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LAS CONDICIONES DE POSIBILIDAD


DE UNA PARTICIPACIÓN
SOCIOPOLÍTICA VIRTUAL
Mark Cachia, sj*

Fecha de recepción: julio 2014


Fecha de aceptación y versión final: septiembre 2014

Resumen
Hoy en día, la participación sociopolítica tiene lugar cada vez más en el espacio
virtual. Sin embargo, hay que preguntarse cuáles son las condiciones de posibi-
lidad de una participación sociopolítica virtual. Desde el enfoque de la Doctri-
na Social de la Iglesia, el artículo propone cuatro criterios de reflexión que pue-
den servir de guía a la hora de valorar el espacio participativo virtual. Así, la
participación virtual que aquí se plantea no excluye la participación «real» si-
no que la complementa, y el sujeto participativo que son los hombres y mujeres
de nuestros días está llamado a buscar siempre la verdad y el bien común.
PALABRAS CLAVE: participación, Internet, bien común, verdad.

The conditions of possibility


of virtual socio-political participation
Abstract
Nowadays, socio-political participation in the virtual environment is becoming
increasingly more prominent. However, we must ask ourselves what the condi-
tions of possibility are of virtual socio-political participation. From the approach
of the Church’s Social Doctrine, the article proposes four criteria for reflection

* Director del Centro «Fe y Justicia» (Malta). <cachiamark@yahoo.com>.

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that can serve as a guide when evaluating the virtual participatory environ-
ment. As such, virtual participation which is presented herein does not exclude
«real» participation but rather that the complement, and the participatory sub-
ject, in other words, the men and women of today, are called upon to always seek
the truth and the common good.
KEYWORDS: participation, Internet, common good, truth.
–––––––––––––––

Introducción
Una manera, entre otras, de hablar de este inicio de siglo es en términos
de la creciente influencia de Internet en todos los ámbitos de la vida hu-
mana. Empezó como una herramienta a disposición de unos pocos,
esencialmente militares y científicos. Hoy en día, «es casi imposible ima-
ginar ya la existencia de la familia humana sin su presencia»1. Internet ya
no es solo un medio de comunicación, un medio de información, un
medio lúdico y un instrumento de trabajo. Es esto y mucho más, ya que
afecta a actividades tan esenciales para nuestro vivir juntos como la par-
ticipación socio-política.
En efecto, con respecto a la participación, en los últimos años se ha pues-
to de moda aplicar las etiquetas «participativo» y «participativa» a una
miríada de actividades, iniciativas y encuentros. Hoy en día, todos están
de acuerdo en afirmar que la participación política no se limita a la acti-
vidad de los políticos o al gesto de votar introduciendo una papeleta en
la urna cada cuatro o cinco años, con ocasión de las elecciones. E Inter-
net no es ajeno a este fenómeno participativo, ya que el espacio virtual
reivindica cada vez más su carácter «horizontal», «democrático» y «parti-
cipativo». Sin embargo, como ocurre siempre que irrumpe la novedad,
hay que ir con pies de plomo. ¿Qué significa el adjetivo «participativo/a»
aplicado a las actividades en Internet? ¿Es suficiente poner la etiqueta
«participativo» para que un espacio virtual sea tal? En otras palabras, con-
templando la temática desde la tradición católica recogida en la Doctrina

1. BENEDICTO XVI, Caritas in veritate, 73.

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Social de la Iglesia (DSI), ¿cuáles son las condiciones de posibilidad de una


