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SOCIALISMO O BA
LA SOCIEDAD
BUROCRATICA 1
Las relaciones
de producción en Rusia
C o r n e liu s C a s to r ia d is
T U SQ U ET S E D IT O R
Barcelona, 1976
Título original: La société bureaucratique 1: Les relations de
production en Russie.
7
Sobre el autor
8
I 9 6 0 - 6 J , «R ecom m en cer 'a rév olu tion f), 1964, y
cT h e jaUim* rate o j projit'b, ¡9 6 5 ) ha sido publicada
en castellano en 1970 (con ei seudónim o «Paul Car
dant> utilizado por ei autor en la revista «Socialism e
ou B arbarie») con el titulo Capitalismo moderno y
revolución (París, R uedo Ibérico. C olección «E l
viejo topo. >>)
9
N o ta p r e lim in a r d e la e d ic ió n fra n c e sa
11
cilmente encerrar en tal o cual categoría. U na clasi
ficación puramente cronológica hubiera tenido la
ventaja de mostrar claramente cuál fue la evolución
de las ideas, pero hubiera dispersado escritos ligados
entre sí y hubiera convertido en tarea imposible la
redacción de un comentario más o menos sistemá
tico y coherente. He reunido pues los textos en fun
ción de grandes temas, conservando el orden crono
lógico en cada volumen; que las múltiples referen
cias a otros volúmenes que invaden las notas sean
inevitables. E l plan general de la reedición, referido
más adelante, permitirá al lector ver a qué correspon
den esas referencias. Espero que los inconvenientes
de la solución escogida quedarán también atenuados
por la «introducción» publicada en este primer vo
lumen, que intenta presentar el conjunto de las ideas
esenciales del autor teniendo en cuenta tanto su
evolución en el tiempo como sus relaciones lógicas.
A los textos más frecuentemente citados corres
ponden las siguientes abreviaturas:
12
CFP: «Concentration des forces productives» (iné
dito, marzo de 1948; vol. I, 1, p. 101-114).
[trad. esp. para este .volumen]. _
PhCP: «Phénoménologie de la conscience proléta-
rienne:. (inédito, marzo de 1948; vol. I, 1, pá
ginas 115-130). [Será publicado en la trad. esp.
del Vol. V, l.]
SB: «Socialisme ou barbarie» («S. ou B.», 1, marzo
de 1949; vol. l, 1, p. 135-184). [Trad. esp. pa
ra este volumen.]
R P R : « Ie s rapports de production en Russie» (S.
ou B.»., 2. mayo de 1949; vol. I, 1, 205-282).
[Trad. esp. para este volumen.]
DC I y 11: «Sur la dynamique du capitalisme» (S.
ou B .», 12 y 13, agosto de 1953 y enero de
1954).
SIPP: «Situation de l'impérialisme et perspectives
du prolétariat» («S. ou B .», 14, abril de 1954).
CS I, CS 11, CS III: «Sur le contenu du socialisme»
(«S. ou B .», 17, julio de 1955; 22, julio de 1957;
23, enero de 1958 y ahora vol. V , 2, p. 9-88).
[Será publicado en la trad. esp. del Vol. V , 2.]
RPB: «La révoiution prolétarienne contre la bu-
reaucratie («S. ou B.», 20, diciembre de 1956;
vol. 1, 2, p. 267-338). [Será publicado en la
trad. esp. del vol. I, 2.]
PO 1 y I l: «Prolétariat et organisation» («S. ou B .»,
27 y 28, abril y julio de 1959; vol. V , 2 , pá
ginas 123-248).
MRCM, I, 11 y 111: Le mouvement révolutionnaire
sous le capitalisme rnoderne» («S. ou B .», 31,
32 y 33, diciembre de 1960, abril y diciembre
de 1961). [Trad. esp. en Capitalismo moderno
y revolución , París, Ruedo Ibérico, 1970. Para
las referencias a esta trad. u tiliz a o s la abre
viatura CM R (1960-61)1. '
R R : «Recommencer la révolution:. ( cs:S. ou B.>, 35,
enero de 1964; vot V , 2, p. 307-365. [Trad.
13
esp. en Capitalism o m odern o y revolución.
Abrev. CM R (1964)].
M TR 1 a V : «Marxisme et théorie révolutionnaire»
(«S. ou B » ., 36 a 40, abril de 1964 a junio de
1965; recogido en Linstitution imaginaire de
la société, París, Ed. du Seuil, 1975, p. 13-229).
1G : «Introduction», vol. 1, 1, p. 11-61 [trad. esp. p.
en este volumen].
H M O : «La question de l’histoire du mouvement ou-
vrier» (vol. V, 1, p. 1 1-120).
14
al que aludiré en las siguientes páginas. Mi colabo
ración con Claude Lefort— que comenzó en agos
to de 1946, fue durante mucho tiempo cotidiana, a
veces borrascosa, y pasó por dos rupturas políticas
-— ha llegado a nutrir esa rara amistad que permite
finalmente mantener el diálogo a pesar y más allá
de las divergencias. He aprendido mucho junto a
Philippe Guillaume, que fue uno de los principales
colaboradores de la revista, aunque quizá los tex
tos que publicó en «Socialisme ou Barbarie» no den
la exacta medida de la originalidad de su pensa
miento. Las discusiones con la camarada americana
Ria Stcne (Grace Lec Boggs] desempeñaron un pa
pel decisivo en una etapa que fue para mí de for
mación, y a ella debo en gran parte el haber conse
guido superar ese provincianismo europeo que sigue
dejando huella en todo lo que produce la ex-capi-
tal de la cultura europea, que todavía no ha aban
donado la ilusión de ser el centro del mundo.
Agradezco por último una vez más a mi joven
amigo E . N. G ., que conoce mejor que yo todo lo
que he dado a la imprenta, su ayuda en la prepa
ración de esta edición.
15
In tr o d u c c ió n
17
la acción; una sociedad desposeída de su saber, y ese
saber mismo, creciendo como un tumor maligno, su
mido en una crisis profunda que afecta a su conteni
do y a su función; la proliferación ilimitada de dis
cursos vacíos e irresponsables, la fabricación ideoló
gica industrializada y la saturación de los mercados
con una pop-filosofía barata, y tendremos, en un or
den cronológico aproximado, algunos de los hechos
con los que hubieran debido enfrentarse todos los
que durantei ese período pretendieron hablar de so
ciedad, de historia y de política.
En esas circunstancias, quizá se excuse al autor
si éste, hijo de otros tiempos y sin contacto directo
con las fluctuaciones de la moda, no se contenta, si
guiendo Ja práctica al uso, con escribir cualquier cosa
hoy después de haber escrito ayer otra cosa y lo mis
mo, o sea cualquier cosa, e intenta asumir en la me
dida de lo posible su propio pensamiento y el desa
rrollo de éste; si se interroga sobre la relación entre
lo escrito y lo ocurrido efectivamente para compren
der lo que, más allá de los factores personales o
accidentales, ha permitido que ciertas ideas fueran
confirmadas por los acontecimientos y ha invalidado
otras; y lo que ha hecho por último — verdad es que
no se trata de una novedad en la historia— que al
gunas de las ideas que le parecían niás importantes,
recogidas y difundidas por otros, parezcan haberse
convertido a veces en simples recetas con las que
embaucadores profesionales engañan a inocentes.
18
yó serle fiel ingresando en las Juventudes Comunis
tas bajo la dictadura de Metaxas, ni por qué pudo
creer, después de la ocupación de Grecia y el ata
que alemán contra Rusia, que la orientación chovi
nista del PC griego y la constitución de un Frente
Nacional de Liberación (EAM) era el resultado de
una desviación local que podía ser corregida con una
lucha ideológica dentro del partido. La sustitución
de argumentos por porras, y la radio rusa, se encar
garon de que cambiara rápidamente de opinión. El
carácter reaccionario del Partido Comunista, de su
política, de sus métodos, de su régimen interno, así
como el cretinismo que impregnaba, entonces como
ahora, cualquier discurso o texto que emanara de la
dirección del Partido Comunista, aparecían con cla
ridad absoluta. No es pues de extrañar que, en esas
circunstancias de tiempo y de lugar, esas comproba
ciones llevaran al trotsquismo, cuya fracción más iz
quierdista desarrollaba una crítica sin compromisos
tanto del estalinismo como de los trotsquistas «dere
chistas» (que, como supimos más tarde, cuando se
restablecieron las comunicaciones interrumpidas des
de 1936, representaban el verdadero «espíritu» — sit
venia verbo — de la «TV Internacional»).
Seguir viviendo a pesar de la Gestapo y del GPU
local (la OPLA.. que ha asesinado a docenas de mili
tantes trotsquistas antes y después de la ocupación)
no resultó ser imposible. Pero los problemas teóricos
y políticos que planteaba la situación de la ocupación
eran considerablemente más complejos. Ante el hun
dimiento del Estado y de las organizaciones políti
cas burguesas en una sociedad desintegrada, o me
jor dicho, pulverizada (de las pocas empresas indus
triales que existían antes de la guerra, casi todas de
jaron de funcionar, y era ya prácticamente imposible
hablar de proletariado, clase disuelta en una es
pecie de «lumpenización» general), la población,
arrastrada por condiciones de vida espantosas y por
la terrible opresión del ejército alemán, engrosó las
19
filas del Partido Comunista. E l Partido se desarro
lló de modo- fulgurante, reclutó a decenas de miles
de individuos en la organización que le servía de fa
chada, la E A M , creó una seudoguerrilla en las sie
rras y en las ciudades («seudo» porque estaba com
pletamente centralizada y burocratizada, pero que
llegó a agrupar en los últimos días de la ocupación
a unos cien mil hombres bien armados) e instauró
su propio poder — absoluto— , primero en las regio
nes más escarpadas y, después de la retirada alema
na, en prácticamente todo el país excepto la Plaza
de la Constitución en Atenas — com o mucho— .
¿En qué consistía pues esa adhesión de las ma
sas a la política estalinista, que no sólo les llevaba
a rechazar de antemano toda actitud revolucionaria
e internacionalista, sino que hasta suponía que es
tuvieran dispuestas a cortar el cuello a quien las de
fendiera? ¿Y qué representaba el propio partido es
talinista? Para el «trotsquismo-leninismo», la respues
ta — fácil— consistía en repetir y amplificar el pa
radigma de la primera guerra mundial: si la guerra
fue posible, es porque volvieron a surgir «ilusiones
nacionalistas» en las m asas; era inevitable que si
guieran dominadas por esas ilusiones hasta que, al
destruir estas últimas la experiencia de la guerra, se
vieran abocadas a la revolución. Y esta última gue
rra no había hecho más que com pletar la transforma
ción del Partido Comunista en partido reformista na
cionalista, definitivamente integrado en el orden
burgués, transformación que Trotski había pronos
ticado desde hacía tiempo. Nada más normal, por
lo tanto, que esa dominación del PC sobre masas
que atribuían sus males a la nación «enemiga». Para
los trotsquistas, com o para el propio Trotski hasta
su muerte, el Partido Comunista se limitaba a volver
a desempeñar en las condiciones de la época el pa
pel de la socialdemocracia chovinista de 1 9 1 4 -1 9 1 8 ,
y los Frentes «nacionales::. o «patrióticos» que pa-
tronizaba no eran más que nuevos disfraces de la
20
«Unión sagrada». (Sólo me refiero aquí a la línea
trotsquista coherente, aunque ésta fuera minoritaria.
Las tendencias derechistas de la «IV Internacional»,
mucho más oportunistas, intentaban, y en eso no han
cambiado, «pegarse» a los estalinistas, y llegaban a
.veces hasta a afirmar que la lucha «nacional» con
tra Alemania era progresista.)
Podía desde luego intentarse que los hechos se
adaptaran de algún modo a ese esquema — con tal
de, como hizo siempre el trotsquismo, deformarles
suficientemente y darse un «mañana» indefinido. Me
parecía a mí que, por poco que se le hubiera visto
desde dentro, identificar al Partido Comunista con
un partido reformista era un tanto frívolo, y nunca
creí que las ilusiones de las masas fueran exclusiva
o esencialmente «nacionalistas». Pero lo que seguía
siendo desazón intelectual se transformó en certi
dumbre abrumadora con la insurrección estalinista
de diciembre de 1944. Era absolutamente imposible
comprender ésta con ese tipo de interpretación, y la
increíble vacuidad de los «análisis» que intentaron
aplicarle los trotsquistas, antes y después, lo probó
con creces. Porque era evidente que la conducta del
Partido Comunista griego no era la de un partido re
formista: tendía de modo inequívoco a apoderarse
del poder, eliminando o amordazando a los repre
sentantes de la burguesía. En las coaliciones que
formaban el Partido Comunista, los rehenes eran
los políticos burgueses, no aquél de éstos. El único
poder real en el país era el de las ametralladoras de
ios cuerpos militares del Partido. Lo que motivaba
la adhesión de las masas no era sólo el odio a la
ocupación alemana; diez veces más fuerte después de
que acabara ésta, hubo siempre en ella la esperanza
confusa de una transformación social, de una elimi
nación de las antiguas capas dominantes, y eso no
tenía nada que ver con la «Unión nacional». Pero,
al mismo tiempo, las masas se conformaban con ese
papel de infantería pasiva del Partido Comunista.
21
E r a un puro delirio suponer que, si el Partido Com u
nista tom aba el poder, esas m asas, controladas mili
tarm ente y hasta en los m enores detalles, sin organi
zación autónom a de ningún tipo ni veleidades si
quiera de form ar alguna, hubieran podido «desbor
dar» al Partido; aun admitiendo lo imposible, o sea
que lo hubieran intentado, el intento hubiera sido
ahogado en sangre, y la represión bautizada con los
calificativos adecuados.
L a insurrección de diciem bre de 1944 fracasó
— aplastada por el ejército inglés— . No viene al
caso, en esta discusión, saber en qué medida erro
res tácticos y militares (errores desde su propio pun
to de vista) de la dirección estalinista, o disensiones
internas, existieron o no, y desempeñaron un papel:
de todas form as, hubiera fracasado tarde o tem
prano — aplastada por el ejé rcito inglés— . O sea
que esa derrota era, por decirlo así, sociológicam en
te contingente: no era el resultado ni del carácter in
trínseco del Partido Com unista (que no hubiera «que
rido» o «podido» apoderarse del poder) ni de la
relación de fuerzas en el país (la burguesía n acio
nal no podía oponerle fuerza alguna), sino de su
posición geográfica y del contexto internacional
(acuerdos de Y alta). Si G recia se hubiera encon tra
do mil kilóm etros más al norte (o F ran cia mil ki
lóm etros más al este), el Partido Com unista se
hubiera apoderado del poder después de la guerra,
y R usia hubiera garantizado ese poder. ¿C óm o lo
hubiera utilizado? H ubiera instaurado un régimen
sim ilar al régimen ruso, elim inado a las antiguas
capas dominantes después de haber asimilado a to
dos los elem entos asim ilables de éstas, establecido
su dictadura e instalado a sus hombres en todos
los puestos de mando y de privilegio. Desde luego,
en aquel m om ento, todo aquello se reducía a una
serie de «si». Pero la evolución ulterior de los
países satélites, que confirm ó del modo más ta ja n -
22
¡le posible ese pronóstico histórico, me ahorra toda
dem ostración suplem entaria al respecto.
^ ¿Cóm o definir, desde un punto de vista mar
inista, ese régim en? Sociológicam ente, desde luego,
d e b ía tener la misma definición que el régimen ruso.
Y es precisam ente ahí donde la endeblez y a fin de
Cuentas lo absurdo de la concepción trotsquista sal
taba a la vista. Y a que la definición que daba ésta
; del régimen ruso no era sociológica: era una sim-
; ple descripción histórica. Rusia era un «Estado
obrero degenerado» — y para los trotsquistas no se
trataba sólo de adjetivos— . Para éstos, un régimen
de ese tipo sólo era posible com o resultado de la
degeneración de una revolución proletaria; desde
: ese punto de vista, propiedad «nacionalizada», eco
nom ía «planificada» y eliminación de la burguesía
eran imposibles sin revolución proletaria. ¿H abía
que llamar «Estad os obreros degenerados» a los
regímenes que instauraban los partidos comunistas
en Europa oriental? /.Pero cóm o podían haber de
generado. puesto que nunca fueron «obreros»? Y si
se afirm aba que lo habían sido, había pues que ad
mitir que la llegada al poder de un partido totali
tario y m ilitarizado era al mismo tiem po una revo
lución proletaria, una revolución que degeneraba
en la exacta medida en que se desarrollaba. D e to
das form as, el interés de esas monstruosidades teó
ricas — que nunca asustaron a los «teóricos» trots-
! quistas— ' era escaso. Lo que nos enseñaba la ex
; periencia — y lo dicho ya por M arx y Lenin— , o
■ sea que el desarrollo de una revolución es esencial
; mente el desarrollo de los órganos autónom os de
. las masas — C om una, Soviets, C om ités de fábrica
!•o C onsejos— , no tenía nada que ver con un feti-
* chism o de ciertas formas de organización: la idea l.
23
m ism a de una dictadura del proletariado ejercida
p o r un partido to talitario era una brom a siniestra y
absurda, la existencia de órganos autónomos de las
masas y el ejercicio efectivo del poder por éstas no
es una «form a", es simplemente la revolución — y
la revolución es precisam ente eso.
Eso significaba que había que abandonar la
concepción de T ro tsk i en su punto central, el que
le h abía permitido constituirse, el único que podía
fundar el derecho a la existencia histórica, por de
cirlo así, del trotsquism o com o corriente política: lo
naturaleza social e histórica del estalinism o y de la
burocracia. Los partidos estalinistas no eran re
form istas, no conservaban sino destruían el orden
burgués. E l nacim iento de la burocracia rusa en y
por la degeneración de la revolución de O ctubre,
esencial desde m ás de un punto de vista, era sin
em bargo, en otro sentido, puramente accidental: la
burocracia podía tam bién nacer de otro modo y ser,
no el producto, sino el origen de un régimen que
no podía calificarse de obrero, ni siquiera de cap i
talista en el sentido tradicional. Si, durante un cier
to tiem po, fue todavía posible eludir la cuestión
co n argucias irrisorias, utilizando la presencia del
ejército ruso en E u rop a oriental com o supuesta
«causa» de Ja llegada del Partido Com unista al po^
der, la instauración ulterior de un imperio buro
crático «autóctono» sobre unos cuantos centena
res de millones de chinos resolvió definitivamente lé.
cuestión para todos los que no intentaban enga
llarse a sí mismos.
O sea que h abía que volver sobre la «cuestión
rusa», y romper con el excepcionalism o socioló
gico e histórico de la concepción de Trotski. Al con
trario de lo que éste había pronosticado, la buro
cracia rusa había sobrevivido a la guerra, y ésta no
se había transform ado en revolución; además. la
burocracia había dejado de ser «burocracia en un
solo país», y regímenes sem ejantes al suyo surgían
24
en toda Europa oriental. No era pues ni excepcional,
ni frágil, ni formación transitoria — al menos, en
ningún sentido del término que no fuera puro sofis
ma— . Tampoco era una simple «capa parásita»:
era una auténtica clase dominante que ejercía un po
der absoluto sobre toda la vida social, y no sólo en la
esfera política en un sentido estricto. No sólo, des
de un punto de vista marxista, la idea de una sepa
ración (y, en este caso, de una oposición absoluta)
entre las presuntas «bases socialistas de la econo
mía rusa» y el terrorismo totalitario ejercido sobre
y contra el proletariado era grotesca; bastaba con
considerar seriamente la substancia de las relaciones
reales de producción en Rusia, más allá de la for
ma jurídica «nacionalizada», para comprobar que
eran efectivamente relaciones de explotación,. que
la burocracia asume plenamente los poderes y las
funciones de la clase explotadora, o sea la gestión
del proceso de producción a todos los niveles, la
disposición de los medios de producción, las deci
siones sobre 1a asignación del excedente social.
De ahí se desprendían consecuencias tan nu
merosas como capitales; ya que la «cuestión rusa»
era y sigue siendo la piedra de toque de toda acti
tud teórica y práctica que pretenda ser revoluciona
ria; ya que es también el auténtico filón, la clave
por excelencia de la comprensión de los problemas
más importantes de la sociedad contemporánea, y
la esterilidad de Trotski y del trotsquismo no es
más que el reflejo de su incapacidad de dar con ella.
La justificación histórica del trotsquismo, lo que hu
biera podido dar un fundamento a su constitución
como corriente política independiente y nueva, hu
biera sido dar un verdadero análisis de la naturaleza
del estalinismo y de la burocracia, y de las impli
caciones de ese nuevo fenómeno. Esa etapa tanto
de la historia del movimiento obrero como de la
sociedad mundial exigía un nuevo esfuerzo, un
nuevo desarrollo teórico. En vez de emprender esa
25
tarea, Trotski se limitó siempre a repetir y codifi
car la práctica leninista del período «clásico» (o.
m ejor dicho, lo que presentaba com o tal), y hay que
añadir que pasó antes por toda una serie de conce
siones y de com prom isos, que sólo acabaron en
1 9 2 7 . Com pletam ente desamparado ante la buro
cracia estalinista, no pudo m ás que denunciar sus
crímines y criticar su política en función-de los cri
terios de 1917. Ofuscado por la seudo-«teoría» del
bonapartism o estalinista, incapaz de superar una vi
sión «impresionista» de la. decadencia del capita
lismo, se negó hasta el último momento a ver en el
régimen ruso algo más que un accidente pasajero,
uno de esos fam osos «callejones sin salida» de la
H istoria; del régimen burocrático, sólo proporcionó
descripciones superficiales, y en vano se buscaría
en L a revolución traicionada un análisis de la eco
nomía rusa: las fuerzas productivas se desarrollan,
gracias a la nacionalización y a la planificación,
pero se desarrollan menos rápidamente y peor de lo
debido por culpa de la burocracia — ésa es la sus
tancia de todo lo que T rotski y los trotsquistas son
capaces de decir al respecto— . Trotski intentaba
mostrar, incansablemente, que los partidos com unis
tas violaban los principios leninistas y llevaban la re
volución al fracaso, gastando tiempo y fuerzas en
el intento sin com prender que, com o nada tenían
que ver los objetivos de esos partidos con el asun
to, criticarlos desde ese punto de vista no tenía ni
más ni menos sentido que acusar a un caníbal que
criara niños para com érselos de violar los precep
tos de la buena pedagogía. Cuando admitió, por fin,
antes de morir, que no había que descartar que el
futuro diera una respuesta diferente a la cuestión
de la naturaleza del régimen ruso, se apresuró a
ligar inmediata y directam ente el destino teórico de
sus análisis de R usia al destino efectivo de su pro
nóstico sobre la relación entre Ja revolución futura
y la guerra que acababa de em pezar. Sus lam enta
26
bles herederos han pagado caro esa monstruosidad
teórica; Trotski escribió textualmente (en In D e -
fense of Marxism) que, si la guerra acababa sin la vic
toria de la revolución mundial, habría que revisar el
análisis del régimen y admitir que la burocracia es-
talinista y el fascismo habían esbozado ya un nue
vo tipo de régimen de explotación, régimen que,
por cierto, identificaba con la barbarie. De suerte
que, años después de acabada la guerra, sus epí
gonos no tuvieron más remedio que sostener que la
guerra, o la «crisis» nacida de la guerra, todavía no
había terminado realmente. Es de suponer que,
para ellos, sigue sin haber acabado.
Esa ceguera de Trotski ante la naturaleza del
estalinismo podía sorprender a los que, como yo,
habían admirado su audacia y su agudeza. Pero hay
que reconocer que difícilmente hubiera podido hacer
otra cosa. Su ceguera era ceguera. ante su propio
origen, ante las tendencias burocráticas incorpora
das orgánicamente en el partido bolchevique desde
sus comienzos (que, por cierto, Trotski percibió y
' denunció antes de incorporarse a — e identificarse
con— él) y ante lo que, en el propio marxismo,
. preparaba la burocracia y hacía de ésta el punto
: ciego, el sector invisible e imposible de localizar de
la realidad social, e impedía, a partir de un cierto
punto, que se pudiera pensarla en el marco teórico
que el marxismo había establecido. (Véase R IB y
MTR sobre este punto).
* La nueva concepción de la burocracia permitía
denunciar el carácter mistificador de la «nacionali-
Jación» y la «planificación», e identificar, más allá
de las formas jurídicas de propiedad y de los mé
todos de gestión de la economía global adoptados
por la clase explotadora («mercado» o «plan»), las
relaciones efectivas de producción como fundamen
to de la división de la sociedad en clases. Y el ha
cerlo no era, desde luego, más que volver al verda
dero espíritu de los análisis de Marx. Si se elimi-
27
na la propiedad privada tradicional pero los traba
jadores siguen explotados, desposeídos y separados
de los medios de producción, la división social toma
la form a de división entre dirigentes y ejecutantes
en el proceso de producción, al garantizar la capa
social dominante su estabilidad y, eventualmente, la
transmisión de sus privilegios a sus descendientes,
con otros mecanismos sociológicos, cuyo funciona
miento no tiene por cierto nada de misterioso.
E sa concepción nos permitía comprender tam
bién la evolución del capitalismo occid en tal en el
que la concentración del capital, la evolución de la
técnica y de la organización de la producción, la
intervención creciente del Estado, y, por último. la
evolución de las grandes organizaciones obreras,
había llevado a un resultado análogo: la constitu
ción de una capa burocrática tanto en la producción
como en las otras esferas de la vida social. La teo
ría de la burocracia adquiría así un fundamento
socio-económ ico, y se integraba en una concep
ción histórica de la sociedad moderna. Era eviden
te que el proceso de concentración del capital y su
asociación cada vez más estrecha con el Estado, así
com o la necesidad de controlar' todos los sectores
de la vida social y, en particular, a los trabajado
res, implicaban la aparición de nuevas capas encar
gadas de dirigir tanto la producción, la economía,
el Estado, la cultura, como la vida sindical y polí
tica del proletariado; y, hasta en los países en los
que seguía existiendo el capitalismo tradicional, po
día comprobarse la autonomización creciente de esas
capas frente a los capitalistas privados y la fusión
gradual de las cúspides de esas dos categorías. Pero,
desde luego, lo importante en este caso no son los
casos individuales, sino la evolución del sistema, y
esa evolución lleva orgánicamente del capitalismo tra
dicional de la firma privada, del mercado, del «E s
tado-gendarme», al capitalismo contemporáneo de
la empresa burocratizada, de la regulación, de la
28
«planificación! y del Estado omnipresente. Esas con
sideraciones fueron lo que, después de haber pen
sado durante co rto tiempo en la eventualidad de
una «tercera solución histórica:. («E l problem a de la
U R S S y la posibilidad de una tercera solución his
tórica:. , en este volumen), me llevó a adoptar el tér
mino de capitalism o burocrático. Capitalism o bu
rocrático y no capitalismo de Estad o, expresión
que no tiene prácticam ente ningún sentido, ya que
no sólo es inadecuada para caracterizar a los paí
ses capitalistas tradicionales (en los que los m e
dios de producción no han sido estatificados), sino
que, sobre todo, nada nos dice de la aparición de
una nueva clase explotadora, oculta así un proble
ma esencial para una revolución socialista y crea
una confusión desastrosa — en la que se ha hundido
más de un autor y más de un grupo de la izquierda
revolucionaria— ya que sugiere (o afirm a) que las
leyes económ icas del capitalismo continúan funcio
nando después de la desaparición de la propiedad
privada, del m ercado y de la com petencia, lo cual
es absurdo. (E n este volumen C FP). Que la buro-
cratización ha llegado a ser — y hasta qué pun
to— el proceso central de la sociedad contem
poránea durante el cuarto de siglo siguiente, ape
nas es necesario recordarlo.
Aún más importantes eran las consecuencias que
se referían a los objetivos mismos de la revolución.
Si es ése el fundamento de la división de la sociedad
Contemporánea, la revolución socialista no puede li
mitarse a eliminar a los patronos y la propiedad pri
vada de los medios de producción; debe suprimir
tam bién la burocracia, impidiendo que ésta llegue
a disponer del poder de decisión sobre los medios y
t i proceso de producción — en otras palabras, debe
■suprimir la división entre dirigentes y ejecutantes.
E n su aspecto positivo, eso significa precisamente
la gestión obrera de la producción; entendiendo por
gestión obrera el poder total que ejercen sobre la
29
producción y sobre el conjunto de las actividades
sociales Jos órganos autónomos de las colectividades
de trabajadores; desde luego, puede dársele también
el nombre de autogestión, con tal de no olvidar
que implica no la corrección sino la destrucción del
orden vigente, y en particular la abolición del apa
rato de Estado separado de la sociedad y de los
partidos como órganos dirigentes; con tal, pues, de
no confundirla con las mistificaciones que, desde ha
ce algunos años, circulan con ese nombre, ni con
los esfuerzos del mariscal Tito para hacer trabajar
más a los obreros yugoeslavos gracias a un salario
al rendimiento colectivo y a la utilización de su ca
pacidad de organizar ellos mismos su trabajo. Que
la experiencia de la explotación y de la opresión
burocrática, después de la del capitalismo privado,
llevaría necesariamente a las masas en acción a la
reivindicación de la gestión obrera de la produc
ción, era una simple deducción lógica, formulada
ya en 1948, pero plenamente confirmada por la revo
lución húngara de 1956. Que tanto la gestión de la
producción por los productores, como la gestión
colectiva de sus propios asuntos por los interesa
dos en todos los terrenos de la vida pública, fueran
imposibles e inconcebibles sin una manifestación y
un desarrollo sin precedentes de la actividad autó
noma de las masas, quería decir que la revolución
socialista es precisamente la explosión de esa acti
vidad autónoma, que instituye nuevas formas de vida
colectiva, elimina a medida que se desarrolla no
sólo las manifestaciones sino los fundamentos mis
mos del antiguo orden — y en particular toda cate
goría u organización separada de «dirigentes», cuya
existencia significa ipso fa d o la certidumbre de una
vuelta a ese antiguo orden, o mejor dicho, atesta
por su simple presencia que ese orden no ha desa
parecido— , crea en cada una de sus etapas pun
tos de apoyo para su desarrollo ulterior y los arrai
ga en la realidad.
30
Se desprendían por último de esa posición con
clusiones no menos importantes en lo concerniente
a la organización revolucionaria. Si el socialismo es
la manifestación y el desarrollo de la actividad au
tónoma de las masas y si tanto los objetivos de esa
actividad como sus formas deben desprenderse de
la propia experiencia de los trabajadores — expe
riencia de la explotación y de la opresión— , sería
absurdo «inculcarles» una «conciencia socialista»
producida por una teoría o sustituirse a ellos en la
dirección de la revolución o en la construcción del
socialismo. Hacía falta una modificación radical,
con respecto al modelo bolchevique, tanto del tipo
de relación entre las masas y la organización como
de la estructura y el modo de vida de ésta. Esas
conclusiones quedaron claramente formuladas en
SB (marzo de 1949). Fui sin embargo incapaz de
sacar de esas mismas conclusiones todas las conse
cuencias, y muchas ambigüedades hay todavía en
el primer texto que consagré al asunto («Le parti
révolutionnaire» SB 2, mayo-junio de 1949), aunque
: las eliminara, al menos parcialmente, pocos años
después («La direction prolétarienne», SB 1O, junio-
agosto de 1952). Además de lo difícil que es siempre
, romper con una gran tradición histórica, creo que
hubo dos factores determinantes en mi actitud de
. aquella época. El primero es que enfocaba con toda
■su amplitud el enorme problema de la centralización
en la sociedad moderna — y sigo pensando que los
que, en el grupo SB, se opusieron a mí sobre ese
punto, subestimaban su importancia— , y me pare
cía, equivocadamente, que el Partido constituía un ele
mento de respuesta. Por lo que a mí respecta, he da
do mi propia solución de la cuestión — en la medida
en que puede ser resuelta por escrito— en CS 11
(1957). El segundo es la antinomia que contiene la
idea misina de organización y de acción revoluciona
rias: saber, o creer saber, que el proletariado debe
ría llegar a una concepción de la revolución y del so-
31
cialismo que sólo puede sacar de sí mismo, y sin em
bargo no cruzarse de brazos. Es, a fin de cuentas,
la formulación del problema por excelencia de la
praxis, tal y como tienen que enfrentarse con él tan
to la pedagogía como el sicoanálisis, y que sólo
fui capaz de discutir en términos que juzgara yo
mismo satisfactorios quince años más tarde (MTR
111, octubre de 1964).
32
'u ocaso? De hecho, en cuanto pude empezar a
ocuparme seriamente de economía (1947-1948), no
me fue difícÜ mostrar que la expansión de la pro
ducción capitalista no se había interrumpido, ni
mucho menos. Pero dos factores me impidieron sa
car todas las consecuencias de ese hecho. En pri
mer lugar, todavía no había conseguido desemba
razarme de ese e ultimatismo > histórico que carac
terizó el leninismo, y sobre todo el trotsquismo:
ai la revolución no estalla, el fascismo es ineluc
table; si no hay una verdadera estabilización del
Capitalismo, la guerra es inminente. En segundo lu
gar, la teoría económica de Marx — o lo que solía
considerarse como tal— me hacía creer que la ex
plotación del proletariado iba a ser cada vez más
dura, que una nueva crisis económica del capitalis
mo era inevitable y que la presunta «tendencia al
la cuota de la ganancia» minaba los
del sistema. Al mismo tiempo, al llevar
basta su límite lógico la teoría de la concentra
ción del capital, y por lo tanto del poder (Marx ha-
Wa escrito que el proceso de concentración conti
núa hasta llegar a la dominación de un solo capi
talista o grupo de capitalistas), al comprobar que,
Contrariamente a la primera, la segunda guerra
mundial no había resuelto sino agravado y multi
plicado los problemas que la habían provocado — y
dejaba frente a frente a dos superpotencias im p -
rialistas decididas a volver a poner sobre el tapete
reparto indeciso, cuyas fronteras sólo depen
dieron del avance de los ejércitos en 1945— , saqué
; ta conclusión de que no sólo una tercera guerra
mundial era inevitable (lo cual sigue siendo, grosso
Jpodo, cierto), sino que era además «inmediata» en
iun sentido particular: aunque pudieran variar los
¡plazos y las peripecias, lo que iba a determinar sobe-
ufanamente la situación histórica era el proceso que
^desembocaba en la guerra. Esa tesis, formulada en
-los textos explícitamente consagrados al análisis
de la situación internacional (como SB y los que se
rán recogidos en el volumen III, 1, de esta edición),
impregna varios textos más de ese período. Com
probar hoy que es errónea es apenas necesario. No
habría que olvidar, sin embargo, que los factores,
cuya acción intentaban explicar, no han desaparecido
y siguen actuando de modo determinante (Cuba,
Indochina, Oriente Medio). Pero lo importante es
analizar las razones del error.
Las que me parecen contener una lección du
radera son de dos tipos. La primera — señalada en
algunos textos de SB a partir del verano de 1953
(«Nota sobre la situación internacional> del n.° 12,
escrita en colaboración con Claude Lefort; y STPP,
abril de 1954)— era la sobreestimación de la inde
pendencia de las capas dirigentes de los dos bloques
con respecto a la población de sus respectivos países
y a la de los países dominados. L a hostilidad de la
población americana ante la guerra de Corea, las
grietas en el edificio del imperio ruso que la burocra
cia debió percibir aún antes de que muriera Stalin y
cuya existencia la rebelión de Berlín-este de julio de
195 3 confirmó brutal y claramente — todo eso de
sempeñó sin duda alguna un papel decisivo en la
interrupción de la carrera hacia la guerra abierta.
Pero ese hecho tenía un significado más profundo,
que sólo comprendí cabalmente más tarde, en 1959
— 1960 ( CMR, 1960-1961): un abismo separa las
sociedades de antes de 1939 y las de la posguerra, en
la medida en que en éstas el conflicto se ha extendido
a todos los niveles de la vida social y, hasta sin opo
sición abierta y directa, el poder de las capas do
minantes se ve limitado por una impugnación ge
neralizada; en la medida también en que las pro
pias contradicciones internas de esas capas han cam
biado de carácter, ya que la burocratización gene
ralizada traslada al corazón mismo de las instan
cias dirigentes las irracionalidades del sistema, y les
34
impone muchas limitaciones, que difieren de aque
llas limitaciones clásicas, pero no son menos pode
rosas.
L a segunda razón del error era la adhesión a la
teoría económica de Marx y a sus consecuencias
^--xplícitas y «auténticas>, como la idea de que
el capitalismo tiene que aumentar -constantemente
la explotación de los trabajadores, o implícitas e
«interpretadas> por la tradición marxista, como la
del carácter inevitable de las crisis de superproduc
ción y de la imposibilidad de que el sistema pe
diera alcanzar un estado de equilibrio dinámico,
por aproximado que éste fuera— . L a guerra parecía
ser entonces — y así la teorizó explícitamente toda
la tradición marxista— la única solución posible
pa:ra el sistema, solución dictada por sus propias
necesidades internas. Pero tanto mi trabajo cotidia
no de economista como un estudio más profundi
zado del E l Capital (cuyo pretexto inmediato fue
un ciclo de conferencias dadas durante el invierno
de 1948-49) me llevaron gradualmente a la conclu
sión de que el fundamento económico que Marx qui
so dar tanto a su obra como a la perspectiva revo
lucionaria, y que generaciones de marxistas han
considerado como una roca inconmovible, era pura
y simple inexistente. Desde el punto de vista de la
«vulgar realidad judaico-fenomenal», como diría
Marx, lo que ocurría efectivamente no tenía relación
alguna con la teoría; lo dicho por él no proporciona
ba instrumentos para la comprensión ni de la econo
mía ni de los acontecimientos, y éstos parecían dar un
mentís a las predicciones formuladas en la obra o
que pudieran deducirse de ésta — excepto las que
tenían un carácter más bien sociológico que econó
mico, como la difusión universal del capitalismo o
la concentración. Hecho aún más grave desde un
: punto de vista teórico, no sólo el sistema era in-
■completo, era además incoherente, estaba fundado
en postulados contradictorios y heno de deduccio-
35
nes falaces. Y era justamente eso lo que le impe
día dar razón de loo hechos.
Esos hechos mostraban — ya en aquella época— ,
que no había empobrecimiento o depauperación — ni
absolutos, ni siquiera relativos— , ni tampoco au
mento de la cuota de explotación. Y si de los he
chos se pasaba a la teoría, podía comprobarse que
nada permitía, en E l Capital, determinar un nivel
de salario real y su evolución en el tiempo. Que el
valor por unidad de las m ercancías del consumo
obrero disminuya con el aumento de la productivi
dad del trabajo nada nos dice sobre la cantidad to
tal de mercancías que componen el salario (2 0 0 X 1
no es inferior a 100 X 2 ); partir del hecho de que
esa cantidad (el nivel de vida real de la clase obre
ra) está determinada por «factores históricos y mo
rales > nada nos dice sobre su relación con esos
factores, ni, sobre todo, sobre su evolución; que
las luchas obreras, por último, permitan modificar
la distribución del producto neto entre salarios y
ganancias, cosa que M arx había visto y escrito, es
desde luego cierto y hasta fundamental — puesto
que esas luchas han conseguido mantener esa dis
tribución grosso modo constante y, por lo tanto,
proporcionado a la producción capitalista un mer
cado interno de bienes de consumo constantemen
te ampliado— , pero condena precisamente a todo
el sistema, en cuanto sistema económico, a la in
determinación total por lo que respecta a su varia
ble central, la cuota de explotación, y convierte
todo lo dicho después en una serie de afirmaciones
estrictamente gratuitas.
Pude comprobar también que la tesis del aumen
to de la composición orgánica del capital, empírica
mente discutible (por lo que respecta a la relación
capital/producto neto, ninguno de los estudios es
tadísticos de que se dispone — en la medida, claro
está, en que son dignos de confianza— señala una
evolución histórica clara o la existencia de una co-
36
rrelación sistem ática con el nivel de d esarrollo
nóm ico del país), era además p o co convincente des
de un punto de vista lógico. Digem.os, sim plifican
do, que no hay razón alguna para que el valor glo
bal del cap ital constante a g e n t e c o n e l tiem po
con respecto al valor giobal del producto n eto, a
m enos de postular que la productividad del traba
jo consagrado a crea r medios de producción aum en
ta m enos rápidam ente que la productividad m edia
— postulado a la vez arbitrario y poco plausible, ya
que para M arx las materias prim as, e tc ., entran en la
com posición del capital constante— . D e h ech o, en su
definición de la com posición orgán ica, M arx pone
en relación el valor del capital co n stan te no con el
producto neto (que es lo que hubiera debido hacer
para d is ^ n e r de un concepto que no fu era am bi
guo) sino con el capital variable (salarios única
m en te); de ahí que la construcción sea bastante
endeble, ya que la com probación que le sirve de
punto de partida, la que da una ap ariencia de plau-
sibilidad a la idea del aumento de la com posición
orgánica, es que e el mismo núm ero de obreros uti
liza una cantidad creciente de m áquinas, m aterias
primas, etc.>. P ero el núm ero de obreros y la can
tidad de m áquinas no son concep tos de v alor, sino
conceptos físicos. Y el n úm ero de obreros nada
nos dice sobre el capital variable — a menos de in
troducir el salario en la discusión— ; y entonces
sólo h abrá aum ento de la com posición orgánica,
si hacem os abstracción de los otros factores, com o
puro reflejo del aum ento de la cu ota de explotación
<— lo cual nos rem ite al problem a anterior— .2 Por
2. Ya se sabe que hay en El Capital una larga y laborio
sa discusión de algunos de esos puntos. Eso no modifica la
•ituación teórica real; discusiones y «reservas» dan un resul
tado análogo al de una exposición teórica ptolemaica que
mostrará que la tendencia fundamental del Universo a girar
en torno a la Tierra se ve contrariada y hasta ocultada a veces
en el mundo de las apariencias por tal o cual factor secun-
' dario.
37
últim o, la gran Q uim era, la serpiente m arina de la
teoría de M arx, la «tendencia al descenso de la cuo
ta de la g an an cia*, resultaba no ser más que una
serie de deducciones falaces a partir de hipótesis
incoherentes, desprovista de todas form as de cual
quier tipo de pertinencia.3
A ñádase a e so que los m arxistas vivían, y si
guen viviendo, convencidos de que E l Capital expli
ca el m ecanism o de las crisis d$ superproducción
y garantiza su re to m o periódico. P u ra Uusión. Hay
numerosos pasajes de la obra que tratan del asun
to y p re s e n ta ' interpretaciones parciales y lim ita
das, pero el único resultado positivo que logran
producir es un ejem plo aritm ético (en el libro I I
de E l Capital) que sirve para ilustrar un caso de
acum ulación en equilibrio, o sea exactam ente lo
contrario de lo que suponen las. supersticiones al
uso. Precisem os que las condiciones postuladas eo la
discusión de esa hipótesis son tan abstractas que las
conclusiones, cuando las hay, no guardan casi nin
guna relación co n la realidad.
A sistíam os en esa misma ép oca al fin de los im
perios coloniales. Según la vulgata de entonces (y
la de ahora) eso hubiera debido significar el hun
dimiento de las econom ías m etropolitanas — que
no se produjo— . Por motivos obvios, M arx nunca
llegó a ocuparse seriamente del asunto, pero en la
literatura m arxista se afrontaban sobre ese punto
dos concepciones irreconciliables. Para R osa L u -
xem burgo, la econom ía capitalista necesita de modo
orgánico un «co n texto * no capitalista para poder
realizar la plusvalía, o sea, en la práctica, encon
trar m ercados donde vender totalm ente su produc
ción, y ahí radica la causa necesaria del im peria
38
lismo; la pérdida de las antiguas colonias iba a re
ducir fatalmente lo& mercados externos de los que
disponía el capitalismo metropolitano y, en ciertos
casos (China, por ejemplo) suprimirlos totalmente:
debía provocar por lo tanto una crisis de ese capi
talismo. Para Lenin, al contrario, la acumulación
capitalista en un circuito cerrado es perfectamente
posible, y la raíz del imperialismo no se encuentra
ahí, sino en la tendencia de los monopolios a au
mentar de' modo ilimitado sus ganancias y su pode
río; pero también para él (como para Trotski en su
discusión sobre las consecuencias para Inglaterra
de la independencia de la India, la pérdida de las
colonias provocaría necesariamente una crisis pro
funda de los países metropolitanos, puesto qqe lo
úúnico que garantizaba en esos países la estabilidad
social y política del sistema era■la «corrupción» de
la «aristocracia obrera» y hasta de capas más am
plias del proletariado, corrupción que sólo era po
sible gracias a las superganancias imperialistas. (Ob
servemos de paso que los que se suelen llamar
«marxistas» hoy en día profesan por regla general
una mezcla incoherente de las dos concepciones).
Sea como fuere, el resultado, lógica y efectivamen
te previsto, era el mismo, — y no se realizaba— .
Por último, la teoría de Marx se ocupaba de
un capitalismo de competencia, rigurosamente «pri-_
vado». Ha habido, desde luego, en un período más
reciente, marxistas que. han considerado que la com
petencia y el mercado eran epifenómenos cuya pre
sencia o absencia no modifica en nada la «esencia»
del capital y del capitalismo. Pueden encontrarse
unas cuantas citas de Marx (más bien escasas) que
justifican ese punto de vista, y otras, mucho más
numerosas, que afirman lo contrario. Pero lo deci
sivo en este caso es la lógica •de la teoría, y desde
ese punto de vista no cabe duda de que la teoría del
valor implica la confrontación de las mercancías
en un mercado libre, ya que sin éste la expresión
39
«trabajo socialmente necesario» pierde todo senti
do, y lo mismo puede decirse de la nivelación de la
cuota de ganancia. ¿Q ué pertinencia podía conser
var esa teoría en una épo-ca en la que el mercado
«libre» había prácticam ente desaparecido, d e b i®
ya sea a la monopolización y a las intervenciones
masivas del Estado en la econom ía, o a la estatifi-
cación total de la producción? V erdad es que esa
pertinencia era ya nula en el caso de una economía
de «com petencia», como lo hemos señalado ante
riorm ente.
E n ese hundimiento, em pírico y lógico, ¿qué
elementos sobrevivían? L a teoría se descomponía,
se disgregaba co m o una mezcla mal hecha. L a im
portancia de E l C apital y de la obra de M arx no
consistía en la «ciencia» económ ica imaginaria que
supuestamente contenía, sino en la audacia y la
profundidad de la visión sociológica e histórica que
la sostiene; no en una «ruptura epistemológica»,
como se dice estúpidamente hoy en día, que hubiera
convertido a la econom ía o a la teoría de la socie
dad en «ciencias», sino en ese intento de unión del
análisis económico, de la teoría social, de la inter
pretación histórica, de la perspectiva política y del
pensamiento filosófico: E l Capital era una tentativa
de realizar ]a filosofía y de superarla como simple
filosofía mostrando cóm o podía animar una com
prensión de la realidad fundamental de la época
— la transformación del mundo por el capitalismo—
comprensión que anim arla a su vez la revolución
com unista. Pero el elemento al que' el propio M arx
había concedido un papel central en esa unidad, el
análisis económico, resultaba insostenible. Debido
precisam ente al papel, no accidental sino esencial,
que desempeñaba en esa concepción (es M arx quien
dijo que «la anatom ía de la sociedad civil hay que
buscarla en la E conom ía P olítica», en el más cé-
1ebre de sus «Prólogos» ...) , arrastraba consigo en su
caída tanto los otros elementos com o la unidad del
40
conjunto. T iem p o me costó aceptar, poco a poco,
esta últim a consecuencia, y durante bastantes años
intenté m antener la totalidad inicial a costa de mo
dificaciones cada vez m ás importantes — hasta que
éstas, al superar con mucho lo conservado del co n
junto original, se im pusieron global y definitivam en
te— . E n aquella época, formulé en «Sur la dynamique
du capitalism e» (1 9 5 3 -1 9 5 4 ) las críticas a la teoría
m arxista que expuse brevemente m ás arrib a; lle
gué tam bién a la conclusión de que el tipo de teo
ría económ ica que M arx intentó elaborar no podía
ser desarrollado porque las dos variables principa
les del sistem a, la lucha de clases y el ritm o y la
naturaleza del progreso técnico, quedaban por de
finición indeterm inadas; indeterm inación que aca
rreaba a su vez tanto la de la cuota de explotación,
com o la im posibilidad de obtener una medida del
capital realm ente significativa. E sas ideas, form ula
das ya en la parte publicada de D C , han sido desa
rrolladas en la parte inédita del texto (vol. I I de la
edición francesa) donde he intentado dem ostrar asi
mismo que una teoría económ ica sistem ática del
tipo universalm ente buscado hasta el m om ento debe
volver a som eterse inevitablemente a la influencia
de las categorías de «racionalidad» económ ica del
capitalism o, — com o le ocurrió finalm ente al propio
M arx.
E sas conclusiones constituyeron el fundamento
de la parte económ ica de C M R ( 1 9 6 0 -1 9 6 1 ), texto
elaborado a partir de 1959. P ara desentrañar com
pletam ente sus im plicaciones, tuve, a partir de un
cierto m om ento, que poner en cuestión y finalm en
te superar los otros elementos constitutivos de la uni
dad m arxista original. Pero una de sus im p licacio
nes inm ediatas, pronto dilucidada, desem peñó un
papel esencial en el desarrollo de mi trabajo y sos
tiene los textos de cSur le contenu du socialisme>
{1 9 5 5 -1 9 5 8 ).
E l funcionam iento del capitalism o garantiza la
41
permanencia de un conflicto económico entre prole
tariado y capital en .tomo a la distribución del pro
ducto, pero ese conflicto no es, por su naturaleza
misma y como lo han confirmado los hechos, ni
absoluto ni insoluble; se «resuelve» a cada etapa,
vuelve a nacer en la etapa siguiente, y no provoca
más que nuevas reivindicaciones económicas, sa
tisfechas a su vez tarde o temprano. Lo que da
como resultado la casi permanencia de una acción
reivindicativa del proletariado, de una importan
cia fundamental desde una multitud de puntos de
vista y sobre todo por lo que respecta al mante
nimiento de su combatividad, pero nada que le pre
pare, de una forma u otra, a una revolución- socia
lista. Y , a la inversa, si el funcionamiento del ca
pitalismo fuera tal que la satisfación de las reivin
dicaciones fuera imposible, si ef capitalismo produ
jera una miseria y un desempleo crecientes de las
masas, ¿cómo podría afirmarse que fa vida misma
bajo el capitalismo prepara a estas para construir
una nueva sociedad? Parados hambrientos pueden,
como mucho, destruir el poder existente — pero ni
el paro ni la miseria les habrán enseñado cómo diri
gir la producción y la sociedad— ; podrían, todo lo
más, servir de infantería pasiva utilizada por un
partido totalitario, nazi o estalinista, para llegar al
poder. Marx escribió que el proceso de acumulación
y de concentración del capital hace que crezcan
«la miseria, la opresión, la degeneración», pero
también «la rebeldía» del proletariado, «unificado y
disciplinado» por las condiciones mismas de la pro
ducción capitalista. Pero no se ve muy bien en qué
prepara el trabajo en cadena a los que 1o soportan
a inventar de modo positivo una nueva sociedad. La
idea filosófica de Marx: que el capitalismo consi
gue efectivamente enajenar y reificar completamen
te al proletariado, filosóficamente insostenible, tie
ne además consecuencias políticas inaceptables, y
una traducción económica precisa: la reificación del
42
. obrero significa en este caso que la fuerza de traba-
j- io no es e fe c tiv a m en te más que una mercancía, por
¡ lo tanto que su valor de cambio (salario) s ó lo está
: regido por las leyes del mercado, y que su valor
•de uso (extracción del rendimiento en el proceso
concreto de trabajo) s ó lo depende de la voluntad
y de la habilidad de su comprador. Y a vimos que
la primera afirmación es falsa; pero no menos falsa
es la segunda, ya que ignora que, en la vida de los
obreros en la fábrica y en el curso del trabajo, hay
también otro elemento que vamos a analizar ahora.
44
inspiración que representó la revolución húngara
para los que, como nosotros, habíamos pronosti
cado desde hacía años que el proletariado se. suble
varía necesariamente contra la burocracia, y que su
objetiva central sería la gestión de la producción
— abiertamente reclamada por los Consejos de los
trabajadores húngaros— . Pero tampoco podía su
bestimarse la obligación que creaba de enfrentarse,
mucho más concretamente que antes, con los pro
blemas que la revolución iba a encontrar tanto en la
fábrica como en la sociedad.
Por lo que respecta a la gestión de la produc
ción en un sentido estricto, la discusión en CS 11 y
CS III partía de un nuevo análisis de la producción
capitalista efectiva, tal y como se desarrolla dia
riamente en el taller. El obrero como valor de uso
pasivo al que el capital extrae el máximo de plusva
lía que le es técnicamente posible obtener, el obre
ro-molécula, objeto inerme de la «racionalización»
capitalista: ése era el doble objetivo — contradic
torio— del capitalismo; pero, en tanto que con
ceptos, se trataba de puros constructa ficticios e in
coherentes, heredados por Marx, no consciente pero
sí íntegramente, y situados por él en el fundamen
to de sus análisis. Recogiendo desde otro punto de
vista ideas que fueron en un principio solamente
filosóficas (formuladas ya en «Philosophie de la
conscience prolétarienne» y en otros textos anterio
res), integrando la aportación de los compañeros
americanos (Paul Romano y Ria Stone [Grace Lee
Boggs] en The American Worker, Nueva York, 1947,
y en «L’ouvrier#américain», SB 1 a 5-6, 1949-50),
gracias también a fructíferas discusiones con Philippe
Guillaume, con compañeros de las fábricas Renault
y sobre todo con Daniel Mothé,‘ intenté mostrar cómo4
4. Véase, de D. Mothé, «Le probleme du journal ouvrier»,
SB 17, julio-septiembre de 1955, y «L’usine et la gestion
ouvriere», SB 22, julio-septiembre de 1957 (recogido en Jour
nal d'un ouvrier, 1956-1958, París, Minuit, 1959).
45
el origen de la verdadera lucha de se encuen
tra en la esencia del trabajo en la fábrica capi^laita,
com o conflicto perm anente entre, de un lado, el obre
ro individual y los obreros autoorganizados infor
malmente y, de o tro , e l plan d e producción y de
organización impuesto por la em presa. D e ahí la
existencia, en la sociedad actual, de una contra
gestión obrera larvada, fragm entaria y cam biante;
y de una escisión radical entre organización oficial
y organización real de la producción, entre el modo
en que la producción debería desarrollarse según
Jos planes de las oficinas y su «racioonalidad» (que
equivale de h ech o a una construcción paranoica)
y el m odo en que se desarrolla efectivam ente, a pe
sar y en contra de esa «racionalidad» (que, de apli
carse, desem bocaría en un verdadero hundimiento
de la producción). L a presunta racionalización ca
pitalista es un absurdo hasta desde el punto de
vista del miserable objetivo que se asigna, el m áxi
m o de producción; y esto se debe, no a la « anar
quía del m ercado»; sino a la contradicción funda
m ental que im plica su organización de la produc
ción : la necesidad simultánea de excluir a los obre
ros de la dirección de su propio trab ajo y de hacer
les participar (porque la producción se hundiría si
esa exclusión se realizara íntegram ente, com o se ha
com probado en un sentido m aterial — y literal— en
los países del este), de acudir constantemente a
ellos y a sus grupos inform ales, considerados a ve
ces com o simples. tuercas en la m áquina produc
tiva y a veces com o superhom bres capaces de re
solverlo todo — hasta los in creíb ^ s absurdos del
plan de producción que intenta imponérseles. E n
contram os esa contradicción, con todas las traspo
siciones necesarias, en todos lo s niveles de organi
zación de la sociedad; traspuesta literalm ente, casi
en los mismos térm inos, al nivel de la econom ía glo
bal cuando a la anarquía del m ercad o se sustituye
la anarquía del «plan» burocrático, plan que sólo
46
funciona, comp en R u sia, en la medida en que, del
director de la fábrica al peón, lo que la gente hace
no es lo « p r e v is to ; o en la «política» contem porá
nea, que hace todo lo que puede por apartar a los
hom bres de la dirección de sus propios asuntos y
le queja de la «apatía» de la población, cuyo o b je
tivo constante es puram ente quim érico: ciudadanos
0 m ilitantes capaces de alcanzar en todo m om ento y
simultáneamente el grado máximo de entusiasm o y
el grado m máximo de pasividad; o, por último, en el
fundamento mismo de la educación y de la cultura
capitalistas. E se análisis de la producción m ostra
ba que, tam bién ahí, M ^ com partió totalm ente los
postulados capitalistas: su denuncia de los aspectos
monstruosos de la fábrica capitalista nunca pasó de
aer una crítica exterior y moral; creyó ver en la téc
nica capitalista la racionalidad misma, una raciona
lidad que im ponía im placablem ente una — y sólo
una — organización de la fábrica, y convertía por
lo tan to esa organización en algo fundam entalm ente
racional; de ahí la idea de que los productores po
drán atenuar sus aspectos más inhumanos, más
opuestos a su «dignidad», pero deberá buscar com
pensaciones fuera de la esfera del trabajo, e al otro
: lado de sus fronteras > [E l Capital, I I I , 7, X L V I I I ]
' (reducción de la jorn ad a de trabajo, etc.). Pero la
. técnica actual no es «racional» sin m ás, ni ine-
: vitable: es la en cam ación m aterial del universo ca-
kpitalista; puede ser «racional» por lo que respec-
! ta a los coeficientes de rendimiento energético de
|las m áquinas, pero esa «racionalidad» fragm enta
: ria y condicional n o tiene ni interés ni significado
1 en sí misma; su significado depende de su rela-
f ción con la totalidad del sistema tecnológico de la
época, y éste no es un medio neutro que pueda
; ser puesto al servicio de otros fines, sino la m a-
te^rialización co n creta de la escisión de la sociedad;
r ya que toda m áquina inventada y puesta en ser-
r vicio bajo el capitalism o es ante todo un paso más
47
t
i
hacia la autonomización del proceso de producción
con respecto al productor, y por lo 'tanto hacia la
expropiación de éste no ya del producto de su ac
tividad sino de su actividad misma. Desde luego, ese
sistema tecnológico no «determina», es inseparable
de una realidad que no es en cierto modo más que su
otra cara: la organización capitalista de la produc
ción, o m ejor dicho, el plan capitalista de esa orga
nización, constantemente combatido por los traba
jadores. L a condición de ese com bate, de su perpe
tuo renacimiento y de su éxito parcial,- es precisa
mente la contradicción fundamental de esa organi
zación, su exigencia simultánea de exclusión y de
participación de los productores. Contradicción ab
soluta, en la medida en que el capitalismo afirma
a un tiempo el sí y el no; contradicción que no ate
núa sino que lleva más bien al paroxismo el paso del
capitalismo privado al capitalismo burocrático inte..
gral; que no puede ser superada, ya que superarla
equivaldría a suprimir la escisión entre dirección y
ejecución, o sea su raíz misma; contradicción social,
o sea más allá de lo «subjetivo» y de lo «objetivo»,
ya que no es más que manifestación de la actividad
colectiva de los hombres y que las condiciones de
esa actividad y, hasta cierto punto, su propia orien
tación, le vienen dictadas por el conjunto del siste
ma instituido y se ven modificadas, en cada etapa,
por los resultados de la etapa precedente; contra
dicción que es pues en buena medida independiente
de una conciencia en un sentido estricto, o de una
actividad, o de factores específica y estrictamente
«políticos» (ha sido tan intensa — o más— en las
fábricas americanas o inglesas que en las francesas);
contradicción histórica, e históricamente única, que
no traduce un eterno combate de la esencia humana
contra la reificación sino las condiciones específicas
creadas por el capitalismo, por la organización de las
relaciones de producción que éste impone, y por la
existencia de una tecnología evolutiva (tecnología
48
que ha — y le ha— puesto en m archa, y que está
ahora condenada a transformarse sin cesar en ^rn-
ción de las necesidades internas del sistema, y ante
todo de la existencia misma de la lucha en el seno
de la producción, que el sistema tiene que afrontar
— y que sólo puede afrontar— mediante esa trans
form ación). E sa contradicción, por ^último, es el
elemento esencial, el único elemento, que pe^rmite
dar un auténtico fundamento al proyecto de la ges
tión colectiva de la producción, al poner de mani
fiesto que la vida m ism a en la empresa capitalista
prepara esa gestión.
S e desprendía claram ente de estos análisis que
el objetivo, el verdadero contenido del socialism o, no
eran ni el crecim iento económico, ni el consumo m á
xim o, ni el aumento de un tiempo libre (vacío) en
cuanto tales, sino la restauración, o m ejor dicho, la
instauración p o r vez prim era en la historia, de la do
minación de los hom bres sobre sus actividades y por
lo tanto sobre su principal actividad: el trab ajo ; que
el socialism o no se refiere únicamente a los presun
tos «asuntos im portantes» de la sociedad, sino a la
transformación de todos los aspectos de la vida y en
particular a la transform ación de la vida diaria, «el
primero de los asuntos importantes» ( CS, 1 957). N o
hay aspeco de la vida donde no nos enfrentemos con
el carácter esencialmente opresor de la organización
capitalista de la sociedad, ninguno que no haya que
. transformar. Ninguno, desde luego, en el que ésta
haya desarrollado una racionalidad «neutra»* la tec
nología existente deberá ser también transformada
conscientemente por una revolución socialista, por
que su mantenimiento si^ ifíca ría ipso ja cto el re
. nacim iento de la escisión dirigentes-ejecutantes (de
ahí que la carcajada hom érica sea la única respues
ta posible a los que pretenden que pueda haber la
. menor diferencia social fundamental entre R usia y
■C hina por un lado y los Estados Unidos y Francia
l por otro). L a s «evidencias» del sentido común bur-
49
gués deben ser implacablemene r e c h ^ d a s y denun
ciadas; una de las más catastróficas, aceptada también
por M arx, es la de la necesidad de la desigualdad de
los salarios durante el «período de transición» («a
trabajo igual, salario igual»), fundada sobre otra «evi-
individualmene el producto a «su» productor (que
constituye, dicho sea de paso, la base tanto de la
dencia» burguesa, o sea la posibilidad de «atribuir»
teoría del valor de M arx com o de su teoría de la
explotación, cuyo verdadero fundamento viene a ser
la idea del artesano o del campesino que considera
que el fruto de « su » rabajo «le» pertenece). No
puede haber revolución socialista si no se instaura
desde el primer día la igualdad absoluta de los sa
larios y los ingresos de todo tipo, único medio de
eliminar de una vez para siempre el problema de la
distribución, de permitir que la verdadera demanda
social se exprese sin deformación y de destruir la
mentalidad de h om o econ om icu s consubstancial con
las instituciones capitalistas. (Observemos que los
« autogestionarios» que proliferan curiosamente des
de hace unos cuantos años a todos los niveles de la
jerarquía social guardan un respetuoso silencio sobre
el asunto; muy ingenuo habría que ser para encon
trarlo asombroso.)
