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V9 €. Coleccién «ST Brever WALTER KASPER 85 El evangelio de la familia SAL TERRAE Ai eawete HO y f2sooo= Congr L0-08-/ “Titulo del original italiane I vangelo della famiglia El presente volumen se publica con la colaboracion del Instituto de Teologla, Ecumenismo y Espritualidad «Cardenal Walter Kesper», -vineulado a ia Escuela Superior de Filosofia y Teologta de Vallendar (Alemania) © George Augustin, 2014 Traduccién: José Pérez Escobar © Editorial Sal Terrae, 2014 Grupo de Comunicacién Loyola Poligono de Raos, Parcela 14-1 39600 Maliato (Cantabria) ~ Espafa ‘Tho, +34 942 369 198 / Fax: *34 942 369 201 salterrae@salterrac.es / www salterae.es| Inprimatur: + Vicente Jiménez Zamora Obispo de Santander 24-02-2014 Disefio de cubierta: Magui Casanova CCualquicr fort de reproduccidn, distrbucié, ‘comunieaciin plblica ¢ Waasformacin de esta obra ‘solo puede sor realizada con la autorzacion desis titlare, salvo excepcida previstapor la ly. Dirijase a CEDRO- (Centro Espaiol de Derechos Reprogrficos) ‘si necesita fotocopiaro excancar ‘lgin fragmento de esta obra (erwnnconlicencia.com: 91-702 19 70/93 27204 47) Impreso en Espaiia. Printed in Spain ISBN: 978-84.293-2172-2 Deposito Legal: SA-122-2014: Improsién y encuademacién: Grafo, S.A. ~ Basausi (Vizcaya) ‘worw.grafo.es WERE S23 wosveere cravat HRALES SONU wRBTce INDICE Abreviaturas Protogo Introduccién: El redescubrimiento del evangetio de la familia 1. La familia en el orden de Ta creacién 2. Las estructuras de pecado cen la vida de la familia... 3. La familia en el orden cristiano de laredenci6n .....6...000+ 4, La familia como Iglesia doméstica 5. El problema de los divorciado: yvueltos aeasar 2... Conclusion... Apéndice I: Fe implicita Apéndice Il: Prictica de ta Iglesia primitiva Consideraciones conclusivas sobre el debate Epilogo: ¢qué podemos hacer? n 19 31 37 47 37 8 n 81 87 95 AA AG CatlgiCat cic DH by EG EN ABREVIATURAS Concilio Vaticano II, Apostolicam Actuo- sitatem, Decreto sobre el apostolado de los laicos, Roma 1965, Concilio Vaticano Il, Ad Gentes, Decre- to sobre Ia actividad misionera de la Iglesia, Roma 1965 Catecismo de la Iglesia Catélica, Ma- rid 1993 Cédigo de Derecho Canénico, Madrid 1984. H. Denzinger ~ P. Hiinermann, 2! Ma- gisterio de la Iglesia, Herder, Barcelona 20004 Concilio Vaticano II, Dei Verbum, Cons- titucién dogmética sobre la divina Re~ velacién, Roma 1965. Papa Francisco, Fvangelif gaudium, EX- hhortacién aposiélica sobre el amincio del Evangelio en el mundo actual, Roma 2013 Pablo VI, Evangedii nuntiandi, Exhotta- cin apostélica sobre la evangelizacién en el mundo actual, Roma 1975. FC Gs LG UR Juan Pablo Il, Familiaris consortio, Ex- hortacién apostélica sobre la misién de la familia cristiana en el mundo actual, Roma 1981 Concilio Vaticano Il, Gaudium et Spes, Constitucién pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual, Roma 1965, Coneilio Vaticano I, Lumen Gentiun, Constitucion dogmética sobre la Iglesia, Roma 1964, Concitio Vaticano Tl, Unitatis Redinte- gratio, Decreto sobre el ecumenismo, Roma 1964. PROLOGO E, presente tibrito, 21 evangelio deta fami- ia, contiene el informe que, con el mismo titu- lo, presenté en Roma, por invitacién del papa Francisco, en el transcurso del Consistorio ex- traordinario de los cardenales (20 y 21 de fe- brero de 2014). El objetivo consistia en propor- cionar una base teolégica para el subsiguiente debate entre los cardenales y, de este modo, propiciar un diélogo pastoral, teologicamente motivado, en el préximo proceso sinodal que habré de tener lugar en el Sinodo extraordinario. de los obispos, en el otofio de 2014, y en el Si- nodo ordinario de los obispos en 2015. Con el consenso del papa, debian abordarse ademas en este informe deierminadas cuestiones que a ve- ces son objeto de controversia en la Iglesia, El tema del proceso sinodal, Retos pastora- les que plantea la familia en el contexto de la evangelizacién, indica claramente que las cues- tiones pastorales acuciantes no pueden ser tra- tadas aisladamente, sino tan solo en el contexto global del evangelio y la tarea evangelizadora, que es comiin a todos los bautizados. Por eso en el debate deberan participar ademas, con sobra- do motivo, cristianos que viven las situaciones familiares, a veces bastante dificiles. La publicacién no pretende anticipar la res- puesta del Sinodo, sino, mas bien, abordar las, distintas cuestiones y preparar las bases para su discusién. A una respuesta, que esperamos sea undnime, ‘inicamente podemos legar a través de la reflexién sobre el mensaje de Jests, a tra- vés de un intercambio -siempre abierto a ta escucha~ de experiencias y argumentos y, so- bre todo, a través de la oracién en comin para recibir el Espiritu Santo de Dios. A este fin querrian prestar una modesta aportacién las presentes paginas. Roma, en la Fiesta del apéstol Matias, 24 de febrero de 2014. Cardenal Walter Kasper 10 INTRODUCCION EL REDESCUBRIMIENTO DEL EVANGELIO DE LA FAMILIA E este ais internacional de ta familia, el par pa Francisco ba invitado a la Iglesia a celebrar tun proceso sinodal dedieado a Los desafios pastorales sobre la familia en el contexto de la evangelizacién. En la exhortacién apostolica Evangelii gaudium escribe: «La familia atravie- sauna profunda crisis cultural, como todas las comunidades y vinculos sociales. En el caso de Ja familia, la fragilidad de tos vinculos resulta especialmente grave, porque se trata de la célu- la basica de la sociedad» (EG 66). Muchas familias se enfrentan hoy a grandes dificultades. Muchos millones de personas se en- cuentran en situaciones de migracién, huida y alejamiento, o en condiciones de miseria indignas del hombre, en las que no es posible una vida fa- in miliar ordenada. El mundo actual esta viviendo una crisis antropolégica. El individualismo y el consumismo ponen en entredicho la cultura fa- miliar tradicional. Las condiciones econémicas y laborales hacen a memudo dificil la convivencia y la cohesién en el seno de la familia. De ahi que haya aumentado draméticamente el ntimero de los que tienen miedo a fundar una familia o de quienes fracasan en la realizacién de su proyec- to de vida, asi como crece también el niimero de nifios que no tienen la suerte de crecer en una fa- milia debidamente estructurada, La Iglesia, que comparte los gozos y las es- peranzas, las tristezas y las angustias de los hombres (of. GS 1), se ve desafiada por esta si- tuacién, Con ocasién del iltimo aito de la fami- lia, el papa Juan Pablo TI retocé Ias palabras de la enefelica Redemptor hominis (1979), wel hombre ¢s el camino de la Iglesia», afirmando que «la familia es el camino de la Iglesia» (2 de febrero de 1994), porque normalmente la per- sona nace en una familia y crece en el seno de Ja misma, En todas las culturas de la historia de Ja humanidad, la familia es el camino normal de Ja persona, También hoy, muchos jévenes bus- can la felicidad en una familia estable, 2 No obstante, debemos ser sinceros y ad- mitir que se ha abierto un abismo entre la doc- trina de Ia Iglesia sobre el matrimonio y la fa- milia y las convicciones vividas por muchos cristianos, a muchos de Jos cuales la doctrina de la Iglesia les resulta muy alejada de ta reali- dad y de la vida. Peto podemos igualmente de- cir, y deeirlo con goz0, que hay también fami- lias excelentes que hacen todo lo posible por vivir la fe de la Iglesia y dar testimonio de la belleza y la alegria de la fe vivida en el seno de la familia, A menudo son una minoria, pero son una minoria significativa La situacién actual de la Iglesia no es una situacién inédita, También la Iglesia de los pri- eros siglos se encontraba con concepciones ¥ modelos de matrimonio y de familia muy dife- rentes del predicado por Jestis, que era muy no- vedoso tanto para los judios como para los grie- g0s y los romanos. Por consiguiente, nuestra postura hoy no puede ser de adaptacién liberal al status quo, sino que ha de ser una postira ra- dical, que vaya a las raices, ¢s decit, al evange~ lio, y desde ahi mire hacia delante. Por tanto, seri tarea del proceso sinodal proclamar de nuevo a belleza y Ia alegria del evangelio de la 3 familia, que es «siempre el mismo» y, sin em- bargo, «siempre nuevon (cf. EG 11) La presente intervencién no puede afrontar todas las cuestiones actuales ni pretende antici- par los resultados del Sinodo (syin-odos), es de- cir, del camino (hodés) comin (sin) de toda la Iglesia, el camino de la atenta escucha recipro- ca, del ditilogo y de la oracién. Esta contribu- cién quiere set, més bien, una especie de ober- tura que introduzca el tema, con la esperanza de que al final obtengamos una sym-phénia, un conjunto arménico de todas las voces en Ia Iglesia, incluidas aquellas que en este momento son en parte disonantes. No se trata ahora de reafirmar la doctrina de la Iglesia sobre la familia’. Nos pregunta- mos por el evangelio de la familia, y de este modo retornamos a la fuente de ta que brot6 di- cha doctrina, Como ya afirmaba el Concilio de Trento, el evangelio creido y vivido en la Igle- 1. Entre fos documentos més importanss, viase Coxcna DE TRENTO, en DFf1.797-1.816; Conesiz0 Vaicano Th, Gaudiam et Spes 47-52 (GS); Carta spostiea postino dal Familiarisconsortio (1981) (FC); Catecismo de 1a Iglesia Catéica (1993) 1.601-1.666 (CatlgiCat), Carta spostlica postsinodal Sacramentum caritatis (2007) 27 s Bnclelica Lumen Fidei (2013) $25, sia es la «fuente de toda verdad salvifica y de toda disciplina de las costumbres» (DH 1.501; cf. EG 36). Esto significa que la doctrina de ta Iglesia no es una laguna estancada, sino un to- rrente que brota de la fuente del evangelio y en cl cual ha confluido la experiencia de fe del pueblo de Dios de todos los siglos. Es una tra- dicién viva que hoy, como muchas otras veces oria, ha legado a un punto a lo largo de la critigo y que, teniendo a ta vista los «signos de los tiempos» (GS 4), exige ser continuada y profundizade’ {Qué es este evangelio? No es un eédigo juridico. Es luz y fuerza de la vida, que es Je- sucristo. El evangelio da lo que exige. Solo a su luz y en su fuerza es posible entender y cumplir los mandamientos, Para Tomis de Aquino la ley de la nueva alianza no es una lex scripta, si- no la gratia Spiritus Sancti, quae datur per fi- dem Christi, Sin el Espiritu que actita en los co- razones, la letra det evangelio es una ley que 2, Sobre Ia cnestién del dessrollo doctrinal: ConctLo Var ‘eaxo I (DH 3.020) y Covetiio Varicaso If (DY 8). 1 NewMAn; Essay on the Development of Christan Doctri- ne (1845); ¥. CoNGAR, La tradition et les traditions, Pa- is 1960, p. 1.96. mata (2 Cor 3,6). Por consiguiente, el evange- lio de la familia no quiere ser una carga, sino, en cuanto don de la fe, una alegre noticia, luz y fuerza de la vida en la familia, Llegamos asf al punto central. Los sacra- ‘mentos, también el del matrimonio, son sacra- mentos de la fe. Signa protestantia fidem, dic Tomés de Aquino*. EI Concilio Vaticano Il co- srobora esta afirmacién, Dice de los sacramen- tos: «No solo suponen ta fe, sino que, a la vez, la alimentan, la robustecen y la expresan» (SC 59), También el sacramento del matrimonio puede ser eficaz y ser vivido imicamente en la fe. Por tanto, la pregunta fundamental es: ;como fe de los futuros esposos y de los cényuges? En los paises de arraigada cultura cristiana asis- timos hoy a la quiebra de las que, durante siglos, hhan sido obviedades de ta fe cristiana y de la concepcién natural del matrimonio y de fa fami- lia, Muchas personas estin bautizadas, pero no evangelizadas. Dicho de manera un tanto para- d6jica, son cateciimenos bautizados, cuando no directamente paganos bautizados. 3. Towss 08 AquING, S. Th VILg. 106, Ly 2; of EG 37. 