordimientos que puedan atormentarle. Él ganó. Así
que obviamente es el vencedor. El Gran Maestro Yoda se escondió. Sidious ascendió
a la cima de la galaxia. Ahora todos lo llaman Emperador. Todos le temen. Basta
mirar cualquier rincón de su galaxia para ver la evidencia de que ganó. Mas, aun así,
le gustaría acabar con el Maestro Yoda en persona. No con sus propias manos, por
supuesto, sino con la descarga de un sable rojo.
Recoger el pequeño sable de Yoda una vez que la criatura verde esté muerta y
colocarlo con los demás, con todos sus trofeos en el Palacio Imperial. Parecerá un
juguete al lado del resto. Inútil, tonto. No quedará nadie llamado maestro excepto él
mismo.
Ha mirado. Configuró el Programa Inquisitorius para buscar el escondite de Yoda.
Se aseguró de que las sondas cazadoras conocieran su nombre y especificaciones. Una
o dos veces el Emperador consideró varios rituales arcanos Sith que podrían instigar
algún tipo de eco o hilo de la Fuerza que lo llevara a la ubicación de Yoda. Sin
embargo, nunca los llevó a cabo. ¿Por qué molestarse? ¿Por qué desperdiciar su
propio poder en un mero capricho? Dondequiera que esté Yoda, su poder está tan
disminuido que no puede ser una amenaza para el Imperio.
Sin embargo, a veces, cuando Palpatine se hunde en la Fuerza, bebiéndola como la
fuente inagotable de poder que es, sus sentimientos derivan por hilos distantes de ira.
Chispas de odio. En un lugar lejano siente un momento fugaz de familiaridad. Nunca

LSW 111
Varios autores

llega a nada si se molesta en localizarlo. Y a lo largo de los años que ha pasado con el
Lado Oscuro, con sus sentimientos difundiéndose por todas partes y absorbiendo
poder, el fácil contacto con el nombre de Yoda se ha convertido en algo meditativo.
Te derroté. Te ahuyenté y tomé todo lo que era tuyo. Las cosas que representabas
ahora son cenizas. Tú permaneces, y mientras lo hagas, yo sigo ganando.
Mas el resto del tiempo, Palpatine prefiere volver a ver a Yoda, el tiempo
suficiente para verlo morir. Se sienta en su trono y mira por la enorme ventana. Ha
enviado a la flota lejos. Bajo la estación de batalla cuelga Endor, nubes lechosas justo
en su campo de visión. En unas pocas semanas, las fauces de esta trampa se cerrarán
alrededor de la Alianza Rebelde. Su aprendiz se romperá por última vez, y el hijo de
Vader ocupará su lugar. No habrá renacimiento de los Jedi.
El Emperador sonríe y luego se ríe. Espera, después de todo, que Yoda viva. Que
el viejo Gran Maestro Yoda sepa cuando estos últimos restos de la República sean
aplastados. Que lo sentirá, que sentirá su dolor. Sí, sí (Vader se acerca, se aproxima al
muelle espacial para hablar con su maestro sobre la búsqueda de su hijo, siente la
satisfacción del Emperador que fluye a través del Lado Oscuro).

Lejos, muy lejos, en un planeta cubierto de musgo, de aguas salobres y enmarañados


árboles de pantano, un Maestro Jedi está muriendo. No piensa en absoluto en su
antiguo rival. En su lugar, se deja llevar por sus sentimientos y por la Fuerza viva.
Conoce este planeta por dentro y por fuera. A veces parece que respira con él, sobre
todo ahora que su respiración es entrecortada y espesa.
A su alrededor, la vida prospera. Las enredaderas tiemblan y las flores fucsia de
cara ancha se vuelven hacia su casita enclavada en las raíces de un árbol nudoso. Las
babosas de los pantanos y los roedores moteados se dedican a sus propias tareas; las
alas de los pantanos y las serpientes dragón gritan alegremente en el aire espeso.
Diminutos insectos zumban, salvajes y dentados, otros atrapados en las telarañas de
arañas grimosa ansiosas por alimentar a sus miles de crías. La Fuerza pulsa a través de
todos ellos, ligera y clara. Yoda suspira. La Fuerza también suspira.
Este lugar ha sido un refugio para él. Rebosante del lado luminoso de la Fuerza.
Una cantidad aplastante de vida. En eso piensa en sus últimos momentos. La Fuerza
viva. La forma en que se difunde por toda la galaxia. Maravillosa incluso en los
lugares más fríos, como esa cueva. También es parte de la Fuerza. Toda gira en ciclos.
Así es la vida. Y este chico frente a él, tan ansioso, tan temerario, tan brillante. Al
igual que los que han venido antes que él.
Yoda está cansado.
Está junto a la chimenea, ligeramente apoyado en la pared de zarzo. El fuego está
caliente; él tiene más frío del que está acostumbrado, tanto por la Fuerza como por
este planeta siempre caliente que ha sido su hogar durante décadas. Ahora nada parece
calentarle los huesos. Luke Skywalker le está hablando, negando las suaves burlas de
Yoda.

LSW 112
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Yoda voltea. Le duelen las articulaciones.


—Cuando los novecientos años tú tengas, también lo lucirás. ¿Hmm?
Ante la expresión del joven, Yoda suelta una risita. Ha echado de menos a los
niños. Aunque este es demasiado mayor para lo que está aprendiendo, sigue siendo
tan imprudente como un niño. Yoda resopla suavemente y se dirige muy despacio
hacia su cama.
—Pronto descansaré. Sí, para siempre dormiré. —Suena relajado. Estará con la
Fuerza. Se apoya en la cama baja—. Lo merezco.
—Maestro Yoda, no puedes morir.
A pesar de la creciente preocupación en el tono de Luke, es divertido ver al alto
joven agazapado en la cabaña de Yoda como una cigüeña de Elphronan en un nido
robado.
Yoda suspira.
—Fuerte me hace la Fuerza, pero no tan fuerte. —Se baja con cuidado sobre la
delgada almohada—. Mi ocaso llega y pronto la noche debe caer…
Oh, se ha vuelto poético en sus últimos momentos, desearía que uno de sus viejos
amigos estuviera aquí para reírse de él. Luke Skywalker es demasiado serio.
Demasiado joven para entender. El joven toma la manta y la levanta hasta los
hombros de Yoda. Bien por él. El chico es bueno. Debe seguir siendo bueno.
—Así son las cosas. Así es la Fuerza —dice Yoda.
Cierra los ojos. Está muy cansado.
—Pero necesito tu ayuda. He venido a completar el entrenamiento.
El chico es insistente. Tan insistente. La emoción se desprende de él.
Precipitación, necesidad, expectativa de pérdida. Se acerca demasiado al miedo.
—Ya no requieres más. Ya sabes todo lo que necesitarás —dice Yoda con los ojos
cerrados.
Suspira muy suavemente. Es verdad, pero Yoda no sabe si el joven Skywalker lo
entenderá.
La esperanza surge de Luke.
—Entonces ¿soy un Jedi?
Los ojos de Yoda se abren con una chispa de vida y se ríe. Se convierte en una tos
seca.
—Oooh, aún no. —Hace una pausa para reunir sus palabras y dar tiempo a Luke
para igualar su decepción—. Una cosa queda: Vader. Debes confrontar a Vader.
Mira a Luke directamente a los ojos.
—Entonces, solo entonces, un Jedi serás. Y confrontarlo tú lo harás.
Yoda no puede evitar pensar ahora en el último Skywalker. Anakin está ahí, en los
ojos de Luke. Yoda se obliga a no apartar la mirada de él. De cómo todo vuelve a
girar. De estación lluviosa a seca a lluviosa una vez más. Maestro… aprendiz…
maestro. Se siente caer en el frío dolor de sus viejos huesos. Le pesan los párpados.
—Maestro Yoda… ¿es Darth Vader mi padre? —dice Luke, dudando.
Es una pregunta justa, pero Yoda no quiere responder. Se da la vuelta, apartando
la mirada del joven Jedi.
—Mmm, descansar necesito. Sí…, descansar.

