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Prólogo

La muerte llegaría, siempre estuve consciente de eso, la busqué cuando Darla murió, pero
ella me eludió. La hija de puta sabía en qué momento vendría, cuando menos la esperaba
se presentó, cuando mi vida volvió a tener sentido veía como todo se resquebrajaba ante
mí.

Consecuencias, supe que habría consecuencias, pero me aferré a la esperanza que Alexa
me brindó. Tomé una decisión e incluso al estar en esta posición, no me arrepentía. Tuve
el deseo de vivir otra vez, experimenté nuevamente el anhelo y la ilusión; hoy perdería,
pero a la vez, gané. Viví hasta donde debía, y si perdí, fue por mi terquedad.

Sentí el apretón de su mano, la sangre deslizándose espesa entre nuestros dedos, la


herida en su brazo era preocupante, pero lo era más el tumulto de sicarios delante de
nosotros a la espera de una orden para asesinarnos. Y milagrosamente el miedo se
desvanecía, solo había dolor por no poder concretar mis planes, por fallar en mi promesa
de protegerla y darnos la oportunidad que tanto gritó entre los dos.

—Perdóname —susurró. La frente en alto, el miedo no existía en sus rasgos. Ella era
fuerte, la joven más fuerte que yo haya conocido.

—No es tu culpa, no es culpa de nadie. —Las lágrimas se acumularon en sus orbes


oscuros—. Mírame, Alexa.

Despacio obedeció, manchas rojizas adornaban su cara. Un golpe en su pómulo y la ceniza


adherida a su cabello.

—Me cegué, perdí tiempo contigo, tiempo valioso, Lexi —esbozó media sonrisa—,
lamento haber desperdiciado tanto y…

—Te amo, Russo —interrumpió. El miedo se hizo más nítido en mí.

—No te atrevas —supliqué—, no lo digas, no hoy, no ahora.

Su dedo en mis labios me silenció.

—Si muero yo…

—Morimos los dos —sentencié.

Acortó la distancia y me besó en los labios. Su sabor inundó mis sentidos, su olor
prevaleció por encima de la sangre y la pólvora que se dispersó deprisa cuando las armas
fueron accionadas.

—Te amo.

Fue lo último que pude decir.


Capítulo 1
Alexa

Siempre me gustó el poder, ser admirada y respetada.

A diferencia de quienes hacían todo por huir del narco, yo me esforzaba por escalar
dentro de él. Ser hija del jefe no me otorgaba un cargo alto, mi padre dejó en claro que, si
quería pertenecer a su cartel, tendría que empezar desde abajo, como todos, lo hizo como
una forma para obligarme a desistir sobre mi elección a ser parte del mundo ilícito.

Pero como la aferrada que era, no desistí y acepté. Acepté sus gritos, no había diferencia
entre un sicario y yo, los tratos eran los mismos, sin favoritismos. Me tragué sus regaños y
me esforcé por no fallarle y hasta ahora no lo había hecho.

Yo era la encargada de entregar la mercancía y cobrar a los vendedores de los


alrededores, aun había tres cargos más por encima de mí, contando el de mi padre. Uno
era el encargado de la plaza, otro el dirigente de ella y mi padre el jefe del cartel,
delegaba, entre sicarios, vigías y dirigentes. Yo me hallaba por debajo de los dirigentes,
pero por encima de los sicarios y vigías. Entre ellos me respetaban y cuidaban, a pesar de
tener el mismo trato que todos, tenían como orden estricta de mi padre el protegerme de
cualquier cosa, si algo me sucedía, pagarían con su vida y por ello contaba con distintos
vigías siguiéndome veinticuatro siete.

Volví a la realidad al momento en que una de las escoltas abrió la puerta de la camioneta
para mí. Acomodé mis gafas y bajé, llevaba un arma oculta en la espalda, eché un vistazo a
mi alrededor, la brecha se encontraba desierta, pero los vigías andaban cerca,
cuidándome y avisando de cualquier novedad.

—Atentos, García —murmuré por lo bajo. Él era mi escolta y hombre confianza.

Se postró a mi espalda, la gente con las armas largas mientras Héctor Aguirre se acercaba
a mí a paso lento. Su estatura era intimidante, mas nada que pudiera amedrentarme.
Esbozó media sonrisa, el blanco impoluto de sus dientes relució.

El tipo era bastante atractivo, uno noventa de musculatura y buen porte, pero por alguna
razón no me atraía de ninguna forma. Yo tenía algo que no sabía cómo explicar, mi gusto
por los hombres siempre salía a relucir, podrían decir que con la mayoría de ellos, sin
embargo, había otros, como Aguirre, que no despertaban nada.

Tal vez se debía a su egocentrismo, a la desconfianza que me transmitía, la misma que


remarqué muchas veces con mi padre, la misma que fue ignorada. Nunca pasaba por alto
las advertencias de mis instintos, mis sentidos no se equivocaban y tenía el
presentimiento de que este cabrón nos jugaría chueco en un futuro no muy lejano.

Esperaba ansiosa que cometiera un error, así yo misma pondría una bala entre sus cejas, o
entre las piernas, si bien le iba al infeliz.
—Mini Robledo —rio—, ¿qué tal estás?

—Bien —respondí cortante, un movimiento de mano y la droga comenzó a ser descargada


por mi gente—, ahí tienes la merca, la próxima entrega será en el kilometro 70.

—¿Cambios en los puntos de reunión? —Alcé los hombros.

—Seguridad, Aguirre.

Me llevé una goma de mascar a la boca, hice bombas con ella, esperaba que terminaran
de subir la mercancía a las camionetas.

—¿Qué tal está tu padre? —Preguntó, encendió un cigarrillo. Sus ojos en mí.

—Bien.

—Vamos, Mini Robledo, ¿seguirás ofendida por el beso?

—Mejor ni lo menciones, cabrón, donde mi padre sepa que me robaste un beso, te corta
los huevos. —Soltó una risa.

—¿Por qué no se lo dijiste? —Tensé la mandíbula y seguí masticando.

—Que te valgan madre mis motivos.

—¡Ya quedó, señorita! —Informó Azua, otro de mis escoltas.

—No olvides lo que te dije —recordé antes de volver a subir a la camioneta.

Me deshice de las gafas, enseguida marqué el numero de mi papá, él atendió al primer


tono.

—Ya se hizo —dije.

—¿Le dijiste sobre el cambio? —Preguntó.

—Sí.

—Perfecto. Enzo te espera en la miscelánea, de ahí te vienes para acá, vendrá contigo.

—Sí, papá.

—¿Todo bien?

—Todo bien.

Me colgó y solo quise acelerar el tiempo para ver a Enzo, él es quien más me ha durado
como novio gracias a que mi padre no sospecha nada de nosotros o al menos en eso
estaba creída.
Una hora más tarde la camioneta se detuvo frente a la miscelánea, Enzo salió de
inmediato y antes de que alguien pudiera verlo, subió y cerró la puerta. El chofer arrancó y
se dirigió rumbo a la hacienda. Mi novio se quitó las gafas y vi mi reflejo en sus ojos color
aceituna. Sonreí y trepé a su regazo, me cogió de los muslos y trasero, apretó y me atrajo
a él.

—Hola, muñeca —lamí sus labios—, te extrañé.

—Tenemos veinte minutos.

—Tu chofer —susurró.

—Pete no dice nada —lo calmé.

Estrellé mi boca con la suya, necesitada de sentirlo, mi lengua se abrió paso entre sus
labios, balanceé las caderas encima de su erección, la fricción en mi sexo me hacia mojar.
Era una chica sexosa, ansiosa de siempre coger, tenía un apetito sexual bastante intenso,
herencia de mi padre.

—Alexa, vas a hacer que te coja aquí —susurró entre intervalos de besos.

—Pues hazlo, mi vida —lo reté.

Me quité el chaleco y enseguida alzó la tela de mi blusa, bajó las copas del sostén y
sostuvo mis senos con las manos antes de chupármelas con intensidad. Gemí y seguí
balanceándome sobre su erección, luego deslizó los dedos entre los vaqueros y mis
bragas, dio con mi sexo y frotó en mi clítoris.

—Qué húmeda estás —siseó.

—Así me pones.

Lo miré desde arriba, deleitándome de los movimientos de su lengua en mis pezones y sus
dedos estimulando mi clítoris.

—Qué rico te mojas —mordisqueó mi pezón—, en cuanto pueda, volveré a estar dentro
de ti.

Lo ignoré y cerré los ojos, cegada por el placer, el corazón me latía desbocado, la
adrenalina me hacía excitar aun más. Una mordida, sus dedos penetrando mi vagina, el
calor de su lengua, ¡puta madre! No demoré en venirme, él recibió mi orgasmo en su
mano, mi sonrisa se ensanchó y la sensación placentera me recorrió con celeridad y acabó
por elevarme y llevarme a un éxtasis inigualable.

—Justo a tiempo —dijo. Mordí mi labio y bajé de su regazo. Lo vi chuparse los dedos con
deleite.

—No te salvas esta noche —plantó un beso en mi mejilla—, te amo.


Le devolví una sonrisa y le guiñé un ojo. De mi boca jamás habían salido esas palabras,
eran muy fuertes y no había conocido a un hombre que fuera capaz de hacérmelas decir.
Quizás algún día llegaría, pero siendo franca no lo buscaba, me gustaba tener sexo, ser
libre, un alma libre. Además, mi padre jamás me permitiría estar con nadie, nadie era
digno a sus ojos y si se enteraba de mis pretendientes o amantes, los mataba. Mi papá era
así, no podía quejarme, él no conocía otra forma. Seguramente me iría muy mal si se
enteraba que dejé de ser virgen hace poco.

—Te veo más tarde —murmuró antes de bajar.

Puse todo en su sitio y me dirigí al interior de la hacienda con Enzo a mi lado. Todo
rodeado de gente armada, mujeres se veían muy pocas, pero las había, aunque de
ninguna podía hacerme amiga, siempre me hallaba más con los hombres. La única amiga
que tenía era Dasha y ella se hallaba muy lejos de aquí, tal vez un día de estos la visitaría.

—¿Aun no llega mamá? —Pregunté hacia papá apenas entré y lo vi.

—No demora, ya viene en camino —respondió, miró a Enzo y sin decir nada este lo siguió
a su despacho.

Los dejé en paz y subí las escaleras, tomaría una ducha rápida y saldría hacia las bodegas
para supervisar la mercancía, ya que nos quedamos sin el encargado de ello, me tocaba
hacerlo al menos mientras su reemplazo arribaba.

Sin perder el tiempo me bañé y vestí en tiempo récord. Frente al espejo recogí mi cabello
húmedo y lo tomé en una coleta alta. Mi cara quedaba al descubierto y las facciones
idénticas a las de mi padre, se hacían notar aún más.

Pinté mis labios de un rojo potente y dejé mi escote a la vista solo por hacer enojar a
papá. Ya lista, salí de mi habitación y enseguida escuché voces, era la de mi madre.
Inevitablemente corrí hacia ella, tenía bastantes días que no la veía, así que la abracé sin
preámbulos en cuanto la tuve cerca.

—¡Mamá! —Saludé emocionada. Ella rio.

—Vaya que me extrañaste —dijo y plantó un beso en mi mejilla.

Me aparté de ella y me sentí tranquila de tenerla de vuelta. Entonces mi atención se posó


en el hombre que la acompañaba y por Dios que mi boca casi se desencaja mientras mis
hormonas se alteraban de inmediato. Lo que veía era un adonis.

—Oh, ¿y este pedazo de macho? ¿De dónde lo sacaste? —Pregunté sin controlar mi gusto
por él, me caracterizaba por ser directa.

—¡Alexa! Por favor, no comiences, mide tus palabras y respeta, niña —reprendió mamá,
consciente de lo que mi padre podría decir o hacer si me escuchaba hablar de este modo.

—Ay pues, ¿acaso no lo ves? Mira esos ojos —eliminé la distancia entre nosotros y escruté
su bonita cara, era dueño de unos ojos azulas preciosos, enseguida Dasha fue evocada por
mi mente—, tan azules, me recuerdan a los de una amiga, ¿eres ruso?
—Ruso italiano —respondió cortante, su acento oscilaba más en el italiano, pero con la
fuerza del ruso, la tonada era la misma, lo que lo volvía más sexi.

—Pero qué voz, tan potente, tan ronca —podía imaginarlo gimiendo en mi oído—, ¿tienes
novia?

—¡Alexa! —Riñó mamá por segunda ocasión— Disculpa, Dexter, mi hija es… incontrolable.

Dexter. Uhm… qué nombre tan inusual.

—Lo que quiso decir, es que no puedo evitar mirar a los hombres atractivos, la
promiscuidad la heredé de papá, o eso dice mamá.

—Ya basta, sabes cómo es tu padre, así que para y ve a hacer lo que se te encargó.

—Bien, pues, en esta casa no me dejan ser —alcé los hombros y los dejé caer de golpe—,
hasta luego, Dexter, y bienvenido.

Él asintió y sin que lo viniera venir y siendo atrevido de mi parte, le di un beso en la mejilla
que lo dejó estupefacto a la vez que mi madre volvía a reñirme y yo salía corriendo para
evitarla. Reí a carcajadas, curiosa por ese nuevo sujeto, olía tan bien, se veía tan lindo,
pero tan… triste.

—Señorita Alexa —me abordó uno de los muchachos—, tiene que revisar esto.

Me tendió un paquete de cocaína envuelto en cinta canela.

—¿Qué pasa? —Inquirí curiosa.

—Es la que han enviado desde Ciudad Juárez, el nuevo Cartel, la calidad es mala.

—¿Revisaron todo?

—Uno a uno, como nos ordena el patrón. —Asentí y volví hacia la casa, esto era grave.
Papá se pondría furioso, contaba con esta mercancía.

Justo al ingresar me topé con Enzo, tomándome desprevenida, tal cual lo hice con Dexter,
me atrajo a su cuerpo, sus manos en mi trasero y sus labios en mi boca. Apenas le
respondí, vislumbré la figura de Dexter a varios metros, nos observaba curioso y
desinteresado. Empujé a Enzo y negué despacio.

—No hagas eso, carajo —espeté—, no aquí dentro, Enzo.

—Alexa…

Negué y lo dejé ahí, un tanto nerviosa me acerqué a Dexter. No lo conocía y no podía


saber si se quedaría callado o se lo diría a papá, debía asegurarme de que no lo hiciera o
me iría mal.

—Confiaré en que no dirás nada —dije como no queriendo, ocultando mi nerviosismo.

—Tu vida no es mi problema, niña —espetó brusco, ni siquiera me miraba.


—Para que lo sepas, ya soy legal —informé, ofendida por ese niña tan despectivo.

—Bien por ti, tu edad y lo que hagas no es algo que me importe —masculló entre dientes.
Tenía el ceño fruncido, descubrí al verlo de cerca, un par de pecas muy bien ocultas.

—Qué grosero —controlé el impulso de tocarle las mejillas y estirarlas—, sonríe, te


saldrán arrugas.

Esta vez sí me miró. Su ceño se frunció más y mi sonrisa se ensanchó. Parecía perdido y yo
tuve el impulso de querer hacerlo sonreír siempre.

—¿Disculpa?

—Disculpado —dije, robándole otro beso cerca de la comisura de su boca.

Sin más me dirigí hacia al despacho de papá, con el cosquilleo en mis labios debido al roce
de su piel con ellos. Los toqué sin borrar mi sonrisa y luego un suspiro escapó sin permiso
alguno. Me volví sobre mi hombro y él seguía mirándome.

Sin saberlo, quedé atrapada en el azul de sus ojos, mientras yo me metía bajo su piel.
Capítulo 2
Dexter

El municipio al que llegamos me pareció de lo más tranquilo.

El verde se apreciaba en cualquier dirección a la que miraras. La gente se veía andar por
las calles con suma tranquilidad, había un sinfín de cosas que llamaron mi atención, cosas
mundanas y simples: vendedores, negocios, lugares. Es como si estuviera en otro tiempo,
como si yo fuera otro, aunque al final de cuentas terminé perdiéndome y aun no lograba
encontrarme.

Sin Darla esto no tenía sentido.

Sin embargo, se me impulsó a seguir. Dixon no me permitiría hundirme y lo agradecía,


pese a que, no nos lleváramos bien, ambos nos queríamos a nuestra manera. Poco a poco
acepté que él no fue culpable de nada, que yo no lo fui, mas eso no evitaba que el dolor
siguiera dentro de mi pecho.

La soñaba, la escuchaba llamarme, veía a nuestro bebé y luego nada.

Esas pesadillas fueron constantes mientras me encontré en el presidio. Ese sitio que era
como el mismo infierno, aun no asimilaba que mi padre haya enviado a Dixon allí siendo
tan joven. La cantidad de hombres que había era impresionante, más lo podrido que
algunos se hallaban, sin el menor escrúpulo, dispuestos a quebrarte los huesos y romperte
la voluntad si no te defendías.

Mi hermano tuvo razón. Logré enfocar mi ira en otras actividades, como defenderme y
sobrevivir en ese sitio.

Viví cosas obscenas, escenas crudas que se quedaron grabadas en mi memoria y


envenenaron lo poco bueno que quedaba en mí. Hoy solo quería matar, tener poder,
matar, hacer dinero, y matar otra vez. No había más motivación, no había más incentivos
que esos, ademas de seguir manteniendo a Darla viva en mi memoria, cerca de mí.

Si moría, no la vería otra vez, ella no estaría esperándome en el infierno y me negaba a


soltarla, no podía decirle adiós para siempre. La amaba y la amaría cada puto día que
siguiera en la tierra.

Se lo prometí antes de verla partir, le prometí que después de ella no habría nadie, que
solo sería ella y siempre ella. Al menos esa promesa me encargaría de cumplir. Aún me
recriminaba por no poder salvarla, la perdí y la frustración que me atenazaba al pensarlo
cada segundo del día, se volvía una maldita tortura con la que quería terminar ya.

Desde afuera seguían juzgándome y trataban de incentivarme a no rendirme, no obstante,


nadie sabía lo que yo guardaba, el dolor que me embargaba cada vez que abría los ojos y
era consciente de la realidad. Darla ya no estaba y no volvería, su ausencia se sentía en
cada parte de mí, porque por ella fui todo y ahora solo me quedé en la nada.
La camioneta en la que viajaba se detuvo dentro de una hacienda grande y extensa a la
que no le veía fin, con una gran cantidad de hombres armados paseándose por cada
rincón al que mis ojos miraran. Ellos se dispersaban sin ningún problema, sin esconderse,
atentos y con los ojos puestos en cada movimiento, en mis movimientos. Entendía la
desconfianza, Medina tenía cerca solo a personas de confianza, la seguridad de los suyos
le era primordial, como todos.

—Te voy a presentar a mi esposo —anunció Maia, ambos bajamos de la camioneta—,


luego iremos a las bodegas donde tenemos la mercancía.

Asentí sin mencionar palabra. La acompañé hacia el interior de la hacienda, la cual era
bella, lujosa a su manera, pero con un toque de calidez hogareño que por mucho tiempo
encontré en la mansión de mis padres, no obstante, al pensar en mi niñez feliz, no dejaba
de sentirme culpable por la niñez tan atroz que ambos le dieron a Dixon.

Mi hermano también se merecía un hogar, él no se merecía haber sido corrompido. Lo


juzgué mucho tiempo sin entender de donde provenían los crueles instintos que lo
caracterizaban y que me hacían detestarlo. Ojalá me hubiera dicho lo que sucedía, ojalá
hubiera podido hacer algo para ayudarlo.

—¡Mamá!

Una voz alegre resonó por toda la amplia estancia. Mis ojos enfocaron a la figura femenina
que bajaba deprisa los escalones, su cabello negro se oscilaba de un lado a otro mientras
se aproximaba a ¿Maia? ¿De verdad era su madre? Ni siquiera lo parecían, habría pensado
que eran hermanas.

—Vaya que me extrañaste —saludó Maia, besándole la mejilla.

Entonces la joven posó sus ojos chispeantes y llenos de vida en mí. Sonrió amable y con
cierta coquetería. Había mucha luz en su mirada, irradiaba felicidad por doquier, como si
tuviera una chispa, una que no se encuentra en cualquier persona.

—Oh, ¿y este pedazo de macho? ¿De dónde lo sacaste? —Preguntó sin controlar su gusto
por mí.

—¡Alexa! Por favor, no comiences, mide tus palabras y respeta, niña —la reprendió.
Sonreí por dentro.

—Ay pues, ¿acaso no lo ves? Mira esos ojos —se acercó sin pena y escrutó mi cara—, tan
azules, me recuerdan a los de una amiga, ¿eres ruso?

—Ruso italiano —respondí.

—Pero qué voz, tan potente, tan ronca —se mordió el labio inferior—, ¿tienes novia?

—¡Alexa! —La riñó nuevamente su madre— Disculpa, Dexter, mi hija es... incontrolable.

—Lo que quiso decir, es que no puedo evitar mirar a los hombres atractivos, la
promiscuidad la heredé de papá, o eso dice mamá.
—Ya basta, sabes cómo es tu padre, así que para y ve a hacer lo que se te encargó.

—Bien, pues, en esta casa no me dejan ser —elevó los hombros y los dejó caer—, hasta
luego, Dexter, y bienvenido.

Plantó un beso en mi mejilla y se echó a correr como cual niña que acababa de hacer una
travesura mientras su madre le gritaba molesta y avergonzada. Entretanto, yo seguía
pasmado, desconcertado por su atrevimiento, mas no molesto, me parecía cómica su
actitud desinhibida e infantil, siendo ella misma sin importarle nada. Vaya niña.

—Discúlpame.

—No hay problema, Maia.

Asintió y retomamos el camino hacia la oficina de su esposo. Maia entró sin tocar, dentro
me encontré con un hombre bastante mal encarado y otro más vestido de policía.

—Aquí traigo tu encargo —anunció Maia—, Russo nos envió a su hermano.

—Adelante —se acercó y me ofreció la mano—, Alejandro Medina.

—Dexter Russo —dije, devolviéndole el saludo.

—Me complace que seas tú quien haya venido, ¿sabes sobre los cargamentos?

—Absolutamente todo —contesté serio.

—Perfecto. Mi esposa te dará un recorrido, no hay nadie mejor que ella para ese trabajo.

La miró un momento con dulzura, un simple instante bastó para hacerme ver lo mucho
que la amaba. Y fugazmente me cuestioné sobre si, de haber sido Darla parte de mi
mundo por completo, las cosas hubieran sido diferentes.

—Y, por cierto, trabajamos con la policía —señaló al hombre que se había mantenido al
margen—, él es el jefe de ella. Ya se te explicará cómo trabajamos.

—Enzo —se presentó.

—Un gusto.

—Bien. Sé que eres de confiar, de otro modo mi esposa no te hubiera traído, pero ambos
sabemos que en este negocio la desconfianza siempre prevalecerá.

—Estoy consciente de ello.

—Puedes quedarte en mi hacienda si deseas, eso nos facilitará el trabajo, la mercancía


llega a cualquier hora del día, así que te necesito disponible.

—No tengo problema, no es como si tuviera algo más que hacer —mascullé. Me vendría
bien mantenerme ocupado el mayor tiempo posible, no quería pensar más en lo perdido.

—Perfecto. Entonces, bienvenido.


Sin más que decir abandoné la oficina en compañía de Enzo, Maia me pidió que la
esperara en la sala, así que me dirigí hacia allá.

—¿De dónde eres? —Averiguó Enzo. Me miraba con cierto recelo, me dio igual.

—Eso está de más —murmuré despectivo.

No insistió y al llegar a la sala, Alexa ingresó con un paquete de cocaína en las manos, al
vernos, posó sus ojos en mí y luego en Enzo, quien sigiloso se acercó a ella y le susurró
algo que no me interesó oír. Aparté la mirada cuando la besó en los labios sin la menor
preocupación. Vagamente me inquirí sobre si su padre estaba enterado que andaba de
novia de un hombre mayor que ella. Negué. Ese no era mi asunto.

—Confiaré en que no dirás nada —musitó apena Enzo se fue.

—Tu vida no es mi problema, niña —espeté sin mirarla.

—Para que lo sepas, ya soy legal —informó sonando ofendida, no me quitaba la mirada de
encima.

—Bien por ti, tu edad y lo que hagas, no es algo que me importe.

—Qué grosero —se quejó—, sonríe, te saldrán arrugas.

Esta vez sí la miré. Su cara bonita no dejaba de asombrarme, como tampoco la sonrisa que
no quitaba de sus labios.

—¿Disculpa?

—Disculpado —dijo, robándome otro beso.

Luego salió huyendo de nuevo, me quedé en mi sitio, escuchando su risa en mis oídos;
tuve la sensación de que aquí todo cambiaría para mí y no de buena manera.
Capítulo 3
Dexter

Permanecía de pie, observaba a Medina revisar la mercancía con detenimiento. Era


demasiada droga junta, aun más de la que nosotros traficábamos, ¿y cómo no sería así? El
tipo traficaba en todo México y Estados Unidos, era un pez gordo al que nunca habían
podido capturar. Se hizo de mucho territorio y hoy me daba cuenta de lo importante y
poderoso que era.

—Este cabrón creyó que podría verme la cara de pendejo —siseó. Arrojó el paquete de
cocaína al suelo y esta se dispersó.

—Usted ordene, patrón —intervino un sujeto—, y nosotros nos hacemos cargo.

—Tengo a los italianos encima —masculló, posó sus ojos en mí—, necesito recuperar esta
mercancía ya, ¿tu hermano puede conseguirla?

—¿Cuánta necesitas? —Inquirí.

—Cinco toneladas. —Asentí.

—Lo llamaré.

Me aparté de ellos con el móvil en mano, no me pasaba desapercibida la mirada curiosa


de Alexa sobre mí, tampoco la de Enzo, este último no me generaba la menor de las
confianzas, no cuando hacia lo que hacia a espaldas de su jefe.

Llevé el móvil a mi oído y enseguida Dixon atendió.

—¿Qué pasa? —Preguntó apenas respondió.

—Medina necesita cinco toneladas para mañana, ¿puedes conseguirla?

—¿Cinco? Uhm… haré unas llamadas, pero lo más probable es que sí, ¿hubo problemas?
—Rio— Apenas llegas, hermanito.

—Cierra la boca. Espero tu confirmación.

—Bien.

Regresé con Medina, el enojo era visible en sus rasgos, aunque no expresara demasiado,
este no pasaba por alto, en cambio su hija no podía disimular nada en lo absoluto y eso
me sorprendía, ¿cómo es que había podido mantener oculta su relación con el policía ese?

Negué en mi interior. No se trataba de mi problema.

—La conseguirá —dije. Asintió satisfecho.

—Alexa, me llevaré a tu madre, así que ocúpate de revisar la mercancía e irás con Dexter a
recibir la que enviará su hermano —anunció sin más. A la chica le brillaron los ojos y no
paré de maldecir por dentro.
¿De verdad tendría que compartir mi espacio con ella? Joder.

—Sí, papá —murmuró seria, pero la emoción detonaba en su mirada, así como su
noviecito que no parecía nada contento con los planes.

—Y cuidado —advirtió—, sabes por qué te lo digo.

Rodó los ojos y asintió de malas. No pasó mucho para que solo quedáramos ella y yo en la
bodega, además de la gente que seguía empacando y acomodando la droga.

—Este cabrón puso paquetes de droga pura por encima y por debajo la que adulteró —
comentó mientras se movía delante de mí—, pero nosotros revisamos todo antes de
enviarlo… lo hacemos por motivos como este, así es con todos los socios, confiar es
bueno…

—Pero no confiar es mejor —finalicé por ella. Sonrió de lado.

—El que termines frases por mí quiere decir que seremos buenos amigos, muchachote —
dijo, palmeó mi pecho con la mano.

—Tú y yo no seremos nada, niña, no quiero problemas con tu papá.

—¿Le tienes miedo? —Bufoneó.

—Sé de respeto, algo que tú novio desconoce y por lo cual probablemente termine con la
boca llena de moscas.

Se postró delante de mí: decidida, retadora, bonita.

—El que seamos amigos no es una falta de respeto, ¿acaso no sabes que la amistad entre
hombres y mujeres existe? —Inquirió, arqueando una ceja. Instintivamente pensé en
Holly.

—Por supuesto, pero eso es algo que no habrá entre tú y yo, niña.

—Me retas —susurró, acercándose más de lo estrictamente necesario.

—Solo te pongo las cosas claras desde ahora. Mantén tus hormonas controladas cuando
estés conmigo. —Soltó una carcajada.

—Uy, muchachote, contigo no las puedo controlar, así que te toca aguantarme, ¿cómo la
ves? —Espetó, con las manos aferrándose a su pequeña cintura.

Eliminé la nula distancia que existía entre ambos y agarré un mechón de su cabello
acomodándolo detrás de su oreja sin que ella hiciera algún movimiento, el mío la tomó
desprevenida.

—Te recomiendo traigas una silla si es que esperas obtener algo de mí, porque tú no me
provocas nada, me eres totalmente indiferente, niña.

—¿Quieres jugar? —Tentó.


—¿Quieres perder? —Repliqué serio. Curvó los labios en una sonrisa.

—Yo ya gané —afirmó, guiñándome un ojo.

[***]

Por la madruga mi hermano envió la mercancía, la traíamos con nosotros mientras


recorríamos la soledad de las brechas rumbo a la hacienda. Alexa iba a mi lado, vestida de
negro y con un radio en la mano por el que no paraba de recibir información de los puntos
que debíamos recorrer para llegar. Los vigías se encargaban de anunciarnos cualquier
novedad para evitar ser tomados desprevenidos por el cartel contrario o la policía.

Los mexicanos tenían una forma de trabajar muy diferente a la nuestra, se cuidaban más y
sin duda podía aprenderles. Pese a que, Medina era el dueño de estos lados, no se
confiaba en lo más mínimo y su gente cuidaba que no hubiera intervención de los
contrarios dentro de sus territorios.

—¿Cuántos años tienes, muchachote? —Se atrevió a romper el hielo por enésima vez. No
se trataba de la primera pregunta que me hacia desde que salimos.

—No vengo contigo para socializar, ya te lo dije. —Se llevó una goma de mascar a la boca,
hizo una bomba y la explotó casi en mi cara.

—No estoy socializando, recaudo información del desconocido que papá metió a nuestra
casa.

—Ese no es tu trabajo —simplifiqué.

—Bueno, es un tema de importancia para todos —se excusó.

—Eres demasiado… metida —mascullé.

—Confirmo —rio—, cuidado y termino metida en tu cama, mira que yo nunca me quedo
con las ganas.

Pellizqué el puente de mi nariz, exasperado por su comportamiento infantil que me


metería en problemas. Pero ¿qué podía esperar de una niña?

—Eres una niña.

—Sí, sí, soy todo pues. —Se carcajeó.

—Señorita, García reportó dos rápidas por el boulevard con dirección al centro. —Su risa
se detuvo de forma abrupta.

—Enzo no me ha reportado nada —sacó una glock del interior de su chaqueta y la


preparó—, sigue por la misma ruta, pendiente.

El chofer asintió y continuó conduciendo en la misma dirección, no había autos, nada más
que no fueran las camionetas en las que nos movíamos.
—Las rápidas es la policía —informó—, no tienen nada que hacer en la calle, no cuando
llevamos mercancía, se les ordena guardarse, así que dudo mucho que sean de nuestra
gente.

—¿Problemas? —Estiró los labios hacia atrás.

—Es probable. —Me miró—. ¿Has matado?

—Muchas veces —contesté neutro, aun recordaba como corté las cabezas de los Caruso y
lo que hice con Adam.

—Yo también —susurró.

—Señorita, hay reten a dos kilómetros —dijo otro de los hombres. Alexa suspiró
profundo.

—Vamos a atorarle pues, no podemos perder la mercancía —me miró con el radio a
centímetros de su boca—, preparados, vamos a responder, la mercancía se salva sí o sí.

Me hice de mi arma, un calibre 45 regalo de Dixon. Nuestro apellido grabado en la cacha;


la cuidaba, era mi favorita, aunque muy pocas veces la utilicé.

—Muy bonita —señaló Alexa con la vista fija en mi arma.

—Un regalo.

—Por lo regular lo son.

Minutos después las camionetas fueron detenidas por el retén, hablaban con uno de los
choferes, nosotros nos manteníamos en el medio de ellos, a la espera de cualquier
movimiento.

—Espero nos dejen pasar, no quiero matar a nadie, tengo sueño.

No respondí, no pude porque el rechinido de llantas llamó mi atención. No me quedó más


que bajar de la camioneta deprisa, visualicé a tres autos rodeándonos y en cuanto tuve los
pies abajo, gente armada de me dio la bienvenida.

Dispararon contra nosotros, respondí tratando de cubrirme con la puerta, pensando en sí


este sería un buen momento para abrirle los brazos a la muerte e irme a encontrar con
Darla. Joder. Como la extrañaba.

—¡Abajo! —Alzó la voz Alexa.

Apenas vislumbré su esbelta figura abrirse paso antes de arrojar una granada contra dos
de los autos. Los sicarios huyeron para resguardarse antes de que estallaran. El estruendo
me desubicó un segundo, el calor del fuego me apretó la piel.

—¡Vámonos!
Alexa cogió mi mano entre la suya, tiró de mí y la seguí sin tener la menor intención de
soltarla. En menos de un segundo estuvimos dentro de otra de las camionetas,
esquivamos balas, fuimos cubiertos por la gente para que nadie siquiera pudiera tener un
acercamiento con nosotros; se desvivían por proteger a la hija de su jefe y era probable
que yo hiciera lo mismo en su momento. Al estar arriba los estruendos seguían, pero
nosotros ya nos movíamos alejándonos de todo el alboroto.

—Primer día de adrenalina —dijo agitada. Me volví a verla y fui consciente de que
nuestras manos seguían entrelazadas.

Sus dedos se aferraban a los míos que respondían de la misma manera. Su mano era
pequeña, cálida y a la vez, fuerte. Desconcertado me aparté de golpe, ella siseó por lo
bajo.

—No tengo ningún tipo de enfermedad —comentó con sorna.

—Solo mantén tu distancia —murmuré.

—Hace poco no parecías muy desesperado por querer soltarme, ¿acaso no te gustan las
mujeres? ¿O por qué ese miedo? —Averiguó. Su móvil no dejaba de timbrar, acabábamos
de escapar de una trampa y ella solo pensaba en hacerme preguntas incomodas.

—Vengo aquí a hacer un trabajo, no a socializar contigo, ni con nadie, grábate bien eso en
la cabeza y para de joderme con tu terquedad —espeté exasperado. Mi tono de voz
demasiado filoso y molesto.

—Ah cabrón —rio con coquetería—, enojado te ves más chulo.

Cerré los ojos y quise darme de golpes contra lo primero que encontrara. A esta niña no
podía ganarle una, jamás se enojaba, siempre sonreía, ¿qué carajos le pasaba?

—Eres un maldito dolor de cabeza. —Se carajeó, como solía hacerlo a menudo desde que
llegué.

—Un grano en el culo, como mi papá —corrigió, encogiéndose de hombros—. Dilo sin
miedo, muchachote, que yo no me ofendo por la verdad.

Sacó el móvil y chasqueó la lengua.

—Mi papi —sonrió—, siempre preocupándose.

Colocó el altavoz y se puso otra goma de mascar en la boca, vaya que le gustaba estar
masticando.

—¿Ya vienes para acá? —Preguntó Medina.

—Afirma, señor padre —respondió risueña.

—Alexa, deja de ver esto como un juego, ¿pudiste sacar la mercancía? Hernández está
esperando en el entronque, los acompañará.

—Está bien pues. ¿Sabes algo de Enzo?


—No era su gente, fue orden de arriba, ya me haré cargo, sé de donde viene eso.

—¿Cortaremos cabezas? —Inquirió con cierta emoción.

—Tú no harás ni madres —la detuvo—, te veo en quince.

Colgó y su sonrisa no se iba, era como si le gustara la mala vida.

—¿Cómo ves a mi papi? —Sacudió despacio su cabeza— Me lanza a los narcos y luego
quiere dejarme encerrada en una burbuja.

—Nadie quiere para sus hijos esta vida, niña, cuando los tengas entenderás. —Esta vez no
hubo una sonrisa en su cara, solo un vacío inmenso en su expresión que me desubicó.

—Eso no sucederá, yo no puedo tener hijos —suspiró—, me quitaron la matriz hace unos
años.

Su respuesta no me la esperaba, no pude sentir más que incomodidad. Cosas como esas
no se dicen de esta forma, menos a un desconocido.

—Lo siento —fue lo único que salió de mi boca. Ignoraba el contexto, así que no pude
decir más.

Milagrosamente ella se quedó callada. Volvió el rostro hacia el paisaje oscuro y nos
mantuvimos en un silencio tenso hasta que llegamos a la hacienda. En cuanto la
camioneta se detuvo, Maia se acercó. Como cualquier madre, revisó cada facción en la
cara de su hija, le transmitía esa preocupación y cariño incondicional que jamás visualicé
en mis padres, al menos no por Dixon. Ellos nunca se preocuparon por él de este modo,
siendo todo lo contrario conmigo. A mí jamás me faltó amor, ni siquiera el de mi hermano.

—¿Has viajado a Ciudad Juárez? —Me abordó Medina. No lo vi llegar por seguir absortó
en la escena que Maia y Alexa me daban.

—No, no conozco —lo enfrenté. Su semblante serio y molesto.

—Tengo gente que puede ir, pero me gusta para que vayas tú —dijo sin más—. Con tu
complexión solo pareces un turista más.

—Puedo ser su guía, papá —se ofreció Alexa—, García tiene familia allá, son como Dexter:
blanquitos de ojo azul.

—Será mejor no arriesgar a su hija, puedo hacerme cargo y traerle a quien nos hizo esto
—hablé rápidamente. Ni loco viajaría con esta niña, acabaría por matarme.

—Hablaremos de esto más tarde —miró a su hija y luego a mí—, vayan a descansar.

Asentí y sin mirar por un segundo más a Alexa, me dirigí hacia el interior de la hacienda.
Mi habitación se hallaba en la tercera planta, una de las últimas; entré y me deshice de la
ropa mientras caminaba en dirección al baño. Estaba lleno de polvo, pero cansado como
para tomar una ducha larga, así que solo me tomó diez minutos el limpiarme y salir con
una toalla envuelta en mi cintura.
Abrí mi equipaje, cogí un bóxer y me lo coloqué. Entre mis cosas se hallaba una foto de
Darla, una foto del día de nuestro compromiso; la melancolía y el odio me inundaron
completamente. Ella estaba feliz, ambos estábamos felices. Su sonrisa jamás la olvidaría,
la felicidad que desbordó al decirme que seriamos papás fue un momento que me marcó,
al igual que ver su cuerpo en la morgue… sin vida.

La ira y el resentimiento seguían viviendo dentro de mí cada vez que la recordaba. A pesar
de haber vengado su muerte, no encontraba paz alguna. Había paz en mi mente, pero mi
corazón se volvió un filo que hería mi alma con cada latido. Sangraba y envenenaba todo
dentro de mí. Estaba cansado de vivir con esto, de ser un jodido robot. Nada ayudaba,
nada servía, la mafia, las muertes, las distracciones, todo resultaba monótono y sin
sentido.

Quería a Darla de vuelta. Quería a mi mujer a mi lado.

Unos golpes en la puerta y distrajeron, detuvieron de forma abrupta el desvío doloroso de


mis pensamientos. Confiado abrí la puerta y estuve a punto y volver a cerrarla si no fuera
porque la morena retadora ingresó a mi habitación antes de que pudiera hacerlo.

—¿Qué demonios haces aquí? —Asomé mi cara por el pasillo sin ver a nadie— Me
meterás en problemas, Alexa —agregué enfadado.

Sin embargo, ella no decía nada, estaba muy concentrada mirándome la entrepierna sin
ningún tipo de vergüenza. Reparé entonces en mi semi desnudes.

—Qué bonito.

—¿Qué quieres? —Ignoré su comentario. Sin saber por qué, me intimidaba su constante
coqueteo. No me parecía de lo más lindo, nunca una mujer se me acercó de ese modo.

—Preguntarte si querías cenar, mamá me mandó.

—No, solo quiero descansar. Dale las gracias de mi parte.

Se mordió el labio inferior y asintió; su mirada viajó a mi equipaje, más concretamente a la


fotografía de Darla conmigo. La tomó sin pedir permiso.

—Ya entiendo por qué me rechazas —me miró—, me hubieras dicho que tenías novia.

—Prometida —corregí, su expresión fue neutra—, era mi prometida.

—¿Era? —Inquirió.

—La mataron —simplifiqué. El nudo en mi garganta asfixiaba.

—A mi tía también la mataron, ella solo tenía dieciocho —susurró—, mi tío se enfocó en
su trabajo, pero no hay día que no la eche de menos —suspiró—, lamento tu perdida.

—Gracias.
Colocó la fotografía en su lugar y la chispa enérgica que la caracterizaba se esfumó como
si jamás la hubiera traído consigo.

—No hay mejor manera de honrar a nuestros muertos, que viviendo por ellos. Mantente
de pie y ella seguirá con vida, porque en tus recuerdos siempre permanecerá.

Se inclinó hacia mí y depositó un beso en mi mejilla.

—Buenas noches, muchachote.


Capítulo 4
Alexa

Su mano apretaba mi boca mientras me embestía desde atrás.

No podía controlarme y quedarme callada cuando me hacia sentirte tanto. Su mano libre
estimulaba entre mis piernas, su boca succionaba en mi clavícula y se deslizaba hacia el
cuello, lamía, mordía y repetía el proceso. No era la primera vez que lo hacíamos en uno
de los pasillos de la hacienda, me gustaba la adrenalina, tenía un gran sentido de la
aventura que había mandado a la tumba a varios de mis pretendientes, Enzo caminaba la
misma delgada línea, esperaba que no corriera el mismo destino, de verdad me divertía
con él.

—Como odio no escucharte gemir —jadeó en mi oído—, pero me excita tanto cogerte
aquí, justo aquí.

Cerré los ojos, la mejilla contra la pared, lo sentía llegar más profundo, mi orgasmo se
aproximaba y no podía asegurar que me quedaría callada. Carajo.

Metió dos de sus dedos a mi boca, los chupé y sus embestidas se intensificaron, los
movimientos de sus dedos en mi clítoris fueron en aumento, estaba absorta en sus
caricias, en lo que me hacia sentir, me volvía loca, era tan bueno y tenía un pene que hacía
maravillas.

—Ya voy a llegar —anunció entre gemidos.

Me mordí los labios y llegué junto con él, viniéndome deliciosamente entorno a su pene
que palpitó con fuerza dentro de mí, sin embargo, todo su semen se dispersó dentro del
preservativo. Enzo no sabía que yo no podía tener hijos, era algo que solo mi familia sabía,
y ahora Dexter. Luego de decírselo, me cuestioné en el por qué lo hice, jamás hablaba
sobre mí, mucho menos sobre ese tema. Con él tuve la confianza de soltarlo sin más, ni
siquiera lo conocía, ni siquiera confiaba en él y a pesar de eso, no sentía que haya
cometido un error al contárselo.

Con Enzo era muy diferente, lo veía como un pasatiempo, aunque él ya sintiera amor. Mi
problema no se lo confiaría, además, si se lo decía, no dejaría de usar protección, no me
gustaba hacerlo sin preservativo, vaya a saber uno si él me era fiel.

—Me encantó —besó mi nuca—, tú me encantas.

Acomodé mi ropa, ya me iría duchar en un momento. Me volví hacia Enzo.

—No te quiero ver pegada del güero ese —espetó de malas. Rodé los ojos.

—A mí no me vas a estar ordenando —le golpeé el pecho con mi mano—, no te


equivoques conmigo.

—Hablo en serio, Alexa, eres mi novia y veo como se te van los ojos con ese.

—Se me van los ojos con todos, no te proyectes tanto, corazón —mascullé cansina.
Agarró mi brazo con firmeza y me atrajo a él de forma brusca, su mirada retadora me
hacia saber cuan enojado estaba.

—Te lo estoy advirtiendo, Alexa, a mí no me gustan esas chingaderas y te lo dejé en claro


desde el principio.

Me solté bruscamente, cansada de su actitud, no es como si estuviera cogiendo con todos


los hombres que hallaba en mi camino. Mirar no me quitaba nada.

—Pues así soy yo, ¿o qué? ¿Me vas a decir que tú no volteas a ver a ninguna mujer? ¡Por
favor!

—Solo estoy contigo, te amo, puta madre —continuó con su letanía.

—Te dije que no te enamoraras —recordé—, lo de nosotros es sexo, Enzo.

—Eres mi novia.

—El que lo sea no me obliga a amarte, no puedes exigirme algo que no puedo darte.

—¿Y qué putas significa eso? —Increpó.

—¿Sabes qué? Cuando estés tranquilo, hablamos.

Di la vuelta, pero más tardé en hacerlo que en lo que él volvía a tomarme de ambos
brazos, presionándome a su cuerpo con violencia, vuelto loco de celos.

—A mí no me vas a dejar con la palabra en la boca, ¡¿entendiste!?

—¡Suéltame! ¿Qué putas madres está mal contigo, pendejo?

Forcejeé con él y antes de poder patearle sus partes, de un jalón alguien me lo sacó de
encima; retrocedí y casi caigo. Ahora sí me hallaba enojada.

—¡Que sea la última vez que me tratas así! —Advertí enardecida— ¡Yo no soy cualquier
pendeja!

Dexter se interpuso entre nosotros, me daba la espalda mientras Enzo se ponía rojo por el
coraje.

—No hemos terminado, Alexa. Y tú deja de entrometerte, esto no es tu asunto —se dirigió
a Dexter.

—Tienes razón, es asunto de Medina, creo que debería de ir por él para decirle como es
que te vi tratando a su hija y en su propia casa —siseó por lo bajo, totalmente serio, sin
que le temblara un segundo la voz para amenazar.

La expresión de Enzo cambió de inmediato. Tensó la mandíbula y asintió despacio. Me


dedicó una mirada antes de dar la vuelta y perderse por el pasillo. Entonces solté el aire
que retenía a la vez que sacaba un cigarrillo de marihuana. Necesitaba relajarme.
—¿Qué crees que haces?

Dexter me arrebató el cigarro de marihuana de inmediato. Apreté el ceño.

—Oye, consigue la tuya.

—Esto no se consume, Alexa —espetó.

—¿Para qué crees que la vendemos? ¿Para que la tengan de adorno? ¡Dame eso,
chingada madre! —Exigí. Quería fumar un poco.

—No. Nosotros la vendemos, solo la vendemos, niña.

Se guardó el cigarrillo dentro de la chaqueta. Resoplé y me crucé de brazos. Bien, por ahí
tenía más hierba oculta, ya la fumaría después. No le veía nada de malo, el alcohol hacia
más daño, ¿y lo prohibían? Pues no.

—¿Tan confiada estás de que tu padre no descubrirá que follas aquí? —Inquirió, dio un
recorrido con sus ojos al pasillo.

—Tengo sentido de la aventura —encogí mis hombros—, además, ¿qué hacías viéndonos?
—Entorné los ojos— Pervertido.

Soltó un bufido y negó despacio, parecía aburrido.

—No es mi culpa que ese tipo no tenga el valor suficiente para pedirle permiso a tu padre
de estar contigo. Las cosas no se hacen así.

—¿Estás oyendo lo que dices? ¿Pedirle permiso a mi padre? —Me carcajeé— ¿Sabes lo
que le hizo al último chico que se atrevió a decirle sus intenciones conmigo? —Calló,
esperando mi respuesta— Pasó su muerte como un asalto, lo mandó matar al día
siguiente de haber venido a verlo.

Mi voz tembló al decir esto, aun recordaba el dolor que esa acción me causó. Mi padre no
se tentaba el corazón para matar, a él no le importaban mis sentimientos, nadie era digno
a sus ojos.

—El valor de aquel chico, mi padre lo tomó como una burla hacia él —susurré—, no puedo
tener amigos, no puedo tener pretendientes… ni que decir de novios, él nunca me dejará
estar con nadie.

—No está bien lo que hace, tú no eres suya. —Suspiré.

—Díselo a él, mamá lo ha intentado, pero no cede, quien me mira, le arranca los ojos…
literal —me dejé caer sobre el suelo, deprimida al recordar en donde nací y quien era mi
padre—, por eso todo lo hago a escondidas, todo.

Dexter se sentó a mi lado, lo cual no esperaba. Sacó un cigarrillo normal, lo encendió y


luego me lo ofreció.
—Esto da cáncer —señalé.

—A largo plazo —bromeó, mas no hubo un atisbo de sonrisa en sus labios.

—Nunca sonríes —puntualicé.

—No tengo motivos —simplificó de inmediato.

—¿Te cuento un chiste? No soy buena, pero por eso doy risa, digo cada pendejada.

Curvó la comisura de sus labios hacía un lado. Es como si quisiera sonreírme de verdad y
hubiera una barrera que le impidiera hacerlo. Con la confesión de la muerte de su
prometida, podía entender por que había tanta tristeza en sus ojos y una nula sonrisa en
sus labios.

—Irás conmigo a Ciudad Juárez —dijo de pronto, en un cambio de tema radical—, tu


madre también nos acompañará.

—Ya decía yo —di una calada larga—, no me gusta cuando ella va.

Solté el humo y le devolví el cigarrillo, él lo terminó. Aquí nadie podía vernos, era un área
cercana a mi habitación y mi padre prohibía el acceso a cualquiera, lo cual me beneficiaba
y a la vez, perjudicaba.

—Tu madre tiene muchos pantalones.

—Más huevos que cualquier cabrón —coincidí—, es la única que ha hecho ver su suerte a
mi padre.

—No podía ser de otra forma.

—¿Y tú tienes familia? —Pregunté, curiosa por conocerlo. La expresión en sus ojos cambió
de inmediato a una más… alegre.

—Sí, la tengo —respondió.

—¿Hermanos? —Esta vez sí pude ver una sonrisa.

—Dixon —susurró.

—Bonitos nombres, ¿ustedes son gemelos? —Rio.

—Somos de todo, menos parecidos.

—Te llevas bien con él, ¿verdad? Apenas lo nombras y la expresión te cambia. —Suspiró y
agachó la cabeza.

—Él es la persona que más amo en esta vida, mi hermano lo es todo para mí. —Oírlo
hablar así me apretujó el corazón.

—Ojalá yo hubiera tenido hermanos —murmuré cabizbaja—, ni siquiera podré tener hijos.

—Siempre puedes adoptar —sugirió. Sonreí.


—Solo si lo adoptas conmigo, un güerito chulo ojiazul —bromeé. Me miró, esta vez
sonreía de verdad.

