El relato más temprano es El hombre de la arena, de E. T. A.
Hoffmann (1816), que se publicó simultáneamente al retiro veraniego de Byron y su grupo. En él, aparece una muñeca mecánica, Olimpia, capaz de enloquecer al protagonista por su parecido con una mujer real. La imagen alcanzó una mayor elaboración y sofisticación en La Eva futura, de Auguste Villiers de L’Isle-Adam (1886), donde la “andreida” Hadaly es una máquina absolutamente indistinguible de una mujer; eso sí, una mujer perfecta, sensible y preparada para satisfacer cualquier deseo masculino. Hadaly acaba llevando también, como es de rigor, a la perdición al hombre al que era destinada. Como dato curioso, es Thomas Alva Edison, quien fracasó estrepitosamente en la realidad al crear las primeras muñecas parlantes de la historia, el inventor que da vida a la diosa mecánica animada, como no podía ser de otro modo, por la electricidad. En el s. XIX triunfa la “andreida”, la criatura que se hace pasar por una mujer La Eva futura coincide con la fabricación de los primeros modelos de muñecas a tamaño natural para satisfacer los deseos de los hombres, y no es difícil rastrear la línea que la une con Maria, la inquietante andreida de Metrópolis, la película dirigida por Fritz Lang (1927) que guionizó su mujer, Thea von Harbou. Hay otro miedo en Maria y en la Eva futura que se desarrolla en los replicantes de Blade Runner (Ridley Scott, 1982). Estos son la encarnación de la idea del experto en robótica Masahiro Mori: el “valle inquietante”, que explica el rechazo que inconscientemente sentimos ante cualquier robot de aspecto excesivamente real.