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DPO-470

Diciembre del 2019


Este documento es una copia autorizada del curso Open Day de Programas Directivos impartido por el profesor San Martín, Álvaro en IESE B.S.

Bob Knowlton (I)


Maximilian B. Torres

Bob Knowlton se había quedado sentado, solo, en la sala de reuniones del laboratorio. El resto
del grupo se había marchado. Una de las secretarias se había detenido para hablar unos
instantes acerca del próximo ingreso de su marido en el ejército y, finalmente, se había ido. Bob,
solo en el laboratorio, se arrellanó cómodamente en su silla contemplando con satisfacción los
resultados del desarrollo de la primera prueba de la nueva unidad del fotón.
Le gustaba quedarse solo después de que todos se hubieran ido. Su nombramiento como jefe de
proyectos era aún demasiado reciente para proporcionarle un hondo sentimiento de placer.
Miraba fijamente los diagramas que tenía enfrente, pero su imaginación podía oír al doctor
Jerrold, jefe superior de proyectos, decir una vez más: “Hay algo respecto a este lugar con lo que
uno puede contar. ¡No hay límite para quien pueda rendir!” Knowlton experimentó nuevamente
una sensación de felicidad y desconcierto. Bueno, qué diablos, comoquiera que fuere –se dijo–,
él había rendido. No estaba engañando a nadie. Había entrado en los Laboratorios Simmons dos
años antes. Durante una prueba de rutina de algunos componentes Clanson desechados se le
había ocurrido la idea del “correlator” del fotón, y el resto simplemente sucedió. Jerrold se había
entusiasmado; se había establecido un proyecto separado para continuar la investigación y el
desarrollo del aparato, y se le había encomendado la tarea de hacerlo funcionar. Todavía le
parecía a Knowlton un milagro toda esa serie de acontecimientos.
Dejando a un lado estos pensamientos, se inclinaba decididamente sobre sus papeles cuando se
percató de que alguien entraba en la sala detrás de él. Levantó, expectante, la vista, ya que
Jerrold con frecuencia se quedaba también tarde y a veces entraba para charlar, lo cual siempre
hacía que el final del día fuese especialmente agradable para Bob.
Pero esta vez no era Jerrold. La persona en cuestión era un desconocido. Era un hombre alto,
delgado y más bien moreno. Usaba gafas con montura de acero y un cinturón muy ancho de
cuero con una enorme hebilla de latón. Lucy observó después que era la clase de cinturón que
debían haber usado los peregrinos.

Revisión de la versión adaptada del profesor Maximilian B. Torres del caso original “Bob Knowlton” (HBS–Boston, Mass.: Harvard
Business School Publishing, de los profesores Alex Bavelas, A.H. Rubintein y H.A. Shepard). Diciembre del 2019.
Los casos están diseñados para fomentar el debate en clase y no para ilustrar la gestión adecuada o inadecuada de una
situación determinada.
Esta adaptación es para uso exclusivo del IESE.

Copyright © 2019, IESE. Copyright de esta traducción © 2019 IESE. No está permitida la reproducción total o parcial de este
documento, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico,
mecánico, por fotocopia, por registro o por otros medios.

Documento de uso exclusivo en programas IESE.

Última edición: 18/12/19


DPO-470 Bob Knowlton (I)

El desconocido sonrió y se presentó a sí mismo.


Este documento es una copia autorizada del curso Open Day de Programas Directivos impartido por el profesor San Martín, Álvaro en IESE B.S.

“Soy Simon Fester. ¿Es usted Bob Knowlton?”