—Qué raro hablas.

—Si quieres me callo y te beso —tenté.

Sacudió la cabeza y se incorporó del suelo, me tendió la mano y solo por molestar, apreté
mi pecho al suyo con bastante fuerza. Se sentía duro, era puro musculo que no me
cansaría de manosear cuando él decidiera decirme que sí.

—No pierdes oportunidad —dijo, mirándome desde arriba.

—No me puedes culpar.

Me soltó y juntos regresamos al interior de la casa, al entrar, escuché la voz de mi papá,


gritaba bastante alto, lo cual muy pocas veces hacia cuando se hallaba aquí. Apresuré mi
paso y en la sala me encontré con mi tío Roberto y mi papá, este caminaba de un lado a
otro con el teléfono pegado al oído.

—¿Qué pasó? —Averigüé hacia mi tío. Besó mi mejilla y le dedicó una mirada de
desconfianza a Dexter.

—El cabrón que nos mandó la droga —respondió—, tu padre le está mandando un
ultimátum.

—¿Se la va a dejar pasar? —Inquirí estupefacta.

—Eso parece.

Miré a mi papá, su cara estaba roja del coraje, apretaba el teléfono con demasiada fuerza,
sus pasos no cedían.

—Tienes una puta semana, me vale madre de dónde vas a sacar mi mercancía, pero me la
entregas —advirtió en tono filoso—, y cuidado me falles, porque te saco de donde te
escondas, hijo de puta, a mí nadie me ve la cara de pendejo, ¡¿oíste?!

Dicho esto, acabó la llamada. Respiró hondo y posó sus ojos en nosotros tres.

—Maia no irá con ustedes, mi cuñado lo hará en su lugar —explicó aun iracundo—, van a
vigilarme a ese pendejo, que cumpla con lo que prometió y cuando lo haga, lo matan. No
me importa quien, ni como, lo quiero muerto.

—Sí, papá. ¿Cuándo salimos?

Estiró su brazo hacia mí, enseguida tomé su mano. Él nuca era de abrazarme, así que me
tomó desprevenida que su brazo descansara en mis hombros mientras me daba un beso
en la frente. Lo único que hice fue rodearle la cintura con mi brazo.
—Es la primera vez que dejo que mi hija salga a otro estado, son territorios peligrosos, así
que confiaré en ustedes, a ti, por ser ella la hija de tu hermana y a ti —miró a Dexter—,
por la lealtad que has demostrado tener.

¿Lealtad? ¿De qué lealtad hablaba? Apenas había estado aquí muy poco. ¿De dónde lo
conocía? ¿Por qué confiaba tanto en él? Quería saber todo, estar al tanto de cada detalle y
seguía sin comprender por qué Dexter Russo me intrigaba tanto.

—Llevarán una fuerte cantidad de gente, ellos los contactarán allá. Ciudad Juárez no es mi
territorio, hay peligro con los carteles, así que atentos, los necesito despiertos.

—Sabes que no te fallaré, cuidaré de mi sobrina —dijo mi tío.

—Daré mi vida por ella de ser necesario —agregó Dexter, sus ojos en mí mientras un
escalofrío crepitaba por mi espina dorsal.

Sí, Dexter Russo, si mueres tú, morimos los dos.


Capítulo 5
Dexter

Intentaba mirar el cielo estrellado, pero la contaminación no me lo permitía.

El humo de mi cigarrillo danzaba con el sereno blanquecino, fundiéndose con él, se


mezclaba con el vacío que se extendía eternamente; resultaba cansino pasar por lo
mismo, día tras día, noche tras noche. Cuando mi mente se hallaba ocupada no había
espacio para pensar en lo perdido, pero en momentos como este, donde el silencio vasto
y la soledad agridulce hacia acto de presencia más fuerte que nunca, el dolor por su
ausencia y lo perdido, se manifestaban y lastimaban.

Había llorado demasiado y quería sonreír, lo más que pude sonreír fue el día anterior con
Alexa. Ella y Holly eran capaces de sacarme una sonrisa sincera, a esta última la echaba de
menos, aunque me sentía avergonzado por lo que le hice, fui un completo imbécil con
ella.

Agarré mi móvil cuando una llamada entró. El nombre de Dixon relucía una y otra vez, sin
más respondí.

—¿Qué pasa? —Atendí.

—Estás en ciudad Juárez.

—Deduje que lo sabrías.

—Tengo gente cuidándote. No es una ciudad segura, menos para ti. ¿Cuántos días estarán
ahí? —Preguntó, preocupándose como siempre.

Antes no me daba cuenta de lo mucho que él se esforzaba por mantenerme a salvo, me


arrepentía de todo lo que le reproché cuando lo único que hacia era dar todo por mí.

—No lo sé, debemos matar a alguien.

—No me gusta que te den ordenes —espetó. Negué y di una calada, seguí el recorrido del
humo.

—Me da igual, francamente no me molesta, Medina siempre tiene algo para mí, así
mantengo mi mente ocupada.

El silencio se extendió entre los dos. Sabía que él tenía algo para decirme.

—Entonces, ¿estás bien? —Se aclaró la garganta. Sonreí levemente. Se le dificultaba


mostrar su preocupación de una forma tan directa.

—Estoy bien, ¿nuestros padres…? —Suspiró.

—Hubo problemas, pero nada de que preocuparse. Ya me estoy haciendo cargo.

—¿Seguro? Si me necesitas…
—Tengo a Holly, con ella todo está bien.

—Dale mis saludos, si me necesitas no dudes en hacérmelo saber, ustedes son primero —
reiteré. No era de hacer muchas demostraciones de afecto, pero la vida era muy corta
como para seguir guardándome lo que sentía.

—Estamos en contacto, mi gente te cuida. Procura no morir, tengo suficientes problemas


ya. —Reí.

—Todo en balance, hermanito.

—Idiota.

Dicho esto, terminó la llamada y solté una risa. De alguna manera siempre teníamos que
dejar todo de lado para ofendernos.

—¿Tu hermano? —Inquirió su voz cantarina. De un momento a otro la tuve sentada a mi


lado. Nuestras piernas oscilaban en el vacío.

—¿No deberías estar dormida? Más tarde tenemos que ir por el objetivo. —Encogió los
hombros, reparé en que se trataba de su gesto favorito.

—Solo es vigilancia, papá le dio una semana —me arrebató el cigarrillo y dio una calada,
enseguida advertí el olor a marihuana en ella—, así que nos queda ese tiempo aquí, solo
tú y yo, muchachote.

—Fumaste hierba —acusé. Se mordió el labio.

—No soy adicta, me gusta y lo controlo.

—No lo hagas cuando estés conmigo.

—Me estás pidiendo que la deje —se quejó—, estaré todo el tiempo pegada de ti. —Me
dio un empujón con su hombro.

—Vaya que eres terca.

—¡Alexa!

Ambos nos volvimos hacia Roberto, se dirigió a paso decidido con nosotros. Lucía molesto.

—¿Qué haces aquí? Vete a tu cuarto, ¡ya! —Ordenó enojado, como si nos hubiera
encontrado haciendo algo malo. La forma en que la trataban me parecía de lo más
exagerado.

—Solo estamos platicando, tío —se incorporó—, no es un pecado hacerlo.

—Tu papá fue muy claro con sus órdenes, así que metete, ahora.
Ella me dedicó una mirada de disculpa y obedeció sin replicar otra vez. En cuanto
estuvimos solos, Roberto se acercó conmigo.

—No tengo nada contra ti, ni lo tendré mientras te mantengas alejado de mi sobrina, de la
manera que sea, Russo —comenzó a decir—, ella no tiene permitido tener amigos, ni
mucho menos novios.

—¿Puedo saber por qué? Es ridículo, ¿qué piensa Medina? Alexa tiene que vivir su vida, él
le permite rodearse de mafiosos y matones, pero no un noviazgo, ¿dónde mierda está la
congruencia?

—Yo no soy su padre, él va a criarle como mejor le plazca y no puedo inmiscuirme, nadie
puede. Así que, para evitar problemas, procura hablarle solo cuando sea necesario.

—Está equivocado, solo va a lograr que ella se largue en cuanto tenga la oportunidad —
espeté. Roberto rio.

—Alexa es la joya de Medina, él nunca va a dejar a su hija sola, ni en manos de ningún


cabrón.

No insistí más, Roberto tenía razón, nadie podía inmiscuirse, pero el que fuera así, no
significaba que estaba bien. Mi lado racional me sugería mantenerme alejado de los
problemas, tal y como lo pensé cuando llegué: la vida de Alexa no era mi problema. Sin
embargo, mi lado estúpido se rebelaba y me impulsaba a llevarle la contraria a Medina
solo por joderlo y por darle un poco de alegría a Alexa. La chica era solitaria, quizá por ello
siempre buscaba el modo de hacer amigos con todo el mundo.

Entré al edificio, dejando a Roberto en la terraza. Alexa se quedaba en el último piso en


compañía de su tío, yo, por el contrario, me instalé en el primero, acompañado de la
gente de Medina, la cual se situaba dispersa por toda la manzana; pasaban desapercibidos
ante los demás, todos como civiles, cuidándonos las espaldas.

Eché un vistazo a mi espalda y no vi por ningún lado a Roberto. Decidido golpeé la puerta
de Alexa, ella no demoró en abrir, la sorpresa detonó en sus rasgos. Antes de que pudiera
decir algo, entré a su habitación y cerré deprisa.

—¿Qué crees que estás haciendo? —Averiguó, se cruzó de brazos, llevaba un top negro
que alzaba sus senos, mas intenté no prestarle atención a eso y sí a los residuos de
lagrimas que tenía en los ojos.

—Llevándole la contraria a Medina —contesté. Enarcó una ceja.

—Creí que lo respetabas y bla bla bla —se mofó.

—Si quieres me voy —sugerí.

—Oh cállate —rio y me tomó de la mano—, ¿te gusta la música en español? —Preguntó.

Me senté con ella en la cama, la habitación era de lo más normal, contaba con todo lo
necesario, pero sin lujos extravagantes. Alexa se cruzó de piernas mientras buscaba
música en su móvil.
—Esta canción es muy bonita —la puso y la voz de una mujer con matices melancólicos
comenzó a oírse—, la acabo de encontrar por casualidad.

Se recostó a mi lado, sin dudarlo la imité. Ambos con la mirada al cielo, el silencio llenado
por la música; la letra era buena, muy… romántica. No era mi tipo de música, mejor dicho,
no tenía un tipo de música, no solía escucharla, no cuando me encontraba enojado con
todo el mundo. Hacia bastante que no oía canciones.

—Me gustas para mejor amigo gay —dijo de pronto.

—Da la casualidad de que yo no soy gay.

—No quieres estar con nadie, así que, gay o no, cuál es la diferencia —bromeó.

—Te es imposible quedarte callada, ¿verdad?

—Me callo solo cuando me besan —susurró, mirándome.

Volví el rostro hacia ella, estábamos a centímetros. La incomodidad que pude haber
sentido, desapareció como si nunca hubiese estado ahí. Era la segunda chica con la que
tenía un acercamiento de amistad luego de Holly.

—Si voy a ser tu mejor amigo gay, comienza a dejar de coquetearme. —Se mordió el labio
inferior, ambos eran gruesos, carnosos y muy rojos, incluso sin llevar una sola gota de
labial sobre ellos.

—No voy a dejar de coquetearte —agarró mi mano y no efectué ningún movimiento—,


morderás el cebo… te haré reír hasta que se te olvide de quien soy hija.

Inevitablemente reí. Ella decía cada cosa que, sin poder controlarlo, yo sonreía.

—Déjame oír la canción, Alexa.

—Te la dedico, muchachote —suspiró profundo—, gracias.

[***]

Alexa

Amaba las donas de chocolate. Las comía cuando hacia vigilancias.

García se hallaba conmigo en una calle repleta de autos, pero carente de gente,
vigilábamos a Arturo Ramírez, dueño del cartel de Juárez. El mismo idiota que le quedó
mal a mi padre con la mercancía. Disimuladamente seguíamos sus movimientos, uno a
uno. Dexter se encontraba en otro punto de la ciudad, mi tío en otro, nos separamos para
poder vigilarlo sin levantar sospechas, el tipo no era ningún pendejo, por algo estaba
donde estaba, sin embargo, no se esperaba que mi padre enviara a alguien a matarlo.

—Estas son unas de las mejores —dije con la boca medio llena.

—¿Quiere otras, niña Alexa? —Preguntó atento. García me cuidaba mucho, era como mi
nana versión sicario.
—No, con estas agarré pila —bebí de mi coca cola y casi suspiro—, ¿tú tienes hambre?

—No.

Asentí y respondí la llamada entrante de mi tío.

—¿Alguna novedad? —Cuestionó apenas descolgué.

—El tipo anda en el banco, trae cinco escoltas y dos camionetas Ford modelo noventa.

—No lo sigas, avísame cuando salga, lo vamos a estar esperando.

—Enterada —murmuré. Di otro mordisco a mi dona y terminé la llamada. Miré a García—.


Los tipos de la camioneta gris no nos quitan los ojos de encima —informé, a pesar de traer
los vidrios polarizados, los rayos del sol me permitían ver a través del parabrisas—, voy a
bajarme a la tienda.

—Déjeme hacerlo yo —pidió. Negué y envié un texto a mi tío. Si estos se las olían que
íbamos detrás de ellos, todo se arruinaría.

—No pueden saber que estamos aquí, espérame, no hagas nada.

Bajé del auto, acomodé mis gafas, eché una mirada disimulada a la camioneta gris,
enseguida dos sujetos bajaron de ella y se dirigieron a mí. Desabotoné mi camiseta para
mostrar algo de mi escote, nunca estaba de más. Entonces entré a la tienda.

—Buenas —saludé—, me da dos donas, de esas de chocolate.

Por el reflejo frente a mí, vi a los sujetos entrar. Se situaron a cada uno de mis costados.

—Dos cigarros —dijo uno. Lo observé, no era feo.

—Como que vas manteniendo tu distancia, compañero —murmuré.

—¿O qué? —Provocó, mirándome de frente mientras me mostraba el arma que traía en la
cintura.

—¡Qué bonita arma! —Alcé la voz.

Él rápidamente ocultó el arma, la gente detrás de nosotros se volvió a vernos, curiosos por
mi expresión.

—A ver, quiero verla, no sabía que aquí podían traer armas, uy no, allá en mi pueblo no
nos dejan, a menos que seamos de la gente mala, de esa que dice mi abuelita que…

—Mira, niña impertinente, mejor lárgate de aquí si no quieres tener problemas —


masculló enojado.

—¿Por qué? Si tú me enseñaste tu pistola, ¿o era la otra la que querías mostrarme? —


Inquirí— Porque eso es acoso, eh, mira que estás muy cerca de mí. Como que te vas
haciendo para allá.
—¡Oiga! Deje a la muchacha tranquila —intercedió una señora—. Vente, niña —me cogió
del brazo—, ¿dónde vives? Te acompaño a tu casa, y ustedes dejen de andar acosando
jovencitas.

Tiró de mí y me sacó de la tienda, no sin antes llevarme mis donas y pagar por ellas. Los
matones me miraron de arriba abajo y se fueron deprisa. En cuanto salí, la camioneta gris
arrancó, a la vez que seguían la blindada de Ramírez.

Rápidamente me monté en el vehículo, agradeciéndole a la señora por su ayuda.

—Tío, Ramírez acaba de irse —anuncié con el celular pegado a la oreja.

—Enterado.

Cortó la llamada y me entró otra, esta vez de mi papá. Suspiré y atendí.

—Mande —dije.

—¿Se dieron cuenta? —Preguntó. No me asombraba que supiera, él seguía todos mis
pasos, todos.

—Estás hablando conmigo —murmuré—, claro que no. Me los saqué de encima, no
sospecharon.

—Perfecto. ¿Todo bien?

—Todo bien —respondí.

—Me dijo Roberto sobre Dexter, no es necesario que te diga lo que va a pasar, ¿verdad?
—Efectué una mueca. Sabía también que su llamada era para esto. Típico de Alejandro
Medina.

—Dexter solo estaba hablando conmigo sobre su prometida muerta —espeté brusca—,
¿hasta cuándo vas a seguir tratándome como si fuera de tu propiedad?

—Hasta que se me dé la gana, entiende, Alexa, cabrón que te mire, cabrón que mato. A mí
nadie me ve la cara, eres mi hija, eres prohibida.

—También quiero enamorarme, papá —susurré enojada y triste—, también quiero vivir
mi vida.

—Todo a su tiempo, aún eres una escuincla.

—Eso no pensabas de mi madre cuando la metiste a tu cama —reclamé.

—Mucho cuidado con lo que dices. Concéntrate en el trabajo y deja tus platicadas, no te
mandé allá para eso —callé—, ¿entendido? —Apreté los labios— ¿Entendido? —Repitió.

—Sí, papá. Entendido.


Colgué y los ojos se me llenaron de lágrimas. Me causaba mucho sentimiento cuando me
trataba así, cuando me recordaba que no me dejaría estar con nadie por según él, yo ser
muy joven. Dolía mucho llevar una vida así… tan triste. Mas nunca nadie se percataba de
lo vacía que me sentía, me desvivía regalándole sonrisas a las personas y tratando de
robarles una, hacía lo que me gustaría hicieran conmigo, pero no, tenían una idea
equivocada de mi persona. Creían que, por verme feliz, realmente lo era.

—No llore, niña.

—Solo veo mi vida pasar, García, a veces quisiera salir con mis amigos, aunque primero
tendría que hacerlos —sorbí mi nariz—, él nunca me dejará.

—Lamento mucho que el patrón la cuide tanto.

—No me cuida, mira donde me manda.

—En el trabajo uno nunca se desconcentra, pero el amor, el amor nos apendeja.

—Pendeja ya estoy —susurré, limpiándome las lagrimas de la cara.

—Animo, todo a su tiempo, niña, todo a su tiempo.


Capítulo 6
Dexter

Sostuve el arma con firmeza, los escoltas apenas me lanzaron una mirada antes de que me
perdiera dentro del baño. Cerré la puerta detrás de mí y encontré a Ramírez frente al
espejo; sus ojos se posaron en mi figura por breves segundos, atisbé el fugaz
reconocimiento, no de mi persona, sino de lo que iba a pasar. Como si él supiera por qué
yo estaba aquí y estuviera consciente de lo que sucedería y cómo terminaría.

Mostré el arma a través del espejo. Ramírez no se inmutó, no efectuó movimiento alguno,
permaneció quieto, petrificado por voluntad propia.

—Las deudas se pagan —dijo.

No respondí y disparé. Un suave silbido fue causado por el silenciador, la bala salió deprisa
y atravesó su cráneo, abandonando su cabeza exactamente por entre sus cejas. El espejo
se manchó de sangre, el cuerpo se desvaneció sobre el lavabo y al final acabó en el suelo
envuelto en un charco de liquido espeso y carmesí. Saqué mi móvil y tomé la fotografía
que se me pidió, luego salí de ahí como si no hubiera pasado nada.

Abandoné el restaurante, crucé la acera y me monté en la camioneta. El chofer aceleró y


nos perdimos entre el trafico, saqué el móvil y envié la fotografía. Medina tenía la
costumbre de pedir evidencia de sus muertos, vaya a saber uno por qué.

—Fuiste rápido —comentó Alexa. Llevaba la típica goma de mascar en la boca.

—Quiero volver —simplifiqué.

No demoré en tener una llamada entrante de Medina.

—Medina —atendí.

—¿Hubo problemas?

—Ninguno. Apenas se percataron de mi presencia —expliqué serio. El chofer iba rumbo al


aeropuerto.

—Perfecto. El Jet los está esperando, Roberto se quedará a encargarse de unas


propiedades, así que estás a cargo de mi hija —su tono de voz cambió a uno serio y hasta
cierto punto, amenazante—, mucho cuidado.

—No te preocupes, la llevaré con bien.

—No es eso lo que me preocupa —masculló—, mi gente irá por ustedes en cuanto
aterricen. Lo hicieron bien.

Asentí, pese a que, sabía que no podía verme. Terminé la llamada y miré a Alexa.
Viajábamos solo ella, el chofer, García y yo.

—¿Qué dijo? —Averiguó, la sonrisa en sus labios, pero la preocupación en sus ojos.
—Que te cuidara —respondí. Rodó los ojos.

—Como si necesitara que cuidaran de mí.

No dije más, no tenía caso seguir hablando con ella sobre eso. Ambos nos quedamos
callados mientras hacíamos el recorrido al aeropuerto. Al arribar entramos por otra puerta
y sin más abordamos uno de los tantos Jet de los que Medina era dueño. El tipo al igual
que Dixon, estaba podrido en dinero. Yo también podría ser jefe, pero prefería hacerme
cargo de cosas como estas, que quedarme en una mansión resguardada de matones a dar
ordenes. De alguna forma, quizá consciente, aun seguía buscando la muerte.

—¿Has pensado en enamorarte otra vez? —Inquirió Alexa. Tomó asiento frente a mí,
García se sentó al fondo, así que prácticamente estábamos solos.

—No, no está en mis planes.

—Pero ¿eres consciente de que enamorarse no es algo que se planea? —La miré.

—Absolutamente.

Suspiró y miró por la ventanilla un momento, solo el momento en el que el Jet despegaba.
Advertí cierto cosquilleo en mi estomago, aun no me acostumbraba del todo a viajar.

—Enzo dice amarme —comentó de pronto—, a veces no sé si me ama a mí, lo que


represento o la adrenalina que experimenta al estar conmigo.

—¿Se lo has preguntado?

—No me interesa saberlo, solo lo pienso —me observó—, soy más de coger, que de
enamorarme —se sinceró—, papá en algún momento se enterará y me los matará, las
ganas me las puedo quitar con cualquiera, pero el corazón roto es punto y aparte.

—¿Tanto miedo le tienes? —Cuestioné.

—No es miedo, no lo conoces, Dex —dijo seria—, mi papá es un mafioso de los de antes,
de sangre fría, machista, no se tienta el corazón, a veces dudo de si en verdad tiene uno.

Me incliné hacia al frente, deshaciéndome del cinturón. Mis codos en los muslos, mi
mirada sobre ella.

—Hasta ahora solo he escuchado cosas negativas de tu padre, entonces, ¿por qué tu
madre se casó con él? Algo bueno debe de haber.

Su mirada se perdió un instante a la vez que una pequeña sonrisa era esbozada por sus
labios rojos.

—Es verdad, no todo es malo —aceptó—, conmigo no suele ser cariñoso, pero con mamá
—sonrió—, se derrite en sus brazos, ¿sabes? A pesar de que soy su hija, solo con ella es
capaz de mostrarse como realmente es.
—Sucede cuando encuentras a la persona indicada. Mi hermano era un caso —reí un
poco—, pero Holly sacó lo mejor de él, tanto que le dice bebé y él parece un gatito en
busca de cariño.

Alexa soltó una carcajada, se quitó el cinturón y tomó asiento a mi lado. No paraba de reír,
reía de forma natural, sus ojos se achicaban y un par de hoyuelos aparecían en sus mejillas
que se volvían regordetas. Su risa no era forzada, ni fingida; incluso al conocerla tan poco,
descubría detalles de ella, por ejemplo, que cuando reía, no lo hacía de verdad, lo usaba
como una simple mascara para ocultar la tristeza que llevaba encima, la cual no sabía por
qué sentía.

—¿En serio le dice bebé?

—No te burles, si sabe de esto, me encerrará de nuevo —comenté con una leve sonrisa.

—¿Encerrarte? —Repitió— ¿Cómo?

—Larga historia.

—Largo viaje. ¿O prefieres que siga coqueteándote? —Rodé los ojos.

—No pierdes oportunidad, ¿cierto?

—¿Contigo? Nunca —se mordió el labio inferior—, me gustas mucho.

—Recuerda lo que dijimos.

—¡Ja! Si solo estaba mirándote los brazos y esas manos tan bonitas que tienes. —Bajé la
mirada a mis manos. No encontraba motivo por el cual ella estuviera mirándolas.

—¿Mis manos? —Inquirí incrédulo.

—Tus manos se van a ver muy bonitas como accesorio.

—¿Accesorio para qué?

Cogió mi mano sin permiso y la acomodó en su garganta.

—Para mi cuello.

Resoplé. Alexa salía con cada cosa, nunca dejaba de sorprenderme.

—Estás loca.

Volvió a reír, mi mano seguía en su cuello y ella no tenía planes de soltarme. Se reclinó
sobre mi pecho, no detenía su risa y yo sin más la estreché en mis brazos. Alexa se
acomodó y de a poco su risa se desvaneció. Me rodeó el abdomen con su brazo y cerró los
ojos.
Ninguno habló. Alexa se mantuvo reclinada contra mí, la sostuve o quizás ella me sostuvo
a mí. Cerré los ojos y por primera vez en días pude dormir sin tener pesadillas.

[***]

Alexa

Terminé de guardar en mi bolso el dinero del último cobro que hacia para mi papá. Salí del
establecimiento y eché un vistazo a la calle de extremo a extremo. Tenía a los vigías cerca,
uno en cada esquina, jamás me dejaban sola, podía ser un pueblo pequeño, pero el
peligro siempre acechaba y venía de las personas que menos te lo esperabas. Confiar no
era lo mío, nunca lo sería.

—Alexa, súbete —ordenó Enzo, apenas abrió la puerta de la camioneta. Ni siquiera sabía
que vendría.

Suspiré resignada. Me trepé a la camioneta y cerré de golpe la puerta, mi vista en la


ventanilla, francamente no tenía ánimos de pelear y mis deseos por arreglar las cosas
tampoco se encontraban muy presentes. Detestaba cuando intentaban controlarme,
suficiente tenía con mi papá, no estaba buscando a un sujeto igual que él.

—Sigues molesta —afirmó.

—Desinteresada, creo que es peor —espeté.

—Nunca habíamos peleado, ¿lo haces apropósito para ir y cogerte a ese cabrón? —
Increpó tosco. García me lanzó una mirada por el retrovisor. Negué despacio.

—No necesito pelearme contigo para meter a quien yo quiera a mi cama —lo enfrenté—,
no soy de tu propiedad.

—Eres mi novia.

—No soy tu novia, Enzo. Solo soy a quien te coges.

—No eres eso para mí y bien lo sabes —me sujetó del brazo con firmeza—, te amo, Alexa,
y si no he hablado con tu padre es porque tú no lo has querido. —Resoplé.

—¿Cuánto tiempo crees que dures con vida después de decírselo? Tú lo sabes y yo lo sé,
por eso no hablas, Enzo, tu intensión no es esa, ¿cierto?

—Estás equivocada.

—¿Lo estoy?

Saqué mi celular y marqué el número de mi padre. Él respondió enseguida. Coloqué el


altavoz y casi golpeó a Enzo con el aparato en la cara.

—Papá —miré a Enzo—, aquí tengo conmigo al oficial, quiere decirte algo.

—¿Enzo? —Masculló— ¿Qué sucede?


—Anda —susurré—, díselo, ¿qué esperas?

Solo había molestia en sus ojos, así como miedo. No lo culpaba, cualquiera en su sano
juicio le temería a mi papá.

—¿A qué carajos están jugando? —Espetó papá.

—Los azules van a llegar por la madrugada —sacudí la cabeza—, mantén a tu gente
guardada.

—¿Cuántos son?

—Entre cuarenta y cincuenta gentes.

—Bien.

Finalizó la llamada y reí.

—Las cosas no se hacen así —se excusó.

—Ya cállate, Enzo.

No insistió y en la primera oportunidad que tuvo, bajó de la camioneta y al fin pude sentir
cierta tranquilidad. Definitivamente ya iba siendo hora de terminar mi aventura con él,
había durado más de lo esperado.

—Tenga cuidado —miré a García—, los tipos como el oficial no se quedan tranquilos ante
cualquier desprecio.

—Lo sé —murmuré—, pero más le vale que entienda las cosas por las buenas, yo no tengo
nada que perder, él sí.

—¿De verdad lo creé? El error del patrón, es que lo ha metido demasiado a la hacienda,
no se espera que usted tenga algo con él.

—Debería de controlar mis calenturas, ¿verdad?

—Los hombres que actúan por despecho son peores que los que actúan por negocios.

—Ya me dejaste pensando —dije seria.

—De eso se trata, niña Alexa.

Asentí e hice en silencio lo que quedaba del recorrido a la hacienda, dándole vueltas a las
palabras de García, sin duda, no podía echarme a Enzo de enemigo. Yo lo metí a mi cama,
debía resolver las cosas por las buenas.

Uno de los escoltas abrió la puerta para mí en cuanto llegamos. Bajé y le entregué el
dinero para que lo contaran y guardaran.

—¿Dónde está mi mamá? —Pregunté.


—En las bodegas, con el ruso.

En cuanto me dijo esto, me dirigí hacia allá. La hacienda de mis padres era un lugar
extenso, hectáreas y hectáreas de campo, había una presa en la que me gustaba ir a nadar
y un riachuelo que atravesaba parte de la propiedad, pero ahí no era muy seguro, ya que
había partes que no se podían vigilar del todo por la vegetación, lo cual daba parte a que
los contrarios pudieran entrar. Pese a que, se trataba de una baja probabilidad, mi padre
prefería no arriesgarme.

Atravesé la bodega y el olor de la droga prevalecía en el ambiente. Visualicé a mi madre


con Dexter, hablaban mientras ella le señalaba la mercancía. Entonces corrí hacia ella y la
abracé desde atrás.

—¡Mami! —Chillé. Le besé la mejilla y ella sonreía. Era tan joven y bonita, ni siquiera
parecía mi mamá.

—Hola, Ali —sonreí, me gustaba cuando me llamaba así—, ¿todo bien con los cobros?

—Todo bien, mami —observé a Dex—, hola, muchachote, ¿me extrañaste? Yo sé que sí.

—Alexa, no molestes a Dexter —riñó mamá.

—Somos amigos, ¿verdad?

—Es mejor darte por tu lado, siempre estás llevando la contraria.

—Ah, me quieres dar… —Provoqué. Él se puso rojo y negó débilmente con la cabeza.

—¡Alexa Medina! —Regañó mamá, dándome un manotazo en mi dorso.

—Es broma, pero si tú quieres no es broma. —Me carcajeé.

—Dios…

—Lo acabo de ver en un meme en Facebook, mamá —continué riéndome—, perdón.

—Alexa —mi risa se borró de golpe—, deja de quitarles el tiempo.

Me volvía al escuchar a papá, su cara de pocos amigos me hizo saber que estaba en
problemas.

—Sabes que esas confianzas y ese tipo de comentarios…

—Ya sé —espeté.

—No me interrumpas.

—Ya conozco tu letanía, papá —proseguí, molesta por sus regaños.

—No es letanía, parece que debo estarte recordando lo que espero de ti.
—¿Qué sea infeliz? ¡Eso ya lo soy, papá! Te esfuerzas todos los días para hacerme sentir
así.

Mi madre me tomó del brazo, papá dio un paso al frente. No le temía, ¿qué podía
hacerme? ¿Abofetearme? Ya lo había sentido y no fue para tanto.

—Vete a la casa —ordenó.

—¿A dónde más podría ir? Pinche encierro en el que me tienes.

Los trabajadores estaban escuchando, pero yo ya estaba entrada en rencor y drama. Sabía
que estas peleas nunca llegaban a nada y, sin embargo, no paraba de provocarlas, quien
sabe, a lo mejor un día funcionaban y lo harían entender que su forma de educarme, no
estaba bien.

—Fíjate como me hablas, Alexa Medina.

—Recibes lo que das —mascullé.

Pasé por su lado, me cogió del brazo, mas me solté bruscamente y los dejé ahí. Estas
discusiones eran a menudo, siempre, no faltaban, por una u por otra razón no parábamos
de discutir. Ninguno daba su brazo a torcer. A veces deseaba tener un padre normal, uno
cariñoso, no un sicario frío y sin corazón, incapaz de sentir empatía por los demás.

Entré a mi habitación y la debilidad de mi mente me pedía ceder en lo que jamás caí y


muchas veces rechacé: drogas.

¿Qué se podía esperar? Estaba metida hasta el cuello en este negocio, se me podían
olvidar los consejos de mi abuelo, podía simplemente meterme cristal y sentirme al fin…
feliz.

—¿Quieres ir a montar? —Me volví hacia la puerta, Dexter se encontraba de pie ahí. Cerré
deprisa el cajón, manteniendo oculta mi tentación.

—¿A montar? ¿Qué? ¿A ti? Claro.

—Déjate de juegos, vamos, Lexi —dijo. Fruncí el ceño.

—¿Cómo me llamaste?

—Lexi. Tú me pones cientos de apodos.

—Sí, bueno, yo no quería que me pusieras apodos, quería que me pusieras de rodillas… o
en cuatro también.

Se golpeó la frente con la palma, ocultaba una leve sonrisa.

—Vamos, tu padre te dio permiso.

—¿Cómo lo convenciste? —Se encogió de hombros— Ese es mi gesto.

—Me lo contagiaste.
—A ver si también te contagio las ganas que tengo de que me…

—Cállate —puso su índice en mis labios, mi corazón se aceleró de improviso—, vámonos.

—Vámonos —susurré desorientada mientras lo tomaba de la mano.


Capítulo 7
Dexter

El campo era lo mejor que podía haber.

Había cabalgado un par de veces, aprendí, por supuesto, pero hoy podía hacerlo de una
forma más libre y por el tiempo que se me diera la gana. A mi lado, Alexa cabalgaba con
bastante entusiasmo, la sonrisa le llegaba a los ojos, el cabello le oscilaba hacia atrás
mientras la veía libre y contenta.

No me gustó para nada la pelea que tuvo con Medina hacia un rato, la forma en la que él
la controlaba no estaba bien, sin embargo, tal y como lo dijo Roberto, nadie podía
entrometerse, ella era su hija y solo a él le concernía poner las reglas en su vida. Esperaba
que Alexa no terminara huyendo de su lado, la presión llegaría a orillarla a irse para
encontrar la vida que le prohíben vivir.

—Todo esto es de mi papá —comentó. Bajamos el ritmo, paseando por la orilla de un


rio—, más allá no puedo ir, son puntos ciegos.

Señalaba el tumulto de árboles frondosos y maleza que parecía no tener fin.

—Tu padre tiene seguridad.

—Claro, pero no falta el pelado que pueda madrugarnos —murmuró. Negué despacio.
Hablaba muy golpeado y utilizaba todas esas palabras que aun no me acostumbraba a oir.

Se detuvo y bajó del caballo, un pura sangre de color blanco, precioso y bien cuidado, ella
lo llamó Ángel, regalo de su abuelo Humberto Robledo, otro mafioso de la vieja escuela. El
mío era del mismo linaje, pero en color negro, bastante manso.

—Este sitio es muy relajante ——se sentó en el pasto con los brazos estirados hacia
atrás—, ven, siéntate.

No dudé en hacerle compañía, tomé asiento a su lado, estaba atardeciendo, el viento


soplaba con suavidad, fue tranquilizante encontrarme entre la naturaleza. Nada que ver
con los bares, clubes o las drogas.

—¿Cuánto tiempo llevas siendo novia de Enzo? —Pregunté. Me miró de soslayo con una
sonrisa ladeada.

—Pensé que mi vida no era asunto tuyo.

—Estoy tratando de hacerte platica, Lexi —comenté.

—Ya estás cayendo por mí. —Rodé los ojos. Solía realizar este gesto a menudo, siempre
cuando estaba con ella—. Llevamos un poco más del año, la hemos pasado bien.

El tono de su voz se fue apagando un poco. La enfrenté.


—No me gusta pertenecer a un solo hombre —explicó con calma—, si lo hago, me
enamoro, si me enamoro, sufriré.

—Solo sexo —simplifiqué.

—Solo sexo. —Lanzó un suspiro, la mirada al cielo—. Enzo no comprende eso, es celoso a
un extremo que no me resulta lindo, pero me folla bien.

—Follar —repetí.

—Se me pegan algunas palabras de mi papá, tiene descendencia española —comentó


risueña. Volvió el rostro hacia mí, la cabeza ladeada, los ojos curiosos—. ¿Me contarías
sobre tu prometida?

La sola mención de Darla revolvía todos los malos recuerdos, las espinas alrededor de mi
corazón se hundían con más ímpetu al recordarla.

—Se llamaba Darla —el nudo estrujó mi garganta—, ella estaba embarazada cuando nos
atacaron.

Cerré los ojos y la película de aquel fatídico día pasó deprisa en la oscuridad. Todo sucedió
en un parpadeó. Darla me sonreía mientras hablaba sobre el nombre que llevaría nuestro
bebé, recuerdo mirarla y pensar lo afortunado que era por haber encontrado en una
persona todo lo que buscaba. Solo bastó un segundo para echar mis sueños abajo. Cuando
volví la vista al frente, estaba rodeado, ellos no titubearon, llenaron la camioneta de balas,
traté de protegerla, intenté dar mi vida por la suya, pero no sirvió de nada.

Las balas me hirieron y a ella le quitaron la vida.

Lo último que recuerdo de Darla, era su sonrisa cubierta de carmesí y un te amo susurrado
con su último aliento. Luego solo hubo oscuridad.

—Yo morí con ella —proseguí, Alexa se mantenía callada—, esto que soy es un simple
caparazón sin vida, si sigo aquí es por mi hermano.

Sin verlo venir, como era su costumbre, me tomó de la mano. Un apretón cálido que se
desplazó por mis venas y brindó alivio a mi corazón. La enfrenté nuevamente, nadé en lo
negro de sus orbes cristalinos.

—Haz que valga la pena, Dex —dijo—, por tu bebé y por Darla.

—Que valga la pena, ¿qué? —Inquirí. Su mano acunó mi mejilla.

—Vivir.

[***]
Alexa

Avanzaba por el mercado. Era uno de los lugares a los que me gustaba venir. Siempre
acompañaba a hacer las compras a Paula, la cocinera de la casa, era como un ritual de
Paula y yo, uno al que papá no se podía negar, digamos que se trataba de mi salida de
“amigos”. Vaya vida jodida.

—¿Me harías los chiles rellenos, Pau? —Pregunté emocionada. Yo llevaba algunas de las
bolsas en la mano, había varios matones acompañándonos a una distancia prudente, papá
nunca me dejaba sola.

—Sí, niña Alexa, lo que usted me pida —respondió con una cálida sonrisa. Besé su mejilla.

—Recuerda que me como cinco —susurré. Rio y negó.

—No sé donde le cabe tanto —murmuró entre risas.

—Si vieras todo lo que me cabe, Pau.

—¡Cristo bendito! —Se cubrió la boca con la mano— Usted no se mide —agregó, entendía
perfectamente a que me refería.

Todos sabían lo que yo hacia en la hacienda, que a veces creía que papá se hacia de la
vista de gorda o de verdad estaba muy confiado de que no lo retaría o nadie llegaría a ser
tan estúpido para desafiarlo en sus narices. Esperaba jamás tener un enfrentamiento con
él sobre esto. Las cosas no terminaban bien cuando tocábamos temas de novios o
pretendientes.

—Llevaré unas fresas, Pau —comenté, dirigiéndome al puesto de más adelante. Ella
asintió a la vez que elegía la verdura.

De pronto, sentí el metal clavarse en mi costilla derecha y otro más en mi costilla


izquierda. Quise volverme, pero un chistido y la presión en mi cuerpo me obligó a
detenerme.

—Caminarás hacia la salida sin gritar —ordenó una voz cerca de mi oído.

—¡Ja! ¿Y tu nieve de qué la quieres, cabrón? —Increpé.

—Mira, escuincla pendeja, o haces lo que te decimos, o te carga la chingada en estos


momentos —amenazó tajante.

Reí y lo empujé, enfrentándolos sin miedo al tiempo que veía a los hombres de mi papá
dejarse venir hacia nosotros.

—¡Jálale, cabrón! —Lo reté— Porque de aquí solo me sacas muerta.

El sujeto no se esperaba en lo absoluto que lo fuera a retar. Al oír el primer disparo, me


agaché, solté las bolsas y saqué el arma detrás de mi espalda, mas no la usé, ya que los
tipos ya habían sido sometidos por mis guardaespaldas en segundos. Uno muerto, el otro
herido en la mano y ambas piernas. La gente corría despavorida, Paula resguardada por
uno de los sicarios, enseguida fui rodeada por más de ellos.
—¡Saquen a la hija del patrón de aquí! —Ordenó Pérez. García no se hallaba conmigo.

A empujones salí del mercado, sin embargo, cuando subí a la camioneta, descubrí sangre
en mi costado izquierdo.

—¡No mames! —Alcé la voz.

Me levanté la blusa negra y reparé en el agujero que me habían hecho y el cual ni siquiera
me dolía, no lo sentía para nada, es como si no estuviera ahí. Ignoraba si se trataba de la
adrenalina, del miedo o mi mente poderosa que bloqueó el dolor, pero no sentía. Veía la
sangre precipitarse hacia afuera, mis manos temblaban, más de nervios que de otra cosa,
nunca me habían herido y hoy no vi venir esa bala. No sabía si fue de mi gente o de los
contrarios, estuve en medio del fuego cruzado que adivinarlo era complicado en estos
instantes.

—¡Hirieron a la hija del patrón! —Escuché que uno de los hombres comunicó por el radio.

—¡Cállate, cabrón! —Reñí.

Mi teléfono no demoró en timbrar, los radios no paraban de sonar, mi nombre se


mencionaba una y otra vez. En la pantalla el nombre de mi papá.

—Papá…

—¡Alexa! ¿Cómo que te hirieron? ¡¿Qué putas madres pasó?! ¡Coño!

—No sé, esos tipos —el aire me faltaba—, tengo un disparo en el costado —efectué una
mueca, mi mano intentaba cubrir el orificio, la camioneta iba a toda prisa—, estoy bien.

—¡Esos hijos de su puta madre! —Bramó enardecido— Los voy a colgar de las bolas. —
Reí—. No me cuelgues —el tono de su voz cambió al no obtener respuesta de mi boca—,
quédate conmigo al teléfono, Ali.

Al llamarme así, se me llenaron los ojos de lágrimas. Él nunca, nunca me había llamado de
ese modo, menos con tanto cariño.

—Aquí estoy, papá —susurré.

—El medico ya está esperándote, vas a estar bien, cariño.

—Yo no me voy a morir ahorita —afirmé. Ya casi llegábamos a la hacienda.

Papá no me colgó, mi teléfono cayó de mi mano cuando perdí fuerzas. La camioneta se


detuvo de golpe, un segundo y la puerta era abierta por mi papá. En cuanto me vio,
vislumbré algo en sus ojos que jamás vi: miedo.

Papá jamás dejaba entrever nada, solo dureza y frialdad. Con tristeza me percaté de que
debía encontrarme al borde de la muerte para obtener un poco de su amor.

—Déjame ver —susurró preocupado.

Retiró mi mano y revisó la herida, luego me tomó entre sus brazos.


—Te van a curar, tú vas a estar bien.

Sonreí y me le quedé mirando mientras entrabamos a la casa. Sus manos se aferraban a


mi cuerpo con solidez, me estrechaba firme, con miedo.

—¡Alexa! —Esa era mamá— Alejandro, ¿qué tiene? ¡¿Qué pasó?!

—Ahorita no me pidas explicaciones.

Comenzaba a marearme, mis ojos se cerraban. No quería cerrarlos.

—No te duermas, Ali —mi papá sacudió mi cuerpo—, Ey, no, no, no cierres los ojos.

—Estoy cansada.

—¡Que no los cierres, carajo! —La desesperación explicita en su voz.

—Hija, hija, por favor no te duermas.

—Mamá.

Me tomó de la mano, enseguida sentí una superficie plana bajo mi cuerpo. El frio
entumeció cada centímetro de mí. Una luz blanca daba contra mi cara, las voces
comenzaron a ser simples susurros ininteligibles.

Más presión en mi costado, el dolor fue haciendo presencia. El oxígeno me faltaba. Movías
las manos en busca de asirme a algo para no caer, pero no había nada. La oscuridad me
atrapó, la paz que experimenté al caer se volvió inexplicable. Cientos de luces de colores,
alucinaciones, sí, estaba alucinando.

Dexter.

Vi a una mujer rubia, pequeña, vestida de negro, me daba la espalda, sus manos parecían
desplazarse sobre su abdomen. Quería mover mis piernas y avanzar hacia ella, pero solo
fui una espectadora incapaz de dar un paso. Cuando la mujer dio la vuelta, ya no era rubia,
era morena, hermosa, parecía un hada, había un dije en su cuello del cual colgaba una
corona con diamantes pequeños y brillantes.

¿Quién eres?

Bajé la mirada a su abdomen, este se hallaba abultado. Ella sonrió y de la nada el vestido
se volvió rojo y no solo eso, sino que su abdomen se fue aplastando hasta quedar plano
mientras las piernas se le cubrían de carmesí. Aquella sangre avanzó hacia mí como un rio,
no podía ver mi cuerpo, pero la sentía adherirse a mi piel.

Y de nuevo el dolor se hacia presente, la respiración se me entrecortó. Tuve miedo.

—Cuídalos —pidió en un susurro.

—¿A quiénes?

—Te necesitan.
Abrí los ojos y me senté de golpe sobre la camilla. Un jadeo brotó de mi boca, una
punzada me atravesó el costado y la debilidad me obligó a recostarme en la cama otra
vez. Todo me daba vueltas.

—Lexi —deprisa clavé mis ojos en Dexter—, hola.

Parpadeé un par de veces, tallé mis parpados y volví a mirarlo.

—¿Qué haces aquí? —Pregunté anonadada y confundida. Estaba en mi habitación y mi


padre no permitía que ningún hombre se acercara ni diez metros antes de llegar a ella.

—Cuidándote, esperando que despiertes.

—¿Por qué tú?

—Tu papá confía en mí. —Puso su mano en mi frente y me sentí rara, vulnerable, sin
ánimos de bromear, solo de verlo y seguir sintiendo su piel contra la mía—. ¿Cómo te
sientes?

—Bien, ¿cuánto tiempo pasó?

—Un par de horas, te desmayaste por la perdida de sangre, necesitaste algunas unidades.
Tu papá se movió para conseguirlas.

—¿Dónde está?

—Haciendo lo suyo con el tipo que te disparó. —Apreté el ceño.

—Mi papá ya no es de los que se ensucian las manos. Lo creería de mamá.

—Eres su hija, Alexa, hirieron a su única hija, yo también haría lo mismo —determinó
serio.

—Ni siquiera lo vi venir, nunca se habían metido a la ciudad —murmuré soñolienta. No


coordinaba del todo, seguro me drogaron.

—Para todo hay una primera vez.

Mis ojos no paraban de enfocar su cara, su expresión preocupada, pero el frio ardiendo en
su mirada azulada.

—¿Qué tanto me miras? —Cuestionó.

—Es fácil perderse en tus ojos, son como trozos de cielo —susurré aun absorta en ellos—,
y a mí me gusta mucho mirar el cielo.

—Los tuyos son dos pozos oscuros que se iluminan cuando sonríes. Luz en la oscuridad —
dijo sin sonreír. Él no sonreía y yo quería que volviera a hacerlo.

—Sonríe, muchachote —bromeé—, me gusta el cielo despejado, no nublado. —Agachó la


mirada y negó con la cabeza.
—Descansa, Lexi —lo tomé firme de la mano—, vas a estar en cama muchos días.

—Me quedo solo si tú eres mi enfermero.

—Voy a conseguir la bata —me siguió el juego. Reí con los ojos cerrados, la debilidad
podía mucho conmigo y detestaba sentirme así. El enojo estaba menguado, pero
aparecería tarde o temprano.

—Los enfermeros no usan bata.

—Pues este sí. —Lo miré con los ojos entrecerrados por el cansancio.

—¿Por qué bromeas conmigo?

Depositó un beso en mi frente que nunca hubiera esperado. Se sintió natural y nada
forzado, rebosante de cariño sincero, como si lleváramos siendo amigos mucho tiempo.

—Porque quiero que sonrías.

—Siempre sonrío.

—Pero nunca de verdad.

Me regaló una caricia en la mejilla. Mi corazón se apachurró con esas simples palabras.

—Sabes ver —dije—, ¿qué ves en mí?

—Solo te veo a ti, Lexi, solo a ti.


Capítulo 8
Dexter

Había visto cosas a lo largo de mi vida, cosas desagradables, las mismas que yo realicé, sin
embargo, Medina resultó ser más sanguinario y sádico.

Sin que le temblara el pulso cortó la mitad de los dedos del tipo que le disparó a Alexa,
para después continuar mutilándolo hasta dejarlo sin ellos. Posteriormente seguiría con
las manos, trozo por trozo lo descuartizaba vivo.

Éramos pocos los que nos encontrábamos observando la escena, entre ellos se hallaba el
abuelo y madre de Alexa. Nadie mencionaba palabra, nadie se inmutaba ante los gritos
agónicos que el tipo emitía. Suplicaba y luego despotricaba a diestra y siniestra, mas de
nada le servía, Medina no descansaría hasta verlo derramar lágrimas de sangre.

—¡¿Quién te envió?! —Demandó saber.

Con la navaja en mano comenzó a cortar lo que quedaba del dedo pulgar, todo se volvió
un reguero de sangre, el olor apretaba mi nariz. No me molestaba, no cuando estuve
familiarizado con él.

—¡No diré nada, cabrón!

—Vas a hablar, lo vas a decir, imbécil de mierda, ¡tocaste a mi hija! ¡Mi hija, pendejo!

Podía palpar la ira que desprendía Medina, estaba cegado por ella. Totalmente sediento
de sangre y muerte, de venganza y tortura, él quería cobrarse lo que le hicieron a Alexa y
podía entender perfectamente esa sensación.

Con saña le arrancó los siguientes dedos, el sujeto chilló, la sangre se precipitó con más
fuerza, tanta fue su ira que, rebanó la mano del sujeto y no de un tajo, lo hizo de forma
lenta, como si estuviera cortando un trozo de filete. Me sorprendió la asiduidad que
utilizó, su rostro no reflejó más que satisfacción, todo lo contrario a la víctima.

Medina lo soltó, estaba cubierto de sangre; le propinó una cachetada al hombre y lo


agarró del cuello.

—Ahorita me vas a decir todo lo que quiero escuchar.

—No lo haré —afirmó.

—Prepárenlo —ordenó hacia nadie en especifico.

Los hombres que había a nuestro alrededor, se movilizaron, uno de ellos le bajó los
pantalones con todo y bóxer. Esta vez sí vislumbré el miedo en la cara del tipo. Estaba
atado de pies y manos, no podía hacer nada; por un momento creí que lo violarían, o
peor, que lo castrarían, pero en su lugar, tomaron una máquina que jamás había visto y
sin preguntar o esperar, comenzaron a darle choques eléctricos desde los testículos.

