Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Los orígenes de la telefonía conforman una larga historia de intrigas y negocios, poco
difundida y hasta silenciada, pero con un impacto real sobre la evolución del servicio a
nivel mundial. Las contribuciones al desarrollo del tele-fono, un medio electrónico para la
transmisión de la voz que posibilitara la comunicación del discurso a la distancia, fueron
numerosas. Pero sólo una empresa logró hacerse con la patente maestra para la
explotación en su país de origen, los Estados Unidos, y a la vez fue capaz de extenderla a
muchos otros, tanto en forma directa mediante reinscripciones de la misma, como en
forma indirecta mediante el dominio de la producción de equipamiento a escala global.
Este proceso, sin embargo, no dejó de ser disputado en sus comienzos. Pero se impuso
pronto una estrategia orientada a la reserva y protección de mercados, que se multiplicó
con creces una vez consolidada. Esto convirtió a la patente en la más valiosa que se haya
registrado en todos los tiempos. Y remarca la temprana aparición de rasgos siempre
presentes en las telecomunicaciones modernas: la centralidad de la producción de
equipamiento, las ventajas de los operadores dominantes dadas sus economías de red y de
escala, y el peso de las decisiones legales y regulatorias sobre su desarrollo. Este texto se
destina a contar esa historia, así como sus impactos de largo alcance.
Los orígenes del teléfono estuvieron signados por la carrera por la patente. En 1854, el
inventor francés Charles Bourseul presentó en la prestigiosa revista L´Illustration la idea de
utilizar las vibraciones causadas por la voz sobre un disco flexible o diafragma, con el fin
de activar y desactivar un circuito eléctrico y generar vibraciones similares en otro
diafragma situado en un lugar remoto, que reproduciría los sonidos originales. Es la
primera descripción que se conoce del teléfono, pero nunca avanzó con su concreción ni en
su registro. Dos años más tarde, el físico alemán Johan Philipp Reis fabricó un telephon, un
aparato que permitía transmitir sonidos a distancia utilizando la electricidad. El asunto,
varias veces retomado posteriormente, es que permitía efectivamente transmitir notas
musicales, pero nunca se estableció fehacientemente que fuera capaz de reproducir la voz.
En 1857, Antonio Meucci, un ingeniero italiano emigrado a los Estados Unidos, construyó
un sistema electrónico que denomino teletrófono, que le permitía transportar y reproducir la
voz entre dos ambientes de su casa. Lo hizo bajo una motivación práctica: su esposa se
encontraba postrada en cama y el artilugio le permitía comunicar el taller en el subsuelo
con su habitación en la segunda planta. Meucci realizó un diseño de su invento y construyó
un prototipo, con el que en 1860 realizó algunas demostraciones públicas en la ciudad de
Nueva York. Pero carecía del dinero suficiente para patentarlo, y finalmente se vio
obligado a entregarlo a un prestamista, del cual nunca consiguió recuperarlo. Pasaron los
años y en 1871, ante el temor de que el invento fuera patentado por otra persona, Meucci
consiguió el respaldo de tres empresarios italo-americanos para realizar una presentación de
trámite preliminar ante la Oficina de Patentes (patent caveat, una advertencia hacia otros
inventores). A la vez, construyó otro prototipo para mostrar a potenciales inversores. La
patente preliminar describía el invento, pero no especificaba los mecanismos por los que el
sonido se convertía en corriente eléctrica (Bruce, 1990). Esta debía ser renovada
anualmente a un costo de 10 dólares, que Meucci pagó hasta 1873, pero que luego no pudo
volver a afrontar. En 1874 ofreció la patente y el prototipo a la American District Telegraph
Company, una empresa que no era aún filial de la poderosa Western Union Telegraph
Company (como se comenta en varios textos, recién lo sería años más tarde). Esta nunca le
dio una respuesta, pero tampoco le devolvió los materiales, alegando que se habían perdido.
Se comenta, pero no está probado, que terminaron en manos de Alexander Graham Bell,
quien también venía investigando en la construcción de un aparato electrónico que
permitiera transportar sonidos, y que realizó experimentos en las instalaciones de la
American District (Evenson, 2000).