4. Ibid, Ig, 62 a 4 16 | | En esta situacién no podemos ni partir de una lista de doctrinas y mandamientos mi que- darnos en las llamadas «cuestiones candentes». No queremos ni podemos efudir nada de todo ello, pero si debemos partir de un modo radical, es decir, de la ratz de la fe, de los primeros ele- mentos de la fe (Heb 3,12), y recorrer, paso a paso, un camino de fe (FC 9; EG 34-39). Dios 8 un Dios del camino: en la historia de la sal- vaci6n, ha recotrido un camino con nosotros; también la Iglesia ha recorrido en su historia un camino que hoy debe recorrer de nuevo junto a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. No pretende imponer la fe a nadie, sino tan solo resentarla y proponerla como camino hacia la felicidad, El evangetio inicamente puede con- veneer por si mismo y por medio de su profun- da belleza. 5. CE Apéndice I LA FAMILIA EN EL ORDEN DE LA CREACION E, evangetio deta tari, que se emonta a os origenes de Ia humanidad, le ha sido dado a esta por el Creador en su camino. Asf, la insti- tucién del matrimonio y de la familia es apre- ciada en todas las culturas de dicha humanidad. La familia es entendida como comunidad de vi- da entre hombre y mujer, junto con sus hijos. Esta tradicién de la humanidad tiene diferentes caracteristicas en las diversas culturas. Origi- nariamente, la familia estaba inserta en la gran familia o en el clan, Aun con todas las diferen- cias particulares, la institucién familiar es el or- den original de la cultura de la humanidad. No puede prosperar la idea de establecer hoy una nueva definicion de ta familia que contradiga 0 9 cambie la tradicién cultural de toda la historia de la humanidad. Todas las culturas antiguas consideraban sus costumbres y leyes como pertenecientes al orden familiar en cuanto orden divino. De que fueran respetadas dependian la existencia, el bien y el futuro del pueblo. En el contexto del periodo axial, los griegos hablaban—de una ma- era que ya no era mitolégica, sino, en cierto sentido, ilustrada~ de la existencia de un orden basado en la naturaleza del hombre. San Pablo hizo suyo este modo de pensar y hablo de una ley moral natural, inscrita por Dios en el cora- z6n de todo hombre (Rm 2,148), Todas las culturas conocen, de un modo u otro, la regla de oro, que exige respetar al otto como a uno mismo y que fue corroborada por Jesiis en el sermén del monte (Mt 7,12; Le 6,31). En dicha regla est4 plantado, cual semi- lla, el mandamiento del amar al préjimo como @ uno mismo (Mt 22,39), La regla de oro es considerada una sintesis del derecho natural y de lo que ensefian la ley y los profetas (Mt 7,12; 22,40; Le 6,31). 66 Asi reza ta definicién del derecho natural en el Deereaum 20 El derecho natural, que encuentra su expre- sidn en la regla de oro, hace posible el didlogo con todas las personas de buena voluntad. Nos ofrece un eriterio para evaluat la poligamia, los matrimonios forzados, la violencia en el matri- monio y en la famifia, el machismo, le discri- minacién de Jas mujeres, la prostitucién, las condiciones econémicas modernas, hostiles pa- ra la familia, y las situaciones laborales y sala- riales. La pregunta decisi ‘guiente: gqué es lo que, en la rela hombre, la mujer y los hijos, corresponde al respeto de la dignidad det otro? Aun siendo itil, el derecho natural sigue re- fa es siempre la si- mn entre el sultando un tanto genérico y, tratandose de cuestiones coneretas, incluso ambiguo. En esta situacién, nos ha salido Dios al encuentro en la revelaci6n. La revelacién interpreta de un mo- do conereto lo que podemos reconocer desde el unio de vista del derecho natural. El Antiguo ‘Testamento se inspiré en la sabiduria de la tradi- cién del antiguo Oriente de su tiempo y, a través Gratiant(D. 1. ac, 1), que fue determinante para la tra- diciba del derecho natural en el Medievo y a eomienzos de la Edad Moderaa, asi como en el crstanismo original te la Reforma de un largo proceso educativo, fue progresiva- mente purificdndola y perfeccionindola a la luz de la fe en Yahvé. La segunda tabla del decdlo- go (Ex 20,12-17; Dt 5,16-21) es el resultado de dicho proceso, que el propio Jesis confirmé (Mt 19,185). Por su parte, los Padres de la Tglesi taban convencidos de que los mandamientos de la segunda tabla del decdlogo coincidian en esentcia con todos los mandamientos de la con- ciencia moral comiin de los seres humanos. Los mandamientos de la segunda tabla del decélogo no son, por consiguiente, una moral especial judeo-cristiana, es. ino tradiciones parti- cularizadas de la humanidad. En ellos se confi- an a la proteccién particular de Dios los valores fundamentales de la vida familiar: el respeto a los padres y el cuidado de estos en su anciani- dad, la inviolabilidad del matrimonio, la protec- cin de la nueva vida humana que nace del ma- trimonio, la propiedad como base para la vida de la familia y las retaciones reefprocas veraces, sin las que no puede existir la comunidad. Con estos mandamientos se oftece a la hu- manidad un modelo, una especie de brijula para el camino. Por eso la Biblia no entiende estos mandamientos como una carga y una li- 2 mitacién de fa libertad, sino que se alegra del mandamiento de Dios (Sal 1,2; 112,1; 119). Son indicaciones acerca del camino que con- duce a una vida feliz y plenamente realizada. ‘No pueden serle impuestos a nadie, pero si pro~ ponérselos a todos, con toda razén, como cami- no hacia la felicidad En el Antiguo Testamento, el evangelio de la familia Hega a su conclusion en los das pri- eros capitulas del Génesis, que también con- tienen antiquisimas tradiciones de la humanidad, interpretadas de manera critica y profundizedas a Ia luz de la fe en Yahvé, Cuando se establecié el canon de Ia Biblia, fueron puestos al principio, de modo programético, como ayuda hermenéu- tica para fa lectura ¢ interpretacién de Ia E: tura, En ellos se presenta el plan original de Dios sobre la familia. Y es posible extrapolar de ellos tres afirmaciones fundamentales: 1. «Creé Dios al hombre a su imagen; a imagen de Dios lo cred; varén y hembra los cre6» (Gn 1,27). En su doble género, el ser hu- ‘mano es la buena, més atin, la éptima creacion de Dios. No fue creado como single (solo). «No esté bien que el hombre esté solo; voy a crearle 23 una ayuda adecuada» (2,18). Por eso Adin aco- ge a la mujer con una gozosa exclamacién de bienvenida (2,23). El hombre y la mujer han si- do dados por Dios el uno al otro. Deben com- pletarse y sostenerse, complacerse y encontrar Ja alegria el uno en el otro, Ambos, hombre y mujer, en cuanto imagen de Dios, poseen la misma dignidad. No hay lu- gar para la discriminacién de Ia mujer. Pero el hombre y la mujer no son simplemente iguales. Su igualdad en Ja dignidad se fundamenta, al igual que su diversidad, en Ia creacién, No se las regala nadie, ni siquiera ellos a si mismos. Nadie es hombre o mujer en virtud de su res- pectiva cultura, como afirman algunas reciente mente’. El ser hombre o el ser mujer se basa 7. Dea distincién entre sex, la sexusidad biolbgica, y gen der, su configuracion socio-cultural, hay quienes devucen Ja existencia de une igualdad fundamental, por lo tanto, ‘una variedadlegitims de las expresiones dela sonuaidad (@nondgana, poigama, heterosexual, homosextaly tats ‘ual, Detris de esta opinin se esconde un dalsmo ne- ‘ogndstco o neocartesiano entre alma y everpo, que ignors In nia y la totaidad del ser humano (ef. 1 Cor 112-20), Seyin la conviccidn erstiana, el everpo, inluida st se validad, es el simbolo eal del alma, y el alma es la for- tua del ser que earateriza al euespo, Conviene afar que Is constatacibn de una diferenciaién no implica ni justi a dscriminacin alguna (CatlglCat .357-2.359), ontolégicamente en la creacién. La igual digni- dad de su diversidad explica la atraccién que sienten el uno por el otro y que es celebrada por Jos mitos y los grandes poemas de la humani- dad, asi como por el Cantar de los Cantares en el Antiguo Testamento, Pretender hacerlos iguales por razones ideolégicas destruye el amor erético, La Biblia entiende este amor co- ‘mo unién para llegar a ser una sola came, es de- cir, como una comunidad de vida que incluye el sexo y el eros, ast como la amistad humana (Gn 2,24), En este sentido amplio, el hombre y la mujer han sido creados para el amor y son imagen de Dios, que es amor (I In 4,8). Como imagen de Dios, el amor humano es algo grande y hermoso, pero no es divino en si mismo. La Biblia desmitifica la abaalizaciém de la sexualidad en el antiguo Oriente, expresa- da en la prostitucién sagrada, y condena la solucién como idolatria, Siiun miembro de la pareja deifica al otro y espera de él que le pre- pare el cielo en Ia tierra, entonces el otto se siente, forzosamente, demasiado presionado, por lo que no puede sino decepcionar. Muchos matrimonios fracasan a causa de estas expec- tativas excesivas. La comunidad de vida entre 25 hombre y mujer, junto con sus hijos, solo pue- de ser feliz. si todos ellos se entienden recfpro- camente como un don que los trasciende. Asi, la creacién del hombre desemboca en et dia séptimo con la celebracién del Sabbath, El ser fhumano no ha sido creado como fuerza de tra- bajo, sino para el Sabbath. Como dia en el que ser libres para Dios, el Sabbath debe ser tam- bien un dia en el que ser libres para la fiesta y la celebracién comin, un dia de tiempo libre para pasarlo con y para el otto (ef. Ex 20,8-10; Dt5,12-14). El Sabbath, o bien el domingo, co ‘mo dia de la familia, es algo que deberiamos aprender de nuevo de nuestros amigos judios. 2. «Dios los bendijo y les dijo: “Sed fecun- dos y multiplicaos"» (Gn 1,28). Elamor entre el hombre y la mujer no esti cerrado en sf mismo, sino que se trasciende y se conereta en los hijos que nacen de ese amor. El amor entre un hom- bre y una mujer y la transmision de la vida son inseparables. Lo cual no se refiere tinicamente al acto procteador, sino que va aiin més alld. El primer nacimiento prosigue en el segundo, el social y cultural, en Ia introduccién a la vida y a través de la transmisién de los valores de dicha 26 vida, Por eso, los hijos necesitan el espacio de proteccién y de seguridad afectiva en el amor de los padres; ¢, inversamente, los hijos refuerzan ¥y enriquecen el vinculo de amor de los padres. Los niffos son una alegria, no una carga. La fecundidad no es para la Biblia una reali- dad meramente biolégica. Las hijos son fruto de 1a bendicién de Dios. La bendicién es el poder de Dios en la historia y en el futuro, La bendi- cin en la creacién prosigue en la promesa a Abrahén de la descendencia (Gn 12,25; 18,18; 22,18). De este modo, la potencia vital de la fe- cundidad, divinizada en el mundo antiguo, se en- trelaza con ta aecién de Dios en la historia. Dios pone el futuro del pueblo y la existencia de la hu- ‘manidad en las manos del hombre y de la mujer. El tema de la paternidad responsable tiene un significado mas profundo que el que suele atributrsele habitualmente. Significa que Dios confia fo mas valioso que puede dar, es decir, la vida humana, a la responsabilidad del hombre y de la mujer, Ellos pueden decidir responsable- mente el nimero y el momento del nacimiento de sus hijos. Deben hacerlo desde la responsa- bilidad ante Dios y el respeto a la dignidad y el bien de la pareja, desde la responsabilidad con 7] respecto al bien de los hijos y desde la respon- sabilidad para con el futuro de la sociedad y el respeto a Ja naturaleza humana (GS 50). La re- sultante no es una casuistica, sino una figura Sensata vinculante, cuya realizacién concreta se confia a Ia responsabilidad del hombre y de Ja mujer". A ellos se les da ta responsabilidad el futuro, El futuro de ta humanidad pasa por Ja familia, Sin la familia no hay futuro, sino en- vejecimiento de la sociedad, un peligro eviden- te para las sociedades occidentales, 3. «Llenad la tierra y sometedla» (Gn 1,28), Avveces, las palabras «someter» y «dominar» se hhan entendido en el sentido de sojuzgamiento violento y de explotacién, atribuyendo al cristia- nismo la culpa de los problemas medioam! tales. Los biblistas han demostrado que estas dos palabras no han de entenderse en el sentido de un sometimiento y un dominio violento. El se- ‘gundo relato de la creacién habla de cultivar y guardar (2,15), Por consiguiente, se trata ~co- 8. Lacnciclies umanae vitae (1968), de Pablo VI, sobre fa pateridad responsable puede intespretarse, a partir de sa enfogue general personal, en este setido pleno. Lo mis= ‘mo puode decirse dela FC29 y 31s, 2B mo decimos hoy~ de la misién cultural