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Literatura Profesora Paola Holzmann

Cristina Peri Rossi

“El tiempo todo lo cura”

Soy un hombre con prisa, por una cuestión de temperamento. Cuando me separé de
ella, me dirigí rápidamente a una tienda de empeños1. Necesitaba una buena porción de
tiempo para depositar sobre las heridas, restañarlas2 y curar en seguida. Las heridas
estaban distribuidas de manera desigual, aunque todas dolían; había algunas más
profundas que otras: una fuerte lesión en el orgullo, por ejemplo, sangraba de manera
casi continua y pensé que no era decoroso mostrarme así en público. La herida en mis
proyectos de futuro era purulenta3: la gangrena4 avanzaba sobre los atardeceres del día
domingo e infectaba mis sueños nocturnos, provocándome insomnio.
-Necesito una buena ración de tiempo -le dije al empleado que apareció, solícito5,
frente al mostrador-. Póngamela sobre las heridas: me iré a acostar ahora mismo. Espero
amanecer curado.
El hombre me miró con indiferencia.
-¿Qué clase de tiempo quiere? -me preguntó, sin hacer un gesto. Era rubio, tenía
los ojos claros y transparentes, un traje usado, la uña del dedo pulgar más larga, como
para raspar la mesa. Su indiferencia mostraba que era un hombre acostumbrado a
comprar y a vender.
-Me da lo mismo, la clase que sea, siempre que cure -le respondí.
El hombre miró sin demasiado interés hacia los estantes. Los armarios estaban
atiborrados6 de objetos; había utensilios domésticos, lámparas, ropas usadas, libros de
memorias, viejas máquinas de escribir, tiestos7 con flores de plástico y peceras vacías.
-Tendrá que esperar un rato -me contestó-. No tengo tiempo almacenado.
Detesto esperar. Sin embargo, era lo más prudente8. Mis heridas estaban al aire,
sangrantes: un buen emplasto9 podría curarme. ¿Qué clase de tiempo sería el adecuado?
¿Un tiempo vacío, como los días de su ausencia? ¿Un tiempo indefinido? ¿Diez, doce,
quince porciones de tiempo? Iba a comprar las que hicieran falta y a aplicármelas de
inmediato sobre la piel: soy un hombre que ama la velocidad y la cicatrización era muy
lenta.
En ese momento, abrió la puerta una muchacha.
Era rubia, tenía los cabellos cortos, estaba muy bien vestida, pero inspiraba un
sentimiento agudo de fragilidad. Tuve miedo de que al abrir la puerta se volara, como
una pluma, de que sus pensamientos, sus ideas, sus deseos fueran a estallar, rotos en mil
pedazos. Tendría que inclinarme a recogerlos y ella, posiblemente, se sentiría
avergonzada. Parecía algo aturdida; es más: daba la sensación de que siempre estaba
algo aturdida.
1
Tienda de empeños: establecimiento donde se presta dinero a cambio de la entrega condicionada de alhajas, ropa u otros
bienes.
2
Restañar: volver a estañar, es decir, cubrir o bañar con estaño por segunda vez. El estaño es un elemento químico que se
utiliza para cubrir, por ejemplo, metales.
3
Purulenta: que tiene pus.
4
Gangrena: muerte de los tejidos por falta de riego sanguíneo, generalmente a causa de una herida seguida de infección y
de putrefacción.
5
Solícito: diligente, cuidadoso, servicial.
6
Atiborrado: lleno.
7
Tiestos: macetas.
8
Prudente: actúa con moderación y cautela.
9
Emplasto: parche. Arreglo poco satisfactorio.
-Quisiera vender un poco de tiempo -dijo, sin elevar mucho la voz, pero también,
sin humildad-. En seguida -agregó. Debía tener una urgente necesidad de desembarazarse
de él: ni siquiera había esperado a que el hombre la interrogara.
-Precisamente es lo que estoy buscando -dije, adelantándome al vendedor-. Se lo
compro. Todo el que tenga. Pago lo que sea.
Pareció un poco sorprendida por mi intervención.
-No creo que sea un tiempo muy útil -dijo, con sinceridad-. A mí me resulta
incomodísimo; verdaderamente, no sé qué hacer con él, me fastidia; me gustaría
desembarazarme de él de una manera incruenta10, honesta, digamos.
-¿Todo el que tiene, señora? -pregunté, un poco asombrado.
Se había apoyado sobre el mostrador, dejando ver el hermoso puño de la blusa
adornado con un gemelo11. El gemelo era una flor de lis12, dorada, sobre fondo negro. Yo
hubiera deseado también esos gemelos, y, posiblemente, a la mujer que los usaba, pero en
ese momento experimenté un terrible tirón en la pierna: allí tenía un buen golpe,
necesitaba un remedio.
Delicadamente apoyada sobre el mostrador, con la camisa malva13, parecía vacilar14
acerca de la cantidad de tiempo que estaba dispuesta a venderme.
-No sé con qué cantidad quedarme -confesó, algo turbada15-. En realidad, me gusta
matarlo de muchas maneras, arrojarlo por la ventana, dilapidarlo16, hacerlo estallar
entre las manos. Lo meto en la cama y lo despedazo: ah, tiempo avasallador17; siempre
reaparece, estorbándome. Tome la cantidad que quiera. Para mí, no tiene ninguna
utilidad. El que quede, de todas maneras me parecerá muy largo.
Le compré una buena porción de tiempo. Ella respiró, bastante feliz, como una
niña a la que han exonerado18 de una pesada tarea. Me invitó a beber un refresco (quiere
matar el resto, pensé), pero yo quería irme en seguida: las heridas sangraban, todavía,
dolían mucho; iba a bañarlas en tiempo, a restañarlas en tiempo, a macerarlas19 en
tiempo, un buen tiempo, un tiempo vacío, como el que había comprado, un tiempo accesorio,
sin importancia, pero que restableciera los tejidos.

Peri Rossi, Cristina (1983). El museo de los esfuerzos inútiles. España: Seix Barral.

10
Incruenta: de manera no sangrienta.
11
Gemelo: pasador formado por dos piezas unidas por un pequeño vástago (varilla) o por una cadenita y que se usa para
cerrar el puño de una camisa.
12
Flor de lis: representación de la flor del lirio. Buscar imagen en internet.
13
Malva: color morado pálido tirando a rosáceo.
14
Vacilar: moverse de manera indeterminada o inestable.
15
Turbada: alterada.
16
Dilapidar: malgastar.
17
Avasallador: que somete para ser obedecido.
18
Exonerar: aliviar, descargar de peso u obligación.
19
Macerar: ablandar algo estrujándolo o golpeándolo.

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