Pero el problema más düícil de la revolución no
se sitúa al nivel de la fábrica. E s indudable que los
trabajadores de una empresa pueden dirigirla con
eficacia infinitamente superior a la del aparato bu
rocrático, y no faltan ejemplos que lo demuestran
(de la Rusia de 1 9 1 7 -1 9 , la Cataluña de la guerra
civil y la revolución húngara hasta las fábricas Fiat
de hoy, y hasta las ridículas tentativas actuales de
ciertas firmas capitalistas para dar más « autonomía»
a los grupos de obreros en el trabajo). Se sitúa al ni
vel de la sociedad global. ¿Cómo asumir la gestión
colectiva de la econom ía, de las funciones «estata
les» que subsistan, de la vida social en su conjunto?
La revolución húngara fue aplastada por los tan-
50
ques rusos; de no haberlo sido, hubiera tenido que
enfrentarse inevitablemente con el problema. Entre
los refugiados húngaros en París, la cuestión bro
tó inmediata y espontáneamente, pero la confu
sión, aunque comprensible, era enorme. El texto
CS ( 195 7) intentó dar una respuesta (teórica) al
problema, mostrando que la clave de la solución só
lo podía darla, no la trasposición mecánica del mo
delo de la fábrica auto-dirigida, pero sí la aplicación
de los mismos principios esenciales al conjunto de la
sociedad. El poder universal de los Consejos de tra
bajadores (idea defendida desde hacía muchos años
por Antón Pannekoek, y a la que el ejemplo húnga
ro daba nueva fuerza), ayudado por dispositivos téc
nicos desprovistos de todo poder propio («fábrica
del plan», mecanismos de difusión de la información
pertinente, inversión del sentido de la circulación de
los mensajes que caracteriza a la sociedad de clases,
o sea decisiones de abajo a arriba, e informaciones
de arriba a abajo), constituye una solución que eli
mina al mismo tiempo la pesadilla de un «Estado»
separado de la sociedad. Ni que decir tiene que eso
no suprime los problemas propiamente políticos de
la orientación global de la sociedad y de su traduc
ción en y por decisiones concretas; pero si los tra
bajadores, si la colectividad en general, son incapa
ces de resolverlos, nadie puede hacerlo en su lugar.
Lo absurdo de todo el pensamiento político recibido
consiste precisamente en querer sustituir a los hom-
ibres en la solución de sus problemas en el momen
to en que el único problema político de los hom
bres es precisamente ese: cómo pueden los hom
bres llegar a ser capaces de resolver ellos mismos
aus propios problemas. O sea que todo depende de
esa capacidad, y no es sólo vano, sino intrínsecamen-
■te contradictorio buscar ya sea un «sustituto» (bol-
( chevismo) ya sea una «garantía objetiva» Qa casi
¡ totalidad de los «marxistas» de hoy).
[ * Se planteaba entonces inmediatamente cuestión
! 51
del estatuto de una organización revolucionaria.
Q uedaba definitivamente claro, y se afirm aba no
menos claram ente, que en ningún momento, y ba
jo ningún pretexto, podía esa organización, que se--
guía — y sigue— siendo indispensable, buscar, so
pena de dejar de ser lo que quería ser, un papel
«dirigente» de cualquier tipo. E so no significaba que
era supérflua, muy al contrario, sino que había que
definir su función, su actividad y su estructura de
modo radicalm ente diferente. Dos años más tarde,
cuando los acontecim ientos de mayo de 1958, al lle
var al grupo SB a un cierto número (muy relativo,
desde luego) de simpatizantes que querían actuar de
modo concreto, plantearon brutalm ente la cuestión
de la organización, una nueva escisión 5 nos separó
de Claude Lefort y de otros com pañeros, que aban
donaron el grupo en función de diferencias de
fondo sobre el tema. Para nosotros, la única posi
ción coherente era (y sigue siéndolo para mO que
la función de la organización revolucionaria es fa
cilitar tanto las luchas cotidianas de los trabajado
res com o su paso a los problemas universales de la
sociedad — paso que la organización actual de ésta
impide por todos los medios— , que sólo puede
cum plirla a través de una lucha contra las mistifi
caciones ideológicas reaccionarias y burocráticas y,
sobre todo, gracias al carácter ejem plar, tanto de un
modo de intervención que tienda constantemente a
la dirección de sus luchas por los trabajadores mis
mos, com o de su propia existencia de colectividad
auto-dirigida (PO , 1959, 1 y 2).
52
4. E l capitalism o m o d ern o (1 9 5 9 -1 9 6 0 )
53
más el Estado, desde luego, y los partidos y las
empresas — pero también la medicina, la en señ ^ -
za, el deporte o la investigación científica— . Porta
dora de la «racionalización», causa eficaz del cam
bio, engendraba en todas partes irracionalidad, y sólo
vivía de inmovilismo; su simple existencia multipli
caba al infinito o creaba ex nihilo problemas que
nuevas instancias burocráticas intentarían a su vez
resolver. Lo que Marx consideraba «organización
científica», y Max Weber «forma de autoridad ra
cional», resultaba ser la antítesis exacta de toda ra
zón, la producción en serie de lo absurdo, y, como
escribí más tarde ( M TR, 1965, 2) la seudo-raciona-
lidad como manifestación y forma soberana de lo
imaginario en la época actual.
¿Cuál es la raíz d$ ese desarrollo? Hemos dis-
' cutido del asunto desde diversos puntos de vista,
pero la discusión sigue siendo insuficiente y habría
que volver extensamente sobre el tema; no sabemos
prácticamente nada, exceptuando algunos encade
namientos externos, sobre ese destino de Occiden
te impuesto ahora a todo el planeta, que ha trans
formado el logos de Heráclito y de Platón en una lo
gística irrisoria y mortal. Pero, ¿qué es lo que le
permite vivir, qué es lo que sostiene día tras día el
funcionamiento y la expansión del capitalismo bu
rocrático moderno? No sólo el sistema se auto-con
serva y se auto-reproduce (como todo sistema so
cial); es, además, « autocatalítico» : cuanto más ele
vado es el grado de burocratización alcanzado, ma
yor es la rapidez de la burocratización ulterior. Sis
tema que lo «económico» impregna totalmente^ su
razón de ser — '«real», psíquica e ideológica— es la
expansión continua de la producción de «bienes y
servicios» (que, desde luego, sólo son tales en fun
ción del sistema de significaciones imaginarias que
el sistema impone). Si esa expansión de la produc
ción sufre fluctuaciones, si va traqueteando de acci
dente en accidente (porque en ese sistema la recu-
54
rrencia de accidentes es inevitable), no desemboca
sin embargo en crisis económicas profundas, ya que
tanto la gestión del conjunto de la actividad econó
mica por el Estado como el peso específico enor
me de éste le permiten mantener un nivel de de
manda global suficiente; tampoco limita esa expan
sión el nivel de compra de las masas: la elevación
continua de éste es precisamente la condición de
la supervivencia del sistema. Si es la lucha de cla
ses lo que logró imponer gradualmente al capitalis
mo la subida del salario real, la limitación del paro,
la disminución de la duración de la vida, del año y
de la jornada de trabajo, el aumento de los gastos
públicos — y por tanto una ampliación continua del
mercado interno— , el propio capitalismo acepta hoy
en día esos objetivos, porque ve en eUos, y con ra
zón, no amenazas mortales, sino las verdaderas con
diciones de su funcionamieno y de su supervivencia.
«El consumo por el consumo en la vida privada, y
la organización por la organización en la vida colec
tiva» se han convertido en las características fun
damentales del sistema. (CMR, 1960-1961).
Ese es, al menos, el «proyecto capitalista bu
rocrático». Pero hay que comprender que ese pro
yecto no representa, por motivos intrínsecos, más
que la mitad, por decirlo así, de la situación actual :
porque su realización total (como la realización de
. los objetivos de la dirección al nivel de la fábrica)
; provocaría su hundimiento total. Encuentra su lími-
' te interno en la reproducción, refractada al infini-
t to, de la escisión entre dirección y ejecución en el
1 seno del propio aparato burocrático, que hace que
" hasta las funciones de dirección tengan que ser efec
tuadas, no mediante la observación, sino mediante
Í la transgresión de las propias reglas en las que se
f fundan; y otro aún más importante, en esa misma
í privatización del conjunto de la sociedad que susci-
i ta constantemente, y que es su cáncer (como lo ates-
¡ tigua el descubrimiento de la «participación» por los
55
pensadores del gobierno y de los patronos); porque,
como en la em presa, es im posible gobernar la so
ciedad si los hom bres están ausentes. E n cu entra su
límite estricto en la lucha de los hom bres, que tom a
ahora form as nuevas (y, por ser nuevas, los marxis-
tas no las descubrieron hasta que les saltaron lite
ralmente a la vista — en 1968, por ejem plo— •), en la
im pugnación 6 de individuos y grupos, que la buro-
cratízación (y la arbitrariedad, el despilfarro y el
absurdo que constituyen sus productos orgánicos)
lleva, a todos los niveles de la vida social, a poner
en cuestión las form as instituidas de organización
y de actividad; im pugnación que para serlo real
mente tiene que ser al mismo tiem po «búsqueda de
nuevas form as de vida, que expresa una tendencia
a la autonom ía» (C M R , 1 9 6 4 ).
A sí com o los obreros sólo pueden defenderse con
tra el plan burocrático de organización de la produc
ción desarrollando una contra-organización inform al,
las m ujeres, los jóvenes o las p arejas — por ejem plo—
tienden, en otros sectores, a com batir la antigua orga
nización patriarcal instaurando nuevas actitudes y nue
vas relaciones. F u e en p a rá ca la r esa perspectiva lo
que nos permitió com prender y señalar, desde aquel
m om ento, que los problem as que planteaba la ju
ventud contem poránea, estudiantil o no, no tradu
cían un «conflicto de generaciones», sino la ruptura
entre una generación y el conjunto de la cultura ins
tituida (C M R , 1 9 6 0 -1 9 6 1 ).
E sa impugnación generalizada significa) ipso
fa c to — producto y causa— la dislocación progresi
va tanto del sistema de reglas de la sociedad estable
cida com o de la adhesión interiorizada de los indi-
56
viduos 'a esas reglas. E n pocas palabras, y simpli
ficando: no hay ni una sola ley, actualmente, que
lea observada por motivos que no sean la sanción
penal. La crisis de la cultura contemporánea — como
la de la producción— no puede ser ya vista como
simple «inadaptación» o desajuste, ni siquiera como
«conflicto» entre las fuerzas nuevas y las fuerzas
antiguas. También en eso es el capitalismo una no
vedad antropológica absoluta: la cultura estableci
da se hunde desde dentro sin que pueda decirse,
a escala macrosociológica, que otra — nueva— haya
madurado «en el seno de la sociedad antigua».
E l problema de la revolución se refería ahora
por lo tanto — y no sólo en abstracto— al conjun
to de las esferas de la vida social, y a su interrela
ción. Que las corrientes marxistas tradicionales se
ocuparan de modo exclusivo de economía o de «po
lítica» era precisamente una manifestación esencial
de su carácter reaccionario. Porque «el movimien
to revolucionario debe dejar de parecer como un
movimiento político en el sentido tradicional del
término. La política tradicional ha muerto, y por
buenas razones (...) ; el movimiento debe aparecer
como un movimiento total, preocupado por todo
lo que los hombres hacen y soportan en la socie
dad, y ante todo por su vida cotidiana real» (C M R ,
1960-1961).
Llegamos así a romper el último lazo que nos
unía al marxismo tradicional (ruptura que provocó
otra, con los que, en el grupo SB, después de ha
ber aceptado paso a paso las premisas, rechazaban
ahora la conclusión). La burocratización generali
zada, la disminución relativa de la importancia del
problema económico en los países avanzados, la cri
áis de la cultura establecida, una impugnación vir
tual que invadía todos los sectores. de la vida social
Í f que existía potencialmente en todas las capas de
a población (excepto en la í^ima minoría que ocu
pa la cumbre, claro está) — todos esos factores sig
57
nificaban que ya no era posible, ni definir el socia
lismo únicam ente en función de la transfonnación
de las relaciones de producción, n i presentar al
proletariado com o depositario privilegiado del pro--
yecto revolucionario. Y hasta la noción misma de
división entre dirigentes y ejecutantes ya no pro
porciona un criterio estricto de distinción entre cla
ses, puesto que, en el com plejo de pirámides buro
cráticas interpenetradas que constituye la organi
zación social, la im portancia de las capas de dirigen
tes puros y de ejecutantes puros disminuye cons
tantem ente (CM R, 1 9 6 4 ). E l concepto mismo de
explotación, si se le tom a en su acepción económ i
ca más estrecha, se convierte en algo indeterm i
nado; un m arxista contem poráneo no tiene más re
medio que afirm ar sim ultáneam ente — y es además
lo que suele hacer, con un intérvalo de unas cuantas
líneas o de unos cuantos días— que el obrero ame
ricano es explotado por el capital am ericano y que
se aprovecha él mism o de la explotación del T ercer
M undo. ¿Q uiere eso decir que la revolución sólo
tiene sentido — y que sólo son capaces de hacerla—
los campesinos africanos, o los parados hambrientos
de Calcuta? Esa es al menos la conclusión a la que
llegó en aquella época una categoría particular de
especialistas de la confusión, cuyo portavoz más
conocido fue Fanon. Y nunca fue más difícil encon
trar una correlación — aunque fuera a largo plazo—
entre capas más «explotadas» y capas más com ba
tivas: no son los obreros industriales los que, des
de hace diez años, han presentado las reivindicacio
nes más radicales. Finalm ente, es el concepto mis
mo de clase — hasta com o concepto descriptivo so-
ciológico-em pírico, pero sobre todo con el peso so-
ciohistórico y filosófico que M a rx le había dado
— lo que dejaba de ser pertinente para comprender
la sociedad m oderna— . P ero eso no significaba, ni
mucho menos, que los únicos movimientos que eran
ahora posibles o progresivos eran los de categorías
58
«m arginales> o m inoritarias— com o ib a n a afirm ar
lo m ás o m enos tajan tem ente algunos m ás tarde,
convirtiendo así lo que era en el m arxism o privile
gio positivo del proletariad o en privilegio negativo,
pero siguiendo en cerrad o s en el m ism o universo
m ental— . A l co n tra rio : b a jo nuevas fo rm as, el p ro
y ecto rev olu cion ario se refería en m ayor grado que
nunca a la «in m en sa m ayoría>, a la ca si totalidad
de los h om bres. P ero que en esa totalid ad el prole
tariado industrial conserve un estatuto soberano,
co m o creía M arx , o sim plemente privilegiado, ya no
es cie rto ; y tan to m ayo de 1968 co m o la acción en
los E stad o s U n id os co n tra la guerra del V ietn am
han ap ortad o pruebas suplem entarias al respecto.
5. R u ptu ra co n e l m arxism o (1 9 6 0 -1 9 6 4 )
59
t.
obstáculo que se oponía a una reflexión nueva so
bre los problemas de la revolución. De lo que se
trataba no era ya de la coherencia, del valor «prác
tico» o de la exactitud de tal o cual teoría económi
ca o concepción sociológica de M arx, sino de la
totalidad de un sistema de pensamiento y, en su
centro, de una filosofía de la historia — y de una
filosofía a secas— . ¿Qué sentido — privilegio o ficción
piadosa— podía tener entonces el apelar a M arx?
De lo que nosotros considerábamos esencial, casi
nada lo fue para M arx; de lo que fue esencial para
M arx, casi nada lo era para nosotros, excepto el
término revolución, que actualmente casi todo el
mundo emplea, y la búsqueda apasionada de lo
verdadero y — pese a lo que haya podido decir al
respecto— , de lo justo, que no comenzó con él
y que no acabará con nosotros.
Esbozadas en 1959, en una «Nota sobre la filo
sofía marxista de la historia» difundida en el seno
del grupo S. ou B . junto a la primera versión de
CM R (1 9 6 0 -1 9 6 1 ), formuladas claramente en CM R
(1 9 6 4 ), las razones de esa ruptura fueron expuestas
de modo más explícito en M T R (1 9 6 4 -1 9 6 5 ). Utili
zando el material acumulado por la etnología y la
experiencia de la evolución de los antiguos países
coloniales después de conseguida la independencia,
pero sobre todo lo crítica interna de los conceptos,
la discusión de la teoría marxista de la historia
m ostraba que ésta había constituido una anexión
arbitraria (por muy fecunda que haya podido ser
teóricam ente) del conjunto de la historia de la hu
manidad a los esquemas y a las categorías del o c
cidente capitalista; la crítica de la filosofía marxista
de la historia, y de la filosofía marxista en el
sentido más amplio, mostraba que, tras el vocabu
lario «materialista», se escondía una filosofía racio
nalista, auténtico y simple hegelianismo trastocado,
o sea hegelianismo a secas, con tantos misterios y
lechos de Procusto como éste.
60
Q ue no se tra ta b a en este caso de una crítica
e:exterior», bastan quizá para probarlo veinte años
de esfuerzos consagrados a desarrollar los con cep
tos de M arx , y a aclararlos utilizándolos para acla
rar la historia m undial en una de sus fases m ás tur
bulentas. Pero la crítica del m arxism o — de ahí, en
parte, que sea ta n difícilm ente escuchada y com
prendida— se en fren ta con una serie de dificulta
des que provienen del carácter no ya particular (ob
servación puram ente tautológica) sino absolutam ente
único de la obra de M arx.
L a prim era de esas dificultades es que en con
tram os en M arx, no digamos ya «con trad icciones»
— son innum erables, co m o en todo gran pensador— ,
ni siquiera una o p o sició n entre una in tención ini
cial y el «sistem a» en su forma acabad a (eso tam
bién puede decirse de H egel), sino una antinom ia
central entre lo que he llamado los dos elem entos
del m arxism o. E l prim ero, que introduce efectiva
m ente una torsión rad ical en la historia de la so
ciedad o ccid en tal, y que aparece sobre todo en los
escritos de juventud (que los «racionalistas vulga
res», A lthusser y los suyos, consideran hoy con
perfecta razón «pre-científicos»), que vuelve a sur
gir periódicam ente, pero con frecu en cia cada vez
m enor, en la historia del marxismo, nunca fue real
mente desarrollado; en el fondo, lo que de él que
da es el fulgor de unas cuantas frases, m ás Qien se
ñales de orien tación e indicaciones de investigación
que reflexión realizada, y algunas descripciones so
cio-h istóricas ejem plares e incom parables. E l se
gundo elem ento, que es, o casi, el único que se
m anifiesta y es elaborad o en el M arx de la «m adu
rez» y del «sistem a», y que se ha im puesto de modo
aplastante en la posteridad teórica y p rá ctica del
m arxism o, representa el rem anente profundo del
universo capitalista de su época en el pensam iento
j de M arx (y aún m ás, desde luego, en el de los epí
gonos). M arx quiso h acer una crítica de la econo-
mía política, pero e l resultado sigue siendo una
econom ía política (errónea, además; pero aunque
hubiera sido «correcta» n o hubiera cam biado nada;
conviene sin em bargo no olvidar que es además
errónea, entre otras. razones, p o rq u e sus axiomas
son los del capitalism o, porque la form a teórlca
que quiere alcanzar es la de una ciencia positiva,
y lo m ism o puede decirse de su m étodo: esquem a
tizando, una abstracción que perm itiera la cuantifi-
cación). A la interpretación viva de una historia que
crea permanentemente lo nuevo se sustituye una pre
sunta teoría de la historia que clasifica sus etapas
pasadas y le asigna su etapa por venir; la historia
com o historia del hom bre que se produce a sí mis
mo se transform a en p rod ucto de una evolución téc
nica todopoderosa (evolución que en esa concepción
es por definición autónoma, so pena de limitarse a
la vulgar afirm ación tautológica de la interacción
recíproca de los elem entos de la vida social), y que,
además de ser inexplicablem ente progresiva, garan
tiza un porvenir com unista a la humanidad. Y el
único resultado de la superación de la filosofía es
una metafísica «m aterialista» cuyo único rasgo ori
ginal consiste en su m onstruosa capacidad de copu
lar trans-específicam ente con una «dialéctica» trans
form ada en la ley de la naturaleza — copulación
que, com o era de esperar, sólo logra dar vida a
productos estériles (sus últimos representantes son
por el momento los althusserianos, curiosa variedad
intelectual del asno). E n cuanto a la proyectada
solución del problem a de la relación entre la inter
pretación y la transform ación del mundo, vino a
desem bocar, históricam ente, en una disociación en
tre una teoría especulativa de tipo tradicional y una
política burocrática que aporta elementos induda
blem ente nuevos, pero sólo en el terreno de los mé
todos de terror, de engaño y de opresión. E l enigma
de la praxis había dado a luz, a la postre, a una
62
vulgar práctica-técnica de manipulación de los mi
litantes y de las masas.
Verdad es que nunca hay que reducir el pen
samiento de un gran autor a unas cuantas tesis.
¿Pero qué hacer cuando se ha encerrado él mismo
en ellas? No menos cierto es que sería estúpido su
poner que los dos elementos antinómicos que dis
tinguimos se encuentran separados de modo riguro
so y neto en los escritos de Marx; encontramos ex
presiones del primer elemento en textos muy tar
díos, y un naturalismo craso en más de un pasaje
de la Id e o lo g ía A le m a n a . Pero la historia misma se
ha encargado de resolver la dificultad: lo que ha
triunfado, muy rápidamente, es el primer elemento,
no el segundo. Si el marxismo es verdadero, enton
ces, según sus propios criterios, su verdad históri
ca efectiva se encuentra en la práctica histórica efec
tiva que ha animado: o sea, a fin de cuentas, en la
burocracia rusa y china — W eltg esch ich te ist W elt-
g erich t — . Y si no se acepta la conclusión, entonces
hay que rechazar también la premisa y admitir que
el marxismo no es más que un sistema de ideas en
tre otros sistemas de ideas. Apelar contra el juicio
de la historia efectiva ante la obra de Marx como
pensador es, en primer lugar, tratar a Marx como
un puro pensador, o sea lo que precisamente no
.quiso ser, y situarle además en el mismo plano que
otros grandes pensadores, cosa que desde luego me
.rece, pero que le priva de todo privilegio (no contin
gente) frente a Platón o a Aristóteles, a Spinoza o a
Hegel. ¿No hay en el fondo una arrogancia real
mente increíble en ese intento de salvar a Marx con
tra el propio Marx? ¿Y una pura simpleza en esa
voluntad de garantizarse la existencia de un autor
infalible pretendiendo que no sabía muy bien lo
que decía al escribir el «Prefacio» a la C rítica d e
la e c o n o m ía política?
, Pero nadie, precisamente — de ahí una dificultad
aún mayor— puede discutir de Marx (como nadie
63
puede discutir de Freud) com o si se tratara de A ris
tóteles o de K ant; no se trata de saber lo que un
pensador solitario podrá volver a pensar en 2 9 7 2 ,
partiendo de M arx, sino de lo que constituye, desde
hace un siglo, la presencia de M arx en la historia
contem poránea, que n o tiene nada que ver con la
de L ao -tse, Duns E sco to o hasta K ierkegaard. Y esa
presencia no proviene de la com plejidad o de la su
tileza que intentaría reproducir el filósofo que vuel
ve a pensar la obra, sino de lo que, en la obra, es
tesis efectiva, presentada com o tal. L a presencia de
M arx en la historia contem poránea no es la de un
gran pensador que invita a la propia superación,
sino la del fundador de una gran religión laica-«ra-
cio n alista», la del padre de un m ito político con
ropaje científico (y ésa es, por cierto, una de las
razones de la increíble esterilidad teórica del movi
m iento m arxista desde la m uerte del fundador, es
terilidad sobre la que los que hoy en día quieren
«volver a pensar a M arx» prefieren no interrogarse
— otra curiosa m anera de ser «fiel» a M arx). Para
volver a encontrar — de ser eso posible— a Pla
tón, a A ristóteles o a K ant, hay que empezar por
romper el conglom erado de interpretaciones que si
glo tras siglo les ha enterrado y al mismo tiempo
mantenido en vida. Para volver a encontrar a M arx,
hay que empezar por h acer saltar en pedazos al
propio M arx . E s a es su situación histórica para
dójica, y el precio pagado por su destino, absoluta
mente único, de Profeta científico, que no quiso ser
ni N ew ton ni M ahom a pero no es ajeno al hecho
de que pase por ser los dos a la vez.
V erdad es que no hay lím ite, y es ésa una de
las cosas más asom brosas que nos muestra la his
toria, a la transform ación, a la transubstanciación
que las épocas ulteriores pueden imponer a una gran
obra. T od avía hay científicos incultos (no se trata
forzosam ente de un pleonasm o) que van repitiendo
que el desarrollo de la ciencia m oderna exigía que
64
se destruyera el dogmatismo de Aristóteles, cuando
basta tener ojos para leer, para saber que, de todos
los grandes filósofos, Aristóteles es uno de los me
nos «dogmáticos>; que hay en sus textos una mul
titud de aporías conscientes, de mterrogaciones abier
tas, da análisis que acaban con un: «pero sobre
esto tendremos que volver>... De ese autor, la Edad
Media consiguió hacer durante siglos una fuente de
Verdad — de toda la Verdad: ipse dixit. Aberración
de la Edad Media, no de Aristóteles. Quizá la épo
ca contemporánea hubiera conseguido, de todas
formas, convertir la obra de Marx en esa Biblia que
nadie lee realmente, y que pasa por lo tanto con
tanta más facilidad por depósito y garantía de la
verdad revolucionaria. Pero lo que no hay que in
tentar olvidar es que la obra se presta demasiado
fácilmente a la operación.
¿Por qué se presta a ello? Porque en ella se en
carna el último gran avatar del mito racionalista de
occidente, de su religión del progreso, de su combi
nación, históricamente única, de revolución y de
conservación. El marxismo prolonga, tanto en el pla
no práctico como en el plano teórico, la serie de
las revoluciones del mundo occidental desde el si
glo XVII, nevándola explícitamente hasta su límite
aparente; pero, bajo su forma acabada, sistemática
y realizada, conserva lo esencial del universo racio
nalista-burgués, al nivel más profundo. De ahí su
cprogresismo> esencial, la corfanza absoluta en
una razón de la historia que lo habría pr^arado
todo secretamente para nuestra futura felicidad y en
su propia capacidad de descifrar el trabajo de esa
razón; de ahí la forma seudo-«científica> del des
cifre; de ahí el peso decisivo de conceptos como el
de trabajo o el de producción, el acento exclusivo
puesto en el desarollo de las fuerzas productivas.
Bien parecido en ese punto a todas las religiones,
■contiene la dosis necesaria de ^^maciones senci-
'flas y fuertes para los humüdes creyentes y de am
65
bigüedades sutiles para alimentar las discusiones
sin fin de los doctores y sus excomunicaciones recí
procas. Junto al cientificismo vulgar, a uso del mi
litante medio, encontramos, para uso del marxista
«refinado», y según los gustos, la filiación hegeliana,
los enigmas de la realización de la plusvalía o del
descenso de la cuota de ganancia, la deslumbrante
agudeza de los análisis históricos, la gran teoría;
pero esa teoría sigue siendo especulación, en el sen
tido precisamente que el propio Marx y Lukacs (el
de 1923) daban al término: teoría que es contem
plación, visión, viniendo después la práctica, como
una aplicación. Hay una verdad a poseer, y sólo la
teoría la posee — ése es el postulado último que
Marx, por mucho que haya podido decir en algunos
momentos, comparte con la cultura de su época, y
más allá de las fronteras de esa época, con toda
la historia del pensamiento grecooccidental— . Hay un
ser «por ver», tal y como es — y una vez visto, lo
esencial, si no todo, ha sido dicho— . Marx tuvo un
momento la genial intuición de que había que salir
de esa vía que va de Parménides a Heidegger, a lo
largo de la cual el aspecto visto, el objeto de la es
peculación, ha cambiado desde luego siempre, pero
no la relación de especulación entre el ser y su
theoros — pero volvió rápidamente a ella— . Lo qúe
quedó oculto así una vez más es que el ser es esen
cialmente un «por-ser», que la visión misma se en
gaña sobre sí misma cuando se cree visión, puesto
que es esencialmente un hacer, que todo eidos es
eidos de un pragma y que el pragma sólo se mantie
ne en el «por-ser;, gracias al prakton.
66
en nueva especulación, se ha escindido, producien
do una metafísica vergonzante a la que se yuxtapone
una presunta ciencia positiva fundada en los pre
juicios de ésta, a imitación del modelo de ciencia
sociológicamente dominante. Viene a añadirse a
esos dos elementos una práctica concebida como
aplicación de verdades puestas al descubierto por la
teoría — o sea a fin de cuentas como técnica— .
Había que volver a enfrentarse por lo tanto
con la cuestión de la relación entre saber y hacer,
tratar de romper con una herencia varias veces mi-
■lenaria que ve en la teoría la instancia soberana, y
la teoría como posesión de un sistema de verdades
dadas de una vez para siempre, comprenden que
la teoría no es nada menos (pero nada más) que
un proyecto, un hacer, la tentativa siempre in
segura de llegar a una elucidación del mundo.
(M TR, 1964, 3, y 1965, 1 y 2). Había que mos
trar la diferencia radical entre la praxis políti
ca y cualquier tipo de práctica o de técnica, ver
en esa praxis un hacer que enfoca a los demás como
seres autónomos y los considera como agentes del
desarrollo de su propia autonomía; comprender
que esa praxis, que no puede existir más que co
mo actividad consciente y lúcida, no es sin em
bargo la simple aplicación de un saber previo, que
el saber sobre el que necesariamente se apoya es
por definición fragmentario y provisional, no sólo
porque no puede haber una teoría exhaustiva, sino
porque la praxis misma provoca constantemente el
surgimiento de un saber nuevo, porque sólo el ha
cer «hace hablar» al mundo. Quedaba así, si no
resuelta, al menos relativizada la antinomia que
formulé años atrás (En «La direction prolétarienne»,
loe. cit.) entre la actividad de los revolucionarios,
fundada en la tentativa de una anticipación racional
del desarrollo por venir, y la revolución misma
como explosión de la actividad creadora de las ma
sas, que representa una transformación radical de
67
las form as de racionalidad históricam ente recibidas.
H ab ía sobre todo que poner en cuestión un pre
sunto saber sobre la historia y la sociedad. U na vez
abandonados los esquem as tradicionales, no es di:
fícil ver que representan transposiciones ilegítimas
a la historia y a la sociedad de esquemas sacados
de una experiencia banal del m undo, la de los ob
jetos fam iliares o la vida individual. E n esa concep
ción, la historia es una «vida» — ya sea vida que se
desarrolla y novela pedagógica, o envejecim iento y
degradación, o com binación de los dos en un «ci
clo p o una « sucesión de ciclos>— . L a sociedad es un
«contrato» o una «guerra», una cá rce l o una «má
quina». A lo que hay que o b jetar que es en la his
toria donde una vida o sucesión de vidas es posible;
que contratos, guerras, cárceles y máquinas sólo
existen en y por la sociedad. ¿D e qué disponemos
entonces para pensar la historia y la sociedad? D e
nada — excepto el reconocim iento de la especificidad
absoluta, del modo de ser único de lo que he llam a
do lo social h istórico , que no es ni adición indefini
da de inclividuos o de redes intersubjetivas, ni su
simple producto, que es «por un lado, estructuras
dadas, instituciones y obras "m aterializadas” ^--que
pueden ser m ateriales o no— ; y por otro, lo que
estructura, instituye, m aterializa.. . la unión y la
tensión de la sociedad instituidora y de la sociedad
instituida, de la historia hecha de la historia que
ésta haciéndose.» (M TR , 1 9 6 5 , 1).
L o q u e cada vez instituye, lo que obra en la
historia que está haciéndose, sólo podemos pensar
lo com o im aginación radical , ya que es simultánea
m ente, cada vez, surgimiento de lo nuevo y existen
cia de ese nuevo en y por la posición de «imáge
nes». No sólo la historia no es la e n c ^ a c i ó n del
desarrollo «racional» hegelo-m arxista, es, dentro
de ciertos lím ites, pero de lím ites amplios, creación
inmotivada. L a organización de la sociedad no co
rresponde a la im agen de una m áquina funcional
68
(cualquiera que fuera la definición — im posible, di
cho sea de paso— del fin al que estuviera subordi
nada esa funcionalidad), ni a una com bin atoria ló
gica (« e stru ctu ra l» ); esa organización no se atiene,
ni m ucho m enos, a lo que la funcionalidad o la ló
gica del sim bolism o (que es siem pre, por cierto, in
determ inada) podrían exigir. T o d a sociedad presen
ta, en todas sus m anifestaciones, una proliferación
sin fin de elem entos que no tienen nada que ver ni
con lo real, ni co n lo racional, ni con lo sim bólico,
y que dependen de lo que he llam ado lo im aginado
o im aginario «segundo». Pero su institución misma,
en el sentido m ás originario del térm ino, la articu
lación que opera de sí misma y del mundo, es po
sición prim aria e inm otivada de significaciones a-
reales y a-racio n ales, y sólo a través de éstas puede
lo que es «racio n al» y hasta «real» para esa so
ciedad ser aprehendido, definido, organizado. E sas
significaciones son significaciones im aginarias so
ciales que dependen del im aginario radical tal y
com o se m anifiesta en la acción de la sociedad in sti
tuidora (en la m edida en que hay que distinguirla
de la sociedad instituida). Señalem os de paso que
nuestra utilización de «im aginación» o «im aginario»
no tiene nada que ver con el sentido que se les
suele atribuir, de «ficció n » o hasta de «im a..en re
flejada ». L a im aginación, en el sentido que damos
a ía palabra, es el origen de los esquem as y de las
figuras que constituyen las condiciones últimas de
lo que puede ser representado y pensado — y tam
b ién , por lo tan to , lo que transform a radicalm ente
esas condiciones en un cam bio h istó rico — ; y origen
tam bién de lo que llam am os lo racio n al a secas
(que encuentra en lo que existe una enigm ática co
rrespondencia). E s lo que se en carn a en las signi
ficaciones im aginarias sociales que se im ponen a to
dos los individuos (que éstos no piensan, en la m e
dida en que sólo m ediante ellas pueden pensar) y
perm iten que dejen de ser recién nacidos ruidosos
69
de la especie horno sapiens y se conviertan en es
partanos, dogons o newyorkinos. Significaciones ins
tituidas, porque se ven establecidas, sancionadas y
m aterializadas en y por todos los objetos sociales
(y, desde un principio, en y por el lenguaje). Sig
nificaciones que, una vez instituidas, viven su pro
pia vida, creaciones de la sociedad instituidora a
las que se som ete ésta en cuanto se instituye. L a
enajen ación , en el sentido social-histórico, es pre
cisam ente eso: autonom ización de las significaciones
im aginarias en y por la institución, o, por decirlo
de otro modo, independencia de lo instituido con
respecto a lo social instituidor.
¿E n qué puede consistir, desde ese punto de vis
ta, el proyecto revolucionario? E s evidente que no
puede tratarse ni del absurdo de una sociedad sin
instituciones ni del de «buenas» instituciones dadas
de una vez para siem pre, ya que todo conjunto de
instituciones, una vez establecido, tiende forzosa
mente a autonom izarse y a som eter de nuevo a la
sociedad a las significaciones im aginarias subyacen
tes. E l único contenido posible del proyecto revo
lucionario es la búsqueda de una sociedad que sea
capaz de m odificar en todo m om ento sus institucio
nes. L a sociedad postrevolucionaria no será simple
m ente una sociedad autodirigida; será una sociedad
que se autoinstituye explícitam ente, y no de una
vez para siempre, sino de modo continuo.
E se es el nuevo sentido que hay que dar al tan
usado térm ino «política». L a política no es la lu
cha por el poder en el seno de instituciones dadas;
ni sim ple lucha por la transform ación de las in s
tituciones llamadas políticas, o de ciertas institucio
nes — o hasta de todas las instituciones— . L a polí
tica es ahora lucha por la transform ación de la
relación entre la sociedad y sus instituciones; por
la instauración de un estado de cosas en el que
el hom bre social pueda y quiera considerar las in s
tituciones que regulan su vida com o sus propias
70
creacio n es co lectiv as, y por lo ta n to pueda y quie
ra tran sfo rm arlas cad a vez que sien ta q u e es n ece
sario o que lo desee. Sin un co n ju n to establecid o y
fijo de in stitu cion es, dirán algunos, el individuo no
puede h um anizarse, ni puede la sociedad existir.
D esd e luego. P e ro de lo que se tra ta es de saber
h asta qu é p unto el individuo, una vez form ado,
debe som eterse definitivam ente a esa fo rm ació n ;
de saber si la inm ovilidad de las instituciones en
el m undo con tem p o rán eo es realm en te u n a condi
ció n del fu n cio n am ien to de la socied ad o una de
las principales razon es de su cao s. Sabem os que
hu bo hom bres que consiguieron no ser esclavos de
su fo rm ació n , h asta en sociedades en que to d o ten
día a que lo fu eran . Sabem os que hubo sociedades
que n o im ponían un lím ite a priori a su propia ac
tividad legisladora. V erd ad es que tan to p ara unos
co m o , so bre to d o , p ara éstas, h u bo siem pre una
cantidad enorm e de «puntos cieg o s», y que lo que
bu scam os va infin itam en te más le jo s que tod o lo
que podam os e n co n tra r en el pasado. P ero va tam
b ién infinitam ente m ás lejos ia situ ación en la que
nos en co n tram o s, en la que n o hay ya institución
que no sea exp lícitam en te im pugnada, en la que la
«im aginación so cial» ya no puede e n c a n a r s e más
que en un «seudo racional» con d en ad o p or defini
ción a una usura y a una autodestrucción con stan
tem ente acelerad as.
Sabem os h o y q u e el único saber verd ad ero es
el que p lan tea la cuestión de su propia validez
— aunque n o q u iera eso decir que todo deba di
solverse en una interrogación indeterm inada— ; el que
una cuestión ten g a sentido presupone que algo no
h ace cu estión, p ero que se puede tam bién volver
después y p on er en cuestión ese algo, y es precisa
m en te a ese m ovim iento a lo que llam am os pen
sar. D e lo que h ablam os es de un estad o en el que
la cuestión de la validez de la ley qu ed ará perm a
n entem ente a b ie rta : no porque cu alq u iera pueda h a -
71
cer lo que sea, sino porque la colectividad podrá
siem pre transform ar sus reglas sabiendo que no pro
ceden ni de la voluntad divina, ni de la naturaleza
de ]as cosas, ni de la razón de la historia, sino de
si m ism a; y que si su campo de visión es siempre
forzosam ente limitado, no se encuentra fatalm ente
encadenada a una posición, puede darse la vuelta
y ver lo que hasta aquel momento estaba a su es
palda.
7. L a cuestión presen te
72
lejos que lo que yo mismo creía cuando em pecé a
escribir «M arxism e et théorie révolutionnaire»; lo
que h abía que im pugnar era, no sólo m arxism o, sino
el conjunto de los m arcos y de las categorías del
pensam iento heredado, y la concepción m ism a de
lo que es y de lo que quiere decir la teoría. E s a re
construcción, aun suponiendo que fu era sim plem en
te capaz de em prenderla, exigía un tra b a jo cuya am
plitud y tem ática eran difícilmente com patibles con
la publicación de la revista y hasta con su c a rá c
ter.7
E l segundo, del que puedo y debo hablar aquí
m ás extensam ente, se refería al curso de la realidad
social e histórica y al contenido m ism o del o b je
tivo revolucionario.. T a n to el desarrollo de las ideas
com o la evolución de los hechos desem bocaban en
una am pliación inm ensa de ese contenido. E l tér
m ino mism o de revolución parece inadecuado. D e
lo que hablam os n o es ya sim plem ente de una re
volución social, de la expropiación de los expro-
piadores, de que los hom bres dirijan de modo autó
nomo su trabajo y todas sus actividades.. D e lo que
se tra ta ahora es de la auto-institución perm anente
de la sociedad, de una ruptura radical con form as m i
lenarias de vida so cial, en la que lo que está en
juego es tanto la relación del hom bre con sus uten
silios com o su relación con sus h ijo s, tanto su re
lación con la colectividad com o su relación con sus
ideas, todas las dimensiones de su h ab er, de su sa
b er, de su poder.. T a l proyecto, que por definición,
tautológicam ente, n o puede ser animado más que
por la actividad autónom a y lúcida de los hom
bres, que es precisam ente esa actividad, im p lica un
73
cam bio radical de los individuos, de su actitud, de
sus m otivaciones, de su disposición ante los demás,
ante los objetos, ante la existencia en general. No
se trata del viejo problem a del cam bio de los indi
viduos com o condición previa del cambio social
— desprovisto de significado h asta en los términos
mismos en que está planteado— . Siem pre hemos con
cebido la transform ación revolucionaria com o trans
form ación indisoluble de lo social y de lo indivi
dual, en la que, en circunstancias m odificadas, hom
bres modificados ponen jalones que facilitan — y n o:
ponen trabas a— su propio desarrollo en la etapa
ulterior. Y el lector ha podido com probar que lo
que más nos preocupó siempre fue comprender
cóm o y en qué medida la vida en la sociedad actual
prepara a los hom bres a esa transform ación. Pero
cuanto más profunda, en su contenido, nos pare
cía necesaria esa transform ación, mayor parecía
ser la distancia que la separaba de la realidad huma
na efectiva, y con tanta mayor gravedad se plan
teaba la cuestión: ¿en qué medida la situación so
cial histórica contem poránea h ace nacer en los hom
bres el deseo y la capacidad de cre a r una sociedad
libre y justa?
N unca creí que pudiera darse a esa pregunta una
respuesta simplemente teórica; y sé que sería ri
dículo ligar su discusión a fenóm enos co u n tu ra le s.
Pero tam poco pude contentarm e nunca con el «haz
lo que_ debas, pase lo que pase». Y a que de lo que
hablam os precisam ente aquí es de lo factible, que
en ese terreno, desde luego, no puede ser deducido
teóricam ente, pero que, desde nuestro propio pún-
to de vista, debe poder ser elucidado. L os textos
inéditos incluidos en los volúmenes IV , V y V I de
la edición francesa perm itirán al lector juzgar en
qué medida ha podido avanzar en esa elucidación.
E n cuanto a la coyuntura m ism a, su peso era
particularm ente aplastante en 1 9 6 5 -6 6 . L o que se
desarrollaba ante nuestros ojos eran la privatiza
74
ció n , la d e-so cializació n , la expansión del ^ v e r s o
b u ro crático y la influencia creciente de su organi
zación, de su id eología y de sus m itos, y las m uta
cio n es h istóricas y antropológicas concom itantes.
L o ocurrido después h a vuelto a con firm ar que ése
n o es más que uno de los aspectos de la realidad
con tem p orán ea, pero no ha alterad o fundam ental
m ente los térm inos de la cuestión. S i m ayo de 1968
h a m ostrado, co n creces, la exactitud de los an áli
sis so b re el c a rá c te r y el con ten id o de la rebelión
de los jóven es, la extensión de la im pugnación so
cia l y la g en eralizació n del p roblem a revoluciona
rio, h a perm itido ver tam bién las inm ensas difi
cultades de una organización co lectiv a no b u ro cra-
tizad a, del h acerse carg o del problem a global de la
sociedad; y m o strad o , sobre todo, la profunda iner
c ia p o lítica del proletariad o industrial, la influencia
en su seno del m od o d e vida y de la m entalidad do
m inantes. L a co n fu sió n ideológica sin precedentes
del p eríod o que h a seguido a los acontecim ientos
— en el que se ha visto a individuos invocar a M ao
en n om bre de ideas p o r las que se les fusilaría sin
un m inuto de d iscu sión si estuvieran en C h in a, m ien
tras que o tros, que descubrieron la vida p o lítica en
el m ovim iento esencialm ente an ti-b u ro crático de
m ayo, se unían a las m icroburocracias trotsquistas— ,
con fu sión que h a aum entado sin ce sa r desde enton
ces, tam poco es u n fenóm eno sim plem ente coyun-
tural.
L a relació n en tre esos dos tipos de con sid era
ció n — la necesidad de una reco n stru cció n teó rica
lo m ás am plia p osible, la in terrogación sobre la
cap acid ad y el d eseo de cam biar su historia de los
hom bres de h oy— - es, pese a las ap ariencias, es
tre ch a y directa. L a s consecuencias d e la ruptura
co n la m itología d ialéctica de la h isto ria, de la ex
pulsión de la fa n ta sía teológica de su últim o refu
gio (h oy en día, la «racionalidad» y la « cie n cia » ),
son in calcu lables, a todos los n iveles. L a co n cep
75
ción hegelo-m arxista, indisolublem ente teleológica y
teológica, es la de una historia que, aunque sea a
través de accidentes, de retrasos y de rodeos, sería
finalm ente cúm ulo y centralización, clarificación y
síntesis, recolección. Y ha sido efectivam ente eso,
en ciertos lugares y m om entos, y durante cierto
tiempo. Pero sabem os también, co n la más terrible
evidencia, que la historia es tam bién sincretismo y
confusión, pérdida y olvido, dispersión. Esas co n
secuencias — y hay que preguntarse en qué medida
podrían ser asum idas hasta por los que las perci
bieran— se ven dram áticam ente ilustradas por la si
tuación histórica contem poránea. N o hay, com o lo
creía el m arxism o que com partía sobre ese punto
una creen cia tres veces m ilenaria, un cam inar irre
sistible de la verdad en la h istoria, ni en su ver
sión liberal y cientificista-ingenua, ni com o cúm ulo
dialéctico. C onfusión, ilusiones y m istificación re
nacen constantem ente de sus cenizas. D iríase que
la distancia entre lo que es realm ente la sociedad,
su efectividad y su virtualidad, y las representacio
nes corrientes que de ella se h acen los hom bres,
puede aumentar en todo m om ento; quizá nunca fue
tan grande com o ahora, y eso, no a pesar, sino pre
cisam ente en función de la m asa aplastante de pre
gunto saber, de inform aciones, de discursos que lo
llena todo.
E l proyecto, la voluntad, el deseo de lo verda
dero, es, tal y com o lo hem os conocido desde hace
veinticinco siglos, una planta h istó rica a la vez vi
vaz y frágil. Se plantea la cuestión de saber si so
brevivirá a la é p o ca que atravesam os. (Sabem os que
no sobrevivió al ascenso de la barbarie cristiana, y
que transcurrió un m ilenio antes de que pudiera vol
ver a surgir.) N o h ablo de la verdad del filósofo,
sino de esa extrañ a rasgadura que se instituye en
*rna sociedad, a partir de la antigüedad griega, y hace
que sea capaz de poner en cuestión sus propias sig
nificaciones im aginarias. E sa verdad, que es en cier
76
to sentid o la ú n ica que nos in teresa, ex iste — y sólo
puede existir— en el p lan o social h istó rico. E s o quie
re decir que las condiciones que p erm iten su m an i
festación eficaz deben encontrarse in co rp orad as, de
algún m odo, ta n to en la organización social com o
en la organ ización psíquica de lo s individuos, y
éstas se sitúan a un nivel m u ch o m ás profundo
que la sim ple au sen cia de censu ra o de rep resión
(y a que h an podido darse a veces b a io regím enes ti
rán ico s — que h an en con trad o fin alm en te ah í la
ca u sa de su m uerte— , y pueden n o estarlo b a jo
regím enes aparentem ente liberales). H oy en día, en
una carrera con stantem en te acelerad a, to d o — tanto
la dinám ica p rop ia de las instituciones co m o el fun
cio n am ien to g lo b al de la sociedad— p arece co n
tribu ir a d estru irlas: la potencia de las m áquinas
de propaganda y de ilusión, el n eo an alfab etism o que
se p ropaga tan rápidam ente y ta n to co m o la difu
sión de «co n o cim ien to s», la delirante división del tra
b a jo cien tífico , la increíble usura del len gu aje, la
desap arición de h ech o de lo escrito , con secu en cia
de su p ro liferació n im it a d a , y, m ás que n ad a, la
asom brosa cap acid ad de la sociedad estab lecid a de
reab so rb er, desviar, recuperar tod o lo que la pone
en cuestión (ca ra cterística m encion ad a en S B , pero
indudablem ente subestim ada, y que es un fen óm e
no h istó rico n u ev o), no son m ás que algunos de
los aspectos so ciales del proceso. A n te él, hay
que preguntarse si el tipo de ser hum ano para quien
las palabras ten ían tan to peso co m o las ideas a l a s
-que aludían, y éstas eran algo m ás que o b je to s de
consum o de una tem porada, que se con sid eraba
resp on sable de la coh eren cia de lo que a firm a b a y
ú n ica g aran tía, a n te sí m ism o, de su veracid ad , si
ese tip o psíquico de ser hum ano sigue siendo pro
ducido h oy en día. Cuando se h ech a una o jead a a
los « collages > que constituyen el principal producto
de la p op-id eología contem poránea, o cu an d o se
oye a algunas de sus vedettes p ro clam ar que la res
77
ponsabilidad es u n con cep to p o licíaco , se siente la
tentación de responder que no. Se nos dirá que es
concederles dem asiada im portancia — ¿pero a qué
debe esa nada su sim ulacro de existencia, com o no
sea a que es reflejo v acío de un v acío que le su
pera infinitam ente?— .
L a relación entre los tipos de consideración de
la que hablábam os es además estrech a y directa
porque la verdad que está en ju eg o ahora es de
otro tip o , y de diferente calidad. N o podemos, no
debem os buscar en el terreno so cial, o m ejor di
cho, sobre todo en ese terreno (pero puede ya verse
actualm ente cóm o tam bién esa exigencia se co n
vierte en lo contrario de lo que debería ser, se ve
desviada y transform ada en instrum ento de m isti
ficación y en cobertu ra de la irresponsabilidad cuan
do se apoderan de ella los im postores de hoy), una
teoría «cien tífica»; ni siquiera u na teoría total; no
debemos dejar creer, ni un solo m om ento, que los
artículos de un program a p olítico contienen el se
creto de la libertad futura de la humanidad; no
querem os llevar la b u en a nueva, ni m ostrar en el
horizonte el espejism o de una T ie rra Prom etida, ni
proponer el L ib ro cu y a lectu ra ah orraría toda bús-
■queda de lo verdadero por sí m ism o. T od o lo que
podam os decir será inaudible si n o se ve prim ero en
ello un llam am iento a una crítica que no sea es
cepticism o, a una apertura que n o acabe en el eclec
ticism o, a una lucidez que no p aralice la actividad,
a una actividad que no se tran sfo rm e en activism o,
a un recon ocim iento de los otros que siga siendo
cap az de vigilancia; la verdad que está en juego
ahora no es posesión, ni reposo del espíritu junto
a sí m ism o, sino m ovim iento de los hom bres en un
espacio libre, en el que hem os intentado señalar
algunos puntos cardinales. ¿Puede ser escuchado
todavía ese llam am iento? ¿E s realm ente esa verdad
lo que el mundo de hoy desea, y la que puede al
canzar?
78
A nadie — ni al pensam iento teórico en cuanto
tal— le corresponde responder por anticipado a esa
cuestión, nadie puede hacerlo. P ero no es vano plan
tearla, aunque los que quieran y puedan escucharla
sean hoy p ocos; si son capaces de h acerlo sin sober
b ia, tam bién de ellos podrá decirse que son la sal
de la tierra. N adie puede tam poco fundar, en el sen
tido tradicional del término, el p royecto de trans
form ación histórica y social que es a fin de cuan
tas inseparable de esa búsqueda de esa verdad — ya
que se m anifiestan los dos hoy en día com o exigen
cia nueva de una nueva autoposición del hom bre
social histórico— . No es de fundar, y menos aún de
adoctrinar, de lo que se trata, sino de elucidar, y
de- favorecer así la propagación y la encarnación de
esa nueva exigencia.
79
P resen tació n de la revista
«Socialism e ou b arb arie» 1
81
talinism o, por preguntarnos: ¿qué es la R usia actual?
¿Qué son los partidos «com unistas»? ¿Qué signifi
can tan to la política com o la ideología del estali-
nismo? ¿Cuáles son sus bases sociales? ¿Cuáles son
sus raíces económ icas? E sa b u ro cracia que domina
la sociedad rusa desde h ace veinticinco años, que se
ha apoderado en la postguerra de la mitad orien
tal de E u ro p a y está acabando actualm ente [1 9 4 9 ]
de conquistar China, y que conserva al mismo tiem
po una influencia sin rival en fracciones decisivas
del proletariado de los países burgueses, ¿es única
mente una especie de excrem encia pasajera del m o
vim iento obrero, un simple accidente histórico, o
corresponde a rasgos esenciales de la evolución so
cial e histórica contem poránea? Si, com o creem os
nosotros, sólo la segunda respuesta tiene sentido, si
hablar de «accidente histórico» a propósito de un
fenóm eno tan vasto y tan duradero es sencillamente
ridículo, hay que preguntarse en ton ces: ¿cómo ha
desem bocado esa evolución económ ica y socia], que
según el m arxism o debía traer consigo la victoria de
la revolución, en la victoria (aunque sea pasajera)
de la burocracia? ¿ Y qué sentido tiene entonces .la
perspectiva de la revolución proletaria?
F u ero n pues los im perativos más concretos e in
m ediatos de la lucha de clases los qu e nos obligaron
a plantearnos seriam ente el problem a de la buro
cracia. Y éste nos obligó a plantearnos de nuevo
otros problem as esenciales : la evolución de la eco
nom ía m oderna, el significado de un siglo de luchas
proletarias — y en definitiva, el de la perspectiva re
volucionaria misma— . L a elaboración teórica, par
tiendo de preocupaciones prácticas, se convirtió una
vez más en condición previa de tod a actividad cohe
rente y organizada.
A l presentarnos hoy con esta revista ante la
vanguardia de los trabajad ores intelectuales y m a
nuales, creem os ser los únicos que hayan consegui
do dar una respuesta sistem ática a los problem as
82
fundamentales del movimiento revolucionario con
temporáneo: recogiendo y desarrollando el análisis
marxista de la economía moderna, planteando de
modo efectivamente científico el problema del desa
rrollo histórico del movimiento obrero y de su signi
ficado, dando una definición del estalinismo y de la
burocracia «obrera» . en general, caracterizando la
tercera guerra mundial, y por último, presentando
de nuevo, teniendo en cuenta los elementos origi
nales creados por nuestra época, la perspectiva revo
lucionaria. En asuntos de tal envergadura, no tiene
sentido hablar de orgullo o de modestia. Los mar-
xistas siempre consideraron que, al representar los
intereses históricos del proletariado, única clase po
sitiva de la sociedad moderna, podían conseguir
una visión de la realidad infinitamente superior a la
de todos los demás, ya se trate de los capitalistas o
de cualquier otra variedad intermedia. Creemos que
representamos la continuación viva del marxismo en
el marco de la sociedad contemporánea. No tene
mos pues nada que ver con los diversos editores de
revistas «marxistas», «comentaristas lúcidos», «hom
bres de buena voluntad» y charlatanes de todo tipo
que hoy abundan. Si planteamos problemas, es por
que creemos que podemos dar respuestas.
Hay que interpretar la célebre máxima: «sin
teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria»,
del modo más amplio posible, y darle su verdadero
significado. Lo que distingue al movimiento prole
tario de todos los movimientos políticos anteriores,
por importantes que éstos hayan sido, es que es el
primero claramente consciente de sus objetivos y de
sus medios. En ese sentido, no sólo es para él la
elaboración teórica uno de los aspectos de la acti
vidad revolucionaria: es inseparable de esa activi
dad. La elaboración teórica ni precede ni sigue a la
acción revolucionaria práctica: las dos son simultá
neas, y se condicionan mutuamente. Separada de la
práctica, de sus exigencias y de su control, la ela
83
boración teórica se condena a ser algo vano, estérü,
y cada vez más desprovisto de si^ ficad o . A la in
versa, una actividad práctica que no se apoya en
una investigación constante desemboca forzosamen
te en un empirismo embrutecido y embrutecedor.
Los curanderos y charlatanes «revolucionarios» son
tan peligrosos como los demás miembros de esas
cofradías.
¿Pero qué es esa teoría revolucionaria en la
que debe apoyarse constantemente la acción? ¿Un
dogma surgido en estado de absoluta perfección de
la cabeza de Marx o de cualquier otro profeta mo
derno, y constituye acaso nuestra única misión man
tener inmaculado su esplendor original? Basta con
plantear la cuestión para ver cuál es la respuesta.
Decir: e Sin teoría revolucionaria no hay acción re
volucionaria», entendiendo por teoría un simple co
nocimiento del marxismo y a lo más una exégesis
escolástica de los textos clásicos, es una broma de
mal gusto que refleja simplemente la impotencia de
los que involuntariamente la hacen. L a teoría revolu
cionaria sólo puede conservar su validez si se desa
rrolla constantemente, si se enriquece incorporán
dose todas las conquistas del pensamiento científico
y del pensamiento humano en general, y en parti
cular sabe asimilar la experiencia del movimiento
revolucionario, si se somete, cuantas veces sea ne
cesario, a todas las modificaciones y revoluciones
internas que la realidad le imponga. La máxima clá
sica sólo tiene por lo tanto sentido si se interpreta
así: «sin desarrollo de la teoría revolucionaria, no
hay desarrollo de la acción revolucionaria».
Basta con lo dicho para que quede claro que,
si nos consideramos marxistas, no creemos ni mu
cho menos que ser marxista signifique tener con
Marx las relaciones que los teólogos católicos tie
nen con las Escrituras. Para nosotros, ser marxista
significa situarse en el terreno de una tradición, plan
tear los problemas partiendo del trabajo efectuado
84
por Marx y por los que han sabido después ser fté-
les a su intento, defender las posiciones marxistas
tradicionales mientras un nuevo examen no nos haya
convencido de que hay que abandonarlas, corregir
las o sustituirlas por otras que correspondan me
jor a la experiencia ulterior y a las exigencias del
movimiento revolucionario.
No significa esto únicamente que son el desarro
llo y la difusión de la teoría revolucionaria, en sí
mismas, actividades prácticas extremadamente im
portantes — afirmación desde luego correcta, pero
insuficiente— ; significa sobre todo que sin una re
novación de las concepciones fundamentales no ha
brá renovación práctica. La reconstrucción del mo
vimiento revolucionario deberá pasar forzosamente
por una fase durante la cual las nuevas concepciones
se convertirán en bien común de la mayoría de
la clase. Y esto depende de dos procesos que sólo
en apariencia son independientes: las masas deben
llegar, ante la presión de las condiciones objetivas
y de las exigencias de su lucha, a una conciencia
clara, por sencilla y elemental que sea, de los au
ténticos problemas actuales; y los núcleos de la orga
nización revolucionaria como nuestro grupo tendrán
que difundir, partiendo de una base teórica sólida,
la nueva concepción de los problemas y darle un
contenido cada vez más concreto. El punto en el
que coinciden esos dos procesos, el momento en el
que la mayoría de la clase llega a una concepción
clara de la situación histórica y en el que la con
cepción teórica general del movimiento puede tra
ducirse íntegramente en directivas de acción prác
tica, en el momento de la Revolución.
Es evidente que la situación actual está muy le
jos aún de ese punto. El proletariado, tanto en
Francia como en los demás países, se encuentra ena
jenado y mistificado por su burocracia. Mistificado
ideológicamente cuando acepta, ya sea como repre
sentando presuntamente sus intereses, ya sea como
85
un «mal m enor», la política de la burocracia, e re
form ista» o estalinista; enajenado en su acción mis
ma puesto que las luchas que emprende para de
fender sus intereses inmediatos son en la m ayor par
te de lo s casos, y en cuanto cobran una cierta im
portancia, utilizadas por la bu rocracia estalinista
com o instrumentos de su política nacional e inter
nacional. N o hay que olvidar p or último que los
elem entos de vanguardia que son conscientes de esa
m istificación y de esa enajenación, al no tener pers
pectivas generales que pudieran orientar una ac
ción eventual, sólo sacan por el m om ento conclu
siones negativas, dirigidas contra las organizaciones
burocráticas — conclusiones fundadas pero eviden
temente insuficientes— . E n esas condiciones, es evi
dente que una concepción general ju sta no puede
en el período actual m anifestarse en cualquier m o
m ento con consignas de acción inm ediata condu
ciendo a la revolución. D ecir que apoyamos incon
dicionalm ente toda lucha proletaria, que estamos del
lado de los obreros cuando luchan por defender
sus intereses aunque no estemos de acuerdo con la
definición de los objetivos o con los medios de lu
cha, es algo elemental y que va de sí. P ero a lo
que no estamos ni mucho menos dispuestos es a lan
zarnos, com o hacen otros, a una agitación super
ficial y estéril para intentar transform ar, negando
los hechos mismos y hasta la evidencia, cualquier
lucha parcial en huelga general o en revolución.
P or justas que sean, esas observaciones ni ago
tan ni resuelven, sin em bargo, el problem a de la re
lación necesaria entre una concepción general de
los problemas de la revolución y las luchas actuales.
N o sólo son esas luchas un m aterial de análisis y
de verificación extrem adam ente im portante; son ade
más, ante todo, el medio en el que puede form arse
y educarse una vanguardia proletaria real, por li
mitada que sea num éricam ente. Añádase a eso que
una concepción general só lo tiene valor en la me-
86
elida en que es cap az de ser com prendida por una
fracció n de la vanguardia y de proporcionar un
m arco, por m uy general que sea, de soluciones p rá c
ticas — o sea criterios válidos para la acción — . E n
función de todos esos factores, puede decirse que
el o bjetiv o inm ed iato de esta revista es favorecer la
difusión, lo m ás am plia posible, de nuestras con
cepciones teó ricas y políticas, así co m o la discusión
y la clarificació n de los problem as p rácticos que
plantea con stantem en te la lucha de clases, aun en
las form as tru n cad as que tiene actualm ente.
T ratarem os por lo tanto de ocuparnos en cada
ocasión de cuestiones prácticas actuales, aun cu an
do afecten a un secto r de la clase; siem pre evitare
m os, en la m edida de lo posible, el plantear pro
blem as teóricos de m odo ab stracto . N uestro o b je
tivo es p ro p o rcion ar instrum entos de tra b a jo a la
fracció n p olíticam ente más avanzada de la clase o b re
ra, en una ép o ca en que la com plejidad de los p ro
blem as, la con fu sión que reina en todas partes y
el esfuerzo con stan te de los capitalistas y sobre todo
de los estalinistas para engañar a tod os a propósi
to de todo, exigen un esfuerzo sin precedentes en
ese sentido. In ten tarem o s no sólo exp o n er esos pro
blem as con el lenguaje más claro posible, sino ade
más poner de relieve, ante todo, su im portancia p rác
tica y las con clu sion es concretas que puedan de
ducirse.