LSW 113
Varios autores

—Yoda, debo saberlo.


Hay una gran necesidad en Luke; Yoda la siente. Un anhelo de conexión, de
familia. Y tras eso, ese miedo. Yoda permanece de espaldas. Su respiración cruje en
sus pulmones, así como en todo Dagobah, y cierra los ojos antes de admitir la verdad.
—Tu padre él es.
El silencio se extiende entre ellos, aunque la Fuerza es cualquier cosa menos
silenciosa; el joven se revuelve interiormente.
—¿Te lo dijo él? —pregunta Yoda.
Es interesante. Peligroso. Si Darth Vader desea una conexión con su hijo, solo
puede conducir a un mayor poder del Lado Oscuro, pero esto no es para que Yoda lo
descifre. No tiene tiempo.
—Sí —dice Luke.
—Inesperado esto es. Y un infortunio.
Una oleada de disgusto viene de Luke.
—¿Que sepa la verdad es un infortunio?
—No —gruñe Yoda mientras se da la vuelta—. El que te hubiese apresurado a
enfrentarlo, que incompleto tu entrenamiento era.
Debe decir esto. Duele, pero se inclina para acercarse a Luke.
—Para la responsabilidad listo no estabas.
—Lo lamento.
—Recuerda…
Yoda jadea mientras intenta sacar las palabras. Nadie está nunca preparado para
este tipo de enfrentamientos. Con el destino. Con un Sith. Con un padre.
—La fortaleza de un Jedi fluye de la Fuerza.
Es demasiado difícil, y Yoda vuelve a tumbarse.
—Pero cuídate. El miedo… ira… agresión, el Lado Oscuro son ellos. Una vez que
tomes por el sendero oscuro para siempre —jadea de nuevo— dominará tu destino.
Luke… Luke… no…
Yoda apenas puede mantener los ojos abiertos. Esto es importante. Luke debe
entender. ¡Aprende de los errores de Yoda! Él subestimó a Palpatine hace mucho
tiempo. Pensó que podría enfrentarse al Lord Sith y ganar. Mira, mira a dónde lo
llevó.
—¡No debes subestimar los poderes del Emperador o el destino de tu padre
sufrirás! Luke… cuando ya me haya ido, el último de los Jedi serás tú.
Yoda hace una pausa para respirar. Tiene la oreja incómodamente doblada contra
la almohada, pero no puede moverse. Luke Skywalker no dice nada, pero a través de
la Fuerza Yoda siente el asombro del joven Jedi, y su miedo. El resurgimiento de esa
necesidad de conectarse con su padre. Familia. Yoda le diría. Hay más familia. No
solo Vader. No debes depender de Vader.
—Luke, la Fuerza es intensa en tu familia. Comparte lo que has aprendido.
Luke…
No hay tiempo. La Fuerza está en todas partes. A su alrededor. Se siente tan
cálida, Yoda está tan cansado, pero debe hacerlo.
—Existe otro… Sky… walker…

LSW 114
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Con esa última palabra, Yoda se detiene. La Fuerza dentro de él y a su alrededor


es vívida, ruidosa. El planeta entero respira con él una vez más, luego ya no. Ya no
está cansado. Es uno con la Fuerza. Siempre lo ha sido. Siempre lo será.
Su cuerpo desaparece. La Fuerza es maravillosa. El Maestro Yoda ya no es una
parte de ella. Él es ella. Sin embargo, se recuerda a sí mismo como le enseñaron;
recuerda quién es, quién ha sido y quién será. Aunque no respira, recuerda cómo reír
(pero algo ahí afuera, en la galaxia, también se acuerda de él y lo llama por su
nombre. Ahora mismo).

El Emperador lo siente. Tal vez porque estaba pensando de nuevo en el viejo Jedi. Sus
pensamientos y sentimientos ya giraban en esa dirección inevitable. Gran Maestro
Yoda. Muerto. Como si siempre hubiera sido capaz de sentir al antiguo Jedi verde y
de repente su presencia hubiera desaparecido. No, es todo lo contrario. Es como si
Yoda no hubiera existido en absoluto para el Emperador, y de repente está por todas
partes. Por todas partes en la Fuerza.
El Emperador sisea y tira de su ira, siempre listo para avivar las llamas del Lado
Oscuro. Está lleno de él, el glorioso poder, un relámpago bajo su piel. El Emperador
ríe. Ríe y ríe. Yoda ha muerto.
—Oh, Yoda —se dice a sí mismo, mostrando los dientes en una horrible sonrisa.
Su risa resuena por toda la sala del trono, desde la ventana de observación hasta la
sala de estar, desde las puertas del muelle de atraque hasta el puente que se estrecha
sobre el foso gigante. Un resplandor azul surge de ese abismo, del reactor térmico en
el corazón de la Estrella de la Muerte, un frío contraste con la enfermiza luz roja de la
torre de aislamiento.
Incluso la Guardia Imperial apostada a ambos lados de las puertas de la bahía de
atraque se revuelve incómoda ante el inquietante triunfo de la risa del Emperador.
Entonces el Emperador siente un estremecimiento en la Fuerza. Es… ¡Imposible!
Yoda se alza ante él, nebuloso y rodeado de un resplandor como si estuviera
iluminado desde dentro.
Es imposible. Y sin embargo… es Yoda, encorvado y anciano, con su vieja túnica
de Jedi y su torcido bastón. El Emperador no sabe si esto es real, pero suelta una
última carcajada.
—Estás muerto.
El fantasma inclina su cabeza.
—¿Viniste a ver mi gloria final? Esperaba que la vieras. —El Emperador gira con
lentitud sobre su trono para mirar por la ventana. Levanta una mano para barrer la
extensión de estrellas—. Dentro de poco aplastaré a la Alianza Rebelde. Tendré al
nuevo Skywalker como tomé a su padre.
El Emperador carcajea de nuevo.
Detrás suyo, la extraña visión de Yoda habla con la misma vocecita áspera.
—Ganar no puedes.

