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Figuras
Cuadros
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El Umarp se basó inicialmente en la misma teoría evolutiva y eco-
lógica que inspiró el trabajo realizado por el JASP. Dirigido por Timothy
Earle y con Catherine Scott (LeBlanc), Christine Hastorf y el autor como
codirectores, el Umarp se centró en tres temas principales durante sus
diez años de trabajo de campo (1977-1986): (1) el surgimiento de jerar-
quías sociopolíticas indígenas a fines de la etapa preínka, (2) el carác-
ter de las formaciones económicas y las prácticas durante ese periodo y
(3) las consecuencias de la ocupación inka de la región tanto en la po-
lítica como en la economía. El trabajo de campo por tanto tenía el pro-
pósito de reunir datos sobre la organización de los asentamientos, la
demografía, el orden político y el uso de recursos (véase Earle et ál. 1987,
D’Altroy et ál. 2001). Cuando el proyecto se inició, el JASP mostró que
las sociedades locales habían creado una definida jerarquía de asenta-
mientos desde alrededor del año 1000 de nuestra era, con pueblos gran-
des como Hatunmarca y Tunanmarca, en los que podían residir más
de 10.000 personas. Simultáneamente, esa transformación indicaba que
el sistema político también se estaba tornando cada vez más jerárquico
mediante procesos locales. Sin embargo, no sabíamos cómo habían ocu-
rrido los cambios preimperiales, ni cómo la sociedad indígena se habría
modificado bajo el dominio inka.
El presente trabajo se centra en este último punto, enfocando tan-
to el carácter de la presencia inka en la región como su impacto en las
comunidades locales. El libro adopta una perspectiva explícitamente
materialista, comparativa y ecológica para explicarse el dominio inka.
Trabaja desde la perspectiva de un macromodelo (el continuum territo-
rial-hegemónico de dominio) que considera el modo en que los rasgos
sistemáticos del dominio inka se entrecruzan con las particularidades
de la sociedad wanca. Dicho enfoque no agota en modo alguno el al-
cance del planteamiento que puede ser aplicado al carácter del dominio
del Cuzco en la provincia. Un estudio paralelo del Umarp, por ejemplo,
investigó la relación entre el desarrollo sociopolítico y el uso de recur-
sos desde el periodo formativo al inka, centrándose particularmente
en la intensificación agrícola (Hastorf 1993; Hastorf y Earle 1985). El
trabajo complementario realizado por los participantes del proyecto
trató además temas adicionales, como las marcas de estatus jerárquico
(Costin y Earle 1989), la especialización (Costin 1991) y el modo en que
las improntas intelectuales del centro de poder inka conformaron el tipo
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el carácter y la historia de los inkas, aun si su contenido estaba mar-
cado por la formación cultural de sus autores. En cambio, destacados
académicos peruanos, tales como Franklin Pease (1978, 2007) y María
Rostworowski de Diez Canseco (1983, 1988), han estado más interesados
en el impacto de la especificidad de la vida cultural andina en el modo
de ser del imperio. Subrayaron temas tales como las formaciones socio-
políticas, las genealogías, los patrones de herencia y las relaciones econó-
micas inscritas en marcos sociales, en cuanto elementos esenciales para
modelar el carácter del dominio inka. La historia andina era por tanto
vista básicamente como producto de la cultura andina.
Comenzando con el reconocido Proyecto Huánuco en la década
de 1960, John Murra, Craig Morris y sus colegas orientaron la investi-
gación sobre los inkas en una serie de nuevas direcciones importantes.
Su enfoque en la investigación provincial enfatizaba la integración del
estudio documental y arqueológico, atendiendo tanto a la escala general
como a la local. La posición teórica de Murra, que tenía mucho en co-
mún con la escuela sustantivista de antropología económica, contribuyó
significativamente al concepto ahora llamado lo andino. Como Pease y
Rostworowski, Murra sostuvo que la vida andina se comprendía mejor
en sus propios términos, y no como tema de un estudio comparativo
que descartara la mayoría de sus rasgos esenciales. Murra estaba más
interesado en las relaciones entre principios sociopolíticos y formacio-
nes y comportamientos económicos. En su tesis doctoral (1980 [1956]) y
trabajos subsiguientes (1975), Murra sostuvo convincentemente que los
rasgos más importantes que estructuraban la vida andina antes de y du-
rante el dominio inka estaban socialmente inscritos. Entre estos se con-
taban el papel crucial del ayllu, la distribución de recursos, la integración
comunal, la complementariedad de sexos y el intercambio de trabajo. Un
planteamiento muy citado se derivó del modelo del archipiélago vertical,
según el cual los miembros de múltiples grupos étnicos podían com-
partir el acceso a recursos espacialmente escasos dispersos en el paisaje.
Con respecto a los estudios inkas en particular, la contribución nota-
ble de Murra sería haber documentado el paso de una dependencia del
tributo en trabajo al desarrollo de una economía estatal independiente
con fuerza de trabajo adscrita. Entre los muchos estudiosos de quienes
fue mentor Murra, se destaca Frank Salomon (1986, 2004; Salomon y
Niño-Murcia 2011), tanto por las perspicaces observaciones de su labor
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Todos estos enfoques ofrecían una serie de conocimientos y exigían
nuestra atención en el momento en que se propuso el Umarp. Aun así,
el presente estudio tuvo el propósito de complementar la investigación
existente sobre los inkas en varias formas. Primero, el enfoque utilizado
aquí es explícitamente comparativo. Cuando iniciamos nuestros estu-
dios, el trabajo predominante sobre los inkas se concentraba en el mun-
do andino, sin considerar claramente las similitudes y diferencias con
otros imperios preindustriales. Mis propios intereses radicaban en exa-
minar dichas comparaciones, tanto desde el punto de vista teórico como
empírico. Parecía razonable suponer que podíamos lograr una mejor
comprensión del imperio inka en relación con la historia universal si
al menos una parte de nuestra indagación se enmarcaba en términos
comparativos.
Segundo, el estudio se interesaba por una serie de preguntas refe-
rentes a la toma de decisiones en los ámbitos económico y político. Antes
que considerar que las formaciones sociales antecedieran en cierta for-
ma a la economía, me interesaba establecer cómo los factores transcul-
turales tales como el consumo de energía, los costos de transporte y la
efectividad de las jerarquías en la toma de decisiones podrían haber in-
fluido en el carácter del dominio inka en sus provincias. Es decir, un en-
foque económico formal, que hiciera hincapié en la economía en cuanto
asignación de medios limitados para propósitos múltiples aunque po-
tencialmente excluyentes, parecía una línea fructífera de investigación.
Se podría entonces reformular estos temas en relación con cómo la toma
de decisiones sobre el trabajo y los recursos afectaban a las formaciones
políticas y sociales, antes que a la inversa, como sucedía con el enfo-
que andino habitual. Pensaba que las explicaciones más efectivas sobre
los inkas tenían que considerar temas de la cultura tanto generalizables
como específicos.
Finalmente, como se ha mencionado antes, este estudio da prio-
ridad a la investigación arqueológica por sobre el estudio documental.
Opinamos que las fuentes documentales disponibles se centran en una
gama particular de temas que fueron en buena parte determinados por
quienes tenía el poder, fuesen estos inkas o españoles. De otro lado,
están parcialmente distorsionadas por la traducción, los mutuos mal-
entendidos culturales y los intereses particulares. En consecuencia, los
detalles de la vida de las provincias permanecían menos inexplorados,
Terence N. D’Altroy
3 de julio de 2015
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Prefacio a la primera edición
Este libro se gestó a partir del desafío de abordar una serie de problemas
mucho más circunscritos que la organización provincial del imperio
inka. Después de realizar el trabajo de campo para mi tesis doctoral so-
bre la ocupación inka del valle del Mantaro en la sierra central del Perú
(1977-1979) y de colaborar posteriormente en un proyecto sobre el im-
pacto de la conquista inka en la economía local de la región (1982-1983),
encontré cada vez más difícil explicar qué había ocurrido en el Mantaro
sin tomar en cuenta el ámbito más amplio de la formación imperial.
También me desconcertaban muchos elementos de las explicaciones ha-
bituales del desarrollo del Estado inka, especialmente, el hecho de que se
centrasen en el carácter distintivamente andino del imperio y que casi
nunca hiciesen referencia a los modelos antropológicos de organización
sociopolítica. Casi un siglo de cuidadosos estudios sobre los pueblos de
los Andes ha logrado grandes avances en acercarnos a la comprensión
de la formación del imperio, pero buena parte de la literatura se apoya
casi siempre en enfoques estructuralistas o particularistas, los cuales no
me parecen muy satisfactorios a la hora de ofrecer explicaciones com-
prensivas. Al escribir este libro mi objetivo es por tanto doble: primero,
esbozar un modelo general para el imperio inka sustentado de forma
comparativa en consideraciones sobre otros imperios antiguos, y, segun-
do, en el contexto de dicho modelo, intentar una explicación de la es-
trategia provincial inka en la sierra central del Perú, una región que fue
incorporada al Estado con relativa intensidad.
Durante la escritura de este libro he contraído una considerable
deuda de gratitud con numerosas personas en Estados Unidos, Perú y
Argentina. Han participado tantas personas en la investigación que al-
gunas seguramente no serán mencionadas en este reconocimiento, por
lo que les pido disculpas de antemano. También me excuso por escribir
algunas veces aquí en la primera persona del plural, pero el trabajo de
campo referido estuvo integrado en un amplio proyecto, y los vínculos
han sido muy estrechos como para separar quirúrgicamente mi trabajo
del de mis colegas y amigos.
Mi mayor deuda en Estados Unidos la tengo con mis colegas del pro-
yecto: Timothy Eade, Catherine Scott y Christine Hastorf. Ha sido un
gran estímulo y un gran placer trabajar con ellos desde el inicio en 1977
de la investigación arqueológica del valle del Mantaro, de la cual este tra-
bajo es una proyección. Tim pasó con gentileza de director de tesis a ami-
go y colega, y de una manera extraordinaria ha postergado sus propios
intereses en publicar; sus comentarios al borrador de este libro fueron
de un valor inestimable. Aunque los orígenes intelectuales y personales
de este trabajo son múltiples, Jeffrey Parsons también merece una men-
ción especial. Nos hizo conocer los placeres de la arqueología de campo
latinoamericana en México y Perú, y generosamente brindó a nuestro
proyecto acceso a los datos inéditos de su prospección de la sierra central
peruana. Tanto él como Tom Dillehay hicieron comentarios agudos sobre
este estudio, obligándome a reconsiderar una diversidad de temas que yo
había dejado erradamente en suspenso. También quiero agradecer a Terry
LeVane, Glenn Russell, Cathy Costin, Elsie Sandefur y Melissa Hagstrum,
cuya codirección o asociación con el trabajo de campo en el valle del
Mantaro contribuyó directamente a su éxito. Algunos datos presentados
aquí provienen directamente de sus estudios, y les agradezco el haberme
dado acceso a ellos, pero aún más importante es que muchas de las ideas
en el texto surgieron o se beneficiaron de sus atinadas observaciones.
Varias personas me ofrecieron amablemente información inédita
proveniente de sus investigaciones. Aunque son citadas en el lugar per-
tinente del texto, me gustaría agradecer en particular a Deborah Caro,
Charles Hastings, John Hyslop, Tom Leatherman, Craig Morris, Brooke
Thomas y Jane Wheeler por su generosidad. Además quiero expresar
mi gratitud al doctor James Corter (Teachers College, Universidad de
Columbia) por elaborar el programa para realizar los análisis de la
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autocorrelación espacial descrita en el capítulo 8 y por ofrecernos aseso-
ría sobre el uso de las escalas multidimensionales en los capítulos 3 y 8.
Debo un agradecimiento especial a Rosemary Sheffield, editora de este
volumen, que contribuyó en gran medida a hacer más claro el texto y
descubrió más errores e incongruencias de los que me gustaría admitir.
Ha sido un placer colaborar con ella en la edición de este libro.
En el Perú, Ramiro Matos Mendieta y Jorge Silva Sifuentes fueron
sumamente generosos al apoyar nuestro trabajo de campo. El Umarp
(Upper Mantaro Research Archaeological Project) se organizó en co-
laboración con los estudios del Proyecto de Investigaciones Arqueoló-
gicas de Junín, del doctor Matos, codirigido en 1975-1976 por el doctor
Parsons. Ramiro nos dio a conocer el valle del Mantaro, nos ofreció in-
valorables consejos sobre la arqueología de los Andes y nos brindó su
amistad, su tiempo y la posibilidad de usar su laboratorio. Jorge nos ayu-
dó muchísimo en el campo y con las interminables gestiones adminis-
trativas para el trabajo de campo.
Un buen número de estudiantes y colegas trabajaron durante meses
en el campo y en el laboratorio con poco apoyo financiero. Entre los
estudiantes peruanos estuvieron Cristina Baltazar, Enrique Bragayrac,
Antonio Cornejo, Carlos Elera, Manuel Escobedo, Rubén García, Beatriz
Miyashiro, Virginia Peláez, Carmen Thays, Humberto Vega y Moisés
Vergara. Entre los estudiantes y colegas de Estados Unidos, Inglaterra
y Australia estuvieron David Bulbeck, Andrew Christensen, Bruce
Crespin, Jim Fenton, Anabel Ford, Patricia Gilman, Elizabeth Hart,
David Hearst, Lisa LeCount, Banks Leonard, Sarah Massey, Marilyn
Norconk, Bruce Owen y Elzbieta Zechenter. Víctor A. Buchli, Robert
Keller, Joanne Pillsbury y Kevin Pratt dibujaron buena parte de las ilus-
traciones. Aprecio mucho su contribución.
La gente del valle del Mantaro nos hizo sentir bienvenidos en sus
pueblos, especialmente el señor Miguel Martínez y su familia, nuestros
anfitriones en Jauja desde 1978 hasta 1986. Debo agradecer también a
los pobladores de Jauja, Ataura, Pancan, Marco, Concho, Tragadero y
Yanamarca por permitir un prolongado trabajo de campo en sus tierras.
Ataura nos ofreció muchos asistentes de campo, en particular: Cirilio
Arellano, Martín Casas, Alex Castro, Juan de la Cruz, Víctor Esteban,
Grimaldo Flores, Carlos Guerra, Zósimo Llanto, Teodoro Marticoreno,
Miguel Mateo, Hector Moya, Jorge Neyra y César Soto.
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Introducción
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concentrados a una distancia relativamente corta del Cuzco, la sagrada
capital imperial. Aunque este territorio excedía de manera significativa
el controlado por el Estado inka anterior al imperio, se extendía a no
más de 150-200 kilómetros alrededor del Cuzco, principalmente en los
valles del Huatanay, Vilcanota y Urubamba. El resto del imperio —que
medía unos 4000 kilómetros de norte a sur— estaba poblado por una
serie de grupos étnicos. Si hemos de creer los relatos orales compilados
poco después de la conquista española, la mayor parte de los grupos su-
bordinados a los inkas fueron conquistados en unas pocos decenios por
los ejércitos dirigidos por el emperador Pachakuti y su hijo Thupa Inka
Yupanki, y fueron posteriormente integrados en el imperio con distintos
grados de intensidad.
Los métodos con que los inkas establecieron su dominación sobre
sociedades que iban desde simples etnias a estados rivales han fascinado
a los estudiosos desde la conquista española. Los primeros cronistas se
maravillaban de su ordenado gobierno y comparaban favorablemente la
infraestructura de los centros administrativos, las postas, los caminos y
los establecimientos de almacenaje con la de la Europa contemporánea.
Posteriormente los estudiosos de los Andes definieron al régimen inka
como monarquía despótica, como dictadura ilustrada y como estado feu-
dal, asiático o socialista. Los últimos estudios han suavizado la noción de
una sociedad sumamente controlada y uniforme, al reconocer que la do-
minación inka variaba notablemente según las regiones y que la vida en el
medio local podría no haber cambiado radicalmente en muchos aspectos.
En una perspectiva amplia, el éxito inka fue organizado por una
administración construida sobre sistemas políticos existentes. Fue res-
paldado por la fuerza militar y sostenido por una economía política cada
vez más centralizada. Una religión estatal legitimaba la dominación y
a la vez daba fundamento a la expansión. Tal como muestra la historia
esquemática del imperio, la conquista directa y la diplomacia obtuvieron
territorios y reprimieron rebeliones, pero los inkas consideraban que el
poder era más efectivo cuando no se manifestaba en el uso de la fuer-
za.1 En cambio, las herramientas más eficientes para mantener el control
eran el poder económico y el político. Parte de la destreza que mostraron
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los inkas en controlar sus dominios radica también en una dominación
flexible. Las relaciones de patrón-cliente que establecieron con los pe-
queños señoríos de la sierra del Ecuador (Salomon 1986), por ejemplo,
eran sustancialmente diferentes de la asimilación más directa de los es-
tados complejos de la cuenca del Titicaca (Julien 1982, 1983, 1988) o de
la costa central del Perú (Rostworowski 1978, 1981, 1983). Este método, a
su vez, contrasta con la desestructuración del imperio chimú en la costa
norte del Perú (Dillehay 1977a, Netherly 1978, Ramírez 1990).
Pese a sus logros, los inkas no modelaron su imperio a partir de una
tosca arcilla. El Tawantinsuyu fue solo el último de la secuencia de esta-
dos andinos nativos expansionistas. Los estados más antiguos: Wari en
la sierra sur, Tiahuanaco en el altiplano boliviano y los estados de Moche,
Sicán y Chimú en la costa norte parecen haber empleado esquemas orga-
nizativos posteriormente adoptados por los inkas. Administrativamen-
te, por ejemplo, los inkas podrían haber tomado de Chimú la noción de
una jerarquía decimal (Rowe 1948; aunque véase Ramírez 1990). Existe
también evidencia de que los estados de la costa norte pueden haberse
basado en el trabajo obligatorio como forma principal de obtener el sus-
tento económico del Estado, a la vez que la nobleza propició directamen-
te la especialización económica en las artes suntuarias (Moseley 1975,
Moseley y Day 1982, Topic 1982). Varios autores han afirmado que las
redes de centros administrativos regionales, ligados mediante sistemas
viales, caracterizaban a los estados Chimú, Huari y Tiahuanaco (Isbell y
Schreiber 1978; Kolata 1986; Schreiber 1987, s. f.; Mackey y Klymyshyn
s. f.). Los estados Moche, Chimú y Tiahuanaco parecen haber empren-
dido amplios proyectos de mejora agrícola e hidráulica. La concepción
arquitectónica inka parece también haber tomado prestado bastante de
los estilos más antiguos (Gasparini y Margolies 1980).
De modo que claramente los inkas se inspiraron en siglos de ad-
ministración estatal andina para crear su nuevo estado. Sin embargo,
el Tawantinsuyu era claramente diferente de los estados precedentes en
tamaño, grado de integración y reorganización de las sociedades some-
tidas. Ningún estado anterior abarcó ni de lejos un territorio, una pobla-
ción, una diversidad de grupos étnicos o lenguas, ni una gama de formas
políticas y económicas. El carácter de estas variaciones regionales en los
territorios provinciales y sus relaciones con las estrategias imperiales ge-
nerales proporciona el contexto para el presente estudio.
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Figura 1. Mapa del imperio inka en el extremo occidental de América del Sur.
INTRODUCCIÓN | 29
El objetivo más amplio de este volumen es examinar la estrategia
imperial inka; más específicamente, explora las relaciones entre los
inkas y las poblaciones indígenas wankas y xauxas de la sierra central
peruana (figura 2), basada en un modelo territorial-hegemónico de do-
minación imperial. Como la temática es muy vasta, pues abarca pro-
blemas militares, logísticos, políticos, económicos y territoriales, es útil
bosquejar aquí el enfoque teórico y el hilo argumental, para dar al lector
una comprensión esquemática de las conclusiones principales.
Figura 2. Zona de investigación en el valle del Mantaro (zona alta) en la sierra central peruana.
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El enfoque utilizado para analizar estas cuestiones se basa en varias
premisas teóricas, detalladas en el capítulo 2. Un supuesto esencial es
que la principal prioridad de cualquier estado es procurarse una base
material y una seguridad física. Para las élites dominantes de un impe-
rio, las preocupaciones básicas son asegurar el control sobre los terri-
torios sometidos y mantener un sistema administrativo de modo que
posibilite la extracción de recursos. Por tanto, resulta más eficaz focali-
zar inicialmente un análisis estratégico en las fuentes de energía, el sus-
trato material y la toma de decisiones. Esta perspectiva no intenta negar
el papel crucial de las ideas o las convenciones para organizar el dominio
imperial. Efectivamente, el ímpetu de la conquista puede ser ideológico
o material. Sin embargo, si los soberanos de un estado expansionista de-
sean evitar un desastre inmediato, deben establecer un sistema efectivo
para satisfacer las necesidades energéticas y materiales y asegurar un mí-
nimo de control administrativo. Un objetivo de este libro es pues valorar
los tipos de problemas costo-beneficio que los inkas encontraron y qué
estrategias particulares implementaron para abordarlos.
El enfoque adoptado para evaluar estas cuestiones aquí es básica-
mente energético y materialista. El interés teórico en las relaciones evo-
lutivas entre la energía y las formas sociopolíticas es muy aceptado en la
antropología (Steward 1955, Adams 1976, Price 1978, 1982). Se basa par-
cialmente en principios probados durante los últimos cien años aproxi-
madamente, desde Marx a Harris (Adams 1978). White (1959) sostiene,
por ejemplo, que el surgimiento de las élites sociales, las burocracias gu-
bernamentales, los especialistas artesanales y otros productores de bie-
nes no comestibles depende de la capacidad de una sociedad para captar
y canalizar energía de un modo sistemático. Autores posteriores han
modificado ese argumento, señalando que un incremento en la canti-
dad de energía incorporada al sistema puede producir una expansión de
su tamaño o complejidad. La energía obtenida, sin embargo, no es úni-
camente una respuesta a las necesidades económicas básicas, sino con
frecuencia responde a las demandas sociopolíticas. Se colige que el éxito
de los estados arcaicos dependió tanto de la cantidad de energía dispo-
nible como del carácter de su organización. Para los imperios antiguos,
esto se convirtió en un interés particularmente complejo, dado que es-
tablecer un control sobre vastas áreas implicaba la formación de nuevas
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instituciones de dominio y el transporte a gran distancia de personas y
bienes esenciales.
Un segundo supuesto es que las estrategias imperiales pueden ana-
lizarse con más efectividad como un continuum del control hegemónico
(indirecto) al territorial (directo) (Hassig 1985: 100, Luttwak 1976). La
clasificación habitual de regiones imperiales en centro y periferia tien-
de a opacar la variación continua, pero sistemática, que es clave para
entender el desarrollo imperial y su caída. Con fines analíticos, la es-
trategia hegemónica y la territorial pueden ser comprendidas como una
combinación de tres de los cuatro tipos de poder reconocidos por Mann
(1986: 2): militar, político y económico. La cuarta fuente de poder im-
portante, la ideología, fue esencial para organizar el dominio imperial
inka, pero siempre tuvo que funcionar dentro de los límites establecidos
por las restricciones energéticas y las necesidades materiales. Como se
expondrá en los capítulos siguientes, la constante interacción entre la
ideología y los requerimientos del control de recursos y su extracción es
perceptible en la relación entre la forma de las instalaciones estatales y el
papel estratégico que se les asignaba.
Un tercer supuesto es que los estados expansionistas que general-
mente están en el núcleo de los imperios están limitados en sus opciones
estratégicas. La política imperial es, en buena medida, una consecuencia
de la adaptación entre las demandas del estado y las posibilidades de las
sociedades locales. Quizá los límites más importantes son el carácter de
las organizaciones sociales existentes (es decir, las formas de moviliza-
ción del trabajo, el grado de especialización económica, el nivel de la
centralización política) y las condiciones económicas de las regiones so-
metidas (es decir, la demografía, los recursos, la geografía). Las opciones
escogidas por los inkas: relaciones patrón-cliente, incorporación direc-
ta, alianza y aniquilamiento pueden comprenderse mejor si se examina
estas adaptaciones de manera sistemática.