del hombre. El hombre debe cultivar y cuidar la tie- rra como un jardin, debe ser el guardian del mundo y transformarlo en un ambiente de vida digno del hombre. Esta tarea no cotresponde ‘amente al hombre ‘mujer conjuntamente. A su cuidado y a su res- ponsabilidad es confiada no solo la vida huma- na, sino también la tierra en general. ino al hombre y a la Con esta misién cultural, una vez més, 1a relacién entre hombre y mujer se trasciende a si misma. No es mero sentimentalismo autocom- placiente; el ser humano no debe encerrarse en smo, sino abritse a la misin para el mun- do. La familia no es solo una comunidad perso- nal privada, Es la célula fundamental y vital de la sociedad. Bs la escuela de humanidad y de las virtudes sociales, necesarias para la vida y el desarrollo de la sociedad (GS 47; 52). Es fun- damental para el nacimiento de una civilizacién sin del amor’ y para la humanizacién y la persona- lizacién de la sociedad, sin la cual se convierte en una masa anénima, En este sentido, puede 9, Bevepicro XVI, Caritas in vertae (2009) 1-9; 30; 33. hablarse de una tarea social y politica de la fa- milia (FC 44), Como institucién primordiat de la humani- dad, la familia es més antigua que el Estado y tiene su derecho propio con respecto a este, En el orden de la creacién no se habla nunca de «Estado», el cual debe, en ta medida de lo po- sible, sostener y promover la familia, pero no puede interferir en sus derechos propios. Los derechos de la familia, indicados en la Carta de los derechos de la familia, se fundan en el ot den de la creacién (FC 46). La familia, en cuan- to célula fundamental del Estado y de la socie~ dad, ¢s al mismo tiempo modelo fundamental del Estado y de la humanidad como tnica fa- milia humana”, De ello se derivan determina- das consecuencias para una especie de orden familiar en la distribucién equitativa de los bie- ‘nes, asi como para la paz en el mundo (EG 176- 258), El evangelio de la familia es al mismo tiempo un evangelio para el bien y para la paz, de la humanidad. 10, Vease, al respecto, la Carta de las derechos dela familia ‘del Pontiicio Consejo para la Femilia (1983) y el Com pend de ta Doctrina Social de la Iglesia del Ponifcio ‘Consejo elusticia y Paz» (2004), 209-254, 30 2 LAS ESTRUCTURAS DE PECADO. EN LA VIDA DE LA FAMILIA Conse hemos dicho hasta ahora constituye ‘un cuadro ideal, pero no es, de hecho, la reali dad de las familias, como también lo sabe per- fectamente la Biblia. Asi, a los capitulos 1 y 2 del Génesis les sigue el capitulo 3, con la ex- pulsion del paraiso y de la realidad conyugal y familiar paradisiaca. La alienacién del hombre respecto de Dios tiene como consecuencia la alienacién en el hombre y entre los hombres. En el lenguaje de la tradicién teolégica defini- mos esta alienacién como «concupiscencia», que mo debe entenderse solamente como deseo sexual desordenado. Para evitar este malenten- dido se habla hoy con frecuencia de «estructu- ras de pecado» (C9), que dejan sentir su peso también sobre la vida de la familia. La Biblia 31 offece una descripcién realista de la conditio humana y de su interpretacion a partir de la fe. La primera alienacién acontece entre el hombre y Ia mujer. Sienten vergiienza el uno ante el otro (3,10). La vergilenza demuestra que se ha perturbado la armonia original entre cuerpo y espiritu y que el hombre y la mujer se han alienado el uno respecto del otro. El afecto degenera en el deseo reciproco y en el dominio del hombre sobre la mujer (3,16). Se reprochan y se acusan mutuamente (3,12). Violencia, ce- los y discordia se insindan en el matrimonio y en la familia, La segunda alienacién se refiere de un mo- do particular a las mujeres y a las madres, que ahora deben dar a luz a sus hijos con sufti- miento y dolor (3,16). Deben también criarlos con dolor. { madres se lamentan y Ho- ran por sus hijos al igual que Raquel llor6 por los suyos sin querer que la consolaran (Jr 31,15; Me 2,18)? La alienacién se refiere también a la relacién cant del hombre con la naturateza y con el mundo. La tierra ya no es un hermoso jardin: ahora tie- tne espinas y cardos, es indomable y hostil, y cl trabajo se ha hecho duro y dificil. Ahora el 32 hombre tiene que trabajar con fatiga y con el sudor de su frente (Gn 3,19) Y enseguida vienen la alienacién y tos liti- -gios en la familia, Sobrevienen la envidia y la discordia entre consanguineos, el fratricidio y -16). La Biblia refiere también episodios de infidelidad entre los eényuges, que se insinéa incluso en el arbol genealogico de Jesiis, donde, de hecho, apare- con dos mujeres (Tamar y la mujer de Urias) consideradas pecadoras (Mt 1,55). También Je~ sis tenia antepasados que no provenian «de buena familia» y de los que uno preferiria no hablar e intentar ocultarlos. La Biblia es en es- te punto muy realista, muy honesta. Finalmente, se produce la alienacién més importante, la muerte (Gn 3,19; ef. Rm 5,12) y todas las fuerzas de la muerte que se desa- tan en el mundo, trayendo consigo desgracias, calamidades y pérdidas. Conllevan también sufrimiento en la familia, Pensemos simple- mente en lo que sucede cuando una madre se encuentra ante la tumba de su hijo 0 cuando los conyuges tienen que decirse adiés para siempre, algo particularmente penoso en el ca- so de los matrimonios fel la guerra entre hermanos (Gn 4, es y que para los ‘mas ancianos significa muchas veces dotorosos aifos de soledad Cuando hablamos de la familia y de su be- lleza, no podemos partir de una imagen romén- tica irreal, Tenemos que ver también las duras realidades y partivipar en ta tristeza, en tas preo- cupaciones y en las lagrimas de muchas fani- lias, El realismo biblico puede incluso oftecer- nos un cierto consuelo, pues nos muestra que lo que lamentamos no es algo de hoy, sino que, en el fondo, siempre ha sido asi. No debemos ce~ der a la tentacién de idealizar el pasado y lue~ g0, como esti de moda en algunos ambientes, ver el presente como mera historia de decaden- cia, La nostalgia de los buenos tiempos pasados y las quejas sobre las generaciones jévenes existen desde que existe una generacién ante- rios. No es solo la Iglesia la que parece (como ha dicho el papa Francisco) un hospital de campafia, sino que también lo parece la fami- ia, con muchas heridas que vendar y muchas lagrimas que enjugar, y en la que hay que se- guir ereando reconciliacion y paz. Al final, el tercer capftulo del Génesis en- ciende una luz de esperanza. Al expulsar al ser humano del paraiso, Dios Je da una esperanza uM para que lo acompae en el camino. Lo que la tradicién define como protoevangelio (Gn 3,15) puede entenderse también como protoe- vangelio de la familia, De su descendencia na- ceré el Salvador. Las genealogias de Jesiis que aparecen en Mateo (1,1-17) y en Lucas (3,23- 38) atestiguan que de la sucesién de Jas genera- ciones, todas las cuales han suffido alguna que otra sacudida, al final nacié el Salvador. Dios puede escribir derecho con renglones torcidos. Por eso, a la hora de acompaiiar a los hombres en su camino, debemos ser no profetas de cala- midades, sino portadores de esperanza que ofrecen consuelo y que, incluso en las situacio- nes dificiles, animan a seguir adelante. DE LA REDENCION rr la familia de Nazaret (Le 2,515), de la que for- ‘maban parte también hermanos y hermanas en sentido lato (Me 3,31-33; 6,3), asi como pa- rientes mas lejanos, pero con vinculos estre- chos, como Isabel, Zacarias y Juan Bautista (Le 1,36.39-56). Al comienzo de su vida publica, Jess participé en la celebracién de las bodas de Cand, donde realizé su primer milagro (In 2,1-12), De este modo, puso toda su obra bajo el signo de un matrimonio y de Ia alegria ma- trimonial. Con él, el Esposo, comenzaron el matrimonio escatologico y el tiempo de alegria amunciados por los profetas. Una afirmacién fundamental de Jestis sobre el matrimonio y sobre la familia se encuentra ET LA FAMILIA EN EL ORDEN CRISTIANO en las famosas palabras sobre el divorcio (Mt 19,3-9). Moisés lo habia admitido en determi- nadas condiciones (Dt 24,1); estas condiciones eran materia de controversia entre las diversas escuelas de los escribas judios. Jesis, en lugar de entrar en el juego de esta casuistica, hace re- ferencia a la voluntad original de Dios: «al co- ‘mienzo de la creacién no era asip (ef. Me 10,2- 12; Le 16,18; 1 Cor 7,10s.)" Los disefpulos se asustan ante tal afirmacién, pues la consideran un ataque inaudito a la concepeién del matri- monio del mundo circundante, aparte de consti- uir una exigencia despiadada y excesiva: «Si tal es la condicién del hombre en el matrimo- rio, més vale no casarse» (Mt 19,10). Jesis confirma indirectamente que, desde el punto de vista humano, se trata de una exigencia excesi- va. Se trata de algo que ha de serle weoncedido» al hombre; se trata de un don de Ja gracia. El término «concedido» muestra que las pa- labras de Testis no deben entenderse aislada- mente, sino en el contexto global de su mensa- 11. CE Me 10,2-12; Le 16,18; | Cor 7.108. Sobre las cliusu= fs relativas al adulerio, véase ME 5,32 y 199, y para L Cor 7,18 ef. también cap, 5 y Apéndive IL 38 je del reino de Dios. Jesis hace derivar el repu- dio de la dureza del corazin (Mt 19,8) que se cierra a Dios y al projimo. Con la Hlegada del Reino de Dios se ha cumplido Ia palabra de los profetas, segiin las cuales Dios, en el tiempo ‘mesidnico, transformarfa el coraz6n endurecido en un corazén nuevo, no ya duro como piedra, sino un corazén de came, tiemo, sensible y em- patico (Ez 36,26s; cf. Jr 31,33; Sal 51,12) Puesto que el adulterio tiene su comienzo en el corazén (Mt 5,28), la curacién solo puede acon- tecer mediante la conversién y el don de un co- raz6n nuevo, De ahi que Testis se distanciara de la dureza del corazén y de Ia hipocresia de los castigos draconianos infligidos a una adiiltera y ‘concediera el perdin a una mujer acusada de adulterio (In 8,2-1; of. Le 7,36-50). La buena noticia de Jestis es que Ja estrecha alianza entre los conyuges es abrazada y res- paldada por la alianza de Dios, que sigue exis- tiendo gracias a a fidelidad del propio Dios, aun cuando el frigil vineulo humano del amor se haga mas débil o legue incluso a extinguirse. La promesa definitiva de alianza y de fidelidad de Dios despoja al vinculo humano de Ia arbi- trariedad humana y le confiere firmeza y estabi- 39 lidad. EI vinculo que Dios estipula en toro a los esposos se entenderia mal si se pretendiera entenderlo como un yugo; al contrario, es fa so- licita promesa de fidelidad de Dios al hombre; es un aliento y una fuente constante de fuerza para mantener, en las variables vicisitudes de la vida, Ia fidelidad reciproca, De este mensaje extrajo Agustin la doctrina de la indisolubitidad del vinculo matrimonial, ‘que sigue existiendo también alli donde, huma- namente, el matrimonio se rompe?. A muchos les resulta hoy dificil comprender dicha doctri- na, la cual no puede entenderse como una espe- cie de hipéstasis metafisica al lado o por enci- ma del amor personal de fos conyuges; por otra parte, este amor no se agota en el amor afectivo reciproco ni muete con él (GS 48; EG 66). Es cevangelio, es decir, es palabra definitiva y pro- ‘mesa permanentemente valida. En cuanto tal, se toma en serio al hombre y su libertad, Es propio de la dignidad del ser humano poder to- mar decisiones definitivas, las cuales pertene- cen de manera permanente a la historia de la 12, Aaustin pe Firosa, De muptis et concypiscentia 110,113 De adlterinis coniugls; Sein 292.2. i : : i ‘persona, Ta caracterizan de un modo duradero, y no es posible desentenderse de ellas y hacer como si mumea se hubieran tomado. Si se in- cumplen, se crea una profunda herida, Las he- ridas pueden curarse, pero la cicattiz. permane- ce y sigue doliendo; no obstante, se puede y se debe seguir viviendo, aunque con dificultad, De igual modo, la buena noticia de Jesés es que, gracias a la misericordia de Dios, para quien se convierte es posible el perdén, la curacién y un nuevo comienzo. Pablo retoma el mensaje de Jests y habla de tun matrimonio «en el Seftor» (1 Cor 7,39). No se refiere a la forma eclesial del matrimonio, que solo se