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EL NACIMIENTO - DE LA MANSIÓN JUNTO AL VENERABLE PESEBRE DE CRISTO. [PLÁTICAS Y


MEDITACIONES - 7ª]

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1. ¡Oh cuán venerable es este lugar! No hay aquí otra cosa sino la casa de Dios y puerta del
1
cielo .
Entra, entra, alma mía, en esta pobrísima morada de tu Rey.
Pide hoy aquí hospedaje, coloca aquí tu morada; quédate con Jesús y María y celebra con ellos la
fiesta de este día.
No te vayas a otra parte, sino estate hoy aquí, o siéntate humildemente junto al pesebre.
Bueno es que te estés aquí2 y mucho mejor que habitar en los dorados palacios de los Reyes.
Mucho te ha de agradar el habitar en esta casita y la compañía de estas tres personas que en ella
moran.
Porque si bien las paredes dan en ojos por su vileza, pero los que las habitan son muy nobles, por
su virtud y paciencia.
Por lo tanto aquí habitarás hoy, aquí te quedarás, aquí perseverarás.
2. Empero entra con más atención y contempla con más diligencia la hechura de este lugar.
Inquiere y mira dónde se ha puesto aquel venerable pesebre, que contiene al Criador del mundo,
que guarda al Dios niño, el tesoro del cielo, el precio de nuestra redención, el gozo y alegría de los
Ángeles y de los hombres.
Mira cómo Dios hecho hombre está tendido y fajado en la cuna y calla: cuán escondido y pobre se
halla entre los extraños el que con su Padre da todos los bienes en los cielos.
Abraza con amorosos brazos este noble pesebre y bésalo con repetidos ósculos: después póstrate
humildemente a los pies de Jesús.
Aquí has de adorar a Dios, aquí llorar de devoción.
Aquí has de velar, aquí orar, aquí leer, aquí cantar, aquí rezar, aquí alégrate en lo interior, aquí dar
saltos de placer en tu corazón.
Manifiesta a este Niño si tienes alguna cosa que te dé tristeza o pena; ábrele tu corazón y trata con
Él todas tus cosas.
Este Niño dulce y amable enseñará sus caminos a los mansos y recibirá las preces de los humildes.
Él sabe curar a los enfermos, sanar a los contritos de corazón y ligar sus heridas, dar perdón a los
que lloran y librar al hombre de todas las pasiones.
Dale tu corazón y pídele que en Él escriba su dulcísimo nombre.
Dale todo lo que tienes y sé todo suyo, ahora y para siempre.
El amor de Jesús eterno e inmenso hará eso, que te niegues a ti mismo y ames a Jesús sobre todas
las cosas.
3. Ahora, alma mía, mira bien y considera cuántas riquezas y gloria hay aquí.

1
Gn 28, 17
2
Lc 9, 33

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No hablo de riquezas perecederas, no de alegrías mundanas; sino de la sabiduría de Dios


encarnada, de la Virgen Madre, de San José que se desvela en servicio de ellos, del coro de los
Ángeles que entona himnos de alabanza.
Verdaderamente el Señor está en este lugar; y yo te aconsejo que de ningún modo te apartes de
aquí.
¿Dónde hallarás lo que aquí ya tienes?
Si recorrieses todo el mundo no hallarás semejante compañía, tan santa unión, tan unánime
congregación.
Aquí se han reunido los más santos de los cielos y de la tierra, por más que sean muy despreciados
de los mundanos y tenidos en nada.
Porque no se han hecho tan grandes maravillas en todo el orbe, ni se han visto cosas tan raras ni
oído tan alegres gozos, como en esta pequeña cabaña, donde viven José y María y el niño Jesús
reclinado en un pesebre.
Aquí se juntan en uno Dios y hombre, Madre y virgen, anciano y niño.
4. Considera qué significa esta dignación, tanta piedad, tanta dilección, tanta pobreza, tanta
dulcedumbre, tanta gracia y tan abundante misericordia.
Revuelve en tu pensamiento todos los antiguos sucesos que fueron profecías de Cristo y mira cómo
hoy se cumplen los testimonios de las Escrituras y de los devotos deseos de los santos Patriarcas.
Mira también los piadosos obsequios de la beatísima Virgen María, cuán grande alegría
experimenta con su noble hijo, cuán sublime contemplación, ver al Hijo de Dios nacido de ella,
colocado en el pesebre ante sus ojos.
Considéralo y trátalo todo como si te hallaras presente.
Porque no debe ser mayor el afecto y devoción para pensar estas cosas que ya pasaron, que si hoy
las vieses realizar a tu presencia.
Quede, pues, en tu mente el santo recuerdo, renovado todos los años, o más bien no una sola vez al
año recuerdes el nacimiento de Jesús y su estancia en el pesebre, sino júntese con frecuencia su
memoria en tus piadosos ejercicios.
Gran sabiduría se aprende de este niño, gran pureza y paciencia, que pueden confortar y edificar
toda su vida.
Porque cualquiera acción de Cristo sirve para tu instrucción, cualquiera pasión suya es tu
consolación.
Porque Él se hizo redención para ti y para todo su pueblo3.
Te enseña con su ejemplo más que con su palabra; te persuade con más eficacia con sus actos que
con los ajenos.
5. Por tanto el sagrado nacimiento de Cristo siempre te ha de parecer nuevo; y fiesta tan
venerable nunca ha de pasar sin atenta consideración.
Aunque la veneración exterior pase con el tiempo, empero la diligente consideración no ha de
desaparecer de la mente.
No seas, pues, pobrecita alma mía, ingrata a Dios por esta gracia, ya que has sido buscada con tanta
solicitud, atraída con tanta benignidad, visitada con tanta dulzura, alegrada hoy con tanta efusión.