LSW 115
Varios autores

Eso hace que el Emperador casi grite de risa.


—Maestro Yoda, ya lo he hecho.
Se da la vuelta en su trono, ansioso por ver el ceño fruncido de Yoda. No obstante,
el espectro ha desaparecido.

Más tarde, cuando la Alianza Rebelde comienza su ataque a la base lunar de Endor y
la flota está preparada para hacer saltar la trampa del Emperador, este vuelve a
sentarse en su trono, ansioso y a la espera. Presiente la llegada de Darth Vader y, con
Vader, la de su hijo. La Guardia Imperial envía una alerta al trono de que la nave de
Vader ha atracado, las puertas se abren siseando. El Emperador se vuelve, encendido
de triunfo.
—Bienvenido, joven Skywalker —dice Palpatine—. Te estaba esperando.

LSW 116
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

LSW 117
Varios autores

A TRAVÉS DE LA TURBULENCIA

ROSEANNE A. BROWN

R EY NO PODÍA creer que, de todos los millones de millardos de personas en la


galaxia, ella estaba atrapada, pasando la tarde, con Poe Dameron.
Ella sabía que Poe no era una mala persona. Rey confiaba en la General Organa,
Finn y BB-8 con su vida. Si se preocupaban por él tanto como lo hacían, era
imposible que fuera malicioso o cruel. Solo que a veces era difícil de tratar. Como
ahora mismo.
—Si buscas nuevos cables de tensión, la serie X-89A es mucho mejor que la T-
45B —dijo Poe, apoyado en el poste de madera de un puesto del mercado con los
brazos cruzados.
Estaban en el planeta Thorat IX, una pequeña roca en lo profundo del Borde
Exterior, intentando comprar suministros para el Halcón Milenario. La Resistencia
seguía conmocionada por la batalla de Crait, y Thorat IX había sido elegido como
parada segura debido a la falta de presencia de la Primera Orden en el planeta.
Aun así, incluso sabiendo que estaban temporalmente a salvo del dominio de la
facción, los nervios de Rey estaban a flor de piel. ¿Era aquella masa negra a lo lejos
una tienda de campaña o una nave de la Primera Orden? ¿Ese destello blanco era un
droide o storm trooper? Ese recado ya era bastante angustioso sin las constantes
interjecciones de Poe.
Rey respiró hondo, recitando mentalmente la meditación que la General Organa le
había aconsejado practicar para evitar que su temperamento se apoderara de ella.
—El Halcón es un modelo antiguo, por lo que el T-45B es la opción más segura.
No tiene la potencia necesaria para funcionar con el X-89A —dijo, señalando el
montón de cables azules que había sobre la mesa.
Poe negó con la cabeza.
—He volado cubos de óxido que harían que el Halcón pareciera recién salido del
taller. Todos manejaban bien los X-89A. —Señaló con la cabeza el montón de cables
rojos que había junto a los azules—. Si no quieres repetir esta misma compra en el
próximo planeta al que vayamos, cómpralos en su lugar.
Rey apretó los dientes y miró a BB-8 en busca de ayuda, pero el droide naranja y
blanco solo emitió un pitido que dejaba claro que se mantenía al margen de esta. Al
igual que todos los demás miembros de la Resistencia, el droide astromecánico estaba
cansado de las constantes discusiones entre Rey y Poe. Esa era la razón por la que la
General Organa les había ordenado realizar este rutinario viaje de suministros,
alegaba que si tenía que soportar otra de sus veladas discusiones, los entregaría ella
misma a la Primera Orden.
En lugar de morder el anzuelo de Poe, Rey se volvió hacia el tendero (un ser
corpulento de pelaje anaranjado con un monóculo sobre un ojo), y dijo:
—Cuatro cables T-45B para mi nave, por favor.

LSW 118
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

Apenas pudo disimular su sonrisa al ver el músculo que se contrajo en la


mandíbula de Poe al recordar que, aunque él tuviera más experiencia como piloto que
ella, ella seguía teniendo la última palabra en todo lo relacionado con el Halcón
Milenario o al menos cuando Chewie no estaba cerca.
Se preguntó si el Maestro Luke la regañaría por su mezquindad poco propia de un
Jedi. Sin embargo, pensar en su antiguo mentor era un error, porque cada pensamiento
sobre él la llevaba de vuelta a aquel momento en que sintió que se unía a la Fuerza. A
Rey se le oprimió el pecho cuando una espesa neblina inundó sus sentidos, como si el
mundo fuera demasiado silencioso y ruidoso al mismo tiempo. Con los cables del T-
45B en sus temblorosas manos, se adentró veloz en el mercado, con Poe y BB-8
pisándole los talones. Tal vez, si caminaba lo bastante rápido, podría dejar atrás el
dolor.
—Tenemos que seguir moviéndonos. La General Organa fue muy clara en que
tenemos que estar de vuelta en la nave en las próximas tres horas a como diera lugar.
Rey levantó la vista hacia el cielo, de un azul luminoso que le resultaba familiar,
con nubes de un amarillo brillante algo menos familiar ondeando en el horizonte.
Varias naves dúo pasaron volando, un modelo anticuado de avión que requería dos
pilotos trabajando juntos para volar. Se habían dejado de utilizar en la mayoría de los
lugares de la galaxia debido a lo difíciles que eran de maniobrar, pero estaba claro que
la población de Thorat IX no había recibido el aviso.
Ahora mismo el cielo era simplemente bonito, pero dentro de tres horas ese
mismo aire se llenaría de una niebla rosa enfermiza, compuesta por un veneno lo
bastante fuerte como para corroer el metal incluso de un Destructor Estelar. La niebla
iba y venía; pero continuaran allí cuando volviera el Halcón Milenario, y por
extensión la Resistencia, se quedarían varados en Thorat IX durante semanas antes de
que se disipara. Entonces serían presa fácil para la Primera Orden, cosa que Rey no
permitiría bajo su vigilancia.
—Soy muy consciente de ello. Yo también asisto a las reuniones informativas de
la mañana —dijo Poe con aquella sonrisa encantadora que parecía funcionar con
todos menos con Rey.
Por suerte, lo único que les quedaba por comprar eran raciones. Así Rey y Poe
habrían terminado con este encargo, y entre ellos, al menos durante el resto del día. Se
detuvieron frente a un puesto de comida lleno de pirámides de productos, la mayoría
de los cuales Rey nunca había visto antes. Tomó uno de los pocos que reconocía, un
tubérculo redondo y azul que no era el más sabroso, pero sí el más barato. Sin
embargo, Poe emitió un sonido de desacuerdo.
—Si los compras, todos en la nave van a atestar el sanitario —dijo el piloto—.
Olvídate de la Primera Orden, la diarrea será lo que acabe con la Resistencia al final.
—Solía comer fruta de paeyu allá en Jakku. No está tan mal —argumentó Rey,
olvidado su deseo de no retroceder—. Tal vez no sea tan elegante como lo que comías
cuando eras pequeño, pero, por si no te has dado cuenta, estamos huyendo. Aquí no
tenemos muchas opciones, y la General Organa me dijo que comprara lo que me
pareciera más adecuado para nuestras necesidades.
El músculo de la mandíbula de Poe volvió a crispar.