desarrollo definitivamente siglos después mediante el decreto Tametsi del Conci. lio de Trento (1563). Los apreceptos domésti- cos» (Col 3,18-4,1; EF5,21-6,9; 1 Pe 2,18-3,7) muestran que «en el Sefiony no se refiere al co- mienzo del matrimonio, sino a toda la vida en familia, a \a relacién entre marido y mujer, en- tre padres ¢ hijos, entre amos y esclavos, reto- mando y modificando el orden patriareal, pe- ro... «en ef Sefiom. Esta expresién convierte la sumisién unilateral de la mujer al hombre en una relacién recfproca de amor que caract 41 rd también a las relaciones familiares, Pablo di- ce incluso ~cosa realmente singular y hasta re- volucionario en la Antigitedad— que la diferen- cia entre el hombre y la mujer no cuenta ya pa- ra quienes son «uno en Cristo» (Gal 3,28). De este modo, los «preceptos domésticos» son un ejemplo de Ia fuerza de Ja fe cristiana que mo- difica y caracteriza las normas. La Carta a los Efesios va incluso més alli. Retoma la metéfora veterotestamentaria, testi- moniada particularmente en Oseas (2,18-25), del vinculo matrimonial como definicién de la alianza de Dios con su pueblo, Esta alianza se ha cumplido y perfeccionado en Cristo. Asi, el vinculo entre hombre y mujer se convierte en simbolo concreto de ta alianza de Dios con los hombres que se ha hecho realidad en Jesucris- to. La que desde e1 comienzo del mundo era ‘una realidad de la creacién buena de Dios se ha- ce ahora simbolo que ilustra el misterio de Cris- toy de la Iglesia (Ef'5,32), El Concilio de Tren- to, sobre 1a base de un desarrollo de la historia de la teologia que solo lleg6 a su conclusién en el siglo XI, identificaba en esta afirmacién una referencia a la sacramentalidad del matrimonio (DH 1,799; cf. 1.327). La teologia reciente tra- a : i ta de profundizar en esta motivacién cristologi- caa través de una visién trinitaria y entiende la familia como representacién del misterio de Ia ‘comuni6n trinitaria Como sacramento, el matrimonio es tanto un instrumento de curacién de Jas consecuen- cias del pecado como un instrumento de la gra- cia santificante. Podemos aplicar esta ensefian- zaala familia diciendo que al entrar en una his- toria familiar, Jess curd y santificé la familia El orden de la salvacién abarca el orden de la cereacién. No es hostil al cuerpo y a la sexuali- dad; incluye el sexo, ¢1 eros y la amistad huma- na, purificandolos y perfecciondndolos. D mo- do semejante a lo que ocurre con la santidad de la Iglesia, tampoco la santidad de ta familia es una magnitud estatica, pues se ve constante- mente amenazada por la dureza del corazén y debe seguir recorriendo el camino de la conver sién, de la renovacién y de la maduracién, Del mismo modo que la Iglesia esté en ca- mino por la via de la conversién y de la reno- vacion (LG 8), asi también el matrimonio y la familia se encuentran en el camino de la cruz y la resurreccién (FC 12s), bajo la ley de la gra- dualidad, consistente en seguir ereciendo de un a 1 modo siempre nuevo y més profundo en el mis- terio de Cristo (FC 9; 34). Esta ley de In gra- dualidad me parece muy importante para la vi- day para la pastoral matrimonial y familiar. No significa gradualidad de la ley, sino crecimien- to en la comprensién y en la realizacién de la ley del evangelio, que es una ley de la libertad (Sant 1,25; 2,12), que hoy se ha convertido a menudo en algo muy dificil para muchos ere- yentes, los cuales necesitan tiempo y acompa- fiantes pacientes en su camino. El corazén nuevo exige siempre una nueva formacién del corazén y presupone una cultura del corazén. La vida familiar debe cultivarse segiin las tres palabras clave indicadas por el Santo Padre: «jse puede?; gracias; perdonan, Necesitamos tener tiempo unos para otros y ce lebrar juntos el Sabbath, dando siempre mues- tras de piedad, perdén y paciencia; se requieren constantes signos de benevolencia, de aprecio, de afecto, de gratitud y de amor. La oracién co- ‘min, el sacramento de Ia penitencia y Ia cele- bracién comunitaria de la eucaristia constituyen tuna ayuda para seguir consolidando el vineulo del matrimonio que Dios ha establecido en tor- no a los cényuges. Siempre resulta hermoso ver 4 ‘2 parejas ancianas que, a pesar de su avanzada edad, siguen enamoradas de un modo cada vez més maduro. También esto es signo de una hu- manidad redimida. La Biblia coneluye con la visidn de las bodas escatolégicas del Cordero (Ap 19.7.9). El matti- ‘monio y ta familia se convierten asi en un sim- bolo escatolégico, Con la eelebracién de las bo- das terrenas se anticipan las bodas del Cordero; por eso deben ser bodas gozosas, espléndidas y solemnes, expresién de una alegria que debe irra- diar sobre toda ta vida matrimonial y familiar, Como anticipacién escatolégica, ef masri- ‘monio terreno debe ser al mismo tiempo relati- vizado. El propio Jes ins6lito para un rabbi~ el celibato, exigiendo, vivid ~algo realmente para poder seguirle, estar dispuestos a dejar el ‘matrimonio y la familia (Mt 10,37), y a quienes le sea concedido, vivir en el celibato por amor del reino de los ciefos (Mt 19,12). Para Pablo, en un mundo cuya imagen pasa, el celibato es el camino mejor, pues proporciona ta libertad de ser indivisos por la causa del Seflor (1 Cor 7,25-38). ¥ puesto que el celibato libremente clegido se convierte en una situacién sociologi- camente reconocida y valorada por si misma, 45 también el matrimonio, a causa de esta alterna- tiva, deja de ser una obligacién social y se con- vierte en una opeién libre, Sobre todo las muje~ res no casadas son ahora reconocidas aunque zo tengan marido, De este mode, el matrimonio y el celibato se valorizan y se sostienen rect- procamente, o bien ambos entran en ctisis, co- ‘mo desgraciadamente estamos experimentando en estos momentos. Esta es la crisis que estamos viviendo. El evangelio del matrimonio y de ta familia ya no es comprensible para muchos y se ha sumido en una profinda crisis. Son muchos los que consideran que en su situacién es algo que xo puede vivirse. ,Qué hacer? Las bellas palabras, por si mismas sirven de poco. Jesiis nos indica tuna via mas realista. Nos dice que todo cristia~ no, casado 0 no, abandonado por su pareja 0 que haya crecido desde nifio 0 desde joven sin contacto con su propia familia, nunca esta solo © perdido. Es alguien de casa, pertenece a una nueva familia de hermanos y hermanas (Mt 12,48-50; 19,27-29). Bl evangelio de la familia se concreta en la Iglesia doméstica, en la que puede vivirse de nuevo. Se trata de una realidad que es hoy nuevamente actual. 46 4 LA FAMILIA COMO IGLESIA DOMESTICA Li setsia, egin el Nuevo Testamento, es fa casa de Dios (1 Pe 2,5; 4,17; 1 Tim 3,15; Heb 10,21). La liturgia la define con frecuencia co- ‘mo Familia Dei. Debe set casa para todos: en cella todos deben poder sentirse en casa y como ‘en familia, En ef mundo antiguo, formaban par- te de la casa, junto al cabeza de familia, la mu- {ier y los hijos, los parientes que vivian en ella, los eselavos y, a menudo, también los amigos 0 tos invitados. En este contexto es en el que de~ bemos pensar cuando se nos refiere que en la comunidad primitiva los ptimeros cristianos se reunfan en tas casas (Hoh 2,26; 5,42). En diver- sas ocasiones se habla de la conversion de ca- sas enteras (Heh 11,14; 16,15.31.33). En Pablo, la Iglesia se ordenaba segin las casas, es decir, segin las Iglesias domésticas (Rm 16,5; 1 Cor 16,19; Col 4,15; Fim 2), que eran para él un punto de apoyo y de partida en s is viajes misioneros, el centro de la fundacién y la piedra angular para la construccién de la co- ‘munidad local; eran ademas lugar de oracién, de censefianza catequética, de fraternidad cristiana y de hospitalidad para los cristianos que estaban de paso. Antes del viraje constantiniano, eran también, probablemente, lugar de encuentro pa- ra la celebracién de la cena del Seftor. Posteriormente, en a historia de la Iglesia, estas Iglesias domésticas desempefiaron tam- bién un papel importante; recordemos, en parti- cular, las comunidades laicales medievales, las, comunidades pietistas y las iglesias libres, de las que, desde este punto de vista, tenemos algo que aprender. En las familias catdlicas habia, y sigue habiendo hoy, pequefios altares domésti- cos (rincones del crucificado) en tomo a los cuales reunirse por la tarde o en momentos de- terminados (adviento, vigilia de la Navidad, si- tuaciones de necesidad o de desgracia, etc.) para orar juntos. Pensemos también en las ben- diciones impartidas por los padres a sus hijos, 8 en Jos simbolos religiosos, sobre todo la cruz en la habitacién, el agua bendita para recordar el agua bautismal, y muchos otros. Merece la pe- na que se renueven estas hermosas précticas de Ja piedad popular. El Concilio Vaticano IL, remitiéndose a san Juan Criséstomo, retomé la idea de la Iglesia domestica (LG 11; 44 11)°. Las que solo son breves referencias en los documentos del Con- cilio se han convertido en extensos capitulos en Jos documentos posconciliares, Sobre todo, la carta apostélica Evangelii nuntiandi (1975) prosiguié el impulso conciliar en el posconcilio y defini6 las comunidades eclesiales de base como esperanza para la Iglesia universal (EN 58; 71)", En Améri Asia (Filipinas, India, Corea, etc.) las Iglesias Latina, en Africa y en domeésticas, en forma de «comunidades de ba- se» (Basic Christian Communities) 0 de «pe- quefias comunidades cristianas» (Small Chris- tian Communities), se han convertido en una exitosa solucién pastoral. Particularmente en 13. Juan Crusdstowo, fa Genesim Sermo, VI2; VILL 14 Tuas Panto Tl, Redemptoris missio 51; FC 21; $9.64, ‘CatdgiCat 1.685-1.658; Faancisco, Lumen fidei 2013), sn. 525, 49 Jas situaciones de minoria, de diaspora y de per- secucién, constituyen una cuestién de supervi- vencia para la Iglesia, Entre tanto, los impulsos procedentes de América Latina, de Aftica y de Asia comienzan a dar buenos fut 8 también en la civilizacién occidental, donde las antiguas estructuras de la Iglesia popular se manifiestan cada vez menos sélidas, las zonas pastorales son cada vez mas cextensas, y los cristianos se encuentran a menu- do en situacién de «minoria cognitive». A ello se aflade el hecho de que, mientras tanto, la fa- milia nuclear, que tan solo desde el siglo XVII se desarrollo a partir de la familia extensa del pasado, a terminado padeciendo una crisis es- tructural, Las modemas condiciones laborales y de vivienda han conducido a una separacion centre el lugar donde se vive, el lugar de trabajo ¥y los lugares donde se desarrollan las activida- des de tiempo libre, ocasionando, por consi- ‘guiente, una disgregacién de 1a casa como uni- dad social. Por motivos profesionales, a menudo Jos padres deben alejarse de la familia por perio- dos de tiempo prolongados; también tas mujeres, por razones de trabajo, 2 menudo estén presentes solo parcialmente en la familia, Debido a las 50 condiciones de la vida actual, hostiles para la fa- mila, la tradicional familia nuclear se encuentra en dificultades. En el anénimo ambiente metro- politano, especialmente en las periferias frecuen- temente desoladas de las megalépolis modernas, también las personas que viven en la calle se han. convertido en personas sin patria y sin techo en tun sentido mas profundo. Debemos construirles ‘nuevas casas, tanto en sentido literal como en. sentido figurado. Las Iglesias domésticas pueden ser una res- puesta, Obviamente, no podemos simplemente reproducir las Iglesias domésticas de la Iglesia primitiva. Tenemos necesidad de familias ex- tensas de un nuevo tipo, Para que las familias nucleares puedan sobrevivir, deben estar inser- tas en una cohesin familiar que intergenera- cional, en la que sobre todo las abuelas y los desempefien una funcién importante, asi como en cérculos interfamiliares de vecinos abuelos y amigos, donde los nifios puedan tener un re- fu cianos solos, los divorciados y los progenitores en ausencia de los padres, y donde los an- sin pareja puedan encontrar una especie de ca- sa. Las comunidades espirituales constituyen a menudo el ambito y el clima espiritual para las 51 iene weak comunidades familiares, Esbozos de Iglesia do- ‘méstica