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DELINEAMIENTOS DEL DELITO IMPRUDENTE

FERNANDO POVIÑA

INTRODUCCIÓN

Se ha manifestado la imposibilidad de considerar a la culpa como un objeto

que sea pasible de definición, conceptuándosela, antes bien, como una forma de obrar,

es decir, actuar con imprudencia, negligencia, impericia o inobservancia de los deberes a

su cargo (v.gr. artículo 84 del Código Penal). Pero, en su esencia, estos no son sino

ejemplos de violación del deber de cuidado, caracterizándose el obrar culposo por la

actitud anímica del autor respecto del resultado producido. En todo caso, la culpa se

ubica entre el dolo y el caso fortuito, por lo que sus límites se fijan por exclusión1. A

diferencia del tipo doloso, en el que la acción prohibida se individualiza mediante su

descripción, en el tipo imprudente permanece prima facie indefinida y sólo es posible

particularizar en cada caso, luego de determinar la conducta que origina el resultado

penalmente sancionado2.

Los códigos penales de habla hispana siguen dos sistemas legislativos diferentes

en el tratamiento del delito imprudente. La legislación española sigue el llamado sistema

del numerus apertus, según el cual una cláusula general establece que cualquier delito

doloso cometido en forma negligente merece una pena determinada. De modo adverso,

la legislación latinoamericana se ha inclinado -cada vez de manera más definida- por el

sistema continental europeo del numerus clausus, conforme al cual se determina qué

casos son específicamente sancionados como delito culposo.

1 TERRAGNI, Marco Antonio, “El delito culposo”, Rubinzal-Culzoni Editores, Santa Fe, 1984, pág. 13.
2 ZAFFARONI, Eugenio Raúl, ALAGIA, Alejandro, SLOKAR, Alejandro, “Derecho Penal. Parte General”, 2ª. Edición, Ediar, Buenos Aires, 2005, pág.
549.
Es este último sistema el adoptado por el Código Penal argentino, por lo que

con razón se ha sostenido que nuestro Código Penal incrimina, en principio, aquellos

hechos en los que el sujeto actúa dolosamente y sólo excepcionalmente contiene tipos

penales especiales en los que se incrimina el comportamiento en el cual la lesión al bien

jurídico es consecuencia de la imprudencia del autor, o sea, de su desconocimiento

reprobable del peligro jurídicamente desaprobado que crea con su acción. En

consecuencia, la protección penal de los bienes jurídicos se dirige, por regla general,

hacia los comportamientos dolosos, y excepcionalmente, contra las conductas

imprudentes, provenientes del accionar descuidado del autor3. Se ha indicado que lo

antedicho constituye una modalidad legislativa mucho más limitativa del poder punitivo

y, por ende, menos irracional4.

CLASES

En cuanto a las clases de culpa, una antigua división en materia civil las

distinguía en culpa grave (el resultado dañoso es susceptible de ser previsto por todos

los hombres), culpa leve (el resultado dañoso solamente podría haber sido prevista por

los hombres diligentes) y culpa levísima (el resultado dañoso solamente podría haber

sido previsto empleando una diligencia extraordinaria y no común).

El proyecto de Carlos Tejedor, con referencia a la opinión de Pacheco, divide

la culpa en grave y ligera, y si bien no las define, sí señala los casos que corresponden a

las dos categorías, asimilando la primera a la que actualmente se conoce como culpa

consciente -que es más grave que la culpa ligera- y la segunda, la que podría

identificarse con la culpa inconsciente. El Proyecto de Villegas, Ugarriza y García

sustituye la palabra “ligera” por “leve” y efectúa una graduación de la pena conforme a

la clase de culpa. A partir del Proyecto de 1891 se suprimió el título relativo a la culpa o

imprudencia5.

3 BACIGALUPO, Enrique, “Lineamientos de la teoría del delito”, Hammurabi-José Luis Depalma editor, 3° edición, Buenos Aires, 1994, págs. 187 y 188.
4 ZAFFARONI-ALAGIA-SLOKAR, ob. cit., pág. 549.
5 TERRAGNI, ob.cit., págs. 28 y 29.
La clasificación más importante en la dogmática penal moderna es la que

distingue a la culpa consciente o con representación, de la inconsciente o sin

representación, en base al contenido de la conciencia respecto del hecho. La culpa

consciente se da cuando el autor se representó las posibles consecuencias de su acción y

no obstante confió en poder evitar los efectos dañosos; la inconsciente se da cuando ni

siquiera pasó por la mente del individuo la imagen de lo que podía ocurrir, es decir, pese

a tener los conocimientos que le permitirían representarse esa posibilidad de producción

del resultado, no los actualiza (no piensa en ellos) y, por ende, no se la representa

(pudiéndolo hacerlo), es decir, no tiene conciencia de la creación de peligro (que

siempre es de resultado)6.

No obstante lo dicho, importante doctrina ha destacado otra clasificación:

culpa temeraria y culpa no temeraria, afirmándose que esta clasificación tiene mayor

importancia que la que divide la culpa consciente e inconsciente, pues no siempre

aquélla –culpa consciente- es más grave que ésta –culpa inconsciente-. De tal manera, se

ha sostenido que la culpa temeraria, “el observador tercero percibe la creación de un

peligro prohibido en forma tan clara que la exterioridad del comportamiento le muestra

un plan criminal dirigido a la producción del resultado, lo que por supuesto, para que

haya culpa, no debe confirmarse con su existencia subjetiva”, es decir, “cuando excita

dominabilidad y se descarte el dolo (directo y eventual), elc aso encuadra en la culpa

temeraria”7.

De igual guisa, Mir Puig afirma que la distinción entre culpa consciente (el

sujeto reconoce el peligro de la situación, pero “confía” en que no dará lugar al resultado

lesivo) y culpa inconsciente (el sujeto ni siquiera prevé la posibilidad de un resultado

lesivo, no advierte el peligro) actualmente carece de la importancia de otrora, salvo para

delimitar el dolo eventual de la imprudencia. Mayor importancia –continúa el citado

autor- reviste diferenciar la culpa grave de la culpa leve –por estar contenidas en el

actual Código Penal español-, denominaciones que vienen a sustituir las clásicas
6 ZAFFARONI-ALAGIA-SLOKAR, ob. cit., pág. 550.
7
ZAFFARONI-ALAGIA-SLOKAR, ob. cit., pág. 556.
imprudencia temeraria e imprudencia simple, y ello es así porque tan solamente la

imprudencia grave puede dar lugar a un delito, pues la imprudencia leve únicamente

admite las “faltas”8.

Es un arduo problema en la dogmática penal la diferenciación de la culpa

consciente con el dolo eventual, cuya consideración escapa al objeto del presente

trabajo, pero se puede señalar que según se asiente la determinación del dolo eventual en

la dirección de la voluntad o en el saber del autor, se aplicará la teoría del

consentimiento o de la probabilidad, que con distintos matices han dividido las

opiniones hasta el presente9.

En el sistema del Código Penal argentino, si bien la clasificación de la culpa no

ha sido receptada, tampoco está desprovista de todo significado, como sería el caso de la

individualización de la pena, en orden a lo que disponen sus artículos 40 y 41.