LSW 119
Varios autores

—Así que ahora la general y tú hablan todo el tiempo, ¿eh?


¿A qué venía ese tono? Puede que Rey no tuviera padres héroes de guerra como
Poe, pero ¿era tan difícil creer que la General Organa pudiera confiarle cosas que no
le decía a otros?
—Pues sí. Hablamos.
Bueno, quizá no todo el tiempo, pero Poe no necesitaba saberlo. La General
Organa había sido fundamental para ayudar a Rey a manejar su dolor por el Maestro
Luke, pero aún había cosas que Rey no se atrevía a contarle a la mujer. Rey y Poe se
miraron fijamente. Una pequeña y mezquina parte de Rey quería usar la Fuerza para
derribar toda la pirámide de fruta paeyu sobre la engreída cabeza del piloto. Mas no lo
haría, claro. Eso no sería propio de una Jedi (aunque sería divertidísimo), pero, lo que
es más importante, no podía.
A Rey le estaba costando mucho entrar en contacto con la Fuerza. Su conexión
con ella se sentía amortiguada; seguía ahí, pero cada vez que intentaba alcanzarla, sus
pensamientos se volvían demasiado confusos y desenfocados para que pudiera
conectar. Así había sido desde la muerte del Maestro Luke. La General Organa ya
tenía tantos problemas encima que Rey no quería añadir uno más, y nadie más en el
Halcón Milenario era lo bastante versado en la Fuerza como para ayudarla. Mas Rey
dejaría que se la comiera un happabore antes de que Poe viera que ella tenía
problemas.
Poe fue el primero en romper el tenso silencio.
—BB-8, desempata por nosotros, amigo. ¿Deberíamos comprar la asquerosa fruta
pesadilla de Rey, o algo que sea realmente comestible?… ¿BB-8?
Ambos miraron el espacio que había entre ellos. Pero estaba vacío. Un pitido
estridente rasgó el aire y Rey levantó la vista justo a tiempo para ver a BB-8 en las
garras de un trío de criaturas de escamas púrpuras que no reconocía y que se alejaban
a toda velocidad con el astromecánico.
—¡Ey! ¡Quiten las garras de mi droide! —gritó Poe. Con el corazón en un puño,
él y Rey se lanzaron tras los secuestradores, pero perdieron rápido el rastro en el
laberinto de cuerpos y tenderetes. Ambos se doblaron de cansancio, Rey vio su propio
pavor reflejado en los ojos de Poe cuando se dieron cuenta de lo sucedido: BB-8 había
desaparecido.

Rey y Poe recorrieron el mercado durante casi una hora antes de encontrar a alguien
que pudiera explicarles lo sucedido. Según un vendedor de capas, cubierto con
docenas de pieles, los seres que se habían llevado a BB-8 eran conocidos como los
qoogai. Vivían en el sistema de túneles bajo la superficie de Thorat IX y rara vez
interactuaban con extraños.
El vendedor de capas los guio hasta la entrada del túnel, un suave agujero
excavado en la pared del acantilado que bordeaba un lado del mercado. A juzgar por

LSW 120
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

la poca luz que emanaba de las profundidades del túnel, el camino era muy, muy
profundo. Lo siguiente que hicieron fue ponerse en contacto con la General Organa.
—Así son los droides. Siempre metiéndose en problemas —dijo la general cuando
le explicaron el incidente, Rey prácticamente pudo oír la sonrisa en la voz de la líder
de la Resistencia a través del comunicador. Sin embargo, su tono era serio cuando
continuó.
—Vayan a buscarlo, pero que sepan que solo quedan dos horas más o menos hasta
que vuelva la niebla venenosa. Si no pueden encontrarlo para entonces, tendremos que
irnos sin él. Sé lo mucho que significa para ustedes, pero no podemos arriesgar el
destino de la Resistencia por un solo droide.
Con aquella solemne advertencia resonando en sus oídos, Rey y Poe se lanzaron a
los túneles en busca de su amigo. Rey tardó menos de un minuto en decidir que aquel
lugar no le gustaba nada. En absoluto. Los túneles eran oscuros y húmedos,
iluminados cada pocos metros por inquietantes cristales verdes que proyectaban un
brillo pálido sobre su piel y la de Poe. Era como caminar por la garganta de una bestia
gigante y resplandeciente, como si en cualquier momento las paredes pudieran
cerrarse y tragárselos dentro de aquel mundo para siempre.
Si tan solo el viejo sable de luz de Luke no se hubiera partido en dos, esa otra
fuente de luz habría sido maravillosa. No, no más pensamientos del Maestro Luke. No
aquí, no ahora.
—¿Ves algo? —Rey llamó a Poe.
El piloto negó con la cabeza.
—No hay suficiente tierra en estas rocas para dejar huellas. Ni siquiera hay
marcas de rozaduras, así que deben de haberlo cargado. Podría estar en cualquier
lugar aquí abajo. —Poe miró hacia el techo tachonado de cristales—. Debemos estar
¿qué?, ¿a cincuenta o cien metros bajo la superficie ahora mismo? No tengo ni idea de
cuánto tiempo hemos perdido.
El miedo se agolpó en el estómago de Rey, pero lo apartó. Intentó una vez más
alcanzar la Fuerza para ver si percibía alguna sensación de vida o incluso de
movimiento en las rocas, pero nada. Eso no importaba. Iban a encontrar a BB-8 antes
de que la Resistencia abandonara Thorat IX sin ellos. Tenían que hacerlo.
Pero a cada paso y minuto que pasaba, el droide se sentía cada vez más lejos. Rey
cruzó los brazos sobre el pecho mientras por su mente pasaban horribles imágenes de
lo que el qoogai podría haber hecho con BB-8.
—¿Por qué crees que se lo llevaron en primer lugar? —susurró.
No había necesidad de hablar en voz baja, ya que no había nadie más allí, pero
estaba demasiado nerviosa para hablar más alto.
—Piezas, lo más probable. BB-8 es uno de los modelos más nuevos del mercado.
Desmóntalo y podrías hacer una fortuna solo con sus piezas principales.
Rey se estremeció.
—¿Cómo puedes hablar de eso con tanta frialdad?
—No estoy siendo frío, estoy siendo realista —respondió Poe—. Ambos sabemos
que no lo atraparon solo para invitarlo a comer galletas y beber té.