Cuarto, como la viabilidad de los imperios antiguos dependía en
mucho de su capacidad para extraer recursos de los grupos sometidos,
el análisis debe examinar los efectos de la expansión en distintos niveles
de la sociedad, desde los hogares hasta el Estado. En el imperio inka, la
dependencia extrema del Estado frente a la producción campesina, es-
pecialmente al inicio, hace que el examen de la economía doméstica sea
importante para comprender los rumbos tomados por la organización
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imperial. A su vez, debido a que las políticas imperiales tenían efectos
directos en las actividades domésticas, tales como la producción y el
consumo, el examen de la vida comunitaria nos ofrece una ventana para
apreciar las consecuencias del dominio imperial para toda la población.
En el capítulo 2 se presentan los objetivos y métodos específicos de
esta investigación, que ha sido realizada como parte integral del Proyec-
to de Investigación Arqueológica del valle del Mantaro (Upper Mantaro
Research Archaeological Project, Umarp, de aquí en adelante2), que con-
centró el trabajo de campo en las sociedades wanka y xauxa en el valle
del Mantaro, en la sierra central peruana. Iniciado en 1977, el Umarp
fue concebido para estudiar la relación evolutiva entre política y econo-
mía en una sociedad compleja prehistórica tardía de los Andes. Nuestro
interés por este problema fue estimulado por los modelos de evolución
cultural que sostienen la existencia de relaciones sistemáticas y causales
entre el desarrollo político y económico en la prehistoria (v. gr. Sanders y
Price 1968, Engels 1972, Friedman y Rowlands 1978, Gilman 1981, Earle
et ál. 1987). Se puede apreciar la estrechez de esa relación en los argu-
mentos de dos textos que constituyen hitos en la teoría evolutiva: el uno
subraya las relaciones de competencia, y el otro, las relaciones de inte-
gración. El primero, The Evolution of Political Society, la importante obra
de Fried, es más claramente un examen de la economía en la formación
de las sociedades complejas antes que un estudio del cambio político.
Por ejemplo, allí parece considerarse que la transformación crucial hacia
una sociedad estratificada estriba en el acceso diferenciado a los recursos
estratégicos, especialmente, los de subsistencia. De manera análoga, Ori-
gins of the State and Civilization, de Service, define una formación políti-
ca clave mediante el carácter supuesto de su mecanismo de intercambio
económico. El señorío, según Service, es una sociedad en que la posición
de un jefe político se deriva de su mediación en el intercambio entre co-
munidades económicamente especializadas a través de la redistribución:
la acumulación central y la reasignación de lo producido por la sociedad.
INTRODUCCIÓN | 33
Sin tomar en cuenta el grado en que aceptamos un argumento en
particular, resultó evidente que las complejidades de las relaciones polí-
ticas y económicas requerían el desarrollo de modelos detallados y am-
plias comprobaciones. El propósito global del Umarp ha sido evaluar
ciertas relaciones postuladas mediante el estudio del desarrollo de la so-
ciedad indígena antes de la conquista inka (Wanka I-II : 1000-1460 n. e.)
y los cambios que ocurrieron con su incorporación al imperio (Wanka
III : 1460-1533 n. e.). Los objetivos comprendían la evaluación de (1) el
desarrollo sociopolítico wanka autóctono, (2) el asentamiento y los pa-
trones de uso de la tierra asociados, (3) la economía doméstica, (4) el
carácter de la dominación inka y (5) las transformaciones de la sociedad
autóctona como consecuencia de la conquista imperial (véase el capítulo
3 para un esquema más detallado).
El valle del Mantaro es una región apropiada para una investigación
de este tipo debido a las rápidas transformaciones políticas que ocurrie-
ron en los pocos siglos anteriores a la conquista española y también a la
base de datos disponible y la investigación previa de la región. La pre-
servación arqueológica es a menudo excelente, pues se han registrado
cientos de asentamientos prehistóricos tardíos, algunos con miles de
construcciones todavía en pie en la superficie. También está disponible
la documentación histórica pertinente para el estudio y se ha desarrolla-
do actualmente una cronología regional bastante exacta.
En el capítulo 3 se ofrece el trasfondo de la sociedad preínka, con lo
que se contribuye a valorar la estrategia inka en la sierra central. Como
se ha señalado antes, las políticas imperiales efectivas están limitadas
en buena medida por el carácter de las sociedades sometidas a las que
se dirigen. En la sierra central, las sociedades locales estaban forman-
do estados cada vez más complejos durante los siglos XIV y XV, en un
contexto de guerra intestina. Las sociedades de la sierra nucleaban a sus
miembros en asentamientos defensivos en la cumbre de las montañas y
concentraban localmente su producción de subsistencia en productos
de altura y la cría de camélidos. No estaban demasiado desarrolladas
las diferencias sociopolíticas ni la especialización económica, aunque
una cierta especialización económica de nivel comunal en los recursos
locales generó redes de intercambio local. La mayoría de familias, fue-
ran señoriales o plebeyas, producía sus propias herramientas y elabora-
ba sus alimentos; no existían mercados ni sistemas monetarios. Estas
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sociedades, por tanto, contenían una riqueza de recursos humanos y na-
turales con potencial para explotar, mientras que el conflicto regional las
hacía vulnerables a la conquista como difíciles de pacificar.
El capítulo 4 examina los aspectos logísticos y militares de la expan-
sión inka y el control conseguido. Se aborda la actividad militar inka en
dos fases globales: la conquista y la consolidación. Los obstáculos geo-
gráficos de los Andes, una tecnología ineficiente de transporte y el apo-
yarse en ejércitos campesinos dificultaron el control inka durante ambas
fases. A medida que el imperio transitaba de la conquista a la retención
de territorios, el abastecimiento militar tenía que pasar de explotar a
las poblaciones atacadas a desarrollar recursos estatales confiables. La
movilización de trabajadores y recursos se convirtió en un problema
crucial para sofocar rebeliones y asegurar las fronteras del imperio. Una
solución prioritaria de estos problemas, examinada en el capítulo 5, era
la creación de una vasta infraestructura de instalaciones administrati-
vas, postas de caminos, caminos, propiedades estatales y depósitos. En
el valle del Mantaro, por ejemplo, los inkas construyeron un centro pro-
vincial en Hatun Xauxa y una serie de instalaciones subsidiarias, que in-
cluían el que podría ser el conjunto provincial más grande de complejos
de almacenaje en el imperio. En las décadas finales del dominio imperial,
los inkas también comenzaron a organizar un sistema independiente de
aprovisionamiento que no se basaba tanto en la productividad de los
campesinos, pero, durante la mayor parte de lo que duró el imperio, los
inkas confiaron enormemente en el trabajo obligatorio de sus súbditos.
El contexto histórico de la conquista e incorporación de la sierra
central era bastante claro. Cuando las sociedades locales se enfrenta-
ron a los ejércitos inkas alrededor de 1460, la política y las rivalidades
regionales coartaban sus posibilidades de resistir a la conquista. El gene-
ral y próximo emperador Thupa Inka Yupanki arrasó la sierra central y
conquistó a los xauxas, los wankas y sus vecinos. Con una población de
unos 200.000 habitantes, el valle del Mantaro constituía una fuente de
recursos naturales y humanos en un territorio muy productivo. Debido
a su posición en el cruce del camino principal a lo largo de la cordillera
de los Andes con importantes pasos hacia la costa y la selva, el amplio va-
lle del Mantaro sirvió de vía natural y de granero del imperio. Asegurar
el control militar en la región era por tanto una cuestión esencial. Se lo-
gró mediante el reasentamiento de poblaciones indígenas de las alturas
INTRODUCCIÓN | 35
montañosas a muchos pueblos y aldeas más pequeños a menor altitud,
la deportación de comunidades enteras a emplazamientos situados hasta
en Ecuador y la introducción de guarniciones de colonos locales cuya
lealtad se debía principalmente al Estado.
La incorporación política de las sociedades del valle del Mantaro,
descrita en el capítulo 6, ofrece un ejemplo claro de la estrategia terri-
torial de los inkas en la sierra central peruana. La gran población de la
región y la productividad agrícola hicieron que la administración directa
fuera la opción estratégica más apropiada. Muchos miembros de la élite
local sirvieron como oficiales del Estado, con puestos tan importantes
como jefes de las tres principales subdivisiones provinciales, a la vez que
retenían cargos de autoridad en las jerarquías autóctonas. En el proceso
de atraer a la élite local hacia la administración, los inkas centralizaron
y estabilizaron la política regional, proceso que finalmente resultó con-
traproducente, pues los wankas fueron capaces de coordinar el apoyo a
los españoles para destruir el imperio. Dado el impacto de la dominación
inka en la sociedad nativa, es sorprendente recordar que la dominación
imperial duró apenas unas décadas, y que la incursión española en el va-
lle del Mantaro a fines de 1533 canceló efectivamente el dominio inka.
El desarrollo de un sistema imperial fue simultáneo a la creación de
una economía política, examinada en el capítulo 7. Se sustenta aquí que
el modelo más efectivo para este sistema es el de una jerarquía dendrí-
tica, en la que la mayoría de vínculos y flujo de bienes están orientados
verticalmente (cfr. Schaedel 1978). Aunque formulada en términos de
reciprocidad y redistribución, y reforzada mediante vínculos ceremonia-
les, la economía política imperial fue un medio de extraer recursos orien-
tados hacia la élite. Como ha sostenido Murra (1980), se movilizaban los
recursos naturales enajenados a las comunidades locales, mientras que el
trabajo inicialmente se extraía del servicio por turnos aplicado a las fami-
lias. Con el tiempo, el Estado comenzó a acentuar la producción indepen-
diente, creando haciendas estatales y categorías especializadas de trabajo.
En el valle del Mantaro, la población fue introducida en esta economía
en calidad de trabajadores calificados y no calificados y de gestores. Las
tierras que estaban a unos 5 km del centro provincial fueron separadas
para convertirlas en propiedades estatales, y su producción se guardaba
en amplios complejos de almacenaje. El Estado parece haber controlado
la producción y distribución de cierto tipo de bienes, especialmente los
36 | TERENCE N. D’ALTROY
objetos de metal y alfarería elaborados al estilo imperial. El acceso a esos
bienes que indicaban estatus se definía de acuerdo con los vínculos polí-
ticos, y los señores locales llegaron a depender de la generosidad del Esta-
do para obtener objetos suntuarios y bienes utilizados en la hospitalidad
ceremonial que alimentaban las relaciones políticas.
Los efectos de la dominación imperial en la población sometida son
estudiados en el capítulo 8. Una de las consecuencias más drásticas de
la conquista inka fue el traslado de la población de los asentamientos
compactos en la cumbre de las montañas de la época preínka a una serie
de pueblos y aldeas en la zona baja de cultivo del maíz. Aunado a este
cambio ocurrió la radical disminución del asentamiento más grande de
la región, que pasó de 14.000 a 4500 habitantes. Pese a la pérdida de auto-
nomía y las onerosas cargas de servicio al Estado, en cierto sentido la vida
bajo el dominio inkaico mejoró en algunos aspectos, en particular debi-
do a la reducción de hostilidades locales y a una mejora del acceso a los
alimentos. La producción y el consumo domésticos cambiaron de modo
que reflejaron el uso de recursos provenientes de la vecindad inmediata
de los nuevos poblados. Sorprende, no obstante, que la especialización
y el intercambio no aumentaran, y que se redujeran ciertas diferencias
materiales entre los señores y los estratos plebeyos de la sociedad.
Las conclusiones vuelven a las cuestiones más globales de la orga-
nización imperial. El examen resume el sitial del valle del Mantaro en
el imperio inka y evalúa la utilidad del modelo general. En el proceso,
establezco algunas comparaciones entre el imperio inka y otros imperios
antiguos, reconociendo que, en un libro de este tipo, el material compa-
rativo es más representativo que exhaustivo. Sería inadecuado utilizar
el dominio inka en el valle del Mantaro como un modelo para todas las
demás provincias debido a la diversidad interna de los estados supedi-
tados al Tawantinsuyu. Igualmente, el imperio inka se diferenciaba de
modo notorio de otros imperios antiguos. Asimismo, es cierto que, pese
a ello, las relaciones provinciales en el valle del Mantaro son explicables
solo en el contexto más amplio del desarrollo imperial. De forma análo-
ga, subrayar las diferencias entre el imperio inka y los demás imperios a
expensas de apreciar similitudes estratégicas rebaja el compromiso an-
tropológico con el análisis intercultural. Ojalá este estudio ofrezca una
mejor comprensión de estos temas y, por ende, de la evolución de las
sociedades complejas.
INTRODUCCIÓN | 37
Capítulo 1
El estudio de los imperios antiguos
40 | TERENCE N. D’ALTROY
Desde una perspectiva estratégica, sin embargo, la formación y la
consolidación del Tawantinsuyu fueron coherentes con los rumbos toma-
dos por otros imperios antiguos. En varias culturas se encuentran seme-
janzas para la mayoría de los rasgos esenciales de desarrollo del dominio
inka. En términos militares, por ejemplo, los inkas y otros imperios (v. gr.
el macedonio, el romano, el mongol) se basaron en ejércitos de conquista
formados por los elementos vencidos y la población campesina, y edifi-
caron almacenes imperiales estratégicamente situados en emplazamien-
tos clave para sostener sus empresas militares. Un rasgo común de los
imperios antiguos, entre ellos el de los inkas, fue la construcción de una
infraestructura física para facilitar la administración, lo cual suponía la
mejora de las redes de transporte y comunicación. En las fronteras del im-
perio y durante las primeras etapas de desarrollo, las relaciones políticas
tendieron normalmente al clientelaje, y en etapas posteriores y más cerca
del centro, tendieron a basarse en la burocracia. La crónica rivalidad de
las facciones por el poder de los linajes reales inkas que debilitó el control
provincial difícilmente fue un monopolio andino. Económicamente, la
fuerte dependencia inka del trabajo obligatorio para la permanencia del
imperio no era única, aunque era algo inusual. Igualmente, la creación
de recursos económicos y de estratos laborales imperiales aunada a la
restricción del intercambio local independiente no eran raros. El reasen-
tamiento forzado de la población por razones de seguridad y por motivos
económicos también caracterizó a los imperios antiguos, así como el fo-
mento de la lengua, la religión y la cultura imperiales.
Aceptado el hecho de que existieron algunos paralelos entre el inka
y otros imperios antiguos, debemos todavía preguntarnos si las seme-
janzas fueron sobre todo superficiales o eran consecuencias sistemáticas
de las oportunidades, intereses y limitaciones comunes a los imperios
antiguos. De modo semejante, podemos preguntarnos si el desarrollo
inka puede ser comprendido como un resultado sistemático, dados los
costos y beneficios de diferentes soluciones a los problemas de ampliar y
controlar el imperio. Aunque este libro se inclina a favor de investigar el
segundo problema, el uso de un modelo general proporciona un medio
para considerar el primer problema, especialmente en el capítulo final.
Para proporcionar el contexto en que tratar estas cuestiones, el resto
de este capítulo se dedica a examinar dos temas relacionados: las formas
de poder subyacentes a la dominación imperial y algunos de los modelos
42 | TERENCE N. D’ALTROY
Haas 1982: 155-171, Earle 1989: 87). El poder político se deriva de la
capacidad de una entidad de dominar los procesos para administrar el
consentimiento, la justicia y la toma de decisiones (Service 1975: 12).
Estas actividades, por supuesto, varían de lo consensual y generalizado
hasta lo codificado y especializado a medida que la sociedad se vuelve
más compleja (véase Flannery 1972). Los imperios antiguos característi-
camente comprendían sociedades que iban, en términos de complejidad,
de grupos simples relativamente indiferenciados a estados con todos los
atributos. La documentación etnográfica e histórica muestra que, en
las muy diversas sociedades de señoríos, incluso los sectores señoriales
más altos no tenían una capacidad permanente de hacer cumplir sus
decisiones por medio de la coerción. Antes bien las capacidades políticas
surgían sobre todo de una combinación de legitimidad social, relacio-
nes de parentesco y sanciones religiosas (Wright 1977, 1984; Earle 1978).
En contraste, los estados tenían una capacidad potenciada para procesar
información, tomar decisiones y obligar a la implementación de estas
decisiones, en parte porque los estados estaban más especializados inter-
namente y ordenados jerárquicamente (Johnson 1973, Wright y Johnson
1975). Las jerarquías estatales están formalmente divididas en cargos,
estratos o subunidades (Hodge 1984: 3; también Flannery 1972), mien-
tras que los diversos tipos de autoridad en los señoríos se reúnen nor-
malmente en el mismo cargo. En consecuencia, las actividades políticas
realizadas en los heterogéneos imperios antiguos no pueden ser aborda-
das como si fueran uniformes, sea entre el centro imperial y los grupos
sometidos o sea entre los propios grupos sometidos o dentro de ellos.
La variedad de formaciones políticas internas, junto con el carácter
casi siempre frágil de la estructura central, requiere que la élite imperial
aplique una serie de opciones flexibles en una amplia estrategia de do-
minio. Entre las muchas consecuencias de esta situación, hay dos espe-
cialmente relevantes aquí. En primer lugar, con el dominio imperial la
principal fuente del poder político en los estados subordinados pasa de
la sociedad subyugada al centro imperial. En esencia, el poder político
se delega desde arriba y no se asigna desde abajo (Adams 1976). Este
cambio restringe la capacidad de los estados para interactuar libremen-
te entre sí, cambia las reglas de sucesión al cargo y los criterios de la
toma de decisiones, y sustrae a la élite local el derecho a dirimir muchas
disputas internas. En segundo lugar, debido a que a menudo los estados
1. Los medios por los cuales los inkas aplicaban el poder político en el terreno serán
examinados en detalle más adelante y en el capítulo 6.
44 | TERENCE N. D’ALTROY
logístico en la conquista militar y en el mantenimiento del control pro-
vincial (Hassig 1985, 1988). Otros autores ponen el mayor acento en la
producción y la circulación de riqueza o bienes suntuarios, destacando
su importancia como parafernalia simbólica o medio de intercambio
político para asegurar posiciones de estatus (v. gr. Murra 1962, Peebles
y Kus 1977, Schneider 1977, McGuire 1989). De forma complementaria,
al estudiar los imperios, muchas más veces se pone el énfasis analítico
en cómo el centro imperial extrae los recursos esenciales de los grupos
subordinados, atendiendo particularmente a los vínculos entre las élites.
Un examen global de la economía imperial, no obstante, requiere tomar
en cuenta la gama entera de bienes y servicios que son parte de las eco-
nomías doméstica y política en las poblaciones del centro y las subordi-
nadas. Debería ser evidente que una comprensión clara de la economía
inka ha de abordar tanto la formación de la economía estatal como la
estabilidad y la transformación de la economía subordinada.
En términos generales, la economía política se ocupa de la produc-
ción de bienes y la prestación de servicios implicados en la integración
social por encima del nivel del hogar (véase Johnson y Earle 1987). En los
imperios antiguos, sus dos elementos principales fueron: la base de sub-
sistencia para las instituciones de la élite, tales como la administración,
los sectores religiosos, la nobleza y los militares, y la provisión de bienes
suntuarios para las relaciones políticas, la actividad ceremonial y la re-
validación del estatus. Al igual que en la política, el interés principal de
la mayoría de investigadores se ha dirigido a los vínculos entre las élites,
en este caso, la formación de una organización para extraer y transferir
recursos hacia las élites del centro por parte de las élites subyugadas. En
este proceso, las economías políticas regionales de los estados sometidos
se han considerado básicamente en el contexto de las transformaciones
imperiales. Sin embargo, para comprender la dinámica de los impe-
rios, es necesario considerar también las continuidades y adaptaciones
de las economías políticas subordinadas en el contexto de los sistemas
existentes en las regiones sometidas.
La economía doméstica se ocupa de la producción y distribución de
bienes y la organización del trabajo en el hogar u otro nivel corporativo
menor. Como en el caso de la organización política, el centro imperial
y cada estado subordinado no solo muestran probablemente diversas
formas de economía doméstica, sino que también esta se diferencia
46 | TERENCE N. D’ALTROY
fuerza, proporciona útiles precisiones para esta concepción inicial (véase
también Hassig 1988: 18-19). En el contexto de un análisis de los siste-
mas de seguridad, Luttwak aborda el poder como un “resultado”, esto
es, como “el agregado de capacidades de acción externa”. Observa que la
eficiencia de los sistemas de seguridad se define por la relación entre el
poder y el costo de operar el sistema. La fuerza es abordada como un ele-
mento de la inversión, proporcional a los hombres y el material. Debido a
que la eficiencia de los sistemas de seguridad es inversamente proporcio-
nal al grado de dependencia de la fuerza, estos sistemas serán eficientes en
la medida en que la fuerza permanezca inactiva. Luttwak reconoce que
la fuerza puede permitir el logro de objetivos a través de la persuasión
coercitiva, y también que en estas circunstancias es más exactamente un
fenómeno político antes que físico. Sin embargo, considera que la “per-
suasión indirecta” es de reducida importancia táctica, no estratégica.
Un punto importante en este argumento es que la fuerza se consume
al ser usada mientras que el poder no. El poder depende parcialmente
del conocimiento y la apreciación que se tenga del pueblo sobre el que
se ejerce, así como de las relaciones políticas, y la propaganda oficial y
la desinformación son esenciales para el uso del poder militar. Luttwak
(1976: 198) afirma, sin embargo, que “en todas las circunstancias prácti-
camente la fuerza militar desplegada será el ingrediente central del poder
total de los estados”. Este argumento parece exagerar la importancia rela-
tiva de la fuerza militar frente al poder económico y al político. La coer-
ción sin duda fue clave para la formación y consolidación de los imperios
antiguos, pero la implementación exitosa del poder militar era contingen-
te a la organización política y económica que ahorraba el uso de la fuerza.
La cuarta fuente de poder en la sociedad —la ideología— suscita
algunas cuestiones complicadas para explicar el desarrollo de los impe-
rios antiguos. Como en este libro me ocupo de la ideología de los inkas
y sus súbditos solo tangencialmente, es necesaria una cierta justificación
de mi enfoque, la cual es particularmente pertinente porque el papel de
la ideología en la constitución de la sociedad prehistórica se debate con
ahínco y porque numerosos autores asignan a la religión un papel causal
en la formación de los imperios antiguos (cfr. Conrad y Demarest 1984).
Mi opción por no acentuar la ideología parte de intereses teóricos y
metodológicos. En el nivel teórico, un enfoque materialista y energético
es más satisfactorio para el análisis estratégico que un enfoque basado en
48 | TERENCE N. D’ALTROY
1976). Los modelos conceptuales de la organización de la sociedad pue-
den definir las opciones iniciales y limitar la dirección del cambio, pero
no eliminan los factores energéticos en el desarrollo imperial.
Esto lleva a atender la falta de correspondencia entre la benevolen-
cia de la ideología imperial y la realidad de las relaciones entre señores y
súbditos. En pocos ámbitos es esto más notorio que en los esfuerzos de
los sectores privilegiados de la sociedad para justificar su derecho a su
posición y para obtener la aquiescencia de la mayoría. Cómo se realiza
esto sigue siendo uno de los aspectos más intrincados del desarrollo de
una sociedad compleja. En este sentido, el argumento de Fried (1967) es
convincente: la ideología de la élite básicamente constituye un esfuerzo
por legitimar la desigualdad establecida sobre la base de otros criterios
(véase también Adams 1984, Shanks y Tilley 1982). Jacobsen (citado
en Mann 1988: 5) ofrece aquí una perspectiva precisa al señalar que la
transformación de la ideología para servir propósitos políticos puede re-
flejar una falta de participación en la ideología por parte de la población
en general. La adopción de los panteones de dioses de los vencidos por la
religión imperial oficial de los imperios antiguos puede verse sin reparos
como un esfuerzo del estado para reducir los costos de aceptación de
la política estatal; no implica una aceptación de la ideología estatal por
parte de la población sometida. Lamentablemente, lo que se conserva
con más frecuencia es precisamente esta conceptualización de la élite, y
no las perspectivas alternativas o complementarias que probablemente
caracterizaron a buena parte de la población sometida. El enfoque con-
textual2 que enfatiza una concepción del mundo andina unificada, sin
embargo, revive buena parte de los principios de la antropología nor-
mativa (Earle y Preucel 1987: 509) sin prestar atención a la cuestión de
que los individuos participan en la ideología diferencialmente. Los sis-
temas de creencias no son fenómenos unitarios en el espacio, el grupo
socioeconómico, la clase, el género o cualquier otra división de la so-
ciedad. Las fuentes documentales que pueden proporcionar las pruebas
más seguras respecto a las ideologías de los imperios antiguos brindan
2. Este enfoque supone que las explicaciones de la conducta humana han de buscarse
en nociones abstractas, arbitrarias y culturalmente específicas de la realidad (Hodder
1982a, Shanks y Tilley 1984), y que las interpretaciones modernas del pasado están
básicamente prejuiciadas por la pertenencia del analista a una determinada sociedad.
