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SOCIALISMO O BA
LA SOCIEDAD
BUROCRATICA 1
Las relaciones
de producción en Rusia

C o r n e liu s C a s to r ia d is

T U SQ U ET S E D IT O R
Barcelona, 1976
Título original: La société bureaucratique 1: Les relations de
production en Russie.

Traducción: Enrique Escobar

Diseño de la cubierta: Clotet - Tusquets

© Union Générale d’Éditions y Cornelius Castoriadis, 1973


© De la edición en lengua española y de la traducción, Tus­
quets Editor, Barcelona, 1976

Tusquets Editor, Lauria 134, 4.° 2.* Barcelona-9


ISBN 84-7223-708-7 84-7223-999-3
Depósito Legal: B. 18070-1976
Gráficas Diamante, Zamora, 83, Barcelona-5
In d ic e ganz1912

P. 7 S obre la trad u cción


8 S obre el au to r

11 Nota preliminar de la edición francesa


17 Introducción
81 Presentación de Ja revista «Socialism e ou
barbarie»
89 Socialism o o barbarie
145 Las relaciones de producción en Rusia
243 La explotación del campesinado bajo el ca­
pitalismo burocrático

279 Apéndice. L a ruptura con el trotsquismo


(1946-1949)
281 Sobre el régimen de la U R S S y contra su
defensa
293 E l problema de la U R SS y la posibilidad de
una solución histórica
315 Sobre la cuestión de la U R SS y del estali-
nismo mundial
329 La concentración de las fuerzas productivas.
345 Carta abierta a Jos militantes del P.C.L y de
la «IV Internacional»
Sobre Ja traducción ganz1912

L a sociedad burocrática, l, es la traducción de


la obra publicada en francés con el título La société
bureaucratique, 1, Les rapports de production en
Russie, París, col. «10/ 18», UGE , 1973, con dos
ligeras modificaciones, efectuadas con la autoriza­
ción d el autor. El texto «Phénom énologie de la cons-
cience prolétarienne» (1948) no ha sido incluido en
este volumen. Será publicado ulteriorm ente en La
ex periencia del movimiento obrero, 1, en esta mis­
ma colección. Por otra parte, los textos anteriores a
1949 han sido reunidos en un apéndice, con el tí­
tulo «La ruptura con el trotsquisnio, 1946-1949».
L as notas a pie de página entre corchetes del tra­
ductor van señaladas por la abreviatura NdT, salvo
en los casos, obvios, en que corresponden a referen­
cias a versiones en castellano de obras citadas por
el autor. El lector encontrará un índice analítico en
el segundo volumen de La sociedad burocrática.

7
Sobre el autor

Cornelius Castoriadis n ació en 1922 en A tenas,


don de estudió d erech o, econ om ía y filo so fía . Tras
haber constituido, junto con otros militantes, un
grupo que se opuso a la actitud «patriotera» del Par­
tido com unista griego hajo la ocupación alem an a . se
separó de este Partido en 1942 para entrar en la o r­
ganización trotsquista de Spiros Stinar, en la qu e m i­
litó hasta que em igró a Francia a finales de 1945.
En el PC / (trotsquista) fran cés, fundó en 1 9 4 6 . con
C laude f ,efo rf, una tendencia qu e rom pió con el
trotsquism o en l 948 y pub licó u parí ir d e J 949 la re­
vi sta «Socialísm e ou B a rb a rie». Fue autor d e los
principales textos que defin ieron la orientación de
la re vista hasta l a desaparición en 1966 d el grupo
que puhlicahu ésta. L os textos de ese p eríod o están
sien do reeditados en la colección francesa « IO /Í8 »
(cuatro volúm enes publicados en 1973-74). En junio
d e 1968, publicó, con Edgar Morin y Claude l.efort,
Mai 1968: La Breche (Paris, Fayard). M iem bro del
com ité de redacción de la revista «Textures», ha pu­
blicado en “( FD T aujourd’hui" varios tex tos d e crí­
tica de las relaciones jerárqu icas. H a puhlicado recien ..
tem ente un estudio sobre las relaciones entre pensa­
m iento científico y pen sam ien to filosófico ( «Science
tnoderne et interrogation philosophiqu e», Encyclopae-
dia univcrsalis, vol. f 7 , Organum , 1974), y un im ­
portante ensayo d e fi loso fía p ol í tica y social, l_”ins-
titution iniaginairc de la société, Paris, Editions du
SeuiL 1975. Una selección d e artículos (« L e mou-
vement rcvoiutionaire smts le capitaUsme m odern e».

8
I 9 6 0 - 6 J , «R ecom m en cer 'a rév olu tion f), 1964, y
cT h e jaUim* rate o j projit'b, ¡9 6 5 ) ha sido publicada
en castellano en 1970 (con ei seudónim o «Paul Car­
dant> utilizado por ei autor en la revista «Socialism e
ou B arbarie») con el titulo Capitalismo moderno y
revolución (París, R uedo Ibérico. C olección «E l
viejo topo. >>)

9
N o ta p r e lim in a r d e la e d ic ió n fra n c e sa

E n la edición publicada en la colección «10/18»


(cuyo primer volumen es L a sociedad burocrática) se
incluyen todos los textos publicados por el autor en
la revista «Socialisme ou Barbarie» (excepto dos o
tres pequeñas notas demasiado circunstanciales), unos
cuantos artículos publicados en otras revistas y nu­
merosos textos inéditos: algún viejo manuscrito, va­
rios más que eran la continuación de artículos de
«Socialisme ou Barbarie» pero no llegaron a publi­
carse (aquí he tenido que hacer forzosamente una
selección), y todo lo redactado para esta edición.
Los textos ya publicados en revista serán repro­
ducidos sin modificación alguna, excepto, claro está,
la corrección de erratas y de algún lapsus calami del
autor. A las notas del original corresponden cifras
arábigas; las que han sido añadidas para esta edi­
ción van señaladas por letras. Cuando me ha pare­
cido necesario añadir una precisión o aclaración al
texto original, las palabras o frases añadidas van
entre corchetes. He tratado de modernizar la mayor
parte de las referencias.
Se trata de textos escritos a lo largo, de un perío­
do de veinticinco años, y que exigen pues, desde mi
punto de vista, un sinfín de observaciones, críticas y
revisiones. E n vez de salpicar de notas el original,
he creído que más valía (para mí, el lector y para el
tema discutido) precisar eventualmente cuál es mi
posición actual sobre tal o cual problema en notas
finales o en nuevos textos.
E l agrupar los textos no era cosa fácil, ya que
algunos, quizá los más importantes, no se dejan fá­

11
cilmente encerrar en tal o cual categoría. U na clasi­
ficación puramente cronológica hubiera tenido la
ventaja de mostrar claramente cuál fue la evolución
de las ideas, pero hubiera dispersado escritos ligados
entre sí y hubiera convertido en tarea imposible la
redacción de un comentario más o menos sistemá­
tico y coherente. He reunido pues los textos en fun­
ción de grandes temas, conservando el orden crono­
lógico en cada volumen; que las múltiples referen­
cias a otros volúmenes que invaden las notas sean
inevitables. E l plan general de la reedición, referido
más adelante, permitirá al lector ver a qué correspon­
den esas referencias. Espero que los inconvenientes
de la solución escogida quedarán también atenuados
por la «introducción» publicada en este primer vo­
lumen, que intenta presentar el conjunto de las ideas
esenciales del autor teniendo en cuenta tanto su
evolución en el tiempo como sus relaciones lógicas.
A los textos más frecuentemente citados corres­
ponden las siguientes abreviaturas:

V ol. 1, 1 : La sociéte bureaucratique, 1: L es rapports


d e production en Russie (ed. col. « lü / 1 8 » , nú­
mero 7 5 1 ) [trad. esp. L a sociedad burocrática,
1: L as relaciones d e producción en Rusia (Tus-
quets Editor, col. «A cracia», n.° 8)1.
Vol. I, 2: L a société bureaucratique, 2: L a révolu-
tion contre la bureaucratie (ed. col. « lü / 18»,
n .: 806) [trad. esp. L a sociedad burocrática,
2 : L a revolución contra la burocracia (Tus-
quets Editor, col. «A cracia», en prep.)].
V ol. V , 1: L'expérience du m ouvem ent ouvrier, 1:
Com m ent lutter (ed. col. «10/ 18», n.: 8 2 5 ).
[trad. esp. en preparación en esta colección].
Vol. V , 2: L'expérience du rnouvement ouvrier, 2 :
Prolétariat et organisation (ed. col. « lü / 18, nú­
mero 857) [trad. esp. en preparación en esta
colección].

12
CFP: «Concentration des forces productives» (iné­
dito, marzo de 1948; vol. I, 1, p. 101-114).
[trad. esp. para este .volumen]. _
PhCP: «Phénoménologie de la conscience proléta-
rienne:. (inédito, marzo de 1948; vol. I, 1, pá­
ginas 115-130). [Será publicado en la trad. esp.
del Vol. V, l.]
SB: «Socialisme ou barbarie» («S. ou B.», 1, marzo
de 1949; vol. l, 1, p. 135-184). [Trad. esp. pa­
ra este volumen.]
R P R : « Ie s rapports de production en Russie» (S.
ou B.»., 2. mayo de 1949; vol. I, 1, 205-282).
[Trad. esp. para este volumen.]
DC I y 11: «Sur la dynamique du capitalisme» (S.
ou B .», 12 y 13, agosto de 1953 y enero de
1954).
SIPP: «Situation de l'impérialisme et perspectives
du prolétariat» («S. ou B .», 14, abril de 1954).
CS I, CS 11, CS III: «Sur le contenu du socialisme»
(«S. ou B .», 17, julio de 1955; 22, julio de 1957;
23, enero de 1958 y ahora vol. V , 2, p. 9-88).
[Será publicado en la trad. esp. del Vol. V , 2.]
RPB: «La révoiution prolétarienne contre la bu-
reaucratie («S. ou B.», 20, diciembre de 1956;
vol. 1, 2, p. 267-338). [Será publicado en la
trad. esp. del vol. I, 2.]
PO 1 y I l: «Prolétariat et organisation» («S. ou B .»,
27 y 28, abril y julio de 1959; vol. V , 2 , pá­
ginas 123-248).
MRCM, I, 11 y 111: Le mouvement révolutionnaire
sous le capitalisme rnoderne» («S. ou B .», 31,
32 y 33, diciembre de 1960, abril y diciembre
de 1961). [Trad. esp. en Capitalismo moderno
y revolución , París, Ruedo Ibérico, 1970. Para
las referencias a esta trad. u tiliz a o s la abre­
viatura CM R (1960-61)1. '
R R : «Recommencer la révolution:. ( cs:S. ou B.>, 35,
enero de 1964; vot V , 2, p. 307-365. [Trad.

13
esp. en Capitalism o m odern o y revolución.
Abrev. CM R (1964)].
M TR 1 a V : «Marxisme et théorie révolutionnaire»
(«S. ou B » ., 36 a 40, abril de 1964 a junio de
1965; recogido en Linstitution imaginaire de
la société, París, Ed. du Seuil, 1975, p. 13-229).
1G : «Introduction», vol. 1, 1, p. 11-61 [trad. esp. p.
en este volumen].
H M O : «La question de l’histoire du mouvement ou-
vrier» (vol. V, 1, p. 1 1-120).

Quisiera insistir por último en que la publicación


de «Socialisme ou Barbarie», del primero al último
número, representó un trabajo colectivo muy consi­
derable. Todos los textos importantes eran previa­
mente discutidos por el grupo; las discusiones fueron
en más de una ocasión muy vivas, a veces largas, y
algunas acabaron en escisiones. Por lo que a mí res­
pecta, siempre saqué provecho de ellas, y todos los
camaradas de «Socialisme ou Barbarie» — no sólo
los que han escrito en la revista— han contribuido
de un modo u otro a que estos textos sean menos
malos de lo que hubieran podido ser. Pero quisiera
evocar aquí en particular la figura heróica de mi
camarada griego Spiro Stinas, que supo mostrarme,
en circunstancias en las que la muerte podía llegar
en cualquier momento y a la vuelta de cualquier
esquina — y para él la situación nunca cambió mu­
cho a ese respecto— lo que es un militante revolu­
cionario, y un político cuyo pensamiento no acepta
tabúes. Hubiera querido mencionar también a mis
camaradas que perecieron durante la ocupación
alemana o inmediatamente después, muertos de
hambre y enfermedad o asesinados por - los estali-
nistas, pero Ja lista hubiera sido desgraciadamente
demasiado larga. No menos larga sería la de todos
aquellos cuyas respuestas o interrogaciones me ayu­
daron a avanzar a Jo largo del itinerario intelectual

14
al que aludiré en las siguientes páginas. Mi colabo­
ración con Claude Lefort— que comenzó en agos­
to de 1946, fue durante mucho tiempo cotidiana, a
veces borrascosa, y pasó por dos rupturas políticas
-— ha llegado a nutrir esa rara amistad que permite
finalmente mantener el diálogo a pesar y más allá
de las divergencias. He aprendido mucho junto a
Philippe Guillaume, que fue uno de los principales
colaboradores de la revista, aunque quizá los tex­
tos que publicó en «Socialisme ou Barbarie» no den
la exacta medida de la originalidad de su pensa­
miento. Las discusiones con la camarada americana
Ria Stcne (Grace Lec Boggs] desempeñaron un pa­
pel decisivo en una etapa que fue para mí de for­
mación, y a ella debo en gran parte el haber conse­
guido superar ese provincianismo europeo que sigue
dejando huella en todo lo que produce la ex-capi-
tal de la cultura europea, que todavía no ha aban­
donado la ilusión de ser el centro del mundo.
Agradezco por último una vez más a mi joven
amigo E . N. G ., que conoce mejor que yo todo lo
que he dado a la imprenta, su ayuda en la prepa­
ración de esta edición.

15
In tr o d u c c ió n

Estos textos fueron pensados, escritos y publi­


cados a lo largo de un período de treinta años, en
el que no faltaron precisamente acontecim ientos ca-
taclísm icos, ni transform aciones profundas. L a se­
gunda guerra mundial y su resultado; la expansión
del régimen bu rocrático y de la dom inación rusa so­
bre la mitad de E u ro p a; la guerra fría; la llegada de
la burocracia al poder en China; el fin brutal de los
Im perios coloniales fundados en el siglo x v i; la crisis
del estalinism o, su muerte ideológica y su efectiva
supervivencia; las rebeliones populares contra la bu­
rocracia en A lem ania del este, en Polonia, en H un­
gría, y en C hecoslovaquia; la desaparición del movi­
miento obrero tradicional en los países occidentales
— y la privatización de los individuos en todos los
países— ; la llegada al poder en las antiguas colonias,
en algunos casos, de una burocracia totalitaria, y . en
otros, de series de demagogos psicópatas; el hundi­
miento interno del sistem a de valores y de reglas de
la sociedad m oderna; la impugnación, a veces con
palabras pero a veces también con hechos, de ins­
tituciones que o son tan viejas com o las sociedades
históricas (escuela, cárcel) o se hunden en la noche
del tiempo (fam ilia); la ruptura de la juventud con
la cultura establecida, y el intento de uno de sus sec­
tores para escapar totalmente a ésa; añádase a esto
hechos menos ostensibles pero de im portancia quizá
aún m ayor: el eclipse, o quizá hasta la desaparición
durante un período indefinido, de los puntos de re­
ferencia heredados del pasado, y en cualquier caso
de todos los puntos de referencia de la reflexión y de

17
la acción; una sociedad desposeída de su saber, y ese
saber mismo, creciendo como un tumor maligno, su­
mido en una crisis profunda que afecta a su conteni­
do y a su función; la proliferación ilimitada de dis­
cursos vacíos e irresponsables, la fabricación ideoló­
gica industrializada y la saturación de los mercados
con una pop-filosofía barata, y tendremos, en un or­
den cronológico aproximado, algunos de los hechos
con los que hubieran debido enfrentarse todos los
que durantei ese período pretendieron hablar de so­
ciedad, de historia y de política.
En esas circunstancias, quizá se excuse al autor
si éste, hijo de otros tiempos y sin contacto directo
con las fluctuaciones de la moda, no se contenta, si­
guiendo Ja práctica al uso, con escribir cualquier cosa
hoy después de haber escrito ayer otra cosa y lo mis­
mo, o sea cualquier cosa, e intenta asumir en la me­
dida de lo posible su propio pensamiento y el desa­
rrollo de éste; si se interroga sobre la relación entre
lo escrito y lo ocurrido efectivamente para compren­
der lo que, más allá de los factores personales o
accidentales, ha permitido que ciertas ideas fueran
confirmadas por los acontecimientos y ha invalidado
otras; y lo que ha hecho por último — verdad es que
no se trata de una novedad en la historia— que al­
gunas de las ideas que le parecían niás importantes,
recogidas y difundidas por otros, parezcan haberse
convertido a veces en simples recetas con las que
embaucadores profesionales engañan a inocentes.

1. Del análisis de la burocracia a la gestión obrera


(1944-1948)

En el origen de la evolución de esas ideas hay


una experiencia, la de la segunda guerra mundial
y la ocupación alemana. No viene al caso contar
cómo un adolescente, al descubrir el marxismo, cre-

18
yó serle fiel ingresando en las Juventudes Comunis­
tas bajo la dictadura de Metaxas, ni por qué pudo
creer, después de la ocupación de Grecia y el ata­
que alemán contra Rusia, que la orientación chovi­
nista del PC griego y la constitución de un Frente
Nacional de Liberación (EAM) era el resultado de
una desviación local que podía ser corregida con una
lucha ideológica dentro del partido. La sustitución
de argumentos por porras, y la radio rusa, se encar­
garon de que cambiara rápidamente de opinión. El
carácter reaccionario del Partido Comunista, de su
política, de sus métodos, de su régimen interno, así
como el cretinismo que impregnaba, entonces como
ahora, cualquier discurso o texto que emanara de la
dirección del Partido Comunista, aparecían con cla­
ridad absoluta. No es pues de extrañar que, en esas
circunstancias de tiempo y de lugar, esas comproba­
ciones llevaran al trotsquismo, cuya fracción más iz­
quierdista desarrollaba una crítica sin compromisos
tanto del estalinismo como de los trotsquistas «dere­
chistas» (que, como supimos más tarde, cuando se
restablecieron las comunicaciones interrumpidas des­
de 1936, representaban el verdadero «espíritu» — sit
venia verbo — de la «TV Internacional»).
Seguir viviendo a pesar de la Gestapo y del GPU
local (la OPLA.. que ha asesinado a docenas de mili­
tantes trotsquistas antes y después de la ocupación)
no resultó ser imposible. Pero los problemas teóricos
y políticos que planteaba la situación de la ocupación
eran considerablemente más complejos. Ante el hun­
dimiento del Estado y de las organizaciones políti­
cas burguesas en una sociedad desintegrada, o me­
jor dicho, pulverizada (de las pocas empresas indus­
triales que existían antes de la guerra, casi todas de­
jaron de funcionar, y era ya prácticamente imposible
hablar de proletariado, clase disuelta en una es­
pecie de «lumpenización» general), la población,
arrastrada por condiciones de vida espantosas y por
la terrible opresión del ejército alemán, engrosó las

19
filas del Partido Comunista. E l Partido se desarro­
lló de modo- fulgurante, reclutó a decenas de miles
de individuos en la organización que le servía de fa­
chada, la E A M , creó una seudoguerrilla en las sie­
rras y en las ciudades («seudo» porque estaba com­
pletamente centralizada y burocratizada, pero que
llegó a agrupar en los últimos días de la ocupación
a unos cien mil hombres bien armados) e instauró
su propio poder — absoluto— , primero en las regio­
nes más escarpadas y, después de la retirada alema­
na, en prácticamente todo el país excepto la Plaza
de la Constitución en Atenas — com o mucho— .
¿En qué consistía pues esa adhesión de las ma­
sas a la política estalinista, que no sólo les llevaba
a rechazar de antemano toda actitud revolucionaria
e internacionalista, sino que hasta suponía que es­
tuvieran dispuestas a cortar el cuello a quien las de­
fendiera? ¿Y qué representaba el propio partido es­
talinista? Para el «trotsquismo-leninismo», la respues­
ta — fácil— consistía en repetir y amplificar el pa­
radigma de la primera guerra mundial: si la guerra
fue posible, es porque volvieron a surgir «ilusiones
nacionalistas» en las m asas; era inevitable que si­
guieran dominadas por esas ilusiones hasta que, al
destruir estas últimas la experiencia de la guerra, se
vieran abocadas a la revolución. Y esta última gue­
rra no había hecho más que com pletar la transforma­
ción del Partido Comunista en partido reformista na­
cionalista, definitivamente integrado en el orden
burgués, transformación que Trotski había pronos­
ticado desde hacía tiempo. Nada más normal, por
lo tanto, que esa dominación del PC sobre masas
que atribuían sus males a la nación «enemiga». Para
los trotsquistas, com o para el propio Trotski hasta
su muerte, el Partido Comunista se limitaba a volver
a desempeñar en las condiciones de la época el pa­
pel de la socialdemocracia chovinista de 1 9 1 4 -1 9 1 8 ,
y los Frentes «nacionales::. o «patrióticos» que pa-
tronizaba no eran más que nuevos disfraces de la

20
«Unión sagrada». (Sólo me refiero aquí a la línea
trotsquista coherente, aunque ésta fuera minoritaria.
Las tendencias derechistas de la «IV Internacional»,
mucho más oportunistas, intentaban, y en eso no han
cambiado, «pegarse» a los estalinistas, y llegaban a
.veces hasta a afirmar que la lucha «nacional» con­
tra Alemania era progresista.)
Podía desde luego intentarse que los hechos se
adaptaran de algún modo a ese esquema — con tal
de, como hizo siempre el trotsquismo, deformarles
suficientemente y darse un «mañana» indefinido. Me
parecía a mí que, por poco que se le hubiera visto
desde dentro, identificar al Partido Comunista con
un partido reformista era un tanto frívolo, y nunca
creí que las ilusiones de las masas fueran exclusiva
o esencialmente «nacionalistas». Pero lo que seguía
siendo desazón intelectual se transformó en certi­
dumbre abrumadora con la insurrección estalinista
de diciembre de 1944. Era absolutamente imposible
comprender ésta con ese tipo de interpretación, y la
increíble vacuidad de los «análisis» que intentaron
aplicarle los trotsquistas, antes y después, lo probó
con creces. Porque era evidente que la conducta del
Partido Comunista griego no era la de un partido re­
formista: tendía de modo inequívoco a apoderarse
del poder, eliminando o amordazando a los repre­
sentantes de la burguesía. En las coaliciones que
formaban el Partido Comunista, los rehenes eran
los políticos burgueses, no aquél de éstos. El único
poder real en el país era el de las ametralladoras de
ios cuerpos militares del Partido. Lo que motivaba
la adhesión de las masas no era sólo el odio a la
ocupación alemana; diez veces más fuerte después de
que acabara ésta, hubo siempre en ella la esperanza
confusa de una transformación social, de una elimi­
nación de las antiguas capas dominantes, y eso no
tenía nada que ver con la «Unión nacional». Pero,
al mismo tiempo, las masas se conformaban con ese
papel de infantería pasiva del Partido Comunista.

21
E r a un puro delirio suponer que, si el Partido Com u­
nista tom aba el poder, esas m asas, controladas mili­
tarm ente y hasta en los m enores detalles, sin organi­
zación autónom a de ningún tipo ni veleidades si­
quiera de form ar alguna, hubieran podido «desbor­
dar» al Partido; aun admitiendo lo imposible, o sea
que lo hubieran intentado, el intento hubiera sido
ahogado en sangre, y la represión bautizada con los
calificativos adecuados.
L a insurrección de diciem bre de 1944 fracasó
— aplastada por el ejército inglés— . No viene al
caso, en esta discusión, saber en qué medida erro­
res tácticos y militares (errores desde su propio pun­
to de vista) de la dirección estalinista, o disensiones
internas, existieron o no, y desempeñaron un papel:
de todas form as, hubiera fracasado tarde o tem ­
prano — aplastada por el ejé rcito inglés— . O sea
que esa derrota era, por decirlo así, sociológicam en­
te contingente: no era el resultado ni del carácter in­
trínseco del Partido Com unista (que no hubiera «que­
rido» o «podido» apoderarse del poder) ni de la
relación de fuerzas en el país (la burguesía n acio­
nal no podía oponerle fuerza alguna), sino de su
posición geográfica y del contexto internacional
(acuerdos de Y alta). Si G recia se hubiera encon tra­
do mil kilóm etros más al norte (o F ran cia mil ki­
lóm etros más al este), el Partido Com unista se
hubiera apoderado del poder después de la guerra,
y R usia hubiera garantizado ese poder. ¿C óm o lo
hubiera utilizado? H ubiera instaurado un régimen
sim ilar al régimen ruso, elim inado a las antiguas
capas dominantes después de haber asimilado a to­
dos los elem entos asim ilables de éstas, establecido
su dictadura e instalado a sus hombres en todos
los puestos de mando y de privilegio. Desde luego,
en aquel m om ento, todo aquello se reducía a una
serie de «si». Pero la evolución ulterior de los
países satélites, que confirm ó del modo más ta ja n -

22
¡le posible ese pronóstico histórico, me ahorra toda
dem ostración suplem entaria al respecto.
^ ¿Cóm o definir, desde un punto de vista mar­
inista, ese régim en? Sociológicam ente, desde luego,
d e b ía tener la misma definición que el régimen ruso.
Y es precisam ente ahí donde la endeblez y a fin de
Cuentas lo absurdo de la concepción trotsquista sal­
taba a la vista. Y a que la definición que daba ésta
; del régimen ruso no era sociológica: era una sim-
; ple descripción histórica. Rusia era un «Estado
obrero degenerado» — y para los trotsquistas no se
trataba sólo de adjetivos— . Para éstos, un régimen
de ese tipo sólo era posible com o resultado de la
degeneración de una revolución proletaria; desde
: ese punto de vista, propiedad «nacionalizada», eco­
nom ía «planificada» y eliminación de la burguesía
eran imposibles sin revolución proletaria. ¿H abía
que llamar «Estad os obreros degenerados» a los
regímenes que instauraban los partidos comunistas
en Europa oriental? /.Pero cóm o podían haber de­
generado. puesto que nunca fueron «obreros»? Y si
se afirm aba que lo habían sido, había pues que ad­
mitir que la llegada al poder de un partido totali­
tario y m ilitarizado era al mismo tiem po una revo­
lución proletaria, una revolución que degeneraba
en la exacta medida en que se desarrollaba. D e to­
das form as, el interés de esas monstruosidades teó­
ricas — que nunca asustaron a los «teóricos» trots-
! quistas— ' era escaso. Lo que nos enseñaba la ex ­
; periencia — y lo dicho ya por M arx y Lenin— , o
■ sea que el desarrollo de una revolución es esencial­
; mente el desarrollo de los órganos autónom os de
. las masas — C om una, Soviets, C om ités de fábrica
!•o C onsejos— , no tenía nada que ver con un feti-
* chism o de ciertas formas de organización: la idea l.

l. Llegaron a afirmar, cuando era ya evidente lo contra­


rio, que los países satélites seguían siendo países capitalistas
«tradicionales».

23
m ism a de una dictadura del proletariado ejercida
p o r un partido to talitario era una brom a siniestra y
absurda, la existencia de órganos autónomos de las
masas y el ejercicio efectivo del poder por éstas no
es una «form a", es simplemente la revolución — y
la revolución es precisam ente eso.
Eso significaba que había que abandonar la
concepción de T ro tsk i en su punto central, el que
le h abía permitido constituirse, el único que podía
fundar el derecho a la existencia histórica, por de­
cirlo así, del trotsquism o com o corriente política: lo
naturaleza social e histórica del estalinism o y de la
burocracia. Los partidos estalinistas no eran re­
form istas, no conservaban sino destruían el orden
burgués. E l nacim iento de la burocracia rusa en y
por la degeneración de la revolución de O ctubre,
esencial desde m ás de un punto de vista, era sin
em bargo, en otro sentido, puramente accidental: la
burocracia podía tam bién nacer de otro modo y ser,
no el producto, sino el origen de un régimen que
no podía calificarse de obrero, ni siquiera de cap i­
talista en el sentido tradicional. Si, durante un cier­
to tiem po, fue todavía posible eludir la cuestión
co n argucias irrisorias, utilizando la presencia del
ejército ruso en E u rop a oriental com o supuesta
«causa» de Ja llegada del Partido Com unista al po^
der, la instauración ulterior de un imperio buro
crático «autóctono» sobre unos cuantos centena
res de millones de chinos resolvió definitivamente lé.
cuestión para todos los que no intentaban enga­
llarse a sí mismos.
O sea que h abía que volver sobre la «cuestión
rusa», y romper con el excepcionalism o socioló­
gico e histórico de la concepción de Trotski. Al con­
trario de lo que éste había pronosticado, la buro­
cracia rusa había sobrevivido a la guerra, y ésta no
se había transform ado en revolución; además. la
burocracia había dejado de ser «burocracia en un
solo país», y regímenes sem ejantes al suyo surgían

24
en toda Europa oriental. No era pues ni excepcional,
ni frágil, ni formación transitoria — al menos, en
ningún sentido del término que no fuera puro sofis­
ma— . Tampoco era una simple «capa parásita»:
era una auténtica clase dominante que ejercía un po­
der absoluto sobre toda la vida social, y no sólo en la
esfera política en un sentido estricto. No sólo, des­
de un punto de vista marxista, la idea de una sepa­
ración (y, en este caso, de una oposición absoluta)
entre las presuntas «bases socialistas de la econo­
mía rusa» y el terrorismo totalitario ejercido sobre
y contra el proletariado era grotesca; bastaba con
considerar seriamente la substancia de las relaciones
reales de producción en Rusia, más allá de la for­
ma jurídica «nacionalizada», para comprobar que
eran efectivamente relaciones de explotación,. que
la burocracia asume plenamente los poderes y las
funciones de la clase explotadora, o sea la gestión
del proceso de producción a todos los niveles, la
disposición de los medios de producción, las deci­
siones sobre 1a asignación del excedente social.
De ahí se desprendían consecuencias tan nu­
merosas como capitales; ya que la «cuestión rusa»
era y sigue siendo la piedra de toque de toda acti­
tud teórica y práctica que pretenda ser revoluciona­
ria; ya que es también el auténtico filón, la clave
por excelencia de la comprensión de los problemas
más importantes de la sociedad contemporánea, y
la esterilidad de Trotski y del trotsquismo no es
más que el reflejo de su incapacidad de dar con ella.
La justificación histórica del trotsquismo, lo que hu­
biera podido dar un fundamento a su constitución
como corriente política independiente y nueva, hu­
biera sido dar un verdadero análisis de la naturaleza
del estalinismo y de la burocracia, y de las impli­
caciones de ese nuevo fenómeno. Esa etapa tanto
de la historia del movimiento obrero como de la
sociedad mundial exigía un nuevo esfuerzo, un
nuevo desarrollo teórico. En vez de emprender esa

25
tarea, Trotski se limitó siempre a repetir y codifi­
car la práctica leninista del período «clásico» (o.
m ejor dicho, lo que presentaba com o tal), y hay que
añadir que pasó antes por toda una serie de conce­
siones y de com prom isos, que sólo acabaron en
1 9 2 7 . Com pletam ente desamparado ante la buro­
cracia estalinista, no pudo m ás que denunciar sus
crímines y criticar su política en función-de los cri­
terios de 1917. Ofuscado por la seudo-«teoría» del
bonapartism o estalinista, incapaz de superar una vi­
sión «impresionista» de la. decadencia del capita­
lismo, se negó hasta el último momento a ver en el
régimen ruso algo más que un accidente pasajero,
uno de esos fam osos «callejones sin salida» de la
H istoria; del régimen burocrático, sólo proporcionó
descripciones superficiales, y en vano se buscaría
en L a revolución traicionada un análisis de la eco­
nomía rusa: las fuerzas productivas se desarrollan,
gracias a la nacionalización y a la planificación,
pero se desarrollan menos rápidamente y peor de lo
debido por culpa de la burocracia — ésa es la sus­
tancia de todo lo que T rotski y los trotsquistas son
capaces de decir al respecto— . Trotski intentaba
mostrar, incansablemente, que los partidos com unis­
tas violaban los principios leninistas y llevaban la re­
volución al fracaso, gastando tiempo y fuerzas en
el intento sin com prender que, com o nada tenían
que ver los objetivos de esos partidos con el asun­
to, criticarlos desde ese punto de vista no tenía ni
más ni menos sentido que acusar a un caníbal que
criara niños para com érselos de violar los precep­
tos de la buena pedagogía. Cuando admitió, por fin,
antes de morir, que no había que descartar que el
futuro diera una respuesta diferente a la cuestión
de la naturaleza del régimen ruso, se apresuró a
ligar inmediata y directam ente el destino teórico de
sus análisis de R usia al destino efectivo de su pro­
nóstico sobre la relación entre Ja revolución futura
y la guerra que acababa de em pezar. Sus lam enta­

26
bles herederos han pagado caro esa monstruosidad
teórica; Trotski escribió textualmente (en In D e -
fense of Marxism) que, si la guerra acababa sin la vic­
toria de la revolución mundial, habría que revisar el
análisis del régimen y admitir que la burocracia es-
talinista y el fascismo habían esbozado ya un nue­
vo tipo de régimen de explotación, régimen que,
por cierto, identificaba con la barbarie. De suerte
que, años después de acabada la guerra, sus epí­
gonos no tuvieron más remedio que sostener que la
guerra, o la «crisis» nacida de la guerra, todavía no
había terminado realmente. Es de suponer que,
para ellos, sigue sin haber acabado.
Esa ceguera de Trotski ante la naturaleza del
estalinismo podía sorprender a los que, como yo,
habían admirado su audacia y su agudeza. Pero hay
que reconocer que difícilmente hubiera podido hacer
otra cosa. Su ceguera era ceguera. ante su propio
origen, ante las tendencias burocráticas incorpora­
das orgánicamente en el partido bolchevique desde
sus comienzos (que, por cierto, Trotski percibió y
' denunció antes de incorporarse a — e identificarse
con— él) y ante lo que, en el propio marxismo,
. preparaba la burocracia y hacía de ésta el punto
: ciego, el sector invisible e imposible de localizar de
la realidad social, e impedía, a partir de un cierto
punto, que se pudiera pensarla en el marco teórico
que el marxismo había establecido. (Véase R IB y
MTR sobre este punto).
* La nueva concepción de la burocracia permitía
denunciar el carácter mistificador de la «nacionali-
Jación» y la «planificación», e identificar, más allá
de las formas jurídicas de propiedad y de los mé­
todos de gestión de la economía global adoptados
por la clase explotadora («mercado» o «plan»), las
relaciones efectivas de producción como fundamen­
to de la división de la sociedad en clases. Y el ha­
cerlo no era, desde luego, más que volver al verda­
dero espíritu de los análisis de Marx. Si se elimi-

27
na la propiedad privada tradicional pero los traba­
jadores siguen explotados, desposeídos y separados
de los medios de producción, la división social toma
la form a de división entre dirigentes y ejecutantes
en el proceso de producción, al garantizar la capa
social dominante su estabilidad y, eventualmente, la
transmisión de sus privilegios a sus descendientes,
con otros mecanismos sociológicos, cuyo funciona­
miento no tiene por cierto nada de misterioso.
E sa concepción nos permitía comprender tam­
bién la evolución del capitalismo occid en tal en el
que la concentración del capital, la evolución de la
técnica y de la organización de la producción, la
intervención creciente del Estado, y, por último. la
evolución de las grandes organizaciones obreras,
había llevado a un resultado análogo: la constitu­
ción de una capa burocrática tanto en la producción
como en las otras esferas de la vida social. La teo­
ría de la burocracia adquiría así un fundamento
socio-económ ico, y se integraba en una concep­
ción histórica de la sociedad moderna. Era eviden­
te que el proceso de concentración del capital y su
asociación cada vez más estrecha con el Estado, así
com o la necesidad de controlar' todos los sectores
de la vida social y, en particular, a los trabajado­
res, implicaban la aparición de nuevas capas encar­
gadas de dirigir tanto la producción, la economía,
el Estado, la cultura, como la vida sindical y polí­
tica del proletariado; y, hasta en los países en los
que seguía existiendo el capitalismo tradicional, po­
día comprobarse la autonomización creciente de esas
capas frente a los capitalistas privados y la fusión
gradual de las cúspides de esas dos categorías. Pero,
desde luego, lo importante en este caso no son los
casos individuales, sino la evolución del sistema, y
esa evolución lleva orgánicamente del capitalismo tra­
dicional de la firma privada, del mercado, del «E s­
tado-gendarme», al capitalismo contemporáneo de
la empresa burocratizada, de la regulación, de la

28
«planificación! y del Estado omnipresente. Esas con­
sideraciones fueron lo que, después de haber pen­
sado durante co rto tiempo en la eventualidad de
una «tercera solución histórica:. («E l problem a de la
U R S S y la posibilidad de una tercera solución his­
tórica:. , en este volumen), me llevó a adoptar el tér­
mino de capitalism o burocrático. Capitalism o bu­
rocrático y no capitalismo de Estad o, expresión
que no tiene prácticam ente ningún sentido, ya que
no sólo es inadecuada para caracterizar a los paí­
ses capitalistas tradicionales (en los que los m e­
dios de producción no han sido estatificados), sino
que, sobre todo, nada nos dice de la aparición de
una nueva clase explotadora, oculta así un proble­
ma esencial para una revolución socialista y crea
una confusión desastrosa — en la que se ha hundido
más de un autor y más de un grupo de la izquierda
revolucionaria— ya que sugiere (o afirm a) que las
leyes económ icas del capitalismo continúan funcio­
nando después de la desaparición de la propiedad
privada, del m ercado y de la com petencia, lo cual
es absurdo. (E n este volumen C FP). Que la buro-
cratización ha llegado a ser — y hasta qué pun­
to— el proceso central de la sociedad contem ­
poránea durante el cuarto de siglo siguiente, ape­
nas es necesario recordarlo.
Aún más importantes eran las consecuencias que
se referían a los objetivos mismos de la revolución.
Si es ése el fundamento de la división de la sociedad
Contemporánea, la revolución socialista no puede li­
mitarse a eliminar a los patronos y la propiedad pri­
vada de los medios de producción; debe suprimir
tam bién la burocracia, impidiendo que ésta llegue
a disponer del poder de decisión sobre los medios y
t i proceso de producción — en otras palabras, debe
■suprimir la división entre dirigentes y ejecutantes.
E n su aspecto positivo, eso significa precisamente
la gestión obrera de la producción; entendiendo por
gestión obrera el poder total que ejercen sobre la

29
producción y sobre el conjunto de las actividades
sociales Jos órganos autónomos de las colectividades
de trabajadores; desde luego, puede dársele también
el nombre de autogestión, con tal de no olvidar
que implica no la corrección sino la destrucción del
orden vigente, y en particular la abolición del apa­
rato de Estado separado de la sociedad y de los
partidos como órganos dirigentes; con tal, pues, de
no confundirla con las mistificaciones que, desde ha­
ce algunos años, circulan con ese nombre, ni con
los esfuerzos del mariscal Tito para hacer trabajar
más a los obreros yugoeslavos gracias a un salario
al rendimiento colectivo y a la utilización de su ca­
pacidad de organizar ellos mismos su trabajo. Que
la experiencia de la explotación y de la opresión
burocrática, después de la del capitalismo privado,
llevaría necesariamente a las masas en acción a la
reivindicación de la gestión obrera de la produc­
ción, era una simple deducción lógica, formulada
ya en 1948, pero plenamente confirmada por la revo­
lución húngara de 1956. Que tanto la gestión de la
producción por los productores, como la gestión
colectiva de sus propios asuntos por los interesa­
dos en todos los terrenos de la vida pública, fueran
imposibles e inconcebibles sin una manifestación y
un desarrollo sin precedentes de la actividad autó­
noma de las masas, quería decir que la revolución
socialista es precisamente la explosión de esa acti­
vidad autónoma, que instituye nuevas formas de vida
colectiva, elimina a medida que se desarrolla no
sólo las manifestaciones sino los fundamentos mis­
mos del antiguo orden — y en particular toda cate­
goría u organización separada de «dirigentes», cuya
existencia significa ipso fa d o la certidumbre de una
vuelta a ese antiguo orden, o mejor dicho, atesta
por su simple presencia que ese orden no ha desa­
parecido— , crea en cada una de sus etapas pun­
tos de apoyo para su desarrollo ulterior y los arrai­
ga en la realidad.

30
Se desprendían por último de esa posición con­
clusiones no menos importantes en lo concerniente
a la organización revolucionaria. Si el socialismo es
la manifestación y el desarrollo de la actividad au­
tónoma de las masas y si tanto los objetivos de esa
actividad como sus formas deben desprenderse de
la propia experiencia de los trabajadores — expe­
riencia de la explotación y de la opresión— , sería
absurdo «inculcarles» una «conciencia socialista»
producida por una teoría o sustituirse a ellos en la
dirección de la revolución o en la construcción del
socialismo. Hacía falta una modificación radical,
con respecto al modelo bolchevique, tanto del tipo
de relación entre las masas y la organización como
de la estructura y el modo de vida de ésta. Esas
conclusiones quedaron claramente formuladas en
SB (marzo de 1949). Fui sin embargo incapaz de
sacar de esas mismas conclusiones todas las conse­
cuencias, y muchas ambigüedades hay todavía en
el primer texto que consagré al asunto («Le parti
révolutionnaire» SB 2, mayo-junio de 1949), aunque
: las eliminara, al menos parcialmente, pocos años
después («La direction prolétarienne», SB 1O, junio-
agosto de 1952). Además de lo difícil que es siempre
, romper con una gran tradición histórica, creo que
hubo dos factores determinantes en mi actitud de
. aquella época. El primero es que enfocaba con toda
■su amplitud el enorme problema de la centralización
en la sociedad moderna — y sigo pensando que los
que, en el grupo SB, se opusieron a mí sobre ese
punto, subestimaban su importancia— , y me pare­
cía, equivocadamente, que el Partido constituía un ele­
mento de respuesta. Por lo que a mí respecta, he da­
do mi propia solución de la cuestión — en la medida
en que puede ser resuelta por escrito— en CS 11
(1957). El segundo es la antinomia que contiene la
idea misina de organización y de acción revoluciona­
rias: saber, o creer saber, que el proletariado debe­
ría llegar a una concepción de la revolución y del so-

31
cialismo que sólo puede sacar de sí mismo, y sin em­
bargo no cruzarse de brazos. Es, a fin de cuentas,
la formulación del problema por excelencia de la
praxis, tal y como tienen que enfrentarse con él tan­
to la pedagogía como el sicoanálisis, y que sólo
fui capaz de discutir en términos que juzgara yo
mismo satisfactorios quince años más tarde (MTR
111, octubre de 1964).

2. L a crítica de la economía marxista

L a perspectiva histórica en la que intentaban si­


tuarse los primeros textos de S. ou B., así como al­
gunas de las interpretaciones que contenían, seguían
ateniéndose a la metodología «marxista:. tradicio­
nal. En 1938, Trotski escribió en el Programa de
transición que no sólo las premisas de la revolución
ya no seguían madurando, sino que «habían empe­
zado a pudrirse», ya que el crecimiento de las fuer­
zas productivas de la humanidad había cesado y el
proletariado ya no se desarrollaba ni numérica ni
culturalmente. Era imposible, ayer como hoy, com­
prender cómo, de ser eso cierto, podía hablarse de
revolución diez años después (o treinta y cinco,
ahora... ); dicho sea de paso, no menos delicada es
actualmente Ja situación de los que creen poder ser
al mismo tiempo revolucionarios «científicos» y dis­
cípulos de Marx, que ha escrito que «ninguna for­
mación social desaparece antes de que se desarro,
Jlen todas las fuerzas productivas que caben dentro
de ella». (Prólogo a «La contribución a la crítica
de la economía política» [p. 188, en K. Marx] F. En-
gcls: Obras escogidas. Moscú, Progreso, 1969). Si
el proletariado no había sido capaz de hacer la re­
volución cuando su fuerza numérica y cultural es­
taba en su apogeo, ¡,cómo iba a poder serlo en

32
'u ocaso? De hecho, en cuanto pude empezar a
ocuparme seriamente de economía (1947-1948), no
me fue difícÜ mostrar que la expansión de la pro­
ducción capitalista no se había interrumpido, ni
mucho menos. Pero dos factores me impidieron sa­
car todas las consecuencias de ese hecho. En pri­
mer lugar, todavía no había conseguido desemba­
razarme de ese e ultimatismo > histórico que carac­
terizó el leninismo, y sobre todo el trotsquismo:
ai la revolución no estalla, el fascismo es ineluc­
table; si no hay una verdadera estabilización del
Capitalismo, la guerra es inminente. En segundo lu­
gar, la teoría económica de Marx — o lo que solía
considerarse como tal— me hacía creer que la ex­
plotación del proletariado iba a ser cada vez más
dura, que una nueva crisis económica del capitalis­
mo era inevitable y que la presunta «tendencia al
la cuota de la ganancia» minaba los
del sistema. Al mismo tiempo, al llevar
basta su límite lógico la teoría de la concentra­
ción del capital, y por lo tanto del poder (Marx ha-
Wa escrito que el proceso de concentración conti­
núa hasta llegar a la dominación de un solo capi­
talista o grupo de capitalistas), al comprobar que,
Contrariamente a la primera, la segunda guerra
mundial no había resuelto sino agravado y multi­
plicado los problemas que la habían provocado — y
dejaba frente a frente a dos superpotencias im p -
rialistas decididas a volver a poner sobre el tapete
reparto indeciso, cuyas fronteras sólo depen­
dieron del avance de los ejércitos en 1945— , saqué
; ta conclusión de que no sólo una tercera guerra
mundial era inevitable (lo cual sigue siendo, grosso
Jpodo, cierto), sino que era además «inmediata» en
iun sentido particular: aunque pudieran variar los
¡plazos y las peripecias, lo que iba a determinar sobe-
ufanamente la situación histórica era el proceso que
^desembocaba en la guerra. Esa tesis, formulada en
-los textos explícitamente consagrados al análisis
de la situación internacional (como SB y los que se­
rán recogidos en el volumen III, 1, de esta edición),
impregna varios textos más de ese período. Com­
probar hoy que es errónea es apenas necesario. No
habría que olvidar, sin embargo, que los factores,
cuya acción intentaban explicar, no han desaparecido
y siguen actuando de modo determinante (Cuba,
Indochina, Oriente Medio). Pero lo importante es
analizar las razones del error.
Las que me parecen contener una lección du­
radera son de dos tipos. La primera — señalada en
algunos textos de SB a partir del verano de 1953
(«Nota sobre la situación internacional> del n.° 12,
escrita en colaboración con Claude Lefort; y STPP,
abril de 1954)— era la sobreestimación de la inde­
pendencia de las capas dirigentes de los dos bloques
con respecto a la población de sus respectivos países
y a la de los países dominados. L a hostilidad de la
población americana ante la guerra de Corea, las
grietas en el edificio del imperio ruso que la burocra­
cia debió percibir aún antes de que muriera Stalin y
cuya existencia la rebelión de Berlín-este de julio de
195 3 confirmó brutal y claramente — todo eso de­
sempeñó sin duda alguna un papel decisivo en la
interrupción de la carrera hacia la guerra abierta.
Pero ese hecho tenía un significado más profundo,
que sólo comprendí cabalmente más tarde, en 1959
— 1960 ( CMR, 1960-1961): un abismo separa las
sociedades de antes de 1939 y las de la posguerra, en
la medida en que en éstas el conflicto se ha extendido
a todos los niveles de la vida social y, hasta sin opo­
sición abierta y directa, el poder de las capas do­
minantes se ve limitado por una impugnación ge­
neralizada; en la medida también en que las pro­
pias contradicciones internas de esas capas han cam­
biado de carácter, ya que la burocratización gene­
ralizada traslada al corazón mismo de las instan­
cias dirigentes las irracionalidades del sistema, y les

34
impone muchas limitaciones, que difieren de aque­
llas limitaciones clásicas, pero no son menos pode­
rosas.
L a segunda razón del error era la adhesión a la
teoría económica de Marx y a sus consecuencias
^--xplícitas y «auténticas>, como la idea de que
el capitalismo tiene que aumentar -constantemente
la explotación de los trabajadores, o implícitas e
«interpretadas> por la tradición marxista, como la
del carácter inevitable de las crisis de superproduc­
ción y de la imposibilidad de que el sistema pe­
diera alcanzar un estado de equilibrio dinámico,
por aproximado que éste fuera— . L a guerra parecía
ser entonces — y así la teorizó explícitamente toda
la tradición marxista— la única solución posible
pa:ra el sistema, solución dictada por sus propias
necesidades internas. Pero tanto mi trabajo cotidia­
no de economista como un estudio más profundi­
zado del E l Capital (cuyo pretexto inmediato fue
un ciclo de conferencias dadas durante el invierno
de 1948-49) me llevaron gradualmente a la conclu­
sión de que el fundamento económico que Marx qui­
so dar tanto a su obra como a la perspectiva revo­
lucionaria, y que generaciones de marxistas han
considerado como una roca inconmovible, era pura
y simple inexistente. Desde el punto de vista de la
«vulgar realidad judaico-fenomenal», como diría
Marx, lo que ocurría efectivamente no tenía relación
alguna con la teoría; lo dicho por él no proporciona­
ba instrumentos para la comprensión ni de la econo­
mía ni de los acontecimientos, y éstos parecían dar un
mentís a las predicciones formuladas en la obra o
que pudieran deducirse de ésta — excepto las que
tenían un carácter más bien sociológico que econó­
mico, como la difusión universal del capitalismo o
la concentración. Hecho aún más grave desde un
: punto de vista teórico, no sólo el sistema era in-
■completo, era además incoherente, estaba fundado
en postulados contradictorios y heno de deduccio-

35
nes falaces. Y era justamente eso lo que le impe­
día dar razón de loo hechos.
Esos hechos mostraban — ya en aquella época— ,
que no había empobrecimiento o depauperación — ni
absolutos, ni siquiera relativos— , ni tampoco au­
mento de la cuota de explotación. Y si de los he­
chos se pasaba a la teoría, podía comprobarse que
nada permitía, en E l Capital, determinar un nivel
de salario real y su evolución en el tiempo. Que el
valor por unidad de las m ercancías del consumo
obrero disminuya con el aumento de la productivi­
dad del trabajo nada nos dice sobre la cantidad to­
tal de mercancías que componen el salario (2 0 0 X 1
no es inferior a 100 X 2 ); partir del hecho de que
esa cantidad (el nivel de vida real de la clase obre­
ra) está determinada por «factores históricos y mo­
rales > nada nos dice sobre su relación con esos
factores, ni, sobre todo, sobre su evolución; que
las luchas obreras, por último, permitan modificar
la distribución del producto neto entre salarios y
ganancias, cosa que M arx había visto y escrito, es
desde luego cierto y hasta fundamental — puesto
que esas luchas han conseguido mantener esa dis­
tribución grosso modo constante y, por lo tanto,
proporcionado a la producción capitalista un mer­
cado interno de bienes de consumo constantemen­
te ampliado— , pero condena precisamente a todo
el sistema, en cuanto sistema económico, a la in­
determinación total por lo que respecta a su varia­
ble central, la cuota de explotación, y convierte
todo lo dicho después en una serie de afirmaciones
estrictamente gratuitas.
Pude comprobar también que la tesis del aumen­
to de la composición orgánica del capital, empírica­
mente discutible (por lo que respecta a la relación
capital/producto neto, ninguno de los estudios es­
tadísticos de que se dispone — en la medida, claro
está, en que son dignos de confianza— señala una
evolución histórica clara o la existencia de una co-

36
rrelación sistem ática con el nivel de d esarrollo
nóm ico del país), era además p o co convincente des­
de un punto de vista lógico. Digem.os, sim plifican­
do, que no hay razón alguna para que el valor glo­
bal del cap ital constante a g e n t e c o n e l tiem po
con respecto al valor giobal del producto n eto, a
m enos de postular que la productividad del traba­
jo consagrado a crea r medios de producción aum en­
ta m enos rápidam ente que la productividad m edia
— postulado a la vez arbitrario y poco plausible, ya
que para M arx las materias prim as, e tc ., entran en la
com posición del capital constante— . D e h ech o, en su
definición de la com posición orgán ica, M arx pone
en relación el valor del capital co n stan te no con el
producto neto (que es lo que hubiera debido hacer
para d is ^ n e r de un concepto que no fu era am bi­
guo) sino con el capital variable (salarios única­
m en te); de ahí que la construcción sea bastante
endeble, ya que la com probación que le sirve de
punto de partida, la que da una ap ariencia de plau-
sibilidad a la idea del aumento de la com posición
orgánica, es que e el mismo núm ero de obreros uti­
liza una cantidad creciente de m áquinas, m aterias
primas, etc.>. P ero el núm ero de obreros y la can ­
tidad de m áquinas no son concep tos de v alor, sino
conceptos físicos. Y el n úm ero de obreros nada
nos dice sobre el capital variable — a menos de in­
troducir el salario en la discusión— ; y entonces
sólo h abrá aum ento de la com posición orgánica,
si hacem os abstracción de los otros factores, com o
puro reflejo del aum ento de la cu ota de explotación
<— lo cual nos rem ite al problem a anterior— .2 Por
2. Ya se sabe que hay en El Capital una larga y laborio­
sa discusión de algunos de esos puntos. Eso no modifica la
•ituación teórica real; discusiones y «reservas» dan un resul­
tado análogo al de una exposición teórica ptolemaica que
mostrará que la tendencia fundamental del Universo a girar
en torno a la Tierra se ve contrariada y hasta ocultada a veces
en el mundo de las apariencias por tal o cual factor secun-
' dario.

37
últim o, la gran Q uim era, la serpiente m arina de la
teoría de M arx, la «tendencia al descenso de la cuo­
ta de la g an an cia*, resultaba no ser más que una
serie de deducciones falaces a partir de hipótesis
incoherentes, desprovista de todas form as de cual­
quier tipo de pertinencia.3
A ñádase a e so que los m arxistas vivían, y si­
guen viviendo, convencidos de que E l Capital expli­
ca el m ecanism o de las crisis d$ superproducción
y garantiza su re to m o periódico. P u ra Uusión. Hay
numerosos pasajes de la obra que tratan del asun­
to y p re s e n ta ' interpretaciones parciales y lim ita­
das, pero el único resultado positivo que logran
producir es un ejem plo aritm ético (en el libro I I
de E l Capital) que sirve para ilustrar un caso de
acum ulación en equilibrio, o sea exactam ente lo
contrario de lo que suponen las. supersticiones al
uso. Precisem os que las condiciones postuladas eo la
discusión de esa hipótesis son tan abstractas que las
conclusiones, cuando las hay, no guardan casi nin­
guna relación co n la realidad.
A sistíam os en esa misma ép oca al fin de los im ­
perios coloniales. Según la vulgata de entonces (y
la de ahora) eso hubiera debido significar el hun­
dimiento de las econom ías m etropolitanas — que
no se produjo— . Por motivos obvios, M arx nunca
llegó a ocuparse seriamente del asunto, pero en la
literatura m arxista se afrontaban sobre ese punto
dos concepciones irreconciliables. Para R osa L u -
xem burgo, la econom ía capitalista necesita de modo
orgánico un «co n texto * no capitalista para poder
realizar la plusvalía, o sea, en la práctica, encon­
trar m ercados donde vender totalm ente su produc­
ción, y ahí radica la causa necesaria del im peria­

3. [Véase la argumentación de «Sur la dynamique du ca-


pitalisme», SB 12, agosto-septiembre de 1953 y 13, enero-mar­
zo de 1954; el vol. II de la edición francesa, y «The “falling
rate of profit”» (traducción española en CMR (1965)). (NdT)].

38
lismo; la pérdida de las antiguas colonias iba a re­
ducir fatalmente lo& mercados externos de los que
disponía el capitalismo metropolitano y, en ciertos
casos (China, por ejemplo) suprimirlos totalmente:
debía provocar por lo tanto una crisis de ese capi­
talismo. Para Lenin, al contrario, la acumulación
capitalista en un circuito cerrado es perfectamente
posible, y la raíz del imperialismo no se encuentra
ahí, sino en la tendencia de los monopolios a au­
mentar de' modo ilimitado sus ganancias y su pode­
río; pero también para él (como para Trotski en su
discusión sobre las consecuencias para Inglaterra
de la independencia de la India, la pérdida de las
colonias provocaría necesariamente una crisis pro­
funda de los países metropolitanos, puesto qqe lo
úúnico que garantizaba en esos países la estabilidad
social y política del sistema era■la «corrupción» de
la «aristocracia obrera» y hasta de capas más am­
plias del proletariado, corrupción que sólo era po­
sible gracias a las superganancias imperialistas. (Ob­
servemos de paso que los que se suelen llamar
«marxistas» hoy en día profesan por regla general
una mezcla incoherente de las dos concepciones).
Sea como fuere, el resultado, lógica y efectivamen­
te previsto, era el mismo, — y no se realizaba— .
Por último, la teoría de Marx se ocupaba de
un capitalismo de competencia, rigurosamente «pri-_
vado». Ha habido, desde luego, en un período más
reciente, marxistas que. han considerado que la com­
petencia y el mercado eran epifenómenos cuya pre­
sencia o absencia no modifica en nada la «esencia»
del capital y del capitalismo. Pueden encontrarse
unas cuantas citas de Marx (más bien escasas) que
justifican ese punto de vista, y otras, mucho más
numerosas, que afirman lo contrario. Pero lo deci­
sivo en este caso es la lógica •de la teoría, y desde
ese punto de vista no cabe duda de que la teoría del
valor implica la confrontación de las mercancías
en un mercado libre, ya que sin éste la expresión

39
«trabajo socialmente necesario» pierde todo senti­
do, y lo mismo puede decirse de la nivelación de la
cuota de ganancia. ¿Q ué pertinencia podía conser­
var esa teoría en una épo-ca en la que el mercado
«libre» había prácticam ente desaparecido, d e b i®
ya sea a la monopolización y a las intervenciones
masivas del Estado en la econom ía, o a la estatifi-
cación total de la producción? V erdad es que esa
pertinencia era ya nula en el caso de una economía
de «com petencia», como lo hemos señalado ante­
riorm ente.
E n ese hundimiento, em pírico y lógico, ¿qué
elementos sobrevivían? L a teoría se descomponía,
se disgregaba co m o una mezcla mal hecha. L a im­
portancia de E l C apital y de la obra de M arx no
consistía en la «ciencia» económ ica imaginaria que
supuestamente contenía, sino en la audacia y la
profundidad de la visión sociológica e histórica que
la sostiene; no en una «ruptura epistemológica»,
como se dice estúpidamente hoy en día, que hubiera
convertido a la econom ía o a la teoría de la socie­
dad en «ciencias», sino en ese intento de unión del
análisis económico, de la teoría social, de la inter­
pretación histórica, de la perspectiva política y del
pensamiento filosófico: E l Capital era una tentativa
de realizar ]a filosofía y de superarla como simple
filosofía mostrando cóm o podía animar una com ­
prensión de la realidad fundamental de la época
— la transformación del mundo por el capitalismo—
comprensión que anim arla a su vez la revolución
com unista. Pero el elemento al que' el propio M arx
había concedido un papel central en esa unidad, el
análisis económico, resultaba insostenible. Debido
precisam ente al papel, no accidental sino esencial,
que desempeñaba en esa concepción (es M arx quien
dijo que «la anatom ía de la sociedad civil hay que
buscarla en la E conom ía P olítica», en el más cé-
1ebre de sus «Prólogos» ...) , arrastraba consigo en su
caída tanto los otros elementos com o la unidad del

40
conjunto. T iem p o me costó aceptar, poco a poco,
esta últim a consecuencia, y durante bastantes años
intenté m antener la totalidad inicial a costa de mo­
dificaciones cada vez m ás importantes — hasta que
éstas, al superar con mucho lo conservado del co n ­
junto original, se im pusieron global y definitivam en­
te— . E n aquella época, formulé en «Sur la dynamique
du capitalism e» (1 9 5 3 -1 9 5 4 ) las críticas a la teoría
m arxista que expuse brevemente m ás arrib a; lle­
gué tam bién a la conclusión de que el tipo de teo­
ría económ ica que M arx intentó elaborar no podía
ser desarrollado porque las dos variables principa­
les del sistem a, la lucha de clases y el ritm o y la
naturaleza del progreso técnico, quedaban por de­
finición indeterm inadas; indeterm inación que aca­
rreaba a su vez tanto la de la cuota de explotación,
com o la im posibilidad de obtener una medida del
capital realm ente significativa. E sas ideas, form ula­
das ya en la parte publicada de D C , han sido desa­
rrolladas en la parte inédita del texto (vol. I I de la
edición francesa) donde he intentado dem ostrar asi­
mismo que una teoría económ ica sistem ática del
tipo universalm ente buscado hasta el m om ento debe
volver a som eterse inevitablemente a la influencia
de las categorías de «racionalidad» económ ica del
capitalism o, — com o le ocurrió finalm ente al propio
M arx.
E sas conclusiones constituyeron el fundamento
de la parte económ ica de C M R ( 1 9 6 0 -1 9 6 1 ), texto
elaborado a partir de 1959. P ara desentrañar com ­
pletam ente sus im plicaciones, tuve, a partir de un
cierto m om ento, que poner en cuestión y finalm en­
te superar los otros elementos constitutivos de la uni­
dad m arxista original. Pero una de sus im p licacio­
nes inm ediatas, pronto dilucidada, desem peñó un
papel esencial en el desarrollo de mi trabajo y sos­
tiene los textos de cSur le contenu du socialisme>
{1 9 5 5 -1 9 5 8 ).
E l funcionam iento del capitalism o garantiza la

41
permanencia de un conflicto económico entre prole­
tariado y capital en .tomo a la distribución del pro­
ducto, pero ese conflicto no es, por su naturaleza
misma y como lo han confirmado los hechos, ni
absoluto ni insoluble; se «resuelve» a cada etapa,
vuelve a nacer en la etapa siguiente, y no provoca
más que nuevas reivindicaciones económicas, sa­
tisfechas a su vez tarde o temprano. Lo que da
como resultado la casi permanencia de una acción
reivindicativa del proletariado, de una importan­
cia fundamental desde una multitud de puntos de
vista y sobre todo por lo que respecta al mante­
nimiento de su combatividad, pero nada que le pre­
pare, de una forma u otra, a una revolución- socia­
lista. Y , a la inversa, si el funcionamiento del ca­
pitalismo fuera tal que la satisfación de las reivin­
dicaciones fuera imposible, si ef capitalismo produ­
jera una miseria y un desempleo crecientes de las
masas, ¿cómo podría afirmarse que fa vida misma
bajo el capitalismo prepara a estas para construir
una nueva sociedad? Parados hambrientos pueden,
como mucho, destruir el poder existente — pero ni
el paro ni la miseria les habrán enseñado cómo diri­
gir la producción y la sociedad— ; podrían, todo lo
más, servir de infantería pasiva utilizada por un
partido totalitario, nazi o estalinista, para llegar al
poder. Marx escribió que el proceso de acumulación
y de concentración del capital hace que crezcan
«la miseria, la opresión, la degeneración», pero
también «la rebeldía» del proletariado, «unificado y
disciplinado» por las condiciones mismas de la pro­
ducción capitalista. Pero no se ve muy bien en qué
prepara el trabajo en cadena a los que 1o soportan
a inventar de modo positivo una nueva sociedad. La
idea filosófica de Marx: que el capitalismo consi­
gue efectivamente enajenar y reificar completamen­
te al proletariado, filosóficamente insostenible, tie­
ne además consecuencias políticas inaceptables, y
una traducción económica precisa: la reificación del

42
. obrero significa en este caso que la fuerza de traba-
j- io no es e fe c tiv a m en te más que una mercancía, por
¡ lo tanto que su valor de cambio (salario) s ó lo está
: regido por las leyes del mercado, y que su valor
•de uso (extracción del rendimiento en el proceso
concreto de trabajo) s ó lo depende de la voluntad
y de la habilidad de su comprador. Y a vimos que
la primera afirmación es falsa; pero no menos falsa
es la segunda, ya que ignora que, en la vida de los
obreros en la fábrica y en el curso del trabajo, hay
también otro elemento que vamos a analizar ahora.

3. M ás allá d e l u n iv erso cap italista: s o b r e el c o n ­


ten id o d e l so c ia lism o

Si el socialismo es la gestión colectiva de la


producción y de la vida social por los trabajadoras,
y si esa idea no es un sueño de filósofo, sino un
proyecto histórico, debe poder encontrar su pro­
pia raíz en la realidad existente — como deseo y ca­
pacidad de los hombres de dar vida a ese proyecto.
No sólo es absurdo pretender, como Kautski y Le-
nin, que «la conciencia socialista debe ser introduci­
da en el proletariado desde fuera :s>; es además ne­
cesario que los gérmenes de esa conciencia se cons­
tituyan ya en el proletariado, y como el proletaria­
do no es genéticamente una nueva especie, eso sólo
puede ser el resultado de su experiencia del traba­
jo y de la vida en la sociedad capitalista. Esa expe­
riencia no podía ser, como la presenté años atrás
de modo abstracto en la PhCP, una experiencia so­
lamente política; tenía que ser total, permitir que
fuera capaz de dirigir la fábrica y la economía, pero
también — y sobre todo— de crear nuevas formas
de vida en todos los terrenos. La idea de que la re­
volución debía poner en cuestión necesariamente la
totalidad de la cultura existente no era. desde 1uego
nueva; pero, a decir verdad, nunca pasó de ser una
frase, una abstracción. Se hablaba por ejemplo de
poner la técnica existente al servicio del socialismo
y no se veía que esa técnica era, de a a z, la encar­
nación material del universo capitalista; se pedía
cada vez más educación para cada vez más gente,
o toda la educación para todo el mundo, y no se
veía (o precisamente, como los estalinistas, se pe­
día porque se veía) que eso significaba más capita­
lismo en todas partes, puesto que esa educación, en
sus métodos, su contenido, su forma y hasta su exis­
tencia misma como sector separado, era el produc­
to de miles de años de explotación llevado a su más
alta expresión por el capitalismo. Se razonaba como
si hubiera en los asuntos sociales (y hasta en cual­
quier asunto) una racionalidad en sí, sin ver que lo
único que así se hacía era reproducir la «raciona­
lidad» capitalista, que seguía encerrado en el uni­
verso que se pretendía combatir.
Esa voluntad de dar una forma concreta a la
ruptura con el mundo heredado en todos los terre­
nos anima los textos sobre «el contenido del socia­
lismo». Su programa, explícitamente formulado en
el primero (1955), era mostrar a la vez que los pos­
tulados decisivos de la «racionalidad» capitalista
habían sido conservados, intactos, en la obra de
Marx, y llevaban a conclusiones tan absurdas como
reaccionarias, y que la impugnación de las relacio­
nes capitalistas y de su «racionalidad» en el terre­
no del trabajo y del poder eran inseparables de su
impugnación en los terrenos de la familia y de la
sexualidad, de la educación y de la cultura, o de la
vida diaria. El X X Congreso del Partido Comunis­
ta ruso y las revoluciones polaca y húngara inte­
rrumpieron momentáneamente la redacción de ese
texto, y, sobre todo, nos llevaron a modificar la
elección de los temas explícitamente discutidos en
CS (1957 y t 958).
Sería difícil exagerar el estímulo y la fuente de

44
inspiración que representó la revolución húngara
para los que, como nosotros, habíamos pronosti­
cado desde hacía años que el proletariado se. suble­
varía necesariamente contra la burocracia, y que su
objetiva central sería la gestión de la producción
— abiertamente reclamada por los Consejos de los
trabajadores húngaros— . Pero tampoco podía su­
bestimarse la obligación que creaba de enfrentarse,
mucho más concretamente que antes, con los pro­
blemas que la revolución iba a encontrar tanto en la
fábrica como en la sociedad.
Por lo que respecta a la gestión de la produc­
ción en un sentido estricto, la discusión en CS 11 y
CS III partía de un nuevo análisis de la producción
capitalista efectiva, tal y como se desarrolla dia­
riamente en el taller. El obrero como valor de uso
pasivo al que el capital extrae el máximo de plusva­
lía que le es técnicamente posible obtener, el obre­
ro-molécula, objeto inerme de la «racionalización»
capitalista: ése era el doble objetivo — contradic­
torio— del capitalismo; pero, en tanto que con­
ceptos, se trataba de puros constructa ficticios e in­
coherentes, heredados por Marx, no consciente pero
sí íntegramente, y situados por él en el fundamen­
to de sus análisis. Recogiendo desde otro punto de
vista ideas que fueron en un principio solamente
filosóficas (formuladas ya en «Philosophie de la
conscience prolétarienne» y en otros textos anterio­
res), integrando la aportación de los compañeros
americanos (Paul Romano y Ria Stone [Grace Lee
Boggs] en The American Worker, Nueva York, 1947,
y en «L’ouvrier#américain», SB 1 a 5-6, 1949-50),
gracias también a fructíferas discusiones con Philippe
Guillaume, con compañeros de las fábricas Renault
y sobre todo con Daniel Mothé,‘ intenté mostrar cómo4
4. Véase, de D. Mothé, «Le probleme du journal ouvrier»,
SB 17, julio-septiembre de 1955, y «L’usine et la gestion
ouvriere», SB 22, julio-septiembre de 1957 (recogido en Jour­
nal d'un ouvrier, 1956-1958, París, Minuit, 1959).

45
el origen de la verdadera lucha de se encuen­
tra en la esencia del trabajo en la fábrica capi^laita,
com o conflicto perm anente entre, de un lado, el obre­
ro individual y los obreros autoorganizados infor­
malmente y, de o tro , e l plan d e producción y de
organización impuesto por la em presa. D e ahí la
existencia, en la sociedad actual, de una contra­
gestión obrera larvada, fragm entaria y cam biante;
y de una escisión radical entre organización oficial
y organización real de la producción, entre el modo
en que la producción debería desarrollarse según
Jos planes de las oficinas y su «racioonalidad» (que
equivale de h ech o a una construcción paranoica)
y el m odo en que se desarrolla efectivam ente, a pe­
sar y en contra de esa «racionalidad» (que, de apli­
carse, desem bocaría en un verdadero hundimiento
de la producción). L a presunta racionalización ca­
pitalista es un absurdo hasta desde el punto de
vista del miserable objetivo que se asigna, el m áxi­
m o de producción; y esto se debe, no a la « anar­
quía del m ercado»; sino a la contradicción funda­
m ental que im plica su organización de la produc­
ción : la necesidad simultánea de excluir a los obre­
ros de la dirección de su propio trab ajo y de hacer­
les participar (porque la producción se hundiría si
esa exclusión se realizara íntegram ente, com o se ha
com probado en un sentido m aterial — y literal— en
los países del este), de acudir constantemente a
ellos y a sus grupos inform ales, considerados a ve­
ces com o simples. tuercas en la m áquina produc­
tiva y a veces com o superhom bres capaces de re ­
solverlo todo — hasta los in creíb ^ s absurdos del
plan de producción que intenta imponérseles. E n ­
contram os esa contradicción, con todas las traspo­
siciones necesarias, en todos lo s niveles de organi­
zación de la sociedad; traspuesta literalm ente, casi
en los mismos térm inos, al nivel de la econom ía glo­
bal cuando a la anarquía del m ercad o se sustituye
la anarquía del «plan» burocrático, plan que sólo

46
funciona, comp en R u sia, en la medida en que, del
director de la fábrica al peón, lo que la gente hace
no es lo « p r e v is to ; o en la «política» contem porá­
nea, que hace todo lo que puede por apartar a los
hom bres de la dirección de sus propios asuntos y
le queja de la «apatía» de la población, cuyo o b je­
tivo constante es puram ente quim érico: ciudadanos
0 m ilitantes capaces de alcanzar en todo m om ento y
simultáneamente el grado máximo de entusiasm o y
el grado m máximo de pasividad; o, por último, en el
fundamento mismo de la educación y de la cultura
capitalistas. E se análisis de la producción m ostra­
ba que, tam bién ahí, M ^ com partió totalm ente los
postulados capitalistas: su denuncia de los aspectos
monstruosos de la fábrica capitalista nunca pasó de
aer una crítica exterior y moral; creyó ver en la téc­
nica capitalista la racionalidad misma, una raciona­
lidad que im ponía im placablem ente una — y sólo
una — organización de la fábrica, y convertía por
lo tan to esa organización en algo fundam entalm ente
racional; de ahí la idea de que los productores po­
drán atenuar sus aspectos más inhumanos, más
opuestos a su «dignidad», pero deberá buscar com ­
pensaciones fuera de la esfera del trabajo, e al otro
: lado de sus fronteras > [E l Capital, I I I , 7, X L V I I I ]
' (reducción de la jorn ad a de trabajo, etc.). Pero la
. técnica actual no es «racional» sin m ás, ni ine-
: vitable: es la en cam ación m aterial del universo ca-
kpitalista; puede ser «racional» por lo que respec-
! ta a los coeficientes de rendimiento energético de
|las m áquinas, pero esa «racionalidad» fragm enta­
: ria y condicional n o tiene ni interés ni significado
1 en sí misma; su significado depende de su rela-
f ción con la totalidad del sistema tecnológico de la
época, y éste no es un medio neutro que pueda
; ser puesto al servicio de otros fines, sino la m a-
te^rialización co n creta de la escisión de la sociedad;
r ya que toda m áquina inventada y puesta en ser-
r vicio bajo el capitalism o es ante todo un paso más

47

t
i
hacia la autonomización del proceso de producción
con respecto al productor, y por lo 'tanto hacia la
expropiación de éste no ya del producto de su ac­
tividad sino de su actividad misma. Desde luego, ese
sistema tecnológico no «determina», es inseparable
de una realidad que no es en cierto modo más que su
otra cara: la organización capitalista de la produc­
ción, o m ejor dicho, el plan capitalista de esa orga­
nización, constantemente combatido por los traba­
jadores. L a condición de ese com bate, de su perpe­
tuo renacimiento y de su éxito parcial,- es precisa­
mente la contradicción fundamental de esa organi­
zación, su exigencia simultánea de exclusión y de
participación de los productores. Contradicción ab­
soluta, en la medida en que el capitalismo afirma
a un tiempo el sí y el no; contradicción que no ate­
núa sino que lleva más bien al paroxismo el paso del
capitalismo privado al capitalismo burocrático inte..
gral; que no puede ser superada, ya que superarla
equivaldría a suprimir la escisión entre dirección y
ejecución, o sea su raíz misma; contradicción social,
o sea más allá de lo «subjetivo» y de lo «objetivo»,
ya que no es más que manifestación de la actividad
colectiva de los hombres y que las condiciones de
esa actividad y, hasta cierto punto, su propia orien­
tación, le vienen dictadas por el conjunto del siste­
ma instituido y se ven modificadas, en cada etapa,
por los resultados de la etapa precedente; contra­
dicción que es pues en buena medida independiente
de una conciencia en un sentido estricto, o de una
actividad, o de factores específica y estrictamente
«políticos» (ha sido tan intensa — o más— en las
fábricas americanas o inglesas que en las francesas);
contradicción histórica, e históricamente única, que
no traduce un eterno combate de la esencia humana
contra la reificación sino las condiciones específicas
creadas por el capitalismo, por la organización de las
relaciones de producción que éste impone, y por la
existencia de una tecnología evolutiva (tecnología

48
que ha — y le ha— puesto en m archa, y que está
ahora condenada a transformarse sin cesar en ^rn-
ción de las necesidades internas del sistema, y ante
todo de la existencia misma de la lucha en el seno
de la producción, que el sistema tiene que afrontar
— y que sólo puede afrontar— mediante esa trans­
form ación). E sa contradicción, por ^último, es el
elemento esencial, el único elemento, que pe^rmite
dar un auténtico fundamento al proyecto de la ges­
tión colectiva de la producción, al poner de mani­
fiesto que la vida m ism a en la empresa capitalista
prepara esa gestión.
S e desprendía claram ente de estos análisis que
el objetivo, el verdadero contenido del socialism o, no
eran ni el crecim iento económico, ni el consumo m á­
xim o, ni el aumento de un tiempo libre (vacío) en
cuanto tales, sino la restauración, o m ejor dicho, la
instauración p o r vez prim era en la historia, de la do­
minación de los hom bres sobre sus actividades y por
lo tanto sobre su principal actividad: el trab ajo ; que
el socialism o no se refiere únicamente a los presun­
tos «asuntos im portantes» de la sociedad, sino a la
transformación de todos los aspectos de la vida y en
particular a la transform ación de la vida diaria, «el
primero de los asuntos importantes» ( CS, 1 957). N o
hay aspeco de la vida donde no nos enfrentemos con
el carácter esencialmente opresor de la organización
capitalista de la sociedad, ninguno que no haya que
. transformar. Ninguno, desde luego, en el que ésta
haya desarrollado una racionalidad «neutra»* la tec­
nología existente deberá ser también transformada
conscientemente por una revolución socialista, por­
que su mantenimiento si^ ifíca ría ipso ja cto el re­
. nacim iento de la escisión dirigentes-ejecutantes (de
ahí que la carcajada hom érica sea la única respues­
ta posible a los que pretenden que pueda haber la
. menor diferencia social fundamental entre R usia y
■C hina por un lado y los Estados Unidos y Francia
l por otro). L a s «evidencias» del sentido común bur-

49
gués deben ser implacablemene r e c h ^ d a s y denun­
ciadas; una de las más catastróficas, aceptada también
por M arx, es la de la necesidad de la desigualdad de
los salarios durante el «período de transición» («a
trabajo igual, salario igual»), fundada sobre otra «evi-
individualmene el producto a «su» productor (que
constituye, dicho sea de paso, la base tanto de la
dencia» burguesa, o sea la posibilidad de «atribuir»
teoría del valor de M arx com o de su teoría de la
explotación, cuyo verdadero fundamento viene a ser
la idea del artesano o del campesino que considera
que el fruto de « su » rabajo «le» pertenece). No
puede haber revolución socialista si no se instaura
desde el primer día la igualdad absoluta de los sa­
larios y los ingresos de todo tipo, único medio de
eliminar de una vez para siempre el problema de la
distribución, de permitir que la verdadera demanda
social se exprese sin deformación y de destruir la
mentalidad de h om o econ om icu s consubstancial con
las instituciones capitalistas. (Observemos que los
« autogestionarios» que proliferan curiosamente des­
de hace unos cuantos años a todos los niveles de la
jerarquía social guardan un respetuoso silencio sobre
el asunto; muy ingenuo habría que ser para encon­
trarlo asombroso.)
Pero el problema más düícil de la revolución no
se sitúa al nivel de la fábrica. E s indudable que los
trabajadores de una empresa pueden dirigirla con
eficacia infinitamente superior a la del aparato bu­
rocrático, y no faltan ejemplos que lo demuestran
(de la Rusia de 1 9 1 7 -1 9 , la Cataluña de la guerra
civil y la revolución húngara hasta las fábricas Fiat
de hoy, y hasta las ridículas tentativas actuales de
ciertas firmas capitalistas para dar más « autonomía»
a los grupos de obreros en el trabajo). Se sitúa al ni­
vel de la sociedad global. ¿Cómo asumir la gestión
colectiva de la econom ía, de las funciones «estata­
les» que subsistan, de la vida social en su conjunto?
La revolución húngara fue aplastada por los tan-

50
ques rusos; de no haberlo sido, hubiera tenido que
enfrentarse inevitablemente con el problema. Entre
los refugiados húngaros en París, la cuestión bro­
tó inmediata y espontáneamente, pero la confu­
sión, aunque comprensible, era enorme. El texto
CS ( 195 7) intentó dar una respuesta (teórica) al
problema, mostrando que la clave de la solución só­
lo podía darla, no la trasposición mecánica del mo­
delo de la fábrica auto-dirigida, pero sí la aplicación
de los mismos principios esenciales al conjunto de la
sociedad. El poder universal de los Consejos de tra­
bajadores (idea defendida desde hacía muchos años
por Antón Pannekoek, y a la que el ejemplo húnga­
ro daba nueva fuerza), ayudado por dispositivos téc­
nicos desprovistos de todo poder propio («fábrica
del plan», mecanismos de difusión de la información
pertinente, inversión del sentido de la circulación de
los mensajes que caracteriza a la sociedad de clases,
o sea decisiones de abajo a arriba, e informaciones
de arriba a abajo), constituye una solución que eli­
mina al mismo tiempo la pesadilla de un «Estado»
separado de la sociedad. Ni que decir tiene que eso
no suprime los problemas propiamente políticos de
la orientación global de la sociedad y de su traduc­
ción en y por decisiones concretas; pero si los tra­
bajadores, si la colectividad en general, son incapa­
ces de resolverlos, nadie puede hacerlo en su lugar.
Lo absurdo de todo el pensamiento político recibido
consiste precisamente en querer sustituir a los hom-
ibres en la solución de sus problemas en el momen­
to en que el único problema político de los hom­
bres es precisamente ese: cómo pueden los hom­
bres llegar a ser capaces de resolver ellos mismos
aus propios problemas. O sea que todo depende de
esa capacidad, y no es sólo vano, sino intrínsecamen-
■te contradictorio buscar ya sea un «sustituto» (bol-
( chevismo) ya sea una «garantía objetiva» Qa casi
¡ totalidad de los «marxistas» de hoy).
[ * Se planteaba entonces inmediatamente cuestión

! 51
del estatuto de una organización revolucionaria.
Q uedaba definitivamente claro, y se afirm aba no
menos claram ente, que en ningún momento, y ba­
jo ningún pretexto, podía esa organización, que se--
guía — y sigue— siendo indispensable, buscar, so
pena de dejar de ser lo que quería ser, un papel
«dirigente» de cualquier tipo. E so no significaba que
era supérflua, muy al contrario, sino que había que
definir su función, su actividad y su estructura de
modo radicalm ente diferente. Dos años más tarde,
cuando los acontecim ientos de mayo de 1958, al lle­
var al grupo SB a un cierto número (muy relativo,
desde luego) de simpatizantes que querían actuar de
modo concreto, plantearon brutalm ente la cuestión
de la organización, una nueva escisión 5 nos separó
de Claude Lefort y de otros com pañeros, que aban­
donaron el grupo en función de diferencias de
fondo sobre el tema. Para nosotros, la única posi­
ción coherente era (y sigue siéndolo para mO que
la función de la organización revolucionaria es fa ­
cilitar tanto las luchas cotidianas de los trabajado­
res com o su paso a los problemas universales de la
sociedad — paso que la organización actual de ésta
impide por todos los medios— , que sólo puede
cum plirla a través de una lucha contra las mistifi­
caciones ideológicas reaccionarias y burocráticas y,
sobre todo, gracias al carácter ejem plar, tanto de un
modo de intervención que tienda constantemente a
la dirección de sus luchas por los trabajadores mis­
mos, com o de su propia existencia de colectividad
auto-dirigida (PO , 1959, 1 y 2).

5. TVéase los textos de la primera discusión en SB 10,


julio-agosto de 1952 («La direction prolétarienne», del autor,
y, de C. Lefort, «Le prolétariat et le probleme de la directíon
révolutionnaire» ); el texto de Lefort ha sido trad. como cap. 4
de ¿Qué es la burocracia?; sobre la discusión de 1958, véase
«Organisation et Partí» de Lefort, SB 26, noviembre-diciem­
bre de 1958) y la respuesta del autor (PO, 1959, 2). (NdT).]

52
4. E l capitalism o m o d ern o (1 9 5 9 -1 9 6 0 )

E l no aceptar ni el «sustitucionallsm o» bolchevi­


que ni las «garantías objetivas» m arxistas nos obli­
gaba a enfren tam os con el verdadero problem a: la
capacidad de los hom bres de asumir colectivam en­
te la gestión de sus propios asuntos. Y a ese res­
pecto, a lo que asistíam os en F ran cia en aquel m o­
m ento e ra a la instauración de la V R ep ú blica, o
sea a la entrada definitiva del país en la etapa del
capitalism o m oderno, que sólo había sido posible
debido a una pasividad política sin precedentes de
la población, y eso ante una crisis d e régim en de
primera magnitud. E n los otros países d esarrolla­
dos, la situación era en el fondo idéntica. N o se
trataba de una «apatía» provisional, y m enos aún de
uno de esos «reflujos» coyunturales de la m eteoro­
logía trotsquista. L a sociedad capitalista m oderna
provocaba y desarrollaba una privatización sin pre­
cedentes de los individuos, y no sólo en la esfera p ­
o
lítica en un sentido estricto. L a «socialización» e x ­
terior, llevada al paroxism o, de todas las activida­
des hum anas, iba a la par con una «desocialización»
de la que tam p oco h ab ía precedentes; en ese de-
aierto superpoblado en el que se convertía la socie­
dad, la retirada de la población de todas las insti­
tuciones aparecía claram ente com o producto y cau ­
la a la vez de su burocratización acelerada, — a fin
de cuentas com o un simple sinónimo de esa b u ro ­
cratización— .
i L o s análisis anteriores se unificaban ahora en
tom o a una visión global. L a burocratización, com o
proceso dom inante de la vida m oderna, encontr()l u n
m odelo en la organización de la producción especí­
ficam ente cap italista— y eso bastaba ya para diferen-
;ciarla radicalm ente del «tipo ideal» de la b u ro cra­
c ia w eberiana— , pero, desde ahí, invadía el conjunto
la vida social. A su lógica se som etían cad a vez

53
más el Estado, desde luego, y los partidos y las
empresas — pero también la medicina, la en señ ^ -
za, el deporte o la investigación científica— . Porta­
dora de la «racionalización», causa eficaz del cam­
bio, engendraba en todas partes irracionalidad, y sólo
vivía de inmovilismo; su simple existencia multipli­
caba al infinito o creaba ex nihilo problemas que
nuevas instancias burocráticas intentarían a su vez
resolver. Lo que Marx consideraba «organización
científica», y Max Weber «forma de autoridad ra­
cional», resultaba ser la antítesis exacta de toda ra­
zón, la producción en serie de lo absurdo, y, como
escribí más tarde ( M TR, 1965, 2) la seudo-raciona-
lidad como manifestación y forma soberana de lo
imaginario en la época actual.
¿Cuál es la raíz d$ ese desarrollo? Hemos dis-
' cutido del asunto desde diversos puntos de vista,
pero la discusión sigue siendo insuficiente y habría
que volver extensamente sobre el tema; no sabemos
prácticamente nada, exceptuando algunos encade­
namientos externos, sobre ese destino de Occiden­
te impuesto ahora a todo el planeta, que ha trans­
formado el logos de Heráclito y de Platón en una lo­
gística irrisoria y mortal. Pero, ¿qué es lo que le
permite vivir, qué es lo que sostiene día tras día el
funcionamiento y la expansión del capitalismo bu­
rocrático moderno? No sólo el sistema se auto-con­
serva y se auto-reproduce (como todo sistema so­
cial); es, además, « autocatalítico» : cuanto más ele­
vado es el grado de burocratización alcanzado, ma­
yor es la rapidez de la burocratización ulterior. Sis­
tema que lo «económico» impregna totalmente^ su
razón de ser — '«real», psíquica e ideológica— es la
expansión continua de la producción de «bienes y
servicios» (que, desde luego, sólo son tales en fun­
ción del sistema de significaciones imaginarias que
el sistema impone). Si esa expansión de la produc­
ción sufre fluctuaciones, si va traqueteando de acci­
dente en accidente (porque en ese sistema la recu-

54
rrencia de accidentes es inevitable), no desemboca
sin embargo en crisis económicas profundas, ya que
tanto la gestión del conjunto de la actividad econó­
mica por el Estado como el peso específico enor­
me de éste le permiten mantener un nivel de de­
manda global suficiente; tampoco limita esa expan­
sión el nivel de compra de las masas: la elevación
continua de éste es precisamente la condición de
la supervivencia del sistema. Si es la lucha de cla­
ses lo que logró imponer gradualmente al capitalis­
mo la subida del salario real, la limitación del paro,
la disminución de la duración de la vida, del año y
de la jornada de trabajo, el aumento de los gastos
públicos — y por tanto una ampliación continua del
mercado interno— , el propio capitalismo acepta hoy
en día esos objetivos, porque ve en eUos, y con ra­
zón, no amenazas mortales, sino las verdaderas con­
diciones de su funcionamieno y de su supervivencia.
«El consumo por el consumo en la vida privada, y
la organización por la organización en la vida colec­
tiva» se han convertido en las características fun­
damentales del sistema. (CMR, 1960-1961).
Ese es, al menos, el «proyecto capitalista bu­
rocrático». Pero hay que comprender que ese pro­
yecto no representa, por motivos intrínsecos, más
que la mitad, por decirlo así, de la situación actual :
porque su realización total (como la realización de
. los objetivos de la dirección al nivel de la fábrica)
; provocaría su hundimiento total. Encuentra su lími-
' te interno en la reproducción, refractada al infini-
t to, de la escisión entre dirección y ejecución en el
1 seno del propio aparato burocrático, que hace que
" hasta las funciones de dirección tengan que ser efec­
tuadas, no mediante la observación, sino mediante
Í la transgresión de las propias reglas en las que se
f fundan; y otro aún más importante, en esa misma
í privatización del conjunto de la sociedad que susci-
i ta constantemente, y que es su cáncer (como lo ates-
¡ tigua el descubrimiento de la «participación» por los

55
pensadores del gobierno y de los patronos); porque,
como en la em presa, es im posible gobernar la so­
ciedad si los hom bres están ausentes. E n cu entra su
límite estricto en la lucha de los hom bres, que tom a
ahora form as nuevas (y, por ser nuevas, los marxis-
tas no las descubrieron hasta que les saltaron lite­
ralmente a la vista — en 1968, por ejem plo— •), en la
im pugnación 6 de individuos y grupos, que la buro-
cratízación (y la arbitrariedad, el despilfarro y el
absurdo que constituyen sus productos orgánicos)
lleva, a todos los niveles de la vida social, a poner
en cuestión las form as instituidas de organización
y de actividad; im pugnación que para serlo real­
mente tiene que ser al mismo tiem po «búsqueda de
nuevas form as de vida, que expresa una tendencia
a la autonom ía» (C M R , 1 9 6 4 ).
A sí com o los obreros sólo pueden defenderse con­
tra el plan burocrático de organización de la produc­
ción desarrollando una contra-organización inform al,
las m ujeres, los jóvenes o las p arejas — por ejem plo—
tienden, en otros sectores, a com batir la antigua orga­
nización patriarcal instaurando nuevas actitudes y nue­
vas relaciones. F u e en p a rá ca la r esa perspectiva lo
que nos permitió com prender y señalar, desde aquel
m om ento, que los problem as que planteaba la ju ­
ventud contem poránea, estudiantil o no, no tradu­
cían un «conflicto de generaciones», sino la ruptura
entre una generación y el conjunto de la cultura ins­
tituida (C M R , 1 9 6 0 -1 9 6 1 ).
E sa impugnación generalizada significa) ipso
fa c to — producto y causa— la dislocación progresi­
va tanto del sistema de reglas de la sociedad estable­
cida com o de la adhesión interiorizada de los indi-

6. [Traducimos por impugnar o poner en cuestión el


francés contester (poner en duda —--con palabras o con actos—
la validez o legitimidad de una afirmación, un hecho o una
institución); nos ahorraríamos tan poco interesante aelaradón
de no tender a imponerse los absurdos contestar y contesta­
ción en la prensa española. NdT.]

