Anecdota Cusco

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Ya estaba decidido. El 2022 tenía que regresar al Cusco.

En aquel

viaje del 2021, en plena pandemia, logré despedirme de mi padre y

ya no llorar más su ausencia. Mirando aquel cielo azul al amanecer,

mi padre era una nube; me sonrió y yo con él. Nunca olvidaré ese

sentimiento. Al caminar por las calles camino a San Blas me sentía

parte del viento, tan liviana… fui feliz.

Desde esa fecha descubrí que viajar al Cusco era necesario en mi

vida. No solo me envuelve con toda su magia; respirar su aire,

caminar sus calles, renuevan mi alma, sana mis penas… vuelvo a

nacer.

Esperaba tanto el 18 de noviembre, fecha en que regresaría a

Cusco. Terminaba mi última terapia virtual sentada al escritorio y

miraba cada vez que podía mi mochila negra y sonreía pensando:

“¡Falta poco!”. Pero, al terminar de decir en mi mente estas

palabras, llegó un mensaje en WhatsApp: “¿Te enteraste lo que

pasó en el aeropuerto?”. ¡No!, no puede ser; ¡no!, dime que no es

verdad, exclamé en mis pensamientos mientras concluía la sesión.

Pues sí, un fatídico accidente en la pista de aterrizaje obligaba al

cierre del aeropuerto y con ello la cancelación del viaje a mi querido

Cusco.
Reprogramaron el vuelo para el día siguiente: “Bueno –pensé-

perdería una noche, al menos estaré allí por 3 días y lo vale”.

Al día siguiente cuando todo ya estaba preparado para salir al

aeropuerto recibo un mail. Era una mala noticia: el aeropuerto

reiniciaría sus actividades el domingo. Un día más de espera, un día

menos en el Cusco. “Ya fue”, pensé y me quede triste.

Consideré cancelar mi viaje hasta nuevo aviso, sin embargo lo

reprogramé para el siguiente viernes, así que no deshice mi

mochila. Cuando llegó el ansiado día, entre las terapias

presenciales y virtuales y las labores de casa, todo lo que deseaba

era que se hiciera noche de una buena vez. Mi vuelo salía a las 8 y

45 p.m.

Ya sentada en el avión, escuché el mensaje del capitán: “Hay mal

tiempo en Cusco y tenemos que esperar 15 minutos”; “Ok –pensé-

esperemos”. Pasaron 15, luego 20, y vi coger el micrófono otra vez

al capitán para pronunciar las temidas palabras: “Se cancela el viaje

por mal tiempo, vayan al counter parar reprogramar su viaje”.

“¡Qué!, no, no puede ser, ¿es real esto?”, me decía a mí misma,

incrédula con mi suerte. Pero era verdad, todos los pasajeros,

comenzamos a sacar nuestras mochilas, a salir del avión y a

caminar sin tener claro qué hacer y en algunos casos sin entender
qué estaba pasando. Eran casi las 9 y 30 p.m. pensé en regresar a

casa, pero a la vez repetía: “Yo quiero y debo estar en Cusco”.

Además, tenía un itinerario listo, una amiga esperándome, las

caminatas anheladas…

Nadie respondía en el call center, la app recién instalaba tampoco

servía, y entre los pasajeros reinaba la desesperación. Había una

chef que tenía que cocinar el sábado desde temprano en Cusco,

una novia lloraba, y los reclamos se confundían en medio del

barullo . “No hay vuelos”, era lo único que nos decían.

Luego de hacer un escándalo, porque eso fue lo que tuvimos que

hacer para ser escuchados, nos programaron para el día siguiente a

las 11 am. Ya era casi media noche, así que decidí quedarme a

dormir en el aeropuerto, ya había hecho amistad con varias

personas, así que la espera iba a ser más llevadera.

Al día siguiente casi todos los pasajeros parecíamos reconocernos

en la cola. “¡Por fin!”, nos decíamos. Pero, no, aún no se iba a

cantar victoria. De pronto, las caras serías y los murmullos se

apoderaban de la fila. “El viaje está siendo cancelado porque una

tripulante se acaba de enfermar”, se escuchó.

Bastó esto para provocar la furia de todos en la fila. Desconcertada,

me dirigí al baño y mientras caminaba no sabía si lo que estaba


viviendo era real o una pesadilla. Entre a los servicios y dije:

“¿Señor me estas mandando un mensaje?, ¿pasará algo en el

avión?, ¿se estrellará? ¿por qué tanta oposición? Soy madre,

terapeuta, no quiero morir. ¿Es una señal para no viajar?, dime por

favor…

Al regresar de este monólogo me di ánimos y dije: “¡Pues no!, todo

saldrá bien, me esperaba mi viaje, igual iré, se solucionará.

Nos dijeron que esperemos hasta el mediodía para saber qué

pasaría. Hablamos todos, expresamos nuestro fastidio, solo nos

quedaba esperar a la reemplazante de la tripulante enferma y luego

de 45 minutos llegó.

Al entrar al bus que lleva al pie de la escalinata del avión, para mi

sorpresa, había un grupo de mujeres adultas mayores que se

habían negado a bajar. Hasta la Policía llegó y ellas dijeron: “No nos

bajamos, queremos viajar”, ya que también sus vuelos se habían

cancelado el día anterior. Se habían mantenido unidas y firmes para

poder llegar a su destino.

Llegué a mi amado Cusco a las 2 pm. Todo mi cronograma se

había retrasado, mis sesiones zooms y terapias virtuales, pero ya

estaba allí. Al solo llegar sentí como mi ser se alimentaba y

fortalecía con nuevos aires. Siento tal vínculo y cercanía con Cusco
que juego con la idea de que en algún espacio y tiempo fui una

Colla, una Ñusta, o, simplemente, una típica cusqueña del pasado.

Al llegar sana y salva y después de tanta oposición, agradecí no

haber hecho caso a esos pensamientos, a todas esas señales que

talvez en otra situación hubiera bastado para regresar a casa. Esta

vez preferí dar vuelta a la tortilla y pensar en todo lo que me

esperaba en aquel viaje…y así fue. Tuve experiencias inolvidables,

conocí personas que enriquecieron mi vida y mi alma, me mostraron

nuevas formas de vivir, de transitar en esta vida.

Atesoré recuerdos, vivencias que son un salvavidas cuando me

sumerjo en las rutinas de la ciudad; es esos momentos cuando

cierro mis ojos y puedo regresar allí, a mi querido Cusco.

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