ESTRUCTURA DEL DELITO IMPRUDENTE

Anteriormente, la doctrina clásica o causalista contemplaba la imprudencia

como una forma menos grave de culpabilidad al lado del dolo. Al evolucionar el estudio

sobre la dogmática jurídico-penal, la concepción moderna del Derecho penal en forma

casi unánime considera a la imprudencia como un problema de tipo. Ello significa que

una determinada conducta puede estar justificada o exculpada en el caso concreto, pero

en el tipo se decide si era imprudente10.

Roxin apunta que la evolución del cambio sistemático operado en la ciencia

jurídico-penal en el sentido apuntado, comenzó con Engisch, quien sobre la base de

consideraciones de teoría de las normas, destacó que la “inobservancia del debido

cuidado”, propia de los delitos imprudentes, ha de ser un elemento del tipo, por lo que, si

los tipos se basan en una norma de determinación prevista por del legislador, entonces

esa norma no puede prohibir solamente la mera causación, sino más bien una
8
MIR PUIG, Santiago, “Derecho Penbal. Parte General” 8ª. Edición, Editorial IBdeF, Julio César Faira Editor, Buenos Aires, 2009, págs. 285/287.
9 DONNA, Edgardo Alberto, “Teoría del delito y de la pena”, Tomo 2, Editorial Astrea, 2° reimpresión, Buenos Aires, 2003, pág. 104.
10 ROXIN, Claus, Derecho Penal-Parte General”, traducciones y notas Diego Manuel Luzón Peña, Manuel Díaz y García Conlledo y Javier de Vicente
Remesal, editorial Civitas S.A., Madrid -España-, 1997, pág. 997.
determinada conducta, la que debe ser contraria al debido cuidado11.

De todas maneras, es reconocido doctrinariamente que la contribución

fundamental para el cambio de ubicación sistemática del desvalor de la conducta al tipo

-en el caso que interesa, la imprudencia- la realizó la teoría final de la acción12.

En igual sentido, Maurach ha afirmado que la culpa es extraída

definitivamente del ámbito de la atribuibilidad (culpabilidad), para ser incluida, al igual

que los hechos dolosos, en el ámbito del ilícito típico, siendo este elemento

característico del perjuicio individual previsto o previsible, no cuidadoso-evitable de un

bien jurídico, el contenido material de la culpa13.

La teoría de la imputación objetiva también refiere la imprudencia al tipo,

pues si la imputación al tipo objetivo presupone la realización de un peligro creado por

el sujeto, que supera el riesgo permitido en el marco del fin de protección de la norma, el

resultado se imputa en virtud de criterios que fundamentan una conducta imprudente14.

En cuanto al funcionalismo, cabe afirmar –siguiendo a Righi15- que esta

postura ha revalorizado el delito imprudente, caracterizándoselo por: i- una reforma de

su fundamento de punibilidad; ii- un trato sistemático unitario de los delitos dolosos e

imprudentes en el ámbito de la imputación, como consecuencia de considerar que los

tipos culposos y dolosos poseen presupuestos comunes en el tipo objetivo; iii- el dolo

queda acotado en su concepto al conocimiento, por lo tanto si hay conocimiento –

aunque no esté presente el elemento volitivo tradicionalmente considerado- hay dolo y

se descarta la culpa; iv- la imprudencia es considerada un supuesto de error, dada la falta

de correspondencia entre la representación y la realidad; v- teniendo en cuenta las pautas

establecidas, la imprudencia es definida por Jakobs como aquella forma de evitabilidad,

en la que falta el conocimiento actual de aquello que ha de evitarse16.

11 ROXIN, ob. y pág. cit.


12 WELZEL, Hans, “Derecho penal alemán”, Editorial Jurídica de Chile, 11° Edición, 4° Edición castellana, santiago de Chile, 1997, pág. 153 y
siguientes.
13 MAURACH, Reinhart, actualizada por GÖSSEL, Karl Heinz y ZIPF, Heinz, “Derecho Penal. Parte General”, Tomo 2, traducción de la 7° edición
alemana por Jorge Boffil Genzsch, Editorial Astrea, Buenos Aires, 1995, pág. 128.
14 ROXIN, ob. cit. pág. 998.
15
RIGHI, Esteban, “Derecho Penal. Parte General”, Lexis Nexos, Buenos Aires, 2008, pág. 229.
16
JAKOBS, Günther, “Derecho Penal. Parte General”, Madrid, 1995, pág. 382.
La doctrina distingue, con distintos alcances, un aspecto objetivo y un

aspecto subjetivo, en la estructuración del tipo en el delito imprudente. Separadamente,

se abordarán ambos aspectos del tipo.

TIPO OBJETIVO

La doctrina dominante expresa que el tipo objetivo del delito imprudente

está compuesto por dos elementos: la infracción del deber de cuidado (desvalor de la

acción) y la imputación objetiva del resultado (desvalor del resultado); asimismo,

también habrá de analizarse dentro de este último ítem el llamado principio de

confianza, dada la importancia que reviste en este tema.

1- Infracción del deber de cuidado

Sostiene Maurach que los perjuicios a bienes jurídicos solamente son

evitables cuando la acción que los provoca puede ser dirigida de manera diferente a lo

objetivamente acontecido, es decir cuando por medio de una dirección -subjetiva- la

acción puede tomar otro rumbo -objetivo- distinto; por lo tanto el elemento de

evitabilidad objetiva es integrante de la infracción normativa. Agrega que si no es

posible evitar el perjuicio de un bien jurídico, mediante la renuncia a la dirección final

que apunta a dicho resultado, esa evitación sólo será posible mediante otra dirección

final, en una conducta que objetivamente reconozca y respete ese bien jurídico,

concretamente, en virtud de precauciones especiales que tiendan a impedir la lesión del

bien jurídico en la ejecución de una acción concreta. Si el sujeto actúa de esa manera,

utiliza el cuidado objetivo necesario para proteger el respectivo bien jurídico, que

constituye el objeto de la norma. Al contrario, si el sujeto actúa con infracción del deber

de cuidado provocando el perjuicio de un bien jurídico, habrá podido evitar este último

actuando adecuadamente. En consecuencia, tal perjuicio del bien jurídico que fue

provocado con infracción del deber de cuidado era objetivamente evitable17.

17 MAURACH, ob. cit., págs. 138 y 139.


Por su parte, Jescheck distingue entre la “infracción del deber objetivo de

cuidado” como injusto de la acción y la “producción, causación y previsibilidad del

resultado” como injusto del resultado de los delitos imprudentes; contempla, en el marco

de la causación, el “nexo de antijuricidad” como problema de la imputación objetiva.

Tales criterios que afirman la existencia del elemento “infracción del deber

de cuidado” en el tipo de los delitos imprudentes es cuestionada por parte de la doctrina

(especialmente, Roxin y Jakobs), que sostiene que en la medida en que el tipo de los

delitos imprudentes no contenga una descripción adicional de conducta, “se colma”

mediante la teoría de la imputación objetiva18. Es más, en este sentido se sostiene detrás

de la infracción al deber de cuidado “se esconden” distintos elementos de la imputación

que caracterizan a la imprudencia de manera más precisa que aquella cláusula general19.

También se ha indicado, en esta inteligencia, que la infracción al deber de cuidado no

conduce más allá que a los criterios generales de imputación. En esta línea de

pensamiento, Jacobs señala que en rigor es “erróneo desde el punto de vista de la lógica

de la norma”, pues da la impresión de que el delito comisivo imprudente consistiría en la

omisión del debido cuidado, lo que sugiere su interpretación errónea como un delito de

omisión20. Roxin agrega que algo similar sucede con elementos como los de la

previsibilidad y la evitabilidad, ya que cuando un resultado no era previsible o evitable

(como el caso fortuito) falta la creación de un peligro jurídicamente relevante o la

realización del tipo creado21.