50 | TERENCE N. D’ALTROY
Pese a mis reservas con respecto a valorar el significado arqueológi-
camente, deseo subrayar que mi trabajo debe ser visto como un comple-
mento del trabajo contextual sobre los inkas, y no como su sustituto. Mi
argumento no niega que la ideología es central en el carácter del imperio
inka y otros, ni sugiere que el sistema de creencias carezca de importancia
para conceptuar las relaciones humanas. Los conceptos sobre las relacio-
nes sociales fueron cruciales, por ejemplo, para determinar las vías prefe-
renciales hacia el poder entre los inkas, basadas en vínculos de parentesco
y de clase. Donde sea adecuado, estos temas serán planteados en el análi-
sis. Mi punto aquí es que las fuentes arqueológicas y documentales han de
ser tratadas como líneas de evidencia independientes; no podemos asignar
significado a los datos arqueológicos partiendo de fuentes históricas y des-
pués tratar a la arqueología como verificación de la etnohistoria.
En resumen, no considero que en su conjunto los componentes del
poder hayan sido iguales en su potencialidad para lograr las respues-
tas deseadas en el ámbito de la estrategia imperial. El poder político, el
económico y el militar tienen efectos más directos en el control y las es-
trategias imperiales. La ideología es de mayor importancia como medio
para justificar y reducir los costos de la docilidad que resultan de la im-
plementación de otras formas de poder y es menos relevante como causa
de la organización y el cambio imperiales. Esto no niega la importancia
de la ideología en el dominio inka, pero sugiere que comprenderemos
mejor el carácter general del imperio si consideramos primero el aspecto
energético y el material, y en segundo lugar los conceptos compartidos
ideados para adecuar “las imágenes del mundo a los flujos reales de la
energía y de la materia” (Adams 1978: 299).
Centro y periferia
52 | TERENCE N. D’ALTROY
Sin embargo, los centros por lo general no dependían de las regiones
periféricas para obtener productos de primera necesidad por la simple
razón de que la tecnología disponible no podía trasladarlos regularmen-
te (Adams 1974, 1979a). Excepto en las áreas con un transporte acuático
efectivo, la mayoría de bienes que se trasladaban a gran distancia eran
objetos de prestigio, en la obtención de los cuales subyacían a menudo
tendencias expansionistas ante todo (Schneider 1977). Parcialmente en
un esfuerzo de refutar este punto, Rowlands (1987: 5) ha sugerido que
lo que importaba no era qué se consumía sino cómo las élites extraían
y consumían dichos bienes. El punto esencial en esta perspectiva es que
las élites dirigentes se convirtieron en consumidoras netas de los recur-
sos de otros estados, extraídos mediante una diversidad de relaciones.
En opinión de Rowlands, la periferia se componía de aquellas áreas que
estaban obligadas a satisfacer demandas de producción excedente (cfr.
McGuire 1989). Wallerstein (1974) ha sostenido que por lo general este
proceso resulta en el simultáneo desarrollo del centro y el subdesarrollo
de la periferia, porque la organización del trabajo y la extracción de pro-
ductos en la periferia procuran satisfacer la demanda del centro. El agu-
do estudio de Wolf (1982) sobre las relaciones entre Europa y el mundo
desde el siglo XV proporciona documentación sorprendente sobre esta
transformación. La complicidad, la cooptación o la alianza de las élites
periféricas con las del centro son esenciales en este proceso. Las élites
periféricas reestructuran la organización de la producción, a menudo
focalizada en uno o dos recursos cruciales, para la efectiva transferencia
de riqueza al centro. En esta relación, tienen menos opciones que las
élites del centro en la formación de alianzas, pero claramente se benefi-
cian de ella (Rowlands 1987: 5). Sin embargo, el costo de la producción
intensificada va en su mayor parte a cargo de la periferia, que recibe tec-
nología, sistemas de organización y algunos bienes suntuarios a cambio
(McGuire 1989).
Wallerstein (1974) ha sostenido que los imperios antiguos eran
principalmente de carácter político, en contraste con las modernas eco-
nomías mundo. Pocos investigadores comparten completamente este
punto de vista con respecto a los imperios antiguos (véase Doyle 1986,
Larsen 1979b: 91), pero muchos consideran que la política tenía por lo
menos la misma importancia que la economía como elemento organi-
zador, y por ser espacialmente de un alcance más amplio. Adams (1974,
4. Esto parece ser una paráfrasis de la tesis Sahlins y Service en Evolution and Culture
(1960), según la cual las sociedades más simples proceden de sociedades más com-
plejas y son construidas a partir de estas.
54 | TERENCE N. D’ALTROY
relieve la dinámica espacial de los imperios, notando la formación de
nuevas periferias más allá de los nuevos centros establecidos.
Aunque el modelo ha sido sumamente importante y proporciona
una útil comprensión del carácter de los imperios antiguos, las desventa-
jas de su aplicación limitan su valor explicativo. Muchas de estas debili-
dades provienen de la división cualitativa en dos o tres tipos distintos de
correlaciones que se conceptúan mejor de modo continuo.5 En justicia
debe advertirse que la mayoría de autores que encuentran un valor im-
portante en el modelo es muy consciente de las variaciones en cada tipo
de territorio. Adams (1979b, 1984), que considera que centro y periferia
son dispositivos heurísticos útiles, ha destacado el punto crítico de que
incluso los núcleos de los imperios son sumamente diversos. Igualmente,
Nash (1987: 98) describe las provincias romanas como territorios hete-
rogéneos intercalados de regiones de áreas aliadas y colonias de ciuda-
danos (véase también Bartel 1989). Wallerstein (1984) advertía la fluidez
de las fronteras en estos tipos, pero no ofrecía manera de distinguirlos de
modo inmediato en la práctica, tal como señala Kohl (1987b: 2). Incluso
con el concepto de semiperiferia es difícil apreciar los estatus graduados
entre centro y periferia que permitían un cúmulo de relaciones políticas,
militares y económicas.
Un problema relacionado proviene de la terminología políticamente
cargada utilizada a veces para definir centro y periferia. Ekholm y Fried-
man (1979: 46), por ejemplo, definen imperialismo como una caracterís-
tica de un proceso centro-periferia “que tiende a reproducir desarrollo
y subdesarrollo simultáneos en un único sistema”. Agregan que “‘Impe-
rio’ es un mecanismo político: el control de una región más amplia con
múltiples sociedades por un único estado. Un imperio, en términos de
función, es una máquina política para el mantenimiento y/o la directa
organización de procesos económicos imperialistas”. Sostengo que esto
lo que deberíamos dedicarnos a investigar, y no darlo por sentado. Antes
que plantear un problema, afirmar que el dominio de un Estado sobre
una serie de estados necesariamente produce desarrollo y subdesarrollo
56 | TERENCE N. D’ALTROY
élites centrales se mantienen mediante la movilización de productos del
trabajo de una población que los produce independientemente. Uno de
los asertos clave del argumento es que el trabajo social en el modo de
producción tributario es controlado principalmente mediante un proce-
so político. Tales sistemas pueden llegar a centralizarse o fragmentarse
o pueden fluctuar según las circunstancias de los centros de poder y las
élites regionales poderosas (Wolf 1982: 82). Wolf subraya que estas osci-
laciones dependen fundamentalmente tanto de los rasgos internos de los
estados en cuestión como de su interacción con los grupos vecinos. Los
contactos inestables entre pastores y agricultores, por ejemplo, son cita-
dos por haber sido particularmente importantes en la conformación de
los estados del modo tributario en el norte de África y Asia.
Aunque ha recibido elogios, el enfoque de Wolf no se ha empleado
ampliamente en el análisis arqueológico. Un esfuerzo al respecto pue-
de encontrarse en el estudio de McGuire (1989) sobre el sudoeste esta-
dounidense actual como periferia de Mesoamérica. En su argumento,
McGuire se centra en el desarrollo de una economía de bienes de pres-
tigio entre las élites del suroeste como la clave para lograr y mantener
su poder. Se sostiene que el alto nivel logrado por ciertos grupos en la
periferia como consecuencia de un acceso diferencial a la parafernalia
obtenida en Mesoamérica se transformó en diferencias reales en el acce-
so a los medios de producción (McGuire 1989: 50).
La concepción de Wolf, bastante más amplia de lo que se puede ex-
poner aquí con justicia, ofrece una amplia comprensión de los efectos
de la interacción a gran distancia entre Europa y los pueblos de todo
el resto del mundo en los últimos quinientos años. Wolf esquematiza
las transformaciones en la organización del trabajo, la producción y el
intercambio de bienes y en las relaciones sociales que resultaron de es-
tos contactos. Sin embargo, el análisis evidencia dos curiosas omisiones.
Primero, aunque se examinan los efectos del cambio tecnológico en el
transporte, el estudio transmite una percepción poco sistemática de las
consecuencias energéticas de las distribuciones espaciales de la pobla-
ción, las actividades y los recursos que proporcione la esencia de bue-
na parte del análisis geográfico. El análisis de los modos de producción
no evalúa los costos diferenciales, la efectividad o la seguridad de cada
formación. Las relaciones sociales de producción no operan en un vacío
energético y los resultados de los cambios organizativos tienen costos
58 | TERENCE N. D’ALTROY
están en el poder en el estado central. La explicación marxista y la teoría
de los sistemas mundo o el imperialismo se comprenden mejor como
teorías metrocéntricas, aun cuando se sostiene generalmente que las éli-
tes de la periferia desempeñan un papel crítico en la implementación de
las políticas imperiales extractivas (Frank 1966, Wallerstein 1974).6
Doyle señala como ejemplo de la perspectiva metrocéntrica apli-
cada a un imperio antiguo el estudio de Harris (1989, 1979) sobre la
formación del imperio romano a partir de la Roma republicana. Harris,
que considera central el papel de las fuerzas militares en el desarrollo
imperial, sostiene que el ímpetu de la expansión radicaba en la necesidad
de los miembros de la élite romana de mostrar su destreza militar por
ser el requisito para ocupar un alto puesto. Según este razonamiento, la
guerra contra los galos sirvió tanto como un foro para el medro personal
como para la expansión imperial (Doyle 1986, Nash 1987). Sin embargo,
el análisis de Luttwak (1976) del imperio romano en los primeros tres si-
glos de nuestra era cuestiona esta posición, observando la incongruencia
entre la irregularidad de las glorificadas campañas de los emperadores
y el desarrollo sistemático y la reducción de fronteras y el control pro-
vincial. Aquí la cuestión clave es que el sistema imperial operaba de un
modo que no respaldaba los fundamentos declarados de los poderosos.
Una perspectiva pericéntrica alternativa del desarrollo imperial
puede hallarse en los argumentos que buscan los catalizadores de la ex-
pansión en la periferia. Este enfoque supone que la dirigencia del cen-
tro ha establecido o quiere establecer relaciones económicas con estados
extranjeros que son esenciales o útiles para el bienestar del centro. La
expansión de un estado puede por tanto ser resultado de una estrategia
defensiva en circunstancias en que proteger las fronteras es un proble-
ma continuo (Doyle 1986: 26). Como es el caso con el enfoque metro-
céntrico, mediante este tipo de análisis se puede comprender tanto los
imperios de la antigüedad como los del presente. Badian (1967: 61-75),
por ejemplo, afirma que la ampliación romana de relaciones domésticas
de clientela hacia las ciudades griegas en el siglo III a. n. e. provino de
haber percibido la necesidad de estabilizar el volátil clima político de la
región para dar a Roma una mayor seguridad. Un argumento análogo
6. Véase Attewell (1984: 207-251) para una excelente revisión de las teorías marxistas
del imperialismo.
60 | TERENCE N. D’ALTROY
sometidas. En parte, esta situación se deriva de la escala del análisis que
los estudios sobre imperios tienden a asumir. Es difícil mantener una
perspectiva espacial y temporal amplia cuando se examina la actividad
económica desde el nivel doméstico hasta el estatal. Sin embargo, el com-
portamiento económico en las economías subordinadas no se centra por
entero en satisfacer las necesidades del centro, ni la actividad económica
del centro depende exclusivamente de los recursos extraídos de los te-
rritorios sometidos. Es más probable que tanto la economía doméstica
del estado central como la del estado subordinado funcionen con mucha
independencia entre sí, pero las actividades realizadas en la economía
política imperial con toda seguridad afectan los patrones de producción,
consumo e intercambio en ambas. Para comprender el equilibrio entre
el poder imperial y los subordinados, debemos abordar la importancia
relativa de estos componentes económicos y su interacción mutua.
La mayoría de estos enfoques suponen además que en el estado cen-
tral existió un urbanismo avanzado (véase Hodge 1984: 2-4). Esta puede
ser una generalización empírica razonable, incluso para los imperios an-
tiguos, pero no es necesariamente una condición. Es cierto que el poder
económico y el militar asociados con una alta densidad poblacional y
las capacidades organizativas vinculadas con poblaciones interdepen-
dientes pueden contribuir directamente a los diversos componentes del
poder imperial. Esto no significa que un alto nivel de urbanismo sea un
requisito para la expansión del control por el estado central. Los mongo-
les y los inkas ofrecen ejemplos de imperios que se desarrollaron sin un
urbanismo previo a gran escala en la sociedad central.
Otro supuesto vinculado es que el estado central tiene inicialmen-
te un desarrollo superior al de las sociedades subordinadas que caen
bajo su égida. Este supuesto también es una generalización empírica,
no necesariamente una característica, de los imperios. En comparación
con las sociedades sometidas de la costa norte y central del Perú, por
ejemplo, el de los inkas era económica y políticamente menos comple-
jo. El grado comparativo de complejidad entre las sociedades dominan-
tes y subordinadas tiene consecuencias directas en el modo en que las
sociedades sometidas son integradas en el imperio y en la disposición
de recursos por parte del centro. Se deben tomar decisiones sobre los
costos y beneficios de diversos grados de control, por un lado, direc-
to e intensivo, o por otro, indirecto y extensivo (Hassig 1985: 100-101).
El modelo territorial-hegemónico
62 | TERENCE N. D’ALTROY
Un elemento clave del modelo es su atención a los costos, benefi-
cios y efectividad de diversas estrategias, que van desde el clientelaje y la
anexión política a la reducción de costos. Debido a que las condiciones
varían espacial y temporalmente, las diferentes combinaciones de poder
militar, político y económico se hacen más o menos seguras y eficientes
económicamente. Las estrategias imperiales por tanto pueden ser exa-
minadas parcialmente como planes calculados y parcialmente como
respuestas específicas a circunstancias cambiantes, dada la información
incompleta de los participantes y la comprensión a menudo poco clara
de las consecuencias de muchas acciones.
A diferencia del enfoque centro-periferia que ha tendido a alejarse
del análisis espacial, el modelo territorial-hegemónico requiere conside-
rar los efectos del espacio en la organización. Una serie de autores, sin
seguir todos este último modelo, observan que la diversidad espacial en
el dominio imperial es sistemática (Crumley et ál. 1987, Dowdle 1987,
Hassig 1985, MacKendrick 1987, Skinner 1977). La mayoría de los estu-
diosos reconoce que el control varía en los imperios en parte en función
de la distancia al centro imperial, aunque algunos autores son más explí-
citos en incorporar la diversidad espacial al análisis regional. El estudio
de Skinner (1977) de China imperial tardía es con mucho el más preci-
so en este sentido. Skinner detalla la intersección de las organizaciones
económicas (comercio minorista), administrativas y defensivas en las
jerarquías regionales urbano-rurales del imperio territorial a fines del
siglo XIX. Tres puntos esenciales pueden extraerse de su argumentación.
Primero, las condiciones microrregionales como macrorregionales con-
tribuyen directamente a la organización espacial de las actividades impe-
riales. Segundo, la distancia, en estas circunstancias, se conceptúa mejor
en relación con los costos de transporte y posibilidades de comunicación,
porque estos se reflejan en el apoyo logístico a las fuerzas militares y en
la facilidad de la integración económica y política (véase también Engels
1978; Hassig 1985, 1988; Van Creveld 1977). Tercero, el poder militar,
el político y el económico no están trabados en patrones espaciales fijos
(Mann 1986). Su relación debería ser un tema de investigación, no una
condición que se dé por sentada. La noción de Lattimore (1962) de radios
de control militar, administrativo y económico parece una perspectiva
demasiado simple, pero es igualmente claro que la diversidad espacial
no es casual ni es producto únicamente de una circunstancia histórica.
El poder militar
64 | TERENCE N. D’ALTROY
Luttwak advierte que el costo de este cambio de política es enor-
me por tres razones. Primero, los límites territoriales del imperio deben
ser entonces asegurados con más firmeza que antes, porque los habitan-
tes provinciales pueden hacer mayores exigencias de seguridad que los
pobladores de un estado cliente. Segundo, los costos significativamente
superiores de asegurar las fronteras más difíciles deben ahora ser asu-
midos directamente por el centro, en vez de ser transferidos a las autori-
dades del estado cliente. Tercero, los ejércitos móviles y no permanentes
que habían sostenido el poder militar del imperio cuando los clientes
proporcionaban la mayor parte del personal y el equipo militar deben
ser ahora fijados de modo más constante en todas las fronteras. No es
este un modo económico de utilizar la fuerza, porque distribuye de un
modo muy ralo los recursos imperiales. En consecuencia, el poder que
el estado puede llegar a aplicar a un determinado punto se ve notable-
mente reducido, debido al carácter más fijo de los recursos militares en
todo el perímetro imperial. El resultado es una mayor seguridad de las
regiones provinciales, aunque a un gran costo y con un uso ineficiente
de los recursos.
Dos aspectos de la combinación de fuerza y diplomacia subrayan
los vínculos entre el poder militar, político y económico. Primero, el
empleo de la fuerza disminuye el poder militar, porque lo que se em-
plea en un lugar se pierde en la aplicación potencial en todos los demás
sitios (Luttwak 1976). De modo que el poder militar se utiliza con más
eficacia cuando la fuerza se mantiene en suspenso. Los inkas apreciaron
claramente el concepto de economía de la fuerza, prefiriendo reunir un
ejército aparentemente invencible y conseguir la rendición mediante la
diplomacia (véase capítulo 4). Cuando el enemigo capitulaba solo tras
una prolongada resistencia, los inkas a veces aniquilaban a los defenso-
res, con lo que aumentaban su poder para las campañas subsiguientes.
Segundo, la fuerza que podía emplearse en cierto punto dependía di-
rectamente de la logística, que era contingente a las capacidades econó-
micas y de transporte (véase Van Creveld 1977). De modo que el poder
militar dependía de modo crucial de las posibilidades de los territorios
de los que se extraía el mantenimiento durante la expansión y la conso-
lidación militares del control.
Hassig (1985: 101) compara los imperios territoriales con los hegemó-
nicos observando que los primeros son sistemas de control y extracción
reducidos. Señala que la extracción limitada de recursos, tal como el
tributo, permite concomitantemente una inversión reducida en la ad-
ministración por parte de la autoridad central. Esta relación se logra
principalmente mediante la intensificación de la producción, la reorga-
nización del trabajo o el control de ciertos tipos de intercambio en las
poblaciones sometidas. El principal propósito es producir un excedente
que sea extraído para los propósitos del centro. La producción puede ser
intensificada sea indirectamente, mediante impuestos sobre las materias
primas o elaboradas, o sea directamente, mediante impuestos al trabajo
o el establecimiento de enclaves estatales de producción.
Las estrategias indirectas características del dominio hegemónico
intensifican la producción por el expediente de extraer una porción de los
productos previamente consumidos por las poblaciones subordinadas.
Aunque esencialmente estos son enfoques de no intervención, en que la
intensificación o reorganización a implementar se dejan en manos de las
élites subordinadas, pueden originar una reorganización del trabajo en
las sociedades sometidas. Las estrategias más directas de intensificación
en un sistema de control hegemónico resultan de la intervención estatal
directa en la producción de recursos clave. Al referirse al establecimien-
to del control europeo sobre las colonias desde el siglo XVII, Wallerstein
(1974) sostiene que la intervención directa ocasionó el desarrollo del tra-
bajo libre asalariado y de la servidumbre o trabajo forzado en los culti-
vos comerciales en la periferia. Aunque este argumento es más apropiado
para las economías capitalistas, debe advertirse que la extracción de bie-
nes que han estado previamente bajo el control de los señores nativos
puede producir un incremento en una producción especializada adscrita
en las sociedades subordinadas. Wolf (1982) sostiene que la intervención
de actividades mercantiles en las sociedades no occidentales tuvo conse-
cuencias muy profunda en las formaciones sociales y políticas.
Un resultado alternativo, en una economía subordinada orientada
al mercado, es la intensificación de la producción de bienes que pue-
den ser intercambiados por materias primas requeridas para el tributo
entregado al centro. Este puede haber sido el caso con la producción
66 | TERENCE N. D’ALTROY
intensiva de algodón, oro en polvo, plumas y cacao en las áreas perifé-
ricas del imperio azteca (Brumfiel 1987, Smith 1987b). La estructura de
relaciones de trabajo entre las élites sometidas y sus subordinados puede
haber permanecido relativamente estable en estas circunstancias, aun-
que las élites estuvieran ahora sirviendo esencialmente como gestores
de la extracción de recursos de sus pueblos. Como se explicará después,
el grado en que las poblaciones sometidas se adscriben a las élites re-
gionales o simplemente aumentan su productividad dentro de las ins-
tituciones previamente establecidas puede haber dependido del tipo de
mercancías requerido en el tributo.
El control territorial es una estrategia de elevado control y de ele-
vada extracción (Hassig 1985: 100). Aunque este estilo de dominio re-
duce la amenaza de estados clientes demasiado fuertes y aumenta la
seguridad de la periferia, es notablemente más costoso para el centro. El
control territorial también implica medios directos como indirectos de
intensificación. La intensificación directa podría producir cambios más
acentuados en la organización del trabajo, por ejemplo, en el desarrollo
de nuevas instituciones de producción adscritas al estado central. En-
tre estos se contaban los enclaves agrícolas y artesanales especializados
creados en el imperio inka, que generaban nuevos estatus socioeconó-
micos cuya existencia dependía por completo de la economía política
del estado. Este tipo de estrategia entraña más probabilidades de pro-
ducir un cambio en los sistemas de tenencia de la tierra, mientras que la
competencia por el control de los medios de producción aumenta en las
sociedades sometidas debido a la cooptación de recursos por el estado
(véase La Lone y La Lone 1987, para un examen de este cambio en la
economía inka). Las formas de intensificación indirecta bajo el dominio
territorial pueden provenir de procesos similares a aquellos empleados
en el método hegemónico, tales como la imposición a la actividad mer-
cantil o la extracción de alimentos básicos de la población en general.
