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A LA ESPERA DE UNA LUZ

29 cuentos preparándonos para la Navidad

Fabíola Pozza Korndorfer, Luciana Machado Silveira e Marli Emmerick Ferreira


PREFACIO

Buenas enseñanzas, virtudes y lecciones de vida. Elementos de la naturaleza,


desafíos, sentimientos positivos y búsquedas de superación son parte de esta obra tan
esperada. El objetivo es acercar a nuestros hijos al verdadero significado de la Navidad
desde la época que la precede, preparándonos para este tiempo tan especial que
puede contribuir enormemente al desarrollo de valores y principios que impregnan
nuestra sociedad, a través de los sencillos ejemplos mencionados en las historias.

La naturaleza está presente en todas las narraciones, mostrando que cada


elemento tiene una fuerza y un propósito en este vasto Universo, incluyendo nuestra
propia vida. Las historias han sido cuidadosamente escritas para que nuestros hijos
puedan, a través del arte de escribir, imaginar, pensar, descubrir, insertarse en el
contexto de la época y vivir, desde el corazón, ese momento que marcó a la
humanidad. ¡El nacimiento de Jesús se destaca en el tiempo e incluso después de
siglos, todavía está muy vivo! Llevar este registro a nuestros niños y familiares
seguramente calentará los hogares y los corazones.

Expresar este sueño, en forma de cartas, no fue tarea fácil. Tres amigas, madres,
que creen en el poder de los cuentos y que tuvieron el bien de merecer experimentarlo
con sus hijos, dedicaron su tiempo a escribir historias que puedan sumar y contribuir al
crecimiento y desarrollo, tanto de padres como de hijos, a través del encanto y lo lúdico
relatado en las pequeñas narraciones. Las historias tienen como tema principal el
tiempo antes del nacimiento de Jesús: ¡a la espera de una Luz!

Por ello, nuestro más sincero deseo es que estas historias puedan llegar al
corazón de cada familia, de cada niño, alimentando el sentimiento de amor y esperanza
que impregna esta época tan hermosa que es la Navidad.
Fabiola Pozza Korndorfer

RECONOCIMIENTO

Agradecemos a todos los que nos inspiraron para que estas historias nacieron del
corazón, en especial a nuestros niños y nuestras familias, quienes son el alimento y la
esperanza para que algún día tengamos un mundo mejor, con más Paz, más Luz y
más Amor.

Fabiola, Luciana y Marli


La alegría de los hombres

La dulce llegada de la Navidad, para el mundo cristiano, está marcada por luces,
símbolos de Paz, Belleza y Armonía, y nos recuerda el calor familiar, el brillo en los
ojos de los niños, la alegría de celebrar, agradecer y alabar al Niño Galante.
Muchas familias de nuestra hermandad se preparan espontáneamente para el
período previo a la Navidad celebrando lo que se llama Adviento, que significa la
llegada. Reunir a la familia por unos minutos, día tras día, para escuchar una hermosa
historia que habla de Jesús, un gesto que prepara el espíritu para la llegada del Gran
Día.
Otra buena iniciativa de los voluntarios de OE en nuestros Centros, que son, en
definitiva, semillas de religiosidad plantadas en el corazón y la memoria de nuestros
niños.
Bienvenidos a este libro, una obra sencilla y dedicada, que reúne buenas historias
para inspirarnos y conectarnos con el Amor Divino y la Presencia Divina.

Almir Nahas
Responsable OE
ÍNDICE

1. A la espera de una luz

2. La gracia del pozo

3. La anunciación

4. Bendecida lluvia

5. Una fuerte conexión con el agua

6. El camino a Belén

7. Regalo de Dios

8. El pequeño manzano

9. La palmera datilera sagrada

10. El árbol sin hojas

11. La bondad de María

12. El movimiento de los árboles

13. Romero dorado

14. El dulce perfume

15. La mariposa y el amor perfecto

16. En la cueva del lobo

17. Elba la ovejita

18. Las luciérnagas

19. Las abejas y miel pura


20. Un burrito único

21. El joven

22. La conversación de los pájaros

23. El encuentro de la familia

24. La Hilandera

25. El comerciante de Belén

26. La niña que coleccionaba piedras

27. Los pájaros y el día de Navidad

28. La gran estrella

29. La visita de los Reyes Magos


“El soplo del Creador

Con el brillo de las estrellas

Todo es creado.

Piedritas rodando,

conchitas surgen,

Y la tierra se convirtió en una morada”

(Fabíola Pozza Korndorfer)


A LA ESPERA DE UNA LUZ

(Luciana Machado Silveira)

Cuando la Tierra era todavía una niña, había muchas cosas por hacer y construir
por parte de los hombres. Dios Padre ya había dedicado mucho tiempo a crear y
nombrar todas las cosas, toda la naturaleza en perfecta armonía, todo fue obra Suya,
quien pensó en cada detalle, por pequeño que fuera. Un día, miro desde el cielo,
encima de su nube favorita, que más parecía un sillón con plumas blancas y se puso
pensativo.
- ¡Es todo tan bonito! Las flores perfuman y dan color a cada pedacito de ahí
abajo. Las piedras, los cristales y las conchas son fuertes, mágicas y traen energía de
todos los elementos. Los animales sirven a los hombres y ayudan con el trabajo. Los
pájaros cantan para que todos se despierten y los niños se deleiten. Y las mariposas
despiertan sonrisas allá donde van...
Pero todavía faltaba algo, pensó Dios Padre.
- ¿Será que todos saben que yo creé todo esto para mis hijos de la Tierra? ¿Será
que sienten mi amor cuando recogen una fruta madura? ¿Notan mi presencia cuando
miran el sol, la luna y las estrellas? ¿Recordarán mis hijos que pueden hablar conmigo
a cualquier hora y en cualquier momento si me necesitan?
- Ah... Necesito encontrar una manera para que sepan que YO no estoy tan lejos
aquí arriba.
- Pero ¿Cómo puedo hacer eso, si muchos no me ven, no me sienten y otros
están por olvidarme?
Dios Padre ya caminaba de nube en nube, hasta que en el cielo brilló la primera
estrella. Y como luciérnagas iluminando la noche, una luz sopló en su oído.
- "¡Oh Señor!" Hazle nacer y vivir entre los hombres El que Te representará! Que
esté tan cerca de las personas y que sea como uno de ellos. Que sea Tu instrumento,
Tu voz y que hable palabras que toquen el corazón. Que sus ojos sean tan brillantes
como las estrellas que brillan en el cielo y que todos sientan Tu presencia. Y Dios
Padre, al oír ese buen consejo, reunió a los ángeles del cielo y dijo:
- Escuchen todos. Nacerá uno que hablará por mí y plantará la semilla del bien.
Difunde la noticia a los cuatro rincones, pues es tiempo de preparación. Mi hijo nacerá
con una noble misión, trayendo más amor y unión al mundo.

LA GRACIA DEL POZO

(Fabíola Pozza Korndorfer)

En aquella época, en la pequeña ciudad de Nazaré, no había tantos grifos en las


casas como los que conocemos hoy. Era muy común la presencia de pozos cerca de
las casas para que pudieran suplir las necesidades de las familias, las plantaciones y
los rebaños.
Cerca de la casa de María y José había un pozo del que María salía a diario a
sacar agua. Caminaba feliz con su vasija de barro; traía agua para ella y las familias
más cercanas a su casa. Hacía esto porque tenía un corazón puro y bondadoso.
Repetía este camino durante días y días, y las familias que recibían el agua se
asombraban de la bondad de María de hacer esto diariamente, con amor y alegría.
Un día, la dulce madre María caminó hasta el pozo, puso en el suelo la gran vasija
de barro, se apoyó en el alero y no encontró nada. El pozo que había abastecido a las
familias durante años se había secado. María volvió a mirar el gran reservorio admirada
y pensó:
- Señor, ¿qué hacer ahora? ¿Cómo mantendremos vivos nuestros cultivos y
ganado? Nuestra fuente de agua pura y cristalina se secó...
María volvió a casa cabizbaja, con su vasija de barro vacía, y fue al encuentro de
las familias a las que les llevaba agua. Al llegar allí, encontró a Raquel, a quien le dijo:
- Querida Raquel, hoy no pude encontrar agua en el pozo. La niña, asombrada,
trató de consolar a María, dándole un cálido abrazo. María volvió a casa y la poca agua
que sobró del día anterior, la repartió entre ella, José y los animales.
- Querido José, esta agua que tenemos será poca, pero suficiente para saciar
nuestra sed y la de los pequeños animales.
Al día siguiente, María vuelve al pozo con la esperanza de volver a encontrar
agua, pero la encuentra vacía de nuevo. Permanece sentada en el alero hasta el
anochecer, elevando su pensamiento al Señor, clamando por el agua que brotaba de
aquel pozo y abastecía a las familias de la región.
He aquí, una luz dorada aparece del cielo, llamando la atención de María.
Aparece el ángel Gabriel, quien le dice a María:
- ¡Ave María llena eres de gracia!
María, al oír la voz del ángel, siente alegría y consuelo en su corazón. El lugar se
vuelve tan iluminado como el ángel que estaba frente a ella. María mira hacia el pozo y
en ese momento ve brotar de allí el agua más pura y cristalina.
- ¡Vaya! ¡Señor! Cuánta gracia recibo de Ti. Y por ello estoy agradecida.
María pudo entonces traer agua para ella y para todas las familias a las que
llevaba agua diariamente, con alegría en su corazón. Y desde entonces, el pozo nunca
se secó y comenzó a abastecer, además de todas las familias, a todos los viajeros que
pasaban.