E sta revista n o es en modo alguno un órgano de
intercam bio de opiniones entre gente que «se plan
tea p roblem as»; es un instrum ento que debe permi
tir expresar una concep ción general que nos parece
ser sistem ática y coherente. E s a co n cep ció n queda
expuesta suscintam ente en el editorial «So cialism o o
barbarie» de este prim er núm ero (p u blicad o a con
tin uación). P e ro no som os, claro está, partidarios del
m onopolitism o, ni en la organización, ni por lo que
respecta a las concepciones teóricas. C reem os que
sólo puede h aber desarrollo de la teoría revoluciona-
87
ria si hay confrontación de opiniones y de posiciones
discrepantes; creem os también que hay que llevar esas
discusiones abiertam ente, ante la clase obrera en su
conjunto; es m ás: creem os precisam ente que la con
cepción que afirma que un partido puede poseer de
m odo exclusivo la verdad, toda la verdad, y lle
varla a la clase obrera, ocultando las divergencias
que haya en su seno, es, en el plano ideológico,
una de las más im portantes raíces, y m anifestacio
nes, del burocratism o en el movim iento obrero. Las
divergencias que puedan surgir sobre puntos parti
culares entre com pañeros de nuestro grupo podrán
por lo tanto manifestarse en la revista, indicándose
eventualmente que tal o cual artículo refleja la po
sición de su autor pero no la del grupo en cuanto
tal. L a discusión será pues libre dentro del marco
de nuestras concepciones generales, aunque haya
que evitar desde luego que la discusión llegue a con
vertirse en diálogo interminable entre unos cuantos
individuos.
E stam os seguros de que los obreros y los in
telectuales que son conscientes en F ran cia de la im
portancia de los problemas que planteamos, que
comprenden que es urgente darles una respuesta ade
cuada y conform e a los intereses de las masas, nos
apoyarán en el largo y difícil esfuerzo que represen
tará la preparación y la difusión de nuestra revista.
88
S o c ia lis m o o b a r b a r i e 1
89
grave y constante de su nivel de vida desde hace
unos veinte años; sus libertades y derechos funda
m entales, por los que tuvo que luchar durante tan
to tiem po antes de conseguir imponerlos al Estado
capitalista, han sido suprimidos o se ven gravemen
te amenazados (véase «Nota final» de este capítulo).
Es cada vez más claro que sólo se ha salido de la
guerra que acaba de term inar para entrar en otra,
y si e n algo está todo el mundo de acuerdo, es
en que será la m ás terrible y la más catastrófica
que se haya visto nunca. E n la mayor parte de
los países, la clase obrera está organizada en sin
dicatos y en partidos gigantescos, con decenas de
millones de m iem bros; pero esos sindicatos y esos
partidos desempeñan, de modo cada vez más abier
to y m ás cínico, el papel de agentes directos ya
sea de los patronos y del E stad o capitalista, ya
sea del capitalismo burocrático que impera en
Rusia.
D e ese naufragio universal sólo parecen haberse
salvado unas cuantas organizaciones, débiles y poco
numerosas, como la «IV Internacional», las Fede
raciones Anarquistas, y algunos grupos llamados
«ultra-izquierdistas» (bordiguistas, espartaquistas,
com unistas de los C onsejos). Organizaciones débi
les, pero debido no ya a su insignificancia numérica
— que en sí misma no quiere decir gran cosa y de
todas form as no es un criterio suficiente— , sino so
bre todo a sus radicales insuficiencias políticas e
ideológicas. No siendo anticipaciones del porvenir,
sino residuos del pasado, esas organizaciones han
dem ostrado ser absolutam ente incapaces de com
prender el desarrollo social del siglo XX — por no
hablar ya de su capacidad de orientarse de modo
positivo ante éste— . L a seudofidelidad a la letra del
m arxism o que profesa la «IV Internacional» le per
mite prescindir, o al menos eso cree, de dar una
respuesta a todo lo que es realm ente importante hoy
en día. Si se encuentran actualm ente en sus filas al
90
gunos de los elem entos obreros de vanguardia que
pueda haber hoy en día, no hay que olvidar que en
su seno esos o breros son continuam ente deform a
dos y desm oralizados, agotados con_ un activism o sin
base y sin contenido político, y expulsados después
de h ab er sido explotados al m áxim o. A l proponer
continuam ente consignas de colaboración de clase,
com o la «defensa de la U R SS» y el «gobierno ob re
ro» — o sea estalino-reform ista— , y en términos
m ás generales al o cu ltar, con sus con cep cion es hue
ras y caducas, lo que es la realidad actu al, la «IV In
ternacional» desem peña tam bién, en la medida en
que sus escasas fu erzas se lo perm iten, un- pequeño
papel, cóm ico en su caso , en la gran tragedia de la
m istificación del proletariado. L a s Fed eraciones
A narquistas siguen agrupando a obreros con un sano
instinto de clase, p ero de los más atrasados política
m ente, cuya confusión m antienen o aum entan con
una especie de entusiasm o. L a tosudez con la que
los anarquistas se aferran a su pretendida posición
«ap o lítica», y su indiferencia u hostilidad hacia todo
esfuerzo teórico, contribuyen a crear un poco m ás
de confusión en los medios en los que tienen cierta
influencia, y con vierten a las F ed eracio n es en un
ca llejó n sin salida m ás para los o b rero s que allí
caen. Los grupos «ultra-izquierdistas», por último,
o bien cultivan am orosam ente sus propias deform a
ciones de pequeño clan , com o los bordiguistas, lle
gando a ach acar al proletariado su propia esterilidad
e in eficacia, o bien, com o los «com unistas de los
C o n se jo s» , se contentan con sacar de la experien
cia del pasado recetas para la co cin a «socialista»
del porvenir.
P ese a sus delirantes pretensiones, tanto la « IV
In tern acio n al» co m o los grupos anarquistas y «ul
tra-izquierdistas» no son más que eco s del pasado,
m inúsculas costras sobre las llagas de la clase obrera
condenadas a desaparecer gradualm ente a medida
que se form a una nueva piel.
91
E l movimiento obrero revolucionario se cons
tituyó definitivamente h ace un siglo al darle la plu
ma genial de M arx y de Engels su prim era C arta:
el M anifiesto Comunista. No hay m ejor prueba de
la solidez y de la profundidad de ese movimiento,
no hay nada que pueda darnos más confianza en su
porvenir que el carácter fundamental y decisivo de
las ideas en las que se ha apoyado. Com prender que
toda la historia de la humanidad presentada hasta
aquel momento com o una sucesión de casualidades,
com o el resultado de la acción de «grandes hom
bres» o el producto del desenvolvimiento de las
ideas— , no es sino la historia de la lucha de cla
ses; que esa lucha, lucha entre explotadores y e x
plotados, se ha desarrollado en cad a época en el
m arco impuesto por el grado de desarrollo técnico
y el estado de las relaciones económ icas creadas por
la sociedad; que el período actual está caracteriza
do por la lucha entre la burguesía y el proletariado—
entre una clase ociosa, explotadora y opresora, y
una clase productora, explotada y oprimida— ; que
la burguesía desarrolla cada vez m ás las fuerzas
productivas y la riqueza de la sociedad, unifica la
econom ía, las condiciones de vida y la civilización
de todos los pueblos, pero agrava al mismo tiem
po la opresión y la miseria de sus esclavos; com pren
der que así, al desarrollar no sólo las fuerzas pro
ductivas y la riqueza social, sino además una clase
cada vez más numerosa, más coherente y más con
centrada de proletarios, que ella m ism a educa y em
puja hacia la revolución, la era burguesa ha permi
tido plantear por vez prim era en la historia el pro
blema de la abolición de la explotación y de la cons
trucción de un nuevo tipo de sociedad, partiendo no
ya de deseos subjetivos de reform adores sociales sino
de las posibilidades reales creadas por la sociedad
misma; com prender que la fuerza motriz de esa
revolución social sólo puede ser ese proletariado,
llevado por sus condiciones de vida y su largo apren
92
dizaje en el seno de la producción y de la explota
ción capitalistas a destruir el régimen dominante y
a reconstruir la sociedad sobre bases comunistas—
comprender y m ostrar todo eso con asom brosa cla
ridad ha sido el m érito inmarcesible del M anifiesto
Com unista y del marxismo en general. Sobre esa
base de granito podemos edificar sólidamente, y no
tendría sentido ponerla en cuestión.
Pero si el m arxism o supo, desde el primer mo
mento, definir el m arco y la orientación de toda
acción y de todo pensamiento revolucionarios en
la sociedad m oderna, si hasta fue capaz de pre
ver que la ruta que el proletariado tendría que
seguir hasta alcanzar su em ancipación iba a ser
terriblem ente larga y difícil, tanto la evolución del
capitalism o como el desarrollo del propio movimien
to obrero han hecho surgir nuevos problem as, fa c
tores imprevistos e imprevisibles, tareas antaño in
concebibles, cuyo peso ha hecho ceder al movimiento
organizado, hasta llegar a su desaparición actual.
Comprender cuáles son esas tareas, dar una res
puesta a esos problemas, ése es el primer objetivo
que hay que alcanzar si queremos avanzar en la vía
de la reconstrucción del movimiento proletario re
volucionario.
Puede decirse suscintamente que lo que consti
tuye la diferencia esencial entre la situación actual
y la de 1848 es la aparición de la burocracia como
capa social que tiende a relevar a la burguesía tra
dicional durante el periodo de decadencia del capi
talismo. En el m arco del sistema mundial de explo
tación, han aparecido nuevas formas de la econo
mía y de la explotación que mantienen los rasgos
más profundos del capitalismo pero rompen for
malmente con la tradicional propiedad privada de
los medios de producción, y parecen ligados ex-
teriormente a algunos de los objetivos que se había
fijado hasta entonces el movimiento obrero: estati-
ficación o nacionalización de los medios de produc
93
ción y de cambio, planificación de la economía, coor
dinación internacional de la producción. A l mismo
tiempo, y unida a estas nuevas formas de explota
ción, ha aparecido la burocracia, formación social
cuyos gérmenes existían ya anteriormente, pero que
se ha cristalizado y afirmado ahora como clase do
minante en una serie de países, precisamente como
expresión social de esas nuevas formas económicas.
Paralelamente a la sustitución de las formas tradi
cionales de la propiedad y de la burguesía clásica
por la propiedad estatal y por la burocracia, la opo
sición dominante en las sociedades modernas deja
de ser gradualmente una oposición entre propieta
rios y no propietarios para convertirse en oposi
ción entre dirigentes y ejecutantes en el proceso de
producción; ya que lo que constituye, no sólo la jus
tificación «subjetiva» de los miembros de la buro
cracia, sino también su explicación «objetiva», es
que desempeña el papel, considerado indispensa
ble, de «dirigente» de las actividades productivas de
la sociedad — y por lo tanto, de las demás activi
dades.
E sa sustitución de la burguesía tradicional por
una nueva burocracia en toda una serie de países,
es tanto más importante cuanto que la raíz de esa
burocracia parece encontrarse en la mayor parte
de los casos en el propio movimiento obrero. Y a que
el núcleo en torno al cual se han cristalizado las
nuevas capas dominantes de técnicos, administra
dores, militares, etc., lo han constituido las capas
dirigentes de los sindicatos y los partidos «obreros»
que tomaron el poder en esos países después de la
primera y la segunda guerra imperialista. Además,
lo que al parecer ha realizado esa burocracia, y lo
que constituye al mismo tiempo la base idónea para
su dominación, son ciertos objetivos del propio m o
vimiento obrero, com o la nacionalización, la plani
ficación, etc. O sea que el resultado más patente de
un siglo de desarrollo de la econom ía y del mo
94
vimiento obrero parece haber sido el siguiente: por
un lado, las organizaciones — sindicatos y partidos
políticos— que creaba constantemente la clase obre
ra para emanciparse, se transformaban no menos
continuamente en instrumentos de mistificación y
segregaban con regularidad inexorable capas que
se alzaban sobre las espaldas del proletariado para
resolver el problema de su propia emancipación, ya
sea integrándose al régimen capitalista, ya sea pre
parando y realizando su propia llegada al poder.
Por otra parte, una serie de artículos de programa
considerados antes o progresivos o radicalmente re
volucionarios — la reforma agraria, la nacionaliza
ción de la industria, la planificación de la produc
ción, el monopolio del comercio exterior, la coordi
nación económica internacional— , se han visto rea
lizados, en la mayor parte de los casos por la ac
ción de la burocracia obrera, y a veces hasta por
el propio capitalismo en el curso de su desarrollo,
siendo el único resultado para los trabajadores una
explotación más intensa y mejor coordinada — en
una palabra, racionalizada.
O sea que esa evolución, cuyo resultado obje
tivo ha sido una organización más sistemática y
más eficaz de la explotación y de la esclavización
del proletariado, ha producido además una confu
sión sin precedentes, tanto sobre los problemas de
la organización del proletariado en su lucha, como
sobre los de la estructura del poder obrero y los del
programa mismo de la revolución socialista. Hoy en
día, el principal obstáculo a la reconstrucción de un
movimiento revolucionario lo constituye esa confu
sión sobre los problemas más esenciales de la lucha
de clases. Si queremos acabar con ella, hay que em
pezar por intentar resumir lo que fue la evolución
de la economía capitalista y del movimiento obrero
durante estos últimos cien años.
95
l. Burguesía y burocracia
96
tal bancario, que se convierte en capital finan
ciero.
A l desaparecer y ser sustituido por el capitalis
mo de m onopolios, el capitalismo de libre com pe
tencia del siglo x ix deja tras de sí un mundo com
pletam ente transform ado. L a producción industrial,
antaño insignificante, se había convertido en la prin
cipal actividad y fuente de riquezas de las socieda
des civilizadas; con ella habían surgido centenares
de grandes aglom eraciones urbanas. en las que se
hacinaba un núm ero cada vez m ayor de trab aja
dores industriales, concentrados en fábricas de di
mensiones cada vez más importantes, y en cuyas fi
las creaba rápidam ente la identidad de condiciones
de vida y de tra b a jo la conciencia de una unidad de
clase. L a producción y el com ercio internacional se
habían m ultiplicado por diez en unas cuantas dé
cadas. Después de haber conquistado y organizado
de modo definitivo las grandes naciones civiliza
das — Inglaterra, F ran cia, Estados U nidos, A lem a
nia— , el capitalism o iba a lanzarse a la conquista
del mundo.
P ero esa conquista no iba a ser obra del capita
lism o de com petencia. Este se había transform ado,
en función 9 e sus propias tendencias Internas, en
capitalism o m onopolista. Las consecuencias de esa
transform ación fueron importantísimas. E n primer
lugar, y desde un punto de vista estrictam ente eco
nóm ico, la concentración del cap ital y la aparición
de empresas de dimensiones cada vez m ayores cón-
dujo a una racionalización y a una organización per
feccionada de la producción; y éstas, unidas a la in
tensificación del ritmo y de la explotación del tra
bajo , perm itieron una disminución considerable del
precio de coste de los productos. E n el plano social,
la concentración del capital, al provocar la desapa
rición gradual del patrono-director, del em presario,
pionero del período heroico del capitalism o, y al
centralizar la propiedad de inm ensas y numerosas
97
em presas en unas pocas m anos, conducía a una
separación gradual de las funciones de propiedad y
de dirección y confería una im portancia creciente
a las capas de directores, de administradores y de
técnicos. E l capital perdía su relación exclusiva con
la burguesía nacional e internacional y se convertía
a un tiem po, por intermedio de los trusts y de los
cárteles que se extendían a varios países, en capi
tal internacional. Por último, la aparición de los
m onopolios suprimía la com petencia en el interior
de cada sector m onopolizado, pero se agudizaba así
la lucha entre los diversos m onopolios y asociacio
nes m onopolísticas nacionales o internacionales. D e
ahí la transform ación de los métodos de lucha entre
los diversos grupos capitalistas: la expansión de la
producción y la disminución de los precíós de ven
ta, en una palabra, la com petencia «pacífica», ha si
do sustituida cada vez m ás por métodos «extraeco
nóm icos >, com o los aranceles proteccionistas y el
dum ping , el acaparam iento de m ercados coloniales,
las presiones políticas y m ilitares y, en último tér
mino, la guerra misma, que estalla en 1914 com o
última instancia capaz de resolver los conflictos
econo mi cos.
L a principal m anifestación de los antagonismos
entre monopolios y naciones imperialistas fue la
lucha por las colonias. D urante el período anterior,
desde los descubrimientos del siglo XV hasta la se
gunda m itad del siglo x ix , los países «atrasados»,
tuvieran o n o el estatuto de colonia, eran ante todo
lugares donde los países capitalistas avanzados obte
nían valores de m odo directo y brutal y vendían
m ercancías. L a penetración del capitalism o en esos
países durante la prim era m itad del siglo x ix se m a
nifestó esencialm ente com o invasión de m ercancías
a b a jo precio. P ero la transform ación del capitalis
mo de com petencia en capitalism o m onopolista m o
dificó la naturaleza de las relaciones económicas en
tre colonias y países capitalistas. E l funcionam ien
98
to de los monopolios supone un cierto tipo de m er
cado, en el que tanto las ventas com o el abasteci
m iento en m aterias primas deben ser relativam ente
estables. A partir de ese momento, las colonias van
a ser sometidas a esa «racionalización» de los mer
cados que intentan establecer los m onopolios, tanto
de los m ercados de ventas com o de las fuentes de
m aterias primas. P ero se convierten sobre todo en
cam po de inversión para el excedente de capital en
las m etrópolis; ese excedente empieza a ser expor
tado h acia las colonias y los países atrasados, en
general, donde una cuota de ganancia elevada, en
función del precio ínfimo de la m ano de obra, le
perm ite una explotación mucho más rentable.
Y es así cóm o. antes de que estalle la guerra
en 1 9 1 4 , el mundo entero se encuentra dividido en
tre seis o siete grandes naciones imperialistas. L a
tendencia de los monopolios a increm entar su po
derío y sus ganancias tiene que m anifestarse forzo
sam ente ahora com o impugnación de ese reparto
del planeta, com o lucha por un nuevo reparto más
ventajoso. E se es el significado de la primera guerra
mundial.
L a guerra term inó y los vencedores despojaron
a los vencidos: éstos tuvieron que confinarse en
los límites de sus fronteras nacionales. Pero la eu
foria de los im perialistas vencedores fue pasajera.
L a incesante exportación de capital h acia los paí
ses atrasados y la interrupción de las exportaciones
europeas debida a la guerra habían conducido a la
industrialización de una serie de países de ultra
mar. Los Estados Unidos aparecían por vez prime
ra en el m ercado mundial como país exportador de
productos industriales. L a revolución de 1 9 1 7 había
separado a R usia del mercado mundial. L a expan
sión de la producción en los países capitalistas iba
a ch o car con los límites de un m ercado cada vez
más reducido. B u ena prueba de elio es que, a par
tir de 1913, aunque aumente continuam ente la pro
99
ducción de productos m anufacturados, las exporta
ciones e im portaciones de esos productos perm ane
cen estacionarias o hasta dism inuyen. U na nueva
crisis de superproducción era inevitable.
E stalló en 1 9 2 9 , co n una violencia sin prece
dentes en la larga historia de las crisis capitalistas,
y podem os definirla com o la últim a de las crisis
cíclica s clásicas y a la vez el in icio de la fase de
crisis perm anente del régim en capitalista, no
do éste conseguido recobrar su equilibrio desde en
tonces, ni siquiera de m odo p arcial y pasajero.
P ero la crisis de 1 9 2 9 supuso al mismo tiem po
una aceleración de la evolución del im perialismo.
C ada crisis anterior, al llevar a la quiebra a las em
presas menos resistentes, h abía acelerado el m ovi
m iento de concentración del capital^ hasta llegar a la
m onopolización com pleta de cad a ram a im portante
de la producción y a la supresión de la com petencia
en el interior de esas ram as. D espués de 1 9 2 9 , se
asiste al mismo proceso, pero esta vez a escala in
ternacional. Los países capitalistas europeos más de
sarrollados y que disponían de territorios coloniales
más extensos m ostraron de m odo definitivo que eran
incapaces de afrontar la com petencia en el m erca
do internacional. C om enzaba así un nuevo período
del proceso de con cen tración m undial de las fuer
zas productivas. H asta aquel m om ento, el mundo
había estado dividido entre varios países o grupos
de países im perialistas rivales, cuya vida era una
sucesión de fases pasajeras de equilibrio y de dese
quilibrio económ ico, político y m ilitar. A lo que se
iba ahora era a la dom inación universal de un solo
país im perialista, el que resultara ser m ás fuerte
económ ica y políticam ente.
P e ro aunque afectara en p rim er lugar las rela
ciones internacionales, esa evolución iba a tener una
profunda influencia en la econom ía de cada país c a
pitalista. L o s países europeos, q u e eran ya incapa
ces de luchar en el m ercado m undial, sólo podían
100
reaccionar ante la crisis replegándose sobre sí
m os, y o ñ e n ^ d o s e hacia la autarquía económ ica.
E sa política autárquica no era p or o tra parte más
que una m anifestación del alto grado de con cen tta-
ción m onopolística que h a b ^ alcanzado esos paí
ses, y del co n tro l to ta l de la econ om ía nacional por
los m onopolios, e ib a a determinar a l mism o tiem po
la entrada en una nueva fase de co n cen tració n : la
concentración e n torno al Estad o.
E n efecto, esa política tendía a patentizar y refor
zar la lenta y gradual convergencia del capital y
del E stad o que se h abía m anifestado desde e l inicio
de la era industrial, y sobre todo' con la llegada del
reino de los m onopolios. Al convertirse la econo
m ía im perialista «nacional» en u n a totalidad que
debía bastarse a sí misma, el E stad o cap italista aña
día a su función de instrumento de coerción política
otra que iba a co b ra r una im portancia cad a vez m a
yor: se transform aba en órgano cen tral de coordi
nación y de dirección de la econom ía. L a s im por
taciones y las exportaciones, la producción y el con
sumo, iban a ser regulados p or una instancia cen
tral que rep resentara el interés general de las ca
pas m onopolísticas. O sea que la evolución e co
nóm ica de 1 9 3 0 a 1939 está caracterizada por la
im portancia cad a vez mayor del papel económ ico del
E stad o, com o ó rg an o de coordinación y de direc
ción de la econom ía nacional y por los com ienzos de
la fusión orgán ica entre el capital m onopolista y el
Estad o. Y no es casualidad si en E u rop a las m ani
festaciones m ás claras de esa tendencia aparecieron
en países que, al no disponer de colonias, se en
contraban en situación de inferioridad fren te a otros
im perialism os, o sea en la A lem ania nazi y el de la
Italia fascista. S in embargo, la política de Roosevelt
en los Estad os U nidos correspondía a la m ism a ten
dencia, en el m a rco de un capitalism o m ucho más
sólido.
P ero esa breve fase de repliegue sobre las eco -
101
nomías nacionales no fue en realidad más qu e ^una
transición, por definición no podía ser duradera. Y a
que no significaba en m odo alguno que la interde
pendencia de las producciones de las econom ías na
cionales hubiera dism inuido: al con trario, era sólo
la expresión de u n a reacción i ^ e d i a t a de los mo
nopolios y de los Estad os capitalistas ante los re
sultados, catastróficos para los más débiles, que pro
vocaba esa interdependencia. T an to esa misma reac
ción com o el supuesto rem edio que buscaba en la
autarquía, eran perfectam ente utópicos.
L a segunda guerra m undial lo probó con cre>o
ces. D irectam ente provocada por la asfixia de las
producciones alem ana, italiana y jap o n esa en los lí
mites dem asiado estrictos de sus respectivos mer
cados, esa guerra no fue más que la primera ma
nifestación directa de la tendencia hacia con
centración total de la producción a escala interna
cional, hacia la unificación del cap ital mundial en
torno a un solo p olo dominante. E l capital alemán
intentó desempeñar ese papel unificador, subordi
nándose y agrupando en to m o a sí al capital euro
peo. Y a no se trataba, com o durante la primera gue
rra mundial, de un nuevo «reparto> del mundo. Los
objetivos de la guerra eran, en am bos casos, m ucho
más am biciosos: de lo que se trataba era de la asi
m ilación, en provecho del im perialism o vencedor, no
sólo de países atrasados, de m ercados, etc., sino del
capital m ism o de lo s demás países impe^rialistas, en
un intento de organizar el conjunto de la econom ía
y de la vida mundial en función de los intereses de un
grupo dom inante. L a derrota de la coalíción del
E je dejó las m anos libres a los «A liados>, en su pro
pia lucha por la dom inación mundial.
Y a que si la primera guerra mundial dio sólo
una solución pasajera a los problem as que la ha
bían provocado, e l fin de la segunda guerra mun
dial no ha hecho más que plantear de nuevo, y de
m odo m ucho funs profundo, grave y perentorio, los
102
problem as que a ella condujeron. E n prim er lugar,
el inevitable fra c a so de todos los im perialism os de
segunda fila y de las estructuras «au tárqu icas» en
E u ro p a es hoy algo aún m ás evidente e irrem ed ia
ble que antaño. L o s im perialism os europeos han
probado de m odo definitivo que eran incapaces tan
to de representar una com petencia seria p ara la
prod u cción am ericana en el m ercado m undial com o
de bastarse a sí m ism os. E l im perialism o am ericano
ya ni siquiera n ecesita intentar som eterles: han pro
puesto su sum isión ellos mism os. H an reco n o cid o
que ya n o pueden vivir más que a la som bra de los
E stad o s U nidos, y aceptando su autoridad. P e ro el
resultado más im p ortan te de la guerra ha sido la
m anifestación b ru tal de la últim a gran oposición
entre E stad os explotadores, la últim a gran división
del sistem a m undial de exp lotación : el antagonis.:.
m o y la lucha entre los Estados U n id o s y R u sia por
la dom inación m undial.
E s e antagonism o, que dom ina el p eríod o co n
tem p oráneo, tiene un carácter fundam entalm ente
nuevo, no sólo p o rq u e es la últim a form a de •an ta
gonism o entre E sta d o s en lucha en la sociedad m o
derna, sino tam bién porque los dos sistem as que
se oponen tienen una estructura d iferente, ya que es
d iferen te la fa se del proceso de co n cen tració n de
las fuerzas productivas que rep resenta cad a uno.
E n el p eríod o actu al, esa co n cen tració n supera
la fase m onop olística y cam bia de fo rm a: en cada
país, el E sta d o se convierte en el e je de ía vida e co
n óm ica, ya sea p orqu e el conjunto de la producción
y de la vida so cial están d irectam ente som etidos a
la autoridad del E sta d o (com o en R u sia y en los
países satélites), ya sea porque los grupos capitalis
tas dirigentes tienen forzosam ente que utilizarlo co
m o el m ejo r instrum ento de co n tro l y de d irección
de la econom ía n acio n al (en el resto del m undo).
A d em ás, en el plano internacional, no sólo los paí
ses 'que siem pre estuvieron subordinados a la s cg ran -
103
des potencias», sino esas mismas ex-«potencias>, no
pueden ya, ni económ ica, ni m ilitar, ni políticam en
te, m antener su independencia, y caen b a jo la d o m i
nación, abierta o disimulada, de los dos únicos E sta
dos suficientem ente poderosos com o p ara poder con
servar su autonom ía, o sea de R usi a o de los E sta
dos U nidos, super-Estados de la era contem porá
nea, m olochs devoradores a los que hay que servir
ciegam ente, o ser destruido. T an to E u ro p a com o el
resto del mundo se encuentran pues divididos en dos
zonas opuestas, una de dom inación ru sa y o tra de
dom inación am ericana.
P ero esa sim etría fundam ental no debe hacer
nos olvidar que h ay diferencias esenciales que se
paran a las dos zonas. L o s E stad os U nidos han lle
gado a la etapa actu al de concentración de su
nomía y de dom inación transcontinental m ediante un
desarrollo orgánico de su capitalism o. L a m onopo
lización h a llevado a la econom ía am ericana a su
fase actual, en la que una decena de asociaciones
gigantescas, increíblem ente poderosas, poseen todo
lo que pueda tener una im portancia real en la p ro
ducción y la controlan totalm ente, desde los m ás
ínfim os m ecanism os hasta ese instrum ento central
de co erción y de dom inación que es el E stad o fe
deral am ericano. P ero el gran cap ital no se h a iden
tificado todavía totalm ente con el E stad o ; form al
m ente, posesión y gestión de la econom ía y pose
sión y gestión del E stad o siguen siendo dos cosas
distintas, y sólo la fusión del personal dirigente per
mite una coordinación total. A dem ás, la planifica
ción de la econom ía sigue lim itándose a cada ram a
de la producción: la econom ía sólo fu e som etida a
una coordinación de conjunto durante la segunda
guerra m undial, y desde entonces ese tipo de coor:-
dinación h a perdido terren o de nuevo.
E n la zona rusa, por el co n trario — y sobre to
do en R u sia misma— la concentración de las fuer
zas productivas es total. L a econom ía en su totali
104
dad p erten ece a l E stad o -p atro n o , y e s E rig id a por
él. D e la ex p lo tació n del proletariad o se b en eficia
una inm ensa y m on stru osa b u ro cra cia (b u ró cratas
p o lítico s y eco n ó m ico s, técnicos e in telectu ales, di
rigentes del p artid o «com unista» y de los sindicatos,
m ilitares y altos ca rg o s de la p o licía). L a « p la ^ fi-
cació n » de la e co n o m ía en función de los intereses
de la bu ro cracia es absolutam ente general.
P o r lo que re sp e cta al grado de sum isión de los
E stad o s de segunda fila, puede d ecirse que la identi
fica ció n de los regím enes económ icos y sociales de
los E stad o s satélites co n el de R u sia h a sido total,
y que su p ro d u cció n está d irectam en te adap tad a a
los intereses e co n ó m ico s y m ilitares de la b u ro cra
cia rusa. C om p arad o con el «plan M o lo to f >, el plan
M arsh all en la zona am ericana n o es m ás que el
in icio de un p ro ceso de avasallam iento q u e tendrá
que pasar tod avía p o r una serie de etapas, y que
só lo podrá realizarse totalm ente con la tercera gue
rra m undial.
D esde el p unto de vista de la situ ació n del pro
letariad o , p or ú ltim o , si bien puede d ecirse que se
m anifiesta en los dos sistemas una m ism a tendencia
fundam ental del cap italism o m oderno h acia la exp ío -
tació n cad a vez m ás total de la fu erza de tra b a jo ,
d ifieren en cu a n to al grado de realizació n de ese
tend en cia. E n la zo n a rusa, n o h ay o bstácu lo s, ni
ju ríd ico s ni eco n ó m ico s, que puedan p on er trab as a
la voluntad de la bu rocracia de e x p lo ta r al m^áximo
al proletariad o, d e aum entar lo n iás posible la pro
ducción p ara sa tisfa cer su consum o p arásito y au
m entar su p o ten cial m ilitar. E n esas co n d icion es, el
proletariad o e stá com pletam ente red u cid o al estad o
de sim ple m ateria b ru ta de la p rod u cción . S u s co n
diciones de vida, el ritm o de la p ro d u cció n , la dura
ción de la jo rn a d a de trab ajo , son im puestos p o r la
b u ro cra cia sin discusión alguna. E n la zona am eri
can a, ese p ro ceso sólo ha alcanzado un punto aná
logo en los p aíses coloniales y atrasad o s; en E u ro -
105
pa y en Estados U nidos, sólo está en sus com ien
zos.
P ero por im portantes que sean, esas diferencias
no deben hacernos olvidar que su desarrollo condu
ce a los dos sistemas a identificarse. E s evidente
que la prim era consecuencia de la dinámica. de la
evolución es que los rasgos de concentración en el
seno d el sistema im perialista am ericano son cada
vez m ás acusados. E l con trol, tan to económ ico co
m o político, de los otros países por el capital esta
dounidense, y el papel cada vez más im portante que
desem peña el E stad o am ericano en ese control; la su
m isión del capital alem án y japonés a lo s monopolios
yanquis, resultado de la segunda guerra mundial
que parece ser ya definitivo; la aceleración de la
con^oentración vertical y horizontal im puesta por la
necesidad de un con trol y de una regulación cada
vez m ás com pletos de las fuentes de materias pri
mas y de los m ercados, tanto internos com o exter
nos; el fortalecim iento del aparato m ilitar, la pro
xim idad de la guerra to tal y la transform ación gra
dual de la econom ía en econom ía de guerra perma
nente; la necesidad de una exp lotación total de la
clase o brera, im puesta por la dism inución de las
ganancias y por la necesidad de efectuar inversiones
cada vez más importunantes — todos esos factores lle
van a los Estados Unidos hacia el m onopolio uni
versal y h acia la identificación de éste con el E sta
do, y lo s conducen al mism o tiem po hacia un régi
m en. político totalitario. U n a nueva crisis de super
producción, pero sobre todo la guerra, implicarán
una aceleración extraordinaria de ese proceso.
A sí pues, el p ro ceso de concentración de las fuer
zas productivas sólo tiene un lím ite: la unificación
del capital y de la clase dom inante a escala mun..
dial, o sea la unificación de los dos sistemas que se
oponen hoy en día. Y sólo la guerra, que es ya
inevitable, puede p e r m d i esa unificación. L a guerra
es inevitable porque la econom ía m undial no puede
106
seguir eternam ente dividida en dos zonas h e r n é tir a -
m ente separadas, y porque tanto la burocracia rusa
com o e l im perialism o ^ a r t c a n o intentarán tarde o
tem prano resolver sus contradicciones internas me
diante la expansión.
L a tendencia inexorable de ^ b o s sistemas a in
crem entar sus ganancias y su poderío los lleva a bus
car terrenos m ás extensos para sus rapiñas. C om o se
encuentran an te un adversario que tiene exactam en
te las mismas intenciones, el increm ento de esas ga
nancias y hasta su simple conservación dependen de
que sean capaces de seguir desarrollando las fuerzas
productivas. P e ro ese desarroHo es cad a vez más di
fícil dentro de los lím ites estrictos qu e im pone la di
visión del m undo en dos zonas. L a concentración
del capital y e l desarrollo técnico exigen inversiones
cada vez m ás im portantes, y p ara efectuarlas sólo
hay un m edio: exp lotar aún m ás al proletariado;
pero e sa explotación creciente ch o ca rápidam ente
con un obstácu lo insuperable ^--el descenso de la
productividad del- tra b a jo superexplotado— . D e ahí
que p ara los explotadores, burócratas o burgueses,
sólo quede una solución: la expansión, y la anexión
del capapital, del proletariado y de las fuentes de m a
terias prim as del adversario. L o que observam os
aquí es la m anifestación más acabada de la tenden
cia del capital concontrado a conseguir ganancias
no ya únicam ente en función de su propia magnitud,
sino en función de su superioridad en una relación
de fuerzas — y se trata, t i e n d o en cu en ta el grado
actual de con cen tració n , de una tendencia a apo
derarse no ya de una parte m ás considerable de. fas
ganancias, sino de todas las g a n a n c ia — . P ero e l úni
co modo de apoderarse de todas las ganancias es
apoderarse de todas las condiciones y fuentes de
ganancia, o sea en fin de .cuentas de la econom ía
mundial en su co n ju n to. L a guerra p o r la dom ina
ción mundial se convierte así en _la fo rm a superior
y fin al de la com petencia entre las p r rá u r a o n e s con
107
centradas. Cuando se llega al estadio de la concen
tración total, la com petencia se convierte fatal y
directam ente en lu ch a m ilitar, y la guerra total sus
tituye a la com petición económ ica en tanto que m a
nifestación, tanto de la oposición de los intereses
de las capas dominantes com o de la tendencia hacia
una concentración universal de las fuerzas produc
tivas impuesta por el desarrollo económ ico.
Pero puede tam bién decirse que, al imponer el
antagonism o irreductible de la burocracia rusa y del
im perialism o am ericano la guerra com o única pers
pectiva, esa guerra se convierte a p artir de ese m o
m ento en medio vital de la sociedad mundial, y su
aparición en el horizonte determ ina ya las m anifes
taciones de la vida social en todos los terrenos, ya
se trate de econom ía o de política, de técnica o de
religión. E s a determ inación de todas las actividades
esenciales por la guerra futura agrava a un punto
increíble las contradicciones ya existentes, y contri
buye a su vez a confirm ar y radicalizar el proceso
que conduce a un conflicto abierto.
N o sólo es la guerra inevitable: lo es tam bién,
de n o intervenir el proletariado revolucionario para
suprimir esa oposición y sus bases, la fusión de los
dos sistemas y la unificación del sistem a mundial de
explotación a expensas de. los intereses de los traba
jadores. D e no estallar la revolución, la guerra aca
bará co n la elim inación de uno de los antagonistas,
y significará la dom inación m undial del vencedor,
el con trol absoluto de todo el cap ital y de todo el
proletariado del planeta, y el rea^ ^ p am ien to en
torno al vencedor d e la mayor p arte de las capas
eAplotadoras de los diferentes países, cuando hayan
sido exterm inadas las cúspides dirigentes del grupo
de los vencidos. N o cab e la m enor duda de que una
victoria rusa significaría un con trol total del apa
rato productivo am ericano y m undial por la buro
cracia rusa, a través de la «nacionalización» com
pleta del gran capital am ericano, la exterminación
108
de los capitalistas yanquis y de sus principales agen
tes políticos, sindicales y m ilitares, y de la integra
ció n en el nuevo sistem a de la casi totalidad de los
técnicos y de gran parte de la b u ro cracia estatal,
eco n ó m ica y o b rera am ericana. E s tam bién eviden
te que una v icto ria am ericana significaría la exter
m inación de la cúspide del aparato bu rocrático ru
so, la subord inación directa del aparato de produc
ción y del proletariado ruso al capital am ericano
— conservando, por ser la más concentrad a y más
cóm od a p ara la explotación, la form a de la pro
piedad nacionalizada— , y la integración en el sis
tem a am ericano de la mayoría de los bu rócratas eco
nóm icos, adm inistrativos y sindicales, así como de
los técnicos rusos. E s a asim ilación com pleta de! ca
pital y del proletariado ruso por el capitalism o yan
qui sólo sería posible, por cierto, m ediante m odifi
caciones internas de la estructura econ óm ica de los
Estad os U nidos que la harán entrar definitivam ente
en el camino que lleva a la estatificación total.
L a guerra representará por lo tanto, de todas
form as y sea quien sea el vencedor, un cam bio de
cisivo en la evolución de la sociedad m oderna. A cele
rará la evolución de esa sociedad h acia 1a barbarie,
a m enos que le ponga térm ino la intervención de
las m asas explotadas, de las víctim as de la hecatom
be — a m enos que la revolución p roletaria mundial
invada la escen a histórica para exterm inar a los ex
plotadores y a sus agentes y reconstruir la vida so
cial de la hum anidad, utilizando, para liberar al hom
bre y perm itirle fo rjar él mismo su propio destino,
las riquezas y las fuerzas productivas que la socie
dad actual, después de haberlas desarrollado hasta
un punto in co n cebible antaño, sólo es cap az de uti
lizar hoy co m o instrumentos de exp lotación , de o p re
sión, de destrucción y de m iseria. E l destino de la
hum anidad y de la civilización dependen d irecta
m ente de la revolución.
109
2. B u rocracia y p roletariad o
110
de las contradicciones del sistema moderno de ex
plotación, y la razón histórica de su fracaso, de su
incapacidad para estabilizarse.
Pero — y. esto es aún más importante— el siste
ma capitalista choca también con el proletariado co
mo clase consciente de sus intereses. El obrero des
cubre rápidamente que en la economía capitalista
debe producir cada vez más y costar cada vez me
nos; y cuando comprende también que su vida no
puede tener como único objetivo el ser fuente de
ganancia para el capitalista, de la condición de ex
plotado pasa a la de individuo consciente de su explo
tación, y reacciona contra ella. Como el régimen
capitalista produce y reproduce a escala cada vez
mayor la explotación, la lucha de los obreros tiende
constantemente a convertirse en lucha por la aboli
ción completa de la explotación y de sus condicio
nes: la monopolización de los medios de produc
ción, del poder estatal y de la cultura por una clase
de explotadores.
Esa lucha por la abolición de la explotación no
es algo específico de la clase obrera; ha existido
desde que existen clases explotadas. Lo que caracte
riza a la lucha de la clase obrera contra la explota
ción es que se desenvuelve en un marco que permi
te la realización de su objetivo, porque el desarrollo
extremo de la riqueza social y de las fuerzas produc
tivas, resultado de la civilización industrial, permite
ahora de modo positivo la construcción de una so
ciedad de la que están ausentes los antagonismos
económicos; un marco, además, donde la clase obre -
ra se encuentra en condiciones que le permiten em
prender esa lucha, y triunfar en ella. Con el prole
tariado aparece por vez primera en la historia una
clase explotada que dispone de una inmensa fuerza
social, y que puede adquirir conciencia de su situa
ción y de sus intereses históricos.
Al vivir y producir colectivamente, los obreros
no tardan en pasar de la reacción individual a la
l 11
reacción y a la acción colectivas con tra la explota
ción ; concentrados por el desarrollo del m aqum is
m o y de la centralización de las fuerzas productivas
en fábricas, en ciudades y en aglom eraciones indus
triales cada vez m ás im portantes, viviendo y produ
ciendo unos junto a otros, llegan muy pronto a la
con ciencia de la unidad de su clase, opuesta a la
unidad de la clase de los explotadores; al com pren
der su propio papel — de verdaderos productores— ,
y el otro — de parásito— de los patronos, acaban
por darse como objetivo no sólo 1a lim itación de la
explotación, sino su supresión total y la reconstruc
ción de la sociedad sobre bases com unistas, una so
ciedad dirigida por los productores mismos donde
todas las ganancias provendrán del trabajo produc
tivo.
D esde los prim eros m om entos de su historia, la
clase obrera va a lanzarse en intentos grandiosos pa
ra destruir la sociedad de explotación y constru i j
una sociedad proletaria, intentos cuyo ejemplo más
acabado fue, en el siglo x i x , la Com una de París.
E sos intentos fracasaron. Porque las condiciones de
la época no estaban lo bastante maduras, porque el
desarrollo de la econom ía no era suficiente, porque
el propio proletariado era aún num éricam ente débil y
sólo tenía una co n cien cia im precisa de los medios
que debía emplear para alcanzar sus objetivos.
P ero aunque fracasaran esas primeras ten tati
vas, la clase obrera consiguió organizarse para al
canzar sus objetivos en organizaciones enómicas (los
sindicatos) y políticas Qos partidos de la segunda
internacional), que tendían, al m enos al principio,
a un m ism o fin: la supresión de la sociedad de c la
ses y la construcción de una sociedad proletaria.
E n el período de su verdadero apogeo — hasta
1914-— esos sindicatos y esos partidos realizaron
un enorm e trabajo positivo. Proporcionaron el m ar
co que permitió a m illones de obreros, conscientes
ya de su clase y de sus intereses históricos, organi
112
zarse y luchar. E s a s luchas han traíd o consigo una
m ejo ra co n sid erable de las condiciones de vida y
de trab ajo del p roletariad o, la educación social y po
lítica de am plias cap as obreras, y una con cien cia
de la fuerza decisiva que representa el proletariad o
en las sociedades m odernas.
P ero, al m ism o tiem po, lo s sindicatos y los par
tidos de la 11 In tern acio n al, arrastrados por el éx i
to de las reform as que las luchas obreras conse
guían arran car a la burguesía durante ese período
de expansión ju ven il del im perialism o, acabaron por
acep tar p oco a p oco una ideología cad a vez más
abiertam ente reform ista. Sus dirigentes querían h a
ce r cre e r a la cla se o brera que era posible, sin re
volución violenta y sin dem asiados trastorn os, m e
diante una serie indefinidam ente prolongada de re
fo rm as, conseguir la supresión de la exp lo tació n y la
tran sfo rm ación de la sociedad. L o que no querían
ver, es que el cap italism o se acercab a cada vez más
a su crisis orgán ica, crisis que n o só lo le im pedi
ría toda co n cesió n nueva, sino qu e le obligaría a
in ten tar retirar la s que se le h ab ía arran cad o. L a
idea de la revolu ción proletaria co m o m edio indis
pensable para a ca b a r co n la exp lo tació n capitalista
p arecía una u to p ía inconsciente, o una visión de
m ísticos sanguinarios.
E s a d egeneración de la I I In tern acio n al no fue
un p u ro azar. A p rovechando la superexplotación de
las colon ias, no só lo pudo el im perialism o otorgar re
form as que d aban una apariencia de ju stificació n
objetiva a la m istü icació n reform ista, sjn o que pudo
adem ás corrom p er así a una verdadera «aristo cra
cia o b rera » , paulatinam ente aburguesada. P e ro lo
esencial es q u e ap areció por vez prim era una b u ro
cracia obrera que se separaba de la clase explotada
e in ten taba sa tisfa cer sus propias aspiraciones. A l
form ar la clase o brera inm ensas organizaciones de
m illones de m iem bros, alim entadas por cotizacio
nes que m antenían a aparatos extensos y poderosos,
113
aparatos que necesitaban a responsables permanentes
para ser dirigidos, y de donde salían periódicos,
diputados, comités — toda esa evolución condujo
a la aparición de una capa importante de burócra
tas y sindicales que provenía de la aristocracia obre
ra y de la intelligentsia pequeñoburguesa, y que pron
to empezó a comprender que sus intereses se iden
tificaban, no con la lucha por la revolución prole
taria, sino con la función de pastores de manadas
de obreros en las praderas de la «democracia» ca
pitalista. E l aparato creado por la clase obrera para
emanciparse, en el que había delegado las funcio
nes dirigentes, la responsabilidad y la iniciativa en
la defensa de sus intereses, se había transformado
en instrumento de los patronos en la clase obrera,
y se dedicaba esencialmente a engañarla y adorme
cerla.
E l despertar fue duro. Cuando la evolución fa
tal del capitalismo desembocó en la carnicería uni
versal de 1914, los obreros no encontraron en sus
«dirigentes» más que diputados de la burguesía y
ministros de gabinetes de «Unión sagrada», que les
enseñaron que había que dejarse degollar por la de
fensa y la gloria de la patria capitalista. La reacción
obrera fue lente, pero tanto más radical. En 1917,
los obreros y campesinos de Rusia, seis meses des
pués de haber derribado al ré^men zarista, barrie
ron al régimen socialpatriota de Kerenski e instau
raron, encabezados por el partido bolchevique, una
democracia soviética, la primera república de los
explotados en la historia de la humanidad. En 1918,
los obreros, soldados y marinos de Alemania derri
baron al Káiser e hicieron surgir miles de soviets en
el país. Pocos meses más tarde nació en Hungr ía
una república soviética. En Finlandia, el proletaria
do se lanzó a la lucha contra los júnkers y los ca
pitalistas. En 1920, el proletariado italiano empezó
a ocupar las fábricas. En Moscú, en Viena, en Mu
nich, en Berlín, en Budapest, en los «bata
114
llones proletarios» iban al com bate, decididos a
conseguir la victoria. L a revolución europea parecía
estar a punto de triunfar. E n los dem ás países, la
em oción fue inm ensa, y la solidaridad m ilitante de
los obreros fran ceses e ingleses fue el principal fac
to r que impidió a Clam enceau y a C hurchill aplas
tar con una intervención armada la R ep ú b lica Sovié
tica rusa. L a vanguardia se separaba en m asa de
los partidos reform istas, y en 1 9 1 9 se proclam ó en
M o scú la fundación de la I I I In tern acion al, la In
ternacional com unista, que hizo un llam am iento a
la constitución de nuevos partidos revolucionarios,
que rom pieran resueltam ente con el oportunism o y
el reform ism o de la socialdem ocracia, y que fueran
capaces de conducir al proletariado a la revolución
victoriosa.
P ero la h ora de la liberación d e la humanidad
todavía no h abía sonado, y el régim en capitalista y
su E stad o fueron lo bastante sólidos com o para re
sistir al asalto de las masas. L o s partidos de la
I I In ternacional, en particular, pudieron desempeñar
con éxito su papel de guardianes del orden capita
lista. L a influencia del reform ism o en la clase obre
ra, el peso de las capas intermedias y el papel am or
tiguador de la aristo cracia obrera fueron más im por
tantes de lo que hubiera podido creerse. D errotada
en Europa, la revolución sólo pudo m antenerse en
R u sia, país inm enso pero muy atrasado, donde el
proletariado sólo constituía una pequeña m inoría de
la población.
A pesar de la im portancia p ráctica que le con
cedieron, los revolucionarios de la época considera
ron que esa derrota de la revolución europea entre
1 9 1 8 y 1 9 2 3 e sta b a en el fondo desprovista de sig
nificado h istó rico : pensaban que se debía esencial
m ente a la ausencia de «direcciones revolucionarias»
adecuadas en los países europeos, ausencia que iba
a ser ahora suplida con la construcción de los par
tidos revolucionarios de la I I I In tern acio n al. E stos
115
partidos, apoyados p o r el poder revolucionario que
se había mantenido en R usia, iban a poder ganar
la próxim a baza.
Pero el desarrollo histórico real fue totalmente
diferente. E n el país de la revolución victoriosa, el
poder bolchevique degeneró rápidam ente. Podemos
caracterizar som eram ente esa degeneración diciendo
que trajo consigo la apropiación duradera del poder
político y económ ico por una burocracia todopode -
rosa, form ada por los cuadros del partido bolchevi
que, los dirigentes del Estado y de la economía, y
elem entos técnicos, intelectuales y m ilitare?.2 A me
116
dida que esa bu rocracia instalaba su propio poder,
transform aba los gérmenes socialistas engendrados
por la revolución de octubre de 1 9 1 7 en instrum en
tos del sistema de explotación y de opresión de las
masas más perfeccionado que se haya conocido. Se
ha üegado así a un régimen que se llam a cínicam en
te «socialista» donde coexiste la m iseria atroz de
los trabajadores con la insolencia de los privilegios
del 1 O al 15 % de la población que form a la bu ro
cracia explotadora, donde se encierra a millones de
individuos en cam pos de concentración y de trabajo
forzado, donde la policía de E stad o — de la que la
Gestapo fue una pálida imitación— ejerce un terror
ilimitado, donde las e elecciones» y otras m anifes
taciones «dem ocráticas» serían sólo farsas siniestras
si no fueran expresiones trágicas del terror, del em
brutecim iento y de la degradación del hom bre b ajo
la dictadura más aplastante del mundo actual. Se
ha visto al m ism o tiem po a los partidos «comunis
tas» en el resto del mundo, a través de una serie de
zig-zags aparentes de su política, transform arse en
instrumentos dóciles de la política extran jera de la
burocracia rusa, intentando — por todos los me
dios y a expensas de los intereses de los trabajadores
que los siguen— ayudarla en su lucha contra sus
adversarios im perialistas y, cuando se presenta la
ocasión, apoderarse del poder en su propio país
para instaurar un régimen análogo al régimen ruso
117
en provecho de su propia bu ro cracia, com o h a ocu
rrido en Europ a cen tral y en los B alkan es, y actual
m ente en ^China.
¿C ó m o ha sido eso posible? ¿C ó m o se ha trans
form ado el poder nacido de la prim era revolución
proletaria victoriosa en el más eficaz de los instru
m entos de explotación y de opresión -de las m asas?
¿ Y có m o han podido los partidos de la I I I In ter
nacional, fundados para abolir la explotación y es
tab lecer el poder m undial de los obreros y de los
cam pesinos, convertirse en ins^trumentos de una nue
va form ación social cuyos intereses son tan radi
calm ente hostiles a los del proletariad o como pueden
serlo los de la burguesía tradicional?
L a revolución de O ctubre ha sucumbido a la
contrarrevolución bu ro crática b a jo la presión com
binada de factores internos y externos, de con d icio
nes objetivas y subjetivas, que pueden resumirse en
una idea fundam ental: entre la segunda y la tercera
década de este siglo, ni la econom ía ni la clase o b re
ra habían alcanzado las condiciones d e madurez su
ficientes para que pudiera abolirse la exp lotación ;
la revolución, aunque fuera victoriosa, aislada en
un solo país tenía necesariam ente que ser derrota
da; y si no era desde fuera, por la intervención ar
m ada d e los otros países capitalistas o por la gue
rra civil, iba a serlo desde dentro, por la transfor
m ación del carácter m ism o del poder nacido de
ella.
Só lo si es m undial puede la revolución proleta
ria conducir a la instauración del socialism o. L o cual
no quiere decir que debe estallar sim ultáneam ente en
todos los países del m undo, sino sencillam ente que,
com enzando en uno o varios países, debe extender
se constantem ente h asta conseguir destruir al capi*
talism o sobre todo el planeta. E sa idea, que han com
partido M a rx y L en in , T ro tsk i y R o s a Luxem burgo,
no es ni la obra de teóricos alucinados, ni una sis
tem atización de m aniáticos. E l poder o brero y el
118
poder capitalista son incom patibles, tanto en el in
terior de un país com o en el plano in tern acional; si
el prim ero no vence al segundo a escala internacio
nal, se producirá lo contrario — ya sea con la derro
ta m anifiesta de ese poder y su sustitución por un
gobierno capitalista, ya sea por descom posición in
tern a y evolución h acia un régim en de clase que
vuelve a presentar los rasgos fundam entales de la
explotación capitalista. E se p roceso de descom po
sición fatal de una revolución aislada está determ i
nado ante todo por factores económ icos.
E l socialism o n o es un régimen ideal imaginado
por soñadores benévolos o reform adores quim éricos,
es una perspectiva histórica positiva cuya posibilidad
de realización se encuentra en el desarrollo de la ri
queza social en la sociedad capitalista. E s porque la
sociedad h a alcanzado ese grado de desarrollo de las
fuerzas productivas por lo que es posible atenuar
profundam ente prim ero, y suprimir rápidam ente des
pués la lucha de todos contra todos por la satis
facció n de las necesidades m ateriales; es porque exis
ten esas posibilidades objetivas por lo que el so cia
lism o no es absurdo. Pero esas posibilidades sólo
existen desde el punto de vista de la econom ía mun
dial en su con ju nto. U n solo país, por rico que sea,
no podría proporcionar nunca esa abundancia a sus
habitantes, aunque se aboliera localm ente el poder
capitalista. L a victoria de la revolución en un país
no suprime sus relaciones con la econom ía mundial
y su situación de dependencia fren te a ésta. N o só1 o
ese país se verá obligado a m antener y a reforzar su
defensa m ilitar — una de las fuentes m ás im portan
tes de derroche improductivo en el m undo actual—
sino que se en co n trará además, desde el punto de
vista económ ico, ante un callejó n sin salida que
puede definirse a s í: o m antiene y profundiza la es-
pecialización de su producción p ara progresar eco
nóm icam ente, lo que significa seguir siendo tributa
rio de la econom ía capitalista m undial b ajo todos
119
sus aspectos y som eterse indirecta pero n o m enos
efectivam ente a sus leyes y a su anarquía; o se
orienta h acia la autarquía, produciendo h asta pro
ductos que le resultaría m ucho m enos costoso obte
ner m ^ ^ rn te relaciones com erciales, co n la consi
guiente regresión económ ica. E n los dos casos, esa
revolución aislada n o conducirá n i a la abundancia
n i a una desaparición de los antagonism os econ ó
m icos entre inindividuos y entre cap as sociales, sino
a un retroceso, a la pobreza social y a una agudiza
ció n de la lucha d e todos con tra todos por la satis
facción de sus necesidades. E s lo que ha ocurrido
en R u sia.
E s a lucha de todos contra todos por la satisfac
ción de sus necesidades en Un. régim en de pobre
za y de escasez tien e com o resultado fatal que los
que se encuentran, aunque sea tem poralm ente, en
puestos dirigentes superiores o subalternos, utiliza
rán tard e o tem prano sus prerrogativas para satis
facer sus propias necesidades, antes y co n tra las de
los dem ás. E s a evolución es independiente de la c a
lidad o de la «honradez» de ese personal dirigente;
buenos o m alos, Ennos de escrúpulos o deshonestos,
obrarán en definitiva del m ism o m od o, sometidos a
la determ inación económ ica. P a ra resolver sus p ro
pios problem as, asegurarán el ca rá cte r perm anente
de su p od er, transform arán a é ste en dictadura de
la ca p a a la que pertenecen, abolirán todo resto de
d em ocracia en la vida social, to d a posibilidad de
crítica co n tra ellos m ism os y co n tra sus sem ejantes.
U n a vez instalados en el poder, actuarán com o to
da cla se dom inante; tod o les em p u jará a explotar
cad a vez más al proletariado, a h acerle producir
cad a vez más al m enor costo, b a jo la doble presión
de las exigencias de la satisfacción de sus propias ne
cesidades y de las de la consolidación de su E sta
do fren te al extran jero . L a exp lo tació n creciente del
proletariado tra e consigo inevitablem ente una agra
vación de la dictadura y del terro r, con todas sus
120
consecuencias. E s o no es más que una descripción
en térm inos generales de lo que fue el proceso real
de la degeneración en Rusia.
Pero esa com probación (que e l socialism o es
im posible por d eb ajo de un cierto grado de desarro
llo de la riqueza so cial), por fundam ental que sea,
es sin em bargo p arcial y puede llevar a conclusiones
totalm ente errón eas; la primera sería que es por de
finición im posible instaurar un régim en colectivista.
Y a que es seguro que la sociedad capitalista nunca
desarrollará las fuerzas productivas hasta el punto
suficiente para p asar directam ente de una econom ía
de escasez a u n a econom ía de abundancia. M a rx ha
bía señalado ya que entre la sociedad capitalista y
la sociedad com unista se situaba un periodo de tran
sición durante el cual la form a del régim en no puede
ser más que la dictadura del proletariado. E s e perío
do de transición puede conducir al com unism o si
provoca un d esarrollo rápido de las fuerzas produc
tivas que perm ita tanto una elevación con stan te de]
nivel de vida de las masas com o una reducción
progresiva del tiem po de trabajo, y por consiguien
te una elevación de su nivel cultural. L a revolución
m undial puede alcanzar esos objetivos m ediante la
elim inación del parasitism o de las clases explotado
ras y de sus instrum entos estatales bu rocráticos, la
elim inación de los gastos m ilitares, el desarrollo de
una econom ía liberad a de los obstáculos de la pro
piedad privada y de la fragm entación en E stad os
nacionales, la racionalización y la planificación de
la producción a escala mundial, y sobre todo m edian
te la expansión de la productividad del trab ajo hu
m ano liberado de la explotación, la en ajen ación y
el em brutecim iento capitalista o burocrático.
D urante ese período de transición, que se sitúa
entre el derrocam iento de las antiguas clases dom i
nantes y la realización de una econom ía com unista,
hay pues dos evoluciones posibles: o la sociedad re
forzará gradualm ente las tendencias com unistas de
la ^economía y ddesem^rcará en una sociedad de
abundancia, o la lu ch a de todos co n tra todos trae
rá consigo un desarrollo inverso, el desarrollo de
capas parásitas prim ero, de una cap a explotadora
después, y la in sta u ra c ió n . de una sociedad de ex
plotación que p resen tará b a jo otra form a lo esen
cial de la explotación capitalista. L a s dos posibili
dades existen, igualm ente fundadas en el estado de
la econom ía y la sociedad tal y com o las deja el
capitalism o. Pero la realización de una de esas po
sibilidades y la supresión de la o tra no depende. ni
del azar ni de factores desconocidos y m isteriosos:
depende de la actividad y de la iniciativa autónom a
de las m asas trabajad o ras. Si, durante ese período, el
proletariado, encabezando todas las clases explotadas
de la sociedad, e s capaz de asum ir colectivam ente
la dirección de la econom ía y del E stad o, sin de
legarla a eespecialistas>, técnicos, erevolucionarios
profesionales> y otros salvadores interesados d e 'l a
hum anidad; si m uestra su aptitud para dirigir la pro
ducción y los asuntos públicos, p ara controlar acti
vam ente todos los sectores de la actividad social, no
cabe duda de que la sociedad podrá m archar hacia
el com unism o sin obstáculos. E n el caso contrario,
la vuelta a una sociedad de explotación es inevitable.
E l problem a que se plantea por lo tanto después
de tod a revolución victoriosa es el siguiente: ¿quién
dirigirá la sociedad desem barazada de los capitalis
tas y de sus in sco m en to s? L a estructura del poder,
la form a del régim en político, las relaciones del pro
letariado con su propia dirección, la gestión de la
producción y el régim en en las fáb ricas no son m ás
que aspectos particulares de ese problem a.
E n R u sia, ese problem a fu e resuelto rapidam en-
te por la llegada al poder de una nueva capa exp lo
tadora : la bu ro cracia. E n tre m arzo y octubre de
1 9 1 7 , las m asas en lu ch a habían creado órganos que
expresaban sus aspiraciones, y que hubieran debido
expresar su poder: lo s soviets. E sos órganos ch o ca
122
ron inm ediatam ente conn el g o b i ^ o provisional, ins
trum ento de los capitalistas. E l partido bolchevique,
único partidario del d erro c^ alen to del gobierno y
de la paz inm ediata, conquistó al c a b o de seis me
ses la m ayoría de los soviets y les condujo a la in
surrección victoriosa. Pero el resultado de esa insu
rrección fue la instalación duradera en el poder de
ese partido, y a través de éste, y a medida que de
generaba, de la burocracia.
Así pues, una vez realizada la insurrección, el par
tido bolchevique pronto m ostró que identificaba al
gobierno obrero co n su propio gobierno, y que la
consigna «todo el poder a los soviets» quería decir :
«todo el poder al partido bolchevique». R ed u jo ra-
pidamente los soviets al papel de órganos de admi
nistración lo ca l; sólo se les concedió una relativa
autonom ía en función de las exigencias de la guerra
civil, ya que la dispersión de ésta en R u sia hizo que
la intervención del gobierno cen tral fuera con fre
cuencia inadecuada, o sencillamente imposible.. Pero
esa autonom ía, m uy relativa, fue además pasajera.
U na vez restablecida la situación norm al, los soviets
volvieron a convertirse en ejecutantes locales, obliga
dos a cum plir con docilidad las directivas del p
o
der central y del partido que los m onopolizaba. Los
órganos soviéticos em pezaron -pues a ' atrofiarse gra
dualm ente, y la creciente oposición entre las m asas
y el nuevo gobierno no pudo expresarse de m odo or
ganizado. Y hasta cuando esa oposición tom ó una
form a violenta, llegando a veces al con flicto armado
(huelgas de Petrogrado en 1 9 2 0 -1 9 2 1 , insurrección
de Kronsadt, m ovim iento de M ack n o ), las m asas se
opusieron al partido com o masas inorganizadas y en
muy escasa m edida b a jo la form a soviética.
¿P o r qué esa oposición prim ero, y esa atrofia
de los órganos soviéticos después? Las dos cuestio
nes están estrecham ente ligadas, y la respuesta es la
m i sma.
M ucho antes de tom ar el poder, el partido b o l
123
chevique contenía en su seno los gérmenes de la
evolución que podía conducirle a una oposición com
pleta a la masa de los obreros. Partiendo de la
concepción expuesta por L enin en el ¿Qué hacer?,
según la cual sólo el partido posee una conciencia
revolucionaria, y éste la introduce «desde fuera» en
las m asas obreras, el partido bolchevique estaba
construido con arreglo a la idea de que esas masas,
por sí mismas, no podrían nunca superar las posi
ciones ((trade-unionistas». Form ado necesariam ente
en la clandestinidad zarista com o un rígido aparato
de cuadros, seleccionando a una vanguardia de o b re
ros y de intelectuales, el partido h abía acostumbrado
a sus militantes tanto a una disciplina estricta com o
al sentimiento de que el partido siempre tenía ra
zón, por encim a de todo. Una vez instalado en el po
der, se identificó com pletam ente con la revolución.