Tanto la intensificación directa como la indirecta de la produc-
ción resultarían en un aumento de la especialización, debido a las eco-
nomías de producción a gran escala y el tipo de bienes exigidos por el
estado central. Muchos autores han observado que la intensificación de
la producción en los territorios subyugados se centra generalmente en
dos tipos de recursos: materias primas y productos específicos de una
localización ecológica. El control de ciertos tipos de materias primas,
El poder político
68 | TERENCE N. D’ALTROY
En un sistema imperial que se ve frente a una carga administra-
tiva creciente, una estrategia única de dominio sería inadecuada para
las complejidades de la transición política, porque el carácter diverso de
las sociedades sometidas crearía problemas para la aplicación del po-
der político. Las sociedades estatales expansionistas encuentran siempre
problemas para integrar a las sociedades conquistadas con estructuras
políticas fluidas o inestables, cuyas élites no pueden lograr fácilmente la
fidelidad de la población. Las dificultades surgirían, por ejemplo, donde
un estado central intentara aplicar métodos políticos de tipo coercitivo
a sociedades conquistadas en que la política fuera consensual o nego-
ciada entre las élites y la población mayoritaria. Con mucha frecuencia,
las élites sometidas o los representantes reconocidos o designados por el
estado serían incapaces de lograr la obediencia generalizada. La expan-
sión de los europeos en las grandes praderas americanas y su repetido
fracaso en comprender el tipo de toma de decisiones políticas indígena
ejemplifica esta situación. Como se sustentará más adelante, la falta de
congruencia entre las demandas organizativas del estado imperial y las
posibilidades de los grupos conquistados a menudo requirió que los es-
tados imperiales antiguos adoptasen relaciones de patrón-cliente con las
élites locales, dejando la organización política subordinada básicamente
intacta. Como en el caso del poder militar, que puede actuar mediante la
amenaza o la aplicación diferida de la fuerza, la estrategia política efecti-
va no implica un control constante sobre los procesos políticos subordi-
nados, lo cual sería imposible en cualquier caso. Simplemente requiere
que en última instancia las decisiones más importantes sean realizadas
en interés del imperio. En efecto, incluso en los estados más complejos,
muchos grupos locales controlan los niveles inferiores y las actividades
que no son del interés de las autoridades centrales (Adams 1984, Yoffee
1979: 16).
Ciertos tipos particulares de problemas habrían surgido donde el
estado imperial en expansión estuviera mal equipado para administrar
sociedades políticamente más complejas que él. Aquí pueden citarse la
conquista inka de la costa norte del Perú y las conquistas mongólicas
de China y Persia. En estos casos las capacidades del estado conquis-
tador eran inadecuadas para gestionar las operaciones habituales de la
sociedad subordinada. Haberlo hecho habría requerido desmantelar la
organización subordinada, incrementando radicalmente la complejidad
70 | TERENCE N. D’ALTROY
en la coacción o en el soborno, la fidelidad de la jerarquía provincial
se dividirá. Las autoridades se verán atrapadas en la tarea de explotar
a su población en beneficio de autoridades externas y del suyo propio,
lo que probablemente erosionará su poder frente a sus subordinados y
promoverá la formación de facciones internas. Además, la amenaza po-
tencial que entrañan los estados clientes es directamente proporcional a
su utilidad. Debido a esto, con el tiempo, puede ser en última instancia
beneficioso para el centro invertir más en ellos y convertirlos en provin-
cias integradas.
Mientras la estrategia hegemónica deja las decisiones locales vir-
tualmente intactas, en una estrategia territorial las autoridades impe-
riales intentan controlar los asuntos sociopolíticos interregionales e
intrarregionales. Un caso de la primera puede verse en las provincias
romanas del siglo II n. e., donde existió un buen grado de continuidad
entre el sistemas de autoridad regional anterior y el imperial. Supon-
dríamos que este tipo de dominación será implementado donde hubiera
intereses apremiantes en disipar amenazas potenciales por parte de alia-
dos o clientes poderosos o en explotar los recursos regionales. También
se supone que sería efectivo donde las organizaciones políticas del te-
rritorio central y el subordinado fueran sustancialmente similares. Es-
pecialmente, la integración directa se da probablemente en territorios
inmediatamente adyacentes al centro o en zonas esenciales de produc-
ción o de seguridad, tales como áreas agrícolas o rutas de transporte.
Las relaciones de alianza pueden también ser incorporadas como
parte de estrategias hegemónicas y territoriales. En los imperios anti-
guos, es probable que fueran transicionales al inicio del desarrollo impe-
rial. El caso clásico fue la Triple Alianza azteca, donde Tenochtitlán fue
adquiriendo progresivamente más peso. Otro ejemplo puede apreciarse
en las empresas conjuntas de los inkas, quechuas y lupacas al inicio de la
expansión inka. Las ventajas de este tipo de relación residen en la capaci-
dad de la alianza para movilizar un mayor contingente humano y otros
recursos que cualquiera de sus miembros podría mover individualmen-
te, y en la evidente ausencia de los aliados en la competencia inmediata.
Una desventaja importante surge de la constante posibilidad de que un
miembro trastorne la relación. Por lo general se supone que las alian-
zas se producen en una situación de rivalidad entre estados básicamente
equivalentes. La seguridad de cada uno de ellos puede verse amenazada,
Conclusión
72 | TERENCE N. D’ALTROY
organismos políticos y económicos del centro y de las regiones sometidas,
las posibilidades de transporte y comunicación, y las circunstancias his-
tóricas. Un análisis coherente de estos temas será por tanto central para
explicar la política imperial en una determinada región conquistada.
He sugerido que el modelo territorial-hegemónico proporciona con-
ceptos analíticos que abarcan tanto los patrones sistemáticos y la diver-
sidad en el tiempo y el espacio. Aunque es claramente análogo al modelo
más utilizado de centro-periferia, el modelo territorial-hegemónico se
diferencia por lo menos en tres formas que son útiles para mi análisis.
Primero, la organización imperial se aborda como un sistema menos di-
cotómico compuesto de élites centrales y sociedades dominadas y explo-
tadas que como una serie de estrategias interrelacionadas. La frecuente
transformación de estados clientes en provincias y la consiguiente in-
versión de recursos por parte de las élites centrales, por ejemplo, tien-
den a sustentar los giros temporales y espaciales que han desempeñado
un papel importante en la dinámica del dominio imperial (véase Smith
1987a). Segundo, el modelo territorial-hegemónico coloca un énfasis
mayor en la inversión y la producción de recursos que es congruente con
un enfoque materialista. Las cuestiones clave son las estrategias de toma
de decisiones, el destino de los recursos imperiales y su relación con la
extracción de recursos de los conquistados. El énfasis ofrece una visión
más equilibrada de la interacción entre varias fuentes del poder imperial
y el subordinado que la que da la literatura de centro-periferia, buena
parte de la cual se ocupa del tema sensible de la explotación imperial. El
énfasis centro-periferia en la extracción tiende también a opacar cambios
importantes en territorios no centrales que resultan de la inversión im-
perial. Tercero, muchos elementos del modelo centro-periferia son más
adecuados para las situaciones coloniales donde las periferias están espa-
cialmente alejadas y donde las élites centrales invierten poco en el desa-
rrollo colonial. La continuidad espacial de muchos imperios antiguos los
hace más asequibles al análisis en cuanto a gradaciones de integración.
En síntesis, las estrategias imperiales dependen de una combina-
ción compleja de diferentes fuentes de poder, que a su vez dependen de
las posibilidades de organización y de recursos del centro y diversas so-
ciedades subordinadas. Cómo estas relaciones funcionaron en la prác-
tica para los inkas en la sierra central del Perú es materia de un estudio
pormenorizado en lo que resta de este volumen.
76 | TERENCE N. D’ALTROY
El escenario ecológico
78 | TERENCE N. D’ALTROY
Figura 2.1. Principales zonas ecológicas y geográficas del Perú (según Pulgar Vidal 1964).
Figura 2.2. Corte de zonas topográficas y geográficas en sentido oeste-este de los Andes centrales
peruanos, desde Lima, Cerro de Pasco y Lima hasta la selva.
80 | TERENCE N. D’ALTROY
Aunque la región estudiada se sitúa aproximadamente en los 12º
latitud sur, la elevada altitud modera el clima potencialmente tropical.
La duración del día varía solo ligeramente durante el año, pero se dan
pronunciadas diferencias de temperatura y precipitación en todas las al-
titudes (véase Earle et ál. 1980: 8). En general, el año está dividido en dos
estaciones distintas: un invierno frío y seco de junio a setiembre y un ve-
rano más cálido y húmedo de octubre a marzo.1 Junto con la pluviosidad
estacional, las heladas son un factor estacional y altitudinal que limita la
agricultura según las estaciones. Debido a que el tardío inicio de la esta-
ción agrícola puede causar problemas a las cosechas susceptibles ante las
bajas temperaturas, la irrigación es utilizada para iniciar el cultivo en las
zonas bajas del valle. Incluso dadas estas limitaciones ecológicas, el valle
del Mantaro es sumamente productivo para plantas autóctonas como el
maíz (Zea mays), la quinua (Chenopodium quinoa), las papas (Solanum
spp) y otros tubérculos andinos, y los productos europeos como la ceba-
da (Hordeum), el trigo (Triticum spp) y las hortalizas.
1. Las temperaturas en Huancayo (3150 msnm) de 1952 a 1960 muestran poca varia-
ción anual: las temperaturas más frías se dieron en los meses invernales de junio y
julio, esto es temperaturas de 9,9 ºC y 9,8 ºC, respectivamente. En los meses más
cálidos, enero y febrero, las temperaturas medias fueron 12,2 ºC y 12,0 ºC, respecti-
vamente (World Weather Records 1966: 15). Estas temperaturas corresponden a un
punto que se encuentra a unos 150 m por debajo de la altitud mínima del área de
estudio arqueológico, pero de lleno en el territorio wanka. Browman (1970: 6) obser-
va que la temperatura media anual en Jauja es solo 0,5 ºC inferior a la de Huancayo,
pero las franjas superiores del estudio tienen temperaturas mucho más bajas. Se ha
registrado una tasa promedio del intervalo lineal de 0,65 ºC por cada incremento de
100 m de altitud (Hastorf 1983: 40). Para el centro del valle del Mantaro, Franco et
ál. (1979: 73) informan que la probabilidad de heladas a los 3900 msnm es respec-
tivamente del 10 y 21 por ciento en octubre y noviembre, los meses críticos para la
agricultura.
La más alta pluviosidad se manifiesta en enero y febrero; el 90 por ciento de las
precipitación anual cae entre setiembre y abril (Franco et ál. 1979: 33). Jauja tiene
una media de precipitación de 635 mm y Huancayo de 730 mm (Browman 1970: 6).
Puede darse una variación anual en la precipitación mensual de hasta 40 por ciento,
creando más problemas en el pronóstico para la agricultura (World Weather Records
1966: 145; véase también Hastorf 1983: 40). Todas las microvariaciones en la preci-
pitación pluvial afectan el potencial agrícola en el valle, porque la lluvia tiende a caer
en forma de tormentas localizadas.
82 | TERENCE N. D’ALTROY
simplificada de las ocho zonas geográficas definidas por Pulgar Vidal
(1964) para el Perú (véase también figuras 2.1 y 2.2): chala (costa: 0-500
msnm), yunga (valles cálidas a ambos lados de los Andes; por el oeste,
500-2300 msnm; por el este, 1000-2300 msnm), quechua (zona monta-
ñosa atravesada por valles y quebradas; 2300-3500 msnm), suni (mon-
tañas onduladas y valles y cadenas escarpadas; 3500-4000 msnm), puna
(altiplanicie de pastizales ondulados; 400-4800 msnm), janca (picos y
cordilleras empinados; 4800-6768 msnm), selva alta (400-1000 msnm),
y selva baja (80-400 m).
Figura 2.4. La región estudiada por el Umarp dividida según las zonas de uso de la tierra (según
Hastorf 1983).
84 | TERENCE N. D’ALTROY
grave. En esta área los tubérculos han sido el cultivo dominante tanto en
tiempos prehistóricos como modernos. Aunque la agricultura mecani-
zada ha alterado mucho el área que fue utilizada en la prehistoria para la
agricultura, se han encontrado dos sistemas de irrigación (Hastorf 1983:
54, Parsons y Matos Mendieta 1978). Probablemente fueron construidos
y utilizados a finales del intermedio tardío, una época de intensa ocupa-
ción. En las zonas más altas del valle de Yanamarca, un sistema contenía
al menos 15 km de canalización interconectada (véase Hastorf y Earle
1985, Parsons y Matos Mendieta 1978).
Figura 2.5. El valle del Mantaro (en primer plano) con vista hacia el oeste de Jauja y el valle de
Yanamarca al fondo (foto cortesía del Servicio Aerofotográfico Nacional, Lima, Perú [#0-1310]).
Figura 2.6. La planicie norte del valle del Mantaro y las tierras altas de su alrededor (foto cortesía
del Servicio Aerofotográfico Nacional, Lima, Perú [#0-15298]).
86 | TERENCE N. D’ALTROY
A dos o tres días de camino hacia el este cruzando los Andes (unos
75 km) se encuentran las tierras altas húmedas de la montaña, un área
de terreno accidentado cubierto por una densa selva tropical. Esta zona
ecológica es la sede de cultivos que consumen los pueblos serranos,
principalmente coca (Enthroxylon coca), frutas y hortalizas. Aunque la
región ha estado escasamente poblada desde su ocupación inicial, bajo
la dominación inka y quizá antes los wankas habitaron en algunos pe-
queños asentamientos en toda esa región. Algunos productos de la zona,
como la coca, el tabaco y la lúcuma, se han encontrado en yacimientos
arqueológicos del área de estudio (véase Earle et ál. 1987).
Figura 2.7. El valle de Yanamarca con la puna de Huaricolca al fondo, en dirección norte-
noroeste. El asentamiento Wanka II-IV de Hatunmarca está situado en la ladera oeste del drenaje
interno de la laguna Tragadero (foto cortesía del Servicio Aerofotográfico Nacional, Lima, Perú
[#0-1310]).
Figura 2.9. Vista hacia el oeste del río Mantaro a través de los cerros y la puna adyacentes
a la planicie del valle del Mantaro. El asentamiento inka subsidiario de Cutocuto
(J63) está en la esquina inferior izquierda (foto cortesía del Servicio Aerofotográfico
Nacional, Lima, Perú [#0-1306]).
88 | TERENCE N. D’ALTROY
Figura 2.10. La puna al norte del valle del Mantaro. Nótese los asentamientos y corrales
prehistóricos tardíos cerca del centro y centro derecha de la foto.
90 | TERENCE N. D’ALTROY
Otros trabajos de los miembros del Umarp abordan elementos de la
prehistoria de la región que complementan aquellos examinados aquí.
Se han realizado tres fases principales de trabajo de campo hasta el mo-
mento en que esto se escribe: la primera en 1977-1980, la segunda en
1982-1983 y la última en 1986. Estos estudios han sido amplios proyectos
regionales, con el objetivo global de examinar la correlación entre los
cambios en la organización sociopolítica y la especialización económica
(Earle et ál. 1980, 1987; Hastorf et ál. 1989).2 Los principales problemas
de investigación abordados en este trabajo son los siguientes.
92 | TERENCE N. D’ALTROY
de los poblados wankas. La investigación del carácter de estas relaciones
inka-wankas forman la base del presente estudio.
La segunda fase importante del trabajo de campo del Umarp fue rea-
lizada en 1982-1983. Las metas de la investigación eran determinar la
organización de la economía doméstica wanka preínka (Wanka I y II) y
describir y explicar las transformaciones sucedidas como consecuencia
de la conquista inka (Wanka III). Deseábamos definir si el desarrollo de
los señoríos de Wanka II y la invasión del imperio inka en Wanka III pro-
dujeron cambios en la organización del trabajo y del intercambio. Más
específicamente, nos interesaba aclarar si la especialización dependiente
y la especialización masiva para el intercambio aumentaron a causa del
desarrollo autóctono de las jerarquías políticas y la implantación de las
exigencias económicas y políticas imperiales. Aunque los principales re-
sultados de este trabajo se han publicado en otras partes (véase Costin
1986, D’Altroy 1986, Hastorf 1986, Earle et ál. 1987), acá es obligada una
síntesis breve de los temas importantes de la investigación porque algu-
nos resultados serán resumidos más adelante.
Se definieron cuatro áreas principales de estudio. La primera se
centraba en el consumo de subsistencia y bienes manufacturados por
parte de los miembros de las unidades domésticas antes de la conquista
inka y los cambios que ocurrieron en estos patrones después de ella. Los
temas de interés eran definir la dieta y el uso de los objetos manufac-
turados durante Wanka II y III. La segunda área implicaba definir la
organización de la producción por parte de las unidades domésticas para
su propio consumo. Estábamos interesados en determinar el carácter de
las actividades para obtener alimentos y de los bienes manufacturados
producidos en el ámbito doméstico por los miembros de los complejos
habitacionales. La tercera área de estudio se centraba en la producción
especializada artesanal en las comunidades wankas. Los temas de in-
terés acá eran si los especialistas adscritos producían objetos especiales
(v. gr. objetos decorativos de metal) para los miembros de la élite de las
comunidades y si el nivel de especialización masivo (v. gr. manufactura
de cerámica) para el intercambio aumentó de Wanka II a Wanka III. La
94 | TERENCE N. D’ALTROY
Cuadro 2.1
Cronología de la ocupación de la zona alta del valle del Mantaro
1350
Huarihuilca I Quinsahuanca
Horizonte medio Huacrapuquio
1000 Calpish
Jauja Pantacoto Huacrapuquio
600 Intermedio temprano Usupuquio
Usurpuquio
Nota: Las fechas extremas para los periodos del intermedio tardío y el horizonte tardío en el valle del Mantaro fueron determinadas mediante las
fechas de radiocarbono (Earle et ál. 1987: 79-82) y la información documental sobre las conquistas inka y española (esp. Cabello Valboa 1951; véase
Rowe 1946). Wanka II es el periodo regional que coincide con la ocupación inka (1460-1533), conocido como horizonte tardío en todos los Andes.
La ocupación en el intermedio tardío (1000-1460 n. e.) señala mar-
cadas transformaciones. Los estudios cronológicos realizados por el
Umarp en el valle de Yanamarca han permitido la definición de subfases
denominadas Wanka I (1000-1350 n. e.) y Wanka II (1350-1460 n. e.)
(Earle et ál. 1980, 1987; LeBlanc 1981). La distribución no jerárquica del
asentamiento en la fase inicial sugiere que la estructura política estaba
descentralizada y que la densidad de población era mucho más baja de lo
que sería posteriormente. Ocurrieron cambios radicales en la demogra-
fía, la distribución de los asentamientos y la organización sociopolítica
de la sociedad autóctona durante Wanka II. Durante poco más de un
siglo, la población creció rápidamente y se concentró en asentamientos
incipientemente urbanizados que constituyeron centros para Estados je-
rárquicos. Esa transformación se examina en el capítulo 3.
El horizonte tardío (1460-1533 n. e.) en la región comenzó con la
ocupación inka y terminó con la conquista española. Este libro está cen-
trado principalmente en los efectos de la presencia inka. Para evaluar
la estrategia de la dominación inka en este territorio, se ha dividido el
problema en una serie de temas relacionados que pueden ser abordados
directamente, como se indica en la introducción: (1) el contexto social
de la región en el momento de la conquista inka; (2) el impacto de las
exigencias militares, logísticas y administrativas en la estructura física
de la dominación imperial; (3) la economía política imperial; (4) la or-
ganización política bajo el dominio inka; y (5) los efectos de la domina-
ción inka en la sociedad autóctona.
En el resto de este capítulo, se esbozan los procedimientos de in-
vestigación utilizados para abordar estos problemas, que incluye una
descripción de la tipología de asentamientos usada para clasificar los ya-
cimientos en todo el texto.
96 | TERENCE N. D’ALTROY
realizado una investigación de archivo específica. Me he basado en do-
cumentos publicados porque el proyecto fue concebido como un estudio
arqueológico, y una investigación de archivo específica habría requerido
mucho tiempo, pese a sus beneficios.
Las fuentes documentales pertenecen a tres categorías principales:
(1) crónicas, normalmente relatos de primera mano de la conquista del
Perú, la organización del imperio inka y las características físicas de los
Andes y sus pobladores; (2) documentos legales, particularmente peti-
ciones a las autoridades españoles de derechos y privilegios de cargos, de-
volución de tierras y compensación por los bienes y servicios entregados
a los españoles; y (3) visitas y relaciones españolas, que con frecuencia
contienen información demográfica. Cada tipo de fuente proporciona
una gama de información complementaria de las demás, pero cada una
tiene sus propias deficiencias.
Debido a que las crónicas han sido analizadas en detalle por nume-
rosos estudiosos de los Andes, ofreceré solo breves comentarios sobre las
principales fuentes utilizadas (véase Means 1928, Rowe 1946 y Porras
Barrenechea 1986; cfr. Pease 1977). Entre los mejores informes iniciales
sobre el área del valle del Mantaro están las relaciones oficiales realiza-
das por Estete (1917), Xérez (1917) y Sancho de la Hoz (1917). Todos estos
hombres integraron los contingentes militares de Francisco y Hernando
Pizarro que vieron el imperio inka en los primeros días de la conquista.
Sus escritos son muy útiles por sus descripciones de las características
físicas del valle del Mantaro y sus pueblos. Ofrecen mucha menos in-
formación sobre el aspecto organizativo de la sociedad. La carta de Her-
nando Pizarro (1959) a las autoridades españolas también es útil por sus
datos descriptivos, como lo son los recuerdos de Pedro Pizarro (1986),
escritos cerca de cuarenta años después de la conquista.
La crónica clara y detallada de Pedro Cieza de León (1967, 1984)
ofrece una perspectiva equilibrada y por lo general objetiva. Lamenta-
blemente visitó esta área unos 15 años después de la conquista, al igual
que el licenciado Polo (1917, 1950). Buena parte de su información debe
de haber provenido de relatos orales ofrecidos por los wankas y los vi-
sitantes españoles anteriores. La detallada descripción que hizo Cieza
del centro administrativo inka de Hatun Xauxa, escrita posteriormente,
debe ser considerada críticamente. Quizá la crónica más famosa es la de
Bernabé Cobo (1956), que escribió su obra más de cien años después de
3. Estos documentos han sido analizados por Murra (1975: 243-254), que se centró en
la organización del sistema mnemotécnico en sí mismo. LeVine (1979) ha utilizado
también los documentos para examinar las características de la especialización eco-
nómica de los dos grupos políticos de Hatun xauxa y Lurinhuanca.
98 | TERENCE N. D’ALTROY
XVI. De todos modos, los documentos deben ser usados con prudencia,
porque fueron presentados de 1571 a 1602, mucho después de la con-
quista española, y los dos litigantes discrepaban respecto a los presuntos
hechos. Sin embargo, muestran una coherencia suficiente como para
ofrecer una visión del sistema político en el nivel subordinado durante
las dos últimas décadas de la ocupación inka.
El último tipo de fuente histórica (visitas y relaciones españolas)
aporta una detallada información sobre la demografía, la historia inka,
la estructura política de la administración inka, los recursos económi-
cos del valle y sus alrededores y la organización preínka en el valle del
Mantaro. Deben ser interpretados con prudencia. Las visitas de Toledo
(1940a, 1940b) que se mencionan aquí son dos de una amplia serie co-
misionada o encargada por un celoso administrador, cuyas metas eran
demostrar el despotismo del dominio inka y reorganizar a la población
local bajo el dominio español. La visita de 1570 fue realizada en noviem-
bre en Concepción, en la zona central del valle del Mantaro. Comprende
testimonios de seis señores, cinco de los cuales eran wankas nativos, y
uno había sido el cacique de tres grupos de colonos implantados por los
inkas. La visita de 1571 fue escrita del 13 al 18 de marzo en el Cuzco por
funcionarios supeditados a Toledo. Comprende información sobre los
wankas trasladados al Cuzco y una petición de 1563 (verbatim) presen-
tada a favor del hijo de un cacique wanka en el valle del Mantaro, que
pedía la sanción oficial de su sucesión al cargo.
Algunos autores modernos han vilipendiado a Toledo (v. gr. Means
1928: 479-497), pero, si se los examina cuidadosamente, las respuestas
a algunas de sus preguntas claramente prejuiciadas cubren importan-
tes vacíos sobre la organización política (véase Rowe 1946: 195-196). Su
mayor solidez estriba en el conjunto de respuestas detalladas a pregun-
tas idénticas por diversos declarantes. La formulación repetitiva de la
primera visita sugiere que un escribano o traductor iba uniformando
las respuestas o que los informantes wankas eran conscientes de las res-
puestas que daba cada uno y coordinaban sus testimonios. Existen di-
ferencias suficientes en los detalles de las respuestas, no obstante, para
permitir que se extraigan algunas de los caracteres básicos de la organi-
zación preínka y la inka.