Bacigalupo atempera las posiciones al manifestar que el deber de cuidado

no está definido en cada tipo del delito culposo previsto en el Código Penal, sino que se

requiere una definición relativa a cada situación concreta, de tal forma que el deber de

cuidado debe apreciarse a posteriori, y ello es lo que permitió considerar a los tipos de

los delitos culposos como “tipos abiertos”, es decir, como tipos penales que deben ser

18 Sintéticamente, la teoría de la imputación objetiva postula que el tipo objetivo se encuentra satisfecho cuando el sujeto crea un riesgo no permitido, y
ese riesgo se concreta en el resultado.
19 ROXIN, ob. cit., págs. 999 y 1000.
20 ROXIN, ob. cit., pág. 1000, con cita de JAKOBS, AT 9/6
21 ROXIN, ob. cit., pág. 1001
“cerrados” por el juez mediante la definición del deber de cuidado exigible en la

situación concreta. Analizando más profundamente el tema, el autor citado afirma que el

deber de cuidado no impone un deber absoluto de no producir peligros para los bienes

jurídicos, toda vez que en la vida social se toleran ciertos peligros dentro de un margen

determinado. Por ende, el deber de cuidado se infringe cuando se crea un riesgo al bien

jurídico que supere el riesgo permitido. En consecuencia, el riesgo permitido no es una

causa de justificación sino una circunstancia que excluye la tipicidad22.

Se ha discutido en doctrina si se debe tomar en cuenta para definir el deber

de cuidado un criterio determinado objetivamente o bien un criterio individual, o sea, si

debe tenerse en cuenta un criterio general y abstracto o la capacidad individual y los

conocimientos individuales del autor.

Sobre este punto, es opinión de Maurach que el elemento objetivo de

evitabilidad de tipo objetivo debe ser determinado exclusivamente sobre la base de un

criterio general, sin consideración de las capacidades del autor para el cumplimiento de

la norma23.

En oposición a su pensamiento, una parte de la doctrina (Samson,

Stratenwerth, Jescheck, Jakobs, entre otros) sostiene que la medida de la infracción al

deber de cuidado debe ser determinada en consideración de las facultades del autor,

fundando tal posición en que desde el punto de vista teórico-normativo el autor debe ser

capaz de comportarse conforme lo ordena el derecho, puesto que el imperativo sólo

podría apuntar a que se haga lo posible24.

En réplica a esta concepción, Maurach señala que de esa forma se dirige al

peligro conjurado por Schünemann consistente en una confusión entre ilícito y

culpabilidad, el que puede ser superado a partir de la concepción teórico-normativa.

Afirma, asimismo, que la capacidad individual de evitación de la acción típica contraria

a la norma, compuesta por elementos subjetivos y objetivos, necesaria para la

22 BACIGALUPO, ob. cit., págs. 191 a 193.


23 MAURACH, ob. cit. pág. 142.
24 MAURACH, ob. cit., pág. 143.
punibilidad, sólo debe ser considerada en un punto posterior de la estructura delictiva

(atribuibilidad, culpabilidad). Con este razonamiento, sostiene Maurach, se responde

satisfactoriamente al reparo a la teoría que postula utilizar de un criterio genérico-

objetivo, consistente en que un proceder semejante conduciría a privilegiar aquellos

sujetos cuya capacidad fuera mayor que la del promedio y a perjudicar a quienes no

alcanzarían dichos márgenes25.

Consecuente con tal posición, Maurach señala que el criterio genérico-

objetivo para la constatación de la infracción del deber de cuidado exigida por el tipo

objetivo encuentra su fundamento en las exigencias que razonablemente se pueden

plantear a cualquier persona que se encuentre en la misma posición y frente a las mismas

tareas que el autor y, si bien no sería procedente atender al deber del ciudadano

promedio, sí cabría tener en cuenta cuáles son los grupos sociales más cercanos al

agente (un profesional de la medicina, un conductor de un vehículo automotor, etc.), de

manera que el hacer del sujeto activo debería ser comparado con la conducta a esperar

de un miembro de ese grupo, en la misma situación real en la cual se encontraba el

autor26.

2- Imputación objetiva del resultado

El resultado debe haber sido la concreción del riesgo creado por la acción

del sujeto, debe ser imputable objetivamente a la acción que infringió el deber de

cuidado, o si se quiere, a la que ha creado un riesgo no permitido.

Este requisito que vincula el resultado con el peligro creado o la infracción

al deber de cuidado -postulado de la teoría de la imputación objetiva- es denominado por

la doctrina como “conexión de antijuricidad”27, “causalidad de la evitabilidad”28, “nexo

25 MAURACH, ob. cit., pág. 143 y 144.


26 MAURACH, ob. cit., pág. 145.
27 BACIGALUPO, ob. cit., pág. 191. TERRAGNI, ob. cit., pág. 87.
28 MAURACH, ob. cit. pág. 164, quien manifiesta que la conducta contraria al deber de cuidado y el resultado deben encontrarse en una relación
fundamento-consecuencia.
de determinación”29 o “concreción de la creación de peligro no permitido”30. Este

concepto se basa en que no es suficiente la relación causal, sino que debe darse una

relación de otro carácter, puramente normativa31.

En este mismo sentido, cabe señalar que para que el resultado pueda ser

imputado a la imprudencia de la acción, se requiere una doble exigencia: a) la relación

de causalidad entre la acción y el resultado y b) la causación del resultado no debe ser

ajena a la “finalidad de protección” de la norma de cuidado infringida32.

Respecto de la “relación de causalidad”, diversas posiciones jurídicas

fueron ensayadas a fin de acreditar que un determinado hecho produce –jurídicamente-

un determinado resultado, y van desde las llamadas teorías de la causalidad (teorías de la

equivalencia de las condiciones, de la causa eficiente, de la causalidad adecuada, etc.)

hasta las modernas teorías en base a la imputación objetiva. Si bien el análisis de ellas

escapa al presente trabajo, se puede señalar que la doctrina actual en mayor medida se

embarca en esta última postura.

En cuanto al restante requisito expuesto, se precisa que además de la

relación de causalidad, la causación del resultado entre dentro de la “finalidad de

protección” de la norma de prudencia vulnerada. De ello se colige que tal exigencia

faltará: a) cuando, pese a haberse incrementado el riesgo, no era previsible el resultado

causado; b) cuando el resultado nada tenga que ver con la infracción cometida (por

ejemplo, el conductor que excede el límite de velocidad y atropella al suicida que se

arroja bajo las ruedas del automotor); y c) en los casos de comportamiento alternativo

correcto, esto es, cuando el resultado se haya causado por la conducta imprudente del

sujeto activo, pero “se hubiese causado igual” con otro conducta no imprudente (v.gr.,

los célebres “caso del ciclista” –un camión atropelló a un ciclista mientras se adelantaba

a una distancia antirreglamentaria, pero porque el ciclista, ebrio, se abalanzó sobre él de

29 ZAFFARONI-ALAGIA-SLOKAR, ob. cit., pág. 559.


30 ROXIN, ob. cit., pág. 1001.
31 Sobre presupuestos y condiciones de la teoría de la imputación objetiva, cuyo análisis escapa al objeto de este trabajo, ROXIN, ob. cit., pág. 362 y
siguientes.
32
MIR PUIG, ob. cit., pág. 296.
manera que también hubiera sido atropellado aunque el camionero hubiera guardado la

distancia requerida- y “caso del pelo de cabra” –una fábrica de pinceles utilizó sin

desinfectar, pese a que debía hacerlo, pelos de cabra cuyo empleo ocasionó la muerte de

cuatro trabajadores, pero después se comprobó que portaban gérmenes que

probablemente no habrían podido ser eliminados por la desinfección-); en estos casos de

comportamiento alternativo correcto, la doctrina dominante exige para la imputación del

resultado, en virtud del principio in dubio pro reo, la seguridad –o una probabilidad

rayana a la seguridad- de que si la acción no hubiese sido imprudente no se hubiera

producido el resultado33.