56
viduos 'a esas reglas. E n pocas palabras, y simpli­
ficando: no hay ni una sola ley, actualmente, que
lea observada por motivos que no sean la sanción
penal. La crisis de la cultura contemporánea — como
la de la producción— no puede ser ya vista como
simple «inadaptación» o desajuste, ni siquiera como
«conflicto» entre las fuerzas nuevas y las fuerzas
antiguas. También en eso es el capitalismo una no­
vedad antropológica absoluta: la cultura estableci­
da se hunde desde dentro sin que pueda decirse,
a escala macrosociológica, que otra — nueva— haya
madurado «en el seno de la sociedad antigua».
E l problema de la revolución se refería ahora
por lo tanto — y no sólo en abstracto— al conjun­
to de las esferas de la vida social, y a su interrela­
ción. Que las corrientes marxistas tradicionales se
ocuparan de modo exclusivo de economía o de «po­
lítica» era precisamente una manifestación esencial
de su carácter reaccionario. Porque «el movimien­
to revolucionario debe dejar de parecer como un
movimiento político en el sentido tradicional del
término. La política tradicional ha muerto, y por
buenas razones (...) ; el movimiento debe aparecer
como un movimiento total, preocupado por todo
lo que los hombres hacen y soportan en la socie­
dad, y ante todo por su vida cotidiana real» (C M R ,
1960-1961).
Llegamos así a romper el último lazo que nos
unía al marxismo tradicional (ruptura que provocó
otra, con los que, en el grupo SB, después de ha­
ber aceptado paso a paso las premisas, rechazaban
ahora la conclusión). La burocratización generali­
zada, la disminución relativa de la importancia del
problema económico en los países avanzados, la cri­
áis de la cultura establecida, una impugnación vir­
tual que invadía todos los sectores. de la vida social
Í f que existía potencialmente en todas las capas de
a población (excepto en la í^ima minoría que ocu­
pa la cumbre, claro está) — todos esos factores sig­

57
nificaban que ya no era posible, ni definir el socia­
lismo únicam ente en función de la transfonnación
de las relaciones de producción, n i presentar al
proletariado com o depositario privilegiado del pro--
yecto revolucionario. Y hasta la noción misma de
división entre dirigentes y ejecutantes ya no pro­
porciona un criterio estricto de distinción entre cla­
ses, puesto que, en el com plejo de pirámides buro­
cráticas interpenetradas que constituye la organi­
zación social, la im portancia de las capas de dirigen­
tes puros y de ejecutantes puros disminuye cons­
tantem ente (CM R, 1 9 6 4 ). E l concepto mismo de
explotación, si se le tom a en su acepción económ i­
ca más estrecha, se convierte en algo indeterm i­
nado; un m arxista contem poráneo no tiene más re­
medio que afirm ar sim ultáneam ente — y es además
lo que suele hacer, con un intérvalo de unas cuantas
líneas o de unos cuantos días— que el obrero ame­
ricano es explotado por el capital am ericano y que
se aprovecha él mism o de la explotación del T ercer
M undo. ¿Q uiere eso decir que la revolución sólo
tiene sentido — y que sólo son capaces de hacerla—
los campesinos africanos, o los parados hambrientos
de Calcuta? Esa es al menos la conclusión a la que
llegó en aquella época una categoría particular de
especialistas de la confusión, cuyo portavoz más
conocido fue Fanon. Y nunca fue más difícil encon­
trar una correlación — aunque fuera a largo plazo—
entre capas más «explotadas» y capas más com ba­
tivas: no son los obreros industriales los que, des­
de hace diez años, han presentado las reivindicacio­
nes más radicales. Finalm ente, es el concepto mis­
mo de clase — hasta com o concepto descriptivo so-
ciológico-em pírico, pero sobre todo con el peso so-
ciohistórico y filosófico que M a rx le había dado
— lo que dejaba de ser pertinente para comprender
la sociedad m oderna— . P ero eso no significaba, ni
mucho menos, que los únicos movimientos que eran
ahora posibles o progresivos eran los de categorías

58
«m arginales> o m inoritarias— com o ib a n a afirm ar­
lo m ás o m enos tajan tem ente algunos m ás tarde,
convirtiendo así lo que era en el m arxism o privile­
gio positivo del proletariad o en privilegio negativo,
pero siguiendo en cerrad o s en el m ism o universo
m ental— . A l co n tra rio : b a jo nuevas fo rm as, el p ro ­
y ecto rev olu cion ario se refería en m ayor grado que
nunca a la «in m en sa m ayoría>, a la ca si totalidad
de los h om bres. P ero que en esa totalid ad el prole­
tariado industrial conserve un estatuto soberano,
co m o creía M arx , o sim plemente privilegiado, ya no
es cie rto ; y tan to m ayo de 1968 co m o la acción en
los E stad o s U n id os co n tra la guerra del V ietn am
han ap ortad o pruebas suplem entarias al respecto.

5. R u ptu ra co n e l m arxism o (1 9 6 0 -1 9 6 4 )

¿N o hubiera sid o posible m antener la substan­


c ia de esos análisis y de esas p osicion es y seguir
presentándolos con un ropaje m arxista, afirm ar que
constituían su co n tin u ación y con servaban su ver­
dadero espíritu? E n cierto sentido, m od estia apar­
te, es lo que h a cía n efectivam ente, y que yo sepa,
son los únicos que lo hayan h ech o d urante ese pe­
ríodo h istórico. P e ro se llegaba a un p unto en que
para con tinu ar h a b ía que destruir — salvar quizá el
■espíritu pero destruir el cuerpo— . L o que h ab ía m uer-
1 to, irrem ed iablem ente — com o program a, co m o con-
•ju n to de form as de organización y de lu ch a, com o
i vocabulario, com o sistem a de rep resentaciones m ás
o m enos m íticas— , no era sólo el m ovim ien to obre-
■ ro trad icio n al; m ás allá de los concep tos que le da­
ban tal o cual fo rm a particular, el cu erp o m ism o
: de la teoría de M a rx , gigantesco cad áv er em balsa-
(■ mado (y p rofanad o al mism o tiem po p o r esa grotes-
¡ ca m om ificación ), se h abía convertido en el principal

59
t.
obstáculo que se oponía a una reflexión nueva so­
bre los problemas de la revolución. De lo que se
trataba no era ya de la coherencia, del valor «prác­
tico» o de la exactitud de tal o cual teoría económi­
ca o concepción sociológica de M arx, sino de la
totalidad de un sistema de pensamiento y, en su
centro, de una filosofía de la historia — y de una
filosofía a secas— . ¿Qué sentido — privilegio o ficción
piadosa— podía tener entonces el apelar a M arx?
De lo que nosotros considerábamos esencial, casi
nada lo fue para M arx; de lo que fue esencial para
M arx, casi nada lo era para nosotros, excepto el
término revolución, que actualmente casi todo el
mundo emplea, y la búsqueda apasionada de lo
verdadero y — pese a lo que haya podido decir al
respecto— , de lo justo, que no comenzó con él
y que no acabará con nosotros.
Esbozadas en 1959, en una «Nota sobre la filo­
sofía marxista de la historia» difundida en el seno
del grupo S. ou B . junto a la primera versión de
CM R (1 9 6 0 -1 9 6 1 ), formuladas claramente en CM R
(1 9 6 4 ), las razones de esa ruptura fueron expuestas
de modo más explícito en M T R (1 9 6 4 -1 9 6 5 ). Utili­
zando el material acumulado por la etnología y la
experiencia de la evolución de los antiguos países
coloniales después de conseguida la independencia,
pero sobre todo lo crítica interna de los conceptos,
la discusión de la teoría marxista de la historia
m ostraba que ésta había constituido una anexión
arbitraria (por muy fecunda que haya podido ser
teóricam ente) del conjunto de la historia de la hu­
manidad a los esquemas y a las categorías del o c­
cidente capitalista; la crítica de la filosofía marxista
de la historia, y de la filosofía marxista en el
sentido más amplio, mostraba que, tras el vocabu­
lario «materialista», se escondía una filosofía racio­
nalista, auténtico y simple hegelianismo trastocado,
o sea hegelianismo a secas, con tantos misterios y
lechos de Procusto como éste.

60
Q ue no se tra ta b a en este caso de una crítica
e:exterior», bastan quizá para probarlo veinte años
de esfuerzos consagrados a desarrollar los con cep ­
tos de M arx , y a aclararlos utilizándolos para acla­
rar la historia m undial en una de sus fases m ás tur­
bulentas. Pero la crítica del m arxism o — de ahí, en
parte, que sea ta n difícilm ente escuchada y com ­
prendida— se en fren ta con una serie de dificulta­
des que provienen del carácter no ya particular (ob­
servación puram ente tautológica) sino absolutam ente
único de la obra de M arx.
L a prim era de esas dificultades es que en con ­
tram os en M arx, no digamos ya «con trad icciones»
— son innum erables, co m o en todo gran pensador— ,
ni siquiera una o p o sició n entre una in tención ini­
cial y el «sistem a» en su forma acabad a (eso tam ­
bién puede decirse de H egel), sino una antinom ia
central entre lo que he llamado los dos elem entos
del m arxism o. E l prim ero, que introduce efectiva­
m ente una torsión rad ical en la historia de la so­
ciedad o ccid en tal, y que aparece sobre todo en los
escritos de juventud (que los «racionalistas vulga­
res», A lthusser y los suyos, consideran hoy con
perfecta razón «pre-científicos»), que vuelve a sur­
gir periódicam ente, pero con frecu en cia cada vez
m enor, en la historia del marxismo, nunca fue real­
mente desarrollado; en el fondo, lo que de él que­
da es el fulgor de unas cuantas frases, m ás Qien se­
ñales de orien tación e indicaciones de investigación
que reflexión realizada, y algunas descripciones so­
cio-h istóricas ejem plares e incom parables. E l se­
gundo elem ento, que es, o casi, el único que se
m anifiesta y es elaborad o en el M arx de la «m adu­
rez» y del «sistem a», y que se ha im puesto de modo
aplastante en la posteridad teórica y p rá ctica del
m arxism o, representa el rem anente profundo del
universo capitalista de su época en el pensam iento
j de M arx (y aún m ás, desde luego, en el de los epí­
gonos). M arx quiso h acer una crítica de la econo-
mía política, pero e l resultado sigue siendo una
econom ía política (errónea, además; pero aunque
hubiera sido «correcta» n o hubiera cam biado nada;
conviene sin em bargo no olvidar que es además
errónea, entre otras. razones, p o rq u e sus axiomas
son los del capitalism o, porque la form a teórlca
que quiere alcanzar es la de una ciencia positiva,
y lo m ism o puede decirse de su m étodo: esquem a­
tizando, una abstracción que perm itiera la cuantifi-
cación). A la interpretación viva de una historia que
crea permanentemente lo nuevo se sustituye una pre­
sunta teoría de la historia que clasifica sus etapas
pasadas y le asigna su etapa por venir; la historia
com o historia del hom bre que se produce a sí mis­
mo se transform a en p rod ucto de una evolución téc­
nica todopoderosa (evolución que en esa concepción
es por definición autónoma, so pena de limitarse a
la vulgar afirm ación tautológica de la interacción
recíproca de los elem entos de la vida social), y que,
además de ser inexplicablem ente progresiva, garan­
tiza un porvenir com unista a la humanidad. Y el
único resultado de la superación de la filosofía es
una metafísica «m aterialista» cuyo único rasgo ori­
ginal consiste en su m onstruosa capacidad de copu­
lar trans-específicam ente con una «dialéctica» trans­
form ada en la ley de la naturaleza — copulación
que, com o era de esperar, sólo logra dar vida a
productos estériles (sus últimos representantes son
por el momento los althusserianos, curiosa variedad
intelectual del asno). E n cuanto a la proyectada
solución del problem a de la relación entre la inter­
pretación y la transform ación del mundo, vino a
desem bocar, históricam ente, en una disociación en­
tre una teoría especulativa de tipo tradicional y una
política burocrática que aporta elementos induda­
blem ente nuevos, pero sólo en el terreno de los mé­
todos de terror, de engaño y de opresión. E l enigma
de la praxis había dado a luz, a la postre, a una

62
vulgar práctica-técnica de manipulación de los mi­
litantes y de las masas.
Verdad es que nunca hay que reducir el pen­
samiento de un gran autor a unas cuantas tesis.
¿Pero qué hacer cuando se ha encerrado él mismo
en ellas? No menos cierto es que sería estúpido su­
poner que los dos elementos antinómicos que dis­
tinguimos se encuentran separados de modo riguro­
so y neto en los escritos de Marx; encontramos ex­
presiones del primer elemento en textos muy tar­
díos, y un naturalismo craso en más de un pasaje
de la Id e o lo g ía A le m a n a . Pero la historia misma se
ha encargado de resolver la dificultad: lo que ha
triunfado, muy rápidamente, es el primer elemento,
no el segundo. Si el marxismo es verdadero, enton­
ces, según sus propios criterios, su verdad históri­
ca efectiva se encuentra en la práctica histórica efec­
tiva que ha animado: o sea, a fin de cuentas, en la
burocracia rusa y china — W eltg esch ich te ist W elt-
g erich t — . Y si no se acepta la conclusión, entonces
hay que rechazar también la premisa y admitir que
el marxismo no es más que un sistema de ideas en­
tre otros sistemas de ideas. Apelar contra el juicio
de la historia efectiva ante la obra de Marx como
pensador es, en primer lugar, tratar a Marx como
un puro pensador, o sea lo que precisamente no
.quiso ser, y situarle además en el mismo plano que
otros grandes pensadores, cosa que desde luego me­
.rece, pero que le priva de todo privilegio (no contin­
gente) frente a Platón o a Aristóteles, a Spinoza o a
Hegel. ¿No hay en el fondo una arrogancia real­
mente increíble en ese intento de salvar a Marx con­
tra el propio Marx? ¿Y una pura simpleza en esa
voluntad de garantizarse la existencia de un autor
infalible pretendiendo que no sabía muy bien lo
que decía al escribir el «Prefacio» a la C rítica d e
la e c o n o m ía política?
, Pero nadie, precisamente — de ahí una dificultad
aún mayor— puede discutir de Marx (como nadie

63
puede discutir de Freud) com o si se tratara de A ris­
tóteles o de K ant; no se trata de saber lo que un
pensador solitario podrá volver a pensar en 2 9 7 2 ,
partiendo de M arx, sino de lo que constituye, desde
hace un siglo, la presencia de M arx en la historia
contem poránea, que n o tiene nada que ver con la
de L ao -tse, Duns E sco to o hasta K ierkegaard. Y esa
presencia no proviene de la com plejidad o de la su­
tileza que intentaría reproducir el filósofo que vuel­
ve a pensar la obra, sino de lo que, en la obra, es
tesis efectiva, presentada com o tal. L a presencia de
M arx en la historia contem poránea no es la de un
gran pensador que invita a la propia superación,
sino la del fundador de una gran religión laica-«ra-
cio n alista», la del padre de un m ito político con
ropaje científico (y ésa es, por cierto, una de las
razones de la increíble esterilidad teórica del movi­
m iento m arxista desde la m uerte del fundador, es­
terilidad sobre la que los que hoy en día quieren
«volver a pensar a M arx» prefieren no interrogarse
— otra curiosa m anera de ser «fiel» a M arx). Para
volver a encontrar — de ser eso posible— a Pla­
tón, a A ristóteles o a K ant, hay que empezar por
romper el conglom erado de interpretaciones que si­
glo tras siglo les ha enterrado y al mismo tiempo
mantenido en vida. Para volver a encontrar a M arx,
hay que empezar por h acer saltar en pedazos al
propio M arx . E s a es su situación histórica para­
dójica, y el precio pagado por su destino, absoluta­
mente único, de Profeta científico, que no quiso ser
ni N ew ton ni M ahom a pero no es ajeno al hecho
de que pase por ser los dos a la vez.
V erdad es que no hay lím ite, y es ésa una de
las cosas más asom brosas que nos muestra la his­
toria, a la transform ación, a la transubstanciación
que las épocas ulteriores pueden imponer a una gran
obra. T od avía hay científicos incultos (no se trata
forzosam ente de un pleonasm o) que van repitiendo
que el desarrollo de la ciencia m oderna exigía que

64
se destruyera el dogmatismo de Aristóteles, cuando
basta tener ojos para leer, para saber que, de todos
los grandes filósofos, Aristóteles es uno de los me­
nos «dogmáticos>; que hay en sus textos una mul­
titud de aporías conscientes, de mterrogaciones abier­
tas, da análisis que acaban con un: «pero sobre
esto tendremos que volver>... De ese autor, la Edad
Media consiguió hacer durante siglos una fuente de
Verdad — de toda la Verdad: ipse dixit. Aberración
de la Edad Media, no de Aristóteles. Quizá la épo­
ca contemporánea hubiera conseguido, de todas
formas, convertir la obra de Marx en esa Biblia que
nadie lee realmente, y que pasa por lo tanto con
tanta más facilidad por depósito y garantía de la
verdad revolucionaria. Pero lo que no hay que in­
tentar olvidar es que la obra se presta demasiado
fácilmente a la operación.
¿Por qué se presta a ello? Porque en ella se en­
carna el último gran avatar del mito racionalista de
occidente, de su religión del progreso, de su combi­
nación, históricamente única, de revolución y de
conservación. El marxismo prolonga, tanto en el pla­
no práctico como en el plano teórico, la serie de
las revoluciones del mundo occidental desde el si­
glo XVII, nevándola explícitamente hasta su límite
aparente; pero, bajo su forma acabada, sistemática
y realizada, conserva lo esencial del universo racio­
nalista-burgués, al nivel más profundo. De ahí su
cprogresismo> esencial, la corfanza absoluta en
una razón de la historia que lo habría pr^arado
todo secretamente para nuestra futura felicidad y en
su propia capacidad de descifrar el trabajo de esa
razón; de ahí la forma seudo-«científica> del des­
cifre; de ahí el peso decisivo de conceptos como el
de trabajo o el de producción, el acento exclusivo
puesto en el desarollo de las fuerzas productivas.
Bien parecido en ese punto a todas las religiones,
■contiene la dosis necesaria de ^^maciones senci-
'flas y fuertes para los humüdes creyentes y de am­

65
bigüedades sutiles para alimentar las discusiones
sin fin de los doctores y sus excomunicaciones recí­
procas. Junto al cientificismo vulgar, a uso del mi­
litante medio, encontramos, para uso del marxista
«refinado», y según los gustos, la filiación hegeliana,
los enigmas de la realización de la plusvalía o del
descenso de la cuota de ganancia, la deslumbrante
agudeza de los análisis históricos, la gran teoría;
pero esa teoría sigue siendo especulación, en el sen­
tido precisamente que el propio Marx y Lukacs (el
de 1923) daban al término: teoría que es contem­
plación, visión, viniendo después la práctica, como
una aplicación. Hay una verdad a poseer, y sólo la
teoría la posee — ése es el postulado último que
Marx, por mucho que haya podido decir en algunos
momentos, comparte con la cultura de su época, y
más allá de las fronteras de esa época, con toda
la historia del pensamiento grecooccidental— . Hay un
ser «por ver», tal y como es — y una vez visto, lo
esencial, si no todo, ha sido dicho— . Marx tuvo un
momento la genial intuición de que había que salir
de esa vía que va de Parménides a Heidegger, a lo
largo de la cual el aspecto visto, el objeto de la es­
peculación, ha cambiado desde luego siempre, pero
no la relación de especulación entre el ser y su
theoros — pero volvió rápidamente a ella— . Lo qúe
quedó oculto así una vez más es que el ser es esen­
cialmente un «por-ser», que la visión misma se en­
gaña sobre sí misma cuando se cree visión, puesto
que es esencialmente un hacer, que todo eidos es
eidos de un pragma y que el pragma sólo se mantie­
ne en el «por-ser;, gracias al prakton.

6. Sociedad instituidora e imaginación social

No hay en el marxismo superación de la anti­


nomia entre teoría y práctica. La teoría, convertida

66
en nueva especulación, se ha escindido, producien­
do una metafísica vergonzante a la que se yuxtapone
una presunta ciencia positiva fundada en los pre­
juicios de ésta, a imitación del modelo de ciencia
sociológicamente dominante. Viene a añadirse a
esos dos elementos una práctica concebida como
aplicación de verdades puestas al descubierto por la
teoría — o sea a fin de cuentas como técnica— .
Había que volver a enfrentarse por lo tanto
con la cuestión de la relación entre saber y hacer,
tratar de romper con una herencia varias veces mi-
■lenaria que ve en la teoría la instancia soberana, y
la teoría como posesión de un sistema de verdades
dadas de una vez para siempre, comprenden que
la teoría no es nada menos (pero nada más) que
un proyecto, un hacer, la tentativa siempre in­
segura de llegar a una elucidación del mundo.
(M TR, 1964, 3, y 1965, 1 y 2). Había que mos­
trar la diferencia radical entre la praxis políti­
ca y cualquier tipo de práctica o de técnica, ver
en esa praxis un hacer que enfoca a los demás como
seres autónomos y los considera como agentes del
desarrollo de su propia autonomía; comprender
que esa praxis, que no puede existir más que co­
mo actividad consciente y lúcida, no es sin em­
bargo la simple aplicación de un saber previo, que
el saber sobre el que necesariamente se apoya es
por definición fragmentario y provisional, no sólo
porque no puede haber una teoría exhaustiva, sino
porque la praxis misma provoca constantemente el
surgimiento de un saber nuevo, porque sólo el ha­
cer «hace hablar» al mundo. Quedaba así, si no
resuelta, al menos relativizada la antinomia que
formulé años atrás (En «La direction prolétarienne»,
loe. cit.) entre la actividad de los revolucionarios,
fundada en la tentativa de una anticipación racional
del desarrollo por venir, y la revolución misma
como explosión de la actividad creadora de las ma­
sas, que representa una transformación radical de

67
las form as de racionalidad históricam ente recibidas.
H ab ía sobre todo que poner en cuestión un pre­
sunto saber sobre la historia y la sociedad. U na vez
abandonados los esquem as tradicionales, no es di:
fícil ver que representan transposiciones ilegítimas
a la historia y a la sociedad de esquemas sacados
de una experiencia banal del m undo, la de los ob­
jetos fam iliares o la vida individual. E n esa concep­
ción, la historia es una «vida» — ya sea vida que se
desarrolla y novela pedagógica, o envejecim iento y
degradación, o com binación de los dos en un «ci­
clo p o una « sucesión de ciclos>— . L a sociedad es un
«contrato» o una «guerra», una cá rce l o una «má­
quina». A lo que hay que o b jetar que es en la his­
toria donde una vida o sucesión de vidas es posible;
que contratos, guerras, cárceles y máquinas sólo
existen en y por la sociedad. ¿D e qué disponemos
entonces para pensar la historia y la sociedad? D e
nada — excepto el reconocim iento de la especificidad
absoluta, del modo de ser único de lo que he llam a­
do lo social h istórico , que no es ni adición indefini­
da de inclividuos o de redes intersubjetivas, ni su
simple producto, que es «por un lado, estructuras
dadas, instituciones y obras "m aterializadas” ^--que
pueden ser m ateriales o no— ; y por otro, lo que
estructura, instituye, m aterializa.. . la unión y la
tensión de la sociedad instituidora y de la sociedad
instituida, de la historia hecha de la historia que
ésta haciéndose.» (M TR , 1 9 6 5 , 1).
L o q u e cada vez instituye, lo que obra en la
historia que está haciéndose, sólo podemos pensar­
lo com o im aginación radical , ya que es simultánea­
m ente, cada vez, surgimiento de lo nuevo y existen­
cia de ese nuevo en y por la posición de «imáge­
nes». No sólo la historia no es la e n c ^ a c i ó n del
desarrollo «racional» hegelo-m arxista, es, dentro
de ciertos lím ites, pero de lím ites amplios, creación
inmotivada. L a organización de la sociedad no co ­
rresponde a la im agen de una m áquina funcional

68
(cualquiera que fuera la definición — im posible, di­
cho sea de paso— del fin al que estuviera subordi­
nada esa funcionalidad), ni a una com bin atoria ló ­
gica (« e stru ctu ra l» ); esa organización no se atiene,
ni m ucho m enos, a lo que la funcionalidad o la ló ­
gica del sim bolism o (que es siem pre, por cierto, in­
determ inada) podrían exigir. T o d a sociedad presen­
ta, en todas sus m anifestaciones, una proliferación
sin fin de elem entos que no tienen nada que ver ni
con lo real, ni co n lo racional, ni con lo sim bólico,
y que dependen de lo que he llam ado lo im aginado
o im aginario «segundo». Pero su institución misma,
en el sentido m ás originario del térm ino, la articu ­
lación que opera de sí misma y del mundo, es po­
sición prim aria e inm otivada de significaciones a-
reales y a-racio n ales, y sólo a través de éstas puede
lo que es «racio n al» y hasta «real» para esa so­
ciedad ser aprehendido, definido, organizado. E sas
significaciones son significaciones im aginarias so­
ciales que dependen del im aginario radical tal y
com o se m anifiesta en la acción de la sociedad in sti­
tuidora (en la m edida en que hay que distinguirla
de la sociedad instituida). Señalem os de paso que
nuestra utilización de «im aginación» o «im aginario»
no tiene nada que ver con el sentido que se les
suele atribuir, de «ficció n » o hasta de «im a..en re­
flejada ». L a im aginación, en el sentido que damos
a ía palabra, es el origen de los esquem as y de las
figuras que constituyen las condiciones últimas de
lo que puede ser representado y pensado — y tam ­
b ién , por lo tan to , lo que transform a radicalm ente
esas condiciones en un cam bio h istó rico — ; y origen
tam bién de lo que llam am os lo racio n al a secas
(que encuentra en lo que existe una enigm ática co ­
rrespondencia). E s lo que se en carn a en las signi­
ficaciones im aginarias sociales que se im ponen a to­
dos los individuos (que éstos no piensan, en la m e­
dida en que sólo m ediante ellas pueden pensar) y
perm iten que dejen de ser recién nacidos ruidosos

69
de la especie horno sapiens y se conviertan en es­
partanos, dogons o newyorkinos. Significaciones ins­
tituidas, porque se ven establecidas, sancionadas y
m aterializadas en y por todos los objetos sociales
(y, desde un principio, en y por el lenguaje). Sig­
nificaciones que, una vez instituidas, viven su pro­
pia vida, creaciones de la sociedad instituidora a
las que se som ete ésta en cuanto se instituye. L a
enajen ación , en el sentido social-histórico, es pre­
cisam ente eso: autonom ización de las significaciones
im aginarias en y por la institución, o, por decirlo
de otro modo, independencia de lo instituido con
respecto a lo social instituidor.
¿E n qué puede consistir, desde ese punto de vis­
ta, el proyecto revolucionario? E s evidente que no
puede tratarse ni del absurdo de una sociedad sin
instituciones ni del de «buenas» instituciones dadas
de una vez para siem pre, ya que todo conjunto de
instituciones, una vez establecido, tiende forzosa­
mente a autonom izarse y a som eter de nuevo a la
sociedad a las significaciones im aginarias subyacen­
tes. E l único contenido posible del proyecto revo­
lucionario es la búsqueda de una sociedad que sea
capaz de m odificar en todo m om ento sus institucio­
nes. L a sociedad postrevolucionaria no será simple­
m ente una sociedad autodirigida; será una sociedad
que se autoinstituye explícitam ente, y no de una
vez para siempre, sino de modo continuo.
E se es el nuevo sentido que hay que dar al tan
usado térm ino «política». L a política no es la lu­
cha por el poder en el seno de instituciones dadas;
ni sim ple lucha por la transform ación de las in s­
tituciones llamadas políticas, o de ciertas institucio­
nes — o hasta de todas las instituciones— . L a polí­
tica es ahora lucha por la transform ación de la
relación entre la sociedad y sus instituciones; por
la instauración de un estado de cosas en el que
el hom bre social pueda y quiera considerar las in s­
tituciones que regulan su vida com o sus propias

70
creacio n es co lectiv as, y por lo ta n to pueda y quie­
ra tran sfo rm arlas cad a vez que sien ta q u e es n ece­
sario o que lo desee. Sin un co n ju n to establecid o y
fijo de in stitu cion es, dirán algunos, el individuo no
puede h um anizarse, ni puede la sociedad existir.
D esd e luego. P e ro de lo que se tra ta es de saber
h asta qu é p unto el individuo, una vez form ado,
debe som eterse definitivam ente a esa fo rm ació n ;
de saber si la inm ovilidad de las instituciones en
el m undo con tem p o rán eo es realm en te u n a condi­
ció n del fu n cio n am ien to de la socied ad o una de
las principales razon es de su cao s. Sabem os que
hu bo hom bres que consiguieron no ser esclavos de
su fo rm ació n , h asta en sociedades en que to d o ten­
día a que lo fu eran . Sabem os que hubo sociedades
que n o im ponían un lím ite a priori a su propia ac­
tividad legisladora. V erd ad es que tan to p ara unos
co m o , so bre to d o , p ara éstas, h u bo siem pre una
cantidad enorm e de «puntos cieg o s», y que lo que
bu scam os va infin itam en te más le jo s que tod o lo
que podam os e n co n tra r en el pasado. P ero va tam ­
b ién infinitam ente m ás lejos ia situ ación en la que
nos en co n tram o s, en la que n o hay ya institución
que no sea exp lícitam en te im pugnada, en la que la
«im aginación so cial» ya no puede e n c a n a r s e más
que en un «seudo racional» con d en ad o p or defini­
ción a una usura y a una autodestrucción con stan ­
tem ente acelerad as.
Sabem os h o y q u e el único saber verd ad ero es
el que p lan tea la cuestión de su propia validez
— aunque n o q u iera eso decir que todo deba di­
solverse en una interrogación indeterm inada— ; el que
una cuestión ten g a sentido presupone que algo no
h ace cu estión, p ero que se puede tam bién volver
después y p on er en cuestión ese algo, y es precisa­
m en te a ese m ovim iento a lo que llam am os pen­
sar. D e lo que h ablam os es de un estad o en el que
la cuestión de la validez de la ley qu ed ará perm a­
n entem ente a b ie rta : no porque cu alq u iera pueda h a -

71
cer lo que sea, sino porque la colectividad podrá
siem pre transform ar sus reglas sabiendo que no pro­
ceden ni de la voluntad divina, ni de la naturaleza
de ]as cosas, ni de la razón de la historia, sino de
si m ism a; y que si su campo de visión es siempre
forzosam ente limitado, no se encuentra fatalm ente
encadenada a una posición, puede darse la vuelta
y ver lo que hasta aquel momento estaba a su es­
palda.

7. L a cuestión presen te

E s a era mi posición cuando, tras cavilaciones


largas, y penosas, decidí, durante el invierno de
1 9 6 5 -6 6 , proponer a los com pañeros con los que
trabajaba (y que, no sin reparos; acabaron por acep­
tarla) la suspensión sine d ie de la publicación de
S B y del funcionam iento del grupo. Las razones ex ­
ternas o coyunturales que contribuyeron a hacer
inevitable esa decisión no eran las más im portan­
tes. Señalemos sin embargo una: la actitud de los
lectores y de los simpatizantes de la revista, que
fue siempre la de consumidores pasivos de ideas, dis­
puestos a asistir a alguna reunión pero reacios ante
cualquier actividad. N o fue ése sin embargo el fa c ­
tor decisivo, porque siempre pensé que nuestras
ideas se abrían cam ino soterradam ente, y lo que
ocu rrió más tarde probó que no me equivocaba.
l..,os motivos decisivos eran de otro orden — y lo
dicho en las páginas anteriores quedaría esencial­
mente incom pleto si no lo analizara aqui explíci­
tam ente.
E l primero correspondía a las exigencias teóri­
cas que creaba el desarrollo de las ideas. De lo di­
cho anteriorm ente se desprende la necesidad de una
reconstrucción teórica que iba infinitamente m ás

72
lejos que lo que yo mismo creía cuando em pecé a
escribir «M arxism e et théorie révolutionnaire»; lo
que h abía que im pugnar era, no sólo m arxism o, sino
el conjunto de los m arcos y de las categorías del
pensam iento heredado, y la concepción m ism a de
lo que es y de lo que quiere decir la teoría. E s a re­
construcción, aun suponiendo que fu era sim plem en­
te capaz de em prenderla, exigía un tra b a jo cuya am­
plitud y tem ática eran difícilmente com patibles con
la publicación de la revista y hasta con su c a rá c ­
ter.7
E l segundo, del que puedo y debo hablar aquí
m ás extensam ente, se refería al curso de la realidad
social e histórica y al contenido m ism o del o b je ­
tivo revolucionario.. T a n to el desarrollo de las ideas
com o la evolución de los hechos desem bocaban en
una am pliación inm ensa de ese contenido. E l tér­
m ino mism o de revolución parece inadecuado. D e
lo que hablam os n o es ya sim plem ente de una re­
volución social, de la expropiación de los expro-
piadores, de que los hom bres dirijan de modo autó­
nomo su trabajo y todas sus actividades.. D e lo que
se tra ta ahora es de la auto-institución perm anente
de la sociedad, de una ruptura radical con form as m i­
lenarias de vida so cial, en la que lo que está en
juego es tanto la relación del hom bre con sus uten­
silios com o su relación con sus h ijo s, tanto su re­
lación con la colectividad com o su relación con sus
ideas, todas las dimensiones de su h ab er, de su sa­
b er, de su poder.. T a l proyecto, que por definición,
tautológicam ente, n o puede ser animado más que
por la actividad autónom a y lúcida de los hom ­
bres, que es precisam ente esa actividad, im p lica un

7. El lector a quien pudiera interesar la cosa encontra­


rá algunas indicaciones fragmentarias sobre la orientación de
f;se trabajo en «Epilégomenes a une théorie de l’ame que l’on
a pu présenter comme science» ( «L’inconscient», 8.. octubre
de 1968) y en «Le monde morcelé» («Textures», 4-5. otoño de
1972).

73
cam bio radical de los individuos, de su actitud, de
sus m otivaciones, de su disposición ante los demás,
ante los objetos, ante la existencia en general. No
se trata del viejo problem a del cam bio de los indi­
viduos com o condición previa del cambio social
— desprovisto de significado h asta en los términos
mismos en que está planteado— . Siem pre hemos con­
cebido la transform ación revolucionaria com o trans­
form ación indisoluble de lo social y de lo indivi­
dual, en la que, en circunstancias m odificadas, hom ­
bres modificados ponen jalones que facilitan — y n o:
ponen trabas a— su propio desarrollo en la etapa
ulterior. Y el lector ha podido com probar que lo
que más nos preocupó siempre fue comprender
cóm o y en qué medida la vida en la sociedad actual
prepara a los hom bres a esa transform ación. Pero
cuanto más profunda, en su contenido, nos pare­
cía necesaria esa transform ación, mayor parecía
ser la distancia que la separaba de la realidad huma­
na efectiva, y con tanta mayor gravedad se plan­
teaba la cuestión: ¿en qué medida la situación so­
cial histórica contem poránea h ace nacer en los hom­
bres el deseo y la capacidad de cre a r una sociedad
libre y justa?
N unca creí que pudiera darse a esa pregunta una
respuesta simplemente teórica; y sé que sería ri­
dículo ligar su discusión a fenóm enos co u n tu ra le s.
Pero tam poco pude contentarm e nunca con el «haz
lo que_ debas, pase lo que pase». Y a que de lo que
hablam os precisam ente aquí es de lo factible, que
en ese terreno, desde luego, no puede ser deducido
teóricam ente, pero que, desde nuestro propio pún-
to de vista, debe poder ser elucidado. L os textos
inéditos incluidos en los volúmenes IV , V y V I de
la edición francesa perm itirán al lector juzgar en
qué medida ha podido avanzar en esa elucidación.
E n cuanto a la coyuntura m ism a, su peso era
particularm ente aplastante en 1 9 6 5 -6 6 . L o que se
desarrollaba ante nuestros ojos eran la privatiza­

74
ció n , la d e-so cializació n , la expansión del ^ v e r s o
b u ro crático y la influencia creciente de su organi­
zación, de su id eología y de sus m itos, y las m uta­
cio n es h istóricas y antropológicas concom itantes.
L o ocurrido después h a vuelto a con firm ar que ése
n o es más que uno de los aspectos de la realidad
con tem p orán ea, pero no ha alterad o fundam ental­
m ente los térm inos de la cuestión. S i m ayo de 1968
h a m ostrado, co n creces, la exactitud de los an áli­
sis so b re el c a rá c te r y el con ten id o de la rebelión
de los jóven es, la extensión de la im pugnación so­
cia l y la g en eralizació n del p roblem a revoluciona­
rio, h a perm itido ver tam bién las inm ensas difi­
cultades de una organización co lectiv a no b u ro cra-
tizad a, del h acerse carg o del problem a global de la
sociedad; y m o strad o , sobre todo, la profunda iner­
c ia p o lítica del proletariad o industrial, la influencia
en su seno del m od o d e vida y de la m entalidad do­
m inantes. L a co n fu sió n ideológica sin precedentes
del p eríod o que h a seguido a los acontecim ientos
— en el que se ha visto a individuos invocar a M ao
en n om bre de ideas p o r las que se les fusilaría sin
un m inuto de d iscu sión si estuvieran en C h in a, m ien­
tras que o tros, que descubrieron la vida p o lítica en
el m ovim iento esencialm ente an ti-b u ro crático de
m ayo, se unían a las m icroburocracias trotsquistas— ,
con fu sión que h a aum entado sin ce sa r desde enton­
ces, tam poco es u n fenóm eno sim plem ente coyun-
tural.
L a relació n en tre esos dos tipos de con sid era­
ció n — la necesidad de una reco n stru cció n teó rica
lo m ás am plia p osible, la in terrogación sobre la
cap acid ad y el d eseo de cam biar su historia de los
hom bres de h oy— - es, pese a las ap ariencias, es­
tre ch a y directa. L a s consecuencias d e la ruptura
co n la m itología d ialéctica de la h isto ria, de la ex­
pulsión de la fa n ta sía teológica de su últim o refu­
gio (h oy en día, la «racionalidad» y la « cie n cia » ),
son in calcu lables, a todos los n iveles. L a co n cep ­

75
ción hegelo-m arxista, indisolublem ente teleológica y
teológica, es la de una historia que, aunque sea a
través de accidentes, de retrasos y de rodeos, sería
finalm ente cúm ulo y centralización, clarificación y
síntesis, recolección. Y ha sido efectivam ente eso,
en ciertos lugares y m om entos, y durante cierto
tiempo. Pero sabem os también, co n la más terrible
evidencia, que la historia es tam bién sincretismo y
confusión, pérdida y olvido, dispersión. Esas co n ­
secuencias — y hay que preguntarse en qué medida
podrían ser asum idas hasta por los que las perci­
bieran— se ven dram áticam ente ilustradas por la si­
tuación histórica contem poránea. N o hay, com o lo
creía el m arxism o que com partía sobre ese punto
una creen cia tres veces m ilenaria, un cam inar irre­
sistible de la verdad en la h istoria, ni en su ver­
sión liberal y cientificista-ingenua, ni com o cúm ulo
dialéctico. C onfusión, ilusiones y m istificación re ­
nacen constantem ente de sus cenizas. D iríase que
la distancia entre lo que es realm ente la sociedad,
su efectividad y su virtualidad, y las representacio­
nes corrientes que de ella se h acen los hom bres,
puede aumentar en todo m om ento; quizá nunca fue
tan grande com o ahora, y eso, no a pesar, sino pre­
cisam ente en función de la m asa aplastante de pre­
gunto saber, de inform aciones, de discursos que lo
llena todo.
E l proyecto, la voluntad, el deseo de lo verda­
dero, es, tal y com o lo hem os conocido desde hace
veinticinco siglos, una planta h istó rica a la vez vi­
vaz y frágil. Se plantea la cuestión de saber si so­
brevivirá a la é p o ca que atravesam os. (Sabem os que
no sobrevivió al ascenso de la barbarie cristiana, y
que transcurrió un m ilenio antes de que pudiera vol­
ver a surgir.) N o h ablo de la verdad del filósofo,
sino de esa extrañ a rasgadura que se instituye en
*rna sociedad, a partir de la antigüedad griega, y hace
que sea capaz de poner en cuestión sus propias sig­
nificaciones im aginarias. E sa verdad, que es en cier­

76
to sentid o la ú n ica que nos in teresa, ex iste — y sólo
puede existir— en el p lan o social h istó rico. E s o quie­
re decir que las condiciones que p erm iten su m an i­
festación eficaz deben encontrarse in co rp orad as, de
algún m odo, ta n to en la organización social com o
en la organ ización psíquica de lo s individuos, y
éstas se sitúan a un nivel m u ch o m ás profundo
que la sim ple au sen cia de censu ra o de rep resión
(y a que h an podido darse a veces b a io regím enes ti­
rán ico s — que h an en con trad o fin alm en te ah í la
ca u sa de su m uerte— , y pueden n o estarlo b a jo
regím enes aparentem ente liberales). H oy en día, en
una carrera con stantem en te acelerad a, to d o — tanto
la dinám ica p rop ia de las instituciones co m o el fun­
cio n am ien to g lo b al de la sociedad— p arece co n ­
tribu ir a d estru irlas: la potencia de las m áquinas
de propaganda y de ilusión, el n eo an alfab etism o que
se p ropaga tan rápidam ente y ta n to co m o la difu­
sión de «co n o cim ien to s», la delirante división del tra­
b a jo cien tífico , la increíble usura del len gu aje, la
desap arición de h ech o de lo escrito , con secu en cia
de su p ro liferació n im it a d a , y, m ás que n ad a, la
asom brosa cap acid ad de la sociedad estab lecid a de
reab so rb er, desviar, recuperar tod o lo que la pone
en cuestión (ca ra cterística m encion ad a en S B , pero
indudablem ente subestim ada, y que es un fen óm e­
no h istó rico n u ev o), no son m ás que algunos de
los aspectos so ciales del proceso. A n te él, hay
que preguntarse si el tipo de ser hum ano para quien
las palabras ten ían tan to peso co m o las ideas a l a s
-que aludían, y éstas eran algo m ás que o b je to s de
consum o de una tem porada, que se con sid eraba
resp on sable de la coh eren cia de lo que a firm a b a y
ú n ica g aran tía, a n te sí m ism o, de su veracid ad , si
ese tip o psíquico de ser hum ano sigue siendo pro­
ducido h oy en día. Cuando se h ech a una o jead a a
los « collages > que constituyen el principal producto
de la p op-id eología contem poránea, o cu an d o se
oye a algunas de sus vedettes p ro clam ar que la res­

77
ponsabilidad es u n con cep to p o licíaco , se siente la
tentación de responder que no. Se nos dirá que es
concederles dem asiada im portancia — ¿pero a qué
debe esa nada su sim ulacro de existencia, com o no
sea a que es reflejo v acío de un v acío que le su­
pera infinitam ente?— .
L a relación entre los tipos de consideración de
la que hablábam os es además estrech a y directa
porque la verdad que está en ju eg o ahora es de
otro tip o , y de diferente calidad. N o podemos, no
debem os buscar en el terreno so cial, o m ejor di­
cho, sobre todo en ese terreno (pero puede ya verse
actualm ente cóm o tam bién esa exigencia se co n ­
vierte en lo contrario de lo que debería ser, se ve
desviada y transform ada en instrum ento de m isti­
ficación y en cobertu ra de la irresponsabilidad cuan­
do se apoderan de ella los im postores de hoy), una
teoría «cien tífica»; ni siquiera u na teoría total; no
debemos dejar creer, ni un solo m om ento, que los
artículos de un program a p olítico contienen el se­
creto de la libertad futura de la humanidad; no
querem os llevar la b u en a nueva, ni m ostrar en el
horizonte el espejism o de una T ie rra Prom etida, ni
proponer el L ib ro cu y a lectu ra ah orraría toda bús-
■queda de lo verdadero por sí m ism o. T od o lo que
podam os decir será inaudible si n o se ve prim ero en
ello un llam am iento a una crítica que no sea es­
cepticism o, a una apertura que n o acabe en el eclec­
ticism o, a una lucidez que no p aralice la actividad,
a una actividad que no se tran sfo rm e en activism o,
a un recon ocim iento de los otros que siga siendo
cap az de vigilancia; la verdad que está en juego
ahora no es posesión, ni reposo del espíritu junto
a sí m ism o, sino m ovim iento de los hom bres en un
espacio libre, en el que hem os intentado señalar
algunos puntos cardinales. ¿Puede ser escuchado
todavía ese llam am iento? ¿E s realm ente esa verdad
lo que el mundo de hoy desea, y la que puede al­
canzar?

78
A nadie — ni al pensam iento teórico en cuanto
tal— le corresponde responder por anticipado a esa
cuestión, nadie puede hacerlo. P ero no es vano plan­
tearla, aunque los que quieran y puedan escucharla
sean hoy p ocos; si son capaces de h acerlo sin sober­
b ia, tam bién de ellos podrá decirse que son la sal
de la tierra. N adie puede tam poco fundar, en el sen­
tido tradicional del término, el p royecto de trans­
form ación histórica y social que es a fin de cuan­
tas inseparable de esa búsqueda de esa verdad — ya
que se m anifiestan los dos hoy en día com o exigen­
cia nueva de una nueva autoposición del hom bre
social histórico— . No es de fundar, y menos aún de
adoctrinar, de lo que se trata, sino de elucidar, y
de- favorecer así la propagación y la encarnación de
esa nueva exigencia.

Octubre-^wiem bre de 1972

79
P resen tació n de la revista
«Socialism e ou b arb arie» 1

E l grupo que hoy publica esta revista se cons­


tituyó en 1946 en el seno de la sección fran cesa de
la «IV In tern acio n al». Su desarrollo p olítico e ideo­
lógico le ha alejad o cada vez más de ésta, y le ha
llevado finalm ente a romper no sólo con las posi­
ciones actuales de los epígonos de T ro tsk i, sino tam ­
bién con lo que ha constituido la verdadera esen­
cia del trotsquism o desde 1923, o sea la actitud
reform ista (en el sentido más profundo de la pala­
bra) ante la b u ro cracia estalinista, curiosam ente
com binada co n el intento de m antener intacto, en
una realidad h istó rica y social que h a cam biado sin
cesar, lo esencial de la política bolchevique del pe­
ríod o heróico.
Q ue nuestro grupo se form ara en el seno de la
organización trotsqu ista no fue casu al: una com ­
prensión som era del carácter contrarrevolucionario
del estalinism o lleva casi siem pre al trotsquism o.
Pero tam poco lo fue que acabáram os por separam os
de ella, porque la cuestión de la n aturaleza del es­
talinism o es precisam ente el punto donde la super­
ficialidad de las concepciones trotsquistas aparece
con más claridad.
E n la elabo ración de nuestra posición, hemos
partido de lo que constituye — todos los m ilitantes
revolucionarios lo sienten, más o m enos claram en­
te— , el problem a fundam ental de nuestra ép o ca: la
naturaleza de la b u ro cracia «o b rera», y sobre todo
de la bu ro cracia estalinista. H em os em pezado, com o
cualquier obrero que haya al m enos superado el es-

l. «S. ou B.», n.° 1, marzo de 1949.

81
talinism o, por preguntarnos: ¿qué es la R usia actual?
¿Qué son los partidos «com unistas»? ¿Qué signifi­
can tan to la política com o la ideología del estali-
nismo? ¿Cuáles son sus bases sociales? ¿Cuáles son
sus raíces económ icas? E sa b u ro cracia que domina
la sociedad rusa desde h ace veinticinco años, que se
ha apoderado en la postguerra de la mitad orien­
tal de E u ro p a y está acabando actualm ente [1 9 4 9 ]
de conquistar China, y que conserva al mismo tiem­
po una influencia sin rival en fracciones decisivas
del proletariado de los países burgueses, ¿es única­
mente una especie de excrem encia pasajera del m o­
vim iento obrero, un simple accidente histórico, o
corresponde a rasgos esenciales de la evolución so­
cial e histórica contem poránea? Si, com o creem os
nosotros, sólo la segunda respuesta tiene sentido, si
hablar de «accidente histórico» a propósito de un
fenóm eno tan vasto y tan duradero es sencillamente
ridículo, hay que preguntarse en ton ces: ¿cómo ha
desem bocado esa evolución económ ica y socia], que
según el m arxism o debía traer consigo la victoria de
la revolución, en la victoria (aunque sea pasajera)
de la burocracia? ¿ Y qué sentido tiene entonces .la
perspectiva de la revolución proletaria?
F u ero n pues los im perativos más concretos e in­
m ediatos de la lucha de clases los qu e nos obligaron
a plantearnos seriam ente el problem a de la buro­
cracia. Y éste nos obligó a plantearnos de nuevo
otros problem as esenciales : la evolución de la eco­
nom ía m oderna, el significado de un siglo de luchas
proletarias — y en definitiva, el de la perspectiva re­
volucionaria misma— . L a elaboración teórica, par­
tiendo de preocupaciones prácticas, se convirtió una
vez más en condición previa de tod a actividad cohe­
rente y organizada.
A l presentarnos hoy con esta revista ante la
vanguardia de los trabajad ores intelectuales y m a­
nuales, creem os ser los únicos que hayan consegui­
do dar una respuesta sistem ática a los problem as

82
fundamentales del movimiento revolucionario con­
temporáneo: recogiendo y desarrollando el análisis
marxista de la economía moderna, planteando de
modo efectivamente científico el problema del desa­
rrollo histórico del movimiento obrero y de su signi­
ficado, dando una definición del estalinismo y de la
burocracia «obrera» . en general, caracterizando la
tercera guerra mundial, y por último, presentando
de nuevo, teniendo en cuenta los elementos origi­
nales creados por nuestra época, la perspectiva revo­
lucionaria. En asuntos de tal envergadura, no tiene
sentido hablar de orgullo o de modestia. Los mar-
xistas siempre consideraron que, al representar los
intereses históricos del proletariado, única clase po­
sitiva de la sociedad moderna, podían conseguir
una visión de la realidad infinitamente superior a la
de todos los demás, ya se trate de los capitalistas o
de cualquier otra variedad intermedia. Creemos que
representamos la continuación viva del marxismo en
el marco de la sociedad contemporánea. No tene­
mos pues nada que ver con los diversos editores de
revistas «marxistas», «comentaristas lúcidos», «hom­
bres de buena voluntad» y charlatanes de todo tipo
que hoy abundan. Si planteamos problemas, es por­
que creemos que podemos dar respuestas.
Hay que interpretar la célebre máxima: «sin
teoría revolucionaria no hay acción revolucionaria»,
del modo más amplio posible, y darle su verdadero
significado. Lo que distingue al movimiento prole­
tario de todos los movimientos políticos anteriores,
por importantes que éstos hayan sido, es que es el
primero claramente consciente de sus objetivos y de
sus medios. En ese sentido, no sólo es para él la
elaboración teórica uno de los aspectos de la acti­
vidad revolucionaria: es inseparable de esa activi­
dad. La elaboración teórica ni precede ni sigue a la
acción revolucionaria práctica: las dos son simultá­
neas, y se condicionan mutuamente. Separada de la
práctica, de sus exigencias y de su control, la ela­

83
boración teórica se condena a ser algo vano, estérü,
y cada vez más desprovisto de si^ ficad o . A la in­
versa, una actividad práctica que no se apoya en
una investigación constante desemboca forzosamen­
te en un empirismo embrutecido y embrutecedor.
Los curanderos y charlatanes «revolucionarios» son
tan peligrosos como los demás miembros de esas
cofradías.
¿Pero qué es esa teoría revolucionaria en la
que debe apoyarse constantemente la acción? ¿Un
dogma surgido en estado de absoluta perfección de
la cabeza de Marx o de cualquier otro profeta mo­
derno, y constituye acaso nuestra única misión man­
tener inmaculado su esplendor original? Basta con
plantear la cuestión para ver cuál es la respuesta.
Decir: e Sin teoría revolucionaria no hay acción re­
volucionaria», entendiendo por teoría un simple co­
nocimiento del marxismo y a lo más una exégesis
escolástica de los textos clásicos, es una broma de
mal gusto que refleja simplemente la impotencia de
los que involuntariamente la hacen. L a teoría revolu­
cionaria sólo puede conservar su validez si se desa­
rrolla constantemente, si se enriquece incorporán­
dose todas las conquistas del pensamiento científico
y del pensamiento humano en general, y en parti­
cular sabe asimilar la experiencia del movimiento
revolucionario, si se somete, cuantas veces sea ne­
cesario, a todas las modificaciones y revoluciones
internas que la realidad le imponga. La máxima clá­
sica sólo tiene por lo tanto sentido si se interpreta
así: «sin desarrollo de la teoría revolucionaria, no
hay desarrollo de la acción revolucionaria».
Basta con lo dicho para que quede claro que,
si nos consideramos marxistas, no creemos ni mu­
cho menos que ser marxista signifique tener con
Marx las relaciones que los teólogos católicos tie­
nen con las Escrituras. Para nosotros, ser marxista
significa situarse en el terreno de una tradición, plan­
tear los problemas partiendo del trabajo efectuado

84
por Marx y por los que han sabido después ser fté-
les a su intento, defender las posiciones marxistas
tradicionales mientras un nuevo examen no nos haya
convencido de que hay que abandonarlas, corregir­
las o sustituirlas por otras que correspondan me­
jor a la experiencia ulterior y a las exigencias del
movimiento revolucionario.
No significa esto únicamente que son el desarro­
llo y la difusión de la teoría revolucionaria, en sí
mismas, actividades prácticas extremadamente im­
portantes — afirmación desde luego correcta, pero
insuficiente— ; significa sobre todo que sin una re­
novación de las concepciones fundamentales no ha­
brá renovación práctica. La reconstrucción del mo­
vimiento revolucionario deberá pasar forzosamente
por una fase durante la cual las nuevas concepciones
se convertirán en bien común de la mayoría de
la clase. Y esto depende de dos procesos que sólo
en apariencia son independientes: las masas deben
llegar, ante la presión de las condiciones objetivas
y de las exigencias de su lucha, a una conciencia
clara, por sencilla y elemental que sea, de los au­
ténticos problemas actuales; y los núcleos de la orga­
nización revolucionaria como nuestro grupo tendrán
que difundir, partiendo de una base teórica sólida,
la nueva concepción de los problemas y darle un
contenido cada vez más concreto. El punto en el
que coinciden esos dos procesos, el momento en el
que la mayoría de la clase llega a una concepción
clara de la situación histórica y en el que la con­
cepción teórica general del movimiento puede tra­
ducirse íntegramente en directivas de acción prác­
tica, en el momento de la Revolución.
Es evidente que la situación actual está muy le­
jos aún de ese punto. El proletariado, tanto en
Francia como en los demás países, se encuentra ena­
jenado y mistificado por su burocracia. Mistificado
ideológicamente cuando acepta, ya sea como repre­
sentando presuntamente sus intereses, ya sea como

85
un «mal m enor», la política de la burocracia, e re­
form ista» o estalinista; enajenado en su acción mis­
ma puesto que las luchas que emprende para de­
fender sus intereses inmediatos son en la m ayor par­
te de lo s casos, y en cuanto cobran una cierta im­
portancia, utilizadas por la bu rocracia estalinista
com o instrumentos de su política nacional e inter­
nacional. N o hay que olvidar p or último que los
elem entos de vanguardia que son conscientes de esa
m istificación y de esa enajenación, al no tener pers­
pectivas generales que pudieran orientar una ac­
ción eventual, sólo sacan por el m om ento conclu­
siones negativas, dirigidas contra las organizaciones
burocráticas — conclusiones fundadas pero eviden­
temente insuficientes— . E n esas condiciones, es evi­
dente que una concepción general ju sta no puede
en el período actual m anifestarse en cualquier m o­
m ento con consignas de acción inm ediata condu­
ciendo a la revolución. D ecir que apoyamos incon­
dicionalm ente toda lucha proletaria, que estamos del
lado de los obreros cuando luchan por defender
sus intereses aunque no estemos de acuerdo con la
definición de los objetivos o con los medios de lu­
cha, es algo elemental y que va de sí. P ero a lo
que no estamos ni mucho menos dispuestos es a lan­
zarnos, com o hacen otros, a una agitación super­
ficial y estéril para intentar transform ar, negando
los hechos mismos y hasta la evidencia, cualquier
lucha parcial en huelga general o en revolución.
P or justas que sean, esas observaciones ni ago­
tan ni resuelven, sin em bargo, el problem a de la re­
lación necesaria entre una concepción general de
los problemas de la revolución y las luchas actuales.
N o sólo son esas luchas un m aterial de análisis y
de verificación extrem adam ente im portante; son ade­
más, ante todo, el medio en el que puede form arse
y educarse una vanguardia proletaria real, por li­
mitada que sea num éricam ente. Añádase a eso que
una concepción general só lo tiene valor en la me-

86
elida en que es cap az de ser com prendida por una
fracció n de la vanguardia y de proporcionar un
m arco, por m uy general que sea, de soluciones p rá c­
ticas — o sea criterios válidos para la acción — . E n
función de todos esos factores, puede decirse que
el o bjetiv o inm ed iato de esta revista es favorecer la
difusión, lo m ás am plia posible, de nuestras con­
cepciones teó ricas y políticas, así co m o la discusión
y la clarificació n de los problem as p rácticos que
plantea con stantem en te la lucha de clases, aun en
las form as tru n cad as que tiene actualm ente.
T ratarem os por lo tanto de ocuparnos en cada
ocasión de cuestiones prácticas actuales, aun cu an ­
do afecten a un secto r de la clase; siem pre evitare­
m os, en la m edida de lo posible, el plantear pro­
blem as teóricos de m odo ab stracto . N uestro o b je ­
tivo es p ro p o rcion ar instrum entos de tra b a jo a la
fracció n p olíticam ente más avanzada de la clase o b re­
ra, en una ép o ca en que la com plejidad de los p ro­
blem as, la con fu sión que reina en todas partes y
el esfuerzo con stan te de los capitalistas y sobre todo
de los estalinistas para engañar a tod os a propósi­
to de todo, exigen un esfuerzo sin precedentes en
ese sentido. In ten tarem o s no sólo exp o n er esos pro­
blem as con el lenguaje más claro posible, sino ade­
más poner de relieve, ante todo, su im portancia p rác­
tica y las con clu sion es concretas que puedan de­
ducirse.
E sta revista n o es en modo alguno un órgano de
intercam bio de opiniones entre gente que «se plan­
tea p roblem as»; es un instrum ento que debe permi­
tir expresar una concep ción general que nos parece
ser sistem ática y coherente. E s a co n cep ció n queda
expuesta suscintam ente en el editorial «So cialism o o
barbarie» de este prim er núm ero (p u blicad o a con­
tin uación). P e ro no som os, claro está, partidarios del
m onopolitism o, ni en la organización, ni por lo que
respecta a las concepciones teóricas. C reem os que
sólo puede h aber desarrollo de la teoría revoluciona-

87
ria si hay confrontación de opiniones y de posiciones
discrepantes; creem os también que hay que llevar esas
discusiones abiertam ente, ante la clase obrera en su
conjunto; es m ás: creem os precisam ente que la con­
cepción que afirma que un partido puede poseer de
m odo exclusivo la verdad, toda la verdad, y lle­
varla a la clase obrera, ocultando las divergencias
que haya en su seno, es, en el plano ideológico,
una de las más im portantes raíces, y m anifestacio­
nes, del burocratism o en el movim iento obrero. Las
divergencias que puedan surgir sobre puntos parti­
culares entre com pañeros de nuestro grupo podrán
por lo tanto manifestarse en la revista, indicándose
eventualmente que tal o cual artículo refleja la po­
sición de su autor pero no la del grupo en cuanto
tal. L a discusión será pues libre dentro del marco
de nuestras concepciones generales, aunque haya
que evitar desde luego que la discusión llegue a con ­
vertirse en diálogo interminable entre unos cuantos
individuos.
E stam os seguros de que los obreros y los in­
telectuales que son conscientes en F ran cia de la im­
portancia de los problemas que planteamos, que
comprenden que es urgente darles una respuesta ade­
cuada y conform e a los intereses de las masas, nos
apoyarán en el largo y difícil esfuerzo que represen­
tará la preparación y la difusión de nuestra revista.

88
S o c ia lis m o o b a r b a r i e 1

Un siglo después del M an ifiesto C om unista ,


treinta años después de la R evolución rusa, tras ha­
b er acumulado victorias asom brosas y terribles de­
rrotas, el m ovim iento revolucionario parece haber
desaparecido, com o una corriente que antes de lle­
gar al m ar se pierde en m arjales y finalm ente se
desvanece en la arena. Nunca se habló tanto de
«m arxismo» y de «socialism o», de la clase obrera y
de un nuevo período histórico; y nunca sufrió tan
grotesca deform ación el verdadero m arxism o ni tan­
to se escarneció la idea misma del socialism o, nunca
habían llegado a traicionar hasta ese punto a la
clase obrera los que pretenden hablar en su nom ­
bre. De diversos m odos, superficialm ente diferentes
pero en el fondo idénticos, la burguesía «acepta»
el m arxism o, intenta emascularlo apropiándoselo,
asim ilándolo parcialm ente, tratando de hacer de él
una concepción ideológica más. L a transform ación
de los «grandes revolucionarios en iconos inofensi­
vos», de la que h ablaba Lenin hace cuarenta años..
se efectúa a un ritm o acelerado, y el propio Lenin
no escapa a ese común destino. Se afirm a que el
«socialism o» se ha convertido en una realidad en
países que engloban a unos cuatrocientos millones
de habitantes, y resulta que ese «socialism o» parece
ser inseparable de los campos de co n cen tració n , de
la más intensa explotación, de la m ás atroz dicta­
dura y del más increíble em brutecim iento. E n el
resto del mundo, la clase obrera soporta una baja l.

l. «S. ou B.», n.° 1, marzo de 1949.

89
grave y constante de su nivel de vida desde hace
unos veinte años; sus libertades y derechos funda­
m entales, por los que tuvo que luchar durante tan­
to tiem po antes de conseguir imponerlos al Estado
capitalista, han sido suprimidos o se ven gravemen­
te amenazados (véase «Nota final» de este capítulo).
Es cada vez más claro que sólo se ha salido de la
guerra que acaba de term inar para entrar en otra,
y si e n algo está todo el mundo de acuerdo, es
en que será la m ás terrible y la más catastrófica
que se haya visto nunca. E n la mayor parte de
los países, la clase obrera está organizada en sin­
dicatos y en partidos gigantescos, con decenas de
millones de m iem bros; pero esos sindicatos y esos
partidos desempeñan, de modo cada vez más abier­
to y m ás cínico, el papel de agentes directos ya
sea de los patronos y del E stad o capitalista, ya
sea del capitalismo burocrático que impera en
Rusia.
D e ese naufragio universal sólo parecen haberse
salvado unas cuantas organizaciones, débiles y poco
numerosas, como la «IV Internacional», las Fede­
raciones Anarquistas, y algunos grupos llamados
«ultra-izquierdistas» (bordiguistas, espartaquistas,
com unistas de los C onsejos). Organizaciones débi­
les, pero debido no ya a su insignificancia numérica
— que en sí misma no quiere decir gran cosa y de
todas form as no es un criterio suficiente— , sino so­
bre todo a sus radicales insuficiencias políticas e
ideológicas. No siendo anticipaciones del porvenir,
sino residuos del pasado, esas organizaciones han
dem ostrado ser absolutam ente incapaces de com ­
prender el desarrollo social del siglo XX — por no
hablar ya de su capacidad de orientarse de modo
positivo ante éste— . L a seudofidelidad a la letra del
m arxism o que profesa la «IV Internacional» le per­
mite prescindir, o al menos eso cree, de dar una
respuesta a todo lo que es realm ente importante hoy
en día. Si se encuentran actualm ente en sus filas al­

90
gunos de los elem entos obreros de vanguardia que
pueda haber hoy en día, no hay que olvidar que en
su seno esos o breros son continuam ente deform a­
dos y desm oralizados, agotados con_ un activism o sin
base y sin contenido político, y expulsados después
de h ab er sido explotados al m áxim o. A l proponer
continuam ente consignas de colaboración de clase,
com o la «defensa de la U R SS» y el «gobierno ob re­
ro» — o sea estalino-reform ista— , y en términos
m ás generales al o cu ltar, con sus con cep cion es hue­
ras y caducas, lo que es la realidad actu al, la «IV In ­
ternacional» desem peña tam bién, en la medida en
que sus escasas fu erzas se lo perm iten, un- pequeño
papel, cóm ico en su caso , en la gran tragedia de la
m istificación del proletariado. L a s Fed eraciones
A narquistas siguen agrupando a obreros con un sano
instinto de clase, p ero de los más atrasados política­
m ente, cuya confusión m antienen o aum entan con
una especie de entusiasm o. L a tosudez con la que
los anarquistas se aferran a su pretendida posición
«ap o lítica», y su indiferencia u hostilidad hacia todo
esfuerzo teórico, contribuyen a crear un poco m ás
de confusión en los medios en los que tienen cierta
influencia, y con vierten a las F ed eracio n es en un
ca llejó n sin salida m ás para los o b rero s que allí
caen. Los grupos «ultra-izquierdistas», por último,
o bien cultivan am orosam ente sus propias deform a­
ciones de pequeño clan , com o los bordiguistas, lle­
gando a ach acar al proletariado su propia esterilidad
e in eficacia, o bien, com o los «com unistas de los
C o n se jo s» , se contentan con sacar de la experien­
cia del pasado recetas para la co cin a «socialista»
del porvenir.
P ese a sus delirantes pretensiones, tanto la « IV
In tern acio n al» co m o los grupos anarquistas y «ul­
tra-izquierdistas» no son más que eco s del pasado,
m inúsculas costras sobre las llagas de la clase obrera
condenadas a desaparecer gradualm ente a medida
que se form a una nueva piel.

91
E l movimiento obrero revolucionario se cons­
tituyó definitivamente h ace un siglo al darle la plu­
ma genial de M arx y de Engels su prim era C arta:
el M anifiesto Comunista. No hay m ejor prueba de
la solidez y de la profundidad de ese movimiento,
no hay nada que pueda darnos más confianza en su
porvenir que el carácter fundamental y decisivo de
las ideas en las que se ha apoyado. Com prender que
toda la historia de la humanidad presentada hasta
aquel momento com o una sucesión de casualidades,
com o el resultado de la acción de «grandes hom­
bres» o el producto del desenvolvimiento de las
ideas— , no es sino la historia de la lucha de cla­
ses; que esa lucha, lucha entre explotadores y e x ­
plotados, se ha desarrollado en cad a época en el
m arco impuesto por el grado de desarrollo técnico
y el estado de las relaciones económ icas creadas por
la sociedad; que el período actual está caracteriza­
do por la lucha entre la burguesía y el proletariado—
entre una clase ociosa, explotadora y opresora, y
una clase productora, explotada y oprimida— ; que
la burguesía desarrolla cada vez m ás las fuerzas
productivas y la riqueza de la sociedad, unifica la
econom ía, las condiciones de vida y la civilización
de todos los pueblos, pero agrava al mismo tiem ­
po la opresión y la miseria de sus esclavos; com pren­
der que así, al desarrollar no sólo las fuerzas pro­
ductivas y la riqueza social, sino además una clase
cada vez más numerosa, más coherente y más con­
centrada de proletarios, que ella m ism a educa y em­
puja hacia la revolución, la era burguesa ha permi­
tido plantear por vez prim era en la historia el pro­
blema de la abolición de la explotación y de la cons­
trucción de un nuevo tipo de sociedad, partiendo no
ya de deseos subjetivos de reform adores sociales sino
de las posibilidades reales creadas por la sociedad
misma; com prender que la fuerza motriz de esa
revolución social sólo puede ser ese proletariado,
llevado por sus condiciones de vida y su largo apren­

92
dizaje en el seno de la producción y de la explota­
ción capitalistas a destruir el régimen dominante y
a reconstruir la sociedad sobre bases comunistas—
comprender y m ostrar todo eso con asom brosa cla­
ridad ha sido el m érito inmarcesible del M anifiesto
Com unista y del marxismo en general. Sobre esa
base de granito podemos edificar sólidamente, y no
tendría sentido ponerla en cuestión.
Pero si el m arxism o supo, desde el primer mo­
mento, definir el m arco y la orientación de toda
acción y de todo pensamiento revolucionarios en
la sociedad m oderna, si hasta fue capaz de pre­
ver que la ruta que el proletariado tendría que
seguir hasta alcanzar su em ancipación iba a ser
terriblem ente larga y difícil, tanto la evolución del
capitalism o como el desarrollo del propio movimien­
to obrero han hecho surgir nuevos problem as, fa c­
tores imprevistos e imprevisibles, tareas antaño in­
concebibles, cuyo peso ha hecho ceder al movimiento
organizado, hasta llegar a su desaparición actual.
Comprender cuáles son esas tareas, dar una res­
puesta a esos problemas, ése es el primer objetivo
que hay que alcanzar si queremos avanzar en la vía
de la reconstrucción del movimiento proletario re ­
volucionario.
Puede decirse suscintamente que lo que consti­
tuye la diferencia esencial entre la situación actual
y la de 1848 es la aparición de la burocracia como
capa social que tiende a relevar a la burguesía tra­
dicional durante el periodo de decadencia del capi­
talismo. En el m arco del sistema mundial de explo­
tación, han aparecido nuevas formas de la econo­
mía y de la explotación que mantienen los rasgos
más profundos del capitalismo pero rompen for­
malmente con la tradicional propiedad privada de
los medios de producción, y parecen ligados ex-
teriormente a algunos de los objetivos que se había
fijado hasta entonces el movimiento obrero: estati-
ficación o nacionalización de los medios de produc­

93
ción y de cambio, planificación de la economía, coor­
dinación internacional de la producción. A l mismo
tiempo, y unida a estas nuevas formas de explota­
ción, ha aparecido la burocracia, formación social
cuyos gérmenes existían ya anteriormente, pero que
se ha cristalizado y afirmado ahora como clase do­
minante en una serie de países, precisamente como
expresión social de esas nuevas formas económicas.
Paralelamente a la sustitución de las formas tradi­
cionales de la propiedad y de la burguesía clásica
por la propiedad estatal y por la burocracia, la opo­
sición dominante en las sociedades modernas deja
de ser gradualmente una oposición entre propieta­
rios y no propietarios para convertirse en oposi­
ción entre dirigentes y ejecutantes en el proceso de
producción; ya que lo que constituye, no sólo la jus­
tificación «subjetiva» de los miembros de la buro­
cracia, sino también su explicación «objetiva», es
que desempeña el papel, considerado indispensa­
ble, de «dirigente» de las actividades productivas de
la sociedad — y por lo tanto, de las demás activi­
dades.
E sa sustitución de la burguesía tradicional por
una nueva burocracia en toda una serie de países,
es tanto más importante cuanto que la raíz de esa
burocracia parece encontrarse en la mayor parte
de los casos en el propio movimiento obrero. Y a que
el núcleo en torno al cual se han cristalizado las
nuevas capas dominantes de técnicos, administra­
dores, militares, etc., lo han constituido las capas
dirigentes de los sindicatos y los partidos «obreros»
que tomaron el poder en esos países después de la
primera y la segunda guerra imperialista. Además,
lo que al parecer ha realizado esa burocracia, y lo
que constituye al mismo tiempo la base idónea para
su dominación, son ciertos objetivos del propio m o­
vimiento obrero, com o la nacionalización, la plani­
ficación, etc. O sea que el resultado más patente de
un siglo de desarrollo de la econom ía y del mo­

94
vimiento obrero parece haber sido el siguiente: por
un lado, las organizaciones — sindicatos y partidos
políticos— que creaba constantemente la clase obre­
ra para emanciparse, se transformaban no menos
continuamente en instrumentos de mistificación y
segregaban con regularidad inexorable capas que
se alzaban sobre las espaldas del proletariado para
resolver el problema de su propia emancipación, ya
sea integrándose al régimen capitalista, ya sea pre­
parando y realizando su propia llegada al poder.
Por otra parte, una serie de artículos de programa
considerados antes o progresivos o radicalmente re­
volucionarios — la reforma agraria, la nacionaliza­
ción de la industria, la planificación de la produc­
ción, el monopolio del comercio exterior, la coordi­
nación económica internacional— , se han visto rea­
lizados, en la mayor parte de los casos por la ac­
ción de la burocracia obrera, y a veces hasta por
el propio capitalismo en el curso de su desarrollo,
siendo el único resultado para los trabajadores una
explotación más intensa y mejor coordinada — en
una palabra, racionalizada.
O sea que esa evolución, cuyo resultado obje­
tivo ha sido una organización más sistemática y
más eficaz de la explotación y de la esclavización
del proletariado, ha producido además una confu­
sión sin precedentes, tanto sobre los problemas de
la organización del proletariado en su lucha, como
sobre los de la estructura del poder obrero y los del
programa mismo de la revolución socialista. Hoy en
día, el principal obstáculo a la reconstrucción de un
movimiento revolucionario lo constituye esa confu­
sión sobre los problemas más esenciales de la lucha
de clases. Si queremos acabar con ella, hay que em­
pezar por intentar resumir lo que fue la evolución
de la economía capitalista y del movimiento obrero
durante estos últimos cien años.

