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Reporte de lectura

Libro: cazadores de microbios


Tema: Roux y Bering -masacre de conejillos de indias (capítulo 6)
Autor: Paul De Kruif

Capítulo I

Se descubrió que el bacilo de la difteria destila un veneno extraño, y que un gramo


de esta substancia pura basta para matar dos mil quinientos perros. Emilio Behring
descubrió en la sangre de los conejillos de Indias un poder extraño un algo desconocido
que volvía completamente intensivo el poderoso veneno de la difteria. Roux escarbaba
brutalmente en los bazos de niños muertos. Behring, en la oscuridad de su ignorancia, daba
hechos que no se hubieran podido predecir. Por cada brillante experimento, tuvieron que
pagar con mil fracasos. Pero lograron descubrir la antitoxina diftérica.

La difteria, que varias veces cada cien años presenta intensos altibajos en su virulencia, se
encontraba, entonces, en uno de los períodos más sanguinarios, de cada diez camas, cinco
enviaban a sus ocupantes al depósito de cadáveres.

Loeffler examinó, uno tras otro, a los niños muertos; hurgó en todos los rincones de aquellos
cuerpecitos; tino centenares de preparaciones de todos los órganos. Llegó al extremo
de subestimar el valor de su hermosa investigación; pero, al final de su trabajo, dio
la clave a los más imaginativos Roux y Behring, que le sucedieron.

Capítulo II

Cuatro años más tarde, fueron confirmadas las palabras de Loeffler. Mujeres llenas de
esperanzas frenéticas abrumaban a Pasteur, demasiado fatigado ya, con cartas
rogándole salvase a sus hijos de una docena de horribles enfermedades. Pasteur estaba
totalmente agitado; pero Roux, ayudado por el intrépido Yersin, que más tarde descubrió
brillantemente el bacilo de la peste bubónica, se dispuso a buscar el modo de hacer
desaparecer la difteria. La investigación no les enseñó grandes cosas nuevas, pero casi
desde el primer momento dieron con una de las comprobaciones que Loeffler no había sido
capaz de hallar: el caldo de cultivo diftérico paralizaba a los conejos. Roux sembró cultivos
puros de bacilos diftéricos, colocándolos después en la estufa de cultivo, observó como
cantidades increíblemente pequeñas de ese caldo producían efectos terribles a los
animales, pareciéndole imposible poder disminuir la dosis hasta una cantidad lo bastante
exigua para evitar les causase graves daños. Así fue cómo Roux hizo que se cumpliera la
profecía de Loeffler así fue cómo descubrió el fluido mensajero de las muertes que destila
de los insignificantes cuerpos de los bacilos de la difteria; pero de ahí no pasó.

Capítulo III

Emil August Behring, tenía dos obsesiones científicas a la par que poéticas: una, que la
sangre es el más maravilloso de todos los humores que circulan por los seres vivos, una
savia extraordinariamente misteriosa, y la otra, idea extraña pero no nueva, que debían
existir productos químicos capaces de destruir en hombres y animales los microbios
invasores, sin causar daño a aquellos. Inoculaba conejillos de Indias a montones, con
cultivos virulentos de bacilos diftéricos. Todos los animales enfermaron, y a medida que
se agravaban los iba inyectando con diversos productos químicos. Pero
desgraciadamente, como era un poeta, no concedía demasiada importancia a los hechos,
y siguió adelante la matanza de conejillos, sin que se debilitara su fe en encontrar un
remedio maravilloso y desconocido para la difteria, entre el sinnúmero de substancias
químicas conocidas. Inyectó a varios conejillos de Indias una dosis de diftéricos capaz de
matarlos con toda seguridad, a las seis horas de la primera inyección, les puso otra de
tricloruro de yodo. Al día siguiente los animales empezaron a sufrir colapsos, pasando los
días al llegar Behring al laboratorio una mañana, encontró en pie a los conejillos.

Los conejillos supervivientes al mismo tiempo que los curaba, les causaba tremendas
quemaduras en la piel, y los pobres animales chillaban lastimeramente cuando se
rozaban aquellas heridas dolorosas. El hecho era que seguían vivos unos cuantos
conejillos de Indias, que hubieran muerto de difteria a no ser por el tricloruro de yodo.
Sin más fundamento que unos cuantos conejillos de Indias en mal estado, sin otra prueba
de las virtudes curativas del tricloruro de yodo, Behring procedió a ensayarlo en niños
atacados de difteria.

Behring se preguntó si los animales curados ya serían inmunes así que decidió inyectarles
una dosis enorme de bacilos diftéricos, finalmente lograron resistirla. Behring realizó su
famoso experimento crítico; mezcló toxina diftérica con suero de un conejillo de Indias no
inmunizado, que nunca había padecido difteria o sido curado de ella, y este suero no
aminoró en lo más mínimo el poder tóxico del veneno. Empezó a inyectar bacilos diftéricos,
toxina diftérica y tricloruro de yodo a conejos, ovejas y perros, con el propósito de convertir
aquellos cuerpos vivos en fábricas de suero curativo. Lo único que destruye el veneno
de la difteria es el suero de los animales inmunizados o de los que han tenido difteria
y se han curado. Sólo ese suero es el que neutraliza la toxina diftérica, exclamó Behring.
Los resultados parecían milagrosos, unos cuantos niños murieron; el hijo de un médico
famoso de Berlín falleció misteriosamente, unos cuantos minutos después de la inyección
de suero, y con este motivo hubo un gran revuelo. A los tres años, habían sido inyectados
veinte mil niños, que fueron otros tantos propagandistas del procedimiento, y Biggs, el
eminente médico de la Sanidad de los Estados Unidos, blegrafió dramática y
autoritariamente al doctor Park, de Nueva York: La toxina antidiftérica es un éxito; empiece
a prepararla.

Capítulo IV

Roux creía firmemente y de antemano, que la antitoxina salvaría a los niños de las garras
de la difteria. En el hospital de niños, cincuenta de cada cien de éstos, eran conducidos al
depósito de cadáveres. El día 1° de febrero de 1894, Roux, entraba en la sala de
diftéricos del hospital de niños llevando frascos de su suero ambarino y milagroso. Las
jeringuillas estaban preparadas; el suero penetró en ellas al tirar de los émbolos, y dieron
comienzo las inyecciones misericordiosas y tal vez salvadoras; cada uno de los
trescientos niños que entraron en el hospital en el transcurso de los cinco meses
siguientes recibió su buena dosis de antitoxina diftérica.

En el Congreso de Budapest descubrió cómo el suero hacía desaparecer de la


garganta de los niños la membrana gris donde los bacilos al desarrollarse elaboraban el
terrible veneno. Roux y el Congreso de Budapest no se habían reunido para ponerse al
servicio de la verdad, sino para discutir, para planear y para celebrar la salvación de tanta
vida. A estos niños se les inyectan bajo la piel dosis minúsculas del terrible veneno que
tan fatal es para los perros, pero tan fantásticamente alterado, que resulta inofensivo
hasta para los recién nacidos. Y por este triunfo la Humanidad tendrá que quedar
agradecida a aquellas primeras y toscas investigaciones de Loeffler, de Roux y de
Behring.

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