Por otro lado, se ha sostenido con razón que en nuestro derecho la cuestión

resulta clara en virtud del uso de la preposición por en el Código Penal34 (v.gr. artículos

84, 94, 189, 262, 281 -segundo párrafo-, entre otros, de dicho ordenamiento legal). Pero,

también es cierto que aunque el Código Penal no lo expresase de esa forma y usara un

giro gramatical distinto, la conexión entre violación del deber de cuidado y el resultado

tiene que considerarse implícita, evitando la confusión entre lo puramente causal y lo

normativo35.

El principio de confianza

Un aspecto importante de la imputación objetiva del resultado es el llamado

principio de confianza, según el cual no viola el deber de cuidado la acción del sujeto

que confía en que el otro se comportará correctamente, mientras no tenga razón

suficiente para dudar o creer lo contrario36. Este principio tiene incidencia preponderante

en el tema de los accidentes de tránsito, en la cooperación con división de trabajo y

respecto de delitos dolosos de otros.

En cuanto al derecho que regula la circulación de automotores -tomando

este item como ejemplo-, señala Roxin que mientras que las normas jurídicas en general

y las normas de tránsito en particular proporcionan indicios acerca de la existencia de


33
MIR PUIG, ob. cit., págs. 297/298.
34 TERRAGNI, ob. cit., pág. 88.
35 TERRAGNI, ob. cit., pág. 88.
36 ZAFFARONI-ALAGIA-SLOKAR, ob. cit., págs. 559/560.
creación de un peligro no permitido, el principio de confianza sirve para la negación de

un incremento del peligro inadmisible. Este principio establece en su forma más general

que, quien se comporta debidamente (por ejemplo, en la circulación), puede confiar en

que otros también lo hagan, siempre y cuando no existan indicios concretos para suponer

lo contrario (así, v. gr., quien tiene prioridad de paso no precisa reducir la velocidad en

atención a posibles infracciones de otros conductores sino que, por regla general, puede

partir de la base que se respetará su prioridad de paso)37.

Este principio no rige cuando la confianza en el comportamiento debido de

otros está manifiestamente injustificada. Ello se da, por ejemplo, en situaciones de

tránsito peligrosas y complicadas, cuando involucra niños pequeños, y en general en

cualquier otro caso en que otro interviniente en el tránsito demuestre que no se atiene a

las reglas, como el conductor que se da cuenta de que otro no observa la prioridad de

paso, en cuyo caso debe parar y no puede pasar confiando en su “derecho”38.

Asimismo, es incorrecto negar el principio de confianza a quien a su vez se

comporta antijurídicamente, si la infracción de tránsito de éste no ha repercutido en el

resultado (por ejemplo, el caso del conductor que ha consumido alcohol y que, a pesar

de ello, debe quedar exento de responsabilidad penal invocando el principio de

confianza cuando otro no respeta su prioridad de paso y el accidente tampoco habría

sido evitable para el conductor sobrio)39.

El principio de confianza en la cooperación en la división del trabajo se da

sobre todo en el ámbito de la actuación médica, como ser un equipo de operaciones,

donde los médicos especialistas que participan en una intervención quirúrgica pueden

confiar en la colaboración correcta del colega de la otra especialidad. Pero es

manifestación de ese principio de confianza, el que se deba objetar y, en su caso,

corregir los errores manifiestos de otros, por lo que cuando éstos aparecen, desaparece la

“confianza” para los otros integrantes del equipo. Además, en la cooperación con

37 ROXIN, ob. cit, pág. 1004.


38 ROXIN, ob. cit., pag. 1005.
39 ROXIN, ob. cit., pag. 1005.
división de trabajo, el principio de confianza puede retroceder cuando los intervinientes

poseen especiales deberes de vigilancia (por ejemplo, del médico jefe que dirige la

operación respecto del médico asistente aún inexperto)40.

El principio de confianza también rige en cuanto por regla general se puede

confiar en que otros no cometan delitos dolosos, pues la venta o la transmisión de

objetos que pueden causar peligro (v. gr. cuchillos, martillos, etc.) no serían posibles si

se hubiera de contar con la comisión de delitos dolosos por los compradores o demás

receptores. Ello así en la medida en que se trata de un riesgo permitido, ya que los

peligros inevitables se soportan en atención a las ventajas individuales y sociales que el

principio de confianza ofrece también en este terreno41. En este punto radica el núcleo de

la teoría de la prohibición de regreso42, según la cual la cooperación no dolosa de delitos

dolosos es impune. Conviene aclarar –siguiendo a Roxin- que no se trata de que el hecho

doloso del autor inmediato interrumpe el nexo causal, o de que en virtud de la

impunidad de la participación imprudente no pueda hacerse responsable en ningún caso

al tercero imprudente; pues no es posible concebir un nexo causal simultáneamente

como existente e “interrumpido”, y dado que en los delitos imprudentes rige el concepto

unitario de autor, en el supuesto de causación imprudente de un hecho doloso no habría

participación, sino autoría imprudente43.

TIPO SUBJETIVO

Importante sector de la doctrina estima que el delito imprudente carece de

un tipo subjetivo. En ese sentido se ha expresado que la distinción entre tipo objetivo y

tipo subjetivo en los delitos imprudentes carece de razón de ser44, o simplemente que no

se reconoce un tipo subjetivo en el delito imprudente45.

40 ROXIN, ob. cit., pag. 1006.


41 ROXIN, ob. cit., pág. 1006.
42 En especial, sobre los distintos supuestos que se dan en la teoría de la prohibición de regreso, JAKOBS, Günther, “La imputación objetiva en Derecho
Penal”, traducción al castellano de Manuel Cancio Meliá, Ad-Hoc, Buenos Aires, 1997, pág. 80 y siguientes.
43 ROXIN, ob. cit., págs. 1006 y 1007.
44 BACIGALUPO, ob. cit., pág. 189.
45 STRATENWERTH, Günter, “Derecho Penal. Parte General. I”, traducción de la 2° de. Alemana de Gladys Romero, Edersa, Madrid -España-, 1982,
pág. 321 y siguientes.
Por otra parte, el desarrollo de la teoría final sobre el punto tiende a

demostrar que en el tipo culposo también debe existir un aspecto subjetivo, congruente

con el tipo objetivo de riesgo externo.