95
l. Burguesía y burocracia

E l capitalismo, o sea el sistema de producción,


basado en un desarrollo extremo del maqumismo
y en la explotación del proletariado y orientado ha­
cia la ganancia, se presentó al principio, desde co­
mienzos del siglo x ix hasta 1 8 8 0 aproximadamen­
te, como un capitalismo nacional, que se apoyaba
en una burguesía nacional y vivía y se desarrollaba
en el m arco de la libre com petencia. E sa competen­
cia entre capitalistas individuales es, durante ese
período, el motor esencial del desarrollo de las
fuerzas productivas y de la sociedad en general. L a
producción es regulada, de modo espontáneo y cie­
go, por el m ercado; pero el equilibrio entre produc­
ción y consumo que se puede obtener mediante las
adaptaciones espontáneas del m ercado es forzo­
samente pasajero, y es precedido y seguido por pe­
ríodos de desequilibrio profundo, o sea de crisis
económ ica. L o que caracteriza pues esa fase es la
anarquía de la producción capitalista, que desembo­
ca de modo periódico y regular en crisis durante las
cuales parte de la riqueza de la sociedad es des­
truida, m asas de trabajadores pierden su enipleo,
y quiebran los capitalistas menos fuertes. Em pujado
por el propio desarrollo técnico, que exige inversio­
nes cada vez mayores, y mediante la eliminación
por las crisis y la competencia de patronos peque­
ños y medios, el capital se concentra cada vez más;
masas cada vez mayores de capital y ejércitos cada
vez más importantes de trabajadores son dirigidos
por un número cada vez menor de patronos o de
sociedades capitalistas. E se proceso de concentra­
ción de las fuerzas productivas — del capital y del
trabajo— llega a una primera fase con la domina­
ción total de cada uno de los sectores importantes
de la producción por un solo monopolio capitalis­
ta, y con la fusión del capital industrial y del capi-

96
tal bancario, que se convierte en capital finan­
ciero.
A l desaparecer y ser sustituido por el capitalis­
mo de m onopolios, el capitalismo de libre com pe­
tencia del siglo x ix deja tras de sí un mundo com ­
pletam ente transform ado. L a producción industrial,
antaño insignificante, se había convertido en la prin­
cipal actividad y fuente de riquezas de las socieda­
des civilizadas; con ella habían surgido centenares
de grandes aglom eraciones urbanas. en las que se
hacinaba un núm ero cada vez m ayor de trab aja­
dores industriales, concentrados en fábricas de di­
mensiones cada vez más importantes, y en cuyas fi­
las creaba rápidam ente la identidad de condiciones
de vida y de tra b a jo la conciencia de una unidad de
clase. L a producción y el com ercio internacional se
habían m ultiplicado por diez en unas cuantas dé­
cadas. Después de haber conquistado y organizado
de modo definitivo las grandes naciones civiliza­
das — Inglaterra, F ran cia, Estados U nidos, A lem a­
nia— , el capitalism o iba a lanzarse a la conquista
del mundo.
P ero esa conquista no iba a ser obra del capita­
lism o de com petencia. Este se había transform ado,
en función 9 e sus propias tendencias Internas, en
capitalism o m onopolista. Las consecuencias de esa
transform ación fueron importantísimas. E n primer
lugar, y desde un punto de vista estrictam ente eco­
nóm ico, la concentración del cap ital y la aparición
de empresas de dimensiones cada vez m ayores cón-
dujo a una racionalización y a una organización per­
feccionada de la producción; y éstas, unidas a la in­
tensificación del ritmo y de la explotación del tra­
bajo , perm itieron una disminución considerable del
precio de coste de los productos. E n el plano social,
la concentración del capital, al provocar la desapa­
rición gradual del patrono-director, del em presario,
pionero del período heroico del capitalism o, y al
centralizar la propiedad de inm ensas y numerosas

97
em presas en unas pocas m anos, conducía a una
separación gradual de las funciones de propiedad y
de dirección y confería una im portancia creciente
a las capas de directores, de administradores y de
técnicos. E l capital perdía su relación exclusiva con
la burguesía nacional e internacional y se convertía
a un tiem po, por intermedio de los trusts y de los
cárteles que se extendían a varios países, en capi­
tal internacional. Por último, la aparición de los
m onopolios suprimía la com petencia en el interior
de cada sector m onopolizado, pero se agudizaba así
la lucha entre los diversos m onopolios y asociacio­
nes m onopolísticas nacionales o internacionales. D e
ahí la transform ación de los métodos de lucha entre
los diversos grupos capitalistas: la expansión de la
producción y la disminución de los precíós de ven­
ta, en una palabra, la com petencia «pacífica», ha si­
do sustituida cada vez m ás por métodos «extraeco­
nóm icos >, com o los aranceles proteccionistas y el
dum ping , el acaparam iento de m ercados coloniales,
las presiones políticas y m ilitares y, en último tér­
mino, la guerra misma, que estalla en 1914 com o
última instancia capaz de resolver los conflictos
econo mi cos.
L a principal m anifestación de los antagonismos
entre monopolios y naciones imperialistas fue la
lucha por las colonias. D urante el período anterior,
desde los descubrimientos del siglo XV hasta la se­
gunda m itad del siglo x ix , los países «atrasados»,
tuvieran o n o el estatuto de colonia, eran ante todo
lugares donde los países capitalistas avanzados obte­
nían valores de m odo directo y brutal y vendían
m ercancías. L a penetración del capitalism o en esos
países durante la prim era m itad del siglo x ix se m a­
nifestó esencialm ente com o invasión de m ercancías
a b a jo precio. P ero la transform ación del capitalis­
mo de com petencia en capitalism o m onopolista m o­
dificó la naturaleza de las relaciones económicas en­
tre colonias y países capitalistas. E l funcionam ien­

98
to de los monopolios supone un cierto tipo de m er­
cado, en el que tanto las ventas com o el abasteci­
m iento en m aterias primas deben ser relativam ente
estables. A partir de ese momento, las colonias van
a ser sometidas a esa «racionalización» de los mer­
cados que intentan establecer los m onopolios, tanto
de los m ercados de ventas com o de las fuentes de
m aterias primas. P ero se convierten sobre todo en
cam po de inversión para el excedente de capital en
las m etrópolis; ese excedente empieza a ser expor­
tado h acia las colonias y los países atrasados, en
general, donde una cuota de ganancia elevada, en
función del precio ínfimo de la m ano de obra, le
perm ite una explotación mucho más rentable.
Y es así cóm o. antes de que estalle la guerra
en 1 9 1 4 , el mundo entero se encuentra dividido en­
tre seis o siete grandes naciones imperialistas. L a
tendencia de los monopolios a increm entar su po­
derío y sus ganancias tiene que m anifestarse forzo­
sam ente ahora com o impugnación de ese reparto
del planeta, com o lucha por un nuevo reparto más
ventajoso. E se es el significado de la primera guerra
mundial.
L a guerra term inó y los vencedores despojaron
a los vencidos: éstos tuvieron que confinarse en
los límites de sus fronteras nacionales. Pero la eu­
foria de los im perialistas vencedores fue pasajera.
L a incesante exportación de capital h acia los paí­
ses atrasados y la interrupción de las exportaciones
europeas debida a la guerra habían conducido a la
industrialización de una serie de países de ultra­
mar. Los Estados Unidos aparecían por vez prime­
ra en el m ercado mundial como país exportador de
productos industriales. L a revolución de 1 9 1 7 había
separado a R usia del mercado mundial. L a expan­
sión de la producción en los países capitalistas iba
a ch o car con los límites de un m ercado cada vez
más reducido. B u ena prueba de elio es que, a par­
tir de 1913, aunque aumente continuam ente la pro­

99
ducción de productos m anufacturados, las exporta­
ciones e im portaciones de esos productos perm ane­
cen estacionarias o hasta dism inuyen. U na nueva
crisis de superproducción era inevitable.
E stalló en 1 9 2 9 , co n una violencia sin prece­
dentes en la larga historia de las crisis capitalistas,
y podem os definirla com o la últim a de las crisis
cíclica s clásicas y a la vez el in icio de la fase de
crisis perm anente del régim en capitalista, no
do éste conseguido recobrar su equilibrio desde en­
tonces, ni siquiera de m odo p arcial y pasajero.
P ero la crisis de 1 9 2 9 supuso al mismo tiem po
una aceleración de la evolución del im perialismo.
C ada crisis anterior, al llevar a la quiebra a las em ­
presas menos resistentes, h abía acelerado el m ovi­
m iento de concentración del capital^ hasta llegar a la
m onopolización com pleta de cad a ram a im portante
de la producción y a la supresión de la com petencia
en el interior de esas ram as. D espués de 1 9 2 9 , se
asiste al mismo proceso, pero esta vez a escala in­
ternacional. Los países capitalistas europeos más de­
sarrollados y que disponían de territorios coloniales
más extensos m ostraron de m odo definitivo que eran
incapaces de afrontar la com petencia en el m erca­
do internacional. C om enzaba así un nuevo período
del proceso de con cen tración m undial de las fuer­
zas productivas. H asta aquel m om ento, el mundo
había estado dividido entre varios países o grupos
de países im perialistas rivales, cuya vida era una
sucesión de fases pasajeras de equilibrio y de dese­
quilibrio económ ico, político y m ilitar. A lo que se
iba ahora era a la dom inación universal de un solo
país im perialista, el que resultara ser m ás fuerte
económ ica y políticam ente.
P e ro aunque afectara en p rim er lugar las rela­
ciones internacionales, esa evolución iba a tener una
profunda influencia en la econom ía de cada país c a ­
pitalista. L o s países europeos, q u e eran ya incapa­
ces de luchar en el m ercado m undial, sólo podían

100
reaccionar ante la crisis replegándose sobre sí
m os, y o ñ e n ^ d o s e hacia la autarquía económ ica.
E sa política autárquica no era p or o tra parte más
que una m anifestación del alto grado de con cen tta-
ción m onopolística que h a b ^ alcanzado esos paí­
ses, y del co n tro l to ta l de la econ om ía nacional por
los m onopolios, e ib a a determinar a l mism o tiem po
la entrada en una nueva fase de co n cen tració n : la
concentración e n torno al Estad o.
E n efecto, esa política tendía a patentizar y refor­
zar la lenta y gradual convergencia del capital y
del E stad o que se h abía m anifestado desde e l inicio
de la era industrial, y sobre todo' con la llegada del
reino de los m onopolios. Al convertirse la econo­
m ía im perialista «nacional» en u n a totalidad que
debía bastarse a sí misma, el E stad o cap italista aña­
día a su función de instrumento de coerción política
otra que iba a co b ra r una im portancia cad a vez m a­
yor: se transform aba en órgano cen tral de coordi­
nación y de dirección de la econom ía. L a s im por­
taciones y las exportaciones, la producción y el con­
sumo, iban a ser regulados p or una instancia cen­
tral que rep resentara el interés general de las ca­
pas m onopolísticas. O sea que la evolución e co ­
nóm ica de 1 9 3 0 a 1939 está caracterizada por la
im portancia cad a vez mayor del papel económ ico del
E stad o, com o ó rg an o de coordinación y de direc­
ción de la econom ía nacional y por los com ienzos de
la fusión orgán ica entre el capital m onopolista y el
Estad o. Y no es casualidad si en E u rop a las m ani­
festaciones m ás claras de esa tendencia aparecieron
en países que, al no disponer de colonias, se en­
contraban en situación de inferioridad fren te a otros
im perialism os, o sea en la A lem ania nazi y el de la
Italia fascista. S in embargo, la política de Roosevelt
en los Estad os U nidos correspondía a la m ism a ten­
dencia, en el m a rco de un capitalism o m ucho más
sólido.
P ero esa breve fase de repliegue sobre las eco -

101
nomías nacionales no fue en realidad más qu e ^una
transición, por definición no podía ser duradera. Y a
que no significaba en m odo alguno que la interde­
pendencia de las producciones de las econom ías na­
cionales hubiera dism inuido: al con trario, era sólo
la expresión de u n a reacción i ^ e d i a t a de los mo­
nopolios y de los Estad os capitalistas ante los re­
sultados, catastróficos para los más débiles, que pro­
vocaba esa interdependencia. T an to esa misma reac­
ción com o el supuesto rem edio que buscaba en la
autarquía, eran perfectam ente utópicos.
L a segunda guerra m undial lo probó con cre>o
ces. D irectam ente provocada por la asfixia de las
producciones alem ana, italiana y jap o n esa en los lí­
mites dem asiado estrictos de sus respectivos mer­
cados, esa guerra no fue más que la primera ma­
nifestación directa de la tendencia hacia con ­
centración total de la producción a escala interna­
cional, hacia la unificación del cap ital mundial en
torno a un solo p olo dominante. E l capital alemán
intentó desempeñar ese papel unificador, subordi­
nándose y agrupando en to m o a sí al capital euro­
peo. Y a no se trataba, com o durante la primera gue­
rra mundial, de un nuevo «reparto> del mundo. Los
objetivos de la guerra eran, en am bos casos, m ucho
más am biciosos: de lo que se trataba era de la asi­
m ilación, en provecho del im perialism o vencedor, no
sólo de países atrasados, de m ercados, etc., sino del
capital m ism o de lo s demás países impe^rialistas, en
un intento de organizar el conjunto de la econom ía
y de la vida mundial en función de los intereses de un
grupo dom inante. L a derrota de la coalíción del
E je dejó las m anos libres a los «A liados>, en su pro­
pia lucha por la dom inación mundial.
Y a que si la primera guerra mundial dio sólo
una solución pasajera a los problem as que la ha­
bían provocado, e l fin de la segunda guerra mun­
dial no ha hecho más que plantear de nuevo, y de
m odo m ucho funs profundo, grave y perentorio, los

102
problem as que a ella condujeron. E n prim er lugar,
el inevitable fra c a so de todos los im perialism os de
segunda fila y de las estructuras «au tárqu icas» en
E u ro p a es hoy algo aún m ás evidente e irrem ed ia­
ble que antaño. L o s im perialism os europeos han
probado de m odo definitivo que eran incapaces tan ­
to de representar una com petencia seria p ara la
prod u cción am ericana en el m ercado m undial com o
de bastarse a sí m ism os. E l im perialism o am ericano
ya ni siquiera n ecesita intentar som eterles: han pro­
puesto su sum isión ellos mism os. H an reco n o cid o
que ya n o pueden vivir más que a la som bra de los
E stad o s U nidos, y aceptando su autoridad. P e ro el
resultado más im p ortan te de la guerra ha sido la
m anifestación b ru tal de la últim a gran oposición
entre E stad os explotadores, la últim a gran división
del sistem a m undial de exp lotación : el antagonis.:.
m o y la lucha entre los Estados U n id o s y R u sia por
la dom inación m undial.
E s e antagonism o, que dom ina el p eríod o co n ­
tem p oráneo, tiene un carácter fundam entalm ente
nuevo, no sólo p o rq u e es la últim a form a de •an ta­
gonism o entre E sta d o s en lucha en la sociedad m o­
derna, sino tam bién porque los dos sistem as que
se oponen tienen una estructura d iferente, ya que es
d iferen te la fa se del proceso de co n cen tració n de
las fuerzas productivas que rep resenta cad a uno.
E n el p eríod o actu al, esa co n cen tració n supera
la fase m onop olística y cam bia de fo rm a: en cada
país, el E sta d o se convierte en el e je de ía vida e co ­
n óm ica, ya sea p orqu e el conjunto de la producción
y de la vida so cial están d irectam ente som etidos a
la autoridad del E sta d o (com o en R u sia y en los
países satélites), ya sea porque los grupos capitalis­
tas dirigentes tienen forzosam ente que utilizarlo co ­
m o el m ejo r instrum ento de co n tro l y de d irección
de la econom ía n acio n al (en el resto del m undo).
A d em ás, en el plano internacional, no sólo los paí­
ses 'que siem pre estuvieron subordinados a la s cg ran -

103
des potencias», sino esas mismas ex-«potencias>, no
pueden ya, ni económ ica, ni m ilitar, ni políticam en­
te, m antener su independencia, y caen b a jo la d o m i­
nación, abierta o disimulada, de los dos únicos E sta ­
dos suficientem ente poderosos com o p ara poder con­
servar su autonom ía, o sea de R usi a o de los E sta ­
dos U nidos, super-Estados de la era contem porá­
nea, m olochs devoradores a los que hay que servir
ciegam ente, o ser destruido. T an to E u ro p a com o el
resto del mundo se encuentran pues divididos en dos
zonas opuestas, una de dom inación ru sa y o tra de
dom inación am ericana.
P ero esa sim etría fundam ental no debe hacer­
nos olvidar que h ay diferencias esenciales que se­
paran a las dos zonas. L o s E stad os U nidos han lle­
gado a la etapa actu al de concentración de su
nomía y de dom inación transcontinental m ediante un
desarrollo orgánico de su capitalism o. L a m onopo­
lización h a llevado a la econom ía am ericana a su
fase actual, en la que una decena de asociaciones
gigantescas, increíblem ente poderosas, poseen todo
lo que pueda tener una im portancia real en la p ro­
ducción y la controlan totalm ente, desde los m ás
ínfim os m ecanism os hasta ese instrum ento central
de co erción y de dom inación que es el E stad o fe ­
deral am ericano. P ero el gran cap ital no se h a iden­
tificado todavía totalm ente con el E stad o ; form al­
m ente, posesión y gestión de la econom ía y pose­
sión y gestión del E stad o siguen siendo dos cosas
distintas, y sólo la fusión del personal dirigente per­
mite una coordinación total. A dem ás, la planifica­
ción de la econom ía sigue lim itándose a cada ram a
de la producción: la econom ía sólo fu e som etida a
una coordinación de conjunto durante la segunda
guerra m undial, y desde entonces ese tipo de coor:-
dinación h a perdido terren o de nuevo.
E n la zona rusa, por el co n trario — y sobre to ­
do en R u sia misma— la concentración de las fuer­
zas productivas es total. L a econom ía en su totali­

104
dad p erten ece a l E stad o -p atro n o , y e s E rig id a por
él. D e la ex p lo tació n del proletariad o se b en eficia
una inm ensa y m on stru osa b u ro cra cia (b u ró cratas
p o lítico s y eco n ó m ico s, técnicos e in telectu ales, di­
rigentes del p artid o «com unista» y de los sindicatos,
m ilitares y altos ca rg o s de la p o licía). L a « p la ^ fi-
cació n » de la e co n o m ía en función de los intereses
de la bu ro cracia es absolutam ente general.
P o r lo que re sp e cta al grado de sum isión de los
E stad o s de segunda fila, puede d ecirse que la identi­
fica ció n de los regím enes económ icos y sociales de
los E stad o s satélites co n el de R u sia h a sido total,
y que su p ro d u cció n está d irectam en te adap tad a a
los intereses e co n ó m ico s y m ilitares de la b u ro cra­
cia rusa. C om p arad o con el «plan M o lo to f >, el plan
M arsh all en la zona am ericana n o es m ás que el
in icio de un p ro ceso de avasallam iento q u e tendrá
que pasar tod avía p o r una serie de etapas, y que
só lo podrá realizarse totalm ente con la tercera gue­
rra m undial.
D esde el p unto de vista de la situ ació n del pro­
letariad o , p or ú ltim o , si bien puede d ecirse que se
m anifiesta en los dos sistemas una m ism a tendencia
fundam ental del cap italism o m oderno h acia la exp ío -
tació n cad a vez m ás total de la fu erza de tra b a jo ,
d ifieren en cu a n to al grado de realizació n de ese
tend en cia. E n la zo n a rusa, n o h ay o bstácu lo s, ni
ju ríd ico s ni eco n ó m ico s, que puedan p on er trab as a
la voluntad de la bu rocracia de e x p lo ta r al m^áximo
al proletariad o, d e aum entar lo n iás posible la pro­
ducción p ara sa tisfa cer su consum o p arásito y au­
m entar su p o ten cial m ilitar. E n esas co n d icion es, el
proletariad o e stá com pletam ente red u cid o al estad o
de sim ple m ateria b ru ta de la p rod u cción . S u s co n ­
diciones de vida, el ritm o de la p ro d u cció n , la dura­
ción de la jo rn a d a de trab ajo , son im puestos p o r la
b u ro cra cia sin discusión alguna. E n la zona am eri­
can a, ese p ro ceso sólo ha alcanzado un punto aná­
logo en los p aíses coloniales y atrasad o s; en E u ro -

105
pa y en Estados U nidos, sólo está en sus com ien­
zos.
P ero por im portantes que sean, esas diferencias
no deben hacernos olvidar que su desarrollo condu­
ce a los dos sistemas a identificarse. E s evidente
que la prim era consecuencia de la dinámica. de la
evolución es que los rasgos de concentración en el
seno d el sistema im perialista am ericano son cada
vez m ás acusados. E l con trol, tan to económ ico co ­
m o político, de los otros países por el capital esta­
dounidense, y el papel cada vez más im portante que
desem peña el E stad o am ericano en ese control; la su­
m isión del capital alem án y japonés a lo s monopolios
yanquis, resultado de la segunda guerra mundial
que parece ser ya definitivo; la aceleración de la
con^oentración vertical y horizontal im puesta por la
necesidad de un con trol y de una regulación cada
vez m ás com pletos de las fuentes de materias pri­
mas y de los m ercados, tanto internos com o exter­
nos; el fortalecim iento del aparato m ilitar, la pro­
xim idad de la guerra to tal y la transform ación gra­
dual de la econom ía en econom ía de guerra perma­
nente; la necesidad de una exp lotación total de la
clase o brera, im puesta por la dism inución de las
ganancias y por la necesidad de efectuar inversiones
cada vez más importunantes — todos esos factores lle­
van a los Estados Unidos hacia el m onopolio uni­
versal y h acia la identificación de éste con el E sta ­
do, y lo s conducen al mism o tiem po hacia un régi­
m en. político totalitario. U n a nueva crisis de super­
producción, pero sobre todo la guerra, implicarán
una aceleración extraordinaria de ese proceso.
A sí pues, el p ro ceso de concentración de las fuer­
zas productivas sólo tiene un lím ite: la unificación
del capital y de la clase dom inante a escala mun..
dial, o sea la unificación de los dos sistemas que se
oponen hoy en día. Y sólo la guerra, que es ya
inevitable, puede p e r m d i esa unificación. L a guerra
es inevitable porque la econom ía m undial no puede

106
seguir eternam ente dividida en dos zonas h e r n é tir a -
m ente separadas, y porque tanto la burocracia rusa
com o e l im perialism o ^ a r t c a n o intentarán tarde o
tem prano resolver sus contradicciones internas me­
diante la expansión.
L a tendencia inexorable de ^ b o s sistemas a in­
crem entar sus ganancias y su poderío los lleva a bus­
car terrenos m ás extensos para sus rapiñas. C om o se
encuentran an te un adversario que tiene exactam en­
te las mismas intenciones, el increm ento de esas ga­
nancias y hasta su simple conservación dependen de
que sean capaces de seguir desarrollando las fuerzas
productivas. P e ro ese desarroHo es cad a vez más di­
fícil dentro de los lím ites estrictos qu e im pone la di­
visión del m undo en dos zonas. L a concentración
del capital y e l desarrollo técnico exigen inversiones
cada vez m ás im portantes, y p ara efectuarlas sólo
hay un m edio: exp lotar aún m ás al proletariado;
pero e sa explotación creciente ch o ca rápidam ente
con un obstácu lo insuperable ^--el descenso de la
productividad del- tra b a jo superexplotado— . D e ahí
que p ara los explotadores, burócratas o burgueses,
sólo quede una solución: la expansión, y la anexión
del capapital, del proletariado y de las fuentes de m a­
terias prim as del adversario. L o que observam os
aquí es la m anifestación más acabada de la tenden­
cia del capital concontrado a conseguir ganancias
no ya únicam ente en función de su propia magnitud,
sino en función de su superioridad en una relación
de fuerzas — y se trata, t i e n d o en cu en ta el grado
actual de con cen tració n , de una tendencia a apo­
derarse no ya de una parte m ás considerable de. fas
ganancias, sino de todas las g a n a n c ia — . P ero e l úni­
co modo de apoderarse de todas las ganancias es
apoderarse de todas las condiciones y fuentes de
ganancia, o sea en fin de .cuentas de la econom ía
mundial en su co n ju n to. L a guerra p o r la dom ina­
ción mundial se convierte así en _la fo rm a superior
y fin al de la com petencia entre las p r rá u r a o n e s con­

107
centradas. Cuando se llega al estadio de la concen­
tración total, la com petencia se convierte fatal y
directam ente en lu ch a m ilitar, y la guerra total sus­
tituye a la com petición económ ica en tanto que m a­
nifestación, tanto de la oposición de los intereses
de las capas dominantes com o de la tendencia hacia
una concentración universal de las fuerzas produc­
tivas impuesta por el desarrollo económ ico.
Pero puede tam bién decirse que, al imponer el
antagonism o irreductible de la burocracia rusa y del
im perialism o am ericano la guerra com o única pers­
pectiva, esa guerra se convierte a p artir de ese m o­
m ento en medio vital de la sociedad mundial, y su
aparición en el horizonte determ ina ya las m anifes­
taciones de la vida social en todos los terrenos, ya
se trate de econom ía o de política, de técnica o de
religión. E s a determ inación de todas las actividades
esenciales por la guerra futura agrava a un punto
increíble las contradicciones ya existentes, y contri­
buye a su vez a confirm ar y radicalizar el proceso
que conduce a un conflicto abierto.
N o sólo es la guerra inevitable: lo es tam bién,
de n o intervenir el proletariado revolucionario para
suprimir esa oposición y sus bases, la fusión de los
dos sistemas y la unificación del sistem a mundial de
explotación a expensas de. los intereses de los traba­
jadores. D e no estallar la revolución, la guerra aca­
bará co n la elim inación de uno de los antagonistas,
y significará la dom inación m undial del vencedor,
el con trol absoluto de todo el cap ital y de todo el
proletariado del planeta, y el rea^ ^ p am ien to en­
torno al vencedor d e la mayor p arte de las capas
eAplotadoras de los diferentes países, cuando hayan
sido exterm inadas las cúspides dirigentes del grupo
de los vencidos. N o cab e la m enor duda de que una
victoria rusa significaría un con trol total del apa­
rato productivo am ericano y m undial por la buro­
cracia rusa, a través de la «nacionalización» com ­
pleta del gran capital am ericano, la exterminación

108
de los capitalistas yanquis y de sus principales agen­
tes políticos, sindicales y m ilitares, y de la integra­
ció n en el nuevo sistem a de la casi totalidad de los
técnicos y de gran parte de la b u ro cracia estatal,
eco n ó m ica y o b rera am ericana. E s tam bién eviden­
te que una v icto ria am ericana significaría la exter­
m inación de la cúspide del aparato bu rocrático ru­
so, la subord inación directa del aparato de produc­
ción y del proletariado ruso al capital am ericano
— conservando, por ser la más concentrad a y más
cóm od a p ara la explotación, la form a de la pro­
piedad nacionalizada— , y la integración en el sis­
tem a am ericano de la mayoría de los bu rócratas eco ­
nóm icos, adm inistrativos y sindicales, así como de
los técnicos rusos. E s a asim ilación com pleta de! ca ­
pital y del proletariado ruso por el capitalism o yan­
qui sólo sería posible, por cierto, m ediante m odifi­
caciones internas de la estructura econ óm ica de los
Estad os U nidos que la harán entrar definitivam ente
en el camino que lleva a la estatificación total.
L a guerra representará por lo tanto, de todas
form as y sea quien sea el vencedor, un cam bio de­
cisivo en la evolución de la sociedad m oderna. A cele­
rará la evolución de esa sociedad h acia 1a barbarie,
a m enos que le ponga térm ino la intervención de
las m asas explotadas, de las víctim as de la hecatom ­
be — a m enos que la revolución p roletaria mundial
invada la escen a histórica para exterm inar a los ex­
plotadores y a sus agentes y reconstruir la vida so­
cial de la hum anidad, utilizando, para liberar al hom ­
bre y perm itirle fo rjar él mismo su propio destino,
las riquezas y las fuerzas productivas que la socie­
dad actual, después de haberlas desarrollado hasta
un punto in co n cebible antaño, sólo es cap az de uti­
lizar hoy co m o instrumentos de exp lotación , de o p re­
sión, de destrucción y de m iseria. E l destino de la
hum anidad y de la civilización dependen d irecta­
m ente de la revolución.

109
2. B u rocracia y p roletariad o

D esde que aparece en la historia, el capitalism o


tiende a transform ar al proleta.tiado en simple m a­
teria bruta de la econom ía, en una pieza más de
sus m áquinas. E l obrero es en la econom ía cap ita­
lista un objeto, una m ercancía, y el capitalista le
trata com o tal. C o m o con cualquier m ercancía, el
capitalista trata de com prar la fuerza de trab ajo lo
más b arata posible (el obrero no es para él un hom ­
b re que h a de vivir su propia vida, sino una fuer­
za de tra b a jo que puede convertirse en fuerza de
ganan cia: tiende por consiguiente a reducir al mí­
nim o su salario, a im ponerle las condiciones de vida
más m iserables). C om o co n cualquier m ercancía, el
capitalista trata de arrancar al o brero un rendimien­
to m áxim o (y p o r consiguiente de imponerle una
jornada de trab ajo lo más larga posible, y el ritmo
de producción m ás intenso).
P ero el sistem a capitalista no puede desarrollar
libre e indefinidam ente su tendencia fundamental
a la explotación total. E n prim er lugar, porque esa
tendencia está en contradicción co n el objetivo m is­
m o de la producción. L a realización com pleta del
objetivo capitalista, que es la explotación ilimitada
de la fuerza de trab ajo , se opone a otro objetivo no
m enos esencial: el aum ento de la productividad. Si
el o b rero es, hasta desde el punto de vista eco n ó ­
m ico, algo más que una m áquina, es porque produ­
ce para el capitalista más de lo que cuesta, y sobre
todo porque m anifiesta durante su trabajo la creati­
vidad, la capacidad de producir m ás y m ejor, que
1as otras clases productivas de los períodos his­
tóricos anteriores no poseían. C uando el capitalista
trata al obrero com o ganado, descubre rápidam en­
te a sus expensas que el ganado no vale lo que vale
un o b rero : la productividad de los obreros superex-
plotados b a ja r á p id ^ r a t e . E sa es la verdadera raíz

110
de las contradicciones del sistema moderno de ex­
plotación, y la razón histórica de su fracaso, de su
incapacidad para estabilizarse.
Pero — y. esto es aún más importante— el siste­
ma capitalista choca también con el proletariado co­
mo clase consciente de sus intereses. El obrero des­
cubre rápidamente que en la economía capitalista
debe producir cada vez más y costar cada vez me­
nos; y cuando comprende también que su vida no
puede tener como único objetivo el ser fuente de
ganancia para el capitalista, de la condición de ex­
plotado pasa a la de individuo consciente de su explo­
tación, y reacciona contra ella. Como el régimen
capitalista produce y reproduce a escala cada vez
mayor la explotación, la lucha de los obreros tiende
constantemente a convertirse en lucha por la aboli­
ción completa de la explotación y de sus condicio­
nes: la monopolización de los medios de produc­
ción, del poder estatal y de la cultura por una clase
de explotadores.
Esa lucha por la abolición de la explotación no
es algo específico de la clase obrera; ha existido
desde que existen clases explotadas. Lo que caracte­
riza a la lucha de la clase obrera contra la explota­
ción es que se desenvuelve en un marco que permi­
te la realización de su objetivo, porque el desarrollo
extremo de la riqueza social y de las fuerzas produc­
tivas, resultado de la civilización industrial, permite
ahora de modo positivo la construcción de una so­
ciedad de la que están ausentes los antagonismos
económicos; un marco, además, donde la clase obre -
ra se encuentra en condiciones que le permiten em­
prender esa lucha, y triunfar en ella. Con el prole­
tariado aparece por vez primera en la historia una
clase explotada que dispone de una inmensa fuerza
social, y que puede adquirir conciencia de su situa­
ción y de sus intereses históricos.
Al vivir y producir colectivamente, los obreros
no tardan en pasar de la reacción individual a la

l 11
reacción y a la acción colectivas con tra la explota­
ción ; concentrados por el desarrollo del m aqum is­
m o y de la centralización de las fuerzas productivas
en fábricas, en ciudades y en aglom eraciones indus­
triales cada vez m ás im portantes, viviendo y produ­
ciendo unos junto a otros, llegan muy pronto a la
con ciencia de la unidad de su clase, opuesta a la
unidad de la clase de los explotadores; al com pren­
der su propio papel — de verdaderos productores— ,
y el otro — de parásito— de los patronos, acaban
por darse como objetivo no sólo 1a lim itación de la
explotación, sino su supresión total y la reconstruc­
ción de la sociedad sobre bases com unistas, una so­
ciedad dirigida por los productores mismos donde
todas las ganancias provendrán del trabajo produc­
tivo.
D esde los prim eros m om entos de su historia, la
clase obrera va a lanzarse en intentos grandiosos pa­
ra destruir la sociedad de explotación y constru i j
una sociedad proletaria, intentos cuyo ejemplo más
acabado fue, en el siglo x i x , la Com una de París.
E sos intentos fracasaron. Porque las condiciones de
la época no estaban lo bastante maduras, porque el
desarrollo de la econom ía no era suficiente, porque
el propio proletariado era aún num éricam ente débil y
sólo tenía una co n cien cia im precisa de los medios
que debía emplear para alcanzar sus objetivos.
P ero aunque fracasaran esas primeras ten tati­
vas, la clase obrera consiguió organizarse para al­
canzar sus objetivos en organizaciones enómicas (los
sindicatos) y políticas Qos partidos de la segunda
internacional), que tendían, al m enos al principio,
a un m ism o fin: la supresión de la sociedad de c la ­
ses y la construcción de una sociedad proletaria.
E n el período de su verdadero apogeo — hasta
1914-— esos sindicatos y esos partidos realizaron
un enorm e trabajo positivo. Proporcionaron el m ar­
co que permitió a m illones de obreros, conscientes
ya de su clase y de sus intereses históricos, organi­

112
zarse y luchar. E s a s luchas han traíd o consigo una
m ejo ra co n sid erable de las condiciones de vida y
de trab ajo del p roletariad o, la educación social y po­
lítica de am plias cap as obreras, y una con cien cia
de la fuerza decisiva que representa el proletariad o
en las sociedades m odernas.
P ero, al m ism o tiem po, lo s sindicatos y los par­
tidos de la 11 In tern acio n al, arrastrados por el éx i­
to de las reform as que las luchas obreras conse­
guían arran car a la burguesía durante ese período
de expansión ju ven il del im perialism o, acabaron por
acep tar p oco a p oco una ideología cad a vez más
abiertam ente reform ista. Sus dirigentes querían h a ­
ce r cre e r a la cla se o brera que era posible, sin re­
volución violenta y sin dem asiados trastorn os, m e­
diante una serie indefinidam ente prolongada de re­
fo rm as, conseguir la supresión de la exp lo tació n y la
tran sfo rm ación de la sociedad. L o que no querían
ver, es que el cap italism o se acercab a cada vez más
a su crisis orgán ica, crisis que n o só lo le im pedi­
ría toda co n cesió n nueva, sino qu e le obligaría a
in ten tar retirar la s que se le h ab ía arran cad o. L a
idea de la revolu ción proletaria co m o m edio indis­
pensable para a ca b a r co n la exp lo tació n capitalista
p arecía una u to p ía inconsciente, o una visión de
m ísticos sanguinarios.
E s a d egeneración de la I I In tern acio n al no fue
un p u ro azar. A p rovechando la superexplotación de
las colon ias, no só lo pudo el im perialism o otorgar re­
form as que d aban una apariencia de ju stificació n
objetiva a la m istü icació n reform ista, sjn o que pudo
adem ás corrom p er así a una verdadera «aristo cra­
cia o b rera » , paulatinam ente aburguesada. P e ro lo
esencial es q u e ap areció por vez prim era una b u ro ­
cracia obrera que se separaba de la clase explotada
e in ten taba sa tisfa cer sus propias aspiraciones. A l
form ar la clase o brera inm ensas organizaciones de
m illones de m iem bros, alim entadas por cotizacio ­
nes que m antenían a aparatos extensos y poderosos,

113
aparatos que necesitaban a responsables permanentes
para ser dirigidos, y de donde salían periódicos,
diputados, comités — toda esa evolución condujo
a la aparición de una capa importante de burócra­
tas y sindicales que provenía de la aristocracia obre­
ra y de la intelligentsia pequeñoburguesa, y que pron­
to empezó a comprender que sus intereses se iden­
tificaban, no con la lucha por la revolución prole­
taria, sino con la función de pastores de manadas
de obreros en las praderas de la «democracia» ca­
pitalista. E l aparato creado por la clase obrera para
emanciparse, en el que había delegado las funcio­
nes dirigentes, la responsabilidad y la iniciativa en
la defensa de sus intereses, se había transformado
en instrumento de los patronos en la clase obrera,
y se dedicaba esencialmente a engañarla y adorme­
cerla.
E l despertar fue duro. Cuando la evolución fa­
tal del capitalismo desembocó en la carnicería uni­
versal de 1914, los obreros no encontraron en sus
«dirigentes» más que diputados de la burguesía y
ministros de gabinetes de «Unión sagrada», que les
enseñaron que había que dejarse degollar por la de­
fensa y la gloria de la patria capitalista. La reacción
obrera fue lente, pero tanto más radical. En 1917,
los obreros y campesinos de Rusia, seis meses des­
pués de haber derribado al ré^men zarista, barrie­
ron al régimen socialpatriota de Kerenski e instau­
raron, encabezados por el partido bolchevique, una
democracia soviética, la primera república de los
explotados en la historia de la humanidad. En 1918,
los obreros, soldados y marinos de Alemania derri­
baron al Káiser e hicieron surgir miles de soviets en
el país. Pocos meses más tarde nació en Hungr ía
una república soviética. En Finlandia, el proletaria­
do se lanzó a la lucha contra los júnkers y los ca­
pitalistas. En 1920, el proletariado italiano empezó
a ocupar las fábricas. En Moscú, en Viena, en Mu­
nich, en Berlín, en Budapest, en los «bata­

114
llones proletarios» iban al com bate, decididos a
conseguir la victoria. L a revolución europea parecía
estar a punto de triunfar. E n los dem ás países, la
em oción fue inm ensa, y la solidaridad m ilitante de
los obreros fran ceses e ingleses fue el principal fac­
to r que impidió a Clam enceau y a C hurchill aplas­
tar con una intervención armada la R ep ú b lica Sovié­
tica rusa. L a vanguardia se separaba en m asa de
los partidos reform istas, y en 1 9 1 9 se proclam ó en
M o scú la fundación de la I I I In tern acion al, la In ­
ternacional com unista, que hizo un llam am iento a
la constitución de nuevos partidos revolucionarios,
que rom pieran resueltam ente con el oportunism o y
el reform ism o de la socialdem ocracia, y que fueran
capaces de conducir al proletariado a la revolución
victoriosa.
P ero la h ora de la liberación d e la humanidad
todavía no h abía sonado, y el régim en capitalista y
su E stad o fueron lo bastante sólidos com o para re­
sistir al asalto de las masas. L o s partidos de la
I I In ternacional, en particular, pudieron desempeñar
con éxito su papel de guardianes del orden capita­
lista. L a influencia del reform ism o en la clase obre­
ra, el peso de las capas intermedias y el papel am or­
tiguador de la aristo cracia obrera fueron más im por­
tantes de lo que hubiera podido creerse. D errotada
en Europa, la revolución sólo pudo m antenerse en
R u sia, país inm enso pero muy atrasado, donde el
proletariado sólo constituía una pequeña m inoría de
la población.
A pesar de la im portancia p ráctica que le con ­
cedieron, los revolucionarios de la época considera­
ron que esa derrota de la revolución europea entre
1 9 1 8 y 1 9 2 3 e sta b a en el fondo desprovista de sig­
nificado h istó rico : pensaban que se debía esencial­
m ente a la ausencia de «direcciones revolucionarias»
adecuadas en los países europeos, ausencia que iba
a ser ahora suplida con la construcción de los par­
tidos revolucionarios de la I I I In tern acio n al. E stos

115
partidos, apoyados p o r el poder revolucionario que
se había mantenido en R usia, iban a poder ganar
la próxim a baza.
Pero el desarrollo histórico real fue totalmente
diferente. E n el país de la revolución victoriosa, el
poder bolchevique degeneró rápidam ente. Podemos
caracterizar som eram ente esa degeneración diciendo
que trajo consigo la apropiación duradera del poder
político y económ ico por una burocracia todopode -
rosa, form ada por los cuadros del partido bolchevi­
que, los dirigentes del Estado y de la economía, y
elem entos técnicos, intelectuales y m ilitare?.2 A me­

2. [Entre las primeras descripciones de esa burocracia di­


rigente, las más interesantes son sin duda las de Trotski (so­
bre todo en «Fisonomía social de los medios dirigentes». p.
145-152 en el capítulo IV de la Revolución traicionada). fa
del comunista yugoeslavo Antón Ciliga («La classe dominante
et son vrai visage», capítulo V III, p. 79-83 del primer volumen
■de sus memorias, Au pays du mensonge déconcertant, París,
Plon, [ 1938] 1950 (de próxima publicación en esta colección),
y la del obrero comunista francés Yvon en L’URSS telle
qicelle est, París, Gallimard, 1938; laí, de Ciliga e Yvon
son tanto más valiosas cuanto que pudieron éstos obser­
var de cerca durante varios años, en tanto que comunistas
extranjeros residentes en la URSS, los medios dirigentes so­
viéticos (en cuanto a las interpretaciones, las diferencias son
obvias entre la de Trotski, que ve en la burocracia una
«casta parásita», la de Yvon, para quien el poder del par­
tido no hace más que abrir camino al poder de los «es­
pecialistas-responsables», y la de Ciliga, para quien la bu­
rocracia es la nueva clase explotadora de un sistema capitalis­
ta de Estado). Sobre la burocracia económica, véase, entre
los estudios ulteriores, S. M. Schwarz: Heads of Russian fac-
tories. A sociological study, «Social Research», IX , 3, sep­
tiembre 1942; J. S. Berlinner: Factory and manager in the
USSR, Cambridge, Mass., 1957; D. Granick: The red execu-
tive, NY, Doubleday, 1960; y, sobre las relaciones entre ésta
y el partido, J. R. Azrael: Managerial power and soviet po-
litics, Cambridge, Harvard UP, 1966. Los estudios más com­
pletos sobre la burocracia política propiamente dicha son How
Russia is ruled de Merle Fainsod, Cambridge, Harvard UP,
[ 1953] 2.a ed. 1963, y The Communist Par/y of the Soviet
Union, de Leonard Schapiro, London, Methuen (1960] 1963.
La distinción entre burocracia política y burocracia económica

116
dida que esa bu rocracia instalaba su propio poder,
transform aba los gérmenes socialistas engendrados
por la revolución de octubre de 1 9 1 7 en instrum en­
tos del sistema de explotación y de opresión de las
masas más perfeccionado que se haya conocido. Se
ha üegado así a un régimen que se llam a cínicam en­
te «socialista» donde coexiste la m iseria atroz de
los trabajadores con la insolencia de los privilegios
del 1 O al 15 % de la población que form a la bu ro ­
cracia explotadora, donde se encierra a millones de
individuos en cam pos de concentración y de trabajo
forzado, donde la policía de E stad o — de la que la
Gestapo fue una pálida imitación— ejerce un terror
ilimitado, donde las e elecciones» y otras m anifes­
taciones «dem ocráticas» serían sólo farsas siniestras
si no fueran expresiones trágicas del terror, del em­
brutecim iento y de la degradación del hom bre b ajo
la dictadura más aplastante del mundo actual. Se
ha visto al m ism o tiem po a los partidos «comunis­
tas» en el resto del mundo, a través de una serie de
zig-zags aparentes de su política, transform arse en
instrumentos dóciles de la política extran jera de la
burocracia rusa, intentando — por todos los me­
dios y a expensas de los intereses de los trabajadores
que los siguen— ayudarla en su lucha contra sus
adversarios im perialistas y, cuando se presenta la
ocasión, apoderarse del poder en su propio país
para instaurar un régimen análogo al régimen ruso

es desde luego muy relativa (véase sección 2, capítulo 5 sec­


ción 3, capítulo 9); no disponemos de estudios similares so­
bre otros sectores burocráticos (los dirigentes koljosianos, por
ejemplo). A pesar de ser bastante confuso, el pequeño libro
de D. Lane, The end of inequality? Stratifícation under Sta­
te socialism, contiene un material estadístico abrumador sobre
los mecanismos que siguen manteniendo actualmente en las
sociedades burocráticas «la desigualdad en el control de la ri­
queza, la desigualdad de poder político, la desigualdad de in­
gresos y de status» y los rasgos estructurales que crean «una
jerarquía en la que algunos grupos de hombres poseen poder,
prestigio y privilegio, y otros no» (Lane, p. 136). (NdT).]

117
en provecho de su propia bu ro cracia, com o h a ocu­
rrido en Europ a cen tral y en los B alkan es, y actual­
m ente en ^China.
¿C ó m o ha sido eso posible? ¿C ó m o se ha trans­
form ado el poder nacido de la prim era revolución
proletaria victoriosa en el más eficaz de los instru­
m entos de explotación y de opresión -de las m asas?
¿ Y có m o han podido los partidos de la I I I In ter­
nacional, fundados para abolir la explotación y es­
tab lecer el poder m undial de los obreros y de los
cam pesinos, convertirse en ins^trumentos de una nue­
va form ación social cuyos intereses son tan radi­
calm ente hostiles a los del proletariad o como pueden
serlo los de la burguesía tradicional?
L a revolución de O ctubre ha sucumbido a la
contrarrevolución bu ro crática b a jo la presión com ­
binada de factores internos y externos, de con d icio­
nes objetivas y subjetivas, que pueden resumirse en
una idea fundam ental: entre la segunda y la tercera
década de este siglo, ni la econom ía ni la clase o b re­
ra habían alcanzado las condiciones d e madurez su­
ficientes para que pudiera abolirse la exp lotación ;
la revolución, aunque fuera victoriosa, aislada en
un solo país tenía necesariam ente que ser derrota­
da; y si no era desde fuera, por la intervención ar­
m ada d e los otros países capitalistas o por la gue­
rra civil, iba a serlo desde dentro, por la transfor­
m ación del carácter m ism o del poder nacido de
ella.
Só lo si es m undial puede la revolución proleta­
ria conducir a la instauración del socialism o. L o cual
no quiere decir que debe estallar sim ultáneam ente en
todos los países del m undo, sino sencillam ente que,
com enzando en uno o varios países, debe extender­
se constantem ente h asta conseguir destruir al capi*
talism o sobre todo el planeta. E sa idea, que han com ­
partido M a rx y L en in , T ro tsk i y R o s a Luxem burgo,
no es ni la obra de teóricos alucinados, ni una sis­
tem atización de m aniáticos. E l poder o brero y el

118
poder capitalista son incom patibles, tanto en el in­
terior de un país com o en el plano in tern acional; si
el prim ero no vence al segundo a escala internacio­
nal, se producirá lo contrario — ya sea con la derro­
ta m anifiesta de ese poder y su sustitución por un
gobierno capitalista, ya sea por descom posición in ­
tern a y evolución h acia un régim en de clase que
vuelve a presentar los rasgos fundam entales de la
explotación capitalista. E se p roceso de descom po­
sición fatal de una revolución aislada está determ i­
nado ante todo por factores económ icos.
E l socialism o n o es un régimen ideal imaginado
por soñadores benévolos o reform adores quim éricos,
es una perspectiva histórica positiva cuya posibilidad
de realización se encuentra en el desarrollo de la ri­
queza social en la sociedad capitalista. E s porque la
sociedad h a alcanzado ese grado de desarrollo de las
fuerzas productivas por lo que es posible atenuar
profundam ente prim ero, y suprimir rápidam ente des­
pués la lucha de todos contra todos por la satis­
facció n de las necesidades m ateriales; es porque exis­
ten esas posibilidades objetivas por lo que el so cia ­
lism o no es absurdo. Pero esas posibilidades sólo
existen desde el punto de vista de la econom ía mun­
dial en su con ju nto. U n solo país, por rico que sea,
no podría proporcionar nunca esa abundancia a sus
habitantes, aunque se aboliera localm ente el poder
capitalista. L a victoria de la revolución en un país
no suprime sus relaciones con la econom ía mundial
y su situación de dependencia fren te a ésta. N o só1 o
ese país se verá obligado a m antener y a reforzar su
defensa m ilitar — una de las fuentes m ás im portan­
tes de derroche improductivo en el m undo actual—
sino que se en co n trará además, desde el punto de
vista económ ico, ante un callejó n sin salida que
puede definirse a s í: o m antiene y profundiza la es-
pecialización de su producción p ara progresar eco­
nóm icam ente, lo que significa seguir siendo tributa­
rio de la econom ía capitalista m undial b ajo todos

119
sus aspectos y som eterse indirecta pero n o m enos
efectivam ente a sus leyes y a su anarquía; o se
orienta h acia la autarquía, produciendo h asta pro­
ductos que le resultaría m ucho m enos costoso obte­
ner m ^ ^ rn te relaciones com erciales, co n la consi­
guiente regresión económ ica. E n los dos casos, esa
revolución aislada n o conducirá n i a la abundancia
n i a una desaparición de los antagonism os econ ó­
m icos entre inindividuos y entre cap as sociales, sino
a un retroceso, a la pobreza social y a una agudiza­
ció n de la lucha d e todos con tra todos por la satis­
facción de sus necesidades. E s lo que ha ocurrido
en R u sia.
E s a lucha de todos contra todos por la satisfac­
ción de sus necesidades en Un. régim en de pobre­
za y de escasez tien e com o resultado fatal que los
que se encuentran, aunque sea tem poralm ente, en
puestos dirigentes superiores o subalternos, utiliza­
rán tard e o tem prano sus prerrogativas para satis­
facer sus propias necesidades, antes y co n tra las de
los dem ás. E s a evolución es independiente de la c a ­
lidad o de la «honradez» de ese personal dirigente;
buenos o m alos, Ennos de escrúpulos o deshonestos,
obrarán en definitiva del m ism o m od o, sometidos a
la determ inación económ ica. P a ra resolver sus p ro­
pios problem as, asegurarán el ca rá cte r perm anente
de su p od er, transform arán a é ste en dictadura de
la ca p a a la que pertenecen, abolirán todo resto de
d em ocracia en la vida social, to d a posibilidad de
crítica co n tra ellos m ism os y co n tra sus sem ejantes.
U n a vez instalados en el poder, actuarán com o to ­
da cla se dom inante; tod o les em p u jará a explotar
cad a vez más al proletariado, a h acerle producir
cad a vez más al m enor costo, b a jo la doble presión
de las exigencias de la satisfacción de sus propias ne­
cesidades y de las de la consolidación de su E sta ­
do fren te al extran jero . L a exp lo tació n creciente del
proletariado tra e consigo inevitablem ente una agra­
vación de la dictadura y del terro r, con todas sus

120
consecuencias. E s o no es más que una descripción
en térm inos generales de lo que fue el proceso real
de la degeneración en Rusia.
Pero esa com probación (que e l socialism o es
im posible por d eb ajo de un cierto grado de desarro­
llo de la riqueza so cial), por fundam ental que sea,
es sin em bargo p arcial y puede llevar a conclusiones
totalm ente errón eas; la primera sería que es por de­
finición im posible instaurar un régim en colectivista.
Y a que es seguro que la sociedad capitalista nunca
desarrollará las fuerzas productivas hasta el punto
suficiente para p asar directam ente de una econom ía
de escasez a u n a econom ía de abundancia. M a rx ha­
bía señalado ya que entre la sociedad capitalista y
la sociedad com unista se situaba un periodo de tran ­
sición durante el cual la form a del régim en no puede
ser más que la dictadura del proletariado. E s e perío­
do de transición puede conducir al com unism o si
provoca un d esarrollo rápido de las fuerzas produc­
tivas que perm ita tanto una elevación con stan te de]
nivel de vida de las masas com o una reducción
progresiva del tiem po de trabajo, y por consiguien­
te una elevación de su nivel cultural. L a revolución
m undial puede alcanzar esos objetivos m ediante la
elim inación del parasitism o de las clases explotado­
ras y de sus instrum entos estatales bu rocráticos, la
elim inación de los gastos m ilitares, el desarrollo de
una econom ía liberad a de los obstáculos de la pro­
piedad privada y de la fragm entación en E stad os
nacionales, la racionalización y la planificación de
la producción a escala mundial, y sobre todo m edian­
te la expansión de la productividad del trab ajo hu­
m ano liberado de la explotación, la en ajen ación y
el em brutecim iento capitalista o burocrático.
D urante ese período de transición, que se sitúa
entre el derrocam iento de las antiguas clases dom i­
nantes y la realización de una econom ía com unista,
hay pues dos evoluciones posibles: o la sociedad re­
forzará gradualm ente las tendencias com unistas de
la ^economía y ddesem^rcará en una sociedad de
abundancia, o la lu ch a de todos co n tra todos trae­
rá consigo un desarrollo inverso, el desarrollo de
capas parásitas prim ero, de una cap a explotadora
después, y la in sta u ra c ió n . de una sociedad de ex­
plotación que p resen tará b a jo otra form a lo esen­
cial de la explotación capitalista. L a s dos posibili­
dades existen, igualm ente fundadas en el estado de
la econom ía y la sociedad tal y com o las deja el
capitalism o. Pero la realización de una de esas po­
sibilidades y la supresión de la o tra no depende. ni
del azar ni de factores desconocidos y m isteriosos:
depende de la actividad y de la iniciativa autónom a
de las m asas trabajad o ras. Si, durante ese período, el
proletariado, encabezando todas las clases explotadas
de la sociedad, e s capaz de asum ir colectivam ente
la dirección de la econom ía y del E stad o, sin de­
legarla a eespecialistas>, técnicos, erevolucionarios
profesionales> y otros salvadores interesados d e 'l a
hum anidad; si m uestra su aptitud para dirigir la pro­
ducción y los asuntos públicos, p ara controlar acti­
vam ente todos los sectores de la actividad social, no
cabe duda de que la sociedad podrá m archar hacia
el com unism o sin obstáculos. E n el caso contrario,
la vuelta a una sociedad de explotación es inevitable.
E l problem a que se plantea por lo tanto después
de tod a revolución victoriosa es el siguiente: ¿quién
dirigirá la sociedad desem barazada de los capitalis­
tas y de sus in sco m en to s? L a estructura del poder,
la form a del régim en político, las relaciones del pro­
letariado con su propia dirección, la gestión de la
producción y el régim en en las fáb ricas no son m ás
que aspectos particulares de ese problem a.
E n R u sia, ese problem a fu e resuelto rapidam en-
te por la llegada al poder de una nueva capa exp lo­
tadora : la bu ro cracia. E n tre m arzo y octubre de
1 9 1 7 , las m asas en lu ch a habían creado órganos que
expresaban sus aspiraciones, y que hubieran debido
expresar su poder: lo s soviets. E sos órganos ch o ca ­

122
ron inm ediatam ente conn el g o b i ^ o provisional, ins­
trum ento de los capitalistas. E l partido bolchevique,
único partidario del d erro c^ alen to del gobierno y
de la paz inm ediata, conquistó al c a b o de seis me­
ses la m ayoría de los soviets y les condujo a la in­
surrección victoriosa. Pero el resultado de esa insu­
rrección fue la instalación duradera en el poder de
ese partido, y a través de éste, y a medida que de­
generaba, de la burocracia.
Así pues, una vez realizada la insurrección, el par­
tido bolchevique pronto m ostró que identificaba al
gobierno obrero co n su propio gobierno, y que la
consigna «todo el poder a los soviets» quería decir :
«todo el poder al partido bolchevique». R ed u jo ra-
pidamente los soviets al papel de órganos de admi­
nistración lo ca l; sólo se les concedió una relativa
autonom ía en función de las exigencias de la guerra
civil, ya que la dispersión de ésta en R u sia hizo que
la intervención del gobierno cen tral fuera con fre­
cuencia inadecuada, o sencillamente imposible.. Pero
esa autonom ía, m uy relativa, fue además pasajera.
U na vez restablecida la situación norm al, los soviets
volvieron a convertirse en ejecutantes locales, obliga­
dos a cum plir con docilidad las directivas del p ­
o
der central y del partido que los m onopolizaba. Los
órganos soviéticos em pezaron -pues a ' atrofiarse gra­
dualm ente, y la creciente oposición entre las m asas
y el nuevo gobierno no pudo expresarse de m odo or­
ganizado. Y hasta cuando esa oposición tom ó una
form a violenta, llegando a veces al con flicto armado
(huelgas de Petrogrado en 1 9 2 0 -1 9 2 1 , insurrección
de Kronsadt, m ovim iento de M ack n o ), las m asas se
opusieron al partido com o masas inorganizadas y en
muy escasa m edida b a jo la form a soviética.
¿P o r qué esa oposición prim ero, y esa atrofia
de los órganos soviéticos después? Las dos cuestio­
nes están estrecham ente ligadas, y la respuesta es la
m i sma.
M ucho antes de tom ar el poder, el partido b o l­

123
chevique contenía en su seno los gérmenes de la
evolución que podía conducirle a una oposición com ­
pleta a la masa de los obreros. Partiendo de la
concepción expuesta por L enin en el ¿Qué hacer?,
según la cual sólo el partido posee una conciencia
revolucionaria, y éste la introduce «desde fuera» en
las m asas obreras, el partido bolchevique estaba
construido con arreglo a la idea de que esas masas,
por sí mismas, no podrían nunca superar las posi­
ciones ((trade-unionistas». Form ado necesariam ente
en la clandestinidad zarista com o un rígido aparato
de cuadros, seleccionando a una vanguardia de o b re­
ros y de intelectuales, el partido h abía acostumbrado
a sus militantes tanto a una disciplina estricta com o
al sentimiento de que el partido siempre tenía ra ­
zón, por encim a de todo. Una vez instalado en el po­
der, se identificó com pletam ente con la revolución.
Los que se oponen a él, sea cual sea su tendencia o
su ideología, no pueden ser a sus ojos más que
«agentes de la contrarrevolución». D e a h íq u e , muy
rapidam ente, excluya a los otros partidos de lo so­
viets, y les condene a la ilegalidad. Que esas medi­
das hayan sido en la mayor parte de los casos ine­
vitables, qué duda cabe; pero eso no quita que la
«vida política» de los soviets se redujo a partir de
ese m om ento a un m onólogo o a una serie de m o­
nólogos de los representantes bolcheviques, y que
los otros obreros, aunque quisieran oponerse a la
política del partido, no podían ni organizarse para
h acerlo, ni hacerlo eficazm ente sin organización. E l
partido ejerció pues rapidam ente todo el poder, h as­
ta en los niveles más inferiores. Só lo a través del
partido podía llegarse a puestos de mando en todo
el país, y esa situación pronto tuvo un doble resul­
tad o : los m iem bros del partido, conscientes de no
ser controlados y de ser incontrolables, empezaron a
«realizar el socialism o» para sí m ism os, o sea a re ­
solver sus propios problem as otorgándose privile­
gios; y todos los que en el país y en el m arco de la

124
nueva organización social tenían privilegios, entraron
en masa en el partido para defenderlos. El partido
se transformó así Tapidamente, de instrumento de los
trabajadores, en instrumento de una nueva capa
privilegiada, que segregaba él mismo por todos sus
poros.
Frente a esa evolución, la reacción obrera fue
muy lenta. Fue sobre todo débil y fragm entaria. L le­
gamos aquí al fondo del problema. Si la nueva duali­
dad entre los soviets y el partido se resolvió rápida­
mente a favor del partido, si hasta parte de la clase
obrera favoreció activamente esa evolución, si sus
m ejores m ilitantes, sus hijos más desinteresados y
más conscientes creyeron necesario apoyar a fondo
y sin restricciones al partido bolchevique, hasta cuan­
do éste se oponía a las manifestaciones de la volun­
tad de la clase, es porque la clase en su conjunto,
y en todo caso su vanguardia, concebía todavía el
problema de su dirección histórica de un modo que,
aunque necesario en aquella fase, no era por ello me­
nos erróneo. Olvidando que «no hay salvador su­
premo, ni D ios, ni C ésar, ni tribuno», la clase obre­
ra veía en sus propios tribunos, en su propio parti­
do la solución del problema de su dirección. Creía
que una vez abolido el poder de los capitalistas, no
tenía ya más que confiar la dirección a ese partido,
al que había dado lo m ejor de sí misma, y que ese
partido no obraría más que en interés de la clase.
E s lo que efectivam ente hizo. y durante más tiempo
del que se hubiera podido razonablemente esperar.
No sólo fue el único que se encontró constantem en­
te del lado de los obreros y de los cam pesinos de fe­
brero a octubre de 1917.. no sólo fue el único que
en el momento crítico supo expresar sus intereses, si­
no que fue además el órgano indispensable que per­
mitió aplastar definitivamente a los capitalistas, y a
quien se debió el fin victorioso de la guerra civil.
Pero, hasta al representar ese papel, se separaba ya
poco a poco de la masa. y se transform aba en un fin

125

L
en sí, para llegar a convertirse en definitiva en ins­
trum ento y marco de los privilegios del nuevo ré­
gimen.
Pero en el nacim iento de esa nueva capa de pri­
vilegiados hay que distinguir el aspecto político, que
no fue sino su expresión, de las raíces económ icas,
infinitamente más importantes. Y a que dirigir una
sociedad moderna, una sociedad en la que la mayor
parte de la producción y sobre todo la parte cuali­
tativamente decisiva es la que proviene de las fábri­
cas, significa ante todo dirigir efectivamente las fá ­
bricas. De éstas dependen la orientación y el volu­
men de la producción, el nivel de los salarios, el
ritmo de trabajo, en una palabra todas las cuestio­
nes cuya solución determina por adelantado la evo­
lución de la estructura social. E sa s cuestiones sólo
serán resueltas con arreglo a los intereses de los tra­
bajadores si son los propios trabajadores quienes las
resuelven. Pero es para ello necesario que el pro­
letariado como clase sea, sobre todo, el dirigente de
la econom ía, tanto a escala general como de cada
fábrica en particular — dos aspectos de una misma
cosa— . El factor «dirección de la producción» es
tanto más importante cuanto que Ja evolución de la
econom ía tiende cada vez más a sustituir la división
y la oposición entre dirigentes y ejecutantes en la
producción, a la oposición tradicional entre propie­
tarios y no propietarios. E s decir que, si el proletaria­
do no suprime inmediatamente, y al mismo tiempo
que la propiedad privada de los medios de produc­
ción, la dirección de la producción como función
específica ejercida de modo permanente por una
capa social, no hará más que preparar el terreno
para la aparición de una nueva capa explotadora, a
partir de los «directores» de la producción y de la
burocracia económ ica y política en general. Y eso es
exactam ente lo que ocurrió en R usia. Después de ha­
ber derribado al gobierno burgués, después de h a­
ber expropiado — en muchos casos a pesar y en

126
contra de la voluntad del gobierno bolchevique—
a los capitalistas, después de haber ocupado las fá ­
b ricas, los obreros creyeron que era natural aban­
donar la gestión de éstas al gobierno, al partido bol­
chevique y a los dirigentes sindicales. E so significaba
que el proletariado abandonaba él mismo su papel
principal en la nueva sociedad que quería crear:
o sea que ese papel lo iban a desempeñar fatalm en­
te otros. E l partido bolchevique en el poder sirvió de
núcleo de cristalización y de cobertura protectora
a los nuevos «patronos» que surgían poco a poco en
las fábricas: dirigentes, especialistas, técnicos. Y eso,
tanto más naturalm ente que el programa del partido
bolchevique permitía, por no decit que favorecía, Ja
posibilidad de esa evolución.
Las medidas que proponía el partido bolchevique
en el terreno económ ico — y que se convirtieron ul­
teriorm ente en uno de los puntos esenciales del pro­
grama de la 111 Internacional— consistían, _por un
lado, en medidas de expropiación de los grandes
trusts capitalistas y de cartelización obligatoria de
las otras empresas, y por otro lado, sobre el asunto
esencial, o sea las relaciones entre los obreros v el
aparato de producción, en- la consigna del «control
obrero». E sa consigna se fundaba en la presunta
incapacidad de los obreros de pasar directam ente a
la gestión de la producción, desde luego al nivel de
las empresas, pero sobre todo al de la dirección cen­
tral de la econom ía. Debía tener además ese «con­
trol» una función educativa, y permitir que du­
rante ese período de transición los obreros apren­
dieran las técnicas de dirección de los antiguos
patronos y los «especialistas» de la producción.
Pero el «control» de la producción, aunque sea
«obrero», no resuelve el problem a de su dirección
real; al contrario, im plica precisam ente que durante
todo ese período el probJema de la gestión efectiva
de la producción es resuelto de otra manera. D ecir
que los obreros «controlan» la producción es decir

127
que no son ellos quienes la dirigen , y que se acude
justamente al control de los obreros porque no se
tiene una confianza total en los que dirigen efecti­
vamente. O sea que hay una oposición de intereses
fundamental, aunque al principio sea sólo latente,
entre los obreros que «controlan» y los individuos
que efectivamente dirigen la producción. Esa oposi­
ción crea el equivalente de una dualidad de poder
económico al nivel mismo de Ja producción, y como
toda dualidad de ese tipo, desaparecerá rápidamen­
te: o los obreros obtendrán en breve plazo la gestión
total de la producción, asimilando y subordinando
a los «especialistas», técnicos y administradores que
hayan surgido, o estos últimos acabarán por desem­
barazarse de un «control» molesto, control que se
convertirá en algo cada vez más formal, y por reinar
de modo absoluto como dirigentes de la producción.
Como el Estado, y aún menos que el Estado, la
economía no admite un doble mando. El más fuerte
de los dos eliminará rapidamente al otro. Por eso el
control obrero, que tiene un significado positivo du­
rante el período que precede la expropiación de los
capitalistas, como consigna que implica la irrup­
ción de los obreros en los puestos de mando de la
economía, tiene que convertirse rapidamente en ges­
tión completa de la economía por los trabajadores
después de la expropiación de los capitalistas — o
transformarse en una simple cobertura que protege
los primeros pasos de una burocracia naciente— .
Y a se sabe que en Rusia el resultado final del
control obrero fue lo segundo, y que eí conflicto en­
tre las masas de trabajadores y la burocracia en ges­
tación se ha resuelto a favor de ésta. Los técnicos y
los «especialistas» del Antiguo régimen. mantenidos
para efectuar* tareas «técnicas». se han integrado a
la nueva capa de administradores que venían de las
filas de los sindicatos y del partido, reclamando para
sí mismos un poder sin control; la función «pedagó­
gica» del control obrero fue una realidad para ellos.

128
pero en modo alguno para la clase obrera. Así se
crearon los fundamentos económicos de la nueva
burocracia.
El desarrollo ulterior de la burocracia no tiene
nada de misterioso. Después de haber sojuzgado de­
finitivamente al proletariado, la burocracia tuvo las
manos libres para enfrentarse con los elementos de
la ciudad y del campo (Nepman, Kulaks) cuyos pri­
vilegios estaban ligados a una explotación de tipo
burgués tradicional. La eliminación política o hasta
física de esos restos de las antiguas capas privile­
giadas le fue tanto más fácil a la burocracia rusa
cuanto que disponía ésta en la lucha de tantas o
más ventajas que un trust en su lucha con pequeñas
empresas aisladas. Como representaba el movimiento
natural de la economía moderna hacia la concen­
tración de las fuerzas productivas, la burocracia ven­
ció rapidamente la resistencia del pequeño patrón
y del campesino rico, condenados ambos irremedia­
blemente a desaparecer hasta en los regímenes capi­
talistas. De igual modo que, aunque sólo fuera por
razones puramente económicas, era imposible volver
al feudalismo en Europa después de la revolución
burguesa, estaba también descartado que se volviera
en Rusia a las formas tradicionales, fragmentadas y
anárquicas del capitalismo. La vuelta a un régimen
de explotación, resultado de la degeneración de la
revolución, tuvo que expresarse forzosamente de un
modo nuevo, mediante la instalación en el poder de
una capa que representara las nuevas estructuras
económicas, producto del movimiento natural de la
concentración.
La burocracia se lanzó por lo tanto a estatificar
completamente la producción y a «planificar», o sea
a organizar de modo sistemático la explotación de
la economía y del proletariado. Pudo así desarro­
llar considerablemente la producción rusa, desarro­
llo impuesto tanto por la necesidad de aumentar su
propio consumo improductivo de clase dominante

129
com o, sobre todo, por los im perativos de la expan,
sión de su potencia m ilitar.
Si se quiere saber lo que esa «planificación» sig­
nifica para el proletariado ruso, basta con recordar
que el salario real del obrero ruso, que era en 1928
todavía superior en un 1 O % al de 1913 (resulta­
do de la revolución de O ctubre) ha llegado a ser
reducido ulteriormente a la mitad de su nivel de an­
tes de la revolución, y debe ser actualmente aún
más bajo/ Y hasta ese desarrollo de la producción

3. [«Puede admitirse que los cálculos oficiales [de la épo­


ca] corresponden grosso modo a la realidad y que el salario
semanal real del obrero industrial ruso en 1927-1928 represen­
taba por término medio un 112,2 % de su nivel de 1913.»
(S. Schwarz: Les ouvriers en Union Soviétique, París, Riviere.
1956 (traducción francesa de Labor in the Soviet Union, NY,
Praeger, 1952, p. 176 ). Sobre la evolución del salario real a
partir de 1928, véase el cálculo de Schwarz y los de Prokovicz,
Harry Schwartz y Kravis/Mintzes (Schwarz, p. 291-293 ), y el
siguiente índice en función de cálculos más recientes (N. Jasny:
The Soviet Economy during the Plan Era, Stanford UP, 1951,
p. 69; J. Chapman, «Real Wages in the Soviet Union, 1928­
1952», The Review of Economy and Statistics, mayo de 1954,
p. 146):
1928 1937 1940 1948 1952
Jasny 100 57,6 525 44,3 _
Chapman 100 58 — 40 63
Janet Chapman, en Real Wages in Soviet Russia since 1928,
Cambridge, Harvard UP, 1963, p. 166, confirma globalmente
esas cifras:
1928 1937 1940 1944 1948 1952 1954
(A precios
del año) 120
vO

(65) 63 106 136


o
o

(A precios
de 1937) 175 100 94 _ 70 115 ■144
Puede verse que el período 1946-1948 representa la época
más «negra» en la historia de la evolución del salario real ru­
so. y que a partir de 1948 el salario real vuelve a aumentar
lentamente. P. Barton: «Economie soviétique», Le Contrat So­
cial, vol. VI, 2, marzo-abril de 1962, p. 124, compara las cifras
de Chapman, Jasny, Wiles, Nash y Prokopovicz y llega a idén­
ticas conclusiones (NdT).]

130
se ve frenado cada vez m ás por las contradicciones
del régimen bu rocrático, y esencialm ente por el des­
censo de la productividad del trab ajo , resultado di­
recto de la superexplotación burocrática.
M ientras la bu ro cracia consolidaba su poder en
R u sia, los partidos de la 111 Internacional siguie­
ron una evolución paralela en el resto del mundo,
se apartaron com pletam ente de los intereses de la
clase obrera y perdieron todo carácter revoluciona­
rio. Som etidos a la doble presión de la sociedad c a ­
pitalista decadente y del aparato central de la 111 In ­
ternacional, instrum ento cada vez más dócil de 1a
burocracia rusa, se transform aron gradualm ente en
instrum entos de la política extranjera de la b u ro cra­
cia rusa y de Jos intereses de capas im portantes de
la bu rocracia «o b rera», sindical y política, de sus
países respectivos, cap as que la crisis y la decaden­
cia del régimen capitalista separa de éste y de sus
representantes reform istas tradicionales. E sa s capas,
así com o una parte cada vez más im portante de los
técnicos de los países burgueses, em pezaron a ver
en el régimen capitalista burocrático realizado en
R u sia Ja expresión más perfecta de sus intereses y
de sus aspiraciones. E sa evolución alcanzó su pun­
to culm inante después de la segunda guerra m un­
dial, cuando esos partidos, aprovechando tan to el
hundimiento de partes enteras del edificio del régi­
men burgués en E u ro p a, como las condiciones de la
guerra y el apoyo de la burocracia rusa, pudieron
instalarse sólidam ente en el poder en una serie de
países europeos y construir en ellos un régimen ca l­
cado sobre el m odelo ruso.
E l estalinism o mundial, tal y com o existe actual­
m ente, agrupando a las capas dom inantes de R u sia y
de los países satélites y a los cuadros de los parti­
dos «com unistas» en los otros países, es el punto en
que coinciden tres procesos: la evolución de la eco­
nom ía capitalista, la desintegración de la sociedad
tradicional y el desarrollo, político del movim iento

131
obrero. Desde el punto de vista económ ico, el b u ro ­
cratism o estalinista expresa el hecho dé que la co n ­
tinuación de la producción en el m arco caduco de
la propiedad burguesa es cada vez más difícil, y de
que la explotación del proletariado puede organizarse
infinitam ente m ejor en el m arco de una econom ía
«nacionalizada» y «planificada». Desde el punto de
vista social, el estalinism o exp resa los intereses de
cap as engendradas tanto por la concentración del
capital como por la desintegración de las estructu­
ras sociales tradicionales. E n la producción, tiende
a agrupar tanto a los técnicos y burócratas e co n ó ­
micos y adm inistrativos com o, p or otro lado, a los
elem entos que se encargan de organizar y con trolar
la fuerza de tra b a jo , o sea los cuadros sindicales y
políticos «obreros». Fu era de la producción, ejerce
una atracción irresistible sobre pequeño burgueses
«lumpenizados» y desclasados e intelectuales « ra ­
dicalizados», que ven en la destrucción de un ré ­
gim en que no les ofrece, colectivam ente, ninguna
perspectiva, y en la instauración de un nuevo siste­
m a en el que podrían ocupar posiciones privilegia­
das, el único m edio de volver a encontrar un pues­
to en la sociedad. D esde el punto de vista del m o ­
vim iento obrero, por último, los partidos estalinis-
tas, en todos los países donde todavía no han lle­
gado al poder, son la expresión de una fase del
desarrollo del proletariado: cuando éste, aunque
com prenda claram ente la necesidad de derribar al
régimen capitalista, confía sin control esa tarea, tan­
to en lo tocante a la dirección de la lucha contra el
capitalism o com o en cuanto a la gestión de la nue­
va sociedad, a un partido que considera «suyo».
P ero la historia del m ovim iento obrero no acab a
ahí.
E sa naturaleza de la b u ro cracia estalinista com o
capa explotadora empieza a ser percibida de modo
cada vez más claro , de modo intuitivo prim ero, c o n s­
ciente después, por núm ero cada vez m ayor de o b re­

132
ros de vanguardia. A pesar de la ausencia — com­
prensible— de informaciones precisas, es evidente
que ese terrible silencio de masas que nos viene del
Este, y que las mil bocas de la demagogia estalinis-
ta no consiguen hacer olvidar, es la manifestación,
en esas condiciones del terror monstruoso, del odio
implacable que sienten los trabajadores de los paí­
ses dominados por la burocracia hacia sus verdu­
gos. Parece difícil concebir que pudieran conservar
los proletarios rusos la más mínima ilusión sobre
el régimen que les explota, o que pudieran hacérse­
las sobre cualquier otro régimen que no fuera la ex­
presión de su propio poder. Los trabajadores que
han apoyado durante mucho tiempo a los partidos
estalinistas en los países capitalistas empiezan a
comprender que la política de esos partidos está a
la vez al servicio de los intereses de la burocracia
rusa y de la burocracia estalinista local, pero nunca
de los suyos. En Francia y en Italia, en particular, el
desapego creciente de los obreros hacia los partidos
«comunistas» traduce precisamente esa conciencia
confusa.
Pero es también evidente que, a pesar de la agra­
vación de la miseria, a pesar de la crisis cada vez
más profunda del capitalismo, a pesar de la amena­
za hoy ya clarísima de otra guerra que será aún
más destructora que ias anteriores, los obreros no
están dispuestos a reorganizarse, ni a seguir a un
nuevo partido, sea cual fuere éste y sea cual fuere
su programa. No se trata únicamente en este caso
de una manifestación comprensible de su desconfian­
za, resultado de la conclusión negativa de todas las
experiencias anteriores. Se trata también de una in­
discutible prueba de madurez, que muestra que la
clase se encuentra en una fase que prepara un cam­
bio decisivo en su evolución política e ideológica,
y empieza a plantearse de modo mucho más profun­
do que en el pasado, y en función de las lecciones
de éste, los problemas cruciales de su organización

133
y de su programa, los problemas de la organización
y del programa del poder proletario.

3. P roletariado y revolución

T a n to en su form a burguesa com o en su form a


burocrática, el capitalism o ha creado a escala mun-
aial las premisas objetivas de la revolución proleta­
ria. Al acumular riquezas, desarrollar las fuerzas pro­
ductivas, racionalizar y organizar la producción h as­
ta el límite que le impone su propia naturaleza de
régimen de explotación, al crear y desarrollar al pro­
letariado — al que ha enseñado a m anejar tantos
medios de producción como arm as, haciendo brotar
en él al mismo tiempo el odio a la explotación y a la
m iseria— , el capitalism o moderno ha cumplido ple­
nam ente su papel histórico. Y a no puede ir más le­
jos. Ha creado un m arco, la internacionalización de
la econom ía, la racionalización y la planificación,
que hace que sean hoy posibles la dirección cons­
ciente de la econom ía y el libre desenvolvimiento de
la vida social. Pero es incapaz de asumir él mismo
esa dirección consciente, porque está fundado en la
explotación, la opresión y la enajenación de la in­
m ensa mayoría de la humanidad. La sustitución de
la burguesía tradicional por una burocracia «obre­
ra» totalitaria no resuelve en modo alguno las co n ­
tradicciones del mundo moderno. E l fundamento de
la existencia y del poderío tanto de la vieja burgue­
sía com o de la nueva burocracia, son la degradación
y el em brutecim iento humanos. Burócratas y burgue­
ses sólo consiguen desarrollar las fuerzas producti­
vas, increm entar o simplemente conservar sus ganan­
cias y su poderío, explotando cada vez más a las
masas productoras. Para los trabajad ores, la acum u­
lación de riquezas y la racionalización de la econ o­

134
m ía es sim plemente la acum ulación de la m iseria y
la racionalización de su explotación. C apitalistas y
burócratas intentan transform ar ai hom bre produc­
tor en simple pieza de sus máquinas, pero destruyen
así en él lo esen cial: la productividad y la capacidad
de creación . L a explotación creciente y racionaliza­
da se paga con una terrible disminución de la pro­
ductividad del trab ajo , como puede com probarse
en particular en R u sia, y el despilfarro ligado a la
antigua com petencia entre empresas se transform a,
a escala infinitam ente mayor, en despilfarro ligado
a la lucha internacional. al que se añaden Jas gigan­
tescas destrucciones periódicas de fuerzas producti­
vas, que alcanzan hoy proporciones increíbles. Si
la unificación del sistem a mundial de explotación se
realizara a través de la tercera guerra mundial, y
en función de sus resultados, lo que am enazaría
entonces a la civilización y a la vida social de la
humanidad sería la eventualidad de un hundim iento
total. La dom inación totalitaria ilimitada de un grupo
de explotadores — monopolistas yanquis o burócratas
rusos— que podrían saquear todo el planeta; la dis­
minución de la productividad del trab ajo ante la e x ­
plotación creciente; la transform ación com pleta de la
capa dom inante en una casta parásita que ya no ne­
cesitaría desarrollar las fuerzas productivas — todos
esos factores traerían consigo un retroceso enorm e
de la riqueza social y una regresión duradera en el
desenvolvimiento de la conciencia hum ana.
Pero frente a la barbarie capitalista y bu rocráti­
ca puede alzarse el proletariado; un proletariado que
no sólo ha visto aum entar continuam ente su peso en
la sociedad durante un siglo de desarrollo capitalis­
ta, sino que se encuentra además enfrentado o b jeti­
vam ente, y con la m ayor claridad posible, con los
problem as históricos a los que puede dar su solu-
. ción; claridad no sólo en cuanto al horror y la ab­
yección del régimen de explotación, ya sea en la fo r­
m a burguesa o en la form a burocrática, sino sobre

135
todo en cuanto a las tareas mismas de la revolución
proletaria, los medios de su lucha y los objetivos
de su poder; una claridad que se convertirá en algo
absoluto durante la terrible guerra que se aproxima.
Si el resultado aparen te de un siglo de luchas pro­
letarias parece reducirse a esto: el proletariado ha
luchado para llevar al poder a una burocracia que
le explota tanto o más que la burguesía, su resul­
tado p rofu n do consiste en la clarificación que han
traído consigo. E s ahora claro de modo objetivo, de
m odo material y palpable pará todos los trabajado­
res, que el objetivo de la revolución socialista no
puede ser simplemente la abolición de la propiedad
privada, abolición que los m onopolios y la buro­
cracia realizan ellos mismos gradualmente sin provo­
car con ello más que un perfeccionam iento de los
medios de explotación, sino esencialm ente la abo­
lición de la distinción fija y estable entre dirigentes
y ejecutantes en la producción y en la vida social
en general. A sí com o en el plano político el objetivo
de la revolución proletaria debe ser la destrucción del
Estado capitalista o burocrático y su sustitución por
el poder de las masas armadas (poder que ya no es
un Estado en el sentido ordinario del término, ya
que el Estado com o coacción organizada empieza a
«extinguirse» inm ediatam ente), en el plano econó­
mico su objetivo no es arrebatar la dirección de la
producción a los capitalistas para confiarla a buró­
cratas, sino organizar esa dirección sobre una base
colectiva, com o un asunto que concierne a la clase
en su conjunto. En ese sentido, lt distinción entre
dirigentes y ejecutantes en la producción debe em pe­
zar también a «extinguirse» desde el primer día del
triunfo de la revolución.
Los objetivos de la revolución proletaria sólo
puede realizarlos e] propio proletariado, en su co n ­
junto. Y si él no los realiza, nadie puede realizar­
los en nombre suyo. Para alcanzar esos objetivos,
la clase obrera no puede ni debe confiar en

136
nadie, ni siquiera o, si se prefiere, sobre todo en
sus propios «cuadros responsables». No puede aban­
donar a nadie la iniciativa y las responsabilidades
en lo tocante a la instauración y la gestión de una
nueva sociedad. Si no es el propio proletariado, en su
con ju nto, quien posee en todo m om ento la iniciativa
y la dirección de las actividades sociales, tanto du­
rante com o, sobre todo, después de la revolución,
no h abrá hecho más que cam biar de am os, y el ré­
gimen de explotación volverá a aparecer, quizá bajo
otras form as, pero idéntico en el fondo. La form a
co n creta que hay que dar a esa idea general, es una
serie de precisiones o de m odificaciones que han de
incorporarse de ahora en adelante, tanto al progra­
ma del poder revolucionario (o sea al régimen eco­
nóm ico y político de la dictadura del proletariado),
com o a los problem as de organización y de lucha de
la clase obrera b ajo el régimen capitalista.
E l programa de la revolución proletaria no pue­
de seguir siendo lo que era antes de la experiencia
de la revolución rusa y de las transform aciones que
han tenido lugar después de la segunda guerra mun­
dial en todos los países de la zona de influencia ru­
sa. Y a no se puede seguir creyendo que la expropia­
ción de los capitalistas privados y el socialism o vie­
nen a ser una sola y misma cosa, y que basta con
estatificar (o «nacionalizar») la econom ía para que
sea im posible la explotación. Se ha com probado que
es posible que aparezca una nueva capa explotado­
ra después de la expropiación de los capitalistas, y
hasta que esa aparición es inevitable si los propios
obreros no se encargan sim ultáneam ente de la ges­
tión directa de la econom ía. Se ha com probado igual­
m ente que las estatificaciones y las nacionalizaciones,
ya sean obra de la burocracia estalinista (com o en
R u sia y en la zona de influencia rusa), de 1a buro­
cracia laborista (com o en Inglaterra) o de los pro­
pios capitalistas (com o en F ran cia), no sólo no im ­
piden ni limitan Ja explotación del proletariado, sino

137
que consiguen unificarla, coordinarla, racionalizarla
e intensificarla. Se ha com probado también que la
«planificación» de la econom ía es un simple m e­
dio, que no tiene nada de intrínsecam ente progresi­
vo por lo que al proletariado respecta y que, de rea­
lizarse estando el proletariado privado del poder,
no es m ás que la . planificación de la explotación.
Se ha visto por último que ni el reparto de tierras
ni la «colectivización» de la agricultura son incom ­
patibles con una explotación m oderna, racionaliza­
da y científica del campesinado.
Hay pues que com prender que la expropiación
de los capitalistas privados (tal y com o se efectúa
a través de la estatificación o la nacionalización) no
es más que la mitad negativa de la revolución pro­
letaria. Esas medidas no pueden tener un significa­
do progresivo si están separadas de la mitad posi­
tiva, que es la gestión de la econom ía por los tra­
bajadores. Eso significa que la dirección de la e co ­
nomía, tanto al nivel central com o al nivel de las
em presas, no puede ser confiada a una capa de es­
pecialistas, técnicos, «gente capaz» y competente, y
burócratas de todo tipo, sino que debe ser asumida
por los trabajadores mismos, y sólo por ellos. L a
dictadura del proletariado no puede ser simplemen­
te una dictadura política; debe ser ante todo la dic­
tadura económ ica del proletariado — o si no, no
será mi ás que otro nom bre de la dictadura de la b u ­
rocracia— .
Los marxistas, y Trotski en particular, habían
ya señalado que, diferente en ello de la revolución
burguesa, la revolución proletaria no puede lim itar­
se a elim inar los obstáculos heredados del antieuo
modo de producción. Para que la revolución burgue­
sa triunfe, es necesario y suficiente que sean aboli­
dos los restos del antiguo régimen feudal (corpora­
ciones y monopolios feudales, propiedad feudal de
la tierra, etc.). Una vez conseguido esto, el capita­
lismo se desarrolla solo. llevado de modo casi au-

138
tom ático por la dinám ica de la expansión industrial.
i P ero la abolición de la propiedad burguesa es con-
f dición necesaria, pero no suficiente, de la construc-
1 ción y del desarrollo de una econom ía socialista.
D espués de esa abolición, el socialism o sólo puede
realizarse conscientem ente, o sea m ediante una ac­
ción consciente y constante de las m asas, capaz de
sobreponerse a la tendencia natural de la econom ía,
tal y com o la deja el capitalism o, o sea la tenden­
cia a volver a un régim en de explotación. Pero co n ­
viene hacer una segunda distinción, aún más im por­
tante, entre la revolución proletaria y todas las re­
voluciones precedentes. Y es que, por vez prim era,
la clase que tom a el poder no puede ejercerlo «por
delegación», no puede confiarlo de modo estable y
duradero a sus representantes, a su «Estad o» o a su
«partido». La econom ía socialista se edifica me­
diante una acción consciente continua, pero, ¿quién
es esa conciencia? T a n to la experiencia histórica co ­
mo el análisis de las condiciones de existencia de
la clase obrera y del régimen postrevolucionario nos
perm iten responder que esta conciencia sólo puede
ser la clase en su conjunto. «Sólo las masas pue­
den planificar — decía poco m ás o menos L en in —
porque sólo ellas están en todas partes al m ism o
tiem po.» Hay pues que repetir una vez más que --!_a
revolución p roletaria no puede — o si lo hace, fra­
casará— lim itarse a nacionalizar la econom ía y a
con fiar su dirección a elementos «com petentes» o
a un «partido revolucionario», aunque sea con un
control obrero más o menos vago. D ebe entregar la
gestión de las fábricas y la coordinación general de
la producción a los propios obreros, a obreros cons­
tantem ente con trolad os, responsables y revocables.
E n el terreno político, la dictadura del proleta­
riado no puede ser la dictadura de un partido, por
muy proletario y revolucionario que éste sea. L a
dictadura del proletariado debe ser una dem ocracia
para el proletariado,- y Jos obreros deben tener por

139
lo tanto todos los derechos, y por encima de todo
el derecho a formar organizaciones políticas con
concepciones particulares. Que los militantes de la
fracción mayoritaria en las organizaciones de masas
puedan ser llamados con más frecuencia que los de­
más a puestos de responsabilidad, es algo que pa­
rece ser inevitable; pero lo esencial es que el con­
junto de la población trabajadora pueda controlarlos
constantemente, revocarlos, retirar su confianza a
la fracción mayoritaria y depositarla en otra frac­
ción. Es además evidente que la distinción y la opo­
sición entre organizaciones políticas propiamente di­
chas (partidos) y organizaciones de masas (soviets,
comités de fábrica) perderá rápidamente su impor­
tancia y su razón de ser, ya que su perpetuación
sería uno de los primeros síntomas de degeneración
de la revolución.
Es evidente que lo único que podemos hacer ac­
tualmente es describir a grandes rasgos la orienta­
ción que la experiencia anterior de la clase impon­
drá a toda revolución futura: las formas concretas
que tomará la organización de la clase (el tipo de
centralización de la economía combinada con una
necesaria descentralización, por ejemplo), sólo podrán
ser definidas por las masas mismas, cuando se en­
frenten en la lucha con la solución definitiva de
esos problemas.
Hay que abordar en ese mismo sentido los pro­
blemas de la organización y de la lucha del proleta­
riado en el marco del sistema capitalista.
Ni el que el sujeto de la ■experiencia objetiva
que la llevará a la conciencia y a la revolución sea
la clase en su conjunto, ni la simple comprobación
del hecho de que las organizaciones obreras han
proporcionado por el momento un terreno fértil para
el desarrollo de la burocracia, deben llevarnos a la
conclusión de que la organización de la vanguardia
antes de la revolución es inútil y nociva.
La organización política de la vanguardia es his-

140
tóricam en te indispensable, ya que su fundam ento es
la necesidad de m anten er y de difundir en la clase
una con ciencia clara del desarrollo de la sociedad y
de los objetivos de la lucha proletaria a través y a
pesar de las flu ctu acion es tem porales y de las di­
versidades co rp o rativ as, locales y nacionales de la
co n cien cia de los obreros. La vanguardia organizada
verá desde luego en la defensa de las condiciones de'
vida y de los intereses de los o b rero s una tarea
prim ordial, pero intentará siem pre elevar el nivel
de las luchas y representar en resum idas cuentas,
en cada etapa, los intereses del m ovim iento en su
con ju nto. Por o tro lado, la constitución objetiv a de
la bu rocracia en cap a explotadora conviene en evi­
dencia que . la vanguardia sólo puede organizarse
sobre la base de una ideología an tib u ro crática, de
un program a dirigido esencialm ente contra la bu ro ­
cracia y sus raíces. y en lucha con stan te contra to­
da form a de m istificación y de exp lotación .
Pero lo esen cial, desde ese punto de vista, es que
1a organización p olítica de la vanguardia, al tom ar
co n cien cia de la necesidad de abolir la distinción
entre dirigentes y ejecutantes, tienda desde el pri­
mer m om ento a efectu ar esa abolición en su propio
se n o . Y eso no se conseguirá sim plem ente elab o ran ­
do buenos estatutos, sino sobre todo desarrollando
la conciencia y las capacidades de sus m ilitantes,
m ediante su educación teórica y práctica perm anente
dentro de esa orientación.
Una organización de ese tipo sólo puede desa­
rrollarse si prepara su encuentro con el proceso de
creación de organism os autónomos de m asas. E n
ese sentido, y aunque se pueda seguir diciendo que
representa la dirección ideológica y política de la
clase en el co n tex to del régimen de explotación,
hay que decir tam bién, sobre todo, que es una di­
rección que prepara su propia supresión — m edian­
te su fusión con los organism os autónom os de la
clase— en cuanto la entrada de la clase en su con-

141
junto en la lucha revolucionaria haga aparecer en
la escena histórica la verdadera dirección de la hu­
m anidad: la clase proletaria en su conjunto.
E n el mundo actual, sólo hay una fuerza — la
clase productora, el proletariado socialista— que
pueda oponerse a la decadencia y a la barbarie cre­
cientes de los regímenes de explotación. Esa clase,
cuyas filas engrosa sin cesar la industrialización de
la econom ía mundial, que em pujan a la rebelión con­
tra las clases dominantes la m iseria y 1a opresión
crecientes, y que sabe ahora por experiencia lo que
son sus propias «direcciones», esa clase madura pues
para la revolución, aunque tenga que enfrentarse con
dificultades y obstáculos cada vez mayores. Pero
esos obstáculos no son insuperables. Toda la his­
toria del siglo que ha transcurrido nos prueba que
el proletariado representa, por vez primera en la
historia de la humanidad, una clase que no sólo se
alza contra la explotación sino que es positivamente
capaz de vencer a los explotadores y de organizar
una sociedad libre y humana. De él, y sólo de él,
dependen su victoria, y el destino de la humanidad.

N ota fin al (1973)

C om o señalé en la «Introducción» de este volu­


men, es evidente que en este texto, 'Como en otros del
mismo período, hay — herencia del marxismo tra­
dicional— muchas concepciones erróneas, que tuve
que rectificar más tarde. M e limito a señalar aquí
los principales errores, remitiendo a los textos ul­
teriores donde fueron criticados.
Sobre la «baja grave y constante del nivel de vida
de la clase obrera», v. M RCM L p. 61-64 y 7 0 ­
75 y R R , p. 11-12 y 31-32. E n cuanto a las «li­
bertades y derechos fundam entales» amenazados,

142
v. e s 11, p. 5 4 -6 8 , MRCM 11, p. 94*98 y RR,
p. 1 5 -1 7 .
Sobre la «crisis permanente del cap italism o», v.
M R C M I, p. 5 9 -6 2 y 7 2 -7 8 ; R R , p. 12; MTR 111,
p. 6 1 -7 4 . [V . en Capitalismo moderno y revolución,
CM R (1960-1961), p. 2 2 -2 8 , 2 6 - 5 6 y 6 4 -7 2 , y CMR
(19 6 4 ), p. 1 4 7 -1 4 8 , 162-163 y 1 7 1 -1 7 2 .]
Sobre la perspectiva de la tercera guerra mun­
dial, v. S/PP y los textos que serán publicados en
el vol. I H, t , de la edición fran cesa en la col.
«10/ 1 8 » .
Sobre la «corrupción de la bu rocracia o b rera»,
v. la interpretación del reform ism o en PO I, p. 6 1 ­
7 4 (V ol. V , 2, p. 1 3 8 -1 6 1 ), y M R C M 111, passim.
EJ lector en co n trará análisis y referencias suple­
m entarios sobre el nacim iento de la burocracia y la
naturaleza del bolchevism o en P O 1 y RIB , passim ;
sobre el problem a dd «control o b re ro » , en e s 11
y RJB passim. So b re la evolución de los salarios en
R u sia, v. el texto « L a Russie apres l’industrialisation»,
que será publicado en el vol. (, 3 de la edición fran ­
cesa.

143
L a s r e la c io n e s d e p r o d u c c ió n e n R u s i a 1

E s imposible exagerar el alcance político del


problem a de la naturaleza de clase de las relacio­
nes económ icas, y por lo tanto sociales, en R u sia. E l
mito del carácter «socialista» de la econom ía rusa
es uno de los principales obstáculos que se oponen a
la em ancipación ideológica del proletariado — con­
dición fundamental de la lucha por su em ancipa­
ción social— . L os militantes que empiezan a tomar
conciencia del carácter contrarrevolucionario de la
política de los partidos comunistas en los países bur­
gueses se ven frenados en su evolución política por
sus ilusiones sobre R u sia; les parece que el objetivo
número uno de la política de los partidos com unis­
tas es la defensa de Rusia — lo cual es indiscutible­
m ente cierto— , y que, por lo tanto, hay que juz­
gar esa política (y, al fin de cuentas, aceptarla) en
función de las necesidades de esa defensa. Para los
más conscientes, toda crítica del estalinism o es en
última instancia una crítica de la sociedad rusa: y
cuando de ésta se trata, aunque acepten una mul­
titud de críticas de detalle, siguen casi todos ofusca­
dos por la idea de que la economía rusa es algo esen­
cialm ente diferente de una econom ía de explotación,
de que, aunque no sea efectivamente socialista, es
algo progresivo respecto al capitalismo.
V a le la pena observar que todo, en la sociedad
actual, parece contribuir a m antener esa ilusión en
el proletariado. E s aleccionador ver cóm o los re­
presentantes del estalinismo y del capitalism o oc­

l. «S. ou B.», n.° 2, mayo de 1949.

145
cidental, en desacuerdo sobre prácticam ente todo,
dispuestos a discutir sobre si dos y dos son cuatro,
proclamen con asom brosa unanimidad que Rusia
ha realizado el «socialism o». Evidentemente, en el
mecanismo de m istificación de unos y otros, el axio­
ma desempeña un papel diferente: para los estali-
nistas, sirve para demostrar la excelencia del ré­
gimen ruso; para los capitalistas, es la prueba del
carácter abominable del socialismo. Para los esta-
linistas, la etiqueta «socialista» sirve para cam uflar
y justificar la odiosa explotación del proletariado
ruso por la burocracia, explotación que los ideólo­
gos burgueses, movidos por una súbita filantropía,
ponen de manifiesto para desacreditar la idea mis­
m a del socialismo y de la revolución. Verdad es
que la tarea de unos y otros sería mucho más di­
fícil sin esa identificación. Pero en ese trabajo de
m istificación, tanto estalinistas com o burgueses se
han visto ayudados objetivam ente por las corrien­
tes y los ideólogos marxistas, o tenidos por tales, que
han defendido y contribuido a difundir la mitología
de las «bases socialistas de la economía rusa».2
T area efectuada desde hace veinte años con argu­
mentos de apariencia «científica» que se reducen
esencialm ente a dos ideas:
a) ■ Lo que no es «socialista» en la econom ía
rusa es — total o parcialmente— la distribución de

2. Desde ese pun to de vista, es León Trotski quien más ha


contribuido —en mayor medida que nadie, debido a la in­
mensa reputación de que gozaba en los medios revolucionarios
antiestalinistas— a mantener esa confusión en la vanguardia
obrera. Su análisis erróneo de la sociedad rusa sigue ejercien­
do una influencia que ha llegado a ser claramente nefasta, al
conservarlo sus epígonos con infinitamente menos seriedad y
apariencias científicas. Señalemos también la influencia que
ejercen algunos francotiradores del estalinismo como Char­
les Bettelheim —que suele ser considerado como «marxista»,
para mayor regocijo de las generaciones futuras—, gracias al
talento con el que adornan su apología de la burocracia con
una jerga «socialista».

