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El asesino

rubí
12 de Mayo del 2038
9:07 AM
Oficina del FBI
Calle Phoenix, distrito central Solis D, Odcienie, Canadá.

Puedo recordarlo perfectamente, es como si aquél día estuviese grabado a fuego en mi


memoria. Era un diecisiete de Noviembre, dos meses atrás había sido mi cumpleaños
número seis.

Desde hacía unos días mis padres estaban tristes, por eso, Rue, Berry y yo les
dábamos mucho cariño. Mi tía Olivia estaba muy mal, pues, aunque en ese momento ni
mi primo London ni yo lo entendíamos (a pesar que yo era considerado un genio),
London había perdido la visión de su ojo derecho de una manera que apenas puedo
asimilar como algo que de verdad pasó, y no como una simple fantasía de un niño con
mucha imaginación.

Siguiendo con esto, fui a la primaria como de costumbre, aclaro, tenía un dolor
punzante en mi muñeca izquierda, ya que el mismo día que London tuvo su accidente,
me corté de una manera inusual.

Pero claro, para un niño que disfrutaba la escuela y era feliz con cualquier pequeñez,
aquella herida no era nada relevante.

En mi colorida cabeza de niño de seis años criado en una familia funcional, ver a mis
amigos era mucho más importante que cuidar de que no se me cayera el maldito brazo.

Asistía a la escuela primaria Halley, en la calle Hydra, distrito central Solis D, aquí en
Odcienie, Canadá.

Y bueno, ese día todo estaba calmado, pero incluso yo, a esa edad, parecía saber que
algo iba a pasar. Sabía, que aunque mi maestra de ese entonces, Sereia Lane,
sonriera como normalmente lo hacía, que aunque todos los niños de mi grado hayan
asistido, algo estaba mal.

Y las palabras perfectas para describir aquél sentimiento con exactitud no existían,
pero, lo más cercano a ello, era la célebre referencia “la calma antes de la tormenta”.
Porque, metafóricamente hablando (obviamente), eso era.

Saqué de mi mochila mi cuaderno favorito, el cual, aún recuerdo como se veía por
fuera: era morado, llevaba mi nombre con recortes de periódico en un espacio y
tenía muchos sticker por todos lados. También saqué un lápiz y uno de mis
plumones, que, raramente, no recuerdo el color.
Después de ello, mi maestra empezó la clase como normalmente lo hacía: con una
sonrisa amorosa y palabras dulces para sembrar confianza en nosotros. Recuerdo que
después de un rato empecé a sentirme mal, mis ojos y nariz ardían. Estornudé una, dos,
tres, cuatro veces seguidas.

Aún puedo sentir el dolor recorrer mi cuerpo como el río Amazonas recorre Perú,
Colombia y Brasil, todavía puedo sentir como todo dentro de mi cabeza parecía martillear
contra mis sienes con una insistencia desesperante que me llevaba al borde de las
lágrimas.

Después de unos minutos, empezaron los escalofríos, que recorrían mi cuerpo como
cientos de cienpiés. Tenía muchísimo frío, como si estuviera en el monte Everest.
Mi prima y amiga, Emma (que espero que encuentre su valía en el otro lado), me
observaba preocupada sentada frente a mí.
Sereia Lane, mi maestra, pareció notarlo, pues se acercó a preguntar. Luego de confirmar
que me sentía mal, guardó mis útiles por mí y me ayudó a ponerme mis guantes, el abrigo,
la bufanda y mi gorro.

Después de hablar con el director y llamar a mis padres, mi niñera, Jennaiah

Bennett,
pasó a recogerme.

Se suponía que solía cuidarse y mostraba su mejor cara siempre, pero la mujer que salió
de ese auto rojo, no sé parecía a ella. Su piel, que normalmente era brillante y limpia, se
veía amarilla y reseca, parecía que apenas sí podía mantenerse de pie, unas grandes
ojeras se marcaban bajo sus ojos y su cabello estaba hecho una maraña.

Esa fue la primera señal.

De aquel viaje, solo debo destacar que estaba muy callada, y lo digo, es porque ella no
solía ser así.

Llegamos a su casa, ella me preparó un té mientras yo estaba sentado en las butacas de


la barra de la cocina. Aún cuando ella me daba la espalda y sumando mi poca inteligencia
emocional, pude notar lo nerviosa que estaba.

