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Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 1

¿HAY LUGAR PARA LO INDETERMINADO EN


PSICOANÁLISIS?
(CAPÍTULO 4 del Libro “PSICOANÁLISIS FAMILIAR”, Editorial Paidos, B.A.)

Julio H. Moreno

“El esfuerzo humano más vital es el de permanecer


por fuera de la así llamada estadística.”
-Stephen Spencer

La concepción básica con la que hace algún tiempo pensaba la clínica no incluía un lugar para lo
inmotivado. De no ser por el desconocimiento circunstancial de causas a veces tan complejas, pensaba,
nada tiene porqué quedar fuera de la máquina de determinación causal del aparato psíquico (aún con
cierta plasticidad aportada por el apres coup)1. Entendía además que lo fundamental de mi tarea
consistía en “traducir” (o, mejor, ayudar a que los pacientes mismos lo hagan) en el tiempo adecuado lo
ya “escrito” en el inconciente, familiar o individual, a partir de evidencias indirectas, fundamentalmente
lingüísticas, que me aportaban a mí, sujeto de conocimiento, mis pacientes. Para ello, yo debía interferir
lo menos posible con el despliegue de eso plegado por la defensa actuando lo más per via di levare que
me fuera posible. Ahora, considero que eso sólo abarca una parte de la complejidad de los procesos
psíquicos en los que se fundamenta la clínica psicoanalítica; una parte que deja fuera aspectos que hoy
creo sustanciales como, por ejemplo, el papel crucial de los emergentes radicalmente nuevos y de
producciones vinculares, cuya comprensión escapa a una visión determinista del psiquismo.
En este capítulo intentaré profundizar en estas cuestiones. Revisaré primero algunas de las
consecuencias que la hipótesis determinista tuvo en la gesta del psicoanálisis; luego, algo de lo que
dicha hipótesis no contempló (eventos acontecimentales y producciones vinculares) y, de ser posible, su
importancia clínica. Pasaré después una ligera revista a los efectos de la inaplicabilidad de la hipótesis
realista en psicoanálisis. Finalmente, presentaré una sesión familiar en la que, espero, se verá
interactuar algunas de esas ideas con la clínica2.

1 - LOS ORÍGENES: LA CONCEPCIÓN FREUDIANA.


Hablar de psicoanálisis, sea éste de personas o de vínculos, es hablar del invento con el que Freud abrió
los fecundos caminos que aún hoy transitamos. Si bien no podemos dejar de valorar ese hecho, es
innegable que algunos de los postulados que fundamentaron su creación, hace ya más de 100 años,
podrían constituir hoy verdaderos obstáculos al desarrollo de su potencia.
Freud gestó su obra en pleno apogeo de la ciencia moderna, tiempos en los que la termodinámica clásica
de procesos reversibles y en equilibrio, en explosiva expansión, se había convertido en el paradigma del
conocimiento científico. Resulta lógico entonces que en los comienzos de su teoría él haya modelado al
inconciente apoyándose en la validez de las hipótesis determinista y realista, pilares básicos de la
Ciencia Clásica. La hipótesis determinista afirma que nada acontece sin razón porque cada efecto tiene
una causa que lo antecede y determina (principio de Razón Suficiente). La hipótesis realista sostiene que

1
En aquel entonces no diferenciaba aún, como lo hago ahora, si éste simplemente se trata del despliegue de lo que ya estaba
esperando, como una semilla, su germinación; o de algo anteriormente inexistente.
2
A lo largo de este capítulo no haré especial incapié en las diferencias entre el análisis llamado “individual” y el denominado
“de relaciones vinculares” por dos razones: una, es simplemente de espacio; la otra es que, como expliqué en otro lugar
(Moreno 1997b), considero que los fundamentos de la cura en ambas configuraciones no difieren, ya que son vinculares.
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la existencia de los fenómenos es independiente del hecho de ser éstos observados y que, además, la
observación no altera los hechos observados ni éstos la observación.
Hoy, estas hipótesis, indiscutibles para el pensamiento moderno de fin del siglo pasado, son
cuestionadas desde casi todas las disciplinas. Pero su influencia en los tiempos del invento y en la
historia misma del pensamiento psicoanalítico fue decisiva.
En rigor, considero que el pensamiento freudiano debió abrirse paso a través de las limitaciones que
esas hipótesis de comienzo le impusieron. La diferencia teórica y la trayectoria que media entre la
“Comunicación Preliminar...“ de 1892 y “Análisis Terminable e Interminable” de 1937, por ejemplo,
constituyen para mí el testimonio del trabajo de Freud contra esas limitaciones; las que, en mi opinión,
siguieron influyendo de modo decisivo el pensamiento de la mayoría de sus seguidores.

2 - LA HIPÓTESIS DETERMINISTA
La hipótesis determinista y el principio de Razón Suficiente (o razón determinante) constituyen
principios vertebrales del armazón lógico que sustentó el pensamiento de la ciencia moderna. Así
enunciaba Leibniz en los albores del siglo XVIII el principio de Razón Suficiente:
“Nada acontece sin razón... ningún hecho o enunciado puede ser verdadero o existente... sin que haya una
razón suficiente para que sea así y no de otro modo”.
Si para existir una idea o un hecho debe tener una razón, no es difícil intuir que, cerrando el círculo,
pueda afirmarse que todo lo que es, para ser, tiene la obligación de ser razonable. De lo contrario, no
existe. O sea que este principio excluye por decreto lo inmotivado o sin razón. Por eso, para el
pensamiento científico determinista a ultranza, pensar por fuera del principio de Razón Suficiente (o
sea, afirmar que existe lo inmotivado) constituye una herejía. Como afirma René Thom “en la visión
científica (determinista) del mundo la novedad radical es imposible” (“imposible” es, para este
pensamiento, sinónimo de “inexistente”).
En su basamento filosófico el determinismo sostiene la existencia de una instancia Superior Perfecta (tal
vez por ello sus fundadores suelen haber sido profundamente creyentes). Ésta puede presentarse bajo la
forma de un Mundo Ordenado y Eterno de Verdades que arroja sus sombras a nuestro conocimiento,
como lo concibiera Platón; o de un Universo que opera sus piezas como un gigantesco mecanismo de la
máxima perfección mecánica (por lo tanto predictible, reversible y reproducible), el “infalible reloj divino”
que imaginó Newton; o, como la Mente Superior que concibió Laplace, quién sintetiza de modo magistral
el cénit del pensamiento determinista en esta frase de su “Ensayo filosófico Sobre la Probabilidad” de
1814:
“Una Inteligencia Superior que en un instante dado conociera todas las fuerzas que animan la Naturaleza
y la situación de todos los elementos de los que está compuesta, si además tuviera capacidad para
analizar todos esos datos, abarcaría en una misma fórmula el movimiento de los más grandes cuerpos del
universo y de los más diminutos átomos: nada para ella sería incierto, y tanto el futuro como el pasado se
abrirían a sus ojos.”
Tal era el ideal imperante en el mundo científico que habitara el joven Freud, discípulo de Brücke y de la
escuela de Helmholtz, cuando comenzó su trayectoria. Al leer sus cartas y sus trabajos pioneros, es fácil
darse cuenta que estos ideales le resultaron particularmente caros.

3 - EL DETERMINISMO COMO PUNTO DE PARTIDA DEL PENSAMIENTO DE FREUD


La psiquiatría de la época prefreudiana concebía las enfermedades mentales (histeria incluida) como el
resultado de algún tipo de degeneración cerebral que imposibilitaba el establecimiento de conexiones
‘lógicas’. Su origen era el quebranto de las correlaciones entre causa y efecto. La locura era el universo
de lo inmotivado, lo irrazonable.
En este marco se inscribe lo trascendental de la temprana afirmación de Freud y Breuer en su
“Comunicación Preliminar” de 1892: la falta de correlación entre los efectos (síntomas) y sus causas
(traumas), es sólo aparente; aquella existe: los síntomas han sido causados por traumas. Pero éstos se
han tornado inaccesibles al recuerdo en la mente de las enfermas. No se trata de efectos inmotivados o
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sin causa, sino de efectos de causa escondida. Las histéricas están enfermas... no de falta de lógica,
sino... de reminiscencias.
El núcleo traumático (antecedente del inconciente) compuesto de “recuerdos de eventos o cadenas de
pensamientos donde... la idea patológica ha encontrado su más pura manifestación” (Freud, 1895, pág.
288), era retenido “tal como fuera registrado, sin desgaste ni modificaciones por períodos a veces enormes
de tiempo” y apartado de la conciencia por medio de fuerzas, llamadas ‘defensas’, que imposibilitaban el
acceso al recuerdo y, por lo tanto, su desgaste o abreacción. La terapéutica psicoanalítica consistía en
vencer esas defensas y revertir así los hechos que habían dado origen a esa “retención”. Se enfermaba
“de reminiscencias” y se curaba por “hacerlas concientes”; se padecía de esconder y se sanaba al develar.
Es fácil imaginar el entusiasmo del joven científico Freud al vislumbrar la posibilidad de acercar el
territorio de las ciencias del alma al paradigma científico de su época. Se le abría nada menos que la
promesa de concebir al aparato psíquico como un sistema reversible en el que causas y efectos
recubrieran completamente sus territorios: no habría en él efectos sin causa, ni causas sin efecto. Nada
inmotivado. Algo no tan diferente a la Inteligencia Superior de Laplace. Además, la locura, ese territorio
de la sinrazón del que se había apoderado la Iglesia (la posesión del Bien o del Mal, de Dios o Satanás
como causa de los delirios de Santas o Herejes); podría pasar ahora, por fin, a ser territorio de la Razón
(ver Freud, 1922).
Por cierto, este cuadro, planteado de forma simple en la “Comunicación Preliminar...” de 1892, fue
tornándose más y más complejo. La causa en juego (el núcleo traumático) resultó ser múltiple. Los
efectos (síntomas) estaban plurideterminados por una compleja, las más de las veces intrincada, red.
Las defensas solían ser más renuentes y abigarradas de lo que en principio se pensó 3. Por último, fue
cada vez más evidente para Freud que las “situaciones vitales” de sus pacientes, sus entornos familiares
y sus vínculos, complejizaban de manera decisiva tanto la concepción de los cuadros como el decurso de
los tratamientos, como se hace evidente en cada uno de sus Historiales (ver sobre este punto el cpítulo
de R. Gaspari en este libro). El lidiar con las dificultades de este complejo cuadro fue haciendo más y
más sutil la técnica del psicoanálisis y compleja su teoría. Mas, los obstáculos con los que fue
encontrándose Freud no lograron cambiar del todo el derrotero que señalaban sus postulados acerca la
dirección que originalmente le dio a la cura: develar las causas inconcientes de los síntomas, retenidas y
escondidas por las resistencias. La teoría era consistente con esa práctica: si se enferma de causas
existentes y escondidas, substraídas de la conciencia por la represión; es lógico que, una vez
desenterradas y eliminadas (por abreacción, desgaste o elaboración), cesen sus efectos y se alcance la
normalidad. Tarea difícil pero, hasta el final de su obra, no considerada estrictamente imposible. El
conocido apotegma médico Cessante causa cessat effectus... sólo en apariencia había sido quebrantado
por la histeria.
Estas primeras formulaciones de Freud y sus fundamentos obstaculizaron el camino que conduce a dos
concepciones cuya emergencia palpita, no obstante, a lo largo de toda la Obra: la de lo radicalmente
nuevo y la de la infinitud del inconciente. Si recuerdo, síntoma e interpretación fuesen equivalentes y no
hubiese pérdida (como corresponde a un sistema reversible) ese inconciente patológico debería ser finito,
en cierto modo agotable y los actos psíquicos completamente determinados. Sin embargo, la experiencia
sin cesar mostraba otra cosa4. Esa contradicción entre la expectativa teórica y la práctica trabaja en