146
los ingresos. L a producción, fundam ento de la eco ­
nom ía y de la sociedad, es, al contrario, socialista.
E l que la distribución no sea socialista es al fin y al
cabo norm al, puesto que durante la «fase inferior
del com unism o» sigue prevaleciendo el derecho bur-
gue s.
b) E l carácter socialista «transitorio»,
com o diría T ro tsk i— de la producción (y por lo
tanto el carácter socialista de la econom ía y el ca ­
rácter proletario del Estado en su co n ju n to ), se m a­
nifiesta en la propiedad estatal de los medios de
producción, en la planificación y en el m onopolio
del com ercio exterior.
E s asom broso com probar que toda la charlata­
nería de los defensores del régimen ruso se reduce
en resumidas cuentas a ideas tan superficiales y tan
ajenas al m arxism o, al socialismo y al simple análi­
sis científico. Separar radicalmente el dom inio de
la producción de la riqueza y el de su distribución,
querer criticar y m odificar ésta y m antener intacta
la otra, es una estupidez digna de Proudhon y del
no menos célebre Eugenio D ühring.3 Identificar
tácitam ente propiedad y producción, confundir vo-

3. En resumidas cuentas, para los reformistas del régimen


burocrático de lo que se trata es sencillamente de conservar su
«lado bueno» (las relaciones de producción «Con base socia­
lista») y de eliminar el «lado malo» (la distribución desigual.
el «parasitismo» burocrático. (Véase K. Marx: Miseria de la
filosofía [Moscú, Ediciones en Lenguas Extranjeras, sfdp], p.
106-107.) He aquí lo que pensaba Engels de tentativas aná­
logas del difunto Dühring: «[R]iqueza como dominio sobre
cosas es riqueza de producción, el lado bueno de la riqueza;
riqueza como dominio sobre hombres es la riqueza de dis­
tribución que ha existido hasta hoy, el lado malo de la rique­
za: ¡afuera con él! Aplicado a la situación actual, ese prin­
cipio significa: eJ modo capitalista de producción está muy
bien y puede seguir existiendo, pero el modo capitalista de
distribución no vale y tiene que suprimirse. A esos absurdos
lleva el escribir sobre economía sin haber entendido siquie­
ra la conexión entre producción y distribución.» (F. Engels:
Anti-Dühring, [ 1878], [México, Grijalbo. 1964], p. 181 ).

147
luntariamente la propiedad estatal en cuanto tal
y el carácter «socialista» de las relaciones de pro­
ducción, no es más que una form a un tanto elabo­
rada de cretinismo sociológico.4 Lo único que per­
mite explicar tan asom broso fenóm eno es la enorme
presión social que viene ejerciendo la burocracia es-
talinista desde hace casi un cuarto de siglo; lo que
da tanta fuerza a esos argumentos no es su valor
científico (que es nulo), sino la poderosa corriente
social que se encuentra trás de ellos: la burocracia
estalinista mundial. Apenas puede decirse que esas
ideas merezcan una refutación especial. Es el aná­
lisis de conjunto de la econom ía burocrática lo que
debe tratar hasta qué punto son falsas, y el papel
mistificador que desempeñan. Si las examinanos sin
em bargo en sí mismas, a modo de introducción, es
en parte porque han acabado por adquirir la soli­
dez de verdaderos prejuicios que hay que destruir
antes de que valga la pena abordar el verdadero
problema, p ero además, porque aprovecharemos
esta ocasión para exam inar detenidamente algunas
nociones im portantes: distribución, propiedad, y sig­
nificado exacto del concepto de relaciones de pro­
ducción.

1. P roducción, distribución y propiedad

A. Producción y distribución

T an to bajo su fornia vulgar («en Rusia hay abu­


sos y privilegios, pero el conjunto es socialista»)

4. «A la pregunta: ¿qué es esa propiedad?, sólo se podía


contestar con un análisis crítico de ía economía política, que
abarcase el conjunto de esas relaciones de propiedad, no en
su expresión jurídica, como relaciones volitivas, sino en su

148
com o bajo su form a científica» ,3 los argumentos
que tienden a separar y a poner las relaciones de
producción y las relaciones de distribución consti­
tuyen una regresión hasta con respecto a la econ o­
m ía clásica.
E l proceso económ ico forma una unidad, y no
se puede separar artificialm ente las fases de ésta :
ni en la realidad, ni en la teoría. Producción, dis­
tribución, cam bio y consumo son partes integrantes
e inseparables de un proceso único, m om entos, que
se ..implican m utuam ente, de la producción y repro­
ducción del capital. Si, por ejem plo, la producción,
en el sentido estricto del término, es el centro del
proceso económ ico, no hay que olvidar que en la
producción capitalista el cam bio es parte integran­
te de la relación productiva — por un lado, porque
esa relación es en prim er lugar com pra y venta de
la fuerza de tra b a jo , y porque im plica la com pra por
el capitalista de los medios de producción necesa­
rios, y por otro lad o, porque las leyes de la pro­
ducción capitalista se afirman com o leyes coerciti­
vas a través del m ercado, de la com petencia, de la
circu lació n — , en una palabra, del cambio.(, Y el56

forma real, es decir como relaciones de producción. ( ...) Prou-


dhon vinculaba todo el conjunto de estas relaciones econó­
micas al concepto jurídico formal de “propiedad” ( ...).» ( K.
Marx, «Carta a J. B. Schweitzer», 24 de enero de 1865 [en
Miseria de la Filosofía, p. 192]).
5. En el capítulo IX de La revolución traicionada ( 1936)
de Trotski. [«¿Qué es la URSS?» p. 245-266. En lo que si­
gue, las referencias a la obra de Trotski corresponden a la
traducción publicada por la editorial La Oveja Negra, Me-
dellín, Colombia, 1969.]
6. «En primer lugar, es evidente que el intercambio de
actividades y de capacidades en el seno de la producción de­
pende directamente de ella y constituye un factor esencial de
la misma. En segundo lugar, lo mismo se aplica al cambio de
productos que permite: realizar el producto acabado, destinado
al consumo directo. A este respecto, el cambio está incluido
en la producción. En tercer lugar, lo que se llama el exchan-
ge entre dealers, o sea el intercambio entre comerciantes, es

149
propio consum o es, o parte integrante de la produc­
ción (consum o productivo) o, en el caso del consu-
mo llam ado improductivo, condición previa de toda
producción — y a la inversa.7 L a distribución, por
último, no es sino el reverso del proceso productivo,
uno de sus aspectos .subjetivos, y de todos modos su
resultado directo. _
E s indispensable explicar esto último algo más
detenidamente. «Distribución» o «repartición» tiene
dos sentidos. En el sentido corriente, se trata de la
distribución del producto social. E s de ésta de la que
M arx dice que sus form as son m om entos de la pro­
ducción misma. «Si el trabajo no fuese definido co­
mo trab ajo asalariado, no recibiría su parte de los
productos a título de salario, com o sucede en la es­
clavitud. ( . . . ) En efecto, las relaciones y modos de
distribución constituyen sencillamente el reverso de
los factores de la producción: el individuo que co n ­
tribuye a la producción con su trab ajo asalariado
participa, bajo la form a de un salario, en la distri­
bución de los productos creados en la producción.

—debido a su organización y a la actividad productiva que


representa— enteramente determinado por la producción. (...)
Así pues, la producción engloba y determina directamente el
cambio bajo todas sus formas.» (K. Marx: «Introducción ge­
neral a la Crítica de la Economía Política» en Fundamentos... ,
p. 35-36) [La «Introducción ...» es un fragmento de los ma­
nuscritos de 1857-1958 conocidos desde su primera publica­
ción completa en 1939-1941 con el título de Grundrisse der
Kritik der politischen Okonomie (la «Introducción» fue pu­
blicada por vez primera por Kautsky en la «Neue Zeit» (XXI,
t. I), en 1903, y vertida en varias lenguas numerosas veces
desde entonces); esta «Introducción general» es la parte del
manuscrito que Marx había renunciado a publicar, no porque
la creyera insuficiente sino porque, al contrario «adelantaba»
resultados que «han de demostrarse» (K. Marx, F. Engels:
Obras Escogidas, Moscú, Editorial Progreso, 1969, p. 186). La
traducción española utilizada ha sido publicada en K. Marx:
Fundamentos de la crítica de la economía política, La Habana,
Instituto del Libro, 1970.]
7. K. Marx: «Introducción general. ..», p. 28-31.

150
L a estructura de la distribución es determ inada en­
teram ente por la estructura de la producción. L a
distribución es determ inada por la producción, tan­
to en lo que concierne a su objeto (ya que sólo se
puede distribuir lo que resulta de lo producción)
com o a su form a (porque el modo de participación
en la producción determina la form a específica de
la distribución, o sea la forma b a jo la cual se par­
ticipa en la distribución). ( . . . ) Econom istas com o
R icard o , a quienes se suele reprochar no tener en
cuenta más que la producción, consideran sin em­
b arg o la distribución com o el único objeto de la
econom ía. En efecto, ellos consideraban instintiva­
m ente que las form as de la distribución definían ca­
balm ente los factores de la producción en el seno
de una sociedad d ad a.»8
L a distribución tiene también otro sentido; es la
distribución de las condiciones de la producción:
«E n la acepción m ás simple, la distribución rep re­
senta la distribución de los productos; definida de
este modo, está al otro extremo de la producción y
es, por decirlo así, independiente. Pero antes de ser
distribución de productos es: 1) distribución de ins­
trum entos de producción, 2) lo que constituye la
prolongación de la relación precedente: la distribu­
ción de los m iem bros de la sociedad entre las diver­
sas ramas de la producción, es decir, la subordina­
ción de los individuos a relaciones de producción
determ inadas. I.Ja distribución de los productos re­
sulta evidentem ente de la distribución existente en
el seno del proceso de producción mismo y determ i­
na la estructura de la producción. Si no tuviese en
cuenta esta última distribución, la producción resul­
taría una abstracción sin sentido. L a distribución de

8. K. Marx: Op. cit., p. 32-33. Véase también El Capital,


L. III, s. 7, cap. LI («Relaciones de distribución y relaciones
de producción»), p. 882-883 y 885-887. [Las referencias a El
Capital corresponden a la versión española publicada en 3
volúmenes por las Ediciones Venceremos, La Habana. 1965.]

151
los productos es por consiguiente determinada por
esta distribución que, debido a su origen, constitu­
ye un elemento de la producción. Cuidadoso sobre
todo de interpretar la producción moderna en su
estructura social claram ente definida, Ricardo es
por excelencia el econom ista de la producción; aho­
ra bien, es precisamente por esta razón que él afir­
ma que el verdadero objeto de la economía m oder­
na no es la producción, sino la distribución. L o cual
demuestra una vez más la ineptitud de los econom is­
tas que analizan la producción com o una verdad
eterna, y relegan la historia al cam po de la distribu­
ción. L a relación entre esta distribución y la pro­
ducción se sitúa m anifiestam ente también en el seno
de la producción. C om o la producción parte nece­
sariam ente de cierta distribución de medios de pro­
ducción, se podría decir que al menos \en este as­
pecto la distribución precede a la producción y
constituye la condición previa de ella. Lk respuesta
a esta objeción es que la producción tiene cierta­
mente sus condiciones y premisas propia^, pero és­
tas son simplemente sus elem entos constitutivos. Al
com ienzo puede parecer que provienen /de la natu­
raleza, pero el proceso mismo de la producción las
transform a en factores h istóricos: si durante un
período aparecen com o condiciones naturales, en el
siguiente constituyen el resultado histórico del perío­
do precedente. Por lo demás, ellas se transforman
constantem ente en el seno de la producción. Así es
cóm o el maquinismo modifica la distribución de
los instrumentos de la producción y de los produc­
tos. L a gran propiedad inm obiliaria moderna es el
resultado tanto del com ercio y de la industria m o­
derna com o de la aplicación de esta última a la
agricultura.»’
Sin embargo, los dos sentidos de la distribución 9

9. K. Marx: «Introducción General. ..», p. 33-34.

152
están íntimamente ligados; lo están tam bién, evi -
dentemente, al modo de producción. La distribución
capitalista del producto social, que se desprende
del modo de producción, no hace sino fortalecer, am­
pliar y desarrollar el modo capitalista de distribu­
ción de las condiciones de la producción. E s la
distribución del producto neto en salario y plusvalía
lo que form a la base de la acum ulación capitalista,
que reproduce constantem ente a una escala supe­
rior y más amplia la distribución capitalista de las
condiciones de la producción, y el modo de produc­
ción mismo. No es posible resumir y generalizar
a la vez esa conexión mejor que M arx: «Por con­
siguiente, llegamos a la conclusión de que la produc­
ción, la distribución, el cam bio y el consum o no son
idénticos, sino que cada una de estas categorías
constituye un elem ento de un todo y representa la
diversidad en el seno de la unidad. Aun cuando
tiene una forma contradictoria, la producción exce­
de su propio sector estrecho al igual que los otros
elementos del conjunto. El proceso siempre com ien­
za de nuevo partiendo de ella. Es evidente que ni el
cam bio ni e¡ consumo podrían ser los elementos
predominantes. Lo mismo sucede con la distribu­
ción de los productos. La distribución de los facto­
res productivos no es más que un elem ento de la
producción. En consecuencia, tal producción deter­
mina tal consum o, tal distribución y tal cam bio. así
com o todas las relacion es determ in adas entre diver­
sos elem entos. Sin duda, en sentido estricto, la pro­
ducción misma es determinada por los otros ele­
mentos. Así, cuando se amplía el mercado, o sea
la esfera de los cambios. la producción aumenta en
volumen y se diversifica. La producción se modifica
al mismo tiem po que 1a distribución, cuando el ca­
pital se concentra o cuando se m odifica la distribu­
ción de los habitantes entre el campo y la ciudad,
etc. Por último, las necesidades del consumo influ­
yen en la producción. Existe una interacción de to­

151
dos estos facto res: esto es lo propio de todo con­
junto o rg á n ico .» 101
Por consiguiente, cuando T rotsk i — por no h a­
blar de sus epígonos— habla del carácter «bur­
gués» de la distribución del producto social en R u ­
sia, oponiéndolo al carácter «socialista» de las re­
laciones productivas o de la propiedad estatal (!), ni
siquiera es posible tom arlo en serio : el modo de
distribución del producto social es inseparable del
modo de producción. C om o dice M a rx . es simple­
mente su otra ca ra : « L a organización de la distri­
bución está enteram ente determ inada por la organi­
zación de la producción». Y si es verdad que «el in­
dividuo que contribuye a la producción con su tra ­
bajo asalariado participa, bajo la form a de un sa­
lario, en la distribución de los productos creados en
la producción», no es menos cierto , a la jnversa, que
un individuo que participa en la distribución de los
productos bajo la forma del salario, participa en la
p rod u cción bajo la fo rm a del tra b a jo asalariado.
Y el trab ajo asalariado im plica el capital." \Imaginar
que un modo de distribución burgués pueda repo­
sar sobre relaciones de producción socialistas no e.e
ni m ás ni menos absurdo que im aginar un /¡modo de
distribución feudal que reposara sobre relaciones de
producción burguesas (no junto a sino so b re esas
relaciones, resultado de esas relaciones). Ese ejem ­
plo m uestra que no se trata en este caso de un error,
sino de una noción absurda, tan desprovista de sen­
tido desde un punto de vista científico com o la de
«avión hipomóvil » o la de «teorem a m am ífero».
Ni la distribución de las condiciones de la pro-
dución ni el modo de producción pueden estar en
contradicción con la distribución del producto so­

10. K. Marx: Op. cil., p. 36.


11. K. Marx: El Capital, L. II, s. l, cap. I, p. 31-38
y s. 3, cap. XIX, p. 359-368; L. III, s. 7, cap. XLV IlI, p. 830
y siguientes; F. Engels: Anti-Dühring,, ps. 267-268.

154
cial. Si esta última tuviera un carácter opuesto a
los primeros, que constituyen sus condiciones, sal­
taría inmediatamente en pedazos — como saltaría
inmediata e inevitablemente en pedazos cualquier
tentativa de instaurar una distribución socialista
sobre la base de relaciones de producción capita­
listas.
Si las relaciones de distribución en Rusia no son
socialistas, las relaciones de producción tampoco
pueden serlo: precisamente porque la distribuctón
no es autónoma, sino que está subordinada a la pro­
ducción. Los epígonos de Trotski, en sus esfuerzos
desesperados para disimular lo absurdo de su posi­
ción, han presentado con frecuencia una versión ca­
ricaturesca de esa idea: querer sacar conclusiones
sobre el régimen ruso a partir de las relaciones de
distribución sería por lo visto sustituir el análisis
del modo de producción por el análisis del modo de
distribución. Ese lamentable sofisma vale exactamen­
te lo que vale éste:m irar el reloj para ver si es
mediodía significa creer que son las agujas del reloj
las que obligan al sol a llegar al cénit. No debería
ser demasiado difícil comprender que, justamente
porque las relaciones de producción determinan sin
ambigüedad alguna las relaciones de distribución,
es posible definir sin riesgo de equivocarse cuáles
son las relaciones de producción de una sociedad si
se conoce el modo de distribución que predomina
en ella; es posible deducir cuál es la estructura fun­
damental (suponiendo que sea desconocida) de un
régimen en función de su modo de distribución del
producto social, como es posible seguir con segu­
ridad la marcha de un navio aunque sólo se per­
ciban sus mástiles.
Cuando se habla de este asunto, es casi inevita­
ble que salga a relucir el «derecho burgués:. que
debe subsistir en la «fase inferior del comunismo»
en la esfera de la distribución. Nos ocuparemos de
esto algo más lejos con toda la extensión necesaria,

155
pero hay que precisar inm ediatam ente que, antes
de T ro tsk i, a nadie se le había ocurrido que la e x ­
presión «derecho burgués J>, em pleada por M arx m e­
ta fó ricam en te, pudiera significar la distribución del
producto social según las leyes económ icas del ca ­
pitalismo. Lo que M arx y los m arxistas han entendi­
do siempre por «supervivencia del derecho burgués»
es la supervivencia transitoria de una desigualdad,
no el m antenim iento y la agravación de la ex p lota­
ción del trabajo.
A esos sofismas sobre la distribución está liga­
da otra idea de T ro tsk i: 11 que la burocracia rusa no
tiene raíces en las relaciones de producción, sino
únicam ente en la distribución. A unque exam inare­
mos esa idea a fondo después, cuando tratem os de
la naturaleza de clase de la b u ro cracia,' es necesario
abordarla brevem ente ah ora, debido a sus relacio­
nes con la discusión anterior. E sa idea podría no ser
absurda si se atribuyera a la burocracia rus i la mis­
ma im portancia (o m ejor dicho, la misma| insigni­
ficancia) económ ica que a la bu rocracia de 1los E s­
tados burgueses de la época liberal, a mediados del
siglo x ix . Se trataba entonces de un cuerpo1que de­
sem peñaba un papel limitado en la vida económ ica,
que podía ser calificado de «p a r á s it o e n / el mismo
sentido que las prostitutas o el clero ; un cuerpo cu­
yos ingresos estaban constituidos por una parfici-
pación indirecta en los ingresos de las clases con raí­
ces en Ja producción — burguesía, terratenientes o
proletariado— ; un cuerpo que nada tenía que ver con
la producción. Pero es evidente que esa concepción
ni siquiera es ya adecuada en el caso de Ja burocra­
cia capitalista de hoy, puesto que el Estado se ha
convertido desde hace décadas en un instrumento
vital de la econom ía de cla se, y desempeña un pa­
pel indispensable en la coordinación de la produc- 12

12. L. Trotski, «Thc USSR in War>> ( 1939) en /n di'/ew-


se o/ marxism (1942) [nueva edición Merít, N.Y., 1965, p. 61.

156
ción. Si la burocracia actual del ministerio de la
Econom ía en F ran cia es un cuerpo parásito, lo es
(y en el mismo sentido) tanto com o el Banco de
Fran cia, el aparato de dirección de los ferrocarri-
Ies nacionalizados o el de un trust: o sea que es
indispensable en el marco de las relaciones econó­
micas del capitalism o actual. Es evidente que la ten­
tativa de asimilar la burocracia rusa, que dirige la
producción rusa de A a Z, a los dignos funciona­
rios de la época victoriana, es, desde cualquier pun­
to de vista, pero sobre todo desde el punto de
vista económ ico, perfectamente cóm ica. T rostki re­
futa él niismo su propia posición cuando escribe
que «la burocracia se ha convertido en una fuerza in­
controlada que domina a las m asas»,11 que «de ser­
vidora de la sociedad, ha pasado a ser la dueña de
é sta » ,131415 que «el hecho de que se haya apropiado
del poder en un país en que los medios de produc­
ción pertenecen al Estado, crea entre ellas y las
riquezas de la nación relaciones enteramente nue­
vas. L o s medios de producción pertenecen al E sta­
do. E l Estado pertenece en cierta form a a la buro­
cracia.» "
Además, ¿cóm o podría un grupo desempeñar
un papel dominante en la distribución del producto
social, decidir soberanamente cuál será la d istrib ^
ción del producto neto en acumulación y consu­
mo, dividir la parte destinada a este último en sa­
lario obrero e ingreso burocrático, si no dominara
de cabo a rabo la producción misma? Repartir el
producto entre una fracción destinada a la acumu­
lación y una fracción destinada al consumo significa
ante todo orientar tal parte de la producción hacia
la producción de medios de producción y tal otra
hacia la producción de objetos de consum o; dividir

13. L. Trotski: La revolución traicionada, p. 61.


14. L. Trotski: Op. cit., p. 123.
15. L. Trotski: Op. cit.. p. 260.

157
el ingreso destinado al consum o en salario obrero
e ingreso burocrático significa orientar una parte
de la producción de objetos de consumo hacia la
producción de objetos de amplio consum o, y otra
parte hacia la producción de o b jeto s de ca1idad y
de lujo. L a idea de que se podría dominar la dis­
tribución sin dominar la producción es perfecta­
mente ridicula. ¿ Y cóm o podría dominarse la pro­
ducción si no se dominaran las condiciones de la
producción, tanto m ateriales com o personales, si no
se dispusiera del capital y del trab ajo , de los bienes
de producción y del fondo de consumo de la socie­
dad?

B. P roducción y p ro p ied a d
\
E n la literatura «m arxista» sobre Rilsia, suele
encontrarse una doble confusión: en un pláno gene­
ral, se identifica las form as de propiedad \ con las
relaciones de producción; y, más precisaqiente, se
pretende que Ja propiedad estatal o « nacionalizada »
confiere autom áticam ente un carácter «Socialistas
a la producción. E s necesario analizar "revem ente
esos dos aspectos de la cuestión.
a) L a distinción, por Jo demás evidente, entre
«form as de la propiedad» y relaciones de produc­
ción, se ve ya claram ente señalada en la obra de
M arx. V éase com o se expresaba éste sobre ese tema
en su célebre « Prólogo» de la C ontribución a la
crítica de la E con om ía P olítica: «[E ]n la produc­
ción social de su vida, los hom bres contraen deter­
m inadas relaciones necesarias e independientes de
su voluntad ( . . . ) E l conjunto de esas relaciones de
producción forma la estructura eco n ó m ica de la s o ­
cied a d , la base real sobre la que se levanta la su­
perestructura jurídica y política ( . . . ) Al llegar a una
determinada fase de desarrollo, las fuerzas produc­
tivas m ateriales de la sociedad entran en contradic­

158
ción con las relaciones de producción existentes, o,
lo qu e no es m ás que la expresión jurídica de esto ,
con las relaciones de propiedad dentro de las cua­
les se han desenvuelto hasta allí. ( . . . ) [H lay que
distinguir siempre entre los cam bios m ateriales ocu­
rridos en las condiciones económ icas de la produc­
ción ( . . . ) y las form a s jurídicas, políticas, ( . . . ) en
una paJabra, las form as ideológicas (. .. ). '*
E l texto está desprovisto de am bigüedad: las re­
laciones de producción son relaciones sociales con­
cretas, relaciones de hombre a hom bre y de clase
a clase, tal y com o se realizan en la producción con s­
tante, cotidiana, de la vida material .,7 R elación en­
tre amo y esclavo, o entre señor y siervo. R elación
entre patrono y obrero en el curso de la produc- 167

16. K. Marx: «Prólogo de la Contribución a la crítica de


la Economía política» (el subrayado es nuestro, C.C.) [en
K. Marx, F. Engels: Obraj..., p. 187-188.]
17. [Ese aspecto aparece de modo aún más claro, si cabe,
en este pasaje del Libro III: «Cuando quien explota direc­
tamente como terrateniente a los productores directos no son
terratenientes privados, sino el propio Estado que, como ocu­
rre en Asia, se enfrenta además a ellos como soberano. coin­
cidirán la renta y el impuesto o, mejor dicho, no existirá im­
puesto alguno distinto de esta forma de la renta de] suelo.
En estas condiciones. la relación de dependencia no necesita
asumir política ni económicamente una forma más dura que
la que supone el que todos sean por igual súbditos de este
Estado. El Estado es aquí terrateniente soberano. y Ja sobera­
nía no es más que la concentración a escala nacional de la pro­
piedad de la tierra. Lo que no existe entonces es Ja propie­
dad privada del suelo, aunque sí existan la posesión y dis­
frute tanto privados como colectivos de él.
»La forma económica específica en que se arranca al pro­
ductor directo el trabajo excedente no retribuido determina
la relación de dependencia tal y como brota directamente de la
producción misma v repercute, a su vez, de un modo deter­
minante sobre ella. Y esto sirve de base a toda forma de co­
munidad económica tal y como se deriva de las relaciones de
producción, y con ello, al mismo tiempo, a su forma política
específica. La relación directa existente entre los propietarios
de las condiciones de producción y los productores directos
— relación cuya forma corresponde siempre de modo natural
a una determinada fase de desarrollo del tipo de trabajo, v

159
ción capitalista, cuya forma em pírica inmediata es
el cam bio de la fuerza de trabajo del obrero por
el salario que da el capitalista, relación cuyas con ­
diciones previas son que el patrono posea el capital
(tanto bajo su form a material com o su form a di­
nero), y que el obrero posea la fuerza de trabajo.
En una sociedad «civilizada», el derecho da a esa
relación de producción una form a abstracta, una
form a jurídica. E n el caso de la sociedad capitalis­
ta burguesa, por ejem plo, esa form a jurídica co n ­
siste, en cuanto a las condiciones previas de la re­
lación productiva, en la propiedad de los medios
de producción y del dinero, reconocida al capitalis­
ta, y la libre disposición de su fuerza-de trabajo, re­
conocida al obrero (o sea la abolición Qe la esclavi­
tud y de la servidum bre); y en cuanto a xla relación
misma, en el contrato de arrendamiento ^e trabajo.
Propiedad del capital, libre disposición de \su propia
fuerza de trabajo por el obrero y contrato de arren­
damiento de trabajo son la form a jurídica de las
relaciones económ icas del capitalism o. /
Esa expresión jurídica abarca no sólq¡ las rela­
ciones de producción en el sentido estricto del tér­
mino, sino el conjunto de la actividad económ ica.
Producción, distribución, cam bio, dispo^ción de las
condiciones de producción, apropiaciórí del produc­
to y hasta el propio consumo, aparecen b ajo la fo r­
ma de la propiedad privada y del derecho con trac­
tual burgués. Hay pues, junto a la realidad econó­
m ica, las relaciones de producción, la distribución,
el cam bio, etc., una forma jurídica que expresa de
modo abstracto esa realidad. La producción es a la
propiedad lo que la econom ía es al derecho, lo que

por lo tanto a un cierto grado de capacidad productiva social—


y también, por consiguiente, de la forma política de la rela­
ción de soberanía v de dependcncia, en una palabra, de cada
forma específica de Estado.» (El Capital, L. III, s. 6, cap.
XLVIL ps. 789-799.1 (NdT).]

160
la base real es a la superestructura, lo que la rea­
lidad es a la ideología (véase «Nota final» de este
capítulo). Las form as de la propiedad pertenecen a la
superestructura jurídica — como escribe Marx en el
texto que hemos citado: a las «formas ideológicas».
b) Pero, ¿cuál es exactamente la función de
esa expresión jurídica?- ¿Puede decirse que se trata
de un fiel -reflejo de las realidades económ icas? Sólo
un vulgar liberal, com o diría Lenin— y como lo es­
cribió realmente en un caso bastante parecido— ,,B
o un m ecanicista empedernido, podría admitir esa
identificación. No es imposible abordar aquí el aná­
lisis de las relaciones entre la base económ ica y la
superestructura jurídica, política e ideológica en ge­
neral, de una sociedad, pero por lo que respecta al
derecho propiamente dicho, son indispensables al­
gunas precisiones. M arx y Engels eran perfectam en­
te conscientes de la deformación de la imagen de la
realidad económ ica en la expresión jurídica. E n su
crítica de Proudhon, M arx insistía en que es im­
posible responder a la pregunta: «¿Q ué es la pro­
piedad?» sin un análisis del conjunto de las relacio­
nes económ icas reales de la sociedad burguesa.181920
Engels, por su parte, escribía sobre el mismo proble­
m a: «En un Estado moderno, el D erecho no sólo
tiene que corresponder a la situación económ ica ge­
neral, ser expresión suya, sino que tiene que ser, ade­
más, una expresión coherente en sí m ism a, que no
se dé de puñetazos a sí misma con contradicciones
internas. Para conseguir esto, la fid elid ad en el re­
flejo d e las con d icion es económ icas tiene que sufrir
cada vez m ás qu ebran to.»*

18. En La revolución proletaria y el renegado Kautsky


[Véase I. Lenin: Obras escogidas, t. 3, Moscú, Editorial Pro­
greso, 1970, p. 61-144.]
19. K. Marx: «Carta a J. B. Schweitzer», loe. cit., p. 192.
20. F. Engels, «Carta a Konrad Schmidt» del 27 de oc­
tubre de 1890 [en C. Marx, F. Engels: Obras escogidas, p.
739] (el subrayado es nuestro, C.C.).

161
P ero la razón que da Engels para explicar el
desacuerdo cada vez más palpable entre la revalidad
económ ica y las form as jurídicas, por válida que
sea, no es ni la única, ni la más importante. E l
fondo del problema, es lo que podríamos llamar la
doble función del derecho y de toda superestructura.
E l derecho, com o toda ' form a ideológica en una
sociedad de explotación, desempeña a la vez el pa­
pel de forma adecuada de la realidad y de forma
mistificada de ésta. Form a adecuada de la realidad
para la clase dominante, cuyós intereses históricos
y sociales expresa, no es más que un instrumento de
mistificación para el resto de la sociedad. Es im ­
portante señalar que el pleno desarrollo de esas dos
funciones del derecho es el fruto de todo un desen­
volvimiento histórico. Puede decirse qu£? en una
prim era fase, la función esencial del derecho es ex ­
presar la realidad económ ica, y en las primeras so­
ciedades civilizadas cumple esa misión coh brutal
franqueza. Los romanos no sienten el meno^ escrú­
pulo en declarar por boca de sus juristas que sus
esclavos son para ellos «cosas» y no personl:ts. Pero
cuanto más entra el conjunto de la socieditd en la
vida social activa, debido al desarrollo de, la econo­
mía y de la civilización, más claram enté pasa a la
función social del derecho no reflejar^ sino precisa­
mente la de encubrir la realidad económica y so­
cial. Piénsese en la hipocresía de las constituciones
burguesas, y compáresela con la sinceridad de Luis
X I V proclam ado: «El Estado soy yo». Compárese
también la ausencia de disimulo con la que se re­
conoce la existencia del trabajo excedente en la
economía feudal, en la que el tiempo de trabajo
que el siervo consagra a sí mismo y el que da al se­
ñor están separados m aterialm ente, con la forma
encubierta del trabajo excedente en la economía
capitalista. L a historia contem poránea nos ofrece
todos los días ejem plos no sólo de la existencia,
sino de la eficacia de ese disfraz, pero el arte de

162
la m istificación de las masas tanto co n consignas
propagandísticas com o con fórm ulas jurídicas ha
alcanzado una especie de perfección ro n el estali-
mismo y el nazism o.2'
Donde puede observarse más fácilm ente esa do­
ble función del derecho es en la esfera del de­
recho político, y muy particularm ente del derecho
constitucional. E s sabido que el fundam ento de to ­
das las constituciones burguesas es la «soberanía del
pueblo», la «igualdad de los ciudadanos», e tc ...
M arx y Lenin han mostrado bastantes veces, de m o­
do exhaustivo, lo que eso significa, y no vale la pena
volver a hacerlo aquí.2122
Sin em bargo, hay algo que los «m arxistas» de
hoy en día olvidan demasiado fácilm ente, y es que
el análisis que hace M arx de la econom ía capita­
lista es inseparable de la crítica del desarrollo del
carácter m istificador del derecho civil burgués. M arx
nunca hubiera podido poner al descubierto el fun­
dam ento eco n ó m ico material del * capitalism o si se
hubiera limitado a analizar las form as del código
burgués. Ni el «capital» ni el «proletario» tienen
significado o existencia para el ju rista burgués; no
hay ni un solo individuo en la sociedad capitalista
del que pueda decirse jurídicam ente que no posee
más que su fuerza de trabajo; y cuando M arx señala
que, al dar al obrero únicamente el precio de su fuer­
za de trab ajo y apropiarse el conjunto del producto
del trabajo, cuyo valor supera con m ucho e l valor
de la sola fuerza de trabajo, el capitalista da al
obrero Jo que le debe y no le roba ni un céntim o,

21. Como señalaba Trotski, «Hitler tampoco ha renun­


ciado al voto secreto». El régimen hitleriano no cambió for­
malmente la constitución de Weimar — y, «jurídicamente», Hit­
ler podía ser derribado en cualquier momento por un voto
del Reichstag. Véase L. Trotski: Op. cit., p. 280.
22. Véase El Estado y la Revolución [V. I. Lenin: Obras
escogidas, t. 2, p. 291-389], La revolución proletaria y el re­
negado Kautsky [loe. cit.], etc...

163
no se trata solamente de un com entario irónico.“
Es indiscutible que, para quien se contente con
exam inar las formas de la propiedad burguesa, la
explotación en la sociedad capitalista seguirá siendo
un misterio.
c) Todo eso remite a lo que ya hemos dicho:
el derecho es una expresión abstracta de la realidad
social. Es su expresión — lo que significa que hasta
bajo sus formas mistificadoras conserva un lazo
con la realidad, al menos en la medida en que debe
permitir el funcionamiento de la sociedad en inte­
rés de la clase dom inante— . Pero en tanto que ex­
presión abstracta, es inevitablemente expresión falsa,
ya que en el plano social toda abstracción Q\:le no es
reconocida como tal es un engaño.2324
Se ha considerado siempre al marxismo, V con
razón, com o una crítica feroz y sistemática de las
abstracciones en el terreno de las ciencias soc tales,
particularmente violenta cuando de abstracciones ju ­
rídicas y económ icas se trata. E s pues asombroso
que una tendencia tan ostentosam ente «marxista»
como la que representaba Trotski haya podidb de­
fender durante tantos años una forma particularmen­
te virulenta de «juridicism o» en el análisis/de la
econom ía rusa. E sa regresión, de los modelos de
análisis económ ico concreto que propone , M arx, al
formalismo fascinado por la «propiedad estatal», ha
favorecido objetivam ente el trabajo de mistificación
de la burocracia estalinista y no hace más que ex ­
presar en el plano teórico una crisis real de la que
el movimiento revolucionario todavía no ha con­
seguido salir.
d) Veamos qué quiere decir más concretam en­
te esto en el caso de la estatificación total de la
producción.

23. K. Marx: El Capital, I, s. 2, cap. IV, p. 135.


24. K. Marx: Crítica del programa de Gotha ( 1875) [Ma­
drid, Aguilera, 1968, p. 20-21 ].

164
M arx decía que, así como no se juzga a un hom­
bre en función de lo que éste piensa de sí mismo,
no es tam poco posible juzgar a una sociedad en
función de lo que dice de sí misma en su constitu­
ción y en sus leyes. Pero la com paración puede ir
aún más lejos. Si se quiere conocer a un hom bre,
la idea que aquél tiene de sí mismo es un elemento
esencial de su sicología que hay que analizar y po­
ner en conexión con el resto para llegar a conocerle
realm ente; la imagen que una sociedad da de sí
misma en su derecho y en otras manifestaciones ideo­
lógicas es un elemento no menos importante si, des­
pués de analizar el estado real de una sociedad, se
quiere ir un poco más al fondo de las cosas. Hemos
dicho que el derecho es a la vez form a adecuada
y mistificada de la realidad económ ica: hay que
estudiar en el caso ruso ambas funciones.. y ver cómo
la propiedad estatal «universal* sirve de disfraz
a las relaciones de producción reales y también de
m arco cómodo para el funcionamiento de esas rela­
ciones. ■
H asta 1930, nadie, en el movimiento marxista,
pretendía que la propiedad estatal constituyera en
sí m ism a la base de relaciones de producción socia­
listas, o simplemente en camino hacia el socialismo.
A nadie se le había ocurrido que la «nacionaliza­
ción* de los medios de producción fuera equivalen­
te a la abolición de la explotación (véase «Nota fi­
nal* apartado (b).. de este capítulo). Se insistía, al
contrario, en que el Estado era «el capitalista total
ideal* y «cuántas más fuerzas productivas asume
en propio, tanto más se hace capitalista total, y
tantos más ciudadanos explota. Los obreros siguen
siendo asalariados, proletarios. No se supera la re­
lación capitalista, sino que, más bien, se exacer­
ba.» M Hay docenas de textos en los que I ..enin ex­
plica que el capitalism o de los monopolios se ha25

25. F. Engels: AntiDübring, p. 276.

165
transformado ya durante la guerra de 1 9 1 4 -1 9 1 8
en capitalismo de Estado,26 y si hay algo que pue­
da reprocharse a las fórmulas de Lenin, es que tie-
de a sobreestimar la rapidez del proceso de concen­
tración de los medios de producción en manos del
Estado. Para Trostki, en 1936, el capitalismo de
Estado era una tendencia ideal que no podría nunca
realizarse plenamente en la sociedad capitalista.27
Para Len in, en 1916, era ya la realidad capitalista
de su éoca.28 Desde luego, Lenin se equivocaba
por lo que respecta a su época, pero esas citas bas­
tan para acabar con las estúpidas habladurías de los
epígonos de Trotski, que pretenden que -la posibili­
dad de una estatificación de la producción en un
régimen que no sea socialista (en su fundamento) es
una herejía desde el punto de vista marxista. ^ to­
dos modos, esa herejía fue canonizada por el 1 Con­
greso de la Internacional Comunista, que proclamó
en su M an ifiesto... que «la estatificación de la ^ida
económ ica ( ...) es ya un hecho. V olver, no ya la
libre com petencia, sino siquiera a la dominación
de los trusts, cárteles y demás pulpos capitalistas,
es ya imposible. E l único problem a es saber qiiién
se apoderará ahora de la producción estatificada:
el Estado imperialista o el Estado del proletariado
victorioso. »29 ■ /
Pero lo más significativo al respecto sori las com ­
paraciones que hacía Lenin, de 1917 a 1921, en­
tre Alemania, país según él del capitalismo de E s ­
tado, y la Rusia soviética, que había estatificado los
principales medios de producción. He aquí un pasa­
je característico: «Para aclarar más aún la cuestión,
26. V éase I. L e n in : Obras escogidas, t. 2 , p. 2 7 6 - 2 7 7 .
27. L. T r o ts k i: Op. cit, p. 2 5 6 - 2 5 7 .
28. V. I. Lenin: Obras escogidas, t. 2, p. 7 2 8 ; t. 3, p,
703 y 782.
29. Theses, Manifestes et Résolutions adoptés par les Ier,
lie, U le et /Ve Congres de l'lnternationale Communiste (1919­
1923), P a r ís , 1 9 3 4 , p. 31 [R e im p r e s ió n facsím il, P a rís, M as-
p é ro , 1 9 6 9 ] .

166
citarem os, en prim er lugar, un ejemplo_ concretísi­
mo de capitalism o de Estado. Todos conocem os ese
ejem plo: A lem ania. Tenem os allí la «Última pa­
la b r a ' de la gran técnica capitalista m oderna y de
la organización arm ónica, su bordin ada al im peria­
lism o júnker-burgués. D ejad a un lado las palabras
subrayadas, colocad en lugar de E sta d o m ilitar,
júnker, burgués, im perialista, tam bién un E stado,
pero un E stad o de otro tipo social, de otro conteni­
do de clase, el E stad o soviético, es decir, proletario,
y obtendréis toda la suma de condiciones que da co ­
m o resultado el socialism o. ( . . . ) A l mismo tiempo,
el socialism o es inconcebible sin la dom inación del
proletariado en el E sta d o : eso es tam bién elem ental.
Y la historia ( . . . ) siguió un cam ino tan original que
p arió hacia 1 9 1 8 dos mitades separadas de socia'fis-
m o, una cerca de Ja otra, exactam ente igual que dos
futuros polluelos bajo' el mismo cascarón del im pe­
rialism o internacional. Alemania y R u sia encarnaron
en 1918 del m odo m ás patente la realización m ate­
rial de las condiciones económ ico-sociales, producti­
vas y económ icas del socialism o, por un lado, y de
sus condiciones políticas, por o tr o ., 30
E sos textos, que la tendencia trotskista se abstie­
ne prudentem ente de com entar, m uestran con la m a­
yor claridad posible que para L en in:
1) L a «form a de la propiedad estatal», y la esta-
tificación en el sentido más profundo del térm ino, o
sea la unificación com pleta de la econom ía y de su
gestión en un m arco único (planificación), no resol­
vían en modo alguno la cuestión del contenido de
clase de esa econ om ía, ni, por consiguiente, la de
la abolición de la explotación. P ara L en in , no sólo
la estatificación en cuanto tal no es forzosam ente «so­

30. Véase I. Lenin: «Acerca del infantilismo “izquier­


dista” y del espíritu pequeño burgués» [Obras escogidas, t. 2,
p. 728-729]. Véase también la misma comparación en «La ca­
tástrofe que nos amenaza y cómo combatirla» [Véase I. Le­
nin: Ibid., p. 275-280].

167
cialista», sino que la estatijicación n o socialista re­
presenta la form a m ás dura y m ás p erfecta d e la
explotación en p rov ech o de: la clase dominante.
2) L o que confiere un contenido socialista a
la propiedad estatal (o nacionalizada) es, según L e -
nin, el carácter del poder político. Para él, la base
del socialism o era la estatificación. más el poder de
los soviets. La estatificación sin ese poder era la for­
ma más acabada de la dominación capitalista.
Este último punto requiere un com entario: la con­
cepción de Lenin, que hacía depender e] carácter de
la propiedad estatificada del carácter del poder po­
lítico, no es errónea, en sí, pero hoy en día, después
de la experiencia de la revolución rusa, hay que ad­
m itir que es- parcial e insuficiente. E l carácter, del po­
der político señala sin ambigüedad alguna cuál es el
contenido real de la propiedad «nacionalizada;»,. pero
no constituye su verdadero fundam ento. Lo .que 'fo n -
fiere un carácter socialista o no a la propiedad ^na­
cionalizada» es la estructura de las relaciones d e p ro ­
ducción. De ésta depende, después de la revolución,
el carácter del propio poder político, poder quti no
constituye el único factor im portante, ni, en ú^imo
térm ino, e] factor determinante. L a revolución sólo
podrá conferir un contenido socialista a la prqpiedad
nacionalizada, y crear la base económ ica objetiva y
subjetiva de un poder proletario, si trae c 0 nsigo una
transform ación radical de las relaciones de produc­
ción en la fábrica: o sea si puede realizar la gestión
obrera. El poder soviético, com o poder de la clase
obrera, no vive por sí mismo; por sí mismo, tiende
más bien a degenerar, como todo poder estatal. Sólo
puede vivir y consolidarse en un sentido socialista to ­
mando como base la modificación fundamental de las
relaciones de producción, o sea el acceso de la masa
de los productores a la dirección de la economía. E s
precisamente lo que no ocurrió en R usia.31 El poder
de los soviets se atrofió paulatinamente porque su

31. Véase «Socialismo o barbarie», en este volumen.


168
único fundam ento posible, la gestión obrera de la
producción, no existía. El E stad o soviético perdió
por lo tanto rápidam ente su carácter proletario. Al
caer así la econom ía y el Estado b a jo la dom inación
absoluta de la bu rocracia, la propiedad estatal se con­
virtió simplemente en la forma m ás cóm oda del po­
der universal de esa burocracia.
Retengam os simplemente por el m om ento el he­
cho de que hasta 1 9 3 0 , los m arxistas consideraban
unánimemente que la nacionalización de la produc­
ción no significaba nada por sí m ism a, y que lo que
le daba su verdadero contenido era el carácter del
poder político. E n esa época, sólo los estalinistas te ­
nían una posición diferente. Y es T ro tsk i quién se
encargaba de responderles, escribiendo: « [E ]l carác­
ter socialista de la industria lo determ inan y aseguran'
en medida decisiva el- papel del partido, la cohesión
interna voluntaria de la vanguardia proletaria y la
disciplina consciente de los adm inistradores, funcio­
narios sindicales, miembros de las células de fábri­
ca, etc. Si ese tejido se debilita, se desintegra y se
desgarra, es absolutam ente evidente que entonces no
quedará ya nada en breve plazo del carácter socia­
lista de la industria estatal, de los transportes, etc.32
E sto fue escrito en julio de 1928. U nos cuantos m e­
ses más tarde, T ro tsk i escribía tam bién: «¿E s capaz
el núcleo proletario del partido, apoyado por la clase
obrera, de vencer a la autocracia del aparato del par­
tido que está fusionando en este m om ento con el
aparato del Estad o? E l que responda por adelantado
con la negativa, habla no sólo de la necesidad de un
nuevo partido sobre nuevas bases, sino tam b ién de la
necesidad de una segunda y nueva revolución pro­
letaria.» 33 Y a se sabe que en esa época Trotski no

32. L. Trotski: The Third International after Lenin, p.


360.
33. L. Trotski: [«Carta a Borodai» ], publicada en «New
International» 1943, p. 124. [Repr. en M. Shachtman, The Bu•
reaucratic Revolution, NY, 1962, p. 86*103].
169
sólo rechazaba la idea de una nueva revolución en
R u sia — puesto que creía que bastaría con una sim­
ple «reform a» del régimen para apartar a la burocra­
cia del poder— , sino que se oponía tam bién tajante­
m ente a la idea de la creación de un nuevo partido y
tenía por objetivo la reform a del propio Partido C o ­
munista ruso.3*
E n 1 9 3 1 , T ro stk i seguía afirm ando que la natura­
leza del poder político determ inaba el carácter «obre­
ro» del E stad o ruso: « E l definir al Estado soviético
actual com o un Estado obrero no sólo significa que
la burguesía sólo podría tom ar el poder por la vía
de la insurrección armada, sino tam bién que el pro­
letariado de la U R S S no ha perdido la posibilidad de
som eter a la bu rocracia, de regenerar el partido y
de m odificar el régim en de la dictadura — p era sin
una nueva revolución y por la vía de la reformiL.,» 34S36
H em os m ultiplicado las citas, con riesgo de abu­
rrir al lector, porque revelan algo que los epígonos
de T ro tsk i ocultan cuidadosam ente: para éste, hastia
1 9 3 1 , el carácter de la econom ía rusa debía ser de­
finido en función del carácter del E stad o; la cues­
tión rusa se reducía a la cuestión del carácter del
poder político.36 Para T ro tsk i, en esa época, era eí ca­
rácter proletario del poder político lo que confería un
carácter socialista a la industria estatificada; y lo que

34. Véase la carta de Trotski que hemos citado, y todos


sus textos de esa época.
35. L. Trotski: Tbe problems of the development of the
USSR, p. 36.
36. Fue Max Shachtman el primero en señalar que Trotski
sólo presentó su teoría sobre el carácter «socialista» de la pro­
piedad nacionalizada después de 1932 (véase «New Internatio­
nal» loe. cit.). Hay que precisar que Shachtman califica erró
neamente la concepción que hasta entonces había defendido
Trotski de «primera teoría de Trotski»: ya hemos visto que
esa concepción no era más que la concepción de todo el mo­
vimiento marxista, y en modo alguno una teoría de Trotski.
Esto último, Shachtman no puede reconocerlo, ya que eso le
obligaría a afrontar los problemas ligados a la noción de ca­
pitalismo de Estado.

170
garantizaba según él, ese carácter proletario del p o ­
der político, a pesar de la degeneración burocrática,
era el hecho de que el proletariado pudiera todavía
recuperar el poder y expulsar a la bu rocracia con una
simple reform a, sin revolución violenta. Y a hemos
señalado que ese criterio es insuficiente m ejor
dicho, que se refiere a un aspecto derivado y secun­
dario— . Sin em bargo, retengamos el hecho de que
T ro tsk i no liga en m odo alguno en esa época la cues­
tión del carácter del régimen a la «propiedad esta­
t a l , . 57
Pero, tres años más tarde, T ro tsk i efectúa un
brusco cam bio de orientación/8 afirm ando a la vez:
l ) que toda reform a en Rusia era ya im posible. que
sólo una nueva revolución podría expulsar a la buro­
cracia e instaurar el poder de las m asas y que ha­
bía que construir un nuevo partido revolucionario,
pero también 2) que el régimen ruso conservaba su
carácter proletario, garantizado por 1a propiedad «na­
cionalizada» de los medios de producción. E sa posi­
ción, codificada, con innumerables contradicciones,
en L a revolución traicion ada , constituyó desde enton­
ces el dogma intangible de la tendencia trotsquista
(véase «N ota fin al», apartado (d), de este capítulo).
E l carácter irremediablemente absurdo de tal po­
sición salta a la vista en cuanto se reflexiona un' m o­
m ento sobre el térm ino mismo de nacionalización».
«N acionalización» y «propiedad nacionalizada» son
expresiones com pletam ente ajenas al m arxism o y al
análisis científico. Nacionalizar significa dar a la na­
ción . Pero, ¿qué es la nación? L a «nación» es una
abstracción; en realidad, la nación está desgarrada por
los antagonismos de clase: dar a la nación significa
dar a la clase dom inante de esa nación. E xp licar por378*

37. Recordemos que la mayor parte de la industria rusa


estaba nacionalizada desde 1918, así como el suelo, el subsue­
lo, los transportes, los Bancos, etc.
38. El inicio de ese cambio se encuentra en Estado obre­
ro, Termidor v honapartismo (1935).
171
consiguiente que la propiedad en R u sia tiene un c a ­
rácter «socialista» o proletario, porque está naciona­
lizada, es sencillam ente un círculo vicioso, una peti­
ción de principio: la propiedad privada sólo puede
tener un contenido socialista si la clase dominante es
el proletariado. L o s trotsquistas responden a eso que
es a priori seguro que el proletariado es la clase do­
minante en R u sia, puesto que la propiedad está na­
cionalizada. Es lam entable, pero es así. Responden
también que el proletariado es fatalm ente Ja clase do­
minante en Rusia, puesto que los capitalistas priva­
dos no lo son, y no puede haber otra clase dominante
que el proletariado o los c a p ita lista se n la época ac­
tual. M arx dijo por lo visto algo sem ejante. M urió
en 1 883, y está enterrado en el cem enterio de Highga-
te, en Londres.
Y a vimos que la propiedad estatal es\ una forma
que no determ ina las relaciones de producción sino
que está determinada por éstas, y que puede\muy bien
expresar relaciones de explotación. H abría\que ver
también por qué esa form a aparece en un momento
preciso de la historia, y en ciertas condiciones co n ­
cretas. D icho sea de otro m odo, después dé haber
visto en qué medida la propiedad estatal es Una for­
ma m istificada de la realidad económ ica, habría que
exam inar por qué puede ser tam bién su form a ade­
cuada. Para abordar ese problema habrá que inten­
tar definir las relaciones de Ja eco n o m ía,ru sa con el
desarrollo del capitalism o mundial. B aste con decir
por el momento que esa form a de propiedad, así com o
la «planificación» de clase que perm ite, no son más
que la expresión de la fase última en el proceso fun­
damental del capitalism o m oderno: Ja concentración
de las fuerzas productivas; desde dos puntos de vista:
com o concentración de la propiedad form al, y com o
concentración de la gestión efectiva de la producción.
e) La estatificación no es pues incom patible con
una dominación de cJase sobre el proletariado y con
Ja explotación: es su form a más acabada. Tam poco

172
es difícil com prender — lo veremos con detalle des­
pués— que la «planificación» rusa tiene la m ism a
función: expresar de modo coherente los intereses
de la burocracia. E sto se manifiesta tanto en el pla­
no de la acum ulación corno en el del consum o, pla­
nos cuya dependeffci.a recíproca es por lo demás ab­
soluta. El desarrolla' concreto de la econom ía rusa
b ajo la dominación burocrática no difiere en nada, en
cuanto a su orientación general, del de un país cap i­
talista: en vez del mecanismo ciego del valor, es el
m ecanism o del plan burocrático el que atribuye tal
parte de las fuerzas productivas a la producción de
medios de producción y tal otra a la producción de
bienes de consum o. Lo que orienta la acción de la
burocracia en ese terreno no es desde luego el «inte­
rés general» de la economía — noción que no tiene
ningún sentido preciso— sino sus propios intereses;
o sea que la industria pesada está orientada esencial­
mente en función de las necesidades m ilitares — y en
las condiciones actuales, y sobre todo en un país rela­
tivamente atrasado, eso quiere decir que hay que des­
arrollar el conjunto de los sectores productivos— , que
las industrias de bienes de consum o están orientadas
esencialm ente en función del consum o de los buró­
cratas; y que, al realizar esos objetivos, los trabajad o­
res deben dar un máximo y co star un mínimo. L a
estatificación y la planificación en Rusia no hacen
más que servir los intereses de clase de la burocracia
y la explotación del" proletariado, y los objetivos esen­
ciales y el medio fundamental (la explotación de los
trabajadores) son idénticos a los de las econom ías c a ­
pitalistas. ¿C óm o puede calificarse a esa econom ía de
«progresiva»?
E l argum ento esencial de T ro tsk i es el aum ento
de la producción rusa. La producción rusa se ha mul­
tiplicado por cu atro y por cin co en unos cuantos
años; ese desarrollo, dice Trotski, hubiera sido im po­
sible si el capitalism o privado se hubiera mantenido
en el país. Pero si la burocracia es «progresiva» en

173
la medida en que es capaz de desarrollar las fuerzas
productivas» nos encontram os ante el siguiente di­
lema:
— o ese desarrollo de las fuerzas productivas sus­
citado por la burocracia es a la larga un fenóm eno
poco duradero y de extensión lim itada, y por lo tanto
sin verdadero alcance histórico;
— o la burocracia es capaz en R usia (y, si es así,
en todas partes) de garantizar una nueva fase his­
tórica de desarrollo de las fuerzas productivas.
Trotski piensa que hay que rechazar categórica­
mente el segundo térm ino de la alternativa. No sólo
cree que es indiscutible que la burocracia no tiene
ningún porvenir histórico, sino que afirm a además que,
si un fracaso prolongado de la revolución permitiera
que la burocracia se instalase en el poder a escala
mundial de modo duradero, «se trataría de u ñ ré­
gimen decadente, que acarrearía un eclipse de lal ci­
vilización.»''7 Y sobre ese punto, estam os totalmente
de acuerdo con él. Queda pues el prim er término de
la alternativa: el desarrollo de las fuerzas produ^ivas
en Rusia suscitado por la burocracia es un fenQíneno
relativam ente efímero, y, en definitiva, sin/verda-
dero alcance histórico (véase «Nota final», -ilpartado
(d), T ro tsk i, por cierto, no sólo no lo niega, sino que
va aún niás lejos, y señala, aunque demasiado breve­
mente, algunos de los factores que hacen ya de la
burocracia «el peor obstáculo al desarrollo de las
fuerzas productivas.»* ..
Pero es evidente que, en ese caso, nada permite
pretender que la econom ía rusa tiene un carácter
«progresivo». El que la burocracia haya multiplicado
por cuatro o por cinco la producción rusa entre 19 28
y 1 9 4 0 , mientras que el im perialism o japonés sólo
doblaba la suya durante el mismo período, o mientras 3940

39. L. Trotski: «The USSR in Wat» ( 1939) en In defense


of marxism ( 1942) [Nueva edición, NY, Merit, 1965, p. 9].
40. L. Trotski: Op. cit., p. 6. Y también La revolución
traicionada, passim.
174
que los Estados Unidos doblaban tam bién la suya en­
tre 1939 y 1 9 4 4 ; el que haya realizado en veinte años
lo que la burguesía de otros países ha realizado en
cuarenta o sesenta años, es, desde luego, un fenóm e­
no sumamente im portante, que merece un análisis y
una explicación particulares, pero que no difiere cua­
litativamente en últim a instancia del desarrollo de las
fuerzas productivas que la explotación capitalista ha
permitido durante siglos — y sigue permitiendo hoy
en día, hasta durante su fase de decadencia— .

C. L a s relacion es d e producción

V einte años de discusión sobre la «cuestión ru­


sa» han conseguido oscurecer al m áxim o la noción
de relaciones de producción en general. L os que
han intentado com batir la concepción que presenta­
ba a Rusia com o un «Estado obrero», y su econ o­
mía conio una econom ía más o menos socialista, lo
han hecho partiendo generalmente de m anifestacio­
nes superestructurales (carácter contrarrevoluciona­
rio de la política estalinista, o totalitarism o poJicíaco
del régim en), o, en el plano económ ico, insistiendo
de modo casi exclusivo en la m onstruosa desigualdad
de los ingresos. Todos esos puntos, que, de haber
sido convenientem ente desarrollados, hubieran po­
dido conducir a una revisión radical de Ja concep­
ción corriente del régimen ruso, eran considerados
con independencia del resto, en sí mismos, o erigi­
dos en criterios autónomos y definitivos. Es lo que
permitió a T ro tsk i triunfar en esas interm inables
discusiones,4’ aceptando todo lo que se quisiera 14

41. [Véase, por ejemplo, «La défense de l’URSS et l’oppo-


sition» [contra Louzon y Urbahns] [1929] en L. Trotski, Ecrits,
1928-1940, t. 1, p. 223-267; The Soviet Union and the Fourth
International [contra Urbahns. Laurat, Souvarine y Wei]], NY,
175
pero para poder plantear al final la cuestión: ¿Y
¡as relaciones de producción? ¿Han vuelto a ser ca­
pitalistas? ¿Cuándo? ¿Hay capitalistas privados en
Rusia? Como sus adversarios eran incapaces de con­
tinuar la discusión en ese terreno, con un análisis
del carácter de clase de las relaciones de produc­
ción en Rusia, Trotski salía siempre airoso de la
discusión.
No era sin embargo difícil expulsar a Trotski
de esa posición, aparentemente inexpugnable, pre­
guntándole: y las relaciones de producción, ¿qué son
en general, y qué son en Rusia? Porque es evidente,
para los que conocen la obra de Trotski, que éste
se ha contentado siempre con blandir el arma má­
gica de las «relaciones de producción», pero nunca
ha ido más allá. M arx no ha h a b la d o de las p a ­
ciones de producción capitalistas: las ha analizado a
lo largo de las tres mil páginas de E l C apital. n
vano se buscaría en la obra de Trotski el inicio ¡ si­
quiera de semejante análisis. Su obra más prQlija
desde ese punto de vista, L a revolución traicionada,
sólo contiene, a modo de análisis económ ica, una
descripción del volumen material de la producción
rusa, de la desigualdad de los ingresos y •de la lu­
cha por el rendimiento en Rusia. Lo demás es li­
teratura sociológica y política, generalmente buena
literatura, pero viciada por la ausencia de funda­
mentos económ icos, p or la ausencia, precisam ente,
de un análisis d e las relaciones d e producción en
Rusia.
Todo lo que se puede encontrar en Trotski so­
bre las relaciones de producción en general es esto:

Pioneer Publ., 1934; «Once agaín: the USSR and its defense»
[contra Craipeau e Yvon] [1937] en Writings of Leon Trots-
ky (1937-38), NY, Pathfinder, 1970, p. 86-90; «Not a Workers
and not a Bourgeois State?» [contra Burnham] [1937], ibid.,
p. 90-94; «Learn to think», «The New International», july, 1938
[contra Ciliga]; y, claro está, ln Defense of Marxism [contra
Rizzi, Burnham y Shachtman].

176
1) las relaciones de producción no son las relacio­
nes de distribución del producto so cial; 2) las re­
laciones de producción tienen algo que ver con las
form as de propiedad. L a primera proposición es com ­
pletam ente falsa, ya que las relaciones de produc­
ción son tam bién relaciones de distribución, o más
exactam ente. la distribución del producto social es
un momento del proceso de producción. L a segunda
es sólo parcialm ente exacta, ya que ahí está jus­
tamente el problem a: ¿Cuál es el lazo entre las re­
laciones de producción y las form as de propiedad?
¿Q ué relación hay entre producción y propiedad, en­
tre econom ía y derecho? Y a vimos anteriorm ente
esas cuestiones prelim inares; de lo que se trata ahora
es de exam inar de modo positivo lo que son las
relaciones de producción.
En las relaciones de producción hay que distin­
guir desde un punto de vista lógico varios aspectos.
T od a relación de producción es, en primer Ju­
gar y de modo inmediato, una organización de las
fuerzas productivas con vistas al resultado produc­
tivo; de las fuerzas productivas, o sea de1 trabajo
mismo y de las condiciones del trabajo (que se
reducen en últim o análisis a trab ajo anterior). E sa
organización de las fuerzas productivas, que deter­
mina el objetivo productivo y es al mismo tiempo
determinada por él, puede efectuarse de modo di­
gamos espontáneo o ciego, como en las sociedades
• •• » / / * •
primitivas, o requerir órganos económ icos y s o c ia ­
les separados com o en las sociedades evolucionadas,
pero es siempre el primer momento de la vida eco ­
nómica, el fundam ento sin el cual no hay produc-
ci o n.
Toda relación de producción im plica tam bién,
com o presupuesto y como consecuencia, una dis­
tribución del resultado de la actividad productiva, del
producto. D istribución determinada necesariam ente
por la producción tanto pasada y presente como fu­
tura: en primer lugar, sólo hay distribución del pro-

177
ducto de una producción, y eso b a jo la forma que
la producción ha dado a ese producto; además, to­
da distribución tiene necesariam ente en cuenta la
producción futura, puesto que constituye su condi­
ción. Por otra parte, la conservación, la disminu­
ción o la extensión de la riqueza de la comunidad
viene de las modalidades concretas de distribución
de los productos, ya que esa distribución tiene o no
en cuenta la necesidad de sustituir las reservas so­
ciales y los instrumentos usados, o de m ultiplicar­
los. En ese sentido, puede decirse no sólo que to­
da producción ulterior está determ inada por la dis­
tribución precedente, sino también que la distribu­
ción futura es el facto r determ inante de la organiza­
ción de 1a producción actual. \
Por último, tanto la producción como organiza­
ción, conio la producción com o distribución, se ba­
san en la apropiación de las condiciones de la pro­
ducción, o sea de la naturaleza (tanto de la natura­
leza exterior com o del propio cuerpo del hom bre).
Desde un punto de vista dinám ico, esa apropi(\(;ión
es un poder de disponer de esas condiciones, yfi sea
el sujeto la comunidad en su con ju nto, o sea esa
disposición m onopolio de un grupo, categoría o clase
social.
Organización (gestión) de la producción misma,
distribución del producto, fundadas ambas en la dis­
posición de las condiciones de la producción: he ahí
el contenido general de las relaciones de produc­
ción. Las relaciones de producción en una época da­
da se manifiestan en la organización (gestión) de la
cooperación de los individuos con vistas al resul­
tado productivo y en la distribución de ese produc­
to, a partir de un determinado modo de disposición
de las condiciones de la producción/’
Pero lo im portante no es la noción general de42

42. K. Marx: El Capital, L. 111, s. 7, cap. XLV III, p.


828-829, 833-834; cap. LI, p. 884-886.
178
relaciones de producción, ligada a la definición mis­
ma de la vida social y, en ese sentido, una mera
tautología, sino la evolución concreta de los modos
de producción en la historia de la humanidad.
En las sociedades primitivas, donde la división
en clases no suele existir, donde la evolución de los
métodos y del objetivo de la producción, así como
de las reglas de distribución, es extremadamente len­
ta, y donde los hombres se suelen someter sin in­
tentar utilizarlas a las leyes del universo de las co­
sas, la organización de la producción y de la distri­
bución se presenta como resultado ciego de la tra­
dición, reflejo pasivo de la herencia del pasado so­
cial, de la influencia decisiva del medio natural y
de las particularidades de los medios de producción
anteriormente adquiridos. La organización de la pro­
ducción no es aún, en la realidad, distinta del acto
productivo material mismo; Jo que rige la coopera­
ción es más la espontaneidad inmediata y la cos­
tumbre, que las leyes económicas objetivas o la ac­
ción consciente de fos miembros de la sociedad. La
disposición de las condiciones de la producción, la
apropiación por el hombre de su propio cuerpo y
del medio natural que le rodea parece no acarrear
problemas particulares, y la colectividad sólo es cons­
ciente de ellos con motivo de los conflictos exte­
riores que le oponen a otras tribus o sociedades.
El primer momento del proceso económico que
parece surgir como entidad autónoma y del que la
sociedad primitiva adquiere una conciencia clara, es
el momento de la distribución. del producto, regula­
do, en general, por costumbres específicas.
Un cambio fundamental se produce con la divi­
sión de la sociedad en clases. En la sociedad escla­
vista, la disposición de las condiciones de produc­
ción, de la tierra, de los instrumentos y de los hom­
bres se convierte en monopolio de una clase social,
de la clase dominante de los propietarios de escla­
vos. Esta disposición pasa a ser objeto de un con-

179
junto de reglas sociales explícitas, y se ve pronto ga­
rantizada por la coerción social organizada, el E s­
tado de los propietarios de esclavos. Simultáneamen­
te, la organización de la producción, la gestión de
las fuerzas productivas, se convierten en función so­
cial ejercida por la clase dominante de modo natu­
ral, sobre la base de su disposición de esas fuerzas
productivas. Con la sociedad esclavista aparecen
pues la disposición de las condiciones de la produc­
ción y la gestión de la producción como momentos
aparte de la vida económ ica: ya que esa sociedad
hace de la primera un fenómeno directamente social
(y m uestra que hasta la disposición que tiene el hom­
bre de su propio cuerpo como fuerza productiva
no va en modo alguno de sí, sino que es pro­
ducto de una determinada form a de vida históri­
ca), y convierte la organización y la gestión de\ la
producción en función social de una clase e sp ^ í-
fica. Pero la sociedad esclavista elimina la distri-
** i

bución como momento especifico, puesto que en/ la


econom ía esclavista la distribución como distribu­
ción del producto se encuentra inmersa en la /pro­
ducción misma. La relación productiva inmediata y
posesiva del amo y del esclavo contiene ya la dis­
tribución del producto: guardar una parte de la co-
* secha para la siembra y otra para lo s' esclavos no
es una distribución de la producción, sino que está
' directamente ligado a la organización de la produc­
ción misma. La conservación del esclavo no tiene
para el amo un sentido económ ico diferente del de la
conservación del ganado. E n cuanto a la distribu­
ción del producto entre los miembros de la clase
dominante, es el resultado, en su mayor parte, de la
distribución inicial de las condiciones de la produc­
ción, lentamente transform ada por el mecanismo
del intercam bio y la aparición embrionaria de una
ley del valor.
En la sociedad feudal, que representa, al menos
en Europa occidental, una regresión histórica en re­

180
lació n con la sociedad esclavista grecorom ana, se
m antiene el carácter autónomo de la disposición de
las condiciones de la producción, pero la función de
organización de la producción tiende a atrofiarse. E l
señor sólo ejerce una actividad de gestión en un
sentido sum am ente vago y general: una vez que se
ha fijado la división del trabajo en el dom inio, y en­
tre siervos, se lim ita a imponer el respeto de ésta.
E n cuanto a la distribución del producto, se efec­
túa, podríam os decir, de una vez para siem pre: el
siervo debe al señor tal parte del producto, o tan­
tas jornadas de trab ajo . E se carácter estático tanto
de la organización de la producción com o de la dis­
tribución no es más que la consecuencia del ca rá c­
ter estacionario de las fuerzas productivas en el p e­
ríodo feudal.
E n la sociedad capitalista, los diferentes m om en­
tos del proceso económ ico alcanzan su pleno de­
sarrollo, y una existencia m aterial independiente.
A quí, disposición de las condiciones de producción,
gestión y distribución, así como el cam bio y el con ­
sum o, surgen co m o entidades que pueden adquirir
una autonom ía, convertirse cada una en o b jeto es­
p ecífico, m ateria de reflexión, fuerza social. L o que
h ace de los capitalistas la clase dom inante de la so­
ciedad m oderna, es que, al disponer de las condi­
ciones de la producción, organizan y dirigen la pro­
ducción y aparecen corno agentes personales y cons­
cientes de la distribución del producto social.
O sea que, en resumen:
1) Lo que define, en general, las relaciones de
producción, e s: a) el modo de gestión de la produc­
ción (organización y cooperación de los condiciones
m ateriales y personales de la producción, definición
de los objetivos y métodos de p rod u cción ); b) el
m odo de distribución del producto social (íntim a­
m ente ligado a la gestión de Ja producción b a jo múl­
tiples aspectos; en particular, la m onopolización de
las cap a cid a d es de dirección y la orientación de la

181
acum ulación, que está en dependencia recíproca con
la acum ulación, se desprenden de la distribución),
y el que esas relaciones se funden en una distri­
bución inicial d e las con dicion es d e la producción,
distribución inicial que se manifiesta en la disposi­
ción exclusiva de los medios de producción y de los
objetivos de consumo. E sa disposición se manifies­
ta a veces de modo explícito en las formas jurídicas
de la propiedad, pero sería absurdo decir que coin­
cide en todo momento con éstas o que se expresa
en ellas de modo adecuado y unívoco' (véase lo di­
cho anteriorm ente). No hay que olvidar nunca que
esa distribución «inicial» de las condiciones de pro­
ducción se ve constantem ente reproducida, extendi­
da y desarrollada por las relaciones de producción
hasta el momento en que se efectúa una revolución
en éstas últimas. \
2) El contenido d e clase de las relaciones e
producción, fundado en la distribución inicial de lpr
condiciones de la producción (monopolización de lbs
medios de producción por una clase social, repro­
ducción constante de esa monopolización) consiste
en: a) la gestión de la producción por la clasé do­
minante; b) la distribución del producto social en
favor de la clase dominante. L a existencia de la
plusvalía o la existencia del excedente no determinan
ni el carácter de la clase dominante en la econom ía,
ni siquiera el hecho de que la economía esté fun­
dada en la explotación. Pero la apropiación de esa
plusvalía por una clase social, en virtud de su m o­
nopolio sobre las condiciones m ateriales de la pro­
ducción, basta para definir una economía de clase
fundada en la explotación; el empleo de esa plus­
valía, el modo en que se reparte entre acumulación
y consumo improductivo de la clase dominante, la
orientación de esa acumulación misma y el modo
concreto de apropiación de esa plusvalía y de su dis­
tribución entre los m iembros de la clase dominan­
te, determinan el carácter específico de cada econo­

182
m ía de clase y diferencian históricam ente las cla­
ses dominantes entre sí.
3) Desde el punto de vista de la clase explota­
da, el carácter de clase de la econom ía consiste:
a) en la producción en el sentido estricto, en que
se ve reducida de modo riguroso a un papel de
ejecutante, y de modo más general en su enajena­
ción, en su subordinación total a las necesidades de
la clase dom inante; b) en la distribución, en la apro­
piación de la diferencia entre el coste de su fuerza
de trabajo y el producto de su trab ajo por la clase
dom inante.

2. P r o l e t a r ia d o y producción

Antes de abordar el problema de la naturaleza de


las relaciones de producción en R usia, conviene ver
rápidam ente cuál es el contenido de esas relacio­
nes tanto en una econom ía capitalista burguesa co­
m o en una econom ía socialista.
Em pezarem os por el análisis de la producción
en la econom ía capitalista para facilitar la com ­
prensión. Y a que partir del capitalism o significa, no
sólo partir de lo ya conocido, sino poder además
aprovechar directam ente el análisis de la economía
capitalista presentado por M arx, análisis que se
acerca al máximo ideal del análisis dialéctico de un
fenóm eno histórico. A esas razones de método se
añade una razón de fondo, que es con m ucho la
más im portante: el capitalismo bu rocrático no es
más que el desarrollo extremo de las leyes más pro­
fundas del capitalism o, llegando a la negación inter­
na de esas mismas leyes. Es pues imposible com ­
prender la esencia del capitalismo burocrático ruso si
no se liga el exam en de éste de las leyes que rigen
el capitalism o tradicional.

183
Presentaremos tam bién un esbozo de lo que es
la estructura de las relaciones de producción en una
sociedad socialista antes de abordar nuestro tema.
Y ello, no sólo porque hay que luchar contra el
engaño y recordar que por socialism o se ha enten­
dido siempre en el movimiento obrero algo que no
tiene nada que ver ni con la realidad rusa, ni con la
idea del socialismo tal y como la propagan los es-
talinistas, sino, más que nada, porque la identidad
aparente de ciertas formas económ icas — ausen­
cia de propiedad privada, plan, etc.— en el- socialis­
mo y en el capitalismo burocrático, hace que la com ­
paración entre los dos regímenes sea extremamen­
te instructiva.

A. L a producción capitalista \
j
Y a vimos que lo que traduce el tipo de rela- '
ciones de producción existentes en una sociedad es"
la gestión de la producción y la distribución del prq^
dueto, y que lo que pone de manifiesto su confé-
nido de clase es que la disposición de las condicio­
nes materiales de la producción sea monopoljó de
una categoría social. Veam os lo que significa con­
cretam ente esto en el caso de la producción capi­
talista.
1. La relación de producción fundamental . en
la econom ía capitalista es la relación entre patrono
y obrero. ¿Por qué es esa relación una relación de
clase? Porque la posición económ ica y social de las
dos categorías de personas que participan en ella
es absolutamente diferente, y esa diferencia es fun­
ción de una relación diferente con los medios de
producción. El capitalista posee (directa o indirec­
tam ente) los medios de producción, el obrero sólo
posee su fuerza de trabajo. Sin la com binación de
los medios de producción y los medios de trabajo
(o sea del trabajo muerto y del trabajo vivo) no

184
hay producción posible, y ni el capitalista puede
prescindir del obrero, ni el obrero del capitalista
m ientras éste disponga de los m edios de producción.
L a com binación, la cooperación del trab ajo muerto
y del trabajo vivo 43 tom a la forma económ ica, des­
de el punto de vista del intercam bio entre «unida­
des económ icas independientes»,44 de la venta de la
fuerza de trabajo por el obrero al capitalista. Para
el obrero, es indiferente que el com prador de su
fuerza de trab ajo sea un patrón individual, una
sociedad anónim a o el Estado. L o que le importa
es la posición dominante de ese com prador frente a
él, debida al hecho de que dispone del capital so­
cial o de una parcela de éste, o sea no sólo de los
medios de producción en el sentido estricto, sino
también del fondo de consumo de la sociedad, y
en definitiva, del poder de coerción , o sea del E s ­
tado. E s esa posesión del capital y del poder lo
que hace de los capitalistas la clase dominante de
la sociedad burguesa.
V eam os cóm o se traduce esa dom inación del
capital sobre el trab ajo en la organización de la pro­
ducción y en la distribución del producto.
2. Y a vimos que toda relación de producción
es, en primer lugar y de modo inm ediato, organitza-
ción de las fuerzas productivas con vistas al resul­
tado productivo. E n la sociedad moderna, la relación
de producción es pues organización de la cooperación
de las fuerzas productivas, del capital y del traba­
jo (del trab ajo m uerto o pasado y del trabajo vivo
o actual), de las condiciones del trab ajo y del tra­

43. Hay que tomar aquí la expresión «trabajo muerto» en


toda su amplitud, refiriéndose no sólo a las máquinas y las
materias primas, sino también a los medios de consumo que
deben, durante el período de producción, ponerse a disposi­
ción de los obreros, o sea a fin de cuentas todas las condiciones
de la producción fuera del trabajo actual, el Capital «sin más».
44. Desde un punto de vista formal, obreros y capitalis­
tas son «unidades independientes» de ese tipo.
185
bajo mismo, o, como dice M arx, de las condiciones
materiales y de las condiciones personales de la pro­
ducción. Cooperación en la que lo que representa hu­
m anamente de modo inmediato al trabajo vivo es
el proletario, pero en la que sólo la clase capitalis­
ta representa al trabajo m uerto — puesto que se lo
apropia— ” L o que en el plano técnico se presenta
como cooperación del trabajo actual y de la m ate­
ria valorizada por un trabajo pasado, cobra en el
plano económico la form a de la relación entre fuerza
de trabajo y capital, y en el plano social la de la
relación entre proletariado y clase capitalista. L a or­
ganización de las fuerzas productivas con vistas ál
resultado productivo, tanto com o orden impuesto al
trabajo vivo y al trabajo muerto en sus relaciones
constantes, como en tanto que coordinación del\es-
fuerzo de una multitud de proletarios consagrado^ a
la producción (relaciones entre los productores mis­
mos y relaciones entre los productores y los instru­
mentos de producción), esa organización, en la me­
dida en que no está ligada de modo absoluto a con­
diciones físicas o técnicas de la producción, sé en­
cargan de ella no los productores mismos, si^o los
individuos que personifican socialmente al -Capital,
los capitalistas.'" E n esa organización, es indiferente,
desde el punto de vista que adoptamos aquí, que to­
da una serie de tareas las realice, en los niveles in­
feriores, un personal específico que no pertenece
(form al o realmente) a la clase capitalista; tampoco
nos ocuparemos, por el momento, del hecho de que
esas tareas se ven confiadas a ese personal especí­
fico en cada vez m ayor escala, y de que se trata de
una tendencia esencial de la producción capitalista.
Bástenos com probar que, en último término, son los
capitalistas o sus delegados directos los que toman 456

45. K. Marx: El Capital, L. III, s. 7, cap. X V III, p. 825­


826.
46. K. Marx: El Capital, L. III, s. 7, cap. X V III, p. 833­
834.
186
las decisiones fundamentales, orientan esa organiza­
ción de las fuerzas productivas, y le fijan tanto su
objetivo con creto (naturaleza y cantidad del pro­
ducto), com o los medios generales para alcanzarlo
(relación entre capital constante y variable, ritm o de
la acum ulación). E s evidente que esas decisiones fi­
nales no se tom an «libremente» (y eso en varios sen­
tidos: las leyes objetivas de la técnica, de la econo­
m ía y de la vida social se im ponen al capitalista,
cuya opción tiene límites estrechos; y h asta dentro
de esos lím ites, esa opción está en definitiva deter­
minada por el móvil de la ganancia). Pero en la me­
dida en que la acción humana en general desempeña
un papel en la historia, esas decisiones finales con s­
tituyen el plano en que se m anifiesta la acción eco­
nóm ica de la clase capitalista, acción que podría ser
definida com o la expresión relativam ente consciente
de la tendencia del capital a acrecentarse de modo
ilimitado.
Esas relaciones de producción son relaciones de
clase: eso quiere decir, con creta e inm ediatam ente,
que un grupo — o una clase social— m onopoliza la
organización y la gestión de la actividad productiva,
lim itándose los otros a ejecutar, a diferentes niveles,
sus decisiones; eso significa tam bién, desde luego,
que los capitalistas o sus representantes dirigirán la
producción en función de sus propios intereses. D es­
de el punto de vista de la relación productiva pro­
piamente dicha, o sea de la relación entre trabajo
vivo y trab ajo m uerto con vistas al resultado produc­
tivo, esa relación la rigen las leyes inm anentes de la
producción capitalista, que el capitalista individual
y sus «gerentes» se limitan a expresar en el plano
consciente. E sa s leyes inm anentes expresan la do­
m inación absoluta del trabajo muerto sobre el tra­
bajo vivo, del capital sobre el obrero. Se m anifies­
tan com o tendencia a tratar al trab ajo vivo mismo
com o a trab ajo muerto, a hacer del obrero un apén­
dice puram ente material de la m aquinaria, a erigir

187
el punto de vista del trabajo m uerto en árbitro todo­
poderoso de la producción. A escala individual, eso
significa la subordinación com pleta del obrero a la
m áquina, tanto en los movimientos com o en el rit­
mo de trabajo. L a cooperación entre obreros se efec­
túa en función de las «necesidades» del com plejo
m ecánico al que están sometidos. Socialm ente, por
últim o, la principal m anifestación de esa subordi­
nación es la regulación de la admisión, de la co n ­
trata (o del paro) de los obreros en función de las
necesidades de ese universo m ecánico.
3. Pero las relaciones de producción tienen un
segundo aspecto, tan im portante com o el prim ero:
son, de modo mediatizado, relaciones de c a m b io y
por lo tanto de distribución. \
E l resultado de Ja separación de los productores \
y de los instrumentos de producción — que constitu- \
ye el hecho fundamental de la era capitalista— es ;
que para los productores, la participación en la pro- j
ducción, y por ende en la distribución del resulta-/
do de esa producción, sólo es posible mediante lá
venta de la única fuerza productiva que poseen, la
fuerza de trabajo (encontrándose ésta, aunque sólo
fuera com o consecuencia del desarrollo técnico, com ­
pletam ente subordinada al trabajo m uerto); m edian­
te el cam bio, por Jo tanto, de su fuerza de trabajo
y una parte del resultado de la producción. E l mo­
nopolio de ql}e disfrutan los com pradores de la fuer
za de trabajo, tanto §o£re los medios de producción,
com o sobre los fondos de consum o de la sociedad,
hace que las condiciones de ese cam bio tiendan a ser
dictadas por los capitalistas, no sólo por lo que se
refiere al precio de la m ercancía fuerza de trabajo
(salarios) sino también a las determ inaciones de esa
m ercancía (duración e intensidad de la jornada de
trabajo, etc.) .47
L a dom inación capitalista se ejerce pues tam­

47. K. Marx: El Capital, s. 7, cap. X LV II, p. 827-829.


188
bién en la distribución. Veam os en qué consiste e x a c­
tam ente esa dom inación, y cómo se expresan las le­
yes económ icas de la sociedad capitalista en las re­
laciones de las dos clases fundamentales de esa so­
ciedad (véase «N ota fin al», apartado (e), de este ca ­
pítulo).
Las leyes económ icas del capitalism o imponen
la venta de 1a fuerza de trabajo «a su valor». Com o
la fuerza de trab ajo es, en la sociedad capitalista,
una m ercan cía, debe ser vendida en función de lo
que cuesta. ¿E n qué consiste el coste de la fuerza
de trab ajo ? En el valor de los productos que el
obrero consum e para vivir y reproducirse. P ero el
valor de esos productos es a todas luces el resultado
de dos facto res: el valor de cada producto, y la can ­
tidad total de productos que consume el obrero (el
valor de la fuerza de trabajo gastada durante un día
puede ser 100 si el obrero se alim enta solam ente
con un kilo de una m ercancía y el kilo cuesta 1 0 0 ;
puede ser tam bién de l 00 si el o brero se alim enta
con dos kilos pero cada kilo cuesta 5 0 ; puede ser
2 0 0 si el obrero consum e dos kilos y el kilo cuesta
1 0 0 ). E l análisis económ ico del capitalism o nos per­
m ite, teniendo en cuenta la ley del valor, con ocer
el valor de cada unidad de producto que entra en el
consum o del o brero y la evolución de ese valor.
P ero en sí m ism a, y en cuanto tal, la ley del valor
nada nos dice, y nada puede decirnos, sobre los fac-
todes que determ inan la cantidad m ás o menos gran­
de de productos que consume la clase obrera, lo que
se suele llamar el «nivel de vida». Sin em bargo, no
cabe duda de que, sin una definición precisa de esos
factores, la aplicación de la ley del valor a la venta
de la fuerza de tra b a jo se convierte en algo com ple­
tam ente problem ático.
A M arx, claro está, no se le escapó la existen­
cia del problem a; le ha dado tres respuestas que,
aunque diferentes, no son en modo alguno contra-

189
dictorias. En el primer volumen de El Capital ,48
M arx escribe que lo que determina el nivel de vida
en la clase obrera son factores históricos, morales
y sociales; en Salario , precio y ganancia, invoca la
relación de fuerzas entre proletariado y burguesía;
y por último, en el tercer volumen de E l Capital,
alude a las exigencias internas de la acumulación
capitalista, y a la tendencia inexorable de la econo­
mía capitalista a reducir la parte. pagada de la jo r­
nada de trabajo a un estricto mínimo, bajo la presión
del descenso de la cuota de ganancia y de la crisis
cada vez más grave del sistema capitalista.
Hay entre esos tres factores una conexión lógi­
ca, pero también un orden histórico. Los tres A c ­
tores actúan constante y simultáneamente d u ra°'e
toda la época capitalista, y no están ni mucho mends
separados. Puede reducirse los «factores históricos;
morales, etc.» a los resultados combinados de la lu-1
cha de clases en el pasado y de la tendencia intrínf
seca del capitalismo a una explotación cada vez m^-
yor del proletariado. El grado de desarrollo capita­
lista de la sociedad determina a su vez (junto ¿on
otros factores, el aro está) la intensidad de la lúcha
de clases, etc.
Pero no es por ello menos cierto que impor­
tancia relativa de esos factores varía con el desa­
rrollo histórico; puede decirse, de modo esquemáti­
co, que el primer factor representa hasta cierto pun­
to la herencia del pasado, que tiende, en un esque­
ma ideal de desarrollo capitalista, a nivelarse ante el
efecto combinado de la expansión de la lucha de
clases y de la concentración universal del capital.
Los efectos de la lucha de clases no son los mismos
en la primera y en la última fase de la época capi­
talista; en el «período ascendente» del capitalismo,
o sea mientras no han empezado a hacerse sentir ide
modo acuciante los efectos del descenso de la cuota

48. K. Marx: El Capital, L . s. 2 . c ap . I V . p. 133.

190
de la ganancia, cuando el capitalism o no h a entrado
todavía en la fase de su crisis orgánica (véase lo dicho
en la «In trod u cción » a este volum en), la relación
de fuerzas entre el proletariado y la burguesía puede
tener una influencia considerable en la distribu­
ción del producto social; es el período durante el
cual el éxito de las luchas con objetivos «minimun»
puede ser, dentro de ciertos lím ites, im portante y
duradero. Pero en el período de agonía del ca­
pitalism o, no sólo le es imposible a la clase dom i­
nante hacer cualquier nueva concesión al p roleta­
riado, sino que la crisis orgánica de su econom ía le
obliga a volver a arrebatar a la clase obrera toáo
lo que ésta le h abía arrancado durante el período
anterior. Las «reform as» de todo tipo son ya o b je ­
tivam ente im posibles y la sociedad tiene que enfren­
tarse directam ente con el dilema revolución o co n ­
trarrevolución, cuya traducción económ ica desde el
punto de vista que nos interesa es: o dom inación
de la producción por los productores, o determ ina­
ción absoluta de su nivel de vida en función de las
necesidades de un máximo de ganan cia para el c a ­
pital. E l fascism o y el estalinismo se encargan (en
contextos diferentes) de obtener esto últim o duran­
te ese período de agonía de la sociedad de explota­
ción. E n esa fase, el efecto de la lucha de clases en
la distribución del producto social es m ucho más
reducido; es la posibilidad de destruir radicalm ente
el sistema lo que confiere ahora su significado fun­
dam ental a esa lu ch a; como las reivindicaciones «mí­
nimum» no pueden ya distinguirse de las reivindica­
ciones « maximum », la lucha por la defensa de las
condiciones de vida más elem entales se convierte
directam ente en lucha por la revolución y por el
poder. Y m ientras no estalle esa revolución, lo que
determ ina cada vez más el nivel de vida de la clase
obrera y por tanto de la fuerza de tra b a jo es el
«ham bre de plusvalía» cada vez m ayor del capital.
P ero esos fa cto re s (y las variaciones en el valor