La otra fuente sobre el valle del Mantaro mismo —una relación
de 1582 (Vega 1565)— es una síntesis del testimonio de numerosos
En los pocos siglos previos a la invasión española, la región del valle del
Mantaro estuvo ocupada básicamente por dos grupos étnicos principales
llamados históricamente los xauxas y los wankas. Los xauxas habitaban
la parte norte del valle y la región circundante, y los wankas ocupaban
el valle y las tierras adyacentes hacia el sur (figura 3.1). Por conveniencia
y por tradición histórica, estos grupos serán llamados colectivamente
wankas, excepto cuando la diferencia sea esencial para comprender una
situación particular. Con una población total de unos 200.000 habitan-
tes, estas sociedades estuvieron entre las más populosas de las sociedades
andinas prehistóricas tardías de la sierra central. Parecen haber sido si-
milares en muchos aspectos a sus conquistadores inkas en organización
económica y social, y políticamente es probable que se asemejaran a los
inkas preimperiales tardíos.
Quizá debido al tamaño de la población indígena y a la extensión
de los restos arqueológicos de la región, la mayoría de estudios han pre-
sentado a la sociedad preínka como un reino o Estado. Según Espinoza
Soriano (1971: 38), por ejemplo, estos dos grupos estaban políticamente
centralizados bajo un solo gobernante (hatunkuraka), que gobernaba
desde la capital de Siquillapucará (véase también Matos Mendieta 1959,
1966; Espinoza Soriano 1971, 1973b; Lumbreras 1974; Earls 1981). Una
reevaluación de los documentos publicados y de la investigación arqueo-
lógica esbozada en el capítulo anterior ofrece el cuadro de una sociedad
Figura 3.1. Los territorios de Xauxa y Wanka mostrando las tres sayas (divisiones): Atunxauxa,
Lurinhuanca y Ananhuanca, tal como se constituyeron sus territorios bajo el dominio inka
(según LeVine 1979).
El territorio y la demografía
Para caracterizar la índole de la sociedad wanka del siglo XV, será útil
comenzar examinando el tamaño de la provincia bajo los inkas. Según
los informantes que testificaron en 1582 al visitador español Andrés de la
Vega (1965: 166), los inkas incorporaron toda la población de la región del
valle del Mantaro en una única provincia denominada Wanka Wamaní
—valle o provincia de los wankas—. Siguiendo la política imperial glo-
bal, los inkas habrían establecido las fronteras provinciales para que
coincidieran básicamente con las tierras habitadas por los grupos sociales
existentes. La provincia inka abarcaba un territorio continuo, que incluía
el fondo del valle del Mantaro, las laderas adyacentes y las montañas al
este y al oeste, la sección sur de la puna de Huaricolca y las tierras en la
ceja de selva al este (figura 3.1; véase Espinoza Soriano 1971: mapa 1).
1. 1460 según las fuentes, pero unas décadas antes según las fechas radiocarbónicas.
2. Aproximaciones más extensas sobre la sociedad wanka preínka pueden encontrar-
se en Espinoza Soriano 1969, 1971, 1973b; LeVine 1979; Earle et ál. (1980, 1987) y
LeBlanc 1981.
3. Una serie de problemas para definir el territorio surgen de la política para los
mitmaqkuna, en la que un masivo número de personas fueron reubicados en un
programa de colonización interna. Bajo el dominio español, los grupos sociales des-
plazados trataron de afirmar su control sobre las tierras que tradicionalmente ocu-
paban en sus comunidades. Los colonos, por su parte, trataron de retener aquellos
recursos que eran normalmente básicos (v. gr. Espinoza Soriano 1969). Otras élites
nativas rápidamente vieron el potencial del sistema legal español para aprovechar la
confusión tras la caída de los inkas, y a veces aseguraron derechos engañosos sobre
ciertos recursos. El litigio resultante, de hecho, proporciona información útil sobre
territorios y derechos tradicionales de acceso a recursos entre los grupos indígenas.
Se cita un caso del uso de tribunales hispánicos para dirimir reclamos contrapuestos
entre la élite de Xauxa en el capítulo 6 en un examen de la organización sociopolítica.
Pedro Cieza de León (1984, cap. 84: 242), que visitó el valle en 1549,
cita nombres diferentes de estos repartimientos: Jauja, Maricabilca y La-
xapalanga. Estos nombres se refieren no a los repartimientos en sí mis-
mos, sino a los asentamientos ubicados en el centro de ellos.
Los patrones lingüísticos registrados en el siglo XV y al presente
también implican que estas divisiones correspondían a entidades so-
ciopolíticas preínkas. El lenguaje nativo de la región es un dialecto del
quechua, llamado runasimi (habla humana) por sus hablantes. Cerrón-
Palomino (1976a, 1976b) lo clasifica como quechua-huanca o quechua
huanca-Junín en su gramática y diccionario regional (véase también
Cerrón-Palomino 1977). Se habla en las actuales provincias de Jauja,
Concepción y Huancayo en el departamento de Junín. En una clasifi-
cación alternativa de la lengua quechua moderna (Torero 1964, 1974;
6. La identidad étnica por lo común se marcaba en los Andes mediante una indumen-
taria distintiva. A esa forma de manifestar la etnicidad se le dio estatus legal bajo la
administración inka. Sea en el servicio militar o en la residencia en las colonias de
reasentamiento, se exigió a los miembros de los grupos subordinados llevar el traje
propio de su afiliación étnica (Cobo 1956, vol. 2, lib. 2, cap. 24: 113).
8. “[El valle fue] todo tan poblado: que al tiempo que los Españoles entraron en él,
dizen y se tiene por cierto, que auía más de treynta mill Indios: y agora dubdo auer
diez mill” (Cieza de León 1984, cap. 84: 242).
[Guayna Capac] no paró hasta el valle de Xauxa, donde había alguna con-
troversia y división sobre los límites y campos del valle, entre los mismos
que dél eran señores... Guayna Capac... mandó juntar los señores Alaya, Cu-
cichaca y Guacrapáucar y entre ellos con equidad repartió los campos de la
manera que hoy día lo tienen. (1967, cap. 64: 215)
9. Tal consideración no siempre se aplicaba. Salomon (1986) muestra que los inkas
respetaron algunas fronteras en el área de Quito, mientras que reestructuraron otras.
10. Sin embargo, parece haber pocas pruebas de la existencia del ayllu en las fronteras
norte y sur del imperio (v. gr. Salomon 1986, Lorandi y Boixadós 1987-1988).
11. Salomon (1986: 122) recomienda cautela al notar la tendencia de los españoles a in-
corporar términos nativos a su léxico jurídico y aplicarlos retroactivamente a las so-
ciedades prehistóricas: ayllu, el nahualismo tianguiz (mercado) y el arahuaco cacique
(jefe) son los ejemplos más notables que aparecen en contextos inadecuados. Debido
a esto, Salomon nos previene contra la suposición de que la documentación colonial
del ayllu nativo sea evidencia suficiente para concluir que dicha unidad existió en
una región determinada en la prehistoria. Sin embargo, la justificada preocupación
de Salomon surgió específicamente en relación con la sierra ecuatoriana, y probable-
mente no se aplica a la región de Xauxa. A juzgar por las demandas sobre autoridad
política y derechos económicos presentadas ante los tribunales hispánicos (Espinoza
Soriano 1969, 1971; Cusichaca et ál. 1971), el término parece ser apropiado para los
huancas y los xauxas de fines de la etapa prehistórica e inicios del periodo colonial.
12. Para una evaluación más detallada de este material, véase Espinoza Soriano 1971,
LeVine 1979, LeBlanc 1981: 356-373, D’Altroy 1987.
La ocupación del valle del Mantaro durante fines del intermedio tardío
es evidente en más de cien yacimientos arqueológicos bien preservados.15
Los estudios llevados a cabo por el Umarp en el valle de Yanamarca han
permitido dividir la ocupación del intermedio tardío en dos fases, deno-
minadas Wanka I (1000-1350 n. e.) y Wanka II (1350-1430 n. e.) (Earle et
ál. 1980, 1987; LeBlanc 1981). La fase Wanka I corresponde a una época
de una sociedad relativamente simple, mientras que Wanka II muestra
indicios claros del conflicto y del desarrollo social referido en la tradi-
ción oral. Se describe brevemente cada una de estas fases.
15. Esta sección solo sintetiza las principales tendencias de la ocupación de la región
a fines del periodo del intermedio tardío. Para aproximaciones más amplias de la
arqueología de las fases Wanka I y II el lector puede consultar Earle et ál. 1980, 1987,
LeBlanc 1981 y Hastorf 1983.
16. Los métodos empleados para calcular el tamaño de la población a partir de la eviden-
cia arqueológica son demasiado complejos para explicarlos aquí con detalle (véase
Earle et ál. 1987: 8-10, Parsons y Earle s. f.). Sin embargo, en síntesis, se dio por sen-
tado que en cada complejo de vivienda (que contenía dos estructuras, deducidas a
partir de datos arqueológicos) vivía una unidad doméstica de unos seis individuos,
la densidad del complejo de vivienda para cada yacimiento se estimó arqueológica-
mente y se supuso una cifra de ocupación que iba del 60 al 100 por ciento para los
complejos de vivienda de cada yacimiento, según el lapso de ocupación de este.
17. Sin embargo, se debe apuntar que el área de asentamiento de Wanka I en Hatunmar-
ca todavía no está bien definida. Tampoco podemos estar seguros de que la arqui-
tectura pública estuviera ausente en ese lugar, porque las actividades constructivas
durante Wanka II y III han sepultado las pruebas. Para los efectos presentes, se ha
considerado que el componente Wanka I en Hatunmarca es comparable a los otros
yacimientos contemporáneos conocidos debido a la falta de información definitiva
de lo contrario.
18. Véase Earle et ál. 1987: 7-10 para un examen de los procedimientos utilizados para
deducir estas estimaciones. Las cifras presentadas aquí son un poco diferentes a las
que se han presentado en publicaciones anteriores debido a un reajuste del tamaño
de los asentamientos de vivienda.
19. LeBlanc (1981: 271) ha estimado que al menos de 20 a 40 por ciento del valle de
Yanamarca debió de haber inmigrado para llegar a una población de 4,7 veces la de
Wanka I.
Figura 3.5. Tunanmarca, centro Wanka II, en la cresta de los cerros tal como se ve desde
Hatunmarca a unos cinco kilómetros al sur (parte central superior de la foto).
Figura 3.6. Tunanmarca, centro de Wanka II. Los complejos excavados están
marcados con rótulos (v. gr. J7 = 1).
Figura 3.10. Complejo de vivienda señorial J7 = 2 (vista axonométrica), en la parte sur del sector
residencial septentrional de Tunanmarca.
La economía de Wanka II
La producción
21. Los estatus señorial y plebeyo fueron inicialmente categorías de muestra de los com-
plejos de vivienda, que se definieron tomando en cuenta la ubicación del complejo,
la calidad de la mampostería, el tamaño de los edificios, el tamaño del complejo y el
número de edificios por complejo. Análisis posteriores han mostrado que estos dos
estatus pueden representar partes de un continuum con claras diferencias entre el
extremo más alto y el más bajo (v. gr. Costin y Earle 1989, D’Altroy y Hastorf 2001).
22. Dean Arnold (1975, 1985) ha sugerido que el desarrollo de industrias domésticas de
base comunal en la manufactura de cerámica tiende a estar concentrada en lugares
que son a la vez ricos en recursos de arcilla y marginales en cuanto a la agricultura.
Aunque los detalles del argumento quedan fuera del presente estudio, estos dos ras-
gos describen realmente la ubicación de varios asentamientos donde se produjo ce-
rámica en la región del valle del Mantaro (véase Hagstrum 1985, 1986; Costin 1986).
Índice de
Densidad Índice de Densidad
Complejo producción
Yacimiento de desechos de de
de vivienda de hojas de
azadasa cerámicab c torterosd
cuchillo
a Densidad de azadas.
b Índice de fragmentos de cerámica = frecuencia de desechos de cerámica/ frecuencia del
total de fragmentos. Fuente: Costin 1986: 400.
c Índice de producción de hojas de cuchillo = frecuencia de hojas usadas/ frecuencia de hojas
usadas. Fuente: Russell 1988.
d Densidad de torteros = frecuencia de husos de hilar/m3. Fuente: Costin 2001.
Figura 3.12. Relaciones entre los complejos de vivienda excavados de Wanka II,
basadas en los datos del índice de producción del cuadro 3.1.a rotado para mejor
visibilidad del agrupamiento por asentamiento; b rotado para mejor visibilidad del
agrupamiento por estatus. Véase texto y nota 23 para más información.
23. Para crear estos gráficos, la matriz de los valores originales de los índices para las uni-
dades domésticas se transformó en una matriz de disimilitudes de rango, utilizando
el coeficiente de correlación Brainerd-Robinson modificado para poder calcularlo
con los valores del rango (LeBlanc 1981: 187). Este cálculo se realizó utilizando el
procedimiento PROX de SAS; la potencia métrica Minkowski y el valor de la raíz se
establecieron en 1. La matriz resultante fue entonces utilizada como base para el pro-
cedimiento de escalamiento multidimensional de SAS ALSCAL, que utiliza el algorit-
mo de mínimos cuadrados alternantes (Joyner 1983) de Kruskal (1964). Se empleó
un modelo euclideano de distancia para generar las distancias entre los puntos en los
gráficos. El gráfico tridimensional fue creado utilizando SAS PROC G3D.
La elección del coeficiente rango-disimilitud fue considerada un enfoque cauto
para compensar tres rasgos de la serie de datos. Primero, no es claro si los valores
generados por los índices siguen distribuciones normales u otras bien comprendi-
das, especialmente porque dos de ellos se basan en razones. Segundo, un problema
asociado surge de los elevadísimos valores de algunos índices en ciertos complejos
domésticos; puede darse como ejemplo el índice de producción de hojas de J41 = 7.
Tercero, como la muestra que fue utilizada para estos cálculos incluyó solo los con-
textos con ocupación definida con seguridad (se excluyeron, por ejemplo, el relleno
y los contextos disturbados), algunos valores de los índices se basan en unos pocos
artefactos. Clasificar las unidades domésticas dentro de cada índice redujo el efecto
de estos problemas.
Cuadro 3.2
Rangos de índices de producción de complejos de vivienda de Wanka II
Índice de
Índice de Densidad
Complejo Densidad producción
Asentamiento Estatus desechos de de
de vivienda de azadas de hojas de
cerámica torteros
cuchillo
Cuadro 3.3
Pruebas para suma de rangos de Mann-Whitney para muestras independientes
que comparan el estatus señorial y el plebeyo
Densidad de azadas
H0: la distribución de azadas es la misma entre los complejos de vivienda asignados al
estatus señorial y plebeyo.
Señoriales: N1 = 7
Plebeyos: N2 = 10
T1= 5,0 + 16,0 + 10,5 + 10,5 + 12,0 + 17,0 + 5,0 = 76,0
T2 = 7 (7 + 10 + 1) - 76 = 50
T.05 = 42
La hipótesis nula no fue rechazada.
Nota: Se presentan los datos originales y de rango en los cuadros 4.1 y 4.2.
La economía política
1. En este análisis me baso en parte en estudios previos de las fuerzas militares inkas
(v. gr. Bram 1941; Rowe 1946: 203-209, 274-282; Rawls 1979: 116-174; Murra 1986;
Hyslop 1990: 146-190). Ofrecen un recuento sintético de la secuencia de la conquista
inka Rowe (1946), Brundage (1963) y Katz (1972). Las mejores fuentes originales son
Cabello Valboa 1951, Cobo 1956, Sarmiento 1960, Murúa 1962, Cieza 1967y Betan-
zos 1987. Las tácticas militares usadas por los inkas para conquistar los Andes han
sido descritas adecuadamente en otros textos (v. gr. Bram 1941, Rowe 1946: 203-209,
274-282, Rawls 1919: 116-156), y no se requiere exponerlas aquí.
3. Véase Van Creveld 1977: 5-39 sobre los paralelos con la guerra de asedio europea en
el siglo XVII.
4. Rawls (1979: 123) ha observado que con frecuencia los testigos que describen acon-
tecimientos que ocurrieron durante su vida ofrecen las estimaciones más reducidas.
Podemos emplear la conquista inka del valle del Mantaro para ilustrar
la estrategia militar inka básica en acción. Los cronistas se contradicen
entre sí en cuanto a los detalles de la secuencia de las conquistas, pero
coinciden en que la región estuvo entre las primeras que cayó en poder
de los ejércitos inkas.5 A Pachakuti, que reinó de 1438 a 1471, y a Thupa
Yupanki, que reinó de 1471 a 1493, se les atribuye siempre la conquista de
la sierra entre Cuzco y Tumibamba y el posterior desarrollo de la infraes-
tructura física del imperio. Los relatos de la conquista de la sierra central
se contradicen entre sí sobre las fases y el mando militar (Rowe 1946:
206, nota 2). Una cuestión central se refiere a si el general de Pachakuti,
Cápac Yupanki, conquistó el valle del Mantaro al irrumpir por el norte
en persecución de los chancas fugitivos, como señalan Sarmiento (1960,
cap. 38: 243) y Cieza (1967, cap. 49: 162-64). Otros relatos aseguran que
su sucesor militar, Thupa Yupanki, cumplió esa tarea después de que su
padre le cediera el mando de los ejércitos hacia 1463 (v. gr. Cabello Val-
boa 1951, cap. 16: 319). Entre los que adoptaron esta última versión es-
tuvieron algunos testigos wankas que declararon individualmente ante
Toledo (1940a: 19-36) y el descendiente cuzqueño de Thupa Yupanki
(Rowe 1985:208), quienes coincidieron en atribuir a este las primeras
campañas.
5. Entre las fuentes iniciales que incluyen relatos de la conquista están Cabello Valboa
1951: 319; Cobo 1956, vol. 2, lib. 2, cap. 13: 81; Sarmiento 1960, cap. 44: 249; Murúa
1962, vol. 1, cap. 21: 51; Cieza 1967, cap. 49: 162-64; 1984, cap. 8: 243; Garcilaso 1960,
y la visita de Toledo (1940a: 18-36). Se debe tener cuidado de no tratar todos los
relatos como si se corroboraran independientemente entre sí, porque los cronistas
tendían a prestarse información libremente sin reconocerlo. Rowe (1985), por ejem-
plo, ha publicado un testimonio de 1569, dado en el Cuzco por los descendientes
de Túpac Yupanqui, que puede haber sido la fuente principal de información para
al menos las primeras tres de los autores citados antes. Sin embargo, los relatos que
se basaban en los informantes del Cuzco (v. gr. Sarmiento, Murúa) y del valle del
Mantaro (v. gr. Cieza, Toledo y Vega 1965) surgieron de tradiciones orales separadas
y pueden ser tratados de modo esencialmente independiente. Donde se corroboran
mutuamente, podemos estar razonablemente seguros de que los relatos son una re-
presentación de la verdad tan exacta como se podría esperar, dados los problemas
recurrentes con la traducción y la codificación de la historia.
Los del valle de Xauxa, sabida la venida de los enemigos, mostraron temor
y procuraron favor de sus parientes y amigos y en el templo suyo de Guari-
vilca hicieron grandes sacrificios al demonio que allí respondía. Venídoles
los socorros, como ellos fuesen muchos, porque dicen que había más de
cuarenta mill hombres a donde agora no sé si hay doce mill, los capitanes
del Inka llegaron hasta ponerse encima del valle y deseaba sin guerra ganar
las gracias de los Guancas y que quisiesen ir al Cuzco a reconocer al rey por
Señor; y así, es público que les enviaron mensajeros. Mas, no aprovechando
nada, vinieron a las manos y se dio una gran batalla en que dicen que murie-
ron muchos de una parte y otra, mas que los del Cuzco quedaron por ven-
cedores; y que siendo de gran prudencia Lloque Yupanki no consintió hacer
daño en el valle, evitando el robo, mandando soltar los cativos; tanto, que
los Guancas, conocido el beneficio y con la clemencia que usaban teniéndo-
los vencidos, vinieron a hablar y prometieron de vivir dende en adelante por
la ordenanza de los reyes del Cuzco y tributar con lo que hobiese en su valle;
y pasando sus pueblos por las laderas, los sembraron, sin lo repartir, hasta
que el rey Guayna Capac señaló a cada parcialidad lo que había de tener.
(Cieza 1967, cap. 49: 163-164)
6. Si los “guancas” eran del valle del Mantaro o de Guancabamba, en los Andes norte-
ños, es una interrogante, dada la evidencia existente.
7. Rawls (1979: 122) sugiere que solo de 10 a 20 por ciento de los hombres disponibles
podían haber sido movilizados en un momento determinado, pero hay pruebas de
que el servicio podía ser más pesado (Murra 1986).
La logística imperial
8. Véase Van Creveld 1977, Engels 1978 y Ferrill 1985 para un examen más detallado
de estos temas. Un examen más completo de los problemas logísticos y las estrategias
inkas se encuentra en D’Altroy s. f.
Los relatos citados antes ofrecen una visión anecdótica de las limitaciones
de la capacidad de los inkas de sostener un gran ejército en el terreno, pero
9. Hay por lo menos diez estimaciones del tamaño del ejército Inka que van de 50.000
a 400.000 (Hemming 1970: 190, 572-573).
Figura 4.4. Caravana de llamas bajando por las laderas orientales neblinosas de los Andes sobre
Comas (foto cortesía de Catherine Julien).
10. Murra (1980: 53) sugiere que Zárate puede haber exagerado el número de llamas
existentes, pero este debe haber excedido en mucho el número de soldados. Sin em-
bargo, esta conclusión aparentemente no tiene fundamento. Dada la prisa con que
los quiteños se retiraron (quemaron el sobrante de ropa que no podían llevar), no es
claro si preservaron muchos de sus animales o si dejaron la mayoría tras ellos.
11. Haggard y McClean (1941:79) establecen que 1 libra equivale a 0,46006272 kg para
México y España.
12. El peso por porteador se ha estandarizado en 59 kg (Greska et ál. 1982: 7), que es su-
perior a los 55 kg de peso promedio para los hombres adultos del distrito de Nuñoa,
departamento de Puno (Thomas 1973: 44). Es probable que ambas medidas sean
superiores al peso de los hombres del final de la prehistoria.
13. Estas distancias coinciden en buena parte con una diversidad de estimaciones de las
distancias que los ejércitos pueden cubrir diariamente. Crown (1974: 265, n. 117)
cita a Clines (1973) con las siguientes estimaciones: el ejército egipcio bajo Tutmosis
III, 24 km/ día, y bajo Ramsés II, 21,6 km/día; el ejército babilónico, 29,8 km/día;
y el ejército romano, 23,4-31,2 km/día. También cita a Saggs (1963), que calcula
48 km/día para la infantería asiria. Hassig (1988: 56-66) ofrece una gama compa-
rable de estimaciones procedentes de varias fuentes, y calcula 19-32 km/día para los
ejércitos aztecas. Engels (1978: 20) calcula 31,2 km/día para la marcha más rápida
realizada por el ejército macedonio de Alejandro, que se distinguía por la velocidad
de movimiento. Las marchas de Alejandro fueron considerablemente menos rápidas.
14. Engels (1978: 131-134) evalúa un problema análogo para el ejército de Alejandro y
examina las dificultades consiguientes introducidas en la batalla de Iso.
