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Clima y Medio Ambiente

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EXTRA AGUA Y BOSQUES >

Pulmones verdes en
riesgo
Las extensiones arboladas soportan
variaciones climáticas, pero cuando
estas son muy frecuentes e intensas
corren el peligro de desaparecer,
por ello es crucial adaptarlas para
que mantengan las mínimas
condiciones de vitalidad y sigan
absorbiendo emisiones de carbono
y siendo reguladoras del ciclo del
agua

Una cascada en el bosque de Los Tilos, en la isla de La Palma.


JOSE A. BERNAT (GETTY IMAGES)

BELÉN KAYSER
21 MAR 2023 - 23:01 CST

Es frecuente escuchar que los bosques


son los pulmones del planeta. Pero
menos corriente es oír que “son nuestra
placenta”, la definición de Fernando
Morales de Rueda, investigador de la
Universidad de Granada. Estos
“complejos sistemas”, que ocupan 40
millones de metros cuadrados,
representan una tercera parte de la
Tierra. Y, entre otras muchas cosas, son
responsables de absorber un tercio de
las emisiones de CO2. Solo su suelo se
encarga de quedarse con la mitad.

El cambio global, no obstante, está


afectando de forma irremediable a ese
equilibrio. Calor, sequía, plagas,
patógenos, pérdida de vapor del agua o
subida del nivel del mar son algunos de
los riesgos que enfrentan los bosques y,
por tanto, la disponibilidad de su stock y
de esa capacidad de absorber carbono.
Todos estos detonantes provocan que lo
que ahora son sumideros de CO2 se
conviertan en fuentes, es decir, que
emitan ese carbono a la atmósfera. El
calentamiento global, además, tiene
impacto en la función de los bosques
como reguladores hídricos, porque no
podemos olvidar que están vinculados a
masas de agua azul como ríos, cascadas,
lagos…

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“Somos como somos porque nos


pasamos más de seis millones de años
metidos en el bosque. Nuestro vínculo
con ellos es íntimo. Nuestra capacidad
de tacto, de ver gamas de verdes, de
hacer manada… Esas cualidades se nos
transfirieron de los bosques”, reivindica
Morales, que es, además, parte del
movimiento Generation Restoration del
Foro Económico Mundial. La Comisión
Europea recoge que, para la UE, el
catálogo de los servicios que nos
ofrecen los bosques estaría valorado en
cerca de 81.414 millones de euros. “Si no
le pones un número al trabajo que
hacen los bosques, desde el coste de
mantener el ciclo del carbono, de los
nutrientes y del agua hasta los
materiales que nos proveen, la
regulación de la erosión… parece que no
importa”, lamenta este experto.

Estos servicios, a los que se suman la


extracción de madera o la energía
verde que sale de su biomasa, están en
peligro hace tiempo y se degradan cada
vez más rápido. Los árboles pueden
soportar variaciones climáticas, pero
cuando estas son muy frecuentes y más
intensas, bosques enteros corren el
riesgo de desaparecer. Como apuntan
los expertos, esa labor de recaptura —o
secuestro— de carbono sigue dando un
valor elevado, o más o menos se
mantiene. Pero ¿qué ocurrirá a final de
siglo? “Nada halagüeño. Esa capacidad
de sumidero se irá agotando”, explica
Jordi Vayreda, investigador del Centro
de Investigación Ecológica y
Aplicaciones Forestales (CREAF), sobre
el efecto del cambio climático en los
bosques. “Ante esta situación, lo
importante es adaptar nuestros
bosques, que se mantengan con las
mínimas condiciones de vitalidad y
salud, que se salven los principales
servicios ecosistémicos”.

Si las temperaturas globales suben 4 ºC


respecto a los valores preindustriales (el
Acuerdo de París hablaba de limitarlo a
1,5 ºC, pero estamos muy lejos de eso),
los estudios apuntan a que la cubierta
forestal se reducirá a la mitad en 2100.
Es una información que recogía un
monográfico sobre bosques publicado
recientemente por National Geographic.
“Estamos viendo las señales: los
bosques son muy vulnerables al cambio
climático y cada vez soportan más
presión”, resume Jorge Curiel, doctor y
especialista de Ecología Terrestre en el
BC3. “Si rebasamos ese umbral de
calentamiento, el sistema de carbono se
desestructura y pasa a ser una bomba”,
insiste Morales. Vayreda explica que “la
capacidad de sumidero se agota y los
bosques se convierten en fuentes de
carbono”; es decir, que, lejos de ‐
absorberlo, la destrucción del bosque
provoca que se libere el CO2 a la
atmósfera.

