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16.04.

03 - ESPAÑA Biblia-Teología
Este hombre debe morir (Benjamín Forcano*)

Adital - Madrid, España - No creo cometer ningún desacato si en una sociedad


mayoritariamente cristiana, pretendo hacer un apunte original de la muerte de
Jesús, precisamente en la Semana Santa. Original en el sentido de ir al origen.
Porque una cosa es lo que le ocurrió a Jesús de Nazaret en aquellos días de
su entrada tumultuosa en Jerusalén, que acabó con su crucifixión en el Gólgota
y otra lo que hemos hecho después con una conmemoración literal,
monótonamente estereotipada de aquellos hechos.

No sé por qué la mirada se nos ha de quedar clavada en el ámbito físico y


restricto del Nazareno. Él fue a Jerusalén a celebrar la pascua judía. Era un
judío más. La fiesta era nacional, concitaba a más 120.000 israelitas, que
llegaban de todas partes. La esclavitud bajo el Faraón había durado demasiado
tiempo y, finalmente, habían quedado libres, congregándose en una nueva
tierra. Un pueblo había sobrevivido, sin perder su identidad, y convergía allí, en
explosión jubilosa, para conmemorar semejante gesta.

Pero, Jerusalén desde hacía años, estaba bajo otra esclavitud, la del imperio
romano. A su sombra, las autoridades judías habían negociado, habían logrado
una buena autonomía en su vida cultural y religiosa, siendo ellas las que
manejaban a su antojo el asunto religioso. Pululaban sentimientos nacionalistas
y movimientos independentistas (los zelotes), pero a las autoridades les
pertenecía el monopolio del uso e interpretación de lo religioso.

Un campesino de Galilea, ya conocido, pero sin pertenencia a la aristocracia


religiosa ni social, se atrevió a llamar a las cosas por su nombre, denunciando
la enorme corrupción a que había sido sometido el nombre de Dios en el
templo de Jerusalén, lugar el más emblemático para todo el pueblo, por
venerar en él al Dios que los había conducido a la liberación.

La actuación de Jesús fue un desafío. Sus palabras restallaron como un látigo.


¿Qué celebración de la Pascua era aquella? ¿Cómo se compaginaba todo
aquel tráfico del templo, montado por el Sanedrín, con el culto auténtico de
Dios, que consistía fundamentalmente en la práctica de la justicia y del amor?
¿Que valor podía tener todos aquellos sacrificios materiales y aquellos
inciensos, si la vida de los dirigentes y sus enseñanzas se apartaban del
verdadero conocimiento de Dios? Su función religiosa les había llevado a
erigirse en casta superior corroída por el egoísmo, la soberbia y la hipocresía.

La Pascua Judía fue para Jesús la ocasión de denunciar el sistema religioso


dominante: las patrañas urdidas por los dirigentes, la conversión del culto en
negocio del Sanedrín, la opresión que ejercían sobre el pueblo, las falsas
interpretaciones inventadas, la arrogancia de que hacían gala, el menosprecio
hacia los sectores más pobres, su afirmación de la teocracia e idolatría
nacionalista, el montaje de toda una religión legalista, puramente exterior, que
cultivaba la apariencia y escondía el vicio.

Jesús apuntaba al corazón. No había escapatorias posibles. La cosa era más


sencilla. No había que embolicar a Dios con las tonterías y truhanerías de los
hombres. Dios es lo que es y refleja su luz, con nitidez, en la conciencia de
todos. Aunque sean analfabetos. Esa luz, por natural, es pura e incambiable. Y
a ella remitía, en última instancia, la sabiduría popular del Nazareno. Con lo
cual, encendió la chispa: el pueblo le escuchaba admirado y los dirigentes le
espiaban preocupados. Era peligroso. Y determinaron matarle.

Una muerte violenta, injusta, criminal, a manos del poder más arbitrario. No a
manos del Padre celestial; esa sería la muerte de un Dios sádico. Ni Jesús, su
hijo buscó la muerte, ni Dios le destinó a ella. Eso es una solemne tontería, una
herejía y una coartada para todos los poderes de turno que siempre se han
negado a ver la muerte de Jesús como lo que fue: una consecuencia de su
estilo de vida, de su rebeldía y disidencia frente al poder religioso y civil, de su
coherencia y libertad, de su sinceridad y amor por la justicia y los más pobres.
Jesús murió asesinado por la sinagoga y el imperio.

Vengamos ya a las muertes de los Viernes Santos de nuestro tiempo. Los


templos cristianos con sus ritos, inciensos, cantos, plegarias y procesiones, ¿a
quién están recordando? ¿Qué están celebrando? ¿La muerte de Jesús? ¿Su
muerte física? ¿Nada más? ¿Y eso una vez y otra vez, un año y otro año, un
siglo y otro siglo?

¿No será que hemos convertido en momia sagrada la liturgia católica? La


pasión y muerte de Jesús son referencia paradigmática. Pero su muerte no ha
acabado, sigue reviviéndose en el Cuerpo de la Iglesia y de la Humanidad. Y
sigue produciéndose en el altar del poder económico y del poder religioso. Hoy
son otros los Faraones, los Pilatos y los Sumos Sacerdotes.

¿Dónde están los profetas y liberadores que, como él, tratan de rescatar el
significado de su Pascua, hoy Pascua cristiana? ¿Cuántas son las
desviaciones y corrupciones que hay que destapar y corregir? ¿Quiénes son
los tiranos y verdugos? ¿Quiénes los que sufren pasión y quiénes los
crucificados? ¿Cuánto de esto está presente y se celebra en las liturgias de
nuestros templos?

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