participación socio-política virtual?
Hace casi cincuenta años, Pablo VI escribía en Populorum progressio acer-
ca de la ambivalencia del progreso y del crecimiento2. Y, sin embargo, es-
ta ambivalencia no le impedía declarar que «el desarrollo es el nuevo
nombre de la paz»3. Por la importancia cultural, política y social que es-
tá teniendo, y a pesar de la intrínseca ambivalencia antes señalada, hoy
nos atrevemos a parafrasear la declaración de Pablo VI diciendo que la
participación es el nuevo nombre de la convivencia humana pacífica y
justa. No se podrá gestionar una convivencia que sea verdaderamente res-
petuosa de la persona humana intentando sofocar este anhelo de partici-
pación. Difícilmente se podrán respetar los principios de la justicia y del
bien común si no se crean las condiciones necesarias para que todos pue-
dan participar. A duras penas se podrán alcanzar acuerdos razonables que
garanticen la paz en sociedades plurales sin una participación amplia y
responsable por parte de los integrantes de las mismas sociedades. Pero no
toda participación vale. Y los criterios que proponemos en este artículo
son un intento de encauzar esta fuerza que es la participación virtual.

a) Un complemento y no un sustituto
Todos conocen la parábola del buen samaritano, con la que Jesús res-
ponde a una pregunta de un doctor de la ley4. Ahora bien, a la luz de las
posibilidades que nos ofrecen las Nuevas Tecnologías de la Información
y la Comunicación (NTICs), Benedicto XVI se refiere a esta parábola
para preguntar: «¿Quién es mi “prójimo” en este nuevo mundo? ¿Existe
el peligro de estar menos presentes con aquellos con quienes nos encon-
tramos en nuestra vida cotidiana ordinaria?»5. En nuestra era virtual, la

2. Cf. PABLO VI, Populorum progresio,19.


3. Ibid., 87.
4. Lc 10,25-29.
5. BENEDICTO XVI, Mensaje para la XLV Jornada Mundial de las Comunicaciones
Sociales, 2001, en línea, http://www.vatican.va/holy_father/benedict_xvi/messages/
communications/documents/hf_ben-xvi_mes_20110124_45th-world-communi
cations-day_sp.html (Consulta el 15 de Julio de 2014).

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identidad del «prójimo» se difumina: lo lejano se acerca, pero lo cercano


se aleja. El riesgo, señalado en prácticamente todos los documentos del
Magisterio que hablan de los medios virtuales, es el uso de estos en sus-
titución de las relaciones «reales». Desde el punto de vista teológico, el
cristiano no puede olvidar que la Biblia nos habla del hombre como ser
relacional y de un Dios personal y en relación que se encarnó. Y tampo-
co podemos perder de vista al otro concreto –este pobre, este huérfano,
esta viuda– que con su presencia nos provoca a una relación justa y en
quien se revela el Otro absoluto6. En otras palabras, solo se puede hablar
de participación cuando lo virtual y lo real se complementan y no se ex-
cluyen, y cuando, en lugar de concebir dos espacios o mundos paralelos
y autónomos, la participación virtual se articula de manera constructiva
y duradera con una participación «cara a cara».
El sociólogo estadounidense Putnam afirma que, «de la misma manera que
no se puede hacer que un corazón lata de nuevo con el mando a distancia,
tampoco se puede lograr que arranque una ciudadanía republicana sin una
participación directa, “cara a cara”. La ciudadanía no es un deporte de es-
pectadores»7. En efecto, el criterio que proponemos aquí se hace, con el pa-
so del tiempo, cada vez más importante. Frente a un entusiasmo ingenuo
y acrítico que confiaba ciegamente en el potencial democrático de las
NTICs, los estudios que se están llevando a cabo sobre fenómenos parti-
cipativos como el 15-M y la «Primavera Árabe» están sacando a la luz la
existencia de un espacio híbrido8 entre los espacios virtuales y los espacios
reales, entre el ciberespacio y el espacio urbano, entre el espacio de flujos
y el espacio de lugares9, así como la necesaria articulación entre las redes
sociales virtuales y las redes sociales en la vida de las personas10.

6. Cf. E. DUSSEL, «Ética de la liberación»: Concilium 192 (1982) 249-262; cf.


Mt 25,31-46.
7. R. D. PUTNAM, Solo en la bolera. Colapso y resurgimiento de la comunidad nortea-
mericana, Galaxia Gutenberg, Barcelona 2002,462.
8. «The real world in our time is a hybrid world, not a virtual world or a segregated
world that would separate online from offline interaction»: M. CASTELLS, Networks
of Outrage and Hope. Social Movements in the Internet Age, Polity, Cambridge 2012,
232.
9. Cf. Ibid., 61.
10. Cf. Ibid., 27.

