Está en la página 1de 43

LUIS ALBERTO SANCHEZ. TESTIMONIO PERSONAL. Memorias de un peruano del Siglo XX. TOMO I.

EL AQUELARRE. 1900 – 1931. PRIMERA EDICIÓN, LIMA, 1969, SEGUNDA EDICIÓN. LIMA, 1987.
DIBUJO DE LA TAPA Carlos Tovar © MOSCA azul editores s.r.l. CONQUISTADORES 1130 SAN ISIDRO,
LIMA, PERÚ. FONO 41-5988

CONTENIDO

PRIMERA PARTE. EN EL LIMBO

CAPÍTULO I. “Yo soy aquel que ayer no más decía”

CAPÍTULO II. El abuelo Rosendo

CAPÍTULO III. Casta de hidalgos

CAPÍTULO IV. Nace un niño

CAPÍTULO V. La casa de Monopinta

CAPÍTULO VI. “Yo supe del dolor desde mi infancia”

CAPÍTULO VII. “Sus rosas aún me dejan su fragancia”

CAPÍTULO VIII. Adiós al colegio

CAPÍTULO IX “Juventud, divino tesoro, ya te vas para

CAPÍTULO X. El regusto de la vida

SEGUNDA PARTE. EL AQUELARRE

CAPÍTULO XI “Melificó toda acritud el arte”

CAPÍTULO Intermezzo: Allegro ma non troppo

CAPÍTULO XIII. La vieja San Marcos y la nueva conciencia

CAPÍTULO XIV. “Potro sin freno se lanzó mi instinto"

CAPÍTULO XV. En el reino de arauco

CAPÍTULO XVI. Scherzo sobre Leguía

CAPÍTULO XVII. MARIÁTEGUI Y HAYA DE LA TORRE

Mariátegui y Haya de la Torre. Que afirma LAS sobre JCM y VRHT

CAPÍTULO XVIII. El comandante Sánchez Cerro (1930-31). Como

ÍNDICE ONOMÁSTICO

Primera parte EN EL LIMBO

Yo quiero, citando me muera, sin Patria, pero sin amo,

Sobre mi sepulcro, un ramo De flores y una bandera...

1
José Martí, Versos sencillos

TESTIMONIO PERSONAL es un conjunto de imágenes, de juicios, de im-presiones y retratos tal como


se presentaron en el recuerdo del autor, sin otro orden que el vivencial de su capricho, si lo hubo,
de su espontaneidad siempre en acecho; guardan, pues, estricta armonía con el título que los
ampara. Son eso, nada más y nada menos: un “testimonio personal

El libro se subtitula Memorias de un peruano del siglo XX: es que también son eso: se ajustan a una
persona, el testigo, y a un lapso de tiempo, el de su existencia: nada menos y nada más. Debo
explicarme acaso: nacido el autor a fines del año de 1900, su ámbito temporal y espacial —su
vivencia y, por tanto, su testimonio— cubre lo que va corrido de la actual centuria.

No considero estas páginas como “confesiones”, sencillamente porque no lo son. El famoso jurista
brasileño Rodrigo Octavio, denominó a las suyas Mis memorias de los otros: cínico y significativo
anuncio. Las presentes son también así, pero todo gira en torno del vidente, visor, veedor y a veces
previsor, el cual no hurta su criterio ni sus prejuicios e imaginaciones, aunque la crítica evaluadora
no sea lo principal en este caso.

Con pudor incoercible, hasta donde ha podido, evita el autor hablar de sus intimidades. El es de los
que creen que aquello que nos llega por boca, oído y ojos, de afuera hacia adentro, pertenece
irrenunciablemente a los predios del alma, y que el alma sólo se abre ante Dios.

Lima, 10 de febrero de 1969.

L. A. S.

CAPÍTULO XVII. MARIÁTEGUI Y HAYA DE LA TORRE (1916-1930)

En numerosas ocasiones, por una razón literaria o por una política, en calidad de contertulio
bohemio o de compañero ideológico, me he referido a José Carlos Mariátegui. La fama siempre
generosa cuando postuma, lo ha elevado a un sitial que, sin duda, merece, pero que, como
contemporáneo y colaborador suyo, quisiera examinar objetivamente. Ya lo hemos visto en sus
escarceos literarios, de un “esnobismo” “epatante” durante sus campañas estéticas al lado de
Valdelomar- y también durante sus días misionarios, después de la amputación de su pierna útil.
Manolo Seoane, que lucía una temible travesura mental, dijo una vez en un arranque polémico y
sarcástico contra los secuaces del autor de Siete Ensayos, que su historia ideológica seguía el rumbo
de sus males físicos. La lucha inspira juicios, tan crueles como este. Seoane sabía bien que el caso
de Mariátegui era una mezcla explosiva de impulsos sentimentales, individualismo y convicciones
intelectuales colectivistas, que, como todos los líderes de su tiempo, es decir, de los años 18 a 30,
José Carlos se había formado en el anarquismo, cuya proclividad a la violencia no admite réplica.

Rehaciendo el relato, diré que conocí a Mariátegui en 1915, cuando él era empleado de los talleres
de La Prensa y empezaba a colaborar en sus columnas, con crónicas y comentarios de índole literaria
y pictórica, usando el seudónimo de “Juan Croniqueur”. Lima se hallaba entonces bajo el sortilegio
del decadentismo valdelomariano. La figura y la conducta de “El Conde de Lemos” habían creado
una escuela. Mariátegui se adhirió a ella con fervor de neófito. Pronto se convertiría en su principal
sacerdote.

2
José Carlos había nacido en Moquegua el año de 1894; después de pasar su infancia en Huacho, su
familia se radicó en Lima, y aquí creció y se autoeducó. Tuvo que luchar desde los siete años con
una desgracia física que influyó en toda su existencia: a causa de un morbo adquirido en la niñez
perdió el uso de una pierna, que llevaba encogida, apoyándose por consiguiente en un bastón. Hay
que pensar lo que eso influye en la formación espiritual de un hombre, sobre todo si carece de
comodidades de fortuna y debe abrirse paso, a brazo partido, a la edad en que otros disfrutan de
beneficios y facilidades de toda especie. Es por tal motivo por el que entró a trabajar en La Prensa
como “alcanza rejones”. Le atraía el olor de la tinta de imprenta de la que no se libraría jamás.

Aparte de su infortunio físico a causa de la renguera a que estaba condenado, su salud era muy
frágil. No olvido la impresión que me produjo nuestro primer encuentro en la puerta de La Prensa.
El era un joven de unos veinte o veintiún años, pero con apariencia de diecisiete por su magrura, y
de treinta por su severidad. Tenía el pelo negro, abundante, peinado a un costado y lustroso, le caía
sobre la frente un mechón color ala de cuervo. En un semblante demacrado, algo sudoroso, de
pómulos visibles, resaltaba una fuerte nariz hebreo-borbónica, bajo unos ojos bastante juntos,
negros y aguzados, a los que sombreaban las cejas espesas. La voz no agradaba por desapacible y
hasta chillona. De estatura menos que mediana, la mano flaca se aferraba al puño de un bastón, en
el que apoyaba la pierna encogida al par que se asentaba en la otra, que era regular y andariega.
Caminaba como un gorrión a saltos, pero sin descansos ni pausas. Sonreía poco, pero reía de súbito
con estridencia, dejando ver unos dientes saludables y parejos.

Esa tarde formaban el grupo gentes bastante distintas entre sí. Ahí estaban Valdelomar, siempre
insolente y ruidoso, con su eterna risa blanca y burlona; Edgardo Rebagliati, buenmozo y discutidor;
el “moro” Pepe Ruete, con sus barbas negras, que acariciaba intermitente, el sombrero encajado
hasta los ojos oscuros y profundos, de mirar sibilino, hablando como lo haría una metralleta, esto
es, a descargas sucesivas; “la lora” Luis Bustamante, mayor que todos, empleado de la
administración, hombre raro, de ojos enjabelgados y dormidos, que no podía hablar sin sobajear los
brazos de su interlocutor; el “cholo” Meza, con su dentadura desportillada, su chambergo de
mosquetero jubilado, su bigotillo de serrano aspirante a caballerete y sus opiniones rotundas,
todavía no del todo alcoholizadas. Mariátegui hablaba de pintura, de la Exposición Concha que
anualmente discernía un premio más o menos respetable a un pintor nuevo.

El “cholo” Meza disparaba a mansalva sobre Mariátegui que había publicado tiempo atrás uno o
varios artículos de encendido elogio a una joven pintora, Juanita Martínez de la Torre, de la que, al
parecer, estaba enamorado. Cada escritor lucía entonces, como el Quijote a Dulcinea, una pasión
platónica, un amor remoto, por alguna razón imposible. Meza bebía los vientos por Gabriela Urvina,
que no le llevaba el apunte; Valdelomar estaba en camino de establecer un diálogo renacentista,
intelectivo-galante con Consuelo Silva Rodríguez; Mariátegui perseguía la sombra etérea de Juanita.
Habitaba ésta en un segundo piso de la calle Valladolid o Piedra, y tenía dos hermanos. A todos los
vigilaba con insistencia rayana en la manía la madre, viuda. La hija era realmente bonita, con ese
bonito limeño que participa de la delicadeza de muñeca y de cierto empaque de vicuña. Tenía la piel
blanca y rosada, la nariz recta, los cabellos castaños y los ojos pardos. Vestía con sencillez. Eran
bastante pobres. Desde luego, concurría como todas las muchachas en busca de novio a la misa de
Once de Santo Domingo, lo que obligaba a José Carlos a estarse de plantón en la puerta del Palais
Concert o, al frente, en la de La Prensa a la espera del armonioso desfile de chicas casaderas y ya
casadas que avanzaba por la acera del Palais hasta la Plaza de La Micheo (San Martín) y regresaba

3
por la de La Prensa, cuando salían de misa de Santo Domingo, o,, al revés, cuando salían de San
Pedro. Juanita tenía como hermano a un muchacho aspirante, flaco e inquieto, de grandes ojos y no
menos grandes narices, Ricardo. La cercanía de José Carlos le animó a lanzarse a la literatura, y a los
12 años, pues había nacido en 1904, pergeñó una novela que Mariátegui hizo publicar como primicia
o prenda de precocidad en La Crónica. El otro hermano, menor, Benigno, se dedicó más tarde a la
publicidad y al teatro.

Juanita pintaba retratos y paisajes de caballete. Tenía como maestros, si no me equivoco, a Teófilo
Castillo, nuestro Fortuny decimonónico, y a Luis Astete, en cuya academia practicaba. Por ese
tiempo obtuvo el Premio Concha, en medio de una polémica tan apasionada como la de
Oxandaberro-Franciscovich, y ocasionó el vertimiento de algunos litros de tinta de la péñola de José
Carlos.

Mariátegui era ligeramente vanidoso, pero cordial. Los ojitos negros y juntos brillaban como
boliches y miraban fijamente; luego se entornaban en un rictus irónico: era el momento de la frase
literaria y cortante. Valdelomar prefería, a la de todos sus amigos, la compañía de José Carlos y de
César Falcón. Muchas veces me filtraba yo, acompañado por Ladislao Meza, al grupo y hasta me
invitaban, como porte bonheur, a su mesa del Palais, donde se tomaba más té que alcoholes. Ni
Valdelomar ni Mariátegui fueron adictos a los licores ni aperitivos. Preferían cosas simples, aunque
a veces, aparatosamente, pidieran algo que en aquellos tiempos sonaba a gran novedad: “Gargon,
un absinthe. .. Quechua, un kummeF.

Cuando fundó El Tiempo, en compañía de Falcón y de “Charapa” Del Aguila, y bajo la dirección de
Pedro Ruiz Bravo, Mariátegui se llevó al gordo Carlos Guzmán y Vera, autor teatral y periodista
avezado, y a la “lora” Bustamante, como administrador. Ladislao Meza, que había renunciado a El
Comercio, se adhirió al grupo del nuevo diario. Igual pasó con Eduardo Zapata López y más tarde
con Armando Herrera. Mariátegui tomó a su cargo una sección política, “Voces”, que hacía
competencia a los divulgados y famosos “Ecos” de Luis Fernán Cisneros en La Prensa, ¡Ya se
mostraba José Carlos anticolonialista, antineogodo y adversario nominal de Riva- Agüero, en quien
personificaba el colonialismo y la reacciónl

A menudo Mariátegui nos leía sus versos. Sonetos endecasílabos o alejandrinos a propósito del
amor, Dios y la muerte. Según un aviso aparecido en Colónida, con esos versos preparaba un libro
que titularía Tristeza. Cuando lanzamos la revista Lux (1916) con Ismael Bielich, Mariátegui nos
obsequió con unos dísticos sobre las campanas pascuales, dísticos llenos de misticismo. Poco
después se fundó la Universidad Católica y Mariátegui, que no tenía estudios oficiales, se matriculó
como alumno libre de estética. Interrumpió esos estudios su intempestivo viaje a Europa en octubre
de 1919.

El local de El Tiempo estaba en la calle General La Fuente. Era, como el antiguo de El Comercio, un
caserón viejo, con dos alas y un fondo enorme. Ahí discutía Mariátegui con Meza y Falcón sobre la
Revolución Rusa que acababa de estallar. Valdelomar andaba ya en ajetreos de turismo cultural.
Meza, devoto de los literatos rusos, escribió varios comentarios acerca del bolchevismo que nadie
entendía bien. Mariátegui admirador visible de Azorín, cuyo estilo se halla patente en “Voces”, y
como no manejaba entonces otro idioma que el castellano, aunque había tratado de aprender latín
con el Padre Martínez Vélez, se encontraba bajo el embrujo del pensamiento socialista-hispano,
especialmente de Luis Araquistain, cuya revista, España, consumía muchas de sus horas y

4
preocupaciones. A semejanza de ella ideó Nuestra época, de la que salieron sólo dos números en
1917-18. El místico de los sonetos melancólicos había muerto.

Me parece ver a José Carlos los domingos, después de las carreras, llegar rengueando al Palais, con
sus binóculos colgados al cuello, lleno de entusiasmo por los resultados de la fiesta hípica.
Colaboraba con cuentos de ese jaez y crónicas de entendido en justas cabalgantes, en las revistas
de tal giro, para lo que contaba con la cooperación del chino Luy, dueño de un stud y de una revista,
El Turf, y de Zapata López, con quien lanzó después Hombres y racers.

Es curioso: Mariátegui, en medio de aquellas frivolidades, mantenía un señorío ideológico, cierta


austeridad impresionante. El hombre iba creciendo por dentro. Ya en 1918, a raíz de la aventura de
Nuestra época, con cuya oportunidad un oficial de caballería, alto, fornido y belicoso, lo atacó a
foetazos en la puerta del Palais, se advertía una creciente inquietud social en el joven y semi-inválido
periodista. Hasta ahora no entiendo por qué sus herederos se han negado a publicar
ordenadamente los versos y prosas de José Carlos correspondientes a la etapa 1915-1919. Su hijo
Sandro, que editó en diez pequeños tomos las “Obras Completas” de su padre, me respondió
cuando le formulé la pregunta: “Eso pertenece a la edad de piedra de mi padre: él lo había
repudiado”. No lo creo.

AI encenderse la campaña política a favor de Leguía, de la que El Tiempo se convirtió en principal


vocero, Mariátegui, Falcón y Del Aguila se apartaron del diario y, con la ayuda de Alfredo Piedra
Salcedo, primo de Leguía, y de otros amigos, entre ellos Sebastián Lorente y Baltazar Caravedo,
fundaron La Razón, de más modestas instalaciones, situado en la calle de Pileta de La Merced, a
treinta metros del jirón de La Unión. Fue ahí donde nació la Reforma Universitaria, o, al menos,
donde se fortaleció y orientó el movimiento.

Ya he referido cómo surgió la agitación reformista, ligada íntimamente a la presencia fugaz, pero
fecunda, en Lima del maestro y líder socialista argentino Alfredo L. Palacios. Nadie quería
reconocernos. La propia Federación de Estudiantes en su segundo año de existencia, mostraba poca
animación reformista. En vano algunos de sus miembros, como Haya de la Torré, se esforzaban por
infundirle ánimos revolucionarios. Como consecuencia, siguiendo la tradición nacional del divide et
impera maquiavélico-rimense, se constituyó un comité marginal dedicado sólo a la Reforma. De él
participé yo, al igual que Raúl Porras, Manuel Abastos, Manuel Seoane... Para dar vida a la Reforma
había que realizar una intensa campaña periodística: es lo que hicimos y a la que cooperó con
actividad y desinterés La Razón.

En sus columnas, Porras, Guillermo Luna Cartland y Humberto del Aguila, vaciaban sus críticas cada
vez más punzantes y demoledoras. No hablaban de sistemas. Porras nunca fue un guerrero de vasta
estrategia, sino más bien un guerrillero valeroso y audaz. En esa ocasión aplicó toda su ciencia
satírica y su conciencia limeña contra éste, ése y aquel catedrático “tachado” a fin de demoler el
muro sacando piedra por piedra, ladrillo por ladrillo. Todas las mañanas, a las once nos reuníamos
en la sala de redacción, a la vista y paciencia de Mariátegui y Falcón que asistían sonrientes a
nuestras alegres y bélicas sesiones. Para orientar la campaña en Medicina, núcleo central de los
ataques, actuaban Lorente y Caravedo. No he entendido después, sino como consecuencia de un
divorcio ulterior que influyó demasiado en la posición personal de Mariátegui, la crítica de éste a la
Reforma, crítica desde luego benévola, pero en el fondo a sí mismo, que la alentó desde su trinchera
periodística.

5
El 4 de julio de 1919, ya lo sabemos, Leguía tomó el Poder mediante un golpe de cuartel que
consolidó su victoria electoral, puesta en duda por un Ejecutivo hostil, pero legalista, en cooperación
con un Legislativo “aspillaguista”, según se creía. La Razón, pese al origen de sus capitales, no
demostró ningún entusiasmo por el cuartelazo. Sin embargo, uno de los factótum de Leguía era un
antiguo, leal y locuaz amigo de los directores del diario: Mariano H. Cornejo. Como se recuerda, él
fue quien asumió la defénsa de Mariátegui y Falcón, en 1917, cuando el zarandeado baile nocturno
de Norka Ruskaya en el Cementerio de Lima.

Cornejo puso en marcha la maquinaria de un plebiscito napoleónico, creó una Guardia Republicana
robespierreana, presentó una consulta popular tipo Tercera República. Uno de los, puntos se refería
a cuestiones laborales. La Razón, no sólo lo criticó sino que, estando ya en agosto, Mariátegui dirigió
la palabra en un mitin que se calculaba en cinco mil obreros, la mayor parte textiles, y por tanto, de
Vitarte, donde Haya de la Torre, flamante líder estudiantil, un año menor que José Carlos, tenía a
sus mejores discípulos. En ese agosto, Valdelomar fue electo diputado regional por lca; figuraba
entre los leguiístas de última hora. A comienzos de octubre Mariátegui y Falcón partían, provistos
de sendas becas de estudio, el uno a Madrid y el otro a Roma. En ese momento se rumoreó que
ambos habían capitulado; que "los habían comprado”. La especie hizo su camino. Los obreros se
sintieron defraudados. Costaría tiempo y trabajo, esto último a cargo de Haya de la Torre, para que
devolvieran su confianza, en 1923, al cojitranqueante, dúctil y sutilísimo exdirector de La Razón.

La huella de Mariátegui se pierde por un tiempo. Se dedicó a viajar, a ver, a mirar, a estudiar. Según
supimos después, anduvo por Florencia, Nápoles, Viena, París; se unió a Ana Chiappe y, como he
dicho, tuvo su primer hijo, Sandro. Regresó tan sólo en los primeros meses de 1923: para entonces
hacía dos años que funcionaba la Universidad Popular González-Prada, bajo la Rectoría de Haya de
la Torre, en Vitarte y en la propia Lima, y se publicaba una revista de agitación social, inspirada en
un título de Barbusse: Claridad.

Acababa de volver Mariátegui cuando nos encontramos en la esquina de Boza y Jesús María. Yo
estaba con Ladislao Meza. Este nos invitó a comer pan con jamón del país en la bodega-bar de
Giacoletti situada en aquella esquina. Meza inició sus bromas. La conversación se encaminó hacia
los temas sociales, hacia el fascismo a la sazón triunfante en Italia. Me pareció que a José Carlos le
molestaba hablar de su pasado literario, pero, en cambio, sus mayores entusiasmos se referían a los
elementos literarios de la revolución europea: Trotsky, Lunarchaski, Nitti, Sforza, Gentile, Barbusse,
Romain Rolland, León Blum, Bernard Shaw, Unamuno, Ortega, quizás Mac Donald. El cholo Meza,
que leía como una esponja, puso en apuros los conocimientos de Mariátegui. A la salida nos
tropezamos con Haya de la Torre, que se hallaba en plena campaña de la Federación de Estudiantes.
No recuerdo si se incorporó al grupo. Lo vimos, sí.

Yo partí del Perú el 16 de mayo de 1923. Cuando regresé en octubre, Mariátegui había sido
designado por Haya redactor principal de Claridad. Los obreros textiles se resistieron a aceptarlo en
esa calidad y en la de profesor de la Universidad Popular. Haya comprometió a Arturo Sabroso, a
Conde, Nalvarte, Posada, Ríos, a todos los líderes obreros bajo su influencia directa, a que otorgaran
un affidavit temporal a favor de José Carlos. Fue el comienzo efectivo de la actividad social y
socialista de Mariátegui.