Los que se oponen a él, sea cual sea su tendencia o
su ideología, no pueden ser a sus ojos más que
«agentes de la contrarrevolución». D e a h íq u e , muy
rapidam ente, excluya a los otros partidos de lo so
viets, y les condene a la ilegalidad. Que esas medi
das hayan sido en la mayor parte de los casos ine
vitables, qué duda cabe; pero eso no quita que la
«vida política» de los soviets se redujo a partir de
ese m om ento a un m onólogo o a una serie de m o
nólogos de los representantes bolcheviques, y que
los otros obreros, aunque quisieran oponerse a la
política del partido, no podían ni organizarse para
h acerlo, ni hacerlo eficazm ente sin organización. E l
partido ejerció pues rapidam ente todo el poder, h as
ta en los niveles más inferiores. Só lo a través del
partido podía llegarse a puestos de mando en todo
el país, y esa situación pronto tuvo un doble resul
tad o : los m iem bros del partido, conscientes de no
ser controlados y de ser incontrolables, empezaron a
«realizar el socialism o» para sí m ism os, o sea a re
solver sus propios problem as otorgándose privile
gios; y todos los que en el país y en el m arco de la
124
nueva organización social tenían privilegios, entraron
en masa en el partido para defenderlos. El partido
se transformó así Tapidamente, de instrumento de los
trabajadores, en instrumento de una nueva capa
privilegiada, que segregaba él mismo por todos sus
poros.
Frente a esa evolución, la reacción obrera fue
muy lenta. Fue sobre todo débil y fragm entaria. L le
gamos aquí al fondo del problema. Si la nueva duali
dad entre los soviets y el partido se resolvió rápida
mente a favor del partido, si hasta parte de la clase
obrera favoreció activamente esa evolución, si sus
m ejores m ilitantes, sus hijos más desinteresados y
más conscientes creyeron necesario apoyar a fondo
y sin restricciones al partido bolchevique, hasta cuan
do éste se oponía a las manifestaciones de la volun
tad de la clase, es porque la clase en su conjunto,
y en todo caso su vanguardia, concebía todavía el
problema de su dirección histórica de un modo que,
aunque necesario en aquella fase, no era por ello me
nos erróneo. Olvidando que «no hay salvador su
premo, ni D ios, ni C ésar, ni tribuno», la clase obre
ra veía en sus propios tribunos, en su propio parti
do la solución del problema de su dirección. Creía
que una vez abolido el poder de los capitalistas, no
tenía ya más que confiar la dirección a ese partido,
al que había dado lo m ejor de sí misma, y que ese
partido no obraría más que en interés de la clase.
E s lo que efectivam ente hizo. y durante más tiempo
del que se hubiera podido razonablemente esperar.
No sólo fue el único que se encontró constantem en
te del lado de los obreros y de los cam pesinos de fe
brero a octubre de 1917.. no sólo fue el único que
en el momento crítico supo expresar sus intereses, si
no que fue además el órgano indispensable que per
mitió aplastar definitivamente a los capitalistas, y a
quien se debió el fin victorioso de la guerra civil.
Pero, hasta al representar ese papel, se separaba ya
poco a poco de la masa. y se transform aba en un fin
125
L
en sí, para llegar a convertirse en definitiva en ins
trum ento y marco de los privilegios del nuevo ré
gimen.
Pero en el nacim iento de esa nueva capa de pri
vilegiados hay que distinguir el aspecto político, que
no fue sino su expresión, de las raíces económ icas,
infinitamente más importantes. Y a que dirigir una
sociedad moderna, una sociedad en la que la mayor
parte de la producción y sobre todo la parte cuali
tativamente decisiva es la que proviene de las fábri
cas, significa ante todo dirigir efectivamente las fá
bricas. De éstas dependen la orientación y el volu
men de la producción, el nivel de los salarios, el
ritmo de trabajo, en una palabra todas las cuestio
nes cuya solución determina por adelantado la evo
lución de la estructura social. E sa s cuestiones sólo
serán resueltas con arreglo a los intereses de los tra
bajadores si son los propios trabajadores quienes las
resuelven. Pero es para ello necesario que el pro
letariado como clase sea, sobre todo, el dirigente de
la econom ía, tanto a escala general como de cada
fábrica en particular — dos aspectos de una misma
cosa— . El factor «dirección de la producción» es
tanto más importante cuanto que Ja evolución de la
econom ía tiende cada vez más a sustituir la división
y la oposición entre dirigentes y ejecutantes en la
producción, a la oposición tradicional entre propie
tarios y no propietarios. E s decir que, si el proletaria
do no suprime inmediatamente, y al mismo tiempo
que la propiedad privada de los medios de produc
ción, la dirección de la producción como función
específica ejercida de modo permanente por una
capa social, no hará más que preparar el terreno
para la aparición de una nueva capa explotadora, a
partir de los «directores» de la producción y de la
burocracia económ ica y política en general. Y eso es
exactam ente lo que ocurrió en R usia. Después de ha
ber derribado al gobierno burgués, después de h a
ber expropiado — en muchos casos a pesar y en
126
contra de la voluntad del gobierno bolchevique—
a los capitalistas, después de haber ocupado las fá
b ricas, los obreros creyeron que era natural aban
donar la gestión de éstas al gobierno, al partido bol
chevique y a los dirigentes sindicales. E so significaba
que el proletariado abandonaba él mismo su papel
principal en la nueva sociedad que quería crear:
o sea que ese papel lo iban a desempeñar fatalm en
te otros. E l partido bolchevique en el poder sirvió de
núcleo de cristalización y de cobertura protectora
a los nuevos «patronos» que surgían poco a poco en
las fábricas: dirigentes, especialistas, técnicos. Y eso,
tanto más naturalm ente que el programa del partido
bolchevique permitía, por no decit que favorecía, Ja
posibilidad de esa evolución.
Las medidas que proponía el partido bolchevique
en el terreno económ ico — y que se convirtieron ul
teriorm ente en uno de los puntos esenciales del pro
grama de la 111 Internacional— consistían, _por un
lado, en medidas de expropiación de los grandes
trusts capitalistas y de cartelización obligatoria de
las otras empresas, y por otro lado, sobre el asunto
esencial, o sea las relaciones entre los obreros v el
aparato de producción, en- la consigna del «control
obrero». E sa consigna se fundaba en la presunta
incapacidad de los obreros de pasar directam ente a
la gestión de la producción, desde luego al nivel de
las empresas, pero sobre todo al de la dirección cen
tral de la econom ía. Debía tener además ese «con
trol» una función educativa, y permitir que du
rante ese período de transición los obreros apren
dieran las técnicas de dirección de los antiguos
patronos y los «especialistas» de la producción.
Pero el «control» de la producción, aunque sea
«obrero», no resuelve el problem a de su dirección
real; al contrario, im plica precisam ente que durante
todo ese período el probJema de la gestión efectiva
de la producción es resuelto de otra manera. D ecir
que los obreros «controlan» la producción es decir
127
que no son ellos quienes la dirigen , y que se acude
justamente al control de los obreros porque no se
tiene una confianza total en los que dirigen efecti
vamente. O sea que hay una oposición de intereses
fundamental, aunque al principio sea sólo latente,
entre los obreros que «controlan» y los individuos
que efectivamente dirigen la producción. Esa oposi
ción crea el equivalente de una dualidad de poder
económico al nivel mismo de Ja producción, y como
toda dualidad de ese tipo, desaparecerá rápidamen
te: o los obreros obtendrán en breve plazo la gestión
total de la producción, asimilando y subordinando
a los «especialistas», técnicos y administradores que
hayan surgido, o estos últimos acabarán por desem
barazarse de un «control» molesto, control que se
convertirá en algo cada vez más formal, y por reinar
de modo absoluto como dirigentes de la producción.
Como el Estado, y aún menos que el Estado, la
economía no admite un doble mando. El más fuerte
de los dos eliminará rapidamente al otro. Por eso el
control obrero, que tiene un significado positivo du
rante el período que precede la expropiación de los
capitalistas, como consigna que implica la irrup
ción de los obreros en los puestos de mando de la
economía, tiene que convertirse rapidamente en ges
tión completa de la economía por los trabajadores
después de la expropiación de los capitalistas — o
transformarse en una simple cobertura que protege
los primeros pasos de una burocracia naciente— .
Y a se sabe que en Rusia el resultado final del
control obrero fue lo segundo, y que eí conflicto en
tre las masas de trabajadores y la burocracia en ges
tación se ha resuelto a favor de ésta. Los técnicos y
los «especialistas» del Antiguo régimen. mantenidos
para efectuar* tareas «técnicas». se han integrado a
la nueva capa de administradores que venían de las
filas de los sindicatos y del partido, reclamando para
sí mismos un poder sin control; la función «pedagó
gica» del control obrero fue una realidad para ellos.
128
pero en modo alguno para la clase obrera. Así se
crearon los fundamentos económicos de la nueva
burocracia.
El desarrollo ulterior de la burocracia no tiene
nada de misterioso. Después de haber sojuzgado de
finitivamente al proletariado, la burocracia tuvo las
manos libres para enfrentarse con los elementos de
la ciudad y del campo (Nepman, Kulaks) cuyos pri
vilegios estaban ligados a una explotación de tipo
burgués tradicional. La eliminación política o hasta
física de esos restos de las antiguas capas privile
giadas le fue tanto más fácil a la burocracia rusa
cuanto que disponía ésta en la lucha de tantas o
más ventajas que un trust en su lucha con pequeñas
empresas aisladas. Como representaba el movimiento
natural de la economía moderna hacia la concen
tración de las fuerzas productivas, la burocracia ven
ció rapidamente la resistencia del pequeño patrón
y del campesino rico, condenados ambos irremedia
blemente a desaparecer hasta en los regímenes capi
talistas. De igual modo que, aunque sólo fuera por
razones puramente económicas, era imposible volver
al feudalismo en Europa después de la revolución
burguesa, estaba también descartado que se volviera
en Rusia a las formas tradicionales, fragmentadas y
anárquicas del capitalismo. La vuelta a un régimen
de explotación, resultado de la degeneración de la
revolución, tuvo que expresarse forzosamente de un
modo nuevo, mediante la instalación en el poder de
una capa que representara las nuevas estructuras
económicas, producto del movimiento natural de la
concentración.
La burocracia se lanzó por lo tanto a estatificar
completamente la producción y a «planificar», o sea
a organizar de modo sistemático la explotación de
la economía y del proletariado. Pudo así desarro
llar considerablemente la producción rusa, desarro
llo impuesto tanto por la necesidad de aumentar su
propio consumo improductivo de clase dominante
129
com o, sobre todo, por los im perativos de la expan,
sión de su potencia m ilitar.
Si se quiere saber lo que esa «planificación» sig
nifica para el proletariado ruso, basta con recordar
que el salario real del obrero ruso, que era en 1928
todavía superior en un 1 O % al de 1913 (resulta
do de la revolución de O ctubre) ha llegado a ser
reducido ulteriormente a la mitad de su nivel de an
tes de la revolución, y debe ser actualmente aún
más bajo/ Y hasta ese desarrollo de la producción
(A precios
de 1937) 175 100 94 _ 70 115 ■144
Puede verse que el período 1946-1948 representa la época
más «negra» en la historia de la evolución del salario real ru
so. y que a partir de 1948 el salario real vuelve a aumentar
lentamente. P. Barton: «Economie soviétique», Le Contrat So
cial, vol. VI, 2, marzo-abril de 1962, p. 124, compara las cifras
de Chapman, Jasny, Wiles, Nash y Prokopovicz y llega a idén
ticas conclusiones (NdT).]
130
se ve frenado cada vez m ás por las contradicciones
del régimen bu rocrático, y esencialm ente por el des
censo de la productividad del trab ajo , resultado di
recto de la superexplotación burocrática.
M ientras la bu ro cracia consolidaba su poder en
R u sia, los partidos de la 111 Internacional siguie
ron una evolución paralela en el resto del mundo,
se apartaron com pletam ente de los intereses de la
clase obrera y perdieron todo carácter revoluciona
rio. Som etidos a la doble presión de la sociedad c a
pitalista decadente y del aparato central de la 111 In
ternacional, instrum ento cada vez más dócil de 1a
burocracia rusa, se transform aron gradualm ente en
instrum entos de la política extranjera de la b u ro cra
cia rusa y de Jos intereses de capas im portantes de
la bu rocracia «o b rera», sindical y política, de sus
países respectivos, cap as que la crisis y la decaden
cia del régimen capitalista separa de éste y de sus
representantes reform istas tradicionales. E sa s capas,
así com o una parte cada vez más im portante de los
técnicos de los países burgueses, em pezaron a ver
en el régimen capitalista burocrático realizado en
R u sia Ja expresión más perfecta de sus intereses y
de sus aspiraciones. E sa evolución alcanzó su pun
to culm inante después de la segunda guerra m un
dial, cuando esos partidos, aprovechando tan to el
hundimiento de partes enteras del edificio del régi
men burgués en E u ro p a, como las condiciones de la
guerra y el apoyo de la burocracia rusa, pudieron
instalarse sólidam ente en el poder en una serie de
países europeos y construir en ellos un régimen ca l
cado sobre el m odelo ruso.
E l estalinism o mundial, tal y com o existe actual
m ente, agrupando a las capas dom inantes de R u sia y
de los países satélites y a los cuadros de los parti
dos «com unistas» en los otros países, es el punto en
que coinciden tres procesos: la evolución de la eco
nom ía capitalista, la desintegración de la sociedad
tradicional y el desarrollo, político del movim iento
131
obrero. Desde el punto de vista económ ico, el b u ro
cratism o estalinista expresa el hecho dé que la co n
tinuación de la producción en el m arco caduco de
la propiedad burguesa es cada vez más difícil, y de
que la explotación del proletariado puede organizarse
infinitam ente m ejor en el m arco de una econom ía
«nacionalizada» y «planificada». Desde el punto de
vista social, el estalinism o exp resa los intereses de
cap as engendradas tanto por la concentración del
capital como por la desintegración de las estructu
ras sociales tradicionales. E n la producción, tiende
a agrupar tanto a los técnicos y burócratas e co n ó
micos y adm inistrativos com o, p or otro lado, a los
elem entos que se encargan de organizar y con trolar
la fuerza de tra b a jo , o sea los cuadros sindicales y
políticos «obreros». Fu era de la producción, ejerce
una atracción irresistible sobre pequeño burgueses
«lumpenizados» y desclasados e intelectuales « ra
dicalizados», que ven en la destrucción de un ré
gim en que no les ofrece, colectivam ente, ninguna
perspectiva, y en la instauración de un nuevo siste
m a en el que podrían ocupar posiciones privilegia
das, el único m edio de volver a encontrar un pues
to en la sociedad. D esde el punto de vista del m o
vim iento obrero, por último, los partidos estalinis-
tas, en todos los países donde todavía no han lle
gado al poder, son la expresión de una fase del
desarrollo del proletariado: cuando éste, aunque
com prenda claram ente la necesidad de derribar al
régimen capitalista, confía sin control esa tarea, tan
to en lo tocante a la dirección de la lucha contra el
capitalism o com o en cuanto a la gestión de la nue
va sociedad, a un partido que considera «suyo».
P ero la historia del m ovim iento obrero no acab a
ahí.
E sa naturaleza de la b u ro cracia estalinista com o
capa explotadora empieza a ser percibida de modo
cada vez más claro , de modo intuitivo prim ero, c o n s
ciente después, por núm ero cada vez m ayor de o b re
132
ros de vanguardia. A pesar de la ausencia — com
prensible— de informaciones precisas, es evidente
que ese terrible silencio de masas que nos viene del
Este, y que las mil bocas de la demagogia estalinis-
ta no consiguen hacer olvidar, es la manifestación,
en esas condiciones del terror monstruoso, del odio
implacable que sienten los trabajadores de los paí
ses dominados por la burocracia hacia sus verdu
gos. Parece difícil concebir que pudieran conservar
los proletarios rusos la más mínima ilusión sobre
el régimen que les explota, o que pudieran hacérse
las sobre cualquier otro régimen que no fuera la ex
presión de su propio poder. Los trabajadores que
han apoyado durante mucho tiempo a los partidos
estalinistas en los países capitalistas empiezan a
comprender que la política de esos partidos está a
la vez al servicio de los intereses de la burocracia
rusa y de la burocracia estalinista local, pero nunca
de los suyos. En Francia y en Italia, en particular, el
desapego creciente de los obreros hacia los partidos
«comunistas» traduce precisamente esa conciencia
confusa.
Pero es también evidente que, a pesar de la agra
vación de la miseria, a pesar de la crisis cada vez
más profunda del capitalismo, a pesar de la amena
za hoy ya clarísima de otra guerra que será aún
más destructora que ias anteriores, los obreros no
están dispuestos a reorganizarse, ni a seguir a un
nuevo partido, sea cual fuere éste y sea cual fuere
su programa. No se trata únicamente en este caso
de una manifestación comprensible de su desconfian
za, resultado de la conclusión negativa de todas las
experiencias anteriores. Se trata también de una in
discutible prueba de madurez, que muestra que la
clase se encuentra en una fase que prepara un cam
bio decisivo en su evolución política e ideológica,
y empieza a plantearse de modo mucho más profun
do que en el pasado, y en función de las lecciones
de éste, los problemas cruciales de su organización
133
y de su programa, los problemas de la organización
y del programa del poder proletario.
3. P roletariado y revolución
134
m ía es sim plemente la acum ulación de la m iseria y
la racionalización de su explotación. C apitalistas y
burócratas intentan transform ar ai hom bre produc
tor en simple pieza de sus máquinas, pero destruyen
así en él lo esen cial: la productividad y la capacidad
de creación . L a explotación creciente y racionaliza
da se paga con una terrible disminución de la pro
ductividad del trab ajo , como puede com probarse
en particular en R u sia, y el despilfarro ligado a la
antigua com petencia entre empresas se transform a,
a escala infinitam ente mayor, en despilfarro ligado
a la lucha internacional. al que se añaden Jas gigan
tescas destrucciones periódicas de fuerzas producti
vas, que alcanzan hoy proporciones increíbles. Si
la unificación del sistem a mundial de explotación se
realizara a través de la tercera guerra mundial, y
en función de sus resultados, lo que am enazaría
entonces a la civilización y a la vida social de la
humanidad sería la eventualidad de un hundim iento
total. La dom inación totalitaria ilimitada de un grupo
de explotadores — monopolistas yanquis o burócratas
rusos— que podrían saquear todo el planeta; la dis
minución de la productividad del trab ajo ante la e x
plotación creciente; la transform ación com pleta de la
capa dom inante en una casta parásita que ya no ne
cesitaría desarrollar las fuerzas productivas — todos
esos factores traerían consigo un retroceso enorm e
de la riqueza social y una regresión duradera en el
desenvolvimiento de la conciencia hum ana.
Pero frente a la barbarie capitalista y bu rocráti
ca puede alzarse el proletariado; un proletariado que
no sólo ha visto aum entar continuam ente su peso en
la sociedad durante un siglo de desarrollo capitalis
ta, sino que se encuentra además enfrentado o b jeti
vam ente, y con la m ayor claridad posible, con los
problem as históricos a los que puede dar su solu-
. ción; claridad no sólo en cuanto al horror y la ab
yección del régimen de explotación, ya sea en la fo r
m a burguesa o en la form a burocrática, sino sobre
135
todo en cuanto a las tareas mismas de la revolución
proletaria, los medios de su lucha y los objetivos
de su poder; una claridad que se convertirá en algo
absoluto durante la terrible guerra que se aproxima.
Si el resultado aparen te de un siglo de luchas pro
letarias parece reducirse a esto: el proletariado ha
luchado para llevar al poder a una burocracia que
le explota tanto o más que la burguesía, su resul
tado p rofu n do consiste en la clarificación que han
traído consigo. E s ahora claro de modo objetivo, de
m odo material y palpable pará todos los trabajado
res, que el objetivo de la revolución socialista no
puede ser simplemente la abolición de la propiedad
privada, abolición que los m onopolios y la buro
cracia realizan ellos mismos gradualmente sin provo
car con ello más que un perfeccionam iento de los
medios de explotación, sino esencialm ente la abo
lición de la distinción fija y estable entre dirigentes
y ejecutantes en la producción y en la vida social
en general. A sí com o en el plano político el objetivo
de la revolución proletaria debe ser la destrucción del
Estado capitalista o burocrático y su sustitución por
el poder de las masas armadas (poder que ya no es
un Estado en el sentido ordinario del término, ya
que el Estado com o coacción organizada empieza a
«extinguirse» inm ediatam ente), en el plano econó
mico su objetivo no es arrebatar la dirección de la
producción a los capitalistas para confiarla a buró
cratas, sino organizar esa dirección sobre una base
colectiva, com o un asunto que concierne a la clase
en su conjunto. En ese sentido, lt distinción entre
dirigentes y ejecutantes en la producción debe em pe
zar también a «extinguirse» desde el primer día del
triunfo de la revolución.
Los objetivos de la revolución proletaria sólo
puede realizarlos e] propio proletariado, en su co n
junto. Y si él no los realiza, nadie puede realizar
los en nombre suyo. Para alcanzar esos objetivos,
la clase obrera no puede ni debe confiar en
136
nadie, ni siquiera o, si se prefiere, sobre todo en
sus propios «cuadros responsables». No puede aban
donar a nadie la iniciativa y las responsabilidades
en lo tocante a la instauración y la gestión de una
nueva sociedad. Si no es el propio proletariado, en su
con ju nto, quien posee en todo m om ento la iniciativa
y la dirección de las actividades sociales, tanto du
rante com o, sobre todo, después de la revolución,
no h abrá hecho más que cam biar de am os, y el ré
gimen de explotación volverá a aparecer, quizá bajo
otras form as, pero idéntico en el fondo. La form a
co n creta que hay que dar a esa idea general, es una
serie de precisiones o de m odificaciones que han de
incorporarse de ahora en adelante, tanto al progra
ma del poder revolucionario (o sea al régimen eco
nóm ico y político de la dictadura del proletariado),
com o a los problem as de organización y de lucha de
la clase obrera b ajo el régimen capitalista.
E l programa de la revolución proletaria no pue
de seguir siendo lo que era antes de la experiencia
de la revolución rusa y de las transform aciones que
han tenido lugar después de la segunda guerra mun
dial en todos los países de la zona de influencia ru
sa. Y a no se puede seguir creyendo que la expropia
ción de los capitalistas privados y el socialism o vie
nen a ser una sola y misma cosa, y que basta con
estatificar (o «nacionalizar») la econom ía para que
sea im posible la explotación. Se ha com probado que
es posible que aparezca una nueva capa explotado
ra después de la expropiación de los capitalistas, y
hasta que esa aparición es inevitable si los propios
obreros no se encargan sim ultáneam ente de la ges
tión directa de la econom ía. Se ha com probado igual
m ente que las estatificaciones y las nacionalizaciones,
ya sean obra de la burocracia estalinista (com o en
R u sia y en la zona de influencia rusa), de 1a buro
cracia laborista (com o en Inglaterra) o de los pro
pios capitalistas (com o en F ran cia), no sólo no im
piden ni limitan Ja explotación del proletariado, sino
137
que consiguen unificarla, coordinarla, racionalizarla
e intensificarla. Se ha com probado también que la
«planificación» de la econom ía es un simple m e
dio, que no tiene nada de intrínsecam ente progresi
vo por lo que al proletariado respecta y que, de rea
lizarse estando el proletariado privado del poder,
no es m ás que la . planificación de la explotación.
Se ha visto por último que ni el reparto de tierras
ni la «colectivización» de la agricultura son incom
patibles con una explotación m oderna, racionaliza
da y científica del campesinado.
Hay pues que com prender que la expropiación
de los capitalistas privados (tal y com o se efectúa
a través de la estatificación o la nacionalización) no
es más que la mitad negativa de la revolución pro
letaria. Esas medidas no pueden tener un significa
do progresivo si están separadas de la mitad posi
tiva, que es la gestión de la econom ía por los tra
bajadores. Eso significa que la dirección de la e co
nomía, tanto al nivel central com o al nivel de las
em presas, no puede ser confiada a una capa de es
pecialistas, técnicos, «gente capaz» y competente, y
burócratas de todo tipo, sino que debe ser asumida
por los trabajadores mismos, y sólo por ellos. L a
dictadura del proletariado no puede ser simplemen
te una dictadura política; debe ser ante todo la dic
tadura económ ica del proletariado — o si no, no
será mi ás que otro nom bre de la dictadura de la b u
rocracia— .
Los marxistas, y Trotski en particular, habían
ya señalado que, diferente en ello de la revolución
burguesa, la revolución proletaria no puede lim itar
se a elim inar los obstáculos heredados del antieuo
modo de producción. Para que la revolución burgue
sa triunfe, es necesario y suficiente que sean aboli
dos los restos del antiguo régimen feudal (corpora
ciones y monopolios feudales, propiedad feudal de
la tierra, etc.). Una vez conseguido esto, el capita
lismo se desarrolla solo. llevado de modo casi au-
138
tom ático por la dinám ica de la expansión industrial.
i P ero la abolición de la propiedad burguesa es con-
f dición necesaria, pero no suficiente, de la construc-
1 ción y del desarrollo de una econom ía socialista.
D espués de esa abolición, el socialism o sólo puede
realizarse conscientem ente, o sea m ediante una ac
ción consciente y constante de las m asas, capaz de
sobreponerse a la tendencia natural de la econom ía,
tal y com o la deja el capitalism o, o sea la tenden
cia a volver a un régim en de explotación. Pero co n
viene hacer una segunda distinción, aún más im por
tante, entre la revolución proletaria y todas las re
voluciones precedentes. Y es que, por vez prim era,
la clase que tom a el poder no puede ejercerlo «por
delegación», no puede confiarlo de modo estable y
duradero a sus representantes, a su «Estad o» o a su
«partido». La econom ía socialista se edifica me
diante una acción consciente continua, pero, ¿quién
es esa conciencia? T a n to la experiencia histórica co
mo el análisis de las condiciones de existencia de
la clase obrera y del régimen postrevolucionario nos
perm iten responder que esta conciencia sólo puede
ser la clase en su conjunto. «Sólo las masas pue
den planificar — decía poco m ás o menos L en in —
porque sólo ellas están en todas partes al m ism o
tiem po.» Hay pues que repetir una vez más que --!_a
revolución p roletaria no puede — o si lo hace, fra
casará— lim itarse a nacionalizar la econom ía y a
con fiar su dirección a elementos «com petentes» o
a un «partido revolucionario», aunque sea con un
control obrero más o menos vago. D ebe entregar la
gestión de las fábricas y la coordinación general de
la producción a los propios obreros, a obreros cons
tantem ente con trolad os, responsables y revocables.
E n el terreno político, la dictadura del proleta
riado no puede ser la dictadura de un partido, por
muy proletario y revolucionario que éste sea. L a
dictadura del proletariado debe ser una dem ocracia
para el proletariado,- y Jos obreros deben tener por
139
lo tanto todos los derechos, y por encima de todo
el derecho a formar organizaciones políticas con
concepciones particulares. Que los militantes de la
fracción mayoritaria en las organizaciones de masas
puedan ser llamados con más frecuencia que los de
más a puestos de responsabilidad, es algo que pa
rece ser inevitable; pero lo esencial es que el con
junto de la población trabajadora pueda controlarlos
constantemente, revocarlos, retirar su confianza a
la fracción mayoritaria y depositarla en otra frac
ción. Es además evidente que la distinción y la opo
sición entre organizaciones políticas propiamente di
chas (partidos) y organizaciones de masas (soviets,
comités de fábrica) perderá rápidamente su impor
tancia y su razón de ser, ya que su perpetuación
sería uno de los primeros síntomas de degeneración
de la revolución.
Es evidente que lo único que podemos hacer ac
tualmente es describir a grandes rasgos la orienta
ción que la experiencia anterior de la clase impon
drá a toda revolución futura: las formas concretas
que tomará la organización de la clase (el tipo de
centralización de la economía combinada con una
necesaria descentralización, por ejemplo), sólo podrán
ser definidas por las masas mismas, cuando se en
frenten en la lucha con la solución definitiva de
esos problemas.
Hay que abordar en ese mismo sentido los pro
blemas de la organización y de la lucha del proleta
riado en el marco del sistema capitalista.
Ni el que el sujeto de la ■experiencia objetiva
que la llevará a la conciencia y a la revolución sea
la clase en su conjunto, ni la simple comprobación
del hecho de que las organizaciones obreras han
proporcionado por el momento un terreno fértil para
el desarrollo de la burocracia, deben llevarnos a la
conclusión de que la organización de la vanguardia
antes de la revolución es inútil y nociva.
La organización política de la vanguardia es his-
140
tóricam en te indispensable, ya que su fundam ento es
la necesidad de m anten er y de difundir en la clase
una con ciencia clara del desarrollo de la sociedad y
de los objetivos de la lucha proletaria a través y a
pesar de las flu ctu acion es tem porales y de las di
versidades co rp o rativ as, locales y nacionales de la
co n cien cia de los obreros. La vanguardia organizada
verá desde luego en la defensa de las condiciones de'
vida y de los intereses de los o b rero s una tarea
prim ordial, pero intentará siem pre elevar el nivel
de las luchas y representar en resum idas cuentas,
en cada etapa, los intereses del m ovim iento en su
con ju nto. Por o tro lado, la constitución objetiv a de
la bu rocracia en cap a explotadora conviene en evi
dencia que . la vanguardia sólo puede organizarse
sobre la base de una ideología an tib u ro crática, de
un program a dirigido esencialm ente contra la bu ro
cracia y sus raíces. y en lucha con stan te contra to
da form a de m istificación y de exp lotación .
Pero lo esen cial, desde ese punto de vista, es que
1a organización p olítica de la vanguardia, al tom ar
co n cien cia de la necesidad de abolir la distinción
entre dirigentes y ejecutantes, tienda desde el pri
mer m om ento a efectu ar esa abolición en su propio
se n o . Y eso no se conseguirá sim plem ente elab o ran
do buenos estatutos, sino sobre todo desarrollando
la conciencia y las capacidades de sus m ilitantes,
m ediante su educación teórica y práctica perm anente
dentro de esa orientación.
Una organización de ese tipo sólo puede desa
rrollarse si prepara su encuentro con el proceso de
creación de organism os autónomos de m asas. E n
ese sentido, y aunque se pueda seguir diciendo que
representa la dirección ideológica y política de la
clase en el co n tex to del régimen de explotación,
hay que decir tam bién, sobre todo, que es una di
rección que prepara su propia supresión — m edian
te su fusión con los organism os autónom os de la
clase— en cuanto la entrada de la clase en su con-
141
junto en la lucha revolucionaria haga aparecer en
la escena histórica la verdadera dirección de la hu
m anidad: la clase proletaria en su conjunto.
E n el mundo actual, sólo hay una fuerza — la
clase productora, el proletariado socialista— que
pueda oponerse a la decadencia y a la barbarie cre
cientes de los regímenes de explotación. Esa clase,
cuyas filas engrosa sin cesar la industrialización de
la econom ía mundial, que em pujan a la rebelión con
tra las clases dominantes la m iseria y 1a opresión
crecientes, y que sabe ahora por experiencia lo que
son sus propias «direcciones», esa clase madura pues
para la revolución, aunque tenga que enfrentarse con
dificultades y obstáculos cada vez mayores. Pero
esos obstáculos no son insuperables. Toda la his
toria del siglo que ha transcurrido nos prueba que
el proletariado representa, por vez primera en la
historia de la humanidad, una clase que no sólo se
alza contra la explotación sino que es positivamente
capaz de vencer a los explotadores y de organizar
una sociedad libre y humana. De él, y sólo de él,
dependen su victoria, y el destino de la humanidad.
142
v. e s 11, p. 5 4 -6 8 , MRCM 11, p. 94*98 y RR,
p. 1 5 -1 7 .
Sobre la «crisis permanente del cap italism o», v.
M R C M I, p. 5 9 -6 2 y 7 2 -7 8 ; R R , p. 12; MTR 111,
p. 6 1 -7 4 . [V . en Capitalismo moderno y revolución,
CM R (1960-1961), p. 2 2 -2 8 , 2 6 - 5 6 y 6 4 -7 2 , y CMR
(19 6 4 ), p. 1 4 7 -1 4 8 , 162-163 y 1 7 1 -1 7 2 .]
Sobre la perspectiva de la tercera guerra mun
dial, v. S/PP y los textos que serán publicados en
el vol. I H, t , de la edición fran cesa en la col.
«10/ 1 8 » .
Sobre la «corrupción de la bu rocracia o b rera»,
v. la interpretación del reform ism o en PO I, p. 6 1
7 4 (V ol. V , 2, p. 1 3 8 -1 6 1 ), y M R C M 111, passim.
EJ lector en co n trará análisis y referencias suple
m entarios sobre el nacim iento de la burocracia y la
naturaleza del bolchevism o en P O 1 y RIB , passim ;
sobre el problem a dd «control o b re ro » , en e s 11
y RJB passim. So b re la evolución de los salarios en
R u sia, v. el texto « L a Russie apres l’industrialisation»,
que será publicado en el vol. (, 3 de la edición fran
cesa.
143
L a s r e la c io n e s d e p r o d u c c ió n e n R u s i a 1
145
cidental, en desacuerdo sobre prácticam ente todo,
dispuestos a discutir sobre si dos y dos son cuatro,
proclamen con asom brosa unanimidad que Rusia
ha realizado el «socialism o». Evidentemente, en el
mecanismo de m istificación de unos y otros, el axio
ma desempeña un papel diferente: para los estali-
nistas, sirve para demostrar la excelencia del ré
gimen ruso; para los capitalistas, es la prueba del
carácter abominable del socialismo. Para los esta-
linistas, la etiqueta «socialista» sirve para cam uflar
y justificar la odiosa explotación del proletariado
ruso por la burocracia, explotación que los ideólo
gos burgueses, movidos por una súbita filantropía,
ponen de manifiesto para desacreditar la idea mis
m a del socialismo y de la revolución. Verdad es
que la tarea de unos y otros sería mucho más di
fícil sin esa identificación. Pero en ese trabajo de
m istificación, tanto estalinistas com o burgueses se
han visto ayudados objetivam ente por las corrien
tes y los ideólogos marxistas, o tenidos por tales, que
han defendido y contribuido a difundir la mitología
de las «bases socialistas de la economía rusa».2
T area efectuada desde hace veinte años con argu
mentos de apariencia «científica» que se reducen
esencialm ente a dos ideas:
a) ■ Lo que no es «socialista» en la econom ía
rusa es — total o parcialmente— la distribución de
146
los ingresos. L a producción, fundam ento de la eco
nom ía y de la sociedad, es, al contrario, socialista.
E l que la distribución no sea socialista es al fin y al
cabo norm al, puesto que durante la «fase inferior
del com unism o» sigue prevaleciendo el derecho bur-
gue s.
b) E l carácter socialista «transitorio»,
com o diría T ro tsk i— de la producción (y por lo
tanto el carácter socialista de la econom ía y el ca
rácter proletario del Estado en su co n ju n to ), se m a
nifiesta en la propiedad estatal de los medios de
producción, en la planificación y en el m onopolio
del com ercio exterior.
E s asom broso com probar que toda la charlata
nería de los defensores del régimen ruso se reduce
en resumidas cuentas a ideas tan superficiales y tan
ajenas al m arxism o, al socialismo y al simple análi
sis científico. Separar radicalmente el dom inio de
la producción de la riqueza y el de su distribución,
querer criticar y m odificar ésta y m antener intacta
la otra, es una estupidez digna de Proudhon y del
no menos célebre Eugenio D ühring.3 Identificar
tácitam ente propiedad y producción, confundir vo-
147
luntariamente la propiedad estatal en cuanto tal
y el carácter «socialista» de las relaciones de pro
ducción, no es más que una form a un tanto elabo
rada de cretinismo sociológico.4 Lo único que per
mite explicar tan asom broso fenóm eno es la enorme
presión social que viene ejerciendo la burocracia es-
talinista desde hace casi un cuarto de siglo; lo que
da tanta fuerza a esos argumentos no es su valor
científico (que es nulo), sino la poderosa corriente
social que se encuentra trás de ellos: la burocracia
estalinista mundial. Apenas puede decirse que esas
ideas merezcan una refutación especial. Es el aná
lisis de conjunto de la econom ía burocrática lo que
debe tratar hasta qué punto son falsas, y el papel
mistificador que desempeñan. Si las examinanos sin
em bargo en sí mismas, a modo de introducción, es
en parte porque han acabado por adquirir la soli
dez de verdaderos prejuicios que hay que destruir
antes de que valga la pena abordar el verdadero
problema, p ero además, porque aprovecharemos
esta ocasión para exam inar detenidamente algunas
nociones im portantes: distribución, propiedad, y sig
nificado exacto del concepto de relaciones de pro
ducción.
A. Producción y distribución
148
com o bajo su form a científica» ,3 los argumentos
que tienden a separar y a poner las relaciones de
producción y las relaciones de distribución consti
tuyen una regresión hasta con respecto a la econ o
m ía clásica.
E l proceso económ ico forma una unidad, y no
se puede separar artificialm ente las fases de ésta :
ni en la realidad, ni en la teoría. Producción, dis
tribución, cam bio y consumo son partes integrantes
e inseparables de un proceso único, m om entos, que
se ..implican m utuam ente, de la producción y repro
ducción del capital. Si, por ejem plo, la producción,
en el sentido estricto del término, es el centro del
proceso económ ico, no hay que olvidar que en la
producción capitalista el cam bio es parte integran
te de la relación productiva — por un lado, porque
esa relación es en prim er lugar com pra y venta de
la fuerza de tra b a jo , y porque im plica la com pra por
el capitalista de los medios de producción necesa
rios, y por otro lad o, porque las leyes de la pro
ducción capitalista se afirman com o leyes coerciti
vas a través del m ercado, de la com petencia, de la
circu lació n — , en una palabra, del cambio.(, Y el56
149
propio consum o es, o parte integrante de la produc
ción (consum o productivo) o, en el caso del consu-
mo llam ado improductivo, condición previa de toda
producción — y a la inversa.7 L a distribución, por
último, no es sino el reverso del proceso productivo,
uno de sus aspectos .subjetivos, y de todos modos su
resultado directo. _
E s indispensable explicar esto último algo más
detenidamente. «Distribución» o «repartición» tiene
dos sentidos. En el sentido corriente, se trata de la
distribución del producto social. E s de ésta de la que
M arx dice que sus form as son m om entos de la pro
ducción misma. «Si el trabajo no fuese definido co
mo trab ajo asalariado, no recibiría su parte de los
productos a título de salario, com o sucede en la es
clavitud. ( . . . ) En efecto, las relaciones y modos de
distribución constituyen sencillamente el reverso de
los factores de la producción: el individuo que co n
tribuye a la producción con su trab ajo asalariado
participa, bajo la form a de un salario, en la distri
bución de los productos creados en la producción.
150
L a estructura de la distribución es determ inada en
teram ente por la estructura de la producción. L a
distribución es determ inada por la producción, tan
to en lo que concierne a su objeto (ya que sólo se
puede distribuir lo que resulta de lo producción)
com o a su form a (porque el modo de participación
en la producción determina la form a específica de
la distribución, o sea la forma b a jo la cual se par
ticipa en la distribución). ( . . . ) Econom istas com o
R icard o , a quienes se suele reprochar no tener en
cuenta más que la producción, consideran sin em
b arg o la distribución com o el único objeto de la
econom ía. En efecto, ellos consideraban instintiva
m ente que las form as de la distribución definían ca
balm ente los factores de la producción en el seno
de una sociedad d ad a.»8
L a distribución tiene también otro sentido; es la
distribución de las condiciones de la producción:
«E n la acepción m ás simple, la distribución rep re
senta la distribución de los productos; definida de
este modo, está al otro extremo de la producción y
es, por decirlo así, independiente. Pero antes de ser
distribución de productos es: 1) distribución de ins
trum entos de producción, 2) lo que constituye la
prolongación de la relación precedente: la distribu
ción de los m iem bros de la sociedad entre las diver
sas ramas de la producción, es decir, la subordina
ción de los individuos a relaciones de producción
determ inadas. I.Ja distribución de los productos re
sulta evidentem ente de la distribución existente en
el seno del proceso de producción mismo y determ i
na la estructura de la producción. Si no tuviese en
cuenta esta última distribución, la producción resul
taría una abstracción sin sentido. L a distribución de
151
los productos es por consiguiente determinada por
esta distribución que, debido a su origen, constitu
ye un elemento de la producción. Cuidadoso sobre
todo de interpretar la producción moderna en su
estructura social claram ente definida, Ricardo es
por excelencia el econom ista de la producción; aho
ra bien, es precisamente por esta razón que él afir
ma que el verdadero objeto de la economía m oder
na no es la producción, sino la distribución. L o cual
demuestra una vez más la ineptitud de los econom is
tas que analizan la producción com o una verdad
eterna, y relegan la historia al cam po de la distribu
ción. L a relación entre esta distribución y la pro
ducción se sitúa m anifiestam ente también en el seno
de la producción. C om o la producción parte nece
sariam ente de cierta distribución de medios de pro
ducción, se podría decir que al menos \en este as
pecto la distribución precede a la producción y
constituye la condición previa de ella. Lk respuesta
a esta objeción es que la producción tiene cierta
mente sus condiciones y premisas propia^, pero és
tas son simplemente sus elem entos constitutivos. Al
com ienzo puede parecer que provienen /de la natu
raleza, pero el proceso mismo de la producción las
transform a en factores h istóricos: si durante un
período aparecen com o condiciones naturales, en el
siguiente constituyen el resultado histórico del perío
do precedente. Por lo demás, ellas se transforman
constantem ente en el seno de la producción. Así es
cóm o el maquinismo modifica la distribución de
los instrumentos de la producción y de los produc
tos. L a gran propiedad inm obiliaria moderna es el
resultado tanto del com ercio y de la industria m o
derna com o de la aplicación de esta última a la
agricultura.»’
Sin embargo, los dos sentidos de la distribución 9
152
están íntimamente ligados; lo están tam bién, evi -
dentemente, al modo de producción. La distribución
capitalista del producto social, que se desprende
del modo de producción, no hace sino fortalecer, am
pliar y desarrollar el modo capitalista de distribu
ción de las condiciones de la producción. E s la
distribución del producto neto en salario y plusvalía
lo que form a la base de la acum ulación capitalista,
que reproduce constantem ente a una escala supe
rior y más amplia la distribución capitalista de las
condiciones de la producción, y el modo de produc
ción mismo. No es posible resumir y generalizar
a la vez esa conexión mejor que M arx: «Por con
siguiente, llegamos a la conclusión de que la produc
ción, la distribución, el cam bio y el consum o no son
idénticos, sino que cada una de estas categorías
constituye un elem ento de un todo y representa la
diversidad en el seno de la unidad. Aun cuando
tiene una forma contradictoria, la producción exce
de su propio sector estrecho al igual que los otros
elementos del conjunto. El proceso siempre com ien
za de nuevo partiendo de ella. Es evidente que ni el
cam bio ni e¡ consumo podrían ser los elementos
predominantes. Lo mismo sucede con la distribu
ción de los productos. La distribución de los facto
res productivos no es más que un elem ento de la
producción. En consecuencia, tal producción deter
mina tal consum o, tal distribución y tal cam bio. así
com o todas las relacion es determ in adas entre diver
sos elem entos. Sin duda, en sentido estricto, la pro
ducción misma es determinada por los otros ele
mentos. Así, cuando se amplía el mercado, o sea
la esfera de los cambios. la producción aumenta en
volumen y se diversifica. La producción se modifica
al mismo tiem po que 1a distribución, cuando el ca
pital se concentra o cuando se m odifica la distribu
ción de los habitantes entre el campo y la ciudad,
etc. Por último, las necesidades del consumo influ
yen en la producción. Existe una interacción de to
151
dos estos facto res: esto es lo propio de todo con
junto o rg á n ico .» 101
Por consiguiente, cuando T rotsk i — por no h a
blar de sus epígonos— habla del carácter «bur
gués» de la distribución del producto social en R u
sia, oponiéndolo al carácter «socialista» de las re
laciones productivas o de la propiedad estatal (!), ni
siquiera es posible tom arlo en serio : el modo de
distribución del producto social es inseparable del
modo de producción. C om o dice M a rx . es simple
mente su otra ca ra : « L a organización de la distri
bución está enteram ente determ inada por la organi
zación de la producción». Y si es verdad que «el in
dividuo que contribuye a la producción con su tra
bajo asalariado participa, bajo la form a de un sa
lario, en la distribución de los productos creados en
la producción», no es menos cierto , a la jnversa, que
un individuo que participa en la distribución de los
productos bajo la forma del salario, participa en la
p rod u cción bajo la fo rm a del tra b a jo asalariado.
Y el trab ajo asalariado im plica el capital." \Imaginar
que un modo de distribución burgués pueda repo
sar sobre relaciones de producción socialistas no e.e
ni m ás ni menos absurdo que im aginar un /¡modo de
distribución feudal que reposara sobre relaciones de
producción burguesas (no junto a sino so b re esas
relaciones, resultado de esas relaciones). Ese ejem
plo m uestra que no se trata en este caso de un error,
sino de una noción absurda, tan desprovista de sen
tido desde un punto de vista científico com o la de
«avión hipomóvil » o la de «teorem a m am ífero».
Ni la distribución de las condiciones de la pro-
dución ni el modo de producción pueden estar en
contradicción con la distribución del producto so
154
cial. Si esta última tuviera un carácter opuesto a
los primeros, que constituyen sus condiciones, sal
taría inmediatamente en pedazos — como saltaría
inmediata e inevitablemente en pedazos cualquier
tentativa de instaurar una distribución socialista
sobre la base de relaciones de producción capita
listas.
Si las relaciones de distribución en Rusia no son
socialistas, las relaciones de producción tampoco
pueden serlo: precisamente porque la distribuctón
no es autónoma, sino que está subordinada a la pro
ducción. Los epígonos de Trotski, en sus esfuerzos
desesperados para disimular lo absurdo de su posi
ción, han presentado con frecuencia una versión ca
ricaturesca de esa idea: querer sacar conclusiones
sobre el régimen ruso a partir de las relaciones de
distribución sería por lo visto sustituir el análisis
del modo de producción por el análisis del modo de
distribución. Ese lamentable sofisma vale exactamen
te lo que vale éste:m irar el reloj para ver si es
mediodía significa creer que son las agujas del reloj
las que obligan al sol a llegar al cénit. No debería
ser demasiado difícil comprender que, justamente
porque las relaciones de producción determinan sin
ambigüedad alguna las relaciones de distribución,
es posible definir sin riesgo de equivocarse cuáles
son las relaciones de producción de una sociedad si
se conoce el modo de distribución que predomina
en ella; es posible deducir cuál es la estructura fun
damental (suponiendo que sea desconocida) de un
régimen en función de su modo de distribución del
producto social, como es posible seguir con segu
ridad la marcha de un navio aunque sólo se per
ciban sus mástiles.
Cuando se habla de este asunto, es casi inevita
ble que salga a relucir el «derecho burgués:. que
debe subsistir en la «fase inferior del comunismo»
en la esfera de la distribución. Nos ocuparemos de
esto algo más lejos con toda la extensión necesaria,
155
pero hay que precisar inm ediatam ente que, antes
de T ro tsk i, a nadie se le había ocurrido que la e x
presión «derecho burgués J>, em pleada por M arx m e
ta fó ricam en te, pudiera significar la distribución del
producto social según las leyes económ icas del ca
pitalismo. Lo que M arx y los m arxistas han entendi
do siempre por «supervivencia del derecho burgués»
es la supervivencia transitoria de una desigualdad,
no el m antenim iento y la agravación de la ex p lota
ción del trabajo.
A esos sofismas sobre la distribución está liga
da otra idea de T ro tsk i: 11 que la burocracia rusa no
tiene raíces en las relaciones de producción, sino
únicam ente en la distribución. A unque exam inare
mos esa idea a fondo después, cuando tratem os de
la naturaleza de clase de la b u ro cracia,' es necesario
abordarla brevem ente ah ora, debido a sus relacio
nes con la discusión anterior. E sa idea podría no ser
absurda si se atribuyera a la burocracia rus i la mis
ma im portancia (o m ejor dicho, la misma| insigni
ficancia) económ ica que a la bu rocracia de 1los E s
tados burgueses de la época liberal, a mediados del
siglo x ix . Se trataba entonces de un cuerpo1que de
sem peñaba un papel limitado en la vida económ ica,
que podía ser calificado de «p a r á s it o e n / el mismo
sentido que las prostitutas o el clero ; un cuerpo cu
yos ingresos estaban constituidos por una parfici-
pación indirecta en los ingresos de las clases con raí
ces en Ja producción — burguesía, terratenientes o
proletariado— ; un cuerpo que nada tenía que ver con
la producción. Pero es evidente que esa concepción
ni siquiera es ya adecuada en el caso de Ja burocra
cia capitalista de hoy, puesto que el Estado se ha
convertido desde hace décadas en un instrumento
vital de la econom ía de cla se, y desempeña un pa
pel indispensable en la coordinación de la produc- 12
156
ción. Si la burocracia actual del ministerio de la
Econom ía en F ran cia es un cuerpo parásito, lo es
(y en el mismo sentido) tanto com o el Banco de
Fran cia, el aparato de dirección de los ferrocarri-
Ies nacionalizados o el de un trust: o sea que es
indispensable en el marco de las relaciones econó
micas del capitalism o actual. Es evidente que la ten
tativa de asimilar la burocracia rusa, que dirige la
producción rusa de A a Z, a los dignos funciona
rios de la época victoriana, es, desde cualquier pun
to de vista, pero sobre todo desde el punto de
vista económ ico, perfectamente cóm ica. T rostki re
futa él niismo su propia posición cuando escribe
que «la burocracia se ha convertido en una fuerza in
controlada que domina a las m asas»,11 que «de ser
vidora de la sociedad, ha pasado a ser la dueña de
é sta » ,131415 que «el hecho de que se haya apropiado
del poder en un país en que los medios de produc
ción pertenecen al Estado, crea entre ellas y las
riquezas de la nación relaciones enteramente nue
vas. L o s medios de producción pertenecen al E sta
do. E l Estado pertenece en cierta form a a la buro
cracia.» "
Además, ¿cóm o podría un grupo desempeñar
un papel dominante en la distribución del producto
social, decidir soberanamente cuál será la d istrib ^
ción del producto neto en acumulación y consu
mo, dividir la parte destinada a este último en sa
lario obrero e ingreso burocrático, si no dominara
de cabo a rabo la producción misma? Repartir el
producto entre una fracción destinada a la acumu
lación y una fracción destinada al consumo significa
ante todo orientar tal parte de la producción hacia
la producción de medios de producción y tal otra
hacia la producción de objetos de consum o; dividir
157
el ingreso destinado al consum o en salario obrero
e ingreso burocrático significa orientar una parte
de la producción de objetos de consumo hacia la
producción de objetos de amplio consum o, y otra
parte hacia la producción de o b jeto s de ca1idad y
de lujo. L a idea de que se podría dominar la dis
tribución sin dominar la producción es perfecta
mente ridicula. ¿ Y cóm o podría dominarse la pro
ducción si no se dominaran las condiciones de la
producción, tanto m ateriales com o personales, si no
se dispusiera del capital y del trab ajo , de los bienes
de producción y del fondo de consumo de la socie
dad?
B. P roducción y p ro p ied a d
\
E n la literatura «m arxista» sobre Rilsia, suele
encontrarse una doble confusión: en un pláno gene
ral, se identifica las form as de propiedad \ con las
relaciones de producción; y, más precisaqiente, se
pretende que Ja propiedad estatal o « nacionalizada »
confiere autom áticam ente un carácter «Socialistas
a la producción. E s necesario analizar "revem ente
esos dos aspectos de la cuestión.
a) L a distinción, por Jo demás evidente, entre
«form as de la propiedad» y relaciones de produc
ción, se ve ya claram ente señalada en la obra de
M arx. V éase com o se expresaba éste sobre ese tema
en su célebre « Prólogo» de la C ontribución a la
crítica de la E con om ía P olítica: «[E ]n la produc
ción social de su vida, los hom bres contraen deter
m inadas relaciones necesarias e independientes de
su voluntad ( . . . ) E l conjunto de esas relaciones de
producción forma la estructura eco n ó m ica de la s o
cied a d , la base real sobre la que se levanta la su
perestructura jurídica y política ( . . . ) Al llegar a una
determinada fase de desarrollo, las fuerzas produc
tivas m ateriales de la sociedad entran en contradic
158
ción con las relaciones de producción existentes, o,
lo qu e no es m ás que la expresión jurídica de esto ,
con las relaciones de propiedad dentro de las cua
les se han desenvuelto hasta allí. ( . . . ) [H lay que
distinguir siempre entre los cam bios m ateriales ocu
rridos en las condiciones económ icas de la produc
ción ( . . . ) y las form a s jurídicas, políticas, ( . . . ) en
una paJabra, las form as ideológicas (. .. ). '*
E l texto está desprovisto de am bigüedad: las re
laciones de producción son relaciones sociales con
cretas, relaciones de hombre a hom bre y de clase
a clase, tal y com o se realizan en la producción con s
tante, cotidiana, de la vida material .,7 R elación en
tre amo y esclavo, o entre señor y siervo. R elación
entre patrono y obrero en el curso de la produc- 167
159
ción capitalista, cuya forma em pírica inmediata es
el cam bio de la fuerza de trabajo del obrero por
el salario que da el capitalista, relación cuyas con
diciones previas son que el patrono posea el capital
(tanto bajo su form a material com o su form a di
nero), y que el obrero posea la fuerza de trabajo.
En una sociedad «civilizada», el derecho da a esa
relación de producción una form a abstracta, una
form a jurídica. E n el caso de la sociedad capitalis
ta burguesa, por ejem plo, esa form a jurídica co n
siste, en cuanto a las condiciones previas de la re
lación productiva, en la propiedad de los medios
de producción y del dinero, reconocida al capitalis
ta, y la libre disposición de su fuerza-de trabajo, re
conocida al obrero (o sea la abolición Qe la esclavi
tud y de la servidum bre); y en cuanto a xla relación
misma, en el contrato de arrendamiento ^e trabajo.
Propiedad del capital, libre disposición de \su propia
fuerza de trabajo por el obrero y contrato de arren
damiento de trabajo son la form a jurídica de las
relaciones económ icas del capitalism o. /
Esa expresión jurídica abarca no sólq¡ las rela
ciones de producción en el sentido estricto del tér
mino, sino el conjunto de la actividad económ ica.
Producción, distribución, cam bio, dispo^ción de las
condiciones de producción, apropiaciórí del produc
to y hasta el propio consumo, aparecen b ajo la fo r
ma de la propiedad privada y del derecho con trac
tual burgués. Hay pues, junto a la realidad econó
m ica, las relaciones de producción, la distribución,
el cam bio, etc., una forma jurídica que expresa de
modo abstracto esa realidad. La producción es a la
propiedad lo que la econom ía es al derecho, lo que
160
la base real es a la superestructura, lo que la rea
lidad es a la ideología (véase «Nota final» de este
capítulo). Las form as de la propiedad pertenecen a la
superestructura jurídica — como escribe Marx en el
texto que hemos citado: a las «formas ideológicas».
b) Pero, ¿cuál es exactamente la función de
esa expresión jurídica?- ¿Puede decirse que se trata
de un fiel -reflejo de las realidades económ icas? Sólo
un vulgar liberal, com o diría Lenin— y como lo es
cribió realmente en un caso bastante parecido— ,,B
o un m ecanicista empedernido, podría admitir esa
identificación. No es imposible abordar aquí el aná
lisis de las relaciones entre la base económ ica y la
superestructura jurídica, política e ideológica en ge
neral, de una sociedad, pero por lo que respecta al
derecho propiamente dicho, son indispensables al
gunas precisiones. M arx y Engels eran perfectam en
te conscientes de la deformación de la imagen de la
realidad económ ica en la expresión jurídica. E n su
crítica de Proudhon, M arx insistía en que es im
posible responder a la pregunta: «¿Q ué es la pro
piedad?» sin un análisis del conjunto de las relacio
nes económ icas reales de la sociedad burguesa.181920
Engels, por su parte, escribía sobre el mismo proble
m a: «En un Estado moderno, el D erecho no sólo
tiene que corresponder a la situación económ ica ge
neral, ser expresión suya, sino que tiene que ser, ade
más, una expresión coherente en sí m ism a, que no
se dé de puñetazos a sí misma con contradicciones
internas. Para conseguir esto, la fid elid ad en el re
flejo d e las con d icion es económ icas tiene que sufrir
cada vez m ás qu ebran to.»*
161
P ero la razón que da Engels para explicar el
desacuerdo cada vez más palpable entre la revalidad
económ ica y las form as jurídicas, por válida que
sea, no es ni la única, ni la más importante. E l
fondo del problema, es lo que podríamos llamar la
doble función del derecho y de toda superestructura.
E l derecho, com o toda ' form a ideológica en una
sociedad de explotación, desempeña a la vez el pa
pel de forma adecuada de la realidad y de forma
mistificada de ésta. Form a adecuada de la realidad
para la clase dominante, cuyós intereses históricos
y sociales expresa, no es más que un instrumento de
mistificación para el resto de la sociedad. Es im
portante señalar que el pleno desarrollo de esas dos
funciones del derecho es el fruto de todo un desen
volvimiento histórico. Puede decirse qu£? en una
prim era fase, la función esencial del derecho es ex
presar la realidad económ ica, y en las primeras so
ciedades civilizadas cumple esa misión coh brutal
franqueza. Los romanos no sienten el meno^ escrú
pulo en declarar por boca de sus juristas que sus
esclavos son para ellos «cosas» y no personl:ts. Pero
cuanto más entra el conjunto de la socieditd en la
vida social activa, debido al desarrollo de, la econo
mía y de la civilización, más claram enté pasa a la
función social del derecho no reflejar^ sino precisa
mente la de encubrir la realidad económica y so
cial. Piénsese en la hipocresía de las constituciones
burguesas, y compáresela con la sinceridad de Luis
X I V proclam ado: «El Estado soy yo». Compárese
también la ausencia de disimulo con la que se re
conoce la existencia del trabajo excedente en la
economía feudal, en la que el tiempo de trabajo
que el siervo consagra a sí mismo y el que da al se
ñor están separados m aterialm ente, con la forma
encubierta del trabajo excedente en la economía
capitalista. L a historia contem poránea nos ofrece
todos los días ejem plos no sólo de la existencia,
sino de la eficacia de ese disfraz, pero el arte de
162
la m istificación de las masas tanto co n consignas
propagandísticas com o con fórm ulas jurídicas ha
alcanzado una especie de perfección ro n el estali-
mismo y el nazism o.2'
Donde puede observarse más fácilm ente esa do
ble función del derecho es en la esfera del de
recho político, y muy particularm ente del derecho
constitucional. E s sabido que el fundam ento de to
das las constituciones burguesas es la «soberanía del
pueblo», la «igualdad de los ciudadanos», e tc ...
M arx y Lenin han mostrado bastantes veces, de m o
do exhaustivo, lo que eso significa, y no vale la pena
volver a hacerlo aquí.2122
Sin em bargo, hay algo que los «m arxistas» de
hoy en día olvidan demasiado fácilm ente, y es que
el análisis que hace M arx de la econom ía capita
lista es inseparable de la crítica del desarrollo del
carácter m istificador del derecho civil burgués. M arx
nunca hubiera podido poner al descubierto el fun
dam ento eco n ó m ico material del * capitalism o si se
hubiera limitado a analizar las form as del código
burgués. Ni el «capital» ni el «proletario» tienen
significado o existencia para el ju rista burgués; no
hay ni un solo individuo en la sociedad capitalista
del que pueda decirse jurídicam ente que no posee
más que su fuerza de trabajo; y cuando M arx señala
que, al dar al obrero únicamente el precio de su fuer
za de trab ajo y apropiarse el conjunto del producto
del trabajo, cuyo valor supera con m ucho e l valor
de la sola fuerza de trabajo, el capitalista da al
obrero Jo que le debe y no le roba ni un céntim o,
163
no se trata solamente de un com entario irónico.“
Es indiscutible que, para quien se contente con
exam inar las formas de la propiedad burguesa, la
explotación en la sociedad capitalista seguirá siendo
un misterio.
c) Todo eso remite a lo que ya hemos dicho:
el derecho es una expresión abstracta de la realidad
social. Es su expresión — lo que significa que hasta
bajo sus formas mistificadoras conserva un lazo
con la realidad, al menos en la medida en que debe
permitir el funcionamiento de la sociedad en inte
rés de la clase dom inante— . Pero en tanto que ex
presión abstracta, es inevitablemente expresión falsa,
ya que en el plano social toda abstracción Q\:le no es
reconocida como tal es un engaño.2324
Se ha considerado siempre al marxismo, V con
razón, com o una crítica feroz y sistemática de las
abstracciones en el terreno de las ciencias soc tales,
particularmente violenta cuando de abstracciones ju
rídicas y económ icas se trata. E s pues asombroso
que una tendencia tan ostentosam ente «marxista»
como la que representaba Trotski haya podidb de
fender durante tantos años una forma particularmen
te virulenta de «juridicism o» en el análisis/de la
econom ía rusa. E sa regresión, de los modelos de
análisis económ ico concreto que propone , M arx, al
formalismo fascinado por la «propiedad estatal», ha
favorecido objetivam ente el trabajo de mistificación
de la burocracia estalinista y no hace más que ex
presar en el plano teórico una crisis real de la que
el movimiento revolucionario todavía no ha con
seguido salir.
d) Veamos qué quiere decir más concretam en
te esto en el caso de la estatificación total de la
producción.
164
M arx decía que, así como no se juzga a un hom
bre en función de lo que éste piensa de sí mismo,
no es tam poco posible juzgar a una sociedad en
función de lo que dice de sí misma en su constitu
ción y en sus leyes. Pero la com paración puede ir
aún más lejos. Si se quiere conocer a un hom bre,
la idea que aquél tiene de sí mismo es un elemento
esencial de su sicología que hay que analizar y po
ner en conexión con el resto para llegar a conocerle
realm ente; la imagen que una sociedad da de sí
misma en su derecho y en otras manifestaciones ideo
lógicas es un elemento no menos importante si, des
pués de analizar el estado real de una sociedad, se
quiere ir un poco más al fondo de las cosas. Hemos
dicho que el derecho es a la vez form a adecuada
y mistificada de la realidad económ ica: hay que
estudiar en el caso ruso ambas funciones.. y ver cómo
la propiedad estatal «universal* sirve de disfraz
a las relaciones de producción reales y también de
m arco cómodo para el funcionamiento de esas rela
ciones. ■
H asta 1930, nadie, en el movimiento marxista,
pretendía que la propiedad estatal constituyera en
sí m ism a la base de relaciones de producción socia
listas, o simplemente en camino hacia el socialismo.
