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MATERIA
Descubrir nuestra verdadera identidad
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Encuentro Introductorio
DIPLOMATURA EN CATEQUESIS
Inés Ordoñez de Lanús
DIPLOMATURA EN CATEQUESIS | 0. ENCUENTRO INTRODUCTORIO
¡Bienvenidos!
Queridos catequistas,
Con mucha alegría les presento la espiritualidad del Camino al Corazón que proponemos desde
Centro de Espiritualidad Santa María.
Como catequistas nuestro primer compromiso es encarnar la Palabra de Dios en nuestras vidas
e irradiar a los demás lo que vivimos desde lo más profundo de nuestro corazón.
El Camino al Corazón es una espiritualidad que nos ayuda a encarnar en nuestras vidas a Jesús
Resucitado.
El Camino al Corazón es...
METODOLOGÍA
PASOS
Nos disponemos
En la metodología del Camino al Corazón te invitamos a comenzar cada encuentro disponién-
dote interior y exteriormente, a crear frente a tu computadora un clima especial, en el que pue-
das vivenciar los contenidos que te presentamos, como un verdadero encuentro contigo mismo
y tu vida, con todas las personas que están compartiendo el grupo contigo, y de una manera
especial, un encuentro con Dios, en un clima de oración.
Este es nuestro mayor desafío: ¡utilizar las herramientas que nos ofrece la tecnología y la meto-
dología virtual, para crear un verdadero encuentro, de corazón a corazón! Por eso, al comenzar
cada encuentro, es necesario un tiempo para disponernos: elegir el momento de la semana y
el día en el que podamos dedicarnos a la lectura y a la oración de cada encuentro. Disponer el
lugar en el que vamos a estar de una manera especial, que recree el clima de lo sagrado: poner
junto a la computadora el Libro de la Palabra, alguna imagen de Jesús o María, una pequeña
vela para encender al comenzar el encuentro y hacer la señal de la cruz… ¡todo lo que te ayude
a recogerte y disponerte en la presencia de Dios!
Reflexionamos y aprendemos
Este es el momento de iluminar nuestra experiencia a la luz de la espiritualidad del Camino al
Corazón. Lo haremos a través de un video, de algunas placas de síntesis y de un documento de
lectura.
Nos preguntamos
Así como la comida necesita ser digerida para que el cuerpo la incorpore como alimento; lo
reflexionado y contemplado necesita también un tiempo interior para que los órganos de la fe
de nuestra anatomía espiritual puedan incorporarlos. Necesitamos que la palabra escuchada se
haga Palabra de Vida y nos identifiquen más y más con Jesucristo. Este es el momento de dar-
nos cuenta cómo recibo lo reflexionado y aprendido, de integrarlo e interiorizarlo para después
hacerlo oración.
El Camino al Corazón presenta contenidos integrados, dirigidos no sólo a la mente, sino a todo
nuestro ser. Es por eso que no es suficiente con leerlos, comprenderlos o memorizarlos; hace
falta toda una ejercitación que nos ayude a “incorporarlos” de una manera integral, un camino
que nos ayude a aprehenderlos con el corazón. En este paso, por medio de la metodología de la
pregunta nos dejamos interrogar, cuestionar, y nos abrimos a la búsqueda de nuevas respues-
tas para nuestra vida. Es muy importante que respondan las preguntas por escrito, dejando que
la mano corra respondiendo cada pregunta. En la ciencia del amor, es necesario aprender a
descender las ideas al corazón para que la fuerza del amor las transforme. Las ideas que nacen
del amor fecundan sentimientos amorosos y acciones compasivas.
Oramos
Terminamos nuestro encuentro en un momento de silencio, dejando que brote de nuestro co-
razón las palabras que el Espíritu Santo suscite en nosotros después de cada encuentro. Este es
el paso de acallar los contenidos, dejar la computadora de lado y quedarnos con el Señor para
la oración agradecida y amorosa; del momento de la súplica confiada, el simple silencio frente
a Dios para abrirnos a su acción y a su amor. En este paso confluyen los pasos anteriores y se
confirman todos los contenidos, haciendo la integración de la fe, la vida y la oración.
Ejercitamos en la semana
Es un ejercicio que nos ayude a seguir reflexionado a lo largo de la semana y encarnado la es-
piritualidad del Camino al Corazón. Es una propuesta concreta y sencilla para llevar a nuestras
comunidades lo que vamos aprendiendo.