15. La detallada evaluación de Thomas del consumo calórico permite una desagregación
de numerosas variables, entre ellas: el sexo, la edad y los niveles de esfuerzo (véase
también Leonard 1987). Estos valores han sido modificados aquí para reflejar di-
ferentes tipos de actividades (Durnin y Passmore 1967, Leslie et ál. 1984, D’Altroy
s. f.). La estimación del consumo anual de calorías de Thomas de 2094 kcal/día para
los hombres adultos de Nuñoa está notablemente por debajo de la sugerida para
los ejércitos premodernos de otras partes del mundo. Si se agrega el gasto adicional
para los ejércitos en marcha o para los porteadores que llevaban cargas importantes
(Leatherman et ál. 1983), los valores son más cercanos, pero todavía no compara-
bles con exactitud. Hassig (1985: 20-21, 1988: 64), por ejemplo, estima 3800 kcal/
día para los soldados aztecas, un valor análogo a las 3600 kcal/día calculados por
Engels (1978: 123) para los hombres de Alejandro Magno, basándose en cifras para el
ejército de Estados Unidos. Van Creveld (1977: 21, 24) informa de una ración básica
de 2 lb/día de pan acompañadas de carne, alubias y otros alimentos de contenido
proteínico para los soldados del ejército de Napoleón. También cita una ración total
de 3 lb/día para los soldados franceses bajo el mando de Louvois a mediados del
siglo XVII. Como se mostrará en breve, las cifras de Hassig y Van Creveld son básica-
mente idénticas. Algunas de las diferencias entre las cifras de los Andes y las de otros
espacios (v. gr. Europa, el ejército moderno de Estados Unidos) se pueden atribuir al
menor peso corporal de los pobladores andinos, pero es difícil asegurar por qué las
otras estimaciones son más altas que los valores de Nuñoa medidos empíricamente.
La precision y el carácter del estudio de Thomas lo convierte en la fuente más apro-
piada para el ejercicio realizado aquí. La coincidencia entre los valores empíricos y
los del modelo calculado por Leslie et ál. (1984) para esta misma población da el
fundamento para aceptar los valores deducidos aquí.
Peso/ volumen
Fuente de alimentación Forma Kcal/kg Fuente
(kg/m3)
Maíz (Zea mays) Varias 3400-3600 Collazos et ál. 1957: cuadro principal, ítems 356-358
3600 Leung 1961: 13
Maíz duro desgranado 770 D. Fetherston, U. S. Feed Grains Council, com. pers., 1987
Granos andinos Semilla 3420 Thomas 1973: 108
Papas (Solanum tuberosum) Frescas 790 Leung 1961: 37
990 Thomas 1973: 108
770 G. Porter, Potato Association of America, com. pers., 1987
Chuño 3270 Leung 1961: 37
3960 R. B. Thomas, com. pers., 1989
385 G. Porter, Potato Association of America, com. pers., 1987
Quinua (Chenopodium quinoa) En grano 3510 Leung 1961: 17
Frijoles (Phaseolus vulgaris) Frescos 360 Leung 1961: 23
Mashua (Tropaeolum tuberosum) Seca 520 Leung 1961: 33
Lupino o tarhui (Lupinus
Fresco 1260 Leung 1961 :67
mutabilis)
Llama (Lama glama glama) Animal vivo 957 Sandefur 1988: 151
Porción comestible 1533 Thomas 1973: 113
Animal entero 1029 Thomas 1973: 113
Alpaca (Lama glama pacos) Animal vivo 1500 Sandefur 1988: 151
Porción comestible 1521 Thomas 1973: 113
Animal entero 1019 Thomas 1973: 113
Cuadro 4.2
Estimaciones de gasto calórico
Maíz, papas,
a Porteador 30 1 soldado 1,5 140 94 94 188
chuño
1 porteador 1,7 140
b Porteador 30 Chuño 1 soldado 0,7 140 200 200 400
1 porteador 0,8 140
c Porteador 30 Maíz 1 soldado 0,9 140 158 158 316
1 porteador 1,0 140
Maíz, papas,
d Porteador 30 1 porteador 1,7 140 176 176 353
chuño
Chuño
e Porteador 30 Papas 1 porteador 3,4 140 88 88 176
Maíz, papas,
f Porteadora 21 1 soldado 1,5 140 72 72 145
chuño
Chuño 1 porteador 1,4 140
g Porteadora 21 Chuño 1 soldado 0,7 140 162 162 323
1 porteador 0,6 140
h Porteadora 21 Maíz 1 soldado 0,9 140 131 131 263
1 porteador 0,7 140
va...
...viene
Maíz, papas,
i Porteadora 21 1 porteador 1,4 140 150 150 300
chuño
J Porteadora 21 Papas 1 porteador 2,8 140 75 75 150
k 20 llamas 20 1 conductor 1,5 120 1270 1270 2540
1 auxiliar 1,2 120
l 20 llamas 20 Maíz 1 conductor 0,9 120 2286 2286 4571
1 auxiliar 0,6 120
m 20 llamas 20 Papas 1 conductor 3,0 120 635 635 1270
1 auxiliar 2,4 120
Maíz, papas,
n 20 llamas 20 5 soldados 7,5 120 336 336 672
chuño
1 conductor 1,5 120
1 auxiliar 1,2 120 168 168 336
o 20 llamas Maíz, papas, 5 soldados 7,5 120
Chuño (50%), 1 conductor 1,5 120
no comestibles
1 auxiliar 1,2 120 635 635 1270
(50%)
p 20 llamas Maíz, papas, 1 conductor 1,5 120
Chuño (50%), 1 auxiliar 1,2 120
no comestibles
(50%)
Aquí deben subrayarse dos puntos adicionales. Primero, muchos
de los bienes transportados por las caravanas no eran comestibles. Las
recuas de llamas llevaban grandes cantidades de vestimentas, tejidos y
armas. La carga realmente compuesta de alimentos no puede ser defini-
da con la información existente, pero sería probablemente un error su-
poner que las recuas del ejército llevaran casi exclusivamente alimentos.
Segundo, aun en el caso de que los porteadores y conductores en tránsito
se alimentaran con la comida almacenada en los depósitos estatales, su
consumo del alimento almacenado y no del transportado no tenía efecto
en la proporción de alimento consumido frente al despachado (Hassig
1985: 28). Podemos tomar como ilustración un informe de Pedro Piza-
rro (1986, cap. 15: 97-98) sobre un hombre de Cajamarca que le relató
que dos veces había llevado media fanega (unos 21,8 kg) de maíz al Cuz-
co para los inkas. Por el camino se había alimentado de bienes almace-
nados para los viajeros con encargos del Estado y se le prohibió tocar su
carga. Dadas las cifras citadas antes, habría consumido en el viaje de ida
y vuelta más de cuatro veces el valor calórico del maíz que debía entre-
gar. El transporte de este maíz podría no haber sido parte de un sistema
que suministrara bienes de subsistencia a la capital.
En términos más generales, podemos suponer que el propósito era
trasladar alimentos de un punto A (v. gr. almacenes) a un punto D (v. gr.
campo de batalla). El alimento ingerido por los conductores y portea-
dores en cualquier punto B y C a lo largo del camino podría haber sido
más fácil y eficazmente enviado desde esos puntos B y C que del punto
A. Desde la perspectiva del abastecimiento, no tendría sentido enviar
el alimento desde el punto A. La táctica inka preferida de hacer que los
porteadores locales llevaran provisiones de un extremo del territorio a
otro no hacía que el sistema de transporte fuese más eficiente que ha-
cer que una única recua realizara todo el trayecto. Sus efectos positivos
estaban en distribuir la carga laboral y reducir el desgaste físico de los
porteadores. El punto clave es que una vez que la cantidad de alimento
consumida durante el transporte a una tasa normal superara la que se
transportaba, el recorrido cubierto por el transporte no podía ampliarse
sin afectar al personal —una opción indeseable en empresas militares—.
Un expediente, por supuesto, era comerse las mismas llamas, lo cual
sin duda habría aumentado la capacidad de transporte del ejército, dado
que la porción comestible de una llama que pese 90 kg puede satisfacer
Síntesis y examen
Las conquistas de las fuerzas militares inkas fueron un logro notable, sin
paralelo en los Andes y rara vez alcanzado en el mundo antiguo. En este
capítulo, se ha esbozado los elementos de la práctica militar y logística
inka para ofrecer un contexto que explique el planeamiento de las insta-
laciones inkas en la sierra central. A partir de la información disponible,
parece probable que las necesidades logísticas de las fuerzas militares
para asegurar los territorios recientemente obtenidos desempeñaron un
papel importante en la configuración original del sistema. La ubicación
de los centros provinciales en puntos naturales de comunicación a lo lar-
go de los Andes y a través de la costa o montaña subraya la importancia
de los movimientos interregionales de personas, bienes e información.
La información actual sugiere que facilitar la administración intrarre-
gional era menos importante en la selección de emplazamientos para los
centros provinciales (ver capítulo 5).
16. No es claro si estas cargas correspondían a la carga que podía llevar un animal indi-
vidual o un solo porteador.
Durante setenta hasta cien años de ocupación imperial, los inkas de-
sarrollaron una red interna de asentamientos que formaban un manto
de dominación estatal que envolvía a la población nativa. En el capítulo
4 he sostenido que el carácter y la ubicación de los asentamientos mi-
litares y logísticos ofrecen dimensiones clave de la estrategia imperial
general. El presente capítulo centra su atención en los establecimientos
estatales administrativos y de apoyo en la sierra central para profundizar
el examen del carácter de la dominación imperial en dicha región. La
dimensión, la diversidad y la ubicuidad de estos asentamientos situados
junto al camino imperial (capac ñan) que vinculaban el Cuzco con Qui-
to indican que esta región estaba entre las más intensivamente integra-
das del imperio (Hyslop 1984: 257). A lo largo del camino principal el
Estado construyó una cadena de los más imponentes centros provincia-
les: Vilcashuaman, Hatun Xauxa, Pumpu, Huánuco Pampa, Cajamarca
y Tumibamba (figura 5.1). Junto con una serie de asentamientos en la
costa central y la meridional, tales como La Centinela y Tambo Colora-
do (ambos en el valle de Chincha) e Incahuasi (en el valle de Cañete),
la construcción administrativa imperial más compleja fuera del Cuzco
se encuentra en esta región de la sierra. La implantación de centros es-
tatales resultó en un patrón parcialmente integrado de asentamientos
estatales y subordinados en los principales valles, característicos de un
Figura 5.1. Distribución de asentamientos en el valle del Mantaro durante la ocupación inka.
2. El intensivo estudio de Hyslop (1984) sobre grandes secciones del sistema de ca-
minos ofrece una descripción detallada de su organización y construcción y de los
establecimientos de apoyo construidos junto a él (véase también Regal 1936, 1972;
Rowe 1946: 229-233; Salomon 1986: 151-158).
4. Como los rasgos de los asentamientos inkas en esta región se describen con detalle en
otra parte, aquí solo resumiré sus principales características. La información proviene
principalmente de los estudios de Rowe 1944, Morris 1972b, Gasparini y Margolies
1980, González Carré et al. 1981, Hyslop 1984, 1985: 275-293 y Morris y Thompson
1985. Los lectores pueden consultar otras fuentes de información sobre otros tipos
de instalaciones imperiales estudiadas en otras partes del imperio, tales como los
establecimientos militares encontrados en toda la sierra de Ecuador (Meyers 1976,
Salomon 1986: 148-151); o los sitios reales fuera del centro, como Chinchero, a las
afueras del Cuzco (Alcina Franch 1976); o establecimientos religiosos, tales como en
Raqchi (Gasparini y Margolies 1980: 234-254, La Lone y La Lone 1987.
5. A veces las complejidades de este sistema conceptual son confusas y sujetas a de-
bate, pero parece que la disposición espacial puede apreciarse desde por lo menos
dos perspectivas, de acuerdo con los diversos conceptos de la estructura social inka
(Wachtel 1973: 71-94). Véase en Morris 1990 una detallada explicación de la relación
entre el sistema de ceques y el trazado de Huánuco Pampa.
6. Gasparini y Margolies (1980: 103) han sugerido en cambio que las dimensiones de
las plazas se establecieron en función de representar el poder que había sometido al
territorio. Los datos en que basan su argumento no son claros.
7. Garcilaso (1960, vol. 2, lib. 6, cap. 10: 207), quien probablemente copió a Cieza, uti-
lizó el término Llacsapallanca. Véase en el capítulo 3 un examen de las posibles rela-
ciones preimperiales entre Laxapalanga y otras subregiones en el ámbito wanka.
8. Cieza (1967, cap. 15: 46) también comenta lo siguiente: “Los que leyeran este libro y
hobieren estado en el Perú miren el camino que va desde Lima a Xauxa por las sierras
tan ásperas de Huarochiri y por la montaña nevada de Pariacaca y entenderán, los
que a ellos lo oyeren, si es más lo ellos vieron que no lo que yo escribo”.
Hatun Xauxa
Las ruinas de Hatun Xauxa están situadas en la orilla norte del río Man-
taro, donde el río avanza por una estrecha quebrada hacia el ancho piso
del valle (figuras 5.2 y 5.3). Unos cuantos vestigios desperdigados de cons-
trucciones y una plataforma elevada reconstruida forman casi la totalidad
de restos arquitectónicos, pero los enormes montículos de escombros en
todo el yacimiento dan testimonio de la existencia pasada de muchos otros
edificios más. Aunque su estado actual desmiente su estatus imperial, Ha-
tun Xauxa debe haber ofrecido una vista imponente en el siglo XVI. El
asentamiento aparece de forma destacada en casi todas las listas inicia-
les de centros inkas importantes. El principal cronista de los inkas, Cobo
(1956, vol. 2, lib. 2, cap. 32: 129) consideraba este centro como uno de los
más importantes asentamientos inkas en la sierra, al igual que Vaca de
Castro (1908: 442-446) y Guamán Poma (1980: 1003-1004), entre otros.
Algunos informes otorgaban a Hatun Xauxa una relevancia que
iba más allá de un papel dominante en la gestión de los asuntos de la
región. Aunque Tumipampa es considerada generalmente como el es-
tablecimiento estatal más importante al norte del Cuzco, el centro en el
Mantaro era un núcleo principal del control imperial en la sierra. Sar-
miento (1960, cap. 52: 257), uno de los más sobrios historiadores de los
inkas, señalaba que un gobernador regía la mitad norte del imperio des-
de este centro durante el reinado de Thupa Yupanki: “Este inga tenía dos
gobernantes generales en toda la tierra, llamados suyoyoc apo, el uno
residía en Xauxa y el otro en Tiaguanaco, pueblo de Collasuyo”. Was-
khar, el infortunado nieto de Thupa Inka Yupanki, utilizó igualmente
el valle como base de su poder en los últimos años previos a la invasión
española, según Guamán Poma (1980: 94): “Desde el ualle de Xauxa,
En todas estas partes auían grandes aposentos de los Ingas: aunque los más
principales estauan en el principio del valle en la parte que llaman Xau-
xa: porque auía vn grande cercado, donde estauan fuertes aposentos y muy
primos de piedra: y casa de mugeres del sol: y templo muy riquíssimo: y
muchos depósitos llenos de todas las cosas que podían ser auias. Sin lo qual
auía grande número de plateros, que labrauan vasos y vasijas de plata y de
oro para el servicio de los Ingas y ornamentos del templo. Estauan estantes
más de ocho mil Indios para el servicio del templo, y de los palacios de los
señores. Los edificios todos eran de piedra. Lo alto de las casas y aposentos
eran grandíssirnas vigas, y por cobertura paja larga.
Las ruinas del llano, en medio de las cuales se elevan hoy en día las chozas
del caserío de Tambo, son construcciones probablemente más grandes de lo
que fueron las de Tarmatambo. Pertenecen, sin embargo, por su disposición
general, al mismo tipo arquitectónico. Se observan ahí no solamente los
Figura 5.3. Vista hacia el oeste de Hatun Xauxa. Los escombros procedentes de edificios inkas y
las estructuras de almacenaje cubren las laderas por encima del centro (foto cortesía del Servicio
Aerofotográfico Nacional, Lima, Perú [#0-1309]).
11. Véase, por ejemplo, los estudios sobre Huánuco Pampa (Morris y Thompson 1985),
Pumpu (LeVine 1985), Chucuito (Alcina Franch 1976) e Incahuasi (Hyslop 1985).
Es lamentable que un proyecto que fue financiado para realizar amplias excavaciones
en Hatun Xauxa en 1988 tuviera que ser suspendido. Esperamos que las condiciones
permitan que este trabajo sea realizado en un futuro cercano.
[los jefes incas] habían enviado aquellos seiscientos hombres para acabar de
quemar la ciudad de [Hatun] Xauxa, habiendo quemado ya la otra mitad ya
siete u ocho dias, y entonces quemaron un edificio grande que estaba en la
plaza y otras cosas a vista de la gente de la ciudad con muchas ropas y maiz,
para que los españoles no lo aprovecharon.
Figura 5.4. Dibujo de la plataforma elevada (usnu) en Hatun Xauxa, de Charles Wiener (1880: 243).
Figura 5.6. Usnu en la plaza principal de Hatun Xauxa, mirando hacia el oeste. Una capilla
moderna se levanta sobre la estructura.
Figura 5.7. Sección de la cara sureste del usnu de Hatun Xauxa, que muestra áreas originales
(tres cuartos a la derecha) y reconstruidas (un cuarto a la izquierda).
Figura 5.8. Sección de muro de pirka (piedra rústica) con hornacinas de forma
trapezoidal al estilo imperial.
12. Para una descripción del usnu en centros costeños véase Menzel 1959 y Gasparini y
Margolies 1980.
14. Los fragmentos atribuibles a los wankas fueron 1378 de los 5831 fragmentos de
diagnóstico.
15. Una cuestión adicional que no ha sido resuelta es las prácticas de los inkas con los
restos sobrantes. Si los inkas mantenían ciertas partes de un asentamiento siste-
máticamente limpias, como parece haber sido el caso de la kallanka, dicha prácti-
ca plantea problemas con respecto a la interpretación de las actividades que allí se
Área de recolección
aríbalos Ollas, cuencos y platos Total
del conjunto
H0: Las dos categorías de vasijas se distribuyeron aleatoriamente en todas las áreas del muestreo.
H0: Las dos categorías de aríbalos se distribuyeron aleatoriamente en todas las áreas del
muestreo.
a
No se incluyeron en la prueba las áreas 3A, 4, 6 y 7 debido al pequeño tamaño de los
conjuntos de bordes de aríbalos. Área 3A (J5 = 11): 1 vasija con diámetro menor que la media;
0 superior a la media. Área 4 (J5 = 13): 10 más pequeños, 2 más grandes. Área (J5 = 14): 1
más pequeño, 0 más grande. Área 7 (J5 = 15): 4 más pequeños, 0 más grande.
Especialización manufacturera
18. El análisis del carácter aditivo de las muestras (con respecto a los tipos de vasijas)
cada vez más grandes se presenta en otro texto (D’Altroy s. f.). En síntesis, los arí-
balos estuvieron presentes constantemente en todas las muestras, seguidas por los
platos sencillos y las ollas de cuello bajo.
El sistema de caminos
Figura 5.13. El sistema de caminos inka a través del valle del Mantaro, mostrando las capitales
provinciales de Hatun Xauxa y Acostambo y varios tambos más pequeños al borde del camino.
Los ramales hacia la costa y la selva. HX = Hatun Xauxa, LH = Lurinhuanca, AH = Ananhuanca.
Figura 5.14. El camino inka por la quebrada de Huaripchacún, a unos 20 km al norte de Hatun
Xauxa, mirando al norte.
Puentes de crisnejas grandes que abía en tienpo del ynga, como es de Bom-
bom, Xauxa [...] Y otros puentes de palos y balsas que los yndios balseros lo
lleuan, como en los llanos y en el Collau y Cangallo y Vancayo [...] y después
el señor bizorrey marqués de Cañete el biejo mandó hazer de cal y canto la
puente de Lima y la puente de Xauxa y la puente de Ango Yaco.
Los dibujos de Regal (1972: 27, 109) y Hyslop (1985: 326; figura 5.18
aquí) dan una idea de cómo era probablemente este puente (véase tam-
bién Thompson y Murra 1966).
Como dice Guamán Poma, se construyó sobre el río una estructu-
ra colonial de piedra y mortero en el mismo lugar que el puente inka.
Construido también con un relleno de barro y piedra, se distinguía del
puente inka por su elegante arco y los mosaicos de color turquesa para
el revestimiento de los flancos. Por su uso reiterado, es evidente que las
peculiaridades de la topografía hicieron de esta ubicación un lugar ideal
para los caminantes que debían pasar al otro margen. Cuando se empe-
zaron a usar vehículos motorizados, se hizo más deseable un punto de
márgenes más anchos en la desembocadura del cauce del río.
Figura 5.17. Vista a corta distancia de los puentes inka y colonial sobre el río Mantaro. El
puente colonial se distingue por sus arcos y enlosados.
Sancho (1917: 147) relató que los españoles viajaron durante tres
días hacia el sur desde Hatun Xauxa antes de llegar al puente colgante
que pasaba sobre el río Mantaro:
Caminó el Gobernador dos días por un valle muy abajo, a la orilla del río de
Xauxa que era muy deleitable y poblada de muchos lugares, y al tercer día
llegó a un puente de redes que está sobre el dicho río, el cual habían quema-
do los soldados indios después que hubieron pasado.
Cutocuto
Figura 5.19. Croquis del yacimiento de Cutocuto (J63), un establecimiento inka a unos 10 km al
oeste de Hatun Xauxa. Los círculos y semicírculos punteados son áreas de recolección.
La administración imperial
1. Una revisión de los primeros estudiosos se encuentra en Rowe 1946, Moore 1958,
Pease 1978, Murra 1980 y Porras Barrenechea 1986.
2. Agradezco a Brian Bauer por haberme proporcionado un ejemplar de su tesis (1990)
apenas terminada, la cual me ha aclarado en gran parte el carácter del Cuzco y la
región de Paruro antes y durante la época imperial.
3. Sobre los amplios estudios de las estrategias administrativas globales, consultar Rowe
1946, Moore 1958, Zuidema 1964, Wachtel 1977, Schaedel 1978 y Rostworowski
1988.
4. Este tipo de dilema se ha descrito anteriormente para el imperio romano (Luttwak
1976), donde el apoyo de los soberanos clientes creaba poderosas sociedades de fron-
tera que se transformaban en amenazas para la estabilidad del imperio. La solución
más expeditiva, en la situación romana, fue convertir a los clientes en provincias y a
7. Rowe (1946: 262) propone que la división ideal de una provincia habría incluido dos
sayas, fundadas en el patrón inka de las particiones duales. También sugiere que una
provincia muy populosa, tal como Huanca Huamaní, podría haberse dividido en tres
sayas si cada una de las dos divisiones superaba los 10.000 tributarios. Wedin (1965:
55-61) ha criticado radicalmente esta idea, sosteniendo que las divisiones de 10.000
eran militares, no civiles.
11. Otras funciones importantes fueron delegadas a la élite del sistema decimal y los
señores locales al servicio del Estado en otras partes, sobre las que no hay datos en
el área de Xauxa. Entre estas estuvo la recolección de alimentos para el ejército y los
funcionarios estatales. Aunada a esta función estuvo la producción para sostener a
los trabajadores de turnos obligatorios que trabajaban en los proyectos del Estado
(Murra 1975: 33-34). De vez en cuando también el sistema decimal supervisaba ac-
tividades especializadas, tales como el tejido y la minería (Morris 1974, Murra 1975:
145-170). Finalmente estas élites impartían justicia a la población local.
12. Se han descrito numerosas variaciones de las relaciones entre los inkas y los grupos
sometidos en otras regiones del imperio. Entre los más importantes están aquellos
reinos serranos semiautónomos en la región del lago Titicaca, siendo los lupaqas los
mejor explicados (véase Murra 1968).
13. Véase en Moore 1958 un examen detallado de la ley inka y de los derechos de los gru-
pos sometidos.
Tras conquistar la región, los inkas llamaron al valle del Mantaro y a las
tierras adyacentes Wanka Wamaní —valle o provincia de los wankas
(Vega 1965: 166)—. Desde ese momento hasta la invasión española, los
sistemas políticos locales y estatales ejercieron un control entrecruzado
La organización de la saya
Cuadro 6.1
Distribución de asentamientos en la provincia de Xauxa en 1582
Asentamientos Asentamientos
Repartimiento
en el valle del Mantaro en la montaña
Mango Inka [...] con muchos indios de guerra que trajo de Los andes vino
a unos pueblos subjetos al dicho Valle de Xauxa en especial Andamarca que
es donde tiene sus chacaras de ají el dicho don Jeronimo el cual Mango
Inka le robó la tierra le quemó los pueblos e le mató muchos indios los mas
valientes del dicho Valle. (Guacrapáucar 1971c: 223)
La jerarquía decimal
[Thupa Inka Yupanki] hizo los caciques que llaman de uno que son diez
myll indios y de piscaguaranga que son de cinco myll yndios e de guarangas
que son de myll yndios e de piscapachaca que son quinyentos yndios y de
pachaca que son cien yndios para que los gobernasen. (Toledo 1940a: 36;
véase también Toledo 1940a: 21, 26, 29)
Sin embargo, debe tenerse presente que este testimonio puede ser
una síntesis apócrifa de la historia inka, porque los informantes wankas
tendían a atribuir la mayor parte de los actos de reorganización estatal a
Thupa Inka Yupanki (Rowe 1946: 201-209).