191
de la fuerza de trabajo que acarrean) influyen so­
bre todo en la determinación de las tendencias his­
tóricas, de las grandes líneas del desarrollo en pla­
zos relativamente largos. Como señala M arx, pue­
de considerarse que, en un período y un país dados,
el nivel de vida de la clase obrera y por lo tanto de
la fuerza de trabajo son fijos.
Ese valor, considerado grosso m od o como algo
estable, sólo puede realizarse en la economía capi­
talista, como todo valor, a través de la necesaria
mediación del mercado, de un mercado relativamen­
te «libre» en el que existe una demanda de la mer­
cancía fuerza de trabajo. Ese mercado no es' sólo la
condición necesaria de la adaptación del precio de
la fuerza de trabajo a su valor; es sobre todo la ben­
dición indispensable para que la noción de «ni1<el
de vida de la clase obrera» tenga sentido; ya que én
el caso contrario, los capitalistas podrían sin límite
alguno determinar ese nivel de vida únicamente qñ
función de las necesidades internas del aparato pro­
ductivo. Lo que constituye ese límite, no es tarito
la competencia individual entre compradores y velJtle-
dores de la fuerza de trabajo, como la posibilidad
que tienen los obreros de limitar globalmente y en
masa la oferta de trabajo en un momento dado me-*
diante la huelga. En otras palabras, lo que, al dar
consistencia objetiva a la noción de «nivel de vida
de la clase obrera» y por lo tanto al valor de la
fuerza de trabajo, permite la aplicación de la ley del
valor a la mercancía fundamental de la sociedad ca­
pitalista, o sea esa fuerza de trabajo, es el hecho de
que la clase obrera no está completamente reducida
a la esclavitud. Así como la concentración y la m o­
nopolización universal de las fuerzas productivas,
quitarían todo significado a la ley del valor, la re­
ducción completa de la clase obrera a la esclavitud
quitaría todo contenido-a la noción de «valor de la
fuerza de trabajo».
4. En resumen: la explotación inherente al sis-

192
tema capitalista se basa en el hecho de que los pro­
ductores no disponen de los medios de producción
ni individualmente (artesanado) ni colectivam ente
(socialism o); de que el trabajo vivo en vez de domi­
nar al trabajo muerto, es dominado por éste, por in ­
termedio de los individuos que lo personifican (los
capitalistas). L as relaciones de producción son rela­
ciones de explotación bajo sus dós aspectos: como
organización de la producción propiam ente dicha y
como organización de la distribución. E l trabajo
muerto explota al trabajo vivo en 1a producción pro­
piamente dicha porque el punto de vista de éste se ve
subordinado al del trabajo m uerto: en la organización
de la producción, el proletariado está enteram ente do­
m inado por el capital y sólo existe para este últi­
mo. Y lo explota también el de la distribución, por­
que lo que determ ina la participación del trab ajo vi­
vo en el producto social son leyes económ icas (ex­
presadas por el patrón en el plano consciente) que
definen esa participación sobre la base, no del valor
creado por la fuerza de trabajo, sino del valor de
esa fuerza de trab ajo . Esas leyes, que expresan la
tendencia profunda de la acum ulación capitalista,
reducen cada vez más el coste de la producción de
la fuerza de trab ajo a un «mínimo físico ».'’ Además,
el aumento de la productividad del trabajo, al ha­
cer disminuir el precio de las m ercancías necesarias
para la subsistencia del obrero, tiende a reducir la
parte del proletariado en la distribución del produc­
to social. Pero no hay que tom ar la expresión «mí­
nimo físico» en un sentido literal; en un sentido es­
tricto, es im posible definir un «mínimo físico»/0 A lo
que se refiere la expresión es a la tendencia a la re­
ducción del salario real relativo de la clase obrera.5*49501

49. K. Marx: El Capital, L. III, s. 7, cap. L, p. 863.


50. Véase infra, «Los límites de la explotación».
51. [Es apenas necesario recordar que no ha habido tal
reducción (ni «relativa» ni «absoluta») en los últimos cien
años. V. CMR (1960-61), p. 41-46. Y, al menos por lo que
193
B. L a producción socialista (véase «Nota final»,
apartado (f), de este capítulo)

Veam os ahora rápidamente cómo se presenta la


relación productiva fundamental en una sociedad so­
cialista.
1. En una sociedad socialista, las relaciones de
producción no son relaciones de clase porque cada
individuo se encuentra en relación con la sociedad
en su conjunto — de la que es él mismo un agen­
te activo— y no con una categoría específica de in­
dividuos o de grupos sociales provistos de poderes
económicos propios o que disponen, total o --parcial­
mente, de los medios de producción. L a diferencia­
ción de los individuos, debida a la persistentja de
la división del trabajo, no acarrea una diferenciación
de clase porque no implica la existencia de re lfrio ­
nes diferentes con el aparato productivo. Si, cpmo
individuo, el trabajador sigue estando obligado a; tra­
b ajar para vivir, como miembro de la comuna/ pcn-
ticipa en la determinación de las condiciones de tra­
bajo, de la orientación de la producción y dty' la re­
tribución del trabajo. Ni que decir tiene c¡Ue esto
sólo es posible mediante la realización completa de
la gestión obrera de la producción, o sea mediante la

respecta al «empobrecimiento absoluto», la mayor parte de


los marxistas han acabado por admitirlo. Pero algunos han
creído necesario añadir que «la idea según la cual los salarios
reales de los trabajadores tendían a descender cada vez más
es totalmente extraña a la obra de Marx» (E. Mandel: Traite
d'Economie marxiste, París, 1962, t. l., p. 180). L. Trotski, que
era mucho menos hipócrita que sus discípulos, pensaba exac­
tamente lo contrario (véase la sección «La teoría del empobreci­
miento creciente» en «Marxism in our Times» ( 1939 ), loe.
cit.). La idea, desde luego, sí se encuentra en la obra de Marx:
véase «Trabajo asalariado y capital» ( 1847) (Marx/Engels;
Obras escogidas), p. 95; «Manifiesto ... » (1848 ), OE, p. 40­
41; «Salario, precio y ganancia» (1865), OE, p. 236-237; El
Capital, L. I (1867) , s. 7, cap. X X III, p. 588, L. III (1864­
1875), s. 3, cap. XV, p. 267 (N. del T.).]
194
abolición de la distinción fija y estable entre diri­
gentes y ejecutantes en el proceso de producción.
2. La distribución de la fracción del producto
social destinada al consumo personal continúa adop:
tando la form a del cam bio entre la fuerza de trab ajo
y una parte del producto del trabajo . Pero, b ajo esa
form a, el contenido se ha visto com pletam ente tras­
tocado, y por consiguiente en la aplicación de la ley
del valor han variado completamente «la form a y el
contenido», com o dice M arx.51
M arx m ostró claram ente hace ya mucho tiempo
que la rem uneración del trabajo en una sociedad so­
cialista será igual a la cantidad de trab ajo que ofre­
ce el trabajad or a la sociedad, m enos una fracción
consagrada a los «gastos generales» de la sociedad
y otra fracción consagrada a la acum ulación. Pero
esto quiere decir que ya no podemos hablar en este
caso de «ley del valor» aplicada a la fuerza de tra­
b a jo : ya que esa ley implicaría que se dé, a cam bio
de la fuerza de trab ajo , e] coste de esa fuerza de tra­
bajo, y no el valor añadido al producto por el tra­
bajo vivo. E l que la relación entre el trabajo ofreci­
do a la sociedad y el trabajo recuperado por el tra­
bajador bajo la form a de productos de consumo no
sea arbitraria, pero tampoco se encuentre determ i­
nada espontáneam ente por la extensión de las ne­
cesidades individuales (como en la fase superior del
com unism o), el que sea una relación «reglam enta­
da», no significa en modo alguno que nos encontre­
mos ante «otra ley del valor». E n primer lugar, y en
cuanto a la form a, ya no se trata de una ley social,
que se impone de modo ciego y necesario, y .que es
imposible transgredir; se trata de una ley «conscien­
te», o sea de una norma que los productores se im ­
ponen a sí mismos e imponen eventualmente a los
elementos recalcitrantes y que regula la distribución
de los productos, norma cuya aplicación hay que vi­

51. K. Marx: Crítica del programa de Gotha, p. 18-20.


195
gilar, y cuya transgresión, eventualm ente, hay que
castigar. L a ley del valor, en la sociedad capitalista,
es la expresión de un orden económ ico objetiv o ; en
la sociedad socialista, se trata de una norm a ju rí­
dica, de una -n orm a de derecho. E n cuanto al fo n ­
d o : si no se paga al trabajad o r en función del «va­
lor de su fuerza de trab ajo », sino proporcionalm en­
te al valor que ha añadido al producto, o sea si
«la misma cantidad de trabajo que ha dado a la so­
ciedad bajo una form a, la recibe de. ésta bajo otra
form a distinta» ,5Í nos encontram os ante una inver­
sión com pleta, ante la negación absoluta de la «ley
del v alo r-trab ajo ». Y a que, en este caso, lo que se
tom a com o criterio del cam bio ya no es el\ coste
objetivo del producto cam biado medido en ttempo
de trab ajo , ya no es, ni m ucho menos, el «val6r de
la fuerza de tra b a jo «que se paga al trabaj ador,| sino
el valor producido por su fu erza de trabajo. E ^ vez
de estar determ inada por su cau sa, por decirlo así
(el coste de producción de la fuerza de trab ajo ), la
retribución de la fuerza de tra b a jo está determ inada
por el efecto de ésta. E n vez de estar d ^ p ro v ista
de relación inm ediata con el valor qujt produce,
la fuerza de tra b a jo » está retribuida w b re la base
de ese valor. A posteriori, la retribución de la fuerza
de trabajo puede aparecer co m o el exacto equiva­
lente del «valor de la fuerza de trab ajo », puesto que
si éste está determ inado por el «nivel de vida» élel
trabajad or en la sociedad socialista. el «nivel de vi­
da» está determ inado por el «salario». C om o el tra­
b ajad o r no puede consum ir m ás de lo que recibe de
la sociedad, puede establecerse post factum una
equivalencia entre lo que recibe de la sociedad y el
«coste de producción» de su fuerza de trabajo. P ero
es evidente que se trata de un círculo vicioso; la
«aplicación de la ley del valor» se reduce en este
caso a una simple tautología, que consiste en expli­

52. K. Marx: O p. cit., p. 19.


196
car el nivel de vida por el «salario» y el «salario»
por el nivel de vida. Si rechazam os este absurdo,
queda claro que es el valor producido por el traba­
jo lo que determ ina el «salario», y por tanto el nivel
de vida mismo. E n otras palabras, la fuerza de tra­
b a jo ya no toma la forma de un valor de cam bio
independiente, sino únicamente la form a de valor de
uso. Su cambio ya no puede regularse sobre la base
de su coste, sino sobre la de su utilidad, expresada
por su productividad.
3. E s necesaria una última precisión sobre la
célebre cuestión del «derecho burgués» en la socie­
dad socialista.
E l principio según el cual, cada individuo, en la
sociedad socialista, recibe de ésta «bajo otra fo r­
m a distinta [ .. . ] la misma cantidad de trabajo que
ha dado a la sociedad bajo otra form a», ese «dere­
cho igual» ha sido calificado por M arx de «dere­
cho desigual», y por lo tanto de «derecho burgués».
E n torno a esa expresión, tanto los trotsquistas com o
los defensores de la burocracia han elaborado un
verdadero sistem a de m istificaciones, para probar
que la sociedad socialista está fundada sobre la des­
igualdad, y que p or lo tanto la «desigualdad» que
existe en R usia no destruye el carácter «socialista»
de las relaciones de producción en ese país. Y a h e­
mos dicho que «desigualdad» no significa en modo
alguno ex p lotación , y que de lo que se trata en R u ­
sia no es de «desigualdad» en la retribución del tra­
b a jo , sino de apropiación deJ trabajo de los proleta­
rios por la bu rocracia, y por lo tanto de ex p lotación .
B asta con esa observación para acabar con toda dis­
cusión de fondo sobre el problema. Pero no está de
más estudiar con más detalle el asunto.
¿E n qué sentido es «burgués», según M arx, el
modo de retribución del trabajo en la sociedad so­
cialista? Es evidente que sólo lo es de modo meta­
fórico; si lo fuera de modo literal, la sociedad so­
cialista sería entonces una sociedad de explotación,
ni m ás ni m enos: si la sociedad sólo pagara a los
trabajadores el «valor de su fuerza de trabajo », y
si una categoría social específica se apropiara de la.
diferencia entre ese valor y el valor del producto
del trab ajo — y ya vimos que en eso consiste la dis­
tribución burguesa— nos encontraríam os ante una
reproducción del sistem a capitalista. La frase con
la que concluye M arx su párrafo sobre el «derecho
burgués» prueba cuán lejos estaba de sem ejante ab­
surdo: «Distribuidos [como lo están en la sociedad
capitalista] los elem entos de producción, la actual
distribución de los medios de consum o es -una con­
secuencia natural. Si las condiciones materiales de
la producción fuesen propiedad colectiva de, los pro­
pios obreros, esto determ inaría, por sí solo, una dis­
tribución de los medios de consum o distinta de la i

actual. E l socialism o vulgar (y por intermedio sfy o ,


una parte de la dem ocracia) ha aprendido d e! los
econom istas burgueses a considerar y tratar la/ dis­
tribución como algo independiente del modo de" pro­
ducción, y, por tanto, a exponer el socialismo com o
una doctrina que gira principalmente en torno a la
distribución.»55
P ero esa expresión m etafórica tiene - un signifi­
cado profundo. E se derecho es un «derecho bur­
gués» porque es un derecho «desigual». Es desi­
gual porque la retribución de los trabajadores es
desigual: ya que es proporcional a la contribución
de cada cual a la producción. Y esa contribución, es
desigual porque los individuos son desiguales, o sea
diferentes. Si no fueran. desiguales, no serían indi­
viduos distintos, pero son desiguales tanto desde" el
punto de vista de las capacidades como desde el
punto de vista de las necesidades. Al devolver por
consiguiente a cada uno «la misma cantidad de tra­
b ajo que ha dado», la sociedad no explota a nadie;
pero deja subsistir sin em bargo la desigualdad «na-

53. K. M arx: O p. cit., p. 23.


198
tural» de los individuos, resultado de la desigualdad
de las capacidades y de las necesidades de cada uno.
Si añado sumas iguales a números desiguales, 4 , 6
u 8, mantengo la desigualdad. Y lo mismo puede
decirse si añado a esos números sumas desiguales
proporcionales a su magnitud. Sólo puedo alcanzar
la igualdad si añado sumas desiguales tales que el
resultado de la adición sea siempre el mismo. Pero
para conseguir ese resultado en el plano social, ya
no puedo tomar com o base el valor producido por
el trabajo. Sobre esa base, no conseguiré nunca la
igualdad de los individuos. Sólo hay una form a de
alcanzar esa igualdad: la satisfacción com pleta de las
necesidades de cada uno. La saturación de esas ne­
cesidades es el único sentido posible de la «igual­
dad» entre dos individuos, y entonces sí puede de­
cirse que el resultado de la adición es siempre el mis­
mo. E sa plena satisfacción de las necesidades, sólo
la fase superior de la sociedad com unista podrá ga­
rantizarla a sus miembros. Hasta ese m om ento, la
desigualdad de los individuos se m antendrá, aunque
vaya atenuándose progresivamente.
M arx expresa también esa idea de otro modo,
no menos característico : ese derecho es burgués,
porque «en el fondo es, como todo derecho, el de­
recho de la desigualdad». El derecho, por su propia,
naturaleza, sólo puede consistir en el empleo de un
mismo criterio, que sólo mediante una abstracción
puede ser aplicada a individuos desiguales, que vio­
lenta lo que constituye la esencia particular de cada
ind ividuo, o sea sus características específicas y
unicas.
E s fácil ver que la «desigualdad» de la que ha­
blaba M arx no tiene nada que ver con la grosera
apología de la burocracia que han intentado hacer al­
gunos utilizando esas ideas. Entre esa «desigualdad»
y la explotación burocrática hay la misma relación
que entre el socialism o y los campos de concentra-
ci o n.

199
3. P roletariado y burocracia

A. C aracterísticas generales de la relación

Exam inem os ahora la relación fundamental de


producción en 1a econom ía rusa. E sa relación se
presenta, desde un punto de vista jurídico y form al,
com o una relación entre el o b rero y el «Estado».
Pero, desde un punto de vista sociológico, el «E sta­
do» en ese sentido jurídico es una abstracción. E n
su realidad social, el «Estado» es en primer lugar
el conjunto de personas que constituyen el aparato
estatal, con todas sus ram ificaciones políticas, admi­
nistrativas, militares, técnicas, económ icas, etc ..\ E l
«Estado» es pues, ante todo, una burocracia, y\ las
relaciones del obrero con el «Estad o» son en rdali-
dad relaciones con esa burocracia. Nos limitafnos
aquí a com probar un hecho: el carácter estabje e
inam ovible de esa burocracia en su conjuntoí (no
desde el punto de vista interno, o sea de la posibi­
lidad y de la realidad de las «depuraciones», etc.,
sino desde el punto de vista de su oposición al con­
junto de la sociedad, o sea del hecho que hay una
división primordial de la sociedad rusa en dos cate­
gorías: los burócratas y los que no lo son ni lo se­
rán nunca), unido a la estructura totalitaria del E s­
tado, impiden que la masa de los trabajadores pue­
da ejercer la menor influencia sobre la dirección de
la econom ía y de la sociedad en general. Y ese he­
cho tiene como resultado que la burocracia en su
conjunto dispone com pletam ente de los medios de
producción. Volverem os ulteriorm ente sobre el sig­
nificado sociológico de ese poder y sobre la caracte­
rización de la burocracia como clase.
Pero el simple hecho de que una parte de la po­
blación, la burocracia, disponga de los medios de
producción, basta para conferir inmediatamente a las
relaciones de producción una estructura de clase.

200
Desde ese punto de vista, la ausencia de « propie­
dad privada» capitalista no tiene im portancia; la bu­
rocracia, que dispone colectivamente de los medios
de producción, con derecho a usar y abusar de ellos
(ya que puede crear fábricas, destruirlas o conceder­
las a capitalistas extranjeros, y dispone del produc­
to de éstas y determina su producción). está en la
misma situación respecto a) capital social de Rusia
que los grandes accionistas de una sociedad anónima
respecto al capital de ésta.
Hay pues dos categorías sociales en presencia:
el proletariado y la burocracia. Esas dos categorías
contraen, con vistas a la producción, determinadas
relaciones económ icas. Esas relaciones son relacio­
nes de clase, en la medida en que la relación de
esas categorías con los medios de producción es com ­
pletamente diferente: la burocracia dispone de los
medios de producción, los obreros no disponen de
nada; la burocracia dispone no sólo de las máquinas
y de las materias primas, sino también del fondo de
consumo de la sociedad. E l obrero, por lo tanto, no
tiene más remedio que «vender» su fuerza de traba­
jo al «Estado», o sea a la burocracia; pero esa ven­
ta adquiere en este caso características especiales, de
las que ya hablarem os. De todas formas, mediante
esa «venta» se realiza la cooperación indispensable
del trab ajo vivo de los obreros y del trabajo muerto
acaparado por la burocracia.
Exam inem os ahora más atentamente en qué con­
siste esa «venta» de la fuerza de trabajo. Es eviden­
te que la posesión a un tiempo de los medios de
producción y de los medios de coerción, de las fá­
bricas y del Estado, confiere a la burocracia, en ese
cam bio, una posición dominante. Como la clase ca­
pitalista, la burocracia dicta sus condiciones en el
«contrato de trab ajo ». Pero los capitalistas domi­
nan económ icam ente dentro de los límites muy preci­
sos que imponen, por un lado las leyes económ icas

201
que rigen el m ercado, y por otro la lucha de cla­
ses. ¿L e ocurre lo mismo a la burocracia?
No es difícil ver que no es ése el caso. No hay
«impedimento objetivo» que limite las posibilida­
des de explotación del proletariado ruso por la bu­
rocracia. En la sociedad capitalista, dice M arx, el
obrero es libre en el sentido ju ríd ico, y, añade con
cierta ironía, en todos los sentidos del término. Y a
que esa libertad es en primer lugar la del hombre
que no está ligado a una fortuna; y com o tal, des­
de el punto de vista social equivale a la esclavitud,
porque el obrero tendrá que trabajar para -no mo­
rirse de hambre, allí donde encuentre un trabajo,
y en las condiciones que se le impongan. Sin em bar­
go, su «libertad» jurídica, aunque globalm enté sea
un engaño, no está desprovista de significado s^cial
o económ ico. Es ella la que hace de la fuerza de, tra­
b ajo una m ercancía que puede, en principio,/ ser
vendida o retenida (huelga), en tal o cual lugar- (po­
sibilidad de cam biar de empresa, de ciudad, .etc . . . ) .
E sa «libertad» y su consecuencia, la intervención de
las leyes de la oferta y la demanda, hace que la
venta de la fuerza de trabajo no se efectúe en con ­
diciones dictadas únicamente por el capitalista o su
clase, sino dictadas tam bién, en una medida im por­
tante, tanto por las leyes y la situación del mercado
com o por la relación de fuerzas entre las clases. Y a
vimos que esa situación cam bia en el período de
decadencia y de crisis orgánica del capitalismo.. y
que, en particular, la victoria del fascismo permite
al capital dictar imperativamente sus condiciones de
trabajo a los trabajadores; aunque habría que anali­
zar más detenidamente este punto, baste con decir
aquí que una victoria duradera del fascismo en gran
escala traería consigo no sólo la transform ación del
proletariado en una clase de modernos esclavos in­
dustriales, sino profundas transform aciones estruc­
turales de la econom ía en su conjunto.
Sea com o fuere, puede com probarse que la eco-

202
nom ía rusa se encuentra m ucho m ás cerca de este
últim o m odelo que del de la econom ía capitalista
de com petencia por lo que respecta a las condicio­
nes de la «venta» de la fuerza de trabajo. Esas con­
diciones las dicta exclusivamente la bu ro cracia, o
sea que están únicam ente determinadas por la nece­
sidad creciente de plusvalía del aparato productivo.
L a expresión «venta:. de la fuerza de trabajo está
aquí desprovista de contenido real: sin hablar del
trabajo forzado propiam ente dicho en R usia, puede
decirse que el trabajad or ruso «norm al», «libre», no
dispone de su fuerza de trabajo en el sentido en que
dispone de ella en la economía capitalista clásica. En
la inmensa m ayoría de los casos, el obrero no puede
abandonar ni la em presa en la que trab aja, ni la ciu­
dad, ni el país. E n cuanto a la huelga, ya se sabe
cuáles son sus consecuencias: la menos grave es su
deportación a un cam po de trabajo forzado [ 1 9 4 9 ].*

54. [Sobre la situación de la clase obrera rusa durante el


período de los primeros planes quinquenales, véase los testi­
monios de Yvon: O p. cit., (sobre la organización interna de la
fábrica y los métodos de trabajo, p. 95-130; las condiciones de
trabajo, p. 230-235; la ausencia de libertad de movimiento, p.
236-246); Ciliga: Op. cit. («Les ouvriers et )e plan quinquenal,
p. 71-78); Victor Serge ( «Condition des ouvriers. Le travail»,
p. 25-31; sobre el sistema de los «pasaportes interiores», p.
81-83) en D estín d'une révolution. URSS 1917-1937 , París, Gras-
set, 1937; los datos de Trotski en el capítulo V I («Aumento de
la desigualdad y antagonismos sociales») de La rev olu ción trai­
cion ad a; el capítulo 16 de S m olen sk under S o v iet R u le de Mer-
!e Fainsod (Cambridge, Harvard UP, 1958); y, sobre todo, los
capítulos III ( <<Transformation du statut du travail», p. 117­
174) y VI ( «Durée et conditions du travail», p. 319-384) de
Solom Schwarz: Op. cit.; véase también «Socio-economic Re-
lations in Stalin’s Russia», p. 17-63, en T. Cliff: R ussia, a
m arxist analysis , Londres, Socialist Rev. Pub., 1964, y R. Con-
quest, ed., In d u strial W o rk ers in the U SSR, Londres, The Bod-
ley Head, 1967, p. 101-106. Sobre la condición obrera en los
primeros años de la revolución y la lucha por el «control obre­
ro», véase M. Brinton, L o s b olch ev iq u es y el con trol o b rero ,
1917-21, trad. esp., París, Ruedo Ibérico, 1972, y las obras que
cita; sobre la pérdida gradual de los derechos obreros en el
período 1923-29, véase Schwar2: Op. cit., p. 425-456 y Cliff:

203
Los pasaportes internos, las libretas de trabajo y el
M VD hacen que cualquier desplazamiento y cual­
quier cam bio de trabajo sean imposibles sin la apro­
bación de la burocracia. E l obrero se convierte en
parte integrante, en fragmento de la maquinaria de
la fábrica en la que trabaja. E stá ligado a la em­
presa de modo aún más estricto que el siervo a la
tierra; lo está com o el tornillo a la máquina. E l nivel
de vida de la clase obrera puede pues estar deter-

Op. cit, p. 18-26. Sobre la evolución estalinista ulterior, pue*


de añadirse a los textos citados supra A. Nove: An Economic
History of the USSR, Londres, Allen Lane, 1969, p. 26\J.:'63. En­
tre las medidas más importantes, véase el decreto de revisión del
artículo 47 del Código del Trabajo de 1922, el 15 de ndviem-
ore de 1932, permitiendo al director despedir a un obreró por
un día de ausenqia «insuficientemente justificada» y sup.timir
su cartilla de racionamiento y el alojamiento proporcionado! por
la empresa, «inmediatamente» y «en cualquier estación»/, en
Sobranie Zakonov i Rasporyazheny... [Colección de leyes /y de­
cretos...], Moscú, 1932, 78: 475, citado en Schwarz, p-: 134,
Conquest, p. 99; creación del «pasaporte interior» en W«Prav-
da», 28 de diciembre de 1932 (citado en Schwarz, p. )'3l y So-
hranie... , 84: (citado en Conquest, p. 102); creación {para «re­
forzar la disciplina del trabajo») de la «Libreta -<Íe Trabajo»,
«Pravda», 22 de diciembre de 1938 (citado en Schwarz, p. 136)
y Sobranie.. . , 1938, 58: 329 artículo (citado en Conquest, p.
102), decreto que nunca ha sido abolido; decisión publicada en
las «Izvestia» del 9 de enero de 1939 (Schwarz, p. 139), que per­
mitía despedir por «ausentismo» a todo trabajador que lle­
gara con más de 20 minutos de retraso a su trabajo; decisión,
durante Ja guerra, que permitía a los tribunales militares infli­
gir condenas «por deserción» de 5 a 8 años a los obreros
que abandonaran su trabajo sin permiso ( «Izvestia», 27 de di­
ciembre de 1941, citado en Schwarz, p. 160 — el «ausentis­
mo» siguió siendo considerado como un delito hasta abril de
1956, o sea más de diez años después de acabada la guerra
(véase Conquest, p. 106-114). NdT.].
55. [^MVD, Ministerio del Interior, producto de la trans­
formación, en marzo de 1946, del NKVD/NKGB en MVD y
MGB (Ministerio de la Seguridad); se trata de una de las nu­
merosas metamorfosis de la antigua Checa ( 1917-1922): GPU/
OGPU ( 1922-1934), NKVD de Iagoda y Ejov (1934-1938),
NKVD/NKGB (1938-1945) y MVD/MGB (1945-1953) de Be-
ria, y KGB actualmente. NdT.]

204
minado — así com o el valor de la fuerza de traba­
jo — únicamente en función de la acum ulación y del
consumo im productivo de la clase dominante.
Por consiguiente, en la «venta» de la fuerza de
trabajo la burocracia impone unilateralm ente y sin
discusión posible sus condiciones. E l obrero no pue­
de, ni siquiera desde un punto de vista form al, ne­
garse a trabajar, y tiene que trab ajar en las condi­
ciones que se le im ponen. Por lo demás, es a veces
«libre» de morirse de hambre, y siempre es «libre»
de escoger un tipo de suicidio más interesante.
Hay pues relación de clase en la producción, y
explotación. U na explotación sin lím ites objetivos:
quizá sea eso lo que quiere decir T rotsk i cuando
escribe que «el parasitismo burocrático no es explo­
tación en el sentido científico del térm ino». C reía­
mos, por nuestra parte, que la explotación en el sen­
tido científico del término consiste en que un grupo
social, debido a su relación con el aparato produc­
tivo, puede dirigir la actividad productiva social y
acaparar una parte del producto social, sin partici­
par directam ente en el trabajo productivo o en ma­
yor medida de lo que le garantizaría esa participa­
ción. E n eso consistió la explotación esclavista y
feudal y en eso consiste la explotación capitalista.
En eso consiste también la explotación burocrática.
Se trata no sólo de explotación en el sentido cien­
tífico del térm ino, sino de verdadera explotación
científica, la explotación más científica y m ejor or­
ganizada de la historia.
Com probar la existencia de una «plusvalía» en
general no basta desde luego ni para probar que
hay explotación, ni para com prender el funciona­
m iento de un sistem a económico. Se ha señalado
desde hace mucho tiempo que, en la medida en que
en la sociedad socialista haya acum ulación, habrá
también «plusvalía», y en cualquier caso diferencia
entre el producto del trabajo y el ingreso del tra­
bajador. Lo que permite caracterizar a un sistema

205
de explotación, es el empleo de esa plusvalía, y las
leyes que lo rigen. La distribución de esa plusva­
lía en fondo de acumulación y fondo de consumo
improductivo de la clase dominante, así como el
carácter y la orientación de esa acumulación, y sus
leyes internas: he ahí el problema de base del estu­
dio de la economía rusa, como de toda economía
de clase. Pero antes de abordar ese problema, hay
que examinar los límites de la explotación, la cuota
real de la plusvalía y la evolución de esa explota­
ción, en Rusia (y empezar también a examinar las
leyes que rigen la cuota de plusvalía y su evolución);
aunque debe quedar claro que el análisis definitivo
de esas leyes sólo puede efectuarse en función- de
las leyes de la acumulación. \
i
i
|
B. L o s límites de la explotación i

Desde un punto de vista form al, puede decirse


que la fijación de la cuota de la «plusvalía», en R u ­
sia, depende del poder arbitrario (o mejor' dicho,
está a discreción) de la burocracia. En el régimen
capitalista clásico, la venta de la fuerza de trabajo
es formalmente un corittato, ya sea contrato indi­
vidual, ya sea convenio colectivo; tras ese aspecto
formal se esconde el hecho de que ni el capitalista
ni el obrero son libres de discutir y de fijar a su
antojo las condiciones del contrato de trabajo; de
hecho, a través de esa forma jurídica, obrero y capi­
talista no hacen más que traducir necesidades eco­
nómicas y expresar concretamente la ley del valor.
En Ja economía burocrática, esa forma contractual
«libre» desaparece: el salario lo fija unilateralmen­
te el «Estado», o sea la burocracia. Y a veremos que
la voluntad de la burocracia no es desde luego «li­
bre» en este caso, como no lo es en los demás. Sin
embargo, el simple hecho de que la déterminación
del salario y de las condiciones de trabajo dependa

206
de un acto unilateral de la burocracia hace que, por
un lado, ese acto pueda traducir infinitam ente me­
jo r los intereses de la clase dom inante, y que, ade­
m ás, las leyes objetivas que rigen la fijació n de la
cuota de la «plusvalía» se vean fundam entalm ente
modificadas.
E s a extensión del poder discrecional de la buro­
cracia, por lo que respecta a la definición del sala­
rio y a las condiciones de trabajo en general, plan-
tea inm ediatam ente un problema im portante: ¿en
qué medida la bu rocracia, suponiendo que tienda a
obtener una explotación máxima, encuentra trabas
a su actividad de extorsión de la plusvalía, en qué
medida tiene límites su actividad explot ador a?
No es difícil ver, como ya lo hem os expuesto
anteriorm ente, que en el caso de la econom ía buro­
crática no puede haber límites debidos a una apli­
cación cualquiera de la «ley del valor» tal y com o
existe y funciona en una econom ía capitalista de
com petencia. El «valor de la fuerza de tra b a jo » , o
sea, en definitiva, el nivel de vida del obrero ruso,
se convierte, en ese m arco económ ico (sin un m er­
cado del trabajo, y estando el proletariado ruso des­
provisto de toda posibilidad de resistencia) en una
noción infinitam ente elástica y que puede ser modi­
ficada casi a voluntad por la burocracia. E sto pudo
verse con la m ayor claridad posible desde el inicio
del período de los «planes quinquenales», o sea de
la burocratización com pleta de la econom ía. A pe­
sar del enorme aumento de la renta nacional des­
pués de la industrialización, se asistió a un descenso
m onstruoso del nivel de vida de las m asas,* para- 56

56. [Véanse las cifras de Jasny y Chapman sobre la evolu­


ción de los salarios real es de 1928 a 1940; S. N. Prokopovicz,
que da (en Rwjj/ands Volkswirtschaft unter den Sowjets,
Zurich, 1944, p. 302) la siguiente estimación para el período
1913-1928/29:
1913 1922/31923/4 1924/5 1925/6 1926/7 1927/8 1928/9
100 47 J 69.1 85,1 96,7 108.4 111,1 115,6
207
le lo , c la r o e s tá , c o n el a u m e n to , ta n to d e la a c u m u ­
la c ió n c o m o d e lo s in g re s o s b u r o c r á tic o s .
P o d ría cre e rse que la e x p lo ta c ió n b u ro c rá tic a
se e n c u e n tra con un lím ite « n a tu ra l» in fra n q u e a b le
im p u e sto por el « m ín im o fis io ló g ic o » del tra b a ja ­
d o r , o s e a , el lím ite im p u e s to p o r la s n e c e s id a d e s e le ­
m e n ta le s del o rg a n is m o hum ano. En e fe c to , a pe­
sar d e su b u e n a v o lu n ta d , ilim ita d a p o r lo q u e a la
e x p lo ta ció n re s p e c ta , la b u r o c r a c i a ■s e ve o b lig a d a
a d e ja r al o b re ro ru so d o s m e tro s c u a d ra d o s d e e s p a ­
c io h a b ita b le , a lg u n o s k ilo s de pan por m es y lo s
h arap o s que e x ig e el c lim a ru so . P e ro esa re s tric -

añ ad e ésta para el p eríod o 1 9 2 8 -1 9 4 0 (salario calculador en


«cestas de bienes d e co n su m o » — ya se sab e q u e a p a rtir' d e
1 9 2 8 las au torid ad es soviéticas d ejaron de publicar v erd ad e­
ro s ín dices de los salarios reales y del c o ste de la vida y s ' li-
m itaron a d ar p orcen tajes d e au m en to del salario nom ina b :

1913 1928 1932 1935 1937 1940

« C e s ta s» 3,7 5 ,6 4 ,8 1,9 2,4 2 ,0


S alario 11 0 151,4 1 2 9 ,7 51,4 6 4 ,9 5 4 ,1

S o b re la terrib le situ ación d e las m asas cam pesinas d u ran ­


te ese p e río d o , y en p articu lar la crisis de 1 9 3 2 , véase el ca p í­
tu lo 1 2 de S m o len sk . . . de Fain sod y N o v e : O p. cii., p. 176­
1 8 1 ; y las cifras so b re los ingresos de los cam p esin os en « P e a -
san t In co m es u nd er Fu ll-S cale C o lle ctiv iz a tio n » , ps. 9 3 -1 5 7 en
E s ja y s on th e S ov iet E co n o m y de N . Ja sn y (M u n ich , 1 9 6 2 ).
N o v e, q ue suele s e r infinitam ente p ru d e n te , ob serva: « N o c a ­
be d ud a al resp ecto : 1 9 3 3 fue el m o m e n to cu lm in an te del des­
cen so del nivel de vida en tiem po de paz m ás brutal q ue haya
co n o cid o la h istoria. L a m iseria de las masas y el ham bre a l­
can zaron dim ensiones cuyas con secu en cias dem ográficas ya h e ­
m os señ alad o .» (O p . c it., p. 2 0 7 ). E sas «con secuen cias d e m o ­
g rá fica s» fueron q u e la p ob lación so v ié tica , que era en 1 9 2 6
d e 1 4 2 m illones d e h ab itan tes y en 1 9 3 2 d e 1 6 5 ,7 m illones
(u n au m en to d e 3 m illon es p or añ o), era d e I7Q m illones en
1 9 3 9 . « E s o quiere d e c ir q u e d u ra n te e so s años u n o s 1 0 m illo­
nes de personas h an "d e s a p a re cid o ” d esd e un p u n to de v ista
"d e m o g rá fic o ”. A lgu n as, cla ro e stá , n o n acieron , sim p lem en te.
P e r o m u chas m u riero n d u ra n te ese te rrib le p eríod o de p rin ­
cipios d e los años tre in ta .» (N o v e : O p . cit., p. 1 8 0 ). ( N d T ).]

208
ción no es demasiado importante: en primer lugar,
ese límite fisiológico mismo se ve superado con bas­
tante frecuencia, como lo demuestran la prostitu­
ción de las obreras, el robo sistemático en las fábri­
cas y en otros sitios, etc. Además, como dispone
de unos veinte millones57 de trabajado res en los

57. [Véase, sobre la población de los campos durante el


período estalinista, R. Conquest: The Great Terror, [1958L
Harm., Pelican, 1971 (apéndices cifrados: «Numbers in the
camps», p. 706-709). Conquest calcula (de modo aproximativo,
claro está), que había, a finales de 1938, 12 millones de per­
sonas en los campos ( 5 millones de prisiones y campos en ene­
ro de 1937, más de 7 millones de deportados entre esa fecha
y diciembre de 1938); 3 millones de muertos durante el pe­
ríodo de la «gran purga» (1 millón ejecutados y 2 millones
de muertos en los campos en 1937-1938); o sea un total de
9 millones de prisioneros a finales de 1938 ( 1 millón en las
cárceles y 8 en los campos). Las cifras para el período de la
postguerra oscilan entre 12 y 17 millones. Solzhenitsin señala
que los prisioneros exageraban a veces y daban cifras supe­
riores, pero que la población total «no debía superar los 12
o 15 millones» (citado en Conquest, p. 708). Véase otras cifras
(Dallin/Nicolaevski, etc.) en L’institution concentrationnaire
en Russie, 1930-1957 de Paul Barton, París, Plon, 1959. De lo
que no cabe ninguna duda es de que se trataba de millones,
no de centenares de miles, de detenidos. Sobre las condiciones
de vida y de trabajo, véase los testimonios de Lipper, Margo-
line, Weisberg, Czapski, Buber-Neumann, etc. en el proceso
de 1950-1951 en París (Le proces des camps de concentraron
soviétique, París, Wapler, 1951); y los testimonios o estudios
más recientes de Chalamov, Marcheneo y Solzhenitsin; véase
también un «dossier» completo y una bibliografía in Barton:
Op. cit. (véase, por ejemplo, p. J 19-350 la descripción de las
huelgas de 1953 en Norilsk, Vorkuta, etc.). La disminución de
la población de los campos ha debido ser enorme entre 1953 y
1955, pero es imposible saber cuál es exactamente Ja población
actual: debe tratarse de decenas (o, más probablemente, de cen­
tenares) de miles, y su papel económico ya no es realmente im­
portante (véase la introducción de M. Hayward a la edición
inglesa de My Testimony de A. Marchenko, Harm., Penguin
[1969], 1971; hay traducción española, Mi testimonio, Madrid,
Acervo, 1970). Sobre las condiciones de existencia en los
campos actualmente, véase Marchenko (ps. 20-21 de la edi­
ción inglesa): «Algunas cosas son mejores que antes, otras
peores [el empleo «científico» de la subalimentación, por ejem­
plo].» (NdT).]

209
cam pos de co n ce n tra ció n , que no le cu e sta n p rácti­
ca m e n te nada, la b u ro cra cia m a n e ja g ra tu ita m e n te
u n a m a sa co n sid e ra b le de m ano de ob ra. P o r ú ltim o ,
y e s lo m á s i m p o r t a n t e , la ú l t i m a g u e r r a h a m o s t r a d o ,
h a sta a lo s que h u b ieran ev en tu alm en te dudado de
e llo , q u e no hay n a d a m ás e lá stico q u e el « l í m i t e fi­
sio ló g ico » del o rg a n ism o hum ano; la exp erien cia,
ta n to de lo s c a m p o s de co n ce n tra ció n , com o de lo s
p a íse s que p a d e cie ro n m ás d u ram en te d u ra n te la
o cu p a ció n , ha m o stra d o lo d ifícil que es a veces
acabar con un h o m b r e . A dem ás, la elev ad a p rod u c­
tiv id a d del tra b a jo hum ano hace que n o sea siem p re
n e ce sa rio co m p rim ir de m odo fisio ló g ica m e n te crí­
tico el n iv el de v id a . \
H ay o tro lím ite ap a re n te de la a ctiv id a d e x p lo - i
ta d o ra de la b u ro cra cia : el que o rig in a ría la «es- ,
casez re la tiv a » de cie rta s ca te g o ría s de tra b a jo es- /
p e cia liz a d o , com o la que te n d ría que co n tar regu :;-
la n d o Jos s a la rio s en e so s s e c to re s en fu n ció n de esa
p e n u ria re la tiv a . P ero ese p ro b le m a , que só lo con­
ciern e en d e fin itiv a a cie rta s ca te g o ría s, lo e x a m i n a ­
rem o s después, ya que se refiere d ire cta m e n te a la
cre a ció n de capas se m ip riv ile g ia d a s o p riv ile g ia d a s,
y en cu a n to tal e s t á m ás lig a d o a la cu e stió n de lo s
in g re so s b u ro crá tico s que a la d e lo s in g re so s o b r e ­
ros.

C. L a lucha por la plusvalía

Y a d ijim o s a n te rio rm e n te que la lu ch a de clase


no puede in te rv e n ir d ire cta m e n te en la d eterm in a­
ció n del salario en R u sia , p u e sto que el p ro le ta ria ­
do en cu a n to clase se e n cu e n tra p rá ctica m e n te m a­
n ia ta d o , la h u elg a es to ta lm e n te im p o sib le , e tc ...
P ero eso no sig n ifica en m odo a lg u n o que n o e x ista
lu ch a de clases en la so cie d a d b u ro crá tica , y sob re
to d o , que esa lu ch a no se re fle je en la p ro d u cció n .

210
Pero sus efectos son completamente diferentes de
los que tien e' en la sociedad capitalista clásica.
Lim itém onos a examinar aquí dos de sus ma­
nifestaciones, ligadas, más o menos indirectam ente,
a la distribución del producto social. L a primera es
el robo — robo de objetos relacionados directam en­
te con la actividad productiva, ■de objetos acabados
o sem iacabados, de materias primas o de piezas de
máquina— , en la medida que ese robo alcanza pro­
porciones de m asa y en que una parte relativa­
mente im portante de la clase obrera compensa' la
terrible insuficiencia de su salario con el producto
de la venta de objetos robados. D esgraciadam ente,
no disponemos de informaciones suficientes como
para apreciar la importancia actual del fenómeno, y
por lo tanto su carácter social. Pero es evidente
que, en la medida en que el fenóm eno no es ni mu­
cho menos excepcional, traduce una reacción de
clase — subjetivam ente justificada, pero objetivam en­
te sin perspectiva alguna— que tiende a m odificar
hasta cierto punto la distribución del producto so­
cial. Parece ser que ése fue el caso, sobre todo, du­
rante el período 1 9 3 0 -1 9 3 7 .S8
La segunda manifestación es lo que podríamos
llamar la «indiferencia activa» respecto al resultado
de la producción, indiferencia que afecta tanto a la
cantidad conio a la calidad. L a disminución del rit­
mo de producción (aun en los casos en que no to ­
ma una forma consciente y organizada y no pasa
de la reacción individual, sem iconsciente, endémica

58. Sobre el robo durante esa época, véanse las obras de


Ciliga, V. Serge, etc. [«¿Cómo consiguen vivir con ese sala­
rio? [ •••] [Entre otras cosas], con el robo. Se roba todo lo
que se puede. Periódicamente, el partido lanza grandes campa­
ñas contra el robo en las empresas industriales, y en los alma­
cenes. [ ... ] [ C] omo los grandes problemas son la ropa y la
calefacción, en las provincias se roba madera en los jardines
públicos, se roba hasta las vallas... He visto desaparecer du­
rante varios inviernos seguidos la cerca de un hipódromo mili­
tar.» (Véase Serge: Destin... p. 18 y 20-21 ).1

211
pero esporádica), es ya en la producción capitalista
tradicional una manifestación de la reacción obrera
contra la superexplotación capitalista, manifestación
que adquiere tanta más importancia cuanto que el
capita1ismo intenta superar las crisis que origina el
descenso de la cuota de la ganancia aumentando la
plusvalía relativa, o sea imponiendo un ritmo de pro­
ducción cada vez más intenso. Por razones en parte
análogas, pero en parte diferentes, -que examinare­
mos después, la burocracia se va obligada a llevar
al máximo esa tendencia del capital en l a , produc­
ción. No es pues de extrañar que la reacción espon­
tánea del proletariado superexplotado sea, en la 'm e ­
dida en que se lo permite la coerción policíaca, y
económica (remuneración a destajo, por ejemplo),
frenar el ritmo de producción. La increíble impor­
tancia del trabajo mal hecho, la «chapuza», en Ja
producción rusa, y sobre todo su carácter endémicd,
no puede deberse únicamente al carácter «atrasad^»
del país (que pudo desempeñar un cierto papel/al
principio, pero que ya antes de la guerra no ppdía
tomarse en serio como explicación), ni al desbara­
juste burocrático, a pesar de la amplitud cada vez
mayor de este último. La «chapuza» consciente o
inconsciente — el fraude con incidencias.. por llamar­
lo así, sobre el resultado de la producción— no hace
más que materializar la actitud del obrero ante una
producción y un régimen económico que considera
no sólo. ajenos, sino fundamentalmente hostiles a sus
intereses más concretos.
Conviene añadir unas palabras sobre el signifi­
cado general de esas manifestaciones, desde un pun­
to de vista histórico y revolucionario. Aunque se
trate de reacciones subjetivamente sanas y que es
desde luego imposible criticar, no hay que olvidar
que tienen ul13 faceta objetivamente retrógrada (co­
mo, por ejemplo, la destrucción de las máquinas
por los obreros desesperados durante la primera fase
del capitalismo industrial). A la larga, si la lucha de

212
clase del proletariado soviético no ' encuentra otra
alternativa, esas reacciones contienen el germen de
su decadencia y de su descomposición política y so­
cial. Pero es evidente que esa alternativa no puede
consistir, en las condiciones del régimen totalitario
ruso, en luchas parciales (subjetiva y objetivam ente),
com o las huelgas reivindicativas, imposibles por de­
finición en esas condiciones, sino únicamente en la
lucha revolucionaria. Volveremos ulteriormente so­
bre esa coincidencia objetiva de las reivindicaciones
«mínimas» y «m áxim as», que se ha convertido tam­
bién en una de las características fundamentales de
la lucha proletaria en los países capitalistas.
E sas reacciones nos llevan a otro problem a, fun­
damental en la econom ía burocrática: el de la contra­
dicción que contiene la explotación integral. L a ten­
dencia a reducir al proletariado a un simple m eca­
nismo del aparato productivo, dictada por el descen­
so de la cuota de la ganancia (véase «Nota final» del
capítulo «Socialism o o Barbarie» en este volumen),
acarrea inevitablemente una crisis terrible de la pro­
ductividad del trabajo humano, que no puede tener
más que un resultado: la disminución del volumen y
la baja de Ja calidad de la producción misnia, o sea
la acentuación hasta el paroxismo de los factores de
crisis de la econom ía de explotación. Nos contenta­
mos aquí con señalar el problema, que examinaremos
con detalle después.

D. L a distribución d e la fracción d e la renta n acio­


nal destinada al consum o person al

Es evidentemente imposible efectuar un análi­


sis riguroso de la cuota de explotación y de la' cuo­
ta de la plusvalía en la econom ía rusa actual. La
mayor parte de las estadísticas sobre la estructura
de los ingresos y el nivel de vida de las diferentes
categorías sociales, o de las que se podría deducir

213
indirectamente esos valores, han dejado de publi­
carse inmediatamente después del comienzo de la
era de los planes quinquenales, y todos los datos
relacionados con ese problem a se ocultan sistemáti­
cam ente, tanto al proletariado ruso como a la opi­
nión mundial. Podemos ya deducir moralmente de
ese hecho que la explotación es al menos tan dura
como en los países capitalistas. Pero puede llegarse
también a un cálculo más exacto de esos valores,
fundado en datos generales que son conocidos, y
que la burocracia no puede esconder.
Y a que se puede obtener resultados indiscuti­
bles partiendo de Jos siguientes datos: por un lado,
el porcentaje de la población que corresponde a la
burocracia, y por otro lado la relación entre la m e­
dia de los ingresos burocráticos y la media de los
ingresos de la población trabajad ora. E s evidente
que un cálculo de ese tipo sólo puede ser aproxi­
mado, pero en cuanto tal, no se presta a discusión.
Por otra parte, cualquier protesta de un estalinis-
ta o de un «criptoestalinista» a ese respecto es ina­
ceptable: que empiecen por exigir la publicación de'
estadísticas seguras sobre ese punto a la burocracia
rusa, y se podrá discutir con ellos después.
Utilizaremos la estimación de Trotski en L a re­
volución traicionada " sobre el porcentaje de la po­
blación que representa la burocracia. Trotski da ci­
fras que indican que la burocracia (capas superio­
res del aparato estatal y administrativo, capas diri­
gentes de las empresas, técnicos y especialistas, per­
sonal dirigente de los koljoses, personal del partido,
estajanovistas, activistas sin partido, etc.) constituye
un 12 al 15 y hasta al 2 0 % del conjunto de la po­
blación. Nadie ha puesto en duda todavía la vali­
dez de esas cifras, y, com o señala el propio T rotski,
su cálculo favorece a la burocracia (o sea reduce las 59

59. L. Trotski, «Fisonomía social de los medios dirigen­


tes», en La revolución traicionada, p. 145-152.

214
proporciones de esta última), para evitar discusiones
sobre problemas menores. Utilizaremos el resultado
medio de sus cálculos, suponiendo que la burocra­
cia constituye aproximadamente un 15 % de la po­
blación total.
¿Cuál es el ingreso medio de la población trab a­
jad ora? Según las estadísticas oficiales rusas, el «sa­
lario medio anual», «que comprende — señala T rots-
ki— los salarios del director de trust y de la ba­
rrendera, era, en 1 935, de 2 3 0 0 rublos y debe ele­
varse en 1936 a unos 2 500 rublos ... Esta cifra mo­
desta disminuye aún más si se tiene en cuenta el
hecho de que el aumento de los salarios en J 9 3 6 no
representa sino una compensación parcial de la su­
presión de ciertos precios especiales y de la gratui-
dad de diversos servicios. Lo esencial de todo esto es
que el salario de 2 5 0 0 rublos al año, o sea de 208
rublos mensuales, no es más que una media, es de­
cir, una ficción aritmética destinada a enm ascarar
la realidad de una cruel desigualdad en la retribución
del trabajo.» No insistiremos sobre la increíble hi­
pocresía de esas estadísticas sobre el «salario m e­
dio» (como si, en un país capitalista, se publicaran
estadísticas refiriéndose únicam ente al ingreso indi­
vidual medio, y se quisiera después juzgar lo que es
la situación social del país ¡en función de ese in­
greso m edio!), y retengamos esa cifra de 2 0 0 ru­
blos por mes. En realidad, el salario mínimo 601 es
sólo de 11O a 115 rublos por mes.
¿ Y los ingresos burocráticos? Según Bettelheim 62
«muchos técnicos, ingenieros, directores de fábrica,
cobran de 2 0 0 0 a 3 0 0 0 rublos por mes, o sea de
2 0 a 30 veces más que los obreros menos p ag ad o s...».
H ablando después de «remuneraciones más eleva­
das» aún, pero «m enos frecuentes», cita ingresos que

60. L. Trotski: Op. cit., p. 134.


61. Charles Bettelheim: La planificaron sovtiétique, ter­
cera edición revisada, París, Riviere, 1945, p. 62.
62. Bettelheim: Ibid.
215
van de 7 0 0 0 a 16 0 0 0 rublos por mes (¡ 160 veces
el salario base!), que pueden ganar fácilmente algu­
nos directores cinematográficos o escritores en boga.
Por no hablar ya de la cúspide de la burocracia po­
lítica (presidente o vicepresidente del Consejo de la
Unión y del Consejo de las nacionalidades, que re­
ciben unos 25 0 0 0 rublos por mes, o sea 2 5 0 veces
el salario de base),"’ limitémonos a la remuneración
de los diputados «que reciben l 0 0 0 rublos por mes,
más 150 rublos por día durante las sesiones».636465 Su­
pongamos que hay unos diez días de sesión por mes,
y obtenemos una suma de 2 5 0 0 rublos por mes,
sea 25 veces el salario más bajo y 12 veces el «sa­
lario medio teórico». Según Trotski, los estajano-
vistas medios ganan por lo menos 1 0 0 0 rublos por
mes (de ahí les vino el apodo: los «m il»), y hasta
los hay que ganan más de 2 000 rublos por mes,65 o
sea de 1O a 20 veces el salario mínimo. Los datos
que se encuentran en testimonios más recientes, co ­
mo el de Kravchenko, confirman con creces esaS
informaciones; lo que se deduce de esos datos es que
las cifras que hemos dado son muy poca cosa. y que
habría que multiplicarlos por dos o por tres para
acercarse a la verdad por lo que respecta al salario
en dinero. Hay que insistir, además, en que no te­
nemos en cuenta las ventajas en especie o indirectas,

63. L o q u e e q u iv a ld ría , e n F r a n c ia , c o n u n m ín im o d e sa­


lario d e 1 5 0 0 0 [ a n t ig u o s ] fra n co s p o r m es, a 45 m illones p o r
a ñ o para el p re sid e n te d e la R ep ú b lica o d e la C á m a ra y, en
los E s ta d o s U n id o s, c o n un salario m ín im o d e un os 1 5 0 d ó la ­
res p o r mes, a 4 5 0 . 0 0 0 dólares p o r a ñ o para el p residen te de
la R e p ú b lica . E s te , qu e sólo recib e 7 5 . 0 0 0 dó1ares p o r año,
d e b e e n v id ia r a su colega ruso, que tien e u n ingreso seis v e ­
ce s su p e rio r al suyo. E n c u a n to al fra n cé s V ic e n t A u rio l, que
sólo re cib e 6 m illones d e fran cos p o r a ñ o , o sea el 13 % d e
lo q u e recib iría si la e c o n o m ía f ra n ce sa e stu v ie ra «co le ctiv iz a ­
d a » , « p la n ifica d a » y « r a c io n a liz a d a » , en una palab ra, si fue­
ra v e rd a d e ra m e n te p ro g re siv a , es el que sale p eo r p arad o del
asu n to.
64. B e tte lh e im : Op. cit., p. 6 2 .
65. L . T r o ts k i: L a r e v o /« c /ó n tra ic io n a d a , p. 1 3 5 .

216
de que gozan los burócratas gracias a su posición
(alojam iento, automóvil, servicios, hospitales, coope­
rativas de com pra m ejor abastecidas y más baratas),
que forman una parte del ingreso burocrático al
m enos tan importante como el ingreso en dinero.
Puede tomarse com o base de cálculo una dife­
rencia de ingresos medios entre obreros y burócra­
tas de 1 a 1O. Favorecem os así de hecho a la buro­
cracia, ya que utilizamos el «salario medio» de 2 0 0
rublos que dan las estadísticas rusas (en cuyo cálcu­
lo entra, en proporción importante, el ingreso buro­
crático) com o índice del salario o b rero en 1936, y la
cifra de 2 0 0 0 rublos por mes (la cifra menos ele­
vada que m enciona Bettelheim ) com o m edia de los
ingresos burocráticos. Tendríamos perfectam ente de­
recho a tomar com o salario medio obrero la cifra
de 150 rublos por mes (o sea la media aritm ética
entre el salario mínimo de 100 rublos y el «Salario
medio» que incluye también los salarios burocráti­
cos), y la de 4 5 0 0 rublos por mes, por lo menos
(que es el resultado que obtenemos si se añade al
salario «normal» de los ingenieros, de los directo­
res de fábrica y de los técnicos que señala Bettelheim
— de 2 0 0 0 a 3 0 0 0 rublos por mes— al menos una
suma igual conio equivalente de los servicios que
aprovecha el burócrata en cuanto tal, y que no apa­
recen en el salario en dinero), com o salario medio
burocrático. Sin embargo, establecerem os nuestro
cálculo sobre las dos bases, contentándonos en este
análisis con las cifras que abruman menos a la bu­
rocracia, o sea las que corresponden a un margen de
variación de 1 a 10.
Supondremos pues que un 15 % de la población
tiene un ingreso 1O veces más elevado en promedio
que el 85 % restante: la relación entre los ingresos
globales de esas dos capas de la población será
15 X 1O / 8 5 X 1 o 150 / 8 5. La fracción del
producto social destinada al consum o personal se
distribuye entonces del siguiente modo: 63 % para

217
la burocracia, 37 % para los trabajadores. Eso sig­
nifica que, si el valor de los bienes de consumo es por
ejem plo de 100 0 0 0 millones de rublos por año,
63 0 0 0 millones serán consumidos por la burocra­
cia (que representa, recordém oslo, un 15 % de la
población) y los otros 37 0 0 0 millones por el 85 %
de la población que queda.
Si tomamos una base de cálculo más verosímil,
la de la proporción de 1 a 3 0 entre el ingreso medio
obrero y el ingreso medio burocrático, se obtienen ci­
fras casi increíbles. L a relación entre los ingresos
globales de las dos capas de la población es en ese
caso de 15 X 30 / 85 X 1, o 4 5 0 / 55. L a frac­
ción del producto social destinada al consumo se"
distribuye entonces así: 8 4 % para la burocracia
y 16 % para los trabajadores. D e un valor de pro­
ducción anual para el consum o de 100 0 0 0 millones
de rublos, 84 0 0 0 millones serán consumidos por la
burocracia y l 6 0 0 0 millones por los trabajadores:
85 % del producto para un l5 % de la población,
y el 15 % que queda para el 85 % de esa población.
Se comprende que el propio T rotsk i llegue a escri­
b ir: 66 «Por la amplitud de la desigualdad en la retri .1
bución del trabajo, la U R S S ha alcanzado y supera­
do de lejos a los países capitalistas». Habría, que
añadir que además no se trata de «retribución del
trabajo» — pero ya volveremos sobre este punto— .

E. T rabajo sim ple y trabajo calificad o

Para todos los apologistas del estalinismo, sin


excepción, y hasta para los que, com o T rotski,
persisten en ver en la estructura de la econom ía bu­
rocrática una solución, quizá errónea, pero impues­
ta por la coyuntura histórica, de los problemas de la
«econom ía de transición», 1a distinción entre el valor 6

66. L. Trotski: Op. cit., p. 135.


218
del trabajo simple y el del trabajo calificado, así co­
mo la «escasez» de este último, permite explicar
cómodamente (y cuando se trata de estalinistas de­
clarados, justificar) la explotación burocrática. E se
es también el caso de un defensor discreto de la bu­
rocracia com o Bettelheim (véase «N ota final». apar­
tado (h), de este capítulo), cuyos argumentos tendre­
mos ocasión de apreciar con frecuencia en esta sec-
ci o n.
E n su libro L o s problem as teóricos y prácticos
d e la plan ificación ? en cuyas páginas este honora­
ble economista oscila constante — y conscientem en­
te— entre Ja exposición de los problemas de una e co ­
nomía planificada «pura» y los de la econom ía ru­
sa, Bettelheim no tarda en decirnos cuál fue la h i­
pótesis m etódica que utilizó en el estudio de la re­
muneración del trab ajo : «Para simplificar Ja exposi­
ción, hemos tomado como hipótesis la existencia
de un «m ercado libre» del trabajo con una diferen­
ciación de los salarios destinada a orientar a los
trabajadores hacia los diferentes sectores y califica­
ciones de acuerdo con las exigencias del plan. Pero
nada — añade Bettelheim— nos impide suponer que
en una cierta etapa del desarrollo de la planificación
se pueda tender hacia la igualdad de los salarios y
substituir la orientación profesional e incentivos no
pecuniarios (jornada de trabajo mayor o menor) a
la acción de la diferenciación de los salarios.»113
Y , puesto que no se p rop on e otra explicación,
el lector no tendrá más remedio que suponer que
la cau sa esen cial de la m onstruosa diferenciación
de los ingresos en Rusia es un objetivo « puramen­
te» económ ico: orientar a los trabajadores hacia los
diferentes sectores de la econom ía de acuerdo con
las exigencias del plan. Admírese el carácter al mis-678

67. Charles Bettelheim: Les problemes théoriques et pra-


tiques de la planifica/ion, París, PUF, 1946.
68. Bettelheim: op. cit.. p. 3, nota.
219
m o t i e m p o g r o s e r o y su til d e la m a n i o b r a . B e t t e l h e i m
no nos d ice : ésa es la causa de la d ife re n cia ció n ;
p re fie re no d e cir nada sob re la6 cau sas co n cre ta s y
el ca rá cte r de la d ife re n cia ció n a ctu a l de lo s in ­
g re s o s en R u sia . E s e « m a rx is ta » se d e d ica a c h a r la ta ­
near a lo larg o de 3 34 p á g in a s sob re to d o s lo s as­
p e cto s co n ceb ib les de la « p la n ifica ció n so v ié tica »
— e x ce p to sob re su a sp e cto so cial de c la s e ... P ero
com o, por o tra p arte, p recisa que en su p la n ifica ­
ció n «p u ra» deba su p on erse que hay «una d ife re n ­
cia ció n d e los s a l a r i o s d e stin a d a a o r i e n ta r a lo s t r a - v
b a j a d o r e s » , 'd i f e r e n c i a c i ó n que, por o tra p a rte , «na­
da nos im p id e suponer que en una cierta etap a del
d e sa rro llo de la p la n ifica ció n » no pueda ser su sti­
tu id a por la o rie n ta ció n p ro fe sio n a l, una jo rn a d a de
tra b a jo n icn o s la rg a , c t c .— , p r o p o r c io n a r á así in m e ­
d ia ta m e n te un a rg u m e n to « cie n tífico » tan to a la
ev e n tu a l p ereza in te le ctu a l del le cto r com o a la as­
tu c ia del p ro p a g a n d ista . A stu cia de la q u e el p r o p i o
B e tte lh e im d io ya sob rad as p ru eb as en sus a rtícu ­
lo s la «R cvuc In te rn a tio n a le » , en lo s que ex p lica b a
que lo s « p riv ile g io s» de la b u ro cra cia en R u sia son
el resu h a d o del ca rá cte r a tra sa d o del p aís, y m ás
g e n e ra lm e n te de las ley es e co n ó m ica s in fle x ib le s
que rig e n la e c o n o m í a d e tra n sició n .
P ero n o so tro s, m a te ria lista s só rd id o s, d efo rm a­
dos h a sta c1 p u n to de no só lo co n se g u ir in teresar­
nos por lo s p ro b le m a s etéreo s de la « p la n ifica ció n
p u ra» y de la « e co n o m ía de tra n sició n ü b e rh a M p t» ,
sin o h a sta q u erer conocer la re a lid a d so cial co n cre­
ta en R u s ia . se n tim o s la t e n t a c i ó n de d e d u cir de lo s
p rin cip io s tra sce n d e n ta le s de B e tte lh e im una e x p li­
ca ció n co n cre ta de la d ife re n cia ció n de lo s in g re so s
en R u sia . Y la ú n ica co n clu sió n a la que se puede
lle g a r desde su p u n to de v ista es que la d i f e r e n c i a ­
ció n de Jo s s a l a r i o s fue n e ce sa ria p ara o rie n ta r a lo s
tra b a ja d o re s h a cia lo s se cto re s de la eco n o m ía a n te
Jos c u a le s . ésto s se m o stra b a n e sp e cia lm e n te re ca l­
citra n te s o h a cia ca lifica cio n e s que p a re cía n poco

220
dispuestos a adquirir, que esos fenómenos son fre­
cuentes y naturales en una econom ía de transición
que hereda un b ajo nivel de fuerzas productivas, y
que pueden ser ulteriormente superados, en parte
gracias a la política de diferenciación de los sala-
ri os.
B asta una ojead a, sin embargo, para que la cosa
no parezca demasiado convincente, y empecemos a
sospechar que tam bién en este caso topamos con la
influencia determinante de «razones históricas par­
ticulares» (análogas quizá a las que han llevado a la
planificación rusa, como la confiesa el propio Bet-
telheim, a fijarse com o objetivo el alcanzar no «un
máximo de satisfacción económ ica», sino, «en cier­
ta medida [¿?] la obtención del potencial militar
máximo» ). Razones históricas particulares, desde
luego. Y quién sabe si el alma eslava no desempeña
un papel importante en el asunto. Y a que, al fin y
al cabo, lo que puede observarse en Rusia es que
los obtienen la remuneración más alta desempeñan
tareas hacia las cuales nadie, en principio, en el res­
to del mundo, siente una repugnancia particular: di­
rector de fábrica, por ejemplo, o presidente de kol­
jós, coronel o general, ingeniero o director de mi­
nisterio, ministro o subjefe genial de los pueblos,
etc. E s pues de suponer que a los rusos, con su co­
nocido m asoquism o y su com plejo de autocastigo
dostoyevsquiano, les repugnan las- «tareas» agrada-
■bles, confortables, bien vistas- (y bien pagadas), y
se sienten irresistiblemente atraídos por la turba, la
limpieza de basura y el c a lo r -de los altos hornos,
y que para conseguir, a duras penas, convencer a
unos cuantos de que sean, por ejem plo, directores
de fábrica, ha sido necesario prometerles salarios
exorbitantes. ¿Por qué no? ¿No huyó de su castillo
el conde-' T olstoi, personaje típicam ente ruso, para
acabar en un monasterio como un- pordiosero?
, Si no nos gusta ese género de bromas, com pro­
barem os:

221
1) que la diferenciación de los ingresos en R u ­
sia no tiene nada que ver con el carácter agradable
o no del trabajo (al que hace claram ente alusión
Bettelheim cuando habla de «jornad a de trabajo
más o menos larga»), y que la remuneración de las
tareas está en razón inversa de su carácter desagra­
dable o penoso;
2) que, por lo que respecta a la «penuria de tra­
bajo calificado», es imposible aceptar, veinte años
después del comienzo de la planificación, que se nos
remita al «bajo nivel de las fuerzas productivas he­
redado del pasado», y que se puede exigir, al m e­
nos, que se nos muestre cómo han evolucionado la
penuria y la diferenciación de los ingresos que es
por lo visto su resultado;
3) que hay que examinar además cuál puede
ser, en términos generales, el efecto de la diferen­
ciación de los salados sobre esa penuria. En una pa­
labra, nos negamos a volver de M arx a Je a n -B a p -
tiste Say, Bastiat y otros « arm onistas», y a creer
que la simple existencia de un ingreso prueba. que
está justificado de modo natural y necesario por el
juego de la oferta y la demanda.
E l problema de, por un lado, la base objetiva
de la diferenciación de los ingresos que provienen
del trabajo según el carácter específico del trabajo
en cuestión (o sea de las variaciones del precio y
del valor de la fuerza de trabajo concretada en una
producción específica), y, por otro, el «reclutam ien­
to» estable y permanente de fuerza de trabajo en las
diferentes ramas de producción, es un problema que
se plantea no sólo en una econom ía planificada, sino
en cualquier econom ía que suponga una división so­
cial extensa del trabajo (o sea que haya superado la
fase de la econom ía «natural»). Abordarem os esos
dos problemas desde un punto de vista general, co ­
menzando por su solución en la econom ía capita­
lista, y examinándolo después en el marco de una

222
econom ía socialista y de su antípoda, la econom ía
burocrática rusa.
L a) Y a se sabe que, según M arx, la ley del
valor se aplica a la mercancía «fuerza de trabajo»
misma. En un contexto y unas condiciones determi­
nadas (o sea con un país, una época, un nivel de
vida, etc., dados), la diferencia entre el valor de dos
fuerzas de trabajo específicas concretas viene a ser
la diferencia de los «costes de producción» de cada
fuerza de trabajo específica. G rosso m o d o , ese «coste
de producción» consiste en les gastos de aprendizaje
propiamente dichos, que son la parte menos im­
portante, más el tiem p o de apren dizaje, o más exac­
tam ente, la parte no productiva de la vida del traba­
jad o r en cuestión, el tiempo transcurrido antes de
que entre en la producción. Ese tiempo debe ser
amortizado durante el período productivo de la vida
del trabajad or: lo que se efectúa en la sociedad ca ­
pitalista no como «reembolso» de los gastos de edu­
cación y de aprendizaje del trabajador a sus padres,
sino com o reproducción de la misma fuerza de tra­
bajo específica (o de otra análoga), o sea porque el
trabajador se ocupa de sus hijos (y en la hipótesis de
una reproducción simple, con mismo número y a un
mismo nivel de calificación).
Si el precio de la fuerza de trabajo coincidiera
con su valor, se comprobaría fácilm ente que las
diferencias de salario deberían oscilar en la socie­
dad capitalista dentro de límites bastante estre­
chos. Tom em os los dos casos extrem os, o sea el de
un peón cuya ocupación no exige ningún aprendiza­
je y que empieza a trabajar al cumplir trece años,
o sea que debe am ortizar durante el resto de su vida
doce años de vida improductiva, y el de un médico
que tiene treinta años cuando acaba sus estudios y
debe amortizar esos treinta años. Supongamos que
dejan de trabajar los dos al cumplir sesenta años,
sin ocuparnos aquí del problema de su subsisten­
cia durante los últimos años de su vida. Admita­

223
mos además de modo arbitrario que el mantener a
un individuo cuesta lo mismo durante la infancia
y la edad adulta, y tomemos como unidad el coste
de producción de la fuerza de trab ajo gastada du­
rante un año en la edad adulta; el valor de un año
de fuerza de trabajo será en el caso del peón 1 + 12
/ 4 8 , mientras que en caso del médico- irá hasta
1 + 30 / 30. Por lo tanto, si la ley del valor ac­
tuara plenamente en este caso, la diferencia del sa­
lario entre el peón sin calificación alguna y el tra..,
bajador con la calificación más elevada posible se­
ría de 60/48 frente a 6 0 -3 0 , menos del doble
(1 ,2 5 y 2). En realidad, debería ser menor, yá que
el suponer de modo arbitrario, como hemos hecho,
que el «coste de producción» de un año de la vida
de un niño es igual al de un año de la vida de un
adulto favorece de hecho al trabajo calificado; si
se toma como base un coste menor para los años de
infancia es fácil ver que obtendrem os un margen
de variación aún menos amplio. Pero dejaremos
de lado ese factor para compensar el hecho de que
no tenemos en cuenta los gastos de aprendizaje pro­
piamente dichos (gastos de escolaridad, libros ,e
instrumentos individuales, etc.). Y a hemos señalado
que la importancia de esos gastos es mínima, ya que
hasta en el caso de la formación más costosa (for­
mación universitaria), no supera nunca un 20 % de
los gastos totales del individuo.69.
De hecho, en la situación concreta de la so­
ciedad capitalista, las cosas pasan de modo bastan­
te diferente: intervienen en ello múltiples factores,
ligados todos a 1a estructura d e clase de esa socie­
dad, que, en este caso como en los demás, super-

69. No nos referimos aquí a las ocupaciones que tienen


un carácter de «monopolio absoluto»: artistas, inventores, ge­
nios de todo tipo, etc. Consideramos que es indiscutible que en
la sociedad actual —por no hablar ya de una sociedad socia­
lista— hay individuos en número suficiente que pueden rea­
lizar con éxito todas las tareas específicas existentes.

224
determ ina la econom ía «pura». D e esos factores,
los más importantes son: 1) el nivel de vida dife­
rente de las diversas categorías, «históricam ente
dado»; 2) la orientación consciente de las capas
dirigentes hacia una estructura piramidal de los in­
gresos que provienen del trabajo, por razones que
analizaremos después; 3) sobre todo, el monopolio
de la educación de que gozan las «clases acom oda­
d as:., monopolio que se expresa de múltiples modos,
pero que aparece ya bajo su aspecto más brutal en
la dificultad insuperable que consiste en la «apor­
tación de fondos» inicial para la educación o e1
aprendizaje del niño en una fam ilia obrera.
Sin em bargo, y hasta en ese m arco de clase, las
tendencias del desarrollo económ ico han acabado a
la larga por imponer sus exigencias propias, y las
diferencias de salario entre el proletariado manual
y el proletariado intelectual, por ejem plo, se han
reducido considerablem ente en algunos casos, o has­
ta han caído por debajo de la diferenciación que
impone la ley del valor (es el caso de los institu­
tores y los em pleados en general en Fran cia f 1949],
por ejem plo). L a superabundancia relativa de tra­
bajadores intelectuales es una tendencia general de
los países llamados «civilizados».
b) Por lo que respecta al segundo punto, o
sea al reclutam iento estable de trabajadores especí­
ficos en las diferentes ramas de producción o sec­
tores de la econom ía, no es menester referirse a un
principio económ ico especial para explicarlo: puede
decirse que, en general, la ley de los grandes nú­
m eros explica y garantiza al mismo tiem po la esta­
bilidad de ese reclutamiento. Siem pre hay hipócti-
tas que fingen asom bro ante el hecho de que nunca
falten individuos que «acepten» ser basureros, a pe­
sar del carácter repugnante del oficio y de su remu­
neración por debajo de la media. L a convergencia
de un número infinito de procesos individuales de
explotación y de enajenación en la sociedad capita­

125
lista basta para garantizar normalmente un resulta­
do que sería efectivam ente m ilagroso en cualquier
otro caso.
Pero supongamos que se presente una situación
«anóm ala» desde ese punto de vista. E n principio,
el mecanismo de los precios permitirá restablecer
un estado de cosas « norm al»: un ligero aumento del
salario en los sectores en los que falta mano de
obra dirigirá hacia ellos la fuerza de trabajo necesa­
ria, fuerza de trabajo que un descenso análogo de
la rem uneración expulsará del o de los sectores rela­
tivamente saturados. Esas variaciones sólo alterarán
el precio de la fuerza de trab ajo , no su valor, ya
que en sí mismas no m odificarán en nada el coste de
producción de esa fuerza. E s eso lo que explica el
carácter limitado, en cuanto al im porte y en cuanto
a la duración, de esas variaciones del precio de la
fuerza de trabajo. Pero en los países en los que la
«penuria» en fuerza de trabajo específica, se refiere
a una fuerza de trabajo que exige una calificación
intensa, o sea implica en definitiva una nueva «pro­
ducción» parcial de fuerza de trabajo (producción
que ch oca con otros obstáculos, y sobre todo el de
la aportación de fondos previa, para países que no
disponen ni de capitales ni de la posibilidad de ob­
tener préstamos), entran en juego mecanismos mu­
cho más com plejos. En primer lugar, una elevación
más im portante del precio de esas fuerzas de tra ­
bajo se encargará de eliminar una parte de la de­
manda de esa categoría de trabajo y de asegurar el
equilibrio entre la demanda residual y la oferta.
Después, la sociedad capitalista se verá obligada,
puesto que la clase obrera no puede disponer por sí
misma del capital inicial necesario para conseguir
la producción suplementaria de fuerza de trabajo
calificada, a consagrar una parte (evidentemente
mínima) de la plusvalía a la producción de esa fuer­
za de trabajo suplementaria (escuelas de aprendiza­
je, becas de estudio, etc.). Lo módico de la suma

226
que gasta la burguesía con ese objeto es la prueba
del carácter lim itado y de la escasa im portancia de
esos casos en una sociedad capitalista relativam en­
te desarrollada.

11. a) V eam os ahora el problema en el m arco


de una econom ía socialista. Supongamos — como
pretende Bettelheim — que esa sociedad aplica cons­
cientemente la ley del valor, y, además, con su
form a y su con ten id o capitalista (suposición que,
en una com paración con el caso ruso, favorece de
hecho a la bu rocracia), o sea, da a los trabajadores,
no ya, com o decía M arx en la C rítica d el program a
d e G otha, el equivalente bajo otra form a del traba­
jo que éstos han proporcionado a la sociedad, me­
nos los descuentos necesarios (o sea esencialmente
los valores destinados a la acum ulación), sino el
equivalente del valor de su fuerza de trabajo, o sea
los paga com o una em presa capitalista «pura». (V e ­
remos después las contradicciones internas de esa
solución, que es sin embargo, de m odo inconfeso,
la premisa teórica de Bettelheim .) E n ese caso,
com o hemos visto antes, 1a diferencia m áxim a entre
salarios «económ icam ente necesaria» sería de 1 a
2 (y en realidad, ya lo vimos, m enor). No int e rv en -
drían aquí ninguno de los factores que alteran el fun­
cionam iento de esa ley en la sociedad capitalista:
el monopolio de la educación habría sido aboli­
do, la sociedad no tendría razón alguna para pro­
mover la diferenciación de los ingresos y muchas
para limitarla, y por último, no se tom aría en con­
sideración el «nivel de vida específico heredado del
pasado» de las diferentes ramas (que por lo demás
no ha desempeñado de hecho papel alguno en el
caso ruso, en el que se ha procedido a la creación
de un nivel de vida artificialmente elevado para las
capas privilegiadas).
b) ¿Quid en este caso de la «penuria» even­
tual de fuerza de trabajo en algunas ramas de pro­

227
ducción? Y a dijimos que no es la diferenciación de
las rem uneraciones lo que garantiza en una socie­
dad capitalista el reclutam iento estable de fuerza
de trab ajo en la proporción necesaria en las dife­
rentes ramas. Exam inarem os los tres principales
casos de «penuria» de ese tipo que puedan presen­
tarse.
El primer caso es el de las tareas particularmen­
te penosas, desagradables o malsanas. No creemos
que ese caso pueda plantear un. problema particu­
larmente difícil de resolver para la economía socia­
lista. En primer lugar, su alcance es limitado; ade­
más, la cconom ía socialista heredará la situación
de la producción capitalista, en la cual el problema
ha sido ya resuelto por regla general. De todas for­
mas, la sociedad deberá ofrecer una compensación
a los trabajadores de esos sectores, sobre todo gra­
cias a una jornada de trabajo menos larga, y even­
tualmente mediante una rem uneración superior a la
media. Y a en la actualidad, y al menos en Fran cia
y en los Estados Unidos, el salario de los mineros
es superior a la media del salario de sectores que
exigen una calificación análoga, pero ese exceso no'
supera el 50 % del salario medio.
El segundo caso es el de una penuria que afec­
te temporalmente a algunas ram as; ya sea una pe­
nuria en fuerza de trabajo no calificada, o, de modo
más general, una penuria que puede ser suprimida
con un simple desplazamiento de trabajadores, sin
exigir una nueva especificación de la fuerza de tra­
bajo existente. A quí, un «incentivo» pecuniario se­
ría necesario durante un cierto período para resta­
blecer el equilibrio; una reducción de la jornada de
trabajo entraría en contradicción con el objetivo
que se quiere alcanzar. Pero ese aumento tendría
límites bastante estrictos, ya que puede verse en la
sociedad capitalista que variaciones del l O al 2 0 %
son perfectamente suficientes, para obtener el resul­
tado esperado.

228
Queda un tercer caso, que dé un orden relati­
vam ente diferente y de alcance mucho más gene­
ral, y que tiene además un interés particular des­
pués de la experiencia rusa. Es el de las tareas que
exigen una calificación relativamente im portante.
Problem a de orden diferente, puesto que ya no se
trata de la distribución de la fuerza de trabajo exis­
tente entre diversos sectores, sino de la producción
propiamente dicha de esa fuerza de trabajo. Proble­
ma de alcance mucho más general, ya que está es­
trecham ente ligado a los problemas políticos, cul­
turales y humanos de la sociedad de transición.
Problem a por último de especial interés en la dis­
cusión del caso ruso, puesto que lo esencial de las
justificaciones de la burocracia estalinista que nos
\ presentan sus apologistas viene a ser la fam osa «pe­
I nuria de personal calificado» en R u sia y en la so-
/ ciedad de transición en general.
L o primero que hay que señalar es que es infi­
nitam ente poco probable que una sociedad postre­
volucionaria pueda encontrarse du raderam en te con
una penuria de trabajadores calificados que afecte
al conjunto de la producción o a una parte im­
portante de ésta: aunque sólo fuera porque de lo
que se trata en este caso es de un objetivo de pro­
ducción (la producción de fuerza de trabajo especí­
fica concreta) análogo a otros objetivos (producción
de medios de producción de consum o, m ejora de las
: tierras, etc.). Se trata de un factor de producción
i d eriv ad o y no originario, un facto r cuya producción
se reduce a fin de cuentas a un gasto de trabajo
simple y fungible. Rechazam os categóricam ente el
conjunto de «argumentos» burgueses y fascistas (que
los estalinistas no dudan en utilizar hoy en día) so­
bre la escasez originaria e irreductible de las formas
superiores de trabajo, que justificaría por lo visto
una rem uneración especial. Estam os enteram ente de
acuerdo con M arx y con Lenin en pensar que hay
en la sociedad actual una profusión de m ateria pri-

229
ma para la producción de todas las formas supe­
riores de trabajo, o sea una superabundancia de in­
dividuos provistos de la vocación de las aptitudes
necesarias. Partiendo de esa base, la sociedad so­
cialista considerará la especificación de esa materia
prima como un objetivo productivo que ha de alcan­
zar en el marco de su plan general, y que exige
claro está gastos productivos que estarán a cargo
de la sociedad. Una sociedad socialista deberá con­
sagrar una atención particular, y hasta una prima­
cía absoluta, a ese objetivo, teniendo en cuenta-todo
lo que implica el problema en el plano general, so­
cial, político y cultural.
E n cuanto al reclutamiento en esos sectores, tan­
to el que las tareas en cuestión tengan un valor
más elevado y proporcionen una remuneración que
puede llegar hasta el doble del salario de base, como
el que sean mucho más atractivas por su propia
naturaleza (por no hablar ya de que se supone que
la revolución será capaz de descubrir en las filas
del proletariado una multitud de individuos capa­
ces, anteriormente aplastados por la explotación ca­
pitalista), son factores que bastan para garantizarlo
con creces. Y aunque supongamos que pueda per­
sistir a pesar de todo una penuria en algunas de esas
ramas — o en todas— , sería completamente absur­
do el suponer que una sociedad socialista podrá y
querrá resolver ese problema aumentando artificial­
mente el salario. Y a que ese aumento no conduciría
a ningún resultado inm ediato: al contrario de lo que
ocurre cuando un problem a de ese tipo se presen­
ta entre sectores que exigen todos una fuerza de
trabajo fungible, que se puede conseguir desplazar
variando el precio del trabajo, una fuerza de traba­
jo simple no se transform a en fuerza de trabajo cali­
ficada de la noche a la mañana, y ni siquiera en uno
o dos años, por el simple hecho de que se le pro­
ponga una remuneración superior (y que, de todos
modos, era ya superior a la media). Y a veremos des-

230
pués si el «ajuste de la oferta y la demanda» que
podría acarrear ese aumento artificial es real, y sobre
todo, si es racional desde el punto de vista de una
econom ía socialista.
¿Podría al menos ese aumento dar a largo plazo
el resultado esperado? ¿No llevaría a una multitud
de individuos a adquirir las calificaciones necesa­
rias, ante la perspectiva de un ingreso más elevado?
L a respuesta es: no. Y a hemos señalado que los
móviles que llevan a un individuo a adquirir esas
calificaciones existen, haya o no elevación de la re­
muneración por encim a de lo norm al. Y es aún
m ás claro que ese procedimiento — profundamente
burgués— sólo puede conducir a una selección al re -
vés, desde el punto de vista cualitativo: los que se
dirigirán hacia las especialidades en cuestión no se­
rán los más aptos, sino los que puedan soportar el
gasto inicial. E so nos lleva al fondo del problema:
lo absurdo de ese procedimiento, por lo que respec­
ta a la producción de fuerza de trabajo calificada,
consiste en que, al aumentar la remuneración de
esa fuerza de trab ajo , no se modifican los datos
fundamentales del problema, que sigue planteán­
dose en los mismos términos. Y a que para el hijo
del peón que podría y querría ser ingeniero, pero
no tiene los medios de conseguirlo, el problema no
cam bia un ápice porque se le diga que, cuando sea
ingeniero, tendrá un magnífico sueldo. Ante la re­
serva ilimitada de posibilidades humanas se alza
siempre el obstáculo de la falta de medios económ i­
cos, obstáculo infranqueable para las nueve déci­
mas partes de los individuos.
E s por lo tanto evidente que, así como no con­
fiará en la «acción espontánea del mercado» para
satisfacer sus otras necesidades, la sociedad socia­
lista tampoco podrá confiar en ella cuando se trate
de la producción de fuerza de trabajo calificada.
A plicará un plan racional, fundado en la orienta­
ción profesional y en una política sistem ática de

231
selección y de desarrollo de los individuos más ap­
tos, y es fácil com probar que para realizar esa po­
lítica necesitará fondos que serán netamente infe­
riores al gasto social que exigiría el aumento arti­
ficial del salario de los trabajadores calificados.