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La espiritualidad cristiana es, por origen y vocación, encarnacional y re-


lacional. Y la participación que brota de un corazón cristiano no puede
dejar de expresar estos rasgos esenciales de nuestra fe. Si, por un lado, es
importante no crear dicotomías excluyentes entre una participación vir-
tual, que sería por esencia superficial e ineficaz, y una participación real,
supuestamente más exigente, profunda y eficaz, también es importante
no caer en el otro extremo de pensar que se puede liberar y transformar
el mundo sin implicarse en los espacios reales. Las NTICs no existen en
un vacío histórico y cultural y siempre están situadas. De hecho, los tex-
tos del Magisterio nos indican que, en realidad, no existe un mundo vir-
tual. Nuestro mundo es uno, y no hay dos mundos paralelos: uno real y
otro virtual. Una participación virtual que no parta de las condiciones
concretas de las personas y que no desemboque en el mismo espacio
real acaba siendo peligrosa, por ser ilusoria, superficial y estéril. Dicho de
otra manera, es muy importante aprender a utilizar bien las NTICs. Pe-
ro es todavía más importante entender bien la realidad concreta de nues-
tro mundo, que queremos mejorar con nuestra participación.

b) Una búsqueda de la verdad

En su mensaje para la XLVII Jornada para las Comunicaciones Sociales,


Benedicto XVI alertaba sobre los riesgos, para la razón humana, de vivir
en una cultura virtual que parece dar importancia a las cosas según el cri-
terio de su popularidad, más que por su importancia intrínseca. Así, «la
voz discreta de la razón se ve sofocada por el ruido de tanta información»11.
Sin duda alguna, el espacio virtual tiende a privilegiar las emociones, las
frases «con gancho», el sensacionalismo y las posturas extremas. Y entre los
múltiples mensajes, muchas veces contradictorios, que le llegan a una ve-
locidad de vértigo, el hombre contemporáneo difícilmente distingue lo fal-
so de lo verdadero. Y acaba perdiendo confianza en la posibilidad de bus-
car juntos una verdad que la razón humana pueda conocer12.

11. BENEDICTO XVI, op. cit.


12. Cf. JUAN PABLO II, Veritatis splendor, 32.

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Contemplada desde los documentos eclesiales, la participación marcada


por el emocionalismo subjetivo, que abandona la confianza en una ra-
zón humana iluminada por la ley eterna, es sinónimo de una arbitrarie-
dad irracional. Además, su carácter cambiante y voluble abre las puertas
a una participación sin brújula moral, ya que la verdad deja espacio a una
serie infinita de múltiples verdades. En otras palabras, en el caso extre-
mo, en nombre de una supuesta «voz del pueblo» –fácilmente manipu-
lable si priman las emociones– se podría justificar todo o casi todo. En
nuestra opinión, «la crisis en torno a la verdad»13, que por cierto no con-
cierne exclusivamente al tema que aquí nos ocupa, tiene que ocupar un
lugar central en un aporte eclesial al debate sobre participación.
Sin embargo, nos parece que una eventual crítica de los medios virtuales
que favorecerían un relativismo participativo no debe hacernos perder de
vista el enorme potencial de estos mismos medios, incluso en el campo
de la búsqueda racional de la verdad.
En efecto, la nueva cultura cosmopolita, favorecida por los mismos me-
dios virtuales, nos ayuda a tomar conciencia de un cierto racionalismo,
especialmente presente en Occidente, que reduce la razón a una razón
puramente intelectual. A veces, se corre el riesgo de oponer la razón a las
emociones, cuando, según nuestro parecer, la razón no excluye las emo-
ciones, sino que las integra14.
En efecto, las emociones y las ideas no tienen que ser excluyentes en
un proceso participativo. Con Castells, podemos afirmar que en el ori-
gen de todo cambio social hay inevitablemente una mezcla de emocio-
nes. La ansiedad y el miedo iniciales se superan gracias a la indigna-
ción; y de la indignación se pasa al entusiasmo, gracias a la fuerza de la
esperanza que nace al descubrir que existe una multitud de personas
que comparten los mismos sentimientos15. Sin la fuerza movilizadora
que proviene de la dimensión emocional del hombre, la participación
ciudadana perdería mucho de su ímpetu. En un juego de palabras, se