LA ANUNCIACIÓN

(Fabíola Pozza Korndorfer)

Era un hermoso día de primavera, los pájaros cantaban y las flores perfumaban
por todas partes. Los árboles producían dulces frutos y la naturaleza estaba en plena
armonía. María, la dulce María, estaba en su casa cuidando de todo con mucho cariño,
mientras sus padres, Joaquim y Ana, se ocupaban de sus quehaceres en el templo del
Señor.
María, una mujer joven de corazón puro y gran amor por Dios, fue escogida para
una noble misión, y su mejor regalo estaba por llegar.
Allá en el Cielo, junto con Padre Dios, el Ángel Gabriel recibe la importante misión
de anunciar a María que ella será la madre del Niño Dios. Dios Padre, al darse cuenta
de que el momento era el adecuado, le dice al ángel Gabriel:
- Querido Gabriel, la venida del Mesías está profetizada desde hace mucho
tiempo. Aquí llega el momento. Os pido que vayáis a la ciudad de Nazaret, busquéis
una casa rodeada de flores y anunciéis a la joven María que ha sido elegida para ser la
madre de Jesús. Hágase Su voluntad, Señor - dijo el ángel Gabriel.
Llegado el momento, el ángel preparó sus hermosas alas doradas y desde el
Cielo, junto con Padre Dios, se lanzó en picado hacia la tierra, en busca de la joven
María. Mientras se acercaba a Nazaret, con los ojos bien abiertos, comenzó a buscar la
sencilla casa rodeada de flores. Miró para acá, miró para allá y había muchas casitas
con hermosos jardines. Decidió volar un poco más bajo para ver si podía ver más
fácilmente. En ese momento sintió un perfume único, un perfume dulce, de flores muy
fragantes. Miró hacia abajo y allí vio una casa sencilla con un hermoso jardín de rosas
blancas. En ese momento estuvo seguro de que María estaba allí.
Se acercó a la casa y vio a una mujer joven que se ocupaba de sus tareas. Como
un chasquido de dedos, entró a la casa iluminando todo el ambiente, como si fuera un
brillante rayo de sol.
María se sorprendió al ver tal claridad. En ese momento escucha la voz del ángel:
- Querida María, soy el ángel Gabriel y he venido a anunciarte que has sido elegida
para ser la Madre del Niño Jesús.
María, aun frente a un ángel y comprendiendo la grandeza de la misión de la cual
había sido elegida, se asustó un poco, pero en ese mismo momento, su corazón se
llenó de amor y alegría, aceptando su misión con fe. Miró su jardín florido y dio gracias
al Señor. En ese momento, como en un abrir y cerrar de ojos, el ángel Gabriel
desapareció y María quedó sola admirando sus hermosos rosales. Como un regalo de
Dios, sus rosales comenzaron a dar rosas aún más fragantes. Y todos los que visitaron
su casa recibieron una hermosa rosa blanca, como gesto de agradecimiento y
reconocimiento por la noble misión recibida.
BENDECIDA LLUVIA

(Fabíola Pozza Korndorfer)

La ciudad de Nazaret, rodeada de sus altas montañas, acogió a la joven María y a


su esposo José como su hogar. En este pequeño pueblo se cultivaban las delicias de la
tierra, con muchos árboles frutales que producían dulces y suculentos frutos, y jardines
con fragantes flores, que recibían abejas y mariposas de los más variados colores. Ese
año, a diferencia de todos los demás, todo el pueblo estaba pasando por un momento
difícil debido a una sequía. Todos los árboles que producían fruta ya no podían
producir, y los jardines ya no eran coloridos y fragantes como de costumbre. Estaba
todo muy seco y sin vida. Todos en el pueblo sintieron ese clima seco. Un día, María
observando los huertos y jardines le dijo a José:
- Ah, querido José, mira cómo va nuestra huerta... ¡No veo ni un solo fruto!
¿Cómo nos vamos a alimentar?
José miró por la ventana y se quedó en silencio. María luego continuó la reflexión:
- Mira nuestro jardín... Hace tiempo que no lo veo sin rosas... Ah, mi buen José,
¿qué podemos hacer?
José sigue en silencio y después de unos minutos, le responde a María:
- Mi dulce María, llegará nuestro tiempo de cosecha. Tengamos fe y confianza en
el Señor.
Llega la noche y María se queda dormida. Mientras duerme, con el corazón lleno
de amor, piensa en su jardín florido y en su huerta llena de frutos. Al despertar, corre
hacia la huerta esperando un milagro, pero ve su jardín aún sin flores y su huerta aún
sin frutos. Por un minuto, está en silencio y eleva su pensamiento al Señor:
- ¡Querido Padre Dios, ha pasado mucho tiempo desde que llovió! Nuestras
plantas necesitan agua...
Bajó los ojos como en un gesto de reverencia y caminó lentamente por el jardín.
Después de unos pocos pasos, siente una gota de agua en su cara. Le resulta extraño
y continúa su camino. En los pasos siguientes, siente otra gota, otra y más... Mira al
cielo y ve caer gotas plateadas. Era la bendecida lluvia que habían estado esperando.
María abre sus brazos para dar gracias al Señor y recibir del cielo el agua tan esperada
que nutrirá la tierra, hará que los árboles den fruto y que los jardines florezcan. Llovió
todo el día y, de milagro, al caer la tarde cuando dejó de llover y volvió a salir el sol,
María miró por la ventana y vio su hermoso huerto lleno de dulces y suculentas frutas, y
sus rosales llenos de fragantes rosas blancas. Levantó los ojos para dar gracias al
Señor nuevamente y en ese momento apareció un hermoso arcoíris entre las montañas
del pueblo. María estaba segura de la presencia del Señor.

UNA FUERTE CONEXIÓN CON EL AGUA

(Marli Emmerick)

Se sabe hasta el día de hoy que cuando Padre Dios riega su jardín en el cielo,
¡llueve aquí en la tierra! Habían pasado algunos días desde que Dios no vio la
necesidad de regar sus plantas, pues como todo el encanto que impregnaba a su
alrededor, todo estaba frondoso y verde. Sin embargo, un angelito que era muy
observador caminó entre las nubes y notó a las personas en la tierra: algo las estaba
inquietando.
En ese momento, María esperaba el nacimiento de su hijo Jesús y una gran
sequía se apoderó de la ciudad. Las plantaciones sentían la falta de lluvia y el pozo fue
reduciendo su volumen de agua.
María fue donde su madre, Ana, y le habló. María siempre vio a su madre orando,
hablando con Dios en sus pensamientos y oraciones, sabía de su conexión con Él. Era
una mujer de buen corazón y fe.
- Madre, háblale a Dios, por favor, y pídele que mande agua a nuestra gente.
Toda la naturaleza sufre por la falta de agua y en unos pocos días viajaré con José y
eso me preocupa, pidió María.
Ana realmente tenía una conexión muy fuerte con Dios. Tenía el don de descubrir
y hacer brotar manantiales de aguas puras y cristalinas, y sentía en sí misma que había
sido agraciada por Padre Dios, por este don que había recibido de Él.
De camino a su casa, Ana con grandes pensamientos pedía en sus oraciones que
lloviera, porque aquella tierra estaba muy sedienta.
Aquel angelito que desde hacía días observaba el movimiento de aquellas
personas en busca de agua le pidió permiso al Padre Dios para ayudar de alguna
manera a esas personas.
Entonces, de repente, mientras Ana meditaba en silencio, apareció frente a ella,
como un viento que llegaba lentamente y solo sentimos, pero no vemos, ese ángel
bondadoso.
- Aquí estoy, Ana. Escuché tu llamada. Ahora escucha atentamente. María no
debe temer, porque ella tiene la guarnición de Padre Dios. Ahora tú, Ana, busca una
rama de durazno, hazle una vara y dáselo a María para que lleve en el viaje.
Encontrará las aguas subterráneas donde quiera que esté y brotarán a la superficie
como ojos de agua.
Dicho esto, el ángel bondadoso desapareció y Ana vio un poco más adelante un
árbol de durazno, donde antes no había nada. Ella fue allí y tomó una rama y también
recogió una fruta madura que ese árbol amablemente le ofreció. Llegó a casa, preparó
la vara, la bendijo y al día siguiente se la llevó a María indicándole cómo usarla.
Así, a María y José les resultó fácil encontrar agua durante su viaje a Belén y, en
cuanto ese ángel bueno llegó al cielo, aprovechó para regar todo el jardín de Padre
Dios, pues se alegraba de haber ayudado a la amable pareja. Cada ciudad recibió y
agradeció esa agua bendecida, y hasta el día de hoy se conoce el método rústico de
descubrir el agua con una vara de durazno.

EL CAMINO A BELÉN

(Luciana Machado Silveira)

María caminó observando todo a su alrededor. El camino fue largo, pero estaba
en buena compañía. Su querido José y su amado burro fueron fieles compañeros, lo
que facilitó el viaje.
Los ojos de María admiraron el paisaje de frondosos árboles, flores de colores y
piedras de las más diversas formas. Nada escapó de su mirada.
Las rocas eran muchas y la tierra seca pedía a gritos un poco de agua. La dulce
María no se quejaba de nada, la burra soñaba con un hermoso pasto, pero aun así se
mantuvo firme en su propósito: acompañar a María y ayudarla en la travesía.
José, con paso firme, se concentró en encontrar el camino correcto que los llevará
a Belén y se adelantó un poco más, indicando el mejor camino para que pasara María.
La dulce Madre de Jesús no pensó en quejarse. Aún cansada del largo viaje,
tenía algo especial que la alimentaba, pues la visita del ángel Gabriel aún ocupaba sus
pensamientos. Ella había sido elegida para ser la madre del Niño Jesús y la sublime
misión de amor ya crecía en su corazón.
María no se dio cuenta de que José se había detenido. Estaba tan absorta en sus
pensamientos que pasó frente a José, quien suavemente la tomó del brazo y le dijo:
- ¡Mira, María, qué interesante esa piedra!
María miró la piedra que había llamado la atención de José y la observó por unos
momentos. Una luz se cernió sobre ella. Los rayos del sol descendieron hacia ella
formando un hermoso diseño que María apenas podía creer.
La luz que brilló sobre la piedra formó el diseño de una gran estrella brillante que
parecía querer guiar a la pareja, diciendo que ese era el camino correcto a seguir.