III. V eam os primero cuáles son los hechos. Se­


gún las cifras que cita el propio Bettelheim , cifras
que, por lo demás, todo el mundo conoce, y que
pueden ser confirm adas con una multitud de infor­
m aciones que provienen de las fuentes más diversas,
el «margen de variación» de las diferencias de sa­
larios en Rusia va de 110 rublos por mes para el
simple peón, a 2 5 0 0 0 rublos por mes para los miem­
bros de la cúspide de la bu rocracia estatal (cifras
de 1 9 3 6 ). Esta última suma no es ni mucho menos
una excepción o algo enteram ente aparte en la es­
cala de los ingresos, puesto que, según Bettelheim ,
«m uchos técnicos, ingenieros y directores de fábrica
cobran de 2 0 0 0 a 3 0 0 0 rublos por mes, o sea 2 0
a 3 0 veces más que los obreros peor pagados» ,70 y
otras categorías ocupan los escalones intermedios,
con ingresos de 7, 1O o 1 5 0 0 0 rublos por mes.
Nos encontram os pues con una pirámide de in ­
gresos que va de 1 a 2 5 0 , si sólo tenem os en cuen­
ta el salario en dinero; si tenemos en cuenta lo que
se suele llamar el salario social, que «no sólo no
com pensa [esa desigualdad], sino que la agrava, ya
que se benefician de él sobre todo los que reciben las
retribuciones m ás elevadas»,71 se podría fácilm en­
te multiplicar por dos la distancia entre la base y la
cúspide de esa pirámide de ingresos. Olvidemos sin
em bargo el «salario social» de la burocracia y re­
tengamos la cifra o ficia l de 1 a 2 5 0 , que es sufi­
ciente para Jo que queremos demostrar.
¿Cuáles son los argumentos «objetivos» que

70. Bettelheim: La planificación soviétique, p. 62.


71. Betteheim. op. cit., p. 63.

232
tienden a «justificar» o a «explicar» esa enorm e di­
ferenciación?
1) E l valor de la fuerza de tra b a jo cam bia,
por lo visto, en función del grado de especialización.
N o insistiremos más sobre ese punto: ya vimos que
una diferenciación fundada en la diferencia de valor
de la fuerza de trab ajo no puede superar un mar­
gen de variación del 1 a 2. O sea que desde el
punto de vista de la ley del valor, tal y com o M arx
la concebía, las capas superiores de la sociedad rusa
disfrutan de ingresos que son 1 0 , 1 5 y hasta 125
v eces más elevados que lo que correspondería al
valor de su fuerza de trabajo.
2 ) E ra necesario elevar por encim a de su va­
lor los ingresos de los «trabajadores calificados» (hay
que em plear com illas para una expresión que re­
sulta en este caso tan hipotética) para atraer a esas
profesiones a lo s trabajadores que faltaban en ellas.
Pero, ¿por qué no había bastantes trabajadores
en esos sectores? ¿Debido al carácter penoso, m al­
sano o desagradable de esas tareas? Ni m ucho me­
nos. N unca se ha oído decir que en R u sia faltaban
brazos para tra b a jo con esas características; y aun­
que faltaran, los «campos de trabajo y reeducación»
(cam pos de concentración, en lenguaje más prosai­
co) perm itirían (y permiten) arreglar el asunto. Por
otra parte, las «tareas» m ejor pagadas son ostensi­
blem ente las m enos penosas, las m ás agradables, y
(excep to en una eventual «purga») las m enos m al­
sanas que puede haber. Esas tareas son en su mayor
parte tareas de «cuadros» o sea de «personal cali­
ficad o», y la burocracia y sus defensores suelen re­
ducir el problem a al de la «penuria de cuadros».
Pero, ante una eventual penuria de ese tipo, ya vi­
mos que el aum ento del ingreso de las categorías
«escasas» no resuelve absolutam ente nada, ya que no
cam bia los elem entos de base del problem a. Por lo
demás, ¿cóm o es posible explicar que después de
25 años de poder burocrático esa «penuria de cua­

233
dros:P persista y (si juzgáram os que la ampliación
constante de los privilegios responden efectivamen­
te a ese problema) hasta se acentúe? Ese ejemplo
es prueba suficiente del carácter absurdo de un pro­
cedimiento presuntamente destinado a luchar contra
la escasez de «cuadros». ¿Cóm o explicar entonces,
sobre todo, la supresión del carácter gratuito de la
enseñanza de los últimos años de segundo grado
después de 1940? (V éase «Nota final», apartado
(i), de este capítulo.) Y a que es evidente que aunque
se adoptara, no se sabe muy bien porqué (o dema­
siado bien, como se quiera), esa política de diferen­
ciación exorbitante de los ingresos para «resolver
el problema de la escasez de cuadros», eso no im­
pide, o m ejor dicho, eso no puede sustituir el in­
tento de aumentar la producción de esa fuerza de
trabajo calificada mediante decisiones centraliza­
das. E n vez de eso, la burocracia, que consume por
sí sola y como mínimo 6 0 % de la fracción de la
renta nacional destinada al consum o personal, so
pretexto de «luchar contra la escasez de trabajo ca­
lificado», impide que los que representan la única
posibilidad concreta de superar esa escasez, o sea
todos los que no son hijos de burócratas, adquie­
ran las calificaciones necesarias — calificaciones de
cuya escasez se queja la burocracia todos los días
am argam ente— . L a décima parte del ingreso que de­
voran los parásitos burocráticos bastaría, si se la
destinara a la form ación de elem entos populares,
para provocar al cabo de cinco años una superabun­
dancia de «cuadros» sin precedente alguno.
N o sólo esa diferenciación no es un remedio pa­
ra la escasez de personal calificado; ya vimos que,
de hecho, la agrava. N os encontram os aquí con el
mismo sofisma que ante el problema de la acumu­
lación: la justificación histórica de la burocracia es,
por lo visto, el b ajo nivel de la acumulación en
R usia, — aunque, en realidad, lo que frene esencial­
mente esa acumulación sea el consum o improduc­

234
tivo de la burocracia, y su propia existencia— . ¡L a
«escasez de cuadros» justificaría la existencia de la
burocracia y sus privilegios, aunque la burocracia
actúe. conscientem ente para m antener esa escasez!
H ay también burgueses que aseguran muy seria­
m ente que el régimen capitalista es necesario por­
que los obreros son incapaces de dirigir la sociedad,
absteniéndose de añadir que la única causa de esa
presunta «incapacidad» son las condiciones a las
que ese mismo régimen condena a los trabajado-
_ _ _ 72
res.
Durante los primeros años postrevolucionarios,
cuando se ofrecía a «especialistas» y a técnicos re­
m uneraciones elevadas, se trataba ante todo de con­
servar al gran número de elementos calificados que
hubieran podido sentir la tentación de emigrar por
motivos esencialm ente políticos; se trataba además
de una medida puramente transitoria, destinada a
permitir que los trabajadores se form aran junto a
ellos,7273 aguardando que la educación de los nuevos
«cuadros» diera resultados. H ace ya treinta años de
aquello. Lo que hemos visto después, ha sido la
« autocreación» de privilegios por y para la burocra­
cia, y su acentuación; la «cristalización» social de
esa burocracia; la tendencia a las actitudes de casta
en cada una de las capas que la com ponen, o sea

72. Se necesitará la violencia y la exhuberancia del voca­


bulario de Lenin en su respuesta a Kautsky para decir la mi­
tad de lo que se merecen empresas como la de Bcttelheim, que
se pierde literalmen te en todos los detalles técnicos de la «pla­
nificación» rusa y cita abundantemente esquemas y cifras pa­
ra olvidar y hacer que los demás olviden lo que constituye, des­
de el punto de vista del marxismo revolucionario, el centro
del problema: ¿cuál es el significado de clase de esa planifi­
cación, cuál es por ejemplo el significado de clase de la mons­
truosa diferenciación de los ingresos en Rusia? Pero decida­
mos de una vez para siempre olvidar a Bettelheim —creemos
que es lo mejor que le puede ocurrir— y limitamos a los he­
chos.
73. Véase I. Lenin: Obras escogidas, t. 2, 736-738, t. 3,
p. 176-178.

235
a proteger su posición social dominante mediante
el m onopolio de facto de la educación, m onopolio
que ha ido a la par con la concentración total del
poder económ ico y político en' sus manos y ha es­
tado ligado a una política consciente, destinada a
seleccionar en todos los sectores de la sociedad una
capa de privilegiados que dependiera económ ica,
política y socialm ente de la burocracia propiamente
dicha (la creación ex nihilo de una monstruosa bu­
rocracia koljosiana después de la «colectivización
de la agricultura» constituye el ejem plo más asom ­
broso de ese fenóm eno). A esa política ha corres­
pondido una tendencia a la estratificación más ex­
trem ada en todos los terrenos, presentada con la
m áscara de la «lucha contra el cretinism o igualita-
rista>.
En resumen, nos encontram os ante una diferen­
ciación de Jos ingresos que no tiene absolutamente
ninguna relación ni con el valor de la fuerza de tra­
bajo proporcionada ni con una política «destinada a
orientar a los trabajadores hacia los diferentes sec­
tores y calificaciones de acuerdo con las exigen­
cias del plan». ¿C óm o calificar entonces a los que
buscan argumentos económ icos para justificar ese
estado de cosas? Digamos sencillam ente que des­
em peñan, respecto a la explotación burocrática, el
mismo papel que vulgares apologistas, com o B as-
tiat, han desempeñado respecto a Ja explotación c a ­
pitalista.
Y tienen perfectam ente derecho a desempeñar
ese papel, si les agrada, dirán algunos. Desde Juego;
pero a lo que no tienen derecho, es a presentarse
al hacerlo como «m arxistas». Y a que no hay que
olvidar que, al fin y al cabo, los argumentos que
justifican los ingresos de las capas explotadoras en
función de la «escasez» del factor de producción del
que esas capas disponen (eJ interés por la «escasez»
del capital, la renta del suelo por la «escasez» de la
tierra, etc. — y los ingresos burocráticos por la «es­

236
casez» de! trabajo calificado— ) han constituido siem­
pre el fondo de la argumentación de los econom is­
tas burgueses en sus intentos de justificar la explo­
tación. Para un rnarxista revolucionario, ese tipo de
razonamiento no justifica nada; ni siquiera explica
nada, puesto que sus propios supuestos necesitan
una explicación. Si se admite, por ejem plo, que la
«escasez» (o la oferta y la demanda) de la tierra cul­
tivable «ex plica » la renta agrícola y sus oscilacio­
nes, hay que preguntar: a) ¿cuáles son las bases
generales del sistema en el cual se efectúa esa re­
gulación por la oferta y la demanda, cuáles son sus
supuestos sociales e históricos?; b) y, sobre todo, ¿por
qué esa renta, que desempeña por lo visto un papel
objetivo, debe transformarse «subjetivamente» en in­
greso de una clase social, la de los propietarios agrí­
colas? Marx y Lenin han señalado ya que la «na­
cionalización» de la tierra, o sea la supresión. si no
de la renta del suelo, al menos de su forma de in­
greso de una categoría social específica, es la rei­
vindicación capitalista ideal; ya que es evidente que
la burguesía, aunque admita el principio de la ren­
ta del suelo com o medio «de equilibrar la oferta
y la demanda de los servicios de la naturaleza» y
de eliminar del mercado las «necesidades no sol­
ventes», no comprende por qué, de ese precio de
la tierra han de aprovecharse exclusivamente los
propietarios agrícolas, puesto que para ella el único
monopolio que está justificado es el que ejerce ella
misma sobre el capital. Desde luego, esa «reivindi­
cación burguesa ideal» no se realiza nunca, en pri­
mer lugar por razones políticas generales, pero so­
bre todo debido a la fusión rápida de la clase de los
capitalistas y la de los propietarios agrícolas. Pero
ese ejemplo teórico muestra que, aunque se acepte el
principio de la «escasez» com o regulador de la eco-
nomia — y ese principio no es más que una mistifi­
cación reaccionaria— , es imposible deducir de ello
que haya que adjudicar los ingresos que resultan de

237
esa «escasez* a ciertas categorías sociales. Hasta la
escuela e neo-socialista*, que quiere mantener el ca­
rácter regulador de la «escasez* de bienes y servi­
cios, pero dar a la sociedad los ingresos que pro­
vengan de esa situación, ha llegado a comprender
eso.
E n el caso que nos interesa aquí todas las «ex­
plicaciones* sobre la «escasez del trabajo califica­
do en R usia*, ni justifican ni explican la apropia­
ción por la burocracia de los ingresos que son por
Jo visto el resultado de esa escasez, salvo si- nos re­
ferim os al carácter d e clase d e la econom ía rusa ,
o sea al monopolio que ejerce la burocracia sobre
las condiciones de la producción en general y del
trabajo calificado en particular. Cuando se ha com­
prendido la estructura de clase de la sociedad rusa,
todo se explica y hasta todo se «justifica* al mismo
tiempo. Pero esa justificación — análoga a la que
puede darse históricamente del régimen capitalista
y en última instancia hasta del fascism o— no va muy
lejos. Sus límites los fija la posibilidad que tiene la
clase explotada de destruir el régimen de explota­
ción — ya se llame «República Fran cesa* o «Unión
de las Repúblicas Socialistas Soviéticas*— , posibi­
lidad cuya confirmación o negación sólo dependen
de la acción revolucionaria misma, y de su resultado.

Nota final (1973)

Conviene señalar algunos puntos en los que el


autor cree que el contenido del texto ha quedado su­
perado, o que exigirían un comentario ulterior.
(a) La idea según la cual «la producción es a la
propiedad... lo que la realidad es a la ideología*,
herencia del marxismo clásico, no tiene bajo esa for­
ma prácticamente ningún sentido. Véase M TR ( 1964,
1, p. 14-25); ( 1965, 1, p. 4 0 -6 6 ); ( 1965, 2, p. 3 7 -3 9 ).

238
(b) Lo dicho en el texto sobre la idea del «ca­
pitalismo de E stad o» en la doctrina m arxista clá­
sica, aunque sea justo, no insiste suficientem ente so­
bre la ambigüedad que siempre existió en el movi­
miento obrero sobre ese punto, y que hacía que los
militantes pensaran inmediatamente en la «propiedad
privada» cuando hablaban de «capitalism o». So­
bre ese terreno pudo florecer la confusión trots-
quista.
(c) La burocracia, en contra de lo que se decía
en el texto, es desde luego capaz de desarrollar las
fuerzas productivas — como lo sigue haciendo el
mundo capitalista «burgués». E se criterio marxista
tradicional no tiene estrictamente ningún valor.
(d) El lector encontrará la argumentación de *
T rotski en las «interminables discusiones», a las
que se hace alusión en el texto, en «La défense de
l’U R S S et l'opposition» (contra Louzon y U rbahns,
1929) in L. T rotsk y , Ecrits, 1928-1940, t. 1, París,
Riviere, 1 9 5 5 , p. 2 2 3 -2 6 7 ; The Soviet Union and
the Fourth International (contra Urbahns.. Laurat,
Souvarine y W eil), N Y , Pioneer Publ., 1 9 3 4 ; «Once
again: thc U S S R and its defense» (contra Craipeau
e Yvon, 19 37) in Writings o f L eon Trotsky (1 9 3 7 ­
38), n Y, Pathfinder, 1970, p. 8 6 -9 0 ; «Not a W or-
kers and not a Bourgeois State?» (contra Burnham ,
1937), ibid., p. 90-94 ; «Learn to think» {contra Ci-
liga), «T he New International», pul. 1938; y, claro
está, In d efen se o f Marxism (contra Rizzi, Burnham
y Shachtm an).
(e) L a teoría del salario expuesta en el texto
es en lo esencial la que puede extraerse de la obra
de M arx, y es, bajo esa forma, tan errónea como la
de éste. V éase sobre ése y otros puntos cóm o la
supuesta «tendencia al descenso de la cuota de ga­
nancia», la idea de una «crisis orgánica del capita­
lismo» o l a de una tendencia al descenso ( « a bsoluto»
o «relativo») del salario real obrero, C M R ( 1 9 6 0 ­
61), p. 2 5 -2 8 , 3 6 -4 6 y CM R (1964) p. 179-193.

239
(f) Sobre la rem uneración del trabajo y la ges-
tión de la producción en una sociedad socialista (p.
39 y sig.), véase C s (1 9 5 5 ), p. 11-20 y C s (1 9 5 7 ),
p. 2 2 -4 9 .
(g) Los datos sobre la explotación del proleta­
riado en Rusia son evidentemente los que se podía
obtener en la época en que fue redactado el texto .
La substancia de la argum entación sigue siendo vá­
lida; pero la descripción de la tendencia histórica,
con su idea de una agravación inevitable de la ex­
plotación y sin ver Ja im portancia fundamental de la
lucha en la determ inación del salario, hasta en un
contexto totalitario, es errónea. M e ocuparé exten­
samente de ese problema en el vol. 3 de L a société
bu reau cratiqu e . V . también, sobre ese asunto, ias
p. 2 8 6 -3 0 7 ( 1956) del vol. 2 de la edición francesa.
(h) Bettelheim era en aquella época el único
defensor de la burocracia estalinista que no se limi­
taba a repetir los discursos de Stalin. D e ahí la im ­
portancia que se le daba (coyunturalm ente) en este
texto. No sólo ha cam biado de cliente estos últimos
tiempos (defiende ahora a la burocracia china), sino
que hasta a descubierto que no hay que confundir
la «propiedad jurídica» y las «relaciones de pro­
ducción reales», descubrim iento que atribuye por
cierto a su amigo Paul Sweezy (generosidad com ­
prensible, porque desde luego, com o ha podido ver­
se, el descubrim iento no es suyo). Ha inventado si­
multáneamente la existencia de una «burguesía de
Estado» (¿?) en R usia — lo que le permite escam o­
tear, una vez más, el problema de la burocracia— .
V éase P. Sweezy y Ch. Bettelheim . Lettres sur quel-
ques problen ies actuels du socialism e. M aspéro,
J 9 7 0 , p. 2 4 y 64.
(i) El decreto que suprimía el carácter gra­
tuito de la enseñanza en las clases superiores de
segundo grado y en la universidad ha sido abolido
en 1956. No por ello ha desaparecido la desigualdad
ante Ja enseñanza en Ja sociedad soviética, pero

240
de todas formas eso no cambia en nada el fondo del
asunto; es más: en último término, puede decirse
que el carácter efectivo y totalmente gratuito de la
enseñanza sería el mejor medio que podría utilizar
una burocracia para «seleccionar» y asimilar a los
«mejores» miembros de las clases explotadas.

241
L a e x p lo t a c ió n d e l c a m p e s in a d o b a jo
e l c a p ita lis m o b u r o c r á t ic o 1

Situación actual d el problem a agrario

No hace falta recordar la enorme im portancia


del problem a agrario para la revolución proleta­
ria, ni hasta qué punto es necesario que el prole­
tariado consiga agrupar tras de él la m ayoría de los
agricultores explotados, en torno a un programa
socialista. R ecordem os sin embargo algunos hechos
que permiten apreciar m ejor esa im portancia.
E n la actualidad, dos siglos después del com ien-
, zo de la revolución industrial, la m ayoría de la po­
blació n del planeta sigue viviendo de la explotación
de la tierra y en condiciones que, en la m ayor parte

Í
le los casos, no son directamente capitalistas. Puede
lecirse que las dos terceras partes aproxim adam en-

e de la población mundial viven de la agricultura


Y que la mitad se encuentra en condiciones que,
/aun teniendo com o contenido la explotación
> « del cam -
/pesinado por el cap ital, conservan sin em bargo la
' form a de la pequeña propiedad, individual, e ■inclu-
so otros tipos de propiedad precapitalista.12 Y a se
sabe que este hecho fue muy utilizado en todas las
«refutaciones» burguesas del m arxism o, y especial­
mente en las críticas a su teoría de la concentración.
D urante muchos años, los profesores burgueses de­
mostraron «m atem áticam ente» que la concentración
del capital, en el sentido en que había sido analiza­
da por Mc¡rx, era completamente im posible y no se

1. «S. ou B.», 4, octubre de 1949.


2. En este caso se encuentran también la mayor parte de
los habitantes de Asia, Africa y América Latina.
243
realizaría jamás. Cuando dicha concentración en­
tró por los ojos incluso de los más ciegos, cuando el
conjunto de la industria mundial empezó a estar do­
minada por un número reducido de grupos capita­
listas, los econom istas burgueses huyeron al campo,
buscando refugio en una agricultura que «ignoraba»
por lo visto la concentración y seguía trabajando en
un m arco patriarcal.
Aunque no pretendamos presentar aquí un aná­
lisis del proceso de concentración en la agricultura,
hay que señalar cuáles son los aspectos fundamenta­
les del problema:
a) La existencia de ese proceso de concentra­
ción de las explotaciones agrícolas es hoy en día in­
discutible. El que sea más lento v presente m oda­
lidades diferentes a las de la concentración indus­
trial, se debe tanto a los caracteres específicos de la
agricultura como a la evolución general de la eco ­
nomía y al predominio mismo de la concentración
industrial, como veremos Juego. Pero tales diferen­
cias confirman y no desmienten la ley de la concen­
tración. Dejando a un lado los aspectos m olecula­
res de la concentración agrícola, tal como existen en
todos los países del mundo, sin excepción, recorda­
remos simplemente que en las dos potencias econó­
micas principales del mundo contem poráneo, los E s­
tados Unidos y R usia, la evolución de la agricultu­
ra desde 1918 sólo es comprensible si se Ja exa­
mina desde el punto de vista de la concentración.
b) La concentración no es un proceso mecánico
y automático. E l predominio de la tendencia a la
concentración, sobre lo que podríamos llamar la
tendencia a la difusión del capital, se debe esencial­
mente al desarrollo de la técnica. La continua apa­
rición de nuevos métodos técnicos. más rentables.
que exigen un capital im portante, y un número re­
lativamente menor de trabajadores, es lo que hace
que no quepa duda alguna sobre el resultado de la
lucha de Ja pequeña empresa contra la grande, tan­

244
to en la agricultura como en la industria. Ahora
bien, por toda una serie de razones, algunas de las
cuales son coyunturales y otras no/1 la técnica m o­
derna se ha aplicado mucho más lentamente a la
agricultura que a la industria. H ace sólo unos trein­
ta años que los métodos modernos de cultivo em­
piezan a predominar sobre los tradicionales. Pero
ahora que la industrialización de la agricultura está
en m archa, nada podrá detenerla.*
Además, el desarrollo del capitalismo en la in­
dustria repercute necesariamente en el movimiento
de la población campesina. En un prinier período
(el que llama M arx de «acumulación originaria») el
capital industrial expropia brutalmente a enormes
masas de agricultores para disponer de una mano
de obra abundante y barata; pero luego, en todas
sus fases de expansión, no tiene más remedio que
seguir recurriendo a la población agrícola; el éxodo
de los campesinos hacia las ciudades es una tenden­
cia constante en todo el mundo, y el campo al des­
poblarse estimula la extensión de las aplicaciones
de la técnica moderna a la agricultura/ 345

3. E n tr e é s ta s , u n a de las más im p o rta n te s es la sep ara­


ció n del cap ital y d e la p ro p ie d a d te rrito ria l.
4. E n F ra n c ia , de 1 9 4 5 a 1 9 4 9 , la p ro d u cció n y la im p o r­
tació n d e tra c to re s son v aria s veces su p e rio re s a las del p e río d o
a n te rio r a la g u erra. E l p arq u e de m aq u in aria a g ríco la d e los
p aíses de E u ro p a o c c id e n ta l (p a rticip a n te s en el P lan M a r-
sh all) a u m e n tó tre s v e c e s y m edia e n tre 1 9 4 8 y 1 9 5 2 . S o b re
los n u ev o s d e s cu b rim ie n to s rev o lu cio n ario s de la té cn ica agrí­
co la y sus a p licacio n es a los E s ta d o s U n id o s , p u ed e v e rse el
a r tíc u lo de G . H . F a b iu s : « T e ch n o lo g ica l P r o g re s s in A g ricu l-
tu r e » , «N ew I n te r n a tio n a l» , 1 9 4 6 , p. 1 1 6 * 1 1 7 .
5. E l p o rce n ta je de los ag ricu lto res so b re la p o b lació n
to ta l de los E s ta d o s U n id o s , pasó del 7 3 0/o en 1 8 2 0 al 19 %
en 1 9 4 0 (C o lín C la r k : « L e s co n d itio n s du p ro g re s éco n o m i-
q u e» en « E tu d e s e t C o n jo n c tu re » , 1 9 4 7 , 1 3 , p. 4 9 , y J . F o u ra s-
tié : Le grand espoir du XXe siecle, p. 7 7 . D e 1 9 1 3 a 1 9 3 9 , la
p o b lació n cam p esin a en R u sia pasó del 6 5 % al 4 7 % de la p o ­
b lació n to tal ( F . F o r e s t : « A n A nalysis o f R u ssian E c o n o m y » ,
« N e w I n te r n a tio n a l» , 1 9 4 3 , p. 5 7 ).

245
e) Pero, desde hace medio siglo, la integra­
ción de la agricultura en el proceso de concentra­
ción se ha ido efectuando de modo mucho más
profundo, con el dominio creciente de los monopo­
lios sobre el m ercado. E l que se conserve la forma
jurídica de. la propiedad parcelaria individual, e in­
cluso, en cierto m odo, la explotación parcelaria como
unidad técnica de producción, tiene una importancia
relativamente secundaria si los monopolios dominan
completamente el mercado y la produccióp indus­
trial. No es sólo que, tanto técnica como económ i­
cam ente, la agricultura esté dominada por la indus­
tria y que su progreso sea función de la técnica y la
producción de ésta. L o más im portante es que la
monopolización de los sectores vitales de la econo­
mía — monopolización que empieza en los sectores
industriales— transform a por com pleto el signifi­
cado económico de la empresa pequeña. No sólo cae
ésta bajo el poder de los m onopolios — que, por
ejem plo, le imponen el precio de venta y de Com­
pra de sus productos o de las materias primas y
utensilios que. em plea— , explotando al propietario
de la empresa pequeña como consumidor, al obligar­
le a contribuir a la form ación del beneficio mono-
polístico. Además, el mantenimiento de dicha em­
presa en ciertos sectores económ icos — y en espe­
cial en la agricultura— corresponde, desde el punto
de vista de los monopolios, a una necesidad econó­
m ica profunda: allí donde la producción no está
completamente racionalizada, donde los riesgos pro­
cedentes de factores extraeconóm icos siguen tenien­
do una gran im portancia, el m onopolio prefiere ir
más despacio y recoger el m ayor beneficio a un mí­
nimo costo. C oncretam ente, el mantenimiento de la
explotación parcelaria en la agricultura significa que
los monopolios se benefician de los buenos años,
m ientras que los propietarios parcelarios cargan, casi
exclusivamente, con las pérdidas, tanto en las malas
cosechas com o en las malas ventas.

246
d) Hay sin embargo un factor que, formalmen­
te se opone al proceso de concentración en la agri­
cultura — aunque en realidad se trate de una m ani­
festación de dicho proceso— y que no hay que des­
preciar: la intervención consciente del capitalismo
a través del Estad o, para orientar en cierto sentido
la evolución de las relaciones económ icas y socia­
les en el cam po. En algunos países, donde tuvo lu­
gar la revolución dem ocrática burguesa en el sentido
tradicional de la palabra, y donde, por lo tanto, el
reparto de la tierra y la form ación de una clase
numerosa de pequeños propietarios, se hicieron en
una época en que esta transformación no ponía en
peligro la estabilidad social, la burguesía se dio cuen­
ta de que, a partir de un cierto momento, la exis­
tencia de aquella clase era uno de los fundamentos
de su dominio. Su -política agraria trató pues cons­
tantemente de mantener una estructura económ ica
y social «estable» en el campo. E ste es uno de los
puntos en que la oposición relativa entre el Estado
capitalista, expresión universal y abstracta de los in­
tereses del capital, y los intereses imediatos de al­
gunas capas específicas de capitalistas, se expresó
a veces con m ayor claridad. E sta política del Estado
capitalista tuvo com o principales objetivos, por -un
lado, la «organización» de los campesinos en unio­
nes corporativas, que no son en realidad sino- un
modo de «cartelización» en el que los campesinos
más ricos desempeñan el papel dominante, y por
otro la «protección» de la producción agrícola por
la estabilización de los precios de los productos agrí­
colas, aplicación concreta del principio monopolísti-
co de formación de los precios.
Evidentem ente, a largo plazo, esta política del
Estado capitalista es utópica, y en definitiva con­
traria tanto a los intereses del capital, como a las
tendencias irresistibles que suscita el desarrollo de la
concentración en el conjunto de la econom ía. O sea
que se encuentra condenada históricam ente: el «cor- 1

247
1
1
poratism o agrícola» no puede ser la estructura com ­
plem entaria del capitalism o de E stad o en la agricul­
tura. Sin embargo, desde principios de siglo hasta
hoy, esta política ha desempeñado un papel im por­
tante en la evolución social, e influido en más de
una ocasión en el resultado de la lucha de clases en
Europa.
L a respuesta al problema de las formas m o­
dernas de explotación de los cam pesinos por el ca ­
pital la encontrarem os analizando la explotación del
campesinado en el m arco del capitalism o burocrá..
tico. E l capitalismo burocrático ruso nos - da una
imagen anticipada del desarrollo. de las formas- de
explotación de los agricultores en la fase de la con­
centración total — y nos muestra sus límites— .

L a explotación d e los cam p esin os en Rusia

E l elemento esencial de esta explotación son las


entregas obligatorias de productos agrícolas al E sta ­
do. T an to la cantidad com o los precios de estas en­
tregas son esencialm ente variables, pero en regla ge­
neral el Estado se lleva el 4 0 % de la producción,
a lo que hay que sumar un 20 % para las E sta cio ­
nes de máquinas y tractores.' E s decir que los
cam pesinos no disponen más que de un 4 0 % del
producto bruto, teóricam ente (véase «Nota final»
de este capítulo). No hay que olvidar que de este 6

6. Según Peregrinus (véase su artículo «Les Kolkhoses


pendant la guerre», 4, octubre-noviembre de 1949), este
porcentaje oscila entre el 30 y el 35 % según la misma pren­
sa soviética. [Véase cifras más detalladas en N. Jasny: The
Socialized Agriculture o/ tbe USSR, Stanford, 1949, p. 684,
cit. en Cliff: Op. cit, p. 44. En 1938, podía ir de un máximo
de 70 % (carne) y 64 % (leche) a un 0,2 % (remolacha azu­
carera).]

248
producto bruto hay que deducir la s .sem illas, y quizá
tam bién el alim ento para el ganado.
V eam os el m ecanism o de dicha exp lotación : el
Estado — llevando al límite absoluto la p ráctica de
los m onopolios— fija de modo unilateral el precio
que paga por los productos agrícolas. E stos son, por
ejem plo, los precios de un quintal de centeno en
1 9 3 3 :78

ru blos
Precio de adquisición por elE stad o 6 ,0 3
Precio del producto racionado (harina) 2 5 ,0 0
Precio com ercial (harina) 4 5 ,0 0
Precio en el m ercado koljosiano libre
(región de M oscú) 5 8 ,0 0

Puede verse inmediatamente que el E stad o ad­


quiere ese producto a los koljoses a un precio muy
inferior a su valor.* Tratarem os de precisar más
'd ela n te la magnitud del robo.

7. A . B a y k o v e n el « E c o n o m ic a l J o u r n a l » d e L o n d r e s , d i­
c ie m b re de 1 9 4 1 , c ita d o F o r e s t: Loe. cit., p. 2 0 .
8. [ E n 1 9 4 8 , el p r e c io de ven ta al p o r m a y o r d e un q u in ­
tal d e c e n te n o e r a d e 3 3 5 ru b lo s ; los k o ljo sia n o s re c ib ía n 7 a
8 ru b lo s p o r sus e n tr e g a s , o sea no m u ch o m ás q u e en 1 9 2 8 ;
p e r o el p r e c io d el p an d e c e n te n o hab ía p a s a d o de 8 k o p e k s en
1 9 2 8 a 2 ,7 0 ru b lo s en 1 9 4 8 (v é a se A . N o v e : VEconomie So-
viétique [e d ic ió n o rig in a l in glesa, 1 9 6 1 ] , P a r í s , P t o n , 1 9 6 3 , p.
2 0 3 ). K ru s c h e v d e c la ró en el P le n o d el C o m ité C e n tr a l de 1 9 5 8
q u e el p r e c io al q u e e r a n p a g a d a s las p a ta ta s en 1 9 5 2 a lo s c a m ­
p e sin o s era in fe rio r a lo q u e les co stab a a é s to s tr a n s p o r ta r la s al
c e n tr o d e re c o le c c ió n (N o v e : Op. cit., p. 2 9 9 ) . V é a s e ta m b ié n
N o v e : An Economic History . . . p. 2 9 9 - 3 0 2 . E l p r e c io p a g a d o p o r
el E s ta d o p o r las e n tr e g a s o b lig a to ria s a u m e n tó c o n s id e ra b le ­
m e n te e n tr e 1 9 5 3 y 1 9 5 9 , y a veces d ism in u y ó ta m b ié n la p r o ­
p o rc ió n de la c o s e c h a e x ig id a , v éase L a z a r V o lin : « K r u s c h e v and
th e S o v ie t A g ric u ltu r a l S c e n e » , p. 7, e n K a r c z , e d .: Op. cit.);
p e r o el n ivel de v id a de los cam p esin o s v o lv ió a b a ja r c a ta s ­
tró f ic a m e n te en 1 9 5 9 - 1 9 6 1 . aunque m e jo ra ra lig e ra m e n te d e s ­
p u és. S o b re la situ a c ió n g e n e ra l d e la a g ric u ltu ra en la é p o c a
K ru s c h o v ia n a , v é a se N o v e : An Economic. . . . p. 2 9 9 - 3 0 2 . L a si­
tu a c ió n p a re c e h a b e r m e jo r a d o a p a rtir de 1 9 6 5 . P e r o m e d id a s

249
Este es el primer aspecto — y el fundamental—
de la explotación de los campesinos por el Estado
burocrático, que recuerda la explotación feudal:
campesinos «atados a la gleba», y por lo menos la
mitad de la producción destinada a la clase explo­
tadora, a lo que habría que añadir la constante ines­
tabilidad de su situación, por ejemplo, la posibili­
dad permanente que tiene el Estado de aumentar la
duración del trabajo obligatorio y la cantidad del
producto que recoge.
E l segundo aspecto es la explotación de los cam ­
pesinos como consumidores, cuando adquieren los
productos industriales necesarios a su consumo per­
sonal. También este fenómeno existe bajo el régimen
de los monopolios, pero adquiere aquí una magnitud
sin precedentes, debido al monopolio absoluto del
Estado sobre el conjunto de la producción industrial
y a la autoridad completa con que puede fijar los
precios de venta de « sus> productos. E l ejemplo del
precio del centeno en 193 3, que hemos citado, pue­
de servir también para determinar una magnitud.
El Estado ha comprado el quintal de centeno a 6
rublos, y vendido la harina racionada (es decir
aquélla cuyo precio debe, en teoría, «proteger» al

espectaculares, como el aumento del 50 % del precio de com­


pra del trigo y del centeno vendido al Estado por encima del
plan fijado (marzo de 1965), no han hecho más que introducir
una irracionalidad suplementaria: un aumento del precio del
pan cuando la cosecha es abundante. Véase Nove: «La nou-
velle politique agricole soviétique, 1964-1970», Revue de l}Est,
volumen 2, núm. 2, abril de 1971, p. 133-154. Buen ejemplo
del entusiasmo de los campesinos por la producción koljosiana
es el hecho de que las parcelas privadas, cuya producción no
está sometida al sistema de entregas obligatorias desde enero
de 1958, y que sólo representan 3 % de las tierras cultivadas,
proporcionaron, en 1964, 42 % de la producción total de leche
y de carne, 73 % de la producción de huevos y 60 % de la
de patatas (Nar.-Khoz [Manual estadístico], Moscú, 1966, p.
288, citado en M. l. Goldman: The Soviet Economy, Engl.
Cliffs, Prentice-Hall, p. 102). (NdT).]

250
consum idor) a 2 5 rublos el quintal. Adm itiendo que
el costo de la m olturación sea de 4 rublos por quin­
tal (es decir, un 6 6 % del coste de la m ateria pri­
m a; en realidad, el costo de esta transform ación,
incluida la pérdida de peso, tiene que ser m ucho
m enor), su «ganancia» es de 15 rublos por qu in ­
tal (beneficio del 1 5 0 % ), es decir que recupera el
6 0 % del salario de los obreros urbanos consum i­
dores: de los 25 rublos que éstos pagan por el
quintal de harina de centeno, 1O rublos com o m á­
xim o representa su «costo» real p a ra e l E stad o, y
los otros 15 su beneficio.
E ste razonam iento es de todos modos puram en­
te teórico, pues el obrero en los períodos de racio n a­
m iento no pudo nunca satisfacer sus necesidades
con la ración que le correspondía, teniendo que re­
currir a los alm acenes libres del Estado o al m er-
\ cado koljosiano. E n el primer caso, pagaba 45 ru-
‘ blos por el quintal de harina de centeno y la explo-
.tación del E stad o se elevaba por consiguiente al
8 0 % del im porte de la com pra, al quedarse con
¡3 5 rublos limpios por cada quintal vendido. En el
segundo caso tenía que pagar 58 rublos por quin­
tal, y aunque a prim era vista el «beneficiado» fue­
ra el koljosiano, quien ganaba indirectam ente era
el E stad o, porque el precio de los productos agrí­
colas en el m ercado libre cubre una cierta «rentabi-
. lidad global» de la empresa agrícola: los cam pesi­
nos necesitan la totalidad de sus ingresos (tanto los
que proceden de la entrega al E stad o com o de la
venta en el m ercado libre) para conseguir satisfacer
sus necesidades, y el precio exagerado que alcanzan
los productos en el m ercado libre, no hace sino co m ­
pensar el que les paga el E stad o; cuanto m ás b ajo
sea éste, subirán m ás los precios en el m ercado
libre.
E ste razonam iento nos permite calcu lar, apro­
xim adam ente, la magnitud de la explotación resul­
tante de la entrega obligatoria del producto al E sta -

251
do, a precios que constituyen ya en sí una expolia­
ción. Llamemos x al precio de producción de un
quintal de centeno. E l precio de 100 quintales será
100 x, y este precio deberá equilibrar el conjunto
de los ingresos que el koljós saque de los 100 quin­
tales. Según las cifras anteriores,'/ estos ingresos se
descomponen en: 6 0 quintales entregados al E s ­
tado y a las estaciones de máquinas y tractores,
al precio de 6 rublos el quintal; 15 a 20, vendidos
en el mercado libre a 58 rublos el quintal, y 20 o 25
destinados al consumo y que contabilizaremos al
precio de producción. Así pues tendremos:
100 x = 60.6 + 2 0 .5 8 + 20 x, lo que da pa­
ra x el valor 19.
Si el precio de producción del quintal de cente­
no es de 19 rublos, el Estado, al pagar el 60 % de
la producción a 6 rublos, roba a los campesinos la
diferencia, es decir:
(6 0 .1 9 ) — (6 0 .6 ) = 1140 — 3 6 0 = 7 8 0 . So­
bre el valor total de los 100 quintales, que es de
l 9 0 0 rublos, la expoliación es superior al 4 0 % .
Pero éste no es sino uno de los elementos de
la explotación de los campesinos; el segundo, ya lo
hemos señalado, es que los campesinos tienen que
com prar los productos industriales que necesitan a
precios elevados. Y a vimos que los obreros, al com ­
prar harina de centeno, devuelven al Estado apro­
ximadamente el 60 % de su salario. No tenemos
elementos que nos permitan medir la defraudación
correspondiente a los campesinos, pero no hay nin­
guna razon para creer que sea menor.
E l tercer elemento de la explotación es la dife­
renciación de ingresos en el seno del campesinado,
tanto entre los diferentes koljoses, com o en un mismo
koljós. Aunque los efectos y la función social de9

9. Las cifras son desde luego variables, tanto en el tiem­


po como geográficamente, pero no se trata de determinar con
exactitud el tanto por ciento de la explotación, sino sólo su
magnitud aproximada.
252
dicha diferenciación sean los mismos en ambos ca ­
sos, sus bases concretas difieren.
La existencia de koljosianos «m illonarios» 101 es-
algo que la burocracia no trata de ocultar, sino que
por el contrario proclam a triunfal y cínicam ente.
V am os a ver cuáles son sus bases económ icas.
E n primer lugar, la desigualdad entre koljoses
puede estribar tanto en su extensión relativa al nú­
m ero de productores, com o en la fertilidad del sue­
lo o el valor del producto." Hay koljoses grandes,
medianos y pequeños, en relación al número de sus
miembros. La tierra de unos es fértil, la de otros
m ediana o pobre. Unos cultivan productos que el
Estado com pra a mejores precios, como por ejem ­
plo los cultivos industriales. Hay koljoses que tie­
nen más tractores y máquinas a su disposición!' y
que, sobre la base de cosechas anteriores, pueden
pagar m ejor o peor a los conductores de tractores
, y demás técnicos. Por ejemplo, el 15 de noviembre
\ de 1939, 5 0 0 0 estaciones de tractores debían 2 0 6
! millones de rublos a sus conductores!'1213 que natural­
mente habían abandonado los koljoses servidos por
aquellas estaciones. E l mismo año, un 0 ,3 % de los
koljoses eran «m illonarios» según las fuentes oficia­
les rusas” y un 6 % eran «pobres», con unos in­
gresos anuales de 1 0 0 0 a 5000 rublos. E l 7 5 % de
los koljoses de m ediana extensión tenían unos in­
gresos anuales de 6 0 0 0 0 , o sea unos 172 rublos
anuales por m iem bro. Ingresos muy inferiores a los
nominales de un obrero medio.
Los efectos de la fertilidad son enormes en cuan­
to a la diferenciación de los ingresos. E n 193 7'.' el

10. V éase T r o t s k i : L a revolución traicionada, p . 1 4 4 .


11. V éase s o b re e s e p u n to B e tte lh e im : Les problemes théo-
riques et pratiques de la planification, p. 1 0 1 .
12. Según la « P r a v d a » del 15 d e n o v ie m b re de 1 9 3 9 , ci­
ta d o p o r F . F o r e s t: Loe. cit, p. 2 1 .
13. V é a se las fu e n te s oficiales ru sas c ita d a s p o r F o r e s t:
lbid.
253
8 % de los koljoses dio menos de 1,5 kg de grano
a cada miembro por jornada de trabajo; el 5 0 %
dio hasta 3 kg, el 10 % de 7 a 15 kg, y el 0,3 %
más de 15 kg. L as diferencias de remuneración
iban pues de 1 a 1O.
D entro de un mism o koljós, existen grandes di­
ferencias de rem uneración de las diversas categorías
de trabajadores: la jornada de un peón vale la mi­
tad de la «jornada de trabajo> tipo, y la de un con­
ductor de tractor cin co jornadas de trabajo. Com ­
binando estas cifras con las anteriores (sobre la di­
ferencia de la rem uneración de la jornada de traba­
jo normal según los koljoses), tendríam os que el
conductor de un tractor que trab aja en un koljós
rico, que pague 15 kg de grano por jornada, recibi­
rá 75 kg (5 .1 5 ), y el peón de un koljós pobre
0 ’5 X I *5 = 0 ’75 kg por jornada de trabajo. Pese
a lo que sabíam os ya sobre las desigualdades de
los ingresos en R u sia, cuesta trab ajo admitir tal
desproporción (de 1 a 100). Sin em bargo, ése es
el resultado de las cifras de que disponemos, y es
imposible interpretarlas de otra m anera.
L a principal base económ ica de las diferencias
entre koljoses es que la abolición jurídica de la
propiedad privada de la tierra no ha suprimido su
m anifestación económ ica, la renta de la tierra. O
sea que, además de las ventajas que resultan de una
m ayor extensión de ciertos k oljoses, o de la dife­
renciación de los ingresos según las diferentes ca­
tegorías de trabajo (que es el mism o procedimien­
to de explotación utilizado por el régimen buro­
crático en las fábricas), nos encontram os ante una
form a de diferenciación específica de la agricultu­
ra, que resulta de las rentas diferenciales que be­
nefician a las explotaciones agrícolas cuya tierra
es más fértil, que están m ejor situadas respecto
a los centros económ icos, etc.14 El Estado burocrá­

14. «La propiedad privada de la tierra no tiene nada que


ver con la formación de la renta diferencial. inevitable en la
254
tico hubiera podido, en teoría, igualar estas dife­
rencias para que su explotación se repartiera de m o­
do uniforme sobre todo el cam pesinado. No lo ha
hecho siguiendo una política social consciente y
consecuente que. tiende a la estratificación de las
capas cam pesinas y a la creación de elem entos pri­
vilegiados que serán los aliados de la burocracia
en el cam po, porque su situación depende de la
existencia del sistem a koljosiano tal com o es.
En esas condiciones, es perfectam ente natural
que el cam pesino, aún más explotado que en el an­
tiguo régimen, se desinterese de la producción del
k o ljó s, y trate de dedicar la m ayor parte de sus
esfuerzos a la explotación de su parcela individual.
E l Estad o bu rocrático, por su parte, no tiene más
rem edio que im poner el trabajo obligatorio en los
k o ljoses, que son su única fuente de aprovisiona­
miento de productos agrícolas. No estudiaremos
aquí las modalidades concretas de ese trab ajo for­
zado;*5 nos lim itarem os a sacar de las inform acio­
nes oficiales de que disponemos, un índice sobre el
tiempo que dedica el campesino a trab ajar en su
parcela individual y en el koljós.
A ntes de la guerra los koljosianos em pleaban
entre el 30 y el 4 5 % de su tiem po en cultivar 15

agricultura capitalista aunque se trate de tierras de comunas,


estatales o libres.» «No es la propiedad privada lo que crea
la renta diferencial. ..» (Lenin: Selected Works, volumen X II,
p. 65-69.) ^ _
15. Véase el artículo citado de Peregrinus. [Véase nota
sobre los trudodni o «jornadas de trabajo»; el mínimo obli­
gatorio de 1938 era de 60 a 100 trudodni por año, según las
regiones; en 1942, de 100 a 150; en 1954, de 200 a 300 tru­
dodni (véase H. Wronski citado en P. Barton: «Salaires pay-
sans», Le Contrat Social, volumen II, 3, mayo de 1958). En
1968, después de la reforma del sistema, el número de jor­
nadas efectivas debía ser de 197 a 199 (véase I. Mett: Le pay-
san russe dans la révolution et la post-révolution, París, Spar-
tacus, 1968, p. 50-52).]

255
sus parcelas individuales, 1S y la «prestación me­
dia» de trabajo era en 1 9 4 0 de 2 6 2 jornadas de
trabajo anuales.161718 E sto significa que en dicha época,
el año del koljosiano tenía entre 3 7 4 y 4 7 8 jo rn a­
das de trabajo. E n 1943, la «prestación media»
pasó a ser de 3 4 0 jornadas de trab ajo anuales, o
sea los campesinos trabajaron entre 500 a 6 0 0
jornadas de trabajo al año. Evidentem ente esas ci­
fras no significan demasiado, pues no sabemos a
qué corresponde exactam ente una «jornada de tra­
b a jo » .'* Suponiendo que sea de 8 horas., un año

16. «Planovoe Khoziaitsvo» de diciembre de 1938, citado


por F. Forest: loe cit., p. 21.
17. Véase el artículo de Laptev en «Bolshevik» 1946, 4,
que cita Peregrinus en su nota 11.
18. Según Peregrinus, en la época de Ja cosecha, puede ser
de 16 horas de trabajo. [El trudoden, «medida» del trabajo
koljosiano desde 1931, debía establecer en teoría una rela­
ción entre cantidad y calidad del trabajo, y los recursos exis­
tentes. El trudoden representa el trabajo «medio», y el Estado
fija el valor en trudodni de diversas «categorías» de trabajo
koljosiano ( 4 «categorías» en 1931 —de 0,5 a 2 t—, 9 en
1948, de 0,5 a 2,5): o sea que algunos campesinos trabajan
varias veces más que otros para obtener el mismo númerp de
trudodni. El cálculo, después, del valor de cada trudodni es
complejísimo (no sólo para cualquier campesino, sino tam­
bién para los economistas rusos), hasta el punto de que el siste­
ma parece especialmente concebido para impedir que los* cam­
pesinos puedan comparar sus ingresos con los de otras cate­
gorías sociales, y entre sí (la diferencia entre el valor de los
trudodni puede ir —caso límite, claro está— de 1 a 98 entre
los trabajadores peor pagados y los mejor pagados de dos kol-
joses diferentes, según H. Wronski: Rémunération et niveau
de vie dans le kolkhoz. Le troudoden, París, SEDES, 1957).
En 1966, el Estado decidió dar a los koljosianos una especie
de «mínimo garantizado», calculado sobre la base del salario
de los obreros de los sovjoses, que en principio debía sustituir
al sistema de los trudodni. El sistema actual parece seguir sien­
do muy complicado (sin contar con que la distancia entre «de­
cisiones oficiales» y realidades no es menor que antes). Véase
A. Nove: «La nouvelle politique agricole ... ». Pero parece ha­
ber habido una mejora global de la situación de los campe­
sinos a partir de 1965 (relativa, desde luego: en 1965 el in­
greso medio de la población koljosiana seguía siendo aproxima­
damente un 50 % del de la población urbana ...) .]
256
de 5 0 0 jornadas teóricas equivaldría a 4 0 0 0 ho­
ras, ¡es decir a 52 semanas de 77 horas de tra­
bajo!
El peso de la explotación, tanto medido en tiem­
po de trabajo, com o en producto, es enorm e: es
perfectam ente com prensible que el interés de los
campesinos por la producción sea nulo o incluso
negativo. Como la producción debe sin embargo
aumentar cueste lo que cueste, y sobre todo la pro­
ducción koljosiana (base indispensable de la indus­
tria estatal), es necesario obligar a los koljosianos
a trabajar; y ésa es la base económica de una mons­
truosa burocracia koljosiana: la necesidad de au­
mentar la vigilancia y la coerción sobre la masa
campesina para que produzca para el koljós, o sea
para el Estado. 19
Según algunos cálculos bastante modestos, esa
burocracia tiene un millón de m iembros (presiden­
tes de koljoses, responsables de todo tipo, sustitu­
tos, contables, etc., sin contar los responsables del
partido propiamente dicho, ni las autoridades loca­
les). E sta cifra se ha calculado sobre la base de

19. [La burocracia koljosiana sigue estando formada por


el Presidente y otros elementos (agrónomo jefe, jefe de la con­
tabilidad, etc.) de la administración del koljós. Véase la des­
cripción del «Peasants and officials» en J. F. Karcz ed. Soviet
and East European Agriculture>L.A., U. of California P., 1967,
p. 62-65; y sobre su actitud hacia los campesinos: «Era lógi­
co que hubiera que utilizar órdenes (y amenazas) en vez de
incentivos, puesto que no había incentivos que ofrecer y puesto
que los precios eran una verdadera requisa» (p. 66). Sobre la
ausencia de democracia interna en el koljós, véase Laird: So­
viet Communism and agrarian Revolution, Penguin, 1970, p.
40-41: «No cabe duda de que las decisiones en la granja las
toma el presidente y su equipo. Cuando visité Rusia en 1960,
volví con la impresión de que el presidente del koljós es tan
temido por el campesino ordinario como debían serlo los anti­
guos propietarios zaristas (o sus representantes) antes de la re­
volución» (p. 40 ). Sobre la incapacidad de la dirección de los
koljóses de dirigirlos efizcamente, teniendo en cuenta el ca­
rácter específico del trabajo agrícola, véase Laird p. 86.91
NdT).]

257
4 b u ró cra ta s en p ro m e d io por cad a k o ljó s, en lo s
250 000 k o ljo se s del p a í s . 20 V e a m o s lo que d ic e la
p re n s a o fic ia l:
«C uando se e x a m in a n lo s b a l a n c e s a n u a le s d e u n
k o ljó s , lla m a la a te n c ió n el v o lu m e n de lo s gas­
to s d e a d m in is tra c ió n y d e d ir e c c ió n . E n t r e la s “ u n i­
d ad es" in s c rita s en la s c u e n ta s de p e rs o n a l, se ha­
lla n lo s “ p ro p a g a n d is ta s de la c u ltu ra g e n e r a l’’ , lo s
“ d ire c to re s de isb a s ro ja s ” (c a s a s de p ro p a g a n d a ),
lo s “ a d m i n i s tr a d o r e s ..’ . Todos e llo s d ev o ran buena
p a rte de lo s in g re so s del k o l j ó s ... En 1940, en el
k o ljó s “ E l p o d e r a lo s S o v ie ts ” , e l p e r s o n a l a d m in is ­
tra tiv o ju s tific ó un to ta l de 12 2 8 7 jo rn a d a s de tra ­
b a jo , y 3 7 tra b a ja d o re s g a n a d e ro s, 9 8 2 7 . En e l k o l­
jó s “A u ro ra ” no hay m ás que dos b rig a d a s de tra ­
b a ja d o re s, p ero el n ú m ero de je fe s es ta n g ra n d e
com o en un trust s ó l i d o ... En un k o ljó s de la re­
g ió n d e K u ib ic h e v , q u e tie n e 2 3 5 m ie m b ro s , h a y 48
que ocu p an p u e s to s a d m in is tra tiv o s . C erca de e ste
k o ljó s hay un vado, y adem ás del b arq u ero hay un
“ e n c a rg a d o del v a d o ” . A l h e rre ro se h a a ñ a d id o un
“ en ca rg a d o de la fo rja ” , al a p ic u lto r un “ en ca rg a ­
do de la s co lm e n a s", al p re s id e n te del k o ljó s un
s u s titu to , tre s c o n ta b le s , tre s c a lc u la d o re s , dos je ­
fes de a lm a c é n , e t c ... El m a n te n im ie n to de to d o s
e s to s ó rg a n o s a d m in is tra tiv o s re s u lta d e m a s ia d o caro
al k o ljó s . A v e c e s la s s u m a s p a g a d a s a lo s “ a d m in is ­
tra d o re s ” e q u iv a le n casi a la c u a rta p a rte del to ta l
anual de jo rn a d a s -tra b a jo . F o rz o s a m e n te , e s ta po­
lític a d is m in u y e lo s b e n e f ic io s de lo s ca m p e s in o s del
k o ljó s . F u n cio n a rio s in ú tile s v iv e n de su tra b a jo . . .
Los k o ljo s ia n o s g a s ta n en m a n te n e r a e sto s h o lg a z a ­
nes m ile s y m ile s de jo rn a d a s de tra b a jo , y el tra ­
b a jo de lo s k o ljo s ia n o s h o n ra d o s queda d e p re c ia ­
d o . » 21

20. L . T r o ts k i: La revolución traicionada, p . 1 4 7 .


21. « P r a v d a » , 2 0 d e m arzo y 7 d e a b ril de 1 9 4 1 ; cita d o p o r
G . A le x in sk y , L a Russie révolutíonnaire, P a r ís , A . C olín , 1 9 4 7 ,
p. 1 9 2 -1 9 3 .

258
Sin embargo, un decreto no menos oficial del
21 de abril de 1 9 4 0 estableció que a los dirigentes
del koljós, según la extensión cultivada, se_ les acre­
ditarían de 45 a 9 0 jornadas de trabajo por mes,
es decir entre las 5 4 0 y 1 0 8 0 al año, además de un
salario mensual que oscila entre 2 5 0 y 4 0 0 rublos.
E sto nos da aproximadamente unas 8 0 0 jornadas
de trabajo y 2 4 0 0 rublos al año para los burócra­
tas, mientras que la «prestación media» de un cam ­
pesino era en aquel momento de 2 6 2 jornadas de
trabajo y unos 2 0 0 rublos en m etálico. L a diferen­
cia entre los ingresos de un koljosiano medio y de
un burócrata agrario de poca monta es pues de 1 a
5, a lo que hay que añadir:
a) que la «media» del campesino de que dis­
ponemos se ha calculado seguramente teniendo en
cuenta también los ingresos de los burócratas del
koljós, es decir que Ja media real es inferior a la cal­
culada ;
b) que hemos tenido en cuenta solamente los
ingresos del trab ajo koljosiano, sin contar los de las
parcelas individuales. E s de suponer que también en
este capítulo los burócratas se sirven m ejor que los
demás (las m ejores parcelas y las más grandes, etc.);
c) que, de todos modos, los ingresos del cam pe­
sino representan una renta de trab ajo , mientras que
los de los burócratas son la «rem uneración» de la
delación y del m anejo del látigo.
D ejando aparte la cuestión del reparto de los
ingresos, esa burocracia ejerce, com o en los demás
sectores de la vida del país, una dictadura absoluta.
V eam os lo que dice la prensa rusa:
« ...M u ch o s consejos administrativos de koljoses,
o incluso sus presidentes, infringen el estatuto kol­
josiano y, sin tener en cuenta la opinión de los
m iem bros, gastan el dinero a tontas y a locas. Las
autoridades soviéticas y las organizaciones del par­
tido se han acostu m brad o a estas in fraccion es , sin
darse cuenta qu e d e este m odo, la m ayoría d e los

259
cam pesinos queda al margen de la gestión de los
koljoses . »2223
« ... Actualmente, los soviets de las aldeas se
ven apartados de las cuestiones esenciales de los
asuntos koljosianos y no se ocupan de los problemas
más importantes de la vida económ ica y cultural de
la a ld ea ... Es raro que se convoque a los aldeanos
a las reuniones (de los soviets). Las cuestiones de la
vida de la aldea, sólo en casos excepcionales pueden
ser discutidas por ellos. Los soviets de “sectores" to ­
man cientos y cientos de decisiones, y a menudo ni
siquiera se las comunican a los aldeanos que tendrán
quei ejecutarlas...
No hacen falta comentarios. Se ve claramente
la monstruosidad de la burocracia, apenas velada por
los eufemismos púdicos de sus cronistas (los «fre­
cuentem ente > y los «pocas veces» que habría qu e
traducir por siem pre y nunca). Los rasgos de esa bu­
rocracia agraria son idénticos a los de su hermana
mayor, la burocracia de la industria y del Estado.
L a misma incompetencia, la misma avidez, la mis­
ma necesidad de explotar ilimitadamente al traba­
jador y por lo tanto de esclavizarle. en todos los te­
rrenos. Y la misma imbecilidad: los cientos de de­
cisiones tomadas al margen de los que han de cum­
plirlas. En definitiva, la nueva «élite de la humani­
dad», incluso desde el punto de vista de la eficacia
burocrática, está por debajo de la capacidad de los
sargentos de cualquier ejército burgués.

22. «Pravda», 26 de marzo de 1941; cit. Alexinsky, op. cit.,


P. 192.
23. «Izvestia», 5 de julio de 1941; cit. Alexinsky: Op. cit.,
p. 192-193. (Y en 1965, L. Breznef declara en el Pleno del
Comité Central de marzo de ese año: «No podemos ignorar
el hecho de que en muchos casos no se respeta las bases de­
mocráticas del régimen koljosiano. En una serie de koljoses, la
masa de los miembros del artel se ve excluida de facto de la
discusión y de las soluciones de los problemas de la eco­
nomía del artel». (Discurso citado en I. Mett: Le paysan russe...,
p. 69).]

260
La reacción del campesinado

L o s nuevos privilegiados del cam po se benefi­


cian naturalmente de la explotación ilimitada, de la
dictadura y del terro r impuestos a los trabajadores
agrícolas, pero la inm ensa mayoría del cam pesina­
do odia claro está ese régimen m onstruoso y trata
de luchar contra él con todos los medios a su alcan­
ce.. E l estudio de sus reacciones frente a este nuevo
m odo de explotación presenta un interés extraordina­
rio para la teoría y la política revolucionarias.
E n todos los regímenes y épócas, la reacción del
explotado empieza manifestándose de la misma fo r­
m a: hostilidad frente a la producción, e indiferen­
cia por el resultado de ésta. E sta s reacciones son
tanto más profundas cuanto que el modo de exp lo­
tación separa el resultado de la producción y la re­
m uneración del trabajad or, ya se trate de la esclavi­
tud antigua o del asalariado m oderno. E l salario al
rendim iento, en todas sus formas, ha sido el medio
utilizado por la clase explotadora para tratar de com ­
batir la reacción de «sus» proletarios, reacción que
pone en peligro la existencia misma de la sociedad
de expJotación.
L a distribución del producto de la agricultura
koljosiana, entre el E stad o — tanto en su form a im­
personal de reco lecto r del producto, com o en Ja más
concreta de la bu rocracia koljosiana— y el productor
cam pesino, constituye precisamente en este caso una
especie de «salario al rendimiento», ya que la rem u­
neración del k oljosian o es proporcional a la co se ­
cha, y teóricam ente ésta es función (y lo es en la
realidad, al m enos en parte), de Ja cantidad y cali­
dad del trab ajo que aquel aporta. Quizá sea éste
el síntom a más evidente del peso de la explotación
burocrática sobre el campesinado ruso: el que éste
rehuse de forma constante y obstinada trab ajar en
las tierras del koljós, a pesar de la relación entre
sus ingresos y el resultado de Ja producción k o ljo ­

261
s ia n a (y el que la b u ro c ra c ia haya te n id o que im ­
poner el tra b a jo o b lig a to rio es una p ru eb a m ás de
esa re s is te n c ia ). P ara escap ar en lo p o s ib le a la ex­
p lo ta c ió n b u ro c rá tic a , el c a m p e s in a d o e n c o n tró una
s a lid a e n la e x p lo ta c ió n de la s p e q u e ñ a s p a r c e la s in ­
d iv id u a le s que la b u ro c ra c ia se v io o b lig a d a a de­
ja rle a p esar de su a p la s ta n te v ic to ria en la b a ta lla
d e la « c o le c tiv iz a c ió n » .
E s te ú ltim o fen ó m en o tie n e una ra íz e c o n ó m ic a
in m e d ia ta , que n o se e n c u e n tra en el « b a jo n iv e l d e
la s f u e r z a s p r o d u c t i v a s » , c o m o se h a p r e te n d id o a v e ­
ces, s in o en la e x p lo ta c ió n d e sen fren ad a de la bu­
ro c ra c ia (p u e s to que es el p ro d u c to d ire c to de la
in s u fic ie n c ia de lo s in g re so s de la e x p lo ta c ió n k o l­
jo s ia n a ). Su sig n ific a d o so cia l m e re ce un a n á lis is ,
p o r q u e el m o v im ie n to m a rx is ta h a c o m e tid o m u ch os
e rro re s en la a p re c ia c ió n de e s te p u n to .
Si lo s c a m p e s in o s d e d ic a n una g ra n p a rte de su
tie m p o y su tra b a jo a su s p a rc e la s in d iv id u a le s , es
a cau sa de la e x p lo ta c ió n s in p re c e d e n te s del E s ta ­
do b u ro c rá tic o so b re lo s k o ljo s e s . E s t e fen ó m en o no
tie n e nada que ver con la s « te n d e n c ia s in d iv id u a lis ­
ta s» s u p u e s ta m e n te e te rn a s de lo s c a m p e s in o s , n i se
e n c u e n tra d e te rm in a d o por el « b a jo n iv e l de la s
fu erzas p ro d u c tiv a s » de la e c o n o m ía a g ra ria ru sa.
In clu so en el m a rco de la s f u e r z a s p ro d u c tiv a s e x is ­
t e n t e s e n el p a ís — q u e e s c a p a z , a l fin y al c a b o , d e
p ro p o rc io n a r la s m á q u in a s y abonos n e c e sa rio s a la
e x is te n c ia ra c io n a l d e la s e x p lo ta c io n e s k o ljo s ia n a s " " -,
lo s c a m p e s in o s r u s o s son cap aces de co m p ren d er, y
s in d u d a han c o m p r e n d id o , la s e n o r m e s v e n ta ja s del
c u ltiv o m e c a n iz a d o y e x te n s iv o so b re la e x p lo ta c ió n
tra d ic io n a l p a rc e la ria . P ero esas v e n ta ja s — m ayor
p ro d u c tiv id a d m a te ria l— so n p u ra m e n te te ó ric a s d es­
d e el p u n to de v is ta d e l p ro d u c to r. El m ás a tra sa d o
y re a c c io n a rio de lo s c a m p e s in o s se da cu e n ta d es­
pués de uno o dos años de e x p e rie n cia que la tie ­
r ra , c u ltiv a d a m e c á n ic a m e n te , u tiliz a n d o a b o n o s q u í­
m ic o s y s e m illa s s e le c ta s , da unos re n d im ie n to s su ­

262
periores y exige un trab ajo mucho menor. ¿Pero de
qué le sirven esos rendimientos si una capa explota­
dora acapara esa producción? Supongamos que tra­
bajando 100 jornadas anuales la tierra del koljós,
con métodos m odernos, 1 O campesinos recogen 1 0 0 0
quintales de trigo, y que dedicando las mismas jo rn a­
das a su parcela sólo obtienen 30 cada uno. Aunque
el trabajo en la tierra del koljós haya producido
100 quintales por persona y sólo 30 en la parcela, el
campesino sabe que, una vez deducida la venta obli­
gatoria a1 Estado y a las estaciones de máquinas y
tractores, y «remunerados» los burócratas locales,
de aquella m ilagrosa cosecha no le quedarán sino 2 0
o 2 5 quintales. E n estas condiciones, lo más ren ­
table para él es el trabajo en la parcela individual.
Quizá eche una m irada melancólica a los tractores,
y piense en el buen trabajo que podría hacer con
esas máquinas ... si le dejaran en paz. Y en cuanto
pueda, se irá a su parcela. Sabe, desde luego, que
si no quiere verse deportado ha de trabajar en la
,tierra del koljós; y lo hará, reduciendo su esfuerzo
|al mínimo.
/ Queda por ver cuál es el significado sociológico
del fenóm eno.
No cabe duda de que se trata de una tendencia
objetivam ente retrógrada, aunque esté justificada des­
de e1 punto de vista del interés inmediato del cam ­
pesino e incluso de su conservación «biológica», en
un régimen en que toda reivindicación es imposible.
Pero lo que nos interesa es su papel en el desarro­
llo de la conciencia social y política del cam pesina­
do. Para comprender este problema, exam inarem os
una etapa análoga en la formación de la conciencia
del proletariado.
Al principio de la era capitalista, al percibir la
enorme agravación de la explotación que significa
para él 1a introducción del maquinismo. el proleta­
riado no va inmediata y directamente en busca de
soluciones revolucionarias o «progresistas». Sus pri-

263
m e ra s re a c c io n e s son , con fre c u e n c ia , o b je tiv a m e n te
re a c c io n a ria s : ro m p er la s m á q u in a s o tra ta r de v o l­
ver a la a rte s a n ía , donde cad a uno pueda ser un
p ro d u c to r in d e p e n d ie n te , es d e c ir, la m is m a ilu s ió n
de « v o lv e r a trá s » , la m is m a b ú sq u ed a de una s o lu ­
ció n u tó p ic a , que, m utatis m u ta n d is, el afán de lo s
c a m p e s i n o s k o ljo s ia n o s p o r la e x p l o t a c ió n in d iv id u a l.
S ó lo a tra v é s de una la rg a e x p e rie n cia , en p rim e r
lu g a r del c a rá c te r in e v ita b le de la in tro d u c c ió n del
m a q u in is m o c a p ita lis ta en la p ro d u c c ió n , y lu e g o de
la p o s ib ilid a d de u tiliz a r e s te m a q u in is m o p re c is a ­
m e n te p a r a a b o lir la e x p lo ta c ió n , s ó lo cu an d o la c la ­
se o b re ra se da cu e n ta de que no se puede v o lv e r
a trá s y de que, ad em ás, no es n e c e s a rio si se q u ie ­
re lim ita r o a b o lir la e x p lo ta c ió n , s ó lo e n to n c e s
— cu an d o co m p ren d e a un tie m p o la n e c e s id a d del
c a p i t a l i s m o y la p o s ib ilid a d d e s u a b o l i c ió n — , e m p i e ­
za la c la s e a c o lo ca rse en un te rre n o re v o lu c io n a rio .
En cie rto m odo, puede d e c irs e lo m is m o del cam ­
p e s in a d o , a m e d id a q u e el m a q u in is m o y el c a p ita lis ­
m o b u ro c rá tic o se in tro d u c e n en la a g ric u ltu ra .
El e s tu d io de la fo rm a c ió n de la c o n c ie n c ia de
c la s e del ca m p e sin a d o d u ra n te ese p ro ceso cae fu e­
ra de n u e s tro o b je to , p ero vam os a ju s tific a r la ana­
lo g ía que hem os h ech o en dos p u n to s fu n d a m e n ta ­
le s, lo q u e n o s p e rm itirá adem ás c r itic a r c ie rta s con ­
c e p c io n e s erró n e a s so b re el a s u n to fre c u e n te s en el
m o v im ie n to re v o lu c io n a rio .
P ara que la e v o lu c ió n del c a m p e s in a d o sig a el
cu rso que h em o s in d ic a d o , o sea desem b oq u e en una
a c titu d re v o lu c io n a ria , h ace fa lta p rim e ro que se dé
c u e n ta del c a rá c te r in e v ita b le de su s itu a c ió n ; que
una e x p e rie n c ia la rg a y ad ecu ad a le p ru eb e que es
ilu s o ria to d a te n ta tiv a de v o lv e r a trá s ; y p ara e llo ,
que ese re tro c e s o sea re a lm e n te im p o s ib le , es d e c ir
que quede e x c lu id a la re s ta u ra c ió n de un c a p ita lis ­
mo « p riv a d o » . Es n e c e s a rio adem ás que la o tra so­
lu c ió n , la s o lu c ió n re v o lu c io n a ria , le p arezca p o s i­
b le . E s to im p lic a que el p ro g reso té c n ic o y el de­

264
sarrollo de las fuerzas productivas continúen, y que
el cam pesinado vea claram ente la inutilidad y el pa­
rasitismo de la clase dominante.
V eam os brevem ente este segundo aspecto de la
cuestión. Las fuerzas productivas siguen desarrollán­
dose, en la agricultura como en las demás ramas de
la producción. M ientras exista una lucha entre las
diferentes clases dominantes, éstas se verán obliga­
das a seguir aplicando el progreso técnico a la pro­
ducción, aunque sea de manera contradictoria e irra­
cional, ya que lo que está en juego es su existencia
misma. En ese desarrollo, el carácter parásito de la
clase dominante puede presentarse cada vez más
claram ente a los ojos de los productores.
Pero el otro aspecto del problema (dem ostrar la
imposibilidad de volver atrás, de restablecer el m o­
do tradicional de explotación de la tierra) es el que
m erece más atención. E sa dem ostración, Stalin la
efectuó espectacularm ente en tres ocasion es: duran­
te la primera batalla sangrienta de la «colectiviza­
ción» ( 1929), con el establecim iento del trabajo
obligatorio en los koljoses (1 9 3 9 ), y con la expro­
piación de los cam pesinos más acom odados median­
te la «reform a m onetaria» que sirvió para arreba­
tarles el ahorro que habían acum ulado durante la
guerra ( 1947). E n los tres casos, la fam osa «lucha
entre las tendencias privadas y la econom ía estatal»
term inó con la victoria aplastante de esta última/424

24. [La primera fase (colectivización) fue sin duda alguna


la más importante. Sobre su significado social, véase Ciliga: Op.
cit., p. 57-71, y el comentario de Lefort [1950], op. cit., p. 93­
94. Como nunca se insistirá bastante en que el capitalismo
burocrático, como el capitalismo burgués, «viene al mundo
chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies
a la cabeza» (El Capital, I, 7, XXIV), conviene recordar cuál
fue su precio en vidas humanas: unos 12 millones según Mett
(op. cit, p. 41), o sea un poco menos que la segunda guerra
mundial, un mínimo de 7 millones entre el hambre y la depor­
tación antes de 1937 según Conquest (The Great Terror, p.
710). Véase algunos de los aspectos de pesadilla de su his-

265
E sa victoria era inevitable. E n su lucha con!ra
las reacciones «individualistas» de los campesinos, la
burocracia estatal dispone, tanto en el terreno eco­
nómico como en el político y en el social, de armas
que ponen al pequeño productor a su merced. T od a
la dinámica de la econom ía m oderna garantiza a la
burocracia, personificación del capital centralizado,
su victoria sobre la pequeña explotación individual.

toria (a través de documentos oficiales, los archivos de Smo-


lensk capturados por los alemanes, y más tarde por los ameri­
canos) en el cap. 12 de Smolensk.. . de Fainsod. Sobre sus efec­
tos económicos en la agricultura soviética, véase las siguientes
cifras —conocidas desde hace mucho tiempo, pero admiti­
das ahora por los economistas soviéticos—, que no necesitan
comentario alguno:
1928 1929 1930 1931 1932 1933 1934 1935
Ganado bovino
(millones de toneladas) 73.3 71,7 83,5 69.5 69,6 68,4 47,6 75.0
Cosecha de cereales
(millones de cabezas) 70,5 67 ,l 52,5 47,9 40,7 38,4 42.4 49.3
Porcino 26,0 20.4 13,6 14,4 11,6 12.1 17,4 22.6
Ovino y caprino 146,7 147,0 108,8 77,7 52,1 50,2 51,9 61,1
(Fuente: Moshkov: Zernovaya problema v gody sploshnoi
kollektivizasii, Moscú, 1966, p. 266, citado en Nove: An Eco-
nomic p. 186).
Es evidente que la colectivización era una necesidad polí­
tica «objetiva» si la burocracia quería asegurar su poder en
el campo, o sea sobre la mayoría de la población soviética de la
é^xa (véase sobre los límites de ese control y la discusión so­
bre las «agrociudades» Lefort [1956], op. cit., p. 160-164 y
Mett, op. cit., p. 55-59). Que fuera una necesidad económica
«objetiva» desde el punto de vista de la industrialización ha
sido enormemente discutido estos últimos años. Véase J. F.
Karcz: «Thoughts on the Grain Problem», Soviet Studies, vo­
lumen 18, 4, abril 1967, p. 162-197; J. R. Millar: «Soviet Ra-
píd Development and the Agricultural Surplus Hypothesis»,
ibid, vol. 22 , 1, julio 1970, p. 77-93; J. M. Millar y C. A. Gunt-
zel, «The Economics and Politics of Mass Collectivization Re-
considered» [crítica de la obra de M. Lewin], Exploration in
Economic Historie, volumen 8, 1, 1970, p. 103-116. El ar­
tículo de Karcz muestra cómo casi todas las decisiones en ese
terreno de la dirección estalinista entre 1926 y 1929 fueron
tomadas sobre ta base de datos estadísticos falsos o mal inter­
pretados. (NdT).]

266
E sto debiera ser evidente para un m arxista. Sin
em bargo, desde los primeros años de la revolución
rusa, Lenin adoptó en este asunto una posición erró­
nea, y su interpretación, al ser recogida después por
T rotski y la oposición de izquierda, fue una fuente
de errores constante para el movimiento de vanguar­
dia, impidiéndole apreciar correctam ente tanto el
porvenir com o la naturaleza del E stad o ruso.
Pondrem os com o ejemplo una de las muchísi­
mas citas de Lenin que pueden encontrarse sobre el
tem a: «L a dictadura del proletariado es la guerra
más abnegada y más implacable de la nueva clase
contra un enem igo más poderoso, contra la bur­
guesía, cuya resistencia se ve decuplicada por su
derrocam iento (aunque no sea más que en un país)
y cuya potencia consiste no sólo en la fuerza del ca­
pital internacional, en la fuerza y la solidez de los
vínculos internacionales de la burguesía, sino, ade­
más, en la fuerza de la costumbre, en la fuerza de
la pequeña producción. Porque, por desgracia, que­
da todavía en el mundo mucha, muchísima pequeña
producción, y la pequeña producción engendra capi­
talismo y burguesía constantemente, cada día, cada
hora, de modo espontáneo y en m asa.25
E n lo que se refiere a Trotski, casi no hace fa k
ta recordar que consideraba toda la historia del de­
sarrollo social en Rusia desde 1921 (en la medida
en que dicho desarrollo venía determinado por fac­
tores indígenas) com o debido a la presión continua
que los elem entos que trataban de restaurar el ca ­
pitalismo privado (kulaks y nepmen) ejercían sobre
las «formas socialistas de la propiedad estatal». E l
dominio de la burocracia venía a ser en definitiva
una posición de equilibrio entre las dos «fuerzas
fundam entales»: el proletariado urbano y los elem en­
tos burgueses de la ciudad y del cam po. L a base eco­

25. Véase a I. Lenin: «La enfermedad infantil. ..», OE, t.


3, p. 353.
267
nómica de esta concepción era la idea de Lenin se­
gún la cual Ja pequeña producción «mercantil» en­
gendra constante e inevitablem ente el capitalismo.
Sin embargo, esta idea es falsa; al menos si se
la generaliza así. La pequeña producción mercantil
existe desde hace miles de años, mientras que el ca­
pitalismo no ha aparecido hasta estos últimos si­
glos. E s evidente que tal producción no es capaz
por sí sola de conducir al capitalism o, y que se 'ne­
cesitan otras condiciones. Estas son — además de un
cierto nivel de las fuerzas productivas— , la existen­
cia de la fuerza de trabajo com o m ercancía, la po­
sibilidad de apropiación privada de los medios de
producción esenciales, y la existencia de un capital
— es decir, de una suma de valores suficientemente
grande para producir una plusvalía— como propie­
dad privada. Son precisamente estas condiciones de­
cisivas para pasar de la pequeña producción m ercan­
til a la producción capitalista — condiciones que
aquélla no sólo no crea autom áticam ente, sino que,
por medio de su propia reglam entación, tiende a
impedir que aparezcan, como lo demuestra la histo­
ria de la producción artesana en Europa occidental— .
son precisamente esas condiciones esenciales las
que faltan en Rusia. La fuerza de trabajo no existe
ya com o m ercancía, puesto que el Estado posee el
m onopolio exclusivo de la com pra de esa « m ercan­
cía», y por lo tanto de su empleo productivo, y sólo
él puede emplear el trabajo «asalariado» en la pro­
ducción. La posibilidad de apropiación de los me-26

26. Ha hecho falta la perspicacia de todos los «dirigen­


tes» de la IV Internacional reunidos en Congreso mundial pa­
ra descubrir que, actualmente, en Rusia «es cada vez mayor
la contrata privada de asalariados, tanto en las ciudades como
en el campo [ ...], pero su función sigue limitándose a la sa­
tisfacción privada de las necesidades de consumo de los ele­
mentos privilegiados y a una producción artesana para el
mercado». ( Documents et Résolutions du He Congres Mon-
dial de la IV Internationale, París, 1948, p. 29). De la impor­
tancia de la plusvalía arrancada al personal doméstico en la

268
dios de producción no existe tam poco, ni la de reu­
nir los valores necesarios para com prar m áquinas,
m aterias primas y fuerza de trabajo — o sea todo
lo que se necesita para poner en m archa una em ­
presa capitalista— . Por lo tanto, todo el excedente
de valores que un individuo puede, de una form a u
otra, reunir, sólo puede atesorarse; lo que está ex­
cluido es la acum ulación productiva individual, sal­
vo en límites muy estrechos que el E stad o vigila
atentam ente.
Pero la idea que criticam os contiene un error
aún más profundo. N o sólo las condiciones funda­
m entales para pasar de la pequeña producción mer­
cantil a la producción capitalista privada no existen
en R u sia, sino que el dinamismo, el autom atism o
propio de la econom ía, condena cada día más a la
pequeña producción y favorece al capital centrali­
zado. Se puede discutir interm inablem ente sobre
las relaciones entre la simple producción m ercantil
y el capitalism o naciente. Pero no estam os en el si­
glo x v ii ni en el x v iii, sino a m ediados del siglo
xx. E l capitalism o actual no es un capitalism o na­
ciente; es un capitalism o que empieza a desbordar
la etapa de la concentración m onopolística y a apro­
xim arse a la concentración integral de la produc­
ción a escala mundial. D ejem os un m omento el caso
ruso y pensem os en lo que es un país capitalista tí­
pico. Supongam os que alguien pretendiera demos­
trarnos que Ford y la General M otors están am e­
nazados por los garagistas que reparan automóviles
en los Estados Unidos, y que el E stad o norteam e­
ricano no representa en realidad los intereses de los

a c u m u la c ió n d e ! c a p ita l, m á s vale n o h a b la r ; e n c u a n t o a la
p ro d u c c ió n a rte s a n a q u e em p lea a s a la ria d o s ( ¿ d ó n d e ? ¿ c u á n ­
d o ? ¿ c u á n t o s ? ), p ié n s e s e e n la a m e n a z a q u e d e b e r e p r e s e n ­
ta r p a ra un trust e s ta ta l d el ca lz a d o el te m ib le E fra im E fra im o -
v itc h , v o ra z z a p a te r o d e D o u ra k in o v o , c o n su s d o s a p re n ­
d ice s.

269
F o rd y lo s M o rg a n , s in o un « e q u ilib rio , e n tre é sto s
y lo s m ile s de g a ra g is ta s , z a p a te ro s , e tc .. ¿Q u ié n le
to m a ría en s e rio ?
En R u s ia no s ó lo e x is te n « m o n o p o lio s » , sin o un
s o lo m o n o p o lio g ig a n te sco que d is p o n e de to d o , ca­
p ita l, m a te ria s p rim a s , fu erza de tra b a jo , c o m e rc io
e x te rio r; que al id e n tific a rs e con el E s ta d o se h a lla
por e n c im a de to d a le y ; que puede e x p ro p ia r, m a­
ta r, d e p o rta r, g u ia d o ú n ic a m e n te por lo s in te re s e s
de una cap a d o m in a n te cu ya e x is te n c ia m is m a e s tá
u n id a in d is o lu b le m e n te a ese m o n o p o lio u n iv e rs a l.
D e s d e u n p u n to d e v is ta p u ra m e n te e c o n ó m ic o , ¿ c u á l
es la re la c ió n d e fu erzas e n tre e s e m o n o p o lio u n iv e r­
sal y c u a lq u ie r a g ru p a c ió n de pequeños p ro d u c to re s
in d iv id u a le s ? ¿N o e s tá p e rfe c ta m e n te cla ro que és­
to s e s tá n irre m e d ia b le m e n te con d en ad os?
L e n in y T ro ts k i v ie ro n c la ra m e n te q u e la re v o lu ­
c ió n ru sa, a is la d a , c o rría p e lig ro s m o rta le s , que po­
d ía n lle v a r a la re s ta u ra c ió n de un ré g im e n de ex­
p lo ta c ió n ; p ero se e n g añ aro n al creer qu e. la fu e n te
de ese p e lig ro era p re c is a m e n te la e x is te n c ia de m i­
llo n e s de pequeños p ro d u c to re s in d e p e n d ie n te s , fe­
nóm eno que ha p e rd id o su im p o r ta n c ia h a s ta en lo s
p a íse s c a p ita lis ta s , donde ta le s p ro d u c to re s « in d e ­
p e n d ie n te s » se e n c u e n tra n e x p lo ta d o s , d ire c ta o in ­
d ire c ta m e n te , p o r el c a p ita l c e n tra liz a d o . N o p re v ie ­
ro n — y T ro ts k i se negó h a s ta el fin a v erlo — que
el v e r d a d e r o p e lig ro e s ta b a en la b u ro cra cia y no en
lo s k u la k s , que en re a lid a d fu ero n u tiliz a d o s com o
e jé rc ito de re se rv a , en la p rim e ra fase de la lu c h a
de la b u ro c ra c ia c o n tra el p r o le ta r ia d o . L a b u ro cra­
c ia , d esp u és de ven cer en e s ta lu c h a — la ú n i c a que
te n ía im p o rta n c ia h is tó ric a — , se v o lv ió c o n tra lo s
pequeños p ro d u c to re s « in d e p e n d ie n te s )) p ro b á n d o le s
b r u ta lm e n te q u e su « in d e p e n d e n c ia » p e r te n e c ía a l s i­
g lo x ix , com o la s d ilig e n c ia s y lo s arad o s de m a­
d era.
C o n v ie n e a ñ a d ir a lg u n a s p r e c is io n e s s o b r e el sig ­
n ific a d o d el m e rc a d o k o ljo s ia n o en ese c o n te x to . E s e

270
mercado está completamente subordinado a la eco­
nomía estatal. En primer lugar, debido al monopolio
que tiene el Estado sobre las condiciones de la pro­
ducción agrícola (maquinaria, abonos, productos de
consumo, tiempo de trabajo, precio y cantidad de la
entrega obligatoria de productos agrícolas, y en de­
finitiva la tierra misma). La mayoría de los factores
que dependen completamente del Estado intervie­
nen de modo permanente y permiten a la burocracia
ejercer un control constante de la evolución de la
economía rural: el precio de la cosecha, por ejem­
plo, o la cantidad a entregar, o el precio de los pro­
ductos de consumo. Otros factores actúan a largo
plazo. y el Estado los utiliza menos: aumento del
tiempo de trabajo obligatorio en la tierra del koljós,
por ejemplo, que permite limitar la producción de la
que puede disponer el campesino y aumentar la que
está a disposición del Estado. Por último, si una si­
tuación crítica lo impide, el Estado puede recordar
su «propiedad» de la tierra y enviar de nuevo unos
cuantos millones de campesinos a Siberia. Entre to­
dos estos factores, el que suele ser decisivo es que el
Estado posee existencias de productos agrícolas muy
importantes (al menos un 40 % de la producción),
con las que puede ejercer una presión irresistible so­
bre el mercado.
Por lo tanto, ese mercado tiene límites muy es­
trictos que le impiden poner en peligro lo esencial
de la economía burocrática. En cuanto a su significa­
do social, es el de un intercambio entre las capas
más favorecidas de los koljós y la burocracia urba­
na; esas capas son prácticamente las únicas que dis­
ponen de un excedente de productos, o de dinero,
para poder participar en él.

Significado histórico del sistema koljosiano

Ya vimos que la contradicción fundamental de

271
todo sistem a moderno de explotación se expresa con
sin igual claridad en el m arco de la explotación k o l­
jo sian a: la tendencia de la b u ro cracia explotadora
a llevar al m áxim o, tanto la producción como la ex­
plotación, provoca el desinterés de los productores
ante la producción.
E n e] caso de la agricultura rusa, esta reacción
se m anifiesta sim ultáneam ente por la actitud nega­
tiva de los cam pesinos frente a la producción k o ljo ­
siana y por su repliegue hacia las pequeñas explota­
ciones individuales. E l resultado suele ser un des­
censo de la productividad del trabajo agrícola (o de
todas form as, en la etapa actual, un aumento de esa
productividad que no es proporcional al capital em­
pleado, a los nuevos m étodos de cultivo, etc.), y por
consiguiente, una disminución del excedente directa
o indirectam ente a disposición de la burocracia. A
esta situación la b u ro cracia sólo puede responder con
medidas burocráticas en el sentido m ás profundo de
la p a la b r a : medidas policíacas,, establecim iento o in­
crem ento del trabajo obligatorio, aumento del por­
centaje de producción que se reserva, instalación en
los k oljoses de una capa bu rocrática cuya función es
«dirigir» y tratar de hacer rendir el máximo a los
productores. Pero todas estas medidas son perfecta­
mente contraproducentes: no h acen sino reforzar la
convicción de los productores de que la producción
no es algo suyo, y por lo tanto dism inuir su esfuer­
zo productivo. A dem ás, el consum o improductivo de
la bu rocracia del koljós y el derroche orgánico que
suscita en la esfera m ism a de la producción son una
razón suplem entaria pero nada desdeñable de la li­
m itación del excedente a la disposición de la bu ro­
cracia central. A esta nueva lim itación, la burocra­
cia responde con una opresión y una explotación
m ayores — y así sucesivam ente— . E l único resultado
que puede alcanzar en último térm ino esa espiral
absurda, característica de un régim en de explotación

272
integral, es el estancam iento de la eco n o m ía.27 La bu­
ro cracia se da perfectam ente cuenta de ello, y las
medidas que constantem ente tom a contra sí mis­
ma 28 no se explican únicamente por las necesidades
de la demagogia (que juegan un papel, desde lue­
go). L a burocracia central no sólo es consciente de
la profunda in eficacia de todas estas *medidas a in­
crem entar la producción, sino que trata adem ás de
lim itar en todo lo posible la autonom ía y Jos ben e­
ficios de las capas burocráticas inferiores y periféri­
ca s; y esto, las capas burocráticas k oljosian as lo son
por definición. C om o en todos los regím enes de ex­
plotación, se m anifiesta aquí una oposición entre el
E stad o, expresión general y abstracta de la clase do­
m inante, y los intereses inmediatos y cotidianos de
cad a m iem bro de dicha clase. Pero esa lucha de la
b u ro cracia contra algunas de sus características más
profundas no puede tener ningún resultado decisi­
vo. L a explotación desenfrenada que la burocracia
k oljosian a e jerce sobre los cam pesinos, en su benefi­
cio propio, se basa en los poderes discrecionales de
que dispone para obligarles a producir. L a explota­
ción «exagerada» y los poderes discrecionales van
unidos, y no se puede limitar la prim era sin abolir
los segundos. Y éstos no . pueden suprimirse porque
son el único facto r que puede obligar a los cam pesi­
nos a trab ajar en el koljós. L a contradicción es in­
soluble y la única apariencia de solución es el su-
percontrol bu rocrático de la bu rocracia sobre la bu­
ro cra cia : ésa es la raíz económ ica principal de la
om nipotencia del G P U .
¿Cóm o caractérizar el papel histórico de la bu­
rocracia en la agricultura? Esta cuestión es tanto
más im portante cuanto que, con la única excepción
de C hecoslovaquia, la burocracia ha tom ado el po­

27. Si e s e ré g im e n se re a liz a ra a e s c a la u n iv e rs a l.
28. L o s t e x t o s q u e hem os c ita d o de la p re n s a r u s a y las
leyes an aliz a d a s p o r P e re g rin u s : Loe. cit., p. 6 -8 , son b u e n o s
e je m p lo s .

273
der en países donde la agricultura era la ocupación
de la m ayor parte de la población y la fuente esen­
cial de la renta nacional (R usia, países satélites eu­
ropeos, China).
Puede decirse que ese papel ha sido llevar la
con cen tración en la agricultura hasta los límites com ­
patibles con el régimen de explotación integral de
los productores, y — lo que va unido con este pri­
mer elem ento— acelerar el desarrollo de las fuer­
zas productivas en el cam po. De modo muy general,
puede también decirse que la bu rocracia no ha h e­
cho sino continuar la tarea de la burguesía capitalis­
ta, desarrollando y concentrando las fuerzas produc­
tivas, precisam ente en los países donde la burgue­
sía no había sido capaz de llevarla a cabo. Pero esta
función, la burocracia la realiza en un período de­
term inado, de decadencia mundial del capitalismo,
en que el desarrollo de las fuerzas productivas tien­
de a disminuir, y el triunfo de la concentración se
expresa a menudo de modo indirecto y oblicuo. E sta
influencia de la decadencia general del capitalismo se
manifiesta de un modo especial en la agricultura;29
y no es casual que la transform ación que aquí im­
pone la burocracia haya sido y vaya a ser la más con ­
siderable de las que ha realizado. L a burguesía nun­
ca consiguió llevar a un ritm o tan rápido la expro­
piación total de la mayoría de los productores di­
rectos, la introducción de procedim ientos industria..
les de cultivo, la concentración de las explotaciones
agrícolas y la centralización universal de su control
y gestión, el éxodo en masa de los campesinos ha­
cia la industria urbana. Nunca tam poco se pagó el
desarrollo de las fuerzas productivas con tanto su­
dor, lágrim as y sangre, ni el peso de la explotación
y de la opresión de los trabajadores fue tan terri­
ble.