son también los grupos de oracién, los grupos biblicos, catequéticos, ecuménicos. ¢Cémo definir la Iglesia doméstica? Es una ecelesiola in ecclesia, una «iglesia en pequesio dentro de la Iglesiay. Hace presente la Iglesia local en la vida conereta de la gente, En efecto, alli donde dos 0 tres se retinen en el nombre de Cristo, alli esti él en medio de ellos (Mt 18,20). En virtud del bautismo y de la confirmacién, las comunidades domésticas son pueblo mesiénico de Dios (LG 9). Participan en la misién sacer- dotal, profética y regia (\ Pe 2,8; Ap 1,6; 5,10; ef. LG 10-12; 20-38). Por medio del Espiritu Santo, poseen el sensus fidei, el wsentido de la fe», un sentido intuitivo de la fe y de la praxis, conforme con el evangelio. No son tinicamente objeto, sino también sujeto de la pastoral fami- iar. Pueden, sobre todo con su ejemplo, ayudar ala Iglesia a penetrar més profundamente en la palabra de Dios y a aplicarla de un modo més pleno en la vida (LG 12; 35; EG 154s). Dado ‘que el Espiritu Santo le es dado a la Iglesia en su conjunto, las Iglesias doméstic: aislarse de manera sectaria de la communio mds amplia de la Iglesia (EN 58; 64; EG 28). no deben 32 Este «principio catélico» preserva a la Iglesia de la disgregacién en iglesias particulares libres y auténomas. Gracias a esa unidad en la multi- plicidad, Ia Iglesia es igualmente signo sacra- mental de unidad en el mundo (LG 1; 9). Las Iglesias domésticas se dedican a com- partir la Biblia. De ta Palabra de Dios obtienen luz y fuerza para su vida cotidiana (DV 25; EG 152s). Ante la ruptura de la transmisién genera- cional de la fe (EG 70), tienen la importante ta- rea catequética de guiar hacia la alegria de la fe. Oran conjuntamente por sus propias inten- ciones y por los problemas del mundo. Deben. celebrar junto a toda la comunidad la eucaristia dominical como fuente y culmen de toda la vi- da cristiana (LG 11), En el émbito familiar, ce- lebran el dia del Sefor como dia det descanso, de la alegria y de la comunién's, asi como los distintos tiempos del afio itirgico, con sus ricas tradiciones (SC 102-111). Son lugares de una 15, Juan Panto MH, Cateckest radendac (1979), n. 68 16, Un problems, al que que agui poedo tnicemente alu, se Je platen a fos marrimonios ala familias en los que se ddan diversas confesiones, por lo que no pueden paticipat conjuntamente y de forma plena en ln eucarsts. Habria ne relexionar de nuevo sobre elo 3 espiritualidad de la comunién en la que se acep- tan reciprocamente en espiritu de amor, de per- dén y de reconciliacién y se comparten alegrias ¥y penas, preocupaciones y tristezas, regocijo y felicidad en la vida cotidiana, en el domingo y en los dias festivos", edificando por medio de todo ello el cuerpo de la Iglesia (LG 41). La Iglesia es misionera pot naturaleza (AG 2); ta evangelizacién constituye su identidad mis profunda (EN 14; 50). Las familias, en cuanto Iglesias domésticas, estin particular- ‘mente llamadas a transmitir la fe en sus am- bientes respectivos. Tienen una tarea profética ¥ misionera, Su testimonio es, sobre todo, el testimonio de vida, mediante el cual pueden ser Jevadura en el mundo (Mt 13,33; of. Ad 2-8; EN 21; 41; 71; 76; EG 119-121). Del mismo modo que Jesiis vino a anunciar el evangelio a los po- bres (Le 4,18; Mt 11,5) y llamé bienaventura- dos a los pobres, a los afligidos, a los pequefios y a los nifios (Mt 5,3s; 11,25; Le 6,20s), asi también enyié a sus discipulos a anunciar el 17. Con respect al domingo, véase IUaN Pasto Il, Dies Do- ‘mint (1998), na, $5.73; sobre la espiritalidad dela com- ‘munio, véase i, Novo millennia inewnte (2001), n. 43. 54 | | evangelio a los pobres (Le 7,22). Por eso, las Iglesias domésticas no pueden ser comunidades i, sino que deben abri personas que sufren por cualquier causa, a los sencillos y 2 los pequefios. Deben saber que el Reino de Dios pertenece a los nifios (Me 10,14; ef EG 197-201). Las familias tienen necesidad de la Iglesia, y esta necesita a aquellas para estar presente en el centro de la vida y en los dmbitos modernos de la existencia, Sin las Iglesias domésticas, la Iglesia es ajena a la realidad concreta de la vie da, Solo a través de las familias puede ser de la casa alli donde las personas son de la casa, Su elitistas exclusi sea las comprensién como Iglesia doméstica es, por consiguiente, fundamental para el futuro de la Iglesia y para la nueva evangelizacién. Las far miilias son las primeras y mejores mensajeras del evangelio de la familia. Son el camino de la 55 EL PROBLEMA DE LOS DIVORCIADOS Y VUELTOS A CASAR Svice piensa en a importancia de ta fanitia para el futuro de la Iglesia, ef niimero cada vez elevado de las familias disgregadas resulta ser una tragedia ain mayor. Bs mucho el sufti- miento que ocasiona. No basta con considerar el problema tinicamente desde el punto de vista y la perspectiva de la Iglesia como institucién sacramental; necesitamos un cambio de para- digma y debemos como hizo el buen samari- tano (Le 10,29-37)- considerar la situacién también desde la perspectiva de quien sufte y pide ayuda ‘Todos saben que la cuestién de los matrimo- nios de personas divorciadas y vueltas a casar sun problema complejo y espinoso y que no puede reducirse al problema de la admisién a 7 Ja comunién, Concieme a toda la pastoral ma- ‘rimonial y familiar. Se inicia ya en la prepara- cién al matrimonio, que deberia ser una muy cuidada catequesis matrimonial y familiar. Pro- sigue después con el acompafiamiento pastoral de los esposos y de las familias. Y se hace real- mente actual cuando el matrimonio y la familia entran en crisis, En tal situacién, los pastores de almas hardn todo lo posible para contribuir a la curacién y a la reconciliacién de un matrimo- nio. Su atencién no puede cesar una vez que el ‘matrimonio ha fracasado, sino que deben man- tenerse cercanos a los divoreiados ¢ invitarles a participar en la vida de la Iglesia, Todos saben que existen situaciones en las que resulta intitil todo intento razonable de salvar el matrimonio, El heroismo de los c6n- yuges abandonados que se quedan solos y si- guen adelante en su soledad merece nuestra admiracién y apoyo. Pero muchos cényuges abandonados dependen, por el bien de los hi- jos, de una nueva relacién y de un matrimonio civil al que no pueden renunciar sin cargar con nuevas culpas. Muchas veces, después de las amargas experiencias del pasado, estas rela- ciones les permiten saborear una nueva alegria 58 i i ¢ incluso son percibidas a menudo como un don del cielo. {Qué puede hacer la Iglesia en tales situa- ciones? No puede proponer una solucién dife- rente o contraria a las palabras de Jests. La in- disolubilidad de un matrimonio sacramental y la imposibilidad de un nuevo matrimonio du- rante la vida del otro cényuge forman parte de la tradicién de fe vinculante de la Iglesia, que no puede abandonarse o disolverse remitiéndo- se @ una comprensién superficial de la miseri- cordia a bajo precio. La misericordia de Dios, cen altima instancia, es la fidelidad de Dios a si mismo y a su caridad. Dado que Dios es fiel, es también miseticordioso, y en su misericordia también es fiel, aunque nosotros le seamos in- fieles (2 Tim 2,13), Misericordia y fidelidad van unidas. Debido a la fidelidad misericordio- sa de Dios, no existe situacién humana que es- 16 absolutamente privada de esperanza y de solucién, Por muy bajo que pueda caer el ser humano, munca podré caer fuera de la miseri- cordia de Dios. La pregunta, por tanto, es la siguiente: ;c6- mo puede la Iglesia responder a este binomio inescindible de fidetidad y misericordia de Dios ‘en su accién pastoral con respecto a los divor- ciados y vueltos a casar civilmente? Se trata de ‘un problema relativamente reciente que no existia en el pasado; en efecto, solo existe des- de Ie introduceién del matrimonio civil me- diante el Cédigo civil de Napoledn (1804) y su progresiva implantacién en diversos paises, A la hora de responder a esta nueva situacién, la Iglesia ha dado en las tiltimas décadas pasos importantes, El CIC de 1917 (can. 2.356) trata a los divorciados y vueltos a casar civilmente como bigamos, que ipso facto son infames y, segim la gravedad de la culpa, pueden ser casti- gados con Ia excomunién 0 con Ia interdiceién personal, El CIC de 1984 (can. 1.093) no prevé ya estos graves castigos; tan solo se han man- tenido algunas restricciones menos graves. Fi- nalmente, Familiaris consortio (n. 84) y Sa- cramentum caritatis (n. 29) hablan de un modo incluso amable acerca de estos cristianos, ase~ gurindoles que no estén excomulgados y que forman parte de la Iglesia, e invitindoles a par- ticipar en la vida de dicha Iglesia. Se percibe perfectamente un tono distinto. Hoy nos encontramos en una situacién simi- lar a la del tiltimo concilio, También entonces existian, por ejemplo en relacién con la cues- ‘ign del ecumenismo 0 de la libertad religiosa, cenciclicas y decisiones del Santo Oficio que pa- recian excluir otras vias. Sin violar Ta tradicién dogmitica vinculante, el Vaticano I abrié tas puertas. Podemos preguntamos: {no sera quiza posible también en este asunto un desarrollo ul- terior que no suprima la tradicién vinculante de fe, sino que haga avanzar y profundice tadicio- nes mis recientes? La respuesta solo puede ser diferenciada. Las situaciones son muy distintas y deben dis- tinguirse atentamente (FC 84). Por tanto, no puede haber una solucién general para todos los casos, Me limito a dos situaciones en relacion con las cuales ya se insiniian soluciones en al- gunos documentos oficiales. Deseo plantear tinicamente preguntas, limitindome a indicar la direccién, de las respuestas posibles, Dat una respuesta sera tarea del Sinodo en sintonia con el papa. Primera situacién, — La exhortacién apost6- lica Familiaris consortio afirma que algunos divorciados y vueltos a casar estin subjetiva- mente seguros en conciencia de que st matri- 6 ‘monio anterior, irreparablemente destruido, ‘nunca habia sido valido (FC 84). De hecho, nu- merosos pastores de almas estén convencidos de que muchos matrimonios celebrados de for- ma religiosa no han sido contraidos de manera valida. En efecto, como sacramento de la fe, e1 matrimonio presupone dicha fe y la aceptacién de las caracteristicas peculiares del matrimo- nio, a saber, la unidad y la indisolubilidad. ;Po- demos, sin embargo, en la situacién actual dar or supuesto que los esposos comparten fa fe en el mistetio definido por el sacramento y com- prenden y aceptan realmente las condiciones can6nicas para la validez de su matrimonio? La Praesumptio iuris, de la que parte el derecho canénico, ;no es quiz, muchas veces, una fic- tio iuris? Dado que el matrimonio, en cuanto sacra- mento, tiene cardcter piblico, la deci su validez no puede dejarse por entero a la va- mn sobre loracién subjetiva de la persona implicada. Se~ gin el derecho canénico, tal valoracién es com- petencia de los tribunales eclesiisticos. Y como ‘estos no son iure divino (de derecho divino), si- ‘no que han evolucionado histéricamente, a ve- ces nos preguntamos si /a via judicial debe ser ro) | i Ja nica via para resolver el problema, 0 si no serian posibles ottos procedimientos mas pas- torales y espirituales. Como altemativa, podria pensarse que el obispo pudiera asignar esta ta- rea a un sacerdote con experiencia espiritual y pastoral, que podria ser el penitenciario 0 el vi- catio episcopal. Con independencia de la respuesta que se d& a esta pregunta, merece la pena recordar el dis- curso que pronuncié el papa Francisco el 24 de enero de 2014 ante los oficiales del Tribunal de a Rota romana, en el que afirma que la dimen- sin juridica y la dimensi6n pastoral no estin en contraposicién, Més atin, la actividad judi- cial ectesial tiene una connotacién profiunda- ‘mente pastoral. Por consiguiente, hay que pre- ‘guntarse: {qué significa «dimension pastoral»? Ciertamente, no una actitud complaciente, que seria una concepcién totalmente errénea tanto de Ia pastoral como de la misericordia. La sericordia no excluye la justicia ni ha de enten- derse como «gracia barata» 0 como una «liqui- daciény, La pastoral y la misericordia no se oponen a la justicia, sino que, por asi decirlo, son la justi causa perciben no solo un caso que hay que suprema, porque detrés de cada 3 examinar desde la 6ptica de una norma general, sino a una persona humana que, como tal, nun- ca puede representar un «aso» y posee siempre una dignidad ‘nica. Ello exige una hermenéuti- ca juridica y pastoral que, de un modo més que justo y con prudencia y sabiduria', aplique a una situaci6n conereta, a menudo un tanto com- pleja, una ley general, o bien, como ha dicho el papa Francisco, una hermenéutica animada por el amor del buen pastor, que ve detrés de toda prictica, de toda postura y de toda causa, a per- sonas que esperan justicia, {Es verdaderamente posible decidir si una persona ha actuado bien o ‘mal en segunda y tercera instancia tinicamente apartir de unas actas, es decir, de unos papeles, pero sin conocer a la persona y su situacién? 