REGALO DE DIOS

(Luciana Machado Silveira)

José y María siguieron rumbo a Belén. Él, preocupado por el camino que parecía
no tener fin, pensó en María. Si no era fácil para él, que era un hombre fuerte y
acostumbrado a caminar, ¿cómo podía serlo para ella?
Miró a su esposa con admiración. María lo acompañó, con el semblante sereno,
llevando a Jesús en su vientre, lo que le dio fuerza y determinación.
Caminaron por caminos rocosos, con subidas y bajadas, cruzando cerros y ríos,
durante días y días. Después de un largo viaje, José sintió ganas de llevar a su esposa
en los brazos, pero María, la joven María, era lo suficientemente fuerte y eso lo
sorprendió. Pensó en Dios y tuvo el sentimiento de gratitud. Estaban sanos y con salud,
se tenían el uno al otro, y eso era suficiente.
Su amor y reconocimiento eran tan grandes que pensó en darle un regalo a
María, agradarle, demostrando más allá de las palabras, lo que sentía en su corazón.
Pero allí, entre rocas y cantos rodados, tan lejos de todo, ¿qué podía regalarle a
María?
Al pensar en ello, un rayo de sol brilló en el suelo, entre las rocas de aquel árido
lugar, sobresalía una piedra. José se agachó y con gran sorpresa recogió un hermoso
cristal que brillaba en los más variados colores al tocarlo los rayos del sol.
Era Padre Dios enviando un regalo para que José pudiera dar a su dulce
compañera.
“Y luego surgieron

Provisto de hojas y flores,

Raíces y ramas.

Entre nosotros se plantaron

Y dieron fruto”

(Marli Emmerick)
EL PEQUEÑO MANZANO

(Fabíola Pozza Korndorfer)

En la huerta de María y José, en Nazaret, crecía un pequeño manzano, raquítico,


muy pequeño, que producía todos los años manzanas pequeñas, duras y amargas.
Nadie quería comérselos, ni siquiera el burro. Pero cuando el ángel fue a casa de
María para anunciar que ella sería la Madre del Hijo de Dios, se fijó en aquel manzano
diminuto, diferente a los demás manzanos, y le susurró:
- Prepárate, manzano, porque tu tiempo de dar frutos duros y amargos ha
terminado. En Nochebuena nacerá un Niño Divino, y tú también serás un árbol
bendecido por Dios.
Pasaron los días, y durante la primavera, María y José, mirando el arbolito torcido,
se asombraron de lo que vieron. Aquel arbolito pasaba las semanas estirando sus
ramas con hojas verdes, floreciendo hermosamente, pudiendo recibir la visita de
mariposas y abejas, con sus flores que perfumaban todo el jardín.
De las flores nacieron pequeños frutos, que empezaron a crecer y, ante el
asombro de María y José, ya no eran tan pequeños y duros como hacía años. Después
de unos días, se presentaron con hermosas manzanas dulces y muy rojas.
Cuando llegó el tiempo de la cosecha, María recogió las manzanas en una
canasta y le dijo a José:
- Guardémoslos para cuando nazca nuestro bebé.
Cuando tenían que viajar a Belén, preparaban una canasta grande para llevar las
manzanas y las comían solo cuando tenían mucha hambre.
A partir de ese día, el pequeño manzano y todos los demás que crecieron de él
comenzaron a producir dulces manzanas rojas en honor al nacimiento del Niño Dios.
LA PALMERA DALTILERA SAGRADA

(Fabíola Pozza Korndorfer)

Las palmeras datileras son palmeras muy antiguas y han sido consideradas
sagradas durante miles de años en las regiones donde se cultivan. Su fruto, el dátil, es
muy interesante, pues una persona que se alimenta de él puede caminar durante días
bajo el fuerte sol del desierto. No, entonces las palmeras datileras tardan muchos años
en dar frutos.
La región donde vivían José y María era una región donde muchas palmeras
datileras componían el paisaje árido, por muchos y muchos kilómetros más allá del
pequeño pueblo. En un bello día, cuando la joven pareja ya se dirigía a Belén,
caminando durante varios días, ya habían pasado por un camino de piedra, por subidas
sinuosas, por tramos llenos de raíces, siempre acompañados de su burro, que a veces
cargaba a la joven María sobre su espalda sudorosa. María, con su inmenso corazón y
teniendo compasión de su amado burro, también caminó para darle un descanso al fiel
animal.
Con el intenso calor que hacía en la región, rayos de sol brillaban en el pelaje del
animal. José, sediento, se dio cuenta de que su odre estaba casi vacío y le dijo a
María:
- Querida María, tenemos poca agua. La sed es mucha y necesitamos
hidratarnos.
José tomó el odre y compartió la poca agua que tenía con María y el burro.
Siguieron caminando un rato y bajo el fuerte sol del desierto decidieron descansar bajo
la sombra de una joven palmera. Su sombra fue suficiente para cobijar a la joven pareja
y a su mascota. Estaban a la sombra por algunas horas cuando María le dijo a José:
- ¡Mi buen José! Pronto oscurecerá. Estamos bajos de agua y no hemos comido
desde la mañana. Nos está dando hambre.
Joseph abrió la canasta de comestibles y había poco para los tres.
- ¡Querida Maria! La comida que tenemos no será suficiente para alimentarnos.
María entonces, en un simple gesto, se levantó y dio unos pasos hacia las otras
palmeras que estaban allí.
Mientras caminaba, elevó su pensamiento a Padre Dios y le preguntó:
- ¡Querido Padre Dios! Necesitamos algo para alimentarnos y agua para saciar
nuestra sed. El camino a Belén aún es largo. Tenemos unos días por delante.
Cerró los ojos por unos instantes y reanudó su camino hacia José. Unos minutos
después, sintió gotas de lluvia que caían del cielo y, cuando levantó la vista, se
sorprendió de lo que nunca hubiera imaginado. La joven palmera, que tardaría muchos
años en dar fruto, tenía sus ramas llenas de dulces dátiles. Con tantos frutos, las ramas
se doblaban, casi tocando el suelo.
María, con voz sorprendida, le dijo a José:
- ¡Mira, querido José! Dios envió estos dulces frutos para nutrirnos y esta agua
pura para saciar nuestra sed. Esta joven palmera produjo estos hermosos dátiles para
que pudiéramos continuar nuestro viaje.
Felices con los dones de Dios, se durmieron en ese lugar. Al día siguiente, con el
odre ya lleno de agua clara, llenaron sus canastas con los dátiles dulces y se pusieron
en camino hacia Belén.

EL ARBOL SIN HOJAS

(Fabíola Pozza Korndorfer)

Cuando Dios Padre creó los árboles, les dio raíces fuertes para que se
mantuvieran firmes en la tierra, ramas que estaban cubiertas de hojas muy verdes, que
pudieran recibir flores fragantes y sostener frutos deliciosos. Cada uno había sido
creado para satisfacer alguna necesidad aquí en la tierra: o para dar amplias sombras y
suavizar el calor aquí; o para perfumar el ambiente y llevar su perfume a través de los
vientos o para alimentar a los seres que habitaban aquí y necesitaban sus nutrientes.
Todos los árboles que crecían a lo largo del camino que conducía a Belén eran
así, excepto uno. Había un árbol diferente a sus hermanos. Él, a pesar de ser alto,
tener fuertes raíces y largas ramas, no tenía las condiciones para tener hojas verdes,
flores fragantes ni frutos dulces. Pasaba todo el año con sus ramas secas. Miraba a
sus hermanos, árboles frondosos, floridos, cargados de frutos, y eso lo entristecía. Pero
se mantuvo firme, con sus ramas, aunque sin hojas, con vida y con la esperanza de
algún día tener al menos una hoja verde. José y María, en su largo camino a Belén, a
veces tenían que detenerse para descansar cuando llegaba la noche o incluso durante
el día cuando el sol calentaba demasiado. Ese día la temperatura ni siquiera era tan
alta, pero ya habían caminado mucho cuando María le dijo a José:
- Mi buen Joseph, necesito parar y descansar un poco. Mis pies no pueden más.
José miró a su alrededor, pero no vio mucha sombra para que descansaran.
Delante, vieron un solo árbol alto, pero con ramas secas.
- Querida María, no tenemos sombra alrededor. Tenemos ese árbol en el frente
para instalarnos. Haré una pequeña sombra usando mi capa y mi bastón. Espero que
esto te consuele.
Se acercaron al árbol, María se sentó junto al tronco y se apoyó en una de sus
raíces. Al sentir el toque en su raíz, el árbol se asustó un poco, ya que nadie se le
acercaba, pues no tenía nada que ofrecer. En ese mismo instante, sintió que sus
savias circulaban de otra manera, con gran energía y vigor. Y como por arte de magia
sus ramas empezaron a sacar pequeños capullos, las hojas fueron apareciendo y en
unos instantes sus ramas se llenaron de hojas verdes y brillantes, dando sombra a todo
su alrededor.
- ¡Mira, José! ¡Fuimos bendecidos con una hermosa sombra! Bendito sea este
árbol que nos está brindando este tiempo de descanso, - dijo María.
Y desde entonces este árbol no ha perdido sus hojas, ni siquiera en tiempos de
invierno más fríos. ¡Un árbol bendecido!
LA BONDAD DE MARIA

(Luciana Machado Silveira)

Quedaba un último trozo de pan y un pequeño higo. María, desenvolvió y partió


en dos el pan que ella misma había hecho. Luego, para preparar otro delicioso pan,
mezcló la harina con el agua, la condimentó con un poco de sal y algunas hierbas
aromáticas que cultivaba en su jardín. Con sus delicadas y hábiles manos, amasó,
amasó, hasta convertir esos ingredientes en un alimento sagrado. El viaje sería largo y
necesitaban estar preparados.
María, con paso firme, tocó el hombro de su compañero y le ofreció la pieza más
grande, que fue recibida con una sonrisa.
María, siempre cuidadora, pensó en José.
Ella, quedándose con el trozo más pequeño, lo volvió a compartir, dándoselo a su
fiel burro, acariciando su cabeza, lo que lo hizo sentir todo feliz por el trato que había
recibido.
La dulce madre de Jesús, alimentó al Divino Niño con ese alimento y con todo su
amor. Incluso escuchando a veces, el vientre retumbando, nada se quejó. Elevó su
pensamiento al Padre Dios y le agradeció por todas las bendiciones recibidas. Él, que
seguía todo desde arriba, estaba seguro de haber elegido a la madre adecuada para
ese hijo de la luz.
Al ver la enorme bondad de aquella madre en compartir la poca comida que les
quedaba, y así también allanarles el camino, Padre Dios pidió que uno de sus ángeles,
responsable de los árboles frutales, tocará con su dedo de oro todas las plantas del
camino de José y María, y hacerlos cargar de los frutos más variados y suculentos que
se podían imaginar.
Y, como por arte de magia, un hermoso color apareció en esa vegetación al borde
del camino. Ese paisaje se modificó para satisfacer las necesidades de esa pareja, que
aun con la vida modesta que llevaban, eran agraciados y amparados por el Padre.
Tenían en su camino una noble misión: traer al mundo al Niño Jesús, fuente del
más puro amor y armonía, que hoy conocemos como la "Sagrada Familia".
EL MOVIMIENTO DE LOS ÁRBOLES