ELEMENTOS
LA PREGUNTA
En las materias del Camino al Corazón, como en los talleres utilizamos la metodología de la
pregunta. Las preguntas están presentes a lo largo de toda la materia y en distintos momen-
tos: al comenzar cada encuentro, ayudándonos a mirar nuestra vida; al finalizar un encuentro,
para ayudar a integrar los contenidos con la vida, la fe y la oración; y muy especialmente, en el
momento de interiorizar los contenidos por medio de la metodología del MPEC (siglas de Me
Pregunto, Escribo y Comparto).
EL GRUPO Y LA COMPARTIDA
El grupo y la compartida son elementos fundamentales en la metodología. Si bien está plasma-
da de forma virtual, proponemos un espacio de compartida en grupos de manera sincrónica
para compartir lo que vamos viviendo. (De este recurso se les informará más adelante.
LA ORACIÓN
Cada encuentro del taller presenta un ejercicio concreto de oración, que nos ayuda a terminar
poniendo en el corazón toda la experiencia vivida, en un diálogo de amor con el Señor. La ora-
ción es un atajo en el camino al Corazón, y es parte fundamental del proceso que queremos
iniciar. Por eso los invitamos a ir incorporando diariamente momentos de oración de silencio,
que dispongan nuestros corazones para la contemplación.
EL CUADERNO PERSONAL
Es necesario que todos tengan un cuaderno de oración en el que puedan ir escribiendo sus
vivencias personales, sus experiencias, su oración y contestando por escrito los MPECS. No es
lo mismo escribir en hojas sueltas o papelitos; ni tampoco es lo mismo escribir en archivos que
guardamos en la computadora.
En la metodología propuesta en esta materia, es imprescindible la instancia en la que dejamos
la computadora, quitamos la mirada de la pantalla y hacemos un lugar para mirar nuestro co-
razón y escuchar todo lo que nos va diciendo. Y la escritura es una herramienta que nos ayuda
a escucharnos: escribir al correr de la pluma, escribir sin pensar demasiado, dejar que la mano
avance adelantándose a las ideas y razonamientos… sabiendo que nadie, más que nosotros
mismos y Dios, tiene acceso a eso que estamos escribiendo. Siempre encontramos resistencias
a la hora de tomar la pluma y escribir en el cuaderno. Nos parece que no tiene sentido, que
es perder el tiempo, que ya lo pensé, que ya lo escribí otras veces… Les pedimos que hagan
un voto de confianza en la propuesta y se decidan a acoger este elemento de la metodología.
¡Hagan la prueba! El cuaderno de oración será un “compañero de camino” en el que podrán ir
registrando todo el aprendizaje realizado, un testigo amoroso del proceso que vamos haciendo.
ACTITUDES
A lo largo de todo el módulo YO SOY queremos desarrollar tres actitudes básicas que nos con-
ducen en el Camino al Corazón y nos ayudan en el autoconocimiento y el camino de la oración.
El silencio
Nuestras vidas, nuestros hogares y nuestras ciudades están inundados de sonidos diversos: ra-
dio, televisión, computadora e Internet, teléfonos de todo tipo. Andamos por la vida con un
auricular pegado al oído; ya sea porque escuchamos música o porque estamos hablamos con
quienes no están presentes.
En ambos casos nos incomunicamos y aislamos con quienes están a nuestro lado.
En los niños y jóvenes, el silencio quedó fuera de los programas educativos. En las escuelas y
en las universidades hay lugar para todo tipo de enseñanzas... pero no para aprender a estar
en silencio. Hemos perdido la capacidad de silenciarnos y, entonces, el silencio aparece como
amenazante y asociado con categorías que el mundo de la exigencia y la efectividad rechaza; es
una pérdida de tiempo, no sirve para nada, no logra nada... Pero en lo más hondo, la resistencia
al silencio está asociada con nuestra vulnerabilidad, con lo desconocido y la pérdida de control,
con el silencio oscuro y tenebroso de la muerte para quien no acepta el límite de la condición
humana.
El primer paso que debemos recorrer en el Camino al Corazón es aprender a silenciarnos para
poder escuchar y acoger la vida en todas sus formas y a Dios, que nos habla en lo profundo del
corazón. El silencio nos pone en contacto con el misterio que nos habita, y nos permite escuchar
las preguntas que brotan de lo profundo de la existencia interrogándonos acerca del sentido
que le queremos dar a la vida.