No sabía, y aún no sé porqué estaba así.

Midió mi temperatura, y sí, tenía fiebre.


La parte interesante empieza cuando me iba a dar el té ya tibio, pero nunca llegó a mis
pequeñas manos de infante, pues, de improviso, Jennaiah lanzó la taza hacia la ventana
detrás de mí.

Recuerdo lo asustado que me sentí ante su acción repentina, pero luego, todo lo que
sentía era curiosidad.
Me dijo que fuera a la sala a descansar y que no saliera de ahí. Su voz
habitualmente alegre era átona con tintes nerviosos.

Me fui a la sala de estar como me lo pidió. Luego de unos minutos escuché movimiento en
su dormitorio, y como mi curiosidad pudo más que mi ciega obediencia, subí a ver qué
hacía.

Gran parte de su ropa estaba tirada descuidadamente fuera del walking closet, y cuando
entré, la ví colgada en el tubo dónde colgaba las perchas.

Vi sus ojos color chocolate llenos de lágrimas antes de salir corriendo, porque escuché el
teléfono fijo sonar en el piso de abajo.

Grité que yo quería contestar, pero aunque quisiera, mi niñera no volvería a tomar ese
teléfono.
Era mi madre, Alice, quería hablar con Jennaiah para que fuera a casa por mis
medicamentos, ¿y qué le dije? Que mi niñera estaba colgando como una piñata en su
closet, que en un rato iba a buscar el palo, pero que no la golpearía de verdad.

A mis seis años yo sabía lo que era ahorcarse y todo lo que abarcaba, lo entendía
perfectamente, pero no podía sentir empatía por ella.

Mi madre se puso nerviosa y dijo que iría para allá. Fui a la sala a dibujar, pero, después
de unos cinco minutos, alguien abrió la puerta, y no, no era mi madre.

Era ese ser, ese que había atrapado infraganti en mi alcoba.

El hombre se presentó como Kyree, dijo que era amigo de Jennaiah, no le creí, pero
mientras no me hiciera nada, yo estaba conforme.

Rato después llegó mi madre, quien se puso a la defensiva al ver al desconocido sentado
en el sillón frente a mí. Ella hizo amago de querer decir algo, pero sus palabras nunca
salieron, quité la mirada del dibujo que estaba coloreando y la ví tirada en el piso, sangre
salía de su cabeza.

Kyree me miró, pero no hizo nada, no dijo nada, como si tuviera la certeza de que yo no
reaccionaría. Y no lo hice.

No sentí nada en ese momento, ni en los que vinieron después.

No supe como exactamente, pero el hombre ató a mi madre en el techo colgando


de los brazos, amarró sus pies. Quitó mi bufanda con violencia y la amordazó con ella.

Cuando mi madre despertó, el hombre sacó una daga dorada de uno de los bolsillos de su
pantalón, con ella, delineó toda la cuenca del ojo izquierdo de mi madre, luego hizo
presión, y con ello, el ojo salió de la cuenca y cayó al suelo con un ruido húmedo y
asqueroso.

La sangre emergió rápidamente del rostro de mi madre. Decidí cerrar mi cuaderno, quería
saber qué le iba a hacer ese hombre a mi madre.

Tenía que saber.

El tal Kyree tomó el ojo entre su dedo índice y pulgar y lo guardó en una pequeña caja de
cristal que sacó de no sé dónde.

Después, fue a la cocina. Pensé en escapar, pero sabía que había algo mal, nadie que va
a cometer un asesinato premeditado es tan descuidado porque sí.

Era una trampa.

Me quedé allí, sentado, viendo a mi madre al único ojo que le quedaba. Ella trataba de
hablar, su cabello rubio se pegaba con la sangre que salía de su cuenca vacía, se removía
como un gusano, pero yo no hice nada.

Él volvió con dos tenedores.

Kyree hizo algo que no pude ver bien con el rostro de mi madre, pero ella ya no sangraba.
Seguía gimiendo de dolor, pero su sangrado había parado.

Nada en su actuar me hizo imaginar lo que iba a hacer, simple y llanamente clavó un
tenedor en el costado derecho de mi madre, luego el otro en el izquierdo. Ella no
sangraba.