Bell, un reconocido profesor de fisiología de origen escocés que trabajaba con sordomudos
en prácticas de “lenguaje visible” (su padre había inventado el sistema y tanto su madre
como su futura esposa eran sordomudas), tenía un profundo conocimiento del habla y de la
escucha humana. Desde 1870 venía trabajando en el desarrollo de aparatos electrónicos que
reprodujeran el funcionamiento del oído. Y hacia 1872 dio con la idea de fabricar un
“telégrafo harmónico”, que al separar sonidos acorde a notas musicales permitiera la
transmisión de múltiples mensajes telegráficos a través de un mismo cable. Pronto se hizo
con el respaldo de dos inversores, Thomas Sanders y Gardiner Hubbard (padres de dos de
sus alumnos sordos), con los que creó la Bell Patent Assotiation. Se destaca en particular
Hubbard, quien no sólo se convertiría en su suegro en un par de años, sino que además era
un prestigioso abogado especializado en patentes, en particular las del telégrafo. El sistema
de patentes, orientado a la protección y garantía del método de invención, estaba en pleno
auge en los Estados Unidos, asegurando derechos exclusivos por un plazo de 14 años a
quien primero registrara un “invento sustancial, claramente especificado en su
funcionamiento y en los modos concretos de ponerlo en práctica”, más allá de que aún no
se lo hiciese. A ello se avocó Bell, originalmente con su versión de telégrafo múltiple, y
desde 1874 con la idea de un “telégrafo de sonidos” (Bruce, 1990).
Fue el mismo Gray quien sostuvo de inmediato que Bell contaba a través de Hubbard con
una “vía subterránea de contacto” con la Oficina de Patentes, que no sólo le habría
informado de su presentación sino que le habría dado acceso, permitiéndole mejorar la
propia, para luego ante fecharla (Brooks, 1976). Algo a lo que se sumó Meucci, que
sostenía que Bell también habría tenido acceso a su presentación, que extrañamente
desapareció de los archivos (Evenson, 2000). Esos planteos se retomaron en muchos de los
recursos judiciales posteriores, pero nunca pudieron ser comprobados.
Las acciones judiciales de Gray y Meucci no impidieron que la Bell Association avanzara
de inmediato con el desarrollo comercial del invento, impulsado por una serie de
presentaciones públicas que pusieron la atención sobre el mágico invento. Se destacó
especialmente la Exposición del Centenario de los Estados Unidos realizada en
Philadelphia en marzo de 1876, centro de la atención internacional en la que Bell realizó
una presentación por demás exitosa (ver figura 3). La compañía se hizo entonces con
nuevos inversores, un grupo de financistas y abogados de Boston de raigambre
aristocrática, que tomaron el control de un negocio que ya prometía revolucionar al
mundo. Mientras que los fundadores originales hicieron ganancia de la mayor parte de sus
acciones, no sin antes tomar dos decisiones centrales: que el negocio sería la provisión
integral del servicio telefónico a cambio de una cuota mensual, no la mera venta de los
equipos; y que avanzaría con un sistema de franquicias con inversores locales por ciudad o
región, sobre la base de una integración accionaria a la compañía madre (Boettinger, 1977).
Esto daba lugar a una red descentralizada pero integrada que se extendiera rápidamente
sobre todo el territorio, a la vez que retenía el control sobre la fabricación, instalación y
propiedad de los equipos y las redes.
Los inversores de Bell plantearon pronto un litigio por violación de patente, que se extendió
por casi dos años. En 1879, de un modo sorpresivo y asumiendo que la Justicia reconocería
la prioridad de Bell, la Western Union optó por un convenio: transfirió a la Bell todas sus
operaciones telefónicas, así como sus derechos, a cambio del 20% de los ingresos que
generaran durante los siguientes 17 años. Combinando ambas estructuras, la Bell quedó
ubicada definitivamente como la gran operadora telefónica del país.
Siguieron igualmente otros planteos, entre los que se destacó uno iniciado por el propio
Gobierno contra la Bell en 1885, comandado por el Fiscal General de la Nación.
Nuevamente rumores, se ha dicho que tenía contactos con la PanElectric Company, que
quería ingresar al negocio y le había ofrecido efectivo y participación accionaria. El asunto
escaló a tal punto que llegó hasta audiencias en el Congreso. En una de ellas, Zenas Wilbur,
el examinador de patentes que había manejado las presentaciones de Bell y de Gray,
admitió haber tenido contacto con un abogado de Hubbard, notificándolo de la presentación
de Gray y entregándosela para que la examinara. No ratificó lo mismo posteriormente en la
Justicia y, en 1888, la Corte Suprema resolvió, en un fallo dividido, que no había
“evidencia suficiente” de conducta fraudulenta. Tras más de diez años de litigios, los
derechos de Bell sobre la patente maestra del teléfono quedaron ratificados.