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“-Alabad todos a Dios, porque, dando hoy la gloria a una santa en el cielo,
redime a un pecador en la tierra. ¡Hijos míos! ¡Hijos míos! ¡Perdón! ¡Pues
yo prometo en este templo augusto, aquí, frente a las reliquias de una
mártir, que para este pecador comenzará una era nueva...! Todos
quedaron estupefactos, y miraban al cura Pascual, creyendo que estaba
loco. Pero él, sin darse cuenta, continuó: No creáis que en mí hubiese
muerto la semilla del bien que deposita en el corazón del hombre la
palabra de la madre cristiana. ¡Desdichado el hombre que es arrojado al
desierto del curato sin el amparo de la
familia! ¡Perdón! ¡Perdón...! Y volvió a caer de rodillas, entrelazando las
manos en actitud suplicante. Desvaría -dijo uno.
-Se ha vuelto loco -observaron otros. Don Fernando, adelantando varios
pasos, tomó del brazo al cura.
Pascual, lo levantó y le condujo a su escritorio o cuarto de trabajo, para
ofrecerle un descanso.”