Casi enseguida sobrevino la segunda tragedia personal de José Carlos. Enfermó gravemente y fue
preciso amputarle la pierna en que se apoyaba, dejándole la otra, la que tenía tullida desde la

6
infancia. En esos días, Luis Varela y Orbegoso, presidente del Círculo de Periodistas, organizó en el
Teatro Municipal una velada para recaudar fondos en beneficio del periodista Angel Origgi Galli, que
se hallaba casi inválido. Fue entonces cuando yo, mediante un artículo en Mundial, lancé una voz
de alerta, urgiendo a que los fondos fuesen distribuidos también a la desvalida familia de José Carlos,
tirado sobre un canapé de Leuro. Me pidió que lo visitara, si no me equivoco, por intermedio de
Enrique Bustamante y Ballivián. Acudí al minuto. Lo encontré pálido, demacrado, siempre con el
mechón nigérrimo, casi azul, tajándole la frente. Anita Chiappe le arreglaba las mantas. Me tendió
la mano huesuda, casi transparente: “Sánchez, quería darle las gracias por su artículo”. Siempre nos
hablamos de usted como con Basadle, así como nos tratamos de tú con Haya y con Porras. “Ha sido
mi deber, José Carlos”. Le mostré en una segunda visita la tarjeta postal que me había enviado Haya
de la Torre, desde Copenhague, agradeciéndome lo que yo había hecho por “J.C.M., quien es para
mí un hermano”. Generoso Víctor Raúl: Mariátegui se emocionó hasta el balbuceo. “Víctor está
ahora en Rusia, seguramente nos va a traer cosas nuevas”. Repito, vivíamos en 1924 ó comienzos
del 25.

Pero, no; a mediados de 1924 nos reunimos en casa de Mariátegui, es decir, en el departamento de
Leuro, los miembros del Jurado de los Juegos Florales Universitarios que convocó la Federación de
Estudiantes, presidida por Manuel Seoane, poco antes de que éste fuese desterrado, o sea, éntre
enero y abril de 1924. Manolo fue “exportado” en mayo y lo sustituyó Pedro Muñiz. Como el
concurso estaba en marcha, los miembros del Jurado, nos reunimos en torno del lecho de José
Carlos. Para eso habíamos pedido que Percy Gibson viniera de Arequipa y que Manuel Beingolea
abandonase su espléndido aislamiento barranquino. En cuanto a Manuel Beltroy no hacía falta
mucho esfuerzo para tenerlo en la tarea. Nos congregamos, pues, dos días, o mejor dicho, dos
noches enteras. Gibson me sacaba de la Biblioteca Nacional, en la que él trabajó bajo la dirección
de González-Prada, y nos dirigíamos conversando de mil y una cosas hasta Miraflores. La tarea de
seleccionar los poemas fue harto difícil. Al final llegamos a la conclusión de que tenían parecidos
méritos cinco o seis poemas, uno de ellos, el más sorpresivo, El aroma en la sombra, un conjunto de
versos becquerianos, de puro y acendrado lirismo. Sin embargo, abrigábamos algunas dudas.
Rompimos el sobre y hallamos un nombre desconocido: Enrique Peña Barrenechea. Conocíamos a
Ricardo, poeta y pintor, su hermano, pero Enrique empezaba su misión poética. Y, entonces,
confesemos el pecado, después de haber seleccionado aquel poemario, Gibson no pudo contenerse
y con su habitual sarcasmo exclamó: “Creo que estamos sacrificando a un gallo por un ruiseñor”. La
alusión parecía dirigida contra Alberto Guillen, también arequipeño como Gibson, y a quien
apodaban “Gallo de lata”. Beingolea, que nunca se curó de formulismos, enarcó las luzbelianas cejas
y solicitó: "Ya dimos el premio, ¿por qué no nos enteramos de quiénes son los damnificados?”.
Mariátegui, sonriendo, atajó formalmente: “No se pueden abrir los sobres no premiados; hay que
devolverlos a sus remitentes”. Predominó el criterio de que siendo ese un jurado extraprotocolar
podía recurrir a un procedimiento extraordinario, y los sobres correspondientes a los poemas no
premiados fueron alevosamente abiertos. En efecto, habían concursado Guillen, Lora, y otros poetas
consagrados. Nos prometimos no revelar nuestra indiscreción y excusarnos diciendo que habíamos
incinerado todos los sobres no premiados". Cosas de juventud.

Ya andaba Mariátegui con la idea de publicar una revista a base de la imprenta de su hermano Julio,
traída de Huacho y remozada en Lima. La imprenta se llamaba Minerva y se inauguró el 31 de
octubre de 1925. Ese mismo día, saliendo de Minerva, a donde fue a saludar a Mariátegui y a excusar

7
su presencia en la ceremonia inaugural, José Santos Chocano se dirigió a El Comercio y allí mató a
Elmore. José Carlos refería su entrevista previa con caracteres dramáticos. Poco después circuló el
prospecto de Amanta. Estuve entre los fletadores de la revista, cuyo nombre fue propuesto por
Sabogal.

A partir de entonces se estrecharon mis vínculos con Mariátegui. El planeamiento de Amauta se


llevó a cabo dentro de las líneas generales del Frente Unico de Trabajadores Manuales e
Intelectuales lanzado por Haya de la Torre y el APRA. José Carlos estaba completamente de acuerdo
con eso, y aun más, pretendía “barrer para adentro” a todos quienes no fuesen civilistas, es decir,
oligarcas convictos y confesos, o fascistas. El elenco de Amauta cubría todos los intersticios.
Figuraban en él, Antenor Orrego, Alberto Ulloa Sotomayor, Enrique Bustamante y Ballivián, César
Falcón, Hugo Pesce, Alcides Spelucín, Jorge Basadre, Oquendo de Amat, César A. Rodríguez, medio
centenar de escritores y casi todos los plásticos: José Sabogal, Camilo Blas, Julia Codesido, Artemio
Ocaña, Cota Carvallo. Se trataba de un movimiento concéntrico, de conjunción, nada ortodoxo,
abierto a toda corriente intelectual. Así nació Amanta. Sus páginas lo atestiguan.

Durante los primeros diecisiete números, Amauta publicaba todos los comunicados, declaraciones,
votos y mociones del APRA, en su sección de París, a cuyo cargo se hallaban Luis Heysen y Eudoció
Ravines. Haya de la Torre colaboró varias veces, entre ellas una con su macizo y revolucionario
artículo “Nuestro frente intelectual” (número 4), que sería reproducido en su libro Por la
emancipación de la América Latina (Buenos Aires, Gleizer, 1927). De las relaciones entre Mariátegui
y el Apra vamos a hablar enseguida; continuemos ahora con el personaje en sí.

Yo publiqué en Amanta (1926) mi artículo "Perú en 3 tiempos”. Poco después abrimos polémica con
José Carlos. Este, bajo el señuelo de los nacionalismos europeos, especialmente los balcánicos
(admiraba fervorosamente a Panait Istrati, cuya novela Kira Kiralina malamente vertida al castellano
por J, Eugenio Garro, publicó “Minerva” ), fomentaba un nacionalismo indigenista para el Perú. En
eso fue certero y eficaz. Coincidía con el indigenismo de Haya, quien desde su permanencia en
Cusco, en 1917-19, insistía en la urgencia de constituir nuestra nacionalidad y nuestra cultura sobre
la base indígena, traduciendo este propósito en una violenta hispanofobia, muy de acuerdo con la
de González-Prada, maestro de nuestra generación. Los poetas y narradores serranos, sobre todo
los de Cusco, Puno, Cajamarca, tenían en Amanta y en La Sierra —de J. Guillermo Guevara— su
palenque. Luis E. Valcárcel andaba en esos días trasmitiendo su fervor indigenista. Las cosas llegaron
al punto de que se me levantó el cholo que guardo adentro y rompí lanzas contra “el batiburrillo
indigenista”, título de un artículo mío aparecido en Mundial, a comienzos de 1927. Ya he referido
que nos enfrascamos José Carlos y yo en una polémica pública a través de dicha revista, y que, a
resultas de ello, Mariátegui se dedicó a estudiar temas peruanos, fuera de su alcance hasta
entonces, y yo a aprender nociones de economía marxista para refutar si fuere el caso a José Carlos.
Fruto inmediato de aquello resultó el ensayo El proceso de la tierra, aparecido en siete u ocho
números sucesivos de la revista de Aramburú.

Aquí cabe recordar cómo ingresó Mariátegui a la cofradía periodística de Mundial-, su proceso,
aunque anterior al de Vallejo fue de marcha y corte exactos.

Gastón Roger, el fino cronista de “La perspectiva diaria”, galan- tuomo profesional pese a su fealdad
y poco atildamiento, dio un campanazo a la sociedad limeña el día en que se supo que acababa de
raptar para casarse con ella, a Tula La Rosa Duany, hija del banquero Pablo La Rosa, hombre fuerte

8
del Banco del Perú y Londres. Tula era una de las muchachas más codiciadas de Lima por su belleza,
su gracia y su aparente dinero. Tula La Rosa Duany, estaba de novia con Juan Thol, un joven abogado
de gran porvenir. Gastón Roger la perseguía con ahínco y éxito. Una mañana, en lugar de ir a misa,
ella se encontró con él en la capilla de un templo para casarse y en la alcaldía para firmar su partida
de matrimonio. Hecho lo cual se dirigieron a México. Si no me equivoco esto sucedía a fines de 1921,
Balarezo, es decir, Gastón Roger, permaneció en México, como periodista, más de un año, acaso
dos. Cuando volvió al Perú necesitaba ganarse la vida con su pluma y entró a colaborar en Mundial.
México, a la sazón en pleno nacionalismo revolucionario, bajo la égida de Vasconcelos, le transmitió
esta idea y quiso aplicarla en el Perú. Es lo que ratificó Sabogal en el campo pictórico después de su
regreso del viaje de bodas a la capital del Anáhuac. Andrés Aramburú, que era un zahori en materia
periodística, le propuso a Gastón Roger que abriera en su revista una sección titulada
“Peruanicemos el Perú”. No recuerdo bien si el título fue idea de Balarezo o de Aramburú; hasta
donde sé Balarezo tituló así su primer artículo, y Aramburú le pidió que continuara bajo ese rótulo
todos los que publicara en la revista. Durante tres o cuatro números, Balarezo, que era bastante
impuntual, cumplió su compromiso; pero, de repente, al armar la pauta de un número de Mundial,

Andrés comprobó que Gastón Roger no había mandado su colaboración. Y como no era hombre de
pararse en pelillos, metió bajo el rótulo de “Peruanicemos el Perú” la colaboración que José Carlos
había mandado, previa consulta telefónica con éste; así resultó Mariátegui animando la sección
“Peruanicemos el Perú”, iniciada por Balarezo, confirmada por Aramburú y sostenida por él. Los
artículos que formarían después el texto de Siete ensayos se publicaron así en Mundial.

Nuestra polémica no nos alejó. El era demasiado inteligente y yo no era tan tonto como para
convertir una divergencia ideológica en una querella personal. Tuvimos ocasión de demostrarlo
enseguida. Nuestra polémica se realizó entre febrero y abril de 1927. Por cierto que los gozques de
la trailla de Amanta, entre ellos una poetisa sudamericana, me atacaron a todo dar. José Carlos me
pidió excusas. No precisaban. Poco después, en junio, se suscitó la persecución contra los
comunistas y sus secuaces, iniciada en Londres, a raíz del allanamiento del consulado soviético en
Arco’s House. Se dictó orden de captura contra el inválido Mariátegui; Jorge Basadre, colaborador
de Amanta fue a dar con sus sueños a la Isla de San Lorenzo por un par de semanas que nos
ocasionaron harto trabajo a sus amigos. En cuanto supe la orden de detención contra José Carlos
acudí a mi “hermano”, el periodista y diputado oficialista Escalante, mi futuro compadre. Logramos
que se rectificase la; orden; José Carlos, que ya habitaba en la calle Washington izquierda, recuperó
su libertad; Amanta volvió a circular.

Al año siguiente se presentó la ruptura entre Haya y Mariátegui. Los que no seguíamos con mucha
atención la propaganda política de los estudiantes exiliados, no nos percatamos del Congreso
Antiimperialista de Bruselas, realizado el año anterior, febrero de 1927, a raíz del cual se hizo visible
la ruptura entre el Apra y el comunismo, así como la nueva postura de Eudocio Ravines que
abandonando la secretaría de la Célula Aprista de París, se convirtió en decidido sostenedor de la
línea comunista capitaneada desde Bruselas por el italo-argentino Codovila, en lo que concernía a
la América Latina. Ravines llegó al Perú y denunció a Haya como totalitario, neofascista, ambicioso,
personalista, etc., de todo lo cual convenció a Mariátegui, autor del editorial del número 18 de
Amanta que precisó la nueva orientación de la revista: ya estaba en marcha el partido socialista
peruano.

9
Con gran sigilo José Carlos me llamó a su domicilio; convocó a numerosos escritores de diversas
tiendas (o de ninguna, como era mi caso), y me pidió, según he contado, que lo ayudara a formar
un “Frente Intelectual” contra la dictadura. Lo hice. Conversé con Alberto Ulloa, Mariano Ibérico,
Jorge Basadre, Ismael Bielich, Emilio Romero, Erasmo Roca, Carlos Doíg y Lora; a instancias de
Mariátegui, (ya en 1929 o principios de 1930), recomendé a Erasmo Roca que contratara los
servicios de Ravines como traductor para la flamante Facultad de Ciencias Económicas de San
Marcos. Ravines había ingresado en forma muy especial a Lima y actuaba junto a José Carlos, usando
su virulento odio contra Haya de la Torre, su antiguo amigo.

Dentro de ese proyecto de juntar fuerzas, de “barrer para adentro”, decidimos en 1929 invitar a
Waldo Frank, escritor liberal norteamericano de mucha boga entre nosotros a raíz de su magnífico
libro España Virgen que acababa de traducir el poeta León Felipe. Waldo iría a Buenos Aires como
huésped de Amigos del Arte, institución controlada por Victoria Ocampo. Como el gobierno de
Leguía se había opuesto a la visita del Conde Keyserling, y como la universidad, con Deustua como
Rector, no llamaría a Frank, constituimos un grupo de “Amigos de Waldo Frank”,
comprometiéndonos a pagar cualquier déficit que resultara de la gira de nuestro amigo de
Manhattan. Los cabecillas del grupo fuimos José Carlos y yo, ayudados eficazmente por Pepe Diez
Canseco, joven escritor que surgió entonces con sus vigorosos relatos El Gaviota y Kilómetro 83. La
visita de Frank ocasionó una requisa de judíos en Lima y una detención domiciliaria de José Carlos y
una prevención de no salir a la calle contra mí. Nuestro buen amigo Escalante actuó de nuevo: José
Carlos, Amanta, los judíos y yo recuperamos nuestra libertad de acción.

Todas estas circimstancias nos habían acercado mucho. En verdad, yo era ajeno a las diferencias
políticas entre Mariátegui y Haya, salvo en lo tocante a Seoane, quien me hablaba de ellas en cada
carta, y fueron muchas, desde su exilio de Buenos Aires. Finalmente, Manolo se casó a fines de 1929,
y poco después se dirigió a Chile a una cura de reposo. Como yo había sido invitado a Chile por la
Universidad, Mariátegui me pidió que llevara una carta a Seoane.

Nunca he visto peor a un hombre que a José Carlos en aquellos primeros meses de 1930. Ya lo he
referido: como agravara de sus males, le recetaron tomar baños de arena, que acabaron con las
pocas energías que le quedaban. Ya había publicado sus dos primeros libros: La escena
contemporánea y Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana; aquél con sus artículos de
Variedades, revista a la que le adscribió Ricardo Vegas García, y el otro con los de Mundial. Para
responder al segundo, Víctor Andrés Belaunde, entonces exilado en Norteamérica o París, inició una
serie de artículos en Mercurio Peruano: con ellos formó el volumen La realidad nacional editado en
París cuando José Carlos había abandonado definitivamente toda actividad terrestre.

Dos eran las preocupaciones finales de José Carlos: organizar el Partido socialista peruano y que le
colocaran una pierna ortopédica. Lo primero le fue negado por el Congreso Comunista de
Montevideo de 1929, en el cual sus tesis fueron rechazadas por heréticas y reaccionarias. En lo
segundo estaba alentado por Samuel Glusberg, desde Buenos Aires. Glusberg, de larga estirpe
israelí, usaba y usa el seudónimo literario de Enrique Espinosa, cuyos orígenes no admiten cuestión:
Enrique, por Enrique Heme, el inmortal poeta del Buch der Heder, cuya obra proscribió Hitler
durante su felizmente corto imperio en Alemania; y Espinosa, por Barúch Spinosa, el filósofo
sefardita, autor de la Etica. Glusberg trabajaba para conseguir que varias asociaciones porteñas
invitaran a Mariátegui y así éste pudiera ponerse en manos de ortopedistas capaces que corrigieran

10
su congénita cojera. Pensando en ambos extremos, José Carlos me pidió encarecidamente, a fines
de marzo de 1930 que llevara una carta abierta a Seoane y que le obtuviera una invitación de la
Universidad de Chile para seguir a Buenos Aires. Leí la carta que él me pidió que leyera: comprendí
muy poco. Recuerdo las expresiones “Mussolinis tropicales” y ‘Tarinacéis criollos” que usaba allí, y
colegí, sin gran trabajo, que se trataba de convencer a Seoane para que abandonara al Apra y a Haya
de la Torre. Seoane había regresado a Buenos Aires. Le mandé la carta por correo. La recibió y no le
prestó oídos. Manolo era fundamentalmente un hombre emotivo, por eso, pese a tantas
tentaciones y discrepancias, no rompió su lealtad esencial con sus compañeros de brega. En cuanto
al viaje a Chile, conseguí que el rector Armando Quesada Acharán redactara una carta oficial con
ese objeto, y la metí en mi cartera para entregársela como un trofeo en Lima a José Carlos. Ya he
dicho que sólo pude entregársela a su viuda. José Carlos fue enterrado dos días antes de que anclara
en el Callao el “Oreorna” en que yo regresaba a la patria. Después hablé en la velada en honor suyo
que organizó Bustamante y Ballivián, No asistió ninguno de los cófrades de la calle Washington; sí,
sus amigos, y éramos muchos.

¿Ideas originales del mensaje de Mariátegui? No me siento todavía lo suficientemente alejado de


su figura y su causa como para intentar evaluarlas aunque no crea en eso. Temo estar demasiado
cerca al hombre para librarme de las grandezas y pequeñeces que la inmediatez trae consigo. Pero,
sí, conservo de su trato una impresión refrescante. Nunca le vi de mal humor. Nunca, áspero. Nunca,
sordo a nada. Tenía la finura y la tolerancia de un intelectual auténtico, y la honestidad de un
luchador de raza para quien no hay reservas en la ficción, sino en la franqueza, en la viril franqueza
de quien, amando la verdad, no la teme aunque la deba buscar en la orilla opuesta a la suya.

El contacto con Haya de la Torre, en aquel período 1917-1930, fue totalmente distinto. Nos
conocimos según he dicho, en 1917, pero sólo nos tratamos hasta los primeros meses de 1923 con
la dilatada pausa de su permanencia de casi un año en Cusco. Con Mariátegui el trato fue constante
de 1916 a 1919 y sobre todo de 1923 a 1930.

Víctor Raúl era, desde que llegó a Lima, la viva imagen del entusiasmo y de la coordinación creadora.
Venía con una leyenda de estudiante inquieto y de escritor en agraz, miembro de aquel fervoroso y
dinámico grupo de Trujillo en el que Valdelomar ejerció tan decisiva influencia, y en el que
destacaban tres figuras singulares: Antenor Orrego, César Vallejo y Alcides Spelucín; los dos
primeros, mayores en tres años que Víctor Raúl, y el segundo, su contemporáneo, aunque Víctor se
niegue a admitirlo. Haya había inflamado las pasiones lugareñas de su heráldica ciudad nativa con
una comedia de circunstancias y protesta: Triunfa, Vanidad, estrenada por la diminuta y graciosa
Amalia de Isaura y escrita en defensa de Vallejo, víctima anecdótica de los prejuicios locales a
propósito de un amor que parecía descomedido a los rangosos señorones de la Ciudad de la Pechuga
de pavo y del Azúcar.

De inmediato, aquel muchacho riente, apresurado, atlético, esbelto y vestido de permanente luto,
atrajo la atención en la Universidad y sé dedicó, como lo había hecho ya en Trujillo, a estructurar
grupos. Fue de los más activos organizadores de la primera Federación de Estudiantes del Perú, a
cuyo comité directivo perteneció como delegado de su Universidad de origen. Después de su
estancia en Cusco, no cejó hasta organizar la Reforma Universitaria. Formaba parte prominente de
la tertulia de Raúl Porras, de la que nació el Conversatorio Universitario. Ideó y movilizó a los
estudiantes de todo el Perú para realizar el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, reunido en

11
Cusco, en 1920. Antes de eso, en 1918, había sido incansable peón de la Huelga para conquistar la
jornada de ocho horas y reforzar, con un Frente Unico, a la Federación Local Obrera. En donde había
una tarea colectiva, ahí estaba él. Presidió la Federación de Estudiantes durante la lucha por la
Reforma. Fundó y dirigió la Universidad Popular González-Prada, en 1921. Lanzó el movimiento de
rescate de la Universidad y su nueva puesta en marcha en 1922. Animó y participó en la lucha del
Frente Unico de Obreros y Estudiantes para impedir el acto político de apoyo a la dictadura que
representaba para los profanos, o sea, para los legos y seglares la Consagración del Perú al Corazón
de Jesús. Campaña tras campaña, siempre en función de inspirador y líder. Su destino estaba escrito
desde aquellos primeros pasos. Finalmente, desterrado, imaginó, dibujó y ejecutó la formación del
Apra, el 7 de mayo de 1924 en México. Difícilmente se concibe una vida más inquieta al par que
fecunda entre los veintidós y los veintiocho años.