LSW 121
Varios autores

—Lo único que sé es que si BB-8 fuera mi droide y lo hubieran secuestrado, ¡no
estaría haciendo bromas al respecto!
—Oh, ¡así que ahora intentas robarme el droide además de a mi mentora!
Poe abrió mucho los ojos, como si no hubiera querido decir lo que acababa de
expresar. Rey se le quedó mirando. Tenía que referirse a la General Organa.
—¿Qué se supone que significa eso? —preguntó ella, pero el piloto ya estaba
trotando hacia un nuevo túnel.
—No es nada. Vamos, aún no hemos revisado este superescalofriante y poco
iluminado tunel.
Rey corrió tras él.
—¡No cambies de tema! ¿Cómo que te estoy robando a tu mentora?
—He dicho que no he… ¡aaah!
Las palabras apenas habían salido de la boca de Poe cuando el suelo cedió bajo él.
Todo lo que Rey vio fueron rayas de luz verde mientras ella y Poe caían de cabeza por
el suelo del túnel, aterrizaron con un golpe seco en una espaciosa caverna que parecía
el interior de un arcoíris. En lugar de los cristales de un verde enfermizo que poblaban
el resto del sistema de túneles, esta cueva estaba llena de orbes de todos los colores y
materiales imaginables.
Esferas metálicas colgaban del techo suspendidas de cables, mientras que otros
objetos circulares asomaban por agujeros poco profundos excavados en la roca. Otros
rodaban libremente por el suelo tras el poco agraciado aterrizaje de Rey y Poe. Había
orbes de cristal de colores brillantes, orbes de metales soldados, orbes de alguna
biomasa pulsante, y mucho, mucho más. Allí, en medio del caos, en una jaula redonda
sobre un pedestal rocoso, estaba BB-8.
—¡Amigo! —gritó Poe, y su voz estaba tan cruda de alivio que Rey lamentó haber
insinuado por un segundo que no se preocupaba lo suficiente por el droide.
Cuando por fin la cabeza dejó de darle vueltas, Rey se sentó, desencajó su bastón
y, con cautela, pinchó uno de los orbes de biomasa.
—Supongo que esto explica por qué los qoogai lo querían tanto —musitó. Estaba
claro que a las criaturas les gustaban las cosas redondas.
Poe estaba a medio camino de la jaula de BB-8 cuando un trío de seres se puso
delante de él. Los qoogai eran una raza alta, rivalizaban fácilmente con los wookiees
en altura, pero tenían piel escamosa de color púrpura en lugar de pelaje, y seis brazos
en lugar de dos. Los tres siseaban algo a Poe en un lenguaje lírico que ni él ni Rey
entendían. Poe parpadeó, sorprendido, antes de mostrarles su clásica sonrisa
Dameron.
—Eh, ¿venimos en son de paz?

Menos de cinco minutos después, Rey y Poe se encontraban en una jaula metálica
igual a la de BB-8. Mientras esperaban a que sus captores decidieran su destino, el
droide les contó lo que había ocurrido desde su secuestro. Al parecer, había intentado

LSW 122
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

pitar pidiendo ayuda cuando el líder de los qoogai lo había agarrado por primera vez,
pero Rey y Poe habían estado demasiado concentrados en su discusión en el puesto de
fruta como para darse cuenta. Rey vio su propia culpa reflejada en la cara de Poe.
¿Cómo podían llamarse a sí mismos luchadores de la Resistencia cuando habían
estado tan metidos en su mezquina discusión que ni siquiera habían oído a su amigo
pidiendo ayuda?
—Lo siento mucho, amigo. No volverá a ocurrir —juró Poe y Rey asintió con la
cabeza. BB-8 emitió una serie de pitidos ofendidos que dejaron claro que más les
valía que no volviera a suceder.
—BB-8, ¿cuánto tiempo nos queda hasta que vuelva la niebla venenosa? —
preguntó Rey.
Se oyó un zumbido bajo, luego un simple número uno virtual salió proyectado del
cuerpo del astromecánico. El estómago de Rey cayó a sus pies. Una hora. ¡Habían
perdido demasiado tiempo!
Mientras los qoogai adulaban una bola gigante de tierra que uno de sus amigos
había hecho rodar hasta la cueva, Poe probaba los barrotes de su jaula.
—Bien, está claro que la forma más rápida de salir de esta es con un poco de
acción del sable de luz.
Rey hizo una mueca.
—El sable de Luke sigue roto. La General Organa cree que se puede arreglar, pero
aún no he descubierto cómo —dijo ella.
Le escocía admitir que había algo que no podía hacer, sobre todo ante alguien
como Poe, que lo hacía casi todo a la perfección. Bueno, sin contar su motín en el
Raddus. Aquello definitivamente no había salido muy bien. El piloto suspiró.
—Bien, nuevo plan: usa la Fuerza para engañar a nuestros amables anfitriones
para que nos dejen ir a los tres, y luego nos largamos de aquí antes de que entren en
razón.
Rey se abrazó las rodillas contra el pecho, deseando de repente que las rocas la
hubieran enterrado en el derrumbe para no tener que mantener esta conversación.
—No puedo —susurró.
—Rey, te he visto usar la Fuerza para levantar rocas del tamaño de wookiees.
¿Qué quieres decir con que no puedes engañar a un puñado de qoogai?
—¡Porque ya no puedo hacer nada! —Las palabras estallaron de Rey antes de que
pudiera contenerse—. Mi mente es un caos, ¡y no puedo concentrarme para llegar a la
Fuerza!
Era la primera vez que Rey le contaba a alguien su problema. Había conseguido
mantenerlo oculto la mayor parte del tiempo, comportándose como si nada pasara
siempre que Finn, la General Organa o cualquier otro miembro de la Resistencia
estaba cerca. Sin embargo, en los raros momentos en que estaba sola, cuando se
sentaba e intentaba aclarar su mente como el Maestro Luke le había enseñado, lo
único que veía era a él desvaneciéndose en la luz de las estrellas y la nada. Volvía al
caos de la batalla en la sala del trono de Snoke y al dolor que había sentido cuando
Kylo Ren la había traicionado como todo el mundo había dicho que haría. Todos esos