18, Segim TowAs ve AQUING, la vstud dela prodencia, que ‘rata de las cosas singulares(S. Th, Wil q 47 3), la base la raz ye eiterio de toda vida buenay de todss las virtues morales (S. Th, UML g. 57a. 5; 4. $8 aa. 4 y 5), Sobre esta herméutica de aplicacion se reflja la distin cidn que hace Toms entre la readin especulativay la ra- 2m prictia (87h Vtg. 90a. Lad 2:4, 91 43; 9. 94 8 et al), Puesto que se hubla de jursprudoncia y no de jurisciencia, esa distincién es fundamental pars nuestro | t | | Segunda situacién, ~ Seria erréneo buscar la solucién del problema exclusivamente en una generosa ampliacién del proceso de nulidad matrimonial. De ese modo se crearia la peligro- sa impresién de que la Iglesia procede de un modo deshonesto al conceder dicha nulidad en casos en los que se trata en realidad de auténti- cos divorcios. Muchos divorciados no desean tal declaracién de mulidad, pues dicen: hemos vivido juntos, hemos tenido hijos, y eso era una realidad que no puede declararse nula, a menu- do dinicamente por un defecto de forma del pri- mer matrimonio desde el punto de vista cané- nico. Por tanto, debemos tomar también en consideracién ta cuestion, bastante més dificil, de la situacién del matrimonio rato y consuma- do entre bautizados, donde la comunién de vi- da matrimonial se ha roto irremediablemente, y ‘uno ambos cényuges han contraido un segun- do matrimonio eivil, La Congregacién para la Doctrina de la Fe hizo ya en 1994 una advertencia cuando esta- bleci6 ~y el papa Benedicto lo reafirmé duran- te el encuentro internacional de las familias en Milén, en 2012 que los divorciados y vueltos a casar no pueden recibir la comunién sacra- 65 mental, pero si pueden recibir la espiritual. Ciertamente, esto no es valido para todos los di- vorciados, sino para aquellos que estin espiri- tualmente bien dispuestos. No obstante, mu- cchos se sentirin agradecidos por esta respuesta, que constituye una verdadera apertura, Sin embargo, suscita una serie de pregunta: En efecto, si quien recibe la comunién espiritual ‘¢5 una sola cosa con Jesucristo, ;eémo puede en- tonces estar en contradiccién con el mandamien- to de Cristo? :Por qué no puede recibir también la comunién sacramental? Si excluimos de los sacramentos a los cristianos divoreiados y vuel- tos a casar que estén dispuestos a acercarse a ellos, y los remitimnos a la via de la salvaciGn ex- trasacramental, :no ponemos tal vez en entredi- cho la fundamental estructura sacramemal de la Iglesia? {Para qué sirven entonces la Iglesia y sus sacramentos? gNo pagamos con esta res- puesta un precio excesivamente elevado? Algu- ros sostienen que precisamente el hecho de que no participen en la comunién es un signo de la sacralidad del sacramento. La pregunta que se plantea entonces es la siguiente: ;no es quiz una instrumentalizacién de ta persona que sufte y pi- de ayuda el hacer de ella un signo y una adver- tencia para los demés? La dejamos sacramen- talmente morir de hambre para que otros vivan? La Iglesia primitiva nos da una indicacién ‘que puede servir como via de salida del dilema ya la que ya se habia aludido et profesor Joseph Ratzinger en 1972", La Iglesia experimenté muy tempranamente que entre los cristianos se da incluso la apostasia, Durante las persecucio- nes, hubo eristianos que, debilitados en su fe, negaron haber sido bautizados. Para estos lapsi la Iglesia habia desarrollado Ia prictica peni- tencial candnica como segundo bautismo, no con agua, sino con las lagrimas de la peniten- cia, Tras el naufragio del pecado, el néuftago no debia tener a su disposicién una segunda na- ve, sino una tabla de salvacién™, De modo andlogo, también entre los ct nos existia la dureza de corazén (Mt 19,8) y se daban casos de adulterio, con el consiguiente segundo vinculo cuasi-matrimonial. La res- ia 19.4. Resco, «Zr Frage der Unufsicti derBhe Deerkngen um Gogmengshishchen Bend sd Snes pgenrigen Boestungy, ot Hears V Ei feb), Bh nd Phescheding.Dikuion ner Chrinen, Rest Vong. Minshen 1972 pp. 3556. Cl. ina peace 20,8 Contuo ve Tate, DH S82 L672. 67 i puesta de los Padres de la Iglesia no era univoca. Sin embargo, lo cierto es que en las Iglesias par= ticulares existia el derecho consuetudinario, so- bre cuya base aquellos cristianos que, aun vie viendo todavia el primer cényuge, contraian un segundo vinculo tenian a su disposicién, después de un tiempo de penitencia, no una segunda na- ve, no un segundo matrimonio, sino, a través de la participacién en la comunién, una tabla de salvacién. Origenes habla de esta costumbre y la define como «no irrazonable». También Basilio Magno y Gregorio de Nisa ~dos padres de la Iglesia ain indivisa~ hacen referencia a esta Practica, El propio Agustin, que en muchos otros aspectos era bastante severo en relacién con este asunto, al menos en un punto parece no haber ex cluido toda solucién pastoral. Estos Padres que- rian, por razones pastorales y con objeto de «evi- tar lo peor, tolerar lo que de por si es imposible aceptar. Existia, por tanto, una pastoral de la to- Jerancia, de la clemencia y de la indulgencia, y hhubo buenos motivos para que el Concilio de Ni- cea, en el afio 325, confirmara esta prictica, en contra del rigorismo de los novacionistas". 21, Conenio bs NiceA, can. 8: A aguienes se definen patos» 68 | | | Como sucede a menudo, los expertos no se ponen de acuerdo en relacién con los detalles historicos de semejantes cuestiones. En sus de- cisiones la Iglesia no puede quedarse fija en una o en otra postura, Sin embargo, en linea de principio resulta evidente que la Iglesia ha se~ ‘guido buscando siempre una via més allé del rigorismo y del laxismo, amparindose en la au- toridad para atar y desatar (Mt 16,19; 18,18; Jn 20,23) conferida por el Sefior. En el Credo profesamos: «creo en el perdén de los peca- dos». Lo cual significa que, para quien se ha 10 convertido, el perdén es siempre posible, s es para el asesino, también lo es para el adiilte- ro, Por consiguiente, la penitencia y el sacra- mento de la penitencia eran el camino para unir estos dos aspectos: la obligacién para con la Palabra del Seftor y la misericordia infinita de Dios. En este sentido, la misericordia de Dios no era y no es una agracia baratay que dispense de la conversién. Inversamente, los sacramentos no son un premio para quien se se Tes exigo, al acercarse a Is Iglesia eatlie, «permane- cer en comutién con los desposades en segundas nupcias ¥ con los que sueumbieron en la persecucién» (DFT 127), oo comporta debidamente y para una élite, exclu- yendo a quienes més los necesitan (EG 47). La misericordia corresponde a la fidelidad de Dios en su amor a los pecadores, que somos todos nosotros, y del que también todos nosotros te~ nemos necesidad, La pregunta es: esta via mds alld del rigoris- ‘mo y del laxismo, la via de la conversién, que de~ semboca en el sacramento de la miseticordia, el Sacramento de la penitencia, ,es también la via que podemos recorer en la cuestién que nos ‘ocupa? Si un divoreiado que se ha vuelto a casar, 1) se arrepiente de su fracaso en el primer matrimonio; 2) si ha cumplido con las obligaciones del primer matrimonio y ha exchuido defini- tivamente la vuelta atrés; 3) sino puede abandonar sin culpabilizarse atin més los compromisos asumidos con el nuevo matrimonio civil; 4) _sise esfuerza, sin embargo, por vivir del mejor modo posible su segundo matri- ‘monio a partir de la fe y educar en ella a sus hijos; cr ' 5) _sisiente deseo de los sacramentos como fuente de fuerza en su situacién; {debemos 0 podemos negarle, después de un tiempo de nueva orientacién (metdnoia), els ceramento de la penitencia y, més tarde, el de la comunién? Esta posible via no serfa una solucién gene- ral, No es el camino ancho de Ja gran mayoria, sino la senda estrecha de la parte probablemente iis reducida de los divorciados y vueltos a ca- ‘sar que esté sinceramente interesada en los sa- cramentos. {No convendri, tal vez, evitar lo peor ptecisamente en este asunto? De hecho, cuando los hijos de los divorciados y vueltos a casar no ven a sus padres acerearse a los sacra- ‘mentos, por lo general tampoco ellos encuentran el camino hacis 1a confesién y la comunién, {No tenemos en cuenta que perderemos también a la proxima generacién, y tal vez también a la siguiente? {No se demuestra contraproducente la praxis que hemos venido realizando? Un matrimonio civil descrito con criterios claros debe ser distinguido de otras formas de convivencia «imegulares», como los matrimo- nios clandestinos, las parejas de hecho, y sobre 7 todo Ia fornicacién y las denominadas convi- vencias more wxorio (concubinato, matrimo- nios selvaticos...). La vida no es solo blanca 0 negra; de hecho, tiene muchos matices. Esta via presupone, por parte de la Iglesia, discretio, discernimiento espiritual, sabiduria y sensatez pastoral. Para Benito, el padre del mo- nacato, la discretio era la madre de toda virtud y la virtud fundamental del abad®. Lo mismo puede aplicarse al obispo. Al igual que el rey Salomén, necesita «un corazén décil, para que sepa [..] distinguir el bien del mal» y gobemar a su pueblo con justicia (1 Re 3,9). Esta disere- tio no es un ficil compromiso entre los extre- mos, entre rigorismo y laxismo, sino, al igual que cualquier virtud, una perfeccién més alld de tales extremos, el camino de la sana via in- termedia justificada y de la justa medida”. En este sentido, podemos aprender de muchos grandes y santos confesores que sabian hacer 22, Barro DB NURS, Regula, 64,17-19, Mis en genetal, pa 1a Tous De AQUINO Ia pridencia 0 a sabiduria es Ia hae se le riz yl cttero de toda vida buena: 8. Thi. 57 8.5; $82.4. CE, supra, nota 18 23, TowAs De aqutvo, 5. Th. UIT g. 64, & 1; Io, De Virtuti us, 8.13, R perfectamente este discemnimiento espiritual (an Alfonso Maria de Ligorio, por ejemplo). Espero que por la via de esta diseretio llegue- ‘mos, a lo largo del proceso sinodal, a encontrar ‘una respuesta comin para testimoniar de un modo creible la Palabra de Dios en las situacio- nes humanas dificiles, como mensaje de fideli- dad, pero también como mensaje de misericor~ dia, de vida y de alegria CONCLUSION a C—sCr ‘vuelvo al tema de «El evangelio de la familia. ‘No podemos limitar el debate a Ia situacién de los divorciados y vueltos a casar y a muchas otras situaciones pastorales dificiles que no hemos mencionado en el presente contexto. Debemos adoptar un punto de partida positive y sedescubrir y anunciar el evangelio de la familia en toda su belleza. La verdad convence por medio de su belleza. Debemos contribuir, de palabras y de obra, a que las personas encuen- ‘ren la felicidad en la familia y puedan, de este modo, dar testimonio de esta su alegria a otras familias. Debemos entender de nuevo la familia como Iglesia doméstica y hacer de ella la via privilegiada de la nueva evangelizacin y de la renovaci6n de ta Iglesia, una Iglesia que esté en ‘camino al lado de la gente y con la gente, 15 En la familia, las personas se sienten en casa ‘0, por Io menos, buscan uta casa en la familia, La Iglesia encuentra la realidad de la vida en las familias. Por eso, las familias son el banco de pruebas de la pastoral y la urgencia de la nueva evangelizacién, La familia es el futuro y tam- bién para la Iglesia