Kyree mencionó que si los quitaba se iba a desangrar, mi madre negó con la cabeza,
desesperada. Él hizo un burlesco intento de tranquilizarla diciéndole que los tenedores
estaban desinfectados. Su ojo color miel me miraba con terror, parecía rogar porque a
pesar de lo que ella estaba sufriendo, yo saliera sano y salvo de esto.

En fin, el amor de madre.

Mi madre lloraba amargamente, soltaba gemidos que eran ahogados por mi bufanda
favorita.
El individuo sacó otra cajita de cristal, recuerdo haberme sentido curioso por lo que iba a
hacer ahora.

Percibía mi corazón golpear mis costillas con pesadez, pero no entendía lo que
significaba. Yo... No sentía nada de nada.

¿Quieres saber que había en aquella cajita? Un largo y gordo cienpiés. Mi madre les
temía.

De los labios de mi madre salían sollozos quebrados, parecía ser que su garganta se
había rasgado y que su voz se había perdido en su dolor.

Lloró, intentó rogar, se retorció, pero eso no evitó que aquél cienpiés fuera introducido por
una de sus orejas.

El hombre no esperó más, parecía que quería darse prisa. Sí, cualquiera hubiera hecho
eso, era la hora del almuerzo. Además, la casa más cercana estaba casi pegada de la de
Jennaiah.

Clavó los pies de mi madre por sobre la tela y los zapatos con un clavo de oro. No sé si
fue por la situación, pero juro que pude escuchar cada capa de piel ser atravesada, pude
escuchar el hueso quebrarse.

Ella gritó a través de la tela gris de la bufanda.

Era la desconsiderada y burlesca alusión a Jesús.

Kyree hizo la cosa rara otra vez, y en unos segundos, mi madre dejó de sangrar. Pero aún
así, supe que el dolor no menguaba al ver sus gestos contraerse.

Después de ello, él le cortó la lengua, le quitó las uñas de las manos y luego...

Le arrancó los dedos. Y ante mis ojos inexpresivos, la obligó a comerlos uno por uno.

Recuerdo sentirme congelado, no sabía que sentir, no podía pensar. ¿Qué sucedía
conmigo?

Era solo un espectador.

Kyree se fue a la cocina otra vez, poco tiempo después volvió con una olla llena de agua
caliente, y sin demora, la vertió en sus piernas.
Ella se sacudió violentamente y luego se quedó inmóvil.

Se había desmayado. Pasó más o menos media hora en la que Kyree se dedicó a
observarme con un resentimiento que no sabía de dónde venía.

Mi madre despertó.

El hombre murmuró algo sobre acabar con todo aquello. Le sacó el otro ojo, luego, fue al
patio de atrás y regresó con una manguera, la cual estaba conectada a un grifo en el
fregadero de la cocina.

Se burló de ella preguntándole cuales serían sus últimas palabras, pero luego le restregó
en la cara el hecho de que no tenía lengua.

Puso el extremo libre de la manguera negra en la boca lastimada de mi mamá, le colocó


cinta aislante y abrió el grifo.

El agua empezó a correr. Pronto las mejillas de mi madre se llenaron de agua, ella
comenzó a tragar.

Después de la interminable espera, ella se orinó. Minutos después, largas cortadas


sangrantes se formaron en su abdomen, cara y piernas heridas.

Antes de darme cuenta de lo que sucedía, su cuerpo explotó, sus órganos salieron de la
cavidad abdominal, cayendo en el suelo. Su sangre salpicó mi rostro y mi cuaderno.

Toda una escena del crimen, eh.

Kyree aplaudió con alivio y luego me miró con sus inusuales ojos rojos. Recuerdo haber
sentido un ardor en mi cuello y todo se volvió oscuro.

Desperté por las destellantes luces de la sirena de la ambulancia y la policía. Ya estaba


oscuro.

Yo estaba recostado en una camilla de paramédicos, a mi alrededor, había gente vestida


con overoles blancos desechables, los cuales ya conocía porque mi papá también era
forense.

Mi padre estaba allí, con ropa de civil.


Todos los agentes y médicos se preguntaban qué dirían a los medios, el individuo con el
cargo más alto, Ethan Lewis, dijo que tenía la orden directa de mentir a los medios.