3
1 Cor 1, 30

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Porque no te es lícito estar triste cuando celebramos el nacimiento de la vida, porque en todo el
mundo se celebra el día de alegría.
Para ti ha nacido hoy el niño Jesús, a ti se ha dado el Hijo de Dios; para que te hagas niño con el
niño, pobre con el pobre, humilde con el humilde, paciente con el paciente, manso y dulce con el
manso y humilde de corazón4.
Inclínate, pues, ante Él humildemente, póstrate de buena gana, para que así merezcas con Él ser
exaltado eternamente; ya que el Hijo de Dios descendió del alto trono del cielo para recoger en este
mundo a los pequeñuelos.
7. Considera, pues, en Él no sólo lo grande y sublime, mas también lo pequeño y humilde;
porque en ambas naturalezas el Señor aparece grande y laudable sobremanera, excelso sobre
todos los Ángeles y el más humilde entre los hijos de los hombres.
Se ha juntado lo humano con lo divino, lo sumo con lo ínfimo, lo precioso con lo vil, lo magnífico
con lo pequeño, todo a la vez digno de ser tenido en grande honor por los fieles.
Por consiguiente no te escandalicen los pañales, que predican la humildad del Hijo de Dios.
No te turbe la pobreza del pesebre, que eligió por cuna el Rey de reyes y Señor de los ángeles.
No mires lo que brilla a los ojos de la carne, sino considera cuán gran misterio se realiza aquí de la
salvación del mundo.
Mira a Jesús y a María, al Señor del mundo y a la Señora, que no tienen algún cuidado propio de los
mundanos.
No hay aquí grandes palacios, sino celestiales consuelos.
No resuena aquí la voz de la trompeta ni el sonido de la cítara, más se oyen cantares de la celestial
milicia.
Ojalá sintieses en el espíritu que te hayas presente a todas estas cosas, ni pudieses parar en otra
parte.
Ahora la Palabra de Dios está cerca de tu boca, con tal de que la busques con corazón recto.
Porque se encuentra en el seno de la Madre el que antes de los siglos se hallaba en el seno del
Padre.
Tan cercano se te ha hecho Dios que puedes tenerlo como a niño pequeño, llevarlo como infante;
porque el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros5.
Mira, el que no cabe en todo el mundo, yace como pobre en un pesebre.
Y el que todo lo lleva en la palabra de su poder6 es llevado por su Madre.
Aquel a quien alaban los Querubines y Serafines es alimentado con pequeña cantidad de leche.
¿Qué cosa de estas no es admirable? ¿cuál no es amable?
9. Pero ¿cómo te dispondrás para recibirlo dignamente?
¿qué harás? Apartarte de Él no te conviene, y acercarte sin lavarte la cara no es decente.
¿Cómo te limpiarás, estando manchada con muchos vicios?
Pero no temas en demasía ni desesperes de ser curada de tus llagas.

4
Mt 11, 29
5
Jn 1, 14
6
Hb 1, 3

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Te desagrade el ser quien eres; llora las manchas de tus culpas; lava con interna contrición las
culpas de tu conciencia y pídele el óleo de misericordia, la concesión de indulgencia plenaria y la
restitución de la nueva gracia.
No desesperes del todo aunque te veas muy manchada.
Este Niño sabe limpiar las inmundicias del mundo, tornar en blanco lo negro, serenar lo turbado,
endulzar lo amargo, aligerar lo pesado y arrancar todo lo vicioso, dar pronto el gozo y paz del
corazón.
Es tal que no puede mancillarse; a su contacto los enfermos sanan y los débiles se robustecen.
Ahora, pues, prepárate en tu corazón un hermoso pesebre, en el cual pongas a Jesús Hijo de Dios.


¡Ave María y adelante!

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