(Marli Emmerick)

Los árboles tienen una forma muy peculiar de comunicarse. Se comunican a


través de las raíces que los rodean.
En un pueblo camino a Belén, un grupo de árboles se comunicaban entre sí.
- ¿Oíste lo que susurró el viento esta mañana?
- Sí, dijo Carvalho. El sopló que había un gran movimiento en marcha. Esto se
debe a que un ser de luz está por nacer aquí en la tierra.
Otro árbol, un olivo, meciendo su dosel florido se manifestó.
- Sí, y también dijo que debemos estar bellos, floridos o fructíferos. Toda la
naturaleza está en ánimo para prepararse para el evento más especial de todos los
tiempos.
Luego, más y más, los árboles comenzaron a prepararse. Ellos se ayudaban unos
a los otros. Sus raíces buscaban agua bajo tierra y la compartían entre sí. Las hojas
secas fueron arrastradas por el viento de modo que solo quedaron las más verdes y
frondosas. Las flores ganaron un color especial, y las mariposas que se posaron allí,
trajeron un poco de su color!
En poco tiempo los árboles estaban maravillosamente hermosos y estaban
emergiendo los primeros frutos. Había dátiles, higos, granadas, aceitunas y uvas. Al
cabo de unos días, los niños jugaban entre los árboles frutales, trepaban por sus ramas
y ya disfrutaban de unos frutos que iban madurando. De pronto, entre risas y juegos,
los niños vieron a lo lejos a una pareja que se acercaba. La joven estaba montada en
un burro y estaba embarazada.
Los niños dejaron de jugar y vieron llegar a la pareja. Las copas de los árboles se
balanceaban con el viento que soplaba a través de ellas. Sí, eran María, José y el
burrito que se acercaban.
Los niños rodearon a la pareja y comenzaron a hacer preguntas. María sonrió. Se
sentó en medio de los niños y charló alegremente con ellos. Dijo su nombre y el de
José, dijo que estaba esperando un bebé y les dijo que venían de Nazaret y que iban a
Belén.
Mientras tanto, José fue a ponerle agua y pasto al burro, y poco después, él
también vino a sentarse a descansar junto a María. Los niños recogieron fruta y se la
llevaron a la pareja.
Había un intenso movimiento entre los árboles. María miró hacia arriba y vio las
ramas como si se inclinara con reverencia
- ¡Qué hermosos árboles! exclamó María. Que bonitos son y se destacan por sus
flores y frutos. ¡Bendito seas por ofrecernos tanto fruto!
Sin embargo, el sol comenzó a abrirse camino hacia las montañas. Llegaba la
noche y los niños se retiraban. Sin embargo, uno de los niños invitó a María y José a ir
a su casa.
- Ven a mi casa, está cerca. Mis padres te darán cobijo y podrás pasar la noche
con nosotros. - Dijo el niño alegremente.
José aceptó y, junto con María, siguió al niño a casa. Fueron muy bien recibidos y
pasaron allí la noche. María guardó todo en su corazón. Esa noche los árboles
sacudieron sus ramas, inclinándose ante el ser divino que estaba por nacer. El viento
se calmó y el cielo se llenó de estrellas. Y desde entonces, cuando se acerca la
Navidad, mantenemos la tradición de adornar los árboles con bolas y adornos de
colores, como hacían aquellos sabios árboles en la época en que Jesús vino al mundo.

ROMERO DORADO

(Marli Emmerick)

La joven María era muy aficionada al cuidado de las plantas y, además de


sembrar y cosechar, también conocía algunas propiedades que las plantas traían
consigo. Muchos de ellas medicinales, que se podían utilizar en la vida cotidiana, ya
que tenían efectos muy curativos. Todos los que vivieron con María se beneficiaron de
su conocimiento y habilidad.
Un día, María salió caminando por un campo lleno de flores verdes. Con su ojo
atento y conocedor de las plantas, siempre buscaba alguna que aún no tenía en su
jardín, porque si la encontraba, seguramente se acercaría a la planta.
Durante la caminata, una planta de romero dorado que crecía cerca llamó su
atención. A María le gustaba mucho el romero, ya que es una planta que da mucha
alegría. Notó que las hojas se habían marchitado y los tallos estaban doblados por falta
de agua. Así que la joven, más que rápido, caminó hasta una casa cercana y pidió una
vasija con agua para regar la planta.
María volvió y regó abundantemente el romero, el cual, al cabo de un rato, estiró
sus ramas y levantó sus hojas, creando nueva vida. Mientras María observaba la
pequeña planta, cantaba:

“Romero, romero de oro que nació en el campo sin ser sembrado. Fue mi
amor que me dijo que la flor del campo es el romero.”

Después de sentirse bien cuidado, con la tierra húmeda y fresca, el romero


exclamó:

“Oh, María, eres la Madre Divina, predestinada desde que yo era pequeño.
Bendito el fruto que está en tu vientre, serás amada por los siglos de los siglos.”

¡María sonrió, bendijo al pequeño romero y pidió permiso para llevar algunas de
sus ramas a casa, ya que había aprendido desde pequeña que su té vigoriza y da
alegría!
EL DULCE PERFUME

(Luciana Machado Silveira)

El pueblito de Belén, de donde José y María partieron hace unos días, ya no


estaba a la vista. El cielo, en tonos rojos, anunciaba que era hora de que se fuera el
sol. Lentamente, el sol se despidió de ese día y, entre las montañas, desapareció.
María estaba encantada con cada atardecer. Lo admiraba como si fuera siempre
la primera vez. Entre las muchas cualidades que poseía, estaba agradecida. Tenía un
sentimiento de profunda gratitud por la vida y por todo lo que recibía. La naturaleza era
algo que ella reconocía como divino, la fuente de Dios. Y, a esta hora del día, a María
le gustaba detenerse a contemplar y dar gracias.
Mientras José descansaba un rato para proceder, María, con los ojos cerrados,
meditaba. Estaba agradecida por la salud, por tenerse unos a otros y por llevar en su
vientre al niño divino.
Todavía había algo de luz durante el día, lo que permitió caminar una hora más
antes de buscar refugio para pasar la noche. Por mucho que María no se quejara,
José, al conocerla tan bien, se dio cuenta del esfuerzo que ella hacía para
acompañarlo. Era una mujer fuerte, pero le pesaba un poco la barriga en ese momento
de la gestación. Mientras caminaban, Joseph siempre estaba pensando en qué hacer
para calmar el esfuerzo de María. Pasó junto a un lecho de fragantes flores y una
delicada flor lila llamó su atención. Miró a su alrededor y vio esas pequeñas flores por
todas partes: ¡eran lavanda! El dulce y delicado aroma de la lavanda tiene el poder de
calmar y vigorizar.
- Querida María", dijo José. - Esto es suficiente por hoy. Detengámonos aquí,
porque ya hemos caminado bastante.
Y, en un gesto de cariño, le pidió a María que se sentara debajo de un árbol y le
quitó las sandalias para que se sintiera más cómoda. Arrancó unas cuantas hojas de la
delicada lavanda, las arrugó y comenzó a masajear sus pies.
El dulce aroma flotaba en el aire.
- ¡Oh, mi buen José! ¡Qué maravilloso aroma! ¡Me siento tan bien cuidada por ti!
Mis pies te lo agradecen – dijo María con dulzura. Recibió este gesto de amor con
cariño y gratitud. Me siento refrescada. Benditas las plantas que tienen tantos
beneficios, en especial esta, la lavanda, que además de ser tan fragante, trae calma,
aporta bienestar y tranquilidad.
“Ovejitas saltando

Abejitas zumbando

En los verdes pastos floridos

Sirviendo

Equilibrando

Alegrando la tierra

Dando vida a este suelo”

(Fabiola Pozza Korndorfer)


LA MARIPOSA Y EL AMOR PERFECTO

(Marli Emmerick)

Un día, en las afueras de Belén, hubo una gran conmoción. Mucha gente vino de
varios lugares para hacer el censo, a instancias del emperador romano en ese
momento.
Ajena a todo el tumulto, una hermosa mariposa volaba suavemente por el cielo
azul cuando, de repente, escuchó una llamada, muy suave, que venía de muy lejos.
- ¡Oye, mariposilla, ven aquí, por favor!
La mariposa miró hacia abajo y vio que la llamada provenía de una pequeña flor
de hermosos colores que estaba en un pequeño macizo de flores de una casa. La
mariposa voló más bajo hasta posarse sobre los pétalos de aquella hermosa flor.
- ¿Cómo te llamas, florcita?
- Mi nombre es amor-perfecto, dijo la flor. Quiero decirte algo muy especial y
también hacerte una pregunta.
- ¡Tú puedes hacerlo, querida flor!
- Un pajarito me dijo que está por nacer un ser, aquí en la ciudad, que traerá
consigo el verdadero significado del amor perfecto.
- Y ella agregó: como tú vuelas alto y ves muchas más cosas que yo, quiero saber
si notaste algo diferente – dijo el amor-perfecto.
La mariposa, en ese momento, recordó que, al volar cerca de un lugar donde
había un establo, vio a dos personas que tenían un brillo especial. Eran un hombre y
una mujer joven que esperaban un bebé.
- ¡Si yo vi! - Dijo la mariposa. - ¡Dos personas que realmente tenían un brillo
diferente!
El amor-perfecto estaba radiante.
- ¡Son ellos! Por favor, querida mariposa, lleva mi perfume a esa joven, aterriza
sobre su vientre y hazla sonreír.
La mariposa tomó vuelo frente a esa luz dorada que se hacía presente en el
paisaje sencillo. No cabía duda, ¡eran ellos! La mariposa se acercó a María, se posó
suavemente sobre su vientre y dejó exhalar el perfume del amor-perfecto. María sonrió,
olió ese dulce perfume y le mostró la mariposa a José. María se tocó levemente el
vientre, como diciendo:
- ¡Siente hijo mío, este es el perfume del amor!