Efectué una mueca, estremeciéndome por el dolor que él debía estar sintiendo.
—Paren —masculló Medina luego de unos interminables segundos—. Estoy esperando tu
cantar, hijo de puta.

La víctima apenas podía respirar, temblaba, los espasmos seguían atenazándole el cuerpo.
A este paso, no duraría mucho con vida.

—El cartel… —Tosió.

—¡¿Cuál cartel, cabrón?! —Demandó, le soltó un puñetazo que le rompió un poco más la
cara.

Con una seña les ordenó que volvieran a darle choques. Los alaridos llenaron el vacío, su
cuerpo convulsionaba, el olor que desprendió se volvió insoportable; al final cuando la
segunda ronda terminó, el sujeto se hizo encima, él excremento y la orina cubrieron el
suelo.

—¡Del Río! —Bramó casi con lo último que le quedaba del aliento— Fueron los del cartel
del Río.

—¿Por qué a mi hija? —Averiguó. Apretaba la navaja en la mano, supe lo que sucedería a
continuación.

—Quieren quebrarte antes… antes de matarte —articuló con dificultad.

—¿Quiénes?

—Alonzo… Alonzo Letrán.

Mencionado el nombre, Medina hundió la hoja de la navaja en la yugular del hombre y


posteriormente cortó el contorno de su cuello mientras la garganta le burbujeaba en
busca de oxígeno una y otra vez. La escena fue cruda y fría, espeluznante para quienes no
están acostumbrados a presenciarlas.

Al final quedó un cuerpo desangrado y una cabeza oscilando hacia atrás, apenas
sosteniéndose del tronco, solo un corte más y se despegaría de su lugar.

—Limpien este mierdero —espetó. Las manos cubiertas de sangre como si las hubiera
sumergido dentro del cuerpo.

Miró a su esposa y después a mí.

—Ven conmigo —susurró al pasar por mi lado.

Lo seguí sin más, se detuvo fuera de la bodega, sacó un cigarrillo y me ofreció uno, lo
acepté y en silencio ambos los encendimos. Era de madrugada y el viento soplaba fuerte,
el frío se sentía llegar y lo disfrutaba.

—Quiero que estés al pendiente de Alexa —soltó sin más—, tú no eres como los demás.

Volví la vista hacia él, Medina miraba al frente, la mandíbula tensa mientras continuaba
fumando.

—No la miras con lasciva, ni maldad, eres la primera persona que no posa los ojos en mi
hija.
—Tienes buen ojo para darte cuenta —murmuré. Me tomaba desprevenido.

—Yo me doy cuenta de todo, Russo —suspiró profundo—, Enzo creé que puede verme la
cara, pero lo estoy dejando.

—Lo sabes —susurré. Esto le traería problemas a Alexa.

—Mi gente es leal, a quienes ves a mi alrededor están porque dan su vida por mi familia y
por mí, sin dudarlo —su tono de voz fue severo—, Alexa piensa que puede
encontrar tapaderas, pero a mí todo me dicen.

—No te diré cómo criar a tu hija —expulsé el humo—, pero estás haciendo las cosas mal,
la atas y presionas…

—Lo sé, pero todo es a su tiempo, Russo, ella aún es una niña, no ha visto lo que los
hombres somos capaces de hacer.

—¿Puedo saber por qué me dices esto? —Inquirí.

—Porque vas a ser mis ojos y mis oídos con ella.

—No pienso venir como un chismoso contigo cuando Alexa confía en mí…

—Trabajas para mí, no para mi hija —sentenció.

—Mi lealtad no es algo que puedas comprar, sé dónde, cómo y con quién.

Sonrió de lado y me enfrentó sin más.

—Eso espero, Russo. De ahora en adelante tienes permitido ir y venir adonde sea con mi
hija, solo tú.

Dicho esto se retiró en compañía de Maia, quien se mantuvo a la distancia sin escuchar
nuestra conversación, una de lo más extraña. No entendía del todo qué era lo que Medina
quería.

Sin tener más nada que hacer me dirigí al interior de la Hacienda, atisbé al matrimonio
entrar a su habitación, así que confiado fui hacia la de Alexa. Cuando entré, ella seguía
dormida, la estaban manteniendo sedada por órdenes de Medina, conocía a su hija y no
se quedaría quieta, Alexa era un tornado, hiperactiva, incapaz de seguir órdenes médicas
o de cualquier otro tipo.

Tomé asiento sobre la cama, justo a su lado. Estaba un poco pálida y tenía los labios
resecos, pero eso no marchitaba su belleza. Era un niña preciosa y con un corazón noble y
vulnerable donde podía haber espacio para muchas personas.

—Pareces un acosador —susurró muy muy bajo.

—¿No deberías estar sedada? —Chasqueó la lengua y abrió un solo ojo.

—A mí no me van a poner esas chingaderas —farfulló—, las enfermeras piensan que soy
una pendeja, bueno, a veces lo soy, pero no tanto.
Negué despacio y como era mi costumbre, deslicé la mano por encima de su frente. Ya no
tenía fiebre.

—Sigo caliente —detalló.

—No, en lo absoluto.

—Que sí, pero no te he dicho de dónde. —Rodé los ojos.

—Debes descansar.

—Acuéstate conmigo —pidió.

—No es prudente.

—Tampoco el que estés aquí —señaló.

—Tengo el permiso de tu papá.

—¿Qué? ¿Acaso le urge que me folles? Sabe que tienes buen linaje, ruso italiano. —Rio
divertida.

—Yo nunca te voy a follar, Lexi.

—Uhm… del plato a la boca se cae la sopa —murmuró sonriente.

—Ya te sientes mejor, por lo que veo.

—Una bala no me hace ni madres —espetó—. ¿Ya saben quienes fueron? —Averiguó,
cambió su tono de voz a uno más serio.

—Cartel del Río, no los conozco.

—Ya —intentó enderezarse, pero bastó un movimiento mío para que se quedara en su
lugar—, argh, mandón.

—No debes hacer esfuerzos.

—No haré mucho, solo déjame ir a romperles la cara a esos pendejos, ¿quiénes se creen?
No saben el alacrán que se echaron encima.

—Puedo imaginarlo, tu padre es de temer. —Puso los ojos en blanco.

—¿Tú también le tienes miedo?

—Es respeto, Alexa.

Bostezó y se acomodó hacia un costado de la cama, palmeó el lado vacío, haciéndome una
invitación. Transformó sus facciones a pura ternura.

—No me engañas —dije serio. Se mordió el labio inferior para ocultar una sonrisa.

Resignado, me desprendí de la chaqueta que llevaba encima, también de las botas. Al final
me recosté a su lado y ella no demoró en acomodarse encima de mi pecho, poniéndome
tenso y muy rígido.
—Qué rico hueles… —Suspiró profundo—, ¿qué loción usas?

—No uso loción.

—Mucho mejor, te regalaré una.

—Ya duérmete.

—No tengo sueño, quiero seguir hablando contigo, he pasado todo el día encerrada y sola,
las enfermeras no me dirigen la palabra y mis padres solo entran, me ven y se van, eres el
único que se queda a hacerme plática y no sabes lo frustrante que es no poder hablar con
nadie. Tengo todo un palabrerío atorado en mi garganta y…

—¡Ya cállate, Alexa! —Exclamé exasperado— Joder, al menos respira, niña.

—Si respiro me duele, insensible —susurró. Exhalé profundo.

—Lo siento…

Alzó el rostro y examinó el mío.

—Cuéntame un cuento —murmuró en tono dulce.

Carajo. ¿Qué demonios estaba haciendo con esta niña? No era un jodido niñero.

—Llegará el día en que vas a sonreír cuando me mires y yo sabré que esa sonrisa es real.

—Eso no es un cuento —musitó trémula.

—No, es una promesa.

[***]

Alexa continuaba dormida, yo no logré conciliar el sueño. Pasé lo que quedó de la noche
pensando en todo y nada.

Predominaba mi situación, las palabras de Medina, el estado de Alexa, mi familia y como


siempre, Darla.

No había día que no despertara extrañándola, y aunque hoy desperté con alguien entre
mis brazos, no era lo mismo, no se sentía igual, Alexa no era ella y por ende, el vacío no se
llenaba. Necesitaba a mi Darla, nuestra vida, nuestro futuro.

Tallé mi cara con las manos y me puse de pie. Me coloqué las botas y me colgué la
chaqueta sobre el hombro. Le dediqué una última mirada a la chiquilla y luego abandoné
su habitación.

Tomaría una ducha y después vería que se tenía que hacer el día de hoy, suponía que
Medina no se quedaría tranquilo con la información que ese sujeto dio, era de suponerse
que acabaría con todos los involucrados en el atentado contra su hija. Eso podía jurarlo.

—¿Estabas con Alexa? —Increpó Enzo.


Lo ubiqué a unos metros de mí, no lucía nada contento y no es como si me importara
mucho. Él era un cadáver andante, su tumba ya estaba hecha.

—Te hice una pregunta —aseveró. Me tomó del brazo cuando pasé por su lado; me solté
de golpe.

—No tengo que responderte, ni tampoco darte explicaciones.

—Sí tienes, porque Alexa es mi…

—¿Tu qué? —Lo reté. No tragaba a este tipo.

—Mi novia. —Reí.

—Es un título muy grande, policía —espeté con desprecio—, deja de tratarla como si fuera
tuya.

—Lo es y tú no tienes nada que hacer en su habitación, si Medina se entera…

—Yo le di la orden, Enzo —intervino Medina a su espalda. Sonreí por dentro—. ¿Tienes
algún problema con eso? No entiendo qué coño haces aquí.

Tensó la mandíbula y enseguida se volvió hacia Medina. Maia venía con él, pero ella
siempre se quedaba callada, no intervenía cuando no le parecía oportuno.

—Sabes que siempre me he preocupado por tu hija, creí que no querías a hombres cerca
de ella…

—Entre hombres e hijos de puta, hay mucha diferencia —puntualizó, acercándose de a


poco—, Russo tiene mi confianza, porque a diferencia de ti, no mira a mi hija como un
puto trozo de carne.

La palidez le cubrió las facciones. Se quedó callado durante varios segundos. Era obvio que
no esperaba eso.

—Jamás le faltaría el respeto —dijo serio, había tal credibilidad en sus ojos, que si no lo
hubiera visto con Alexa, le habría creído.

—Por supuesto —siseó.

Siguieron de largo hacia la habitación de Alexa. Entretanto, Enzo se acercó a mí


nuevamente.

—No vas a quitármela.

—¿Eres idiota? —Espeté— En lugar de estar lanzando estas advertencias tan absurdas,
mejor encárgate de encontrar a los que le hicieron esto a quien dices amar.

Entornó los ojos y no replicó. Continué con mi camino y en segundos entré a mi


habitación. Me senté en el borde de la cama y abrí el cajón de la mesita de noche. Cogí la
fotografía de Darla y enseguida mis labios se estiraron en una sonrisa.

—Solo me siento completo cuando te contemplo. Te extraño, Darla, te amaré por


siempre.
Deposité un beso en su bello rostro y me recosté en la cama con los ojos cerrados y de
improviso con la belleza de una morena ocupando cada pensamiento.
Capítulo 9
Alexa

La palma cálida de mamá me rozaba la mejilla, distinguí fácilmente que se trataba de ella
por su olor y su tacto, no podría olvidarlo. Ella olía a rosas y sus caricias eran gentiles
cuando se trataba de mí.

Sin abrir los ojos, supe que Dexter ya no se encontraba en la habitación.

—¿Qué vamos a hacer, Alejandro? —Cuestionó mamá. No me acostumbraba a que lo


llamara así, solo ella pronunciaba su nombre.

—Sabes la respuesta, Bonita. Tocaron a nuestra hija, solo hay una alternativa.

—Matar —simplificó.

—A tus enemigos solo les das dos cosas: la cara y una bala en la cabeza.

—Eso jamás lo he olvidado, tú te harás cargo —susurró.

—No puede ser de otra manera. Vivimos fuera de la ley, pero no por ello deja de haber
reglas —su tono era filoso—, la familia no se toca.

—Ellos no lo ven así, no todos son como nosotros.

—No les va a quedar más que hacerse a mi modo, como yo digo, mi negocio, mis reglas, y
quien se oponga… lo mataré.

El toque en mi cara se detuvo, mamá se puso de pie y curiosa divisé entre mis ojos medio
abiertos, ambas figuras encontrándose frente a la luz de la ventana.

—¿Y qué hay de lo otro? —Inquirió mamá. Las facciones en el rostro de mi padre
reflejaron incredulidad.

—¿De qué hablas?

—De cómo te sientes respecto a Alexa —comentó seria—, vi tu miedo, aunque ahora
trates de ocultarlo.

—Sería estúpido no sentirme asustado, Maia, hirieron a mi hija —me miró y enseguida
cerré los ojos—, mi niña.

—Ojalá siempre le demostraras lo que sientes.

—Sabes como soy, Bonita, me cuesta… más con ella que es todo… felicidad. Es muy
diferente a mí.

—En eso te equivocas —lo besó brevemente en los labios—, ella es como tú.

Dicho esto, la vi dirigirse a la puerta, salió dejándome a solas con papá, quien no demoró
en recostarse a mi lado sobre la cama, ocupó el mismo lugar que Dexter.
—Qué mal finges —señaló. Esta vez abrí los ojos por completo.

—Eso debe ser bueno, ¿no?

—No sabes fingir, pero eres muy astuta.

Sonreí y sin verlo venir, tuve su mano en mi mejilla. Me sentí rara, nerviosa y hasta un
poco incómoda. No sabía que hacer, esquivé su mirada y comencé a morderme el labio
inferior mientras contraía los dedos de mis pies.

—Sé que a veces me odias, no comprendes el porqué de mis decisiones, te mantengo en


constante peligro al enviarte allá afuera, pero te prohíbo el tener novio…

—Una bala duele menos que un corazón roto, ¿eh?

—No solo te rompen el corazón, Alexa, te rompen el alma.

Agarró mi mano entre la suya y depositó un beso en el dorso.

—Quiero que encuentres a un buen hombre, alguien que te ame y no te dañe como yo
dañé a tu madre. Quiero que seas una cabrona que no necesite de ningún pendejo.

—¿Ahí no dirás que como tú? —Bromeé.

—Deseo que no te encuentres a un hombre como yo en tu vida, hija. Mereces más que un
sicario que es incapaz de demostrar cuánto te ama.

Se me llenaron los ojos de lagrimas y dubitativa, lo abracé, él lo permitió y me sentí


pequeña, con el corazón emocionado. Escucharlo decir que me ama fue un beso de
calidez para mi alma necesitada de ese amor paternal que él rara vez me brindaba, mas no
de la forma que yo quería y esperaba. Y no, no lo culpaba, después de todo así lo criaron y
así mi madre lo amó, ¿por qué yo no habría de hacer lo mismo?

—Te amo, papá —susurré, mi cara escondida en su pecho, sus brazos firmes a mi cuerpo.

—No más de lo que yo te amo, Alexa.

Besó mi frente y posó los dedos bajo mi mentón. Mis ojos viajaron al encuentro de los
suyos.

—Sé obediente, quédate en cama y recupérate, ¿puedes hacer eso por mí? —Lancé un
largo suspiro.

—Sí, papá.

—Esa es mi niña.

Sonreí y se incorporó. La herida dolía, mas no era algo de lo cual me detendría a


quejarme. Podía lidiar con el dolor de cualquier forma, o al menos eso creía.

—Cuando estés mejor hablaremos sobre la caza a los del Cartel del rio —detalló con
evidente rabia—, tú y yo iremos detrás de ellos.

—Jamás sales —musité sorprendida.


—Lo hice por tu madre, lo haré por ti. Tocaron lo más sagrado que yo poseo, van a
conocer quien es Alejandro Medina.

Asentí, emocionada por la forma en que lo dijo y la espera de una cacería que iba a
satisfacer mi deseo de venganza. Haría que se corriera la voz, que todo mundo supiera de
mí no por ser la hija de Alejandro Medina, sino por ser yo misma: Alexa Medina. Me
esforzaría y les demostraría que con o sin mi padre, los pantalones no me faltaban.

Papá me dejó sola momentos después. Permanecí sobre la cama a la espera de la


enfermera para que me ayudara a ducharme, llevaba un día sin meterme bajo la regadera
y me sentía incomoda. Sin embargo, los minutos transcurrían y nadie venía. Cansada, me
incorporé de la cama como pude, tambaleándome en el proceso a causa de los
medicamentos en mi torrente sanguíneo.

—Pinche madre —espeté, mareada y con las punzadas en mi costado siendo más
molestas que antes. Me habían suturado y los puntos me jodían bastante cada vez que la
piel se estiraba.

Entré al baño con bastante dificultad, molesta y frustrada, batallaba para poder
desvestirme y darme un maldito baño, necesitaba ayuda, pero por mis pinches ovarios, no
la pediría. Yo podía, yo debía.

—¿Qué demonios haces levantada? —Increpó una conocida voz a mi espalda mientras
terminaba de quitarme el short.

Dexter ingresó en la habitación con el desayuno. Lo dejó en la cama y se dirigió al baño.


Me sorprendió que no me mirara con deseo o algún mínimo tipo de perversidad, que sé
yo, algo que me hiciera saber que me deseaba. En sus orbes no había absolutamente
nada. Me sentí ofendida. Aunque al final de cuentas, nunca seremos del gusto de todos.

—Quiero bañarme —señalé lo obvio.

—Debiste esperar.

Se adelantó hacia mí cuando un mareo me sobrevino de improviso y mi cuerpo trastabilló.


El calor de sus manos vigorosas se ciñó a mi cintura, sostuvo cuidadoso, estaba muy cerca
de mí y olía delicioso.

—Cuidado, joder.

—Cuidado tú, tan cerquita te me pones y mis hormonas tantito quieren para alborotarse.
—Rodó los ojos y me ayudó a sentarme en el sofá que adornaba el baño.

—Eres tan desesperante —se quejó. Abrió el grifo y comenzó a llenar la tina.

Hoy iba vestido con unos vaqueros desgastados y una camiseta blanca ceñida a su magro
cuerpo musculoso. Enseguida divisé el arma corta que guardaba en su espalda.

—Puedes caer y lastimarte más, si no obedeces no vas a recuperarte pronto.

—Ya, ya, ya, pareces mi papá —mascullé.


—Me alegro que me veas así.

Entorné los ojos y me dio la espalda, echaba las sales al agua, entretanto, me deshice del
sujetador y posteriormente de las bragas. Cuando Dexter se volvió, yo estaba desnuda,
toda desnuda. Miró mi cara y luego mis senos, para volver otra vez a mi cara, se mostró
inexpresivo, ni siquiera una pequeña erección, ¡nada!

—Eres imposible.

—No te gusto nadita, ¿verdad? —Inquirí. Se aproximó y me ayudó a incorporarme y


meterme a la tina.

—No eres mi tipo, sí, estás muy bonita, niña, pero no me atraes.

—Auch —susurré—, un golpe dolía menos. —Negó despacio.

—¿Quieres que te ayude a ducharte? —Cambió el tema.

—Por favor, ya que no te gusto, al menos me conformo con que me manosees el cuerpo,
no tendré otra oportunidad como esta.

—Espero que no, mientras estés conmigo no permitiré que te disparen.

—Dudo que te interpongas entre una bala y yo.

No dijo nada por unos minutos, minutos en los que continuaba lavándome el cuerpo con
la esponja, incapaz de propasarse, medía minuciosamente los límites, no atravesó
ninguno.

—Ni siquiera te agrado.

—El que no me atraigas, no quiere decir que no me agrades. Tú me ayudas.

—¿Yo te ayudo? ¿A qué? —Mostró un atisbo de sonrisa.

—A sonreír.

Mi corazón se sintió chiquito, significaba mucho para mí el que de verdad haya logrado
sacarle una sonrisa al muchachote serio e inexpresivo.

—Es que tienes una sonrisa bonita —expliqué.

—No tan bonita como tú.

Lo miré por encima de mi hombro. Me guiñó un ojo y le lancé un poco de agua con la
mano.

—Oh, deja de joderme, Russo. —Rio.


Ninguno de los dos dijo más, terminé el baño y Dexter me sostuvo mientras yo secaba mi
cuerpo. No se vio afectado de ninguna manera ante mi desnudez. Me hizo sentir…
insuficiente, pero luego me miré en el espejo y recordé lo Diosa que era y lo mucho que
valía. Que un hombre no me viera atractiva, no significaba nada… al menos no ahora.

—¿Necesitas algo más? —Preguntó.

Recosté el cuerpo en la cama con la bandeja en las piernas. El baño me hizo sentir mejor,
de verdad lo necesitaba.

—Un novio, quizá.

—Alexa —reprendió. Suspiré.

—No, nada, gracias —murmuré malhumorada.

—Bien, entonces te dejo, debo trabajar. —Asentí y lo vi dirigirse a la puerta.

—Dex —lo detuvo antes de salir—, ¿Enzo ha preguntado por mí?

Si anteriormente no demostró ninguna emoción, al oír el nombre de Enzo, esto cambió. Su


expresión se tornó molesta, tensó la mandíbula y una mueca de desprecio le acarició la
cara.

—Te recomiendo que te alejes de él, Alexa —dijo serio—, solo te causará problemas. —
Apreté el ceño.

—¿Por qué lo dices? ¿Sucedió algo?

—No, pero sucederá si sigues viéndote con él —decretó seguro. Deprisa supe por qué me
lo decía.

—Papá lo sabe —pasó saliva—, ¿cierto?

No respondió, se me quedó mirando, bastó solo esa mirada para obtener una respuesta y
temer por la vida de Enzo. Tendría que advertirle, lo quería y lo que menos deseaba era
verlo muerto. Papá lo mataría, lo haría, mas no entendía por qué demoraba, ¿qué
planeaba? A estas alturas ya debería estarme jodiendo con ello.

—Solo… aléjate de él, Alexa.

—Lo sabe. —Sacudió la cabeza en gesto negativo.

—Independientemente de eso, él es alguien que no te conviene.

—¿Cómo puedes saberlo?

—Hay cosas que tú ignoras, aunque estén delante de tu cara —respondió seco.

—¿Me estás diciendo pendeja? —Rodó los ojos por enésima ocasión.
—No pongas palabras en mi boca, niña —aseveró—, solo cuestiónate una cosa —me miró
con intensidad—: ¿le confiarías tu vida y la de tu familia a él?

Callé, incapaz de responder de inmediato. Enzo no me provocaba la más mínima


sensación de seguridad y confianza, no al menos hasta ese punto.

—Ahí tienes la respuesta, Lexi.

[***]

Dexter

Me tomó mucho de mi autocontrol para no demostrarle a Alexa cuanto me gustaba.

Sí, no lo ocultaba, ni me lo negaba a mí mismo. Alexa me gustaba, lo cual era normal, la


joven poseía un atractivo difícil de pasar desapercibido, pero nunca la miraría con ganas
de follármela. Solo era un gusto… normal. Un gusto del cual ella debía mantenerse
ignorante, el darle señales sería dar pie a que continuara con su coquetería y lo que
menos quería ahora era verme involucrado con la única hija de un narcotraficante
mexicano. Vamos, que sí, continuaba buscando la muerte, mas no una donde me
descuartizaran antes de poder morir.

—Me das confianza —comentó Maia de la nada—, lo que no cualquiera provoca en mí.

Continuamos caminando por la bodega, atentos a la gente que empaquetaba la


mercancía, era más de medio día, unos minutos más y tomaríamos un descanso para la
comida.

—No sé qué debo decir respecto a eso —murmuré. No la miraba, su pequeña figura me
acompañaba haciendo un contraste extraño.

—Nada, Dexter —simplificó—, me alegra que hayas llegado a esta casa, mi esposo parece
sentirse igual que yo con respecto a ti.

—Me quedó claro ayer —coincidí. Detuvo sus pasos y me encaró.

—Espero no equivocarme contigo.

—Créeme, Maia, no lo harás. La traición es algo que no conocerán de mi parte.

Asintió satisfecha con mi respuesta. Enseguida nos retiramos hacia el interior de la


hacienda, al llegar al comedor, la mesa ya se encontraba servida. No se veía a Alejandro
por ningún lado.

Mi móvil vibró dentro de mis pantalones, podía hacerme una idea de quien era, lo saqué
del bolsillo y vi el nombre de mi hermano. Exhalé hondo.

—¿Qué sucede, Dixon? —Se escuchaba agitado.

—¿Cómo debo pedirle que se case conmigo? —Preguntó deprisa— No tengo ni puta idea
de cómo hacerlo especial, carajo.
—¿De qué demonios me hablas? ¿Vas a pedirle matrimonio a Holly?

—¡¿A quién más, idiota?! —Exclamó exasperado— Pero no puede ser una propuesta sosa,
tú eres un ñoño romántico, debes tener una idea. —Pellizqué el puente de mi nariz.

—Dixon, no es tan difícil, amas a Holly, sabes lo que le gusta.

—Follar y hacer pasteles de chocolate para mí —murmuró. Me golpeé la frente.

—Eres un idiota.

—Sí, sí, eso ya lo sé, dame una puta idea, algo que me sirva.

—Puedes hacerlo en su lugar favorito, con las cosas que ella ame y no, imbécil, no me
refiero a ti.

—No necesitabas especificar.

—Contigo ya no se sabe —espeté. Vi a Medina entrar al comedor—. Debo colgar, confío


en que podrás arreglártelas.

—Sí, como sea. Por cierto, ¿cuándo podrás venir?

—No lo sé, bien podrías hacerlo tú y traer a Holly. —Chasqueó la lengua.

—Los mexicanos no me generan confianza, es duelo de machos y hembras si nos


encontramos Medina, Robledo y yo.

—No necesariamente debe ser así.

—En fin, me lo pensaré. Hablamos luego.

—De nada —mascullé.

—No me jodas. —Sin decir más, colgó.

Negué y tomé asiento en el comedor.

—¿Tu hermano? —Inquirió Medina.

—Sí, está próximo a casarse. —Sonrió y miró a su esposa.

—Otro más que busca ponerse una soga al cuello —bufoneó. Maia lo observó y Medina
solo le guiñó un ojo.

De pronto, uno de sus hombres ingresó al comedor, arma en mano y con el rostro
desesperado. Alejandro no dudó en levantarse al verlo.

—Patrón, vimos a la gente del rio en los limites de la hacienda —comunicó—, los
seguimos, pero no los alcanzamos, reportamos a los vigías para que estén al pendiente.

—¿En qué parte estaban?


—Pasando el rio —respondió.

Medina cogió el arma que yacía a un lado de su plato, Maia hizo lo mismo. Cuando estuve
a punto de levantarme, Medina me miró.

—Quédate aquí, pendiente, Russo, te confío la vida de mi hija.

No me permitió responderle, ambos salieron y estuve solo en aquella estancia con una
mesa repleta de comida.

—Señor, ¿quiere que le sirva? —Me abordó una de las empleadas.

—¿La señorita Alexa ya ha comido?

—No, apenas le llevarán su comida.

—Entonces sube mi comida también, comeré con ella.

Se retiró y me dirigí a la habitación de Alexa, por las ventanas a la vista pude distinguir el
movimiento de los sicarios, corrían de un lado a otro. Llegaba a preocuparme, mas no
tenía miedo, cuando aprendes a aceptar que la muerte va a encontrarte tarde o
temprano, dejas de temerle y comienzas a respetarla.

No golpeé la puerta antes de entrar y al abrirla encontré a Enzo comiéndole la boca a


Alexa sin la menor vergüenza. Se separaron de inmediato al verme, fui incapaz de
disimular mi mala cara. Enzo no me agradaba en lo absoluto, pero eso ya estaba de más el
mencionarlo.

—¿No te enseñaron a tocar? —Increpó el policía idiota.

—Lárgate de aquí, tienes trabajo que hacer —espeté en tono filoso.

—Tú no eres nadie para darme ordenes, güerito —masculló en tono despectivo.

—Tienes razón, creo que debería decírselo a Medina, veamos qué piensa de que tú estés
en la habitación de su hija, besándola —reté. Se incorporó y en segundos lo tuve
enfrentándome.

—Dex, no peleen, puedo con los dos —intervino Alexa, trataba de calmar los ánimos entre
los dos.

—Cierra la boca, Alexa —escupió molesto.

—Cuida tu manera de hablarle —siseé. Solo quería un pretexto, uno solo para romperle la
cara.

—¿Qué? ¿Te gusta? Estás celoso, ¿no? —Me dio un leve empujón con la mano— Quieres
metértele por los ojos.

—Preferiría que fuera por otra parte —susurró Alexa. Ambos la miramos—. ¿Qué? Bueno
pues, solo decía, par de locos, trato de hacer que no se maten.
—No me ensuciaría las manos con basura como él —decretó Enzo.

—Tú no, pero yo no tengo problema. No sería la primera vez que me deshago de la mierda
inservible.

—Mira, cabrón hijo de perra…

—Lárgate, policía —interrumpí—, hazlo antes de que acabes con mi puño marcado en tu
cara.

—¡A mí no me vas a estar amenazando! —Alzó la voz y me dio otro empujón.

—No era una amenaza —dije, le atiné un golpe en la mandíbula que lo mandó al suelo—,
era una certeza.

Alexa intentó incorporarse, asombrada por lo que yo acababa de hacer, pero bastó una
mirada para que permaneciera en su sitio.

—Esto me lo vas a pagar con sangre —siseó irascible, tocaba su mandíbula. Se puso de
pie.

—Lárgate, no lo repetiré de nuevo.

Salió de la habitación dando un portazo. No fue capaz de meter las manos. No era por
alardear, pero sabía pelear y un idiota como ese no iba a intimidarme en lo más mínimo.
Sí, se trataba de un policía entrenado y capacitado para peleas, sin embargo, yo me hallé
en el presidio y ahí me enfrenté a tipos peores que él en todos los sentidos.

—Vaya, muchachote, si no fuera porque me dijiste que no te gusto, creería que estás
celoso —comentó Alexa. No se mostraba afectada en lo más mínimo.

—El tipo no me agrada —encogí mis hombros—, y tampoco me gusta como te habla. —
Puso los ojos en blanco.

—Lo estoy dejando ser —excusó—. Yo sé cuando pongo un alto —palmeó un lugar en su
lado—, ¿sucedió algo?

—Los del rio estuvieron merodeando por aquí, tus padres fueron a hacerse cargo, me
dejaron cuidándote. —La sorpresa fue evidente en su cara, era como si no lo pudiera
creer.

—¿Me estás choreando? —Inquirió.

—¿Qué? —Sonrió.

—Que si estás bromeando o algo por el estilo.

—Alexa, no soy el tipo de hombre que hace bromas.

—Sí las haces —afirmó.


Tomé asiento a su lado. Llevaba el cabello trenzado y hasta ese momento reparé en el
colgante que usaba, se trataba de un dije redondo, parecía de plata, tenía letras y formas
extrañas.

—Es la medalla de San Benito —explicó al ver que la miraba—, te protege de todo mal.

—¿Es un… santo? Disculpa mi ignorancia, no sé mucho de eso.

—Mira, abre ese cajón y pásame la cajita negra que hay ahí —señaló el cajón al lado de
mí.

Lo abrí y tal como dijo, ahí estaba la cajita, la tomé y se la di. Ella la abrió y cogió otra
medalla igual a la que llevaba colgando de su cuello.

—Está bendecida, úsala, te va a cuidar —susurró.

La puso en mis manos y la acaricié entre mis dedos.

—Gracias —susurré. Deposité un beso en su frente—. Hasta esto tratas de devolverme.

—¿Qué cosa?

—La fe, Alexa.


Capítulo 10
Alexa

Dos semanas y el dolor se presentaba de vez en cuando, dolía, mas no como la primera
vez. Me retiraron los puntos y mi movilidad mejoró bastante, sin embargo, mi papá y
Dexter no dejaban de vigilarme y exagerar con respecto a mi recuperación, lo cual ya me
tenía cansada, mas nada podía hacer.

El tiempo libre que me dejó la herida lo utilizaba para practicar mi tiro, no había mucho
por mejorar, mas no estaba de más que continuara entrenando mientras imaginaba que
se trataba de las cabezas de los del Rio. Esos perros.

—¿No deberías seguir descansando? —Inquirió Enzo. Lo observé de soslayo.

—Estoy hasta la madre de estar encerrada —quité el cargador, metí otro, descargué las
balas y entonces lo miré—, sabes que lo mío es la acción.

Eliminó la distancia que nos separaba, sus dedos viajaron a los mechones sueltos de mi
cabello. De un tiempo para acá lo estuve evitando y hasta agradecí la herida para así no
tener que follar con él. Para su desgracia, comenzaba a aburrirme de su cercanía.
Desapareció la adrenalina y la sensación de peligro que significaba estar cerca de él.
Pronto le pondría un alto y terminaríamos definitivamente, aunque eso me costara
problemas. Sin duda, Enzo no se quedaría cruzado de brazos, pero no podía seguir con
alguien con quien ya no estaba cómoda.

—No sabes cuanto deseo cogerte. —Lancé un suspiro rebosante de aburrimiento.

—Yo no, tengo asuntos más importantes en los cuales ocuparme como para pensar en
abrirte las piernas.

Mi respuesta lo tomó por sorpresa, no lo culpaba, por lo regular siempre ponía el sexo
como prioridad, pero hoy solo tenía unas ganas inmensas de vengarme de esos hijos de
puta que osaron ponerme un dedo encima y no descansaría hasta verlos muertos.

—¿Desde cuándo tus prioridades cambiaron? —Increpó.

—Desde que me dispararon, Enzo.

Pasé por su lado y avancé hacia la hacienda, me encontraba cerca del rio, ahora más que
nunca mantenían vigilado que no hubiera más de esos cabrones jugándole al valiente y
metiendo sus narices donde no debían.

—Alexa —agarró mi brazo—, dime las cosas a la cara, deja de tratarme como un pendejo.

—Qué huevos tienes para ponerme las manos encima siendo consciente de que…

—¿De qué? ¿De que tu papá me las puede cortar?

—No, Enzo, yo solita puedo cortártelas, de eso no te quede duda.


Me solté de su agarre y continué mi camino, él siguió detrás de mí sin dar su brazo a
torcer y eso es lo que me jodía: un hombre insistente. Odiaba que me hostigaran y
quisieran estar sobre mí todo el tiempo, el exceso de atención llegaba a asfixiarme, la
chispa con Enzo se perdió y apenas pude darme cuenta de ello.

—¿Qué es lo que nos pasa, Alexa? —Preguntó, calmándose. El tono de su voz cambió por
completo.

Rendida, lo enfrenté. Después de todo merecíamos esta charla, pasamos buenos


momentos, eso no podía negárselo, pero ya no habría más.

—No lo sé, Enzo —fui franca—, ya no siento lo mismo por ti.

—Es por…

—No, no es por Dexter —decreté deprisa—, es algo mío, algo nuestro.

—Dime cómo puedo repararlo. —Suspiré.

—No siempre lo que se quiebra puede repararse otra vez. Y si se hace, no será igual.

Lo tuve más cerca, con tristeza reparé en que ya ni siquiera me incitaba a besarlo. Él no
había cambiado, seguía siendo el hombre atractivo que llamó mi atención, pero hoy no
sentí más la atracción.

—¿Estás terminándome? ¿Es lo que quieres darme a entender?

—No quiero que te sigas enamorando de mí.

—¿Y por qué me niegas la oportunidad de enamorarte? —Cuestionó desesperado.

—Porque yo no soy de las que se enamoran —respondí mirándolo a los ojos—, y eso
siempre te lo advertí, no es mi culpa que te hayas enamorado de mí.

Nos quedamos callados, ninguno apartaba la mirada del otro. Había sufrimiento en su
mirar y era lo menos que quería causarle. Lo quería mucho, mas ese cariño no se
transformaría en amor.

—Estás terminando conmigo —dijo serio. Tragué saliva.

—Sí, Enzo. Se acabó.

Asintió muy despacio, acunó mi nuca con la mano y mantuvo nuestros rostros unidos,
percibía su aliento y también la ira que emanaba por cada poro de su piel. Una sensación
gélida me atravesó el estómago al contemplar la oscuridad de sus ojos que hasta hace
unos momentos me miraban con amor.

—Te lo prometo —siseó entre dientes.

—¿Qué?
Desprendió la mano de mi cuerpo y se alejó de mí sin pronunciar más palabras. Permanecí
un instante de pie, analizaba esa promesa que no tenía la menor idea de que iba, aunque
seguro no se trataba de nada bueno.

Sin darle tantas vueltas decidí retomar mi camino. Metros más adelante encontré a Dexter
hablando con mi papá, este último se dejaba ver más desde mi atentado, se juntaba
mucho con Dex y eso no me agradaba. Él me gustaba bastante y al parecer jamás se me
haría tener algo, mucho menos si ahora ellos parecían mejores amigos, Dex era un
hombre leal y respetuoso, no posaría los ojos en mí jamás. Maldita sea.

—¿Qué tal te fue con los tiros? —Preguntó papá.

—Lo normal —bostecé—, ¿alguna novedad?

Dex ni siquiera me dirigió una mirada, su atención se la llevaba el campo. Claro, porque la
maleza parecía ser más interesante que yo.

—Ninguna —simplificó.

—No sé por qué tengo el presentimiento de que me estás mintiendo. —Me miró fijo.

—Si lo hago o no, no lo sabrás. Ahora ve a comer, tu madre te espera.

—Papá…

—Obedece —aseveró.

No me quedó más que obedecer. Al ingresar al comedor mi mamá ya estaba sentada,


sonrió e indicó que tomara asiento a su lado. Mi lugar solía ser a la izquierda de papá.

—¿Cómo te sientes, hija? —Preguntó con calma.

—Estoy bien, mamá, solo fue un disparo —minimicé el asunto. Negó.

—Uno que pudo haberte quitado la vida, Alexa —recordó seria—, tu padre y yo hemos
estado hablando…

—No —interrumpí—, ni siquiera pienses en decirme que me retire de lo ilícito.

—No se trata de eso, Alexa, permíteme terminar —pidió. Sus manos viajaron a las mías—.
No más salir de la hacienda —prosiguió—, harás mi trabajo con Dexter.

La mención de Dexter provocó cierto cosquilleo en mi estomago que me decidí ignorar.

—¿Qué? ¿Van a dejarme encerrada permanentemente? —Inquirí incrédula. Por supuesto,


eso es lo que harían.

—No queremos exponerte más, aquí estás a salvo. Dexter va a estar contigo a cada
instante.

—¿Ahora lo pondrán como mi niñero?


—Guardaespaldas me gusta más —mencionó el aludido.

Me incorporé de la silla, Dexter entraba en compañía de mi papá.

—¿Es en serio? —Inquirí hacia mi papá. Caminó sin prisa directamente a su silla.

—Muy en serio, Alexa. Desde ahora en adelante, Russo estará a cargo de ti, trabajarán a la
par y saldrán solo cuando sea necesario. Tanto él como García, van a cuidarte.

—¿Y lo qué hablamos en mi habitación dónde queda? —Increpé tosca. La idea de estar
con Dex todo el tiempo no era la que me desagradaba, sino lo que pensaban hacer
conmigo— Yo no necesito que nadie me cuide, yo me sé cuidar sola, papá —aseveré
tajante.

—Estoy plenamente consciente de eso —tomó asiento—, esto es temporal, Alexa.

—¿Temporal? Si cada vez que un contrario amenace mi vida debo quedarme en casa,
entonces no asomaría las narices, ¡nunca!

—No levantes la voz y para de rechistar, aquí se hace lo que yo ordeno como yo lo ordeno
—espetó más serio de lo normal—. Mis ordenes se acatan, no se discuten, ¿quedó claro?

—No —siseé deprisa. Mis manos azotaron la madera, mis ojos lo atravesaban filosos—.
Soy mayor de edad y ya estoy cansada de que me trates como una escuincla. ¿No te das
cuenta del mundo en el que vivimos?

—Porque me doy cuenta es por lo que he decidido que te quedarás en casa.

—Pues no —me crucé de brazos—, no lo haré y hazle como quieras. Tengo los pantalones
bien puestos, yo no me amedrento, sinceramente no puedo creer que unos pendejos te
hagan trastabillar… a ti.

Enseguida se paró de la silla. Su altura llegaba a intimidarme, mas no lo demostré. Mamá y


Dexter se mantenían a raya, sin embargo, mamá no demoró en sujetarme del brazo, un
gesto que me pedía calma.

—No voy a ponerme a discutir contigo, cállate y siéntate a comer.

—Se me quitó el hambre —mascullé.

—Siéntate.

—No quiero.

—¡Que te sientes!

—¡No!

Mamá lo tomó de la muñeca antes de que su mano azotara mi mejilla. La escena ocurrió
muy rápido, apenas fui consciente de las intenciones de mi papá. Si no fuera por mi
mamá, habría recibido el golpe.
—Te lo advertí una vez y no jugaba —dijo entre dientes—, no le vas a poner una mano
encima a mi hija, Alejandro.

Se soltó brusco de su agarre, no me miró, no miró a nadie. Dio media vuelta y abandonó la
estancia. Yo no podía moverme, me encontraba en shock.

Era la segunda ocasión que él me levantaba la mano. Era mi papá, ¿por qué lo hacía? A
mamá nunca le levantó la mano, al menos nunca me di cuenta de ello, ¿por qué conmigo
sí? ¿Con qué derecho?

—Alexa… —Miré a mi madre.

—¿Por qué, mamá? —Musité aun anonadada.

No esperé su respuesta, subí a mi habitación sin ser capaz de mirar a Dexter. Me moría de
la vergüenza y la ira, por más que intentaba llevar las cosas bien con mi papá, nuestros
caracteres siempre chocaban. A él le gustaba ordenar y a mí no me gustaba obedecer. Era
imposible que nos lleváramos bien, de una u otra forma terminábamos gritándonos.

Y yo deseaba, deseaba con todas mis fuerzas que mi papá fuera diferente. Me morí de
envidia cuando conocía a Sasha y vi lo mucho que amaba a su hija, cuanto la protegía sin
imponerle nada, cuanto amor le pregonaba sin sentirse avergonzado por ello. Ese mafioso
ruso era capaz de demostrar cuanto amaba a su hija, ¿por qué papá no podía?

Cansada, me tiré encima del colchón. La herida pasó a segundo plano. Mi mirada se clavó
en el techo mientras reprimía las ganas de llorar. No iba a llorar.

—¿Estás bien? —Preguntó desde la puerta. Atisbé su figura alta, mas no lo observé.

—Solo estábamos hablando, ¿por qué terminamos peleando?

—Ambos son iguales.

Cerró la puerta y se acostó a mi lado. Miraba al techo al igual que yo.

—Trata de entenderlo, Alexa, busca protegerte, se preocupa por ti, no mantenerte


encadenada.

—Tus papás, ¿te trataban así? —Averigüé. Volví el rostro hacia él.

—No, mis padres me dieron la mejor infancia que cualquier niño haya deseado. Estuve
rodeado de amor, fui muy feliz y luego de pronto la vida decidió cobrarme cada sonrisa,
con la vida de Darla —suspiró y cerró brevemente los ojos—, el punto es que, no juzgues
las decisiones de tus padres, sí, sé que Medina puede ser un poco exagerado.

—¿Un poco? —Sonrió.

—Bueno, bastante, pero no es tu enemigo, Alexa. Te ama.

—Jamás he dudado de su amor, solo… quisiera que él fuese distinto.


Deslizó el brazo por debajo de mi cabeza y me atrajo a su cuerpo, el gesto fue inesperado,
sin incomodidad, el aroma de su piel me hizo suspirar y no disimulé en lo absoluto mi
gusto por su olor. Me acurruqué y obvié el ligero ardor en mi costado.

—No sé cómo puedo ayudarte, aconsejarte puede ser un arma de doble filo cuando se
trata de ti.

—¿Por qué lo dices? —Indagué. Apretó los dedos a mi carne.

—No quiero darte un mal consejo y termines con una relación peor con tu padre.

—No es tan malo, solo odio cuando se pone en plan mandón —murmuré cansada.

—Es su papel como padre, Lexi.

Mis labios dibujaron una sonrisa cuando me llamó así.

—Me gusta cuando me dices Lexi —confesé en voz mortecina. Su pecho se agitó un poco.

—¿Por qué?

Guardé silencio un par de segundos que se convirtieron en minutos. Sostuve su mirada


cuando se encontró con la mía.

—Porque siento que me quieres.

Esta vez me regaló una sonrisa genuina. Dos hoyuelos se marcaban en sus mejillas, muy
parecidos a los míos.

—Quizá lo hago.

—Quizá te crea —dije risueña.

—Quizá deberías. —Exhalé hondo y deposite un beso en su mejilla.

—Ahora un quizá se ha convertido en un te quiero —comenté entre sonrisas cómplices.

—Nuestro te quiero…

—Sí, Dex… nuestro quizá.


Capítulo 11
Dexter

Si ver a Medina torturar a un sujeto resultaba espeluznante, ver a Maia era peor. La joven
mujer era sádica y decidida, no titubeaba, no se amedrentaba ante el dolor de su víctima.
Cortaba, golpeaba, torturaba sin miramientos. Tanto ella como su esposo tenían la sangre
fría. Comprendía por qué nadie se metía con ellos e ignoraba por qué los del Rio eran tan
idiotas para lastimarles a su única hija.

—¡¿Dónde está, cabrón?! —Demandó saber Maia antes de dejar caer el filo de un hacha
contra su pierna, la otra yacía en el suelo, completamente desprendida del cuerpo.

—¡No sé! Se lo juro que no sé —respondió a duras penas. Perdió mucha sangre, pero se
encargaron de curarle la herida para poder seguir torturándolo.

—Tienes muchas partes que cortar antes de que te cargue la chingada, cabrón —amenazó
Maia—, y si ni así me dices nada, voy a ir por tu familia, ¿comprendes? Se metieron con mi
hija —le dio una bofetada—, si ustedes no respetaron, yo tampoco lo haré.

La mención de su familia lo hizo titubear. Esta vez sí vi miedo en sus ojos.

—Guadalajara —susurró—, él se esconde ahí, tiene… tiene una casa de seguridad.

—Me vas a dar la ubicación exacta, imbécil, pudiste ahorrarme todo este desmadre —
siseó Maia—. Miguel, anota la dirección. Luego mátenlo.

—Sí, señora.

Maia me indicó que saliera con ella, sus manos iban manchadas de sangre, a decir verdad,
casi todo su cuerpo lo estaba.

—Es posible que nos vayamos a Guadalajara si lo que dijo ese pendejo es verdad —
comentó con calma, me sorprendía su temple—, Alejandro quiere ir por el jefe del cartel,
quiere hacerlo él personalmente.

—¿Sí?

—¿Puedo confiarte a mi hija, Dexter? —Me miró fijamente— Ella es lo que más amo en
esta vida, necesito estar segura de que la mantendrás a salvo. Mi padre y hermano no
pueden estar aquí, ellos se encargan de cuidar los extremos de la ciudad para evitar la
entrada de esa gente.

—Entonces necesitas que sea yo quien se quede a su cuidado.

—Sí. ¿Podrías…?

—Lo haré, Maia. La cuidaré.

—No me lo tomes a mal —caminábamos hacia la casa—, pero no me siento feliz y


tranquila de dejarla a tu cargo.
—Sientes que solo tú podrás mantenerla a salvo. —Sonrió de lado.

—Así es. Sin embargo, no puedo dejar que Alejandro vaya solo, mucho menos que sea
Alexa quien lo acompañe, esto es una deuda que nosotros como sus padres, debemos
cobrar.

—Puedes confiar en mí, Maia, la cuidaré.

—Gracias. Ahora me daré un baño, Alexa debe estar en la bodega.

Asentí y la vi entrar. Sin prisas me dirigí a la bodega y tal y como dijo Maia, Alexa se
hallaba dentro, vigilaba la mercancía. Nadie le cuestionaba nada, nadie la miraba, nadie le
dirigía la palabra. No sabía si se trataba de miedo o respeto, quizá podrían ser ambos.

—Hola, muchachote —saludó.

—¿Todo bien? —Averigüé.

—Todo bien, todo perfecto, y más porque llegaste —me lanzó un beso—, ruso precioso.

—Pierdo mi tiempo contigo —murmuré, disimulando una sonrisa—, no dejarás de


hacerlo.

Se acercó y me propinó un puñetazo en el brazo a modo de saludo.

—Resígnate, vida.

—Es acoso, ¿sabes? —Rio.

—Denúnciame —se mofó.

—No te gano una —le seguí el juego. Me gustaba cuando bromeaba conmigo.

—Si la llevas puesta —susurró, el cambio de tema fue repentino, sus ojos miraban la
cadena que colgaba de mi cuello.

—Tú me la regalaste, la llevaré conmigo —tomé el dije entre los dedos—, aunque dices
que me va a librar de todo mal y no veo que me libre de ti.

—¡Oye! —Me golpeó en el pecho. Esta vez no oculté mi sonrisa.

Ella se me quedó mirando ensimismada en mi manera de reír, había cierta ilusión en sus
ojos negros.

—Es una sonrisa genuina la que veo en tus labios.

—Suelen serlo cuando se trata de ti.

Pude arrepentirme de haberle dicho eso, pero no fue así. No había motivos para ocultarle
que me hacia feliz, a veces las personas se sienten bien tan solo con ayudar a otra a
sonreír y sabía cuanto se esforzaba Alexa por hacer eso conmigo. Quería enseñarle que su
presencia aquí era requerida, aunque no de la forma en la que ella quisiera.
—Me hiciste el día, muchachote —dijo sonriente—. ¿Me tienes novedades?

—Sí —contesté, controlé mi risa—, tus padres van a salir a Guadalajara.

—¿Es neta? —Inquirió. La miré confuso— Que si es verdad.

—Oh, sí.

—Eso quiere decir que tú…

—Me quedaré a tu cuidado.

—Como mi niñero. —Soltó un bufido.

—Ellos no quieren que vayas, te quedarás conmigo. —Esbozó media sonrisa.

—Sí, tómame, soy tuya —dijo, guiñándome un ojo.

—Cuidado con lo que dices —murmuré serio. La sonrisa se borró de sus labios al ver la
seriedad de mi rostro—. No sabes quién puede tomarse en serio tus palabras, Lexi.

[***]

Alexa

La cicatriz en mi abdomen no quedó tan mal. La bala que me atravesó no era expansiva,
gracias a eso seguía con vida.

Ya podía moverme con mayor libertad, no dolía como al inicio. Poco a poco me recuperé y
volvía a mi rutina, pese a que, la hayan cambiado, al menos tenía a Dex cerca de mí. Papá
y mamá me mantenían lejos de la acción, qué ilusa fui al creer que papá me permitiría ir
con él a darles caza, su necesidad de mantenerme a salvo era más fuerte que mis deseos
de venganza.