3
La tortuosidad del camino que lleva de la causa al efecto se complejizó de forma radical cuando Freud introdujo lo que hoy
llamaríamos un atractor distorsionante fundamental entre ellos: la fantasía infantil, viéndose obligado a abandonar su primera
postulación de la seducción, que establecía una relación mucho más directa y lineal entre las causas traumáticas y sus efectos
(Moreno 1999a).
4
¿Hasta dónde era posible ese “hacer conciente lo inconciente”?; ¿cuánto de lo sucedido al aparato es traducible?; ¿cuán
compacta y completa es la relación entre los efectos y sus causas? Lo que está en juego en estas preguntas es si el aparato
psíquico se comporta o no como un sistema reversible y cerrado. Su respuesta atraviesa de un modo decisivo las cuestiones del
fin de análisis y del mecanismo de la cura. Entre los orígenes de las formaciones del inconciente y su interpretación, ¿hay
pérdida?, ¿puede colegirse todo lo significativo de la infancia de un recuerdo encubridor?, ¿es el sujeto deducible a partir de sus
representaciones? Aun cuando la Física actual, empapada en la Dinámica de los Procesos Irreversibles y advertida de la no
linealidad de los sistemas complejos, diría que no es de esperar reversibilidad alguna en sistemas complejos y fuera del
equilibrio como estos; la Física de hace un siglo, impregnada por el paradigma de la Termodinámica de los Procesos
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forma viva en la obra de Freud, generando el contraste que finalmente produjo un saludable desgaste en
la firmeza de la concepción determinista con que inició su obra (desgaste particularmente evidente en
“Más Allá del principio del Placer” y en “Análisis Terminable e Interminable”). Sin embargo, esa lucidez del
maestro no pocas veces fue mal entendida como flojedad o pesimismo por parte de sus discípulos.
Mas, hay que decirlo, aun cuando a lo largo de su obra5 estas cuestiones trabajan y hacen trabajar la
teoría, a la hora de definirse en la mayoría de los pasajes en los que lo hace, Freud se inclinaba por su
original concepción determinista de los procesos psíquicos. En su “Libro de la Histeria” (1895) puede
leerse claramente que su anhelo es el de agotar las representaciones por medio de la interpretación. Los
síntomas – engramas de recuerdos traumáticos – representaban puntualmente y a veces (como en los
muslos de Isabel de R.) de manera biunívoca y sin pérdida los recuerdos traumáticos. Las ‘abreacciones’
podían agotar lo que día a día, respetando a veces el orden cronológico de su gesta, se había enquistado
como reminiscencia patológica. Esta idea de que el aparato es capaz de mantener ‘encriptados’ todos
sus recuerdos, que éstos pueden expresarse sin pérdidas por las formaciones del inconciente y ser
accesibles a la interpretación (o sea, que el sistema de representaciones puede dar cuenta de todo lo que
en él sucede), es lo que intentó ‘demostrar’ Freud a través del análisis del sueño del Hombre de los
Lobos (1917) y lo que muy claramente explícita en 1914:
“... la amnesia infantil es completamente contrabalanceada por los recuerdos encubridores. No sólo algo,
sino todo lo esencial de la vida infantil ha sido retenido en ellos. Es simplemente cuestión de saber como
extraerlos por medio del análisis. Representan los años olvidados de la infancia tan adecuadamente como
el contenido manifiesto de un sueño representa los pensamientos oníricos” (pág. 148, los subrayados son
de Freud).
“Hacer conciente lo inconciente”, o “transformar la repetición en recuerdo” es coherente con concebir
marcas patógenas reprimidas, la causa del síntoma, yaciendo en el inconciente a la espera de
develación. Ese texto, como un jeroglífico preexistente y a develar, es la “verdad” del síntoma: lo que
estaba ahí produciendo efectos desde antes que se lo capture. En esto se basa la comparación del
psicoanálisis con la arqueología que tanto le gustaba a Freud. La importante y exitosa dirección que le
imprime a la cura esta línea, por otro lado, ha sido y es confirmada sin cesar. Los casos clínicos del libro
de la Histeria de Freud y Breuer, el Historial de Dora o el del Hombre de las Ratas constituyen deliciosas
y fresca colección de confirmaciones parciales (y también de algunos fracasos) de esa tesis.
Sé que el panorama fugaz que he presentado acerca de algunos de los fundamentos de esas primeras
formulaciones freudianas deja de lado muchos pasajes (v.g. nota 4), pero para ahondar en la discusión
de qué, si algo, tiene para agregar el concebir lo radicalmente nuevo posible en psicoanálisis,
requeriremos de contrastes marcados. A veces es bueno evitar los contornos borrosos que hacen
inexpugnables algunos de nuestros conceptos, aún cuando al hacerlo dejemos de lado importantes
travesías teóricas6.
El psicoanálisis de familias no se apartó del camino que señala esta concepción de la determinación
psíquica. La clínica “clásica” del psicoanálisis familiar (decididamente influida por el pensamiento
freudiano y el estructuralismo) también concibe causas reprimidas o escondidas (con otros nombres y
otras suposiciones como “estructura familiar inconciente”, “inconciente familiar” o “pactos y acuerdos
inconcientes o vinculares”), como responsables de los efectos sintomáticos. Lo cual imprime una
dirección a la terapéutica: si lo inaccesible a la comprensión es develado se podrá eliminar (o al menos
atenuar) su efecto perturbador. La “verdad” de la situación, una vez desvanecido el poder encubridor de

Reversibles para los que rige la Primera Ley (nada se pierde), estaba siempre lista a concebir algún Demonio como el de
Maxwell capaz de llevar las cosas a ese lugar donde Dios no juegue a los dados y el tiempo sea sólo una ilusión.
5
Por ejemplo, cuando habla del “ombligo del sueño” (1900, p 525), o en las múltiples alusiones al papel de lo circunstancial y
azaroso en la formación del síntoma (por ejemplo, en el Historial del Hombre de las Ratas).
6
Lo que aquí digo no implica crítica ni menosprecio alguna por la obra de Freud sino todo lo contrario. Los analistas solemos
establecer una actitud infantil con nuestros maestros y la teoría de turno que, muchas veces, es responsable de que la obra
admirada quede sin trabajar. Las obras no crecen por el desarrollo de sus zonas más consistentes y coherentes sino, justamente,
por el despliegue de sus inconsistencias y contradicciones. Cuando éstas son soslayadas por el respeto obsecuente, o por la
ambigüedad de los enunciados, se la desprovee de lo único que puede conferirle valor futuro: ser capaz de generar ideas que la
trasciendan.
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los circuitos de la trama vincular (a veces concebidos como defensas), queda más desnuda y accesible, a
la luz del saber y de la influencia terapéutica.

4 - ¿INVENTO O DESCUBRIMIENTO?
Habrán notado que en la primer página de este capítulo hablé del psicoanálisis como el “invento”, no el
“descubrimiento”, de Freud. Eso ya marca una toma de posición.
Considerar que el Psicoanálisis fue “descubierto” implicaría pensar que, como América antes de Colón,
éste ya estaba ahí antes de Freud, quien simplemente se adelantó y, como un arqueólogo que escarba
con persistencia y cuidado, “descubrió” lo ya existente: el psicoanálisis. La verdad del mismo es, en esa
concepción, la medida de cuánto la idea (psicoanalítica) refleja o se adecua a la “realidad” preexistente
de las cosas.
La postura que tomé al hablar de “invento”, y en la que intentaré entrar ahora, es un poco más extraña
al pensamiento tradicional. Según esta otra perspectiva antes de Freud no había inconciente freudiano,
para que éste existiera fue necesario que alguien (Freud) lo invente, lo haga ser. Por supuesto que a la
hora de la creación todo “estaba listo” para ello. .. todo menos el invento. Porque en realidad es el mismo
invento quién genera sus antecedentes. Desde la aparición del psicoanálisis se “pueden leer” en
Sófocles, Shakespeare, Esquilo y cuanta obra importante sobre los enigmas del hombre exista,
“antecedentes” del mismo. Al punto que surge natural preguntarse: “¿cómo es que nadie se dio cuenta
antes?” Rodrigo, un simpático guía mexicano, me decía en Teotihuacán que antes de la conquista los
Aztecas ya “tenían” la rueda. Su argumento se basaba en el hecho de que la mayoría de sus figuras y
monumentos incluían el círculo (el Cuadrante Solar, por de pronto). Lo que Rodrigo no podía valorar, tal
vez debido al justificado orgullo por sus ancestros Toltecas, es que lo que a los Aztecas les faltó no eran
“antecedentes” de rueda, sean éstos círculos, ejes, sabiduría o coraje; para “tener” la rueda les faltó...
inventarla. Y esto nos lleva al meollo del problema. Solemos desestimar el efecto de un invento porque
para beneficio de alguna Inteligencia Superior Laplaciana, Máquina Perfecta Newtoniana, o Universo
Platónico; se concibe que las ideas a descubrir estaban ahí antes de que algún pobre humano las
“descubra”; o sea, haga una copia aproximada de la Perfecta Idea, guardada en algún depósito Celestial
de Verdades.
Otra línea, absolutamente diferente surge si pensamos que esa es sólo una concepción histórica de las
cosas, un reacomodo de los hechos luego de lo acontecido. Antes del acontecimiento, de su invención; lo
inventado en realidad no existe. El invento hace ser lo que en la situación anterior a él no era.
Puede desde ya apreciarse qué diferentes serán los destinos de las proyecciones de estas dos
concepciones en la clínica. Según la primera los síntomas, los padeceres, las acciones y los circuitos
vinculares son causados por verdades que los preexisten; en cuya develación consiste la cura. En la
segunda, tanto en la gesta como en la solución de ellos, habría algo esencial de creación o producción
individual o vincular (aun cuando después se explique todo de manera causal).
El invento, por supuesto, no viene de la nada, tiene antecedentes; pero no se reduce a ellos. Hay algo en
él que los excede y ese algo es esencial. Del mismo modo puede concebirse en un individuo o una familia
la existencia de marcas con las que se pueda jalonar “su” historia... pero los sujetos y sus realizaciones
exceden lo que esas marcas determinan. Aun cuando la posibilidad de la existencia del acontecimiento
dependa de marcas preexistentes, lo esencial de él no esta contenido en ellas: no existe (como la rueda
antes de su invento) para la situación previa a que surja.
Pero, no dejemos que estos pensamientos nos hagan olvidar nuestra meta; la pregunta a la que
queremos que apunten estas reflexiones es: ¿qué lugar tiene lo radicalmente nuevo en nuestra
disciplina?

5 - LO RADICALMENTE NUEVO
Pregunta a su vez ambiciosa y no demasiado clara: ¿es concebible en la clínica psicoanalítica lo
radicalmente nuevo? Y luego, de serlo, ¿modifica de algún modo eso nuestra práctica? En rigor, estos
interrogantes son variantes de preguntas más generales, como: ¿existe lo radicalmente nuevo en el
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universo?, ¿hay algo inmotivado, o por fuera del principio de Razón Suficiente?; preocupaciones
centrales del pensamiento actual en casi todas las disciplinas científicas.
Hoy se desconfía cada vez más de las totalidades, sean éstas Inteligencias Superiores, Máquinas
Perfectas, o Universos Ideales; y, desde la aparición del teorema de Gödel (por los tiempos en los que
Freud escribía sus últimos trabajos), se puede afirmar que no existe teoría alguna capaz de dar cuenta
de una totalidad que la incluya. Más que ser el reflejo de una realidad existente, el intento de constituir
unidades completas y consistentes, parece estar basado en la necesidad humana de un amparo paterno
que cobije su vulnerabilidad7. Sin embargo, es un hecho fuera de toda cuestión que la Ciencia Clásica
viene mostrando una eficiencia y una verificabilidad que han transformado nuestro siglo. ¿Porqué dudar
de ella?
Básicamente la cuestión puede circunscribirse a este problema: las leyes generales de la Ciencia Clásica
que relacionan de modo lineal las causas y sus efectos se basan en lo que Bachelard llamó “capacidad
para despreciar lo ínfimo”: el desprecio por las pequeñas variaciones que no obedecen los comandos de
la ley. En informática esos ínfimos se denominan “ruido”, lo que no interesa, como opuesto a “señal”, lo
que sí interesa. El punto crucial es que quién determina qué es señal y qué es ruido es el interés del
observador y la teoría que sustenta su observación.
Los científicos vienen ejecutando la eliminación de eso “ínfimo”, o ruido, por medio de tres
procedimientos. Uno, tal vez el más antiguo e involuntario, es el de la inevitable torpeza de nuestra
percepción y de los instrumentos con los que medimos: una regla de escala en centímetros no puede
detectar los detalles micrométricos (y no hay regla infinitamente precisa; del mismo modo uno puede
pensar que para el instrumento “escucha” de Freud era señal mucho de lo que, para los psiquiatras de
su época, era ruido8). El segundo método de eliminación de lo ínfimo, más actual, es la estadística. Ésta
promedia los ínfimos hasta hacerlos desaparecer. Las leyes de la estadística permiten transformar
hechos singulares preñados de incertidumbre (en la escala microscópica), en generalidades certeras (en
la escala macroscópica). El tercer medio para eliminar el ruido lo constituyen las mismas leyes. Éstas
hablan de lo que en determinado sistema está prohibido, o sea, sancionan lo imposible. Por ejemplo, la
ley de la atracción de Newton dice que es imposible que dos cuerpos de masa tal y a distancia tal no se
atraigan con una fuerza exactamente acorde con dicha ley. Aun cuando se las suele pensar como
sanciones de obligatoriedad; las leyes en realidad hablan de lo que no puede suceder, dicen que de todo
lo que podría ser (el Caos), no todo lo es. Cuando un científico descubre una restricción al Caos él dice
haber descubierto una Ley: la sanción de un imposible (Wagensberg, 1986). Esto genera una suerte de
juego doble: se elimina lo que se declara ínfimo con la escala o la estadística y con eso se construyen
leyes que decretan imposible a eso que eliminaron, lo cual, en general, se confirma. La historia de la
ciencia muestra cómo, al margen de ordenar de manera eficiente nuestro saber, las leyes científicas
encubren sus excepciones. Es enorme y penoso el trabajo que éstas últimas deben realizar para abrirse
paso a través de los saberes instituidos.
El nudo de la cuestión reside, entonces, en si los hechos o las causas de nuestro interés son ínfimos o
suficientemente “grandes” (con respecto a la capacidad de nuestra apreciación y en cada situación). O
sea, todo es relativo a qué llamemos “ínfimo” y a qué “suficientemente importante”. Adelantándonos a
conclusiones posteriores, esto nos llevará a una pregunta crucial: ¿cuál es la medida de lo ínfimo en
psicoanálisis? Si, como decía Pascal, el infinito es la banalidad de toda situación y no el predicado de
una trascendencia, la medida de lo ínfimo resultaría inestimable.