A nadie se le había ocurrido que la «nacionaliza
ción* de los medios de producción fuera equivalen
te a la abolición de la explotación (véase «Nota fi
nal* apartado (b).. de este capítulo). Se insistía, al
contrario, en que el Estado era «el capitalista total
ideal* y «cuántas más fuerzas productivas asume
en propio, tanto más se hace capitalista total, y
tantos más ciudadanos explota. Los obreros siguen
siendo asalariados, proletarios. No se supera la re
lación capitalista, sino que, más bien, se exacer
ba.» M Hay docenas de textos en los que I ..enin ex
plica que el capitalism o de los monopolios se ha25
165
transformado ya durante la guerra de 1 9 1 4 -1 9 1 8
en capitalismo de Estado,26 y si hay algo que pue
da reprocharse a las fórmulas de Lenin, es que tie-
de a sobreestimar la rapidez del proceso de concen
tración de los medios de producción en manos del
Estado. Para Trostki, en 1936, el capitalismo de
Estado era una tendencia ideal que no podría nunca
realizarse plenamente en la sociedad capitalista.27
Para Len in, en 1916, era ya la realidad capitalista
de su éoca.28 Desde luego, Lenin se equivocaba
por lo que respecta a su época, pero esas citas bas
tan para acabar con las estúpidas habladurías de los
epígonos de Trotski, que pretenden que -la posibili
dad de una estatificación de la producción en un
régimen que no sea socialista (en su fundamento) es
una herejía desde el punto de vista marxista. ^ to
dos modos, esa herejía fue canonizada por el 1 Con
greso de la Internacional Comunista, que proclamó
en su M an ifiesto... que «la estatificación de la ^ida
económ ica ( ...) es ya un hecho. V olver, no ya la
libre com petencia, sino siquiera a la dominación
de los trusts, cárteles y demás pulpos capitalistas,
es ya imposible. E l único problem a es saber qiiién
se apoderará ahora de la producción estatificada:
el Estado imperialista o el Estado del proletariado
victorioso. »29 ■ /
Pero lo más significativo al respecto sori las com
paraciones que hacía Lenin, de 1917 a 1921, en
tre Alemania, país según él del capitalismo de E s
tado, y la Rusia soviética, que había estatificado los
principales medios de producción. He aquí un pasa
je característico: «Para aclarar más aún la cuestión,
26. V éase I. L e n in : Obras escogidas, t. 2 , p. 2 7 6 - 2 7 7 .
27. L. T r o ts k i: Op. cit, p. 2 5 6 - 2 5 7 .
28. V. I. Lenin: Obras escogidas, t. 2, p. 7 2 8 ; t. 3, p,
703 y 782.
29. Theses, Manifestes et Résolutions adoptés par les Ier,
lie, U le et /Ve Congres de l'lnternationale Communiste (1919
1923), P a r ís , 1 9 3 4 , p. 31 [R e im p r e s ió n facsím il, P a rís, M as-
p é ro , 1 9 6 9 ] .
166
citarem os, en prim er lugar, un ejemplo_ concretísi
mo de capitalism o de Estado. Todos conocem os ese
ejem plo: A lem ania. Tenem os allí la «Última pa
la b r a ' de la gran técnica capitalista m oderna y de
la organización arm ónica, su bordin ada al im peria
lism o júnker-burgués. D ejad a un lado las palabras
subrayadas, colocad en lugar de E sta d o m ilitar,
júnker, burgués, im perialista, tam bién un E stado,
pero un E stad o de otro tipo social, de otro conteni
do de clase, el E stad o soviético, es decir, proletario,
y obtendréis toda la suma de condiciones que da co
m o resultado el socialism o. ( . . . ) A l mismo tiempo,
el socialism o es inconcebible sin la dom inación del
proletariado en el E sta d o : eso es tam bién elem ental.
Y la historia ( . . . ) siguió un cam ino tan original que
p arió hacia 1 9 1 8 dos mitades separadas de socia'fis-
m o, una cerca de Ja otra, exactam ente igual que dos
futuros polluelos bajo' el mismo cascarón del im pe
rialism o internacional. Alemania y R u sia encarnaron
en 1918 del m odo m ás patente la realización m ate
rial de las condiciones económ ico-sociales, producti
vas y económ icas del socialism o, por un lado, y de
sus condiciones políticas, por o tr o ., 30
E sos textos, que la tendencia trotskista se abstie
ne prudentem ente de com entar, m uestran con la m a
yor claridad posible que para L en in:
1) L a «form a de la propiedad estatal», y la esta-
tificación en el sentido más profundo del térm ino, o
sea la unificación com pleta de la econom ía y de su
gestión en un m arco único (planificación), no resol
vían en modo alguno la cuestión del contenido de
clase de esa econ om ía, ni, por consiguiente, la de
la abolición de la explotación. P ara L en in , no sólo
la estatificación en cuanto tal no es forzosam ente «so
167
cialista», sino que la estatijicación n o socialista re
presenta la form a m ás dura y m ás p erfecta d e la
explotación en p rov ech o de: la clase dominante.
2) L o que confiere un contenido socialista a
la propiedad estatal (o nacionalizada) es, según L e -
nin, el carácter del poder político. Para él, la base
del socialism o era la estatificación. más el poder de
los soviets. La estatificación sin ese poder era la for
ma más acabada de la dominación capitalista.
Este último punto requiere un com entario: la con
cepción de Lenin, que hacía depender e] carácter de
la propiedad estatificada del carácter del poder po
lítico, no es errónea, en sí, pero hoy en día, después
de la experiencia de la revolución rusa, hay que ad
m itir que es- parcial e insuficiente. E l carácter, del po
der político señala sin ambigüedad alguna cuál es el
contenido real de la propiedad «nacionalizada;»,. pero
no constituye su verdadero fundam ento. Lo .que 'fo n -
fiere un carácter socialista o no a la propiedad ^na
cionalizada» es la estructura de las relaciones d e p ro
ducción. De ésta depende, después de la revolución,
el carácter del propio poder político, poder quti no
constituye el único factor im portante, ni, en ú^imo
térm ino, e] factor determinante. L a revolución sólo
podrá conferir un contenido socialista a la prqpiedad
nacionalizada, y crear la base económ ica objetiva y
subjetiva de un poder proletario, si trae c 0 nsigo una
transform ación radical de las relaciones de produc
ción en la fábrica: o sea si puede realizar la gestión
obrera. El poder soviético, com o poder de la clase
obrera, no vive por sí mismo; por sí mismo, tiende
más bien a degenerar, como todo poder estatal. Sólo
puede vivir y consolidarse en un sentido socialista to
mando como base la modificación fundamental de las
relaciones de producción, o sea el acceso de la masa
de los productores a la dirección de la economía. E s
precisamente lo que no ocurrió en R usia.31 El poder
de los soviets se atrofió paulatinamente porque su
170
garantizaba según él, ese carácter proletario del p o
der político, a pesar de la degeneración burocrática,
era el hecho de que el proletariado pudiera todavía
recuperar el poder y expulsar a la bu rocracia con una
simple reform a, sin revolución violenta. Y a hemos
señalado que ese criterio es insuficiente m ejor
dicho, que se refiere a un aspecto derivado y secun
dario— . Sin em bargo, retengamos el hecho de que
T ro tsk i no liga en m odo alguno en esa época la cues
tión del carácter del régimen a la «propiedad esta
t a l , . 57
Pero, tres años más tarde, T ro tsk i efectúa un
brusco cam bio de orientación/8 afirm ando a la vez:
l ) que toda reform a en Rusia era ya im posible. que
sólo una nueva revolución podría expulsar a la buro
cracia e instaurar el poder de las m asas y que ha
bía que construir un nuevo partido revolucionario,
pero también 2) que el régimen ruso conservaba su
carácter proletario, garantizado por 1a propiedad «na
cionalizada» de los medios de producción. E sa posi
ción, codificada, con innumerables contradicciones,
en L a revolución traicion ada , constituyó desde enton
ces el dogma intangible de la tendencia trotsquista
(véase «N ota fin al», apartado (d), de este capítulo).
E l carácter irremediablemente absurdo de tal po
sición salta a la vista en cuanto se reflexiona un' m o
m ento sobre el térm ino mismo de nacionalización».
«N acionalización» y «propiedad nacionalizada» son
expresiones com pletam ente ajenas al m arxism o y al
análisis científico. Nacionalizar significa dar a la na
ción . Pero, ¿qué es la nación? L a «nación» es una
abstracción; en realidad, la nación está desgarrada por
los antagonismos de clase: dar a la nación significa
dar a la clase dom inante de esa nación. E xp licar por378*
172
es difícil com prender — lo veremos con detalle des
pués— que la «planificación» rusa tiene la m ism a
función: expresar de modo coherente los intereses
de la burocracia. E sto se manifiesta tanto en el pla
no de la acum ulación corno en el del consum o, pla
nos cuya dependeffci.a recíproca es por lo demás ab
soluta. El desarrolla' concreto de la econom ía rusa
b ajo la dominación burocrática no difiere en nada, en
cuanto a su orientación general, del de un país cap i
talista: en vez del mecanismo ciego del valor, es el
m ecanism o del plan burocrático el que atribuye tal
parte de las fuerzas productivas a la producción de
medios de producción y tal otra a la producción de
bienes de consum o. Lo que orienta la acción de la
burocracia en ese terreno no es desde luego el «inte
rés general» de la economía — noción que no tiene
ningún sentido preciso— sino sus propios intereses;
o sea que la industria pesada está orientada esencial
mente en función de las necesidades m ilitares — y en
las condiciones actuales, y sobre todo en un país rela
tivamente atrasado, eso quiere decir que hay que des
arrollar el conjunto de los sectores productivos— , que
las industrias de bienes de consum o están orientadas
esencialm ente en función del consum o de los buró
cratas; y que, al realizar esos objetivos, los trabajad o
res deben dar un máximo y co star un mínimo. L a
estatificación y la planificación en Rusia no hacen
más que servir los intereses de clase de la burocracia
y la explotación del" proletariado, y los objetivos esen
ciales y el medio fundamental (la explotación de los
trabajadores) son idénticos a los de las econom ías c a
pitalistas. ¿C óm o puede calificarse a esa econom ía de
«progresiva»?
E l argum ento esencial de T ro tsk i es el aum ento
de la producción rusa. La producción rusa se ha mul
tiplicado por cu atro y por cin co en unos cuantos
años; ese desarrollo, dice Trotski, hubiera sido im po
sible si el capitalism o privado se hubiera mantenido
en el país. Pero si la burocracia es «progresiva» en
173
la medida en que es capaz de desarrollar las fuerzas
productivas» nos encontram os ante el siguiente di
lema:
— o ese desarrollo de las fuerzas productivas sus
citado por la burocracia es a la larga un fenóm eno
poco duradero y de extensión lim itada, y por lo tanto
sin verdadero alcance histórico;
— o la burocracia es capaz en R usia (y, si es así,
en todas partes) de garantizar una nueva fase his
tórica de desarrollo de las fuerzas productivas.
Trotski piensa que hay que rechazar categórica
mente el segundo térm ino de la alternativa. No sólo
cree que es indiscutible que la burocracia no tiene
ningún porvenir histórico, sino que afirm a además que,
si un fracaso prolongado de la revolución permitiera
que la burocracia se instalase en el poder a escala
mundial de modo duradero, «se trataría de u ñ ré
gimen decadente, que acarrearía un eclipse de lal ci
vilización.»''7 Y sobre ese punto, estam os totalmente
de acuerdo con él. Queda pues el prim er término de
la alternativa: el desarrollo de las fuerzas produ^ivas
en Rusia suscitado por la burocracia es un fenQíneno
relativam ente efímero, y, en definitiva, sin/verda-
dero alcance histórico (véase «Nota final», -ilpartado
(d), T ro tsk i, por cierto, no sólo no lo niega, sino que
va aún niás lejos, y señala, aunque demasiado breve
mente, algunos de los factores que hacen ya de la
burocracia «el peor obstáculo al desarrollo de las
fuerzas productivas.»* ..
Pero es evidente que, en ese caso, nada permite
pretender que la econom ía rusa tiene un carácter
«progresivo». El que la burocracia haya multiplicado
por cuatro o por cinco la producción rusa entre 19 28
y 1 9 4 0 , mientras que el im perialism o japonés sólo
doblaba la suya durante el mismo período, o mientras 3940
C. L a s relacion es d e producción
Pioneer Publ., 1934; «Once agaín: the USSR and its defense»
[contra Craipeau e Yvon] [1937] en Writings of Leon Trots-
ky (1937-38), NY, Pathfinder, 1970, p. 86-90; «Not a Workers
and not a Bourgeois State?» [contra Burnham] [1937], ibid.,
p. 90-94; «Learn to think», «The New International», july, 1938
[contra Ciliga]; y, claro está, ln Defense of Marxism [contra
Rizzi, Burnham y Shachtman].
176
1) las relaciones de producción no son las relacio
nes de distribución del producto so cial; 2) las re
laciones de producción tienen algo que ver con las
form as de propiedad. L a primera proposición es com
pletam ente falsa, ya que las relaciones de produc
ción son tam bién relaciones de distribución, o más
exactam ente. la distribución del producto social es
un momento del proceso de producción. L a segunda
es sólo parcialm ente exacta, ya que ahí está jus
tamente el problem a: ¿Cuál es el lazo entre las re
laciones de producción y las form as de propiedad?
¿Q ué relación hay entre producción y propiedad, en
tre econom ía y derecho? Y a vimos anteriorm ente
esas cuestiones prelim inares; de lo que se trata ahora
es de exam inar de modo positivo lo que son las
relaciones de producción.
En las relaciones de producción hay que distin
guir desde un punto de vista lógico varios aspectos.
T od a relación de producción es, en primer Ju
gar y de modo inmediato, una organización de las
fuerzas productivas con vistas al resultado produc
tivo; de las fuerzas productivas, o sea de1 trabajo
mismo y de las condiciones del trabajo (que se
reducen en últim o análisis a trab ajo anterior). E sa
organización de las fuerzas productivas, que deter
mina el objetivo productivo y es al mismo tiempo
determinada por él, puede efectuarse de modo di
gamos espontáneo o ciego, como en las sociedades
• •• » / / * •
primitivas, o requerir órganos económ icos y s o c ia
les separados com o en las sociedades evolucionadas,
pero es siempre el primer momento de la vida eco
nómica, el fundam ento sin el cual no hay produc-
ci o n.
Toda relación de producción im plica tam bién,
com o presupuesto y como consecuencia, una dis
tribución del resultado de la actividad productiva, del
producto. D istribución determinada necesariam ente
por la producción tanto pasada y presente como fu
tura: en primer lugar, sólo hay distribución del pro-
177
ducto de una producción, y eso b a jo la forma que
la producción ha dado a ese producto; además, to
da distribución tiene necesariam ente en cuenta la
producción futura, puesto que constituye su condi
ción. Por otra parte, la conservación, la disminu
ción o la extensión de la riqueza de la comunidad
viene de las modalidades concretas de distribución
de los productos, ya que esa distribución tiene o no
en cuenta la necesidad de sustituir las reservas so
ciales y los instrumentos usados, o de m ultiplicar
los. En ese sentido, puede decirse no sólo que to
da producción ulterior está determ inada por la dis
tribución precedente, sino también que la distribu
ción futura es el facto r determ inante de la organiza
ción de 1a producción actual. \
Por último, tanto la producción como organiza
ción, conio la producción com o distribución, se ba
san en la apropiación de las condiciones de la pro
ducción, o sea de la naturaleza (tanto de la natura
leza exterior com o del propio cuerpo del hom bre).
Desde un punto de vista dinám ico, esa apropi(\(;ión
es un poder de disponer de esas condiciones, yfi sea
el sujeto la comunidad en su con ju nto, o sea esa
disposición m onopolio de un grupo, categoría o clase
social.
Organización (gestión) de la producción misma,
distribución del producto, fundadas ambas en la dis
posición de las condiciones de la producción: he ahí
el contenido general de las relaciones de produc
ción. Las relaciones de producción en una época da
da se manifiestan en la organización (gestión) de la
cooperación de los individuos con vistas al resul
tado productivo y en la distribución de ese produc
to, a partir de un determinado modo de disposición
de las condiciones de la producción/’
Pero lo im portante no es la noción general de42
179
junto de reglas sociales explícitas, y se ve pronto ga
rantizada por la coerción social organizada, el E s
tado de los propietarios de esclavos. Simultáneamen
te, la organización de la producción, la gestión de
las fuerzas productivas, se convierten en función so
cial ejercida por la clase dominante de modo natu
ral, sobre la base de su disposición de esas fuerzas
productivas. Con la sociedad esclavista aparecen
pues la disposición de las condiciones de la produc
ción y la gestión de la producción como momentos
aparte de la vida económ ica: ya que esa sociedad
hace de la primera un fenómeno directamente social
(y m uestra que hasta la disposición que tiene el hom
bre de su propio cuerpo como fuerza productiva
no va en modo alguno de sí, sino que es pro
ducto de una determinada form a de vida históri
ca), y convierte la organización y la gestión de\ la
producción en función social de una clase e sp ^ í-
fica. Pero la sociedad esclavista elimina la distri-
** i
180
lació n con la sociedad esclavista grecorom ana, se
m antiene el carácter autónomo de la disposición de
las condiciones de la producción, pero la función de
organización de la producción tiende a atrofiarse. E l
señor sólo ejerce una actividad de gestión en un
sentido sum am ente vago y general: una vez que se
ha fijado la división del trabajo en el dom inio, y en
tre siervos, se lim ita a imponer el respeto de ésta.
E n cuanto a la distribución del producto, se efec
túa, podríam os decir, de una vez para siem pre: el
siervo debe al señor tal parte del producto, o tan
tas jornadas de trab ajo . E se carácter estático tanto
de la organización de la producción com o de la dis
tribución no es más que la consecuencia del ca rá c
ter estacionario de las fuerzas productivas en el p e
ríodo feudal.
E n la sociedad capitalista, los diferentes m om en
tos del proceso económ ico alcanzan su pleno de
sarrollo, y una existencia m aterial independiente.
A quí, disposición de las condiciones de producción,
gestión y distribución, así como el cam bio y el con
sum o, surgen co m o entidades que pueden adquirir
una autonom ía, convertirse cada una en o b jeto es
p ecífico, m ateria de reflexión, fuerza social. L o que
h ace de los capitalistas la clase dom inante de la so
ciedad m oderna, es que, al disponer de las condi
ciones de la producción, organizan y dirigen la pro
ducción y aparecen corno agentes personales y cons
cientes de la distribución del producto social.
O sea que, en resumen:
1) Lo que define, en general, las relaciones de
producción, e s: a) el modo de gestión de la produc
ción (organización y cooperación de los condiciones
m ateriales y personales de la producción, definición
de los objetivos y métodos de p rod u cción ); b) el
m odo de distribución del producto social (íntim a
m ente ligado a la gestión de Ja producción b a jo múl
tiples aspectos; en particular, la m onopolización de
las cap a cid a d es de dirección y la orientación de la
181
acum ulación, que está en dependencia recíproca con
la acum ulación, se desprenden de la distribución),
y el que esas relaciones se funden en una distri
bución inicial d e las con dicion es d e la producción,
distribución inicial que se manifiesta en la disposi
ción exclusiva de los medios de producción y de los
objetivos de consumo. E sa disposición se manifies
ta a veces de modo explícito en las formas jurídicas
de la propiedad, pero sería absurdo decir que coin
cide en todo momento con éstas o que se expresa
en ellas de modo adecuado y unívoco' (véase lo di
cho anteriorm ente). No hay que olvidar nunca que
esa distribución «inicial» de las condiciones de pro
ducción se ve constantem ente reproducida, extendi
da y desarrollada por las relaciones de producción
hasta el momento en que se efectúa una revolución
en éstas últimas. \
2) El contenido d e clase de las relaciones e
producción, fundado en la distribución inicial de lpr
condiciones de la producción (monopolización de lbs
medios de producción por una clase social, repro
ducción constante de esa monopolización) consiste
en: a) la gestión de la producción por la clasé do
minante; b) la distribución del producto social en
favor de la clase dominante. L a existencia de la
plusvalía o la existencia del excedente no determinan
ni el carácter de la clase dominante en la econom ía,
ni siquiera el hecho de que la economía esté fun
dada en la explotación. Pero la apropiación de esa
plusvalía por una clase social, en virtud de su m o
nopolio sobre las condiciones m ateriales de la pro
ducción, basta para definir una economía de clase
fundada en la explotación; el empleo de esa plus
valía, el modo en que se reparte entre acumulación
y consumo improductivo de la clase dominante, la
orientación de esa acumulación misma y el modo
concreto de apropiación de esa plusvalía y de su dis
tribución entre los m iembros de la clase dominan
te, determinan el carácter específico de cada econo
182
m ía de clase y diferencian históricam ente las cla
ses dominantes entre sí.
3) Desde el punto de vista de la clase explota
da, el carácter de clase de la econom ía consiste:
a) en la producción en el sentido estricto, en que
se ve reducida de modo riguroso a un papel de
ejecutante, y de modo más general en su enajena
ción, en su subordinación total a las necesidades de
la clase dom inante; b) en la distribución, en la apro
piación de la diferencia entre el coste de su fuerza
de trabajo y el producto de su trab ajo por la clase
dom inante.
2. P r o l e t a r ia d o y producción
183
Presentaremos tam bién un esbozo de lo que es
la estructura de las relaciones de producción en una
sociedad socialista antes de abordar nuestro tema.
Y ello, no sólo porque hay que luchar contra el
engaño y recordar que por socialism o se ha enten
dido siempre en el movimiento obrero algo que no
tiene nada que ver ni con la realidad rusa, ni con la
idea del socialismo tal y como la propagan los es-
talinistas, sino, más que nada, porque la identidad
aparente de ciertas formas económ icas — ausen
cia de propiedad privada, plan, etc.— en el- socialis
mo y en el capitalismo burocrático, hace que la com
paración entre los dos regímenes sea extremamen
te instructiva.
A. L a producción capitalista \
j
Y a vimos que lo que traduce el tipo de rela- '
ciones de producción existentes en una sociedad es"
la gestión de la producción y la distribución del prq^
dueto, y que lo que pone de manifiesto su confé-
nido de clase es que la disposición de las condicio
nes materiales de la producción sea monopoljó de
una categoría social. Veam os lo que significa con
cretam ente esto en el caso de la producción capi
talista.
1. La relación de producción fundamental . en
la econom ía capitalista es la relación entre patrono
y obrero. ¿Por qué es esa relación una relación de
clase? Porque la posición económ ica y social de las
dos categorías de personas que participan en ella
es absolutamente diferente, y esa diferencia es fun
ción de una relación diferente con los medios de
producción. El capitalista posee (directa o indirec
tam ente) los medios de producción, el obrero sólo
posee su fuerza de trabajo. Sin la com binación de
los medios de producción y los medios de trabajo
(o sea del trabajo muerto y del trabajo vivo) no
184
hay producción posible, y ni el capitalista puede
prescindir del obrero, ni el obrero del capitalista
m ientras éste disponga de los m edios de producción.
L a com binación, la cooperación del trab ajo muerto
y del trabajo vivo 43 tom a la forma económ ica, des
de el punto de vista del intercam bio entre «unida
des económ icas independientes»,44 de la venta de la
fuerza de trabajo por el obrero al capitalista. Para
el obrero, es indiferente que el com prador de su
fuerza de trab ajo sea un patrón individual, una
sociedad anónim a o el Estado. L o que le importa
es la posición dominante de ese com prador frente a
él, debida al hecho de que dispone del capital so
cial o de una parcela de éste, o sea no sólo de los
medios de producción en el sentido estricto, sino
también del fondo de consumo de la sociedad, y
en definitiva, del poder de coerción , o sea del E s
tado. E s esa posesión del capital y del poder lo
que hace de los capitalistas la clase dominante de
la sociedad burguesa.
V eam os cóm o se traduce esa dom inación del
capital sobre el trab ajo en la organización de la pro
ducción y en la distribución del producto.
2. Y a vimos que toda relación de producción
es, en primer lugar y de modo inm ediato, organitza-
ción de las fuerzas productivas con vistas al resul
tado productivo. E n la sociedad moderna, la relación
de producción es pues organización de la cooperación
de las fuerzas productivas, del capital y del traba
jo (del trab ajo m uerto o pasado y del trabajo vivo
o actual), de las condiciones del trab ajo y del tra
187
el punto de vista del trabajo m uerto en árbitro todo
poderoso de la producción. A escala individual, eso
significa la subordinación com pleta del obrero a la
m áquina, tanto en los movimientos com o en el rit
mo de trabajo. L a cooperación entre obreros se efec
túa en función de las «necesidades» del com plejo
m ecánico al que están sometidos. Socialm ente, por
últim o, la principal m anifestación de esa subordi
nación es la regulación de la admisión, de la co n
trata (o del paro) de los obreros en función de las
necesidades de ese universo m ecánico.
3. Pero las relaciones de producción tienen un
segundo aspecto, tan im portante com o el prim ero:
son, de modo mediatizado, relaciones de c a m b io y
por lo tanto de distribución. \
E l resultado de Ja separación de los productores \
y de los instrumentos de producción — que constitu- \
ye el hecho fundamental de la era capitalista— es ;
que para los productores, la participación en la pro- j
ducción, y por ende en la distribución del resulta-/
do de esa producción, sólo es posible mediante lá
venta de la única fuerza productiva que poseen, la
fuerza de trabajo (encontrándose ésta, aunque sólo
fuera com o consecuencia del desarrollo técnico, com
pletam ente subordinada al trabajo m uerto); m edian
te el cam bio, por Jo tanto, de su fuerza de trabajo
y una parte del resultado de la producción. E l mo
nopolio de ql}e disfrutan los com pradores de la fuer
za de trabajo, tanto §o£re los medios de producción,
com o sobre los fondos de consum o de la sociedad,
hace que las condiciones de ese cam bio tiendan a ser
dictadas por los capitalistas, no sólo por lo que se
refiere al precio de la m ercancía fuerza de trabajo
(salarios) sino también a las determ inaciones de esa
m ercancía (duración e intensidad de la jornada de
trabajo, etc.) .47
L a dom inación capitalista se ejerce pues tam
189
dictorias. En el primer volumen de El Capital ,48
M arx escribe que lo que determina el nivel de vida
en la clase obrera son factores históricos, morales
y sociales; en Salario , precio y ganancia, invoca la
relación de fuerzas entre proletariado y burguesía;
y por último, en el tercer volumen de E l Capital,
alude a las exigencias internas de la acumulación
capitalista, y a la tendencia inexorable de la econo
mía capitalista a reducir la parte. pagada de la jo r
nada de trabajo a un estricto mínimo, bajo la presión
del descenso de la cuota de ganancia y de la crisis
cada vez más grave del sistema capitalista.
Hay entre esos tres factores una conexión lógi
ca, pero también un orden histórico. Los tres A c
tores actúan constante y simultáneamente d u ra°'e
toda la época capitalista, y no están ni mucho mends
separados. Puede reducirse los «factores históricos;
morales, etc.» a los resultados combinados de la lu-1
cha de clases en el pasado y de la tendencia intrínf
seca del capitalismo a una explotación cada vez m^-
yor del proletariado. El grado de desarrollo capita
lista de la sociedad determina a su vez (junto ¿on
otros factores, el aro está) la intensidad de la lúcha
de clases, etc.
Pero no es por ello menos cierto que impor
tancia relativa de esos factores varía con el desa
rrollo histórico; puede decirse, de modo esquemáti
co, que el primer factor representa hasta cierto pun
to la herencia del pasado, que tiende, en un esque
ma ideal de desarrollo capitalista, a nivelarse ante el
efecto combinado de la expansión de la lucha de
clases y de la concentración universal del capital.
Los efectos de la lucha de clases no son los mismos
en la primera y en la última fase de la época capi
talista; en el «período ascendente» del capitalismo,
o sea mientras no han empezado a hacerse sentir ide
modo acuciante los efectos del descenso de la cuota
190
de la ganancia, cuando el capitalism o no h a entrado
todavía en la fase de su crisis orgánica (véase lo dicho
en la «In trod u cción » a este volum en), la relación
de fuerzas entre el proletariado y la burguesía puede
tener una influencia considerable en la distribu
ción del producto social; es el período durante el
cual el éxito de las luchas con objetivos «minimun»
puede ser, dentro de ciertos lím ites, im portante y
duradero. Pero en el período de agonía del ca
pitalism o, no sólo le es imposible a la clase dom i
nante hacer cualquier nueva concesión al p roleta
riado, sino que la crisis orgánica de su econom ía le
obliga a volver a arrebatar a la clase obrera toáo
lo que ésta le h abía arrancado durante el período
anterior. Las «reform as» de todo tipo son ya o b je
tivam ente im posibles y la sociedad tiene que enfren
tarse directam ente con el dilema revolución o co n
trarrevolución, cuya traducción económ ica desde el
punto de vista que nos interesa es: o dom inación
de la producción por los productores, o determ ina
ción absoluta de su nivel de vida en función de las
necesidades de un máximo de ganan cia para el c a
pital. E l fascism o y el estalinismo se encargan (en
contextos diferentes) de obtener esto últim o duran
te ese período de agonía de la sociedad de explota
ción. E n esa fase, el efecto de la lucha de clases en
la distribución del producto social es m ucho más
reducido; es la posibilidad de destruir radicalm ente
el sistema lo que confiere ahora su significado fun
dam ental a esa lu ch a; como las reivindicaciones «mí
nimum» no pueden ya distinguirse de las reivindica
ciones « maximum », la lucha por la defensa de las
condiciones de vida más elem entales se convierte
directam ente en lucha por la revolución y por el
poder. Y m ientras no estalle esa revolución, lo que
determ ina cada vez más el nivel de vida de la clase
obrera y por tanto de la fuerza de tra b a jo es el
«ham bre de plusvalía» cada vez m ayor del capital.
P ero esos fa cto re s (y las variaciones en el valor
191
de la fuerza de trabajo que acarrean) influyen so
bre todo en la determinación de las tendencias his
tóricas, de las grandes líneas del desarrollo en pla
zos relativamente largos. Como señala M arx, pue
de considerarse que, en un período y un país dados,
el nivel de vida de la clase obrera y por lo tanto de
la fuerza de trabajo son fijos.
Ese valor, considerado grosso m od o como algo
estable, sólo puede realizarse en la economía capi
talista, como todo valor, a través de la necesaria
mediación del mercado, de un mercado relativamen
te «libre» en el que existe una demanda de la mer
cancía fuerza de trabajo. Ese mercado no es' sólo la
condición necesaria de la adaptación del precio de
la fuerza de trabajo a su valor; es sobre todo la ben
dición indispensable para que la noción de «ni1<el
de vida de la clase obrera» tenga sentido; ya que én
el caso contrario, los capitalistas podrían sin límite
alguno determinar ese nivel de vida únicamente qñ
función de las necesidades internas del aparato pro
ductivo. Lo que constituye ese límite, no es tarito
la competencia individual entre compradores y velJtle-
dores de la fuerza de trabajo, como la posibilidad
que tienen los obreros de limitar globalmente y en
masa la oferta de trabajo en un momento dado me-*
diante la huelga. En otras palabras, lo que, al dar
consistencia objetiva a la noción de «nivel de vida
de la clase obrera» y por lo tanto al valor de la
fuerza de trabajo, permite la aplicación de la ley del
valor a la mercancía fundamental de la sociedad ca
pitalista, o sea esa fuerza de trabajo, es el hecho de
que la clase obrera no está completamente reducida
a la esclavitud. Así como la concentración y la m o
nopolización universal de las fuerzas productivas,
quitarían todo significado a la ley del valor, la re
ducción completa de la clase obrera a la esclavitud
quitaría todo contenido-a la noción de «valor de la
fuerza de trabajo».
4. En resumen: la explotación inherente al sis-
192
tema capitalista se basa en el hecho de que los pro
ductores no disponen de los medios de producción
ni individualmente (artesanado) ni colectivam ente
(socialism o); de que el trabajo vivo en vez de domi
nar al trabajo muerto, es dominado por éste, por in
termedio de los individuos que lo personifican (los
capitalistas). L as relaciones de producción son rela
ciones de explotación bajo sus dós aspectos: como
organización de la producción propiam ente dicha y
como organización de la distribución. E l trabajo
muerto explota al trabajo vivo en 1a producción pro
piamente dicha porque el punto de vista de éste se ve
subordinado al del trabajo m uerto: en la organización
de la producción, el proletariado está enteram ente do
m inado por el capital y sólo existe para este últi
mo. Y lo explota también el de la distribución, por
que lo que determ ina la participación del trab ajo vi
vo en el producto social son leyes económ icas (ex
presadas por el patrón en el plano consciente) que
definen esa participación sobre la base, no del valor
creado por la fuerza de trabajo, sino del valor de
esa fuerza de trab ajo . Esas leyes, que expresan la
tendencia profunda de la acum ulación capitalista,
reducen cada vez más el coste de la producción de
la fuerza de trab ajo a un «mínimo físico ».'’ Además,
el aumento de la productividad del trabajo, al ha
cer disminuir el precio de las m ercancías necesarias
para la subsistencia del obrero, tiende a reducir la
parte del proletariado en la distribución del produc
to social. Pero no hay que tom ar la expresión «mí
nimo físico» en un sentido literal; en un sentido es
tricto, es im posible definir un «mínimo físico»/0 A lo
que se refiere la expresión es a la tendencia a la re
ducción del salario real relativo de la clase obrera.5*49501
199
3. P roletariado y burocracia
200
Desde ese punto de vista, la ausencia de « propie
dad privada» capitalista no tiene im portancia; la bu
rocracia, que dispone colectivamente de los medios
de producción, con derecho a usar y abusar de ellos
(ya que puede crear fábricas, destruirlas o conceder
las a capitalistas extranjeros, y dispone del produc
to de éstas y determina su producción). está en la
misma situación respecto a) capital social de Rusia
que los grandes accionistas de una sociedad anónima
respecto al capital de ésta.
Hay pues dos categorías sociales en presencia:
el proletariado y la burocracia. Esas dos categorías
contraen, con vistas a la producción, determinadas
relaciones económ icas. Esas relaciones son relacio
nes de clase, en la medida en que la relación de
esas categorías con los medios de producción es com
pletamente diferente: la burocracia dispone de los
medios de producción, los obreros no disponen de
nada; la burocracia dispone no sólo de las máquinas
y de las materias primas, sino también del fondo de
consumo de la sociedad. E l obrero, por lo tanto, no
tiene más remedio que «vender» su fuerza de traba
jo al «Estado», o sea a la burocracia; pero esa ven
ta adquiere en este caso características especiales, de
las que ya hablarem os. De todas formas, mediante
esa «venta» se realiza la cooperación indispensable
del trab ajo vivo de los obreros y del trabajo muerto
acaparado por la burocracia.
Exam inem os ahora más atentamente en qué con
siste esa «venta» de la fuerza de trabajo. Es eviden
te que la posesión a un tiempo de los medios de
producción y de los medios de coerción, de las fá
bricas y del Estado, confiere a la burocracia, en ese
cam bio, una posición dominante. Como la clase ca
pitalista, la burocracia dicta sus condiciones en el
«contrato de trab ajo ». Pero los capitalistas domi
nan económ icam ente dentro de los límites muy preci
sos que imponen, por un lado las leyes económ icas
201
que rigen el m ercado, y por otro la lucha de cla
ses. ¿L e ocurre lo mismo a la burocracia?
No es difícil ver que no es ése el caso. No hay
«impedimento objetivo» que limite las posibilida
des de explotación del proletariado ruso por la bu
rocracia. En la sociedad capitalista, dice M arx, el
obrero es libre en el sentido ju ríd ico, y, añade con
cierta ironía, en todos los sentidos del término. Y a
que esa libertad es en primer lugar la del hombre
que no está ligado a una fortuna; y com o tal, des
de el punto de vista social equivale a la esclavitud,
porque el obrero tendrá que trabajar para -no mo
rirse de hambre, allí donde encuentre un trabajo,
y en las condiciones que se le impongan. Sin em bar
go, su «libertad» jurídica, aunque globalm enté sea
un engaño, no está desprovista de significado s^cial
o económ ico. Es ella la que hace de la fuerza de, tra
b ajo una m ercancía que puede, en principio,/ ser
vendida o retenida (huelga), en tal o cual lugar- (po
sibilidad de cam biar de empresa, de ciudad, .etc . . . ) .
E sa «libertad» y su consecuencia, la intervención de
las leyes de la oferta y la demanda, hace que la
venta de la fuerza de trabajo no se efectúe en con
diciones dictadas únicamente por el capitalista o su
clase, sino dictadas tam bién, en una medida im por
tante, tanto por las leyes y la situación del mercado
com o por la relación de fuerzas entre las clases. Y a
vimos que esa situación cam bia en el período de
decadencia y de crisis orgánica del capitalismo.. y
que, en particular, la victoria del fascismo permite
al capital dictar imperativamente sus condiciones de
trabajo a los trabajadores; aunque habría que anali
zar más detenidamente este punto, baste con decir
aquí que una victoria duradera del fascismo en gran
escala traería consigo no sólo la transform ación del
proletariado en una clase de modernos esclavos in
dustriales, sino profundas transform aciones estruc
turales de la econom ía en su conjunto.
Sea com o fuere, puede com probarse que la eco-
202
nom ía rusa se encuentra m ucho m ás cerca de este
últim o m odelo que del de la econom ía capitalista
de com petencia por lo que respecta a las condicio
nes de la «venta» de la fuerza de trabajo. Esas con
diciones las dicta exclusivamente la bu ro cracia, o
sea que están únicam ente determinadas por la nece
sidad creciente de plusvalía del aparato productivo.
L a expresión «venta:. de la fuerza de trabajo está
aquí desprovista de contenido real: sin hablar del
trabajo forzado propiam ente dicho en R usia, puede
decirse que el trabajad or ruso «norm al», «libre», no
dispone de su fuerza de trabajo en el sentido en que
dispone de ella en la economía capitalista clásica. En
la inmensa m ayoría de los casos, el obrero no puede
abandonar ni la em presa en la que trab aja, ni la ciu
dad, ni el país. E n cuanto a la huelga, ya se sabe
cuáles son sus consecuencias: la menos grave es su
deportación a un cam po de trabajo forzado [ 1 9 4 9 ].*
203
Los pasaportes internos, las libretas de trabajo y el
M VD hacen que cualquier desplazamiento y cual
quier cam bio de trabajo sean imposibles sin la apro
bación de la burocracia. E l obrero se convierte en
parte integrante, en fragmento de la maquinaria de
la fábrica en la que trabaja. E stá ligado a la em
presa de modo aún más estricto que el siervo a la
tierra; lo está com o el tornillo a la máquina. E l nivel
de vida de la clase obrera puede pues estar deter-
204
minado — así com o el valor de la fuerza de traba
jo — únicamente en función de la acum ulación y del
consumo im productivo de la clase dominante.
Por consiguiente, en la «venta» de la fuerza de
trabajo la burocracia impone unilateralm ente y sin
discusión posible sus condiciones. E l obrero no pue
de, ni siquiera desde un punto de vista form al, ne
garse a trabajar, y tiene que trab ajar en las condi
ciones que se le im ponen. Por lo demás, es a veces
«libre» de morirse de hambre, y siempre es «libre»
de escoger un tipo de suicidio más interesante.
Hay pues relación de clase en la producción, y
explotación. U na explotación sin lím ites objetivos:
quizá sea eso lo que quiere decir T rotsk i cuando
escribe que «el parasitismo burocrático no es explo
tación en el sentido científico del térm ino». C reía
mos, por nuestra parte, que la explotación en el sen
tido científico del término consiste en que un grupo
social, debido a su relación con el aparato produc
tivo, puede dirigir la actividad productiva social y
acaparar una parte del producto social, sin partici
par directam ente en el trabajo productivo o en ma
yor medida de lo que le garantizaría esa participa
ción. E n eso consistió la explotación esclavista y
feudal y en eso consiste la explotación capitalista.
En eso consiste también la explotación burocrática.
Se trata no sólo de explotación en el sentido cien
tífico del térm ino, sino de verdadera explotación
científica, la explotación más científica y m ejor or
ganizada de la historia.
Com probar la existencia de una «plusvalía» en
general no basta desde luego ni para probar que
hay explotación, ni para com prender el funciona
m iento de un sistem a económico. Se ha señalado
desde hace mucho tiempo que, en la medida en que
en la sociedad socialista haya acum ulación, habrá
también «plusvalía», y en cualquier caso diferencia
entre el producto del trabajo y el ingreso del tra
bajador. Lo que permite caracterizar a un sistema
205
de explotación, es el empleo de esa plusvalía, y las
leyes que lo rigen. La distribución de esa plusva
lía en fondo de acumulación y fondo de consumo
improductivo de la clase dominante, así como el
carácter y la orientación de esa acumulación, y sus
leyes internas: he ahí el problema de base del estu
dio de la economía rusa, como de toda economía
de clase. Pero antes de abordar ese problema, hay
que examinar los límites de la explotación, la cuota
real de la plusvalía y la evolución de esa explota
ción, en Rusia (y empezar también a examinar las
leyes que rigen la cuota de plusvalía y su evolución);
aunque debe quedar claro que el análisis definitivo
de esas leyes sólo puede efectuarse en función- de
las leyes de la acumulación. \
i
i
|
B. L o s límites de la explotación i
206
de un acto unilateral de la burocracia hace que, por
un lado, ese acto pueda traducir infinitam ente me
jo r los intereses de la clase dom inante, y que, ade
m ás, las leyes objetivas que rigen la fijació n de la
cuota de la «plusvalía» se vean fundam entalm ente
modificadas.
E s a extensión del poder discrecional de la buro
cracia, por lo que respecta a la definición del sala
rio y a las condiciones de trabajo en general, plan-
tea inm ediatam ente un problema im portante: ¿en
qué medida la bu rocracia, suponiendo que tienda a
obtener una explotación máxima, encuentra trabas
a su actividad de extorsión de la plusvalía, en qué
medida tiene límites su actividad explot ador a?
No es difícil ver, como ya lo hem os expuesto
anteriorm ente, que en el caso de la econom ía buro
crática no puede haber límites debidos a una apli
cación cualquiera de la «ley del valor» tal y com o
existe y funciona en una econom ía capitalista de
com petencia. El «valor de la fuerza de tra b a jo » , o
sea, en definitiva, el nivel de vida del obrero ruso,
se convierte, en ese m arco económ ico (sin un m er
cado del trabajo, y estando el proletariado ruso des
provisto de toda posibilidad de resistencia) en una
noción infinitam ente elástica y que puede ser modi
ficada casi a voluntad por la burocracia. E sto pudo
verse con la m ayor claridad posible desde el inicio
del período de los «planes quinquenales», o sea de
la burocratización com pleta de la econom ía. A pe
sar del enorme aumento de la renta nacional des
pués de la industrialización, se asistió a un descenso
m onstruoso del nivel de vida de las m asas,* para- 56
208
ción no es demasiado importante: en primer lugar,
ese límite fisiológico mismo se ve superado con bas
tante frecuencia, como lo demuestran la prostitu
ción de las obreras, el robo sistemático en las fábri
cas y en otros sitios, etc. Además, como dispone
de unos veinte millones57 de trabajado res en los
209
cam pos de co n ce n tra ció n , que no le cu e sta n p rácti
ca m e n te nada, la b u ro cra cia m a n e ja g ra tu ita m e n te
u n a m a sa co n sid e ra b le de m ano de ob ra. P o r ú ltim o ,
y e s lo m á s i m p o r t a n t e , la ú l t i m a g u e r r a h a m o s t r a d o ,
h a sta a lo s que h u b ieran ev en tu alm en te dudado de
e llo , q u e no hay n a d a m ás e lá stico q u e el « l í m i t e fi
sio ló g ico » del o rg a n ism o hum ano; la exp erien cia,
ta n to de lo s c a m p o s de co n ce n tra ció n , com o de lo s
p a íse s que p a d e cie ro n m ás d u ram en te d u ra n te la
o cu p a ció n , ha m o stra d o lo d ifícil que es a veces
acabar con un h o m b r e . A dem ás, la elev ad a p rod u c
tiv id a d del tra b a jo hum ano hace que n o sea siem p re
n e ce sa rio co m p rim ir de m odo fisio ló g ica m e n te crí
tico el n iv el de v id a . \
H ay o tro lím ite ap a re n te de la a ctiv id a d e x p lo - i
ta d o ra de la b u ro cra cia : el que o rig in a ría la «es- ,
casez re la tiv a » de cie rta s ca te g o ría s de tra b a jo es- /
p e cia liz a d o , com o la que te n d ría que co n tar regu :;-
la n d o Jos s a la rio s en e so s s e c to re s en fu n ció n de esa
p e n u ria re la tiv a . P ero ese p ro b le m a , que só lo con
ciern e en d e fin itiv a a cie rta s ca te g o ría s, lo e x a m i n a
rem o s después, ya que se refiere d ire cta m e n te a la
cre a ció n de capas se m ip riv ile g ia d a s o p riv ile g ia d a s,
y en cu a n to tal e s t á m ás lig a d o a la cu e stió n de lo s
in g re so s b u ro crá tico s que a la d e lo s in g re so s o b r e
ros.
210
Pero sus efectos son completamente diferentes de
los que tien e' en la sociedad capitalista clásica.
Lim itém onos a examinar aquí dos de sus ma
nifestaciones, ligadas, más o menos indirectam ente,
a la distribución del producto social. L a primera es
el robo — robo de objetos relacionados directam en
te con la actividad productiva, ■de objetos acabados
o sem iacabados, de materias primas o de piezas de
máquina— , en la medida que ese robo alcanza pro
porciones de m asa y en que una parte relativa
mente im portante de la clase obrera compensa' la
terrible insuficiencia de su salario con el producto
de la venta de objetos robados. D esgraciadam ente,
no disponemos de informaciones suficientes como
para apreciar la importancia actual del fenómeno, y
por lo tanto su carácter social. Pero es evidente
que, en la medida en que el fenóm eno no es ni mu
cho menos excepcional, traduce una reacción de
clase — subjetivam ente justificada, pero objetivam en
te sin perspectiva alguna— que tiende a m odificar
hasta cierto punto la distribución del producto so
cial. Parece ser que ése fue el caso, sobre todo, du
rante el período 1 9 3 0 -1 9 3 7 .S8
La segunda manifestación es lo que podríamos
llamar la «indiferencia activa» respecto al resultado
de la producción, indiferencia que afecta tanto a la
cantidad conio a la calidad. L a disminución del rit
mo de producción (aun en los casos en que no to
ma una forma consciente y organizada y no pasa
de la reacción individual, sem iconsciente, endémica
211
pero esporádica), es ya en la producción capitalista
tradicional una manifestación de la reacción obrera
contra la superexplotación capitalista, manifestación
que adquiere tanta más importancia cuanto que el
capita1ismo intenta superar las crisis que origina el
descenso de la cuota de la ganancia aumentando la
plusvalía relativa, o sea imponiendo un ritmo de pro
ducción cada vez más intenso. Por razones en parte
análogas, pero en parte diferentes, -que examinare
mos después, la burocracia se va obligada a llevar
al máximo esa tendencia del capital en l a , produc
ción. No es pues de extrañar que la reacción espon
tánea del proletariado superexplotado sea, en la 'm e
dida en que se lo permite la coerción policíaca, y
económica (remuneración a destajo, por ejemplo),
frenar el ritmo de producción. La increíble impor
tancia del trabajo mal hecho, la «chapuza», en Ja
producción rusa, y sobre todo su carácter endémicd,
no puede deberse únicamente al carácter «atrasad^»
del país (que pudo desempeñar un cierto papel/al
principio, pero que ya antes de la guerra no ppdía
tomarse en serio como explicación), ni al desbara
juste burocrático, a pesar de la amplitud cada vez
mayor de este último. La «chapuza» consciente o
inconsciente — el fraude con incidencias.. por llamar
lo así, sobre el resultado de la producción— no hace
más que materializar la actitud del obrero ante una
producción y un régimen económico que considera
no sólo. ajenos, sino fundamentalmente hostiles a sus
intereses más concretos.
Conviene añadir unas palabras sobre el signifi
cado general de esas manifestaciones, desde un pun
to de vista histórico y revolucionario. Aunque se
trate de reacciones subjetivamente sanas y que es
desde luego imposible criticar, no hay que olvidar
que tienen ul13 faceta objetivamente retrógrada (co
mo, por ejemplo, la destrucción de las máquinas
por los obreros desesperados durante la primera fase
del capitalismo industrial). A la larga, si la lucha de
212
clase del proletariado soviético no ' encuentra otra
alternativa, esas reacciones contienen el germen de
su decadencia y de su descomposición política y so
cial. Pero es evidente que esa alternativa no puede
consistir, en las condiciones del régimen totalitario
ruso, en luchas parciales (subjetiva y objetivam ente),
com o las huelgas reivindicativas, imposibles por de
finición en esas condiciones, sino únicamente en la
lucha revolucionaria. Volveremos ulteriormente so
bre esa coincidencia objetiva de las reivindicaciones
«mínimas» y «m áxim as», que se ha convertido tam
bién en una de las características fundamentales de
la lucha proletaria en los países capitalistas.
E sas reacciones nos llevan a otro problem a, fun
damental en la econom ía burocrática: el de la contra
dicción que contiene la explotación integral. L a ten
dencia a reducir al proletariado a un simple m eca
nismo del aparato productivo, dictada por el descen
so de la cuota de la ganancia (véase «Nota final» del
capítulo «Socialism o o Barbarie» en este volumen),
acarrea inevitablemente una crisis terrible de la pro
ductividad del trabajo humano, que no puede tener
más que un resultado: la disminución del volumen y
la baja de Ja calidad de la producción misnia, o sea
la acentuación hasta el paroxismo de los factores de
crisis de la econom ía de explotación. Nos contenta
mos aquí con señalar el problema, que examinaremos
con detalle después.
213
indirectamente esos valores, han dejado de publi
carse inmediatamente después del comienzo de la
era de los planes quinquenales, y todos los datos
relacionados con ese problem a se ocultan sistemáti
cam ente, tanto al proletariado ruso como a la opi
nión mundial. Podemos ya deducir moralmente de
ese hecho que la explotación es al menos tan dura
como en los países capitalistas. Pero puede llegarse
también a un cálculo más exacto de esos valores,
fundado en datos generales que son conocidos, y
que la burocracia no puede esconder.
Y a que se puede obtener resultados indiscuti
bles partiendo de Jos siguientes datos: por un lado,
el porcentaje de la población que corresponde a la
burocracia, y por otro lado la relación entre la m e
dia de los ingresos burocráticos y la media de los
ingresos de la población trabajad ora. E s evidente
que un cálculo de ese tipo sólo puede ser aproxi
mado, pero en cuanto tal, no se presta a discusión.
Por otra parte, cualquier protesta de un estalinis-
ta o de un «criptoestalinista» a ese respecto es ina
ceptable: que empiecen por exigir la publicación de'
estadísticas seguras sobre ese punto a la burocracia
rusa, y se podrá discutir con ellos después.
Utilizaremos la estimación de Trotski en L a re
volución traicionada " sobre el porcentaje de la po
blación que representa la burocracia. Trotski da ci
fras que indican que la burocracia (capas superio
res del aparato estatal y administrativo, capas diri
gentes de las empresas, técnicos y especialistas, per
sonal dirigente de los koljoses, personal del partido,
estajanovistas, activistas sin partido, etc.) constituye
un 12 al 15 y hasta al 2 0 % del conjunto de la po
blación. Nadie ha puesto en duda todavía la vali
dez de esas cifras, y, com o señala el propio T rotski,
su cálculo favorece a la burocracia (o sea reduce las 59
214
proporciones de esta última), para evitar discusiones
sobre problemas menores. Utilizaremos el resultado
medio de sus cálculos, suponiendo que la burocra
cia constituye aproximadamente un 15 % de la po
blación total.
¿Cuál es el ingreso medio de la población trab a
jad ora? Según las estadísticas oficiales rusas, el «sa
lario medio anual», «que comprende — señala T rots-
ki— los salarios del director de trust y de la ba
rrendera, era, en 1 935, de 2 3 0 0 rublos y debe ele
varse en 1936 a unos 2 500 rublos ... Esta cifra mo
desta disminuye aún más si se tiene en cuenta el
hecho de que el aumento de los salarios en J 9 3 6 no
representa sino una compensación parcial de la su
presión de ciertos precios especiales y de la gratui-
dad de diversos servicios. Lo esencial de todo esto es
que el salario de 2 5 0 0 rublos al año, o sea de 208
rublos mensuales, no es más que una media, es de
cir, una ficción aritmética destinada a enm ascarar
la realidad de una cruel desigualdad en la retribución
del trabajo.» No insistiremos sobre la increíble hi
pocresía de esas estadísticas sobre el «salario m e
dio» (como si, en un país capitalista, se publicaran
estadísticas refiriéndose únicam ente al ingreso indi
vidual medio, y se quisiera después juzgar lo que es
la situación social del país ¡en función de ese in
greso m edio!), y retengamos esa cifra de 2 0 0 ru
blos por mes. En realidad, el salario mínimo 601 es
sólo de 11O a 115 rublos por mes.
¿ Y los ingresos burocráticos? Según Bettelheim 62
«muchos técnicos, ingenieros, directores de fábrica,
cobran de 2 0 0 0 a 3 0 0 0 rublos por mes, o sea de
2 0 a 30 veces más que los obreros menos p ag ad o s...».
H ablando después de «remuneraciones más eleva
das» aún, pero «m enos frecuentes», cita ingresos que
216
de que gozan los burócratas gracias a su posición
(alojam iento, automóvil, servicios, hospitales, coope
rativas de com pra m ejor abastecidas y más baratas),
que forman una parte del ingreso burocrático al
m enos tan importante como el ingreso en dinero.
Puede tomarse com o base de cálculo una dife
rencia de ingresos medios entre obreros y burócra
tas de 1 a 1O. Favorecem os así de hecho a la buro
cracia, ya que utilizamos el «salario medio» de 2 0 0
rublos que dan las estadísticas rusas (en cuyo cálcu
lo entra, en proporción importante, el ingreso buro
crático) com o índice del salario o b rero en 1936, y la
cifra de 2 0 0 0 rublos por mes (la cifra menos ele
vada que m enciona Bettelheim ) com o m edia de los
ingresos burocráticos. Tendríamos perfectam ente de
recho a tomar com o salario medio obrero la cifra
de 150 rublos por mes (o sea la media aritm ética
entre el salario mínimo de 100 rublos y el «Salario
medio» que incluye también los salarios burocráti
cos), y la de 4 5 0 0 rublos por mes, por lo menos
(que es el resultado que obtenemos si se añade al
salario «normal» de los ingenieros, de los directo
res de fábrica y de los técnicos que señala Bettelheim
— de 2 0 0 0 a 3 0 0 0 rublos por mes— al menos una
suma igual conio equivalente de los servicios que
aprovecha el burócrata en cuanto tal, y que no apa
recen en el salario en dinero), com o salario medio
burocrático. Sin embargo, establecerem os nuestro
cálculo sobre las dos bases, contentándonos en este
análisis con las cifras que abruman menos a la bu
rocracia, o sea las que corresponden a un margen de
variación de 1 a 10.
Supondremos pues que un 15 % de la población
tiene un ingreso 1O veces más elevado en promedio
que el 85 % restante: la relación entre los ingresos
globales de esas dos capas de la población será
15 X 1O / 8 5 X 1 o 150 / 8 5. La fracción del
producto social destinada al consum o personal se
distribuye entonces del siguiente modo: 63 % para
217
la burocracia, 37 % para los trabajadores. Eso sig
nifica que, si el valor de los bienes de consumo es por
ejem plo de 100 0 0 0 millones de rublos por año,
63 0 0 0 millones serán consumidos por la burocra
cia (que representa, recordém oslo, un 15 % de la
población) y los otros 37 0 0 0 millones por el 85 %
de la población que queda.
Si tomamos una base de cálculo más verosímil,
la de la proporción de 1 a 3 0 entre el ingreso medio
obrero y el ingreso medio burocrático, se obtienen ci
fras casi increíbles. L a relación entre los ingresos
globales de las dos capas de la población es en ese
caso de 15 X 30 / 85 X 1, o 4 5 0 / 55. L a frac
ción del producto social destinada al consumo se"
distribuye entonces así: 8 4 % para la burocracia
y 16 % para los trabajadores. D e un valor de pro
ducción anual para el consum o de 100 0 0 0 millones
de rublos, 84 0 0 0 millones serán consumidos por la
burocracia y l 6 0 0 0 millones por los trabajadores:
85 % del producto para un l5 % de la población,
y el 15 % que queda para el 85 % de esa población.
Se comprende que el propio T rotsk i llegue a escri
b ir: 66 «Por la amplitud de la desigualdad en la retri .1
bución del trabajo, la U R S S ha alcanzado y supera
do de lejos a los países capitalistas». Habría, que
añadir que además no se trata de «retribución del
trabajo» — pero ya volveremos sobre este punto— .
220
dispuestos a adquirir, que esos fenómenos son fre
cuentes y naturales en una econom ía de transición
que hereda un b ajo nivel de fuerzas productivas, y
que pueden ser ulteriormente superados, en parte
gracias a la política de diferenciación de los sala-
ri os.
B asta una ojead a, sin embargo, para que la cosa
no parezca demasiado convincente, y empecemos a
sospechar que tam bién en este caso topamos con la
influencia determinante de «razones históricas par
ticulares» (análogas quizá a las que han llevado a la
planificación rusa, como la confiesa el propio Bet-
telheim, a fijarse com o objetivo el alcanzar no «un
máximo de satisfacción económ ica», sino, «en cier
ta medida [¿?] la obtención del potencial militar
máximo» ). Razones históricas particulares, desde
luego. Y quién sabe si el alma eslava no desempeña
un papel importante en el asunto. Y a que, al fin y
al cabo, lo que puede observarse en Rusia es que
los obtienen la remuneración más alta desempeñan
tareas hacia las cuales nadie, en principio, en el res
to del mundo, siente una repugnancia particular: di
rector de fábrica, por ejemplo, o presidente de kol
jós, coronel o general, ingeniero o director de mi
nisterio, ministro o subjefe genial de los pueblos,
etc. E s pues de suponer que a los rusos, con su co
nocido m asoquism o y su com plejo de autocastigo
dostoyevsquiano, les repugnan las- «tareas» agrada-
■bles, confortables, bien vistas- (y bien pagadas), y
se sienten irresistiblemente atraídos por la turba, la
limpieza de basura y el c a lo r -de los altos hornos,
y que para conseguir, a duras penas, convencer a
unos cuantos de que sean, por ejem plo, directores
de fábrica, ha sido necesario prometerles salarios
exorbitantes. ¿Por qué no? ¿No huyó de su castillo
el conde-' T olstoi, personaje típicam ente ruso, para
acabar en un monasterio como un- pordiosero?
, Si no nos gusta ese género de bromas, com pro
barem os:
221
1) que la diferenciación de los ingresos en R u
sia no tiene nada que ver con el carácter agradable
o no del trabajo (al que hace claram ente alusión
Bettelheim cuando habla de «jornad a de trabajo
más o menos larga»), y que la remuneración de las
tareas está en razón inversa de su carácter desagra
dable o penoso;
2) que, por lo que respecta a la «penuria de tra
bajo calificado», es imposible aceptar, veinte años
después del comienzo de la planificación, que se nos
remita al «bajo nivel de las fuerzas productivas he
redado del pasado», y que se puede exigir, al m e
nos, que se nos muestre cómo han evolucionado la
penuria y la diferenciación de los ingresos que es
por lo visto su resultado;
3) que hay que examinar además cuál puede
ser, en términos generales, el efecto de la diferen
ciación de los salados sobre esa penuria. En una pa
labra, nos negamos a volver de M arx a Je a n -B a p -
tiste Say, Bastiat y otros « arm onistas», y a creer
que la simple existencia de un ingreso prueba. que
está justificado de modo natural y necesario por el
juego de la oferta y la demanda.
E l problema de, por un lado, la base objetiva
de la diferenciación de los ingresos que provienen
del trabajo según el carácter específico del trabajo
en cuestión (o sea de las variaciones del precio y
del valor de la fuerza de trabajo concretada en una
producción específica), y, por otro, el «reclutam ien
to» estable y permanente de fuerza de trabajo en las
diferentes ramas de producción, es un problema que
se plantea no sólo en una econom ía planificada, sino
en cualquier econom ía que suponga una división so
cial extensa del trabajo (o sea que haya superado la
fase de la econom ía «natural»). Abordarem os esos
dos problemas desde un punto de vista general, co
menzando por su solución en la econom ía capita
lista, y examinándolo después en el marco de una
222
econom ía socialista y de su antípoda, la econom ía
burocrática rusa.
L a) Y a se sabe que, según M arx, la ley del
valor se aplica a la mercancía «fuerza de trabajo»
misma. En un contexto y unas condiciones determi
nadas (o sea con un país, una época, un nivel de
vida, etc., dados), la diferencia entre el valor de dos
fuerzas de trabajo específicas concretas viene a ser
la diferencia de los «costes de producción» de cada
fuerza de trabajo específica. G rosso m o d o , ese «coste
de producción» consiste en les gastos de aprendizaje
propiamente dichos, que son la parte menos im
portante, más el tiem p o de apren dizaje, o más exac
tam ente, la parte no productiva de la vida del traba
jad o r en cuestión, el tiempo transcurrido antes de
que entre en la producción. Ese tiempo debe ser
amortizado durante el período productivo de la vida
del trabajad or: lo que se efectúa en la sociedad ca
pitalista no como «reembolso» de los gastos de edu
cación y de aprendizaje del trabajador a sus padres,
sino com o reproducción de la misma fuerza de tra
bajo específica (o de otra análoga), o sea porque el
trabajador se ocupa de sus hijos (y en la hipótesis de
una reproducción simple, con mismo número y a un
mismo nivel de calificación).
Si el precio de la fuerza de trabajo coincidiera
con su valor, se comprobaría fácilm ente que las
diferencias de salario deberían oscilar en la socie
dad capitalista dentro de límites bastante estre
chos. Tom em os los dos casos extrem os, o sea el de
un peón cuya ocupación no exige ningún aprendiza
je y que empieza a trabajar al cumplir trece años,
o sea que debe am ortizar durante el resto de su vida
doce años de vida improductiva, y el de un médico
que tiene treinta años cuando acaba sus estudios y
debe amortizar esos treinta años. Supongamos que
dejan de trabajar los dos al cumplir sesenta años,
sin ocuparnos aquí del problema de su subsisten
cia durante los últimos años de su vida. Admita
223
mos además de modo arbitrario que el mantener a
un individuo cuesta lo mismo durante la infancia
y la edad adulta, y tomemos como unidad el coste
de producción de la fuerza de trab ajo gastada du
rante un año en la edad adulta; el valor de un año
de fuerza de trabajo será en el caso del peón 1 + 12
/ 4 8 , mientras que en caso del médico- irá hasta
1 + 30 / 30. Por lo tanto, si la ley del valor ac
tuara plenamente en este caso, la diferencia del sa
lario entre el peón sin calificación alguna y el tra..,
bajador con la calificación más elevada posible se
ría de 60/48 frente a 6 0 -3 0 , menos del doble
(1 ,2 5 y 2). En realidad, debería ser menor, yá que
el suponer de modo arbitrario, como hemos hecho,
que el «coste de producción» de un año de la vida
de un niño es igual al de un año de la vida de un
adulto favorece de hecho al trabajo calificado; si
se toma como base un coste menor para los años de
infancia es fácil ver que obtendrem os un margen
de variación aún menos amplio. Pero dejaremos
de lado ese factor para compensar el hecho de que
no tenemos en cuenta los gastos de aprendizaje pro
piamente dichos (gastos de escolaridad, libros ,e
instrumentos individuales, etc.). Y a hemos señalado
que la importancia de esos gastos es mínima, ya que
hasta en el caso de la formación más costosa (for
mación universitaria), no supera nunca un 20 % de
los gastos totales del individuo.69.