No podía decir que me quedaría frustrada, los conocía y estaba consciente de lo que les
harían a los responsables, incluso así, quería participar, quería matarlos por lo que me
hicieron. Seguro me quedaría con las ganas.

Mi móvil timbró y no dudé en responder cuando vi su nombre en la pantalla.

—¡Dasha! —Saludé entusiasta.

—Hola, Alexa.

—Por Dios, mujer, me tenías en el abandono, no me dabas línea —comenté, sentándome


en la cama.

—Lo siento —susurró.

—¿Estás bien? —Inquirí preocupada, se oía apagada, triste.

—Estoy embarazada otra vez, Alexa —soltó sin más—, y tengo miedo.
—Oye, tranquila. Sé por qué temes, pero él te apoya, ¿no? ¿O no quieres… tenerlo? —
Bajé la voz. El aborto no era un tema que me gustaba tocar, no cuando mamá sufrió de
uno.

Fue difícil ver a Dasha pasar por esa situación sola. Acababa de perder al amor de su vida y
luego también a su bebé. Brevemente me recordó a Dexter. Las situaciones eran similares
y al mismo tiempo, lejos de parecerse.

—No lo sé —se sinceró—, necesito a mi papá.

Oírla decir eso me apachurró el corazón. Ella sabía que contaba con su papá cuando las
cosas estuvieran mal, ella podía acudir a él y yo… yo no podía hablarle al mío de nada sin
que estuviéramos gritándonos.

—Pensé que ya lo sabía.

—Salimos mañana a Nueva York, necesito verlo y decirle esto, lo necesito.

—Ojalá pudiera acompañarte —susurré.

—Deberías venir.

—Papá no me dejaría. Ya sabes como es.

—¿Sigues teniendo problemas con él?

—Toda la vida, muñeca —me dejé caer de espaldas con la vista al cielo—, me gustaría ir a
Nueva York, ¿es bonito?

—Sí, Francia también lo es, si quieres puedo decirle a papá que convenza al tuyo. —
Sonreí.

—Esa sería una buena idea.

—Lo será, ahora debo irme, estaré llamándote más seguido, si necesitas de mí, llámame.

—¡No me contestas! —Rio.

—No podía, requería tiempo a solas, pero sabes que estoy para ti, Ali —suspiré—, te
quiero.

—Y yo a ti, Dasha.

Finalicé la llamada y oí unos golpes en mi puerta, posteriormente mi papá entró en


compañía de mamá. Cerraron y no me quedó más que sentarme otra vez. Ambos me
miraban de pie, sentía que iban a regañarme o algo por el estilo.

—Supongo que Dexter te dijo que nos iremos —habló mamá.

—¿Cuándo? —Pregunté.
—Ya mismo —respondió rápido—. Te quedarás a su cuidado —continuó papá—, lo
obedecerás, sin berrinches.

—Yo no hago berrinches —rodé los ojos—, ¿cuándo volverán?

—No lo sabemos, esperamos que sea pronto. No queremos dejarte tanto tiempo sola —
dijo mamá.

—Estaré bien, lo prometo… ustedes cuídense, esos son territorios peligrosos —murmuré.
Aunque no lo pareciera, sí me preocupaban.

Papá se sentó a mi lado derecho y mamá al izquierdo, entonces ambos me abrazaron y no


supe cómo actuar, nuevamente me sentí incomoda y no solo eso, sino que, tuve la
sensación de que estaban despidiéndose de mí, mas no porque fueran a viajar. Pensar así
me aterró muchísimo y quise pedirles que no se marcharan.

—Lo haremos.

—Te amo, Ali —susurró papá—, lamento haberte levantado la mano, te doy mi palabra
que no volverá a pasar. —Besó mi frente y cerré los ojos.

—También te amo, papá, los amo a los dos.

Nos quedamos abrazados en silencio, por primera vez estuve entre los brazos de mis
padres siendo reconfortada por ellos y a la vez, dándoles la misma sensación de alivio.
Cuando menos lo esperé, ellos ya se habían ido, dejándome sola en casa.

Quise acompañarlos, pero las palabras quedaron atoradas en mi garganta. Para no pensar
en su ausencia, escuché música, recogí mi cuarto, ocupé mi mente hasta entrada la noche.
Ni siquiera tuve apetito cuando me llamaron a cenar, a lo que supe, Dexter tampoco quiso
cenar, se encontraba encerrado en su habitación y como la curiosa que soy, no dudé en ir
en su busca.

—¿Todo en orden, García? —Pregunté al verlo.

Rondaba por toda la hacienda, aunque ese no fuera su trabajo, él procuraba seguirme a
todas partes. Luego de lo ocurrido, papá le dio un regaño que hasta yo sentí.

—Todo en orden, niña Alexa. Los vigías están en sus puestos y tengo tres anillos de
seguridad en la hacienda, antes de que puedan acercarse, lo sabremos.

—Gracias —musité—, cualquier cosa, avísame.

Asintió y continuó con su caminata nocturna. Sin mi papá en la hacienda, todos se ponían
tensos, a pesar de que eran ellos quienes lo cuidaban, de alguna forma el estar cerca de él
los hacia sentir protegidos, y sabía que era así porque yo misma experimentaba tal
sensación.

Al arribar a la habitación de Dex, golpeé la puerta dos veces sin obtener respuesta.

—¿Muchachote? —Lo llamé. Esperé un segundo y no respondió.


Decidida, entré. La puerta no tenía seguro. Creí que lo encontraría bañándose, pero a
diferencia de eso, lo encontré de pie en el balcón con botella en mano. Era whisky. Me
miró y volvió el rostro hacia la noche, le dio un trago a la botella y siguió ignorándome.

—Se supone que debes estar en tus cinco sentidos, estás cuidándome —reñí en modo de
broma. Dexter no me siguió el juego, miraba la oscuridad con aire distraído, ausente.

—Puedo cuidarte perfectamente, niña.

—No si estás borracho.

—Sobrio o ebrio, no permitiría que nada te sucediera.

Dubitativa eliminé la distancia que nos separaba. Me postré delante de él, su mirada se
hallaba vidriosa, lo cual me hacía saber que había bebido bastante. Lo reafirmó la botella
vacía que yacía en el suelo.

—¿Por qué bebes? ¿Está todo bien? —Atreví a indagar.

—Hoy se cumple un mes más que ella murió —respondió en voz mortecina—. La extraño,
la extraño mucho.

Agachó la mirada y vislumbré las lagrimas rodando por sus mejillas. Dos simples gotas de
agua cristalina que terminaron en el suelo.

—Duele amar a quien ya no está contigo.

—No sé que decirte —me sinceré—, no sé qué puedo hacer para ayudarte.

Estiró el brazo sin alzar la vista, ofreció su mano y enseguida la acepté. Dexter me abrazó,
mi pecho se unió al suyo, mi cara cerca de su corazón. Recibí un beso en mi frente.

—Haces mucho, Lexi —confesó—, me haces sonreír, niña.

—Y tú a mí —dije franca—. ¿Por qué no me permites entrar?

—Porque mereces más que un amor a medias. Yo jamás podré dejar de amar a Darla,
sería injusto para ti o cualquiera competir contra alguien que ya no existe.

—Jamás buscaría competir con ella. Siempre estará presente en tu vida, pero de ti
depende si su recuerdo te duela o te haga feliz.

Alcé la mirada para verlo a los ojos.

—Solo quieres que te abra las piernas —aseguró.

—Y también que me abras tu corazón. —Chasqueó la lengua y dio otro trago.

—Quieres sexo.

—Te quiero a ti. Podría quedarme contigo, lo juro. —Casi sonrió.


—No me vas a convencer.

—Soy muy insistente.

—Y yo muy decidido.

Bajó la mirada y acunó mi mejilla con la mano, su pulgar se deslizó a través de mi labio
inferior, de un lado a otro, una y otra vez.

—Lexi.

—¿Qué?

—Quiero besarte.

No tuvo que pedirlo. Me coloqué de puntillas y le robé un beso rápido, muy fugaz que ni
siquiera pude sentirlo por completo.

—Ahí tienes, muchachote.

Sonrió y sacudió la cabeza de un lado a otro.

—Soy contradictorio, pero puedo culpar al alcohol.

No entendí por algunos segundos lo que dijo, hasta que me abrazó con bastante fuerza
mientras empujaba su boca contra la mía. Apretó nuestros labios, se unieron sin ser
forzados, estos encajaron tan bien, que me sorprendió.

Mis labios buscaron guiarse con los suyos y entre la soledad de aquella noche fría, por
primera vez sentí que pertenecía a un lugar.
Capítulo 12
Alexa

No quería parar de sentir sus labios. El sabor del whisky y su saliva se convirtió en una
mezcla explosiva que detonó una excitación dentro de mí, mas no solo eso, sino que
aceleró mi corazón de una forma nueva, como nadie lo logró hacer.

Aferré las manos a su cara, él rodeó con firmeza mi cuerpo, quedé atrapada en su
musculatura, presa de los besos que daba con pasión a mi boca. El calor comenzó a
sofocarme, la piel ardía y yo no podía parar. Acudía a su necesidad, no dudé en responder
al llamado desesperado de sus labios, consciente de que ahora no era él mismo, pero
resignada a aprovechar la oportunidad de sentirlo de otra manera, aunque se tratara de
esta.

Entregué mis mejores caricias, brindé cada emoción a través de cada roce. Estuve excitada
y totalmente seducida por la manera en que me besaba. Era demandante, dominaba,
brusco y cuidadoso, mordía y lamía las heridas, golpeaba y acariciaba con la misma
vehemencia.

—Alexa —pronunció mi nombre como una plegaría.

—¿Qué sucede, Dex?

—Vete, Alexa, por favor vete —suplicó. Sus brazos se negaban a deprenderse de mi
cuerpo—, aléjate de mí.

—¿Cómo puedo hacerlo si no me sueltas? —Musité trémula. No paraba de besarme y por


más que quisiera alejarme, no podía moverme en dirección contraria a él.

—Pídeme que te deje ir —imploró desesperado. Su boca exigía alejarme, pero sus ojos
gritaban que siguiera besándolo—, pídeme que deje de besarte, dime que no quieres que
te toque.

—Nunca he sido una mentirosa.

Dicho esto, mi boca atacó la suya de nueva cuenta. La botella acabó en el suelo y mis
piernas alrededor de su cadera. Dexter me agarró para no dejarme caer y con cuidado me
llevó hasta la cama. Mi espalda tocó el colchón, su cuerpo encima del mío, separó mis
piernas con la rodilla y continuó besándome mientras desplazaba las manos por ellas
hasta mis senos y repetía el proceso.

Yo ya no podía razonar, dejé de hacerlo cuando me besó. Estaba ensimismada en lo que


sentía, me hallaba muy excitada. Sentirlo plenamente se convirtió en una obsesión para
mí. No paré de tocarle los brazos, estos se contraían por la fuerza que empleaba para no
dejar caer su peso sobre mi figura.

—Soy capaz de destruirte, niña —susurró al tiempo que rompía los botones de mi blusa y
arrancaba la tela fuera de mi cuerpo—, ¿qué haces aquí?
—Tomando el riesgo, tú lo vales todo.

Nuestros ojos se encontraron, él parecía reconocerme por completo, pero a través de mí


buscaba algo más, no quise pensar en que posiblemente buscaba a Darla.

—Si te follo, esto se convertirá en un infierno.

—Entonces arderemos juntos.

Se deshizo de la camisa y mi boca casi se desencaja al observarlo de cerca. Con la punta de


los dedos toqué la piel de su pecho, estaba duro de todas partes.

—Eres tan pequeña, tan vulnerable.

—Te equivocas…

—No lo hago, no me conoces, Lexi, nunca lo harás realmente.

Se apartó lo suficiente para sacarme el short del pijama, se llevó mi ropa interior con él.
Estuve desnuda debajo de su figura, él bajó la vista a mis senos y con los dedos rodeó uno
de mis pezones, arrastró la caricia hasta mi herida.

—Nadie volverá a tocarte, nadie va a herirte.

—Vas a cuidarme.

—Hasta de mí mismo.

Besó la herida y posteriormente se acomodó entre mis muslos levemente abiertos, él los
separó más y mirándome a los ojos hundió la cara en mi sexo. Arqueé la espalda y un
dolor punzante atravesó mi costado, pero juro que cuando te encuentras excitado, lo
menos en lo que puedes pensar, es en el dolor. Solo sentía la boca de Dexter abriendo mis
pliegues, su lengua serpenteando a través de ellos, era tan suave al lamer, lo hacia lento,
la punta justo en mi clítoris, presionaba y bajaba por toda mi hendidura. Repetía el
proceso y aunque me daba más, no tenía suficiente, al brindarme tanto, mi ser exigía.
Anhelaba alcanzar la cúspide el orgasmo y al mismo tiempo, dilatar el momento para
seguir disfrutando.

—Dexter —jadeé.

—Gime mi nombre más alto. Nadie te escucha, nadie vendrá a arrebatarte de mis manos
esta noche, eres mía.

—¡Sí! ¡Dios!

Escucharlo hablar así me puso más caliente. Su acento, su tono de voz, la forma que me
miraba. ¡Puta madre! Jamás un hombre me calentó tanto.

—Tómame de una vez, tómame ya.

Propinó una palmada en la cara interna de mi muslo.


—Iremos a mi ritmo, Lexi, si abres la boca, que solo sea para gemir mi nombre.

Bajó sus pantalones y liberó su pene. Tragué en seco. Había tenido de todos los tamaños:
chicos, normales y grandes. Pero el suyo podía decir con seguridad que era el más grande
de todos.

Se cernió sobre mí, aprisionó mis muñecas por encima de mi cabeza, luego su boca cubrió
la dureza de mis pezones.

—Oh, no, no —me removí—, estás matándome.

—No pienso matarte, solo volverte loca de placer.

Le permití que lo hiciera, no iba a detenerlo, pese a que, solo me utilizaba como una
distracción, un tipo de desahogo para no sentirse solo este día que lo hacía deprimirse.

De pronto, me hizo dar la vuelta, quedé boca abajo, lo vi agarrar una almohada y meterla
bajo mi abdomen, alzando de forma leve mi cuerpo.

—Mantén unidas tus piernas —ordenó.

Las uní lo más que pude. Él se acomodó detrás de mí, se recostó en toda mi figura,
encajando con la suya; sin embargo, después trepó en mí, mantuvo sus piernas a cada
costado de las mías, sus manos apoyadas en mis nalgas, su pene abriéndose paso desde
atrás.

—No te muevas —dijo con la voz ronca.

Por nada del mundo iba a hacerlo. Permanecí quieta, acostumbrándome a la sensación de
su pene abriendo la cavidad de mi vagina. De esta manera lo percibí más apretado y
grueso. Dolía un poco.

—Qué estrecha eres, qué hermosa te ves y qué bien te sientes.

Me había quedado sin palabras. Mi boca estaba seca, emitía suaves jadeos, gimoteos que
aumentaban conforme él se movía más adentro, hasta que por fin me llenó y pude gemir
más fuerte.

—Me dueles, Dexter.

—Me sientes, Alexa.

—Te tengo bajo la piel —susurré mortecina.

Agarré las sabanas entre mis dedos al instante en que Dex abandonó mi interior y volvió a
embestir duro. La forma en que se movía estimulaba mi clítoris, las penetraciones eran
lentas y duraderas, me daban el tiempo suficiente para excitarme. Él me tenía dominada,
ejercía presión con las manos en mis nalgas, las levantaba cada vez que se hundía en mi
vagina, las abría y cerraba, lo hacia una y otra vez.

—Dexter.
—Dime, pequeña —susurró jadeante.

—Se siente muy rico.

—Lo sé —se retiró y entró fuerte, grité—, tu coño es exquisito. —Esa palabra me erizó la
piel.

Se cernió a través de mi figura nuevamente, pasó el brazo por mi cuello y apretó, su boca
terminó en mi clavícula y mordió a la vez que sus embestidas aumentaban de ritmo.
Estaba ahorcándome, la musculatura de su brazo me impedía respirar, pero no me
molestaba, me excitaba en sobremanera y hasta ese momento pude darme cuenta de lo
mucho que disfrutaba del sexo rudo.

—Podría follarte toda la noche, aprietas de una manera única. Joder.

—No pares —alcancé a pronunciar.

—Voy a llenarte de mí, Alexa. Dime dónde quieres que derrame mi semen. —Apreté las
piernas.

—Dentro de mí.

Gruñó excitado y no podía decir que no me encontraba igual que él. Me sentía atrapada,
pequeña, totalmente vulnerable y dominada. La sensación se volvió única, quería hacer
esta posición otra vez, pero solo con él.

—No podré aguantar más, carajo, estás demasiado rica —murmuró en mi oído. esta
última palabra la aprendió aquí, eso era seguro.

—Dexter…

—Sigue repitiendo mi nombre.

—Dexter. —Embestida y un latigazo de placer atacándome sin piedad.

—Dilo.

—Dexter.

—Dilo otra vez.

—¡Dexter!

Me abrazó con la complexión de su cuerpo. Arañé la cama, grité descontrolada, el fuego


no decrecía, se expandió deprisa por cada extremidad, sentía el cosquilleo en mis venas y
luego exploté al llegar a la cúspide del éxtasis. Mencioné su nombre sin parar y cuando
menos lo esperé, su semen invadió mi cavidad, derramándose dentro, cada gota la
sostuve a través de mí y entonces la calma me invadió, una sensación de tranquilidad
infinita.

—¿Qué estoy haciendo, Alexa?


—Algo ilegal —bromeé entre la bruma del orgasmo—, soy prohibida para ti.

—Quizá por eso me gustas más.

Abandonó mi interior y se recostó a mi lado. Buscó mi mirada, sostuve la suya.

—Perdóname —dijo serio. Acariciaba mi mejilla con la mano.

—¿Por qué?

Negó. Cerró los ojos y en segundos se quedó dormido, dejándome cargar sola con el peso
de lo que hicimos.

[***]

Dexter

Era un pendejo en toda la extensión de la palabra. Lo había jodido. Apenas pasaron unas
horas, unas putas horas en las que Medina confió su hija a mí y yo lo jodí por completo.

Rememoraba la noche anterior y además de sentir rabia conmigo mismo, analizaba las
sensaciones nada desagradables que atenazaban mi ser; estar con Alexa no se sintió mal,
tampoco dejó un vacío en mí luego del orgasmo, a decir verdad, estuvo bastante bien y lo
peor de todo es que me sentía… en paz.

Sin embargo, no debía involucrarme, no debía permitir que se sintiera así. Creí ilusamente
que al estar con Alex obtendría el mismo resultado que obtuve con todas las demás y me
había equivocado.

Quería más de ella. Quería más de esa chiquilla extrovertida y alegre. Y temía consumir
toda su felicidad y dejarla cargar con la mierda que yo llevaba encima. No sería justo en lo
absoluto. Necesitaba poner esa barrera entre los dos, aunque costara y no debiera,
involucrarme con ella sería una traición para sus padres.

Mi lealtad estaba por encima de todo. Además, ilusionar a Alexa tampoco se encontraba
en mis planes, Darla jamás se iría de mi mente. Estaba condenado a amarla a través del
tiempo hasta el día de mi muerte, y dolía tener que ver su amor como un castigo y no
como la felicidad que algún día me brindó.

—Has estado evitándome —me abordó. Tenía una resaca del demonio y el deseo de no
verla, al menos no hoy.

—No he estado evitándote. Tenía trabajo —mentí.

—Si no quieres hablar de lo que hicimos, no tienes que evitarme, con decirme que deje el
tema, basta. No andaré detrás de ti, encima quizá sí.

Abrí la boca para responderle, sin embargo, Enzo ingresó a la bodega y se encaminó hacia
nosotros. De una u otra forma tenía que alejar a ese policía idiota de esta familia. No me
daba buena espina.
—Anoche tuvimos varios enfrentamientos, los del Rio estaban buscando ingresar al
territorio —dijo en tono neutro, evitaba mirar a Alexa—, los controlamos, pero la
insistencia seguirá. Medina me informó que saldría, tú estás a cargo, ¿no? —Inquirió con
fastidio.

—Eso parece —murmuré.

—Mis oficiales están disponibles, tú decides lo que se hará —masculló—, esperaré la


respuesta.

—Pudiste simplemente llamar.

—Si vengo es por una razón —miró a Alexa—, ¿podemos hablar?

Cuando ella asintió y lo tomó del brazo, yéndose con él, percibí una sensación molesta
desplazándose desde mi estomago a mi garganta, se volvió amarga y ácida. Al perderse
ambos de mi vista, fue más la molestia. Para distraerme marqué el número de Dixon
mientras revisaba a la distancia que la mercancía estuviera empaquetándose
correctamente.

—¿Qué? —Increpó, tan dulce como siempre.

—Me acosté con Alexa —solté sin más.

—¿Qué has dicho? —Su voz había cambiado por completo— Dime que es una puta
broma, ¡¿qué parte de lo que te advertí fue lo que no entendiste?! ¡Idiota!

Alejé el móvil de mi oído cada vez que comenzaba a gritar, estuvo haciéndolo por al
menos un minuto. Recordó a cada uno de mis antepasados y luego se calmó.

—Parece que debí decirte que te acostaras con ella —espetó enojado—, así quizá no lo
habrías hecho.

—Fue un error, lo sé, bebí demasiado, me sentía como una mierda, Darla…

—Lo sé —interrumpió—, pero pudiste haber conseguido a cualquiera, Dexter, y así no


elegir a la única hija de un puto narcotraficante mexicano.

Pasé los dedos por mi cabello, casi tirando de él.

—Estás metido en un problema, abriste una puerta que no vas a poder cerrar.

—Le pondré un alto.

—Ella te gusta —afirmó—, te gusta de verdad.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —Indagué ausente. Seguía pensando en el cuerpo de
Alexa fundiéndose con el mío. Joder.

—Porque estás mencionándola. Estás llamándome para hablar de ella. Jamás lo hiciste
con otra mujer.
—Porque se trata de la hija de Medina.

—Así fuera la hija del Papa —siseó—, si no te gustara, no estarías tocando el tema y lo
dejarías pasar, pero en su lugar, me llamas para que sea yo quien te ponga un alto.

Guardé silencio, dándome cuenta de que era verdad cada palabra que salía de su boca.

—Escucha, pedazo de idiota descerebrado —masculló entre dientes—, aléjate de Alexa


Medina, no hay un escenario donde puedas estar con ella sin que Medina te vuele los
sesos. Te lo advertí una vez y hoy vuelvo a hacerlo.

—Ella me hace feliz, Dixon —confesé. Las palabras brotaron de mi boca mucho antes de
que pudiera detenerlas. Y fue lo peor de todo: darme cuenta de que Alexa me hacia feliz.

Dixon se quedó callado, analizaba lo que acababa de oír. Yo por mi parte, me hallaba
nervioso y ansioso, esto que dije era un descubrimiento para mí, un golpe a mi realidad de
mártir. No asimilaba que en poco tiempo una chiquilla como Alexa, haya logrado sacar de
mí una sonrisa y un deseo que creí, solo sería de Darla. De alguna forma sentía que estaba
traicionándola, aunque la realidad no fuera así.

—Ese es un problema más grave, y a la vez, un avance para ti —dijo calmado—. ¿Estás
seguro que quieres arriesgarte?

—No lo sé, Dixon, acabo de follarla anoche y hoy estoy confundido. Me gustó, quizá solo
se trate del buen sexo, carajo —expliqué desesperado. Había un tumulto de sentimientos
contradictorios en mi cabeza que no me dejaban pensar con coherencia.

—Despeja tu puta mente y lo que sientes, si eliges tomar el riesgo, será porque vale la
pena.

—¿Me apoyarías?

—¿Eres tarado o qué? Joder, qué gano preguntándote, definitivamente lo eres —se quejó,
sonreí—, siempre me tendrás a tu lado, Dexter. Eres mi hermano menor, voy a cuidarte —
agregó en voz baja, tan baja que apenas pude oírlo.

—Gracias, estaré llamándote mañana. Salúdame a Holly.

—Deja a mi mujer en paz, idiota.

Cortó la llamada y mi sonrisa se ensanchó. Dixon detestaba que cualquiera pensara,


mirara o se acercara a su esposa sin importar quien fuera. Hasta ese punto llegaban sus
celos notablemente enfermizos.

Salí de la bodega en busca de Alexa. No la encontré afuera, mi rostro se volvió en todas las
direcciones sin hallarla. Entonces me dirigí hacia el establo, era el sitio más cercano al que
pudo haberse ido, lo demás se encontraba despejado y por lo regular ella necesitaba
privacidad cuando hablaba con el policía ese.

Al llegar, no me equivoqué, ella se encontraba ahí, no obstante, la manera en la que la


encontré, no me gustó en lo absoluto.
Se hallaba con los brazos alrededor del cuello de Enzo mientras se devoraban las bocas.
Tenía la ropa a medio poner, él parecía ansioso de querer metérsele por cualquier sitio a
su alcance. Sentí nauseas y de nuevo una ligera molestia.

Ninguno de los dos me miró. Mejor para mí, di media vuelta y lo dejé pasar. Ella no me
pertenecía y lo que estuve a punto de hacer seguramente me hubiera traído
consecuencias peores que las de romperle la cara a Enzo.

Alcé la vista al cielo y suspiré hondo.

—Siempre serás tú, Darla. Quítala de mi camino, déjame encontrarte, solo quiero verte
una vez más.
Capítulo 13
Alexa

Más que nunca me molestó que Enzo nos interrumpiera, sin embargo, aun seguía un tanto
molesta por lo ocurrido con Dexter. Ilusamente creí que después de haber tenido sexo, él
cambiaría de parecer acerca de nosotros, aunque ni siquiera existiera un nosotros. Era una
ilusa, una ingenua por creer que podía hacer algo para poder llamar su atención y ser
algo… algo para él.

Después de todo, ¿por qué querría ser algo? Nunca quise tener una relación seria, prefería
coger con quien se me diera la gana sin tener que preocuparme de nada, vivir pensando
en si me engañan, me quieren o no. El dolor de un corazón roto era lo último que querría
experimentar. Sin embargo, no podía negar que el sexo con Dexter fue alucinante, me lo
hizo de una forma única, tan única que necesitaba volver a repetir.

Él tocó puntos de mi cuerpo a los que nadie llegó y eso resultaba lo peor del caso. Así
comenzaban las obsesiones, los enamoramientos: por el buen sexo.

Y no, me negaba a enamorarme, me negaba a entrar en el corazón de Dexter, pese a que,


haya dicho lo contrario. Prefería que las cosas siguieran así y el que él haya puesto un alto
sin apenas decir nada, era lo mejor que pudo haber hecho por los dos. No insistiría, ni
forzaría una “relación” que no llegaría a nada.

—¿De qué quieres hablar? —Averigüé.

—Ni siquiera estás escuchándome, Alexa —se quejó. Resoplé.

—Sí lo hago, Enzo. Pero entre nosotros todo quedó hablado.

Me agarró de ambos brazos y empujó mi espalda contra una de las puertas del establo.
Los caballos emitieron algunos sonidos.

—¿Quieres que solo sea sexo, Alexa? Perfecto —su boca a centímetros de mi boca—, eso
te daré, no tendrás ningún reprocho, ningún reclamo, solo esto —cogió mi mano y la puso
sobre su entrepierna—, para ti, dentro de ti.

Pasé saliva. Su actitud posesiva me gustó un poco, despertó cierta excitación en mí, como
la caliente que era, no dudé en besarlo, caí en sus encantos otra vez, importándome poco
lo que hablamos y la amenaza impresa en aquellas palabras disfrazadas de promesa.

Le rodeé el cuello con los brazos, él desabotonó mi blusa y masajeó mis senos, entretanto,
yo lo llenaba de besos, hundía mi lengua en su boca. Percibí cierto vacío al reparar cuan
diferente eran sus besos a los de Dexter. Con este último pude sentir más, fue más
apasionado, lleno de lujuria y ganas. E incluso ante aquella sorpresiva decepción, no dejé
de responderle y tampoco le negué el acceso a mi cuerpo, me tocó como siempre lo hacía,
llegaba a los puntos más sensibles que aprendió a conocer.

—Vas a ser mía siempre —aseguró—, cada que yo lo quiera —jadeé—, me vas a abrir las
piernas.
Reí interiormente. Lo dejaría creer su sueño, porque nunca me dejaría dominar por un
hombre, si lo permitía era porque quería, pero el alto lo pondría cuando se me diera la
gana y ni él ni nadie iba a cambiarlo.

—No podemos hacerlo aquí —volví el rostro hacia un lado, tuve la sensación de haberme
sentido observada—, ve a mi habitación esta noche, ¿de acuerdo?

—¿Y el gringuito ese? ¿Eh? —Estimulaba mis senos.

—Yo me hago cargo de él, déjamelo a mí.

Mordisqueó mi cuello y asintió complacido. Rápidamente abotoné mi blusa y acomodé mi


ropa de manera decente. Le di un beso fugaz en los labios y me retiré en dirección a las
bodegas, sin embargo, al llegar, ya no vi a Dexter por ningún lado.

—Pérez —llamé a uno de los encargados—, ¿viste hacia dónde se fue Dexter?

—El señor Russo fue a comer, niña Alexa.

—Gracias.

Salí deprisa, esta vez en dirección a la hacienda, al entrar hallé a Dexter en la cocina,
platicaba con una de las empleadas mientras probaba los tacos que habían preparado. Las
cocineras lo observaban con curiosidad, él no les sonreía, solo respondía en monosílabas.
Cuando reparó en mi presencia, su expresión cambió a una más seria.

—¿Necesitas algo? —Cuestionó, ya que solo lo miraba a él.

—No, ya han acabado con la mercancía. Por la noche tenemos que recoger un cargamento
de hierba.

—Lo sé, García se hará cargo de eso.

—Quiero ir yo. —Negó.

—Tienes prohibido salir de la hacienda, Alexa, lo sabes.

—Enzo puede cuidarme.

—El único que te va a cuidar aquí, soy yo —decretó serio.

Percibía ciertos celos, pero lo deseché de inmediato, no me daría falsas esperanzas y


tampoco seguiría jugando con él, después de todo, ya habíamos follado. No era de las que
insistían luego de haber obtenido lo que quería, aunque el sexo haya sido el mejor de mi
vida.

[***]

Por la noche Dexter se fue a la cama, no nos vimos más en el día, me dispuse a verificar el
acomodado de la mercancía que iba saliendo empaquetada y lista para traficarse. Dexter
adentro y yo afuera.
De mis padres no tuve noticias, solo llamadas de menos de un minuto, al menos sabía que
se encontraban bien, lo quisiera o no, no paraba de preocuparme por ambos. Esos
territorios eran de los más peligrosos para nuestro cartel, los de Rio sabían lo que hacían
al irse a refugiar allá, con nuestros enemigos.

—No es difícil pasar tu seguridad —dijo Enzo en cuanto ingresó a mi habitación.

—No lo es porque no la hay —comenté—, Dexter no esperaba que tú entraras y los demás
ya saben lo que pasa entre tú y yo.

Sonrió, esa sonrisa coqueta que me gustaba ver. Se adelantó hacia mí y rodeó mi cintura
con el brazo.

—Hablas en presente y no en pasado —señaló. Efectué una mueca.

—No te hagas ilusiones, Enzo —dirigí mi mano a su entrepierna—, si estás aquí es por esto
—apreté su erección—, nada más.

—¿Por qué no te pones de rodillas? —Pasó el pulgar por mi labio inferior.

—Jamás lo haré, ni siquiera para eso.

Mi respuesta lo hizo sonreí más, me atrajo a su boca y nos besamos como solo nosotros
sabíamos. La pasión se desbordaba, la calentura no demoró en llegar, como pude me
quité la ropa, Enzo hacia lo mismo con la suya. Necesitaba cogérmelo, sacar a Dexter de
mi sistema, demostrarme que podía seguir con mi vida luego de haber estado con un
hombre como él. Eso no me detendría, yo no era mujer de un solo hombre, mucho menos
me encaprichaba con uno. Era para cualquiera que me gustara, para quien lograra
seducirme sin tocarme, yo elegía, siempre sería así.

De pronto, escuché claramente cuando alguien desfundó un arma. Abrí los ojos y
encontré a Dexter detrás de Enzo, este último tenía el cañón de la glock apuntándole a la
cabeza.

—Tienes diez segundos para quitarle las manos de encima y largarte de aquí.

—¡¿Qué chingados te pasa?! —Increpé sorprendida. No podía creer que estuviera


haciendo esto.

—¿Qué me pasa? —Espetó, me miraba fijo, molesto— Me pasa que ninguno de los dos
me va a ver la cara, si él quiere seguir faltándole el respeto a tu padre cuando llegue,
perfecto, que lo haga, pero no sucederá mientras yo esté a tu cargo.

—¿Estás escuchándote? —Empujé su brazo, no movió un musculo— Pinche hipócrita.

—Baja la puta arma —siseó Enzo.

Se volvió, ambos se enfrentaron. Dexter no bajaba el arma y por Dios que no apostaba a
que no le dispararía, él lo odiaba.

—Cállate, Alexa —advirtió Dexter.


—¿Por qué? ¿En que te afecta que esté con él? ¿Te molesta que vaya a cogérmelo
después de haber estado contigo? Porque si vamos a hablar de respeto, tú se lo faltaste a
mi papá, y mucho.

Enzo dirigió su mirada irascible hacia mí. Reparé en que abrí la boca de más, pero ya no
había nada que hacer para remediarlo.

—¿Te acostaste con él? —Inquirió trémulo. Encogí los hombros.

—¿No escuchaste o qué? Sí, Enzo, me lo cogí anoche.

Lo que sucedió a continuación jamás lo hubiera esperado. Enzo le atinó un golpe en la


mandíbula a Dexter, quien, sin verse desprevenido, se lo devolvió y con más fuerza, tanta
que lo hizo doblarse.

—¡Lo qué me faltaba! —Aseveré. Interpuse el cuerpo entre ambos antes de que Enzo
decidiera devolverle el golpe.

—¡Eres un cabrón, un hipócrita hijo de puta! —Acusó con rabia.

—Lárgate de aquí, policía, hazlo antes de que tus sesos acaben como decoración en la
pared.

—¡A mí no me amenazas! —Ladró enardecido, sacó el arma y lo apuntó con ella.

—¡Ya basta! —Enfrenté a Enzo— Vete de aquí, ya, ¡ya!

Posó sus ojos hacía mí, había mucho odio en ellos, esta vez no supe si era dirigida para
Dexter, para mí o para los dos.

—Te creía diferente, pero resultaste ser una puta, como todas esas que pasaron por mi
cama.

—Disfrutar de mi sexualidad no me hace una puta, no seas pendejo para hablar —


mascullé exánime. Sus palabras no me afectaban.

—No vales madre, Alexa.

—Lárgate y no vuelvas, no te necesitamos —espeté, aunque la verdad era otra—, pinche


ardido.

Guardó el arma, no apartaba sus ojos de mí.

—Te quería dar la oportunidad, pero me has decepcionado y…

Dexter no le permitió terminar la frase, lo agarró del cuello y lo arrastró con firmeza hacia
la salida.

—Vuelve a ofenderla delante de mí y descargaré cada bala en tu puta cabeza vacía —


amenazó serio y determinado a hacerlo.
Enzo se desprendió del agarre con violencia, trastabilló y sin decir más se perdió por el
pasillo. Lancé un suspiro de frustración, no podía creer que haya sucedido esta escena tan
ridícula. Abotoné mi blusa y me senté en el borde de la cama. Pensé que Dexter no
volvería a entrar, mas me equivoqué y lo tuve en mi habitación nuevamente. Tomó
asiento a mi lado, no lo miré.

—No quiero que malentiendas las cosas, Alexa, esto no lo hice porque sienta alguna clase
de celos.

—Para nada lo pensaba —apreté las manos en puño—, solo lo haces por amor a estar
chingando —volví el rostro hacia él—, en nada te afectaba que él estuviera aquí.

—Tienes razón, en nada me afectaba, pero no lo quería aquí, punto.

—¿Por qué?

—Porque no.

—Esa no es una respuesta valida.

—Para mí sí —replicó—, así que la tomas.

—No se me da la gana, ¿cómo ves? —Musité, sin darme cuenta que en cada frase dicha
mi cara se iba acercando a la suya.

—No me hagas forzarte a entender.

—Contrólame, Russo —tenté—, toma todo de mí.

—No sabes lo que pides.

—Sé lo que quiero. —Negó suave.

—Eres una chiquilla.

—La misma que te follaste anoche.

Nuestras miradas se retaban, ninguno daba su brazo a torcer, él no se apartaba y yo


tampoco lo haría. Mandaba a la mierda lo que pensé horas atrás, si él se me ponía de
modo, lo volvería a meter a mi cama.

—El que no arriesga, no gana —susurré antes de besarlo, haciéndolo caer de nuevo en mis
encantos.
Capítulo 14
Dexter

La sostuve encima de mi regazo, disfrutaba del encuentro de nuestros labios.

Esta vez me encontraba consciente y el resultado fue mucho mejor de lo que recordaba; el
sabor de su boca no se comparaba al recuerdo que mantenía en mi mente. Y por más que
quise separarla de mí e impedirle que siguiera con esto que terminaría en una tragedia, no
pude detener los movimientos enérgicos de mis labios amoldándose a los suyos.

Eran los primeros besos luego de Darla, que me hacía sentir algo más. Explicarlo resultaría
inútil y tampoco contaba con el tiempo y las ganas de analizarlo, solo me permití sentirla y
transmitirle todo lo que logró despertar en mí en tan poco.

Yendo en contra de todo lo que estaba bien, le arranqué la ropa, mis dedos se desplazaron
ansiosos, rasgué la tela y apliqué fuerza en su piel inmaculada y suave. Alexa gimió en mi
boca y ambos caímos sobre la cama.

—¿No vas a decirme que pare? —Inquirió entre jadeos.

—No puedo —amasé sus senos desnudos, deleitándome con la dureza de sus pezones—,
estoy jodido.

—Estamos.

Desplazó los labios a mi cuello, cerré los ojos y me estremecí con la caricia húmeda que
me daba. Con las manos tocaba mis brazos y pecho, me saqué la camisa de encima y le
permití seguir besándome; enterraba las uñas en la piel, me arrancaba leves siseos cada
vez que lo hacia y todo empeoró cuando arribó a mi vientre bajo. Deslizó la boca de un
costado al otro mientras desabotonaba mis pantalones.

Gruñí fuerte al primer contacto de su mano con mi pene erecto.

—Me gusta sentir que también te humedeces por mí —susurró con la boca a centímetros
de mi erección.

—Joder, Alexa —su aliento me causaba escalofríos—, ¿qué mierda estás haciéndome?

—Sabes lo que haré, aunque yo no tengo idea de esto —la miré, su imagen fue de lo más
erótico de mi vida—, es la primera vez.

—¿Qué?

—Tu pene será el primero que chuparé. —En otro momento habría reído.

Me apoyé en los codos, con una mano acaricié su mejilla y la otra descansó en su nuca.

—Primero tu lengua —señalé—, luego tu boca.


La lujuria en sus ojos era inmensa, me la transmitía, tanto que no pensaba con coherencia.
Solo quería el momento con ella, ansiaba sentirla de todas las maneras posibles. Me
quemaba la necesidad que experimentaba y en algún punto me aterró sentirme así y a la
vez, me devolvió la esperanza.

—Dime si te gusta —musitó inocente. Había vivido lo suficiente, mas no lo necesario para
ser una experta y detenerme a analizar su inocencia, me excitaba mucho. Era un puto
pervertido.

Desplazó la lengua de arriba abajo, tomó el liquido pre seminal que derramé gracias a ella,
lo tomó todo con sumo deleite; lamió del tronco al glande y luego lo metió a su boca.
Jadeé y cientos de sensaciones se acumularon en mi cuerpo. Su boca estaba caliente y
húmeda, tanto como su vagina.

Con la mano apreté su cabeza contra mi pene, quería meterlo por completo, pero solo la
guie, le mostré el ritmo que me gustaba.

—Para ser tu primera vez, la chupas bien —siseé. Me observó bajo lo espeso de sus
pestañas y joder. Si su padre supiera lo que su niña estaba haciéndome, estaría jodido.

—Me gusta —apretó mi glande y chupó, haciéndome contraer el cuerpo—, más porque
sigues mojándote.

No logré hablar, no coordinaba mi lengua con mi cerebro. Alexa continuaba y si no la


paraba, terminaría viniéndome en su boca. Pero era tan deliciosa la sensación, sus labios
se cernían en torno a mi longitud, se veían preciosos cubriéndome, ella era un mujer
hermosa, dispuesta, caliente, sumamente atractiva para cualquier hombre y creí que
podría ser indiferente para mí. Sin embargo, hoy que la tenía así, descubrí la realidad: no
podría mantenerla alejada de mí.

La detuve. Siendo brusco la empujé encima de la cama.

—¿Por qué estás tan callada? —Inquirí burlesco. Estaba siendo una persona
completamente diferente, estaba siendo lo que fui una vez y eso continuaba
asustándome.

—Quiero sentir, quiero sentirte.

—¿Qué tanto me deseas? —Mi boca rozaba uno de sus pezones. La piel se le erizó, apretó
las piernas, mis dedos se abrían paso entre sus pliegues húmedos.

—Mucho —apenas logró responder.

Pasé los dedos por su cavidad, de norte a sur, penetré lento su vagina con dos de mis
dedos, la humedad se dispersó en ellos, mi palma se empapó con el liquido cristalino y al
retirarla, metí los dedos dentro de mi boca, succioné y probé con deleite el sabor de su
excitación.

—Dex… —Jadeó.

—Eres deliciosa y adictiva, Alexa, temo por ti.


—¿Por qué? —Balbuceó.

Separé sus piernas y me situé entre ellas, con la punta de mi pene estimulé su clítoris.
Podía sentir cuanto más se mojaba.

—Por lo que yo pueda ser capaz de hacer por ti.

La penetré despacio. Echó la cabeza hacia atrás, la sentí tan mía con tan poco. Se mordía
el labio y se entregaba sin miramientos, ofreció sus senos y los acepté. Chupé entre la
unión de ambos, rodeé su pezón y mordisqueé el otro. Cuando me tuvo dentro de ella por
completo, mi mano descansó en su cuello, ejercí presión y la obligué a mirarme a los ojos.

—Mía, ¿entiendes el significado de esa palabra?

—Posesivo, Russo —gimoteó. Salí de ella y arremetí con mayor fuerza—. ¿Dónde quedó
todo lo que me dijiste?

—Se fue a la mierda cuando me besaste.

Probé su boca otra vez, podía hacerme un adicto a ella. Con lentitud medí las embestidas
que daba contra su cuerpo, profundas y suaves, estimulando en cada movimiento. La
sentía contraerse, pedirme más, excitarse en los roces que daba a su punto más sensible.
Y el mejor afrodisiaco para mí fue su cara, los gestos que efectuaba cuando la penetraba;
los sonidos que hacía, la forma en la que se movía debajo de mí, del toque de sus manos
contra mi cintura, diciéndome sin palabras cómo le gustaba, cómo quería que se lo
hiciera.

—Dex —gimió—, ¿cómo puedes hacerlo tan rico?

—Experiencia, Lexi —pasé el brazo por debajo de su cabeza—, cierra las piernas.

Situé mis piernas de modo que ella pudiera cerrar las suyas, al final estuve encima de ella,
con cada pierna a sus costados, mi pene nunca salió de su vagina.

—Así se siente… —jadeó—, más apretado.

—Lo sé. Joder, lo sé, y lo siento.

Mi boca en su oreja, mi cuerpo presionándola, estaba bajo mi poder, arañaba mi espalda y


gemía alto en cada estocada. Se encontraba muy húmeda, mi longitud resbalaba de una
forma deliciosa y a la vez, se apretaba y el tronco estimulaba las partes correctas de su
sexo empapado.

—Dexter…

—¿Qué? —Susurré. No quería hablar, si lo hacía, gritaría como un puto cavernícola.

—Estoy llegando.

—Lo sé, cariño —mordisqueé su lóbulo—, tus paredes se ponen más estrechas, me lo
aprietas muy rico.
—Oh… Dios.

—Grita si quieres, sabes que nadie puede oírte.

Enterró las uñas con más fuerza en mi espalda, el gesto me descontroló, aumenté mi
ritmo, el calor sofocó todo mi ser. Alexa gritó mi nombre en cuanto el orgasmo la tocó, en
cuanto la sentí, deshice mi agarre, enderecé la espalda y abandoné el calor de su centro.
Cogí mi pene con la mano y vacié mi semen encima de su vientre y un poco más entre sus
labios vaginales. Separé sus pliegues y vi mi semen resbalar por toda su hendidura. La
imagen me volvió loco. Mierda. Aun tenía ganas de follarla.

—Ay, Dios mío —la miré—, qué sexo tan… bueno. De lo que me estaba perdiendo.

Negué despacio y me incorporé de la cama, fui al baño por una toalla y regresé con ella a
la cama. La ayudé a limpiarse y al final terminé haciendo lo mismo conmigo. Ya tomaría
una ducha en mi habitación.

—¿Qué está pasando, Dex? —Cuestionó.

Se sentó en la cama, tomé asiento a su lado. Su desnudez era algo que ya no me


importaba, tampoco la mía.

—Quisiera poder darte una respuesta, pero ni yo logro entenderlo.

—¿Lo sientes? —Inquirió. La miré a los ojos.

—Sí.

—No es solo sexo —susurró—. Tengo miedo.

Su actitud enérgica no estaba, la veía y de verdad divisaba la preocupación en sus ojos.


Esto era nuevo para ella tanto como lo era para mí.

—No pensé que después de Darla alguien más pudiera hacerme sentir así —confesé
franco—, y puedo tomar la decisión de detenerlo y dejarte ir.

La expresión en su cara fue de terror.

—Pero no quiero sentirme miserable. Dijiste que hiciera que valiera la pena.

Alcancé su mano y la sujeté entre la mía con firmeza, besé el dorso y le sonreí.

—Haré que valga la pena, no tengas miedo, Lexi, confía en mí.

—Si papá sabe…

—Lo sabrá —determiné seguro—, haremos las cosas bien.

—Pero… ¿qué cambió? —Esbocé media sonrisa.


—Para ti puede ser estúpido que el sexo me haga tomar decisiones así, sin embargo, si
pudieras echar un vistazo a mi pasado, descubrirías que con nadie más me había sentido
de esta forma.

—¿Cómo te hago sentir? —Indagó. Le regalé una caricia.

—Vivo.

[***]

Alexa

Sentía mariposas en el estomago.

Ojalá supiera como matarlas para no sentirlas revoloteándome dentro. No tenía la menor
idea de como lidiar con esto. Decidí no mencionarle a Dexter como es que yo me sentía
respecto a lo sucedido entre nosotros, más por pena que por otra cosa.

O sea, vamos, ¿cómo explicaba que el sentimiento que experimentaba él era el mismo
que atenazaba mi ser? Sería ridículo.

Dex podía excusarse, estuvo con muchas mujeres y ninguna despertó en él lo que yo, era
un hombre con experiencia, comprensible que estuviera seguro de lo que quería al
momento en que notó la diferencia conmigo.

¿Y yo? ¿Qué podía decir?

Mis pensamientos eran un caos. Estaba asustada por todo esto. Dexter no era como los
demás, él era serio, correcto, sabía lo que quería y no me veía como un juego o
pasatiempo, y todo esto era lo que me hacia temblar. Lo mío con él no iba más allá del
sexo o al menos es lo que me estuve haciendo creer durante todo el día, porque no podía
engañarme, sentí la conexión que hubo entre los dos, esa que no sentí la primera vez que
tuvimos sexo.

Por algún motivo que desconocía, esta segunda ocasión tuvo otro significado. Entenderlo
sería inútil, me mantenía ignorante por completo qué fue lo que sucedió. Solo podía decir
que se sentía bien y a la vez, me hacia temer.

La camioneta se detuvo, regresé de donde estaba y visualicé a la gente de Aguirre frente a


nosotros.

De vuelta al trabajo.

—Vamos —murmuró Dexter. Él se hallaba igual de desconcertado que yo.

Juntos bajamos. Dexter no se me separaba por mucho, mientras avanzamos hacia Aguirre,
su postura cambió a una parecida a la de protector. En cuanto nos detuvimos frente a
frente, Aguirre sonrió, tan perfecto como siempre.

—Mini Robledo —se mofó—, y de ti ya había escuchado hablar —miraba a Dexter—, el


hermano del Diablo.
Apreté el ceño. No tenía la menor idea de que así se le apodaba al hermano de Dexter.
Vaya dato. Nunca escuché de ese tipo.

—A lo que venimos, Aguirre —interrumpí. Me miró.

—Como me encantas, cosita preciosa. —Hice rechinar mis dientes.

—Vuelve a dirigirte de esa forma a ella y será la ultima cosa que hagas —amenazó Dexter.
Aguirre arqueó las cejas, sorprendido.

—No me lo esperaba —sonrió—, ahí tienen el dinero.

—Y ahí está tu mercancía —mascullé.

Los muchachos ya se encargaban de bajarla. Los tres nos mantuvimos callados por unos
minutos. Dexter no le quitaba los ojos de encima a Aguirre, lo comprendía, yo tampoco
confiaba en él.

—Supe lo que Letrán te hizo —rompió el silencio Aguirre—, sobreviviste, ¿eh?

—¿No me ves o qué, pendejo? —Increpé tosca. No lo toleraba. Él rio.

—Ese cabrón no da un paso en falso, mini Robledo —comentó, la seriedad se veía en su


cara, lo cual se me hizo extraño—, el atentado no fue para matarte, sino para sacar a tus
padres de la ciudad.

—¿De qué carajos estás hablando? —Siseé. Dexter estaba atento a cada palabra y
movimiento.

—Mucho cuidado, pequeña, que tengas el valor, no quiero decir que tengas la inteligencia
que caracteriza a tus padres —murmuró sereno—, aunque esta vez parece que les falló.

—Di las cosas como son y déjate de pendejadas —espeté enardecida. No entendía a
dónde quería llegar con su puta letanía.

—Él viene por los territorios de Medina, atenta, que puede llegar en cualquier momento y
de la mano de quien menos imaginas —guiñó un ojo—, pero esto no lo supiste por mí.

Dicho esto, se retiró con su gente, dejándome con la duda y una preocupación más que
agregarle a la lista.

—Tengo que hablar con mis papás, esto no me gusta nada, Dexter —susurré—, ellos
tienen que regresar.