13. Ibid.
14. Cf. X. ZUBIRI, Inteligencia sentiente, Alianza Editorial, Madrid 1980, 89-97.
15. Cf. M. CASTELLS, op. cit., 13-14.

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podría decir que la correcta integración de lo afectivo es lo que hace po-


sible una participación efectiva.
Así, la DSI, por un lado, nos pone en guardia contra una participación
desligada de una razón que busca la verdad. Y, sin embargo, nos parece
que es también importante no caer en el extremo opuesto de excluir las
emociones del proceso participativo, entendiendo la razón en un sentido
demasiado restringido. Ni una confianza ciega e ingenua en las emocio-
nes, ni una desconfianza que desconozca una parte importante de la vida
humana, sino una confianza en una razón que no es enemiga de los sen-
timientos y de la expresión emocional y que los integra y los discierne.

c) El hombre, sujeto de participación

En el caso de la participación virtual, nos parece que subrayar la centra-


lidad del hombre como sujeto de la participación, y el consiguiente res-
peto por su dignidad y libertad, es otra aportación importante de la DSI.
«El Estado es para el hombre, y no el hombre para el Estado»16, decía Pío
XI con referencia al comunismo, mientras que Juan Pablo II declaraba
que «el trabajo está en función del hombre, y no el hombre en función
del trabajo»17. Parafraseando, se podría decir que las NTICs son para el
hombre, y no el hombre para las NTICs. Porque, si es verdad que estos
medios son a menudo presentados como los medios de la libertad que
empoderan a los individuos, las redes no son liberadoras por sí mismas.
Al contrario, pueden incluso llegar a ser un instrumento de manipula-
ción, alienación y opresión.
Es el caso, por ejemplo, de la difusión de una cultura de la superficia-
lidad en los medios virtuales que no favorece la capacidad reflexiva ne-
cesaria para analizar de modo crítico los mensajes recibidos. Hay que
preguntarse, por ejemplo, si un aumento de la cantidad de información
dada y recibida, que muchas veces coincide con una disminución de la

16. PÍO XI, Divini Redemptoris, 29.


17. JUAN PABLO II, Laborem exercens, 6.

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calidad de la misma, ayuda realmente a la formación de un sujeto moral


capaz de participar de manera responsable en la vida pública. El sujeto
«formado» por esta cultura mediática corre más bien el riesgo de ser tan
libre como una hoja al viento, sacudida por todas partes. «Desde ese va-
cío no hay hombre, ni tampoco ciudadano. Desde ese vacío no hay pro-
tagonistas, sino vasallos de cualquier señor que tenga oportunidad de
ejercer su poder, en este caso a través de los medios de comunicación»18.
La red puede incluso llegar a ser un instrumento de control y de adoc-
trinamiento que aliena la libertad del hombre, socavando así su dignidad
de sujeto humano.
Otra manera de plantear la cuestión consiste en analizar la relación en-
tre las personas y las NTICs, o sea, entre los sujetos y los instrumentos.
La técnica en cuanto tal es una aliada del hombre19. Y las NTICs como
instrumentos participativos no son una excepción. Sin embargo, con las
debidas diferencias, se puede aplicar a las nuevas tecnologías lo que Juan
Pablo II decía a propósito del capital, o sea, que la tecnología puede lle-
gar a ser un «sujeto» anónimo que hace dependiente al hombre20, invir-
tiendo así el justo orden de las cosas. En nuestras vidas, la red virtual es
precisamente una red ubicua y anónima que tiene un fuerte impacto so-
bre nuestra manera de sentir, pensar y vivir en el mundo. Y, en lugar de
conectarnos, puede acabar enredándonos, en el sentido de condicionar-
nos hasta el punto de limitar severamente nuestra libertad de pensa-
miento y de acción.
Internet, en el campo de la participación ciudadana, es un arma de do-
ble filo que puede ser utilizada, bien como un instrumento liberador, o
bien como un nuevo instrumento de opresión, más sutil y, por ello, más
peligroso. Al respecto, la Iglesia no propone soluciones técnicas21, sino
que, «experta en humanidad», reivindica el protagonismo participativo