Panorama de la ciudad de Bilbao, en el País Vasco.


FIGHTBEGIN (GETTY /ISTOCKPHOTO)

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Doble filo

“Los bosques pueden ser un arma de


doble filo porque pasan de ser fuentes a
sumideros cuando hay sequías,
deforestación acelerada, patógenos…
Son un gran aliado en la absorción de
un tercio de las emisiones, pero al
mismo tiempo, si no son protegidos,
pueden contribuir a lo contrario”,
resalta Morales, de la Universidad de
Granada. “Pensemos en ellos como un
sistema inmune: si se deprimen, es más
fácil que entren estos patógenos”.

La mayoría de los sumideros de


carbono en la vegetación están
localizados en bosques tropicales de
baja latitud, mientras que la mayoría
del carbono del suelo está localizado en
los bosques de alta latitud o boreal,
según un artículo científico publicado
por Markku Kanninen, de la
Universidad de Helsinki, recogido por
la FAO en 2003. En las conclusiones
señalaba que “el manejo forestal y de los
ecosistemas no puede resolver por sí
solo el problema del calentamiento
global”, y que “las emisiones, junto con
la deforestación de los trópicos y otros
cambios en el uso del suelo, compensan
solo una pequeña porción de las
emisiones provenientes de la quema de
combustible fósil”.

Uno de los riesgos más graves es que


existe un peligro evidente de que se
libere carbono cuando hay incendios,
pues, como incide el doctor en Ecología
Pablo Manzano, “no es estable el aéreo;
en ramas y hojas”. Por ello, insiste en
cuidar los suelos. También pide Curiel
tener en cuenta la “ecología del suelo a
la hora de predecir la respuesta de las
reservas de carbono y el reciclaje de
nutrientes ante perturbaciones
medioambientales”, pues “pequeños
cambios en el clima o la salud del
bosque pueden suponer un aumento
absoluto en emisiones”.

Coinciden todos en la necesidad de


proteger los bosques nativos. Un
estudio del Plan Nacional de
Adaptación al Cambio Climático
(PNACC) publicado por el Ministerio
para la Transición Ecológica y el Reto
Demográfico (Miteco) concluye que allá
donde hay bosques “gestionados” se ha
reducido el efecto negativo del
calentamiento. En ese discurso encaja el
error de plantar árboles para
compensar carbono. Pues se suelen
ubicar en esas dehesas o praderas cuyo
suelo contribuye a la salvaguarda del
carbono. Y porque reducen la
disposición de agua, destruyen suelos
diversos y abren la puerta a vegetación
invasora. En tercer lugar, y no menos
importante, porque cada vez se
producen más incendios forestales a
consecuencia de este tipo de
plantaciones.

Existencias más seguras

No hace tanto que ardió un bosque en


el Estado de Oregón (EE UU),
liberándose el carbono que Microsoft
había adquirido para compensar sus
propias emisiones. Una situación
parecida se vivió, hace no tanto, en la
península Ibérica, cuando una
plantación de árboles con esta filosofía
de la compensación provocó otro gran
incendio en Aragón. Asegurar la
supervivencia de los bosques que ya
existen parece una prioridad lógica.
“Vivimos en un momento global en el
que numerosas organizaciones quieren
restaurar, pero se hace de forma
inadecuada”, remarca el investigador
granadino en relación con todas las
compañías que presumen de
compensar emisiones con la plantación
de árboles.

GONSAJO (GETTY IMAGES)

Critica que “se prime el beneficio


rápido, que crezcan pronto”. “Un árbol
está adaptado al paisaje y al introducir
nuevas especies corres el riesgo de que
al principio pueda ir bien, pero siempre
es más exitoso poner la especie de ese
sitio”, añade Curiel. Esto es lo mismo
que ocurre con plantaciones como las
del eucalipto, especies altamente
inflamables que, como explica,
“acumulan mucha biomasa y son
realmente malos en conservación de la
biodiversidad; son agresivos con la
flora, pero acumulan mucho carbono y
su quema ocasiona incendios brutales”.
Apunta también lo “lejos que están de
solucionar el problema, pues rara vez
tienen en cuenta el tipo de bosque o
cuánto durará”.