29. Durante el siglo pasado, el desarrollo de la produce


ción agrícola fue inferior al de cualquier otro sector económico.

274
L a estructura koljosiana en la producción agra­
ria es el instrum ento que permite a la burocracia lle­
var a cabo esa transform ación. El poner al descu­
bierto el vínculo de necesidad, que existe entre la
burocracia y el sistem a koljosiano, nos permitirá dar
un contenido concreto a la idea que hemos expuesto
antes, es decir que el papel de la burocracia en la
agricultura es la realización de la concentración has­
ta los límites com patibles con la explotación integral
de los trabajadores.
E n la industria, el único límite de la concentra­
ción es la concentración total del capital social en
m anos de un solo grupo dominante. L a gestión del
conjunto de la producción se identifica en ese m o­
m ento, desde el punto de vista económ ico, a la de
una empresa única, cuyos diferentes sectores de pro­
ducción son com o talleres distribuidos en el espacio.
E ste proceso de concentración im plica una enorme
racionalización desde el punto de vista de la clase
dominante. E l obstáculo esencial a esta racionali­
zación es un obstáculo interno, y proviene de que la
producción se basa en la explotación y que una o r­
ganización racional de la producción es imposible
para una clase explotadora, ajena a los productores,
y en último térm ino enajenada también, y ajena a la
producción.
Este razonam iento en cuanto a la posibilidad de
la concentración total de la producción industrial no
vale para 1a agricultura. Como dijimos, el sistema
koljosiano es un intento de conservar un cierto inte­
rés de los productores por la producción «colectiva»,
al hacer que su remuneración esté en función de la
cosecha, es decir de la producción. E n la industria
encontram os tam bién la misma cosa (salario según
rendimiento), pero en este caso su alcance es mu­
cho menor. L as posibilidades de controlar, tanto la
cantidad com o la calidad del trabajo, son mucho
mayores, y por eso desempeñan el establecim iento
en normas y la vigilancia de su cumplimiento un pa­

275
pel fundamental en la industria. E n la agricultura ese
tipo de control es casi im posible. L as operaciones
productivas se realizan en un espacio extenso, en el
que tra b a ja un pequeño número de productores dis­
persos, no un gran núm ero de éstos encerrado entre
las cu atro paredes de un taller. Ni la cantidad ni la
calidad del esfuerzo y de su resultado aparecen in­
m ediatam ente, com o sucede en la industria, sino va­
rios m eses después. L a producción no tiene lugar en
condiciones artificiales, estabilizadas e idénticas, c o ­
mo en la industria, sino varios m eses después. La
producción no tiene lugar en condiciones artificia­
les, estabilizadas e idénticas, com o en la industria, si­
no independientes de toda voluntad humana, que
cam bian sin cesar, y frente a las cuales el productor
tiene que hacer uri esfuerzo de adaptación con stan ­
te. T o d o s estos factores hacen prácticam ente im po­
sible ejercer un control total del tra b a jo del campe­
sino, a m enos de poner a un vigilante detrás de c a ­
da trabajad or. Por eso, en un régim en que lleva la
explotación al lím ite, y que no puede contar con la
cooperación voJuntaria de los trabajad ores, es casi
im posible transform ar a los cam pesinos en asalaria­
dos. E n tre ellos y el resultado de la producción hay
que crear un lazo especial que les impida desinte­
resarse com pletam ente del resultado, aunque se lle­
ve el E stad o la parte principal — extensible a vo­
luntad— de Ja producción.
D esd e ese punto de vista, la form a koljosiana,
no en tal o cual detalle m enor, pero sí en esencia,30

30. Es evidente por ejemplo que la existencia de parce­


las individuales que los koljosianos cultivan por su cuenta es
algo accesorio. no esencial, para el sistema. Su aparición está
unida a una determinada relación de fuerzas entre la burocra­
cia y los campesinos (cuando la resistencia pasiva de éstos es
lo suficientemente grande como para arrancar a la burocracia
tal concesión), por un lado, y por otro a un determinado nivel
de las necesidades de acumulación de la burocracia. El esta­
blecimiento del trabajo obligatorio en los koljoses fue una pri­
mera modificación del estado de ambos factores. Si otros fac-

276
tiende a constituir la forma natural y orgánica de
explotación de los campesinos en el marco del capi­
talismo burocrático, y, al mismo tiempo, una forma
límite de la concentración y la racionalización de la
producción agraria compatible con la explotación ili­
mitada del trabajo.

Nota final (1973)

Los datos estadísticos, etc., del texto son evi­


dentemente los de la época, pero lo dicho aquí si­
gue siendo, en lo esencial, exacto: véase por ejem-
. plo el fracaso catastrófico de la cosecha de cereales
de 1972. Después de medio siglo de «socialismo»,
Rusia ha tenido que comprar, in extremis . 20 mi­
llones de toneladas de trigo a los Estados Unidos,
mientras que los países capitalistas dan subvencio­
nes a los agricultores para que no produzcan trigo.
Las «estaciones de máquinas y tractores» han
sido suprimidas ulteriormente. En La Russie apres
l'industrialisation analizaré los innumerables inten­
tos de «reforma» con los que la burocracia trata
de resolver el problema de la producción agrícola .

tores no interrumpen esa evolución —como es casi seguro que


ocurrirá— , la burocracia se verá obligada a integrar comple­
tamente las parcelas y el tiempo de trabajo de los campesi-
ios en la economía koljosiana.

277
A p é n d ic e

L a r u p t u r a c o n e l t r o t s q u is m o ( 1 9 4 6 -1 9 4 9 )
So b re el r é g im e n d e la U R S S y
c o n t r a su d e fe n s a 1

A las dificultades propias de la política revolu­


cionaria, o sea esencialm ente la lucha contra los
instrum entos directos de la dom inación burguesa
(E stad o y partidos burgueses), han venido a añadir­
se desde hace ya tiem po las creadas por una nueva
tarea no menos fundam ental: la lucha contra los
propios partidos form ados por la clase obrera para
liberarse y que, de un modo u otro, la han traicio­
nado. Este proceso de corrupción perm anente de las
cúspides de las organizaciones ha llegado a cobrar
tal im portancia, que es imposible elaborar hoy en
día una política revolucionaria coherente y eficaz
sin tener un concepto claro de su naturaleza y de
su dinámica. La experiencia fundam ental al res­
pecto puede resum irse a s í .p a r a la socialdem ocra-
cia, creada en una época en que proletariado y bur­
guesía eran las únicas fuerzas o polos, las únicas
fuentes de poder autónom as en la escena política,
traicionar sólo podía querer decir una c o sa : pasar
a] otro cam po, siguiendo una política cada vez más
abiertam ente burguesa. El estalinism o, al contrario,
aun cuando haya traicionado m onstruosam ente la re­
volución proletaria, tiene sin em bargo una línea po­
lítica independiente y una estrategia autónom a, opues­
ta tanto a la de la burguesía com o a la del prole­
tariado. ¡,A qué se debe ese fenóm eno, y cóm o pue­
den salvarse los obstáculos que crea a la revolución?
T o d o , absolutam ente todo, en el m om ento actual.

l. Bulletin intérieur del P.C.I. [Partido Comunista Inter­


nacionalista ( trotsquista) francés], n.° 31, agosto de 1946.

281
depende de una solución co rrecta de ese proble­
ma. P ero para que esa solución sea posible, hay que
partir de un análisis realista y desprovisto de todo
prejuicio doctrinario de la sociedad en la que el es-
talinism o ha conseguido realizarse plenamente, y de
donde saca lo esencial de su fuerza y dinámica po­
líticas — o sea de la sociedad soviética.

1. L a so c ied a d s o v ié t ic a

a) L a en on om ia

No cabe duda de que para com prender la socie­


dad soviética hay que em pezar por analizar sus
bases económ icas, pero tam poco hay que olvidar
que para estudiar esas bases es indispensable aban­
donar todo form alism o jurídico. Y a que hay quien
cree haber dicho lo esencial sobre esa econom ía con
m encionar simplemente la nacionalización y la pla­
nificación, que son desde luego sus rasgos domi­
nantes; y después, sin preguntarse qué significado
real han adquirido esos rasgos en el conjunto dia­
léctico de la vida social soviética, señala los pun-
tbs correspondientes del program a socialista y pro­
clam a triunfalm ente que, al fin y al cabo, en la eco ­
nom ía soviética subsisten bases socialistas. Un seu-
dorazonam iento de ese tipo, en el que se olvida que
en m uchos casos las realidades sociales y económ icas
no coinciden con la fórm ula ju ríd ica que se les apli­
ca, hubiera llevado por ejem plo en otras circunstan­
cias a ver en la dem ocracia burguesa — impostura
tantas veces denunciada, con toda razón, por Len in —
la perfecta encarnación de la igualdad entre ciuda­
danos; hubiera perm itido tam bién ignorar la explo­
tación en la propia sociedad capitalista, puesto que
el derecho burgués finge no saber lo que son las

282
palabras capital, plusvalía, etc.; nos haría retroce­
der del análisis m aterialista de M arx al juridicism o
de los clásicos y del siglo x v iii .
E n el estudio de la economía soviética, com o en
el de cualquier otra econom ía, de lo que se trata es
de saber cóm o se efectúan, a través y más allá del
disfraz jurídico, la producción y la distribución — en
otras palabras: ¿quién dirige la producción y, por
consiguiente, posee el aparato de producción, a quién
favorece el funcionam iento de ese aparato?
Las categorías sociales fundamentales que parti­
cipan en el proceso económ ico son: a) el proleta­
riado, formado por el conjunto de los trabajadores
encargados únicamente de tareas de ejecución sim­
ples; b) una «aristocracia obrera:. com puesta por el
conjunto de los trabajadores calificados; e) la buro­
cracia, que agrupa a los que no participan en tareas
y asumen la dirección del trabajo de las otras cate­
gorías. Desde luego, com o en cualquier otro siste­
ma, a veces los límites entre esas categorías no son
muy precisos.
Aunque la base de esa distinción sea esencialm en­
te un criterio técnico, esa base técnica es insepara­
ble de sus consecuencias económ icas, sociales y po­
líticas. Y a que en esa distinción se funda en la U R S S
la solución dada a los dos problemas capitales que
debe resolver toda organización eco n ó m ica: el pro­
blem a de la dirección de la producción y el de la
distribución.
1. La dirección de la producción está confiada
únicamente a la burocracia. Ni la «aristocracia obre­
ra» ni el proletariado participan en modo alguno en
esa dirección. H asta en el seno de la burocracia, se
efectúa de modo dictatorial, concediendo al buró­
crata medio un margen de iniciativa sum am ente li­
m itado en la realización de la parte del plan que
corresponde a su sector. Esto en cuanto a la form a.
Nos ocuparem os después del fondo, o sea de las
orientaciones que impone la cúspide burocrática al

283
proceso económ ico y de los postulados, conscientes,
inconscientes o impuestos por las circunstancias, que
dictan esas orientaciones.
2 . Las condiciones para que opere la ley del
valor (principalm ente propiedad y apropiación pri­
vadas, ' rentabilidad separada de cada em presa, m er­
cado libre, etc.) no existen en la econom ía sovié­
tica. P or otra' parte, la planificación, combinada con
Ja estatificación, del conjunto de la vida económ ica,
hacen que el « automatism o» de los mecanismos re­
guladores de la econom ía capitalista haya sido sus­
tituido, en térm inos muy generales, por la dirección
humana consciente de la econom ía. Puede decirse
por lo ta n to ' que lo que queda de la ley del valor
en la econom ía soviética es tam bién una form a muy
general: que el valor del conjunto de los productos
es igual a la suma de trabajo abstracto socialmente
necesario para su producción. Pero, exceptuando ese
punto, la distribución, y por lo tanto los salarios,
pueden ser fijados de modo arbitrario por la buro­
cracia; esa decisión arbitraria sólo choca con dos
límites objetivos: por lo que respecta al trabajo sim­
ple, el salario no puede ser inferior a un mínimo
vital (límite por lo demás sumamente elástico, como
lo ha mostrado la experiencia de los dos primeros
planes quinquenales); en cuanto al trabajo califica­
do, el salario queda determinado en función de la
escasez relativa de ese tipo de trab ajo , teniendo en
cuenta las exigencias del consum o u otras exigen­
cias que el plan considera com o tales. E xceptuan­
do esos dos aspectos, las decisiones arbitrarias de la
burocracia lo determinan todo, aunque estén éstas a
su vez condicionadas, claro está, por factores sico­
lógicos com o la búsqueda de una satisfacción ópti­
ma y por consideraciones de política general. E n el
seno de la burocracia, la distribución se efectúa en
función de relaciones de fuerza, de modo semejante
a com o -se efectúa la distribución de la plusvalía to­
tal entre grupos y truts im perialistas burgueses.

284
L o que caracteriza la dinámica de esa econom ía
es la ausencia de crisis orgánicas, resultado de la pla­
nificación casi total. Su equilibrio, por lo tanto, sólo
puede ser quebrantado por factores externos; esto le
conced ería, si llegara algún día a dom inar el pla­
neta, una estabilidad interna com o nunca se conoció
antes en la historia. '
Si intentam os definir esa forma económ ica, nos
encontram os con que no presenta analogía alguna
con la econom ía capitalista; ya que, aunque conti­
núen la explotación y el monopolio de la dirección
de la producción por una capa social, sus leyes eco­
nóm icas son profundamente diferentes; por otro la­
do, de las cuatro características fundam entales e in­
separables de la econom ía socialista, o sea: 1) abo­
lición de la propiedad privada; 2) planificación; 3)
abolición de la explotación; 4 ) dirección de la pro­
ducción por los productores— , de esas cuatro ca­
racterísticas sólo encontram os aquí las dos prime­
ras, que son por lo demás las menos im portantes;
en vez de acercarse cada vez más a la realización
com pleta de esos objetivos fundam entales, la econo­
m ía soviética los ha abandonado com pletam ente
— pero sin que ello la haga evolucionar hacia el
m odo de producción capitalista— . Ni capitalista ni
socialista, ni tendiendo tampoco hacia una de esas
dos form as, la econom ía soviética representa un ti­
po histórico nuevo, y el nombre que le demos tiene
a decir verdad poca im portancia con tal de que se
com prenda en qué consiste en el fond o.2

b) P olítica

E n cuanto al régimen político, su carácter tota-

2. [Véase la rectificación ulterior de esa formulación en


la «Introducción» de este volumen y sobre todo en el vol. 2
de La sociedad burocrática, p. 16-17, 21-23, 278-279 y 417-418
de la ed. francesa.]
285
litarlo ha sido descrito ya tantas veces que no vale
la pena insistir aquí sobre el tem a. B aste con m en­
cionar que ese régimen, ju n to a la dictadura poli­
cíaca, ejerce tal control ideológico sobre las masas,
ha alcanzado un grado tan elevado de «estatifica-
ción de las ideas», que puede hablarse de una ver­
dadera «alteración de la conciencia de las masas»
en la sociedad soviética hoy en día.

e) ¿U n <cE sta d o o b re ro d e g e n e ra d o » ?

E s evidente que el nom bre que se utiliza para


describir una situación real es un problema de con­
veniencia, y que cualquier término es bueno con tal
de ponerse de acuerdo sobre su contenido y de que
no cree equívocos cuyas consecuencias políticas pue­
dan ser peligrosas'. ■■L a expresión «Estado obrero
degenerado», utilizada para caracterizar a la U R S S ,
puede y debe ser estudiada1— y a nuestro entender,
rechazada— desde ese punto de vista. Y a que esa
expresión implica que el hecho fundamental de Ja
realidad soviética actual e s . justam ente su carácter
de E stad o obrero, y que, pára m atizar o relativizar
ese carácter esencial, hay que añadir la noción de
degeneración. Lo cual es totalm ente falso. E l proceso
de degeneración pertenece al pasado. La evolución
ha llegado a su térm ino y ha alcanzado el punto en
que, gracias a la creación de nuevas formas para con­
tenidos nuevos, puede estudiarse ya el fenómeno en
su funcionam iento actual, y por decirlo así con in­
dependencia de su origen histórico.
L a estatificación y la planificación desempeñan
hoy en día un papel fundam ental en la econom ía
soviética; pero decir que, con su contenido actual,
bastan para dar un carácter «obrero», en la medida
que se quiera, al E stad o soviético, es atribuir al de­
recho una realidad independiente del proceso e co ­
nóm ico real, es, repetimos, sustituir al análisis e co ­

286
nóm ico m arxista un juridicism o a b stra cto ; es, ade­
m ás, separar lo económ ico y lo político de m odo
esquem ático y tanto m ás inaceptable cuanto que se
trata justam ente del estudio de la época actual. Si
la estatificación en la U R S S basta para que poda­
mos hablar (en un sentido dinám ico) de un «Est$..
do obrero que degenera», ¿por qué no h ab lar en­
tonces, tratándose de las estatificaciones en un p a S
burgués, de. un E stad o obrero «en fo rm ació n »? D e
lo que se trata no es de saber si hay estatificación,
sino de saber por quién y en provecho de quién es
establecida ■o m antenida esa estatificación. Si en la
sociedad capitalista clásica el poder económ ico no
se confunde con el poder y se lo subordina justa­
m ente en cuanto o b jeto exterior, el desarrollo his­
tórico h a trastornado poco a poco esa situ ación : la
distinción, tanto real com o personal, entre poder po­
lítico y poder económ ico ha dejado ya de ser váli­
da en la época im perialista; en la sociedad soviéti­
ca, no tiene estrictam ente ningún sentido. U n a si­
tuación técnica y económ ica determ ina una estruc­
tura política; a p artir de ese m om ento, esta última
rige a su vez la- econom ía, y la im portancia del au­
tom atism o de las leyes económ icas disminuye cada
vez m ás. Por consiguiente, el único criterio que nos
perm ita dar una definición sociológica de la U R S S
es éste: ¿quién dispone del poder político, y en pro­
vecho de quién se ejerce ese poder? T o d o s sabem os
que sólo h a y una respuesta posible a esa pregunta:
del poder político (y por consiguiente, tam bién del
poder económ ico) dispone una capa social cuyos in­
tereses fundam entales están en con trad icción total
con los del proletariado soviético y que e jerce ese
poder en función de sus propios intereses con trarre­
volucionarios. Nada tiene en com ún esa capa con Ja
clase ob rera; nada tiene en com ún co n la clase ca ­
pitalista. R ep resen ta, así como el E stad o que dirige
y encarna, una nueva form ación h istórica.

287
2. L a' p o l ít ic a rev o lu c io n a ria en la urss

a) ¿Revolución política o revolución social?

La estrategia y la táctica de la IV Internacional


y de su sección rusa ante esa situación deben ser
clara y totalmente revolucionarias. E l saber si hay
que definir la futura revolución rusa como una re­
volución política o como una revolución social es a
decir verdad una cuestión un tanto escolástica y sin
gran interés — con tal de que se comprenda clara­
mente cuáles son exactam ente las tareas que hay
que realizar— . Hay que comprender que, en la prác­
tica, la cuestión de fondo que pueda haber tras esa
distinción no se refiere a la necesidad de efectuar
o no una transform ación de las relaciones de pro­
piedad, sino a esto otro : ¿puede conservarse el apa­
rato estatal con simples cam bios en el personal di­
rigente y en los puestos de confianza (revolución po­
lítica)?, ¡,o debe ser destruido y sustituido por for­
mas nuevas (revolución social)? Es evidente que,
cuando la clase obrera pueda derrocar a Stalin, de
lo que se tratará es de lo segundo. Y a que en la es­
tructura real del Estado soviético ya no hay nada
esencial que pueda distinguirla en general de cual­
quier otro aparato histórico de dominación de una
clase sobre otra. U n triunfo de la revolución en la
U R S S no sólo supone que nuestro partido arrebate
el poder al partido que hoy dispone de él, y que se
reanime o más bien se vuelvan a crear Jos instru­
mentos del poder obrero, los soviets (ya que los
soviets de hoy en día no son más que un nombre).
H abrá que crear además nuevos instrumentos de
control, ya que uno de los factores que favorecie­
ron el desarrollo de la burocracia fue precisamente
el que la dirección bolchevique, durante todo el
período 1 9 1 7 - 1 9 2 3 , no fuera capaz de manifestar
de modo concreto, en la práctica, toda la desconfian-

288
za que hubiera debido inspirarle la bu rocracia. L o
que T rotski llamaba el segundo aspecto de la revo­
lución perm anente, el que se refiere a la propia re­
volución socialista: o sea que la revolución socia­
lista cam bia, por decirlo así, continuam ente de piel
— debe poder encontrar una aplicación concreta en
la organización de las relaciones políticas y estata­
les después de la victoria de la revolución.

b) D efensa de la URSS y revolución

Los puntos esenciales de toda estrategia y de to ­


da táctica revolucionarias siguen siendo por _lo tan­
to válidos en el caso de la revolución antiburocrá­
tica, con las modificaciones, desde luego, que im ­
pongan las circunstancias. De ahí que sea indispen­
sable abandonar hoy en día la consigna de «defen­
sa de la U R S S » . H asta los que pretenden que hay
«bases socialistas» en la economía soviética deben
adm itir que -la supuesta salvación de esos vestigios
de las «conquistas de octubre» depende en último
térm ino de la victoria de la revolución a escala mun­
dial, y que el principal obstáculo ante ésta es la bu ­
rocracia estalinista. L a' lucha contra esa burocracia
es pues la tarea esencial que deberá asumir el' pro­
letariado soviético. ¿Puede esa lucha com paginarse.
en tiempo de guerra, con la «defensa de la U R S S » ?
L a respuesta es evidente:- no. A m plificar esa lucha
significa, por ejem plo, extender las huelgas y las
m anifestaciones, m inar el aparato de represión y pa­
ralizar el funcionam iento general del aparato estatal,
provocar motines en el ejército, retirar del frente eJl
tal o cual momento los regimientos que se han re­
belado y dirigirlos h acia la capital, etc. L a guerra,
com o la revolución, no admite m alos com prom isos.
Si se quiere hacer una de las dos cosas, hay que des­
cuidar otra. La «lucha en dos frentes» es un sueño
de estrategas de café y nunca existió en la prácti­

289
ca, ya que sie m p re lle g a un m o m e n to en q u e , in e v i­
ta b le m e n te , hay que esco g er, y una de la s dos lu ­
ch as p asa a p rim e r p la n o a exp en sas de la o tra .
Se oye d e c ir a m enudo cosas com o: ¿n o vam os
a fav o recer la v ic to ria del im p e ria lis m o b u rg u és so­
b re el e s ta lin is m o ? , ¿p u ed e sern o s re a lm e n te in d i­
fe re n te el re s u lta d o . d e una lu c h a que p o d ría d esem ­
b o ca r en la d e s tru c c ió n d e la s «b ases s o c ia lis ta s » de
Ja e c o n o m ía s o v ié tic a ? D ig a m o s p ara em pezar que
hay una re s p u e s ta m uy s e n c illa a esas p re g u n ta s :
¿fav o rece hoy en d ía la e x is te n c ia de esas p re s u n ta s
«b ases» el d e s a rro llo de la re v o lu c ió n m u n d ia l?
¿C óm o y p o r. qué? P o d ría a ñ a d irs e ta m b ié n que
p ara h a c e r e s e tip o de o b je c ió n hav q u e ser m u y in ­
genuo o m uy m ío p c y c re e r en la im p o r ta n c ia , e n sí,
de v ic to ria s o de a u s e n c ia de d e rro ta s lo c a le s du­
ra n te v e in te o tre in ta años in d e p e n d ie n te m e n te del
p ro ceso h is tó ric o in te rn a c io n a l. P ero lo im p o rta n te
no es eso. Lo g ra v e es la ig n o ra n c ia c o m p le ta del
abe del m a rx is m o que m u e s tra n lo s que creen que
puede haber en la ép oca a c tu a l una re v o lu c ió n en
tie m p o de g u e rra en un p a ís, s in que eso im p liq u e
ip so ja cto una s itu a c ió n lle n a de^ p o t e n c i a l i d a d e s re­
v o lu c io n a ria s a e s c a la m u n d ia l, y sin que la v ic to ­
ria de esa re v o lu c ió n p ro v o q u e en ló s o tro s p a ís e s
una c ris is cap az de h acer que, por lo m en os, sea
im p o s ib le una in te rv e n c ió n c o n tra rre v o lu c io n a ria . E s
ju s ta m e n te e s ta ú ltim a c o n s id e ra c ió n lo que ha d ic ­
ta d o , o d e b ie ra haber d ic ta d o , n u e s tra p o lític a de­
rro tis ta en lo s p a íse s en g u e rra c o n tra el E je . Y la
m i s m a •c o n f i a n z a en n u e s tra s id e a s y en la s o lid a ­
rid a d in te rn a c io n a l d el p ro le ta r ia d o d e b e g u ia r n u e s­
tra p o lític a en la U RSS.
D esd e lu e g o , d e lo q u e se t r a t a n o es d e s u s titu ir
ah o ra m is m o , y a e s c a la i n t e r n a c i o n a l , la p ro p ag an ­
d a « d e fe n s is ta » p o r la p r o p a g a n d a d e rro tis ta . L a c o n ­
s ig n a : « r e v o l u c i ó n , sin que n o s im p o rte el rie s g o de
d e r r o t a » ,. e s u n a c o n s ig n a q u e e n el c a s o d e 1 a U R S S
tie n e un s ig n ifica d o so b re to d o p ara la s e c c ió n ru sa;

290
para la In tern acio n al en su conjunto, sería in o p o r­
tuno y peligroso insistir en ella de modo especial
o convertirla en un punto esencial de propaganda.
Sin perder nunca de vista la solidaridad in tern acional
del m ovim iento, el proletariado de cada país debe
luchar ante todo co n tra sus propios verdugos. L o
im portante hoy en día para la In tern acio n al es te­
ner una concepción clara de la naturaleza del esta-
linism o, y acabar de una vez para siem pre con la
lam entable confusión que crea la coexisten cia m ons­
truosa de las dos consignas: «revolución contra la
b u ro cracia» y «defensa de la U R S S » .

N ota s o b r e la tesis d e L u d e n , G uérin y D arbou t

E n esa tesis, cuyas conclusiones p rácticas nos p a­


recen justas (aband ono del «defensism o», derrotis­
m o rev olu cion ario en la U R S S ), hay sin em bargo,
ju n to a insuficiencias (ausencia de una justificación
del derrotism o, au sencia de todo intento de estab le­
cer una relación org án ica entre el fenóm eno de de­
generación ruso y la sociedad cap italista), un c ie r­
to núm ero de errores que son a nuestro entender lo
suficientem ente im portantes com o p ara que les c o n ­
sagrem os unas cu an tas palabras aquí.
D espués de haber criticad o, con perfecta razón,
el juridicism o que se atiene a las fórm ulas legales en
vez de observar la realidad económ ica, y después
de haber dicho en resumidas cuentas que, al estar
el proletariado privado del poder p olítico, la co le cti­
vización de la econom ía soviética pierde todo signi­
ficad o positivo, los com pañeros L u cien , Guérin y
D arb o u t escriben, a propósito de las n acionalizacio­
nes en Eu rop a o rien tal, que «no se diferencian en
nada de las que se han podido ver en Europ a o c c i­
d en tal». N o: en este caso, es precisam ente el que la
burguesía haya sido privada del poder político lo que
co n fiere a esas nacionalizaciones su significado par-

291
ticular: la monopolización, realidad ya o preparán­
dose actualmente, del poder político por los Parti­
dos comunistas de esos países, convierte a la buro­
cracia estalinista en poseedora de los medios de
producción nacionalizados, de modo semejante en lo
esencial al de la burocracia rusa, aun cuando las mo­
dalidades sean diferentes. Lo que demuestra una vez
más que el estalinismo lleva en esos países, con una
perspectiva a plazo corto o medio, la misma política
que lleva a escala mundial con una perspectiva a
largo plazo, o sea una política de asimilación.
E sto nos lleva a examinar otro error fundamen­
tal de Jos camaradas Lucien, Guérin y Darbout, que
consiste en identificar la oposición estalinismo-impe-
rialismo con cualquier otra oposición entre imperia­
lismos; esto significa que prefieren no atribuir ningún
significado especial al régimen de los países ocupa­
dos por el E jército rojo y a las diferencias funda­
mentales, que por lo demás los compañeros no nie­
gan, entre ese régimen y el de los países ocupados
por los imperialistas burgueses; se privan así de la
posibilidad de dar aunque sólo fuera un inicio de
respuesta a esta pregunta: ¿y por qué puede apoyar­
se el estalinismo, en su lucha contra el imperialismo,
en el movimiento obrero de los otros países? Los
compañeros han comprendido perfectamente que el
regimen soviético no es socialista, y que no significa
eso sin embargo que sea por lo tanto capitalista.
¿Cómo no comprenden entonces que su política ex­
terior, aun cuando no sea revolucionaria, puede ser
no capitalista — lo que sólo puede querer decir, en
este caso. ser anticapitalista — ? Es por eso por lo
que la expresión «e.xpansionismo burocrático» es
mucho más adecuada que la de «imperialismo», por
muchos matices que se añadan a esta última.

292
E l p r o b le m a de- la U R S S y l a p o s ib ilid a d
de u n a . s o lu c ió n h is t ó r ic a 1

A lgunas n ocion es elem en tales sob re la teoría rev o­


lucionaria

1. La m anifestación más brutal de la crisis de


la IV In tern acion al es su esterilidad teórica. D esde
la m uerte de T ro tsk i, no sólo en vano buscaríam os
la som bra de una idea nueva en todo lo que publi­
ca la In tern acio n al, sino que ha b ajad o además
el nivel de las discusiones teóricas y políticas de
modo inquietante. U n clima de desconfianza sis­
tem ática se crea autom áticam ente en torno a cu al­
quier tentativa de renovación.
2. E sa esterilidad tiene .desde luego una cau ­
sa histórica, que es la imposibilidad de un verdade­
ro desenvolvim iento teórico durante un período
com o el que acabam os de atravesar, caracterizado
por graves derrotas del movimiento obrero. P ero
la influencia de ese factor objetivo h a sido agravada
por la actitud del aparato dirigente de la In tern a­
cion al, eclesiástica y escolástica, ante la teoría re­
volucionaria.
3. L a teoría revolucionaria no es un dogma
revelado de una vez para siempre sino una parte
integrante de la acción revolucionaria, que evolu­
ciona constantem ente com o la acción revoluciona­
ria m ism a. L as revoluciones proletarias no son apli­

1. Publicado en L'URSS au lendemain de la guerre. Ma-


tériel de discussion préparatoire au lie Congres de la IVe In­
ternationale [La URSS al acabar la guerra. Material de dis­
cusión para la preparación del I 1 Congreso de la IV Interna­
cional], t. III, febrero de 1947.

293
caciones uniform es de los mismos princi píos y de
una «trad ición»; por el contrario, «se critican cons­
tantem ente a sí mism as, interrum pen continuam en­
te su propia m archa, vuelven .sobre lo que parecía
ya term inado para com enzar de nuevo, se burlan,
im placables, de las vacilaciones, defectos y lados
flojos de sus propias tentativas» (K . M arx, E l 1 8
B ru m ario ... ). Y tiene del m ism o m odo la teoría re­
volucionaria que ponerse a sí m ism a en cuestión
constantem ente, que afirm arse de nuevo asimilando
cada nueva conquista de la ciencia y cada nueva ex­
periencia histórica. A cada etapa del m ovim iento re­
volucionario corresponde una transform ación de la
teoría más o m enos profunda.
4. L a misma conclusión se desprende de la
teoría de la revolución perm anente. Si «durante un
período de duración indeterm inada todas las rela­
ciones sociales se transform an en una continua lu­
cha intestina», si «las transform aciones de la econo­
mía, de la técnica, de la ciencia ( . . . ) form an com ­
binaciones y tienen relaciones recíprocas tan com ­
plejas que la sociedad no puede alcanzar un estado
de equ ilibrio»,2 a la revolución permanente en
esa sociedad de transición debe corresponder una
revolución permanente en la teoría revolucionaria.
5. N o hay que olvidar adem ás que Ja teoría
revolucionaria sigue siendo, hasta que el com unis­
mo h aya sido realizado, una simple ideología. Por
consiguiente, hay partes de esa teoría que resultan
ser, tarde o tem prano, más o menos id eológ icas , o
sea falsas. Y hay otras partes que, adecuadas al prin­
cipio, se convierten en algo cada vez más abstracto
hasta que un nuevo planteam iento vuelve a unirlas
a la realidad.
6. E se nuevo planteam iento es hoy en día in­
dispensable por lo que respecta a los problemas de

2. L . T r o ts k y , L a révolution permanente (in De la révo­


lution, P a r í s , E d . d e M in u it, 1 9 6 3 , p. 2 6 7 ) .

294
la URSS, de la degeneración de una revolución pro­
letaria y del carácter «ineluctable» del socialismo.
Desde un punto de vista teórico, hay que ver cómo
Marx y Lenin sólo se ocuparon de pasada de la po­
sibilidad de una degeneración de la revolución, y
cómo Trotski, aunque estudiara el problema, siem­
pre se negó a ponerle en relación con el de la bar­
barie, aunque sí le pareciera conveniente señalar al
proletariado la importancia de este último. Desde
un punto de vista político, hay que oponerse urgen­
temente a la línea actual de la Internacional, que,
con su consigna de «defensa de la URSS, sin oondi-
ciones » y su teoría de las «bases socialistas de
la economía soviética», hace todo lo que puede por
arrastrar a las masas del lado ruso y constituye de
hecho una coartada «de izquierda» del estalinismo.
7. Para nosotros, volver a examinar el proble­
ma del carácter «ineluctable» del socialismo y ha­
blar de una «tercera solución» no significa ni poner
en entredicho la actitud revolucionaria, como hacen
los confusionistas ignorantes como Dwight Mac Do-
nald, ni inclinarse ante los hechos con el conformis­
mo de un Leblanc, sino completar la perspectiva re­
volucionaria y buscar medios de oponerse a todo
lo que hoy la amenaza.

Carácter «ineluctable del socialismo y posibilidad de


una tercera solución histórica

8. Como las fórmulas análogas de Marx y de


Lenin, el dilema planteado por Trotski: «¿socialis­
mo o barbarie?», reconoce explícitamente que el so­
cialismo no es ni fatal, ni ineluctable, que es simple­
mente posible.
9. Pueden deducirse de ese hecho dos conclu­
siones sobre la naturaleza del proceso histórico:
a) no hay en el proceso histórico fatalidad nin­
guna, ni está forzosamente determinado éste por

295
adelantado. Aun cuando la evolución de la natura­
leza y de la Historia estuviera preparada de antema­
no con la precisión de un mecanismo de relojería,
nuestro conocimiento de esa evolución, y por consi­
guiente toda previsión, sólo podrían ser relativos.
Pero la realidad no es un mecanismo de relojería:
las leyes causales que parecen regir la realidad sólo
son tales a primera vista, y la investigación científi­
ca muestra que en el fondo la realidad sólo está re­
gida por leyes estadísticas de probabilidad. Lo que
en último término determina la Historia es, jus­
tamente, la acción determinante del hombre. Así
como el problema filosófico del libre albedrío en el
plano individual es un falso problema, ya que sólo
mediante su acción puede mostrar el hombre en ca­
da momento en qué medida es libre, o sea está de­
terminado por una conciencia verdadera, de igual
modo, en el plano histórico, la orientación de la his­
toria la determina, dentro de un cierto marco de po­
sibilidades, la acción consciente de la humanidad y
de la clase revolucionaria.
b) No es el proceso histórico una ascensión
uniforme, a lo largo de una línea' recta. Como dijo
una vez Trotski, «la Historia desemboca a menudo
en callejones sin salida — como Stalin— ». En térmi­
nos más generales, la Historia, junto a períodos de
progreso, ha conocido también períodos de descom­
posición y decadencia, como el que siguió a la caída
del Imperio romano, del siglo vi al x. La duración
y la importancia que puedan adquirir tales períodos
no pueden ser determinadas con argumentos a priori,
sino mediante el estudio de los hechos y sobre to­
do mediante la acción revolucionaria misma. Lo úni­
co que sí puede determinarse por adelantado son las
posibilidades que se presentan ante nosotros: hoy
en día, la posibilidad del socialismo opuesta a la
posibilidad de un período de decadencia histórica al
que puede darse legítimamente el nombre de bar­
barie.

296
E l esqu em a clá sico d el Jin del cap italism o, d e M arx
a T rotski

1O. Que com o todo sistema social, el capitalis­


mo está sometido a un proceso de constante desgas­
te, y que se aproxim a la hora de su destrucción vio­
lenta, es hoy una verdad que es ya apenas n ecesa­
rio dem ostrar. L a contribución esencial de M arx
ha consistido en la elucidación y la presentación sis­
tem ática y coherente de otras dos ideas más : a) que
el instrum ento esencial de esa destrucción del capi­
talism o será el proletariado; y b) que el resultado
de esa conquista del poder por el proletariado será
la instauración del socialism o. E s indispensable ver
cuál ha sido el destino histórico de esas dos propo­
siciones fundam entales del m arxism o en las tres fa­
ses que éste ha atravesado: la del m arxism o clási­
co, la del leninism o, y la que vivimos actualm ente,
desde que llegó a su término la degeneración de la
111 Internacional.
11. E n el m arxism o clásico, la idea de la des­
trucción del capitalism o por el proletariado se basa
una concepción según la cual, en último térm ino,
sólo hay en la sociedad capitalista dos auténticas
fuerzas históricas: la burguesía y el proletariado.
M ás de una capa social puede entrar en conflicto
con el capitalism o, pero sólo el proletariado quiere
y puede llevar ese conflicto hasta la revolución so­
cial. C oncepción que se funda a su vez, no ya en
una especie de mesianismo del proletariado, sino
en un análisis de la condición económ ica, política y
social de la clase obrera sobre el que no podemos
insistir aquí. E s e esquema del fin del capitalism o
según M arx puede resumirse globalm ente así: crisis
cad a vez más grave de la sociedad capitalista, desa­
parición gradual de las capas m edias, con ciencia cada
vez mayor del proletariado; las sociedades más desa­
rrolladas arrastran tras de sí al resto del mundo en
ese esquem a de evolución. Para M arx , la revolu-

297
ción socialista es un producto de un desarrollo m á­
xim o de la sociedad capitalista.
12. Con la fase leninista aparecen nuevos fac­
tores. Por un lado, ese desarrollo del capitalismo
provoca un debilitamiento del potencial revoluciona­
rio en las naciones más adelantadas (corrupción de
la «aristocracia obrera» y de la burocracia sindical
y política, «salario suplementario» gracias a las su-
per-ganancias del imperialismo que recibe el prole­
tariado de los países im perialistas). Por consiguiente,
los países «atrasados» parecen adquirir una impor­
tancia particular en la lucha revolucionaria. Pero si
el centro de las luchas revolucionarias pasa así a los
países atrasados, si el eslabón m ás débil de la ca ­
dena se encuentra ahora en los países donde el de­
sarrollo capitalista es menos im portante, nos encon­
tramos ante una verdadera inversión en una de las
partes más importantes del esquema clásico. ¿Cómo
puede un proletariado débil, en un país atrasado, al­
canzar la victoria? ¿C óm o puede esa victoria, con
un nivel técnico, económ ico y cultural bajo, desem­
bocar por vez primera en la realización del socia­
lismo?
L a respuesta la da la teoría de la revolución per­
manente. Hasta en un país atrasado, sólo el prole­
tariado puede resolver definitivamente los problemas
sociales, aunque sean éstos los de la liberación na­
cional y la transform ación dem ocrática. Adem ás, la
revolución, aunque com ience en un país atrasado,
conducirá a la victoria del socialism o al extenderse
al resto del mundo arrastrando a su zaga a los paí­
ses avanzados, puesto que sólo ellos podrán resolver
definitivamente el problem a. A sí se consigue salvar
las dos proposiciones clásicas.
13. Pero lo salvado y conservado así es pura­
mente form al. Y a que el carácter permanente de la
revolución no es com o una ley que se realice siem­
pre y en un sentido positivo; es una condición, una
simple hipótesis. L a teoría de la revolución perma­

298
nente no afirma, ni puede afirmar, que en toda re­
volución en un país atrasado el proletariado tomará
el poder e instaurará su dictadura, que toda revolu­
ción que comience en un plano nacional se exten­
derá a escala internacional y arrastrará tras de sí
a los países desarrollados. Dice simplemente: la re­
volución sólo puede triunfar si el proletariado toma
su dirección; la revolución sólo puede traer consigo
la victoria mundial del socialismo si consigue exten­
derse en el plano internacional. La revolución que
comienza no hace más que plantear el problema: no
lo resuelve. ¿Y si el proletariado no toma la direc­
ción de la revolución (China)? ¿Y si la revolución
no se extiende al resto del mundo (Rusia)? Para
Trotski, la respuesta es sencilla: en ese caso triun­
fará la contrarrevolución — y la contrarrevolución
es también «permanente»— ; o sea que la revolución
quedará aplastada durante un período determinado
y la contrarrevolución triunfará a escala mundial,-
haciendo que las cosas vuelvan, por decirlo así, al
punto de partida.
Pero intervienen aquí dos factores que Trotski
siempre prefirió ignorar. El primero es que ese pro­
ceso no puede repetirse de modo indefinido; las
derrotas del proletariado tienen resultados graves,
cuyo peso se sentirá en el desarrollo futuro, y su
acumulación no es una simple operación aritmética.
El segundo es que, de quedar aislada una revolu­
ción victoriosa, la represión del movimiento en el
resto del mundo no acarrea forzosamente la restau­
ración inmediata del capitalismo en ese país. E l ais­
lamiento puede durar — y durante ese período la
revolución degenera casi fatalmente— . Trostski com­
probó la existencia de la degeneración misma, pero,
fiel a la letra al esquema de la revolución permanen­
te, se obstinó en repetir que esa degeneración era un
fenómeno pasajero, una contradicción que se resol­
vería finalmente ya sea con la restauración del ca­
pitalismo ya sea con el triunfo del socialismo a es­

299
cala mundial. re ru , uuy en aia, no nos queda más
rem edio que admitir que también la degeneración es
perm anente. E n los países donde se ha desarrollado,
ha desem bocado en una form a nueva y acabada de
sociedad de clases, y, a partir de esa sociedad, in­
fluencia d resto del movimiento obrero, lo subor­
dina a sus propios fines, lo utiliza para defender sus
posiciones frente al capitalism o, y tiende a extender­
se al resto del mundo. E s pues necesario, antes de
exam ina 1 cuál ha sido el destino de las dos proposi­
ciones clásicas en el período actual, analizar más de­
tenidam ente el problema de la degeneración.

L a degen eración d e la revolu ción proletaria


en general

14. ¿F u e y podrá ser considerada por la his­


toria la degeneración de la dictadura del proleta­
riado com o un fenóm eno específicamente «ruso:.,
o una característica exclusiva de países atrasados o
aislados? ¿O se trata de una posibilidad general de
toda revolución? Si no se quiere volver paradójica­
mente a >os postulados de la teoría del «socialismo
en un sold país:., dándole un valor negativo, hay que
reconocer que lo que ha engendrado el estalinismo
no son lasi virtudes milagrosas de la tierra rusa, sino
factores de fondo de la evolución histórica. A sí co ­
mo la revolución rusa fue la expresión, no sólo del
estado de la sociedad rusa en un momento particu­
lar, sino sobre todo de las contradicciones del ca­
pitalismo mundial, tam poco puede decirse que su
degeneración haya dido producto del azar; corres­
ponde, al contrario, a tendencias muy significativas
de la coyuntura histórica. En el fondo, también
T rotski — como Stalin— - ve en el fenóm eno ruso una
especie de milagro; pese a todos los análisis que le
ha consagrado, el fenóm eno sigue siendo para él
algo aislado, episódico, m onstruoso, sin relación or­

300
gánica tanto con el estado de la econom ía mundial
com o con rasgos esenciales del m ovim iento prole­
tario. Aun habiendo visto claramente desde el pri­
m er m omento cuáles fueron los dos factores funda­
m entales de la degeneración de la revolución rusa
— reflujo de la revolución mundial, estado atrasado
de la econom ía rusa— 3 siempre se negó a examinar
en qué medida podían esos dos factores ser facto ­
res generales, que podían desempeñar un papel en
toda revolución.
E s sin em bargo evidente que el aislam iento de
una revolución victoriosa no es un fenóm eno «for­
tuito», en el sentido histórico de la palabra, y puede
volver a producirse en el futuro. E l «desarrollo'- com ­
binado» del capitalism o nunca implicará' una uni­
form idad de todas las condiciones a escala mun­
dial, sobre todo desde el punto de vista de la con­
ciencia política del proletariado. L a m aduración de
las condiciones de una situación revolucionaria está
sometida a diferentes ritmos en los diferentes países;
todos los esfuerzos de la Internacional tienden a sin­
cronizar esos diferentes momentos de la revolución
internacional, pero nada garantiza su éxito por ade­
lantado. D iferente en ello de la revolución burgue­
sa, cuyo carácter permanente a escala internacional
se basa ante todo en lo que de automáti'c!o tiene la
expansión industrial, no hay autom atism o econó­
m ico que pueda garantizar una expansión rápida de
la revolución proletaria.
Pero ¿por qué está una revolución aislada con­
denada a degenerar fatalmente, cuando no ha sido
inmediatamente aplastada? Desde un punto de vis­
ta político, en prim er lugar, porque el proletariado

3. [Véase la crítica ulterior de la «explicación» del proce­


so de degeneración por el «aislamiento» y el «atraso», en este
volumen; La société bureaucratique, 2, ( 1950) p. 129-131 de la
ed. francesa, y sobre todo (1958) p. 381-393; CS I (1955) p.
7-10, CS II ( 1957) p. 71-73; L'expérience du mouvement ou-
vrier, 2 (1959) p. 158 y (1964) p. 388-397. (NdT).]

301
vencedor, al tom ar conciencia del fracaso de la re­
volución en los otros países y de su propio aisla­
miento, se desm oraliza y abandona el Estado a la
burocracia. ¿Pero de dónde sale esa burocracia? D el
«estado atrasado del país», de la escasez que hace
que aparezca tarde o tem prano un «guardián de la
d esig u ald ad »,. papel «que las m asas ni quieren ni
pueden desem peñar». ¿ Y de n o tratarse de un país
atrasado? T o d o país es «económ icam ente atrasado:.,
o m ejor dicho, económ icam ente insuficiente, aislado
de la econom ía mundial.
¿ Y si ha triunfado la revolución en el mundo
entero? Tam poco hay en este caso un automatismo
económ ico o d e cu alqu ier o tro tip o que excluya ne­
cesariam ente la degeneración. E sa garantía sólo pue­
de darla el paso a la fase superior del comunismo.
H asta que llegue ese m om ento, la econom ía puede
proporcionar bases suficientes pero no necesarias de
la construcción del socialism o. L o dem ás depende de
la m adurez y de la vigilancia política del proletaria­
do. Y a que, mientras no se haya llegado a la fase
superior del com unism o, seguirá la sociedad en una
fase de escasez eco n ó m ica; el propio socialism o es
un régim en en el que impera la escasez de bienes,
y continuará siendo un régimen de desigualdad. Por
consiguiente, la «guerra de todos contra todos:, para
obtener para sí productos que sólo ■existen en can­
tidad lim itada continuará durante todo un período,
y los individuos que se encuentren en las esferas
donde se toman las decisiones políticas y económ icas
intentarán fatalmente m antenerse en el poder para
salvaguardar tal o cual p riv ile g io ;cu a n d o lo han
conseguido, el ciclo fatal de la degeneración ha co­
menzado.
P ero en el m arxism o revolucionario no hay fata­
lismo alguno. L a técnica actual hace que el socia­
lismo sea posible, pero eso no quiere decir que sea
ineluctable; para que el socialism o se convierta en
una realidad, hace falta la acción revolucionaria

302
consciente del proletariad o, no sólo antes sino so­
bre todo después de la conquista del poder. Y los
obstáculos que debe salvar esa acció n son entonces
aún m ayores. L as fluctuaciones de la conciencia p ro ­
letaria y las diferencias internas de la clase no desa­
parecen autom áticam ente cuando se llega al poder,
y la degeneración puede partir de ahí.
Si M arx se equ ivocó en m ás de un punto, supo
captar de modo genial el sentido g en eral del pro­
ceso h istó rico: abolición de las form as sociales del
capitalism o, co n cen tració n económ ica y política a
escala m undial; el desarrollo técn ico determ ina de
m odo casi fatal hoy en día esa evolución. E n cuanto
a saber si esa concentración se efectu ará sobre una
base bu ro crática o sobre una base proletaria, es un
problem a que no puede resolverse con razonam ien­
tos; será resuelto, en un sentido u o tro , por la ac­
ción del proletariad o. A la co n cien cia revoluciona­
ria del proletariad o, a su fuerza de masa en acción,
corresponde la solución socialista; a eclipses dura­
deros de su co n cien cia, a las dificultades que en­
cu en tra su co n cen tració n , a la descom posición pro­
vocad a por la agonía del im perialism o y la degene­
ración del E stad o y de los partidos « o b re ro s» , co­
rresponde la solución burocrática. L a ambigüedad
de la situación social de la agonía del capitalism o
las contiene am b as; en ella co existen orgánicam en­
te una eventual lib eració n de fuerzas progresivas y
u na posible descom posición de la vida social.

D o s n u evos ja c to r e s en e l p erío d o actu al

15. Só lo de pasada podem os m en cion ar aquí la


ex isten cia de dos factores que h acen aún m ás te­
m ible la perspectiva de la bu rocratización .
E l prim ero es la difusión de algunas de las c a ra c ­
terísticas de la degeneración de la U R S S en los pro­
pios países cap italistas, por interm edio de los par­

303
tidos estalinistas. L a bu rocracia p olítica y sindical
de esos partidos no se incorpora orgánicam ente al
capitalism o, com o la de la socicildem ocracia, su a cti­
vidad tiende a una incorporación de cada país en la
zona soviética, y de ser eso im posible actualm ente,
a obtener las posiciones más ventajosas en el Estado
capitalista con vistas a un futuro conflicto U R S S -
U SA . L as masas que confían en esa dirección son,
teniendo en cuenta el régimen militarizado de esos
países, aún más difíciles de orientar de nuevo hacia
una verdadera acción revolucionaria.
E l segundo facto r es que la guerra ha devastado
a Europa. E n toda una serie de países, la guerra pro­
vocó una crisis social sin precedentes; la debilidad
del m ovim iento revolucionario durante ese período
y determ inados elem entos de la coyuntura convir­
tieron a las masas explotadas de esos países en fá ­
cil presa de la dem agogia estalinista; el resultado
fue la llegada al poder, en casi todos esos países, de
partidos estalinistas que están som etiéndoles actual­
m ente, en función de tácticas propias y con ritmos
adecuados, a una asim ilación estructural a R u sia, o
sea a un proceso de burocratización. C om o la buro­
cracia soviética, la nueva clase que está form ándose
allí no tenía por qué estar forzosam ente en gestación
en la propia estructura económ ica de la sociedad c a ­
pitalista, ya que su ap arición no corresponde a una
fase de ascenso, sino de decadencia histórica y de
descom posición social.
15. E n resumidas cuentas: más allá del dilema
capitalism o o socialism o, puede h ab er una tercera
solución histórica. C orrespondería esa solución a una
caren cia de las capacidades revolucionarias del pro­
letariado, y constituiría su contenido histórico un
hundim iento en una fo rm a m oderna de la barbarie
sin JlJecedente alguno, im plicando una explotación
racionalizada — y desenfrenada— de las m asas, la
pérdida de todo poder político de éstas y una Ver­
dadera catástrofe cultural.

304
La solución socialista sigue siendo la única so ­
lución progresiva. P ara nosotros, escoger entre la
barbarie burocrática y la barbarie im perialista no
tiene sentido: ni antes de que la cuestión haya que­
dado resuelta por los acontecimientos, ya que lucha­
remos mientras tanto por la revolución socialista,
ni después — ya que intentaríamos entonces organi­
zar de nuevo la lucha de los explotados contra el
nuevo régimen en torno a un program a revolucio­
nario.

L a sociedad burocrática

1. F orm as jurídicas y realidades econ óm icas

1 7. Toda la discusión sobre la cuestión rusa


ha estado em brollada por la confusión, im perdona­
ble tratándose de m arxistas, entre las relaciones rea­
les de producción en Rusia y las fórm ulas jurídicas
utilizadas para disfrazarlas. Al intentar mantener
esa confusión en las filas del proletariado con la
teoría de las «bases socialistas de la econom ía so­
viética», la IV Internacional efectúa así un traba­
jo de apología engañosa e hipócrita sem ejante al de
los profesores burgueses que hablan de la soberanía
del pueblo y la igualdad entre todos los ciudadanos
— garantizados por la Constitución— .
18. L as relaciones de producción que deter­
minan la estructura de una sociedad son relaciones
sociales de cam bio reales, cotidianas, relaciones de
hom bre y de clase a clase. Las relaciones reales de
propiedad, o relaciones de posesión, relaciones de
los hombres con los objetos m ateriales que entran
en la actividad económ ica, son pura y simplemente
función y resultado de las relaciones de producción.
E n cuanto a la expresión jurídica de unas y otras,

305
o sea al sistema formal de la propiedad jurídica, su
papel es obstaculizar lo menos posible el funciona­
miento de la economía, pero ocultando al mismo
tiempo lo más completamente posible su contenido
de clase. Si, en su origen, era función única del de­
recho reflejar las relacione!; económicas, con el de­
sarrollo cultural y la entrada de las masas en la vida
política cotidiana, lo que pasa a ser función principal
del derecho no es ya relajar sino disfrazar del mejor
modo posible las realidades económicas (véase la
carta de Engels a Schmidt del 27 de octubre de
1880).

2. La economía burocrática

19. En el proceso económico en Rusia hay dos


categorías fundamentales: el proletariado, el conjunto
de trabajadores sin calificación, que sólo dispone de
su fuerza de trabajo, y la burocracia, que agrupa a
los individuos que no participan en la producción
material y asumen únicamente la dirección y el con­
trol del trabajo de los demás. Hay entre esas dos
categorías una capa intermedia, una «aristocracia
obrera», y su equivalente intelectual, más o menos
privilegiada. Lo que permite definir a las dos ca­
tegorías fundamentales como clases el papel radi­
calmente opuesto que desempeñan en el proceso de
producción.
20. Lo que determina el carácter de clase del
proceso de producción en Rusia es:
a) La posesión efectiva del aparato de produc­
ción por la burocracia, que dispone de él de modo
absoluto, y el que el proletariado esté desprovisto
en él de todo poder;
b) el monopolio de la burocracia por lo que
respecta a la dirección de la producción;
c) la orientación que da la burocracia a la pro­
ducción, o sea servir a los intereses burocráticos. Ade-

306
Jnás los planes de producción no son más que la
expresión en cifras de los intereses de la buro-
craci a.
, 2 1 . Ni los planes de producción ni la «naciona­
lización » de los medios de producción tienen nada
que ver en sí con la colectivización de la econom ía.
C olectivizar la econom ía significa dar la posesión
efectiva, la dirección y el disfrute de la econom ía,
'.que constituyen aspectos inseparables, a la colectivi-
: dad de los trabajadores. Pero sólo es eso posible si
ejerce esta última realm ente el poder político. Nin-
, guna de esas condiciones se encuentra realizada en
. R usia.
2 2 . E se misma carácter de clase determina en
; la U R R S la distribución de la renta entre las diferen-
, tes categorías. Si la única fuente de ingresos para
: el proletariado es el producto de la venta de su fuer­
za de trabajo (salario), el burócrata dispone de un
; .ingreso suplem entario sin relación alguna con su
-contribución efectiva a la producción y que corres­
; ponde a la posición que ocupa en la pirámide buro-
' crática.
Ese ingreso suplementario proviene de la explota­
, ción del proletariado; la explotación en la sociedad
capitalista tiene lím ites objetivos, que corresponden
a las leyes que rigen la cuota de la plusvalía y el va­
' lor objetivo de la fuerza de trab ajo ; en R usia, el
único límite de la explotación es la resistencia físi­
ca del obrero, ya que la cuota de la plusvalía (la
tasa de explotación) está «libremente» determinada
por la burocracia, y queda desprovista de contenido
»
(al no existir las condiciones de su funcionam ien-
to) la ley del valor.
2 3 . A sí pues, la ley del valor im plica la propie­
dad individual, la com petencia y la libertad absolu­
ta del m ercado, y esas condiciones no existen en
R usia. D e ahí que, dentro claro está de ciertos lí­
m ites físicos y técnicos, los intereses de la burocracia
substituyan al funcionam iento autom ático de las le­

307
yes económicas como factor determinante de la evo­
lución económica.
24. Si el carácter de clase de esa economía es
evidente, el sistema de propiedad efectiva en el que
se basa no puede ser asimÜado al de ningún otro
régimen histórico. La propiedad burocrática no es
ni individual ni colectiva; es una propiedad priva­
da, puesto que sólo existe para la burocracia, y el
resto de la sociedad no dispone en modo alguno de
ella; pero una propiedad privada explotada en común
por una clase, y colectiva pues para esa misma éla-
se, en cuyo seno siguen por lo demás existiendo di­
ferenciaciones. En ese sentido, podría ser definida
de modo somero y un tanto paradójico como una
propiedad privada colectivizada.

3. El Estado burocrático

25. La posición de clase de la burocracia se


apoya en — y está garantizada por— el monopolio
de la utilización del aparato de Estado. En el Es­
tado burocrático llega a un punto culminante el fe­
nómeno que caracterizaba ya al imperialismo: la fu­
sión, hasta desde un punto de vista personal, del po­
der económico y del poder político.
26. Ante la nueva realidad que representa la
sociedad burocrática, hay que completar la defini­
ción clásica del Estado. El Estado ya no es sólo el
monopolio de la violencia física; es el monopolio
de la violencia física más el monopolio de las ideas.4

4. Ruina de la cultura

27. Se da hoy en día el nombre de «vida cul­


tural» en Rusia a una increíble mescolanza, muestra
única (le ignorancia, de presunción, de esquematis­
mo, de embrutecimiento y de dogmatismo «asiático».

308
E n cuanto tal, no puede ser com parada con ninguna
otra fase de la civilización hum ana, y constituye de
hecho la negación m ism a de toda ((cultura». E l que
le b u ro cracia in co rp ore a sus productos «ideológicos»
viejos tem as reaccio n ario s (Patria, F am ilia, R elig ió n ,
etc.) n o im plica que se oriente hacia la restau ra­
ción del cap italism o; es sim plemente el resultado de
la estabilización de u n a clase que, p ara ju stifica r su
dom inación, se fa b rica una «ideología» tom ando lÓS
elem entos que tiene m ás a mano.

5. C a rá cter so cia l e h istórico del sistem a

. 28. E l carácter de clase de la b u ro cracia se d es­


aprende del papel esp ecífico que desem peña en la eco -
jn o m ía; en la prod ucción, el papel que asum e e l bu-
‘ ró crata constituye la negación absolu ta del p ro le­
ta rio ; y el b u ró crata posee, entanto que m iem bro de
la clase dom inante, el aparato productivo del que el
obrero está en ajen ad o , separado. A la b u ro cracia le
puede correspond er adem ás, eventualm ente, cum ­
plir con una «función» histórica: ser el instrum ento
ídel hundim iento de la humanidad en la barbarie. Q u e
¡esa fu n ción histórica sea negativa no dism inuye en
1nada el carácter de clase de la b u ro cra cia : la H is­
toria ha pasad o ya p o r períodos de d ecadencia du­
rante los cuales subsistía la división de la sociedad
en clases. E l papel de la clase dom inante durante p e­
ríodos de ese tipo es forzosam ente «regresivo». E l
«progreso» eco n ó m ico en Rusia sólo es tal p ara la
clase dom inante, y aun así, es a la larga in co m ­
patible con la d irección bu rocrática de la socie­
dad. P or últim o, el ca rá cte r de clase de la b u ro cra ­
cia no se ve afectad o en modo alguno por el he^
cho de que no se trate de un producto orgánico de
la eco n o m ía cap italista; M arx pensó ya en la even­
tualidad de que una lu c h a de clases term in ara con
«el hundim iento de las clases en pugna» (y, por

309
consiguiente con la aparición de una nueva clase do­
m inante).
2 9. Para salvaguardar su dominación, la buro­
cracia no necesita volver al capitalism o privado; al
contrario, tanto desde el punto de vista económ ico
(eliminación de las crisis económ icas) como desde el
punto de vista político (disfraz socialista de su dic­
tadura totalitaria), le conviene m antener el sistema
actual. E l carácter hereditario de los privilegios está
perfectam ente garantizado, no por reglas jurídicas
sino por leyes sociales que rigen la vida del medio b u ­
rocrático. A sí com o los burgueses han com prendi­
do que no es ni mucho menos necesario obtener la
posesión del aparato de Estado, com o los señores
feudales y los m onarcas absolutos, para controlarlo
efectivam ente, tam bién los burócratas saben, más
m arxistas sobre ese punto que los « trotsquistas» de
hoy en día, que no es necesario obtener jurídica­
mente la propiedad de los medios de producción para
disfrutar de su posesión real. L a restauración del ca*
pitalism o en R usia com o resultado de un proceso
interno es imposible; sólo puede ser impuesta por
una intervención armada extranjera.
3 0 . Hay que rechazar de modo tajante la teoría
del «Estado obrero degenerado». E sa teoría es cien­
tíficam ente incorrecta, ya que sólo nos habla de la
evolución que ha conducido al régimen presente, pero
se equivoca totalm ente en cuanto a la naturaleza
actual del régimen. L o que caracteriza fundam enta-
mente al Estado obrero no son sus bases económ i­
cas, sino el poder político efectivo de la clase o b re­
ra (Com una de V871, Revolución rusa hasta 1 9 2 1 ­
1 9 2 3 ); cuando el ejercicio real de ese poder choca
con obstáculos serios, puede hablarse de Estado obre­
ro degenerado (Rusia de 1 9 2 1 -1 9 2 3 a 1927); cuan­
do de ese poder no queda ya nada en manos de la
clase obrera, el proceso ha llegado a su término y
el «Estado obrero degenerado» se convierte en un
Estado que no tiene ya nada de obrero. D icho sea

310
de paso, esa teoría es además políticamente desas­
trosa, ya que agrava todas las ilusiones y la confu­
sión sobre la naturaleza real de la sociedad soviética
que reinan actualmente en las masas.
3 1. La concepción que hace del régimen ruso
un «capitalismo de Estado» es igualmente falsa. Lo
que hay tras de esa teoría es la incapacidad, en
los que la presentan, de estudiar un fenómeno nue­
vo sin utilizar fórmulas ya conocidas — y parte ade­
más en la niayor parte de los casos de confusiones
lamentables (conio en G. Munis, que identifica pu­
ra y simplemente explotación y capitalismo). De he­
cho, los partidarios de esa teoría no tienen más re­
medio que admitir que, si hacernos abstracción de
los rasgos comunes de toda sociedad de explotación,
no hay en la sociedad rusa ninguna de las caracte­
rísticas del capitalismo (eliminación de las crisis, au­
sencia de determinación objetiva de la cuota de plus­
valía, ausencia de una determinación objetiva de
los salarios y de la acción de la ley del valor, distri­
bución de la ganancia en función de la posición de
los burócratas y no en función de títulos de propie­
dad). A decir verdad, se trataría de un simple pro­
blema de vocabulario si un cierto número de he­
chos de la mayor importancia no vinieran a con­
firmar el carácter erróneo y superficial de la teoría
del «capitalismo de Estado»: a) la instauración y
la estabilización de ese régimen hubiera debido ser
normalmente el resultado de un desarrollo máximo
del capitalismo; pero se han efectuado éstas no en
los países avanzados (Estados Unidos, Alemania, In­
glaterra), sino en un país atrasado; b) hay una au­
sencia casi total de relación entre los burócratas de
hoy en día y los capitalistas de antaño; c) la buro­
cracia ha llegado al poder de un modo original; que
no puede ser reducido a las experiencias del pasa­
do; d) la política rusa en los países del bloque orien­
tal es una política de asimilación, cuya primera fase
ha sido justamente la eliminación total de todo po-

3! 1
der político de Jos capitalistas, lo cual hace que en
sus términos mismos la expresión «capitalismo de
Estado» no tenga mucho sentido al hablar de la
instauración de ese régimen. Además, la «Jógica:. de
sus propias ideas lleva a los que aceptan esas teorías
a conclusiones teórica y políticamente estúpidas,
como la asimilación entre partidos estalinistas y par­
tidos fascistas.

6. La política mundial del estalinismo

32. El Estado burocrático, así como la capa


burocrática de los países capitalistas que utiliza las
ilusiones de las masas sobre éste, constituyen la ba­
se social de ese hundimiento posible en la barbarie.
Los intereses históricos de esa base se oponen de
modo irreconciliable a los del proletariado, y las
derrotas del movimiento revolucionario desde ha­
ce unos veinte años han sido el resultado de una
política consciente de la burocracia. Pero también
son irreconciliables los intereses de la burocracia y
los del imperialismo; el monopolio del comercio ex­
terior en la zona rusa y la influencia política del es­
talinismo en los países capitalistas no pueden ser
tolerados por los Estados Unidos, como no pueden
serlo por la burocracia la penetración económica
americana en su zona y la instauración de dictadu­
ras de derechas en los países europeos. El temor
común a la revolución y a los imperialismos alemán
y japonés ha hecho que durante la guerra — y por el
momento— haya podido llegarse en más de una
ocasión a un compromiso. Pero de ahora en ade­
lante, si consiguen aplastar una vez más la revolu­
ción, el imperialismo y la burocracia se encontrarán
solos frente a frente, y el conflicto abierto será ine­
vitable.
33. Si el objetivo final hacia el que tiende cons­
cientemente la burocracia es la dominación mundial.

312
su objetivo inmediato es prepararse para la guerra
y conseguir las posiciones más favorables para un
conflicto futuro. Esa estrategia, así com o su propia
naturaleza de clase, imponen a la burocracia una
táctica propia.
E n los países sometidos a la influencia directa
de la burocracia rusa,. esa táctica conduce a la apli­
cación de u na política de asimilación estructural,
con m étodos y ritmos impuestos tanto <>por el temor
a un eventual movimiento de masas com o por los
com prom isos con el imperialismo; en los demás paí­
ses europeos, los partidos estalinistas intentan apode­
rarse del aparato de Estado con métodos burocrá­
ticos, y fortalecer su influencia en las masas.

7. Posibilidad de un triunfo del estalinism o

34. Si, frente al imperialismo por un lado, fren­


te a la revolución proletaria por otro, las probabili­
dades de un triunfo del estalinismo parecen hoy en
día muy escasas, eso no modifica en modo alguno
la cuestión de la naturaleza social de R usia, ni la
del significado histórico del fenómeno burocrático.
La degeneración de la revolución será siempre posi­
ble durante todo el período de transición histórica,
hasta la realización del comunismo. E n la lucha con­
tra esa degeneración posible, los aná1isis teóricos son
desde luego indispensables, pero la solución defini­
tiva sólo podrá darla la lucha revolucionaria del
proletariado.
L a J V 1nternacional debe sacar todas las conse­
cuencias necesarias del hecho de que lucha por
la realización del socialismo tanto contra el capita­
lismo que agoniza com o contra la barbarie que
nace.

313
,S o b r e la c u e s t ió n d e la U R S S y d el
e s t a lin is m o m u n d ia l 5

1. Sin teoría del estalinismo no hay acción contra


el estalinismo

No lograremos construir hoy en día la IV In..


ternacional si no empezamos por hacer una autocrí­
tica seria de sus anteriores perspectivas. En un cier­
to número de puntos fundamentales, nuestra teoría
ha salido bien parada de la prueba que han repre­
sentado estos últimos diez años. Si nos ha llevado
a equivocarnos en la apreciación de otros proble­
mas, la evolución misma de los acontecimientos de­
bería permitirnos rectificar ahora esos errores. El
más grave es desde luego el que hemos cometido so­
bre la naturaleza, la función y la importancia del es­
talinismo. Nunca insistiremos demasiado sobre el
enorme alcance de tal error: hoy en día, una apre­
ciación correcta y una táctica eficaz frente al estali­
nismo son la clave del desarrollo del movimiento re­
volucionario.
¿Cuáles eran nuestras previsiones, y qué nos ha
enseñado la experiencia de la guerra? La teoría de
Trotski sobre la naturaleza de la URSS partía de
esta hipótesis: que el régimen estalinista era esen­
cialmente inestable; esa inestabilidad radicaba en
la contradicción insuperable entre el poder de la bu­
rocracia y las «formas socialistas de propiedad». De
esa idea se deducían principalmente las siguientes
perspectivas: l) ta «caída de Stalin tanto en caso
de victoria conio en caso de derrota»; 2) el estallidol.

l. Bulle/in intérietir del P.C. I. n 41, agosto de 1947.


d e m o v im ie n to s re v o lu c io n a rio s al a ce rca rse el E jé r­
c ito ro jo y la « c o n ta m in a c ió n d el E jé rc ito ro jo por
esos m o v im ie n to s ; 3) la lu c h a e n tre la s s u p u e s ta s
fra c c io n e s d e re c h is ta s -fa s c is ta s e iz q u ie rd is ta s -re v o lu ­
c io n a r ia s (la s c é le b r e s f r a c c io n e s B u te n k o y R e is s d e l
P ro g ra m a d e T ra n s ició n ) , fra c c io n e s e n tre la s c u a le s
S ta lin se lim ita b a a e s ta b le c e r un e q u ilib rio p re c a rio
e in e s ta b le .
L a e x p e rie n c ia de la g u e rra ha dado un m e n tís
a to d a s esas p re v is io n e s . Las te o ría s hay que d is­
c u tirla s en fu n c ió n de lo s a c o n te c im ie n to s , y lo s
a c o n te c im ie n to s han m o s tra d o que la te o ría tra d i­
cio n a l so b re la U RSS y so b re el e s ta lin is m o queda­
ba to ta lm e n te su p erad a. N o só lo el e s ta lin is m o ha
c o n s titu id o el p rin c ip a l o b s tá c u lo a to d o d e s a rro llo
del m o v im ie n to re v o lu c io n a rio y no ha s id o a u to ­
m á tic a m e n te d e s tru id o p o r u n a o le a d a re v o lu c io n a ria
com o se su p o n ía que o c u rriría , no s ó lo ha con se­
g u id o hacer fracasar to d o s lo s m o v im ie n to s de lu ­
ch a, s in o que ha c o n s e g u id o adem ás d e fo rm a r esos
m o v im ie n to s y h a s ta u tiliz a rlo s en p ro v ech o p ro p io .
L a crisis rev o lu cio n a ria p ro v o ca d a p o r la g u erra n o
só lo n o h a so ca v a d o , sino q u e h a refo rz a d o e l p o d e r
d e l estalinism o .
El s ile n c io o b s tin a d o y e sté ril de la m a y o ría de
la In te rn a c io n a l s o b re la c u e s tió n de la URSS y del
e s ta lin is m o , su h o s tilid a d a to d o p la n te a m ie n to nue­
vo del p ro b le m a , en nada m o d ific a n la re a lid a d de
lo s h e c h o s . D ic h o s e a d e p a s o , u n a c o s a es c o n f r o n t a r
el m é to d o que u tiliz a uno m is m o con un m é to d o
que ha dado ya re s u lta d o s , el de M arx, L e n in y
T ro ts k i; y o tra m uy d ife re n te esco n d erse tra s lo s
a n á lis is del p asad o con un s e rv ilis m o te ó ric o que
esos m is m o s a u to re s han c o m b a tid o sie m p re im p la ­
c a b le m e n te . O sea que hay que re v is a r Ja in te rp re ­
ta c ió n del ré g im e n de la U RSS en fu n c ió n de lo s
a c o n te c im ie n to s ; y em pezar por abandonar la te o ría
t r a d i c i o n a l d e l a « i n e s t a b i l i d a d » d e l r é g i m e n , a la q u e
lo s h ech os han dado un m e n tís ro tu n d o . H ay que

316
elaborar además una concepción sociológica e h is­
tó rica de los partidos estalinistas, pero com prender
que esa concepción no puede ser un sim ple reflejo
de la teoría de Lenin sobre la socialdem ocracia. H ay
que com prender, por último, que la tá ctica con la
que debe ser com batido el estalinismo no es la m is­
ma con Ja que podía ser com batida antaño la so ­
cialdem ocracia.

2. L a naturaleza so cia l d el estalinism o

a) Aunque se haya convertido en algo to tal­


m ente falso a partir de 1921, la concepción de la
U R S S com o un «E stad o obrero degenerado» ha p o ­
dido tener una justificación en el pasad o; antes de
esa fecha, las bases económ icas de la dom inación de
la bu rocracia se lim itaban al sector estatificado de
la industria; subsistían tendencias internas que ten ­
dían hacia el capitalism o, y la burocracia parecía
no poder escapar al dilema «capitalism o o so cia ­
lism o»; el régimen todavía no había m ostrado hasta
qué punto su intervención contrarrevolucionaria a
escala mundial podía ser decisiva, y hasta qué pun­
to era capaz por lo tanto de luchar co n tra el riesgo
de un retorno de la revolución en la U R S S , sobre to ­
do de seguir el régimen aislado y sin extenderse a
otros países. H asta esa fecha, pues, si se aceptaba
la perspectiva de una victoria rápida de la revolu­
ción que se encargaría de resolver el problem a, la
noción de «Estado obrero degenerado» podía por
lo menos discutirse. Pero lo que hem os visto desde
entonces, es que el régimen social de la U R S S se ha
reforzado después de haber pasado por una serie
de pruebas, siendo la guerra la última de ellas. H e­
mos visto cóm o Ja burocracia, a partir de \92$, ex­
tendía su dom inación económ ica sobre el conjunto
de la producción, tanto industrial com o agrícola. H e­
mos visto cóm o Stalin , cuya política — según T ro ts-

317
ki— debía desem bocar fatalm ente en la restaura­
ción del capitalism o a corto plazo, se lanzaba a un
ataque contra la derecha sin dejar por ello de e x ­
term inar a la izquierda, y liquidaba física y social­
mente a todas las capas burguesas y pequeño bur­
guesas del país. H em os visto cóm o T ro tsk i, que ca ­
lificaba en 1928 a la derecha del partido com unis­
ta ruso de ala abiertam ente procapitalista, escribía
fríam ente en 1938 (en el Programa de Transición)
que esa ala representaba un «peligro de izquierda»
para la burocracia. H em os visto cóm o T rotski po­
día llegar a escribir que los procesos de Moscú eran
«el anuncio de una conclusión, el com ienzo del fin »,
cuando de lo que se trataba obviam ente era del fin
de un com ienzo. H em os visto cóm o ese régimen,
«producto del aislam iento», desbordaba el marco de
la U R S S y empezaba a extenderse a otros países,
utilizando en su m archa residuos de revoluciones
abortadas.
L o que fue ayer preocupación teórica, deseo de
dar un nombre a un régimen que se creía efím ero, se
ha convertido hoy en necesidad práctica inm ediata;
de lo que se trata ahora es de explicar al prolet?. -
riado cóm o el régimen estalinista de la U R S S ha
podido convertirse en el gran sepulturero de la re­
volución mundial, y qué forma de sociedad, reac­
cionaria y explotadora, representa hoy en día. D e lo
que se trata es de m ostrar a la clase obrera del mun­
do en tero que el burocratism o ruso no es un en e­
migo nienos terrible que el im perialism o am eri­
cano.
b) Para caracterizar a un régim en según el m é­
todo m arxista. hay que responder a una cuestión
esen cial: ¿ cómo se sitúan los hombres con respecto
a los medios de producción? O con otras palabras:
¿cuáles son las relaciones de producción en la
U R SS?
L as relaciones de producción en la U R S S son
relaciones de clase. La posición de los individuos

318
con respecto a los medios de producción es abso-
1utamente diferente según el grupo social al que per­
tenecen esos individuos. Una clase social, la buro­
cracia, posee los medios de producción; el desposei­
miento del proletariado al respecto es total. No hay,
desde luego, propiedad privada de los medios de
producción en Ja URSS; la burocracia es propietaria
de modo colectivo. En conjunto, en cuanto clase, la
burocracia disfruta. usa y abusa. según la fórmula
clásica que se emplea en los medios de produc-
ció II.
Las diferencias entre la burocracia soviética v la
burocracia capitalista, aun en sus formas nazi o fas­
cista, son fundamentales. Esta última puede como
mucho, y sólo hasta cierto punto, dirigir y controlar
Ja producción; pero el capital financiero sigue sien­
do el verdadero poder, en última instancia, tanto
en la economía como en el Estado. Pero el poder de
la burocracia soviética en la producción, en tanto que
colectividad, es absoluto. No decimos que puesto que
controla, posee; decimos que su posesión es una au­
téntica posesión.
El proletariado, frente a la burocracia, no dispo­
ne de poder económico alguno. Sin hablar de ios
veinte millones de esclavos del régimen f 19471, el
trabajador soviético «libre» gasta, como cualquier
proletario de un país capitalista, su fuerza de tra­
bajo en beneficio de la clase poseedora. Y esa misma
clase decide cuál será el salario con el que vivirá él
miserablemente, ya que ni siquiera le es posible lu­
char para obtener concesiones.
Esa estructura de clase de las relaciones de pro­
ducción se refleja directamente en la distribución.
La burocracia consume en principio de modo legal
— e improductivo— por lo menos. según los cálcu­
los más indulgentes, la mitad de la renta nacional
(sin tener en cuenta los robos, el despilfarro, etc.).
Su eliminación permitiría doblar inmediatamente y
de modo simultáneo tanto el fondo de acumulación
com o el fondo de consumo de la sociedad sovié­
tica.
Encontram os por consiguiente en la U R S S el
mismo antagonism o fundam ental que en todas las
demás sociedades de clases contem poráneas: la co n ­
tradicción entre las fuerzas productivas y las rela­
ciones de producción, la incom patibilidad entre la
producción social y la apropiación de clase. La m a­
nifestación de ese antagonism o en la U R S S es la cri­
sis permanente de subproducción y el desequilibrio
orgánico entre la producción de bienes de produc­
ción y la de bienes de consum o. Las relaciones de
producción de 1a econom ía bu rocrática se han con ­
vertido en un freno absoluto para el desarrollo de
las fuerzas productivas en la U RSS/’
c) Todo lo que no sea ese tipo de análisis m ar-
xista es puro form alism o y pura abstracción.
A bandonando el punto de vista' materialista de
las relaciones de producción, los partidarios de la
«defensa de la U R S S , sin cond iciones», utilizan ante
todo consideraciones form ales y jurídicas. Exam inan
la econom ía soviética con las lentes del idealismo
pequeño burgués, recitando párrafos de la C onstitu­
ción en vez de estudiar las relaciones sociales m a­
teriales.
L a estatificación y la planificación en la U R S S ,
si bastan para distinguir a su econom ía de la econo­
mía capitalista, no tienen sin em bargo, en sí m is­
mas, ningún significado «socialista» o «progresis­
ta».
M ás concretam ente, hoy en día la planificación
en la URSS no es más que la planificación de la
explotación, la estatificación no es niás que ¡a for­
ma jurídica de la posesión económica de la buro­
cracia.

2. [Véase el apartado (c) de la «Nota final» ( 1973) de «Las


relaciones de producción en Rusia» en este volumen.]

320
. P ara que esas medidas adquieran un significado
progresista, deben ir acompañadas por la abolición
de las relaciones antagónicas entre los hom bres con
respecto a los medios de producción, la abolición
de la sociedad en clases y por consiguiente de la
explotación. L o que comprobamos en la U R S S es
exactam ente lo contrario. La colectivización y la pla­
nificación sólo son progresistas en la medida en que
el proletariado se convierte en clase dominante, in­
terviene de modo activo en el funcionam iento de la
econom ía, asume la dirección efectiva de ésta (ges­
tión obrera) o se orienta al menos en ese sentido.
Pero en la U R S S el proletariado no es hoy en día más
que una de las materias primas de la econom ía, un
objeto pasivo de explotación. La estatificación y la
planificación le son perfectamente ajenas: forman
la base del régimen que les explota.
No hay «base socialista» de la econom ía que
pueda existir con independencia de la situación del
proletariado. La proposición esencial que está en la
base de la teoría marxista es precisamente ésta: lá
revolución proletaria es el momento de la Historia
en el que se supera el automatismo de las leyes eco­
nómicas. La única garantía del socialism o es pues
la intervención consciente del proletariado por me­
dio de sus diversos órganos (siendo el más cons­
ciente de éstos en última instancia el partido revo­
lucionario). Si el proletariado no interviene en la
dirección de la econom ía, no hay el menor rastro
de socialism o: el rasgo fundamental de la economía
socialista, lo que la opone a la econom ía burguesa,
es que se construye mediante la acción política cons­
ciente del proletariado. Decir lo contrario es acep­
tar y justificar por adelantado la eventual degene­
ración de una futura revolución proletaria. Cuando
Pierre Frank escribe que la burocracia es un «mal
inevitable», contribuye a que sea posible una nueva
catástrofe en el porvenir, ya que la ideología que
im plica esa afirm ación hace de un simple cam bio en

J2 I
la propiedad form al, más el poder de la burocracia,
una transform ación progresista y necesaria.
d) L a teoría de la «defensa sin condiciones»
constituye en realidad una revisión total del m ar­
xism o. A ltera com pletam ente las proposiciones esen­
ciales de la econom ía m arxista, al afirmar no sólo
que lo que determina la econom ía son las relacio­
nes jurídicas superestructurales, sino que además la
distribución es independiente de las relaciones de
producción, o sea que puede haber relaciones de
producción socialistas de las que se desprende una
distribución que hace de unos explotadores y de
otros explotados. D el m aterialism o dialéctico mis­
m o no queda ya nada, puesto que una econom ía
«progresista» podría determ inar una política reac­
cionaria. Pero el aspecto más nefasto de esa teoría
es su deform ación del programa de la revolución pro­
letaria: ya que oculta todo lo que separa la verda­
dera colectivización y la planificación proletaria de
una estatificación y una planificación burocrática que
permiten la explotación del proletariado. D eform a­
ción a la que no escapa la noción misma de E sta ­
do o b rero : según esos criterios (estatificación y pla­
nificación), que por lo visto lo definen, ni la C o ­
muna de París ni la sociedad postrevolucionaria R u ­
sa antes de su degeneración eran «Estados obre­
ros».
Sobre la cuestión misma del Estad o, punto en
el que el m arxismo revolucionario siempre fue de
una claridad absoluta, la teoría de la «defensa» cae
en una confusión lam entable. Puesto que hay un
E stad o en la U R S S , ese Estado debe, según la teo­
ría m arxista-leninista, representar y expresar la di­
visión de la sociedad en clases y ser el instrumento
de dom inación y de opresión de una clase sobre las
demás. E s evidente que en la U R S S el Estado no
es una dictadura del proletariado dirigida contra
los capitalistas: es la expresión de la dictadura de
la bu rocracia sobre el proletariado y las demás ca ­

322
pas d e la p o b la c ió n . La te o r ía tra d ic io n a l d e l «bona-
p a rtis m o a e s c a la in te rn a c io n a l» , segú n la cu al el
E s ta d o b u ro c rá tic o es la e x p re s ió n de u n a ' s itu a c ió n
de e q u ilib rio e n tre el p ro le ta ria d o ru so y el c a p ita ­
lis m o m u n d ia l, es de m uy p o c a u tilid a d al re s p e c to :
lo s E s ta d o s b o n a p a rtis ta s , por m u ch as a c ro b a c ia s
que tu v ie ra n que h acer p ara lle g a r a una e s p e c ie
de e q u ilib rio e n tre lo s in te re s e s d e d ife re n te s g ru p o s
s o c ia le s , n u n ca d e ja ro n de ser in s tru m e n to s de do­
m in a c ió n de cla se . N o cab e duda de que, en su de­
s a rro llo , la b u ro c ra c ia ha p o d id o ap ro v ech ar esé ti­
po de e q u ilib rio . P ero lo im p o rta n te no es co m p ro ­
bar ese h e c h o , lo im p o rta n te es v e r c ó m o se h a m a­
n ife s ta d o de m odo p re c is o y co n c re to la p re s ió n del
c a p ita lis m o m u n d ia l en la U RSS: com o c re a c ió n de
un E s ta d o que fu n c io n a com o un a p a ra to de o p re­
sió n y de e x p lo ta c ió n c o n tra el p ro le ta ria d o .
e) Si la s o c ie d a d b u ro c rá tic a es una s o c ie d a d
de cla se s, no puede ser s in em b arg o a s im ila d a a la
s o c ie d a d c a p ita lis ta , y a q u e no e n c o n tra m o s en aqué­
lla n in g u n o de lo s p rin c ip a le s rasg o s de é s ta . L a
n o c ió n de « c a p ita lis m o de E s ta d o » , a p lic a d a a una
so cie d a d en su c o n ju n to , es c o n tra d ic to ria y puede
c r e a r c o n f u s io n e s . E n e l « c a p ita lis m o d e E s t a d o » id e a l
no queda ya rasg o a lg u n o d el c a p ita lis m o que con o­
cem os, de no s e r la e x p lo ta c ió n , ra sg o com ú n de to ­
dos lo s re g ím e n e s h istó rico s. Por c o n s ig u ie n te , esa
e x p re s ió n no tie n e en el fo n d o , h is tó ric a m e n te , n in ­
gún s ig n ific a d o , y d e to d a s fo rm as n o puede ser em ­
p le a d a p ara d e s c rib ir una s o c ie d a d que p re c is a ­
m e n te no es el p ro d u c to de una e v o lu c ió n in te rn a
del c a p ita lis m o , s in o de la d e g e n e ra c ió n de una re­
v o lu c ió n p ro le ta ria . N o se tra ta , s im p le m e n te p o r f a ­
c ilita r n u e s tra ta re a de p ro p ag an d a, de h acer com o
si e s ta lin is m o y c a p ita lis m o fu eran una s o la y m is m a
cosa. H ay que dar ju s ta m e n te al p ro le ta ria d o una
e x p lic a c ió n del h ech o, e v id e n te p ara to d o s en sí
m is m o , de que el e s ta lin is m o y el c a p ita lis m o , aun­
que v iv a n am bos de la e x p lo ta c ió n del p ro le ta ria d o ,

323
se oponen en el p e río d o a c tu a l en una lu ch a a
m u e rte .

3. E l significado histórico del régimen burocrático

E l a firm a r q u e e x is te en la U R S S una cla s e bu­


ro c rá tic a no im p lic a ni m u ch o m enos que esa c la s e
co rre sp o n d a a una n e c e s id a d h is tó ric a y sea por
lo ta n to de a lg ú n m odo « p ro g re s is ta s U na c la s e no
es m ás que un c o n ju n to d e in d iv id u o s q u e tie n e n la
m is m a re la c ió n con lo s m e d io s de p ro d u c c ió n . E l
que a firm a r to d a c la se d e b e co rre sp o n d e r a una ne­
c e s id a d h is tó ric a es p ro d u c to de una lu c u b ra c ió n
id e a lis ta , que v ie n e de H e g e l, no de M arx. Se pue­
de creer que e x is te un d e te rm in is m o h is tó ric o , se
puede a firm a r que una c la s e no se fo rm a de m odo
a rb itra rio , sin o que es la co n ju n ció n en c o n d ic io n e s
dadas de id é n tic o s in te re se s con re s p e c to a la p ro ­
d u cció n — p ero eso no tie n e nada que ver con la
c re e n c ia en que lo q u e o cu rre te n ía q u e o c u rrir por
d e fin ic ió n y que la h i s t o r i a e s u n ju e g o en el que el
re s u lta d o se con oce por a d e la n ta d o — . Lo que de­
te rm in a la e v o lu c ió n h is tó ric a es el cu rso de la
lu c h a de cla s e s , su v id a re a l, y no lo s esq u em as de
Boletín Interno del co m p a ñ e ro F ra n k .
E l h ech o c a p ita l, que p ru eb a que no hay n in ­
guna « m is ió n h is tó ric a p ro g re s is ta » de la b u ro cra ­
c ia , es que a la rg o p la z o es in c a p a z de d e s a rro lla r
la s fu e rz a s p ro d u c tiv a s con re s p e c to al ré g im e n ca­
p ita lis ta . Com o d e c ía T ro ts k i en La revolución
traicionada, h ace ya m u ch o tie m p o que la b u ro cra­
cia se h a c o n v e rtid o en el p e o r o b s tá c u lo al d e s a rro ­
llo d e la s fu e rz a s p ro d u c tiv a s .
T a n to en el p la n o e c o n ó m ic o com o en el p la n o
s o c ia l y p o lític o , la so c ie d a d b u ro c rá tic a ru sa es,
d esd e un p u n to d e v is ta h is tó ric o , u n a so c ie d a d fu n ­
d a m e n ta l y p ro fu n d a m e n te re a c c io n a ria . Es una in ­
tro d u cció n a lo que p o d rá ser la nueva b a rb a rie .