18. A. CORTINA, «Ciudadanía activa en una sociedad mediática», en (J. Conill – V. Go-
zálvez [eds.]), Ética de los medios. Una apuesta por la ciudadanía audiovisual, Gedi-
sa, Barcelona 2004, 30
19. Cf. Ibid., 5.
20. Cf. Ibid., 13.
21. Cf. JUAN PABLO II, Sollicitudo rei socialis, 41.

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de todos los hombres y pone en el centro de su reflexión a todo el hom-


bre» y su vocación, a la vez terrena y trascendente22. Así, la medida en la
que el hombre sigue siendo sujeto de una participación al servicio del
«hombre integral»23 será un criterio decisivo en todo análisis de las con-
diciones de posibilidad de una participación virtual.

d) Una búsqueda incesante del bien común


Por último, la promoción del bien común es el rumbo de toda acción
participativa iluminada por la DSI. La construcción de una sociedad
más justa y solidaria, en la cual nadie queda al margen y todos tienen la
oportunidad de perfeccionarse, se opone a otro tipo de participación cu-
ya finalidad es la obtención de un beneficio meramente individual o gru-
pal, independientemente del efecto y del posible daño que este beneficio
puede causar al resto de la población.
Ahora bien, ¿de qué manera la participación virtual dificulta o facilita el
cumplimiento de esta condición de posibilidad, o sea, de una búsqueda
incesante del bien común?

i) El rol de la autoridad
Es sabido que en ausencia de una estabilidad y una paz sociopolítica, cu-
yo garante último es la autoridad política, la DSI ve difícil la búsqueda
del bien común. Es muy arduo mantener el rumbo del bien común sin
un poder político legítimo que armonice y gestione, según criterios de
justicia y teniendo en cuenta el bien de toda la sociedad, y especialmen-
te de los más «invisibles», los intereses particulares. Si se prescindiera de
una autoridad central cuyo rol es garantizar «cohesión, unidad y organi-
zación a la sociedad civil de la que es expresión»24, se impondría, según

22. Ibid.
23. Cf. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, 64.
24. PONTIFICIO CONSEJO JUSTICIA Y PAZ, Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia,
2005; http://www.vatican.va/roman_curia/pontifical_councils/justpeace/docu
ments/rc_pc_justpeace_doc_20060526_compendio-dott-soc_sp.html (Consulta
el 18 de Julio de 2014).

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la lógica de la DSI, la ley del más fuerte25. Con eso y con todo, una de
las características de la «sociedad red» que es el espacio dentro del cual
tiene lugar la participación virtual, es precisamente una ausencia de
autoridad central. Y la participación virtual –más abierta, democrática,
sin filtros, horizontal– encaja mal con el concepto de autoridad que
aparece en los documentos de la DSI.
El «espíritu de libertad» que se respira en la red debe ser celebrado cuan-
do se trata de liberarse de las ataduras de una autoridad totalitaria que
pisotea el derecho a la libertad. Sin embargo, no toda autoridad «verti-
cal» y central se opone a la libertad individual y «horizontal», porque no
existe libertad individual sin una autoridad central que posibilite tal li-
bertad individual. La libertad individual es siempre una libertad situa-
da26 y depende, en mayor o menor grado, de las condiciones sociales, o
sea, del bien común. En efecto, el bien común y el bien de cada uno se
reclaman mutuamente.
Por eso, a la pregunta «¿Se puede hablar de participación al margen de una
autoridad legítima que gestione las legítimas aspiraciones de los partici-
pantes?», la respuesta del Magisterio es negativa, ya que, en ausencia de es-
ta autoridad, la búsqueda del bien común a nivel de la sociedad e incluso
a nivel de los mismos movimientos se hace difícil, cuando no imposible.

