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Yoli de Bianchetti

Es el año 2018 y la estación norteamericana Mathews de observación


astronómica, en las Islas Aleutianas, detecta una formidable flota de naves
espaciales en las proximidades de Júpiter.
Días después, el presidente norteamericano Thomas Redfedders (primer
presidente pielroja de los Estados Unidos) es informado de que dicha flota
está compuesta por naves de guerra. Redfedders, cauto, aconseja no
comunicar el descubrimiento a la población mundial hasta conocer el rumbo
de las naves.
Una semana después, la estación terrena de observación satelital de
Benidorm, en España, confirma que la flota extraterrestre ha superado la
Cabellera de Berenice que circunda el quásar Lebreles y que se encamina, sin
duda alguna, hacia la Tierra. Henry Cáucaso, asesor de la Casa Blanca,
aconseja a Redfedders mantener la cautela hasta conocer las reales
intenciones de la flota.
A mediados de agosto la flota extraterrestre ya atraviesa el Cinturón de
Van Alien y los potentes telescopios de la Marina Real Inglesa ubicados en
Auckland comunican que está compuesta por más de 250 naves. «Son —
informa un experto— de características inequívocamente militares».
El 27 de octubre de 2018, la discreción militar sobre el caso se hace
trizas. Se interrumpen abruptamente las programaciones y aparece en todas
las pantallas de televisores y computadoras del mundo una imagen de
Saturno, inmóvil dentro de sus anillos. Tras unos minutos de silencio, se
escucha un mensaje desde el espacio exterior: «Mi nombre es N%rood. Soy
el rey de la galaxia Nubecula Minor, conocida vulgarmente como Minor,
distante siete millones de años luz de la Tierra. Conozco absolutamente todos
los secretos y costumbres de vuestro planeta ya que, en nuestra galaxia,
recibimos las ondas de televisión y radio emitidas en la Tierra y que viajan
por el espacio».
Lo sintético de la presentación y el mensaje provocan desconcierto en
nuestro planeta. Redfedders, ante la entendible inquietud mundial producida
por un mensaje que ha llegado en forma directa desde el espacio a la
intimidad de todos los hogares, se ve obligado a revelar el acercamiento de la
flota de N%rood, aportando detalles y características. No puede explicar, por
supuesto, los motivos que movilizan a las huestes del rey de la galaxia Minor.
A fines de noviembre, el satélite Pájaro Madrugador informa a la
NASA que la flota alienígena define su rumbo: América del Sud. Y las
computadoras de la Fuerza Aérea Norteamericana sorprenden al notificar que
un cálculo de intención desarrollada de las coordenadas del desplazamiento
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de las naves del Rey N%rood, indica que el destino final de los visitantes es
Casilda, una pequeña ciudad de la provincia de Santa Fe, en la Argentina.
El 13 de diciembre aparece nuevamente la voz, ahuecada y metálica, del
Rey N%rood en todos los aparatos de televisión y radio del mundo. Sobre un
fondo de nevada estática en las pantallas, el monarca informa que a través de
las emisiones de canal de cable que, viajando por el espacio estelar, llegan a
su lejana galaxia, se ha enamorado perdidamente (es la palabra que usa) de
Yoli de Bianchetti, conductora del programa «Cocinando con Yoli» de la
ciudad de Casilda. La intención de N%rood es, lisa y llanamente, llevarse a la
citada animadora a su palacio de Minor.
La reacción de la prensa mundial no se hace esperar. Cientos de miles
de periodistas de todo el planeta se abalanzan sobre una conmocionada
Casilda, procurando datos sobre Yoli de Bianchetti. La mujer, de unos 65
años, se muestra entre halagada y confundida. Revela que desde hace unas
dos décadas mantiene su micro de cocina «Cocinando con Yoli» en la
televisión por cable de la localidad santafesina, expresa que no logra entender
cómo puede haber posado sus ojos («si los tiene», vacila) en ella un ser tan
poderoso como el Rey N%rood y, por último, estipula algo que aporta al
tema una dosis de conflicto: se halla felizmente casada con Ernesto
Bianchetti desde hace 40 años y está más enamorada que nunca de su marido.
Ernesto Bianchetti, por su parte, farfulla algunas incoherencias ante la
prensa, desestima la gravedad del caso, aduce que no puede llevarse por
rumores propios de la farándula y se revela como un amante de la apicultura
y carpintero doméstico. («No estoy para pavadas ni habladurías», concluye.)
Al día siguiente, Yoli de Bianchetti, en su micro del mediodía,
transmitido esta vez en simultáneo a todo el mundo, indica cómo preparar un
pejerrey (pescado muy sabroso de la zona) al oreganato con guarnición de
tomates perita. Antes de cerrar su micro, de sólo veinte minutos, dirige un
mensaje al Rey N%rood. «Majestad —comienza, aplomada—, con vanidad
femenina, no voy a negar que me halaga que alguien tan poderoso como
usted se haya fijado en una simple ama de casa como yo. Pero permítame
informarle que mi corazón pertenece, desde hace 40 años, a mi esposo
Ernesto, con quien he tenido un hijo, y está muy lejos de mi voluntad aceptar
cualquier tipo de propuesta sentimental que me aparte de esa conducta».
El escueto pero elocuente pronunciamiento de la señora de Bianchetti es
recibido con complacencia. «Es una Yoli de Bianchetti auténtica», celebra
ante la ESPN una de sus vecinas. «No esperaba otra cosa de mi madre»,
agrega Raúl, su hijo de 37 años, ingeniero agrónomo abocado a la lucha
contra el gorgojo barrenador del tallo. El mensaje no obstante no es recibido