EN LA CUEVA DEL LOBO

(Marli Emmerick)

José y María se dirigían a Belén. En el camino comenzó una lluvia ligera y un


viento helado soplaba con insistencia. José vio que María tenía frío y que la lluvia había
comenzado a mojar su ropa.
Un poco más adelante divisaron un abrigo rocoso, una especie de cueva, y
decidieron refugiarse allí para esperar a que pasara la lluvia.
Entraron a la cueva y de repente escucharon un sonido extraño, que parecía un
gruñido. Asustada, María se detuvo mientras José iba a echar un vistazo. Más abajo
encontró, en un nido de paja, tres cachorros de lobo.
Joseph estaba aprensivo porque la madre loba podía volver en cualquier
momento. Regresó a la entrada de la cueva para advertir a María, ya que necesitaban
salir de allí de inmediato. En ese momento, se escuchó un aullido de lobo. José y María
estaban un poco asustados. ¡Se acercaba la mamá loba!
José tranquilizó a María y les pidió a ambos que permanecieran sentados y en
silencio, más alejados de los cachorros. El burro, que lo acompañaba en el viaje, se
acomodó tranquilamente junto a María y José.
Los cachorros escucharon el aullido de su madre y comenzaron a manifestarse.
Entonces, en ese momento, el lobo llegó a la entrada de la cueva y olfateó el aire. Dejó
escapar un gruñido, porque sintió, mientras olfateaba, la presencia de personas
cercanas a ella. María levantó los ojos al cielo y en silencio dijo una oración, sintiendo
al Niño Jesús moverse en su vientre.
El lobo dio unos pasos más dentro de la cueva y encontró a María, José y el burro
sentados. Miró a los tres por un largo tiempo, luego caminó lentamente hacia sus
cachorros, acostándose junto a ellos.
Afuera, la lluvia y el viento habían pasado y el sol brillaba de nuevo. María, José y
su burrito fiel salieron cuidadosamente de la cueva para continuar su viaje y buscar otro
lugar, o alguna posada, donde pudieran estar más cómodos y seguros para pasar la
noche. María, al salir, aún miró hacia atrás y vio que, dentro de la cueva, la loba dormía
plácidamente mientras sus lobitos se acurrucaban muy cerca de ella. María, en
silencio, agradeció una vez más.

ELBA LA OVEJITA

(Fabíola Pozza Korndorfer)

Durante mucho tiempo se habló de la llegada de un Gran Hombre, que nacería en


forma de niño y traería paz y amor a su corazón. Y esta noticia también circuló en el
pequeño pueblo de Caleb, un joven pastor que pastoreaba su pequeño rebaño con
mucho amor y dedicación.
Cada hermosa ovejita tenía su lugar especial, y cada día Caleb dedicó su tiempo
a cuidarlas, llevándoles agua y alimentos frescos.
Diariamente, cuando el sol estaba alto, el buen pastor y sus ovejas se acostaban
para descansar bajo la sombra de los árboles frondosos. En este día en particular,
Caleb había estado pensando en las noticias del Santo Niño y cómo sería cuando
naciera. Seguramente, siendo invierno, habría que calentarlo de alguna manera, pensó.
En ese momento, el joven pastor tuvo una idea y exclamó en voz alta:
- ¡Voy a empezar a juntar esta lana blanquita para calentar al bebé que está por
nacer!
Miró a su pequeño rebaño y decidió que por la mañana cortaría sus ovejitas, cuya
lana era blanca como la nieve.
Al día siguiente, como de costumbre, Caleb reunió a su rebaño, trajo agua y
alimentos frescos, contó sus ovejas una por una y se dio cuenta de que faltaba una.
- Pero, ¿dónde está Elba, la ovejita gruñona? - Exclamó sorprendido. Buscó para
un lado, para el otro, detrás del cobertizo, debajo de los troncos de los árboles y nada...
Estaba preocupado, porque valoraba a cada una de ellas, sin importar cuánto
trabajo pudieran dar.
Reunió a todas las demás en el mismo lugar para poder comenzar la esquila.
Todas las ovejitas estaban saltando alegres, porque su cálida lana calentaría al niño
bendito de Dios. Pero Caleb aún extrañaba a Elba.
Elba, escondida detrás de un gran comedero, estaba espiando todo el tiempo y
observando todo lo que sucedía. Vio que todos estaban muy felices, pero ella todavía
no sentía tanta felicidad. Solo pensaba que sin lana haría mucho frío durante el
invierno. ¿Cómo sería?
Cada ovejita que se esquilaba, tenía un momento de alegría. Caleb se quedó
mirando el montículo de lana blanca. Eran una, dos, tres, cuatro, cinco ovejitas... Y el
montón de lana blanca no hacía más que crecer. ¡Qué alegría!
Cuando solo quedaban dos, Caleb se detuvo y dijo al rebaño que estaba allí:
- Que alegría poder aportar con esta lana calentita para cuando nazca el Niño
Dios. Estará muy caliente. Cada una de ustedes será parte de esta hermosa historia. Y
por este acto de bondad de cada una de entregar su lana, proporcionaré todas las
noches, aquí en el granero, un fuego cálido durante todo el invierno.
Al escuchar esto desde lejos, Elba, que se escondía, pensó para sí misma:
- ¡Vaya! Yo también quiero ser parte de esta historia y donar algo de lana al Niño
Dios; con el fuego encendido todos los días, no tendré frío. Y dejó escapar un leve
balido:
- ¡¡¡Meeeee ́!!! ¡¡¡Meeeee ́!!!
Caleb saltó y miró hacia atrás. Se inclinó un poco más y vio a Elba, escondida
detrás del gran comedero.
- ¡Oh, estuviste allí todo el tiempo! ¡Ven, querida Elba, ven! ¡Únetenos! Tu lana
blanca hará feliz al Niño Dios. ¡Y Elba se regocijó!
Y así, todas las ovejas participaron de esta hermosa historia de amor, guardando
su lana para calentar al niño Dios. Unos días después, en una noche muy oscura, el
joven pastor vio brillar en el cielo una gran estrella y comprendió que algo muy especial
estaba pasando.

LAS LUCIERNAGAS

(Luciana Machado Silveira)

Estaba muy cerca de aquella noche que sería la más especial de todas las
noches. El establo estaba impecablemente limpio. Podías ver tu propio reflejo, tan
brillante era el suelo. No había una pajita fuera de lugar.
¡Esta vez, se puede decir que no quedó ni una pulga para contar la historia! El
ángel Gabriel se encargó de que el establo estuviera perfecto para recibir al Niño
Jesús. El silencio y la sencillez era lo que anhelaba. Caminó alrededor del pesebre
para asegurarse de que José y María se sintieran seguros y cómodos, y que ese sería
el lugar donde el niño vendría al mundo, su primer hogar.
Pero, ¿cómo sabrían María y José que tendrían que buscar ese establo? ¿Alguien
les habría advertido? ¿Más allá de la dirección? ¿Y por qué el ángel Gabriel tendría un
establo? Si esta noche santa fuera la más esperada de todos los tiempos, ¿no sería un
castillo, un palacio, algo más noble para que todos entendieran el significado de tanta
grandeza?
Dios Padre ya lo había planeado todo. Si su hijo viniera a representarlo, ser su
voz, traer su palabra, hablar del amor y del perdón, tendría que llegar al corazón de
todos los hombres y mujeres. Tendría que hablar el lenguaje de los hombres, desde los
más humildes hasta los más cultos, y tenía que ser sencillo, para que todos pudieran
entenderlo. Ya todo estaba escrito en las estrellas, como si fuera un hermoso bordado
dorado visto en el cielo. En cuanto cayó la noche y brillaron las estrellas, un montón de
luciérnagas empezaron a revolotear alrededor de los tres viajeros: María, José y el
burro. María encantada, habló a José:
- José, mis ojos no habían visto tantas luces brillando al mismo tiempo. ¡Mira esas
luciérnagas!
- Siento que quieren llamar nuestra atención, avisarnos algo. ¿Será una señal?
preguntó José a la dulce María.
- Mi corazón dice que quieren acompañarnos, mostrarnos el camino, respondió
María.
José, confiando en la intuición de María, siguió aquella luz que emanaba de las
luciérnagas y que los condujo al establo.
El ángel Gabriel, que había vigilado todo y los había acompañado desde que
salieron de Nazaret, susurró al oído de María:
- María, estas luces, además de guiarte, son para acostumbrar tus ojos, porque el
Divino niño que llevas en tu seno es la luz más pura e intensa que jamás haya brillado
sobre la tierra. Las luciérnagas, bondadosas, vinieron a prepararlos para recibir a este
niño, que también brillará en el corazón de toda la humanidad.
LAS ABEJAS Y MIEL PURA

(Fabíola Pozza Korndorfer)