El problema que primeramente se le planteó a Welzel fue la conocida

réplica de que, en verdad, la doctrina de la acción final sirve para explicar el dolo, pero

fracasa como explicación de la culpa, porque justamente en la culpa no hay una

finalidad dirigida al resultado, ya que si la hubiera no sería culpa sino dolo. Welzel, para

sortear este problema, sostuvo que en los delitos imprudentes existe una finalidad

potencial, en oposición a los delitos dolosos donde hay una finalidad actual. Esto fue

observado por Niese -discípulo de Welsel- al sostener que una finalidad potencial es una

finalidad irreal, es una finalidad que no existe. Esta crítica lo llevó a convencer al propio

Welzel de las falencias de su propia formulación y corrigió su fórmula afirmando que en

el tipo subjetivo de la culpa la finalidad no está dirigida al resultado sino al manejo de

los medios propios de la acción. En palabras de Welzel: “los tipos de los delitos

culposos se ocupan (no tanto de los objetivos, sino más bien) de la clase de ejecución de

la acción final en relación a consecuencias intolerables socialmente, que el actor o bien

confía en que no se producirán o ni siquiera piensa en su producción, y comprende

aquellas ejecuciones de acción (procesos de dirección) que lesionaron el cuidado

requerido (para evitar tales consecuencias) en el ámbito de relación”46. También se ha

criticado esta concepción de Welzel en la medida de que en un episodio determinado es

muy difícil o imposible saber cuáles son los medios cuando el resultado está fuera de

análisis.

En una posición más avanzada del finalismo, Struensee47 afirma que el tipo

subjetivo consiste en conocer las condiciones en las que deriva un riesgo no permitido,

lo que equivale a una conciencia del riesgo mismo. Señala dicho autor que mientras en

el delito doloso la referencia de la acción final es el resultado, en la culpa la referencia al

resultado no existe (caso contrario se estaría ante un hecho doloso). A consecuencia de


46 WELZEL, ob. cit., págs. 155 y 156.
47 STRUENSEE, Eberhard, “El tipo subjetivo del delito imprudente”, en Anuario de Derecho Penal y Ciencias Penales, 1987.
ello, el resultado queda afuera del tipo objetivo, porque el autor no quiere el resultado,

siendo el resultado solamente una condición objetiva de punibilidad. Asegura Struensee

de que la finalidad debe estar dirigida siempre a un estado de cosas jurídicamente

desaprobado, en caso del dolo es el resultado, el objeto de referencia de la imprudencia

es el “síndrome de riesgo”, es decir, una situación de hecho jurídicamente desaprobada.

Si el tipo objetivo de la culpa es el síndrome de riesgo, el tipo subjetivo va a ser el

conocimiento actual y efectivo del síndrome de riesgo. Ahora bien, sostiene que cuando

el individuo no puede percibir ese síndrome de riesgo -caso de la culpa inconsciente- se

produce un error de tipo culposo que -al igual que en el caso del dolo- excluye el

conocimiento actual, sin importar que sea vencible o invencible.

Maurach cuestiona la concepción de Struensee debido a que ella transforma

definitiva e incorrectamente a los tipos culposos de lesión en verdaderos delitos dolosos

de peligro (por lo cual Struensee puede hablar consecuentemente acerca de un error de

tipo culposo, razón por la que se debería -insiste Maurach- aceptar la tentativa y la

complicidad en los hechos culposos), extendiéndose así la punibilidad con prescindencia

de sus elementos subjetivos restrictivos.

El citado doctrinario enseña que hay culpa consciente (luxuria) cuando el

autor ha reconocido la posibilidad de la producción del resultado, pero a consecuencia

de una “sobrevaloración” de su capacidad de dirección final y de una “minusvaloración”

de las reglas de cuidado, ha confiado poder evitar el resultado; en este caso de culpa

consciente hay un defecto del querer: “el autor actúa pese a haber previsto la posibilidad

de configuración del tipo”. Al contrario, se da la culpa inconsciente (negligentia) cuando

el autor ni siquiera ha llegado a prever la posibilidad de realización del tipo; en este caso

se da un defecto de representación y voluntad: “el autor actúa porque no previó la

realización del tipo”48. Mientras que en la culpa consciente se exige la previsibilidad de

todos los elementos del tipo objetivo, de tal forma que respecto a ello no hay diferencia

con el dolo, en la culpa inconsciente, al no existir una relación psíquica fáctica entre el

48 MAURACH, ob. cit., pág. 180.


autor y su hecho, la exigencia deviene normativa49.

Por su parte, Roxin se distancia de Stratenwerth -que se pronuncia en contra

de la división en tipo objetivo y subjetivo en el delito imprudente-, afirmando

correctamente que lo adecuado es reconocer en la imprudencia consciente un tipo

subjetivo, que consiste en la representación de todas las circunstancias del hecho como

un peligro no permitido y en la confianza en la ausencia de realización del tipo.

En cambio, en la culpa inconsciente falta el tipo subjetivo, porque el sujeto

no ha incluido en su representación los elementos y presupuestos del tipo objetivo. En

este sentido, Roxin critica la posición de Struensee, en primer lugar -en cuanto éste

sostiene que la falta de imprudencia es un caso de error-, porque quien actúa dentro de

los límites del riesgo permitido resulta exento de responsabilidad penal no por

desconocimiento, sino porque no ha creado ningún peligro jurídicamente desaprobado;

en segundo lugar, porque la imprudencia no se debe necesariamente al conocimiento de

factores fundamentadores de riesgo (por ejemplo, el conductor presta tan poca atención

que ni siquiera se da cuenta del semáforo en rojo y no obstante se le ha de imputar como

imprudentemente producido el daño ocasionado, pese a que precisamente no ha

realizado conscientemente las circunstancias con relevancia en cuanto al riesgo; rige lo

mismo para los casos de simple olvido)50.

Roxin aclara que no está negando que lo que el sujeto ha sabido sea

relevante para fundamentar la imprudencia, de manera que por tanto la imputación

objetiva se refiere en parte a factores psíquicos, pero de ello no surge un tipo subjetivo,

porque estas circunstancias no son determinables en abstracto y porque el conocimiento

de un elemento que fundamente el riesgo puede ser reemplazado por el conocimiento de

otro factor de peligro o incluso por la exigibilidad de su conocimiento51.

ANTIJURICIDAD

49 MAURACH, ob. cit., pág. 183.


50 ROXIN, ob. cit., pág. 1022.
51 ROXIN, ob. cit. pág. 1023.
Sostiene Gössel52 que todos los perjuicios inevitables a un bien jurídico, es

decir, aquellos que han sido causados a pesar de un comportamiento cuidadoso y con

ello socialmente adecuado, no infringen la norma, de tal forma que el cumplimiento de

las reglas del tráfico social tiene un efecto excluyente del tipo legal. La gran actividad

que se desenvuelve en la vida moderna ha llevado a aceptar determinados riesgos que, a

pesar de un gran despliegue de las reglas de cuidado, son imposibles de dominar por

entero. Es decir, se deben aceptar acciones descuidadas si es que no se pretende

paralizar, en gran parte, la vida social.

De manera tal que si el Derecho no quiere errar su función reguladora y

ordenadora, debe tener presente tales aspectos, de una doble manera: por un lado,

considerar la conducta cuidadosa como adecuada a la norma y fuera del tipo legal,

inclusive en casos en que conduzca a perjudicar un bien jurídico; por otra parte, el orden

jurídico debería permitir determinados perjuicios a un bien jurídico ocasionado por

descuido. El primero se lo trata en la tipicidad, el segundo en las condiciones generales

de la antijuricidad.

