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REVELACIÓN E INSPIRACIÓN

En cada misa, después de las lecturas, decimos: Es Palabra de Dios. Y entonces podemos preguntarnos: ¿cómo
puede hablar Dios? ¿Cómo puede decir su Palabra?

Qué es hablar: llamar, dirigirse a alguien, buscarlo, decirle algo para que el receptor escuche o responda. Quién
es el emisor: el mismo Dios que toma la iniciativa, llama al hombre, a un pueblo generalmente representado por
un líder o profeta que sabe interpretar la necesidad de ese pueblo, que capta y/o representa esa realidad.

Cuál es el mensaje: un mensaje de amor, para el universo entero, un mensaje de alianza, de salvación a un
pueblo determinado que, a través de Jesús, Palabra del Padre, se transmite y comunica al mundo entero, al
cosmos. Dios se revela al pueblo de Israel, del que somos herederos. Pero su salvación es para todos los pueblos
anteriores en el tiempo y de toda la geografía del planeta, porque de lo contrario estaríamos disminuyendo la
grandeza infinita de Dios, Amor pleno y Padre de todos.

La palabra como instrumento puede ser oral, escrita o expresión de los miles de signos que nos ofrece la
naturaleza o la creación del propio hombre (sonidos, voces, señales, números, pinturas, fenómenos atmosféricos).
El hombre o el pueblo, escucha, responde o rechaza, pero Dios sabe entender las infidelidades, esperar, insistir en
el llamado… Para que el diálogo se dé es precisa la fe que se logra gratuitamente por la asistencia de su Espíritu
Santo.

Podemos hablar de dos libros que nos transmiten el mensaje divino, en los que Dios se revela:

El libro de la Vida: la creación misma es la primera revelación de Dios. El cielo y la belleza de la naturaleza
proclaman a Dios. También se manifiesta en la armonía y el orden de todo el universo, en la historia de la
humanidad, de sus comunidades, profetas y mártires, en las llamadas al bien y a la justicia aún en los no
creyentes. Nosotros mismos somos una palabra de Dios en cuanto somos impulsados a nuestra realización para que
ser portavoces del mensaje a los demás, “los micrófonos de Dios”, como decía Monseñor Romero.

La Biblia, el segundo libro de Dios: decía San Agustín (345-430): "La Biblia, el segundo libro de Dios, fue escrita
para ayudarnos a descifrar el mundo, para devolvernos la mirada de la fe y de la contemplación, y para
transformar toda la realidad en una gran revelación de Dios”. La Biblia nos revela la Palabra de Dios pero también
dónde y cómo Dios se revela en nuestra realidad. Qué es lo que Dios quiere y qué rechaza.

La Biblia es Palabra de Dios, en ella se expresa lo que Él quiere manifestarnos, a través de palabras humanas en las
que toma vida, a través de las aptitudes y condiciones de los propios escritores, que llevan la marca de su tiempo
y lugar, los dones personales y la expresión a través de distintos recursos y géneros literarios, según sea lo que se
quiere transmitir.

Dios y hombres son los verdaderos autores de la Biblia. Los hombres escribieron su Palabra inspirados por el
Espíritu de Dios para transmitir su mensaje. Dios no usa a los autores como meros instrumentos, monigotes o
títeres. Sucede que hay personas que cumplen un rol excepcional porque descubren la presencia de Dios allí donde
los demás no la ven. No hay más que pensar en Moisés, David, Isaías, Jeremías, Lucas, o Pablo, Juan, y hasta el
mismo Jesús. Lo que descubren es gracia de Dios y los profetas son los primeros que reconocen que no es en ellos
sino en Dios donde nace aquello que descubren y les da capacidad para descubrirlo. Esto es la inspiración.

Es muy bueno y necesario el estudio serio y profundo de la Biblia, ubicándonos en el momento en que fue escrita,
por quiénes, para qué, en qué lenguaje, en qué lugar, tiempo, realidad social, política, económica, cultural, con
qué forma expresiva, para entender mejor el mensaje y compartir con los hermanos, lo que cada uno fue
captando, por sus propios dones y por la luz del mismo Espíritu, para entenderla en profundidad y llevarla a la
vida, de donde en verdad parte.

La Biblia nace del descubrimiento de Dios en la vida de un pueblo y de la comprensión de su modo de relacionarse
con los hombres y de las actitudes que en ellos suscita. Para conocerla es necesario leerla, estudiarla, compartirla
en comunidad, rezarla, relacionarla con la vida cotidiana.

La verdadera vida de fe no significa vivir de memoria de una revelación pasada, sino desde un Dios que se nos
revela hoy, ahora, aquí. Si bien culminó con Jesús, la revelación no ha acabado. Lo que está concluido es la
revelación canónica con los libros considerados inspirados, por la Iglesia, que es la suficiente y necesaria para que
Jesús y su Evangelio sigan hablando a través de la lectura de la realidad y de la presencia de sus profetas y
mártires (testigos).

“No podemos segregar la Palabra de Dios de la realidad histórica en que se pronuncia porque no sería ya Palabra
de Dios. Sería historia, libro piadoso, una Biblia que es libro en nuestra biblioteca. Pero se hace Palabra de Dios
porque anima, ilumina, contrasta, repudia, alaba lo que se está haciendo hoy en esta sociedad". (Mons. Romero,
Homilía. 27-11-77).

Tal vez queremos saber qué nos dice Dios, qué caminos quiere para nosotros y qué quiere que hagamos por los
demás, cuál es la vigencia de esa Palabra que es actual y presente porque está viva y siempre nos dice algo nuevo.

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