¡Vaya! La dulce miel... Alimento tan puro y tan fino, producido por nuestras
queridas abejas que incansablemente trabajan día y noche, entre un zumbido y otro,
haciendo este alimento tan duradero, capaz de durar años y años. En una región
cercana a Belén, una hermosa palmera datilera albergaba una colmena, formada por
muchas abejitas y su reina madre. Era una colmena que siempre producía mucha miel
para alimentar a la gente que vivía allí, y todas las abejas trabajaban juntas y muy duro.
Un día, una abejita que hacía su trabajo en busca de néctar, volando entre
jardines y palmeras datileras, escuchó una conversación entre el amor-perfecto y la
mariposa. Escuchó que la joven María se dirigía a Belén y que pronto nacería el Divino
Niño. Regresó rápidamente a la colmena y le contó la noticia a la Madre Reina. La
reina estaba muy contenta con la noticia y decidió reunir a todas las abejas para
compartir la buena noticia.
- Queridas abejas, ¡hoy recibí una noticia muy especial! La joven María lleva en su
vientre un niño divino, que traerá amor y paz al mundo. María y José van en camino a
Belén, y dentro de unos días pasarán por aquí, dijo la reina.
¡Todas las abejas batieron apresuradamente sus alas en señal de alegría y el
zumbido fue general!
- Preparemos un regalo especial, continuó. Prepararemos la miel más especial
que jamás hayamos hecho, para alimentar a la joven pareja y para llevar al niño que
está por nacer. ¡Necesitamos unir nuestras fuerzas y trabajar duro!
En un abrir y cerrar de ojos las abejas comenzaron a organizarse. Algunas
empezaron a volar entre las flores de las palmeras datileras. Otros buscaban el néctar
de las flores silvestres al costado del camino. Otros besaron las flores de amor-
perfecto.
- Zum, zum, zum... Las abejitas batían sus alas rápidamente.
Y en la colmena, el trabajo no paraba. La producción de miel continuó sin
descanso. Fueron días y días así. Día y noche, noche y día. Las abejitas trabajando
para producir la miel más pura.
He aquí, un buen día, la joven pareja se sienta a la sombra de la palmera datilera
para descansar del largo camino recorrido... Entre una palabra y otra, entre un gesto y
otro, José mira hacia arriba y ve la colmena que estaba ahí chorreando miel y le dice a
María:
- Querida María, ¡mira esta colmena que gotea miel! Podemos reservar algunos
para el resto del camino.
- Sí, José, vamos a tomar la miel sobrante para que otras personas también
puedan beneficiarse, dijo María.
José tomó una vasija y la llenó de miel. En ese momento, el zumbido de las
abejas se intensificó; todos volaron felices alrededor de la colmena, satisfechos de dar
lo más preciado que produjeron para esta pareja tan especial y para el bebé que
nacería.

UN BURRITO ÚNICO

(Luciana Machado Silveira)

El sol estaba alto marcando el mediodía y, como siempre, José, María y el burrito
eligieron la sombra de un árbol para alimentarse y descansar después de una larga
caminata.
Quedaba muy poco para llegar a su destino, una ciudad donde necesitaban
presentarse. Después de algunas leguas de viaje, ya no era tan común ver gente en
aquella inhóspita región y la convivencia en aquellos días hacía del burrito
prácticamente un miembro más de la familia.
Ese animal tenía una mirada tierna, sus largas orejas le permitían oír bien. Y sí,
¡él era un buen oyente!. María le hablaba, le daba palmaditas en la cabeza y siempre
se dirigía a él con mucho cariño. Realmente no era un burro cualquiera. Parecía que
todo lo que necesitaba hacer era hablar y, a veces, María tenía la impresión de que
realmente quería decir algo.
Mientras el burrito disfrutaba del heno fresco que rodeaba aquel frondoso árbol,
María recogía flores silvestres que destacaban en medio del paisaje. Manzanillas,
dientes de león, lavanda, ramas verdes y frondosas formaban parte de su ramo. Con el
pensamiento de las hermosas flores que estaba recogiendo, no se dio cuenta de un
pequeño animal que la puso en peligro. El burrito, siempre atento, notó la presencia del
venenoso animal y, con gran valentía, saltó frente a María, evitando que le pasara algo
malo. El acto de valentía del burrito hizo que el peligroso animal huyera más que rápido
por el pasto. José, que descansaba a la sombra del árbol, despertó ante el movimiento
de María y corrió a su encuentro. La encontró abrazando a su burrito
- ¿Qué sucedió? preguntó José, tratando de entender lo que había pasado.
- ¡Mi buen José, este valiente burrito me salvó la vida! Siempre supe que este
burrito era especial. No sabe hablar como nosotros, aunque parece tener muchas
cosas que decirnos, pero lo que hoy hizo por mí este animal valiente vale más que
muchas palabras. Me hizo sentir importante para él, así como él es importante para mí.
He oído decir que “solo se ve bien con el corazón” y ahora me doy cuenta de que
también se puede hablar y escuchar con el corazón, porque el amor se puede expresar
de muchas maneras. - dijo María dulcemente.

EL JOVEN

(Fabíola Pozza Korndorfer)

En las afueras de Belén, en medio del paisaje desértico y montañoso, las familias
buscaban alojamiento en casas sencillas, y muchas de ellas luchaban por ganarse la
vida y criar a sus hijos.
En una de estas casitas, al costado del camino, vivía la familia de Jacob, un niño
de fe y muchas habilidades, a quien le gustaba plantar y tocar su armónica. Sin
embargo, Jacob no pudo desarrollar completamente sus habilidades, ya que
necesitaba ayudar a su padre en la casa. Salía temprano todos los días a vender los
paquetes de higos en la ciudad. Junto a los higos, siempre llevaba en el bolsillo su
armónica que, en sus ratos libres, tocaba maravillosamente. Al final del día regresaba a
casa, a menudo con todos los paquetes de higos que había llevado consigo, ya que las
ventas no habían sido buenas. En los días de suerte, regresaba con una moneda que
felizmente le entregaba a su padre. Y así, día tras día, Jacob vivía con su familia.
Durante su travesía a Belén, José, María y el burro pasaron por este pequeño
pueblo y a lo lejos vieron a un niño sentado al costado del camino.
- Joseph, mira allá arriba, un chico al borde del camino. Vamos para allá. - dijo
María.
Caminaron unos metros más y se acercaron al niño, que lloraba, rodeado de
paquetes de higos. María se arrodilla junto a él:
- ¡Buenas tardes, mi joven! ¿Por qué lloras?
- Hace días que no tengo suerte vendiendo higos. Han pasado días desde que
recibí una sola moneda para ayudar a mantener a mi familia, respondió el joven con la
cabeza baja. Mi nombre es Jacob y vivo en este pueblo cercano, agregó.
- Dios, lo siento, dijo María, quien rápidamente se inclinó hacia el niño, dándole
una palmadita en su regazo. No estés así de triste. Estoy seguro que Dios proveerá
muchas cosas buenas para ti y tu familia, porque veo que tienes fe y un buen corazón.
Tampoco tenemos mucho, pero lo poco que tenemos lo queremos compartir contigo.
José abrió la cesta de cosas, sacó unas manzanas, unos dátiles, un poco de miel
y lo compartió con el niño, quien sonrió ampliamente, secándose las lágrimas de la
cara.
- Veo que te gusta la música, le dijo José al niño.
- Sí, mi buen hombre.
Y comenzó a tocar una hermosa melodía para José y María, quienes quedaron
muy contentos con el gesto.
A los pocos minutos de aquel encuentro, pasó un comerciante de la ciudad, vio
las bolsas con los hermosos higos y preguntó:
- ¿Para quién son estos higos? ¡He estado buscando higos jugosos para mi oficio
durante mucho tiempo!
- Son mi familia, señor. Yo ayudo a mi padre con la venta, respondió Jacob.
- Bueno, me los quedaré todos, y de ahora en adelante, voy a querer por lo
menos diez paquetes al día para poner en mi tienda de comestibles.
A cambio, le dio a Jacob una bolsa de monedas.
Jacob no podía creer lo que estaba pasando. ¡Hasta ese momento, nunca había
logrado vender más de dos paquetes por día! Sonrió ampliamente a María y agradeció
enormemente al comerciante. Estaba seguro de que había ocurrido algún tipo de
milagro después de conocer a esa noble pareja.
La luz brilló

Y a través de una estrella

se vio un camino

Nació en ese momento

el amor más puro

Nació “Niño Dios”

(Luciana Machado Silveira)


EL ENCUENTRO DE LA FAMILIA

(Marli Emmerick)

En aquel tiempo, en Nazaret, era noviembre, y no faltaba mucho para el


nacimiento del Niño Jesús. María le pidió a José que fuera a la casa de sus padres,
Joaquín y Ana, así como de su prima Isabel y su esposo Zacarías, y los invitara a
reunirse, un domingo, en su casa.
En el día acordado llegaron Joaquín y Ana y poco después su prima y Zacarías.
Isabel llevaba en brazos al pequeño Juan, que en ese momento tenía apenas unos
meses, y también unas bonitas golosinas para María y su bebé.
Cuando llegaron, María ya había colocado sobre la mesa un hermoso mantel
bordado con un hermoso jarrón de flores aromáticas.
En ese momento, reunir a la familia en la mesa era sagrado. Tenía un significado
mayor que solo alimentar; era un momento especial para vivir y aprender unos de
otros.
Después de intercambiar saludos, Ana fue a ayudar a María a poner la mesa. Se
sirvieron panes, preparados como en los viejos tiempos, con lentejas y garbanzos, que
además de ser muy nutritivos, esparcían un delicioso aroma por la humilde casa;
además de pan, leche de cabra, queso, miel, almendras e higos componían la rica
mesa.
Todos comieron y charlaron alegremente. En un momento, Juan, que estaba en el
regazo de su madre, comenzó a balbucear algunos sonidos y estiró los brazos hacia
María. Pronto se dieron cuenta de que él quería ir a su regazo y Isabel rápidamente
colocó al niño en sus brazos. El niño comenzó a sonreír mientras tocaba suavemente
con sus pequeñas manos el vientre de la joven embarazada.
No era la primera vez que Juan tenía ese comportamiento cuando se acercaba a
María. En otra ocasión, cuando aún estaba en el vientre de su madre, se movió
intensamente cuando Isabel se acercó a su prima.
No hubo dudas. Juan saludó al Niño Jesús que venía en camino.
LA HILANDERA

(Fabíola Pozza Korndorfer)