En igual línea, se ha expresado que existen infinidad de acciones riesgosas,

que la sociedad consiente y hasta acoge positivamente, porque hacen a su desarrollo y

progreso. Es decir, hay acciones que están socialmente adecuadas por estar inscriptas en

un orden de vida comunitaria que responden a un desarrollo histórico y ético-social, las

que, no obstante que representar un peligro, no puede ser consideradas como ilícitas53.

En consonancia con lo expuesto se hace notar que no hay ilicitud en acciones que no

excedan el deber objetivo de cuidado, no obstante que produzcan el resultado previsto

por la ley; y ese cuidado se califica como “objetivo”, ya que no se refiere a la exigencia

particularizada del sujeto, lo que constituye un tema relativo a la culpabilidad54.

De modo tal que la realización del tipo del delito culposo será antijurídica

cuando no esté amparada por una causa de justificación. Ahora bien, no obstante que

52 GÖSSEL, Karl Heinz, “Viejos y nuevos caminos de la teoría de la imprudencia”, en Revista de Derecho Penal 2002-1, “Delitos culposos-I”, Director:
DONNA, Edgardo Alberto, Rubinzal-Culzoni Editores, Santa Fe, 2003, págs. 24 y 25.
53TERRAGNI, ob. cit., pág. 98.
54 TERRAGNI, ob. cit., pág. 100.
este concepto coincide con el de los delitos dolosos, en el delito imprudente se presenta

la particularidad de que no se requiere el elemento subjetivo de la justificación, lo que es

consecuencia de la diferente configuración que tienen el desvalor de la acción y el

desvalor del resultado en esta clase de ilícitos. Ello así, toda vez que la falta de

coincidencia entre lo querido y lo ocurrido como consecuencia de la acción hace

innecesario exigir que el autor haya tenido conocimiento de la situación de

justificación55.

Con respecto al elemento subjetivo de justificación, Gössel aclara que si se

considera que este elemento presupone la voluntad de menoscabar (lícitamente) un bien

jurídico, no se puede reconocer causa alguna de justificación en delitos culposos, salvo

que se renuncie a los elementos subjetivos de justificación. Este autor distingue entre el

perjuicio típico a un bien jurídico y la norma que lo justifica. En ese sentido, afirma que

la “voluntad de obrar jurídicamente” no significa voluntad de menoscabar un bien

jurídico, como tampoco significa que deba ser previsible ni que se haya previsto aquel

menoscabo. Si la infracción a la norma y el tipo legal exigirían previsión o previsibilidad

del perjuicio a un bien jurídico, no podría vislumbrarse en aquéllas, a la vez, el elemento

subjetivo de la justificación. Por ende, la “voluntad de obrar jurídicamente” puede

referirse tan sólo a la conducta concreta, sin considerar si se ha previsto la lesión al bien

jurídico (v.gr.: si el médico dice para sí: “esta operación está permitida, por lo tanto la

llevo a cabo”, entonces ha de afirmarse el elemento de justificación subjetivo que aquí

se exige)56.

De otro lado se ha sostenido que no resulta evidente que en el hecho

imprudente se apliquen causas de justificación. Así, en ciertos supuestos -como cuando

se está frente a situaciones de necesidad- resulta lógico excluir el tipo en virtud del

riesgo permitido en caso de consecuencias provocadas sin dolo, pues la medida del

riesgo permitido en ocasión de conducta socialmente aprobada es mayor que en los

demás casos. No obstante ello, se reconoce la posibilidad de justificación en los delitos


55 BACIGALUPO, ob. cit., pág. 193.
56 GÖSSEL, ob. cit., pág. 27.
imprudentes en razón de que –en ciertos casos, como la legítima defensa- la impunidad

de una realización típica no dolosa sólo se puede explicar bajo el presupuesto de una

situación de justificación y no como exclusión del tipo57.

De adverso a lo afirmado precedentemente, otra corriente doctrinaria señala

que la categoría de riesgo permitido puede incluirse solamente en el ámbito de las

causales de justificación, porque presenta la misma estructura que el problema de la

justificación: la colisión de bienes jurídicos diferentes58.

En esta inteligencia, se ha expuesto que además de las causales de

justificación tipificadas legalmente, ha de reconocerse una nueva causal de justificación:

“la colisión supralegal de bienes”. Ello así, si no se pretende que sea realidad el peligro

de impedir el desarrollo social, por lo que el riesgo permitido ha de convertirse también,

en otros casos, en causa de justificación. Esta causa de justificación abarca los casos en

que el autor persigue metas de valor social o, independientemente de ello, jurídicamente

permitidas, y en su empeño, descuidadamente, perjudica otros bienes jurídicos. Este

perjuicio sólo es justificado si el hecho imprudente se halla en proporción adecuada con

la meta socialmente valiosa o jurídicamente admitida, y además la concreta acción

descuidada ha sido necesaria, precisamente por ser descuidada, para lograr la meta

propuesta (v.gr.: la operación médica descuidada y, por ende, fallida, quedaría

justificada a causa de la colisión supralegal de bienes si, como única posibilidad

disponible para salvar al enfermo, le ofrecía perspectivas de curación)59.

Con relación a la legítima defensa, la realización imprudente de un tipo

resulta justificada según la jurisprudencia alemana si la misma también estaría

justificada si hubiera sido llevada a cabo dolosamente en la situación dada (por ejemplo:

cuando alguien pretende asustar a un agresor mediante un disparo de advertencia, pero le

alcanza mortalmente por error, ese homicidio imprudente está pese a todo amparado por

legítima defensa, si también un homicidio doloso del autor mediante un disparo habría

57 ROXIN, ob. cit., pág. 1031.


58 GÖSSEL, ob. cit., pág. 26.
59 GÖSSEL, ob. cit., pág. 26.
estado permitido por la referida causal de justificación)60.

Puede darse supuestos de hecho en los que el sujeto que actúa

imprudentemente efectúe algo objetivamente legítimo, sin conocer siquiera la situación

de legítima defensa (por ejemplo: a quien maneja descuidadamente un arma se le escapa

un tiro que hiere al agresor del que sin embargo nada sabía el sujeto). Roxin afirma que

en tales casos no se produce justificación, ya que como la realización del tipo estaba

objetivamente permitida, falta el desvalor del resultado, restando sólo un desvalor de la

acción, o sea, una tentativa imprudente, que no es punible61.

Con relación a los casos de estado de necesidad, bien se ha señalado que el

riesgo permitido excluyente del tipo en acciones que sirven a intereses legítimos es

mayor que en los demás casos, pero cuando con fines salvadores se infringen

prohibiciones de puestas de peligro abstractas con carácter de normas jurídicas, sólo

puede plantearse la justificación (por ejemplo, está justificado el ciclista al que

repentinamente se le viene de frente un automóvil por su mitad de la calzada

amenazando con matarlo y entonces lo esquiva subiéndose a la acera, pese a que existe

el peligro notable, y que además se realiza, de atropellar y lesionar allí a un peatón). Con

relación al elemento subjetivo, el sujeto actúa justificadamente cuando conoce la

situación de necesidad y la preponderancia sustancial de los intereses por él perseguidos;

si falta ese conocimiento (por ejemplo, si el ciclista que va por la acera no se dio cuenta

en absoluto del automóvil que lo amenazaba), no tiene lugar la justificación, pero, por

falta de desvalor del resultado, tampoco hay punibilidad62.