LSW 123
Varios autores

pensamientos se agolpaban en su mente hasta ser densos como un bosque, sin dejar
ningún camino por el que pudiera llegar a la Fuerza.
Rey esperaba que Poe se sintiera decepcionado. Esperaba que le dijera en cuántos
problemas se había metido la Resistencia ahora que su usuaria residente de la Fuerza
no podía hacer ninguna de las cosas que la hacían útil. No esperaba que el rostro de
Poe se suavizara por la comprensión.
—¿Cuánto tiempo lleva pasando esto? —preguntó con suavidad.
—Desde que el Maestro Luke… desde que él… desde Crait. —Rey se abrazó las
rodillas con más fuerza, haciéndose pequeña como solía hacer en aquellas noches
solitarias de Jakku—. Aún no se lo he dicho a la General Organa. Se va a llevar una
gran decepción. Después de todo, ¿qué clase de Jedi ni siquiera sabe usar la Fuerza?
Varias emociones se agitaron en el rostro de Poe antes de acercarse y poner una
mano reconfortante en el hombro de Rey.
—Oye, si la general puede perdonarme por intentar robarle literalmente el control
de su ejército, estoy bastante seguro de que te perdonará a ti por no ser capaz de
levantar algunas rocas.
Rey dejó escapar una risa seca.
—Para ti es fácil decirlo. Conoces a la general de toda la vida. Eres prácticamente
de la familia. Pero ¿yo? Solo soy una huérfana que tropezó con la Resistencia.
Apuesto a que, si el sable de luz de Luke no me hubiera llamado en Takodana, la
Resistencia ni siquiera sabría mi nombre.
El rostro de Poe se torció de ira.
—¿De verdad crees que somos tan superficiales? No solo yo y la General Organa,
sino Finn y todos los demás que creen en ti, ¿también piensas tan poco de ellos?
Desde su jaula, BB-8 emitió varios pitidos de acuerdo. Rey se apartó de Poe.
—No lo entenderías.
—Al contrario, pareces olvidar que nuestra estimada General me dejó literalmente
inconsciente con un bláster no hace mucho. Entiendo lo que se siente al
decepcionarla. La Resistencia no exige perfección a sus miembros, Rey. Si estás
dispuesta a estar con nosotros, perteneces con nosotros.
A Rey se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¿Aunque no pueda usar la Fuerza nunca más?
—Estar conectada a la Fuerza no es lo más importante de ti ni lo que hace que nos
importes. Además, algo me dice que este bloqueo que tienes no es permanente —
respondió Poe—. ¿Sabes que a veces, cuando estás volando, todo está perfectamente
despejado hasta donde alcanza la vista y luego, de la nada, te topas con una nube de
turbulencias? En este momento, estás en medio de la nube y parece que nunca va a
terminar, pero cuando llegas a esos momentos difíciles, no puedes tan solo apagar el
motor y esperar lo mejor. La única salida es continuar. Y cuando llegues al otro lado,
las cosas estarán más claras que nunca.
Los ojos de Poe adquirieron la mirada lejana de alguien que se hunde
profundamente en un recuerdo.
—Lo que estás sintiendo ahora, yo lo he vivido. Sinceramente, algunos días sigo
ahí. Después de todo lo de Holdo… algunos días son más duros que otros, pero quiero

LSW 124
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

que sepas que estoy ahí contigo, encontrando mi camino a través de las turbulencias.
Si yo puedo hacerlo, tú también puedes.
Fue como si a Rey le hubieran sacado una piedra del pecho. Las palabras de Poe
por sí solas no hacían desaparecer toda su culpa por el pasado ni sus nervios por el
futuro, pero le resultaba más fácil lidiar con ellos sabiendo que no eran para siempre.
—Gracias —dijo ella, y Poe le dedicó una pequeña sonrisa.
—Oye, ahora eres uno de los nuestros. En La Resistencia, nos cuidamos entre
nosotros. —Hizo una pausa, poniendo mala cara—. Aunque sigues equivocada con la
fruta paeyu.
Rey soltó una carcajada de verdad por primera vez en mucho tiempo, que fue
rápidamente interrumpida por una serie de trinos angustiados de BB-8. Los qoogai
habían terminado sus deliberaciones y estaban recogiendo la jaula del droide para
llevarla más adentro de los túneles. Rey y Poe tenían que actuar rápido, antes de que
volvieran a separarse de su amigo.
Poe miró a su alrededor alocadamente hasta que sus ojos se iluminaron con una
idea.
—Paeyu, ¡eso es! ¿Todavía tienes esa fruta asquerosa?
De hecho, Rey aún tenía la fruta asquerosa. Le dio el paeyu a Poe, quien dijo:
—Cuando dé la señal, toma a BB-8 y corre.
—Y ¿tú? —preguntó Rey, pero Poe ya había desviado su atención hacia el qoogai.
Agitó la fruta paeyu delante de él como si fuera el tesoro más sagrado de la
galaxia.
Los qoogai se abalanzaron de inmediato sobre la jaula de Rey y Poe. Uno de ellos
introdujo un enjuto brazo morado entre los barrotes para agarrar el paeyu, pero Poe le
arrebató la fruta hacia el pecho.
—De ninguna manera. Si quieres ver esto de cerca, tienes que abrir la puerta.
Rey no creía que nadie fuera a tragarse eso, pero estaba claro que había
subestimado lo mucho que les gustaban las esferas a los qoogai. Se apresuraron a
abrir la puerta de la jaula y, en cuanto se soltaron los barrotes, Poe se lanzó contra sus
captores. Los qoogai le habían quitado su bláster, pero Poe era más hábil en una
escaramuza cuerpo a cuerpo de lo que Rey habría esperado. Se subió a la espalda de
un qoogai antes de darle un codazo en las tripas al segundo y una patada en el pecho
al tercero. Rey se apresuró a salir de la jaula y dirigirse a la de BB-8 mientras Poe
forcejeaba con el trío.
Rey tomó uno de los orbes de cristal y lo utilizó para golpear la cerradura de la
jaula hasta que el droide quedó libre. Le dio una rápida palmada en la cabeza antes de
explorar la cueva en busca de una salida. Ya está. Más adelante había un túnel que
probablemente los llevaría de vuelta a la superficie. Ella y BB-8 podrían incluso llegar
al Halcón antes de que volviera la niebla venenosa. Sin embargo, Poe seguía ocupado
con el qoogai. Rey podía huir con BB-8 o volver y ayudar a Poe a luchar, pero no
había tiempo para ambas cosas. El pánico se apoderó de ella al pensar que Poe estaba
varado en este planeta a merced de los qoogai. La Resistencia ya había perdido
demasiada gente buena, buenos amigos. No podían perderlo a él también. Ignorando

LSW 125
Varios autores

su instinto de correr hacia un lugar seguro, se volvió hacia donde Poe y el qoogai
luchaban, BB-8 cerca de ella.
Rey respiró hondo, entrando en el lugar de su interior donde habitaba la Fuerza.
Imaginó su mente llena de turbulencias como Poe había descrito. Esa vez, en lugar de
intentar luchar contra ella, Rey dejó que la nube la envolviera por completo. Daba
miedo, pero como había dicho Poe, no era interminable. Se imaginó a sí misma dando
un pequeño paso a través de la nube, y luego otro, hasta que alcanzó con la mano la
claridad que le había faltado durante tanto tiempo.
Así, Rey supo lo que tenía que hacer.
—Vas a soltar a mi amigo y escoltarnos de vuelta a la superficie lo más rápido
posible —le dijo al líder qoogai.
Las palabras del truco mental cayeron fácilmente de la lengua de Rey, le dio a su
voz el tipo de autoridad que nunca había tenido al crecer. Los ojos del líder qoogai se
aflojaron y pareció gritarles algo a sus compañeros en su lengua lírica. Los tres se
apartaron inmediatamente de Poe, que parecía un poco magullado, pero carecía de
heridas importantes. Rey le ayudó a ponerse en pie y BB-8 lo sostuvo por el otro lado,
mientras el líder qoogai movía uno de sus seis brazos en el gesto universal de
«sígueme».
A pesar del moretón que le salía en el labio, Poe sonrió a Rey mientras seguían al
qoogai fuera del santuario orbe y hacia la libertad.
—Parece que alguien ha encontrado el camino a través de las turbulencias.
Rey le devolvió la sonrisa.
—Por suerte, tenía un piloto bastante bueno para guiarme. Ahora, salgamos de
este lugar mientras podamos.