Bob contestó afirmativamente y se estrecharon la mano.
“El doctor Jerrold me dijo que podría encontrarle aquí. Estuvimos hablando sobre su trabajo
y me interesa muchísimo lo que usted está haciendo.”
Bob le señaló una silla.
Fester no parecía encajar en ninguna de las categorías estándares de visitantes: cliente, visitante
curioso, accionista. Bob señaló los papeles sobre la mesa:
“Aquí tiene los resultados preliminares de una prueba que estamos haciendo. Tenemos un
nuevo artefacto entre manos y estamos tratando de entenderlo. No está terminado, pero
puedo mostrarle la sección que estamos probando.”
Bob se puso de pie, pero Fester estaba embebido en los diagramas. Pasado un momento,
levantó la vista y dijo con una extraña sonrisa:
“Parecen trazados de una superficie de Jennings. He estado estudiando algunas funciones de
autocorrelación de superficie, sabe usted.”
Bob, que no tenía la menor idea de a qué se refería, le devolvió la sonrisa y movió la cabeza,
sintiéndose inmediatamente molesto.
“Permítame presentarle al monstruo”, dijo, y condujo a Fester al taller.
Cuando Fester se hubo marchado, Knowlton guardó lentamente los papeles, sintiéndose
vagamente molesto. Luego, como si hubiera tomado una decisión, cerró rápidamente la puerta
y siguió el camino más largo para pasar por la oficina de Jerrold. Pero la oficina estaba cerrada.
Knowlton se preguntó si Jerrold y Fester se habrían ido juntos.
A la mañana siguiente, Knowlton se presentó en la oficina de Jerrold, le dijo que había hablado
con Fester y le preguntó quién era. Jerrold le dijo:
“Siéntate un minuto, quiero hablarte. ¿Qué piensas de él?”
Knowlton respondió sinceramente que creía que Fester era muy inteligente y probablemente
muy competente. Jerrold pareció complacido.
“Lo vamos a emplear –dijo–. Ha adquirido una gran experiencia en varios laboratorios y
parece tener buenas ideas respecto a los problemas que estamos estudiando.”
Knowlton asintió con la cabeza, deseando, desde luego, que no lo pusieran a trabajar con él.
“No sé aún a qué llegará al final –continuó Jerrold–, pero parece interesarle lo que estás
haciendo. He pensado que podría trabajar contigo un poco de tiempo, como medio para
iniciarse.” (Knowlton asintió pensativamente.) “Si continúa interesándose en tu trabajo, lo
puedes incorporar a tu grupo.”
Knowlton respondió:
“Bien, este hombre parece que tiene algunas buenas ideas, sin saber aún exactamente lo que
estamos haciendo. Espero que se quede; nos agradará tenerlo.”

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Bob Knowlton (I) DPO-470

Knowlton regresó al laboratorio con sentimientos confusos. Se dijo a sí mismo que Fester sería
bueno para el grupo. No era ningún tonto y rendiría. Knowlton recordó de nuevo la promesa de
Este documento es una copia autorizada del curso Open Day de Programas Directivos impartido por el profesor San Martín, Álvaro en IESE B.S.