7
En las últimas décadas ha surgido, además, una proliferación de teorías que generaron una serie de conceptos y principios para
modelar los sistemas complejos que abre perspectivas mucho más amplias que las que suponía el mundo concebido por la
Ciencia Clásica (teoría de la información, cibernética, teoría general de los sistemas, teoría de las catástrofes, caos determinista,
sistemas adaptativos complejos, etc. Ver Gleick 1988; Arthur, 1993; Waldrop, 1992; Heylighen, 1996). Allí donde existan
alternativas de variabilidad azarosa y restricciones, fracasan en forma contundente las posibilidades de establecer predicciones
sobre devenires singulares, los sistemas evolucionan por fuera de lo predictible y el determinismo colapsa. Aun así, el sistema
más eficiente para las condiciones dadas tiende a prevalecer sobre los demás A veces lo más eficiente no es lo más complejo,
pero en general sí. De eso surge que la tendencia a lo complejo es una característica de todo proceso evolutivo en el que
intervienen azar y necesidad, variabilidad y restricción. Y esto incluye al mundo de las partículas, el de los seres vivos, el de las
teorías y el de la tecnología (Moreno, 1997a).
8
“...tratamos como Textos Sagrados lo que otros consideraban arbitrarias improvisaciones...” (Freud, 1900, pp 514)
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 7

Por ejemplo, un hecho que se puede predecir con precisión es la altura de la pleamar en, digamos,
Puerto Pirámide en la Península de Valdés a una hora determinada; es decir: se puede predecir el
movimiento preponderante de las aguas en el Golfo Nuevo. Sin embargo, esa marea que sube está
compuesta de una multitud de moléculas de agua, y no hay tabla que hable del movimiento singular de
una de ellas. La Mecánica Cuántica nos dice que no es posible predecir con alguna certeza la dirección
del próximo movimiento de una molécula. No obstante, como el número de moléculas de agua en el
Golfo Nuevo es tan grande, las suertes individuales de cada una de ellas no cuentan, y la ley se
confirma con una certeza ineluctable, lo que permite construir las infalibles tablas de mareas. (E,
incluso, las correcciones a las tablas de marea que diariamente suelen anunciar los medios). No cabe
abrigar la esperanza de ver en un momento un trozo de mar elevarse o hundirse bruscamente por fuera
de esas predicciones. No es que estos hechos no sean estrictamente posibles pero, por el número de
moléculas en juego, son altísimamente improbables. Y lo que se impone en el ámbito macroscópico de
los fenómenos es la evolución más probable. Otra cosa sucedería si intentásemos predecir en un preciso
momento el comportamiento de una molécula de agua de las costas del Puerto Pirámide, o la dirección
de una gota de la cresta de una ola en la rompiente de sus playas.
Ahora bien, para bendición de marinos, centollas y ballenas, a los cálculos de pleamar y bajamar esa
indeterminación no les hace mella; porque, como las encuestas del marketing, se basan en estadísticas:
es muy poco probable que el fenómeno macroscópico se aparte de sus predicciones. Pero algo
totalmente diferente sucede cuando nuestro interés se centra en fenómenos que dependen de
variaciones muy pequeñas, ínfimas, de comportamientos singulares que, de últimas, o bien no están
determinados o lo están pero no nos es posible conocer sus determinaciones. Un ejemplo notable es el
de la meteorología. Aún hoy, con satélites capaces de registrar tantos datos y computadoras capaces de
correlacionarlos, los meteorólogos no aciertan a predecir con ninguna certeza cual será el tiempo en
Buenos Aires el mes que viene, o la fecha del próximo tornado en el Caribe. La razón es que no pueden
descartar ínfimos que no sean causa. Esto fue “probado” en forma teórica por Edward Lorentz en 1960.
Él demostró con un modelo meteorológico computable simplificado que el estado del tiempo es
extremadamente sensible a las condiciones iniciales, lo que es conocido como el “efecto mariposa”: el
aleteo de una mariposa en el Amazonas puede determinar un tornado en Florida. O sea, algo tan ínfimo
como un aleteo no puede descartarse como potencial determinante del nada ínfimo “tornado en Florida”.
(El nombre “mariposa”, sin embargo, se debe a la forma que adquiere la estructura caótica conocida
como “extraño atractor” que puede dibujarse con los puntos de las posibilidades en cuestión).
Conclusión: la predicción del estado del tiempo para períodos más o menos largos es imposible.
Como comenta James Gleick: “la idea básica de la Ciencia Occidental es que uno no tiene que considerar
la caída de una hoja... lejana a la hora de calcular la trayectoria de una bola de billar”. Tal
desconsideración parece muy razonable a la hora de jugar al billar, pero no siempre lo es. De nuevo, el
problema parece centrarse en qué es lo descartable.

6 - ¿QUÉ TIENE QUE VER ESTO CON EL PSICOANÁLISIS?


El tema nos importa mucho porque en nuestro campo, el de los avatares de las almas humanas y sus
vínculos; en nuestra disciplina, el psicoanálisis y, más aún, en nuestro dispositivo, la sesión
psicoanalítica; las cosas se parecen mucho más al “efecto mariposa” de Lorentz que al de la trayectoria
de las bolas de billar de Gleick; al de la gota de agua en la rompiente de la ola que al de las mareas en el
Golfo Nuevo; al del libre albedrío que al de la Omnisciencia Divina o Laplaciana. En nuestro territorio la
medida de lo ínfimo no es detectable y por lo tanto no hay ruido descartable. Sí lo es lo obvio, lo grosero,
lo general y lo estadístico (¡¡y por ello solemos ser tan criticados!!).
Parece contradictorio, pero la verdad es que en nuestra práctica lo predictible y lineal no nos interesa
demasiado. Que un hecho sea “pequeño” es, para los psicoanalistas, un concepto sin sentido si no se lo
toma en situación. En nuestra tarea de detectives no cesamos de reconstruir circunstancias que
reubican y redefinen lo ínfimo y lo importante para cada situación. Nada más abierto que la oreja de un
buen analista cuando sus pacientes anuncian que su próxima declaración no tendrá “ninguna
importancia”. Es por eso que el psicoanálisis es refractario a las estadísticas y, hay que decirlo, no es
muy hábil a la hora de hacer predicciones. No hablo sólo de predicciones acerca de algún futuro alejado
en la vida de un paciente: no hay psicoanalista (recomendable) que, trabajando correctamente, sea
capaz de predecir la próxima asociación de sus pacientes. Precisamente la actitud que debe tener el
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 8

analista frente al porvenir de la sesión es la de cierta ignorancia (Moreno, 1993). Y no es casual que la
ignorancia sea, justamente, la medida de la entropía que requiere un sistema para que, apartándose de
las leyes deterministas, pueda producirse un cambio radical (Prigogine, 1996).
Nadie duda tampoco que las condiciones determinantes de la subjetividad, si fuesen abarcables, serían
tan complejas (tantos elementos determinan lo que llamaríamos “la situación”, tan pequeña sería la
medida de lo ínfimo y tan intrincada su correlación) que lo que podríamos denominar ‘causa’ del efecto
‘subjetividad’, resulta indeterminable. Lo mismo ocurriría si se tratara de una sesión, o de un historial:
¿cuál es la causa de la tos de Dora, la de los efectos de “ratten” en el Hombre de las Ratas, la del sueño
infantil del Hombre de los Lobos? Una postura nos llevaría a pensar que sus ‘causas’ son las que
pueden leerse en los respectivos historiales de Freud; la otra a que esos mismos historiales constituyen
el testimonio de su indeterminación9.
Desde que han aparecido las llamadas ciencias del Caos y de la Complejidad, ha ido siendo cada vez
más evidente que hay puntos de indeterminación en la mayoría de los bordes de un cambio de estado (o
sea en cualquier cambio); y que el hecho de que el principio de Razón Suficiente sea válido para nuestra
intuición y para los desarrollos científicos clásicos, se debe a que lo que llamamos “fenómeno” es algo
que previamente recortamos dentro del mundo de las indeterminaciones como los aspectos del cambio
que se someten a las leyes con las que percibimos o pensamos. Entonces, las disciplinas que, como el
psicoanálisis, trabajan con fenómenos en cuya génesis no se puede descartar (ni determinar) lo “muy
pequeño” tienen problemas a la hora de establecer determinaciones. Sin embargo, justamente cuando la
determinación es improbable lo radicalmente nuevo adquiere gran envergadura en la gesta de
importantes cambios evolutivos. (A la inversa, en los sistemas en los que la determinación es altamente
probable, como los de la astronomía planetaria, no hay –o no son detectables - cambios evolutivos en los
períodos habituales).
Con “radicalmente nuevo”, debo aclarar, no me refiero simplemente a lo novedoso (como podría ser una
nueva combinación de elementos existentes que resulte más adaptada pero homogénea con la existente;
ni algún reacomodo de cosas, o despliegue de potencialidades existentes pero retenidas, como las de
una semilla que espera la oportunidad para germinar); sino a la adquisición de una nueva clave no
homogénea con las existentes, que hasta entonces era imposible para la situación 10.

7 - ¿PENSAR LO INDETERMINADO?
¿Qué supondría pensar por fuera de la determinación? “Razonar lo indeterminado” suena como una
aporía, y en cierto modo lo es. Esto podría empujarnos a la falsa opción entre un determinismo que
excluya la novedad radical, y una suerte de contingencia absoluta.
Una salida a este aparente encierro la da la posibilidad de considerar los puntos de inconsistencia o
incompletud que posee toda estructura. En esos puntos de vacío (o a través de ellos), como veremos; se
realiza un intenso trabajo de sutura que produce elementos excedentarios comúnmente inadvertidos e
incomprensibles (o sea, que delatan la indeterminación o la incompletud del sistema) para la clave
vigente. Esas producciones pueden, eventualmente, dar lugar a un acontecimiento.