constituye la via del futuro. APENDICE I FE IMPLICITA Li pedsgoeta de Dios os un toma recurente en los Padres de la Iglesia (Clemente de Ale- jandria, Ireneo de Lyon, etc.). La tradicién es- colistica desarrollé la doctrina de la fides im- plicita, para lo cual se inspira en Heb 11,1.6: «La fe es fundamento de las cosas que se espe- ran [...] quien se acerca a Dios debe creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan». Para Tomas de Aquino, el verdadero conte- nido de la fe es la fe en Dios. Segiin él, la fe en Dios, como meta y felicidad iltima del hombre, yy en la providencia histérica de Dios, contiene implicitamente las verdades de fe que concier- nen a los instrumentos de redencién; por consi- guiente, también a la encarnacién y la pasion de Cristo (S. Th. IVIL q.1 a.7). Aunque en otros pa- sajes Tomas es mas bien discordante a la hora 7 $ de enumerar las verdades de fe necesarias para la salvaci6n (por ejemplo, q. La. 6, ad 1), es po- sible considerar esta su afirmacién central so- bre el tema de la fe implicita (cf. el apéndice en Deutsche Thomas-Ausgabe, vol. 15, Miinchen- Salzburg 1950, pp. 431-437). Asi, la tesis segan la cual para que el matri- monio sea vélido basta con tener intencién de contraerlo, como hacen los cristianos, es secun- daria con respecto a este requisito minimo. En efecto, esa intencién implica, para quien es mente por razones culturales, la ‘mera intencién de contraer matrimonio segin el tito de la Iglesia, algo que muchos no hacen por fe, sino por la solemmidad y el mayor esplendor del matrimonio religioso con respecto al civil Para la eficacia del sacramento es impres- cindible creer en el Dios vivo, como meta y fe- licidad del hombre, y en su providencia, que desea guiamos en nuestro camino de vida hacia a meta y la felicidad definitiva. A partir de es- ta conviccién de fe inicial, pero fundamental, como requisito minimo para la recepcién eficaz del sacramento, la catequesis para In prepara- cién al matrimonio religioso debe ensefiar c6- mo nos ha indicado coneretamente Dios esta 8 meta y el camino hacia ella y hacia la felicidad ‘en Jesucristo; como su amor y su fidelidad se hacen activamente presentes a través de la Igle- sia en el sacramento det matri jonio para acom- pafiar a los esposos y cényuges, con los hijos que Dios quiera darles, en su camino futuro de vida comin y conducitlos a la felicidad, a la vi- da en y con Dios y, finalmente, a la vida eterna, De este modo, el misterio de Cristo y de la Iele- sia, que se conereta en el matrimonio, se iri descubriendo paso a paso. 79 | | 1 APENDICE II PRACTICA DE LA IGLESIA PRIMITIVA Soos et Nuevo Testamento, el adulterioy ia fornicacién son comportamientos radicalmente ‘opuestos al ser cristiano, Asi, en la Iglesia pri- mitiva, junto a la apostasia y al homicidio, en- tre los pecados capitales que exclufan de la Igle- sin se encontraba también el adulterio. Puesto que, segiin el pensamiento veterotestamentario- judio, la fornicacién de un cényuge «contami- naba» al otto cényuge y a toda Ja comunidad (Lv 18,25.28; 19,29; Dt 24,4; Os 4,2s; Jr 3,1- 3.9), en conformidad con las cléusulas sobre el adulterio que aparecen en Mateo, que escribia para judeo-cristianos (Mt 5,32 y 19,9), al hom- bre se le permitia, y a veces era incluso nece- sario, repudiar a la esposa adiltera, En este sentido, los Padres, ya desde el comienzo, atri- 81 buyeron una gran importaneia al hecho de que tanto el hombre como la mujer poscen los mis- ‘mos derechos y los mismos deberes. Pero no es posible obtener de los textos una absoluta claridad con respecto a la prictica del repudio por adulterio en la Iglesia primitiva. Tales textos, de hecho, no siempre distinguen entre adulterio y fornicacién, entre bigamia si- multinea y bigamia consecutiva tras la muerte del primer cényuge (también esta iiltima era materia de debate), entre separacién por falleci- nto © por repudio. Sobre las correspondien- tes cuestiones exegéticas e histéricas existe una amplia literatura, en la que es casi imposible orientarse, © interpretaciones diferentes. Por ejemplo, puede citarse, por una parte, a 0. CE- RETI (Divorzio, nuove nozze e penitenza nella Chiesa primitiva, Bologna 1977, 2013) y, por otra, a H. Couzet (L'Eglise primitive face au divorce, Patis 1971) y J. RATZINGER («Zur Fra- ‘ge der Unaufléstichkeit der Bhe. Bemerkungen zum dogmengeschichtlichen Befund und seiner ‘gegenwirtigen Bedeutung», en [F. Heinrich y V. Eid (eds.)], Ehe und Ehescheidung, Miinchen 1972, pp. 35-56 [también en LOsservatore Ro- mano, 30 de noviembre de 2011). 2 No obstante, no cabe la menor duda de que en la Iglesia de los primeros siglos, en muchas Iglesias locales existia por derecho consuetudi- nario, después de un tiempo de arrepentimien- to, la prictica de Ia tolerancia pastoral, la cle- mencia y la indulgencia. Sobre el trasfondo de esta prictica debe también tal vez entenderse el canon 8 del Concilio de Nicea (325), dirigido contra el rigorismo de Novaciano. Este derecho consuetudinario es expresamente testificado por Origenes, que lo considera no irrazonable*. ‘También hacen referencia a él Basilio Magno (Carta 1884 y Carta 199,18), Gregorio Na- zianceno” y algunos més. Explican lo «no irra- zonable» con la intencién pastoral de «evitar 1o peor. En la Iglesia latina, por medio de Ia au- toridad de Agustin, se abandond esta préctica en favor de una més severa. Sin embargo, tam- bien Agustin habla en un pasaje de «pecado ve- nial», Por consiguiente, no parece haber ex- cluido por principio toda solucién pastoral. Posteriormente, 1a Iglesia de Oceidente, en las 24, Comentario af Evangelio de Mateo XIV, 23. 25. Oratio 37. 26. La fey las obras, 19, 35. situaciones dificiles, para tomar decisiones en los Sinodos y otros encuentros, siempre buscé ~y encontré~ soluciones concretas. de Trento, segin P. Fransen («Das Thema “Ehescheidung und Ehebruch” auf dem Konzil von Trient [1563)»: Concilium 6 {1970}, pp. 343-348), condené la postura de Lutero, pero no Ja prictica de la Iglesia de Oriente. H. Jedin est sustancialmente de acuerdo con esta valoracién. Las Iglesias ortodoxas han conservado, en conformidad con el punto de vista pastoral de la tradicién de Ia Iglesia primitiva, el principio, valido para ellas, de la oikonomia. A partir del siglo VI, sin embargo, y remitiéndose al dere- cho imperial bizantino, fueron més alld de la mera tolerancia pastoral, la clemencia y la in- dulgencia, reconociendo, junto a las cliusulas del adulterio, también otros motives de divor- cio que tienen su origen en la muerte moral y no solo fisica del vinculo matrimonial. La Iglesia de Occidente ha seguido otro itinerario. Exelu- ye la disolucién del matrimonio sacramental ra- to y consumado entre bautizados (CIC can, 1.141), pero admite ef divorcio para el matri monio no consumado (CIC can. 1.142), asf co- ‘mo en el caso del privilegio paulino y petrino y I Coneilio 4 de los matrimonios no sacramentales (CIC can, 1.143). Junto a todo ello, nos encontramos con Jas declaraciones de nutidad por defecto de for- ma, a propésito de lo cual cabria preguntarse, no obstante, si no se estin poniendo en primer plano, de forma unilateral, puntos de vista juri- ricamente muy tardios. dicos que son his J. Ratzinger sugirié retomar de un nuevo modo la postura de Basilio, la cual pareceria ser ‘una solucién apropiada y que esta también en la base de mis reflexiones. No podemos hacer re- ferencia a una u otra interpretacién histérica, que siempre ser controvertida, ni siquiera re- producir simplemente las soluciones de Ia Igle- sia primitiva en nuestra situacién, que es com- pletamente distinta. No obstante, en la situacién actual, tan diferente, podemos retomar los con- ceptos de base y tratar de Hlevarlos a la préctica en el presente, de una manera justa y ecuénime a la luz del evangelio. (CONSIDERACIONES FINALES SOBRE EL DEBATE A\sre todo, debo dar graci particular al Santo Padre por sus amistosas pa- .y de un modo labras y por la confianza que me ha mostrado al confiarme este informe. Os agradezco también 1 todos le paciencia que habéis tenido al escu- charme hablar durante tanto tiempo. Debo agra- fs, las reacciones, tanto favorables como més 0 menos eritieas. No pretendo ni puedo evaluar todas y cada una de las reaccio- nes, sino que me limito a subrayar tres puntos. decer, ade 1. Coincidimos en que la palabra de Jests, segiin la cual el hombre no puede separar lo que Dios ha unido (Mt 19,6), debe ser el punto de partida y el fundamento de todas nuestras deli- beraciones. Nadie pone en entredicho Ja indiso- ubilidad de un matrimonio sacramentalmente rato y consumado (ratum et consummatumi). a7 Pero seguramente estaremos también de acuerdo en que la palabra de Jesiis no puede ais- Iarse del contexto global de su mensaje sobre el reino de Dios y sobre el amor y la misericordia de Dios, si como en el hecho de que debe mis bien interpretarse en el marco de ese contexto, Del mismo modo, ha de entenderse la doctrina de Ia indisolubilidad del matrimonio a partir del contexto interno de los misterios de la fe (Conci- lio Vaticano I; ef. DH 3.016) y segimn la jerarquia de las verdades de fe (Concilio Vaticano Il en UR 11), Por tanto debemos comprender y cumplir la palabra de Jestis y la doctrina de la Iglesia en co- nexién con el mensaje de Jestis acerca de la infi- nita misericordia de Dios para con todo el que se convierta y la desee. A este respecto, estamos de acuerdo en que la misericordia no es una «gracia baratan. No dispensa de Ja conversion personal ni, obviamente, elimina la verdad. La misericor- dia esté vinculada a la verdad, y viceversa, la verdad esté vinculada a la misericordia, La mi- sericordia ¢s el principio hermenéutico para in- terpretar la verdad, Esto significa que la verdad se realiza en la caridad (ef. Ef4,15), Allo se afiade un ulterior principio herme- néutico, Segin la comprensién catdlica, la pa- 88 labra de Jestis debe interpretarse en el contex- to de toda la tradicién de la Iglesia. En nuestro caso, esta tradicién no es en absoluto tan unili- neal como se ha afirmado con frecuencia, Hay cuestiones histéricas y diferentes opiniones de expertos que deben tomarse en serio y de las que no podemos simplemente desembarazar- nos, La Iglesia ha intentado constantemente on- contrar una via mas alla del rigorismo y del la- xxismo, es decir, ha tratado de hacer la verdad en la caridad, 2. La unicidad de toda persona es un aspecto constitutivo de la antropologia cristiana, Ningin ser humano es simplemente un caso de una esencia humana universal, ni puede ser juzgado solamente de acuerdo con una regla general. En las palabras de Jess jamas aparece ningtin «-is- mo»: ni individualismo, ni consumismo, ni ca- pitalismo, ni relativismo, ni pansexualismo, et De lo que si habla Jesis en una de sus parébo- las es del buen pastor que deja a las noventa y nueve ovejas para ir a buscar a la tinica que se habia perdido, para, una vez encontrada, car- gérsela sobre los hombros y levarla de nuevo al redil, Y afiade Jestis: «Habri més fiesta en el a ciclo por un pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que tienen necesidad de arrepentimiento» (Le 15,1-7). Dicho de otro modo: no existen los divorcia- dos y vueltos a casar; existen, mas bien, situa- ciones muy diversificadas de divorciados y vueltos a casar, que deben distinguirse con su- mo cuidado. Ni siquiera existe Ja situacién ob- jetiva, que se opone a la admisién a la comu- nién, sino que existen muchas situaciones obje- tivas bastante diferentes. Si, por ejemplo, una mujer ha sido abandonada por el marido sin ‘culpa por su parte y, por amor a los hijos, nece- sita un hombre o un padre, ¢ intenta honesta- mente vivir una vida cristiana en un segundo matrimonio contraido civilmente y en una se~ gunda familia, educa cristianamente a los hijos Y se compromete ejemplarmente en Ia parro- quia (como sucede con frecuencia), entonces también eso forma parte de la situacién objeti- va, que se distingue esencialmente de aquella otra que lamentablemente constatamos con bas- tante frecuencia: la de quien, mas 0 menos indi- ferente desde el punto de vista religioso, contrae tun segundo matrimonio civil y lo vive también ‘mis © menos alejado de la Iglesia, 90 No podemos, por tanto, podemos partir de un concepto de la situacién objetiva reducida a tun tmico aspecto. Mas bien, debemos pregun- tamos en serio si creemos realmente en el per~ dén de los pecados, como profesamos en el Credo, y si ereemos realmente que alguien que ha cometido un ertor, se arrepiente de él y -no pudiendo eliminarlo sin incurrir en una nueva culpa~ hace, sin embargo, todo cuanto esta en sus manos, puede obtener el perdén de Dios. 4Podemos negarle entonces la absolucién? ;Se- ria este el comportamiento de! buen pastor y del samaritano misericordioso? Es cierto que para estos casos particulares la tradicién catélica no conoce, a diferencia de las Iglesias ortodoxas, ef principio de la oikono- ‘mia, pero si conoce el principio andlogo de 1a epicheia, del discernimiento de espiritus, del equiprobabilismo (Alfonso Marfa de Ligorio), © bien Ia concepcin tomista de la fundamental virtud cardinal de Ia prudencia, que aplica una norma general en la situacién concreta (cosa que, en el sentido que le da Tomas de Aquino, ‘no tiene nada que ver con la ética de situacién) En suma, no hay, en el tema que nos ocupa, una solucién general para todos los casos. No 91 se trata de Ja admisién de los divorciados y ‘yueltos @ casar. Mas bien, es preciso tomar en serio la unicidad de cada persona y de cada si- tuacién conoreta y distinguir euidadosamente y decidir caso por caso, A este respecto, el cami- no de la conversién y de la penitencia, tan va- riopinto como lo conocié la Iglesia primitivo, no es el camino de la gran masa, sino el cami- no de individuos cristianos que han tomado realmente en serio los sacramentos. 