Muchas veces, nuestra aproximación al silencio está condicionada por la forma en que lo hemos
vivido en nuestra vida: un silencio tenso en el que no podíamos hablar espontáneamente; el
silencio de una mirada que nos desvalorizaba, o de una presencia autoritaria que nos sometía
con una orden implícita y callada; un silencio de indiferencia o un silencio de muerte que no
nos permitía expresarnos tal como éramos. Sin darnos cuenta, relacionamos el silencio con
experiencias negativas: castigo, opresión, aislamiento o soledad. Es natural entonces que lo
rechacemos y lo evitemos a toda costa.
¿Qué me puede pasar si me quedo en silencio? ¿A qué le tengo miedo? ¿Qué palabras pueden
hacerse oír dentro de mí si me silencio? El silencio nos ayuda a darnos cuenta de lo que nos
pasa... y a veces preferimos no enterarnos. Soy una persona feliz, pero cuando detengo mi acti-
vidad y hago silencio comienzo a angustiarme sin saber por qué, o siento el abismo del vértigo.
En medio del silencio aparecen sentimientos, acompañados por recuerdos o imágenes de mi
infancia, o de sucesos más recientes. Yo no tengo problemas con nadie, pero cuando me quedo
en silencio, “me acuerdo” de la bronca que tengo guardada, de lo mucho que me hizo doler la
actitud de tal o cual persona, de todo lo que me gustaría decirle a mí jefe, a mi amigo o a mis
padres.
El silencio nos confronta con la verdad que nos da miedo conocer. Y, casi sin darnos cuenta, ele-
gimos vivir en un estado de seminconsciencia, que nos mantiene adormecidos y distraídos de
lo que verdaderamente nos pasa a nosotros y de lo que ocurre alrededor nuestro.
Es paradójico que el silencio de la oración nos despierte a la vida y a la verdad de lo que somos;
es el silencio preñado de la Palabra que nos convoca a vivir la vida en plenitud. San Juan de la
Cruz nos dice: “Una palabra habló el Padre, que fue su Hijo, y ésta habla siempre en eterno silen-
cio, y en silencio ha de ser oída del alma”.
El Camino al Corazón nos conduce al encuentro con el Dios viviente, íntimamente unido a nues-
tra vida y a todo lo que nos pasa; En la oración de contemplación no es necesario que digamos
muchas palabras, porque en silencio estamos dejando que la Palabra se pronuncie. Y cuando
termina el tiempo de la oración, el silencio expandido en nuestro interior nos deja escuchar el
susurro del Espíritu que, noche y día sigue pronunciándose en nosotros.
El silencio tiene la virtud de ir seduciéndonos a medida que lo vamos experimentando, porque
recrea lo cotidiano y nos descubre espacios que se vuelven verdaderos oasis de quietud y re-
cogimiento. Comenzamos a “ver” el silencio en las escenas de nuestra vida cotidiana, la misma
vida se vuelve más fecunda y nosotros más creativos.
El silencio fecunda nuestras relaciones y también nuestra actividad; todo lo nuestro va quedan-
do impregnado con su fragancia y con una especial irradiación que atrae e interroga. El silencio
es elocuente y siempre está gestando vida. Es creativo y poderoso. Antecede a la palabra y a la
idea, acompaña el pensamiento y la memoria, despierta el recuerdo y el sentimiento, introduce
en el encuentro y el misterio. El silencio nos dignifica, nos recuerda quiénes somos, nos agranda
y ennoblece. El silencio crea intimidad, nos hace presentes a nosotros mismos y a los demás,
nos convoca para el encuentro y se hace medio privilegiado para transmitir el amor cuando no
alcanzan las palabras y los gestos. El silencio comunica lo inefable, lo indecible, nos habla del
misterio que somos incapaces de nombrar.
A lo largo de toda la historia de la salvación, Dios elige el silencio como medio de comunicación
de su misterio inefable y manera de revelar su Palabra: en el silencio abismal del principio, Su
Palabra creadora dio origen a la creación; el mito del paraíso elige el silencio y la brisa de la
tarde para revelarse como un Dios amigo de los hombres; en el silencio del desierto, Abraham
escucha la promesa; el silencio de la zarza ardiente cautiva a Moisés que acepta su misión. El si-
lencio de Dios conquista el corazón de los profetas para el anuncio de la Palabra, seduce a Elías
en la brisa callada que le revela el misterio... La Palabra de Dios despierta al pequeño Samuel
en el silencio de la noche... El silencio de Dios se hace canto en el corazón de David y de la
Asamblea de Israel. Y en la plenitud de los tiempos, Dios elige un corazón silencioso, capaz de
escuchar y acoger su Palabra eterna. El silencio de María hizo posible la encarnación: “Hágase
en mi según tu Palabra” (Lc 1, 38) Y en el silencio de la noche de Belén se produjo el misterio
más grande de amor: Dios se hizo hombre, nació del seno virginal de una mujer, fue envuelto
en pañales y recostado en un pesebre. Toda la naturaleza acogió en silencio este gran milagro.