El puesto más elevado del orden decimal establecido tanto en la saya
de Lurinwanka como la de Ananwanka fue casi indudablemente el de
hunu kuraka (señor de 10.000). Solo Lurinwanka poseía la población
suficiente (12.000 soldados) para tener un oficial de este nivel toman-
do estrictamente como base la población. Una petición fechada en 1563
ante los oficiales de Toledo en el Cuzco en 1571 dice que al jefe de la
saya de Hananwanka también se le otorgó el estatus de hunu kuraka
[...] el duho e vestidos que por insignias de señorio el dicho ynga solia dar a
semejantes caciques de diez myll yndios como el lo hera e auia de ser [...] y
su Excelencia dio al dicho don Carlos y don hernando de su mano dos pares
de ropas de la que los dichos yndios suelen traer para que las tuuiesen por
insignias del dicho cargo e ymbistitura. (Toledo 1940b: 96-98)
15. Cabe la posibilidad de que Cusichaca adoptara ese título para mejorar su estatus a los
ojos de los españoles, una práctica ocasional de la nobleza nativa.
[...] e que [su Excelencia] mandaua e mandó a los dichos yndios que presen-
te estaban e a los demas de la dicho prouincia de hanaguanca que oviesen e
tuuiesen al dicho don carlos por cacique principal y le guardasen y hiziesen
guardar todas las onrras preheminencias franquezas y ecensiones e otras co-
sas que por rrazon del dicho cargo deuia y le deuen ser guardadas y que no
le pusiesen en ello impedimiento alguno porque Su Excelencia lo rrescibía
desde luego al uso y exercicio del dicho oficio y le mandaua e mandó que
hiziese todo buen tratamyento a los dichos naturales e no les lleuase mas
tributos de los que fueron obligados a dar. (Toledo 1940b: 97)
[A] la segunda pregunta dixo queste testigo no se acuerda de los que pasaua
antes que el ynga gouernase por que no lo vio mas de auedo oydo dezir a su
16. Una organización similar se ha documentado en muchos otros lugares, tales como
Jequetepeque, en la costa norte (Netherly 1978: 120-21), la región de los lupaqas (Es-
pinoza Soriano 1975, Julien 1982) y Huánuco (Diez de San Miguel 1964: 323-332).
17. Temple (1942) ha reconstruido la genealogía de esta familia desde la época inka hasta
el siglo XVIII, la cual ofrece un excelente ejemplo del mantenimiento de cargos de
estatus tradicional por parte de las élites nativas bajo el dominio colonial.
18. Que se atribuya el nombre “guanca” a los mitmaqkuna de El Quinche suscita una se-
rie de preguntas referidas a si el último individuo estaba emparentado realmente con
los otros. Una posibilidad es que el uso del nombre del grupo étnico fuera un caso de
la aplicación del término “wanka” a todos los habitantes del valle del Mantaro, algo
que ocurría reiteradamente en las fuentes documentales iniciales.
20. Rowe (1946: 254) describe el ayllu como un grupo de parentesco teóricamente en-
dógamo con ascendencia por línea masculina que controla un territorio comunal
(cfr. Moore 1958: 22). Murra (1980: 29, 191), citando a González Holguín (1952: 48),
subraya el tamaño variable del ayllu y observa que aunque “un asentamiento que
controla ciertos terrenos era una llacta”, la tierra “era poseída y cultivada ‘ayllu por
ayllu’”. En opinión de Zuidema (1964:26-27), el ayllu “era el grupo de todas las perso-
nas que descendían [bilateralmente] de un determinado ancestro”. El argumento de
Zuidema va más allá de los límites de los datos del área de Xauxa, pero la percepción
del ayllu como grupo de parentesco corporativo, territorial y de herencia patrilateral
parece describir a los wankas, como se muestra más adelante.
[D]ejieron que nunca estos testigos que el dicho don Cristobal Cargua Ala-
ya, fuese cacique del dicho aillo, sobre que se litiga, sino que fueron caciques
de cien indios del dicho aillo, sus antepasados del dicho don Cristobal, y
que la parte del dicho don Juan eran los que fueron caciques principales del
dicho aillo. (Espinoza Soriano 1969, doc. 4: 68)
21. La mayoría de las adscripciones de los ayllus pueden verse en la lista siguiente de tes-
tigos en el más antiguo de los pleitos publicados por Espinoza Soriano (1969, doc. 1:
54): “(1) Don Juan Turimaya, del ayllo de Jauja-Collana, que dijo tener setenta años,
y tal pareció por su aspecto. (2) Alonso Huari Tolla, del dicho ayllo, que dijo tener
ochenta y seis años, y tal pareció por su aspecto. (3) Alonso Astomanga, del ayllo de
Marco, dijo tener sesenta años, y así pareció por su aspecto. (4) Don Cristóbal Pulari-
machi, del ayllo de Paca, que dijo tener sesenta años. Y tal pareció por su aspecto. (5)
Alonso Curo, del ayllo de Paca, dijo tener sesenta años. Y tal pareció por su aspecto.
(6) Felipe Yupari, del ayllo de Ichoca, dijo tener setenta años. Y tal pareció por su
aspecto. (7) Anton Cancalcuri, del ayllo de Huarancayo, dijo tener sesenta años. Y
tal pareció por su aspecto. (8) Don Francisco Olque Sulca, del ayllo de los Mitimaes
de Guamachuco, que dijo tener ochenta años. Y tal pareció por su aspecto. (9) Don
Martín Carbanampa, del ayIlo de Llocllapampa, que pareció tener mas de cincuenta
años. (10) Pedro Carvaule, del ayIlo de Guacras, que dijo tener sesenta y siete años. Y
tal pareció por su aspecto. (11) Luis Topara, del ayllu de Guaillas, dijo tener setenta y
ocho años. Y tal pareció por su aspecto”.
22. El proyecto propuesto para tratar este problema fue suspendido en 1988 debido a la
situación política (véase nota 11 del capítulo 5).
1. Existen ciertas evidencias de que la expresión “ayllu” fue utilizada como término de
parentesco.
Los autores más recientes que han tratado el carácter de la economía po-
lítica inka han tomado la perspectiva sustantivista o la económica mar-
xista. La primera, derivada inicialmente de los escritos de Karl Polanyi
(en especial 1957) y elaborada en el importante trabajo de John Murra
(v. gr. 1975, 1980), parte de la premisa de que las relaciones económicas
están inscritas en la matriz sociopolítica. Esta premisa da por sentado
que el carácter y el desarrollo de las relaciones económicas son específi-
cos a la sociedad en que se manifiestan. Por tanto, muchos estudios de
la economía inka tratan de cómo los procesos económicos, tales como
la producción y el intercambio, fueron realizados en contextos peculia-
res para una determinada circunstancia histórica. Se considera que los
valores, motivos y políticas de las sociedades andinas determinaron un
comportamiento racional económicamente. Desde esta perspectiva, los
procesos que contribuyeron al desarrollo económico son comparables
entre las sociedades solo en la medida en que los contextos social y polí-
tico, los motivos y los valores son comparables.
Dos nociones económicas sustantivistas que reciben gran atención
en la literatura andina provienen de la clasificación de Polanyi (1957:
128) del intercambio en reciprocidad, redistribución e intercambio
(mercantil). En los estudios andinos, se considera que la reciprocidad
generalmente implica una relación obligatoria de intercambio definida
por relaciones sociales o políticas. El término se ha aplicado a diver-
sos contextos, entre ellos a los intercambios simplemente diádicos entre
miembros de grupos sociales que ocupaban zonas donde se producían
o recolectaban bienes especializados de subsistencia. Se encuentran
casos de este tipo de reciprocidad en el intercambio de sal y maíz entre
las sociedades de Tarma y del valle del Mantaro a inicios del periodo
colonial y de coca y charqui (carne seca) entre las sociedades de puna y
3. Con un argumento análogo, Santley (1986: 234) ha sugerido que el sistema centraliza-
do azteca estuvo probablemente organizado como una economía política dendrítica.
6. Estas aldeas eran J59, J67, J68, J74, J221, J246, J252, J285 y J286.
7. La principal excepción a este patrón se dio en dos lugares en la margen occidental
del valle del Mantaro, exactamente al norte de Marca, a unos 9 km de Hatun Xauxa.
La capacidad de almacenaje estatal en estas localidades era relativamente pequeña, y
como se explica más adelante en el capítulo 7, el almacenaje estatal estaba espacial-
mente separado de las áreas de vivienda wankas.
8. Salera et ál. (1954, citado en Hastorf 1983: 71) dan una estimación promedio de 1400
kg/ha para la producción de maíz en el mismo valle del Mantaro.
9. Otros estudios modernos citan rendimientos actuales de mashua que van de 1,2 t/ha
en las chacras pequeñas menos productivas hasta las 100,0 t/ha en las cooperativas
extraordinariamente productivas (Werge 1977: 18). Las pequeñas chacras, con un
promedio de unas 4,3 t/ha, son probablemente más representativas de los rendi-
mientos de mashua obtenidos a fines de la prehistoria. Incluso estas pequeñas cha-
cras, que por lo general no tienen acceso a irrigación, dependen mucho del estiércol,
guano y fertilizantes sintéticos para mantener la productividad. Para 1976, un año de
una cosecha relativamente pobre de mashua, Franco et ál. (1979: cuadro A-28) dan
cifras que van de unas 2,8 a 6,6 t/ha para los campos en barbecho durante el año pre-
cedente y de 2,3 a 2,9 t/ha para campos cultivados durante el año precedente. Estas
cifras se corresponden bastante con las 4,0 t/ha que Thomas (1973: 108) da para los
rendimientos a gran altitud, en Nuñoa, en la región de Puno.
kcal x 106
Duración % de tierra Área de Tasa de
Zona de Resultado menos la
Cultivo del ciclo arable en tierra en resultado kcal x 106
producción productivo (t) reserva para
(año) cultivo cultivo (ha) (t/ha)
semilla
kcal x 106
Duración % de tierra Área de tierra Resultado
Zona de Tasa de menos la
Cultivo del ciclo arable en en cultivo productivo kcal x 106
producción resultado (t/ha) reserva para
(año) cultivo (ha) ( t)
semilla
va...
...viene
10. Hastorf y Earle (1985: 591) sugieren que el desarrollo de estas tierras en Wanka II re-
sultó de dos procesos asociados con el surgimiento de la jerarquía política. Primero,
la concentración de la población a más altitud durante una época de intenso conflic-
to habría limitado los recursos productivos agrícolas del fondo del valle disponibles
para la población. Segundo, el desarrollo concomitante de las jerarquías políticas
aparentemente resultaron en el desarrollo de una economía con excedentes. Los jefes
de las comunidades nativas parecen haber aprovechado el conflicto intrarregional
como medio de ampliar su control de recursos humanos y naturales (capítulo 3). Los
productos de las actividades económicas intensificadas eran accesibles diferencial-
mente a los miembros de la sociedad, y las élites obtenían una proporción creciente
de los bienes de subsistencia, de uso y de prestigio que resultaban de la mayor inver-
sión de trabajo. En estas circunstancias de limitaciones sociopolíticas en el uso de las
tierras, la intensificación parece haberse empleado como un medio para producir el
excedente necesario para sostener al creciente sector no productivo agrícolamente.
Figura 7.3. Chucchus (J74), aldea de Wanka III en el sur del valle de Yanamarca.
El almacenaje estatal
12. El lector que haya consultado los datos sobre almacenaje publicados anteriormente
puede haber notado ligeras discrepancias entre las cifras presentes y las publicadas
anteriormente (Earle y D’Altroy 1982, D’Altroy y Hastorf 1984). Las modificaciones
presentadas aquí son resultado de un trabajo de campo adicional, que nos ha per-
mitido precisar las estimaciones del contenido de los complejos de almacenaje. Me
excuso por los inconvenientes que puedan causar estas variaciones.
Figura 7.7. Estructura para almacenaje estatal de planta circular en el yacimiento J20, dominando
el valle central/principal del Mantaro hacia el este.
Figura 7.8. Depósito de planta circular del yacimiento J10, situado arriba de la laguna de Paca.
13.
Figura 7.9. Los complejos de almacenaje J15 y J16, aproximadamente a 1 km de Hatun Xauxa.
Los sombreados muestran zonas de escombros provenientes de estructuras deterioradas.
Figura 7.10. Complejos de almacenaje J24, J35 y J36, en el margen oriental del valle del Mantaro.
Los sombreados muestran zonas de escombros. Un área de vivienda Wanka I está asociada con
J24; los guiones marcan los restos superficiales de viviendas.
a los que aparecen en Earle y D’Altroy 1982, debido a los datos adicionales recopilados
sobre los establecimientos de almacenaje desde que se escribió el artículo de 1982.
15. t representa la inclinación de la ladera: t = – 4,52; margen de variación = 9; p < ,05
(unilateral).
16. Esto incluye todos los establecimientos de almacenaje dentro de la región de estudio
del Umarp, pero no los situados más al sur registrados por Browman 1970.
17. Murra (1980: 25, n. 104) señala que tres referencias adicionales a “semillas” y “pan”
probablemente aluden en realidad al maíz.
Cuadro 7.7
Distribución de depósitos estatales en el valle del Mantaro, según forma
Arriba de Hatun
Al Al Volumen Volumen Volumen
Xauxa (hasta Frecuencia Frecuencia Frecuencia
oeste este (m³) (m³) (m³)
1 km)
J10 29 1.760 0 0 29 1.760
J11 24 1.286 0 0 24 1.286
J12 9 542 51 3.506 60 4.048
J13 0 0 35 2.758 35 2.758
J14 32 2.112 0 0 32 2.112
J15 19 1.011 74 4.240 93 5.251
J16 128 7.898 231 15.500 359 23.398
J17 415 22.659 64 4.416 479 27.075
J18 0 0 118 7.164 118 7.164
J19 0 0 99 7.269 99 7.269
J20 18 684 0 0 18 684
J21 0 0 39 3.272 39 3.272
J22 0 0 75 6.278 75 6.278
J23 0 0 66 5.610 66 5.610
J24 0 0 63 5.079 63 5.079
J25 23 1.286 0 0 23 1.286
J26 15 838 0 0 15 838
J27 1 30 41 3.485 42 3.515
J28 21 901 0 0 21 901
J29 15 490 0 0 15 490
J30 8 313 0 0 8 313
J31 35 1.516 6 691 41 2.207
J32 33 1.526 13 552 46 2.078
J34 17 689 0 0 17 689
J35 39 1.517 0 0 39 1.517
va...
Arriba de Hatun
Al Al Volumen Volumen Volumen
Xauxa (hasta Frecuencia Frecuencia Frecuencia
oeste este (m³) (m³) (m³)
1 km)
J36 19 681 19 545 38 1.226
J57 21 591 16 1.247 37 1.838
J62 0 0 20 1.730 20 1.730
J91 0 0 4 183 4 183
J226 36 1.824 1 37 37 1.861
Total Hatun
562 31.568 507 33.050 1.069 64.618
Xauxa
Total al oeste 281 13.545 225 16.243 506 29.788
Total al este 114 5.041 303 24.269 417 29.310
Total general 957 50.154 1.035 73.562 1.992 123.716
18. El peso estándar en EE. UU. para el maíz desgranado sudamericano es de 58 libras
por bushel, que por facilidad se puede redondear a 60 libras (D. Fetherston, U.S. Feed
Grains Council, com. pers., 1987). En la mazorca, la proporción es de 70 lb/bushel.
En el sistema métrico estos valores son aproximadamente 770 kg/m³ y 870 kg/bushel
(utilizando cifras de 27,3 kg/bushel y 28,3 bushel/m³).
19. El peso estándar en EE. UU. para las papas es 60 libras por bushel (G. Porter, Potato
Association of America, com. pers., 1987), del que puede hacerse una conversión a la
misma cifra de 770 kg/m³ (o 770 gr/litro), derivada para el maíz.
20. Las más importantes de estas proporciones son las siguientes: (1) el diámetro del
cuello, aproximadamente el 35 por ciento de la altura de la vasija; (2) el alto prome-
dio del cuerpo de la vasija, 95 por ciento del máximo de anchura del cuerpo (rango =
90-103 por ciento); y (3) altura del cuerpo de la vasija, dos tercios de su altura total.
A juzgar por un muestreo no muy riguroso de ilustraciones de cerámica inka en
otras publicaciones (v. gr. Alcina Franch et ál. 1976, Meyers 1976, Morris y Thomp-
son 1985), estas proporciones son bastante estándar para todo el imperio, aunque se
dieron sin duda algunas variaciones regionales.
21. La media de los diámetros de la planta circular de los principales depósitos arriba de
Hatun Xauxa (J15-J17) se sitúa entre 4,4 m y 4,7 m. El volumen estimado del interior
de estas qollqas, como se deduce de los datos del cuadro 7.6, se sitúa entre 53,2 m3
y 61,7 m3 (basado en una altura estimada de 3,5 m). Utilizando un diámetro pro-
medio para las qollqas de 4,5 m y un diámetro promedio de 0,70 m (tomado de las
proporciones de Miller), en un depósito se podría haber colocado en una sola hilera
30 vasijas grandes, más una de una dimensión ligeramente menor.
22. La más pequeña de estas qollqas podría haber contenido 17 vasijas de ese tamaño en
una hilera junto con dos vasijas adicionales un poco más pequeñas, lo que equivale a
un volumen total de almacenaje 3,7 m³. En estructuras más grandes se podría haber
guardado 23 vasijas grandes y unas un poco más pequeñas, con un volumen total de
unos 5,5 m³. En los depósitos más pequeños, se habría utilizado el 11 por ciento de
la estimación de 33,7 m³ de volumen de construcción; para las qollqas más grandes
se habría utilizado el 12,5 por ciento de los 44,0 m³ calculados.
23. Como en el caso de las qollqas de planta circular, las de planta rectangular varían algo
en sus dimensiones, de modo que se usarán unas dimensiones promedio aproxima-
das de 6,5 m por 3,5 m para el espacio interior. Podrían haber cabido ajustadamente
45 vasijas en una estructura de estas dimensiones. Estas cifras implican que apro-
ximadamente se habría usado el 11,3 por ciento de los 79,6 m³ de volumen en una
edificación de este tamaño.
Volumen reducido Volumen reducido Volumen reducido en 40% + Volumen reducido en 40% + 25
Volumen (m3)
en 20% (m³) en 40% (m³) 90% por vasijas (m³) % por embalaje (m³)
Yacimiento Circular Rectangular Total Circular Rectangular Total Circular Rectangular Total Circular Rectangular Total Circular Rectangular Total
J10 1.760 0 1.760 1.408 0 1.408 1.056 0 1.056 106 0 106 792 0 792
J12 542 3.506 4.048 434 2.805 3.238 325 2.104 2.429 33 210 243 244 1.578 1.822
J13 0 2.758 2.758 0 2.206 2.206 0 1.655 1.655 0 165 165 0 1.241 1.241
J14 2.112 0 2.112 1.690 0 1.690 1.267 0 1.267 127 0 127 950 0 950
J15 1.011 4.240 5.251 809 3.392 4.201 607 2.544 3.151 61 254 315 455 1.908 2.363
J16 7.898 15.500 23.398 6.318 12.400 18.718 4.739 9.300 14.039 474 930 1.404 3.554 6.975 10.529
J17 22.659 4.416 27.075 18.127 3.533 21.660 13.595 2.650 16.245 1.360 265 1.625 10.197 1.987 12.184
J18 0 7.164 7.164 0 5.731 5.731 0 4.298 4.298 0 430 430 0 3.224 3.224
J19 0 7.269 7.269 0 5.815 5.815 0 4.361 4.361 0 436 436 0 3.271 3.271
J21 0 3.272 3.272 0 2.618 2.618 0 1.963 1.963 0 196 196 0 1.472 1.472
J22 0 6.278 6.278 0 5.022 5.022 0 3.767 3.767 0 377 377 0 2.825 2.825
J23 0 5.610 5.610 0 4.488 4.488 0 3.366 3.366 0 337 337 0 2.525 2.525
J24 0 5.079 5.079 0 4.063 4.063 0 3.047 3.047 0 305 305 0 2.286 2.286
J25 1.286 0 1.286 1.029 0 1.029 772 0 772 77 0 77 579 0 579
J27 30 3.485 3.515 24 2.788 2.812 18 2.091 2.109 2 209 211 14 1.568 1.582
J31 1.516 691 2.207 1.213 553 1.766 910 415 1.324 91 41 132 682 311 993
J32 1.526 552 2.078 1.221 442 1.662 916 331 1.247 92 33 125 687 248 935
J36 681 545 1.226 545 436 981 409 327 736 41 33 74 306 245 552
J57 591 1.247 1.838 473 998 1.470 355 748 1.103 35 75 110 266 561 827
J62 0 1.730 1.730 0 1.384 1.384 0 1.038 1.038 0 104 104 0 779 779
J226 1.824 37 1.861 1.459 30 1.489 1.094 22 1.117 109 2 112 821 17 837
Total 50.154 73.562 123.716 40.123 58.850 98.973 30.092 44.137 74.230 3.009 4.414 7.423 22.569 33.103 55.672
Nota: Se aplicaron reducciones de volumen del 20 y 40 por ciento para dar margen al almacenaje de bienes no comestibles; se aplicaron reducciones de 90 y 25 por ciento para dar
margen al espacio atribuible al embalaje. Las diferencias en las sumas se deben al redondeo.
Debido a que las papas eran normalmente empacadas en balas de paja
(Morris 1981: 339, Werge 1977, D’Altroy y Hastorf 1984: 343-347), se habría
podido hacer un uso mucho más eficiente del espacio interior de la qollqa
en que eran almacenados. Es difícil calcular exactamente la proporción
de volumen ocupada por las papas empacadas, pero Morris (1981: 357)
sugiere que se puede haber dejado sin usar 25 por ciento del espacio para
dar cabida al material de embalaje y a los recipientes, y presumiblemente
para facilitar el acceso y la circulación del aire. Esa cifra será utilizada aquí.
En los principales establecimientos de almacenaje arriba de Hatun
Xauxa (esto es, en un radio de 1 km) se estima que había 563 qollqas
circulares, con la capacidad (de 6,1 m³ cada una) de guardar unos 3428
m³ de maíz en vasijas. En el mismo radio se estima que había 507 qollqas
de planta rectangular, con un volumen interior de 33.950 m³. Descon-
tando 25 por ciento para el embalaje, la cifra última puede ser reducida
a 24.788 m³. Se necesita una compensación adicional, porque de seguro
que una proporción significativa de estas qollqas se asignó a guardar
bienes no comestibles. Las miles de cargas de paja, leña, alpargatas, man-
tas y miríadas de artículos diversos de estos depósitos que los xauxas y
los wankas suministraron a los españoles dan testimonio para el caso.
Debido a que no podemos todavía calcular esta proporción con seguri-
dad, los cálculos se han basado en dos porcentajes para los artículos no
comestibles: 20 y 40 por ciento.
