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Udo Weigelt & Joëlle Tourlonias

Luna y el panda rojo


en el colegio

Traducción de Marinella Terzi


Luna y el

PANDA
ROJO
EN EL COLEGIO
—No creo que esta noche duerma bien —dijo
Luna.
—¿Por qué? —preguntó Karlo, el panda rojo, que
acababa de entrar por la ventana.
—Mañana empiezo a ir al colegio —explicó
Luna—. Todos los días. Solo hasta el mediodía.
—¿Hasta el mediodía? ¿En qué quedamos? ¿No
acabas de decir que todos los días? —se extrañó
Karlo.
Luna se rio.
—Sí —dijo—, lo que quiero decir es que iré todos
los días, pero solo hasta la hora de comer. Por la
tarde estaré en casa.
—¿Y por qué vas a ir? —preguntó Karlo.
—Mamá empieza a trabajar de nuevo —contó
Luna—. No podrá cuidar de mí durante el día
entero.
—¿Trabajar? ¿Para qué? —preguntó Karlo con
desconfianza.
—Porque quiere ganar dinero —respondió Luna.
Karlo aguzó las orejas.
—¿Para qué lo necesita? —quiso saber.
—Todos los mayores necesitan dinero —comentó
Luna—. Para pagar las cosas. La comida y los objetos
bonitos. Y una casa y la ropa. Y también para irse de
viaje. De vacaciones. ¡O al mar!
—¡Pero para eso no hace falta trabajar! —gritó
Karlo—. Todo el mundo lo sabe. Tu madre me
tendría que haber preguntado a mí. Es muy
sencillo: si necesitas dinero, tienes que ir a un
banco. Allí te dan dinero. ¡Lo he visto con mis
propios ojos!

Money
—No creo que sea tan sencillo —dijo Luna
frunciendo el ceño—. Primero hay que hacer algo y
trabajar. Luego se recibe dinero por ello. Un banco
es como una hucha para mayores. O algo parecido.
—Pues a mí no se me ocurriría hacerlo —dijo
Karlo—. ¡Los pandas rojos no trabajan! No es propio de
nuestra especie. Y tampoco necesitamos bancos.
Karlo torció la cabeza.
—¿En el colegio también vas a trabajar? —preguntó
con cara de susto.
—No, claro que no —dijo ella moviendo la
cabeza—. ¡En el colegio se juega! Hay otros niños y
cuidadores, y puedes armar jaleo si quieres. O hacer
construcciones o esconderte o jugar. Te lo pasas muy
bien. Por lo menos en mi antiguo colegio era así.
—Ajá. Te lo pasas bien —dijo Karlo—. Y hay otros
niños allí. ¡Pero yo no!
¿Qué será de mí cuando tú vayas al colegio? ¿Seguirás
jugando conmigo?
—¿Qué? Sí…, pues claro que seguiré jugando
contigo —gritó Luna asustada—. Por las tardes
estaré aquí de nuevo. Y entonces jugaremos juntos.
¡Seguro!
Acarició a Karlo en la cabeza. Pero no era tan fácil
convencer al panda rojo.
—Lo dices solo por decir —murmuró.
—¡No! ¡Seguro que no! Además…, quería pedirte
una cosa —respondió Luna.
—¿El qué?
—Bueno… El día que vas por primera vez al colegio
te dejan llevar tu peluche preferido. ¡Y ese eres tú!
¿Vendrás conmigo? Así no estaré tan sola. Y mamá
tiene que ir a trabajar.
—Ah, ya… —dijo Karlo—. ¿Para que no estés sola?
¿Para protegerte?

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