—No tengas miedo —entrelazó su mano con la mía frente a los demás, sin importarle
nada—, no voy a dejar que nada te pase.

—A veces no puedes evitar lo inevitable —musité.

—Lo haré, porque no pienso perderte a ti también —sentenció.

—Si muero yo…


—Morimos los dos.
Capítulo 15
Alexa

Mis padres ya venían en camino.

En Guadalajara encontraron al lugarteniente de Letrán, mas a este no se le encontró por


ningún lado, pese a los esfuerzos de mis padres por dar con él, al parecer abandonó la
ciudad mucho antes de que ellos llegaran. Alguien le avisó y eso solo nos dejaba en claro
que había gente suya infiltrada con nosotros.

Por más que analizaba a todas las personas, no daba con una, aunque no es como si
pudiera interrogarlos a todos, eran demasiados.

—¿Qué está ideando esa cabeza tuya, niña? —Indagó Dex.

Nos hallábamos en la bodega, en la última semana no salíamos de aquí y sentía que de


alguna forma estaba tratando de entretenerme para que desistiera de buscar a los
culpables. El tema de nosotros no lo habíamos tocado, como tampoco volvimos a tener
sexo; Dexter construyó una barrera que me fue difícil derrumbar. No explicó por qué, no
me permitió indagar, solo… todo se detuvo. Sin embargo, su comportamiento conmigo no
cambiaba, así que me encontraba lo que sigue de confundida. Sin sexo, pero en la misma
sintonía. Vaya extraño.

—Nada, ¿qué puedo hacer cuando no te me despegas un segundo? Y no de la manera que


quisiera —espeté quejumbrosa.

—No quiero distracciones mientras estoy cuidándote.

—¿Soy una distracción?

—Los sonidos de tus gemidos siguen en mi mente, si continúo follándote, será peor. —
Aclaré mi garganta. Él no me miraba, estaba atento a lo que hacían los muchachos con la
mercancía.

—Si te quitas las ganas de mí, no seré una distracción. —Me observó.

—Entre más te consumo, más te deseo, Alexa —sus ojos no mentían—, ¿qué me has
hecho?

Tocó la medalla que colgaba de su cuello. Bajé la mirada hacia ella.

—Ah, no, yo no te embrujé —dije deprisa. Rio.

—Lo hiciste —bajó la cara cerca de la mía—, pequeña bruja. —Mordí mi labio inferior.

—Llámame así en la cama —tenté. Negó y se apartó mientras negaba con la cabeza.

—¿Lo ves? No me jodas, Lexi.


Reí y me aparté de él, salí en dirección a las caballerizas, en unos minutos más nos iríamos
a comer.

—Niña Alexa —me abordó Azua—, hay una llamada para usted. —Traía el teléfono en la
mano.

—¿Quién es? ¿Por qué te han llamado a ti? —Se encogió de hombros sin poder darme una
explicación.

Negué y cogí el teléfono, lo llevé a mi oreja, del otro lado se escuchaba solo silencio.

—Diga —murmuré, alejándome de cualquier mirada curiosa.

—Robledo —saludó una voz que desconocía.

—Se equivoca, esa es mi madre —mascullé.

—Eres su viva imagen —continuó—, ¿sabes quién habla?

—No estoy para putas adivinanzas. ¿Qué quieres? —Increpé tosca.

—Verte. Hablas con Letrán.

Detuve cualquier movimiento efectuado pro mi cuerpo, el mismo que entró en tensión al
tiempo que cientos de interrogantes abordaban mi mente.

—Tú…

—Tranquila, muchacha, tenemos que aclarar las cosas, ya estoy hasta la madre de que me
señalen, tus padres hicieron un infierno en Guadalajara y ni siquiera soy yo a quien buscan
—espetó en tono seco, serio. Se escuchaba enojado.

—¿Y por qué no hablas con ellos?

—¿Acaso tus padres conocen el significado de esa palabra? Ellos no dialogan, ellos
asesinan. —Suspiré. Tenía razón—. Quiero que me dejen en paz, que me dejen trabajar,
las heridas que tienes no fueron hechas por mi gente.

—Dirías cualquier cosa, por eso jamás te escucharían —siseé—. Tú fuiste.

—¿Qué prueba tienes? —Se defendió— ¿La palabra de un sicario? Por favor, muchacha. Si
quiero matarte, no fallo. Necesitamos vernos.

—No iré a verte, ¿piensas que soy pendeja? —Espeté.

—En el rio, a la media noche, ahí estaré. En tus manos está el detener una guerra donde
no solo yo tendré bajas.

Dicho esto, terminó la llamada. Le tendí el teléfono a Azua.

—¿Por qué te llamó? ¿Cómo supo este número?


—Al parecer uno de los sicarios se los dio. A García también lo llamaron, pero no
contestó.

—Saben que son mis hombres de confianza —murmuré pensativa—. Prepara la gente,
iremos a la media noche al rio.

—Niña Alexa…

—No comiences —susurré, la vista fija en Dex que abandonaba el almacén—, ni una
palabra, Azua.

—Si le pasa algo, su padre me matará —dijo trémula, evidenciando el miedo que le tenía a
mi padre.

—Te doy mi palabra que no pasará nada —aseguré, mirándolo a los ojos.

A regañadientes asintió. Quizá pecaba de estúpida, pero tenía el presentimiento de que


Letrán no mentía en lo absoluto. Y mientras me convencía de ello, me preguntaba: ¿quién
fue el responsable de mi atentado? Los resultados a mi pregunta eran inmensos, pudo
haber sido cualquiera, cualquiera lo suficientemente estúpido para creer que no
averiguaríamos su nombre.

—Vamos a comer —abordó Dex—, ¿con quién hablabas?

—Nadie importante —fingí una sonrisa—, ¿qué se te antoja comer? Porque a mí se me


antoja lo que tienes entre…

—Alexa —reprendió. Encogí mis hombros y rodeé su cintura.

—Mande, vida.

Besó mi frente y sin responder ingresamos a la casa. Le sonreía y por dentro trazaba mi
plan de esta noche, de alguna forma debía alejarlo para poder llevar a cabo mi encuentro
con Letrán. Mis padres arribarían pasada la media noche, así que por ellos no me
preocupaba en lo más mínimo.

—Mucho cuidado con lo que haces —advirtió—, no quieres verme enojado.

—No sé de qué hablas. —Asintió despacio y ninguno dijo más. Esperaba que todo saliera
bien esta noche.

[***]

Dexter se marchó a la pista de aterrizaje, pese a que, había más gente que podía hacerse
cargo de ese trabajo, él comenzaba a tomarse muy a pecho el querer proteger a mi
familia, como si lo necesitáramos; sin embargo, me resultaba un gesto tierno.

Gracias a su decisión de improviso y a su negativa de llevarme por más ruegos que


escuchó de mi boca, pude encaminarme hacia el rio. Azua y otros dos escoltas venían
conmigo, además de los que se hallaban aguardando escondidos entre los alrededores. Al
parecer, Letrán no venía con toda su gente, al igual que yo, solo con sus escoltas de
confianza. Nada más. Así que, esto como podría tratarse de una trampa, como no.
—¿Está segura? Cuando su padre se entere… —comentó Azua.

—Bueno, déjenme lidiar a mí con las consecuencias, ¿de acuerdo? Sé lo que se viene
después de esto.

Guardó silencio. Estaba cansada de que repitiera lo mismo, como si yo no supiera lo que
sucedería por mis decisiones.

Minutos más tarde llegamos al lugar, cruzamos el río y a unos metros más adelante se
encontraba una camioneta negra. Solo se trataba de una. En cuanto advirtieron nuestra
presencia, las puertas se abrieron, el miedo no lo sentí, no se manifestó de ninguna
manera, lo cual me hizo sentir segura.

Vi bajar a un hombre alto, blanco, de cabello negro. Unas gafas oscuras le cubrían los ojos,
vestía de traje, imponente y atractivo. Dos hombres venían con él.

Avanzó unos pasos y en cuanto estuvo delante de mí, se quitó las gafas. Fui presa del
potente negro que cubría sus ojos, un negro estremecedor y peligroso. Parpadeé
desconcertada cuando estiró el brazo, ofrecía su mano. La acepté.

—Alonzo Letrán —se presentó formal.

—Alexa… Robledo —dije. Sonrió de lado.

—Te va mejor ese apellido, después de todo era el que debías llevar. —No entendí lo que
dijo y no tenía ganas de pedir explicaciones.

—¿Qué quieres? Ve al punto —exigí.

—Limpiar mi nombre, estoy dando la cara, a ti, la afectada —soltó mi mano—, no atenté
contra tu vida, ni siquiera me interesas lo suficiente para hacerlo. —No me ofendí.

—¿Entonces? No puedes pretender que crea en tu palabra. Eres un sicario.

—Me crees —afirmó—, estás aquí, eso deja mucho que decir.

—Eso no dice nada —mentí. Sonrió.

—Tus padres tienen enemigos, pero ninguno es tan estúpido como para atentar contra lo
que más quieren —señaló serio—. Tenemos códigos, Robledo, códigos que yo respeto y la
mayoría de los narcotraficantes también. Piensa, analiza un poco, pequeña.

—Lo he hecho y llego a la misma conclusión —manifesté seria. Azúa se mantenía atento,
no estaba cómodo, yo sí—. Tu gente quiso entrar al territorio, tu gente merodeó por aquí
—señalé a nuestro alrededor—, ¿vas a negarlo?

—No. Yo los envié a tantear el terreno, no venía a armar una balacera, de ser así, lo
hubiera hecho desde el inicio.

Respiré hondo y tallé con los dedos mi cabellera. No era una chica paciente.

—Déjame ayudarte —continuó—, déjame ayudarte a encontrar al culpable.


—Mis padres jamás lo van a permitir y yo no pienso mover un dedo para que te acerques
a ellos —advertí tajante—, no soy tan estúpida.

—¿Crees que quiero verles las caras? Ja —Rio y sacó un cigarro—. Plantéales mi
disposición, si al final no encontramos al responsable, me entregaré a tu familia. —
Entorné los ojos.

—No te creo.

—Me da lo mismo si me crees o no. Tienes mi palabra y esa, Robledo, no se la doy a


cualquiera.

Me ofreció su mano nuevamente. Titubeé antes de aceptarla y estrecharla con firmeza,


decidida, estremeciéndome al sentir un cosquilleo por todo mi cuerpo.

—Si mientes, yo misma te mataré.

Besó el dorso de mi mano, tomándome desprevenida por ese gesto.

—Será un placer, muchacha.

Evité sonrojarme. El tipo era muy atractivo, pero no tanto como Dexter.

En cuanto recordé su nombre, solté a Letrán y retrocedí. Letrán sonrió y se fue deprisa sin
esperar más tiempo. Yo hice lo mismo, devolviéndome a la hacienda y llegando minutos
antes de que mis padres y Dexter llegaran.

En cuanto estuve dentro de la casa, oí las camionetas atravesar el portón y finalmente el


cese de los motores. No transcurrió mucho para ver a las tres figuras ingresar a la casa;
por impulso, corrí hacia mi madre. La estreché en mis brazos y ella me sostuvo como
siempre, entretanto, papá besaba mi frente. Dex se mantuvo al margen.

—Te eché de menos, cariño —susurró mamá—. ¿Qué travesuras hiciste?

—No soy una niña, mamá —me quejé. Ella sonrió y acaricio mi cara.

—Siempre serás mi niña.

Me aparté de ella y abracé solo unos segundos a papá.

—¿Qué ha pasado? —Averigüé, alterné la vista entre ambos.

—No lo que esperábamos —respondió papá.

—Letrán no dio la cara, no la dará, por supuesto. Se moviliza rápido —agregó mamá.

—¿Y qué tal si están tratando de inculparlo? No sé —carraspeé, ambos me analizaban—,


¿y si el verdadero enemigo es otro y quiere desviar nuestra atención?

—¿De dónde sacas esas ideas, Alexa? —Exclamó mamá. Mordí mi labio, los tres me
miraban, pero Dexter lo hacía con mayor intensidad, como si supiera la verdad.
—No lo sé —repetí—. El sicario pudo haber mentido, hay muchas posibilidades.

—Bueno, cuando capture a Letrán, él va a decírnoslo —comentó papá en tono siniestro.


Sabía a lo qué se refería con eso de capturar.

—Quizá podrían tratar de hablar con él civilizadamente —sugerí. Los dos me miraron
como si estuviera loca, Dex se mantenía inexpresivo.

—¿A qué viene esto, Alexa? —Increpó papá— Sabes quienes somos y lo que hacemos.
Hablar no entra en nuestros términos, grábatelo en la cabeza, al enemigo no le das la
oportunidad de hablar…

—Solo le das dos cosas —susurré.

—La cara y una bala en la cabeza —terminó de decir por mí.

Asentí y ambos se despidieron para ir a descansar. Mañana sería otro día. En cuanto me
dejaron sola con Dex, este se acercó con su mirada inquisidora puesta en mí. Retrocedí y
me acorraló contra la pared bajo las escaleras, lugar perfecto para que mis padres no
tuvieran una vista de nosotros.

—Viste a Letrán —afirmó.

—No sé de qué hablas, ¿dónde lo voy a ver? ¿En mis pesadillas? Ahí quizá sí aparezca,
mira como…

—Para tu letanía —interrumpió.

Puso la mano en mi cuello y apretó suave, a modo de advertencia.

—Aún tengo mis dudas, pero si estás se despejan, tú y yo tendremos una larga charla.

—¿Es normal que me caliente mientras me amenazas? —Cambié el rumbo de la


situación.

Rio y bajó su boca a mis labios sin besarme. Me apretaba con la musculatura de su
cuerpo.

—Tan normal como la excitación que siento al pensar en ti siendo castigada por mí.

Mi boca se secó y de pronto, solo quería sentirlo hurgar entre mis piernas.

—Castígame, Russo.

—No va a gustarte.

—Pruébame.

—Lo haré —sentenció.


Capítulo 16
Dexter

Acariciaba mis labios con el pulgar de un lado a otro. En ellos aún se mantenía el sabor de
su saliva, podía palpar a través de la oscuridad de mis párpados cerrados, el frenético latir
de su corazón y la temperatura ardiente de su cuerpo. Mantener a raya mis impulsos
nunca fue tan difícil, la veía y lo único que anhelaba era besarla.

Alexa estaba calando en mí, incomprensible la forma en que me atrapó, ni siquiera me


percaté de ello, simplemente un día la tuve entre mis brazos y supe que no podía dejarla
ir. Y no, no había amor, no había ese sentimiento tan fuerte que experimenté con Darla,
llegaba a creer que nadie me haría sentir igual, sin embargo, conforme los días
transcurrían, me inclinaba más a la idea de que sucedería: me enamoraría de Alexa.

Yo era así: un soñador cursi y romántico. Y aunque me aterraba dar un paso por temor a
caer de nuevo a la deriva, quería arriesgarme, lo quería porque tenía bien claro que
valdría la pena, Alexa lo valía todo.

—Estás muy callado, ¿en qué piensas? —Inquirió cauta. Caminábamos por el corredor de
la Hacienda, acabábamos de cenar.

—En nosotros —respondí sin mirarla.

—Ya era tiempo, ¿no? Después de que lo hicimos, ni siquiera quisiste tocar el tema. —
Suspiré hondo y alcé la vista al cielo.

—No es que no haya querido, te daba la oportunidad de alejarte de mí —la miré un


segundo—, eres muy joven, Alexa, y yo he vivido demasiado… hay mucha mierda en mi
cabeza, quizá no queremos lo mismo.

Puso fin a su andar, la imité, quedamos frente a frente.

—¿Qué es lo que tú quieres, Dexter?

—A ti, solamente a ti.

Sus ojos resplandecieron al escucharme, enseguida bajó la mirada, como si estuviera


apenada.

—Pero tú eres joven, con un montón de cosas por vivir, no te gusta atarte, ni enamorarte,
eres un alma libre y yo un soñador.

Su mirada determinada se ancló a la mía, esta vez lucia ofendida.

—Hay personas por las que vale la pena cortarse las alas.

—Si tienes que cortarlas, entonces no es la indicada —dije serio.


—Sé que estás dando un gran paso conmigo —carraspeó—, y quiero intentar contigo lo
que no quise con nadie más. Quién sabe, Dex —acarició mi mano de manera sutil—, tal
vez terminamos casándonos.

—Quizá —susurré. Le di un suave apretón y ella sonrió.

—Quizá.

—Señor Russo —ambos miramos a Guzmán—, el patrón quiere hablar con usted.

Asentí y solté la mano de Alexa, deposité un beso en su frente y me aparté de ella. No


quería besarla, ni follarla, mas no porque no lo deseara, por supuesto que lo deseaba,
pero no quería faltarle más el respeto a Medina, ni a su casa y la confianza que puso en
mí. Hablaría con él de frente, no le temía en lo absoluto, lo sucedido en el pasado con los
pretendientes de Alexa, no me frenaría.

Entré a la casa en dirección al despacho de Medina, la puerta estaba abierta, dentro se


encontraba él en compañía de Maia. Ambos lucían imponentes y poderosos. Me costó
mucho entender que, el amor en la mafia no siempre nos hace débiles, sino que en
ocasiones tiene todo el efecto contrario.

—¿Querías verme?

—¿Sabías que Alexa habló personalmente con Letrán? —Cuestionó Medina. Efectué una
mueca. Ya lo sospechaba, mas no había confirmado nada todavía.

—No, solo tenía sospechas de que había hecho algo.

—Él intenta persuadirla para que nos detengamos —intervino Maia—, señala a otro cómo
el culpable.

—¿Y no es así? —Inquirí.

—Letrán Méndez es primo hermano de un hombre que yo asesiné —murmuró Maia—.


Quiere venganza.

—Se acercó a mi hija y no se detendrá —continuó Medina.

Sus palabras no hacían más que preocuparme, de pronto, tuve el impulso de querer
mantener a Alexa dentro de una caja de cristal, cortarle las alas y enjaularla para que
nadie pudiera lastimarla y arrancarla de mí como lo hicieron con Darla.

—¿Qué haremos? —Pregunté, por supuesto que me incluía, no iba a dejarla.

—El plan continúa como fue trazado. Alexa no puede salir de la Hacienda, te quiero con
ella el mayor tiempo posible, como es obvio, nosotros no podemos cuidarla de ese modo
—explicó con calma.

—No tengo problema con ello, pero hay algo de lo cual quiero hablarles —dije sereno e
inalterado.
Siendo franco, no pensé que estaría en una situación así: frente a dos narcotraficantes a
punto de decirles que comenzaría una relación con su única hija.

—Has caído —dijo Medina. No sonreía, pero había cierta diversión en sus ojos, su esposa
mostraba la sonrisa que él se negaba a dar—. Veo cómo la miras. Eres muy distinto a los
demás.

—Quiero su consentimiento, el de ambos —miré a Maia—, para estar con su hija.

—Un noviazgo, querrás decir —corrigió él.

—Sí. Quiero ser su novio, aunque mi edad…

—Este hombre que ves aquí me lleva diez años —interrumpió Maia—, no hay nada que
pueda decir respecto a la edad.

La observó por encima de su hombro y le regaló una sonrisa genuina, una sonrisa que en
el tiempo que estuve aquí, jamás había visto. El hombre frío y sanguinario que todos
conocíamos, parecía desaparecer cuando estaba con ella.

—Mi escuincla consentida —susurró él, dándole un beso en el dorso de la mano.


Enseguida volvió a mirarme—. Tendrás nuestro permiso, Russo, pero habrá reglas, la más
importante no tiene que ver con la intimidad. Mi hija ya no es una niña y tú ya eres un
hombre.

Carraspeé, sintiéndome incómodo. Por supuesto, él debía estar enterado de lo que hacía
su niña y de lo que yo le hice a ella. Joder.

—Comprendo —susurré.

—Le rompes el corazón y no dudaré en matarte. Ella es la luz de mis ojos, lo más valioso
que mi esposa y yo tenemos, así que piensa bien donde te estás metiendo. El que te
otorgue el permiso de estar con ella, no es una bendición.

—Estoy consciente de las consecuencias. En mis planes no está herirla de ningún modo, yo
por su hija daría mi vida.

—Lo sé, ella también daría la suya por ti.

—Hazla feliz, Dexter —intervino Maia—, mi hija no lo es, hay mucho dolor en su vida.

—Sé por qué. —La sorpresa cruzó los rasgos de ambos.

—¿Te lo dijo? —Inquirió Maia.

—Sí, sé que ella no puede tener hijos. —El pesar contrajo su cara.

—E incluso así, tú decides…

—Perdí a mi prometida y a un hijo que jamás conocí —mi garganta se cerró—, Alexa me
ha devuelto la felicidad que quienes los asesinaron, me quitaron.
Se extendió un silencio que se dilató por algunos segundos. Decir en voz alta y con otras
personas lo que ocurrió con Darla, aún me era difícil. Jamás podría hablar de ella sin que
sintiera el corazón hecho pedazos por todo lo que me arrebataron.

—Entonces tienes nuestro permiso —me señaló con su dedo índice—, cuídala, porque si
algo le pasa, cortaré tu cabeza.

Sonreí de lado. Esta vez no quise pensar en la posibilidad de morir, mucho menos la de
permitir que alguien más se acercara a Alexa para lastimarla.

—Les doy mi palabra que, por encima de todo, la protegeré.

[***]

Alexa

Estuve curiosa sobre lo que papá quería hablar con Dexter. Supe que no se trababa de
nada malo, las cosas habían seguido bien, cenamos normalmente y al finalizar cada uno se
retiró a sus respectivas habitaciones. Ninguno volvió a tocar el tema de Letrán y eso más
que tranquilizarme, me preocupaba. Quería creer que él no mentía y que de verdad
quería hacer las pases, aunque esto no funcionaría, mis padres nunca cederían ni le
creerían una sola palabra.

Por otro lado, noté cierta tranquilidad en papá y una seguridad en Dex al acercarse a mí,
que antes no estaba. Me dio la impresión de que su plática tuvo que ver conmigo y
probablemente con la relación que comenzaba a tener con Dex, la misma que aún no
podía definir.

Haciendo de lado eso, ahora mismo caminaba hacia la habitación de Dex. No había
vigilancia como de costumbre, lo cual me pareció raro, mas no quise indagar. La puerta de
Dex no tenía seguro, así que entré sin problema, las luces estaban apagadas, pero la
claridad traspasaba las cortinas, dándome una vista perfecta de cada rincón, lo único que
me interesaba era el hombre que yacía semidesnudo en la cama.

Dexter solo usaba un bóxer ajustado, su abultada entrepierna quedaba a la vista, también
las cicatrices que casi le quitaban la vida; había otras más que parecían haber sido hechas
con navajas, estas se las hicieron en el presidio, ese sitio donde lo encerraron para evitar
que siguiera dañándose asimismo.

Me deshice de mi ropa quedando en bragas y sin temor me acerqué a él, estaba dormido,
o al menos eso creí antes de que tomara el arma que yacía en su mesita de noche y me
apuntara con ella. No me inmuté, mucho menos me asusté. Sonreí y alcé las manos a la
altura de mi pecho.

—Me atrapaste —dije coqueta.

Él recorrió mi cuerpo con los ojos y se incorporó de la cama.

—¿Qué demonios crees que haces? Pude haberte disparado.

—Qué buenos reflejos —susurré. Arrastré los dedos por su tórax en dirección a su
entrepierna.
Sorprendiéndome, cogió un puñado de mi cabello, eché la cabeza hacia atrás y le sonreí
aún más en cuanto puso el cañón contra mi garganta. El metal estaba muy frío, erizó mi
piel.

—Te gusta tentarme, te pones en peligro cada vez que te acercas a mí —musitó.

Deslizó el cañón por mi piel, recorrió el contorno de mis senos y la división entre ellos.

—Me atrae lo prohibido, me seduce lo peligroso, me gustas tú, Russo.

Mantuvo nuestros labios a una nula distancia, los rozó y se apartó leve. Entretanto, el
metal helado continuaba bajando, se detuvo en la unión de mis piernas; gemí al palpar lo
frío contra la poca tela que poseían mis bragas.

—¿Quieres masturbarme con tu arma? —Bromeé. En él no había un atisbo de burla.

—Ya lo estoy haciendo.

Me besó y hundió el cañón entre mis piernas, estimuló mi sexo con cuidado y a la vez,
violento. No tenía la menor idea de que se podía hacer algo más con las armas además de
disparar.

No moví un músculo mientras él movía el arma como lo haría con sus dedos o su pene.
Logro humedecerme en segundos, no solo por su roce, sino por lo que usaba para
masturbarme.

No perdí tiempo y devoré sus labios, jugué con su lengua provocando en él una mayor
excitación. Aumentó el frenetismo de nuestras respiraciones y la temperatura de los dos
se elevó. Con sus caricias estaba volviéndome loca, con ganas de lanzármele encima.

—Ven aquí, mi niña —jadeó contra mis labios—, te quiero sobre mis rodillas.

—¿Por qué?

—Porque yo lo ordeno.

Sentí una punzada de placer en mi vientre bajo que se extendió hasta mi sexo. Apreté las
piernas y retiró el arma. La colocó en su lugar y tomó asiento en el borde de la cama, tiró
de mi mano y sin más me acomodé boca abajo encima de sus rodillas.

Posó la mano en mi espalda y presionó leve al tiempo que su mano libre se abría paso
entre la tela de mis bragas; hundió los dedos en el encaje y lo rasgó en segundos,
dejándome solo con los jirones de tela dispersos en todas las direcciones.

—Dexter…

—Shh... no hables.

Por el rabillo del ojo vi cómo humedecía sus dedos con la saliva, posteriormente los llevó a
mi vagina, embistió con ellos muy lento, el toque era sutil y delicado, nada provocativo,
pero en mí causó estragos.
Embistió un par de veces, retiró los dedos y volvió a meterlos a su boca antes de
penetrarme con ellos.

—Oh Dios, ¿por qué haces eso? Estoy realmente humedecida.

—Porque puedo y quiero, porque disfruto del sabor de tus fluidos y mi saliva y lo
resbaladiza que se siente tu vagina cuando te excitas.

Ay Diosito, me saqué la lotería con este hombre.

Cerré los ojos y él continuó con su juego, su erección crecía más con los minutos, yo tenía
un río entre las piernas. Todo quemaba en mi interior, quería que me cogiera de una vez
por todas, sus juegos solo me ponían ansiosa y caliente.

—Mía y de nadie más.

Quitó el brazo y se incorporó. Se bajó lo necesario del bóxer y agarró su miembro erecto
con la mano, se masturbó lento mientras me miraba, el líquido hacia brillar toda la punta
de su pene.

—En cuatro, Alexa.

—Sí, señor —logré articular.

Con el cuerpo ofuscado y tembloroso me puse de rodillas en la cama, los brazos estirados
soportando mi poco peso.

—Junta las piernas —ordenó.

Lo hice tal cual. Se situó detrás de mí, dio una palmada en mi nalga derecha y enseguida
sentí su pene embistiendo desde atrás. Fue una sensación de alivio el tenerlo todo dentro
y cuando Dexter puso su pie en la cama y el otro se quedó en el suelo, jadeé por la forma
en que llegaba con profundidad.

—Muérdete los labios y procura no gritar.

—No soy… silenciosa.

—Entonces esperemos que nadie te escuche.

Enredó mi cabello en su puño, tiró y comenzó a embestir sin control. El sonido de nuestros
cuerpos al chocar llenó la habitación, le siguieron mis gemidos. No podía creer que llegaba
a estimular de la manera que fuera. Sentía excitación, seguía mojándome mientras se
hundía en mí.

Su pene se movía delicioso, sus dedos hacían un complemento ideal, mi boca no podía
mantenerse cerrada. Gemía alto y claro y si alguien me escuchaba poco o nada me
importaba.

—Es increíble la forma en que te sientes, Alexa.


Irguió mi espalda, esta se pegó a la amplitud de su torso. Deslizó las manos por todo mi
cuerpo, mis pezones recibieron atención y mi cuello también gracias a la humedad de su
boca.

—Me tienes, Dexter.

—Te tengo, Alexa.

Lo agarré de la nuca, volví el rostro sobre mi hombro para poder besarlo. Nuestras lenguas
chocaron, el ritmo de sus embestidas cambiaba, mi cuerpo inició esa deliciosa sensación,
atenazó todo mi ser de a poco y luego, llegó con fuerza. Estalló dentro de mí, mi orgasmo,
el suyo, su semen, mis fluidos. Todo fue… delicioso y único, como siempre.

Caí en la cama, él a mi lado. Estaba despeinado y con una tranquilidad enorme en sus
bellos rasgos.

—¿Lo hacemos otra vez? —Provoqué. Esbozó media sonrisa.

—Siempre estoy listo para ti —dijo.

Miré su entrepierna, su pene estaba erecto y él no paraba de acariciarlo, pese a que,


estuviese cubierto con mis fluidos y los suyos.

—Mi hombre dispuesto. —Sonrió.

—Móntame, quiero sentir como te mueves.

—Sí, señor.
Capítulo 17
Alexa

Era de madrugada cuando abandoné la habitación de Dexter, al final después de tener


sexo un par de veces más, se quedó dormido y pude marcharme satisfecha y adolorida. Él
era tan ardiente en la cama, tan diferente al hombre serio que veía todos los días, quien lo
viera, no se podría imaginar todo lo que su mente perversa era capaz de hacer. Puta
madre.

Me lo hacía con violencia, rudeza, ganas, mucha pasión. Me tocaba de formas que, nadie
más lo hizo, estremecía mi ser. Se estaba convirtiendo en una adicción que me negaba a
dejar ir.

Puse fin a mis pervertidos pensamientos en cuanto entré a mi habitación, pues justo vi la
pantalla de mi celular encenderse. Era muy de madrugada para recibir textos. Deprisa lo
revisé, el nombre de Dasha pasó por mi cabeza, mas lo deseché cuando vi un número
desconocido diciéndome hola.

—Ah, caray —murmuré, me senté en la cama con el celular en la mano—, ¿quién eres? —
Mencioné en voz alta al mismo tiempo que lo escribía.

En respuesta no recibí otro texto, sino una llamada que en contra de lo que debía hacer,
tomé.

—Hola, Robledo —saludó esa voz conocida.

—¿Qué haces llamándome? —Increpé seca. Su risa se oyó del otro lado.

—¿No puedo? Quería…

—Saber qué dijeron mis padres —terminé de decir por él. Rio más fuerte.

—No, cariño, no hablo para eso. Mi llamada no tiene que ver con tus padres, tiene que ver
contigo —dijo, sorprendiéndome—. ¿Puedes creerme si te digo que no te he podido sacar
de mi cabeza? Resultaste ser alguien muy… interesante.

—¿Y lo dedujiste solo con los cinco minutos que hablamos? —Inquirí burlesca. Me recosté
en la cama, tenía mucho sueño.

—Robledo, sé más de ti de lo que te imaginas, jamás te tomé mucha importancia, eres


una escuincla —emitió una risa—, pero tuve una impresión muy diferente de ti al vernos
frente a frente.

—¿Ah sí? —Murmuré curiosa, no entendía ese placer que me provocaba el peligro.

—Me gustaste —contuve el aliento—, y mucho.

—A través de mí no vas a lograr nada, Letrán. No soy una niña a la que puedes endulzarle
el oído para manipularla y así salve tu trasero.
—No necesito endulzarte el oído. Si me gusta algo, voy por ello y lo tomo. Tú me gustas,
iré por ti y esta vez sí, Alexa Robledo, sí soy yo quien está detrás de tu persona.

Dicho esto, colgó, dejándome con la palabra en la boca y una sensación agridulce. Miré la
pantalla y no podía creer que hayamos tenido esa conversación, resultaba inaudito que
estuviera planeando conquistarme para usarme a su beneficio. Porque es lo que estaba
haciendo, ¿verdad?

—Solo quiero un puto día de paz —me cubrí la cara con la almohada—, solo uno.

[***]

Al día siguiente no hubo mucho que hacer, pasé toda la tarde cabalgando, Dexter no se
encontraba en la Hacienda y mis padres no descansaban. Por primera vez, papá salía de su
resguardo, se arriesgaba y me pesaba que lo estuviera haciendo por mí. A causa de mi
repentina soledad, terminé los pendientes mucho antes y me decidí a perder el tiempo a
través del campo abierto, me dirigí al río, aún se mantenía vigilado, pero había ciertos
puntos ciegos que yo conocía muy bien.

Cuando quería estar sola y no ser encontrada, me refugiaba detrás de las cascadas, había
un tipo de cueva por la que yo sabía entrar, además de Enzo, cometí el error de mostrarle
mi lugar secreto.

Dejé el caballo cerca y escurridiza esquivé los ojos curiosos de la gente de mi papá. Entre
risas atravesé la cascada y la humedad de la cueva me recibió. Había solo silencio dentro,
un silencio tranquilizador que me hizo respirar hondo. Hacía tiempo que no venía a este
sitio. Aún quedaban vestigios de mis escapadas con Enzo, como la fogata que hicimos y un
par de envoltorios de condones.

—Vienes aquí porque me extrañas.

Pegué un grito y me volví asustada, encontré la figura de Enzo delante de mí; traía el
uniforme oscuro de la policía, sin embargo, percibí el olor a alcohol que traía encima.
Estaba ebrio.

—¿Qué haces aquí? ¿Cómo te dejaron pasar? —Cuestioné confusa.

—No eres la única que tiene sus formas, Alexa —murmuró. Arrastraba las palabras, lo cual
me hizo saber que se encontraba muy ebrio.

—Da igual.

Pasé por su lado y su brazo se enredó en mi cintura, detuvo mis pasos y me aferró a su
cuerpo con bastante violencia.

—Suéltame —exigí entre dientes, sin aplicar fuerza.

—No.

Me sujetó de ambos hombros y apretó mi espalda a la pared rocosa. Metió la pierna entre
las mías y pudo inmovilizarme.
—¿Qué buscas, Enzo? —Siseé.

Comprendí que no podíamos actuar con violencia contra una persona que tiene las venas
repletas de alcohol, esta no entenderá y por ende, todo va a empeorar.

—Hacerte mía y recordarte por qué estabas loca por mí.

—Estás mal, quítate de una vez, así no ganarás nada conmigo —advertí. Negó y aplastó mi
boca con la suya.

Gimoteé contra sus labios, me molestaban sus dientes, su lengua era áspera, con un sabor
desagradable en ella. Sentí nauseas por la forma en que me besaba y embarraba de saliva
toda mi cara. Forcejeé lo más que pude, me liberé de su agarre y lo empujé lejos de mí, no
obstante, él tiró de mi blusa, rompiendo los botones. Caíamos al suelo por la fuerza
empleada y mi cabeza aterrizó sobre una piedra que causó una herida en mi sien que me
desorientó por algunos instantes. Demoré un poco en incorporarme, pero antes de
ponerme de pie, Enzo me empujó boca abajo.

—No lo entiendes, Alexa —se cernió encima de mi cuerpo a la vez que esposaba mis
manos detrás de mi espalda—, fui paciente, amoroso, te ayudé, ¡ayudé a tu familia, a tu
amiga!

—Estás haciéndome daño —susurré. Sentía la sangre escurrir por mi mejilla, directo a mi
boca.

—Te amo, Alexa… te amo, y tú… ¡Tú te revuelcas con ese cabrón! ¡Me humillaste!

—Lo siento, ¿vale? ¡Perdón! —Exclamé, trataba de persuadirlo, no podía quitármelo de


encima, estaba en total desventaja.

—No, sé que esto servirá, es lo que debo hacer —aseveró.

Me bajó los vaqueros, llevándose mis bragas con ellos; su peso me impedía hacer algo, las
manos esposadas no ayudaban, el metal se clavaba en la carne y dolía mientras intentaba
zafarme.

—¡Ayuda! —Grité humillada, furiosa al no poder defenderme de un idiota ebrio.

—Sabes que la cascada evita que los sonidos salgan. —Separó mis piernas y oí cómo
bajaba sus pantalones—. Por eso cogíamos aquí, por eso lo elegimos.

—No lo hagas, si alguna vez me quisiste, déjame y no me hagas esto.

—¿Por qué no? Antes disfrutabas mucho cuando te abría las piernas y te lo metía duro.

—¡Con mi consentimiento, idiota! ¡No caves tú propia tumba, Enzo, voy a matarte si me
tocas!

—No lo harás —su peso aplastó mi cuerpo, cortándome la respiración—, porque vas a
recordar lo rico que la pasabas conmigo y volverás a mí, solo hace falta esto.
Escupió en su mano y frotó su erección con la saliva. Negué y me removí como pude, la
impotencia que sentía no se podía describir, todo empeoró cuando lo sentí penetrante
desde atrás, entró en mi cuerpo con rudeza y violencia. Grité por el dolor que esto me
causó, mas no hubo una sola lágrima en mi cara.

—Justo como te recordaba, Alexa: apretada y caliente.

—No voy a luchar contigo, espero lo disfrutes porque voy a matarte.

—No, no lo harás —aseguró.

—En eso podemos estar de acuerdo —dijo una voz que causó escalofríos en mi ser—, no
va a matarte ella, lo haré yo.

Un disparo y el cuerpo de Enzo cayó inerte encima del mío. La sangre me cubrió, le habían
disparado en la cabeza. Pude ver parte de su cráneo pegándose a mi piel.

Enseguida me lo quitaron de encima, lo mismo sucedió con las esposas que restringían mis
movimientos. Entonces una mano me ayudó a levantarme. Lo miré a la cara y no pude ver
más que furia.

—Lamento la demora, Robledo —se disculpó Letrán.

No respondí, estaba en shock, lo cual pocas veces me ocurría, pero ¿cómo no estar así?
Estuve a punto de ser violada por un hombre que quise, el mismo que quedó con los sesos
dispersos en el suelo, muerto, mientras era salvada por el mismo hombre que mis padres
señalaban como el principal culpable de mi atentado.

Letrán se quitó el saco que usaba y me lo puso encima. Ni siquiera me importó


encontrarme semidesnuda.

—Te llevaré con tus padres, aunque me arriesgue a recibir un tiro.

Callé nuevamente y no fui consciente de cómo me sacó de ahí, tampoco del momento en
que arribamos a la Hacienda; en cuanto Letrán dio la cara, tuvo a todos los hombres de
papá apuntándole con las armas.

Sonrió y bajó la mirada hacia mí mientras me sostenía en sus brazos.

—Vales la pena, Robledo —susurró.

Entonces todo se volvió oscuro.

[***]

Dexter

No dejaba de mirarlo con odio.


Un odio infundado, a cómo se mostraban las circunstancias. Sin embargo, tenía el
presentimiento de que el sujeto mentía, su calma, su actitud, la forma en que las cosas
sucedían en torno a él, no me daba confianza. Mentía, podía asegurarlo, mas no
comprobarlo. Estaba seguro que Maia y Medina pensaban igual que yo.

—¿Continuarán con lo mismo? —Inquirió con fastidio— Salvé a su hija de ser violada,
¿cuánto me hubiera costado matarla ahí mismo? Ilusos.

Maia le propinó una bofetada, Letrán solo sonrió ante la acción, Medina por su parte se
mantenía callado, observándolo serio.

—No te creo. Pudiste planearlo todo —acusó Maia.

—¿Y dejarla viva? Cariño, yo soy como tú: mato a mis enemigos. Pero tu escuincla no lo es
para mí, como tampoco ustedes. —Los observó alternadamente—. No me interesa vengar
a alguien que merecía su muerte.

—Suéltenlo —ordenó Medina. Maia le lanzó una mirada furibunda.

—Alejandro…

—Confía en mí —dijo serio—, hazlo.

A ella no le quedó más remedio que asentir. Azúa y Guzmán liberaron a Letrán de las
ataduras y este se incorporó de inmediato. Tenía un porte elegante que vagamente me
recordó a Dixon. No parecía un narco como los que había conocido aquí, él era distinto y
eso me hizo desconfiar más.

—No te quiero ver en mis territorios otra vez, mucho menos cerca de mi hija —aseveró
Medina—. No me importa si la has salvado de morir o simplemente son buenos amigos, te
mataré si te le acercas.

—Ella ya es algo mayorcita como para decidir, ¿no? —Bufoneó. Se acariciaba las muñecas
lastimadas por las esposas.

—Estás advertido y no repito. Ahora lárgate de mi vista antes de que me arrepienta y te


llene de plomo.

Letrán rio y obedeció. Salió de la bodega sin replicar y nos quedamos solos.

—¿Por qué, Alejandro? —Espetó Maia.

—De la manera que sea, evitó que ese cabrón lastimara a Alexa. Solo por eso le he
perdonado la vida hoy.

—No lo merecía —siseó Maia. Tenía las manos hechas puño.

—Confía en mí, bonita —pidió. Se acercó a ella y entonces supe que yo salía sobrando.
Los dejé en su mundo y me dirigí a la habitación de Alexa; antes de entrar a la casa
visualicé a Letrán a una distancia prudente, a punto de montarse a su camioneta. Alzó el
brazo y movió la mano a modo de saludo o despedida.

Definitivamente él nunca me daría confianza.

Le di la espalda y no demoré en llegar a la habitación de Alexa. Ella se hallaba sentada en


la cama, las rodillas flexionadas y el mentón descansando en ellas. No me miró cuando
entré; me senté a su lado y pasé mi brazo por su hombro.

—Lexi.

—Me tocó —susurró perdida en sus pensamientos apenas me tuvo cerca—, no le importó
nada. Iba a violarme y ahora está muerto.

La voz se le rompió al decir esto último. Sollozó y la atraje a mi cuerpo. Era la primera vez
que la veía llorar así. Alexa Medina jamás lloraba, ella siempre sonreía, pero a veces los
labios se cansaban de sostener las lágrimas y se derrumbaban, desbordando así el río
salino acumulado en aquellos orbes tristes.

—Enzo está muerto —sollozó con sentimiento—. Yo lo quería… lo quería mucho y ya no


está.

La consolé en silencio, sin tener una palabrería para decirle, al final de cuentas, las
palabras de aliento no sirven de nada cuando nos destrozan el corazón. El dolor persiste y
no se irá, solo se quedará acumulado mientras aprendemos a vivir con él.

—Llora, Lexi —la incité—, voy a estar aquí.

—Quizá para siempre —gimoteó.

—Quizá para siempre, mi niña


Capítulo 18
Dexter

Estuve cuidándola toda la noche, pendiente de ella en todo momento. Logró descansar,
en momentos se despertaba asustada, mas estos no fueron muchos. Yo no logré conciliar
el sueño, no cuando Alexa necesitaba ser cuidada. De alguna forma le daba sentido a mi
vida, tenerla conmigo se convirtió en un incentivo, el no dejarla sola, cuidarla, velar por su
seguridad, no podía pensar en abandonarla, ya no podía pensar en nada más que no fuera
Alexa. No volvería a separarme de ella.

—Veo que aún no despierta, ha dormido demasiado y tú tan poco —comentó Maia.

—Está bien —me incorporé de la cama—, ¿alguna vez Alexa ha salido del país? —Indagué
como no queriendo.

Maia se recostó al lado de su hija, le daba caricias en la cara, la miraba con adoración y
ternura.

—No, Alejandro no lo permitía, ¿crees que le vendría bien salir de viaje?

—No lo sé, estar en este sitio debe ser cansado. Le han ocurrido muchas cosas, cambiar de
aires unos días podría ayudarle.

Bajó la mirada a su hija, ella se removió un poco, efectuó un mohín y se acomodó en el


pecho de su madre como si fuera una niña pequeña. Maia la abrazó y Alexa pareció serena
y tranquila.

—Voy a planteárselo a Alejandro, siempre y cuando tú vayas con ella.

—Sigo sin entender por qué confían tanto en mí —murmuré incrédulo. Estiró los labios en
una sonrisa.

—Conoces el dolor, tienes un pasado que te ha marcado, ese tipo de personas, personas
como tú, no serían capaces de herir a quienes aman. —Volvió la vista a mí—. Nunca la
lastimarías, temo que sea ella quien termine hiriéndote a ti.

—Si eso sucede, sabré sobrellevarlo —suspiré—, más dolor del que me acompaña, no
experimentaré.

—¿Aún la amas? —Preguntó cauta.

—La amaré cada día de mi vida.

Asintió, satisfecha con mi respuesta. No comprendí por qué.

—Ve a desayunar, yo me quedaré con ella —susurró.

Le dediqué una media sonrisa y la dejé a solas con su hija. Sus palabras se quedaron
dando vueltas en mi cabeza y llegué a la conclusión de que tenía razón: yo jamás dañaría a
Alexa.
[***]

Entré al despacho sin tocar. Medina hablaba por teléfono, parecía cómodo con la
conversación. Al verme, se despidió de quien sea que estuviera del otro lado y me indicó
que tomara asiento delante de él, lo cual hice.

—¿Ocurre algo? —Cuestioné.

—Mañana saldrás de viaje con mi hija, irán a Nueva York.

—¿Qué debo hacer? —Negó serio.

—Cuidarla, distraerla, hacerla feliz —dijo. Parpadeé un par de veces, desconcertado por lo
que acababa de decir—. No me mires así, suena increíble, lo sé, pero mi esposa habló
conmigo y creo que es una buena decisión darle unas vacaciones.

—Comprendo, pero ¿el trabajo? Si estoy aquí es porque necesitabas a alguien.

—Me importa más Alexa, puedo conseguir a quien sea para que ocupe tu lugar, pero no
para confiar la vida de mi única hija. Si estás aquí es porque debía cobrarle el favor a tu
hermano sí o sí. Gente tengo de sobra.

Recliné la espalda sobre el respaldo y asentí, entendiendo su punto.

—¿Tienes un itinerario para Nueva York o prefieres que me haga cargo? —Pregunté.
Conocía la ciudad bastante bien.

—Hazte cargo. Llegarán a la casa de uno mis socios, el padre de la mejor amiga de Alexa.

—¿De quién se trata?

—Sasha Kozlov, su hija Dasha estuvo como invitada aquí hace tiempo, a Alexa le vendrá
bien verla de nuevo.

—Entiendo. ¿Cuántos días serán?

—Una semana. Me cuesta mucho dejarla ir, pero es necesario. Puedo confiar en que la
protegerás, ¿cierto? —Me puse de pie.

—Mi cabeza está en juego, Medina —simplifiqué. Esbozó media sonrisa.

—Es bueno que lo tengas claro.

Asentí y sin tener más que decir salí de su despacho. Encontré a Maia en el camino,
llevaba el periódico en su mano, al parecer ya habían encontrado el cuerpo de Enzo. A
nadie le sorprendía su muerte, lamentablemente la violencia contra la policía era algo a lo
cual la gente estaba acostumbrada.

—Hola —dirigí mis ojos a las escaleras—, hola, muchachote .

Sonreí solo para ella y en segundos la tuve entre mis brazos. Venía en pijama y con el
cabello suelto.
—¿Pudiste descansar? —Pregunté.

—Sí, pero tú no puedes decir lo mismo —dijo. Acarició lo oscuro de mis ojeras, ella
también tenía, pese a que, había dormido bien.

—¿Tienes hambre? —Cambié el tema.

—No mucha. —Acomodé un mechón de su cabello.

—Te tengo una noticia —musité. Alexa enarcó ambas cejas.

—¿Ah si? ¿De qué se trata?

La tomé de las manos, me sentía feliz estando cerca de ella. Cada día la necesitaba más y
no me asustaba en lo absoluto sentirme así.

—Iremos a Nueva York —sus ojos se iluminaron—, de vacaciones.

—¡Júramelo! —Exclamó anonadada. Su semblante cambió deprisa, fue sorprendente


como la tristeza que enturbiaba sus ojos, se disipó.

—Tu padre ha dado su consentimiento, iremos a visitar a tu amiga Dasha.

—¡Oh, por Dios!

Fui presa de sus brazos, inevitablemente reí, devolviéndole el abrazo. Me estrujaba con
fuerza, emocionada y feliz, muy feliz sin siquiera haber puesto un pie fuera de aquí.

—Gracias, gracias —repitió constante.

—Agradécele a tus padres.

—Sé que tuviste mucho que ver en esto —me miró cariñosa—, sé que estás haciendo lo
posible para ayudarme.

—Quiero verte bien —acaricié sus brazos desnudos—, que olvides los malos ratos que has
pasado.

Presionó nuestras frentes y disfruté de su cálido aliento.

—Bastaba con tenerte a ti, pero el viaje me va de maravilla, nunca he salido del país, Dex,
no sabes lo que significa esto para mí.

—Sé lo que significa querer extender tus alas mientras te lo impiden. Yo haré todo lo
posible por hacerte feliz… novia. —Se separó un poco de mí. —¿Novia? ¿No me has
pedido ser tu novia?

—Concédeme el honor de ser tu novio —pedí.

Ni yo mismo podía creer lo que sucedía, tanto tiempo estuve tratando de seguir, de
encontrar sentido, me esforcé en sobremanera para no caer y nunca pude sentirme tan
bien como ahora, la razón era clara: había dejado de buscar y así pude encontrar.
—Muy bien, señor Russo, honor concedido. Puede ser mi novio

Satisfecho, le di un casto beso en los labios. Alexa respondió de la misma forma, sin
sexualizarlo, solo transmitiéndome el cariño que sentía por mí, el mismo que yo
experimentaba.

[***]

Alexa

Viajaría a Nueva York.

No podía creerlo, en mi interior seguía dando saltos de felicidad, dejé la angustia de lado,
la noticia me ayudó a no pensar en el abuso que viví, la muerte de Enzo y el nombre de mi
salvador a quien aún no había podido agradecerle.

Mientras terminaba de empacar, me devolvía a mis pensamientos antes de la noticia. Creí


que no podría superar lo que me pasó, que me marcaría como suele suceder con quienes
han estado en una situación similar. Sin embargo, una parte de mí —la aguerrida y
poderosa—, se negaba a truncar mi vida y felicidad por culpa de un poco hombre al que
no valía la pena mencionar ni dedicarle mis pensamientos, mucho menos permitir que se
llevara mi paz.

Dolía, por supuesto que dolía, me pesaba y tenía pesadillas que giraban en torno a ese
instante, mas eran más las ganas que había en mí de olvidarlo y seguir adelante.

Di un respingo ante la llamada entrante a mi teléfono como solía sucederme a menudo.


Miré el número y supe de quién se trataba. Nerviosa, puse seguro a mi puerta y respondí
en el último tono.

—Hola —saludé cauta. No quería ser grosera con él.

—Robledo —respondió a mi saludo—, ¿cómo estás, mi querida niña?

Aclaré mi garganta. Él me hablaba como si fuera mi padre y luego, como si estuviera


conquistándome.

—Estoy bien —contesté neutra—. No había tenido la oportunidad de agradecerte —


carraspeé—, gracias.