con tanto beneplácito en Washington, en la Casa Blanca. Se aguarda, con
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cierto temor, una respuesta de N%rood, cuya flota está a punto de penetrar en
la atmósfera terrestre.
El 4 de enero la flota de N%rood penetra en la atmósfera terrestre y
aparece en todas las pantallas la respuesta tan temida. En este caso no es N
%rood quien habla, sino uno de sus voceros. «El Rey N%rood —advierte—
no reconoce las leyes de los hombres, como las que pueden regir el
matrimonio. El Rey N%rood sólo reconoce las leyes naturales, como la de la
atracción de los cuerpos sólidos, sean éstos seres vivos, inertes o planetas. La
flota de la galaxia Nubecula Minor reducirá a polvo el planeta Tierra si
alguien se opone a que la señora Yoli de Bianchetti se convierta en su
prometida».
El presidente Redfedders reúne urgentemente a su gabinete. La
situación es complicada desde el punto de vista ético y militar. La pregunta
del millón es: «¿Vale la pena exponer a todo un planeta a un holocausto
general para preservar la virtud de uno solo de sus habitantes?». Líderes
mundiales exponen sus opiniones. El Vaticano exige respetar los indisolubles
vínculos del matrimonio. Funcionarias feministas califican a N%rood como
«otro estúpido y prepotente símbolo del machismo». Redfedders se reserva la
última palabra pero recomienda, con sabiduría sioux, aguardar hasta que se
produzca el contacto, que se avecina, entre la señora de Bianchetti y el
monarca de Minor.
Ernesto Bianchetti, esposo de Yoli, confiesa a la CNN que, a su edad,
no esperaba tener que enfrentarse con un imperio galáctico.
Discretamente, todas las bases aéreas de la OTAN alistan sus cazas
interceptores de última generación. Los radares de la NASA mantienen un
constante monitoreo del desplazamiento de la flota de N%rood y de los
micros de la señora de Bianchetti.
Erwin Donhataway, secretario de Defensa de los Estados Unidos, pese a
confesar desconocer los verdaderos alcances destructivos de la flota invasora,
introduce un atisbo de inquietud al declarar: «Nos harán pedazos».
El 14 de enero, la noche sobre el cielo de Casilda parece estallar en mil
estrellas multicolores. Multitud de curiosos y periodistas que se han acercado
al lugar contemplan, azorados, cómo la flota del Rey N%rood se estaciona
sobre la ciudad. Hay una tensa calma que se mantiene hasta la mañana. Cerca
del mediodía, la nave madre, de casi 50 metros de diámetro, desciende
lentamente en un descampado hasta posarse sobre la tierra. De inmediato,
fuerzas de seguridad delimitan con vallas un perímetro para contener la
ansiedad popular. Pronto, una rampa baja desde el vientre de la nave y por
ella desciende el Rey N%rood. Es una masa amorfa, viscosa y repugnante
(para el gusto humano, al menos) que despide olor a sótano y se desplaza con
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lentitud gomosa. Está cubierta con una capa brillante y emana, no obstante su
aspecto, cierta majestuosidad.
Reclama, con la misma voz ya conocida a través de los mensajes
televisivos, la presencia de Yoli de Bianchetti. La ecónoma es avisada al
canal de cable, donde está a punto de emitir sus recetas en vivo. Coqueta tal
vez, solicita a quienes han ido a buscarla que la aguarden hasta que termine
su micro. Recomienda ese mediodía croquetas de arroz y berenjenas al vapor.
Antes de marchar al encuentro con N%rood, se hace maquillar nuevamente.
Ante la expectativa mundial, Yoli de Bianchetti se encuentra con N
%rood a pocos metros de la nave insignia. No puede escucharse lo que
conversan. Pero, agobiados al parecer por el intenso calor y necesitados de
hablar unas palabras en privado, a los pocos minutos ambos se retiran,
siempre flanqueados por policías provinciales, hacia el Café y Tertulia «La
Glorieta», distante sólo media cuadra y abierto casualmente a esa hora. Nadie
puede registrar la crucial entrevista. Veinte minutos después, ante el
murmullo general, Yoli de Bianchetti se retira a su casa de calle Saavedra y el
Rey N%rood retorna a su nave. No obstante, la rampa de acceso no se
levanta.
Dos horas después Yoli de Bianchetti llega hasta la nave en un
patrullero, desciende de él con un bolso de mano y, frente al rumoreo
escandalizado de la multitud, sube por la rampa y desaparece dentro de la
nave. Un minuto después, se pliega la rampa de acceso y la nave insignia del
Rey N%rood levanta vuelo, sin un solo sonido, apenas con una imperceptible
vibración. Se une al resto de las naves que han permanecido sobre el cielo de
Casilda y la flota íntegra emprende el regreso hacia la galaxia de Minor.
Esa noche las luces de las naves visitantes parecen apenas una pequeña
Vía Láctea, esfumándose hacia la profundidad del espacio.
Ernesto Bianchetti, el más buscado por los micrófonos y las cámaras, se
niega a hacer declaraciones, «hasta que haya evaluado bien los sucesos»,
solicita.
Al día siguiente, sobre el mediodía, el programa «Cocinando con Yoli»
es anunciado como un programa «especial» grabado. Allí, una Yoli de
Bianchetti con expresión grave y severa, bastante distante de la conductora
jovial y campechana de siempre, dice lo siguiente: «Es mi deber, en mi
carácter de católica y ama de casa, no poner en juego la existencia de la
humanidad toda, amenazada por el capricho de un monarca decidido a
sobrepasar cualquier límite. Sacrifico, lo sé, una vida de pareja ejemplar y
una convivencia maravillosa, pero la simple certeza de haber salvado a la
especie humana me alienta a seguir. A mi marido, Ernesto, sólo le pido que