De hecho, en la situación concreta de la so
ciedad capitalista, las cosas pasan de modo bastan
te diferente: intervienen en ello múltiples factores,
ligados todos a 1a estructura d e clase de esa socie
dad, que, en este caso como en los demás, super-
224
determ ina la econom ía «pura». D e esos factores,
los más importantes son: 1) el nivel de vida dife
rente de las diversas categorías, «históricam ente
dado»; 2) la orientación consciente de las capas
dirigentes hacia una estructura piramidal de los in
gresos que provienen del trabajo, por razones que
analizaremos después; 3) sobre todo, el monopolio
de la educación de que gozan las «clases acom oda
d as:., monopolio que se expresa de múltiples modos,
pero que aparece ya bajo su aspecto más brutal en
la dificultad insuperable que consiste en la «apor
tación de fondos» inicial para la educación o e1
aprendizaje del niño en una fam ilia obrera.
Sin em bargo, y hasta en ese m arco de clase, las
tendencias del desarrollo económ ico han acabado a
la larga por imponer sus exigencias propias, y las
diferencias de salario entre el proletariado manual
y el proletariado intelectual, por ejem plo, se han
reducido considerablem ente en algunos casos, o has
ta han caído por debajo de la diferenciación que
impone la ley del valor (es el caso de los institu
tores y los em pleados en general en Fran cia f 1949],
por ejem plo). L a superabundancia relativa de tra
bajadores intelectuales es una tendencia general de
los países llamados «civilizados».
b) Por lo que respecta al segundo punto, o
sea al reclutam iento estable de trabajadores especí
ficos en las diferentes ramas de producción o sec
tores de la econom ía, no es menester referirse a un
principio económ ico especial para explicarlo: puede
decirse que, en general, la ley de los grandes nú
m eros explica y garantiza al mismo tiem po la esta
bilidad de ese reclutamiento. Siem pre hay hipócti-
tas que fingen asom bro ante el hecho de que nunca
falten individuos que «acepten» ser basureros, a pe
sar del carácter repugnante del oficio y de su remu
neración por debajo de la media. L a convergencia
de un número infinito de procesos individuales de
explotación y de enajenación en la sociedad capita
125
lista basta para garantizar normalmente un resulta
do que sería efectivam ente m ilagroso en cualquier
otro caso.
Pero supongamos que se presente una situación
«anóm ala» desde ese punto de vista. E n principio,
el mecanismo de los precios permitirá restablecer
un estado de cosas « norm al»: un ligero aumento del
salario en los sectores en los que falta mano de
obra dirigirá hacia ellos la fuerza de trabajo necesa
ria, fuerza de trabajo que un descenso análogo de
la rem uneración expulsará del o de los sectores rela
tivamente saturados. Esas variaciones sólo alterarán
el precio de la fuerza de trab ajo , no su valor, ya
que en sí mismas no m odificarán en nada el coste de
producción de esa fuerza. E s eso lo que explica el
carácter limitado, en cuanto al im porte y en cuanto
a la duración, de esas variaciones del precio de la
fuerza de trabajo. Pero en los países en los que la
«penuria» en fuerza de trabajo específica, se refiere
a una fuerza de trabajo que exige una calificación
intensa, o sea implica en definitiva una nueva «pro
ducción» parcial de fuerza de trabajo (producción
que ch oca con otros obstáculos, y sobre todo el de
la aportación de fondos previa, para países que no
disponen ni de capitales ni de la posibilidad de ob
tener préstamos), entran en juego mecanismos mu
cho más com plejos. En primer lugar, una elevación
más im portante del precio de esas fuerzas de tra
bajo se encargará de eliminar una parte de la de
manda de esa categoría de trabajo y de asegurar el
equilibrio entre la demanda residual y la oferta.
Después, la sociedad capitalista se verá obligada,
puesto que la clase obrera no puede disponer por sí
misma del capital inicial necesario para conseguir
la producción suplementaria de fuerza de trabajo
calificada, a consagrar una parte (evidentemente
mínima) de la plusvalía a la producción de esa fuer
za de trabajo suplementaria (escuelas de aprendiza
je, becas de estudio, etc.). Lo módico de la suma
226
que gasta la burguesía con ese objeto es la prueba
del carácter lim itado y de la escasa im portancia de
esos casos en una sociedad capitalista relativam en
te desarrollada.
227
ducción? Y a dijimos que no es la diferenciación de
las rem uneraciones lo que garantiza en una socie
dad capitalista el reclutam iento estable de fuerza
de trab ajo en la proporción necesaria en las dife
rentes ramas. Exam inarem os los tres principales
casos de «penuria» de ese tipo que puedan presen
tarse.
El primer caso es el de las tareas particularmen
te penosas, desagradables o malsanas. No creemos
que ese caso pueda plantear un. problema particu
larmente difícil de resolver para la economía socia
lista. En primer lugar, su alcance es limitado; ade
más, la cconom ía socialista heredará la situación
de la producción capitalista, en la cual el problema
ha sido ya resuelto por regla general. De todas for
mas, la sociedad deberá ofrecer una compensación
a los trabajadores de esos sectores, sobre todo gra
cias a una jornada de trabajo menos larga, y even
tualmente mediante una rem uneración superior a la
media. Y a en la actualidad, y al menos en Fran cia
y en los Estados Unidos, el salario de los mineros
es superior a la media del salario de sectores que
exigen una calificación análoga, pero ese exceso no'
supera el 50 % del salario medio.
El segundo caso es el de una penuria que afec
te temporalmente a algunas ram as; ya sea una pe
nuria en fuerza de trabajo no calificada, o, de modo
más general, una penuria que puede ser suprimida
con un simple desplazamiento de trabajadores, sin
exigir una nueva especificación de la fuerza de tra
bajo existente. A quí, un «incentivo» pecuniario se
ría necesario durante un cierto período para resta
blecer el equilibrio; una reducción de la jornada de
trabajo entraría en contradicción con el objetivo
que se quiere alcanzar. Pero ese aumento tendría
límites bastante estrictos, ya que puede verse en la
sociedad capitalista que variaciones del l O al 2 0 %
son perfectamente suficientes, para obtener el resul
tado esperado.
228
Queda un tercer caso, que dé un orden relati
vam ente diferente y de alcance mucho más gene
ral, y que tiene además un interés particular des
pués de la experiencia rusa. Es el de las tareas que
exigen una calificación relativamente im portante.
Problem a de orden diferente, puesto que ya no se
trata de la distribución de la fuerza de trabajo exis
tente entre diversos sectores, sino de la producción
propiamente dicha de esa fuerza de trabajo. Proble
ma de alcance mucho más general, ya que está es
trecham ente ligado a los problemas políticos, cul
turales y humanos de la sociedad de transición.
Problem a por último de especial interés en la dis
cusión del caso ruso, puesto que lo esencial de las
justificaciones de la burocracia estalinista que nos
\ presentan sus apologistas viene a ser la fam osa «pe
I nuria de personal calificado» en R u sia y en la so-
/ ciedad de transición en general.
L o primero que hay que señalar es que es infi
nitam ente poco probable que una sociedad postre
volucionaria pueda encontrarse du raderam en te con
una penuria de trabajadores calificados que afecte
al conjunto de la producción o a una parte im
portante de ésta: aunque sólo fuera porque de lo
que se trata en este caso es de un objetivo de pro
ducción (la producción de fuerza de trabajo especí
fica concreta) análogo a otros objetivos (producción
de medios de producción de consum o, m ejora de las
: tierras, etc.). Se trata de un factor de producción
i d eriv ad o y no originario, un facto r cuya producción
se reduce a fin de cuentas a un gasto de trabajo
simple y fungible. Rechazam os categóricam ente el
conjunto de «argumentos» burgueses y fascistas (que
los estalinistas no dudan en utilizar hoy en día) so
bre la escasez originaria e irreductible de las formas
superiores de trabajo, que justificaría por lo visto
una rem uneración especial. Estam os enteram ente de
acuerdo con M arx y con Lenin en pensar que hay
en la sociedad actual una profusión de m ateria pri-
229
ma para la producción de todas las formas supe
riores de trabajo, o sea una superabundancia de in
dividuos provistos de la vocación de las aptitudes
necesarias. Partiendo de esa base, la sociedad so
cialista considerará la especificación de esa materia
prima como un objetivo productivo que ha de alcan
zar en el marco de su plan general, y que exige
claro está gastos productivos que estarán a cargo
de la sociedad. Una sociedad socialista deberá con
sagrar una atención particular, y hasta una prima
cía absoluta, a ese objetivo, teniendo en cuenta-todo
lo que implica el problema en el plano general, so
cial, político y cultural.
E n cuanto al reclutamiento en esos sectores, tan
to el que las tareas en cuestión tengan un valor
más elevado y proporcionen una remuneración que
puede llegar hasta el doble del salario de base, como
el que sean mucho más atractivas por su propia
naturaleza (por no hablar ya de que se supone que
la revolución será capaz de descubrir en las filas
del proletariado una multitud de individuos capa
ces, anteriormente aplastados por la explotación ca
pitalista), son factores que bastan para garantizarlo
con creces. Y aunque supongamos que pueda per
sistir a pesar de todo una penuria en algunas de esas
ramas — o en todas— , sería completamente absur
do el suponer que una sociedad socialista podrá y
querrá resolver ese problema aumentando artificial
mente el salario. Y a que ese aumento no conduciría
a ningún resultado inm ediato: al contrario de lo que
ocurre cuando un problem a de ese tipo se presen
ta entre sectores que exigen todos una fuerza de
trabajo fungible, que se puede conseguir desplazar
variando el precio del trabajo, una fuerza de traba
jo simple no se transform a en fuerza de trabajo cali
ficada de la noche a la mañana, y ni siquiera en uno
o dos años, por el simple hecho de que se le pro
ponga una remuneración superior (y que, de todos
modos, era ya superior a la media). Y a veremos des-
230
pués si el «ajuste de la oferta y la demanda» que
podría acarrear ese aumento artificial es real, y sobre
todo, si es racional desde el punto de vista de una
econom ía socialista.
¿Podría al menos ese aumento dar a largo plazo
el resultado esperado? ¿No llevaría a una multitud
de individuos a adquirir las calificaciones necesa
rias, ante la perspectiva de un ingreso más elevado?
L a respuesta es: no. Y a hemos señalado que los
móviles que llevan a un individuo a adquirir esas
calificaciones existen, haya o no elevación de la re
muneración por encim a de lo norm al. Y es aún
m ás claro que ese procedimiento — profundamente
burgués— sólo puede conducir a una selección al re -
vés, desde el punto de vista cualitativo: los que se
dirigirán hacia las especialidades en cuestión no se
rán los más aptos, sino los que puedan soportar el
gasto inicial. E so nos lleva al fondo del problema:
lo absurdo de ese procedimiento, por lo que respec
ta a la producción de fuerza de trabajo calificada,
consiste en que, al aumentar la remuneración de
esa fuerza de trab ajo , no se modifican los datos
fundamentales del problema, que sigue planteán
dose en los mismos términos. Y a que para el hijo
del peón que podría y querría ser ingeniero, pero
no tiene los medios de conseguirlo, el problema no
cam bia un ápice porque se le diga que, cuando sea
ingeniero, tendrá un magnífico sueldo. Ante la re
serva ilimitada de posibilidades humanas se alza
siempre el obstáculo de la falta de medios económ i
cos, obstáculo infranqueable para las nueve déci
mas partes de los individuos.
E s por lo tanto evidente que, así como no con
fiará en la «acción espontánea del mercado» para
satisfacer sus otras necesidades, la sociedad socia
lista tampoco podrá confiar en ella cuando se trate
de la producción de fuerza de trabajo calificada.
A plicará un plan racional, fundado en la orienta
ción profesional y en una política sistem ática de
231
selección y de desarrollo de los individuos más ap
tos, y es fácil com probar que para realizar esa po
lítica necesitará fondos que serán netamente infe
riores al gasto social que exigiría el aumento arti
ficial del salario de los trabajadores calificados.
232
tienden a «justificar» o a «explicar» esa enorm e di
ferenciación?
1) E l valor de la fuerza de tra b a jo cam bia,
por lo visto, en función del grado de especialización.
N o insistiremos más sobre ese punto: ya vimos que
una diferenciación fundada en la diferencia de valor
de la fuerza de trab ajo no puede superar un mar
gen de variación del 1 a 2. O sea que desde el
punto de vista de la ley del valor, tal y com o M arx
la concebía, las capas superiores de la sociedad rusa
disfrutan de ingresos que son 1 0 , 1 5 y hasta 125
v eces más elevados que lo que correspondería al
valor de su fuerza de trabajo.
2 ) E ra necesario elevar por encim a de su va
lor los ingresos de los «trabajadores calificados» (hay
que em plear com illas para una expresión que re
sulta en este caso tan hipotética) para atraer a esas
profesiones a lo s trabajadores que faltaban en ellas.
Pero, ¿por qué no había bastantes trabajadores
en esos sectores? ¿Debido al carácter penoso, m al
sano o desagradable de esas tareas? Ni m ucho me
nos. N unca se ha oído decir que en R u sia faltaban
brazos para tra b a jo con esas características; y aun
que faltaran, los «campos de trabajo y reeducación»
(cam pos de concentración, en lenguaje más prosai
co) perm itirían (y permiten) arreglar el asunto. Por
otra parte, las «tareas» m ejor pagadas son ostensi
blem ente las m enos penosas, las m ás agradables, y
(excep to en una eventual «purga») las m enos m al
sanas que puede haber. Esas tareas son en su mayor
parte tareas de «cuadros» o sea de «personal cali
ficad o», y la burocracia y sus defensores suelen re
ducir el problem a al de la «penuria de cuadros».
Pero, ante una eventual penuria de ese tipo, ya vi
mos que el aum ento del ingreso de las categorías
«escasas» no resuelve absolutam ente nada, ya que no
cam bia los elem entos de base del problem a. Por lo
demás, ¿cóm o es posible explicar que después de
25 años de poder burocrático esa «penuria de cua
233
dros:P persista y (si juzgáram os que la ampliación
constante de los privilegios responden efectivamen
te a ese problema) hasta se acentúe? Ese ejemplo
es prueba suficiente del carácter absurdo de un pro
cedimiento presuntamente destinado a luchar contra
la escasez de «cuadros». ¿Cóm o explicar entonces,
sobre todo, la supresión del carácter gratuito de la
enseñanza de los últimos años de segundo grado
después de 1940? (V éase «Nota final», apartado
(i), de este capítulo.) Y a que es evidente que aunque
se adoptara, no se sabe muy bien porqué (o dema
siado bien, como se quiera), esa política de diferen
ciación exorbitante de los ingresos para «resolver
el problema de la escasez de cuadros», eso no im
pide, o m ejor dicho, eso no puede sustituir el in
tento de aumentar la producción de esa fuerza de
trabajo calificada mediante decisiones centraliza
das. E n vez de eso, la burocracia, que consume por
sí sola y como mínimo 6 0 % de la fracción de la
renta nacional destinada al consum o personal, so
pretexto de «luchar contra la escasez de trabajo ca
lificado», impide que los que representan la única
posibilidad concreta de superar esa escasez, o sea
todos los que no son hijos de burócratas, adquie
ran las calificaciones necesarias — calificaciones de
cuya escasez se queja la burocracia todos los días
am argam ente— . L a décima parte del ingreso que de
voran los parásitos burocráticos bastaría, si se la
destinara a la form ación de elem entos populares,
para provocar al cabo de cinco años una superabun
dancia de «cuadros» sin precedente alguno.
N o sólo esa diferenciación no es un remedio pa
ra la escasez de personal calificado; ya vimos que,
de hecho, la agrava. N os encontram os aquí con el
mismo sofisma que ante el problema de la acumu
lación: la justificación histórica de la burocracia es,
por lo visto, el b ajo nivel de la acumulación en
R usia, — aunque, en realidad, lo que frene esencial
mente esa acumulación sea el consum o improduc
234
tivo de la burocracia, y su propia existencia— . ¡L a
«escasez de cuadros» justificaría la existencia de la
burocracia y sus privilegios, aunque la burocracia
actúe. conscientem ente para m antener esa escasez!
H ay también burgueses que aseguran muy seria
m ente que el régimen capitalista es necesario por
que los obreros son incapaces de dirigir la sociedad,
absteniéndose de añadir que la única causa de esa
presunta «incapacidad» son las condiciones a las
que ese mismo régimen condena a los trabajado-
_ _ _ 72
res.
Durante los primeros años postrevolucionarios,
cuando se ofrecía a «especialistas» y a técnicos re
m uneraciones elevadas, se trataba ante todo de con
servar al gran número de elementos calificados que
hubieran podido sentir la tentación de emigrar por
motivos esencialm ente políticos; se trataba además
de una medida puramente transitoria, destinada a
permitir que los trabajadores se form aran junto a
ellos,7273 aguardando que la educación de los nuevos
«cuadros» diera resultados. H ace ya treinta años de
aquello. Lo que hemos visto después, ha sido la
« autocreación» de privilegios por y para la burocra
cia, y su acentuación; la «cristalización» social de
esa burocracia; la tendencia a las actitudes de casta
en cada una de las capas que la com ponen, o sea
235
a proteger su posición social dominante mediante
el m onopolio de facto de la educación, m onopolio
que ha ido a la par con la concentración total del
poder económ ico y político en' sus manos y ha es
tado ligado a una política consciente, destinada a
seleccionar en todos los sectores de la sociedad una
capa de privilegiados que dependiera económ ica,
política y socialm ente de la burocracia propiamente
dicha (la creación ex nihilo de una monstruosa bu
rocracia koljosiana después de la «colectivización
de la agricultura» constituye el ejem plo más asom
broso de ese fenóm eno). A esa política ha corres
pondido una tendencia a la estratificación más ex
trem ada en todos los terrenos, presentada con la
m áscara de la «lucha contra el cretinism o igualita-
rista>.
En resumen, nos encontram os ante una diferen
ciación de Jos ingresos que no tiene absolutamente
ninguna relación ni con el valor de la fuerza de tra
bajo proporcionada ni con una política «destinada a
orientar a los trabajadores hacia los diferentes sec
tores y calificaciones de acuerdo con las exigen
cias del plan». ¿C óm o calificar entonces a los que
buscan argumentos económ icos para justificar ese
estado de cosas? Digamos sencillam ente que des
em peñan, respecto a la explotación burocrática, el
mismo papel que vulgares apologistas, com o B as-
tiat, han desempeñado respecto a Ja explotación c a
pitalista.
Y tienen perfectam ente derecho a desempeñar
ese papel, si les agrada, dirán algunos. Desde Juego;
pero a lo que no tienen derecho, es a presentarse
al hacerlo como «m arxistas». Y a que no hay que
olvidar que, al fin y al cabo, los argumentos que
justifican los ingresos de las capas explotadoras en
función de la «escasez» del factor de producción del
que esas capas disponen (eJ interés por la «escasez»
del capital, la renta del suelo por la «escasez» de la
tierra, etc. — y los ingresos burocráticos por la «es
236
casez» de! trabajo calificado— ) han constituido siem
pre el fondo de la argumentación de los econom is
tas burgueses en sus intentos de justificar la explo
tación. Para un rnarxista revolucionario, ese tipo de
razonamiento no justifica nada; ni siquiera explica
nada, puesto que sus propios supuestos necesitan
una explicación. Si se admite, por ejem plo, que la
«escasez» (o la oferta y la demanda) de la tierra cul
tivable «ex plica » la renta agrícola y sus oscilacio
nes, hay que preguntar: a) ¿cuáles son las bases
generales del sistema en el cual se efectúa esa re
gulación por la oferta y la demanda, cuáles son sus
supuestos sociales e históricos?; b) y, sobre todo, ¿por
qué esa renta, que desempeña por lo visto un papel
objetivo, debe transformarse «subjetivamente» en in
greso de una clase social, la de los propietarios agrí
colas? Marx y Lenin han señalado ya que la «na
cionalización» de la tierra, o sea la supresión. si no
de la renta del suelo, al menos de su forma de in
greso de una categoría social específica, es la rei
vindicación capitalista ideal; ya que es evidente que
la burguesía, aunque admita el principio de la ren
ta del suelo com o medio «de equilibrar la oferta
y la demanda de los servicios de la naturaleza» y
de eliminar del mercado las «necesidades no sol
ventes», no comprende por qué, de ese precio de
la tierra han de aprovecharse exclusivamente los
propietarios agrícolas, puesto que para ella el único
monopolio que está justificado es el que ejerce ella
misma sobre el capital. Desde luego, esa «reivindi
cación burguesa ideal» no se realiza nunca, en pri
mer lugar por razones políticas generales, pero so
bre todo debido a la fusión rápida de la clase de los
capitalistas y la de los propietarios agrícolas. Pero
ese ejemplo teórico muestra que, aunque se acepte el
principio de la «escasez» com o regulador de la eco-
nomia — y ese principio no es más que una mistifi
cación reaccionaria— , es imposible deducir de ello
que haya que adjudicar los ingresos que resultan de
237
esa «escasez* a ciertas categorías sociales. Hasta la
escuela e neo-socialista*, que quiere mantener el ca
rácter regulador de la «escasez* de bienes y servi
cios, pero dar a la sociedad los ingresos que pro
vengan de esa situación, ha llegado a comprender
eso.
E n el caso que nos interesa aquí todas las «ex
plicaciones* sobre la «escasez del trabajo califica
do en R usia*, ni justifican ni explican la apropia
ción por la burocracia de los ingresos que son por
Jo visto el resultado de esa escasez, salvo si- nos re
ferim os al carácter d e clase d e la econom ía rusa ,
o sea al monopolio que ejerce la burocracia sobre
las condiciones de la producción en general y del
trabajo calificado en particular. Cuando se ha com
prendido la estructura de clase de la sociedad rusa,
todo se explica y hasta todo se «justifica* al mismo
tiempo. Pero esa justificación — análoga a la que
puede darse históricamente del régimen capitalista
y en última instancia hasta del fascism o— no va muy
lejos. Sus límites los fija la posibilidad que tiene la
clase explotada de destruir el régimen de explota
ción — ya se llame «República Fran cesa* o «Unión
de las Repúblicas Socialistas Soviéticas*— , posibi
lidad cuya confirmación o negación sólo dependen
de la acción revolucionaria misma, y de su resultado.
238
(b) Lo dicho en el texto sobre la idea del «ca
pitalismo de E stad o» en la doctrina m arxista clá
sica, aunque sea justo, no insiste suficientem ente so
bre la ambigüedad que siempre existió en el movi
miento obrero sobre ese punto, y que hacía que los
militantes pensaran inmediatamente en la «propiedad
privada» cuando hablaban de «capitalism o». So
bre ese terreno pudo florecer la confusión trots-
quista.
(c) La burocracia, en contra de lo que se decía
en el texto, es desde luego capaz de desarrollar las
fuerzas productivas — como lo sigue haciendo el
mundo capitalista «burgués». E se criterio marxista
tradicional no tiene estrictamente ningún valor.
(d) El lector encontrará la argumentación de *
T rotski en las «interminables discusiones», a las
que se hace alusión en el texto, en «La défense de
l’U R S S et l'opposition» (contra Louzon y U rbahns,
1929) in L. T rotsk y , Ecrits, 1928-1940, t. 1, París,
Riviere, 1 9 5 5 , p. 2 2 3 -2 6 7 ; The Soviet Union and
the Fourth International (contra Urbahns.. Laurat,
Souvarine y W eil), N Y , Pioneer Publ., 1 9 3 4 ; «Once
again: thc U S S R and its defense» (contra Craipeau
e Yvon, 19 37) in Writings o f L eon Trotsky (1 9 3 7
38), n Y, Pathfinder, 1970, p. 8 6 -9 0 ; «Not a W or-
kers and not a Bourgeois State?» (contra Burnham ,
1937), ibid., p. 90-94 ; «Learn to think» {contra Ci-
liga), «T he New International», pul. 1938; y, claro
está, In d efen se o f Marxism (contra Rizzi, Burnham
y Shachtm an).
(e) L a teoría del salario expuesta en el texto
es en lo esencial la que puede extraerse de la obra
de M arx, y es, bajo esa forma, tan errónea como la
de éste. V éase sobre ése y otros puntos cóm o la
supuesta «tendencia al descenso de la cuota de ga
nancia», la idea de una «crisis orgánica del capita
lismo» o l a de una tendencia al descenso ( « a bsoluto»
o «relativo») del salario real obrero, C M R ( 1 9 6 0
61), p. 2 5 -2 8 , 3 6 -4 6 y CM R (1964) p. 179-193.
239
(f) Sobre la rem uneración del trabajo y la ges-
tión de la producción en una sociedad socialista (p.
39 y sig.), véase C s (1 9 5 5 ), p. 11-20 y C s (1 9 5 7 ),
p. 2 2 -4 9 .
(g) Los datos sobre la explotación del proleta
riado en Rusia son evidentemente los que se podía
obtener en la época en que fue redactado el texto .
La substancia de la argum entación sigue siendo vá
lida; pero la descripción de la tendencia histórica,
con su idea de una agravación inevitable de la ex
plotación y sin ver Ja im portancia fundamental de la
lucha en la determ inación del salario, hasta en un
contexto totalitario, es errónea. M e ocuparé exten
samente de ese problema en el vol. 3 de L a société
bu reau cratiqu e . V . también, sobre ese asunto, ias
p. 2 8 6 -3 0 7 ( 1956) del vol. 2 de la edición francesa.
(h) Bettelheim era en aquella época el único
defensor de la burocracia estalinista que no se limi
taba a repetir los discursos de Stalin. D e ahí la im
portancia que se le daba (coyunturalm ente) en este
texto. No sólo ha cam biado de cliente estos últimos
tiempos (defiende ahora a la burocracia china), sino
que hasta a descubierto que no hay que confundir
la «propiedad jurídica» y las «relaciones de pro
ducción reales», descubrim iento que atribuye por
cierto a su amigo Paul Sweezy (generosidad com
prensible, porque desde luego, com o ha podido ver
se, el descubrim iento no es suyo). Ha inventado si
multáneamente la existencia de una «burguesía de
Estado» (¿?) en R usia — lo que le permite escam o
tear, una vez más, el problema de la burocracia— .
V éase P. Sweezy y Ch. Bettelheim . Lettres sur quel-
ques problen ies actuels du socialism e. M aspéro,
J 9 7 0 , p. 2 4 y 64.
(i) El decreto que suprimía el carácter gra
tuito de la enseñanza en las clases superiores de
segundo grado y en la universidad ha sido abolido
en 1956. No por ello ha desaparecido la desigualdad
ante Ja enseñanza en Ja sociedad soviética, pero
240
de todas formas eso no cambia en nada el fondo del
asunto; es más: en último término, puede decirse
que el carácter efectivo y totalmente gratuito de la
enseñanza sería el mejor medio que podría utilizar
una burocracia para «seleccionar» y asimilar a los
«mejores» miembros de las clases explotadas.
241
L a e x p lo t a c ió n d e l c a m p e s in a d o b a jo
e l c a p ita lis m o b u r o c r á t ic o 1
Í
le los casos, no son directamente capitalistas. Puede
lecirse que las dos terceras partes aproxim adam en-
244
to en la agricultura como en la industria. Ahora
bien, por toda una serie de razones, algunas de las
cuales son coyunturales y otras no/1 la técnica m o
derna se ha aplicado mucho más lentamente a la
agricultura que a la industria. H ace sólo unos trein
ta años que los métodos modernos de cultivo em
piezan a predominar sobre los tradicionales. Pero
ahora que la industrialización de la agricultura está
en m archa, nada podrá detenerla.*
Además, el desarrollo del capitalismo en la in
dustria repercute necesariamente en el movimiento
de la población campesina. En un prinier período
(el que llama M arx de «acumulación originaria») el
capital industrial expropia brutalmente a enormes
masas de agricultores para disponer de una mano
de obra abundante y barata; pero luego, en todas
sus fases de expansión, no tiene más remedio que
seguir recurriendo a la población agrícola; el éxodo
de los campesinos hacia las ciudades es una tenden
cia constante en todo el mundo, y el campo al des
poblarse estimula la extensión de las aplicaciones
de la técnica moderna a la agricultura/ 345
245
e) Pero, desde hace medio siglo, la integra
ción de la agricultura en el proceso de concentra
ción se ha ido efectuando de modo mucho más
profundo, con el dominio creciente de los monopo
lios sobre el m ercado. E l que se conserve la forma
jurídica de. la propiedad parcelaria individual, e in
cluso, en cierto m odo, la explotación parcelaria como
unidad técnica de producción, tiene una importancia
relativamente secundaria si los monopolios dominan
completamente el mercado y la produccióp indus
trial. No es sólo que, tanto técnica como económ i
cam ente, la agricultura esté dominada por la indus
tria y que su progreso sea función de la técnica y la
producción de ésta. L o más im portante es que la
monopolización de los sectores vitales de la econo
mía — monopolización que empieza en los sectores
industriales— transform a por com pleto el signifi
cado económico de la empresa pequeña. No sólo cae
ésta bajo el poder de los m onopolios — que, por
ejem plo, le imponen el precio de venta y de Com
pra de sus productos o de las materias primas y
utensilios que. em plea— , explotando al propietario
de la empresa pequeña como consumidor, al obligar
le a contribuir a la form ación del beneficio mono-
polístico. Además, el mantenimiento de dicha em
presa en ciertos sectores económ icos — y en espe
cial en la agricultura— corresponde, desde el punto
de vista de los monopolios, a una necesidad econó
m ica profunda: allí donde la producción no está
completamente racionalizada, donde los riesgos pro
cedentes de factores extraeconóm icos siguen tenien
do una gran im portancia, el m onopolio prefiere ir
más despacio y recoger el m ayor beneficio a un mí
nimo costo. C oncretam ente, el mantenimiento de la
explotación parcelaria en la agricultura significa que
los monopolios se benefician de los buenos años,
m ientras que los propietarios parcelarios cargan, casi
exclusivamente, con las pérdidas, tanto en las malas
cosechas com o en las malas ventas.
246
d) Hay sin embargo un factor que, formalmen
te se opone al proceso de concentración en la agri
cultura — aunque en realidad se trate de una m ani
festación de dicho proceso— y que no hay que des
preciar: la intervención consciente del capitalismo
a través del Estad o, para orientar en cierto sentido
la evolución de las relaciones económ icas y socia
les en el cam po. En algunos países, donde tuvo lu
gar la revolución dem ocrática burguesa en el sentido
tradicional de la palabra, y donde, por lo tanto, el
reparto de la tierra y la form ación de una clase
numerosa de pequeños propietarios, se hicieron en
una época en que esta transformación no ponía en
peligro la estabilidad social, la burguesía se dio cuen
ta de que, a partir de un cierto momento, la exis
tencia de aquella clase era uno de los fundamentos
de su dominio. Su -política agraria trató pues cons
tantemente de mantener una estructura económ ica
y social «estable» en el campo. E ste es uno de los
puntos en que la oposición relativa entre el Estado
capitalista, expresión universal y abstracta de los in
tereses del capital, y los intereses imediatos de al
gunas capas específicas de capitalistas, se expresó
a veces con m ayor claridad. E sta política del Estado
capitalista tuvo com o principales objetivos, por -un
lado, la «organización» de los campesinos en unio
nes corporativas, que no son en realidad sino- un
modo de «cartelización» en el que los campesinos
más ricos desempeñan el papel dominante, y por
otro la «protección» de la producción agrícola por
la estabilización de los precios de los productos agrí
colas, aplicación concreta del principio monopolísti-
co de formación de los precios.
Evidentem ente, a largo plazo, esta política del
Estado capitalista es utópica, y en definitiva con
traria tanto a los intereses del capital, como a las
tendencias irresistibles que suscita el desarrollo de la
concentración en el conjunto de la econom ía. O sea
que se encuentra condenada históricam ente: el «cor- 1
247
1
1
poratism o agrícola» no puede ser la estructura com
plem entaria del capitalism o de E stad o en la agricul
tura. Sin embargo, desde principios de siglo hasta
hoy, esta política ha desempeñado un papel im por
tante en la evolución social, e influido en más de
una ocasión en el resultado de la lucha de clases en
Europa.
L a respuesta al problema de las formas m o
dernas de explotación de los cam pesinos por el ca
pital la encontrarem os analizando la explotación del
campesinado en el m arco del capitalism o burocrá..
tico. E l capitalismo burocrático ruso nos - da una
imagen anticipada del desarrollo. de las formas- de
explotación de los agricultores en la fase de la con
centración total — y nos muestra sus límites— .
248
producto bruto hay que deducir la s .sem illas, y quizá
tam bién el alim ento para el ganado.
V eam os el m ecanism o de dicha exp lotación : el
Estado — llevando al límite absoluto la p ráctica de
los m onopolios— fija de modo unilateral el precio
que paga por los productos agrícolas. E stos son, por
ejem plo, los precios de un quintal de centeno en
1 9 3 3 :78
ru blos
Precio de adquisición por elE stad o 6 ,0 3
Precio del producto racionado (harina) 2 5 ,0 0
Precio com ercial (harina) 4 5 ,0 0
Precio en el m ercado koljosiano libre
(región de M oscú) 5 8 ,0 0
7. A . B a y k o v e n el « E c o n o m ic a l J o u r n a l » d e L o n d r e s , d i
c ie m b re de 1 9 4 1 , c ita d o F o r e s t: Loe. cit., p. 2 0 .
8. [ E n 1 9 4 8 , el p r e c io de ven ta al p o r m a y o r d e un q u in
tal d e c e n te n o e r a d e 3 3 5 ru b lo s ; los k o ljo sia n o s re c ib ía n 7 a
8 ru b lo s p o r sus e n tr e g a s , o sea no m u ch o m ás q u e en 1 9 2 8 ;
p e r o el p r e c io d el p an d e c e n te n o hab ía p a s a d o de 8 k o p e k s en
1 9 2 8 a 2 ,7 0 ru b lo s en 1 9 4 8 (v é a se A . N o v e : VEconomie So-
viétique [e d ic ió n o rig in a l in glesa, 1 9 6 1 ] , P a r í s , P t o n , 1 9 6 3 , p.
2 0 3 ). K ru s c h e v d e c la ró en el P le n o d el C o m ité C e n tr a l de 1 9 5 8
q u e el p r e c io al q u e e r a n p a g a d a s las p a ta ta s en 1 9 5 2 a lo s c a m
p e sin o s era in fe rio r a lo q u e les co stab a a é s to s tr a n s p o r ta r la s al
c e n tr o d e re c o le c c ió n (N o v e : Op. cit., p. 2 9 9 ) . V é a s e ta m b ié n
N o v e : An Economic History . . . p. 2 9 9 - 3 0 2 . E l p r e c io p a g a d o p o r
el E s ta d o p o r las e n tr e g a s o b lig a to ria s a u m e n tó c o n s id e ra b le
m e n te e n tr e 1 9 5 3 y 1 9 5 9 , y a veces d ism in u y ó ta m b ié n la p r o
p o rc ió n de la c o s e c h a e x ig id a , v éase L a z a r V o lin : « K r u s c h e v and
th e S o v ie t A g ric u ltu r a l S c e n e » , p. 7, e n K a r c z , e d .: Op. cit.);
p e r o el n ivel de v id a de los cam p esin o s v o lv ió a b a ja r c a ta s
tró f ic a m e n te en 1 9 5 9 - 1 9 6 1 . aunque m e jo ra ra lig e ra m e n te d e s
p u és. S o b re la situ a c ió n g e n e ra l d e la a g ric u ltu ra en la é p o c a
K ru s c h o v ia n a , v é a se N o v e : An Economic. . . . p. 2 9 9 - 3 0 2 . L a si
tu a c ió n p a re c e h a b e r m e jo r a d o a p a rtir de 1 9 6 5 . P e r o m e d id a s
249
Este es el primer aspecto — y el fundamental—
de la explotación de los campesinos por el Estado
burocrático, que recuerda la explotación feudal:
campesinos «atados a la gleba», y por lo menos la
mitad de la producción destinada a la clase explo
tadora, a lo que habría que añadir la constante ines
tabilidad de su situación, por ejemplo, la posibili
dad permanente que tiene el Estado de aumentar la
duración del trabajo obligatorio y la cantidad del
producto que recoge.
E l segundo aspecto es la explotación de los cam
pesinos como consumidores, cuando adquieren los
productos industriales necesarios a su consumo per
sonal. También este fenómeno existe bajo el régimen
de los monopolios, pero adquiere aquí una magnitud
sin precedentes, debido al monopolio absoluto del
Estado sobre el conjunto de la producción industrial
y a la autoridad completa con que puede fijar los
precios de venta de « sus> productos. E l ejemplo del
precio del centeno en 193 3, que hemos citado, pue
de servir también para determinar una magnitud.
El Estado ha comprado el quintal de centeno a 6
rublos, y vendido la harina racionada (es decir
aquélla cuyo precio debe, en teoría, «proteger» al
250
consum idor) a 2 5 rublos el quintal. Adm itiendo que
el costo de la m olturación sea de 4 rublos por quin
tal (es decir, un 6 6 % del coste de la m ateria pri
m a; en realidad, el costo de esta transform ación,
incluida la pérdida de peso, tiene que ser m ucho
m enor), su «ganancia» es de 15 rublos por qu in
tal (beneficio del 1 5 0 % ), es decir que recupera el
6 0 % del salario de los obreros urbanos consum i
dores: de los 25 rublos que éstos pagan por el
quintal de harina de centeno, 1O rublos com o m á
xim o representa su «costo» real p a ra e l E stad o, y
los otros 15 su beneficio.
E ste razonam iento es de todos modos puram en
te teórico, pues el obrero en los períodos de racio n a
m iento no pudo nunca satisfacer sus necesidades
con la ración que le correspondía, teniendo que re
currir a los alm acenes libres del Estado o al m er-
\ cado koljosiano. E n el primer caso, pagaba 45 ru-
‘ blos por el quintal de harina de centeno y la explo-
.tación del E stad o se elevaba por consiguiente al
8 0 % del im porte de la com pra, al quedarse con
¡3 5 rublos limpios por cada quintal vendido. En el
segundo caso tenía que pagar 58 rublos por quin
tal, y aunque a prim era vista el «beneficiado» fue
ra el koljosiano, quien ganaba indirectam ente era
el E stad o, porque el precio de los productos agrí
colas en el m ercado libre cubre una cierta «rentabi-
. lidad global» de la empresa agrícola: los cam pesi
nos necesitan la totalidad de sus ingresos (tanto los
que proceden de la entrega al E stad o com o de la
venta en el m ercado libre) para conseguir satisfacer
sus necesidades, y el precio exagerado que alcanzan
los productos en el m ercado libre, no hace sino co m
pensar el que les paga el E stad o; cuanto m ás b ajo
sea éste, subirán m ás los precios en el m ercado
libre.
E ste razonam iento nos permite calcu lar, apro
xim adam ente, la magnitud de la explotación resul
tante de la entrega obligatoria del producto al E sta -
251
do, a precios que constituyen ya en sí una expolia
ción. Llamemos x al precio de producción de un
quintal de centeno. E l precio de 100 quintales será
100 x, y este precio deberá equilibrar el conjunto
de los ingresos que el koljós saque de los 100 quin
tales. Según las cifras anteriores,'/ estos ingresos se
descomponen en: 6 0 quintales entregados al E s
tado y a las estaciones de máquinas y tractores,
al precio de 6 rublos el quintal; 15 a 20, vendidos
en el mercado libre a 58 rublos el quintal, y 20 o 25
destinados al consumo y que contabilizaremos al
precio de producción. Así pues tendremos:
100 x = 60.6 + 2 0 .5 8 + 20 x, lo que da pa
ra x el valor 19.
Si el precio de producción del quintal de cente
no es de 19 rublos, el Estado, al pagar el 60 % de
la producción a 6 rublos, roba a los campesinos la
diferencia, es decir:
(6 0 .1 9 ) — (6 0 .6 ) = 1140 — 3 6 0 = 7 8 0 . So
bre el valor total de los 100 quintales, que es de
l 9 0 0 rublos, la expoliación es superior al 4 0 % .
Pero éste no es sino uno de los elementos de
la explotación de los campesinos; el segundo, ya lo
hemos señalado, es que los campesinos tienen que
com prar los productos industriales que necesitan a
precios elevados. Y a vimos que los obreros, al com
prar harina de centeno, devuelven al Estado apro
ximadamente el 60 % de su salario. No tenemos
elementos que nos permitan medir la defraudación
correspondiente a los campesinos, pero no hay nin
guna razon para creer que sea menor.
E l tercer elemento de la explotación es la dife
renciación de ingresos en el seno del campesinado,
tanto entre los diferentes koljoses, com o en un mismo
koljós. Aunque los efectos y la función social de9
255
sus parcelas individuales, 1S y la «prestación me
dia» de trabajo era en 1 9 4 0 de 2 6 2 jornadas de
trabajo anuales.161718 E sto significa que en dicha época,
el año del koljosiano tenía entre 3 7 4 y 4 7 8 jo rn a
das de trabajo. E n 1943, la «prestación media»
pasó a ser de 3 4 0 jornadas de trab ajo anuales, o
sea los campesinos trabajaron entre 500 a 6 0 0
jornadas de trabajo al año. Evidentem ente esas ci
fras no significan demasiado, pues no sabemos a
qué corresponde exactam ente una «jornada de tra
b a jo » .'* Suponiendo que sea de 8 horas., un año
257
4 b u ró cra ta s en p ro m e d io por cad a k o ljó s, en lo s
250 000 k o ljo se s del p a í s . 20 V e a m o s lo que d ic e la
p re n s a o fic ia l:
«C uando se e x a m in a n lo s b a l a n c e s a n u a le s d e u n
k o ljó s , lla m a la a te n c ió n el v o lu m e n de lo s gas
to s d e a d m in is tra c ió n y d e d ir e c c ió n . E n t r e la s “ u n i
d ad es" in s c rita s en la s c u e n ta s de p e rs o n a l, se ha
lla n lo s “ p ro p a g a n d is ta s de la c u ltu ra g e n e r a l’’ , lo s
“ d ire c to re s de isb a s ro ja s ” (c a s a s de p ro p a g a n d a ),
lo s “ a d m i n i s tr a d o r e s ..’ . Todos e llo s d ev o ran buena
p a rte de lo s in g re so s del k o l j ó s ... En 1940, en el
k o ljó s “ E l p o d e r a lo s S o v ie ts ” , e l p e r s o n a l a d m in is
tra tiv o ju s tific ó un to ta l de 12 2 8 7 jo rn a d a s de tra
b a jo , y 3 7 tra b a ja d o re s g a n a d e ro s, 9 8 2 7 . En e l k o l
jó s “A u ro ra ” no hay m ás que dos b rig a d a s de tra
b a ja d o re s, p ero el n ú m ero de je fe s es ta n g ra n d e
com o en un trust s ó l i d o ... En un k o ljó s de la re
g ió n d e K u ib ic h e v , q u e tie n e 2 3 5 m ie m b ro s , h a y 48
que ocu p an p u e s to s a d m in is tra tiv o s . C erca de e ste
k o ljó s hay un vado, y adem ás del b arq u ero hay un
“ e n c a rg a d o del v a d o ” . A l h e rre ro se h a a ñ a d id o un
“ en ca rg a d o de la fo rja ” , al a p ic u lto r un “ en ca rg a
do de la s co lm e n a s", al p re s id e n te del k o ljó s un
s u s titu to , tre s c o n ta b le s , tre s c a lc u la d o re s , dos je
fes de a lm a c é n , e t c ... El m a n te n im ie n to de to d o s
e s to s ó rg a n o s a d m in is tra tiv o s re s u lta d e m a s ia d o caro
al k o ljó s . A v e c e s la s s u m a s p a g a d a s a lo s “ a d m in is
tra d o re s ” e q u iv a le n casi a la c u a rta p a rte del to ta l
anual de jo rn a d a s -tra b a jo . F o rz o s a m e n te , e s ta po
lític a d is m in u y e lo s b e n e f ic io s de lo s ca m p e s in o s del
k o ljó s . F u n cio n a rio s in ú tile s v iv e n de su tra b a jo . . .
Los k o ljo s ia n o s g a s ta n en m a n te n e r a e sto s h o lg a z a
nes m ile s y m ile s de jo rn a d a s de tra b a jo , y el tra
b a jo de lo s k o ljo s ia n o s h o n ra d o s queda d e p re c ia
d o . » 21
258
Sin embargo, un decreto no menos oficial del
21 de abril de 1 9 4 0 estableció que a los dirigentes
del koljós, según la extensión cultivada, se_ les acre
ditarían de 45 a 9 0 jornadas de trabajo por mes,
es decir entre las 5 4 0 y 1 0 8 0 al año, además de un
salario mensual que oscila entre 2 5 0 y 4 0 0 rublos.
E sto nos da aproximadamente unas 8 0 0 jornadas
de trabajo y 2 4 0 0 rublos al año para los burócra
tas, mientras que la «prestación media» de un cam
pesino era en aquel momento de 2 6 2 jornadas de
trabajo y unos 2 0 0 rublos en m etálico. L a diferen
cia entre los ingresos de un koljosiano medio y de
un burócrata agrario de poca monta es pues de 1 a
5, a lo que hay que añadir:
a) que la «media» del campesino de que dis
ponemos se ha calculado seguramente teniendo en
cuenta también los ingresos de los burócratas del
koljós, es decir que Ja media real es inferior a la cal
culada ;
b) que hemos tenido en cuenta solamente los
ingresos del trab ajo koljosiano, sin contar los de las
parcelas individuales. E s de suponer que también en
este capítulo los burócratas se sirven m ejor que los
demás (las m ejores parcelas y las más grandes, etc.);
c) que, de todos modos, los ingresos del cam pe
sino representan una renta de trab ajo , mientras que
los de los burócratas son la «rem uneración» de la
delación y del m anejo del látigo.
D ejando aparte la cuestión del reparto de los
ingresos, esa burocracia ejerce, com o en los demás
sectores de la vida del país, una dictadura absoluta.
V eam os lo que dice la prensa rusa:
« ...M u ch o s consejos administrativos de koljoses,
o incluso sus presidentes, infringen el estatuto kol
josiano y, sin tener en cuenta la opinión de los
m iem bros, gastan el dinero a tontas y a locas. Las
autoridades soviéticas y las organizaciones del par
tido se han acostu m brad o a estas in fraccion es , sin
darse cuenta qu e d e este m odo, la m ayoría d e los
259
cam pesinos queda al margen de la gestión de los
koljoses . »2223
« ... Actualmente, los soviets de las aldeas se
ven apartados de las cuestiones esenciales de los
asuntos koljosianos y no se ocupan de los problemas
más importantes de la vida económ ica y cultural de
la a ld ea ... Es raro que se convoque a los aldeanos
a las reuniones (de los soviets). Las cuestiones de la
vida de la aldea, sólo en casos excepcionales pueden
ser discutidas por ellos. Los soviets de “sectores" to
man cientos y cientos de decisiones, y a menudo ni
siquiera se las comunican a los aldeanos que tendrán
quei ejecutarlas...
No hacen falta comentarios. Se ve claramente
la monstruosidad de la burocracia, apenas velada por
los eufemismos púdicos de sus cronistas (los «fre
cuentem ente > y los «pocas veces» que habría qu e
traducir por siem pre y nunca). Los rasgos de esa bu
rocracia agraria son idénticos a los de su hermana
mayor, la burocracia de la industria y del Estado.
L a misma incompetencia, la misma avidez, la mis
ma necesidad de explotar ilimitadamente al traba
jador y por lo tanto de esclavizarle. en todos los te
rrenos. Y la misma imbecilidad: los cientos de de
cisiones tomadas al margen de los que han de cum
plirlas. En definitiva, la nueva «élite de la humani
dad», incluso desde el punto de vista de la eficacia
burocrática, está por debajo de la capacidad de los
sargentos de cualquier ejército burgués.
260
La reacción del campesinado
261
s ia n a (y el que la b u ro c ra c ia haya te n id o que im
poner el tra b a jo o b lig a to rio es una p ru eb a m ás de
esa re s is te n c ia ). P ara escap ar en lo p o s ib le a la ex
p lo ta c ió n b u ro c rá tic a , el c a m p e s in a d o e n c o n tró una
s a lid a e n la e x p lo ta c ió n de la s p e q u e ñ a s p a r c e la s in
d iv id u a le s que la b u ro c ra c ia se v io o b lig a d a a de
ja rle a p esar de su a p la s ta n te v ic to ria en la b a ta lla
d e la « c o le c tiv iz a c ió n » .
E s te ú ltim o fen ó m en o tie n e una ra íz e c o n ó m ic a
in m e d ia ta , que n o se e n c u e n tra en el « b a jo n iv e l d e
la s f u e r z a s p r o d u c t i v a s » , c o m o se h a p r e te n d id o a v e
ces, s in o en la e x p lo ta c ió n d e sen fren ad a de la bu
ro c ra c ia (p u e s to que es el p ro d u c to d ire c to de la
in s u fic ie n c ia de lo s in g re so s de la e x p lo ta c ió n k o l
jo s ia n a ). Su sig n ific a d o so cia l m e re ce un a n á lis is ,
p o r q u e el m o v im ie n to m a rx is ta h a c o m e tid o m u ch os
e rro re s en la a p re c ia c ió n de e s te p u n to .
Si lo s c a m p e s in o s d e d ic a n una g ra n p a rte de su
tie m p o y su tra b a jo a su s p a rc e la s in d iv id u a le s , es
a cau sa de la e x p lo ta c ió n s in p re c e d e n te s del E s ta
do b u ro c rá tic o so b re lo s k o ljo s e s . E s t e fen ó m en o no
tie n e nada que ver con la s « te n d e n c ia s in d iv id u a lis
ta s» s u p u e s ta m e n te e te rn a s de lo s c a m p e s in o s , n i se
e n c u e n tra d e te rm in a d o por el « b a jo n iv e l de la s
fu erzas p ro d u c tiv a s » de la e c o n o m ía a g ra ria ru sa.
In clu so en el m a rco de la s f u e r z a s p ro d u c tiv a s e x is
t e n t e s e n el p a ís — q u e e s c a p a z , a l fin y al c a b o , d e
p ro p o rc io n a r la s m á q u in a s y abonos n e c e sa rio s a la
e x is te n c ia ra c io n a l d e la s e x p lo ta c io n e s k o ljo s ia n a s " " -,
lo s c a m p e s in o s r u s o s son cap aces de co m p ren d er, y
s in d u d a han c o m p r e n d id o , la s e n o r m e s v e n ta ja s del
c u ltiv o m e c a n iz a d o y e x te n s iv o so b re la e x p lo ta c ió n
tra d ic io n a l p a rc e la ria . P ero esas v e n ta ja s — m ayor
p ro d u c tiv id a d m a te ria l— so n p u ra m e n te te ó ric a s d es
d e el p u n to de v is ta d e l p ro d u c to r. El m ás a tra sa d o
y re a c c io n a rio de lo s c a m p e s in o s se da cu e n ta d es
pués de uno o dos años de e x p e rie n cia que la tie
r ra , c u ltiv a d a m e c á n ic a m e n te , u tiliz a n d o a b o n o s q u í
m ic o s y s e m illa s s e le c ta s , da unos re n d im ie n to s su
262
periores y exige un trab ajo mucho menor. ¿Pero de
qué le sirven esos rendimientos si una capa explota
dora acapara esa producción? Supongamos que tra
bajando 100 jornadas anuales la tierra del koljós,
con métodos m odernos, 1 O campesinos recogen 1 0 0 0
quintales de trigo, y que dedicando las mismas jo rn a
das a su parcela sólo obtienen 30 cada uno. Aunque
el trabajo en la tierra del koljós haya producido
100 quintales por persona y sólo 30 en la parcela, el
campesino sabe que, una vez deducida la venta obli
gatoria a1 Estado y a las estaciones de máquinas y
tractores, y «remunerados» los burócratas locales,
de aquella m ilagrosa cosecha no le quedarán sino 2 0
o 2 5 quintales. E n estas condiciones, lo más ren
table para él es el trabajo en la parcela individual.
Quizá eche una m irada melancólica a los tractores,
y piense en el buen trabajo que podría hacer con
esas máquinas ... si le dejaran en paz. Y en cuanto
pueda, se irá a su parcela. Sabe, desde luego, que
si no quiere verse deportado ha de trabajar en la
,tierra del koljós; y lo hará, reduciendo su esfuerzo
|al mínimo.
/ Queda por ver cuál es el significado sociológico
del fenóm eno.
No cabe duda de que se trata de una tendencia
objetivam ente retrógrada, aunque esté justificada des
de e1 punto de vista del interés inmediato del cam
pesino e incluso de su conservación «biológica», en
un régimen en que toda reivindicación es imposible.
Pero lo que nos interesa es su papel en el desarro
llo de la conciencia social y política del cam pesina
do. Para comprender este problema, exam inarem os
una etapa análoga en la formación de la conciencia
del proletariado.
Al principio de la era capitalista, al percibir la
enorme agravación de la explotación que significa
para él 1a introducción del maquinismo. el proleta
riado no va inmediata y directamente en busca de
soluciones revolucionarias o «progresistas». Sus pri-
263
m e ra s re a c c io n e s son , con fre c u e n c ia , o b je tiv a m e n te
re a c c io n a ria s : ro m p er la s m á q u in a s o tra ta r de v o l
ver a la a rte s a n ía , donde cad a uno pueda ser un
p ro d u c to r in d e p e n d ie n te , es d e c ir, la m is m a ilu s ió n
de « v o lv e r a trá s » , la m is m a b ú sq u ed a de una s o lu
ció n u tó p ic a , que, m utatis m u ta n d is, el afán de lo s
c a m p e s i n o s k o ljo s ia n o s p o r la e x p l o t a c ió n in d iv id u a l.
S ó lo a tra v é s de una la rg a e x p e rie n cia , en p rim e r
lu g a r del c a rá c te r in e v ita b le de la in tro d u c c ió n del
m a q u in is m o c a p ita lis ta en la p ro d u c c ió n , y lu e g o de
la p o s ib ilid a d de u tiliz a r e s te m a q u in is m o p re c is a
m e n te p a r a a b o lir la e x p lo ta c ió n , s ó lo cu an d o la c la
se o b re ra se da cu e n ta de que no se puede v o lv e r
a trá s y de que, ad em ás, no es n e c e s a rio si se q u ie
re lim ita r o a b o lir la e x p lo ta c ió n , s ó lo e n to n c e s
— cu an d o co m p ren d e a un tie m p o la n e c e s id a d del
c a p i t a l i s m o y la p o s ib ilid a d d e s u a b o l i c ió n — , e m p i e
za la c la s e a c o lo ca rse en un te rre n o re v o lu c io n a rio .
En cie rto m odo, puede d e c irs e lo m is m o del cam
p e s in a d o , a m e d id a q u e el m a q u in is m o y el c a p ita lis
m o b u ro c rá tic o se in tro d u c e n en la a g ric u ltu ra .
El e s tu d io de la fo rm a c ió n de la c o n c ie n c ia de
c la s e del ca m p e sin a d o d u ra n te ese p ro ceso cae fu e
ra de n u e s tro o b je to , p ero vam os a ju s tific a r la ana
lo g ía que hem os h ech o en dos p u n to s fu n d a m e n ta
le s, lo q u e n o s p e rm itirá adem ás c r itic a r c ie rta s con
c e p c io n e s erró n e a s so b re el a s u n to fre c u e n te s en el
m o v im ie n to re v o lu c io n a rio .
P ara que la e v o lu c ió n del c a m p e s in a d o sig a el
cu rso que h em o s in d ic a d o , o sea desem b oq u e en una
a c titu d re v o lu c io n a ria , h ace fa lta p rim e ro que se dé
c u e n ta del c a rá c te r in e v ita b le de su s itu a c ió n ; que
una e x p e rie n c ia la rg a y ad ecu ad a le p ru eb e que es
ilu s o ria to d a te n ta tiv a de v o lv e r a trá s ; y p ara e llo ,
que ese re tro c e s o sea re a lm e n te im p o s ib le , es d e c ir
que quede e x c lu id a la re s ta u ra c ió n de un c a p ita lis
mo « p riv a d o » . Es n e c e s a rio adem ás que la o tra so
lu c ió n , la s o lu c ió n re v o lu c io n a ria , le p arezca p o s i
b le . E s to im p lic a que el p ro g reso té c n ic o y el de
264
sarrollo de las fuerzas productivas continúen, y que
el cam pesinado vea claram ente la inutilidad y el pa
rasitismo de la clase dominante.
V eam os brevem ente este segundo aspecto de la
cuestión. Las fuerzas productivas siguen desarrollán
dose, en la agricultura como en las demás ramas de
la producción. M ientras exista una lucha entre las
diferentes clases dominantes, éstas se verán obliga
das a seguir aplicando el progreso técnico a la pro
ducción, aunque sea de manera contradictoria e irra
cional, ya que lo que está en juego es su existencia
misma. En ese desarrollo, el carácter parásito de la
clase dominante puede presentarse cada vez más
claram ente a los ojos de los productores.
Pero el otro aspecto del problema (dem ostrar la
imposibilidad de volver atrás, de restablecer el m o
do tradicional de explotación de la tierra) es el que
m erece más atención. E sa dem ostración, Stalin la
efectuó espectacularm ente en tres ocasion es: duran
te la primera batalla sangrienta de la «colectiviza
ción» ( 1929), con el establecim iento del trabajo
obligatorio en los koljoses (1 9 3 9 ), y con la expro
piación de los cam pesinos más acom odados median
te la «reform a m onetaria» que sirvió para arreba
tarles el ahorro que habían acum ulado durante la
guerra ( 1947). E n los tres casos, la fam osa «lucha
entre las tendencias privadas y la econom ía estatal»
term inó con la victoria aplastante de esta última/424
265
E sa victoria era inevitable. E n su lucha con!ra
las reacciones «individualistas» de los campesinos, la
burocracia estatal dispone, tanto en el terreno eco
nómico como en el político y en el social, de armas
que ponen al pequeño productor a su merced. T od a
la dinámica de la econom ía m oderna garantiza a la
burocracia, personificación del capital centralizado,
su victoria sobre la pequeña explotación individual.
266
E sto debiera ser evidente para un m arxista. Sin
em bargo, desde los primeros años de la revolución
rusa, Lenin adoptó en este asunto una posición erró
nea, y su interpretación, al ser recogida después por
T rotski y la oposición de izquierda, fue una fuente
de errores constante para el movimiento de vanguar
dia, impidiéndole apreciar correctam ente tanto el
porvenir com o la naturaleza del E stad o ruso.
Pondrem os com o ejemplo una de las muchísi
mas citas de Lenin que pueden encontrarse sobre el
tem a: «L a dictadura del proletariado es la guerra
más abnegada y más implacable de la nueva clase
contra un enem igo más poderoso, contra la bur
guesía, cuya resistencia se ve decuplicada por su
derrocam iento (aunque no sea más que en un país)
y cuya potencia consiste no sólo en la fuerza del ca
pital internacional, en la fuerza y la solidez de los
vínculos internacionales de la burguesía, sino, ade
más, en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de
la pequeña producción. Porque, por desgracia, que
da todavía en el mundo mucha, muchísima pequeña
producción, y la pequeña producción engendra capi
talismo y burguesía constantemente, cada día, cada
hora, de modo espontáneo y en m asa.25
E n lo que se refiere a Trotski, casi no hace fa k
ta recordar que consideraba toda la historia del de
sarrollo social en Rusia desde 1921 (en la medida
en que dicho desarrollo venía determinado por fac
tores indígenas) com o debido a la presión continua
que los elem entos que trataban de restaurar el ca
pitalismo privado (kulaks y nepmen) ejercían sobre
las «formas socialistas de la propiedad estatal». E l
dominio de la burocracia venía a ser en definitiva
una posición de equilibrio entre las dos «fuerzas
fundam entales»: el proletariado urbano y los elem en
tos burgueses de la ciudad y del cam po. L a base eco
268
dios de producción no existe tam poco, ni la de reu
nir los valores necesarios para com prar m áquinas,
m aterias primas y fuerza de trabajo — o sea todo
lo que se necesita para poner en m archa una em
presa capitalista— . Por lo tanto, todo el excedente
de valores que un individuo puede, de una form a u
otra, reunir, sólo puede atesorarse; lo que está ex
cluido es la acum ulación productiva individual, sal
vo en límites muy estrechos que el E stad o vigila
atentam ente.
Pero la idea que criticam os contiene un error
aún más profundo. N o sólo las condiciones funda
m entales para pasar de la pequeña producción mer
cantil a la producción capitalista privada no existen
en R u sia, sino que el dinamismo, el autom atism o
propio de la econom ía, condena cada día más a la
pequeña producción y favorece al capital centrali
zado. Se puede discutir interm inablem ente sobre
las relaciones entre la simple producción m ercantil
y el capitalism o naciente. Pero no estam os en el si
glo x v ii ni en el x v iii, sino a m ediados del siglo
xx. E l capitalism o actual no es un capitalism o na
ciente; es un capitalism o que empieza a desbordar
la etapa de la concentración m onopolística y a apro
xim arse a la concentración integral de la produc
ción a escala mundial. D ejem os un m omento el caso
ruso y pensem os en lo que es un país capitalista tí
pico. Supongam os que alguien pretendiera demos
trarnos que Ford y la General M otors están am e
nazados por los garagistas que reparan automóviles
en los Estados Unidos, y que el E stad o norteam e
ricano no representa en realidad los intereses de los
a c u m u la c ió n d e ! c a p ita l, m á s vale n o h a b la r ; e n c u a n t o a la
p ro d u c c ió n a rte s a n a q u e em p lea a s a la ria d o s ( ¿ d ó n d e ? ¿ c u á n
d o ? ¿ c u á n t o s ? ), p ié n s e s e e n la a m e n a z a q u e d e b e r e p r e s e n
ta r p a ra un trust e s ta ta l d el ca lz a d o el te m ib le E fra im E fra im o -
v itc h , v o ra z z a p a te r o d e D o u ra k in o v o , c o n su s d o s a p re n
d ice s.
269
F o rd y lo s M o rg a n , s in o un « e q u ilib rio , e n tre é sto s
y lo s m ile s de g a ra g is ta s , z a p a te ro s , e tc .. ¿Q u ié n le
to m a ría en s e rio ?