La vida de Jesús transcurrió en el profundo silencio de Nazaret, un pueblo sin voz, y 30 años de
silencio en una vida callada y oculta. Antes de iniciar su vida pública, Jesús se retiró 40 días al
silencio del desierto, en donde confirmó en su misión.
El anuncio de su Palabra era provocativo; acompañada de gestos silenciosos que sólo podían
ser comprendidos en el silencio de un corazón humilde: La samaritana en el silencio del pozo
de agua; Nicodemo en el silencio de la noche; los ciegos, sordos y enfermos en el silencio de su
dolor; Zaqueo en el silencio del rechazo y el desprecio; la adúltera en el silencio de su pecado.
El silencio de Jesús cuestionaba, interpelaba, invitaba, admiraba, consolaba, sanaba, salvaba y
La Escucha
El silencio nos dispone para la escucha. Escuchar con el corazón es esencial para vivir la vida en
plenitud.
Pero pensemos en un día de nuestra vida, desde que nos levantamos hasta que nos acosta-
mos: ¿Cómo es nuestra capacidad de escucharnos, de entrar en diálogo con nosotros mismos?
¿Sabemos escuchar lo que nos pasa? ¿Podemos nombrar nuestros sentimientos? ¿Nos dete-
nemos para reflexionar sobre lo que hicimos y evaluar nuestras acciones? ¿Escuchamos la rea-
lidad? ¿Qué nos dicen los acontecimientos, las cosas que suceden, así como se suceden? Y en
nuestras relaciones con los demás: ¿Cómo escuchamos a las otras personas? ¿Cómo recibimos
a las personas que salen a nuestro encuentro en la vida cotidiana?
Nos cuesta escuchar, y progresivamente nos vamos quedando sordos y mudos e incapaces de
comunicarnos, de expresarnos y de comprendernos. Nuestras reuniones familiares y sociales se
parecen a grandes torres de Babel, donde cada uno habla en un idioma incomprensible para el
otro; nuestras escuelas y universidades han dejado de practicar el arte de la escucha. La prueba
más elocuente de esta incomunicación la encontramos en nuestra incapacidad para aceptarnos
y recibirnos tal como somos.
En el Camino al Corazón es imprescindible que aprendamos a escuchar para poder responder
el llamado a vivir desde el amor que se pronuncia en lo profundo de nuestro Corazón. Allí nos
habla el Dios de la Vida revelándonos su sentido último y orientándonos hacia el SER. En nues-
tro Corazón se pronuncia la voz de los Valores que como un eco misterioso nos invita a hacer el
bien y a evitar el mal.
La escucha ocupa un lugar muy importante en nuestra vida de fe. A lo largo de toda la historia
de la salvación, Dios pidió a su pueblo la escucha: “Shemah Israel, Escucha Israel, Escucha...
Atiende a mis palabras y presta atención... guarda estas palabras en tu corazón...escucha Israel”
(Cf Deut 6, 4).
El pueblo de Israel gestó varones y mujeres que fueron grandes por su capacidad para escuchar:
“Escucha nuestras súplicas” clamaba el pueblo esclavo en Egipto; “Habla Señor, que tu siervo
escucha”, rezaba Samuel en el Templo; “Escucha mi oración” suspiraba Ana entre sollozos pi-
diendo por el don del hijo; “Dame un corazón que pueda escuchar” pedía Salomón al comenzar
su reinado. “¡Escuchen, escuchen, escuchen y no endurezcan sus corazones!” era el grito de los
profetas frente al pueblo que se negaba a escuchar a Dios yendo detrás de otras voces.
La acogida
Cuando aprendemos a silenciarnos comenzamos a escuchar. El silencio y la escucha nos man-
tienen atentos. ¿Atentos a qué? ¡A acoger la realidad tal como se presenta! ¿Por qué? Porque es
la única que es y que nos permite entrar en relación con la plenitud Dios que Es el que es. Dios
nos entrega su Palabra creadora que hace que todas las cosas sean. Nos llama a la vida regalán-
donos el ser, para que podamos decir “Yo soy”. Nosotros somos porque participamos del ser de
Dios. Él es nuestro principio y nuestro fin. Nuestra naturaleza humana está irreductiblemente
unida a Dios. Esta es nuestra verdad más profunda: somos de Dios y estamos invitados a par-
ticipar de la vida divina dejando que Dios sea en nosotros; acogiendo su voluntad dejándonos
amar y atravesar, para que la vida y el amor divino “pasen” a través de nuestra vida humana.