ii) Espacios de encuentro plural


Vivimos hoy en sociedades de código múltiple, y la búsqueda de un bien
que sea común pasa por el encuentro y la escucha respetuosa del otro
«diverso». No podemos pasar, de la proposición «quiero esto para mí o
para mi grupo de pertenencia», a la proposición «quiero esto porque creo
que es lo mejor para toda la sociedad», sino hagamos el esfuerzo de no
quedarnos en lo conocido, abriéndonos a los «extraños» para entender-
los mejor y encontrar así los puntos de contacto sobre los cuales pode-
mos construir los fundamentos de una convivencia justa y pacífica. Na-

25. Cf. JUAN PABLO II, Centesimus annus, 47.


26. Cf. D. HOLLENBACH, The Common Good and Christian Ethics, Cambridge Uni-
versity Press, Cambridge 2002, 75-76.

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die posee la verdad acerca de lo que constituye el bien común en un mo-


mento dado de la historia, y la escucha sincera de una voz distinta no es
relativismo, sino confianza en la posibilidad de alcanzar, a través del diá-
logo plural, una verdad acerca del bien humano que pueda ser reconoci-
da por todos27.
Y, sin embargo, precisamente ahora, cuando, por la creciente pluralidad
de nuestras sociedades más falta hace cultivar esta actitud y crear estos
espacios, muchos se encierran en la seguridad que les proporcionan los
grupos basados en intereses y afinidades comunes. Frente a una plurali-
dad cada vez más desconcertante, los miembros de los grupos ideológi-
camente afines buscan confirmar sus débiles convicciones hasta conven-
cerse de que su opinión es la verdad.
En este asunto, los medios virtuales desempeñan un doble papel. Por un
lado, Internet ha aumentado de manera exponencial los puntos de entra-
da que permiten a todo el mundo expresarse, incluso a las personas o a los
grupos minoritarios que antes de la llegada de estos medios no lograban
hacer oír su voz. Además, la red hace posible conexiones entre personas
provenientes de culturas y países distintos, que eran impensables hasta ha-
ce pocos años. Y, sin embargo, en nuestro mundo virtual estamos asistien-
do a la formación de «nichos virtuales», asociados a fenómenos de frag-
mentación y polarización, que dificultan sobremanera la búsqueda del
bien común. Así, Antonio Spadaro opina que el hecho de conversar sola-
mente con personas que comparten nuestras visiones se puede considerar
hoy en día como el riesgo más insidioso de las redes virtuales28.
Con eso no queremos decir que los espacios que reúnen a personas afines
no tengan su importancia, incluso a nivel social. Robert Putnam distingue
entre capital social29 que tiende puentes y capital social vinculante30. Los

27. Cf. Ibid., 157.


28. Cf. A. SPADARO, «Il Papa, Twitter e lo spazio digitale»: La Civiltà Cattolica 3.903
(2013), 226.
29. Por «capital social» se refiere el sociólogo estadounidense a las conexiones entre in-
dividuos a través de las redes sociales y del capital de confianza y reciprocidad que,
a la vez, sustentan estas mismas redes y se desprenden de ellas.
30. Cf. R. D. PUTNAM, op. cit., 20.