En torno de Raúl Porras, y en su casa, ajustamos nuestra amistad Víctor Raúl y yo. Diferíamos en
cuanto a intereses intelectuales; nos unía el entusiasmo por la cultura y el deporte. Yo nunca fui
delegado estudiantil, salvo al comité de Reforma y, sin aceptarlo finalmente, al Congreso Nacional
de Estudiantes del Cusco. Víctor Raúl me propuso tomar parte en éste y arregló mi contribución
intelectual. Luego, nos unió el común entusiasmo por el recién descubierto poeta Alberto Guillén.
Coincidimos en fugaces encuentros con Vallejo, en nuestra mutua amistad con Vázquez Díaz, luego
en las charlas de redacción en Mundial.

A pesar de que yo no actué en la Universidad Popular, a causa de mis eternos excesos de trabajo y
mi destino solitario de hijo único de padre viudo, Víctor me expresaba un evidente aprecio. Cuando,
como he referido, fue preciso organizar algo en honor de don Antonio Caso, inclusive rompiendo las
puertas del General de San Marcos, Haya me buscó y me halló en la ruta de nuestra calle casi común,
el actual jirón Cailloma. “Tenemos que abrir la Universidad para rendir homenaje a un gran maestro;
Caso es la encarnación de la Revolución Mexicana, un gran orador, un filósofo, amigo de
Vasconcelos, quien me ha escrito que lo atienda. A mí me parece que la mejor manera es hacer un
acto universitario con estudiantes. Organicemos un acto simple, rompamos la puerta del General y
hablamos, tú, Abastos, Caso y yo”. Fue en 1921. Por esos días estallaba la revolución del capitán
Cervantes en Iquitos. Me pareció que Víctor andaba muy inquieto con ello.

A comienzos de 1922 otra vez me buscó: "Los estudiantes pobres han perdido un año a causa del
receso civilista. Leguía ha fracasado en su intento de reabrir una Universidad sumisa. No hay rector;
hay que reabrir la Universidad dignamente y con un maestro de veras como nuevo rector (Prado
había muerto). Vamos a reunir una asamblea y formaremos una comisión de conciliación. Creo que
don Eleodoro Romero (él trabajaba en su estudio), que es un hombre recto y además primo de
Leguía, puede servir de algo; es catedrático de Derecho. Manzanilla, que es enemigo de Leguía,
tampoco está de acuerdo con el receso; puede compensar a Romero; el conde Mimbela, antiguo
maestro de Medicina, no tiene vínculos políticos y le sobra tiempo. Hay otros más. Habría que
escogerlo bien. La Universidad debe funcionar”.

Nos reunimos en el aula del primer año de Letras y ahí se eligió a la comisión de alumnos que debía
presidir Víctor Raúl y de la que yo formaba parte. Víctor declinó actuar a fondo porque partía al
siguiente día hacia Piriápolis, al Campamento anual de la YMCA, Ejecutamos la tarea. El regresó al
cabo de un mes o algo más. Ibamos con Andrés Aramburú a nuestra cotidiana visita a los baños de
El Comercio, cuando, a la altura de “The Smart”, almacén de artículos para hombres en la esquina

12
de Lescano y Espaderos, apareció la esbelta y ágil silueta de Víctor Raúl. Cruzó la calle de dos trancos
y nos saludó efusivamente. Aramburú le pidió un reportaje sobre su visita a Chile y Argentina. Víctor
nos acompañó dos cuadras contándonos cosas. Tenía una capacidad de convencimiento realmente
asombrosa. Nos refirió sus impresiones acerca del cambio de actitud de los chilenos acerca del Perú
y nos dejó entrever algo que entonces no pudimos definir mejor; pero que, a raíz de su conversación
con Leguía se pudo conocer con relativa amplitud.

Haya de la Torre era sobrino carnal de don Agustín de la Torre González, vicepresidente de Leguía
durante su gobierno de 1908-12, y de don Agustín Ganoza, vicepresidente en oficio bajo aquel
régimen de 1919-23. Por consiguiente disponía de medios para disfrutar de ventajas y prebendas
que jamás utilizó. No era el suyo el caso de Mariátegui, descendiente de una rama pobre, aunque
estuviera emparentada también con Leguía a través de Foción Mariátegui, miembro juvenil del clan
leguiísta, sin el peso de los Ganoza y los Latorre, hombres de edad, tierras y dinero. La renuncia de
Víctor Raúl a todas sus ventajas no admitía duda. Poco después supe algunos detalles sobre aquella
entrevista a la que me he referido y que ratifico. Leguía, que había apoyado el movimiento de
Reforma Universitaria, supo por su servicio especial que el Presidente de la Federación de
Estudiantes del Perú había sido muy bien recibido en Chile y Argentina y había tenido una
importante conversación con el prestigioso diplomático y político chileno, don Paulino Alfonso,
quien le ofreció una comida en su casa de la que dieron cuenta los diarios santiaguinos. Ahora bien,
don Paulino Alfonso estuvo en Lima como agente confidencial en 1912, al concluir el primer
gobierno de Leguía, y habría convenido con éste en la posibilidad de dar una solución salomónica al
enconado litigio de Tacna y Arica. Leguía había regresado al gobierno en 1919 con el lema de
recuperar no sólo Tacna y Arica, sino también Tarapacá. Aquel secreto en boca de un joven audaz y
dinámico ofrecía peligros para su posición nacionalista. A fin de salir de dudas, Leguía comisionó a
su edecán, el mayor Eduardo Price, para que saludara al recién llegado obligándolo así a que lo
visitara, en retribución de esa gentileza. Sucedió exactamente como lo planeara Leguía. Haya de la
Torre acudió a Palacio y fue retenido más de una hora por el Presidente, quien le pidió informaciones
acerca de ese aspecto de su viaje. Víctor Raúl fue sincero: Leguía supo directamente que el joven
líder conocía a cabalidad los entretelones de la Misión Alfonso de 1912, así como los de la Misión
Puga Borne, de 1917 ó 1918, De inquieto conductor de mesnadas juveniles, Haya se convertía en
testigo indeseable de altos negocios de Estado. Habría que salir de él: la solución se presentó un año
después: el exilio.

Durante esos días, Haya, que había sido mi ocasional compañero en el tercer año de Letras, curso
de Estética, de Deustua, en el que coincidió Vallejo, sufrió un incidente en sus estudios. Debía el
curso de Pedagogía para completar su ciclo doctoral en Letras; ya había terminado los de Derecho.
El catedrático de la asignatura, Luis Miró Quesada, desaprobó al joven líder. Este que tenía
conciencia de haber estudiado a fondo el curso, no contuvo su indignación y desafió, desde las
columnas de El Tiempo, a su catedrático a discutir públicamente el tema de su examen. Para la
soberbia de Luis Miró Quesada aquello fue una ofensa inolvidable. La ha pagado el Perú con
torrentes de sangre y bilis nacidas de aquel juvenil episodio.

Se interrumpió mi trato con Víctor Raúl a raíz de mi viaje a las “regiones equinocciales” a partir de
mayo de 1923. Repito que, al regresar en octubre, el “Nevada” que lo conducía al destierro se cruzó
con mi barco a la altura de Talara.

13
Dos cartas recibí de Víctor en los primeros años de su forzada ausencia: una comunicándome la
fundación del Apra, y otra dándome las gracias por mi artículo en apoyo de Mariátegui. Después
sólo sabía de él a través de cartas un poco urbi et orbi que enviaba a Fausto Posada, a Manuel
Seoane (en Buenos Aires), a Jorge Basadre, a Mariátegui. Creo que, llevado de chismes como ha sido
siempre, en aquel tiempo creyó una versión que circuló con ciertos visos de verosimilitud sobre mi
presunta adhesión a Leguía. Abonaba la presunción mi amistad para muchos incomprensible, dada
la diferencia de edad, con José Angel Escalante, y acaso el ser redactor de Mundial, cuyo director,
después de haber sido prominente pardista y adversario de Leguía, cambió de idea y de actitud, y
convirtió las páginas gráficas de su revista en un álbum hebdomadario de los festejos de Leguía y
sus áulicos. Empero, esta circunstancia carecía de solidez; en Mundial colaboraban
sistemáticamente Mariátegui, Vallejo, José Gálvez, todos críticos o adversarios de Leguía, así como
Del Aguila que, hasta 1927 ó 28 mantuvo esa misma posición. También colaboraba en nuestra
revista “Don Quijote”, o sea Carlos Solari, redactor de El Comercio, y Balarezo, conspicuo enemigo
del régimen leguiísta. De toda suerte, Víctor Raúl no las tenía todas conmigo. A partir de 1925 y
hasta 1928 ó 29 prefirió tratarme por interpositas personas.

En 1928 se produjo el cisma con Mariátegui a que me he referido. Víctor Raúl había hecho un
bullicioso recorrido por América Central, partiendo de México, en donde se encontró con los
flamantes desterrados de 1927; Manuel Vásquez Díaz, Carlos Manuel Cox, Magda Portal, Serafín del
Mar. El primero era un entrañable amigo mío. No hemos perdido esa calidad el uno con respecto
del otro hasta ahora. El exilio de Vásquez y Cox, así como de otros, tuvo como pretexto el hallazgo
en Arco’s House de Londres de documentación sobre América Latina. Como El Comercio de Lima,
poniendo de lado su enemistad con Leguía, aplaudió calurosamente las medidas represivas de éste
contra estudiantes y obreros en su mayoría allegados a las Universidades Populares, Haya de la
Torre dirigió una violenta carta de protesta y denuncia a don Joaquín García Monje, que la publicó
en su inolvidable y autorizada revista Reper¬torio americano (1927). Los términos de la carta
derramaban vitriolo contra los Miró Quesada. Estos decidieron considerar a Haya de la Torre tan
enemigo o más que Leguía y perseguirle en todas las formas imaginables y a su disposición. Mientras
La Prensa, el diario leguiísta expropiado a la familia Durand, reproducía cada comunicado de Haya
comentándolo con insidia, El Comercio, callaba el documento, pero cubría de improperios a su
autor.

Bajo ese clima sucedió que Mariátegui, influenciado por expulsados y renunciantes al Apra de París,
confundió la campaña de propaganda dinámica y política de Haya contra Leguía con una expresión
de individualismo caudillista. Es lo que pretendía hacer creer la propaganda oficialista y... la
comunista, que veía desde entonces en Haya a un enemigo fundamental. Yo no oí de boca de
Mariátegui dicterios contra Víctor Raúl, su aliado hasta ese momento y su promotor en las lides
sociales en 1923; pero el editorial del número 18 de Amanta; la total supresión de todo lo que se
relacionase con los grupos apristas del destierro; el acento puesto en la cultura rusa; cierta
preterición de lo peruano; el intento de constituir un “frente único”, tesis de Haya, sobre la base de
intelectuales apolíticos y semiconservadores, y, por último, la carta a Seoane que me confió abierta
y con el ruego de que la leyese, en marzo de 1930, bastan para demostrar el éxito de la maniobra
destinada a quebrar el cuello a la incipiente beligerancia política de la juventud peruana.

Me vine a dar cuenta exacta de todo ello, cuando Seoane me lo escribió y cuando mi compañero de
bufete jurídico, Manuel J. Rospigliosi G.S. de regreso de Berlín, a donde fue a buscar sin éxito una

14
curación que la ciencia limeña no pudo hacer, me mostró en cartas ad hoc de Víctor Raúl afectuosas
menciones de mi nombre y el insistente pedido de que Rospigliosi me convenciera de que debía
cerrar filas con Haya y con el Apra, para la que él llamaba “inminente lucha libertadora que tenemos
a la vista”. Era a mediados de 1929. Se me habían empezado a caer de los ojos las escamas del
pagano. Meses después, según he contado, tuve la certeza, no sé si para bien o para mal, de haber
encontrado mi camino de Damasco. Hasta ahora sigo en procura de su luz y de sus metas.

CAPÍTULO XVIII. EL COMANDANTE SÁNCHEZ CERRO (1930-31)

EL viernes 22 de agosto de 1930, los diarios de Lima dieron una noticia sensacional: había estallado
un motín militar en Arequipa. Lo encabezaba el comandante Luis M. Sánchez Cerro. En el inevitable
Manifiesto se pronunciaba contra el releccionismo, la conscripción vial, la corrupción administrativa,
los empréstitos, el estado policiaco, los tratados internacionales. No era, desde luego, algo
inesperado. Habían ocurrido varias revoluciones contra Leguía: la del capitán Guillermo Cervantes,
1921, en Iquitos; la del Cusco con la participación del propio Sánchez Cerro (entonces capitán), 1922;
el conato de Augusto Durand en Paita, 1923; la revolución del coronel Samuel Del Alcázar y el doctor
Arturo Osores, en Chota, 1924, seguida de cruenta represión. No se trataba de una novedad.

El sábado 23 de agosto, al salir del Correo, tropecé en la es¬quina de Palacio con el director de La
Prensa, Guillermo Forero, quien acababa de conversar con el Presidente. Me detuvo con su habitual
aire curioso y zumbón. Le pregunté: “¿qué noticias hay de lo de Arequipa?” Me contestó: “Muy
malas”. Prosiguió el diálogo: “¿No cree, don Guillermo, que eso terminará pronto?” —‘No lo creo;
Puno y Cusco vacilan; no hay dinero en la Caja Fiscal, y la gente se ha fatigado del régimen” Insistí:
‘¿Han mandado tropas para sofocar el movimiento?” Me contestó: “De eso se trata, pero las de
Puno se niegan a combatir, y parece que la aviación carece de combustible”. Yo no podía creerlo.
“Ustedes tienen en la aviación a Juan Leguía, el hijo del Presidente”. Respuesta de Forero; “Ya se le
despachó al sur a su pedido, pero ¡quien sabe!... No espero nada bueno”. Me quedé desconcertado.

La noche de ese mismo día sábado 23, en el local de la “Lo¬gia Arca de Noé N° 9”, calle de Rufas, se
realizó la tomá de pose¬sión de las nuevas autoridades masónicas. Mi amigo Escalante ha¬bía sido
electo Gran Maestre de la Gran Logia del Perú. La teni¬da estuvo muy animada. Cuando Escalante
hizo uso de la palabra, se manifestó pesimista: “Esperan graves horas a la Patria. De la unión y de la
conciencia de todos los peruanos dependerá la suerte de los días inmediatos. Negras nubes se
ciernen sobre nuestro ho¬rizonte. Confío en que el Supremo Arquitecto del Universo ayude a los
peruanos en este grave trance. .

Yo lo oía preocupado. Escalante era ministro de Justicia, Ins¬trucción y Culto; se le tenía como uno
de los líderes más foguea¬dos con que en las Cámaras contaba el leguiísmo: además era un
magnífico periodista. Después de medianoche, abandonamos juntos el templo masónico, al que no
volvería yo jamás. Me llevó en su automóvil hasta mi casa de Magdalena Nueva. Durante el
trayec¬to, me refirió algunos pormenores: no había sino ciento veinte mil soles en la Caja Fiscal; no
se tenía gasolina con qué movilizar los aviones; parte de las tripulaciones aéreas estaban
comprometidas con los conspiradores; Juan Leguía telegrafiaba desesperado de Camaná en donde
al parecer le habían detenido los insurrectos. Nos despe¬dimos. Quedamos de encontrarnos al día
siguiente, domingo 24, en el Morris Bar”, después del Consejo de Ministros que Leguía había
convocado para las ocho de la mañana.

15
A las 11 en punto llegué al “Morris” con un amigo escultor. Debíamos pasar en automóvil por una
persona, bella mujer, de la que yo estaba enamorado, la cual sería mi segunda esposa. Escalan¬te
demoró en llegar. Finalmente apareció como a las doce y media pidiendo excusas. Me llamó aparte
y me dijo: “Todo está perdido. El Presidente tiene en el bolsillo su dimisión ante el Congreso.
Mien¬tras su texto no se conozca habrá esperanzas. El Presidente irá más tarde a las carreras, pero
temo mucho que Oliveira (Ministro de Rela¬ciones Exteriores) haya hablado del asunto; es un poco
locuaz; lo vi conversando en tono sigiloso con los periodistas. Si ha soltado pren¬da, el Presidente
está perdido”. Gon imperdonable indiscreción de mi parte le recordé a Escalante en ese indebido
momento, nuestra conversación de abril, cuando volví de Chile. Yo le había dicho allí mismo, en el
“Morris Bar”, que la impresión generalizada en el ex¬terior era contraria a la posibilidad de que
Leguía se prorrogase. Es¬calante me había respondido entonces: “Tenemos Leguía para vein¬te
años”. Me rectificó. Lo vi muy preocupado. Concluyó dicién- dome: “Lo que venga, si el desastre
fuese inevitable, será mucho peor que lo actual. Los odios se han acumulado, no tendrán freno”.
Vaticinio tremendo.

Me despedí de Escalante cerca de las dos de la tarde y con mi amigo y mi prometida partimos a
Chosica. En el Hotel del Ferro¬carril, administrado por el gordo Florencio Chiappe, notamos insóli¬ta
inquietud. De un automóvil descendieron los generales Pedro P. Martínez y Fernando Sarmiento. Se
supo que buscaban a don Ma¬nuel Vicente Villarán. Después se me dijo que habían conversado con
don Amadeo de Piérola.

Caía la tarde. Los tres de la partida regresamos a Lima. Supe que la turba había rechiflado en el
Hipódromo al Presidente; que la rechifla muy bien organizada lo acompañó hasta Palacio. Sentí un
poco de conmiseración y de asco. Había visto a tantos rendir pleite¬sía al ahora escarnecido
gobernante, que me sobrecogió una sensa¬ción de náusea. Dejé a mi amigo y me encaminó a La
Crónica. Ahí estaban Pedro Dulanto, que la dirigía; mi primo Manuel Cisne- ros, íntimo amigo de
aquél, y Ricardo Vegas García, director de Va¬riedades y corresponsal de La Nación de Buenos Aires.

Las noticias no podían ser más inquietantes. A esa hora, nume¬rosos grupos de civiles y militares
entraban y salían de Palacio, mien¬tras Leguía buscaba un Gabinete que permitiera el tránsito
pacífico, mediante su dimisión, a una Junta de Gobierno. Primero solicitó al general Pedro p.
Martínez que formara el nuevo Gabinete. La guarnición de Lima rechazó la idea. Juró entonces un
Gabinete pre¬sidido por el general Sarmiento, quien fuera años atrás desterrado por Leguía. Otro
sector de la guarnición objetó a Sarmiento. Había comenzado el caos. En vista de lo ocurrido, juró
como presidente del nuevo Gabinete, el general Manuel M. Ponce. Eran ya las tres de la mañana.
Leguía anunció que se retiraba a descansar. Lo des¬pertaron casi enseguida. La guarnición de Lima
se había puesto en contacto con la de Arequipa: el comandante Sánchez Cerro no acep¬taba al
Gabinete Ponce. Quería todo el Poder. Además, actuaba ya junto a los rebeldes, el mayor Gustavo
(el Zorro) Jiménez, quien, durante varios años, fuera recluido por Leguía en el inhóspito islote de
Taquile. Jiménez representaba la línea dura, como hoy se dice, pero, eso sí, al par que dura,
caballeresca.

El lunes 25 de agosto me encaminé temprano, como de cos¬tumbre, al Colegio Alemán, en la


avenida Bolivia, para dictar mi clase. Al llegar el director Herr Daebel me preguntó si sabía algo
concreto sobre la revolución. La verdad, yo no sabía mucho. Estaba a media clase, cuando a eso de
las once y media me llamó por te¬léfono mi discípulo y amigo César Barrio de Mendoza: “Doctor

16
Sán¬chez, venga al centro, esto anda muy interesante; van a tener que suspender las clases: han
incendiado las casas de Rada y Gamio y de Lorente”. Pedí permiso a Herr Daebel; le expliqué lo que
pa-saba, le sugerí que licenciara a los alumnos y me dirigí al centro.

Considerando a la ululante multitud, aquello parecía una Pro¬cesión del Señor de los Milagros, pero
en honor del Demonio. Gru¬pos airados, mal vestidos, hirsutos, recorrían el Jirón de la Unión
por¬tando trofeos inverosímiles. Además, empezaban a llegar por el tran¬vía del Callao los primeros
presos de la Isla de San Lorenzo, liber¬tados por la Revolución; todos ellos luciendo largas barbas
conven¬cionales. Como siempre, este exceso capilar suele esconder la falta de otros elementos más
importantes. Alguien me informó que a las cuatro de la tardé se reuniría la Asamblea Universitaria
para decla¬rar la vacancia del Rectorado de Deustua y elegir a Manzanilla. Los catedráticos Ieguiístas
o supuestamente tales no serían admitidos.