—Está de más darme las gracias, me gustaría más que accedieras a verme.

—¿Por qué habría de hacer eso?

—Puedes divertirte conmigo, Robledo.

—¿Qué eres? ¿Marihuana? —Rio fuerte, como era su costumbre.

—No, soy más adictivo, solo necesitas probarme una vez.

Rodé los ojos. Para adictivo ya tenía a mi chico ruso italiano.


—No sucederá. Te agradezco lo que hiciste por mí, pero no intentes ir más allá, puedo
olvidar que me salvaste si no me dejas en paz.

Guardó silencio unos instantes, suspiró antes de hablar.

—Cada día me gustas más. Entre más te niegas, más crece mi necesidad de ti, estaré
siguiendo tus pasos, niña bonita.

Colgó la llamada y decidí ignorar sus palabras. No había forma de que pudiera acercarse
otra vez y tampoco me quitaría el sueño. Estaba advertido de lo que sucedería si seguía
detrás de mí.

Cerré la maleta y salí de la habitación con ella en mano. No llevaba muchas cosas, quería ir
de compras allá, recorrer los más que pudiera de esa enorme ciudad. ¡Dios! Tenía un
sinfín de planes. Dasha estará feliz y más ahora que ella necesitaba de distracciones, tal y
como yo.

—¿Estás lista? Nos llevarán a la pista de aterrizaje —me abordó Dex. También llevaba su
maleta en la mano, tomó la mía, ayudándome.

—Sí, estoy muy ansiosa.

—Puedo verlo —murmuró.

A pesar de tener cambios descomunales conmigo, él seguía estando triste y sonreía muy
poco. Ya me encargaría de quitarle ese pesar, o al menos, hacerlo más llevadero.

Al bajar las escaleras, mis padres esperaban por nosotros. Sonreí y confiada me lancé a los
brazos de ambos. Irradiaba felicidad por doquier.

—Gracias —susurré sincera—, gracias por dejarme hacer este viaje.

—Lo necesitas, Ali —dijo papá. Me aparté de los dos.

Cada vez que me llamaba así, se me llenaban los ojos de lagrimas. Al decirme Ali, es como
si estuviera diciéndome te amo, lo cual no hacía siempre.

—Los amo —musité sensible—, pero no voy a extrañarlos.

Ambos sonrieron, divertidos por mi comentario que no estaba lejos de la realidad.

—Lo sabemos, estaremos esperando por ti, mi reina —dijo mamá. Besó mi frente.

—Por favor, cuídense —pedí, tomándolos de las manos—, los amo —repetí.

—Y nosotros a ti —murmuró papá. Miró a Dex—. Con tu vida, Russo.

—Voy a cuidarla —aseguró el aludido.

Me despedí nuevamente de mis padres y salí por la puerta grande hacia la camioneta.
Antes de subir me volví a ver a las dos personas más importantes para mí, ambos
abrazados y sonrientes, despidiéndose de mí con la promesa de volver a vernos.

Lo que no sabíamos, es que quizá no sería así.


Capítulo 19
Alexa

Mis ojos no paraban de maravillarse con lo que había a mi alrededor.

Jamás estuve en una ciudad tan grande e impresionante. Me sentía muy pequeña entre
edificios y rascacielos, no podía creer que Dasha estuviera acostumbrada a vivir en un sitio
así, ¡yo me perdería!

Llevaba las manos pegadas a la ventanilla mientras mi mirada abarcaba todo, desde las
calles muy transitadas, hasta los cielos casi ocultos gracias a los monstruos de concreto
que se estiraban imponentes.

—¡Es Central Park! —Chillé emocionada— ¡Es hermoso! —Volví sobre mi hombro para ver
a Dex— ¿Podemos venir?

—Claro que sí.

—¡Sí!

Él me miraba con adoración cada vez que le pedía que me llevara a visitar los lugares por
donde pasábamos; sin embargo, no sonreía, siempre se mantenía impasible, serio, tan
exánime como un muerto.

—¿No estás feliz? —Inquirí.

Me senté en su regazo y descansé la cabeza en su pecho. Aún no sabía si podría lidiar con
su toque más allá de lo cotidiano, me asustaba tener secuelas de lo ocurrido. Francamente
no quería detenerme a pensar en ello y optaba por dedicarme a disfrutar de todo lo que
Dex me daba.

—Lo estoy, Lexi —rodeó mi cuerpo y besó mi frente—, tu felicidad es la mía.

Sonreí satisfecha, mas no conforme. Lo haría reír tanto que le dolerían las mejillas. Me lo
propuse y lo lograría.

Minutos más tarde arribamos al vecindario donde Dasha vivía. Era lujoso, privado, había
muy pocas casas, pues estas ocupaban un gran terreno, casi similar al de mi hacienda,
pero sin el campo abierto. Incluso así, lucían gigantescas.

La camioneta se detuvo frente a un portón oscuro que no permitía que los ojos curiosos
echaran un vistazo hacia el interior, además contaba con altas bardas de concreto por las
que se apreciaban a los hombres de seguridad, estos pasaban desapercibidos para la
gente normal.

Las puertas se abrieron, nos recibió una impresionante mansión, de esas que solía ver en
internet. Recorrimos un camino empedrado, el jardín repleto de flores y arbustos, el azul
prevalecía, se trataban de pequeñas flores silvestres que nunca antes vi, eran hermosas.
Cuando la camioneta se detuvo, uno de los hombres abrió la puerta de Dex y otro más la
mía. Bajé y el clima frío me abrazó enseguida. El aire era diferente, la sensación
acogedora.

—Bienvenidos —saludó una voz que yo conocía bastante bien.

—¡Señora Buric! —Exclamé emocionada.

La joven mujer seguía tan bella como recordaba, tal y como una muñequita de porcelana,
era pequeña como mi madre, pero ninguna de los dos eran delicadas.

—Alexa —me abrazó enseguida—, qué gusto tenerte en casa. Mira qué hermosa te ves —
observó mis ojos—, luces… distinta.

—¿Feliz? —Echó un vistazo a Dex y volvió su vista a mí.

—Sí —sonrió de lado—, debe ser eso. Pero pasen, Dasha se encuentra en cama.

—¿Por qué? —Indagué preocupada.

Dex se unió a nosotras, cogió mi mano, entrelazándolas. Para Erin no fue un gesto que le
sorprendiera.

—Por el bebé, necesita reposo —le extendió la mano a Dex—, tuve el placer de conocer a
tu hermano, pero no a ti, mucho gusto, Erin Buric.

—Dexter Russo —dijo serio, aceptó la mano dándole un apretón fugaz—. Daré un
recorrido a la casa —agregó, dirigiéndose a mí.

—La casa es segura, Dexter —comentó Erin.

—Lo sé.

Depositó un beso en mis labios y lo vi irse. Entendí que no se sentía cómodo socializando.

—Supe lo que le sucedió —murmuró Erin mientras subíamos las escaleras—, entiendo su
postura, debe ser difícil.

—Mucho —musité—, estamos trabajando en su rehabilitación —agregué, guiñándole un


ojo.

—¿Y tus padres cómo están?

—Bien, siempre están bien.

Asintió y entramos a la habitación sin tocar. Dentro se hallaba el señor Buric y el niño
bonito al que solo conocí por video llamada. Al momento en que nuestros ojos se
encontraron, sentí escalofríos. Me rodeaba de asesinos diariamente, pero él era más que
eso, era un monstruo, un psicopata.
—Dasha —susurré emocionada de ver a mi amiga.

Estaba sobre la cama, enseguida se incorporó.

—Las dejaremos solas —dijo Sasha. Me miró y aquellos orbes azules me derritieron. El
ruso era hermoso—. Bienvenida, Alexa, estás en tu casa.

—Gracias —tartamudeé. Él me intimidaba con su porte y su belleza—, gracias, señor


Buric.

—Dime Sasha, ya lo sabes —susurró, guiñándome un ojo. Me derretí por dentro otra vez.

Controla tus hormonas, Alexa.

Él salió en compañía de su esposa, entonces el niño bonito que, si bien recordaba se


llamaba Bastien, agarró a Dasha de la cintura como si ella estuviera débil, lo cual no
parecía ser el caso.

—No tenía el placer, Alexa —dijo Bastien, su voz era más dulce, un matiz tan diferente al
que recordaba—, sé que conociste a mi otro yo, me disculpo por ello.

—No te preocupes, niño bonito —sonreí e intenté actuar normal, pero siendo franca, él
no me gustaba para que fuera el papá del bebé de mi mejor amiga—, ya me explicaron las
cosas.

—Bien —miró a Dasha—, llámame si necesitas algo, Printsessa. Te amo.

—Te amo.

Se besaron en los labios, al terminar, Bastien pasó por mi lado y se detuvo un instante, su
boca cerca de mi oído.

—No me tengas miedo, soy un loco cuerdo.

—Lo que digas —musité intimidada.

—Bastien —riñó Dasha. Él rio.

—Solo bromeaba.

Luego de esto, al fin nos dejó solas. Pude respirar y deprisa abracé a mi amiga.

—¿Qué onda con tu novio el loco? Creo que le faltaron unos meses de vacaciones en el
psiquiátrico.

—Él ya está bien, chistosa —masculló.

Posee la mano en su vientre aún plano.

—No puedo creer que estés embarazada. ¿Cómo te sientes?


—Mejor, pero debo guardar reposo, mis abortos anteriores debilitaron un poco mi matriz,
puedo moverme y andar, mas no demasiado y como verás, tengo un ejército cuidando de
mí.

—Con el loco tendrías más que suficiente.

—¡Alexa! Deja de llamarlo así —reía. Nos sentamos en la cama—, extrañaba tus
ocurrencias. ¿Quieres decirme cómo estás?

Encogí mis hombros. No quería contarle lo que sucedió con Enzo. Ambas habíamos sido
abusadas y no era para nada lindo traer esos recuerdos.

—Ya que no me quisiste de madrastra, me conseguí mi propio ruso y con descendencia


italiana —presumí orgullosa mientras me miraba las uñas de mis manos.

—No puedo creer que sigas con eso —palmeó mi hombro—, ¿de verdad conseguiste
novio? ¿Y Enzo?

—Muerto y enterrado. No preguntes, solo quiero que conozcas a Dexter. —Enarcó ambas
cejas.

—¿Dexter? ¿Vino contigo? —Preguntó.

—Sí, papa otorgó el permiso. —Su expresión de asombro me causó risa.

—Espera, ¿tu papá le dio permiso? ¿Tu papá?

—Sí, mi papá —rodé los ojos—, ese tipo celoso y posesivo, vio en Dexter a alguien digno
para su princesa, o sea yo.

—Ya se que tú eres su princesa, tonta —rio y negó, aún anonadada—, entonces el tipo
debe de ser maravilloso.

—Lo es. Aunque es mayor que yo por diez años.

—Te gustan maduros.

—Como tu papá —provoqué. Toda sonrisa se borró de su cara—. ¡Qué poco aguantas!

Me reía a carcajadas de ella y su expresión. Era demasiado celosa con su papá y de vez en
cuando conmigo.

—No es divertido. Deja a mi papá en paz.

—Bien, llorona —bromeé.

Luego la abracé fuerte. Había necesitado un abrazo de mi mejor amiga, fue gratificante
dárselo. Quería decirle muchas cosas, pero comenzaría a llorar y estaba aquí para olvidar y
divertirme.

—Gracias por venir —susurró—, te necesitaba.


—Lo sé, que se cuide el niño bonito, mira que puedo hacerlo a un lado.

Se separó de mí y sonrió.

—Lo sabe.

[***]

Dexter

La mansión de los Kozlov era muy segura. Sin duda, Sasha llevaba al extremo la seguridad
cuando se trataba de su familia. Usaba la tecnología a su favor y vaya que sabía cómo
aprovecharla.

Cada rincón se hallaba vigilado. No llegabas a su mansión sin que él no lo supiera, todas
las casas del vecindario le pertenecían. Por supuesto, había personas viviendo ahí, pero
esas personas eran sus propios empleados. Es como si hubiera construido una pequeña
ciudad para él solo desde donde gobernaba el gran infierno que era allá afuera.

—Así que tú eres el otro Russo.

Di la vuelta enseguida. Sasha se hallaba frente a mí. Nunca lo había visto en persona, sabía
que era él por lo que escuché en las calles. Hombre tatuado y rubio, peligroso, de
potentes ojos azules.

—Sasha Kozlov.

Se acercó. Me tendió la mano y la acepté, tal y como lo hice con su esposa.

—Dexter Russo. Veo que vienes custodiando a Alexa.

—Ella es mi novia —corregí. Enarcó ambas cejas, sorprendido. Por supuesto, nadie
esperaba escuchar algo así.

—Debes de ser especial, tanto para que Medina haya decidido poner en tus manos lo que
más ama.

—No tengo nada de especial, solo sabe que quiero a su hija.

—Eres muy diferente a tu hermano —puntualizó—, estás en tu casa, cualquier cosa que
necesites, pídela.

—Gracias por tu hospitalidad.

—Alexa es como mi hija, Medina cuidó de mi pequeña, yo cuido de la suya, así que no solo
lo tendrás a él detrás de ti si la lastimas.

—Jamás sucederá.

Me gustaba saber qué Alexa tenía muchas personas cuidando de ella y queriéndola. Se lo
merecía, no solo por ser hija de quien era.
—Bien. Te quedas en tu casa.

—¿Puedo disponer de los autos?

—Por supuesto. La ciudad es mía, puedes andar por ella sin problema, sin embargo, hay
pandillas por ahí, pero sé que no te meterás en problemas.

—Es lo que menos busco.

Asintió y se retiró. Entonces fui en busca de Alexa, gracias a la ayuda de una joven de la
servidumbre, di con la habitación.

Golpeé la puerta y Alexa fue quien la abrió. Sonrió al verme, esa sonrisa tan bonita que no
quería que desapareciera de sus labios jamás. Estaba consciente de cuánto ella deseaba
poner en mi cara una sonrisa, lo que no sabía, es que, aunque no sonriera, me sentía feliz,
más de lo que alguna vez estuve desde la muerte de Darla.

—Hola, Dex, ven —tiró de mí hacia el interior—, tienes que conocer a Dasha.

Deprisa me encontré con una rubia, poseedora de la misma mirada de Kozlov, era su viva
imagen.

—Así que eres tú —dijo la rubia—, no mentías, es muy apuesto —agregó, mirando a
Alexa—, un placer conocerte, Dexter, soy Dasha Buric.

La saludé con un asentimiento de cabeza, la joven al parecer no podía levantarse de la


cama.

—Un placer —susurré.

La puerta se abrió y un joven alto y de aspecto tenebroso ingresó. Tenía una mirada
penetrante, hasta podía decir que macabra. Pálido en sobremanera, delgado e
imponente.

—Printsessa, la hora de la comida —susurró con dulzura hacia Dasha.

—Iré a ducharme, vendré más tarde —dijo Alexa. Me sentí aliviado.

—Te estaré esperando, aún hay mucho de que hablar —murmuró Dasha.

Salimos de ahí de inmediato y mi alivio se intensificó.

—Volviste a respirar —bufoneó.

—Solo quiero compartir mi mundo contigo, Alexa, me es difícil hacerlo con los demás.

—¿Siempre fuiste así? —Indagó.

Caminamos por el pasillo en dirección a la que nos dijeron, sería nuestra habitación.

—No.
Fugazmente recordé mis días en la universidad, lo feliz que la pasaba con los que me
rodeaban, envuelto en un mundo de fantasía mientras Dixon se formaba como el mafioso
que era. Siempre me preguntaba por que él no era como nosotros, por qué no salía a
divertirse y socializar y se la pasaba amargado dentro de su oficina. Hoy lo entendía mejor.
Cuando nos quitan e imponen a vivir en unas circunstancias que nosotros no elegimos, es
fácil que también nos roben la sonrisa.

—Me gusta esta versión de ti —dijo sincera—, tú eres seriedad y yo un torbellino. ¡La
pareja perfecta!

—No puedo estar más de acuerdo —susurré.

Escuché que su móvil timbró. Alexa lo tomó y alcancé a notar que le llegó un texto.

—¿Quién nos escribió? —Pregunté. Negó y guardó el móvil deprisa.

—Nada importante —murmuró. No me miraba y no indagué más. Era su privacidad,


además, confiaba en ella.

El móvil volvió a timbrar, lo ignoró y segundos después fue el tono de llamada. Respiró
hondo, detuvo sus pasos y vio el número en la pantalla. Una A era lo único que decía de
quien llamaba.

—Responde, no hay problema —dije.

—No —colgó nerviosa—, no lo haré.

—¿Está todo bien?

Me regaló una sonrisa fingida que supe, ocultaba mucho.

—Sí. Todo bien, no es importante.

Tomé un respiro profundo y la miré a los ojos.

—Confío en ti, Alexa, no me falles —sentencié.


Capítulo 20
Alexa

Recorría el centro comercial, había tantas cosas, compraba hasta lo más insignificante
como lo es un esmalte de uñas con un costo escandaloso, pero podía darme ese lujo y los
que quisiera. El límite no existía, no para la única hija de unos narcotraficantes mexicanos.

Confieso que nunca visité un centro comercial antes, en mi ciudad no existían, mucho
menos de marcas tan reconocidas, todo lo que adquiría lo hacía por línea, estar aquí
resultaba una experiencia única.

—Me gusta ese collar —dije.

Mi vista fija en un collar de diamantes con rubíes, era delicado, El oro entrelazado,
precioso, las letras Cartier se leían a su alrededor.

—Vamos por él —murmuró Dex.

Él me acompañaba, además de la seguridad de Sasha. Juntos entramos a la tienda, las


mujeres que atendían posaron sus ojos en Dexter y por último en mí, efectuaron una
mueca despectiva.

—¿Puedo ayudarlos? —Se acercó un mujer madura que olía a perfume viejo.

—Quiero ver ese collar —señalé detrás de ella.

—Lo siento, no se muestran, solo se venden —mintió descaradamente. Entorné los ojos.
Seguro pensaría que me lo robaría o algo parecido.

—Entonces cóbrelo —le extendí mi tarjeta—, me lo llevaré.

Otra mueca surcó sus rasgos, Dex negó despacio.

—¿Te molesta si te dejo sola unos momentos? Debo hablar con Dixon.

—No te preocupes, muchachote, estaré bien.

Besó mis labios y abandonó la tienda. Entretanto, me entretuve en el celular mientras la


empleada con cara de bruja traía mi collar. Me gustó demasiado para mamá, pero ella no
acostumbraba a llevar joyas.

Minutos después me entregó mi compra, le di las gracias, porque yo no carecía de


modales. Salí de ahí y me dirigí a Victoria’s Secret. Sin duda, debía visitar esa tienda,
quería comprar algo sexi para mostrarle a Dex, lindo para volver a retomar nuestra
sexualidad. Esperaba poder lograrlo.

Dentro de aquel sitio, todo brillaba, se respiraba un aroma cautivador, me acerqué a los
conjuntos, rechacé la ayuda que me ofrecieron e indagué en lo que quería yo sola.

—El rojo te vendría perfecto —aseguró su voz a mi espalda.


No me dio oportunidad de darme la vuelta, presionó su pecho a mi espalda y tomó el
conjunto de encaje en color rojo que yacía delante de mí.

—Aunque yo preferiría tenerte sin una prenda de por medio. —Me estremecí.

—¿Cómo me encontraste? ¿Qué haces aquí? —Increpé.

—Ya que no respondías mis llamadas y mensajes, tuve que venir a buscarte, Robledo. Mis
ojos están puestos en ti, no mentía cuando te dije que seguía tus pasos.

—¿Estás consciente de lo acosador que suenas? —Lo enfrenté. Error.

Él se veía muy atractivo, me esforcé por no profundizar en su belleza, no cuando Dex era
mi novio.

—Completamente —acomodó un mechón de mi cabello—, lleva el rojo —lo puso en mi


mano—, lo usarás conmigo.

—Eso no va a pasar. —Rio.

—De la forma que sea, sucederá. Eso te lo puedo jurar —inclinó la cara hacia la mía—, vas
a ser mía.

Ajustó sus dedos a mis mejillas y me robó un beso en los labios antes de apartarse y
desaparecer de mi vista mientras yo permanecía petrificada por lo que había hecho.

Limpié mis labios con rabia y dejé el conjunto que eligió de lado. Apresurada abandoné la
tienda, preguntándome cómo es que él me encontró y por qué de mi boca no salió una
sola amenaza hacia su persona, peor aún, no pasaba por mi cabeza el decirle a Dexter o
mis padres sobre esto.

¿Por qué? No quería detenerme a pensar mucho en la respuesta. Mi comportamiento no


estaba siendo el adecuado, sentía que traicionaba a Dex al callarme esto y las llamadas.
Me excusaba con que no quería arruinar nuestras vacaciones, pero muy en el fondo sabía
que esa no era la razón por la que callaba.

—¿Todo bien?

Alcé la vista, ubiqué a Dexter enseguida. No logré sostenerle la mirada.

—Sí, quiero irme, estoy cansada.

Asintió de acuerdo, entonces estiró la mano hacia mí, llevaba una bolsa de regalo en ella.
Apreté el ceño.

—¿Y eso?

—Para esta noche —respondió—, quiero que lo uses, iremos a bailar.

—¿De verdad? —Acepté el regalo— ¿A dónde?

—Un club, ya verás. —Sonreí de lado y lo abracé de la cintura.


—Gracias —cerré brevemente los ojos, sintiéndome culpable—, te quiero.

—Te quiero también.

[***]

Dasha terminaba de maquillarme. Hubiera dado todo para que fuera ella quien me
acompañara esta noche, amaba ir con Dexter, pero habría sido genial tener una noche de
chicas, bailar y beber como nunca antes lo he hecho.

—Te ves muy bonita.

—Nunca me había puesto un vestido, me siento rara —murmuré.

—Dexter supo elegir, te va de maravilla ese color.

Bajé la mirada al vestido. El tono plata poseía cierta luminosidad que lo hacía parecer
dorado; era corto, de tirantes, escotado y recto. Me gustó, mas no era el tipo de ropa que
usaba, me iban mas los vaqueros.

—¿Estás bien? Desde que cruzaste esa puerta has estado ausente —dejó el maquillaje de
lado y me enfrentó—, ¿puedes contarme?

Llené mis pulmones de oxígeno y encontré de lo más interesante a mis dedos.

—¿Recuerdas tu situación con Jafar? ¿Lo que sentías al tenerlo cerca? —Asintió
despacio— Me sucede algo similar con uno de los enemigos de mi papá, hoy lo vi… y no se
lo dije a Dexter.

—Ese enemigo, ¿te gusta?

—Es atractivo, me gusta, por supuesto, pero me gusta más el peligro que representa —
confesé al fin.

—Bien, no tiene nada de malo que gustes de alguien, el problema es que tienes novio, si
no eres honesta, las cosas no van a funcionar —dijo con calma—. ¿Quieres a Dexter?

—Mucho.

—¿Crees que sea el indicado para ti?

—No lo sé, tengo dieciocho.

—No te pregunté eso. Decir que es el indicado en este momento, Alexa, que sea con
quien quieres estar porque tú lo decides, no por presiones de alguien más.

—Sí —no dudé en responder—, sí es el indicado.

—Entonces dile la verdad. Sé sincera siempre, él confía en ti, no lo eches a perder por
ocultar información que podría malentenderse.
Mis labios se sellaron, incapaces de decir algo más por un lapso de tiempo. Pensaba
muchas cosas y nada a la vez.

—Hablaré con él —accedí segura—, lo quiero de verdad.

Sonrió satisfecha con mi respuesta, besó mi mejilla.

—Diviértete.

—Lo haré.

Le devolví el beso y deposité otro en su vientre antes de salir. El sonido de mis tacones se
escuchó por toda la casa, al llegar a la planta baja encontré a Dex en compañía de Sasha,
este último seguía siendo mi amor imposible, pero Dex el hombre que me hacía suspirar
de verdad.

Vestía casual, de negro, cabello alborotado, ojos misteriosos y coquetos cuando se


posaron en mí. Esta vez sonrió sincero, fascinado, demostró mucho más de lo que había
hecho en los últimos días.

—Qué hermosa eres —dijo sincero.

Eliminó la distancia entre los dos y me tomó de la mano, luego me hizo dar la vuelta y
estiró los labios aún más.

—Jodidamente bella —susurró.

Me sonrojé un poco. Él me hacía cumplidos de una forma que no tenían que ver con lo
sexual, eran sinceros y llenos de cariño.

—Vámonos.

En respuesta obtuvo un beso en sus labios. Olía muy rico, quise restregar mi cara contra su
pecho y respirar hondo muchas veces, mas no lo lleve a cabo, en su lugar, lo agarré de la
mano y salimos de la casa. Fuera nos esperaba un flamante auto amarillo, ¡amarillo!

—¡Qué bonito! —Corrí hacia él y acaricié la brillosa pintura del capo, entre risas me
recosté encima y modelé como las chicas de los calendarios, Dexter no paraba de
sonreír— ¿Cómo me veo? ¿Sexi? —Bromeé.

Se adelantó unos pasos y se detuvo unos centímetros antes de tocarme, mirándome


desde arriba.

—Me provocas querer follarte encima de él.

Mis mejillas ardieron y mi sexo palpitó deseoso. Su mano se deslizó entre la cara interna
de mis muslos, se perdió unos centímetros dentro de la tela del vestido.

—Si me dices que sí, te diré lo que haré. —Mi boca se secó. Erguí el cuerpo, Dex rodeó mi
cintura con un brazo.
—Estoy dispuesta para ti. —Rozó con los labios el lóbulo de mi oreja. Me estremecí
entera.

—Te rompo las bragas y abro tus piernas.

—Ajá… —jadeé.

—Hundo mis dedos en lo suave de tu coño.

Ay Diosito. No, no, Alexa, Diosito no. Perdóname por meterte en mis impuros
pensamientos, señor.

—Vas a estar mojada, como lo estás justo ahora, ¿verdad?

—Sí, Dex.

—¿Vas a ser una buena niña?

—Sí, Dex.

—¿Harás lo que yo diga?

—Sí, Dex.

La tensión sexual entre ambos se sentía a kilómetros de distancia. Agradecí que pudiera
sentirla y esta no estuviera opacada por lo que Enzo me hizo.

—Así me gustas en el sexo: obediente y sumisa. Mía —apretó mis mejillas con los dedos,
me miró fijamente—, mía, ¿entendiste?

—Tuya.

Recibí un beso fugaz y suspiré cuando se apartó. Abrió la puerta para mí y debido a lo que
me hacía sentir olvidé de que iba montada en un lamborghini amarillo. Necesitaba pedirle
uno de estos a papá.

Dex encendió el motor, el sonido fue fascinante; entonces me miró y sonrió de lado,
viéndose tan despreocupado, diferente a cómo solía ser su costumbre, como si estuviera
dejando salir al Dexter que fue antes de la desgracia que ocurrió.

Tomó mi mano un momento y depositó un beso en ella antes de atravesar las calles a toda
velocidad. Yo me sentía en un sueño, una noche perfecta, lo que siempre quise vivir.

Iba con un hombre extremadamente apuesto hacia un club a bailar y beber sin un límite
de tiempo, sin miedo a enemigos o papá. Sería perfecto.

—¿Estás feliz? —Preguntó.

—¿Bromeas? ¡Estoy loca de felicidad!

Sonrió complacido y continuó conduciendo por un tiempo más. El camino se me hizo


corto, el sitio al que llegamos era una calle repleta de autos, luces y letreros fluorescentes,
la gente se movía de un lado a otro, prestaban atención a nuestro auto, normal que lo
hicieran.

Dex se detuvo y enseguida bajó, abrió mi puerta y me dio la mano. Experimenté cierta
sensación de poder, gané miradas, Dexter también, mas no me causaba celos, él no
miraría a otra mujer que no fuera yo y eso podía jurarlo.

—Diablo —dije en voz alta las letras que adornaban el club al que nos dirigíamos.

—Es el club de mi hermano, lleva su apodo.

—Vaya, nuevo dato. ¿Tú no tienes apodos? —Averigüé.

—No, todavía. —Me guiñó un ojo y juntos entramos al club sin problema.

Dentro todo era alucinante. Mis ojos seguían las luces que caían en todas las direcciones,
los colores púrpura y negro dominaban, había destellos plata en ciertos lados, mucho
humo, mucha gente, mas no tanta como para no poder bailar y caminar.

Dex me guiaba hacia la planta alta, pero lo detuve cuando una canción conocida comenzó
a sonar.

—¡La tenemos que bailar! —Grité por encima de la música.

—¿La conoces?

Bajé deprisa los escalones y lo llevé hasta la pista de baile. Comencé a contonear el cuerpo
cerca del suyo sin perder un segundo más, al tiempo que reía de felicidad.

—Es de una película —dije.

—Golpe de suerte —susurró en mi oído.

—La viste —musité. Volvió a guiñarme un ojo y seguimos bailando.

Por un momento me sentí Lindsay Lohan en aquel momento donde bailaba con el chico
del antifaz. Fue algo que no pude describir, mágico, cautivador.

Ambos nos mirábamos a los ojos, pequeños papeles de colores dorados cayeron sobre
nosotros. Sonreí eufórica. Podría decir con seguridad que este instante se convirtió en el
mejor momento de mi vida hasta hoy.

En este baile marcó un cambio, hubo un antes y un después, fue la culminación de algo
poderoso y a la vez, el inicio de un cuento.

—Alexa —susurró con la mirada anclada a la mía.

Todos a nuestro alrededor seguían moviéndose. Solo nosotros nos detuvimos. La letra de
la canción caló fuerte en mí mientras nos mirábamos. Experimenté un cosquilleo a través
de mi cuerpo y los latidos de mi corazón se volvieron pausados y tranquilos.
El azul de sus ojos se veía limpio, puro, sin más sombras acechando, se le llenaron de luz y
por primera vez pude verlo realmente feliz.

—Dex —pronuncié despacio—. ¿Qué está pasando?

Entrelazó nuestras manos y las presionó contra su pecho. Su corazón latía pausado, como
el mío.

—No lo sé, pero no quiero que termine, Alexa.

—Debe ser la canción… el ambiente.

—Somos nosotros —interrumpió—, tú y yo.

—Tú y yo… —repetí.

Esbozó media sonrisa y me besó.


Capítulo 21
Alexa

El auto se detuvo minutos atrás en un sitio oscuro en medio de una carretera vacía y que
daba la impresión de no haber sido transitada desde hace mucho. Edificios abandonados
se situaban alrededor de nosotros, había alcohol en mis venas, más del que ingerí alguna
vez, sin embargo, me sentía segura y feliz mientras Dex iba conmigo.

—Me debes algo —arrastré las palabras. Me observaba serio.

Él también bebió, mas no lo aparentaba en lo absoluto, tenía un brillo perverso y lujurioso


en sus ojos cada vez que daba un recorrido a mi faz.

—Estás ebria —señaló lo obvio.

Sacudí la cabeza y como pude me le lancé encima, acomodé el cuerpo en su regazo, la tela
del vestido se alzó y mi culo quedó a su alcance. Retrocedió un poco, le puse las manos en
mis nalgas y me apreté más a su entrepierna.

—Pero consciente de lo que quiero —musité caliente. El alcohol tenía ese efecto en mí,
me ponía más caliente que de costumbre.

Arremetí contra su boca, mi lengua no se hizo esperar y profanó el espacio húmedo y


caliente, acaricié con vigor a la vez que balanceaba las caderas encima de la dureza de su
erección.

Entretanto, Dex acunaba mis nalgas con las palmas, permitía seguir mi ritmo; advertí la
humedad desplazándose entre mis muslos, mojó la tela de mis bragas y solo quise
quitármelas para tenerlo dentro de mí.

De un momento a otro me apartó, enredó mi cabello en su puño y mordisqueó mi labio


inferior. Me miraba severo y excitado.

—Pierdo el control contigo, no sé qué me hiciste, no puedo decirte que no.

Abrió la puerta del auto y descendimos juntos, se las arregló para no soltarme un instante
y posteriormente me sentó sobre el capo.

Me separó las piernas y de improviso ocultó la mano entre ellas, abarcó mi sexo entero
con ella.

—Mi chica, tan obediente y sumisa como siempre —movió la tela a un lado y tocó con los
dedos mis pliegues—, mojada como me gusta.

Tiró de mi labio inferior con los dientes y pasó la lengua por él. Gemí y traté de mover la
pelvis en dirección a su caricia, mas lo impidió, retiró la mano y volvió otra vez a tocarme.
Jugaba con mi deseo, me miraba a los ojos y proseguía con la tortura, masturbaba unos
segundos y paraba.

—Por favor.
—Silencio, yo sé cuándo y cómo. Yo decido, no tú. ¿O me equivoco?

Lo agarré de la muñeca y apreté los dedos más a mi sexo.

—Como me excita cuando te pones en modo dominante.

Ciñó los dedos a las bragas y de un tirón doloroso las arrancó en jirones de mi cuerpo.
Ardió, no me quejé. Gemí y le abrí más las piernas, sin embargo, Dex me empujó brusco,
mi pecho boca abajo, los brazos a cada lado de mi cabeza mientras que con la rodilla
creaba el acceso a mi centro.

—Qué sexi, señorita —murmuró en mi oído con un leve acento mexicano.

—Esta sexi señorita quiere que la folles duro.

Alcé aún más la tela, dio un azote en mi nalga y luego otro más. Lo miré por encima del
hombro.

—Dame más duro —dije excitada por el momento.

Se bajó los pantalones y palpé la dureza de su miembro abriéndose paso por vagina.
Mantuvo una mano sobre mi cabeza, impedía el movimiento de cualquier forma.

—Excelente, quiero que sigas pidiéndome más. Dime cuánto puedes soportar.

Entró de una sola estocada. Grité, no de dolor, la sensación fue gratificante. Recargó la
figura de su cuerpo encima del mío, sofocó un poco, resistí y no me moví, permití que él
hiciera todo el trabajo.

—No te escucho pedirme más, cariño, ¿qué pasa?

Mordí mi labio, contraje los dedos de las manos y liberé un gemido reprimido. Cuando lo
solté, no pude parar más, le vino uno tras otro, la palabra más no paraba de ser
pronunciada. Dex

empujaba la pelvis, embestía duro y sin control, deslizaba fácilmente el pene, llegando a
mi punto más importante, humedeciéndome en cada estocada.

—Vamos, niña bonita —lamió mi lóbulo y mordió mi cuello—, pídeme que te dé más duro.

Se retiró y cuando volvió a embestir, fue alucinante, empujó mi cuerpo hacia arriba y
presionó más mi cabeza al capo. La mano descansó en mi cuello y la asfixia causada logró
elevar mi libido, tal como sucedió la última vez que lo hicimos así.

—Dex… voy a llegar.

—Eso quiero.
Disminuyó el ritmo de sus embestidas, mas no por ello fueron menos duras y profundas. El
roce de su miembro trajo consigo el orgasmo, este se gestó deprisa en mi vientre bajo y
culminó en sensaciones únicas que se dispersaron por todo mi cuerpo mientras él
continuaba penetrándome con frenetismo y deseo.

Sonreí satisfecha y cuando el momento pasó, abandonó mi interior, tiró de mí y me puso


de rodillas sin siquiera preguntarme. Mirarlo desde arriba con su pene erecto siendo
acariciado por su mano, se trató de una escena erótica y caliente.

—Abre la boca.

—¿Quieres que te masturbe con ella? —Tenté.

—No. Quiero masturbarme y derramar mi semen en tus labios rosas.

Era imposible que volviera a excitarme, pero eso ocurría cuando él me trataba de este
modo. Obediente, apoyé ambas manos en sus muslos y entreabrí los labios en busca de
recibirlo.

Descansó una de sus manos en mi cabeza, la otra se agitaba rápido en torno a su pene. En
ningún momento dejó de mirarme, bajó la mano hacia mis labios y los abrió, deslizó el
pulgar y su pecho se movió errático.

—Qué preciosa te ves, qué bonita eres.

Chupé su pulgar, siseó bajo y descansó la punta de su pene en mis labios; el líquido
cristalino los cubrió y posteriormente lo hizo su semen. Se derramó dentro de mi boca,
tragué profundo y lo sentí palpitar una y otra vez, descargaba cada gota hasta que no
hubo más.

Succioné y limpié con la lengua cada parte de su miembro. Él seguía mirándome desde
arriba y al finalizar me ayudó a levantarme, sacudió la tierra de mis rodillas y a
continuación, me sostuvo entre sus brazos.

—Mi vida habría seguido sin ti en ella, pero no tendría esa chispa que me hace querer
despertar cada mañana —susurró contra mi cabello.

—Te quiero mucho, grandote —musité.

—Y yo a ti, Lexi.

Besó mi frente, el sueño llegó de improviso, comenzaba a marearme, sin embargo, me las
apañé para mantenerme lúcida por unos segundos más. Acuné su mejilla con mi mano y lo
miré a los ojos.

—Letrán me buscó hoy, ha estado llamándome y enviándome mensajes. Debes saberlo —


suspiré y cerré los ojos—, nunca voy a ocultarte nada.

[***]
Dexter

Había revisado los mensajes en el celular de Alexa sin encontrar nada malo, solo la
insistencia de ese sujeto, todas las llamadas eran perdidas, pero lo que más me dejaba
pensando se trataba del encuentro que tuvo con ella.

Se tomaba muchas molestias, lo cual significaba que planeaba algo grande o


definitivamente solo quería joder a Maia y Medina. A estos últimos no les informé en lo
absoluto sobre esto, lo haría en cuanto Alexa despertara, ella seguía durmiendo a mi
lado.

La observé un instante y por instinto sonreí. Solía hacerlo cada vez que la miraba y ella no
se percataba de ello; mi niña se divirtió bastante y es lo que buscaba. Me alegró que lo
ocurrido en Llera no le haya afectado en lo absoluto. Verla rota no hubiera podido
conmigo, la quería demasiado.

Mi móvil timbró, deje el de Alexa a un lado y atendí deprisa a la llamada de Medina.

—Diga.

—¿Cómo va todo? ¿Cómo está mi hija?

—Ella se encuentra bien, a salvo —contesté, no le quite la mirada de encima a Alexa.

—¿Está contigo?

—Sí, pero duerme.

—Bien. Necesito que te quedes con ella unos días más, la ciudad está caliente y no quiero
tenerla aquí, corriendo peligro —explicó serio.

—¿Qué ha pasado? —Averigüe. Me incorporé de la cama y salí de la habitación.

—Han aparecido varios descuartizados, todos de nuestra gente —se detuvo un


momento—, no hay firma, así que no sé quién lo hizo, estoy ocupándome de eso, hacia
mucho que no sucedía en mis territorios, tengo a los azules encima.

Guardé silencio, asimilaba sus palabras y entendía por qué quería mantener a Alexa lejos.
Los cárteles mexicanos se caracterizaban por ser unos de los más sanguinarios.

—Comprendo y lamento tener que decirte esto, pero es necesario que lo sepas.

—Letrán —simplificó, no me sorprendió que lo supiera—, se me avisó que salió hacia allá,
Kozlov tiene vigilados sus territorios, por ahí no pasa una mosca sin que él no lo sepa.

—¿Qué quieres que haga? Insiste en estar cerca de Alexa.

—Me encargaré de él en su momento, permítele seguir en su juego, tengo preparado su


destino.

—Bien, así será —determiné.


—Cuida a mi pequeña —ordenó, no pidió.

—Con mi vida.

Finalicé la llamada y regresé a la habitación, tomé asiento en el mismo lugar y noté un


texto en el celular de Alexa. Nuevamente se trataba de Letrán.

Lo abrí sin problema, curioso más que celoso, siendo franco, este sujeto no provocaba
nada en mí, me era insignificante, sin embargo, el texto llamó mi atención.

L:

Robledo, deberías darte prisa en volver a casa, quizás es poco el tiempo que te queda al
lado de tus padres, tómalo como un consejo o cómo una advertencia…

Enseguida marqué el número de Letrán, él no demoró en atender.

—Robledo…

—Cierra la boca —espeté. Rio.

—Vaya, no eres quien esperaba.

—Sigues tentando tu suerte, se te perdonó la vida una vez, no pienses que tendrás
segundas oportunidades.

—No lo esperaba, ni siquiera una primera, no con Medina. Tipos como él no olvidan.

—¿Dónde está tu maldita coherencia? —Se carcajeó.

—Me interesa su hija, pero creo que puedes entenderlo perfectamente, ¿no? A ti también
te tiene loco.

—No vuelvas a llamarla, ni acercarte, escucha bien lo que te estoy diciendo —siseé
amenazante—. La próxima vez que te vea, voy a matarte.

—Uhm… ¿un reto? Veamos quién lo hace primero. Siempre voy por lo que quiero y ella lo
sabe. De la manera que sea lo obtengo.

—Inténtalo —alenté antes de colgar.


Capítulo 22
Alexa

Central Park era un sitio precioso. Por supuesto, estaba acostumbrada al deslumbrante
verde, a la naturaleza que rodeaba la zona donde vivíamos, pero la belleza de este sitio se
trataba de otra muy diferente, pese a que, venía siendo casi lo mismo.

Di un trago a mi cerveza y bajé la mirada hacia Dex. Él descansaba recostado sobre el


pasto, los brazos cruzados detrás de su espalda, los ojos cerrados y el semblante
aparentemente tranquilo, sin embargo, no había paz en sus rasgos.

Lo había notado tenso desde hace días, no mencionó en lo absoluto el tema de Letrán,
creí que se molestaría o al menos diría algo, mas no fue el caso. Por un lado me
tranquilizaba y por otro me daba más que pensar.

¿No le importaba? ¿Planeaba algo? ¿Ya lo había arreglado? Muchas preguntas arribaban a
mi cabeza, todas sin respuesta. Jodido, muy jodido.

—¿Cuándo volveremos a casa? —Pregunté. Llevábamos una semana aquí. No me


molestaba, pero echaba de menos mi casa.

Se volvía extraño que quisiera visitar otros lugares y al final no me encontraba tranquila en
ellos luego de varios días. Siempre volvería a casa.

—¿Ya te has aburrido de Nueva York? Creí que lo disfrutabas —comento aún con los ojos
cerrados.

—Por supuesto que no, solo echo de menos la comida, mi rutina… aquí todo es tan rápido.

—En las ciudades se vive deprisa —puntualizó. Y vaya que lo había notado.

—Amo este sitio, pero no viviría en él —dije franca.

Acomodé mi cabeza contra su pecho, lo observé fijo. Abrió los ojos, los ancló a los míos. El
color potente que vi en ellos me cautivó como nunca antes. Descubrí con el paso del
tiempo, que estaba encariñándome mucho con Dexter. Comenzaba a extrañarlo cuando
no lo veía, ocupaba mis pensamientos cada vez que trataba de concentrarme en algo más;
me desarmaba su sonrisa y me sentía feliz al hallarme entre sus brazos.

—¿Qué estás pensando, Lexi? —Inquirió.

—En que te quiero mucho —toqué su mejilla—, ¿crees que algún día puedas enamorarte
de mí?

Juntó las cejas, se quedó callado y elevó la vista al cielo.

—Olvídalo, no tienes que responderme, hago preguntas que no debería.


—Para —irguió un poco el cuerpo, lo suficiente para alcanzar mis labios—, no sé si pueda
enamorarme otra vez, ese era uno de los motivos por los cuales me negaba a dejarte
entrar. No estoy completo, Alexa.

—Yo tampoco lo estoy —susurré.

—A mí no me importa que no puedas tener bebés, para mí eres una mujer única e
irreemplazable, totalmente entera.

—Lo mismo pienso de ti, aunque nunca puedas amarme, yo sé que seré feliz a tu lado, tal
y como lo soy ahora —aseguré sonriente.

En el fondo sí llegaba a doler la aceptación de su nulo amor hacia mi persona, no obstante,


podía aceptarlo y en gran parte asimilarlo y comprenderlo. Sabía que lo tenía entero, que
sería solo de mí, aunque su amor aún y para siempre le perteneciera a Darla.

—Tú me haces feliz, Alexa, voy a hacer lo mismo contigo. Ahora ven aquí.

Reí y chillé cuando me dejó debajo de él. Posó las manos en mis costillas y sonrió de lado.

—¿Qué crees que haces? ¡Bájate! —Exclamé entre risas, ni siquiera me tocaba, pero era
muy cosquillosa.

—No.

Malicioso, inició un juego de cosquillas. Grité y busqué alejarme, obviamente en vano, me


doblaba el tamaño y peso, fui su víctima, chillé de risa, las lágrimas bordearon mis ojos y él
no se detenía.

—¡Basta, por favor! —Supliqué.

—Di que me quieres y me detendré.

Aplicó más cosquillas, casi me era imposible poder hablar, las carcajadas que salían de mi
boca se escuchaban en todo Central Park.

—¡Te quiero, te quiero, Dexter!

Entonces paró. Mi pecho agitado, la humedad en mi cara. No podía con todo lo que me
hacía sentir.

—Te pusiste roja —señaló mis mejillas—, toda bonita y sonrojada.

—Te odio —mentí. Rio.

Inclinó la cara hacia la mía, rozó nuestros labios con suavidad.

—Y yo te quiero, te quiero, Alexa.

[***]

Cuatro días después aterrizábamos en la pista clandestina. Papá y mamá venían hacía acá
a recibirnos, ignoraba el porqué de esa decisión, quizá sólo tenían muchas ganas de
verme.
—¡Esto extrañaba, carajo! —Exclamé apenas bajé del jet.

El aire se respiraba diferente, más puro y fresco. Me vi rodeada de mi gente y fue un plus
más para sentirme en casa. Este era mi sitio y jamás iba a cambiarlo.

—Bienvenida, señorita Medina —saludó Azúa. Lo abracé entre la emoción. Su cara de


susto me hizo reír.

—¿Dónde están mis papás? —Pregunté curiosa. Ellos dijeron que estarían aquí.

Miré a Dex cuando su celular timbró. Se apartó para poder responder y regresé la mirada
a Azúa.

—No lo sé, venían detrás de nosotros con García —respondió.

Tomó el radio e intentó comunicarse con García sin tener buena suerte. Sin poder evitarlo
una sensación de nerviosismo se instaló en la boca de mi estómago. Volví el rostro hacia
Dex y su cara no me alentó a sentirme mejor. Se notaba realmente preocupado y más
tenso que nunca.

—¿Qué está pasando? —Indagué en voz mortecina.

—Se trata de tus padres, no aparecen.

—¿Cómo que no aparecen? —Inquirí incrédula. Esto no podía estar pasando.

Trataba de procesar sus palabras, mas no había forma de que pudiera entenderlas. Ellos
estaban bien, lo estarían siempre.

—Un atentado —agregó Azúa—, debemos movernos, ya.

Dexter me tomó del brazo y me arrastró dentro de una camioneta. Apenas fui capaz de
estar consciente de lo que sucedía a mi alrededor. Oía los gritos de Dex, los radios no
paraban de sonar, los nombres de mis padres se oían cada tanto, estaban buscándolos.

Y yo por dentro me encontraba gritando, mientras que por fuera no podía mover un
músculo. Entré en shock, estupefacta por la noticia. Intentaba pensar que sólo se trataba
de un error y que al llegar a casa los encontraría en ella.

—Encontramos la camioneta —dijo Azúa. Reaccioné y clavé mis ojos en él.

—Vamos hacia allá.

—Es peligroso —replicó a mi orden.

—No te pregunté si es peligroso, me llevas a ese pinche sitio o te bajas a la chingada y


conduzco yo —siseé irascible.

No estaba para mantener la calma y mis modales. Hablábamos de la vida de mis padres.

Dexter agarró mi mano y dio un apretón, pedía calma. Asintió hacia Azúa y me dio un
arma negra. La tomé con las manos temblorosas.
—Ellos están bien, ¿verdad que sí? —Musité trémula. Mi voz se entrecortaba.

—Sí, lo están.

Quise pensar que no me lo dijo para calmarme y que de verdad creía que ellos estaban a
salvo. No sabía qué haría sin mis padres en mi vida, simplemente se trataba de una opción
que no contemplaría bajo ninguna circunstancia. Si debía buscarlos toda mi vida, lo haría.
Jamás me daría por vencida, no fue lo que me enseñaron.

Luego de varios minutos conduciendo, Azúa se detuvo en medio de una brecha, una de las
tantas que conducía a la pista de aterrizaje. Deprisa puse los pies abajo y dejando atrás a
Dexter avancé hacia la camioneta de mis padres que yacía estacionada a unos metros más
adelante. También se hallaban las camionetas de sus escoltas. Todos ellos muertos,
incluido García. Tragué fuerte y corrí con todas mis fuerzas hacia la camioneta.

Las puertas estaban abiertas, los asientos cubiertos de sangre, muchísima de ella,
derramada en todas las direcciones. Un nudo estrujó mi garganta. Me negaba a creer que
la sangre perteneciera a alguno de mis padres.

—¿Dónde están? —Cuestioné hacia nadie, esperando tener una respuesta que jamás
llegó.

—Alexa, debemos movernos —Dexter me agarró de la cintura—, buscaremos a tus


padres.

—El rastro de sangre, ellos quizás… quizás están cerca.

Me volví hacia todas las direcciones, no había pasto alto, ni árboles, si estuvieran cerca
podríamos divisarlos deprisa. Lo único que había era sangre y balas.

—Ya recorrieron la zona, no hay rastro de ellos. Se los llevaron.

Cuando mencionó esto último, mis rodillas flaquearon y perdí el equilibrio. Caí al suelo
encima de la sangre, la mirada acuosa y el corazón haciéndome pedazos.

Se los llevaron.

Sabía exactamente lo que significaban esas palabras. En mi mundo era una clara forma de
tortura de por vida; se los llevaban y desaparecían los cuerpos, entonces nunca tenías la
certeza de si en verdad tu ser querido estaba muerto o solo desaparecido. Vivías con la
angustia cada puto día, no había un sitio donde llorarles, no había un cierre o una
despedida, solo una nada inconclusa que no te dejaba vivir. Los escenarios se extendían,
las posibilidades eran muchas y tu mente nunca encontraba paz.

—No —sollocé—, no, por favor no.

Enterré los dedos en la tierra. Quería llorar, quería gritar, y lo hice en algún momento
antes de incorporarme y lanzarme contra toda mi gente, la gente de mis padres, en la que
confiaban y que hoy les fallaron.
—Nadie entra y nadie sale de esta puta ciudad hasta que mis padres aparezcan.

Limpié las lágrimas de mi cara, lo hice con rabia, mirándolos a todos alternadamente.

—¡Encuéntrenlos! —Mi voz se rompió— Encuéntrenlos vivos. No me importa cómo lo


vayan a hacer, ellos tienen que volver.