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dos tipos de capital social son buenos para cosas distintas. El capital so-
cial vinculante, que se crea gracias a la participación en grupos afines, es
una especie de «superadhesivo sociológico»31 que proporciona un indis-
pensable apoyo cercano, afectivo y efectivo. El problema es que, «al crear
una fuerte lealtad dentro del grupo, el capital social vinculante puede ge-
nerar también un fuerte antagonismo hacia el exterior del mismo»32. Y es
aquí donde entra en juego el «superlubricante»33 de un capital social in-
clusivo que tiende puentes hacia personas alejadas desde el punto de vis-
ta ideológico, cultural, religioso y geográfico.
Volviendo al tema de nuestro apartado, opinamos que utilizar las NTICs
de tal manera que se favorezca únicamente el «superadhesivo sociológi-
co», en detrimento del «superlubricante sociológico», sería un mal servi-
cio a nuestra sociedad de código múltiple. Porque parece claro que, en
nuestros días, la pregunta no es si seguirá habiendo interacciones entre
gente de distintos valores y culturas, sino si esta interacción será justa o
injusta, violenta o pacífica34. Y la convivencia justa y pacífica solo se pue-
de construir si existen espacios heterogéneos de encuentro plural, donde
cada uno puede aportar lo suyo y recibir del otro.

iii) Justicia social


Como cristianos creemos que todos están llamados, cada uno según sus
posibilidades, a participar en la construcción de una sociedad solidaria,
según el bien común. Al mismo tiempo, todos tienen el derecho a reci-
bir, según sus necesidades, los frutos de esta acción participativa. Según
esta lógica, nadie queda excluido del proceso participativo, ni en el dar
ni tampoco en el recibir.
Lo que tenemos que preguntarnos ahora es de qué manera la participa-
ción virtual favorece esta justicia inclusiva en sus dos vertientes. Es in-
dudable que los medios virtuales nos ayudan a tomar conciencia de ne-

31. Cf. Ibid., 21.


32. Ibid.
33. Cf. Ibid.
34. Cf. D. HOLLENBACH, op. cit., 211.

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cesidades, cercanas y lejanas, hasta hace poco desconocidas. Los mismos


medios también nos proporcionan un instrumento eficaz para responder
de manera rápida e inmediata a situaciones de injusticia o de crisis hu-
manitaria. En este sentido, las NTICs resultan ser instrumentos de in-
clusión. Es más, las NTICs, en principio, facilitan también la igualdad
de acceso al proceso participativo. Entre otras cosas, mencionamos una
reducción en los costos de participación y una extensión del concepto de
participación/movilización que permite la participación de personas que
antes se sentían excluidas de una interpretación más restringida del mis-
mo concepto.
En el otro lado de la balanza ponemos, sin embargo, las brechas digita-
les de uso y acceso que, incluso en la actualidad, excluyen a millones de
personas del proceso participativo35. El lema de nuestros días podría ser
el siguiente: «Estoy conectado, luego soy». En consecuencia, los que no
están conectados, sencillamente «no son» y sufren una exclusión social
que no les permite participar.
Muchas veces se subestima la importancia de este asunto. Es verdad que,
comparado con otros problemas relacionados con la exclusión social, la
eliminación o, por lo menos, el estrechamiento de las brechas digitales
no parece ocupar un lugar prioritario. Y, sin embargo, si el bien común
reclama, para ser auténtico, la participación libre y activa sin exclusión
de personas, se hace necesaria una acción política contundente para co-
rregir esta desigualdad excluyente y posibilitar una participación de to-
dos, en beneficio de todos.

Conclusión

En conclusión, el panorama de la participación virtual es, hoy en día, un


panorama fluido, complejo y de no fácil interpretación. Fieles a la tradi-
ción de la DSI, hemos querido proponer, «a la luz del Evangelio y de la

35. En 2011, uno de cada cuatro europeos jamás se había conectado a Internet. Cf. EU-
ROBAROMETER, «E-Communications Household Survey»: Special Eurobarometer
335 (2010).

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experiencia humana»36, cuatro criterios de juicio que orientan la refle-


xión acerca de las condiciones de posibilidad de una participación so-
ciopolítica virtual contemplada desde la DSI. A la luz de todo lo dicho,
quizá la conclusión que emerge con más fuerza es que «la cuestión más
importante no es saber qué hará Internet con nosotros, sino qué hare-
mos nosotros con ella»37.

36. CONCILIO VATICANO II, Gaudium et spes, 46.


37. R. D. PUTNAM, op. cit., 240.

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