A las 4 en punto llegué al salón del Consejo Universitario de San Marcos en el segundo piso. La
Asamblea no contaba con más de cincuenta miembros. Habían reunidos unos treinta. Indiqué a
Jorge Basadre y a José Jiménez Borja que no faltasen, pues tanto ellos como Julio C. Tello y yo
habíamos sido elegidos antes del es¬tatuto universitario de 1928, contra el que se dirigían los
disparos de la ‘restauración” civilista. Porras, Abastos, Jorge Guillermo Le¬guía, no debían, no
podían asistir, porque ellos habían sido desig¬nados entonces. Don Arturo García Salazar, profesor
eminente y va¬rón cabal, me dijo: “Doctor Sánchez, creo que comete usted una imprudencia
asistiendo a esta sesión. Espere que se aclaren las co¬sas”, En ese momento, por primera vez, me
di cuenta de que yo po¬día ser sospechoso de leguiísmo; ello se debía indudablemente a mi amistad
con el ministro Escalante, a quien nunca negué ni negaría mi amistad. Contesté al doctor García
Salazar: “Hago uso de mi de¬recho y pienso tomar parte en el debate”. “No habrá debate”, me dijo.
—“Lo veremos, doctor”, respondí. Hubo debate. Cuando se pre¬sentó a la Asamblea una moción
pidiendo al doctor Manzanilla que se hiciera inmediato cargo de la Rectoría, yo fui de los que, con
Te- lio y otros, sostuvimos que si se trataba de “restaurar lo viejo”, sin elecciones, la restauración
debería ser a favor de Manuel Vicente Villarán (civilista como Manzanilla), puesto que él fue
reemplazado primero interinamente y después en definitiva por Manzanilla. La proposición a favor
de Villarán desarticuló el plan del sector civi¬lista. García Salazar me dijo que era asunto de pensarlo.
Se suspen¬dió la Asamblea y se convocó a otra para el día siguiente.

Ya no fue necesario ningún debate. En la mañana del 26, los diarios publicaban un decreto, el
“decreto de la bota”, por el cual la Junta de Gobierno, con la firma del encargado de Instrucción
Públi¬ca, recuerdo “restauraban” a Manzanilla, sin considerar para nada la “autonomía
universitaria”. La forma como se produjo esta decisión no puede ser más pintoresca. En vista de la
disparidad de criterios en la Asamblea Universitaria del día 25, el abogado y profesor Ge¬rardo
Balbuena, muy adicto a Manzanilla, redactó el decreto aquél —“el de la bota”— a fin de zanjar
cualquier duda. Decreto en ma¬no, abordó al improvisado ministro de Instrucción, a la salida del
Ministerio. El ministro militar se detuvo en la escalinata y apoyan¬do el papel sobre su bota, firmó
sin leer el texto que le presenta¬ban. Creo que fue el coronel Zapata de reconocida cerrilidad.

Un semanario festivo, El Hombre de la Galle, puso por mote al mi¬litar que sucedió a Zapata
“Salamanca”, por aquello de que “lo que Natura no da, Salamanca no lo presta”. Cuando alguien le
mencio¬nó la frase, el ministro indagó con interés: “Y, díganme ustedes, ¿quién fue Salamanca?”.

17
Para el día siguiente, martes 27, se anunciaba la llegada de Sánchez Cerro. El mitin popular de
recepción fue imponente por su número y su fervor. Sin embargo, el caudillo desfiló en camión
ro¬deado de tropas y cañones apuntando al público. Vestía traje de campaña. Era un hombre
pequeño, oscuro de tez, alumbrado por una cuadrada dentadura de orangután. Sonreía o más bien
reía des¬agradablemente desde su vehículo erizado de ametralladoras. Me situé bajo el balcón de
Palacio desde donde él debía hablar al pue¬blo. Estaba conmigo Leonardo Campos, colaborador de
mi estudio de abogado. El victorioso salió a recibir la inmensa ovación popular. La Plaza de Armas
estaba repleta de gentes de toda categoría. Era un espectáculo majestuoso. Después de un largo
bullicio se hizo una pausa; entonces rompió a hablar el comandante. Parecía muy excita¬do. Se
movía febrilmente y echaba adelante los dientes relucidos y cuadrados. Entre las cosas que dijo,
aparte de mil dicterios con¬tra Leguía, su familia y su grupo, anunció que desconocería los Tra¬tados
con Colombia y con Chile, porque mermaban las fronteras de la República; que encarcelaría a todos
sus enemigos políticos “por ladrones”; que iba a ser inexorable con Leguía. Lo oí estupefacto. Le dije
entonces a Campos, y él me lo recordaba treinta años des¬pués: “Esta es una catástrofe, el remedio
resulta mucho peor que la enfermedad”. Campos me observó: “Esperemos, doctor, quizá usted
exagere, ya se verá”. Al día siguiente las embajadas de Colombia, Chile, Cuba, Uruguay protestaron
contra las palabras del Presiden¬te de la Junta (Ponce había sido depuesto automáticamente) y
exi¬gieron una rectificación. El comandante, por medio de El Comercio, que se había convertido en
su vocero, desmintió lo que era cierto, lo que yo y cien mil habíamos oído. Poco después, ante una
mani¬festación de obreros huelguistas (era el domingo 8 de setiembre), el nuevo héroe de la
motinería, exasperado por el hecho de tener una huelga, desde ese mismo balcón y a pleno aire,
lanzó una frase es¬tentórea y lapidaria, remedo de la de Cambronne: “Carajo, no si¬gan fregando”.
El legendario apostrofe repercutió en los amplios ámbitos de la plaza virrey nal. El "carajo” aquel,
histórico ‘‘carajo”, lo oí con mis propias orejas.

Inmediatamente después del 27 de agosto, había empezado el retorno de los desterrados, pero sólo
de los adictos al civilismo. Nin¬gún aprista volvió. Se formó un comité de "Consolidación
Revolu¬cionaria”, al que Federico More apodó “Comité de Consoplodación”, aludiendo a su
tendencia a delatar o denunciar (soplonería) a todo leguiísta real o supuesto. Apareció un diario
dirigido por Francisco A. Loayza, titulado Libertad. En él se publicaban sin beneficio de averiguación,
las más soeces imputaciones, de tipo privado y públi¬co, contra los colaboradores reales o
supuestos del régimen leguiísta, y muy en especial, contra los hijos del Presidente.. Sin embargo, se
retardaba o dificultaba el visado de pasaportes a los estudiantes exilados que pertenecían al Apra,
y singularmente a Haya de la. To¬rre. El Comercio anunció, como una victoria, que la Junta de Go-
bierno había negado al líder aprista, el permiso para regresar a su patria. La “libertad” empezaba
con recortes y al servicio de un grupo.

Poco después se derogó por decreto la ley de conscripción vial. Estalló una explosión de auténtico
júbilo, especialmente en la Sie¬rra. Enseguida se promulgó el decreto-ley que implantaba el
di¬vorcio absoluto por mutuo disenso. El Arzobispo Lissón fue práctica¬mente exilado, a causa de
sus vinculaciones con Leguía. Uruguay rompió relaciones con Perú como resultado de las infelices
expresio¬nes deí Gobierno contra su representante, el doctor Rafael Fosalba, amigo del
expresidente Leguía. Pronto, Cuba siguió el mismo cami¬no. En mayo de 1932, se uniría México a
ese movimiento de cre¬ciente aislamiento del Perú.

18
Yo no había actuado nunca en política. Mis relaciones con ésta fueron tangenciales; se desarrollaron
sólo en torno de ciertos amigos, especialmente Escalante. A su reclamo, acudí a su asilo en la
Lega¬ción de Holanda. Lo ayudé a trasladarse al consultorio del médico cusqueño Clímaco Tamayo,
ex-líder estudiantil, gran amigo del co¬mandante Jiménez y hermano de uno de los directores de la
revo¬lución de Arequipa, el doctor Francisco Tamayo Clímaco, era un hombre resuelto. Creía, como
el “zorro” Jiménez, que Sánchez Ce¬rro acabaría entregándose al civilismo y a El Comercio, y que
con¬venía alimentar una candidatura progresista. Preconizaba la de Al¬fredo González-Prada. Pero,
Alfredo no se ocupó del asunto. Cuan¬do, años más tarde, le pregunté al respecto, sonrió y me dijo:
“Sí, lo supe, pero no me pareció cosa digna de tomarse en cuenta".

Desde 1929, Alfredo había roto públicamente con el leguiísmo. Su acusación contra la política de
Leguía acerca de Chile impresio¬nó profundamente al país; la Junta lo restituyó al servicio
diplomáti¬co, a que había renunciado, y lo nombró Ministro en Londres.

Por otro lado, un grupo militar que, sin haber sido leguiísta, representaba a los académicos de las
fuerzas armadas, encabezados por el coronel Aurelio García Godos, ex-director de la Escuela
Mi¬litar de Chorrillos, pretendía también ser tomado en cuenta. Desde mediados de setiembre,
empezó a intervenir en la pugna el juvenil sector aprista, que, agrupado fugazmente en número
exiguo en torno de los primeros líderes, había logrado alguna vigencia callejera. Se¬rafín Delmar,
Luis Eduardo Enríquez, Magda Portal, Crisólogo Que- sada, Alcides Spelucín, Antenor Orrego, todos
se movilizaron activa¬mente al anunciarse el retorno de Manuel Seoane, proveniente de Buenos
Aires, y de Carlos Manuel Cox, proveniente de México. Fue curioso: ambos, el uno del Norte y el
otro del Sur, llegaron el mis¬mo día de setiembre. Comenzaron a actuar enseguida. Cox que había
estado en más directo contacto con Haya de la Torre, cuan-do éste residió por segunda vez, en
México, 1927, ocupó la Se¬cretaría General del flamante Partido Aprista Peruano, fundado sólo
entonces el 21 de setiembre de 1930. La afiliación apenas alcanza¬ba a un millar de miembros de
edad promedialmente no superior a los treinta.

Mi amistad con Seoane no se había interrumpido pese al destie¬rro. Por correspondencia


mantuvimos constante intercambio de pun¬tos de vista. Haya de la Torre tenía designado como su
apoderado en Lima, a Manuel Julio Bospigliosi Gómez Sánchez, quien era so- cío de mi bufete de
abogado: calle de Villalta, 235, altos. Los pri¬meros apristas redactaron allí sus primeros manifiestos
y realizaron algunas de sus primeras entrevistas. Haya de la Torre había enviado un cable a
Rospigliosi, que empezaba diciendo: “Horquetea a los indecisos”. Entre los “indecisos”, figuraba yo.
La verdad es que me entregué a la lucha contra la nueva tiranía, en defensa propia, más que por
convicción principista. Para hacerlo no encontré mejores compañeros que los de mi edad y mi
formación cultural. Seoane convirtió mi estudio en su centro de actividades. De acuerdo con Cox,
iniciamos una febril campaña entre universitarios, periodistas y obreros, estos últimos, sobre la base
dé Fausto Posada, Arturo Sabro¬so, Samuel Vázquez, Samuel Ríos y Luis López Aliaga, agresivos,
calificados y sufridos trabajadores manuales.

Seoane y Cox dictaron sendas conferencias antiimperialistas en un teatrito de la calle Tipuani. La


concurrencia salió entusiasmada. Los políticos indudablemente poseen un sexto sentido, eso que se
llama “carisma” y aquello que se denomina “olfato”. De pronto, la Junta de Gobierno consideró
como el mayor peligro a aquel reduci¬do grupo de fervorosos jóvenes, Reflejo de ello fue la actitud
del Municipio de Lima, entregado de jacto a manos ultraconservadoras: las de los doctores Luis

19
Antonio Eguiguren y José de la Riva-Agüe- ro. Este concejo ultracatólico facilitó el teatro Municipal
al “Ple- num” del recién fundado Partido Comunista del Perú. El Comercio brindó sus columnas a las
publicaciones firmadas por el entonces se¬cretario general del Partido Comunista peruano, Eudocio
Ravines.

Poco a poco, la situación me iba envolviendo. Seguía trabajan¬do con Seoane, Spelucín, Cox y
Quesada como si ya fuera un apris- ta. Sin embargo me negaba a afiliarme: no quería perder el
privi¬legio (así pensaba entonces) de ser un hombre “independiente”. En realidad, seguía
detestando la política y no creía en la capacidad conductora de personas a quienes había tratado en
situaciones que no justificaban otorgarles mi confianza. En nuestro bufete, Manuel Rospigliosi me
dictaba cada día una clase de aprismo, de lo que él sabía poco, y yo, nada. Vivíamos en ubicua
tensión. Haya lo tenía acribillado con cables y cartas.

El 11 de octubre, los estudiantes de San Marcos se apoderaron de la Universidad en protesta contra


el sesgo restaurador a ultran¬za que se le había impuesto, sobre todo en la Facultad de Medici¬na.
El decano de ésta era Guillermo Gastañeta. Era la víspera de mi cumpleaños. José Jiménez Borja
llegó a mi casa de Magdalena a darme la noticia. Inmediatamente me puse en contacto —a pedi¬do
de ellos —con los miembros de la Federación de Estudiantes que presidía Tomás Escajadillo. Poco a
poco me arrastraba la marea. No lo pude evitar. De pronto me encontré en la vorágine de cons-
piradores del Café “Lyons”, en la Plazuela de la Merced. César Ba¬rrio de Mendoza, pretendía
atraerme al comunismo. Opté decidida¬mente por colaborar con Seoane y Cox, a quienes me unía
sólida amistad.

Ante la insurrección estudiantil, el Rector Manzanilla quiso or¬ganizar un frente único de profesores.
Los estudiantes sólo pedían Reforma, no Restauración. Unos artículos míos en Mundial y en La
Crónica Ilustrada me malquistaron con el sector militarista im¬perante en la Junta. Además, de
acuerdo con José Jiménez Borja y Jorge Basadre, nos negamos a firmar una declaración de los
profeso¬res, prestando incondicional apoyo al Rector y al grupo de Medici¬na. El ilustre sabio
alemán Adolfo Weberbahuer nos acompañó en tal actitud desde la Facultad de Ciencias. Todo lo
cual me iba dan¬do, sin quererlo, un tinte sospechoso. Finalmente, a mediados de noviembre, una
tarde, casi al anochecer, se presentó en mi bufete, un oficial del ejército. Era el teniente de Artillería
Méndez. Me mostró una carta firmada por Antenor Orrego. Me dijo que los mi¬litares jóvenes
habían decidido secundar al comandante Sánchez Ce¬rro, a fin de que se ‘‘libertase de la argolla
civilista que lo cercaba”. Me contó que la noche anterior habían discutido el asunto en Mira- flores,
en casa del doctor Pablo Ernesto Sánchez Cerro, hermano del presidente de la Junta; que no querían
tener contacto sino con gente joven; que habían proyectado realizar sendas y simultáneas
asam¬bleas en Lima y las capitales de departamentos la mañana del 26 de noviembre, día del
ejército, así como promover una vigorosa cru¬zada para robustecer al sentido democrático de la
Revolución de Arequipa; que deseaban ponerse en relación con el Apra, y solicitaban mi
intervención para vincularse de inmediato con Seoane y Cox. Yo había empezado a excusarme de
participar en aquélla a causa de no tener filiación ni significado político, cuando ¡zas!, suena una voz
conocida en la puerta de mi oficina, y tras de la voz aparece una cabeza de alta frente y abierta
sonrisa, y con la sonrisa y la frente, de una sola zancada, Manuel Seoane se introdujo en mi
escritorio. El teniente Méndez se precipitó alborozado sobre él, para proponer¬le lo mismo que a
mí. Seoane se excusó de responder definitiva¬mente, pues debía consultar a su Comité Ejecutivo,
que esa noche se reuniría en casa del abogado Gerardo Alania, uno de los precur¬sores del aprismo.

20
El teniente Méndez quedó de volver por la res-puesta a la noche siguiente. Nos aseguró, sí, que los
elementos jó¬venes del Ejército, la Marina, la Aviación y la Policía estaban total¬mente de acuerdo
con sus puntos de vista. Seoane y yo nos dirigi¬mos a la Plaza San Martín. Manolo me invitó a entrar
en una ca¬sita de una calle vecina, donde se reuniría el “Ejecutivo del Parti¬do”. Me excusé, ‘‘Yo no
pertenezco al partido, y además, allí pue¬do encontrarme con gente que no me gusta”. Quedé
esperándolo en la Plaza. Al salir Manolo se veía muy preocupado. Por la no¬che acudí como siempre
a la tertulia del Café “Lyons”. El capitán de Fragata Pedro Mazuré me había dicho que la Marina,
efectiva¬mente, había resuelto, al principio, participar en la reunión proyec¬tada, pero que, a última
hora, el contralmirante Rotalde, mediante ciertas propuestas y concesiones “tácticas”, consiguió
que la Escuadra se abstuviese. Un mayor de Policía de apellido Castillo, nos hizo saber que su cuerpo
estaba indeciso porque el coronel Antonio Bein- golea, ministro de Gobierno, hombre ultracivilista,
ex-administrador de la Hacienda Tumán, perteneciente a los Pardo, había llevado a cabo una eficaz
contraofensiva. El comité Ejecutivo del Apra acordó en casa de Alania que alguien del' Partido
asistiría a la cita del 26, sólo como observador; no se comprometía a nada más. El teniente Méndez
tuvo la respuesta a tiempo. Pero, no se cumplieron otros requisitos. Los datos de las bases indicaban
que, al menos, la asam¬blea de Lima se frustraría por inasistencia de los jóvenes milita¬res y marinos
y por la intervención policial en contra, no así en pro-vincias. El plan de Beingolea, conchavado con
El Comercio y el comandante Sánchez Cerro, consistía en culpar a los civiles (los invi-tados) de ser
los promotores (o invitantes) de la conspiración. Tras¬mití la información a Seoane. El me contestó:
“Ya lo sé, es una tram¬pa, pero parece que en provincias las cosas andan de otra manera”.
Efectivamente, en Trujillo y otras ciudades se realizaron las asam¬bleas de jóvenes civiles y militares.
Orrego actuó en la de Trujillo. Los bisoños políticos parodiaban un capítulo de la Revolución Rusa de
1805. Ensayaban sin armas el episodio de la sublevación del “Acorazado Potemkin” y el dominio de
la Duma.

A las siete de la mañana del 26 de noviembre pasé en tranvía por la Plaza de la Inquisición, lugar de
la convocatoria. Fuertes re¬tenes de policía resguardaban las esquinas y el local del Senado, don¬de
se había proyectado realizar la Asamblea: [trampa a la vistaI Numerosos soplones escudriñaban los
alrededores. Me hundí en mi asiento parapetándome tras de un periódico. Me encaminaba a una
cita que me interesaba más. A medio día regresé a Magdalena, Tra¬bajaba en el andamiaje
bibliográfico de un libro sobre las dictadu¬ras en América. Leía Les democraties latines de
VAmerique de Fran¬cisco García Calderón. Caía la tarde, cuando llamaron a la puerta. Azorado, casi
frenético, entró Adriano Bíelich, gritando: "Cholo, cho¬lo, me acaban de avisar por teléfono que te
escondas. Van a tomar¬te preso como cómplice de una conspiración para inducir a los mi-litares
jóvenes a sublevarse contra el gobierno. No debes tardar en salir. Vístete, vamos”.

Sí, era el 26 de noviembre de 1930. Yo nunca había conspira¬do, ni, salvo incidentes esporádicos en
1921 y 1929, jamás me había visto obligado a esconderme. Ignoraba el arte de Rocambole.
Rápi¬damente cogí un maletín, metí en él mi pijama, mis útiles de aseo, unas zapatillas, una muda
de ropa, subí al automóvil de Adriano y nos dirigimos a Lima. Desde luego, hallé recepción solícita y
tier¬na en la misma casa que me acogiera esa mañana, después del fra¬caso de la asamblea de los
“oficiales jóvenes”.

Todavía incrédulo, al día siguiente (yo era Cónsul Honorario del Uruguay) me detuve, sin descender
del automóvil, frente al Mi¬nisterio de Relaciones Exteriores, a media cuadra de mi bufete. Raúl

21
Porras se me acercó como un rayo, diciéndome: “¿Qué haces acá, bárbaro? ¿No sabes que los
soplones te están buscando?”. Arranqué como un bólido. Mientras volvía a mi dulce escondite,
Seoane bus¬caba asilo en la embajada de Chile, a cargo de Conrado Ríos Ga¬llardo, Cox había caído
preso. La persecución contra el recién fun¬dado Partido Aprista Peruano y sus amigos, estaba en
marcha. Sin saber cómo ni por qué me vi envuelto en el festejo.

Como no podía convencerme de mi inesperada importancia dig¬na de preocupación policial, traté


de averiguar la verdad de mi ca¬so, usando varios medios: entre ellos al comandante Antonio
Rodrí¬guez, edecán de Sánchez Cerro, el cual había sido largos años mi coteja en la sala de esgrima
Cavallero; y a mi amigo, también de la sala de esgrima, el comandante Gerardo Dianderas; al gran
Maes¬tre de la Masonería, don Gustavo de la Jara, arequipeño, cerrista; y por último a José de la
Riva-Agüero. También hice averiguaciones por intermedio de Ezequiel Balarezo Pinillos (Gastón
Roger), secre¬tario de la Junta. Este fue el más explícito. Me dijo: “Cholito Sán¬chez, lo que ocurre
es que Alfredo Herrera, secretario del Presiden¬te, lo detesta a Usted y trata de vengarse de no sé
qué agravios de los tiempos universitarios”. Me quedé absorto. Don Gustavo de la Jara se refirió a
posibles acusaciones relacionadas “con cierto asun¬to ocurrido durante la dictadura”; quedó más
perplejo todavía, pues mi única relación con ésta, había sido mi cargo en la Biblioteca Na¬cional, en
donde seguía sirviendo al Estado. Por último, después de casi un mes de andar a gatas, supe que
Manolo Seoane había obte¬nido salvoconducto para regresar a Chile. Le escribí, por medio de la
redacción de La Noche: “Es curioso, Manolo, yo estoy oculto, como te correspondería a ti que eres
líder, y tú partes al destierro como debía partir yo que no soy militante; no sé nada de lo que ocurre”.
Aquel diario, La Noche, era nuestra estafeta. Balarezo Pi-nillos, su director, nos acogió con generosa
hidalguía.