Jerrold cuando le había ascendido: “El hombre que rinde avanza en este equipo”. Estas palabras
parecían tener ahora el tono de una amenaza.
Al día siguiente, Fester no se presentó hasta media tarde. Explicó que había tenido un largo
almuerzo con Jerrold discutiendo su puesto en el laboratorio. Knowlton dijo:
“Sí, hablé esta mañana con Jerry al respecto y ambos acordamos que usted podría trabajar
con nosotros durante algún tiempo.”
Fester sonrió en la misma forma de suficiencia que había adoptado cuando mencionó las
superficies de Jenning, y dijo:
“Me gustaría mucho.”
Knowlton presentó a Fester a los demás miembros del laboratorio. Fester congenió muy bien
con Link, el matemático del grupo, y pasaron el resto de la tarde discutiendo un método de
análisis de estructuras que había preocupado a Link durante todo el mes anterior.
Eran las 6,30 cuando Knowlton salió del laboratorio esa tarde. Había esperado casi ansiosamente
que terminara el día para, una vez que todos se hubieran ido, poder sentarse en las salas ya
silenciosas a descansar y pensar. Pero, ¿pensar sobre qué?, se preguntó. No lo sabía. Todos se
habían ido poco después de las 5, salvo Fester, y lo que siguió fue casi un duelo. A Knowlton le
molestó la interrupción de su período de quietud y finalmente decidió, resentido, que Fester
debía marcharse primero.
Fester estaba sentado ante la mesa de reuniones, leyendo, y Knowlton frente a su escritorio, en
el pequeño cubículo de paneles de vidrio que utilizaba durante el día cuando necesitaba que no
le molestaran. Fester había obtenido los informes de los progresos realizados el año anterior y
estaba estudiándolos cuidadosamente. El tiempo transcurría lentamente. Knowlton
garabateaba en un papel y su nerviosismo aumentaba cada vez más. ¿Qué demonios creía Fester
que iba a encontrar en los informes?
Finalmente, Knowlton se rindió y se fueron juntos del laboratorio. Fester se llevó algunos de los
informes para estudiarlos por la noche. Knowlton le preguntó si creía que los informes le daban
una imagen clara de las actividades del laboratorio. Fester, con evidente sinceridad, respondió:
“Los informes son excelentes. No son sólo buenos informes; lo que informan es, además,
sumamente bueno.”
Knowlton se sorprendió del alivio que sintió y se mostró casi jovial al desear a Fester las buenas
noches.
Al dirigirse a su casa en el coche, Knowlton se sintió más optimista respecto a la presencia de
Fester en el laboratorio. Nunca había comprendido plenamente el análisis que Link estaba
intentando. Si había algún error en el enfoque de Link, Fester seguramente lo descubriría. “Y, si
no me equivoco –murmuró–, no será particularmente diplomático al respecto.”
Describió a Fester a su esposa, que se rio de buena gana del ancho cinturón de cuero con la
hebilla de latón:
“Es la clase de cinturón que deben haber usado los peregrinos.”

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DPO-470 Bob Knowlton (I)

Bob, riendo también, dijo:


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“No me preocupa la forma en que sostiene sus pantalones. Pero temo que es la clase de
individuo que simplemente tiene que aparecer como un genio dos veces al día. Y ello puede
ser muy molesto para el grupo.”
Knowlton ya había dormido varias horas cuando el teléfono lo despertó sobresaltándolo.
Comprendió que había ya sonado varias veces. Saltó de la cama murmurando sobre los
condenados tontos y los teléfonos. Era Fester que, sin dar ninguna excusa, aparentemente sin
tener en cuenta la hora, se puso a darle cuenta emocionadamente de la forma en que podía
resolverse el problema de estructuras de Link.
Knowlton cubrió con la mano el micrófono para responder a la pregunta cuchicheada por su
esposa: “¿Quién es?”. “El genio”, contestó Knowlton.
Fester hizo caso omiso completamente de que eran las dos de la madrugada y procedió con gran
excitación a explicar un enfoque completamente nuevo sobre algunos de los problemas del
laboratorio relacionados con el fotón con que él había tropezado mientras analizaba
experimentos anteriores. Knowlton se las arregló para poner cierto entusiasmo en su voz y
soportó, semiaturdido y sumamente incómodo, a Fester hablar interminablemente sobre lo que
había descubierto. Probablemente, no sólo era un nuevo enfoque, sino además un análisis que
demostraba la debilidad inherente del experimento anterior y cómo la experimentación en ese
sentido había sido sin duda incompleta. Al día siguiente, Knowlton pasó toda la mañana con
Fester y Link, el matemático, después de suspender la reunión matutina para poder revisar
concienzudamente el trabajo realizado por Fester la noche anterior. Fester tenía sumo interés
en que así se hiciera y a Knowlton, por razones muy personales, no le pareció tan mal cancelar
la reunión.
Durante algunos días después, Fester se encerró en la oficina interior que se le había asignado y
no hizo sino leer los informes del progreso del trabajo que se había realizado en los últimos seis
meses. Knowlton sentía cierta aprensión respecto a la reacción que Fester pudiera experimentar
respecto a su trabajo. Estaba un poco sorprendido de lo que sentía. Siempre se había sentido
orgulloso –aunque había aparentado modestia– de la forma en que se habían puesto a
consideración en su grupo nuevos aspectos en el estudio de aparatos para medir el fotón. Ahora,
sin embargo, no estaba seguro y le parecía que Fester podría fácilmente demostrar que la línea
de investigación que habían estado siguiendo no era sólida ni imaginativa.
A la mañana siguiente, como acostumbraba el grupo de Bob, los miembros del laboratorio,
incluyendo a las secretarias, se sentaron alrededor de la mesa de conferencias. Bob siempre se
enorgullecía de que el trabajo del laboratorio estuviera dirigido y evaluado por el grupo en
conjunto, y le complacía mucho repetir que la inclusión de las secretarias en esas reuniones no
constituía una pérdida de tiempo. Con frecuencia, lo que empezaba siendo una tediosa
exposición de suposiciones fundamentales para un oyente sencillo, acababa por llevar a
descubrir nuevas formas de considerar esas suposiciones, que no se le habrían ocurrido al
investigador que llevaba tiempo aceptándolas como base necesaria para su trabajo.
Estas reuniones de grupo servían también a Bob en otros aspectos. Bob estaba convencido de
que se habría sentido mucho menos seguro si hubiera tenido que dirigir el trabajo con su propia
cabeza, por decirlo así. Con la reunión de grupo como principio de liderazgo, siempre era posible
justificar la exploración de callejones sin salida por el efecto educativo general sobre el equipo.
Fester estaba allí; Lucy y Martha también; Link estaba sentado junto a Fester y aparentemente