324
Trotski lo vislumbró al escribir en 1n defense oj
marxism: «El socialismo no puede construirse de
modo «automático», será el resultado de la lucha
de fuerzas vivas, de las clases y de sus partidos ( ...)
Pero tenemos perfecto derecho a preguntarnos: ¿cuál
sería el carácter de la sociedad si las fuerzas de la
reacción triunfaran? Los marxistas han formulado
mil veces la alternativa: socialismo o barbarie ( ...)
El fascismo por un lado, la degeneración del Esta­
do soviético por otro , son ya el esbozo de las for­
mas sociales y políticas de lo que sería una nueva
barbarie*. [El subrayado es nuestro, C. C.].
El saber si el papel histórico de la burocracia
soviética — que es totalmente «regresivo»— será el
de dar una forma histórica concreta a la barbarie,
es algo que -no _puede decidirse teóricamente, algo
que sólo resolveré\ la lucha de clasev
s.

4. La experiencia de los países del nuevo bloque


ruso

La expansión soviética de la postguerra ha im­


pugnado de modo categórico la teoría del «Estado
obrero degenerado». Según la concepción trotsquis-
ta tradicional, había que descartar tajantemente la
idea de una verdadera expansión del régimen buro­
crático, no sólo porque el régimen de la URSS no
era más que el producto del aislamiento del Estado
soviético (y era por consiguiente absurdo suponer
que pudiera implantarse en otros lugares), sino tam­
bién porque la burocracia, decían los que defendían
esa concepción, « do podía ni exponer al Ejército
rojo a una contaminación revolucionaria en los otros
países, ni aplastar abiertamente la revolución». Pero
es precisamente lo que ocurrió. El Ejército rojo ha
ocupado numerosos países y su presencia ha per-

3. [Trotsky, op. cit, p. 31.]

325
m itid o a lo s p a rtid o s e s ta lin is ta s im p o n e r lo s lí­
m ite s que le s c o n v e n ía n a to d a in ic ia tiv a re v o lu c io ­
n a ria , u tiliz a rla s cu an d o p o d ía n en p ro v ech o p ro ­
p io y s o m e te r a esos p a ís e s a un p ro ceso de a sim i­
la c ió n e s tru c tu ra l al ré g im e n de la U RSS, segú n
ritm o s y tá c tic a s que co rre sp o n d e n ta n to a la s itu a ­
ció n p ro p ia de cad a p a ís com o a 1a s e x ig e n c ia s ge­
n e ra le s d e la p o l í t i c a e s t a l i n i s t a .

5. E l estalinism o m u n dial

La b ase m a te ria l del e s ta lin is m o m u n d ia l e s tá


c o n s t i t u i d a p o r la c l a s e b u r o c r á t i c a e n la U R S S y p o r
la s c a p a s b u r o c r á t i c a s q u e e s tá n u n ific á n d o s e en e ste
m o m e n to en lo s p a ís e s d e l b lo q u e o rie n ta l, y su m a­
n ife s ta c ió n en lo s p a íse s o c c id e n ta le s son lo s p a rti­
dos c o m u n is ta s . P ero hay que co m p ren d er en qué
c o n s is te la f u e r z a de esos p a rtid o s . Los d iv e rs o s PC
no son ú n ic a m e n te una « q u in ta co lu m n a » de M os­
cú — q u e e sa es m a s o m e n o s la c o n c e p c i ó n p o lic ía c a
y f o l l e t i n e s c a d e l a m a y o r í a d e la I n t e r n a c i o n a l — . L a
e v id e n te c o m p lic id a d e n tre lo s d irig e n te s e s ta lin is ­
ta s y M oscú no b a s ta p ara e x p lic a r, co m o no sea de
m odo to ta lm e n te s u p e rfic ia l, su p o lític a en el s e n ti­
do m ás g e n e ra l, ni so b re to d o la en o rm e fu erza de
que d isp o n e n en el sen o del m o v im ie n to o b rero . Si
ha c o n s e g u id o c o n v e rtirs e el e s ta lin is m o al acab ar
la g u e r r a en un fa c to r s o c ia l ta n im p o rta n te , es p o r­
que ha s id o cap az de a d a p ta rs e a, y exp resar h a s ta
c ie rto p u n to , te n d e n c ia s s o c ia le s lo c a le s o rig in a d a s
p o r la d e s c o m p o s ic ió n del c a p ita lis m o . Es ju s ta m e n ­
te p o rq u e el e s ta lin is m o no tie n e n in g u n a « le g itim i­
dad» h is tó ric a y no es m ás que la c o n s e c u e n c ia del
re tra s o de la re v o lu c ió n p ro le ta ria , por lo que esa
b a s e s o c ia l no es u n if o r m e a e s c a l a m u n d ia l: c a p a s d e
la « a ris to c ra c ia o b rera», de la b u ro c ra c ia s in d ic a l
y de s e c to re s té c n ic o s en F ra n c ia y en Ita lia , por
e je m p lo ; pequeña b u rg u e s ía d u m p e n iz a d a » en lo s

326
B alcan es, burguesía «nacional» en ciertas colonias.
E sas capas nunca hubieran podido adquirir el
peso y la im portancia sociales que cobraron de n o
haber fracasado repetidam ente las tentativas revolu­
cionarias del proletariado y de no haberse realizado
la experiencia bu rocrática rusa. Llevadas hoy en día
por la decadencia del capitalism o a consolidar sus
intereses y sus privilegios en una sociedad más e s­
table que el capitalism o, esas capas se agrupan hoy
en día tras los partidos estalinistas.
Sin verdadera cohesión, no desem peñando hoy en
día un papel definido y decisivo con respecto a la
producción, esas capas m anifestarían forzosam ente
todas sus contradicciones y su fundam ental h etero­
geneidad durante un período de ofensiva del prole­
tariado. Pero esa afirm ación no es más que un ar­
gumento inás en favor de esta otra: si se quiere co n ­
tribuir a desencadenar esa ofensiva del proletariado,
hay que dirigirse en primer lugar a las capas más
explotadas y oponerlas a la ideología de las capás
estalinistas privilegiadas.
La c o n c e n tr a c ió n d e la s fu e rz a s
p r o d u c t iv a s ‘

1. L a exigencia de una con cen tración de las


fuerzas productivas se m anifiesta en la sociedad a c­
tual de dos m odos profundam ente con trad icto rio s:
com o m ovim iento del proletariado hacia la revolu­
ción socialista por un lad o , com o fusión continua del
cap ital y del E stad o a escala nacional e in tern a­
cio n al por o tro. P ero esa fusión se presenta tam bién
de dos m odos radicalm ente antagónicos: o bien (p ar­
tiendo del punto m áxim o al que h a llegado la evo­
lución del capitalism o m onopolista) se desarrolla la
co n cen tració n de m odo orgánico en el seno del c a ­
pitalism o actu al en torno a la capa m ás co n cen tra­
da y m ás poderosa del cap ital m onopolista, a la que
se incorp oran la b u ro cracia estatal y la bu ro cracia
obrera de su propio país y del resto del mundo cap i­
talista (E stad o s U n id os); o bien esa con cen tración
se efecúa esencialm ente en torno a la p rop ia b u ro cra ­
cia obrera, que consigue expropiar, tras una guerra
a m uerte, a las cap as capitalistas m ás poderosas y a la
que se incorp oran individualm ente elem entos de la
pequeña burguesía y de otras capas interm edias
(U R S S ). ' -
2. E so s dos m odos de fusión, a pesar de su vio­
lento antagonism o y de su diferente con ten id o, repre­
sentan esencialm ente una misma realidad h istó rica : el
crecim ien to brutal de la barbarie en un m undo cap ita­
lista en descom posición. L a barbarie no es un esta­
dio histórico que aparece bruscam ente d esp u és de que
el sistem a cap italista haya llegado a un callejón sin
salida; se m anifiesta ya en el propio capitalism o de­ l.

l. Inédito (marzo de 1948).

329
cadente y no es m ás que el producto de una continua
alteración del sistema capitalista en descomposición.
que se convierte paulatinamente en otra cosa. L o que
hay de esencialm ente idéntico en esos dos modos de
fusión, es que corresponden a una misma exigencia
histórica y social, dictada por el estado de la técni­
ca y de las fuerzas productivas pero también por el
conjunto de la situación social e h istórica: concentra­
ción absoluta de las fuerzas productivas a escala na­
cional e internacional, «planificación» de la produc­
ción así concentrada, fusión de la econom ía y del E s ­
tado, estatificación de la ideología, proletariado co n ­
vertido íntegramente en simple m ecanism o del apara -
to de producción.
3. Pero si se quiere com prender la situación
mundial, hay que com prender claram ente no sólo en
qué son idénticos los dos fenóm enos, sino tam bién en
qué es el uno la antítesis del otro. Hay que distin­
guir tres momentos en esa antítesis:

a) E l origen histórico y la base social

E n la concentración tal y com o se efectúa hoy en


día a escala nacional e internacional en torno al ca ­
pital financiero de los Estados U nidos, el elem ento
m otor y el principal interesado es la capa más con­
centrada y más poderosa del capital m onopolista, a
la que se unen la bu rocracia estatal y la burocracia
obrera en su propio país, así com o las capas corres­
pondientes (capitalistas y burócratas) de los demás
países capitalistas. H istóricam ente, esa capa es el pro­
ducto orgánico y natural de toda la evolución del
capitalism o; no hay ninguna ruptura brutal en el pro­
ceso que desem boca en su dom inación total de la e co ­
nom ía y de la sociedad, hasta en los mecanismos más
insignificantes, a partir de la situación del capitalis­
mo «clásico». Su dominación total supone igualmente
la destrucción de todo grupo o institución que no

330
acepte ser un sim ple instrumento de esa dom ina­
ción. De ahí que luche a muerte no sólo con tra la re ­
volución proletaria, sino también contra esa fracción
de la burocracia obrera que busca para sí misma, y
sólo para sí misma, todo el poder, económ ico y p o ­
lítico.
En la concentración tal y com o se efectúa en to r­
no a la burocracia soviética, el elemento m otor y el
principal interesado en esa burocracia — política y
sindical, estatal y m ilitar, económ ica y técnica— que
ha conseguido agrupar a fracciones esenciales de la
burocracia o b rera, sindical y política de los demás
países, así com o a elem entos de la pequeña burgue­
sía y de las capas intermedias. H istóricam ente, la
llegada al poder de esa capa es el producto de la de­
generación de una revolución proletaria y de todo
el proceso que creó esa situación, tanto en el país
en el que se produjo com o, por lo que al m ovim ien­
to obrero respecta, en la mayor parte de los países
capitalistas. Su dom inación total, a escala nacional e
internacional, im plica la exterminación com pleta de
las capas capitalistas. De ahí que luche a m uerte, no
sólo contra la revolución proletaria, sino tam bién con ­
tra esas capas. D e ahí también que. tenga que utili­
zar al proletariado para llegar al poder, a trib u y é n d o la
un papel relativam ente activo y una particular im ­
portancia con respecto a las otras capas de la pobla­
ción. D e ahí por último que utilice esa arm azón id eo­
lógica específica que, aunque sea tan reaccionaria co ­
mo la del capitalism o decadente, es sin em bargo ra­
dicalm ente diferente de ésta. Si ambos factores son,
en la misma medida, productos de la situación global
del capitalism o decadente, si son condición general
de su existencia y de -su fuerza tanto las condiciones
objetivas de la época actual com o el «retraso» o los
problem as que encuentra la revolución proletaria, no
es por ello m enos cierto que cada uno de ellos es la
m anifestación, partiendo de esa situación global, de
un elem ento diferente de esa totalidad d ialéctica: en

331
un caso , el punto de partida es el capitalism o mismo,
y lo que representa es la b arb arie que crece en el
seno del mundo cap italista; n ace el o tro en el seno
del proletariado com o la propia negación interna de
éste, negación en la que subsiste la oposición al c a ­
pitalism o que determ ina al proletariad o, m anifestán­
dose así la posibilidad de la b arb arie contenida en la
enajenación no ya m aterial sino esencialm ente ideo­
lógica del proletariado..

b) E stadio de la evolu ción d e ca d a sistem a

C ad a uno de los dos factores se encuentra actual­


m ente en una fase esencialm ente diferente de su ciclo
histórico. E n el sistem a cread o por la b u ro cracia obre­
ra sobre la base de la degeneración del E stad o obre­
ro en R u sia y de la explotación p o lítica del m ovim ien­
to obrero en los otros países, el m ovim iento hacia la
con cen tración total ha llegado casi a su térm ino: la
fusión de la econom ía y del E stad o está a grandes
rasgos realizada, así com o la «planificación », la con­
centración in terestatal, la estatificación de la ideo­
logía, la reducción del proletariad o a m ateria bruta
de la econom ía.
E n la evolución del im perialism o am ericano, lo
único que enrontram os por el m om ento son em brio­
nes de esos fenóm enos. L a fusión del capital y del
E stad o está todavía en sus com ienzos, y se trata en
la m ayor parte de los casos de identidad «individual »
y no «o b jetiv a», de los m ism os individuos pero en
diferentes instituciones; o sea de una fusión que para
ser efectiva tiene que pasar por toda una serie de
m ediaciones, que sigue presentándose com o control
absoluto del cap ital financiero sobre el poder estatal
y com o fusión personal de las esferas dirigentes. L a
unidad que com ponen el capital y e lE s t a d o no se h a
convertido todavía en una unidad inm ediata, com o
en R u sia , es todavía una unidad diferenciada interna­

332
mente, que sigue necesitando una mediación para afir­
marse. La «planificación» sólo concierne las activida­
des de cada monopolio; después de los inicios de una
coordinación entre sectores que impuso la segunda
guerra mundial, se ha hecho marcha atrás desde que
acabó la guerra. Por consiguiente, la capa dominante
conserva sus oposiciones internas, que sólo logra su­
perar mediante la oposición al otro (ya sea ese otro
el proletariado o la burocracia rusa); en Rusia, esas
oposiciones han quedado suprimidas en la universa­
lidad abstracta de la burocracia como clase dominan­
te. Lo mismo puede decirse en el plano internacional.
Por último, en el plano social, queda un largo trecho
antes de que se llegue a la estratificación de la ideo­
logía y a la reducción del proletariado a simple ma­
teria de explotación.
Sería sin embargo un grave error el limitarse a
comprobar esos hechos, sin ver cuál es la dinámica
de la evolución. Frente al vulgar empirismo de la ma­
yoría de la IV Internacional y su ausencia total de
perspectivas históricas, pero también frente a la ge­
neralización abstracta de los teóricos del «capita­
lismo de Estado», noche en donde todos los gatos son
por definición pardos, hay que afirmar de nuevo e
ilustrar la necesidad de una dialéctica de lo concre­
to, capaz tanto de captar la diferenciación ilimitada
de la realidad como de aclarar la simetría profunda del
imperialismo americano y del burocratismo ruso, la
identidad de la tendencia social e histórica subyacen­
te en ambos casos, y la dinámica que, a través de una
serie de contradicciones que van agravándose, les
conduce hacia la unificación .final.
Es evidente que el primer resultado de esa diná­
mica es la aparición de elementos de concentración
cada vez más numerosos en el campo imperialista
americano. El control político y económico que ejerce
el capital financiero de los Estados Unidos en otros
países; el papel cada vez mayor que desempeña el
Estado americano en ese control; la intervención di­

333
recta en la gestión del capital alem án, japonés e ita­
liano; la aceleración de la concentración vertical v
horizontal im puesta por la necesidad de un control
y una regulación cada vez mayores de las fuentes de
materias primas y de los m ercados, internos y exter­
nos; el fortalecim iento del aparato m ilitar, la «guerra
total» por venir y la econom ía de guerra que ésita
impondrá; la explotación cada vez mayor de la clase
obrera que exige el descenso de la cuota de ganancia,
todos esos factores llevan al capitalism o americano a
la superación, tras la del capitalism o de libre compe­
tencia, del capitalismo m onopolístico, hasta llegar a
un m on op olio universal que se identifique con el E s ­
tado. Una nueva crisis de superproducción aún más
grave que la crisis actual, pero, sobre todo, la guerra,
acelerarán de modo extraordinario ese proceso.
Pero si, de ambos lados, la cuJm inación del proce­
so sólo puede significar una co sa: la identificación de
los dos sistemas, esa identificación supone la destruc­
ción com pleta de uno de Jos dos y su total asim ila­
ción por el otro. L a idea de una posible interpene­
tración o fusión pacífica de los dos sistemas debe ser
absolutam ente descartada; se trata de la versión mo­
derna de la vieja m istificación kautskista (la form a­
ción de un «superimperialismo» por vías pacificas).
La gu erra será la m anifestación más acabada de la
oposición entre los dos sistemas, y de no intervenir
el proletariado para suprimir tanto esa oposición com o
su base, quedará la oposición resuelta por la destruc­
ción de uno de los dos factores en provecho del otro.
El vencedor absorberá totalmente la substancia del
vencido, suprimiendo en ella todo lo que pudiera pa-
recerle peligroso; la guerra acabará, de no estallar la
revolución, con la dominación mundial del vence­
dor, el control total del capital y del proletariado
mundial y la agrupación, en torno al vencedor, de
la mayor parte de las capas dominantes en la pro­
ducción y en el E stad o, tras de haber sido aplasta­
das las cúspides donde se concentran la voluntad de

334
poder, el para sí y la conciencia de autonom ía de
esas capas en cada uno de los dos sistem as. E s evi­
dente que una victoria de Rusia desem bocaría en un
control ruso absoluto del aparato de producción
am ericano y mundial, que esto significaría la «na­
cionalización» total del capital am ericano, la elimi­
nación física de los capitalistas y de sus principales
agentes políticos, sindicales y militares, y la inte­
gración en el nuevo sistema de la mayor parte de los
técnicos y de numerosos burócratas estatales, econó­
m icos y sindicales. E s también evidente que una
victoria am ericana traería consigo la exterm ina­
ción de la cúspide del aparato bu rocrático, el con­
trol directo del aparato de producción y del prole­
tariado ruso por el capital am ericano, manteniendo
la form a de la propiedad «nacionalizada» por ser la
más cóm oda y la más concentrada para su explota­
ción, y la integración en el sistema am ericano de la
aplastante m ayoría de la burocracia administrativa,
económ ica y sindical, así como de los técnicos.

e) L a s leyes d e los d os sistemas y su relación mu­


tua. E l « m ercadJo » mundial.

Si las leyes económ icas que rigen los dos siste­


mas son diferentes, es debido justam ente a que se
encuentran en diferentes fases de la evolución. Si la
econom ía del imperialismo am ericano sigue estando
sometida a las leyes económicas que rigen el siste­
m a capitalista en su fase m onopolista — por mu­
chas distorsiones y modificaciones que la presión de
la fusión creciente del capital y del Estado pueda
imponer a esas leyes— , no le atañen ya esas leyes
a la econom ía rusa, que constituye una nueva tota­
lidad, negación del capitalismo, por muchas distor­
siones y m odificaciones que la presión del «contor­
no capitalista» imponga a esa nueva totalidad. B as­
te aquí un ejem plo para probarlo, el de la ley bá­

335
sica de la econom ía capitalista clásica, la ley del
valor.
L a ley del valor es el fundam ento del funciona­
m iento con creto de la econom ía capitalista en cuan­
to tal. Expresión central de las leyes del cam bio en
el m arco del sistema capitalista, sus propias modifi­
caciones en el marco del sistem a capitalista, sus pro­
pias m odificaciones en el m arco de ese sistema son
índice de la evolución de éste. Pero com o el supues­
to general de su validez es la existencia de un m er­
cad o libre y de la com petencia, la ruptura total con
esas condiciones significa ipso fa c t o la superación
de la ley del valor en su form a concreta.
En la medida en que supone el aislamiento «ab­
soluto» de las diversas em presas, o sea que sólo
pueden com unicar éstas a través del m ercado, la
expresión más simple e inm ediata de la ley del v a ­
lor se encuentra en la simple producción m ercantil,
donde la única medida del valor del producto es el
tiem po de trabajo, trab ajo que aparece aquí bajo
tres form as: com o trabajo muerto (capital constan­
te), com o trabajo vivo retribuido (capital variable)
y com o trabajo vivo no retribuido (plusvalía). L a
fórm ula del valor es por consiguiente aquí c + v + pl.
E sa fórm ula queda ya superada en la producción
capitalista clásica, en la medida en que, mediante la
form ación de una cuota de ganancia media, la con s­
titución del valor se efectúa de modo más profun­
damente (aunque indirectam ente) social. L o que se
ha llam ado precio de producción en la sociedad c a ­
pitalista clásica, que corresponde cada vez más en
ésta al valor en cuanto tal, y que contiene una abs­
tracción m ás profunda que el valor inm ediato, susti­
tuye la plusvalía concreta por una fracción de la
plusvalía universal o sea por la ganancia media, lo
que da una fórm ula del valor e + v + g. E n la pro­
ducción m onopolista, producto orgánico del cap ita­
lismo de com petencia, esa abstracción llega a un
nuevo estadio, en la medida .en que se añade a h

336
ganancia media la ganancia monopolística en cuanto
tal; la fracción de la plusvalía total contenida en
la ganancia sintética del monopolio ha suprimido la
mediación concreta de la com petencia que era su
supuesto en la fase anterior, así com o la relación
concreta no sólo con la estructura (com posición or­
gánica) del capital de donde procede — esa relación
con la estructura ha quedado ya suprimida por la
cuota media de la ganancia— sino tam bién con la
expresión más abstracta de ese capital, o sea la m ag­
nitud de éste.
Por último, en la producción com pletam ente es­
tatificada (econom ía rusa), la ley del valor pierde,
por lo que respecta a esta econom ía, todo contenido
concreto, y se convierte en una generalidad abstrac­
ta y com pletam ente vacía: que «el valor del conjun­
to de la producción social es igual a la cantidad de
trab ajo total contenida en ese conjunto>, o sea una
simple tautología. L a ganancia se convierte en ga­
nancia universal abstracta, que ha suprimido sus re­
laciones tanto con la estructura y la magnitud de un
capital concreto com o con la posesión misma de ese
capital. L a ganancia es ya sólo ganancia total, basa­
da en la posesión universal del aparato productivo
por ese universal abstracto que es el E stad o. E n la
medida en que ese Estado no es más que una abs­
tracción, y que la ganancia, por el contrario, tiene
que tom ar forzosam ente una form a concreta com o
acum ulación y com o consumo improductivo, consu­
m o que es en último término su único modo real con­
creto de m anifestarse; en la medida por consiguiente
en que la única form a concreta que puede dar ese
E stad o a la ganancia es de hecho una form a abs­
tracta, la de la acum ulación abstracta, o sea no deter­
m inada en su form a específica — puesto que una
acum ulación co n creta es en definitiva acumulación
en función de un consumo futuro— , y com o es el
consum o siempre concreto, o sea consum o de algo
por alguien, la form a concreta que toma la ganancia

337
sólo puede con sistir en ú ltim o térm in o en su con­
sum o por el p rop io co n ten id o co n creto del E stad o ,
— o sea p o r la b u r o c r a c ia — . P e ro en esa form a co n ­
creta, la m ed iació n que su p on ía la relació n con un
cap ital d eterm in ad o ha quedado su p rim id a en cuan­
to tal pues otro tip o de relación puede p erm itir esa
m ed iació n : verán relacio n es en este caso no ya eco ­
n ó m icas sin o extraeco n ó m icas, que d eterm in an aho­
ra la d istrib u ción de la g a n a n c i a to tal en tre las d ife­
ren tes capas de la b u rocracia y en tre los b u rócratas
en tan to que in d ivid u os.
Por o tro lad o, tod as las exp resio n es con cretas
de la ley del valor han d esap arecid o tam b ién ; por
lo que resp ecta al cam b io de p rod u ctos, la ren ta­
b ilid ad sep arad a de cada em presa, la in v ersió n , o
sea la form a co n creta de la acu m u lació n , la «com ­
pra» de la fuerza de trab ajo — que ya no se efec­
túa en fu n ció n del valor de esa fuerza de trab ajo ,
p u esto que la n oción m ism a de «valor de la fuer­
za de trab ajo » desaparece en la m ed id a en que de­
sap arecen el m ercad o de la fuerza de trab ajo y el
n ivel d e v id a con co n ten id o o b jetiv o — , no están ya
d eterm in ad os por la ley del valor. sin o por el inte­
rés un iversal de la b u ro cracia.
Pero hay que in tegrar ahora esa nueva totalid ad
en el c o n j u n t o que sigue d o m in án d o la, o sea la e c o ­
n o m ía y la socied ad m u n d iales. H ay que em pezar
por rechazar tajan tem en te ese razon am ien to s u p e r .. ;
ficial, u tilizad o tan to por la co n cep ció n trotsq u ista
com o por la del «cap italism o de E stad o », según el
cual la eco n o m ía estatificad a rusa está en un estad o
de d ep en d en cia d irecta an te el «m ercad o m u n d ial».
Ese «m ercad o m u n d ial» se co n v ierte así en un m e­
dio cóm odo de efectu ar to d a una serie de o p eracio ­
nes ab stractas, que sólo son p osib les si se ign ora
tan to las tran sform acion es actu ales de su estru ctu ra
com o el m odo esp ecífico de p articip ació n de la pro­
d u cción rusa en ese m ercad o. Se o lvid a tam b ién así
la d e s c o m p o s i c i ó n cada v e z m a y o r del m ercado m un­

338
dial (que se desarrolla justamente al mismo tiempo
que la interdependencia internacional cada vez ma­
yor de las diferentes economías), cuyo resultado es
Ja abolición del elemento de competencia, en el sen­
tido estricto del término, de ese mercado, mientras
que por el mismo motivo la competencia entre los
monopolios y las naciones monopolísticas pierde
cada vez más su relación con el valor. Se olvida que
la aparición de la economía burocrática rusa y su ex­
tensión ha sido precisamente uno de los factores que
han contribuido más poderosamente a provocar esa
descomposición. Se olvida por último, sencillamente,
la existencia del monopolio de comercio exterior y
lo que éste implica, no desde luego como aislamien­
to e inmunización total, como pretendían Stalin y Bu-
jarin, sino como transformación del modo de parti­
cipación de una economía «nacional» en el mercado
mundial.
El valor, en tanto que forma general de la uni­
dad en la diferencia, contiene una mediación; pero
no una mediación cualquiera, sino esa mediación
determinada que es la comparación, y no una com­
paración cualquiera, sino esa comparación que es
la competencia. Otra forma de mediación, por ejem­
plo, la comparación directa de la productividad del
trabajo que se expresa en la guerra entre dos tri.,.
bus primitivas, no basta para constituir el valor.
El valor procede de la productividad del trabajo,
pero no se identifica con ésta, en la medida en que
es su expresión mediatizada por la competencia.
Pero esa competencia sólo puede constituir una me­
diación en la medida en que liga lo universal del
trabajo abstracto a lo singular de una mercancía de­
terminada, pasando por la particularidad del movi­
miento de los capitales en las diferentes ramas de la
producción. Por el contrario, el elemento de com­
petencia que subsiste en las relaciones de la produc­
ción rusa con el mercado mundial no es más que la
universalidad abstracta de la competencia en gene­

339
ral, que su p rim e la m ed iació n tan to del cap ital p a r­
ticu lar com o de la m ercan cía sin g u lar, ju stam en te
en la m ed id a en que el valor no tien e ya m ás que
un sen tid o ab stracto en la p ro d u c c ió n rusa y en que
esa ab stracció n del valor está p rotegid a por otra
ab stracció n , la del m o n o p o lio del co m ercio exterior.
Al estar d eterm in ad o el p recio de ven ta en el m er­
cado m u n d ial de cu alq u ier m ercan cía rusa — o al
p o d e r serlo , lo cu al v ie n e a ser lo m is m o — n o y a en
fu n ció n de la fracción co n creta de trab ajo ab strac­
to co n ten id a en esa m ercan cía, sin o en fu n ción del
in terés un iversal de la b u ro cracia (d u m p in g por lo
que resp ecta a las ven tas, «valor de uso>, esen cial­
m en te para la p r o d u c c i ó n , en lo que se refiere a las
co m p ras), la co m p eten cia no es ya m ás que com ­
p eten cia total que ha su p rim id o in m ed iatam en te to­
da co m p aració n co n creta. E so p riva a esa co m p e te n ­
cia d e to d o co n ten id o co n creto de v alor.
La re la ció n e n tr e los d o s s is te m a s se m an ifestará
en la form a m ás d irecta e in m ed iata de la com pa­
ració n de la p ro d u ctiv id ad del trab ajo , o sea la
guerra. Si el carácter in ev itab le de esa guerra es
una prueba d ecisiva de la d eterm in ació n m u tu a de
los dos sistem as en glob ad os en una totalid ad m ás
am p lia que es la eco n o m ía m u n d ial, es tam b ién
una prueba de que la form a suprem a de co n fron ta­
ción eco n ó m ica — com o su form a m ás p rim itiv a—
supera am p liam en te el p lan o de la eco n o m ía y se
co n v ierte en co n fro n tació n total. Pero esa to tali­
dad de la guerra, que en su form a p rim itiv a es una
to ta lid a d in m e d ia ta , se c o n v ie r te h o y e n u n a to ta lid a d
in fin itam en te d iferen ciad a, en la que lo eco n ó m ico ,
lo p o lítico , lo m ilitar y lo id eo ló gico co existen sin ­
téticam en te.
4. Si el p r o l e t a r i a d o no co n sig u e, antes, d u ran ­
te o in m ed iatam en te después de esta guerra, con
una revo lu ció n in tern acio n al v icto rio sa, su p rim ir
esa co n trad icció n y sus bases, nos en con trarem o s
an te un su p er-im p erialism o realizad o . Lo m istifica­

340
dor y oportunista en la concepción kautskista del
super-imperialismo era sobre todo su aspecto «pa­
cifista», la idea de que los Estados imperialistas po­
dían llegar a un acuerdo pacífico para repartirse el
mundo. La realidad ha refutado definitivamente esa
mistificación, mostrando que el único motor de una
eunificación» exterior del mundo imperialista era
la violencia total. Pero, hoy en día, hay que afir­
mar claramente que el «super-imperialismo» es po­
sible, no sólo frente a la grosera confusión de la
mayoría de la IV Internacional — para la cual el
super-imperialismo debe existir ya, puesto que es
indudable que hay un solo Estado imperialista, los
Estados Unidos, que domina el mundo capitalista,
y que frente a él hay por lo visto un Estado no im­
perialista, un «Estado obrero degenerado» que hay
que defender— sino, sobre todo, contra la teoría
oportunista de la «regresión», que se infiltra cada
vez más hasta en la mayoría de la IV Internacional.
El movimiento de concentración nacional e inter­
nacional, la fusión gradual de la economía y del
Estado y las formas cada vez más totalitarias del
poder político, no sólo no significan una «regresión»
desde ningún punto de vista — excepto el del sen­
timentalismo pequeño burgués— sino que expresan
además la tendencia inexorable de la historia ac­
tual, tendencia cuya realización será cada vez más
rápida y más profunda, hacia una adaptación a la
evolución de las fuerzas productivas — adaptación
que efectuarán claro está elementos reaccionario?
mientras no haya conseguido triunfar la revolución.
En ese sentido, volver a presentar «reivindicaciones
nacionales y democráticas» o hablar de la «necesi­
dad de un intermedio democrático», etc.. es inten-
t

tar que la rueda de la historia dé vueltas hacia atrás,


lanzarse de cabeza contra una locomotora que va
a toda velocidad creyendo que se conseguirá pararla.
Así como Trotski decía en 1938 que no nos senti­
mos responsables de la defensa de la democracia

341
burguesa — ya que, añadía, es in d efen d ib le (y o b je ­
tivam ente in d ifen d ible ')— , tam poco podem os tener
hoy nada que ver con defensas de la «independencia
nacional» de cualquier tipo, por m uchas razones,
pero sobre todo porque esa «independencia» es hoy
en día totalm ente utópica. D e convertirse el super-
im perialism o en una realidad, sería la ideología: de
la «regresión», en las filas revolucionarias, la prin­
cipal m anifestación de la presión p olítica e ideoló­
gica de las capas pequeñoburguesas «nacionales»
sobre el proletariado. No sólo es im portante que
pueda defenderse éste, ya hoy en día, contra esa
nefasta ilusión, sino que permite tam bién eso ver
hasta qué punto llega el oportunism o de la m ayoría
actual de la IV Internacional ante una serie de pro­
blemas que se plantean inm ediatam ente («cuestión
nacional» en Europa durante la ocupación, «cues­
tión n acional» hoy en día en G recia, cuestión colo­
nial).
P o r otro lado, que el super-im perialism o sea po­
sible no significa que, de convertirse éste en realidad,
«el p rogram a socialista se convertiría entonces en
una u to p ía»; com o escribía im prudentem ente T to ts-
ki en 19 3 9 . L a revolución socialista no es asunto
que pueda resolverse en una generación, ni siquie­
ra en un siglo. E s evidente que la enorm e trans­
form ación de la sociedad después de la tercera gue­
rra m undial, de no estallar la revolución proletaria,
exigirá una profunda adaptación, una revolución
casi total en la m etodología y el pensam iento revo­
lucionarios. Pero sólo cuando el super-im perialis­
mo estatificado haya elevado prim ero a un estanca­
m iento y después a un retroceso de las fuerzas pro­
ductivas, socavando así de las bases objetivas no
sólo de la acción, sino h asta de la existencia del
proletariado en cuanto tal, quedará definitivam ente
postergada la revolución proletaria. P ero la fase ac­
tual, así com o la fase que seguirá inm ediatam ente
a la tercera guerra m undial, son fases durante las

342
cuales las fuerzas productivas continúan desarrollán­
dose. Durante el período 1 9 3 8 -1 9 4 8 , hem os asisti­
do a un nuevo desarrollo de las fuerzas productivas
a escala mundial — un desarrollo lim itado, desde
1uego, con trad ictorio, y en el que hubo sim ultánea­
mente una destrucción de fuerzas productivas que
existían ya— , pero en resumidas cuentas un desa­
rrollo indiscutible. D e igual modo, la fase que se­
guirá la tercera guerra mundial seguirá siendo una
fase de desarrollo, gracias a la internacionalización
com pleta de las fuerzas productivas. L o que de­
term inará la dism inución gradual, después el estan­
cam iento y finalm ente la regresión de las fuerzas
productivas, será la ausencia de un motor cualquie­
ra de la acum ulación, el verse totalm ente reducidas
las capas dom inantes a un papel de parásito, y la
regresión intelectual que provocan los regímenes to ­
talitarios. Se tratará del triunfo total de la b arb a­
rie, que significará entonces — pero sólo entonces—
que la revolución proletaria quedará postergada de
m odo indefinido.

343
C a rta a b ie rta a lo s m ilitan tes del

P .C .I . y de la « IV In tern acio n al» 1

N o ta . — N u estro grupo se ha con stitu id o en


agosto de 1946 en tan to que ten d en cia en el seno
del P .C .I., que preparaba en aq u ella época su 111
C ongreso. H a elab orad o p au latin am en te las p osicio­
nes exp u estas hoy de form a sistem ática:, aunque su­
cin ta , en este p rim e r núm ero de « S o cialism e ou B ar­
b a r ie » , a tra v é s del I I I C ongreso del P . C . I . (sep tiem ­
bre de 1946), de su C on feren cia n acio n al sobre la
cu estió n ru s a de ju lio d e 1947, su IV C ongreso (n o ­
viem b re de 1947), de la C o n f e r e n c i a de p rep aración
del C o n g r e s o M u n d ial d e la I n t e r n a c i o n a l (m arzo de
1948), del segundo C ongreso M u n d ial de la IV In­
tern acio n al (ab ril de 1948) y del V C ongreso del
P .C .I. (ju n io de 1948).
Al alejarn o s cada vez m ás de las p o sicion es del
tro tsq u ism o o ficial, hem os lleg ad o a p lan tearn o s el
p rob lem a de la ru p tu ra con éste. Fue la exp erien cia
del V C ongreso del P .C .I. lo que nos llev ó a tom ar
u n a d ecisió n d efin itiv a en ese sen tid o . E n e fe cto , ese
C ongreso d em o stró de m odo in d iscu tib le, por un la­
do, la d esco m p o sició n c o m p l e t a ■d e la org an izació n
trotsq u ista, su in cap acid ad total de ser algo m ás que
una p u erta que abren y cierran co n tin u am en te m ili­
tan tes de paso, y, sobre todo, su irrem ed iab le dege­
n eración p olítica. N o s ó l o e s e C o n g r e s o r a t i f i c a b a sin
la m enor reserva las d ecision es o p o rtu n istas del re­
cien te C ongreso de la In tern acio n al y los m éto d o s
b u ro crático s que re in a ro n en este ú ltim o , n o sólo no
p ro testab a co n tra el nuevo rum bo de reform a del

l.«S. ou B . » , 1, marzo de 1949. Texto escrito en cola­


boración con Claude Leforl.

345
estalin ism o in au gu rad o por la S ecretaría In tern a­
cion al con su «C arta al P. C. y u goslavo», sino que
m ostrab a ser adem ás in cap az de an alizar la expe­
rien cia de la org an izació n francesa, que acababa de
pasar por una crisis que la p rivab a de la m i t a d de
sus efectiv o s después de la e scisió n de la ten d en cia
d erech ista que en tró en el R .D .R .^ en cu an to éste
se co n stitu y ó . EJ C ongreso d em o strab a tam b ién que,
con muy pocas excep cio n es, los m ilitan tes del P .C .I.
estab an p ro fu n d am en te d esm o ralizad o s y eran in ca­
paces en las co n d icio n es actu ales de p rogresar polí­
ticam en te. E n esas co n d icio n es, no p o d ía m o s ya o rien ­
tarn os m á s que h acia una ru p tu ra d efin itiva c o n una
o rg an izació n q uc, no sólo ten ía un p rogram a y una
ideología que h ab ían llegad o a sernos co m p letam en ­
te a j e n o s , s i n o q u e ni s i q u i e r a p od ía y a o fre c e rn o s un
m ed io donde progresar desde un p u n to de vista tan ­
to p o lítico com o o rg an izativ o.
H ab ía sin em bargo que preparar esa ru p tu ra,
creando las bases de una existen cia au tó n o m a de
n u estro grupo. En una reu n ión del C o m ité C en tral
del P . C .1. de octu b re de 1948, h ab íam o s d eclarad o
ya que nos n egaríam os a p artir de a q u e l m om en to a
ocupar cu alq u ier p u esto de resp on sab le, y que m ili­
taríam os ú n icam en te en la base de la o rg an izació n .
Pero ni s i q u i e r a eso p u d im os h acer, tan to deb id o a
las exigen cias de la p rep aració n de n u estro trab ajo
a u tó n o m o c o m o a la d e sco m p o sició n del prop io P .C .I.
D eclaram o s pues que h ab íam os d ecid id o abandonar
el P .C .I. en la sesión del C o m ité C en tral de enero
de 1949, y p ed im os a éste que nos p erm itiera exp li­
car n u estra p osición an te una asam b lea de la región
p arisin a del P artid o . y p u b licar una d eclaració n po­
lítica en el B o letín In terior. El C o m ité C en tral res­
p on d ió unos d ías d e sp u é s que nos daba tres p ágin as

2. [ E f í m e r o « R a s s e m b l e m e n t D é m o c r a t í q u e R é v o l u t io n -
n a i r e » c r e a d o en 1 9 4 8 p o r D a v i d R o u s s e t , G é r a r d R o s e n thal,
J e a n R o u s y o t r o s a n t i g u o s m i l i t a n t e s t r o t s q u i s t a s , y del q u e f u e
m i e m b r o , h a s ta 1 9 4 9 , J e a n - P a u l S a r t r e . ( N d T ) . l

346
del B .l. para esa declaración. Sobre la cuestión de
la asam blea regional, todavía esperam os la respuesta.
E n esas condiciones, y a pesar de que hubiéra­
mos deseado evitar la publicación de textos que pue­
den no interesar a parte de los lectores, nos vemos
obligados a pub1icar aquí esta declaración.

Com pañeros,

H ace cuatro meses, en la última reunión del C .C .,


después de haber expuesto nuestra concepción sobre
la situación actual y las tareas de una organización
revolucionaria, hemos presentado una declaración
sobre la actitud de nuestros com pañeros en el Par­
tido. En esa declaración, com probábam os que el
punto de vista de nuestra tendencia y el de la m a­
yoría del C .C . eran cada vez más claram ente incom ­
patibles, y que parecía imposible asociar a unos y
a otros en un trabajo común de dirección.
De hecho, después del V C ongreso, cuyo carác­
ter nos ha parecido suficientemente esclarecedor,
nuestra tendencia ha decidido unánimemente rom­
per con la organización del P .C .I. Nos habíamos fi­
jado sin em bargo un plazo, para fortalecer nuestros
propios lazos organizativos y preparar una expo­
sición elaborada y documentada del conjunto de
nuestras disposiciones, antes de realizar esa ruptu­
ra. En ese sentido, habíamos aconsejado a nuestros
com pañeros que siguieran militando en el P C. I. has­
ta que llegara el momento oportuno. Pero la decre­
pitud a la que ha llegado la organización que hace
de la presencia en el Partido una pura y simple
pérdida de tiempo y un penoso deber, las exigen­
cias de nuestro propio trabajo de grupo autónomo,
y finalm ente el sentimiento muy com prensible en
nuestros com pañeros de que no tenía mucho sentido
el participar en la vida y las preocupaciones de las
células cuando nos eran éstas cada vez más ajenas,

347
todos esos factores han hecho que la casi totalidad
de los com pañeros de nuestra tendencia han dejado
por sí mismos de m ilitar en el P .C .I y han precipi­
tado así nuestra salida de h ech o de la organización.
H oy en día, vamos a dar una fo rm a pública a
esa ruptura definitiva. E l prim er núm ero de «Socia-
lisme ou B a rb a rie» , que será el órgano de nuestro
grupo, va a aparecer dentro de unos días. Ha llega­
do pues el m om ento de puntualizar y de disipar
equívocos.
L a decisión que hem os tomado os sorprenderá
desde luego muy p oco; los desacuerdos a que ha­
bíam os llegado, y que se refieren a prácticam ente to­
das las cuestiones sobre las que pueda haber de­
sacuerdo, im plicaban una ruptura organizativa. V er­
dad es que, si esos desacuerdos se han agravado,
tam poco son sin em bargo cosa nueva o reciente;
pero además de haber tardado tiem po en com pren­
der claram ente que nuestras divergencias eran di­
vergencias de principio, nos fue sobre todo necesa­
ria una larga experiencia antes de com probar que la
organización francesa se había hundido definitiva­
m ente y que el caso de la organización internacio­
nal era ya desesperado, que ni siquiera era ya posi­
b le en ellas un trab ajo de fracción interesante. H e­
mos com prendido adem ás que em pezaba a ser pe­
ligroso el seguir durante más tiem po en la orga­
nización. E s tal el polvo que cubre esa pequeña má­
quina que funciona lentam ente en el vacío, que érase
de tem er que alguno de nuestros com pañeros pere­
ciera asfixiado. Los com pañeros a quienes interesen
podrán encontrar en la revista, núm ero tras número,
lo exposición de nuestras concepciones. Pero com o
no tenem os el menor deseo de iniciar una polémica
pública con vosotros, hay una tarea con la que no
podemos cum plir mas que en el m arco de esta car­
ta : hacer una crítica, por lo que a nosotros respec­
ta definitiva, de vuestra política, y h acer un balance
del fracaso del P .C .I. en los planos ideológico, polí-

348
rico y organizativo, que nos parecen estar estrecha­
m ente ligados entre sí y expresar, a fin de cuentas,
una misma realidad.
M ucho se ha hablado de la crisis del P .C .I, y
Lln sinfín de tesis y contra-tesis han sido publicadas
sobre ese tem a por las numerosas fracciones que
han aparecido y desaparecido en el seno del Partido.
Para unos, la crisis se debía al carácter sectario del
Partido, a que era incapaz de ir a las masas, de in­
tervenir de un m odo u otro en todo lo que pudiera
ocurrir, de hablar el lenguaje que hablan las masas
(estalinista o reform ista); para otros, la crisis ve­
nía de la mala organización del Partido, del escaso
trabajo de los m ilitantes, que no sabían com portar­
se según las norm as del Program a d e Transición, y
se les proponía periódicamente que hicieran un m ea
culpa. (Privas, por ejem plo); a menos que vinieran
todos los males de la presencia crón ica de elem en­
tos oportunistas y derechistas en el seno de la or­
ganización, que impedía que el Partido pudiera por
fin consagrar todos sus esfuerzos al trabajo en el
mundo exterior.
Aunque esos parloteos sobre la crisis del P .C .I
hayan constituido durante períodos enteros la prin­
cipal actividad de la organización, más vale no ocu­
parse de ellos. Para nosotros, para los que conside­
ran objetivam ente el conjunto de la actividad de la
organización trotsquista francesa desde hace unos
veinte años, lo que salta a la vista es que la «cri­
sis» no es un accidente, sino que constituye un ras­
go determinante de su naturaleza. Hay una crisis
crónica, una crisis permanente — en la que 'la s es­
cisiones no representan más que momentos particu­
larm ente característicos— o, más exactam ente, no
hay crisis de ningún género, ya que hablar de «cri­
sis» sería suponer la existencia de un organismo
que funciona entre las crisis, m ientras que la carac­
terística esencial del trotsquismo ha sido su incapa­
cidad de alcanzar un nivel que perm itiera al menos

349
hablar de organización constituida, su radical inca­
pacidad de lograr existir. H ace falta ser ciego para
no ver que el problema fundamental del P .C .I., des­
de el día de su fundación form al, es el de su propia
constitución. Hay que reconocer que ese problema,
planteado desde hace quince años, no ha sido nun­
ca resuelto.
Para comprender esa incapacidad, hay que com ­
prender que tras de ella hay otra incapacidad más
profunda, la de encontrar una base d e existencia
ideológica autónom a. Es porque la organización
trotsquista ha sido incapaz de separarse radical y
orgánicamente del estalinismo, porque nunca fue,
en el mejor de los casos, más que una oposición a
éste, o com o han escrito algunos, un apéndice del
estalinismo, por lo que nunca ha llegado a cons­
truirse. La «IV Internacional» no ha conquistado su
autonomía porque ésta exigía u n a ' crítica radical y
un análisis definitivo de la evolución y de la de­
generación del organismo del que procedía, de la
111 Internacional. Sólo partiendo de ese análisis, y
de la destrucción radical de la ideología estalinista,
hubiera podido poner los cim ientos de su propia
existencia. Es así cóm o la 111 Internacional había
conseguido imponerse, partiendo de una caracteriza­
ción económica y social exhaustiva de la 11 Interna­
cional y de su reformismo.
¿E n qué sentido corresponde el estalinismo a
una nueva fase de la economía mundial? ¿Cuáles son
las capas sociales cuyos intereses representa? ¿Qué
lazos unen a los partidos estalinistas con la sociedad
burocrática rusa? ¿Cuál es el papel de la política es­
talinista, que combate tanto a la burguesía poseedo­
ra como al propio proletariado? E l trotsquismo no
ha abordado esos problemas, y ha seguido consi­
derando al estalinismo como un «partido obrero
que colabora con la burguesía», a-ferrándose a esa
definición que los hechos desmienten prácticamente
cada día e incapaz por lo tanto de aportar el más

150
ínfimo elemento de información a la vanguardia
obrera; ha aparecido, com o lo que era efectivam en­
te, un pariente un tanto ruidoso del estalinismo, que
utiliza una fraseología revolucionaria pero sigue sien­
do en el fondo solidario de éste (com o lo prueban sus
consignas fundam entales, la «defensa incondicional
de Ja U R SS » y el «gobierno P.C . - P .S. - C .G .T .»).
Basta quizá con recordar que, en «La Vérité)),
Pierre Frank hacía propuestas a Stalin (!) para que
se llegara a un acuerdo que permitiera la m ejor de­
fensa posible de la U R SS ; o que la política que ha
seguido con perseverancia la dirección del P.C . 1. so­
bre la cuestión del poder queda resumida por 1a
consigna «gobierno P.C. - P.S. - C .G .T .» , form a su­
prema — y crim inal— del frente único con el esta­
linismo. He aquí lo que decía sobre ese tema el re­
presentante más clarificado de esa dirección, Privas
(B ./. n." 37, diciem bre de 1946): «Se plantea efec­
tivamente la cuestión de nuestro apoyo político al
gobierno P .C .-P .S .-C .G .T . Ese apoyo dependerá de
la lealtad de ese gobierno al programa anticapitalis­
ta y a las masas. Si aplica realmente ese programa, si
hace realmente un llamado a la acción y a la organi­
zación de las m asas, le daremos nuestra confianza;
en cuanto a nuestra participación, la cuestión sólo
podrá plantearse cuando haya probado que merece
nuestra confianza y que va a continuar su acción de
destrucción del aparato de Estado burgués. Sería
enteramente erróneo el comprometernos hoy en día,
antes de haber visto cómo actúan los dirigentes de
los partidos tradicionales. De todas formas, nues­
tra participación en la lucha de las masas contra la
burguesía y sus fuerzas de represión es algo que va
de sí, sin condición alguna.»
Si se deja de lado la salsa «revolucionaria», el
contenido de este texto no puede ser más claro : ¡en
diciembre de 1 9 4 6 . la dirección trotsquista toda­
vía «no ha visto cómo actúan» los dirigentes esta-
linistas y reform istas! ¡Ignora lo que va a ocurrir

351
cuando los estalinistas lleguen al poder! Ese poder,
por cierto, lo exige en su agitación cotidiana: «go­
bierno P.C.-P.S.-C.G.T.:., puede leerse en las pa­
redes, o en primera plana de «La Vérité». Pero cui­
dado: lo exige, dice a las masas que hay que ins­
taurarlo, pero no lo apoya : sólo lo hará si «aplica
realmente un programa anticapitalista». ¿Y qué res­
ponde a los obreros que preguntan asombrados có­
mo puede exigirse un gobierno al que no se apoya?
Misterio. O responderá quizá: lo apoyaremos si
aplica tal o cual programa. ¿O sea que no sabéis
qué programa es capaz de realizar el P.C. cuando
llega al poder? ¿Creeis un solo momento que el P.C.,
en el poder, es capaz de aplicar un programa que
haga «un llamado a la acción y la organización de
las masas»? Y si creeis que en principio es capaz
de hacerlo, ¿por qué crear entonces nuevos parti­
dos, en vez de intentar desde el interior convencer
al P.C. de que hay que aplicar ese «programa revo­
lucionario»? ¿Y qué sentido tiene entonces esa sutil
distinción entre condiciones de apoyo y condiciones
de partici pación, que en el texto de Privas vienen a
querer decir exactamente lo mismo?
Ante tal océano de estupideces, la crítica no es
más que una pequeña cuchara, e inútil sería inten­
tar vaciarlo. Baste con comprobar que, hasta en sus
consignas más cotidianas, los dirigentes trotsquistas
muestran no sólo que no han comprendido nada en
la realidad actual, sino que además en el fondo esa
«dirección revolucionaria» de la humanidad nunca
se tomó en serio y considera que las tareas de la
revolución podría realizarlas el estalinismo. Trata­
remos de mostrar que este punto es aún más impor­
tante de lo que parece a primera vista.
Ese increíble servilismo ante el estalinismo se ma­
nifiesta también no sólo en el hecho de que toda la
agitación y toda la propaganda del P.C.I. se definen
en función del estalinismo (¿el P.C. ha dicho tal co­
sa? Pues hay que responder esto. ¿El P.C. cambia

3 52
de rum bo? Pues hay que m ostrar sus co n trad iccio ­
n es, e t c .) , sino e s e n c ia lm e n te en la p o l í t i c a del Fren ­
te U n ico con el estalin ism o.
La lu ch a que llevó la t e n d e n c i a «tro tsq u ista or­
to d o xa» (o sea la m ayo ría actual del P .C .I. y de la
In tern acio n al) co n tra la con cep ción del Fren te U n i­
co que d efend ía la «derecha» no fue a d ecir verdad
m ás que el d i s f r a z i d e o l ó g i c o d e una rivalid ad de c a ­
pillas y a fin d e cu en tas un m e d i o para hacer acep­
tar con cep cion es no m enos o p ortu n istas. Por no ha­
blar ya de la «defensa d e la URSS» o del gob iern o
estalin o -rcfo rm ista. hay que ad m itir que, en lo e s e n ­
cial, la p o lítica de la «derecha» cuando d irigía el
P .C .I. ( 1946-1947) y la política de la d irecció n ac­
tual son id én ticas. La in cap acid ad rad ical de d istin­
guirse de los estalin istas, el intento de p resen tarlos
com o sim p les « reform istas», la rid icu la idea de un
«Fren te U n ico» en el que — si por m ilagro se rea­
lizara— el P .C . sería t o d o y el P .C .I no sería nada,
han ca ra c te riz a d o t o d a s las c a m p a ñ a s de « L a V érité»
sobre el a s u n t o .
«U n ir de nuevo l a s filas e n el f r e n t e p ro letario »,
com o r e p i t e c o n s t a n t e m e n t e l a d i r e c c i ó n , n e g a r s e a la
d ivisión en dos bloqu es. un b loqu e estalin ista fie l a
M oscú y un b loq u e reform ista fiel a W ash in g to n ,
he ahí lo que se atreven a p resen tarn o s hoy en día
com o la h eren cia esen cial de la táctica leninista. Y
lo que se está h acien d o sim p lem en te así es m en tir
al p ro letariad o , h acien d o com o si el P .C . y el P .S .
fueran p artid os obreros, cuando lo que ocurre no
es que su p o lítica sea «fu n d am en talm en te errónea»,
com o dice estú p id am en te la tesis m ay o ritaria del
V C ongreso, sino lo que rep resen ta esa p olítica
son intereses h ostiles a los del p roletariad o. Cuan­
do la m ayo ría actu al dice que la táctica de Fren te
U n ico es un «in stru m en to de d elim itación política»
(en la m ism a T esis), lo que v o lv em o s a en con trar
ahí es el niism o argu m en to, y h asta las m ism as pa­
labras, que u tilizab a la «derecha» cuando ocupaba

353
la dirección del Partido, y que la mayoría actual se
lim itaba a com batir de palabra, com o puede verse en
esta declaración típicamente oportunista de Bleit-
breu, que era en aquella época Secretario General
del Partido (informe político ante el Com ité Central
del 31 de marzo de 1 9 4 6 ): «Al desarrollar nues­
tro programa de lucha de clases ponemos en evi­
dencia la traición estalinista y reform ista. Una d e­
lim itación particular sería supérjlua y tom aría fo r­
zosam ente la form a del antiestalinism o. que no es
popular en las masas (!)» . (El subrayado es nuestro).
Pero esa actitud servil ante el estalinismo, y el
parentesco profundo con éste que revela, se m ani­
fiestan también en otros puntos aún más importan­
tes. Q uizá el más importante sea la incapacidad de
anim ar una agrupación obrera autónoma, y hasta
la hostilidad apenas encubierta hacia esos tipos de
agrupación de la dirección del P .C .I. cuando apare­
cieron unos pocos Comités de Lucha autónomos
en 1 9 4 7 . El P .C .I. ha intentado simplemente con­
vertir a esos Comités de Lucha en apéndices de
la organización trotsquista, impidiéndoles desempe­
ñar su papel de agrupación de obreros de vanguar­
dia fuera del m arco de los partidos. L a obstinación
con que se ha mantenido el trab ajo sistemático en
los sindicatos tradicionales (cuando se ha probado
mil veces que era imposible construir una tenden­
cia revolucionaria en los sindicatos burocratizados)
es la simple m anifestación del deseo de mantener
a los obreros en las organizaciones tradicionales,
donde pueden ser controlados. El objetivo del P .C .I.
no es contribuir a la form ación de órganos autóno­
mos de la clase, sino ocupar el puesto que ocupa
hoy el P.C. en los sindicatos. Ese es el sentido de
ciertos pasajes esenciales de la Tesis mayoritaria del
V C ongreso: ctLa relación de fuerzas en el seno de
la clase obrera im plica que, aun cuando tenga el
partido una línea política justa, sólo puede arreb a­
tar e l control de la dirección a los estalinistas en

354
sectores lim itados». O esto: «La vanguardia estali-
nista empieza a ser sensible a nuestro programa re­
volucionario, aunque no quiera decir esto que esté
dispuesta a acep tar el control d e nuestro partido, »
(El subrayado es nuestro).
No menos significativa es la obstinación con
la que la dirección del P.C.I. confunde la vanguardia
estalinista: «En su conjunto, la clase obrera o me­
jor dicho los elementos determinantes de ésta, no
conciben una dirección política que no sea la del
P .C .F .» (misma Tesis). Lo que quiere decir la di­
rección del P .C .l. con ese tipo de frases no es sólo
que los obreros cstalinistas, por el simple hecho de
luchar, constitu y en la vanguardia — lo cual sería
ya en sí falso— , lo que quiere decir sobre todo
es que la vanguardia estalinista, que lucha en un
partido tan bien organizado com o el P.C ., es muchí­
simo más interesante que los elementos anarquizan­
tes o izquierdistas pero sin partido que se rebelan
actualmente contra toda forma de burocratización
y no están ni mucho mcnos dispuestos a ,<aceptar el
control del P .C .l.* .
Pero hay que hablar también del oportunismo
y del abandono del marxismo revolucionario en las
concepciones «teóricas» de la dirección trotsquis-
ta. Precisem os inmediatamente que el empleo del ad-
jetjvo «teórico» es una verdadera exageración en este
caso, ya que desde la m uerte de Trotski sus epígonos
no han hecho más que vulgarizar, envilecer y desvir­
tuar la herencia de éste y el marxismo en general. Por
asombroso que parezca, lo único que han sido ca­
paces de producir durante diez años esos «dirigentes'.)
son esos artículos para diversos «Boletines», ile­
gibles, repelentes y llenos de banalidades, y lo que
enseñan a los obreros que entran en la « IV Interna­
cional» es una bazofia bujarinista a la que osan
llam ar «m arxism o». No hay más remedio, sin em­
bargo, que intentar extraer de esas masas de bana­
lidades algo que se parezca a una concepción de con­

355
jun to» si qu erem os ap reciar en lo que vate la id eo­
logía trotsq u ista oficial en tre 1940 y 1948.

I. — En lo que se refiere a la situ ació n h istó­


rica del cap italism o* la d irecció n del P .C .I. y de la
«IV In tern acio n al» no parece haber v isto ningún
cam b io desde que L cn in h izo su a n á lis is del i m p e r i a ­
lism o en 1915. cuando no ha retro ced id o con res­
p ecto a éste. Para L cn in .. el im p erialism o era un
p rod u cto de la con cen tración con tin u a de las
fuerzas p ro d u ctiv as (del cap ital y del trab ajo ) y
esa con cen tración traía co n sig o la su p resió n gra­
dual de la com p eten cia. Pero esa con cen tración
no se ha in terru m p id o en 1915, com o parecen su­
p on erlo tod as las con cep cion es de la m ayo ría del
P .C .l.; ha con tin u ad o, am p lián d o se y ad q u irien d o
nuevas fo rm a s., con io la fusión en tre d iferen tes m o­
n o p o lio s.. la fusión p rogresiva del cap ital y del E s­
tado.. las n acio n alizacio n es en F ran cia y sobre tod o
en 1n g l a t c r r a , la cstatificació n co m p leta de la eco­
n om ía com b in ad a con el poder de una b u ro cracia
exp lotad ora (co n io en to d a la zona ru sa)., la subor­
d in ació n de Eu rop a y de tod os los países burgueses
al im p erialism o yan q u i, asp ecto s p articu lares de un
m isn io proceso. Todos fe n ó m e n o s., que p recisam en ­
te los rasgos característico s de la época con creta
en la q u e v iv im o s y los q u e la d i s t i n g u e n d e las é p o ­
cas an terio res. son ign orad os por la m ay o ría., con si­
derados con io algo d esp rovisto de im p ortan cia. Con­
secu en cia in ev itab le., sus «an álisis* de la situ ació n
actu al su elen ten er el nivel m ed io del p eriodism o
de p ro v in cias. C u a n d o ., por ejem p lo , ha hab ido que
caracterizar la crisis del cap italism o que ha segu id o
a la segunda guerra m u n d ial, lo ú n ico que ha sa­
b id o hacer la m ay o ría es citar los n iveles de pro­
d u cción para «probar» la existen cia de esa crisis
p o r el hecho de que la p ro d u cció n de los p a í s e s ca­
pitalistas tod avía no h ab ía alcan zad o el nivel de
an tes de la guerra (cf. las tesis de la m ay o ría para
los III y IV C ongresos del P .C .I.). Lo cual es tan ­
to m ás rid ícu lo cu an to que las s u p u e s t a s razones de
e s t e d e s c e n s o d e la p r o d u c c i ó n e r a n e n realid ad p u ra­
m en te co y u n tu rales. Cuando hem os m o strad o (en un
texto de m ayo de 1947 y de m odo m ás exten so en
n u estras tesis para el IV C ongreso del P .C .I.) que la
p rod u cción m u n d ial era su p erio r y a a la d e an tes de
la guerra, y que el elem en to m oto r de la crisis del
cap italism 0 no era ése (sin o la au sen cia de propor­
ción en el d esarro llo econ óm ico en tre E u rop a y
los E stad o s U n id o s y la d islo cació n del m ercad o
m u n d ial), cuando h asta la p rop ia p rod u cción euro­
pea superó 1a s c i f r a s de antes de la g u e r r a , en ton ces
los d irigen tes de la m ayoría escrib iero n (tesis de la
m ay o ría para el V C on greso): «La crisis o b jetiv a­
m en te rev o lu cio n aria que ha segu id o a la guerra to­
d avía no ha acabado. Sólo hab rá acabado cuando
la b u rgu esía haya con segu id o crear una nueva divi­
sión del trab ajo , un nuevo m ercad o m u n d ial. . . » .
m o stran d o así que no h ab ían co m p ren d id o ab solu ­
tam en te nada de lo q u e e sta b a o c u r r i e n d o , ya que Jo
que está en el fondo de la situ ació n actu al es pre­
cisam en te la im p o sib ilid ad de la restau ració n de un
«m ercad o» cap italista m u n d ial, el que la ú n ica po­
sib ilid ad de «eq u ilib rio » para las clases exp lotad o­
ras sea ahora la d om in ación de un solo im p eria­
lism o sobre la eco n o m ía m u n d ial.
Si L cn in escrib ía que el m o n o p o lio su p rim e la
co m p eten cia. no era por cap rich o. ni poi am or al
d etalle p in to resco . Su presión de la com p eten cia sig­
n ifica su p resión del m ercad o cap italista m u n d ial en
el an tigu o sen tid o del térm in o ; h ab lar de «restab le­
cer un nuevo m ercad o m u n d ial» significa creer que
es p osib le tran sfo rm ar en su con trario la ten d en cia
d om in an te de la ev o lu ció n cap italista.
O tro ejem p lo sign ificativo es el de la actitu d
an te el «Plan M arsh all». A n te éste, la ú n ica obser­
vación que pudo in sp irarle su m arxism o es que...
¡«de tod as form as no se verían sus efecto s an tes

J5 7
de 1949 »! ¿Qué efectos? ¿Podía alcanzar el capita­
lismo una «estabilización relativa» gracias al Plan
M arshall? De no ser así, ¿que significaban las nue­
vas relaciones económ icas entre Europa y América
que se establecían entonces, y podían los im perialis­
mos e u rope os m antener su i ndepen de nc ia en ese
nuevo m arco? Sobre todos esos asuntos, de la mayor
im portancia teórica y práctica, los textos de la m a­
yoría siguen observando un sile nc io ab ru ni a do r.
Llegam os sin em bargo aquí a un punto teórico
importante.. y que hubiera debido interesarles. Para
Lenin.. la e se nc ia del i mpcri a lisni o consistía en que
varios o a l m en os do\ hloqtw s im perialistas riva­
les luchaban constantem ente (de modo «p acífico »
o violento) para llegar a un nuevo reparto del mun­
do. ;.Y qué ocurre ahora? Para la ni a yo ría. Rusia
no es un Esta do im penalista., si no un « Estado obre­
ro degenerado», que hay que defender. En el resto
del mundo, no se ve cóm o los franceses o los ingle­
ses podrían., hasta en un porvenir muy lejano. lu­
char se r ia mente contra los Estados U nidos. ¡Nos
c ncont r a ni os pues con un N oq u e im p erialista ! ¿Cóm o
es eso co ni pa t ihl c con el análisis len in ist a del ini-
pc ri a lis ni o?
Pero para la dirección trotsquista actual todo
eso es demasiada sutileza, sin 2 ran interés. Todo
lo que pide es que nadie venga a turbar su sueño
id col ógico.

2. — No vale la pena exponer extensam ente


nu est ra s di ve rge nci as con la m ay or ía a propósito
de la cuestión rusa, que todo el mundo conoce en
el P .C .I. Pero quisiéram os cxponer claram ente lo
que significa la act i t u d de la mavnría d esd c el pun­
to de vista del m a rx is ni o v de l a lucha de clases.
Par:.! la mayoría.. Rusia. es un «Estado obrero
degenerado». que hay que defender «sin condicio­
n es» .' ".Qué significa eso? Sig nifica. en primer 1u-
gar. que la niavnría identifica la m onopolización
total de las fuerzas productivas por una d ase so­
cial (la burocracia rus a) gracias a la estatificación,
con la colectivización socialista.
Pero para la mayoría la burocracia no es una
«clase;», sino una «carta parásita». Y a que, por lo
visto, sólo participa en la distribución del producto
de la economía rusa, sin tener un lugar propio en
las reIaciones de producción. ¿Qué significa eso?
Sencillarnente, una ruptura con el fundamento de
la economía política marxista, para la cual «produc­
ción» y «distribución» no son más que dos aspec­
tos inseparables del mismü proceso. Sólo hay in­
greso, según M arx, en la medida en que hay rela­
ción de producción. Por lo demás. Adam Smith sa­
bía ya lo que ignoran Germain l Mandell, Frank,
etc.: que salario, ganancia y renta en cuanto «in­
gresos» están inseparablemente ligados al trabajo,
al capital y a la tierra en cuanto «factores de pro­
ducción».
Eso significa también la negación niás total de
la concepción de Marx y de Lenin sobre la natu­
raleza del Estado: ya que, según esa concepción,
lo único que puede significar el monstruoso desa­
rrollo del Estado burocrático ruso es una división
de la sociedad en clases, y una oposición entre
esas clases cada vez más profunda.
Pero la burocracia no puede ser clase en un solo
país. protesta la mayoría. Desde luego, no puede
serlo. Y buena prueba de ello es que, después de
la última guerra, la burocracia ha llegado al poder
en la mayor parte de los países de Europa central
y de los Ba lkanes, y está a punto de 11egar al poder
en China. l .as reacciones de la mayoría ante la
evolución en los países de la zona rusa son franca­
mente cóm icas. Pueden resumirse en una asombro­
sa com probación: ¡en los países del «bloque» ruso,
la burguesía sigue siendo la clase dominante! Que
esa bu rgucsía ya no exista o haya sido enterrada
desde hace mucho tiempo. que estén liquidando
ahora misnio a s u s últimos representantes (M idszen-
ty, e tc ), todo eso no tiene la menor importancia
para la m ayo ría. Conservemos nuestros esquemas
y que se hunda el mundo, he ahí su lema.
Pero aun de jan do por el m om ento de lado el
que esos puntos son enormemente importantes des­
de un punto de vista teórico, es imposible no ha­
blar del significado p olítico de semejante actitud.
Y a que lo esencial no es' sólo que todo eso sig­
nifica una capitulación política e ideológica ante el
estalinism o. Lo esencial es que, con esas posiciones,
tanto el P.C. I. com o 1a « 1V 1nternacional» se con­
vierten en nuevos instrumentos de mistificación de
las m asas. M antener esa actitud significa, de hecho:
justificar con sofismas la explotación y la opresión;
convencer a las mas as, con argumentos presuntamen­
te « objetivos» (el carácter «progresista» de la estati-
ficación y de la planificación en sí mismas) de que
tienen que aceptar la explotación con tal de que
sea con formas «socialistas»; preparar para mañana
una nueva degeneración de la revolución, al ocul­
tar lo que ha constituido el elem ento decisivo en la
degeneración de la revolución rusa; y. más co nc re -
tam ente, recuperar a una fracción de la vanguardia
decepcionada por el estalinism o e impedir que per­
ciba el verdadero carácter de éste.
E sa función objetiva de la « IV Internacional»
com o un instrumento más de m istificación de las
masas ha aparecido con la mayor claridad posible
cuando ha estallado el «asunto T ito » . Ahí, en la
célebre «carta abierta de la Secretaría de Ja IV In­
ternacional al Partido com unista yugoslavo», se ha
m anifestado plenamente la verdadera línea política
del trotsquismo actual, que tiende a reform ar y no
a destruir de modo revolucionario los partidos esta-
linistas y el estalinismo en general. Para justificar
esa línea ha habido que utilizar las mentiras más
cínicas, e idealizar de modo vergonzoso el régimen
de explotación que T ito y los suyos imponen a los

360
obreros y a los campesinos yugoslavos. Lo único o
casi que parecía poder criticarse en el régimen de
Tito e ra n ... ¡las condecoraciones que distribuye a
sus generales! Por lo demás, T ito sólo merecía ala­
banzas (había «resuelto la cuestión nacional,,., etc),
y diríase que hubiera bastado una decisión del C o­
mité Central del Partido comunista yugoslavo para
que éste se transform a! a en partido revolucionario
y para que el poder titista se convirtiera en un E s­
tado obrero (en este caso. no degenerado, o al me­
nos es de esperar). Sin embargo. un día antes. el
trotskisnio oficial seguía explicando que Yugosla­
via seguía siendo un Estado «funda mental mente ca­
pitalista». ¿Que había ocurrido? ¿Bastaba Ja reve­
lación de una lucha entre dos clanes burocráticos,
el de Moscú y el de Belgrado, una lucha que con­
tinuaba desde hacía ya tiempo entre bastidores,
para transforni ar en una sola noche a Yugoslavia
y a la burocracia titista? Bastaba de todas formas
para que la dirección trotsquista se burlara alegre­
mente de sus propios «análisis» anteriores y adop­
tara una posición paradójica: el poder y el partido
dirigente de Yugoslavia, «Estado capitalista», lle­
vaban un com bate «progresista» contra el poder y el
partido dirigente de Rusia, «Estado obrero)). B as­
taba también para que la dirección trotsquista fin­
giera haber olvidado una com probación fundamen­
tal, hecha mil veces por Trotski y que es el funda­
mento de la existencia misma de la « IV Internacio­
nal». o sea que el estalinismo en su conjunto y
cada partido estalinista en particular no pueden ser
reformados. de donde se deduce la necesidad de la
construcción de nuevos partidos revolucionarios en
todos los países. Bastaba por último para que la
dirección trotsquista violara del modo más brutal
el principio esencial de toda política revolucionaria:
que hay que decir siempre la verdad a la clase y
a su vanguardia.
Uno de los puntos más aleccionadores de todo

36!
ese asunto fue ver cónio la mayor parte de la pro­
pia mayoría del P.C. I. francés, que pretendía, al
menos verbalmente, no estar de acuerdo con la ac­
titud de la Secretaría Internacional, no sólo se ne­
gaba a emprender una verdadera lucha política co n ­
tra esa orientación ultraoportunista, sino que co n ­
tribuía además de modo positivo a intentar que
se «olvidara» el asunto en la reunión del Comité
E jecu tiv o 1nternacional de octubre. Esa triste co ­
media prueba una vez más que la insinceridad po­
lítica y la complicidad de clanes reinan de niodo
absoluto en las direcciones trotsquistas actuales.
El «asunto 'rito» ha sido, para nosotros, una
prueba de que la degeneración del trotsquismo a c ­
tual es irrem ediable, y que en toda lucha contra
la niistificacción del proletariado tiende a desem ­
peñar un papel francam ente nocivo.

3. — La cuestión que todos los obreros avan­


zados se plantean con angustia actualm ente, es la
de la naturaleza de los partidos «comunistas» esta-
linistas y de su política. T ras muchas cavilaciones,
los epígonos de Trotski han conseguido por fin, en
1947, dar una respuesta «teórica» a esa cuestión:
el estalinism o es un «reform ism o de nuevo tipo».
A menos que « n ucvo tipo» signifique en esa frase
— ya que esos «teóricos» nunca han explicado qué
es lo que querían decir— «tipo no reform ista», la
estupidez de tal afirm ación es manifiesta. Esos in­
trépidos « niarxistas » han estado perdiendo ocasio­
nes.. día tras día, de explicarnos cónio puede na­
cer un nuevo reforniisnio sin refo rm a s en la éooca de
la crisis mortal de la dem ocracia capitalista, cóm o y
por qué ha conseguido ese reform ism o expropiar a la
burguesía en todos los países de la zona rusa, cóm o
y por qué consigue hoy en día transform ar com pleta­
mente la estructura social de la sociedad china, pero
han perdido también la ocasión para siempre y eso
es aún más grave, de mostrar a las masas. ofusca­

362
das ho)' por el e s t a l i n i s m o y por su lu ch a con tra la
b u rgu esía, por qué la d e s t r u c c i ó n efectiva d e la b u r ­
guesía en los países en los q u e los P artid o s «com u­
nistas» to m an el poder no significa en m odo algu­
no una lib eración so cial, sino la in stalació n de un
régim en de exp lo tació n y de opresión por lo m enos
tan feroz co m o c1 d e la b u r g u e s í a .
La verd adera razón de e s a s lam en tab les con tra­
d iccion es es ésta: el trotsq u ism o actual niega que
exista un p rob lem a de la b u ro cracia; niega que la
b u rocracia rep resen te una form ació n social in d e­
p en d ien te, que exp lota por cu en ta prop ia al p role­
tariad o en los países en lo s que tom a el poder, y
que tien d e a to m ar el poder en to d o s los países.
D esde ese p u n to de vista, puede d ecirse que el
p rob lem a de una au tén tica lu ch a con tra la bu ro­
cracia no existe para él. El o b jetiv o del p roletaria­
do .. para el trotsq u ism o actual, sigue siendo lo que
era hace un siglo: exp rop iar a la bu rgu esía, y nada
m ás. Pero ese o b jetiv o em p ieza a ser realizad o — no
p o r el p r o l e t a r i a d o , s i n o p o r la b u r o c r a c i a — . E s o . el
tro tsq u ism o no puede reco n o cerlo , ya que recono­
cerlo significaría reconocer que se ha eq u ivocad o
sobre tod os los problem as que co n sid era él m ism o
esen ciales. Es n iás, eso significaría a d ecir verd ad
que la existen cia de una «IV In tern acio n al» cuyo
p r o g r a m a e s e s e n c i a l m e n t e la e x p r o p i a c i ó n d e la b u r ­
guesía no ten d ría ya ob jeto, puesto que ese progra­
ma es, de hecho. el q u e el e s t a l i n i s m o tien e y reali­
za co n stan tem en te. No p u d ien d o ad m itir ese he­
c h o f u n d a m e n t a l , n o s ó l o t i e n e la « I V In tern acion al»
que m en tir con tin u am en te sobre la verdadera acti­
vidad del estalin ism o. sino que tien e adem ás que
d isfrazar a éste con sus características im agin arias.
De ahí esas co n cep cio n es com o <<cstalinisnio-refor-
m ism o», «país de la zona rusa -p aís b u rgu és». «R u­
s i a == E s t a d o obrero que hay que defender». etc.
De ahí tam b ién que la «IV lnternacional», sobre
la base de su ¡> ro^ ran w y de su i d e o l o g í a , sea in ca­
paz de llevar a cabo la tarea fundamental de una
organización revolucionaria en el período actual,
que es explicar y poner en claro ante las masas que
el objetivo de la revolución proletaria ya no puede
ser sim pie ni ent e la expropiación de la burguesía,
y la « planificación» sino la supresión tanto de la
burguesía como de la burocra c ia. la supresión de ia
distinción entre dirigentes y ejecutantes en la eco-
noniía y la sociedad, ia gestión de la economía por
los trabajadores.

4. — Encontram os la misma tendencia ai par­


Ioteo vacío en la «posición» de la dirección trots-
qu ista sobre la cuestión de la perspectiva de la gue­
rra. Desde el nics de marzo de 1 948. cuando ex­
plicamos ante el Partido por qué la perspectiva de
una tercera guerra mundial está inscrita objetiva­
mente en la realidad con necesidad absoluta, com o
un m onicnto decisivo que expresa la tendencia ha­
cia la concentración mundial de las fuerzas pro­
ductivas en manos de un solo imperialismo, hemos
podido ver, con asonibro y repugnancia, cónio los
«teóricos» niayoritarios atacaban 1a idea misma de
una guerra futura, indcpendientementc de todo con­
texto teórico. y respondían con la liiás increíble dc-
magogia. declarando que la guerra no era «fatal».
que éranios derrotistas con respecto a la revolución,
etc. El pasaje consagrado a la cuestión, en la Tesis
niayoritaria para el V Congreso del P .C .I., es bas­
tante elocuente en sí mismo: «E s evidente que, de
no haber una revolución proletaria victoriosa, la
guerra. en último término. es inevitable. pero hay
que ver cuáles serán los plazos y los ritmos (. ..),
la guerra es la conclusión de todo un proceso eco ­
nómico y social cu y o s eslabones más importantes
son la desaparición del riesgo de revolución inme­
diata (derrotas. o ac e pt ac ión de la guerra) y el ca ­
llejón sin salida económ ico, y esas condiciones to­
davía no se han realizado. Adcni ás, 1a burocracia

364
del Kremlin no ha abandonado su política de coexis­
tencia pacífica y prefiere un compromiso a u na po­
lítica más brutal. Los últimos acontecimientos di­
plomáticos lo deniuestran. Sin exagerar el alcance
que puedan tener éstos, ni olvidar que el compro­
miso es efectivamente difícil, la guerra no es inmi­
ne nte :i>. No insistiremos sobre el plano en el que se
sitúa la discusión: el de un periodismo mediocre,
pero hay que señalar el carácter artificial y gratuito
de esas afirmaciones voluntariamente ambiguas y va­
gas. ¿De qué « p l a z o s y de qué «ritmos» se está
hablando? ¿Hay que sustituir el análisis ni a rx ista
de las tendencias fundamentales de la evolución por
previsiones nietcorológicas sobre el tiempo que hará
durante los días siguientes? ¿O sea que no hay un
callejón sin salida económico? ¡,Y cóm o puede com ­
paginarse esa idea con la concepción que sustenta
todas las tesis de la mayoría: o sea que «el capita­
lismo no ha conseguido superar la crisis que ha se­
guido la segunda guerra mundial»? ¿Por qué es
sólo posible la guerra tras la derrota del proleta­
riado? ¡Q u é derrota hubo, por cjeniplo. en 1914?
¿En qué país hay hoy un «riesgo de revolución in­
mediata»? ¡ P o r qué la burocracia estalinista « prefie­
re» (admirable e xpresió n) u n compro ni iso? ;.De-
pende la guerra de las «preferencias» de los grupos
dominantes?
E so es todo lo que puede encontrarse en los
«análisis» de los epígonos de Trotski: descripcio­
nes periodísticas, afirmaciones gratuitas, preocupa­
ciones artificiales porque están desprovistas de todo
contenido real, de todo punto de vista de clase: as­
censo o retroceso, ofensiva de la burguesía o del
prol et a r ia do, o si habrá o no g u erra... Es e v ide nte
que un periodista burgués «serio» suele ser más
profundo en sus análisis que e sos « ni a rx is tas», y no
es de extrañar: el punto de vista de la burguesía
corresponde a una realidad, expresa los intereses de
una clase que representa una realidad social. Desde

365
ese punto de vista, los «teóricos» trotsquistas no
representan nada; han abandonado desde hace ya
mucho tiempo el marxismo, que podía, faltándoles
un contacto verdadero con las masas obreras, darles
al menos un punto de vista objetivo ante la reali­
dad; no son a fin de cuentas más que un minúsculo
apéndice de Ja burocracia estalinista, a la que ayu­
dan en su tarea de mistificación de las masas.

5. — En lo que se refiere a la construcción


de una organización revolucionaria, la dirección del
P.C.I., tras muchas bromas groseras sobre el «in-
telectualismo» de los que, como nosotros, preten­
dían que la educación de los militantes es una de
las principales tareas, ha descubierto ahora la im­
portancia de ese sector, olvidando sin embargo que
para educar a los demás hay que empezar por tener
algo que enseñarles. Por otra parte, el dar a la or­
ganización objetivos que no tienen relación alguna
ni con sus posibilidades, ni sobre todo con las exi­
gencias del momento actual, com o esa agitación di­
fusa, superficial y permanente que intenta llevar la
dirección trotsquista desde hace años, significa que
lo que interesa es mantener la ficción, o mejor di­
cho, el bluff de un «Partido» (que no es a decir ver­
dad más que un grupo tan pobre humana como po­
líticamente) y no efectuar un trabajo revolucionario
eficaz en el marco de las posibilidades existentes.
E n resumidas cuentas, es evidente que nuestras
divergencias con el trotsquismo actual se refieren a
prácticamente todos los puntos sobre los que es
posible tener divergencias, o sea a la evolución his­
tórica desde 1914, al programa de la revolución
proletaria, a la situación actual y a las tareas in­
mediatas.
Si nos separamos hoy en día del trotsquismo
no es pues simplemente en función de «desacuer­
dos», por importantes y numerosos que puedan efec­
tivamente éstos ser; es en función.. de modo más

366
pro fundo, de una comprensión del papel que de­
sempeña éste en el movimiento obrero, y de su in­
compatibilidad con la vanguardia revolucionaria.
Desde hace diez años, el trotsquismo está firman­
do un gigantesco cheque sin fondos aprovechando
el recuerdo de Trotski y el prestigio del bolchevis-
1110, Con su fraseología, atrae a sus filas a obreros de
vanguardia; pero no les proporciona ningún ele­
mento que les permita comprender el sentido de su
época y luchar contra la burocracia; al contrario:
su política hacia la U R S S y hacia el estalinismo des­
concierta a esos obreros y acaba por desmoralizar­
los. Las continuas entradas y salidas del Partido
desde hace ya unos cuantos años son en si mismas
significativas. Como escribíamos en nuestro texto de
marzo de 1948, «la 1V es una pieza más en la má­
quina de mistificación del proletariado. Diríase que
su papel es recuperar a la vanguardia que se ha se­
parado de los partidos que han traicionado y ocultar­
le el problema de su emancipación de las burocra­
cias presentándole el mito de una edad de oro
bolchevique. Ese pape 1 aparece concretamente en
el terreno de la organización cuando se ve qué con­
sumo se hace, de modo literal y trágico, de obreros
de vanguardia que, después de haber sido atraídos
por la fraseología revolucionaria de los partidos
trotsquistas, quedan agotados por el trabajo prác­
tico, reducidos al papel de ejecutantes de las capas
intelectuales y finalmente son expulsados cuando nada
más puede obtenerse ya de ellos, incapaces ya ge­
neralmente, y de modo definitivo, de interesarse por
cualquier trabajo político».
Por lo que a nosotros respecta, hemos sacado
las conclusiones que había que sacar de nuestra ex­
periencia en el seno del P.C.I. Creemos que se se­
para por vez primera del trotsquismo un grupo que
ha adquirido conciencia de la mistificación que éste
representa de un modo global, no sólo en función
de tal o cual análisis particular sino en función de

167
una concepción de conjunto de la sociedad actual
y de 1a dinámica histórica, No nos vamos para en­
trar en algún movimiento trotsquista como el R .D .R .
ni para quedarnos en nuestra casa; queremos crear
las bases de una futura organización proletaria re­
volucionaria. Sabemos que los compañeros del P.C.I.
que descubran más tarde que teníamos razón se
unirán a nosotros.

Saludos comunistas.
París, 28 de febrero de 1949.

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«Un revolucionario no puede poner límites a su deseo de luci­
dez», éste e s el principio que rige todos los análisis de Corne-
lius Castoriadis desde 1945 cuando abandonó su Grecia natal.
ex-militante de las juventudes comunistas y después adherente
a la fracción más radical del trotskismo. Ya en Francia, rompe
con éste en 1948 para fundar, junto con Claude Lefort, el grupo
autónomo que publica, hasta 1966, la revista «Socialismo o
Barbarie». Los resultados de los análisis realizados, en un tra­
bajo colectivo riguroso a lo largo de 17 años, salen hoy a la
luz más esclareced ores que nunca.
Para Castoriadis, el resultado de este primer período es: la
burocracia, que domina la Unión Soviética y se instala en los
países del Este, no es un accidente o una degeneración. Es el
advenimiento mundial de un nuevo régimen de explotación: el
«Capitalismo burocrático», basado en la división social entre
el proletariado y una burocracia que excluye a los trabajadores
de la gestión de la producción. Segundo resultado: los objeti­
vos de la lucha política deben, por lo tanto, cambiar. «El ver­
dadero contenido del socialismo no es ni el desarrollo econó­
mico, ni el consumo maximal, ni el aumento del tiempo libre
(vacío) como tales, sino la restauración, o más bien la instau­
ración, por primera vez en la historia, del dominio de los hom­
bres sobre sus. actividades y, por lo tanto, sobre su primera
actividad, el trabajo.» Tras el análisis que aquí presentamos
de las relaciones de producción tanto en la sociedad burocrá­
tica como en la capitalista occidental, el lector no puede más
que compartir el pensamiento de Castoriadis: «Salidos del mar­
xismo revolucionario, llegamos al punto en que debíamos elegir
entre permanecer marxistas, o seguir siendo revolucionarios»...
Cornelius Castoriadis nació en 1922 en Atenas, donde estudió
derecho, economía y filosofía. De 1949 a 1966 fue el principal
inspirador del grupo «Socialismo o Barbarie». A continuación
de este volumen publicaremos L a s o c i e d a d b u r o c r á t ic a 2: La
r e v o l u c i ó n c o n t r a fa b u r o c r a c i a , L a e x p e r i e n c i a d e f m o v im ie n to -
o b r e r o 7 y 2: C ó m o lu c h a r y P r o le t a r ia d o y o r g a n iz a c ió n . Más
adelante, emprenderemos también la edición de su obra más re­
ciente, un importante ensayo de filosofía política y social, L a
in s titu c ió n im a g in a ria d e la s o c i e d a d . H o y e n día, Castoriadis,
tras la explosión del Mayo 68, momento en que su pensamiento
fue finalmente reconocido y comprendido, sigue viviendo en
París, donde es miembro del comité de redacción de- la revis­
ta «Textures».

Foto de la cubierta:
XXV Congreso del P C U S . Vista del Salón
de Actos del Palacio de C ongresos del Kremlin en Moscú.
(Fotofiel)

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