9
Los que aceptan que cierto azar juega algún papel en la evolución no forman un grupo compacto. Hay dos grandes posiciones
con respecto a esto. Una, es la de los que afirman que existe una indeterminación radical, un Azar (con mayúscula) ontológico,
o sea que Dios o bien juega a los dados o (como quería Nietzche) direcrtamente no existe; no hay Inteligencia Superior más allá
de nuestra ilusión porque hay una indeterminación radical, motor último de que lo radicalmente nuevo sea posible. La otra, es
la del azar (con minúscula) epistemológico. Las limitaciones aquí no serían de la racionalidad de la Naturaleza (o de su
Creador) sino de nosotros, humanos para entenderla: Dios no sólo existe, su saber alcanza además la verdad. Mas, algo de su
extrema racionalidad o de su completo y consistente fichero de datos es inaccesible a nuestra limitada capacidad de humanos.
El azar es la consecuencias de esa ignorancia. Personalmente me inclino por la primer versión. Mas, cualquiera de las dos
posturas termina por aceptar que hay algo que escapa a nuestra razón y que justamente eso es capaz de dar origen a lo
radicalmente nuevo; lo que era considerado un imposible para la situación.
10
Puede ayudar tal vez ver esto desde la perspectiva de la Historia del Hombre. En ella hay gran cantidad de imposibles
situacionales (o sea, no estructurales; Cerdeiras, 1997; Lewckowicz 1997) que a través de un acontecimiento fueron posibles:
para un habitante de la Edad de Piedra volar, o para mi abuelo llegar a la Luna era concebido como imposible.
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 9

Una encerrona parecida podría acecharnos al abordar lo radicalmente nuevo en la clínica, más aun si
pretendiésemos de algún modo “dirigir” su aparición: ¿cómo promover algo esencialmente inanticipable?
El problema se relaciona con lo estricto del ajuste con que el que se concibe la relación entre las causas
y sus efectos. El hecho conocido e innegable de que las estructuras cambian y de que todo evoluciona
nos obliga, sin más, a admitir que el dominio de las causas no podría recubrir en forma completa al de
sus efectos; de lo contrario todo habría permanecido igual a sí mismo desde siempre (es por ello que los
deterministas conciben un Mundo inmutable en algún más allá). Entonces, lo que llamamos “causa” es
capaz de producir efectos en exceso a lo que cualquier correlación previa a un cambio radical podría
prever.
Estas producciones excedentarias surgen no en las zonas más sólidas o de mayor consistencia de los
sistemas, sino -justamente- en los puntos de indeterminación o de inconsistencia de lo determinado por
las estructuras (los puntos que, desde la lógica preponderante, no tienen solución o explicación). Por
eso, si bien no es posible reducir lo radicalmente nuevo a sus antecedentes, éste no surge ni se podría
localizar sin ellos (es decir, sin consistencia no se podría detectar la inconsistencia). Si algo es
radicalmente nuevo, lo es sólo para una estructura a la que conmueve y cambia. O sea, no habría
verdadera oposición entre estructura y novedad radical: ésta última sólo puede surgir en el seno de
aquélla. De todo esto parte una importante derivación clínica: si bien el contenido de lo radicalmente
nuevo a emerger, el “de qué se tratará eso”, es estrictamente indeterminable (sólo se conocerá a la luz de
sus efectos); es posible predecir con alguna justeza los lugares en los que eventualmente hará su
aparición lo radicalmente nuevo: los puntos de inconsistencia de la estructura anterior. A los que,
siguiendo a Alain Badiou, llamaré de vacío de la situación anterior.
Las vacilaciones, los equívocos, los síntomas, los emergentes de transmisiones transgeneracionales que
perturban sin inscripción aparente y, en general, todo aquello que insiste sin inscribirse; son indicios
que señalan lugares de vacío de la situación en los que el discurso ha producido en exceso
significaciones en intento de suturar lo que, desde sus claves, no tiene solución. Ese vacío puede
evanecerse, o su producción en exceso simplemente perturbar un poco lo establecido. Pero, de
sostenerse el vacío y esa producción en exceso encontrar una intervención que de lugar a un elemento
heterogéneo eficaz, como un nombre (aportado, por ejemplo, por una intervención analítica); puede
advenir un acontecimiento: el surgimiento de una clave nueva, inexistente previamente, capaz de
organizar un nuevo discurso que de cuenta de ese exceso.
Esta nueva clave, a su vez, exigirá un trabajo de revisión de los saberes instituidos que eran coherentes
con el discurso anterior pero no lo son con el nuevo. Porque el acontecimiento (cuyo nombre en sí
mismo es una invención y no un descubrimiento en el archivo de recuerdos), no complementa (no
completa un todo) sino que suplementa (o sea, introduce una destotalización, empuja más allá del todo);
por eso exige un trabajo de revisión de lo anterior bajo su luz. A este proceso, también siguiendo a A.
Badiou, lo llamaré “fidelidad”: pensar la situación “según” (siendo fiel a) lo acontecido en un proceso de
ruptura inmanente. En ese recorrido de la fidelidad se producien las verdades de esa situación.
Con “verdad” aludimos ahora a una producción mediada por el encuentro (no descubrimiento, ni
reencuentro, ni algún derivado de la “comprensión”). El contenido de esas verdades es inanticipable. La
constatación de que lo emergente es un acontecimiento (y no, por ejemplo una vuelta más de lo mismo),
sólo la darán sus efectos11.
Es interesante notar que la secuencia que así surge no es, como sería lógico en la versión clásica,
“comprender para, entonces, cambiar”; sino que el acontecimiento, cuya gesta es independiente de ser o
no entendido, promueve otra comprensión. La secuencia aquí sería “una vez que se cambia se
comprende, de otra manera””. (Enseguida veremos que, no obstante, no se trata de prácticas
necesariamente opuestas).
Todo esto no destituye el trabajo clásico, “de la causa escondida” o “de la comprensión”, consistente en
develar “la estructura vincular subyacente” o “lo inconciente reprimido”, del que hablamos al principio;
tampoco es su complemento, sino que lo suplementa destotalizándolo. Así, en la clínica pueden

11
El acontecimiento es de ese modo a la vez situado en una situación (y lo es para esa situación) y suplementario (es decir
desprendido de las reglas que enmarcan esa situación). No consiste en el despliegue de lo que ya estaba, pero sólo emerge en lo
que ya estaba.
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 10

distinguirse dos tiempos que se mezclan alternándose constantemente: a) El tiempo de la develación de


las causas escondidas, del reencuentro con significados perdidos, con la rememoración; el desarrollo del
conflicto postergado por la defensa y su “resolución”. Su dirección es encontrar causas escondidas y
develarlas venciendo las resistencias que las retienen. La transferencia en esta línea funciona
principalmente como resistencia a esa develación12. Ese fue el derrotero señalado por la brújula con la
que partió Freud y constituye uno de los tiempos centrales de la clínica psicoanalítica vincular e
individual. b) El tiempo del encuentro eventual que hace advenir “otra cosa” que los saberes instituidos
en una situación admiten, como un suplemento azaroso imprevisible capaz de producir nuevas claves
que den lugar a la emergencia de verdades antes inexistentes. Los sujetos de esas verdades en esa
situación adquieren el compromiso de fidelidad a lo advenido.
No es, insisto, que una clínica “supere” a la otra, ni que se trate de elegir. Son más bien como dos
tiempos suplementarios que se alternan. Por cierto que, tal como lo entiendo y propicio, toda la clínica
debería dirigirse a evidenciar el vacío como tal y no a validar las historias o los contenidos que, siempre
un poco protéticamente, lo suturan. Pero, aún en esa línea acontecimental, el trabajo sobre esas
“causas escondidas” (a) del párrafo anterior) suele ser necesario para desarticular su efectividad en el
velamiento del vacío: no se busca la causa latente para ‘solucionar’ el conflicto, sino para liberar la zona
de eventual producción.
Conviene advertir, no obstante, lo inapropiado de la interpretación de uno de los tiempos en términos
del otro: confundir un acontecimiento con un retorno o reencuentro de lo pretérito o, a la inversa,
creerse que una simple reedición del pasado es en realidad una genuina novedad. Una de las razones
por las que esas confusiones son indeseables es que están del lado de la defensa que generan.

8 - EL TRABAJO VINCULAR
El tiempo del acontecimiento en el que aquello no incluido sino como agujero en los saberes
anteriormente instituidos adquiere un lugar y un nombre, es evanescente, inanticipable e inaprensible...
Además, el acontecimiento excluye la presencia de un lugar trascendente desde el que pudieran “desde
afuera” relatar o comprenderse los sucesos que lo constituyen. De ahí que cuando un acontecimiento
ocurre en sesión, el analista, aun desde su lugar privilegiado, está implicado en “eso” que el vínculo
produce y no escapa a esta generalidad. Por todo esto, la frase “clínica del acontecimiento 13”, no sólo
suena pretenciosa; es además contradictoria: la clínica puede encontrarse con un acontecimiento (o sea,
hay acontecimientos en la clínica), pero éste mal puede haberse dirigido o buscado activamente ya que
es esencialmente inanticipable. El acontecimiento hace ser (no comprender) lo que no era. Sobre ese
tiempo se puede (y suele) sí construir una historia más o menos fabulada e irreal desde la cual se
comprende lo anterior, pero después: cuando por sus efectos se ha hecho incuestionable que algo ha
acontecido.
¿Implica esto que nada tiene que decir en esta dirección la clínica? ¿Nos quedaría sólo esperar que algo
acontezca en la clínica con la pasividad con la que algún bizarro astrónomo esperaría la caída de
meteoritos sentado en el Valle de la Luna? No.
Si bien el instante del acontecimiento es inaprensible, su dirección impredecible, y su transcurso
inmanente; como anticipé, dos tiempos esenciales a la práctica lo rodean y tienen gran relevancia
clínica. Son en realidad las guías de la mirada acontecimental de la clínica: a) el tiempo del trabajo sobre
el vacío de la situación anterior, y b) el tiempo de la posible fidelidad a la ruptura que su suplementación
implica. Llamo a esos tiempos “del trabajo vincular” porque transcurren en el vínculo analítico,
cualquiera sea el dispositivo del análisis (Moreno 1997b).

12
Todo esto es coherente con el sujeto supuesto al saber de J. Lacan en el sentido fuerte que él señala, y que suele
malentenderse, de suponer un saber que determina a un sujeto más que el de suponerle sapiencia al analista.
13
Al entrar en nuestro campo las palabras que nombran algo nuevo corren el peligro de dejar de ser herramientas de
pensamiento para transformarse en emblemas de alguna ideología o suturas de una indeterminación que termina designando
algo apenas semejante a la idea original. La palabra “acontecimiento” y “acontecimental” corren serio peligro de seguir esa
línea. No es de extrañar; en psicoanálisis las relaciones término/significado suelen no ser biunívocas ni se caracterizan por su
precisión. Tenemos cierta propensión a velar esa falta de justeza con la redondez que ofrecen los términos en boga. Deberíamos
cuidarnos de los efectos de la inevitable sustancialización del término “acontecimiento”.
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 11

Conviene tener presente estas dos guías del trabajo en la clínica porque la inercia de la estructura (su
resistencia adherida a su autopreservación homeostática y al no cambio), se opone a ambos.

9 - EL TRABAJO SOBRE EL VACIO DE LA SITUACION


El vacío de la situación que se está transitando (indicado por los emergentes o producciones para los que
el discurso vigente no dispone de solución adecuada) es constantemente cubierto con síntomas
(¿convendría llamarlos “emergentes”?) o, mejor, produce síntomas en los que se mezcla lo producido en
exceso y el intento fallido de su explicación en términos de la clave vigente.
Tal vez ayude ilustrar esto con tres breves viñetas.
i): Juan, hijo mayor, se ha hecho a un lado de la rivalidad con su padre al que, más allá de su parada
arrogante, se adivina débil e impotente. El cruce generacional imaginado como el encontronazo de su
potencia adolescente con la claudicación paterna, habría delatado una verdad a la que el vínculo no sólo
no daba lugar sino que, además, activamente suturaba. Pero Juan, a sus 17 años, se ha convertido en
un vago, un adolescente desinteresado e indolente cuya apatía convoca el interés familiar al punto de
determinar la consulta. Nadie habla del ocaso de la vida de su padre ni de la grieta enorme que se ve
dibujada en la pareja parental, aún cuando lo sintomático señale ese lugar con insistencia: todo el
bullicio que Juan y sus padres generan alrededor de su abulia e indolencia genera excesos que parecen
hechos a medida para taponar (y delatar) ese vacío.
ii): Andy, un púber de 12 años imita a su padre biológico muerto con detalles generando un clima
siniestro. Éste se había suicidado cuando el niño apenas tenía 1 mes de vida. Ana, su madre, se había
separado de él apenas Andy fue concebido. Nadie le contó al niño que su padre había sido bisexual, o
que le gustaban las tostadas ligeramente quemadas, ni mucho menos que le apasionaban los trenes de
colección; mas Andy, a sus 12 años iba reproduciendo una a una esas características ante el asombro y
consternación de Ana y su nuevo marido y padrastro de Andy, Pablo. Eso motivó la consulta. Dos años
de tratamiento fueron necesarios para “entender” que si en su vínculo filial Andy “encarnaba” aquello
que traía la presencia de su padre muerto, esto se relacionaba con que de ese modo se mantenía alejado
al feroz enunciado de una verdad que el discurso que organizaba los vínculos no admitía: el suicidio
había sido en realidad concebido como un homicidio efectuado por Ana. Cuando Andy “salió” de ese
lugar (situación que se desarrolló en el tratamiento y cuyos detalles obvio), Ana cayó en una profunda
depresión que requirió internación psiquiátrica.
iii): María y Carlos no pudieron tener hijos propios. Ariel y Carla son sus dos hermosos hijos adoptivos.
Ariel “se hace echar” de cuanto colegio y lugar va. En sesión dibuja en forma reiterada equipos de fútbol
con 12 jugadores; Carla teme constantemente que “la roben”, duerme con la luz y la TV encendidas.
Han “hablado” de la adopción, pero es evidente el temor en que esa situación los sume. Los cuatro
impostan una familia perfecta, jovial, en la que nunca debe faltar nada. Ese “no faltar” señala en sus
excesos el lugar del vacío que encubre. Mientras recubren cualquier indicio de falta con prodigalidad
excesiva, el fantasma de su genuina no genuinidad queda alejado.
En estos ejemplos el movimiento desplegado alrededor de lo que, según luego sabríamos, era el vacío de
la situación que se transitaba, es notorio. No se trata, sin embargo, de algo con nombre previo, como un
secreto escondido o un contenido reprimido; sino de un vacío, de lo que es pura inconsistencia para el
discurso que venía organizando los vínculos. Una vez que ha emergido su verdad, recién entonces, se
puede pensar el vacío como un contenido reprimido, escindido o desmentido; como un efecto de “causa
escondida”. En rigor nadie podría haber dicho previamente qué habría sucedido si lo que era puro vacío
en el discurso de pronto habría dejado de cubrirse por la producción excedentaria y encubridora y
hubiese emergido esa otra “cosa” para la que (desde el discurso que organizaba los vínculos) no había
aún lugar.
En la clínica, esta suele ser una situación delicada que cursa sin garantías. La presentación cruda de
ese vacío o de esa verdad sin lugar puede generar un redoble de las murallas ya erigidas para evitarla, lo
que suele llamarse una situación traumática; pueden desmembrarse los ejes que sustentaban la
situación anterior sin que los andamios eficientes advengan o se reconstruyan, es decir, puede ocurrir
una catástrofe; o puede surgir un nombre nuevo, heterogéneo, desgajado de las vinculaciones que
reglamentaban lo anterior que, en una inanticipable clave, reordene las marcas, es decir que ocurra un
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 12