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Bob Knowlton (I) DPO-470

continuaban la conversación del día anterior referente al estudio matemático de Link. Los otros
miembros, Bob Davenport, George Thurlow y Arthur Oliver, esperaban calladamente.
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Knowlton, por razones que él mismo no comprendió del todo, propuso que se discutiera esa
mañana un problema al que todos anteriormente habían dedicado mucho tiempo, con la
conclusión de que era imposible una solución, que no había un modo factible de tratarlo en
forma experimental. Cuando Knowlton propuso el problema, Davenport observó que
difícilmente tenía objeto tratarlo de nuevo, que estaba convencido de que no se podía enfocar
el problema con el equipo y los recursos físicos del laboratorio.
Esta declaración produjo a Fester el efecto de una inyección de adrenalina. Dijo que le gustaría
saber cuál era el problema en detalle y, dirigiéndose a la pizarra, empezó a anotar los “factores”,
mientras varios miembros del grupo se ponían a discutir el problema, e hizo simultáneamente
una lista de las razones por las que se había abandonado.
Apenas iniciada la descripción del problema, se hizo evidente que Fester no iba a estar de
acuerdo respecto a la imposibilidad de atacarlo. El grupo así lo comprendió y, finalmente, los
materiales descriptivos y las razones que habían conducido a abandonarlo se esfumaron. Fester
empezó a su vez a exponer sus razones, las cuales, a medida que surgían, parecían haberse
preparado la noche anterior, si bien Knowlton sabía que ello era imposible. No pudo evitar
impresionarse con la forma lógica y organizada en que Fester iba presentando las ideas que
debían habérsele ocurrido sólo unos minutos antes.
Sin embargo, Fester tenía algunas cosas que decir, las cuales produjeron a Knowlton una mezcla
de molestia y de irritación y, al mismo tiempo, una sensación presuntuosa de superioridad sobre
Fester, al menos en un aspecto. Fester opinaba que la forma en que se había analizado el problema
era realmente típica del pensamiento grupal y, con un aire tan sofisticado que hacía difícil para un
oyente cualquiera disentir, procedió a comentar el énfasis norteamericano sobre las ideas de
equipo, describiendo satíricamente las formas que conducían a un “alto nivel de mediocridad”.
Durante ese tiempo, Knowlton observó que Link miraba atentamente hacia el suelo, y se daba
perfecta cuenta de las miradas que George Thurlow y Bob Davenport le dirigían en ciertos
momentos del breve discurso de Fester. Knowlton, en su interior, no podía evitar sentir que al
menos en ese punto Fester estaba equivocado. Todo el laboratorio, con Jerry a la cabeza,
hablaba –si es que no practicaba– sobre la teoría de los equipos pequeños como organización
básica para una investigación eficaz. Fester insistió en que podía enfocarse el problema y que le
gustaría estudiarlo personalmente durante algún tiempo.
Knowlton puso fin a la sesión matutina declarando que las reuniones continuarían efectúandose y
que el hecho mismo de que a un problema experimental supuestamente insoluble iba a dársele
una nueva oportunidad era otra indicación del valor de esas reuniones. Fester inmediatamente
aclaró que él no estaba de modo alguno en contra de las reuniones para informar al grupo de los
progresos de sus miembros; que el punto que quería establecer era que los avances creativos rara
vez se logran en esas reuniones y que, en realidad, los realizaba el individuo que estaba “viviendo”
con el problema estrecha y continuamente, en una especie de relación personal con el mismo.
Knowlton siguió adelante para decir a Fester que le gustaba mucho que hubiera tratado esos
puntos y que estaba seguro de que el grupo obtendría provecho de reexaminar las bases sobre
las que había estado trabajando. Knowlton convino en que el esfuerzo individual constituía
probablemente la base para lograr los mayores avances, pero de todos modos consideraba útiles
las reuniones de grupo, primordialmente por el efecto de conservarlo unido y de ayudar a los