Una interesante acotación efectúa Terragni respecto del estado de necesidad

en el delito imprudente. Tomando como ejemplo el caso del sujeto que marcha

antirreglamentariamente por la necesidad de transportar un herido grave a una unidad

asistencial, produciendo una colisión con lesionados o muertos, señala que una

observación superficial puede apuntar como crítica que si se pretende salvar una vida y

60 ROXIN, ob. cit., pág. 1032.


61 ROXIN, ob. cit., págs. 1032 y 1033.
62 ROXIN, ob. cit., pág. 1033.
se pone en peligro o si se consuma la muerte de otra u otras el segundo mal tiene, por lo

menos, la misma intensidad que el primero. Pero -afirma- esto no es totalmente cierto,

pues lo que se compara es la potencial muerte del herido con el riesgo que supone una

velocidad superior a la normal, de tal manera que de un lado está el peligro de vida y del

otro la seguridad del tránsito, y estos son los bienes jurídicos que se deben comparar.

Por lo tanto, el resultado no querido (la muerte del peatón) no entra en este enfoque, que

debe ser ex ante y no ex post (si se hubiera sabido con seguridad que la muerte del

peatón se produciría, obviamente la acción no estaría justificada). Lo que sí es cierto -

precisa- es que a medida que aumenta el riesgo éste se va transformando en un mal

mayor que el que se quiere evitar (así no resultará justificada la marcha

antirreglamentaria en una calle de intenso tránsito de vehículos, cruzada por gran

cantidad de peatones, porque el chocar a uno de aquéllos o atropellar a uno de éstos,

constituye una probabilidad indudable)63.

Sobre el particular, Mir Puig señala que a los efectos de comparación del

mal causado y del que se quiere evitar, aquél no será el resultado por sí mismo (por

ejemplo, la muerte del peatón), sino sólo la realización de la conducta imprudente, en la

medida de la gravedad del riesgo que ex ante con ella se corría, pues la decisión de si al

actuar el autor podía asumir tal riesgo justificadamente no puede depender del resultado

que luego se produzca, sino sólo de la comparación del peligro que suponía la acción

descuidada64.

CULPABILIDAD

Luego del análisis de que la acción reúne los requisitos típicos, y que

además es antijurídica, corresponde adentrarse al tratamiento de la última categoría, a fin

de vislumbrar si el autor ha obrado culpablemente, o en otras palabras, si es posible

63 TERRAGNI, ob. cit., pág. 104.


64 MIR PUIG, Santiago, “Adiciones al Tratado de Jescheck”, de. Bosch, Barcelona -España-, vol. segundo, pág. 816, citado por TERRAGNI, ob. cit., pág.
104.
formularle un reproche que va a determinar, a su vez, la aplicación de una pena65.

Sin pretender analizar las razones sobre el motivo por el cual se le reprocha

al sujeto la realización de la acción típica y antijurídica, se puede partir de la idea

representada por la opinión dominante según la cual el fundamento de la reprochabilidad

se encuentra en la capacidad del sujeto de obrar de otro modo: “sólo si el agente podría

haber adoptado en lugar de la resolución de voluntad de llevar a cabo la acción típica y

antijurídica, una resolución de voluntad diferente, ha obrado culpablemente”66.

De esta manera, se puede afirmar que la culpabilidad es culpabilidad de

voluntad, en cuanto al sujeto se le reprocha la adopción de una resolución de voluntad de

llevar a cabo la acción típica y antijurídica, en lugar de haber adoptado una resolución

diferente, acorde con los requerimientos del orden jurídico67.

El primer elemento sobre el que reposa el juicio de culpabilidad es la

capacidad de culpabilidad. El que carezca de esa capacidad no puede actuar

culpablemente, ya sea en el sentido de un delito doloso, ya sea en el sentido de un delito

imprudente -de ahí que se sostiene que la imputabilidad o capacidad de culpabilidad es

un presupuesto de la culpabilidad-. Las causas de inimputabilidad se refieren tanto a la

edad del autor como a sus facultades psíquicas. Al respecto el artículo 34 del Código

Penal dispone que no son punibles quienes por insuficiencia en las facultades,

alteraciones morbosas de las mismas o estado de inconsciencia, no puedan en el

momento del hecho comprender la criminalidad del acto o dirigir sus acciones.

Ahora bien, el juicio de reproche individual al autor no está integrado

únicamente por su imputabilidad, éste es sólo presupuesto de aquél, pero no lo

comprende totalmente.

Es indispensable para tal efecto que el sujeto conozca o pueda conocer la

ilicitud de su proceder, por lo que una persona que no sabía ni podía saber que su

65 TERRAGNI, ob. cit., pág. 115.


66 ABRALDES, Sandro, “La culpabilidad en el delito imprudente” en Revista de Derecho Penal 2002-1, “Delitos culposos-I”, Director: DONNA,
Edgardo Alberto, Rubinzal-Culzoni Editores, Santa Fe, 2003, pág. 120, con cita de CEREZO MIR, José, “Curso de Derecho Penal español. Parte General.
Teoría jurídica del delito”, 6° de., Tecnos, Madrid -España-, 1998, pág. 27.
67 ABRALDES, ob. cit., pág. 122.
comportamiento era antijurídico, mal puede actuar culpablemente. A tal fin se hace

necesario analizar la presencia de los dos elementos de la reprochabilidad: el intelectual

(conciencia de lo injusto) y el volitivo (exigibilidad de otra conducta)68.

Esa posibilidad de obrar de otro modo está vinculada a la previsibilidad y a

la evitabilidad. Al sujeto se le reprocha la desatención del deber de precaución porque,

habiendo podido prever el resultado no lo hizo, o bien previéndolo ejecutó de todas

maneras la acción imprudente; por el contrario, no se le reprocha su conducta cuando no

pudo ejecutar otra distinta. Cabe referir entonces que el derecho no puede exigir la

ejecución de cosas imposibles, como lo establece en el marco del derecho privado el

artículo 888 del Código Civil. Esta imposibilidad en el reproche penal no es física ni

legal sino moral, porque afecta la libertad de determinación y no la posibilidad física de

realizar un acto69.

Por un lado, la previsibilidad subjetiva no ofrece problemas en la

imprudencia consciente, ya que en el aspecto intelectual el sujeto se representa la

posibilidad de que el resultado se produzca, pero confía en que no sucederá, y de esa

representación se extrae el motivo de comportarse conforme a la ley. Así, concurre error

de prohibición cuando el sujeto (sin dolo eventual) advierte que sobrepasa la medida del

riesgo permitido y que podría realizar el tipo, pero se cree erróneamente amparado por

una causa de justificación. Tal es, por ejemplo, el caso -señalado por Roxin- del médico

que está en una fiesta en la que se bebe mucho, quien es avisado para atender a una

paciente no muy gravemente enferma, y se pone al volante en un estado de absoluta

incapacidad para conducir, pese a que se da cuenta claramente de que se pueden

producir por ello accidentes; si el sujeto confía en su no producción y por lo demás se

cree erróneamente justificado por un estado de necesidad, pero a consecuencia de su

incapacidad para conducir causa un accidente con resultado mortal, el sujeto se ha

hallado en error de prohibición en el homicidio que ha cometido con culpa con

68 ABRALDES, ob. cit., pág. 123.


69 TERRAGNI, ob. cit., págs. 116 y 117.
representación70.

Los problemas que ofrece la previsibilidad individual surgen en los casos de

imprudencia inconsciente, esto es, en aquellos supuestos en que el sujeto no previó,

pudiendo hacerlo, la posibilidad de la producción del resultado, de modo de que el autor

no puede tener conciencia de antijuricidad71.