En R u s ia no s ó lo e x is te n « m o n o p o lio s » , sin o un
s o lo m o n o p o lio g ig a n te sco que d is p o n e de to d o , ca
p ita l, m a te ria s p rim a s , fu erza de tra b a jo , c o m e rc io
e x te rio r; que al id e n tific a rs e con el E s ta d o se h a lla
por e n c im a de to d a le y ; que puede e x p ro p ia r, m a
ta r, d e p o rta r, g u ia d o ú n ic a m e n te por lo s in te re s e s
de una cap a d o m in a n te cu ya e x is te n c ia m is m a e s tá
u n id a in d is o lu b le m e n te a ese m o n o p o lio u n iv e rs a l.
D e s d e u n p u n to d e v is ta p u ra m e n te e c o n ó m ic o , ¿ c u á l
es la re la c ió n d e fu erzas e n tre e s e m o n o p o lio u n iv e r
sal y c u a lq u ie r a g ru p a c ió n de pequeños p ro d u c to re s
in d iv id u a le s ? ¿N o e s tá p e rfe c ta m e n te cla ro que és
to s e s tá n irre m e d ia b le m e n te con d en ad os?
L e n in y T ro ts k i v ie ro n c la ra m e n te q u e la re v o lu
c ió n ru sa, a is la d a , c o rría p e lig ro s m o rta le s , que po
d ía n lle v a r a la re s ta u ra c ió n de un ré g im e n de ex
p lo ta c ió n ; p ero se e n g añ aro n al creer qu e. la fu e n te
de ese p e lig ro era p re c is a m e n te la e x is te n c ia de m i
llo n e s de pequeños p ro d u c to re s in d e p e n d ie n te s , fe
nóm eno que ha p e rd id o su im p o r ta n c ia h a s ta en lo s
p a íse s c a p ita lis ta s , donde ta le s p ro d u c to re s « in d e
p e n d ie n te s » se e n c u e n tra n e x p lo ta d o s , d ire c ta o in
d ire c ta m e n te , p o r el c a p ita l c e n tra liz a d o . N o p re v ie
ro n — y T ro ts k i se negó h a s ta el fin a v erlo — que
el v e r d a d e r o p e lig ro e s ta b a en la b u ro cra cia y no en
lo s k u la k s , que en re a lid a d fu ero n u tiliz a d o s com o
e jé rc ito de re se rv a , en la p rim e ra fase de la lu c h a
de la b u ro c ra c ia c o n tra el p r o le ta r ia d o . L a b u ro cra
c ia , d esp u és de ven cer en e s ta lu c h a — la ú n i c a que
te n ía im p o rta n c ia h is tó ric a — , se v o lv ió c o n tra lo s
pequeños p ro d u c to re s « in d e p e n d ie n te s )) p ro b á n d o le s
b r u ta lm e n te q u e su « in d e p e n d e n c ia » p e r te n e c ía a l s i
g lo x ix , com o la s d ilig e n c ia s y lo s arad o s de m a
d era.
C o n v ie n e a ñ a d ir a lg u n a s p r e c is io n e s s o b r e el sig
n ific a d o d el m e rc a d o k o ljo s ia n o en ese c o n te x to . E s e
270
mercado está completamente subordinado a la eco
nomía estatal. En primer lugar, debido al monopolio
que tiene el Estado sobre las condiciones de la pro
ducción agrícola (maquinaria, abonos, productos de
consumo, tiempo de trabajo, precio y cantidad de la
entrega obligatoria de productos agrícolas, y en de
finitiva la tierra misma). La mayoría de los factores
que dependen completamente del Estado intervie
nen de modo permanente y permiten a la burocracia
ejercer un control constante de la evolución de la
economía rural: el precio de la cosecha, por ejem
plo, o la cantidad a entregar, o el precio de los pro
ductos de consumo. Otros factores actúan a largo
plazo. y el Estado los utiliza menos: aumento del
tiempo de trabajo obligatorio en la tierra del koljós,
por ejemplo, que permite limitar la producción de la
que puede disponer el campesino y aumentar la que
está a disposición del Estado. Por último, si una si
tuación crítica lo impide, el Estado puede recordar
su «propiedad» de la tierra y enviar de nuevo unos
cuantos millones de campesinos a Siberia. Entre to
dos estos factores, el que suele ser decisivo es que el
Estado posee existencias de productos agrícolas muy
importantes (al menos un 40 % de la producción),
con las que puede ejercer una presión irresistible so
bre el mercado.
Por lo tanto, ese mercado tiene límites muy es
trictos que le impiden poner en peligro lo esencial
de la economía burocrática. En cuanto a su significa
do social, es el de un intercambio entre las capas
más favorecidas de los koljós y la burocracia urba
na; esas capas son prácticamente las únicas que dis
ponen de un excedente de productos, o de dinero,
para poder participar en él.
271
todo sistem a moderno de explotación se expresa con
sin igual claridad en el m arco de la explotación k o l
jo sian a: la tendencia de la b u ro cracia explotadora
a llevar al m áxim o, tanto la producción como la ex
plotación, provoca el desinterés de los productores
ante la producción.
E n e] caso de la agricultura rusa, esta reacción
se m anifiesta sim ultáneam ente por la actitud nega
tiva de los cam pesinos frente a la producción k o ljo
siana y por su repliegue hacia las pequeñas explota
ciones individuales. E l resultado suele ser un des
censo de la productividad del trabajo agrícola (o de
todas form as, en la etapa actual, un aumento de esa
productividad que no es proporcional al capital em
pleado, a los nuevos m étodos de cultivo, etc.), y por
consiguiente, una disminución del excedente directa
o indirectam ente a disposición de la burocracia. A
esta situación la b u ro cracia sólo puede responder con
medidas burocráticas en el sentido m ás profundo de
la p a la b r a : medidas policíacas,, establecim iento o in
crem ento del trabajo obligatorio, aumento del por
centaje de producción que se reserva, instalación en
los k oljoses de una capa bu rocrática cuya función es
«dirigir» y tratar de hacer rendir el máximo a los
productores. Pero todas estas medidas son perfecta
mente contraproducentes: no h acen sino reforzar la
convicción de los productores de que la producción
no es algo suyo, y por lo tanto dism inuir su esfuer
zo productivo. A dem ás, el consum o improductivo de
la bu rocracia del koljós y el derroche orgánico que
suscita en la esfera m ism a de la producción son una
razón suplem entaria pero nada desdeñable de la li
m itación del excedente a la disposición de la bu ro
cracia central. A esta nueva lim itación, la burocra
cia responde con una opresión y una explotación
m ayores — y así sucesivam ente— . E l único resultado
que puede alcanzar en último térm ino esa espiral
absurda, característica de un régim en de explotación
272
integral, es el estancam iento de la eco n o m ía.27 La bu
ro cracia se da perfectam ente cuenta de ello, y las
medidas que constantem ente tom a contra sí mis
ma 28 no se explican únicamente por las necesidades
de la demagogia (que juegan un papel, desde lue
go). L a burocracia central no sólo es consciente de
la profunda in eficacia de todas estas *medidas a in
crem entar la producción, sino que trata adem ás de
lim itar en todo lo posible la autonom ía y Jos ben e
ficios de las capas burocráticas inferiores y periféri
ca s; y esto, las capas burocráticas k oljosian as lo son
por definición. C om o en todos los regím enes de ex
plotación, se m anifiesta aquí una oposición entre el
E stad o, expresión general y abstracta de la clase do
m inante, y los intereses inmediatos y cotidianos de
cad a m iem bro de dicha clase. Pero esa lucha de la
b u ro cracia contra algunas de sus características más
profundas no puede tener ningún resultado decisi
vo. L a explotación desenfrenada que la burocracia
k oljosian a e jerce sobre los cam pesinos, en su benefi
cio propio, se basa en los poderes discrecionales de
que dispone para obligarles a producir. L a explota
ción «exagerada» y los poderes discrecionales van
unidos, y no se puede limitar la prim era sin abolir
los segundos. Y éstos no . pueden suprimirse porque
son el único facto r que puede obligar a los cam pesi
nos a trab ajar en el koljós. L a contradicción es in
soluble y la única apariencia de solución es el su-
percontrol bu rocrático de la bu rocracia sobre la bu
ro cra cia : ésa es la raíz económ ica principal de la
om nipotencia del G P U .
¿Cóm o caractérizar el papel histórico de la bu
rocracia en la agricultura? Esta cuestión es tanto
más im portante cuanto que, con la única excepción
de C hecoslovaquia, la burocracia ha tom ado el po
27. Si e s e ré g im e n se re a liz a ra a e s c a la u n iv e rs a l.
28. L o s t e x t o s q u e hem os c ita d o de la p re n s a r u s a y las
leyes an aliz a d a s p o r P e re g rin u s : Loe. cit., p. 6 -8 , son b u e n o s
e je m p lo s .
273
der en países donde la agricultura era la ocupación
de la m ayor parte de la población y la fuente esen
cial de la renta nacional (R usia, países satélites eu
ropeos, China).
Puede decirse que ese papel ha sido llevar la
con cen tración en la agricultura hasta los límites com
patibles con el régimen de explotación integral de
los productores, y — lo que va unido con este pri
mer elem ento— acelerar el desarrollo de las fuer
zas productivas en el cam po. De modo muy general,
puede también decirse que la bu rocracia no ha h e
cho sino continuar la tarea de la burguesía capitalis
ta, desarrollando y concentrando las fuerzas produc
tivas, precisam ente en los países donde la burgue
sía no había sido capaz de llevarla a cabo. Pero esta
función, la burocracia la realiza en un período de
term inado, de decadencia mundial del capitalismo,
en que el desarrollo de las fuerzas productivas tien
de a disminuir, y el triunfo de la concentración se
expresa a menudo de modo indirecto y oblicuo. E sta
influencia de la decadencia general del capitalismo se
manifiesta de un modo especial en la agricultura;29
y no es casual que la transform ación que aquí im
pone la burocracia haya sido y vaya a ser la más con
siderable de las que ha realizado. L a burguesía nun
ca consiguió llevar a un ritm o tan rápido la expro
piación total de la mayoría de los productores di
rectos, la introducción de procedim ientos industria..
les de cultivo, la concentración de las explotaciones
agrícolas y la centralización universal de su control
y gestión, el éxodo en masa de los campesinos ha
cia la industria urbana. Nunca tam poco se pagó el
desarrollo de las fuerzas productivas con tanto su
dor, lágrim as y sangre, ni el peso de la explotación
y de la opresión de los trabajadores fue tan terri
ble.
274
L a estructura koljosiana en la producción agra
ria es el instrum ento que permite a la burocracia lle
var a cabo esa transform ación. El poner al descu
bierto el vínculo de necesidad, que existe entre la
burocracia y el sistem a koljosiano, nos permitirá dar
un contenido concreto a la idea que hemos expuesto
antes, es decir que el papel de la burocracia en la
agricultura es la realización de la concentración has
ta los límites com patibles con la explotación integral
de los trabajadores.
E n la industria, el único límite de la concentra
ción es la concentración total del capital social en
m anos de un solo grupo dominante. L a gestión del
conjunto de la producción se identifica en ese m o
m ento, desde el punto de vista económ ico, a la de
una empresa única, cuyos diferentes sectores de pro
ducción son com o talleres distribuidos en el espacio.
E ste proceso de concentración im plica una enorme
racionalización desde el punto de vista de la clase
dominante. E l obstáculo esencial a esta racionali
zación es un obstáculo interno, y proviene de que la
producción se basa en la explotación y que una o r
ganización racional de la producción es imposible
para una clase explotadora, ajena a los productores,
y en último térm ino enajenada también, y ajena a la
producción.
Este razonam iento en cuanto a la posibilidad de
la concentración total de la producción industrial no
vale para 1a agricultura. Como dijimos, el sistema
koljosiano es un intento de conservar un cierto inte
rés de los productores por la producción «colectiva»,
al hacer que su remuneración esté en función de la
cosecha, es decir de la producción. E n la industria
encontram os tam bién la misma cosa (salario según
rendimiento), pero en este caso su alcance es mu
cho menor. L as posibilidades de controlar, tanto la
cantidad com o la calidad del trabajo, son mucho
mayores, y por eso desempeñan el establecim iento
en normas y la vigilancia de su cumplimiento un pa
275
pel fundamental en la industria. E n la agricultura ese
tipo de control es casi im posible. L as operaciones
productivas se realizan en un espacio extenso, en el
que tra b a ja un pequeño número de productores dis
persos, no un gran núm ero de éstos encerrado entre
las cu atro paredes de un taller. Ni la cantidad ni la
calidad del esfuerzo y de su resultado aparecen in
m ediatam ente, com o sucede en la industria, sino va
rios m eses después. L a producción no tiene lugar en
condiciones artificiales, estabilizadas e idénticas, c o
mo en la industria, sino varios m eses después. La
producción no tiene lugar en condiciones artificia
les, estabilizadas e idénticas, com o en la industria, si
no independientes de toda voluntad humana, que
cam bian sin cesar, y frente a las cuales el productor
tiene que hacer uri esfuerzo de adaptación con stan
te. T o d o s estos factores hacen prácticam ente im po
sible ejercer un control total del tra b a jo del campe
sino, a m enos de poner a un vigilante detrás de c a
da trabajad or. Por eso, en un régim en que lleva la
explotación al lím ite, y que no puede contar con la
cooperación voJuntaria de los trabajad ores, es casi
im posible transform ar a los cam pesinos en asalaria
dos. E n tre ellos y el resultado de la producción hay
que crear un lazo especial que les impida desinte
resarse com pletam ente del resultado, aunque se lle
ve el E stad o la parte principal — extensible a vo
luntad— de Ja producción.
D esd e ese punto de vista, la form a koljosiana,
no en tal o cual detalle m enor, pero sí en esencia,30
276
tiende a constituir la forma natural y orgánica de
explotación de los campesinos en el marco del capi
talismo burocrático, y, al mismo tiempo, una forma
límite de la concentración y la racionalización de la
producción agraria compatible con la explotación ili
mitada del trabajo.
277
A p é n d ic e
L a r u p t u r a c o n e l t r o t s q u is m o ( 1 9 4 6 -1 9 4 9 )
So b re el r é g im e n d e la U R S S y
c o n t r a su d e fe n s a 1
281
depende de una solución co rrecta de ese proble
ma. P ero para que esa solución sea posible, hay que
partir de un análisis realista y desprovisto de todo
prejuicio doctrinario de la sociedad en la que el es-
talinism o ha conseguido realizarse plenamente, y de
donde saca lo esencial de su fuerza y dinámica po
líticas — o sea de la sociedad soviética.
1. L a so c ied a d s o v ié t ic a
a) L a en on om ia
282
palabras capital, plusvalía, etc.; nos haría retroce
der del análisis m aterialista de M arx al juridicism o
de los clásicos y del siglo x v iii .
E n el estudio de la economía soviética, com o en
el de cualquier otra econom ía, de lo que se trata es
de saber cóm o se efectúan, a través y más allá del
disfraz jurídico, la producción y la distribución — en
otras palabras: ¿quién dirige la producción y, por
consiguiente, posee el aparato de producción, a quién
favorece el funcionam iento de ese aparato?
Las categorías sociales fundamentales que parti
cipan en el proceso económ ico son: a) el proleta
riado, formado por el conjunto de los trabajadores
encargados únicamente de tareas de ejecución sim
ples; b) una «aristocracia obrera:. com puesta por el
conjunto de los trabajadores calificados; e) la buro
cracia, que agrupa a los que no participan en tareas
y asumen la dirección del trabajo de las otras cate
gorías. Desde luego, com o en cualquier otro siste
ma, a veces los límites entre esas categorías no son
muy precisos.
Aunque la base de esa distinción sea esencialm en
te un criterio técnico, esa base técnica es insepara
ble de sus consecuencias económ icas, sociales y po
líticas. Y a que en esa distinción se funda en la U R S S
la solución dada a los dos problemas capitales que
debe resolver toda organización eco n ó m ica: el pro
blem a de la dirección de la producción y el de la
distribución.
1. La dirección de la producción está confiada
únicamente a la burocracia. Ni la «aristocracia obre
ra» ni el proletariado participan en modo alguno en
esa dirección. H asta en el seno de la burocracia, se
efectúa de modo dictatorial, concediendo al buró
crata medio un margen de iniciativa sum am ente li
m itado en la realización de la parte del plan que
corresponde a su sector. Esto en cuanto a la form a.
Nos ocuparem os después del fondo, o sea de las
orientaciones que impone la cúspide burocrática al
283
proceso económ ico y de los postulados, conscientes,
inconscientes o impuestos por las circunstancias, que
dictan esas orientaciones.
2 . Las condiciones para que opere la ley del
valor (principalm ente propiedad y apropiación pri
vadas, ' rentabilidad separada de cada em presa, m er
cado libre, etc.) no existen en la econom ía sovié
tica. P or otra' parte, la planificación, combinada con
Ja estatificación, del conjunto de la vida económ ica,
hacen que el « automatism o» de los mecanismos re
guladores de la econom ía capitalista haya sido sus
tituido, en térm inos muy generales, por la dirección
humana consciente de la econom ía. Puede decirse
por lo ta n to ' que lo que queda de la ley del valor
en la econom ía soviética es tam bién una form a muy
general: que el valor del conjunto de los productos
es igual a la suma de trabajo abstracto socialmente
necesario para su producción. Pero, exceptuando ese
punto, la distribución, y por lo tanto los salarios,
pueden ser fijados de modo arbitrario por la buro
cracia; esa decisión arbitraria sólo choca con dos
límites objetivos: por lo que respecta al trabajo sim
ple, el salario no puede ser inferior a un mínimo
vital (límite por lo demás sumamente elástico, como
lo ha mostrado la experiencia de los dos primeros
planes quinquenales); en cuanto al trabajo califica
do, el salario queda determinado en función de la
escasez relativa de ese tipo de trab ajo , teniendo en
cuenta las exigencias del consum o u otras exigen
cias que el plan considera com o tales. E xceptuan
do esos dos aspectos, las decisiones arbitrarias de la
burocracia lo determinan todo, aunque estén éstas a
su vez condicionadas, claro está, por factores sico
lógicos com o la búsqueda de una satisfacción ópti
ma y por consideraciones de política general. E n el
seno de la burocracia, la distribución se efectúa en
función de relaciones de fuerza, de modo semejante
a com o -se efectúa la distribución de la plusvalía to
tal entre grupos y truts im perialistas burgueses.
284
L o que caracteriza la dinámica de esa econom ía
es la ausencia de crisis orgánicas, resultado de la pla
nificación casi total. Su equilibrio, por lo tanto, sólo
puede ser quebrantado por factores externos; esto le
conced ería, si llegara algún día a dom inar el pla
neta, una estabilidad interna com o nunca se conoció
antes en la historia. '
Si intentam os definir esa forma económ ica, nos
encontram os con que no presenta analogía alguna
con la econom ía capitalista; ya que, aunque conti
núen la explotación y el monopolio de la dirección
de la producción por una capa social, sus leyes eco
nóm icas son profundamente diferentes; por otro la
do, de las cuatro características fundam entales e in
separables de la econom ía socialista, o sea: 1) abo
lición de la propiedad privada; 2) planificación; 3)
abolición de la explotación; 4 ) dirección de la pro
ducción por los productores— , de esas cuatro ca
racterísticas sólo encontram os aquí las dos prime
ras, que son por lo demás las menos im portantes;
en vez de acercarse cada vez más a la realización
com pleta de esos objetivos fundam entales, la econo
m ía soviética los ha abandonado com pletam ente
— pero sin que ello la haga evolucionar hacia el
m odo de producción capitalista— . Ni capitalista ni
socialista, ni tendiendo tampoco hacia una de esas
dos form as, la econom ía soviética representa un ti
po histórico nuevo, y el nombre que le demos tiene
a decir verdad poca im portancia con tal de que se
com prenda en qué consiste en el fond o.2
b) P olítica
e) ¿U n <cE sta d o o b re ro d e g e n e ra d o » ?
286
nóm ico m arxista un juridicism o a b stra cto ; es, ade
m ás, separar lo económ ico y lo político de m odo
esquem ático y tanto m ás inaceptable cuanto que se
trata justam ente del estudio de la época actual. Si
la estatificación en la U R S S basta para que poda
mos hablar (en un sentido dinám ico) de un «Est$..
do obrero que degenera», ¿por qué no h ab lar en
tonces, tratándose de las estatificaciones en un p a S
burgués, de. un E stad o obrero «en fo rm ació n »? D e
lo que se trata no es de saber si hay estatificación,
sino de saber por quién y en provecho de quién es
establecida ■o m antenida esa estatificación. Si en la
sociedad capitalista clásica el poder económ ico no
se confunde con el poder y se lo subordina justa
m ente en cuanto o b jeto exterior, el desarrollo his
tórico h a trastornado poco a poco esa situ ación : la
distinción, tanto real com o personal, entre poder po
lítico y poder económ ico ha dejado ya de ser váli
da en la época im perialista; en la sociedad soviéti
ca, no tiene estrictam ente ningún sentido. U n a si
tuación técnica y económ ica determ ina una estruc
tura política; a p artir de ese m om ento, esta última
rige a su vez la- econom ía, y la im portancia del au
tom atism o de las leyes económ icas disminuye cada
vez m ás. Por consiguiente, el único criterio que nos
perm ita dar una definición sociológica de la U R S S
es éste: ¿quién dispone del poder político, y en pro
vecho de quién se ejerce ese poder? T o d o s sabem os
que sólo h a y una respuesta posible a esa pregunta:
del poder político (y por consiguiente, tam bién del
poder económ ico) dispone una capa social cuyos in
tereses fundam entales están en con trad icción total
con los del proletariado soviético y que e jerce ese
poder en función de sus propios intereses con trarre
volucionarios. Nada tiene en com ún esa capa con Ja
clase ob rera; nada tiene en com ún co n la clase ca
pitalista. R ep resen ta, así como el E stad o que dirige
y encarna, una nueva form ación h istórica.
287
2. L a' p o l ít ic a rev o lu c io n a ria en la urss
288
za que hubiera debido inspirarle la bu rocracia. L o
que T rotski llamaba el segundo aspecto de la revo
lución perm anente, el que se refiere a la propia re
volución socialista: o sea que la revolución socia
lista cam bia, por decirlo así, continuam ente de piel
— debe poder encontrar una aplicación concreta en
la organización de las relaciones políticas y estata
les después de la victoria de la revolución.
289
ca, ya que sie m p re lle g a un m o m e n to en q u e , in e v i
ta b le m e n te , hay que esco g er, y una de la s dos lu
ch as p asa a p rim e r p la n o a exp en sas de la o tra .
Se oye d e c ir a m enudo cosas com o: ¿n o vam os
a fav o recer la v ic to ria del im p e ria lis m o b u rg u és so
b re el e s ta lin is m o ? , ¿p u ed e sern o s re a lm e n te in d i
fe re n te el re s u lta d o . d e una lu c h a que p o d ría d esem
b o ca r en la d e s tru c c ió n d e la s «b ases s o c ia lis ta s » de
Ja e c o n o m ía s o v ié tic a ? D ig a m o s p ara em pezar que
hay una re s p u e s ta m uy s e n c illa a esas p re g u n ta s :
¿fav o rece hoy en d ía la e x is te n c ia de esas p re s u n ta s
«b ases» el d e s a rro llo de la re v o lu c ió n m u n d ia l?
¿C óm o y p o r. qué? P o d ría a ñ a d irs e ta m b ié n que
p ara h a c e r e s e tip o de o b je c ió n hav q u e ser m u y in
genuo o m uy m ío p c y c re e r en la im p o r ta n c ia , e n sí,
de v ic to ria s o de a u s e n c ia de d e rro ta s lo c a le s du
ra n te v e in te o tre in ta años in d e p e n d ie n te m e n te del
p ro ceso h is tó ric o in te rn a c io n a l. P ero lo im p o rta n te
no es eso. Lo g ra v e es la ig n o ra n c ia c o m p le ta del
abe del m a rx is m o que m u e s tra n lo s que creen que
puede haber en la ép oca a c tu a l una re v o lu c ió n en
tie m p o de g u e rra en un p a ís, s in que eso im p liq u e
ip so ja cto una s itu a c ió n lle n a de^ p o t e n c i a l i d a d e s re
v o lu c io n a ria s a e s c a la m u n d ia l, y sin que la v ic to
ria de esa re v o lu c ió n p ro v o q u e en ló s o tro s p a ís e s
una c ris is cap az de h acer que, por lo m en os, sea
im p o s ib le una in te rv e n c ió n c o n tra rre v o lu c io n a ria . E s
ju s ta m e n te e s ta ú ltim a c o n s id e ra c ió n lo que ha d ic
ta d o , o d e b ie ra haber d ic ta d o , n u e s tra p o lític a de
rro tis ta en lo s p a íse s en g u e rra c o n tra el E je . Y la
m i s m a •c o n f i a n z a en n u e s tra s id e a s y en la s o lid a
rid a d in te rn a c io n a l d el p ro le ta r ia d o d e b e g u ia r n u e s
tra p o lític a en la U RSS.
D esd e lu e g o , d e lo q u e se t r a t a n o es d e s u s titu ir
ah o ra m is m o , y a e s c a la i n t e r n a c i o n a l , la p ro p ag an
d a « d e fe n s is ta » p o r la p r o p a g a n d a d e rro tis ta . L a c o n
s ig n a : « r e v o l u c i ó n , sin que n o s im p o rte el rie s g o de
d e r r o t a » ,. e s u n a c o n s ig n a q u e e n el c a s o d e 1 a U R S S
tie n e un s ig n ifica d o so b re to d o p ara la s e c c ió n ru sa;
290
para la In tern acio n al en su conjunto, sería in o p o r
tuno y peligroso insistir en ella de modo especial
o convertirla en un punto esencial de propaganda.
Sin perder nunca de vista la solidaridad in tern acional
del m ovim iento, el proletariado de cada país debe
luchar ante todo co n tra sus propios verdugos. L o
im portante hoy en día para la In tern acio n al es te
ner una concepción clara de la naturaleza del esta-
linism o, y acabar de una vez para siem pre con la
lam entable confusión que crea la coexisten cia m ons
truosa de las dos consignas: «revolución contra la
b u ro cracia» y «defensa de la U R S S » .
291
ticular: la monopolización, realidad ya o preparán
dose actualmente, del poder político por los Parti
dos comunistas de esos países, convierte a la buro
cracia estalinista en poseedora de los medios de
producción nacionalizados, de modo semejante en lo
esencial al de la burocracia rusa, aun cuando las mo
dalidades sean diferentes. Lo que demuestra una vez
más que el estalinismo lleva en esos países, con una
perspectiva a plazo corto o medio, la misma política
que lleva a escala mundial con una perspectiva a
largo plazo, o sea una política de asimilación.
E sto nos lleva a examinar otro error fundamen
tal de Jos camaradas Lucien, Guérin y Darbout, que
consiste en identificar la oposición estalinismo-impe-
rialismo con cualquier otra oposición entre imperia
lismos; esto significa que prefieren no atribuir ningún
significado especial al régimen de los países ocupa
dos por el E jército rojo y a las diferencias funda
mentales, que por lo demás los compañeros no nie
gan, entre ese régimen y el de los países ocupados
por los imperialistas burgueses; se privan así de la
posibilidad de dar aunque sólo fuera un inicio de
respuesta a esta pregunta: ¿y por qué puede apoyar
se el estalinismo, en su lucha contra el imperialismo,
en el movimiento obrero de los otros países? Los
compañeros han comprendido perfectamente que el
regimen soviético no es socialista, y que no significa
eso sin embargo que sea por lo tanto capitalista.
¿Cómo no comprenden entonces que su política ex
terior, aun cuando no sea revolucionaria, puede ser
no capitalista — lo que sólo puede querer decir, en
este caso. ser anticapitalista — ? Es por eso por lo
que la expresión «e.xpansionismo burocrático» es
mucho más adecuada que la de «imperialismo», por
muchos matices que se añadan a esta última.
292
E l p r o b le m a de- la U R S S y l a p o s ib ilid a d
de u n a . s o lu c ió n h is t ó r ic a 1
293
caciones uniform es de los mismos princi píos y de
una «trad ición»; por el contrario, «se critican cons
tantem ente a sí mism as, interrum pen continuam en
te su propia m archa, vuelven .sobre lo que parecía
ya term inado para com enzar de nuevo, se burlan,
im placables, de las vacilaciones, defectos y lados
flojos de sus propias tentativas» (K . M arx, E l 1 8
B ru m ario ... ). Y tiene del m ism o m odo la teoría re
volucionaria que ponerse a sí m ism a en cuestión
constantem ente, que afirm arse de nuevo asimilando
cada nueva conquista de la ciencia y cada nueva ex
periencia histórica. A cada etapa del m ovim iento re
volucionario corresponde una transform ación de la
teoría más o m enos profunda.
4. L a misma conclusión se desprende de la
teoría de la revolución perm anente. Si «durante un
período de duración indeterm inada todas las rela
ciones sociales se transform an en una continua lu
cha intestina», si «las transform aciones de la econo
mía, de la técnica, de la ciencia ( . . . ) form an com
binaciones y tienen relaciones recíprocas tan com
plejas que la sociedad no puede alcanzar un estado
de equ ilibrio»,2 a la revolución permanente en
esa sociedad de transición debe corresponder una
revolución permanente en la teoría revolucionaria.
5. N o hay que olvidar adem ás que Ja teoría
revolucionaria sigue siendo, hasta que el com unis
mo h aya sido realizado, una simple ideología. Por
consiguiente, hay partes de esa teoría que resultan
ser, tarde o tem prano, más o menos id eológ icas , o
sea falsas. Y hay otras partes que, adecuadas al prin
cipio, se convierten en algo cada vez más abstracto
hasta que un nuevo planteam iento vuelve a unirlas
a la realidad.
6. E se nuevo planteam iento es hoy en día in
dispensable por lo que respecta a los problemas de
294
la URSS, de la degeneración de una revolución pro
letaria y del carácter «ineluctable» del socialismo.
Desde un punto de vista teórico, hay que ver cómo
Marx y Lenin sólo se ocuparon de pasada de la po
sibilidad de una degeneración de la revolución, y
cómo Trotski, aunque estudiara el problema, siem
pre se negó a ponerle en relación con el de la bar
barie, aunque sí le pareciera conveniente señalar al
proletariado la importancia de este último. Desde
un punto de vista político, hay que oponerse urgen
temente a la línea actual de la Internacional, que,
con su consigna de «defensa de la URSS, sin oondi-
ciones » y su teoría de las «bases socialistas de
la economía soviética», hace todo lo que puede por
arrastrar a las masas del lado ruso y constituye de
hecho una coartada «de izquierda» del estalinismo.
7. Para nosotros, volver a examinar el proble
ma del carácter «ineluctable» del socialismo y ha
blar de una «tercera solución» no significa ni poner
en entredicho la actitud revolucionaria, como hacen
los confusionistas ignorantes como Dwight Mac Do-
nald, ni inclinarse ante los hechos con el conformis
mo de un Leblanc, sino completar la perspectiva re
volucionaria y buscar medios de oponerse a todo
lo que hoy la amenaza.
295
adelantado. Aun cuando la evolución de la natura
leza y de la Historia estuviera preparada de antema
no con la precisión de un mecanismo de relojería,
nuestro conocimiento de esa evolución, y por consi
guiente toda previsión, sólo podrían ser relativos.
Pero la realidad no es un mecanismo de relojería:
las leyes causales que parecen regir la realidad sólo
son tales a primera vista, y la investigación científi
ca muestra que en el fondo la realidad sólo está re
gida por leyes estadísticas de probabilidad. Lo que
en último término determina la Historia es, jus
tamente, la acción determinante del hombre. Así
como el problema filosófico del libre albedrío en el
plano individual es un falso problema, ya que sólo
mediante su acción puede mostrar el hombre en ca
da momento en qué medida es libre, o sea está de
terminado por una conciencia verdadera, de igual
modo, en el plano histórico, la orientación de la his
toria la determina, dentro de un cierto marco de po
sibilidades, la acción consciente de la humanidad y
de la clase revolucionaria.
b) No es el proceso histórico una ascensión
uniforme, a lo largo de una línea' recta. Como dijo
una vez Trotski, «la Historia desemboca a menudo
en callejones sin salida — como Stalin— ». En térmi
nos más generales, la Historia, junto a períodos de
progreso, ha conocido también períodos de descom
posición y decadencia, como el que siguió a la caída
del Imperio romano, del siglo vi al x. La duración
y la importancia que puedan adquirir tales períodos
no pueden ser determinadas con argumentos a priori,
sino mediante el estudio de los hechos y sobre to
do mediante la acción revolucionaria misma. Lo úni
co que sí puede determinarse por adelantado son las
posibilidades que se presentan ante nosotros: hoy
en día, la posibilidad del socialismo opuesta a la
posibilidad de un período de decadencia histórica al
que puede darse legítimamente el nombre de bar
barie.
296
E l esqu em a clá sico d el Jin del cap italism o, d e M arx
a T rotski
297
ción socialista es un producto de un desarrollo m á
xim o de la sociedad capitalista.
12. Con la fase leninista aparecen nuevos fac
tores. Por un lado, ese desarrollo del capitalismo
provoca un debilitamiento del potencial revoluciona
rio en las naciones más adelantadas (corrupción de
la «aristocracia obrera» y de la burocracia sindical
y política, «salario suplementario» gracias a las su-
per-ganancias del imperialismo que recibe el prole
tariado de los países im perialistas). Por consiguiente,
los países «atrasados» parecen adquirir una impor
tancia particular en la lucha revolucionaria. Pero si
el centro de las luchas revolucionarias pasa así a los
países atrasados, si el eslabón m ás débil de la ca
dena se encuentra ahora en los países donde el de
sarrollo capitalista es menos im portante, nos encon
tramos ante una verdadera inversión en una de las
partes más importantes del esquema clásico. ¿Cómo
puede un proletariado débil, en un país atrasado, al
canzar la victoria? ¿C óm o puede esa victoria, con
un nivel técnico, económ ico y cultural bajo, desem
bocar por vez primera en la realización del socia
lismo?
L a respuesta la da la teoría de la revolución per
manente. Hasta en un país atrasado, sólo el prole
tariado puede resolver definitivamente los problemas
sociales, aunque sean éstos los de la liberación na
cional y la transform ación dem ocrática. Adem ás, la
revolución, aunque com ience en un país atrasado,
conducirá a la victoria del socialism o al extenderse
al resto del mundo arrastrando a su zaga a los paí
ses avanzados, puesto que sólo ellos podrán resolver
definitivamente el problem a. A sí se consigue salvar
las dos proposiciones clásicas.
13. Pero lo salvado y conservado así es pura
mente form al. Y a que el carácter permanente de la
revolución no es com o una ley que se realice siem
pre y en un sentido positivo; es una condición, una
simple hipótesis. L a teoría de la revolución perma
298
nente no afirma, ni puede afirmar, que en toda re
volución en un país atrasado el proletariado tomará
el poder e instaurará su dictadura, que toda revolu
ción que comience en un plano nacional se exten
derá a escala internacional y arrastrará tras de sí
a los países desarrollados. Dice simplemente: la re
volución sólo puede triunfar si el proletariado toma
su dirección; la revolución sólo puede traer consigo
la victoria mundial del socialismo si consigue exten
derse en el plano internacional. La revolución que
comienza no hace más que plantear el problema: no
lo resuelve. ¿Y si el proletariado no toma la direc
ción de la revolución (China)? ¿Y si la revolución
no se extiende al resto del mundo (Rusia)? Para
Trotski, la respuesta es sencilla: en ese caso triun
fará la contrarrevolución — y la contrarrevolución
es también «permanente»— ; o sea que la revolución
quedará aplastada durante un período determinado
y la contrarrevolución triunfará a escala mundial,-
haciendo que las cosas vuelvan, por decirlo así, al
punto de partida.
Pero intervienen aquí dos factores que Trotski
siempre prefirió ignorar. El primero es que ese pro
ceso no puede repetirse de modo indefinido; las
derrotas del proletariado tienen resultados graves,
cuyo peso se sentirá en el desarrollo futuro, y su
acumulación no es una simple operación aritmética.
El segundo es que, de quedar aislada una revolu
ción victoriosa, la represión del movimiento en el
resto del mundo no acarrea forzosamente la restau
ración inmediata del capitalismo en ese país. E l ais
lamiento puede durar — y durante ese período la
revolución degenera casi fatalmente— . Trostski com
probó la existencia de la degeneración misma, pero,
fiel a la letra al esquema de la revolución permanen
te, se obstinó en repetir que esa degeneración era un
fenómeno pasajero, una contradicción que se resol
vería finalmente ya sea con la restauración del ca
pitalismo ya sea con el triunfo del socialismo a es
299
cala mundial. re ru , uuy en aia, no nos queda más
rem edio que admitir que también la degeneración es
perm anente. E n los países donde se ha desarrollado,
ha desem bocado en una form a nueva y acabada de
sociedad de clases, y, a partir de esa sociedad, in
fluencia d resto del movimiento obrero, lo subor
dina a sus propios fines, lo utiliza para defender sus
posiciones frente al capitalism o, y tiende a extender
se al resto del mundo. E s pues necesario, antes de
exam ina 1 cuál ha sido el destino de las dos proposi
ciones clásicas en el período actual, analizar más de
tenidam ente el problema de la degeneración.
300
gánica tanto con el estado de la econom ía mundial
com o con rasgos esenciales del m ovim iento prole
tario. Aun habiendo visto claramente desde el pri
m er m omento cuáles fueron los dos factores funda
m entales de la degeneración de la revolución rusa
— reflujo de la revolución mundial, estado atrasado
de la econom ía rusa— 3 siempre se negó a examinar
en qué medida podían esos dos factores ser facto
res generales, que podían desempeñar un papel en
toda revolución.
E s sin em bargo evidente que el aislam iento de
una revolución victoriosa no es un fenóm eno «for
tuito», en el sentido histórico de la palabra, y puede
volver a producirse en el futuro. E l «desarrollo'- com
binado» del capitalism o nunca implicará' una uni
form idad de todas las condiciones a escala mun
dial, sobre todo desde el punto de vista de la con
ciencia política del proletariado. L a m aduración de
las condiciones de una situación revolucionaria está
sometida a diferentes ritmos en los diferentes países;
todos los esfuerzos de la Internacional tienden a sin
cronizar esos diferentes momentos de la revolución
internacional, pero nada garantiza su éxito por ade
lantado. D iferente en ello de la revolución burgue
sa, cuyo carácter permanente a escala internacional
se basa ante todo en lo que de automáti'c!o tiene la
expansión industrial, no hay autom atism o econó
m ico que pueda garantizar una expansión rápida de
la revolución proletaria.
Pero ¿por qué está una revolución aislada con
denada a degenerar fatalmente, cuando no ha sido
inmediatamente aplastada? Desde un punto de vis
ta político, en prim er lugar, porque el proletariado
301
vencedor, al tom ar conciencia del fracaso de la re
volución en los otros países y de su propio aisla
miento, se desm oraliza y abandona el Estado a la
burocracia. ¿Pero de dónde sale esa burocracia? D el
«estado atrasado del país», de la escasez que hace
que aparezca tarde o tem prano un «guardián de la
d esig u ald ad »,. papel «que las m asas ni quieren ni
pueden desem peñar». ¿ Y de n o tratarse de un país
atrasado? T o d o país es «económ icam ente atrasado:.,
o m ejor dicho, económ icam ente insuficiente, aislado
de la econom ía mundial.
¿ Y si ha triunfado la revolución en el mundo
entero? Tam poco hay en este caso un automatismo
económ ico o d e cu alqu ier o tro tip o que excluya ne
cesariam ente la degeneración. E sa garantía sólo pue
de darla el paso a la fase superior del comunismo.
H asta que llegue ese m om ento, la econom ía puede
proporcionar bases suficientes pero no necesarias de
la construcción del socialism o. L o dem ás depende de
la m adurez y de la vigilancia política del proletaria
do. Y a que, mientras no se haya llegado a la fase
superior del com unism o, seguirá la sociedad en una
fase de escasez eco n ó m ica; el propio socialism o es
un régim en en el que impera la escasez de bienes,
y continuará siendo un régimen de desigualdad. Por
consiguiente, la «guerra de todos contra todos:, para
obtener para sí productos que sólo ■existen en can
tidad lim itada continuará durante todo un período,
y los individuos que se encuentren en las esferas
donde se toman las decisiones políticas y económ icas
intentarán fatalmente m antenerse en el poder para
salvaguardar tal o cual p riv ile g io ;cu a n d o lo han
conseguido, el ciclo fatal de la degeneración ha co
menzado.
P ero en el m arxism o revolucionario no hay fata
lismo alguno. L a técnica actual hace que el socia
lismo sea posible, pero eso no quiere decir que sea
ineluctable; para que el socialism o se convierta en
una realidad, hace falta la acción revolucionaria
302
consciente del proletariad o, no sólo antes sino so
bre todo después de la conquista del poder. Y los
obstáculos que debe salvar esa acció n son entonces
aún m ayores. L as fluctuaciones de la conciencia p ro
letaria y las diferencias internas de la clase no desa
parecen autom áticam ente cuando se llega al poder,
y la degeneración puede partir de ahí.
Si M arx se equ ivocó en m ás de un punto, supo
captar de modo genial el sentido g en eral del pro
ceso h istó rico: abolición de las form as sociales del
capitalism o, co n cen tració n económ ica y política a
escala m undial; el desarrollo técn ico determ ina de
m odo casi fatal hoy en día esa evolución. E n cuanto
a saber si esa concentración se efectu ará sobre una
base bu ro crática o sobre una base proletaria, es un
problem a que no puede resolverse con razonam ien
tos; será resuelto, en un sentido u o tro , por la ac
ción del proletariad o. A la co n cien cia revoluciona
ria del proletariad o, a su fuerza de masa en acción,
corresponde la solución socialista; a eclipses dura
deros de su co n cien cia, a las dificultades que en
cu en tra su co n cen tració n , a la descom posición pro
vocad a por la agonía del im perialism o y la degene
ración del E stad o y de los partidos « o b re ro s» , co
rresponde la solución burocrática. L a ambigüedad
de la situación social de la agonía del capitalism o
las contiene am b as; en ella co existen orgánicam en
te una eventual lib eració n de fuerzas progresivas y
u na posible descom posición de la vida social.
303
tidos estalinistas. L a bu rocracia p olítica y sindical
de esos partidos no se incorpora orgánicam ente al
capitalism o, com o la de la socicildem ocracia, su a cti
vidad tiende a una incorporación de cada país en la
zona soviética, y de ser eso im posible actualm ente,
a obtener las posiciones más ventajosas en el Estado
capitalista con vistas a un futuro conflicto U R S S -
U SA . L as masas que confían en esa dirección son,
teniendo en cuenta el régimen militarizado de esos
países, aún más difíciles de orientar de nuevo hacia
una verdadera acción revolucionaria.
E l segundo facto r es que la guerra ha devastado
a Europa. E n toda una serie de países, la guerra pro
vocó una crisis social sin precedentes; la debilidad
del m ovim iento revolucionario durante ese período
y determ inados elem entos de la coyuntura convir
tieron a las masas explotadas de esos países en fá
cil presa de la dem agogia estalinista; el resultado
fue la llegada al poder, en casi todos esos países, de
partidos estalinistas que están som etiéndoles actual
m ente, en función de tácticas propias y con ritmos
adecuados, a una asim ilación estructural a R u sia, o
sea a un proceso de burocratización. C om o la buro
cracia soviética, la nueva clase que está form ándose
allí no tenía por qué estar forzosam ente en gestación
en la propia estructura económ ica de la sociedad c a
pitalista, ya que su ap arición no corresponde a una
fase de ascenso, sino de decadencia histórica y de
descom posición social.
15. E n resumidas cuentas: más allá del dilema
capitalism o o socialism o, puede h ab er una tercera
solución histórica. C orrespondería esa solución a una
caren cia de las capacidades revolucionarias del pro
letariado, y constituiría su contenido histórico un
hundim iento en una fo rm a m oderna de la barbarie
sin JlJecedente alguno, im plicando una explotación
racionalizada — y desenfrenada— de las m asas, la
pérdida de todo poder político de éstas y una Ver
dadera catástrofe cultural.
304
La solución socialista sigue siendo la única so
lución progresiva. P ara nosotros, escoger entre la
barbarie burocrática y la barbarie im perialista no
tiene sentido: ni antes de que la cuestión haya que
dado resuelta por los acontecimientos, ya que lucha
remos mientras tanto por la revolución socialista,
ni después — ya que intentaríamos entonces organi
zar de nuevo la lucha de los explotados contra el
nuevo régimen en torno a un program a revolucio
nario.
L a sociedad burocrática
305
o sea al sistema formal de la propiedad jurídica, su
papel es obstaculizar lo menos posible el funciona
miento de la economía, pero ocultando al mismo
tiempo lo más completamente posible su contenido
de clase. Si, en su origen, era función única del de
recho reflejar las relacione!; económicas, con el de
sarrollo cultural y la entrada de las masas en la vida
política cotidiana, lo que pasa a ser función principal
del derecho no es ya relajar sino disfrazar del mejor
modo posible las realidades económicas (véase la
carta de Engels a Schmidt del 27 de octubre de
1880).
2. La economía burocrática
306
Jnás los planes de producción no son más que la
expresión en cifras de los intereses de la buro-
craci a.
, 2 1 . Ni los planes de producción ni la «naciona
lización » de los medios de producción tienen nada
que ver en sí con la colectivización de la econom ía.
C olectivizar la econom ía significa dar la posesión
efectiva, la dirección y el disfrute de la econom ía,
'.que constituyen aspectos inseparables, a la colectivi-
: dad de los trabajadores. Pero sólo es eso posible si
ejerce esta última realm ente el poder político. Nin-
, guna de esas condiciones se encuentra realizada en
. R usia.
2 2 . E se misma carácter de clase determina en
; la U R R S la distribución de la renta entre las diferen-
, tes categorías. Si la única fuente de ingresos para
: el proletariado es el producto de la venta de su fuer
za de trabajo (salario), el burócrata dispone de un
; .ingreso suplem entario sin relación alguna con su
-contribución efectiva a la producción y que corres
; ponde a la posición que ocupa en la pirámide buro-
' crática.
Ese ingreso suplementario proviene de la explota
, ción del proletariado; la explotación en la sociedad
capitalista tiene lím ites objetivos, que corresponden
a las leyes que rigen la cuota de la plusvalía y el va
' lor objetivo de la fuerza de trab ajo ; en R usia, el
único límite de la explotación es la resistencia físi
ca del obrero, ya que la cuota de la plusvalía (la
tasa de explotación) está «libremente» determinada
por la burocracia, y queda desprovista de contenido
»
(al no existir las condiciones de su funcionam ien-
to) la ley del valor.
2 3 . A sí pues, la ley del valor im plica la propie
dad individual, la com petencia y la libertad absolu
ta del m ercado, y esas condiciones no existen en
R usia. D e ahí que, dentro claro está de ciertos lí
m ites físicos y técnicos, los intereses de la burocracia
substituyan al funcionam iento autom ático de las le
307
yes económicas como factor determinante de la evo
lución económica.
24. Si el carácter de clase de esa economía es
evidente, el sistema de propiedad efectiva en el que
se basa no puede ser asimÜado al de ningún otro
régimen histórico. La propiedad burocrática no es
ni individual ni colectiva; es una propiedad priva
da, puesto que sólo existe para la burocracia, y el
resto de la sociedad no dispone en modo alguno de
ella; pero una propiedad privada explotada en común
por una clase, y colectiva pues para esa misma éla-
se, en cuyo seno siguen por lo demás existiendo di
ferenciaciones. En ese sentido, podría ser definida
de modo somero y un tanto paradójico como una
propiedad privada colectivizada.
3. El Estado burocrático
4. Ruina de la cultura
308
E n cuanto tal, no puede ser com parada con ninguna
otra fase de la civilización hum ana, y constituye de
hecho la negación m ism a de toda ((cultura». E l que
le b u ro cracia in co rp ore a sus productos «ideológicos»
viejos tem as reaccio n ario s (Patria, F am ilia, R elig ió n ,
etc.) n o im plica que se oriente hacia la restau ra
ción del cap italism o; es sim plemente el resultado de
la estabilización de u n a clase que, p ara ju stifica r su
dom inación, se fa b rica una «ideología» tom ando lÓS
elem entos que tiene m ás a mano.
309
consiguiente con la aparición de una nueva clase do
m inante).
2 9. Para salvaguardar su dominación, la buro
cracia no necesita volver al capitalism o privado; al
contrario, tanto desde el punto de vista económ ico
(eliminación de las crisis económ icas) como desde el
punto de vista político (disfraz socialista de su dic
tadura totalitaria), le conviene m antener el sistema
actual. E l carácter hereditario de los privilegios está
perfectam ente garantizado, no por reglas jurídicas
sino por leyes sociales que rigen la vida del medio b u
rocrático. A sí com o los burgueses han com prendi
do que no es ni mucho menos necesario obtener la
posesión del aparato de Estado, com o los señores
feudales y los m onarcas absolutos, para controlarlo
efectivam ente, tam bién los burócratas saben, más
m arxistas sobre ese punto que los « trotsquistas» de
hoy en día, que no es necesario obtener jurídica
mente la propiedad de los medios de producción para
disfrutar de su posesión real. L a restauración del ca*
pitalism o en R usia com o resultado de un proceso
interno es imposible; sólo puede ser impuesta por
una intervención armada extranjera.
3 0 . Hay que rechazar de modo tajante la teoría
del «Estado obrero degenerado». E sa teoría es cien
tíficam ente incorrecta, ya que sólo nos habla de la
evolución que ha conducido al régimen presente, pero
se equivoca totalm ente en cuanto a la naturaleza
actual del régimen. L o que caracteriza fundam enta-
mente al Estado obrero no son sus bases económ i
cas, sino el poder político efectivo de la clase o b re
ra (Com una de V871, Revolución rusa hasta 1 9 2 1
1 9 2 3 ); cuando el ejercicio real de ese poder choca
con obstáculos serios, puede hablarse de Estado obre
ro degenerado (Rusia de 1 9 2 1 -1 9 2 3 a 1927); cuan
do de ese poder no queda ya nada en manos de la
clase obrera, el proceso ha llegado a su término y
el «Estado obrero degenerado» se convierte en un
Estado que no tiene ya nada de obrero. D icho sea
310
de paso, esa teoría es además políticamente desas
trosa, ya que agrava todas las ilusiones y la confu
sión sobre la naturaleza real de la sociedad soviética
que reinan actualmente en las masas.
3 1. La concepción que hace del régimen ruso
un «capitalismo de Estado» es igualmente falsa. Lo
que hay tras de esa teoría es la incapacidad, en
los que la presentan, de estudiar un fenómeno nue
vo sin utilizar fórmulas ya conocidas — y parte ade
más en la niayor parte de los casos de confusiones
lamentables (conio en G. Munis, que identifica pu
ra y simplemente explotación y capitalismo). De he
cho, los partidarios de esa teoría no tienen más re
medio que admitir que, si hacernos abstracción de
los rasgos comunes de toda sociedad de explotación,
no hay en la sociedad rusa ninguna de las caracte
rísticas del capitalismo (eliminación de las crisis, au
sencia de determinación objetiva de la cuota de plus
valía, ausencia de una determinación objetiva de
los salarios y de la acción de la ley del valor, distri
bución de la ganancia en función de la posición de
los burócratas y no en función de títulos de propie
dad). A decir verdad, se trataría de un simple pro
blema de vocabulario si un cierto número de he
chos de la mayor importancia no vinieran a con
firmar el carácter erróneo y superficial de la teoría
del «capitalismo de Estado»: a) la instauración y
la estabilización de ese régimen hubiera debido ser
normalmente el resultado de un desarrollo máximo
del capitalismo; pero se han efectuado éstas no en
los países avanzados (Estados Unidos, Alemania, In
glaterra), sino en un país atrasado; b) hay una au
sencia casi total de relación entre los burócratas de
hoy en día y los capitalistas de antaño; c) la buro
cracia ha llegado al poder de un modo original; que
no puede ser reducido a las experiencias del pasa
do; d) la política rusa en los países del bloque orien
tal es una política de asimilación, cuya primera fase
ha sido justamente la eliminación total de todo po-
3! 1
der político de Jos capitalistas, lo cual hace que en
sus términos mismos la expresión «capitalismo de
Estado» no tenga mucho sentido al hablar de la
instauración de ese régimen. Además, la «Jógica:. de
sus propias ideas lleva a los que aceptan esas teorías
a conclusiones teórica y políticamente estúpidas,
como la asimilación entre partidos estalinistas y par
tidos fascistas.
312
su objetivo inmediato es prepararse para la guerra
y conseguir las posiciones más favorables para un
conflicto futuro. Esa estrategia, así com o su propia
naturaleza de clase, imponen a la burocracia una
táctica propia.
E n los países sometidos a la influencia directa
de la burocracia rusa,. esa táctica conduce a la apli
cación de u na política de asimilación estructural,
con m étodos y ritmos impuestos tanto <>por el temor
a un eventual movimiento de masas com o por los
com prom isos con el imperialismo; en los demás paí
ses europeos, los partidos estalinistas intentan apode
rarse del aparato de Estado con métodos burocrá
ticos, y fortalecer su influencia en las masas.
313
,S o b r e la c u e s t ió n d e la U R S S y d el
e s t a lin is m o m u n d ia l 5
316
elaborar además una concepción sociológica e h is
tó rica de los partidos estalinistas, pero com prender
que esa concepción no puede ser un sim ple reflejo
de la teoría de Lenin sobre la socialdem ocracia. H ay
que com prender, por último, que la tá ctica con la
que debe ser com batido el estalinismo no es la m is
ma con Ja que podía ser com batida antaño la so
cialdem ocracia.
317
ki— debía desem bocar fatalm ente en la restaura
ción del capitalism o a corto plazo, se lanzaba a un
ataque contra la derecha sin dejar por ello de e x
term inar a la izquierda, y liquidaba física y social
mente a todas las capas burguesas y pequeño bur
guesas del país. H em os visto cóm o T ro tsk i, que ca
lificaba en 1928 a la derecha del partido com unis
ta ruso de ala abiertam ente procapitalista, escribía
fríam ente en 1938 (en el Programa de Transición)
que esa ala representaba un «peligro de izquierda»
para la burocracia. H em os visto cóm o T rotski po
día llegar a escribir que los procesos de Moscú eran
«el anuncio de una conclusión, el com ienzo del fin »,
cuando de lo que se trataba obviam ente era del fin
de un com ienzo. H em os visto cóm o ese régimen,
«producto del aislam iento», desbordaba el marco de
la U R S S y empezaba a extenderse a otros países,
utilizando en su m archa residuos de revoluciones
abortadas.
L o que fue ayer preocupación teórica, deseo de
dar un nombre a un régimen que se creía efím ero, se
ha convertido hoy en necesidad práctica inm ediata;
de lo que se trata ahora es de explicar al prolet?. -
riado cóm o el régimen estalinista de la U R S S ha
podido convertirse en el gran sepulturero de la re
volución mundial, y qué forma de sociedad, reac
cionaria y explotadora, representa hoy en día. D e lo
que se trata es de m ostrar a la clase obrera del mun
do en tero que el burocratism o ruso no es un en e
migo nienos terrible que el im perialism o am eri
cano.
b) Para caracterizar a un régim en según el m é
todo m arxista. hay que responder a una cuestión
esen cial: ¿ cómo se sitúan los hombres con respecto
a los medios de producción? O con otras palabras:
¿cuáles son las relaciones de producción en la
U R SS?
L as relaciones de producción en la U R S S son
relaciones de clase. La posición de los individuos
318
con respecto a los medios de producción es abso-
1utamente diferente según el grupo social al que per
tenecen esos individuos. Una clase social, la buro
cracia, posee los medios de producción; el desposei
miento del proletariado al respecto es total. No hay,
desde luego, propiedad privada de los medios de
producción en Ja URSS; la burocracia es propietaria
de modo colectivo. En conjunto, en cuanto clase, la
burocracia disfruta. usa y abusa. según la fórmula
clásica que se emplea en los medios de produc-
ció II.
Las diferencias entre la burocracia soviética v la
burocracia capitalista, aun en sus formas nazi o fas
cista, son fundamentales. Esta última puede como
mucho, y sólo hasta cierto punto, dirigir y controlar
Ja producción; pero el capital financiero sigue sien
do el verdadero poder, en última instancia, tanto
en la economía como en el Estado. Pero el poder de
la burocracia soviética en la producción, en tanto que
colectividad, es absoluto. No decimos que puesto que
controla, posee; decimos que su posesión es una au
téntica posesión.
El proletariado, frente a la burocracia, no dispo
ne de poder económico alguno. Sin hablar de ios
veinte millones de esclavos del régimen f 19471, el
trabajador soviético «libre» gasta, como cualquier
proletario de un país capitalista, su fuerza de tra
bajo en beneficio de la clase poseedora. Y esa misma
clase decide cuál será el salario con el que vivirá él
miserablemente, ya que ni siquiera le es posible lu
char para obtener concesiones.
Esa estructura de clase de las relaciones de pro
ducción se refleja directamente en la distribución.
La burocracia consume en principio de modo legal
— e improductivo— por lo menos. según los cálcu
los más indulgentes, la mitad de la renta nacional
(sin tener en cuenta los robos, el despilfarro, etc.).
Su eliminación permitiría doblar inmediatamente y
de modo simultáneo tanto el fondo de acumulación
com o el fondo de consumo de la sociedad sovié
tica.
Encontram os por consiguiente en la U R S S el
mismo antagonism o fundam ental que en todas las
demás sociedades de clases contem poráneas: la co n
tradicción entre las fuerzas productivas y las rela
ciones de producción, la incom patibilidad entre la
producción social y la apropiación de clase. La m a
nifestación de ese antagonism o en la U R S S es la cri
sis permanente de subproducción y el desequilibrio
orgánico entre la producción de bienes de produc
ción y la de bienes de consum o. Las relaciones de
producción de 1a econom ía bu rocrática se han con
vertido en un freno absoluto para el desarrollo de
las fuerzas productivas en la U RSS/’
c) Todo lo que no sea ese tipo de análisis m ar-
xista es puro form alism o y pura abstracción.
A bandonando el punto de vista' materialista de
las relaciones de producción, los partidarios de la
«defensa de la U R S S , sin cond iciones», utilizan ante
todo consideraciones form ales y jurídicas. Exam inan
la econom ía soviética con las lentes del idealismo
pequeño burgués, recitando párrafos de la C onstitu
ción en vez de estudiar las relaciones sociales m a
teriales.
L a estatificación y la planificación en la U R S S ,
si bastan para distinguir a su econom ía de la econo
mía capitalista, no tienen sin em bargo, en sí m is
mas, ningún significado «socialista» o «progresis
ta».
M ás concretam ente, hoy en día la planificación
en la URSS no es más que la planificación de la
explotación, la estatificación no es niás que ¡a for
ma jurídica de la posesión económica de la buro
cracia.
320
. P ara que esas medidas adquieran un significado
progresista, deben ir acompañadas por la abolición
de las relaciones antagónicas entre los hom bres con
respecto a los medios de producción, la abolición
de la sociedad en clases y por consiguiente de la
explotación. L o que comprobamos en la U R S S es
exactam ente lo contrario. La colectivización y la pla
nificación sólo son progresistas en la medida en que
el proletariado se convierte en clase dominante, in
terviene de modo activo en el funcionam iento de la
econom ía, asume la dirección efectiva de ésta (ges
tión obrera) o se orienta al menos en ese sentido.
Pero en la U R S S el proletariado no es hoy en día más
que una de las materias primas de la econom ía, un
objeto pasivo de explotación. La estatificación y la
planificación le son perfectamente ajenas: forman
la base del régimen que les explota.
No hay «base socialista» de la econom ía que
pueda existir con independencia de la situación del
proletariado. La proposición esencial que está en la
base de la teoría marxista es precisamente ésta: lá
revolución proletaria es el momento de la Historia
en el que se supera el automatismo de las leyes eco
nómicas. La única garantía del socialism o es pues
la intervención consciente del proletariado por me
dio de sus diversos órganos (siendo el más cons
ciente de éstos en última instancia el partido revo
lucionario). Si el proletariado no interviene en la
dirección de la econom ía, no hay el menor rastro
de socialism o: el rasgo fundamental de la economía
socialista, lo que la opone a la econom ía burguesa,
es que se construye mediante la acción política cons
ciente del proletariado. Decir lo contrario es acep
tar y justificar por adelantado la eventual degene
ración de una futura revolución proletaria. Cuando
Pierre Frank escribe que la burocracia es un «mal
inevitable», contribuye a que sea posible una nueva
catástrofe en el porvenir, ya que la ideología que
im plica esa afirm ación hace de un simple cam bio en
J2 I
la propiedad form al, más el poder de la burocracia,
una transform ación progresista y necesaria.
d) L a teoría de la «defensa sin condiciones»
constituye en realidad una revisión total del m ar
xism o. A ltera com pletam ente las proposiciones esen
ciales de la econom ía m arxista, al afirmar no sólo
que lo que determina la econom ía son las relacio
nes jurídicas superestructurales, sino que además la
distribución es independiente de las relaciones de
producción, o sea que puede haber relaciones de
producción socialistas de las que se desprende una
distribución que hace de unos explotadores y de
otros explotados. D el m aterialism o dialéctico mis
m o no queda ya nada, puesto que una econom ía
«progresista» podría determ inar una política reac
cionaria. Pero el aspecto más nefasto de esa teoría
es su deform ación del programa de la revolución pro
letaria: ya que oculta todo lo que separa la verda
dera colectivización y la planificación proletaria de
una estatificación y una planificación burocrática que
permiten la explotación del proletariado. D eform a
ción a la que no escapa la noción misma de E sta
do o b rero : según esos criterios (estatificación y pla
nificación), que por lo visto lo definen, ni la C o
muna de París ni la sociedad postrevolucionaria R u
sa antes de su degeneración eran «Estados obre
ros».