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miembros más débiles del grupo a ir al paso de los que podían avanzar con más facilidad y
rapidez en el análisis de los problemas.
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Se hizo evidente que a medida que transcurrió el tiempo y que continuaron las reuniones, Fester
llegó a disfrutarlas por la forma que adoptaron. Llegó a ser típico que Fester expusiera sus ideas,
y resultaba incuestionable que era el más brillante, el mejor preparado en los diversos temas
afines a los problemas que se estaban estudiando y el más capaz para seguir adelante entre
todos los demás miembros. Knowlton se sintió cada vez más inquieto al darse cuenta de que, en
realidad, había perdido el liderazgo del grupo.
Cada vez que se mencionaba el tema de Fester en las reuniones ocasionales con el doctor
Jerrold, Knowlton sólo comentaba la habilidad y la evidente capacidad de trabajo que Fester
poseía. De un modo u otro, nunca pensó que podría mencionar sus propias inquietudes, no sólo
porque revelarían debilidad de su parte, sino también porque era obvio que el propio Jerrold
estaba sumamente impresionado con el trabajo de Fester y con los contactos que tenía con él
fuera del laboratorio del fotón.
Así, Knowlton empezó a pensar que tal vez las ventajas intelectuales que Fester había aportado
al grupo no compensaban enteramente lo que él consideraba indicios de una ruptura del espíritu
de cooperación que había observado en el grupo antes de la entrada de Fester. Cada vez más
frecuentemente fueron omitiéndose las reuniones matutinas. La opinión de Fester respecto a
las capacidades de los demás miembros del grupo, con excepción de Link, era obviamente baja.
Algunas veces, durante las reuniones matutinas o en discusiones de poca monta, Fester se había
mostrado rudo, negándose a continuar una discusión cuando afirmaba que estaba basada en la
ignorancia de la otra persona respecto a los hechos en cuestión. Su impaciencia hacia los demás
le condujo a hacer también observaciones semejantes al propio doctor Jerrold. Knowlton dedujo
esto de una conversación con Jerrold en la que éste le preguntó si Davenport y Oliver iban a
seguir en sus puestos, y al no mencionar al matemático Link, Knowlton consideró que esto era
el resultado de conversaciones privadas entre Fester y Jerrold.
No fue difícil para Knowlton plantearse si la brillantez de Fester compensaba suficientemente el
desmembramiento que empezaba a producirse en el grupo. Tuvo la oportunidad de hablar en
privado con Davenport y con Oliver y era obvio que ambos estaban molestos a causa de Fester.
Knowlton no forzó la discusión más allá del punto de escucharles decir en una u otra forma que
se sentían en verdad torpes y que a veces les era difícil entender los argumentos que Fester
exponía, y que a menudo no se atrevían a pedirle que precisara los antecedentes en que sus
argumentos se basaban. Knowlton no habló con Link como había hecho con los demás.

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