#*»

La Junta de Gobierno cambió de personal. Don Manuel Au¬gusto Olaechea ocupaba la cartera de
Hacienda. Riva-Agüero me hi¬zo llegar entonces una misteriosa misiva: “El comandante Sánchez
Cerro desea conversar con usted”., Después de múltiples idas y veni¬das, se llevó a cabo la
entrevista. Debo contarla con alguna ampli¬tud por lo que de ella se infiere, pero antes relataré algo
sobre el regreso de Riva-Agüero a Lima.

Desde agosto de 1919, a raíz del golpe de Estado que entronizó a Leguía, Riva-Agüero se
autodesterró. Durante largo tiempo residió en España e Italia, En la primera revalidó su título
nobiliario de Marqués de Monte Alegre de Aulestía (lo cual implicaba tácita re¬nuncia a la
ciudadanía del Perú); y pagó todos los suculentos dere¬chos e impuestos devengados
correspondientes. Al flamante Marqués le tocó habitar en España bafo la dictadura de Primo de
Rivera, y, en Italia, bajo la de Mussolini. El fascismo y el pre-falangismo fue¬ron su atmósfera entre
1922 y 1930. En 1929 me escribió una carta: la carta se ha publicado en la revista Nueva Coránica,
N9 1, Lima, 1963. En esa misiva solicitaba que, por intermedio de mis amigos, obtuviera para él una
comisión de la Universidad de San Marcos, y si fuese posible, otra del Ministerio de Instrucción y
Culto, dirigido entonces por el doctor José Matías León, insigne caballero y jurista, amigo suyo y
mío. Conseguí satisfacer ambos deseos. Riva-Agüero pudo así tener acceso al archivo Vaticano y al
Imperial de Viena. Este tácito y tangencial acercamiento con Leguía y el leguiísmo, fue interpretado
por algunos leguiístas como que Riva-Agüero estaba dispuesto a romper su autoproscripción y
regresar a la patria. Mi amigo Escalante, ya ministro de Instrucción, admirador de Riva-Agüe¬ro, me

22
habló de la posibilidad de que éste reemplazara a Deustua en la Rectoría de San Marcos. La idea me
interesó. Deustua cum¬plía 80, declinaba a ojos vistas. Cablegrafié, pues, a Riva-Agüero sondeando
su ánimo, y él, sin negarse, me dijo que solamente la grave enfermedad de su tía Julia le impedía
"por el momento” acep¬tar la propuesta. Riva-Agüero, solterón empedernido, había viajado a
Europa, con su madre, doña Dolores de Osma, fallecida antes de 1928, y con la hermana de ésta,
doña Julia, solterona como su ilus¬tre sobrino. La tía Julia murió, en efecto, pocos meses después
de aquel cable. Era ya entrado 1930. De pronto, don César Morelli, apoderado de Riva-Agüero, me
comunicó la noticia de que su po¬derdante regresaría a Lima de un momento a otro. El mismo día
en que Leguía abandonaba Palacio, o sea el lunes 25 de agosto de 1930, supe que mi erudito amigo
había regresado esa mañana o la víspera, y que me esperaba en la heráldica casona de la calle de
Lártiga. Era ya tarde para reclamar o pretender el Rectorado de San Marcos. El 26 ejecutó la
“operación de la bota”, de que hablé. Ya el doctor Manzanilla reocupaba a plenitud el sillón de
Peralta y Barnuevo.

Lo primero que me pidió Riva-Agüero fue que le presentara a los intelectuales jóvenes. Reunió en
su rancho de Chorrillos, bajo mi iniciativa y cuidado, a José Sabogal, Enrique Peña Barrenechea,
Martín Adán, Estuardo Núñez. Lo acompañé a la Escuela de Bellas Artes. Le presenté a Julia Codesido
y a Camilo Blas. Reanudamos nuestras viejas charlas, visitó mi casa, anduve en la suya. Como nuestra
correspondencia epistolar no se interrumpió durante los on¬ce años de su exilio, acudir en 1930 a
Riva-Agüero era para mí al¬go natural, tal como él había acudido a mí en 1929.

La visita a Sánchez Cerro, en el Palacio de Gobierno, se realizó más o menos el 20 dé diciembre.


Entramos al gabinete presiden¬cial, Riva-Agüero, el ministro Oleachea y yo. El comándante nos
recibió vestido de plomo claro, con el rostro cubierto de polvos, aci¬caladísimo y relamidísimo.
Empezó por rendir homenaje a Riva- Agüero; veladamente le reprochó que no hubiera
correspondido a la visita que el comandante (entonces mayor y becario de Leguía aun¬que
desterrado), le hiciera en Roma para expresarle su condolencia por la muerte de doña Dolores.
Enseguida el comandante se vol¬vió a mí y me espetó un discurso lleno de piropos y prevenciones,
tratando de significar que, “desde ese instante”, yo podría “pensar lo que quisiera”.

Yo acababa de cumplir los treinta y me enfrentaba a mi prime¬ra aventura política: —“Gracias,


señor comandante —respondí—, pero de esa libertad disfruto siempre, nadie puede saber lo que
pienso en este moménto”. El Comandante-Presidente se amoscó. Era hom¬bre de malas pulgas. —
“Quisiera saber, señor Doctor, ¿por qué me ataca usted? ¿qué dicen de mí sus amigos; qué se piensa
de mis actos políticos?” Vacilé un poco, pero no quise quedar mal ante Ri- va-Agüero, ni pude
tragarme el pensamiento. Dije: —“Se comenta mucho, sobre todo, cuál es la causa de que no haya
convocado us¬ted a una Constituyente, como lo anunció en agosto; si tan mala le parece la
Constitución de 1920, ¿por qué no acelera la Constitu¬yente?”.

Me interrumpió agresivo: —“¿Y por qué dicen que no la convo¬co?” —“Dicen que por miedo de que
las elecciones... El comandan¬te me interrumpió bruscamente —“¿Miedo dice usted? (estaba de
pie y rojo de ira). ¡Miedo yo! Pues, señor Doctor, ha de saber us¬ted que si en este mismo minuto
me anuncian que hay una revo¬lución, me voy a mi cuarto, me tomo una taza de té, otra de
cho¬colate, me acuesto, duermo ocho horas, y si al despertar, sigue la re¬volución, la deshago a
foetazos..(textual). Había surgido el ser primitivo, muy mal disfrazado por cierto.

23
Riva-Agüero trató de terciar, Olaechea, que era sordo y no per¬cibía bien lo que decíamos, intuyó
algo, pues se despidió cortesmen- te. Todavía demoramos unos minutos. Al salir, Sánchez Cerro,
cal¬mado e insinuante, me tendió la mano y me repitió con mayor pre¬cisión lo que había sugerido
antes:

—“Ya sabe usted, señor Doctor, puede usted pensar lo que quie¬ra. Si tiene una queja o una duda,
venga acá. Si necesita algo, venga. Sí, venga. De todos modos venga. Será bien recibido. Es¬toy
dando instrucciones de que se le atienda de inmediato en lo que usted pida. No deje de buscarme..

Llegamos al patio del Ministerio de Hacienda, Riva-Agüero mi¬rando de reojo a todos lados,
exclamó:

—“Vea, Sánchez, le estoy muy agradecido...”.

—“Yo a usted, doctor..

—“No, Sánchez, no. Usted no sabe que yo había aceptado ser miembro de la Constituyente de este
hombre, y ahora no aceptaré por nada. ¡Qué horror! ¿Ha visto usted? Se toma una taza de té y otra
de chocolate y se acuesta ¡sin pijama! ¡sin pijama, y con un foe- te...! Ave María.. .”. Don José hizo
un ademán elocuente: levantó las manos y las dejó caer con blandura.

Mientras cruzábamos el patio, siguió tejiendo irónicos comenta¬rios sobre la entrevista. En la puerta
de la Plaza de Armas me es¬peraba, según lo había convenido, el embajador Ríos Gallardo, en el
automóvil de la Embajada de Chile. No fue necesario usarlo. Riva-Agüero me llevó en el suyo hasta
mi casa de Magdalena. Me esperaban mi primera esposa, mis pequeños hijos y mi padre.

—“Pasaremos una Navidad tranquila, si Dios quiere, pero esta paz no durará..dije
melancólicamente.

Riva-Agüero acotó:

—“Tenemos la palabra del Presidente; no procederá sin avisarle a usted. Yo soy testigo”.

Mes y medio después tenía de nuevo a los soplones tras mis rastros. En enero (1931) me notificaban
para que me apersonara a la Prefectura. Me negué: el 26 de febrero de 1931, dos agentes fue¬ron
a Mundial, a detenerme. No me hallaron. Llamaron a mi casa. Los burlé. Me buscaron en la
Biblioteca Nacional. Salí de estam¬pida. Al fin me encontraron en mi bufete. Escapé por los techos
desde la calle Villalta hasta Judíos y salí por el Hotel Francia e Inglaterra. Me sentía un tanto
agripado. Hallé el mejor refugio del mundo. Guardé cama un día entero. Por la noche fue a visitarme
el infatigable César Barrio. La conspiración contra Sánchez Cerro triunfaba. La escuadra se sublevaría
esa semana. En efecto, así ocurrió. El l9 de marzo la Junta de Gobierno del comandante Sán¬chez
Cerro tuvo un rápido y estrepitoso derrumbe. Pero, para ma¬yor claridad, conviene retroceder en
el relato.

Desde el Año Nuevo de 1931, es decir, diez días después de que terminó mi primera persecución
política, nadie dudaba de que alguna de las seis o siete conspiraciones en marcha, alcanzaría su
objetivo. Los militares estaban divididos en varios grupos. Los “iz¬quierdistas" rodeaban al mayor
(“Negro”) Velásquez y, sobre todo, al comandante Gustavo (“Zorro”) Jiménez ministro desposeído
ilíci¬tamente por Sánchez Cerro desde hacía casi dos meses. Los grupos descentralistas", del sur

24
tenían tratos con las guarniciones de esa región. El coronel García Godos, todavía en París, aparecía
como eje de una poderosa e inexistente conjura. Los estudiantes seguían dueños del local de San
Marcos. Para zanjar el debate universitario, el nuevo ministro de Instrucción Pública y coautor del
Manifiesto de Arequi¬pa, doctor José Luis Bustamante y Rivero, designó una comisión en¬cargada
de redactar el nuevo estatuto que reemplazaría al repudia¬do de 1928 y al anacrónico de 1920. La
Federación de Estudiantes propuso mi nombre como miembro de aquella Comisión. Sánchez Cerro
me vetó. La Comisión, en la que figuraba Manuel Vicente Villarán (Estatuto del 20), Ricardo Palma
(Estatuto del 28), Jor¬ge Basadre y José León Barandiarán, elaboró un proyecto que fue promulgado
no por Bustamante y Rivero, sino por su sucesor inme¬diato, el doctor Elias Lozada Benavente, quien
se apropió de las ideas y conceptos de su antecesor, y las convirtió en decreto-ley el 6 de febrero.
Al día siguiente, sin anuncio previo, las fuerzas de la Guar¬dia Civil a órdenes del comandante José
Vásquez Benavides entra¬ron a mano armada en San Marcos. El choque con los estudiantes tuvo
caracteres cruentos. Murió en él un alumno, Guido Calle; mu¬chos cayeron heridos, entre ellos
Gustavo Lanatta, estudiante de Me¬dicina, quien pasó varias semanas en un hospital luchando con
la muerta

El injustificable ataque a la Universidad, acabó con los últimos restos de popularidad del régimen.
Las conspiraciones avanzaron. Estalló al fin la rebelión del sur, encabezada por el viejo caudillo
pierolista, don Elias Samanez Ocampo. Esta revolución halló eco en el norte, donde se sublevó el
coronel Eulogio Castillo, ex-edecán y pariente de Leguía y ex-miembro de la Primera Junta de
Sánchez Cerro. Para sofocar la insurrección, Sánchez Cerro apeló a su despo¬jado amigo, el
comandante Jiménez, quien, dando una prueba más de su desinterés, aceptó encabezar las tropas
que, a bordo de un transporte de guerra, se dirigieron al sur, para combatir a Samanez. No i bien
zarpó del Callao, el buque fue detenido por el contralmi¬rante Alejandro Vinces, Era el primero de
marzo. Esa tarde Sánchez Cerro se vio obligado a entregar el gobierno al arzobispo de Lima,
monseñor Holguín, en presencia de una Junta de Notables. El arzo¬bispo transfirió el mandato al
Presidente de la Corte Suprema, doc¬tor Ricardo Elias, El comandante Jiménez regresó tres días
después. De inmediato se dirigió a Lima con sus tropas y rodeó el Palacio.

Cuando Jiménez entró al despacho presidencial, el doctor Elias lo recibió con los brazos abiertos, y
le entregó, feliz, la insignia presi¬dencial, Jiménez telegrafió de inmediato a Samanez para que
volase a Lima a encargarse de la situación. No bien arribado a la capital, Samanez constituyó la nueva
Junta de Gobierno, presidida por él e integrada por hombres de tanto significado como el
comandante Ji¬ménez, Francisco Tamayo, el poeta José Gálvez, Rafael Larco He¬rrera y otros.

Esta junta designó a una comisión ad-hoc para que redactase un proyecto de ley de elecciones en
que se incorporaría el voto se¬creto y la representación de las minorías. Entre los nueve
encarga¬dos de redactar el anteproyecto estaba yo. Mis compañeros de Co¬misión fueron José
Antonio Encinas, Luis E. Valcárcel, Emilio Ro¬mero, Jorge Basadre, Alberto Arca Parró, Carlos Manuel
Cox, Fede¬rico More y Enrique Telaya. Sin saber cómo ni por qué, me encon¬tré incorporado a la
vida política.

La Junta de Samanez revocó la prohibición de la Junta ante¬rior que impidió el retorno de Haya de
la Torre. Este me había escrito instándome a afiliarme al Apra. Seoane reiteraba igual soli¬citud.
Desde enero, se había constituido el partido Acción Republica¬na, grupo de intelectuales, en el que
se inscribió de inmediato Jor¬ge Basadre, quien lanzó su candidatura a una diputación por Tacna.

25
Las elecciones serían el 11 de octubre. Sánchez Cerro estaba en Pa¬rís, Haya de la Torre, en Berlín,
y casi todos los peruanos, en el limbo-

Yo había retornado a mi trabajo universitario, a la Biblioteca Nacional, a mis clases en el Deutsche


Schule y en el Liceo Comer¬cial del Perú. Si algo buscaba era la paz. Un domingo, el primer domingo
de abril de 1931, me hallaba en mi escritorio de la Magda¬lena, tomando apuntes, redactando un
artículo, haciendo algo litera¬rio. De pronto una sombra oscureció mi perspectiva. Ante mí, casi
sigilosamente, se había deslizado Alcides Spelucín. Sonreía serena¬mente como le era habitual. Se
acomodó los anteojos con el dedo medio de la diestra, y, después de algunos rodeos, llenos de
politesse, me hizo una propuesta inesperada: “Luis Alberto, vengo a que fir¬mes tu cédula de
afiliación al Partido. Anoche tuvimos sesión de Ejecutivo y se acordó aceptar tu inscripción”. Alcides
subrayó la pa¬labra “aceptar”. Yo no había solicitado nada. En realidad el camino para mi afiliación
había sido allanado desde que sufriéramos perse¬cución juntos. “Está bien, le dije: ¿dónde firmo?”
“Aquí” me respon¬dió, señalando con el dedo el renglón vacío de la cédula. Firmé. Todo estaba
consumado, ya tenía marca. Desde ese momento y has¬ta ahora —han pasado treinta y ocho años—
no he cambiado de sello. El que me impuse aquella mañana de abril de 1931, tenía carac¬teres
indelebles. Da testimonio de ello toda mi vida, o mejor di¬cho, toda una vida. Amén.

INDICE ONOMASTICO

ABASCAL, Fernando de 131. ABASTOS, Manuel 131, 133, 135, 138, 158, 171, 206, 268, 289, 332
ABRIL DE VIVERO, Pablo 146, 165, 167, 171.

ACEVEDO, Jesús T. 138,

ACEVEDO CRIADO, Ismael 124. ACOSTA CARDENAS. Darío 356 AGUILA, Humberto del 149, 174
AGUILERA MALTA, Demetrio 372 AGUINAGA, Alfonso 124, 125 AGUIRRE MORALES, Augusto 118
ALANIA, Gerardo 295 ALARCO, Antonio 156 ALARCO, Eugenio 156 ALARCO, Gerardo 156 ALARCO,
Luis Felipe 156 ALARCO CALDERON, Gerardo 67 ALAS, Leopoldo [Clarín] 171 ALBERTO I [rey de
Bélgica] 111 ALCALA, Manuel Pió 52 ALCALARENO 109 ALCAZAR, Samuel del 136 ALCORTA,
Florentino 111 ALDUNATE, Roberto 237 ALESSANDRI PALMA, Arturo 223, 248

ALFARO, Ricardo J. 357 ALFONSO, Paulino 281 ALVA DIAZ, Armando 356, 357 ALVARADO, Antídoro
50 ALVARADO SANCHEZ, José 156 ALVAREZ CALDERON, [apell] 95 ALVARIÑO, Carlos 160, 177
ALZAMORA, Carlos 89 ALZAMORA SILVA, Lizardo 124, 208, 251

ALZAMORA VALDEZ, Mario 330 AMAT Y JUNIENT, Manuel 145 ANASTASIO [Padre] 88 ANGEL [Padre]
88 ANDREIEV, Leónidas 119, 166 ANTIGA, Dr. 362, 361 ÁPAZA FUENTES, Francisco 315 APOLLINAIRE,
Guillaume 154 ARAMBURU, Andrés Avelino 55, 148, 149 ARAMBURU, Gonzalo de 125 ARAMBURU
LECAROS, Germán 115 ARAMBURU SALINAS, Andrés 149, 160, 165, 184, 274, 275, 281 ARAMBURU
SALINAS Carlos 184, 186, 187, 198, 201, 202, 275 ARAMBURU [Padre] 40

A RANDA, Ricardo 212 ARAQUISTAIN, Luis 267 ARCA PARRO, Alberto 303, 334 ARCE ARNAO, Juan
356 ARCINIEGAS, Germán 191 ARENAS; Germán 342 AREVALO, Manuel 356, 357, 372, 375

ARIAS, Enrique 189 ARIAS, Harmodío 367 ARIAS PAREDES, Francisco 367 ARNAEZ, Enrique 330
ARNILLAS, Max 176 ARMENGOL, Juan 104 AROSEMENA, Florencio 357 AROSEMENA, Max 372
AROSEMENA, Otilia 372 AROSEMENA, Ramón 200 ARROSPÍDE DE LA FLOR, César 89, 119, 124

26
ARRUE, Telmo 369 ASPILLAGA [fam.] 227 ASPILLAGA, Antero 110 ASPILLAGA, Ismael 92 ASPILLAGA,
Ramón 92, 111 ASTETE, Luis 266 ASTOL, Eugenio 105 ASTURARO 126 AURICH [fam.] 15 AVENDAÑO,
Leónidas 67, 80 AVEROF 363

AYALA, Plácido [Padre] 34, 89, 111, 119

AYLLON 74 AYORA, Isidro 257 AYULO [Fam.] 100 AYULO Y LAOS, Alberto 99, 100, 253

AZORIN 165, 170

BACA [de HERNANDEZ MESSIA], Matilde 70

BACA CARRANZA, Oscar 70 BACA FLOR, Carlos 178 BAKUNIN, Miguel 167 BALAREZO PINILLOS,
Ezequie] 117, 147, 148, 149, 150, 170, 171, 274, 275, 297, 283 BALBUENA, Gerardo 289, 316, 339
BALDIVIA, José Santos 15 BALTA, José 20 BALTA, Crnel, 34 BALUARTE, Alfredo 356 BALLAGAS, Emilio
361, 365 BALLEN AYULO, Abel 117 BANDEIRA, Manuel 154 BAÑOS, I. 362

BAÑOS, Margot [de MANACH] 362 BAQUEDANO, Gral. 30 BARALT, Luis 173, 359 BARBICH, Carlos 98
BARBOZA, Enrique 206, 215 BARBUSSE, Henri 270 BAROJA, Pío 239, 240 BARREDA [tnté.] 257
BARREDA Y LAOS, Domingo 179 BARREDA Y LAOS, Felipe 100 BARREDA Y LAOS, Ricardo 64, 132
BARRENECHEA RAYGADA, Samuel 2fí8

BARRIO DE MENDOZA, César 288, 294, 301, 330 BARRIOS HUDTWALKER, Eduardo 86, 227, 236, 237,
245 BARROS, Oscar C. 137 BASADRE [fam.] 227 BASADRE, Carlos 174 BASADRE, Gastón 174
BASADRE, Jorge 131, 133, 142, 144, 147, 159, 171, 174, 178, 182, 205, 206, 207,
214, 215, 220, 226, 228, 229, 251, 260, 271, 273, 275,
276, 283, 289, 294, 302, 303, 328, 329, 330, 331, 332, 333, 341
BAUDELAIRE, Charles 85

BAUDRAT 85 BAZAN, Armando 147, 178 BECQUER, Gustavo Adolfo 89 BEDEL, Mauricio 378
BEETHOVEN, Ludwig van 378 BEINGOLEA, Antonio 295 BEINGOLEA, Manuel 177, 271, 272
BELAUNDE DIEZ CANSECO, Rafael 175, 339