Mi padre, destrozado e inconforme, notó que yo estaba despierto y me miró con un horror
profundo e inexplicable reflejado en sus ojos iguales a los míos.

En ese momento entendí, que este era el secreto del éxito que nadie te contaba en
Odcienie: Fingir ignorancia era el mejor método de supervivencia.

Días después, atraparon al supuesto asesino.

Artículo del periódico local EVERLASTING 2031

El pasado miércoles veintidós de noviembre se encontró una mujer de treinta y siete


años, con signos de tortura, y al parecer, según los forenses, murió desangrada. La
fallecida fue identificada como Alice Blair, maestra de literatura en la secundaria
Fleur de lune. Alice fue reportada como desaparecida el día viernes diecisiete del
mismo mes.

Según el leñador que encontró su cuerpo, que fue identificado como Jake Foster, no
había señales de algún otro individuo en la escena.

Con este caso, se suman treinta y seis víctimas conocidas de este desalmado
asesino apodado como “El asesino rubí”, esto debido a que siempre deja un
pequeño y brillante rubí junto a los restos de su víctima.

A todos los habitantes de Odcienie, se les ruega que se cuiden y cuiden a los
demás, pues no se sabe quién será el o la siguiente.
Artículo del periódico local NEVERMIND 2034

El pasado jueves once de julio fue el juicio de Dylan Lynch, más conocido como “El
asesino Rubí ”. Las pruebas fueron contundentes y fue sentenciado a muerte. Ayer
veintitrés de agosto fue fusilado en la cárcel de máxima seguridad Shooting star,
ubicada en Orión, distrito central Solis D.

El asesino rubí, hasta este año, logró matar sesenta y cinco personas (solo las que
han sido descubiertas). Su modus operandi es lo que actualmente es un misterio.
No ha querido revelar como hacía para elegir sus víctimas, el como las atraía y
como desaparecía algo que pudiese vincularlo a él como el homicida.

Hay una lista bastante grande de crímenes que se le atribuyen a él, las pruebas de
esto fueron suministradas por el oficial Oliver Brooks y comprobadas por el
detective del FBI James Morgan, el criminalista Jhonathan Thompson y el médico
forense Jack D’arcy, quienes pusieron todo su esfuerzo para atrapar a este asesino
en serie.

Según la psiquiatra Hannah Flemming, Lynch tenía diagnóstico de esquizofrenia


desde los nueve años y experimentó serios problemas durante su infancia y
adolescencia que le marcaron de por vida.

En la larga lista de crímenes están: tráfico de órganos, secuestro, estafa, asesinato,


canibalismo, terrorismo, suplantación, acoso, narcotráfico, trata de personas, etc.

CAUSA DE MUERTE: Fusilamiento.

HORA Y FECHA DE MUERTE: Veintitrés de agosto del 2034. 2:37 pm.

ÚLTIMAS PALABRAS: “Las estrellas me dijeron que los fugaces somos nosotros, y
me lo creí, así que intenté que me recordaran de alguna u otra forma, esta fue la que
él encontró. Hasta que el universo nos vuelva a reunir”.
Artículo del periódico local SUNSHINE 2038

Sorprendentemente, después de siete años, el caso “El asesino rubí” vuelve a


ganar fama de forma rápida después de que el pasado martes doce de mayo,
Caelum Blair, hijo de una de las víctimas del asesino serial y testigo del crimen,
revelara muchos datos en una entrevista, datos que insinúan que Dylan A. Lynch
no era el culpable.

Las autoridades están siendo cuestionados por la prensa y el mundo. Si el relato


del chico es verás, toda autoridad involucrada en esto debe ser duramente
sansionada.

En otras noticias...

...

— No sabía que aún imprimen periódicos en Odcienie. Esto es una reliquia en


Nueva Orleans.
— Oh, sí, a Odcienie le gusta mantener algunas cosas. Y dígame, ¿Hace mucho que
no viene por aquí?
— Casi una década.
— Y... con todo esto, ¿No le da miedo que yo también sea un asesino serial? ¿O
que sea el asesino rubí?
— Deje de bromear con eso.
— ¿Y si no bromeo?
— La probabilidad de que hayan dos en el mismo vehículo es astronómica.
Además, ¿cómo podrías ser yo?
— ¿Señor? ¿Sus ojos son rojos? ¡No! ¡Ayuda!

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