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sepa comprenderme. A mi hijo, Raúl, lo mismo. A las autoridades del canal,
que siempre me apoyaron, muchas gracias».
En Washington, un aliviado presidente Redfedders congratula a su
gabinete y a las Fuerzas Armadas por la templanza y prudencia observadas.

Dos meses después, desde Casilda, Irma Sobrino, amiga personal de


Yoli de Bianchetti, concede una entrevista a la revista «Playboy», donde
revela entretelones de una conversación suya con la ecónoma, poco después
de la crucial conversación de ésta con el Rey N%rood en el Café y Tertulia
«La Glorieta».
«Yoli me confesó —dice Irma Sobrino— que su matrimonio con
Ernesto era ya pura rutina. Que lo seguía amando, por supuesto, pero que la
pasión había desaparecido. Que su hijo ya estaba grande y hacía su vida. Y
que había algo en el Rey N%rood, no sabía explicar muy bien qué era, que la
atraía».
Poco después, en otro diario de la zona, «La Voz» de Villa Mugueta,
Elvira D’estéfano, peluquera de la señora de Bianchetti, manifiesta que «Yoli
era ambiciosa».
A mediados de julio de 2018, el presidente Thomas Redfedders califica
a Ernesto Bianchetti como «única y lamentable víctima del conflicto
interespacial».
Ernesto, reclamado por la prensa, sólo atina a declarar, mustio y
criterioso: «Es la vida».

Roberto Fontanarrosa
En Te digo más…y otros cuentos, (2001)

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