José, María y el burrito iban camino a Belén, caminando durante días, todo el día,
en un clima frío de invierno. A la noche, cuando estaban cerca de un pequeño pueblo,
vieron una pequeña casa donde brillaba una pequeña luz.
Se acercaron a la casita, llamaron a la puerta y les abrió un joven pastor.
- ¡Buenas noches! - Dijo José con voz cansada de tanto caminar. Queremos
saber si tienes un lugar en tu granero para que podamos descansar por la noche.
- Entre, mi buen señor, ha llegado a tiempo, es la hora de la cena. Berta, mi
esposa, nos hizo una sopa caliente para comer. Tu burrito podrá quedarse en el
establo con las ovejas. Acabo de encender un fuego muy cálido para que pases la
noche.
José y María entraron a la sencilla casa y vieron a Berta, que con mucho cariño
preparaba la sopa.
- ¡Mmm! ¡Qué olor tan delicioso! - dijo María
- Sí, son hierbas que cultivo en mi jardín, exclamó Berta. Debes estar cansada de
caminar tanto. Siéntate en ese sillón mientras termino la sopa.
María se sentó en el sillón tapizado con cojines, e inmediatamente frente a ella,
sobre la mesa, vio un hermoso manto de lana.
- ¡Qué hermoso manto! - dijo María admirada.
- Ah, mi marido Caleb esquilaba nuestras ovejas y me pidió que le hiciera este
manto de lana blanca para un niño muy especial que está por nacer. Cuando levantó la
vista, notó que María también estaba embarazada. Ah, mi buena señora, veo que
tienes un bebé en el vientre.
María sonrió....
Berta observó a María durante largos minutos. Su serenidad era tal que la casa se
llenaba de paz.
Los cuatro comieron la sopa caliente que, además de alimentarlos, también los
calentaba. Cuando todos se fueron a dormir, Berta tomó la mantita en sus hábiles
manos y con un sentimiento de amor decidió terminarla para María como regalo, tan
pronto como se fueran a la mañana siguiente.
- Le daré este manto a la dulce María. Luego haré otro para el Santo Niño por
nacer - murmuró Berta para sí misma.
Berta tejía, tejía, tejía y con cada puntada sentía más alegría.
Al día siguiente, al partir, el buen José y la joven María les dieron las gracias por
su hospitalidad y dieron gracias por los alimentos que habían recibido. Berta extendió
los brazos y le ofreció a María el sencillo regalo:
- Que este cálido manto, hecho de la lana más pura, abrigue este niño pequeño
que está por nacer.
María, feliz por el amable gesto, bendijo a la joven pareja que fue agraciada con la
presencia del Señor en su hogar.

EL COMERCIANTE DE BELÉN

(Marli Emmerick)

Había un comerciante en Belén que era próspero y generoso. Su nombre era


Abner y tenía dos hijas: una de ocho y otra de diez. La menor se llamaba Miriam y la
mayor Berenice. De vez en cuando las niñas estaban en la tienda ayudando a su
padre.
Un día, Miriam le contó a su padre que anoche tuvo un sueño muy extraño. En el
sueño, se le apareció un ángel y le habló, diciendo:
- Miriam, en los próximos días verás llegar una familia a Belén. Se trata de una
joven embarazada con su marido y un burrito. ¡Presta atención! Pasarán por delante de
la tienda de tu padre y pedirán un poco de agua. El bebé que espera esta señora es un
ser divino que nacerá en Belén, y necesitará un manto abrigado para protegerse del
frío. Dile a tu padre que tome tu mejor túnica y se la dé a esta familia. Tu padre será
grandemente bendecido si lo haces.
Miriam continuó contando su sueño en el cual le preguntaba al ángel:
- Pero, ¿cómo sabré quiénes son? Muchas personas pasan diariamente por el
frente de la tienda y muchas también piden agua.
Y el ángel habló:
- ¡Lo sabrás! Primero por nombre: se llaman María y José. Una segunda señal es
que tú, y solo tú, verás una luminosidad a su alrededor.
Miriam terminó de contarle su sueño a su padre, quien dijo:
- ¡Hija, qué sueño tan extraño! Pero si eso realmente sucede, no dudaré en
ofrecer un manto como regalo, complementándolo con algunos atuendos o ropas más.
Tal vez sea una señal divina que vino a través de ti. Vamos a esperar.
Pasaron dos días y al tercer día, después del sueño de Miriam, ella estaba en la
puerta de la tienda cuando, de repente, vio una luz diferente a lo lejos. Observó y
cuando estaban más cerca vio a una señora embarazada montada en un burro,
mientras el hombre que la acompañaba iba a su lado. Miriam quedó encantada con la
Luz que vio alrededor de esas dos personas.
Se acercaron y, al llegar al frente de la tienda, le hablaron a la niña pidiéndole un
poco de agua.
Miriam, eufórica de alegría, corrió dentro de la tienda y llamó a su padre.
- ¡Padre, son ellos, son las personas que el ángel anunció! Están frente a la tienda
y piden agua. - dijo Miriam emocionada.
El comerciante salió del interior de la tienda y habló amablemente con María y
José. Preguntó sus nombres y descubrió que eran los mismos nombres en el sueño de
Miriam. No hubo dudas. Eran las personas anunciadas en el sueño de Miriam.
Entonces Abner fue a buscar agua y los invitó a sentarse un rato a descansar.
También les trajo algo de fruta.
Antes de irse, el mercader le ofreció a María una de sus mejores túnicas y algo de
ropa, diciendo:
- Señora, acepte este regalo que deseo ofrecerte, de corazón, porque mi hija ha
soñado con este momento. Deseo que sea útil y reconfortante para este bebé que va
nacer y que ha sido proclamado como un Ser Divino.
María miró sorprendida y dijo:
- Señor, ¿Quién anunció cosas tan hermosas?
- ¡Era un ángel que le habló a mi hija en un sueño, señora! Y yo si lo creo.
Una vez más, María se encontró con que el Ángel de Dios que estaba cuidando
de todos los preparativos para la llegada de su bebé.
María, alegre y llena de gratitud, aceptó el regalo sabiendo que sería muy útil para
su Sagrado Niño. Bendijo a aquella familia y, después de haber descansado, siguieron
su camino en busca de alguna posada donde pudieran hospedarse. Abner y sus hijas
sintieron gran paz y gozo en sus corazones.

LA DULCE MELODÍA

(Fabíola Pozza Korndorfer)

Ya muy cerca de Belén, José, María y el burrito fiel caminaron y lograron ver a lo
lejos las luces de la ciudad.
- Mira, Mary, estamos cerca de Belén. Ahora queda poco. – dijo José emocionado
- ¡Sí, mí querido José! No es mucho, pero necesitamos descansar para que
mañana, tan pronto como amanezca, tengamos aún más fuerza para seguir nuestro
camino. - dijo María con su dulce y melodiosa voz.
Sí, María tenía una voz suave, casi melodiosa. Y para muchos sonaba como
música para los oídos.
José, siguiendo el pedido de María, buscó un lugar para pasar la noche. Se
instalaron en un potrero, entre unos arbustos que los protegían del viento. María y José
miraron hacia arriba, en medio del silencio de la noche, contemplando las estrellas y
dando gracias por todo lo que estaban viviendo.
- ¡Oh, mi buen José! ¡Qué alegría siento en mi corazón al poder llevar en mi
vientre a este Divino Niño que traerá más amor y comprensión al mundo!
José, al recibir a María en sus brazos, sonrió. Cuando estaban casi dormidos,
escucharon un sonido muy agradable a lo lejos. Una canción tan melodiosa como la
voz de María. Una grabadora que emitía notas que llegaban al corazón.
- ¿Estás escuchando José? preguntó María. Esta canción en la distancia, me
hace tan bien... ¡Es tan profunda que mi corazón se siente aún más feliz!
Y no pasó mucho tiempo, María se durmió en los brazos de José.
Con los primeros rayos del sol, José y María se despertaron y dieron gracias por
el nuevo día.
Ahora, con más claridad, pudieron observar la región en la que se encontraban y
el camino que debían seguir. Se dieron cuenta de que había dos caminos, lo que los
hizo reflexionar, ya que tendrían que tomar una decisión.
El burrito consiguió agua y heno fresco. María y José comieron algunos dátiles y
manzanas, y comenzaron a organizar las cosas para seguir adelante. Mientras se
preparaban, la dulce melodía que habían escuchado la noche anterior volvió a sonar a
lo lejos. Pero a medida que pasaba el tiempo, la melodía se hizo más fuerte como si
realmente estaba cada vez más cerca.
Cuando María y José se dieron cuenta, se les acercó un joven que tocaba una
dulce melodía en su flauta.
- ¡Buen día! ¿A dónde vas? preguntó el chico.
- ¡Buenos días, mi querido joven! Vamos a Belén, pero todavía no sabemos cuál
de los dos caminos debemos tomar.
- ¡Vaya! No se preocupen. Será una alegría para mí poder guiarlos hasta allá.
María y José abrieron una amplia sonrisa y así siguieron juntos al son de la dulce
flauta del jovencito todo el camino.
LA NIÑA QUE COLECCIONABA PIEDRAS

(Marli Emmerick)

Toda la naturaleza se preparaba para la venida de Jesús, incluidas las piedras.


Había una energía diferente en todas partes. Y en el corazón de la tierra no fue
diferente. Las piedras se convirtieron en cristales, piedras preciosas brotaron en
diferentes lugares y quien observaba podía descubrir tal maravilla.

Una niña, que vivía en esa región rocosa, amaba las piedras y se dedicaba a
coleccionar todo tipo y tamaño. Cuando las encontraba, las llevaba al jardín de su casa
y pasaba horas jugando. Un día, mientras buscaba guijarros, comenzó a encontrar
algunas muy preciosas. Eran hermosas, coloridas y muy brillantes. La niña, encantada,
llenó una bolsa de piedritas y se las llevó a su madre para que las viera. Cuando llegó a
casa, su madre, encantada, exclamó:

- ¡Dios mío, las profecías se están cumpliendo! Mi pueblo ha esperado mucho


tiempo la venida del Mesías.

La niña ya conocía las historias de su pueblo. Dijeron que en ese lugar nacería el
que sería el Salvador. Una de las historias decía que cuando se acercaba el nacimiento
del Niño Dios, muchas piedras aparecían transformadas en cristales. Quien los
encontrara recibiría una señal el día de su nacimiento.

- ¡Hija, fuiste una de las elegidas para recibir la señal!

La madre de la niña también tuvo otro hijo, un joven que pastoreaba las ovejas,
quien también encontró unas piedras preciosas, y encantado, las guardaba en su bolsa
de víveres, pues ya conocía las historias de su pueblo.

Unos días después, en una agradable noche, aquel joven pastor conducía su
rebaño cuando, de repente, el cielo se iluminó con una luz nunca antes vista y una gran
estrella apareció en el cielo. El pastor corrió a su casa y avisó a su hermana y a su
madre.
La niña y su madre se levantaron de inmediato. La joven tomó la bolsita de
piedras preciosas y se las llevó consigo. Los tres partieron siguiendo la estrella y
caminaron hasta el lugar donde irradiaban hermosos rayos de luz.