acontecimiento (Badiou, 1988). Mas, para llegar a eso se requiere de trabajo en un tiempo al que en un
psicoanálisis llamo el tiempo del trabajo sobre el vacío de la situación. Éste, está lleno de idas y vueltas e
incluye mucho de revelación de lo reprimido, re-lectura de lo pasado (o sea de lo que llamo el
develamiento de la causa escondida). La prosecución de esa “causa escondida”, sin embargo, no debería
empañar el contacto con lo que de fondo subyace a la organización de esas formaciones del inconciente
y circuitos vinculares: suturar el vacío de la situación. Vacío del que no dan cuenta (aun cuando puedan
encubrir) los saberes en circulación.
En ese sentido el trabajo sobre la ‘causa escondida’ termina por develar una y otra vez que se trata de
una ‘causa inexistente’.
El trabajo psicoanalítico en este tiempo consiste básicamente en sostener ese vacío, resistirse a la
tentación de llenarlo con explicaciones viejas, incluso en casos promoverlo. Entendemos en este sentido
la vieja y aguda recomendación de Lacan acerca de que la buena intervención debe ante todo desbaratar
certidumbres y que no pocas veces la provisión de sentido “engorda” el síntoma.
Cuando el acontecimiento adviene, repito, no nos queda de ello un registro de observaciones como la
que nos quedó de la llegada del hombre a la luna. El acontecimiento transcurre en un tiempo
evanescente y sólo es constatable por sus efectos. Éstos no son sugerencia del terapeuta, ni están pre-
escritos en ningún lugar; no son el retorno de pautas olvidadas, ni un reconocimiento de lo reprimido.
Aun así, el trabajo analítico puede incluir todo ello.

10 - EL TRABAJO SOBRE LA FIDELIDAD


Una vez que “algo” aconteció, y pacientes y analista han sido tocados por lo nuevo, comienza otro tiempo
del trabajo vincular. Es el tiempo en el que se juega la posible fidelidad a la novedad radical en que el
acontecimiento consiste, a la ruptura inmanente que ha producido su suplementación. Esto exige un
recorrido, una revisión de los saberes instituidos de la que surgirán verdades de la nueva situación.
En las viñetas del punto anterior, si en las situaciones analíticas de Juan y Pedro; de Andy y Ana; o de
Ariel, María, Carlos y Carla llegara a inventarse un nombre efectivo para el vacío que venían cubriendo;
todo de pronto (o no tan de pronto) no podrá sino verse desde otra clave (otra que la clave del
encubrimiento del parricidio en Juan y Pedro; que la de la resurrección perpetua en Andy y Ana; que la
del taponamiento de todo vacío que evidencie lo ilegítimo en María, Carlos, Carla y Ariel). Entonces,
vendrá un tiempo de trabajo clínico que es el de la fidelidad a la verdad emergente en esa situación:
aquello que el acontecimiento ha nombrado exige un recorrido largo y muchas veces doloroso por los
saberes instituidos para reformularlos. Recorrido que generará las verdades de la nueva situación (que
suelen presentarse como revelaciones).
En este camino hay nuevos peligros. Primero, habrá que saber si lo advenido nombra efectivamente el
vacío de la situación anterior. Hay casos en que sucede lo opuesto, y el nombre, que pretende ser
novedoso, nombra en realidad lo pleno (A. Badiou, 1988) de la situación anterior (por ejemplo que Juan
y/o su padre nombren o declaren la inevitabilidad de la impotencia masculina; Andy su efectiva
identidad en resurrección del padre muerto; o María y Carlos, Ariel y Carla se proclamen en verdad una
familia superior que excluya, encarnada en algún chivo expiatorio, toda posibilidad de falencia). Este
simulacro, sentaría la base de un fanatismo más que de un acontecimiento. Aún cuando en un genuino
acontecimiento se nombre el vacío y no lo pleno de la situación anterior, esa verdad nombrada por el
acontecimiento podría traicionarse, decaer la fidelidad y abandonarse el trabajo que exige.14.

11 - INAPLICABILIDAD DE LA HIPOTESIS REALISTA EN PSICOANALISIS.

14
Como puede traicionarse la certeza de la emergencia de un amor o una idea -no a un amante o a un partido - aun cuando
hayan tocado genuinamente a los sujetos en cuestión. Puede también confundirse la nueva clave con una potencia total de la
verdad develada (en cuyo caso podrá ocurrir un desastre; como en la viñeta i) sería un parricidio, en la ii) algún otro suicidio; o
en la iii) una actuación de la mentira develada).
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 13

Los ejemplos con los que ilustran su enseñanza aquellos que trabajan donde se gestó la idea15 de lo
acontecimiental son capaces de provocar un efecto lateral que conviene tener en cuenta. Las
realizaciones de nuestra clínica no suelen ser comparables a los más o menos espectaculares
“acontecimientos” que suelen mencionar historiadores, políticos y filósofos (como, por ejemplo, el 68
francés; el efecto que en la Revolución del 1810 tuvo la escritura de Mitre; la irrupción del clasicismo en
la música con Haydn; la trascendencia social de las realizaciones de algún homo político). La misma
palabra “acontecimiento” evoca algo notable, de consecuencias destacadas para cualquier observador;
cuyo sentido se entiende en contraste con “suceso” y “hecho”. Lo novedoso de la clínica psicoanalítica,
en cambio, cuando acontece y puede destacarse, suele transcurrir en un registro íntimo, evanescente y
circunscripto. Sus efectos, por otra parte, no son tan fácilmente constatables.
En algunos círculos, noto una tendencia a pensar que en el tema de lo acontecimental en la clínica está
en juego una suerte de diagnóstico: ¿hubo o no en tal sesión, en tal proceso, en tal familia,
“acontecimiento”? Si un analista llegara a perseguir como meta en la cura “el acontecimiento”, su
trabajo sería desvirtuado no sólo por la imposibilidad que implica conocer lo incognoscible en la que él
entraría; sino porque esa “ambición terapéutica” o “furor curandis”, como ya señalara Freud (1914), está
decisivamente reñida con el quehacer analítico.
Lo esencial de la idea de acontecimiento en la clínica es, a mi entender, que señala la posibilidad de que
‘pueda ser’ algo que, para la situación que se transita, es imposible. La transferencia, cuando es capaz
de transformar a los sujetos en sujetos de la apuesta que ella implica, es en sí un acontecimiento que
genera verdades y sujetos de la situación analítica 16. Se anuda como formación productiva excedentaria
en el vacío de la situación que lanza al análisis y exige fidelidad a las verdades que produce. El sostén
del vacío de la situación y la fidelidad a las verdades que eventualmente surjan son, como dije, la guía
del recorrido que llamamos proceso analítico en la situación analítica.
Otra diferencia entre nuestro campo y el de historiadores, políticos y filósofos reside en el lugar desde el
cual se “ve” el acontecimiento. Ellos (al menos los clásicos) tienen una perspectiva, una distancia, desde
la cual pueden evaluar desde el presente lo que estuvo pasando en el pasado en función de los efectos
que produjo. Pueden ubicarse en trascendencia al fenómeno que observan17. Pero lo que sucede en mi
consultorio cuando intervengo es muy diferente: al ser parte no me es fácil ‘historizar’ lo que aconteció
sin cometer severas alteraciones, el proceso todo me involucra. La hora de la intervención, para quién la
realiza, es puro presente. En la clínica como psicoanalistas formamos parte de la experiencia: la
hipótesis realista (que observador, observado y observación puedan no interferirse) no sólo se derrumba
en nuestra práctica; es esencialmente opuesta a ella. Sin embargo, lejos de sumergirnos en la
impotencia, ese hecho se ha constituído en el instrumento fundamental de la herramienta
psicoanalítica.

12 - LAS REGLAS TÉCNICAS TIENDEN A DISIMULAR LA PRESENCIA DEL ANALISTA


La mayoría de las denominadas “reglas técnicas del psicoanálisis”, fueron establecidas por Freud y luego
sancionadas por la costumbre y por su comprobada eficacia. Tanto en el dispositivo individual como en
el vincular, estas reglas (“de abstinencia”, “asociación libre”, “no tener relación de amistad ni previa ni
establecida durante el tratamiento con los pacientes”; en el dispositivo individual, “acostarse en el
diván”) están en parte destinadas a amenguar el efecto que nuestra presencia como sujetos deseantes
tiene en el campo en que actuamos. Recomendaciones como “atención libremente flotante”, “sin
memoria y sin deseo”, “hacer el muerto”, o “ser una pantalla que sólo refleje y no emita” y actuar “per
via di levare”; son intentos de que nuestras propias tendencias no funcionen como atractores de los
significados en juego en la sesión. Pero nuestra presencia y sus efectos en ambas direcciones son

15
Conocidos por mí son Badiou, Castoriadis y Deleuze, y, en nuestro medio, Lewckowicz y Cerdeiras
16
Aun así, no escapa a la generalidad de que no puede conocerse de antemano: podrá sí favorecerse la aparición de la
transferencia con el dispositivo y la actitud apropiada, pero no anticiparse el contenido de una idea transferencial.
17
Están en ese sentido algo más cerca de la posición en que me encuentro como supervisor. Suelo evaluar si una interpretación
de algún supervisado fue o no efectiva simplemente escuchando la respuesta que a ella le da el paciente. Esa respuesta, como
efecto de la intervención, me dice siempre más de ella que lo que yo pudiera haber previsto por la presunta adecuación de su
contenido.
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 14

innegables: el objeto “pacientes” no puede no tener en cuenta nuestra presencia, y a nosotros nos
resulta imposible ser puro sujeto de conocimiento.
Por más que lo tratemos de disimular y por mucho que ayuden los dispositivos, estamos ahí y formamos
parte de lo que sucede: sea el análisis vincular o individual, de lo que se trata es de vínculos (Moreno,
1997b). En eso reside gran parte de la tremenda potencia del psicoanálisis. También es una de sus
particularidades más notables y, a su vez, el punto que nos hace tan vulnerables ante los que nos
exigen reproductibilidad, constatación y “datos concretos”: el clima de una sesión, los vínculos donde
transcurre esa experiencia son irreproducibles; no hay ninguna chance de ser observadores realistas no
interferidos ni interferentes porque de todo cuanto ocurre en ese lugar sagrado llamado ‘sesión’
formamos parte. A menos que comparemos nuestro trabajo con aquel “experimento de laboratorio” del
que nos hablaba Freud:
“En aquellos años - de la hipnosis, escribe en 1914 - el paciente se trasladaba a una situación anterior
que nunca parecía confundirse con la presente y comunicaba los procesos de ella... transponiendo lo
inconciente a lo conciente.... Bajo la nueva técnica muy poco, a menudo nada, queda de aquel delicioso
curso de eventos... el paciente no recuerda nada de lo olvidado y reprimido sino que lo actúa (agieren,
acted out). Lo reproduce no como recuerdo sino como acción; repite (bajo el impulso de la compulsión) sin
saber que lo hace” (pág.149-150) “...Recordar, como era inducido por la hipnosis, no puede sino darnos la
impresión de un experimento de laboratorio... repetir, como es inducido en la terapia analítica... implica
convocar un trozo de vida real...de ahí en más la compulsión repetitiva determina la secuencia del material
que será repetido” (pág.152)

13 - EL AREA DE LA MENTE DEL ANALISTA ¿CÓMO SE ENTIENDE?