El error de prohibición en materia de delito imprudente sigue los cánones

trazados para el delito doloso72. Entonces, si es invencible o inevitable quedará exento

de pena por ausencia de culpabilidad, mientras si es vencible o evitable se puede

determinar una reducción de pena, a pesar que en nuestro ordenamiento positivo no hay

norma que habilite expresamente en tal sentido -a diferencia de otros ordenamientos del

derecho comparado que prevén una reducción obligatoria de pena-, por lo que la

doctrina acude a las escalas proporcionadas por los artículos 35 (exceso en las causales

de justificación) y 42 (tentativa) del Código Penal73.

Es importante destacar que la desaprobación que el juicio de culpabilidad

implica dependerá de que el sujeto, conforme a sus facultades personales, se encuentre

en situación de advertir y cumplir con las demandas impuestas por el deber objetivo de

cuidado. No se trata de un parámetro objetivo establecido en función de la protección de

los bienes jurídicos, sino de carácter subjetivo vinculado a la experiencia, al

conocimiento y a los demás factores propios del autor. Vale recalcar que son

circunstancias no reprochables al sujeto los defectos corporales, la falta de inteligencia,

las lagunas en el saber y la experiencia, y la sensibilidad, así como las especiales

dificultades -derivadas de la situación- a las que no pudiera hacer frente74.

Respecto de la no exigibilidad del comportamiento adecuado a la norma en

los delitos imprudentes, el reproche de culpabilidad puede desaparecer también si las

circunstancias externas presentan como inexigible el cumplimiento del deber objetivo de

70 ROXIN, ob. cit., pág. 1035 y 1036.


71 ROXIN, ob. cit., pág. 1036.
72 En igual sentido, ABRALDES, ob. cit., pág. 129.
73 DONNA, ob. cit., pág. 283.
74 ABRALDES, ob. cit., págs. 132 y 133.
cuidado.

Además, cabe señalar que el concepto de exigibilidad en el delito

imprudente es más elástico que en el delito doloso, es decir, los requerimientos son

menos estrictos75.

Por último, en este punto cabe afirmar el valor de la jurisprudencia. En

efecto, la inexigibilidad como caso de exclusión de la culpabilidad en los delitos

imprudentes tuvo como punto de partida el clásico caso jurisprudencial alemán conocido

como “trabarriendas” (Leinenfänger, RGSt 30, 25)76. En él se trataba de un cochero que

había viajado con un caballo del que sabía que, como “trabarriendas”, tenía tendencia a

desbocarse; el caballo había causado efectivamente la fractura de la pierna de un

transeúnte; aunque al cochero no le había faltado en modo alguno la conciencia del

peligro que originaba, se lo absolvió porque había actuado a las órdenes del patrón, que

estaba asimismo al corriente de los defectos del caballo, y porque si se negaba a

obedecer debería contar con la pérdida de su puesto de trabajo, por lo que para el

tribunal era inexigible el comportamiento adecuado a la norma.

CONCLUSIÓN

Vale concluir que la temática relacionada con los delitos culposos o

imprudentes adquiere ribetes particulares, y que su estudio ha ido evolucionando

continuamente sobre todo por obra de la doctrina, pero también por la jurisprudencia.

El concepto de la culpa, conceptualizado como un obrar imprudente,

determina un tipo penal prima facie indefinido que se concreta en cada caso.

Respecto a la manera en que están contenidos legislativamente los delitos

culposos en el Código Penal, el sistema legal argentino es el conocido como numerus

clausus, conforme al cual se determina qué casos son sancionados específicamente como

delitos culposos, a diferencia del método de numerus apertus en el cual hay una norma

general que dispone que cualquier delito doloso cometido imprudentemente merece
75 Aut. y ob. cit., pág. 138.
76 ROXIN, ob. cit., pág. 1040.
determinada pena.

También las categorías de la culpa han ido evolucionando, desde la antigua

división propia de materia civil (grave, leve y levísima) hasta la más aceptada de culpa

consciente o con representación e inconsciente o sin representación, sin olvidar la

ponderada división entre culpa temeraria y no temeraria.

En cuanto a la estructura del delito imprudente, se ha dividido su análisis en

las categorías de tipo objetivo, tipo subjetivo, antijuridicidad y culpabilidad. A su vez,

en el tipo objetivo se ha distinguido la infracción del deber de cuidado de la imputación

objetiva del resultado.

Respecto de la infracción del deber de cuidado, la opinión está dividida

acerca de considerarla como un elemento independiente dentro del tipo objetivo, dado

que los que niegan esa posibilidad postulan que aquélla “se colma” con la teoría de la

imputación objetiva. El riesgo permitido, dentro de lo tolerado en la vida social

moderna, es una causal que excluye la tipicidad y el deber de cuidado debe tomarse

como un elemento objetivo de la evitabilidad determinado sobre la base de criterios

generales, sin considerar las especiales capacidades del autor.

La imputación objetiva del resultado supone que la creación del riesgo

desaprobado o no permitido por el sujeto se concretó en el resultado. Este requisito que

vincula el resultado concreto con el peligro creado por la infracción al deber de cuidado

es denominado indistintamente por la doctrina como “conexión de antijuridicidad”,

“causalidad de la evitabilidad”, “nexo de determinación” o “concreción de la creación de

riesgo no permitido”. En la imputación objetiva del resultado adquiere relevancia el

llamado principio de confianza, de gran incidencia en delitos culposos (derecho de la

circulación, la cooperación en la división del trabajo en funciones médicas, etc.),

determina que mientras el sujeto no viola el deber de cuidado debido a la confianza de

que otro se comportará correctamente, mientras no exista alguna razón suficiente para

dudar o creer lo contrario.

Al verse el tipo subjetivo del delito imprudente, se repasó las diversas


posturas doctrinarias, desde los que niegan su existencia hasta los que la afirman su

ocurrencia en todos los casos, concluyéndose que es posible reconocer un tipo subjetivo

en la imprudencia consciente o con representación, pero no en la inconsciente o sin

representación.

En punto al estudio de la antijuridicidad del delito imprudente se ha

expresado que existen un gran número de acciones riesgosas que están permitidas y que

son acogidas favorablemente por la sociedad moderna. Al igual que en los tipos dolosos,

la realización del tipo culposo será antijurídica cuando no esté amparada en una causa de

justificación, pero presenta una particularidad: no se requiere el elemento subjetivo de la

justificación, debido a la obvia falta de coincidencia entre lo querido y lo ocurrido en los

delitos imprudentes. Desde tal óptica se examina las situaciones que plantean las

distintas causas de justificación en el delito culposo (estado de necesidad, legítima

defensa, “colisión supralegal de bienes”).

Tras mencionarse los principios que gobiernan la categoría jurídica de la

culpabilidad dentro de la teoría del delito, se distinguieron las situaciones que plantean

la previsibilidad o la evitabilidad respecto de la imprudencia consciente y de la

inconsciente. A diferencia de lo que ocurre en el tipo subjetivo donde se toma un

parámetro objetivo, a fin de evaluar la culpabilidad del autor se tienen en cuenta las

particulares circunstancias del sujeto. La inexigibilidad como caso de exclusión de

culpabilidad en el tipo imprudente supone un concepto de exigibilidad más elástico

respecto del tipo doloso, como lo demuestra señera jurisprudencia sobre la materia traída

a colación.

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