3. El beato John Henry Newman escribié su famoso ensayo On Consulting the Faithful in Matters of Doctrine, donde mostré que duran- te la crisis arriana de los siglos TV y V quienes conservaron la fe de la Iglesia fueron los fieles, no Jos obispos. En su tiempo, Newman fue ob- Jjoto de numerosas criticas, pero asf fue como se convirtié en un precursor del Concilio Vaticano I, que puso claramente de manifiesto la doctri- na del sentido de ta fe que se le da a todo cris- tiano a través del bautismo (LG 12; 35) 27, Trad, esp. Consulta a las fieles en materia doctrinal, Universidad Pontifiia de Salamance, Salamance 2001 92 r Es necesario tomar en serio este sensus fidei de los ficles precisamente en el asunto que nos ‘ocupa. En este Consistoria somos todos célibes, mientras que la mayor parte de nuestros ficles viven la fe en el evangelio de la familia, en si- tuaciones familiares coneretas y a veces muy dificiles. Por eso deberiamos escuchar su testi- monio, asi como lo que tengan que decimnos los colaboradores y colaboradoras pastorales y los consejeros que trabajan en la pastoral familiar. Por tanto, todo este asunto no puede ser decidi- do exclusivamente por una comisién de la que formen parte tinicamente cardenales y obispos. Lo cual no excluye que la titima palabra en el Sinodo ha de contar con el acuerdo del papa. Todo este asunto suscita grandes expectati- vas en la Iglesia. Indudablemente, no podemos responder a todas ellas. Pero si nos, limitéra- ‘mos a repetir las respuestas que supuestamente han sido dadas ya desde siempre, se produciria ‘una tremenda decepcién. En cuanto testigos de la esperanza, no podlemos dejarnos guiar por una hermenéutica del miedo. Hacen falta coraje y, Sobre todo, libertad (parrésia) biblica. Si no lo queremos asi, entonces tal vez no deberiamos 93 celebrar ningéin Sinodo sobre este tera, porque en tal caso la situacién subsiguiente seria peor que Ia anterior. Al abrir la puerta deberiamos dejar al menos un resquicio para la esperanza y Jas expectativas de las personas y ofrecer al me- nos algin indicio de que también por nuestra parte nos tomamos en serio las esperanzas, las peticiones, los suftimientos y las ligrimas de tantos cristianos serios EPiLoGo éQUE PODEMOS HACER? Lis consideraciones que hemos presentado en el Consistorio han venido precedidas, desde hace ya varios afios, por didlogos con pastores de almas, consejeros matrimonials y familia res, asi como con parejas y familias interesadas en el tema. Inmediatamente después de la pre- sentacion de este informe se han reanudado es- tas conversaciones de forma espontinea. Sobre todo, nuestros hermanos en el ministerio quie~ ren saber, por lo general con la mayor premura posible, qué deben o pueden hacer en concreto, Estas peticiones son comprensibles y justifica- das, Sin embargo, no hay recetas simples. Y mucho menos pueden imponerse en la Iglesia determinadas soluciones de forma arbitraria 0 a base de maquinaciones intimidatorias, Para lle- 95 gar a una solucién posiblemente undnime es preciso dar muchos pasos. En las cuestiones referentes a la sexualidad, al matrimonio y a ta familia, el primer paso consiste, ante todo, en que seamos nuevamente capaces de hablar y descubrir una via de salida de la inmovilidad ocasionada por un enmudeci- miento resignado frente a la situacién de hecho. Preguntarse simplemente que es licito 0 qué es- { prohibido, no es algo que nos sirva aqui de ‘mucha ayuda, Las cuestiones relativas al matri- monio y a la familia ~entre Jas cuales la cues- tién de los divorciados y vueltos a casar es tan solo una més, aunque se trate de un problema urgente~ forman parte del contexto general en el que nos preguntamos cémo pueden las per- sonas encontrar la felicidad y la plenitud de su vida, De este contexto forma parte, de un modo absohitamente esencial, e! modo responsable y gratificante de relacionarse con el don de la se~ xualidad, don hecho y confiado por el Creador a los seres humanos. La sexualidad debe hacer salir del callej6n sin salida y de la soledad de un individualismo autorreferencial y conducir al 96 «tion de otra persona y al «nosotros» de Ja co- munidad humana. El aistar la sexualidad de ta- les relaciones globalmente humanas y reducirlo a puro sexo no ha conducido a la tan ponderada liberacion, sino a su banalizacién y comerciali- zacion, La consecuencia de todo ello es la muet~ te del amor erético y el envejecimiento de nues- ‘tra sociedad occidental. El matrimonio y la fa- milia son el dltimo reducto de resistencia contra un economicismo y tecnificacién de la vida que todo lo calcula con frialdad y todo lo devora, Te- ‘nemos todas las razones del mundo para compro- metemos lo més posible en favor del matrimonio y de la familia y, sobre todo, para acompaiiar y animar a los jévenes en este camino. Un segundo paso, dentro de la Iglesia, con- siste en una renovada espiritualidad pastoral que deje de incurrir, de una vez, en una mez~ quina consideracién legalista y en un rigorismo no cristiano que impone a las personas pesos insoportables que nosotros, los clétigos, no queremos y ni siquiera sabriamos cémo evar (cf. Mi 23,4), Las Iglesias orientales, con su principio de la ofkonomia, han desarrollado un recorrido bastante ajeno a Ia alternativa entre ri- 7 i gorismo y laxismo, del que nosotros podemos ecuménicamente aprender. En Occidente cono- cemos Ja epichefa, la justicia aplicada al caso individual, que segtin Tomas de Aquino es la justicia mayor. La vikonomia no es ante todo un principio del derecho canénico, sino una fundamental ac- titud espiritual y pastoral que aplica el evange- Tio segtin el estilo de un buen padre de familia, entendido como oikondmos, segin el modelo de la economia divina de fa salvacién. Dios, en su economia salvifica, ha dado muchos pasos juntamente con su pueblo y ha recorrido, en el Espiritu Santo, un largo camino con la Iglesia. Andlogamente, la Tglesia debe acompafiar a las personas en su andadura hacia el final de la vi~ da, y en este punto deberia ser consciente de que también nosotros, como pastores, estamos siempre en camino y que con bastante frecuen- cia nos equivocamos, tenemos que comenzar de nuevo y ~gracias a la misericordia de Dios, que no tiene fin podemos recomenzar una y otra vez. La oikonomia no es una trayectoria o inclu so una via de salida wbaratas», sino que hace que nos tomemos en setio el hecho de que, co- 98 ‘mo Martin Lutero lo formulé precisamente en la primera de sus tesis sobre las indulgencias (1517), toda la vida del cristiano es una peni- tencia, es decir, un continuo cambiar de modo de pensar y una nueva orientacién (metdinoia). E| hecho de que lo olvidemos con frecuencia y de que hayamos, imperdonablemente, descui- dado el sacramento de Ia penitencia como sa- ‘cramento de la misericordia, es una de las heri- das mds profundas del cristianismo actual, La via penitencial (via poenitentialis) no es, por ello, algo destinado ‘inicamente a los divorcia- dos y vueltos 2 casat, sino a todos los cristianos. Solo si en la pastoral nos orientamos de nuevo de este modo profundo y global, avanzaremos también en las cuestiones concretas que se nos presentan una tras otra. Un tercer paso concierne a la traduccién ins- titucional de estas consideraciones antropologi- ‘cas y espirituales. Tanto el sacramento del ma- trimonio como el de la eucaristia no son una cuestion meramente individual y privada, sino que poseen un cardcter comunitario y pablico por ello mismo, wna dimensién juridica. El ma- trimonio celebrado en la iglesia debe ser com- partido por toda la comunidad de la Iglesia, concretamente de la parroquia, y el matrimonio civil se encuentra bajo la tutela de la Constitu- cién y del ordenamiento juridico del Estado, Considerados en este contexto mas amplio, los procedimientos canénicos en cuestiones matri- moniales necesitan set reorientados espiritual y pastoralmente. Ya existe hoy un amplio consen- so en relacién con el hecho de que los procedi- ‘mientos unilateralmente administrativos y lega- les, segiin el principio del tuciorismo, no hacen Justicia a la salvacién y al bien de las personas yasu situacién concreta de vida, a menudo més compleja. No estamos abogando con esto en fa- vor de una gestion mds laxista o de una mayor liberalidad en la trimonial, sino mas bien deseamos que se sim- plifiquen y se aceleren estos procedimientos y, sobre todo, que se sitiien en el marco de colo- quios pastorales y espirituales, en el contexto de un asesoramiento de tipo pastoral y espiri- tual, en ol espiritu del buen pastor y del samari- tano misericordioso, declaraciones de nulidad ma- Existe una mayor controversia en relaci nm con un cuarto paso, referente a situaciones en ‘100 fas que no es posible una declaracién de nuli- dad del primer matrimonio 0, como sucede en ‘no pocos casos, no se desea porque no se con- sidera honesta. La Iglesia deberia.animar, acompaiiar y apoyar, desde todo punto de vista, a quienes, después de una separacién civil, em- prenden el duro camino de ta soledad. Unas nuevas formas de Iglesias domésticas pueden servir aqui de gran ayuda y ofrecer una nueva posibilidad de sentirse en casa. El eamino para ‘hacer posible a los divoreiados que se han vuel- to a casar civilmente, en situaciones concretas y después de un periodo de reorientacién, el ac- ceso a los sacramentos de la penitencia y de la a, debe recorrerse en cada caso conere- euearis to contando con Ja tolerancia 0 el ticito con- sentimiento del obispo. Ahora bien, 1a discre- pancia entre el ordenamiento oficial y la ticita praxis local no es una situa satisfactoria. sion nueva del todo Aunque no sea posible y ni siquiera deseable una casuistica, habrfa que proporcionar y anun- ciar piblicamente los criterios vinculantes. En mi informe he tratado de hacerlo. Obviamente, esta propuesta puede mejorarse. Sin embargo, la esperanza de muchisima personas esté justi- 10 eaves STEN! PUALES DOMUCEE ficada: la esperanza de que el proximo Sinodo, irigido por el Espiritu de Dios, después de ha- ber ponderado todos los puntos de vista, pueda indicar un camino bueno y comin”, 28, Une ayuda, de gran sabiduriaespiritul y pastoral, en la linea de saa Alfonso Maria de Ligorio, patrono de los teSlogos morales, es el breve pero interesantisimo libro eB. Anan, ¢Hlay una salida?: pastoral para divorcia- { dos, Herder, Barcelona 1990, i02

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