¿Cómo pensaba Freud que se producía ese maravilloso hecho de “entender” cual es el sentido latente de
aquello que sucede en la sesión?
El analista, dice en 1912, “... debe volver hacia el inconciente emisor del enfermo su propio inconciente
como órgano receptor, como el auricular telefónico se ajusta al micrófono emisor...” debe estar dispuesto
a... “usar todo (todo por igual, sin preferencias ni prejuicios de comprensión) cuanto se le es dicho para
interpretarlo sin sustituir por una censura propia la selección que ha realizado el paciente”. (Pág. 117).
Sin duda, esto es difícil siquiera de aproximar en el así llamado dispositivo individual y más aun en el
análisis de configuraciones vinculares. De ahí que surjan nombres extraños (“sin memoria y sin deseo”,
“hacer el muerto”, “reverie”, “pantalla inactiva”, “atención libremente flotante”) para designar esa
imposible actitud de escuchar sin comprender o de participar sin vincularse. El meollo de la dificultad
es que, según esas recomendaciones, el cénit de la escucha se presenta en un psicoanalista “puro
inconciente”, pero esa posición requeriría del desvanecimiento de la posición de sujeto del saber y de la
observación; ser ajeno a uno mismo, lo cual es imposible; como lo es no vincularse.
Nuestra mente no resiste lo novedoso. Tal vez tolera algún sinsentido, algún momento de perplejidad o
vacilación, pero se siente incómoda frente a lo ajeno, a visitantes desconocidos, a presentaciones no
representables o razonablemente enlazables. Mas, por estar involucrado en el vínculo analítico, el
ámbito de la mente del analista en la sesión es también sede potencial de novedades y,
consecuentemente, de resistencias a ellas. Además, por la naturaleza inmanente del vínculo, en el
transcurso de la sesión no es posible “pensar” las marcas de lo que se hace y percibe (al menos no todas
las marcas). La experiencia me ha demostrado no pocas veces que la capacidad de operación del
analista excede su “comprensión” de lo que acontece en la sesión: en el ámbito vincular de la sesión se
producen hechos que exceden lo que analista y pacientes pueden comprender en ese tiempo.
¿Cómo hablar entonces de “una sesión”? ¿Qué es un registro de la misma si mucho de lo esencial de
ella quedara por fuera de lo representable?
Sucede que de esos excesos que emergen en la sesión quedan en las mentes de pacientes y analista,
afectadas por lo que sucedió, marcas excedentarias que siguen trabajando después de la sesión. Si hay
transferencia y proceso analítico se trata de sujetos de la situación analítica; ‘tocados’ de distinta
manera por lo que allí, en el vínculo, aconteció.
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 15

Habrán notado que diferencio “sesión” de “situación analítica”. La sesión es un episodio de la situación
analítica. En el resto de la situación analítica esos registros de la sesión siguen trabajando, son
pensados, en un proceso de fidelidad a lo que les aconteció en la sesión a los sujetos del vínculo
analítico. Ese pensar fuera de la sesión no es un pensar en trascendencia sobre el objeto de
conocimiento “sesión”, porque, aún fuera de la sesión, los sujetos siguen en situación analítica
afectados por lo acontecido. No es “observar para entender”, sino “pensar en situación”.
En el dispositivo vincular todo esto es aún más complejo: interviene el campo visual cruzado, las
miradas, los movimientos en un campo surcado por múltiples transferencias 18 (I. Berenstein y J. Pujet,
1997; ver también los Capítulos de S. Gomel y M. C. Rojas de este libro). Además, hay historias que
resulta muy difícil no recordar: el campo vincular está poblado de múltiples lugares de identificación y
transferencias posibles. “No suprimir”, como recomienda Freud, ninguna línea asociativa vincular (o sea
no vincularse) resulta, sino imposible, muy improbable. Al intentar hacerlo se corre peligro de ser
invadido por una suerte de caos difícil de soportar o de quedar inmerso en el discurso que reglamenta
los vínculos familiares. Rescatarse de esa inmiscusión y ese caos es crucial para el analista de
configuraciones vinculares. La mejor posición para la escucha debería ser “dejar vincularse”, pero, de
nuevo, eso entraña el peligro de desaparecer como sujeto observante. Por todo esto al analista de
configuraciones vinculares le es particularmente importante distinguir “sesión” de “situación analítica” y
pensar los registros excedentes de aquella en ésta.

14 – ADVERTENCIA ANTE UNA ZONA DE DISCONTINUIDAD


Intentaré ahora presentar el material clínico de una sesión familiar abarcando en el relato el vínculo
donde se gestaron sus marcas. Por todo lo que he manifestado en los últimos dos puntos, este intento
(de un imposible) estará lleno de complejas dificultades e implica un salto en nuestro camino, o sea que
deberemos atravesar aquí una zona de discontinuidad.
Los límites que dividen territorios homogéneos suelen ser convencionales. Por ejemplo, la frontera que
divide a las provincias argentinas La Pampa y Buenos Aires es el resultado de una convención (y por eso
en la Ruta 5 es necesario que un cartel señale su lugar). Pero hablar del “límite” que separa zonas
heterogéneas no tiene mayor sentido: entre heterogeidades no media una línea fronteriza; hay un salto.
Y por más que se establezcan correlaciones entre los territorios heterogéneos, la discontinuidad que los
separa no se disuelve. Es lo que ocurre entre el nombre y la cosa, o entre la teoría y la clínica (de ahí el
salto que daremos ahora).
La teoría y la clínica se interrelacionan, cierto. Pero, de ser fieles a los discursos que organizan sus
territorios, sus relatos resultan esencial e irreversiblemente diversos. El camino que va de la teoría a la
clínica es uno, y el que va de la clínica a la teoría, otro. En su crecimiento, la Obra de Freud no cesa de
cruzar una y otra vez -y en ambas direcciones- el espacio que separa a la teoría de la clínica. En el
tránsito por esa zona de incongruencias esenciales y de discontinuidades que no se homogeneizan, el
psicaonálisis freudiano creció, se robusteció y consolidó. Sin embargo, aun en la pluma genial del
maestro, la brecha entre teoría y práctica no cierra.
En el trayecto teórico que hasta aquí transitamos, hemos abundado en la determinación de
generalidades (incluso cuando destacamos la importancia de lo singular), en lo Uno. Con el relato clínico
ingresaremos al territorio de lo particular, lo no generalizable, lo múltiple. Ganaremos en apertura pero,
inevitablemente, perderemos coherencia. El medio clásico para acercar esos dos territorios –que, insisto,
interactuan pero son disyuntos- es la viñeta o la deformación ‘adecuada’ del material. Pero, si esas
estrategias logran disimular la discontinuidad e “ilustrar” adecuadamente la teoría, suele ser a costa de
desnaturalizar la apertura propia de la clínica: un hecho en una sesión es como un nudo en una
inmensa red, o, mejor, como una marca puntual en un conglomerado de puntos; no la coagulación de
un sentido.
En rigor, la discontinuidad que atravesaremos ahora se parece en mucho al estado de la mente de un
analista en sesión. Por un lado, él no puede sino tratar de comprender lo que está sucediendo, armarse

18
Freud (1913) afirma que uno de los motivos principales por los que él recomienda que sus pacientes se acuesten en el diván
es el de evitar la interferencia que la fatigante mirada de ellos produce sobre él.
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 16

teorías, anticiparse al porvenir formulándose alguna generalidad que hilvane algo de ‘eso’ que ahí
sucede. Por otra parte, sabe que ese intento de cierre obstaculizará inevitablemente la consigna que rige
la práctica de lo singular: estar abierto (‘prestar su inconciente’, ‘dejar vincularse’) sin anticiparse. Si me
preguntasen cual es el rasgo más característico y esencial de la situación que habita el analista en
sesión, diría que es precisamente el de esa discontinuidad que ahora cursamos.
Advertido el lector del necesario corte que atraviesa el capítulo en este punto, y de que el relato de una
sesión no será una ilustración de la teoría sino –en el mejor de los casos- evidencia de la clave con que
la interpreta el que la escribe; abordaré el relato clínico.

15 – MATERIAL CLINICO
Intentaré, repito, transcribir lo que fui recordando de una sesión en una situación analítica sin
excluirme como participante.
El material clínico que he elegido será “una sesión familiar”, no “un caso”. Esa elección tiene pros y
contras. Entre las segundas está el hecho de que, al no incluir la ‘evolución’ de la familia o del
tratamiento, perderemos la perspectiva distante apta para evaluar la existencia o no de grandes
cambios, comúnmente asociados al interés por lo acontecimental. Además, el relato novelado de ‘un
caso’ transcurre en un tiempo escénico que es en sí mucho más ameno que el del monótono tiempo,
más cronológico, de ‘una sesión completa’. Sin embargo, esa pérdida se compensaría si permitiese que
nos acerquemos a los microprocesos, las pequeñas oscilaciones entre lo establecido y lo emergente que
están presentes en toda situación analítica y, en mi opinión, configuran el ámbito central de la mirada
acontecimental de la clínica.
La sesión que seleccioné no es una que tengo guardada en mi memoria como ‘un acontecimiento’, o de
la que recuerdo mis intervenciones como destacablemente lúcidas. Más bien elegí una cualquiera, que
transcurrió hace algunos años y de la que tenía, sí, una transcripción aceptable.
Diré ahora algo acerca del modo en que, cuando dispongo de tiempo, voluntad e interés suficientes,
levanto el registro de un material clínico: no grabo ni tomo notas escritas durante las sesiones; apenas
finalizan éstas, suelo anotar palabras o frases sueltas que me sirven de puente para, en otro tiempo,
reconstruirlas. En ese ‘otro tiempo’ anoto lo más fielmente posible lo que sucedió en la sesión,
incluyendo los pensamientos y las sensaciones que recuerdo haber tenido durante la misma. Mientras
lo hago, suelen ocurrírseme nuevos pensamientos acerca de mis intervenciones o de lo que sucedió en la
sesión. Los anoto diferenciándolos, si puedo, de las ocurrencias que tuve durante la sesión. Esta especie
de “telescopaje” (sesión - registro de sesión - registro de registro de sesión...) de modo alguno cierra la
brecha entre la sesión y esa reconstrucción (¿debería decir deconstrucción?). En el mejor de los casos
facilita el trabajo, dentro de lo que llamé ‘situación analítica’, sobre alguno de los puntos a los que, de
otro modo, no accedo. Lo que resulta es en realidad un registro del proceso de mis pensamientos en la
situación en el que cada nueva inscripción suplementa a la anterior, destotalizándola.
Tengo la creciente impresión de que, al no ser abarcados por el esquema clásico en el que el analista es
un observador en la sesión y ésta el único lugar de producción; en los relatos clínicos habituales
muchos sucesos cruciales de la situación analítica pasan inadvertidos.