BELAUNDE DIEZ CANSECO, Víctor Andrés 126, 130, 136, 137, 172, 201, 277, 311, 317, 328, 329, 330,
331, 332, 333, 334, 336, 337, 338, 339, 340, 341, 355 BELAUNDE TERRY, Fernando 339 BELAUNDE
Y GONZALES DEL VA¬LLE, Alejandro 183, 184, 186, 198 BELMONTE, Juan 261 BELTRAN [fam.] 95
BELTRAN, Pedro 92 BELTROY, Manuel 63, 92, 172, 174, 177, 271 BELTROY, Ramón 63 BELLIDO, Abilio
357 BELLIDO, Hernán C. 147 [y pre-], 364

BELLIDO, Manuel 147 BELLO, Andrés 239 BELLO CODESIDO, Emilio 239 BENAVIDES, Alfredo 370
BENAVIDES, Oscar 98, 110, 113, 115, 174, 378, 380, 382, 383 BENAVIDES CANSECO [apell] 95
BENAVIDES CANSECO, Alberto 86 BENEL, Eleazar 257 BENTIN, Ricardo 52, 97, 98 BENTIN MUJICA,
Ricardo 97, 99 BERGSON, Henri 34, 85, 126, 127, 244, 340 BERNARD, Claude 85 BERNINZONE, Luis
243 BERTACCINI 150 BERTINI, Francesca 104, 234

BETANCOURT, Gaspar 361, 364, 365

BIELICH [fam.] 82, 98, 100, 101, 167

27
BIELICH, Adriano 100 BIELICH, Ismael 100 BIELICH FLORES, Adriano 101 BIELICH FLORES, Carlos
(Chino) 97, 101, 102, 115, 148, 165, 228 BIELICH FLORES, Ismael 100, 101, 115, 122, 165, 170, 175,
182, 215, 228, 267, 276, 296 BIELICH FLORES, Manuela 101 BÍLAC, Olave 154 BILLINGHURST [fam.]
227 BILLINGHURST, Ana 116 BILLINGHURST, Guillermo 70, 76, 80, 97, 98, 112, 122
BILLINGHURST, Guillermo Segundo 107

BLANCO, José María 37 BLANCO DE LA LUZ [de SAN¬CHEZ], Carmen 16, 37, 57, 65, 72 BLANCO DE
LA LUZ, Zoila 37, 38, 41, 42, 43, 44, 62, 68, 72, 73 BLANCO ENCALADA, Manuel 18 BLANCO
FOMBONA, Rufino 195, 199

BLAS, Camilo 273, 299, 330 BLASCO IBAÑEZ, Vicente 33, 41, 239

BLUM, León 270

BOCANEGRA, Adriana [de SAN-CHEZ] 49 BOIX [fam.] 75 BOIX, Juan 59, 146 BOLAÑOS, Oscar
[Petrovic] 312, 350 BOLAÑOS, Reynaldo (Serafín del Mar) 312 BOLIVAR, Simón 131, 183, 197, 253,
315, 340

BOLOGNESI, Francisco 21, 29, 111 BON, Canout de 244

BONAPARTE, José 14 BONAPARTE, Napoleón 85 BONIFAZ, Neptalí 375 BORBON, Enrique de 191
BORGES, Jorge Luis 147, 207 BORGOÑO, Justiniano 54 BORJA, Antonio 376 BORJA, César 380 BORJA
GARCIA, Humberto 212 BOURGET, Paul 91 BOUTROUX, Emile 126 BOZZO 74

BRESCIA [“gringo”] 308 BRESSOUD, Carlos 96 BRETON, André 154 BRITO [“María Monvel7>] 236
BROGGI Y DORA 148 BROMBERG 59 BRULL, Mariano 173, 174 BRUNET, Marta 241 BRUNETIERE 85
BUENAÑO 59 BUENDIA [Gral.] 26 BUENO DE LA FUENTE, Bruno 133

BUENO Y TIZON, Rosa 156 BULLEN PARDO, Carlos 92 BUSE, Walter 78 BUSTAMANTE, [marinero]
370 BUSTAMANTE, Luis 265 BUSTAMANTE, Pedro 18 BUSTAMANTE DE LA FUENTE, M. 334, 339

BUSTAMANTE Y BALLIVIAN, Enri-que 147, 150, 271, 273, 278, 302 BUSTAMANTE Y CISNEROS,
Ricar¬do 205

BUSTAMANTE Y RIVERO, José Luis 302 ...

BYRNE [fam.] 67 BYRNE, Ernesto 124

CABALLERO, Mary [de ICHAZO] 361, 362 CABELLO, Lucas 321 CABIESES, Hercilio 23 CABRAL,
Héctor 331 CABRAL, Juan 368, 371 CABRERA CASAS, Erlinda 211 CACERES, Andrés A. 22, 31, 51, 52,
53, 55, 72, 113 CACERES, Raúl 323, 324, 356 CADOUDAL 85 CALDERON, Eugenio 15 CALDERON,
Margarita 15 CALMES, Teófanes 88 CALVO [Cap.] 360, 363, 364 CALLE, Guido 302, 328, 333 CALLE,
José Manuel 133, 135 CAMACHO, Fabio 167 CAMBA, Julio 229, 261 CAMBANA [fam.] 74
CAMBRONNE, Gral. 87, 97, 291 CAMPBELL [linos. ] 150

CAMPOS [Cap. de navio] 245 CAMPOS, Leonardo 290 CANAVAL [apell] 95 CANAVAL, Mansueto 86
CANEPA MUÑ1Z, Blanca 113 CAÑE VARO (fam.) 28 CANEVARO, César 97 CANO, Luis 193 CANSECO,
José 229, 230, 374 CAPPA, Ricardo 84 CARAVEDO, Baltazar 268, 269 CARRASCO, Irirteo 124
CARREÑO, José. M. 23 CARRERA ANDRADE, Jorge 376 CARRERAS, Eudocio [“nato”] 69 CARRERAS,

28
Adriana 116 CARRIEGO, Evaristo 119, 124, 170 CARRILLO, Camilo 19 CARRILLO, Enrique A. 76
CARRION [Crnel.] 211 CARRION, Benjamín 330, 332, 375

CARRION CACHOT, Rebeca 209, 311

CARVALLO, Cota [de NUÑEZ] 180, 273

CASA CONCHA, Marqueses de 227 CASAPIA 368 CASARES, Julio 119 CASARETTO, Justo 97
CASEMENT, Roger 190 CASO, Antonio 138, 173, 262 CASTILLA, Ramón 17 CASTILLO [policía] 295
CASTILLO, Eduardo 191 CASTILLO, Eulogio 302, 255 CASTILLO, Guillermo 71, 72 CASTILLO, Teófilo
179, 266 CASTRO 375 CASTRO, Herbert de 372 CASTRO LEAL, Antonio 172 CASTRO OSETE, Juan 105
CASTRO RUZ, Fidel 360 CAVALCANTI ZAYAS, María das Ne-ves 233, 234 CAVALLER.O, Eugenio 174
CAVERO, Salvador 256 CENDRARS, Blaise 154, 222, 229 CENTENARO [fam.J 100 CERVANTES,
Guillermo 285 CERVANTES SAAVEDRA, Miguel de 341

CISNEROS [fam.] 96 CISNEROS, Srta. 60 CISNEROS, Luis Benjamín 90 CISNEROS, Luis Fernán 111, 130,
136, 148, 170, 266 CISNEROS, Manuel 287 CISNEROS ARTETA, Leónidas 224 CISNEROS RUBIN,
Pedro 51 CISNEROS SANCHEZ, José 96 CLARE TIE 85 CLAVERO [fam.J 15 CLAVERO, Elba 40 CLEMENT,
Paul [gral.3 78

COCTEAU, Jean 154, 207 COCHRANE 131

CODESIDO, Julia 180, 273, 299, 331 CODOUDAL 93 CODOVILA 275 COLAS, Emilia 105 COLINA, Víctor
L. 344, 353, 354, 356, 369, 373 COLOMA, Luis 89 COMTE, Augusto 85 CONCHA, Carlos 121 CONDE
[fara.] 270 CONRAD, Joseph 144, 222 COOLIDGE, Calvin 220 COPELLO, Adolfo 321 CORAZAO, Sra.
356 CORCUERA 105 CORDAY, Carlota 249 CORNEJO, Angel Gustavo 206 CORNEJO, Mariano H. 97,
111, 256, 259, 269

CORNEJO KOSTER, Enrique 159, 321, 324

CORREA ELIAS, Javier 97, 101, 115, 141, 227, 228, 235 COSSIO, Laura 315 COSSIO DEL POMAR,
Felipe 179, 180, 315, 330, 332 COUDURET [máyor] 160 COURRET 85 COX [escritora] 242 COX, Carlos
Manuel 283, 292, 293, 294, 295, 297, 303, 308, 312, 320, 351, 352, 355, 356, 357, 367, 369, 372,
373 CRISTINI 153 CUADROS^ Manuel A. 22 CUERVO, Luis Augusto 193 CUETO FERNANDINI, Carlos
156 CUETO FERNANDINI, Julio 156 CUNEO, Mario 95 CURLETTI, Lauro Angel 97, 122

CHACON, María Belén 3G5 CHAPI 116 CHAPLIN, Charles 252 CHATEAUBRIAND 41 CHAUVET, Luis 85
CHAVEZ, Clodomiro 136 CHA VEZ AGUILAR, J.M. 331 CHAVEZ CABELLO, Julio 354 CHE JO V 166
CHIABRA, Mario 354 CHIAPPE [de MARIATEGUI] , Ana 177, 259, 270, 271 CHIAPPE, Florencio
287 CHIOINO, José 137, 150, 160 CHIRIBOGA, Julio 209, 328 CHIRICHIGNO [de PIAGGIOl, Ame¬lia
55, 56, 65, 74 CHIRICHIGNO, Fortunato 74 CHIRICHIGNO, Gerarda 67, 74 CHIRICHIGNO, Virginia 74
CHOCANO, José Santos 50, 51, 56, 90, 150, 165, 170, 173, 241, 243, 272

CHUECA, Felipe 250

DAEBEL, Walter 158, 159, 288 DAMMERT ELGUERA, Enrique 147 DANCOURT, Jorge C. 170, 200, 347,
349, 350 D’ANDRE, Félix [cml.] 78 D’ANNUNZIO, Gabriel 118 DANTON 378

29
DARIO, Rubén 90, 166, 169, 185, 195, 219, 244 DARQUEA, Secundino 374 DAUDET, Alfonso 33
DAVILA [fam.] 192 DAVILA, Carlos 223 DAVILA, Víctor 330 DE BEAUDIEZ, Paul 160 DEACON [DrJ 64
DEDERING 158

DEJO 369

DE LA PIEDRA, Enrique 254, 255 DEL AGUILA [“Charapa”] 150, 266, 268, 283

DEL ALCAZAR, Samuel 257, 285 DEL CAMPO FREUNDT [fam.] 78 DEL CASTILLO, Rubén 319 DEL
SOLAR, Hernán 222 DEL SOLAR, Pedro Alejandrino 54 DELANO, Luis Enrique 222 DELGADO 148
DELGADO 47 DELGADO, Alberto 334 DELGADO, Eulogio 20 DELGADO, Honorio F. 172, 328 DENEGRI,
Luis Ernesto 213, 259 DERGAN, Rosa [de SANCHEZ] 383, 384 DERTEANO [fam.] 78 DERTEANO, Luz
78 DESMOULINS, Camile 348 D’ESPARBES, Georges 165 DEUSTUA, Alejandro 156 DEUSTUA,
Alejandro O. 100, 123, 125, 126, 127, 128, 134, 136,
137, 142, 144, 203, 207, 208, 213, 251, 276, 282, 288, 298

D’HALMAR, Augusto 222, 223, 245 DIANDERAS, Gerardo 174, 297 DIAZ LEON, Clemente 241 DIAZ
ARRIETA, Hernán 242 DIAZ DE MENDOZA, Femando 119 DICKENS, Charles 239 DIETRICH,. Marlene
378 DIEZ CANSECO, José 182, 228, 276, 309, 330, 332, 341 DIEZ CANSECO, Manuel 341 DINTILHAC,
Jorge 90, 93, 101, 122 DOGNY [cml.] 78 DOIG Y LORA, Carlos 124, 125, 129, 144, 174, 255, 276, 344
DONOSO, Armando 235, 236, 241, 242

DOSTOIEVSKY, Fedor 165 DREYFUS, Josefa 156 DREYFUS, Luisa 156 DRINOT 50 DUBOIS, Jules 357,
367 DUBREUIL, René 85 DUGGAN, Stephen 330, 331 DULANTO, Pedro 287 DUQUE, Tomás 200
DURAN, Luis 237 DURAND [fam.] 284 DURAND, Augusto 55, 77, 97, 101, 113, 136, 169, 238

ECHENIQUE, Miguel 97 ECHENIQUE, Rufino 18 ECHEVARRIA DE LARRAIN, Inés 240

EDWARDS, Jonathan 239 EDWARDS BELLO, Emilio 362 EDWARDS BELLO, Joaquín 237, 239, 240

EDWARDS MAC CLURE [fam.] 239 EGAS, José María 380 EGUIGUREN, Luis Antonio 293, 322,
325, 333, 343, 353 EGUREN, José María 145, 169, 376 EGUREN, Luis Rodrigo 315 EGUREN
LARREA, Darío 179 EHREMBURG, Ilya 207 ELGUERA, César 225 ELGUERA, Juan Francisco 205
ELGUERA, Federico 69 ELIAS [fam.] 28 ELIAS, Ricardo 302 ELMORE AVELEIRA, Rosa 194 ELMORE
LETTS, Edwin 137, 150, 172, 241, 243 ENCINAS, José Antonio 134, 255, 259, 303, 324, 328, 329
ENRIQUEZ, Luis Eduardo 292 ENTRALGO, Elias 359, 361, 362

ESCAJADILLO, Tomás 294 ESCALA, Víctor Hugo 194 ESCALANTE, José Angel 204, 207, 228, 252, 275,
283, 286, 287, 298 ESCARDO, Enrique 197 ESCOBAR, Jorge 141 ESCUDERO, P. Alfonso 242
ESCUDERO BOLOÑA, Carlos 375 ESPAÑA, Gabriel 261, 262 ESPINOSA, Enrique 277 ESPINOSA,
Januario 237 ESPINOZA SALDANA, Eloy 115, 141, 177

ESPINOZA Y G., Octavio 160, 170 201, 255 ESPRONCEDA, José 33, 89 ESQUILO 119 ESTRADA,
Federico 70 ESTREMADOYRO, José 160 EZETA, José 53 EZGUERRA, Nicolás 191

FADEIEV, Leónidas 207 FALCON, César 166, 167, 170, 183, 266, 268, 269, 273 FANSUL (o FANJUL),
Vicente 15 FAUPPEL, Edith von 158, 159 FAUPPEL, Wilhelm von 158, 159, 255;: 256 FELIPE, León 276
FELIU CRUZ, Guillermo 242, 243 FENELON, Francisco de 33, 41 FERNAN, Manuel 156 FERNANDEZ,

30
Aníbal 178 FERNANDEZ, Macedonio 147 FERNANDEZ MAC GREGOR 147 FERNANDEZ MORENO,
Baldomero 124

FERNANDEZ OLIVA, Bernardo 260 FERNANDEZ RIVAS, Carlos 314 FERNANDEZ STOLL, Jorge 217, 331

FERNANDINI, Elias 117 FERNANDO VII 14 FERRER Y GUARDIA, Francisco 89 FERREYRA [fam.] 372
FERREYROS, César A. 370 FIELD, Rosa 160 FIGUEROA LARRAIN, Emiliano 222, 224, 236
FLAMMARION, Camille 85 FLORES, Carmen 191 FLORES, José Toribio 101 FLORES [de BIELICH], Laura
101 FLORES, Luis A. 175, 176, 339, 351, 354/ 370, 384 FLORES, Ricardo L. 101 FLORES GUTIERREZ DE
QUINTA- NILLA, Ricardo 101, 331 FLORIT, Eugenio 361 FOMBONA PACHANO, Jacinto 199 FONTANILS
361 FORERO [fam.] 227 FORERO, Guillermo 216, 260, 262, 285

FORERO, ‘Manuel María 225 FOSALBA, Rafael 291 FOX, Emily 152 FRANCE, Anatole 118
FRANCISCOVICH 179, 266 FRANCO, Francisco 159 FRANK, Waldo 248, 276, 363, 365 FRANKE, Herr
155 “FRAY CANDIL” 33 FREUD, Sigmund 172 FREUNDT ROSELL, Alberto 342 FREYRE SANTANDER,
Manuel de 189, 220, 221 FUENTE BENAV1DES, Rafael de la 156, 216, 299, 331 FUENTES CASTRO,
Paulino 150

GABORIAU, Emile 41 GAITAN, Jorge Eliecer 378

GALLAGHER [apell.] 95 GALLAGHER, Juan C. 86 GALLIENI [Gral.] 100 GALVANY 89 GALVEZ 17

GALVEZ BARRENECHEA, José 26, 117, 136, 150, 203, 206, 214, 226, 283, 303, 333 GALVEZ [el chino]
147 GALVEZ BARRENECHEA, Manuel María 26, 32, G9 GALVEZ, Pedro 26 GALLAND, Mr. 146
GALLEGOS, Héctor 222 GAMARRA [Dr.] 373 GAMARRA, [“el chino’5] 153 GAMARRA, Abelardo 69
GAMARRA, Manuel Jesús 334, 335, 339

GAMARRA NAPURI, Aquiles 124, 125 GAMBIRAZIO, Consuelo 156 GAMBIRAZIO, Yolanda 156
GAMBOA, Alfredo [Latiguillo] 315, 352

GAMBOA, Julio 315, 321 GANDOLFO, Benjamín 147 GANGOTENA, Emilio 378 GANGOTENA Y JIJON,
Cristóbal 201, 380 GANOZA, Agustín 281 GANOZA, Graciela 156 GARATE, José 318 GARCIA,
Godofi'edo 206 GARCIA, José María 18, 19 GARCIA BEDOYA, Enrique 371 GARCIA BEDOYA, ].M. 342
GARCIA CALDERON [fam.] 95, 308 GARCIA CALDERON, Francisco 22, 86, 141, 296, 383 GARCIA
CALDERON, José 86 GARCIA CALDERON, Juan 86 GARCIA CALDERON, Ventura 86, 119, 169, 377

GARCIA GODOS, Artidoro 50 GARCIA GODOS, [Cmel.3 Aurelio 292, 301

GARCIA GODOS, Orompello 141, 249

GARCIA ICAZBALCETA, Joaquín 138

GARCIA LORCA, Federico 229, 365 GARCIA MONJE, Joaquín 283 GARCIA OQUENDO, Bernardo 313
GARCIA SALAZAR, Arturo 212, 289, 377

GARCIA SEMINARIO, Hilarión 369 GARCIA Y GARCIA, Elvira 146 GARCIA Y SAYAN, Aurelio 97 GARCIA
YRIGOYEN, Francisco 113 GARCILASO DE LA VEGA, Inca 49 GARDINI, Federico 80, 157 GARRAGORRI,
Carmen Rosa 197 GARREAUD, Mme. 84 GARLAND, Antonio 78, 146 GARLAND ROEL, Eduardo 371
GARRO, J. Eugenio 273 CASTAÑETA, Fausto 69 CASTAÑETA, Guillermo 294 GAUGIN 180 GAUTIER,
Teófilo 33, 41 GEBERDING, Bruno 157 GEBERDING MELGAR, Guillermo . 156, 157, 158

31
GENIT, José Antonio 313, 319, 323 GENTILE, Giovanni 270 GIACOLETTI, Pietro 149, 270 GIBSON
[fam.] 227 GIBSON, Carlos 233 GIBSON, Percy 107, 177, 271, 272 GILARDI 161 GIRARD 211
GLADKOV, Fedor 207 GELIZER 147 GLUSBERG, Samuel 277 GODOY, Carlos E. 343, 375 GOMEZ,
Alberto 357

GOMEZ, Juan Vicente 195, 196, 198 GOMEZ, Juancho 197 GOMEZ, Laureano 195 GOMEZ, Vicentico
197, 198 GOMEZ CARREÑO, [almrte.] 245 GOMEZ CARRILLO, Enrique 33 GOMEZ DE LA. SERNA,
Ramón 229, 240

GOMEZ RESTREPO, Antonio 173, 190

GOMEZ ROJAS, Domingo 245 GONDOLFO, Benjamín 147 GONGORA, Luis 89, 92 GONZALEZ [Crni.]
135 GONZALEZ, Eugenio 235, 237 GONZALES, Raquel 60 GONZALEZ, Teobaldo 136 GONZALEZ
HONDERMAN, Leónidas 210

GONZALEZ LOPEZ, Teobaldo 155, 354

GONZALES ORBEGOSO, Luis 344 GONZALEZ PRADA, Alfredo 93, 146, 165, 167, 211, 308, 335, 360,
GONZALEZ PRADA, Manuel 16, 27, 33, 49, 50, 51, 52, 56, 103, 128, 129, 133, 141, 143, 144, 145,
167, 174, 204, 209, 210, 219, 271, 273, 292, 310, 329, 335 GONZALES ROJO, Enrique 147 GONZALEZ
VIGIL, Francisco de Pau¬la 51 GORKI, Máximo 166 GOYA, Francisco de 153 GOYBURU, José Bernardo
360, 361,