Todos asintieron, todos estuvieron decididos, la determinación en sus rostros. Mis padres
tenían el respeto de cada uno de ellos.

—Van a aparecer, voy a encargarme de ello —dijo Dexter a mi espalda.

Viré el cuerpo y me encontré con la paciencia y tranquilidad de su faz. En esta ocasión no


logró transmitirme nada.

—No me dejes sola, Dexter, mis padres me necesitan, ayúdame.

Me estrechó entre sus brazos. Me sentí protegida.

—Los vamos a encontrar, Lexi, juntos.

—Juntos.
Capítulo 23
Dexter

Ella no durmió. Las últimas horas se la pasó dando órdenes a diestra y siniestra, devastada
y desesperada por encontrar a sus padres. Salí con ella a recorrer las calles y las brechas
para encontrar algún indicio de Medina y Maia.

No tuvimos suerte. Es como si la tierra se los hubiera tragado.

El padre de Maia se hallaba aquí, su hermano continuaba en las calles, la gente se


movilizaba deprisa, los resultados no eran alentadores y entre más tiempo transcurría,
menos posibilidades había de encontrarlos con vida; sin embargo, me aferraba a la
esperanza de que ellos estaban bien, si resultaba lo contrario, la noticia destruiría a Alexa.
Sus padres lo eran todo para ella.

—¿Ha comido? —Indagó Robledo, preocupado por su nieta. Ella caminaba de un lado a
otro por la estancia, el teléfono pegado a su oreja.

—Nada —respondí—, tampoco he podido lograr que descanse.

El señor ya de una edad avanzada, se mantuvo mirando a su nieta. Me sorprendía lo bien


que se conservaba para los años que cargaba encima y el tipo de vida que llevaba.

—Está perdida sin sus padres.

—Quisiera poder hacer más —tensé la mandíbula—, pero es como si la tierra se los
hubiera tragado.

Acomodó las hebras blanquecinas, tirando levemente de ellas, desesperado al igual que
todos.

—Tenemos que dar con mi hija —siseó irascible, y con la angustia teñida a su voz.

Se levantó de la sala y salió; me incorporé y fui con Alexa. Terminó la llamada en cuanto
llegué y mis brazos la rodearon desde atrás. El cansancio se notaba en sus rasgos, apenas
podía mantenerse en pie.

—No están —musitó en voz mortecina.

La llevé hasta el sofá y la hice descansar en mi regazo. Su mejilla se apoyó en mi pecho. El


instinto protector que existía en mí hacía ella, se intensificó enormemente. No quería que
nada la lastimara más. Estaba cansado de esta mierda, pero no me arrepentía de quererla
y tenerla en mi vida, sin importar cuan doloroso resultaba.

—Los vamos a encontrar.

—No quiero perder la esperanza, pero… ya ha pasado un día —se le dificultó hablar—,
tengo mucho miedo.
Negué por dentro, decidido a salir de nuevo y buscar por cada casa, cada rincón de este
sitio hasta dar con ellos.

—Quiero que te quedes aquí con tu abuelo, ¿de acuerdo? —Me miró y acuné su cara en
mis manos— Iré allá afuera y no volveré hasta que los encuentre.

Se le llenaron los ojos de lágrimas, su preciosa cara rebosaba dolor y angustia. Me estaba
matando verla así.

—No, déjame ir contigo —sorbió la nariz—, yo estoy bien, yo tengo que salir a buscarlos
otra vez.

—Estás cansada, no has dormido ni comido.

—Estoy bien…

—Escúchame…

—¡No! —Se rompió de nuevo— No, no puedo quedarme aquí sin hacer nada.

—Es lo que necesito que hagas. No quiero perderte a ti también —descansé los labios en
su frente—, obedéceme, Alexa.

—No quiero que te vayas.

—Volveré y lo haré con ellos.

—Promételo —suplicó. La estreché fuertemente.

—Te lo prometo, confía en mí.

Asintió resignada y nos besamos despacio. Saboreé la dulzura de sus labios, impregné
cada espacio de mi mente con su recuerdo y su olor, mis manos grabaron en ellas la
sensación de su piel cálida.

—Te quiero, Lexi.

Buscó mi mirar y esbozó una pequeña sonrisa.

—Lo sé.

[***]

Alexa

Me quedé dormida, ni siquiera supe en qué momento pasó. No podía esperar que fuera
de otro modo luego de todo el cansancio que acumulé por no dormir y comer. Afuera
estaba oscuro e ignoraba la hora que era.

Me levanté de la cama, llevaba puesta mi pijama. Tampoco recordaba cuando me cambié


de ropa.
Agarré mi celular y pasaban de las dos de la mañana, no había mensajes ni llamadas.
Enseguida marqué el número de Dexter, pero este me mandó a buzón, lo cual me pareció
extraño. Cogí mi arma y la guardé en mi espalda, no solía dar un paso sin ella.

Abandoné mi habitación y no oía nada de ruido en el exterior. El recordatorio de que mis


padres no estaban en casa, continuaba torturándome. El pecho me dolía y el aire me
faltaba mientras acumulaba las lágrimas; jamás me mostré así, pero ellos eran un punto
débil, mi familia siempre lo sería.

Arribé a la planta baja y encontré a hombres armados dentro. Mis ojos se desplazaron a
través de sus caras encapuchadas, las armas largas atravesadas en sus pechos, los dedos
en los gatillos.

—¿Y ustedes? —Inquirí curiosa. No estaba asustada, sin embargo, tenía un mal
presentimiento de esto.

—La están esperando —dijo uno de ellos, su voz distorsionada. Apreté el ceño y sin más
remedio lo seguí hacia el despacho de mi papá.

Atravesamos el pasillo y al entrar al despacho, me paralicé de inmediato ante la escena


que se desarrollaba delante de mí.

Mi abuelo se hallaba sometido por dos hombres, aunque se podría decir que solo estaba
custodiado, él tenía la cara empapada de sangre y apenas lograba respirar, entretanto,
Héctor Aguirre ocupaba la silla de mi padre como si fuese el dueño y señor de esta casa.
Su sonrisa burlona corroboró mi mal presentimiento y antes de que el sujeto detrás de mí
me tocara, metí un tiro en su cabeza. Acto seguido, llené de balas a los dos tipos que
sujetaban a mi abuelo en un abrir y cerrar de ojos sin que Aguirre moviera un músculo o
luciera sorprendido por mi destreza. No obstante, mis balas no fueron suficientes para los
hombres que ingresaron y lograron someterme antes de que pudiera acabar con ellos con
mis propias manos.

Uno me agarró del cabello y otros dos más de los brazos, mi abuelo estaba muy golpeado
y débil, carecía de armamento, fue difícil que pudiera ayudarme.

—Revísenla —ordenó Aguirre. Pasó por encima de los cuerpos de sus hombres y acortó la
distancia entre nosotros—. Tan fiera, mini Robledo.

Le escupí en la cara, gané una bofetada de su parte que no me dolió en lo más mínimo.

—Perro traicionero, ¡cabrón, hijo de puta! —Bramé enardecida.

—Ni todos los insultos que salen de tu boca van a cambiar lo que sucederá —dijo
burlesco.

—¿Dónde están mis padres? ¡¿Dónde está Dexter?! ¡¿Qué les hiciste, perro?!

—Tus padres ya no existen —tiró fotografías al suelo de dos cuerpos completamente


desechos por ácido. Las prendas que yacían a sus lados eran ropas que yo conocía muy
bien—, los maté.

—No es cierto —musité anonadada—. ¡Mientes!


Me le lancé encima, zafándome de quienes me tenían sujeta. Le propiné un puñetazo
antes de que nuevamente me sostuvieran, sin embargo, mis piernas alcanzaron su
entrepierna y juro que disfruté del dolor que surcó su patética cara cuando lo golpeé en
los testículos.

—¡Te voy a matar con mis propias manos, infeliz!

—Ya estuvo bueno de tus chiflasones —siseó enfurecido—, maté a tus padres, maté a tu
novio, aunque su cuerpo aún no lo tengo, cayó al río y ya sabes cómo es eso —se mofó—,
mataré a tu tío y a tu abuelo, ¿sabes qué quedará de tu apellido?

Me sujetó de la nuca y acercó nuestras caras.

—Ni una mierda.

—A mí no me vas a vencer, pinche perro mal nacido. Eso te lo juro.

Me soltó y sonrió triunfante, entonces sostuvo su arma y en un pestañeo, disparó en


contra de mi abuelo.

Mis gritos se escucharon por toda la casa, Aguirre descargó siete balas en el cuerpo de
quien vi como un padre. El horror me congeló por breves instantes, luego, mis piernas se
movieron en dirección a mi abuelo.

Su cara estaba muy golpeada, su cuerpo se sentía mojado y blando por los golpes, tenía
dedos rotos y varias cortadas. Ellos lo torturaron.

—Abuelo —susurré en shock. Estaba muero, muerto en mis brazos.

Apreté los ojos y las lágrimas se derramaron sobre su cadáver. Quería creer que esto era
una pesadilla, ¿en qué momento todo cambió? Hacia apenas unas horas mis padres
estaban vivos, Dexter conmigo, y ahora… ahora lo había perdido todo.

—Perdóname —susurré.

Besé su frente y derramé más lágrimas en su piel.

—Voy a vengarte, voy a vengar nuestro apellido, te lo prometo.

—No hagas promesas en vano, niña —se puso de cuclillas frente a mí—, eres mía, nadie va
a venir a salvarte.

Sonreí de lado. Por supuesto que no esperaría a que alguien viniera a salvarme, intentaría
de todo para salir con vida de esto. ¿Necesitaría ayuda? Eso era seguro y sabía dónde iba a
conseguirla. Por más que quisiera lanzarme a llorar por mis pérdidas, no podía, no debía,
mi mente tenía que estar fría, calcular cada acción que realizaría.

Primero tomaría venganza, después lloraría a mis muertos.

Fría y calculadora. Vengativa y orgullosa.

No les fallaría, no les fallaría a ninguno de ellos.


—Eso ya lo veremos. —Sonrió.

—Llévenla al calabozo, ahí estará cómoda con las ratas.

Me levantaron bruscamente y a empujones me sacaron del despacho. Entre varios sujetos


me arrastraron al calabozo que se situaba en el sótano. Ahí me metieron y me dejaron
encerrada bajo llave. El sitio no era para nada lindo.

Con las manos temblorosas me saqué el teléfono de las bragas y agradecí tener señal.
Marqué nuevamente el número de Dexter, este mandó a buzón y el dolor apretujó mi
corazón. Rezaba para que estuviera vivo y aunque haya visto los cadáveres de mis padres,
también pedí por ellos.

Desesperada, pero con la mente clara, marqué esta vez el número de Dixon. Esperé varios
tonos antes de que atendiera.

—Diga.

—¿Dixon? ¿Dixon Russo? —Su acento era notable y por un instante creí estar escuchando
a Dexter, mi Dexter.

—¿Alexa? —No pude evitar sollozar. Es como si Dex estuviera hablándome.

—Soy yo. —Tragué saliva.

—¿Dónde está Dexter?

Por supuesto, él dedujo enseguida que algo iba mal.

—No lo sé… desapareció —sollocé más fuerte—, Dexter no está, me ha dejado sola.

—¿De qué mierda hablas? —Sorbí mi nariz.

—Me tienen secuestrada en mi propia casa, tienes que venir, tienes que ayudarme, por
favor —me rompí aún más—, mis padres desaparecieron y Dexter lo hizo con ellos.

Él no dudó en darme una respuesta.

—Voy para allá. Mantente viva, Alexa, iré por ti.

Estúpidamente asentí como si él pudiera verme. Terminé la llamada y escondí el celular


entre el intento de cama que había aquí. Me senté en el borde con la vista en la puerta y
esperé, ¿qué? No lo sabía, pero de lo que sí podía estar segura, es que me vengaría de
Aguirre, así fuera lo último que hiciera en esta vida.
Capítulo 24
Dexter

La miraba a través del agua cristalina. Ella sonreía mientras alzaba en brazos a un
pequeño de cabello rubio; los dos comenzaron a reír a carcajadas y yo permanecí inerte
observándolos, temeroso de dar un paso y arruinar su imagen.

—Ven, amor mío —incitó Darla.

—¡Papi! —Exclamó el pequeño, a la vez que me llamaba con su manita.

Me sumergí en el agua pura y avancé hacia ellos; Darla me miró con amor absoluto. El
niño estiró los brazos hacia mí y descansó en los míos.

—Es mi hijo —afirmé.

—Es tuyo, amor mío.

Su mano acunó mi mejilla y sentí su calidez y el aroma que la caracterizaba.

—Vas a ser feliz, vas a vivir muchos años y cuando llegue el momento, nosotros estaremos
esperando por ti.

El corazón se me hizo añicos. Mi hijo se abrazaba a mi cuello. No quería soltarlo y él no


quería desprenderse de mí.

—No estés triste, no nos llores más, nosotros estamos bien y no te culpamos de nada.

—Fui el causante —susurré.

—De hacerme feliz —dijo sonriente.

Me abrazó y abrazó a nuestro hijo. Por primera vez pude sentirlos sin maldad o miedo, solo
existió una infinita felicidad.

—Te amamos, Dex.

Bajé la vista y vi su cabellera volverse oscura y luego me perdí en esos pozos profundos que
eran sus ojos, los cuales no hacían más que mirarme con veneración.

—Tienes que despertar, Dex, estoy esperándote, lo prometiste.

—Y lo cumpliré, Alexa.

El sol me molestaba en sobremanera, mi cuerpo dolía como el demonio, la parte inferior


de mí se hallaba mojada y podía sentir una leve corriente acariciándome la espalda.
Abrí los ojos, los achiqué de inmediato cuando la luz solar hirió lo delicado de mis pupilas.
Como pude erguí la espalda. Mi camisa estaba rota y llena de sangre, tenía dos heridas de
bala, una cerca de la clavícula y otra en el brazo.

Eché un vistazo a mi alrededor, dándome cuenta de que me encontraba a las faldas de


una cascada. Había piedras y árboles altos cubriéndome, estaba completamente solo.
Tuve leves recuerdos de la persecución de la que fui víctima, así como de la traición de
quienes juraron lealtad hacia Medina. Me sorprendía que haya podido escapar de la
muerte cuando estuve empeñado en encontrarla, sin embargo, bastaba pensar en Alexa y
Dixon, para que pusiera todo mi empeño en sobrevivir. Ella sufriría y mi hermano era
capaz de ir por mí hasta el mismo infierno.

Eludí a la muerte por esta ocasión, mas no me sentía tranquilo. Alexa estaba sola, rodeada
de traicioneros. No sabía si su abuelo sería capaz de protegerla cuando él ignoraba lo que
sucedía a su alrededor, Roberto y yo fuimos víctimas, ignoraba si este último seguía con
vida. Ambos logramos escapar, pero cada uno tomó rumbos diferentes. Brevemente
pensé en que quizá Maia y Medina lograron escapar y sobrevivir como lo hice yo. Tal vez
se encontraban por aquí, ocultos y a la espera.

—¡Oiga! ¡¿Se encuentra bien?!

Atisbé a una pareja de campesinos. Traían costales en la espalda, siendo precavidos se


acercaron a mí.

—No —el hombre me ayudó a incorporarme—, gracias. ¿Sabe cómo llegar a la Hacienda
de Medina? —Pregunté.

Naturalmente, lo conocían. Su apellido todos lo sabían aquí. La pareja se miró entre sí.

—Trabajo para ellos.

—Puedo notarlo —comentó el hombre, miraba mis heridas.

—¿Puede decirme cómo llegar?

Soltó una larga exhalación y viró el cuerpo hacia el lado contrario por donde caí. Señaló la
corriente del río abajo.

—Siga el río, lo llevará a las cuevas, son cerca de cinco kilómetros, cruce las cascadas y
estará en territorio del señor Medina —explicó con calma.

—Tome —la joven mujer me dio un frasco con un tipo de ungüento dentro—, póngaselo
en las heridas, le ayudará a que no se infecten.

Sostuve el frasco y asentí.

—Gracias —susurré—, agradezco su ayuda.

—Cuídese, el terreno es peligroso, pero la gente que abunda por ahí lo es más —dijo el
señor.

—Lo tomaré en cuenta.


Sin decir más ellos siguieron su camino, me saqué de encima la camisa y lavé las heridas, a
continuación, puse el ungüento. Ardió un poco, rompí la tela de la camisa y con los jirones
hice un vendaje antes de continuar mi camino río abajo.

No llevaba ningún arma encima, estaba expuesto y sería presa fácil para los enemigos,
pero de alguna forma sentía que no avanzaba solo, que alguien, quizá Darla, seguía mis
pasos como mi ángel guardián.

Antes de caer por el río, recuerdo haberla visto. Su imagen casi beatifica, no se borraba de
mi cabeza y fue un impulso y una seguridad que me incitó a proseguir en busca de
sobrevivir y salvar a la mujer que quería y quizás, comenzaba a amar.

[***]

Alexa

Los vestigios de mi teléfono yacían en el suelo. Uno de los hombres lo encontró y lo


rompió antes de que pudiera realizar más llamadas. Lo último que supe fue que Dixon ya
había entrado a México, intenté comunicarme con Dasha, pero fue inútil.

Ahora me encontraba sentada frente a la puerta, mi posición no cambiaba en lo absoluto.


Nadie me alimentaba, nadie venía a decirme nada y la desesperación estaba ganándome.

Ignoraba cuánto tiempo pasó, qué hora era, lo que sucedía allá afuera. Las lágrimas se
negaban a ser derramadas, solo existía un inmenso vacío y el deseo ardiente de escapar y
vengarme. Aún no asimilaba que mi abuelo estuviera muerto, que mis padres le hayan
hecho compañía, que Dex también.

Apreté los ojos y negué deprisa.

Dexter podía estar vivo, su cuerpo no fue hallado, no había pruebas de su descenso, aún
había esperanza.

De pronto, la puerta se abrió y un sujeto apareció detrás de ella. Llevaba una bolsa en la
mano, una bolsa de una famosa tienda que yo conocía a la perfección. Entró y la dejó a un
lado de la puerta, no se acercó, siendo muy precavido. Cuando me incorporé, salió
rápidamente, hasta parecía asustado. Menudo cobarde.

Agarré la bolsa y vacié su contenido sobre la cama. Al ver la ropa, me paralicé.

Se trataba de un vestido blanco con transparencias, de escote pronunciado y muy


ajustado. Lo acompañaban unos tacones altos y un juego de lencería rojo, el mismo que
Letrán me dijo que usara para él.

—Pequeño bastardo. Te voy a castrar, infeliz.

Había una nota que solo por curiosidad leí en voz alta.

—Úsalo, tienes una hora, obedece o lo próximo que perderás, serán los dedos.

Apreté la hoja en la mano, mis deseos asesinos se incrementaban conforme descubría la


cara de mis enemigos.
—Perro.

Tomé una larga exhalación y miré la ropa.

—Piensa fríamente, Alexa, sé astuta, sé inteligente.

Sin perder tiempo me desprendí de la ropa que llevaba encima y me coloqué lo que Letrán
envió para mí. Todo encajó a la perfección en mi cuerpo, desde el conjunto, hasta los
tacones. Estuve lista en un par de minutos, quedando mucho tiempo libre en el cual de
nuevo tuve que hallarme a la espera.

Sin embargo, cuando menos lo esperé, la puerta volvió a abrirse. Tres sujetos ingresaron y
dos más permanecieron de pie en el umbral. Sin ser cuidados o delicados, pusieron mis
brazos detrás de mi espalda y apretaron las esposas en mis muñecas con más fuerza de la
necesaria.

Maldije por lo bajo y a empujones me sacaron de la habitación con rumbo a la sala. No


había nadie en ella, continuamos hacia una de las habitaciones de huéspedes.

Al arribar a ella, Letrán se encontraba ahí, solo. Sus ojos se iluminaron al verme y yo nada
más tuve nauseas.

—Qué preciosidad tenemos aquí, la joya de Robledo.

Les hizo una seña a sus hombres, quienes nos dejaron solos de inmediato.

—Eres un traidor. —Chasqueó la lengua.

—En el narco no hay lealtades, todos buscamos nuestros propios beneficios sin importar
por encima de quien tengamos que pasar.

—Por supuesto que existe, que seas un maldito desleal que no la conozca, ese es otro
tema —musité con la poca tranquilidad que me quedaba.

Eliminó la distancia que nos separaba y acarició mis mejillas con los pulgares.

—Estás viva, Robledo, deberías agradecer eso.

—¿Por cuánto tiempo, Letrán? Mi vida tiene fecha de caducidad en manos tuyas y de
Aguirre, una caducidad muy próxima.

Rio y sacudió en forma negativa la cabeza.

—Cede ante mí, únete a mi mafia y te haré una reina.

—Mataste a mis padres, mataste a mi abuelo…

—Yo no lo hice, te estoy salvando, trato de mantenerte con vida, no me decepciones.

—Jamás podría, Letrán.

—¿Y si te entrego la cabeza de Aguirre?


Entorné los ojos, desconfiada, dubitativa.

—Es tu socio de asquerosos tratos.

—Ya te lo dije, no hay lealtades en el narco.

—¿Y qué me puede esperar a mí? ¿Me vas a traicionar de la misma forma que has
traicionado a todo el mundo?

Rodeó mi cintura con el brazo y me acercó más a él. Nuestros labios se rozaban, las
náuseas sofocaron mi garganta.

—Serás mi reina, jamás te traicionaría.

Reí por dentro. Por supuesto que lo haría, es lo que bastardos como él hacían
continuamente.

—Bien. Déjame matar a Aguirre y haré lo que me pidas —sentencié.

—No tan rápido —su mano ascendió hasta mi cuello, ejerció presión—, primero tomaré
algo de ti y más vale que lo disfrutes.

—Puedo fingir si eso te hace feliz —mascullé en tono filoso.

Me repugnaba el pensar que sería suya, para mí no había nada heroico en permitir que un
hombre me toque solo para poder sobrevivir. Al menos no lo veía así, prefería volarle la
cabeza, sí que me vanagloriaría en ello, pero no de este modo. Por el contrario, resultaba
humillante.

—No habrá necesidad de que finjas.

Atacó mi boca con la suya, no moví un músculo, mis labios quedaron sellados mientras él
se esforzaba por hacerme responder.

Me mordió la boca con rudeza, gemí de dolor y eso pareció complacerlo, se deleitó con la
sangre que derramó la herida y acto seguido, me empujó boca abajo sobre la cama. Mis
manos seguían esposadas, mis ojos ardieron y mi orgullo se veía pisoteado por un cabrón
al que le cortaría los huevos.

Rasgó el vestido desde la espalda y echó los jirones a los costados.

—Sabía que el rojo se te vería espectacular. —Desplazó las manos por mi espalda y
palmeó mi trasero.

Cuando escuché que bajó sus pantalones, rememoré la escena con Enzo y el miedo me
sobrevino. Todo dentro de mí me pedía luchar, pero hubo una pequeña parte que me
pedía esperar.

—Te dije que ibas a ser mía de la manera que fuera.


Se cernió sobre mi figura, sus dedos se movieron a través de mis pliegues. Miré un punto
fijo en la pared, desconecté mi mente y me permití irme hacia un sitio feliz, un lugar en
compañía de Dex, mamá y papá.
Capítulo 25
Alexa

Unos golpes en la puerta detuvieron las malas intenciones de Letrán. Agradecí por unos
segundos al destino que evitó o retrasó esta agonía.

Él se incorporó de malas, no pude moverme de la posición debido a las esposas; mi vista


se dirigió a la puerta que Letrán abrió. Uno de los hombres que me trajo hasta acá, lo miró
a modo de disculpa.

—Aguirre pide verlo cuanto antes —informó.

—Dile que espere, ¿no ves que estoy ocupado?

Perro bastardo.

—Es urgente —me observó—, el hermano de Russo ha entrado al territorio, alguien le


avisó de lo sucedido.

Letrán volvió el rostro hacia mí. Le sostuve la mirada; se acomodó el cabello y asintió
despacio. Cerró la puerta, azotándola con furia, acto seguido, viró mi cuerpo y puso la
mano en mi cuello, apretó fuerte.

—¿Crees que el Diablo puede hacer algo por ti? Muñeca, no está en sus territorios, somos
narcotraficantes mexicanos, los extranjeros no son nada aquí.

—¿Entonces por qué te preocupas? —Inquirí burlesca— Tocaste a su hermano, pagarás


las consecuencias.

Esbozó una pérfida sonrisa y descargó su puño en mi pómulo.

—Una lastima tener que arruinar una cara tan bonita.

—Una lastima que tengas tan pocos huevos, cabrón —escupí, llenándole la cara con mi
saliva.

Se limpió con asco y acto seguido, volvió a golpearme. Atinó un golpe tras a otro a mi cara;
en instantes llegué a gemir de dolor, pero en ningún momento le pedí parar, soporté cada
golpe dado y cada herida abierta mientras la sangre empapaba mi cuello y salpicaba las
sábanas blancas.

La sensación aplastante de sus nudillos diezmando mi piel, jamás la olvidaría. Ardía, sentía
que todo se rompía, que el oxigeno me faltaba y la impotencia se acrecentaba. Me juré
cobrarle cada golpe con creces, lo haría y no me fallaría en cumplir.

Cuando estuvo satisfecho, se desplazó fuera de mi cuerpo; apenas podía respirar sin que
me doliera toda la cara. Seguro me dejó irreconocible, mis ojos se achicaron y a duras
penas logré enfocar su asquerosa faz. Sonreía desde arriba, tenía mi sangre en sus nudillos
y mejillas, así como en la ropa.
—Siempre se ha dicho que a golpes entienden mejor —alisó su ropa—, espero no
necesites más clases de obediencia.

Azotó la puerta al salir y me mantuve inerte, la vista en el techo, las manos entumidas, el
dolor pronunciándose más fuerte conforme los minutos transcurrían. Me dolía respirar.

—Mierda —mascullé entre dientes. Ni siquiera podía abrir bien la boca, tenía los labios
destrozados.

Al cerrar los ojos, las lágrimas bañaron mi rostro. Lloraba de odio y rencor, no por el dolor
que me atravesaba. Jamás creí acabar de este modo, siempre estuve preparada para
enfrentar cualquier circunstancia; cuando vives en el mundo del narco, cada día se espera
lo peor. Sin embargo, vivir en carne propia todo lo que se ve y se escucha en las calles, eso
era otra cosa.

—No me daré por vencida, lo prometo.

[***]

Cuando reaccioné, me sacaban de la habitación con violencia; desorientada y adolorida,


viré el rostro en todas las direcciones sin entender que sucedía.

Me encontraba muy débil, llevaba días sin comer y de milagro me dejaban usar el baño.
Mis duchas eran agua fría sobre mi cuerpo, golpes luego de salir, ropa interior desgastada,
no me pertenecía. De Letrán no supe nada. No volvió y la temperatura me impidió
cualquier movimiento que me ayudara a escapar, la golpiza que me dio me dejó mal.

De un momento a otro me hallaba de rodillas en medio del recibidor; veía a hombres


armados moverse de un lado a otro, los radios sonaban y las voces eran solo gritos, claves
y ordenes. Había un caos total y estaba ajena a él. De pronto, por la puerta de entrada,
varias figuras ingresaron, entre ellas Aguirre y Letrán. Sus hombres traían en rastras a una
persona que yo conocía bastante bien. En el instante que quise alcanzarlo, me empujaron
contra el suelo. Ya ni siquiera sentía las manos, el metal cortaba toda circulación y era
preocupante.

—Mira a quien te hemos traído para compañía —señaló Aguirre—, van a morir juntos.

Mi tío me miró, estaba igual de golpeado que yo, pero también había heridas de bala en
su brazo y pierna.

—Es una pérdida de tiempo darte una oportunidad —tomó la palabra Letrán—, morirás
con lo que queda de tu familia.

La mirada de mi tío era digna, igual que la mía. Moriríamos juntos, pero tenía la certeza de
que cada una de estas muertes no quedarían en vano. De alguna manera contaba con la
seguridad de que si yo no podía cumplir mi promesa, quienes aún me querían, lo harían
por mí.

—Entonces deja de hablar y hazlo, ¿qué esperas? —Siseé. Mi voz era baja, pero podían
escucharme a la perfección.
—¿Crees que tendrás una muerte indolora? Sufrirás, como lo hizo tu novio, como lo
hicieron tus padres, porque los quemé vivos —se jactó Aguirre.

Intenté no pensar en ello, no darle el gusto de verme sufrir por la manera tan violenta en
la que mis padres murieron. De alguna forma podía decir que este siempre debió ser
nuestro destino, matábamos y enfermábamos al mundo, ¿qué podíamos esperar? ¿Un
final feliz?

En la mafia no hay finales felices. En la mafia no vives, sobrevives.

—No tengo miedo, ni a ti, ni a la muerte, muchos menos a la manera en que vas a
hacerlo.

Asintió molesto, dispuesto a hacerme sufrir antes de matarme.

—¿Sabes lo que les hacen a las mujeres del narco antes de asesinarlas? —Murmuró
Letrán, sonrió de lado— Sí, por supuesto que lo sabes. Es como una regla no escrita.

Sus pasos resonaron con fuerza mientras se acercaba. Se colocó de cuclillas, justo frente a
mí.

—Las violan, una y otra vez —agarró mi pierna despacio, reparé en que estaba
semidesnuda frente a su gente y mi tío—, yo seré el primero, así que deberías suplicarme
para que lo haga lejos del público, porque si no me ruegas, te abriré las piernas frente a tu
tío y mi gente.

Tragué en seco. Miré a mi tío, intentaba zafarse de quienes lo tenían sujeto, recibía más
golpes a causa de su insistencia.

—Hazlo —apretó mi pierna—, porque después de mí seguirán todos los que ves aquí y lo
harán delante de la única asquerosa familia que te queda.

No quería doblegar mi orgullo, no quería suplicar, tampoco quería que me usaran para
torturar a mi familia. Tragándome la poca dignidad que me quedaba, lo enfrenté.

—Vete a la chingada, pendejo —espeté.

Acto seguido, lo golpeé con mi frente en la nariz, rompiéndosela. Se incorporó y maldijo


como nunca antes, las gotas de sangre se derramaban en el suelo y no pude sentirme más
orgullosa de haber utilizado las pocas fuerzas que me quedaban para herirlo.

—¡Tú y toda esta bola de pendejos se pueden ir mucho a la chingada! —Alcé la voz sin que
me temblara— ¡Me vale madre que me violes, tortures o mates, jamás, jamás te daré la
satisfacción de verme suplicar, cabrón!

Letrán se puso de todos los colores, parecía el mismo diablo con la cara cubierta de
sangre; Aguirre sonreía y mi tío me miraba preocupado y a la vez, orgulloso. Al final de
cuentas, nos matarían, así suplicara o no, ellos lo harían.

—Quítenle las esposas —ordenó tajante.


Enseguida obedecieron y mis manos pudieron sentirse libres, sin embargo, sabía que esto
era porque vendría algo peor.

—Abran sus piernas —continuó—, y agárrenla bien.

No luché, aunque quisiera hacerlo, la debilidad no me lo permitía. Me pusieron de rodillas


y enseguida me recostaron en el piso de la casa donde crecí, posteriormente dos tipos me
abrieron las piernas y otros dos más me agarraron de los brazos. Letrán se acercó
mientras se desabotonaba el pantalón. En este punto, el hijo de puta tenía una erección.
¿Qué tan jodido debes estar para sentir excitación ante una escena así? Carajo.

—Lo haremos a mi manera, espero le guste el espectáculo a tu tío.

Sonreí de lado y me mantuve lo más fría posible.

—Veamos si eres capaz de hacerme sentir aunque sean cosquillas —me mofé.

Por dentro temblaba de miedo, pero nunca lo demostré. Tensé el cuerpo cuando el suyo
se cernió encima de mí, me observó con suficiencia y perversidad.

—Me gustan las perras como tú, que me reten, solo me motivan —masculló.

Apreté los ojos al primer contacto de su pene con mi piel. Sin embargo, un estruendo hizo
que todo se quedara en silencio y paró las intensiones de Letrán. A lo lejos oía el sonido de
un helicóptero, aproveché el desconcierto de todos los presentes y le saqué de la cintura
el arma a Letrán. Él me miró, desconcertado durante unos segundos, los mismos que no
perdí y aproveché.

Corté cartucho y le disparé en la entrepierna, justo sobre su asqueroso amigo.

—Eso te pasa por perro violador, hijo de puta.

Enseguida vociferó, lo golpeé alejándolo de mí, mientras sus hombres me soltaban y se


movían a toda velocidad hacia el exterior de la casa; me quedé con el arma en mano,
Aguirre corrió como la rata cobarde que era, Letrán seguía llorando en el suelo, se
agarraba la entrepierna, me abstuve de meterle otro tiro, quería que sufriera.

—Tío.

Corrí hacia él, caí y volví a incorporarme. No sabía lo que sucedía allá afuera,
probablemente se trataba de la policía, ellos eran los únicos que meterían un helicóptero
aquí.

—Tenemos que irnos —dije.

Lo tomé de la cintura, afuera se escucharon detonaciones fuertes, el sonido del


helicóptero más cerca.

—Vete tú, rápido, por el túnel.

—No te voy a dejar, eres la única familia que me queda —susurré.


—¡Alexa! —Me volví y sentí tanta paz al ver a mis tíos: Leonardo, Maria y Eduardo. No
llevaba su sangre, pero fueron queridos por mis padres.

Tío Eduardo me ayudó con mi tío Roberto, mientras que mi tía María me sostuvo,
poniéndome su chaqueta encima. Tío Leonardo se dirigió a Letrán y le puso la bota en el
cuello, le apuntaba con el arma.

—No lo mate, déjelo que sufra —ordené severa—, ayudó a que mataran a mis padres y
abuelo e iba a violarme.

Leonardo ejerció más presión con su bota, María me abrazó fuerte, la noticia para
Eduardo fue devastadora, pude verlo en sus ojos. Mi papá era como un hermano para él.

—Maldita sea, vengo a ensuciarme las putas manos a un país que no es mío, ¡carajo!

Miré al sujeto que entraba con las manos cubiertas de sangre y el cabello alborotado. Su
acento era similar al de Dexter, aunque no tenían un parecido, supe que se trataba de su
hermano.

—Dixon —susurré.

—¿Y ese cabrón qué? ¿Por qué sigue robando oxígeno? —Señaló a Letrán.

—Merece sufrir —contesté. Clavó sus ojos claros en mí.

—¿Dónde mierda está mi hermano?

—Ojalá lo supiera —musité, incorporándome—, le dispararon y cayó por el río. No sé si…

—Él no está muerto, sabe que iría al infierno y lo regresaría a patadas aquí —
interrumpió—. Ese idiota, siempre causándome problemas —agregó, abandonando la
estancia.

—¿Cómo supieron? —Inquirí en voz baja.

—El pueblo es pequeño, pero Russo planeó todo. Ese hijo de perra tiene un helicóptero —
comentó mi tío Eduardo—. ¿Estás segura de que tus padres murieron?

—Solo vi fotos, no lo sé —musité franca.

—No descansaremos hasta dar con ellos, Alexa, vivos…

—O muertos —terminé de decir por él.


Capítulo 26
Dexter

Llegar a la cascada fue más difícil de lo que pensé. Había sicarios cuidando los
alrededores, ignoraba si se trataba de gente de Medina o de los traicioneros que me
hicieron acabar en estas circunstancias.

Permanecí oculto hasta que la luz se extinguió y pude continuar; la entrada a la cueva era
un área dificultosa, resbalosa, la cascada tenía fuerza y al final, pude atravesarla y sigiloso
me perdí dentro de la oscuridad. Sin embargo, mientras avanzaba hacia el interior, reparé
en que no todo era oscuridad, una luz rojiza me guió con calma, pero antes de seguir,
recibí un golpe en el estómago que me hizo doblarme, seguido de una patada que iba
directo a mi cara.

Logré esquivarla, sostuve la rodilla de quien iba a golpearme y empujé a la persona hacia
atrás; me le lancé encima y al tomarla del cuello, me percaté de que se trataba de una
mujer, sus ojos oscuros me reconocieron de inmediato.

—¿Dexter? —Pronunció con calma cuando la luz, producto de las llamas, danzaban contra
mi faz.

—Maia —susurré sorprendido.

Su cara estaba sucia, algunos golpes visibles en ella; no vi heridas graves a simple vista.

—Sigues vivo —murmuró.

Me quité de encima y rápidamente le tendí la mano. Ella aceptó y miró detrás de mí.

—¿Alexa? ¿Dónde está mi hija? ¿Está bien? —Me abordó desesperada.

—No lo sé, Maia, sufrí un atentado —señalé mis heridas—, caí por el río y llegué hasta
aquí. Estábamos buscándolos. Alexa se quedó en la Hacienda.

Asintió decepcionada. Podía entender cuán angustiada debía estar por obtener noticias de
su hija, yo me encontraba igual. No sabía lo que sucedía con Alexa y conforme las horas
transcurrían, la agonía empeoraba. Me reproché no haberla traído conmigo, al menos
estaríamos juntos.

—Escapamos y tuvimos que huir —la seguí mientras caminaba adentrándose más en la
cueva—, los sicarios nos dieron caza, encontramos este sitio y hemos permanecido aquí,
ocultos.

—¿Por qué no salieron?

—Esos sicarios nos matarán. No tenemos suficientes balas, Alejandro está muy herido —
su voz se volvió dura y preocupada—, le dispararon y parte del fuego alcanzó su brazo. No
puede moverlo, necesita atención, pero salir de aquí es difícil.
Llegamos adonde se encontraba Alejandro. Estaba dormido sobre el suelo en una cama
improvisada de hojas y ropa. Tenía quemaduras en su brazo izquierdo y una herida de bala
en las clavícula.

—La guardia hace cambio cada doce horas, los cambios solo nos dan una fracción de cinco
minutos, no es suficiente para atacar, lo sabrían de inmediato.

—Puedo intentarlo. Alexa…

—Sí, mi hija es lo que más me preocupa. Está sola ahí afuera.

Su voz decreció. Se notaba cuánto le afectaba y el verla así solo logró ponerme peor.
Quien fuera que haya hecho esto, tenía que ser un narco, uno como todos los que
conocía: sanguinarios. Temía que estuvieran torturándola, siendo franco, evitaba a toda
costa detenerme a pensar en eso.

—Los he vigilado —continuó ante mi silencio—, sé los horarios, pero el lapso apenas te
dará tiempo. Lo más prudente sería hacerlo mañana por la noche.

—No podemos esperar tanto.

—Créeme que si por mí fuera estuviera ya enfrentándolos, pero de nada servirá si al final
me matarán —explicó frustrada—, mañana son menos los sicarios que habrá, al parecer
un día tapiza los alrededores y otro, solo deja unos cuantos.

—Entiendo.

Ella tomó asiento junto a Medina, de verdad se veía mal. Lo acarició en la frente, sudaba, a
simple vista se notaba que tenía temperatura.

—Ponle esto —le di el ungüento que me dieron los campesinos y que realmente ayudó—,
servirá de algo.

Lo aceptó. En sus rasgos detonaba la fortaleza que siempre la caracterizaba, pero en sus
ojos solo había dolor y desesperación. Incluso así, no derramaba una sola lágrima, se
mantenía con un temple fuerte; la admiraba.

—Solo tiene cinco balas —dijo. La miré, señalaba el arma que descansaba al lado de
Medina—. Tómala.

La alcé del suelo y la metí a mi cintura. Cuando caí al río perdí el arma que me había
acompañado siempre. Me pesaba haberla perdido.

Dejé a Maia en compañía de su esposo y me dirigí a la entrada de la cueva; la noche ya


había caído, no podía ver de todo el exterior, pero por una leve cortina alcancé a divisar la
luna.

—Espera un poco más, Lexi, iré por ti, llegaré con tus padres, como lo prometí.

[***]
Alexa

María limpió mis heridas, tomé medicamento para el dolor, además de ingerir alimento y
agua. Me di una ducha y de nuevo volvía a ser yo, un tanto golpeada, pero viva y con la
determinación de encontrar a los culpables de este mierdero.

—Comenzaremos la búsqueda desde el río —dijo Dixon—, si me hermano cayó por ahí, lo
encontraremos.

Afuera atardecía, faltaba poco para el anochecer; pese a eso, Dixon no pensaba quedarse
cruzado de brazos a perder tiempo. Por otro lado, mis tíos Eduardo y Leonardo, andaban
en busca de Aguirre, el hijo de puta huyó, pero las salidas estaban vigiladas y no podría
escapar más, ya no.

Letrán se hallaba en la bodega, seguía vivo, por supuesto, agonizaba, más tarde iría a darle
el tiro de gracia, solo necesitaba que sufriera un poco más.

—Irás con nosotros —miré a Dixon—, ¿lo harás?

Parpadeé desconcertada. Dixon era pura dureza, cero sutilezas, de carácter frío y déspota,
nunca decía por favor, mucho menos gracias. Era todo lo contrario a Dexter, mi chico era
un ángel herido y su hermano ni siquiera podía ser educado, sin embargo, era leal e
inteligente, decidido y valiente; ademas, se notaba a kilómetros el amor que le tenía a su
hermano. Se podía decir que eran uno solo.

—Sí —me puse de pie—, yo…

—¡Niña, Alexa!

Clavé mi vista en Azúa, entró corriendo al despacho, el oxígeno le faltaba.

—¿Qué pasa?

—Tiene que venir —dijo con apuro—, los encontraron, niña.

Cuando mencionó esto último, Dixon y yo nos miramos antes de salir corriendo del
despacho. El corazón me latía errático, casi resbalo y caigo al piso, mas no me detuve y
atravesé la puerta de entrada.

A la distancia, pude ver la figura alta de Dexter. Se notaba mal herido, pero vivo. Al lado
de él venía una figura más pequeña y esbelta. Los ojos se me llenaron de lágrimas, sentía
que el alma me regresaba al cuerpo, no obstante, no vi a mi papá por ningún lado, así que
mi felicidad no estuvo plena.

—¡Mamá! ¡Mamá!

Mis brazos la rodearon y ambas caímos al suelo por la fuerza con la que chocamos. Sollocé
entre sus brazos, olía a ella, era ella, mi mamá estaba viva. Valoré intensamente volver a
tenerla en mis brazos, con su corazón latiendo al compás del mío.

—Estás bien, mi niña —susurró. Era más fuerte que yo, no derramó una sola lágrima.
Nos quedamos de rodillas sobre el suelo, mirándonos la una a la otra. Había leves golpes
en mi cara, ella al ver la mía, su preocupación se intensificó por mil.

—¿Qué te hicieron? —Negué despacio.

—Estoy bien, mamá. ¿Dónde está papá? —Su semblante empeoró con mi pregunta.

—Lo llevaremos al hospital. Se encuentra muy mal, Alexa.

El corazón cayó a mis pies cuando dijo aquello. Jamás, jamás en la vida mi padre había
sufrido algún atentado, nunca lo vi enfermo, ni herido; saber esto no me dejaba
reaccionar, no sabía como hacerlo.

—Él va a estar bien, ¿verdad? —Inquirí.

—Lo estará. No va a dejarnos solas.

Asentí. No quise mencionar la muerte de mi abuelo, no era el momento y sinceramente,


no quería ser yo quien se lo dijera.

Se levantó del suelo y le pidió a los muchachos que me cuidaran mientras ella
acompañaba a papá a la clínica privada, después de todo, mamá también necesitaba que
la revisaran. Al momento en que se marcharon, me dirigí hacia Dexter; él se hallaba a un
costado, hablaba con su hermano que daba la impresión de que lo estaba regañando,
pero al final, le dio un leve abrazo que me hizo sonreír y a Dexter también.

—Después de todo sí sabes demostrar tu amor —comenté al llegar. Dixon me miró.

—Si dices una palabra de esto, te corto la lengua —me amenazó.

—No te preocupes, esto y todo lo demás, están a salvo conmigo.

—¿Qué es todo lo demás? —Inquirió, achicando los ojos. Disimulé una sonrisa, mirando a
Dexter, su hermano se volvió a verlo, acusándolo sin decir nada— ¿Qué coño le dijiste? —
Increpó.

—Nada —respondió Dex—. Gracias por venir, Dixon.

—No fue un placer, deja de darme dolores de cabeza —espetó exasperado. Negué por
dentro, por más que intentara ocultar su preocupación, resultaba imposible—. Y tú —me
miró serio—, eres muy valiente.

Sonreí un poco y abracé a Dexter de la cintura. Él descansó su brazo en mis hombros.


Dixon suspiró al mirarnos.

—¿Estarás bien? —Preguntó en voz mortecina antes de marcharse.

Dex besó mi frente, me acomodé más contra su complexión.

—Lo estaré. Ve ya, salúdame a Holly. —Efectuó una mueca.

—Mi mujer no necesita tus saludos, ahórratelos.


Dicho esto, dio la vuelta y se fue, pero antes de perdernos de vista, se volvió sobre su
hombro y esbozó una leve sonrisa, como si estuviera tranquilo de que su hermano
estuviera aquí, conmigo.

Cuando estuvimos a solas, Dex me hizo mirarlo, acarició mi cara con cuidado, sus ojos
sobre las heridas.

—¿Estás bien? —Averiguó.

—Ahora lo estoy. Cumpliste tu promesa.

—Jamás dudes de mi palabra, Lexi —depositó un beso en mis labios—, te quiero


demasiado.

—Y yo te amo —dije segura—, te amo mucho, Dexter Russo.


Capítulo 27
Dexter

Descansaba junto a ella luego de que sacaran las balas de mi cuerpo y saturaran mis
heridas; el tiempo transcurrió lento mientras me atendían y Alexa sujetaba mi mano como
si necesitara asegurarse de que no iría a ningún lado. Podía jurárselo, no me separaría de
ella bajo ninguna circunstancia, dónde estuviera, Alexa estaría conmigo.

Por otro lado, sus palabras se repetían en mi cabeza y no las olvidaba. No sabía cómo
sentirme respecto a su confesión. No contemplé volver a escuchar un te amo, mucho
menos decirlo y esto último podía decir que no sucedería. Existía un freno dentro de mí,
un freno llamado Darla.

Aún amaba a Darla, aún la extrañaba y no paraba de pensarla. Alexa me ayudaba


demasiado a no caer, a sonreír, a sentirme feliz, pero ¿amor? No, no había amor de mi
parte, quizás un inmenso cariño que iba más allá de esto mismo, mas un poco menos que
el amor.

—Sigues pensando —murmuró soñolienta.

Bajé la mirada hacia mi chica, prácticamente la obligué a meterse a la cama, lo único que
ella quería era ir en busca de sus padres. A lo que supe, ambos se encontraban bajo
revisión en la clínica, Maia no quiso que Alexa estuviera cerca por temor a represalias o
cualquier circunstancia que pudiera ponerla en peligro. Aguirre continuaba en las calles,
tarde o temprano lo atraparíamos, pero por ahora no arriesgarse es la opción que
elegíamos.

—Deberías descansar.

—No puedo —se sentó en la cama—, comienzo a dormir y las pesadillas me abordan.

Los golpes en su cara eran horribles, Letrán la golpeó con saña, como si fuera un puto saco
de boxeo. Detestaba lo que le hizo pasar, sin embargo, no era yo el indicado para
asesinarlo, Alexa quería hacerse cargo y no había discusión en ello.

—Estoy contigo, nada va a dañarte de nuevo —la calmé.

—Tengo el presentimiento de que aún falta algo grande por venir —se agarró el cuello y
negó despacio, como si tuviera una cuerda asfixiándola—, tengo miedo y ya no quiero
sentirme así.

—Estás sugestionándote —abracé su cuerpo—, atraparemos a Aguirre y todo volverá a la


normalidad.

Rio un poco y se apretó más a mi pecho. Yo no usaba camisa y ella dormía en ropa
interior.

—No hay normalidad en mi vida… en nuestras vidas —recordó.


—Sabes a lo que me refiero.

Descansó la palma de su mano encima de mi pecho. Las heridas no me dolían, los


medicamentos ayudaban con eso, sin contar con que recibí peores en el Presidio.

—Dex, no quise asustarte —susurró dubitativa.

—¿Asustarme con qué? —Pregunté confuso.

—Con mis sentimientos, quizá pienses que una escuincla como yo no sabe lo que es el
amor, pero lo he visto con mis padres y lo siento contigo.

Se detuvo un momento, los movimientos de sus dedos pararon y buscó mi mirar.

—Cuando Letrán dijo que habías muerto, lo único que pude pensar fue en por qué no te
dije que me estaba enamorando de ti —continuó en voz baja—, después rectifiqué y me
golpeé mentalmente llamándome estúpida en el proceso, siempre suelo hacerlo porque
no paro de desviarme en las cosas importantes por el miedo que estas me provocan,
entonces…

—Alexa —le pedí parar solo con la mención de su nombre. Tomó una larga respiración y
se golpeó despacio la frente.

—Lo estaba haciendo otra vez —murmuró con pesar.

—Respira —indiqué. Mi cara cerca de la suya.

—Te amo —resumió—, me enamoré de ti y no me arrepiento, y tampoco me importa que


tú no me ames y no llegues a hacerlo nunca. Yo te amo y no voy a tratar de frenar mis
sentimientos.

Rozó mis labios con los suyos, un roce leve que me devolvía la calidez que perdí.

—La vida puede acabar en un segundo, un segundo que lo cambia todo, Dexter.

Cogió mi mano y la colocó encima de su corazón.

—Yo nunca había amado y nunca quise hacerlo. Y de pronto, lo que no has buscado llega y
aunque muchas personas toman la decisión de huir, yo no soy una de ellas.

Había determinación en cada una de sus palabras. Estaba decidida y con un gran valor al
confesarme su amor.

—Si no amas con todas tus fuerzas, mejor no lo hagas —dijo severa—. Si amo, no lo hago
a medias, sin importar si la otra persona no es capaz de devolverme la misma intensidad.
Porque mi felicidad reside en lo que siento cuando estoy junto a ti, en tu forma de
tratarme y hacerme sentir, si me amas o no… cariño, yo seré la mujer más feliz solo
teniéndote a mi lado.

Me quedé mudo. No me habían hecho una confesión de amor más bella. Mi pequeña niña
afrontaba todo lo que se le interponía con valentía; la adoraba y me enorgullecía ser el
hombre que ella amaba. No había mejor sensación en el mundo que ser amado con tanta
fuerza y pasión. Aunque también lastimaba no poder devolver ese amor, me encargaría de
hacerla feliz hasta donde me lo permitiera la vida.