Llegaron demasiado tarde. Cuando Rey, Poe y BB-8 llegaron a la superficie de Thorat
IX, los mercados, los vendedores y la diminuta comunidad que había bullido sobre la
brillante arena púrpura apenas unas horas antes habían desaparecido. También lo
había hecho el Halcón Milenario. Unas nubes de niebla tóxica rosa cruzaron el
horizonte y se dirigieron directamente hacia el pequeño mercado. Algunas naves
valientes volaron hacia ella, pero ninguna sobrevivió. Los qoogai habían vuelto a su
santuario subterráneo, a salvo de los efectos de la niebla.
El terror se apoderó de Rey. Habían tardado demasiado. Ahora estarían varados
hasta que la Primera Orden los encontrara o la niebla venenosa los alcanzara, lo que
ocurriera primero, pero Poe era siempre optimista y se negaba a dar por perdida una
situación hasta haber agotado todas las opciones. Señaló hacia una nave dúo
abandonada no lejos del puesto del frutero.
—La niebla venenosa aún no se ha instalado del todo. Si partimos ahora,
deberíamos poder llegar a la parte superior de la atmósfera antes de que las toxinas
empiecen a devorar la nave.

LSW 126
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

No era el mejor plan que Rey había oído, pero no tenía otro mejor. A diferencia de
la mayoría de las naves, donde había un claro piloto principal y otro secundario, cada
piloto de la nave dúo controlaba uno de los motores dobles. Rey y Poe tenían que
estar perfectamente sincronizados si no querían estrellarse y arder. Poe tomó el motor
derecho; Rey, el izquierdo, y BB-8 rodó nerviosamente hasta la conexión
astromecánica.
—¡Muy bien, BB-8, danos un poco de jugo! —llamó Poe, y un salto de arranque
del droide astromecánico después la nave dúo estaba rebotando en el cielo.
La diferencia entre los estilos de vuelo de Rey y Poe se hizo evidente de
inmediato. Los movimientos de Poe eran elegantes y rápidos, mientras que Rey era
partidaria de maniobras más controladas y lentas. La nave se sacudía y se sacudía, los
motores luchaban entre sí en un intento de conciliar los patrones de vuelo en
conflicto. El inconfundible gemido del metal derrumbándose llenó la cabina cuando la
niebla venenosa empezó a correr la estructura de la nave. BB-8 emitió una serie de
pitidos estridentes y Poe apretó los dientes.
—Sé que estás asustado, pero no hay necesidad de ese tipo de lenguaje. —Lo
reprendió. Miró a Rey, con terror en los ojos, aunque su voz era firme cuando dijo—:
Podemos hacerlo. Juntos.
Rey asintió. Ambos se voltearon hacia sus respectivos controles con nueva
determinación. La nave volvió a temblar antes de perder altitud tan deprisa que BB-8
se golpeó contra la pared de la cabina con un ruido sordo. Estaban cayendo.
Descendían. Abajo… hasta que nuevamente subieron.
La nave dúo salió disparada hacia el cielo con un aumento de altitud casi tan
brusco como había sido la caída. Rey incorporó un poco más de la velocidad de Poe
en su aproximación, mientras que Poe añadió un poco más de la cautela de Rey en la
suya. Los motores por fin zumbaban en armonía ahora que podían trabajar en ese
punto dulce entre el estilo de cada piloto. El dúo de naves voló a través de la
atmósfera de Thorat IX con sorprendente control entrando y saliendo de los penachos
de niebla con experta habilidad.
Aunque eran rápidos, la niebla venenosa lo era más. Rey la imaginó como unas
manos gigantes sin forma decididas a agarrarlos y no soltarlos jamás. La nave volvió
a estremecerse y en el salpicadero parpadearon pequeñas luces de advertencia de que
estaban empezando a perder sus sistemas críticos.
Rey y Poe empujaron la nave dúo hasta el límite de su potencia. Pero esto no era
un X-Wing ni el Halcón Milenario. Incluso con los dos pilotos, el dúo no podía
moverse muy rápido, pero entonces, por delante, a través de la penumbra, apareció la
visión más hermosa que Rey había visto jamás: la silueta del Halcón Milenario
moviéndose con velocidad fuera del alcance de la niebla venenosa. Lo habían
conseguido. Rey tecleó inmediatamente en el canal de comunicaciones especial al que
solo podían acceder los miembros de la Resistencia.
—¡Abran! ¡Somos nosotros! ¡Somos nosotros! —gritó antes de que el Halcón
pudiera empezar a disparar.
En el primer golpe de suerte en todo el día, la puerta de carga de la nave se abrió y
reveló a Rose y Finn saludando salvajemente en su dirección con amplias sonrisas en

LSW 127
Varios autores

sus rostros. Hubo que maniobrar con cuidado, pero pronto Rey, Poe y BB-8
estuvieron a salvo en el vientre del Halcón. Los últimos miembros de la Resistencia
salieron disparados hacia el hiperespacio y Thorat IX no era más que un recuerdo en
el retrovisor. Rey y Poe lo habían conseguido.
Y lo más importante, lo habían hecho juntos.
—Ese tuvo que ser el peor encargo de la galaxia —dijo Finn.
Rey se sintió tan aliviada de verle que ni siquiera se enfadó por la burla. Lo abrazó
con fuerza y él le devolvió el abrazo. Curiosa como siempre, Rose quería saberlo todo
sobre el planeta, las especies que allí habitaban y la niebla venenosa.
Tan reconfortante como volver a estar con sus amigos era saber que, cuando Rey
más lo había necesitado, había sido capaz de encontrar el camino de vuelta a la
Fuerza. La batalla que tenía por delante sería difícil, nunca habría un día en el que no
llorara la pérdida del Maestro Luke y de todos los demás. Pero parte de ser un Jedi
significaba seguir adelante incluso cuando el pasado intentaba detenerte. El camino no
siempre era fácil, pero era el de Rey, y siempre lucharía por abrirse paso a través de él
por el bien de sus seres queridos.
Rey y Poe intercambiaron miradas, un nuevo entendimiento entre ellos a la luz de
su experiencia compartida. Tal vez nunca coincidieran en todo, pero sin duda estaban
del mismo lado. Eso importaba mucho más de lo que jamás importarían sus
diferencias. Entonces Poe se apoyó en la pared, la visión de la confianza fácil, como si
no hubiera estado luchando contra un trío de qoogai y perdiendo no mucho antes.
—Verás, nuestra intrépida aventura de hoy empezó, aunque no lo creas, con Rey
equivocándose sobre los cables y la fruta.
Rey dejó escapar un sufrido suspiro. Cuanto más cambiaban las cosas…