Ahondando en el muestrario forestal


español, hay preocupación por especies
como la encina, por ejemplo. Vayreda
subraya el peligro de perder “bosques
de carácter centroeuropeo, los del
centro meridional; los hayedos, el pino
silvestre o los robles de tipo atlántico
están en peligro”. Señala con especial
preocupación “los abetales en Navarra”.
Los árboles sufren las olas de calor y las
sequías; estas condiciones los matan o
debilitan su existencia. Las plagas y el
aumento del nivel del mar son otros
estresores que desequilibran el stock y
su capacidad de absorber carbono. “El
calentamiento ha reducido la capacidad
de sumidero de carbono, especialmente
en las zonas más húmedas”, concluye el
referido informe del Miteco.

“Haces muchísimo más con el trabajo


de restauración de bosques; la
regeneración es natural”, remarca
Vayreda, que recomienda no cortar
árboles y permitir que el bosque se
recupere hasta alcanzar la madurez.
Para garantizar la reserva forestal y que
funcione como sumidero de carbono, el
informe del Miteco recomienda
“mantener allá donde sea posible masas
mixtas de coníferas con frondosas más
tolerantes a la sombra y más longevas, y
favorecer periodos de rotación más
largos para alcanzar mayores tiempos
de residencia del stock de carbono en
pie”. Algo que refuerza Curiel, que
exige para estos trabajos “tener
conocimiento de las especies que viven
ahí” y combinarlas, que haya variedad.

Ante la pregunta de si se está haciendo


lo suficiente, todos son críticos. “Se está
haciendo poco. Hacer gestión forestal
es invertir y no sacar nada”, recuerda
Vayreda. En todo caso, insiste en “poner
el dinero de subvenciones en hectáreas
de mejora del bosque y de
restauración”. La velocidad a la que se
calienta el planeta no deja margen para
adelantarnos a los cambios en los
bosques. Resulta paradójico que sean
estos los que nos ayudan a paliar las
emisiones, pero que esas mismas
emisiones, imposibles ya de capturar
por el ritmo al que se lanzan a la
atmósfera, sean las que están
provocando su desaparición y puedan
perjudicarnos cuando, al verse
dañados, liberan el carbono de vuelta.

Pasos para movilizar la


acción

Para activar la acción y la protección


de los stocks y los sumideros de
carbono, Fernando Morales de la
Rueda, investigador y parte del
movimiento Generation Restoration
del Foro Económico Mundial, marca
cuatro niveles de acción: la individual,
es decir, “que seamos conscientes del
impacto de nuestra actividad diaria,
de la compra de productos que
contribuyen a la deforestación,
aumentar el consumo de
biomateriales”. En segundo lugar,
hacer de correa de transmisión con
nuestros círculos más cercanos.
Tercero, “vivir de forma más
colaborativa en la recuperación y
protección del bosque”, y, por último,
aunque más intangible, proteger lo
que nos protege con la movilización
ciudadana. “No podemos seguir
jugando a eso de saco de aquí, meto
aquí con las emisiones de carbono”,
finaliza.

¿Y si la solución no fuera el
arbolado?

Para el investigador Pablo Manzano,


el mejor sumidero de carbono no es el
bosque, sino la combinación de
árboles, de arbustos y de pasto.
“Todos tenemos en mente el bosque
como sinónimo de naturaleza, pero el
mejor sumidero de carbono está en
los suelos”. Y recuerda que “los
incendios son más débiles en esos
terrenos y no tienen la continuidad de
un bosque. Además, los herbívoros
trashumantes se comen la biomasa de
esos otros suelos y los limpian”. Eso
último es cada vez menos frecuente,
por el abandono del campo y del
pastoreo. Se ve en el Pirineo aragonés,
por ejemplo, que se cubre de matorral
y tiene sobrepoblación de jabalíes.
“Hace 15 millones de años, cuando los
bosques dominaban la tierra, la
temperatura era mayor. Desde
entonces los paisajes que han
acompañado al enfriamiento son
ecosistemas abiertos; rodales de
bosque, de matorral y pasto, lugares
que han mantenido a los herbívoros,
entre ellos, por cierto, el elefante, que
habitó en España hace miles de años”.

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