—Te juro, Alexa Medina —entrelacé nuestras manos—, que no te defraudaré jamás. No
puedo ordenar en mis sentimientos, pero sí en mis acciones, y cada una de ellas tendrán
como propósito hacerte feliz.

[***]

Alexa

En la bodega solo estábamos Letrán y yo.

Él se hallaba con los brazos extendidos hacia arriba, sujeto de las muñecas por unas
cadenas, solo llevaba un bóxer encima, la sangre seca se pegaba a sus piernas. Me
sorprendía que siguiera vivo luego de que me volé los testículos. Sin duda, contábamos
con buenos médicos.

—No se me olvida como me humillaste —siseé postrándome delante de él.

Con dificultad alzó la cara, sus ojos apagados, pero llenos de ira.

—Y ahora estás aquí, bajo mi poder, para que te quede claro a ti y al resto de la gente que
yo no soy pendeja de nadie —espeté. Le atiné una bofetada que no buscaba herir, sino
humillar.

Tiró de las cadenas y se precipitó hacia mí, siendo detenido por las cadenas.

—Yo no soy sanguinaria, eso lo llevan a cabo mis padres, pero a ti te odio tanto, que soy
capaz de arrancarte la piel con las uñas.

Le di otra bofetada y otra más.

—¿Crees que eres una cabrona por matarme?

—Lo soy —dije—, me interesa demostrar y también hacerte ver que esta niña a la que
subestimas, los tiene más grandes que tú.

—Saca tu arma y dispara, ¿o te faltan?

—Bien dijiste hace unos días que mi muerte no sería indolora. Bueno, mi querido macho,
la tuya tampoco lo será.

Me acerqué a la puerta y la golpeé un par de veces sin quitarle la mirada de encima a


Letrán. Azúa no demoró en entrar en compañía de otros sicarios; traían un barril lo
suficientemente grande para que Letrán pudiera ocuparlo.

Lo acomodaron encima del fuego y acto seguido, movieron a Letrán hacia el interior del
barril que contenía agua, pura agua. Él no luchó para impedirlo, sabía que de nada le
servía. Entretanto, me hice de una silla y tomé asiento delante de él. Me crucé de piernas
y encendí un cigarrillo.
—Me quedaré aquí hasta que hiervas. ¿Sabías que esta es la muerte más dolorosa? —
Efectué una mueca— Ya me lo dirás.

—¡Perra! —Ladró enardecido.

—Súbanle a esa llama, que arda —murmuré fría y sin verme afectada por la agonía que
Letrán sufriría.

—Vas a pagar, lo harás.

—Lo mismo han dicho muchos otros que han terminado como tú —me mofé—.
Aprovecha tus últimos minutos y reza para que mueras rápido.

Vociferó hasta el cansancio contra mí, luego ya no fueron maldiciones, fueron súplicas,
seguidas de gritos de dolor y agonía. Sufría en sobremanera y yo me regodeaba, feliz y
satisfecha.

Yo no olvidaba, no perdonaba, yo me vengaba y mataba.

Al final, su voz fue acallada para siempre, el olor que desprendía no era el mejor, no podía
describir la manera en que su cuerpo terminó, la imagen se volvía digna para una película
de terror.

—Deshagan el cuerpo en ácido. Que no quede nada de este perro —ordené.

No me había ensuciado las manos y al mismo tiempo si lo había hecho. No fueron mis
dedos quienes lo asesinaron, pero podía ser presa de la satisfacción de su muerte como si
hubiese sido así.

Después de ordenar que hacer y salir de ahí, el tiempo avanzó rápido. Tres semanas
transcurrieron, las cosas volvieron a la normalidad.

Le dimos un entierro digno a mi abuelo. Mi padre se recuperaba de sus heridas así como
mi tío Roberto; Dexter no se vio afectado por las suyas y las mías ya casi se desvanecían.

Todo se hallaba tranquilo, una tranquilidad que no presagiaba nada bueno, no paraba de
pensar así. Podría tratarse del trauma de estas semanas, había tenido más acción que en
toda mi vida, o de verdad poseía un sexto sentido que me estaba avisando que pronto
vendría algo a reventar la estabilidad que comenzábamos a tener.

—¿Te me andas escondiendo, niña?

Rodeó mi cintura y me alzó en el aire para dejarme apoyada encima de un banco que
había en una de las caballerizas.

—¡Dex! —Lo golpeé el pecho— Me asustaste.

Separó mis piernas y se colocó entre ellas. Me sostuvo de las nalgas y me atrajo a su
pelvis.

—¿Ah sí? Pues en qué andarías pensando.


Sonreí y le rodeé el cuello con los brazos. Aunque no lo quisiera, el acento mexicano se le
iba pegando. Ya hasta maldecía con mis palabras, me causaba ternura.

—En que llevamos casi un mes sin coger —susurré. Tiré del lóbulo de su oreja. Siseó por lo
bajo.

—Eso se puede solucionar.

Me bajó los jeans con rudeza mientras me besaba el cuello y yo le quitaba la camisa; mis
uñas arañaron su espalda y ataqué la piel expuesta de su cuello de la misma manera que
él lo hacía conmigo.

Mi pelvis y la suya se balanceaban la una con la otra, la fricción estaba volviéndome loca y
todo empeoró cuando le dio atención a mis senos.

—Amo tus tetas —probó uno de mis pezones—, amo tu piel.

Escondió la cara en la unión de mis senos y los apretó al mismo tiempo. Desplazó la mano
hacia mi vientre bajo, movió a un lado las bragas y jugueteó con mi clitoris.

—Ay Dios —temblé—, tus dedos.

—Quieren follarte.

Extendió la caricia hacia mi vagina y embistió con dos de ellos; cerré los ojos y balanceé las
caderas en sincronía a sus caricias.

—Eso es, así me gustas: mojada.

—Así me pones.

Retiró los dedos y enseguida presionó mis mejillas, abrió mi boca con ellos y los metió
hasta el fondo. Probé mi sabor en ellos, la saliva resbaló por la comisura de mi boca y
entonces Dex me besó. Recogió parte de mis fluidos y atacó con su lengua en el interior.

El calor comenzaba a sofocarme, todo ardía. Lo necesitaba dentro ya mismo.

Desabotoné sus pantalones y agarré su pene erecto en mi mano. Masajeé lento, al ritmo
de nuestro beso.

—Ya hazlo.

—No seas desesperada.

—Me vale, ¿entiendes? No me has tocado, te necesito en mí.

Me cargó, arrancó mis bragas y me pegó la espalda a la pared. Gemí en su boca y me


sostuve de su cadera, lo rodeé firme y Dex no demoró en colocar su pene en mí vagina.

—Agárrate fuerte —susurró antes de darme duro.

Grité y busqué algo a lo cual asirme para no perder el equilibro.


—No te voy a dejar caer.

Me mordió el cuello y chupó antes de atacar mis labios de la misma manera.

—Qué rico se siente estar dentro de ti —dijo entre gemidos.

Se retiró suave y embistió duro otra vez. Mis senos quedaron a la altura de su cara, los
probaba alternadamente, una de sus manos agarró mi nuca y se llevó entre los dedos mi
cabello. Me obligó a mirarlo a la cara.

—Te pones más bonita cuando te follo.

—Y también más feliz.

Sonrió de lado y empujó con más ímpetu.

—Mía. Joder.

—Te amo —casi grito—, te amo.

Me desvanecí en sus brazos al obtener mi orgasmo, llegué a la cúspide sintiéndome la


mujer más feliz de este planeta. Y puedo decir que él se sintió de la misma manera cuando
derramó su semen dentro de mí.

Ambos terminamos agitados por este sexo rápido que acabábamos de tener.

—¿Lo hacemos otra vez? —Incité.

—¿Ducha?

—Ducha —coincidí.

Me sonrió y le devolví la sonrisa, acomodé su cabello desordenado.

—¿Vamos a estar bien, Dex?

—Lo haremos mientras estemos juntos


Capítulo 28
Alexa

Descansaba entre los brazos de papá, mamá me sostenía desde atrás; me metí a su cama
como cuando era pequeña y le temía a los truenos. Hacia mucho que no me encontraba
así con ambos, luego de lo ocurrido, no perdía el tiempo para abrazarlos, para decirle a
papá cuanto lo amaba, a pesar de no recibir una respuesta de su parte, yo sabía que las
palabras con él sobraban, él también me amaba.

—Unas vacaciones en familia estarían bien —sugerí—, podríamos ir a apostar a Las Vegas,
o de crucero. Quizá comprar una isla que lleve mi nombre, no lo sé.

Los dos rieron y me estrecharon con más fuerza entre sus brazos.

—¿Una isla? Creí que querías un Lamborghini —comentó papá.

Tenía su brazo aún en recuperación por las quemaduras, un médico lo visitaba del diario y
tenía a su disposición a una enfermera.

—¿Puedo tener los dos? —Inquirí.

—Aún eres como una niña —dijo papá, besó mi frente.

Desde lo acontecido, su carácter frío disminuyó un poco, ya no batallaba para mostrar su


afecto, solía abrazarme más seguido y aunque no me decía te amo, me conformaba con
sus muestras de cariño.

—¿Eso es un sí, papá? —Murmuré emocionada.

—Desde que naciste estuve decidido a poner el mundo entero a tus pies, Ali —acarició mi
mejilla—, no existe nada que tú me pidas y yo no te dé.

Mi sonrisa se ensanchó. No por su afirmación, sino por las palabras tan bonitas que había
dicho. No era un te amo, pero quizás era más que eso.

Me incorporé de la cama, besé a papá en la mejilla y a mamá en la frente.

—Los dejo descansar, ya pueden —efectué una mueca—, darse amor.

Mamá sonrió y abrazó a papá. Antes de cerrar la puerta la vi subir a su regazo; negué y
ahuyenté esas imágenes de mi cabeza.

Caminé por el pasillo en dirección a mi habitación, pero antes de irme, pasé a la de Dexter;
no toqué al entrar, lo cual era una falta de respeto que no me importaba demasiado
cuando se trataba de él.

Lo encontré en el balcón, tenía un vaso repleto de alcohol en la mano y recordé aquel día
en el que me besó por primera vez.

—Hola —saludé cauta.


Sonrió al verme y extendió su brazo ofreciéndome su mano, la cual no dudé en aceptar;
me atrajo a su cuerpo y me tuvo como prisionera en él.

—La luna está hermosa —murmuró. Descansó el mentón en mi hombro, sus labios
rozaban mi mejilla—. Nunca te di las gracias, al menos no como se debía.

—¿Gracias de qué?

—Gracias por no darte por vencida conmigo y ser tan malditamente irritante y terca.

Sonreí y entrelacé nuestros dedos.

—Esto sonará muy trillado, pero me has motivado a continuar vivo.

—Me alegra escuchar eso.

—Desde que llegaste, ya no sobrevivo, Alexa, yo vivo de nuevo.

Lo encaré, cohibida por sus palabras y emocionada por lo que me hacían sentir, el corazón
me latía más deprisa y de pronto encontraba calma al mirarlo a los ojos; en los suyos noté
un cambio, ya no eran aquellos orbes vacíos y tristes, aún había dureza en ellos, pero con
un brillo sutil que yo puse ahí.

—Te amo, muchachote —susurré—, siempre voy a estar contigo.

—Me voy a encargar de eso, si muero yo…

—Morimos los dos.

[***]

A la mañana siguiente, desperté en los brazos de Dexter; tomamos la ducha juntos,


tuvimos sexo en el baño y luego en la cama. Resultaba gracioso que fuera él quien no
pudiera mantener las manos alejadas de mi cuerpo cuando aquí la caliente era yo.

Mientras desayunábamos con mis padres, no podía dejar de mirarlo y pensar en lo que
hablamos la noche anterior, en lo lindo de sus palabras y el cariño tan inmenso que
reflejaban sus ojos al pronunciarlas.

Yo servía de algo para la persona que amaba, yo lo hacía feliz y eso me bastaba para
sentirme satisfecha.

—Qué bonita te ves hoy, hija —habló mamá.

Estaba sentada al lado de papá, tenían los radios en la mesa, estos no dejaban de sonar.
Hubo balaceras en la madrugada, nuestra gente mató a la de Aguirre, pero el hijo de puta
no daba la cara. Todos se hallaban alertas, a la espera de cualquier atentado. La policía se
hizo a un lado y nos dejaron lidiar con este guerra, como debía de ser.

—Me parezco a ti —le lancé un beso—, te amo, mami.

Sonrió con cariño y continuó con su desayuno.


—¿Cuánta mercancía falta para empaquetar? —Preguntó papá hacía Dexter.

—Nada. Ya ha quedado lista, toda se ha enviado, no hay más mercancía en la Hacienda.

Papá asintió complacido con la respuesta.

—Eres el tipo de personas que me gusta tener cerca —dijo burlesco.

Dex solo le dedicó una leve mirada. Era gratificante que papá se llevara bien con mi novio,
nunca creí ver algo así, mis esperanzas con esta escena estaban muertas hasta que Dex
llegó.

De pronto, los radios sonaron con más rapidez, las claves fluidas, con intervalos de un
segundo. Todos nos miramos entre sí.

—Viene hacia acá —dijo mamá. Tomó la mano de papá.

—Se repite la historia, bonita.

Ambos me miraron, en sus ojos solo vi recuerdos, pero estos no eran buenos. Por un
segundo quise saber que es lo que ellos estaban rememorando. Todo cambió en una
fracción de segundo.

—Saca a mi hija de la Hacienda —ordenó papá, se puso de pie al mismo tiempo que
mamá—, acaban de atravesar el primer anillo de seguridad. Aún hay tiempo de que se
vayan.

—¿Qué nos vayamos? —Inquirí incrédula.

—Alexa… —Dexter cogió mi mano.

—No puedo huir y dejarlos, son mis padres, si morimos, morimos todos —dije tajante—.
Ustedes no me enseñaron a huir, no me pidan que lo haga ahora. Esta es nuestra casa,
vamos a defenderla.

—Nuestro único propósito siempre ha sido protegerte, Alexa —susurró mamá.

—Y lo hicieron bien.

Me levanté de la silla y a ellos no les quedó más remedio que dejarme quedar; nuestra
gente se movilizaba, corríamos hacia las camionetas, papá subió a una con mamá y Dexter
lo hizo a otra conmigo. Todas estaban blindadas.

—No tienes que venir conmigo —dije en voz baja.

—Si alguien amenaza tu vida, lo mato.

Eso fue suficiente para silenciarme; preparé las armas que estaban dentro de las
camionetas; siempre se tenía que estar preparado con municiones para ocasiones como
estas. Mis padres salieron antes que nosotros, era mejor interceptarlos que permitir que
llegaran hasta acá. Suficientes muertes tuvimos como para querer otras más.
Dexter arrancó el motor, sin embargo, vi a sicarios venir desde los extremos del río, eran
muchos y estaban siendo recibidos por nuestra gente. Mas no sería suficiente.

—No, no —musité. Abrí la puerta.

—Tenemos que irnos, Alexa.

—Si permitimos que nos acorralen, nos matarán —dije preocupada—. Debemos atacarlos.
No dudarán en llegarnos por la espalda.

Me tomó de la mano, las detonaciones se escuchaban más cerca.

—Entonces lo haremos.

Asentí y tomamos todas las armas. Deprisa las metí entre mi ropa, todas de diferentes
calibres y tamaños. Llevaba una 45 en la mano con la que le volé la cabeza a más de uno
mientras avanzábamos sin retroceder, cubriéndonos con los pilares, las paredes y autos,
cualquier cosa servía. Retroceder no era una opción, si lo hacíamos, todo acabaría mal.

—¡Azúa! ¡No retrocedan! —Ordené.

Era una ardua tarea no hacerlo, pero nos esforzamos por mantenernos. La mayoría de los
sicarios se hallaban con mis padres, impidiendo su acceso hasta acá.

Tomé el radio y les comuniqué a mis padres lo que sucedía, debíamos mantenernos al
tanto de todo. Dexter por otro lado, estaba a mi lado, disparando conmigo.

—Son demasiados, Alexa —dijo lo que yo ya sabía.

—Los refuerzos demorarán un poco.

Metí más balas a mi arma y me fui por delante de Dexter, dejándolo atrás.

Tuve a dos sicarios a mi lado y cinco contrarios delante; le disparé a dos sin ocultarme, los
demás me ayudaron con los sobrantes, sin embargo, una bala me dio en el brazo.

—¡Puta madre!

—¡Alexa!

—¡Estoy bien! —Calmé a Dex que asesinaba a otros más— ¡Andando!

Corrimos entre los jardines, escuché las explosiones de granadas. Mis balas se
terminaban, los contrarios seguían ingresando, no tenía la menor idea de quiénes eran,
pero los acabaríamos.

Cogí el radio, papá avisaba que mis tíos venían en camino. Solo bastaba sobrevivir a esta
lluvia de balas.

—¡Por acá! —Indiqué a Dex.


Avanzamos en dirección al río, teníamos oportunidad de mezclarnos entre los árboles y
hacer tiempo mientras mis tíos llegaban.

Nos detuvimos contra un árbol frondoso, ambos agitados y solos. Él se acercó y revisó mi
brazo.

—Necesito detener el sangrado.

—Está bien —lo calmé—, lo atenderé después.

—No seas terca.

—Por eso me quieres —repliqué. Bañó mi cara con su aliento y besó mi frente.

Mi boca se abrió para decir algo más, no obstante, visualicé a los contrarios acercarse.
Maldije y tomé de la mano a Dexter, él entendió enseguida lo que sucedía y corrió
conmigo dirigiéndonos al río, cuando llegamos, mi pensar era atravesarlo, mas no pude
llevarlo a cabo.

Mis pasos cedieron al mismo tiempo que los de Dexter mientras frente a nosotros se
hallaba Aguirre con un tumulto de sicarios, todos ellos apuntando hacia nosotros.

—¡Están rodeados, Robledo! —Alzó la voz Aguirre— ¡No hay a dónde correr!

Entrelacé mis dedos con Dex y en silencio le pedí perdón.

Había llegado nuestro fin.


Capítulo 29
Dexter

La muerte llegaría, siempre estuve consciente de eso, la busqué cuando Darla murió, pero
ella me eludió. La hija de puta sabía en qué momento vendría, cuando menos la esperaba
se presentó, cuando mi vida volvió a tener sentido veía como todo se resquebrajaba ante
mí.

Consecuencias, supe que habría consecuencias, pero me aferré a la esperanza que Alexa
me brindó. Tomé una decisión e incluso al estar en esta posición, no me arrepentía. Tuve
el deseo de vivir otra vez, experimenté nuevamente el anhelo y la ilusión; hoy perdería,
pero a la vez, gané. Viví hasta donde debía, y si perdí, fue por mi terquedad.

Sentí el apretón de su mano, la sangre deslizándose espesa entre nuestros dedos, la


herida en su brazo era preocupante, pero lo era más el tumulto de sicarios delante de
nosotros a la espera de una orden para asesinarnos. Y milagrosamente el miedo se
desvanecía, solo había dolor por no poder concretar mis planes, por fallar en mi promesa
de protegerla y darnos la oportunidad que tanto gritó entre los dos.

—Perdóname —susurró. La frente en alto, el miedo no existía en sus rasgos. Ella era
fuerte, la joven más fuerte que yo haya conocido.

—No es tu culpa, no es culpa de nadie. —Las lágrimas se acumularon en sus orbes


oscuros—. Mírame, Alexa.

Despacio obedeció, manchas rojizas adornaban su cara. Un golpe en su pómulo y la ceniza


adherida a su cabello.

—Me cegué, perdí tiempo contigo, tiempo valioso, Lexi —esbozó media sonrisa—,
lamento haber desperdiciado tanto y…

—Te amo, Russo —interrumpió. El miedo se hizo más nítido en mí.

—No te atrevas —supliqué—, no lo digas, no hoy, no ahora. Esta no es una despedida.

Su dedo en mis labios me silenció.

—Si muero yo…

—Morimos los dos —sentencié.

Acortó la distancia y me besó en los labios. Su sabor inundó mis sentidos, su olor
prevaleció por encima de la sangre y la pólvora que se dispersó deprisa cuando las armas
fueron accionadas.

—Te amo.
Fue lo último que pude decir.

Advertí las balas atravesar mi cuerpo, en un intento por protegerla un poco más, me puse
delante de ella. Sus labios aun adheridos a los míos. Una bala tras otra, sentía el ardor, lo
caliente de la fuerza con la que eran disparadas. Caímos al suelo. Había sangre en su boca,
tenía varios disparos en el cuerpo, yo no me hallaba mejor que ella. Recibí cerca de cinco
disparos que comenzaban a debilitarme, la vida se nos iba.

—Me amas —tembló. Los disparos seguían, pero ninguna bala nos tocaba.

—Te amo, Alexa.

Sonrió y tosió sangre. De un momento a otro el fuego se detuvo, entonces una patada en
mi abdomen me alejó de Alexa. Descansé a su lado, estiró el brazo y me tomó de la mano.
Aguirre nos miraba desde arriba, burlón y regocijante de su victoria. Sacó un arma y
apuntó hacia la cabeza de Alexa.

—Qué fuerte eres, Robledo —dijo burlesco—. Si nos hubieras dicho que sí, ahora estarías
de este lado.

Ella apretó mi mano con fuerza. No pude moverme, no pude hacer nada para defenderla,
ambos estábamos perdiendo mucha sangre, un frio recorría mi cuerpo, un frio que traía la
muerte con él.

—Dispárame —incitó ella—, ¿o te faltan, cabrón?

Una mueca de desagrado surcó sus labios, entonces ella utilizó las pocas fuerzas que le
quedaban para defenderse. Todo sucedió en cámara lenta; de su cintura sacó una 9 MM,
con las manos temblorosas apuntó hacia su objetivo, disparó a Aguirre en la entrepierna y
al final, en la cabeza. Lo hizo con una agilidad que me dejó sorprendido. El cuerpo de
Aguirre se desvaneció y cayó sobre Alexa con los ojos abiertos, miraban en dirección a mí,
al tiempo que su gente se acercaba dispuesta a matarnos.

Las detonaciones se incrementaron en un segundo. Me percaté de que uno a uno de los


sicarios de Aguirre, caían. Entonces divisé al matrimonio Medina en compañía de sus
familiares.

—Dex —susurró Alexa. Volví la mirada hacia ella.

Alexa estaba más fuerte que yo, cogió mi cara con ambas manos y me hizo mirarla. Todo
comenzaba a volverse blanco y borroso. Se me dificultaba llevar oxigeno a mis pulmones,
ardía.

—No te duermas —sollozó—, han llegado, resiste.

—¡Alexa! —Esa era su madre.

—Estarás bien —murmuré.


Puso mi mano en su cara y sonrió con las lágrimas acariciándole las mejillas. Después de
eso escuché gritos, mi cuerpo era movido, pero yo ya no sentía casi nada. El dolor se había
ido, me sentía flotar. En algún momento las manos de Alexa se desprendieron de mi
cuerpo, pero otras más cálidas estrujaron mis dedos.

—Dexter —me llamó aquella voz.

La luz era demasiada, no podía ver nada. Me encontraba perdido.

—No te vayas —el grito era desgarrador—, lo prometiste.

—Alexa, perdóname —dije al final.

[***]

Alexa

No había una parte de mi cuerpo que no me doliera. Si una bala resultaba un dolor de
culo, siete de ellas lo eran aun más. De milagro no recibí un disparo en la cabeza, pero sí
uno que rozó mi oreja y la hirió. Ahora tendría orejas deformes. ¡Perfecto!

Mas no era mi condición lo que me preocupaba, sino la de Dexter, a diferencia de mí, él


recibió menos disparos, sin embargo, estos le dieron en puntos peligrosos, lo cual le había
dejado en una situación delicada. Llevaba dos días en terapia intensiva y no despertaba.
Perdió sangre, entró en shock y tuvo un paro; lograron estabilizarlo, pero entró en coma y
desde entonces no daba más señales de mejora. Solo se mantenía estable, ni bien ni mal.

—Quiero verlo —susurré hacia él.

Papá negó despacio, él y mamá me cuidaban, esta última fue por algo de comida. La
clínica se encontraba repleta de sicarios, la policía no intervino, como siempre.

—No puedes levantarte, Alexa.

—Quizás es la última vez que lo veo con vida —musité. Dentro de mí no contemplaba la
posibilidad de que Dexter muriera, pero lo usaba como una alternativa para que me
permitieran estar cerca de él.

—No puedes manipularme —riñó papá.

—No estoy haciéndolo. Por favor, papá, por favor llévame con Dexter.

Se me quedó mirando. Además de mi madre, yo era una de las pocas personas que podían
sostenerle la mirada a papá, no la esquivé, lo encaré determinada a lograr mi objetivo.
Necesitaba decirle a Dexter que yo estaba aquí, esperando por él.

—Qué no haría por ti, escuincla manipuladora.

Se incorporó y salió de la habitación, momentos después volvió con una silla de ruedas y
una enfermera; entre los dos me ayudaron a sentarme en la silla, no es que papá no
pudiera, pero procuraba tratarme con delicadeza. Tenía heridas en el abdomen, piernas y
brazos. Parecía una coladera.
Efectué una mueca de dolor, la escondí deprisa y en silencio me llevaron hacia terapia
intensiva, no sin antes ponerme encima la ropa apropiada para poder ingresar a un área
prohibida para quienes no fueran el personal.

—Solo unos minutos —indicó la enfermera.

—Me basta —susurré—, gracias.

Ella empujó mi silla hasta el interior, papá nos observaba por el cristal. En cuanto mis ojos
enfocaron a Dexter, el corazón se me hizo chiquito y fue incontrolable derramar el llanto.
Dex estaba pálido, los labios partidos, moretones en la cara, manos y brazos. Su
semblante tranquilo, se notaba en paz, como nunca antes lo había visto.

—Hola, muchachote —sorbí la nariz—, mira como terminamos, parecemos coladeras.

Sonreí entre lagrimas y besé el dorso de su mano.

—Quédate conmigo, aún tenemos muchas cosas por vivir. Quiero visitar otros países de tu
mano, quiero verte sonreír más, quiero que me hagas sentir que mi presencia en este
mundo vale la pena.

Para ese momento mi voz se rompía y no paraba de llorar. Había perdido a mi abuelo y no
quería perder al hombre que amaba, el único que me hizo conocer el amor. Después de
mi padre no creí amar a alguien del sexo masculino y cuando la vida me echaba en cara
que eso no sería verdad, quería arrebatármelo.

—No me dejes, no te vayas, vuelve —supliqué destrozada—, lo prometiste.

De pronto, él dio un apretón a mi mano y de improviso abrió los ojos. Me miró un


instante, sonreí emocionada por verlo despertar.

—Dex —pronuncié despacio—, Dex, estoy aquí, quédate conmigo.

—Alexa —musitó en un hilo de voz—, perdóname.

—No…, no Dex, no tienes que…

Mi boca se silenció en cuanto el aparato al que él se hallaba conectado, comenzó a hacer


un montón de ruidos. Dex sostenía mi mano con mucha fuerza, las venas se marcaron
bajo su piel, parecía estar sufriendo.

—¡Dexter! —Lo llamé desesperada.

Un par de enfermeras y médicos ingresaron. Cuando me apartaron de él, Dexter ya me


había soltado. La fuerza en su mano se esfumó y volvió a cerrar los ojos mientras
convulsionaba en la camilla.

—¡No! ¡Sálvenlo! ¡Dexter!

Mis gritos desgarraron mi garganta. Lo estaba perdiendo o quizá, ya lo había perdido.


Capítulo 30
Alexa

Llevaba una hora estabilizada.

Después de lo ocurrido en terapia intensiva, la enfermera me sedó y llevaba dándome


calmantes durante las últimas veinticuatro horas. Me sentía débil y devastada, no podía
levantarme, exigía noticias de Dexter, pero nadie quería dármelas. Mis padres callaron,
todos callaron y yo, yo me estaba rompiendo en pedazos al no saber si él seguía vivo.

Necesitaba quitarme esta agonía, era inhumano dejarme con la angustia, sin certezas, con
miedo.

—Dime si está vivo —supliqué hacia mamá.

—Reposa, debes recuperarte, habrá tiempo para lo demás.

—Por favor, mamá —lloré, esta vez no exageraba en mi dramatismo—, solo respóndeme.
No puedo seguir así.

Ella me tocó la frente y negó despacio. Sollocé.

—Mamá…

—Los médicos no le dan muchas esperanzas, él ha dejado de luchar, Dexter quiere morir.

Me ataqué en llanto, por mi cabeza cruzaban un sinfín de escenarios, momentos que


quería vivir con Dexter, momentos que ansiaba se llevaran a cabo. Él no podía irse, no
podía dejarme, no cuando estábamos siendo felices y teníamos muchos planes por
delante. Si lo perdía, todo se me vendría abajo. Cometí un error al depender
emocionalmente de él.

Lo amaba demasiado y eso me estaba matando.

—¿Qué voy a hacer, mamá?

Ella me estrechó en sus brazos, trató de consolarme.

—Afrontar lo que venga, hija, no estarás sola.

—Lo amo, mamá. No voy a poder.

—Podrás. Eres fuerte, eres valiente, eres mi hija, Alexa.

Sus palabras no calmaban la incertidumbre ni el miedo. Estaba enfrentándome a lo


desconocido, a la perdida de un ser amado, a alguien que se encargó de dejar una huella
imborrable en mi vida y que me costaría superar si no se quedaba conmigo.

Me negaba a aceptar que se iría, me aferraba a la esperanza de que se quedaría a mi lado


y seriamos felices viajando por el mundo.
—Llévame con él —pedí. La miré a la cara—. Llévame.

Limpió las lagrimas de mi cara, no discutió ante mi súplica y como lo hizo papá
anteriormente, mamá pidió ayuda de una enfermera, realizamos el mismo proceso, esta
vez yo iba más débil y sintiéndome triste y destrozada. No soportaba sentirme así, no lo
resistía.

Minutos más tarde me dejaron ingresar a la habitación, hoy se sentía más fría, Dex se
encontraba en la misma posición, su pecho se movía muy débil, no había mejora en su
semblante, ninguna.

—Solo unos minutos —repitió la enfermera. Asentí.

En cuanto estuve cerca de él, lo tomé de la mano y llené de besos su dorso.

—Hola otra vez —musité—, me han dicho que quieres dejarme, que has dejado de luchar,
puedo sonar egoísta, pero no quiero que te vayas.

El llanto se desbordó de inmediato, luchar por retenerlo era estúpido, el desahogo


ayudaba a no sentir que me asfixiaba, pues. me costaba respirar y no precisamente por las
heridas.

—Yo sé que quieres estar con ella, pero tú eres mío, tú aun perteneces aquí, es nuestro
tiempo, Dex —sollocé—, no llegaste a mi vida para abandonarme ahora. Regresa, no me
sueltes… yo te necesito, tus padres te necesitan, Dixon te necesita con vida.

Los latidos de su corazón tuvieron un cambio cuando mencioné el nombre de su hermano.


Callé por breves instantes, atenta a cualquier indicio que me hiciera saber que él me
escuchaba.

—No le causes este dolor, él te ama, yo te amo. Quédate.

Otra vez los latidos se aceleraron. Apoyé la frente en su dorso y lo mojé de lagrimas
mientras susurraba por favor en repetidas ocasiones.

—Si Dixon me mirara ahora… me llamaría idiota —susurró.

Alcé la mirada hacia él, sus ojos azules me examinaban. Con la mano temblorosa le toqué
la mejilla y sonreí mientras lloraba.

—Lo eres, has pensado en dejarme.

—Lexi —musitó muy bajo—, ya estoy aquí.

—Y no vas a ir a ningún lado.

—No sin ti.

Soportando el dolor, me incorporé y lo besé en los labios, lo besé una y otra vez, llené de
besos su boca y mejillas, lo hice hasta que el dolor me obligó a detenerme.

—Estás mal —dijo lo obvio—, vuelve a descansar.


—No —refuté—, tengo miedo, miedo de que cierres los ojos para siempre.

Intentó pasar saliva, pero su boca estaba seca, noté que no podía hablar rápido, mucho
menos mover sus extremidades, seguramente tenía que ver con el coma en el que
estuvo.

—Te lo prometí —recordó—, eres la mujer de Dexter Russo y tengo planes de que lo sigas
siendo por mucho tiempo.

—Pensé que dirías algo como: señora Russo —bromeé. Él trató de sonreír.

—¿Por qué no?

[***]

Dexter

Se sentía bien estar fuera del hospital, luego de largos días en él, al fin podía decir que me
hallaba fuera de peligro y con la sensación de que había nacido de nuevo. Las heridas
sanaban, tanto las físicas como las emocionales, aunque estas, puedo decir con seguridad
que ya estaban cerradas. No solo ayudó Alexa, sino mi determinación de mantenerme
vivo por mí, por querer otra oportunidad para ser feliz. Por ahora, Alexa me brindaba esa
alegría y esa paz que tanto ansié, pese a que, la chica era un huracán, su caos no se sentía
mal en mi vida.

Hoy descansaba con ella en las orillas del rio donde casi perdemos la vida. Un mes
transcurrió y todo regresó a la normalidad, en esta ocasión sin malos presagios y
presentimientos que nos hicieran temer.

—Qué bonito está el día —murmuró con la vista fija en el cielo.

La copa de los arboles se movían de un lado a otro, arrullaban, me brindaban una


tranquilidad tan grande, que parecía irreal.

—Los días son los mismos —dije.

—No cuando estoy contigo —replicó.

—Ahí radica la diferencia, Lexi.

Se acurrucó en mi pecho, su mano descansaba encima de mi corazón. Descubrí que le


gustaba sentir mis latidos, a pesar del tiempo transcurrido, ella continuaba con el temor
de perderme. A veces despertaba y la encontraba mirándome o acariciándome la cara,
con la mejilla pegada a mi pecho y los ojos rebosantes de miedo.

No creí amar a nadie de la misma forma que amé a Darla y no, no me equivoqué, porque
el amor que sentí por ella fue distinto, fue el primero, el que me enseñó la felicidad y el
dolor.
El amor que le tenía a Alexa era caótico, apasionado, lleno de adrenalina, con alguien que
entendía mi mundo, que pertenecía a él. Una mujer que jalaría conmigo del gatillo,
dispuesta a morir y vivir por mí. La amaba a mi manera, estaba enamorado y feliz de ser
consciente de ese amor que se mantuvo creciendo con calma, esperando el momento
para resurgir con fuerza y en el momento indicado.

—Te amo, Dex. —La observé. Le brillaban los ojos, veía mi reflejo en ellos y notaba a un
hombre feliz.

—¿Cuánto? —Pregunté. Se mordió el labio.

—Un poco más cada día.

Besé su frente y ella seguía mirándome.

—¿Y si viajamos? Vámonos de aquí —sugirió.

—¿A dónde quieres ir?

—A cualquier lugar. ¿Has viajado?

—Mucho —respondí.

—Bien, entonces llévame a esos sitios donde jamás has ido y siempre has querido visitar,
llévame al lugar donde más deseas estar.

—Contigo —dije espontaneo.

Su sonrisa se borró de golpe.

—¿Qué pasa?

—Tú —susurró—, eso pasa, eres muy dulce. —Ladeé mi cabeza.

—Creí que era un bloque de hielo gruñón. —Agachó la cabeza y negó, sonriendo en el
proceso.

—Nadie me había tratado así porque jamás lo permití y tú… tú me haces querer ser cursi y
que lo seas conmigo.

—Se llama estar enamorado —señalé.

—Entonces, ¿eres feliz?

—Lo soy —contesté seguro—. No hay fantasmas, no hay más dolor, solo tú, Alexa, a
cualquier lugar al que mire, estás tú y eso me hace feliz.

—Carajo, Russo, cásate conmigo.

—¿Cuándo?

—¿Mañana?
—¿En Las Vegas?

—Sí a todo —dije feliz.

—A ver, dame tu mano —ordenó—, quiero ver como se verá el anillo en ella.

—Te puedo dar las medidas.

Le di mi mano, tocó mi dedo, el mismo donde debería ir mi anillo. Lo rozó, acarició y


apretó con sus yemas. No paraba de tocarme la mano y el dedo y yo no paraba de
mirarlo.

—Se ve bien, ¿no? —Murmuró. Apreté el ceño y bajé la vista a mi mano.

Él había puesto un anillo en ella.

—¡Tú sí estás loco! ¡Nos acabamos de enamorar!

—Daría la vida por ti, Alexa, no tengo nada que pensar.

La sostuve encima de mi cuerpo, ella no dejaba de ver el anillo. Lo compré cuando me


dieron de alta del hospital. Lo hice porque no encontraría a nadie como ella y tampoco
quería hacerlo. Este era mi lugar: a su lado.

—Por el tipo de vida que llevamos, sé que podemos morir en cualquier momento. Tú
dijiste que no podemos desperdiciar un segundo, porque todo cambia en un abrir y cerrar
de ojos —expliqué con calma—. No vivimos como los demás, somos peligro, somos
explosivos y vulnerables, así que, sea cual sea el tiempo que me quede de vida, lo quiero
pasar a tu lado.

Ella lloraba, estaba más sensible de un tiempo para acá.

—Quiero hacer todas esas cosas que dijiste, Lexi, quiero casarme, despertar a tu lado en
un lugar diferente todos los días. Ver el mundo arder de tu mano.

—Sí quiero, sí quiero, Dexter.

—Hagámoslo.

—Tú y yo…

—Solo tú y yo.
Epílogo
Alexa

Miraba las estrellas mientras su lengua se desplazaba resbaladiza entre mis pliegues, mis
dedos se asían a su cabellera oscura, balanceaba las caderas en sincronía a sus caricias
húmedas. Estiró los brazos y acunó mis senos en las manos, puso duros mis pezones y los
tocó con las yemas.

—Me voy a venir —jadeé.

—¿Y qué esperas? El que tengas tu orgasmo —lamió de arriba abajo, mirándome en todo
momento—, no me detiene de seguir degustando tu coño.

Me estremecí. Justo cuando usaba ese vocabulario, me excitaba más.

—Ay, Dexter —tiré de su cabello—, no puedo con tanto.

—Sí puedes.

Bañó mi entrepierna con su aliento, temblé y un siseo escapó de mis labios. Empujé la
pelvis con vehemencia hacia lo blando de sus labios. Él succionó, mordisqueó mis labios
vaginales y ejerció presión en mi clítoris, leves círculos, el calor sofocándome entera, el
corazón latiendo a toda prisa, tensé el cuerpo entero y en un segundo me corrí en su
boca.

Dex se presionó con más fuerza contra mi sexo, chupó mis fluidos, degustó de una forma
deliciosa con la lengua, se llevó con ella mi orgasmo, no dejó nada más que no fuera su
saliva escurriendo entre mis piernas. Acto seguido, se situó a mi altura y me besó.

Mi lengua se deslizó por debajo de la suya, luego por encima y a través de su labio inferior.
Se bajó los pantalones y de una estocada me penetró. Me abracé a su espalda, enterré las
uñas por encima de la camisa, él comenzó a moverse con frenetismo, adentro y afuera,
duro, sin delicadezas.

—Fue demasiado el tiempo sin tu calor —siseó—, te extrañé.

—No hace falta que te diga cuanto te extrañé yo a ti —musité trémula.

Alzó mis piernas y las encajó con firmeza en su cadera, irguió la espalda y se impulsó de
mis muslos para continuar embistiendo. Apoyado en sus rodillas lo veía desde abajo como
un jodido Dios del Olimpo. Era hermoso, sus facciones distorsionadas por el placer, el
cabello alborotado, esos labios gruesos y perfectos, capaces de hacerme perder la cabeza.

—Más duro —supliqué.

Se inclinó un poco, apretó mi cuello y me miró perdido en la lujuria del momento.

—¿Eso quieres? ¿Que te folle duro?

—Sí.
—Suplícame.

—¡Por favor! —Apenas podía hablar— Por favor fóllame duro.

Violento, ciñó una mano en mi cintura, la otra presionó mis muñecas por encima de mi
cabeza; su pelvis azotó mi sexo, su pene entraba profundo, estimulaba mi ya sensible
clítoris. Forcejeé para soltarme, él no lo permitió, aplicó más fuerza y aumentó el ritmo. En
algún punto llegó a dolerme la forma en que me penetraba, sin embargo, el placer era
más, siempre este iba por encima de cualquier dolor cuando se trataba de Dexter.

Me hacia olvidar todo al tenerlo entre mis piernas. Como el sitio donde nos
encontrábamos y al que cualquiera podría llegar, la manera en que yo gritaba apasionada
sin detenerme a pensar que podrían escuchar. Pero fui incapaz de reprimir lo que sentía.

Dexter era fuego, pasión, puro placer.

—Estás más caliente —farfulló. Me miraba, la cadena que le regalé me golpeaba la cara.

—Así vivo —coincidí. Estiró los labios y enseguida los unió a los míos.

Disminuyó sus movimientos, esto solo acaloró mis partes. Su longitud servía de
estimulante, moví la pelvis suavemente, Dex pareció disfrutarlo al igual que yo.

—Te amo —susurró.

—Te amo más —dije, enfrascada en el tumulto de sensaciones que arribaban a mi cuerpo.

—Córrete conmigo —pidió.

Mordí mi labio inferior, él lo liberó y acarició con la lengua, chupé y se estremeció. Lo


mordí y entonces el orgasmo detonó vigoroso a través de mi cuerpo ofuscado. Dexter
derramó su semen en mi interior, empujó hasta el fondo de mi vagina. A veces sentía que
iba a partirme en dos.

¡Dios mío!

Acomodé su cabello, recuperábamos de a poco el aliento, estábamos sudados y la idea de


entrar al río me pareció excelente.

—Debemos irnos —tomó mi mano y besó el anillo—, debo hablar con tu padre.

—Uy, muchachote. Una cosa que es acepte que seas mi novio y otra que seas mi esposo.

—Puedo ser convincente —llenó de besos mi frente—, ¿no lo crees?

—Basta —me removí—, estoy sudada.

—Y mojada —empujó su pene dentro, aún seguía erecto—, se siente muy rico tu calor.

—¿Quieres seguir cogiéndome? —Mordió mi mentón.

—Por todas partes —murmuró. Enarqué una ceja—. ¿Qué?


—Eres muy calenturiento —bromeé.

—Aún no me conoces.

Salió de mi cuerpo, pensé que se incorporaría, pero lo que hizo fue darme la vuelta, juntar
mis piernas y hundirse de nuevo en mi vagina desde atrás. Ni siquiera me dio tiempo de
reaccionar.

—Y rápido —dije agitada.

—Parece que no nos iremos hasta que me sacie de ti.

—¿Sucederá pronto? —Enredó mi cabello en su puño y tiró de él.

—No.

[***]

Dexter

Medina se mantenía callado, la vista en el cielo. Por un momento creí que reaccionaría
mal, pero parecía tranquilo. Hacia unos instantes le acababa de decir quería casarme con
su hija y aun no me daba una respuesta. Quizá me precipitaba en tomar esta decisión,
pero había visto la muerte de cerca tantas veces, que no quería desperdiciar el tiempo,
este se iba deprisa y todo acababa en un abrir y cerrar de ojos.

—Es un poco apresurado —dijo al fin—, ella es joven y su noviazgo apenas comienza.

—Lo sé.

—Sería hipócrita de mi parte decirte que no, usando como excusa lo que acabo de decirte.
Hice a Maia mi esposa a una edad temprana —sus dedos se asieron al borde de la
terraza—, ni siquiera tuvimos un noviazgo, la secuestré y nos enamoramos.

—Sí, casual en la mafia —murmuré pensativo. No imaginé que su relación comenzara así.

—Amas a mi hija y a diferencia de mí, jamás la has dañado —me miró—, aunque te
mataría si lo intentas.

—No pasará.

—Estoy seguro de eso. —Suspiró—. Tómense un tiempo, aún hay luto en esta casa, por
respeto a mi suegro, no habrá celebraciones pronto.

—Comprendo.

—Viaja con ella —sugirió—, quería una isla.

Entró a su despacho otra vez y lo seguí. Abrió un cajón y arrojó unos documentos encima
de la mesa, los señaló con un movimiento de cabeza.
—Ahí la tiene, todavía no la nombro, estaba esperando que ella eligiera el nombre,
después de todo, le pertenece.

—¿Le compró una isla? —Inquirí asombrado, no por el regalo, sino por la rapidez en que
lo consiguió.

—Si mi hija quiere el mundo, se lo doy —aseveró—. Ella no espera menos de un hombre,
Russo, que no se te olvide.

—Estaré a su nivel.

Asintió y me dirigí hacia la habitación de Alexa, ahí la encontré sola, sentada encima de la
cama, al percatarse de mi presencia, limpió deprisa la humedad de sus mejillas y vino a mí.

—¿Todo bien? —Pregunté. Acaricié sus mejillas y besé sus labios fugazmente.

—Sí, solo una plática de madre e hija —suspiró—, ¿qué ha dicho papá?

—Bueno, dio su aprobación, pero no para que se lleve a cabo pronto.

—Lo mismo dijo mamá, la muerte del abuelo aún se siente en la casa —susurró
cabizbaja—, lo echo de menos.

—Lo sé, Lexi. Pero basta de tristezas —la cogí de la cara—, nos iremos de viaje.

—¿A qué país me llevarás? —Elevé la comisura de mis labios hacia un lado.

—Bueno, ya lo verás. ¿Lista para recorrer el mundo de mi mano?

Su rostro se iluminó de alegría y asintió en incontables ocasiones.

—Sí.

[***]

—¡Una isla! ¡Tengo una isla!

Corría por la arena, la observé desde la distancia a través de las gafas de sol. Ella se veía
feliz y libre, se había quitado la ropa y andaba solo con la lencería encima; se soltó el
cabello y se sumergió en el agua mientras no paraba de gritar. Era enérgica, inperactiva,
parecía una niña pequeña, sin duda, yo también estaría igual de emocionado que ella si
me hubieran regalado una isla.

—¡La llamaré Dexa! —Alzó la voz.

Negué despacio y avancé hacia la orilla. El sitio se hallaba completamente habitable,


Medina se encargó de que todo lo que necesitáramos se hallara aquí, pasaríamos una
semana en la isla y después iríamos a Rumania, a una cabaña en el bosque donde
estaríamos una semana más.

—¿Dexa?
—¡Sí!

Salió del agua, su figura perfecta se cubría de gotas de agua que, al recibir la luz solar,
brillaban, dando la impresión de que llevaba diamantes encima.

—Tu nombre y el mío.

De un salto enredó las piernas a mis caderas.

—La isla es tuya, deberías ponerle solo tu nombre.

—No, lo mío es tuyo y lo tuyo es mío —bajó de mi cuerpo y su mano cubrió mi


entrepierna—, esto más que nada.

—Eres insaciable.

—Podemos follar aquí y nadie nos verá. ¡Me encanta! Mi ninfómana interior está
contenta.

Tiró de mi mano y me llevó hasta el agua, me saqué la camisa en el proceso mientras


ambos éramos golpeamos por las olas. La salinidad del mar castigó mis ojos, de un
momento a otro tuve a Alexa aferrándose a mí, la sensación del agua y su cuerpo, fue
única.

—Amo estar aquí, contigo —susurró—, no pensé que esos ojos azules que vi la primera
vez, hoy estarían tan llenos de felicidad y vida.

—Tú me devolviste el deseo de seguir, tú me enamoraste, Alexa.

—El amarre funcionó —dijo burlesca.

—¿Qué es un amarre? —Indagué. Se echó a reír.

—Bésame, Russo.

No dudé en acatar su exigencia y devoré sus labios, lo hice por las próximas horas, dentro
del agua y también fuera de ella. Follamos sobre la arena y al anochecer, nos duchamos y
Alexa preparó una cena en el exterior. La brisa salina llegaba hasta la terraza de la casa
donde ella enfrascó un tumulto de velas para darle un aire más romántico a nuestra
primera noche oficial como prometidos.

—¿Entonces todo está bien? —Pregunté por enésima ocasión hacia Dixon. Gracias al
teléfono satelital, podíamos mantenernos en contacto.

—Sí, disfruta tus vacaciones, al final, cuando vuelvas a casa, podremos hablar.

—No te escuchas bien, Dixon —murmuré. Su voz estaba apagada, ni siquiera me ofendía o
se burlaba, parecía que no era él.

—Cansancio —mintió.
—Deja de protegerme, de querer siempre que yo viva feliz mientras tú estás mal —espeté
cansado—, soy tu hermano, ¿por qué no confías en mí?

—Porque nada de esta mierda te compete —siseó, sonando más como él—. Vive, Dexter,
y deja de joderme con tus dramas.

Lancé un suspiro largo. Alexa me miró, preguntándome con la mirada si todo estaba bien.
Asentí.

—Bien. Nos veremos en un tiempo.

—Por mí no vuelvas, idiota. —Reí.

—También te quiero, Dixon.

Terminé la llamada y arrojé el teléfono a la cama. Alexa rodeó mi cintura.

—¿Qué dice tu hermano?

—No dice nada, es lo que me jode —mascullé.

—¿Quieres que viajemos a verlo? —Ofreció. Negué.

—No. Ya habrá tiempo.

—¿De verdad? —Insistió.

—Es nuestro momento, ¿de acuerdo? Iremos a verlo… algún día.

No discutió más y salimos a la terraza. El aire era limpio, la brisa una caricia húmeda que
me encantó sentir. La mesa se hallaba servida, todo estaba perfecto.

—Mira, mira qué bonito se ve el cielo —llamó mi atención—, es hermoso.

Le rodeé el cuerpo desde atrás, alcé la vista al cielo y sí, tenía razón, era bellísimo. Ante la
nula contaminación, las estrellas se mostraban ante nosotros en su máximo
esplendor: hermosas y lejanas. Nos regalaban una vista que no se obtenía en todas
partes. Estuve seguro que en Rumania, la vista sería aun mejor.

—Pienso constantemente en Darla y tu bebé —murmuró. Hablar de ellos ya no me dolía—


. Siento que están por ahí —señaló el cielo—, en algunas de las estrellas más brillantes.

Me miró por encima de su hombro y besó mi mejilla.

—Ellos me ayudan a cuidarte. Ellos permitieron que te quedarás aquí, a ser feliz conmigo.

—Quizá saben algo que yo —coincidí.

—¿Que te amo sinceramente?

—Sí. A veces creo que fue ella quien te puso en mi camino. —Suspiró.
—Es lo que hacemos con quienes amamos: buscamos verlos felices. Incluso si está en otro
plano, en esta o en otra vida, seguramente yo haría lo mismo, porque si muero yo…

—Morimos los dos —la interrumpí.

—No me dejarás ir nunca, ¿cierto?

—Hasta la muerte, Alexa, hasta la muerte me vas a pertenecer.

—Es una promesa.

—No, cariño, es un juramento.

Final

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