La vida es el lugar privilegiado para el encuentro con Dios, ya que todo lo que existe participa
de una única fuente de vida, que es él mismo, el Creador. La vida no es un abstracto, es un don
que se nos da a todos, a cada uno en un tiempo y en un lugar. La vida nos llega en cada “aquí y
ahora para disfrutar de este maravilloso regalo que sale de las entrañas amorosas del Dios de
la Vida. La mayor riqueza, el mayor tesoro, es la vida tal como se nos da, porque es la única que
tenemos. Y en cada aquí y ahora, la vida nos trae su buena noticia, para que la escuchemos y
abracemos en plenitud.
Sin embargo, muchas veces quedamos atrapados por la voracidad del tiempo y por las activida-
des que nunca llegamos a finalizar. Terminamos el día agotados y deseando que “mañana sea
otro día” y nos vamos a dormir para despertar con el mismo cansancio del alma. Así se suceden
los días y así transcurre nuestra vida: el vacío y el malestar parecen ser compañeros indeseables
de camino que no nos permiten escuchar que la vida es en sí misma una buena noticia. ¿Cómo
salir de este encierro y de esta sensación que nos ensordece? La realidad es lo que es y no lo
que queremos que sea. Aprender a acogerla es la condición básica para poder entrar en diálo-
go con esa realidad y hacer nuestro aporte personal para enriquecerla. A veces, la realidad no
nos gusta; no queremos “estar” en ella y la única manera que podemos hacerlo es quitándole
nuestra atención. La mente permite que nos vayamos a otro lugar; sencillamente, nos distrae-
mos. La realidad nos “trae” pero nuestra mente nos “dis-trae” y nos da la posibilidad de crear
una realidad a nuestro antojo para no enfrentarnos con lo que realmente está sucediendo. Es
un mecanismo de la mente que nos permite recrear las realidades; cuando somos niños es el
más utilizado en nuestros juegos; y cuando somos grandes podemos tenerlo muy activo para
distraernos con mucha facilidad cuando las realidades no nos gustan o nos aburren. No ejercita-
mos los pasos necesarios para escucharla, para ver cómo y por qué impactan de esa manera en
nosotros; no entramos en diálogo y por lo tanto nuestra respuesta va a ser siempre insuficiente.
Entramos en un círculo vicioso, nos sentimos frustrados y vacíos y lentamente vamos perdien-
do el entusiasmo de una vida vivida con sentido. Siempre nos falta algo. Siempre hay algo que
buscamos y no estamos encontrando en la vida.
A nuestra naturaleza humana le falta Dios. Este vacío duele y produce en el fondo de nuestro
corazón una angustia; la angustia inherente a nuestra propia existencia que clama por Dios. La
falta de Dios nos angustia y tendemos a llenar este vacío con “otros dioses”, que nos empobre-
cen y deshumanizan: felicidad por nuestra cuenta, éxito a cualquier precio y dinero a manos
llenas. Invertimos nuestro tiempo y energía en ganar y acumular, más y más. Queremos tener
todo lo que la sociedad de consumo nos promete para ser felices.
Y si todo va bien, nos sentimos poderosos, autosuficientes, dueños del mundo y de la historia,
con derecho a hacer que la vida sea lo que nosotros queremos que sea. Nos negamos a aceptar
el límite de nuestra condición humana: somos criaturas, vulnerables y débiles. ¡Es tan obvio que
no somos dioses! No lo sabemos todo, no lo podemos todo, hay tantas cosas que no son como
queremos que sean... No podemos escaparle al tiempo, ni eludir la enfermedad, el dolor y la
muerte... ¡Es tan patente nuestra fragilidad! Solo podemos abrirnos a recibir la vida que nos es
dada, en una actitud humilde y agradecida, y disponernos a acogerla y amarla así, tal cual es. Y
en esto radica nuestra grandeza y el secreto de la felicidad.
El silencio y la escucha nos disponen a una actitud de acogida: acogida a Dios y a su Palabra
acogida a nosotros mismos, acogida a los demás y a la vida tal como se presenta.