362, 363, 364 GRANDA PEZET, Alfonso 383 GRANDAIS, Susanne 104 GRANDJEAN, Fausto 229
GRAÑA REYES, Francisco 357, 358, 367

GRAU, Miguel 20, 21, 22, 111 GRAU, Miguel 256

GRAU, Rafael 113, 114, 325, 354 GRAU SAN MARTIN, Ramón 362 GRIEVE, Alberto 101 GRIGOULLE
104 GUAL, [Padre] 31, 40 GUARDERAS, Francisco 380 GUERRERO, Julio C. 314 GUERRERO, María de
119 GUERRERO MARTINEZ, Alfredo 375

GUEVARA, Guillermo 178, 273 GUILLEN, Alberto 135, 147, 171, 172, 183, 272 GUILLEN, Nicolás 361,
365 GUIMET 81

GUIRALDES, Ricardo 147 GUTIERREZ [Hnos.] 20 GUTIERREZ, Germán L. 142 GUTIERREZ, Agustín 117
GUTIERREZ, Piedad 105, 106 GUTIERREZ DE QUINTANILLA, Emilio 59, 101 GUYAU, J.M. 340 GUZMAN
BARRON, Eleazar 133 GUZMAN MARQUINA, Ricardo 353 GUZMAN Y VALLE, Enrique 146 GUZMAN
Y VERA, Carlos 266

HAYA DE LA TORRE , Agustín 373, 379

HAYA DE LA TORRE. , Edmundo (Pi-no) 358, 367

I-IAYA DE LA TORRE, Víctor Raúl 116, 129, 131, 132, 133, 134,
135, 137, 138, 141, 159, 167, 169, 170, 171, 176, 183,
201, 207, 210, 212, 215, 216, 220, 239, 241, 257, 268, 269,
270, 271, 272, 273, 275, 276, 278, 279, 281, 282, 283,
284, 291, 292, 303, 309, 310, 311, 312, 313, 314, 315,
316, 317, 318, 320, 325, 329, 335, 338, 344, 345, 347, 349,

32
350, 351, 355, 367, 368, 371, 377, 379, 381, 383, 384 HAZA, Antonio de la 23 HEGEL 126 HEINE,
Enrique 277 HELDEN BRENDT, Harry 77 HERNANDEZ, Daniel 179, 180 HERNANDEZ MESSIA, Toribio
70 HERRERA, Alfredo 130, 175, 176, 213, 297, 337, 338 HERRERA, Armando 266 HERRERA,
Bartolomé 17, 337 HERRERA, Oscar 159 HEYSEN, Luis 273, 351 HIDALGO, Alberto 317 HIDALGO
NEVARES, Adolfo 380 HIGINIO, Víctor 166 HILDEBRANDT [Tnte.] 160, 161 HITLER, Adolfo 159, 257,
277 HOLGUIN, Mons. 219 HOLGUIN, Jaime 192 HOLGUIN, Jorge 193 HOLGUIN Y DE LAVALLE, Carlos
189

HOMERO 119 HOYOS [fam.] 369 HOYOS OSORES, Guillermo 337, 339

HUAPAYA, N. [Sgto.] 310 HUBNER BEZANILLA, Manuel Eduardo 222, 224, 225, 231, 245
HUDTWALKER [fam.] 227 HUERTA, Juan 224, 229 HUGO, Víctor 33, 41, 51 HUGUET [“mono”] 160
HUIDOBRO, Emilio 111, 156, 157, 245

HUIDOBRO, Vicente 227 HUMBOLDT, Alejandro 202 HUYSMANS, Joris Karl 41, 85

IB ADA, (o I BARRA), Antonia 15 IBAÑEZ DEL CAMPO, Carlos 223, 235, 236, 257 IBAÑEZ, Mercedes
226 IBERICO, Mariano. 172, 205, 276 ICHAZO, Francisco 359, 361 IGLESIAS, Miguel 22, 23, 53 ISAAC,
J. 85 ISAACS, Jorge 186 ISTRATI, Panait 273 ITURBIDE [de PIEROLA], Jesús de 84

ITURREGUI, José Ignacio 15 IZQUIERDO, Artemio 200

JAEN, Antonio 384 JAIMES FREYRE, Alfredo 191 JANNINGS, Emil 378 JARA, Ernesto de la 309 JARA,
Gustavo de la 297 JARA, José María de la 311 JARA, Max 237, 245 JARAMILLO, Ricardo 377 JARQUEZ,
Angela 105, 106 JAURES 378 JERI, Ricardo 130 JIMENEZ 233, 234 JIMENEZ, Gustavo [el Zorro] 280,

282, 301, 302, 303, 310, 320, 323, 344, 347, 349, 358, 373, 381, 382 JIMENEZ BORJA, José 205,
289, 294, 328, 330 JOFFRE [Gral] 100 JOHNSON, Ben 124 JOINVILLE 90 JOYCE, James 214

KANT, Emanuel 126 EEYSERLING, Conde de 276 KINDELL, Herr 155 KIPLING, Rudyard 118, 144

KOECHLIN, Alfonso 97, 98 KLEIN 85

KOROLENKO, Vladimiro 166 KROPOTKIN, Pedro 167 KUAPIL, Víctor 92

LABARCA, Santiago 237 LABARTHE, Godofredo 101 LABARTHE, Pedro A. 50 LACORDAIRE, Padre 85
LACROIX (de OLAVEGOYA), María 57, 65

LAFUENTE, Alfredo 364 LAFUENTE, Nena (de LAMAR) 364 LAGUADO, Jayme 360 LAMAR SCHWAYER,
Alberto 364 LAMARTINE, Alfonso de 16, 33, 41 LAMPRE, Juan 105 LANATTA, Francisco 352 LAN ATT
A, Gustavo 302 LANDAZUR1 (emdte.) 251 LANDERER, Carlos 157 LANGLEBERT 85 LAOS LOMER,
Cipriano 116 LARBAUD, Valery 108 LARGO, Carlos 351 LARGO HERRERA, Rafael 303 LA ROSA, Pablo
274 LA ROSA DUANY, Tula 274 LARRABURE, Hipólito 81 LARREA ALBA, Luis 375 LARRI VA, José
Joaquín de la 131 LATCHAM, Ricardo A. 237, 238, 239, 242, 245'

LATORRE, Mariano 237, 238, 239, 245

LAURENS, Jean Paul 176 LAURENZA, Roque Javier 372 LAVALLE [fam.l 95 LAVALLE, Juan Bautista de
34, 86, 126, 132 LAVALLE, Hernando de 135

33
LAZO, Francisco 178 LAZO TORRES, Héctor 128, 205 LEAL, Eduardo [Llaverito] 105 LEANDRO, [Padre]
88 LEBLANC, Maurice 41 LE BON, Gustave 123 LE BORGNE, Armel 88 LECUNA, Vicente 196, 198
LEDGARD, Carlos E.V. 149, 172 LEDGARD JIMENEZ, Carlos 156 LEDGARD JIMENEZ, Waíter 156
LEGUIA, Augusto B. 15, 72, 97, 105, 114, 136, 148, 154, 158, 159, 170,
173, 178, 204, 206, 207, 208, 209, 216, 217, 220, 221,
225, 229, 247, 248, 249, 250, 251, 254, 256, 257, 258,
259, 260, 261, 262, 268, 269, 276, 281, 282, 284, 286,
287, 290, 291, 292, 298,. 299, 334, 335, 336, 339, 342,
344, 347, 348, 349, 354

LEGUIA, Jorge Guillermo 124, 130, 131, 133, 134, 137, 142, 157, 159, 171,
172, 173, 175, 206, 226, 248, 250, 251, 289, 329, 330,
331, 332, 348

LEGUIA SWAYNE, María Isabel 178 LEGUIA SWAYNE [fam.] 255 LEGUIA SWAYNE, Juan 97, 160, 255

LEGUIA, Roberto 98, 99, 111, 254, 259

LEGUIA Y MARTINEZ, Germán 136, 255, 259 LEITH, Germán 251 LENGUA, César A. 175 LENTA, José
118 LEON, José Matías 75, 298 LEON, Ricardo 89, 119 LEON BARANDIARAN, José 124, 125

LEON LOYOLA, Pedro 244 LEON PINELO, Antonio de 226

LEON Y BUENO, José 75, 133, 142 LEONOV 207 LEPIANI, Juan 29 LEROUX, Gastón 41 LEWIS, Samuel
200 LEYVA, Martha 245 LINDER, Max 104 LISSON, [arzobispo] 291 LISSON, Carlos 156 LIVONI LARCO,
Yolanda 222 LOAYZA, Aurelio 291 LOAYZA, Luis Aurelio 50, 51 LOAYZA SILVA, Luis Aurelio 124, 129

LOHMANN VILLENA, Guillermo 156

LOHR, Cosme 88, 156 LOMBARDO, José 200 LOOS, Aníta 146 LOPE, 891

LOPEZ, Alfonso 193, 380 LOPEZ, Pedro [Cía. zarzuela] 107, 116

LOPEZ, Pedro [hijo] 192 LOPEZ ALBUJAR, Enrique 252 LOPEZ ALIAGA, Luis 308, 320 LOPEZ
PUMAREJO [fam.] 192 LOPEZ PUMAREJO, Alfonso 192. LOPEZ VELARDE, Ramón 138 LORA, Juan José
144, 147, 178, 212, 272 . .

LORENTE Y PATRON, Sebastián 253, 268, 269, 288 LORENZO Y REGO, M. 146, 147 LORRAIN, Jean
85 LOTI, Pierre 85 LOYER, Félix 375 .

LOZADA BENAVENTE, Elias 302 LOZADA Y PUGA, Cristóbal de 141, 172, 173, 328 LOZANO
TORRIJOS, Fabio 185, 187, 208

LOZANO Y LOZANO, Carlos 193

LOZANO Y LOZANO, Fabio 185 LOZANO Y LOZANO, Juan 193 LUJAN RIPOLL, Roger 329 LUNA
CARTLAND, Guillermo 131, 133, 134, 135, 142, 171, 268 LUNA IGLESIAS, Germán 259 LUNARCHASKI,
Amatoli 270 LUZ, Carmen de la , 37 LYROT, Vizcondes de 258

LLOSA BELAUNDE, José Luis 131, 171, 172

MACCI, Filipo 126 MACK, Eva 156 MACKAY, John A. 330 MACHADO, Gerardo 360, 362, 363, 364,

34
MACHADO DE ASSIS 154 MACCHI [Monseñor] 55 MAC DONALD [fam.] 270 MAC DONALD, Juan 375
MAC-LEAN ESTENOS, Roberto 206, 215, 259

MADALENGOITIA, Alfonso de 153 MAJORANA, Angelo 125 MALAGA BRESANI, Fermín 379 MALAGA
SANTOLALLA, Fermín 379

MALATESTA [anarquista] 167 MALDONADO [Imas.] 60, 63, 67 MALET, Alberto 85 MALINOWSKI,
Ernesto 20 MALTHAM, Fritz 155 MALUENDA, Rafael 222, 223, 224, 225, 230, 235, 237, 241
MANCHEGO MUÑOZ, Celestino 259 MANN, Thomas 141 MANN, Wilhelm 242 MANRIQUE, 153
MANRIQUE, Leónidas 65

MANZANILLA, José Matías 110, 114, 128, 132, 136, 137, 139, 205, 288, 289,
294, 334, 337, 339

MANZANO, Lucas 196 MANACH, Jorge 359, 360, 362, 365 MAQUIAVELO, Nicolás 364 MARAÑON,
Gregorio 363 MARAT, Juan Pablo 249, 348 MARAVOTTO, 109 MARECHAL, Leopoldo 147
MARIATEGUI, Foción 254, 281 MARIATEGUI, José Carlos . 166, 167, 168, 170, 177,
183, 215, 216, 227, 228, 230, 241, 245, 248, 257, 259, 263, 264,
265, 266, 267, 268, 269, 270, 271, 272, 273, 274, 275, 276,

277,278,281, 283, 284 MARIATEGUI, Julio 272 MARIATEGUI, Sandro 268 MARIN, Juan 222
MARINELLO, Juan 360, 363 MARINELLO, Pepilla de 363 MARISCA, Héctor 309 MARQUEZ, José 358
MARQUEZ, Lily 154 MARQUINA, Eduardo 89 !

MARQUINA, José Manuel 23, 119 MARTI, José 12 MARTIN, Cipri 116 MARTINEZ, Haydee 156
MARTINEZ, Pedro Pablo 287, 282 MARTINEZ DE LA TORRE, Benigno 266

MARTINEZ DE LA TORRE, Juanita 265, 266

MARTINEZ DE LA TORRE, Ricardo 265

MARTINEZ LUJAN, Domingo 150 MARTINEZ MONTT 244 MARTINEZ VALADEZ 147 MARTINEZ VELEZ,
Padre 267 MARX, Carlos 330 MASCI, Filipo 126

MASIAS, Juan 40 MASSON 85 MATA, Andrés .195 MATALLANA [Tute.] 367 MAUPASSANT, Guy de 41
MAURTUA, Víctor M. 361, 362 MAZA, Piedad 361 MAZURE, Pedro 295 MC CORMACK 348 MC-CUNE
63 MC ORLAN, Pierre 222 MEDELIUS, Oscar 313, 314, 343 MEDINA, José Toribio 226, 227, 242
MEDRANO 369 MEDRANO, Mercedes 152 MEIGGS, Enrique 20, 71 MEISS, Enrique 95, 96 MEJIA,
Adán Felipe 212 MEJIAS, Manuel [“Bienvenida”j 109 MELFI, Domingo 237, 242, 243, 245 MELGAR,
Cecilia 358 MELGAR, Femando 86 MELGAR, José 313, 314, 322, 358 MELGAR, Mariano 131 MELGAR
[de GEBERDING], Sra. 157

MELGAR, Víctor 358 MELO, Carmen 116 MENDEZ [tute.] 294, 285 MENDEZ, Evar 147 MENDEZ
PEREIRA, Octavio 200, 372

MENDIBTJRU, Manuel de [Gral] 118 MENICCELLI, Pina 104 MEREL, Juan de Dios 318 MEREA 112

MERCADO, Guillermo 181 MERINO, Ignacio 178 MERINO, Ismael 178 MERINGO, Fulberto de 88
MERME, José [Padre José] 90, 91, 92, 110, 111 MESONES [fam.] 15

35
MESONES, Pedro 70 MEYER, Walter 372 MEZA, Ladislao 107, 117, 165, 166, 167, 168, 170, 266, 270
MEZA [el cholo] 265, 270 MEZA FUENTES, Roberto 241 MIMBELA, Pablo 139, 373 MIRABEAU, Octave
33 MIRO, Rodrigo 372 MIRO QUESADA [fam.] 115, 166, 213, 214, 216, 283, 307, 320 MIRO
QUESADA DE LA GUERRA, Antonio 146 MIRO QUESADA, José Antonio 114, 132

MIRO QUESADA, Luis 100, 128, 129, 132, 203, 204, 213, 282, 325, 335, 342, 361, 376 MIRO
QUESADA, Miguel 258 MIRO QUESADA, Oscar 132, 316 MIRO QUESADA SOSA, Aurelio 213, 214

MISTRAL, Federico 119 MISTRAL, Gabriela 223 MONCLOA, Enrique 156 MONCLOA, Francisco 156
MONCLOA, Manuel 156 MONCLOA, Fernán 156 MONCLOA ORDOÑEZ, Manuel 149 MONCLOA Y
COVARRUBIAS, Ma-nuel 51, 69 MONGE, Carlos 328, 330 MONTAGNE 85

MONTAGNE SANCHEZ, Ernesto 256 MONTAIGNE, Miguel de 34 MONTALVO 374 MONTANER, Rita
359 MONTERO, Lizardo 21 MONTERO, Luis 178 MONTES 153

MONTES DE OCA, Pedro de 369 MONTESINOS 118 MONTHERLANT, Henry de 207

MOOKE 253 MORA, Sara 152 MORALES, Manuel 317 MORALES BERMUDEZ, Remigio 53, 54 Z

MORALES DE LA TORRE, Ráyanm-elo 86 MORAND, Paul 330 MORE, Federico 146, 151, 291 MORE,
Gonzalo 176 MORE, Juan Guillermo 18, 19 MORELLI, César 298 MORENO, Antonio 53 MORENO PAZ
SOLDAN, Manuel 80 MOREY, Héctor 355, 356, 359 MOREY, Leopoldo 359 MOREYRA PAZ SOLDAN,
Carlos 131, 171 MORON, Isaías 354 MORON AYLLON, Guillermo 318 MORRIS, William 224
MOSCOSO, Alfonso . 376, 377 MUJICA GALLO, Manuel 117 MUNTZE, Herr 158, 159 MUÑIZ, Angélica
80 MUÑIZ, Manuel 52, 56, 64 MUÑIZ, Pedro [GraL] 52, 53, 54, 81, 113, 114, 115 MUÑIZ,
Pedro 177, 178, 271, 318, 343, 355, 375 MUÑIZ, Susana 30 MUÑOZ 119 MUÑOZ 148, 169 MUÑOZ,
Ezequiel 132, 202 'MURAT, Joaquín 14 MURO [fam.] 15 MURO, Petita 40 MUSSOLINI, Benito 257,
339

NALVARTE, Fausto 270 NASCIMENTO, Carlos Georges 237 NAVARRO LECAROS, José 124

ÑECO, Isidro 15 ÑERO 109 NERUDA, Pablo 245 ÑERVO, Amado 126 NEUHAUS [fam.] 227 NEUHAUS
UGARTECHE, Gustavo 230, 231 NICOLAS II, Zar 330 NIETO, Ricardo 186 NIETO CABALLERO,
Agustín 193 NIETO DEL RIO, Félix 225, 227 NIETZSCHEy Federico 341 NITTI, Francisco 270 NOBOA
CAAMANO, Ernesto 380 NOEL, Teodoro 52 NOLASCO PRENDEZ, Pedro 244 NOVO, Salvador 147, 297
NUÑEZ, Estuardo 156, 216, 299, 330

ÑECO, Isidro 15

OBLITAS 354 OCAMPO, Victoria 276 OCANA, Artemio 273 O’CONNOR D’ARLACH, Tomás 141
OCTAVIO, Rodrigo 12, 327 ODIAGA, Carlos 245 ODRIA, Manuel 142, 338 ODRIOZOLA, Manuel 143
OJEDA 369-

OLAECHEA, Manuel Augusto 297, 299, 300 OLAVEGOYA, Demetrio 64 OLAVEGOYA, Demetrio [hijo]
64 OLAVEGOYA, Domingo 57, 64, 65 OLAVEGOYA LACROIX, Domingo 64

OLAVEGOYA [de BARREDA Y LAOS], María 64 OLIVEIRA, Pedro M. 206, 208, 251, 286, 328

36
OLMEDO, José Joaquín de 131 OQUENDO DE AMAT, Carlos 273 ORDOÑEZ 376 ORE, Felipe 54 ORIGGI
GALLI, Angel 270 ORNANO [Hnos.3 147 ORREGO, Antenor 273, 279, 292, 294, 296, 313 ORTEGA 103
ORTEGA 325

ORTEGA Y GASSET, José 207, 363 ORTIZ, Fernando 358 ORTIZ DE ZEVALLOS [fam.] 95 ORTIZ DE
ZEVALLOS, Fernando 86 ORTIZ MONASTERIO, Francisco 330, 332, 371 OSMA [de DE LA RIVA
AGÜERO], Dolores de 298 OSMA, Julia de 298 OSORES, Arturo 285, 311, 320 OSORIO, Luis Enrique
383 OSPINA, Pedro Nel 189 OSPINA PEREZ, Mariano 189 OSTRIA GUTIERREZ, Alberto 332 OTERO
LATORRE, Hugo 30 OTERO LORA, Gonzalo 217 OWEN, Gilberto 147, 330, 332, 371, 374

OXANDABERRO, Roura de 266

PACK, William 160, 255 PADOWSKA, Mdme. 103 PADROSA, Mercedes 331 PALACIO, Pablo 376, 378
PALACIO VALDEZ, Armando 33 PALACIOS, Alfredo Lorenzo 268 PALACIOS, Magdalena 64 PALET 239
PALMA, Angélica 76 PALMA, Clemente 50, 51, 203 PALMA, Ricardo' '16, 30, 51, 84, 142, 143,
145, 173, 210

PALMA, Ricardo [hijo] 104, 302 PAPINI, Giovanni 193 PARDO [fam.] 337 PARDO [Crnl.] 323 PARDO,
César Enrique 113, 256, 321 PARDO, José 72, 99, 111 PARDO, Manuel 20, 134 PARDO ACOSTA, César
E. 356 PARDO ALTHAUS, Manuel 97' PARDO CASTRO, José 148 PARDO DE ZELA, Francisco 235
PARDO FIGUEROA, Pedro 92 PARDO BEEREN, Manuel 97 PARDO Y BARREDA, José [pres.] 97, 114,
115, 121, 126, 148, 170, 178, 179, 249, 259 PAREDES, Isaías 150 PAREJA, Rafael 228 PAREJA DIEZ
CANSECO, Alfredo 374

PASAPERA, José Santos 50 PASCAL,^ Blas 340 PASTEUR, Luis 85 PASTOR [fam.] 15 PASTOR, Vicente
109 PATIÑO, Bibiana de 47, 48 PATIÑO, Carmen 16, 23, 46, 47 PASTOR [de BASADRE], Narcisa 15,
69