LSW 128
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

LSW 129
Varios autores

ACERCA DE LOS AUTORES


JENNIFER BRODY (escribe como Vera Strange) es la galardonada autora de la
serie Disney Chills, la trilogía Continuum y la novela gráfica Spectre Deep 6,
nominada al premio Stoker. También es licenciada por la Universidad de Harvard e
instructora de escritura creativa. Comenzó su carrera trabajando en Hollywood en
muchas películas, entre ellas El Señor de los Anillos y La Brújula Dorada. Puedes
encontrarla en Twitter @JenniferBrody, e Instagram y Facebook @Jennifer
BrodyWriter.

ROSEANNE A. BROWN es inmigrante de Ghana, país de África Occidental, y


licenciada por la Universidad de Maryland, donde cursó el programa Jiménez-Porter
Writers’ House. Su primera novela, A Song of Wraiths and Ruin, se convirtió
instantáneamente en un bestseller de The New York Times, fue Indie Bestseller y
recibió críticas con seis estrellas. Ha trabajado con HarperCollins, Marvel y
Scholastic, entre otras editoriales. Puedes visitarla en línea en roseanneabrown.com o
en Instagram y Twitter como @rosiesrambles.

SARWAT CHADDA es un autor de best seller de The New York Times, cambió su
pasión escolar por los juegos de mesa por su carrera como escritor en 2009. Desde
entonces ha escrito novelas, cómics y series de televisión, como Devil’s Kiss, The
Legend Of Hanuman para Disney+ Hotstar y el éxito de ventas City of the Plague
God. Sus escritos abarcan su herencia, combinando Oriente y Occidente, con una
pasión especial por las leyendas épicas, los monstruos despiadados, los héroes
gloriosos y los villanos despreciables. Tras pasar años viajando, ahora vive en
Londres, pero siempre cuenta con una mochila y un cuaderno a mano. Se le encuentra
en Twitter como @sarwatchadda.

DELILAH S. DAWSON es autora del bestseller de The New York Times Star Wars:
Phasma (Planeta, 2017) y Star Wars Galaxy’s Edge: Black Spire (Planeta, 2021),
Minecraft Mob Squad: Never Say Nether, Mine, Camp Scare, The Violence, Tales of
Pell Serie (con Kevin Hearne), la serie Hit, la serie Blud y la serie Shadow (escrita
como Lila Bowen), así como los cómics de su propiedad Ladycastle, Sparrowhawk y
Star Pig, además de cómics en los mundos de Firefly, Star Wars, The X-Files,
Adventure Time, Rick & Morty, Marvel Action: Spider-Man, Disney Descendants,
Labyrinth y mucho más. Se le encuentra en línea en delilahsdawson.com.

TESSA GRATTON es una persona de género fluido y hambrienta. Es autora de Las


reinas de Innis Lear y Lady Hotspur, así como de varias series juveniles y relatos
cortos que han sido traducidos a veintidós idiomas. Sus novelas juveniles más
recientes son Strange Grace y Night Shine, así como Chaos and Flame, de próxima
publicación. Aunque ha viajado por todo el mundo, actualmente vive en la pradera de
Kansas con su esposa. Visítala en tessagratton.com.

LSW 130
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

MICHAEL KOGGE es un exitoso autor y guionista de Los Ángeles. Su obra


original incluye la novela gráfica Empire of the Wolf, una epopeya de hombres lobo
ambientada en la antigua Roma. También ha escrito libros para muchas sagas de alto
perfil como Star Wars, Harry Potter, Fantastic Beasts, Game of Thrones y Batman vs
Superman. Su adaptación de Star Wars: The Rise of Skywalker ganó el Premio Scribe
2021 a la mejor novela juvenil. Puedes encontrarlo en Twitter @michaelkogge o en su
sitio michaelkogge.com.

SAM MAGGS es una exitosa escritora de libros, cómics y videojuegos, entre ellos
La imparable Wasp (Planeta, 2021), Star Wars Adventures para IDW y el próximo
remake de Knights of the Old Republic. Canadiense en Los Ángeles, echa de menos el
Coffee Crisp y la leche en bolsa.

MICHAEL MORECI es guionista, autor de cómics bestseller y novelista. Su primer


largometraje, Revealer (del que es guionista y productor ejecutivo), se estrenó en
Shudder en 2022. En el mundo del cómic, Michael es el cocreador de la serie de
espadas y brujería Barbaric, la space opera existencial Wasted Space, la serie de
terror gótico The Plot, el drama de hombres lobo Curse y muchos más títulos
originales. También ha escrito para numerosos personajes y sagas legendarias, como
Star Wars, Stranger Things y Batman. Actualmente vive en las afueras de Chicago
con su esposa y sus hijos.

ALEX SEGURA es un aclamado y galardonado escritor de novelas, relatos cortos y


cómics. Entre sus obras destacan el cómic negro Secret Identity, Star Wars: Poe
Dameron. Caída libre (Planeta, 2021), The Black Ghost, The Archies y la serie Pete
Fernandez Miami Mystery, entre otras. Nacido en Miami, vive en Nueva York con su
esposa y sus hijos.

KAREN STRONG es autora de las novelas de grado medio Just South of Home y
Eden’s Everdark. Su ficción breve ha aparecido en Star Wars. Desde cierto punto de
vista. El Imperio Contraataca (Planeta, 2022) y A Phoenix First Must Burn. Nacida y
criada en la Georgia rural, creció haciendo cosplay de la princesa Leia. Se le
encuentra en su sitio karen-strong.com.

LSW 131
Varios autores

ACERCA DEL ILUSTRADOR


JAKE BARTOK es un dibujante de cómics e ilustrador de fantasía independiente.
Conocido por sus obras de alta fantasía, lleva desde 2016 ilustrando cómics,
colaborando con autores, músicos y empresas de videojuegos, y compartiendo
proyectos independientes en línea. Se enamoró de una galaxia muy, muy lejana en
1999 en el estreno a medianoche de La amenaza fantasma, y desde entonces ha
seguido inspirando su trabajo. Jake vive en Australia con su esposa y su perro,
Samwise.

LSW 132
Star Wars: Historias de los Jedi y Sith

ACERCA DE LA EDITORA
JENNIFER HEDDLE es editora ejecutiva de Disney Publishing Worldwide. Edita
libros de Star Wars para niños, adolescentes y adultos desde la sede de Lucasfilm en
San Francisco. Vive en East Bay con su marido y su gatita rescatada.

LSW 133

También podría gustarte