En el cuadro 7.8 se muestra la capacidad del Estado para almace-
nar alimentos, tomando en cuenta el espacio que se postula aquí que
fue ocupado por el embalaje de alimentos y el almacenaje de materiales
no comestibles. Las cifras deben ser tomadas como un agrupamiento
razonable de las cantidades reales de alimentos que el Estado almace-
naba.24 Estas estimaciones pueden ser utilizadas además para evaluar
la capacidad del Estado de sustentar a los trabajadores con los bienes
almacenados (cuadro 7.9). Para hacer una evaluación global, las estima-
ciones de almacenaje de alimentos han sido simplificadas al tomar en
consideración solo cuatro productos principales: papas, maíz, quinua y
mashua. Siendo el caso de que 40 por ciento se dedica al almacenaje de
Cuadro 7.9
Capacidad del Estado para sustentar a hombres adultos con alimentos almacenados,
suponiendo un promedio de productos surtido en los polígonos de captación
Volumen Días de
Volumen de diario requerimientos
Volumen de Volumen de
Condiciones almacenaje requerido calóricos
Cultivo almacenaje almacenaje
de almacenajea rectangular por hombre satisfechos para
circular (m³)b (litros)
(m³)c adulto 10.000 hombres
(litros)d adultos
26. La ausencia de otros fragmentos vidriados de estilo inka no es atribuible a las ca-
racterísticas tecnológicas de la cerámica, porque los experimentos de refinación han
mostrado que la cerámica inka se vitrifica a temperaturas que están dentro del nivel
que alcanzan los alfareros de la región (Costin, comunicación personal, 1989).
27. Este análisis fue originalmente realizado por Ronald A. Bishop, quien ha permitido
amablemente que sea publicado aquí. En este y otros análisis, se utilizaron valores
transformados por logaritmos para los componentes elementales.
28. La separación de las fuentes se realizó con base en las proporciones de Th: Ba, que
puede indicar la proporción de vidrio volcánico en la muestra.
Resumen
29. El fuerte énfasis sustantivista en la literatura niega constantemente que los inkas to-
maran decisiones sobre la trayectoria de las instituciones económicas fundadas en
consideraciones tales como los costos y beneficios relativos de la producción y el
consumo localizados en comparación con la producción más centralizada, con sus
concomitantes incrementos en los costos de transporte.
4.
Cuadro 8.1
Datos de recolección de superficie inka y Wanka III
Número de fragmentosb
Área del Número de
Inka o
Yacimiento yacimiento conjuntos con Afines al Wanka % inkae
Inka Total Wanka III
(ha) a
cerámica inka inkac II-IIId
va...
Figura 8.2. Población Wanka II, Wanka III e inka según la altitud.
10. Debido a que se emplearon dos técnicas diferentes para recolectar cerámica en los
yacimientos del valle de Yanamarca, es difícil comparar la densidad de la cerámica o
los recuentos totales de fragmentos inkas entre todos los yacimientos. La maleza y la
falta de cultivo en muchos de los pequeños yacimientos requirió que la recolección
se realizara examinando los 15 cm a 20 cm del suelo en áreas limitadas (v. gr. 5 m por
5 m). Este método generó un conjunto adecuado para estimar los porcentajes de va-
rios tipos de cerámica en el yacimiento y para fechar las ocupaciones, pero también
arrojó cantidades mucho más altas de cerámica por metro cuadrado de superficie de
terreno que la técnica normal de recolección de superficie.
11. Un t-test arrojó ,05 < p < ,10 para la media del diámetro de los aríbalos de ambos
yacimientos. Para J2, X = 22,9 cm, SD = 9,49 cm y N = 36; para J5, X = 25,0 cm, SD =
8,27 cm, N = 190; margen de variación = 224; t = 1,348.
12. Se eliminó un conjunto de la muestra en el extremo suroeste más alejado del yaci-
miento debido a las disparidades en las frecuencias de los fragmentos encontrados.
Figura 8.4. Área de residencia de la élite y arquitectura de calidad superior en el sector meridional
de Hatunmarca.
13. El conjunto de superficie con la más alta densidad cerámica se ubica anómalamente
en el extremo sur del sector norte; era probablemente un basural, pues estaba situado
en un gran campo con pocos escombros y restos arquitectónicos.
Figura 8.5. Hornacinas en el interior de una estructura ceremonial central y pública de planta
rectangular en Hatunmarca, imitativa de los cánones arquitectónicos inkas.
Figura 8.7. Hornacinas en los muros del interior de una estructura residencial
señorial en el complejo J74 = 7 en Marca.
14.
donde N es el número de regiones; la doble suma indica la suma de todos los pares
de regiones; wij es el peso espacial para el par de regiones i y j; xi y xj son los valores
de los datos, y es la media de toda la secuencia.
Cuadro 8.2
Prueba para la autocorrelación espacial de cerámica inka recogida
en la superficie en Hatunmarca
Modelo 1 Modelo 2
Calculado 1 .2503 .2189
Valor previsto –.0385 –.0385
Varianzaa .0109 .0147
Z-score b
2.77 2.12
Figura 8.12. Polígonos de Thiessen alrededor de los conjuntos recogidos en la superficie con dos
o más fragmentos inkas en el pueblo de Hatunmarca durante Wanka III.
Figura 8.14. Complejo residencial señorial J54 = 1, en el extremo noreste del pueblo de
Marca durante Wanka III-IV. La estructura rectangular imita los cánones arquitectónicos
inkas, pero puede haber sido construido después de la conquista.
Índice Índice de
Complejo de Densidad de Densidad
Asentamiento Estatus de desechos producción
vivienda azadas de torteros
de cerámica de hojas
Figura 8.17. Gráficas de semejanzas entre los 29 complejos residenciales excavados de Wanka II
y III, con base en los índices de producción y rotados para mostrar el estatus. Los puntos con
relleno indican los complejos de Wanka II; los puntos sin relleno, los de Wanka III.
El poder militar
En el capítulo 1 sugerí que los tres elementos esenciales del dominio im-
perial consistieron en el poder militar, el político y el económico, auna-
dos a una acertada afirmación de la ideología imperial. Este trabajo ha
abordado la aplicación del poder militar inka en dos amplias etapas: la
conquista y la consolidación. La primera etapa combinaba batallas cuer-
po a cuerpo, asedios y diplomacia como formas de apoderarse de nuevos
territorios. En este esfuerzo, los inkas parecen haber economizado el uso
de la fuerza, como Luttwak (1976) ha sostenido, tal como es apropiado
para toda estrategia militar efectiva. Aparte del interés en minimizar las
pérdidas potenciales, varias circunstancias habrían llevado a este mé-
todo. Las limitaciones numéricas del personal inka requerían que los
aliados y los súbditos recientemente conquistados fueran integrados en
los ejércitos. La poca confiabilidad de algunos de estos destacamentos,
las exigencias logísticas de mantener grandes contingentes en el campo
y algunas campañas desastrosas habrían contribuido conjuntamente a
un uso de la diplomacia respaldada con una fuerza masiva. La preserva-
ción de recursos productivos humanos y naturales habría sido un fuer-
te incentivo para tomar intactos nuevos territorios, porque, después de
todo, la adquisición de recursos era el propósito de la empresa imperial.
CONCLUSIÓN | 459
la sierra sur. La rápida capitulación sin resistencia de buena parte de la
región subraya la eficacia de la persuasión militar aun en la región más
populosa de la sierra central. Los norteños que plantearon una lucha
coordinada fueron derrotados y deportados en masa, y sus asentamien-
tos quedaron despoblados para siempre. El fracaso de los wankas para
resistir al ataque inka puede haberse originado inicialmente en su falta
de un liderazgo coordinado. En una región asolada por conflictos loca-
les crónicos, los wankas habrían encontrado difícil forjar una alianza
efectiva contra los invasores. La escala de la guerra librada por los inkas
también parece haber estado muy lejos de otras guerras ocurridas pre-
viamente en la sierra. Este factor puede haber llevado a una percepción
equivocada de la amenaza potencial y a una capitulación rápida una vez
que se presentaron los ejércitos.
Tres políticas fueron importantes para reducir la posibilidad de re-
belión en la región. Primero, se empleó a un número indeterminado de
habitantes en campañas de largo plazo en el norte, especialmente bajo
el emperador Wayna Qhapaq. Segundo, la mayor parte de la población
pasó hacia las laderas bajas desde los reductos fortificados del siglo XIV
en aldeas dispersas, probablemente como resultado combinado de las de-
mandas imperiales y del deseo de los habitantes de aprovechar las tierras
del fondo del valle. Tercero, se establecieron enclaves de mitmaqkuna
militares en el valle. El hecho que se incluyeran cañaris y chachapoyas,
que fueron sojuzgados solo en la última década del dominio inka, y que
generalmente servían en las guarniciones internas, sugiere claramente
que el valle del Mantaro no se consideraba enteramente pacificado in-
cluso en la década de 1520.
La ubicación de la región del valle del Mantaro la hacía esencial en
la estrategia militar inka. Cuando el interés pasó de la afirmación del
dominio a la asimilación de la población, la región se convirtió en una
candidata principal para el desarrollo imperial debido a su productivi-
dad agrícola y su emplazamiento en la cordillera de los Andes en puntos
con un buen paso de este a oeste. Se pueden utilizar aquí algunos aspec-
tos de la ocupación inka para valorar el cambio en la estrategia militar.
La ubicación del centro provincial, Hatun Xauxa, en un emplazamiento
más adecuado para el viaje interregional que para la administración im-
plica una planificación a gran escala para situar nódulos de control im-
perial. La posición escasamente defendible y la falta de fortificación del
CONCLUSIÓN | 461
conjuntamente un modo efectivo de mantener la paz en todo el Tawan-
tinsuyu. La ocupación de tierras conquistadas, especialmente en toda
la sierra, generaron un control directo del territorio imperial, sin una
constante reconquista ni una subvención amplia de sociedades periféri-
cas clientes que normalmente sustentan el control hegemónico. La selec-
ción de esta estrategia no implica que el dominio inka no fuera desafiado
internamente o que los emperadores no se vieran acosados por rebe-
liones, pero sí indica que los inkas promovían un nivel relativamente
homogéneo de seguridad en todo su territorio.
El poder político
CONCLUSIÓN | 463
requisito de la sanción estatal para la sucesión y la amenaza de desti-
tución habría dado a los señores un fuerte incentivo para poner mucha
atención en los intereses del Estado. Como los derechos tradicionales al
cargo pasaron a ser asignados por los inkas, algunos señores subordina-
dos pueden haber visto erosionado el respaldo de su pueblo. Al mismo
tiempo, la capacidad de los gobernantes para mantener el control de los
asuntos provinciales habría aumentado, reduciendo así la amenaza po-
tencial de rebelión. La afirmación del poder político en los territorios
conquistados habría por tanto sido considerablemente valiosa para que
los inkas lograran el control provincial.
La dispersión espacial y estructural del poder económico y político
se derivaba de una serie de factores. Primero, el mero tamaño del impe-
rio, aunado a la distribución desigual de la población y las limitaciones
del transporte y la comunicación, requirió que los inkas realizaran buena
parte de su gobierno de acuerdo con las necesidades provinciales, no las
del centro. Se puede encontrar otro elemento significativo en la densidad
y la distribución de las poblaciones andinas. En contraste con la urbani-
zación que con frecuencia acompañó el desarrollo de otros imperios, la
formación de grandes asentamientos urbanos no fue un elemento signi-
ficativo del dominio inka. No se encuentran en el Tawantinsuyu grandes
poblaciones urbanas comparables a las de México central, Roma, Chi-
na y Mesopotamia, el cual poseía pocos, si algunos, asentamientos que
superaran los 100.000 habitantes y poco intercambio de gran volumen
entre áreas de población concentrada. El mismo Cuzco probablemente
tenía 100.000 habitantes o menos, y no era un centro comercial impor-
tante. En este sentido, el imperio inka parece haber sido más comparable
al de los mongoles, para quienes incluso la capital imperial de Qaraqo-
rum era sumamente modesta. La complejidad ecológica de los Andes y la
concentración de tierras agrícolas productivas en valles compartimen-
tados, separados por desiertos o montañas, también contribuyó a una
situación en que ningún único emplazamiento podía absorber inmedia-
tamente los recursos del imperio. En cambio, los inkas reinvirtieron los
recursos de sus conquistas, tanto humanos como naturales, en todo el
imperio en una estrategia de ocupación cada vez más territorial.
La ubicación de la región del valle del Mantaro, las exigencias de
la producción agrícola y manufacturera intensiva, y el mantenimiento
de la seguridad en un valle populoso se habría combinado para hacer
CONCLUSIÓN | 465
conquistadas más complejas. El empleo de señores étnicos sometidos en
la burocracia provincial y como clientes, mientras se mantenía la solida-
ridad étnica en los niveles más altos, estaba igualmente difundida entre
los imperios antiguos, tales como el romano y el mongol. Sin embargo,
los inkas usaron claramente un método distinto al método hegemónico
de los aztecas, al ampliar extensivamente su control político sobre todo
su territorio (Litvak King 1971, Carrasco 1982). Por el contrario, aunque
los inkas desarrollaron una burocracia, nunca se acercaron al nivel de
desarrollo administrativo romano, chino o sasánida; ni había una bu-
rocracia civil contrapuesta a las familias pudientes, como parece haber
sido el caso del imperio sasánida (Wenke 1987: 259). El imperio inka no
estaba suficientemente diferenciado para experimentar tales procesos, y
no es claro cuánto tiempo podría haber tomado, si se daba alguna vez,
desarrollar en la sociedad este tipo de segmentación de grupos seculares
y religiosos y grupos privados y civiles.
El poder económico
CONCLUSIÓN | 467
provincial, Hatun Xauxa, estaba notablemente despoblada, pero conte-
nía algunas nuevas aldeas agrícolas especializadas y la mayoría de esta-
blecimientos de almacenaje estatal. Parece muy probable que este patrón
espacial fuera una consecuencia directa del uso planificado por parte de
los inkas de las tierras en función de la distancia del centro administra-
tivo. La caída radical de población de los centros más grandes durante
Wanka II a los pueblos durante Wanka III —en el orden de dos tercios—
también resultó en una estructura de asentamiento rango-tamaño que
coincidió exactamente con un sistema estatal-local integrado. Este pa-
trón físico encaja con lo previsto para una sociedad en que los habitantes
de las comunidades conquistadas fueran integrados ampliamente en la
organización política y la economía política estatales en sus asentamien-
tos nativos, así como en el centro provincial.
La conquista imperial tuvo consecuencias mucho menos notorias
para la economía doméstica wanka. La unidad doméstica se mantuvo
esencialmente estable, sea en lo referente a la producción doméstica o en
la comunal. Los cambios principales se dieron en actividades que impli-
caban la participación de los miembros de las familias en la economía
política. Aquí los inkas intervinieron sustancialmente, suministrando
bienes que eran utilizados en las relaciones políticas y rituales, y extra-
yendo recursos tales como la plata, que previamente habían estado a dis-
posición de los señores nativos. El establecimiento de aldeas dedicadas a
la agricultura del maíz también se aprecia de modo más adecuado en este
contexto. Debido a que mucho del apoyo material del Estado provenía
de la capacidad de un campesinado autosuficiente, era de esperar la con-
tinuidad de la economía doméstica, aunque el modesto nivel de cambio
fue sorprendente (véase Earle et ál. 1987, D’Altroy y Hastorf 2001).
Por tanto, la economía política inka se diferenció claramente de
las economías de los aztecas, chinos y romanos, por ejemplo, en que
el mercado y el dinero fueron esenciales para la financiación imperial.
Sin embargo, esto no implica una ausencia total de paralelismos en la
economía. Las limitaciones de los sistemas de transporte arcaicos, por
ejemplo, introducían un centro regional para la mayoría de activida-
des de subsistencia y utilitarias en los imperios antiguos, fueran llevadas
a cabo por el Estado o la población subordinada. La limitada gama de
productos en gran cantidad implicaba que prácticamente todo el inter-
cambio a gran distancia fuera realizado en bienes de prestigio tanto en
CONCLUSIÓN | 469
igualmente de una serie de imperios antiguos, entre ellos el azteca y el
sasánida.
La distribución espacial de una producción estatal intensificada
parece encajar en el patrón general descrito aquí. Aquellas regiones en
que el Estado asumió una producción de gran escala, principalmente
la sierra del Perú y partes de Bolivia, con frecuencia correspondieron
a zonas en que se asumió la incorporación política más intensiva. Por
el contrario, aquellas áreas en que la incorporación política parece ha-
ber sido más indirecta, tales como la costa norte del Perú y las partes
del extremo más meridional del imperio, con frecuencia coinciden con
las zonas en que la explotación económica fue de pequeña escala o cen-
trada en recursos especialmente delimitados, tales como los minerales.
Esa relación no implica una coincidencia precisa entre áreas de intensa
ocupación política y de explotación económica. Sin embargo, sí sugiere
que las políticas subyacentes en ambos elementos del dominio imperial
estaban coordinadas y que las diferencias regionales fueron variaciones
de los temas comunes del dominio imperial.
Aunque estos pocos puntos de comparación podrían ampliarse, no
se busca construir un argumento sobre la gran similitud entre el método
inka de economía política y los de otros imperios antiguos. Se plantean
aquí para subrayar que, para fines comparativos, la estrategia económi-
ca puede distinguirse provechosamente de los rasgos estructurales de la
economía política.
Comentarios finales
CONCLUSIÓN | 471
equilibrio entre la propensión adquisitiva expansionista del desarrollo
imperial y los recursos y posibilidades de los territorios sometidos. Las
metas expansionistas de las élites imperiales podían haber sido gran-
diosas, pero los caracteres humanos y naturales de los territorios con-
quistados ofrecían tanto oportunidades como limitaciones al desarrollo
imperial.
En el Tawantinsuyu el resultado de estas situaciones generó una en-
tidad política diversa que todavía estaba moldeando sus instituciones
básicas cuando los españoles la invadieron. Debido a que las metas y
las condiciones imperiales fluctuaron durante todo el siglo que duró el
imperio, ha sido útil analizar el dominio inka como una serie de estra-
tegias flexibles, guiadas por consideraciones de control y eficiencia, que
debieron ser desarrolladas en el contexto de sociedades sometidas muy
diversas y fueron dirigidas, al menos inicialmente, por la organización
de grupos sojuzgados en el momento de la conquista. Conjuntamente la
política militar, la dirección de la economía reestructurada y el carácter
de la innovación administrativa sugieren que los inkas no estuvieron tan
limitados por la convención como con frecuencia se implica. En cambio,
hicieron funcionar la convención en el contexto de nuevos paradigmas.
Para terminar, retomo un tema que ha sido un rasgo central de la
mayoría de aproximaciones modernas al imperio inka: la notable di-
versidad de las sociedades andinas sometidas a la égida imperial. En
parte mis esfuerzos aquí han buscado incluir esta diversidad en una
explicación general de las políticas inkas y en parte examinar el carác-
ter específico del dominio imperial en una pequeña sección de la vasta
entidad. Equilibrar los aspectos particulares y socialmente generales de
las entidades imperiales es una tarea inmensa, y es probable que una
caracterización determinada sea rápidamente superada. Sin embargo,
si analizamos en profundidad el carácter del imperio inka y de otros
imperios antiguos, alcanzaremos una comprensión más clara de dicho
equilibrio.
Figura A.5. Bordes de aríbalos inkas. El diámetro de los bordes aparece sobre las siluetas.
Ambientes (de izquierda a derecha): primera fila: J5 = 13; segunda fila: J5 = 4, J2 = 32; tercera
fila: J5 = 2, J54 = 1; cuarta fila: J5 = 7, J54 = 3; quinta fila: J5 = 3, J54 = 4.
APÉNDICE | 475
Figura A.6. Motivos polícromos geométricos de aríbalos inkas. Ambientes (de izquierda
a derecha): primera fila: J5 = 2, J63 = 4, J6 = 1; segunda fila: J5 = 3, J5 =4 , J5 = 4
J2 = T1; tercera fila: J5 = 2, J16 = F1, J5 = 13, J5 = 13.
APÉNDICE | 477
Figura A.9. Vasijas inkas de boca ancha (arriba) y cerradas. Ambientes (de arriba a abajo):
J2 = 1-55-1-4-2, J2 = 1-54-1-3-1, J2 = 1-54-1-3-1.
APÉNDICE | 479
Figura A.12. Cuenco aquillado. Ambiente no disponible.
APÉNDICE | 481
Glosario
GLOSARIO | 485
kuraka (Q ; también kuraka, kuraqka [JVM : 192]): señor nativo; “autori-
dad étnica local” [GP: 1085]; “representante del dios local” [HH : 84].
libra (C): medida de peso equivalente a unos 0,46 kg, para Perú y México
(HM : 79).
llaqta (Q ; también llacta): “pueblo” [GP: 1087]); “‘Pueblo’. DGH, p. 207.
Un pueblo, un asentamiento nucleado” [JVM : 192]; “pueblo, ciu-
dad, patria, nación, país, comunidad” [HH : 111].
marca (Q ; también malka [CP:85]): “pueblo [asentamiento], población”
[CP: 85].
mit’a (Q): “periodo, turno de uno [...] prestaciones para el grupo étni-
co propio, [para] el señor del grupo y al Estado inka” [JVM : 192];
“temporada; lo que regresa cíclicamente, y el turno en cumplir con
algo” [GP: 1090].
mitmaq (Q ; plural mitmaqkuna): “colono de otro lugar; un colono del
Estado inka” [JH : 333]; “de mit’iy: enviar; enviado por su etnia de
origen a cuidar intereses fuera” [GP: 1090].
montaña (S): zona ecológica alta, húmeda y selvática en la vertiente
oriental de los Andes; productora de frutos y biota silvestre.
orejón (C): de orejas grandes; noble inka caracterizado por los grandes
lóbulos de sus orejas.
pachaca (Q ; también pachaqa [GP: 1090], pachak [HH : 151]): unidad de
100; a menudo usada para referirse a una unidad censal o sociopo-
lítica formada ostensiblemente por 100 familias.
pachaca kuraka (Q): oficial del Estado al mando de una unidad censal
de 100 familias.
parcialidad (S): subdivisión sociopolítica de tamaño no especificado.
payan (Q): una de las tres particiones qollana-payan-kayao, halladas en
la organización sociopolítica del área del Cuzco.
pichqachunka (Q ; también pisqachunka [GP: 1090]): unidad de 50; a
menudo usada para referirse a una unidad censal o sociopolítica
formada ostensiblemente por 50 familias.
pichqachunka kamayoq (Q): oficial del Estado al mando de una unidad
censal de 50 familias.
GLOSARIO | 487
saya (Q): una subdivisión sociopolítica: “la mitad superior o inferior,
derecha o izquierda, en una organización andina dual” [JVM : 193].
segunda persona (C): puesto en la jerarquía sociopolítica, inmediata-
mente subordinada al cacique principal y jefe de la mitad inferior
de una unidad sociopolítica.
suni (Q): zona ecológica de altitud moderadamente elevada, por encima
de la quechua y por debajo de la puna; zona principal de la sierra
para los cultivos del complejo de los tubérculos.
suyu (Q): “territorio, región” [HH : 242].
suyuyoc apo (Q): señor de una gran unidad política, la que a veces era
específicamente la mitad del imperio. suyuyuq: “administración de
una subdivisión” [GP: 1101]. apu: “señor grande o juez superior”
[GP:1076].
tampu (Q ; también tanpu [GP: 1101]): “hospedaje estatal inka del siste-
ma de caminos” [JH : 333].
Tawantinsuyu (Q): “el imperio inka; tierra de las cuatro (tawa) partes o
provincias (suyu)” [JH : 333].
tokrikoq (Q ; también toricoq [JH : 333], t’oqrikuq [JVM : 193]): goberna-
dor provincial inka.
tupu (Q): “medida de cualquier cosa, una legua” [DGH : 347]; “medida
agraria” [GP: 1102]; “medida general” [CP: 96]; “medida (volumen),
medida del suelo” [HH : 253]. No confundir con otro significado de
tupu: “prendedor” [HH : 253].
usnu (Q ; también ushnu [JH :334]): plataforma piramidal en un com-
plejo ceremonial; “un complejo ritual centralmente ubicado con-
sistente en un sumidero de piedra, un tazón y una plataforma en
los asentamientos inkas” [JH : 334]; “construcción ceremonial o
administrativa” [GP: 1103]; “una hornacina, generalmente en un
muro, usada para colocar ídolos u otros objetos venerados o sagra-
dos” [HH : 274].
waka (Q ; también waqa [JH :334]: huaca, santuario, lugar, objeto o poder
sagrado; “divinidad tutelar, al nivel local” [GP: 1104].
wamani (Q): “distrito administrativo inkaico” [GP: 1104].
GLOSARIO | 489
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