PATRON, Jorge 217 PAULSEN, Gral. 54 PAVLOVA, Ana 105 PAZ, Augusto 53

PAZ SOLDAN, Carlos Enrique 134 PAZOS VARELA 129, 335 PEDRARIAS DAVILA 367 PEÑA
BARRENECHEA, Enrique 177, 272, 299 PEÑA BARRENECHEA, Ricardo 272

PEÑA MURIETA, Rodrigo 256 PEÑA PRADO, Mariano 213 PERALTA, Alejandro 181

PERALTA Y BARNUEVO, Pedro 121, 299 PEREDA, José María 33, 89 PEREZ, Manuel B. 132 PEREZ
[Padre] 31, 40, 41, 46 PEREZ CANEPA, Carlos 167 PEREZ CANTO, Julio 227 PEREZ CORNEJO^ 160
PEREZ GALDOS, Benito 33, 119 PEREZ LEON, Manuel 318, 319, 354

PEREZ TREVIÑO, Américo 356, 372, 375

PEREYRA, Raúl María 168 PERSHING, John 221 PESCE, Hugo 273 PETIT THOUARS, Bergasse du 30
PEZET 108

PEZET, Juan Antonio 18 PHILLIPS, Belisario 329 PIAGGIO [fam.] 67, 74, 75 PIAGGIO, Lázaro 55, 65,
74 PIAGGIO, Miguel 74 PIAGGIO CHIRICHIGNO, Aurelio 74 PICON SALAS, Mariano 237 PIEDRA, Julio
200 PIEDRA SALCEDO, Alfredo 254, 268

PIEROLA, Amadeo de 287 PIEROLA, Carlos de 114 PIEROLA, Nicolás de 20, 22, 23, 24, 26, 27,
29, 47, 51, 52, 54, 55, 56, 63, 70, 72, 77, 84/113 PIMENTEL, Francisco 198 PINASCO 60 PINGLO, Felipe

37
153 PINILLA RAMBAUD, Antonio 172 PLACIDO, Padre 88, 89, 92, 119 PLENGE 367 PODESTA 160
POIRIER 85 POLANCO [Monseñor] 42 POLO, José Toribio 143

PONCE, Manuel M. 288, 290 PONCE CIER, Leónidas 256 PONCE RODRIGUEZ, Elias 205, 228, 230, 231
PORRAS, Belisario 200 PORRAS, Nicanor G. 124 PORRAS BARRENECHEA, Raúl 97, 127, 130,
131, 132, 133, 134, 135, 137, 142, 157, 158, 171, 172, 173, 183,
206, 211, 214, 226, 268, 271, 279, 289, 297, 328, 329

PORRAS CACERES, Carlos 117 PORRAS OSORES, Melitón F. 134 PORTAL, Ismael 69 PORTAL, Julio 148
PORTAL, Magda 178, 245, 283, 292, 312

PORTALANZA, Sra. 60 POSADA, Eduardo 193 POSADA, Fausto 2lS, 270, 283, 293 POZO 369

PRADEÑAS MUÑOZ, Juan 244 PRADO [fam.] 227, 337 PRADO, Jorge 256 PRADO, Mariano Ignacio
18, 19, 21, 22, 26, 33 PRADO, Pedro 223 PRADO HEUDEBERT, Mariano 124, 125, 132, 134 PRADO
UGARTECHE, Javier 98, 99, 110, 111, 114, 125, 132, 136, 138, 245, 250, 256, 338 PRADO
UGARTECHE, Jorge 380 PRADO UGARTECHE, Manuel 132, 256

PRAT, Enrique 88 PRAT, Florentino 86, 90, 115 PRENDEZ SALDIAS, Carlos 237, 243, 244 PRENTICE
[fam.] 60, 63 PRICE, Eduardo 282 PRIETO [fam.] 59, 60, 75

PRIETO, Jenaro 237, 238, 240, 241, 245

PRIMO DE RIVERA, José Antonio 257, 298 PRORROMANT, [Cmdte.] 245 PROTZEL, 161

PUCCIO WEISS, Alejandro 356 PUCCINI 165 PUCHKIN 166

PUENTE, José Félix de la 185 PUERTA, Luis de la 26

QUEIROZ, E$a de 93, 124 QUESADA, Crisólogo 292, 293, 312, 315

QUESADA, Fortunato 142 QUESADA ACHARAN, Armando 236, 244, 278 QUESADA LARREA, José
131, 171 QUESADA LARREA, Valentín 133 QUIJANO, Resurección 107 QUINTANA, Columba 105

RABELAIS, Francisco 90 RACINE, Juan 25 RADA Y GAMIÓ, José de 225, 228, 255, 259, 288 RADIGUET,
Max 154 RAMBURU, Gonzalo Narciso de 117 RAMBOUILLET 167 RAMIREZ DE CASTILLA, Samuel
2tf>3

RAMIREZ VILLASANTE, Gustavo 124, 125 RASCH ISLA, Miguel 191 RASIMI [Madame] 118 RAVINES,
Eudocio 273, 276, 293, 307, 329

RAYGADA, Juan Manuel 308, 310 REBAGLIATI, Edgardo 149, 150, 264

REBOLLEDO, Williams 18 REBORA, 156

RENAN, Ernesto 85, 94, 118, 165, 211

RENGIFO, Ignacio 186 REUTSCHE, Fernando 308 REVILLA, Clemente 334, 337, 343 REYES [fam.] 15
REYES, Adolfo 27, 52, 54, 70 REYES, Alfonso 207 REYES, Jorge 376, 377 REYES, Laura 30, 70 REYES,
Salvador 222, 243 RIOJA 371 RIOS 270

RIOS, Samuel 177, 270, 293 RIOS GALLARDO, Conrado 223, 297, 301 RIVA AGÜERO, [apellj 95 RIVA
AGÜERO, Carlos de la 64 RIVA AGÜERO, Enrique de la 111 RIVA AGÜERO, José de la 35, 64, 85, 86,

38
118, 121, 122, 130, 205, 213, 266, 293, 297, 298, 299, 301, 309, 311, 320, 331, 333, 337, 340,
344, 345

RIVA AGÜERO Y SANCHEZ BO-QUETE, José 340 RIVAS, Raymundo 189 RIVERA, Ernestina [de RUIZ
EL- DREDGE] 77, 78 RIVERA, José Eustacio 173, 190 ROBINNE, Gabrielle 104 ROCA, Carmela 100
ROCA, Erasmo 174, 200, 206, 255, 276, 330 ROCAMBOLE 296 RODO, José Enrique 126, 141, 383
RODRIGO, Carlos 105 RODRIGO, Laureano 149, 166 RODRIGO EGUREN, Luis 315 RODRIGUEZ,
Antonio 174, 297, 325 RODRIGUEZ, Augusto 224

RODRIGUEZ, César A. 273 RODULFO DE SAL Y ROSAS, Igna- cia 97 ROHME,: vori 158, 159 ROLDAN
SEMINARIO, Carlos 124, 125

ROLLAND, Romain 270 ROMAÑA [Pres.3 125 ROMANET [Tute.] 160, 161 ROMERO, Carlos A. 143,
144, 226 ROMERO, Eleodoro 139 ROMERO, Emilio 206, 276, 303,

330, 344 ROMERO, José Guillermo 212 ROMERO [“zambo”] 106, 107 ROMERO CORDERO, Alberto
227, 228, 235, 237, 243, 244 ROMERO RAMIREZ, Manuel 249 RONDON, Rosa 71 ROSAS, Francisco
125 ROSAS, Victoria 125 ROSAY, 146

ROS AY, Mme. [RATERI de] 146 147

ROSAY, Emilio 146 ROSAY, Fernando 146, 308, 310, 314, 322, 375 ROSPIGLIOSI GOMEZ SANCHEZ,
Manuel J. 215, 284, 292, 293 ROURA DE OXANDABERRO 179 ROUSSEAU, Juan Jacobo 33, 41
ROVARETTO 160 ROY, Manuel 358, 372 RUBBIANO 150 RUETE GARCIA, José 167, 264 RUIZ BRAVO,
Pedro 266 RUIZ DIAZ, Héctor 331 RUIZ ELDREDGE, Alberto 77 RUIZ ELDREDGE, Augusto 77, 78 RUIZ
ELDREDGE, Ernestina 77 RUIZ ELDREDGE, Ester 77, 78 RUIZ ELDREDGE, Godofredo 77, 78

RUIZ VERNACCI, Enrique 357 RUSKAYA, Norka 269 RUZO, Daniel 130, 183

SAAVEDRA AGÜERO, Jorge 222 SAAVEDRA PINON, Reynaldo 129 SABOGAL, José 150, 178, 179, 180,
252, 273, 274, 299, 330 SABROSO, Arturo 177, 270, 293, 308, 318, 321, 324, 350, 358
SACO, Carmen 331 SACO MIRO QUESADA, Alfredo 350, 358

SAENZ DE TEJADA DARQUEA, Se- cundino 374 SAGAN, Fran^oise 147 SAGARNA, Antonio 172 SAL,
Juan [“Salen”] 109 SALAS, Tito 196, 197, 198 SALAZAR, Constantino 132 SALAZAR Y OYARZABAL,
Juan de Dios 122 SALCEDO, Bernardino 15 SALDIAS 322 SALDIAS, [Gral.] 244 SALERI, Sebastián 88
SALINAS COSSIO, Guillermo 205, 215

SALOMON, Alberto 135, 253 SAMAME BOGGIO, Mario 330 SAMANEZ OCAMPO, Elias 302, 303, 325,
348 SAMPER SORDO, Luis 192 SANCHEZ, Alberto 49 SANCHEZ, Celinda 49 SANCHEZ, José Remigio
Rosendo 25, 26, 27, 28, 29, 30, 31, 32, 33, 35, 37, 38, 40, 43, 45,
46, 47, 49, 55, 72

SANCHEZ, Leopoldo 15, 17, 19, 20, 22, 23, 24, 26, 29, 33, 46, 48,
49, 52, 56, 63

SANCHEZ, Leopoldo [hijo] 49, 66 SANCHEZ, Natalio 15, 16, 22, 26,, 27, 28, 32, 50 SANCHEZ,
Rosendo 15, 16, 35, 49, 70

SANCHEZ, Virginia 96 SANCHEZ BOCANEGRA, Adriana 49

39
SANCHEZ BOCANEGRA, Carmen 49 SANCHEZ BOCANEGRA, Delia 49 SANCHEZ BOCANEGRA,
Hortensia 49

SANCHEZ CARRION, José Faustino 131

SANCHEZ CERRO, Luís M. 213, 254, 258, 259, 285, 288, 290, 294, 296, 297,
298, 299, 300, 301, 302, 303, 307, 308, 310, 311, 313, 315, 316,
317, 319, 320, 321, 323, 330, 333, 335, 337, 338, 342, 344,
345, 347, 349, 350, 355, 358, 367, 370, 371, 379, 381, 382, 383, 384

SANCHEZ CERRO, Pablo Ernesto 294, 341

SANCHEZ DE BUSTAMANTE Y MONTORO, Antonio 361 SANCHEZ DE BUSTAMANTE Y SIR¬VEN,


Antonio 361 SANCHEZ GALARRAGA, Ana 362 SANCHEZ GALARRAGA, Ernesto 361, 362, 365 SANCHEZ
MALAGA, Carlos 331 SANCHEZ MEJIAS, Ignacio 154 SANCHEZ PATIÑO, Carmen Marga-rita 24, 28,
34, 38, 39, 40, 41, 43, 44, 45, 47, 49, 66 SANCHEZ PATIÑO, Leopoldo Emilio 47, 49

SANCHEZ SANCHEZ [tres herma¬nos] 107 SANCHEZ SANCHEZ, Manuel 47, 56, 63

SANCHEZ Y MORI BANDA, Benito 14

SANCHEZ Y MORI BANDA, Juan 14, 15

SANGUINETTI, Juan 95 SANGUINETTI, Luigi 95 SANTEX, Henry 85, 147 SANTIVAN, Femando 237
SANTOFIMIO, Eugenio 187 SANTOS, Eduardo 193 SANTOS, Gustavo 193 SARMIENTO, Femando 287,
288 SAS, Andrés 331 SASSONE, Felipe 145, 235 SAYAN ALVAREZ, Carlos 175, 176, 320, 337, 338, 339
SCHOLICH, Herr 155 SCHNIRER 158 ¡SEGUR, Conde de 33 SEIGNOBOS, Charles 123 SEOANE, Edgardo
176 SEOANE, Guillermo A. 175 SEOANE, Juan 322 SEOANE, Manuel 129, 133, 174, 176, 177, 247,
248, 263, 268, 271, 277, 278, 283, 284, 292, 293, 294, 295,
296, 297, 308, 309, 310, 313, 314, 315, 318, 319, 320, 321, 322,
323, 324, 335, 341, 349, 350, 351, 355, 358, 371, 372 ,

SERAO, Matilde 167 SEVILLA [fam.] 15 SFORZA 270 SHAW, Bernard 270 SIEGFRIED, André 312, 330,
331 SILES, Hernando 257 SILVA, Alfonso de 178 SILVA, Angel Medardo 380 SILVA, Hugo 223, 237
SILVA, José Asunción 341 SILVA, Víctor Domingo 237 SILVA CASTRO, Raúl 237, 241, 243, 245

SILVA RODRIGUEZ, Consuelo 265 SILVA SOLIS, Augusto 379 SILVA VIDAL, Ismael 166 SILVA
VILDOSOLO, Carlos 241 SIMON, Moisés 359 SOLANO RODRIGUEZ, Manuel 308, 314, 322, 324 SOLAR,
Hernán del 222 SOLARI, Carlos 283 SOLIS, Abelardo 330 SORIA, Fernando 53 SOSA, Belisario 132
SOSA, Mario 132 SOTO, Elias [Padre] 40, 42, 90 SOUPAULT 154

SPELUCIN, Alcides 229, 273, 279, 292, 293, 303, 355 SPINOSA, Baruch 277, 340 STAR, Gloria 107,
116 STEAN, Edward 93 STEWART, Watt 28 SUAREZ, Marco Fidel 193

TAGORE, Rabindranath 144 TAINE, Hipólito 85 TALLET, Tose Zacarías 359, 361, 365

TAMAYO, [presidente] 201 TAMAYO, Augusto 330 TAMAYO, Clímaco 291 TAMAYO CLIMACO,
Francisco 292, 303, 323 TANCO, Ricardo 191 TARDE, Gabriel 85 TASSARA, Glicerio 129 TEJEIRA 372
TELAYA, Enrique 303 TELLO [fam.3 15

TELLO, Julio C. 205, 206, 211, 214, 289, 327, 328, 329, 330 TESTUT 85 THOL, Juan 274

40
THURNER, David 200 TOLSTOY, León 166, 270 TORRE GONZALEZ, Agustín de la 281

TORRES BODET, Jaime 147

TOVAR [Arzobispo] 40

TREVIÑO [fam.] 194

TREVIÑO, Aurora 194

TREVIÑO, Delfín B. 194

TREVIÑO, Grimanesa 194

TROU, Herbert 116

TRUEL LARRABURE, Raúl 96

TUBAU, María 107

TUBINO, Elio 150

TUDELA Y VARELA, Francisco 111

UGARRIZA Y SUAREZ, Pedro de 117

UGARTE BARTON, José Benigno 174, 200, 255 UGARTECHE TIZON, Pedro 370 ULLOA SOTOMAYOR,
Alberto 146, 273, 276, 308, 330 .

UNAMUNO, Miguel de 13, 270, 359 URBINA [negro] 362 '

URDANETA, Elvira 192 URDANETA MAYA 198, 199 URETA, Alberto 147, 157, 172, 205, 214

URETA, Guillermo 124 URIBE, Pacho 187, 188 URIBE Y URIBE, Gral 186 URIBURU, Gral. 308 URIEL
GARCIA, José 330, 332 URTEAGA, Horacio H. 128, 132, 144, 205, 206, 214, 215 URVINA,
Gabriela 167, 265

VALCARCEL, Luis E. 216, 252, 273, 303, 330

VALCARCEL, Mariano Nicolás 256

VALDELOMAR, Abraham 66, 122, 146, 147, 150, 165, 166, 167, 168, 169, 170, 179, 229, 264,
265, 266, 267, 269, 278, 380 VALDEZ, Ismael 237 VALDIVIA, Pedro de 226 VALD1ZAN, Hermilio 327
VALEGA, Juan Francisco 136 VALENCIA, Guillermo 173, 262 VALENCIA COURBIS, Luis 225, 227
VALERA, Carlos 97, 124 VALERA, Wenceslao 60, 97, 98 VALERY, Paul 144 VALVERDE, Emilio 206
VALVERDE, Joaquín 116 VALLE, Félix del 146, 166, 167 VALLE [Vale], Andrés 116, 117 VALLE INCLAN,
Ramón del 119, 207

VALLE RIESTRA, Domingo 18 VALLE Y OSMA [Dr.] 67 VALLEJO, Agustín 350 VALLEJO, César 134, 145,
147, 178, 210, 212, 222, 280, 282, 283, 185, 191, 192, 247, 274, 343 VALLEN1LLA LANZ, Laureano
195 VAMPA, Luigi 343 VANNI, Ycilio 126 VARELA, Edgardo 63 VARELA, Luis 148, 166 VARELA Y
ORBEGOSO, José 212 VARELA Y ORBEGOSO, Luis [Cío- vis] 185, 204, 205, 207, 226, 270 VARGAS,

41
María [de VARGAS] 212 VARGAS, Nemesio 143 VARGAS SALAZAR, Francisco 49 VARGAS SALAZAR,
Julia 40, 143 VARGAS SANCHEZ, Francisco [hijo] 49

VARGAS SANCHEZ, Carmen Rosa 49, 73

VARGAS SANCHEZ, Carlos 49, 62 VARGAS SANCHEZ, Celinda 30, 49

VARGAS SANCHEZ, Rosendo 25, 44, 49

VARGAS Y VARGAS, María 222 VASCONCELOS, José 138, 243, 274 VASQUEZ, Luisa 65 VASQUEZ
BENAVIDES, José 302, 353, 354

VASQUEZ LAPEYRE, Alfonso 358 VAZQUEZ, Celso 109 VAZQUEZ, Samuel 177, 293, 321 VAZQUEZ
COBO, Gral. 308 VAZQUEZ DIAZ, Manuel 145, 212, 283, 308, 321, 324 VEGA, Manuel 235, 237
VEGAS GARCIA, Ricardo 131, 171, 172, 173, 175, 226, 230, 231, 260, 277, 287

VELAOCHAGA, Jorge 93, 101 VELARDE, Fernando 16 VELASCO, Mariano 123 VELASCO IBARRA, José
María 375, 383

VELASQUEZ, [Negro] 301 VELAZCO [o VELASCO] (Cía. de re¬vistas) 107, 116, 117 VELEZ, Jorge 189
VERA TUDELA, Guillermo 157 VERNE, Julio 85

VERNEUILL, Adriana [de GONZA¬LEZ PRADA] 210 VICUÑA FUENTES, Carlos 237 VIDAL [suboficial]
369 VIDAL, Carlos 312, 352 VIDAL, Vicha 223 VIDAURRETA DE MARINELLO, Pe- pilla 361 VIGIL 51
VILLA, Guido 123 VILLAESPESA, Francisco SO, 119, 173, 191 VILLAESPESA, María de 191
VILLALOBOS, “el cholo” 153

VILLANUEVA DEL CAMPO, Arman-do 102

VILLANUEVA MEYER, Leonardo 200, 357, 367 VILLAR, Manuel 18 VILLARAN, Manuel Vicente 136,
137, 138, 175, 205, 221, 250, 287, 289, 302, 334 VILLAURRUTIA, Xavier 147 VILLA VI CENCIO 19
VILLEGAS, Micaela [Perricholi, La] 1451

VILLEGAS RESTREPO, Alfonso 193 VILLEHARDOUIN 90 VINATEA 381

VINATEA CANTUARIAS, Leonor 180

VINATEA REINOSO, Jorge 150, 180, 331 VINCES, Alejandro 302 VIOLETA, [“La Violeta”] 116 V3TERI
LAFRONTE, Homero 380 VOLTAIRE 33, 94

WAGNER DE REYNA, Alberto 156 WARD, Lester 127 WASHBURN 160 WEBERBAUER, Adolfo 156, 294
WERTHER 380

WESTERMANN, Richard 155, 156, 158

WESTFHALEN, Emilio Adolfo 156, 216

WHILAR, Agustín 146

WIESENECKER, Herr 155 WIESSE R., Carlos 172 WIESSE, Carlos 123, 127, 128, 129,

130, 131, 146, 172, 205, 215 WIESSE, María 181 WILDE, Oscar 229 WINTER, Nick 104 > WUNDT,
Guillermo 123

42
YAÑEZ 199

YAÑEZ, Rebeca 176

YEROVI, Leónidas 51, 124, 167

ZAMYATIN, Eugenio 207 ZAMBRANO, Carlos 375 ZAMORA [fam.] 60, 67 ZAMORA TORRES, Víctor 70
ZAMORANO, Ernestina 105 ZAMUDIO 160 ZAÑARTU [fam.] 227 ZAÑARTU, Fernando 222 ZAPATA
[Crnel.J 289, 290 ZAPATA BALLON, Ernesto 170 ZAPATA LOPEZ, Eduardo 167, 266, 267

ZAPATER, Juan 105, 106 ZAVALA, Rodolfo 63, 84 ZAWADSKI, Jorge 186 ZAYAS 233, 234 ZEVALLOS [el
gordo] 308 ZOLA, Emilio 33, 41, 238 ZULETA DE ALIAGA [fam.] 212

43

También podría gustarte