Asombrados, entraron y vieron a un bebé recién nacido en un pesebre con sus


padres a su lado. El chico era pura luz. Los tres se arrodillaron.

Entonces la niña sacó las piedritas de la bolsa y las decoró alrededor del pesebre
donde estaba el niño. Las piedritas brillaban con la luz de las estrellas. Y solo aquellos
que tenían un corazón puro podían ver que había algo diferente, divino. Esa cueva
parecía más un palacio de tanto esplendor, y el mensaje que se escuchó con el
corazón fue de paz y amor.

LA GRAN ESTRELLA

(Luciana Machado Silveira)

Esa estrella había estado brillando durante algún tiempo, pero ahora parecía que
estaba aún más radiante. Desde la ventana de mi dormitorio la seguí; Podría pasar
horas mirándola y me hizo preguntarme muchas cosas, desde el porqué de repente
había aparecido así, hasta cómo sería si se acercara más a la tierra.
¿Por qué tiene un brillo diferente? ¿Cuál es su tamaño? Preguntas siempre
presentes en mis pensamientos, cada vez que me detenía a contemplarla, y sólo
cesaron cuando me encontré casi adormeciendo en el alféizar de la ventana.
Fue entonces cuando, en una de esas noches, me di cuenta de que algo era
diferente. Primero noté que estaba más cerca, luego me pareció aún más grande.
Estuve pensativo durante algún tiempo, sin entender lo que realmente estaba
sucediendo. Era como si de una hora a otra se hubiera hecho de día y el sol brillara con
todo su esplendor.
Entonces me di cuenta de que la luz provenía no sólo de esa gran estrella, sino
también de ese viejo establo que estaba justo debajo de ella. Era como si las luces se
encontraran y dispersaran rayos en todas las direcciones.
¡No, eso no podía ser normal y no estaba soñando! Cuanto más fijaba mi mirada
en ese rayo de luz, más quería ir a su encuentro. Ese destello se intensificó por
segundos y mi corazón latía más rápido. Necesitaba ir allí para entender lo que estaba
pasando. Pensé en preguntarle a mi madre, pero seguro que no me dejaría, por la
hora. Saltar por la ventana tampoco estaría bien, además de ser demasiado alto. Fue
entonces cuando, por un breve momento, respiré hondo y pensé:
- ¡Ay, padre! ¿Qué está pasando? Toda esta luz... Siento que mi corazón quiere
estar allí.
En ese momento, estaba hablando con Dios tan profundamente que ni siquiera
escuché el sonido de la puerta abriéndose. Mi madre me encontró con los ojos
cerrados, en un momento de inmensa concentración. Y para que no me asustara, habló
en voz baja:
- ¡Ven hijo mío, algo muy especial está sucediendo! Esa estrella que tanto
admiras cada noche nos quiere revelar algo.
Sonreí ampliamente y caminé apresuradamente con mi madre hacia el establo.
Nos sorprendió ver que no éramos los únicos que habíamos sentido ese llamado. La
luz era tan intensa que las personas y los animales tenían que estar a cierta distancia.
Los ángeles del cielo presentes cantaron glorias para recibir el amor más puro presente
en la tierra, ¡nuestro Niño Jesús!
Fue un momento de gran encanto, como si el mundo se hubiera detenido a
contemplar ese simple momento: ¡el nacimiento de un fruto bendito! Todo en perfecta
armonía: el viento soplaba en forma de notas musicales, las hojas de los árboles
parecían bailar, los animales saltaban alegres, las flores exhalaban su perfume más
puro y los pastores presentes reverenciaban ese momento único, pues hasta entonces
no habían presenciado nada igual. Era la esperanza, la alegría y la bondad
manifestadas en cada gesto y cada mirada. Y yo estaba allí. En ese momento ya no
era necesario preguntar, solo sentir. Era el Divino Niño, una Luz Bendita presente entre
nosotros.
LA CHARLA DE LOS PÁJARITOS

(Marli Emmerick)

El día de Navidad, día en que nació el Niño Jesús, en la madrugada en Belén, dos
pájaros conversaban, el ruiseñor y el canario. Uno de ellos le dijo al otro:
- Algo diferente sucedió esta noche. Estaba durmiendo en mi rama cuando
escuché el canto del gallo. Abrí un ojo y de repente vi un destello tan brillante que
pensé que ya era de día. - dijo el ruiseñor.
El canario se quedó pensativo.
- Bueno, dijo: ¡Sabes que yo también vi esa gran luz! ¿qué sería?
Mientras los dos hablaban, llegó el futuro y dijo:
- ¿Sabes qué? La paloma blanca recibió un mensaje divino que está siendo
compartido con todos los seres alados. Ella invita a todos a cantar y alabar al hijo del
Creador que nació esta noche pasada.
El ruiseñor, con su dulce melodía, habló con gran admiración:
- ¿Cómo es que el hijo del Creador nació entre nosotros? ¡Qué supremo honor!
En eso, el canario cantor, que todavía estaba pensativo, habló:
- Pero, aclara una cosa. ¿Dijiste que el mensaje se transmite a todos los seres
alados? ¿Y los otros?
El benteveo aclaró rápidamente:
- Sí, porque para los animales que andan sobre la tierra, el mensaje lo darán las
ovejas, con su mansedumbre. Y para los seres de las aguas el mensaje lo llevarán los
delfines que son seres pacíficos e inteligentes.
- "¿Y los seres humanos?", preguntó el ruiseñor.
- Como me informó la paloma blanca, entre los seres humanos, la venida del
Salvador, que se llamará Jesús, está profetizada desde hace mucho tiempo. Y también
hay tres Reyes Magos, que desde lejanos reinos recibirán la señal. Este signo es la
gran estrella que brilló esta noche como si fuera de día.
- ¡Vaya! - Dijo el ruiseñor. - Así que fue esa luz brillante lo que vi. Era la Estrella
de Belén.
- Exactamente. - Dijo el benteveo. - La Estrella de Belén, que también será
conocida como Estrella de Oriente, porque ha ido guiando el camino de los Reyes
Magos para llegar a Jesús.
- Entonces vamos. - Dijo el canario. ¿Qué estamos esperando? Cantemos al Hijo
de Dios.
Y todas las aves comenzaron a volar hacia el lugar donde estaba Jesús con su
madre María y su padre José. Fue un gran vuelo de pájaros en el aire.
Y ese día de Navidad, quien estuviera atento al movimiento de la naturaleza
percibiría una energía de amor nunca antes sentida.

LA VISITA DE LOS REYES MAGOS

(Fabíola Pozza Korndorfer)

¡El Niño Jesús nació! Toda la Naturaleza estaba de fiesta: el gallo cantó, las flores
brotaron y la estrella de Oriente brilló en señal de gran alegría por este momento tan
especial.
Allá en el Oriente, en reinos lejanos, hubo tres Reyes muy especiales. Gente
sabia y estudiosa que conocía la naturaleza, estudiaba los astros y las estrellas. Ya
habían oído hablar de un nacimiento por venir: el nacimiento de un gran Rey; y estaban
esperando una señal, acompañando a los astros y las estrellas diariamente, para poder
comenzar su viaje.
Cuando brilló la Estrella de Oriente, se dieron cuenta de que había un brillo
diferente en el cielo y, sin duda, confiaron en que esa era la señal que estaban
esperando. Cada uno de los reyes, aún en sus reinados, escogió lo más preciado que
tenía para llevar como regalo al Gran Niño Rey;
Belchior separó una caja que contenía el oro más puro, preparó su camello y
partió siguiendo la estrella.
En otro país lejano, había un rey bondadoso llamado Balthazar, que también
esperaba una señal de la naturaleza. Al percibir el brillo de la Estrella de Oriente,
separó una caja con el incienso más puro y fragante, montó en su camello y partió
siguiendo la estrella.
Además en otras tierras, vivía otro rey llamado Gaspar, quien también vio el
intenso resplandor en el cielo. Separó lo más preciado que tuvo en su reinado: un
manojo de mirra. Montó en su camello y partió guiado por la Estrella de Oriente.
Durante muchos días viajaron los tres reyes. En un momento, se encontraron en el
desierto y continuaron caminando, día y noche, noche y día, acompañados por el
intenso resplandor de la estrella. ¡Fueron 12 días y 12 noches santas!
Cuando llegaron a la ciudad, le preguntaron al rey Herodes dónde había nacido el
rey de los judíos. El rey Herodes, asombrado, dijo que no sabía, pero ordenó a los
reyes que siguieran su búsqueda y, cuando lo encontraran, se lo hicieran saber, porque
él también quería reverenciar al Rey recién nacido. Pero, de hecho, el rey Herodes
estaba muy preocupado por ese evento, y no estaba contento con el nacimiento de
Jesús, ya que se sintió amenazado de perder su trono.
Así que los tres reyes magos continuaron su camino y fueron guiados al establo
donde estaba el Niño Jesús. Al llegar allí, encontraron la naturaleza celebrando: flores
fragantes por todas partes, animales saltando alrededor del pesebre, pastores
ennoblecidos, un buen hombre con su bastón y una madre joven con un niño en su
regazo, vistiendo un manto tan azul como el cielo. Y sobre su cabeza una corona de
estrellas. Alrededor del niño, una luz brilló. Los reyes sabían que era el Rey Divino que
había nacido. Se quitaron las coronas y se arrodillaron.
- “¡Saludos, Divino Niño! ¡El oro más puro te traigo!” dijo el rey Belquior.
- ¡Saludos, Niño Dios! ¡Incienso te traigo!” - dijo el rey Balthazar.
- “¡Saludos, Rey de los Reyes! ¡Os traigo mirra curativa!” – dijo el rey Gaspar.
Los tres se inclinaron ante el pequeño niño y le entregaron los regalos a la Divina
Madre, quien les agradeció amablemente. Después de un tiempo, los reyes
abandonaron el establo en silencio.
Al retirarse, se maravillaron de lo que habían visto. ¡Este niño que nació en un
establo es el rey de todos los hombres y trae alegría, amor y perdón al mundo entero!

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