16 – LOS LORENZO
Fui consultado por los Lorenzo acerca de su hijo mayor, Atilio por “problemas de conducta” que solían
terminar en peleas con golpes, a veces importantes, entre él, su madre y/o su padre. Luego de un
proceso diagnóstico bastante largo (duró unos 2 meses) que incluyó al niño y su familia, indiqué una
terapia familiar. La familia Lorenzo está compuesta por Gina, la madre, que es profesora de idiomas en
colegios secundarios; Lionel, el padre, que trabaja como concesionario de autos; y Atilio y Franca, los
hijos, de 11 y 7 años respectivamente.
De la cantidad bastante grande de ‘antecedentes’ que podría relatar sólo mencionaré aquellos que, creo,
me hubiera resultado difícil olvidar en el tiempo en el que transcurrió la sesión en cuestión. La razón de
esto es que quisiera poder acercar lo más posible este relato al estado de mi mente en aquel entonces:
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 17

El papá de Lionel, que aún vivía, había sido un desertor del ejército italiano durante la segunda Guerra
mundial, y “salvó su vida escondido 10 meses en un sótano”. Gina, también descendiente de italianos,
tuvo un solo hermano, quién murió “ahogado en una pileta cuando estaba embarazada de Atilio”. Quedó
muy deprimida por ese hecho y “se refugió en la felicidad del embarazo y la presencia del bebé”. La
lactancia, de Atilio, sin embargo, cursó con problemas. Por una serie de razones que no incluyo aquí, el
hermano muerto como lugar propuesto al que Atilio se identificaba pronto se transformó en mi mente en
uno de los ejes principales de la comprensión de mucho de lo que sucedía con los Lorenzo (e influyó sin
dudas también en mi indicación). El nacimiento de Franca transcurrió aparentemente al margen de
estos conflictos.

17 - DECIMA SESION DEL TRATAMIENTO


Llegan Gina, Atilio y Franca, esta última con un álbum y paquetes de figuritas en la mano. Al entrar al
consultorio oigo que Gina le indica a Atilio que se siente en otro lado (queda así la silla más próxima a
ella libre, presuntamente para Lionel). Gina comenta “llegó el invierno ¿no quieren sacarse la campera?”
Franca se la saca, Atilio no: dice que él tiene frío. Franca propone jugar al ahorcado. Atilio mira con
aparente indiferencia. Franca dibuja una horca y escribe “T_ _ _ _ _ A”, que será “TIJERA”. Antes de
hacerlo corre hacia su mamá y le pregunta algo al oído. “Esa no, la otra”, le contesta Gina.
[Qué configuración particular –pienso en la sesión- Atilio quedó afuera del secreto, pero ahora
tiene información en el juego sobre las letras, que seguramente son C-S, B-V o J-G... evoco otras
situaciones de la familia en las que quién queda afuera detenta cierta información... pero detengo
mis pensamientos porque me pierdo lo que sucede. Luego, al transcribir esto, pienso que yo
también, como Atilio, quedaba en esa posición de ‘afuera y con información’, ¿a eso se habrá
debido ese “perderme en mis pensamientos”?].
Atilio no tiene problemas en descubrir “TIJERA”. Luego, hace él un ahorcado y escribe “D _ _ _ _ N”, que
será “DELFIN”, Franca será la que debe descubrirla. Ella y su hermano discuten cómo es la anotación
de errores. ¿Cuánto vale un error?, ¿un ojo, otro ojo, la boca etc. -como quiere Franca- o todos los
rasgos, como dice Atilio? Gina defiende la posición de Franca, y le dice a Atilio que a él no le cuesta
nada hacer lo que quiere su hermana; quién a esa altura está por perder. Gina, que parece haber
adivinado cual es la palabra, dice: “me perdonás Franca, decí L”. [Noto que no dice “me perdonas Atilio”,
como a mí me parecía lo adecuado]. Franca finalmente acierta. Su hermano protesta: “Así no vale, vos
no te metas, dejanos”. “Bueno Atilio, pensá que es chiquita y una ayudita puede tener”, contesta su
madre. En ese momento llega Lionel. Saluda, intercambia sonrisas con Franca y se sienta en la silla
vacía. “¿Cuál es el chiste?”, le dice a Franca que se ríe. “Vos ya lo sabés”; “No, me olvidé, contalo” ,
contesta el padre. “No...” dice Franca, ruborizada, haciendo gestos de vergüenza.
[Si pregunto me siento como un personaje con libreto escrito, sino me quedo sin saber... en medio
de cierta perplejidad elijo el silencio. Al transcribir, no en la sesión, pienso que podría haber
razones contratransferenciales que contribuyeron a ese momento de perplejidad. Casi al principio
de la sesión les pregunté sobre el álbum y me dieron una respuesta que no recuerdo bien, algo,
creo, acerca del conejo Bunny y del basquet. Todo esto, repito, lo evoco ahora, cuando escribo y no
cuando comencé a reconstruir la sesión ni al anotar palabras. ¿Se me olvidan los pasajes que no
“concuerdan” con mis hipótesis? Ahora, por ejemplo, recuerdo que al llegar Lionel a sesión él
también se interesó por el álbum, conocía de qué se trataba y preguntó por qué no aparecía en él
“Lulú” (creo), la mujer sexy del conejo. Franca le mostró con insistencia que tenía una figurita en
la que Bunny ardía de amor por la conejita. De nuevo, ¿qué pasó con este fragmento en mi
recuerdo? ¿Porqué lo olvidé? ¿Por que no “entraba” en mi concepción y por lo tanto lo deje caer?
¿O por su contenido edípico, que reprimí en el recuerdo al quedar yo excluido del vínculo amoroso
entre la niña y su padre?].
Ahora Franca hace el ahorcado para Atilio y escribe “P _ _ _ _ _ N” que será “PIZARRÓN”. Antes, le
pregunta algo al oído a su mamá, quien responde sonriente “es con Z” [nuevamente, pienso, información
y exclusión], y luego que entre la P y la Z falta una rayita (Franca creía que era “PIZARÓN”). Atilio se ríe
y dice “pizarrón”, según explica vio a su hermana mirar el pizarrón antes de escribir la palabra. Todas
estas “adivinanzas” son festejadas, el clima es de alegría.
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 18

[Pienso en la sesión: ¡cómo los divierte adivinarse de golpe! ¿Juegan a las transparencias?, ¿es una
relación adhesiva como la de las figuritas? Sin embargo, por ahora entiendo poco. El clima es
bueno pero han pasado 20 minutos y comienza a inquietarme no tener nada que decir que, para
mí, pueda valer la pena. Sigo en silencio].
Atilio toma la hoja y escribe “L _ _ _ _ _ E”, que será “LARINGE”, y le pide a sus padres, especialmente a
su madre, que jueguen. Como es habitual, ésta le pregunta si está seguro de haber escrito bien, si la
letra del inicio y del final no figuran otras veces... Al principio ni Lionel ni Gina aciertan. Gina pregunta
si esa palabra en realidad existe; Lionel, si es en castellano. Atilio dice que existe, que es en castellano y
decide ayudarlos: “es una parte del cuerpo humano”. Entonces aciertan.
Luego hace un ahorcado Gina, quién elige la palabra “DIVERTIDO”, que pronto acierta Lionel. Vuelve a
hacer un ahorcado Atilio eligiendo la palabra “INTESTINO”. “Parece que te preparaste bien para el
examen de mañana” le dice Gina, mirándolo sonriente. Me explican que mañana Atilio tiene prueba de
anatomía del cuerpo humano
[Noté en ese momento que había algo especial en el disfrute de Gina al adivinar lo que pasa por la
mente de los demás, ¿o era especialmente con Atilio?].
Toma el papel Franca que escribe un ahorcado con “TIJERA”. Cuando Lionel la descubre Atilio y Gina le
comentan que ya la había escrito antes de que él viniera. Franca dice que no. Le muestran la hoja dónde
lo había hecho. Franca dice que no se acordaba. Además, en el nuevo ahorcado la escribió con “G”. Le
recuerdan que también le habían dicho que era con “J”.
[¿Dónde está Franca?, pensé en ese momento, ¿toda ocupada-sabida por la mente de la madre?
¿Es tan transparente a ella que no retiene los recuerdos de sus propias experiencias? Me seguía
preocupando no tener nada que yo pensara “sustancioso” para decir, sospeché que algo podía
haber con la palabra “tijera”, pero no me daba cuenta qué. “Decir algo”, pienso ahora, es un modo
de diferenciarme, de rescatar mi lugar de analista].
En ese momento dije algo así como: “Hay cosas que se repiten porque quedan como si no hubiesen
pasado”.
Atilio toma el papel y escribe “E _ _ _ _ _O” que, sonriente y sin vacilación, Gina descubre que es
“esófago”, “¡escribís toda la anatomía!”, le comenta.
Entonces, Atilio dice “a ver si adivinan ésta papá y mamá” y escribe “D_ _ _ _ _ _ _ _ O”. Una vez que ellos
arriesgaron algunas letras, se dirige a mí con una sonrisa y me pregunta “¿vos ya te la sabés?”
Respondo que aún no me doy cuenta. [Basado en otras sesiones, pensé que ésta era una señal de que,
según él, yo debería saber algo]. Finalmente llegan a completar “DE _ _ INARIO”, pero a esa altura casi
están ahorcados... Gina, francamente contrariada, afirma que esa palabra no existe. Lionel sigue
pensando... Gina se rinde, luego dice que no juega más al ahorcado. Atilio insiste: “entonces digan
cualquier letra”. Lionel propone la “L” con lo cual llegan a “DEL_INARIO”. Gina se ha enojado mucho
más. Retira bruscamente su cuerpo de la mesa, cruza sus brazos, se reclina hacía atrás y dirige una
mirada de enojo hacia el pizarrón vacío de enfrente. Anuncia que ella no juega más, que Atilio diga qué
palabra es y se terminó. “Igual falta una y estás ahorcada”; le contesta, desafiante, Atilio. Gina dice que
está cansada de que su hijo la empuje a que ella falle: “¡Insiste en demostrar que no puedo, yo ya dije
que no juego más y él insiste hasta lograr que me enfurezca!”. Lionel tímidamente arriesga la letra “P” y la
figura del ahorcado se completa. ¿Cuál era la palabra? “DELFINARIO”. “¿Y qué es eso?”, pregunta
Lionel. “La pileta donde se crían los delfines”, contesta Atilio. Gina dice que esto es lo que siempre pasa,
que no pueden hacer nada juntos porque Atilio empuja hasta que se rompen las leyes del juego, que su
único objetivo es demostrar que fallan los padres... inventando incluso palabras para provocar esos
enfrentamientos.
Intervengo en ese momento, diciendo que este es un juego en donde o bien se acierta, cosa que a ellos
parece caerles bien, o no y uno es ahorcado, “lo que molesta -continúo- es que surja algo que no saben y
dudan si es un invento para castigar ahorcando o si simplemente se trata de algo que aún no se sabe.
Pero, surgen peleas y se quedan sin saber si es algo nuevo, o lo mismo de siempre. Como en este caso lo
no sabido es una palabra podría buscarse en otro lugar, en la cabeza de Uds. o en un diccionario”.
[Apenas dije esto, surgió en mí la duda de si debí o no incluir lo del diccionario. “Diccionario”,
pienso al transcribir, tal vez era el nombre de la apelación a una instancia de alteridad que
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 19