Sobre la cuestión misma del Estad o, punto en
el que el m arxismo revolucionario siempre fue de
una claridad absoluta, la teoría de la «defensa» cae
en una confusión lam entable. Puesto que hay un
E stad o en la U R S S , ese Estado debe, según la teo
ría m arxista-leninista, representar y expresar la di
visión de la sociedad en clases y ser el instrumento
de dom inación y de opresión de una clase sobre las
demás. E s evidente que en la U R S S el Estado no
es una dictadura del proletariado dirigida contra
los capitalistas: es la expresión de la dictadura de
la bu rocracia sobre el proletariado y las demás ca
322
pas d e la p o b la c ió n . La te o r ía tra d ic io n a l d e l «bona-
p a rtis m o a e s c a la in te rn a c io n a l» , segú n la cu al el
E s ta d o b u ro c rá tic o es la e x p re s ió n de u n a ' s itu a c ió n
de e q u ilib rio e n tre el p ro le ta ria d o ru so y el c a p ita
lis m o m u n d ia l, es de m uy p o c a u tilid a d al re s p e c to :
lo s E s ta d o s b o n a p a rtis ta s , por m u ch as a c ro b a c ia s
que tu v ie ra n que h acer p ara lle g a r a una e s p e c ie
de e q u ilib rio e n tre lo s in te re s e s d e d ife re n te s g ru p o s
s o c ia le s , n u n ca d e ja ro n de ser in s tru m e n to s de do
m in a c ió n de cla se . N o cab e duda de que, en su de
s a rro llo , la b u ro c ra c ia ha p o d id o ap ro v ech ar esé ti
po de e q u ilib rio . P ero lo im p o rta n te no es co m p ro
bar ese h e c h o , lo im p o rta n te es v e r c ó m o se h a m a
n ife s ta d o de m odo p re c is o y co n c re to la p re s ió n del
c a p ita lis m o m u n d ia l en la U RSS: com o c re a c ió n de
un E s ta d o que fu n c io n a com o un a p a ra to de o p re
sió n y de e x p lo ta c ió n c o n tra el p ro le ta ria d o .
e) Si la s o c ie d a d b u ro c rá tic a es una s o c ie d a d
de cla se s, no puede ser s in em b arg o a s im ila d a a la
s o c ie d a d c a p ita lis ta , y a q u e no e n c o n tra m o s en aqué
lla n in g u n o de lo s p rin c ip a le s rasg o s de é s ta . L a
n o c ió n de « c a p ita lis m o de E s ta d o » , a p lic a d a a una
so cie d a d en su c o n ju n to , es c o n tra d ic to ria y puede
c r e a r c o n f u s io n e s . E n e l « c a p ita lis m o d e E s t a d o » id e a l
no queda ya rasg o a lg u n o d el c a p ita lis m o que con o
cem os, de no s e r la e x p lo ta c ió n , ra sg o com ú n de to
dos lo s re g ím e n e s h istó rico s. Por c o n s ig u ie n te , esa
e x p re s ió n no tie n e en el fo n d o , h is tó ric a m e n te , n in
gún s ig n ific a d o , y d e to d a s fo rm as n o puede ser em
p le a d a p ara d e s c rib ir una s o c ie d a d que p re c is a
m e n te no es el p ro d u c to de una e v o lu c ió n in te rn a
del c a p ita lis m o , s in o de la d e g e n e ra c ió n de una re
v o lu c ió n p ro le ta ria . N o se tra ta , s im p le m e n te p o r f a
c ilita r n u e s tra ta re a de p ro p ag an d a, de h acer com o
si e s ta lin is m o y c a p ita lis m o fu eran una s o la y m is m a
cosa. H ay que dar ju s ta m e n te al p ro le ta ria d o una
e x p lic a c ió n del h ech o, e v id e n te p ara to d o s en sí
m is m o , de que el e s ta lin is m o y el c a p ita lis m o , aun
que v iv a n am bos de la e x p lo ta c ió n del p ro le ta ria d o ,
323
se oponen en el p e río d o a c tu a l en una lu ch a a
m u e rte .
324
Trotski lo vislumbró al escribir en 1n defense oj
marxism: «El socialismo no puede construirse de
modo «automático», será el resultado de la lucha
de fuerzas vivas, de las clases y de sus partidos ( ...)
Pero tenemos perfecto derecho a preguntarnos: ¿cuál
sería el carácter de la sociedad si las fuerzas de la
reacción triunfaran? Los marxistas han formulado
mil veces la alternativa: socialismo o barbarie ( ...)
El fascismo por un lado, la degeneración del Esta
do soviético por otro , son ya el esbozo de las for
mas sociales y políticas de lo que sería una nueva
barbarie*. [El subrayado es nuestro, C. C.].
El saber si el papel histórico de la burocracia
soviética — que es totalmente «regresivo»— será el
de dar una forma histórica concreta a la barbarie,
es algo que -no _puede decidirse teóricamente, algo
que sólo resolveré\ la lucha de clasev
s.
325
m itid o a lo s p a rtid o s e s ta lin is ta s im p o n e r lo s lí
m ite s que le s c o n v e n ía n a to d a in ic ia tiv a re v o lu c io
n a ria , u tiliz a rla s cu an d o p o d ía n en p ro v ech o p ro
p io y s o m e te r a esos p a ís e s a un p ro ceso de a sim i
la c ió n e s tru c tu ra l al ré g im e n de la U RSS, segú n
ritm o s y tá c tic a s que co rre sp o n d e n ta n to a la s itu a
ció n p ro p ia de cad a p a ís com o a 1a s e x ig e n c ia s ge
n e ra le s d e la p o l í t i c a e s t a l i n i s t a .
5. E l estalinism o m u n dial
326
B alcan es, burguesía «nacional» en ciertas colonias.
E sas capas nunca hubieran podido adquirir el
peso y la im portancia sociales que cobraron de n o
haber fracasado repetidam ente las tentativas revolu
cionarias del proletariado y de no haberse realizado
la experiencia bu rocrática rusa. Llevadas hoy en día
por la decadencia del capitalism o a consolidar sus
intereses y sus privilegios en una sociedad más e s
table que el capitalism o, esas capas se agrupan hoy
en día tras los partidos estalinistas.
Sin verdadera cohesión, no desem peñando hoy en
día un papel definido y decisivo con respecto a la
producción, esas capas m anifestarían forzosam ente
todas sus contradicciones y su fundam ental h etero
geneidad durante un período de ofensiva del prole
tariado. Pero esa afirm ación no es más que un ar
gumento inás en favor de esta otra: si se quiere co n
tribuir a desencadenar esa ofensiva del proletariado,
hay que dirigirse en primer lugar a las capas más
explotadas y oponerlas a la ideología de las capás
estalinistas privilegiadas.
La c o n c e n tr a c ió n d e la s fu e rz a s
p r o d u c t iv a s ‘
329
cadente y no es m ás que el producto de una continua
alteración del sistema capitalista en descomposición.
que se convierte paulatinamente en otra cosa. L o que
hay de esencialm ente idéntico en esos dos modos de
fusión, es que corresponden a una misma exigencia
histórica y social, dictada por el estado de la técni
ca y de las fuerzas productivas pero también por el
conjunto de la situación social e h istórica: concentra
ción absoluta de las fuerzas productivas a escala na
cional e internacional, «planificación» de la produc
ción así concentrada, fusión de la econom ía y del E s
tado, estatificación de la ideología, proletariado co n
vertido íntegramente en simple m ecanism o del apara -
to de producción.
3. Pero si se quiere com prender la situación
mundial, hay que com prender claram ente no sólo en
qué son idénticos los dos fenóm enos, sino tam bién en
qué es el uno la antítesis del otro. Hay que distin
guir tres momentos en esa antítesis:
330
acepte ser un sim ple instrumento de esa dom ina
ción. De ahí que luche a muerte no sólo con tra la re
volución proletaria, sino también contra esa fracción
de la burocracia obrera que busca para sí misma, y
sólo para sí misma, todo el poder, económ ico y p o
lítico.
En la concentración tal y com o se efectúa en to r
no a la burocracia soviética, el elemento m otor y el
principal interesado en esa burocracia — política y
sindical, estatal y m ilitar, económ ica y técnica— que
ha conseguido agrupar a fracciones esenciales de la
burocracia o b rera, sindical y política de los demás
países, así com o a elem entos de la pequeña burgue
sía y de las capas intermedias. H istóricam ente, la
llegada al poder de esa capa es el producto de la de
generación de una revolución proletaria y de todo
el proceso que creó esa situación, tanto en el país
en el que se produjo com o, por lo que al m ovim ien
to obrero respecta, en la mayor parte de los países
capitalistas. Su dom inación total, a escala nacional e
internacional, im plica la exterminación com pleta de
las capas capitalistas. De ahí que luche a m uerte, no
sólo contra la revolución proletaria, sino tam bién con
tra esas capas. D e ahí también que. tenga que utili
zar al proletariado para llegar al poder, a trib u y é n d o la
un papel relativam ente activo y una particular im
portancia con respecto a las otras capas de la pobla
ción. D e ahí por último que utilice esa arm azón id eo
lógica específica que, aunque sea tan reaccionaria co
mo la del capitalism o decadente, es sin em bargo ra
dicalm ente diferente de ésta. Si ambos factores son,
en la misma medida, productos de la situación global
del capitalism o decadente, si son condición general
de su existencia y de -su fuerza tanto las condiciones
objetivas de la época actual com o el «retraso» o los
problem as que encuentra la revolución proletaria, no
es por ello m enos cierto que cada uno de ellos es la
m anifestación, partiendo de esa situación global, de
un elem ento diferente de esa totalidad d ialéctica: en
331
un caso , el punto de partida es el capitalism o mismo,
y lo que representa es la b arb arie que crece en el
seno del mundo cap italista; n ace el o tro en el seno
del proletariado com o la propia negación interna de
éste, negación en la que subsiste la oposición al c a
pitalism o que determ ina al proletariad o, m anifestán
dose así la posibilidad de la b arb arie contenida en la
enajenación no ya m aterial sino esencialm ente ideo
lógica del proletariado..
332
mente, que sigue necesitando una mediación para afir
marse. La «planificación» sólo concierne las activida
des de cada monopolio; después de los inicios de una
coordinación entre sectores que impuso la segunda
guerra mundial, se ha hecho marcha atrás desde que
acabó la guerra. Por consiguiente, la capa dominante
conserva sus oposiciones internas, que sólo logra su
perar mediante la oposición al otro (ya sea ese otro
el proletariado o la burocracia rusa); en Rusia, esas
oposiciones han quedado suprimidas en la universa
lidad abstracta de la burocracia como clase dominan
te. Lo mismo puede decirse en el plano internacional.
Por último, en el plano social, queda un largo trecho
antes de que se llegue a la estratificación de la ideo
logía y a la reducción del proletariado a simple ma
teria de explotación.
Sería sin embargo un grave error el limitarse a
comprobar esos hechos, sin ver cuál es la dinámica
de la evolución. Frente al vulgar empirismo de la ma
yoría de la IV Internacional y su ausencia total de
perspectivas históricas, pero también frente a la ge
neralización abstracta de los teóricos del «capita
lismo de Estado», noche en donde todos los gatos son
por definición pardos, hay que afirmar de nuevo e
ilustrar la necesidad de una dialéctica de lo concre
to, capaz tanto de captar la diferenciación ilimitada
de la realidad como de aclarar la simetría profunda del
imperialismo americano y del burocratismo ruso, la
identidad de la tendencia social e histórica subyacen
te en ambos casos, y la dinámica que, a través de una
serie de contradicciones que van agravándose, les
conduce hacia la unificación .final.
Es evidente que el primer resultado de esa diná
mica es la aparición de elementos de concentración
cada vez más numerosos en el campo imperialista
americano. El control político y económico que ejerce
el capital financiero de los Estados Unidos en otros
países; el papel cada vez mayor que desempeña el
Estado americano en ese control; la intervención di
333
recta en la gestión del capital alem án, japonés e ita
liano; la aceleración de la concentración vertical v
horizontal im puesta por la necesidad de un control
y una regulación cada vez mayores de las fuentes de
materias primas y de los m ercados, internos y exter
nos; el fortalecim iento del aparato m ilitar, la «guerra
total» por venir y la econom ía de guerra que ésita
impondrá; la explotación cada vez mayor de la clase
obrera que exige el descenso de la cuota de ganancia,
todos esos factores llevan al capitalism o americano a
la superación, tras la del capitalism o de libre compe
tencia, del capitalismo m onopolístico, hasta llegar a
un m on op olio universal que se identifique con el E s
tado. Una nueva crisis de superproducción aún más
grave que la crisis actual, pero, sobre todo, la guerra,
acelerarán de modo extraordinario ese proceso.
Pero si, de ambos lados, la cuJm inación del proce
so sólo puede significar una co sa: la identificación de
los dos sistemas, esa identificación supone la destruc
ción com pleta de uno de Jos dos y su total asim ila
ción por el otro. L a idea de una posible interpene
tración o fusión pacífica de los dos sistemas debe ser
absolutam ente descartada; se trata de la versión mo
derna de la vieja m istificación kautskista (la form a
ción de un «superimperialismo» por vías pacificas).
La gu erra será la m anifestación más acabada de la
oposición entre los dos sistemas, y de no intervenir
el proletariado para suprimir tanto esa oposición com o
su base, quedará la oposición resuelta por la destruc
ción de uno de los dos factores en provecho del otro.
El vencedor absorberá totalmente la substancia del
vencido, suprimiendo en ella todo lo que pudiera pa-
recerle peligroso; la guerra acabará, de no estallar la
revolución, con la dominación mundial del vence
dor, el control total del capital y del proletariado
mundial y la agrupación, en torno al vencedor, de
la mayor parte de las capas dominantes en la pro
ducción y en el E stad o, tras de haber sido aplasta
das las cúspides donde se concentran la voluntad de
334
poder, el para sí y la conciencia de autonom ía de
esas capas en cada uno de los dos sistem as. E s evi
dente que una victoria de Rusia desem bocaría en un
control ruso absoluto del aparato de producción
am ericano y mundial, que esto significaría la «na
cionalización» total del capital am ericano, la elimi
nación física de los capitalistas y de sus principales
agentes políticos, sindicales y militares, y la inte
gración en el nuevo sistema de la mayor parte de los
técnicos y de numerosos burócratas estatales, econó
m icos y sindicales. E s también evidente que una
victoria am ericana traería consigo la exterm ina
ción de la cúspide del aparato bu rocrático, el con
trol directo del aparato de producción y del prole
tariado ruso por el capital am ericano, manteniendo
la form a de la propiedad «nacionalizada» por ser la
más cóm oda y la más concentrada para su explota
ción, y la integración en el sistema am ericano de la
aplastante m ayoría de la burocracia administrativa,
económ ica y sindical, así como de los técnicos.
335
sica de la econom ía capitalista clásica, la ley del
valor.
L a ley del valor es el fundam ento del funciona
m iento con creto de la econom ía capitalista en cuan
to tal. Expresión central de las leyes del cam bio en
el m arco del sistema capitalista, sus propias modifi
caciones en el marco del sistem a capitalista, sus pro
pias m odificaciones en el m arco de ese sistema son
índice de la evolución de éste. Pero com o el supues
to general de su validez es la existencia de un m er
cad o libre y de la com petencia, la ruptura total con
esas condiciones significa ipso fa c t o la superación
de la ley del valor en su form a concreta.
En la medida en que supone el aislamiento «ab
soluto» de las diversas em presas, o sea que sólo
pueden com unicar éstas a través del m ercado, la
expresión más simple e inm ediata de la ley del v a
lor se encuentra en la simple producción m ercantil,
donde la única medida del valor del producto es el
tiem po de trabajo, trab ajo que aparece aquí bajo
tres form as: com o trabajo muerto (capital constan
te), com o trabajo vivo retribuido (capital variable)
y com o trabajo vivo no retribuido (plusvalía). L a
fórm ula del valor es por consiguiente aquí c + v + pl.
E sa fórm ula queda ya superada en la producción
capitalista clásica, en la medida en que, mediante la
form ación de una cuota de ganancia media, la con s
titución del valor se efectúa de modo más profun
damente (aunque indirectam ente) social. L o que se
ha llam ado precio de producción en la sociedad c a
pitalista clásica, que corresponde cada vez más en
ésta al valor en cuanto tal, y que contiene una abs
tracción m ás profunda que el valor inm ediato, susti
tuye la plusvalía concreta por una fracción de la
plusvalía universal o sea por la ganancia media, lo
que da una fórm ula del valor e + v + g. E n la pro
ducción m onopolista, producto orgánico del cap ita
lismo de com petencia, esa abstracción llega a un
nuevo estadio, en la medida .en que se añade a h
336
ganancia media la ganancia monopolística en cuanto
tal; la fracción de la plusvalía total contenida en
la ganancia sintética del monopolio ha suprimido la
mediación concreta de la com petencia que era su
supuesto en la fase anterior, así com o la relación
concreta no sólo con la estructura (com posición or
gánica) del capital de donde procede — esa relación
con la estructura ha quedado ya suprimida por la
cuota media de la ganancia— sino tam bién con la
expresión más abstracta de ese capital, o sea la m ag
nitud de éste.
Por último, en la producción com pletam ente es
tatificada (econom ía rusa), la ley del valor pierde,
por lo que respecta a esta econom ía, todo contenido
concreto, y se convierte en una generalidad abstrac
ta y com pletam ente vacía: que «el valor del conjun
to de la producción social es igual a la cantidad de
trab ajo total contenida en ese conjunto>, o sea una
simple tautología. L a ganancia se convierte en ga
nancia universal abstracta, que ha suprimido sus re
laciones tanto con la estructura y la magnitud de un
capital concreto com o con la posesión misma de ese
capital. L a ganancia es ya sólo ganancia total, basa
da en la posesión universal del aparato productivo
por ese universal abstracto que es el E stad o. E n la
medida en que ese Estado no es más que una abs
tracción, y que la ganancia, por el contrario, tiene
que tom ar forzosam ente una form a concreta com o
acum ulación y com o consumo improductivo, consu
m o que es en último término su único modo real con
creto de m anifestarse; en la medida por consiguiente
en que la única form a concreta que puede dar ese
E stad o a la ganancia es de hecho una form a abs
tracta, la de la acum ulación abstracta, o sea no deter
m inada en su form a específica — puesto que una
acum ulación co n creta es en definitiva acumulación
en función de un consumo futuro— , y com o es el
consum o siempre concreto, o sea consum o de algo
por alguien, la form a concreta que toma la ganancia
337
sólo puede con sistir en ú ltim o térm in o en su con
sum o por el p rop io co n ten id o co n creto del E stad o ,
— o sea p o r la b u r o c r a c ia — . P e ro en esa form a co n
creta, la m ed iació n que su p on ía la relació n con un
cap ital d eterm in ad o ha quedado su p rim id a en cuan
to tal pues otro tip o de relación puede p erm itir esa
m ed iació n : verán relacio n es en este caso no ya eco
n ó m icas sin o extraeco n ó m icas, que d eterm in an aho
ra la d istrib u ción de la g a n a n c i a to tal en tre las d ife
ren tes capas de la b u rocracia y en tre los b u rócratas
en tan to que in d ivid u os.
Por o tro lad o, tod as las exp resio n es con cretas
de la ley del valor han d esap arecid o tam b ién ; por
lo que resp ecta al cam b io de p rod u ctos, la ren ta
b ilid ad sep arad a de cada em presa, la in v ersió n , o
sea la form a co n creta de la acu m u lació n , la «com
pra» de la fuerza de trab ajo — que ya no se efec
túa en fu n ció n del valor de esa fuerza de trab ajo ,
p u esto que la n oción m ism a de «valor de la fuer
za de trab ajo » desaparece en la m ed id a en que de
sap arecen el m ercad o de la fuerza de trab ajo y el
n ivel d e v id a con co n ten id o o b jetiv o — , no están ya
d eterm in ad os por la ley del valor. sin o por el inte
rés un iversal de la b u ro cracia.
Pero hay que in tegrar ahora esa nueva totalid ad
en el c o n j u n t o que sigue d o m in án d o la, o sea la e c o
n o m ía y la socied ad m u n d iales. H ay que em pezar
por rechazar tajan tem en te ese razon am ien to s u p e r .. ;
ficial, u tilizad o tan to por la co n cep ció n trotsq u ista
com o por la del «cap italism o de E stad o », según el
cual la eco n o m ía estatificad a rusa está en un estad o
de d ep en d en cia d irecta an te el «m ercad o m u n d ial».
Ese «m ercad o m u n d ial» se co n v ierte así en un m e
dio cóm odo de efectu ar to d a una serie de o p eracio
nes ab stractas, que sólo son p osib les si se ign ora
tan to las tran sform acion es actu ales de su estru ctu ra
com o el m odo esp ecífico de p articip ació n de la pro
d u cción rusa en ese m ercad o. Se o lvid a tam b ién así
la d e s c o m p o s i c i ó n cada v e z m a y o r del m ercado m un
338
dial (que se desarrolla justamente al mismo tiempo
que la interdependencia internacional cada vez ma
yor de las diferentes economías), cuyo resultado es
Ja abolición del elemento de competencia, en el sen
tido estricto del término, de ese mercado, mientras
que por el mismo motivo la competencia entre los
monopolios y las naciones monopolísticas pierde
cada vez más su relación con el valor. Se olvida que
la aparición de la economía burocrática rusa y su ex
tensión ha sido precisamente uno de los factores que
han contribuido más poderosamente a provocar esa
descomposición. Se olvida por último, sencillamente,
la existencia del monopolio de comercio exterior y
lo que éste implica, no desde luego como aislamien
to e inmunización total, como pretendían Stalin y Bu-
jarin, sino como transformación del modo de parti
cipación de una economía «nacional» en el mercado
mundial.
El valor, en tanto que forma general de la uni
dad en la diferencia, contiene una mediación; pero
no una mediación cualquiera, sino esa mediación
determinada que es la comparación, y no una com
paración cualquiera, sino esa comparación que es
la competencia. Otra forma de mediación, por ejem
plo, la comparación directa de la productividad del
trabajo que se expresa en la guerra entre dos tri.,.
bus primitivas, no basta para constituir el valor.
El valor procede de la productividad del trabajo,
pero no se identifica con ésta, en la medida en que
es su expresión mediatizada por la competencia.
Pero esa competencia sólo puede constituir una me
diación en la medida en que liga lo universal del
trabajo abstracto a lo singular de una mercancía de
terminada, pasando por la particularidad del movi
miento de los capitales en las diferentes ramas de la
producción. Por el contrario, el elemento de com
petencia que subsiste en las relaciones de la produc
ción rusa con el mercado mundial no es más que la
universalidad abstracta de la competencia en gene
339
ral, que su p rim e la m ed iació n tan to del cap ital p a r
ticu lar com o de la m ercan cía sin g u lar, ju stam en te
en la m ed id a en que el valor no tien e ya m ás que
un sen tid o ab stracto en la p ro d u c c ió n rusa y en que
esa ab stracció n del valor está p rotegid a por otra
ab stracció n , la del m o n o p o lio del co m ercio exterior.
Al estar d eterm in ad o el p recio de ven ta en el m er
cado m u n d ial de cu alq u ier m ercan cía rusa — o al
p o d e r serlo , lo cu al v ie n e a ser lo m is m o — n o y a en
fu n ció n de la fracción co n creta de trab ajo ab strac
to co n ten id a en esa m ercan cía, sin o en fu n ción del
in terés un iversal de la b u ro cracia (d u m p in g por lo
que resp ecta a las ven tas, «valor de uso>, esen cial
m en te para la p r o d u c c i ó n , en lo que se refiere a las
co m p ras), la co m p eten cia no es ya m ás que com
p eten cia total que ha su p rim id o in m ed iatam en te to
da co m p aració n co n creta. E so p riva a esa co m p e te n
cia d e to d o co n ten id o co n creto de v alor.
La re la ció n e n tr e los d o s s is te m a s se m an ifestará
en la form a m ás d irecta e in m ed iata de la com pa
ració n de la p ro d u ctiv id ad del trab ajo , o sea la
guerra. Si el carácter in ev itab le de esa guerra es
una prueba d ecisiva de la d eterm in ació n m u tu a de
los dos sistem as en glob ad os en una totalid ad m ás
am p lia que es la eco n o m ía m u n d ial, es tam b ién
una prueba de que la form a suprem a de co n fron ta
ción eco n ó m ica — com o su form a m ás p rim itiv a—
supera am p liam en te el p lan o de la eco n o m ía y se
co n v ierte en co n fro n tació n total. Pero esa to tali
dad de la guerra, que en su form a p rim itiv a es una
to ta lid a d in m e d ia ta , se c o n v ie r te h o y e n u n a to ta lid a d
in fin itam en te d iferen ciad a, en la que lo eco n ó m ico ,
lo p o lítico , lo m ilitar y lo id eo ló gico co existen sin
téticam en te.
4. Si el p r o l e t a r i a d o no co n sig u e, antes, d u ran
te o in m ed iatam en te después de esta guerra, con
una revo lu ció n in tern acio n al v icto rio sa, su p rim ir
esa co n trad icció n y sus bases, nos en con trarem o s
an te un su p er-im p erialism o realizad o . Lo m istifica
340
dor y oportunista en la concepción kautskista del
super-imperialismo era sobre todo su aspecto «pa
cifista», la idea de que los Estados imperialistas po
dían llegar a un acuerdo pacífico para repartirse el
mundo. La realidad ha refutado definitivamente esa
mistificación, mostrando que el único motor de una
eunificación» exterior del mundo imperialista era
la violencia total. Pero, hoy en día, hay que afir
mar claramente que el «super-imperialismo» es po
sible, no sólo frente a la grosera confusión de la
mayoría de la IV Internacional — para la cual el
super-imperialismo debe existir ya, puesto que es
indudable que hay un solo Estado imperialista, los
Estados Unidos, que domina el mundo capitalista,
y que frente a él hay por lo visto un Estado no im
perialista, un «Estado obrero degenerado» que hay
que defender— sino, sobre todo, contra la teoría
oportunista de la «regresión», que se infiltra cada
vez más hasta en la mayoría de la IV Internacional.
El movimiento de concentración nacional e inter
nacional, la fusión gradual de la economía y del
Estado y las formas cada vez más totalitarias del
poder político, no sólo no significan una «regresión»
desde ningún punto de vista — excepto el del sen
timentalismo pequeño burgués— sino que expresan
además la tendencia inexorable de la historia ac
tual, tendencia cuya realización será cada vez más
rápida y más profunda, hacia una adaptación a la
evolución de las fuerzas productivas — adaptación
que efectuarán claro está elementos reaccionario?
mientras no haya conseguido triunfar la revolución.
En ese sentido, volver a presentar «reivindicaciones
nacionales y democráticas» o hablar de la «necesi
dad de un intermedio democrático», etc.. es inten-
t
341
burguesa — ya que, añadía, es in d efen d ib le (y o b je
tivam ente in d ifen d ible ')— , tam poco podem os tener
hoy nada que ver con defensas de la «independencia
nacional» de cualquier tipo, por m uchas razones,
pero sobre todo porque esa «independencia» es hoy
en día totalm ente utópica. D e convertirse el super-
im perialism o en una realidad, sería la ideología: de
la «regresión», en las filas revolucionarias, la prin
cipal m anifestación de la presión p olítica e ideoló
gica de las capas pequeñoburguesas «nacionales»
sobre el proletariado. No sólo es im portante que
pueda defenderse éste, ya hoy en día, contra esa
nefasta ilusión, sino que permite tam bién eso ver
hasta qué punto llega el oportunism o de la m ayoría
actual de la IV Internacional ante una serie de pro
blemas que se plantean inm ediatam ente («cuestión
nacional» en Europa durante la ocupación, «cues
tión n acional» hoy en día en G recia, cuestión colo
nial).
P o r otro lado, que el super-im perialism o sea po
sible no significa que, de convertirse éste en realidad,
«el p rogram a socialista se convertiría entonces en
una u to p ía»; com o escribía im prudentem ente T to ts-
ki en 19 3 9 . L a revolución socialista no es asunto
que pueda resolverse en una generación, ni siquie
ra en un siglo. E s evidente que la enorm e trans
form ación de la sociedad después de la tercera gue
rra m undial, de no estallar la revolución proletaria,
exigirá una profunda adaptación, una revolución
casi total en la m etodología y el pensam iento revo
lucionarios. Pero sólo cuando el super-im perialis
mo estatificado haya elevado prim ero a un estanca
m iento y después a un retroceso de las fuerzas pro
ductivas, socavando así de las bases objetivas no
sólo de la acción, sino h asta de la existencia del
proletariado en cuanto tal, quedará definitivam ente
postergada la revolución proletaria. P ero la fase ac
tual, así com o la fase que seguirá inm ediatam ente
a la tercera guerra m undial, son fases durante las
342
cuales las fuerzas productivas continúan desarrollán
dose. Durante el período 1 9 3 8 -1 9 4 8 , hem os asisti
do a un nuevo desarrollo de las fuerzas productivas
a escala mundial — un desarrollo lim itado, desde
1uego, con trad ictorio, y en el que hubo sim ultánea
mente una destrucción de fuerzas productivas que
existían ya— , pero en resumidas cuentas un desa
rrollo indiscutible. D e igual modo, la fase que se
guirá la tercera guerra mundial seguirá siendo una
fase de desarrollo, gracias a la internacionalización
com pleta de las fuerzas productivas. L o que de
term inará la dism inución gradual, después el estan
cam iento y finalm ente la regresión de las fuerzas
productivas, será la ausencia de un motor cualquie
ra de la acum ulación, el verse totalm ente reducidas
las capas dom inantes a un papel de parásito, y la
regresión intelectual que provocan los regímenes to
talitarios. Se tratará del triunfo total de la b arb a
rie, que significará entonces — pero sólo entonces—
que la revolución proletaria quedará postergada de
m odo indefinido.
343
C a rta a b ie rta a lo s m ilitan tes del
345
estalin ism o in au gu rad o por la S ecretaría In tern a
cion al con su «C arta al P. C. y u goslavo», sino que
m ostrab a ser adem ás in cap az de an alizar la expe
rien cia de la org an izació n francesa, que acababa de
pasar por una crisis que la p rivab a de la m i t a d de
sus efectiv o s después de la e scisió n de la ten d en cia
d erech ista que en tró en el R .D .R .^ en cu an to éste
se co n stitu y ó . EJ C ongreso d em o strab a tam b ién que,
con muy pocas excep cio n es, los m ilitan tes del P .C .I.
estab an p ro fu n d am en te d esm o ralizad o s y eran in ca
paces en las co n d icio n es actu ales de p rogresar polí
ticam en te. E n esas co n d icio n es, no p o d ía m o s ya o rien
tarn os m á s que h acia una ru p tu ra d efin itiva c o n una
o rg an izació n q uc, no sólo ten ía un p rogram a y una
ideología que h ab ían llegad o a sernos co m p letam en
te a j e n o s , s i n o q u e ni s i q u i e r a p od ía y a o fre c e rn o s un
m ed io donde progresar desde un p u n to de vista tan
to p o lítico com o o rg an izativ o.
H ab ía sin em bargo que preparar esa ru p tu ra,
creando las bases de una existen cia au tó n o m a de
n u estro grupo. En una reu n ión del C o m ité C en tral
del P . C .1. de octu b re de 1948, h ab íam o s d eclarad o
ya que nos n egaríam os a p artir de a q u e l m om en to a
ocupar cu alq u ier p u esto de resp on sab le, y que m ili
taríam os ú n icam en te en la base de la o rg an izació n .
Pero ni s i q u i e r a eso p u d im os h acer, tan to deb id o a
las exigen cias de la p rep aració n de n u estro trab ajo
a u tó n o m o c o m o a la d e sco m p o sició n del prop io P .C .I.
D eclaram o s pues que h ab íam os d ecid id o abandonar
el P .C .I. en la sesión del C o m ité C en tral de enero
de 1949, y p ed im os a éste que nos p erm itiera exp li
car n u estra p osición an te una asam b lea de la región
p arisin a del P artid o . y p u b licar una d eclaració n po
lítica en el B o letín In terior. El C o m ité C en tral res
p on d ió unos d ías d e sp u é s que nos daba tres p ágin as
2. [ E f í m e r o « R a s s e m b l e m e n t D é m o c r a t í q u e R é v o l u t io n -
n a i r e » c r e a d o en 1 9 4 8 p o r D a v i d R o u s s e t , G é r a r d R o s e n thal,
J e a n R o u s y o t r o s a n t i g u o s m i l i t a n t e s t r o t s q u i s t a s , y del q u e f u e
m i e m b r o , h a s ta 1 9 4 9 , J e a n - P a u l S a r t r e . ( N d T ) . l
346
del B .l. para esa declaración. Sobre la cuestión de
la asam blea regional, todavía esperam os la respuesta.
E n esas condiciones, y a pesar de que hubiéra
mos deseado evitar la publicación de textos que pue
den no interesar a parte de los lectores, nos vemos
obligados a pub1icar aquí esta declaración.
Com pañeros,
347
todos esos factores han hecho que la casi totalidad
de los com pañeros de nuestra tendencia han dejado
por sí mismos de m ilitar en el P .C .I y han precipi
tado así nuestra salida de h ech o de la organización.
H oy en día, vamos a dar una fo rm a pública a
esa ruptura definitiva. E l prim er núm ero de «Socia-
lisme ou B a rb a rie» , que será el órgano de nuestro
grupo, va a aparecer dentro de unos días. Ha llega
do pues el m om ento de puntualizar y de disipar
equívocos.
L a decisión que hem os tomado os sorprenderá
desde luego muy p oco; los desacuerdos a que ha
bíam os llegado, y que se refieren a prácticam ente to
das las cuestiones sobre las que pueda haber de
sacuerdo, im plicaban una ruptura organizativa. V er
dad es que, si esos desacuerdos se han agravado,
tam poco son sin em bargo cosa nueva o reciente;
pero además de haber tardado tiem po en com pren
der claram ente que nuestras divergencias eran di
vergencias de principio, nos fue sobre todo necesa
ria una larga experiencia antes de com probar que la
organización francesa se había hundido definitiva
m ente y que el caso de la organización internacio
nal era ya desesperado, que ni siquiera era ya posi
b le en ellas un trab ajo de fracción interesante. H e
mos com prendido adem ás que em pezaba a ser pe
ligroso el seguir durante más tiem po en la orga
nización. E s tal el polvo que cubre esa pequeña má
quina que funciona lentam ente en el vacío, que érase
de tem er que alguno de nuestros com pañeros pere
ciera asfixiado. Los com pañeros a quienes interesen
podrán encontrar en la revista, núm ero tras número,
lo exposición de nuestras concepciones. Pero com o
no tenem os el menor deseo de iniciar una polémica
pública con vosotros, hay una tarea con la que no
podemos cum plir mas que en el m arco de esta car
ta : hacer una crítica, por lo que a nosotros respec
ta definitiva, de vuestra política, y h acer un balance
del fracaso del P .C .I. en los planos ideológico, polí-
348
rico y organizativo, que nos parecen estar estrecha
m ente ligados entre sí y expresar, a fin de cuentas,
una misma realidad.
M ucho se ha hablado de la crisis del P .C .I, y
Lln sinfín de tesis y contra-tesis han sido publicadas
sobre ese tem a por las numerosas fracciones que
han aparecido y desaparecido en el seno del Partido.
Para unos, la crisis se debía al carácter sectario del
Partido, a que era incapaz de ir a las masas, de in
tervenir de un m odo u otro en todo lo que pudiera
ocurrir, de hablar el lenguaje que hablan las masas
(estalinista o reform ista); para otros, la crisis ve
nía de la mala organización del Partido, del escaso
trabajo de los m ilitantes, que no sabían com portar
se según las norm as del Program a d e Transición, y
se les proponía periódicamente que hicieran un m ea
culpa. (Privas, por ejem plo); a menos que vinieran
todos los males de la presencia crón ica de elem en
tos oportunistas y derechistas en el seno de la or
ganización, que impedía que el Partido pudiera por
fin consagrar todos sus esfuerzos al trabajo en el
mundo exterior.
Aunque esos parloteos sobre la crisis del P .C .I
hayan constituido durante períodos enteros la prin
cipal actividad de la organización, más vale no ocu
parse de ellos. Para nosotros, para los que conside
ran objetivam ente el conjunto de la actividad de la
organización trotsquista francesa desde hace unos
veinte años, lo que salta a la vista es que la «cri
sis» no es un accidente, sino que constituye un ras
go determinante de su naturaleza. Hay una crisis
crónica, una crisis permanente — en la que 'la s es
cisiones no representan más que momentos particu
larm ente característicos— o, más exactam ente, no
hay crisis de ningún género, ya que hablar de «cri
sis» sería suponer la existencia de un organismo
que funciona entre las crisis, m ientras que la carac
terística esencial del trotsquismo ha sido su incapa
cidad de alcanzar un nivel que perm itiera al menos
349
hablar de organización constituida, su radical inca
pacidad de lograr existir. H ace falta ser ciego para
no ver que el problema fundamental del P .C .I., des
de el día de su fundación form al, es el de su propia
constitución. Hay que reconocer que ese problema,
planteado desde hace quince años, no ha sido nun
ca resuelto.
Para comprender esa incapacidad, hay que com
prender que tras de ella hay otra incapacidad más
profunda, la de encontrar una base d e existencia
ideológica autónom a. Es porque la organización
trotsquista ha sido incapaz de separarse radical y
orgánicamente del estalinismo, porque nunca fue,
en el mejor de los casos, más que una oposición a
éste, o com o han escrito algunos, un apéndice del
estalinismo, por lo que nunca ha llegado a cons
truirse. La «IV Internacional» no ha conquistado su
autonomía porque ésta exigía u n a ' crítica radical y
un análisis definitivo de la evolución y de la de
generación del organismo del que procedía, de la
111 Internacional. Sólo partiendo de ese análisis, y
de la destrucción radical de la ideología estalinista,
hubiera podido poner los cim ientos de su propia
existencia. Es así cóm o la 111 Internacional había
conseguido imponerse, partiendo de una caracteriza
ción económica y social exhaustiva de la 11 Interna
cional y de su reformismo.
¿E n qué sentido corresponde el estalinismo a
una nueva fase de la economía mundial? ¿Cuáles son
las capas sociales cuyos intereses representa? ¿Qué
lazos unen a los partidos estalinistas con la sociedad
burocrática rusa? ¿Cuál es el papel de la política es
talinista, que combate tanto a la burguesía poseedo
ra como al propio proletariado? E l trotsquismo no
ha abordado esos problemas, y ha seguido consi
derando al estalinismo como un «partido obrero
que colabora con la burguesía», a-ferrándose a esa
definición que los hechos desmienten prácticamente
cada día e incapaz por lo tanto de aportar el más
150
ínfimo elemento de información a la vanguardia
obrera; ha aparecido, com o lo que era efectivam en
te, un pariente un tanto ruidoso del estalinismo, que
utiliza una fraseología revolucionaria pero sigue sien
do en el fondo solidario de éste (com o lo prueban sus
consignas fundam entales, la «defensa incondicional
de Ja U R SS » y el «gobierno P.C . - P .S. - C .G .T .»).
Basta quizá con recordar que, en «La Vérité)),
Pierre Frank hacía propuestas a Stalin (!) para que
se llegara a un acuerdo que permitiera la m ejor de
fensa posible de la U R SS ; o que la política que ha
seguido con perseverancia la dirección del P.C . 1. so
bre la cuestión del poder queda resumida por 1a
consigna «gobierno P.C. - P.S. - C .G .T .» , form a su
prema — y crim inal— del frente único con el esta
linismo. He aquí lo que decía sobre ese tema el re
presentante más clarificado de esa dirección, Privas
(B ./. n." 37, diciem bre de 1946): «Se plantea efec
tivamente la cuestión de nuestro apoyo político al
gobierno P .C .-P .S .-C .G .T . Ese apoyo dependerá de
la lealtad de ese gobierno al programa anticapitalis
ta y a las masas. Si aplica realmente ese programa, si
hace realmente un llamado a la acción y a la organi
zación de las m asas, le daremos nuestra confianza;
en cuanto a nuestra participación, la cuestión sólo
podrá plantearse cuando haya probado que merece
nuestra confianza y que va a continuar su acción de
destrucción del aparato de Estado burgués. Sería
enteramente erróneo el comprometernos hoy en día,
antes de haber visto cómo actúan los dirigentes de
los partidos tradicionales. De todas formas, nues
tra participación en la lucha de las masas contra la
burguesía y sus fuerzas de represión es algo que va
de sí, sin condición alguna.»
Si se deja de lado la salsa «revolucionaria», el
contenido de este texto no puede ser más claro : ¡en
diciembre de 1 9 4 6 . la dirección trotsquista toda
vía «no ha visto cómo actúan» los dirigentes esta-
linistas y reform istas! ¡Ignora lo que va a ocurrir
351
cuando los estalinistas lleguen al poder! Ese poder,
por cierto, lo exige en su agitación cotidiana: «go
bierno P.C.-P.S.-C.G.T.:., puede leerse en las pa
redes, o en primera plana de «La Vérité». Pero cui
dado: lo exige, dice a las masas que hay que ins
taurarlo, pero no lo apoya : sólo lo hará si «aplica
realmente un programa anticapitalista». ¿Y qué res
ponde a los obreros que preguntan asombrados có
mo puede exigirse un gobierno al que no se apoya?
Misterio. O responderá quizá: lo apoyaremos si
aplica tal o cual programa. ¿O sea que no sabéis
qué programa es capaz de realizar el P.C. cuando
llega al poder? ¿Creeis un solo momento que el P.C.,
en el poder, es capaz de aplicar un programa que
haga «un llamado a la acción y la organización de
las masas»? Y si creeis que en principio es capaz
de hacerlo, ¿por qué crear entonces nuevos parti
dos, en vez de intentar desde el interior convencer
al P.C. de que hay que aplicar ese «programa revo
lucionario»? ¿Y qué sentido tiene entonces esa sutil
distinción entre condiciones de apoyo y condiciones
de partici pación, que en el texto de Privas vienen a
querer decir exactamente lo mismo?
Ante tal océano de estupideces, la crítica no es
más que una pequeña cuchara, e inútil sería inten
tar vaciarlo. Baste con comprobar que, hasta en sus
consignas más cotidianas, los dirigentes trotsquistas
muestran no sólo que no han comprendido nada en
la realidad actual, sino que además en el fondo esa
«dirección revolucionaria» de la humanidad nunca
se tomó en serio y considera que las tareas de la
revolución podría realizarlas el estalinismo. Trata
remos de mostrar que este punto es aún más impor
tante de lo que parece a primera vista.
Ese increíble servilismo ante el estalinismo se ma
nifiesta también no sólo en el hecho de que toda la
agitación y toda la propaganda del P.C.I. se definen
en función del estalinismo (¿el P.C. ha dicho tal co
sa? Pues hay que responder esto. ¿El P.C. cambia
3 52
de rum bo? Pues hay que m ostrar sus co n trad iccio
n es, e t c .) , sino e s e n c ia lm e n te en la p o l í t i c a del Fren
te U n ico con el estalin ism o.
La lu ch a que llevó la t e n d e n c i a «tro tsq u ista or
to d o xa» (o sea la m ayo ría actual del P .C .I. y de la
In tern acio n al) co n tra la con cep ción del Fren te U n i
co que d efend ía la «derecha» no fue a d ecir verdad
m ás que el d i s f r a z i d e o l ó g i c o d e una rivalid ad de c a
pillas y a fin d e cu en tas un m e d i o para hacer acep
tar con cep cion es no m enos o p ortu n istas. Por no ha
blar ya de la «defensa d e la URSS» o del gob iern o
estalin o -rcfo rm ista. hay que ad m itir que, en lo e s e n
cial, la p o lítica de la «derecha» cuando d irigía el
P .C .I. ( 1946-1947) y la política de la d irecció n ac
tual son id én ticas. La in cap acid ad rad ical de d istin
guirse de los estalin istas, el intento de p resen tarlos
com o sim p les « reform istas», la rid icu la idea de un
«Fren te U n ico» en el que — si por m ilagro se rea
lizara— el P .C . sería t o d o y el P .C .I no sería nada,
han ca ra c te riz a d o t o d a s las c a m p a ñ a s de « L a V érité»
sobre el a s u n t o .
«U n ir de nuevo l a s filas e n el f r e n t e p ro letario »,
com o r e p i t e c o n s t a n t e m e n t e l a d i r e c c i ó n , n e g a r s e a la
d ivisión en dos bloqu es. un b loqu e estalin ista fie l a
M oscú y un b loq u e reform ista fiel a W ash in g to n ,
he ahí lo que se atreven a p resen tarn o s hoy en día
com o la h eren cia esen cial de la táctica leninista. Y
lo que se está h acien d o sim p lem en te así es m en tir
al p ro letariad o , h acien d o com o si el P .C . y el P .S .
fueran p artid os obreros, cuando lo que ocurre no
es que su p o lítica sea «fu n d am en talm en te errónea»,
com o dice estú p id am en te la tesis m ay o ritaria del
V C ongreso, sino lo que rep resen ta esa p olítica
son intereses h ostiles a los del p roletariad o. Cuan
do la m ayo ría actu al dice que la táctica de Fren te
U n ico es un «in stru m en to de d elim itación política»
(en la m ism a T esis), lo que v o lv em o s a en con trar
ahí es el niism o argu m en to, y h asta las m ism as pa
labras, que u tilizab a la «derecha» cuando ocupaba
353
la dirección del Partido, y que la mayoría actual se
lim itaba a com batir de palabra, com o puede verse en
esta declaración típicamente oportunista de Bleit-
breu, que era en aquella época Secretario General
del Partido (informe político ante el Com ité Central
del 31 de marzo de 1 9 4 6 ): «Al desarrollar nues
tro programa de lucha de clases ponemos en evi
dencia la traición estalinista y reform ista. Una d e
lim itación particular sería supérjlua y tom aría fo r
zosam ente la form a del antiestalinism o. que no es
popular en las masas (!)» . (El subrayado es nuestro).
Pero esa actitud servil ante el estalinismo, y el
parentesco profundo con éste que revela, se m ani
fiestan también en otros puntos aún más importan
tes. Q uizá el más importante sea la incapacidad de
anim ar una agrupación obrera autónoma, y hasta
la hostilidad apenas encubierta hacia esos tipos de
agrupación de la dirección del P .C .I. cuando apare
cieron unos pocos Comités de Lucha autónomos
en 1 9 4 7 . El P .C .I. ha intentado simplemente con
vertir a esos Comités de Lucha en apéndices de
la organización trotsquista, impidiéndoles desempe
ñar su papel de agrupación de obreros de vanguar
dia fuera del m arco de los partidos. L a obstinación
con que se ha mantenido el trab ajo sistemático en
los sindicatos tradicionales (cuando se ha probado
mil veces que era imposible construir una tenden
cia revolucionaria en los sindicatos burocratizados)
es la simple m anifestación del deseo de mantener
a los obreros en las organizaciones tradicionales,
donde pueden ser controlados. El objetivo del P .C .I.
no es contribuir a la form ación de órganos autóno
mos de la clase, sino ocupar el puesto que ocupa
hoy el P.C. en los sindicatos. Ese es el sentido de
ciertos pasajes esenciales de la Tesis mayoritaria del
V C ongreso: ctLa relación de fuerzas en el seno de
la clase obrera im plica que, aun cuando tenga el
partido una línea política justa, sólo puede arreb a
tar e l control de la dirección a los estalinistas en
354
sectores lim itados». O esto: «La vanguardia estali-
nista empieza a ser sensible a nuestro programa re
volucionario, aunque no quiera decir esto que esté
dispuesta a acep tar el control d e nuestro partido, »
(El subrayado es nuestro).
No menos significativa es la obstinación con
la que la dirección del P.C.I. confunde la vanguardia
estalinista: «En su conjunto, la clase obrera o me
jor dicho los elementos determinantes de ésta, no
conciben una dirección política que no sea la del
P .C .F .» (misma Tesis). Lo que quiere decir la di
rección del P .C .l. con ese tipo de frases no es sólo
que los obreros cstalinistas, por el simple hecho de
luchar, constitu y en la vanguardia — lo cual sería
ya en sí falso— , lo que quiere decir sobre todo
es que la vanguardia estalinista, que lucha en un
partido tan bien organizado com o el P.C ., es muchí
simo más interesante que los elementos anarquizan
tes o izquierdistas pero sin partido que se rebelan
actualmente contra toda forma de burocratización
y no están ni mucho mcnos dispuestos a ,<aceptar el
control del P .C .l.* .
Pero hay que hablar también del oportunismo
y del abandono del marxismo revolucionario en las
concepciones «teóricas» de la dirección trotsquis-
ta. Precisem os inmediatamente que el empleo del ad-
jetjvo «teórico» es una verdadera exageración en este
caso, ya que desde la m uerte de Trotski sus epígonos
no han hecho más que vulgarizar, envilecer y desvir
tuar la herencia de éste y el marxismo en general. Por
asombroso que parezca, lo único que han sido ca
paces de producir durante diez años esos «dirigentes'.)
son esos artículos para diversos «Boletines», ile
gibles, repelentes y llenos de banalidades, y lo que
enseñan a los obreros que entran en la « IV Interna
cional» es una bazofia bujarinista a la que osan
llam ar «m arxism o». No hay más remedio, sin em
bargo, que intentar extraer de esas masas de bana
lidades algo que se parezca a una concepción de con
355
jun to» si qu erem os ap reciar en lo que vate la id eo
logía trotsq u ista oficial en tre 1940 y 1948.
J5 7
de 1949 »! ¿Qué efectos? ¿Podía alcanzar el capita
lismo una «estabilización relativa» gracias al Plan
M arshall? De no ser así, ¿que significaban las nue
vas relaciones económ icas entre Europa y América
que se establecían entonces, y podían los im perialis
mos e u rope os m antener su i ndepen de nc ia en ese
nuevo m arco? Sobre todos esos asuntos, de la mayor
im portancia teórica y práctica, los textos de la m a
yoría siguen observando un sile nc io ab ru ni a do r.
Llegam os sin em bargo aquí a un punto teórico
importante.. y que hubiera debido interesarles. Para
Lenin.. la e se nc ia del i mpcri a lisni o consistía en que
varios o a l m en os do\ hloqtw s im perialistas riva
les luchaban constantem ente (de modo «p acífico »
o violento) para llegar a un nuevo reparto del mun
do. ;.Y qué ocurre ahora? Para la ni a yo ría. Rusia
no es un Esta do im penalista., si no un « Estado obre
ro degenerado», que hay que defender. En el resto
del mundo, no se ve cóm o los franceses o los ingle
ses podrían., hasta en un porvenir muy lejano. lu
char se r ia mente contra los Estados U nidos. ¡Nos
c ncont r a ni os pues con un N oq u e im p erialista ! ¿Cóm o
es eso co ni pa t ihl c con el análisis len in ist a del ini-
pc ri a lis ni o?
Pero para la dirección trotsquista actual todo
eso es demasiada sutileza, sin 2 ran interés. Todo
lo que pide es que nadie venga a turbar su sueño
id col ógico.
360
obreros y a los campesinos yugoslavos. Lo único o
casi que parecía poder criticarse en el régimen de
Tito e ra n ... ¡las condecoraciones que distribuye a
sus generales! Por lo demás, T ito sólo merecía ala
banzas (había «resuelto la cuestión nacional,,., etc),
y diríase que hubiera bastado una decisión del C o
mité Central del Partido comunista yugoslavo para
que éste se transform a! a en partido revolucionario
y para que el poder titista se convirtiera en un E s
tado obrero (en este caso. no degenerado, o al me
nos es de esperar). Sin embargo. un día antes. el
trotskisnio oficial seguía explicando que Yugosla
via seguía siendo un Estado «funda mental mente ca
pitalista». ¿Que había ocurrido? ¿Bastaba Ja reve
lación de una lucha entre dos clanes burocráticos,
el de Moscú y el de Belgrado, una lucha que con
tinuaba desde hacía ya tiempo entre bastidores,
para transforni ar en una sola noche a Yugoslavia
y a la burocracia titista? Bastaba de todas formas
para que la dirección trotsquista se burlara alegre
mente de sus propios «análisis» anteriores y adop
tara una posición paradójica: el poder y el partido
dirigente de Yugoslavia, «Estado capitalista», lle
vaban un com bate «progresista» contra el poder y el
partido dirigente de Rusia, «Estado obrero)). B as
taba también para que la dirección trotsquista fin
giera haber olvidado una com probación fundamen
tal, hecha mil veces por Trotski y que es el funda
mento de la existencia misma de la « IV Internacio
nal». o sea que el estalinismo en su conjunto y
cada partido estalinista en particular no pueden ser
reformados. de donde se deduce la necesidad de la
construcción de nuevos partidos revolucionarios en
todos los países. Bastaba por último para que la
dirección trotsquista violara del modo más brutal
el principio esencial de toda política revolucionaria:
que hay que decir siempre la verdad a la clase y
a su vanguardia.
Uno de los puntos más aleccionadores de todo
36!
ese asunto fue ver cónio la mayor parte de la pro
pia mayoría del P.C. I. francés, que pretendía, al
menos verbalmente, no estar de acuerdo con la ac
titud de la Secretaría Internacional, no sólo se ne
gaba a emprender una verdadera lucha política co n
tra esa orientación ultraoportunista, sino que co n
tribuía además de modo positivo a intentar que
se «olvidara» el asunto en la reunión del Comité
E jecu tiv o 1nternacional de octubre. Esa triste co
media prueba una vez más que la insinceridad po
lítica y la complicidad de clanes reinan de niodo
absoluto en las direcciones trotsquistas actuales.
El «asunto 'rito» ha sido, para nosotros, una
prueba de que la degeneración del trotsquismo a c
tual es irrem ediable, y que en toda lucha contra
la niistificacción del proletariado tiende a desem
peñar un papel francam ente nocivo.
362
das ho)' por el e s t a l i n i s m o y por su lu ch a con tra la
b u rgu esía, por qué la d e s t r u c c i ó n efectiva d e la b u r
guesía en los países en los q u e los P artid o s «com u
nistas» to m an el poder no significa en m odo algu
no una lib eración so cial, sino la in stalació n de un
régim en de exp lo tació n y de opresión por lo m enos
tan feroz co m o c1 d e la b u r g u e s í a .
La verd adera razón de e s a s lam en tab les con tra
d iccion es es ésta: el trotsq u ism o actual niega que
exista un p rob lem a de la b u ro cracia; niega que la
b u rocracia rep resen te una form ació n social in d e
p en d ien te, que exp lota por cu en ta prop ia al p role
tariad o en los países en lo s que tom a el poder, y
que tien d e a to m ar el poder en to d o s los países.
D esde ese p u n to de vista, puede d ecirse que el
p rob lem a de una au tén tica lu ch a con tra la bu ro
cracia no existe para él. El o b jetiv o del p roletaria
do .. para el trotsq u ism o actual, sigue siendo lo que
era hace un siglo: exp rop iar a la bu rgu esía, y nada
m ás. Pero ese o b jetiv o em p ieza a ser realizad o — no
p o r el p r o l e t a r i a d o , s i n o p o r la b u r o c r a c i a — . E s o . el
tro tsq u ism o no puede reco n o cerlo , ya que recono
cerlo significaría reconocer que se ha eq u ivocad o
sobre tod os los problem as que co n sid era él m ism o
esen ciales. Es n iás, eso significaría a d ecir verd ad
que la existen cia de una «IV In tern acio n al» cuyo
p r o g r a m a e s e s e n c i a l m e n t e la e x p r o p i a c i ó n d e la b u r
guesía no ten d ría ya ob jeto, puesto que ese progra
ma es, de hecho. el q u e el e s t a l i n i s m o tien e y reali
za co n stan tem en te. No p u d ien d o ad m itir ese he
c h o f u n d a m e n t a l , n o s ó l o t i e n e la « I V In tern acion al»
que m en tir con tin u am en te sobre la verdadera acti
vidad del estalin ism o. sino que tien e adem ás que
d isfrazar a éste con sus características im agin arias.
De ahí esas co n cep cio n es com o <<cstalinisnio-refor-
m ism o», «país de la zona rusa -p aís b u rgu és». «R u
s i a == E s t a d o obrero que hay que defender». etc.
De ahí tam b ién que la «IV lnternacional», sobre
la base de su ¡> ro^ ran w y de su i d e o l o g í a , sea in ca
paz de llevar a cabo la tarea fundamental de una
organización revolucionaria en el período actual,
que es explicar y poner en claro ante las masas que
el objetivo de la revolución proletaria ya no puede
ser sim pie ni ent e la expropiación de la burguesía,
y la « planificación» sino la supresión tanto de la
burguesía como de la burocra c ia. la supresión de ia
distinción entre dirigentes y ejecutantes en la eco-
noniía y la sociedad, ia gestión de la economía por
los trabajadores.
364
del Kremlin no ha abandonado su política de coexis
tencia pacífica y prefiere un compromiso a u na po
lítica más brutal. Los últimos acontecimientos di
plomáticos lo deniuestran. Sin exagerar el alcance
que puedan tener éstos, ni olvidar que el compro
miso es efectivamente difícil, la guerra no es inmi
ne nte :i>. No insistiremos sobre el plano en el que se
sitúa la discusión: el de un periodismo mediocre,
pero hay que señalar el carácter artificial y gratuito
de esas afirmaciones voluntariamente ambiguas y va
gas. ¿De qué « p l a z o s y de qué «ritmos» se está
hablando? ¿Hay que sustituir el análisis ni a rx ista
de las tendencias fundamentales de la evolución por
previsiones nietcorológicas sobre el tiempo que hará
durante los días siguientes? ¿O sea que no hay un
callejón sin salida económico? ¡,Y cóm o puede com
paginarse esa idea con la concepción que sustenta
todas las tesis de la mayoría: o sea que «el capita
lismo no ha conseguido superar la crisis que ha se
guido la segunda guerra mundial»? ¿Por qué es
sólo posible la guerra tras la derrota del proleta
riado? ¡Q u é derrota hubo, por cjeniplo. en 1914?
¿En qué país hay hoy un «riesgo de revolución in
mediata»? ¡ P o r qué la burocracia estalinista « prefie
re» (admirable e xpresió n) u n compro ni iso? ;.De-
pende la guerra de las «preferencias» de los grupos
dominantes?
E so es todo lo que puede encontrarse en los
«análisis» de los epígonos de Trotski: descripcio
nes periodísticas, afirmaciones gratuitas, preocupa
ciones artificiales porque están desprovistas de todo
contenido real, de todo punto de vista de clase: as
censo o retroceso, ofensiva de la burguesía o del
prol et a r ia do, o si habrá o no g u erra... Es e v ide nte
que un periodista burgués «serio» suele ser más
profundo en sus análisis que e sos « ni a rx is tas», y no
es de extrañar: el punto de vista de la burguesía
corresponde a una realidad, expresa los intereses de
una clase que representa una realidad social. Desde
365
ese punto de vista, los «teóricos» trotsquistas no
representan nada; han abandonado desde hace ya
mucho tiempo el marxismo, que podía, faltándoles
un contacto verdadero con las masas obreras, darles
al menos un punto de vista objetivo ante la reali
dad; no son a fin de cuentas más que un minúsculo
apéndice de Ja burocracia estalinista, a la que ayu
dan en su tarea de mistificación de las masas.
366
pro fundo, de una comprensión del papel que de
sempeña éste en el movimiento obrero, y de su in
compatibilidad con la vanguardia revolucionaria.
Desde hace diez años, el trotsquismo está firman
do un gigantesco cheque sin fondos aprovechando
el recuerdo de Trotski y el prestigio del bolchevis-
1110, Con su fraseología, atrae a sus filas a obreros de
vanguardia; pero no les proporciona ningún ele
mento que les permita comprender el sentido de su
época y luchar contra la burocracia; al contrario:
su política hacia la U R S S y hacia el estalinismo des
concierta a esos obreros y acaba por desmoralizar
los. Las continuas entradas y salidas del Partido
desde hace ya unos cuantos años son en si mismas
significativas. Como escribíamos en nuestro texto de
marzo de 1948, «la 1V es una pieza más en la má
quina de mistificación del proletariado. Diríase que
su papel es recuperar a la vanguardia que se ha se
parado de los partidos que han traicionado y ocultar
le el problema de su emancipación de las burocra
cias presentándole el mito de una edad de oro
bolchevique. Ese pape 1 aparece concretamente en
el terreno de la organización cuando se ve qué con
sumo se hace, de modo literal y trágico, de obreros
de vanguardia que, después de haber sido atraídos
por la fraseología revolucionaria de los partidos
trotsquistas, quedan agotados por el trabajo prác
tico, reducidos al papel de ejecutantes de las capas
intelectuales y finalmente son expulsados cuando nada
más puede obtenerse ya de ellos, incapaces ya ge
neralmente, y de modo definitivo, de interesarse por
cualquier trabajo político».
Por lo que a nosotros respecta, hemos sacado
las conclusiones que había que sacar de nuestra ex
periencia en el seno del P.C.I. Creemos que se se
para por vez primera del trotsquismo un grupo que
ha adquirido conciencia de la mistificación que éste
representa de un modo global, no sólo en función
de tal o cual análisis particular sino en función de
167
una concepción de conjunto de la sociedad actual
y de 1a dinámica histórica, No nos vamos para en
trar en algún movimiento trotsquista como el R .D .R .
ni para quedarnos en nuestra casa; queremos crear
las bases de una futura organización proletaria re
volucionaria. Sabemos que los compañeros del P.C.I.
que descubran más tarde que teníamos razón se
unirán a nosotros.
Saludos comunistas.
París, 28 de febrero de 1949.
368
«Un revolucionario no puede poner límites a su deseo de luci
dez», éste e s el principio que rige todos los análisis de Corne-
lius Castoriadis desde 1945 cuando abandonó su Grecia natal.
ex-militante de las juventudes comunistas y después adherente
a la fracción más radical del trotskismo. Ya en Francia, rompe
con éste en 1948 para fundar, junto con Claude Lefort, el grupo
autónomo que publica, hasta 1966, la revista «Socialismo o
Barbarie». Los resultados de los análisis realizados, en un tra
bajo colectivo riguroso a lo largo de 17 años, salen hoy a la
luz más esclareced ores que nunca.
Para Castoriadis, el resultado de este primer período es: la
burocracia, que domina la Unión Soviética y se instala en los
países del Este, no es un accidente o una degeneración. Es el
advenimiento mundial de un nuevo régimen de explotación: el
«Capitalismo burocrático», basado en la división social entre
el proletariado y una burocracia que excluye a los trabajadores
de la gestión de la producción. Segundo resultado: los objeti
vos de la lucha política deben, por lo tanto, cambiar. «El ver
dadero contenido del socialismo no es ni el desarrollo econó
mico, ni el consumo maximal, ni el aumento del tiempo libre
(vacío) como tales, sino la restauración, o más bien la instau
ración, por primera vez en la historia, del dominio de los hom
bres sobre sus. actividades y, por lo tanto, sobre su primera
actividad, el trabajo.» Tras el análisis que aquí presentamos
de las relaciones de producción tanto en la sociedad burocrá
tica como en la capitalista occidental, el lector no puede más
que compartir el pensamiento de Castoriadis: «Salidos del mar
xismo revolucionario, llegamos al punto en que debíamos elegir
entre permanecer marxistas, o seguir siendo revolucionarios»...
Cornelius Castoriadis nació en 1922 en Atenas, donde estudió
derecho, economía y filosofía. De 1949 a 1966 fue el principal
inspirador del grupo «Socialismo o Barbarie». A continuación
de este volumen publicaremos L a s o c i e d a d b u r o c r á t ic a 2: La
r e v o l u c i ó n c o n t r a fa b u r o c r a c i a , L a e x p e r i e n c i a d e f m o v im ie n to -
o b r e r o 7 y 2: C ó m o lu c h a r y P r o le t a r ia d o y o r g a n iz a c ió n . Más
adelante, emprenderemos también la edición de su obra más re
ciente, un importante ensayo de filosofía política y social, L a
in s titu c ió n im a g in a ria d e la s o c i e d a d . H o y e n día, Castoriadis,
tras la explosión del Mayo 68, momento en que su pensamiento
fue finalmente reconocido y comprendido, sigue viviendo en
París, donde es miembro del comité de redacción de- la revis
ta «Textures».
Foto de la cubierta:
XXV Congreso del P C U S . Vista del Salón
de Actos del Palacio de C ongresos del Kremlin en Moscú.
(Fotofiel)