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Reflexión Corpus Christi

Venimos de celebrar los domingos anteriores dos fiestas que fundamentan nuestra vida de fe:
Pentecostés -la fiesta del Espíritu- hace dos semanas, y la semana pasada la fiesta de la Santísima
Trinidad. Hoy nos reunimos para celebrar dos fiestas importantes, una litúrgica y otra no tanto: el
día del Corpus Christi, y el cuerpo y la sangre del Señor, y el día del padre.

En el evangelio escuchamos que Jesús le hablaba a las personas que tenían necesidad de curación,
y las sanaba. Este aspecto es muy bello y muy importante en este texto: Jesús se preocupa por
nuestras necesidades, y busca atenderlas. En este relato, Jesús bendice cinco panes y dos peces
que le presentan sus discípulos para responder a las necesidades de las personas, pero luego ya no
será un alimento exterior el que dará Jesús para saciar a las multitudes, sino que será el mismo en
la eucaristía: su cuerpo y su sangre.

Todos, en algún momento, necesitamos de un alimento, algo que nos anime, que nos aliente que
nos dé esperanza. En el cuerpo y la sangre de Jesús encontramos este alimento, esta fuerza, este
impulso, este aliento de Vida. En la eucaristía Él mismo se hace alimento para nosotros, Él se da a
sí mismo para alimentar y saciar nuestra vida. El celebrar el Corpus Christi es acudir a alimentarnos
de Jesús que nos da el alimento que nadie más puede darnos puede darnos. En su Palabra, en
relación con los demás, en su presencia en los demás y en los más necesitados, y de manera
especial en la Eucaristía, él nos da eso que llamamos el alimento espiritual, es decir, nos da su Vida
para alimentar la nuestra.

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