convalide que Atilio hablaba de algo existente. ¿Mi propia resistencia a considerar “delfinario” un
invento?, ¿el peligroso y tentador lugar de identificación con Atilio?, ¿me habría fascinado ya su
invento?].
De inmediato Atilio me mira sonriente y me pregunta si puede traer un diccionario de mi biblioteca, le
digo que sí. Gina afirma que no se trata de ver si está o no está en un libro [criticando mi actuación,
supuse], sino esa manera de traer las cosas de Atilio: “él empuja y empuja hasta llevarlo a uno al lugar
donde es derrotado. Si uno dice ¡Basta abandono!, él sigue y sigue...” Lionel, tímidamente, afirma: “a uno
Atilio lo vuelve loco, pero igual se podría buscar en el diccionario”. Lo hacen, pero no la encuentran.
“¡¡Uy!! No está, pero yo sé que se llama así la pileta donde se crían delfines... me parece”, comenta Atilio.
“Lo mismo pasó el sábado – dice Gina - no sé, ¿vos te acordás, Atilio?”. El hijo no responde, la madre
sigue hablando: “resulta que yo lo estaba reprendiendo por algo y le estaba explicando qué había hecho
mal, no me acuerdo ahora qué era, pero yo estaba muy enojada, y Atilio se pone a hacer un ruido, como si
cantara o algo así y a mí eso me pone loca. Hay una madre que le dice algo a su hijo, y éste canta como si
no le importara, pero es para no escuchar lo que le digo, cuando yo sé bien que él sabe lo que le digo...”
Les pregunto si saben qué había pasado. Franca dice que no: ella sólo escuchó que gritaban. Lionel
comenta que se enteró de la anécdota pero no del porqué: “habrá sido una de las tantas de Atilio,
supongo”. Atilio no se acuerda. Gina lo increpa: “vamos, ¿me vas a decir que no te acordás?” Atilio dice
acordarse que su madre lo había retado y que él se había puesto a cantar, pero no de qué hablaban.
Finalmente Gina confiesa que ella tampoco se acuerda.
“Es parecido a lo que pasó recién, -señalo-: cuando se arma la discusión no queda lugar para saber qué
palabra o cosa nueva, si la hubiera, hay. No se pueden escuchar más, por que cada uno queda con su
propia música”.
“Música era la de Atilio - dice Gina - pero yo estaba diciendo cosas que, si bien no me acuerdo cuales,
eran importantes: un hijo debe escuchar lo que un mayor, y más si es la madre, le está diciendo”.
Agrego que podría ser que para Atilio en ese momento las palabras de la madre eran como un ruido
molesto, del mismo modo que para Gina el canto de Atilio, que eran dos escuchando un ruido sin que
quede un registro de qué era la cuestión. Pero de eso no hay diccionario, y Lionel y Franca parece que
tampoco recuerdan.
[Al transcribir, recuerdo que al formular esa interpretación sentí cierto temor de que pudiera
resultar agresiva para Gina; se ve que de algún modo había yo percibido los peligros de
identificarme al lugar de “hijo no escuchado” y/o “hijo retado”].
Gina, luego de un silencio, interviene: “otra cosa, así como ejemplo de estos que hay miles, pasó el
domingo al volver de la quinta. Habíamos hecho comida de más, un lomo, un pollo y una tarta deliciosa.
En el viaje de vuelta decidimos calentar esos restos y comerlos a la noche. Pero, ni bien llegamos, Atilio
empezó que eso no come. Pero, digo yo, si tenés carne, carne de pollo, tarta, ¿qué querés, Atilio?, ¿nada te
conforma a vos?, ¿te ofrezco para comer de todo y vos dale que no, dale rechazar, dale decir que lo que te
doy no sirve? Pero, él no, y no, y no... y eso me vuelve loca”. “Yo pienso lo mismo”, afirma Lionel [Al
transcribir, no en la sesión pensé, ¿lo mismo que quién?, ¿que Gina o que Atillio?] “es una oferta amplia,
abundante, si alguien la rechaza no es porque no se le da”.
Intervengo: “Parecen reclamos ligados a que uno da y otro insiste en que eso no sirve. Madre que da e hijo
que no acepta y queda sin alimento; palabras que no se entienden... A lo mejor el domingo Atilio quería
otra cosa, algo no usado, o no quería comer... pero dice o hace algo que por alguna razón enfurece a Gina y
a Lionel... quizás sea como “DELFINARIO” y nos quede algo, una palabra, para meternos más; o por ahí es
como la discusión del sábado y se nos pierde... Pero, de todos modos, ¿qué será lo que vuelve a esos
reclamos capaces de enloquecer?” .
Al escuchar mis palabras, Gina comienza a llorar mientras Atilio recorta con la tijera los restos
inservibles de los calcos de las figuritas de Franca.
[Cuando, en los registros de que disponía mi mente en esa sesión, Gina lloraba, era porque algo
había tocado su duelo con su hermano... En el débil recuerdo que me quedó de aquel fugaz
momento creo haber entendido ese llanto como una evidencia más en referencia a mi
interpretación preferida de los hechos: el hermano muerto que le reclamaba a Gina, Atilio
identificado a él mostrándose afuera de toda reparación posible y con ello asegurándose un lugar
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 20

en la cabeza de su madre perpetuando la pelea que los une en un vínculo apasionado que a su vez
vela el duelo. Franca quedaba afuera; Lionel descolocado como tal vez quedó con la muerte de su
cuñado... Las palabras “laringe”, “ahorcado” y “pileta”, que enlazaban la situación, decididamente
me habían impactado].
Lionel, que había escuchado atentamente mi interpretación, observando el llanto de Gina dice: “pero, y
entonces ¿cómo me pasa eso a mí también si no tengo unos pechos así (gesticula) ni tuve problemas en la
lactancia? ¿Cómo es que a mí también me saca de quicio cuando el rechaza los ofrecimientos?” Al
escucharlo, Gina intensificó su llanto.
[Las palabras de Lionel, de golpe cambiaron la escena de mi mente: súbitamente arribó a ella el
recuerdo de los problemas en la lactancia de Atilio debidos a una patología en los pezones de Gina.
Habían sido –comentaron entonces- tres meses “de pesadilla” con un pediatra que indicaba que
persistiera ordeñándose aún cuando Atilio, según dijeron, estaba subalimentado. La primera
consulta psicológica que hicieran por Atilio, quedó en ella marcada por este simple recuerdo: la
psicoanalista les dijo que los problemas del niño se debían a esa privación de los primeros meses,
por la que él aún clamaba resarcimiento o venganza. Gina también había llorado cuando me relató
eso. A pesar de saber que el relato de lo dicho por la analista no tenía porque coincidir con lo que
ella en realidad ella había dicho; me asombró que no se hubiese mencionado la simultaneidad de
la muerte de su hermano. Pero al escuchar a Lionel me di cuenta que ahora, en la sesión, se
trataba también de los pechos, de la lactancia, de lo que Gina no había dado. Que no era sólo
“mente ocupada por un hermano muerto” sino también “pechos ocupados, enfermos y retraídos”.
No sólo era “pileta” sino también “cría”, no sólo “laringe” sino también “esófago”. ¿Porqué lo que
ella no dio no aunaría los pezones enfermos y el duelo por el hermano muerto que la desposeyó de
pechos mentales de un lugar propio, no usado, para Atilio?, ¿y porqué no estaría todo condensado
en DELFINARIO: pileta y cría?
Sentí esas ideas como una revelación. ¿Se trataba de que simplemente había borrado de mi mente
los recuerdos de lo que, por otro lado, ya “sabía” y conducían en una de esas direcciones? Sin
embargo, a juzgar por sus efectos, mis interpretaciones de algún modo habían incluido el tema de
la ‘nutrición’. En cambio, no incluí en forma explícita lo que sí había estado presente en mi mente:
el tema del hermano. ¿Cómo pudo ser? ¿Una escucha más allá de lo que se entiende? Mi cabeza
ardía. En frente mío estaban los papeles del “ahorcado” donde decía “laringe” (hermano muerto),
“intestino” y “esófago”, (alimentación) y “delfinario”, la palabra detonante que, según Atilio era “la
pileta donde se crían los delfines”. Pero ahora se me unía a esto la posición femenina de Lionel, la
envidia por los pechos. Su ausencia... De todo eso creo que sólo salió de mí decir:]
“Parece que lo que recuerde la dificultad para comer o para dar de comer enloquece, más allá de los
pechos”.
Gina, secándose las lágrimas dice que a ella ni se le ocurrió en ese momento que Atilio pueda querer
otra cosa, que tampoco se le ocurre ahora que pueda querer jugar con “delfinario”. “Y yo qué tengo que
hacer, ¿llevarlo a Mc Donnalds a esa hora de la noche al Sr.? – dice Lionel- Porque si lo hago resulta que el
puede decir que no, que él quiere otra cosa...”.
Yo digo: “Y... a lo mejor se trata de otra cosa, el lío es averiguar de qué... porque cuando esa otra cosa
aparece, ya sea por cómo se la trae o por cómo es recibida, se genera, no otra, sino la misma cosa: una
pelea con ruidos que no se entienden”
Gina sigue hablando de lo que ella no se da cuenta, llega a decir que Atilio tal vez quiera cosas que ella
no escucha, le habló por primera vez en segunda persona: “porque vos, Atilio, debés comprender que a
veces mami no puede entender lo que querés, vos también tenés un modo...” Lionel pide más
explicaciones sobre “qué hacer en esos casos”, Gina comienza a explicarle. Atilio declara que tiene
sueño, apoya la cabeza en la mesa y se duerme. Franca desde su silla mira al infinito, como sin
escuchar. Gina ya ha transformando su monólogo, que me había parecido lúcido unos minutos atrás,
en una nueva y prolongada versión de la “educación de hijos”.
[Me sonó reiterado, monótono y presentí que podía llevar todo al lugar de partida. Yo mismo sentí
un adormecimiento y no recuerdo –ahora, al transcribir- sus palabras. Recuerdo, sí, haber
pensado “!Uy Dios, no otra vez¡” ante lo que tal vez sentí como un retorno de lo mismo. Pensé,
también recuerdo, incluir que frente a lo mismo cabe pelearse, como hacen; olvidarse como Franca
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 21

con la tijera; dormirse como Atilio o, por qué no, dar paso a algo nuevo. Pero me pareció
demasiado. Habría sido ruido no comprensible. Tal vez, pienso al transcribir, tuve temor de quedar
identificado a la madre alimentadora-eliminadora de faltas y al padre que no logra limitar.]
Ya es la hora. Sólo digo: “¿dejamos acá?”

18 - UNOS POCOS COMENTARIOS DE LA SESIÓN


Vista por mí ahora, a la distancia, la sesión parece centrada en el vínculo madre – hijo, lo que excluye
un tanto a los otros participantes: Franca, Lionel y el analista. Tal vez ese clima reproduzca en algo
aquella coincidencia peculiar del nacimiento de Atilio y la trágica muerte de su tío Claudio, ahogado en
una pileta y los problemas de lactancia. “Ahogado” resuena con “ahorcado”, el nombre del juego;
“laringe”, “intestino”, “esófago”, etc., son referencias al cuerpo humano y la muerte y, finalmente,
“pileta”, parecerían certificar que se trata de cierta evocación de aquello. La repetición de “tijera” por
Franca, podría pensarse aludiendo al corte faltante de un padre que separe o medie en el vínculo
asfixiante de Gina con Atilio/Claudio.
Ciertamente esa serie de palabras y actos, como aquella “silla vacía” del inicio, señalan el vacío para el
que no tienen, desde el discurso que organiza sus vínculos, otra respuesta que la reproducción más o
menos violenta de lo mismo (con intentos frustros de renovación, como el ahorcado “divertido” de Gina.)
Pero la palabra que genera la máxima perturbación es “delfinario”. Exista o no en algún diccionario,
delfinario en esa situación fue un genuino invento; algo nuevo que irrumpió en la sesión. Tal vez por eso
todos reaccionamos frente a esa novedad. Lionel y Gina dudaron que esa palabra pudiera ser algo más
que una trampa “como las de siempre”; Franca pareció no prestar ninguna atención a su emergencia,
pero se apartó de ahí en más de la sesión; Atilio necesitó creer que el analista “ya se la sabía”; y yo hice
la inusual sugerencia de apelar a un diccionario que convalide su existencia previa. Esa palabra, en
aquella situación, puede pensarse como el nombre de un organizador central del vacío de la situación de
la sesión y parte de la vida de los Lorenzo: designa no sólo al delfín (y los problemas de sucesión que no
he mencionado), sino también el recuerdo de las dificultades en la lactancia (lugar de cría y de vínculo
parento filial), y contiene la evocación de una pileta, el lugar de la muerte de Claudio. La reacción frente
a esa palabra (tal vez frente a la potencia con la que señaló el vacío de la situación) es coherente con la
oposición a que, en la familia penetren novedades perturbadoras como, por ejemplo, que los hijos
ocupen otros lugares que los designados. (Del mismo modo, cabría entender el sentido de la comida ya
hecha o usada y el intento –perturbador- de Atilio de que coman “comida nueva”; de modo que, en ese
sentido, la oferta no es tan “amplia” como dijo Lionel).
Pero hay que agregar lo que sucedió en mí. Mi mente también fue impactada por lo novedoso de
“delfinario”. “Pileta” y mis teorías ocluyeron temporariamente mi oreja a la comprensión de su otra
vertiente “Cría”. Pero, tal vez no se había cerrado mi escucha: aún antes de que los efectos de ‘delfinario’
me conectaran con esa otra significación, mis intervenciones parecen haberla tenido en cuenta. ¿Habrán
sido ellas también efecto de su novedad (como creo que fue la irritación de Gina)? ¿Podrá haber una
dirección de las intervenciones que no esté guiada por el saber referencial del analista ni por lo que él
cree entender? ¿Habrá transferencia de un saber que afecte y llegue al analista, al punto de promover
intervenciones adecuadas, más allá de su comprensión? ¿Serán estos momentos en los que el analista
se “deja vincular” y es efectivamente afectado por lo que aún no entiende?
Sin embargo, esa perturbación tan evidente a lo establecido que siguió a la emergencia de ‘delfinario’ fue
rápidamente cubierta, al final de la sesión, por más de lo mismo. Hubo que esperar todo un año en el
tratamiento para que pudieran evidenciarse lo que, tal vez, hayan sido sus efectos.
Psicoanálisis familiar, Capítulo 4, página: 22

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